Está en la página 1de 3

ALBERTO FILIPPI

IV. LA EXPERIENCIA UNIFICADORA DE LA CÒDIFICACIÓN LATINOAMERICANA

Para el presente y el futuro de los procesos de unificación, son de gran relevancia las
experiencias de codificación que se hicieron en el siglo XIX, las cuales conservaron en gran medida
la experiencia de homologación institucional que tanto el Imperio español como el portugués
habían ido imponiendo en sus respectivos espacios durante el largo proceso de dominación
colonial.
La codificación se inicia después de la independencia política y de la organización
constitucional de los nuevos Estados y su primera etapa termina con el final del siglo,
específicamente entre 1855 y 1875. Cada Código es una sistematización legal, ordenada e integral
de una determinada materia. Esta acepción de lo que es un Código es una idea que aparece a finales
del siglo XVIII y que tiene una expresión emblemática –y una proyección que podría decirse
universal- con la codificación francesa concebida y escrita por Joseph Marie Portalis, Pierre-Luis
Roederer, Antoine Clair Thibaudeau, los juristas de Napoleón Bonaparte y, en especial, con los
cinco Códigos (Civil, 1804; de Procedimiento Civil, 1806; de Comercio, 1807; Penal, 1810 y de
Instrucción Criminal, 1811).
El proceso histórico de elaboración, adopción y aplicación de Códigos, en el sentido que
adquirió este vocablo, se ha llamado "codificación”. La codificación supone una manera especial de
concebir el Derecho: la técnica, la lógica y la sistemática. Estuvo dirigida inicialmente a la adopción
de códigos, sobre todo en materia civil, comercial, procesal y penal: son leyes que sistematizan todo
lo esencial de la regulación normativa de una materia, de una rama específica del Derecho positivo.
No son una suma ordenada de leyes -acepción que puede tener el vocablo codificación en una época
anterior y en algunos sistemas jurídicos, sino que cada Código es una Ley.
La codificación fue una de las mayores experiencias jurídicas de la cultura iberoamericana.
Y ello en el sentido agudamente indicado por el joven Juan Bautista Alberdi de que las leyes
(codificadas) son la encarnación histórica, específica, de una determinada sociedad en un momento
específico de su historia.
Para el jurista tucumano, el “Derecho es un elemento vivo y continuamente progresivo de la
vida social”, que en su desarrollo mantiene armonía con otros elementos de esa vida social, como el
económico, el cultural, el artístico; lo distingue, de manera esencial, de las leyes, en cuanto éstas
sólo representan “la imagen imperfecta y frecuentemente desleal del derecho”. Esto lo lleva a
concluir que la filosofía (jurídica y política) constituye “el primer elemento de la jurisprudencia, la
más interesante mitad de la legislación: ella constituye el espíritu de las leyes” [Alberdi (1837),
1886: II).
La codificación se concibió como un necesario complemento de la Independencia, cuya.
expresión fue la organización constitucional [Polanco Alcántara, 1962; Batllori, 1997; Rosti, 2006:
417-440).
Las constituciones que nacieron para organizar institucionalmente los nuevos Estados
tenían que complementarse, para garantizar su realización, con la independencia jurídica en las
principales ramas del derecho, en especial en materia civil, procesal, comercial y penal. De tal
suerte que el proceso codificador, y el resultado de la codificación, “afirmaba por primera vez la
soberanía nacional en el orden civil, arrancando la familia, la propiedad, los contratos civiles y
comerciales al despotismo de la ley extranjera, más presente y más agobiante que la tiranía política
de la Colonia”. Como sostenía Portalis, el principal redactor del Código Napoleónico, en su
“Exposición de Motivos” “que es el Código Civil a cimentar el poder político” (Gros Espiell, 2003:
455-464).
La unidad jurídica es una idea implícita en la concepción de la codificación decimonónica.
Los Códigos constituyen la cristalización jurídica de la pretendida unidad del Estado y de la
necesaria aplicación del Derecho a todo el ámbito espacial cubierto por el poder de los Estados
“provinciales” o “nacionales”. Pero la codificación latinoamericana es, asimismo, expresión de los
cambios sociales producidos tras la adopción de las primeras constituciones que siguieron a la
Independencia. El impulso codificador va unido, en los países de lengua española y portuguesa, al
intento de introducir la ideología liberal –tanto inglesa como francesa-, que comienza a proponerse
en América Latina varias décadas después que en Inglaterra y Francia. A su vez, la nueva
legislación, especialmente en el ámbito civil –sin olvidar los efectos en el campo del derecho
comercial-, actúa sobre la realidad social, coadyuvando en el proceso de transformación que marca
el pasaje de la sociedad “republicana”-inmediatamente posterior a la independencia, a la sociedad
de mediados y finales del siglo XIX.
Antes de la codificación regían las miles de leyes que-como hemos visto en el segundo
parágrafo, se fueron acumulando durante los tres siglos de la conquista y la colonia. La aplicación
de la legislación española y portuguesa anterior a la independencia, especialmente en lo relativo a
las materias civil, comercial y penal, dificultaba de manera gravísima la seguridad jurídica y la
certeza del derecho. Edberto Oscar Acevedo (que colaboró con Vélez Sarsfield en la redacción del
Código de Comercio de Buenos Aires, que luego se volverá de la Nación), el gran jurista y
codificador, común al Uruguay y a la Argentina, mostraba en 1851, con elocuentes palabras esta
situación, a la que había que poner fin: “pasan de cincuenta mil las disposiciones que, a diverso
título, se invocan diariamente o podrían invocarse en nuestros Tribunales. Es tal el laberinto aquí
reinante en materia de leyes, que ni siquiera se está de acuerdo sobre los códigos que rigen, ni
sobre el orden que respecto de ellos debe guardarse para resolución de las causas. Así, por ejemplo,
se discute si el Fuero Juzgo está o no en vigencia; si debe probarse el uso de las leyes del Fuero Real
para que puedan aplicarse en nuestros Tribunales; si ese uso era el de España o el nuestro; si las
cédulas para Indias habían pasado por el Consejo y habían sido comunicadas a la Audiencia
respectiva para que fueran aplicables entre nosotros, etc.” (6) [Acevedo (1854), 2003: 96). -6. La
idea de “Unidad Hispanoamericana” para Bello estaba determinada, además del derecho, por la lengua en
cuanto herencia de larga duración de la dominación unificadora de España que tiene grandes
consecuencias para el futuro de la integración. En 1847, el humanista venezolano analizó, en su Gramática
de la lengua castellana dedicada al uso de los americanos, las razones por las cuales "los habitantes de
Hispanoamérica” debían “conservar la lengua de nuestros padres”. Con el intento "unificador” de evitar
que se formara “una multitud de dialectos irregulares, licenciosos bárbaros; embriones de idiomas futuros,
que reproducirían en América lo que fue Europa en el tenebroso período de la corrupción del latín. Chile, el
Perú, Buenos Aires, México hablarían cada uno su lengua, o por mejor decir, varias lenguas como sucede
en España, Italia y Francia donde dominan ciertos idiomas provinciales, pero viven a su lado otros varios,
oponiéndose a las leyes, a la administración del Estado, a la unidad nacional” [Bello (1847), 1981-1984: vol.
VII; pero véase Jaksic, 2003: 507-521). -

Para comprender la observación de Acevedo hay que tener en cuenta que al entrar en
vigencia las nuevas constituciones no se dispuso de inmediato y contemporáneamente –y era
impensable que se hiciera- la derogación de toda la legislación hispana o portuguesa que se venía
aplicando. De tal suerte que, prácticamente, todas las nuevas constituciones posteriores a la
independencia dijeron expresamente que se mantenía en vigor la legislación anterior, en cuanto no
fuera incompatible con lo dispuesto en la Constitución o por las nuevas leyes que se dictaran. Las
codificaciones nacionales fueron así el complemento necesario e ineludible de la independencia
política y de la organización constitucional.
En la codificación latinoamericana, con la excepción de algunos ejemplos precedentes -
como los casos de la codificación de Haití (1825) y de Bolivia (1831)–, se destacan, en lo esencial,
los trabajos de Andrés Bello en Chile, de Texeira de Freitas en Brasil y de Vélez Sarsfield en la
Argentina (Tau Anzoátegui, 1977; Schipani, 1991; Guzmán Brito, 2000).
Por su excepcional conocimiento de Europa y de América y la vastedad de su cultura, el
mayor de todos fue Bello, que, además, pensó con gran claridad la relación entre pasado y presente
de la historia del derecho en nuestro continente y la función integradora que había tenido y debía
tener en el presente y el futuro de la América “antes española”. El legislador venezolano -que fue,
no se olvide, con Simón Rodríguez, el joven maestro de Bolívar, tenía una visión de la “unidad” del
derecho que debía entrelazar la América republicana, cuyas raíces se remontaban precisamente al
derecho romano y a las ya citadas Las Siete Partidas, libro de cabecera durante los largos años de su
permanencia en Chile que Bello solía leer "después de las comidas, como quien toma un
digestivo”." [Ardura, 1956; García-Bardell, 1985).
Los razonamientos de historia del derecho en la América del Sur que hace Bello son de
extraordinaria relevancia y renovada actualidad en la presente coyuntura de la integración
suramericana. Me refiero específicamente a la “Exposición de motivos” de su Código Civil que
forma parte del mensaje que el presidente de la República Chilena, Manuel Montt, envió al
Congreso de 22 de noviembre de 1855. Observa Bello como en la América de entonces “el progreso
mismo de la civilización, las vicisitudes políticas, la inmigración de ideas nuevas, precursora de
nuevas instituciones, los descubrimientos científicos, y sus aplicaciones a las artes y a la vida
práctica, los abusos que introduce la mala fe, fecunda en arbitrios para eludir la precauciones
legales, provocan sin cesar providencias que se acumulan a las anteriores, interpretándolas.
Adicionándolas, modificándolas, derogándolas, hasta que por fin–explica el codificador Bello a sus
contemporáneos, se hace necesario refundir esta masa confusa de elementos diversos, incoherentes
y contradictorios, dándoles consistencia y armonía y poniéndoles en relación con las formas
vivientes del orden social”. Los respectivos proyectos y las codificaciones que Bello y Texeira de
Freitas hicieron para Chile y Brasil tuvieron una muy importante proyección en todo el continente.
La labor de Bello se proyectó en la codificación de Colombia, Venezuela, Perú, Ecuador y El
Salvador. El de Argentina, que Vélez terminó en 1869 entró en vigor en 1871, el de la capital de
Estados Unidos mexicanos en 1870 y el de Colombia en 1873. Hay que destacar que el Código de
Bolivia, llamado de Santa Cruz, inspirado en el Código Napoleónico, no sólo se aplicó allá durante
largos años, sino que con algunas enmiendas se transformó en el Código Civil de Costa Rica,
incluido en el Código General de 1841 que rigió hasta 1888.
No cabe duda de que en la codificación latinoamericana los códigos franceses constituyeron
una fuente importante, ya fuera directa o indirecta. Pero no puede ignorarse que la legislación
española, aunque sería más correcto decir el Derecho Hispano que se había aplicado, salvo
derogación expresa o incompatibilidad con las constituciones republicanas, , fue también una
fuente no desdeñable, a la que se unió la incidencia de la doctrina y de los proyectos de codificación
española.
Nótese, en fin, que la codificación civil latinoamericana fue anteriora la española, ya que en
España, pese al proyecto de Código Civil de 1851, éste no se aprobó hasta 1888 y entró en vigencia
solamente en 1889. Este Código rigió en Cuba y Puerto Rico desde ese año. Por eso, las fechas del
proceso codificador latinoamericano no coinciden con las de Cuba tras la independencia de ésta,
después de la guerra hispano-norteamericana y del Tratado de París que le puso fin (el 10 de
diciembre de 1898), fecha en la cual termina definitivamente el Imperio español en América, con
todas las complejas consecuencias también jurídico-políticas que ello tendrá para las relaciones
entre el mundo hispanoamericano y el “emergente imperialismo”. El caso de Puerto Rico,
transformado en colonia de Estados Unidos por este mismo tratado, siguió un rumbo distinto al del
resto de América Latina [Filippi, 1996: 221 242; Gross Espiell, 1998: 105-133).

También podría gustarte