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HISTORIA DE LA ECONOMÍA

El nacimiento. La historia de la economía en pañales.

Los tiempos de las polis griegas, Roma y la irrupción del cristianismo

En los tiempos de las polis griegas y más tarde en Roma, la actividad económica fundamental era la
agricultura y el modo de producción 3 el esclavista. La institución de la esclavitud era impensable en los
tiempos primitivos en donde las pequeñas comunidades tribales vivían de la recolección, la caza y la
pesca, y en donde las economías eran de subsistencia. La productividad de cada hombre y cada mujer
era igual o menor a lo que necesitaban para vivir.

La esclavitud implica un derecho de propiedad sobre determinadas personas, sometidas así a la


voluntad de su amo.

Ningún tipo de esclavitud pudo haber existido hasta que las comunidades pudieron acumular bienes por
encima de sus necesidades inmediatas de subsistencia. Dicha acumulación sólo era posible si la
productividad del trabajo humano aumentase significativamente. El aumento de la productividad sólo se
alcanzó cuando la humanidad realizó la invención más grande de la historia: la agricultura 4 . La
agricultura no sólo posibilitó, aumento de la productividad del trabajo mediante, la esclavitud, sino que
fue el comienzo de las grandes desigualdades sociales.

En las ciudades había mercados y artesanos, en su mayoría esclavos, pero escasa o nula actividad
industrial 8 . El consumo de bienes como viviendas elementales, alimentos básicos y algunos tejidos era
infinitesimal, salvo para una minoría gobernante.

Como es de suponer, las reflexiones económicas de la época, escritas principalmente por Aristóteles
(384 – 322 a.c.), estuvieron condicionadas, saturadas, por la existencia de la esclavitud como modo de
producción.

Por un lado, al trabajo, al ser hecho por esclavos, se le asignó una categoría subalterna, circunstancia
que provocó su exclusión del campo de los estudios. Al no existir salarios, ni intereses, en el modo que
los conocemos actualmente 9 , los costos de producción y, por lo tanto la determinación de los precios,
no fueron vistos como un problema. sentido, es clara y contundente la defensa de Aristóteles hacia la
institución de la esclavitud.

Los de más baja índole son esclavos por naturaleza, y ello redunda en su beneficio, pues como a todos
los inferiores, les conviene estar bajo el dominio de un amo. (…)

En verdad, no hay gran diferencia entre la utilización de los esclavos y la de los animales domésticos. (…)
Es pues evidente que algunos hombres son por naturaleza libres, y otros esclavos, y que para estos
últimos la esclavitud es conveniente y justa

En referencia a los precios, como se mencionó, sólo pudo preguntarse si eran justos o equitativos.

Por otro lado, Aristóteles, describe los orígenes del dinero con gran claridad y precisión.

Las distintas transacciones de la vida no se llevan a cabo con facilidad, motivo por el cual los hombres
han convenido en emplear para sus tratos recíprocos algún elemento intrínsecamente útil y de fácil
aplicación a los fines referidos, como por ejemplo, el hierro, la plata, o alguna substancia similar. El valor
de estos elementos se medía inicialmente por el tamaño y el peso, pero con el tiempo se llegó a ponerles
un sello, para evitarse la molestia de pesarlos y de marcar su valor.
Si bien la contribución Romana a las ideas económicas fue mínima, es importante destacar, en línea con
el pensamiento aristotélico, que el derecho romano fue el primero que otorgó a la propiedad privada su
identidad formal y a su poseedor el dominio, es decir los derechos que hoy se dan por supuesto.

Cabe recordar que, para dimensionar la importancia del aporte, cuando hablamos de propiedad privada,
estamos hablando del marco de referencia sobre el cual se discutirá

Más adelante (y en la actualidad) sobre el grado de intervención de Estado, la propiedad de los medios
de producción, el daño al medio ambiente y el reparto de la riqueza.

Por diversas razones la otra gran contribución Romana, no siempre valorada en la historia de la
economía, fue la cristiandad

Este ejemplo, por más que a muchos les pese, legitimó y legitima la lucha contra cualquier poder
políticamente perverso o económicamente opresor, a lo largo y ancho del mundo durante los dos mil
años siguientes y hasta los tiempos actuales.

En todo el proceso creciente de secularización que caracterizó a la edad moderna la iglesia siempre
disputó espacios de poder, legitimó y condenó, prácticas y discursos, que, en todos los casos, tuvieron y
tienen directas vinculaciones con las ideas económicas de las distintas épocas

En la edad media el modo de producción dominante fue el feudal. Este implica la existencia de feudos o
reinos en donde la inmensa mayoría de los campesinos vivía de lo que ellos mismo cultivaban, criaban,
cazaban o pescaban, se vestían con lo que ellos hilaban y tejían y entregaban parte de esos productos a
sus amos o señores en pago a su derecho a usar la tierra que no les pertenecía y, en algunos casos, a la
protección. Los campesinos podían ser esclavos, siervos, propietarios, aparceros o arrendatarios. Los
señores feudales podía ser la Iglesia, el rey, aristócratas, nobles, hidalgos, caballeros de mayor o menor
rango o ricos agricultores.

Pero lo importante para destacar y, en definitiva, lo distintivo del modo de producción, es que los
productos se entregaban y en ningún caso se vendían.

Entre los feudos, en las tierras libres llamadas burgos, existían ciudades muy pequeñas cuya actividad
principal era el comercio. Las necesidades de los señores feudales muy prósperos eran satisfechas por
mercaderes locales o extranjeros. Aunque, como se dijo, los mercados cumplían un papel totalmente
subsidiario.

A pesar de que la operaciones de compra y venta eran escasas y esporádicas, está actividad le llamó la
atención al filósofo escolástico santo Tomás de Aquino (1225 – 1274). Nuevamente, como en los
tiempos helénicos, la ética toma de la mano a la economía.

Respondo que es totalmente pecaminoso incurrir en fraude con el expreso propósito


de vender un objeto por un importe superior a su justo precio (…) Ver algo más caro,
o comprarlo más barato de lo que en realidad vale, es intrínsecamente un acto
injusto e ilícito.1

Si bien nuestro filósofo escolástico nunca definió con precisión práctica lo que es un precio justo, en los
tiempos que corren, los imprescindibles dilemas éticos como el mencionado, han sido resueltos de un
modo tan esotérico y mágico que parece un pensamiento premoderno: “Es el precio del mercado, no
hay nada que discutir”

1
Asimismo, Santo Tomas de Aquino, condenó enérgicamente el cobro de intereses, como ya lo había
hecho Aristóteles, pero ante la evidencia de la incipiente actividad comercial fue un poco más lejos.

Hay dos clases de intercambios. Una de ellas puede denominarse natural y necesaria, y por su intermedio
se cambia una cosa por otra, o cosas por dinero, para satisfacer las necesidades de la vida (…) La otra
clase de intercambios es la de dinero por dinero o de cosas por dinero, no para satisfacer las necesidades
de la vida, sino para obtener un beneficio (…) La primera clase de intercambios es loable, por servir a las
necesidades naturales, mientras que la segunda es justamente condenada.

Los primeros pasos y la niñez. De mercaderes, banqueros y terratenientes.

No podemos dejar de destacar que la incorporación al mundo moderno no implica necesariamente las
mismas posibilidades de crecimiento y desarrollo para todos los países. A comienzos de siglo XX, la
modernidad triunfante le otorgará unidad al mundo, pero el mundo no será uno ni para todos del
mismo modo. Esa unidad contendrá dentro de sí a un grupo de naciones centrales y dominantes por un
lado y a un vasto y superior, en número (y en penurias) conjunto de países que funcionarán como
periferia del núcleo central, por el otro.

Nuestra derrota estuvo siempre implícita en la victoria ajena; nuestra riqueza ha


generado siempre nuestra pobreza para alimentar la prosperidad de otros: los
imperios y sus caporales nativos. En la alquimia colonial y neocolonial, el oro se
transfigura en chatarra y los alimentos se convierten en veneno. (…) La lluvia que
irriga a los centros del poder imperialista ahoga a los vastos suburbios del sistema.
Del mismo modo, y simétricamente, el bienestar de nuestras clases dominantes –
dominantes hacia adentro, dominadas desde afuera – es la maldición de nuestras
multitudes condenadas a una vida de bestias de carga. 2

Ahora bien, volvamos a los inicios de la modernidad y a la expansión y consolidación del mundo
mercantil.

Desde la edad media había existido una expansión irregular pero continua del comercio, dentro de los
países europeos y entre Europa y el mediterráneo oriental. Los barcos transportaban productos de
tierras cada vez más lejanas. Los viejos orfebres devinieron en custodios del oro de los mercaderes y,
más tarde, en bancos.

Desde el punto de vista económico, conjuntamente a la proliferación de los mercados, dos hechos
hicieron explotar el desarrollo del comercio en Europa y luego en los territorios extra europeos. Sin su
advenimiento difícilmente se hubiese dado, en ese momento y de la manera que se dio, el desarrollo de
la actividad mercantil primero y la revolución industrial después.

Con fondos del comercio negrero se construyó el gran ferrocarril inglés del oeste y nacieron las industrias
como las fábricas de pizarras de Gales. El capital acumulado en el comercio triangular – manufacturas,
esclavos, azúcar – hizo posible la invención de la máquina de vapor. James Watt fue subvencionado por
mercaderes que habían hecho así su fortuna.

La conquista de América inundó de plata y oro a España y Portugal primero y al resto de Europa
después. Metales que, dicho sea de paso, no son fruto del intercambio voluntario entre los pueblos
originarios americanos y los conquistadores, sino fruto del trabajo esclavo, brutal e inhumano al que
sometieron a la población.

2
Max Weber (1864 – 1920), el gran sociólogo alemán, calculó que aproximadamente el setenta por
ciento de los ingresos públicos de España y alrededor de las dos terceras partes de los ingresos de otras
naciones se gastaban con esos fines3.

Es evidente el impulso que significó para el comercio y la economía europea, la llegada de plata y oro, en
el momento que esos metales eran el medio de cambio (dinero) generalmente aceptado.

La afluencia del metálico más allá de permitir, financiación mediante, el aumento del volumen del
intercambio, provocó, como era de esperar, un creciente proceso inflacionario. La inflación ocurrida
durante los siglos XVI y XVII, constituyó una fuerza muy estimulante para el comercio pues al contar con
algún activo duradero, o al contratar una compra para reventa futura, podía preverse un beneficio en
términos monetarios corrientes debido al esperado aumento de precios.

Por otro lado, el poder mercantil encontró un aliado esencial en la aparición y consolidación de los
Estado Modernos. Dichos Estados no sólo representaron el poder político necesario para combatir a la
nobleza y a los terratenientes sino, concomitantemente, para contrarrestar la permanente
omnipresencia de la iglesia y sus juicios morales contrarios a la actividad mercantil, a través de una lento
pero continuo proceso de secularización.

La doctrina mercantilista debe ser entendida primordialmente sobre la base de sus orientaciones
prácticas y de su promoción empírica, más que un cuerpo organizado de teorías e ideas económicas.

Las oscilaciones de la política oficial durante el largo período en el que el mercantilismo tuvo la
hegemonía no pueden entenderse sin comprender hasta que punto el Estado era criatura de intereses
comerciales variables, cuyo único objetivo común era contar con un Estado fuerte, siempre que
pudieran manipularlo exclusivamente en beneficio propio.

Ciertas ideas / políticas se destacaron por su homogeneidad entre los distintos representantes y su
continuidad en el tiempo.

En primer lugar cabe mencionar una actitud negativa hacia la competencia y, por lo tanto, se destacan
las bondades de la adopción de monopolio como fuerza reguladora de los mercados. Obviamente tal
comportamiento es esperable y deseable por los comerciantes ya instalados en las ciudades que veían a
la competencia un peligro para sus intereses. Veían con beneplácito, entonces, los convenios o acuerdos
entre vendedores respectos de los precios, el otorgamiento de concesiones o patentes de monopolio
por parte de la Corona en relación a determinados productos, etc.

Las existencias de metales preciosos en manos de un comerciante era en aquellos tiempos el índice
simple y fidedigno de su eficacia financiera. En tal sentido, la mentalidad de los comerciantes
individuales en referencia al horizonte que guía sus acciones, es decir la acumulación de oro y plata, se
extrapoló como política pública, lo que es bueno para el individuo es bueno para el Estado, como deja
verse el siguiente párrafo.

Siempre es mejor vender mercancías a los demás que comprárselas, pues lo primero
otorga ciertas ventajas, mientras lo segundo acarrea inevitables perjuicios. 4

Sus manifestaciones prácticas, los decretos y leyes mercantilistas, incluían la imposición de aranceles
aduaneros y de distintas clases de prohibiciones a la importación.

Thomas Mun, el conocido mercantilista inglés, presenta una docena de reglas para maximizar la riqueza
y el bienestar de Inglaterra. Entre ellas incluye vender siempre caro a los extranjeros lo que éstos no
3

4
tengan y barato lo que pueden obtener de otro modo; utilizar los buques propios para las
exportaciones; competir más eficazmente con los holandeses en materia de pesca; comprar barato en lo
posible en países lejanos y no a mercaderes de ciudades comerciales vecinas; y no dar oportunidades
comerciales a competidores cercanos.

Ya llegará el tiempo de que el brillante economista escocés Adam Smith, lance su ataque a las ideas
mercantilista en 1776, pero es necesario decir que, para honrar a la historia, tanto Inglaterra en el siglo
XIX como Estados Unidos en el siglo XX, han construido sus imperios de la mano del proteccionismo, por
más que quieren imponer un orden discursivo librecambista, aperturista y de no intervención estatal en
la economía.

Ahora bien, la primer respuesta a las ideas mercantilistas no fueron las de Smith, con todo el
impulso de los manufactureros de la revolución industrial detrás, sino de quienes hacía
tiempo veían afectados sus intereses en manos de la acumulación de poder que realizaban los
comerciantes… los terratenientes y los agricultores.

La aristocracia inglesa se adaptó a la sociedad mercantil de un modo que nunca llegó a hacerlo la
aristocracia francesa.

Desde este lugar es que los pensadores y teóricos, representantes de los intereses de los terratenientes
y del orden social establecido, reflexionaron sobre las causas de su hegemonía en tiempos anteriores, la
irrupción de los mercaderes y, principalmente sobre los medios, teóricos y prácticos, para asegurarles (a
los terratenientes y agricultores) una supervivencia cada vez más improbable.

Algunos de estos autores fueron Francois Quesnay, Anne Robert Jacques Turgot y Pierre Samuel du Pont
de Nemours, Los fisiócratas sabían perfectamente que el mundo había cambiado y que los viejos
privilegios de los nobles y terratenientes no podían ser mantenidos argumentando el viejo orden feudal
religioso. Sus producciones teóricas constituyeron el primer conjunto de ideas económicas digno de ese
nombre. Su fin era claramente conservar, mediante reformas, una vieja sociedad en la que los
propietarios rurales gozaban de superioridad social y privilegios y rechazar las burdas pretensiones del
capital mercantil y de las vulgares fuerzas industriales.

El principio básico de los fisiócratas era el concepto de derecho natural considerando que este, en
última instancia era el que regía las fuerzas de la economía y el orden social. Esta idea responde a una
concepción panteísta de la sociedad, típica de la transición entre el teocentrismo medieval y el
antropocentrismo moderno.

Los reglamentos que favorecían a los mercaderes, como ser las concesiones monopolísticas, las
abundantes restricciones proteccionistas y los gremios mercantiles supervivientes, estaban en conflicto
con el derecho natural.

Asimismo, era importante destacar la importancia de la agricultura por sobre la actividad mercantil e
industrial.

La agricultura es la fuente de toda la riqueza del Estado y de la riqueza de todos los


ciudadanos.5

La noción de producto neto, primera concepción y representación del circuito de la economía en la


historia del pensamiento económico, fue usada con tal fin. Esta afirmaba que toda riqueza se origina en
la agricultura y ninguna en otras actividades económicas, oficios u ocupaciones. Por si quedaban dudas

5
sobre la posición de los fisiócratas en referencia a los mercaderes, préstese atención a la clasificación de
los ciudadanos que hace Quesnay.

La nación se reduce a tres clases de ciudadanos: la clase productiva, la clase de los


propietarios y la clase estéril.

La clase productiva es la que hace renacer, mediante el cultivo del territorio, las
riquezas anuales de la nación, la que efectúa los adelantos de los gastos de las
labores de la agricultura, y paga anualmente los ingresos de los propietarios de las
tierras. (…)

La clase de los propietarios comprende al soberano, a los poseedores de tierras y a


los diezmeros. (…)

La clase estéril está constituida por todos los ciudadanos que se ocupan de otros
servicios y otras labores, distintos de la agricultura, y cuyos gastos son pagados por
la clase productiva y por la clase de los propietarios, quienes a su vez extraen sus
ingresos de la clase productiva.6

Una última contribución de los fisiócratas fue la tabla económica, un ingenioso modelo ideado
por Quesnay con el propósito de indicar cómo los productos circulaban entre el productor, los
terratenientes, los mercaderes y los fabricantes y cómo el dinero por diversas vías retornaba
al productor.

Nuestro primer economista, Manuel Belgrano, quien tradujo al castellano las Máximas Generales del
Gobierno Económico de un Reino Agricultor de Francois Quesnay, supo integrar los aportes de este y de
Adam Smith y en septiembre de 1810 escribía en el Correo de Comercio:

Los frutos de la tierra sin la industria no tendrán valor…

La juventud y las pasiones.

Los clásicos y las grandes cuestiones.

Si los tiempos de los mercantilistas y los fisiócratas fueron los de desarrollo del comercio, los
de Adam Smith (1723-1790) y Karl Marx (1818-1883), las dos figuras más célebres en la
historia de esta disciplina, son los de la revolución industrial. Nos referimos a ella como el
proceso económico y social de cambios que configuraron la sociedad industrial capitalista, a
partir de diversas innovaciones técnicas en la producción, particularmente de maquinarias y
nuevas formas de energía motriz.

La figura dominante de todo este proceso y, paulatinamente, de la comunidad y el Estado, ya


no fue el mercader y su vocación de compra y venta de mercancías, sino el industrial
orientado hacia la producción de las mismas.

Smith Al adentrarse en una fábrica de alfileres lo que le llamó la atención no fue la maquinaria
característica de la revolución industrial sino la forma en la que el trabajo estaba dividido haciendo a
cada trabajador un experto en una parte minúscula de todo el proceso, provocando, especialización
mediante, un aumento sustantivo de la productividad.

Asimismo, dice Smith, la división del trabajo se ve limitada por el tamaño del mercado, de tal modo que,
un área de libre comercio lo más vasta posible proporcionaría la máxima eficiencia posible del trabajo.

6
Claro está que la defensa al libre comercio es un ataque directo a la concepción mercantilista de la
acumulación del oro y la plata como fundamento de la riqueza nacional y de las consecuentes políticas
proteccionistas.

La filosofía moderna inglesa se dispone, a partir de Hobbes y luego de Locke, subvertir el orden moral
existente. El egoísmo pecaminoso, en la era premoderna, es reinventado a partir de la noción de interés
y se considera al amor propio como un sentimiento natural. El hombre quiere vivir, le teme a la muerte
y la supervivencia es primordial en la constitución de la humanidad. Ninguna teoría social ni económica
debe ignorar esta pasión legítima que bordea el egoísmo. Pero, al mismo tiempo, el hombre es un ser
social. Sin los otros nos morimos. Smith destaca tanto que el egoísmo, ese lazo común, esta energía que
nos une los unos a los otros, existe aún por fuera de nuestros deseos individuales.

La división del trabajo permite la combinación de la tendencia de la naturaleza humana a trocar e


intercambiar sus bienes, con el egoísmo también natural por el que el hombre busca su propia
satisfacción.

Desde esta concepción filosófica es que Smith entiende, y por ende el liberalismo económico en general,
que cualquier ataque a la propiedad privada, al libre comercio, a la libertad de empresa es, en definitiva,
un ataque a los hombres mismos y, consecuentemente, al único camino que tiene la humanidad para
hallar el bien común.

En referencia al valor de las mercancías, en primer lugar diferenció el valor de cambio y el valor de uso
de los bienes y, habiendo planteado el problema de por qué algunos bienes muy poco útiles tienen un
alto precio y otros muy útiles (aire, el agua) son gratuitos o de muy bajo precio, no encontró una
respuesta satisfactoria7.

Smith resolvió el problema dejando de lado el valor de uso y ocupándose de investigar sobre el valor de
cambio llegando a la conclusión de que el valor de cualquier posesión se mide, en definitiva, por la
cantidad de trabajo por la cual puede ser cambiada.

Los salarios, para Smith, eran el costo de atraer al trabajador a su trabajo y de mantenerlo
para que siguiera desempeñándolo. Por lo tanto la cantidad de trabajo y su costo para
sustentarlo determinan el precio (valor de cambio) de las mercancías.

En referencia al capital y los capitalistas, al determinar que es la labor del trabajador lo que
constituye el precio de los bienes, no queda otra alternativa que la remuneración del capital y
del capitalista sea una exacción, por parte del capitalista sobre la legítima porción
perteneciente al trabajador, a quien corresponde, presumiblemente el provecho obtenido por
la venta del producto.

Con respecto a la renta que obtienen los terratenientes Smith no fue claro y dio explicaciones diferentes
y contradictorias.

La renta de la tierra (…) entra en la composición del precio de las mercancías de


diferente manera que los salarios y los beneficios. Los salarios y los beneficios altos
o bajos son la causa de los precios altos o bajos, mientras que la renta, baja o
elevada, es su efecto. (…) La renta de la tierra se eleva en proporción con la calidad
de los pastos.8

.
8
Para finalizar, volviendo al tema de las políticas públicas, más allá de que admite la conveniencia del
establecimiento de aranceles en industrias esenciales para la defensa y esporádicamente con carácter
de represalia por la aplicación de otras similares en el extranjero, la regla general es limitar
rigurosamente la actividad del Estado a la gestión de la defensa común, la administración de la justicia y
solamente a la construcción de obras públicas que, no siendo de interés para la iniciativa privada, sean
necesarias.

Dicho de otra manera, la actividad estatal debe orientarse únicamente a crear el marco necesario para
que las actividades mercantiles e industriales se desarrollen conforme al individualismo y amor propio
natural de las personas en conjunción con la también natural tendencia de la humanidad al intercambio.
Para ello es necesario que este marco legal priorice y proteja los dos derechos fundamentales del
liberalismo económico, el derecho a la libre empresa y el derecho a la propiedad privada. Una vez
establecidas las reglas hace falta seguridad interior y exterior (policía, ejércitos, justicia y cárceles) para
quienes atenten contra esos derechos, dado que estarían atentando directamente contra el único
camino que tienen las sociedades modernas de llegar al bien común Obviamente, para algunos, los
privilegiados del sistema capitalista, liberales acomodaticios de cartón corrugado, difundir ideas como
estas serían, como mínimo, subversivas y no ayudarían a generar el clima de negocios ni la seguridad
jurídica necesaria para el crecimiento y desarrollo económico 9.

En los años siguientes a la muerte de Smith, tres autores contemporáneos entre sí, ampliaron,
organizaron y refinaron su obra. Ellos son, en Francia Jean-Baptiste Say (1767-1832) y desde Inglaterra
Thomas Robert Malthus (1766-1834) y David Ricardo (1772-1823).

Say transmitió el mensaje de Smith en Francia aportándole al conjunto desordenado de ideas e


información de La Riqueza de las Naciones una presentación más ordenada y clara.

Además de ello, a pesar de que algunos no quieran destacarlo, la mayor contribución fue su ley de los
mercados. Teoría que, en los libros de texto actuales, siguen refiriendose a ella como “Ley de Say”.

La ley de Say sostiene que la producción de bienes genera una demanda agregada efectiva (es decir,
gastada) suficiente para comprar todos los bienes ofrecidos. En términos más modernos, podríamos
decir que el precio de cada unidad de producto vendido genera unos ingresos bajo la forma de salarios,
rentas, intereses y beneficios, suficiente para comprar dicho producto. Es posible que algunas personas
ahorren parte del ingreso, pero al invertirlo (en un depósito, por ejemplo) otro tomará ese ahorro y lo
gastará. En última instancia, si parte se atesora y no se gasta, los precios descenderán para acomodarse
al menor flujo de ingresos. La consecuencia lógica de todo este razonamiento es que no pueden existir
crisis de sobreproducción dado que nunca puede existir una insuficiencia de la demanda. Digámoslo ya…
la oferta crea su propia demanda.10

Malthus y Ricardo eran portavoces de la nueva clase dirigente en un nuevo orden económico. Como
habrían de hacerlo generaciones de economistas futuros, y como lo hicieron en el pasado, hablan por
boca de su público y a él se dirigieron.

Thomas Robert Malthus, clérigo británico de instinto aristocrático, fue el primero de un trío de figuras
importantes en la historia del pensamiento económico cuyos recursos financieros personales
provinieron, del benévolo empleo que le ofreció la Compañía Británica de las Indias Orientales. Los otros
dos fueron James y John Stuart Mill. Todos ellos sirvieron a la compañía británica sin haber pisado
jamás la India.

10
Los dos libros de Malthus, “Un ensayo sobre los principios de la población” y “Principios de economía
política” realizaron dos grandes aportes que resistirían el paso del tiempo. El primero, en referencia a la
sospecha de que la oferta no siempre crea su propia demanda, rivalizando con la ley de Say, ciento
cincuenta años antes que lo haga Keynes.

Por el otro, el aporte que ha provocado que la palabra maltusianismo quede para la posteridad
incorporada al lenguaje de las ciencias sociales, fue la ley que a su criterio regía el crecimiento
demográfico, influyendo además en la determinación de los salarios.

Las conclusiones son bastante evidentes: los medios de subsistencia limitan la población; la población
aumenta cuando dichos medios lo permiten, y, agrega, haciéndolo de modo geométrico y la oferta de
alimentos, en el mejor de los casos, lo hace en forma aritmética; y, por último, que esta asimetría
persistirá, lo que significa que todo incremento demográfico será limitado por la oferta de alimentos, al
menos que aparezcan antes otras limitaciones. Solo subsiste el hambre, al menos que se anticipen otros
controles destructivos tales como la guerra, la peste u otras enfermedades.

Coherentemente y, en la misma sintonía que la ley de hierro de los salarios de David Ricardo, todo
aumento de salarios, por encima al necesario para la subsistencia y reposición de la fuerza de trabajo,
provocaría, a raíz de la mejora en los ingresos familiares, el aumento de la población que a su vez
incrementaría el desempleo con la consecuente baja de los salarios, inclusive por debajo de su nivel
anterior.

David Ricardo siguiendo a Smith, se dedicó a los grandes temas de la ciencia económica de esos
tiempos.

En primera instancia y valorando positivamente la división del trabajo como fuerza propulsora de la
economía, analizó las ventajas comparativas que determinados países tenían sobre otros en referencia
a la producción de tal o cual bien, incentivando, como Smith lo había hecho hacia dentro de la fábrica, a
que cada país se especialice en producir los bienes en los que posee ventajas comparativas sobre otros
países. En sus palabras: “Estimulando la industria, premiando el ingenio, y otorgando el uso mas eficaz a
las energías particulares brindadas por la naturaleza, distribuye el trabajo del modo más eficaz y mas
económico mientras, incrementado la masa general de los productos, difunde el beneficio general y
estrecha los vínculos de la sociedad universal de las naciones, por todo el mundo civilizado, mediante un
lazo general de interés y relaciones.

Diferenciándose de Smith, quien había dejado totalmente de lado el valor de uso, Ricardo piensa que la
utilidad es, entre los factores que determinar el precio de un bien, el primero 11.

Si una mercancía no fuera útil en absoluto, es decir, si no pudiera contribuir a


nuestra satisfacción, carecería también de valor de cambio.12

Una vez establecida la necesidad de los productos, el valor de los bienes procede de la cantidad de
trabajo necesaria para obtenerlos. En relación con este punto el mismo Ricardo cita a Smith.

Es natural que lo que usualmente se produce en dos días, o en dos horas de trabajo, valga el doble de lo
que por lo general es producido respectivamente en un día o en una hora de trabajo.13

Ahora bien, obedeciendo a su posición como terrateniente, Ricardo se ocupó de los ingresos de los
mismos en concepto de renta:

11
12

13
La porción del producto de la tierra que se paga al terrateniente por el uso de los
poderes originales e indestructibles del suelo.14

Ricardo pensaba que la presión demográfica impulsaba el uso de tierras cada vez más pobres y menos
fértiles. Esta presión continuaba hasta que el suelo cada vez más empobrecido diera el mínimo
necesario para sustentar las vidas de quienes lo trabajaban y, ese mínimo, a su vez determinaría el
salario de todos los trabajadores y en particular de todos los campesinos. La posesión de tierras
superiores a la de peor calidad implicaba un excedente por encima del costo.

Cuando el precio de mercado de la mano de obra excede su precio natural, la


situación del trabajador es floreciente y feliz, teniendo a su alcance los medios de
adquirir una mayor proporción de necesidades y disfrute de la vida, y
consiguientemente, de criar una familia saludable y numerosa. (…) Pero cuando,
mediante el estímulo que los salarios más elevados otorgan al aumento de la
población, el número de trabajadores aumenta, los salarios vuelven a descender a
su precio natural, e incluso llegan a caer por debajo de éste, en un efecto de
reacción.15

Esta idea entraría a la historia del pensamiento económico como la ley de Hierro de los salarios, pero
traería consecuencias mucho más profundas y duraderas que las estrictamente económicas. Según ella,
quienes trabajan tienen la pobreza por destino y no deben ser redimidos por la compasión del Estado ni
de los empleadores, ni tampoco por la organización sindical, ni por su propia iniciativa.

La pobreza es inevitable. Y los pobres son culpables y responsables de su pobreza. De ahora en más y
hasta en la actualidad, la justa y libre competencia del mercado, sería utilizada para justificarlo todo, aún
lo injustificable.

Del otro lado del muro

Aunque siempre existieron sistemas intelectuales contrahegemónicos elaborados por hombres y


mujeres que reflexionaron sobre las injusticias del orden social, desde Platón a Tomas Moro, el
socialismo como vocablo vinculado a sus significaciones posteriores, fue empleado por el periódico
francés Le Globe en 1832 para identificar las ideas de Saint Simon (1760-1825) y bajo la denominación
de socialistas utópicos desde 1839, incluyendo además a Charles Fourier (1772-1837) y Robert Owen.
Los tres privilegiaban la cuestión social por sobre todas las demás, el reconocimiento de que la felicidad
y el bienestar general eran incompatibles con cualquier orden social basado en la competencia y el
individualismos y no en el principio de la cooperación entre los hombres y las mujeres

Pero el destino de estos hombres, e incluso el de otros como Proudhon, Lassalle, Engels y Fuerbach,
quedaría relegado a la sombra de una personalidad avasalladora como la de Karl Marx. (1818-1883)

Marx elaboró su doctrina a partir de las críticas al conocimiento existente siendo sus principales fuentes
la filosofía alemana, especialmente el idealismo hegeliano, la economía política inglesa y el socialismo
utópico francés.

Los aportes efectuados por el marxismo se dividen fundamentalmente en tres campos: la filosofía a
través del materialismo dialéctico; las ciencias sociales, mediante el materialismo histórico y el análisis
crítico, económico y político del sistema capitalista.

14

15
El ánimo disidente y revolucionario tendrá en Marx dos vertientes, su paso por la universidad en Berlín y
sus primeras experiencias como periodista y su activa participación política.

En este último sentido, un joven Marx, tras su partida de Berlin, ya recibido de doctor en filosofía, se
instala en Colonia llegando ser redactor en jefe de la gaceta del Rhin, desde donde defiende el derecho
popular de recolectar leña seca en los bosques, antiguo privilegio que en aquellos días, con el
incremento del valor de la leña, se interpretaba como una violación a la propiedad privada. Deportado
de varios países en 1843 conoce a Federico Engels, un joven alemán residente en Inglaterra que, junto
con su esposa, lo acompañara como su más leal compañero, amigo y colaborador.

En Bélgica entran en contacto con el movimiento obrero radical conocido con el nombre de comunismo
que era, por aquel entonces, un término en boga. Los años en Bruselas y sus viajes a Inglaterra, en
donde toma contacto con la economía política inglesa, echan los cimientos para la labor política futura y
les aseguran, a él y a Engels, el papel magnífico de conductores que a los dos les estaba reservado. Aquí
es donde ve la luz, en febrero de 1848 el Manifiesto Comunista, en donde expresan a partir del
materialismo histórico las primeras críticas a la economía política inglesa.

Marx y Engels ven la división del trabajo, el individualismo, la libre concurrencia, el trabajo asalariado
con ojos que hasta ese momento no habían encontrado voces como las que siguen.

También llaman la atención sobre la necesidad imperiosa de la burguesía de expandirse tanto material
como ideológicamente.

Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía dio un carácter cosmopolita a la producción
y al consumo de todos los países.

Las relaciones entre ideología, instituciones, leyes y las condiciones materiales concretas de existencia
son analizadas por Marx mediante dos conceptos. Las instituciones políticas y sociales constituyen la
llamada superestructura y las características y dinámicas que adquieren tales instituciones está
determinado por la infraestructura económica. La superestructura refleja el modo de producción
existente, además de consagrar, legitimar, proteger y reproducir las relaciones de producción
correspondientes a dicho modo de producción.

Volviendo a Berlín y a sus años de estudios universitarios, el joven Marx, cae bajo la influencia de Georg
W. Friederich Hegel (1770-1831). Su influencia fue determinante para la construcción teórica del
materialismo histórico que desafiará la visión positivista que de la sociedad tenían los economistas
clásicos ingleses.

La tradición clásica, como hemos visto, había postulado un equilibrio en donde las relaciones básicas
entre patronos y trabajadores, entre la tierra, el capital y el trabajo no se modificaban.

El equilibrio no era para Marx el fin, sino sólo un incidente en un proceso de cambio mucho mayor, que
alteraba por completo la relación entre capital y trabajo. Lo constante, lo permanente en la sociedad no
es otra cosa que el conflicto, que está representado a lo largo de la historia por la lucha de clases.

Marx nunca puso en tela de juicio las realizaciones productivas del sistema capitalista, por el contrario
las elogió.

En las grandes fábricas, que Smith no llegó a conocer, pero si Ricardo, Say y Malthus, donde los
economistas clásicos vieron división del trabajo, especialización, productividad, crecimiento, etc. Marx
vio, principalmente, una escandalosamente desigual distribución del poder entre los propietarios de los
medios de producción (la maquinaria, la fábrica y la tierra) y los que sólo tienen para vender su fuerza
del trabajo. Esta situación, en las relación de producción que propone el capitalismo, implica que unos
no tengan nada y otros todo. Existe opresión, explotación, de unos seres humanos hacia otros seres
humanos. Esta situación de violencia, de opresión impide la humanización de algunos y, más tarde, otros
dirán que los opresores también se deshumanizan en esta relación. El poder opresor genera
disciplinamiento y sumisión.

Queda claro que, como se explicó precedentemente, el poder capitalista no se limita solamente a la
empresa o la fábrica, sino que se extiende a la sociedad y al Estado, lo que lo transforma, en
determinadas circunstancias, en poder hegemónico.

Esta desigual distribución del poder es la que permite, provoca y sostiene una desigual distribución del
ingreso.

. Ahora bien, conociendo que la productividad del trabajo va decreciendo a raíz de las limitaciones del
capital fijo (tierras o maquinarias), y el salario es igual al mínimo posible para todos los trabajadores,
queda claro que la mayoría de ellos producen más valor del que reciben. Este mayor valor, denominado
plusvalía, es expropiado, robado al trabajador por el capitalista. La plusvalía absoluta es la producida por
la simple prolongación de la jornada de trabajo y la plusvalía relativa es la que proviene de la
disminución del tiempo de trabajo necesario

Sea absoluta o relativa la plusvalía es producida por el sistema capitalista al obligar a los proletarios a
vender su fuerza de trabajo por un tiempo determinado y tiene como consecuencia inevitable y lógica,
la acumulación de ingreso y riqueza por parte de los capitalistas y el acrecentamiento de la desigualdad,
tanto de poder como de riqueza.

Por otro lado, pero no muy lejos, Marx considera a las crisis como inherentes al capitalismo y sostiene
que en búsqueda de la estabilidad (mayores tasas de ganancia y plusvalor) el sistema capitalista produce
una determinada cantidad de desempleados permanentes a la que denominó ejercito industrial de
reserva que, más allá de otorgarle flexibilidad y disposición rápida de mano de obra funcional a las
necesidades cambiantes de producción, cumplía el rol fundamental de mantener bajos los salarios y con
ello alta la rentabilidad.

Por último, para los economistas clásicos, el monopolio nunca fue más que una falla de mercado. Un
mercado que, como regla general, respondía a las características de la competencia perfecta. Desde el
materialismo histórico Marx analizó a los monopolios como una consecuencia inevitable del capitalismo,
fruto, como la revuelta de la clase trabajadora, de sus propias contradicciones. Es así que, con
razonamiento dialéctico y moderno, veía al capitalismo como tesis (afirmación en términos hegelianos),
a la dictadura del proletariado como antítesis (negación) y al comunismo como consecuencia síntesis
(negación de la negación).

Claramente habrá, como nunca, una divisoria de aguas, habrá blancos y negros en las ciencias sociales y,
entre ellas, en la economía.

Los desposeídos, los pobres, los desempleados, los que sufren, serán:

o bien, artífices de su propio destino, incapaces, vagos, tienen lo que se merecen, fruto lógico y deseable
de una sociedad ordenada, equilibrada e igualitaria que da oportunidades para todos y que ellos, por sus
propias decisiones, no quisieron o no supieron aprovechar, consecuencia clara de un régimen
meritocrático que reparte éxitos y fracasos, en función de los esfuerzos y voluntad, en definitiva
culpables y responsables de su pobreza y miseria; o bien, son oprimidos, explotados, humillados,
usados, olvidados, por un sistema capitalista, propiedad privada y libre comercio mediante, que da
poder, recursos materiales y simbólicos, y calidad de vida a los que tienen mucho, mientras que a otros
no les da nada o, mejor dicho, esa calidad de vida que otorga a unos es la misma que le niega a los otros,
y cuyas contradicciones y conflictos (del sistema capitalista) los opresores tratan de ocultar con el fin de
reproducir y eternizar las condiciones materiales que hoy permiten sus privilegios.

Los problemas de la desigual distribución del poder y del ingreso como el incesante incremento de
desdicha en la mayor parte de la población, no sólo fueron vistos desde el marxismo. Desde dentro del
enfoque clásico, al no poder ocultar la realidad, debía justificarse, explicarse o trasladar la culpa del
sistema capitalista al individuo, al Estado o a los sindicatos.

En su obra Principios de economía política, publicada en 1948, John Stuart Mill atribuía, por ejemplo, la
pobreza del trabajador a dos factores. Por un lado a una inmutable ley de los rendimientos decrecientes
de la mano de obra, a medida que se iban incorporando más operarios al aparato productivo, cada vez
cada unidad de trabajo aportaba menos riqueza; y, por el otro, al desenfrenado impulso reproductivo
de la masas.

Desde el utilitarismo, Jeremías Bentham (1748-1832), considerado por Marshall como el más influyente
de los sucesores inmediatos de Adam Smith, se identificaba la felicidad con aquella propiedad de
cualquier objeto por la cual tiende a producir beneficio, ventajas, placer, bien o felicidad, o que de modo
similar, evita el daño, el dolor, el mal o la infelicidad. De allí que la maximización de los bienes estaba
asociada a la felicidad. Si esto acarreaba dificultades o perjuicios para algunos (los pobres) la regla era
clara: hay que proveer la máxima felicidad para el máximo número

Unos años después, desde la sociología, y, reconozcámoslo con mucha menos poesía y delicadeza,
Herbert Spencer (1820-1903) resolvía el problema de los pobres y la pobreza de raíz.

Me limito a llevar adelante las opiniones del señor Darwin en sus aplicaciones a la
raza humana (…) Sólo aquellos que progresan bajo (la presión impuesta por el
sistema) (…) llegan finalmente a sobrevivir (…) (Estos) deben ser los seleccionados
de su generación.16

En parte extirpando a los de mínimo desarrollo, y en parte sometiendo a quienes


subsisten a la inexorable disciplina de la experiencia, la naturaleza asegura el
crecimiento de una raza que es capaz a la vez de entender las condiciones de la
existencia y de actuar sobre ellas. Es imposible suprimir en grado alguno esta
disciplina.17

En 1871 William Stanley Jevons (1835-1882), en Inglaterra, y Karl Mengel (1840-1921) en Austria,
seguidos pocos años después por John Bates Clark (1847-1938) en los Estados Unidos y León Walras
(1834-1910) en Francia, dieron inicio a la que se denominaría “revolución marginalista” y que, unida a la
organización y síntesis que realizaría años más tarde, a fines del siglo XIX, el profesor y economista inglés
Alfred Marshall (1824-1924) conformarían la síntesis neoclásica.

Si bien hay razones inherentes al propio devenir del conocimiento económico clásico, como pueden ser
las carencias de las teorías del valor trabajo ricardianas o la ausencia de una teoría satisfactoria de
distribución de la renta, núcleo de la teoría clásica, las verdaderas razones del surgimiento primero y del
éxito después de las teorías neoclásicas, tienen que ver con razones, llamémosle por ahora, externas.

En primer lugar todo el período que va desde 1868 hasta mediados de la década del setenta fue un
época marcada por la conflictividad social.

16

17
En segundo lugar ya hacía algún tiempo que la teoría ricardiana se había utilizado con finalidad crítica
por los economistas socialistas y la teoría del excedente, en particular, se había planteado como
fundamento de la explotación capitalista.

En tercer lugar, ya a partir de la década de 1870, el socialismo teórico tendió a identificarse rápidamente
con el marxismo (socialismo científico) y a plantearse, cada vez con menos vacilaciones, sus
pretensiones de cientificidad.

De este modo había que dotar a las nuevas teorías económicas de una cientificidad y neutralidad que
permitiese combatir el universo simbólico marxista, para luego (o simultáneamente) trasladarse al
universo material. La neutralidad y universalidad venían de la mano del positivismo en general y de la
matemática en particular.

El sistema teórico neoclásico se irá estructurando en torno a esta reinvención discursiva y conceptual de
la economía clásica.

En primer lugar el sistema teórico neoclásico va a correr el foco de atención, hasta hacerlo desaparecer
del fenómeno del desarrollo económico, el gran tema de todos los clásicos, para dar lugar al problema
de la eficiente asignación de los recursos dados.

El problema económico puede formularse como sigue: dada una población con
diversas necesidades y ciertas posibilidades de producción, en poder de ciertas
tierras y de otras fuentes de recursos, debe determinarse el modo de distribuir el
trabajo de la mejor manera posible para dar una máxima utilidad al producto.18

De este modo, se empieza a definir a la economía como lo hacen los manuales actuales y los docentes
enseñan a sus alumnos. La economía pasa a ser la ciencia de la escasez y la elección.

La contribución teórica más importante de Jevons, Menger, Clark y Walras reside, más que en una nueva
formulación completa y coherente de la teoría del valor-utilidad y de la hipótesis de la utilidad marginal
decreciente, en el modo como modificaron los fundamentos utilitaristas de la economía política. Su
marginalismo acreditó una especial versión de la economía política, según la cual el comportamiento
humano resulta exclusivamente reducible al cálculo racional orientado a la maximización de la utilidad.

Por lo tanto, si han de ser sujetos capaces de realizar elecciones racionales con miras a la maximización
de un objetivo individual, como la utilidad o el beneficio, forzosamente deben ser individuos; o a lo
sumo, grupos sociales mínimos, caracterizados por la unidad en la que recaiga la toma de decisiones,
como las familias y empresas. Así desaparecen de la escena los sujetos colectivos, las clases sociales, y
con ellas cualquier noción de conflicto. Todos nos sentimos tranquilos, neutrales y objetivos explicando
el flujo circular de la renta.

El estado natural de la economía de mercado, para los neoclásicos, es la armonía social y no el conflicto
de clases.

La economía está formada, desde la concepción de Walras, por sujetos que están presentes en el
mercado, ya sea como consumidores o como productores o empresas. El proceso económico nace del
encuentro, en el mercado, de estos distintos sujetos. Los servicios productivos son adquiridos por los
empresarios y transformados en bienes, los cuales a su vez, son adquiridos, o bien por otros
empresarios o por consumidores. Estos últimos compran los bienes producidos por ellos gastando el
ingreso que han obtenido de la venta de los servicios productivos. Ni las clases sociales, ni los sindicatos,

18
ni los grupos de presión, ni los carteles de empresas, ni otros tipos de grupos sociales son admitidos, ya
que violarían el principio fundamental del modelo de equilibrio general: el de la competencia perfecta.

Por último, una consecuencia inmediata del enfoque neoclásico de la cuestión del valor es que la teoría
de la distribución de la renta se convierte en un caso particular de la teoría del valor, un problema de la
determinación de los precios de los servicios de los factores productivos, más que el reparto de la renta
entre las clases sociales.

La explicación de los precios y de los ingresos correspondientes siguió una tendencia única y dominante
durante fines del siglo XIX y principios del siglo XX y toman cuerpo material en la obra del profesor,
sintetizador y organizador del pensamiento neoclásico Alfred Marshall 19 (1842-1924). El decrecimiento
de la utilidad marginal de los compradores se transformaría en la inflexible curva descendente de la
demanda. La elevación de los costos marginales de los productores, así como los más elevados costos de
los productores menos eficientes, originan costos cada vez mayores de los suministros adicionales. Esto
originaría la curva ascendente de la oferta, es decir, los precios cada vez más elevados requeridos para
compensar los costos marginales incurridos en dotar de más productos el mercado.

Alfred Marshall moriría en 1924 sin poder ver ni soñar lo que sucedería después de la gran depresión de
1929…

La adultez. Estado y mercado: ser o no ser.

Sin lugar a duda, desde el punto vista de la teoría económica, el siglo XX es el de la Teoría General de
John Maynard Keynes (1883-1946) y de sus críticas al esquema clásico.

Es importante destacar, para evitar confusiones al momento de valorar y ubicar a sus contribuciones
teóricas, que Keynes no fue ni el inventor ni el propulsor de los Estados de Bienestar y que las políticas
públicas activas de obra pública y generación de empleo ya se habían aplicado algunos años antes en
algunos países, aunque de modo no sistemático.

En primer lugar debemos rastrear los orígenes de los Estados de Bienestar en la Alemania del conde
Otto von Bismarck impuso en 1884 y 1887 planes de reformas y mejoras a la situación laboral bajo la
forma de seguros en previsión de accidentes, enfermedades, ancianidad e invalidez. Parcialmente
algunas medidas fueron aplicadas también en Austria, Hungría y otros países europeos. De modo más
influyente en Gran Bretaña de 1911 se adoptaron leyes mediante las cuales se implantaron los seguros
oficiales de enfermedad e invalidez, y posteriormente el de desempleo, que recién se instalaría en forma
definitiva en 1927. Queda claro entonces que los Estados de Bienestar son producto de las luchas
sociales, anarcosindicalistas, marxistas, laboralistas, que sucedieron desde fines del siglo XIX y
fundamentalmente a comienzos del siglo XX, no sin dejar sangre en el camino, por mejoras y derechos
para la clase trabajadora.

Ahora bien, es también necesario reconocer que, una vez publicadas y aceptadas las ideas keynesianas,
otorgaban un sustento teórico, dentro de la perspectiva capitalista, a la intervención del Estado en la
economía que resultó un apoyo muy importante para el desarrollo y la consolidación de los mismos.

Por otro lado, en referencia a las políticas públicas, podemos decir que hubo keynesianos antes de
Keynes. En efecto uno de ellos fue Adolf Hitler, quien, libre de las cadenas de la teoría económica,
emprendió un gran programa de obras públicas al tomar el poder en 1933, aún recurriendo a la
financiación mediante el déficit público. Dicho plan redujo considerablemente el desempleo que,
paradójicamente, lo había llevado al poder.

19
La crisis del 29 es la primer gran crisis del capitalismo que tiene escala mundial y es una crisis de sobre
producción generada por el constante aumento de la producción del sistema fordista estadounidense,
en conjunción con las limitaciones de los mercados europeos después de la primera guerra mundial y la
imposibilidad de consumo interno debido a una creciente concentración de la riqueza y por lo tanto del
consumo.

Esta simplemente no era posible en un esquema clásico dominado por la ley de Say, en donde la oferta
crea su demanda y por ende, hacía imposible, una crisis de sobreproducción.

La teoría General de la ocupación, el interés y el dinero, publicada en 1936, es un tratado sobre la crisis
del 29 y, como tal, centra el foco de su atención no en la determinación de los precios de las mercancías
ni en la distribución de los ingresos resultantes sino en averiguar cómo se determinan los niveles de
producción y de empleo. Cuando aumentan la producción, el empleo y la renta decrece la propensión
marginal al consumo, o sea los ahorros aumentan. No hay ninguna seguridad de que, como creían los
economistas clásicos, con el descenso de los tipos de interés tales ahorros vayan a ser invertidos.
Pueden en efecto permanecer sin ser gastados, por razones de precaución del individuo o del deseo de
la empresa de contar con liquidez, en terminología keynesiana en función de la preferencia por la
liquidez. Si los ingresos se ahorran y no se gastan, disminuirá la demanda final de bienes y servicios
(demanda efectiva) y con ello, el producto y el empleo. La disminución seguirá hasta que se reduzcan los
ahorros al nivel apropiado.

En la concepción keynesiana el ahorro y la inversión no son necesariamente ni normalmente iguales en


los niveles de pleno empleo.

Para igualar los ahorros con las inversiones y para asegurar que los primeros sean gastados, puede
resultar necesario disminuir ingresos y forzar una reducción del gasto, por lo que el equilibrio se lograría
con distintos grados de desocupación, e inclusive permanente y en severas proporciones.

Todos estas posibilidades suceden con mayor intensidad durante las depresiones, las familias consumen
menos y aumentan su propensión marginal a ahorrar y las empresas postergan o reducen sus decisiones
de inversión, por lo tanto sólo queda un recurso y tan solo uno: la intervención del Estado para
aumentar el nivel de gasto, con este la demanda efectiva, con esta la producción y con ella el empleo.
Hay que hacerlo aún con emisión o con endeudamiento y aunque provoque déficit fiscal porque…

Si es necesario, el Estado deberá reforzar o provocar clases de inversiones que no


darán fruto alguno. Es mejor – a pesar, por supuesto que todavía es malo – que un
número moderado de hombres debería estar ocupado en cavar pozos para volver a
rellenarlos después, antes que un número mayor estuviera desocupado. 20

A pesar del impacto de la revolución keynesiana esta no llegó a abordar ni a perturbar en absoluto lo
que luego se llamaría microeconomía en donde el mercado de competencia perfecta es la regla general
y el monopolio una falla. La distribución del poder entre las corporaciones, los sindicatos, los
trabajadores a título individual y los consumidores subsistía y subsiste en la concepción clásica. Con
respecto a todas estas cuestiones el Estado no tenía por qué intervenir más de lo que lo había hecho en
épocas anteriores.

Keynes conjuró al íncubo de la depresión y el desempleo, liberando de él al


capitalismo, o al menos eso fue lo que se propuso. Así eliminó el único aspecto que
el capitalismo no podía explicar y que, según Marx, no podía superar. Pero eso fue
todo, la revolución keynesiana., desde este punto de vista, no sólo fue limitada, sino

20
intensamente conservadora. (…) en contraste con el que Marx había preconizado y
previsto, la proeza de Keynes se cifra en haber dejado tantas cosas como antes.

A pesar de las contundentes argumentaciones de Keynes, sus ideas, para ser completamente aceptadas,
tuvieron que esperar a la segunda guerra mundial, al aumento de la producción militar, claro ejemplo de
intervención del Estado en la economía y a sus consecuencias en términos de crecimiento y empleo.

En este sentido, la mayoría de los órganos estatales de asuntos bélicos estaban administrados u
asesorados por economistas de la nueva generación keynesiana.

Nada nuevo bajo el sol. El neoliberalismo y la libertad de elegir… (de algunos)

A pesar de la preponderancia de las ideas keynesianas durante los 25 años siguientes, las ideas liberales, y sus
defensores, estuvieron siempre replegadas en lo que se denominó microeconomía, a la espera de una nueva
oportunidad de imponer la hegemonía del dios mercado y sus banderas de la libertad de comercio y la defensa de la
propiedad privada

Y la oportunidad llegó de la mano de un fenómeno que la teoría keynesiana no había analizado: la inflación. Cómo
hablar de inflación en un tratado sobre la depresión.

La economía mundial se había transformado en una economía de oligopolios poderosos que, ante la creciente y
sostenida demanda, aumentaban rentabilidades subiendo los precios. Asimismo, los Estados de Bienestar, habían
consolidado sindicatos por actividad, también poderosos que ante la caída del salario real o para obtener mejoras,
conseguían subas nominales de salarios. Este mecanismo se conocería como espiral precio-salario.

Concomitantemente en 1973 se produjo la crisis del petróleo y la fundación de la OPEP.

Las teorías keynesianas al no tener respuesta ante la inflación, dejarían un espacio de poder vacío y, como se sabe,
si nadie lo ocupa, el poder mayor lo hará. Y lo hizo.

Las ideas liberales salieron de su reducto microeconómico y se lanzaron a liberar a la sociedad de la ineficiencia y
opresión de los Estados de Bienestar.

En 1911 en su obra El poder de compra del dinero, Irving Fisher (1864-1947) dio a conocer su inmortal contribución
al pensamiento económico: su ecuación cuantitativa del dinero 21. En ella los precios varían según el volumen de
dinero en circulación, habida cuenta de su velocidad de circulación o rotación, y del número de transacciones en las
que se utiliza. En ella está implícito que, en líneas generales la velocidad de circulación es más o menos constante y
que el volumen de transacciones es relativamente estable en el corto plazo. De modo que un aumento o
disminución de la cantidad de dinero afecta directamente a los precios. Así nacería el aparato teórico monetarista
que utilizaría Friedman para frenar la inflación. Milton Friedman (1912-2006), profesor de la universidad de Chicago
y discípulo de Hayek, fue el principal exponente norteamericano del mercado competitivo clásico que a su entender
sigue existiendo sin mayores alteraciones, salvo por la nefastas e improcedentes intervenciones estatales.

El problema básico de la organización social es cómo coordinar las actividades económicas


de un gran número de personas. Aun en las sociedades relativamente atrasadas se requiere
una extensa división del trabajo y especialización de funciones, a fin de hacer un uso efectivo
de los recursos disponibles. En las sociedades avanzadas, la escala en la cual la coordinación
es requerida, para aprovechar plenamente las oportunidades ofrecidas por la ciencia y
tecnologías modernas, es enormemente mayor... El desafío para el creyente en la libertad es
reconciliar esta generalizada interdependencia con la libertad individual 22

21

22
El valor que traerá el bienestar general y que por lo tanto hay que defender es la libertad individual. Traducida en
términos económicos, implica protección a la propiedad privada, libertad de empresa y competencia, que sólo
pueden darse bajo el reinado del mercado23.

Fundamentalmente, existen sólo dos modos de coordinar las actividades económicas de


millones de personas. Una es la dirección centralizada que implica el uso de la coerción –la
técnica del ejército y del moderno Estado totalitario. La otra es la cooperación voluntaria de
los individuos –la técnica del mercado24

Lo que nunca destacaron los economistas monetaristas, o neoliberales como se los denominaría más tarde, es que
la política monetaria no es neutra. La caída de la actividad económica tiene dos consecuencias. Por un lado el
aumento de la desocupación, especialmente en los sectores de trabajo menos calificado y, por el otro, la
destrucción y quiebre de pequeñas empresas que no tienen la oportunidad de soportar varios meses con pérdidas
como sí lo pueden hacer las más grandes, o bien por sus dimensiones o por su acceso a mercados extranjeros. En
definitiva, lejos de ser neutral el “éxito” de la política monetarista tiene como contracara mayor desocupación,
pobreza y concentración de la riqueza. Por otro lado surge claramente un ganador, un sector cuyos precios no
bajaron sino que subieron y que, reformas financieras y libre flujo de capitales mediante, se consolidará como los
grandes triunfadores y defensores de la hegemonía neoliberal: la actividad especulativo financiera en general y los
bancos en particular.

Con el prestigio académico de haber frenado a la inflación, sin la competencia del keynesianismo que se había
mostrado estéril y con el apoyo del sector financiero y los grandes grupos económicos, el neoliberalismo impuso al
individuo y a la competencia como valores universales y a la intervención estatal como su peor enemigo

La hegemonía del mercado se construyó mediante la reinstauración del viejo modelo de Estado gendarme liberal
pero en nuevo contexto, la globalización 25, signada por las nuevas tecnologías de la comunicación y de la
información.

Últimas palabras

Los liberales culpabilizan de ella a los mismos pobres, por ineptos, por vagos, por pretenciosos, por lo que fuere,
pero son ellos los culpables y responsables de sus propias miserias. El surgimiento del marxismo desplazo el eje, y la
culpabilidad de que la mayoría de la humanidad lleve una vida de bestias de carga ahora es del capitalismo (y de las
instituciones que lo reproducen y protegen), en el cual bajo el tótem de la propiedad privada y el libre comercio
condena, desde antes de su nacimiento, a la mayor parte de la humanidad. Con Keynes aparece un nuevo actor a
quien culpar, el Estado, o mejor dicho su inacción. El pleno empleo es un caso especial en el capitalismo, para todos
los otros casos de equilibrio con desempleo, la responsabilidad de que el desempleo persista es la falta de
intervención del Estado. Apareciendo un nuevo culpable en la causa, el juez le otorgó la libertad al capitalismo, pero
no a los pobres, quienes siempre serán sospechados, aunque desde esta perspectiva de modo complementario y
subsidiario, por prolíficos, incompetentes, ignorantes y vagos, categorías todas que el liberalismo supo (y sabe)
construir y legitimar.

La utopía neoliberal nos muestra una economía sin política ni historia. Una política sin lucha ni conflicto y una
historia sin ideología. En definitiva intenta imponer el pensamiento único como hegemónico 26, en el sentido de
saturar nuestras conciencias y percepciones de la realidad.

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