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- Tromboembolia sistémica
La mayor parte de los émbolos sistémicos (80%) se originan en trombos murales
intracardíacos; dos tercios se asocian a infartos del ventrículo izquierdo, y otro
25%, a una dilatación de la aurícula izquierda (p. ej., secundaria a una valvulopatía
mitral). Los demás se originan a partir de aneurismas aórticos, trombos que
revisten placas de ateroesclerosis ulceradas, vegetaciones valvulares
fragmentadas (v. capítulo 10) o en el sistema venoso (émbolos paradójicos); el 10-
15% de los émbolos sistémicos son de origen desconocido.
A diferencia de los émbolos venosos, que se suelen alojar en los pulmones, los
arteriales pueden llegar prácticamente a cualquier zona; el lugar en el que se
acaban alojando depende evidentemente de aquel en el que se originan y de las
velocidades relativas de flujo en los tejidos distales. Entre los lugares frecuentes
de embolización arteriolar están las extremidades inferiores (75%) o el sistema
nervioso central (10%); los intestinos, los riñones y el bazo son dianas menos
frecuentes. Las consecuencias de la embolización dependen del calibre del vaso
ocluido, del riego colateral y de la vulnerabilidad del tejido afectado a la hipoxia. Es
frecuente que los émbolos arteriales queden alojados en arterias terminales y
provoquen infartos.
Embolia grasa
Las lesiones por aplastamiento de los tejidos blandos o la rotura de las sinusoides
vasculares medulares (fractura de huesos largos) libera glóbulos microscópicos de
grasa hacia la circulación. Las embolias de grasa y médula son hallazgos
incidentales frecuentes tras realizar una reanimación cardiopulmonar enérgica,
pero posiblemente tengan poca importancia clínica. De un modo similar, aunque
se encuentran embolias de grasa y médula ósea en el 90% de los pacientes con
traumatismos esqueléticos graves (fig. 3-16, A), menos del 10% de ellos presentan
alguna clínica relacionada. Sin embargo, una minoría de pacientes desarrollan un
síndrome de embolia grasa sintomático, caracterizado por insuficiencia pulmonar,
síntomas neurológicos, anemia, trombocitopenia y un exntema petequial difuso,
que resulta mortal en el 10% de los casos. Los signos y síntomas clínicos se
manifiestan entre 1 y 3 días después de que se produzca la lesión, con aparición
súbita de disnea, taquipnea, taquicardia, irritabilidad e intranquilidad, que pueden
evolucionar con rapidez a delirio o coma.
La patogenia del síndrome de embolia grasa depende tanto de la obstrucción
mecánica como de las lesiones bioquímicas. Los microémbolos de grasa ocluyen
la microvasculatura cerebral y pulmonar, tanto de forma directa como al activar la
agregación plaquetaria. Este efecto pernicioso se agrava por la liberación de
ácidos grasos de los glóbulos grasos, lo que provoca una lesión tóxica en el
endotelio local. La activación de las plaquetas y el reclutamiento de los
granulocitos (con liberación de radicales libres, proteasas y eicosanoides) (v.
capítulo 2) completan el daño vascular. Como los lípidos se disuelven por la
acción de los agentes empleados en el procesamiento de los tejidos, para
demostrar la presencia de microglóbulos de grasa es preciso emplear técnicas
especializadas (cortes congelados y tinciones para grasa), salvo que se
acompañen de elementos medulares.
Embolia de líquido amniótico
La embolia de líquido amniótico es una complicación infrecuente y grave del parto
y del posparto inmediato (1 de cada 40.000 partos). La mortalidad se aproxima al
80%, lo que convierte a este proceso en la causa de muerte materna más
frecuente en el mundo desarrollado; este trastorno explica el 10% de las muertes
maternas en EE. UU. y el 85% de las supervivientes sufren alguna forma de
deficiencia neurológica permanente.
La aparición se caracteriza por disnea intensa súbita, cianosis y shock hipotensivo,
tras los cuales aparecen convulsiones y coma. Si la paciente sobrevive a la crisis
inicial, es típica la aparición de edema pulmonar, junto con una CID
(aproximadamente en la mitad de los casos) secundaria a la liberación de
sustancias trombógenas del líquido amniótico.
La causa subyacente es la entrada de líquido amniótico (y de su contenido) a la
circulación materna a través de desgarros en las membranas placentarias y/o
rotura de la vena uterina. El análisis histológico muestra la presencia de células
escamosas descamadas de la piel fetal, vello de tipo lanugo, grasa del unto
sebáceo y mucina originada en el epitelio de la vía respiratoria o del tubo digestivo
del feto dentro de la microcirculación pulmonar de la madre (fig. 13-16, B). Otros
hallazgos son un importante edema pulmonar, daño alveolar difuso y trombos de
fibrina a nivel sistémico causados por la CID.
Embolia gaseosa
Las burbujas de aire dentro de la circulación pueden fusionarse y obstruir el flujo,
ocasionando lesiones isquémicas distales. Por tanto, la presencia de un pequeño
volumen de aire atrapado dentro de una arteria coronaria en la cirugía de
derivación de la misma o introducido en la circulación arterial cerebral durante una
intervención neuroquirúrgica realizada con el paciente sentado en posición erecta
puede ocluir el flujo, con consecuencias terribles.
Los émbolos gaseosos venosos pequeños no tienen repercusiones negativas,
pero se puede producir la entrada de suficiente aire dentro de la circulación
pulmonar durante las intervenciones obstétricas o como consecuencia de un
traumatismo de la pared torácica como para provocar hipoxia; los émbolos
venosos de gran tamaño pueden causar parada cardíaca y muerte.
Una forma especial de embolia gaseosa se llama enfermedad por descompresión
y se debe a los cambios súbitos que se producen en la presión atmosférica. Así,
los buceadores, los trabajadores de la construcción subacuática y las personas
que ascienden con rapidez en aeronaves no presurizadas corren el riesgo de
presentar esta entidad. Cuando se respira aire a altas presiones (p. ej., durante
una inmersión profunda en el mar), se disuelve una mayor cantidad de gas (sobre
todo nitrógeno) en la sangre y los tejidos. Cuando, posteriormente, el buzo
asciende (se despresuriza) con demasiada rapidez, el nitrógeno se expande en los
tejidos y forma burbujas cuando deja de estar disuelto en la sangre y da lugar a
émbolos de gas, que provocan isquemia tisular.
- Infarto
En la mayor parte de los tejidos, el principal hallazgo histológico asociado al infarto
es la necrosis isquémica coagulativa. Se empieza a observar una respuesta
inflamatoria alrededor de los márgenes del infarto en unas pocas horas y, en
general, está bien definida en 1-2 días. Al final, a la inflamación le sigue la
reparación, que comienza por los márgenes conservados. En algunos tejidos se
puede producir regeneración parenquimatosa en la periferia del infarto, porque
aquí se ha conservado la arquitectura del estroma subyacente. Sin embargo,
la mayor parte de los infartos acaban sustituidos por una cicatriz
(fig. 3-18). El encéfalo es una excepción a estas reglas generales; el tejido
isquémico del sistema nervioso central sufre una necrosis por licuefacción (v.
capítulo 1). Los infartos sépticos se observan cuando se produce la embolización
de las vegetaciones de las válvulas cardíacas infectadas o cuando se produce la
diseminación del tejido necrótico por microbios. En estos casos, el infarto se
convierte en un absceso con la correspondiente respuesta inflamatoria de mayor
intensidad (v. capítulo 2).