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PUENTE PARA LAS RUPTURAS

Como se había anunciado, el viernes fue inaugurada la exposición Puente para las
rupturas, con la presencia de destacas personalidades de la cultura y un numeroso
público. Las palabras inaugurales estuvieron a cargo de la Licenciada Hilda María
Rodríguez Enríquez, Profesora Adjunta de la Facultad de Artes y Letras de la
Universidad de La Habana quien ha desarrollado también una importante labor
como crítica de arte, curadora, artista plástica e investigadora de arte asiático
contemporáneo.

Palabras de apertura de la exposición Puente para las rupturas

La invitación a presentar la exposición Puente para las rupturas, curada por


Hortensia Montero, me ha hecho volver a experimentar muchas de las vivencias
que hace algo más de 20 años fueron provocadas por la Tesis de Grado que
realizamos mi colega Concepción Otero y yo, en condiciones privilegiadas y no por
ello menos complejas y controvertidas.

La muestra me obligó a revisitar las salas cubanas, romper mi silencio, revitalizar el


ejercicio crítico, repasar mis referencias y los cambios en mis consideraciones y
criterios. Claro está que esto se trata sólo de una presentación y no pretendo
expresar todas las reflexiones que me ha provocado, aunque confieso que no deja
de comportar un riesgo particularmente en estos tiempos de cólera y polémica,
sobre todo por aquello de la causa y el efecto, pues según Nietzsche: "Antes del
efecto uno cree en causas diferentes a aquellas posteriores al efecto."

La década del 70 fue, sin dudas, un lapso histórico bien distintivo. Inaugurada con
la zafra de los diez millones, se caracterizó por un espíritu emprendedor, pero
también triunfalista. Época de metas, consignas, institucionalización y eventismo,
especialmente en el campo de la creación artística, sentó las bases para privilegiar
la competencia.

En relación con las artes plásticas, fue una década muy ponderada, pero sobre todo
en el decenio siguiente, fue también muy criticada, llevada y traída, pero no
siempre entendida, aunque curiosamente fue censurada por muchos de los que
también la legitimaron.

Ciertamente no fue una época prodigiosa para las artes visuales. Como
consecuencia de las condiciones del contexto, predominó una percepción sobre un
progreso aparentemente sin conflictos, lo cual no propició el cuestionamiento, ni la
interacción. Ello se tradujo en una producción simbólica arquetípica en la mayoría
de los casos, en una iconografía estereotipada.

No obstante el ostracismo, manifiesto en el escaso intercambio con el escenario


internacional, la deficiente información y los esquemas sobre lo que debía significar
el arte, adoleció de una empobrecida pesquisa y fue condenada al descrédito por el
exceso de apología, el panfleto, la fragilidad temática,"la adjetivación", el hacer
acrítico, mimético y la desmesurada complacencia representacional. Pero también
desde mi punto de vista, que le debe mucho más a la experiencia de vivir vinculada
al fenómeno, a los procesos creativos, promocionales y a los acontecimientos socio-
culturales del momento, más que a la sabiduría, no creo que se trató de un decenio
completamente estéril, de prematura caducidad, anquilosamiento irreversible y
orfandad creativa. Coexistieron fórmulas trasnochadas y poéticas que validaban la
inquietud de los artistas más auténticos en su búsqueda. De ahí el manejo de
muchos de los "ismos" en versiones contextuales y en estilos reconocibles a nivel
individual.

Gran parte del periodo se convirtió en un “puente” con pilares que también fueron
protagonistas de cambios asumidos progresivamente, en un proceso orgánico de
continuidad, que al negarse a sí mismo se superó. A fin de cuentas, como bien
expresó Carlos Rafael Rodríguez “…toda ruptura es una continuidad.”

Creo que la década generó su propia negación dialéctica y no sería justo


desconocer que en ese proceso de apariencia aletargada y de sentenciada
estaticidad permanente, justo desde dentro, germinó la semilla que propició el
salto.

La exposición entonces intenta connotar una arista diferente que estaba presente y
que no ha sido vindicada, aquella que sin representar el “verbo grave”, discurre
sobre vivencias legítimas, personales, evoca historias íntimas, aunque no falta el
comentario social, aún en tonos menores, las referencias al sexo, ya despojadas de
gratuidades de extremos o falso moralismo. De hecho la muestra no exhibe
versiones apologéticas, ni una impostada búsqueda de raíces traducidas en postales
folklóricas, ni discursos grandilocuentes o interpretaciones oficialistas de pasajes y
figuras de épica.

No creo que se trate de sobredimensionar lo que tiene simplemente su propio y


justo alcance. De manera modesta y sin exhuberancia -aunque quizá con ausencias
y presencias cuestionables- estas obras y artistas extienden un puente que no
siempre fue advertido. Los más notables en este conjunto fueron los mismos que
formaron parte de aquel Volumen Uno, renovador para nuestro contexto, que
surgió con vocación de apertura, investigación, nítida intención gnóstica y
presupuestos ideo-estéticos de incidencia socio-cultural y de confrontación.

Esta es una exposición de ensayo y apuntes, que intenta apartar algunas


hojarascas, denotar los atisbos de una anunciación que puede ser quizá mejor
comprendida al reencontrarnos con las salas permanentes, ahora mejoradas tras un
denodado esfuerzo para su recomposición y enriquecimiento

Los hilos del tejido curatorial en esta muestra operan en virtud de las de las
relaciones no detectadas a fuerza de tanta sentencia. En verdad en 1980, la crítica
más prestigiada dejaba claro y acuñado como legítimas la valía y distinción del
fotorrealismo insular y el lugar de obras como Todo lo que usted necesita es amor,
Retrato de Antonia Eiriz. Había ponderado el contenidismo de Flavio Garciandía, la
interpretación del informalismo en Tomás Sánchez, la gravedad de sus
crucifixiones, el virtuosismo y espiritualidad de sus paisajes, así como los aportes
de la “semiótica” de Frémez, la autenticidad y la frescura de la obra de Mendive, en
su constante exploración de lo mítico y lo popular. Destacaba el probado oficio y el
lirismo sui géneris de Gory o la versatilidad en los tanteos creativos polisémicos de
Cuenca, por mencionar algunos de los incluidos en la singular nómina de este
puente.

 Algunos pueden pensar que se ha tratado de buscar una aguja en un pajar,


aunque como escribí recientemente, esa es una posibilidad lícita, pero me inclino a
creer que la finalidad de esta muestra ha sido la de denotar los valores insertos en
un fragmento de nuestra visualidad, proponiendo sólo una tesis que deberá
estimular la interpretación flexible, el diálogo, la reflexión y hasta la más
apasionada polémica. Entonces habrá cumplido su también asignado rol
provocador.

En última instancia, retomando a Nietzsche, cada virtud tiene su tiempo. A quien


hoy es inflexible, a menudo su honradez le produce remordimiento de conciencia
pues la inflexibilidad es la virtud de una época diferente a la de la honradez.

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