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el nuevo sistema social del capitalismo tardío en la configuración de un contexto que se
relaciona con la nueva producción de significados, donde la relación de un mercado voraz
como modelo importado desde EEUU hará de la obsolescencia de lo nuevo la norma,
consagrando así la rápida aparición de una sensibilidad moderna, que por otra parte, no
invalida su naturaleza específica como signo artístico.1 Así se sucederán nuevas teorías y
discursos basados en prácticas donde el predominio de lo subjetivo tambaleará el sistema
de clasificación de movimientos y estilos propios de la tradición por el concepto de
tendencias, abarcando el fenómeno de rapidez de innovación con la que se sucede la
complejidad de obras. En ese medio siglo de dificultad para establecer un mapa sobre el
territorio, encontramos continuidades y relaciones que abrirán nuevos debates a través de
obras que todavía hoy continúan un proceso que pone a prueba la capacidad de nuestra
mirada expandida.
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Simón Marchán. Del arte objetual al arte de concepto. (Madrid: Ediciones Akal, 1997), 14-15.
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humilde e insignificante. En realidad es la posibilidad de ver y sentir un mundo nuevo y
su relación íntima con el ser, donde aparece la experiencia estética de un arte “otro”, una
belleza otra. En el caso español, el aislacionismo que mantuvo alejadas las corrientes de
vanguardia internacionales del imperativo academicista, empieza a superarse hacia la
mitad del siglo. Las obras que presentaré corresponden a Antoni Tàpies y Juan Muñoz.
El primero de ellos renovará el panorama artístico nacional influenciado por artistas como
Dubuffet y Fautrier, adscritos a los conceptos que acuñó el crítico francés Michel Tapié
como art informel y art autre, iniciando así una búsqueda que le llevará al encuentro e
introducción de la materia como vía de expresión, la misma que le permite someter a
múltiples representaciones la posibilidad de reflexión en torno al cuerpo. Por su parte,
Juan Muñoz, artista multidisciplinar y renovador de la escultura contemporánea, nos
habla a través de otra materialidad por medio de la figuración humana. En un momento
en el que sobre todo se había impuesto el arte conceptual, que tras los sesenta desplega
discursos a través de la desaparición de la materia, Muñoz por el contrario recurre a la
escultura como un medio que le sirve para bucear y acercarse a lo más recóndito de la
condición humana.
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Alain Corbin, Jean-Jacques Courtine y Georges Vigarello. Historia del cuerpo. (Madrid: Santillana
Ediciones Generales, 2006), 21-22.
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inquietud que llega hasta el momento actual en pleno siglo XXI. La idea de un cuerpo y
su condición como fragmento en estas obras, es señalada a través de toda su fragilidad
por medio de la agresión que deviene como elemento básico de apropiación y modo de
articular su disociación con todo aquello que lo confiere como humano. Por medio de
ellas y la temporalidad que las cruza, queremos establecer su conexión en esta idea: la
crisis del sujeto moderno tras la segunda mitad del siglo XX y su encaje forzado en un
contexto donde se justifica como normalidad constituirse como parte de lo mismo. Así,
el hombre contemporáneo es insertado en unos modos de incomunicación que lo
constituyen como el producto del drama de su aislamiento. La historia reciente sigue
siendo testigo de una violencia aplicada en cuerpos sometidos a pruebas de tortura y
masacres, en el que recae en su cara más externa los rastros de aquello que define su cara
más interna. Como alternativa, Elena Sacchetti nos recuerda que “el cuerpo, como texto
y lugar de la representación simbólica, y como agente activo en la creación de
significados, es también el campo simbólico de la reproducción, la resistencia o la
transformación de los significados dominantes”.3
Esa violencia en el modo de someter o ser sometido es lo que transita como subtexto
en las obras prsentadas: Desnudo, de Antoni Tàpies y Piezas de Conversación, de Juan
Muñoz. La primera de ellas nos presenta una pintura matérica que muestra por medio de
los procedimientos de una técnica mixta la corporalidad, el espesor que constituye una
energía interior a través de la transformación de los materiales hacia la reflexión y el
descubrimiento de la materia. Mediante esa forma descarnada que presenciamos,
podemos percibir la crudeza que informalistas como Jean Fautrier en sus Otages ya
expresaron con la tactilidad de sus obras. Nos habla el acontecimiento repetido sobre un
cuerpo quebrado, lo que queda de él, quizás la de un pasado que nos interpela en un
presente e impone tomar consciencia de nuestra situación en el espacio que nos
corresponde como espectadores, mostrándonos un cuerpo dividido, abandonado de su
principio básico: somos cuerpo, no podemos separarnos de lo que nos conforma, “el
cuerpo no es una cosa exterior, es la posibilidad misma que haya interior”.4 Fuera de ese
3
Elena Sacchetti. “Arte y Antropología,” Fundación Centro de Estudios Andaluces, Serie 4, no. 1 (2009),
https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=5688833
4
Valeriano Bozal. “Tàpies, muro, tiempo y cuerpo”. En Tàpies en perpectiva. (Barcelona: Museu d’Art
Contemporani de Barcelona i Actar, 2004), 110.
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principio lo que sucede en ella, el encuentro ante la obscenidad, remite a un imaginario
de horrores, de atrocidades propias de totalitarismos que atraviesan el siglo. Bajo la
imagen estetizada, subyace el intento de desviarnos del objetivo y compromiso que
persigue: sus derechos y libertades. Aquel cuerpo que podía sentir, es abocado ahora a
todo tipo de marcas e incisiones sobre la materia hecha carne, rasgada por todo aquello
que el cuerpo no tiene y convertida así en amasijo informe. No es el resultado del proceso
de su condición temporal, es la herida que no niega lo impúdico de su contingencia,
materia carnal ajena a lo ideal que deja atrás cualquier tipo de huella que nos remita al
término Belleza y su inmunidad sobre algo detenido. Aquí el tiempo es memoria hecha
presente, aquello que en su circularidad nos redirige frente a ella y de forma continua a la
adversidad de realidades cotidianas repetidas. Una poética que nos habla desde un
contexto donde a través de la materia percibimos la impronta de la miseria y la violencia.
La imagen que se enfrenta ante nosotros, expone un cuerpo que se adueña y penetra en
nuestro ámbito personal, hasta que permeados por lo expuesto acaba afectando nuestra
actitud. Nuestra realidad más inmediata queda supeditada hasta que ese cuerpo ya es el
nuestro, su miseria y sus heridas somos nosotros, convertidos en víctimas pero igualmente
en verdugos. Esta es la ambivalencia del individuo que marcará su relación corporal en
un tiempo abiertamente “moderno” iniciado en la segunda mitad de siglo XX. Como dice
Serge Guilbaut refiriéndose a un futuro presagiado en la posguerra y con el escenario
posterior del Telón de Acero “la condición esencial de la modernidad pasó a ser una suerte
de angustia primordial”.5 Un miedo que junto a las ansias de renovación y búsqueda de
nuevos modos de expresión convirtieron el conjunto de crisis individuales en el inicio de
un claro desplazamiento en el arte, donde la importancia del contexto irá imponiéndose a
través de lo temporal y lo geográfico, lo social y político en otras relaciones entre obra y
espectador.
5
Serge Guilbaut et al., “Pinceles, palos, manchas: algunas cuestiones culturales en Nueva York y París
tras la Segunda Guerra Mundial”. (Coedición: MACBA y MNCARS, 2007), 15-63.
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a procesos y predominios de lo poético y conceptual en el espacio de un significado
externo. El contrapunto que se propone desde la obra presentada de Juan Muñoz, es el
recurso a la figuración por medio del valor de lo objetual, en un momento donde ese
lenguaje no posee el reconocimiento de la crítica. Apostando por una renovada catarsis
en un juego de la materia entre realidad y ficción, no intenta ocultar el lado más
destructivo de toda nueva tendencia que consiste en esa persistencia de lucha implícita
contra las formas sociales que pretende criticar. De esta manera acepta ese carácter que
siempre viene de más lejos, de una herencia que renueva la actitud. En Pieza de
Conversación, se plantea por medio de figuras humanas, o los fragmentos que quedan de
ellas, la idea de unos cuerpos despersonalizados que han superado la condición de
representación de Belleza por otros intereses culturales en una sociedad que los somete a
nuevas interpelaciones. La identidad, el género, la fragilidad de la condición humana se
presentarán como nuevas categorías a investigar. Aquí aparece lo desconcertante y veraz
en los cuerpos de Juan Muñoz, entre la escultura y la instalación, donde el efecto de lo
incómodo viene provocado por la misma participación del espectador. Estas figuras
comparten un nexo común de voluntad de trascender al objeto que representan, algo
propio y colectivo manifestado por el cuerpo como vehículo de expresión que adopta el
protagonismo de un sujeto que reclama la capacidad de exigir presencia y otros tipos de
mirada sobre el. La mirada y los pasos que nos acercan a la obra producen en esta
experiencia la tensión que transmite: la incomunicación, la dificultad de relacionarnos
aunque podamos percibir ese intento por hacerlo, el aislamiento que nos iguala y nos
convierte en moldes indistintos como esos seres que se nos presentan, sujetos
inexpresivos impedidos de desplazamiento por su base semicircular así como de
estabilidad que acaban produciendo una emoción y sensación de extrañeza e impiden
auto-reconocernos. Sujetos en el sentido que nos advierte Foucault, cuerpos sujetos a un
otro invisible que mediante la aplicación de mecanismos de dependencia se han dispuesto
a través de conveniencias que anulan cualquier iniciativa de resistencia. Entonces
percibimos la aparición del terror: la felicidad de la libertad en la alienación. Si el cuerpo
se constituye como receptáculo de una violencia física, no excluye a esta otra, moral y
más subjetiva pero igualmente efectiva, que se encarga de transmitir la idea de que todos
podemos ser otros siempre que dejemos de ser.
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Desde dos movimientos diferentes, la pintura informalista de Desnudo y las
esculturas que conforman el modelo de figuración de Pieza de conversación, ambas
remiten a un vínculo compartido de significado que desde nuestros cuerpos otorgamos a
las diferentes relaciones que nos interpelan y que hacen que podamos otorgarles
entendimiento. Una de las más importantes es la relación mantenida entre el cuerpo
anónimo de Desnudo y los cuerpos impedidos de identificación de la instalación de
Muñoz. Lo que une a estas obras, no es tanto el fragmento de lo que queda después de la
rotura sino lo que en este caso las conforma como aquello no acabado, como un esbozo
de algo que debería ser un todo pero solo consigue constituirse como una parte de algo
más (o menos). La sensación de lo homogéneo oculta la individualización de las figuras,
idea que transita entre las dos obras y que mediante complejos mecanismos de
visualización demostrarán la despersonalización de figuras y la idea de cuerpos como una
masa uniforme o de sujeto unificado. Como conclusión, cabe preguntarse si la
persistencia del arte desde sus diferentes movimientos y experiencias como registro y
denuncia pueden ser o no efectivos desde la desolación a la que el cuerpo es sometido,
desde todo lo aprendido a todo lo extraño e impropio que acaba por infiltrarse en la carne.
Teniendo en cuenta que el arte contemporáneo deja paso a una desacralización de la obra
de arte y donde la reflexión por medio de diferentes conceptos toman partido en la crítica
y observación de nuestro entorno y realidad social, el cuerpo será cada vez más aquello
contingente abierto a la realidad que lo circunda. Creo oportuno citar un comentario de
Rosalind E. Krauss cuando refiriéndose a una obra minimalista de Richard Serra en la
década de los 60 expone perfectamente la búsqueda de significado y la implicación en la
simbiosis entre obra y cuerpo y su relación con todo aquello que nos constituye y afecta.
…nosotros mismos somos como el Dispositivo. No somos un conjunto de
significados privados que podamos elegir o no elegir hacer públicos para los demás.
Somos la suma de nuestros gestos visibles. Somos tan accesibles a los demás como
a nosotros mismos. Nuestros gestos mismos están formados por el mundo público,
por sus convenciones, sus lenguajes, el repertorio de sus emociones, en el cual
aprendemos las nuestras […] en la misma época en que los novelistas franceses
declaraban: “Yo no escribo. Soy escrito”.6
6
Rosalind E. Krauss. Pasajes de la escultura moderna. (Madrid: Ediciones Akal, 2002), 263.
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El diálogo entre las obras expuestas ha planeado desde una mirada que focaliza la
experiencia como trazado por donde discurren sus contenidos. En ellas hemos encontrado
lo que no agrada pero sí conmueve, en ese punto intermedio entre lo que confiere al
hombre la capacidad de saberse instituido por el abatimiento y la emoción. Mientras tanto,
queda el intento de situarnos frente a la imagen, cerrar los ojos y ver con el cuerpo para
finalmente desplegar nuestra producción imaginativa y tener presente las palabras que
expuso John Berger: “no es que tengamos esperanza, sino que la albergamos”.
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Bibliografía
Corbin, Alain, Jean-Jacques Courtine y Georges Vigarello. Historia del cuerpo. Madrid:
Santillana Ediciones Generales, 2006.
Foster, Hal, Rosalind Krauss, Yve-Alain Bois y Benjamin H.D. Buchloh. Arte desde
1900. Madrid: Ediciones Akal, 2006.
Guasch, Anna M. “La materia y el gesto: el informalismo español”. En El arte del siglo
XX en sus exposiciones: 1945-1995, 36-46. Barcelona: Ediciones del Serbal, 2009.
Javier Maderuelo et al., Medio siglo de arte: Últimas tendencias, 1955- 2005. Madrid:
Abada Editores, 2006.
Marchán, Simón. Del arte objetual al arte de concepto. Madrid: Ediciones Akal, 1997.
Serge Guilbaut et al., “Pinceles, palos, manchas: algunas cuestiones culturales en Nueva
York y París tras la Segunda Guerra Mundial”. En Bajo la bomba. El jazz de la
guerra de imágenes transatlàntica. 1946 – 1956, 15-63. Coedición: MACBA y
MNCARS, 2007.
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Antoni Tàpies: Desnudo, 1966. Técnica mixta sobre tela (130x162 cm). Colección particular.
Juan Muñoz: Piezas de conversación, 1995. Escultura en bronce. Hirshhorn Museum (Washington)
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