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El zorro de arriba y el zorro de abajo es la sexta y última novela del escritor peruano José María
Arguedas publicada póstumamente en 1971. Es una novela trunca, es decir, no culminada, y que se halla
intercalada por unos diarios personales e intimistas donde el autor refiere los tormentos que le agobiaban
mientras iba escribiendo la novela, para finalmente anunciar su inminente suicidio. Complementan la obra
dos cartas y un epílogo. La novela pinta las consecuencias del acelerado proceso de modernización del
puerto de Chimbote, motivado por el boom pesquero; hacía allí llegan miles de inmigrantes andinos
atraídos por la oportunidad de ganarse la vida en una pujante urbe industrial, y al mismo tiempo
asimilarse a la llamada «modernidad», todo lo cual, según la óptica del escritor, trae consecuencias
nefastas: la pérdida de la identidad cultural del hombre andino y su degeneración moral al sucumbir ante
los vicios de la ciudad, en bares y burdeles.
Contexto
Según la correspondencia del autor, el proyecto de la novela habría nacido en los primeros meses de
1966. En cartas enviadas al editor español Carlos Barral fechadas en ese año, Arguedas le cuenta sobre un
proyecto de novela que versaría sobre los pescadores de anchoveta y sobre la revolución producida por la
industria de la harina de pescado en la costa peruana.[1] Por otras fuentes sabemos que originalmente el
proyecto novelístico estaba ambientado en el Puerto de Supe, que también vivía el boom pesquero, pero
luego fue desplazado por Chimbote, hacía donde Arguedas viajó varias veces para documentarse y hacer
entrevistas a pescadores y trabajadores del puerto. Fue a mediados de 1968 cuando se le ocurrió intercalar
entre los capítulos de ficción de su novela unos diarios personales, el primero de los cuales redactó los
días 10, 11, 13, 15 y 16 de mayo. Este «primer diario» apareció en la revista Amaru y fue lo que desató su
polémica con el escritor argentino Julio Cortázar, a raíz de las críticas destempladas que éste hiciera a la
literatura regionalista o telúrica.[2] Fue una época difícil para el escritor pues atravesaba una fuerte crisis
depresiva, que ya antes lo llevó a un intento de suicidio (en 1966); vivía en una continua lucha contra el
insomnio y los dolores en la nuca y en la espalda. Aun así se esforzó en llevar adelante su proyecto de
novela y redactó cuatro capítulos (que conforman la primera parte del libro), según cuenta en el segundo
y tercer diario que intercala en la obra. El segundo diario está fechado en el Museo de Sitio de Puruchuco,
en Lima, febrero de 1969, y el tercer diario en Chile, en mayo del mismo año. En Chile redactó también
lo que llamó los «hervores» de la segunda parte del libro, pero después anunció estar psíquicamente
incapacitado para continuar. Es entonces cuando preparó su suicidio y adquirió un revólver. En lo que
rotuló como el «¿Último diario?» (cuya revisión está fechada en octubre de aquel año) mencionó el
balazo que pondría fin a su vida; un mes después cumplió su amenaza (noviembre de 1969). Finalmente
se inserta en la obra como epílogo la carta que el escritor envió al editor Gonzalo Losada dando sus
últimas disposiciones sobre la publicación de la obra, pese a haber quedado trunca. Se ha dicho con
certeza que la muerte del escritor pone fin a la novela.
Los zorros a los que hace referencia el singular título de la obra (el de arriba y el de abajo) son personajes
mitológicos tomados por el autor de unas leyendas indígenas recopilados a fines del siglo XVI o
comienzos del siglo XVII por el doctrinero hispanoperuano don Francisco de Ávila en la provincia de
Huarochirí. Estas leyendas escritas en quechua fueron traducidas al castellano y editadas por el mismo
Arguedas bajo el título de Dioses y hombres de Huarochirí (1966).
La leyenda de los zorros es la siguiente: en tiempos remotos dos zorros se encontraron en el cerro
Latausaco, en Huarochirí (sierra del actual departamento de Lima), junto al cuerpo dormido de
Huatyacuri, hijo del dios Pariacaca. El mundo se hallaba dividido en dos regiones, de donde provenía
cada zorro:
Es decir lo que después vino a llamarse respectivamente la costa y la sierra, división tradicional del
territorio que hoy conocemos como el Perú. Los zorros se convierten en consejeros de Huatyacuri,
quienes le ayudan a vencer los retos que le impone el yerno del dios Tamtañamca, pero a la vez son
observadores discretos y algo burlones de todo lo que ocurre.
Según el plan del escritor, estos zorros debían ser los guías o narradores de la historia, como símbolos de
cada una de las mitades del Perú y que se reencuentran luego de 2,500 años en lo alto de un cerro de arena
a cuyos pies se extiende Chimbote, un puerto que se hallaba entonces en plena efervescencia motivada
por el boom pesquero. En efecto, Chimbote está situado en la «región de abajo» y hacía allí llegan miles
de inmigrantes provenientes de la sierra o la «región de arriba». Según el plan del lector estos zorros
debían entrometerse de vez en cuando en los sucesos narrados para comentarlos y orientarlos. Sin
embargo tal plan no se desarrolla a plenitud. Los zorros solo figuran en dos ocasiones con nombre propio,
al final del Primer Diario y del capítulo I; otras veces parecen encarnarse en el capítulo III en las figuras
de don Ángel Rincón Jaramillo (el zorro de abajo) y don Diego (el zorro de arriba), aunque de manera no
muy clara.[3]
Escenario
Época
La época en que está ambientado el relato es la década de 1960, es decir sincroniza con el tiempo en que
fue escrito. Hay una alusión concreta a un año, 1967. El autor solo pudo escribir cuatro capítulos
completos que conforman la primera parte, así como lo que llamó los «hervores» de la segunda parte,
además de los diarios que intercaló a lo largo de la obra, labor que hizo entre mayo de 1968 y agosto de
1969, para poco después suicidarse disparándose un tiro en la cabeza.
Personajes
Los personajes de la novela mencionan constantemente a un tal Braschi, presentado como el patrón
mayor de la industria pesquera, admirado por muchos y odiado por otros. Sin duda se inspira en la figura
de Luis Banchero Rossi, el famoso industrial peruano cuya audacia y visión hizo posible en el Perú el
surgimiento sideral de la industria de la harina y el aceite de pescado, al punto de convertir a su país en la
primera potencia pesquera del mundo. En la novela, Braschi es presentado, más que como un explotador
económico, como un agente de corrupción moral. A él se debe no solo que Chimbote se convierta en un
emporio con fábricas modernas, sino que la ciudad se llene de bares y prostíbulos, operación planeada
meticulosamente por Braschi y sus lugartenientes, a fin de que los trabajadores serranos dilapiden todo el
dinero ganado en putas y borracheras y de esa manera queden sujetos indefinidamente a ese aberrante
sistema. Tiene a su servicio un grupo de matones y soplones, la «mafia», que se encargan de facilitar la
consecución de sus intereses. El mismo Braschi encarna en su persona lo más bajo de la depravación
moral: es un pederasta pasivo, que se deja sodomizar por el Mudo y por otros pescadores en el prostíbulo
de la ciudad, aunque en los días en que está ambientada la novela hacía tiempo que Braschi ya no visitaba
Chimbote.[4]
El personaje de la vida real, Banchero, fue asesinado al comenzar el año de 1972, en circunstancias no
esclarecidas. Poco después el gobierno militar presidido por el general Juan Velasco Alvarado estatizó la
industria pesquera.
Estructura
La obra consta de dos partes y un epílogo; la primera parte consta de cuatro capítulos, los únicos
terminados.
PRIMERA PARTE
PRIMER DIARIO
Fechado en Santiago de Chile, 10 de mayo de 1968, en el primer diario el autor narra una secuencia de su
vida que desemboca en su primer intento de suicidio de 1966. Cuenta que contrajo en la infancia una
«dolencia psíquica» que hizo crisis en mayo de 1944 (tenía entonces 33 años) y que lo dejó casi cinco
años neutralizado para escribir; de esa crisis salió, en parte, gracias a su encuentro con una prostituta, una
zamba gorda que le devolvió el amor de vivir. Pero intelectualmente, no se recuperó del todo y a lo largo
de esos años solo leyó unos cuantos libros. En abril de 1966 intentó suicidarse, porque se sentía un
«enfermo inepto», un simple espectador de los acontecimientos revolucionarios que sacudían al mundo y
no soportaba el no poder ser un participante. Pero inmediatamente dice que si volviera a escribir
recobraría la sanidad, y que para facilitar ello se enfocaría primero en un tema que en ese momento le
obsesionaba, sobre el cómo no pudo matarse, que luego enlazaría con los motivos elegidos para una
novela a la que bautiza con el nombre de El Zorro de Arriba y el Zorro de Abajo. En otros diarios
(fechados el 11, 13, 15, 16 y 17 de mayo) rememora algunos episodios entre agradables y tormentosos de
su infancia y adolescencia, así como hace alusiones a la reciente polémica que tuvo con el escritor
argentino Julio Cortázar y a su gran amistad con el escritor mexicano Juan Rulfo.
CAPÍTULO I
Comienza narrando las acciones de Chaucato, patrón de la bolichera «Sansón I», y sus trabajadores
pesqueros, entre los que se hallan los apodados «el Mudo» y «el Violinista». El diálogo entre estos
personajes es excesivamente vulgar, con jergas e insultos denigrantes, según el uso de los pescadores del
puerto de Chimbote. Resaltan los dicterios que recibe el Mudo por su condición de homosexual. Chaucato
y sus pescadores acarrean del mar toneladas de anchovetas que luego lo venden a las fábricas para su
conversión en harina y aceite de pescado. El dinero que ganan por este trabajo, muy sustancioso, lo
dilapidan después en los bares y prostíbulos del puerto. El burdel emblemático de Chimbote se divide en
tres secciones: el salón rosado, el salón blanco y el corral, siendo el primero de mayor jerarquía, donde
atienden prostitutas extranjeras (como «la Argentina»), y el último el de nivel más bajo, donde se ofrecen
mujeres pobres, mayormente de origen andino y selvático. En ese ambiente ocurren grescas entre los
visitantes, peleas con las mujeres, encerronas, borracheras, sadomasoquismo, etc. Por ejemplo, el pleito
del Mudo con el gringo Maxwell, a quien amenaza degollar con un cuchillo, y la incursión de un cabo de
la guardia civil, a quien algunos revoltosos sobornan para evitar ser apresados. Un pescador serrano, Asto,
ostentosamente celebra su mejora salarial visitando asiduamente a «la Argentina», la prostituta más
cotizada del salón rosado, por ser extranjera, blanca y rubia. En otra escena, tres prostitutas del Corral
(entre ellas la Orfa y Paula Melchora) retornan caminando a su barriada, lamentando su situación. El
capítulo finaliza mencionándose a Chaucato, quien duerme plácidamente en un cuarto del burdel,
mientras que dos prostitutas, la «Flaca» y la «China», se reparten el pago, aunque la última reclama haber
hecho sola el «trabajo».
CAPÍTULO II
Este capítulo presenta a un extravagante personaje, el loco Moncada, un zambo que predica en calles y
plazas del puerto, utilizando disfraces según la ocasión. Un ejemplo de esas alocuciones o monólogos es
el siguiente:
Miren como toreo las perversidades, las pestilencias. Yo soy lunar negro que adorna la cara, el lunar
cuando está en la mejilla de la mujer buenamoza o en la frente del hombre es adorno. ¿Quién dice que
no?, yo soy lunar de Dios en la tierra, ante la humanidad. Ustedes saben que la policía me ha querido
llevar preso, otras veces decían que era gato con uñas largazas, de ladrón. Yo, no niego que soy gato, pero
robo la amistad, el corazón Dios, así araño yo... y no es la moneda la que me hace disvariar sino mi
estrella...
El loco Moncada, con una pesada cruz al hombro, recorre la ciudad, pasando por el mercado. Al llegar a
la vía del ferrocarril encuentra un gallo triturado por un vagón, que recoge y mastica. La gente lo ve
dirigirse hacia las barriadas situadas más lejos, en los arenales. Sucedía entonces que las autoridades
habían convencido a los pobladores pobres a que enterraran a sus muertos en un nuevo cementerio
habilitado en una pampa hondonada situado al otro lado de la barriada de San Pedro. El antiguo
cementerio, situado en un médano colindante con la carretera principal, había sido cercado con un muro y
en su fachada colocada un gran arco; sería destinado en adelante para la gente pudiente. Los pobladores
de las barriadas, instados por sus líderes, organizaron entonces una «procesión de cruces»: arrancaron las
cruces de las tumbas de sus muertos (situadas en la parte alta del viejo cementerio) y las trasladaron al
nuevo cementerio, haciendo una larga marcha. Nadie comprendía el motivo del loco Moncada para
sumarse a esa procesión; la cruz que abandona en la hondonada es recogida por el sacristán-guardián del
cementerio, que decide colocarla en lo alto del médano del cementerio. En otra escena, Tinoco llega al
barrio de La Esperanza Baja y entra en la casa de Florinda (la hermana de Asto), a quien amenaza para
que vuelva al Corral. Aparece Antolín Crispín, el conviviente de Florinda y discute con Tinoco, quien
termina por irse, volviendo al puerto. En la parte final se describe la descarga de anchoveta de la
bolichera «Sansón I» y la visita de Asto a su hermana, luego de una dura jornada laboral.
SEGUNDO DIARIO
Fechado en el Museo de Puruchuco, Lima, el 13 de febrero de 1969, empieza diciendo que su novela
anterior, Todas las sangres, la compuso en dos etapas separadas una de otra por varios años, y que la ha
vuelto a leer después de mucho tiempo por obligación. Confiesa también que aún no puede empezar el
tercer capítulo de la presente novela, porque no entiende a fondo lo que está pasando en Chimbote y en el
mundo. Menciona que la segunda parte de esta obra la escribió sin conocer bien Chimbote. Cuenta sobre
su estadía en la ciudad de New York, donde anduvo una semana sin descanso, por la Quinta Avenida, la
Calle 42, Greenwich Village, Harlem y Broadway, hasta que una noche tuvo una aventura con una linda
negrita a la que conquistó hablándole en quechua. Afirma que no cree conocer bien las ciudades, a pesar
de estar escribiendo sobre una de ellas. Cuenta también que va a almorzar a un restaurante de obreros
llamado «Miguel Angel», donde la dueña, una señora gorda y buenamoza, hace descuentos a los
profesores de la Universidad Agraria.
CAPÍTULO III
Comienza describiendo el diálogo entre el jefe de planta de la fábrica de harina de pescado «Nautilus
Fishing», don Angel Rincón Jaramillo y un visitante, don Diego, enviado de Braschi. Don Ángel le
cuenta los manejos de la industria pesquera, fríamente calculados por Braschi y sus lugartenientes. La
idea era enseñar a nadar y a pescar a los serranos, y una vez entrenados en el oficio pagarles cientos y
hasta miles de soles y como no sabían manejar tanta plata, lo siguiente era hacerles gastar en borracheras
y en putas, y también en hacer que construyeran sus casas propias. Pero algunos serranos no caen
fácilmente en ese esquema y sobresalen por méritos propios. Don Ángel reconoce que muchos
trabajadores andinos asimilan rápidamente las técnicas de mantenimiento y reparación de las
embarcaciones, mejor incluso que los criollos. También menciona las intrigas de los sindicalistas apristas
y comunistas, y cómo después de una huelga de trabajadores la industria aumentó el pago salarial a estos,
para casi inmediatamente devaluarse la moneda (en 1967), lo que significó que el trabajador empezara a
ganar 30% menos de lo que recibía antes de la huelga. Todo lo cual se da a entender como una
maquinación malévola de Braschi que conocía con antelación los manejos del poder de turno. Para fines
de la década ya la industria iba en declive por lo que se hizo necesario la reducción del personal de
trabajadores, pero aun así seguían llegando más serranos a Chimbote. Don Ángel cuenta también que la
última vez que Braschi estuvo en Chimbote fue durante la entronización de San Pedro, el patrón de los
pescadores, luego de lo cual se despidió con un obsequio alucinante: sus ayudantes acarrearon cien
prostitutas ante el regocijo de los trabajadores, que armaron una orgía desenfrenada dentro de la fábrica.
Mientras continúa la conversación, don Ángel lleva a don Diego a conocer el proceso de la producción de
la harina y aceite de pescado; le muestra todas las maquinarias y le explica su funcionamiento. Finalmente
esa noche ambos van a visitar una boite donde se presenta una nudista, apodada «La Caprichosa».
CAPÍTULO IV
Esteban de la Cruz es un inmigrante andino, que vive en una barriada con su esposa Jesusa y sus dos
pequeños hijos. Es compadre y amigo del loco Moncada. Su esposa trabaja vendiendo papas en el
mercado y él lo ayuda comprando la mercadería en Trujillo. También se compra una máquina para
remallar zapatos. En este capítulo aparece en escena en la calle, tosiendo y expulsando esputos muy
negros, que recoge en hojas de periódico que luego guarda meticulosamente. Sucedía que en la sierra
había trabajado en la mina de carbón Cocalón y a raíz de esa experiencia tenía los pulmones llenos de
polvo de carbón. Ya en Chimbote, un día se siente mal de salud y va donde el médico, quien le informa
que tenía los días contados pues sus pulmones estaban llenos de carbón. Esteban busca en Chimbote a sus
antiguos compañeros de la mina y se entera que todos ya habían muerto, excepto uno, quien ya
agonizante le cuenta que el brujo de su pueblo le había dicho que la única manera de curarse era botando
el carbón a través de los esputos, hasta que llegaran a pesar por lo menos siete onzas. Esteban, que ya
había esputado antes, recobra las esperanzas de vivir y es así como expulsa y recoge sus esputos para
pesarlos hasta poder llegar a la cantidad aconsejada; en el momento del relato ya había expulsado 5 onzas.
El loco Moncada lo visita y lo alienta a vencer el mal. Mientras que su esposa Jesusa adquiere un puesto
en el mercado que paga a plazos, dando como aval la máquina de zapatería de Esteban. El capítulo
finaliza con Esteban trabajando en su máquina, muy entusiasmado, pese a que las fuerzas se le iban a
medida que pasaban los días.
TERCER DIARIO
El primer diario de esta entrega está fechado en Santiago de Chile, el 18 de mayo de 1969, y refiere su
viaje a la ciudad de Arequipa y a la de Moquegua. En Arequipa estuvo doce días, donde escribe las
quince páginas finales del tercer capítulo de la novela; menciona además a un pino gigante que ese
elevaba en un patio colonial y cuya voz afirma poder escuchar. En el diario del 20 de mayo, refiere que
fue invitado por Nelson Osorio a Valparaíso, Chile. Allí se hospeda en la casa de Nelson y en la de Pedro
Lastra, ambiente intelectual donde logra reanimarse. Concluye el capítulo IV de la novela. Asiste a varias
sesiones académicas en la Universidad de Valparaíso. Retorna al Perú. Menciona su polémica con Julio
Cortázar y alude a la visita que un día le hizo Mario Vargas Llosa. Finalmente, en el diario del día 28 de
mayo, dice que tras un segundo retorno de Chile cree haber encontrado la «técnica» para la Segunda Parte
de la obra, y asegura haber ya escrito los tres primeros «hervores» de la misma: Chaucato con
«Mantequilla», don Hilario con «Doble Jeta» y la Decisión de Maxwell.
SEGUNDA PARTE
Comienza con el diálogo entre Chaucato y «Mantequilla». Chaucato vivía con su mujer y sus dos hijos
mellizos en un barrio residencial de Chimbote; «Mantequilla» le encuentra recostado en su sillón, viendo
la televisión y le cuenta que Braschi pretende quitarle su lancha, a lo que Chaucato responde que si eso
ocurriera él se defendería hasta con dinamita. El siguiente diálogo es entre «Doble Jeta» y don Hilario
Caullama, ambos pescadores de Chimbote naturales de Puno (aunque «Doble Jeta» alternaba con la
agricultura y se había comprado dos chacras pequeña en el valle del Santa que hacía trabajar a mujeres
peones que a la vez oficiaban de amantes). Similar al anterior diálogo, «Doble Jeta» le avisa a su paisano
que Braschi le iba a quitar su lancha «Moby Dick» y no volvería a conseguir trabajo como patrón de
lancha. Todo ello era represalia de Braschi contra aquellos que se habían involucrado en los líos
sindicalistas. Luego se narra la vida de don Gregorio Bazalar, chanchero de San Pedro que llega a ser
presidente de su barriada, luego que un grupo de 200 vecinos lo eligiera en desmedro de Mansilla, el
anterior presidente, acusado de tener poca representatividad. En su casa Bazalar cría cerdos, tarea en la
que le ayudan dos mujeres jóvenes, la Juana y la Esmeralda, de quienes la gente cree que son sus
concubinas, pero él lo niega siempre, y dice que una es su sobrina y la otra una recogida. El resto del
capítulo refiere al diálogo que sostienen el padre Cardozo, el padre Hutchinson (ambos norteamericanos),
el chanchero Bazalar, el albañil Cecilio Ramírez (estos dos representantes de las barriadas) y el gringo
Maxwell. Cada uno de ellos habla sobre la vida cotidiana de trabajo, sus familias, las penurias
económicas de los que viven en las barriadas de Chimbote. El padre Cardozo era el sacerdote principal de
todas las barriadas, y era conocedor de la vida de subsistencia de sus pobladores, además había estado en
Cuzco, Puno y otros lugares en donde venían muchos inmigrantes. El diálogo se desarrolla en la
residencia de curas del barrio de La Esperanza, en la oficina del padre Cardozo, donde habían dos láminas
grandes que representaban una a Cristo y otra al Che Guevara, y sobre este último gira en parte la
conversación pues en el fondo todos ellos eran simpatizantes de la revolución.
¿ÚLTIMO DIARIO?
Esta conformado por trozos seleccionados y corregidos en Lima, el 28 de octubre. El primero está
fechado en Santiago de Chile, el 20 de agosto de 1969. Aquí el escritor anuncia que no podrá culminar la
novela y hace un breve repaso sobre los personajes de la obra, contando cómo habría sido la suerte final
de cada uno de ellos. Luego de decir que ha luchado inútilmente contra la muerte, anuncia su inminente
partida:
Despidan en mi un tiempo del Perú, cuyas raíces estarán siempre chupando jugo de la tierra para
alimentar a los que viven en nuestra patria, en la que cualquier hombre no engrilletado y embrutecido por
el egoísmo puede vivir, feliz, todas las patrias.
Por último en el diario del 22 de octubre, el autor hace alusión al balazo que acabaría con su vida. Un mes
después el escritor se disparó un tiro en la cabeza. Se puede decir que esta obra José María Arguedas la
terminó con su vida.
EPÍLOGO
Es una carta dirigida por el autor a don Gonzalo Losada, el editor de Buenos Aires, y está fechada en
Santiago de Chile, el 29 de agosto de 1969. Trata sobre las últimas disposiciones sobre la publicación de
la obra, la que consiente pese a estar inconclusa; uno de sus pedidos es que se inserte como prólogo el
discurso que pronunció cuando ganó el premio Inca Garcilaso de la Vega (el famoso discurso donde dice
«No soy un aculturado»), último deseo que no fue cumplido por los editores de la obra.
ANÁLISIS
En la novela los fragmentos novelescos, que narran la imposición del orden capitalista y se focalizan en
Chimbote, alternan con páginas aisladas del diario personal, autobiográfico, del autor. En él se expresa la
decisión de suicidarse, se narran los preparativos de ese acto terrible y se formula lo que pudiera ser el
testamento de Arguedas. Sería demasiado parcial interpretar la efectiva realización de ese hecho atroz
fuera de sus condicionamientos psicológicos íntimos, pero, respetando su inmancillable intimidad, es
evidente que en cierto sentido la decisión del suicidio es correlativa a la comprobación de que el mundo
no será como se soñó en Todas las sangres. Para José María Arguedas la vida era un acto de participación
en el proceso histórico y la historia un camino de perfección; por esto, cuando comprueba que es
imposible participar en el caos y que la historia desobedece a los imperativos morales del hombre, decide
quitarse la vida. No es capaz de existir en un mundo que niega lo mejor del hombre. Paradójicamente,
pese al sentido trágico que expresan los fragmentos novelescos y los diarios, en El zorro de arriba y el
zorro de abajo se encuentran afirmaciones de esperanza.
Arguedas imagina que su frustración corresponde al límite de un mundo y que inmediatamente detrás se
construye la realidad tal como él la deseaba. Es sólo un acto de fe.[5]
MENSAJE
La obra es un fresco elocuente y crudo de las consecuencias negativas que conlleva la modernidad y el
desmedido afán de lucro. El indio inmigrante, al llegar a la ciudad, sucumbe a la presión del entorno y va
perdiendo paulatinamente su identidad cultural; sus hijos se «acriollan» y adquieren otras costumbres;
pero tal vez lo más grave sea la degeneración moral del hombre andino que cae en los vicios citadinos
cuyos santuarios son los bares y burdeles del puerto. De otro lado, la industrialización, símbolo por
antonomasia de la modernidad, tiene consecuencias catastróficas en el medio ambiente: la pesca
indiscriminada y la contaminación que producen las fábricas disloca el equilibrio natural; por ejemplo las
aves marinas agonizan tristemente de inanición al perder su alimento que es absorbido por el monstruo
llamado industria pesquera. Los alcatraces o cochos deambulan desesperadamente por el puerto,
buscando alimento en los basurales y son víctimas fáciles de los hombres y los perros. Una humareda
densa se eleva desde las chimeneas de las fábricas y las fundiciones, y un hedor domina toda la ciudad,
todo lo cual da el marco conveniente a una ciudad caída en la degeneración física y moral.