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Psiquiatría Geriátrica 3. Edición Luis Fernando Agüera Orti
Psiquiatría Geriátrica 3. Edición Luis Fernando Agüera Orti
Envejecimiento y neurociencias
• Dámaso Crespo Santiago
• y Carlos Fernández Viadero
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• Las neuronas son células fijas posmitóticas (G 0 ) y no entran en nuevos ciclos
mitóticos una vez formadas en el desarrollo prenatal y posnatal temprano.
• Al no ser reemplazadas por otras neuronas nuevas, están expuestas de forma más
severa a los efectos nocivos del paso del tiempo (envejecimiento).
• Los sistemas para el mantenimiento de la homeostasis neuronal se ven
comprometidos en diversas patologías que afectan al estado cognitivo.
• Las células gliales desempeñan un papel primordial en el control de las funciones
neurales, y sus alteraciones condicionan el inicio y la progresión de las alteraciones
cognitivas.
• El aporte de nutrientes y oxígeno (por medio de la profusa red capilar cerebral) y su
control en la barrera hematoencefálica son factores muy determinantes en el
mantenimiento del adecuado trofismo neural.
Introducción
El ciclo vital humano incluye cambios funcionales a medida que la edad avanza. En
las primeras etapas del ciclo vital (desarrollo y juventud) estos cambios facilitan el
crecimiento y la adaptación al medio tanto interno como externo. La etapa final del
ciclo vital está representada por el envejecimiento, considerado, de una forma
holística, como el conjunto de procesos, cambios y/o alteraciones que están
íntimamente asociados con el paso del tiempo. Así entendido, el enveje cimiento es
un proceso que condiciona la capacidad de adaptación al medio y, en última
instancia, determina el exitus. En la especie humana, el proceso de envejecimiento
puede ser abordado desde una perspectiva global, alejada de la connotación que
quiere relacionar el envejecimiento con la enfermedad, como la fase final del ciclo
vital, que afecta tanto a la homeostasis interna como a aspectos relacionados con el
medio en el cual vivimos y su influencia en nuestros organismos.
El modelo holístico aplicado al envejecimiento humano no centra su estudio en el
análisis concreto de las posibles causas del envejecimiento o senescencia (se han
propuesto más de dos centenares de teorías que tratan de explicar dicho proceso);
más bien intenta abordarlo, con el fin de facilitar su comprensión, desde el nivel
básico de organización biológica (moléculas) hasta los niveles complejos
representados por la interacción social. En este capítulo abordaremos el
envejecimiento desde la óptica de la neurociencia y, por lo tanto, analizaremos los
aspectos morfofuncionales que ocurren en el sistema nervioso central (SNC) en
general y las neuronas en particular. Los avances científicos que se han producido
en el área de la neurociencia, en las últimas décadas, han permitido ahondar de
forma específica en los diferentes niveles de organización del cerebro, desde el
comportamiento de diferentes moléculas (p. ej., hormonas, neurotransmisores,
proteínas, ADN, etc., por nombrar algunas) hasta los cambios neuromorfológicos
cerebrales y, finalmente, el análisis de las repercusiones cognitivas que dichos
procesos tienen en el envejecimiento. Con el objetivo de intentar facilitar la
comprensión de los cambios acaecidos en el envejecimiento cerebral y su relación
con las neurociencias, abordaremos la interrelación de los diversos niveles de
organización del Homo cognitivo ( fig. 1-1 ).
Figura 1-1
Niveles de organización del ser humano.
Desde el ADN nuclear hasta el entorno, de forma bidireccional, se producen interacciones que
condicionan la adaptación. Al avanzar la edad, fundamentalmente durante el envejecimiento y
por acción de diversos factores, estas interacciones se ven alteradas y pueden conducir a
disfunciones cognitivas. A la derecha se observa un fotomontaje de una neurona teñida con la
técnica de Golgi en la cual se observan las espinas dendríticas.
Esquema modificado de Kempermann, G. (2011): “Seven principles in the regulatio n of adult
neurogenesis”, European Journal of Neuroscience, 33, pp. 1018-1024.
El envejecimiento, como estadio final del ciclo vital, representa un proceso de
acúmulo paulatino de disfunciones. El equilibrio entre los efectos nocivos sobre las
neuronas y la capacidad de gestionar estas alteraciones determinará en gran medida
el éxito cognitivo del envejecimiento. Factores genéticos y ambientales, diversos
estresores, enfermedades, etc. modulan el envejecimiento cerebral. En este capítulo
nos centraremos de forma más específica, y desde el marco de las neurociencias, en
el conocimiento de los procesos ligados al envejecimiento neural y sus mecanismos
de acción para, de esta manera, poder plantear posibles vías de aproximación a la
defensa neural frente a los efectos deletéreos del envejecimiento.
Nivel macroscópico del cerebro: cambios asociados
al envejecimiento
El envejecimiento cerebral representa, en su conjunto, los cambios que acontecen en
sus elementos celulares (neuronas y glía), vasculares y parenquimatosos (sistemas
de conexión). Diferentes estudios volumétricos, realizados en períodos temporales
específicos, tanto en individuos aislados como en cohortes, han mostrado una
reducción significativa del volumen cerebral desde la edad adulta hasta las fases más
avanzadas del envejecimiento. En general, estos estudios han revelado que la corteza
cerebral es la región más afectada por esta reducción, que ocurre siguiendo una
distribución topográfica-temporal. Las cortezas prefrontal y frontal son las más
afectadas, y en el otro extremo de menor afectación está la corteza occipital, mientras
que el córtex parietal y el temporal se ven afectados de forma intermedia. A este
respecto, también debemos señalar que los estudios de cohorte han mostrado una
menor reducción del volumen de estas regiones que en los resultados obtenidos en
individuos aislados. De especial singularidad es el hecho de que la sustancia blanca
presenta mayor reducción de volumen asociado a la edad que la sustancia gris.
Además, el ritmo y la disminución de dicho volumen están más acelerados en las
regiones anteriormente comentadas.
Probablemente esta reducción volumétrica se deba más a una reducción o un
encogimiento de los elementos celulares cerebrales que a una pérdida de dichos
elementos por un proceso de apoptosis (tipo de muerte neuronal que analizaremos
más adelante). De hecho, se ha sugerido que sería la reducción del volumen vascular
cerebral la principal causa de la disminución del tamaño cerebral. En el sistema
vascular, durante el envejecimiento, se encuentra reducido tanto el calibre de sus
vasos como la superficie capilar que permite los intercambios metabólicos
bidireccionales entre el parénquima cerebral y la sangre. La interfase entre el tejido
sanguíneo y el parénquima está delimitada por la denominada barrera
hematoencefálica (BHE), que juega un papel fundamental en el trofismo cerebral y
cuya capacidad de regular el tránsito se ve comprometida en el proceso de
envejecimiento.
Los cambios volumétricos están asociados, macroscópicamente, a una reducción en
la profundidad de las diversas cisuras y surcos de la corteza cerebral, lo que en
términos generales se manifiesta por un alisamiento de la superficie pial cerebral.
Junto con esta reducción en la profundidad de los surcos, principalmente en las
áreas prefrontal y frontal, se observa macroscópicamente un oscurecimiento de la
superficie cerebral debido al progresivo incremento de los acúmulos de lipofuscina,
conocida también como pigmento del envejecimiento, y que, como veremos más
adelante, representa el acúmulo en el citoplasma de las neuronas de lisosomas que
no han procesado enzimáticamente diversas moléculas que debían ser degradadas,
y que se acumulan en forma de ceroides en el neuroplasma.
La introducción de técnicas de neuroimagen al estudio volumétrico del cerebro ha
permitido mejorar la precisión del análisis arquitectónico del conjunto o de partes
concretas del mismo, tanto en el envejecimiento como en determinadas patologías.
Así, la resonancia magnética funcional (RMf) o estudios de tomografía
computarizada (TC) ha permitido ahondar en este campo de estudio. Finalmente, el
análisis estereológico de las imágenes obtenidas con estas técnicas puede estimar de
forma más precisa los cambios en el tamaño de determinadas áreas cerebrales que,
en términos generales, coinciden con las variaciones comentadas al comienzo de este
apartado.
Un dato muy importante en los estudios morfométricos cerebrales es no solo analizar
los cambios volumétricos que hemos comentado anteriormente sino también
correlacionarlos con los cambios específicos en el volumen, la superficie y el grosor
de las zonas objeto de estudio. En la actualidad, las técnicas de neuroimagen, con la
ayuda de diversos programas de reconstrucción tridimensional, han permitido
cuantificar y analizar, de una forma muy precisa, cambios en áreas cerebrales
concretas suministrando una gran información de tipo espacial al conocimiento del
envejecimiento cerebral. En términos generales, estas técnicas permiten cuantificar
los cambios de la sustancia gris cortical. Se ha comprobado que no solo las áreas
frontales sufren una reducción en el espesor de la corteza; también áreas que se
consideraban más protegidas presentan reducciones en su grosor, como es el caso
del área occipital. Tomados en conjunto, estos resultados han mostrado que el
proceso de envejecimiento determina una reducción en el grosor de la sustancia gris
cortical, que se hace más manifiesta en las áreas corticales frontales y es de menor
relevancia en las áreas occipitales, lo que sugiere una gradación espacial. Es de
destacar, en este aspecto, la presencia de las denominadas áreas de hiperintensidad
en la sustancia blanca (AHSB). Estas AHSB están ligadas a procesos de
envejecimiento y se comienzan a observar en las áreas periventriculares y en la
sustancia blanca subcortical. La patogenia de las AHSB incluye una reducción del
flujo vascular cerebral, isquemia subclínica y pérdida axonal y neuronal secundaria
a factores de riesgo cardiovascular, frecuentes en el envejecimiento, como la
hipertensión arterial (HTA). Las AHSB no se suelen observar en personas sanas
hasta que entran en la sexta década de la vida. Desde este momento, su acúmulo y
su tamaño se hacen evidentes. Como hemos señalado para la progresión en el
adelgazamiento cortical, este tipo de alteraciones de la sustancia blanca sigue un
patrón temporal y topográfico semejante, iniciándose en áreas frontales y
progresando hacia áreas occipitales.
Probablemente uno de los hallazgos más interesantes en el campo de las
neurociencias haya sido comprobar que los animales de experimentación que eran
sometidos a un enriquecimiento ambiental (p. ej., introduciendo en sus jaulas de
estabulación diferentes objetos) presentaban un mayor grosor en el córtex cerebral
que los animales control. Estos estudios fueron posteriormente trasladados a
humanos y, en primer lugar, se observó que las personas que tenían mayor fluidez
intelectual presentaban, en términos generales, mayor grosor de su corteza cerebral
que las personas con menor fluidez intelectual (en áreas como el córtex cingulado, el
córtex medial temporal y el córtex lateral parietal, entre otras). Posteriormente se ha
demostrado que los programas de estimulación cerebral han repercutido
positivamente en el engrosamiento de diversas regiones de la corteza cerebral en
personas adultas y ancianas. Esto ha abierto un campo de trabajo muy prometedor
en la línea que correlaciona estimulación cerebral y mantenimiento o evitación de
posibles pérdidas cognitivas a lo largo del envejecimiento.
Nivel celular: bases neuronales de la neurociencia
Las neuronas son células capaces de generar y transmitir impulsos bioeléctricos que
varían en su ritmo. Esta capacidad, unida a la síntesis y liberación de moléculas
conocidas como neurotransmisores en los puntos específicos de relación entre
neuronas (la sinapsis interneuronal), conforma la elevada complejidad
morfofuncional de las neuronas. Además, las neuronas son células fijas
posmitóticas; es decir, son células paradas en la fase G 0 del ciclo celular. La mayoría
de las estirpes celulares de nuestro organismo tienen mayor o menor capacidad
proliferativa durante toda nuestra vida, pero las neuronas y los cardiomiocitos
(fibras musculares cardíacas), una vez que se han formado, ya no se dividen, y su
largo ciclo vital implica que sobre estas células el paso del tiempo determina
numerosos cambios morfoestructurales.
Durante las etapas embrionaria y fetal de nuestro desarrollo, las neuronas proliferan
por división mitótica y migran a las regiones concretas de las diversas áreas
cerebrales (corteza, hipotálamo, etc.) donde, por lo general, ya no se dividen más y
comienzan un proceso de maduración con el desarrollo de su morfología específica,
el establecimiento de las conexiones adecuadas, la maduración de los circuitos
concretos en los cuales están implicadas y la síntesis de un neurotransmisor para la
activación o inhibición sináptica. Una vez que se han establecido y madurado las
conexiones cerebrales, las experiencias incrementan la actividad neuronal. Estas
características determinan que el cerebro, en general, y las neuronas, en particular,
estén afectados por el paso del tiempo, que se deban adaptar al mismo y que su
función esté comprometida por el estrés oxidativo, la homeostasis, la acumulación
de proteínas alteradas y las alteraciones en sus vías de síntesis de neurotransmisores,
enzimas, etc. Estos cambios y las posibles adaptaciones funcionales están
exacerbados en diversas patologías y, aunque las comentaremos brevemente en este
capítulo, una descripción detallada queda fuera de nuestro objetivo ( fig. 1-2 ).
Figura 1-2
Microscopía electrónica de una neurona envejecida del sistema nervioso central.
Se puede observar el citoplasma de la neurona ocupado por numerosos lisosomas (L) y otros
orgánulos, como el retículo endoplásmico, las mitocondrias y los complejos de Golgi. El núcleo
neuronal (N) presenta una envoltura nuclear irregular. El neuropilo (NP) es el lugar por el cual
discurren las diversas conexiones nerviosas y al que las neuronas pro yectan sus dendritas para
recibir dichas conexiones. Un vaso sanguíneo (VS) próximo a la neurona representa el lugar de
aporte de nutrientes y gases de la respiración a las células cerebrales (neuronas y glía).
Plasticidad sináptica
Es conocido que el comportamiento animal, en general, y el humano, en particular,
se debe a interacciones específicas entre grupos de neuronas que se asocian
formando redes neuronales y establecen sistemas de circuitos por medio de los
cuales la información es transmitida. El repertorio de conductas que caracterizan al
ser humano tiene su base en diversos circuitos cerebrales, y la base conceptual del
este intercambio de información es la sinapsis neuronal, entendida como el lugar
morfofuncional para la liberación biomolecular de neurotransmisores y la
consiguiente activación de receptores. Esta correlación entre circuitos neuronales y
comportamiento es el primer estadio en el proceso de aprendizaje-memoria.
Diversos estudios han mostrado la presencia de circuitos intracerebrales que
representan la base anatómica de dichos procesos: el circuito hipocampo -córtex
cerebral es considerado de forma unánime el lugar donde residen dichos procesos.
De hecho, las diferentes alteraciones patológicas que afectan a este sistema de
almacenamiento y recuperación de actos aprendidos (LTP-STP, long and short term
potentiation ) explican el progresivo avance, con el envejecimiento, de diversas
pérdidas de memoria (corto y largo plazo).
Como hemos comentado, la base histológica del intercambio de información entre
neuronas es la sinapsis, y por esta circunstancia los procesos que la afectan
repercuten en el correcto mantenimiento de la conectividad cerebral. No obstante,
las sinapsis presentan la denominada «plasticidad sináptica» o proceso por el cual
una determinada sinapsis no se mantiene estable e invariable a lo largo de la vida del
individuo; numerosos experimentos han mostrado que la plasticidad sináptica
implica importantes cambios morfofuncionales a este nivel. De esta manera, la
actividad induce cambios positivos en estas estructuras (aumento de la superficie
activa, incremento del tamaño de los botones sinápticos, etc.) y, por el contrario, la
reducción de la actividad sináptica o su supresión total cursan con reducción de los
mencionados parámetros e, incluso, la eliminación del contacto interneuronal. La
liberación específica de un neurotransmisor en la sinapsis determina, como veremos
más adelante, la aparición de alteraciones relacionadas con la pérdida funcional a la
que dicho neurotransmisor está ligado, fenómeno frecuente en el envejecimiento y
que se expresa de forma más importante en las denominadas enfermedades
neurodegenerativas.
El concepto de plasticidad sináptica, que en un principio parece reduccionista, se ha
extendido al término más amplio «plasticidad neuronal», pues en la actualidad se
sabe, fundamentalmente por estudios neuropatológicos y experimentales, que, por
lo general, esta plasticidad, entendida como los cambios estructurales que acontecen
en las neuronas en su totalidad, abarca de forma concreta la plasticidad sináptica
como proceso interactivo, a la cual se unen disfunciones neuronales por
almacenamiento de productos de deshecho en el citoplasma (lipofuscina) o de
productos tóxicos que inducen neurodegeneración (proteína tau hiperfosforilada),
por poner dos ejemplos; en el primer caso se trata de envejecimiento normal y, en el
otro, de envejecimiento asociado a una patología concreta, la enfermedad de
Alzheimer (EA).
Autofagocitosis
No solo el sistema lisosomal debe encargarse de gestionar la eliminación de los
orgánulos alterados o que han perdido sus capacidades funcionales (retículo
endoplásmico, mitocondrias, etc.) formando autofagosomas, cuya progresiva
pérdida de actividad enzimática ocasiona la aparición de cuerpos ceroides. También
numerosas biomoléculas deben ser catabolizadas una vez han perdido su actividad
biológica, para sintetizar con sus componentes (aminoácidos) nuevas moléculas
activas. En este punto interviene el sistema proteasoma, cuya funcionalidad t ambién
se reduce con el envejecimiento, causando alteraciones en las neuronas afectadas.
Finalmente, hay que considerar la ubiquitina, una proteína de 76 aminoácidos que
es fundamental para el reciclaje de proteínas alteradas en el citoplasma neuronal. La
ubiquitina reconoce aquellas proteínas que son malfuncionantes debido a pérdida
de su actividad enzimática y las transporta al proteasoma para su catabolismo en
aminoácidos simples, que serán reutilizados por la célula para la síntesis de nuevas
proteínas. El malfuncionamiento del sistema ubiquitina-proteasoma conduce al
depósito, en el citoplasma, de proteínas alteradas que inducen el envejecimiento y la
posible muerte neuronal.
Neuronas de proyección e interneuronas
En el SNC, las neuronas se pueden clasificar en dos grupos principales: las neuronas
de proyección, que son neuronas de gran tamaño cuyos axones se proyectan a
distancias considerables del soma del cual se originan y cuya actividad sináptica se
destina a interacciones a distancia con otros grupos neuronales, y neuronas de
asociación, que constituyen un grupo de neuronas, generalmente de pequeño
tamaño, también conocidas como interneuronas, cuyos axones se ramifican en la
proximidad del soma neuronal y establecen contactos sinápticos con las neur onas
vecinas, generalmente de proyección, para modular su actividad. Aún es poco
conocida, en sus bases histofisiológicas, la causa por la que las neuronas de
proyección son las que más se ven afectadas en el envejecimiento y aún más en los
procesos neurodegenerativos que en ocasiones pueden acompañar al mismo; por
ejemplo, en la afectación de neuronas hipocámpicas y corticales en la EA, en las
alteraciones de las neuronas de la sustancia negra que ocurren en la enfermedad de
Parkinson (EP) o en las que acontecen en las motoneuronas espinales en la esclerosis
lateral amiotrófica (ELA), por poner unos ejemplos significativos. Se han propuesto
diversas teorías para tratar de explicar este hecho: un alto requerimiento energético;
alteraciones en el transporte axónico tanto anterógrado como retrógrado, que
determinan el transporte de neurotransmisores, y factores tróficos, junto con la gran
superficie de membrana celular que incrementa la diana para diversos tóxicos, como
los radicales libres de oxígeno (RLO), que se abordan más adelante.
Membrana neuronal
La especial morfología de la neurona, con su axón y las prolongaciones dendríticas,
hace que la superficie de estas células sea muy extensa en relación con su volumen.
La membrana neuronal es el elemento primordial que cubre la superficie celular y,
por lo tanto, es el sistema por el cual entran y salen de la neurona los diversos
productos para su metabolismo y funcionalidad. La membrana plasmática es asiento
de las actividades de endoexocitosis, y de difusión y transmisión de impulsos
bioeléctricos. La gran riqueza de las proteínas transportadoras, enzimáticas e iónicas
es la que permite estos intercambios, pero nada de ello sería posible sin un equilibrio
muy dinámico con los fosfolípidos que mantienen la integridad de la bicapa lipídica.
Los fosfolípidos y, concretamente, los ácidos grasos que los conforman se ven
alterados en el proceso de envejecimiento y pueden transformarse en aldehídos
(peroxidación lipídica). De esta forma, la peroxidación de los ácidos gr asos de la
membrana neuronal determina, entre otros procesos, alteraciones en su
funcionalidad. Con el envejecimiento se ha demostrado que los sistemas de
regeneración de membrana se encuentran alterados o enlentecidos, y que no se
produce un recambio apropiado. Un fosfolípido de capital importancia es la
fosfatidilcolina, que se localiza en la región extracelular de la bicapa lipídica y cuya
integridad determina la viabilidad de la transmisión sináptica. En la bicapa
intracelular, la fosfatidilserina, único fosfolípido con carga negativa, asegura la
diferencia de potencial necesaria para la transmisión de los impulsos nerviosos. Por
este motivo, el mantenimiento correcto de los equilibrios de fosfolípidos en las
membranas neuronales es importante a lo largo del envejecimiento. Finalmente, el
colesterol es la molécula que permite ajustar la fluidez de la membrana neuronal
para que los procesos que implican dinamismo proteico puedan tener lugar. Las
diversas proteínas de la membrana se mueven en un mosaico flu ido que les permite
desplazarse solas o en grupos por la superficie celular. Este proceso dinámico a modo
de «balsa lipídica» tiene su base en la denominada fluidez de membrana. Por esta
razón, se ha asociado el envejecimiento neuronal, a nivel de la membr ana, con el
enlentecimiento de las funciones de neurotransmisión y el deterioro cognitivo leve.
Diversos estudios experimentales han mostrado que el correcto mantenimiento de
la membrana neuronal permite a los animales de experimentación mantener un
estado cognitivo adecuado, incluso con el paso del tiempo, frente a los animales a los
cuales no se les dinamiza el recambio de lípidos intramembrana.
Muerte neuronal (apoptosis)
Aunque el número de neuronas que se pierden con el envejecimiento y en ausencia
de una patología concomitante es poco significativo, existe una reducción de dicho
número por un proceso de muerte celular denominado apoptosis. La apoptosis
consiste en la eliminación de neuronas debido a mecanismos intracelulares que
disparan dicho proceso. Durante el desarrollo cerebral, la apoptosis es muy ubicua e
importante y consiste en la eliminación de poblaciones neuronales redundantes que,
si continúan su desarrollo, podrían ocasionar deficiencias funcionales. Esta
apoptosis, durante el desarrollo, se denomina muerte neuronal programada y es de
vital importancia para la correcta conectividad cerebral. La necrosis representa la
muerte celular debida a factores extrínsecos (traumatismos, hipoxia, etc.), y se
caracteriza por una dilatación de los orgánulos celulares (complejos de Golgi,
retículo endoplásmico, mitocondrias, etc.), la posterior rotura de la membrana
celular y la liberación del contenido citoplasmático al espacio extracelular, donde el
sistema fagocítico tratará de eliminar dichos residuos, con las reacciones locales
(inflamación) que esto conlleva.
En el SNC, debido a sus peculiaridades, las reacciones inflamatorias representan un
peligro para la integridad de dicho sistema, y la muerte celular sigue un camino que
no implica reacciones inflamatorias locales, como en la necrosis. La apoptosis
neuronal se caracteriza histológicamente por una progresiva contracción de las
neuronas. Pierden su típica morfología arboriforme y concentran su citoplasma
alrededor del núcleo, adoptando una configuración esférica. Al mismo tiempo, la
célula comienza a emitir protrusiones de la membrana donde los diversos orgánulos
en degeneración, incluido el núcleo con el ADN condensado, son alojados y se
produce su extrusión al neuropilo (cuerpos apoptóticos). Posteriormente, estos
cuerpos apoptóticos serán eliminados por las células de la microglía sin ningún tipo
de mediador inflamatorio, lo que asegura el mantenimiento de la integridad del
tejido nervioso.
Nivel de circuitos cerebrales y neurotransmisión
Además de las técnicas de marcaje de vías nerviosas, la incorporación de técnicas
electrofisiológicas precisas ha permitido identificar de forma concreta los diversos
circuitos neuronales que intervienen en los procesos de comportamiento. Estas
técnicas han podido ser utilizadas en numerosos modelos animales, desde
invertebrados (Aplysia californica) hasta humanos, y han revelado, de forma exacta,
la distribución en el SNC de los circuitos cerebrales implicados en el
comportamiento. El caso paradigmático que demostró la relación entre unos
circuitos cerebrales y la memoria fue el famoso caso del paciente norteamericano H.
M. Este paciente se sometió a cirugía para reducir sus ataques epilépticos y se
procedió a la extirpación quirúrgica bilateral de la región temporal medial, incluidos
ambos hipocampos. El resultado comportamental observado fue que dicho paciente
no tenía capacidad para recordar sucesos posteriores a la cirugía (pérdida de la
memoria anterógrada), pero sí podía recordar, perfectamente, lo sucedido antes de
la cirugía (preservación de la memoria retrógrada), demostrando, de esta manera,
su incapacidad para formar nuevos recuerdos.
Los circuitos cerebrales, fundamentalmente aquellos constituidos por neuronas de
proyección, son los más afectados en el envejecimiento y su mantenimiento es un
proceso que requiere mucha energía y dinamismo celular, por ser numerosas las
biomoléculas implicadas en estas conexiones. En la fibra nerviosa se distinguen tres
componentes fundamentales: el axón, parte integral de la proyección neuronal; la
glía que lo recubre —en el SNC se denomina oligodendroglía— y que forma la vaina
de mielina que facilita la transmisión de impulsos bioeléctricos, y, finalmente, la
porción distal donde se localiza la sinapsis interneuronal con su elemento
presináptico (axón de la neurona presináptica), la hendidura sináptica (espacio entre
dos neuronas) y el elemento postsináptico (neurona postsináptica que recibe la
descarga del neurotransmisor liberado por la neurona presináptica y que posee los
receptores específicos para el receptor liberado). Asociadas al proceso de
envejecimiento se pueden producir alteraciones en cualquiera de estos elementos
que forman los circuitos cerebrales. Estas alteraciones son más manifiestas en
diversos procesos neurodegenerativos asociados a la edad, y su conocimiento ha
ayudado a plantear, desde un punto de vista dinámico, posibles vías de solución a
dichas alteraciones.
El axón de las neuronas de proyección se ve afectado por el envejecimiento al
producirse un enlentecimiento en el proceso de biogénesis de las moléculas que
constituyen el citoesqueleto axónico, fundamentalmente la proteína tubulina. Esta
es el constituyente fundamental de los microtúbulos que forman el andamiaje de la
fibra nerviosa, además de ser la base dinámica que permite el desplazamiento
bidireccional de diversos orgánulos, vesículas y moléculas a lo largo de dichos
microtúbulos, asociadas a proteínas transportadoras. Además, hay diversas
moléculas que facilitan el correcto ensamblaje de los microtúbulos. Una de las más
conocidas es la proteína tau, que se asocia a la tubulina para dar estabilidad a los
microtúbulos. Hoy se sabe que una de las características más n otables de la EA es
que la proteína tau se encuentra hiperfosforilada en las neuronas afectadas; esto
provoca una inestabilidad del citoesqueleto que determina la disociación de los
microtúbulos y la formación de agregados intracelulares (ovillos intraneuronales)
que afectan tanto a las regiones organizadoras de microtúbulos (ROMT) en el soma
neuronal como a los axones, desencadenando su destrucción y lisis en el neuropilo
cerebral.
Un segundo nivel de afectación en el sistema de circuitos cerebrales es la sinapsis
propiamente dicha y en cualquiera de sus tres componentes ya comentados. En este
apartado se prestará especial atención a la neurotransmisión desde el punto de vista
de las biomoléculas liberadas a este nivel. La transmisión está bastante afectada
durante el envejecimiento por alteraciones en la síntesis del neurotransmisor
liberado, por alteraciones en los mecanismos de degradación del neurotransmisor
una vez liberado o por falta de una masa crítica mínima de receptores postsinápticos
que exciten o inhiban a la neurona postsináptica.
La cuantificación y plasticidad sináptica han sido temas de investigación muy
analizados tanto en la fase de desarrollo como en el envejecimiento. Como hemos
comentado, una de las etapas características del desarrollo neural es el
establecimiento de circuitos sinápticos entre diversas regiones cerebrales y, de forma
concomitante, el desarrollo de sinapsis. La mayor parte de las aferencias a las
neuronas tienen lugar sobre las dendritas, donde el elemento postsináptico se
transforma morfológicamente en una espina dendrítica. Las espinas dendríticas son
protrusiones de la membrana en forma de bulbos que contienen el aparato de la
espina, y la membrana de la espina alberga los receptores para el neurotransmisor
que opera a este nivel. También están presentes determinadas enzimas que lisan y,
por lo tanto, limitan el tiempo de acción del neurotransmisor sobre el receptor. Con
el aprendizaje se produce un incremento significativo de las espinas dendríticas en
las áreas cerebrales activadas. Esto se ha visto muy bien en animales de
experimentación en los que se han podido cuantificar las espinas dendríticas.
Además, las nuevas técnicas de neuroimagen y marcaje neuronal han permitido no
solo cuantificar las espinas dendríticas sino también analizar la dinámica de las
mismas. Se ha observado experimentalmente que, con la estimulación, se producen
no solo un incremento en el tamaño de las espinas sino también importantes
cambios dinámicos en las mismas. Aparecen nuevas espinas como consecuencia de
la estimulación y se mantienen si la estimulación continúa en el tiempo; pero si dicha
estimulación no se produce, desaparecen. Esta plasticidad sináptica ha permitido
desarrollar modelos de estimulación cerebral para producir un incremento tanto en
el número como en el tamaño de las espinas como base morfológica de los procesos
de actividad neuronal. Aunque esta activación se ve reducida durante el
envejecimiento, estudios experimentales parecen sugerir que la estimulación
incrementa las sinapsis por inducción de plasticidad sináptica.
Seguidamente analizaremos el comportamiento durante el envejecimiento de
algunos de los neurotransmisores más abundantes en el cerebro.
Acetilcolina
Las neuronas colinérgicas constituyen uno de los grupos más numerosos de células
del SNC y se caracterizan por utilizar el neurotransmisor acetilcolina. La elevada
incidencia de la EA asociada a la edad ha representado un modelo de investigación
tanto preclínica como clínica que ha ayudado de forma importante al incremento de
los conocimientos previos sobre la neurotransmisión, en general, y la colinérgica, en
particular, por ser este neurotransmisor uno de los más afectados en esta patología
que conlleva un deterioro cognitivo progresivo y, finalmente, una demencia franca.
La afectación de la síntesis de acetilcolina determina una reducción del
neurotransmisor disponible para ser liberado y activar la neurona postsináptica. A
este proceso se une la acción de la enzima acetilcolinesterasa, cuya misión es
catabolizar dicho neurotransmisor para que, una vez se ligue a los receptores
sinápticos, deje de actuar. Por este motivo, los agentes terapéuticos más utilizados
para el tratamiento de esta afección tienen su base en los principios de la
neurotransmisión colinérgica y son: incrementar la síntesis de acetilcolina y/o
reducir su destrucción en la hendidura sináptica. Aunque las capacidades
terapéuticas de estos principios farmacológicos están en discusión, pode mos decir
que en el envejecimiento y en las etapas iniciales de esta patología se han mostrado
eficaces en el incremento de la actividad colinérgica en las regiones más afectadas
por el envejecimiento, como son el córtex frontal, entorrinal y parietal, además del
hipocampo, y han conseguido mantener las funciones cognitivas impidiendo el
progreso del deterioro cognitivo durante largos períodos de tiempo. Además, en el
caso de la EA podemos ver un claro ejemplo de la afectación progresiva de diversos
circuitos y regiones cerebrales. Las etapas iniciales de la EA se localizan en las áreas
entorrinales, que constituyen el primer estadio anatómico de dicha patología. Las
áreas entorrinales proyectan al hipocampo y es esta región la que forma el segundo
estadio en la progresión de la EA. Finalmente, el hipocampo proyecta al córtex
cerebral y este córtex constituye el tercer escalón en la progresión anatómica de la
EA y las alteraciones neuropatológicas y cognitivas que se asocian.
Glutamato
Además de la ya comentada acetilcolina, son muchos los neurotransmisores que se
sintetizan y liberan en las sinapsis interneuronales. El glutamato es el
neurotransmisor excitador más abundante en el SNC. De esta forma, las sinapsis
glutamatérgicas representan una diana muy afectada durante el proceso de
envejecimiento. El glutamato, además de activar las neuronas postsinápticas, juega
un papel primordial en el mantenimiento del trofismo neuronal modulando la
plasticidad celular, que es la base del comportamiento, la memoria, las emociones y
las actividades motoras y sensitivas de nuestro organismo. El glutamato, como el
resto de los neurotransmisores, activa receptores en la membrana postsináptica que
permiten el flujo de iones Na + y Ca ++ . Los receptores para el glutamato son de varios
tipos, siendo los principales los de tipo AMPA (relacionados con el ácido propiónico)
y los receptores MNDA (relacionados con el aspartato). La hiperestimulación de
dichos receptores por el glutamato determina una entrada no homeostática de
Ca ++ en el citoplasma neuronal y la producción de RLO, que conduce a una elevada
excitotoxicidad y produce, seguidamente, alteraciones en las dendritas (lugares más
abundantes de este tipo de sinapsis). Si la excitotoxicidad continúa, se ocasiona la
muerte neuronal por apoptosis. En este sentido, las neuronas que expresan elevados
niveles de receptores para el glutamato y una concomitante reducción de la
expresión de proteínas fijadoras de calcio (calbindina, calmodulina, etc.) son las más
afectadas durante el proceso de envejecimiento, lo que puede conducir a patologías
neurodegenerativas como la EA.
Dopamina
La neurotransmisión dopaminérgica se encuentra disminuida durante el
envejecimiento, fundamentalmente debido al fuerte estrés oxidativo al que las
neuronas que sintetizan dicho neurotransmisor se encuentran expuestas, ya que la
síntesis de dopamina está íntimamente ligada a una elevada producción de RLO.
Además de la reducción en los niveles de síntesis de dopamina, a este proceso se le
une una reducción en la expresión de los receptores postsinápticos para dicha
molécula, lo cual exacerba las alteraciones en la neurotransmisión dopaminérgica
que, en los procesos más extremos, conduce a patologías parkinsonianas, deterioro
cognitivo y demencia. La dopamina está implicada en procesos de cognición y
respuesta a estímulos contextuales. Probablemente la manifestación más deletérea
de la reducción de la inervación dopaminérgica la represente la EP, en la que las
neuronas de la sustancia negra desaparecen por apoptosis, con las consecuencias
clínicas que esto conlleva.
Nivel molecular
Las características, ya comentadas, del estado G 0 de las neuronas y la longevidad
asociada hacen que sus biomoléculas tengan que estar sometidas a numerosos
procesos de pérdida de acción, por una parte, y mantenimiento de la misma, por
otra. Este equilibrio inestable origina la disfunción que diversas moléculas producen
en las neuronas. Estas alteraciones, en el envejecimiento, pueden llevar a una
alteración neuronal o, en casos más extremos, a la muerte neuronal. Probablemente
el factor ubicuo sobre estas alteraciones sea el estrés oxidativo que se produce por
acción de los denominados radicales libres, de los cuales los más abundantes en las
neuronas son los RLO, cuya fuente principal se localiza en las mitocondrias y son
una consecuencia de la respiración aerobia celular por la cual se obtiene energía en
forma de ATP.
Calcio y homeostasis
La proteína calbindina forma parte de un grupo de moléculas que se denominan
proteínas fijadoras de calcio (p. ej., calmodulina, calretinina), y su función es el
mantenimiento de los niveles del ion Ca ++ en parámetros homeostáticos. El Ca ++ es
un ion fundamental en numerosas actividades celulares, pero en el caso del SNC
adquiere especial preponderancia por su actividad en la transmisión sináptica. Un
incremento de los niveles en los elementos postsinápticos, fundamentalmente en las
dendritas, puede determinar una cascada de reacciones que conduzcan a la muerte
neuronal por apoptosis. Las mitocondrias, como elementos fundamentales en la
generación de RLO, están sujetas a sus acciones y por ello se han desarrollado los
comentados sistemas enzimáticos de destoxificación de dichos radicales. En el caso
de las mitocondrias neuronales, su longevidad determina que, con el paso del
tiempo, las alteraciones en los componentes mitocondriales conduzcan al
incremento de la concentración de Ca ++ intramitocondrial y a la formación de poros
de transición transmembrana, con la consiguiente liberación de citocromo C al
citoplasma neuronal y la expresión de factor de inducción de apoptosis (AIF), que
conduce a la muerte neuronal.
Radicales libres de oxígeno
El catabolismo mitocondrial de la glucosa como fuente energética es el proceso de
inicio en la formación de RLO. El oxígeno (O 2 ) que llega a las mitocondrias
procedente de la respiración es transformado, en parte, en anión superóxido (O 2 •− ),
caracterizado por la presencia de un electrón no apareado en el orbital más externo,
lo que lo convierte en un RLO. Posteriormente el anión superóxido, tóxico para las
neuronas, es dismutado por acción de la enzima superóxido dismutasa (SOD) y, en
presencia de hidrogeniones (H + ), en peróxido de hidrógeno (H 2 O 2 ), que no es un
RLO, pero forma parte de la cadena de producción de RLO y es una molécula tóxica.
Seguidamente, el H 2 O 2 , por acción de diversos metales pesados (Fe ++ o Cu ++ ),
forma el radical hidroxilo (HO •− ) y los denominados peroxinitritos (formados por la
reacción del O 2 − con el óxido nítrico [NO]). El NO ha adquirido gran importancia en
el SNC, pues se comporta en numerosas localizaciones como un neurotransmisor de
tipo gas difusible, lo que hace que las neuronas que lo utilizan en su transmisión sean
más vulnerables al daño oxidativo y la consiguiente muerte neuronal. Esto ocurre en
las neuronas dopaminérgicas que sintetizan dopamina, cuya consecuencia es la
reducción de los niveles de este neurotransmisor y el desarrollo de EP, con las
alteraciones cognitivas que esta patología puede acarrear. La acció n de los RLO
altera fundamentalmente las moléculas de la matriz y la membrana mitocondrial
(por proximidad), y posteriormente daña el ADN nuclear y otros sistemas de
citomembranas celulares, como la membrana plasmática, el retículo endoplásmico,
los complejos de Golgi, etc. Todo ello como consecuencia de la peroxidación de los
lípidos que conforman la bicapa lipídica, con formación de aldehídos (4-
hidroxinonenal) y con alteración de la homeostasis mitocondrial.
El estrés oxidativo causa envejecimiento neuronal y, si se mantiene en el tiempo,
conduce a la apoptosis neuronal. Este estrés envejece las neuronas por diferentes
vías. Ya hemos comentado que la principal fuente de RLO en las neuronas son las
mitocondrias y las alteraciones de sus acciones conducen a un incremento de los
niveles de Ca ++ intramitocondrial y a una alteración de la permeabilidad de las
membranas interna y externa de la mitocondria y la liberación al citoplasma del
citocromo C inductor de apoptosis. Los radicales hidroxilos pueden alterar las bases
que conforman el ADN. Se activa la enzima p53 y la neurona entra en apoptosis.
Finalmente, el estrés oxidativo activa enzimas que destruyen la esfingomielina
(esfingomielinasas) y producen ceramidas. Los acúmulos de ceramidas se han
relacionado con envejecimiento cerebral y deterioro cognitivo leve, además de con
patologías como la EA.
En este sentido, la acción deletérea de los RLO se entronca con la denominada
hipótesis de «restricción calórica», que postula que la reducción homeostática en el
aporte de calorías determina una consiguiente reducción en la generación de RLO y,
en consecuencia, una disminución en los daños colaterales que estos subproductos
tóxicos generan en las neuronas. Aunque los RLO actúan en todas las células de
nuestro organismo, e incluso algunas los utilizan para eliminar productos de la
fagocitosis (los macrófagos lisan bacterias por la acción de RLO), en el caso de las
neuronas, el hecho de ser células en G 0 las hace muy vulnerables a sus acciones. Así,
las lesiones producidas en determinados grupos neuronales se consideran el inicio
de numerosas alteraciones cognitivas a lo largo del envejecimiento. Diversos
estudios han demostrado que la restricción calórica incrementa la producción de
moléculas beneficiosas para el trofismo neuronal, como el factor neurotrófico
derivado del cerebro (BDNF), e incluso inducen la neurogénesis en el hipocampo,
una de las pocas regiones cerebrales que conserva la capacidad de proliferación
neuronal a lo largo del ciclo vital, incluido en el envejecimiento.
Factores tróficos cerebrales
Son numerosos los estudios experimentales en animales de laboratorio que han
mostrado la importancia de estos factores ligados tanto al desarrollo como al
envejecimiento cerebral. Un factor muy relevante en el envejecimiento neuronal y
las posibles consecuencias en el estado cognitivo de las personas es la disponibilidad
de un grupo de moléculas conocidas como factores tróficos, cuya función, muy
relevante en el desarrollo, consiste en promover la maduración cerebral, pero que a
lo largo del ciclo vital del individuo y en el envejecimiento siguen jugando dicho
papel. De entre los numerosos factores descritos, probablemente los más estudiados
son el BDNF, el factor de crecimiento nervioso (NGF), los factores de crecimiento
similares a la insulina (IGF), el factor de crecimiento de fibroblastos (FGF) y el
factor neurotrófico derivado de la glía (GDNF), entre otros. Estos factores tróficos
sufren una reducción en sus niveles de síntesis y liberación asociada al
envejecimiento y, en consecuencia, las funciones qu e ejercen se ven reducidas. En
este sentido, se ha visto una clara correlación entre la expresión de BDNF y el estado
cognitivo de las personas. Los niveles homeostáticos de este factor son
fundamentales para el mantenimiento del trofismo neuronal y su funcionalidad, ya
que se ha visto que las reducciones de este se acompañan de depresión y deterioro
cognitivo. Por el contrario, cuando se produce una lesión cerebral, se ha visto que las
neuronas presentan una sobreexpresión de BDNF para incrementar la recuperación
morfofuncional de la región afectada. El BDNF es una molécula que reduce su
expresión en las etapas iniciales del deterioro cognitivo, lo que sugiere que la
administración de dicho factor podría representar un arma terapéutica para dicha
enfermedad. Finalmente, la expresión de estos factores tróficos implica la
concomitante síntesis de sus receptores, las tirosincinasas y las
fosfatidilinositolcinasas, además de factores como el CREB (proteína de unión al
AMPc) o factores nucleares como el factor κB.
Nivel genético
Diversos estudios han mostrado la correlación existente entre diversos genes y las
características cognitivas del envejecimiento tanto en humanos como en animales de
experimentación. Como hemos visto, las alteraciones de nuestros genes, que
conducen a disfunciones en el sistema vascular cerebral, producen cambios en el
trofismo del tejido nervioso y, en consecuencia, alteran negativamente las funciones
cerebrales.
Genes deletéreos
Uno de los genes cuya relación con alteraciones en las características del tejido
nervioso y la cognición es bien conocida es el de la apolipoproteína E (APOE). Hay
tres alelos para el gen bialélico de la APOE (los alelos ɛ2, ɛ3 y ɛ4), de manera que la
herencia de uno de los alelos ɛ4 aumenta el riesgo de desarrollo de EA, y la herencia
de dos alelos ɛ4 incrementa aún más el riesgo. Por el contrario, el alelo ɛ2 es
considerado protector. Así, podemos decir que el deterioro cognitivo asociado al
envejecimiento guarda una estrecha relación con genes encargados de la gestión de
lípidos en nuestras neuronas. Por otra parte, la proteína precursora de amiloide
(APP) y las presenilinas 1 y 2 (PSEN1 y PSEN2) se relacionan con deterioro cognitivo,
como se ha demostrado en humanos y en modelos animales de EA. Las funciones
cognitivas también se pueden ver alteradas por acciones de otros genes implicados
en la neurotransmisión, como la catecol-O-metil transferasa (COMT) o el receptor
2A para la serotonina (5HT2A). Otros genes importantes son: genes implicados en
la regulación vascular de la enzima de conversión de la angiotensina (ECA); genes
implicados en las respuestas inflamatorias, diversas interleucinas y el factor de
necrosis tumoral α (TNF-α), y diversos genes implicados en la síntesis de enzimas
relacionadas con el estrés oxidativo (superóxido dismutasa [SOD]), el metabolismo
de la insulina y el IGF. Estos y otros muchos genes pueden actuar, de forma directa
o indirecta, por su variación en la forma de expresión en la actividad fisiológica de
los componentes cerebrales y producir alteraciones que cursen con mayor o menor
grado de repercusión funcional en el envejecimiento.
Genes protectores
En sentido opuesto a los genes comentados, están los relacionados con el
envejecimiento cerebral exitoso y son aquellos implicados en l a señalización de la
insulina, la metilación y la acetilación del ADN y diversas proteínas, la reparación
del ADN y el metabolismo de los lípidos. Ejemplos concretos de genes protectores
por su actividad de sobreexpresión en diversos sistemas de síntesis de factores
tróficos son los que regulan las proteínas BCL12, la proteína inhibidora de la
apoptosis (IAP), la manganeso-superóxido dismutasa (Mn-SOD) y la calbindina.
Envejecimiento del medio extraneuronal
Vascularización
Uno de los aspectos más importantes a la hora de correlacionar envejecimiento
cerebral y cognición es el hecho de que los elementos celulares del SNC (neuronas y
células de la glía) necesitan un apropiado aporte de nutrientes y oxígeno para el
mantenimiento de sus funciones metabólicas. El correcto aporte viene determinado
por el estado del sistema vascular, en general, y el cerebral, en particular. Todos
aquellos factores que dificulten o mejoren la vascularización tendrán una
repercusión funcional importante en las funciones cognitivas. Como hemos
comentado anteriormente, el aporte de oxígeno y metabolitos está finamente
regulado por la presencia de la BHE. Un factor que determina el correcto transporte
molecular, a este nivel, es la presión arterial. En el envejecimiento es muy frecuente
que las personas posean niveles de presión arterial superiores a los fisiológicos, y es
esta HTA la que está en la base de numerosos procesos que cursan con deterioro
cognitivo. Si a este factor le sumamos una reducción del calibre vascular por
engrosamiento de las paredes arteriales y pérdida de elasticidad, como ocurre en la
arteriosclerosis, podremos observar que las funciones cognitivas se ven seriamente
afectadas. Además, estas alteraciones vasculares se han asociado con reducciones en
el volumen cortical de algunas regiones cerebrales.
Glía
En el SNC, el componente celular más abundante es la neuroglía (glía), constituida
por diversos tipos celulares que desarrollan funciones diferentes. La astroglía
(astrocitos) comprende un grupo de células que se asocian íntimamente a las
neuronas para facilitar su trofismo y ayudar en los procesos de destoxificación
neuronal, además de mantener la homeostasis en las sinapsis. Durante el
envejecimiento, los astrocitos pierden paulatinamente sus capacidades
destoxificadoras, lo que implica que las neuronas se vean comprometidas, aún más,
en sus procesos de eliminación de tóxicos y que las sinapsis no puedan mantener los
equilibrios iónicos necesarios para su normal funcionamiento. La oligodendroglía
(oligodendrocitos) corresponde a las células que forman las vainas de mielina en el
SNC. La mielina permite, por su especial estructura, el mantenimiento y la
propagación de los impulsos bioeléctricos para que alcancen sus dianas. La mielina
tiene un sistema de reciclado de lípidos y proteínas muy inestable. En el
envejecimiento, el recambio de las moléculas que constituyen la mielina está muy
limitado, y esta es una de las causas de deterioro en la neurotransmisión que conduce
al deterioro cognitivo. Las denominas patologías desmielinizantes, en las cuales la
mielina del SNC no es renovada, son un ejemplo de patologías que afectan el
funcionamiento cerebral. La microglía está formada por un tipo especial de
monocitos que durante el desarrollo embrionario migran del saco vitelino al sistema
nervioso en formación. Estos monocitos modificados, una vez en el SNC se asientan
en la proximidad de los vasos sanguíneos y aseguran la eliminación de detritus
celulares y patógenos que podrían alcanzar el parénquima cerebral. Los
ependimocitos participan en el transporte de biomoléculas, de forma bidireccional,
entre el parénquima cerebral y el líquido cefalorraquídeo. El correcto
mantenimiento de las funciones de estas estirpes celulares asegura el mantenimiento
óptimo de las funciones cerebrales.
Matriz extracelular
La matriz extracelular (MEC) del SNC está constituida por un grupo heterogéneo de
moléculas que, bien unidas a la membrana plasmática de las neuronas y/o células
gliales, bien libres en la propia matriz, juegan funciones importantes en los procesos
de regeneración cerebral y transporte de moléculas. La MEC está constituida,
fundamentalmente, por proteoglicanos de diversos tipos y otras proteínas que sirven
de sistemas de unión y anclaje de dichos polímeros de hidratos de carbono. Durante
el desarrollo embrionario y fetal, la MEC permite la migración de los neuroblastos
para que alcancen sus localizaciones definitivas. También permite que los procesos
neurales, fundamentalmente los conos de crecimiento axónico, contacten con las
regiones diana. Pasado un período crítico, la MEC se vuelve no tolerante a la
migración y regeneración neural, y esta es una de las causas por las que en el
envejecimiento está impedida la regeneración cerebral. Una línea de trabajo muy
interesante es aquella que analiza el comportamiento de la MEC cerebral en el
envejecimiento y las posibles aplicaciones que diversas moléculas pueden tener en
el proceso de facilitar la fluidez de dicha MEC para propiciar la regeneración neural.
En este sentido, la condroitinasa es un enzima que lisa diversos componentes de la
MEC, y que en estudios preclínicos y clínicos se ha mostrado muy eficaz para facilitar
la regeneración de regiones cerebrales afectadas.
Neurogénesis
Al comienzo de este capítulo hemos comentado que las neuronas son células fijas
posmitóticas que se encuentran paradas en la fase G 0 del ciclo celular y que tras el
período fetal ya no se dividen. Por esta razón, la proliferación posnatal no se produce,
de tal manera que la muerte neuronal por apoptosis, o en casos más serios por
necrosis, implica una pérdida de neuronas que es, en parte, compensada por la
proliferación de células gliales, principalmente astrocitos. Este dogma no es general
y sabemos que hay algunas regiones del SNC que conservan neuroblastos que
pueden proliferar a lo largo de todo el ciclo vital humano, incluido el envejecimiento.
Una de estas regiones que conserva neuroblastos en proliferación activa es el giro
dentado del hipocampo. En el hipocampo, como ya hemos comentado, está la base
de los circuitos de memoria y aprendizaje. Las neuronas del giro dentado están
proliferando de forma continua, no para sustituir a neuronas que son eliminadas por
apoptosis, sino como un modo de añadir células. La base morfofuncional de este
proceso se encuentra en el hecho de que este sistema permite ampliar los circuitos
implicados en la memoria y el aprendizaje. Diversos estudios han demostrado, tanto
en animales de experimentación como en humanos, que la activación de estos
neuroblastos por medio de ejercicios cognitivos incrementa la neurogénesis y el
mantenimiento de la memoria. A este respecto, debemos señalar que la queja
fundamental de las personas mayores es lo que ellas denominan «falta de memoria».
En la actualidad, esta queja puede ser contrarrestada en parte mediante medidas
conductuales que induzcan la neurogénesis en el giro dentado para facilitar el
mantenimiento y evitar la pérdida de las funciones nemónicas asociadas al
envejecimiento.
Conclusión
El tejido cerebral representa la base morfológica de las funciones superiores
humanas, entre ellas la cognición. El estudio de los mecanismos neurales que se
asocian al envejecimiento ayuda a profundizar en dicho conocimiento y creemos que
aportará medidas destinadas a paliar los efectos deletéreos que se asocian con el
envejecimiento, en general, y con su aspecto neurocognitivo, en particular. La
importancia que están adquiriendo los casos de deterioro cognitivo asociado al
envejecimiento y su manifestación patológica, como la demencia en sus diversas
variedades (algunas comentadas en este capítulo), está incrementando de forma
notable las investigaciones en esta área de conocimiento. Los fenómenos de
apoptosis neuronal, el acúmulo de moléculas tóxicas intra- y extraneuronales, y las
alteraciones vasculares y en los circuitos sinápticos son algunas de las consecuencias
más notables del envejecimiento cerebral. No hay estudios concluyentes y las
investigaciones no pueden afirmar con rotundidad que el mayor ejercicio cerebral
induzca una mayor preservación de la cognición asociada al envejecimiento. Se sabe
que ejercicios específicos pueden mantener o incrementar funciones localizadas en
áreas cerebrales concretas, pero en ningún caso se ha podido hacer una extensión al
resto del parénquima cerebral. Un mejor conocimiento de las bases neurales de la
cognición y el envejecimiento redundará de forma beneficiosa en el mantenimiento
de las capacidades funcionales del cerebro en esta fase del ciclo vital.
Lecturas recomendadas
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CAPÍTULO 2
Figura 3-1
Evolución de la esperanza de vida, 1991-2015.
Fuente: Esperanza de vida al nacimiento según sexo. Indicadores de mortalidad (INE).
Elaboración propia.
La esperanza de vida de la población española se encuentra entre las más altas de la
Unión Europea. En el año 2014, España se situó en primer lugar en la clasificación
de países por esperanza de vida de las mujeres de la Unión Europea (8 6,2 años),
seguida de Francia (86 años). En cuanto a la esperanza de vida de los hombres,
España se situó en tercera posición (80,4 años) junto a Suecia, por detrás de Italia y
Chipre (80,7 y 80,9 años, respectivamente) ( EUROSTAT, 2014 ).
La clave del aumento de la esperanza de vida en España ha sido el descenso de la
mortalidad, en especial la mortalidad infantil, reflejo del progreso en las condiciones
sanitarias, sociales y económicas, y la mejora de los estilos de vida ( Robles-González
et al., 1996 ). Una infraestructura higiénico-sanitaria adecuada, el desarrollo
socioeconómico, que permitió una mejora sustancial de las condiciones de vida, y la
puesta en marcha de iniciativas de carácter indirecto como las inversiones del Estado
en materia de vivienda, sanidad o educación, entre otros factores, han permitido
mejorar las condiciones sanitarias, sociales y económicas y favorecer así una menor
mortalidad ( Rodríguez-Ocaña, 1994 ). En el caso de la mortalidad infantil, según un
estudio realizado en España, a finales del siglo xix y principios del xx la mortalidad
de los nacidos estaba sujeta a la recurrencia de crisis epidémicas ( Sanz-Gimeno y
Ramiro Fariñas, 2002 ). En el último tercio del siglo xix y a lo largo del
siglo xx transcurrió el proceso de transformación en el perfil de la mortalidad según
causa de muerte; fue en torno a 1960 cuando las causas infecciosas y no infecciosas
pasaron a ser responsables por igual de la mortalidad de los nacidos. En la
actualidad, se ha producido un cambio sustancial en el patrón de causas de la
mortalidad infantil y juvenil, dejando atrás la mortalidad debida a causas infecciosas.
La mortalidad en los primeros años de vida ha pasado a estar relacionada
principalmente con patologías perinatales y anomalías congénitas ( Gómez-
Redondo, 1992 ).
En las sociedades más desarrolladas, como es el caso de la sociedad española, las
personas no mueren por enfermedades infecciosas en la infancia, como ocurría en el
pasado, sino en la ancianidad ( Bazo, 1999 ). Esto se debe a la mejor alimentación, a
los cambios en las pautas de higiene, a la mejora de las infraestructuras (instalación
de agua corriente en los hogares y los sistemas de eliminación de aguas residuales),
a los avances en medicina (descubrimiento de vacunas, invención de antibióticos,
progresos en la cirugía y la educación sanitaria) y al aumento y la calidad de las
condiciones de vida. En este sentido, el aumento de la esperanza de vida es una
conquista, un avance económico y social, y no solo un cambio demográfico.
Descenso de las tasas de fecundidad
El cambio en la fecundidad también se produjo a lo largo del siglo xx. Fue a partir
del año 1975 cuando el descenso se intensificó y se hizo más rápido. De hecho, nunca
se ha visto un descenso de la fecundidad tan importante, en términos de intensidad
y rapidez. Tras pasar por un período de elevada fecundidad entre 1955 y 1973 (el
llamado baby boom ), la fecundidad descendió a gran velocidad hasta llegar a la tasa
de reemplazo de la población (2,1 hijos por mujer) a principios de los años ochenta.
Fue en el año 1998 cuando se registró el índice sintético de fecundidad (ISF) más
bajo, 1,16 hijos por mujer, un mínimo histórico (INE, 2016). En el año 2014 este
índice se situó en 1,32 hijos por mujer ( fig. 3-2 ), manteniéndose por debajo del nivel
de reemplazo. Parece que esta tendencia de descenso se ha detenido y se mantiene
constante en la actualidad.
Figura 3-2
Evolución del número medio de hijos por mujer, 1975-2014.
Fuente: Estadística de nacimientos. Movimiento natural de la población (INE). Elaboración
propia.
Aunque en el ámbito europeo también hemos asistido a un descenso generalizado de
las tasas de fecundidad, el caso español ha sido característico. España ha pasado de
ser uno de los países de la Unión Europea con uno de los ISF más altos a ser uno de
los países que presenta menor ISF, junto a otros países como Portugal, Grecia,
Chipre y Polonia. En Europa, Turquía (2,17 hijos por mujer), Francia (2,01 hijos por
mujer) e Irlanda (1,94 hijos por mujer) son los países con mayor ISF (datos de 2015)
( EUROSTAT, 2015 ).
El descenso de la fecundidad es un fenómeno geográficamente muy extendido, que
abraza sistemas culturales, políticos y económicos diferentes unos de otros ( Livi
Bacci, 1998 ). Los factores que han contribuido a este fenómeno han sido
fundamentalmente los siguientes:
• El descenso de la mortalidad infantil, que conlleva que no sea necesario mantener un
alto nivel de fecundidad.
• La integración sociolaboral de la mujer ha tenido como consecuencia el retraso de la
maternidad. El trabajo femenino, la autonomía de las mujeres y los horarios
laborales dificultan la conciliación entre la vida familiar y el trabajo.
• La emancipación tardía de los jóvenes, debida a los problemas laborales y al acceso
a la vivienda, también ha provocado un retraso de la vida familiar de los jóvenes.
• El cambio de valores de la población española relativos al matrimonio, la familia, la
maternidad y la utilización de métodos anticonceptivos también han contribuido a
una importante reducción de la natalidad.
La principal característica de esta tendencia demográfica no solo es que se tengan
menos hijos sino también la variación en el calendario. La posposici ón de la
maternidad a una edad más tardía hace que las mujeres españolas tengan menos
hijos, disminuyendo así la fecundidad total de las mujeres españolas ( Ortega Osona
y Kohler, 2001 ). Las mujeres se casan más tarde y, por tanto, tienden a tener menos
hijos que las mujeres que se casaban antes.
Si el aumento de la fecundidad viniese exclusivamente de la mano de motivos
económicos, como el acceso a la vivienda, los problemas laborales, el aumento de los
sueldos, etc., cabría prever un aumento del número de hijos por mujer si el Estado
llevara a cabo políticas que incidieran más en estos problemas. Este tipo de políticas
pueden ser un empujón y ayudar a un pequeño aumento de la natalidad, pero en la
actualidad no solo influyen los factores económicos en la toma de decisiones sobre
la natalidad, sino que también están involucrados los factores emocionales y
personales de las mujeres y las familias, y estos no están sujetos a política ninguna,
por lo que son más difíciles de modificar.
Consecuencias del envejecimiento de la población
El envejecimiento es un hecho natural y normal de las sociedades demográficamente
más desarrolladas. El paso de un régimen de mortalidad y natalidad elevados a otro
en el que ambos son reducidos implica directamente el envejecimiento de la
población; es decir, es una consecuencia natural de la transición demográfica
( Duque, 2000 ). En el transcurso de un régimen demográfico a otro, en el que la
población tiene que estabilizarse o disminuir de tamaño, la sociedad pasa
forzosamente por una situación de envejecimiento hasta alcanzar una estructura por
edades y tasas de crecimiento acordes con los nuevos patrones demográficos
resultantes.
El envejecimiento demográfico conlleva, por tanto, un cambio en la estructura por
edades de la población, donde la población joven se reduce en pro de la anciana. El
descenso de la natalidad, que reduce el número de niños, y el aumento de la
esperanza de vida, que provoca un crecimiento de la población de más edad, tienen
un efecto sobre la estructura de edad y esto se traduce en una inversión demográfica.
Este cambio en la estructura de edad puede verse en la figura 3-3 (se muestran cuatro
pirámides de la población española en distintos años: 1991, 2001, 2011 y 2050). En
el año 1991 el grueso de la población se encontraba comprendido en los tramos de
edad entre los 15 y los 34 años. Con el paso del tiempo, este grupo ha i do escalando
la pirámide de población y será en el año 2050 cuando invertirá su forma. La base
de la pirámide se estrechará, mientras que la cúspide se ensanchará. En 2050, las
personas de 65 y de más de 65 años habrán duplicado sus efectivos actuales,
mientras que la población en edad laboral (16-64) y la población infantil/juvenil (0-
15) habrán reducido su peso. Además, según las proyecciones de población
presentadas en el último informe del Instituto de Mayores y Servicios Sociales
(Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, 2014), publicado en 2014 y
correspondiente al período 2012-2013, el número de personas de 65 y de más de 65
años seguirá aumentando en las próximas décadas, lo que implica que la estructura
de edad de la población española envejecerá de forma acelerada e intensa. Si se
mantienen los supuestos de fecundidad, mortalidad y migración de las proyecciones,
las personas de 65 y de más de 65 años triplicarán la cifra de los menores de 16 años.
Figura 3-3
Evolución de la pirámide de población española, 1991-2050.
Fuente: 1991, 2001 y 2011: censos de población y vivienda; 2050: proyecciones de población
(INE). Elaboración propia.
Una consecuencia del cambio en la estructura de edades es el envejecimiento del
envejecimiento, lo que se conoce como sobreenvejecimiento o cuarta edad: el
envejecimiento de la población anciana más anciana (personas de 80 y de más de 80
años). Cada vez es mayor el número de personas que alcanzan edades avanzadas. En
el pasado, la supervivencia a esas edades era muy reducida, pero en la actualidad es
el grupo que crece con mayor rapidez y se prevé que el aumento previsto de la cuarta
edad sea todavía más espectacular que el de la población anciana total. Este grupo
de población pasará de un 4,9% del total de la población en el año 2010 a representar
casi el 11,8% de la población española en el año 2049 ( fig. 3-4 ). El mayor número de
personas de edad avanzada, así como el peso que tienen en el conjunto de la
población, está contribuyendo a que cada vez se preste más interés y atención a este
grupo de población, debido a su elevado porcentaje respecto al total de la población .
Figura 3-4
Evolución de la población de 65 y de más de 65 años en España, 1900 -2049 (porcentaje).
Fuente: 1900-2011: censos de población y vivienda; 2016: estadística del padrón continuo a 1
enero de 2016; 2020-2050: proyecciones de población (INE). Elaboración propia.
Otra consecuencia de la nueva estructura de edades es la feminización de la
población, que se debe a una mayor tasa de mortalidad masculina a todas las edades
(Abellán-García y Pujol-Rodríguez, 2016). En 2016, había un 32,9% más de mujeres
(4.940.008) que de hombres (3.717.697). Nacen más hombres que mujeres, y este
exceso se mantiene durante muchos años, pero, a medida que la población envejece,
la relación numérica entre ambos sexos se desequilibra. Como puede verse en las
pirámides de población (v. fig. 3-3 ), el sexo predominante en la vejez es el femenino.
En España hay 143 mujeres de 65 o más de 65 años por cada 100 hombres de esa
misma edad, que se eleva hasta 164 por cada 100 en el grupo de entre 75 y 84 años,
y hasta 224 por cada 100 entre los mayores de 85 años ( González y San
Miguel, 2001 ).
Que el aumento de la longevidad favorece especialmente a las mujeres es un hecho
constatado, pero todavía existe debate sobre sus causas. Esta diferencia puede
deberse a factores biológicos, además de a otros factores como una menor exposición
de las mujeres a riesgos de enfermedad y muerte, determinada por estilos de vida y
roles sociales distintos. Solo en el futuro, en la medida en que hombres y mujeres se
aproximen a estilos de vida y actividad laboral similares, se podrá dilucidar la
repercusión que estos factores tienen en la mayor supervivencia de las mujeres.
Por último, está el aumento de la dependencia. Dado que los problemas de salud y la
dependencia guardan una relación directa con la edad, el envejecimiento
demográfico tiene como consecuencia el aumento de las enfermedades crónicas y la
discapacidad en España. Un porcentaje importante de la población envejecida sufre
enfermedades graves que generan dependencia. Mientras que en el año 1900 las
principales causas de muerte eran enfermedades infecciosas (transmisibles) como la
diarrea, la tuberculosis o las neumonías, en el siglo xxi las principales causas de
muerte son lo que conocemos como problemas de salud crónicos: diabetes mellitus,
enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC), enfermedades neurológicas
(binomio ictus-demencia), artrosis, deficiencias sensoriales y, por encima de todo,
enfermedades cardiovasculares (insuficiencia cardíaca y cardiopatía isquémica) y
cáncer (Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, 2011).
Actualmente, el 73% de la población adulta padece alguna enfermedad crónica y más
del 50% tiene dos o más enfermedades (Abellán-García y Pujol-Rodríguez, 2016).
Las enfermedades crónicas afectan a la calidad de vida y al estado funcional de las
personas que las padecen, y son una causa considerable del aumento del coste
sanitario; son responsables del 75% del coste sanitario en los países occidentales y
de más del 80% del gasto farmacéutico ( García-Lizana y Sarría Santamera, 2005 ).
Además, el 54,9% de todas las estancias en hospitales son de pacientes mayores de
65 años, lo que incrementa también de forma significativa el gasto sanitario. El
impacto del envejecimiento en la calidad de vida de la población y en el gasto
sanitario público podría reducirse a la mitad si el crecimiento en la esperanza de vida
fuese proporcional al crecimiento de la esperanza de vida en buena salud (Ministerio
de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, 2012b).
Debido a que el envejecimiento de la población es inevitable, y además un triunfo de
la humanidad, es necesario tener una visión más positiva de la vejez. Para no
recargar excesivamente el sistema sanitario, es necesario impulsar un
envejecimiento activo y saludable, realizando prevención de las enfermedades a
través de una dieta equilibrada, de la práctica de ejercicio físico y mental y de la
reducción de hábitos nocivos para la salud; y realizando promoción de la salud,
permitiendo a las personas incrementar el control sobre su salud para mejorar la. La
prevención y promoción de la salud es la clave para aliviar la carga del sistema
nacional de salud asociada al envejecimiento progresivo de la población. Por este
motivo, la promoción del envejecimiento activo se ha convertido en el centro de
atención de organismos internacionales como la Organización Mundial de la Salud
(OMS), el Banco Mundial, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económicos (OCDE) y la Comisión Europea.
Las enfermedades a las que tiene que hacer frente el sistema san itario español son
varias. Los datos por causa de muerte muestran un perfil epidemiológico en España
similar al de los países de su entorno socioeconómico. Las enfermedades del sistema
circulatorio, los tumores y las enfermedades del sistema respiratorio son las
primeras causas de muerte. En el año 2014, la mortalidad por enfermedades del
sistema circulatorio fue la primera causa de muerte en España y representó el 29,7%
del total de defunciones. En segundo lugar, los tumores son responsables del 27,9%
del total de fallecidos. El tercer grupo de causas de muerte con más defunciones
anuales es el de las enfermedades del sistema respiratorio, con un 11,1% de fallecidos
(INE, 2014).
A pesar de que el alargamiento de la vida se ha acompañado de propuestas para
llevar un envejecimiento activo, la vejez se percibe como un «problema social». Las
personas que envejecen no consideran que el cambio haya sido una conquista, sino
que perciben su envejecimiento como una experiencia de deterioro físico y mental,
como un proceso de decadencia (De Miguel, 2001). El envejecimiento se asocia a
dependencia y enfermedad. Solo el 50% de las personas de 65 o más años
manifiestan en las diferentes encuestas de salud que tienen una salud buena o muy
buena ( Salvà, 2006 ), lo que suele asociarse a la ausencia de síntomas importantes
de las posibles enfermedades crónicas existentes y a la ausencia de enfermedades
discapacitantes.
En los últimos años, en España se han llevado a cabo estudios para conocer la
percepción de salud de la población. En la última Encuesta Europea de Salud de
2014, el 79,4% de los hombres y el 76,4% de las mujeres refieren que su estado de
salud es bueno o muy bueno, cifras que en personas de 65 o más años bajan al 45%
en el caso de los hombres y al 38% en el caso de las mujeres (Ministerio de Sanidad,
Servicios Sociales e Igualdad, 2012b; OECD y European Commission, 2014). Las
percepciones negativas respecto a la salud aumentan con la edad y con la
dependencia ( fig. 3-5 ). Además, el sexo es un factor diferenciador de la salud
subjetiva. Como puede verse en la figura 3-5 , hay mayor porcentaje de hombres de 65
o más años que valora bien o muy bien su estado de salud, en comparación con las
mujeres de esa misma edad.
Figura 3-5
Valoración del estado de salud de los últimos 12 meses percibida por sexo y grupo de edad,
2014.
Fuente: Encuesta Europea de Salud 2014 (INE). Elaboración propia.
Si se mide en porcentaje de tiempo que se vive con buena salud a partir de los 65
años, el contraste entre hombres y mujeres es más evidente: los hombres consideran
que el 50,5% del tiempo que les queda por vivir será en buenas condiciones, mientras
que en el caso de las mujeres estas consideran que solo el 38,5% del tiempo que les
queda por vivir será en buenas condiciones (EHLEIS Country Reports, 2013).
Por otro lado, el envejecimiento de la población es considerado un problema social
por sus consecuencias sociales sobre el sistema sanitario y el sistema de protección
social: aumenta el gasto en pensiones, incrementa el gasto sanitario y genera
demanda de nuevos servicios de atención y cuidado, dado que las mujeres están cada
vez menos disponibles para el cuidado de las personas ( González y San
Miguel, 2001 ). Según el estudio realizado por The Economist ( Economic
Intelligence Unit, 2012 ) y publicado en 2012, «Una nueva visión de la vejez.
Repensando las políticas de salud para la sociedad europea que envejece», donde se
consultó a 1.113 profesionales médicos de países europeos, entre ellos España, el
aumento de la esperanza de vida puede representar una amenaza para los sistemas
de salud europeos. Así lo cree el 49% de los entrevistados. En España, el 16% de los
entrevistados no cree que haya complicaciones en el sistema de salud por el aumento
de la demanda de atención a los mayores de 65 años, pero sí consideran que la crisis
económica que atraviesa el país puede complicar la situación. Según el informe, las
recomendaciones para que los sistemas sanitarios europeos se enfrenten
positivamente al envejecimiento son las siguientes:
• Mejor distribución de las inversiones en sanidad: los encuestados señalan que la
inversión sanitaria debería centrarse en la prevención, para reducir la prevalencia de
enfermedades crónicas. El 46% de los profesionales médicos señalan que los
Gobiernos deberían dar una mayor prioridad a que los ciudadanos sean los
responsables de su propia salud para prevenir enfermedades.
• Fomentar una mayor integración entre la atención sanitaria y la sociedad para mantener
el mayor tiempo posible la independencia de los mayores dentro de la comunidad.
Solo el 38% de los encuestados consideran que su país está llevando a cabo esta
medida con éxito.
• La formación médica debe centrarse en las necesidades de atención médica enfocadas al
envejecimiento. El 27% de los encuestados consideran que existe una escasez de
formación en aspectos relacionados con las necesidades del envejecimiento. La
formación de los profesionales de la salud debe estar centrada en la atención integral
de los pacientes ancianos con más de una enfermedad crónica.
• Existen actitudes negativas hacia las personas mayores. El 42% de los encuestados
consideran las actitudes del personal de salud como una barrera importante, y más
de la mitad dicen también que las quejas de los pacientes mayores son menos
atendidas.
Envejecimiento demográfico y demencia
En los últimos años, se ha observado un aumento de la mortalidad por enfermedades
mentales y nerviosas. En el año 2014, 23.394 personas fallecieron por enfermedades
del sistema nervioso y 18.706 por enfermedades mentales y del comportamiento.
En los países occidentales, entre ellos España, empieza a aparecer un problema grave
en el área de salud: el aumento de personas afectadas por la demencia, con
importantes consecuencias para los pacientes, sus familiares y la sociedad en
general. La demencia es un síndrome vinculado a la edad y, por tanto, relacionado
con el envejecimiento progresivo de la población y el aumento de la esperanza de
vida. La demencia ha sido reconocida como uno de los problemas de salud más
relevantes en la población mayor ( Coucill et al., 2001 ). En 2009 se estimó que había
34,4 millones de personas con demencia en el mundo ( Wimo et al., 2010 ). Además,
se espera que la prevalencia de personas con demencia aumente en los próximos
años debido al envejecimiento de la población. El número de personas afectadas se
duplicará cada 20 años hasta llegar a 81,1 millones en el año 2040 ( Ferri
et al., 2005 ). Aunque la cifra exacta no se conoce por diferentes motivos, entre ellos,
el elevado número de pacientes que no acude al sistema sanitario para el diagnóstico,
se estima que en España existen unas 600.000 personas con demencia ( de Pedro-
Cuesta et al., 2009 ).
De entre todas las demencias, la enfermedad de Alzheimer (EA) es la que ocupa el
primer lugar y será una de las principales enfermedades a las que tendrá que h acer
frente el sistema sanitario en los próximos años. Esta patología neurodegenerativa
afecta aproximadamente a 400.000 personas en España ( de Pedro-Cuesta
et al., 2009 ). El progresivo envejecimiento de la población que están experimentado
las sociedades occidentales, entre ellas la española, hace que las previsiones de los
expertos apunten a que el número de casos diagnosticados de EA en el mundo
aumente en torno al 75% en los próximos 25 años si la tendencia actual se mantiene.
De ser así, la EA se calificaría como la enfermedad del siglo xxi y uno de los
principales retos biomédicos.
Los resultados de una encuesta internacional realizada en Estados Unidos y cuatro
países europeos (Francia, Alemania, España y Polonia) por la Escuela de Salud
Pública de Harvard ( Blendon y Georges, 2011 ) revelan que a más del 85% de los
encuestados en los cinco países les gustaría saber, si presentaran confusión y pérdida
de memoria, si la causa de estos síntomas era la EA. Más del 94% desearía también
saberlo si fuera otro miembro de la familia quien presentara los síntomas. Cuatro de
los cinco países afirmaron que la enfermedad que más temen es la EA, después del
cáncer, de una lista de siete enfermedades que incluía la insuficiencia cardíaca y el
ictus, entre otras. Aunque el miedo a la EA aumenta con la edad, los adultos jóvenes
también muestran preocupación, y una de cada siete personas de entre 18 y 34 años
elige la EA como la enfermedad que más temen.
Esta encuesta también revela que una parte importante de las personas entrevistadas
ya ha tenido contacto o algún tipo de experiencia con la EA. En general, los
encuestados de los cinco países afirman que conocen o han conocido a alguien con
EA: 77% en España, 73% en Alemania, 73% en Estados Unidos y 72% en Francia.
Además, casi 3 de cada 10 encuestados han tenido alguna experiencia personal con
un miembro de la familia con EA; en el caso de España, 1 de cada 3 personas (33%).
Pocos encuestados reconocen la gravedad de la EA; solo el 40% saben que es una
enfermedad mortal. En el caso de los españoles, más de la mitad de los encuestados
(53%) desconoce este hecho, a pesar de que la EA es la séptima causa de muerte en
los países desarrollados y la primera causa de muerte entre las 10 primeras que no
tiene tratamiento preventivo ni curativo (WHO, 2007).
En otro estudio realizado en España a una muestra de 1.207 personas mayores de 18
años ( Fernández-Ballesteros y Díez-Nicolás, 2001 a), se obtuvieron resultados muy
similares. El 10% de los encuestados tenían algún familiar próximo con EA u otro
tipo de demencia. En cuanto a los conocimientos sobre la enfermedad, solo el 18%
declaran tener «mucha» o «bastante» información. La mayor parte de los
encuestados consideran que la EA no se puede curar, y esta opinión es más frecuente
cuanto mayor es la educación del encuestado y la experiencia sobre la enfermedad.
Sobre las causas de la enfermedad, 4 de cada 10 personas establecen como causa la
edad, aunque 2 de cada 10 afirman que existen condiciones genéticas. Por lo que se
refiere a la imagen que se tiene sobre las personas con EA, el mayor porcentaje
considera que «son conscientes de lo que les sucede y sufren» (34%) y, en segundo
lugar, que «han de ser recluidas en instituciones especiales» (20%).
El impacto de la demencia es muy importante. La demencia produce en el individuo
una disolución de sus recuerdos y conocimientos, modifica su personalidad y sus
afectos, altera su conducta habitual e induce una discapacidad progresiva. En las
últimas fases de la demencia, el paciente depende totalmente de otras personas para
realizar las actividades más básicas de la vida diaria. En el entorno inmediato del
paciente, los familiares y allegados sufren el impacto emocional de asistir al deterioro
progresivo de la salud física y mental de su ser querido. Además, la demencia supone
un reto para la sociedad y el estado de bienestar debido al consumo de recursos
sanitarios y sociales en la atención a estos pacientes, a su elevado coste y al
progresivo aumento del número de pacientes, tanto en térm inos absolutos como
relativos, debido al envejecimiento de la población.
La demencia constituye, por tanto, un problema de salud pública y un reto de
enormes dimensiones para la sociedad si no se consiguen medidas eficaces para
impedir, retrasar o neutralizar sus manifestaciones. Para lograr este objetivo, es
necesario un esfuerzo en investigación que permita profundizar en el conocimiento
de las causas primarias de este síndrome, de las medidas preventivas para evitarlo y
de las medidas terapéuticas para su manejo y tratamiento.
Dependencia e institucionalización de los mayores
con demencia
La demencia amenaza seriamente la duración y la calidad de vida de las personas
que la sufren ( Whitehouse, 2000 ). Se caracteriza por presentar alteraciones y
deterioro de las funciones cognitivas, conductuales y funcionales ( Rabins
et al., 1999 ), que desembocan en un estado total de discapacidad, con unas
repercusiones personales y sociales difíciles de soportar ( Wimo et al., 2013 ). La
demencia en población mayor es, habitualmente, un síndrome crónico y
discapacitante resultante de un proceso neurodegenerativo para el que no existe
curación en la actualidad. No solo afecta a la salud y al bienestar del paciente, sino
también a los de los familiares, asociándose a una pesada carga para el cuidador
( Garre-Olmo et al., 2000 ). Además, la demencia conlleva un aumento del uso de los
servicios sanitarios y necesidades de cuidado a largo plazo, así como de recursos
sociales y personales ( Hughes y Ganguli, 2010 ). Sin un tratamiento curativo, la
principal cuestión sobre el cuidado concierne a cómo promover el bienestar y
mantener la dignidad y una óptima calidad de vida en estos pacientes ( Brod
et al., 1999 ).
Desde una perspectiva económica, el coste total social de la dem encia a nivel mundial
fue estimado en 422 billones de dólares en 2009, y se estima que una parte esencial
de este coste social (34%) fue para el cuidador familiar (142 billones de dólares)
( Wimo et al., 2013 ).
España se ha constituido en un ejemplo de modelo de bienestar familista, según el
cual las políticas públicas dan por supuesto que las familias deben asumir la
provisión de bienestar de sus miembros (Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales,
2005). La familia ha sido la fuente fundamental de cuidados para las personas que
se encuentran en situación de fragilidad, especialmente para el grupo de personas
ancianas con enfermedades demenciantes, que producen altos grados de
dependencia y la necesidad de un cuidado continuo y prolongado las 24 h del día.
Una vez que se diagnostica, la demencia tiende a dominar la vida familiar.
Dentro de la familia, el cuidado de personas con demencia suele recaer en una
persona allegada al enfermo, que asume el papel de cuidador principal, persona que
presta cuidados a otro familiar que necesita ayuda para llevar a cabo las actividades
de la vida cotidiana y asume la mayor parte de las tareas relacionadas con el cuidado.
Dedica entre 10 y 12 h diarias (70-84 h semanales) a cuidar a su familiar ( Losada
et al., 2007 ), aunque el trastorno obliga a estar las 24 h al día en alerta, todos los
días de la semana.
El cuidado de un familiar dependiente, especialmente si este padece demencia,
provoca importantes consecuencias para la salud psicológica y física de los
cuidadores, además de afectar a las relaciones familiares y sociales de los cuidadores
y a su situación económico-laboral, conjunto de consecuencias que se denomina
«carga del cuidador» ( Losada et al., 2006 ).
En los últimos años, la familia ha asistido a un cambio en su estructura familiar
caracterizado por:
• Desaparición de la familia extensa.
• Aumento del número de separaciones y divorcios.
• Movilidad geográfica de los miembros de la familia.
• Variedad de modelos familiares (monoparentales, familias de hecho, etc.).
• Permanencia de los hijos en el hogar familiar hasta edades tardías.
• Democratización de la pareja.
• Papel creciente de la mujer en la sociedad.
Estos cambios en la estructura familiar están provocando que las familias tengan
problemas para atender a sus familiares mayores dependientes, aunque en la
actualidad el cuidado principal y la atención a la dependencia siguen recayendo en
la familia. Dos terceras partes de las personas con demencia son cuidadas en el hogar
por sus familiares ( de Vugt et al., 2005 ). En España, solo el 3% de la población
mayor de 65 años vive en instituciones, públicas o privadas ( Fernández-Ballesteros
y Díez-Nicolás, 2001 b), siendo la demencia la principal causa de su
institucionalización ( Agüero-Torres et al., 2001 ).
La mejor ubicación para el paciente con demencia es el propio hogar, rodeado de su
entorno familiar y social habitual. En demencia grave la demanda de cuidados del
enfermo se hace más especializada que la oferta proporcionada por su entorno
sociofamiliar y la red de recursos de apoyo domiciliario, por lo que el ingreso en una
residencia es la única alternativa ( Tobaruela, 2005 ). Por ello, en algunos países,
hasta la mitad de las personas mayores con demencia pueden vivir en instituciones
(Canadian Study of Health and Aging Working Group, 1994).
La tasa de institucionalización de los pacientes es del 20% el primer año después del
diagnóstico, y pasa al 50% después de 5 años ( Luppa et al., 2008 ). La tasa de
institucionalización después de 8 años desde el diagnóstico es del 90% ( Smith
et al., 2000 ). El tiempo medio de institucionalización estimado está entre 30 y 40
meses. El cuidado institucional supone una carga financiera significativa tanto para
las familias como para la sociedad, motivo por el que investigadores y clínicos tratan
de identificar los factores asociados a la institucionalización para retrasarla lo
máximo posible.
La decisión de institucionalizar a un familiar con demencia es una de las más difíciles
que deben tomar las familias. En sociedades familistas como la española, delegar en
una institución asistencial el papel que suele desempeñar la familia crea
sentimientos de culpa, malestar y abandono en el cuidador principal. Considerar la
residencia como «una continuidad del entorno familiar del paciente, donde reciba
una atención integral, por parte de un equipo interdisciplinario formado por
profesionales especializados, con garantías de calidad y de transparencia, a través de
intervenciones rehabilitadoras y terapéuticas» (Yanguas Lezaun et al., 2007) ayuda
a la toma de decisiones en la institucionalización del paciente, al ver la residencia
como una alternativa al cuidado en el hogar. Las residencias son un recurso útil para
los pacientes por los servicios que prestan. En general, los servicios que con mayor
frecuencia pueden encontrarse en las residencias son: alojamiento, alimentación,
asistencia en las actividades de la vida diaria, asistencia médica, asistencia de
enfermería, asistencia farmacológica, fisioterapia, terapia ocupacional, psicología,
trabajador social y otros servicios como podología, animación sociocultural,
lavandería, recepción, administración, etc. ( Tobaruela, 2005 ).
Existen varios factores relacionados tanto con el paciente como con el cuidador que
afectan a la toma de decisiones en la institucionalización de un paciente con
demencia ( Caron et al., 2006 ). El estado cognitivo, los trastornos de conducta y el
estado funcional de los pacientes a menudo son citados como factores determinantes
de la institucionalización ( Banaszak-Holl et al., 2004 y Pruchno et al., 1990 ). La
intensidad de la demencia es uno de los factores que más predicen la
institucionalización del paciente. Muy pocos pacientes con demencia leve son
institucionalizados; la mayor parte de los pacientes institucionalizados tienen
demencia moderada o grave, y dentro de estos, priman los que funcional y
cognitivamente están en peores condiciones y los que presentan más problemas de
conducta ( Bermejo et al., 1997 ).
El cuidado de pacientes con demencia es un proceso estresante y demandante que
afecta al bienestar físico y mental de los cuidadores. Los síntomas psicológicos y
conductuales de la demencia (p. ej., depresión, apatía, agitación, deambulación
errática, agresividad o incontinencia), más que los problemas cognitivos y
funcionales, son los factores que más estresan a los cuidadores ( Aalten et al., 2003 ).
Por este motivo, los problemas de conducta de los pacientes han sido identificados
como los factores más determinantes en la decisión de institucionalizar a los
pacientes con demencia ( Yaffe et al., 2002 y Gaugler et al., 2003 , 2007).
Se han identificado otros predictores, como una mala relación entre el cuidador y la
persona cuidada, problemas de salud y elevado nivel de carga del cuidador, ausencia
de adaptaciones de la vivienda e incremento del uso de servicios formales ( Spruytte
et al., 2001 ).
Un estudio realizado en España revela como causas frecuentes de
institucionalización motivos sociales, como la falta de red social y fuentes de ayuda
(49%), seguidos de enfermedades psicológicas o cognitivas (40%) y físicas (37%) de
la persona mayor ( Pac et al., 2006 ).
Conclusión
En nuestra sociedad, el número de personas mayores de 65 años está aumentando
en mayor grado que ningún otro grupo de edad, produciéndose un cambio en la
pirámide poblacional. El envejecimiento de la población constituye uno de los
principales logros de la humanidad pero, a su vez, conlleva un importante desafío. A
pesar de haberse logrado un considerable aumento en el número de años vividos, no
está claro que este haya ido acompañado de un aumento de la esperanza de vida en
buena salud. Como consecuencia de este incremento de la longevidad, aumenta la
población envejecida, con los problemas de deterioro físico, psíquico y/o sensorial
que ello entraña. Hoy en día prevalecen las enfermedades crónicas y degenerativas,
entre ellas la demencia. Existe un porcentaje relativamente alto de personas que
experimentan cambios cognitivos, que desencadenan demencia. Esta es una de las
principales causas de discapacidad y dependencia entre las personas mayores y,
como se ha visto, puede resultar abrumadora no solo para qu ienes la padecen sino
también para sus cuidadores, sus familiares y la sociedad en general.
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CAPÍTULO 4
Neuropsicología y psicogeriatría
• Ana Isabel Domínguez Panchón
• y Nora Ibarra Gandiaga
Psiquiatría geriátrica, Capítulo 4, 44-59
• En el proceso de envejecimiento cognitivo, algunas funciones mentales se mantienen
estables con el paso de los años (p. ej., el vocabulario, algunas destrezas numéricas o
la memoria semántica), mientras que otras comienzan a presentar una disminución
en el rendimiento a partir de la edad adulta. Entre estas se incluyen aspectos como
la velocidad de procesamiento, la memoria, las funciones ejecutivas o la capacidad
de razonamiento. Todas estas funciones mentales son fundamentales para poder
llevar a cabo una vida independiente.
• El enlentecimiento en la velocidad de procesamiento de la información afecta a todos
los dominios cognitivos. Esta ralentización de la velocidad del procesamiento del
cerebro comienza en la edad adulta.
• La función de la cognición social es el conjunto de operaciones o habilidades
mentales necesarias para desenvolverse de forma efectiva en las interacciones
sociales. La valoración de la cognición social en el envejecimiento puede ser una
medida relevante de orientación diagnóstica en el trastorno neurocognitivo mayor.
• La detección de cambios no esperados con la edad es un indicador significativo que
debe ser tomado en consideración para la detección precoz de patología.
• La actividad física (especialmente el ejercicio cardiovascular), las actividades
intelectuales exigentes y la implicación en grupos sociales se han demostrado como
factores eficaces en la prevención y el retraso de la disminución cognitiva asociada a
la edad.
Introducción
La Alzheimer’s Disease International estimó en el año 2015 la aparición de 10
millones de casos nuevos de demencia cada año en el mundo, una estimación
alrededor de un 30% más elevada que el número de casos nuevos calculado para
2010 por parte de la Organización Mundial de la Salud. El aumento de la esperanza
de vida y un mayor conocimiento por parte de la población de los trastornos que
cursan con demencia han implicado un progresivo aumento de las consultas de
personas con quejas subjetivas de memoria u otros síntomas de deterioro cognitivo.
La prevalencia de déficits cognitivos se sitúa en torno al 10% en mayores de 65 años,
cifra que aumenta conforme avanza la edad y que supone un problema de salud de
alto impacto para las personas que los manifiestan, su entorno y el propio sistema
sanitario (Limón y Argimon, 2004). Por todo ello, el rendimiento neuropsicológico
de las personas con demencia ha sido profusamente estudiado. Sin embargo, el perfil
neuropsicológico de personas sanas en edad avanzada es menos conocido, y se
encuentra directamente relacionado con una reducción en las capacidades para
tomar decisiones complejas, ejecutar correctamente las actividades de la vida diaria
y, por lo tanto, vivir de manera independiente.
El envejecimiento es parte del ciclo vital humano y lleva aparejadas alteraciones en
todos los sistemas biológicos del individuo, entre las que se encuentran también los
cambios neuroanatómicos y neurofisiológicos y los cambios en el funcionamiento
cognitivo. Entre los primeros, son frecuentes la reducción del peso y el vo lumen del
cerebro, la atrofia en los hemisferios cerebrales, la ampliación de los surcos, la
disminución del grosor del córtex y la dilatación de los ventrículos. Entre los cambios
en el funcionamiento cognitivo, se observa un declive en la velocidad de
procesamiento normal, la atención, la función visuoespacial, las funciones
ejecutivas, el lenguaje y la memoria. En la aparición de todas estas alteraciones
intervienen factores tanto genéticos como ambientales ( Lozano Gallego y
Hernández-Ferrándiz, 2000 ).
Existen numerosos aspectos que dificultan la identificación de las características
neuropsicológicas propias del envejecimiento, como la dificultad para discriminar
entre los cambios cognitivos propios de la edad avanzada y las primeras
manifestaciones de enfermedad, la variabilidad interindividual y la dificultad para
extrapolar los resultados obtenidos en estudios con adultos que han sufrido lesiones
cerebrales a la población anciana ( Román Lapuente y Sánchez-Navarro, 1998 ).
La ausencia de una definición concreta que explicite el concepto de envejecimiento
cognitivo normal dificulta la distinción entre los cambios cognitivos específicos
asociados al avance de la edad y otros síntomas, expresión de diversas condiciones
patológicas. Como ejemplo, se pueden citar los déficits de memoria, presentes tanto
en el envejecimiento normal como en las primeras etapas de la enfermedad de
Alzheimer.
En relación con la variabilidad interindividual, ni las consecuencias del paso del
tiempo son iguales para todos, ni todas las funciones cognitivas disminuyen por
igual. Independientemente de que parece innegable que el rendimiento cognitivo
disminuye durante la senectud, existe una amplia diversidad influenciada,
probablemente, por la acumulación de diferencias biológicas y experienciales en
cada individuo. Se ha comprobado que los cambios no afectan de manera homogénea
a todas las funciones, constatándose, por ejemplo, una disminución más tardía en el
rendimiento en pruebas verbales que en algunos aspectos de la memoria. Esta gran
variabilidad implica la necesidad de una evaluación neuropsicológica precisa de los
cambios, con el fin de diferenciar aquellos asociados a procesos neurodegenerativos
o a enfermedades sistémicas de los propios del proceso del envejecimiento.
Por otra parte, el conocimiento obtenido mediante el estudio de los cambios
producidos por la aparición de lesiones cerebrales focalizadas es insuficiente para
explicar los procesos neuropsicológicos asociados al envejecimiento, debido a que
los cambios cerebrales que tienen lugar en la última etapa de la vida son
generalizados. Además de estos factores, se desconoce la influencia de otras variables
como la alimentación, el nivel educativo, el nivel de actividad o los factores genéticos
en el descenso del rendimiento cognitivo ( Ritchie et al., 2016 ). Las opiniones de los
diferentes equipos de investigación en esta área difieren en cuanto a si existe un
continuo entre los déficits propios del envejecimiento normal y la demencia o si se
trata de procesos distintos. El proceso de delimitación entre el envejecimiento
normal y el deterioro cognitivo leve o cualquier otra alteración a nivel cognoscitivo
ha dado lugar en los últimos años a conceptos como el deterioro de memoria
asociado a la edad, el deterioro cognitivo asociado a la edad o el trastorno cognitivo
leve, conceptos descritos en el capítulo correspondiente.
El conocimiento de los factores de riesgo y los criterios de clasificación para las
diferentes entidades nosológicas requiere la definición previa y exhaustiva de los
cambios esperados debido al avance de la edad.
Cambios neurobiológicos asociados al
envejecimiento
Los hallazgos neuroanatómicos confirman que el envejecimiento normal conlleva
una serie de cambios a nivel del sistema nervioso central a partir de los 60-70 años,
que aumentan a partir de los 75-80 años. Las zonas donde se observan de manera
más notable dichos cambios son el área prefrontal, el córtex temporal, el hipocampo
y el sistema límbico, áreas implicadas en el correcto desempeño de las funciones
ejecutivas, la memoria y la capacidad de aprendizaje ( Rabbitt y Lowe, 2000 ). Sin
embargo, estos no son los únicos cambios neurobiológicos asociados al
envejecimiento normal, ya que dicho proceso acarrea también transformaciones
morfológicas, moleculares y neurofisiológicas.
Entre las primeras, se han identificado cambios en el peso y el volumen cerebral.
Entre los 50 y los 65 años se detecta un descenso en el volumen de las células
extrapiramidales de entre el 22% en las zonas más afectadas, como la corteza
prefrontal, y el 6% en las más conservadas, entre las que se encuentran el área
occipital y la base del cerebro. Esta reducción es más pronunciada a partir de los 65
años, y aparece atrofia cerebral en el 40% de los ancianos. A esta disfunción
producida en la corteza prefrontal por la pérdida de volumen celular se asocia el
declive de los procesos inhibitorios, característicos de la edad avanzada. Además, se
produce una pérdida de mielina y una disminución en el volumen de la sustancia gris
que conlleva un ensanchamiento de los surcos. Otros eventos asociados al
envejecimiento celular son la disminución en la complejidad de la arborización
dendrítica; la deposición de β-amiloide, presente hasta en el 30% de los adultos
sanos y potencial indicador del desarrollo de la enfermedad de Alzheimer; las placas
neuríticas; los ovillos neurofibrilares y la degeneración granulovacuolar. Todos ellos,
difícilmente observables en los tejidos de adultos jóvenes, aparecen asociados al
envejecimiento normal y, en mayor concentración y distribución, al desarrollo de la
enfermedad de Alzheimer ( Román Lapuente y Sánchez-Navarro, 1998 ; Harada
et al, 2013).
A nivel molecular, existen tres teorías que relacionan el envejecimiento con cambios
en las moléculas de ADN y ARN. La primera de dichas teorías considera que las
mutaciones y las anomalías cromosómicas que puedan encontrarse en el organismo
se van acumulando con el paso del tiempo, de tal manera que determinada
información se va haciendo cada vez más redundante, hasta que llega un momento
en que dicha redundancia es exhaustiva y da lugar a la aparición de la senectud. Una
segunda hipótesis propone la existencia de genes relacionados con la programación
del envejecimiento, responsables de la expresión de los cambios que acompañan a
este ciclo vital. La tercera proposición considera que no existe un programa genético
que determine los cambios asociados al envejecimiento, sino que, a medida que
envejecemos, aumentan los errores en la duplicación del ADN como consecuencia
de alteraciones aleatorias o de otro tipo, como debidas a radiaciones, de forma que
cuando se acumula un número determinado de errores aparece el envejecimiento
( Román Lapuente y Sánchez-Navarro, 1998 ).
En relación con los cambios moleculares propios del envejecimiento, también se ha
estudiado la existencia de un patrón general de cambio a nivel de los
neurotransmisores, consistente en su reducción a nivel colinérgico (acetilcolina) y
catecolaminérgico (dopamina y noradrenalina). La disminución de la acetilcolina se
ha relacionado con los cambios de memoria que acompañan a los procesos
demenciales, mientras que la disminución de dopamina y noradrenalina se ha
relacionado con procesos depresivos y los cambios cognitivos asociados a estos en
las áreas de atención, memoria y aprendizaje. Los niveles de dopamina pueden
disminuir entre un 5 y un 10% por década conforme aumenta la edad. Este descenso
en el sistema dopaminérgico, y el enlentecimiento asociado, se relacionan con un
descenso en la velocidad de procesamiento de la información y la memoria de trabajo
( Li, 2002 ). Las alteraciones en el sistema catecolaminérgico implican trastornos en
la capacidad cerebral de discriminar entre las señales neurológicas que se deben
procesar y cualquier otra actividad neuronal, dando lugar al denominado «ruido
neuronal». La presencia de «ruido neuronal» enlentece el proceso de asociación de
las señales neuronales con las representaciones corticales creadas por la percepción
y almacenadas en la memoria, y puede dar lugar a errores en dicha asociación, con
la consiguiente repercusión negativa en el nivel de desempeño cognitivo ( Li, 2002 ).
A nivel neurofisiológico, los cambios se producen en relación con el metabolismo y la
electrofisiología cerebral. Las técnicas más comunes para el estudio de los cambios
metabólicos son el análisis del flujo sanguíneo cerebral y la tomografía por emisión
de positrones. Parece existir una cierta disminución del flujo sanguíneo cerebral
normal a medida que avanza la edad, disminución que aumenta en sujetos con riesgo
cardiovascular y, de manera aún más significativa, en mayores con historia de
ataques isquémicos transitorios. La tomografía por emisión de positrones permite
observar un patrón metabólico estable en ancianos sin patología orgánica o cerebral.
La electrofisiología cerebral tampoco parece indicar cambios importantes asociados
al envejecimiento en sujetos con buena salud. Sin embargo, el electroencefalograma
normal en adultos mayores de 60 años tiene algunas variantes en cuanto a la
frecuencia, la prominencia, la reactividad y la localización de las ondas. La alteración
más frecuente y significativa es un enlentecimiento general del
electroencefalograma. El ritmo α disminuye en frecuencia, persistencia y
reactividad. De este modo, la frecuencia media es de 10-11 Hz en adultos jóvenes,
9 Hz en mayores de 60 años y de 8 Hz en centenarios. En el caso del ritmo β, su
incidencia y amplitud aumenta, y se encuentra al menos en la mitad de los ancianos,
siendo más común en mujeres que en hombres. Finalmente, en relación con los
ritmos lentos, después de los 75 años, el incremento del ritmo θ es considerado
normal y dependiente de la edad. Sin embargo, en caso de que sea continuo y vaya
asociado con la aparición generalizada de las ondas δ, puede representar
anormalidades que, en algunos casos, pueden relacionarse con cambios adscritos a
la enfermedad de Alzheimer. Las deficiencias producidas por los cambios
neurofisiológicos se manifiestan de manera más significativa cuando la suma de los
efectos del deterioro neuronal, la disminución de la plasticidad y las consecuencias
de otras enfermedades médicas rebasan el límite dado por una situación particular
(Tapia, 2003). Los estudios realizados con potenciales evocados han permitido
observar cómo la velocidad del impulso nervioso disminuye en la edad avanzada,
mientras aumentan las respuestas corticales en relación con el aumento de la
intensidad de los estímulos. Este último aspecto puede ser consecuencia de la
dificultad para inhibir las respuestas a estímulos externos que se da en las personas
mayores ( Rabbitt y Lowe, 2000 ).
Todos estos cambios neurobiológicos tienen su repercusión a nivel cognitivo en
forma de alteraciones en cada una de las áreas del funcionamiento cognitivo.
Velocidad de procesamiento
La velocidad en el procesamiento de la información hace referencia a la capacidad
de procesar información y reaccionar a esta, a nivel tanto cognitivo como motor. La
disminución en la velocidad de procesamiento a nivel sensorial, motor y cognitivo e
incluso, en el registro electroencefalográfico es una característica fundamental del
proceso del envejecimiento, que empieza a objetivarse a partir de la tercera década
de la vida. Este enlentecimiento implica una mayor dificultad en todas las tareas a
las que se enfrentan el resto de las funciones superiores como consecuencia de una
codificación menos eficaz de los estímulos. A pesar de esta afirmación general, se
desconoce si el declive en la velocidad de procesamiento afecta de igual modo a todos
los procesos cognitivos o a unos de manera más severa que a otros. Se han postulado
tres teorías que intentan aclarar esta cuestión. La teoría del enlentecimiento general
defiende que este cambio afecta por igual a todas las funciones superiores. La teoría
del modelo de dominio específico plantea que el nivel de enlentecimiento es igual
para todas aquellas tareas dependientes de un mismo dominio (p. ej., el dominio
verbal), variando este nivel de un dominio a otro. Finalmente, el modelo de proceso
específico propone que el grado de enlentecimiento no varía entre tareas y dominios,
pero sí entre procesos cognitivos ( Román Lapuente y Sánchez-Navarro, 1998 ).
Los mecanismos neurofisiológicos a los que se asocia este enlentecimiento son
numerosos, desde una disminución de la velocidad de transmisión entre vías
neuronales hasta los cambios degenerativos que acontecen en la sustancia blanca,
pasando por una demora en la propagación del impulso nervioso en el momento de
establecer conexiones entre distintas unidades neurales ( Nebes y Madden, 1988 ).
A nivel clínico, el efecto más significativo de la disminución en la velocidad de
procesamiento mental es la dispersión en las funciones cognitivas ( Lozano Gallego
y Hernández-Ferrándiz, 2000 ). La medida más fácilmente objetivable del
enlentecimiento es el tiempo de respuesta, significativamente mayor en ancianos
que en adultos jóvenes. De acuerdo a algunos autores como Nebes y Madden (1988),
el enlentecimiento en el tiempo de respuesta resulta acumulativo, motivo por lo que
las tareas más complejas acusan un mayor lapso de respuesta que las más sencillas.
Además de esta variable, algunas tareas adecuadas para el estudio de la velocidad de
procesamiento y los procesos inhibitorios en la vejez son el test de atención (TA P) y
el test de clasificación de cartas de Wisconsin (WCST, Wisconsin Card Sorting Test ).
La relevancia de esta característica del envejecimiento viene dada por dos motivos.
El primero de ellos es que es omnipresente. La comparación de las puntuaciones
medias obtenidas por adultos jóvenes y ancianos en la evaluación de las funciones
superiores permite afirmar que el enlentecimiento se da de manera generalizada. En
segundo lugar, permite explicar las diferencias detectadas en el ámbito de la
cognición para distintos grupos de edad. De este modo, la velocidad de
procesamiento de la información se convierte en una variable central en la
comprensión del cambio temporodependiente de los aspectos más complejos del
funcionamiento cognitivo.
Atención y orientación
La atención es un proceso temprano de la secuencia del procesamiento de la
información y se refiere a la correcta distribución de los recursos con el fin de
procesar los estímulos del entorno (Tapia, 2003). Desde el punto de vista
neuropsicológico, se entiende esta función como un conjunto de procesos diferentes
( tabla 4-1 ).
Tabla 4-1
Procesos atencionales
Subárea Definición Deterioro en el
envejecimiento
Atención Habilidad para distinguir información No
selectiva relevante de la que no lo es
Atención dirigida Capacidad para mantener los recursos Sí
o focalizada mentales orientados a una tarea específica,
aún con la presencia de distractores
Atención dividida Facultad de prestar atención a más de un Sí
estímulo simultáneamente
Atención Competencia para mantener los recursos Sí
sostenida mentales enfocados en la tarea por períodos
prolongados de tiempo
Relacionada con la intensidad atencional o
vigilancia (nivel de actividad requerido para
identificar estímulos que inciden sobre el
organismo durante un tiempo prolongado)
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CAPÍTULO 5
Instrumentos de evaluación
• Manuel Ángel Franco Martín
• , Juan Luis Muñoz Sánchez
• , Esther Parra Vidales
• y Henriette G. van der Roest
Psiquiatría geriátrica, Capítulo 7, 100-126
Abrir en modo de lectura
• ▪
La aplicación de instrumentos de evaluación en psicogeriatría supone una
ayuda al diagnóstico y al seguimiento clínico de las personas mayores.
• ▪
Hay muchos instrumentos de valoración psiquiátrica para la población
general, pero pocos específicos para la población psicogeriátrica.
• ▪
Además de escalas específicas para problemas frecuentes en psicogeriatría
como el deterioro cognitivo o los trastornos afectivos, son útiles las escalas
globales multidimensionales que permitirán hacer un seguimiento no solo
clínico sino también de la aplicación de recursos y la sostenibilidad del
sistema. Es el caso del interRAI.
Introducción
En la población anciana, las necesidades asistenciales son variables y se relacionan
de forma directa con los diversos modos de enfermar ( Soobiah et al., 2017 ). Esta
variabilidad expone a los ancianos a situaciones en las que pueden precisar atención
diferenciada en función de la fase de su enfermedad y de las posibilidades de
intervención desde el punto de vista somático, funcional, mental o social ( Everink
et al., 2017 ). Por ello, es necesaria una valoración integral del estado de salud del
anciano que incluya la evaluación de su estado orgánico, del funcionamiento físico
(o valoración funcional), del estado mental (cognitivo y afectivo) y de la situación
social ( Philp, 2015 ).
La valoración geriátrica integral ha sido definida como un «proceso diagnóstico
multidimensional, y habitualmente interdisciplinario, dirigido a cuantificar los
problemas y la capacidad del anciano enfermo en las áreas médica, funcional y
psicosocial para diseñar un plan integral de tratamiento y seguimiento a largo plazo»
( Rubenstein, 1987 ). Además, permite obtener una mayor eficacia tanto en la
exactitud diagnóstica como en el aumento de la supervivencia, o en la mejora y
planificación del uso de los recursos sociosanitarios ( Busetto
et al., 2017;Turkal, 2013 ). Todo esto también se aplica al ámbito de la psicogeriatría.
En este sentido, para llevar a cabo la evaluación psicogeriátrica integral, es
aconsejable utilizar instrumentos métricos estandarizados, de validez y fiabilidad
conocidas, que garanticen que los datos obtenidos sean comparables entre sí y con
los de otros investigadores. De esta manera, se facilitarán una objetividad, una
fiabilidad y una reproducibilidad mayores en el proceso de valoración, y se
posibilitará la transmisión de información entre diferentes profesionales, al mismo
tiempo que mejorará el control de los progresos terapéuticos en el tiempo ( Busetto
et al., 2017;Rengo et al., 2012 ). Un elemento muy importante de esa valoración
psicogeriátrica integral será la exploración psicométrica y el uso de escalas de
valoración.
Exploración psicométrica
Introducción
Aunque ya desde muy pronto en la historia hay indicios de la existencia de los
principios de medición, evaluación y clasificación de la conducta humana —incluida
la conducta psicopatológica—, la aparición de las escalas y medidas de valoración,
tan vigentes hoy día, podría fecharse en los años cincuenta del siglo pasado. En esta
década se asiste a la aparición de los nuevos psicofármacos, cuya aplicación en las
enfermedades mentales provocará cambios de conducta importantes y beneficiosos
para la persona. Este hecho desencadenará la búsqueda de instrumentos de medida
capaces de valorar con precisión sus efectos sobre el comportamiento y la
psicopatología.
Por otra parte, la evolución de las pruebas psicométricas ha facilitado también el
desarrollo de sistemas de clasificación y diagnóstico de las enfermedades mentales,
como son los criterios de Feighner ( Feighner et al., 1972 ), los criterios diagnósticos
de investigación ( Research Diagnostic Criteria [RDC]), el Manual Diagnóstico y
Estadístico de los Trastornos Mentales ( Diagnostic and Statistical Manual of Mental
Disorders [DSM]) de la American Psychiatric Association (APA) y la Clasificación
Internacional de Enfermedades (CIE), de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
En el caso de la psicogeriatría, el desarrollo de instrumentos psicométricos se
produce fundamentalmente a partir de los años setenta, coincidiendo con el
incremento de la preocupación por los trastornos mentales en personas mayores.
Un aspecto general que se debe considerar en la valoración de los instrumentos de
valoración psicométrica son las principales fuentes de error en su fiabilidad, así
como los métodos para obviar el mayor número posible de variables extrañas —
mayor objetividad—, y difícilmente cuantificables, que provienen del propio
entrevistador ( cuadro 7-1 ).
CUADRO 7-1
Algunas características de los instrumentos de medida que ayudan a mejorar la
calidad de la información recogida
Estandarización de las normas de observación:
• •
Observación
• •
Aplicación
• •
Interpretación
Entrenamiento previo del personal técnico
Estructuración de los ítems
Utilización de lenguaje claro
Definición clara de los niveles o categorías de los síntomas
Definición operativa de los conceptos
Circunscripción de las preguntas a intervalos temporales o a acontecimientos
determinados
Evitación de escalas visuales
Utilización de escalas de longitud apropiada
Evaluación psicométrica de la depresión
Junto con el deterioro cognitivo, la depresión constituye uno de los problemas más
relevantes del anciano, por lo que se han realizado múltiples escalas para valorarla.
En este sentido, se ha elaborado una propuesta de clasificación de los instrumentos
de evaluación de la depresión en el anciano que se fundamenta en tres criterios. Un
primer criterio sería el objetivo general de evaluación que persigue el instrumento,
que establece cinco apartados:
• 1.
Instrumentos de cribado o detección. Útiles para detectar la posible existencia
de un problema depresivo en un individuo o una población dada —
identificación de un probable caso psiquiátrico—, permitiendo, así, una
intervención en fases precoces de la enfermedad.
• 2.
Entrevistas diagnósticas. Protocolos de registro psicopatológico estructurados
o semiestructurados en función de la formulación de las preguntas y
codificación de las respuestas, que permite la asignación de ciertos
diagnósticos.
• 3.
Escalas para la medida de la intensidad de la depresión. Permiten la
cuantificación del trastorno depresivo, así como su seguimiento y respuesta
bajo una determinada terapéutica. En ellas es importante su sensibilidad al
cambio.
• 4.
Escalas para medir factores específicos de la depresión o un componente mayor de
la depresión. Evalúan aspectos como la endogeneidad, la anhedonia, la calidad
de vida, la intensidad del tratamiento, la inhibición psicomotora, los
trastornos del sueño, el suicidio, etc.
• 5.
Escalas para medir el rasgo o vulnerabilidad de la depresión. Evalúan aspectos
relativamente estables del sujeto, cuya valoración aporta información sobre
la predisposición a padecer un proceso depresivo.
Un segundo criterio sería el contenido del instrumento o la extensión de la
sintomatología explorada, diferenciando dos categorías:
• 1.
Generales. En este sentido, y referido a la depresión en el anciano, se han
incluido tanto las que evalúan varias dimensiones psicopatológicas (p. ej.,
ansiedad y depresión) como aquellas cuyos construcción y desarrollo no
fueron específicamente diseñados para la población geriátrica.
• 2.
Específicas. Atendiendo a los dos aspectos comentados con anterioridad: o han
sido construidas de forma explícita para evaluar la dimensión depresión, o se
han diseñado para su uso en la población anciana.
Finalmente, un tercer criterio vendrá dado por el origen de la información y el tipo
de administración del instrumento, en el que se establecen dos apartados:
• 1.
Autoaplicadas. Diseñadas para ser cumplimentadas por el propio sujeto o por
un informante.
• 2.
Heteroaplicadas. Diseñadas para ser cumplimentadas por el evaluador. Se
distingue, según el grado de capacitación profesional para su uso,
entre heteroaplicadas por personal no especializado (médicos generales,
especialistas no psiquiatras, enfermeras, trabajadores sociales, etc.)
y heteroaplicadas por personal especializado (psiquiatras o psicólogos) ( tabla 7-
1 ).
Tabla 7-1
Tipos de instrumentos de valoración de la depresión según su tipología
Tipo Aplicación Generales (varias Específicos (dimensiones de la
de instrumento dimensiones psicopatológicas) depresión)
Instrumentos A Goldberg Health Schwab-Gilleard Depression
de detección Questionnaire (GHQ), Hopkins Scale (SGDS), Center for
Symptom Check- Epidemiological Studies-Depression
List (HSCL), Hospital Anxiety Scale (CES-D), Geriatric Depression
and Depression Scale (GDS), Questionnaire d’Auto-
Scale (HADS), Primary Care Estimation de la Symptomatologie
Anxiety and Depression Dépressive (QD2), Inventory to
Scale (PCAD), Brief Symptom Diagnose Depression (IDD), Durham
Inventory (BSI) GRECC Depression
Scale (DGDS), Depression
Scale (DEPS), Questionnaire des
Cognitions Anticipatoires (QCA)
HN Symptoms of Anxiety and Brief Assessment Scale Depression
Depression Scale (SAD), Brief Card (BASDEC), Scale for
Assessment Schedule (BAS), Depression in the Elderly Physically
Escala de Ansiedad y Ill (EVANS), Depressive Signs
Depresión de Goldberg Scale (DSS)
(EADG)
HS — Cuestionario Estructural
Tetradimensional
para la Depresión (CET-DE)
Entrevistas A MINI-P —
diagnósticas
HN Diagnostic Interview Older Americans Resources and
Schedule (DIS), Composite Services (OARS), Short
International Diagnostic Comprehensive Assessment and
Interview (CIDI), Primary Care Referral Evaluation (SHORT-
Evaluation of Mental CARE), Clinical Assessment of
Disorders (Prime-MD), MINI Psychopathology among the Elderly
SCREEN, Renard Diagnostic Residents (CAPER), Canberra
Interview (RDI), Psychogeriatri Interview for the
c Assessment Scales (PAS) Elderly (CIE), Columbia University
Scale for Psychopathology
in Alzheimer’s Disease (CUSPAD)
Tipo Aplicación Generales (varias Específicos (dimensiones de la
de instrumento dimensiones psicopatológicas) depresión)
HS Documentations-system der Geriatric Mental State
Arbeistsgemeinschaft für Schedule (GMS), Cambridge Mental
Methodik und Dokumentation in Disorders of the Elderly
der Examination (CAMDEX)
Psychiatrie (AMDP), Clinical
Interview
Schedule (CIS), Present State
Examination (PSE), Schedule
for Affective Disorders and
Schizophrenia (SADS), Structu
red Clinical Interview for DSM-
III-R (SCID), Psychiatric
Assessment Schedule for Adults
with a Developmental
Disability (PAS-
ADD), Schedules for Clinical
Assessment in
Neuropsychiatry (SCAN), Mini
International Neuropsychiatric
Interview (MINI)
Escalas para A Cuestionario A/D, CPRS Self- Beck Depression
la medida de rating Scale for Affective Inventory (BDI), Self-Rating
la intensidad Syndromes (CPRS-S-A) Depression Scale (SDS), Carrol
de la depresión Rating Scale
for Depression (CRS), Questionnaire
des Cognitions Anticipatoires (QCA),
Escala Analógica Visual (EAV)
HN Comprehensive Montgomery-Åsberg Depression
Psychophatological Rating Rating Scale (MADRS), Melancholia
Scale (CPRS) Scale for General Practice (MES-GP)
HS Brief Psychiatric Rating Hamilton Depression Rating
Scale (BPRS), Sandoz Clinical Scale (HRSD), Depression Adjetives
Assessment Geriatric Checklist (DACL), Humeur-
Scale (SCAG) Angoisse-Ralentissement-
Danger (HARD), Cornell Scale for
Depression in
Dementia (CSDD), Raskin Severity
of Depression
Scale (RSDS), Dementia Mood
Assessment Scale (DMAS)
Ver a tamaño completo
A: autoaplicados; HN: heteroaplicados por personal no especializado; HS:
heteroaplicados por personal especializado.
Por otra parte, existen escalas que buscan diferenciar el diagnóstico de depresión de
otras patologías, y otras que buscan determinar en qu é grado están presentes los
síntomas depresivos ( Costa et al., 2016 ). De este modo, las escalas que pretenden
determinar la existencia o no de un trastorno depresivo y diferenciarlo de otro
trastorno resultan de mayor utilidad en los estudios epidemiológicos, en los cuales
se trata de conocer la distribución de los trastornos depresivos en una población. Por
el contrario, las escalas cuyo objetivo es cuantificar la intensidad de los síntomas
depresivos son más útiles en los estudios farmacológicos, en los cuales se trata de
comparar unos psicofármacos frente a otros en su capacidad para disminuir la
intensidad de los síntomas afectivos. En consecuencia, un uso sistematizado de un
instrumento que facilite el diagnóstico de los trastornos depresivos en el an ciano
resultará de gran utilidad clínica ( Helvik et al., 2011 ).
No obstante, el empleo de escalas, útiles para la población joven y no adaptadas a la
realidad de la persona de edad avanzada, puede acarrear problemas: algunos de
forma, como la complejidad de la prueba, las dificultades que tiene la persona
anciana para responder a cuestiones de elección múltiple, la dificultad de afrontar
cuestiones comprometidas, etc., y otros de contenido, como el que haya una carga
importante de síntomas somáticos, hipocondríacos, de baja planificación futura y de
disminución de las funciones fisiológicas. Serán precisos, entonces, instrumentos
específicos que sean fáciles de cumplimentar, que aborden los temas en un lenguaje
sencillo y acorde con la cultura y las creencias del anciano, evitando preguntas que
puedan resultar embarazosas, y, finalmente, deberán centrarse en las quejas
cognitivas y los síntomas psicológicos del paciente. Todas estas argumentaciones son
aplicables al resto de las mediciones de la psicopatología del anciano: calidad de vida,
capacidad funcional, etc., que no se reiterarán en el texto por entenderse que se
sustentan en fundamentos similares.
A continuación se describirán algunas de las escalas empleadas más habitualmente
en el ámbito clínico.
Geriatric Depression Scale ( Yesavage et al., 1982 )
La Geriatric Depression Scale (GDS) tiene la particularidad de estar diseñada
específicamente para la valoración de la depresión en personas mayores. Es una
escala autoaplicada que consta de 30 preguntas de respuesta dicotómica (sí/no), que
evalúan el estado de ánimo del paciente en la semana previa a la cumplimentación
de la escala. Es un instrumento rápido de administrar, entre 5 y 10 min ( Yesavage
et al., 1982 ).
El hecho de que las respuestas sean dicotómicas ha sido considerado como una
ventaja en poblaciones con bajos niveles ( Sheikh, 1986;Nyunt et al., 2009 ). Sin
embargo, se ha señalado una elevada proporción de respuestas incompletas al ser
cumplimentada por el anciano con problemas visuales, enfermedades somáticas
asociadas, escasa motivación o dificultades en la elección de la respuesta, por lo que
se ha aconsejado en estos casos su administración heteroaplicada ( Schwarzbach
et al., 2014 ).
Por otra parte ( Bonin-Guillaume et al., 1995 ) refieren que, en ocasiones, los
ancianos tienen dificultades a la hora de situar en el tiempo las preguntas de la GDS,
y unas veces tienden a generalizar la pregunta a toda la vida, mientras que en otras
tienden a restringirla al momento presente; esto podría ser evitado mediante la
intervención de un evaluador que les situara en la valoración.
En general, la GDS ha mostrado una sensibilidad y una especificidad superiores a
otros instrumentos de detección de la depresión en el anciano ( Sugishita
et al., 2017 ). En cuanto a las formas abreviadas, ( Sheikh et al., 1991 ) propusieron
una versión de 15 ítems (GDS-15) con el fin de evitar la fatiga y la pérdida de
concentración que, en ocasiones, se asocian a los instrumentos más largos. Para ello
seleccionaron los 15 ítems que mostraron una mayor correlación con la
sintomatología depresiva y confeccionaron un instrumento rápido, de entre 3 y
7 min. Las dos versiones diferenciaban bien depresivos y no depresivos, con una
elevada correlación entre ellas ( Pocklington et al., 2016 ).
A pesar de estas discrepancias, se han señalado algunas desventajas que tiene el
paciente con deterioro a la hora de aplicar la GDS. Algunos autores, como Burke
et al., han sugerido que la GDS solamente es completada por aquellos ancianos sin
deterioro o con un mínimo nivel del mismo —estadios 0 y 1 de la escala de evaluación
clínica de demencia ( Clinical Dementia Rating [CDR]) ( Burke et al., 1989 ). Por otra
parte, algunos pacientes con deterioro cognitivo no tienen conciencia de su deterioro
y sus problemas de memoria, y tienden a negar también los síntomas depresivos
( Chiesi et al., 2017;Lucas-Carrasco, 2012 ; Midden y Mast, 2018 ). Por ello, se ha
señalado la utilidad de aplicar la GDS al cuidador principal del paciente afectado de
demencia.
Escala autoaplicada para la depresión de Zung-Conde (Self-Rating
Depression Scale) ( Zung, 1965;Conde et al., 1970 )
Se utiliza para la medida cuantitativa de la depresión y está constituida por 20 ítems
de cuatro alternativas de respuesta, en los que se solicita al paciente que indique la
frecuencia con la que experimenta el síntoma que se describe. Los ítems hacen
referencia a un factor depresivo, un factor biológico y un factor psicológico, a los que
se unirá la existencia de un factor de contenido psicosocial, si bien es en el factor
biológico en el que esta escala se centra especialmente. Esta escala ha sido adaptada
al castellano y estudiada en diferentes ámbitos por Conde et al. (1970) .
En estudios fuera de nuestro medio asistencial (internacionales), parece que la
proporción de mal clasificados es superior al 20% y la fiabilidad κ es baja, lo que
cuestiona seriamente la utilidad de esta escala para la población anciana. No
obstante, y referido a nuestro medio, se ha analizado también la validez predictiva
de la escala de Zung con resultados buenos, con una fiabilidad diagnóstica (κw = 0,8)
y una probabilidad de acierto elevadas. Para España se ha establecido como punto
de corte ideal para la población anciana el de 47 puntos, lo cual permitiría o btener
una sensibilidad de 0,84 y una especificidad de 0,94 ( Ramos Brieva et al., 1991 ).
Beck Depression Inventory ( Beck et al., 1961 )
Se trata de una escala autoaplicada que, inicialmente, se construyó con la intención
de valorar la intensidad del síndrome depresivo, discriminar grupos de pacientes con
distintos niveles de depresión y permitir la monitorización evolutiva del trastorno en
un paciente determinado ( Wang y Gorenstein, 2013 ). Posteriormente, esta escala
ha ido ampliando su campo de utilización, bien sea como instrumento de detección
de la depresión en poblaciones generales, en atención primaria o con patología
somática ( Monden et al., 2016 ), bien en la valoración de la gravedad de la depresión
en atención primaria ( Jaksic et al., 2013 ).
El Beck Depression Inventory (BDI), en su forma original, consta de 21 ítems con
cuatro alternativas de respuesta (de 0 a 3) en función de la gravedad del síntoma, y
cada nivel de respuesta está definido por un texto. Este formato de respuesta
presenta ciertas dificultades de aplicación en el anciano, ya que requiere un nivel
educativo medio para entender los ítems y distinguir entre las alternativas de
respuesta, por lo que para este grupo de edad parecen más apropiadas las
alternativas de elección sí/no o verdadero/falso ( Bukumiric et al., 2016 ). En
algunas ocasiones (bajo nivel sociocultural y elevada tasa de analfabetismo), se ha
administrado en forma heteroaplicada, leyendo en voz alta las respuestas e
interrogando sobre cuál concordaba mejor con el estado del paciente en el mes
previo a la exploración. El contenido de los ítems refleja claramente la importancia
que los autores dan a los aspectos cognitivos. Solo una tercera parte hace referencia
a aspectos conductuales o fisiológicos, lo cual supone que se puede adaptar a los
puntos de interés de los ancianos. No obstante, la inclusión de elementos de tipo
somático obliga a distinguir entre los síntomas debidos a problemas de salud y los
originados por el trastorno afectivo.
Hay que destacar que el BDI ha demostrado buenas propiedades psicométricas, con
una buena consistencia interna ( Gomes-Oliveira et al., 2012 ) y con fiabilidad test-
retest, y se ha mostrado sensible al cambio ( Aalto et al., 2012 ). Por otra parte,
existen otras versiones del BDI: una abreviada de 13 ítems y otra más larga de 25
ítems, compuesta por la forma abreviada más los 12 ítems que Pichot añadió a la
versión francesa ( Blackmon et al., 2017;Furlanetto et al., 2005 ).
Cornell Scale for Depression in Dementia ( Alexopoulos et al., 1988 )
En general, existen dificultades en la aplicación de las escalas de valoración de la
depresión en personas con deterioro cognitivo, por lo que resulta de utilidad conocer
la Cornell Scale for Depression in Dementia (CSDD) ( Alexopoulos et al., 1988 ). Fue
diseñada para evaluar la depresión en los ancianos con deterioro cognitivo
(demencia) ( Jeon et al., 2015 ).
Se trata de una escala que pretende valorar fundamentalmente los signos asociados
a los trastornos depresivos, prescindiendo de las experiencias subjetivas del paciente
( Borza et al., 2015 ; Hancock y Larner, 2015 ). Se trata de una escala heteroaplicada
formada por 19 ítems que evalúan cinco áreas de la depresión: alteraciones del
humor, trastornos de la conducta, signos físicos, ritmos circadianos y alteraciones
del pensamiento. Cada ítem se puntúa en una escala de 3 puntos —0: ausente o no
aparece; 1: ligero o intermitente, y 2: grave o frecuente—, que el profesional clínico
debe enjuiciar después de haber realizado una entrevista breve tanto con el paciente
demente como con su cuidador principal. Requiere un tiempo de administración de
aproximadamente 30 min ( Wongpakaran y Wongpakaran, 2013 ).
Los estudios de validación originales revelaron una fiabilidad y una validez
adecuadas, por lo que sus autores sugieren su uso para la evaluación cuantitativa
(intensidad: puntuaciones superiores a 8 sugieren depresión leve, y las superiores a
12, depresión moderada) de la depresión en el anciano con demencia ( Alexopoulos
et al., 1988 ). Sin embargo, no es aconsejable utilizarla como instrumento
diagnóstico (de detección) de la depresión en dicha población ( Bonin-Guillaume
et al., 1995 ). Por otra parte, la CSDD también ha sido validada en ancianos sin
demencia ( Alexopoulos et al., 1988 ).
interRAI Depression Rating Scale (DRS)
La Depression Rating Scale (DRS) se emplea como una herramienta de screening de
depresión ( Burrows et al., 2000 ). La DRS puede obtenerse y está incluida en 11 1
1 interRAI Home Care (HC), Long-Term Care Facilities (LTCF), Palliative Care (PC), Palliative
Care Hospice (PC-H), Community Health Assessment (CHA), CHA + Functional
Supplement (FS), CHA + Mental Health (MH) Supplement , CHA + Deafblind (Df) Supplement,
Mental Health (MH), Community Mental Health (CMH) e Intellectual Disability (ID).
entrevistas de valoración del interRAI, las cuales han sido diseñadas para la valoración del
paciente a través de los diferentes dispositivos y contienen una serie de ítems básicos que
son similares en los diferentes instrumentos ( Hirdes et al., 2008 ). De todos ellos, los
empleados con más frecuencia en población mayor son el interRAI Home Care (interRAI-
HC) ( Landi et al., 2000;Morris et al., 2013 ) y el interRAI Long-Term Care (interRAI-LTCF)
( Kim et al., 2015;Onder et al., 2012;Frijters et al., 2013 ). Se trata de dos instrumentos de
valoración geriátrica y psicogeriátrica integral que pueden ser empleados en el trabajo
rutinario para la planificación de cuidados y de atención sanitaria para personas mayores
frágiles en centros de día y en el ambulatorio (dispositivos comunitarios) o en instituciones
de larga estancia como residencias, respectivamente. Las evaluaciones tienen que ser
realizadas por evaluadores entrenados y los datos son recogidos mediante una entrevista
directa con el paciente, la observación clínica y la revisión de la historia clínica del paciente.
Los instrumentos interRAI permiten una valoración continua desde la perspectiva
psicológica, médica, social y de funcionalidad y necesidades de cuidados de las personas
dependientes en dispositivos específicos, y han mostrado fiabilidad y validez ( Martin
et al., 2008 ). Además, los datos recogidos a través del interRAI también ayudan a identificar
la elegibilidad de las personas para cada dispositivo de cuidado, monitoriza la prestación y
la calidad de la atención recibida, permite comparar entre dispositivos teniendo en cuenta
la calidad del cuidado que prestan y genera información sobre el estado global de la persona
a través de unas escalas de gravedad.
Una de estas escalas es la DRS. Está constituida por siete ítems que puntúan la
situación del paciente en los últimos 3 días. Los ítems incluyen comentarios
negativos, angustia persistente, manifestaciones de miedos irreales, quejas sobre su
salud, ansiedad no relacionada con quejas sobre su salud, tristeza, expresión facial
de dolor o preocupación y labilidad emocional con llanto. Puntúa de 0 a 14; 0 indica
ausencia de síntomas afectivos en los últimos 3 días, mientras que una puntuación
de 14 significa la presencia de todos los síntomas afectivos durante el período de
evaluación. La DRS fue valorada para población de residencia, en comparación a la
escala de Hamilton y a la de Cornell, y se encontró que un punto de corte de 3 era
óptimo para la detección de depresión leve o moderada (sensibilidad del 94% para
la escala de Hamilton y del 78% para la de Cornell; especificidad del 72% para la
escala de Hamilton y del 77% para la de Cornell). Incluso se ha encontrado que la
DRS es más sensible y específica en la detección de la depresión que la GDS
( Burrows et al., 2000 ). La utilidad de la DRS parece que varía en diferentes
poblaciones. Así, en pacientes dados de alta desde un servicio ho spitalario
psicogeriátrico (atendiendo trastornos mentales como demencia, depresión,
trastorno bipolar y esquizofrenia), la DRS no mostró una buena fiabilidad
diagnóstica ( Penny et al., 2016 ), si bien se ha visto su utilidad en la detección de la
depresión en personas mayores con discapacidad intelectual ( Langlois y
Martin, 2008 ).
Evaluación psicométrica del deterioro cognitivo
La evaluación psicométrica del deterioro cognitivo consiste en la aplicación de una
serie de técnicas de forma estructurada dirigidas a la obtención de datos
cuantitativos y cualitativos sobre las funciones cognitivas superiores ( Wakefield
et al., 2018 ). A partir de estos datos, se posibilita la valoración de las funciones
cognitivas, la personalidad, la conducta y el estado emocional ( Smith
et al., 2018;Stokes et al., 2015 ). En consecuencia, la mayor contribución de la
evaluación neuropsicológica es proporcionar datos objetivos sobre la disfunción
cerebral, que puede dar lugar a problemas en la adaptación del paciente ( Ashendorf
et al., 2018 ). Según los objetivos que se pretendan alcanzar con la evaluación
neuropsicológica, se aplicarán unas técnicas u otras, y se seguirán estrategias
diferentes ( Ye et al., 2015 ).
Existen diversos modos de aplicar las pruebas neuropsicológicas para la valoración
del deterioro cognitivo, los cuales dependen de los objetivos que deben conseguirse
con la exploración y los conocimientos que se hayan alcanzado durante las fases
previas. En esta revisión solo describiremos algunas de las que se co nsideran más
relevantes, aunque su diversidad y amplitud hace que cualquier revisión exhaustiva
sea más propia de un libro que de un capítulo.
Test de cribado cognitivo
Son test de fácil aplicación y que requieren poco tiempo. Evalúan de manera rápida
un cierto número de áreas cognitivas (orientación temporal y espacial, atención,
aprendizaje y memoria, lenguaje, capacidades visuoespaciales, etc.) ( Ismail
et al., 2010;Yang et al., 2016 ). La puntuación global obtenida permite obtener un
«punto de corte» que se utiliza como una distinción dicotómica entre normal y
patológico, pero los test no ofrecen un «perfil cognitivo». Estos test están muy
influenciados por la edad y el nivel cultural, por lo que una limitación importante
que tienen es su baja especificidad ( Iatraki et al., 2014;Yang et al., 2018 ). Otra
limitación que poseen es la falta de sensibilidad para detectar déficits cognitivos
focales ( Coleman et al., 2017 ).
Estos instrumentos se utilizan principalmente para una evaluación clínica rápida y
para el estudio de poblaciones numerosas ( Ismail et al., 2010 ). Hay que tener en
cuenta que su utilización proporciona una visión rápida del paciente y sirven de guía
para valorar el seguimiento evolutivo de los pacientes a lo largo del tiempo ( Lees
et al., 2014 ). Su utilidad se muestra fundamentalmente en consultas de atención
primaria y especializada ante la sospecha clínica de la existencia de un deterioro
cognitivo, o incluso para la detección de los casos que clínicamente puedan pasar
desapercibidos. En esta fase se efectúa una valoración general y básica del estado
cognitivo del paciente y se detecta qué áreas pueden estar inicialmente más
afectadas. En general, cualquier profesional de la salud con un mínimo
entrenamiento en neuropsicología clínica puede aplicarla.
Hay que destacar que, aunque en un principio pueden resultar instrumentos fáciles
de aplicar, existen múltiples factores que pueden influir en su interpretación, como
la falta de formación académica, un déficit auditivo o visual, limitaciones motoras o,
incluso, el consumo actual de fármacos sedantes que pueden estar disminuyendo el
nivel de conciencia ( Ismail et al., 2010 ).
Clock Drawing Test
El Clock Drawing Test (CDT) es un test de cribado para examinar el deterioro
cognitivo que evalúa el área o la capacidad visuoespacial y las funciones ejecutivas.
Originalmente lo empleaban neurólogos para valorar la función
frontotemporoparietal ( Critchley, 1956;Vyhnalek et al., 2017 ).
En 1986, Shulman et al. lo aplicaron por primera vez como test de cribado de la
función cognitiva en ancianos, y más adelante se utilizó para evaluar la gravedad de
la demencia, con el establecimiento de criterios de realización y puntuación
específicos ( Shulman, 2000 ). Tal y como se diseñó inicialmente, se trata de un test
sencillo de aplicar que valora una tarea compleja. Esta consiste en dar a los pacientes
un papel en blanco y las instrucciones para dibujar un reloj (un círculo, los 12 dígitos
correspondientes a las horas) y poner una hora concreta, las 11:10. El hecho de poner
precisamente esta hora se debe a que requiere la participación de los dos
hemicampos visuoatencionales (derecho e izquierdo) en los dos cuadrantes
superiores, es decir, en los campos temporales. La prueba exige al paciente estar
atento a la instrucción oral que recibe, recordar cómo es un reloj (es decir, recuperar
de su memoria la imagen visuoespacial apropiada) y desarrollar funciones ejecutivas
complejas que incluyen la planificación mental y la ejecución de la tarea, así como
disponer de las habilidades visuoespaciales necesarias para poder dibujar el reloj
( Ehreke et al., 2011 ).
En 1999, Cacho et al. realizaron una propuesta de aplicación del CDT que hoy en día
se está utilizando mucho en las evaluaciones neuropsicológicas, y que se ha mostrado
como un instrumento eficaz de detección del deterioro cognitivo ( Cacho
et al., 1999 ). Los elementos objeto de evaluación tienen las siguientes puntuaciones:
• •
Esfera del reloj: máximo 2 puntos.
• •
Presencia y localización de manecillas: máximo 4 puntos.
• •
Presencia, secuencia y ubicación de los números: máximo 4 puntos.
El total de puntuación a la «orden» es de 10 puntos.
A pesar de la ventaja de su sencillez y su brevedad, el CDT no resulta suficiente para
la detección del deterioro cognitivo. Sin embargo, el CDT es muy sensible al daño
cortical parietal derecho y resulta de gran ayuda como complemento de otros test
breves, especialmente cuando no se detecta un rendimiento anómalo en pruebas de
memoria ( Ricci et al., 2016 ).
Mini-Mental State Examination
La Mini-Mental State Examination (MMSE) de Folstein es el test de screening más
conocido y utilizado en el estudio del deterioro cognitivo ( Folstein
et al., 1975;Spering et al., 2012;Trivedi, 2017 ). Es la escala cognitiva abreviada de
mayor validez y difusión internacional ( Atkinson et al., 2015 ). La MMSE consta de
11 ítems que evalúan la atención y la orientación, la memoria, el registro, el recuerdo,
el cálculo, el idioma y la capacidad de trazar un polígono complejo ( Folstein
et al., 1975 ). Se precisan alrededor de 7 min para administrar la MMSE a un paciente
con demencia y 5 min para administrarlo a una persona con cognición normal
( Ansari et al., 2010 ). Las puntuaciones pueden variar entre 1 y 30; el valor de corte
convencional es 24, y puntuaciones menores indican mayor deterioro cognitivo
( Mitchell, 2009 ). Hay un espectro amplio en la gravedad de la enfermedad que
presentan los pacientes con demencia, lo que afectará a las propiedades diagnósticas
de una prueba como la MMSE ( Creavin et al., 2016 ). Los rendimientos están
influenciados por el nivel cultural de los sujetos y, consecuentemente, se requiere
adaptar los puntos de corte a las características sociodemográficas de los pacientes.
Mini-examen cognoscitivo
El mini-examen cognoscitivo (MEC) ( Lobo et al., 1979 ) es la versión adaptada y
validada en España de la MMSE de Folstein. El MEC es el test de detección del
deterioro cognitivo más citado en la literatura científica de habla hispana, y el punto
de referencia de gran número de estudios referentes a alteraciones cognitivas y
demencia. Su objetivo es cuantificar el potencial cognitivo y detectar sus posibles
alteraciones funcionales de forma rápida y práctica. Consta de 11 ítems en los que se
valoran ocho áreas cognitivas: orientación espaciotemporal, memoria de fijación y
reciente, atención-concentración y cálculo, lenguaje comprensivo y expresivo,
pensamiento abstracto y construcción visuoespacial. La interpretación se basa en la
suma de las puntuaciones de cada ítem. Es un test sencillo y breve que se aplica en
un tiempo de 5 a 10 min sin necesidad de utilizar material adicional.
Existen diferencias significativas de contenido entre la MMSE de Folstein y el MEC
de Lobo, pues mientras que la puntuación máxima del primero es de 30, en la versión
española es de 35. Las modificaciones establecidas con respecto al cuestionario
original se basaron fundamentalmente en que la deficiente escolaridad de algunos
pacientes afectaba a la capacidad discriminativa de la prueba, por lo que los autores
modificaron parcialmente la prueba original y añadieron tres ítems.
Posteriormente, a finales de los años noventa, Lobo et al. de nuevo revalidaron y
normalizaron una nueva versión del MEC (MEC-30), en la que la puntuación
máxima es de 30, que resulta de la eliminación de los ítems añadidos a la versión
inicial (dígitos y pensamiento abstracto) ( Lobo et al., 1999 ). Con un punto de corte
establecido en 23/24, obtuvieron unos coeficientes de validez similares a los
obtenidos por Folstein et al. (1975) : una sensibilidad del 89,9% y una especificidad
del 75,1% ( Lobo et al., 1979 ). De este modo, se facilita la comparación de resultados
de estudios españoles con los internacionales.
Montreal Cognitive Assessment ( Nasreddine et al., 2005 )
El Montreal Cognitive Assessment (MoCA) es una herramienta de evaluación cognitiva
desarrollada por Nasreddine en el año 2005 ( Nasreddine et al., 2005 ). El MoCA
evalúa funciones ejecutivas, atención, abstracción, memoria, lenguaje, capacidades
visuoconstructivas, cálculo y orientación ( Ciesielska et al., 2016 ). Es de fácil
administración, con una duración aproximada de 10 a 21 min ( Magierska
et al., 2012 ). La puntuación máxima es de 30 puntos, con un punto de corte para el
deterioro cognitivo leve y demencias < 26 en países desarrollados. Su mayor
inconveniente es que posee un alto sesgo educacional ( Coen et al., 2016 ).
Mini-Cog ( Borson et al., 2000 )
El Mini-Cog incluye las áreas que más frecuentemente se ven alteradas al inicio del
deterioro cognitivo ( Carnero-Pardo et al., 2013;Milian et al., 2012 ). Une, para ello,
una prueba de aprendizaje de tres palabras similar a la de la MMSE (memoria
episódica) y el CDT. Su puntuación tiene un rango de 0 a 5, otorgándose 1 punto por
cada palabra recordada y 2 puntos adicionales de valoración cualitativa si el reloj
tiene todos los números, en el orden correcto y las agujas señalan la hora requerida
( Kuslansky, 2004 ).
Este test posee una escasa sensibilidad para la detección del deterioro cognitivo y
para el control evolutivo, pero puede servir para sustentar el diagnóstico de
demencia, especialmente en los casos relativamente claros desde la anamnesis
( Borson et al., 2003 ; Mion y Sandhu, 2014 ).
Test de alteración de la memoria ( Rami et al., 2007 )
El test de alteración de la memoria (T@M) incluye ítems relacionados con la
memoria episódica (recuerdo libre y facilitado, orientación temporal) y, en menor
proporción, ítems de información general (memoria semántica) ( Rami et al., 2010 ).
Este test tiene un amplio rango de puntuación, de 0 a 50, y distingue las quejas
subjetivas de memoria y el deterioro cognitivo leve ( Rami et al., 2007 , 2010). El
T@M es también una herramienta especialmente adecuada para la detección y el
seguimiento de las primeras fases clínicas de la enfermedad de Alzheimer típica
( Rami et al., 2009 ).
interRAI Cognitive Performance Scale
La interRAI Cognitive Performance Scale (CPS) sirve para valorar el estado cognitivo
de la persona ( Morris et al., 1994 ). La CPS puntúa entre 0 y 6, con un punto de corte
de ≥ 3 que indica la presencia de un deterioro cognitivo moderado o grave. La escala
se usa habitualmente para la detección de un deterioro cognitivo en personas
mayores. Las propiedades psicométricas de la CPS han sido valoradas en diferentes
entornos. En centros residenciales, la CPS ha mostrado tener una mayor uti lidad
que, entre otros, la MMSE, la Cambridge Mental Disorders of the Elderly
Examination (CAMDEX) y el diagnóstico clínico de la enfermedad de Alzheimer y
otras demencias ( Morris et al., 1994;Hartmaier et al., 1995;Paquay
et al., 2007 ).También en una muestra de personas mayores que vivían en la
comunidad se ha encontrado una alta correlación entre las puntuaciones de la CPS y
la MMSE ( Landi et al., 2000 ). Incluso, si las evaluaciones no son realizadas por
profesionales entrenados en la escala, las puntuaciones de la CPS se correlacionan
moderadamente con la MMSE y con la escala de valoración de dependencia
psicogeriátrica (PGDRS, Psychogeriatric Dependency Rating Scale ) ( Gruber-Baldini
et al., 2000 ). Por otra parte, en pacientes ingresados, la validez diagnóstica de
deterioro cognitivo de la CPS en comparación con la MMSE fue moderada, con baja
sensibilidad (51%) pero alta especificidad (95%), y con una precisión diagnóstica del
68% ( Wellens et al., 2013 ). La CPS se fundamenta en cinco ítems (memoria a corto
plazo, habilidades cognitivas, coma/confusión, expresividad o capacidad para
hacerse comprender, y comer) y puede obtenerse a partir de 10 instrumentos
diferentes del interRAI 2
2 interRAI-HC, LTCF, PC, CHA + FS, MH, CMH, ID, ID, AC y Post-Acute Care and
Rehabilitation (PAC-Rehab).
.
Test de las fotografías (Fototest) ( Carnero-Pardo y Montoro-
Ríos, 2004 )
El test de las fotografías (Fototest) es un instrumento muy breve (tiempo máximo de
aplicación: 3 min) y de fácil aplicación que puede ser utilizado con analfabetos y no
está influenciado por factores educativos. Evalúa memoria, denominación y fluidez
verbal en asociación controlada; es decir, lenguaje y funcionamiento ejecutivo.
Además, evalúa memoria visual, no verbal, mediante seis ítems, y sin utilizar
estrategia de codificación dirigida. El Fototest tiene una puntuación abierta y
distribuida normalmente en un rango de 45 puntos o más. Presenta una utilidad
diagnóstica y una validez adecuadas para la identificación de la demencia y el
deterioro cognitivo en condiciones de práctica clínica habitual.
Baterías neuropsicológicas generales
Tras la fase de detección o cribado, se hace preciso efectuar un estudio más amplio y
pormenorizado que aborde de forma general todas las funciones cognitivas. En esta
fase y en nuestro medio asistencial aplicamos pruebas de valoración de las
actividades de la vida diaria (AVD) (índices de Lawton y Barthel), de sobrecarga del
cuidador (escala de Zarit), de alteraciones de conducta (Neuropsychiatric
Inventory) y, especialmente, de valoración de trastornos cognitivos de carácter
general. Habitualmente se aplica o bien la escala de evaluación de la enfermedad de
Alzheimer (ADAS, Alzheimer’s Disease Assessment Scale ), cuya ventaja es la existencia
de una valoración cognitiva y no cognitiva que evita en muchas ocasiones valorar la
conducta y el humor del paciente o, con más frecuencia, el Cambridge Mental
Cognitive (CAMCOG-R cuya ventaja es que permite ser más específico y forma parte
de una entrevista más amplia que se puede aplicar en los casos más complicados.
Describiremos la ADAS a continuación, mientras que el CAMCOG se hará como
parte de la CAMDEX, entrevista semiestructurada de la que forma parte.
Escala de evaluación de la enfermedad de Alzheimer
La ADAS ( Mohs et al., 1983 ) se compone de dos subescalas: la cognitiva (COG), que
está integrada por diferentes pruebas neuropsicológicas, y la no cognitiva (no-COG),
que valora una serie de síntomas afectivos, neuropsiquiátricos y comportamentales.
La escala permite obtener una puntuación total que oscila entre 0 y 120 puntos, de
manera que una mayor puntuación se corresponde con un mayor deterioro. Su
aplicación requiere un tiempo que oscila entre 30 y 60 min, según la gravedad de la
demencia.
La subescala COG consta de 13 ítems; se tarda cerca de 30 min en aplicarla y cubre
fundamentalmente áreas como las siguientes:
• •
Memoria: recuerdo inmediato, reconocimiento de palabras y recuerdo de
instrucciones (27 puntos).
• •
Lenguaje: denominación de objetos, denominación de dedos de la mano,
encadenamiento de órdenes múltiples y valoración del lenguaje espontáneo
(25 puntos).
• •
Praxia constructiva: dibujos de gráficos (5 puntos).
• •
Praxia ideacional: ejecución de órdenes (5 puntos).
• •
Orientación, tanto espacial como temporal (8 puntos).
• •
Función ejecutiva: laberintos y cancelación de números.
La escala cognitiva alcanza un máximo de 70 puntos y, por lo tanto, constituye el
60% de la puntuación total. Es decir, tiene una mayor influencia sobre la puntuación
final de la ADAS. En pacientes con enfermedad de Alzheimer de leve a
moderada, con problemas psiquiátricos poco importantes, la puntuación de la
subescala COG viene a significar una carga de alrededor del 85% del total. En
ancianos normales, la puntuación esperable se sitúa entre 0 y 10, puntuación que no
ha de cambiar al cabo de 1 año. En la enfermedad de Alzheimer, el promedio del
incremento de puntuación que se ha calculado es de aproximadamente 7 a 9 puntos
al año. Se trata de una subescala que se correlaciona muy bien con la MMSE, y
alcanza un valor de −0,76, lo que sugiere una buena validez de constructo ( Balsis
et al., 2015 ). Se considera, incluso, una escala más sensible en los deterioros leves y
graves que la escala de Blessed, con una mayor capacidad para detectar cambios en
el efecto del tratamiento en los casos de personas con deterioro de leve a moderado
( Stern et al., 1994 ).
Por otra parte, la subescala no-COG consta de 10 ítems que cubren una serie de
problemas neuropsiquiátricos que los autores consideraron ligados frecuentemente
a la enfermedad de Alzheimer y que son los relativos al estado de ánimo (cambio de
apetito, depresión y llanto) y al comportamiento (concentración y distraibilidad,
cooperación, delirio y alucinaciones, inquietud psicomotora y temblor). Alcanza un
máximo de 50 puntos y, como se ha comentado, suele tener normalmente un menor
peso en el resultado total del test, especialmente para los primeros estadios de la
enfermedad de Alzheimer, ya que discrimina entre pacientes sin demencia, y tiene
una buena sensibilidad al cambio clínico de los pacientes afectados por esta
enfermedad ( Dowling et al., 2016 ).
En cuanto a las capacidades psicométricas, la ADAS tiene una fiabilidad entre
evaluadores del 0,87-0,98, según estudios. La fiabilidad test-retest llega a ser de 0,92
para la subescala COG, 0,52 para la no-COG y 0,83 para el total ( Schneider y
Olin, 1995 ). Manzano et al. obtuvieron valores sensiblemente superiores,
destacando una fiabilidad test-retest de 0,9 para la subescala COG y de 0,57 para la
no-COG ( Manzano et al., 1994 ). La subescala COG tiene una consistencia interna α
de Cronbach de 0,96.
El análisis factorial de los ítems de la subescala COG arroja tres factores
fundamentales ( Schneider y Olin, 1995 ): memoria (recuerdo de palabras,
reconocimiento de palabras, orientación, test de recuerdo de las instrucciones y
denominación de objetos), lenguaje (comandos, lenguaje, comprensión y encontrar
palabras) y apraxias (praxia ideacional y constructiva). Asimismo, parece probarse
la existencia de un sólido factor general, lo que permite que la puntuación final de la
misma sea utilizable en estudios comparativos.
Pascual et al. (1997) calcularon los siguientes promedios en su versión española:
• •
Normales: 7,6 ± 2,1.
• •
Deterioro cognitivo sin demencia: 12,4 ± 4,5.
• •
Demencia de tipo Alzheimer: 21,0 ± 4,7.
Test neuropsicológicos específicos
En la evaluación de la fase anterior es posible alcanzar el diagnóstico de demencia,
si bien pueden aparecer algunas alteraciones cognitivas que exijan una mayor
valoración. En este sentido, en nuestro medio asistencial empleamos, de forma
complementaria, tres pruebas de valoración cognitiva que pueden aclarar aquellas
dificultades valorativas respecto al problema de deterioro: son el Trail Making Test, el
test de la figura compleja de Rey y el test de Stroop; el primero y el último se emplean
de forma habitual y el segundo de forma complementaria. Además, en casos en que
aparezcan alteraciones específicas de una función, se podrán explorar las diferentes
funciones, si es preciso, especialmente con el objetivo de poder definir el programa
de rehabilitación y psicoestimulación cerebral. Así, en esa fase empleamos para
alteraciones del lenguaje el test de Boston y el área de lenguaje del test Barcelona-R;
para alteraciones importantes de la memoria, el test Rivermead, el Wechsler-
Memoria y el Test de Aprendizaje Verbal España Complutense (TAVEC); para
alteraciones de atención, el D2, y para alteraciones de funciones ejecutivas
el Behavioural Assessment of Dysexecutive Syndrome (BADS). A ello se sumaría la
posibilidad de aplicar una valoración avanzada del deterioro cognitivo mediante la
aplicación del WAIS-III o el test Barcelona, según el caso. No vamos a detenernos en
estos últimos, por entender que se trata de pruebas específicas que van más allá de
la práctica psicogeriátrica, y solo describiremos de forma somera los tres primeros
( Trail Making Test, test de la figura compleja de Rey y test de Stroop), por ser
complementarios y fáciles de aplicar y corregir en el contexto de unidades
psicogeriátricas.
Trail Making Test ( Reitan, 1955 )
El Trail Making Test es una prueba de papel y lápiz que se ha utilizado durante mucho
tiempo para valorar los déficits en la velocidad de procesamiento cognitivo y la
función ejecutiva ( Arango-Lasprilla et al., 2015;Shindo et al., 2013;Terada
et al., 2013 ). Consta de dos partes: A y B. La prueba requiere un conocimiento
mínimo de las letras del abecedario y los números.
La parte A consta de 25 círculos distribuidos aleatoriamente por toda la superficie
de la hoja, con una numeración en su interior que va del número 1 al 25. La tarea que
hay que realizar consiste en unir por medio de una línea marcada con un lápiz los
distintos círculos por orden ascendente, sin levantar el lápiz de la hoja mientras se
realiza la tarea. La parte B también está compuesta por 25 círculos, pero en este caso
alternan en su interior letras (de la A a la L) y números (del 1 al 13). La tarea, de
mayor complejidad, consiste en ir marcando con una línea de forma alternativa por
orden ascendente números y letras (p. ej., 1-a-2-b-3-c, etc.), sin levantar el lápiz del
papel mientras se está realizando la tarea.
Según Reitan, la prueba requiere el reconocimiento inmediato de significación
simbólica de números y letras, la habilidad para examinar la tarea en cuestión de
modo continuo e identificar el número y/o la letra siguiente en la secuencia, la
flexibilidad de integrar las series numéricas y alfabéticas y la consecución de estos
requerimientos bajo la presión de un tiempo determinado.
La parte A evalúa la capacidad para mantener una atención selectiva capaz de
planificar conductas asociadas a un proceso de praxia, y está relacionada con la
memoria de trabajo, valorando también la velocidad de proceso y la memoria a largo
plazo. Se considera que es una medida de habilidades de búsqueda, de atención
visual y de velocidad de procesamiento ( Arango-Lasprilla et al., 2015 ). Por otro
lado, la parte B evalúa la atención selectiva mediante la tarea de seguir una orden
lógica y alternante de series aprendidas de letras y números a través de una actividad
motora, así como el control ejecutivo y la flexibilidad cognitiva ( Arango- Lasprilla
et al., 2015 ). Igualmente, implica atención, concentración, velocidad de proceso de
la información, memoria a largo plazo, funciones ejecutivas y memoria de trabajo.
Ambas puntúan por separado el número de segundos que el paciente requiere para
completar la tarea. La puntuación de corte para la parte A está entre 39 y 40 s, y para
la parte B, entre 91 y 92 s. Sin embargo, estudios más recientes han establecido el
punto de corte de la parte B entre 85 y 86 s.
Según Reitan, la prueba es un medidor adecuado de lesión cerebral orgán ica con un
punto de corte entre 91 y 92 s. Posteriores estudios han ido perfilando unos puntos
de corte en tiempos asociados a la edad.
De acuerdo con esto, en la parte A, para el grupo de edad de ambos sexos de entre
50 y 59 años, será de entre 30 y 38 s; para el grupo de edad de entre 60 y 69 años, de
entre 36 y 48 s, y finalmente, para el grupo de edad de 70 años o más, de entre 55 y
80 s. En la parte B, el tiempo estimado como normal para los grupos antes señalados
sería, respectivamente, el siguiente: 76-98, 90-119 y 133-196 s.
Test de copia y de reproducción. Memoria de figuras
geométricas complejas
Rey desarrolla la realización de la figura compleja en 1941 ( Rey, 1941;Rivera
et al., 2015 a; Schoenberg et al., 2006 ) con la finalidad de evaluar ciertas
encefalopatías de origen traumático. La prueba puede ser aplicada a niños desde los
4 años de edad, adolescentes y adultos. La prueba consistió en copiar y después
reproducir de memoria un dibujo geométrico complejo. Este dibujo no evoca en su
conjunto ningún objeto determinado. Técnicamente consiste en una armadura
arbitraria de elementos geométricos, identificables por separado y entre los que
existen relaciones topográficas.
Con la figura compleja, Rey pretende apreciar los posibles déficits perceptivo s que
dificultan la fijación, las posibles dificultades en la descodificación de los datos
percibidos, en la significación, organización y relación con nuestra experiencia y
conocimientos previos ( Rivera et al., 2015 a). Según Rey, esta monitorización del
análisis perceptivo estaría justificada por el hecho de que con frecuencia lo que se
tiende a interpretar como fallos de memoria puede, en origen, estar provocado por
un déficit en la elaboración perceptiva de los datos.
El material de aplicación se limita a la «lámina modelo» y hojas de papel para la
realización de la copia. Se recomiendan, además, lapiceros o rotuladores de diversos
colores que permitan identificar el orden seguido por la persona en la realización de
la figura y un cronómetro para el control final del tiempo.
La corrección de la prueba puede llevarse a cabo de diversos modos. La corrección
hecha por Osterrieth (1944) establece diversas categorías, de mayor a menor,
teniendo en cuenta el grado de nivel racional, los hábitos intelectuales, la rapidez de
copiado y la precisión del resultado. Las categorías anteriormente mencionadas
serían las siguientes:
• •
Categoría I. Construcción sobre un armazón.
• •
Categoría II. Detalles englobados en un armazón.
• •
Categoría III. Contorno general.
• •
Categoría IV. Yuxtaposición de detalles.
• •
Categoría V. Detalles sobre un fondo confuso.
• •
Categoría VI. Reducción a un esquema familiar.
• •
Categoría VII. Garabatos.
La figura compleja permite apreciar la capacidad de organización y planificación de
estrategias para la resolución de problemas, la capacidad visuoconstructiva, la
capacidad de recuerdo de componentes no verbales (reproducción de memoria), la
memoria visual inmediata, la atención, el esfuerzo de memorización, la velocidad de
proceso mental, la estructuración espacial, la percepción holística de las formas, la
agnosia y la apraxia.
Test de Stroop de colores y palabras ( Golden, 1975 )
Este test tiene su origen en las investigaciones de los primeros psicólogos
experimentales, quienes observaron que la identificación de colores era siempre más
lenta en personas que sabían leer que la lectura de nombres de colores. El test de
Stroop (1935) sugirió que la diferencia entre ambas tareas se debía a que los colores
estaban asociados a un tipo de respuesta conductual: la lectura. Desde este concepto
se establece la versión original de Stroop, que constaba de cinco colores, pero a partir
de 1975 Golden realiza una versión normalizada de tres colores, ya que no
encontraba diferencias significativas entre la aplicación de tres y cinco colores.
El material requerido es un cronómetro y tres láminas. En la primera lámina figuran
impresas en negro cinco columnas de palabras donde se alternan los nombres
de rojo, verde y azul. Cada columna tiene 20 palabras, por lo que el total en las cinco
columnas es de 100 palabras. En la segunda lámina aparecen cinco columnas con un
grafismo en forma de «x» impresas en colores distintos (azu l, rojo y verde). Cada
columna tiene igualmente 20 colores que se repiten, hasta un total de 100 colores en
las cinco columnas. En la tercera lámina de nuevo aparecen las cinco columnas (20
palabras en cada una) que contienen a nivel semántico los nombres de rojo,
verde y azul, pero estas palabras están impresas en un color que no coincide con el
contenido semántico (p. ej., la palabra verde puede estar impresa en color rojo). La
prueba se realiza en un tiempo máximo de 45 s para cada una de las tres láminas.
La tarea que debe llevar a cabo el sujeto consiste en leer lo más rápidamente posible
el mayor número de palabras (primera lámina), la denominación de los colores
(segunda lámina) y el mayor número de palabras, no el color en el que están impresas
(tercera lámina), durante un tiempo máximo de 45 s. La puntuación recoge el
número total de palabras (P) leídas en la primera lámina; el número total de
elementos de color (C) leídos en la segunda lámina de colores y el número total de
palabras con color (PC) leídas en la tercera lámina. Los errores no cuentan, pero
dado que el examinador obliga al sujeto a la repetición de los ítems mal realizados,
repercuten en una puntuación menor en el total. Las puntuaciones directas
obtenidas se convierten en puntuaciones T, y el rendimiento normal se sitúa en una
puntuación T de entre 35 y 65, con la media en 50. Los resultados finales en P
(palabras), C (color) y PC (palabra-color) permiten detectar, según su autor, déficits
que van desde una causalidad de origen disléxico hasta problemas psiquiátricos y
lesiones del hemisferio izquierdo, prefrontales y conductuales.
La fiabilidad de este test ha demostrado ser muy importante en estudios llevados a
cabo por diversos investigadores. Utilizando el método test -retest con tiempos
comprendidos entre 1 min y 10 días, Jensen (1965) obtuvo índices de 0,88, 0,79 y
0,71 para las tres puntuaciones directas. Golden obtuvo valores de 0,89, 0,84 y 0,73
en la aplicación colectiva, y de 0,86, 0,82 y 0,73 en la aplicación individual
( Golden, 1975 ). La fiabilidad que se obtuvo con sujetos sometidos a las dos formas
( n = 60) fue de 0,85, 0,81 y 0,69. En las mismas muestras indicadas, la fiabilidad
del factor de interferencia (PC-PC’) es igual a la de la tercera lámina (0,7).
El test de Stroop mide la flexibilidad cognitiva, la resistencia a la interferencia
procedente de estímulos externos, la adaptación al estrés cognitivo y la creatividad
( Rivera et al., 2015 b). Evalúa, igualmente, las disfunciones cerebrales y la
psicopatología en general.
Escalas de gradación clínica
Son escalas para determinar el nivel de deterioro cognitivo. En la evaluación y
seguimiento de un paciente con demencia, es útil poder establecer el estadio
evolutivo de la enfermedad. Para ello existen diversas escalas que otorgan un valor
estandarizado de acuerdo al grado de afectación funcional ( Rikkert et al., 2011 ). En
general, se intenta objetivar la valoración a fin de poder clasificar la demencia según
los criterios clínicos clásicos (leve, moderada o grave) e, idealmente, que esto sirva
para ayudar en la planificación de cuidados.
Global Deterioration Scale ( Reisberg et al., 1988 )
La Global Deterioration Scale (GDS) establece siete estadios posibles:
• 1.
Estadio 1: normal.
• 2.
Estadio 2: deterioro muy leve.
• 3.
Estadio 3: deterioro leve.
• 4.
Estadio 4: deterioro moderado.
• 5.
Estadio 5: deterioro moderadamente severo.
• 6.
Estadio 6: deterioro severo.
• 7.
Estadio 7: deterioro muy severo.
La escala define cada estadio en términos operacionales y sobre la base de un
deterioro supuestamente homogéneo. Sin embargo, dado que la secuencia de
aparición de los síntomas es a menudo variable, se ha argumentado que la inclusión
de un paciente en un estadio de acuerdo a un criterio rígido podría conducir a
errores; no obstante, se trata de una de las escalas más completas, simples y útiles
para la estimación de la severidad de la demencia ( Rikkert et al., 2011 ).
Clinical Dementia Rating ( Hughes et al., 1982 )
La Clinical Dementia Rating (CDR) es una escala usada para cuantificar la gravedad
de los síntomas de la demencia. Esta escala establece cinco estadios posibles
( Berg, 1984;Hughes et al., 1982 ):
• 1.
Estadio 0: normal.
• 2.
Estadio 0,5: cuestionable
• 3.
Estadio 1: demencia leve.
• 4.
Estadio 2: demencia moderada.
• 5.
Estadio 3: demencia grave.
La estimación se realiza sobre la base del rendimiento del sujeto en seis modalidades
de tipo cognitivo y funcional. Estas modalidades son memoria, orientación,
razonamiento, actividades sociolaborales, actividades recreativas ( hobbies o
pasatiempos) y cuidado personal ( Berg, 1988 ).
Escala IDEAL ( López-Antón et al., 2018 )
El grupo European Dementia Consensus Network (EDCON) ha desarrollado
recientemente la escala IDEAL, con las premisas de conseguir una herramienta
práctica, fácil de aplicar y que pudiera utilizarse para guiar el manejo clínico y social
de las personas con demencia a nivel mundial; es decir, una escala de clasificación
clínica de la demencia que tenga múltiples dimensiones, sea multilingüe, posea
buena validez y fiabilidad y sea fácil de usar.
La escala IDEAL se centra en las características más importantes de la demencia y
pretende hacer una evaluación sencilla y fácilmente comprensible de las necesidades
de cuidado. La escala consta de siete dimensiones: AVD, salud física, funcionamiento
cognitivo, alteraciones de la conducta, apoyo social, cuidados no profesionales (que
incluye las subdimensiones de tiempo dedicado a la atención de los cuidadores no
profesionales y distress del cuidador) y atención profesional (que incluye las
subdimensiones número total de horas de atención profesional recibido, número
total de horas de atención profesional necesaria y tipo de atención necesaria,
relacionada con la demencia). Cada una de estas dimensiones se marca en una escala
de 6 puntos (de 0 a 5), con anchor points («puntos de anclaje») que indican el grado
de afectación del paciente o el grado de necesidades de cuidados. La escala IDEAL se
acompaña con un glosario de terminología para facilitar la puntuación en cada
dimensión. La escala ha sido validada en España ( López-Antón et al., 2018 ).
Instrumentos de evaluación funcional
La incapacidad funcional es una manifestación frecuente, aunque inconstante, de la
enfermedad en el anciano, y suele ser consecuencia de la mayor prevalencia de
patología incapacitante en esta población y de la progresiva disminución de la
reserva fisiológica con el envejecimiento ( Poulos et al., 2017 ). Por otra parte, la
evaluación de la capacidad funcional en pacientes psicogeriátricos, especialmente las
habilidades en el cuidado de ellos mismos y de relación con el entorno, permite
obtener información referente a aspectos modulares de la enfermedad y del
bienestar de las personas mayores ( Poulos et al., 2017 ).
En función de su complejidad, se distinguen actividades básicas e instrumentales de
la vida diaria (ABVD y AIVD, respectivamente), que detallaremos a continuación.
Actividades básicas de la vida diaria
Las ABVD son «el conjunto de actividades primarias de la persona, encaminadas a
su autocuidado y movilidad, que le dotan de autonomía e independencia elemental
y le permiten vivir sin precisar ayuda continua de otros». Casi todas las escalas de
ABVD incluyen cierta combinación de vestirse, ducharse o bañarse, asearse, andar y
alimentarse. Con frecuencia se añade la movilidad (trasladarse a la cama, de la cama
al sillón, subir escaleras, etc.) a los instrumentos de ABVD. Aunque existen ciertas
dudas sobre si la continencia debería ser incluida entre las ABVD o entre las
funciones fisiológicas, la mayoría de las escalas la incluyen, a veces dividida en ítems
separados sobre control de esfínter anal y vesical.
Para la evaluación de este tipo de actividades se ha utilizado el índice de Barthel. Se
trata de un instrumento de medida de las ABVD que fue desarrollado por Mahoney
y Barthel en 1965, a partir de la observación realizada por un equipo
multidisciplinario que trabajaba con pacientes que presentaban patología
neuromuscular y/o musculoesquelética en hospitales de pacientes crónicos de
Maryland. Este instrumento ha sido validado en la población española por Baztán
et al. (1993). Evalúa la independencia del paciente para realizar ABVD: alimentarse,
arreglarse, bañarse, ir al aseo, trasladarse (o manejar una sill a de ruedas), subir
escaleras, control vesical y control de esfínter anal. En cada ítem se asignan puntos
al individuo por ser capaz de realizar la actividad independientemente, y menos
puntos por realizarla con ayuda; por lo tanto, las puntuaciones podrán ser de 15, 10,
5 o 0. Se puntúa de 0 a 100 (90 para pacientes limitados en silla de ruedas). Se ha de
considerar que el índice de Barthel no es una escala continua, lo cual implica que una
variación de 5 puntos en la zona alta de la puntuación —más próxima a la
independencia— no es semejante a la misma variación en la zona baja —más cercana
a la dependencia— (Baztán et al., 1993). En España, su empleo es especialmente
importante por haber sido incorporada al informe de salud para la solicitud
administrativa de la ayuda a la dependencia. Para facilitar su interpretación, los
resultados globales se han agrupado en cuatro categorías de dependencia (Baztán
et al., 1993):
• 1.
Total < 20.
• 2.
Grave = 20-35.
• 3.
Moderada = 40-55.
• 4.
Leve > 60.
Por otra parte, está la escala Activities of Daily Living Hierarchy (ADL-
Hierarchy), constituida por siete ítems, de los que cuatro se refieren a la capacidad
para la higiene personal, uno para el uso del retrete, otro para la locomoción y,
finalmente, uno para la capacidad de comer. Todos ellos están contenidos en el
interRAI. Una pérdida de ABVD temprana se asocia a una puntuación más baja,
mientras que una pérdida tardía, como la de la capacidad de comer, se asocia a
mayores puntuaciones. Una puntuación de 0 indica independencia, y 6, una total
dependencia en las ABVD. Hay que destacar que esta escala se puede obtener a partir
de ocho instrumentos diferentes del interRAI y, por ello, es muy importante
incorporarla a esta revisión.
Actividades instrumentales de la vida diaria
Las AIVD son «las que permiten a la persona adaptarse a su entorno y mantener su
independencia en la comunidad» (Baztán et al., 1993). Incluyen el cuidado del hogar,
la preparación de comidas, la capacidad responsable de usar medicación y dinero, y
el uso de transportes o teléfono, entre otras. Las AIVD son más difíciles de
categorizar y evaluar que las ABVD, ya que experimentan importantes influencias
culturales. A pesar de estos inconvenientes, se han desarrollado distintas escalas
para medir las AIVD, las cuales presentan una mayor correlación con el estado
cognitivo que las escalas de ABVD (Baztán et al., 1993).
Para evaluar las AIVD se ha empleado el índice de Lawton ( Lawton y Brody, 1969 ).
Es una escala de AIVD que también se conoce con el nombre de Philadelphia Geriatric
Center-Instrumental Activities Daily Living (PGCIADL) y que fue desarrollada por
dichos autores en un intento de jerarquizar la conducta humana. Está compuesta de
ocho ítems: capacidad de usar el teléfono, hacer compras, preparación de la comida
(no se entrevista a los hombres), cuidado de la casa (no se entrevista a los hombres),
lavado de la ropa (no se entrevista a los hombres), uso de medios de transporte,
responsabilidad respecto a su medicación y manejo de sus asuntos económicos. Cada
ítem se subdivide, a su vez, en una serie de apartados que pueden ser puntuados con
un valor 0 o 1. Por ejemplo, la capacidad para usar el teléfono se subdivide en cuatro
apartados: utiliza el teléfono por iniciativa propia, busca y marca números; es capaz
de marcar números bien conocidos; es capaz de contestar el teléfono, pero no de
marcar, y no usa el teléfono en absoluto. Los tres primeros se puntúan como 1, y el
último, como 0. La puntuación global de la escala oscila entre 0 (dependencia total)
y 8 (independencia total) en el caso de las mujeres, y entre 0 (dependencia total) y 5
(independencia total) en el caso de los hombres.
El uso del índice de Lawton es el más recomendado para la evaluación de las AIVD.
Asimismo, las AIVD también se pueden medir con el interRAI a través de la
escala Instrumental Activities of Daily Living (IADL) ( Landi et al., 2000 ). La escala es
una suma de siete ítems que puntúan la capacidad de ejecución en la preparación de
comidas, tareas domésticas habituales, manejo del dinero, empleo de la medicación,
uso del teléfono, realización de las compras y empleo del transporte. Se puntúa en
un rango que va de 0 a 48, en el que las puntuaciones más altas indican una mayor
dificultad en la realización de las tareas instrumentales de la vida diaria (AIDL). La
concordancia entre la escala IADL y el índice de Lawton en una muestra de personas
que recibían cuidado comunitario fue buena ( Landi et al., 2000 ).
Instrumentos de evaluación de la calidad de vida
Uno de los aspectos que más están preocupando, desde el punto de vista tanto
asistencial y de gestión como desde el terapéutico propiamente dicho, es la calidad
de vida del paciente y del cuidador antes y después de la aplicación terapéutica.
Como consecuencia, en los últimos tiempos, están apareciendo multitud de
entrevistas y test que miden ambas variables. Con el objetivo de reducir la extensión,
hemos seleccionado dos escalas, una que mide la calidad de vida —la
escala SmithKline Beecham Quality of Life (SBQOL)— y otra que mide la sobrecarga
del cuidador —la de Zarit—. Somos conscientes de que probablemente estas no sean
las más útiles ni las más importantes, pero no hay ninguna que en la actualidad haya
demostrado una superioridad sobre el resto, y las qu e se presentan tienen una
difusión amplia, tanto en el ámbito nacional como internacional, y constituyen
escalas muy completas.
Escala SmithKline Beecham Quality of Life ( Stoker et al., 1992 )
Es un instrumento autoaplicado que mide la percepción de los pacientes deprimidos
y ansiosos sobre su calidad de vida, y les permite cuantificar sus sentimientos de
bienestar actual en comparación con sus expectativas y esperanzas de cómo se
sentirían en un estado ideal. Se valora el «yo actual» y el «yo ideal». La escala SBQOL
consta de 28 ítems (proposiciones) que se responden en una escala analógica visual
de 10 puntos, desde los aspectos más negativos hasta los más positivos, y que evalúan
áreas como el bienestar psíquico, el bienestar somático, la función sexual, la religión,
el humor, las relaciones sociales, el nivel de control, el trabajo/empleo, las finanzas
y las actividades e intereses.
Escala de sobrecarga del cuidador (Caregiver Burden
Interview) ( Zarit et al., 1980 )
Debido a que el cuidado de un anciano con trastornos psiquiátricos produce una
sobrecarga emocional superior que la atención a sujetos con incapacidad física ( van
der Lee et al., 2014 ), la escala de Zarit se emplea como instrumento que evalúa la
eficacia de las intervenciones encaminadas a mejorar la capacidad de los cuidadores
para mantener la prestación de cuidados en la comunidad ( Springate y
Tremont, 2014 ).
Debido a ello, el fin último que se persigue con este instrumento es la evaluación del
estrés de los cuidadores de ancianos con demencia, respondiendo a la subjetividad
que les produce la carga familiar ( Arthur et al., 2018;Dawood, 2016 ; Springate y
Tremont, 2014 ). La puntuación de carga obtenida en esta escala resulta ser un mejor
factor pronóstico de institucionalización que el estado mental o los problemas de
conducta del receptor de los cuidados. De hecho, la percepción de los déficits por
parte del cuidador parece tener un papel predictivo de la carga más relevante que la
valoración objetiva del deterioro mediante la exploración neurológica ( Garre-Olmo
et al., 2000 ). Las puntuaciones se correlacionan significativamente con síntomas
psicopatológicos en el cuidador, con su estado de ánimo y su salud física, así como
con la calidad de la relación entre el cuidador y el receptor de los cuidados ( Arthur
et al., 2018;Dawood, 2016 ).
Se han encontrado unos valores de fiabilidad y consistencia interna de l a escala
aceptables. El análisis factorial de esta revela la existencia de tres factores que
explican el 53,8% de la variancia: 1) impacto del cuidado (sobrecarga); 2) calidad de
la relación interpersonal (rechazo), y 3) expectativas de autoeficacia (competencia).
La escala arrojó una consistencia interna satisfactoria, con un coeficiente α de
Cronbach de 0,91. Finalmente, el análisis de validez del constructo mostró una fuerte
correlación de la sobrecarga del cuidador con su estado de salud mental medido con
el General Health Questionnaire (GHQ) y con la presencia de trastornos de
comportamiento en el paciente.
Self-reported Quality of Life
El interRAI también ha desarrollado varios instrumentos para evaluar la calidad de
vida en diferentes dispositivos ( Morris et al., 2016 ). Estos instrumentos están
dirigidos a personas con una capacidad cognitiva suficiente para comprender las
preguntas que se les hacen, ya que son autoaplicados (normalmente CPS ≤ 3). Para
atención domiciliaria, alojamiento asistido, salud mental y adicciones, se han
desarrollado diferentes versiones de la entrevista y del cuestionario. Para la versión
de centros residenciales existe una entrevista diferencial, y para el caso de personas
que viven independientemente se aplica un cuestionario escrito. Las áreas que
contempla son, entre otras, la privacidad, comidas/alimentación, la capacidad para
la toma de decisiones (autonomía), el sentimiento de seguridad, el confort, el respeto
y la atención por parte de los trabajadores, los amigos y la familia. Los ítems son
presentados como afirmaciones para que los usuarios establezcan la certeza de tales
afirmaciones desde su propia perspectiva (0 = nunca; 4 = siempre). El test
psicométrico para la calidad de vida (interRAI-LTCF instrument) mostró una
fiabilidad test-retest moderada, buena consistencia interna, buena validez
convergente y suficiente validez de contenido ( Kehyayan et al., 2015 ). Un estudio
piloto en Canadá con pacientes de salud mental mostró una buena fiabilidad en todas
las áreas del instrumento, excepto en una (actividades significativas) ( Hirdes
et al., 2013 ). Actualmente se está comprobando su utilidad en otros dispositivos
asistenciales.
Entrevistas estructuradas en psicogeriatría
Otro instrumento de valoración y diagnóstico en psicogeriatría son las entrevistas
estructuradas o semiestructuradas. En general, una entrevista se define como una
conversación que se sostiene con un propósito definido y no por la mera satisfacción
de informar. Las entrevistas estructuradas o semiestructuradas constituyen una guía
para hacer la entrevista y poder recoger la totalidad, o al menos lo más importante,
de la patología de la persona mayor y los problemas asociados. Se recomienda su
empleo con los profesionales que atienden al sujeto, con los familiares y con el propio
paciente.
Con frecuencia se recomienda que los datos recogidos en las entrevistas se
contrasten con distintas personas que interactúan y conocen la historia del paciente,
ya que diferentes sujetos pueden tener visiones dispares de un mismo trastorno o
problema; incluso las manifestaciones psicopatológicas pueden diferir de una
situación a otra. En general, se puede considerar que la información aportada por
cuidadores, familiares y profesionales sobre los trastornos del paciente es muy fiable;
no obstante, la fiabilidad varía dependiendo de si el sujeto evaluado está o no
institucionalizado. Cuando el paciente vive en su domicilio, participa en actividades
ocupacionales, de ocio y familiares, con lo que se encuentra en distintos ambientes
que pueden intervenir de forma directa en su comportamiento, por lo que la
información que dan los diferentes cuidadores también varía.
Para mejorar la fiabilidad, es importante que se informe a cuidadores y familiares
sobre qué tipo de información es la relevante y qué aspectos del ambiente o entorno
deben tenerse en cuenta. Parece que los familiares tienden a incrementar las
capacidades y habilidades del anciano, sobre todo cuando es su padre, aunque
cuando suceden problemas de conducta, les dan mayor importancia que los
cuidadores y profesionales.
Existen numerosos protocolos y entrevistas estructuradas para realizar la evaluación
de la persona mayor de modo que evite olvidar aspectos relevantes en la evaluación
de la conducta. Entre las múltiples que existen en el ámbito de la psicogeriatría,
destacan por su frecuencia de uso e implantación la Geriatric Mental State
Schedule (GMS) y la CAMDEX. También merece la pena destacar el RAI-NH, si bien
se trata de una entrevista que va más allá de una valoración diagnóstica, pues implica
una valoración integral de cara a establecer un plan de cuidados, no un diagnóstico.
Evidentemente, hay muchas más, algunas igualmente importantes o más, según su
aplicación, pero solo presentaremos las citadas, ya que de otro modo la extensión del
texto sobrepasaría los objetivos de este capítulo.
Geriatric Mental State Schedule ( Copeland et al., 1976 )
La GMS ha sido la primera entrevista construida específicamente para la población
anciana, y fue diseñada por Copeland et al. a partir de la MMSE, de la Present State
Examination (PSE) y de la Diagnostic Interview Schedule (DIS). Dispone de un
programa computarizado denominado AGECAT ( Copeland et al., 1976 ), que
estandariza y automatiza el proceso diagnóstico a partir de los datos recogidos en la
GMS.
Se trata de una entrevista semiestructurada compuesta de 154 ítems agrupados en
30 secciones, que se administran en unos 30 o 40 min. A través del sistema AGECAT,
los ítems de la GMS se agrupan y se generan dos niveles de análisis. En el primer
nivel, el sistema GMS-AGECAT proporciona ocho categorías diagnósticas: depresión
(neurótica o psicótica), organicidad (síndrome demencial), esquizofrenia y otras
psicosis, manía, neurosis obsesiva, hipocondría, fobia y neurosis de ansiedad.
Asimismo, pueden asignarse cinco niveles de gravedad a estas agrupaciones
diagnósticas: 0 (ausente), 1-2 (nivel subclínico) y 3-5 (caso clínico). Un nivel de
gravedad por encima de 3 indicaría un probable caso en el ámbito
sindrómico (syndromal case level). El segundo nivel de análisis genera diagnósticos
psiquiátricos (diagnostic case level), pero no permite diagnósticos comórbidos (p. ej.,
depresión y demencia) ( Gurland et al., 1976 ). La GMS no efectúa subtipos
diagnósticos específicos de depresión o demencia, pero genera divisiones sobre
dichos síndromes que son clasificados en: O1-O2-O3-O4-O5 para la demencia, en
D1-D2 para la depresión como síndrome (sin diferenciación), en DN3-DN4 para las
depresiones neuróticas y en DP4-DP5 para las depresiones psicóticas ( Copeland
et al., 1991 ).
Los estudios de fiabilidad de la GMS han señalado una elevada fiabilidad entre
examinadores, con una baja fiabilidad test-retest. En cuanto a la validez, se ha
informado de una buena concordancia entre el diagnóstico clínico y el realizado por
el GMS-AGECAT, tanto para la depresión (κ = 0,8) como para el síndrome
demencial (κ = 0,88) ( Copeland et al., 1986;Copeland et al., 1988 ).
Existe una versión abreviada, la GMS-A ( Copeland et al., 1988 ), la cual incorpora
la History and Aetiology Schedule (HAS), que recoge información proporcionada por
alguien próximo al paciente, y permite clasificar los principales subtipos de
demencia.
La GMS ha demostrado ser un buen instrumento en la población geriátrica, en
estudios tanto epidemiológicos como clínicos, así como en la comparación de perfiles
sintomáticos, pronósticos y evolutivos ( Prince et al., 2004 ).
Cambridge Mental Disorders of the Elderly Examination ( Roth
et al., 1986 )
La CAMDEX es un instrumento estandarizado que permite establecer el diagnóstico
clínico de los trastornos mentales, y especialmente los tipos más habituales de
demencia, a través de la información recogida tanto del propio paciente como de un
familiar o cuidador. Permite el diagnóstico de las demencias mediante el uso de
criterios clínicos operativos y estandarizados, valora la intensidad del deterioro
cognitivo y registra los diferentes tipos de conducta, así como las estrategias de
adaptación de los pacientes, con independencia del diagnóstico y del deterioro
cognitivo. Además, esta entrevista incorpora otros datos que pueden ayudar al
diagnóstico de otros trastornos psiquiátricos de elevada prevalencia en los ancianos,
como son la depresión, y los estados paranoides y confusionales ( Vilalta
et al., 1990 ).
Llinás et al. la tradujeron y adaptaron a nuestro medio (Llinás et al., 1990). En la
versión española va acompañada de un programa de ordenador que permite, entre
otras aplicaciones, la valoración automática de las escalas y test que la componen, y
también facilita el diagnóstico CAMDEX y su nivel de confianza. La adaptación
española ha demostrado una adecuada validez para diferenciar pacientes con
demencia de pacientes con depresión y de sujetos sanos, así como para el diagnóstico
de los diferentes subtipos de demencia, evidenciando una alta fiabilidad entre
examinadores (Llinás et al., 1990; Vilalta et al., 1990 ).
La CAMDEX consta de ocho secciones (López Pousa et al., 1990):
• 1.
Sección A. Se valoran los antecedentes personales y familiares, así como su
estado mental actual.
• 2.
Sección B. Es una minibatería neuropsicológica, el CAMCOG, que consta de 67
ítems (60 en la versión original). Evalúa la orientación, el lenguaje, la
memoria, la atención/concentración, las praxias, el cálculo, el pensamiento
abstracto y la percepción visual, incluidos todos los ítems de la MMSE
( Folstein et al., 1975 ). En la adaptación a nuestro medio se ha incluido el
MEC ( Lobo et al., 1979 ), dados su estandarización y su uso generalizado.
Esta sección permite obtener una valoración objetiva del deterioro cognitivo
mediante las puntuaciones de la MMSE, el MEC y el CAMCOG, y ha
demostrado tener una sensibilidad y una especificidad altas para distinguir
entre pacientes con cuadros orgánicos y no orgánicos.
• 3.
Sección C. Es un registro estandarizado del aspecto externo, el estado de
ánimo, el curso y el contenido del pensamiento, el lenguaje, el
comportamiento, el nivel de introspección y el nivel de conciencia que se han
observado en el paciente en el transcurso de la entrevista.
• 4.
Sección D. Es una sencilla exploración clínica y neurológica cuyo fin
fundamental es diagnosticar demencias secundarias.
• 5.
Sección E. Engloba datos analíticos y radiológicos habitualmente utilizados en
los protocolos diagnósticos de demencias.
• 6.
Sección F. Recoge los fármacos que toma el paciente, así como el tiempo que
lleva tomando cada uno de ellos.
• 7.
Sección G. Es una hoja en blanco para anotaciones libres del entrevistador.
• 8.
Sección H. Consiste en una entrevista estructurada a un familiar o cuidador
que evalúa antecedentes personales y familiares, así como la presencia de
síntomas depresivos y paranoides, deterioro cognitivo, y cambios en la
personalidad y en la situación funcional que el informante ha observado en el
paciente.
La CAMDEX contiene una serie de escalas diagnósticas basadas en el análisis de los
ítems: 1) escala de organicidad, que permite la diferenciación entre trastornos
orgánicos cerebrales (demencia y estados confusionales) y la depresión; 2) escala de
demencia vascular (escala de Hachinski), que permite la diferenciación entre
demencias degenerativas primarias y las vasculares, y 3) escala de depresión, que
evalúa síntomas depresivos en 20 ítems de la sección A y en varias preguntas
realizadas al familiar. En el estudio de validación en nuestro medio los puntos de
corte más eficaces son 23/24 para el MEC, 21/22 para la MMSE, 73/74 para el
CAMCOG, 7/8 para la escala de depresión, 6/7 para la escala de organicidad y 2/3
para la escala de Blessed ( Vilalta et al., 1990 ).
Recientemente se ha publicado, también es español, la CAMDEX-Revisada, cuyas
principales diferencias son las siguientes:
• •
Posibilidad de diagnosticar las demencias descritas más recientemente, como
la demencia con cuerpos de Lewy y la frontal.
• •
Posibilidad de efectuar diagnósticos clínicos basados en los criterios del DSM-
IV y de la CIE-10.
• •
Inclusión en el CAMCOG de ítems que evalúan la memoria remota y que se
ajustan a generaciones más recientes.
El CAMCOG hace una valoración más extensa de la función ejecutiva, que es uno de
los problemas que tienen muchos de los instrumentos diagnósticos de valoración del
deterioro cognitivo, por cuanto no dan la importancia adecuada a las funciones
ejecutivas.
Sistemas de valoración del interRAI
Un grupo multinacional de especialistas clínicos e investigadores, constituidos por
miembros del interRAI, comenzaron a trabajar en la versión 1 del interRAI-HC en
1993. A partir de entonces se han desarrollado varias actualizaciones que se han
usado en todo el mundo. El sistema de valoración del interRAI consiste en una serie
de herramientas integradas de valoración que el interRAI dispone para valorar y
monitorizar el estado de personas con necesidades de cuidado, con patologías o
problemas crónicos, como sucede en psicogeriatría. Entre ellas destacan el sistema
de valoración interRAI-LTCF para residencias de ancianos e instituciones de
cuidado a largo plazo, el sistema de valoración interRAI-HC para personas mayores
que viven en su domicilio, el sistema de valoración interRAI-PAC para cuidado
postagudo, el sistema de valoración interRAI-MH para atención institucional en la
salud mental, el sistema de valoración interRAI-CMH para la atención en la
comunidad de salud mental, el sistema de valoración interRAI-PC para el cuidado
paliativo, el sistema de valoración interRAI-AC para el cuidado hospitalario agudo y
el sistema de valoración interRAI-ID para el cuidado de personas con discapacidades
intelectuales.
El sistema tiene una variedad de materiales de apoyo disponibles. Entre estos se
encuentran los siguientes: 1) un esquema estandarizado de puntuación para crear
indicadores sumario para medidas como AVD, cognición, comunicación, dolor y
estado de ánimo; 2) un sistema de clasificación para identificar las trayectorias
asistenciales apropiadas para las personas (sistema MI-Choice©), y 3) un sistema
de cribado de casos para clasificar a las personas en categorías distintas de
utilización de servicio y de intensidad de cuidados (RUG-III/HC).
El sistema de valoración del interRAI ha sido diseñado para ser fácil de usar, fiable
y centrado en la persona, y para informar y guiar la planificación integral del cuidado
y de los servicios en entornos comunitarios. Se centra en el aspecto funcional de la
persona y la calidad de vida evaluando las necesidades, las fortalezas y las
preferencias. También facilita las derivaciones cuando son apropiadas. Fue diseñado
para ser compatible con la serie de herramientas de valoración e identificación de
problemas del interRAI. Esta compatibilidad permite la continuidad del cuidado
mediante un sistema integrado de valoración a través de múltiples niveles de
cuidados sanitarios y promueve una valoración centrada en la persona en vez de
valoraciones fragmentadas específicas a un nivel asistencial.
Se trata de una herramienta de valoración consistente en un conjunto mínimo de
datos que permite a un proveedor de cuidados a domicilio valorar múltiples
dominios principales de funcionalidad, salud, apoyo social y utilización de servicios.
Ítems concretos del interRAI-HC también identifican a personas que podrían
beneficiarse de valoración adicional por problemas específicos o riesgos de deterioro
funcional. Estos ítems, conocidos como «desencadenantes», conectan el interRAI
con una serie de protocolos clínicos orientados a problemas que contienen guías
generales para la valoración adicional y para la asistencia y los servicios
individualizados. Hay 30 ítems en dominios múltiples (incluidas las «esferas»
clínicas, de salud mental y psicosocial, y funcional). Entre sus características
destacan las siguientes:
• •
Está diseñado para ser usado por profesionales clínicos (enfermeras,
trabajadores sociales, médicos, terapeutas, etc.). Sin embargo, con el
entrenamiento apropiado, personas sin un perfil clínico, generalmente,
pueden llevar a cabo una valoración precisa.
• •
El proceso de valoración requiere comunicación con la persona y el cuidador
principal/familiar (si está disponible), observación de la persona en el
entorno del hogar y revisión de documentos secundarios cuando estén
disponibles. Cuando sea posible, la persona es la fuente primaria de
información.
• •
Los ítems del formulario de valoración del interRAI deben fluir en una
secuencia lógica y pueden completarse en el orden en que aparecen.
• •
Contiene escalas de valoración, de las cuales las más relevantes han sido
revisadas en este capítulo, por lo que, con la aplicación de este sistema, se
pueden obtener puntuaciones en diversas esferas de la persona que servirán
tanto para la detección como para el seguimiento, siendo un instrumento
estratégico de implementación de calidad asistencial.
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• Zung W.W.: A Self-Rating Depression Scale”. Arch Gen Psychiatry 1965; 12: pp. 63-
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Lecturas recomendadas
• Pena-Casanova J.: Alzheimer’s Disease Assessment Scale --cognitive in clinical
practice”. Int Psychogeriatr 1997; 9 Suppl: pp. 105-114.
Ver en el ArtículoCross Ref
• Pena-Casanova J., Aguilar M., Santacruz P., Bertran-Serra I., Hernandez G., Sol
J.M., et. al.: [Adaptation and normalization of the Alzheimer’s disease Assessment
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Ver en el Artículo
CAPÍTULO 8
Evaluación somática
• Pedro Gil Gregorio
Psiquiatría geriátrica, Capítulo 8, 127-140
• ▪
Los aspectos y las características más significativos de la forma de
presentación de las enfermedades en el anciano son: amplia variabilidad
individual, patología múltiple y una mayor tendencia a la cronicidad e
incapacidad.
• ▪
La evaluación geriátrica es la piedra angular y la principal herramienta del
manejo de los enfermos mayores en cualquier nivel asistencial, ya que el éxito
de las intervenciones vendrá dado, en buena parte, por la capacidad para
detectar problemas.
• ▪
Los datos que debe recoger necesariamente una evaluación geriátrica son:
biomédicos, funcionales, mentales y sociales.
• ▪
Aunque un examen neurológico completo debe ser realizado de forma
sistemática, es necesario prestar especial atención a la función mental, la
visión, la audición, la marcha y el balanceo, los reflejos osteotendinosos y la
integridad cerebrovascular.
• ▪
Los síndromes geriátricos se caracterizan por su destacada tendencia a la
incapacidad o discapacidad, en el área tanto física como psíquica, y conllevan
una elevada demanda social. Constituyen un elemento clave en el
conocimiento de la fragilidad del anciano. Otra característica de estos
síndromes es que, con frecuencia, coinciden en un mismo paciente, lo que
potencia sus efectos nocivos.
• ▪
Los principales síndromes geriátricos son: deterioro cognitivo, trastornos
afectivos, inmovilidad, caídas, deprivación sensorial, úlceras por presión,
incontinencia, malnutrición, yatrogenia y trastornos del sueño. Estas
entidades también pueden asociarse en un mismo paciente con enfermedades
«clásicas».
Introducción
En los últimos años se ha asistido a una gran variedad de avances y descubrimientos
sobre la biología y los cambios relacionados con el proceso de envejecimiento.
Muchos de los cambios observados en la población anciana son el resultado de varios
factores potencialmente modificables como el tabaco, la alimentación, el ejercicio
físico, la utilización de fármacos y las influencias psicosociales. Los principios de la
medicina geriátrica surgieron de claras ideas, como que la vejez no es una
enfermedad, que es esencial realizar un diagnóstico lo más exacto posible y que son
curables, o al menos potencialmente tratables, muchas de las enfermedades que
aparecen en ese grupo etario.
Podemos establecer una serie de aspectos muy comu nes de la patología clínica en
geriatría, como son los siguientes ( Ribera, 2004 ):
• •
Amplia variabilidad individual. Las variaciones y diferencias entre las personas,
desde la perspectiva tanto fisiológica como fisiopatológica y/o funcional,
aumentan de forma exponencial con el paso de los años. A esta importante
heterogeneidad fisiopatológica hay que añadir la amplia diversidad en el
modo de enfermar de los ancianos. En consecuencia, va a ser necesaria una
aproximación más heterogénea en la prestación de los diferentes métodos
diagnósticos y terapéuticos.
• •
Patología múltiple. En la población anciana, la norma es la presencia de un
amplio número de enfermedades ( Gil, 2004 ). La existencia en un mismo
paciente de numerosos y diversos problemas clínicos va a complicar de forma
llamativa el acercamiento diagnóstico y terapéutico. Se debe establecer un
orden de prioridades y una lista de problemas con el fin de evitar las
dificultades en el tratamiento de todas las enfermedades y, además, se evitará
la polifarmacia.
• •
Mayor tendencia a la cronicidad y a la aparición de incapacidades. Aunque la
incidencia y la prevalencia de enfermedades crónicas son claramente más
frecuentes en los ancianos que en los jóvenes, esto no conlleva de forma
explícita que la presencia de deterioro funcional sea un aspecto normal del
envejecimiento. En la mayoría de las ocasiones, las alteraciones crónicas y sus
limitaciones funcionales son la consecuencia de diversos procesos
patológicos, los cuales, con una frecuencia superior a la esperada, son
previsibles y, en la mayoría de los casos, tratables. Este tipo de entidades
clínicas presentan una gran variabilidad en su evolución; plantean problemas
no solo en el manejo clínico sino también en aspectos sociales y psicológicos,
y requieren grandes esfuerzos asistenciales para su alivio o mantenimiento.
Historia clínica
Es difícil establecer normas generales sobre los aspectos específicos que encierra la
historia clínica del anciano (Cruz, 2008). No obstante, algunos de los puntos que se
deben tener en cuenta al realizarla son los siguientes:
• •
Necesidad de tiempo. Los ancianos son más lentos en la ideación, la expresión
y el movimiento, y tienen, en general, un número más amplio de
antecedentes. La consecuencia de todo lo anterior es la necesidad de contar
con un tiempo más prolongado para la obtención de los datos clínicos.
• •
Dificultad en la comunicación. La comunicación con el anciano es difícil. La
pérdida de audición y de memoria suele ser muy frecuente. Además, no es
excepcional que el paciente anciano tenga una actitud negativista o
simplemente pasiva y de resignación, y que haya sido la familia quien haya
decidido acudir al médico. Estos factores deben ser considerados por el
profesional quien, en la medida de lo posible, debe completar y contrastar la
información con algún observador externo.
• •
Valoración de quejas o síntomas. El anciano no vive sus síntomas en la misma
medida que los pacientes más jóvenes. Muchos ancianos y sus familiares
consideran algunas manifestaciones como propias de la vejez y no les asignan
el valor adecuado. En otras ocasiones, la enfermedad se manifiesta de forma
atípica o larvada; por este motivo, en los libros de texto de geriatría siempre
figura un apartado sobre «presentación atípica de enfermedades». De todo lo
expuesto se puede deducir que el papel del médico en la anamnesis debe ser
muy cuidadoso y activo, valorando las pequeñas pistas y reinterrogando
siempre que existan dudas.
• •
Interrogatorio por aparatos y sus antecedentes. Los ancianos suelen presentar
otras alteraciones, además de aquella que ha originado la consulta. Además,
entre sus antecedentes se encuentran con frecuencia enfermedades o
intervenciones que van a tener relevancia en el momento actual.
• •
Fármacos que está tomando. Es importante conocer la totalidad de
medicamentos que toma el anciano y el modo de administración. Todos los
trabajos epidemiológicos indican que el anciano es un gran consumidor, con
frecuencia se automedica, tiende a mantener de forma estable el uso de
aquellos fármacos que decide que le sientan bien, e interpreta de manera
subjetiva las indicaciones del médico.
• •
Valoración funcional, psicológica y social.
• •
Exploración física. Las normas de exploración física no difieren de las que se
aplican a individuos de otras edades. No obstante, debemos tener presentes
los cambios que ocurren como consecuencia del proceso de envejecimiento.
Una cuidadosa historia clínica suele llegar a establecer el diagnóstico
aproximadamente en el 80% de los pacientes. Durante la obtención de los datos en
la historia clínica, el médico debe, además, observar la actitud y el comportamiento
del paciente como fuente de información.
Después de recoger la queja principal del paciente, se deberán caracterizar los
síntomas a través de una serie de preguntas. Una historia adecuada debe incluir
preguntas en relación con la presentación y la progresión en el tiempo de los
síntomas, la relación con posiciones o actividades de la vida diaria y la asociación
con otras manifestaciones motoras, de funciones superiores o del lenguaje. Los
factores temporales incluyen el comienzo, la duración, la frecuencia y el curso.
Completada la historia clínica, el médico debe orientar los problemas y ordenarlos
según los siguientes criterios: 1) gravedad; 2) grado de molestia o incomodidad que
originan, y 3) posibilidad de actuar sobre ellos.
Examen neurológico
Determinar si los hallazgos neurológicos observados en el anciano son el resultado
del proceso de envejecimiento normal o la consecuencia de una enfermedad
presenta, en muchas ocasiones, serias dificultades ( Ribera, 2002 ). Desde una
perspectiva simplista, una función normal puede interpretarse como un
funcionamiento medio más o menos 2 desviaciones estándar para un determinado
instrumento o test que mida esa función, y para una determinada edad. Esta
definición presenta serios problemas debido a la gran variabilidad en el
funcionamiento que se presenta en la población anciana en comparación con
poblaciones más jóvenes. Además, el 75% de las personas mayores de 65 años
presentan al menos una enfermedad crónica, con lo cual es imposible comparar lo
normal con la ausencia de enfermedad. Las razones anteriores han llevado a otras
dos posibles definiciones de «normalidad»: 1) la media de función para todos los
sujetos sanos de una determinada edad, y 2) la función ideal sin tener presente la
edad de la persona.
Aunque un examen neurológico completo debe ser realizado de forma sistemática,
es necesario prestar especial atención a la función mental, la visión, la audición, la
marcha y el balanceo, los reflejos osteotendinosos y la integridad cerebrovascular
( cuadro 8-1 ).
CUADRO 8-1
Exploración neurológica en el anciano
Estado mental
Estado de conciencia, orientación, memoria, cálculo, lenguaje, apraxia y agnosia
Pares craneales
Olfato, capacidad visual, motilidad ocular, respuesta pupilar, fondo de ojo y campo
visual
Movimientos y asimetría facial
Movimiento del trapecio y del esternocleidomastoideo
Movimiento de la lengua y articulación mandibular
Sensibilidad facial, reflejo corneal, movimiento y fuerza mandibular
Movimiento y coordinación
Marcha, deambulación en tándem, y caminar sobre el talón y de puntillas
Tono axial, tono muscular, fuerza y coordinación de extremidades
Reflejos
Reflejos osteotendinosos profundos, reflejos plantares y anormales
Reflejos posturales:
• •
Sensitivo
• •
Primario: posicional, vibratorio y táctil
• •
Secundario: mano, cara, estimulación simultánea doble
Vascular
Palpación y auscultación de carótidas
Antes de realizar una cuidadosa exploración neurológica deben conocerse l os
cambios que aparecen en ancianos sanos y que, en consecuencia, no tienen
significado patológico. Agrupamos dichas modificaciones en las áreas que se
exponen a continuación.
Modificaciones en los pares craneales
Algunos de los cambios más prominentes en los pares craneales son: deterioro de la
capacidad y la agudeza visual, deterioro de la agudeza auditiva, sensación de vértigo
e inestabilidad. Otros órganos de los sentidos que también se ven alterados son el
olfato y el gusto, que generan una disminución en la capacidad gustativa y olfatoria
( Willmer, 2003 ).
Diversos estudios han constatado que el tamaño y la reactividad pupilar a la luz y a
la acomodación experimentan una disminución ligada al proceso de envejecimiento.
Estudios farmacológicos sugieren que este hecho parece estar relacionado con una
disminución del tono simpático preganglionar.
Entre las alteraciones destacables en la motilidad ocular se encuentra una limitación
en la mirada vertical conjugada hacia arriba, que puede llegar a afectar al 25% de los
ancianos normales; enlentecimiento en los movimientos de persecución horizontal
lentos; ausencia del fenómeno de Bell y un aumento en la frecuencia de los
movimientos sacádicos, que puede dar una apariencia de falsa rueda dentada ocular.
Cambios de sensibilidad
Varias modalidades de sensibilidad se ven afectadas por el proceso de
envejecimiento normal. El examen sensitivo incluye una serie de test que valoran
modalidades sensitivas primarias —dolor, tacto, temperatura, posición y vibración—
, así como modelados secundarios: estereognosia, grafestesia, barognosia,
discriminación de dos puntos y estimulación doble simultánea. La sensibilidad
primaria tiene receptores específicos en la periferia, mientras que la secundaria
requiere una integración cortical de la información periférica ( Pakkar y
Cumming, 2003 ).
Utilizando solo estímulos táctiles, el sentido espacial de la estereognosia identifica
un objeto colocado en la mano, la grafestesia identifica números u otras formas
dibujadas sobre la superficie corporal, la discriminación de dos puntos determina la
capacidad del paciente para conocer la distancia entre dos puntos y la barognosia
valora la capacidad para distinguir el peso de dos objetos similares.
Test cuantitativos de la sensibilidad vibratoria muestran un aumento de 2 a 10 veces
en el umbral de la percepción. Comparado con una persona joven de 25 años, un
anciano de 85 años muestra un 40% de disminución de la sensibilidad vibratoria en
las extremidades superiores y un 68% en las extremidades inferiores. Algunas
funciones, sin embargo, se mantienen o incluso mejoran con el envejecimiento,
como ocurre con la capacidad de discriminación entre dos puntos.
Entre el 15 y el 30% de los ancianos presentan anomalías demostrables clínicamente
en la propiocepción. Existe un aumento del 50% en el umbral propioceptivo en las
rodillas, los tobillos y los dedos de los pies, pero no en las manos. Cuando se
estimulan de forma simultánea dos localizaciones, los ancianos suelen ignorar el
estímulo más caudal.
Reflejos
Los reflejos están comúnmente deprimidos en el anciano, en relación con la
alteración en el arco aferente. El reflejo bicipital está ausente en el 7%; el aquíleo, en
el 44%; y el rotuliano, en el 14%. El primer reflejo en desaparecer es el de Aquiles.
Los reflejos superficiales abdominales pueden estar ausentes en muchas ocasiones
como consecuencia de la obesidad o por cirugía previa abdominal. El significado y el
mecanismo subyacente de estos cambios en el anciano son, por el momento,
desconocidos.
Los signos de liberación frontal que tienen un papel de protección en la infancia,
como el reflejo de succión, desaparecen con la madurez debido a las aferencias del
lóbulo frontal que inhiben estos reflejos. En situaciones patológicas, como la
enfermedad de Alzheimer, reaparecen los reflejos de liberación, pero tambi én se
correlacionan de forma positiva con el envejecimiento. La frecuencia de presentación
de los signos de liberación frontal es constante hasta los 70 años, y entonces se
incrementa de forma significativa. En los ancianos, los signos de liberación frontal
típicos, como el palmomentoniano, aparecen en el 28-60% de los ancianos; el reflejo
de hociqueo, en el 12-33%, y otros, como el glabelar y el de succión, en porcentajes
también elevados ( Barclay y Wolfson, 1993 ).
Cambios motores
En algunos estudios se ha observado un aumento del tono muscular, incluidas
rigidez axial media y ligera rigidez en las extremidades, con fenómenos de paratonía.
Sin embargo, otros estudios en los que se han excluido a ancianos con deterioro
cognitivo no han apreciado un aumento del tono muscular, sobre todo en los
miembros superiores.
Los ancianos de entre 60 y 80 años de edad presentan una disminución de la fuerza
isométrica en todos los grupos musculares. Esta disminución es más evidente en la
contracción muscular rápida, lo que parece estar relacionado con una atrofia
selectiva de las fibras de tipo II característica de los ancianos. Otro dato observado
con cierta frecuencia es la pérdida difusa de masa muscular o sarcopenia. Los
músculos implicados con más frecuencia son los de la mano, en especial en la
eminencia tenar y los interóseos dorsales, que muestran atrofia sin fasciculación en
el 75% de los ancianos sanos.
También se observa un claro enlentecimiento en los tiempos de reacción. La
capacidad para realizar movimientos finos y rápidos, como abrir y cerrar las manos
o dar golpes con los dedos, se encuentra claramente reducida en los ancianos. El
tiempo requerido para realizar tareas simples se incrementa desde la tercera hasta
la séptima décadas de la vida, mientras que el tiempo para las respuestas motoras
más complejas aumenta de forma mucho más notoria, hasta un 30%, a los 80 años
( Toledo et al., 2001 ).
Visión
Siempre que sea posible, debe incluirse la valoración visual en la historia clínica, lo
cual es imprescindible cuando se trata de una población de riesgo como los ancianos
( Hernández-Matos, 2011 ). Es necesario preguntar al paciente por la existencia de
antecedentes familiares de patología ocular, como el glaucoma, la diabetes y la
degeneración macular. Asimismo, es obligatorio interrogarle sobre enfermedades
sistémicas con repercusión ocular, como la diabetes o la hipertensión.
La exploración de la visión debe incluir de forma sistemática los siguientes
elementos:
• •
Valoración de la agudeza visual. Para realizar una correcta valoración de la
agudeza visual es preciso un optotipo sencillo en forma de cartel con letras, E
de Snellen o cuadros de Márquez. El optotipo debe colocarse exactamente a
la distancia indicada en el mismo; además, tiene que contar con la
iluminación adecuada para que los datos obtenidos sean valorables. Las
causas más habituales de disminución de la agudeza visual en el anciano son
las cataratas y la degeneración macular. En las cataratas, la disminución de la
agudeza visual suele ir acompañada de una mejoría transitoria de la visión
próxima, de modo que el anciano que antes precisaba gafas para la lectura se
sorprende al poder leer sin ellas. Otro dato significativo es una mejor visión
en ambientes de iluminación baja o mediana. En la degeneración macular, la
disminución de la agudeza visual de lejos va acompañada de una visión
cercana todavía peor; otro dato típico es la visión deformada que el paciente
refiere.
• •
Valoración de la visión próxima. Los optotipos que permiten una valoración
más precisa son los de Jaeger, pero podemos valorarla con bastante precisión
con un libro, un periódico, la guía telefónica o el prospecto de un
medicamento, que nos proporcionan cuatro grados sucesivos. La visión
próxima está siempre alterada en el anciano como consecuencia de la
presbicia, pero ha de ser normal con las gafas correspondientes.
• •
Valoración del campo visual. El procedimiento de valoración con confrontación
consiste en sentarnos frente al paciente y taparle un ojo para explorar el otro.
Solicitaremos al paciente que mire directamente con su ojo derecho a nuestro
ojo izquierdo, y presentaremos cualquier objeto en cada uno de los cuadrantes
del campo visual.
• •
Valoración de la visión cromática. Se debe disponer de láminas en las que se
distribuyen manchas y puntos coloreados, unas letras, números y figuras.
Audición
Los trastornos de la audición afectan al 30% de la población anciana. La presbiacusia
es la disminución de la eficiencia auditiva asociada al envejecimiento, pero este
deterioro progresivo no está ligado exclusivamente a una afectación del sistema
auditivo sino también a un déficit de diferentes sistemas de integración cerebral, lo
cual va a provocar un déficit psicosensorial global.
La sintomatología de la presbiacusia consiste en una mala percepción de los agudos
y en un estrechamiento del campo dinámico de la audición. El anciano no oye los
ruidos familiares como el timbre de la puerta, el teléfono o el canto de los pájaros. Se
queja de forma llamativa de que oye, pero no entiende; esta alteración de la
inteligibilidad se pone de manifiesto sobre todo en ambientes ruidosos. La
exploración general de la audición incluye la inspección, la utilización del otoscopio,
un examen audiológico simple y pruebas de audiometría fónica y con diapasones.
Las normas generales para el manejo del anciano con hipoacusia son las siguientes
( Cano y Neira, 2007 ):
• •
Atraer la atención del anciano antes de comenzar a hablar.
• •
Hablar mirándole a la cara; debemos evitar la conversación a distancia. Se
debe hablar despacio y claro, con más pausas de lo habitual. En ningún caso
se utilizará el grito como forma de comunicación.
• •
Reducir en lo posible los ambientes ruidosos y que dos o más personas hablen
o interroguen al anciano de forma simultánea.
• •
Pronunciar bien, lentamente y, si fuera necesario, utilizar gestos. En caso de
que no comprenda lo que se le dice, es mejor repetir el mensaje que hacerlo
palabra a palabra.
• •
Hacer comprender a los familiares y a las personas que viven con el paciente
su situación. Esta actitud evita el aislamiento, la depresión y la incapacidad
social.
Valoración geriátrica integral
La valoración geriátrica ha sido definida por Rubenstein como el «proceso
diagnóstico multidimensional, usualmente interdisciplinario, dirigido a cuantificar
el problema y capacidades médicas, funcionales, psíquicas y sociales del anciano, con
objeto de trazar un plan para el tratamiento y el seguimiento a largo plazo».
La valoración geriátrica consiste en el estudio de cada paciente con una visión
integral, denominado modelo de atención biopsicosocial, en vez de únicamente como
portador o situación de salud-enfermedad, denominado modelo biomédico. Dadas las
características de heterogeneidad que presenta la población anciana, solo
conociendo las peculiaridades de cada paciente será posible diseñar un plan de
asistencia individual y a medida. La obtención de un plan de cuidados debe ser el
resultado de la aplicación de la valoración geriátrica a un paciente determinado
( Reuben, 2003 ).
Los enfermos ancianos presentarán con frecuencia múltiples problemas de salud que
suelen ser complejos e imbricados unos en otros. Se trata de pacientes de alta
complejidad diagnóstica y terapéutica. La evaluación médica tradicional permite
detectar algunos problemas, pero es habitual que omita algunos otros, impidiendo
su tratamiento y limitando el éxito de las actividades terapéuticas iniciadas. La
evaluación geriátrica integral (comprehensive geriatric assessment) es el conjunto de
técnicas que permiten encontrar la mayoría de los problemas de salud, funcionales,
mentales y sociales de ancianos y, como consecuencia, permiten iniciar una serie de
medidas de intervención globales para manejar y dar solución a los diferentes
problemas.
La evaluación geriátrica es la piedra angular y la principal herramienta del manejo
de los enfermos mayores en cualquier nivel asistencial, ya que el éxito de las
intervenciones vendrá dado, en buena parte, por la capacidad para detectar
problemas. Se ha demostrado en numerosos estudios que la valoración geriátrica es
capaz de mejorar diversos resultados de la atención sanitaria al anciano. Las ventajas
de la valoración geriátrica integral se presentan en el cuadro 8-2 .
CUADRO 8-2
Ventajas de la valoración geriátrica integral
Mejora la precisión diagnóstica.
Mejora las decisiones sobre la ubicación más adecuada y óptima del paciente.
Disminuye el número de ingresos hospitalarios por procesos agudos.
Reduce y retrasa el ingreso en residencias.
Aumenta la utilización de los servicios de atención domiciliaria.
Mejora el estado funcional.
Mejora la situación cognitiva y afectiva del paciente.
Disminuye el uso de medicamentos prescritos y de reacciones adversas.
Disminuye el coste global de la asistencia.
Aumenta la supervivencia.
De los distintos componentes de la evaluación geriátrica, todavía desconocemos
cuáles son los elementos clave que inciden en sus claros efectos beneficiosos. La
evaluación debe adaptarse al ámbito donde será utilizada: no deben utilizarse los
mismos instrumentos en la consulta de atención primaria que en las residencias. Por
otro lado, no todos los pacientes mayores obtienen los mismos beneficios con estos
métodos. Los ancianos más sanos, los gravemente enfermos (con unas expectativas
de vida cortas) y aquellos con incapacidades en áreas físicas y/o psíquicas
irreversibles apenas van a obtener beneficios ( Ellis et al., 2011 ).
Por el contrario, los más cercanos a la institucionalización —aquellos con
enfermedades invalidantes o algún grado de incapacidad presente, con un peor nivel
socioeconómico y con soporte social más precario— serán los que mayores beneficios
obtengan de este enfoque. A estos mayores se les suele denominar frágiles o
pacientes geriátricos, y pueden detectarse mediante diversos marcadores;
representan el 2-5% de todos los ancianos que viven en la comunidad. El resto de los
ancianos serán beneficiarios de formas modificadas de la evaluación geriátrica
integral dirigidas, fundamentalmente, a la detección precoz de la incapacidad y de
los distintos síndromes geriátricos.
Los datos que debe recoger necesariamente una evaluación geriátrica se presentan
en el cuadro 8-3 .
CUADRO 8-3
Datos de la valoración geriátrica
Datos biomédicos
Datos biomédicos actuales y pasados
Datos nutricionales
Medicamentos utilizados, incluyendo la duración y los efectos
secundarios/reacciones adversas
Función renal con el cálculo del aclaramiento de creatinina
Datos funcionales
Capacidad para realizar actividades de la vida diaria básicas, instrumentales y
avanzadas
Trastornos de la marcha y del equilibrio
Función perceptiva, incluyendo la audición y la visión
Datos mentales
Función cognitiva
Función afectiva
Capacidad de adaptación
Datos sociales
Capacidad de relación social
Sistema de soporte, como la existencia de un cuidador primario, uso de soporte,
entorno social, etc.
Medios económicos, acceso a servicios sociales y comunitarios
Necesidades percibidas
Escalas de valores
Incluyendo directrices para el caso de incapacidad o enfermedad terminal
Evaluación biomédica
La evaluación de los aspectos puramente médicos o clínicos no puede ser idéntica en
los pacientes ancianos. La evaluación biomédica se aleja en algunos aspectos de la
evaluación médica tradicional y, para poder comprender los hallazgos, es
imprescindible un profundo conocimiento de los cambios normales asociados al
proceso de envejecimiento.
La valoración clínica del paciente se fundamenta, como en los pacientes de cualquier
edad, en una historia clínica y una exploración completa. Se diferencia en algunas
peculiaridades que es preciso conocer y que pueden sintetizarse en las siguientes:
• •
Los cambios en órganos y sistemas que ocasiona el envejecimiento, que influyen
tanto en la exploración como en la interpretación de pruebas
complementarias y en la selección y eficacia del tratamiento, y que deben ser
bien conocidos por los médicos y el personal sanitario que atienden a los
ancianos. Las causas de presentación atípica de enfermedades en los ancianos
se presentan en el cuadro 8-4 .
CUADRO 8-4
Causas de presentación atípica de enfermedades
Cambios en los órganos asociados al envejecimiento
Disminución de la reserva fisiológica-homeostasis
Pluripatología: una enfermedad o su tratamiento ocultan otra o la exacerban
Dificultades en la obtención de la historia clínica
Deterioro de los sentidos y menos percepción del dolor
Actitudes de los cuidadores y de los médicos
Exploración física más difícil y compleja
Pruebas complementarias difíciles de obtener y con valores normales
distintos
Escasez de estudios en esta área
• •
La diferente presentación de la enfermedad, que puede ser atípica e inespecífica.
Son bien conocidos algunos ejemplos, como los casos de infarto de miocardio
indoloro, de abdomen agudo sin signos de reacción peritoneal, las infecciones
y las sepsis sin fiebre, o el hipotiroidismo asintomático o confundido con
manifestaciones de envejecimiento. Muchas enfermedades producen
síntomas inespecíficos, sin localización, que deterioran con frecuencia la
capacidad funcional. Entre estos síntomas se encuentran: caídas, cansancio,
confusión, depresión, deterioro cognitivo, dificultad para deambular,
dependencia funcional reciente, incontinencia de esfínteres, mareo,
inestabilidad y pérdida de peso y/o apetito.
• •
El conocimiento diagnóstico y terapéutico de los síndromes geriátricos, en
especial los cuatro clásicos: deterioro cognitivo, caídas, inmovilidad e
incontinencia urinaria. Estos tienen una alta prevalencia, pueden ser
ocasionados por múltiples causas diferentes, tienen una gran capacidad para
alterar la calidad de vida de los pacientes y sus familiares y pueden ser, en
muchos casos, tratables y mejorables, sobre todo si se detectan en una fase
precoz.
• •
Las complicaciones de las enfermedades a edades avanzadas: inmovilidad,
caídas, confusión mental, desnutrición y deshidratación, estreñimiento e
impactación fecal, incapacidad y dependencia, yatrogenia, aislamiento social,
institucionalización, etc.
• •
Las adaptaciones a la edad que precisa el tratamiento farmacológico, tanto en la
selección de los fármacos más adecuados como en el ajuste de la dosis.
La anterior consideración se debe a cambios farmacocinéticos (diferencias en la
absorción, pero sobre todo en el metabolismo y en la eliminación) y
farmacodinámicos (diferencias en la interacción fármacos-receptores y diferencias
en la respuesta a algunos medicamentos) que suelen aparecer en la edad avanzada.
Es necesario un elevado índice de sospecha y realizar una búsqueda activa de las
enfermedades en los ancianos, ya que se ha descrito un efecto iceberg; es decir, los
ancianos solo consultan una pequeña parte de sus enfermedades: un tercio de los
problemas urinarios, la mitad de las alteraciones del aparato locomotor, una cuarta
parte de los cuadros depresivos o uno de cada cinco casos de deterioro cognitivo. Por
último, es necesario asumir que el tratamiento de los pacientes de edad avanzada
debe ser diferente en su elección, su eficacia y su rapidez de respuesta que el de
pacientes más jóvenes.
Evaluación de la función física
La dependencia de una persona mayor en la realización de las actividades básicas e
instrumentales de la vida diaria (ABVD y AIVD, respectivamente) es un excelente
factor pronóstico de mortalidad y de la necesidad de institucionalización en un
futuro cercano. No obstante, la evaluación médica tradicional es poco precisa a la
hora de detectar los problemas funcionales, especialmente en la fase más precoz. Es
razonable, por lo tanto, usar medidas objetivas de la función física que sean lo
suficientemente sensibles como para detectar estos problemas y definirlos con
precisión.
Algunas personas ancianas presentan algún grado de dependencia funcional, sin que
los diagnósticos clínicos lo justifiquen. Encontrar en ellos las razones reales de esta
dependencia es imprescindible para intentar revertirla. Esta evaluación también va
a indicar los recursos sociales y sanitarios necesarios, haciendo posible una mejor
organización y coordinación.
Podemos diferenciar dos grandes áreas de evaluación funcional de interés clínico:
• 1.
ABVD. Estas miden los niveles más sencillos y elementales de la función física:
comer, moverse, asearse o contener esfínteres. La pérdida de estas actividades
suele producirse de forma ordenada e inversa a su adquisición en la infancia.
La valoración de las ABVD es extremadamente importante en los ancianos
incluidos en programas de ayuda domiciliaria, así como en aquellos pacientes
ingresados en residencias, hospitalizados o en áreas de rehabilitación. Los dos
índices más difundidos y empleados en nuestro entorno son el índice de Katz
y el índice de Barthel.
• 2.
AIVD. Son actividades más complejas que suelen precisar e implicar un mayor
grado de independencia y capacidad. Entre estas actividades se encuentran:
tomar la medicación, realizar las labores domésticas, usar el teléfono, manejar
el dinero, utilizar medios de transporte, etc. Existe una gran diferencia
respecto a las ABVD: en estas se supone que la persona realizará la act ividad
sin ayuda siempre que pueda hacerlo, como, por ejemplo, vestirse, mientras
que en las AIVD ese supuesto puede no ser cierto; en este sentido, puede ser
más cómodo y fácil que otra persona compre o haga la limpieza de casa. El
índice más ampliamente difundido y utilizado es la escala de Lawton y Brody
del Philadelphia Geriatric Center.
Evaluación de la función social
Cuando hablamos de función social nos referimos a una amplia gama de actividades
y relaciones humanas. En los ancianos, su conocimiento es de gran importancia para
conseguir un manejo clínico adecuado de la mayoría de las situaciones de
enfermedad. Los profesionales sanitarios que trabajan con ancianos deben conocer,
al menos en líneas generales, la forma en que la función social influye y modifica los
demás aspectos del estado de salud.
En el momento de realizar una evaluación de la función social, el problema consiste
en determinar qué datos deben conocerse por rutina, cómo deben ser recogidos, qué
utilidad tienen y cuándo es necesario remitir al anciano a un trabajador social.
El papel social del anciano en el momento actual no está bien definido y depende de
su nivel cultural. Las diferencias que pueden encontrarse son muy amplias. Es
imprescindible adaptar la evaluación social al ámbito de trabajo. Al ser tan amplia la
variabilidad, hoy día no existen escalas o listas de los datos considerados como
imprescindibles. La escala más extendida actualmente es la escala de Gijón, cuyo uso
permite conocer de forma rápida y fiable los puntos principales que definen el tipo y
el grado de apoyos y carencias sociales de pacientes concretos.
Existe una serie de elementos que deben ser recogidos de forma necesaria en la
población anciana atendida: los recursos materiales de que dispone (dinero,
vivienda, condiciones de la misma), las relaciones familiares (y expresamente la
existencia y el nombre del cuidador principal), las actividades sociales que el sujeto
frecuenta y la ayuda externa (privada o subvencionada) que recibe.
También es importante analizar la carga que impone el cuidado del anciano sobre el
núcleo familiar. En este sentido, se dispone de la escala de Zarit para conocer el grado
de sobrecarga familiar ante el cuidado de pacientes con deterioro
cognitivo/demencia.
Grandes síndromes geriátricos
Los síndromes geriátricos son situaciones de enfermedad expresadas por un
conjunto de síntomas; son la forma habitual en que se presentan las enfermedades
en las personas ancianas y exigen una cuidadosa valoración, siendo fundamental
profundizar en su conocimiento y manejo.
Este grupo sindrómico se caracteriza por su destacada tendencia a la incapacidad o
discapacidad, en el área tanto física como psíquica, y conlleva una elevada demanda
social. Constituyen un elemento clave en el conocimiento de la fragilidad del anciano.
Otra característica de estos síndromes es que, con frecuencia, coinciden en un mismo
paciente lo que potencia sus efectos nocivos.
Los principales síndromes geriátricos son el deterioro cognitivo, los trastornos
afectivos, la inmovilidad, las caídas, la deprivación sensorial, las úlceras por presión,
la incontinencia, la malnutrición, la yatrogenia y los trastornos del sueño. Estas
entidades también pueden asociarse en un mismo paciente con enfermedades
«clásicas». Todo lo expuesto anteriormente constituye la pluripatología del anciano
y la consiguiente polifarmacia.
Valoración de las caídas
Las caídas constituyen un fenómeno muy frecuente en las personas de edad
avanzada y son una de las principales causas de lesiones, de incapacidad e, incluso,
de muerte en este grupo de población. Son, además, uno de los indicadores más
importantes en geriatría para establecer criterios que permitan identificar al anciano
frágil.
Las caídas de repetición constituyen un acontecimiento habitual en las person as
mayores de 65 años. Los datos de que se dispone indican que el riesgo de caer y el
número de caídas por persona y año aumentan con la edad. La incidencia anual de
caídas entre los ancianos que viven en la comunidad es aproximadamente del 30%,
aumentando desde el 25% entre los 65 y los 70 años hasta el 35% en los mayores de
75 años. Asumiendo que una de cada cuatro personas mayores de 65 años sufre al
menos una caída al año, es posible hablar de una cifra superior a un millón y medio
de caídas por año en España.
Con el envejecimiento, existe un declive en el equilibrio y en la coordinación de
movimientos en los miembros inferiores. Estas anomalías pueden atribuirse, al
menos en parte, a los cambios funcionales relacionados con la edad que ocurren en
el sistema nervioso central, como enlentecimiento general del procesamiento de la
información sensitivomotora, deterioro en la integración de los
diversos inputs centrales y/o disfunción cerebelosa ( André et al., 2008 ).
Con frecuencia, la etiología de las caídas es multifactorial. En su génesis participan
diversas causas:
• •
Limitaciones orgánicas derivadas del propio proceso de envejecimiento.
• •
Enfermedades crónicas que condicionan una limitación funcional.
• •
Presencia de causas desencadenantes, entre las que adquiere un papel
fundamental el empleo inadecuado de determinados fármacos. Además,
existen factores de riesgo extrínsecos (derivados de la actividad o el entorno)
que deberán tenerse en cuenta y sobre los que se puede actuar.
La valoración del anciano con caídas, además de una anamnesis rigurosa, debe
incluir los aspectos que se exponen a continuación.
Valoración geriátrica y exploración física exhaustiva
Esta valoración incluye los aspectos biomédicos; la evaluación funcional, mental,
psicoafectiva y social, y la presencia de otros grandes síndromes geriátricos. La
exploración física incluye las áreas cardiovascular y neurológica, el aparato
locomotor y los órganos de los sentidos.
Exploración del equilibrio y de la marcha
Las pruebas más útiles y sencillas para explorar el equilibrio y la marcha son las
siguientes:
• •
Test de Romberg. Ortostatismo y bipedestación, con los ojos cerrados. La
duración máxima de la prueba es de 30 s y se valora la caída rápida o lenta
hacia un lado, hacia ambos o hacia atrás.
• •
Evaluación cronometrada de la estación unipodal. Se mide la duración máxima
del equilibrio manteniéndose sobre un solo pie, sin apoyo alguno y sin separar
los brazos. Se permiten como máximo cinco ensayos, y la duración máxima
de la prueba es de 30 s.
• •
Test de Tinetti. Es un test muy completo que evalúa 13 pruebas y permite
valorar el equilibrio estático y dinámico. Se puntúa según tres valores:
normal, anormal y adaptado ( Tinetti et al., 1995 ).
• •
Test del time get up and go. Se observa mientras el paciente se levanta de una
silla, camina 3 m y vuelve a la silla. En el test time get up and go se cuantifica
en segundos el tiempo que tarde en realizar la prueba.
• •
Prueba del alcance funcional. Mide la distancia que un individuo puede
alcanzar con su brazo extendido hacia delante mientras permanece en pie,
manteniendo una base de sustentación fija. Las personas que no son capaces
de superar 10 cm son muy frágiles y presentan un mayor riesgo de caídas.
La serie corta de rendimiento físico (SPPB, Short Physical Performance Battery )
evalúa el equilibrio, la marcha, la fuerza muscular y la resistencia, por lo que es
utilizada como medida de rendimiento físico, sobre todo en relación con la
sarcopenia y la fragilidad ( Guralnik et al., 1994 ).
Evaluación del entorno
Es importante valorar las características del entorno. En la vivienda se valorarán los
siguientes elementos: suelos irregulares, deslizantes, muy pulidos y con desniveles;
contraste de colores; iluminación insuficiente; luces muy brillantes; escaleras con
iluminación inadecuada; ausencia de pasamanos; peldaños altos; ausencia de
descansillos; muebles situados a una altura incorrecta; lavabos y retr etes muy
próximos o demasiado bajos; ausencia de barras en las duchas y el aseo; falta de
alfombrillas antideslizantes; camas altas y estrechas; cables sueltos, y mesillas de
noche movibles.
En el exterior debemos valorar la existencia de aceras estrechas, con desniveles y
obstáculos: farolas, señales de tráfico, contenedores, pavimento defectuoso o mal
conservado.
Valoración del estado nutricional
La frecuencia de alteraciones del estado nutricional en los ancianos es muy elevada,
por lo que algunos autores consideran a la población de edad avanzada como un
grupo específico de riesgo de malnutrición. Se han clasificado recientemente los
diferentes estratos de riesgo:
• •
Riesgo I. Ancianos que viven en la comunidad.
• •
Riesgo II. Ancianos que presentan alguna enfermedad crónica, pero que se
encuentran bien integrados en la comunidad.
• •
Riesgo III. Ancianos que viven solos y confinados en su domicilio.
• •
Riesgo IV. Ancianos que viven en residencias. En este nivel asistencial la
malnutrición alcanza al 20-85% de los residentes. Una explicación para este
número elevado de pacientes malnutridos es la existencia de un alto
porcentaje de demenciados.
Numerosos estudios han demostrado que la malnutrición calórico-proteica está
asociada con un aumento de la morbilidad general en los ancianos. Esta mayor
morbilidad es la consecuencia de un elevado número de infecciones por la existencia
de una importante linfocitopenia (CD4 + ). Además, la malnutrición se asocia con la
presencia de úlceras por presión, mayor deterioro cognitivo, desarrollo de anemia,
mayor fragilidad e incapacidad. Los ancianos desnutridos tienen un mayor riesgo de
desarrollar enfermedades infecciosas y de precisar institucionalización u
hospitalización. Por último, la desnutrición es un factor de riesgo de muerte, en sí
misma, en la población anciana.
La valoración del estado nutricional se realiza básicamente mediante una historia
clínica y nutricional, una exploración física adecuada, la obtención de medidas
antropométricas, el análisis de determinadas variables bioquímicas y algunos
parámetros inmunológicos.
Historia clínica
Es necesario recoger los antecedentes de enfermedades que puedan influir en el
estado nutricional, como diabetes, hipertensión arterial, obesidad, etc. También se
deben recoger datos sobre antecedentes quirúrgicos y una historia farmacológica. En
este mismo sentido, también deben recogerse datos sobre la situación funcional,
cognitiva y social del anciano.
Historia nutricional
Es preciso preguntar por los hábitos dietéticos: cantidad de líquidos que bebe,
alimentos que toma y consumo de alcohol. Existen cuestionarios sencillos de aplicar
que pueden facilitar la valoración del riesgo nutricional ( Guyonet y Rolland, 2015 ).
En ancianos sanos, se puede utilizar el National Screening Initiative; este cuestionario
no debe emplearse como prueba diagnóstica sino como un indicador de riesgo
nutricional ( tabla 8-1 ).
Tabla 8-1
National Screening Initiative *
Nadine R. et al. (1997): “Nutrition Screening Initiative Checklist may be a Better
Awareness/Educational Tool than a Screening One”, Journal of the American Dietetic
Association, 97(7), pp. 760-764. doi: 10.1016/S0002-8223(97)00188-0.
Estado
Ha cambiado su dieta por enfermedad
Come menos de dos veces al día
Toma poca fruta, verduras o lácteos
Bebe tres o más dosis de alcohol al día
Tiene problemas dentales que le dificultan comer
Estado
Alguna vez le falta dinero para comer
Come solo la mayoría de las veces
Toma más de tres medicamentos al día
Ha ganado/perdido 5 kg en los últimos 6 meses
Tiene dificultad física para comprar, cocinar, comer
Puntuación total
Ver a tamaño completo
* Si está presente el estado enunciado, se marca la puntuación asignada
en la columna “Sí”. El riesgo en función de la puntuación total es el siguiente: 0-
2, riesgo leve: se debe revaluar a los 6 meses; 3-5, riesgo moderado: se deben mejorar
los hábitos nutricionales y revaluar en 3 meses; 6 o más, riesgo alto: diagnóstico y
tratamiento del problema nutricional.
Para valorar el riesgo nutricional como parte de la valoración geriátrica en ancianos
ingresados en hospitales, residencias, centros de día o simplem ente en ancianos
frágiles, es recomendable utilizar el Mini Nutritional Assessment ( Vellas et al., 2006 ).
Valores antropométricos
Dentro de las medidas utilizadas en la valoración del estado nutricional se
encuentran las siguientes:
• •
Peso. Es importante registrar los cambios en el peso. Una pérdida de peso del
2% en 1 semana, del 5% en 1 mes, del 7% en 3 meses o del 10% en 6 meses es
significativa y merece un estudio posterior.
• •
Talla. Cuando no es posible tallar en condiciones normales, puede calcularse
la altura en función de la distancia talón-rodilla y de la edad mediante las
siguientes fórmulas: 64,19 − (0,04 × años) + (2,02 × altura de la rodilla en
cm) para hombres y 84,88 − (0,24 × años) + (1,83 × altura de la rodilla en
cm) para mujeres.
• •
Índice de masa corporal (IMC). Más útil que el peso y la talla por separado es
combinar ambos parámetros. La fórmula más utilizada es la de Quételet: peso
(kg)/talla 2 . Habitualmente se considera normal entre 20 y 30. Por debajo de
20, se considera que estamos ante un anciano desnutrido, y por encima de 30,
ante un obeso.
• •
Circunferencia del brazo (CB) y perímetro muscular del brazo (PMB). Son
parámetros útiles para estimar la masa muscular. La circunferencia se mide
en centímetros en el punto medio entre el olécranon y el acromion, con el
paciente en la misma posición que se mide el pliegue tricipital. El perímetro
se calcula a partir de la CB y del pliegue cutáneo tricipital (PCT):
PMB = CB − (PCT × 0,314).
Valores bioquímicos
Los valores biométricos suelen ser los primeros en alterarse. La interpretación de
estas pruebas debe hacerse dentro del contexto clínico del paciente, ya que pueden
alterarse por otras enfermedades:
• •
Albúmina. Es el indicador bioquímico más utilizado. Tiene una vida media de
14 días, lo que la hace poco útil para detectar alteraciones nutricionales en
períodos breves de tiempo.
• •
Prealbúmina. Su vida media es más corta (2-3 días), por lo que se trata de un
indicador más sensible para valorar los cambios recientes en la nutrición.
• •
Valores inmunológicos. Con la edad se altera el funcionamiento inmunológico.
La desnutrición es un trastorno que puede afectar al sistema inmunitario a
diversos niveles. Las pruebas utilizadas con más frecuencia son el recuento de
linfocitos totales y las reacciones cutáneas de hipersensibilidad retardada.
Valoración de la incontinencia urinaria y fecal
La incontinencia urinaria en la población anciana es una epidemia silenciosa.
Desconocida por muchos profesionales sanitarios, origina grandes problemas de
salud y, en demasiadas ocasiones, no es diagnosticada ni tratada, a pesar de ser un
problema tratable y muchas veces reversible ( Verdejo, 2014 ).
Alrededor de un tercio de las mujeres y el 15-20% de los hombres presentan algún
grado de incontinencia urinaria, y el 5-10% de los ancianos que viven en la
comunidad tienen incontinencia urinaria con más frecuencia que semanalmente y/o
usan pañales de protección para evitar accidentes de incontinencia. En instituciones,
la prevalencia de incontinencia llega a alcanzar al 60-80% de los ancianos.
La incontinencia urinaria debe ser entendida como la pérdida involuntaria de orina,
demostrable objetivamente, que origina un problema de salud y/o social que puede
presentarse de forma aguda o crónica, según que el tiempo de evolución sea,
respectivamente, inferior o superior a 4 semanas. Podemos establecer, en
consecuencia, dos grandes grupos etiológicos:
• 1.
Incontinencia urinaria transitoria o aguda. Esta situación hace referencia a los
casos de incontinencia de corta duración. En estos casos, mediante la historia
clínica, la exploración física y la analítica, se podrá descubrir un porcentaje
considerable de procesos responsables de incontinencia y cuyo tratamiento
estará basado en la corrección de esos factores. Las principales causas son:
delirium, infecciones, vaginitis atrófica, polifarmacia, trastornos psicológicos,
endocrinopatías, restricción de la movilidad e impactación fecal.
• 2.
Incontinencia urinaria establecida o crónica. Dentro de este grupo podemos
encontrar los siguientes subtipos:
o A.
Inestabilidad vesical: es la forma más frecuente y representa el 40-60%
de todas las incontinencias urinarias. Clínicamente se caracteriza por
una incontinencia de urgencia, polaquiuria y urgencia miccional, y se
producen escapes de orina de grado moderado a importante. Las
causas más habituales son: patología neurológica (demencia,
Parkinson, accidente cerebrovascular), patología vesical (litiasis,
infección, neoplasia) y obstrucción del tracto urinario inferior.
o B.
Incontinencia de estrés: clínicamente se producen pequeños escapes de
orina cuando la presión intravesical supera a la uretral, como ocurre
en situaciones de tos, risa, esfuerzos, etc. Las causas suelen estar
relacionadas con la debilidad del suelo pélvico por partos múltiples,
obesidad o cirugía.
o C.
Incontinencia de rebosamiento: los síntomas clínicos son dificultad para
iniciar la micción, sensación de micción incompleta y episodios de
retención urinaria. Los escapes de orina suelen ser de escasa cuantía.
Las causas son la obstrucción a la salida del flujo urinario como
consecuencia de patología prostática o por estenosis uretral, o una
alteración en la capacidad contráctil del músculo detrusor por lesiones
medulares o por neuropatías.
o D.
Incontinencia funcional: existen determinadas situaciones, como la
demencia y la incapacidad física severa, así como la existencia de
barreras arquitectónicas y/o la falta de cuidadores, que pueden ser
responsables de la incontinencia. Este diagnóstico debe ser de
exclusión.
En la valoración clínica de la incontinencia destacaremos los siguientes
componentes:
• •
Historia médica general. Se recogerán datos sobre antecedentes personales
(historia ginecológica, cirugía pélvica previa, patología neurológica,
alteración visual) y consumo de fármacos (diuréticos, benzodiazepinas,
hipnóticos, narcóticos, anticolinérgicos, antagonistas del calcio).
• •
Historia clínica dirigida. Se recogerán datos sobre el tiempo de evolución y el
momento de aparición, la frecuencia e intensidad de los escapes, la existencia
de factores precipitantes y la frecuencia miccional diurna y noctu rna. Para
conocer todas estas características, es muy útil la hoja de registro miccional,
en la cual el propio paciente o un cuidador recoge lo ocurrido en las 24 h
previas con respecto a las micciones voluntarias y los escapes, así como el
motivo.
• •
Exploración física. Es preciso realizar de forma sistemática un examen
abdominal, un examen rectal (tono del esfínter anal, ocupación de la ampolla
rectal, volumen y características de la próstata), un examen pélvico
(prolapso, vaginitis), un examen neurológico, maniobras de provocación del
estrés y medida del residuo vesical posmiccional.
Actualmente se considera que, con las diferentes opciones terapéuticas, es posible
recuperar la continencia urinaria en un porcentaje próximo al 30-40% y disminuir
la gravedad de la incontinencia en otro 40-50%.
La incontinencia fecal representa la pérdida involuntaria de heces. Esta situación
afecta al 17% de los pacientes que viven en residencias. La mayoría de los pacientes
afectados presentan demencia. Este problema es muy estresante y desequilibrante,
motivo por el cual se debe realizar una amplia evaluación para excluir causas
tratables. Las principales causas de incontinencia fecal en el paciente con demencia
son la impactación fecal, caracterizada por hipotonía del esfínter anal con recto
ocupado por heces; la existencia de diarrea de estasis, y la presencia de patología
local anorrectal. El conocimiento de la causa va a poner en marcha actitudes
terapéuticas específicas.
Inmovilidad
La inmovilidad se define como el descenso en la capacidad para desempeñar las AVD
por deterioro de las funciones motoras. El síndrome se caracteriza por una reducción
importante de la tolerancia a la actividad física, progresiva debilidad muscular y, en
casos extremos, pérdida de los automatismos y los reflejos posturales que posibilitan
la deambulación.
La prevalencia del síndrome depende del nivel asistencial. En el ámbito comunitario,
el 18% de los mayores de 65 años van a precisar de alguna ayuda técnica o personal
para conseguir una buena deambulación. En el medio residencial, el 35% de los
residentes tienen algún tipo de inmovilidad. Las principales causas son la demencia,
la patología osteoarticular y las alteraciones de los órganos de los sentidos.
Las complicaciones de un período prolongado o permanente de inmovilidad van a
afectar a todo el organismo y son las siguientes:
• •
Se estima que la masa muscular pierde del 10 al 15% de su fuerza tras 1 semana
de reposo, y un 1-3% al día en reposo completo en cama.
• •
Desarrollo de úlceras cutáneas por presión. En el medio residencial se puede
encontrar una prevalencia de úlceras por presión de hasta un 45% en los
pacientes inmovilizados.
• •
Complicaciones cardiovasculares como hipotensión ortostática o
disminución del gasto cardíaco y del volumen sanguíneo.
• •
Afectación pulmonar, con una disminución de la ventilación, y desarrollo de
atelectasias y neumonía aspirativa.
• •
En la esfera del aparato digestivo se van a desarrollar anorexia, estreñimiento,
impactación fecal y malnutrición.
• •
Infecciones urinarias, incontinencia y desarrollo de cálculos en las vías
excretoras renales.
• •
Deprivación sensorial y depresión.
La depresión, el deterioro cognitivo y el delirium son otros de los grandes síndromes
geriátricos con amplísima representación en el grupo de ancianos. Su descripción se
presenta en otros capítulos de este libro.
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Ver en el Artículo
CAPÍTULO 9
Figura 9-1
Imágenes de cortes transversales tomados con distintas técnicas de neuroimagen.
A. Tomografía computarizada (TC) sin alteraciones significativas, en una anciana con trastorno
depresivo. B. Resonancia magnética (RM) estructural con focos de leucoaraiosis,
hiperintensidades en la sustancia blanca sin otras alteraciones significativas, en una mujer de
edad media con trastorno depresivo. C. Tomografía por emisión de positrones (PET)
de fluorodesoxiglucosa (FDG) con alteraciones frontoparietales amiloides en un paciente de
edad media con demencia de tipo Alzheimer. D. PET de amiloide con depósito significativo del
mismo en un paciente de edad media con demencia de tipo Alzheimer.
Fuente: Departamento de Psiquiatría y Psicología Médica, Clínica Universidad de Nav arra.
Pruebas neurofisiológicas: electroencefalograma y
otras pruebas
La neurofisiología incluye un conjunto de técnicas de registro y/o estimulación de la
actividad eléctrica del sistema nervioso central y periférico con fines de
investigación, diagnósticos, pronósticos y terapéuticos. Los métodos
electrofisiológicos que se han ido desarrollando desde el siglo xx —inicialmente el
electroencefalograma (EEG), a continuación, los potenciales evocados y, de modo
más reciente, la magnetoencefalografía— han posibilitado el registro de la actividad
de grupos neuronales con una precisión temporal y espacial cada vez mayor.
Electroencefalograma
El EEG es la prueba funcional en uso más antigua en el estudio del sistema nervioso
central. Fue desarrollada como herramienta de aplicación clínica en los años treinta
por Hans Berger, y se ha usado de forma preferente en el diagnóstico de las epilepsias
y los síndromes confusionales (delirium), y en el estudio de alteraciones
neuropatológicas no definidas. Su aplicación se muestra también muy relevante y
habitual en el estudio de los trastornos del sueño, integrada en la polisomnografía.
El EEG recoge la actividad eléctrica de las capas superficiales de la corteza cerebral,
mediante la colocación de electrodos, y la refleja en un trazado. Sin embargo, dada
la relación de unas capas con otras, es también un reflejo del resto de la actividad
eléctrica cerebral, incluidas las capas más profundas. La amplitud del trazado está
influida por la resistencia que ofrecen los tejidos que atraviesa la señal eléctrica. Por
lo tanto, alteraciones que afecten al cráneo o a las meninges pueden detectarse por
cambios en la amplitud electroencefalográfica. La frecuencia de las ondas registradas
en el EEG distingue a las mismas en varios grupos: ondas delta (δ) (< 4 Hz), tetha
(θ) (4-8 Hz), alfa (α) (8-13 Hz) y beta (β) (> 13 Hz). El registro normal en vigilia es
el trazado de ondas β. Las anormalidades en la frecuencia esperada se asocian con
alteraciones globales (de origen tóxico, metabólico o hipóxico, habitualmente) o
focales (tumores o infartos). Además de cam bios en la frecuencia, otras
anormalidades en el EEG pueden describirse como alteraciones en la amplitud de
las ondas o como la aparición de los llamados grafoelementos anormales. El EEG es
una prueba con alta sensibilidad a los cambios cerebrales (distingue con facilidad las
anormalidades), pero con menor especificidad (resulta difícil determinar la
significación clínica de estas anormalidades). Además, la interpretación del EEG
puede verse dificultada por la presencia de artefactos y por las alteraciones inducidas
por algunos psicofármacos.
Esta prueba también está experimentando una innovación tecnológica que amplía
su poder diagnóstico e investigador, a través de métodos de análisis informáticos, en
el llamado EEG cuantitativo (QEEG). Se refieren a este tipo de técnica los conceptos
de coherencia y concordancia: el primero es un valor que se refiere a la
sincronización de distintas zonas cerebrales, mientras que el segundo es una medida
de la actividad eléctrica cerebral muy relacionada con la perfusión cerebral. El
QEEG, en comparación con el EEG convencional con interpretación visual subjetiva,
mejora la precisión en la detección y la localización de cambios sutiles, con un alto
interés para el análisis descriptivo y comparativo y la topografía (mapeo) de la
actividad cerebral a lo largo de la superficie cortical.
El envejecimiento normal puede asociarse a un enlentecimiento promedio respecto
del adulto, con aumento de los ritmos δ y θ y disminución de α y β, así como a
enlentecimientos focales en la región temporal. También puede aparecer actividad
epileptiforme, que se consideraría como grafoelementos normales. Estos cambios
podrían tener una significación neuropsicológica, si bien no han demostrado
correlación clínica.
Sin embargo, estas alteraciones resultan más marcadas en pacientes
con demencia. Los cambios son más evidentes en estadios avanzados de la
enfermedad, pero pueden estar presentes en los iniciales. Con el QEEG se ha descrito
también un descenso en la coherencia qu e reflejaría la pérdida de las conexiones
largas de tipo corticocortical. En cuanto al diagnóstico diferencial, la demencia de
tipo Alzheimer tiende a presentar un enlentecimiento generalizado y temporal, en
tanto que la vascular tiende más a la focalización. Los resultados de esta técnica
sugieren la existencia de diferencias entre pacientes con y sin demencia, y de cambios
precoces en fases incipientes y preclínicas de la enfermedad. También se ha descrito
que, en el seguimiento de pacientes tratados con inhibidores de la
acetilcolinesterasa, se produce una disminución de los trazados de onda corta. En los
trastornos neurodegenerativos también podrían observarse indicios de actividad
epileptiforme.
En los pacientes con síndromes confusionales (delirium), el hallazgo habitual es el
enlentecimiento generalizado del trazado, lo cual resulta de gran ayuda cuando el
diagnóstico es dudoso. Sin embargo, este hallazgo parece poco específico. Diferentes
hallazgos pueden ser observados según el origen de este cuadro en cada paciente; en
el caso de la abstinencia alcohólica o de benzodiazepinas pueden aparecer trazados
paroxísticos de alto voltaje y actividad de ondas lentas previos a las convulsiones, y
se han observado ondas trifásicas en pacientes con encefalopatías metabólicas y
sépticas. Sin embargo, el estado clínico del paciente, y en especial su actividad
psicomotriz, puede dificultar la realización e interpretación fiable de esta prueba.
En el paciente anciano con depresión, las alteraciones del EEG de vigilia no son
habituales y se asocian con un mayor deterioro cognitivo. De hecho, la presencia de
alteraciones en el EEG podría ayudar a apoyar el diagnóstico de demencia u otros
trastornos frente a la depresión.
En pacientes de edad avanzada que presentan convulsiones por primera vez, estas
suelen asociarse a un proceso neuropatológico subyacente —los tumores cerebrales
y los infartos constituyen el 50% de las causas—, aunque en una cuarta parte de los
casos este es desconocido, siendo la enfermedad de Alzheimer un factor de riesgo.
Hasta el 80% de los casos pueden ser recurrentes. En estos casos, el EEG puede ser
normal o detectar alguna focalidad.
La figura 9-2 muestra un registro electroencefalográfico. Cada fila representa el
registro en cada electrodo colocado al paciente en su cabeza. La última fila es un
registro electrocardiográfico. El trazado de EEG muestra signos compatibles con
encefalopatía metabólica.
Figura 9-2
Registro por electroencefalograma (EEG) compatible con encefalopatía metabólica moderada,
con ondas lentas difusas y tendencia a la morfología trifásica en áreas anteriores.
Fuente: Servicio de Neurofisiología Clínica, Clínica Universidad de Navarra.
Otras pruebas
La polisomnografía es una batería neurofisiológica que incluye el registro simultáneo
de EEG junto con un electrooculograma (EOG) y un electromiograma (EMG)
durante el sueño, pudiendo incluir la monitorización de otros parámetros co mo la
saturación de oxígeno y el electrocardiograma (ECG). Algunas alteraciones que
pueden describirse en ancianos son: disminución de la latencia REM, aumento de
las interrupciones del sueño y despertar precoz. Estos cambios parecen inespecíficos
y pueden presentarse tanto en ancianos sanos como en ancianos y en no ancianos
con depresión.
Los potenciales evocados (PE) resultan de la promediación de registros
electroencefalográficos en respuesta a estímulos específicos (sensoriales o tareas
cognitivas), interpretándose como la actividad neuronal específica en las áreas
estudiadas. En esta prueba, la nomenclatura y la interpretación de las ondas resaltan
su polaridad (positiva o negativa), su amplitud y su latencia (tiempo en
milisegundos). Las latencias de los potenciales tienden a aumentar en pacientes
ancianos. Se han estudiado potenciales somatosensoriales, visuales, auditivos y
corticales. Los potenciales sensoriales se emplean en el estudio clínico de déficits
sensitivos (frecuentes en la edad anciana). Entre los potenciales cognitivos, con
interés en la investigación en neuropsiquiatría, aunque sin utilidad clínica actual,
destacan aquellos que utilizan tareas de discriminación de estímulos: el potencial de
disparidad (MMN, mismatch negativity ) y la onda P-300, que se asocia con procesos
de atención y memoria inmediata. El MMN ha mostrado alteraciones en pacientes
con esquizofrenia y deterioro cognitivo y, con respecto a la P300, se sugiere su papel
como marcador de daño en la conectividad funcional de redes corticales en las
demencias, la esquizofrenia, el trastorno por déficit de atención e hiperactividad, la
dependencia alcohólica y otros trastornos como depresión y autismo.
También en el ámbito de la investigación se está empleando
la magnetoencefalografía (MEG), una técnica que mide los campos magnéticos
generados por la actividad cerebral.
La estimulación magnética transcraneal (EMT) es una herramienta neurofisiológica
con finalidad no solo diagnóstica, ya que también ha demostrado un potencial
terapéutico en el área de la neuropsiquiatría. En la actualidad, cuenta con una
aprobación internacional para su uso en depresión, pudiendo demostrar mayor
eficacia en la depresión resistente a fármacos. Existe literatura científica acerca de
su uso en población anciana.
La electroneurografía (ENG) y la electromiografía (EMG) estudian el sistema
nervioso periférico y son de gran utilidad en la valoración de alteraciones sensitivas
y motoras; pueden demostrar daños en los niveles axonales, de la placa motora y
musculares en numerosos trastornos responsables de síntomas, como alteraciones
en la sensibilidad, la fuerza y la marcha. En ancianos sin estos trastornos puede
encontrarse una disminución en la amplitud de los potenciales de acción y un
enlentecimiento de la conducción. Son de gran valor para descartar daños nerviosos
en pacientes ancianos con los síntomas mencionados que, por otra parte, podrían
tener un origen psicosomático.
Aunque se trata de una prueba electrofisiológica ajena al sistema nervioso, en la
atención del paciente anciano resulta de utilidad el ECG, que valora la función
cardíaca y la repercusión de los tratamientos en la misma. Su indicación es prudente
cuando existe sospecha clínica de factores de riesgo de daño en la conducción
cardíaca (por enfermedad o por iatrogenia); por ello, debería tenerse en cuenta ante
la prescripción de psicofármacos con potencial cardiotoxicidad y riesgo
arritmogénico por alargamiento del intervalo QT (en especial litio, antidepresivos
tricíclicos y antipsicóticos).
Por último, y con un uso nada infrecuente en la práctica psiquiátrica con ancianos,
las pruebas neurofisiológicas de EEG y EMG resultan fundamentales durante la
monitorización de los tratamientos con terapia electroconvulsiva (TEC),
describiendo las características y la duración de la actividad convulsiva cerebral y
muscular. Los parámetros así determinados ayudan al profesional clínico en la
administración de un tratamiento más seguro y eficaz.
Pruebas de laboratorio
La obtención de determinaciones analíticas en el paciente anciano es una práctica
común y (en la mayoría de los parámetros más solicitados) de gran disponibilidad
habitual. Estas pueden incluir muestras de diferentes fluidos corporales, siendo más
relevantes en psiquiatría geriátrica las de sangre y, en menor medida, de orina. El
líquido cefalorraquídeo (LCR), por su conexión directa con el sistema nervioso
central, es una fuente de gran potencial para la búsqueda de marcadores de patología
neuronal.
La analítica en estos pacientes puede tener una finalidad diagnóstica del estado de
salud general o determinados órganos y sistemas corporales, de búsqueda de
marcadores en el apoyo diagnóstico (y en el diagnóstico precoz) de trastornos
neuropsiquiátricos o para monitorizar la farmacocinética o daños asociados a
tratamientos farmacológicos. La finalidad diagnóstica tiene como primer objetivo
descartar la presencia de otras alteraciones o enfermedades médicas generales que
pueden ser responsables de la sintomatología del paciente o de agravarla, o bien que
deban considerarse para el propio tratamiento.
La analítica puede resultar de gran utilidad en cuadros de presentación aguda o
subaguda (síndromes confusionales, demencias de rápida progresión), en los que
pueden encontrarse parámetros infecciosos e inflamatorios y alteraciones severas en
niveles vitamínicos y de electrólitos.
La tabla 9-2 muestra un resumen práctico de qué tipo de pruebas se deben solicitar
según ciertos hallazgos clínicos y qué grandes entidades diagnósticas deben
considerarse.
Tabla 9-2
Cuándo solicitar pruebas diagnósticas en psiquiatría geriátrica
Síntomas Prueba indicada Sospechas
Focalidad neurológica aguda: déficit TC sin contraste ACV isquémico o hemorrágico
sensitivo o motor, alteraciones del
habla
Nueva aparición y evolución RM estructural Lesión ocupante de espacio,
progresiva de síntomas psicóticos, Analítica de rutina que hidrocefalia
maníacos o depresivos; cambios en la incluya vitaminas B y Procesos infecciosos: encefalitis
personalidad (irritabilidad, ácido fólico Patología vascular recurrente
suspicacia); alteraciones Analíticas específicas Enfermedades
psicomotrices, y desorientación y según la clínica neurodegenerativas
fallos recurrentes de memoria
Cuadro agudo de hiperactividad- Analítica de rutina: Síndrome confusional
agitación/inhibición psicomotriz, electrólitos, agudo/delirium (debe buscarse
desorientación franca, inatención, metabolismo, siempre la etiología específica)
alteraciones en sueño/vigilia, funciones hepática y
alteraciones en la sensopercepción renal
(alucinaciones visuales) Analítica específica
según la clínica
Cultivos
microbiológicos según
la sospecha del foco
infeccioso
EEG, si es posible
Ver a tamaño completo
ACV: accidente cerebrovascular; EEG: electroencefalograma; RM: resonancia magnética; TC:
tomografía computarizada.
Pruebas analíticas de rutina y específicas
El cuadro 9-1 resume las determinaciones analíticas que cabe solicitar en la atención
psicogeriátrica, tanto de rutina como ante sospechas clínicas específicas.
CUADRO 9-1
Pruebas analíticas en el paciente psicogeriátrico
Pruebas de rutina
Hemograma completo, ionograma (sodio, potasio, calcio, fósforo, magnesio),
glucemia, perfil lipídico (colesterol total, LDL, VLDL, HDL, triglicéridos), perfil renal
(urea y creatinina séricas), perfil hepatobiliar (AST/GOT, ALT/GPT, fosfatasa
alcalina, GGT, bilirrubina), vitaminas (B 1 , B 6 , B 12 ) y ácido fólico, cribado de
función tiroidea (TSH), ferritina y hierro, análisis de anormales y sedimento en orina
Pruebas específicas (según las sospechas, los tratamientos o las
alteraciones en las pruebas de rutina)
Serología de sífilis (VDRL, RPR, FTA-ABS, MHA-TPHA) y sida (VIH-1 y 2), etanol
en sangre, T 3 y T 4 , homocisteína, drogas de abuso en orina, cultivos microbiológicos
(p. ej., orina, hemocultivos, esputo), test de supresión con dexametasona, litemia,
marcadores de enfermedades inflamatorias, y encefalitis autoinmunes y virales
(p. ej., lupus, encefalopatía de Hashimoto, encefalitis herpética)
Las concentraciones de hemoglobina en un paciente de edad avanzada sano son
semejantes a las de los adultos del mismo sexo. En ancianos con anemia deberían
estudiarse las concentraciones de hierro, ferritina sérica, vitamina B 12 y ácido fólico,
además de los reticulocitos, para valorar la capacidad de adaptación de la médula
ósea. Al estudiar los valores de hierro, conviene tener en cuenta que la ferritina sérica
puede tener concentraciones normales aun con hierro bajo, por procesos
inflamatorios crónicos o enfermedad hepática. Cuando se sospecha un déficit de
vitamina B 12 que no es evidente en la analítica, es necesario estudiar la
homocisteinemia, que puede estar elevada y dar lugar a problemas vasculares y
psiquiátricos. En cualquier caso, es necesario buscar la etiología de la anemia, sobre
todo valorando el aparato digestivo. Si además de anemia se detecta también
leucopenia y/o trombocitopenia, deben descartarse enfermedades o iatrogenia
productoras de pancitopenia.
La alteración de los electrólitos en suero puede indicar problemas de deshidratación;
complicaciones del tratamiento con diuréticos; hiperglucemia, hiperlipemia o
hiperproteinemia graves; insuficiencia renal o cardíaca y cirrosis. Algunos fármacos
utilizados en psiquiatría pueden causar hiponatremia (carbamazepina, inhibidores
selectivos de la recaptación de serotonina y antipsicóticos).
Está indicado el estudio de la función tiroidea, porque no es infrecuente a esta edad
el diagnóstico de disfunciones en este eje hormonal, que pueden presentarse con
sintomatología psiquiátrica. El test inicial es la obtención de los niveles de
tirotropina (TSH), que se completa con determinaciones de T 4 libre y T 3 en caso de
alteración.
El incremento de la prevalencia de sífilis en pacientes de edad avanzada hace
necesario descartarla ante la mínima sospecha. Las determinaciones de VDRL y RPR
son test adecuados para el cribado, y ante su positividad deben realizarse otras
pruebas más específicas: FTA-ABS, TPHA y MHA-TP. El diagnóstico específico de
neurosífilis requiere determinaciones en el LCR. En pacientes con demencia y
antecedentes de conductas sexuales de riesgo debe plantearse también la realización
de serologías para el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH).
La analítica de orina se realiza sobre todo para descartar la presencia de infección
urinaria —que, con frecuencia, es responsable de cuadros confusionales— y también
cuando se sospeche un origen tóxico de los síntomas, ya sea por abuso de sustancias
o por sobreingesta de fármacos.
En pacientes tratados con litio conviene tener concentraciones previas de creatinina
y electrólitos en suero, y un estudio de la función tiroidea. Siempre que aparezcan
alteraciones en la función renal, se inicie tratamiento con diuréticos o se produzcan
cambios en la cantidad de sal de la dieta, convendrá aumentar la frecuencia de
monitorización de la litemia.
Biomarcadores analíticos en los trastornos
neuropsiquiátricos
En la actualidad, ningún test de laboratorio resulta de valor clínico establecido como
biomarcador de trastornos neuropsiquiátricos, si bien la investigación, guiada por
las hipótesis neurobiológicas (basadas en hallazgos endocrinológicos, inflamatorios
y neuropatológicos), ha propuesto numerosos candidatos. La traslación más
inmediata de estos hallazgos podría consistir en su valor de apoyo en el diagnóstico
diferencial de la etiología de los cuadros de deterioro cognitivo entre diferentes tipos
de demencia y la depresión.
Por una parte, sobre todo en el caso de la depresión, algunos test se han utilizado
cada vez más buscando su utilidad como marcadores de estado o de rasgo. El más
utilizado es el test de supresión con dexametasona (TSD). Se basa en la
hipercortisolemia observada en algunos pacientes deprimidos. Mide la respuesta del
nivel de cortisol después de la administración de dexametasona, que en estos
pacientes no responde normalmente (< 5 g/dl en la mayoría de los laboratorios) y se
mantiene elevado. La utilidad del test es muy discutida, porque numerosas
situaciones, incluida la edad avanzada y el tratamiento recibido, pueden alterar la
respuesta.
Por otra parte, desde la hipótesis inflamatoria de la depresión, se ha investigado el
valor de marcadores séricos de inflamación en su diagnóstico y pronóstico. Una
revisión sistemática reciente ( Martínez-Cengotitabengoa et al., 2016 ) señaló las
interleucinas (IL-6, IL-8) y el factor de necrosis tumoral α (TNF-α) como posibles
marcadores preclínicos en la depresión de inicio en la edad anciana. También se han
descrito marcadores inflamatorios en el LCR, entre los que destaca el ácido
quinurénico.
De modo particular en los trastornos neurodegenerativos, se están estudiando
marcadores en sangre y el LCR que supondrían un correlato periférico de los
procesos de daño intracerebral. Así, la determinación de las concentraciones de
componentes de proteínas como τ y β-amiloide, tanto absolutas como relativas
(ratios o proporciones entre distintos componentes), y de β-amiloide apoyaría el
diagnóstico diferencial de los cuadros demenciales y podrían servir como
marcadores preclínicos en su diagnóstico precoz. Las demencias de tipo Alzheimer
se asociarían más a una tríada de aumento de P-τ y T-τ y descenso de β-amiloide 1-
42 en el LCR, con un descenso en la ratio β-amiloide 42:β-amiloide 40 en
suero desde las fases preclínicas. Por otra parte, se han descrito también marcadores
en el LCR para distinguir la demencia frontotemporal con síntomas conductuales de
otros trastornos psiquiátricos ( Vijverberg et al., 2017 ).
Otras pruebas descritas en investigación son la estimulación de la TSH con hormona
liberadora de tirotropina (TRH); el estudio de los receptores plaquetarios, los niveles
de neurotransmisores y sus metabolitos en el LCR; y la medición de la actividad
enzimática monoaminooxidasa. En la apuesta actual de la investigación biomédica
por la genética y la medicina molecular, ya se están describiendo las posibilidades de
la transcriptómica, la proteómica, la lipidómica y la metabolómica, incluyendo
diferentes marcadores de ADN y ARN, como futuros biomarcadores.
Conclusiones
A lo largo del capítulo se han descrito las pruebas de mayor interés para la práctica
actual, y se han esbozado algunos de los hallazgos y las tendencias más destacables
en la investigación de biomarcadores de los trastornos neuropsiquiátricos. En el
ámbito asistencial de la psiquiatría geriátrica, la solicitud de las pruebas
complementarias de neuroimagen, neurofisiología y de laboratorio debe guiarse por
la sospecha clínica, considerando su utilidad y los riesgos potenciales.
Se requiere por parte del profesional clínico un conocimiento suficiente de los
fundamentos y el tipo de hallazgos de cada una de estas herramientas para garantizar
su uso racional y la correcta interpretación de los resultados o btenidos en cada
paciente. Cabe también esperar del profesional clínico una actitud crítica y abierta
con respecto a la evidencia actual y futura, con la esperanza de una progresiva
traslación de los hallazgos más prometedores en beneficio de sus pacientes.
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CAPÍTULO 10
DCL: deterioro cognitivo leve; TC: tomografía computarizada; TNM: trastorno neurocognitivo
menor.
Biomarcadores prodrómicos de la demencia con cuerpos de
Lewy
Existen pocos estudios de biomarcadores basados en la neuroimagen, o bioquímicos
o moleculares en los estadios prodrómicos de la DCLw. Los análisis de
biomarcadores en el LCR (depósito de α-sinucleína, proteína β-amiloide y τ) no
distinguen todavía claramente las sinucleinopatías ni en sus fases prodrómicas, ni
cuando están plenamente establecidas ( Stefani et al., 2012 ). La hipoperfusión
generalizada en tomografía por emisión de fotón único (SPECT)/PET de predominio
occipital y los defectos de captación del transportador de la dopamina en el caudado
y el putamen en DaTSCAN son hallazgos que nos permiten diferenciar la DCLw ya
establecida con otros tipos de demencia que no sean sinucleinopatías; sin embargo,
su sensibilidad en el DCL/TNM es ostensiblemente menor. Lo mismo sucede con la
baja captación en la escintigrafía miocárdica, para demostrar la disautonomía de los
nervios simpáticos, con el marcador metayodobencilguanidina.
Trastorno neurocognitivo menor debido a enfermedad de
Parkinson
En 1817, James Parkinson describió los síntomas de la «parálisis agitante» como una
«enfermedad motora con preservación cognitiva». En la actualidad, se considera que
la presencia de deterioro cognitivo en la EP puede apreciarse de forma sutil, incluso
en las etapas iniciales, y su perfil cognitivo es de DCL no amnésico. Varios estudios
de incidencia estiman que la prevalencia de déficits cognitivos (es decir, de
DCL/TNM) en el momento del diagnóstico de la enfermedad oscila entre el 19 y el
36% ( Goldman et al., 2014 ). Por ejemplo, en un estudio longitudinal y
multicéntrico que conceptualizaba el DCL como una disminución de 1,5 DE respecto
a los datos normativos, se encontró una prevalencia del 25,8% en al menos una de
las tres áreas siguientes: atención/función ejecutiva, memoria y capacidades
visuoespaciales ( Aarsland et al., 2010 ). Por otra parte, si bien el deterioro cognitivo
se va agravando y modificando conforme evoluciona la enfermedad, en los primeros
años permanece relativamente estable. En las fases iniciales, el DCL es leve, con un
patrón de deterioro frontosubcortical con afectación de las funciones
atencionales/ejecutivas. Esta disfunción está relacionada con el síndrome
frontoestriatal y el déficit de los sistemas catecolaminérgicos, en especial del
dopaminérgico. Cuando la enfermedad evoluciona a demencia, aparecen déficits
cognitivos de zonas corticales posteriores, con alteración de la memoria, las
capacidades visuoperceptivas y visuoespaciales y la fluidez semántica ( Williams-
Gray et al., 2013 ).
Criterios diagnósticos del deterioro cognitivo leve en la
enfermedad de Parkinson
De forma reciente, la Movement Disorder Society ha propuesto unos criterios
( cuadro 10-1 ) para el DCL en la EP (DCL-EP) ( Litvan et al., 2012 ). Están basados
en los criterios clásicos de Petersen, pero adaptados específicamente a la EP. De
forma muy acertada, dentro de los criterios de exclusión se incluyen otras patologías
asociadas a la EP que pueden dar lugar a «falsos positivos» de DCL/TNM en la EP;
no obstante, a pesar de ello, en estudios longitu dinales el 22% de los casos revierten
a la «normalidad».
CUADRO 10-1
Criterios para el diagnóstico del deterioro cognitivo leve en la enfermedad de
Parkinson (DCL-EP) según la Movement Disorder Society
Tomado de Litvan et al., 2012 .
Criterios de inclusión
Diagnóstico de EP basado en los criterios del Banco de Cerebros de Londres
Deterioro gradual en las habilidades cognitivas, en el contexto de una EP establecida,
confirmado por el paciente o el cuidador, o bien por el profesional clínico
Presencia de déficit cognitivo, bien en una valoración neuropsicológica formal, bien
en una escala de valoración global de las habilidades cognitivas
El déficit cognitivo no es lo suficientemente intenso como para interferir en la
capacidad funcional del paciente, aunque pueden estar presentes alteraciones en el
desempeño de tareas funcionales complejas
Criterios de exclusión
Diagnóstico de demencia debida a enfermedad de Parkinson de acuerdo con los
criterios establecidos por el grupo de trabajo de la Movement Disorder Society
Otras causas que justifiquen el deterioro cognitivo (delirium, enfermedad
cerebrovascular, trastornos metabólicos, efectos secundarios de fármacos o
traumatismo cerebral)
Otras patologías asociadas a la EP (empeoramiento motor, ansiedad intensa,
depresión, hipersomnia diurna, psicosis) que, en opinión del clínico, supongan una
influencia notable sobre la valoración cognitiva
Protocolos específicos para el DCL-EP
Nivel I (valoración abreviada)
Deterioro en una escala global de habilidades cognitivas validada para la EP, o
Deterioro al menos en dos escalas, cuando se emplea una batería limitada para la
valoración cognitiva. La batería incluye: 1) menos de dos test con los cinco dominios
cognitivos valorados, o 2) menos de cinco dominios cognitivos valorados.
Nivel II (valoración extensa)
La batería neuropsicológica incluye dos pruebas para la valoración de lo s cinco
dominios cognitivos (atención y memoria de trabajo, funciones ejecutivas, lenguaje,
memoria y función visuoespacial).
Deterioro al menos en dos pruebas neuropsicológicas: 1) alteración de un único
dominio en dos de ellas, o 2) alteración de dos dom inios cognitivos en una única
prueba
El deterioro en las pruebas neuropsicológicas debe demostrarse por: 1) una o dos
desviaciones estándar respecto a la normalidad; 2) deterioro significativo
demostrado por una serie de test cognitivos, y 3) deterioro cognitivo significativo
estimado a partir de niveles premórbidos.
Clasificación del DCL-EP por subtipos
DCL-EP de dominio único: alteración en dos pruebas neuropsicológicas en un solo
dominio, sin alteración en el resto
DCL-EP de dominios múltiples: alteración al menos en un test y en dos o más
dominios cognitivos
Evaluación neuropsicológica
Como se observa en el cuadro 10-1 , se han sugerido dos niveles de evaluación para
detectar el DCL-EP:
• 1.
Valoración del DCL-EP mediante una escala cognitiva global (nivel I): se
recomienda utilizar instrumentos de rastreo validados en la EP para detectar
el DCL y emplear los puntos de corte sugeridos en los diferentes estudios de
validación. Los más utilizados y los que han presentado las mejores
propiedades en cuanto a consistencia interna y validez de contenido son
la Scales for Outcome off Parkinson’s disease (SCOPA-Cog) y la Parkinson’s
Disease-Cognition Rating Scale, ambas validadas en nuestro país ( Kulisevsky y
Pagonabarraga, 2009 ).
• 2.
Valoración del DCL-EP específica mediante una batería neuropsicológica que
evalúa cinco dominios cognitivos (nivel II): en este caso se utiliza una batería
neuropsicológica amplia, donde se incluyen al menos dos test por cada
dominio cognitivo: atención/memoria de trabajo, funciones ejecutivas,
lenguaje, memoria y capacidades visuoespaciales. El deterioro cognitivo de
los pacientes debe estar presente al menos en dos test que miden el mismo
dominio, o en dos o más dominios de un mismo test. Los autores de l os
criterios de consenso proponen que las puntuaciones obtenidas deben estar
entre 1 y 2 DE por debajo de la media esperada para la edad y el nivel cultural
y educativo del sujeto. No obstante, estudios posteriores consideran que 2 DE
por debajo de la normalidad permiten asegurar un diagnóstico certero de
DCL-EP, con una sensibilidad del 85,4% y una especificidad del 96,4%. Este
mismo grupo de investigación ha documentado los siguientes instrumentos
como más sensibles y específicos para configurar una batería
neuropsicológica para valorar el DCL-EP ( Goldman et al., 2015 ):
o a.
Atención y memoria de trabajo: el test de trazo parte A ( Trail Making
Test, parte A) y el test de símbolos y dígitos (Symbol Digit Modalities
Test).
o b.
Funciones ejecutivas: dibujo de un reloj (Clock Drawing) y test del trazo
parte B ( Trail Making Test, parte B).
o c.
Lenguaje: test de denominación de Boston (Boston Naming Test) y test
de fluencia semántica (denominación de animales en 1 min) (Category
Fluency: Animal Naming).
o d.
Memoria: test de recuerdo libre y selectivamente facilitado (Free and
Cued Selective Reminding Test) y aprendizaje y recuerdo diferido de
figuras (Figural Memory Learning and Delayed Recall).
o e.
Capacidades visuoespaciales: test de orientación de líneas de
Benton (Judgment of Line Orientation) y la intersección de pentágonos
de la Mini-Mental State Examination (MMSE).
Obviamente, este trabajo pone en evidencia la mayor sensibilidad y especificidad de
determinados test respecto a otros para evaluar los cinco dominios que se consideran
nucleares en la evaluación del DCL/TNM de la EP. Esta afirmación no significa que
sea la batería gold standard para la evaluación de esta entidad neurocognitiva (DCL-
EP) o del DCL en el resto de las enfermedades neurodegenerativas, y es necesario
también, como se ha descrito anteriormente, un consenso internacional en las
pruebas neuropsicológicas para el diagnóstico del DCL ( Costa et al., 2017 ). Debe
subrayarse que, en el caso de sospecha de una enfermedad subcortical, se deben
utilizar test que minimicen las demandas de tipo motor. Lo que sí ha puesto de
relieve es la mayor validez predictiva de las baterías neuropsicológicas respecto a las
escalas cognitivas globales, en especial con un punto de corte de 2 DE ( Lawson
et al., 2017 ). Por ello, el nivel I se recomienda para profesionales clínicos que no
tienen un buen entrenamiento en neuropsicología, o bien no disponen de mucho
tiempo para realizar la evaluación. Por otro lado, el nivel II puede aplicarse después
del nivel I, dando lugar a un perfil cognitivo del paciente que puede ser útil en la
clínica y en la investigación.
Evaluación funcional
Las mismas consideraciones conceptuales y dificultades descritas en el apartado
«Trastorno neurocognitivo menor/deterioro cognitivo leve debido a la enfermedad
de Alzheimer» se deben tener en cuenta en el DCL-EP. En el caso de la EP, se han
diseñado escalas de evaluación funcional específicas, evitando los déficits
secundarios a la afectación motora, como el Penn Parkinson’s Daily Activities
Questionnaire ( Brennan et al., 2016 ) y la diseñada y validada en nuestro
país Parkinson Disease Cognitive Functional Rating Scale (PD-CFRS), que consta de 12
ítems administrados en formato de entrevista estructurada tanto para el paciente
como para el acompañante. La PD-CFRS tiene una alta fiabilidad y consistencia
interna, y se correlaciona de forma altamente significativa con la parte cognitiva
(PD- Cognitive Rating Scale ), estableciéndose un punto de corte de 3 puntos o más
para la detección de deterioro funcional en el DCL-EP ( Kulisevsky et al., 2013 ).
Evaluación de síntomas psicológicos y conductuales
Los criterios de DCL-EP incluyen como criterios de exclusión patologías asociadas a
la EP (empeoramiento motor, ansiedad intensa, depresión, hipersomnia diurna,
psicosis) que, en opinión del clínico, supongan una influencia notable sobre la
valoración cognitiva. Habría que añadir la apatía o el síndrome apático, con una
influencia muy importante en la valoración de las funciones ejecutivas, siendo muy
útil la utilización de instrumentos validados en la EP, como la escala de apatía de
Lille. De la misma forma, habría que incluir la fatiga como síntoma que puede influir
de forma negativa y ralentizar el estudio cognitivo. Por otra parte, la importancia de
los trastornos psicológicos y conductuales en la EP es tal que síndromes de apatía,
depresión y/o ansiedad con frecuencia se presentan mucho antes que los síntomas
motores ( Szatmari et al., 2017 ). Por ello, es imprescindible, como proponen los
propios criterios de DCL-EP, realizar una evaluación neuropsiquiátrica rigurosa en
todos los pacientes con DCL-EP en particular, y con DCL/TNM en general. El juicio
clínico del experto debe ser el que determine si la depresión, la apatía o la fatiga son
comórbidas con los déficits cognitivos, o si, por el contrario, estos últimos son
secundarios a una disminución de la capacidad de esfuerzo y de motivación por parte
del paciente.
Incorporación de biomarcadores en los criterios de deterioro
cognitivo leve/trastorno neurocognitivo menor debido a
enfermedad de Parkinson
La Movement Disorder Society, en su conceptualización del DCL-EP, no recomendó
la inclusión de biomarcadores (niveles de α-sinucleína u otras proteínas en el LCR,
pruebas de neuroimagen) en el momento de la publicación de los criterios; no
obstante, son conscientes de que, como ha sucedido en la EA, estos se irán
incorporando progresivamente en revisiones sucesivas de los criterios del DCL/TNM
en la EP.
Trastorno neurocognitivo menor debido a enfermedad
cerebrovascular
Los trastornos cerebrales secundarios a EC son muy prevalentes y de gran
repercusión en múltiples áreas clínicas de la asistencia psicogeriátrica. A diferencia
de otras etiologías, la entidad «deterioro cognitivo leve secundario a enfermedad
cerebrovascular») (DCL-EC) se ha visto englobada en el cuadro nosológico más
amplio de «deterioro cognitivo vascular» (DCV), que abarca tanto a las formas leves
como a la demencia vascular ( Hachinski et al., 2006 ). En el cuadro 10-2 se describen
los criterios de DCV, dentro de los cuales se incluyen los de DCL-EC ( Gorelik
et al., 2011 ); son criterios muy similares a los del trastorno neurocognitivo vascular
menor del DSM-5.
CUADRO 10-2
Criterios diagnósticos de deterioro cognitivo vascular
Tomado de Gorelik et al., 2011.
El concepto de deterioro cognitivo vascular (DCV) se refiere a todas las formas de
déficit cognitivo de origen vascular que van del deterioro cognitivo leve a la
demencia. El diagnóstico debe basarse en pruebas cognitivas que impliquen un
mínimo de cuatro dominios cognitivos, incluidos las funciones ejecutivas/atención
compleja (incluida la velocidad de procesamiento de la información), la memoria, el
lenguaje y las funciones visuoespaciales.
La demencia vascular requiere el deterioro de las funciones cognitivas en al m enos
dos o más áreas o dominios cognitivos con suficiente gravedad para afectar las
actividades instrumentales de la vida diaria.
El deterioro cognitivo leve de origen vascular (DCL-EC) supone la afectación de uno
o varios de los anteriores dominios. Este deterioro debe ser: 1) adquirido (representa
una declinación de los niveles previos de funcionamiento y actuación teniendo en
cuenta la edad y el nivel educacional del paciente); 2) detectable (el deterioro se
diagnostica a través de la combinación de la historia brindada por el paciente o por
un informador fiable y el examen mental o neuropsicológico); 3) persistente durante
semanas o meses, y 4) constatado en un paciente con nivel de conciencia normal.
Además, debe estar preservada la independencia en las actividades funcionales de la
vida diaria, pudiendo existir problemas ligeros en tareas funcionales complejas que
acostumbraba a realizar (p. ej., demora o errores al manejar las fianzas, preparar la
comida, realizar compras, viajar), que son independientes de la presencia de algún
trastorno sensitivo-motor. La severidad de este deterioro en el funcionamiento social
u ocupacional es insuficiente para diagnosticar una demencia.
Se distingue entre:
• •
Probable diagnóstico de DCL-EC, cuando:
o –
Hay evidencia en las pruebas de neuroimagen de enfermedad
cerebrovascular y existen: a) una clara relación temporal entre los
déficits cognitivos con uno o más episodios o eventos de tipo
cerebrovascular, y b) una clara relación entre la gravedad y el perfil del
déficit cognitivo y la presencia de patología vascular subcortical difusa.
o –
No hay antecedentes de deterioro cognitivo gradual y progresivo
sugerente de una enfermedad neurodegenerativa.
• •
Posible diagnóstico de DCL-EC, cuando:
o –
Se cumplen los diagnósticos clínicos y el diagnóstico de neuroimagen
(p. ej., infartos silentes, enfermedad subcortical de pequeño vaso),
pero no se ha establecido una relación temporal entre el déficit
cognitivo y uno o más episodios cerebrovasculares.
o –
La información para el diagnóstico de DCL-EC es insuficiente (p. ej.,
los síntomas clínicos sugieren la presencia de enfermedad
cerebrovascular, pero no disponemos de estudios de neuroimagen).
o –
La gravedad de la afasia impide una evaluación cognitiva adecuada. No
obstante, en casos en los que haya evidencia de normalidad cognitiva
antes del ictus que causó la afasia, podría considerarse un probable
DCL-EC.
o –
Hay evidencia de otras enfermedades neurodegenerativas,
metabólicas, neoplasias activas o psiquiátricas, además de la
enfermedad cerebrovascular, que también pueden afectar a la
cognición.
• •
DCL-EC inestable: pacientes que cumplen los criterios de probable o posible
DCL-EC, en quienes los síntomas revierten a la normalidad.
El DCL-EC es mucho más prevalente que la demencia vascular entre los 65-84 años,
y su identificación es muy importante en la prevención y el tratamiento del deterioro
cognitivo en el anciano. No obstante, existen una serie de dificultades en el
diagnóstico del DCL-EC, entre las que destacan: 1) el deterioro cognitivo se va a
producir con frecuencia de forma subclínica mediante infartos «silen tes» y/o
lesiones en la sustancia blanca; 2) la heterogeneidad de la presentación clínica del
DCV, ya que no hay un patrón cognitivo característico, y 3) la frecuente presentación
como una disfunción ejecutiva, con las dificultades para la valoración que e sta
conlleva.
Categorías etiopatogénicas
Las categorías de lesiones vasculares asociadas con deterioro cognitivo
( O’Brien, 2006 ) se detallan en la tabla 10-4 .
Tabla 10-4
Clasificación de las lesiones vasculares asociadas con deterioro cognitivo y criterios de la
relación clínica-neuroimagen estática
Basado en O’Brien, 2006 , y Sachedv et al., 2014 .
Categoría Etiología y áreas afectadas Criterios de neuroimagen
Encefalopatía Múltiples infartos cerebrales Un único infarto puede ser suficiente para
multiinfarto clásica grandes por oclusión de producir un DCL vascular; si no se localiza en
arterias de calibre un área estratégica o es muy extenso, no
grande/mediano suele producir demencia
Infarto estratégico Tálamo, cabeza del núcleo Pueden producir tanto DCL vascular como
en área cortical o caudado y globus demencia vascular por infarto en área
subcortical pallidus, brazo anterior y/o estratégica
rodilla de la cápsula interna,
giro angular, córtex
frontocingular, área temporal
medial e hipocampo
Enfermedad La más común. Infartos Más de dos infartos lacunares que no estén
isquémica cerebrales lacunares y/o localizados en el tronco del encéfalo son
de pequeñas microinfartos en la sustancia considerados suficientes como para producir
arterias cerebrales blanca central y en estructuras un DCL vascular subcortical. La disfunción
(de «pequeño subcorticales, o cambios ejecutiva y/o el enlentecimiento en la
vaso») isquémicos difusos y extensos velocidad de procesamiento de la
en la sustancia blanca información son los déficits que configuran el
DCL/TNM leve de origen vascular subcortical
El diagnóstico de DCL vascular puede
realizarse en pacientes sin infartos lacunares
extensos solo cuando las lesiones
isquémicas de la sustancia blanca son muy
extensas
Encefalopatía Parada cardiorrespiratoria. —
hipóxico-isquémica Oclusión de la arteria
carotídea. Hipotensión arterial
grave
Enfermedad Rotura vascular hipertensiva, Las microhemorragias se observan como
cerebral HTA u otros trastornos áreas pequeñas de señal hipointensa en las
hemorrágica hemorrágicos, como la secuencias T2 de la RM y fundamentalmente
angiopatía amiloide cerebral
Categoría Etiología y áreas afectadas Criterios de neuroimagen
de las arterias comunicantes profundas
secundaria a HTA
Enfermedades Como el síndrome de —
vasculares CADASIL
hereditarias
Enfermedad Las tres primeras categorías —
cerebrovascular se entremezclan.
combinada Probablemente la más
frecuente
Demencia mixta EC y enfermedad de —
Alzheimer asociadas
Conclusiones
Los trastornos neurocognitivos menores tienen una gran relevancia clínica en la
psicogeriatría y son un área de conocimiento en constante evolución. En este último
sentido, podríamos inferir que muy probablemente con el avance de las
neurociencias el DCL/TNM tienda a desaparecer en las próximas décadas como
entidad o constructo clínico y prevalezcan las entidades clínico -biológicas que
permitan el diagnóstico en las etapas preclínicas de la enfermedad. Esta
aproximación será incuestionable cuando aparezcan tratamientos eficaces para las
enfermedades neurodegenerativas.
El DSM-5 no ha realizado grandes aportaciones a nivel conceptual, debido a que los
criterios diagnósticos del TNM son muy similares a los criterios internacionales de
consenso del DCL (v. tabla 10-2 ).
Sí que ha supuesto un avance, en nuestra opinión, en los siguientes aspectos (Stokin
et al., 2015):
• •
Hemos pasado de un diagnóstico algorítmico del DCL de los grupos de
consenso a proponer, tras diferenciar entre trastorno neurocognitivo mayor y
menor, un diagnóstico etiológico del TNM, apoyado, entre otros aspectos, en
las características clínicas asociadas y los marcadores diagnósticos.
• •
El DSM-5 permite la clasificación de pacientes jóvenes con déficits cognitivos
debidos a múltiples etiologías; muchas de ellas tienen un curso estático (p. ej.,
de origen traumático) e incluso reversible (p. ej., de causa autoinmune, tóxico,
infeccioso, metabólico). La investigación y la conceptualización del constructo
DCL se realizó en el contexto de poblaciones geriátricas, aunque la edad no
formaba parte de la definición del DCL.
Por el contrario, el DSM-5 ha sido cuestionado por no considerar las funciones
cognitivas como una estructura dimensional; es decir, por no establecer puntos de
corte entre trastorno neurocognitivo «mayor» y trastorno neurocognitivo «menor».
No obstante, las mayores críticas provienen de su visión centrada en el «paradigma
cognitivo», a pesar de que nos permite especificar la comorbilidad con síntomas
psicológicos y conductuales; es decir, con o sin «alteraciones del comportamiento».
Por otra parte, y al margen de cuestiones semánticas, el término alteraciones del
comportamiento no resulta el más apropiado para describir la riqueza
psicopatológica de las enfermedades cerebrales. En este sentido, para algunos
clínicos, la clasificación del TNM del DSM-5 ha supuesto una decepción, al no haber
incluido, como hemos referido anteriormente, el «trastorno conductual leve» como
un constructo clínico de similar rango que el TNM; en especial, para el diagnóstico
de las fases incipientes de la DFTvc.
También se han efectuado otras objeciones:
• •
Conceptualmente resultan un tanto confusos los criterios diagnósticos del
TNM debido a etiologías múltiples, respecto al concepto clásico de demencia
o DCL de etiología «mixta», debido a que, en especial en edades avanzadas,
las etiologías neurodegenerativas y vasculares tienden a solaparse en el
tiempo.
• •
Dentro de esta última categoría, se excluyen sorprendentemente los
trastornos cognitivos asociados a enfermedades mentales graves como la
esquizofrenia, el trastorno esquizoafectivo y bipolar o el trastorno obsesivo-
compulsivo grave, en los que puede sobrevenir un deterioro «neurocognitivo»
de otra etiología. El prefijo neuro- quiere poner el énfasis en la diferenciación
entre las lesiones «estructurales» y «funcionales» del cerebro, una dicotomía
que resulta cuestionable.
En definitiva, el DCL o TNM tiene un gran interés, entre otras razones, por las
constantes aportaciones científicas en esta área ( Petersen et al., 2014 ), en el campo
de las neurociencias en general y de la psicogeriatría en particular. Como hemos
intentado describir en este capítulo, consideramos que el abordaje multidisciplinar
es el más adecuado, tanto en los aspectos diagnósticos como en la prevención y el
tratamiento integral, intentando no establecer un dualismo cognición/emoción que
no favorece la comprensión adecuada de los problemas que experimentan los
pacientes aquejados de estas entidades clínicas.
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CAPÍTULO 11
• ▪
El trastorno neurocognitivo mayor (TNM), o demencia, constituye una de las
entidades clínicas con mayor interés para el clínico y la sociedad en general,
dado el envejecimiento de la población y su consiguiente alta tasa de
prevalencia, su gravedad y la falta de una terapia efectiva en el momento
actual.
• ▪
La definición de demencia ha conocido en los últimos años un cambio de
paradigma, una de cuyas consecuencias es la introducción del
término trastorno neurocognitivo mayor en el DSM-5, de forma que en la
actualidad se reconoce de forma creciente la importancia de los
biomarcadores y la existencia de fases preclínicas, prodrómicas o de
síntomas leves (trastorno neurocognitivo menor) en la mayoría de los TNM
de tipo degenerativo, como el causado por la enfermedad de Alzheimer (EA).
• ▪
La EA es la causa más importante de TNM. Actualmente, su diagnóstico se ve
favorecido por una serie de avances de gran relevancia, especialmente los
biomarcadores. Sin embargo, estos avances no se corresponden todavía
con progresos en la terapéutica, pese a la ingente cantidad de esfuerzos
invertidos, sobre todo en el campo de la inmunoterapia antiamiloide.
Introducción
El término demencia —del latín de-mentis; es decir, «fuera (del control) de la
mente»— se ha venido usando desde comienzos del siglo xx para designar un
síndrome de tipo adquirido caracterizado por la presencia de un declive generalizado
de las funciones intelectuales (especialmente de la memoria), en ausencia de
deterioro del nivel de conciencia, y debido, sobre todo, a la presencia de enfermedad
neurodegenerativa; el prototipo de esta se ha considerado la enfermedad de
Alzheimer (EA).
Sin embargo, en 2013, la quinta edición del Manual diagnóstico y estadístico de los
trastornos mentales (DSM-5) de la Asociación Americana de Psiquiatría (APA)
introdujo el término trastorno neurocognitivo mayor (TNM) para reemplazar el
antiguo término demencia, junto con una serie cambios conceptuales (APA, 2013).
Con ello, pretendía resolver una serie de problemas que se habían detectado a lo
largo de los años asociados al antiguo concepto de demencia, que prácticamente no
se había modificado desde el DSM-III de 1980 o la Clasificación Internacional de
Enfermedades (CIE-10; OMS, 1992). Entre ellos, destacaba el carácter predominante
que se asignaba en el diagnóstico al déficit de memoria, lo que resultaba adecuado
para la EA, pero no para el resto de las enfermedades o procesos patológicos
causantes de demencia. En el DSM-5, el deterioro en cualquier área cognitiva, como,
por ejemplo, las funciones ejecutivas, es suficiente. Otro cambio relevante es la
distinción entre trastorno neurocognitivo «mayor» y «menor», ya que el DSM-5
estableció claramente que ambas entidades existen a lo largo de un continuum, y que,
por lo tanto, puede establecerse la presencia de una entidad patológica, como, por
ejemplo, la EA, con anterioridad a que se haya alcanzado el umbral clínico de
presencia de demencia. Estos cambios se alineaban perfectamente con los
introducidos a su vez en 2011 por el National Institute of Aging y la Alzheimer’s
Association (NIA-AA) norteamericanos ( McKhann et al., 2011 ), revisando los
anteriores criterios del National Institute of Neurologic, Communicative Diseases
and Stroke y de la Alzheimer’s Disease and Related Disorders Association (NINCDS-
ADRDA) de diagnóstico de la EA ( McKhann et al., 1984 ). En esencia, los criterios
NIA-AA reconocen una fase preclínica de la EA, que se puede diagnosticar mediante
el empleo de biomarcadores.
Como puede apreciarse, en este manual se ha optado por separar los trastornos
neurocognitivos mayores y menores en los capítulos 10 a 13 , aunque se refieran a la
misma entidad patológica. Se aconseja, por lo tanto, una lectura sucesiva o
alternante de los tres capítulos para obtener la visión completa de este tema. En el
presente capítulo, utilizaremos los términos demencia y trastorno neurocognitivo
mayor de forma indistinta.
Concepto de trastorno neurocognitivo mayor
La demencia, o TNM, se define en la actualidad como un síndrome caracterizado por
la presencia de afectación de una (o generalmente más) áreas de funcionamiento
cognitivo, mantenida en el tiempo, de tal intensidad que interfiere de forma
significativa en la independencia a la hora de realizar las actividades de la vida diaria,
de tipo social, ocupacional o laboral. El deterioro debe suponer un declive a partir de
un funcionamiento cognitivo previo mejor, y debe objetivarse mediante la historia
clínica corroborada con informadores y la evaluación directa de la persona afectada.
Asimismo, el deterioro no debe aparecer exclusivamente en el curso de un delirium
u otra enfermedad mental (APA, 2013) ( cuadro 11-1 ).
CUADRO 11-1
Criterios de diagnóstico en el DSM-5 para el trastorno neurocognitivo mayor
• A.
Evidencias de un declive cognitivo significativo comparado con el nivel previo
de rendimiento en uno o más dominios cognitivos (atención compleja,
función ejecutiva, aprendizaje y memoria, lenguaje, habilidad perceptual
motora o cognición social) basadas en:
o 1.
Preocupación en el propio individuo, en un informante que le conoce
o en el clínico, porque ha habido un declive significativo en una función
cognitiva y
o 2.
Un deterioro sustancial del rendimiento cognitivo, preferentemente
documentado por un test neuropsicológico estandarizado o, en su
defecto, por otra evaluación clínica cuantitativa.
• B.
Los déficits cognitivos interfieren en la autonomía del individuo en las
actividades cotidianas (es decir, por lo menos necesita asistencia con las
actividades instrumentales complejas de la vida diaria, como pagar facturas o
cumplir los tratamientos).
• C.
Los déficits cognitivos no ocurren exclusivamente en el contexto de un
delirium.
• D.
Los déficits cognitivos no se explican mejor por otro trastorno mental (p. ej.,
trastorno depresivo mayor, esquizofrenia).
Una vez que se ha diagnosticado la presencia de TNM, el reto para el clínico consiste
en averiguar cuál es la enfermedad causante del mismo. El DSM-5 también
proporciona una serie de criterios de diagnóstico de estas entidades a lo largo del
ciclo vital, aunque nosotros nos ceñiremos a las causas de demencia más frecuentes
en las personas mayores ( cuadro 11-2 ). Una clasificación etiológica habitual consiste
en dividir las demencias en «neurodegenerativas» y «no degenerativas» ( cuadro 11-
3 ) y, a su vez, subdividirlas según la región cerebral predominantemente afectada,
lo que nos permite hablar de «demencia cortical» o «subcortical» ( cuadro 11-4 ).
CUADRO 11-2
Subtipos de trastornos neurocognitivos según el DSM-5
Enfermedad de Alzheimer
Enfermedad vascular
Degeneración del lóbulo frontotemporal
Traumatismo cerebral
Enfermedad por cuerpos de Lewy
Enfermedad de Parkinson
Infección por VIH
Intoxicación por sustancias o medicamentos
Enfermedad de Huntington
Enfermedad por priones
Debido a otra afección médica
Debido a etiologías múltiples
CUADRO 11-3
Clasificación de las demencias
Neurodegenerativas
Enfermedad de Alzheimer
Enfermedad de Parkinson, demencia con cuerpos de Lewy
Demencia frontotemporal
Trastornos del movimiento no parkinsonianos (enfermedad de Huntington,
enfermedad de Wilson)
Atrofia sistémica múltiple
Enfermedad de neurona motora (esclerosis lateral amiotrófica, esclerosis late ral
primaria)
Encefalopatía alcohólica
Encefalopatía traumática crónica (demencia pugilística)
Demencia asociada a esclerosis múltiple
Enfermedades priónicas (enfermedad de Creutzfeldt-Jakob, insomnio familiar fatal)
No neurodegenerativas
Hidrocefalia normotensiva
Trastornos psiquiátricos (p. ej., esquizofrenia, trastorno bipolar, depresión) *
* No se refiere a las llamadas seudodemencias —trastornos psiquiátricos que mimetizan una
demencia— sino a estados avanzados de enfermedades mentales con grave deterioro
cognitivo.
Tóxicas (p. ej., arsénico, plomo, pesticidas)
Trastornos metabólicos (p. ej., hipotiroidismo, uremia crónica, malnutrición,
síndrome de Cushing)
Infecciones (sífilis, demencia asociada al virus de la inmunodeficiencia humana
[VIH])
Demencia vascular (p. ej., demencia multiinfarto, enfermedad de pequeño vaso,
hematoma subdural crónico)
Oncológicas (tumor cerebral, paraneoplasias)
Vasculitis (vasculitis cerebral primaria, lupus eritematoso sistémico [LES],
enfermedad de Behçet)
Déficit de vitaminas (B 12 , tiamina, niacina, ácido fólico)
Enfermedades autoinmunes (encefalitis límbica, encefalopatía de Hashimoto,
encefalopatía asociada al canal de potasio)
CUADRO 11-4
Clasificación de las demencias según el área cerebral predominantemente afectada
Corticales
Enfermedad de Alzheimer
Demencia frontotemporal
Demencia cortical posterior
Apraxia progresiva primaria
Subcorticales
Demencia vascular
Enfermedad de Parkinson
Enfermedad de Huntington
Enfermedad de Wilson
Parálisis supranuclear progresiva
Atrofia multisistémica
Esclerosis múltiple
Hidrocefalia
Corticosubcorticales
Demencia con cuerpos de Lewy
Enfermedad de Creutzfeldt-Jakob
Degeneración corticobasal
Las demencias corticales suelen presentar un cuadro clínico de tipo temporoparietal
(como la EA) o de tipo frontotemporal (como la demencia frontotemporal [DFT]),
aunque pueden darse formas solapadas. Se caracterizan por presentar alteraciones
de memoria, alteraciones precoces del leguaje, agnosia, apraxia y alteración de las
funciones ejecutivas y del comportamiento más tardías. En general, las personas
afectadas tienen buen aspecto y no presentan signos motores. Dentro de la forma
frontotemporal, típicamente están preservadas, en principio, la memoria, la
orientación y las praxias, mientras que son prominentes los trastornos del
comportamiento (p. ej., descuido de los hábitos, desinhibición, hiperoralidad,
tendencia a la perseveración), así como el cambio de personalidad, con apatía y falta
de motivación. El prototipo de este síndrome sería la DFT. En cambio, la forma
temporoparietal, representada por la EA, se caracteriza por un trastorno precoz de
la memoria, por desorientación y por un síndrome afasoapraxoagnósico. La relativa
rareza de los síndromes frontales en el paciente anciano, ya que la mayoría tienen un
inicio presenil, hace que, al hablar de síndrome cortical en la vejez, se piense sobre
todo en la EA.
Las demencias subcorticales afectan principalmente al tálamo, los ganglios basales,
la región superior del tronco del encéfalo y sus proyecciones frontales. El síntoma
común más frecuente es el enlentecimiento del funcionamiento cerebral (p. ej.,
pensamiento, respuesta motora, lenguaje), junto con la afectación del sistema
extrapiramidal, con los síntomas motores correspondientes. Las enfermedades que
con más frecuencia dan lugar a una demencia subcortical son la enfermedad de
Parkinson, la enfermedad de Huntington, la enfermedad de Binswanger y la parálisis
supranuclear progresiva. Son comunes las manifestaciones psicopatológicas, como
apatía y desinterés generalizado, o la depresión. Las alteraciones de memoria
consisten, sobre todo, en una dificultad para recuperar la información almacenada,
mientras que se mantiene más tiempo la capacidad de aprender nueva información.
En cambio, hay una práctica ausencia de afasia, apraxia o agnosia.
Hay que señalar, sin embargo, que las clasificaciones suponen una simplificación,
dado que, en la práctica clínica, la tipología mixta y la heterogeneidad sintomática
son habituales.
Epidemiología. Factores de riesgo y protección
El aumento de la población anciana, debido al aumento de la esperanza de vida, es
una característica de todas las sociedades humanas en el siglo xxi . Una de sus
consecuencias es el incremento de la tasa de demencia, dado que la edad avanzada
es el factor de riesgo más importante para la aparición de este síndrome. El impacto
social de las demencias —debido a los costes de salud y cuidados, y a la sobrecarga
de los cuidadores— constituye un reto creciente que no ha sido reconocido ni
abordado adecuadamente hasta la fecha.
En cuanto a las cifras globales, se estima que en 2015 el número total de personas
que padecían alguna forma de demencia era de 46,8 millones, y que en 2050
alcanzará los 131,5 millones (ADI, 2016). Por lo que respecta a los datos de
prevalencia, la estimación en los países desarrollados es del 5-10% de la población
de edad igual o superior a 65 años, con una mayor proporción de mujeres afectadas,
debido, en gran medida, a su esperanza de vida más alta. La prevalencia se dobla
cada 5 años a partir de los 65 años, de manera que más de la mitad de las personas
de 90 años está afectada. En cuanto a la incidencia, la cifra crece rápidamente entre
los 65 y los 85 años, y luego sigue aumentando, pero a un ritmo menor. Los datos
específicos son del 0,1% a los 60-64 años y del 8,6% a los 95 años ( Fratiglioni
et al., 1999 ). A nivel global, existen datos de que la incidencia puede estar
decreciendo en los países desarrollados, en relación, aparentemente, con una mejora
de los factores de riesgo, especialmente de tipo cardiovascular.
La posibilidad de detectar la presencia de patología de tipo Alzheimer o
cerebrovascular en fase preclínica mediante el empleo de biomarcadores (p. ej., de
neuroimagen) ha aumentado el interés por los factores de riesgo y l a protección
frente a las demencias. Por lo que respecta a factores de riesgo, la edad es el más
importante, aunque puede atenuarse por el nivel educativo y la presencia de un
trabajo cognitivamente estimulante a lo largo de la vida. Los factores genéticos
tienen una importancia limitada; hay escasas formas de demencia que estén
causadas por genes de tipo autosómico dominante. No obstante, la presencia del
alelo ɛ4 de la apolipoproteína E (APOE) en el cromosoma 19 aumenta el riesgo de
padecer EA y, en menor medida, otras demencias (p. ej., demencia vascular, o
demencia con cuerpos de Lewy, o enfermedad de Parkinson). En cambio, el alelo ɛ2
parece tener un efecto protector ( Hugo y Ganguli, 2014 ).
Por otra parte, cada vez se da más importancia a los factores de riesgo de tipo
cardiovascular en las edades medias de la vida (p. ej., enfermedad cardíaca,
hipertensión, diabetes, obesidad, hipercolesterolemia, accidente cerebrovascular),
por su papel, no solo en la demencia vascular sino también en las demencias
neurodegenerativas, especialmente en la EA ( Tolppanen et al., 2012 ). Otros
factores somáticos asociados al aumento del riesgo de demencia son los
traumatismos craneoencefálicos, bien de forma aguda o crónica (encefalopatía
traumática crónica, antes conocida como demencia pugilística ); la apnea del sueño y
la presencia de marcadores inflamatorios en sangre. En cuanto a factores de riesgo
de tipo ambiental, el consumo de alcohol y de tabaco se asocian a un aumento del
riesgo de demencia, aunque en este último caso existen resultados controvertidos,
probablemente relacionados con el efecto protector por estimulación colinérgica en
ciertos tipos de demencia, como la asociada a la enfermedad de Parkinson ( Hugo y
Ganguli, 2014 ).
También se ha establecido un aumento de riesgo de demencia asociado a la presencia
de trastornos psiquiátricos, como depresión, ansiedad o trastorno por estrés
postraumático. Los trastornos mentales graves, como la esquizofrenia o el trastorno
bipolar, también aumentan el riesgo de demencia, aunque todavía no se ha
esclarecido si existe una forma de demencia específica asociada a estos trastornos.
La relación entre enfermedad mental y demencia es compleja, dado que la presencia
de alteraciones psicopatológicas o del comportamiento también puede constituir
una manifestación precoz de las demencias ( Regan, 2016 ).
Los factores de protección son tan importantes como los de riesgo. El nivel educativo
elevado, el bilingüismo, el trabajo y las aficiones estimulantes desde el punto de vista
cognitivo se han asociado a un menor riesgo de demencia, al igual que la
participación en redes sociales amplias, evitando el aislamiento y la soledad.
También se han apreciado efectos favorables con la adherencia a la llamada dieta
mediterránea —consumo elevado de vegetales, frutas, legumbres, aceite de oliva y
pescado, y consumo moderado de alcohol— y con la práctica del ejercicio físico
aeróbico ( Livingston et al., 2017 ). No obstante, los expertos todavía no han
encontrado un nivel de evidencia suficiente como para recomendar una educación
sistemática de la población en la adopción de estrategias preventivas. Los estudios
sobre prevención de demencia con agentes farmacológicos como inhibidores de la
colinesterasa, antiinflamatorios, hipolipemiantes o estrógenos no han arrojado
ningún resultado positivo concluyente.
Evaluación y diagnóstico
La evaluación del TNM debe incluir una serie de pasos, desde la sospecha de
deterioro cognitivo hasta el diagnóstico de la presencia de demencia, y una
aproximación etiológica lo más exacta posible. Se establecen, por lo general, las
siguientes fases: 1) historia clínica detallada, con la colaboración de un familiar o un
informante cercano; 2) exploración médica, neurológica y psicopatológica; 3)
pruebas específicas para detectar anomalías metabólicas o fisiológicas, incluida la
determinación de biomarcadores, y estudio neuropsicológico detallado 1
1 Las pruebas analíticas rutinarias incluyen analítica básica plasmática, pruebas tiroideas y
vitaminas D y B 12 . En casos especiales, puede solicitarse serología de lúes, virus de la
inmunodeficiencia humana (VIH), anticuerpos antinucleares o detección de metales
pesados. La solicitud de biomarcadores se comentará en cada tipo de TNM.
; 4) realización de una prueba de neuroimagen, preferiblemente una resonancia magnética
(RM) cerebral, y 5) valoración de la repercusión funcional, familiar y social. Este proceso
debe ser complementado con una valoración de las necesidades de apoyo del paciente,
teniendo en cuenta la disponibilidad de recursos, así como las necesidades de los cuidadores.
La entrevista clínica debe ajustarse a las características generales de l a exploración
psiquiátrica geriátrica, como se explica en el capítulo correspondiente de este
manual. Generalmente, el síntoma más relevante es la pérdida de memoria u otras
manifestaciones de afectación cognitiva. Con frecuencia, el paciente tiene una
actitud de negación de los síntomas, por lo que la colaboración de un familiar es muy
relevante; sin embargo, en casos leves, el paciente puede mostrar más preocupación
que los familiares. Otras veces el inicio del cuadro se ve marcado por un episodio de
delirium, o la presencia de síntomas psiquiátricos o del comportamiento. La
exploración debe poner de manifiesto alteraciones en el funcionamiento cognitivo
que afecten al funcionamiento cotidiano. El DSM-5 explicita una serie de áreas
cognitivas que pueden servir como orientación para el clínico. A la hora de
explorarlas, es importante combinar adecuadamente la información procedente de
la observación in situ del paciente y de la historia clínica, bien a través del propio
sujeto o bien de informantes ( tabla 11-1 ).
Tabla 11-1
Áreas importantes que deben evaluarse en la exploración cognitiva
Área cognitiva Sugerencias para la exploración
Nivel de Exploración: respuesta a la estimulación verbal
conciencia *
Atención Exploración: no se centra en la exploración
Historia: se distrae fácilmente, especialmente si hay interferencias; tarda
más de lo necesario; las tareas deben simplificarse; dificultad para retener
la información para una tarea inmediata (p. ej., llamar por teléfono)
Funciones Exploración: fallos en tareas múltiples simultáneas; interpretación de
ejecutivas refranes; similitudes e inhibición de respuestas automáticas
Historia: dificultad en la organización y la planificación de tareas para
alcanzar una meta (p. ej., hacer la compra o la comida)
Memoria y Exploración: dificultad para aprender nueva información y recordarla, como
aprendizaje listas de palabras
Historia: se repite con frecuencia; pierde cosas; olvida el curso de acción;
depende en exceso de listas y recordatorios
Lenguaje Exploración: problemas para entender y seguir una orden complicada o leer
una frase; pérdida de fluidez verbal
Área cognitiva Sugerencias para la exploración
Historia: no encuentra las palabras; comete errores gramaticales; usa
frases hechas; equivoca las palabras; dificultad para entender a otros
Capacidad Exploración: dificultad para interpretar una escena compleja o para copiar
visuoespacial figuras
Historia: se pierde en lugares conocidos; mayor empleo de mapas; no
maneja herramientas o aparatos conocidos
Cognición social Exploración: capacidad de reconocer e interpretar correctamente claves
sociales durante la entrevista
Historia: desinhibición o apatía; pérdida de empatía; conducta inapropiada;
falta de juicio
* El nivel de conciencia debe estar intacto para poder rendir en otras tareas. Su
afectación sugiere la presencia de un cuadro de delirium.
Es común afirmar que los cambios en la personalidad son uno de los síntomas
precoces del TNM, y así lo informan generalmente los familiares. No obstante, es
frecuente que se refieran a síntomas cognitivos, por lo que es necesario comprobar
que se trata realmente de una desviación en actitudes y comportamientos del
carácter previo. La presencia de cualquier tipo de sintomatología psiquiátrica —
depresión, ideas delirantes, alucinaciones, rituales, desinhibición, etc.— de nuevo
inicio en personas mayores puede constituir la forma de inicio de una demencia. En
cuanto a la exploración neurológica, la aparición de mioclonías es poco frecuente en
la DFT, mientras que los reflejos primitivos son comunes. La detección de síntomas
motores extrapiramidales orienta hacia la presencia de una demencia en la
enfermedad de Parkinson o con cuerpos de Lewy.
Resulta de gran interés determinar la rapidez de aparición de los síntomas y el tipo
de progresión. La demencia vascular tiene con frecuencia un inicio más brusco y un
curso escalonado, mientras que las demencias degenerativas tienen un inicio
insidioso y un curso lentamente progresivo a lo largo de años.
En cuanto al empleo de instrumentos de evaluación, es recomendable sobre todo
realizar pruebas neuropsicológicas que permitan valorar el ritmo de progresión. Las
pruebas más utilizadas son el miniexamen cognitivo ( Folstein et al., 1975 ), el test
MoCA ( Nasreddine et al., 2005 ) y el Mini-Cog ( Borson et al., 2000 ), como pruebas
de cribado, y los test ADAS-Cog ( Rosen et al., 1984 ) y CAMCOG ( Roth et al., 1986 )
como pruebas más extensas. Es muy importante interpretar el resultado de est as
pruebas teniendo en cuenta los datos normativos para edad, nivel educativo y
lenguaje. También puede resultar de interés emplear una escala para valorar el
estado evolutivo de la demencia, de las que la más utilizada es la Global Deterioration
Scale (GDS; Reisberg et al., 1982 ), o para objetivar la presencia de síntomas
psiquiátricos, mediante el inventario neuropsiquiátrico ( Cummings et al., 1994 ).
Todos estos instrumentos disponen de excelentes versiones en castellano.
El diagnóstico diferencial del TNM incluye una serie de entidades ( tabla 11-2 ), entre
las que destacan, por su importancia, el envejecimiento normal, la depresión y el
delirium. Sin embargo, hay que tener en cuenta que, en numerosas ocasiones,
pueden coexistir varios trastornos que afecten al funcionamiento cognitivo
simultáneamente.
Tabla 11-2
Diagnóstico diferencial del trastorno neurocognitivo mayor
Entidad Rasgo diferenciador característico
Envejecimiento normal No hay déficit funcional cognitivo
Discapacidad intelectual Déficit cognitivo desde el nacimiento
Delirium Alteración del nivel de conciencia
Trastorno neurocognitivo menor Intensidad y repercusión de las alteraciones
cognitivas y funcionales
Depresión Intensidad del cuadro afectivo
Trastornos psicóticos Historia clínica
Trastornos conversivos y facticios Cuadro clínico e historia clínica
Uso de tóxicos Cuadro clínico
Figura 11-1
Historia natural de la enfermedad de Alzheimer.
TN: trastorno neurocognitivo.
El factor de riesgo más específico es la presencia de mutaciones autosómicas
dominantes en los genes que codifican la proteína precursora del amiloide (PPA;
cromosoma 21), la presenilina 1 (cromosoma 14) y la presenilina 2 (cromosoma 1),
que dan lugar a formas raras (menos del 5% del total de los casos) de EA familiar
precoz. Por otra parte, las personas con síndrome de Down o trisomía del
cromosoma 21 desarrollan indefectiblemente la EA, aunque con una edad de
manifestación muy variable. Dada la rareza de este tipo de alteraciones, la presencia
del alelo 4 de la lipoproteína APOE es el factor de riesgo genético más importante
para la EA. Los sujetos homocigotos para APOE4 tienen u n riesgo de padecer EA de
más del 50%, y los heterocigotos para APOE3 y APOE4 del 20-30%, comparados con
el 11% para hombres y el 14% para mujeres en general, con independencia de su
genotipo APOE. La APOE2 se asocia con el menor riesgo de padecer EA e, in cluso,
puede tener un efecto protector ( Scheltens et al., 2016 ). Por otra parte, los estudios
sobre el conjunto del genoma han puesto de manifiesto la existencia de al menos 20
polimorfismos genéticos participantes en menor grado en la proclividad a pade cer
EA, con mecanismos de acción variados (p. ej., de tipo inmune, inflamatorio,
metabolismo de lípidos o colesterol, reciclado de vesículas endosomales) que
probablemente interaccionan con la fisiopatología básica de la enfermedad. Entre
ellos, destaca una rara variante en el gen TREM2 (p.R47H), que codifica un receptor
de la microglía implicado en el aclaramiento del amiloide, que parece otorgar un
riesgo mayor ( Karch y Goate, 2015 ).
Otros factores de riesgo son el sexo femenino, los problemas cardiovasculares
(obesidad, hipertensión arterial, hipercolesterolemia), el nivel educativo bajo, la
enfermedad cerebrovascular, el tabaquismo, la inactividad física y mental, los
trastornos psiquiátricos como ansiedad o depresión, la presencia de traumatismos
craneales y los déficits alimentarios ( fig. 11-2 ). La amplia información existente
sobre estos factores todavía no se ha traducido en el desarrollo de programas
preventivos consensuados.
Figura 11-2
Factores de riesgo de la enfermedad de Alzheimer.
HTA: hipertensión arterial.
Etiología
La EA causa una atrofia cerebral progresiva, apreciable fácilmente en el examen
macroscópico. Afecta especialmente al lóbulo temporal medial y a la corteza
asociativa de los lóbulos temporales, parietales y frontales, mientras que la corteza
primaria y las estructuras subcorticales están más preservadas. El cerebelo y el
tronco cerebral, contrastando con el resto del cerebro, están conservados a nivel
macroscópico. La atrofia suele ser bilateral, difusa y generalmente simétrica, y en
ocasiones puede ser difícil diferenciarla de la que causa el envejecimiento. Las
lesiones son similares en las formas hereditarias más juveniles y en los casos
esporádicos. La atrofia comienza y predomina en regiones mesiales temporales y
luego afecta a otras zonas del neocórtex, preferentemente temporoparietal y frontal.
La atrofia del lóbulo temporal es la primera en aparecer, y se relaciona directamente
con el grado de demencia. Se aprecia, asimismo, un aumento de la profundidad de
los surcos cerebrales, dilatación del sistema ventricular y disminución del peso
cerebral. Existe una atrofia marcada a nivel del hipocampo, la amígdala y los lóbulos
frontales y parietales, aunque estos últimos se ven afectados después de la atrofia del
lóbulo temporal.
El diagnóstico histopatológico de la EA se basa, de acuerdo con la descripción clásica
de Alois Alzheimer, en la existencia de dos lesiones elementales características:
degeneración neurofibrilar y placas seniles ( fig. 11-3 ). Asimismo, en la EA aparecen
otras lesiones, como angiopatía amiloide, degeneración granulovacuolar, cuerpos de
Hirano, pérdida de neuronas y sinapsis y cuerpos de Lewy. No obstante, estas
lesiones pueden aparecer en distintas enfermedades neurodegenerativas e, incluso,
en el envejecimiento normal.
Figura 11-3
Lesiones anatomopatológicas en la enfermedad de Alzheimer.
A. Aspecto general de la corteza, con numerosas placas seniles. B. Degeneración
neurofibrilar. C. Placa senil neurítica.
La muerte celular en la EA afecta específicamente a poblaciones neuronales del
tronco cerebral ( locus coeruleus, núcleos del rafe), los núcleos basales (núcleo de
Meynert), el hipocampo y el córtex asociativo temporoparietal y frontal. La aparición
de alteraciones neurofibrilares, que se correlaciona con las alteraciones clínicas,
comenzaría en la región transentorrina del lóbulo temporal medial, extendiéndose
posteriormente a la corteza entorrina, al hipocampo y al neocórtex. Ello permite
establecer seis estadios evolutivos: estadios I y II, o transentorrinales (clínicamente
silentes); estadios III y IV, o límbicos (síntomas iniciales), y estadios V y VI, o
neocorticales, con el síndrome clínico completo ( Braak y Braak, 1997 ). La
afectación puede ser simétrica en ambos hemisferios o predominar en alguno de
ellos.
Lógicamente, la disfunción y la posterior muerte neuronal en distintas áreas se
traduce en la alteración de diferentes sistemas neurobiológicos. La afectación
del locus coeruleus y en los núcleos del rafe da lugar a déficits en noradrenalina y
serotonina, respectivamente. La del núcleo basal de Meynert produce un déficit en
la función colinérgica. En cambio, el sistema dopaminérgico permanece
relativamente intacto. Los tres sistemas tienen la particularidad de proyectarse
ampliamente en el neocórtex. En concreto, el sistema colinérgico se proyecta hacia
el hipotálamo y el lóbulo temporal medial, y está involucrado en los procesos de
memoria y nuevo aprendizaje. Las neuronas del núcleo de Meynert sintetizan
colinoacetiltransferasa que, transportada a lo largo de los axones, participa, a su vez,
en la síntesis de acetilcolina, que se libera a la sinapsis. La alteración de estas
neuronas produce una reducción del 80-90% de la actividad colinérgica en las
regiones corticales afectadas, y una disminución de igual calibre en los receptores
nicotínicos postsinápticos. Los receptores muscarínicos, en cambio, se mantienen
relativamente preservados. También hay que mencionar la afectación de las vías
glutamatérgicas, el neurotransmisor más importante en las vías de asociación
corticocorticales y en las vías hipocámpicas principales, e implicado en los procesos
de formación de la memoria. Existen evidencias de que estas vías se encuentran
afectadas de forma relativamente precoz en la EA ( Kumar et al., 2018 ).
En las últimas décadas, la hipótesis etiológica dominante ha sido la
denominada hipótesis amiloide, que atribuye la enfermedad al depósito cerebral
excesivo de la proteína β-amiloide (Aβ) en las placas neuríticas, junto con la
aparición de ovillos neurofibrilares de τ. La Aβ procede de una proteína de mayor
tamaño, la PPA, una glucoproteína presente en la membrana celular y ampliamente
difundida en el organismo, cuyo gen se encuentra en el brazo largo del cromosoma
21. Fue identificada por primera vez en 1987. Existen tres isoformas de la proteína:
PPA695, PPA751 y PPA770. La primera de ellas es la más frecuente en el cerebro. La
secuencia de aminoácidos de la PPA es característica de las proteínas de membrana
con una porción extracelular. La PPA es metabolizada a través de diferentes vías
proteolíticas. La ruta más frecuente, mediada por α-secretasas, conduce a la
formación de péptidos derivados de la PPA solubles (PPAs), que poseen una serie de
funciones reparadoras y promotoras del desarrollo celular. En cambio, la Aβ es un
péptido de 39-43 aminoácidos que resulta de la rotura de la PPA, realizada por β- y
γ-secretasas, con conocidas propiedades neurotóxicas, y que tiende a formar
agregados fibrilares insolubles creando placas de amiloide a través de un proceso de
polimerización y condensación en núcleos. Diversos estudios avalan que los
oligómeros solubles de Aβ se encuentran en equilibrio dinámico con los depósitos
fibrilares insolubles y que pueden unirse a diversos componentes de membranas
plasmáticas neuronales u otras estirpes celulares (p. ej., vasculares) para inducir
formas complejas de disfunción sináptica y desorganización del funcionamiento de
la red neuronal, a través de mecanismos que pueden incluir una alteración de la
respuesta inmune/inflamatoria, la desregulación de los canales de calcio (elevación
de los niveles de calcio intracelulares) o la acumulación de elementos oxidantes
( Mucke y Selkoe, 2012 ).
La prueba principal de la capacidad patógena de Aβ radica en las formas precoces
debidas a mutaciones (APP, PSN1, PSN2), en las que se encuentra una producción
excesiva de la misma. Anteriormente se creía que las mutaciones en las presenilinas
conducían a una producción excesiva de Aβ42, pero hoy se les atribuye la producción
de péptidos más largos e insolubles, como Aβ43. La presencia de τ hiperfosforilada
es también una de las características de la EA y resulta crucial para las
manifestaciones clínicas del TNM-EA, que incluso se correlacionan mejor con la
presencia de ovillos que de placas, pero cada vez existen más datos que sugieren que
la taupatía ocurre de forma secundaria a la polimerización de Aβ. Por ejemplo, las
mutaciones del gen de la τ causan DFT, con presencia de ovillos neurofibrilares pero
sin placas neuríticas, lo que indica, por una parte, la capacidad de τ de inducir
neurodegeneración y, por otra, que debe de existir una relación entre los
mecanismos patológicos de Aβ y τ todavía no bien esclarecida ( Small y Duff, 2008 ).
Existen datos de que las conformaciones anómalas de Aβ y/o τ tienen capacidad de
inducir anomalías en péptidos normales, contribuyendo a la propagación de la
enfermedad por el cerebro mediante un proceso de «sembrado», de forma análoga
a lo que ocurre en las enfermedades priónicas ( Sowade y Jahn, 2017 ).
La EA esporádica o tardía se interpretaba habitualmente como una disminución de
la capacidad de eliminación de Aβ, pero en este momento las teorías que abogan por
una multicausalidad han ganado fuerza, a causa del fracaso de los ensayos clínicos
basados en la hipótesis de la eliminación disminuida de Aβ. Por ejemplo, la APOE4
tiene varios efectos en la EA; interfiere en el aclaramiento de Aβ y promueve la
fosforilación de τ, pero también se metaboliza en péptidos neurotóxicos, capaces por
sí mismos de inducir neurodegeneración, al menos en modelos animales. Otros
mecanismos implicados son el aumento del estrés oxidativo y los subprocesos
asociados (disfunción mitocondrial, respuesta inflamatoria, acúmulo de proteínas
anómalas), y alteraciones inmunológicas (v. capítulo 1 ). La disfunción vascular
también está implicada de forma precoz en la modulación de la diseminación de tipo
priónica y en el aclaramiento de proteínas anómalas, permitiendo así la expresión de
la patología de tipo Alzheimer, como ya pusiera de relieve el famoso «estudio de las
monjas» ( Snowdon et al., 1997 ). En consonancia, los marcadores vasculares están
alterados de forma precoz en la EA y permiten efectuar modelos de progresión
verosímiles. La interacción entre los factores vasculares y otros mecanismos
patológicos puede estudiarse adecuadamente en entidades como la arteriopatía
cerebral autosómico-dominante con infartos subcorticales y leucoencefalopatía
(CADASIL, Cerebral Autosomal-Dominant Arteriopathy with Subcortical Infarcts and
Leukoencephalopathy ). Basándose en la ingente cantidad de datos acumulados,
algunos autores propugnan ya la elaboración de modelos computarizado s de
enfermedad individualizados, teniendo en cuenta la totalidad de agentes implicados,
y prescindir del énfasis tradicional en la clínica ( Iturria-Medina et al., 2017 ).
Diagnóstico
Entre los criterios para el diagnóstico de TNM en la EA según el DSM-5 se incluye la
presencia de deterioro significativo acompañado de déficit funcional en al menos dos
áreas cognitivas, una de las cuales debe ser la memoria/aprendizaje. Para el grado
de certeza diagnóstica, es necesario que se descarte cualquier otra etiología posible
o que se trate de una forma hereditaria de tipo autosómico dominante (EA probable)
o, en caso contrario, estaríamos ante una EA posible ( cuadro 11-5 ). Antes de la
aparición del DSM-5, los criterios internacionales de Dubois et al. (2007) y de NIA-
AA ( McKhann et al., 2011 ) supusieron un cambio de paradigma en la concepción de
la enfermedad. Esencialmente, se admitía una fase preclínica, o asintomática, y otra
clínica desde la aparición de los primeros síntomas hasta la fase de demencia; por
otra parte, los biomarcadores pasaban a considerarse elementos de diagnóstico, y la
EA pasaba de tener un carácter clínico-anatómico a otro clínico-biológico. Para el
grupo de Dubois, lo fundamental desde la perspectiva clínica es la disminución
progresiva de la memoria episódica, sola o acompañada de otras alteraciones
cognitivas, que debe ser objetivada por el empleo de pruebas neuropsicológicas. A la
clínica debe sumarse la presencia de biomarcadores, como la atrofia en el lóbulo
temporal medial evidenciada por RM, la alteración de los biomarcadores en líquido
cefalorraquídeo (LCR), alteraciones en pruebas de neuroimagen funcional con
tomografía por emisión de positrones (PET) o una mutación autosómica dominante
en un familiar de primer grado. Los criterios NIA-AA suponen una evolución de los
criterios NINCDS-ADRDA. A diferencia de estos, permiten el diagnóstico de EA a
cualquier edad, admiten los síntomas psiquiátricos y conductuales como parte
nuclear de la enfermedad, reconocen una fase de deterioro cognitivo leve basada en
el deterioro funcional y admiten la evidencia opcional procedente de biomarcadores
de fisiopatología de Alzheimer (López-Álvarez y Agüera-Ortiz, 2015).
CUADRO 11-5
Criterios diagnósticos para el trastorno neurocognitivo mayor debido a la
enfermedad de Alzheimer según el DSM-5
• A.
Se cumplen los criterios de un trastorno neurocognitivo mayor o leve.
• B.
Presenta un inicio insidioso y una progresión gradual del trastorno en uno o
más dominios cognitivos (en el trastorno neurocognitivo mayor tienen que
estar afectados por lo menos dos dominios).
• C.
Se cumplen los criterios de enfermedad de Alzheim er probable o posible,
como sigue:
Para el trastorno neurocognitivo mayor:
Se diagnostica de enfermedad de Alzheimer probable si aparece algo de lo siguiente;
en caso contrario, debe diagnosticarse la enfermedad de Alzheimer posible:
• 1.
Evidencias de una mutación genética causante de la enfermedad de Alzheimer
en los antecedentes familiares o en pruebas genéticas.
• 2.
Aparecen los tres siguientes:
o a.
Evidencias claras de un declive de la memoria y del aprendizaje, y por
lo menos de otro dominio cognitivo (basada en una anamnesis
detallada o en pruebas neuropsicológicas seriadas).
o b.
Declive progresivo, gradual y constante de la capacidad cognitiva sin
mesetas prolongadas.
o c.
Sin evidencias de una etiología mixta (es decir, ausencia de cualquier
otra enfermedad neurodegenerativa o cerebrovascular, otra
enfermedad neurológica, mental o sistémica, o cualquier otra afección
con probabilidades de contribuir al deterioro cognitivo).
▪ D.
La alteración no se explica mejor por una enfermedad
cerebrovascular, otra enfermedad neurodegenerativa, los
efectos de una sustancia o algún otro trastorno mental,
neurológico o sistémico.
Además de la sintomatología clínica, el diagnóstico de la EA se ha visto favorecido
por el hallazgo de una serie de biomarcadores relacionados con el proceso
fisiopatológico. De ellos, los más específicos son los de tipo genético, ya mencionados
anteriormente. Por otra parte, la presencia de depósitos cerebrales de amiloide
puestos de manifiesto mediante PET con trazadores de amiloide y la disminución de
niveles de Aβ42 en LCR son los marcadores más específicos para la EA. También se
consideran marcadores relevantes, aunque menos específicos, el aumento de los
niveles de proteína τ en LCR, la atrofia medial temporal (incluidos el hipocampo y
las áreas adyacentes) detectada con RM o tomografía computarizada (TC) y el patrón
de metabolismo cerebral disminuido medido con neuroimagen funcional (PET,
tomografía por emisión de fotón único [SPECT], RM funcional). Hipotéticamente,
cada uno de los biomarcadores señala un momento determinado dentro de la
evolución de la enfermedad. Por ejemplo, al principio del proceso patológico se
encontrarían los marcadores que detectan el acúmulo de amiloide en el cerebro
(descenso en LCR de Aβ42 y aumento en la captación de trazadores de amiloide con
el PET), posteriormente los que corresponden a disfunción neuronal sináptica
(hipometabolismo en las regiones temporal y parietal) y, finalmente, los que revelan
atrofia neuronal en las áreas mencionadas, mediante pruebas de neuroimagen
estructural. El empleo sistemático de estos marcadores, excepto la neuroimagen
estructural, no se ha incorporado todavía a la práctica clínica, ya que solo están
disponibles en centros especializados, y se emplean sobre todo en experimentación
o en casos de diagnóstico diferencial complicado ( Martínez-Lage et al., 2018 ).
Clínica
El comienzo del trastorno es típicamente insidioso, y el curso progresivo. En general,
se ven afectadas primero la memoria y las funciones ejecutivas, para pasar luego al
lenguaje, las capacidades visuoespaciales y, finalmente, la cognición social. En
conjunto, la duración de la fase de TNM es de 7-10 años. No obstante, también
pueden aparecer variantes con predominio de alteración de otras funciones, como el
lenguaje o síntomas psiquiátricos y alteraciones del comportamiento ( Gale
et al., 2018 ). Hasta el 90% de los casos puede presentar algún tipo de trastorno
psiquiátrico o del comportamiento a lo largo del curso del TNM por EA. Por ejemplo,
síntomas como depresión, ansiedad o insomnio pueden ocurrir en cualquier
momento de la evolución. Otros síntomas, como fenómenos de tipo psicótico
(delirios, alucinaciones), negativismo, irritabilidad, agresividad o deambulación
errática, son frecuentes en las fases medias y avanzadas. La pérdida funcional es
progresiva, comenzando por las actividades instrumentales avanzadas, para concluir
en un estado de dependencia absoluta. Los síntomas neurológicos, como mioclonías,
disfagia, alteraciones de la motricidad (marcha), rigidez o crisis epilépticas, son
característicos de las fases más avanzadas. Contamos, por lo tanto, con cuatro tipos
de síntomas: cognitivos, psiquiátricos, funcionales y neurológicos. La tabla 11-
3 recoge la evolución de los síntomas a lo largo del curso de la enfermedad ( Mendez
y Cummings, 2003 ).
Tabla 11-3
Estadios evolutivos del trastorno neurocognitivo mayor en la enfermedad de Alzheimer
Área Estadio I Estadio II Estadio III
(1-3 años de evolución) (2-10 años de evolución) (8-12 años de evolución)
Memoria Déficit de aprendizaje, Evocación reciente y Deterioro grave,
memoria implícita remota muy desorientación personal
conservada, evocación comprometidas
remota ± alterada
Habilidades Atopognosia, dificultad en Apraxia constructiva, Deterioro grave
visuoespaciales construcciones complejas desorientación espacial
Lenguaje Anomia discreta, Afasia mixta, pérdida Ecolalia, palilalia,
disminución de la fluencia, de comprensión logoclonía, disartria,
perseverancias mutismo
Área Estadio I Estadio II Estadio III
(1-3 años de evolución) (2-10 años de evolución) (8-12 años de evolución)
Praxias — Apraxia ideomotora, Apraxia geométrica,
pérdida de espacio asomatognosia
especular
Cognición Pérdida de introspección Acalculia, déficit del Deterioro grave
pensamiento abstracto y
de la capacidad de juicio
Personalidad Indiferencia, falta de Indiferencia, irritabilidad Desintegración
iniciativa, irritabilidad
Síntomas Depresión, ansiedad, Ideas delirantes, apatía, Vociferación
psiquiátricos ideas delirantes agresividad
Sistema motor — Deambulación, Hipertonía, conductas de
inquietud, tendencia a imantación, reflejos
hiperextensión o primitivos (succión,
sedestación prensión), rigidez en
extremidades postura en
flexión
EEG — Enlentecimiento del Enlentecimiento difuso
ritmo de fondo
TC/RM Normal o signos de atrofia Signos de atrofia cortical Atrofia cortical marcada
cortical
PET/SPECT Hipometabolismo, Hipometabolismo, Hipometabolismo,
hipoperfusión bilateral hipoperfusión bilateral hipoperfusión bilateral
parietal posterior frontoparietal frontoparietal
Ver a tamaño completo
Entre las alteraciones cognitivas destacan las siguientes: deterioro progresivo de la
memoria y del lenguaje, declive en capacidades visuoespaciales y motoras, y
alteraciones en las funciones ejecutivas, como la capacidad de abstracción y de juicio.
El trastorno de la memoria se caracteriza por alteración de la capacidad de nuevo
aprendizaje y de reproducción de nuevos contenidos. Asimismo, la memoria de
reconocimiento está alterada, y se beneficia poco de pistas o claves. Por último, la
memoria remota está menos alterada que la reciente al inicio de la fase de TNM, pero
también se ve afectada conforme la demencia progresa. Muy relacionada con la
pérdida de memoria, aparece típicamente una desorientación, en principio temporal
y posteriormente topográfica y personal.
La alteración del lenguaje se caracteriza por afasia nominal, pérdida de fluencia,
tendencia a la repetición y deterioro progresivo de la comprensión verbal, hablada y
escrita. La capacidad de repetición se conserva hasta una fase avanzada, y con
frecuencia se manifiestan trastornos como ecolalia y palilalia. Los trastornos
motores incluyen una gama amplia de alteraciones, desde la dispraxia
(visuoespacial, ideomotora, motora) hasta la abulia cognitiva. La capacidad de
reconocer objetos y caras (agnosia y prosopagnosia) está típicamente disminuida,
aunque no es fácil valorarla. La capacidad de planificación, de juicio y de
pensamiento abstracto y otras funciones mediadas por el lóbulo frontal también se
ven afectadas de forma progresiva en la enfermedad. Como resultado del declive
cognitivo, se produce un deterioro en el funcionamiento personal y social, en
actividades de la vida diaria (AVD) tanto básicas de autocuidado como en
instrumentales (AIVD).
Los síntomas psiquiátricos son también típicos de la EA y condicionan con
frecuencia la calidad de vida del paciente, la sobrecarga de los cuidadore s y la
institucionalización del paciente. Hay que recordar que el paradigma predominante
en la demencia en las últimas décadas ha dado preponderancia a los síntomas
cognitivos de la enfermedad. Este hecho ha venido reflejado incluso en las
clasificaciones, donde la alusión a los síntomas no cognitivos es muy parcial, e
incluso no están recogidos como criterio de diagnóstico en el DSM-5. Los trastornos
psiquiátricos han sido considerados «complicaciones» de las demencias y no parte
fundamental del cuadro clínico. Sin embargo, los síntomas no cognitivos son muy
frecuentes en el TNM-EA y forman parte inseparable de su clínica. Además, en otras
demencias, como las demencias frontotemporales o la demencia con cuerpos de
Lewy, dominan generalmente el cuadro clínico y constituyen, con frecuencia, la
forma de inicio.
La importancia de este tipo de sintomatología fue puesta de manifiesto en los
tiempos recientes por la International Psychogeriatric Association (IPA). Bajo sus
auspicios, se consensuó la denominación de estos síntomas como SPCD (síntomas
psicológicos y comportamentales de la demencia), que ha gozado de amplia
aceptación. La prevalencia de los SPCD en la EA varía según los estudios, en función
de los criterios de definición y la fase de evolución de la demencia, con una frecuencia
de presentación alta (58-90%), aunque variable, a lo largo de la enfermedad. Al
comienzo de la enfermedad son típicos los cambios de personalidad, por lo general
apatía o disminución de intereses previos, junto con una acentuació n de rasgos
premórbidos, que puede aparecer en el 70% de los casos. Los síntomas depresivos
son frecuentes, especialmente en los estadios iniciales y medios de la enfermedad,
aunque existen discrepancias notables sobre su prevalencia, que oscila entre el 25 y
el 85%, según el criterio de diagnóstico y el origen de la muestra de estudio. Los
trastornos del contenido del pensamiento alcanzan el 30%, mientras que la presencia
de alucinaciones se sitúa en el 15%. En conjunto, otros síntomas psiquiátricos, como
la ansiedad, pueden alcanzar el 20%. Los trastornos del comportamiento, como la
temida agresividad (20%) o la deambulación incontrolada (70%), también son
frecuentes, así como los trastornos del sueño (20%), del apetito (30%) y del impulso
sexual (10%).
La exploración neurológica de un paciente con EA en fase inicial es anodina, y los
síntomas neurológicos solo aparecen en la última fase de la EA. Típicamente
consisten en rigidez generalizada, incapacidad para la marcha y la deglución,
incontinencia y aparición de reflejos primitivos (prensión, succión). Pueden
aparecer mioclonías, y el 15% de los pacientes tiene crisis epilépticas. También se
manifiestan ocasionalmente síntomas del síndrome de Klüver -Bucy, como
hiperoralidad. Finalmente, las causas más frecuentes de muerte son la aspiración y
la sepsis por infección respiratoria o urinaria.
Terapéutica
La terapéutica de la EA es compleja, por una serie de hechos: 1) abarca tanto al
paciente como a sus cuidadores; 2) el síndrome clínico es múltiple y variable, por lo
que las estrategias de tratamiento deben ir variando al unísono; 3) el paciente es
atendido simultáneamente por varios profesionales y/o especialidades médicas, con
el riesgo consiguiente de conflictos y diferencias en el enfoque; 4) se trata
generalmente de pacientes ancianos en situación de fragilidad, con múltiples
patologías y tratamientos, a veces con efectos contraproducentes, y 5) a lo largo de
la evolución pueden sucederse diversos entornos clínicos y asistenciales: atención
ambulatoria (primaria, especializada), unidades de hospitalización, centros de día y
centros residenciales.
Estas dificultades, unidas al mal pronóstico de la enfermedad, han llevado con
frecuencia al nihilismo terapéutico, y a un abandono por parte de la psiquiatría de la
atención a los pacientes con EA. Sin embargo, esta actitud es francamente negativa
para las personas afectadas y sus familiares, dado que nuestra especialidad se
encuentra especialmente bien dotada para el conjunto de habilidades clínicas, de
diagnóstico y terapéuticas, que son necesarias para la atención a la enfermedad.
A continuación, se describen unas pautas generales de tratamiento para la EA.
Tradicionalmente, el diagnóstico de TNM-EA se realizaba en fases moderadas o
incluso avanzadas, cuando la afectación cognitiva influía ya en la capacidad de
decidir del paciente. Por lo tanto, se obviaba la comunicación del diagnóstico, y la
toma de decisiones acerca del tratamiento se realizaba con la familia o los
cuidadores. Esta situación ha cambiado radicalmente hoy día. Primero, porque la
propia medicina ha experimentado una evolución a partir del modelo clínico
tradicional que tendía a relegar al paciente al papel de mero observador de su propio
proceso de enfermedad, pero, sobre todo, porque el diagnóstico de EA se realiza
ahora en una fase mucho más precoz de la enfermedad (p. ej., en fase de trastorno
neurocognitivo menor), lo que posibilita su participación plena y, a la vez, obliga a
los profesionales a respetar sus derechos y su capacidad de decidir. Los nuevos
modelos asistenciales, como la medicina centrada en la persona, se basan
precisamente en cambiar el foco de las necesidades y el punto de vista de los clínicos
hacia los de las personas atendidas ( Manthorpe y Samsi, 2016 ).
Las pautas generales son:
• •
Establecer una alianza terapéutica con el paciente y su familia.
• •
Realizar un estudio diagnóstico completo y comunicarlo también al paciente,
efectuando una transmisión adecuada según el nivel de competencia.
• •
Remitir al paciente a los cuidados médicos que pudieran ser necesarios.
• •
Educar al paciente y a la familia respecto a la enfermedad y los tratamientos
posibles.
• •
Establecer, de acuerdo con el paciente y su familia, las medidas terapéuticas
específicas teniendo en cuenta:
o –
El patrón sintomatológico del paciente.
o –
La posible eficacia dentro del conjunto de las áreas afectadas:
cognitiva, funcional y conductual.
o –
La tolerancia y los efectos adversos, incluida la interacción con otros
tratamientos.
• •
Valorar y controlar el estado psicopatológico.
• •
Determinar el entorno asistencial y la intensidad de la atención, con los
ajustes oportunos en función de la evolución.
• •
Crear un entorno seguro para el paciente y su familia. Vigilar la seguridad e
intervenir cuando sea necesario; por ejemplo, riesgo de suicidio, viol encia,
fugas, caídas, malos tratos, etc.
• •
Aconsejar al paciente y a su familia respecto a actividades de riesgo (p. ej.,
conducción, licencia de armas).
• •
Recomendar posibles ayudas para los cuidados y apoyo y orientar a la familia
en cuestiones legales.
Tradicionalmente, el objetivo fundamental en el tratamiento de la EA y el resto de
las demencias ha sido mejorar el funcionamiento cognitivo. Sin embargo, con el paso
del tiempo se ha ido generando una evidencia cada vez mayor de que era necesario
añadir otros aspectos a la hora de evaluar la respuesta al tratamiento. Entre estas
áreas de respuesta terapéutica podemos citar: la capacidad funcional, los trastornos
psiquiátricos y del comportamiento, la sobrecarga del cuidador, la calidad de vida y
la utilización eficiente de recursos. La mejoría o la estabilización en cada una de estas
áreas puede representar un beneficio terapéutico importante. Por otra parte, existe
una evidencia cada vez más importante de que las medidas terapéuticas eficaces lo
son de una forma global.
A día de hoy, no se dispone de un tratamiento farmacológico que modifique el curso
de la EA. Los estudios más recientes se han basado en estrategias dirigidas a reducir
o prevenir el exceso de sustancia amiloide, según la hipótesis de la cascada amiloide
ya referida, pero hasta el momento no han tenido éxito. El tratamiento se basa, por
lo tanto, en el empleo de sustancias como los inhibidores de la colinesterasa
(donepezilo, rivastigmina, galantamina) y de un modulador del receptor NMDA, la
memantina. Aunque no modifican el curso de la enfermedad, pueden enlentecer su
progresión y mejorar los síntomas neuropsiquiátricos ( Anand et al., 2017 ). Otras
evidencias apuntan a que la adherencia a la dieta mediterránea, la práctica regular
de ejercicio aeróbico y la participación en actividades estimulantes cognitiva y
socialmente pueden disminuir el riesgo de padecer la enfermedad y desacelerar su
progresión ( Moga et al., 2017 ). Sin embargo, el tratamiento farmacológico del
TNM-EA no se limita a las sustancias mencionadas, ya que con mucha frecuencia se
hace necesaria la utilización de psicofármacos para abordar el tratamiento de los
SPCD, especialmente antidepresivos, antipsicóticos, estabilizadores del ánimo e
hipnóticos, a los que se hará referencia en los capítulos oportunos. Baste ahora
recordar que estas sustancias, tremendamente útiles, deben emplearse con gran
precaución en el caso de EA, dada la fragilidad de los pacientes, que les hace
especialmente vulnerables a los efectos adversos. Por otra parte, la mayoría de los
SPCD son, por su propia naturaleza, transitorios y están ligados a la evolución de la
enfermedad. Por lo tanto, la revisión y el ajuste de las dosis hasta conseguir la
mínima dosis eficaz y la retirada de los medicamentos no necesarios son normas
imprescindibles. Por ejemplo, recientemente se han desarrollado guías clínicas por
parte de la Sociedad Española de Psicogeriatría (SEPG, 2017), para el empleo de
antipsicóticos, o los criterios CHROME, para la eliminación de la sujeción química
en el tratamiento de las demencias, que son la referencia en este momento
( Olazarán-Rodríguez et al., 2016 ).
Las últimas tres décadas se han caracterizado por un continuo esfuerzo para
desarrollar tratamientos farmacológicos eficaces a la hora de detener la evolución o
mejorar la fase de demencia de la EA. Las estrategias se han basado, generalmente,
en la hipótesis amiloidea ya comentada, con distintas dianas terapéuticas. Podemos
considerar tres formas de bloquear la cascada amiloide: disminuir la formación de
Aβ, bloquear su agregación y toxicidad, y acelerar su eliminación ( Sun et al., 2018 ).
En cuanto a disminuir la formación de Aβ, los esfuerzos se han centrado en la β-
secretasa (BACE1), ya que el bloqueo de la γ-secretasa tiene efectos deletéreos (p. ej.,
afecta también a otros substratos de esta, como la proteína Notch). Recientemente,
en 2016, se informó que el verubecestat (MK-8931), un inhibidor de la BACE1,
producía una reducción dependiente de la dosis de Aβ en LCR de pacientes con EA
leve o moderada, pero posteriormente la fase III se dio por finalizada por falta de
eficacia ( Kennedy et al., 2016 ). No obstante, esta línea de investigación sigue
abierta con nuevas sustancias en distintos ensayos clínicos (AMARANTH
[NCT02783573], MissionAD2 [NCT03036280, NCT02956486], Generation S1).
La inhibición de la agregación de péptidos Aβ y el bloqueo de sus efectos
neurotóxicos son otras de las líneas sobre las que se ha trabajado. El principal reto a
este nivel consiste en impedir la form ación del primer compuesto, ya que una
sustancia que únicamente impida la formación de fibrillas, por ejemplo, daría lugar
a la ausencia de placas seniles, pero no evitaría el acúmulo de sustancias intermedias
neurotóxicas. Se han estudiado diversas sustancias, como el colorante rojo Congo, y
otras sustancias como la castalgina, la vescalagina, SEN304 o la carbenoxolona, pero
los resultados no han sido adecuados o están todavía pendientes de terminarse
( Wang et al., 2014 ).
Una tercera vía consiste en aumentar la eliminación de Aβ. Existen varias opciones
potenciales para conseguir este fin: aumentar la degradación enzimática de la Aβ,
estimular el transporte de Aβ fuera del cerebro y aumentar la implicación del sistema
inmune en la degradación de los agregados Aβ.
En cuanto a la degradación enzimática, el péptido Aβ, especialmente en su forma
monomérica y soluble, es metabolizado por dos endopeptidasas específicas: la
enzima degradadora de insulina (IDE , insulin-degrading enzyme ) y la neprilisina. La
expresión aumentada de ambas enzimas en ratones transgénicos disminuye los
niveles de Aβ y la frecuencia de placas seniles, de manera que, si se encontrara la
manera de aumentar la actividad de ambas, podría disminuirse la acumu lación de
Aβ. Sin embargo, las formas poliméricas tienden a ser resistentes a estas enzimas, y
existen notables dificultades para aumentar de forma selectiva la actividad
enzimática por vía farmacológica ( Jha et al., 2015 ).
Por otra parte, los niveles de Aβ en el cerebro están regulados por una serie de
mecanismos, entre los que se encuentra el transporte a través de las membranas
celulares y la barrera hematoencefálica llevado a cabo por proteínas transportadoras
específicas, como la proteína relacionada con el receptor de lipoproteína de baja
densidad (LRP), el receptor para los productos terminales avanzados de la
glucosilación (RAGE , receptor for advanced glycation end-products ) , y la p-
glicoproteína (Pgp , p-glycoprotein ). Las apolipoproteínas E y J también influyen en
el transporte y la metabolización de la Aβ. Durante años se ha trabajado con la
hipótesis de que modulando este sistema de transporte, que aparece alterado en la
EA, podría retrasarse la manifestación del TNM-EA. Dado que el RAGE está
implicado en diversos procesos fisiopatológicos, como la aceleración del
envejecimiento, el estrés oxidativo, la disfunción sináptica, y la generación de
depósitos de Aβ y τ hiperfosforilada, actualmente se trabaja sobre todo en el
desarrollo de un antagonista del RAGE, pero los estudios realizados no han sido
satisfactorios ( Cai et al., 2016 ).
Otra de las líneas de trabajo más estimulantes de la última década ha estado
constituida por el desarrollo de diversas formas de inmunización contra Aβ o τ
hiperfosforilada. Tras el entusiasmo despertado en los años noventa por la aparición
de los modelos animales, se demostró que anticuerpos exógenos específicos para Aβ
se unían de forma selectiva a los depósitos amiloides de las placas seniles y la
angiopatía amiloide, y que la deposición de Aβ podía prevenirse y/o mejorarse en
ratones transgénicos βPPA mediante la inmunización activa con el péptido Aβ.
Asimismo, se apreció que esta disminución de Aβ se acompañaba de mejorías
cognitivas y conductuales en ratones. Basándose en el éxito de estos estudios en
modelos animales, y alentados por la ausencia de efectos adversos en un estudio en
fase I, las compañías Elan Pharmaceuticals y Wyeth iniciaron estudios de fase II de
inmunización activa con Aβ (AN-1792 Active immunization with Aβ42 plus QS-21
adjuvant) en sujetos con EA. Inesperadamente, el 6% de los sujetos desarrollaron
síntomas de meningoencefalitis aséptica por activación de linfocitos T, y los estudios
se suspendieron a comienzos de 2002. Los datos disponibl es de estos trabajos
sugieren que los pacientes que experimentaron una respuesta inmune adecuada
registraron una disminución de los depósitos de Aβ, pero también una disminución
del volumen cerebral. En conjunto, los resultados destacaban el potencial de la
inmunización con Aβ como un tratamiento con potencial de modificar el curso de la
EA, pero solo si los efectos adversos graves apreciados pueden ser controlados. Por
otra parte, también se apreciaron los riesgos de extrapolar directamente en humanos
resultados de modelos animales tan lejanos como los ratones. Las vacunas de
segunda generación, como ACC-001 y CAD106, intentan producir anticuerpos anti-
Aβ de tipo aminoterminal, evitando los epítopos de linfocitos T en el terminal.
CAD106 tiene un estudio en fase III en marcha y ha sido seleccionada para
el Alzheimer Prevention Initiative APOE ɛ4 Homozygote Study (van Dick, 2018).
Los malos resultados con la inmunización activa hicieron cambiar el interés hacia la
inmunización pasiva, mediante el empleo de distintos anticuerpos monoclonales,
que se unen a distintos epítopos y conformaciones de Aβ ( tabla 11-4 ). El
bapineuzumab fue de los primeros en ser estudiados. Es un anticuerpo dirigido al
Aβ soluble y fibrilar. Los resultados en fase I fueron prometedores, pero los ensayos
clínicos fueron abandonados en fase III en 2012 por falta de eficacia y por la
aparición de porcentajes elevados de anomalías de imagen relacionadas con el
amiloide (ARIA, amyloid-related imaging abnormalities ) detectadas con RM,
incluidos edema cerebral y microhemorragias, lo que puede obligar a suspender el
tratamiento en aproximadamente la mitad de los casos que los presentan,
especialmente en sujetos homocigotos para APOE4. El gantenerumab, un anticuerpo
dirigido al Aβ fibrilar, y el crenezumab, dirigido tanto al Aβ soluble como al fibrilar,
tuvieron una trayectoria similar, con resultados negativos en fase III en casos de EA
leve o moderada, pero con menor tasa de ARIA que el bapineuzumab. El análisis de
los datos mostró en ambos casos una mejor respuesta en los casos que recibieron
dosis más elevadas, por lo que en la actualidad se mantienen sendos estudios en fase
III, de mayor duración y con dosis más elevadas de las utilizadas inicialmente ( van
Dyck, 2018 ).
Tabla 11-4
Anticuerpos monoclonales anti-Aβ estudiados en la enfermedad de Alzheimer
Conformaciones Aβ reconocidas
Anticuerpo Origen Clase Monómeros Oligómeros Fibrilar ARIA-E
Bapineuzumab Humanizado IgG1 + + + +++
Solanezumab Humanizado IgG1 + – – +
Gantenerumab Humano IgG1 +/– + + ++
Crenezumab Humanizado IgG4 + + + +
Ponezumab Humanizado IgG2 + – – –
BAN2401 Humanizado IgG1 Protofibrillas ¿?
Aducanumab Humano IgG1 – + + +
Figura 12-1
Factores patogénicos de la demencia vascular.
Tabla 12-1
Subtipos de demencia vascular
Tipo Neuroimagen y lesiones patológicas
Demencia multiinfarto (demencia Infartos corticales múltiples
vascular cortical)
Demencia de pequeño vaso Lesiones lacunares de la sustancia blanca; infartos,
(demencia vascular subcortical) desmielinización y gliosis
Demencia hemorrágica Lesiones hemorrágicas; puede asociarse a angiopatía amiloide
Demencia por hipoperfusión Infartos en «marca de agua», lesiones de la sustancia blanca;
infartos incompletos en la sustancia blanca
Demencia por infarto estratégico Infarto en región estratégica (p. ej., tálamo)
Ver a tamaño completo
Diagnóstico y clínica
Se trata, por lo tanto, de una entidad compleja y muy heterogénea, que da lugar a
distintos tipos de inicio y evolución, y a formas clínicas muy variadas (p. ej.,
demencias corticales, subcorticales o corticosubcorticales). Típicamente, se ha
descrito un inicio más agudo y un curso escalonado que contrasta con el de la EA,
pero existen numerosas variaciones, con desarrollos más progresivos
( Jellinger, 2018 ).
Para el diagnóstico de trastorno neurocognitivo mayor (TNM)-DV se han propuesto
diferentes criterios —la escala isquémica de Hachinski, la escala isquémica de Rosen,
los de diversas ediciones del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos
mentales (DSM-III, DSM-IIIR y DSM-IV), los de la Clasificación Internacional de
Enfermedades (CIE-10), los de los Alzheimer’s Disease Diagnostic and Treatment
Centers (ADDTC) del estado de California y los del National Institute of Neurological
Disorders y la Stroke-Association Internationale pour la Recherche et
l’Enseignement en Neurosciences (NINDS-AIREN)—, todos ellos basados en dos
puntos fundamentales: demostrar el deterioro cognitivo, a través de la evaluación
neuropsicológica, y la historia de ictus, a través de la clínica o por medio de la
neuroimagen.
El DSM-5 hereda esta concepción ( cuadro 12-1 ), de manera que el diagnóstico de
TNM-DV exige que se aprecie una relación temporal clara entre un accidente
cerebrovascular, o episodios isquémicos transitorios, y el deterioro cognitivo, o bien
déficits neuropsicológicos consistentes con las secuelas de accidentes vasculares
previos. Las lesiones deben ser apreciables en una prueba de neuroimagen
estructural cerebral, tomografía computarizada (TC) o preferiblemente RM,
complementada o no con una prueba de neuroimagen funcional, como tomografía
por emisión de fotón único (SPECT) o tomografía por emisión de positrones (PET).
Dada la multiplicidad etiológica, los resultados de las pruebas de neuroimagen
también pueden ser muy diversos. Los estudios constatan la presencia de notables
cambios estructurales de la sustancia blanca y gris, y de la funcionalidad, la perfusión
y el metabolismo cerebrales. Estructuralmente, la patología de pequeño vaso queda
definida por lesiones vasculares que implican a más del 25% de la sustancia blanca,
identificadas fundamentalmente con RM, y que afectan a los ganglios basales, el
putamen, la cápsula interna, el tálamo, la corona radiada, el centro semioval y el
tronco cerebral lateral. Dicha patología queda determinada por hiperintensidades de
la sustancia blanca bilaterales, infartos subcorticales de pequeño vaso, infartos
lacunares (3-15 mm), prominentes espacios perivasculares, leucoaraiosis,
microhemorragias cerebrales y atrofia. La atrofia global observable se debe,
probablemente, bien a las isquemias difusas subclínicas, bien a la atrofia focal que
corresponde a la zona infartada, sin olvidar que las formas mixtas de DV y EA son
muy frecuentes. Las diferentes secuencias de la RM pueden detectar una serie muy
amplia de lesiones: las secuencias T2 muestran bien los infartos, los cambios en la
sustancia blanca y los infartos lacunares se aprecian bien en secuencia FLAIR, y las
secuencias de susceptibilidad detectan las microhemorragias. Por otra parte, la RM
de difusión permite apreciar la graduación del daño a la sustancia blanca, lo que le
hace más sensible para estas lesiones que la FLAIR. Las zonas de neuroinflamación
con daño a la barrera hematoencefálica y aumento de la permeabilidad pueden ser
cuantificadas y visualizadas con la RM de contraste dinámica ( Ascensio
et al., 2013 ). Las pruebas funcionales, como la PET, muestran un patrón de
hipometabolismo y/o hipoperfusión difusos. Las lesiones son frecuentemente
múltiples, asimétricas o localizadas en territorios vasculares limítrofes. Con
frecuencia, la mayor afectación se aprecia en áreas subcorticales y en la corteza
sensorial y motora, con menor afectación de las áreas cognitivas de asociación ( Deus
et al., 2015 ). La combinación de PET amiloide y RM permite valorar adecuadamente
la presencia de demencia mixta ( Heiss et al., 2016 ).
CUADRO 12-1
Criterios diagnósticos del trastorno neurocognitivo vascular mayor o menor, de
acuerdo con el DSM-5
• A.
Se cumplen los criterios de un trastorno neurocognitivo menor o mayor.
• B.
La sintomatología es compatible con una etiología vascular, como lo sugiere
cualquiera de los siguientes criterios:
o a.
El inicio de los déficits cognitivos presenta una relación temporal con
uno o más episodios de tipo cerebrovascular.
o b.
Las evidencias del declive son notables en la atención compleja
(incluida la velocidad de procesamiento) y en la función frontal
ejecutiva.
• C.
Existen evidencias de la presencia de enfermedad cerebrovascular en la
anamnesis, en la exploración física o en el diagnóstico por la imagen
neurológica, consideradas suficientes para explicar los déficits
neurocognitivos.
• D.
Los síntomas no se explican mejor por otra enfermedad cerebral o trastorno
sistémico.
En cuanto al cuadro clínico, hay que tener en cuenta que el rendimiento cognitivo
puede verse muy afectado por el enlentecimiento en la velocidad de procesamiento
global. La afectación de la memoria no suele ser tan conspicua como en el caso de la
EA, mientras que la atención y las funciones ejecutivas pueden estar más alteradas.
Son frecuentes las alteraciones de tipo neurológico, como disartria, rigidez, ataxia,
trastornos motores (p. ej., pérdida de fuerza en el hemicuerpo), déficits del campo
visual o incontinencia urinaria. También son muy frecuentes los síntomas
psiquiátricos, como depresión, ansiedad o labilidad afectiva, o bien los cambios de
personalidad (apatía). Como se describe en el capítulo correspondiente, la depresión
ligada a enfermedad cerebrovascular («depresión vascular») puede tener un debut
tardío, con afectación prominente de las funciones ejecutivas y enlentecimiento
psicomotor, y constituir la primera manifestación de un TNM-DV ( Muñoz-Pérez y
Espinosa-Villaseñor, 2016 ).
Los factores de riesgo del TNM-DV son comunes a la enfermedad cerebrovascular,
como, por ejemplo, la hipertensión arterial, la obesidad, el tabaquismo, la diabetes,
la hipercolesterolemia y las afecciones cardíacas (p. ej., fibrilación auricular,
cardiopatía isquémica). El mejor control de estos factores de riesgo en las edades
medias de la vida en países desarrollados puede estar relacionado con la disminución
de la incidencia de demencia apreciada en estos países recientemente ( Corriveau
et al., 2017 ). Desde el punto de vista genético, se han realizado pocos estudios —solo
hay un estudio de asociación de genoma completo (GWAS, genome-wide association
study )— y con escasos resultados, lo que no es de extrañar, dada la heterogeneidad
etiopatogénica de las DV; tan solo se ha registrado una ligera asociación con la
APOE4. No obstante, hay una rara enfermedad autosómica dominante llamada
arteriopatía cerebral autosómico-dominante con infartos subcorticales y
leucoencefalopatía (CADASIL, Cerebral Autosomal-Dominant Arteriopathy with
Subcortical Infarcts and Leukoencephalopathy ) que da lugar a accidentes
cerebrovasculares y TNM, causada por mutaciones del gen Notch-3 (cromosoma 19)
( O’Brien y Thomas, 2015 ).
Terapéutica
En líneas generales, el manejo clínico de la DV sigue las mismas pautas que el de la
EA. En cuanto al tratamiento de la DV, no existe ninguno de eficacia demostrada, y
la investigación ha mostrado ser incluso más complicada que en la EA. Parece
evidente que deben ponerse en marcha los tratamientos para la enfermedad
cerebrovascular en cada caso; por ejemplo, terapia con anticoagulantes, tratamiento
de la fibrilación auricular, de las placas de ateroma, etc. Otra medida que puede
reportar beneficios a la hora de enlentecer la progresión de la enfermedad consiste
en el control de los factores de riesgo, especialmente la hipertensión arterial ( Moll
van Charante et al., 2016 ). Finalmente, también se utilizan los fármacos
anticolinesterásicos y la memantina, lo que puede tener sentido especialmente en la
demencia mixta. Al igual que en la EA, existe un déficit colinérgico en la DV, bien
por lesión de los núcleos de la base como el de Meynert o bien por el daño de la
sustancia blanca que conecta estos núcleos con la corteza cerebral. De acuerdo con
un estudio de metaanálisis ( Kavirajan y Schneider, 2007 ), se dispone de tres
estudios de donepezilo, dos de galantamina, uno de rivastigmina oral y dos de
memantina, con un total de 3.093 personas tratadas, durante 6 meses, con similares
criterios de diagnóstico y evaluación. El efecto sobre el test ADAS-Cog fue
significativo para todos los medicamentos inhibidores de la acetilcolinesterasa
(IACE), con −1,1 puntos de diferencia promedio (de −2,15 a −0,05; IC del 95%) para
la rivastigmina, −2,17 (de −2,98 a −1,35; IC del 95%) para el donepezilo y −1,6 (de
−2,39 a −0,8; IC del 95%) para la galantamina, y también para la memantina, con
un resultado de −1,86 (de −2,79 a −0,94; IC del 95%). No obstante, hay que recordar
que, pese a las evidencias existentes, no hay indicación oficial para este tipo de
utilización.
Demencia con cuerpos de Lewy
La DCLw es una causa frecuente de demencia degenerativa en los mayores, pero fue
descrita hace relativamente poco tiempo. Los primeros casos de DCLw fueron
descritos en Japón por Okazaki en 1961, y en 1983 Yoshimura utiliza el término para
referirse a un tipo de demencia progresiva asociada a parkinsonismo. Es la segunda
causa de TNM de tipo degenerativo tras la EA, según se desprende de diversos
estudios de series anatomoclínicas, pero, por diversas razones, continúa siendo
relativamente desconocida y poco diagnosticada. Su solapamiento con la DEP, que
abordaremos más adelante, es otra de las causas de esta situación, así como la
presentación conjunta con la EA. Se estima que su prevalencia la sitúa entre el 15 y
el 20% de las demencias, con una edad típica de inicio entre la sexta y la séptima
décadas de la vida. Suele tener un curso medio de alrededor de 7 años en la fase de
TNM, ligeramente más rápido que la EA, aunque algunos casos experimentan un
curso muy acelerado, de meses de evolución, hasta el fallecimiento. Presenta un
cuadro clínico típico, caracterizado por el inicio insidioso; la presencia de trastorno
neurocognitivo mayor o menor en el que destaca la alteración de la atención, la
capacidad visuoespacial y las funciones ejecutivas; fluctuación circadiana de los
síntomas; y alucinaciones (visuales) en el contexto de síntomas extrapiramidales de
tipo parkinsoniano que aparecen con posterioridad al deterioro cognitivo ( Hugo y
Ganguli, 2014 ).
La DCLw se asocia fuertemente a la edad y al sexo masculino, un rasgo que no ha
sido satisfactoriamente explicado hasta ahora. Desde el punto de vista genético, es
una entidad fundamentalmente esporádica. Los GWAS han encontrado asociaciones
entre el diagnóstico de DCLw y diversos loci en los genes APOE, SNCA, GBA,
BCL7C/STX1B y GABRB3, estimándose la heredabilidad en torno a un 36% ( Guerreiro
et al., 2018 ). Comparada con la EA, su curso es más abrupto y con mayor riesgo de
complicaciones. Los trastornos neuropsiquiátricos son más prominentes tanto al
inicio como a lo largo de la evolución, y el riesgo de hospitalización o fallecimiento
es también es más alto, por una serie de causas, como caídas, infecciones
respiratorias, sensibilidad a los antipsicóticos, delirium/encefalopatía o disfunción
autonómica/hipotensión ortostática. No es de extrañar que la calidad de vida esté
más afectada en la DCLw que en la EA ( Capouch et al., 2018 ).
Etiopatogenia
El rasgo histopatológico característico de la DCLw es la presencia de cuerpos de
Lewy, un rasgo compartido con otras entidades que pueden cursar con TNM, como
la EP o la atrofia multisistémica. Los cuerpos de Lewy están formados por agregados
intracelulares de la proteína α-sinucleína. De forma característica, los cuerpos de
Lewy hallados en la DCLw se encuentran ampliamente distribuidos por toda la
corteza y las áreas subcorticales, mientras que en la EP se hallan en las neuronas
dopaminérgicas de la sustancia negra, en el tronco cerebral 1
1 Existen también diferencias morfológicas entre los cuerpos de Lewy de ambas entidades;
los de la DCLw son menos eosinófilos, están menos delimitados y son menos filamentosos
que los de la EP.
( Tsuboi et al., 2007 ). La histopatología de tipo Alzheimer aparece con mucha frecuencia en
la DCLw, pero no de forma universal, lo que sugiere una interconexión entre ambas
patologías. Por ejemplo, se ha sugerido que la α-sinucleína promueve la fosforilación de τ
( Guo et al., 2013 ), mientras que τ promueve la agregación y la toxicidad de la α-sinucleína
en modelos celulares de sinucleinopatía, y esta, a su vez, aumenta el daño sináptico inducido
por τ ( Bate et al., 2010 ). Los mecanismos neuropatogénicos de la DCLw y otras
sinucleopatías son complejos y están lejos de conocerse con precisión, aunque las hipótesis
más extendidas apuntan a la capacidad de inducir neurodegeneración de distintos
segmentos de la α-sinucleína fibrilar, que sería capaz de propagarse de forma similar a las
enfermedades priónicas ( Jellinger, 2018 ).
Diagnóstico y clínica
Como ya se ha comentado, la diferencia fundamental desde el punto de vista clínico
entre la DCLw y la DEP consiste en que en aquella los síntomas cognitivos y motores
aparecen simultáneamente o bien los primeros se adelantan, mientras que en la EP
aparecen primero los síntomas motores y más tarde —con un retraso de 10 años por
término medio— aparecen los síntomas cognitivos ( Garzón-Giraldo et al., 2015 ). La
DCLw se reconoce por primera vez como categoría diagnóstica en las clasificaciones
internacionales en el DSM-5 ( cuadro 12-2 ), aunque con anterioridad venían
aplicándose los criterios del Consorcio Internacional de la demencia por cuerpos de
Lewy (DLB Consortium), que han sido revisados recientemente en aras de mejorar la
sensibilidad y la especificidad de los criterios previos ( McKeith et al., 2017 )
( cuadro 12-3 ).
CUADRO 12-2
Criterios diagnósticos de trastorno neurocognitivo mayor o menor con cuerpos de
Lewy, de acuerdo con el DSM-5
• A.
Se cumplen los criterios de un trastorno neurocognitivo menor o mayor.
• B.
El trastorno presenta un inicio insidioso y una progresión gradual.
• C.
El trastorno cumple una combinación de características diagnósticas
esenciales y características diagnósticas sugestivas de un trastorno
neurocognitivo probable o posible con cuerpos de Lewy. Se diagnostica un
trastorno neurocognitivo mayor o menor probable con cuerpos de Lewy
cuando el individuo presenta dos características esenciales, o una
característica sugestiva y una o más características esenciales. Se diagnostica
un trastorno neurocognitivo mayor o menor posible con cuerpos de Lewy
cuando el individuo presenta solamente una característica esencial o una o
más características sugestivas.
o 1.
Características diagnósticas esenciales:
▪ a.
Cognición fluctuante con variaciones pronunciadas de la
atención y el estado de alerta.
▪ b.
Alucinaciones visuales recurrentes bien informadas y
detalladas.
▪ c.
Características espontáneas de parkinsonismo, con inicio
posterior a la evolución del declive cognitivo.
o 2.
Características diagnósticas sugestivas:
▪ a.
Cumple con los criterios de trastorno del comportamiento del
sueño REM.
▪ b.
Sensibilidad neuroléptica grave.
• D.
La alteración no se explica mejor por una enfermedad cerebrovascular, otra
enfermedad neurodegenerativa, los efectos de trastorno neurocognitivo
vascular mayor o menor, una sustancia o algún otro trastorno mental,
neurológico o sistémico.
CUADRO 12-3
Criterios diagnósticos para la demencia con cuerpos de Lewy, del Consorcio
Internacional, 4.ª edición
EEG: electroencefalograma; MIBG: metayodobenzilguanidina; PET: tomografía por
emisión de positrones; RM: resonancia magnética; SPECT: tomografía por emisión
de fotón único; TC: tomografía computarizada.
Rasgo esencial
Diagnóstico de demencia con declive progresivo y, frecuentemente, con deterioro de
la atención, las funciones ejecutivas y las capacidades visuoespaciales
Características clínicas nucleares
Fluctuaciones en la cognición con cambios pronunciados en la atención/nivel de
alerta
Alucinaciones visuales recurrentes
Trastorno de conducta del sueño REM
Uno o más síntomas de parkinsonismo, aparecidos de forma espontánea
Características clínicas de apoyo
Sensibilidad a los neurolépticos
Inestabilidad postural
Caídas repetidas
Síncopes o episodios de falta de respuesta
Disfunción autonómica
Somnolencia
Pérdida de olfato
Alucinaciones no visuales (p. ej., auditivas, táctiles)
Ideación delirante
Apatía
Ansiedad y/o depresión
Biomarcadores nucleares (indicativos)
Transporte dopaminérgico reducido en la PET/SPECT
Baja captación de yodo-123-MIBG en la escintigrafía miocárdica
Evidencia de sueño REM sin atonía en la polisomnografía
Biomarcadores de apoyo
Relativa preservación de las estructuras mesiales temporales en la RM
Baja captación global y actividad occipital disminuida en la PET/SPECT
EEG con actividad de onda lenta muy incrementada y fluctuaciones en el rango pre-
α/θ
Diagnóstico de DCLw probable
Demencia y dos rasgos clínicos nucleares presentes con o sin biomarcadores
indicativos, o demencia y un rasgo clínico nuclear presentes con uno o más de los
biomarcadores indicativos
Demencia y un rasgo clínico nuclear sin biomarcadores indicativos presentes, o
demencia y uno o más indicativos nucleares presentes sin rasgos clínicos nucleares
El TNM-DCLw, a diferencia del de la EA, puede cursar con una memoria episódica
relativamente preservada en las fases iniciales, mientras que las alteraciones en la
atención, las funciones ejecutivas, las funciones visuoespaciales y la fluctuación de
los síntomas son más prominentes. También son frecuentes períodos de bloqueo o
ensimismamiento, con frecuencia relacionados con los fenómenos psicóticos. Estas
características deben tenerse en cuenta a la hora de efectuar el estudio
neuropsicológico de la DCLw, dado que, con frecuencia, las pruebas están más
orientadas al diagnóstico de la EA. Pruebas como la copia de figuras complejas o
el Trail Making Test pueden resultar de utilidad a la hora de discriminar entre ambas
entidades ( Ferman et al., 2006 ). Conforme la enfermedad avanza, se presentan
progresivamente el resto de las alteraciones del lenguaje, praxis, etc. similares a la
EA.
Los síntomas motores extrapiramidales constituyen uno de los rasgos esenciales de
la enfermedad, y pueden aparecer en el 85% de los casos. No obstante, hay que
señalar que un porcentaje de casos, entre el 15 y el 25% según las series, no presentan
síntomas parkinsonianos. Entre estos están la rigidez muscular, la bradicinesia, el
temblor de reposo y la inestabilidad postural axial, como síntomas de inicio. Otras
manifestaciones como expresión facial reducida (hipomimia), temblor de intención
o acción, o la marcha de pequeños pasos suelen aparecer más adelante. En general,
puede decirse que los síntomas son similares a los de la EP, aunque algunos estudios
señalan que en la DCLw puede darse menor temblor de reposo y más bradicinesia,
temblor de acción y rigidez que en la EP ( Aarsland et al., 2001 ).
Mientras que el sueño REM se caracteriza por la pérdida de tono muscular corporal
y por la presencia de movimientos oculares rápidos (REM), en el trastorno de
conducta del sueño en fase REM (TCSR) ocurre una persistencia intermitente del
tono muscular, y en los períodos en los que existe tono muscular el sujeto puede
ejecutar el movimiento percibido en las escenas oníricas. En la DCLw, el TCSR se
presenta con una frecuencia del 40-80%; puede preceder varios años o incluso
décadas a la DCLw y, en los casos en que aparece, el curso es más virulento, con
aparición temprana de alucinaciones y parkinsonismo y mayor mortalidad. En
pacientes con TCSR idiopático, el riesgo estimado de desarrollar EP o DCLw es del
17,7% a los 5 años y del 52,4% a los 12 años ( Dugger et al., 2012 ).
Las alucinaciones visuales son muy frecuentes y pueden aparecer en el 80% de los
casos. Este rasgo distintivo hace que con frecuencia se recabe atención psiquiátrica
para estos casos. Las alucinaciones suelen tener un carácter muy detallado, son
complejas (p. ej., pueden visualizarse personas o animales solos o en grupo) y se
acompañan de otros fenómenos visuales, como destellos o imágenes fractales. La
reacción emocional ante las mismas y el grado de introspección son muy variables.
La presencia precoz de alucinaciones y el déficit visuoespacial prominente
constituyen predictores claros del diagnóstico de DCLw. En ocasiones, aparecen
alucinaciones de otras esferas sensoriales, junto con delirios, que dan lugar a cuadros
psicóticos bizarros como el síndrome de Capgras. También pueden aparecer otros
cuadros psiquiátricos, como depresión o ansiedad.
Pese a que los fármacos antipsicóticos se muestran como excelentes ayudas
terapéuticas en el tratamiento de las alucinaciones que acompañan a otros cuadros
psicóticos, hay que tener en cuenta siempre que la sensibilidad a estas sustancias es
otra de las características principales de la DCLw. Esta sensibilidad aparece en
mayor o menor grado en la mayoría de los casos de DCLw, y se asocia con un curso
más acelerado y un aumento de la mortalidad. Puede revestir diversas formas
clínicas, como aparición o aumento de la sintomatología parkinsoniana, agitación
paradójica, síndrome neuroléptico maligno, disfunción autonómica o fluctuación
cognitiva. Los antipsicóticos de primera generación son más nocivos que los
antipsicóticos atípicos. En menor grado, también puede aparecer una
susceptibilidad aumentada a las benzodiazepinas.
La disfunción autonómica no suele considerarse un síntoma muy característico de la
DCLw, probablemente porque sus rasgos son frecuentes en los ancianos por otras
razones. Típicamente se engloban aquí signos como hipotensión ortostática,
taquicardia, incontinencia y alteraciones del ritmo intest inal (estreñimiento). La
hipotensión ortostática se asocia a mayor mortalidad, debido al aumento de caídas.
Neurobiología. Biomarcadores
El empleo de biomarcadores reviste un gran interés en la DCLw, tanto para el
diagnóstico como para la diferenciación del TNM-EA. La disminución de la
recaptación de dopamina por parte del transportador en los ganglios basales
registrada por PET o SPECT aporta una sensibilidad del 78% para el diagnóstico de
DCLw, con una especificidad del 90% para diferenciar otras formas de demencia,
especialmente EA ( McKeith et al., 2007 ). La captación reducida de yodo-123-
metayodobenzilguanidina ( 123 I-MIBG) 2
2 La MIBG es un análogo estructural de la noradrenalina y la guanetidina.
en la gammagrafía miocárdica permite estudiar la inervación simpática, y es otro marcador
interesante en aquellos lugares en los que está disponible. Junto con la polisomnografía, que
muestra episodios de sueño REM sin atonía, constituyen la tríada de biomarcadores
nucleares para el diagnóstico de DCLw, de acuerdo con los criterios del Consorcio
Internacional. Además de estos, otros biomarcadores tienen carácter de apoyo: la
neuroimagen estructural no muestra una atrofia del lóbulo temporal medial, como sí ocurre
en la EA, y la neuroimagen funcional muestra un flujo o un metabolismo cerebral
disminuido, especialmente en el lóbulo occipital. Los estudios en líquido cefalorraquídeo
(LCR) muestran unos niveles de Aβ disminuidos y niveles de τ normales o aumentados
( Capouch et al., 2018 ).
Terapéutica
El abordaje terapéutico general de la DCLw es similar al de la demencia en la EA. En
la actualidad, no se dispone de tratamiento específico aprobado para la DCLw, pero
su manejo clínico tiene unas características especiales que vamos a considerar. Las
intervenciones no farmacológicas han recibido, por lo general, poca atención, pero
un reciente metaanálisis sugiere que la actividad física, la terapia ocupacional, la
musicoterapia y las intervenciones para prevenir la aspiración en los casos con
disfagia pueden resultar útiles ( Connors et al., 2017 ).
Los fármacos IACE, a pesar de no tener indicación aprobada en España, son
ampliamente utilizados en la DCLw, sobre la base del marcado déficit de la
transmisión colinérgica que se encuentra en esta entidad. De hecho, algunos autores
señalan que su eficacia puede ser mayor incluso qu e en la EA ( Galasko, 2017 ). No
se aprecian diferencias entre las diversas sustancias (donepezilo, rivastigmina o
galantamina), aunque las que cuentan con más evidencia son la rivastigmina y, sobre
todo, el donepezilo 3
3 El donepezilo está aprobado en Japón para el tratamiento de la DCLw desde 2014 .
, y el uso clínico de las sustancias es similar al de la EA. Los IACE pueden ser útiles también
para combatir la apatía, las alucinaciones y los delirios en la DCLw ( Cummings et al., 2016 ).
La memantina también parece ser útil en la DCLw, sola o en combinación con IACE, pero
está menos estudiada.
Ya se ha comentado que la sensibilidad a los antipsicóticos hace que el empleo de
estas sustancias en la DCLw deba realizarse con gran cautela. Es aconsejable iniciar
el tratamiento farmacológico con los IACE, pero si finalmente parece necesario
indicar un fármaco antipsicótico, las mejores opciones son quetiapina y clozapina,
en su rango más bajo de dosis ( Connolly y Fox, 2012 ).
El empleo de L-dopa puede ser beneficioso para los síntomas extrapiramidales, pero
estos responden peor que en la EP, y puede producirse una exacerbación de la
psicosis ( Galasko, 2017 ). Los agonistas dopaminérgicos son incluso peor tolerados
en este sentido, y deben ser evitados.
El TCSR puede tratarse farmacológicamente si afecta de forma significativa a la
calidad de vida del paciente. Pueden utilizarse melatonina, en dosis de hasta 15 mg,
o clonazepam, en los casos más graves.
La DCLw ha generado un interés creciente en los últimos años en cuanto a la
investigación para desarrollar tratamientos eficaces. Entre las distintas estrategias
sobre las que se ha trabajado se encuentran la terapia con células madre, la
inhibición de la agregación de α-sinucleína, promover su aclaramiento o impedir su
propagación mediante el empleo de técnicas de inmunoterapia activa o pasiva
( Jellinger, 2018 ). También se han llevado a cabo ensayos clínicos con sustancias
como la intepirdina, un antagonista selectivo del receptor 5-HT 6 , o la nelotanserina,
un agonista inverso del receptor 5-HT 2A . Los resultados han sido negativos con el
primer compuesto y más esperanzadores con el segundo, pero todavía está en una
fase incipiente de desarrollo ( Capouch et al., 2018 ).
Demencia en la enfermedad de Parkinson
La EP presenta, entre sus características clínicas más comunes, la afectación del
funcionamiento cognitivo, pero en un número no despreciable de casos se produce
una evolución a demencia. Típicamente, se ha considerado la EP como una
enfermedad neurodegenerativa caracterizada por la presencia de trastornos motores
de tipo extrapiramidal, como temblor de reposo, bradicinesia, rigidez y alteraciones
posturales y de la marcha, con un inicio insidioso y un curso progresivo. No obstante,
la afectación cognitiva es común, y consiste, por lo general, en afectación de la
capacidad visuoespacial, la atención, las funciones ejecutivas y el lenguaje (fluidez
verbal semántica); disminución de la velocidad de procesamiento, y déficit de
memoria, secundario a la disfunción ejecutiva ( Biundo et al., 2014 ).
En cuanto a la epidemiología de la DEP, la prevalencia en la población general mayor
de 65 años se estima en un 0,3-0,5%, lo que supone el 3-4% de los casos de demencia.
Por lo que respecta al número de pacientes con EP y demencia, hay que diferenciar
la prevalencia puntual, estimada en un 30-35%, de la prevalencia acumulada, que
ofrece cifras mucho más elevadas, de manera que solo un 30% de las personas con
EP no desarrollarán demencia. Los factores de riesgo más import antes para la
evolución a demencia son la edad avanzada, la gravedad de la enfermedad y el tiempo
de evolución, aunque también incrementan el riesgo otros factores como el sexo
masculino, la presencia de alucinaciones visuales y depresión, y la historia familiar
de demencia. La tasa de conversión a demencia es del 10% anual ( Rongve y
Aarsland, 2013 ).
A nivel anatomopatológico, se aprecia pérdida neuronal y cuerpos de Lewy en la
sustancia negra. En algunos individuos con TNM-EP se encuentran, además, signos
indicativos de EA o cuerpos de Lewy difusos.
Los síntomas neuropsicológicos están derivados de la afectación subcortical y de la
disrupción de las conexiones fronto-subcorticales. Es característico el deterioro de
la atención, las funciones ejecutivas y la capacidad visuoespacial, mientras que las
alteraciones en la memoria y el lenguaje son menos relevantes que en la EA ( Poewe
et al., 2008 ). El ritmo de deterioro cognitivo es más lento que en la DCLw, pero más
acelerado que en la EA. Los síntomas psiqu iátricos son muy frecuentes, aunque
menos prominentes que en la DCLw; se estima que el 89% de los casos presenta
algún tipo de síntoma a lo largo del curso de la demencia. Destaca la presencia de
alucinaciones y delirios, con frecuencia relacionados con el tratamiento con
sustancias dopaminérgicas, así como depresión, ansiedad o apatía. También puede
aparecer el TCSR, aunque es menos frecuente que en la DCLw ( Emre et al., 2007 ).
Es innegable la similitud en muchos aspectos entre la DCLw y la DEP, y muchos
autores la consideran como una misma entidad. Las tablas 12-2 y 12-3 resumen las
características diferenciales más importantes entre ambas entidades a nivel clínico y
de biomarcadores, respectivamente.
Tabla 12-2
Características clínicas diferenciales de la demencia en la enfermedad de Parkinson (DEP) y la
demencia con cuerpos de Lewy (DCLw)
Características DEP DCLw
Cronología Los síntomas motores preceden a la La demencia ocurre a la vez o
demencia en 12 meses o más precede hasta en 2 años a los
Evolución más lenta síntomas motores
Deterioro Deterioro en más de un dominio. Déficit de atención y en las
cognitivo Algunos cambios son similares a la funciones ejecutiva y
DCLw (funciones ejecutivas) y otros visuoespacial. La afectación de la
son diferentes (memoria verbal memoria es menos notable al
episódica) principio
Perfil neuropsicológico fronto- Perfil neuropsicológico
/subcortical corticoparietotemporo-/subcortical
Fluctuación No es característica, pero puede Variación marcada en el nivel de
de los síntomas aparecer alerta y atención
Alucinaciones Generalmente acompañan al Idiopáticas, prominentes,
tratamiento con sustancias recurrentes, generalmente
dopaminérgicas visuales
Síntomas Acinesia, temblor, rigidez Temblor poco frecuente
motores
Características DEP DCLw
Otros síntomas Sensibilidad a antipsicóticos menos Disfunción autonómica, episodios
frecuente de ausencia, sensibilidad a
antipsicóticos
Tabla 12-3
Diferencias y similitudes en cuanto a biomarcadores entre la demencia con cuerpos de Lewy
(DCLw) y la demencia en la enfermedad de Parkinson (DEP)
Diferencias
Similitudes DCLw DEP
Disminución de la captación Atrofia cortical más grave y Conectividad
de dopamina en el putamen frecuente temporooccipitoestriatal
Disminución de la captación Hipointensidades en la alterada
de MIBG en el miocardio sustancia blanca temporal más Oligómeros de α-sinucleína
Lóbulo temporal medial intensas y frecuentes aumentados en LCR
preservado (TC, RM) Conectividad frontoestriatal
Hipoperfusión occipital en alterada
neuroimagen funcional Mayores niveles de Aβ y τ en la
Patrón de hipometabolismo PET
cerebral similar Perfil de tipo EA en LCR
Ensanchamiento del III Baja captación de dopamina
ventrículo y las astas frontales en el caudado en relación con
Mutaciones GBA el déficit funcional
LCR: líquido cefalorraquídeo; MIBG: metayodobenzilguanidina; PET: tomografía por emisión de
positrones; RM: resonancia magnética; TC: tomografía computarizada.
En cuanto a la terapéutica, las pautas generales de manejo son similares a las de la
demencia en la EA, aunque en la DEP hay menos trabajos que avalen el empleo de
terapias no farmacológicas. Al igual que en la DCLw, la transmisión colinérgica está
disminuida en el TNM-EP, lo que constituye la base para el tratamiento con IACE.
Entre las diversas sustancias, la que ha sido más investigada es la rivastigmina, que
está oficialmente aprobada en algunos países. La memantina también se emplea, y
también posee un estudio positivo. En cuanto a las terapias modificadoras de la
enfermedad, la inmunoterapia activa o pasiva anti-α-sinucleína ha dado resultados
prometedores en modelos experimentales, pero hasta el momento no se han
realizado ensayos clínicos. Una sustancia que ha merecido atención es la rasagilina,
un inhibidor de la monoaminooxidasa de tipo B que aumenta los niveles cerebrales
de dopamina, pero los resultados no son concluyentes. El manejo de los síntomas
psicóticos presenta los mismos problemas que en la DCLw y, de la misma manera,
en caso de emplear antipsicóticos, las sustancias de elección son la quetiapina y la
clozapina ( Szeto y Lewis, 2016 ). La pimavanserina es un agonista inverso selectivo
del receptor 5-HT 2A que ha mostrado buenos resultados en el tratamiento de la
psicosis en la EP sin producir empeoramiento a nivel motor, y está aprobado para
esta indicación en Estados Unidos, por lo que puede ser una alternativa en el
tratamiento de esta sintomatología en casos de DEP ( Cummings et al., 2014 ) e,
incluso, en otras formas de demencia como la EA ( Ballard et al., 2018 ).
Demencia frontotemporal
La DFT no es característica de las personas mayores, sino que más bien lo es de las
edades medias de la vida. Sin embargo, la incluimos en este capítulo al tratarse de la
más psiquiátrica de todas las demencias, especialmente la variante conductual (DFT-
c), lo que hace que, con frecuencia, el psiquiatra sea el primer especialista en atender
estos casos, por lo que debería estar preparado para su detección. Esta entidad ha
tenido numerosos cambios en su conceptualización y clasificación desde que fue
descrita por primera vez por Arnold Pick en 1982. El término demencia
frontotemporal se utiliza actualmente para describir un conjunto de trastornos
neurocognitivos caracterizados por la presencia de alteraciones en el lenguaje, las
funciones ejecutivas y la conducta, con afectación de los lóbulos temporales y
frontales. La DFT se divide en dos grandes grupos: la DFT-c, que afecta
aproximadamente al 60% de los casos, y la variante lingüística, que a su vez se divide
en tres subtipos: las variantes semántica, no fluente y logopénica de la afasia
primaria progresiva (APP). Estas tres variantes tienen en común la afectación del
lenguaje, pero son muy diversas en cuanto al tipo de trastorno y la localización de las
lesiones. Existen también otras entidades relacionadas con la DFT y que
comentaremos brevemente, como la DFT con enfermedad de motoneurona, la
parálisis supranuclear progresiva y el síndrome corticobasal.
Por lo que respecta a los datos epidemiológicos, la DFT es la segunda causa de
demencia en menores de 65 años, y afecta por igual a hombres y mujeres. Los datos
sobre su prevalencia e incidencia global son muy variables, lo que puede reflejar la
dificultad que entraña su diagnóstico o bien la diferente representación en distintas
zonas geográficas, algo típico de los trastornos con una alta heredabilidad. Se estima
que representa un 5% de todas las formas de demencia, aunque probablemente esta
cifra sea demasiado baja. La edad de inicio es diferente según las variantes; la forma
más común, la DFT-c, se presenta, por lo general, entre los 45 y los 65 años, aunque
el 10% de los casos pueden aparecer tras los 70 años. La supervivencia media es de
6-11 años desde el inicio de los síntomas y de 3-4 años desde el diagnóstico ( Seltman
y Matthews, 2012 ).
La DFT presenta una heredabilidad alta, que se cifra en el 40-50% de los casos si
tenemos en cuenta cualquier forma de patología neurodegenerativa, y en el 10% se
encuentra una herencia de tipo autosómico dominante. Entre las distintas variantes,
la DFT-c es la forma que más se hereda, seguida de la APP no fluente (APP-nf) y la
APP logopénica (APP-lg), mientras que la APP semántica (APP-s) es la que se
presenta más frecuentemente de forma esporádica. Hay que tener en cuenta que una
misma alteración genética puede presentarse con formas fenotípicas diferentes
( Deleon y Miller, 2018 ).
Diagnóstico y clínica
Se han efectuado múltiples intentos de clasificar los distintos síndromes agrupados
dentro de la DFT utilizando criterios genéticos y moleculares, pero final mente el
diagnóstico se realiza todavía de forma clínica con la ayuda de algunos
biomarcadores. El cuadro 12-4 muestra los criterios para el diagnóstico de TNM-FT
de acuerdo con el DSM-5, basados, a su vez, en los criterios internacionales sobre la
DFT-c ( Rascovsky et al., 2011 ). Los criterios DSM-5 establecen que, para ser
diagnosticado con DFT-c posible o probable, el paciente debe demostrar un deterioro
progresivo del comportamiento o de las funciones cognitivas objetivado mediante la
historia clínica o la exploración, excluyendo la presencia de otras entidades médicas,
neurológicas o psiquiátricas que puedan explicar los cambios. El diagnóstico de
DFT-c probable se reserva para los casos en que aparezca evidencia de una mutación
genética causante de un trastorno neurocognitivo frontotemporal, ya sea en los
antecedentes familiares o con una prueba genética del paciente y/o evidencias de
una afección desproporcionada del lóbulo frontal o temporal en el diagnóstico por
neuroimagen.
CUADRO 12-4
Criterios diagnósticos de trastorno neurocognitivo mayor o menor frontotemporal,
de acuerdo con el DSM-5
• A.
Se cumplen los criterios de un trastorno neurocognitivo mayor o menor.
• B.
El trastorno presenta un inicio insidioso y una progresión gradual.
• C.
Aparecen uno o dos:
o 1.
Variante de comportamiento:
▪ a.
Tres o más de los siguientes síntomas comportamentales:
▪ i.
Desinhibición del comportamiento.
▪ ii.
Apatía o inercia.
▪ iii.
Pérdida de simpatía o empatía.
▪ iv.
Comportamiento conservador, estereotipado o
compulsivo y ritualista.
▪ v.
Hiperoralidad y cambios dietéticos.
▪ b.
Declive destacado de la cognición social o de las capacidades
ejecutivas.
o 2.
Variante de lenguaje:
▪ a.
Declive destacado de la habilidad para usar el lenguaje, ya sea
en forma de producción del habla, elección de las palabras,
denominación de objetos, gramática o comprensión de las
palabras.
• D.
Ausencia relativa de afectación de las funciones perceptual motora, de
aprendizaje y de memoria.
• E.
La alteración no se explica mejor por una enfermedad cerebrovascular, otra
enfermedad neurodegenerativa, los efectos de una sustancia o algún otro
trastorno mental, neurológico o sistémico. Se diagnostica un trastorno
neurocognitivo frontotemporal probable si aparece alguno de los siguientes;
en caso contrario, se diagnosticará un trastorno neurocognitivo
frontotemporal posible:
o 1.
Evidencias de una mutación genética causante de un trastorno
neurocognitivo frontotemporal, ya sea en los antecedentes familiares o
con una prueba genética.
o 2.
Evidencias de una afección desproporcionada del lóbulo frontal o
temporal en el diagnóstico por la neuroimagen.
Desde el punto de vista clínico, el diagnóstico de DFT-c exige la presencia de una
alteración significativa de las funciones ejecutivas o de la cognición social, y de al
menos tres de las siguientes alteraciones del comportamiento: desinhibición del
comportamiento, apatía, pérdida de empatía, comportamiento estereotipado o
hiperoralidad. La desinhibición comportamental es la manifestación más típica y
temprana de la DFT-c, y es útil para diferenciarla de otras formas comunes de
demencia (EA, DCLw, DV) ( Rankin et al., 2008 ). En sus manifestaciones iniciales,
la desinhibición suele manifestarse como una pérdida de los modales o las normas
sociales; por ejemplo, pueden aparecer comentarios ofensivos, chistes groseros o de
mal gusto, alusiones sexuales, comportamientos improcedentes (p. ej., escupir,
tocarse), y pérdida de reconocimiento de claves sociales (p. ej., entablar
conversaciones con desconocidos o personas que no quieren hablar). Se pierde la
noción del espacio interpersonal y pueden hacerse acercamientos físicos
inapropiados. En casos graves, pueden aparecer conductas delictivas, como
exhibicionismo, abusos o comportamientos antisociales. La desinhibición puede
manifestarse como comportamientos impulsivos sin interacción interpersonal,
como conductas de prodigalidad, hurtos inexplicables (p. ej., alimentos u objetos
visualmente atractivos) y nuevas adicciones.
La apatía es el síntoma inicial más común de la DFT-c, y se manifiesta inicialmente
por pasividad o falta de espontaneidad. Más tarde, el paciente puede cesar de realizar
actividades de forma espontánea, sin atender ni obligaciones ni aficiones, y puede
llevar a situaciones de abandono y desidia extrema, como las descritas en el
síndrome de Diógenes. La falta de empatía se traduce por incapacidad para
reconocer las emociones de los demás, lo que da lugar a manifestaciones como falta
de sensibilidad, frialdad, incomprensión o desprecio hacia el dolor, la alegría u otras
emociones de otros. Esta característica es útil a la hora de distinguir la DFT-c del
TNM-EA. Los comportamientos perseverativos, compulsivos o estereotipados son
de utilidad en el diagnóstico diferencial, y pueden variar desde movimientos
reiterativos simples (p. ej., rascar, pellizcar, frotarse las manos, tocar partes del
cuerpo, movimientos bucales repetitivos o lamerse o morderse los labios
repetidamente) hasta comportamientos estereotipados complejos, como rituales de
limpieza, orden, comprobación, caminar por rutas fijas, almacenamiento
(coleccionar o recolectar objetos sin valor) o ir al baño constantemente (sin
necesidad). El lenguaje también puede hacerse pobre o perseverativo, al repetir
elementos —palabras, frases o incluso narraciones—, sin interés para la
comunicación. La hiperoralidad y los cambios en los hábitos y el comportamiento
alimenticios son síntomas frecuentes de la DFT-c. Las manifestaciones pueden ser
muy diversas, desde cambios en las preferencias alimenticias hasta la exploración
oral de objetos no comestibles. Aparecen con frecuencia un nuevo gusto por
sustancias dulces; preferencia exclusiva por una comida, un menú o un utensilio;
apetito inextinguible o exploración oral de objetos no comestibles
( Rascovsky, 2010 ).
En cuanto al patrón neuropsicológico, se caracteriza, sobre todo, por la afectación de
las funciones ejecutivas, especialmente las habilidades cognitivas complejas como la
memoria de trabajo, la planificación, la abstracción, la habilidad para resolver
problemas y la flexibilidad mental. En fases iniciales, los pacientes con DFT -c
pueden rendir bien en pruebas ejecutivas clásicas como la prueba de Stroop o la
prueba de las cartas de Wisconsin, pero aparecen alteraciones en pruebas de
generación verbal y no verbal, y en pruebas de flexibilidad mental, inhibición de
respuesta o inversión del aprendizaje ( Tirapu-Ustárroz et al., 2012 ). Es muy típico
de los pacientes con DFT-c que, en la realización de pruebas neuropsicológicas,
aparezcan determinados errores, como perseveraciones, intrusiones o violación de
reglas. Asimismo, también es característica la preservación inicial de ciertas
funciones, como la memoria episódica verbal y las capacidades visuoespaciales, lo
que resulta útil para el diagnóstico diferencial con el TNM-EA ( Elfgren et al., 1994 ).
Por lo que respecta a la variante del lenguaje, según la denominación del DSM-5,
existen también unos criterios internacionales que pueden resultar de ayuda para el
diagnóstico ( Gorno-Tempini et al., 2011 ). De acuerdo con ellos, la variante del
lenguaje se denomina afasia progresiva primaria (APP) y tiene tres subtipos:
semántica (APP-s), no fluente (APP-nf) y logopénica (APP-lg); no obstante, esta
última se asocia predominantemente a lesiones de tipo Alzheimer, por lo que no la
trataremos en este capítulo. Para el diagnóstico de APP se exige la presencia de un
déficit prominente del lenguaje, que es la causa de la mayoría de las dificultades
funcionales. La APP-s se diagnostica si aparece déficit en la nominación forzada
(p. ej., al identificar objetos o imágenes) y deterioro en la comprensión de palabras
aisladas, y al menos uno de los siguientes: 1) deterioro en el conocimiento de objetos;
2) dislexia superficial o disgrafia; 3) repetición conservada, y 4) producción de
lenguaje conservada. La neuroimagen muestra una atrofia y/o
hipometabolismo/hipoperfusión de los polos frontales del lóbulo temporal. La APP-
nf requiere al menos uno de los dos rasgos centrales (lenguaje con agramatismos o
lenguaje dificultoso, a saltos, sin que aparezca apraxia del lenguaje) y, al menos, dos
de los tres siguientes: 1) deterioro de la comprensión de frases complejas; 2)
comprensión preservada de palabras sueltas, y 3) conocimiento de objetos
preservado. La neuroimagen muestra una atrofia y/o
hipometabolismo/hipoperfusión del área frontal insular posterior izquierda.
Los síntomas motores acompañan con frecuencia a la DFT, en todas sus variantes.
Alrededor del 12% de los pacientes con DFT-c desarrollan enfermedad de
motoneurona, y hasta el 40% pueden presentar formas leves o incompletas. La
enfermedad de motoneurona acompaña típicamente a la DFT-c, pero también puede
aparecer en la APP. Los síntomas parkinsonianos aparecen en el 20% de los
pacientes con DFT, sobre todo en la DFT-c y también en la APP-nf. También pueden
aparecer síntomas del síndrome corticobasal (parkinsonismo asimétrico, disfunción
cortical sensoriomotora, síndrome del miembro extraño y distonía) o parálisis
supranuclear progresiva (parálisis supranuclear vertical, disminución de la
velocidad sacádica e inestabilidad postural precoz con caídas) ( Bang et al., 2015 ).
Neurobiología. Biomarcadores
La DFT es una entidad con una alta heredabilidad, que alcanza el 40% de los casos,
pero solo el 10% tienen un patrón de herencia autosómico dominante claro, el 60%
de los cuales corresponden a mutaciones en los genes C9orf72 (chromosome 9 open-
reading frame 72), MAPT (microtubule-associated protein tau) y
PGRN (progranulin). La TDP-43 (TAR DNA-binding protein-43) y la FUS (fused-in-
sarcoma) son ribonucleoproteínas ligadas al ARN e implicadas en la regulación de su
actividad. Las mutaciones en el gen TARDBP (transactive response DNA binding
protein), que codifica la TDP-43 o la FUS, se asocian a esclerosis lateral amiotrófica
con o sin DFT. También se han descrito casos asociados a mutaciones en el gen
VCP (vasolin-containing protein), que presentan típicamente la tríada miopatía con
cuerpos de inclusión, enfermedad de Paget y DFT. Cada mutación puede expresarse
con patrones clínicos histopatológicos y formas de neurodegeneración diferentes. El
consejo genético puede estar indicado en los casos de DFT con patrón de herencia
autosómica dominante con presencia de demencia y otros trastornos (p. ej., EA,
parkinsonismo, enfermedad de neurona motora, miopatía con cuerpos de
inclusión o psicosis de inicio tardío), dado que la expresión fenotípica de un mismo
gen puede ser variable.
Desde el punto de vista histopatológico, existen también diversos patrones. De forma
genérica, podemos decir que la DFT se caracteriza por pérdida neuronal, gliosis y
cambios microvacuolares de los lóbulos frontales, los lóbulos temporales anteriores,
la corteza cingulada anterior y la corteza insular. Los cambios iniciales aparecen en
la corteza cingulada anterior, la corteza insulofrontal, la corteza orbitofrontal y las
zonas de transición cingulofrontales ( Mackenzie et al., 2010 ). Los subtipos
histopatológicos más importantes, clasificados de acuerdo con las inclusiones
proteicas y la patología molecular subyacente son: degeneración lobar
frontotemporal (DLFT)-τ, DLFT-TDP y DLFT-FUS. Unos pocos casos de DLFT
tienen inclusiones de ubiquitina o de proteína p62, y a veces no tienen i nclusiones.
Como ya se ha comentado, el patrón histopatológico puede estar presente con
manifestaciones clínicas diferentes. Por ejemplo, la clásica enfermedad de Pick se
presenta en un 30% de los casos de DLFT-τ. Se caracteriza por una atrofia marcada
(«a cuchillo») del lóbulo frontal, el lóbulo temporal y la corteza del giro cingular; la
presencia de los llamados cuerpos de Pick (inclusiones globulares citoplasmáticas
argirofílicas) y, clínicamente, por cuadros de DFT-c y APP-nf.
Respecto a la neuroimagen, se han producido avances en la caracterización de la DFT
en cuanto a la cuantificación de la atrofia utilizando especialmente la volumetría por
RM, así como en los patrones de hipometabolismo o hipoperfusión en distintas
regiones empleando técnicas funcionales como la RM funcional, la PET o la SPECT.
Se persigue no solo confirmar el diagnóstico de DFT frente a otras entidades que
pueden dar lugar a casos de demencia temprana, sino incluso diferenciar entre los
distintos subtipos de DFT. La TC o la RM estructural muestran una atrofia frontal o
temporal predominante; sobre todo, una atrofia del área frontal insular es
especialmente sugestiva de DFT. Las técnicas funcionales, además de los patrones
de disminución de actividad en las áreas afectadas, pueden mostrar la ausencia
relativa de depósitos de β-amiloide y la presencia de afectación intensa de la
sustancia blanca con difusión de tensión, como rasgos diferenciadores de la DFT y la
demencia en la EA. La tabla 12-4 muestra las diferencias entre los patrones de
neuroimagen en las distintas formas de DFT ( Gordon et al., 2016 ). En cuanto a
áreas de desarrollo, el estudio de la conectividad cerebral ha mostrado hallazgos
prometedores, como la disminución de la actividad intrínseca en la red de saliencia,
junto con actividad incrementada en la red por defecto, un patrón opuesto al que
aparece en la demencia en la EA. También son prometedores los trabajos con PET y
trazadores de τ, especialmente con las nuevas sustancias más específicas ( Hall
et al., 2017 ).
Tabla 12-4
Hallazgos de neuroimagen en las distintas variantes de demencia frontotemporal (DFT)
Variante RM PET/SPECT
DFT-c Atrofia en la corteza prefrontal, el lóbulo Funcionalidad disminuida en el fascículo
frontal anterior, el cingulado anterior, el uncinado, el genu del cuerpo calloso y el
estriado, el tálamo y la ínsula cíngulo, los fascículos longitudinales
superior e inferior, y el fascículo inferior
frontooccipital
APP-nf Atrofia predominante de la corteza en el Funcionalidad disminuida en el fascículo
hemisferio izquierdo, sobre todo en el giro uncinado izquierdo, el fascículo
frontal inferior y las cortezas prefrontal y longitudinal inferior, el cuerpo calloso y el
temporal. Atrofia bilateral del caudado y el cíngulo. Sustancia blanca del cerebelo,
putamen tronco cerebral y lóbulo occipital
preservados
APP-s Atrofia predominante de la corteza en el Funcionalidad disminuida en la sustancia
hemisferio izquierdo, sobre todo en el lóbulo blanca en el fascículo longitudinal superior
temporal inferior y el giro fusiforme, el polo izquierdo, el cuerpo calloso y el cíngulo
temporal, las cortezas parahipocámpica y izquierdo, orbitofrontal izquierdo, frontal
entorrinal, extendiéndose al cingulado inferior, temporal anterior y parietal inferior
anterior, orbitofrontal, frontal inferior e
insular
APP-nf: afasia primaria progresiva no fluente; APP-s, afasia primaria progresiva semántica;
PET: tomografía por emisión de positrones; RM: resonancia magnética; TC: tomografía
computarizada.
Terapéutica
No existen terapias suficientemente validadas para el tratamiento de la DFT, ni de
tipo no farmacológico ni de tipo farmacológico, y los tratamientos comúnmente
empleados se basan en evidencias no bien contrastadas. Los síntomas pueden
mejorar mediante la intervención sobre el cuidador, a través de la psicoeducación,
proporcionando técnicas conductuales, ambientales y físicas para minimizar o
redirigir conductas no deseadas ( Merrilees, 2007 ). Dado que el problema clínico
fundamental son los trastornos del comportamiento, se han intentado diversos
abordajes ambientales. Por ejemplo, programar las rutinas diarias en función de los
hábitos conservados o en aficiones previas, disminuir los estímulos ambientales,
promover la interacción social en grupos reducidos y proporcionar un entorno
seguro, predecible y comprensible. Los pacientes también pueden beneficiarse de la
logoterapia para paliar las alteraciones del lenguaje ( Kortte y Rogalski, 2013 ). El
ejercicio físico parece tener beneficios sobre el declive cognitivo, las alteraciones de
la conducta y otras dimensiones de la salud, y puede recomendarse en todos los casos
de DFT ( Cheng et al., 2014 ). Se ha intentado mejorar los síntomas conductuales y
la apatía mediante intervenciones de tipo cognitivo conductual, pero los resultados
no son concluyentes ( Barton et al., 2016 ).
De los psicofármacos empleados en la actualidad en otras formas de demencia,
puede decirse que la DFT no mejora con los IACE, e incluso puede producirse un
empeoramiento. La memantina tampoco parece producir efecto alguno. En cambio,
se ha encontrado cierto efecto beneficioso, tanto sobre la conducta como sobre otros
síntomas, con los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina —
especialmente con el citalopram y la sertralina— y con la trazodona. Los
antipsicóticos atípicos pueden emplearse para el control de los síntomas psicóticos y
la agitación, pero hay que tener en cuenta que los pacientes con DFT pueden tener
una sensibilidad mayor a los efectos extrapiramidales. También se han obtenido
mejorías con sustancias estimulantes, como el metilfenidato y la dextroanfetamina,
siempre con estudios de alcance limitado. En caso de presencia de síndrome de
piernas inquietas, pueden utilizarse fármacos afines al canal del calcio α -2-δ (p. ej.,
gabapentina, pregabalina). La oxitocina y la agomelatina han sido propuestas para
el tratamiento de los síntomas psiquiátricos de la DFT, especialmente la apatía, y se
ha apreciado un ligero beneficio en algunos trabajos preliminares ( Olney
et al., 2017 ).
Pese a este panorama poco alentador, en los últimos años se ha trabajado con
estrategias más cercanas a lo que se conoce en la actualidad de la fisiopatología de la
DFT, con la esperanza de encontrar terapias específicas. De esta manera, se están
llevando a cabo estudios dirigidos a limitar la agregación de τ (p. ej., utilizando azul
de metileno), estabilizar τ microtubularmente o disminuir la cantidad total de τ a
través de inmunoterapia. También se está intentado corregir los efectos nocivos de
las mutaciones PGRN y C9orf72 empleando diversas su stancias para aumentar la
producción de progranulina (p. ej., andrógenos, bafilomicina A1) o bien
oligonucleótidos antisentido para suprimir la función tóxica incrementada,
respectivamente ( Young et al., 2018 ).
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CAPÍTULO 13
Delirium
• Luisa Fernanda Goez Sudupe
• y Luis Fernando Agüera Ortiz
Psiquiatría geriátrica, Capítulo 14, 236-252
Abrir en modo de lectura
• ▪
El delirium es un síndrome grave, habitualmente reversible e
infradiagnosticado.
• ▪
A menudo se retrasa su diagnóstico al confundirse con un trastorno
psiquiátrico primario.
• ▪
Debe buscarse de manera exhaustiva la enfermedad médica subyacente.
• ▪
Es un marcador de mal pronóstico y un factor determinante del curso clínico
del paciente.
• ▪
Su incidencia se reduce visiblemente con la intervención de los factores de
riesgo modificables.
Introducción
El envejecimiento va acompañado, entre otras características, de un frágil equilibrio
en el mantenimiento de la homeostasis interna. Este equilibrio es particularmente
delicado en el cerebro, especialmente sensible a las agresiones de origen múltiple,
tanto médicas como farmacológicas, lo que favorece la aparición de diversos cuadros
psiquiátricos. La capacidad de los ancianos para adaptarse a los cambios tanto en el
medio interno como en el externo es menor que en otras épocas de la vida. La
enfermedad sería la expresión del fracaso en el mantenimiento de dicha
homeostasis.
El delirium se considera el trastorno mental más común en pacientes con
enfermedad médica, particularmente en la población anciana. Puede ser un
indicador de enfermedad física antes que cualquier otro signo como la fiebre o el
dolor. Pero también puede representar una de las evoluciones adversas más
frecuentes entre los ancianos hospitalizados. Su importancia no solo viene dada por
su frecuencia sino también por sus consecuencias. Por otro lado, se trata tanto de un
indicador de gravedad de la enfermedad subyacente como de un factor de peor
pronóstico.
En el caso concreto de pacientes críticamente enfermos, la presencia de delirium se
ha asociado a una prolongación en la necesidad de ventilación mecánica, incremento
del tiempo de ingreso en unidades de cuidado intensivo (UCI) o de la hospitalización,
alta probabilidad de deterioro cognitivo prolongado posterior, declive en la
funcionalidad del paciente e incremento de la mortalidad ( Ely et al., 2004 ).
Es un hecho que la mayor parte de los casos de delirium son reversibles; por lo tanto,
es de vital importancia su detección precoz y una evaluación y un tratamiento muy
activos. A pesar de ello, con frecuencia es mal reconocido o se diagnostica de forma
errónea. De la no identificación del mismo se derivan importantes consecuencias no
solo para el propio paciente sino también para el sistema sanitario.
Definición
El delirium es un síndrome clínico neuropsiquiátrico secundario a un fallo cerebral
agudo, caracterizado por inatención, desorganización del pensamiento y una
alteración de las funciones cognitivas (memoria, lenguaje, percepción visuoespacial,
entre otras), que es aguda y fluctuante.
En cuanto al diagnóstico, todas las clasificaciones internacionales ponen el acento
en la disminución o las alteraciones de la conciencia y la atención, dificultades
cognitivas de diferente orden y la presentación en un período relativamente corto
(horas o días), con tendencia a fluctuar a lo largo del día ( APA, 2013 ).
Aunque el concepto de delirium se ha ido modificando y ha alcanzado una relativa
claridad y consistencia, su definición en el uso clínico aún no está del todo
establecida. En el momento actual, el diagnóstico suele basarse en consensos de
grupos de expertos, como los recogidos en la Clasificación Internacional de
Enfermedades (CIE-10) y la quinta edición del Manual diagnóstico y estadístico de los
trastornos mentales (DSM-5), ambos igualmente válidos y poco diferentes entre sí.
El delirium suele recibir diferentes denominaciones, como estado confusional,
reacción psicoorgánica aguda o, incluso, delirio. Estimamos que, aunque términos
como confusión o estado confusional puedan estar relativamente consagrados por el
uso, la confusión es solo una parte del síndrome, por lo que se debería desterrar esta
metonimia. Defendemos el uso únicamente del término delirium, que es inequívoco
y, justamente, no da lugar a confusiones.
Fisiopatología
Las bases biológicas del delirium no son claras, en parte por la dificultad de realizar
estudios convencionales de neuroimagen y electrofisiológicos en pacientes graves.
La fisiopatología está mediada por varios mecanismos que comprenden: edad
neuronal, deprivación de oxígeno, neuroinflamación, estrés oxidativo, estrés
fisiológico y desregulación de la comunicación celular y de los sistemas de segundos
mensajeros.
La hipótesis más aceptada sugiere que hay un incremento en la sensibilidad cerebral
a procesos inflamatorios, lo que precipita un desequilibrio en los neurotransmisores
cerebrales que normalmente controlan las funciones cognitivas, el comportamiento
y el humor; principalmente la acetilcolina y la dopamina ( Trzepacz, 1999 ).
Dado que el déficit atencional está presente en todos los pacientes, es importante
comprender la fisiopatología de la atención. Esta se puede ver afectada en lesiones
que comprometen el sistema reticular activador ascendente. La atención está
controlada por los lóbulos frontal y temporal del hemisferio no dominante, así que,
en la inatención, hay típicamente una disrupción en la integridad funcional de estas
regiones.
El insight y el juicio dependen de la intacta integración de funciones corticales
superiores, lo que explicaría que, en lesiones corticales frontales, se encuentren
comprometidas las percepciones sensoriales, alterando el juicio de realidad.
El sistema colinérgico desempeña un importante papel en el funcionamiento de la
cognición y la atención. Hay suficiente evidencia que demuestra la presencia de
déficit colinérgico en pacientes con delirium ( Hshieh et al., 2008 ). Se ha observado
que, en condiciones médicas que precipitan el delirium (p. ej., hipoxia, hipoglucemia
o déficit de tiamina), hay una disminución en la síntesis de acetilcolina en el sistema
nervioso central (SNC). Medicamentos anticolinérgicos administrados a voluntarios
sanos han precipitado cuadros de delirium ( Francis, 1996 ).
El clínico debe tener en cuenta el mecanismo mediado por la acción anticolinérgica,
ya que una gran parte de los fármacos habitualmente utilizados en ancianos tienen
efectos anticolinérgicos. En una publicación de 2008 ( Rudolph et al., 2008 ), se
estableció una escala de riesgo que asocia determinados fármacos a efectos
anticolinérgicos. Para calcular la puntuación se asignaron tres grupos según el riesgo
de presentar efectos anticolinérgicos. Al grupo con mayor riesgo le asignar on 3
puntos, al segundo grupo, 2 puntos, y al tercero, 1 punto. La puntuación total se
calculó por la suma de puntos para cada fármaco. Los grupos farmacológicos son los
siguientes:
• •
Grupo de alto riesgo: 3 puntos. Amitriptilina, atropina, clorpromazina,
flufenazina, hidroxizina, imipramina, perfenazina, prometazina, tizanidina.
• •
Grupo de riesgo medio: 2 puntos. Amantadina, baclofeno, cetirizina, clozapina,
loperamida, loratadina, nortriptilina, olanzapina, paroxetina, pramipexol.
• •
Grupo de bajo riesgo: 1 punto. Levodopa-carbidopa, entacapona, haloperidol,
metoclopramida, mirtazapina, quetiapina, ranitidina, selegilina, trazodona,
risperidona, ziprasidona.
Se ha identificado que en el delirium existe hipofunción colinérgica, así como un
incremento de la liberación de dopamina y norepinefrina, exceso de glutamato y
alteración de los niveles de ácido gamma-aminobutírico (GABA), serotonina,
melatonina e histamina ( Maldonado, 2013 ). Esta desregulación explica la utilidad
de los psicofármacos en el manejo sintomático del trastorno.
Subtipos
En el delirium se distinguen habitualmente tres subtipos, en función del patrón de
comportamiento psicomotor ( Meagher y Trzepacz, 2000 ):
• 1.
Delirium hipoactivo: se caracteriza por la disminución a la respuesta de
estímulos externos, apatía e inhibición conductual.
• 2.
Delirium hiperactivo: se caracteriza por agitación, alucinaciones, inquietud,
delirios e inestabilidad emocional.
• 3.
Delirium mixto: presenta episodios alternativos de uno y otro.
Peterson et al. (2006) observaron en un estudio que el delirium puramente
hiperactivo es infrecuente (1,6%), en contraste con el número de pacientes que
presentan delirium hipoactivo (43,5%) o mixto (54,1%).
Para administrar un tratamiento racional, debería tenerse en cuenta el subtipo de
delirium, ya que la fisiopatología es diferente, y las distintas vías de
neurotransmisión están afectadas en mayor o menor proporción. Así, en el delirium
hiperactivo, se ha encontrado un incremento de los niveles de dopamina y
serotonina, a diferencia de en el hipoactivo, en el que se ha demostrado una
disminución de los niveles de serotonina ( Maldonado, 2008 ).
Epidemiología
Hay una gran variabilidad en las tasas tanto de incidencia como de prevalencia
dependiendo de diversos factores, fundamentalmente del criterio diagnóstico
utilizado y del medio en el que se estudia: comunitario, hospitalario o residencial.
La prevalencia de delirium en la población general es solo del 1-2%, y en pacientes
hospitalizados se incrementa al 14-24%.
Aproximadamente el 30% de los pacientes ancianos enfermos experimentan
delirium durante su hospitalización. La incidencia oscila entre el 18 -35% en el
momento del ingreso y el 30-70% durante la hospitalización, especialmente si esta
se realiza en unidades de cuidados intensivos (UCI; Inouye et al., 2014 ).
La prevalencia en los servicios quirúrgicos (36,8%) es superior a los médicos (5-
18%), siendo mucho mayor en los servicios de cirugía cardíaca (30%) y en los de
cirugía ortopédica (50%) frente a los de cirugía general (10-15%).
Las tasas se incrementan en pacientes ingresados en centros residenciales, con una
prevalencia del 23% ( Kiely et al., 2004 ).
En las unidades de urgencias, la incidencia del delirium es de alrededor del 10%. Esta
incidencia asciende al 40% en las unidades de hospitalización y en unidades de
cuidado intensivo. Los estudios prospectivos estandarizados de screening han
mostrado una incidencia de hasta el 70% ( Pisani et al., 2003 ).
En la comunidad, la prevalencia es menos conocida. Esto sucede bien porque la
clínica puede remitir espontáneamente —y, por lo tanto, no son detectados—, bien
porque su gravedad aconseja su hospitalización o institucionalización, o porque el
paciente fallece.
La mortalidad asociada a delirium es elevada. De hecho, se considera un factor
independiente de riesgo de mortalidad tras el alta de una hospitalización, entre los 6
y los 12 meses posteriores.
Factores de riesgo ( cuadro 14-1 )
Factores predisponentes
El delirium es un trastorno multifactorial; la presencia de un solo factor de riesgo se
asocia a una posibilidad del 10% de desarrollar delirium, frente al 60% con tres o
más factores.
CUADRO 14-1
Factores de riesgo del delirium
Drogas y tóxicos
Medicamentos de prescripción (p. ej., opioides, hipnóticos sedativos, antipsicóticos,
litio, relajantes musculares, polifarmacia)
Medicamentos sin receta (p. ej., antihistamínicos)
Drogas de abuso (p. ej., etanol, opioides, alucinógenos)
Abstinencia tras la retirada de fármacos o tóxicos (p. ej., etanol, benzodiazepinas)
Efectos secundarios medicamentosos (p. ej., hiperamoniemia por ácido valproico,
confusión por quinolonas, síndrome serotoninérgico)
Venenos:
• •
Alcoholes atípicos (p. ej., etilenglicol, metanol)
• •
Tóxicos inhalados (p. ej., monóxido de carbono, cianuro, sulfuro de
hidrógeno)
• •
Derivados de plantas (p. ej., salvia)
Infecciones
Sepsis
Infecciones sistémicas; delirium por fiebre
Trastornos metabólicos
Alteración de electrólitos (elevación o disminución): sodio, calcio, magnesio, fosfato
Alteración endocrina (hipo- o hiperfunción): de la tiroides, de la paratiroides, del
páncreas, de la pituitaria, suprarrenal
Hipercapnia
Hiper- e hipoglucemia
Estados hiper- e hipoosmolares
Hipoxemia
Errores innatos del metabolismo: porfiria, enfermedad de Wilson, etc.
Carencias nutricionales: encefalopatía de Wernicke, deficiencia de vitamina B 12 ,
deficiencia de folato y niacina
Alteraciones cerebrales
Infecciones del sistema nervioso central: encefalitis, meningitis, absceso cerebral o
epidural
Enfermedades neurodegenerativas, como la enfermedad de Alzheimer o la de
Parkinson
Epilepsia, especialmente estatus epiléptico no convulsivo
Encefalopatía hipertensiva
Patología psiquiátrica
Fallo orgánico
Fallo cardíaco
Alteraciones hematológicas: trombocitosis, hipereosinofilia, crisis leucémica de
células blásticas, policitemia
Fallo hepático agudo y crónico
Enfermedad pulmonar, incluidas hipercapnia e hipoxemia
Fallo renal agudo y crónico
Alteraciones físicas
Quemaduras
Electrocución
Hipertermia
Hipotermia
Traumatismo, con respuesta sistémica inflamatoria
Numerosos estudios han explorado factores de riesgo asociados al desarrollo del
delirium en pacientes críticamente enfermos con resultados variables. En una
reciente revisión sistemática de 33 estudios, se han demostrado como factores de
riesgo significativo la edad avanzada, la hipertensión, el ingreso en UCI por cirugía
o traumatismo, la demencia, la enfermedad médica grave, la necesidad de
ventilación mecánica, la acidosis metabólica, la historia previa de delirium y el coma
( Zaal et al., 2015 ).
Dentro de las enfermedades médicas, destacan las que afectan al SNC: enfermedad
de Alzheimer, de Parkinson, accidente cerebrovascular (ACV) y enfermedades
generales como insuficiencia cardíaca, broncopatías, endocrinopatías o neoplasias,
fundamentalmente; además, patologías que implican déficits sensoriales (ceguera y
sordera) (Inouye et al., 1996).
La presencia de demencia se ha relacionado con un incremento del riesgo de
desarrollar delirium de dos a cinco veces superior.
Factores precipitantes
Los factores precipitantes o desencadenantes del delirium son innumerables e
incluyen cualquier agresión a la homeostasis cerebral. Entre ellos destacan los
siguientes:
• •
Polifarmacia. Probablemente sea el factor de riesgo más fácilmente
modificable y es responsable del 40% de los casos. Los fármacos relacionados
son numerosos y, entre ellos, los psicofármacos ocupan un lugar prominente
incluso en dosis terapéuticas. El número de fármacos que se prescriben
aumenta con la edad, con el consiguiente riesgo de efectos secundarios,
interacciones farmacológicas y cascada yatrogénica (surge un efecto
secundario y se indica otro fármaco en lugar de retirar el primero). El riesgo
se relaciona con el número de fármacos, hasta el punto de que la presencia de
tres o más fármacos incrementa en cuatro veces el riesgo de desencadenar un
delirium. Múltiples estudios han demostrado la asociación entre delirium y la
exposición a fármacos analgésicos y sedantes ( Dubois et al., 2001 ).
• •
Inmovilización. Con frecuencia, se debe a la utilización de medidas restrictivas,
no justificables en muchos de los casos, o a la presencia de sondas o catéteres
que limitan la movilidad. Un anciano vulnerable puede desarrollar deterioro
funcional y delirium tras pocos días de inmovilización o limitación de
movimientos (movilidad cama-sillón).
• •
Patologías agudas. Entre ellas cabe destacar el dolor, la retención fecal, la
deshidratación, la desnutrición, la hipoxemia, la hipercapnia y las infecciones
(fundamentalmente del tracto urinario y respiratorias).
• •
Intervenciones quirúrgicas. Todavía no está totalmente dilucidado qué factores
subyacen en su desarrollo. La anestesia y la cirugía causan alteraciones
cognitivas tanto a corto como a largo plazo, y este riesgo se incrementa con la
edad. Sin embargo, a largo plazo ni la duración ni la intensidad de la
hipoxemia (riesgo de anestesia general) y de la hipotensión (relacionada con
la anestesia epidural) se relacionaron con el riesgo. A corto plazo, la duración
de la anestesia, las complicaciones en el postoperatorio y la reintervención se
asociaron a un incremento de la incidencia.
• •
Factores ambientales. Entre los que se encuentran el cambio del entorno
familiar (la propia hospitalización, cambios de domicilio,
institucionalización); la alteración de rutinas como el ritmo sueño-vigilia, con
deprivación o fragmentación del mismo; la deprivación sensorial (ausencia de
ventanas, calendarios, relojes) o la sobreestimulación (p. ej., presencia de
ruidos derivados de la propia tecnología o del quehacer médico, cambios
frecuentes de personal sanitario, visitas masivas).
Factores que dificultan la detección del delirium
Factores dependientes del propio delirium
A menudo se trata de una entidad silente, hipoactiva y transitoria de carácter
fluctuante, que alterna períodos de lucidez con otros de confusión. Hay que destacar
la ausencia de criterios fácilmente aplicables y de pruebas diagnósticas específicas.
Por otra parte, el tratamiento empírico con potentes fármacos sedantes puede
conducir a la creencia errónea de que, una vez desaparecidos los síntomas
disruptivos, el problema se ha solucionado. Finalmente, su naturaleza borderline, a
caballo entre la medicina interna y la psiquiatría, puede derivar en un conflicto de
competencias entre especialidades que también dificulte su detección.
Factores dependientes de la edad
Los ancianos poseen una serie de peculiaridades derivadas del propio
envejecimiento que es preciso tener en cuenta cuando enferman y, por lo tanto,
cuando se planifican sus necesidades sanitarias. El propio modelo de enfermar en
geriatría dista del modelo clásico en el que una sola causa provoca una determinada
enfermedad y, además, afecta a un solo órgano. En los ancianos es frecuente, cuando
no la norma, que existan múltiples causas subyacentes a un determinado proceso
patológico; en este caso, al delirium.
La atipicidad —otra de las características de esta población— explica que el delirium
pueda ser la primera o la única manifestación de una enfermedad aguda. Por ello,
este trastorno debe considerarse en los ancianos como una urgencia médica. Como
regla general, hay que señalar que un anciano con delirium con frecuencia está más
enfermo de lo que aparenta.
Factores dependientes de la práctica médica habitual
Cada vez hay más presión para agilizar el alta precoz de los pacientes, con el
consiguiente mayor riesgo de sobrecarga del cuidador o de la comunidad y de
reingresos no programados. Los tiempos médicos dedicados, en estas condiciones, a
los ancianos, pueden ser insuficientes para una población pluripatológica y
compleja. La tendencia a sobrevalorar los procedimientos tecnológicos sobre la
cuidadosa historia médica, así como las actitudes derrotistas hacia el anciano
enfermo —por las cuales muchos profesionales creen que no se beneficiarán de
medidas preventivas, terapéuticas o rehabilitadoras que sí brindan a enfermos más
jóvenes— contribuyen también al no reconocimiento precoz del delirium y, por
consiguiente, a no aplicar su tratamiento o a que este sea incorrecto ( tabla 14-1 ).
Tabla 14-1
Intervenciones frente a factores de riesgo de delirium
Factor de riesgo Intervención
Deterioro cognitivo Programas de actividades terapéuticas
Programas de orientación
Deprivación de sueño Medidas de higiene del sueño
Factor de riesgo Intervención
Inmovilización Movilización precoz
Minimización de factores de inmovilización
Déficit visual Provisión de ayudas: adecuada iluminación, gafas
Déficit auditivo Audífonos
Retirada de tapones de cerumen
Deshidratación Repleción de volumen
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Características clínicas
Alteración de la conciencia
Una de las manifestaciones tempranas del delirium es un cambio en el nivel del
estado de conciencia. Este se traduce, a su vez, en una incapacidad para mantener,
focalizar o derivar la atención. Estos cambios pueden presentarse de manera sutil y
pasar desapercibidos por el propio paciente, sus familiares o cuidadores. La
distractibilidad —otro de los principales marcadores del delirium — puede
evidenciarse en una conversación normal. De tal manera que, si se objetiva alguna
mínima alteración del estado basal mental en un paciente, debe considerarse un
signo de alarma y debe prestarse atención al desarrollo de un posible delirium.
Pacientes somnolientos, letárgicos y en estado semicomatoso orientan a un delirium
avanzado. El caso contrario (pacientes hipervigilantes) también debe encender las
alarmas, porque podría tratarse de un delirium hiperactivo, algo menos común en
población anciana.
Déficit de memoria
Ocurre una afectación de la memoria tanto reciente como remota. La capacidad de
registro puede verse afectada por el déficit de atención. Una vez ha remitido el
cuadro, algunos pacientes presentan amnesia de todo el episodio, mientras que otros
pueden tener lagunas de memoria.
Desorientación
Existen problemas de orientación tanto temporal como espacial, con fluctuaciones
en los intervalos lúcidos. La desorientación con las personas se produce, sobre todo,
con el personal sanitario, menos con la familia y, habitualmente, se prese rva la
orientación personal.
Alteración de la capacidad constructiva visual
Los pacientes pueden ser incapaces de copiar figuras geométricas simples o más
complejas. Indica afectación de las regiones corticales posteriores, lo cual refleja, a
su vez, la naturaleza difusa de las alteraciones cognitivas del delirium.
Alteraciones de las funciones ejecutivas
La alteración de estas funciones comprende dificultades en la capacidad para realizar
tareas secuenciales, la abstracción, la fluidez verbal, el pensamien to secuencial o el
juicio y denotan una afectación de áreas prefrontales. Los pacientes con delirium
tienden a ser perseverantes y con un pensamiento concreto.
Alteraciones del pensamiento y el lenguaje
Los pacientes suelen tener un pensamiento desorganizado, que oscila desde un
pensamiento tangencial hasta asociaciones laxas, que puede dar lugar a una aparente
afasia fluente. Las alteraciones del lenguaje pueden variar desde disartria leve hasta
una disfasia o mutismo, en casos más graves. La dificultad para encontrar las
palabras, las disnomias, las parafasias o los trastornos en la comprensión del
lenguaje son habituales.
Las alteraciones del contenido del pensamiento consisten en la presencia de ideas
delirantes, con frecuencia paranoides y no bien sistematizadas. Ello, unido al
contenido de las alucinaciones, puede desencadenar una mayor agitación
psicomotora, ansiedad y miedo.
Alteraciones sensoriales y perceptivas
Suelen ser bastante frecuentes, en forma de percepciones erróneas o ilusiones y
alucinaciones, habitualmente visuales. Las alucinaciones auditivas también pueden
estar presentes, pero en menor medida que las anteriores. En cuanto a las
alucinaciones táctiles, gustativas u olfatorias, son muy poco habituales.
Trastornos psicomotores
Como dijimos, clásicamente se ha hablado de dos tipos de delirium: el hipoactivo,
cuya representación típica sería la encefalopatía hepática, y el hiperactivo,
representado por el delirium tremens. También se habla de formas mixtas. El
delirium hipoactivo es más común, junto con el mixto, en los ancianos. Algunas
alteraciones metabólicas suelen estar relacionadas con estas formas de presentación
en las que el paciente está somnoliento, letárgico y apático. La ausencia de conductas
extrañas o agitación dificulta todavía más su reconocimiento.
El delirium hiperactivo corresponde, fundamentalmente, a estados de deprivación
de sustancias y reacciones adversas a fármacos. Se reconoce con facilidad por la
riqueza de los trastornos de conducta y sensoperceptivos y los delirio s.
Alteración del ciclo sueño-vigilia
Varía desde el insomnio de mantenimiento y conciliación hasta la ausencia total de
sueño nocturno, con períodos de somnolencia diurna. Esto puede incrementar la
desorientación o la agitación.
Alteración del estado de ánimo
Pueden aparecer cambios abruptos del estado emocional, miedo, llanto
incongruente, irritabilidad, ansiedad y apatía.
Alteraciones neurovegetativas
Entre otras, engloban la sudoración, la elevación de la temperatura corporal y la
dilatación pupilar.
Curso clínico
El desarrollo inicial del delirium puede durar de horas a días e, incluso, meses en
algunos casos. El inicio de un cuadro agudo es la principal característica que lo
diferencia de una demencia, así como la fluctuación en un mismo día, con típico
empeoramiento vespertino y nocturno. No es inusual que un paciente con delirium
se encuentre completamente lúcido durante la mañana.
En la población anciana, a menudo se presenta una fase prodrómica con una mezcla
de sintomatología hipoactiva acompañada de episodios de agitación. La clínica
prodrómica puede manifestarse como fatiga, alteración del sueño, depresión,
ansiedad, inquietud, irritabilidad e hipersensibilidad a estímulos lumínicos.
Diagnóstico
Hay dos aspectos importantes que se deben tener en cuenta para el diagnóstico y la
evaluación del delirium. Es necesario reconocer que esta patología está presente en
el contexto de una enfermedad médica subyacente y que puede pasar desapercibida
cuando la sintomatología se atribuye a la edad del paciente, a una demencia o a otros
trastornos mentales como la depresión.
La confirmación del diagnóstico se realiza mediante la clínica, según los criterios del
DSM-5 o de la CIE-10. Los síntomas claves que lo caracterizan son:
• •
Cambio en el nivel de conciencia.
• •
Alteración en el mantenimiento de la atención.
• •
La sintomatología aparece en un corto período de tiempo, usualmente horas
o días, con cambio sustancial en relación con el estado basal habitual.
• •
Alteración en las funciones cognitivas.
• •
Los déficits no pueden explicarse por patologías preexistentes n i trastornos
neurocognitivos establecidos previamente, ni ocurrir en el contexto de graves
reducciones del estado de conciencia como el coma.
• •
Debe demostrarse que la sintomatología es consecuencia de patología médica,
o intoxicación por substancias o por efectos secundarios farmacológicos,
mediante hallazgos en la historia clínica, examen físico y análisis de
laboratorio.
Historia clínica
Es preciso obtener la información tanto del paciente como, de forma muy especial,
del familiar o cuidador. En ella se prestará especial atención al estado mental y la
capacidad funcional previos, así como a la historia farmacológica del paciente. Deben
recogerse datos acerca de los antecedentes médicos y buscar posibles signos de
infección actual, dolor, retenciones fecal y urinaria, deshidratación, malnutrición,
cardiopatías y cambios en el entorno, entre otros.
Examen físico
Debe incluir los signos vitales, el estado de hidratación, la identificación de posibles
focos infecciosos y un examen neurológico.
Examen mental
La valoración cognitiva per se no es suficiente para el diagnóstico, pues puede estar
alterada por otras causas preexistentes (p. ej., demencia, trastornos neurológicos,
déficits sensoriales). Resulta útil llevar a cabo pruebas sencillas que valoren sobre
todo la atención (p. ej., los días de la semana al revés, las sustracciones seriadas o las
listas de números).
Pruebas como el Mini-Mental State Examination (MMSE) pueden ser útiles en el
seguimiento de la evolución. Hay que tener en cuenta que esta prueba no es capaz de
distinguir el delirium de la demencia, y no diagnostica por sí misma la presencia de
ninguna de las dos entidades. Los ítems más sensibles para el delirium son los que
incluyen atención, concentración, reconocimiento y orientación.
Se han diseñado escalas para identificar el delirium. La más conocida y fácil de
administrar es la Confussion Assessment Method (CAM) ( Inouye et al., 1990 ),
diseñada específicamente para el diagnóstico de delirium ( cuadro 14-2 ). Proporciona
un algoritmo de diagnóstico con cuatro aspectos: 1) inicio brusco y curso fluctuante;
2) inatención; 3) pensamiento desorganizado, y 4) alteración del nivel de conciencia.
Para el diagnóstico de delirium se requiere la presencia de los primeros dos criterios
más alguno de los dos últimos.
CUADRO 14-2
Confussion Assessment Method (CAM)
Comienzo agudo y curso fluctuante
¿Ha observado un cambio agudo en el estado mental del paciente?
Si la respuesta es «No», no continúe con el cuestionario.
Alteración de la atención
¿El paciente se distrae con facilidad o tiene dificultad para seguir una conversación?
Si la respuesta es «No», no continúe con el cuestionario.
Pensamiento desorganizado
¿El paciente manifiesta ideas o conversaciones incoherentes, o confunde las
personas?
Alteración del nivel de conciencia
¿Está alterado el nivel de conciencia del paciente (vigilante, letárgico, estuporoso)?
Identificación de la causa subyacente y pruebas
complementarias
Una vez que existe la sospecha de delirium, y tras la confirmación mediante la
historia clínica, el siguiente paso es identificar su causa.
Debería individualizarse la petición de pruebas según la sospecha diagnóstica, pero
inicialmente se debería incluir lo siguiente:
• •
Analítica:
o –
Examen de orina.
o –
Hemograma con fórmula diferencial.
o –
Velocidad de sedimentación globular.
o –
Proteína C reactiva.
o –
Electrólitos.
o –
Glucosa.
o –
Niveles de calcio.
o –
Perfil hepático.
o –
Urea.
o –
Creatinina.
o –
Perfil tiroideo.
o –
Niveles de vitamina B 12 .
o –
Radiografía de tórax.
o –
Electrocardiograma.
o –
Niveles séricos de fármacos habituales del paciente (litio, digoxina,
quinidina).
o –
Determinación de gases arteriales.
• •
Determinaciones especiales. Aunque la lista puede abarcar prácticamente
cualquier prueba disponible, las siguientes son las que se emplean de forma
más generalizada:
o –
Electroencefalograma: indicado cuando el diagnóstico de delirium es
dudoso o cuando se sospecha un estatus epiléptico.
o –
Neuroimagen: ante la presencia de signos neurológicos focales,
sospecha de hematoma subdural, ante síntomas atípicos o delirium
prolongado, cuando no se identifica la causa de delirium.
o –
Punción lumbar: ante la sospecha de meningitis o encefalitis. En los
ancianos, la presencia de fiebre en el seno de un delirium corresponde,
la mayor parte de las veces, a causas metabólicas o infecciones fuera
del SNC (p. ej., urinarias, respiratorias).
Diagnóstico diferencial ( tabla 14-2 )
Síndromes neurológicos focales
Cabe destacar lo siguiente:
• •
Afectación temporal-parietal: los pacientes con afasia de Wernicke pueden
parecer delirantes al tener alteraciones en la comprensión y la ejecución de
órdenes simples.
• •
Disfunción bitemporal: si es transitoria, produce amnesia global transitoria; si
no lo es, se produce agnosia visual y sordera cortical, o el síndrome de Klüver-
Bucy (apatía, agnosia visual, incremento de la actividad sexual y oral).
• •
Afectación occipital: ceguera cortical y confabulación.
• •
Afectación frontal: en lesiones bilaterales hay mutismo acinético, pérdida de la
espontaneidad, alteración del juicio, problemas con la memoria reciente y de
trabajo, labilidad e incontinencia emocional.
• •
Lesiones cerebrales agudas o subagudas: como en algunos ACV y en patologías
que cursan con inflamación multifocal de la sustancia blanca.
Tabla 14-2
Diagnóstico diferencial
Demencia Depresión Esquizofrenia Delirium
Inicio Insidioso Subagudo Subagudo Agudo
Curso de 24 h Estable Estable Estable Fluctuante
Estado de conciencia Vigil Vigil Vigil Alterado
Orientación Alterada Intacta Intacta Alterada
Memoria Deteriorada Conservada Conservada Deteriorada
Atención Déficit parcial Déficit parcial Déficit parcial Déficit grave
Delirios y Algo frecuentes Poco Frecuentes Frecuentes
alucinaciones frecuentes
Figura 15-1
Curso del deterioro en la esquizofrenia.
Tomado de Breier et al., 1992 .
Un elemento interesante que se deriva de los estudios europeos citados es que la
historia familiar de esquizofrenia no está ligada al pronóstico. Ciompi
(1987) defiende que la herencia tiene un impacto mucho menor en el curso a largo
plazo que los factores sociales o ambientales, o los relacionados con la personalidad
previa.
Un estudio publicado mucho más recientemente presentó datos del seguimiento en
una cohorte de 55 pacientes norteamericanos ingresados alrededor de 55 años. Los
síntomas más frecuentes de estos enfermos eran ideas delirantes y síntomas
negativos. Solían recibir medicamentos psicotrópicos en dosis sustancialmente más
altas que los niveles terapéuticos recomendados y rara vez cometían actos de
violencia institucional. Su funcionamiento cognitivo estaba más de dos desviaciones
estándar por debajo de la media, especialmente en pruebas de memoria y atención
(Hives et al., 2018). Otro trabajo reciente, con un seguimiento de entre 1 y 10 años,
señaló que los pacientes que alcanzaban la remisión tenían una mayor integración
con la comunidad y un mayor número de recursos, recibían un menor número de
medicaciones psicotrópicas y contactaban con menos frecuencia con los servicios
psiquiátricos ( Cohen e Iqbal, 2014 a). Las tasas de remisión sintomática de los
estudios más recientes se acercan al 50%; los pacientes con mayores contactos
interpersonales e integración social y menos acontecimientos traumáticos tienen
una mejor evolución ( Bankole et al., 2008 ).
La investigación en la remisión de la esquizofrenia se ha beneficiado mucho de los
consensos publicados respecto a este concepto, que también se pueden aplicar a los
esquizofrénicos de mayor edad. Pero estar en remisión no es una garantía de llevar
una vida satisfactoria y, de hecho, no siempre se acompaña de una buena calidad de
vida autopercibida. Remisión tampoco es sinónimo de recuperación, un concepto
que tiene diferentes perspectivas según la edad de los pacientes. Por e jemplo, la
cuestión del empleo pierde valor en ancianos, frente a otras como la integración
social. En este sentido, las cifras de pacientes esquizofrénicos mayores en
recuperación pueden ser consideradas bajas, alrededor del 17% ( Meesters
et al., 2011 ).
En el cuadro 15-1 se resume la evolución sintomática de la esquizofrenia a largo plazo.
CUADRO 15-1
Evolución sintomática de la esquizofrenia a largo plazo
• Evolución clínica variable y difícil de predecir
• El deterioro es característico de los primeros años de evolución
• Tendencia a una menor gravedad
• Menos síntomas positivos y persistencia o aumento de los negativos
• Menor frecuencia de crisis agudas
• Más síntomas afectivos
• Los subtipos clásicos se desdibujan
• Mejor evolución sintomática que social
• Peor salud física que los ancianos sin la enfermedad
• Peor calidad de vida que otros ancianos
• Necesidad de un medio de vida que satisfaga necesidades y cuidados
Manifestaciones clínicas y ajuste social
Como se ha señalado anteriormente, la evolución tanto clínica como social de los
pacientes con esquizofrenia de inicio juvenil a lo largo del tiempo es muy variable y,
por lo tanto, sus características sintomáticas también lo son.
Los puntos de coincidencia se sitúan sobre todo en la disminución de los síntomas
positivos y la persistencia de los síntomas negativos. Los síntomas positivos del tipo
síntomas de primer rango (delirios, alucinaciones, etc.), los comportamientos
extraños y la agresividad tienden a debilitarse con la edad o a extinguirse. Existe más
bien un predominio de síntomas negativos no productivos del tipo abulia,
indiferencia, afecto aplanado, pobreza del lenguaje y alogia, desconexión del
entorno, mutismo, negativismo, manierismo o estereotipias. Estos síntomas
negativos no son necesariamente más frecuentes que en las edades juveniles, sino
más bien lo que ocurre es que no disminuyen, como sucede con los síntomas
positivos y, por lo tanto, colorean más el cuadro ( Cohen et al., 2013 ). Pese a ello,
aunque la frecuencia en población adulta más joven es mayor, la presencia de
alucinaciones auditivas puede darse hasta en un tercio de los casos, con una
proporción mayor de voces benevolentes que agresivas ( Cohen et al., 2014 b). La
situación real muchas veces refleja una sobreadaptación a su entorno de vida, en
general poco demandante. Si persisten los síntomas positivos, interfieren en menor
medida en la vida cotidiana. Los pacientes suelen llegar a una suerte de entente
cordiale con sus delirios o alucinaciones, que los hace menos disruptivos y les
permite una mejor adaptación, integrándolos en su vida diaria.
El desarrollo de sintomatología afectiva suele ser frecuente. Alrededor del 40% de
los pacientes pueden padecer síntomas depresivos de m anera persistente, un tercio
estar libre de ellos y el resto fluctuar temporalmente entre estas dos situaciones.
Estas son cifras superiores a la prevalencia de depresión en ancianos no
esquizofrénicos ( Cohen y Ryu, 2015 ). La presencia de depresión se relaciona con
una peor salud física, persistencia de síntomas positivos, menor número de
confidentes y peor calidad de vida ( Diwan et al., 2007 ). Incluso la presencia de
síntomas depresivos menores es frecuente y puede tener efectos relevantes en un
incremento del resto de la psicopatología y los parámetros de salud general ( Zisook
et al., 2007 ). Se trata de síntomas que con frecuencia pasan desapercibidos en estos
pacientes, quizás confundidos con los síntomas esquizofrénicos negativos, y a los que
hay que prestar atención, para detectarlos precozmente y, en consecuencia, asegurar
su tratamiento.
La aparición de nuevas crisis agudas es cada vez más rara y la situación de los
pacientes es de mayor calma a lo largo del tiempo. Si la disminución de la
sintomatología positiva es lo más frecuente, el advenimiento de nuevos síntomas
delirantes o alucinatorios es, aunque posible, bastante infrecuente. Cuando ocurre,
puede estar relacionado con el desarrollo de déficit sensoriales. En todo caso, es más
frecuente la aparición de nuevos síntomas negativos, como los citados, o la
intensificación de otros previos.
En cualquier caso, la permanencia en un medio de vida que asegure las necesidades
vitales básicas, como vivienda, alimentación, seguridad y acceso a los cuidados
médicos, incluidos los psiquiátricos, pero sin estar sometidos a grandes presiones,
se ha asociado con la ausencia de recaídas durante largos períodos de tiempo
( Wing, 1978 ). Lo importante no es cuál es ese lugar (hospital psiquiátrico,
residencia de ancianos, domicilio, etc.), sino que satisfaga esas necesidades.
Por otro lado, incluso en casos de un adecuado tratamiento, se han identificado una
serie de factores que pueden complicar el manejo psicosocial o poner límites al grado
de independencia que los enfermos pueden conseguir ( Wing y Furlong, 1986 ).
Estos factores, que a menudo interaccionan entre sí, son:
• •
Riesgo de lesión para sí o para otros.
• •
Comportamiento impredecible y tendencia a la recaída.
• •
Pobre motivación y escasa capacidad para manejarse solos o en la realización
de actividades sociales.
• •
Falta de insight.
• •
Pobre aceptación por parte del entorno.
El nivel de funcionamiento premórbido parece ser un predictor de la evolución a
largo plazo. En concreto, un pobre ajuste premórbido se asocia con mayor presencia
de síntomas negativos y peor evolución a lo largo de los años ( Breier et al., 1992 ).
La persistencia de síntomas negativos es responsable, en buena parte, del pronóstico
menos favorable de la esquizofrenia a largo plazo desde el punto de vista del
funcionamiento social y de un envejecimiento exitoso ( Kasckow et al., 2008 ). Si
bien la disminución de la sintomatología positiva favorece un mejor ajuste y
promueve una menor conflictividad, la calidad de vida se ve seriamente afectada por
la desconexión social, el aislamiento, la soledad, la ausencia de funciones definidas
y la dependencia de otros. Esta dependencia es con frecuencia institucional. Los
pacientes, muchas veces solteros y, por lo tanto, sin familia propia, tienen relaciones
muy variables con las familias de origen, cuyos lazos con el paciente se hacen cada
vez más débiles a medida que pasa el tiempo y los familiares más directos también
envejecen o desaparecen. Es el caso de enfermos que han vivido con sus padr es y han
sido cuidados por ellos, hasta que estos entran a su vez en una situación crítica de
dependencia o fallecen.
Esta situación no es privativa de las personas con esquizofrenia y se observa en
cualquier enfermedad crónica que genere niveles importantes de incapacidad, así
como también en la vejez, por lo que ambos factores se potencian. En consecuencia,
la responsabilidad de los cuidados tiende a recaer tarde o temprano en las
instituciones, sobre todo en los pacientes con evoluciones más deteriorante s.
La mayoría de los enfermos esquizofrénicos mayores tienen un funcionamiento
social muy por debajo de las personas sanas de su misma edad, aunque aquí también
la heterogeneidad es la norma. El funcionamiento social está muy relacionado con
las capacidades cognitivas, en ocasiones en mayor medida que con la persistencia de
los síntomas clínicos clásicos, en los que, en cualquier caso, los síntomas negativos
cobran una relevancia mayor que los positivos. Otros aspectos que se deben tener en
cuenta son la edad (pacientes muy ancianos), el sexo y el soporte social real que los
pacientes tienen ( Meesters et al., 2010 ). De hecho, todos los trabajos de
seguimiento citados anteriormente coinciden en presentar una peor evolución del
ajuste social real que de las manifestaciones clínicas.
La red social de los ancianos esquizofrénicos es menor que la de los que no padecen
esta enfermedad y tienden a incluir sobre todo a miembros de la familia. Las
relaciones sociales son más infrecuentes, pero menos conflictivas que en su
juventud. Paralelamente, parece darse un incremento en las habilidades de
afrontamiento. Una larga experiencia de convivencia con sus síntomas y dificultades
acaba por enseñarles cuáles son las mejores estrategias, por lo que, con frecuencia,
son más capaces de encontrar salidas a las situaciones conflictivas derivadas de su
enfermedad ( Wing, 1987 ).
Las medidas de calidad de vida señalan un decremento de esta respecto a los
ancianos no esquizofrénicos, aunque una significativa proporción de ellos pueden
manifestar subjetivamente que es aceptable o buena ( Cohen, 1997 ). La calidad de
vida de estos pacientes es, en general, muy variable y no necesariamente estable en
el tiempo, pudiendo no solo empeorar con el paso de los años, sino también mejorar.
Las variables que más pueden afectarla son la presencia de síntomas psicóticos
(especialmente los positivos), la depresión, la ansiedad, los déficits cognitivos, los
efectos adversos de la medicación, los estresores sociales y económicos, la salud
física autopercibida, el nivel de insight y la calidad de vida autopercibida. La
religiosidad parece cumplir un papel favorable ( Bankole et al., 2007;Cohen
et al., 2017 ).
Influencia de la edad de comienzo
La edad de comienzo, juvenil o senil, de la esquizofrenia puede influir en la
sintomatología que presenta el paciente. El amplio estudio de Hafner et al.
(1993) relativo a la influencia de la edad de aparición de la enfermedad y el sexo en
los síntomas y en la evolución posterior encontró una mayor prevalencia de delirios
paranoides en los enfermos con aparición tardía (después de los 40 años) respecto a
los de inicio precoz. Asimismo, halló que, en las mujeres con inicio tardío,
transcurría un tiempo muy prolongado con síntomas negativos hasta que se producía
la primera hospitalización.
Aunque la sintomatología puede hacerse similar con el paso del tiempo, con
independencia de la edad de inicio, el funcionamiento social a menudo es diferente.
Los pacientes con inicio juvenil suelen haber padecido más incapacidades en estos
aspectos a edades muy precoces, hasta el punto de no haber podido conseguir un
empleo estable o formar una familia. Los enfermos que inician la enfermedad a
edades más maduras han alcanzado habitualmente un ajuste social más normal y,
por lo tanto, parten de una situación de inicio más favorable desde este punto de
vista, lo que les protege en mayor medida del deterioro social.
Diferencias de sexo
Existen diferencias sintomáticas y evolutivas entre los hombres y las mujeres que
padecen esquizofrenia. Las mujeres tienden a experimentar más síntomas afectivos,
y los hombres, más síntomas deficitarios. El contenido delirante suele diferir entre
los sexos. El ajuste social es habitualmente mejor en las mujeres a lo largo de toda la
evolución. Mientras que los hombres suelen tener mayor comorbilidad de abuso de
sustancias, las mujeres padecen más síntomas físicos como alergias y trastornos
endocrinos o de alimentación.
Las hormonas femeninas parecen tener un efecto protector sobre síntomas físicos y
psíquicos, que desaparece tras la menopausia. La disfunción cognitiva puede
incrementarse en las mujeres a partir de ese período.
Debido a la mayor cantidad de grasa en la composición corporal, la posibilidad de
acumulación de antipsicóticos es mayor en las mujeres. El uso crónico de
antipsicóticos que elevan los niveles de prolactina aumenta el riesgo de osteoporosis,
especialmente en el sexo femenino. La discinesia tardía es más frecuente y grave
también en las mujeres.
La mortalidad por causas no naturales, especialmente por suicidio, es mayor en los
hombres, especialmente a partir de los 60 años. No está claro si la mortalidad por
causas naturales es mayor en los hombres con esquizofrenia que en las mujeres, y
parece depender del lugar donde se realiza el estudio.
Morbilidad física y mortalidad
Las personas con esquizofrenia tienen peor salud que la población general ( Schoos
y Cohen, 2003 ). Esto es cierto a todas las edades, pero en la vejez es una afirmación
que debe ser matizada.
En primer lugar, ha de diferenciarse entre enfermedades importantes o crónicas y
problemas de salud de menor entidad, aun cuando estos últimos pueden tener un
impacto muy significativo en la calidad de vida de los enfermos. Entre estos últimos
se encuentran, entre otros, las dificultades de deambulación, el estreñimiento
crónico, la incontinencia esfinteriana, los déficits sensorial es no corregidos, la
conjuntivitis por falta de higiene en las manos, los problemas en los pies y los
estomatológicos. Es notable la gran cantidad de personas totalmente desdentadas,
que no llevan prótesis o que tienen serios problemas en encías y dientes, lo que
dificulta incluso la ingesta normal de alimentos. Asimismo, las personas con
esquizofrenia de edad avanzada son más proclives a las caídas y a los accidentes que
la población general. También lo son a los accidentes mortales, tanto de tráfico como
caseros, incluidos los atropellos, las quemaduras y el atragantamiento ( Allebeck
et al., 1986;Edlund et al., 1989 ).
En cuanto a enfermedades médicas más relevantes, si los estudios acerca del estado
de salud de las personas con esquizofrenia muestran que la enfermedad —y sus
tratamientos— confieren un mayor riesgo de padecer enfermedades físicas, los
ancianos esquizofrénicos tendrían un mayor número de enfermedades que las
personas sin la enfermedad de su misma edad. Asimismo, por efecto de la propia
edad, los ancianos con esquizofrenia padecerían una proporción mayor de
enfermedades a su edad de la que presentan los pacientes esquizofrénicos jóvenes
respecto a personas de la suya. Sin embargo, esto no es exactamente siempre así, y
hay estudios que muestran que los ancianos con esquizofrenia que viven en la
comunidad no tienen más enfermedades físicas ni estas son de mayor gravedad que
las personas de su misma edad ( Jeste et al., 1996;Cohen, 2003 ) pero sí puede que
estén peor atendidas, al recibir un menor número de consultas y de medicaciones
necesarias ( Brink et al., 2017 ). Sin embargo, la duración de las hospitalizaciones
por causa médica tiende a ser mayor. En cualquier caso, las personas con
esquizofrenia que llegan a edades avanzadas son verdaderos supervivientes a las
múltiples vicisitudes que su grave enfermedad les ha impuesto a lo largo de su vida.
En lo referente a enfermedades concretas ( Cohen, 2003;Hendrie et al., 2014 ), la
asociación entre diabetes y esquizofrenia persiste en la edad avanzada, agravada por
el hecho de la toma prolongada de antipsicóticos, aunque la mayor prevalencia de
diabetes en pacientes esquizofrénicos fue demostrada ya en la era preneuroléptica.
También existe una correlación entre enfermedades cardiovasculares y
esquizofrenia mayor que en la población general, especialmente de insuficiencia
cardíaca congestiva, aunque el riesgo de mortalidad es mayor en los pacientes más
jóvenes que en los ancianos. La morbimortalidad debida a enfermedades
respiratorias, especialmente por enfermedad pulmonar obstructiva crónica, también
es mayor en las personas con esquizofrenia, muy probablemente asociada al más
frecuente hábito de fumar. Los datos referidos a la posible asociación con
enfermedades cancerosas son controvertidos. Hay trabajos que apuntan a una
similar prevalencia general, aunque aumentada para el cáncer de mama, digestivo y
pulmonar, y otros, a una menor mortalidad oncológica en los pacientes ancianos,
incluso con un efecto protector del tratamiento antipsicótico, salvo en el cáncer de
mama, debido a la hiperprolactinemia. Otro motivo de preocupación es la osteopenia
y la osteoporosis, que confiere un mayor riesgo de fracturas y caídas, especialmente
en las mujeres. También hay mayor riesgo de hipotiroidismo. La hiponatremia, una
situación más frecuente en general en los ancianos que en las personas jóvenes, es
aún más frecuente en los esquizofrénicos ancianos y suele ser diagnosticada
tardíamente. El riesgo se incrementa si hay un consumo concomitante de
antidepresivos, en especial de inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina
(ISRS). El alcoholismo y el abuso de sustancias también parece ser más frecuente en
estos pacientes.
Los problemas de salud específicamente relacionados con el uso continuado de
antipsicóticos convencionales y atípicos se detallan en el capítulo 30 de esta obra.
Los enfermos esquizofrénicos tienen unas tasas de mortalidad entre dos y cuatro
veces las de la población general. Sin embargo, la mayoría de los estudios señalan un
descenso en las tasas de mortalidad en las cohortes de esquizofrénicos ancianos,
aunque estas sean aún mayores que las de las personas de su edad que no padecen
la enfermedad, generalmente alrededor del doble ( Meesters et al., 2016 ). La
mortalidad suele ser mayor en varones, aunque hay trabajos que no confirman este
hecho. En general, la esquizofrenia disminuye la expectativa de vida en alrededor de
10 años. Es interesante reseñar que recientes investigaciones (Taipale et al., 2018)
señalan que el uso continuado de fármacos antipsicóticos de segunda generación en
su formulación inyectable de larga duración disminuye un 30% la mortalidad de los
pacientes esquizofrénicos, lo cual es un hallazgo muy significativo que afecta a las
generaciones de pacientes que envejecen actualmente respecto a aquellos que son ya
ancianos y no dispusieron de este recurso terapéutico.
Entre las causas de muerte, se han descrito algunas que afectarían a los
esquizofrénicos ancianos de manera significativa. Entre ellas, el suicidio cobra una
importancia especial. La muerte por suicidio es una complicación no infrecuente de
la esquizofrenia a cualquier edad, aunque es cierto que afecta sobre todo a los
pacientes jóvenes o de mediana edad, y es responsable fundamental de la menor
supervivencia. Las tasas de suicidio a lo largo de la evolución de la esquizofrenia se
cifran entre el 10 y el 20% ( Hautecouverture et al., 2006 ). El estudio de Huber et al.
(Huber, 1979) señaló que el 25% de los pacientes fallecidos durante el período de
seguimiento lo habían hecho por suicidio. Por lo tanto, este último debe ser
considerado una eventualidad frecuente dentro del curso de la esquizofrenia a
cualquier edad, incluida la vejez y, de hecho, los ancianos esquizofrénicos tienen un
riesgo mayor de suicidio que la población general ( Bleuler, 1972 ; Ciompi y
Müller, 1976 ).
Las infecciones son otra de las causas frecuentes de muerte en el esquizofrénico de
edad avanzada. En otras épocas, la tuberculosis estaba probablemente a la cabeza
entre las causas de muerte de este origen. La detección y el mayor control de las
infecciones nosocomiales y también a nivel ambulatorio han hecho descende r en
buena medida el número de muertes por estas causas.
Con independencia del tipo de problema de salud que presenten los pacientes,
existen evidencias sólidas de que estos son infradiagnosticados e infratratados
( Goldman, 1999 ). Las razones no son simples. Desde el punto de vista del paciente,
tienen influencia en la búsqueda de ayuda médica, entre otros, los síntomas
negativos, las dificultades en la verbalización de síntomas físicos, la dependencia de
otros, la depresión y la ideación paranoide, así como una posible menor percepción
del dolor. Pero también existen razones del lado de los médicos y los servicios
sanitarios, que tienen que ver con el estigma (presente en muchos profesionales no
psiquiátricos), la accesibilidad de los servicios sanitarios, la asunción de un origen
psíquico a los síntomas físicos y la escasa atención a los problemas físicos por parte
de muchos psiquiatras. Con demasiada frecuencia, el único médico al que visita con
cierta regularidad un paciente esquizofrénico es a su psiqu iatra, lo que traslada una
importante responsabilidad a estos profesionales en la detección y tratamiento de
todos los problemas médicos de sus pacientes.
Para combatir todo ello, es necesario que los profesionales de la salud cercanos al
paciente, y muy especialmente los psiquiatras, sean conscientes de la necesidad de
monitorizar regularmente determinados parámetros de salud ( Marder
et al., 2004 ). En la tabla 15-2 se resumen unas recomendaciones básicas de
monitorización de problemas de salud en pacientes esquizofrénicos, a las que se
deben añadir las recomendaciones para los pacientes tratados a largo plazo con
antipsicóticos que aparecen en el capítulo 30 .
Tabla 15-2
Monitorización de problemas de salud en pacientes ancianos con esquizofrenia crónica
Modificado de Marder et al., 2004 .
Problema Procedimiento de salud Frecuencia
recomendado
Peso Control de peso Cada 6 meses
Índice de masa corporal Con mayor frecuencia cuando se
cambia el antipsicótico
Diabetes Glucemia Anualmente
Antes y 4 meses después de cambiar
el antipsicótico
Hiperlipemia Estudio de lípidos: colesterol Anualmente
LDL, HDL y total; triglicéridos Cada 6 meses si el nivel de LDL > 130
mg/dl
Aumento del intervalo ECG Según clínica (p. ej., síncopes)
QT Valorar al cambiar de antipsicótico
Hiperprolactinemia Prolactinemia Si hay galactorrea, osteoporosis u
otros síntomas de hiperprolactinemia
Anualmente para pacientes tratados
con antipsicóticos de mayor riesgo
Síntomas Examen clínico: rigidez, rueda Cada 1-2 semanas después de
extrapiramidales dentada, temblor, alteraciones de cambiar de neuroléptico o ajustar
y discinesia tardía la marcha, acatisia, movimientos dosis
orolinguales Cada 2-4 semanas si toman
neurolépticos convencionales
Cada 6 meses en pacientes estables
con antipsicóticos atípicos
Cataratas Evaluación oftalmológica Anual
Déficits cognitivos
Dos cuestiones fundamentales se plantean a este respecto: la primera es si los
pacientes ancianos con esquizofrenia tienen un peor rendimiento cognitivo que las
personas de su misma edad, y si ese déficit es progresivo, y la segunda, si padecer
esquizofrenia incrementa el riesgo de demencia.
El estudio de las capacidades cognitivas de los ancianos esquizofrénicos no es un
mero ejercicio académico. Son estas funciones, más que la propia sintomatología
psicótica, generalmente muy atenuada a esta edad, las que pueden determinar que
el paciente viva en el hospital, en una residencia o en la comunidad, y se
correlacionan con el mantenimiento o no de las actividades básicas de la vida diaria
( Harvey et al., 2003 ) y las capacidades de afrontamiento ( Wilder-Willis
et al., 2002 ). Igualmente, pueden determinar la respuesta a eventuales tratamientos
rehabilitadores ( Breier et al., 1991 ).
Es importante tener en cuenta el tipo de instrumentos de valoración
neuropsicológica que son usados en los estudios que afrontan la situación cognitiva
de los pacientes, ya que no todos son suficientemente discriminatorios, en especial
las escalas utilizadas para el diagnóstico de demencia en la población de ancianos no
esquizofrénicos. Característicamente, estas escalas no suelen tener en cuenta los
déficits ejecutivos, tan típicos de la esquizofrenia, y tampoco discriminan el impacto
de la psicopatología, en especial los síntomas negativos, en los déficits
neuropsicológicos hallados. Conviene, pues, diferenciar la presencia de ver dadera
demencia, tal y como se entiende siguiendo los criterios diagnósticos actuales, del
hallazgo de déficits neuropsicológicos ligados a la enfermedad esquizofrénica en sí.
Así, la evaluación cognitiva necesaria habría de ir más allá de un simple test Mini-
Mental que, aunque es la exploración instrumental más básica, no es el test más
adecuado para esta valoración; esta ha de ser más completa e incluir ineludiblemente
las funciones frontales y ejecutivas.
Emil Kraepelin describió la demencia precoz como un trastorno con deterioro
cognitivo progresivo. Este autor no distinguía, al menos en sus escritos iniciales, el
defecto provocado por la enfermedad esquizofrénica del causado por las
enfermedades degenerativas cerebrales. Demencia y defecto esquizofrénico pueden
no ser sinónimos, pero existe un cierto número de casos en que ambas situaciones
se superponen y se hace muy difícil distinguir cuál es el origen de los déficits.
Los déficits cognitivos de la esquizofrenia se han establecido hace mucho tiempo.
Afectan a la mayoría de los pacientes con un inicio juvenil de la enfermedad
( Nuechterlein et al., 2004 ) y también se han descrito con regularidad en
esquizofrenia de inicio tardío o muy tardío ( Howard et al., 2000 ). Heaton y Drexler
(1987), en su ya clásica revisión de más de 100 estudios del funcionamiento
neuropsicológico en la esquizofrenia, demuestran la presencia de un déficit cognitivo
en relación con el comienzo de la enfermedad. En los casos en que estos déficits son
progresivos, el pronóstico evolutivo de la propia esquizofrenia es peor.
En general, puede decirse que el funcionamiento cognitivo de las personas con
esquizofrenia a cualquier edad es diferente al de los sujetos normales, medido por
medios convencionales o con modernas baterías como MATRICS, como señaló un
estudio que usó esta batería para hacer comparaciones entre enfermos y normales
de siete décadas de la vida diferentes ( Rajji et al., 2013 ). Las personas con
esquizofrenia presentan los mayores déficits en la memoria, atención y función
ejecutiva, con una conservación relativa de aprendizajes antiguos y tareas
visuoperceptivas.
Este perfil, salvo en los pacientes que se demencian, es diferente al de la enfermedad
de Alzheimer ( Howard, 2010 ). Heaton et al. (1994) , en un cuidadoso trabajo,
compararon el rendimiento neuropsicológico de pacientes con esquizofrenia y con
demencia, junto a un grupo control. Encontraron déficits neuropsicológicos en los
enfermos esquizofrénicos, pero distintos de los que aparecen en la demencia, y
concluyeron que se trata de procesos no relacionados desde ese punto de vista.
Con respecto al factor edad y tiempo de evolución, Heaton et al. (1994) dividió su
muestra de esquizofrénicos ambulatorios en tres grupos: pacientes con inicio precoz
y jóvenes, pacientes con inicio precoz ancianos y pacientes con inicio tardío (con un
promedio de edad de comienzo de 60 años). Encontró que los tres grupos de
esquizofrénicos eran similares entre sí respecto al rendimiento neuropsicológico y
diferentes del grupo de ancianos normales y del de demencias, algo que también
encuentra Hanssen en un trabajo más actual ( Hanssen et al., 2015 ). Heaton et al.
concluyen que este déficit es independiente de la edad actual del paciente, de la edad
de aparición de la enfermedad y de su duración. El aspecto diferencial más
prominente entre los grupos de pacientes esquizofrénicos y con demencia se
encontró en las pruebas que medían el olvido de información tras un período de
tiempo, donde los enfermos con demencia tenían problemas mucho más marcados.
Los esquizofrénicos tenían dificultades en el aprendizaje de información nueva, pero
no en su recuerdo.
De hecho, una interesante teoría sugiere que la esquizofrenia puede ser una
enfermedad que causa un envejecimiento acelerado, reduciendo la esperanza de vida
al producir un impacto en algunas funciones corporales e igualando a aquellos que
padecen la enfermedad a personas 10-20 años mayores. Este estudio señala que, en
términos de funcionamiento cognitivo, las personas de 50 a 60 años con
esquizofrenia muestran un rendimiento en pruebas de velocidad de procesamiento
y memoria verbal episódica similar al de individuos sanos de 70 a 80 años de edad,
mientras que las personas sanas de 50 a 60 años rinden notablemente mejor en estas
dos tareas que las personas con esquizofrenia de edad similar ( Kirkpatrick
et al., 2008 ). Este no es el único estudio moderno que llega a similares
conclusiones. Loewenstein et al. (2012) señalaron que el rendimiento cognitivo de
las personas sanas de más de 70 años fue superior al de los pacientes con
esquizofrenia más jóvenes de su muestra (entre 40 y 49 años), en medidas de
memoria de trabajo y episódica, función ejecutiva y velocidad psicomotora. Los
análisis de regresión indicaron que los efectos de la edad en la cognición eran
significativamente mayores en los pacientes esquizofrénicos en las medidas de
aprendizaje verbal y velocidad de procesamiento. Tanto en los pacientes con
esquizofrenia como en los sanos, las diferencias mayores relacionadas con la edad
aparecían en los mayores de 70 años. En definitiva, estos autores señalan que la
esquizofrenia se asocia con un deterioro cognitivo en todas las edades, y los ancianos
con esquizofrenia experimentan mayores diferencias ligadas a la edad en el
funcionamiento cognitivo que los sanos.
Respecto al potencial agravamiento de los problemas cognitivos a lo largo del
tiempo, podría postularse que los déficits cognitivos encontrados en los pacientes
esquizofrénicos de edad geriátrica tuvieran una relación con factores externos a la
enfermedad, como el uso crónico de neurolépticos, o incluso con tratamientos más
agresivos como la cura con coma insulínico, la terapia electroconvulsiva o la
leucotomía. Lo cierto es que estos tratamientos no parecen ejercer una influencia
significativa en el funcionamiento cognitivo a largo plazo de los pacientes ( Harrow
et al., 1987 ; Bridge y Wyatt, 1987 ; Harvey et al., 1993 ), salvo el uso concomitante
de fármacos anticolinérgicos como correctores de la sintomatología extrapiramidal.
También la institucionalización prolongada ha sido invocada en este sentido, sin que
haya podido demostrarse un claro efecto negativo ( Heaton y Drexler, 1987 ), aunque
algunos trabajos sí lo encuentran (Hives et al., 2018). Por lo tanto, podemos concluir
que el deterioro cognitivo encontrado es inherente a la enfermedad y al enfermo,
más que al efecto deletéreo de los tratamientos recibidos.
Un hallazgo importante, y que ha sido suficientemente replicado, es que la
intensidad de los problemas cognitivos se relaciona con los síntomas negativos pero
no con los positivos, con independencia de la edad (salvo en los pacientes de peor
evolución, en los que los síntomas positivos también son un factor de riesgo)
(Harvey, 1996).
Los déficits cognitivos suelen ser peores en los pacientes más graves y que han
necesitado más ingresos o períodos continuados de hospitalización, que en los
pacientes que se han podido mantener ambulatoriamente, y en ello coinciden
estudios realizados en diferentes países y estructuras sanitarias, lo cual refuerza la
idea de que se trata de un hallazgo consistente.
Respecto al curso del estado cognitivo a lo largo de los años de evolución de la
enfermedad, puede decirse que, en general, los problemas cognitivos no aumentan
o lo hacen en poca medida según avanza la edad de los pacientes, aunque algún
estudio sí ha encontrado una correlación positiva con la edad o la duración de la
enfermedad ( Cuesta et al., 1998 ). En cualquier caso, sí es posible identificar un
subgrupo de pacientes con déficits cognitivos progresivos y que presentan en la vejez
un notable deterioro. Este deterioro progresivo ocurre más lentamente en la edad
adulta y se acelera notablemente en la edad avanzada. Se trataría de un fenómeno
por el que un cerebro ya deteriorado sucumbiría a los efectos de la enfermedad y la
edad, sin poder contar, en la mayoría de los casos, con u na reserva cognitiva que
ejerciera un mínimo efecto protector ( Harvey y Friedman, 2003 ).
Los factores de riesgo que se han identificado para la ocurrencia de deterioro
cognitivo en los pacientes esquizofrénicos con mala evolución clínica son: bajo nivel
educativo, edad más avanzada y presencia de síntomas positivos más graves.
Todo esto conduce a la segunda pregunta: ¿hay un riesgo elevado de demencia a
largo plazo en pacientes con esquizofrenia de inicio juvenil? Esta cuestión ha sido
objeto de numerosas controversias. Kohler et al. (2013) estudiaron la asociación
temporal entre síntomas psicóticos generales, el declive cognitivo y la demencia
incidente. Los síntomas psicóticos se asociaron de forma transversal con un peor
funcionamiento cognitivo, y las personas con síntomas psicóticos mostraron un
declive cognitivo más rápido desde el inicio hasta un seguimiento de 6 años que las
personas sin tales síntomas, especialmente en las funciones no mnésicas. Además,
conllevaron un riesgo general de demencia posterior aumentado casi tres veces. El
incremento de riesgo se observó independientemente de la cognición inicial, la
depresión, la ansiedad y los factores de riesgo vascular; aumentó con un número
creciente de síntomas psicóticos y fue más alto en personas de 65 a 74 años.
Amplios estudios recientes revelan un mayor riesgo de evolución a demencia en
personas con enfermedad esquizofrénica con respecto a personas mayores
psiquiátricamente sanas. Este hallazgo apoyaría que se debe agregar un componente
neurodegenerativo de la esquizofrenia a su conocido origen del neurodesarrollo, al
menos para una proporción significativa de pacientes ( Shah et al., 2012 ). En esta
revisión de 20 estudios longitudinales que abordan el riesgo de deterioro cognitivo
en pacientes con esquizofrenia a lo largo del tiempo, los autores encontraron
resultados mixtos, con 12 estudios que evidenciaron deterioro cognitivo evidente y 8
sin ese resultado, aunque concluyen que no es fácil discernir si este riesgo se debe a
la propia esquizofrenia o a factores extrínsecos a ella.
Trabajos anteriores que han usado instrumentos de screening como el test Mini-
Mental señalan puntuaciones bajas, con pérdida de 1,2 a 4,6 puntos (media, 2
puntos) por década de evolución de la esquizofrenia ( Davidson et al., 1994 ).
Uno de los estudios poblacionales más extensos publicados hasta la fecha examinó
una cohorte de más de 2,8 millones de personas de 50 años o más en Dinamarca,
que incluía un total de 20.683 personas con esquizofrenia ( Ribe et al., 2015 ).
Después de un seguimiento de hasta 18 años, 136.012 sujetos, incluidos 944 con
esquizofrenia, desarrollaron demencia. La esquizofrenia aumentaba más de dos
veces el riesgo de demencia por cualquier causa, incluso después de ajustar por
comorbilidades médicas, como enfermedades cardiovasculares o diabetes. Este
riesgo de demencia no podría explicarse por factores de riesgo de demencia
establecidos.
Estos datos han sido refrendados por un estudio transversal realizado en Australia
que evaluó 248.919 pacientes sin esquizofrenia y 26.591 con la enfermedad. Una vez
ajustada la muestra por comorbilidad física, el riesgo de demencia de los pacientes
con esquizofrenia fue casi cinco veces mayor, especialmente en las mujeres. Hay que
señalar que este riesgo general era de 6,6 en los mayores de 66 años y de 3,4 en los
menores de esa edad ( Ku et al., 2016 ).
Determinar si este aumento del riesgo de demencia está relacionado con los cambios
típicos de la enfermedad de Alzheimer ha sido y sigue siendo una cuestión de est udio.
Una revisión sistemática de 14 trabajos centrados en los niveles de β-amiloide en
sujetos esquizofrénicos, con Alzheimer o en controles normales encontró niveles
corticales de β-amiloide más bajos en los pacientes con esquizofrenia que en los
pacientes con Alzheimer, sin asociación entre la deposición de β-amiloide y el
deterioro cognitivo experimentado por los pacientes con esquizofrenia ( Chung
et al., 2016 ). Aunque algunos estudios han señalado aumentos en las placas y los
ovillos neurofibrilares en pacientes de edad avanzada con esquizofrenia, no hay
pruebas claras de una mayor asociación de estas características neuropatológicas de
la enfermedad de Alzheimer en esta población. Sin embargo, los aumentos en la
neuropatología relacionada con la enfermedad de Alzheimer por debajo del umbral
para un diagnóstico neuropatológico de la misma pueden estar relacionados con la
severidad de la demencia, una vez establecida en pacientes con esquizofrenia de edad
avanzada, y este riesgo aumenta en presencia de factores de riesgo genéticos como
el estado de portador de ApoE 4 ( Rapp et al., 2010 ). Esto puede sugerir una
disminución de la reserva cerebral en dichos pacientes.
En definitiva, los déficits en el rendimiento cognitivo de las personas con
esquizofrenia son variables, como lo es la propia enfermedad y su evolución
temporal. En muchos pacientes, no tienen relación con la edad actual, la edad de
comienzo o la duración de la esquizofrenia, y se mantienen relativamente estables
en el tiempo o declinan lentamente, aunque normalmente son más significativos de
lo que corresponde a su edad. Un subgrupo de pacientes más graves padece déficits
más marcados y progresivos, aún más acelerados en la vejez; esto constituye un dato
adicional de mal pronóstico evolutivo y a partir de la quinta o sexta década de la vida
pueden desarrollar una demencia. Es decir, una parte de los pacientes con
esquizofrenia, pero desde luego no todos, desarrollan una demencia. Esto permitiría
hablar de que, al menos en un subgrupo de pacientes, la esquizofrenia es una
encefalopatía con problemas de neurodesarrollo como las demás, a la que se le va
añadiendo, en mayor o menor medida, una progresiva neurodegeneración.
En el cuadro 15-2 se resumen los problemas cognitivos encontrados en los pacientes
con esquizofrenia a largo plazo.
CUADRO 15-2
Problemas cognitivos en los esquizofrénicos ancianos de inicio juvenil
Existen déficits neuropsicológicos mayores que en los ancianos normales.
Los problemas cognitivos ocurren desde la juventud y son del mismo tipo que los
encontrados en esquizofrénicos jóvenes.
Afectan fundamentalmente a:
• •
Atención y proceso de información
• •
Aprendizaje y memoria
• •
Procesos ejecutivos
El perfil neuropsicológico es distinto al de la enfermedad de Alzheimer.
No tienen relación directa con factores extrínsecos a la enfermedad, como:
• •
Tratamiento crónico con neurolépticos convencionales
• •
Otros tratamientos: coma insulínico, terapia electroconvulsiva, leucotomía
• •
Institucionalización
No siempre tienen una correlación directa con la edad del paciente, la edad de inicio
ni la duración de la enfermedad.
La evolución es muy heterogénea entre diferentes pacientes.
Un subgrupo de mala evolución clínica presenta déficits cognitivos graves y
progresivos que pueden terminar en demencia. En general, el riesgo de demencia
está incrementado.
Se correlacionan sobre todo con los síntomas negativos.
El estado cognitivo es un determinante fundamental para la posibilidad de vida en
la comunidad o en una residencia, o para la institucionalización psiquiátrica crónica,
así como para el éxito de programas de rehabilitación.
Tratamiento y provisión de servicios
El manejo de los pacientes mayores con esquizofrenia de larga evolución requiere un
marco terapéutico adecuado y adaptado a esta edad. Este ha de enmarcarse en unos
principios generales básicos, que son los siguientes:
• •
Integración de los tratamientos, tanto farmacológicos como psicosociales, en
un equipo cohesionado, con responsabilidades bien definidas y coordinación.
• •
Especial atención a la continuidad de cuidados.
• •
Tratamiento y rehabilitación han de estar íntimamente imbricados.
• •
Evaluación de necesidades y diseño de estrategias totalmente
individualizados.
• •
Flexibilidad en la implementación del tratamiento y adaptabilidad a los
diferentes momentos evolutivos.
• •
Integración de las necesidades médicas en el programa general de atención.
Tratamiento farmacológico
El advenimiento de nuevas moléculas para el tratamiento de la psicosis debe llegar
también, y muy especialmente, a los esquizofrénicos ancianos. Varias son las razones
que lo justifican:
• •
Los antipsicóticos de segunda generación o atípicos tienden a ser más eficaces
en el tratamiento de los síntomas negativos que los convencionales, y son
estos síntomas precisamente los que predominan en los esquizofrénicos
ancianos.
• •
Diversos trabajos avalan un efecto favorable de estos fármacos sobre las
capacidades cognitivas de los esquizofrénicos ancianos respecto a los
convencionales, como, por ejemplo, en áreas como la atención, la memoria de
trabajo verbal, las praxias constructivas y las pruebas frontales. Este es un
factor muy importante, como se ha expuesto anteriormente
( Harvey, 1997;Jeste et al., 1997 ). Este efecto favorable sobre la función
cognitiva es uno de los que es percibido más precozmente por los pacientes
tras el cambio de un antipsicótico convencional por uno de segunda
generación.
• •
La marcada reducción en la producción de sintomatología extrapiramidal de
los antipsicóticos más recientes supone un efecto favorable general para
cualquier anciano. Por otro lado, la eliminación de los fármacos
anticolinérgicos correctores de los síntomas extrapiramidales produce una
clara mejora en las capacidades cognitivas de los pacientes. Esta eliminación
se debe procurar siempre.
• •
La aparición de discinesia tardía también es menor con estos fármacos, lo cual
es especialmente interesante, ya que estos pacientes tienen un riesgo elevado
de desarrollarla por su larga exposición a neurolépticos convencionales. Es
más, su uso puede incluso aliviarla.
• •
Por último, por un imperativo ético, que llevaría a combatir las actitudes de
discriminación en función de la edad por las que no se realizan cambios de
medicación en los pacientes ancianos debido al precio del fármaco o por la
comodidad del terapeuta, y se priva de los posibles beneficios precisamente a
seres humanos que han tenido que soportar la carga de una grave y penosa
enfermedad la mayor parte de su ya larga vida.
Aunque el manejo habitual del tratamiento antipsicótico se realiza por vía oral, hay
un espacio para el uso de antipsicóticos de larga duración en pacientes con
esquizofrenia crónica que presentan falta de adherencia o dificultades reales para la
administración regular de la medicación oral, como se cita en el capítulo 30 sobre
fármacos antipsicóticos.
Es importante llamar la atención sobre la inercia existente en la práctica clínica, que
lleva a mantener las mismas medicaciones y las mismas dosis en estos pacientes
durante muchos años. A menudo se incluyen varios fármacos y las dosis tienden a
ser más elevadas de lo que ya es necesario. La frecuencia con que se revisan y
reajustan los medicamentos también tiende a ser claramente menor. La prescripción
farmacológica rutinaria alcanza no solo a los antipsicóticos sino también a los
anticolinérgicos, los hipnóticos, los analgésicos y los laxantes, entre otros. La
posibilidad de que un número de pacientes con buena evolución dejen de necesitar
tratamiento o deban recibirlo en dosis mínimas en los últimos años de su vida no
debe ser excluida. Todos estos son aspectos sobre los que conviene reclamar
periódicamente la atención de todos los profesionales implicados.
Tratamiento no farmacológico
Los pacientes esquizofrénicos ancianos pueden beneficiarse de tratamientos no
farmacológicos, aunque existe menor experiencia en su desarrollo e implementación
que en edades más jóvenes. La complejidad de la enfermedad hace que la medicación
no suela ser un recurso suficiente en la mayoría de los casos, y tampoco en la edad
avanzada. Precisamente por esta complejidad y la enorme variabilidad evolutiva, las
necesidades de los pacientes con tantos años de evolución pueden ser muy diferentes
y deben ser evaluadas de forma muy individualizada. Las principales áreas que se
deben valorar y que pueden ser objeto de tratamiento o rehabilitación aparecen en
el cuadro 15-3 .
CUADRO 15-3
Áreas susceptibles de tratamiento no farmacológico y rehabilitador
• Síntomas psicóticos positivos y negativos
• Déficits cognitivos
• Funcionamiento y adaptación social
• Higiene y cuidados básicos de salud
• Cumplimiento de las consultas y tratamientos de problemas médicos
• Cumplimiento de las consultas y medicación psiquiátrica
• Reacción ante situaciones de emergencia
Aunque prácticamente no existen técnicas no farmacológicas diseñadas
específicamente para los ancianos con esquizofrenia, se va acumulando experiencia
en la adaptación de las aplicadas en adultos en este grupo de edad ( Camus
et al., 2005;Van Citters et al., 2005 ). Los marcos terapéuticos más probados en
ancianos son el tratamiento asertivo comunitario y el manejo de casos (case
management) (Mohamed, 2003), generalmente en el contexto de un equipo
multidisciplinar ( Kelleher et al., 2005 ). Otras técnicas también adaptadas al uso en
ancianos son modificaciones del entorno de vida, mejoría cognitiva, aprendizaje
social, técnicas de autocuidado y tratamiento de síntomas psicóticos, incluidos los
refractarios al tratamiento farmacológico. Los resultados apuntan a mejorías en los
síntomas diana ( McQuaid et al., 2000 ) y en áreas como la disminución de recaídas
y la reducción de la necesidad de uso de medicación ( Mansdorf et al., 1999 ). En
cuanto a técnicas específicas, las más usadas suelen tener una base cognitivo-
conductual.
El entrenamiento en capacidades concretas (skills training) desarrollado por
Liberman es un programa basado en módulos diferenciados que ha sido adaptado y
aplicado con éxito por los mismos autores a pacientes esquizofrénicos ancianos, en
especial el módulo de adherencia a la medicación ( Liberman, 2003 ). Han sido
objeto de ensayos clínicos controlados con resultados positivos en áreas tan
diferentes como el funcionamiento en la comunidad, la autoeficiencia, la
disminución de los síntomas psiquiátricos y un mayor número de actividades de
cuidado de su propia salud ( Granholm et al., 2013;Bartels et al., 2014 ). Nuevas
técnicas como la terapia psicológica integrada, que combina intervenciones
neurocognitivas y de cognición social, y entrenamiento de habilidades, muestran
también un prometedor futuro ( Mueller et al., 2013 ).
Aspectos asistenciales
La atención al enfermo esquizofrénico mayor no debería diferir en gran medida de
los estándares establecidos para enfermos más jóvenes. La realidad es que esta
norma, en general, se cumple solo en cuanto a la medicación y, en ocasiones, ni
siquiera eso. Las actitudes discriminatorias hacia la ancianidad se ponen de
manifiesto de manera notoria en la posibilidad de acceso de las personas mayores
con esquizofrenia a tratamientos que revistan un mínimo grado de sofisticación.
Pocos son los que se plantean actividades de rehabilitación psiquiátrica en esta franja
de edad. Es más, en muchos programas y centros de rehabilitación, la presencia de
ancianos está formalmente excluida, ya que se coloca un límite explícito en los 65
años y, de hecho, existen muy pocos pacientes que sobrepasan los 50 años. En
nuestro país, el acceso a centros y hospitales de día presenta las mismas limitaciones,
puesto que los hospitales de día psicogeriátricos, aunque con algunas valiosas
excepciones, son prácticamente inexistentes. La perspectiva es similar para las
unidades de media y larga estancia.
La alternativa es el ingreso en residencias de ancianos. De hecho, las personas con
esquizofrenia tienden a ingresar en residencias de ancianos a edades más jóvenes
que los que no padecen esta enfermedad; incluso lo hacen en edades no geriátricas
( Andrews et al., 2009 ). Las instituciones geriátricas pueden ofrecer un entorno
vital más o menos confortable y adaptado a su edad, pero jamás podrán realizar algo
para lo que no están concebidas; es decir, realizar un papel sanitario especializado.
Sin embargo, las residencias han reemplazado en muchas ocasiones a la institución
psiquiátrica para los enfermos mentales crónicos en edad geriátrica. Con ello, se
realiza una desinstitucionalización que termina siendo una
transinstitucionalización, en la que los pacientes más frágiles (es decir, los mayores)
son los que se llevan la peor parte. Es posible que una residencia sea un lugar
adecuado para que viva un paciente de edad, pero este hecho no debería
desmedicalizar su manejo y dejarle sin atención especializada. Las residencias
deberían recibir la interconsulta de los servicios de salud mental ambulatorios para
realizar un papel adecuado en este sentido.
La pregunta «¿Dónde debe vivir un paciente esquizofrénico anciano?» no tiene una
única respuesta y depende de muchos factores que están relacionados tanto con la
enfermedad y el enfermo como con el lugar y el contexto socioeconómico en el que
se encuentre. No es lo mismo un medio rural que uno urbano, ni una persona que ha
conservado cierta red social que otra que hace años que no tiene a nadie en la vida.
Ya que el espectro de posibilidades es amplio, el de respuestas también debería serlo.
Por ello, el anciano ha de tener acceso (y derecho) tanto a recursos que apoyen su
vida independiente en la comunidad como a ingresar en una residencia adecuada y
también en una unidad de larga estancia de una institución psiquiátrica si sus
necesidades y enfermedad lo requieren. Negar alguna de estas posibilidades o
cualquier otra es simplemente una muestra más de senectismo o rechazo a los
ancianos, en especial si son enfermos mentales crónicos. Nuestra obligación será
siempre combatir estas actitudes y defender a nuestros frágiles pacientes de ellas.
El aumento de la población anciana en general y, por lo tanto, de las perso nas que
sufren una psicosis durante este período de la vida, debería hacer reflexionar a los
responsables de la provisión de servicios respecto a su planificación futura. Este
incremento ocurre ya en la actualidad y seguirá aumentando. Sin embargo, existen
pocos indicios de que esta planificación a un plazo que no es tan largo se esté
realizando. Hasta ahora, la familia ha desempeñado, y aún tiene, un papel muy
relevante, supliendo la falta de recursos, pero esto no parece que vaya a durar de
manera indefinida. A modo de ejemplo, una simple reflexión: ¿qué va a ser de los
muchos esquizofrénicos de edad madura que en estos momentos están siendo
cuidados por su padre o su madre ya ancianos, cuando esta persona finalmente
desaparezca?
Viva donde viva el esquizofrénico anciano, ha de procurarse que sus problemas
físicos sean adecuadamente detectados y tratados. Es común que estas personas no
reciban la atención médica que precisan, tanto por la persistencia del estigma como
por su menor capacidad de buscar ayuda médica en caso de necesidad. Sin embargo,
la prevalencia de problemas médicos en esta población es, como se ha expuesto,
significativa. Las enfermedades físicas deben tratarse según los estándares
habituales. Además, hay que prestar una atención muy especial a aspectos con
frecuencia poco cubiertos pero fundamentales, como son los cuidados dentales, el
uso de gafas y su correcta graduación, las prótesis auditivas en caso necesario y los
cuidados podológicos. La necesidad real de usar pañales o de tomar los alimentos en
forma de puré puede que no haya sido nunca suficientemente explorada, y debería
serlo. En el caso de que el paciente viva en la comunidad, una buena relación con su
médico de familia y con los profesionales de enfermería de atención primaria puede
mejorar de manera extraordinaria su calidad de vida.
Conclusiones
Los estudios realizados respecto al destino evolutivo de la esquizofrenia que
comienza —como es lo más frecuente— en el adulto joven señalan
fundamentalmente una gran heterogeneidad en cuanto a esta evolución. Ello no es
de extrañar, ya que la propia enfermedad es heterogénea, así como los tratamientos
y los dispositivos asistenciales donde estos tratamientos se han llevado a cabo.
Sin embargo, hay algunas cuestiones comunes que merecen ser tenidas en cuenta.
La primera es que el pronóstico a largo plazo suele ser mucho más favorable de lo
que podría temerse en un principio, dado el enorme impacto que las fases iniciales
de la enfermedad producen en el paciente. Con el tiempo, las formas clínicas de
comienzo se van desdibujando y los predictores de pronóstico van perdiendo fuerza.
El número de síntomas floridos y recaídas suele ser menor con el paso de los años,
aunque los síntomas negativos pueden incrementarse. Los pacientes esquizofrénicos
ancianos padecen mayores disfunciones cognitivas que las personas de similar edad
sin la enfermedad, pues se trata de problemas neuropsicológicos ya presentes en la
edad juvenil y ligados a la propia esquizofrenia. Una parte de ellos, con peor
evolución, pueden desarrollar una demencia al final de su vida.
Las personas mayores con esquizofrenia padecen mayor comorbilidad médica,
hecho al que ha de prestarse una especial atención, ya que tienen más riesgo de que
esta sea desatendida.
Estos pacientes han de beneficiarse de los modernos tratamientos farmacológicos y
no han de ser privados de la posibilidad de recibir tratamientos no farmacológicos y
de rehabilitación. Deben residir en el lugar donde sus necesidades específicas
(personales, sanitarias generales y psiquiátricas) sean adecuadamente satisfechas,
sea este un hospital, una residencia o la comunidad.
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CAPÍTULO 16
Diagnóstico diferencial
Las psicosis de tipo esquizofrénico de inicio tardío o muy tardío pueden considerarse
diferentes de otros trastornos geriátricos en los que aparecen también fenómenos
psicóticos. De todos ellos, debería hacerse fundamentalmente un diagnóstico
diferencial con los que se exponen a continuación.
Demencia
Diferentes formas de demencia pueden presentar sintomatología delirante o
alteraciones conductuales en estadios relativamente precoces. Esto es especialmente
así en la demencia con cuerpos de Lewy y en la demencia frontotemporal y, en menor
medida, en la enfermedad de Alzheimer. En ocasiones, las alucinaciones o delirios
son semejantes, pero, en general, estos fenómenos son más simples y transitorios en
la demencia. No ha de olvidarse que la predominancia del sexo femenino es mucho
más marcada en la esquizofrenia de inicio tardío.
Para el diagnóstico diferencial se impone un estudio neuropsicológico, que dará
perfiles diferentes, como se muestra en el apartado «Neuropsicología» de este
capítulo y en el cuadro 16-3 . Las pruebas de neuroimagen estructural pueden no
resultar de mucha ayuda, ya que cierto grado de atrofia y de lesiones en la sustancia
blanca puede encontrarse en ambas enfermedades. Sin embargo, en la demencia, las
lesiones son progresivas y, en general, terminan por hacerse mucho más marcadas.
La neuroimagen funcional (SPECT o PET) puede ayudar al diagnóstico de demencia
frontotemporal señalando déficit de perfusión en estas áreas, mientras que en la
enfermedad de Alzheimer la perfusión está disminuida en regiones parietales y
occipitales. El DAT-Scan puede apoyar el diagnóstico de demencia con cuerpos de
Lewy mostrando una deficiente captación del marcador en los ganglios basal es. El
uso de biomarcadores en el líquido cefalorraquídeo se va imponiendo en la clínica y
puede ser de ayuda en casos dudosos ( Seppala et al., 2014 ). En enfermos
seleccionados, la PET de glucosa o la de amiloide pueden indicar el diagnóstico
definitivo.
Patología afectiva de inicio tardío
Algunas de sus características pueden ser similares. Así, ambos trastornos tienen
una menor incidencia familiar que los casos precoces, pueden cursar con delirios
corporales y los cambios cerebrales encontrados son bastante inespecíficos en
ambos. Sin embargo, los datos que los diferencian son mucho más abundantes. En
concreto, la psicosis tardía se presenta aún con mayor frecuencia en la mujer, y se
asocia a factores de riesgo como el aislamiento social, el déficit sensorial o la
personalidad premórbida esquizoide, que no son propiamente factores de riesgo
para los trastornos afectivos. Clínicamente, aparecen con frecuencia síntomas de
primer rango y alucinaciones vívidas, y en múltiples modalidades en la psicosis
tardía, asociados a un curso que tiende a ser crónico, frente a las reagudizaciones y
recaídas características de los trastornos afectivos. La ausencia de síntomas propios
de estos últimos, como la tristeza franca, los síntomas vegetativos y la fluctuación
temporal de la sintomatología, ayudan a su diferenciación. Además, en la psicosis
tardía la frecuencia de suicidio es mucho menor. La respuesta al tratamiento,
básicamente antipsicóticos en la psicosis tardía y antidepresivos o terapia
electroconvulsiva en la depresión, es una última prueba.
Trastorno delirante (psicosis paranoide)
En este caso, el problema de la diferenciación es más difícil, hasta el punto de que
algunos pacientes concretos son prácticamente imposibles de catalogar dentro de
uno u otro diagnóstico, y así lo defienden ciertos autores ( Riecher-Rössler
et al., 2003 ). En efecto, determinadas similitudes son muy marcadas. Ambos
trastornos comparten una historia familiar con una mayor frecuencia de
esquizofrenia, pero no tanto como en los casos de esquizofrenia juvenil. El contenido
de los delirios puede ser muy similar, y en ambos predomina el tipo persecutorio.
Pese a ello, la ideación delirante en el trastorno delirante suele ser única y de mayor
comprensibilidad psicológica. A su vez, el curso es crónico y se caracteriza por la
ausencia de deterioro. La presencia o no de alucinaciones marcadas es quizás el
síntoma diferencial más característico, ya que en el trastorno delirante estas no
aparecen, o de existir, no predominan en el cuadro. El inicio de los síntomas podría
ayudar también a su diferenciación, ya que el trastorno delirante suele comenzar en
edades menos avanzadas o, incluso, antes de la edad madura, pero esta cuestión no
es fácil de determinar en algunos pacientes. Un resumen de las similitudes y
diferencias con este trastorno se encuentra en la tabla 16-2 .
Tabla 16-2
Similitudes y diferencias entre esquizofrenia tardía y trastorno delirante (paranoia)
Característica Trastorno delirante Esquizofrenia tardía
Genética Frecuencia familiar de Frecuencia familiar intermedia entre
esquizofrenia algo mayor que en la la esquizofrenia juvenil y sujetos
población general normales
Distribución por sexos Más frecuente en hombres Más frecuente en mujeres
Epidemiología Muy poco frecuente Algo más frecuente
Déficits sensoriales Factor de riesgo Factor de riesgo
Síntomas de primer Ausentes Presentes
orden
Personalidad Paranoide Paranoide o esquizoide
premórbida
Delirios Persecutorios Persecutorios, de paramentos y
otros
Característica Trastorno delirante Esquizofrenia tardía
Alucinaciones Ausentes o poco prominentes Frecuentes, vivas y en varias
modalidades
Afectividad Conservada Conservada. Si hay síntomas
depresivos, son secundarios
Marcadores biológicos Escasos Alteraciones cerebrales
estructurales y funcionales
Curso temporal Crónico sin deterioro Crónico con escaso deterioro
Respuesta al Con frecuencia pobre Parcial o completa
tratamiento
farmacológico
Evolución
La evolución de la psicosis tardía tiende a ser crónica, pero sin un deterioro muy
significativo en el tiempo. Desde el advenimiento de los tratamientos antipsicóticos,
el pronóstico, antes considerado sombrío, ha mejorado sustancialmente y los
pacientes pueden mantenerse viviendo en la comunidad ( Blessed y Wilson, 1982 ).
Si el enfermo recibe un tratamiento adecuado, más de la mitad pueden verse libres
de síntomas pasados unos años ( Hymas et al., 1989 ). La evolución sintomática
tiende a ser peor en aquellos con mayores dificultades cognitivas de inicio
( Holden, 1987 ). En el seguimiento, es importante vigilar la aparición de un
trastorno depresivo pospsicótico, lo cual puede suceder hasta en el 50% de los casos
cuando se ha conseguido una mejoría en la sintomatología delirante ( Agüera y
Reneses, 1999 ). Si aparece este problema, requerirá un abordaje terapéutico
enérgico y precoz. A pesar del curso crónico, la mortalidad no es alta; en cualquier
caso, mucho menor que la de la demencia o la depresión ( Roth y
Cooper, 1992 ; Rabins y Lavrisha, 2003 ), pero más alta que la de la esquizofrenia de
inicio juvenil, debido a la mayor comorbilidad física y la mayor tasa de accidentes
( Talaslahti et al., 2015 ).
Un elemento que ha sido objeto de investigación es la posibilidad de una evolución
hacia el deterioro demencial. Se han publicado tasas de demenciación más
frecuentes, y otras similares a otras personas de la misma edad ( Palmer
et al., 2003 ). Los resultados discordantes puede que tengan que ver con una falta de
uniformidad en criterios diagnósticos o de un seguimiento suficientemente
prolongado en el tiempo. La mayoría de los trabajos señalan que el rendimiento
cognitivo permanece estable en seguimientos inferiores a 5 años. Sin embargo, a más
largo plazo, el riesgo de desarrollar demencia es mayor que el de la población
general, especialmente en la población más anciana y con mayores déficits cognitivos
y funcionales en el momento del diagnóstico ( Brodaty et al., 2003 ).
Tratamiento
Tratamiento farmacológico
Al igual que cualquier otro trastorno psicótico, el tratamiento de base de este grupo
de enfermedades es farmacológico, sobre todo con medicación antipsicótica. Como
suele ser habitual, existen muy escasos estudios dirigidos específicamente a esta
población ( Suzuki et al., 2011 ; Essali y Ali, 2012 ), pero los resultados son, en
general, positivos ( Tzimos et al., 2008 ). En cualquier caso, la preferencia es hacia
los antipsicóticos atípicos y, dado lo heterogéneo de esta población, deben tomarse
en consideración todos ellos, incluida la clozapina si fuera necesario, realizando los
ajustes correspondientes ( Ismail et al., 2012 ). La eficacia del tratamiento con
fármacos antipsicóticos es similar en esta población y en la de los adultos más
jóvenes ( Jeste et al., 1993;Jeste et al., 2003;Scott et al., 2011;Suzuki et al., 2013 ).
Las indicaciones y pautas de uso de los antipsicóticos aparecen en el capítulo 30 de
esta obra. En casos seleccionados, el uso de antipsicóticos de larga duración es una
opción viable y que puede resultar eficiente frente a problemas de adherencia al
tratamiento, que son tan frecuentes o más que en poblaciones más jóvenes ( Masand
y Gupta, 2003 ). Otros tratamientos, como la terapia electroconvulsiva, deben ser
también contemplados en casos seleccionados ( Suzuki et al., 2005 ).
Tratamientos psicoterapéuticos y psicosociales
Los tratamientos psicoterapéuticos y psicosociales no difieren sustancialmente de
los indicados para los pacientes mayores con esquizofrenia desde la juventud.
Remitimos al lector al apartado «Tratamiento no farmacológico» del capítulo 15 en
esta obra.
Manejo práctico del paciente con esquizofrenia tardía
El escenario ideal es el de un paciente que acude de manera regular a la consulta,
toma la medicación y tolera los eventuales efectos secundarios. Sin embargo, lo más
probable es que estas condiciones no se den habitualmente. De hecho, las tasas de
abandono de la medicación y de pérdidas de seguimiento son generalmente muy
altas ( Sin Fai Lam et al., 2016 ). Por lo tanto, para que los tratamientos surtan sus
efectos, será siempre preciso llegar a obtener unas condiciones propicias que van
desde conseguir que el paciente establezca un contacto suficiente con el equipo de
tratamiento que permita diseñar un esquema terapéutico personalizado para ese
paciente concreto hasta la reducción, en lo posible, de los factores de riesgo que
pudieran propiciar la aparición de nuevos episodios de enfermedad. Abordaremos
en este apartado algunas cuestiones relevantes del manejo práctico del paciente.
Muchas de las consideraciones que se refieren a continuación son también aplicables
al abordaje del anciano con cualquier forma de psicosis, y no solo con esquizofrenia
de inicio tardío.
Las condiciones generales de relación con el paciente anciano son también aplicables
a aquellos que padecen un trastorno psicótico, aunque con adaptaciones. En
concreto, el terapeuta habrá de adoptar un papel mucho más flexible, en ocasiones
muy activo y directivo, en otras más pasivo y tolerante. El establecimiento de una
relación terapéutica de una mínima calidad será el fundamento de cualquier éxito en
el tratamiento. El paciente con psicosis tardía no es un paciente fácil, aunque está
mucho más necesitado de ayuda que otros. Precisamente por ello, debería recibir
una mayor dosis de esfuerzo y tiempo por parte de los profesionales implicados.
En términos prácticos, en esta relación terapéutica pueden separarse las fases inicial,
central y de terminación ( Agüera y Reneses, 1999 ) que aparecen resumidas en
los cuadros 16-5 y 16-6 .
CUADRO 16-5
Manejo psicológico del paciente psicótico anciano: fase inicial del contacto
Objetivo principal: crear una alianza terapéutica basada en la confianza
Orientar el manejo a facilitar el inicio y la continuidad del tratamiento farmacológico
Si existe cierta sintomatología depresiva inicial, apoyarse en ella, ya que facilitará la
alianza
Evaluar precozmente:
• •
El grado de regresión (dependencia excesiva, incapacidad, hipocondría)
• •
El comportamiento agresivo potencial hacia otros o hacia sí mismo
• •
El grado de soledad y aislamiento social
• •
La capacidad de tolerancia a la frustración
Apoyarse en las quejas de sintomatología física para ayudar a establecer la relación
Evitar confrontar los delirios abiertamente de manera precoz
Usar los recuerdos y las reminiscencias del paciente desde el prin cipio
CUADRO 16-6
Manejo psicológico del paciente psicótico anciano: fase central del tratamiento
Objetivo principal: mantener la relación y el cumplimiento terapéutico
Evitar una neutralidad excesiva
Tolerar cambios de citas, retrasos, ausencias
Manejar aspectos intrapsíquicos siempre que sea posible, no solo los farmacológicos
Continuar mostrando interés por los aspectos de salud física. Estar preparado para
un incremento de quejas físicas
Seguir apoyándose en la reminiscencia. Valorar experiencias positi vas de épocas
pasadas en la vida del paciente
Observar la posible aparición de sintomatología depresiva
Intentar mejorar la relación social o familiar, combatiendo las situaciones de
soledad. Sugerir la incorporación de un animal de compañía
Respetar la necesidad inconsciente del paciente de conservar ciertos síntomas
Fase inicial
El objetivo fundamental es crear una relación, una alianza terapéutica basada en la
confianza mutua. Ha de recordarse que muchos de estos pacientes simplemente no
pueden crear lazos sólidos o muy duraderos. Esto no ha de desalentar al terapeuta,
ya que la ausencia de una vinculación sólida no quiere decir que esta no exista en
absoluto, lo cual puede comprobarse cuando reaparecen en la consulta pacientes que
la habían abandonado de manera inesperada y de los que se llevaba tiempo sin saber
nada. Esta mínima alianza es necesaria incluso en el caso de un tratamiento
exclusivamente farmacológico.
A pesar de que la desconfianza inicial del paciente suele ser enorme, es importante
recordar que está sufriendo y necesita alivio, aunque no lo busque de manera
explícita. El objetivo del médico es hacerle entender que necesita ayuda y, además,
precisamente el tipo de ayuda que le estamos ofreciendo. Es necesaria cierta
tolerancia hacia el probable comportamiento hostil inicial. En realidad, el paciente
está retando nuestra capacidad de ofrecerle algo positivo, de convertirnos en
un objeto bueno en términos psicológicos, alguien con quien puede contar y que no
va a engañarle o decepcionarle, y hasta que eso no ocurra no podrán darse el resto
de los pasos. Esto puede requerir un tiempo, que en ocasiones llega a ser largo, sin
que se haya efectuado ninguna medida terapéutica contundente concreta, pero es un
tiempo esencial. Solo cuando exista cierta relación de confianza, podremos conseguir
que el enfermo acepte medicaciones, cambios comportamentales o el
establecimiento de determinados límites.
Junto a la información habitual que ha de obtenerse de todos los pacientes, en las
personas con psicosis tardías es conveniente hacerse una idea del grado de regresión
que han desarrollado. Esta puede expresarse como un exceso de dependencia o
incapacidad para el estado real del paciente, o un determinado grado de hipocondría.
También ha de conocerse la intensidad de los sentimientos de soledad, ya que esta
situación puede haber sido uno de los desencadenantes de la sintomatología (p. ej.,
a consecuencia de haber perdido al cónyuge). Es posible que el paciente no acepte
estos sentimientos con frases como «nunca he necesitado a nadie», o «todo el mundo
está solo a mi edad». Sin embargo, esta es la ocasión para intentar un acercamiento,
ofreciéndole la disponibilidad del equipo terapéutico. En esta línea, debe valorarse
también el grado de aislamiento que sufre, que puede haber sido promovido por sí
mismo y haberle llevado a adoptar medidas para protegerse de las amenazas que
provienen de sus delirios. En ocasiones, estos delirios le llevan a la idea de estar
siendo envenenado, por lo que puede tener un estado nutricional precario que
conviene también evaluar.
Los delirios no deben confrontarse demasiado pronto, so pena de provocar una
irritación innecesaria, vernos incluidos en el sistema delirante del paciente o
simplemente perderlo. El abordaje de los temas conflictivos reta la capacidad del
terapeuta, que debe actuar con tacto. El consejo es bordear la temática delirante, sin
afirmar ni negar, como se indica también para los pacientes hipocondríacos. Wattis
y Martin (1994) han propuesto el uso de técnicas de entrevista típicas de la demencia.
Por ejemplo, no confrontar directamente el tema del delirio, pero indicar
amablemente nuestro desacuerdo en otros temas menos sensibles. O cambiar la
conversación si el paciente la lleva a áreas muy específicas, preguntando por algo
concreto. Siempre resulta de gran utilidad el reconocimiento de los sentimientos
penosos que expresa, al mismo tiempo que se ignora el contenido concreto que
subjetivamente los provoca.
Es relevante también en esta fase inicial la valoración de la capacidad del paciente
para tolerar la frustración, ya que esta aparecerá antes o después. Algunas de estas
fuentes de frustración están relacionadas con los siguientes puntos:
• •
No vamos a tratar siempre los temas que el paciente desea.
• •
Vamos a intentar convertir sus temores y miedos en un problema médico y lo
vamos a tratar como tal.
• •
Vamos a darle más relevancia a algunas de sus quejas que a otras.
• •
Vamos a querer prescribir medicación y el paciente va a tener que tomarla.
• •
Esta medicación es probable que tenga algún efecto secundario.
• •
La posibilidad del ingreso hospitalario está siempre presente de una manera
u otra y esto es una amenaza real para el paciente.
• •
El potencial de comportamiento agresivo ha de ser también evaluado, lo que
incluye la disponibilidad de armas de fuego, que pueden ser utilizadas para
atacar a otros o a sí mismo.
Puede ser de gran utilidad el hábil manejo de las quejas y los problemas físicos del
paciente. La referencia a estos, o incluso centrarse en ellos en los primeros contactos,
puede ayudar mucho a establecer una relación más sólida. Debido al estigma que la
enfermedad mental y los propios psiquiatras aún acarrean, en ocasiones puede ser
útil presentarse más como un médico de personas mayores que como un psiquiatra.
Incluso aunque el paciente sea consciente de que está visitando a un psiquiatra, le
ayudará comprobar —y así habrá que explicárselo y demostrárselo— que el examen
mental es solo una parte del trabajo que se está realizando y que el médico se interesa
también por sus molestias físicas y problemas corporales. Envueltos en nuestro
interés por sus quejas físicas, podremos explorar y tratar también los síntomas
psíquicos con más facilidad.
Si existe un cierto grado de sintomatología depresiva, nuestro interés por esta puede
utilizarse también como un punto de apoyo para establecer una mejor relación con
el paciente.
Aconsejamos utilizar la reminiscencia ya desde las primeras fases del contacto
terapéutico. Es útil realizar una biografía del paciente, de la que iremos extrayendo
los momentos más exitosos o significativos, para poder recordárselos al paciente
como un apoyo o reafirmación. El uso de alusiones a la manera en que resolvió
situaciones conflictivas en el pasado servirá para contrarrestar los más que probables
sentimientos actuales del paciente de pérdida de control y de dignidad.
Fase central
El mayor o menor éxito en los contactos iniciales determinará en muchos casos la
continuidad del tratamiento. Durante la fase central del tratamiento, que puede ser
especialmente larga, uno de los objetivos principales continuará siendo el
mantenimiento de la adherencia tanto al tratamiento farmacológico como al vínculo
establecido con el médico y el resto del equipo terapéutico.
Una vez que se ha establecido una relación de cierta confianza, es conveniente
investigar con más detalle los acontecimientos vitales significativos para el paciente.
En particular, los posibles precipitantes de síntomas y su significado subjetivo para
él o ella, con especial atención a aquellos que hayan afectado a su autoestima.
En particular, si el paciente ha experimentado pérdidas significativas en el pasado
reciente o más antiguo, estas deben tenerse en cuenta. Las pérdidas pueden haber
sido tanto de tipo material como psicológico, tales como cambios en las finanzas,
efectos de una enfermedad física, deprivación sensorial, cambios en la autoimagen o
fallecimientos de personas allegadas. Este material debe trabajarse de manera
similar a como se hace con los pacientes depresivos, hasta el punto de que resultan
de utilidad las técnicas usadas en la terapia del duelo.
Es esencial que el terapeuta esté preparado para identificar y tratar los síntomas
depresivos, que pueden aparecer con facilidad una vez que la sintomatología
delirante haya disminuido en intensidad o desaparecido del todo.
El interés del médico por la salud física del paciente debe continuar también en esta
fase. No solo constituye un campo común de relación para las dos partes, sino que, a
menudo, cuando el paciente va retomando el contacto con la realidad, aparece un
incremento de las quejas físicas. Esto responde a un reinvestimiento psicológico del
cuerpo, que suele ser el estadio intermedio en una reintegración mente-cuerpo
posterior más adecuada y, por lo tanto, más sana. En consecuencia, esta
preocupación por el cuerpo debe interpretarse como un paso adelante en la mejoría
y suele tener carácter transitorio (aunque puede durar meses). Por otro lado, algunos
pacientes se quedan estancados en esta fase y realizan un sobreinvestimiento
corporal desarrollando síntomas hipocondríacos que pueden ser más perturbadores
que el estado delirante previo.
Se puede ayudar a este reinvestimiento corporal haciendo hincapié en algunos
aspectos físicos o puramente estéticos. Se deben corregir los déficits sensoriales con
la adecuada prótesis auditiva o gafas con una graduación actualizada. Actividades
como ir a la peluquería, un toque de barra de labios o maquillaje, un afeitado correcto
o alguna prenda de vestir nueva son maneras simples de conseguirlo y pueden
suponer una diferencia notable.
La aparición de síntomas no delirantes como los depresivos y, más especialmente,
los que tienen un contenido físico, ayudan al paciente a «salvar la cara» en su camino
hacia la mejoría; es decir, son un medio aceptable de salir de un estado muy
perturbado y regresar a la normalidad, lo cual no resulta ni tan fácil ni tan directo
para nadie.
El uso de la reminiscencia como tratamiento formal y como medida de soporte
continúa siendo de utilidad en esta fase del tratamiento.
La actitud del terapeuta ha de ser la de tratar los síntomas desde el principio como
si todos fueran a resolverse. Esta actitud optimista no está reñida con la aceptaci ón
de que es probable que unos objetivos se consigan más fácilmente que otros. Es más,
algunos síntomas que ofrecen especial resistencia a desaparecer han de hacer pensar
que quizás estén compensando otros todavía más graves. La medicación puede
suprimir o aliviar la mayoría de los síntomas, pero los resultados deben situarse en
el contexto general de la (a menudo) muy frágil ecología mental de estos pacientes.
En este sentido, es posible que la aproximación más sensata y real sea la de respetar
algunos de los síntomas que parecen más rebeldes, y tener siempre en cuenta que
estos no desaparecerán si no proporcionamos al paciente una alternativa mejor o, al
menos, aceptable. Estas situaciones pueden darse sobre todo en contextos
terapéuticos basados solo en el manejo farmacológico de los síntomas, y sería
equivalente a operar a un paciente de cataratas extrayendo el cristalino sin reponer
una lente adecuada a continuación.
Medidas complementarias que pueden ayudar son las encaminadas a combatir la
situación de aislamiento social y soledad del paciente. Para ello, puede ser
fundamental el uso razonable de los recursos sociales. El equipo terapéutico (p. ej.,
personal de enfermería) puede contactar telefónicamente de vez en cuando con el
paciente, como medio de apoyo y para seguir su evolución, aunque estas medidas
habrán de realizarse con prudencia para no producir una excesiva sensación de
invasión en su vida privada.
Para combatir la soledad y el aislamiento, una posibilidad en la que pocos piensan
es en la introducción de un animal de compañía. De hecho, la terapia asistida por
animales ofrece perspectivas novedosas y, en ocasiones, espectaculares para todo
tipo de enfermos, incluidos los geriátricos ( Barak et al., 2001;Bernabei et al., 2013 ).
En general, el terapeuta y su equipo han de mostrar una actitud de interés por el
paciente, que evite la excesiva neutralidad y fomente los sentimientos de confianza
mutua. Por descontado, todos los miembros del equipo deben estar preparados para
aceptar y tolerar actitudes de resistencia del paciente, como su dificultad para acudir
a las citas, y sus cambios, ausencias o retrasos. Estos hechos no solo están
relacionados con una pobre conciencia de la enfermedad, sino que pueden
interpretarse en ocasiones como intentos de medir el grado de tolerancia y confianza
que el terapeuta tiene en realidad.
Fase de terminación
La mayoría de las enfermedades psicóticas primarias suelen tener un carácter
crónico, y el caso de la esquizofrenia tardía no es distinto. La necesidad de
tratamiento farmacológico durante meses, años o el resto de la vida del paciente es
más bien la norma que la excepción, con el fin de mantener una razonable remisión
de la sintomatología y evitar las recaídas. El manejo psicoterapéutico, en el sentido
señalado en este capítulo, es, en nuestra opinión, siempre deseable, y debe realizarse
en paralelo al tratamiento farmacológico.
A medida que los pacientes mejoran, la tendencia es a espaciar las citas o, incluso, a
valorar el alta. Un alta abierta es, por lo general, más deseable, incluso en el caso de
una excelente evolución sintomática. Esto incluye distanciar las citas a una o dos
veces al año, o pedirle al enfermo o a la familia que llame de vez en cuando para
informar de su evolución, aunque vaya bien. El paciente y su entorno apreciarán la
disponibilidad del equipo, una vez pasada la actuación de la fase más aguda de esta
grave perturbación. Algunos preferirán cortar todo tipo de relación con la psiquiatría
una vez resuelto el episodio, pero otros, en especial aquellos con mayor fragilidad
depresiva, pueden vivir el alta como una forma de abandono. Con estos pacientes
hay que ser especialmente cuidadosos y asegurar algún tipo de seguimiento o
disponibilidad para que se realicen nuevos contactos.
Conclusiones
En el momento actual, podemos afirmar que se han dado pasos importantes para
caracterizar las formas de psicosis de inicio tardío. Este impulso ha ocurrido, aunque
con mayor retraso respecto a otras enfermedades, debido al interés que
progresivamente van suscitando todas las enfermedades geriátricas, en particular las
de carácter mental, lo que en definitiva terminará situando a la psicosis, por su
elevada prevalencia, en su merecido lugar. La aplicación de nuevas técnicas y
tecnologías, como la neuroimagen, la genética y los estudios neuropsicológicos, para
el estudio de cualquier forma de psicosis se ha hecho extensiva, asimismo, a la
psicosis tardía y está aportando sus frutos. La utilización de las nuevas alternativas
farmacológicas y psicosociales abren también un horizonte esperanzador.
Todavía queda camino por recorrer. La propia caracterización del trastorno no está
del todo ultimada, aunque los acuerdos del consenso internacional ( Howard
et al., 1999 ) supusieron un notable paso adelante y han tenido una clara repercusión
en la estandarización del diagnóstico y en la homogeneización de las muestras de
estudio para la investigación. Las formas tardías de psicosis relacionadas con la
esquizofrenia pueden considerarse una variante de esta enfermedad en cuanto a
criterios biológicos y fenomenológicos, incluidos los neuropsicológicos, pero
seguramente merecen un estatus separado en virtud de una diferente distribución
de sexos, la presencia de factores etiológicos específicos, un perfil sintomático en
parte diferente y la ausencia de una evolución defectual.
Adicionalmente, es posible que no se trate de un cuadro del todo unitario, de la
misma manera que las psicosis que aparecen en edades más jóvenes probablemente
tampoco lo sean. Nos encontramos seguramente ante un espectro de enfermedad
que comprende desde situaciones clínicas indistinguibles de la esquizofrenia de
inicio precoz, aunque con aparición a una edad muy diferente, hasta procesos
determinados al menos en parte por cambios cerebrales subyacentes. Por otra parte,
la importancia de los factores intrapsíquicos y sociales, como causa o como
determinante de la aparición de la sintomatología en un momento dado de la vida y
no en otro, no está todavía explicada. En este espectro, cada paciente concreto
llegaría a la edad avanzada con una carga diferente de factores de riesgo y
protectores, cuya combinación es la que, en definitiva, determinaría el momento de
aparición del trastorno y su intensidad.
Los avances en la formulación clínica de esta enfermedad y en las posibilidades de
tratamiento farmacológico y psicosocial hacen que la psicosis tardía ya no tenga que
ser considerada, como decía Kraepelin, «el asunto más oscuro de la psiquiatría».
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CAPÍTULO 17
Tratamiento
Hospitalización
Normalmente, los pacientes con un TD pueden tratarse de forma ambulatoria. No
obstante, el especialista debe considerar la hospitalización en las siguientes
ocasiones: 1) si es necesario efectuar una evaluación médica y neurológica
minuciosa; 2) si el paciente no es capaz de controlar impulsos violentos, como el
suicidio y el homicidio, y 3) si la conducta del paciente respecto a la idea delirante
puede afectar gravemente al autocuidado personal o al funcionamiento familiar y
laboral.
Psicofarmacología
Aunque no hay ensayos clínicos que comparen la medicación antipsicótica con
placebo en el TD, se dispone de cierta evidencia a partir de informes, series de casos
y ensayos abiertos que sugieren que los antipsicóticos pueden ser eficaces para el TD.
Actualmente se considera que los antipsicóticos son tratamiento de primera línea en
el TD en lugar de otras intervenciones terapéuticas. La mayor evidencia de la eficacia
del tratamiento con antipsicóticos en el TD proviene de tres estudios que se basan
en el análisis de casos únicos, series de casos y estudios observacionales. Estos
trabajos son:
• •
Munro y Mok (1995), tras revisar 209 casos de TD basados en casos clínicos
y series de casos publicados entre los años 1965 y 1995, informan de que:
o –
El 81% de los casos de TD mejoraron con tratamiento antipsicótico,
mientras que el 69% lograron una remisión total o casi total de los
síntomas.
o –
La respuesta al tratamiento antipsicótico fue independiente del tipo de
TD.
o –
La pimozida alcanzó mayores tasas de respuesta (en recuperaciones
totales y parciales) que los antipsicóticos atípicos.
• •
Manshrek y Khan (2006), tras la revisión de 134 pacientes con TD basados en
informes de casos publicados desde 1995 hasta 2004, concluyen que:
o –
El 89,6% de los casos de TD tratados con antipsicótico presentaron
algún tipo de mejoría, mientras que el 49,3% experimentaron una
remisión total.
o –
No hubo diferencias en la eficacia en la comparación entre los
antipsicóticos clásicos y los atípicos, ni tampoco en la comparación
entre la pimozida y otros antipsicóticos.
o –
Los hallazgos de estudios que señalan que el TD tipo somático
responde mejor al tratamiento antipsicótico que otros tipos de TD
(independientemente de si se trata con pimozida u otros
antipsicóticos) son criticables, debido a limitaciones metodológicas.
• •
El estudio de Muñoz-Negro y Cervilla (2016), tras revisar 385 casos con TD
basados en series de casos y estudios observacionales, informó de los
siguientes hallazgos:
o –
Los antipsicóticos lograron una buena respuesta en el 33,6% de los
pacientes.
o –
Como grupo, los antipsicóticos típicos mostraron una superioridad
significativa en comparación con los atípicos.
o –
No encuentra superioridad de ningún antipsicótico específico sobre
otro.
En resumen, parece que no hay evidencia sólida para hacer recomendaciones
definitivas, salvo que los antipsicóticos, en general, parecen ser un tratam iento eficaz
para el TD ( Roudsari et al., 2015 ).
Recientemente, un ensayo observacional no aleatorizado examinó a 45 pacientes con
TD en tratamiento con antipsicótico inyectable de acción prolongada (AIAP) o con
un antipsicótico oral, y halló que los pacientes tratados con AIAP presentaban una
mayor mejoría clínica a los 6 meses de seguimiento ( González-Rodríguez
et al., 2014b ). Convencionalmente, se ha sostenido que los antidepresivos son
habitualmente ineficaces como tratamiento de primera línea en el TD, aunque en los
últimos años algunos investigadores han indicado que los inhibidores de la
recaptación de la serotonina pueden ser efectivos ( Alexander, 2010 ). No está claro
el beneficio de la terapia electroconvulsiva, a menos que se utilice para tratar la
depresión mayor comórbida.
Por otra parte, en el tratamiento psicofarmacológico del paciente con TD se deben
tener en cuenta los siguientes aspectos prácticos:
• •
Es probable que estos pacientes rechacen la medicación debido a que
rápidamente incorporan la administración de esta a su sistema delirante.
• •
El médico no debería insistir en prescribir medicación inmediatamente
después de iniciar la atención. Es aconsejable emplear varias visitas hasta
establecer una relación de confianza con el paciente.
• •
Los antecedentes de la respuesta a la medicación del paciente son la mejor
guía para elegir un fármaco.
• •
Se deben explicar cuidadosamente los efectos adversos potenciales de la
medicación para que el paciente no sospeche más tarde que el médico le
engañó.
• •
Se debe usar un agente antipsicótico con el menor número posible de efectos
secundarios (p. ej., aripiprazol o ziprasidona).
• •
Se debe iniciar el antipsicótico en dosis bajas y, de manera gradual, ir
aumentando la dosis durante varios días o semanas para asegurar la
tolerabilidad (p. ej., el aripiprazol se puede iniciar en dosis de 2 a 5 mg/día y
se puede aumentar gradualmente la dosis hasta los 10 mg antes de buscar una
respuesta clínica).
• •
Si un paciente no responde a una dosis razonable del fármaco en el plazo de
6 semanas, se deben probar antipsicóticos de otras clases.
• •
En pacientes que sí responden, algunos datos indican que las dosis de
mantenimiento pueden ser bajas.
• •
Se debe evaluar cuidadosamente la posibilidad de incumplimiento de la toma
de la medicación cuando se produce un fracaso terapéutico.
• •
El tratamiento debe suspenderse si el paciente no experimenta ninguna
mejoría con la medicación antipsicótica.
• •
En urgencias, deben administrarse antipsicóticos por vía intramuscular a los
pacientes gravemente agitados.
• •
Si el paciente responde a los antipsicóticos, las formas depot o de liberación
retardada pueden resultar de utilidad para asegurar el cumplimiento (p. ej.,
decanoato de flufenazina o risperidona).
• •
Aunque los antidepresivos, el litio o los anticonvulsivos (p. ej., carbamazepina
y valproato) no suelen utilizarse en el tratamiento de este trastorno, podrían
probarse en pacientes que no responden a los antipsicóticos. Estos fármacos
deben considerarse cuando el paciente presenta síntomas de trastorno del
ánimo o cuando existe una historia familiar de estos trastornos.
• •
La psicoterapia asociada favorece el cumplimiento de la medicación.
Psicoterapia
En toda psicoterapia con el paciente con TD el elemento esencial es establecer una
relación que favorezca la confianza entre paciente y terapeuta. La terapia individual
parece ser más eficaz que la de grupo. La psicoterapia cognitivo-conductual y,
posiblemente en menor grado, las psicoterapias convencionales, pueden ayudar al
paciente a reducir su preocupación por las falsas creencias, disminuir el retraimiento
social y reorientarse hacia la realidad ( Kingdon et al., 1994 ). Sin embargo, no hay
evidencias de que la psicoterapia por sí sola pueda eliminar completamente las ideas
delirantes.
La terapia cognitivo-conductual (TCC) tiene como objetivo identificar y tratar
aquellas características del paciente que podrían estar asociadas a la formación del
delirio, tales como el sesgo de recolección de datos, la sensibilidad interpersonal, el
estilo de razonamiento, la preocupación y el insomnio, factores que influyen en cómo
el paciente delirante interpreta la evidencia referida a los delirios o en cómo
considera las explicaciones alternativas (no psicóticas) para los fenómenos. La
discusión y la crítica de las explicaciones del paciente para las ideas delirantes son
técnicas prácticas dirigidas a romper la certidumbre y los fundamentos emocionales
que mantienen la idea. La TCC no ha sido probada formalmente en pacientes con
trastornos delirantes, y los informes de casos y ensayos preliminares que incluyen
pacientes con TD no han sido suficientes para evaluar la eficacia de la TCC (Skelton
et al., 2005; Myers et al., 2011;Hepworth et al., 2011 ).
A continuación, se exponen los principios básicos de estas psicoterapias:
• •
Cuando el terapeuta pregunte al paciente sobre sus ideas delirantes, para
valorar su grado, debe evitar hacerlo como si se tratase de un interrogatorio.
• •
En principio, el terapeuta no debe estar de acuerdo con las ideas delirantes
del paciente ni desafiarlas. Estas se pueden arraigar más si el paciente siente
que debe defenderlas.
• •
El terapeuta puede estimular la motivación para recibir ayuda recalcando su
buena disposición para ayudar a reducir su ansiedad o irritabilidad, sin
sugerir de entrada que debería tratarse la idea delirante. Sin embargo, el
terapeuta siempre debe representar la realidad para el paciente, por lo que
nunca puede avalar activamente la idea de que el delirio representa una
realidad.
• •
En la psicoterapia, la fiabilidad del terapeuta es esencial, porque el paciente
está extremadamente atento a la posibilidad de ser engañado. El terapeuta
debe explicar los efectos adversos y el objetivo terapéutico de la medicación
(p. ej., tratar la ansiedad, el insomnio, la falta de apetito); debe ser siempre
puntual y establecer un programa regular de entrevistas con el objetivo de
desarrollar una relación sólida y de confianza.
• •
El terapeuta no debe ser demasiado amable ni satisfacer todas las demandas
del paciente, porque puede aumentar la suspicacia y la hostilidad. El
terapeuta debe evitar una gratificación excesiva; por ejemplo, no alargar
demasiado el tiempo de las visitas, no conceder entrevistas suplementarias a
menos que sea absolutamente necesario y no ser benevolente con el pago en
el caso de no ser tratado en el ámbito de la salud pública.
• •
El terapeuta debería indicar de forma empática al paciente que su
preocupación por sus ideas delirantes interfiere en la vida de los demás y no
le permite a él mismo llevar una vida constructiva. Se debe ayudar al paciente
a encontrar nuevos modos de vivir mejor con la idea delirante.
• •
El terapeuta debe comprender que el sistema delirante puede ser un medio
para enfrentarse a profundos sentimientos de vergüenza o de inadecuación, y
que el paciente puede ser hipersensible a cualquier desaire o condescendencia
imaginarias.
• •
Cuando el paciente empieza a dudar de sus creencias delirantes, el terapeuta
puede aumentar el juicio de realidad pidiéndole que clarifique sus
preocupaciones.
• •
Cuando un paciente acepta sentimientos de vulnerabilidad, se considera que
se ha establecido una buena alianza terapéutica y es posible una terapia
constructiva.
• •
Cuando hay familiares disponibles, el terapeuta debe intentar que se alíen con
él en el proceso terapéutico. No obstante, se mantendrá la confidencialidad
médico-paciente y la información que se dé a familia será comentada con el
paciente. El indicativo de un éxito terapéutico puede ser una adaptación social
satisfactoria en lugar de la desaparición de las ideas delirantes.
Otros trastornos psicóticos afines al trastorno
delirante
Entre los cuadros afines al TD que pueden presentarse en la edad anciana, destacan
los SFID y el TPC o folie à deux.
Síndromes de falsa identificación delirante
Los SFID se refieren a una clase de ideas delirantes que se caracterizan por una
percepción aberrante de sí mismo y/o de los demás. Aquí destacan aquellos casos en
los cuales una idea de falsa identificación es el síntoma principal del trastorno y en
los que la forma o la estructura de la enfermedad es, en muchos casos, similar a las
del TD. Es importante remarcar que presentaciones aparentemente similares
pueden aparecer como características secundarias en casos de esquizofrenia,
trastornos graves del estado de ánimo o demencia. En estos casos, se habla de un
fenómeno de falsa identificación en vez de síndrome.
Características clínicas
Las variantes principales de los SFID son cinco:
• 1.
El síndrome de Capgras, descrito por Capgras y Reboul-Lachaux en 1923,
consiste en la negación delirante de la identidad de personas familiares y la
creencia delirante de que han sido reemplazadas por dobles (sosias) que son
física, aunque no psicológicamente, idénticos a la person a falsamente
identificada.
• 2.
El síndrome de Frégoli, descrito por Courbon y Fail en 1927, se caracteriza por
la falsa identificación de un extraño, que es confundido con una persona
familiar. En estos casos, el paciente mantiene que la persona familiar (que
suele ser percibida como un perseguidor) difiere en apariencia física del
extraño, pero es la misma persona desde el punto de vista psicológico.
• 3.
El síndrome de la intermetamorfosis, descrito por Courboun y Tusques en 1932,
es una variante del síndrome de Frégoli en la que el paciente cree que la
persona familiar y el extraño poseen similitudes no solamente psicológicas,
sino también físicas.
• 4.
El síndrome de los dobles subjetivos, descrito por Christodoulou en 1978, se
caracteriza por la convicción delirante del paciente de la transformación física
de otros en sí mismo.
• 5.
La paraprosopia, descrita por Kraus en 1852, es aquella idea delirante en la
que las caras de los demás se vuelven de repente aterradoramente
distorsionadas, con aspecto de vampiros, hombres lobo, etc.
Es importante señalar que un mismo paciente puede presentar características de
más de una variante, lo cual sucede especialmente en el síndrome de los dobles
subjetivos. En estos síndromes, el objeto de la falsa identificación no es
indiscriminado, ya que implica a un número limitado de personas conocidas,
habitualmente familiares. No es raro que los SFID, especialmente en los primeros
estadios, se asocien con sensaciones de despersonalización y desrealización
( Christodoulou, 1991 ). Con frecuencia, el paciente vive la falsa identificación con
marcada angustia y temor, al estar convencido de que el impostor le ocasionará algún
perjuicio. En algunos casos, pueden experimentar cólera y atacarle con considerable
violencia. La creencia es de intensidad delirante y no suele ser reductible mediante
argumentos o pruebas en contra, aunque el paciente con SFID normalmente percibe
que algo está mal y que las sustituciones son su tilmente incorrectas.
Diagnóstico y diagnóstico diferencial
Los SFID no han sido incluidos en los criterios oficiales del DSM-5 y de la CIE-10
como entidades específicas, ya que hasta hace tres décadas han sido valorados como
una mera curiosidad. Por ello, los casos de SFID que se presentan como un discreto
sistema de delirios con claridad de conciencia y dentro de una personalidad
relativamente intacta se deben diagnosticar como «TD subtipo no especificado»,
según el DSM-5, y como «otros trastornos delirantes persistentes» (F22.8), según la
CIE-10, y están definidos de una forma tan imprecisa que no se pueden considerar
una entidad clínica coherente ni específica. Especialistas en esta área sugieren que
lo lógico sería asignar estos casos a un nuevo subtipo específico dentro de la categoría
de «TD» (DSM-5) o «trastorno delirante persistente» (CIE-10). Por otra parte, si
uno de estos síndromes se presenta en el curso de otra enfermedad psicótica como
la esquizofrenia, se debe contemplar como una característica de esa enfermedad. De
todos modos, si es el aspecto principal de una psicosis, debería ser contemplado
como un trastorno sui generis. En otros casos, en los que la enfermedad orgánica
mental es más prominente, lo más adecuado es incluirlos en la categoría «trastornos
mentales debidos a una causa médica» (DSM-5) o «trastornos mentales orgánicos»
(CIE-10).
El diagnóstico diferencial de los SFID se debe establecer entre la esquizofrenia, el TD
subtipo persecutorio, el trastorno mayor del estado de ánimo con delirios, el
trastorno mental orgánico y el trastorno por abuso de sustancias. Ante un SFID, es
preceptiva una completa investigación neurológica.
Epidemiología
El SFID más frecuente es el delirio de Capgras y se estima que ocurre en el 1-5% de
la población psiquiátrica. La frecuencia de los otros SFID es desconocida, pero se
estima que es bastante menor. Los SFID se presentan en ambos sexos y en un amplio
rango de edades, pero es más frecuente en mujeres y en personas de mediana edad
y ancianos, con la excepción de la paraprosopia, que se suele presentar en niños con
esquizofrenia ( Förstl et al., 1991 ).
Etiología
La mayoría de los investigadores han relacionado los SFID con algún tipo de
disfunción cerebral ( Cummings, 1985;Förstl et al., 1991 ), pero todavía hacen falta
series extensas de casos para verificar esta relación. Existe cierto consenso en que
anomalías del hemisferio cerebral derecho son habituales en los SFID,
particularmente en el área temporal-parietal derecha, aunque no de forma necesaria,
porque también se han evidenciado lesiones en otras áreas cerebrales. Asimismo, se
sugiere la hipótesis de una desconexión interhemisférica como causa de la formación
del síndrome debido a la incapacidad para configurar una única imagen para un
objeto. No obstante, Förstl (1991) encuentra, en una revisión bibliográfica de 260
casos, que los SFID se relacionan con más frecuencia con trastornos psiquiátricos
que con trastornos orgánicos.
Curso y pronóstico
Los SFID habitualmente tienen un inicio insidioso, au nque no es raro que aparezcan
de manera aguda en un individuo previamente normal, presumiblemente en relación
con la patología cerebral subyacente. El síndrome de Capgras suele ser transitorio,
aunque no es rara una evolución crónica. Si la disfunción cerebral es mínima y no
remite, los síntomas delirantes pueden ser crónicos. Cuando el daño cerebral es
sustancial, el pronóstico es el de la enfermedad cerebral. Se pueden dar
complicaciones legales si el paciente se vuelve violento, y hay constancia de un
reducido número de casos de homicidios relacionados con los SFID.
Tratamiento
El tratamiento agudo puede precisar medicación antipsicótica y sedación. El
tratamiento de continuación consiste en mantener la dosis del antipsicótico con la
posibilidad de añadir un eutimizante. El counselling psicológico puede resultar
provechoso durante la recuperación del paciente.
Trastorno psicótico compartido (folie à deux)
El TPC, que también ha sido denominado a lo largo de los años trastorno paranoide
compartido, trastorno compartido inducido, folie à deux, folie imposée e insania
doble, fue descrito por primera vez por Ernest-Charles Lasègue en 1877. Es un
trastorno probablemente poco frecuente, que a menudo se presenta en la edad
anciana y que se caracteriza por la trasferencia de una idea delirante de una persona
a otra. Se han descrito de manera anecdótica trastornos psicóticos compartidos que
afectan a más de dos personas, y se han denominado folie à trois, folie à cuatre, folie à
cinc y así sucesivamente, dependiendo del número de personas afectas.
Clínica
La característica esencial del TPC consiste en una idea delirante que se desarrolla en
un sujeto implicado en una relación estrecha con otra persona (que suele
denominarse inductor o caso primario ). Probablemente, el diagnóstico más
frecuente del caso primario es de esquizofrenia, aunque otros posibles diagnósticos
son un TD o un trastorno del estado de ánimo con síntomas psicóticos. El contenido
de las ideas delirantes compartidas dependerá del diagnóstico primario y puede
comprender creencias delirantes relativamente extrañas, ideas delirantes no
extrañas características del TD y, con menor frecuencia, ideas deliran tes congruentes
con el estado de ánimo. Por lo general, la idea delirante estaría en el límite de ser real
y normalmente no es tan extravagante como en la esquizofrenia. El contenido de la
idea delirante suele ser de tipo persecutorio o hipocondríaco. Habitualmente, el caso
primario del TPC es el dominante en la relación y, gradualmente, impone el sistema
delirante a la segunda persona, más pasiva e inicialmente sana. Con frecuencia, los
sujetos que llegan a compartir las creencias son familiares o cónyuges y han vivido
largo tiempo con el caso primario, a veces en un relativo aislamiento social. Al
margen de las creencias delirantes, en el TPC no suele haber alteraciones del
comportamiento y el deterioro suele ser menor que en el caso primario. Se debe tener
presente que el paciente con TPC (secundario) puede presentar ideación suicida u
homicida, por lo que siempre se debe valorar en la entrevista clínica. Es raro que el
paciente con este trastorno demande atención psiquiátrica.
Subtipos
Clásicamente se han distinguido cuatro variedades de delirio compartido, aunque las
diferencias entre los distintos tipos de folie son difíciles de distinguir y tienen más
interés histórico que clínico:
• 1.
Folie imposée. Es la forma más frecuente y la más clásica de este trastorno; de
hecho, es la única que describen los criterios diagnósticos oficiales. La
persona dominante desarrolla un sistema delirante que impone de manera
progresiva a otra persona, que normalmente es más joven y pasiva. La
separación a menudo causa una mejoría en la persona inducida.
• 2.
Folie simultanée. Se produce cuando dos personas predispuestas desarrollan
ideas delirantes de manera independiente y, a través de una relación estrecha
y mantenida en el tiempo, llegan a compartir idénticas creencias falsas. Esto
es más probable cuando existe una relación genética (p. ej., dos hermanos) y
en personas mayores que han vivido juntas en considerable aislamiento
durante mucho tiempo. A diferencia de la folie imposée, la separación de las
dos personas no produce una mejoría en ninguno de ellos.
• 3.
Folie comunique. La persona dominante se ve implicada en la inducción de una
idea delirante similar en una persona sumisa, pero esta persona desarrolla su
propia idea delirante, que no remite tras la separación de las dos personas.
• 4.
Folie induite. Una persona con una idea delirante extiende su sistema delirante
apropiándose del delirio de otra persona.
Etiología
La aparición de la idea delirante en la persona que desarrolla un TPC se atribuye a la
intensidad e impresionabilidad con la que expresa el paciente inductor la idea
delirante, la duración del tiempo durante el cual se imponen las creencias delirantes,
el grado de aislamiento social y las características de la personalidad del paciente
secundario, como sugestionabilidad, credulidad, mala evaluación de la realidad y
pasividad. La edad avanzada, la escasa inteligencia, el deterioro sensorial, la
enfermedad cerebrovascular y el abuso de alcohol son otros de los factores asociados
al TPC. Aunque la principal teoría relativa a este trastorno es psicosocial, el dato de
que las personas afectas por este trastorno son de la misma familia en más del 95%
de los casos se ha interpretado como una sugerencia de un posibl e componente
genético en el trastorno.
Epidemiología
Hay muy poca información sistemática disponible sobre la incidencia y la
prevalencia del TPC, y la bibliografía consiste casi por completo en comunicaciones
de casos. Es probable que se trate de un trastorno poco frecuente, aunque se debe
tener en cuenta que los sujetos afectos de este trastorno raramente buscan atención
psiquiátrica y que la condición necesaria para que se presente este trastorno (la
asociación con una enfermedad caracterizada por ideas delirantes, especialmente en
condiciones de vida aislada) no es infrecuente. Algunos datos sugieren que este
trastorno es algo más frecuente en las mujeres. Más del 95% de los casos incluyen a
dos miembros de la misma familia. Un tercio de los casos implica a dos hermanas y
otro tercio se produce entre marido y mujer y entre madre e hijo. Los casos entre dos
hermanos, hermano-hermana y padre e hijos son muy infrecuentes. La persona
dominante suele estar afecta de esquizofrenia o de un trastorno psicótico si milar
como el TD y, con menos frecuencia, de una psicosis afectiva o una demencia. En un
cuarto de los casos, la persona sumisa suele tener discapacidades físicas, incluidos
sordera, accidentes cerebrovasculares y otros trastornos que incrementan su
dependencia de la persona dominante. El TPC es más frecuente en las clases
socioeconómicas bajas.
Diagnóstico
Los criterios del DSM-IV-TR para el TPC incluyen el desarrollo de una idea delirante
en una persona que tiene una relación cercana con otra persona que tiene un delirio
similar, y que la persona que sufre un TD compartido no tiene ningún trastorno
psicótico preexistente. Recientemente, el DSM-5 ha renombrado el TPC
como síntomas delirantes en la pareja de un individuo con un trastorno delirante, y lo
reclasifica dentro del apartado «otro trastorno del espectro de la esquizofrenia
especificado y otro trastorno psicótico», mientras que en la CIE-10 está incluido en
los «trastornos de ideas delirantes y esquizotípicos», y es tratado como si fuera un
trastorno psicótico independiente. Según algunos autores, sería mejor tratar la folie
à deux como un fenómeno clínico importante que puede estar asociado a otros
trastornos mentales, en lugar de como una entidad independiente.
Curso y pronóstico
No se sabe demasiado acerca de la edad de inicio habitual en el TPC, pero parece que
es muy variable. Si no se interviene, el curso suele ser crónico, porque este trastorno
es más frecuente que se presente en relaciones prolongadas y resistentes al cambio.
Con la separación del caso primario, a menudo las creencias de los sujetos van
desapareciendo, unas veces rápidamente y otras más lentamente, aunque esto
probablemente ocurre en menos del 40% de los casos.
Tratamiento
En el inicio del tratamiento, lo fundamental es la separación de la persona afectada
de la inductora de la idea delirante. El paciente puede necesitar mucho apo yo para
compensar la pérdida de la otra persona. Un paciente con este trastorno debería
permanecer en observación hasta que remita la sintomatología. Los fármacos
antipsicóticos deben utilizarse si los síntomas persisten al cabo de 1 o 2 semanas.
Debe tratarse el trastorno mental de la persona inductora, que casi siempre requerirá
tratamiento con antipsicóticos. Para la prevención del trastorno, es conveniente
utilizar la terapia familiar y el apoyo social con el fin de modificar la dinámica de
grupo y disminuir el aislamiento social. En la folie simultaneé, ambos pacientes
requieren tratamiento antipsicótico.
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CAPÍTULO 18
Depresión
• Jorge Pla Vidal
Psiquiatría geriátrica, Capítulo 18, 322-338
• ▪
La enfermedad depresiva en personas de edad avanzada afecta al 10-15% de
este grupo de edad.
• ▪
Los mecanismos fisiopatológicos en la depresión a esta edad dan especial
importancia a factores vasculares, la edad de inicio y la neurodegeneración.
• ▪
La clínica es similar a la de otras edades, con menor intensidad y más
síntomas somáticos, pero puede implicar síntomas de especial importancia
como los cognitivos, la ansiedad y el insomnio.
• ▪
En el tratamiento de la depresión a esta edad la remisión es el objetivo. Deben
valorarse la polifarmacia y sus interacciones antes de elegir el fármaco que
debe utilizarse.
• ▪
Las tasas de suicidio en este grupo poblacional son las más elevadas, y en la
mayoría de los casos está motivado por enfermedad depresiva.
Introducción
Vivimos en un mundo en el que el porcentaje de las personas de la tercera edad, los
mayores de 65 años, está en aumento. Se espera que este grupo sea un tercio de toda
la población para 2050, con una parte creciente, los mayores de 80 años, que
supondrán el 10% del total ( OMS, 2015 ; Pla-Vidal y Pla-Ruiz, 2012 ). La depresión
constituye una de las enfermedades psiquiátricas más frecuentes en este momento
de la vida ( Sánchez-Pérez, 2014 ), pero no forma parte del proceso normal de
envejecimiento, como a veces puede creerse, lo que constituiría un
«edaísmo» (ageism). Tampoco la presencia de síntomas depresivos es normal en el
proceso de envejecimiento, aunque la gran cantidad de acontecimientos vitales de
pérdida puede suponer un factor para que la tristeza reactiva a los mismos esté más
presente en este momento de la vida.
No solo la enfermedad depresiva sino también los síntomas depresivos, que no llegan
a conformar esta entidad clínica, son muy prevalentes y tienen gran relevancia a
nivel clínico y en la calidad de vida de estas personas. Su importancia, además de la
frecuencia y el sufrimiento que genera en los pacientes y sus allegados, tiene que ver
con ser la primera causa de suicidio a esta edad, la comorbilidad con otras
enfermedades, el mayor riesgo para desarrollar trastornos cognitivos y, en general,
el alto coste económico y de sobrecarga que supone esta enfermedad para el paciente,
su familia y el sistema sanitario ( Miller et al., 2013;Valiengo et al., 2016 ).
En este capítulo se van a exponer los aspectos relacionados con la depresión en
personas de edad avanzada (DEPEA) atendiendo a los datos más relevantes y
actuales que hay disponibles. Habitualmente se hablará de depresión unipolar,
puesto que hay otro capítulo dedicado al trastorno bipolar (v. capítulo 19 ).
Concepto y clasificación
El bagaje conceptual de la depresión pasa necesariamente por el histórico acrónimo
de melancolía. Hacia 1820, una serie de cambios conceptuales depurar on el hasta
entonces heterogéneo concepto de melancolía, que desde esta fecha deja de usarse
por los autores psiquiátricos para referirse a un subtipo de manía, un trastorno
intelectual primario o un trastorno irreversible ( Berrios, 1996 ). Así pues, la
melancolía pasó a considerarse desde entonces un trastorno primario de las
emociones relacionado con aspectos como pérdida, inhibición, reducción o declive
( Berrios, 1996 ). El término depresión era exclusivamente usado por la medicina
cardiovascular hasta que, a mediados del siglo xix, se introdujo el entonces novedoso
acuño de depresión mental para denominar a los citados estados melancólicos. Ya a
finales del siglo xix, estos pasarían a llamarse depresión, término que ha subsistido
hasta nuestros días.
La depresión, vista desde un punto de vista clínico, hace referencia a un estado que
esencialmente se identifica con la tristeza, la falta de capacidad para disfrutar, el
estado de ánimo bajo y la falta de energía, que padece una persona en un momento
de su vida y que se prolonga en el tiempo hasta interferir en su vida ordinaria. En la
edad avanzada, muy frecuentemente se asocia un deterioro cognitivo que tiene que
ver con la reducción del horizonte vital.
En las principales clasificaciones diagnósticas vigentes al redactar este capítulo —es
decir, la 10.ª edición de la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-10) y el
5.ª edición del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-5)—,
no existe un apartado específico para la depresión geriátrica. El informe del consenso
sobre depresión en el anciano de la Sociedad Española de Psicogeriatría (SEPG), en
su 2.ª edición, actualmente en prensa, refleja el acuerdo absoluto de los expertos
consultados sobre la necesidad de que existan criterios para este grupo de edad,
puesto que las clasificaciones en uso no son suficientes ( SEPG, 2018 ). La CIE,
auspiciada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y cuya décima revisión
se ha publicado en 1992, trata de las enfermedades mentales en el capítulo V,
«Trastornos mentales y del comportamiento», y la depresión se incluye en el
apartado de los trastornos afectivos, que corresponden al código alfanumérico F3
( WHO, 1992 ). Clasifica los distintos tipos de depresión: los episodios bipolares, l os
episodios únicos, las formas recurrentes y los síndromes cronificados (ciclotimia y
distimia). También puede diagnosticarse a un paciente de edad avanzada con
depresión, siguiendo la CIE-10, de trastorno mixto ansioso-depresivo o de trastorno
adaptativo. Actualmente, se está trabajando en la elaboración de la revisión número
11.
La clasificación más reciente, la DSM-5, publicada en inglés en 2013 y en español en
2014 ( APA, 2014 ), habla de esta enfermedad en el capítulo denominado
«Trastornos depresivos», que mantiene como categoría diagnóstica principal el
trastorno depresivo mayor, episodio único o recurrente, en el que se hace especial
hincapié en la gravedad de la enfermedad depresiva (medida por la presencia de
síntomas y su repercusión en la vida diaria del paciente), la presencia de
características psicóticas y el estado de remisión. También se incluye en este capítulo
el trastorno depresivo persistente (distimia). El capítulo se completa con el trastorno
de desregulación disruptiva del estado de ánimo, más propio de la población
infantojuvenil; el trastorno disfórico premenstrual, que afecta a mujeres en edad
fértil con menstruación; otro trastorno depresivo especificado (en el que se señalan
la depresión breve recurrente, el episodio depresivo de corta duración y el episodio
depresivo con síntomas insuficientes), y otro trastorno depresivo no especificado.
Por último, se incluyen también el trastorno depresivo inducido por una
sustancia/medicamento y el trastorno depresivo debido a otra afección mé dica
( tabla 18-1 ), que pueden tener una consideración especial a esta edad ante la
polifarmacia y la comorbilidad que tantas veces acompañan a los pacientes de edad
avanzada.
Tabla 18-1
Sustancias, medicamentos y enfermedades que pueden cursar con depresión
APA, 2014;Baldwin, 2014 .
Sustancias/medicamentos Enfermedad(es)
Estimulantes Infarto cerebral, demencia vascular
Esteroides, tamoxifeno, anticonceptivos Enfermedad de Huntington, enfermedad
orales, agonistas de la hormona liberadora de Parkinson, enfermedad de Alzheimer, esclerosis
de gonadotropinas múltiple, lupus eritematoso sistémico
L-dopa, amantadina Fractura de cadera
Antibióticos y antivirales (efavirenz) Traumatismo craneoencefálico
Antipsicóticos, anticonvulsivos, Enfermedad de Cushing, hipotiroidismo,
antimigrañosos hipercalcemia, anemia perniciosa
Derivados del ácido retinoico Enfermedad cardiovascular isquémica
Fármacos quimioterápicos Enfermedad pulmonar obstructiva crónica
Interferón Degeneración macular
Clonidina, metildopa, guanetidina, Enfermedad oncológica: páncreas, pulmón, cerebral
reserpina, digoxina, β-bloqueantes
Vareniclina Neurosífilis, brucelosis, neurocisticercosis, sida,
encefalomielitis
Epidemiología
La enfermedad depresiva es, probablemente, la enfermedad psiquiátrica más
prevalente entre las personas mayores de 65 años ( Sánchez-Pérez, 2014;Burroughs
et al., 2006 ). Sin embargo, las cifras varían en los distintos estudios, porque los
criterios de evaluación son distintos, según se incluyan todos los síndromes
depresivos o alguno de ellos, y porque las escalas o entrevistas de despistaje son
diferentes.
La DEPEA afecta al 10-15% de la población. En Europa, la prevalencia media es del
12,3% (14,1% entre las mujeres y 8,6% entre los hombres) ( Coppeland et al., 1999 ).
En todo el mundo, la prevalencia media es del 13,5% ( Baldwin et al., 2002 ), y del
10-15% para las personas de edad avanzada que viven en la comunidad y que padecen
alguna forma de sintomatología depresiva ( Ames et al., 2010 ). Estas cifras
aumentan en el caso de personas en el ámbito médico, hospitalario o que están
institucionalizadas. También presentan mayor frecuencia las personas de edad
avanzada que padecen alguna enfermedad médica. La recurrencia en estos pacientes
es frecuente (50-90% en 3 años) ( Miller et al., 2013 ). Las formas de mayor
intensidad de los síntomas afectan al 12,7%, las moderadas, al 51,9%, y las leves, al
35,3% ( Valiengo et al., 2016 ). En otro orden de cosas, a esta edad puede verse
cualquier forma de enfermedad depresiva, tanto unipolar como bipolar.
La DEPEA afecta al 3-4,5% de los mayores de 65 años en Estados Unidos ( Wang y
Blazer, 2015 ), o a 1 de cada 10 personas mayores de 65 años ( Burroughs
et al., 2006 ). En el caso de la depresión mayor, las cifras de prevalencia en pacientes
de edad avanzada sanos son menores que en edades más jóvenes, situándose en
torno al 1-4% entre las personas que residen en la comunidad ( Coppeland
et al., 1999;Ames et al., 2010 ; Espinoza y Kaufman, 2014 ). Pero las tasas de
depresión mayor se hacen más altas en pacientes con patología médica comórbida
que acuden a atención primaria (6-9%), aquellos con algún tipo de discapacidad o
los que están en el medio hospitalario (10%) o residencial (12-15%), y se llega a cifras
por encima del 30% en el caso de presentación de síntomas depresivos ( Ames
et al., 2010 ; Lavretsky et al., 2013; Tsang et al., 2017 ). En un estudio publicado
por Chou et al. (2011) sobre una muestra de 8.012 mayores de 60 años residentes en
la comunidad, se describe que la aparición de nuevos casos de enfermedad
psiquiátrica en la ancianidad no es tan infrecuente. En este estudio, la incidencia de
depresión mayor referida a los 3 años del estudio fue del 3,28% (2,35% entre los
hombres y 4,04% entre las mujeres) ( Chou et al., 2011 ).
A esta edad, es más frecuente la presencia de formas subsindrómicas, que también
se conocen como depresión menor ( Baldwin, 2014 ; Espinoza y Kaufman, 2014 ), y
que se estima que tienen una prevalencia media del 9,8% (Lavretsky et al., 2013).
También estas formas subsindrómicas tienen distinta prevalencia según el medio en
el que se evalúen. En un trabajo de Meeks et al., se dan datos de esta prevalencia
según afecte a personas que residen en la comunidad (10%), que acuden a atención
primaria (25%), hospitalizados (30%) e institucionalizados (45-50%), siendo entre
dos y tres veces más prevalente que la depresión mayor en cualquier medio ( Meeks
et al., 2011 ). La distimia se ha incluido en algunos estudios en las formas
subsindrómicas, pero los distintos trabajos no coinciden en las tasas de prevalencia,
y se establece un rango de entre el 0,7 y el 8,1% (Lavretsky et al., 2013).
Las formas resistentes no han sido bien estudiadas a esta edad, pero parece que
podrían afectar al 30-40% de los pacientes si no se consigue un tratamiento eficaz
( Cooper et al., 2011 ; Espinoza y Kaufman, 2014 ; Valiengo et al., 2016 ). Los
pacientes de inicio tardío y aquellos más frágiles por su condición médica, con mayor
comorbilidad médica o psiquiátrica, y que no consiguen una remisión completa de
los síntomas parecen tener mayor riesgo de padecer estas formas resistentes
( Espinoza y Kaufman, 2014 ).
Fisiopatología
La utilización de distintas técnicas y su interpretación en la investigación, la
incorporación a la clínica de alguna de las pruebas de neuroimagen, el mejor
conocimiento de los datos de laboratorio y el estudio de distintos paradigmas
permiten en nuestros días establecer hipótesis fisiopatológicas para las distintas
enfermedades psiquiátricas. Este es el caso de la enfermedad depresiva en el
paciente de edad avanzada. Conocer mejor la etiología de esta enfermedad y su
fisiopatología debería permitirnos conseguir mejores tratamientos y estrategias de
prevención.
Por otra parte, como sucede en otros momentos de la vida, la enfermedad depresiva
en la edad avanzada no tiene una causa única, sino que suelen superponerse distintas
etiologías. El predominio de una u otra y el mecanismo fisiopatológico principal nos
permiten establecer una comprensión más concreta de la enfermedad que padezca
el paciente, y deberían ayudarnos a conseguir tratamientos cada vez más eficaces.
También el manejo de grandes poblaciones y de técnicas estadísticas, y de la
epidemiología y la salud pública permiten reconocer factores de riesgo ( cuadro 18-1 )
o protectores ( cuadro 18-2 ) relacionados con la enfermedad depresiva, que nos
permiten establecer planes de prevención.
CUADRO 18-1
Factores de riesgo de depresión en personas de edad avanzada (DEPEA)
Pla-Vidal y Pla-Ruiz, 2012 ; Espinoza y Kaufman, 2014 ; Baldwin, 2014;Meeks
et al., 2011;SEPG, 2018 .
Factores biológicos
Vascular cerebral
Sexo femenino
Hipoacusia, reducción de la agudeza visual
Dolor
Enfermedad médica crónica, estados de fragilidad
Mala salud
Discapacidad
Factores psicológicos
Neuroticismo
Alteración cognitiva
Personalidad evitativa y dependiente
Inseguridad
Antecedentes de enfermedad psiquiátrica, sobre todo depresión
Trastornos del sueño
Revelación del diagnóstico de demencia
Factores sociales
Soledad
Falta de apoyo
Acontecimientos vitales: pérdidas, criminalidad
Bajo nivel educativo
Viudedad, divorcio, soltería
Pobreza
CUADRO 18-2
Factores protectores en la depresión en personas de edad avanzada (DEPEA)
Baldwin, 2014;Sánchez-Villegas et al., 2015;Snowden et al., 2015;Haigh et al., 2018 .
Factores biológicos
Dieta mediterránea
Ejercicio físico regular
Factores psicológicos
Proactividad y estilos positivos de afrontamiento
Resiliencia
Aumento del bienestar subjetivo
Reducción de afectos negativos
Factores sociales
Pertenencia a un grupo
Alto nivel de apoyo percibido
Acontecimientos vitales positivos
Religiosidad
Las investigaciones en la fisiopatología de la enfermedad depresiva del anciano se
han orientado desde distintos paradigmas que han permitido avanzar en su
conocimiento:
• •
La edad de inicio del primer episodio depresivo.
• •
La llamada depresión vascular.
• •
La disfunción ejecutiva presente en los pacientes mayores con depresión.
• •
Los factores inflamatorios.
Además de todo esto, el estudio de la demencia y la relación con l a enfermedad
depresiva de la edad avanzada, los niveles de neurotransmisores, la
neuroendocrinología y el conocimiento de la convivencia con otras enfermedades
han sido también medios de progreso.
Neuroanatomía
La disfunción, de causa estructural o funcional, de uno o varios circuitos cerebrales
se relaciona con las distintas formas de DEPEA. La alteración puede situarse a
distintos niveles de la vía implicada: cortical, sustancia blanca o núcleos de la base.
En el caso de lesiones corticales, suele estar afectada una sola vía, en tanto que las
lesiones subcorticales pueden afectar a distintas vías, aunque solo sea porque a este
nivel están estrechamente relacionadas en menor espacio.
Los circuitos en los que están implicados la corteza orbitofrontal, la prefrontal
dorsolateral o el cingulado anterior son las que más probablemente den lugar a
sintomatología depresiva ( Naismith et al., 2012 ). Cada una de estas áreas tiene una
función concreta ( tabla 18-2 ), aunque las conexiones que establecen con otras áreas
cerebrales y el tipo de alteraciones que puedan establecerse contribuyen también a
la plasticidad de los síntomas.
Tabla 18-2
Estructuras cerebrales: función y síntomas relacionados
Basada en Naismith et al., 2012 .
Estructura cerebral Circuito principal Función Disfunción
Corteza Paralímbico cortical Integración de las Disfunción ejecutiva,
orbitofrontal emociones, conducta desinhibición y
y algún proceso sensorial discapacidad funcional
Corteza prefrontal Conexión con el Control y regulación de la Disfunción ejecutiva,
dorsolateral cingulado anterior, la función cognitiva, áreas de aprendizaje implícito y
amígdala y el núcleo abstracción, organización discapacidad funcional
caudado dorsolateral
Estructura cerebral Circuito principal Función Disfunción
y representación de
imágenes
Cingulado anterior Red dorsal (cognitivo- Dorsal: funciones Disfunción ejecutiva y
ejecutiva) y ventral ejecutivas y regulación apatía
(afectiva/emocional) cognitiva de la respuesta
emocional
Ventral: evalúa los
estímulos afectivos,
y regula y elabora la
respuesta emocional
Ganglios de la Circuitos límbico y Integración de la conducta Reducción de la
base: caudado y paralímbico emocional, cognitiva y velocidad
putamen ventrales motora de procesamiento,
anhedonia, cambios
psicomotores
Neurotransmisión
Cuando nos referimos a las hipótesis aminérgicas de la enfermedad depresiva,
incluimos habitualmente las alteraciones en la vía serotoninérgica, noradrenérgica o
dopaminérgica. Hoy en día, el enfoque se dirige a la alteración de distintos
neurotransmisores, que incluyen estas aminas biógenas, pero que tienen también en
cuenta otros neurotransmisores, como la acetilcolina, el ácido gamma-
aminobutírico (GABA) y el glutamato. Estos dos últimos se comportan como
mediadores de la respuesta al estrés a nivel cerebral ( Frisardi et al., 2011 ).
En los pacientes de edad avanzada, fruto del envejecimiento, se observan cambios
en la neurotransmisión, tanto por el proceso atrófico generalizado que produce
reducción de la cantidad de neurotransmisores disponibles como por los cambios en
la expresión de receptores. También con el envejecimiento se produce un cambio en
la actividad enzimática implicada en la metabolización de estas sustancias ( Ayuso-
Gutiérrez, 2012 ).
Factores genéticos
La genética y los aspectos familiares parecen tener una menor carga etiológica en la
depresión de la persona mayor respecto a edades anteriores, sobre todo en aquellas
formas de inicio tardío. Los principales hallazgos a este nivel se refieren a los
polimorfismos en el gen de la proteína transportadora de serotonina o la asociación
con el alelo met del factor neurotrófico derivado del cerebro (BDNF) ( Tsang
et al., 2017 ). En cuanto a los genes relacionados con factores de riesgo
cerebrovascular, los resultados son variables, con autores que no han encontrado
asociación en sus trabajos ( Cervilla et al., 2004 ) y otros que la han descrito
( Valiengo et al., 2016 ).
En un reciente estudio de metaanálisis ( Tsang et al., 2017 ) se informa de una
asociación positiva para la vulnerabilidad de padecer la enfermedad en la edad
avanzada y algunos alelos: en concreto, con los portadores del alelo APOE-ɛ-4, y los
ya referidos del BDNF y del alelo S de la proteína transportadora de serotonina. Se
da la circunstancia, como reflejan estos investigadores en su trabajo de metaanálisis,
de que los tres genes tienen un papel importante en la regulación de la plasticidad
sináptica del hipocampo, en tanto que los dos últimos tienen también parte en la
regulación del eje hipotalámico-hipofisario-adrenal (HHA).
Por último, alguno de los genes relacionados con el metabolismo de la homocisteína,
en concreto algún polimorfismo del gen MTHFR, codifica una enzima de este proceso
que utiliza la vitamina B 12 y el ácido fólico como cofactores, y que influye en el riesgo
cerebrovascular ( Naismith et al., 2012 ).
Edad de inicio
Uno de los paradigmas estudiados más profundamente es el de la edad de inicio, que
establece que los mecanismos fisiopatológicos de la enfermedad depresiva que se
inicia en edades tempranas de la vida y la que lo hace por primera vez después de los
50-60 años son diferentes. Cuando se establece el diagnóstico de depresión en la
edad avanzada, se aprecia que puede tratarse de una enfermedad que se padece
desde edades tempranas, lo que se llamaría de inicio temprano (early-onset), o una
enfermedad que se manifiesta por primera vez en esta etapa de la vida, conocida
como de inicio tardío (late-onset). Generalmente, el punto de corte del primer
episodio para considerar una u otra se sitúa en torno a los 50-60 años, sin que exista
un criterio uniforme ( Naismith et al., 2012;Ismail et al., 2013;Miller et al., 2013 ).
En las formas de inicio temprano, los factores de tipo genético y familiar están más
presentes, y los efectos que los distintos episodios pudieran ocasionar a través de la
cascada corticoidea y su acción sobre determinadas áreas cerebrales (p. ej.,
hipocampo) se consideran uno de los mecanismos subyacentes para el deterioro
cognitivo; igualmente, el bajo nivel crónico de BDNF contribuye a disminu ir la
neurogénesis. En la llamada depresión de inicio tardío, una de las características en
cuanto a la fisiopatología es que hay más comorbilidad y se relaciona más con
patología vascular, neurodegenerativa o inflamatoria. Hay más hiperintensidades en
la sustancia blanca cerebral, con una mayor rapidez del daño hipocámpico y
alteraciones a nivel frontosubcortical ( Naismith et al., 2012 ; Espinoza y
Kaufman, 2014 ).
Depresión vascular
La implicación de los factores cerebrovasculares en algunas manifestaciones
depresivas es conocida desde hace tiempo. Pero en 1997, el concepto de depresión
vascular fue propuesto como elemento de investigación y nueva consideración en las
publicaciones de distintos grupos de investigadores: Alexopoulos et al.
(1997) y Krishnan et al. (1997) . Esta denominación ha tenido importantes
implicaciones en el conocimiento de la fisiopatología de la enfermedad depresiva en
las personas mayores, aunque también ha generado interesantes controversias.
Alexopoulos basa más su definición en los aspectos clínicos de tipo cognitivo, el
enlentecimiento psicomotor y la discapacidad desproporcionada que genera, en
tanto que Krishnan basa su descripción en las alteraciones radiológicas, sobre todo
la presencia de hiperintensidades ( Taylor et al., 2013 ).
En términos generales, esta hipótesis establece que los factores cerebrovasculares
tienen un importante papel en el síndrome depresivo en las personas de edad
avanzada, sea como predisponentes, desencadenantes o perpetuantes de esta
enfermedad ( Alexopoulos et al., 1997 ). De la misma manera, las alteraciones
vasculares cerebrales, bien porque afectan a localizaciones o circuitos implicados en
las vías afectivas, o bien porque generan alteraciones estructurales cerebrales, se han
relacionado con algunas formas de la depresión en esta edad ( Haigh et al., 2018 ).
La manifestación más característica de esta forma de enfermedad serían las
hiperintensidades ( fig. 18-1 ) de la sustancia blanca (white matter
hyperintensities), que deben su nombre a que, en determinadas proyecciones (T2 y
FLAIR) de la resonancia magnética (RM) cerebral, aparecen como zonas destacadas
en blanco sobre el fondo. Pueden afectar a la sustancia blanca profunda o situarse a
nivel periventricular, y no son específicas de la enfermedad depresiva. Ni siquiera
son equivalentes a padecer una u otra enfermedad, porque son frecuentes en
personas mayores que no padecen ninguna alteración. Se han asociado con
empobrecimiento en la función ejecutiva, la atención y la velocidad motora; con la
resistencia al tratamiento; con mayor riesgo de recaída; con factores de riesgo
cerebrovascular y con síntomas como la apatía, el enlentecimiento psicomotor y la
anhedonia ( Pla-Vidal y Pla-Ruiz, 2012 ). También son más frecuentes y graves en
pacientes con depresión de inicio tardío. Sin embargo, otros estudios publican que
las hiperintensidades no se correlacionan con el mayor riesgo de desarrollo de
enfermedad depresiva en el paciente mayor ( Verluis et al., 2006 ).
Figura 18-1
Hiperintensidades en una RM cerebral: sustancia blanca profunda en T2 y periventriculares en
FLAIR.
Aunque la etiología de estas lesiones es desconocida, su fisiopatología parece tener
un importante componente vascular de origen isquémico que produce alteraciones
en la mielina ( Thomas et al., 2003 ). La mayor cantidad de hiperintensidades
supone un mayor riesgo para la integridad de los circuitos implicados en las vías
afectivas y, lo que parece más importante aún, es la manifestación de procesos
vasculares subyacentes que afectan a las citadas vías cerebrales y suponen una mayor
vulnerabilidad para desarrollar la enfermedad depresiva ( Taylor et al., 2013 ; van
Agtmaal et al., 2017). Según las hipótesis que se manejan, la depresión aparecería
por estos daños vasculares a las vías frontoestriatales y frontolímbicas (fascículo
uncinado, fascículo longitudinal superior y cíngulo), que conectan lo afectivo y lo
cognitivo ( Taylor et al., 2013;Valiengo et al., 2016 ).
Disfunción ejecutiva
Otra de las vías de estudio elegidas ha sido la disfunción ejecutiva. Esta es la
alteración cognitiva más característica de la enfermedad depresiva en el paciente
mayor, y ha sido considerada como central en algunas de las formas depresivas a
esta edad por autores como Alexopoulos ( fig. 18-2 ), al hablar de depresión
disejecutiva. Este autor indica que esta depresión está producida por cambios en la
transmisión frontoestriatal y que da lugar a enlentecimiento psicomotor, apatía,
discapacidad desproporcionada, síntomas vegetativos menos pronunciados, escasos
sentimientos de culpa y pobre capacidad de introspección. La respuesta a los
antidepresivos es peor y más lenta, y la disfunción cognitiva se convierte
habitualmente en un síntoma residual ( Alexopoulos, 2002;Alexopoulos
et al., 2002 ).
Figura 18-3
Perfil de alteración cognitiva en el paciente con depresión en personas de edad avanzada
(DEPEA).
HDRS: Hamilton Depression Rating Scale.
Butters et al., 2004 .
Las funciones ejecutivas son mecanismos cerebrales de control para plan ificar y
modular aspectos emocionales y cognitivos. Su alteración en el paciente depresivo
se asocia a una evolución peor en estos pacientes ( Morimoto et al., 2015 ). Estas
alteraciones tienen relación con la disfunción de las conexiones frontolímbicas y
frontoestriatales ( Morimoto et al., 2015 ). Hasta el 40% de los pacientes ancianos no
demenciados con depresión mayor presentan disfunción ejecutiva, lo que supone
una realización defectuosa de las pruebas psicodiagnósticas (fluencia verbal, test de
Wisconsin, test de la Torre de Londres o Stroop) ( Morimoto et al., 2015 ).
Factores inflamatorios y neuroendocrinos
La edad contribuye a cambios en los niveles circulantes de cortisol, los cuales
aumentan al aumentar aquella. La alteración de la regulación del eje HHA asociada
a la edad se ha propuesto como predictor de un mayor riesgo de suicidio en los
pacientes con DEPEA ( Valiengo et al., 2016 ).
En la DEPEA, al igual que en otras épocas de la vida, la enfermedad se asocia con
una regulación al alza de las citoquinas inflamatorias (IL-6, IL-1-β, IL-8 y factor de
necrosis tumoral α) durante el episodio, que suelen normalizarse al desaparecer el
síndrome clínico, y con reducción de otras aminas antiinflamatorias ( Taylor
et al., 2013;Valiengo et al., 2016 ).
El resultado de este estado proinflamatorio es que se reducen las sustancias
neurotróficas, y se produce alteración a nivel de los neurotransmisores cerebrales y
daño celular. También se observa alteración del sistema inmune, con aumento de la
actividad periférica del mismo, que contribuye al estado proinflamatorio y que, a
nivel cerebral, produce una reacción aumentada y discordante ( Taylor
et al., 2013;Martínez-Cengotitabengoa et al., 2016 ). La alteración de la
neurotransmisión afecta de manera especial a estructuras límbicas como la
amígdala, el hipocampo y el núcleo accumbens, lo que produce alteración en la
regulación emocional.
El BDNF es otra de las sustancias cerebrales más estudiadas y parece tener una gran
importancia para el normal funcionamiento cerebral: influye en el trofismo y la
proliferación neuronal, en la plasticidad y la reorganización sináptica, y ejerce
influencia protectora ante situaciones de isquemia cerebral ( Taylor et al., 2007 ). En
la enfermedad depresiva, este factor está reducido, y se ve también una disminución
de la neurogénesis. El descenso de BDNF se ha puesto en relación con la disfunción
hipocámpica asociada a la edad, las alteraciones de la memoria y el riesgo de padecer
depresión, en tanto que el aumento del BDNF que se consigue con el ejercicio físico
regular mejora estos aspectos ( Erickson et al., 2012 ).
También se han puesto en relación con el riesgo para desarrollar DEPEA y sus
mecanismos fisiopatológicos otras sustancias y factores de trofismo cerebral,
relacionados con las células de la glía o con el crecimiento vascular ( Valiengo
et al., 2016 ).
Estudios de neuroimagen
Tanto los estudios de tipo estructural como los funcionales han supuesto un claro
avance en el conocimiento de la depresión. También en la edad avanzada los
resultados publicados han sido numerosos. En el primero de los casos, lo que suelen
describir los distintos estudios es asimetría y reducción del volumen de sustancia
gris a nivel de la corteza prefrontal ventromedial, dorsolateral y orbital. Se destacan
también las hiperintensidades en la sustancia blanca profunda, y alteraciones a nivel
de la rodilla y el esplenio del cuerpo calloso, el núcleo caudado derecho y el putamen,
y a nivel hipocámpico, de la amígdala y de otras estructuras límbicas ( Naismith
et al., 2012 ; Espinoza y Kaufman, 2014 ; Valiengo et al., 2016 ).
En los pacientes con enfermedad de inicio temprano, se observa asociación entre la
alteración de la memoria episódica y la pérdida de volumen hipocámpica ( Delaloye
et al., 2010 ). Los pacientes con enfermedad de inicio tardío muestran peor
conectividad en estudios de RM ( Blumberger et al., 2008 ).
En los estudios estructurales, es importante la presencia de las hiperintensidades
que, como ya se ha indicado anteriormente en este capítulo, se relacionan con el
concepto de depresión vascular. Algunas técnicas, como la DTI (diffusion tension
imaging), permiten detectar daño en la sustancia blanca cerebral antes de que se
detecten las hiperintensidades o los propios síntomas de la enfermedad ( Lamar
et al., 2010;Naismith et al., 2012 ).
A nivel funcional, lo que se observa es hipometabolismo en las áreas neocorticales
dorsales y el cingulado anterior, junto a hipermetabolismo a nivel de las áreas
límbicas ventrales y fallo en la desactivación de las redes neuronales por defecto ante
actividades de tipo afectivo o cognitivo ( Espinoza y Kaufman, 2014 ). También se ha
detectado alteración en la función serotoninérgica en diferentes áreas en estudios de
tomografía por emisión de positrones (PET) con ligandos ( Naismith et al., 2012 ), y
alteraciones por el reclutamiento de circuitos frontales adicionales al realizar tareas
cognitivas de memoria o función ejecutiva, en pacientes mayores al compararlos con
pacientes más jóvenes ( Smith et al., 2007 ).
Neurodegeneración: de la depresión a la demencia
Este epígrafe daría para escribir un capítulo completo, pero es necesario hacer aquí
referencia a los mecanismos que parecen compartir depresión y demencia en la edad
avanzada. Así, parece que hay un grupo de pacientes en los que la depresión podría
ser un síntoma precoz, un factor de riesgo o un pródromo de la enfermedad
demencial ( Kumar et al., 2008 ; Steffens et al., 2017; Haigh et al., 2018 ).
De los pacientes con DEPEA, casi el 50% presentan alteración cognitiva ( Bhalla
et al., 2009 ). Tener depresión dobla el riesgo de padecer demencia del tipo
enfermedad de Alzheimer (EA); en aquellos pacientes ancianos con depresión y
alteración cognitiva reversible, el riesgo de evolucionar a demencia es casi cinco
veces mayor que en aquellos sin deterioro cognitivo, y los pacientes con EA tienen
alta prevalencia de depresión (10-50%) ( Butters et al., 2008b ). Se ha publicado
también que, entre los pacientes con deterioro cognitivo leve (DCL), tener depresión
aumenta la tasa de progresión a demencia. Estos pacientes tienen también peor
funcionalidad y calidad de vida, y la prevalencia de depresión en los pacientes con
DCL es del 32% ( Ismail et al., 2017 ).
Aunque hay diferentes posibilidades etiopatogénicas, parece que al menos un grupo
de pacientes con DEPEA tiene un mecanismo fisiopatológico común con la demencia
de tipo Alzheimer, y la depresión sería un pródromo de esta enfermedad demencial,
lo que en algunas publicaciones se ha llamado depresión amiloide ( Sun
et al., 2008;Butters et al., 2008b ). Los pacientes que tienen DEPEA, como ya se ha
dicho anteriormente, tienen con frecuencia síntomas cognitivos y presentan un
riesgo elevado del desarrollo no solo de EA, sino de cualquier tipo de demencia. En
este caso, aunque quizás exista un mecanismo fisiopatológico común, la DEPEA no
sería una forma prodrómica de la enfermedad demencial, sino un factor de riesgo, y
el estado depresivo, con sus propios mecanismos fisiopatológicos de
neuroinflamación o de tipo vascular y las alteraciones en los factores neurotróficos,
actuaría como elemento de neurotoxicidad ( Butters et al., 2008b ; Irie
et al., 2008;Bogner et al., 2009;Sheline, 2011 ).
Clínica
La enfermedad depresiva se presenta con similar sintomatología a lo largo de todo
el ciclo vital, aunque cada edad tiene alguna característica propia. Es lo que sucede
en el caso de la DEPEA ( Kok y Reynolds, 2017 ). Como en otras épocas de la vida, la
enfermedad depresiva puede ser unipolar o bipolar. En las personas mayores puede
haber menor expresión de tristeza, menores intensidad de los síntomas y variación
circadiana, y más quejas de tipo somático y síntomas cognitivos ( Espinoza y
Kaufman, 2014 ; Baldwin, 2014;Haigh et al., 2018;SEPG, 2018 ). Los síntomas
suelen ser fluctuantes, y tiene especial interés para el clínico la presencia de apatía,
las alteraciones cognitivas, los síntomas m otores, la ansiedad, los trastornos del
sueño y las quejas somáticas ( Hegeman et al., 2012 ).
Acudiendo al paradigma ya referido del inicio temprano o tardío de la enfermedad,
se ve que, en las formas de inicio tardío, los pacientes tienen menos ideación y
conducta suicida, conservan un mejor apoyo social y los síntomas son menos
intensos, pero tienen un riesgo más alto de recaer y de tener más síntomas
residuales, con peor recuperación funcional ( Espinoza y Kaufman, 2014 ; Valiengo
et al., 2016 ). Tienen menos antecedentes familiares de enfermedad depresiva y
mayor número de hiperintensidades en las secuencias pertinentes de la RM cerebral
( Miller et al., 2013 ).
La alteración cognitiva en los pacientes mayores que padecen depresión está
presente en el 50% de los casos ( Bhalla et al., 2009 ). Además, este síntoma puede
perdurar después de mejorar el cuadro depresivo, y se considera entonces un
síntoma residual. La presencia y persistencia del deterioro cognitivo asociado a la
depresión en esta edad añade un importante valor pronóstico. En las formas de inicio
tardío, se ve el deterioro cognitivo con más frecuencia, y genera mayor alteración que
en las de inicio temprano ( APA, 2014 ; Espinoza y Kaufman, 2014 ). La alteración
cognitiva afecta a la función ejecutiva, la velocidad de procesamiento de los datos, la
memoria y la capacidad visuoespacial ( fig. 18-3 ) ( Butters et al., 2004;Morimoto
et al., 2015 ).
Figura. 18-2
Disfunción ejecutiva y depresión en personas de edad avanzada (DEPEA).
HSB: hiperintensidades en la sustancia blanca.
Alexopoulos, 2002 .
La disfunción ejecutiva se traduce clínicamente en una tendencia a atender a
información irrelevante, alteración en la concentración, desorganización, dificultad
para cambios en la atención, perseveración e incapacidad para desentenderse de
conductas anteriores ( Morimoto et al., 2015 ).
La conocida como depresión vascular se ve más en aquellos pacientes con factores
de riesgo para esta patología cerebral. Se caracteriza por mayor probabilidad de
presentar enlentecimiento motor, apatía, mayor discapacidad, síndrome
disejecutivo y aumento del riesgo de evolución a demencia (vascul ar o de tipo
Alzheimer) ( Miller et al., 2013 ). Estos pacientes responden más lentamente al
tratamiento habitual, y pueden hacerlo mejor a los fármacos con acción
dopaminérgica, como el bupropión.
Las formas de depresión con síntomas psicóticos a esta edad confieren un mayor
riesgo de suicidio y de evolución a demencia ( SEPG, 2018 ).
Las formas incompletas de enfermedad (depresión menor o subumbral) constituyen
un elemento importante en cuanto a la atención requerida, porque pueden asociarse
a mayor discapacidad, mayor consumo de psicofármacos, peor percepción de la
propia salud y mayor riesgo de conversión a depresión mayor y de suicidio
( Espinoza y Kaufman, 2014 ).
Diagnóstico
La enfermedad depresiva en estos pacientes puede quedar sin diagnosticar hasta en
el 50% de los casos ( Valiengo et al., 2016 ; Lavretsky et al., 2013). El estigma que la
enfermedad mental supone a esta edad y la alta comorbilidad pueden hacer que sea
difícil detectarla ( Miller et al., 2013 ). Los expertos consideran que, en el momento
actual, la detección de la enfermedad está por debajo de los niveles óptimos que
serían deseables ( SEPG, 2018 ).
Como en cualquier otra edad y especialidad médica, la base para establecer el
diagnóstico es la historia clínica. Siempre que el estado del paciente lo permita, la
historia debe hacerse al propio paciente, favoreciendo que haya algún momento en
el que se le pueda entrevistar a solas, y contando con un informador que conozca al
paciente y su entorno y nos pueda dar una visión externa de los síntomas que padece
el enfermo, sobre todo si se detecta alteración cognitiva.
En la historia clínica debe hacerse especial hincapié en los síntomas centrales que
refiera el paciente, pero buscando también aquellos que puedan estar
«enmascarados» o los que aportan un especial valor pronóstico, como los síntomas
cognitivos, la ansiedad y los trastornos del sueño, o los sínt omas psicóticos (culpa,
ruina e hipocondríacos). También debe prestarse especial atención a los síntomas
relacionados con las ideas autolíticas, y hacer una exploración completa que vaya
desde las ganas de vivir del paciente y los pensamientos sobre la mue rte hasta las
ideas propiamente suicidas, con los planes concretos, si los hubiera. En la historia
clínica deben recogerse con especial cuidado los antecedentes médicos y
psiquiátricos del paciente, las enfermedades que padece y los tratamientos que
pueda estar recibiendo. Es necesario también recoger la información sobre la
repercusión que la enfermedad está produciendo en el paciente y su entorno y el
grado de discapacidad que pueda suponer.
En una primera consulta, se deberían tomar las constantes vitales del paciente
(presión arterial, peso, frecuencia cardíaca y temperatura) y realizar una exploración
física general que incluya los principales datos de la exploración neurológica (pares
craneales, fuerza, coordinación motora, estática y marcha) y pruebas de laboratorio
(hemograma completo, perfil tiroideo, glucemia, función renal, vitamina B 12 y ácido
fólico). Si se dispone de ella y se ve oportuno, puede resultar de interés una prueba
de neuroimagen cerebral estructural (tomografía computarizada [TC] o RM)
( SEPG, 2018 ).
Resulta de especial importancia la detección en atención primaria, a la que el
paciente puede acudir con quejas entre las que no figura la tristeza y que consisten
más bien en fatiga, pérdida de peso, dolor y múltiples síntomas somáticos de difícil
filiación; quejas de alteración cognitiva; referencias al aislamiento social; rechazo a
comer, a beber o al uso de medicación; deterioro del autocuidado; y abuso de
ansiolíticos o inicio en el uso de alcohol. En pacientes de especial complejidad
(fragilidad, comorbilidad, polimedicación), debería realizarse una valoración
geriátrica integral ( Kok y Reynolds, 2017 ).
Para la detección del enfermo depresivo de edad avanzada se han validado algunas
escalas. Las más usadas son la Geriatric Depression Scale (GDS) de Yesavage en sus
distintas versiones de 30 o 15 ítems, la Patient Health Questionnarie-9 (PHQ-9), la
escala de Cornell para la depresión en pacientes con demencia y la escala Center for
Epidemiological Studies-Depression (CES-D) ( Espinoza y Kaufman, 2014 ; Kok y
Reynolds, 2017 ). El uso de estas u otras escalas que miden la intensidad de la
enfermedad depresiva puede ser útil en el seguimiento del paciente y la valoración
de la respuesta al tratamiento. En este sentido, la escala de Montgomery-Asberg o la
escala de Hamilton para la depresión son las más utilizadas. Para la valoración
cognitiva, la escala más ampliamente utilizada es el Mini-Mental State Examination en
su versión de 30 o 35 ítems. En atención primaria, servicios de teleasistencia y
medios residenciales, debería establecerse algún sistema de despistaje de esta
enfermedad para todos los pacientes de edad avanzada, según la opinión de los
expertos ( SEPG, 2018 ).
El diagnóstico diferencial debe establecerse con distintas enferm edades de origen
somático para las que se realizarán las pruebas analíticas y de neuroimagen
pertinentes. Respecto a otras enfermedades psiquiátricas, debe valorarse, en primer
lugar, la existencia de episodios maníacos previos y de aquellas en las que se da una
alta comorbilidad (trastornos por ansiedad, distintas formas de demencia,
acontecimientos de pérdida sin enfermedad en los que aparece la reacción de duelo,
y el abuso de alcohol u otras drogas). Y debe considerarse también la posibilidad de
que la depresión tenga su origen en un efecto secundario de algún fármaco que el
paciente haya tomado.
En el caso de los pacientes con depresión y con importante alteración cognitiva, la
diferencia con la demencia se muestra en la tabla 18-3 .
Tabla 18-3
Diferencias entre depresión y demencia
Depresión Demencia
Alteración cognitiva Parcial, aguda, quejas frecuentes Global, gradual, confabulación
Síntomas afectivos Tristeza, culpa, anhedonia Apatía, aplanamiento afectivo
Variación circadiana Mejor al anochecer Peor al anochecer
Sueño Despertar precoz, insomnio o Normal o alteraciones del ritmo
hipersomnia
Respuesta a antidepresivos Mejora No hay respuesta o empeora
Dominio cognitivo Disfunción ejecutiva Memoria
Tratamiento
El tratamiento farmacológico de la enfermedad depresiva en el paciente de edad
avanzada, tal como sucede en otras edades, se basa en los antidepresivos, a los que
se hará referencia en el capítulo 31 . También otros fármacos pueden utilizarse como
potenciadores de la acción antidepresiva y se verán en el citado capítulo. Aquí vamos
a establecer algunas estrategias generales atendiendo al grupo de pacientes mayores.
En el tratamiento de los pacientes de edad avanzada con depresión, el objetivo debe
ser que los pacientes alcancen la remisión y, solo si no fuera posible conseguirla,
deberíamos conformarnos con la mejoría. Los tratamientos disponibles son
fármacos, psicoterapia o tratamientos de otro tipo como la terapia electroconvulsiva
(TEC). En general, los consensos de expertos para el tratamiento de esta enfermedad
dan como mejor estrategia la combinación de fármaco y psicoterapia ( Morimoto
et al., 2015 ). En cualquier caso, es necesario considerar las interacciones y los
efectos secundarios que los nuevos tratamientos antidepresivos pueden suponer
para un paciente muchas veces polimedicado.
En todos los casos, sobre todo en los pacientes con deterioro cognitivo, es de gran
importancia contar con el cuidador principal para el aspecto del tratamiento, sea este
farmacológico, psicoterapéutico o de otro tipo.
La intensidad de los síntomas y del propio cuadro depresivo influyen en la elección
del tratamiento. Así, en los casos más leves, establecer un plan de seguimiento y la
psicoterapia sería el tratamiento más adecuado ( Espinoza y Kaufman, 2014 ), en
tanto que, para los casos más graves, la elección de un antidepresivo o la TEC son la
norma. En los casos de depresión con síntomas psicóticos, a los tratamientos
anteriores puede añadirse un antipsicótico hasta que este grupo de síntomas remita,
o indicar la TEC, sobre todo en aquellos casos en los que haya riesgo para la vida del
paciente ( Kok y Reynolds, 2017 ; SEPG, 2018 ).
Todos los fármacos parecen tener una eficacia similar en los estudios. Es, por lo
tanto, el perfil de efectos secundarios, y la seguridad y la tolerabilidad del fármaco lo
que debe guiar la elección de uno u otro. Una vez decidido el fármaco, el acuerdo
general es que el tratamiento antidepresivo debe mantenerse un mínimo de entre 6-
9 meses y 1 año tras la remisión, en el paciente de edad avanzada con un episodio
agudo de depresión mayor. Si el paciente presenta u n segundo episodio, se
recomienda mantener el tratamiento 2 años. Si se trata de un paciente complejo, el
tratamiento debe prolongarse en el tiempo, y si ha habido varias recurrencias (sobre
todo si han sido tres o más episodios), debe mantenerse indefinidamente ( Miller
et al., 2013 ; Kok y Reynolds, 2017 ; SEPG, 2018 ).
Es conocido que al instaurar un tratamiento antidepresivo se produce un tiempo de
latencia de unas 2 semanas desde que se toma la primera dosis hasta que aparecen
los efectos antidepresivos. En el caso del paciente mayor, este tiempo puede estar
aumentado y se recomienda esperar 4-6 semanas antes de decidir que el fármaco
está siendo ineficaz. En el caso de pacientes que consiguen una respuesta parcial a
las 6 semanas, el mero hecho de esperar hasta las 12 semanas puede hacer que se
alcance la remisión. En cualquier caso, en estos pacientes debe intentarse, como
primera estrategia de optimización del tratamiento, la subida de dosis o el cambio a
un antidepresivo del mismo u otro grupo. No se recomienda de entrada asociar un
segundo antidepresivo, porque no se mejora mucho la eficacia y, sin embargo, se
empeora el perfil de efectos secundarios.
La psicoterapia tiene su indicación para el tratamiento de estos pacientes, tanto
individual como en grupo ( Espinoza y Kaufman, 2014 ). Las formas de psicoterapia
que han demostrado eficacia en el tratamiento de los pacientes de edad avanzada
con depresión son la cognitivo-conductual, la interpersonal y la de solución de
problemas, algunas de las cuales tienen adaptada la técnica para aquellos pacientes
con deterioro cognitivo ( Morimoto et al., 2015 ; Kok y Reynolds, 2017 ).
Tanto los antidepresivos como la psicoterapia han demostrado eficacia en el
tratamiento de mantenimiento para la prevención de las recurrencias ( Miller
et al., 2013 ).
Los síntomas residuales, sobre todo los de tipo cognitivo, merecen una atención
especial en el paciente con DEPEA, porque pueden marcar su evolución a demencia
( Naismith et al., 2012 ). En estos pacientes, al igual que en los pacientes con
ansiedad de inicio o los que tienen trastornos del sueño, el tratamiento debe ser
especialmente cuidadoso y enérgico para conseguir la remisión o, al menos, una
respuesta suficiente, puesto que son los pacientes con una peor respuesta al
tratamiento y un componente pronóstico más sombrío.
El ejercicio físico no parece tener un efecto terapéutico directo, aunque sí mejora el
estado somático y cognitivo ( Erickson et al., 2013 ; Kok y Reynolds, 2017 ). En el
reciente consenso sobre la depresión en el anciano, los expertos han considerado el
ejercicio físico como un factor protector significativo ( SEPG, 2018 ). El uso de ácidos
grasos ω-3 o dietas ricas en estas sustancias, como la dieta mediterránea, aunque
necesita de más evidencias, parece que aporta beneficio en el tratamiento de estos
pacientes, tanto para la parte depresiva como para la cognitiva de la enfermedad
( Sánchez-Villegas et al., 2015 ).
En el caso de la enfermedad depresiva resistente al tratamiento, que puede suponer
hasta un tercio de los pacientes ( Miller et al., 2013 ), el uso conjunto de la
farmacoterapia y la psicoterapia consigue mejores resultados. También la TEC y
otras terapias de las llamadas neuromoduladoras (estimulación cerebral profunda,
estimulación magnética transcraneal de repetición, estimulación del nervio vago)
pueden tener su aplicación a esta edad ( Miller et al., 2013 ; Espinoza y
Kaufman, 2014 ; Kok y Reynolds, 2017 ). En estos pacientes, deben considerarse
también las estrategias de potenciación de la acción antidepresiva: litio, hormona
tiroidea, estimulantes, antipsicóticos atípicos, bloqueantes de los canales del cal cio,
ácidos grasos ω-3, anticonvulsivantes o β-bloqueantes.
En todos los pacientes, pero de manera especial en aquellos en los que no se obtenga
la respuesta adecuada, debe valorarse una pobre adherencia al tratamiento pautado.
Contar, como ya se ha dicho, con la ayuda de un cuidador puede mejorar el
cumplimiento ( Kok y Reynolds, 2017 ).
Pronóstico
La tasa de respuesta al tratamiento utilizado en esta franja de edad es similar a la
que se ve en pacientes más jóvenes y puede situarse en torno al 80%, pero e n los
pacientes mayores hay una mayor tendencia a la recurrencia ( Miller et al., 2013 ).
Los pacientes con DEPEA a menudo no reciben tratamiento, o reciben dosis por
debajo de las que necesitan o por un tiempo más corto del recomendable ( Kok y
Reynolds, 2017 ).
Los pacientes con una enfermedad depresiva más intensa y que sufren un primer
episodio depresivo tienen mejores tasas de respuesta al tratamiento que aquellos con
una evolución más larga de la enfermedad y de mayor edad ( Espinoza y
Kaufman, 2014 ).
Habitualmente, los pacientes con depresión en la edad avanzada, cuando esta es de
inicio tardío, responden peor a los tratamientos y tienen más riesgo de presentar
formas crónicas o resistentes ( Espinoza y Kaufman, 2014 ; Valiengo et al., 2016 ).
La presencia en estos pacientes de hiperintensidades abundantes se asocia con
mayor riesgo de evolución a formas de deterioro cognitivo de tipo demencia
( Blumberger et al., 2008;Naismith et al., 2012 ). La pérdida de apoyo social; la
presencia de síntomas de ansiedad, insomnio, cognitivos, apatía y desesperanza; y la
concomitancia con una enfermedad médica empeoran la respuesta al tratamiento
antidepresivo.
Una de las formas más importantes y graves de comorbilidad de la DEPEA es la que
sucede con la demencia. Ya se ha hecho referencia anteriormente a los mecanismos
fisiopatológicos compartidos por estas dos enfermedades. Además del tratamiento
antidepresivo adecuado, las estrategias de estimulación a todos los niveles que
permiten al paciente recuperar la funcionalidad y atender a sus actividades básicas
e instrumentales serían las indicadas para hacer una buena prevención: la
estimulación cognitiva basada en ejercicios o en técnicas concretas de psicoterapia,
el ejercicio físico regular y el control de los factores de riesgo cerebrovascular,
mantener y fomentar las relaciones sociales y favorecer una visión optimista y
satisfactoria de la vida vivida. Se estima que, si se consiguiera eliminar la depresión
de la población anciana, se reduciría una media de un 10,3% el número de casos
nuevos de demencia en los siguientes 7 años ( Ritchie et al., 2010 ).
Otra comorbilidad importante es la que sucede con la enfermedad cardiovascular.
Los factores de riesgo cardiovasculares pueden dar lugar a la aparición de algunos
síntomas depresivos, pero la relación es bidireccional, y también la depresión se ha
establecido como un factor de riesgo para esta enfermedad, sobre todo para la
enfermedad coronaria y el infarto de miocardio, y más frecuentemente en el caso de
los varones. Parece que en esta asociación pudiera haber algún mecanismo común,
y se postulan el metabolismo de la homocisteína, disfunciones endoteliales y el
estado proinflamatorio ( Naismith et al., 2012 ). La propia enfermedad depresiva
empeora el curso de la hipertensión arterial y de la diabetes ( Kok y Reynolds, 2017 ).
Prevención
La depresión constituye un importante factor de riesgo para la calidad de vida y la
menor funcionalidad en los ancianos, y se ha detectado hasta cuatro veces más
probabilidad de desarrollar discapacidad para las actividades de la vida diaria en los
que tienen depresión mayor en el estudio ECA. La discapacidad se refiere sobre todo
a los problemas para llevar a cabo las actividades básicas de la vida diaria, las
instrumentales o la movilidad y refleja la dificultad para mantener la independencia.
Además, la discapacidad, por sí misma, constituye un factor de riesgo para la
depresión en este grupo de edad ( Bruce, 2001 ). La OMS pronostica que esta
enfermedad, que ahora ya constituye la cuarta causa de sobrecarga por la
discapacidad ( disability-adjusted life years [DALY], años de vida ajustados a
discapacidad), a nivel mundial será la segunda causa en 2020.
El riesgo de suicidio constituye otro motivo principal para la prevención de la
DEPEA. Las tasas de suicidio en este grupo poblacional son las más elevadas, y en
más de tres cuartas partes de los casos existe sintomatología depresiva claramente
establecida como principal factor de riesgo para la conducta suicida. También son
importantes factores de riesgo padecer una enfermedad crónica o dolorosa, o bien la
exclusión social y el aislamiento.
La prevención, tal como la entendemos hoy en día, debe establecerse tanto a nivel
primario —lo que incluiría tanto la promoción de la salud como la prevención de la
enfermedad depresiva (global, selectiva e indicada)— como a nivel secundario —que
se traduce en un diagnóstico precoz y un tratamiento eficaz— y terciario —que se
interesa por las secuelas de la enfermedad y se concreta en una terapia de
mantenimiento y de rehabilitación—. En este sentido, se ha visto que la prevención
global, dirigida a toda la población, no es asumible, porque no existe una diana sobre
la que actuar con la eficacia necesaria. Por lo tanto, los esfuerzos deben dirigirse a
las personas que tienen algún factor de riesgo (prevención selectiva) o algún síntoma
de la enfermedad (prevención indicada), pero en los que no se puede establecer un
diagnóstico completo ( Beekman et al., 2010 ). En el reciente consenso sobre la
depresión en el anciano de la SEPG, se establece que las intervenciones dirigidas a
reducir el aislamiento social son una estrategia eficaz en la prevención de esta
enfermedad ( SEPG, 2018 ).
En el caso de la prevención secundaria, es necesario insistir en la impor tancia de
establecer un diagnóstico temprano de la enfermedad depresiva en las personas de
edad avanzada, sobre todo en el nivel de atención primaria, para el que puede
utilizarse alguna de las escalas de detección ya citadas anteriormente o,
simplemente, tener más presente el síndrome depresivo ante síntomas somáticos o
psíquicos que no tienen una causa evidente o que generan consultas frecuentes. Y
sería también una buena prevención secundaria indicar desde el inicio un
tratamiento antidepresivo en dosis suficientes y durante el tiempo necesario para
evitar las recaídas.
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CAPÍTULO 19
Trastorno bipolar
• Manel Sánchez Pérez
• y Manuel Martín Carrasco
Psiquiatría geriátrica, Capítulo 19, 339-349
• ▪
El trastorno bipolar en el anciano presenta una serie de características que lo
diferencian notablemente del que se presenta en personas más jóvenes, por
lo que es erróneo extrapolar directamente las recomendaciones clínicas de
uno a otro grupo de edad.
• ▪
Particularmente, el trastorno bipolar de inicio tardío requiere un diagnóstico
diferencial riguroso, dada la posibilidad de que su aparición esté mediada por
factores orgánicos.
• ▪
El manejo de la comorbilidad somática y psiquiátrica, incluido el deterioro
cognitivo, constituye otra de las características fundamentales del trastorno
bipolar en el anciano.
• ▪
En cuanto a la terapéutica, y dada la falta de estudios, se siguen por lo general
las recomendaciones para el tratamiento derivadas de los trabajos so bre
población más joven, pero intentando personalizar al máximo, en el contexto
de un abordaje integral que contemple las características somáticas y
psicosociales de este grupo de edad.
Introducción
El trastorno bipolar (TB) en el paciente anciano puede presentarse como una
evolución de la enfermedad iniciada en épocas anteriores de la vida o como una
entidad de nueva aparición. Considerado como un TB en una persona de más de 60
años, constituye el 25% de todos los casos de TB, pero con características que lo
diferencian del adulto más joven ( Sajatovic et al., 2015 ). Además de las
peculiaridades clínicas, otra característica es que la presencia de síntomas del
espectro maníaco puede obedecer a un gran número de causas de origen
más orgánico (los síndromes maníacos secundarios), como afecciones vasculares,
degenerativas, tumorales o farmacológicas, entre otras ( Young y Klerman, 1992 ).
Existen, además, otros aspectos específicos del TB en el anciano (TBA), como la
comorbilidad somática y psiquiátrica, la alteración de la cognición y el
funcionamiento psicosocial relacionado con la edad.
Se trata de trastornos complejos desde el punto de vista clínico, a lo que se une la
dificultad en su manejo terapéutico, dada la alta sensibilidad de estos pacientes a los
efectos secundarios de todo tipo de fármacos, en general, y de los psicofármacos, en
particular. No obstante, la utilización de fármacos estabilizadores del humor se ha
demostrado tan eficaz como en pacientes más jóvenes ( Dols y Beekman, 2018 ).
Epidemiología
Los estudios epidemiológicos más recientes cifran la prevalencia de TB en mayores
de 60 años en el 0,5-1%, algo inferior a la cifra del 1,4% informada en adultos más
jóvenes ( Kessler et al., 2005;Blanco et al., 2017 ). De ellos, algunos individuos (10%)
desarrollan manía por primera vez a edad avanzada, a veces sin antecedentes
psiquiátricos, y en otros casos después de uno o varios episodios depresivos. Con
frecuencia, este inicio tardío se asocia a la presencia de alteraciones
cerebrovasculares u otra patología cerebral. No obstante, la mayoría de los casos de
TBA (90%) corresponden a casos de inicio temprano que han sobrevivido hasta una
edad avanzada ( tabla 19-1 ).
Tabla 19-1
Modalidades de trastorno bipolar en el anciano
Tipo de manía Etiología
Manía primaria Trastorno bipolar de inicio temprano
Trastorno bipolar de inicio tardío
Manía secundaria Enfermedad somática subyacente o medicación
Trastorno neurocognitivo mayor: Alzheimer, vascular, frontotemporal, variante
conductual
Enfermedad neurológica subyacente: tumor cerebral, esclerosis múltiple, etc.
ciego aleatorizado
Ensayos abiertos prospectivos Asenapina, aripiprazol
Serie de casos/consenso Carbamazepina c , clozapina c , risperidona c ,
gabapentina c
Suicidio
• Luis Fernando Agüera Ortiz
• y Mercedes Navío Acosta
Psiquiatría geriátrica, Capítulo 20, 350-367
• ▪
El suicidio en el anciano es un problema de salud pública complejo y
multifactorial.
• ▪
Los factores de riesgo de la conducta suicida en este grupo etario son bien
conocidos y de baja predictibilidad individual.
• ▪
Las bases biológicas y precipitantes psicosociales del fenómeno suicida no son
deterministas tampoco en la población geriátrica.
• ▪
La patología psiquiátrica subyacente más frecuente es la depresiva, tratable
con psicofármacos y psicoterapia.
• ▪
Existen estrategias preventivas multinivel eficaces con acciones específicas en
este grupo de edad.
• ▪
Respetar y promover el valor de la autonomía y proteger a la persona si su
capacidad para decidir está limitada son el marco ético que delimita la
atención psiquiátrica a la conducta suicida patológica, también en esta última
etapa de la vida.
Introducción
El suicidio es un fenómeno complejo y multidimensional que resulta de la
interacción de factores biológicos, genéticos, psicológicos, sociológicos y
ambientales, también en la población anciana. En este sentido, no se han producido
cambios trascendentes en el conocimiento de la naturaleza del fenómeno en las
últimas décadas ( de Souza Minayo y Gonçalves Cavalcante, 2010 ). Constituye un
problema de salud pública importante a escala mundial. Su prevención requiere un
enfoque global que tenga en cuenta la multiplicidad de causas subyacentes y sus
determinantes sociales, y que incluya el contexto cultural huyendo de cualquier tipo
de simplificación. Los mitos que lo rodean también alcanzan algunos aspectos
singulares que atañen a la población geriátrica, como la presuposición de que las
ideas de muerte han de estar naturalmente más presentes en la medida en que el
proyecto vital pueda estar más cerca de su culminación. Esta es una aseveración que
no debe generalizarse, y no puede universalizarse un significado de marcado carácter
personal que, en cualquier caso, excede el ámbito de la psiquiatría. El desarrollo de
este capítulo se circunscribe a lo que nosológicamente podría denominarse suicidio
patológico , en el que debe existir la concurrencia de una enfermedad mental
diagnosticable subyacente.
Tanto la ideación suicida como el suicidio consumado constituyen un fenómeno
creciente en la población de edad más avanzada. A pesar de ello, atrae menos la
atención y se llevan a cabo menos estudios sobre el suicidio en la edad avanzada en
relación con la etapa adulta, y es un problema que tiende a ser ignorado, a pesar de
las cifras elevadas que encontramos en este grupo etario. Al preguntar a distintos
profesionales sanitarios, en muchos casos afirman que el suicidio en general, y
particularmente en ancianos, es un fenómeno poco frecuente, lo que pone de relieve
el desconocimiento aún presente, a pesar de ser creciente el abordaje preventivo del
fenómeno y su visibilización en los últimos años.
Epidemiología del suicidio en la edad avanzada
El suicidio es un fenómeno más frecuente en la población geriátrica que en el resto
de la población. Los estudios que abundan en este riesgo incrementado son
consistentes en sus hallazgos de las últimas décadas. De hecho, las tasas de suicidio
en mayores de 75 años son las más elevadas en la mayoría de los países
industrializados. Las estadísticas muestran que este incremento en las tasas de
suicidio tiene lugar fundamentalmente en el grupo de población mayor de 65 años,
y alcanza su punto más alto en la franja de los 85 años de edad ( Stagnaro, 2003 ).
Hay autores que afirman que existe una distribución bimodal en cuanto a la edad del
suicidio (15-34 años y > 65 años) ( Qin, 2005 ). En población hospitalizada por
motivos físicos, también se advierte un incremento del riesgo de suicidio comórbido
con trastornos ansiosodepresivos ( Avci et al., 2017 ).
No obstante, la medida de un problema como los intentos de suicidio y el suicidio
consumado se sigue encontrando con dificultades metodológicas importantes, que
derivan fundamentalmente de la fiabilidad de la información disponible. Las fuentes
de error en la información que hacen referencia a la conducta suicida son diversas y
complejas.
Aldridge y St. John (1991) han llamado la atención respecto a la tendencia a la
subnotificación. Se trata de un fenómeno observado en la mayor parte de los países,
incluido el nuestro, y que implica que probablemente las cifras oficiales del Instituto
Nacional de Estadística (INE) sean más bajas que las reales ( Soto Loza y Ruiz
Otazo, 1995 ). De hecho, en el período 2012-2013 se produjo una modificación en la
metodología de registro del INE que ha conllevado un incremento relativo de las
cifras publicadas en los últimos 2 años. Una explicación parcial para este hecho
podría relacionarse con la imposibilidad de registrar como suicidios aquellos
fallecimientos en los que la intención de morir no puede ser evidenciada y que, con
frecuencia, se registran como muertes accidentales.
Vázquez Barquero (1992) , en una revisión de varias investigaciones epidemiológicas
referidas a suicidios consumados, destaca que las tasas más altas se obtienen en
aquellos estudios basados en los datos procedentes de los institutos anatómico-
forenses y los juzgados de instrucción. Gutiérrez (1995) comparó los datos sobre
suicidio consumado obtenidos en 11 estudios locales y provinciales en España, y los
correspondientes datos oficiales referidos a las mismas zonas. Observó que las
cifras de las investigaciones locales duplicaban las cifras oficiales, y llegó a la
conclusión de que la incidencia de suicidios en nuestro país debe aproximarse al
doble de las cifras oficiales ofrecidas por el INE.
Respecto a los intentos de suicidio, el conocimiento de su magnitud real resulta aún
más complejo, en comparación con el suicidio consumado. Muchos de los datos
disponibles provienen de investigaciones llevadas a cabo en los servicios de
urgencias de los hospitales generales, pero se calcula que hasta el 30% de las
personas que intentan suicidarse no llegan a contactar con ningún ser vicio sanitario.
No obstante, sí es un hecho probado la reducción del número de intentos de suicidio
en la población mayor de 60 años (1:60 frente a 1:40 en < 40 años), especialmente
en el grupo de los hombres, como ocurre en todas las franjas de edad.
Por otro lado, las circunstancias que rodean a los intentos de suicidio en las personas
mayores guardan una mayor relación con las que acontecen en los suicidios
consumados que las que ocurren en los intentos de suicidio en personas más jóvenes.
En el estudio llevado a cabo por Marín et al. (1995) , se observó que las personas
mayores de 65 años que intentaban suicidarse utilizaban con mayor frecuencia un
medio no farmacológico; buscaban realmente la muerte con el intento y, por regla
general, precisaban hospitalización psiquiátrica posterior. Estos datos revelan
aspectos prácticos de gran interés, ya que parecen señalar que es poco habitual que
los ancianos realicen sobreingestiones de fármacos con intencionalidad no suicida,
y que quizá sucesos de estas características pueden ser el epifenómeno de un
trastorno subyacente grave y pueden preceder a un nuevo intento con desenlace fatal
( cuadro 20-1 ). Esta tendencia es consistente y ha sido confirmada en un estudio
multicéntrico realizado en la comunidad de Madrid ( Miret et al., 2010 ).
CUADRO 20-1
Características especiales del suicidio en ancianos
La proporción de suicidios consumados/tentativas es mayor: 1:4 en > 60 años y 1:20
en < 40 años.
Las características de las tentativas en ancianos son similares a los suicidios
consumados.
Generalmente se busca la muerte. El gesto manipulativo es raro.
No obstante, a pesar de los problemas metodológicos que inducen a tomar los datos
epidemiológicos sobre los suicidios con cautela, Diekstra (1993) considera que las
tasas oficiales son suficientemente válidas como instrumento de trabajo
epidemiológico y en términos de salud pública.
En muchos países de nuestro entorno, la tasa de suicidios consumados, en general,
ha experimentado un incremento progresivo en los últimos 50 años. Sin embargo,
en la última década se ha observado una tendencia al estancamiento o a la
disminución de las tasas de suicidio en la población total, incluida la población
geriátrica; tendencia asociada, entre otras causas, al mayor y mejor uso de los
antidepresivos ( Gibbons et al., 2005 ). No obstante, a pesar de esta tendencia a la
disminución en las tasas de suicidio, en los ancianos se siguen manteniendo cifras
elevadas y preocupantes. Se calcula que aproximadamente cada hora y media se
suicida una persona mayor de 65 años en el mundo ( Hart-Hester, 2003 ).
En España, Díaz-Suárez et al. (1991) llevaron a cabo un estudio epidemiológico del
suicidio en Asturias entre los años 1975 y 1986, y encontraron una tasa general de
11,1 suicidios por cada 100.000 habitantes, siendo el grupo más frecuente el
comprendido entre los 60 y los 74 años (28,9% del total), con una tasa de 20,6 por
cada 100.000 habitantes. En 2017, la estadística del INE comunica una tasa de
suicidio correspondiente a 2015 en el grupo de mayores de 79 años de un 18,08 por
cada 100.000 habitantes, sobre un total de 7,73 por cada 100.000 habitantes en el
grupo de todas las edades. En la tabla 20-1 se reflejan los datos de las distintas franjas
de edad geriátrica frente al total de la población. Se puede observar el claro
predominio del fenómeno en individuos del sexo masculino, especialmente en
mayores de 79 años de edad. En la figura 20-1 se exponen estas mismas tasas en
relación con grupos de edades, donde también se observan las mayores tasas en los
sujetos de mayor edad.
Tabla 20-1
Muertes por suicidio y lesiones autoinfligidas en España, 2015
Fuente: Instituto Nacional de Estadística (INE), 2017 ( www.ine.es ).
Total de edades 60-69 años 70-79 años > 79 años
Ambos sexos 7,73 9,85 12,97 18,08
Hombres 11,70 14,67 20,49 39,68
Mujeres 3,89 5,42 6,85 5,71
Figura 20-1
Tasas de suicidio por edades y sexo en España, 2015.
Fuente: Instituto Nacional de Estadística (INE), 2017 ( www.ine.es ).
Aunque menos frecuentes, también hay aproximaciones cualitativas a la conducta
suicida, algunas de las cuales inciden en la importancia de reforzar los factores
protectores como el apoyo sociofamiliar efectivo ( Gonçalves Cavalcante y de Souza
Minayo, 2015 ).
Etiología y factores de riesgo
Los factores de riesgo para el suicidio son bien conocidos, si bien tienen baja
predictibilidad individual. El fenómeno del suicidio en la población geriátrica
presenta una especial complejidad y debería ser objeto de un análisis multifactorial.
En él se ponen en marcha numerosos factores biológicos y psicosociales, si bien es
cierto que aún disponemos de información limitada sobre los factores pronósticos y
de riesgo, y sobre cómo estos interactúan ( Di Mauro et al., 2003 ).
Dichos factores de riesgo bien reconocidos en relación con el fenómeno suicida, aun
teniendo una discreta utilidad cuando se trata de predecir el riesgo en un paciente
individual, pueden ayudar en la identificación de grupos de alto riesgo y, en esta
línea, establecer estrategias de prevención. Autores como Serby y Yu (2003) o Carter
y Nicholas (2003) señalan entre los factores de riesgo más significativos los
siguientes ( cuadro 20-2 ):
• •
Edad avanzada.
• •
Sexo masculino.
• •
Padecimiento de enfermedades psiquiátricas, especialmente la depresión,
sobre todo si esta no ha sido diagnosticada o tratada de forma adecuada.
• •
Salud física deteriorada, incluidas enfermedades físicas concretas. El riesgo
se incrementa cuando se asocian tres o más factores de deterioro en la salud
general, sobre todo si a estos se suman estados depresivos.
• •
Acontecimientos vitales de impacto negativo:
o –
Soledad.
o –
Viudedad.
o –
Problemática familiar.
o –
Reclusión en centros residenciales geriátricos.
• •
Pérdida de la independencia en el funcionamiento vital (pérdida de
capacidades).
• •
Nivel educativo bajo.
• •
Vivir en países industrializados.
CUADRO 20-2
Factores de riesgo en el suicidio geriátrico
Aspectos demográficos y sociales
Edad: 60-70 años
Sexo masculino (proporción 4:1)
Estado civil: mayor riesgo en no casados, sobre todo entre los hombres
Método: en España, métodos «duros», sobre todo entre los h ombres
Importancia de la accesibilidad del método: armas de fuego, ventanas, etc.
Lugar: en el entorno del domicilio
Aislamiento: vivir solo, escasa integración social, ausencia de figuras significativas
Nivel socioeconómico alto o bajo. Dificultades económicas. Ruina reciente
Cambio de lugar de residencia. Institucionalización (y su anticipación)
Viudedad reciente. Duelos
Religión (factor protector). Menos frecuencia de suicidio en católicos y judíos
Antecedentes previos en el paciente, la familia o conocidos. La repetición aumenta
la letalidad
Factores biológicos y de enfermedad
Modificaciones del sistema nervioso central relacionadas con la transmisión
serotoninérgica
Presencia de enfermedad física:
• •
Importancia per se y como facilitación de cuadros depresivos
• •
Neoplasias, enfermedades crónicas con empeoramiento reciente
• •
Dolor
Hospitalización en el año previo
Presencia de sintomatología hipocondríaca
Presencia de enfermedad mental:
• •
Trastornos depresivos: factor de riesgo fundamental
• •
Trastornos con síntomas delirantes
• •
Altos niveles de desesperanza
• •
Primer episodio
• •
Primer año de evolución de la enfermedad mental
• •
Depresiones no detectadas, mal tratadas o refractarias
Mala contención de la familia o el entorno
Polewka et al. (2004) realizaron un estudio prospectivo en el que puede observarse
que el 70% de los sujetos que habían intentado suicidarse al menos una vez
presentaba una depresión o estados depresivos reactivos, enfermedades orgánicas
cerebrales y, a menudo, signos de demencia. En el grupo de edad más avanzada, los
problemas más frecuentemente hallados fueron enfermedades somáticas graves
(enfermedades malignas y enfermedades respiratorias crónicas), depresión,
demencia y situaciones vitales negativas: soledad y mala situación sociofamiliar.
Edad y sexo
En general, el riesgo de suicidio aumenta con la edad. La década entre los 60 y los
70 años sería especialmente peligrosa, si bien en las últimas décadas se ha objetivado
un incremento de las tasas de suicidio entre los adolescentes y los adultos
jóvenes. Diekstra (1993) señala que el incremento en estas edades podría deberse a
un descenso en la edad de aparición de los trastornos depresivos, mientras que otros
autores sugieren que se trataría de un efecto de cohorte, que justificaría, por otra
parte, una mayor tendencia suicida de las personas que serán ancianas en años
venideros, lo cual supone una oscura perspectiva si no se toman las medidas
adecuadas en términos de prevención.
En cuanto al sexo, el suicidio consumado es más frecuente entre los hombres. En los
ancianos, esta proporción fluctúa entre 3:1 y 4:1, aproximadamente.
Estado civil
Casi todos los estudios coinciden en que el riesgo suicida es superior para los
ancianos sin pareja, y que para los hombres el riesgo, en orden decreciente,
correspondería a los separados o divorciados, los viudos y los solteros. Para las
mujeres divorciadas, el riesgo es mayor que para las casadas, aunque el suicidio se
ve menos influido por el estado civil. Según Salib et al. (2004) , parece que las
mujeres mayores que no han tenido hijos presentan una mayor proporción de éxitus
en su primer intento de suicidio, así como una alta posibilidad de que esta
circunstancia pase inadvertida ante los servicios de salud.
El análisis de 100 casos de suicidio en ancianos llevado a cabo en el clásico estudio
de Cattell y Jolley (1995) señalaba cifras mayores para los hombres viudos y so lteros,
pero no se encontraron diferencias estadísticamente significativas para las mujeres
en cuanto al estado civil.
Método
En el suicidio consumado se utilizan con mayor frecuencia métodos violentos, de
mayor letalidad, especialmente en el grupo masculino. El estudio de Juurlink et al.
(2004) , realizado sobre 1.354 pacientes suicidas mayores de 65 años, sitúa los
métodos en el siguiente orden: empleo de armas de fuego, ahorcamiento y
envenenamiento.
No obstante, se trata de un factor que parece estar sometido a una gran variabilidad
regional, en función de las costumbres de cada área. Así, en Estados Unidos, donde
es muy frecuente poseer armas de fuego, parece lógico que este sea el método
empleado de forma más habitual. Sin embargo, estudios realizados en Europa
refieren como método más empleado el ahorcamiento, seguido de la defenestración,
mientras que el consumo de sustancias y el empleo de armas de fuego están menos
representados ( Casadebaig et al., 2003 ).
En relación al sexo, Cattell y Jolley (1995) señalan que en el Reino Unido existe una
mayor proporción de muertes por sobredosis de fármacos en las mujeres, ya que el
41% de los hombres de su muestra fallecieron por ahorcamiento.
La facilidad con la que se puede acceder en el domicilio a métodos suicidas supone
un factor de importancia primordial en la consumación fatal del suicidio. Por
ejemplo, en el Reino Unido, entre 1961 y 1974, la introducción de gas natural no
tóxico en la red domiciliaria produjo una reducción muy significativa en la
proporción de suicidios, sobre todo en los ancianos. De igual manera, la disminución
en la prescripción de barbitúricos redujo de forma importante el número de suicidios
por este método.
Lugar
No existen muchos datos en España respecto a la distribución de los l ugares que
escogen los ancianos para la consumación del acto suicida, aunque, de alguna
manera, esta información puede inferirse del método utilizado.
De las Heras et al. (1988) señalaron que las tres cuartas partes de los ancianos de la
serie estudiada murieron por precipitación, la mayoría desde su propio domicilio. El
estudio de Cattell y Jolley (1995) ofrece resultados similares: el 89% de los pacientes
de la muestra se habían suicidado en su domicilio. Casi el 50% de los pacientes vivían
solos cuando se suicidaron. Parece claro que el domicilio es el lugar donde se produce
el mayor número de suicidios, especialmente en ancianos que viven solos.
Factores sociales
La influencia de los factores sociales en el fenómeno suicida es compleja. El trabajo
de León (1999) sugiere que los actos suicidas pueden ser el reflejo de un proceso
aditivo de todos los factores de riesgo. De esta manera, determinados condicionantes
como el aislamiento social pueden constituirse en elementos que desencadenen
otros factores de riesgo que son en sí mismos potentes factores pronósticos de la
vulnerabilidad al riesgo suicida.
El concepto de «integración social» es parte esencial en la teoría del suicidio
de Durkheim (1967) . Para este autor, el aislamiento social desempeña un papel
relevante en la decisión de acabar con la propia vida. Otros estudios, como el
de Cattell (1988) , destacan la relación inversa entre el grado de integración social y
el suicidio, siendo los ancianos un grupo de edad especialmente vulnerable. El hecho
de vivir en soledad es la variable que mejor se correlaciona con el suicidio en esta
edad. Sin embargo, muchos ancianos viven solos y no atentan contra su vida. Por
todo ello, es probable que las condiciones de vida, la calidad de las relaciones
afectivas y otros factores protectores en sentido amplio sean más determinantes en
el riesgo suicida que las condiciones sociales concretas.
En cuanto al lugar de residencia, el abandono de la propia casa, especialmente en el
grupo que lo hace para ingresar en una residencia para mayores, supone un factor
de estrés importante en los ancianos. Los temores y las fant asías asociados con el
ingreso en una institución son claramente reconocidos como un factor precipitante
de suicidio ( Loebel et al., 1991 ). Así pues, esta debe ser una decisión
cuidadosamente tomada, en la que es necesario hacer partícipe en todo lo posible al
propio interesado y extremar las precauciones, tanto en el período que antecede al
ingreso como durante la adaptación posterior.
El estudio de Waern et al. (2003) parece descartar los problemas económicos como
factor de riesgo en el grupo de edad avanzada, a pesar de que constituye una
situación de riesgo de suicidio en el adulto, si bien otros autores sí lo incluyen como
marcador de riesgo también en el anciano.
En cambio, la importancia del papel de la mujer en la casa, el matrimonio y la cada
vez mayor prescripción de antidepresivos en este grupo de edad parecen constituir
factores protectores ( Gunnell et al., 2003 ). Cada vez es más frecuente incluir la
perspectiva de género en los estudios de la conducta suicida en este grupo de edad
( Meneghel et al., 2012 ).
Fundamentos neurobiológicos del suicidio
La investigación neurobiológica de la conducta suicida se ha desarrollado
ampliamente en las últimas décadas, vinculada fundamentalmente al hallazgo de
correlaciones biológicas del comportamiento autolesivo y la neurotransmisión
serotoninérgica. Los datos provienen en su mayoría de los resultados obtenidos a
partir de estudios post mortem de cerebros de personas suicidas y del análisis de los
niveles de ácido 5-hidroxiindolacético (5-HIAA), un metabolito de la serotonina, en
el líquido cefalorraquídeo (LCR) ( Mann et al., 1989 ). Van Praag (1983) observó que
los pacientes suicidas tenían concentraciones más bajas de 5-HIAA en el LCR que
los del grupo control. Por su parte, Asberg et al. (1976) establecieron una correlación
entre bajas concentraciones de 5-HIAA en el LCR e intentos de suicidio más
frecuentes y violentos, con independencia del trastorno mental asociado. Esta
disminución de las concentraciones de 5-HIAA en el LCR en pacientes suicidas ha
sido detectada también en ancianos ( Arora y Meltzer, 1989 ).
En la actualidad, se trabaja cada vez más en el estudio de los receptores y se ha
encontrado una disminución de lugares de unión para 5-HT 2 en la corteza frontal de
los pacientes suicidas ( Marcusson et al., 1984 ). Estos datos, añadidos a la
comprobada reducción de estos lugares en la edad senil ( Stenager y
Wermuth, 1994 ), avanzan una sugerente hipótesis de orden biológico para el
fenómeno suicida en la población geriátrica: la existencia de una mayor intervención
de los factores biológicos a medida que avanza la edad de las personas.
También han sido objeto de investigación otros sistemas de neurotransmisión.
Algunos trabajos han encontrado un descenso en los niveles de ácido homovalínico
en pacientes deprimidos tras un intento de suicidio, lo cual parece sugerir la
posibilidad de que exista una relación entre el suicidio en pacient es deprimidos y
una disfunción en la neurotransmisión dopaminérgica. Los estudios realizados sobre
la posible implicación del sistema noradrenérgico no han obtenido resultados
concluyentes.
Respecto a la influencia de determinados sistemas hormonales, se h a estudiado
principalmente la regulación del eje tiroideo, así como el aumento en la secreción de
cortisol y la respuesta anormal a la supresión con dexametasona. Algunos autores
han señalado una conexión entre la hipersecreción de cortisol y factores tales como
el estrés, la depresión y el sufrimiento emocional en un determinado número de
pacientes suicidas ( Asberg et al., 1987 ). No obstante, tampoco parecen existir
fundamentos concluyentes en este sentido.
En la última década, se ha profundizado en el sustrato neuroinflamatorio de la
depresión y, en menor medida, en el de la conducta suicida, si bien los resultados
obtenidos no tienen aplicación clínica relevante, al menos de momento. Valga como
ejemplo el hallazgo de marcadores gliales elevados en el LCR ( Rymo et al., 2017 ).
También se han llevado a cabo estudios de neuroimagen sin resultados concluyentes
generalizables ( Cyprien et al., 2016 ).
Suicidio y enfermedad psiquiátrica
La relación entre enfermedad mental y suicidio ha sido objeto de numerosos
estudios, los cuales coinciden en señalar que un alto porcentaje de suicidas
(alrededor del 90%) presentan un trastorno mental en el momento de la muerte.
Esta asociación ha sido descrita también en los pacientes de edad avanzada
( Henriksson et al., 1993 ).
Sin embargo, algunos autores defienden que, si bien la enfermedad mental
representa un condicionante de especial relevancia en la conducta suicida, no es
suficiente por sí sola para explicar el proceso y que se encuentra en relación con otros
factores de riesgo ( Stenager et al., 1994 ).
Trastornos depresivos
La asociación entre depresión y suicidio está bien documentada, tanto en la
población general como en los ancianos en particular, y es, sin duda, el principal
factor de riesgo para el desenlace fatal del proceso suicida ( Sainsbury, 1994 ).
Aproximadamente el 15-20% de los suicidios se producen entre las personas que
sufren una enfermedad depresiva crónica, independientemente de su edad
( Mauri, 1988 ).
La depresión en el anciano aparece dentro de un grupo heterogéneo de alteraciones
del ánimo, presentándose de forma atípica en muchas ocasiones, y en un complejo
contexto médico y psicosocial. Esto hace que no sea siempre fácil de diagnosticar.
Diferenciarla de estados de apatía o estados secundarios a enfermedades médicas
constituye a menudo una difícil tarea para el médico. De hecho, la depresión en el
anciano aparece con frecuencia de forma comórbida junto con otras enfermedades
médicas y, en sí, constituye un factor de mal pronóstico para el desarrollo de alguna
de estas enfermedades, como las cardiopatías o la demencia.
La depresión es una de las causas que mayor sufrimiento provoca en la población
geriátrica; supone un descenso en la calidad de vida del sujeto y una mayor
incapacitación, e incrementa el riesgo de mortalidad, en parte asociada a mayores
tasas de suicidio. Constituye, de hecho, el principal factor de riesgo para el suicidio
en la tercera edad, con una ratio de 4:1 en relación con otras enfermedades
psiquiátricas, y de 30:1 en relación con la población general ( Cattell, 1994 ).
Alrededor del 60-90% de los ancianos que intentan suicidarse presentan síntomas
depresivos, independientemente del desenlace del intento. No se ha podido
establecer cuáles son los períodos de la enfermedad con mayor riesgo suicida,
aunque se ha señalado que es mayor en el primer año del comienzo de la
sintomatología; es decir, en los estadios precoces de la enfermedad.
Sin embargo, a pesar de su importancia, la depresión en el anciano es a menudo
infradiagnosticada e infratratada, en parte por la falsa creencia de que se trata de un
aspecto común y normal asociado con el envejecimiento ( Mecocci et al., 2004 ).
Esto se relaciona, entre otros factores, con la forma atípica de presentación del
trastorno en los ancianos, como la irritabilidad o los síntomas referidos a menudo
como molestias inespecíficas o como quejas físicas difíciles de definir, pero no
directamente como síntomas depresivos. A la hora de detectar la depresión en
enfermos de edad avanzada, y como estrategia de prevención del suicidio, debemos
estar atentos a datos más específicos en la forma de presentación de la depresión en
la etapa geriátrica: más quejas somáticas, apatía, vivencias de soledad y
desesperanza, y una menor verbalización de tristeza vital como tal ( Orengo
et al., 2004 ). En esta etapa de la vida, se requiere una especial consideración para
llevar a cabo pruebas complementarias que permitan identificar o descartar
anomalías orgánicas que puedan tener influencia en la aparición y el pronóstico del
síndrome depresivo.
Diversos estudios han señalado que la existencia de sentimientos de desesperanza
aumenta de forma significativa el riesgo de consumar el suicidio ( Bruce
et al., 2004 ). Los pacientes ancianos deprimidos con antecedentes de suicidio
estudiados por Hind Rifai et al. (1994) presentaban mayores niveles de
desesperanza, tanto en la fase aguda del tratamiento como en la de seguimiento, y
tendían a abandonar el tratamiento con mayor facilidad. En su estudio prospectivo
de más de 1.000 ancianos deprimidos, Fawcet et al. (1987) señalaron que la
desesperanza se encuentra entre los factores que caracterizan el riesgo de suicidio,
incluso a largo plazo. Según estos datos, la desesperanza podría constituir un rasgo
relativamente estable en la conducta suicida de los pacientes deprimidos. Por otro
lado, De Alarcón (1964) encontró un riesgo de suicidio tres veces mayor en ancianos
con ánimo deprimido y sintomatología hipocondríaca coexistente.
Isotmetsa et al. (1991) señalaron en su estudio que un gran número de casos que
terminaron por consumar el suicidio y que previamente habían sido diagnosticados
de depresión no seguían un tratamiento adecuado para esta (p. ej., en lo que se
refiere a las dosis de antidepresivos empleadas). De ahí la importancia de un eficaz
tratamiento en los casos de depresión en el anciano. En la actualidad, se dispone de
un amplio arsenal terapéutico, con múltiples fármacos antidepresivos que han
demostrado ser eficaces en estos tramos de edad y efectivos en la prevención del
suicidio.
No obstante, todavía se sabe poco sobre la aparición, el curso y la responsabilidad de
la ideación suicida durante el tratamiento de la depresión en la población geriátrica,
y cómo afecta a la respuesta a dicho tratamiento. Según Szanto et al. (2003) , los
pacientes con riesgo alto y moderado presentan un tiempo más prolongado hasta la
respuesta antidepresiva, con una media de 5-6 semanas, frente a las 3 en que
habitualmente se produce dicha respuesta en otros casos; asimismo, la respuesta es
menos intensa y, en muchos casos, persisten pensamientos de muerte pasiva,
aunque sin ideación autolítica estructurada subyacente. Por otra parte, es
importante tener en cuenta las posibles interacciones con otras medicaciones que
pueda estar tomando el paciente, dada la relativa frecuencia con que estos pacientes
presentan comorbilidad con enfermedades somáticas y, en consecuencia,
polimedicación.
Aun cuando hay diferencias psicopatológicas entre la depresión de inicio temprano
y tardío en este grupo etario, no sucede así con la fenomenología suicida. Asimismo,
las terapias focalizadas en la mejora del afrontamiento del estrés son eficaces en
ambas presentaciones ( Oude Voshaar et al., 2011 ).
Otros trastornos psiquiátricos
En cuanto al suicidio asociado con otras patologías psiquiátricas, en el caso de
los trastornos psicóticos primarios, la cifra de suicidios se sitúa alrededor del 10%.
Concretamente, en la esquizofrenia parece existir un descenso en las tasas de
suicidio en las etapas de edad avanzada con relación a edades más tempranas. El
mayor riesgo lo presentan aquellos sujetos que han realizado con anterioridad 10 o
más intentos autolíticos previos, así como en el grupo de sexo masculino ( Barak
et al., 2004 ). Sin embargo, la sintomatología psicótica delirante o alucinatoria
puede aparecer en otras entidades, como los trastornos afectivos, las demencias o el
delirium, y ser el desencadenante de un acto suicida impulsivo, violento y de
letalidad elevada.
Respecto a la demencia, parece claro que los estadios iniciales, que se complican con
mayor frecuencia con un trastorno depresivo, suponen un factor de riesgo que
decrece al avanzar la enfermedad.
El abuso y la dependencia del alcohol constituye un factor de riesgo para el suicidio,
también en la edad geriátrica. Se relaciona estrechamente con la presencia de
sintomatología depresiva, y ambos forman una combinación de especial riesgo
suicida. Por otro lado, el efecto desinhibidor del alcohol constituye en sí mismo un
factor de riesgo. En un estudio retrospectivo realizado en ancianos que habían
consumado el suicidio, este trastorno estaba presente en el 35% de los hombres y en
el 18% de las mujeres, frente al 2 y el 1%, respectivamente, en controles; estos datos
indican que el suicidio en pacientes ancianos con problemas de alcohol es también
más frecuente en hombres ( Waern, 2003 ). Otros hechos citados en relación con
este problema son el deterioro físico, los intentos previos de suicidio y los
acontecimientos vitales adversos, sobre todo la pérdida reciente de una relación
significativa y la degradación de las relaciones familiares y sociales.
En cuanto a los trastornos de ansiedad, no parecen suponer un mayor riesgo suicida
en la población geriátrica. Appleby (1994) señala que parecen existir evidencias de
un aumento en el riesgo suicida en el trastorno por angustia —las crisis de pánico
incrementan el riesgo a corto plazo—, y que este riesgo se encuentra asociado con la
comorbilidad con otros diagnósticos, en especial con depresión, alcoholismo, abuso
de sustancias y trastornos de la personalidad.
Se ha estudiado poco la relación que existe entre los trastornos de la personalidad y
los suicidios de los ancianos. Dado que la presencia de estos es más habitual en la
etapa de adulto joven, parece razonable pensar que la prevalencia de trastornos de
la personalidad es menor en los suicidas ancianos respecto a los más jóvenes.
Según Hansen et al. (2003) , la asociación de depresión (especialmente de
características no melancólicas) y trastornos de la personalidad supone un mayor
riesgo asociado de suicidio. El estudio de Useda et al. (2004) , llevado a cabo en una
población mayor de 50 años, reveló que los suicidas presentaban con mayor
frecuencia algunos patrones de personalidad: menor introspección, mayor
impulsividad y vulnerabilidad al estrés, y mayor tendencia al aislamiento. Por otro
lado, en su estudio realizado entre 100 ancianos que habían consumado el
suicidio, Harwood et al. (2001) encontraron datos de presencia de trastornos o
rasgos disfuncionales de personalidad en el 44% de la muestra, sobre todo rasgos de
tipo anancástico y ansioso.
Suicidio y enfermedad física
La enfermedad somática es uno de los factores de riesgo para el suicidio consumado.
Diversos estudios identifican esta relación, con una prevalencia que varía entre el 25
y el 75%. En todos los casos las cifras aumentan con la edad.
Muchas enfermedades médicas comunes se asocian con un incremento del riesgo de
suicidio en la población anciana. El riesgo es aún mayor cuando se asocian varias
enfermedades y, sobre todo, si subyacen estados depresivos. Así, el impacto de la
enfermedad física en la conducta suicida se va a relacionar tanto con la enfermedad
en sí como con la facilitación de la aparición de cuadros depresivos. Estos
contribuirían con la enfermedad primaria en el desencadenamiento del acto
autolesivo. Simon (1989) destaca que en Estados Unidos el suicidio en los hombres
ancianos está íntimamente ligado a la enfermedad depresiva, y que esta se encuentra
con frecuencia encubierta por la enfermedad física coexistente. Este dato debe
alertar a los médicos a la hora de explorar de forma especialmente cuidadosa las
ideas autolíticas en este tipo de pacientes, para tratar de identificar a aquellos que
tengan un mayor riesgo y poner en marcha mecanismos de prevención adecuados.
Las enfermedades que más aumentan el riesgo suicida en el anciano son aquellas
potencialmente más invalidantes, y es frecuente que se haya producido una
exacerbación poco tiempo antes del acto suicida. La presencia de dolor es un factor
fundamental en relación con el suicidio; se ha descrito su presencia hasta en el 20%
de los casos de suicidio geriátrico. De hecho, Stenager et al. (1994) observaron que,
de una muestra de pacientes que habían realizado un intento de suicidio, el 52%
tomaban a diario fármacos analgésicos.
Según Juurlink et al. (2004) , las enfermedades médicas asociadas con mayor
frecuencia a suicidios consumados fueron las siguientes (en orden descendente de
riesgo relativo asociado): dolor crónico severo (cociente de probabilidades [OR, odds
ratio ]: 7,52), epilepsia (OR: 2,95), incontinencia urinaria (OR: 2,02), dolor crónico
moderado (OR: 1,91), insuficiencia cardíaca (OR: 1,73) y enfermedad pulmonar
obstructiva crónica (OR: 1,62).
En cuanto a las enfermedades oncológicas, su padecimiento se asocia con tasas de
riesgo de suicidio superiores a las calculadas en la población general, tanto en la
etapa de edad adulta como en la geriátrica. El suicidio parece ocurrir, sobre todo, en
los primeros meses posteriores al diagnóstico y en las fases avanzadas de la
enfermedad ( Cattell, 1994 ). Por otra parte, el hecho de tener cáncer se asocia con
una mayor presencia de dolor crónico y depresión mayor, sumándose como factores
de riesgo incrementado de suicidio al hecho de padecer la propia enfermedad
oncológica ( Matulonis, 2004 ).
Según Hem et al. (2004) , el 0,12% de la cohorte de enfermos de cáncer estudiada
por ellos llevaron a cabo el suicidio consumado, con un mayor riesgo en pacientes de
sexo masculino y en los primeros meses tras el diagnóstico, y con tasas de riesgo
decreciente en las últimas décadas, posiblemente asociadas al desarrollo de nuevas
terapias oncológicas y a diagnósticos más precoces, que suelen relacionarse con un
mejor pronóstico, lo que incidiría claramente en las vivencias menos catastrofistas
por parte del sujeto diagnosticado de cáncer.
En muchos trastornos que comprometen el sistema nervioso central, la incidencia
de depresión está aumentada. Asimismo, el suicidio y el intento de suicidio son más
frecuentes que en la población general. De esta manera, no resulta sorprendente que
los accidentes cerebrovasculares, por ejemplo, aumenten este riesgo.
En lo que respecta a la enfermedad de Parkinson, la incidencia media de depresión
se sitúa en torno al 40%. A partir de estas consideraciones, podría esperarse un alto
riesgo de suicidio. Sin embargo, en esta enfermedad se han encontrado diferencias
clínicas respecto a los síndromes depresivos primarios. En relación con el tema que
nos ocupa, resulta sorprendente el hallazgo de una tasa de suicidio consumado
menor en contraste con la alta frecuencia de ideación autolítica. No se observan, por
lo tanto, diferencias significativas entre los suicidios esperados y los observados
( Stenager y Wermuth, 1994 ).
El impacto del ingreso hospitalario puede desempeñar también un papel relevante.
La serie de 100 casos de Cattell y Jolley (1995) contenía aproximadamente un 25%
de pacientes que habían sido hospitalizados por una causa física en el año previo.
En cuanto a la relación con las variables de edad y sexo, según Nowers (1993) , los
hombres más jóvenes (65-74 años) y las mujeres más ancianas (> 75 años) tenían
mayores niveles de enfermedad física y menores niveles de enfer medad mental,
mientras que los hombres más ancianos y las mujeres más jóvenes disfrutaban de
mejor salud física pero peor salud mental. El efecto de la salud física estaría
condicionado, en mayor medida, por los trastornos mentales en el hombre de mayor
edad que ha sobrevivido y en la mujer más joven.
En definitiva, la falta de salud y, con ello, la falta de independencia y la pérdida de
rol social son factores de riesgo recurrentes en los estudios sobre conducta suicida
en población geriátrica ( Hawton y Harriss, 2006 ; Haw et al., 2006 ).
Suicidio y acontecimientos vitales estresantes
de impacto negativo
El estudio de Zhou et al. (2004) hace un análisis del tipo de acontecimientos vitales
negativos en el año previo al suicidio de 304 ancianos. Este estudio revela que los
tres sucesos más habituales fueron: dolor o padecimiento de una enfermedad aguda
o crónica, seguida de cambios importantes en los hábitos dietéticos, del sueño o
rutinas diarias (37,8%) y, finalmente, problemas económicos (34,5%). Estos aut ores
llegan a la conclusión de que la presencia de tales acontecimientos negativos parece
estar estrechamente relacionada con el padecimiento de depresión y con la gravedad
de los síntomas depresivos en el momento del suicidio.
Barnhouse resalta como uno de los factores estresantes de riesgo de suicidio en el
anciano el impacto del abandono de su hogar para ser ingresado en un centro de
larga estancia, por distintos motivos (pérdida de capacidad para autocuidarse,
incapacidad de la familia para hacerse cargo, etc.). Es lo que dicho autor llama estrés
de recolocación (relocation stress) ( Barnhouse et al., 1992 ). Esta situación les supone
un alejamiento de sus familias y una mayor vulnerabilidad al padecimiento de
alteraciones físicas y psíquicas. Las tasas de suicidio en mayores en centros
residenciales son superiores a las de aquellos que permanecen en sus casas o con
familiares (si bien en el hombre las tasas se igualan cuando viven solos en casa). Las
tasas más elevadas se encuentran en mujeres internadas en centros residenciales en
el grupo de edad de 65 a 74 años ( Casadebaig et al., 2003 ).
Autores como Kao et al. (2004) o Brugler et al. (1993) destacan la importancia de
tomar medidas concretas antes, durante y tras el cambio, que supongan una
adecuada integración y adaptación de las necesidades del individuo a su nueva
situación.
Suicidio racional
Una situación que merece tenerse en cuenta es el denominado suicidio racional. Este
término alude al posible derecho que asiste a una persona a poner fin a su vida
cuando lo considere conveniente debido a sus circunstancias personales. Se trata de
una cuestión compleja, que excede los límites de la psiquiatría, aunque no por ello
deja de merecer una reflexión. De hecho, el debate respecto a las distintas formas de
eutanasia y suicidio asistido está abierto en la actualidad e implica directamente a la
profesión médica, en general, y también a la especialidad psiquiátrica, en particular.
No se trata tan solo de fenómenos aislados. Informes sobre actos médicos de
facilitación directa del suicidio aparecen en revistas médicas prestigiosas, firmados
por médicos no menos prestigiosos ( Quill, 1991 ).
La cuestión del suicidio racional, especialmente en el anciano, suele estar
relacionada con las penalidades de una enfermedad física grave o muy incapacitante.
La literatura médica disponible coincide en afirmar que las decisiones
supuestamente racionales de suicidarse están influidas claramente por el estado
psicológico de la persona, en la que es posible diagnosticar un trastorno psiquiátrico
definido en la mayoría de los casos ( Conwell y Caine, 1991 ). En concreto, la
presencia de un trastorno afectivo, que ha pasado inadvertido, está detrás de un gran
número de pacientes que quieren poner fin a su vida, y esto es especialmente cierto
en los ancianos.
La deliberación de carácter bioético subyacente implica de lleno al valor autonomía
y a la conservación de la plena capacidad para decidir que ella conlleva. La presencia
de un cuadro depresivo no supone de forma inherente la limitación para tomar
decisiones en la gestión de la salud propia, pero eventualmente sí puede afectarla.
No obstante, habida cuenta de la potencial irreversibilidad que implican las
decisiones en el final de la vida, es un ejercicio imprescindible de prudencia descartar
la presencia de sintomatología depresiva no reconocida y tratarla en este contexto —
en el anciano se detecta con menos frecuencia aún que en el adulto—, sobre todo
teniendo en cuenta que esta supone un factor de riesgo de suicidio tratable y evitable.
Además, se añade la cuestión personalísima que incluye la historia de los valores de
la persona y el potencial impacto en su entorno. El tema es complejo y no puede ser
revisado con exhaustividad en este capítulo, pero debe quedar patente la necesidad
de incluir el mayor número de factores posibles en la valoración, comenzando por el
más frecuente y a menudo ignorado, como es la presencia de enfermedad depresiva
en el anciano que expresa su deseo de morir, de forma que el ejercicio de su
autonomía quede garantizado por una valoración correcta de la capacidad.
Prevención, detección y tratamiento
El suicidio es parcialmente predecible. No existen datos observables inequívocos que
puedan poner sobre aviso de la intencionalidad suicida y reducir el riesgo a cero. No
obstante, una correcta exploración del paciente para el análisis de los factores de
riesgo de suicidio y posibles enfermedades concomitantes, médicas o psiquiátricas,
así como el tratamiento de estas, si es posible, son de gran ayuda para la prevención
del acto suicida. Los factores de riesgo previamente citados pueden servir de guía y
habrán de ser sopesados en el contexto de una evaluación clínica cuidadosa. Se
resumen en el cuadro 20-2 .
Una vez que se ha determinado que el riesgo de suicidio existe, pueden adoptarse
una serie de medidas generales. Es preciso comentar este hecho a los familiares
cercanos y al personal sanitario relacionado directamente con el paciente. Es
importante el reconocimiento de signos externos, como una mayor frecuencia de
visitas al médico, cambios de testamento o disposiciones de orden económico,
modificaciones en la actitud religiosa, mayor inquietud, etc. Con el consentimiento
del paciente, se retirarán aquellos medios potencialmente letales más accesibles para
este, como medicamentos o armas de fuego.
Los familiares suelen comentar que el paciente no se ha mostrado distinto el día en
que comete el acto suicida y tampoco han hablado sobre el futuro en términos
distintos a los habituales ( Blazer, 1984 ). El acontecimiento precipitante puede ser
un suceso que desde fuera parece menor, pero que tiene importancia por la
resonancia afectiva de la que está cargado para el paciente o por la angustia que
finalmente desencadena.
Se sabe, además, que la mayoría de los ancianos que intentan suicidarse ven a un
médico el mes antes y el 40% lo hacen la semana previa al intento. Los suicidas
ancianos visitarían a su médico general previamente con más frecuencia que los más
jóvenes ( Vassilas y Morgan, 1993 , 1994). Aunque muchos ancianos visitan a su
médico con asiduidad, este es un factor de gran importancia en la detección y la
prevención del suicidio, ya que aquellos que lo intentan suelen presentarse al médico
con quejas somáticas atípicas o poco habituales.
El paciente puede expresar verbalmente su deseo de morir o de poner fin a su vida.
No es infrecuente que lo haga de forma directa, o bien a través de expresiones como
que los demás se quedarán descansando cuando él se muera. Es preciso tener en
cuenta estas expresiones y no hay que dudar en comentarlas con el propio paciente,
realizando una exploración escalonada de la ideación suicida. Aunque no es
frecuente, cobra especial importancia en este apartado el abordaje de la experiencia
subjetiva de la conducta suicida en este grupo de edad, especialmente relevante para
el diseño de programas preventivos ( Gutierrez et al., 2015 ).
Se debe prestar atención al manejo de los problemas físicos del paciente. En este
sentido, se considerarán especialmente los procesos orgánicos invalidantes y los
causantes de dolor. Una terapia analgésica con efectividad suficiente constituye una
prioridad fundamental.
Por otro lado, los dispositivos de alarma sanitaria domiciliarios para uso geriátrico
han demostrado ser útiles en la disminución de los intentos de suicidio ( De Leo
et al., 1995 ). Asimismo, las residencias de ancianos con personal entrenado en
estrategias preventivas específicas mejoran la respuesta institucional en el manejo
adecuado del riesgo ( Chauliac et al., 2016 ). La evaluación sistemática del riesgo y el
fomento del ejercicio físico en este grupo etario pueden reducir el riesgo suicida en
la comunidad ( Oh et al., 2015 ).
Tampoco ha de descuidarse el riesgo en el ámbito de la hospitalización psiquiátrica,
ya que es más frecuente el antecedente de ingreso en los suicidios en este gru po de
edad, así como el infradiagnóstico y el infratratamiento en otros dispositivos de salud
( Erlangsen et al., 2005 ).
Exploración y cribado (screening)
Hay que destacar la importancia de realizar una exhaustiva historia clínica
psiquiátrica y un examen físico completo. En ese contexto, resulta esencial la
valoración expresa del riesgo suicida, con la detección de factores de riesgo
generales, así como los más específicos de la edad avanzada ( Carter y
Nicholas, 2003 ).
No obstante, la principal estrategia de prevención en el suicidio es la detección y el
tratamiento de la patología psiquiátrica que con tanta frecuencia subyace en el
sujeto. En la actualidad, la mayoría de los estudios realizados sobre prevención de
suicidio en las personas mayores insisten en la importancia de la detección precoz
de la depresión en el anciano, incluidos los pensamientos suicidas.
Aunque los ancianos que cometen un suicidio consultan con más frecuencia a su
médico general que las personas jóvenes, el contacto previo con lo s servicios
psiquiátricos suele ser escaso, en un porcentaje inferior al 25%, lo que supone una
gran cantidad de pacientes que no reciben asistencia psiquiátrica adecuada.
El estudio llevado a cabo por Fischer et al. (2003) parece mostrar un déficit de
atención hacia el anciano deprimido, con insuficiente exploración por parte del
médico de los pensamientos de muerte e ideas autolíticas en este grupo, a pesar de
ser el factor de mayor riesgo de suicidio, o con un manejo inadecuado de su trastorno
depresivo, tanto en términos de infradiagnóstico como de tratamiento (p. ej.,
ausencia de medicación antidepresiva o dosis inadecuadas por debajo del umbral
terapéutico efectivo) ( Isacsson et al., 1992 ).
De hecho, en muchas ocasiones, hasta que no se produce el pr imer intento de
suicidio, el médico responsable del paciente no detecta ninguna señal de alarma.
Según Suominen et al. (2004) , durante los 12 meses previos al primer intento de
suicidio en un grupo de pacientes mayores, solo el 4% de estos fueron diagnost icados
de alguna alteración psiquiátrica, mientras que, tras dicho intento, este diagnóstico
se vio incrementado hasta el 56%.
Oyama et al. (2004) pusieron en marcha un programa de prevención de suicidio en
la población mayor de 65 años en un área rural, que incluía cribado para la
depresión, visitas periódicas de seguimiento por salud mental, tratamiento
psiquiátrico si era preciso y educación para la salud, especialmente en materia de
depresión. La estimación de riesgos relativos de suicidio ajustados al sexo y a la edad
mostró una reducción de, al menos, un 25% en relación con las tasas regionales. Esto
demuestra la gran importancia del cribado de depresión e ideación suicida como
parte de un programa de prevención del suicidio en el grupo de mayores, ya que estos
no suelen ver su situación como una circunstancia tratable y tienen una imagen
negativa de la enfermedad mental, motivo por el cual, en muchos casos, no hablan
de ello con su médico y debe ser este quien busque signos de alarma.
La identificación de señales de peligro o situaciones pronósticas de suicidio requiere
de sensibilidad por parte del examinador. No es infrecuente que los cuidadores y el
personal sanitario pasen por alto signos menores (soft signs), que no por ello implican
menor riesgo de suicidio que otros más claros, como la verbalización de
pensamientos suicidas. Esto se da especialmente en lo que Simon denominó suicidio
silencioso, definido como la intención enmascarada de autoprovocarse la muerte por
medio de métodos no violentos, generalmente mediante el abandono de la
satisfacción de necesidades básicas o mediante el incumplimiento de tratamientos
médicos esenciales ( Simon, 1989 ; Zisook y Schuchter, 1993 ; Li, 1995 ). Esta forma
de suicidio es más frecuente en ancianos, y generalm ente acompaña a una situación
de importante sufrimiento psíquico, como la presencia de enfermedades físicas
graves, sobre todo si conducen al enfermo al aislamiento o al ingreso en una
institución ( Conwell y Caine, 1991 ). No debemos obviar que el suicidio silencioso o
pasivo es una forma autolítica tan letal como el suicidio activo.
La nosología francesa describe el síndrome de deslizamiento ( Gallarda et al., 2019 )
como una entidad que sucede generalmente en el curso del tratamiento hospitalario
de una enfermedad grave, aunque puede sobrevenir tras cualquier otro estrés
importante, físico o psíquico. Se caracteriza por la aparición, tras un intervalo
relativamente libre de síntomas que sucede a la resolución de la enfermedad
precipitante, de un cuadro de anorexia, atonía intestinal y vesical y síntomas
confusionales, así como un importante desinterés del paciente por el entorno,
rechazo del alimento y fenómenos regresivos, que terminan por complicar su
situación física, hacer reaparecer la sintomatología de la enfermedad previa y,
finalmente, llevarle a la muerte.
La aparición de un cuadro de características orgánicas o de complicaciones médicas
en el estado físico del paciente —quien, por otro lado, puede no quejarse de disforia—
desorienta al equipo encargado del tratamiento, que con frecuencia no puede
explicarse lo que está ocurriendo. En este contexto, es difícil que se haga un
diagnóstico de depresión si no se piensa expresamente en ella, a pesar de ser el
cuadro que subyace de forma más habitual. El tratamiento precisa del soporte vital
del paciente, abordando las diferentes complicaciones orgánicas que vayan
surgiendo. Generalmente, suele ser necesario un tratamiento antidepresivo ajustado
a la situación médica existente.
En general, se puede afirmar que la realización de programas de soporte comunitario
enfocados a la detección del riesgo suicida y a un mejor reconocimiento de estados
mentales alterados, fundamentalmente la depresión, así como la derivación a los
dispositivos necesarios para un tratamiento adecuado, supone un sistema efectivo
para la reducción de la tasa de suicidios. Esta idea se ve reforzada por trabajos que
demuestran un descenso significativo en el número de suicidios tras un programa
educativo acerca del diagnóstico y el tratamiento de los trastornos afectivos dirigido
a médicos de atención primaria ( Bruce et al., 2004 ).
Tratamiento con psicofármacos
En las últimas décadas se ha producido un avance espectacular en la investigación
de nuevos psicofármacos. Esto también ha tenido su repercusión en la reducción de
la tasa de suicidios.
La elección del fármaco antidepresivo reviste gran importancia en términos tanto de
eficacia como de seguridad. El fármaco elegido no solo debe ser eficaz, sino también
seguro, para no incrementar por sí mismo el riesgo suicida. La toxicidad relativa por
sobredosis difiere claramente de un compuesto a otro; la amitriptilina y los
inhibidores de la monoaminooxidasa (IMAO) probablemente sean los más
peligrosos. Los fármacos más modernos (inhibidores selectivos de la recaptación de
serotonina [ISRS], duales y otros) son, sin duda, los más seguros ( Morgan
et al., 2004 ). De hecho, son anecdóticos los casos de fallecimiento atribuibles
exclusivamente al consumo de antidepresivos no tricíclicos ni IMAO ( Henry
et al., 1995 ).
El estudio de Lodhi y Shah (2004), que investiga la relación entre la prescripción de
psicofármacos y el suicidio en personas mayores, demuestra una elevada correlación
negativa entre la tasa de suicidios y la prescripción de antidepresivos no IMAO,
antipsicóticos, estabilizadores del ánimo y analgésicos; en cambio, determina la
existencia de una alta correlación positiva entre el número de suicidios y la
prescripción de otros psicofármacos, como benzodiazepinas, hipnóticos,
barbitúricos y los antidepresivos más antiguos.
Todos estos datos apuntan hacia la idea de que los antidepresivos con acción sobre
la serotonina, como los ISRS y los duales, serían la primera elección en el tratamiento
de pacientes con potencialidad suicida en general. El favorable perfil que presentan
para su uso en ancianos, en los que la fácil accesibilidad a un medio letal es un factor
adicional de riesgo, reforzaría la indicación de su uso en el caso de depresión
geriátrica. También están indicados —y, de hecho, pueden usarse— los agonistas
melatoninérgicos (agomelatina) y los multimodales (vortioxetina), pero la
experiencia de su uso en esta indicación es actualmente menor.
Como conclusión, puede afirmarse que un buen diagnóstico psiquiátrico y un
adecuado patrón de uso de los psicofármacos disponibles se perfilan como factores
esenciales que han contribuido y seguirán contribuyendo al descenso de las tasas de
suicidio, no solo en la edad avanzada.
Psicoterapia
Foster (2003) sugiere que la terapia cognitiva, especialmente centrada en la
resolución de problemas, puede desempeñar un papel muy importante en la
prevención del suicidio en la edad geriátrica. Se basa en la revisión de las notas de
suicidio, a partir de la cual ha observado que, en las escritas por personas mayores,
el tema «ser una carga para los demás» aparece de forma significativamente mayor
que en el resto de las edades (el 40 frente al 3%). Trabajar sobre esta cuestión parece
un punto de vital importancia.
En la mayoría de los programas llevados a cabo para la prevención del suicidio en
ancianos se señala como factor de gran importancia la psicoeducación, dirigida tanto
al propio paciente como al médico de atención primaria, para el adiestramiento a la
hora de reconocer las señales de una posible existencia de depresión y pensamientos
en relación con la muerte y/o el suicidio. Es importante reducir la percepción
negativa que el anciano (y la población en general) tiene hacia la enfermedad
psiquiátrica, para mejorar y facilitar su acercamiento a los dispositivos de salud
mental, de forma que pueda ser tratado de forma adecuada. La participación de los
pacientes ancianos deprimidos en grupos de trabajo en el ámbito de atención
primaria ha demostrado ser un mecanismo útil de sensibilización para estos a la hora
de solicitar atención psiquiátrica especializada ( Ono, 2004;Sakamoto et al., 2004 ).
No obstante, aún es necesario realizar más estudios controlados de prevención del
suicidio en el grupo de edad geriátrica para mejorar la situación actual y ganar en
efectividad.
Lo que sí parece evidente es la necesidad de la intervención conjunta y coordinada
en el ámbito de la atención primaria y la atención psiquiátrica especializada para
mejorar este fenómeno. En el cuadro 20-3 se resumen los aspectos importantes que
se deben tener en cuenta en un programa de prevención del suicidio, en general, y
concretamente en la población anciana.
CUADRO 20-3
Prevención y tratamiento del suicidio geriátrico
Evaluación sistemática de los factores de riesgo
Comentario con familiares y personal sanitario cercano
Tratamiento del problema de forma multidisciplinaria y coordinada, ofreciendo
disponibilidad al paciente y su familia
Evitar en lo posible la accesibilidad a medios letales
Atención a los procesos físicos, sobre todo al dolor
Detección de la patología psiquiátrica subyacente. Especial atención a la detección y
al manejo de la depresión, empleando tratamientos antidepresivos eficaces y seguros
Manejo psicoterapéutico
Conclusiones
El suicidio es un problema de salud pública. Más prevalente en el anciano que en
edades más jóvenes, el principal factor de riesgo detectado es la presencia de un
trastorno depresivo subyacente que, con frecuencia, pasa desapercibido o es
insuficientemente tratado. La identificación precoz y el tratamiento adecuado de la
patología depresiva han demostrado su efectividad en la reducción del número de
suicidios. Los fármacos antidepresivos de uso común actualmente (ISRS, duales
como venlafaxina, desvenlafaxina, duloxetina, mirtazapina o bupropión y también
agomelatina o vortioxetina) presentan un perfil especialmente favorable en el
tratamiento del anciano deprimido con riesgo de suicidio. Este perfil se explica a
partir de su actividad antidepresiva, de su acción específica en la reducción de la
ideación suicida y de su seguridad en el caso de sobredosis, demostradas en la
depresión geriátrica. En general, los programas de detección precoz de la depresión
y otros factores de riesgo de suicidio, con intervención multidisciplinaria (atención
primaria, psiquiatría, servicios sociales) en el seno de estrategias multinivel como las
preconizadas por la Organización Mundial de la Salud, constituyen un hito
importante para la reducción del número de suicidios en la población general y, más
especialmente, en el grupo de población geriátrica.
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Ver en el Artículo
CAPÍTULO 21
Trastornos de ansiedad
• Pilar de Azpiazu Artigas
• y Joaquín Pujol Domènech
Psiquiatría geriátrica, Capítulo 21, 369-387
• ▪
Los trastornos por ansiedad más prevalentes en las personas mayores son el
trastorno de ansiedad generalizada y las fobias.
• ▪
Los trastornos por ansiedad suelen debutar en la juventud y, en ocasiones, se
cronifican hasta la vejez, pero cabe la posibilidad de un inicio en la edad
avanzada.
• ▪
La ansiedad en el anciano es frecuente que se asocie a otros trastornos
mentales como la depresión.
• ▪
Los síntomas de ansiedad pueden aparecer en el contexto de enfermedades
orgánicas, por lo que debe realizarse un cuidadoso diagnóstico diferencial
entre los trastornos de ansiedad y la comorbilidad médica.
• ▪
Al igual que en personas más jóvenes, los tratamientos psicológicos deben ser
tomados en consideración, especialmente en el tratamiento de la ansiedad
generalizada, las fobias simples y la agorafobia.
Introducción
La ansiedad no es siempre un trastorno psiquiátrico. Se trata de un estado emocional
de alerta o defensa ante una situación de amenaza o de tensión externa que ayuda al
individuo a adaptarse según los requerimientos del medio y de las propias
habilidades.
Cuando consideramos la ansiedad como una patología, esta se convierte en un estado
emocional que provoca al paciente síntomas de malestar, inquietud, preocupación
excesiva, nerviosismo y tensión interna. Estos síntomas,
llamados psicológicos, pueden ir acompañados de síntomas somáticos manifestados
en unos órganos concretos o expresados como afectación más general: astenia,
adinamia, distermia, insomnio, alteración del apetito, etc.
Los síntomas más frecuentes de la ansiedad, agrupados por órganos o sistemas, son:
• •
Sistema cardiocirculatorio: palpitaciones, opresión torácica.
• •
Sistema digestivo: dolor abdominal, diarreas, estreñimiento, alteración del
apetito, náuseas.
• •
Osteotendinoso: tensión muscular, algias.
• •
La piel: sudoración, alopecia, lesiones cutáneas.
• •
Sistema respiratorio: sensación de ahogo.
• •
Sistema nervioso: inestabilidad cefálica, cefaleas.
Los trastornos por ansiedad son una patología que, con frecuencia, tiene su inicio en
edades tempranas, pero no por ello deben considerarse poco relevantes después de
los 65 años. En los ancianos también pueden presentarse como un síntoma
concomitante con otras enfermedades psiquiátricas e, incluso, como síntoma de
enfermedades médicas. A pesar de su gran prevalencia, es un campo relativamente
infraestudiado en la psiquiatría del anciano que, frecuente e inadecuadamente, ha
asumido como propios los resultados de estudios basados en poblaciones de edades
más jóvenes, con la consiguiente pérdida de especificidad.
Epidemiología
En los estudios epidemiológicos de la ansiedad en el anciano, tenemos que destacar
el trabajo inicial publicado por Regier et al. (1988) , que aporta resultados de una
alta prevalencia de esta patología en la edad avanzada (10-20%). Esta va asociada a
depresión mayor en el 1-3% y a demencia en el 8%. En estudios posteriores, y a partir
de la baja prevalencia referida al trastorno por crisis de angustia, los resultados han
sugerido que la ansiedad tenía una tendencia a disminuir con la edad, salvo en
algunos trastornos específicos, como el trastorno de ansiedad generalizada (TAG), o
cuando se valora la ansiedad global. El estudio ECA ( Regier et al., 1990 ; Robins y
Regier, 1991 ) realizado en Estados Unidos mostró una prevalencia global del 5,5%,
mientras que en otros trabajos ( Beekman, 1998 ), realizados específicamente con
mayores de 65 años, la ansiedad global fue del 10,2%. Detallamos en la tabla 21-1 los
resultados comparativos entre ambos estudios. El estudio más reciente de Lindesay
et al. (2012) indica que la prevalencia de crisis de angustia tiene un valor del 0% en
ancianos, lo cual es un dato sorprendente. Si comparamos estrictamente los
diagnósticos entre los adultos jóvenes y los mayores de 65 años, los resultados
tienden a indicar que los trastornos de ansiedad que cumplen criterios diagnósticos
son, en general, menos frecuentes en los ancianos ( Kessler et al., 1998 , 2005; de
Jonge et al., 2016).
Tabla 21-1
Prevalencia en 1 mes de la ansiedad en el anciano (%)
Referencia Ansiedad TAG Fobias TOC Crisis de Estrés
global angustia postraumático
Robins, 1991 5,5 1,9 4,8 0,8 0,1
Beekman, 1998 10,2 7,3 3,1 0,6 1
Krasucki et al., 1998 0,4 0,7 0,1-0,8 0,1
Creamer y Parslow, 2008 0,2
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TAG: trastorno de ansiedad generalizada; TOC: trastorno obsesivo-compulsivo.
En el estudio ECA es importante destacar las diferencias entre sexos, especialmente
en el trastorno fóbico, que pasa de una prevalencia del 2,9% en hombres al 6,1% en
mujeres. Por lo tanto, ser mujer podría considerarse un factor de vulnerabilidad.
Esto ha sido considerado también por otros autores ( Beekman, 1998 ), junto con
otros parámetros, como un bajo nivel educativo, ser soltero o separado, antecedentes
familiares de trastorno por ansiedad, locus de control externo, sufrir o haber sufrido
guerras y la soledad. La ansiedad también se relaciona con el estrés, los
acontecimientos vitales, la enfermedad crónica y la limitación funcional, tan
frecuentes en las personas mayores. Subjetivamente, sentirse con poca salud
también constituye un factor relacionado con la ansiedad.
En cuanto a los estudios epidemiológicos, el estudio ZARADEMP fue el primero que
aportó datos específicos en nuestro país ( Saz et al., 1995 ). Se comparó la
presentación de psicopatología de la esfera neurótica en dos poblaciones: Zaragoza
y Liverpool. La prevalencia de trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) fue del 0,7%; la
de hipocondría, del 1,8%; la de fobias, del 0,1%, y la de ansiedad gl obal, del 2,4%.
Dichas cifras fueron obtenidas utilizando como punto de corte el nivel sindrómico 3
del paquete diagnóstico GMS-AGECAT, validado en castellano por este grupo
( Agüera y Cervilla, 2006 ).
Un estudio epidemiológico reciente sobre trastornos m entales en ancianos realizado
en Madrid señala que los trastornos de ansiedad son muy prevalentes especialmente
en el rango de 65 a 74 años de edad ( Ausín et al., 2017 ) ( tabla 21-2 ).
Tabla 21-2
Prevalencia de trastornos por ansiedad. Resultados del estudio Mentdis-ICF65+
Total Hombres Mujeres 65-74 años 75-85 años
Ansiedad global 18,39 11,24 23,26 22,3 11,97
Agorafobia 4,39 3 5,21 5,41 2,7
Crisis de angustia 1,18 0,38 1,74 1,35 0,77
Fobias 12,75 7,12 16,67 15,54 8,11
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Prevalencia a 12 meses. Valores expresados en porcentaje.
En general, los trastornos de ansiedad se presentan en el 4-10% de las muestras de
adultos mayores que viven en la comunidad, y estas cifras aumentan ligeramente si
se valoran aquellos pacientes que consultan en atención primaria (3-11%). Cuando
se analiza la presencia de síntomas de ansiedad que no cumplen criterios de un
trastorno concreto, aumenta más la prevalencia (15-20%) ( Schuurmans y Van
Balkom, 2011 ).
Las estimaciones de las tasas de prevalencia varían ampliamente debido a aspectos
de tipo conceptual o de sistemas de clasificación, y a las diferencias metodológicas
entre estudios. Al analizar los tipos específicos de trastornos de ansiedad, el TAG es
el más común en la edad avanzada. En cuanto a otros tipos de trastornos de ansiedad,
el estado actual de conocimiento indica que el trastorno de pánico, la agorafobia, la
hipocondría y el TOC probablemente sean igual de frecuentes en los adultos mayores
que en la población general ( Schuurmans y Van Balkom, 2011 ).
Etiopatogenia
En relación con las explicaciones neurobiológicas de la ansiedad geriátrica, no
podemos aportar más información que la publicada en el adulto. La presencia de
ansiedad se asocia a una activación del locus coeruleus, a través del cual, por las
amplias conexiones de este centro, se difunde a muchas otras estructuras cerebrales.
El factor liberador de corticotropina (CRF) aumenta la estimulación del locus
coeruleus, área de síntesis noradrenérgica que, como resultado, proporcionará una
liberación de noradrenalina. Parece existir una interacción funcional entre el eje
hipotalámico-pituitario y los sistemas del CRF y de neurotransmisión adrenérgica
en relación con la ansiedad. Por lo tanto, la mayor o menor capacidad de activación
de este centro determinaría la susceptibilidad de un su jeto concreto a presentar
manifestaciones de angustia ante circunstancias habituales, y más aún frente a
estresores importantes. Hipótesis recientes sugieren que los desequilibrios entre las
vías excitatorias e inhibitorias (E/I) de la neurotransmisión, especialmente en la
corteza prefrontal y la amígdala, pueden contribuir a explicar la base de su
etiopatogenia.
Otros trabajos de investigación básica sobre estrés crónico afirman que este induce
atrofia dendrítica en cerebros de ratones, disminuyendo la den sidad de las redes
neuronales hipocámpicas excitatorias. También hay amplia evidencia de que el
sistema GABAérgico está alterado en el hipocampo después de una experiencia
aversiva. El estrés crónico causa remodelación dendrítica en las neuronas
excitatorias y en las interneuronas en la corteza prefrontal medial y la amígdala
( Castillo-Gómez et al., 2017 ).
Además, debemos tener en cuenta que existen sustancias, fármacos o no, que
facilitan la aparición de síntomas de ansiedad o nerviosismo. Este hecho tiene
especial relevancia en los ancianos, ya que suelen ser sujetos expuestos a
polifarmacia.
Respecto a las teorías psicológicas, la visión clásica señala que la ansiedad representa
fundamentalmente una señal de alarma provocada por un conflicto psíquico. En los
ancianos, además de este mecanismo, se ha postulado que la ansiedad puede estar
también vinculada a la pérdida de objetos psicológicos (vínculos) y de aportes
externos, cuando no ha podido ocurrir una adaptación suficiente. Esta relación con
las pérdidas o la ausencia de soportes se ha relacionado tradicionalmente con la
patología depresiva, lo que explicaría, al menos en parte, la frecuente coexistencia de
ansiedad y depresión en las personas de edad avanzada.
El concepto de locus de control sigue siendo interesante para la comprensión de la
ansiedad en las personas mayores. Este modelo aporta dos perfiles de
afrontamiento: las personas con un locus de control interno intentan buscar las
soluciones ante las dificultades desde su propio interior, y las personas con un locus
de control externo buscan soluciones a sus conflictos fuera de sí mismas, es decir,
apoyándose en los demás. En la ancianidad, cuando van apareciendo la
pluripatología, el deterioro cognitivo y la dependencia, las personas con un locus de
control externo se angustian con mayor facilidad, requieren mayor ayuda exterior y
aumentan su dependencia. Asimismo, se ha vinculado con mayores niveles de
ansiedad la existencia de un mayor tono interno (arousal) y la introversión social.
Es evidente que la presencia de trastornos de la personalidad modifica el curso
clínico y modula la respuesta terapéutica de cualquier trastorno psiquiátrico,
afectando a la calidad de vida de los pacientes y de sus familiares. Los paciente s con
trastornos de la personalidad tienen mayores dificultades de adaptación social en un
momento de su vida en que los propios cambios que produce el envejecimiento
requieren necesariamente una continua adaptación y el sujeto cuenta con menos
recursos. Según postula De Azpiazu (2011b) , estos aspectos podrían explicar el
aumento de los síntomas ansiosos durante el proceso de envejecimiento.
Franco y Antequera Jurado (2009) han propuesto un modelo explicativo de la
ansiedad en el anciano teniendo en cuenta el modelo biológico, el psicológico —en
cuanto a rasgos de personalidad— y el social —en el sentido de las pérdidas propias
que acompañan al envejecimiento: económicas, rol social, soledad, duelos—.
Defiende que los rasgos de personalidad, la capacidad cognitiva y las estrategias de
afrontamiento determinarían respuestas disfuncionales ante acontecimientos
adversos. Esta predisposición, tal vez genética o condicionada por alteraciones
sutiles en el neurodesarrollo durante el período perinatal ( Castillo-Gómez
et al., 2017 ), puede contribuir a la aparición de trastornos psiquiátricos como la
ansiedad.
Trastornos de ansiedad en las clasificaciones
actuales
La publicación de la 5.ª edición del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos
mentales (DSM-5) ( APA, 2013 ) ha supuesto el planteamiento de algunas
modificaciones respecto a la clasificación de los trastornos de ansiedad. En general,
estas modificaciones comportan una simplificación y un reagrupamiento de los
mismos, a diferencia de la minuciosidad que caracteriza al DSM-5 en otros capítulos.
En lo que respecta a los trastornos tradicionalmente relacionados con la ansiedad, la
modificación más importante ha sido la exclusión del trastorno por estrés
postraumático (TEPT) y del TOC de la sección de trastornos de ansiedad. En el
presente capítulo abordaremos todas estas patologías de forma agrupada.
El planteamiento más dimensional del DSM-5 permite una mayor flexibilidad en su
aplicación en los ancianos. Sin embargo, seguimos echando de menos, una vez más,
definiciones operativas más específicas para estas edades. Este hecho resulta crucial
en muchos aspectos, muy especialmente en el caso de los trastornos por ansiedad,
ya que la imbricación de síntomas estrictamente psiquiátricos —patología de
ansiedad primaria con fenómenos clínicos justificables o secundarios a otras
patologías— es aquí mucho más habitual.
El empleo de diagnósticos establecidos por un sistema categorial comporta la
necesidad de aceptar que se registrará una elevada comorbilidad entr e trastornos
habituales, lo que es especialmente demostrativo en el caso del TAG. Por ejemplo,
en un estudio europeo (Goodwin, 2005), se encontró que las tasas de ansiedad y
depresión concomitantes eran mayores que las tasas de los mismos diagnósticos por
separado. La combinación de síntomas depresivos y ansiosos, a veces de poca
intensidad, es, de hecho, lo más habitual ( Regier et al., 2011 ).
En el caso de la atención médica no especializada (que representa una proporción
importantísima del total de los diagnósticos), deben tenerse en cuenta los datos de
las organizaciones de salud a nivel mundial, que decidieron que, si se modificaba la
duración del diagnóstico de TAG a 1 mes, se duplicaba prácticamente la tasa de TAG
y de trastorno depresivo mayor concomitante. Las propuestas de empleo de
diagnósticos por sistemas dimensionales tendrían la ventaja de que, por ejemplo, en
el caso del TAG se registrarían síntomas depresivos aun cuando estos no alcanzaran
el número requerido para un diagnóstico categorial de trastorno depresivo. En una
primera aproximación, si utilizamos una escala dimensional con puntuación
creciente, el sujeto obtendría una puntuación que indicaría una probabilidad cada
vez más elevada para ser valorado como caso. Sin embargo, este sistema no indicaría
el nivel de gravedad ni precisaría de qué tipo concreto de trastorno de ansiedad se
trata.
A efectos de obviar este problema, se han propuesto otros sistemas psicométricos
fundamentalmente basados en la teoría de la respuesta al ítem (TRI) planteada por
G. Rash ( Lord, 1980 ; Hambleton y Swaminathan, 1985 ; Tomás et al., 1992 ). Estos
sistemas hacen referencia a un espectro de modelos de rasgo latente propios de los
ítems y la TRI, con lo que facilitan situar los puntos en el espectro de una dimensión
sintomática de forma adecuada. Estos aspectos son de gran interés teórico, si bien,
en la práctica asistencial corriente, hay que temer que orienten el diagnóstico clínico
hacia una check list de síntomas más o menos bien elaborada estadísticamente. La
valoración de la gravedad es un hecho que un clínico entrenado sabe efectuar con
elevados niveles de fiabilidad.
La aparición de un sistema más dimensional, como el que propone el DSM-5, hace
que los datos epidemiológicos disponibles hasta 2014 tengan que ser revisados. Ello
comporta una situación inédita, ya que, al variar la amplitud de los epígrafes, las
tasas de morbilidad pueden alcanzar valores muy diferentes a los anteriores, con las
repercusiones sanitarias que ello comporta.
Visión clínica de la ansiedad en psiquiatría
geriátrica
Los trastornos por ansiedad expresados en sus diferentes formas sintomáticas son
un motivo frecuente de demanda de atención médica, de solicitud de atención
urgente y de reiteración de visitas en atención primaria. Según la experiencia de los
médicos especialistas en medicina de familia y la nuestra propia, las quejas de
ansiedad en el anciano, especialmente cuando existe ansiedad somática o insomnio,
en el contexto de cualquier trastorno psiquiátrico, generan una cascada de demandas
por parte del paciente y de la familia, acompañadas de solicitud de exploraciones y
premura en la actuación, que se explica por la sensación de gravedad que causan los
síntomas físicos en el paciente, la tendencia a la hipocondría, que, a su vez, aumenta
la angustia, y la repercusión en la familia y/o los cuidadores del paciente.
Estas situaciones deben manejarse adecuadamente, evitando infravalorar las quejas
proferidas, por ejemplo, por pacientes reiterativos, demandantes, excesivamente
teatrales o simplemente por aquellos que son considerados «psicosomáticos», a los
que el sistema sanitario erróneamente presta menos atención por considerar sus
trastornos poco graves. Esta actitud condiciona un mal enfoque terapéutico, retraso
en el diagnóstico de cualquier patología, riesgo de cronicidad, consumo excesivo de
benzodiazepinas (BZD) y desgaste del entorno familiar. En muchas ocasiones, la
familia acaba teniendo una conducta hostil hacia el paciente que, tras salir de
urgencias o después de varias consultas, ha recibido comentarios médicos del tipo
«usted no tiene nada» o «son solo nervios». El entorno puede entonces acusar al
paciente de ser un demandante y este angustiarse aún más, con lo que se generan
nuevos pensamientos hipocondríacos. Esta situación tan común aquí expuesta ha de
servir de reflexión respecto a actitudes médicas aprendidas y reiteradas que,
facilitadas por la presión asistencial, pueden agravar los trastornos por ansiedad en
esta población.
La entrevista con el paciente y con sus cuidadores es de gran interés y debe ser
detallada y meticulosa. Es preciso valorar qué síntomas presenta, cómo los expresa,
si pueden corresponder a una entidad clínica concreta, si existe algún
acontecimiento vital desencadenante y si aparecen de forma brusca o progresiva, así
como la sensación de gravedad con que los expresa y la repercusión que tienen en su
entorno.
Siempre habrá que descartar cualquier causa orgánica y/o medicamentosa que
pueda cursar con manifestaciones ansiosas. Es importante tener en cuenta las
formas de expresión propias de cada paciente, en función de su cultura y nivel social.
Otros aspectos que se deben considerar en la valoración del paciente psiquiátrico
anciano son sus capacidades sensoriales y la presencia de dificultades comunicativas
o afasia, o de un deterioro cognitivo que pueden dificultar la entrevista. Siempre que
sea posible escucharemos cómo explica el síntoma el paciente y cómo lo expresa y
percibe la familia o su entorno social.
La utilización de instrumentos de objetivación, como test o escalas, tiene utilidad
siempre que se empleen como herramientas de cuantificación y no de diagnóstico.
Algunos han sido adaptados o validados para población anciana y son los que deben
usarse, en detrimento de aquellos no validados en esta población.
Las escalas más utilizadas son la escala de Hamilton para la ansiedad, la de Zung
validada en la población anciana o la HAD, diseñada para pacientes ingresados en
hospitales generales. Algunos autores ( Amores Guevara, 2013 ) recomiendan
algunas escalas específicas para ancianos, especialmente útiles en la población
española. Estas son la Geriatric Anxiety Inventory (GAI) para valorar la ansiedad
global, la escala de preocupaciones para personas mayores (EPPM) y el inventario
de preocupación de Pensilvania (IPP) ( Nuevo et al., 2002 ). Es recomendable
emplear simultáneamente escalas diseñadas para valorar la depresión, dada la
elevada comorbilidad de ambas sintomatologías ( De Azpiazu, 2011a ).
Trastornos de ansiedad
A continuación se exponen los diferentes tipos de trastornos de ansiedad, siguiendo
en general la clasificación del DSM-5, aunque también se incluyen en este apartado
el TOC y el TEPT, que ocupan un lugar diferente en la última versión de esta
clasificación.
Trastorno de ansiedad por separación
La ansiedad de separación es un trastorno cuya edad de inicio acostumbra a ser la
infancia, pero también puede aparecer en otras edades de la vida. En pacientes
ancianos con deterioro cognitivo, podemos observar una regresión en su conducta
que facilita conductas asimilables a la ansiedad por separación. Así, se observan
casos en los que el enfermo tiene dificultades para separarse de su cuidador o
desarrolla miedo a perderse. Si bien es cierto que, a priori, algunos pacientes
ancianos podrían cumplir las condiciones del criterio A (p. ej., miedo o ansiedad
excesiva a ingresar en una residencia, miedo a quedarse solo en casa, miedo a
ingresar en el hospital, miedo a enfermar o a sentirse abandonado), consideramos
que es infrecuente que cumplan los tres criterios por primera vez en la vejez.
Posiblemente se trataría de pacientes no diagnosticados, con antecedentes del
trastorno durante su desarrollo. Se plantea la necesidad de realizar el diagnóstico
diferencial, además de con los trastornos recomendados en el DSM-5 (agorafobia,
TAG, trastorno de ansiedad por enfermedad médica), con el trastorno de
personalidad dependiente, en pacientes con locus de control externo.
Mutismo selectivo
En la práctica clínica, este diagnóstico no se observa con frecuencia ni de forma
completa en los pacientes geriátricos, si bien puede aparecer algún caso con
evolución tórpida que haya tenido su inicio en la edad adulta. En los ancianos, debe
realizarse el diagnóstico diferencial con la afasia y con el mutismo cuando se trata de
pacientes esquizofrénicos crónicos.
Fobia específica
La definición de la fobia como un temor persistente e irracional hacia un objeto, una
actividad o una situación, que conlleva la evitación de estos, es de aplicación también
en las personas mayores.
Desde la perspectiva clínica, las fobias específicas son frecuentes en el anciano,
muchas de ellas por evolución crónica desde la juventud. En la mayoría de los casos,
se puede realizar el diagnóstico cuando el paciente acude al psiquiatra por otro
motivo. Los primeros episodios, en general, se encuentran relacionados con miedos
asociados a la fragilidad, como el miedo a caerse; a ser atropellado, atracado o
engañado; o a perderse, con auténticas conductas de evitación y vivencia de angustia.
Será muy útil intentar precisar si la fobia y la evitación secundaria t ienen su origen
en el momento actual, o si se trata de elementos ya presentes anteriormente, que se
han podido exacerbar secundariamente a dificultades de adaptación por razones de
edad, o en relación con factores de personalidad preexistentes (p. ej., trastorno
evitativo frente a fobia social).
Cuando la valoración clínica va a favor de una auténtica fobia específica, es necesario
efectuar una cuidadosa investigación, que nos permita determinar en qué momento
y circunstancia ha aparecido, ya que ello tendrá una gran importancia a la hora de
organizar un tratamiento psicoterapéutico individualizado en función de la conducta
de cada paciente.
Las fobias clásicas a la sangre, a las inyecciones, a los animales, etc. pueden estar
presentes, pero suelen amortiguarse con el paso de los años, probablemente por la
repetida experiencia, que ha actuado a modo de terapia de desensibilización.
Trastorno de ansiedad social (fobia social)
La fobia social es un trastorno poco prevalente en ancianos como diagnóstico
después de los 65 años, pero pueden presentarse casos aislados ( Karlsson
et al., 2009 ). En general, los que hemos podido observar se presentan de forma
subaguda, y las quejas del paciente aparecen como algo que antes hacía y de lo que
ahora sorprendentemente se siente incapaz. Es necesario valorar la presencia de
deterioro cognitivo, los déficits sensoriales y otras patologías neurológicas, como la
enfermedad de Parkinson, el temblor esencial o las secuelas de un accidente vascular
cerebral (AVC). En estos casos, el síntoma predominante es el miedo a realizar mal
las tareas, iniciando conductas evitativas de ciertas actividades, como ir al banco,
comer en público o asistir a reuniones sociales. Deberá realizarse el diagnóstico
diferencial con alteraciones de la personalidad tipo evitativo, de las que el individuo
ya presentaba antecedentes desde su juventud. Asimismo, se debe delimitar en el
tiempo si la aparición de los primeros síntomas de fobia social tiene relación con el
inicio de una patología neurológica.
Trastorno de pánico
Su característica esencial, tanto en el adulto como en el anciano, es el desarrollo de
crisis de angustia o pánico, caracterizadas por la presentación de variados síntomas
físicos o emocionales, durante un espacio relativamente breve de tiempo.
La presentación de ataques de pánico en el anciano puede estar asociada con relativa
frecuencia a otras patologías, y pueden aparecer también por primera vez en edades
avanzadas. Aunque los datos epidemiológicos los consideran muy poco frecuentes,
es esperable su aparición en pacientes con antecedentes previos. Siempre hay que
valorar la posibilidad de que los síntomas previos fuesen infravalorados, incluso por
el propio paciente, o que no se filiaran como crisis de angustia en la edad adulta y
pasaran desapercibidos a lo largo de los años, en sujetos que presentaran pocos
episodios, muy especialmente por la tendencia a la autolimitación espontánea del
cuadro.
Estas crisis conllevan múltiples síntomas somáticos (falta de aire, palpitaciones o
«vuelco cardíaco», dolor u opresión torácica, hormigueos en las extremidades,
mareo subjetivo, etc.), que se acompañan de intenso miedo a una muerte súbita,
temor a caídas y temor a la pérdida del control.
La característica fundamental es la presentación recortada en el tiempo y la
resolución progresiva espontánea, pero con tendencia a la repetición, que deja un
intenso temor a la reproducción del episodio. Respecto a los adultos más jóvenes, las
personas mayores con trastorno de pánico tienden a tener un número me nor de
síntomas de pánico durante los ataques, menor ansiedad y activación, menores
síntomas depresivos y, en general, menor intensidad de los síntomas y mejores
niveles de funcionamiento general.
En muchas ocasiones, estas crisis aparecen de forma espontánea, sin que el paciente
las relacione con ningún hecho concreto, pero en otras ocasiones se presentan frente
a determinadas circunstancias, de forma que pueden desarrollarse conductas de
evitación, debido a las cuales el sujeto se mantiene alejado de las circunstancias que
asocia con la aparición de la crisis. Es muy frecuente que el paciente presente una
franca negación de la causa de la conducta evitativa, que tiende a justificar a través
de hechos socialmente aceptables; por ejemplo, no salir de casa so lo por temor a
perderse o caerse, o a ser asaltado o atracado.
La aparición de crisis de pánico exige casi siempre la realización de pruebas
diagnósticas, en especial para trastornos cardiológicos (p. ej., arritmias),
respiratorios (p. ej., enfermedad pulmonar obstructiva crónica [EPOC], disnea) y
endocrinos (p. ej., pérdida de peso, hipertiroidismo). Desafortunadamente, es
frecuente que, si no ofrecen resultados positivos, los profesionales y la propia familia
den explicaciones del tipo «no se le ha encontrado nada», lo que tiende a angustiar
más al paciente.
Hay que tener muy en cuenta que la sintomatología del trastorno de pánico se asocia
frecuentemente con el diagnóstico de depresión, y que existe una proporción nada
desdeñable de pacientes que, de no ser diagnosticados y tratados, pueden desarrollar
conductas adictivas, en especial a las BZD y el alcohol.
Es importante recordar las diferencias que existen en este diagnóstico en el DSM-5,
en cuanto el tiempo, la forma de especificar el ataque y el enfoqu e de la agorafobia
como un trastorno diferenciado.
Agorafobia
Al igual que en el adulto, la agorafobia hace referencia al miedo a las situaciones cuya
evitación es difícil o embarazosa, o donde no se puede recibir ayuda, que ocurren
fundamentalmente fuera del domicilio del paciente. Este trastorno no está
necesariamente ligado a la presencia de crisis de angustia. Es más, al contrario de
estas, no es infrecuente que los problemas agorafóbicos de los ancianos hayan tenido
un inicio tardío y estén ligados al desarrollo de enfermedades físicas o
acontecimientos como caídas o resbalones.
Hay acuerdo en señalar que la agorafobia es claramente más frecuente en la mujer.
Las situaciones más temidas son el transporte público (60%), las multitudes (42%),
los lugares cerrados (35%), caminar solo (35%) y alejarse de casa (30%). Estas
dificultades agorafóbicas causan una importante limitación psicosocial.
La nueva consideración de este trastorno en el DSM-5 puede contribuir a aumentar
sus cifras de prevalencia, al poderse diagnosticar separadamente del trastorno de
pánico. Pero debe diferenciarse detalladamente de las fobias específicas, que son
más frecuentes en las personas mayores y, por sus características clínicas, más
complejas de identificar. Los nuevos estudios epidemiológicos darán luz a una nueva
prevalencia de trastorno ansioso que hasta ahora venía reflejada en el contexto del
trastorno de pánico.
Trastorno de ansiedad generalizada
Esta forma de ansiedad está caracterizada por temores excesivos, expectativas
aprensivas de acontecimientos adversos, ansiedad anticipatoria, tensión emocional
e hipervigilancia, que ocurre la mayoría de los días durante un período prolongado
de tiempo. Existe, junto a este componente emocional, una correlación física que
forma parte también del complejo sintomático y que no debe ser confundida con las
denominadas somatizaciones.
Este componente físico se caracteriza por:
• •
Tensión motora: temblor, tensión muscular, inquietud psicomotora,
cansancio.
• •
Hiperactividad autonómica: disnea, palpitaciones, parestesias, sudoración,
manos frías, sensación de mareo, escalofríos, micción frecuente, dificultades
de deglución.
• •
Aumento del tono interno (arousal): dificultades de concentración, insomnio,
irritabilidad, sensación de estar al límite.
Los estudios epidemiológicos señalan que el TAG es más prevalente en los ancianos.
Aunque existe un elevado componente de quejas somáticas, el elemento
fundamental de este trastorno es la anticipación ansiosa negativa frente a múltiples
circunstancias que el sujeto es incapaz de controlar, si bien puede comprender,
incluso espontáneamente, que él «sufre» mucho más que los demás por
circunstancias habituales. La mejor definición es la de «pacientes sufridores
crónicos», que viven con la sensación de «estar al límite» la mayor parte del tiempo.
Este sufrimiento comporta un temor excesivo a hechos habituales, una expectación
ansiosa, una hipervigilancia y una tensión emocional continuas.
Paralelamente, se presentan síntomas somáticos variados, como inquietud
psicomotora, cansancio, temblor —que se exacerba por circunstancias
emocionales—, palpitaciones, sudoración u oleadas de frío-calor, micción frecuente,
garganta seca, etc.
Muchas veces se acompaña de trastorno del sueño, con sueño superficial y dificultad
para la conciliación, al encontrarse en tensión. Asimismo, aparece dificultad de
concentración e irritabilidad fácil, con sensación de no ser comprendidos por los
demás.
La evolución en el tiempo suele ser crónica, si bien no necesariamente lineal, ya que
puede presentarse con amplias fluctuaciones en relación con la existencia de
circunstancias ambientales que puedan ser vividas por el paciente como ansiógenas
(regreso a casa de los hijos o los nietos que trabajan en lugares alejados o en horarios
inhabituales, o cogniciones ansiosas del tipo: «¿Qué le ha pasado a mi cónyuge, que
ha salido un momento y no vuelve?»).
Una circunstancia clínica que supone especial gravedad es la que podría
denominarse síndrome de inundación ansiosa ( Agüera y Cervilla, 2006 ). Se trata de
un cuadro caracterizado por la presencia de síntomas de ansiedad graves,
acompañados también de síntomas depresivos y posible deterioro cognitivo
moderado. Son pacientes con dificultades de personalidad previa, que entran en una
situación de regresión y dependencia casi total del familiar con quien viven. La
pasividad es marcada; no realizan las más mínimas tareas de entre las que sí serían
capaces de hacer y tienden a estar el máximo tiempo posible en cama. No toleran
permanecer solos en casa y requieren siempre la presencia del familiar que hace de
cuidador principal. La regresión puede llegar al desarrollo de incontinencia o a
restringir la alimentación a dietas blandas o purés. Todo ello se acompaña de
frecuentes quejas y demandas a lo largo del día e, incluso, también de la noche, así
como de la solicitud de soluciones médicas a su situación, siempre que no se requiera
la colaboración activa del paciente para su resolución. La enfermedad del paciente
se convierte en enfermedad de la familia y todo ronda alrededor de ella. Los
pacientes parecen inmunes al efecto de los fármacos, incluso administrados en dosis
altas, que solo consiguen alivios temporales y, con frecuencia, son descalificados
como ineficaces. Sin embargo, la negativa a la retirada de la medicación es la norma.
El pronóstico de este síndrome no es bueno. Es preciso intentar el máximo de
medidas no farmacológicas, incluidas las no verbales como los procedimientos de
relajación o la terapia psicomotora. Aunque el paciente suele negarse a ello, la
asistencia a un hospital o centro de día puede hacer mucho, tanto por el paciente
como por su familia, y desbloquear la situación.
Trastorno por ansiedad inducido por
sustancias/medicamentos
En los ancianos, es posible la presencia de ansiedad paradójica con algunos fármacos
como las BZD, algunos antidepresivos y determinados anticonvulsivantes. Fármacos
con reconocida acción ansiógena son los anticongestionantes nasales basados en
sustancias adrenérgicas usados en exceso, la teofilina y el isoproterenol, y algunos
antagonistas del calcio, esteroides y anticolinérgicos. En este sentido, ha de valorarse
la frecuencia de consumo de café, té y otras infusiones en esta población.
También pueden aparecer episodios de ansiedad ante una retirada brusca de
psicótropos o de alcohol, práctica frecuente en los servicios de urgencias e, incluso,
en ingresos hospitalarios. Si el paciente no tiene deterioro cogn itivo, aparecerán
bruscamente síntomas de ansiedad y, si lo tiene, posiblemente tendremos que
plantearnos el diagnóstico diferencial con el delirium. Otra situación compleja de
gran actualidad es la aplicación del concepto de limpieza de fármacos en ancianos
para evitar la polifarmacia. Esta actitud conduce, en ocasiones, a situaciones de
yatrogenia por retirada brusca de medicaciones y ulteriores recaídas de trastornos
psiquiátricos ya diagnosticados, que no se han valorado como patologías relevantes
en el paciente mayor.
Trastorno de ansiedad debido a otra afección médica
Estos criterios diagnósticos ayudan a tener presente que la patología de distintos
órganos, incluido el propio cerebro, puede ser la causa de sintomatología ansiosa en
el contexto de un diagnóstico no psiquiátrico.
De hecho, los trastornos de ansiedad son frecuentes en el contexto de otras
enfermedades; por lo tanto, es importante detectar de forma precisa los trastornos
de ansiedad en este subgrupo de pacientes. La presencia de patología orgánica
produce un aumento de la ansiedad en el anciano. Van Balkom et al. (2000)
demostraron que existe una relación lineal entre el aumento del número total de
patologías crónicas y la incidencia de trastornos por ansiedad.
La ansiedad concomitante con enfermedades médicas puede tener consecuencias
graves, con aumento del riesgo de hospitalización ( Maurer et al., 2008 ), peores
resultados de la rehabilitación ( Yohannes et al., 2000 ), peor calidad de vida,
pérdida funcional y prolongación de las estancias hospitalarias.
La presentación de un trastorno de ansiedad previo puede modificarse por la
presencia de algunos problemas de salud, que pueden producir síntomas que imitan
los trastornos de ansiedad, como, por ejemplo, la diabetes o la enfermedad tiroidea
( Thomas, 1995 ). Ciertas condiciones médicas están asociadas con ataques de
pánico u otros síntomas de ansiedad, especialmente angina de pecho, taquicardia,
obesidad, úlcera de estómago y artritis ( Chou, 2010 ). La presencia de una
enfermedad médica, sin embargo, no impide la coexistencia de ansiedad, que puede
agravar el deterioro funcional del paciente. Por ejemplo, la presencia de ataques de
pánico en un individuo con EPOC podría ser interpretada como episodios de hipoxia.
Sin un interrogatorio muy cuidadoso, los síntomas de ansiedad pueden ser
enmascarados por la polifarmacia o por otras patologías crónicas reagudizadas que
pueden presentar los ancianos, especialmente aquellos que tienen un perfil de
fragilidad, como es el caso de enfermedades reum atológicas tratadas con
corticoesteroides ( Smith et al., 1995 ). En este punto, cabe tener en cuenta que una
de las dificultades en el diagnóstico de la ansiedad debida a enfermedad médica es
que no se puede demostrar a través de exploraciones que exista una relación directa
entre los síntomas que presenta el paciente y la enfermedad diagnosticada
( Mohlman et al., 2012 ).
En un estudio realizado con criterios diagnósticos de la 10.ª edición de
la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-10) ( Fung y Lam, 2017 ) a través
de los algoritmos de la entrevista clínica estructurada Clinical Interview Schedule-
Revised (CIS-R), el 4,4% de los pacientes habían presentado síntomas de ansiedad
asociados a depresión; el 2,5%, TAG, y el 0,2% tenían otros trastornos de ansiedad,
como fobias. Los individuos con trastornos de ansiedad tenían más trastornos
gastrointestinales (cociente de probabilidades [OR, odds ratio ] = 2,66; intervalo de
confianza [IC] del 95%: 1,48-4,76) y problemas genitourinarios (OR = 1,96; IC del
95%: 1,05-,65), más déficits de memoria diferida (OR = 0,68; IC del 95%: 0,56-
0,83), peor pensamiento abstracto (OR = 0,65; IC del 95%: 0,49-0,85) y menor
capacidad de relación social (OR = 0,88; IC del 95%: 0,79-0,98).
Diversos estudios reportan que la prevalencia de los trastornos de ansiedad en la
EPOC es alta, situándose entre el 10 y el 19% en pacientes con enfermedad estable,
entre el 9 y el 58% en individuos que se recuperan de una reciente exacerbación
aguda y entre el 50 y el 75% en aquellos con enfermedad severa ( Chung
et al., 2006;Todaro et al., 2007 ).
Algunos autores han descrito la asociación entre ansiedad y problemas
cardiovasculares, como arritmias, hipertensión arterial o aumento de la agregación
plaquetaria ( Regier et al., 1988;Smoller et al., 2007 ) ( cuadro 21-1 ). La asociación
entre ansiedad y AVC también ha sido descrita ( cuadro 21-2 ), sin poder confirmarse
si existe una relación causal entre ambas ( Allgulander, 2016 ).
CUADRO 21-1
Ansiedad y riesgo vascular
Allgulander (2016) , modificado por Azpiazu.
Aproximadamente el 20% de los pacientes post-AVC presentan síntomas de
ansiedad.
La ansiedad se suele asociar a trastorno afectivo en pacientes con AVC.
Se ha encontrado asociación entre la hipertensión sistólica y las crisis de pánico.
La ansiedad aumenta el riesgo de arritmias.
Existe mayor agregación plaquetaria en pacientes con ansiedad.
Se ha encontrado mayor arteriosclerosis subclínica en pacientes con ansiedad.
AVC: accidente vascular cerebral.
CUADRO 21-2
Ansiedad y patología orgánica crónica
Van Balkom et al., 2000, modificado por Azpiazu.
TDM: trastorno depresivo mayor.
El 7% sin enfermedad somática crónica cumplen criterios para trastorno de
ansiedad.
El 10% con una enfermedad somática crónica cumplen criterios para trastorno de
ansiedad.
El 30% con dos o más enfermedades somáticas crónicas cumplen criterios para
trastorno de ansiedad.
Grupo de TDM: el 36% cumplen criterios de ansiedad.
Grupo de trastorno de ansiedad: el 39% cumplen criterios de TDM.
Respecto a la relación entre cáncer y patologías psiquiátricas comunes, un amplio
estudio realizado por el grupo de Shankar ( Shankar et al., 2016 ) ha mostrado que
la depresión es más común entre los pacientes con neoplasias endocrinas (100%),
seguidos por mieloma múltiple (50%), tumores malignos de la región torácica
(46,7%), cáncer gastrointestinal (41,7%), neoplasia primaria desconocida (41,7%),
cáncer genitourinario (40,7%), cáncer de hueso y tejidos blandos (39,3%), cáncer
ginecológico (38%), cáncer de mama (35,9%), cáncer de cerebro (33,3%), cáncer de
cabeza y cuello (32,3%), linfoma (23,1%) y malignidades hematológicas (16,7%). El
TAG es más común entre los pacientes con neoplasias genitourinarias (55,6%),
seguidos por mieloma múltiple (50%); neoplasia desconocida primaria (50%);
tumores malignos de la región torácica (43,3%); cáncer gastrointestinal (40,7%);
cáncer de cerebro (37%); neoplasias endocrinas (33,3%); cáncer ginecológico
(32,4%); cáncer de hueso, cabeza y cuello (32,3%); cáncer de mama (32,1%); cáncer
de tejidos blandos (28,6%); linfoma (15,4%) y neoplasias hematológicas (6,7%).
En términos relativos demográficos y clínicos, los autores no encontraron
diferencias significativas en la prevalencia de trastornos depresivos frente al TAG en
pacientes de ambos sexos mayores de 50 años. Cuando se comparó la morbilidad
psiquiátrica a partir de la localización de la neoplasia, con un tamaño de muestra de
al menos 70 casos por cada órgano, no se hallaron diferencias significativas. Por lo
tanto, no parece haber diferencias entre las diversas localizaciones de la neoplasia y
la aparición de sintomatología psiquiátrica. Al comparar los niveles
socioeconómicos, aquellos que pertenecían a una familia de nivel medio tenían
menos riesgo de ansiedad que los pertenecientes a familias de nivel socioeconómico
bajo (el 40,1 frente al 26,7%).
Trastorno obsesivo-compulsivo
Las obsesiones se definen como pensamientos, impulsos o imágenes que se repiten
y son experimentadas como intrusivas y egodistónicas, causando malestar
significativo al paciente. Las compulsiones son comportamientos ritualísticos o actos
mentales que han de ejecutarse sin que el paciente pueda evitarlos. Los ancianos
pueden padecer TOC típicos, con pocas variaciones respecto a los del adulto y, de
hecho, es la forma de trastorno ligado a la ansiedad con menos variaciones
relacionadas con la edad.
Esta enfermedad se consideraba rara hace unos años, pero hoy se conoce que su
presencia puede afectar hasta al 2% de la población, incluidos los ancianos, aunque
a esta edad la prevalencia es algo más baja. En la edad avanzada, su prevalencia es
similar en los dos sexos, pero el inicio tardío es más frecuente en la mujer. La
enfermedad suele aparecer antes de los 50 años y cursa de manera crónica hasta el
final de la vida. La presentación por primera vez en la edad avanzada es rara, aunque
es aún más infrecuente que lo haga en el período entre los 45 y los 65 años.
El cuadro clínico es similar al del adulto. Los pacientes ancianos pueden tener más
temores de contaminación, dudas patológicas y rituales de comprobación que los
jóvenes, y menor necesidad de simetría, tocar y ordenar que estos (Kohn, 1997). La
ideación obsesiva relacionada con imágenes o pensamientos de tipo religioso es
particularmente común en los ancianos. En los casos, frecuentes, de evolución a lo
largo de muchos años, los pacientes pueden llegar a cierto grado de tolerancia y
relativización de los síntomas que, aunque siguen apareciendo con la misma
característica de inevitabilidad que al principio, pueden ser percibidos y manejados
con un menor grado de sufrimiento. La evolución suele seguir un patrón de mejorías
y exacerbaciones, pero, aunque es posible la aparición de períodos libres de
enfermedad, lo corriente es que rara vez los pacientes se vean totalmente libres del
trastorno.
En la práctica clínica, hemos observado casos aislados de conductas ritualistas en el
curso de la demencia, pacientes con rituales de lavarse las manos de forma
continuada, sin antecedentes de TOC a lo largo de su vida. La existencia en la
literatura de casos asociados a patología orgánica cerebral ( Philpot y
Banerjee, 1998 ) respalda la opinión de que los factores orgánicos pueden ser
importantes en la presencia del TOC en edades avanzadas.
Trastorno por estrés postraumático
El desarrollo de síntomas ansiosos intensos tras una experiencia especialmente
traumática, consistente en la reexperimentación del hecho traumático, la evitación
de los estímulos asociados con el trauma y el desarrollo de síntomas de
hiperactivación, puede darse también en el anciano. El TEPT relacionado con un
acontecimiento vivido en la edad adulta puede cronificarse y alcanzar la edad
avanzada, como lo demuestran los ancianos sobrevivientes del holocausto nazi o los
prisioneros de guerra. Pero también puede desarrollarse a raíz de un acontecimiento
vivido ya en la edad senil. Además, acontecimientos estresantes como la jubilación o
la pérdida del cónyuge pueden reactivar síntomas de ansiedad relacionada con
traumas en la edad adulta o juvenil, aparentemente superados. En la práctica clínica,
hemos podido observar casos de pacientes que cumplían criterios de este diagnóstico
tras sufrir accidentes de tráfico muy aparatosos, atracos violentos y un caso de
violación en una paciente de 82 años. Existen muy pocos datos de estos problemas a
esta edad. La información recogida de los ancianos supervivientes del terremoto de
Armenia de 1988 ( Goenjian et al., 1994 ) apunta a que la intensidad sintomática
sería similar en el adulto y el anciano, aunque estos últimos sufrirían menos
reexperimentación del trauma y más hiperactivación comparados con personas más
jóvenes. En general, los problemas relacionados el sueño (pesadillas), la irritabilidad
y la retracción social son especialmente relevantes en las personas mayores. En ellas,
se han encontrado altas cifras de recuperación a los 3 años tras un acontecimiento
altamente traumático, pero aquellos pacientes que no se han recuperado en el plazo
de 2 o 3 años presentan un alto riesgo de cronificación del trastorno ( Livingston y
Livingston, 1994 ).
Ansiedad comórbida con depresión
La prevalencia de depresión ansiosa en el anciano es muy relevante y condiciona una
serie de parámetros clínicos de gravedad que es importante tener en cuenta en el
diagnóstico y en el posterior planteamiento terapéutico. La presencia de depresión
incrementa los propios síntomas de ansiedad y la gravedad de la misma, y se asocia
a mayor comorbilidad médica y riesgo de suicidio, mayor aislamiento social y peor
respuesta al tratamiento, empeorando, en general, el pronóstico ( Cassidy
et al., 2005;Lenze et al., 2005 ). Clasificaciones como la DSM favorecen la
importancia de la depresión respecto a la ansiedad en el caso de que ambos
trastornos ocurran de forma comórbida ( Smalbrugge et al., 2005 ).
Ansiedad y demencia
El deterioro cognitivo favorece la presencia de sintomatología ansiosa, que casi
nunca suele faltar en algún período de la evolución de la demencia. La observación
clínica habitual muestra que la presencia de ansiedad, con sus cualidades más
específicas, es característica de estadios precoces, en relación con la percepción
subjetiva de los déficits y el consecuente deseo —con frecuencia frustrado— de
sobreponerse a ellos; y también de estadios medios, manifestada como una dificultad
de modulación de la respuesta ante circunstancias adversas, a veces mínimas. En los
estadios avanzados, se tendría que hablar más de problemas conductuales que de
ansiedad propiamente dicha. Los pacientes que padecen un proceso demencial,
junto con un trastorno depresivo, tienden a tener menores niveles de ansiedad.
Insomnio asociado a ansiedad
El sueño del anciano tiene características fisiológicas distintas a las del adulto: es
más superficial, más fragmentado y se produce en forma más escalonada a lo largo
del día. Por otra parte, no es fácil valorar y medir realmente la cantidad y la calidad
del sueño de las personas mayores. Expresiones subjetivas como «no duermo bien»
o «no descanso» no tienen siempre la fiabilidad deseada. En ocasiones, se trata
simplemente de la consecuencia de pequeñas eventualidades, como dificultades
respiratorias posicionales, problemas urinarios o la incomodidad secundaria a
molestias articulares.
El insomnio es una queja frecuente, con una prevalencia del 12-50% (Mc Ghie y
Russell, 1962). En ancianos con comorbilidad médica, afecta al 33% ( Bhaskar
et al., 2016 ). Proporciona un malestar subjetivo al paciente, y también a la familia,
y a menudo comporta una demanda de consulta prioritaria ( Jaussent et al., 2011 ).
En este estudio, los síntomas registrados, según los criterios del DSM -IV, en
pacientes ancianos de ambos sexos fueron del 70%. Los factores asociados con el
insomnio fueron la medicación con finalidad hipnótica, las pesadillas, la
somnolencia, las enfermedades crónicas y la depresión.
En cualquier trastorno por ansiedad, los pacientes suelen manifestar dificultad para
conciliar o mantener el sueño, con tendencia a pensamientos rumiativos e inquietud
que dificultan el descanso. Pueden aparecer en el TOC, donde no son infrecuentes
los rituales de simetría alrededor del momento de acostarse o los de comprobación
de grifos, gas o electricidad, que hacen levantarse al paciente repetidas veces.
También pueden asociarse al pánico, cuyos ataques pueden aparecer por la noche,
en el momento de dormir. Complican el estrés postraumático, asociándose a la
reexperimentación nocturna del acontecimiento provocador. Finalmente, casi nunca
faltan en la ansiedad generalizada y son un exponente de ella.
En muchas ocasiones, el insomnio va a tener una causa multifactorial. Por ello es
necesaria una buena anamnesis y un profundo conocimiento de la historia de hábitos
de sueño, tiempo de descanso, tipo de sueño, etc. La realidad de la clínica diaria
demuestra que la valoración y el análisis de las quejas subjetivas del sueño suelen
merecer escasa dedicación en los interrogatorios y se ven muy pobremente reflejados
en las historias clínicas.
Para la evaluación del insomnio se debe realizar una anamnesis sistematizada,
recogiendo información acerca de los siguientes ítems:
• •
Historia de sueño: hábitos.
• •
Horas de sueño.
• •
Tipo de insomnio.
• •
Problema transitorio o continuo.
• •
Calidad subjetiva del sueño.
• •
¿Con qué relaciona el paciente el insomnio?
• •
¿Qué otros síntomas presenta el paciente durante la noche?
• •
Consumo de café, té o alcohol antes de acostarse.
• •
¿Qué medicamentos tiene prescritos y cuáles toma realmente?
• •
Presencia de dolor o sensación de ahogo en la cama.
• •
Incontinencia urinaria.
• •
Si está tranquilo en la cama.
• •
Si hace alguna actividad en la cama.
• •
Modificaciones del ritmo de sueño propias de la edad.
• •
Modificaciones del sueño secundarias a factores ambientales y culturales.
• •
Modificaciones inducidas farmacológicamente, ya sea por un mecanismo
directo o por un mecanismo indirecto.
Enfoque terapéutico de los trastornos por ansiedad
La ansiedad sigue siendo una patología desatendida en el anciano, considerada a
menudo de menor importancia por parte de muchos de los profesionales implicados
e, incluso, por la población general. Reducir la sintomatología ansiosa parece un
ejercicio que cualquiera pudiese realizar, como si dependiera de la propia voluntad.
Además, existen cuestiones paradójicas, como el hecho de que el uso continuado de
BZD en ancianos no está recomendado en las guías de buena praxis cu ando, por el
contrario, la ansiedad en la mayoría de los pacientes es de curso crónico. Pero entre
el 45 y el 60% de los pacientes mayores de 55 años con ansiedad toman al menos una
BZD ( Katzman et al., 2014 ). Asimismo, algunos antidepresivos, también
recomendados en ancianos con trastornos por ansiedad, pueden producir
alteraciones en el electrocardiograma, y los antipsicóticos con perfil sedante no se
recomiendan de entrada por los posibles efectos adversos potencialmente graves.
Por lo tanto, el rango de fármacos que se pueden utilizar queda, en la práctica, muy
reducido.
Otra contradicción adicional reside en el hecho de que la ansiedad podría abordarse,
en muchas ocasiones, con tratamiento psicológico o combinado. Sin embargo, la
disponibilidad de recursos de este tipo es anecdótica, ya que, en muchas de las
unidades en que se atiende a los ancianos, no existe el perfil profesional de psicólogo
clínico o, cuando existe, tiene una disponibilidad muy limitada.
Tratamiento farmacológico
El tratamiento farmacológico de la ansiedad debe encontrar un adecuado balance en
el cociente entre beneficio y riesgo. Adicionalmente, determinados aspectos, como el
riesgo de abuso y dependencia, presentan peculiaridades en la edad avanzada. Por
ejemplo, estimamos que se debe relativizar el riesgo de dependencia en un anciano
con una expectativa de vida limitada, que está recibiendo un efecto favorable de un
tratamiento con una BZD, cuya sintomatología reaparece al retirar el tratamiento y
que, por lo tanto, lo toma de forma prolongada. Del mismo modo, deberían hacerse
esfuerzos para retirar, si es posible, el tratamiento con BZD en un paciente con
deterioro cognitivo, si este está afectando a su memoria.
Los efectos del tratamiento ansiolítico y su cumplimiento por parte del paciente han
de ser monitorizados estrechamente. Es preciso prestar atención tanto a su
mantenimiento indefinido sin suficiente justificación como a la correcta adherencia
al mismo, que puede estar mediada por dificultades cognitivas o de otra índole del
propio paciente, o por una intervención incorrecta del cuidador. Hay que evitar
siempre variaciones no previstas en las dosis o la interrupción brusca del
tratamiento.
Las particularidades del uso de los fármacos ansiolíticos aparecen en el capítulo
correspondiente de esta obra. Nos limitamos aquí a dar unas indicaciones de carácter
general que pueden ayudar a la selección del tratamiento más adecuado en función
del tipo de trastorno.
Tratamiento del trastorno de ansiedad generalizada
Existen diversas moléculas aprobadas para el tratamiento del TAG. Las más
importantes son las siguientes.
Pregabalina
La pregabalina es un fármaco comercializado inicialmente como antiepiléptico, que
tiene otras indicaciones en la ficha técnica, como el tratamiento del dolor neurálgico
y el TAG. Su uso ha sido recomendado en guías de práctica clínica como la
canadiense ( Katzman et al., 2014 ). En nuestra experiencia clínica, es un fármaco
bien tolerado en ancianos, que permite ser utilizado en dosis progresivas, iniciando
siempre con 25 mg en una toma al día, hasta 300 mg o más (en los ensayos clínicos
se utilizaron dosis de hasta 600 mg), salvo en aquellos pacientes que presenten
insuficiencia renal. El efecto adverso más frecuente en personas mayores es la
sensación de mareo o ligera sedación, que suele ser transitoria. Diversos autores
( Montgomery, 2006;Frampton, 2014 ) apuntan que la pregabalina mejora los
síntomas psíquicos y físicos de la ansiedad, así como la percepción subjetiva de la
calidad de sueño reparador. Se han realizado ensayos abiertos en pacientes con TAG
y depresión, también con resultados favorables ( Karaiskos et al., 2013 ).
Antidepresivos
Varios de estos fármacos, como la duloxetina ( Davidson et al., 2008 ), la venlafaxina
( Katz et al., 2002 ), el citalopram ( Lenze et al., 2005 ) o el escitalopram ( Lenze
et al., 2005 ), han demostrado eficacia en el tratamiento de la ansiedad generalizada.
La fluvoxamina, en un ensayo abierto con pocos casos, también demostró eficacia en
el TAG ( Wylie et al., 2000 ), aunque actualmente es un fármaco poco utilizado en
ancianos por su mayor capacidad de interacciones.
Los nuevos fármacos antidepresivos, la desvenlafaxina y la vortioxetina, a pesar de
no haberse ensayado en el TAG, poseen un perfil interesante farmacodinámico, de
eficacia y tolerancia, que justificaría su utilización en esta población.
Buspirona
Dispone de un ensayo clínico específico en el que mostró eficacia en el TAG en
ancianos ( Mokhber et al., 2010 ). La experiencia posterior ha sido escasamente
satisfactoria, de forma que, en nuestra opinión, queda como un fármaco que solo
estaría justificado ensayar en caso de fracaso terapéutico con otras moléculas.
Benzodiazepinas
Las BZD tienen un papel coadyuvante en el tratamiento del TAG. Pueden
administrarse en fases de reagudización en dosis bajas durante cortos períodos de
tiempo, en especial las de vida media intermedia, como el lorazepam o el alprazolam.
Se calcula que entre el 45 y el 60% de los mayores de 55 años con síntomas ansiosos
consumen BZD, cifra más alta que el consumo de antidepresivos ( Benítez
et al., 2008;Lenze et al., 2005 ). Es importante tomar siempre en consideración los
posibles efectos adversos y los riesgos que puede conllevar su uso crónico en
ancianos ( Nuchida et al., 2009 ; Hines y Murphy, 2011 ; Klotz, 2009 ). En especial,
ha de tenerse en cuenta el riesgo de caídas y fracturas, así como de delirium
( Chatterjee et al., 2012 ; Hines y Murphy, 2011 ).
Existen situaciones complejas y no infrecuentes en las que encontramos pacientes
que toman BZD de forma continuada, casi siempre sin control, en dosis bajas y sin
ningún efecto de tolerancia, desde hace un número elevado de años. En estos casos,
en los que es muy difícil plantear su supresión, es necesario tomar decisiones
cautelosas, asegurarse de que la información es correcta y ajustar la dosis a la
mínima cantidad posible. Solicitar ayuda al farmacéutico con la preparación de
blísteres semanales individualizados, de modo que el paciente ya no participa en la
preparación ni dispone de fármacos en el domicilio, puede evitar la automedicación
y mejorar el cumplimiento. Asimismo, las asociaciones con fármacos antidepresivos,
pregabalina o compuestos del tipo pasiflora, pueden ayudarnos a una progresiva y
lenta reducción de la BZD hasta su retirada.
Tratamiento de las fobias
En el tratamiento de las fobias específicas o de la agorafobia es razonable indicar una
BZD tipo alprazolam en dosis de 0,25 mg al inicio o durante la terapia conductual,
facilitando así la reducción de la angustia y ofreciendo seguridad al paciente, para
que siga motivado con la continuación de la terapia. Si la angustia es muy elevada y
el paciente manifiesta síntomas anticipatorios que le bloquean, sería razonable
introducir un antidepresivo como tratamiento de base para facilitar que el paciente
pueda realizar la terapia de exposición.
Tratamiento de las crisis de pánico
Su tratamiento en los ancianos tiene indicaciones similares al recomendado en las
guías de tratamiento para adultos. Así, los antidepresivos pueden usarse con
seguridad ajustando dosis según la tolerancia y la respuesta terapéutica, sin
sobrepasar las dosis máximas recomendadas. Conviene recordar la necesidad de un
escalado lento de dosis, ya que, si este se hace rápidamente, se pueden agravar las
crisis. Existen estudios con paroxetina ( Hendriks et al., 2009 ), citalopram y
escitalopram ( Rampello et al., 2006 ), y fluvoxamina ( Wylie et al., 2000 ). Debe
tenerse en cuenta que la utilización de antidepresivos también aumenta el riesgo de
caídas con fractura, y que este riesgo es superior especialmente con las asociaciones
de psicótropos.
Tratamiento del trastorno obsesivo-compulsivo
Los antidepresivos de perfil serotoninérgico son los fármacos de elección en el TOC
a cualquier edad. En las personas mayores, la experiencia favorece la sertralina, el
citalopram/escitalopram y, muy específicamente, la fluvoxamina ( Katzman
et al., 2014 ).
Tratamiento del trastorno por estrés postraumático
Pese a que no existen ensayos clínicos randomizados de tratamiento de este
trastorno en personas mayores, la extrapolación de los resultados con inhibidores
selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS) resulta de utilidad. La experiencia
favorece en este caso a la paroxetina y la sertralina.
Tratamiento de la ansiedad comórbida a otros trastornos
psiquiátricos
La mayoría de los síntomas de ansiedad comórbidos a otros trastornos psiquiátricos
deberán tratarse de acuerdo con la enfermedad de base. Los trastornos afectivos son
la patología más prevalente en los ancianos, junto con las enfermedades
neurodegenerativas. En ambos casos, abordaremos inicialmente el tratamiento de
base, en la primera con antidepresivos y en la segunda con fármacos anti-Alzheimer.
Frente a una demencia tipo Alzheimer probable o posible, las BZD han de quedar
limitadas puntualmente a episodios de reagudización, o cuando el paciente presente
insomnio y requiera un inductor del sueño, siempre de forma muy cuidadosa.
Tratamiento no farmacológico
Las técnicas utilizadas son, en su mayoría, de orientación cognitivo -conductual, las
de relajación y corporales y las de apoyo. Existen datos de metaanálisis que muestran
que las intervenciones psicoterapéuticas ofrecen resultados comparables con los
tratamientos farmacológicos ( Goncalves y Byrne, 2012 ). Según los estudios
disponibles, la selección de la técnica es importante para cada trastorno concreto.
Además de las técnicas psicoterapéuticas más convencionales, queremos llamar la
atención acerca de las técnicas corporales, que tienen un especial interés en este
campo, a pesar de que en nuestro medio aún no han conocido el nivel de aplicación
que sería deseable. Permiten, además de la intervención verbal, un abordaje más allá
de las palabras y centrado en el lugar donde se asientan muchos de los síntomas
ansiosos (el cuerpo). La terapia psicomotriz consiste en utilizar el cuerpo y su
movimiento, así como la relajación, para experimentar una vivencia emocional. Es
un medio de llegar donde la palabra por sí sola no llega, y abordar la sintomatología
obteniendo una mayor adaptación al medio. Se basa en conceptos generales como el
esquema corporal, la vivencia del espacio y el tiempo, el tono y la armonización
tónica, y los polos de la relajación y el movimiento. El trabajo directo sobre
determinados aspectos, como el equilibrio o la marcha, permite mejorar síntomas
que son específicos de la ansiedad del anciano y que funcionan como máscaras
(temor a caer, mareo, supuesta debilidad de extremidades) y que ocultan verdaderos
síntomas psíquicos como la agorafobia. La terapia psicomotriz puede ayudar, entre
otros, a pacientes con dificultad de verbalización o en trastornos de larga duración o
muy cronificados.
La duración total de los tratamientos psicoterapéuticos es variable, pero, en general,
no es superior a las 6 semanas. Las técnicas que combinan relajación y tratamiento
cognitivo conductual suelen ofrecer mejor adherencia.
A pesar de los resultados favorables que registran los estudios, hay que tener en
cuenta que prácticamente no se dispone de información sobre resultados a largo
plazo ( Katzman et al., 2014 ). En algún estudio aislado parece observarse la utilidad
de efectuar sesiones posteriores a las iniciales, que podríamos calificar como
«sesiones de refuerzo», sin que haya precisiones sobre su frecuencia ni sobre si
estarán indicadas solamente en pacientes recidivantes.
En cuanto a la aplicación de las terapias no farmacológicas en patología concretas,
en el TAG hay datos a favor de una eficacia equivalente entre el tratamiento
farmacológico y el psicoterapéutico ( Pinquart y Duberstein, 2007 ). De hecho, un
trabajo permitió demostrar que la diferencia de resultados entre los que siguieron
técnicas conductuales y los que permanecían en lista de espera alcanzaba una
diferencia estadísticamente significativa ( p = 0,003) ( Hendriks et al., 2008 ).
La exposición sistemática efectuada por personal con una buena formación, capaz
de realizar un cuidadoso programa adaptado a cada caso, suele ser la técnica más
adecuada para el tratamiento de las fobias. Dentro de la complejidad de la
elaboración de un diseño caso a caso, contamos con la ventaja de que no suele ser
necesaria una exposición sistemática y progresiva de cada una de las situaciones
fóbicas, sino que, en cuanto se consiguen resultados manifiestos en una de ellas,
parece producirse un fenómeno de mancha de aceite y el paciente progresa con mayor
facilidad a partir de este momento.
De acuerdo con nuestra experiencia, no es raro encontrar pacientes mayores que,
una vez han mejorado de una aparente fobia única selectiva, manifiestan
espontáneamente que «ahora hago muchas más cosas que antes porque ya no me
dan miedo». Siempre que sea posible, se recomienda efectuar las exposiciones en el
medio natural en el que aparecen las fobias. Ello tiene el inconveniente de requerir
desplazamientos, pero los resultados suelen ser más rápidos y de mejor calidad.
Actualmente existen experiencias con realidad virtual, que podrían ser útiles en estos
pacientes.
En el caso del TOC, la técnica más efectiva es la exposición, junto con la prevención
de respuesta, que consiguen mejoras en determinados síntomas referidos a la
limpieza, por ejemplo. La efectividad de estas técnicas en el caso concreto de la
población anciana está aún por aclarar, pero ha de ser intentada siempre.
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CAPÍTULO 22
Trastornos de personalidad
• Manuel Martín Carrasco
Psiquiatría geriátrica, Capítulo 26, 447-459
• ▪
Los trastornos de personalidad en el anciano han recibido una escasa atención
en la literatura científica en comparación con la población más joven.
Probablemente se debe a que los trastornos de comportamiento y las
dificultades de ajuste social son mucho menos importantes entre los mayores.
• ▪
Las dificultades que afectan a la conceptualización, el diagnóstico y la
clasificación de los trastornos de personalidad se extienden a la
edad avanzada. Es probable que las manifestaciones clínicas sean diferentes
entre los mayores.
• ▪
Los trastornos de personalidad juegan un papel importante en la aparición y
en la respuesta terapéutica de otros trastornos psiquiátricos en los mayores,
especialmente la depresión y los trastornos de adaptación.
• ▪
Tanto las intervenciones psicofarmacológicas como las psicoterapéuticas, en
especial el modelo de relación terapeuta-paciente, son cruciales en el manejo
clínico de estos pacientes, así como en las actuaciones sobre el entorno social
y familiar, dada la naturaleza disruptiva de las relaciones sociales de estos
pacientes.
Introducción
Los trastornos de personalidad (TP) se caracterizan por la presencia de estructuras
estables de comportamiento disfuncional que afectan a numerosas facetas de la vida
del sujeto, empeorando su funcionamiento y afectando especialmente a la forma de
relacionarse con los demás. Otras características con una gran importancia clínica
son su heterogeneidad sintomática y la presencia de diferentes tipos de relación con
otros trastornos mentales, lo que dificulta en gran medida su diagnóstico y su
tratamiento.
En cualquier caso, existe un alto grado de acuerdo en que la presencia de un TP
empeora el pronóstico de cualquier enfermedad psiquiátrica y aumenta las
probabilidades de generar una incapacidad mantenida, con los costes asociados a
esta. Se trata, por lo tanto, de un área de interés creciente, sobre todo si tenemos en
cuenta que tradicionalmente ha estado relativamente desatendida, especialmente en
el campo de la investigación.
Al igual que ocurre en otras patologías psiquiátricas en el anciano, los TP han tenido
un trato desfavorable desde el punto de vista de la atención científica, en
comparación con otros grupos de población más jóvenes. En ello han podido influir
varios factores, pero, sobre todo, parece importante el hecho de que los TP no
generan en el anciano el cúmulo de conductas negativas que producen en sujetos
más jóvenes (p. ej., consumo de tóxicos, agresividad), por lo que tienden a pasar
desapercibidos (van Alphen et al., 2015).
Sin embargo, se trata de una patología muy prevalente, que continúa
ensombreciendo el pronóstico de otras patologías, generando dificultades de
adaptación y aumentando el consumo de recursos sanitarios y sociales no solo en
sujetos jóvenes, sino también en el anciano. Por todo ello, merece sobradamente la
revisión que vamos a realizar en el presente capítulo ( Bender et al., 2001;Calvet
et al., 2014 ).
Conceptualización
La observación de que existen personas peculiares cuyos hábitos de comportamiento
llaman la atención por su rigidez y la desadaptación que causan es más vieja que la
propia medicina, y tiene abundante reflejo en la literatura desde la Antigüedad;
quizás merezca la pena recordar, en este sentido, la obra Los caracteres morales, del
filósofo griego Teofrasto (siglo iv a. C.), perteneciente a la escuela peripatética.
La psiquiatría, como rama de la medicina, se ha acercado al problema de los TP desde
sus orígenes. Ya en el siglo xix , psiquiatras como Pinel, Rush y Pritchard
describieron tipos de personalidad socialmente inadaptados. Posterio rmente, a
comienzos del siglo xx , comenzaron a hacerse descripciones clínicas de tipos
específicos, con observaciones que continúan estando vigentes, como la de la histeria
o la personalidad obsesiva, por autores como Janet y Freud. Más tarde, y dentro de
las teorías psicoanalíticas, se describen otros tipos como la personalidad
dependiente, límite o narcisista, todos ellos fuertemente vinculados con el marco
teórico en el que se desarrollan. Por otra parte, desde el campo de la fenomenología
alemana, con autores como Kraepelin y Kretsmer, se apunta la teoría del espectro, y
los TP se consideran variantes relacionadas clínica y genéticamente con la paranoia,
la psicosis afectiva y la esquizofrenia, señalando los tipos que son los antecedentes
de los trastornos esquizoide, esquizotípico, paranoide y ciclotímico de la
personalidad. Por el contrario, otro autor alemán, Schneider (1923) , rechaza la
teoría del espectro, y consideraba que los TP representan desviaciones sociales y
variantes extremas de rasgos normales de personalidad. Asimismo, desarrolló el
primer sistema comprensivo de categorías de TP, que proporcionó el modelo para
los sistemas actuales, la 10.ª edición de la Clasificación Internacional de
Enfermedades (CIE-10) ( OMS, 1992 ) y la 5.ª edición del Manual diagnóstico y
estadístico de los trastornos mentales (DSM-5) ( APA, 2013 ).
La aproximación que proponen ambos sistemas de clasificación es similar. Los TP se
definen como agrupaciones (clústeres) de síntomas definidos operativamente a
partir de su presentación concurrente, renunciando a cualquier interpretación
teórica. La tabla 26-1 presenta los 10 trastornos específicos recogidos en el DSM-5, a
su vez similares a los planteados en el DSM-IV-TR ( APA, 2000 ), reunidos en tres
agrupaciones mayores por razones heurísticas y de contenido, junto con algunas
características de su evolución con la edad. Inicialmente, en el DSM-5 se propuso
conservar 6 de los 10 diagnósticos del DSM-IV-TR y cambiar de un sistema de
clasificación categorial basado en rasgos a otro de tipo dimensional. Pero,
finalmente, este cambio fundamental no obtuvo el apoyo necesario y se optó por un
modelo mixto.
Tabla 26-1
Evolución con la edad de los trastornos de personalidad
Basada en datos del DSM-5.
Clúster Característica Trastorno de Evolución con la edad Comportamiento
principal personalidad
A Psicótico o Paranoide Estabilidad relativa Aislamiento
excéntrico Oposición a los cuidados
Esquizoide Aislamiento social, (desconfianza, se ven
aumento de casos como intromisiones)
Esquizotípico Aislamiento social
B Emocional Antisocial Disminución de la Rechazo a la vejez
o demostrativo impulsividad Vulnerables a las pérdidas
Incumplimiento
Límite Dificultades Consumo excesivo o
interpersonales inadecuado de
persistentes medicamentos o tóxicos
Histriónico Dificultades sociales Manipulación
Presentaciones dramáticas
Narcisista Dificultades
interpersonales
C Ansioso o Evitativo Estabilidad relativa Demanda excesiva
temeroso Abuso de los cuidadores
Dependiente Estabilidad relativa, Dificultad para tomar
aislamiento social decisiones
Obsesivo Estabilidad relativa, Sensibles a la exclusión
compulsivo aumento de casos ante cambios en el entorno
Ver a tamaño completo
Tampoco se consideró oportuno considerar de una forma especial los TP en las
personas mayores. Es un hecho evidente que, desde el comienzo de los DSM, los TP
se consideraron un trastorno propio de la juventud. La introducción original al eje II
del DSM-III ( APA, 1984 ) establecía que: «[…] los trastornos de personalidad son
reconocibles por lo general en la adolescencia o antes, y continúan a través de la
mayor parte de la vida adulta, aunque frecuentemente se hacen menos evidentes en
la madurez o en la vejez». Algunos trabajos estiman que el 25-29% de los criterios
tiene poca validez facial para su aplicación en mayores, de forma que se produce una
tendencia a un diagnóstico excesivo del clúster C —especialmente de trastorno
obsesivo— y de trastorno esquizoide, así como de trastornos «no especificados», y a
diagnosticar menos los trastornos de tipo histriónico, límite (borderline), narcisista y
esquizotípico ( Balsis et al., 2007 ). La CIE-10, por su parte, recoge únicamente
nueve trastornos específicos: paranoide, esquizoide, esquizotípico, disocial,
inestabilidad emocional, histriónico, ansioso, dependiente y anancástico.
En general, puede decirse que existen tres grandes puntos de vista acerca de los TP
en el anciano: 1) la personalidad no cambia, pero pu ede manifestarse de forma
diferente a lo largo de la vida: un cambio en la conducta no implica un cambio en la
personalidad; es el concepto de «continuidad heterotípica» ( Kagan, 1969 ); 2) las
diferencias apreciadas entre jóvenes y ancianos con TP, según se refleja en estudios
transversales, se deben a un efecto generacional o de cohorte, no al propio proceso
de envejecimiento, y 3) la personalidad cambia a lo largo de la vida, como resultado
de procesos de maduración o desestructuración psíquicos y/o biológicos. Dado que
existen muy escasos estudios de seguimiento que nos revelen qué ocurre con los TP
conforme se envejece, este punto crucial sigue siendo controvertido.
Desde una perspectiva dimensional, la opinión más generalizada es que la
personalidad «normal» permanece estable o con pequeños cambios a partir de los
30 años, especialmente en sujetos sanos ( Costa y McCrae, 1986 ). No obstante, se
han descrito algunas tendencias al cambio en mayores de 60 años; por una parte, se
produciría una disminución en neuroticismo, extraversión (vitalidad social) y
apertura a nuevas experiencias y, en cambio, un aumento en amabilidad,
responsabilidad y evitación del riesgo. Asimismo, se aprecia un aumento de la
variabilidad individual, pero todo ello sin que se registren cambios en la estructura
básica de la personalidad (jerarquía) ( Terracciano et al., 2005 ).
Por lo que respecta a las personalidades patológicas, el debate es mayor. Los DSM
sugieren que algunos tipos de personalidad, como los de tipo límite o antiso cial,
tienden a remitir o desaparecer con los años, mientras que otros, como el
esquizotípico o el obsesivo, tienden a ser más estables. Este punto de vista es apoyado
por varios autores; por ejemplo, Tyrer (1988) sostiene, refiriéndose al DSM-III, que
los trastornos del eje II pueden dividirse en «maduros» (esquizoide, esquizotípico,
paranoide, obsesivo-compulsivo) o estables con el tiempo, e «inmaduros»
(antisocial, límite, histriónico, narcisista, y pasivo-agresivo). Por otra parte, otros
autores sugieren la existencia tanto de variantes geriátricas de los TP como de
presentación tardía de cuadros clínicos bien caracterizados de TP en sujetos que
previamente manifestaban únicamente rasgos subclínicos
( Solomon, 1981 ; Agronin y Maletta, 2000 ; Segal et al., 2006 ). Pero todas estas
teorías carecen de validación empírica suficiente.
Los escasos datos existentes se refieren a un puñado de estudios transversales y
longitudinales. Tres estudios apoyan la noción de que los rasgos de personalidad son
susceptibles de cambios tanto cualitativos como cuantitativos ( Engels
et al., 2003;Gutiérrez et al., 2012 ; Ullrich y Coid, 2009 ). Engels et al. (2003) y
Ullrich y Coid (2009) informaron de un incremento de los trastornos de tipo
esquizoide y obsesivo-compulsivo con el aumento de la edad. Además, el estudio de
Ullrich y Coid (2009) indicaba una disminución de la prevalencia de trastornos de
tipo antisocial, narcisista, límite e histriónico (clúster B) con el envejecimiento. Para
descartar que los hallazgos pudieran estar sesgados por la heterogeneidad de las
categorías diagnósticas empleadas en otros estudios, Gutiérrez et al.
(2012) analizaron el cambio medio en cortes transversales a nivel de rasgo, y
apreciaron una caída específica en los aspectos externalizadores del clúster B
(impulsividad, desprecio a las reglas e inestabilidad emocional), mientras que el
estilo de relación interpersonal permanecía igual. Sus resultados también indicaban
una disminución en la prominencia de los rasgos de tipos A y C, a expensas de una
disminución marcada en la dependencia interpersonal y la desconfianza y de un
ligero aumento de miedo social, rigidez, rareza y desapego. Estos cambios
justificarían el aumento observado de la prevalencia de trastornos de tipo esquizoide
y obsesivo-compulsivo.
Todo ello pone sobre la mesa la cuestión de si son necesarios unos criterios de TP
específicos para la vejez ( Agronin y Maletta, 2000 ), o si el problema no se
solucionaría mejor adoptando un modelo dimensional en vez de elaborar todo
un nuevo constructo categorial que, sin duda, seguiría presentando problemas. En
concreto, el abordaje categorial no soluciona el problema de los factores que, dentro
del rango normal de la personalidad, pueden afectar a la aparición, el curso y la
respuesta al tratamiento de los trastornos psiquiátricos, y simplemente ignora el
hecho de la continuidad, demostrada por los resultados psicométricos y la
experiencia clínica, entre las características normales y patológicas de la
personalidad. Tampoco aporta soluciones al problema planteado por los «casos
nuevos» de TP en el anciano, relacionados probablemente con la manera en que el
envejecimiento, con todas sus penalidades, pone a prueba los recursos de la
personalidad del sujeto, lo que recuerda la dicotomía eriksoniana para la edad
avanzada: integración vs. desesperación ( Erikson, 1965 ). Pese a ello, creemos que
no existe actualmente una alternativa al abordaje categorial en la clínica diaria, ya
que resulta imprescindible por su sencillez y claridad para la toma de decisiones
( Seidlitz, 2001 ). Es fundamental, no obstante, profundizar en las investigaciones
acerca de la validez de estas categorías en el anciano, y quizás el modelo mixto
propuesto en el DSM-5 podría resultar de utilidad en este sentido (Debast et al.,
2015).
Diagnóstico
El cuadro 26-1 recoge las estrategias de diagnóstico para los TP en los mayores. Hay
que señalar que los TP en el anciano no son fáciles de diagnosticar, debido a diversos
factores. En primer lugar, debemos considerar la eterna polémica rasgo-estado,
aplicada sobre todo a la influencia de trastornos psiquiátricos comórbidos. Podemos
citar, por ejemplo, los trastornos depresivos, ya que existen evidencias de que la
presencia de depresión mayor incrementa la aparición de rasgos anómalos de
personalidad (p. ej., rasgos de tipo obsesivo, dependencia) que, posteriormente, se
reducen al resolverse el episodio ( Abrams et al., 1994 , 1998). Por otra parte,
debemos tener en cuenta que la presencia de depresión en sujetos ancianos con TP
se asocia a mala respuesta al tratamiento y persistencia de síntomas depresivos
residuales ( Vine y Steingart, 1994 ). También puede dar lugar a confusión la
presencia frecuente en el anciano de quejas depresivas repetidas, a veces
ritualizadas, pero que otras veces revelan cuadros depresivos subclí nicos, que
pueden afectar al diagnóstico de TP ( Mattar y Khan, 2017 ).
CUADRO 26-1
Estrategias de diagnóstico
Historia clínica corroborada por informantes
Relaciones sociales, familiares, laborales e interpersonales con frustración crónica,
caóticas, con patrones disarmónicos repetitivos
Trauma infantil, intentos de suicidio
Aspectos biográficos:
• •
Vivir sin pareja (solteros, divorciados); varios matrimonios con pocos hijos
• •
Menor nivel educativo, muchos cambios de empleo
Exploración psicopatológica
Debe centrarse en:
• •
Procesos cognitivos (p. ej., distorsiones)
• •
Regulación afectiva
• •
Control de los impulsos y regulación de la conducta
• •
Estilo de interacción
• •
Rigidez
Otras circunstancias comunes en el envejecimiento, como el deterioro cognitivo,
enfermedades somáticas o problemas sociales que afectan a la interacción con los
demás —dificultad para distinguir el deterioro funcional causado por el trastorno del
debido a los aspectos fisiológicos y ambientales del envejecimiento—, también
pueden dificultar el diagnóstico. Estos aspectos pueden corregirse, en parte,
adoptando una perspectiva biográfica al realizar la historia clínica o acudiendo a un
informante del entorno cercano al paciente. Sin embargo, en el caso de TP, no existe
siempre una buena concordancia entre ambos ( Molinari et al., 1998 ).
Otra posible fuente de error deriva de la tendencia de los ancianos a no informar
acerca de los rasgos de personalidad, bien por considerarlos poco aceptables o, por
el contrario, por asumirlos como normales (egosintonía). También hay que
mencionar la tendencia de los clínicos a atribuir al envejecimiento características
estereotipadas como «rigidez», «irritabilidad» o «escasa tolerancia», lo que resulta
en una tendencia a infradiagnosticar. Este hecho no hace más que reflejar que las
expectativas sociales de la conducta cambian con la edad, y lo que parece incorrecto
en un determinado grupo etario puede no serlo en otro. Por otra parte, en el caso de
que se produzca una comorbilidad entre trastornos del eje I y del eje II, los
profesionales tienden a centrarse en los primeros y soslayar los segundos, dado que
aquellos son más fáciles de reconocer, aceptar y tratar ( Morse y Lynch, 2000 ).
Un aspecto destacable es la escasa concordancia entre distintos instrumentos
empleados para medir la presencia de TP, especialmente entre entrevistas
estructuradas —que reflejan un abordaje categorial de los TP— y las escalas o
cuestionarios —que suelen elaborarse a partir de modelos dimensionales—. Por otra
parte, no existen muchos instrumentos diseñados específicamente para ancianos, y
los que existen no se suelen validar en esta población ( Rossi et al., 2014 ). Podemos
citar como excepción la Gerontological Personality Disorders Scale, con buenas
propiedades psicométricas como herramienta de cribado, no validada todavía en
castellano (van Alphen et al., 2006; Penders et al., 2016 ).
También hay que considerar que, en los sistemas de diagnóstico CIE-10 y DSM-5 (y
sobre ellos se basan los instrumentos de evaluación), no se tiene en cuenta que
determinadas conductas que sirven como «marcadores» de TP en sujetos jóvenes
(p. ej., consumo de tóxicos, impulsividad, promiscuidad, agresividad) son mucho
menos probables en ancianos, por toda una serie de razones. Este hecho es relevante,
dado que los criterios de TP están diseñados para personas jóvenes y en buenas
condiciones físicas. De esta manera, por ejemplo, la dependencia de un anciano de
sus cuidadores o el rechazo a estar con otros puede deberse a una incapacidad física
o sensorial, y no a un rasgo de carácter. El problema surge realmente cuando se trata
de una persona mayor con una incapacidad real, pero resulta difícil establecer hasta
qué punto se aprovecha de ella para fomentar la dependencia de sus cuidadores y
controlarlos. Se trata de rasgos sutiles, que exigen destreza clínica para
diferenciarlos correctamente. El cuadro 26-2 resume las barreras para el diagnóstico
de TP en la persona mayor.
CUADRO 26-2
Barreras para el diagnóstico de trastorno de personalidad en el anciano
Debut de los síntomas a edad avanzada
Comorbilidad: depresión, ansiedad, pródromos de enfermedades
neurodegenerativas
Dificultad para distinguir el deterioro funcional causado por el trastorno del debido
a los aspectos fisiológicos y ambientales del envejecimiento (p. ej., conductas
regresivas y demandantes al ingreso en una residencia [¿trastorno de personalidad?,
¿trastorno de adaptación?])
Atenuación con la edad de la impulsividad y los trastornos de conducta
Falta de instrumentos adecuados: herramientas no validadas, diseñadas para sujetos
de edad y generación distintas a las de los ancianos de ah ora (efectos de cohorte)
Falta de informadores fiables
Falta de conciencia de las dificultades (egosintonía de los síntomas)
Presencia de comorbilidad psiquiátrica: depresión, ansiedad, ideas delirantes,
síntomas somáticos inexplicados, uso de sustancias, trastornos del sueño, etc.
Alta complejidad del caso
Contratransferencia negativa
Dificultad para valorar el contexto (p. ej., debido al lapso intergeneracional o a otros
factores [p. ej., culturales])
Epidemiología
Los datos epidemiológicos sugieren que los TP son relativamente frecuentes en la
población general e, incluso, más prevalentes en las muestras clínicas (p. ej.,
personas en tratamiento por otros trastornos psiquiátricos, como depresión o abuso
de sustancias) ( Ames y Molinari, 1994 ). Los estudios en la población general
arrojan una prevalencia de TP estimada entre el 10 y el 14%
( Torgersen, 2005;Lenzenweger, 2008 ). En cuanto a los mayores, numerosos
estudios han intentado establecer cuál era la tasa en ancianos, pero los resultados
han sido dispares, lo que probablemente refleja problemas metodológicos. Las
diferencias de prevalencia entre adultos jóvenes y mayores se basan en
comparaciones transversales, con muestras generalmente pequeñas y procedentes
de entornos asistenciales, y los problemas en el diagnóstico de los TP en mayores ya
comentados pueden resultar en una minusvaloración de la prevalencia entre ellos.
Por ejemplo, partiendo del hecho de que la mayoría de los estudios se basan en los
criterios de diagnóstico del DSM-IV-TR, y que en el manual se afirma que los TP
aparecen en las primeras fases de la vida, si este principio se aplica en sentido
estricto, la frecuencia de TP solo puede mantenerse o descender con la edad, a
expensas, por ejemplo, de un aumento en la mortalidad ( Oltmanns y Balsis, 2011 ).
Teniendo en cuenta estos aspectos, las estimaciones sitúan la prevalencia de TP en
ancianos en el 3-13%, con una aproximación más exacta en torno al 10% en la
población general, en adultos de edad igual o superior a 50 años ( Abrams y
Horowitz, 1999 ). Por ejemplo, el estudio St. Louis Personality and Aging
Network (SPAN) encontró una prevalencia del 10% en u na muestra de sujetos de
edades comprendidas entre los 55 y los 64 años, empleando como herramienta una
entrevista diagnóstica ( Oltmanns et al., 2014 ). En sujetos mayores de 65 años, en
una importante muestra comunitaria ( N = 8.205) del estudio National Epidemiologic
Survey on Alcohol and Related Conditions (NESARC), la prevalencia de al menos un TP
fue del 8%. La tasa más alta la alcanzó el trastorno obsesivo-compulsivo (5,25%),
seguido del paranoide (1,75%) y el esquizoide (1,7%). Por otra parte, la pr esencia de
TP se asoció fuertemente a la presencia de discapacidad y de enfermedad somática y
psiquiátrica. En muestras clínicas, la prevalencia oscilaba entre el 5-33% en
pacientes ambulatorios y el 7-80% en pacientes ancianos hospitalizados ( Schuster
et al., 2013 ). Otro hallazgo interesante en diversos estudios es la alta tasa de TP no
especificado en los sujetos de más edad, lo que pone de manifiesto la peor adecuación
de las categorías actuales para esta población ( Abrams y Horowitz, 1999 ). Ya se ha
comentado en otro apartado la tendencia a una menor presentación de rasgos del
clúster B y a un aumento de los de los clústeres A y C.
En conclusión, las tasas de prevalencia para individuos de edad igual o superior a 50
años en conjunto son similares o solo ligeramente inferiores a las de poblaciones más
jóvenes. Los datos disponibles sugieren que, en los mayores, pueden darse mayores
tasas de TP de tipo obsesivo, paranoide y esquizoide y menores de los tipos antisocial
y límite, comparados con poblaciones más jóvenes. La asociación con discapacidad,
peor calidad de vida y enfermedades somáticas y psiquiátricas es elevada. La
presentación sintomática puede cambiar, pero los TP continúan siendo clínicamente
relevantes en la edad avanzada ( Samuels et al., 2002 ).
Trastornos de personalidad y otros trastornos
psiquiátricos del anciano
Una de las características principales de los TP a todo lo largo del ciclo vital es la
frecuente comorbilidad con otros trastornos psiquiátricos y la importante
repercusión sobre la calidad de vida ( Condello et al., 2003 ). En ancianos, se estima
que el 6-7% de los pacientes psiquiátricos atendidos ambulatoriamente presentan
un TP primario. En cambio, el 4-16% de los pacientes ingresados con trastornos
neuróticos presentaban algún diagnóstico de TP ( Fogel y Westlake, 1990 ), cifra que
aumentaba hasta el 6-24% cuando se trataba de demencia incipiente o un trastorno
depresivo mayor ( Kunik et al., 1994 ). Sin entrar en el análisis de las cifras, parece
claro que la comorbilidad constituye un hecho importante en los TP del anciano.
Depresión
En pacientes jóvenes, la presencia de un TP empeora significativamente el resultado
del tratamiento de los trastornos del eje I. Todas las evidencias indican que en
ancianos ocurre exactamente lo mismo. Según hemos comentado, alrededor de un
tercio de los ancianos con depresión mayor tiene un TP, lo que se asocia con una
tendencia a la cronicidad y un peor soporte social. También se ha descrito la
presencia de TP como un factor de riesgo para la aparición de conductas suicidas,
tanto en suicidios consumados ( Harwood et al., 2001 ) como en intentos de suicidio
( Lawrence et al., 2000 ). Los hallazgos son similares en pacientes ancianos con
trastorno distímico, con tasas de TP de alrededor del 30% ( Devanand et al., 2000 ).
La presencia de TP es más frecuente en ancianos con depresión de inicio temprano
que en aquellos con depresión de inicio tardío. La presencia de TP puede reflejar
tanto cambios de la personalidad tras la depresión como una predisposición a la
misma. Los TP más prevalentes entre los ancianos con depresión son los
correspondientes al clúster C, de tipo evitativo, dependiente y obsesivo, con una
tendencia al predominio de este último ( Fogel y Westlake, 1990 ; Kunik
et al., 1994 ).
La presencia de trastorno depresivo en TP del clúster B se asocia a un aumento del
riesgo de suicidio, como ocurre en adultos más jóvenes ( Jahn et al., 2015 ). Los
trastornos de ansiedad con frecuencia acompañan a los cuadros depresivos, y
también experimentan una elevada comorbilidad con los TP en el anciano,
especialmente con los trastornos del clúster C ( Mordekar y Spence, 2008 ).
Asimismo, varios trabajos relacionan la presencia de TP en ancianos deprimidos con
una peor respuesta al tratamiento, tanto por alargamiento de la latencia de respuesta
como por la tendencia a la remisión incompleta y a la cronicidad ( Karp
et al., 1993;Thompson et al., 1988 ; Vine y Steingart, 1994 ). La presencia de rasgos
del clúster B se asocia de manera significativa a un declive en el funcionamiento
global y en la calidad de vida, una vez resuelto el cuadro depresivo ( Abrams
et al., 2001 ). Un estudio reciente analizó la relación entre la presencia de TP del
grupo C y la respuesta al tratamiento agudo y de mantenimiento en pacientes
mayores de 60 años con depresión (HDRS2 > 17), y encontró que los sujetos con
diagnóstico de TP presentaban una peor respuesta terapéutica y una tendencia a
desarrollar mayor discapacidad ( Morse et al., 2005 ).
Demencias
Los cambios de personalidad (p. ej., acentuación de rasgos premórbidos)
constituyen uno de los síntomas de las demencias degenerativas más frecuentemente
informados por los cuidadores en la fase clínica inicial. Durante años se ha debatido
si estas alteraciones podrían aparecer incluso en la fase preclínica, aunque recientes
estudios apuntan a que los cambios comienzan coincidiendo con la aparición de las
manifestaciones cognitivas ( Terracciano et al., 2017 ). En general, dichos cambios
se asocian con afectación del lóbulo frontal o de los circuitos frontosubcorticales. Por
ejemplo, se ha comprobado en la enfermedad de Alzheimer (EA) que la presencia de
trastornos del comportamiento y de anomalías en la personalidad es mayor cuanto
más afectado se encuentra el lóbulo frontal ( Mega et al., 2000 ). Asimismo, los
cambios de personalidad son típicos de la demencia en la enfermedad de Parkinson
y en la demencia con cuerpos de Lewy ( McKeith, 2006;McNamara et al., 2008 ).
Por lo tanto, no es de extrañar que los cambios de personalidad sean especialmente
importantes en la demencia frontotemporal (DFT), sobre todo si existe afectación
orbitofrontal, y con frecuencia afectan al funcionamiento social del sujeto. Entre los
síntomas más frecuentes se encuentran la desinhibición, la euforia i nsulsa, las
conductas ritualizadas de tipo compulsivo, la apatía y la acumulación de objetos. Los
cambios no solo incluyen la inapropiada expresión de los afectos, sino la
malinterpretación de las emociones de los demás ( Swartz et al., 1997 ). Los
pacientes con DFT con predominio de patología derecha presentan menor
introspección con respecto a los cambios en la personalidad que los afectados en el
lado izquierdo ( Mychack et al., 2001 ). Algunos autores han considerado el
denominado síndrome de Diógenes —trastornos del comportamiento que consisten
en acumulación de objetos y abandono extremo de las necesidades básicas, llegando
a la muerte por inanición, en ausencia de otro diagnóstico psiquiátrico — una
afectación frontal (Assal, 2017).
Trastornos psicóticos
La relación entre los TP y la esquizofrenia de inicio tardío constituye un capítulo
prácticamente inexplorado, aunque se ha descrito la presencia de trastorno
paranoide de personalidad como uno de los factores de riesgo de esta. También se
ha sugerido la presencia de más rasgos de personalidad de tipo pasivo agresivo como
una de las características de la esquizofrenia tardía ( Skokou y Gourzis, 2014 ). Por
otra parte, otros factores sociodemográficos característicos de la esquizofrenia
tardía, como el vivir solo o la falta de pareja, pueden sugerir la presencia de un TP
previo ( Wattis, 1998 ). La presencia de trastorno paranoide de personalidad
también se asocia a la aparición de trastornos por ideas delirantes (de Portugal et al.,
2013).
Un interesante estudio comparó 38 pacientes con parafrenia tardía y otros 38 con
depresión endógena de inicio tardío con respecto al patrón de relaciones
interpersonales y rasgos de personalidad por medio de una entrevista
semiestructurada (SCID3, Structured Clinical Interview for DSM-IV ). Se encontró una
tasa alta de TP en ambos grupos, predominando los trastornos esquizoide y
paranoide en los pacientes con parafrenia tardía (39%) y los trastornos por evitación,
dependencia y obsesivos en los pacientes deprimidos (35%). Por lo general, el
diagnóstico se correspondía con un modelo de relaciones interpersonales dominado
por el aislamiento y la autosuficiencia en el primer grupo, y por la relación íntima y
dependiente en el segundo ( Fuchs, 1999 ).
Trastornos de adaptación
Muchos ancianos con alteraciones afectivas o del comportamiento sugestivas de
alteraciones de personalidad han experimentado recientemente cambios
significativos en su contexto vital —enfermedad prolongada o discapacidad—, en su
entorno —ingreso en un centro residencial— o en su rol social —responsabilidad
como cuidador—. Por ejemplo, no es infrecuente que sujetos ingresados en un centro
de cuidados paliativos, o en una residencia, manifiesten síntomas de tipo regresivo,
tales como exageración de los síntomas de enfermedad, demanda excesiva o rechazo
de la atención, preocupaciones somáticas excesivas, dependencia para la toma de
decisiones, etc. En estos casos, es importante realizar una evaluación exhaustiva, que
permita esclarecer si este tipo de síntomas reflejan una historia prolongada de
dificultades adaptativas y rasgos anómalos de personalidad, o bien si se trata de un
trastorno de adaptación a los cambios recientes ( Zweig, 2008 ).
Tratamiento
Principios básicos
En consonancia con la falta de interés académico en el área, existen pocos estudios
sobre el tratamiento de los TP en el anciano, por lo que gran parte de las
recomendaciones se basan en extrapolaciones a partir de la experiencia en sujetos
más jóvenes ( Cruitt y Oltmanns, 2017 ).
En general, puede decirse que los TP del anciano constituyen un ejemplo
paradigmático de la aplicación del modelo biopsicosocial en psiquiatría
( Engel, 1977 ), de manera que tanto las intervenciones psicofarmacológicas como las
psicoterapéuticas, en especial el modelo de relación terapeuta-paciente, siguen
siendo cruciales en el manejo clínico de estos pacientes, así como las actuaciones
sobre el entorno social y familiar, dada la naturaleza disruptiva de las relaciones
sociales de estos pacientes. Las pautas generales de tratamiento se recogen en
el cuadro 26-3 .
CUADRO 26-3
Principios terapéuticos en los trastornos de personalidad del anciano
Tratar cualquier manifestación psicopatológica, empleando abordaje
psicofarmacológico y/o psicoterapéutico (p. ej., depresión, ansiedad, impulsividad,
irritabilidad)
Abordaje coherente, con objetivos realistas a largo plazo: evitar planteamientos
extremos («todo o nada»), focalizar, celebrar pequeños avances prácticos
Formar una alianza terapéutica: empatía, manejar la contratransferencia, defender
el estatus de paciente frente al entorno
Buena comunicación y planteamientos comunes entre todos los implicados:
profesionales, familiares o personas de referencia, etc.
Intervención psicoterapéutica específica adaptada al contexto: grupal o individual,
psicoterapia de apoyo, dinámica o cognitiva
Tratamiento farmacológico
Junto a los datos que avalan la estabilidad básica de la personalidad a lo largo de la
vida, existen otros que prueban el cambio de determinados rasgos en ancianos sanos,
como disminución en la impulsividad, la actividad y la extroversión, y mayor
introspección. Estos cambios pueden deberse a variaciones relacionadas con la edad
en la función de los neurotransmisores, y muestran que se puede influir sobre la
personalidad a través de intervenciones psicofarmacológicas, si no sobre su
estructura básica, al menos sobre la expresión sintomática y comportamental.
La farmacoterapia de los TP en el anciano debe seguir todas las consideraciones
generales del tratamiento farmacológico en este grupo de edad, que se especifican en
el capítulo correspondiente. Es importante establecer un diagnóstico lo más exacto
posible, tanto en cuanto al TP como en cuanto al resto de la patología psiquiátrica
comórbida; definir las necesidades del paciente y los objetivos terapéuticos; detallar
jerárquicamente todas las medidas terapéuticas, farmacológicas o no; contemplar la
posibilidad de efectos adversos e interacciones farmacológicas; y efectuar una
monitorización cuidadosa.
El cumplimiento terapéutico es un requisito fundamental para cualquier tratamiento
farmacológico, pero suele ser deficitario en los ancianos con TP (Kunze, 1982; Jerant
et al., 2011 ). Es frecuente la alteración, por defecto o por exceso, de la dosis
prescrita; con frecuencia, los pacientes consideran que la medicación es innecesaria
o la dosis insuficiente, o temen los efectos adversos. La mayoría de los pacientes
esperan que el médico tenga en cuenta sus preferencias e indicaciones a la hora de
prescribir, mientras que este prefiere, por lo general, un estilo terapéutico más
paternalista.
Para minimizar este problema, es importante afirmar la alianza terapéutica con el
paciente, informándole de los objetivos del tratamiento y de los efectos que se
esperan conseguir con cada sustancia, especialmente a aquellos con rasgos de tipo
paranoide. También debemos realizar una prescripción lo más simple posible, tanto
en número de fármacos como en posología.
Las posibilidades de intervenciones farmacológicas en los TP son amplias y están en
continua innovación. Se da la paradoja de que la práctica clínica va por delante de la
investigación, por lo que se ensayan nuevos tratamientos sin que exista una base
científica que los respalde. También hay que señalar que la mayoría de estas
innovaciones se aplican especialmente al tratamiento de pacientes con trastorno
límite de la personalidad, por lo que la evidencia de su utilidad en ancianos es todavía
más escasa.
Los antipsicóticos se han empleado especialmente en los trastornos del clúster A y
en el trastorno límite para la reducción de la irritabilidad y la impulsividad, y pueden
resultar especialmente útiles en el trastorno esquizotípico, dada su proximidad
sintomática y genética con la esquizofrenia. En la actualidad, los fármacos clásicos
han sido sustituidos en la práctica clínica por los nuevos antipsicóticos como
risperidona, olanzapina, quetiapina, ziprasidona o aripiprazol, aunque la mayoría de
los datos de que se dispone proceden de series clínicas y no de ensayos controlados,
y se concentran en el trastorno límite. No existe en nuestro país ningún antipsicótico
de segunda generación que disponga de indicación aprobada para el tratamiento de
los TP en el anciano, por lo que, en caso de emplearse, deben seguirse los protocolos
adecuados. Los antipsicóticos atípicos poseen la gran ventaja de tener mejor
tolerancia que los clásicos, lo que facilita la adherencia al tratamiento, tan
complicada en este tipo de pacientes. En cualquier caso, se recomiendan dosis
menores a las empleadas en el tratamiento de los trastornos psicóticos. Los
neurolépticos, en dosis muy bajas, también se han utilizado para el tratamiento de
la ansiedad o el insomnio en los TP, en casos de riesgo de dependencia de
benzodiazepinas ( Rosenbluth y Sinyor, 2012 ).
Los estabilizantes del ánimo se han empleado para controlar la inestabilidad
emocional y la impulsividad en los trastornos del clúster B, especialmente en el tipo
límite. Entre las sustancias utilizadas se encuentra la carbamazepina, el valproato, la
lamotrigina, la gabapentina, la pregabalina y las sales de litio. La gabapentina y la
pregabalina pueden estar especialmente indicadas en ancianos por su favorable
perfil de seguridad y tolerancia, y por su acción sobre los síntomas de ansiedad
( Ripoll et al., 2011 ).
Finalmente, los fármacos antidepresivos también se han empleado frecuentemente
para el tratamiento de los síntomas depresivos, que pueden aparecer en cualquiera
de los TP, pero especialmente en los clústeres B y C. Las mayores evidencias
disponibles se centran en los inhibidores de la recaptación de serotonina,
especialmente fluoxetina y paroxetina ( Mulder, 2004 ).
Psicoterapia
Los pacientes con TP aceptan con dificultad el tratamiento psicoterapéutico, ya que
los rasgos desadaptativos son egosintónicos. En el caso del anciano con TP, el
objetivo del tratamiento debe orientarse hacia el alivio de los síntomas y la mejoría
de la adaptación al entorno, ya que los ancianos, en general, tienen una necesidad
especial por la concreción y el realismo en la interacción psicoterapéutica. También
deben tenerse en cuenta el cambio en la perspectiva vital y el rol social, las
limitaciones del funcionamiento somático y cognitivo, el contexto social y cultural y
el efecto cohorte sobre creencias y valores.
La investigación sobre la aplicación de técnicas psicoterapéuticas en pacientes con
TP es realmente escasa. En primer lugar, no existen trabajos que evalúen de forma
directa el resultado de técnicas específicas, y los que lo hacen —normalmente series
de casos— omiten una serie de datos relevantes, como la duración del tratamiento o
la adherencia al mismo, y el empleo de instrumentos de evaluación es escaso y
variopinto ( Grandman et al., 1999 ). En general, se admite que los pacientes con
rasgos dependientes y evitativos, así como los que presentan síntomas depresivos,
responden mejor a este tipo de abordaje, quizás porque el cumplimiento terapéutico
es mejor ( Gum y Arean, 2004 ).
En general, las técnicas que obtienen mayor apoyo son la terapia conductual
dialéctica (TCD) propuesta por Lineham o la terapia interpersonal, aunque existen
aportaciones de diversas escuelas ( Turner, 1992 ). Ambas son breves, directivas y
flexibles, y evitan actitudes interpretativas en sujetos que no están preparados para
aceptarlas. Sus objetivos se centran, más que en modificar características arraigadas
de funcionamiento, en conseguir una mejor adaptación al medio y en resolver
problemas concretos. La aplicación de la TCD se encuentra avalada por uno de los
escasos estudios de eficacia de intervenciones psicoterapéuticas en TP del anciano
( Lynch et al., 2007 ).
En el caso de ancianos en situaciones de pérdida de autonomía o en medios
institucionalizados, está indicada la terapia de apoyo, bien de forma individual o en
grupo. Esta última modalidad es realmente adecuada para los ancianos, ya que
promueve la socialización y la aceptación de sus dificultades y las de l os demás, y
permite la incorporación de observaciones acerca del propio funcionamiento de
manera mucho más rápida que en el formato individual ( Lazarus, 1989;Van
Vreeswijk et al., 2014 ).
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CAPÍTULO 27
Cafeína I I/A X X
Cannabis I I I/A I X X X
Alucinóge
nos
Fenciclidi I I I I I X X
na
Otros I* I I I I X X
alucinóge
nos
Inhalantes I I I I P X X
Tabaco A X X
• ▪
La polimorbilidad es una de las características frecuentes durante el
envejecimiento.
• ▪
Existen numerosas enfermedades orgánicas que se manifiestan o asocian a
síntomas psiquiátricos. La clínica psiquiátrica puede suponer el primer
síntoma de una enfermedad orgánica.
• ▪
Además de la depresión postictus, existen otros trastornos psiquiátricos
asociados a los accidentes cerebrovasculares, como ansiedad, manía, apatía,
labilidad emocional, etc., que pueden ser secundarios a un ictus.
• ▪
La enfermedad de Parkinson se manifiesta a menudo con depresión y
síndrome apático; también son prevalentes los síntomas psicóticos, que
pueden asociarse a la propia enfermedad o al tratamiento con fármacos
dopaminérgicos.
• ▪
Los síntomas psiquiátricos atípicos pueden aparecer en cualquiera de las fases
de la epilepsia (durante las crisis; pre-, post- o interictal).
• ▪
El hipotiroidismo es una de las causas más frecuentes de depresión
secundaria en los mayores. Es obligado realizar una analítica de función
tiroidea en cualquier depresión de aparición tardía.
• ▪
La insuficiencia hepática y la insuficiencia renal pueden manifestarse como
síndromes confusionales característicos.
• ▪
Numerosos tumores, no solamente cerebrales, pueden asociarse a depresión
mayor, antes incluso de la aparición de otra sintomatología orgánica.
Introducción
Existe una elevada prevalencia de enfermedades somáticas en las personas mayores.
Con frecuencia, las enfermedades somáticas se acompañan de numerosas
manifestaciones psiquiátricas y, además, esta sintomatología psiquiátrica puede
suponer el inicio o las primeras manifestaciones de algunas enfermedades
somáticas. Por tanto, es fundamental en el ámbito de la psicogeriatría el
conocimiento de los síntomas psiquiátricos asociados a las enfermedades médicas.
La comorbilidad somática, la polimorbilidad y la polifarmacia son características
asociadas a los pacientes piscogeriátricos, y son numerosos los trastornos
psiquiátricos en las enfermedades médicas ( Olivera, 2003 ; Sadock y
Sadock, 2004 ; Altimir, 2006 ). Esta comorbilidad puede afrontarse desde
diferentes vertientes: coincidencia aparentemente casual de una entidad física y una
enfermedad mental (p. ej., un paciente diabético que desarrolla una psicosis tardía);
simultaneidad con posibilidad de asociación nosológica (p. ej., depresión en el
contexto de una enfermedad vascular cerebral), o coexistencia de las dos
enfermedades, somática y mental, con una implicación etiológica directa (p. ej.,
delirium secundario a proceso infeccioso, caso paradigmático de trastorno mental
orgánico). Al hacer referencia a comorbilidad, o a los síntomas psiquiátricos en
enfermedades médicas, se trata de definir síntomas directamente asociados a la
enfermedad somática, y no los procesos adaptativos secundarios a estos síntomas.
Enfermedades cerebrovasculares
Los accidentes cerebrovasculares (ACV) son la primera causa de discapacidad
funcional en los países desarrollados. La prevalencia en mayores de 65 años oscila
entre el 4 y el 8% de la población, con una incidencia superior a 250 episodios cada
100.000 habitantes en el caso del ACV y superior a 30 episodios por 100.000 en el
caso de la isquemia cerebral transitoria ( Brea et al., 2013 ; López Pousa et al., 1995).
Las manifestaciones psicopatológicas aparecen en más del 50% de las personas que
han sufrido un ACV (Robinson, 2006), muchas de ellas en relación con la
localización cerebral de las lesiones vasculares ( tabla 28-1 ); entre ellas, debemos
destacar ( Olivera et al., 2004 ; Robinson, 2006; Aguilar-Palomino et al., 2009 ):
• •
Deterioro cognitivo vascular: las alteraciones de las funciones cognitivas, que
se constatan en casi dos terceras partes de los pacientes que han sufrido un
ACV ( Ballard et al., 2003 ). El rango de afectación de las funcionas cognitivas
oscila desde el deterioro cognitivo leve de origen vascular hasta la demencia
secundaria a un ACV en una zona clave, conocida como demencia por infarto
estratégico. La demencia vascular es la segunda en prevalencia tras la
enfermedad de Alzheimer.
• •
Depresión postictus: desde la esperable reacción adaptativa (trastornos de
adaptación) secundaria al deterioro funcional que sigue al ACV, existe una
elevada prevalencia de trastornos depresivos después del ictus, de tal forma
que hasta una cuarta parte de los pacientes presentan síntomas de depresión
mayor y un tercio cumplen criterios de depresión menor. La aparición de
síntomas depresivos tras el ictus es un factor pronóstico tanto para la
funcionalidad como para la mortalidad y, por ello, es también importante su
detección y tratamiento adecuados. Además, estos trastornos depresivos
tienden a la cronificación o, incluso, al aumento de las cifras de prevalencia a
los 3 y a los 5 años de seguimiento tras el ictus ( Robinson y Jorge, 2016 ).
Estas depresiones son más frecuentes en los pacientes que han sufrido un
ACV en las regiones cerebrales frontales o próximas a ellas ( Provinciali y
Coccia, 2002 ) y, más concretamente, en el polo frontal izquierdo. Sin
embargo, existe también un trastorno afectivo orgánico del hemisferio
derecho que suele aparecer más allá de los primeros 3-6 meses siguientes al
ACV. Cuando el origen se sitúa en la microvascularización y se objetivan
lesiones en la sustancia blanca en la neuroimagen, asociadas a alteraciones de
las funciones ejecutivas, con síndrome depresivo de aparición tardía (> 60
años), sin antecedentes, y con un patrón clínico dominado por la bradipsiquia
y la apatía, se habla del concepto, todavía en discusión, de depresión vascular
( Alexopoulos, 2006 ), y su abordaje farmacológico puede ser particular
( Olivera, 2008 ). El concepto de depresión vascular está asociado, en su
evolución, a otros cuadros clínicos específicos como la depresión isquémica
subcortical o el síndrome disejecutivo asociado a depresión. A pesar de que los
mecanismos etiopatogénicos que subyacen a la depresión postictus siguen sin
resultar evidentes, sí que podrían estar implicados ( Robinson y Jorge, 2016 ):
o –
Las alteraciones de los sistemas monoaminérgicos.
o –
La afectación del eje hipotálamo-hipofisario-adrenal.
o –
La disrupción de los circuitos frontosubcorticales.
o –
Alteraciones de la neuroplasticidad y la neurotransmisión del
glutamato.
o –
El exceso de citocinas proinflamatorias.
• •
Delirium (síndrome confusional): el delirium secundario a una lesión vascular
es un signo de gravedad. Aunque no es frecuente, puede ser el síntoma de
presentación de un ACV, especialmente en lesiones hemorrágicas o
isquémicas extensas. Pero además del tipo de lesiones, existen otros factores
que aumentan el riesgo de delirium postictus ( Gustafson et al., 1991 ):
1) grave deficiencia funcional secundaria al ictus; 2) síndrome confusional
previo; 3) deterioro cognitivo previo; 4) lesiones en el hemisferio izquierdo;
5) edad avanzada, y 6) tratamiento con fármacos anticolinérgicos. En un
delirium en el que no se objetive una causa desencadenante, es recomendable
solicitar un estudio de neuroimagen cerebral.
• •
Manía postictus: es poco prevalente; se presenta aproximadamente en el 1-3%
de las personas que sufren un ictus. Sin embargo, las lesiones vasculares son
la principal causa de manía secundaria en los mayores. Aunque la clínica es
muy similar a la manía primaria, siempre deben evaluarse las causas
vasculares en fases hipertímicas o francamente maníacas de aparición tardía
y sin antecedentes personales de trastornos afectivos bipolares. En cuanto a
la localización predominante de las lesiones, los episodios maniformes se
asocian preferentemente con lesiones en el hemisferio derecho, y más hacia
las zonas frontales ( Cummings y Méndez, 1984 ).
• •
Ansiedad: es muy prevalente, afecta hasta al 25-50% de las personas que han
sufrido un ictus en su fase aguda. Esta elevada prevalencia se asocia con los
mecanismos de adaptación a los déficits funcionales, a la gravedad física o a
los trastornos depresivos acompañantes. A diferencia de lo que ocurre con la
depresión, la prevalencia de la ansiedad suele disminuir al año y a los 3 años
de seguimiento, cuando probablemente se ha producido un proceso
adaptativo a las secuelas del ictus. No es infrecuente el desarrollo de un
auténtico trastorno por estrés postraumático prolongado tras la vivencia
emocional del ictus ( Bruggimann et al., 2006 ).
• •
Apatía y síndrome amotivacional: forma parte de un síndrome en sí mismo que,
en muchas ocasiones, es interpretado como un síntoma depresivo o como un
propio síndrome depresivo. En este caso, sin embargo, con frecuencia no
existen los componentes psicológicos de la depresión (tristeza, desesperanza,
culpabilidad, ideas de suicidio). Se trata de síndromes en los que predomina
la indiferencia, la falta de interés, la abulia, la despreocupación y la escasa
respuesta emocional. Se produce por afectación de los circuitos
frontosubcorticales (muchas veces secundaria a ACV talámicos), también en
las lesiones del hemisferio derecho; y en su tratamiento se debe intentar
potenciar la transmisión noradrenérgica y dopaminérgica, puesto que su
fisiopatología es diferente a la de las vías serotoninérgicas, más propias de la
depresión que de los síndromes apáticos. En su detección se utilizan escalas
que deben valorar ( Carota et al., 2002 ):
o –
Conciencia.
o –
Intereses.
o –
Energía física.
o –
Motivación.
o –
Sensación de placer.
o –
Afectos.
o –
Emociones.
o –
Conciencia de la propia apatía.
• •
Irritabilidad y conductas agresivas: hasta la cuarta parte de los pacientes que
presentan un ictus se muestran más irritables y hostiles en los meses
posteriores. Esta irritabilidad es especialmente manifiesta con familiares y
cuidadores. Estas conductas y comportamientos son, en general, leves y en
ellas predomina la agresividad verbal. En ocasiones, se asocia con lesiones de
los lóbulos frontales, y su presencia puede favorecer el diagnóstico de
trastorno de la personalidad secundario a lesión orgánica cerebral.
• •
Fatiga: aparece casi en la mitad de los pacientes que han presentado un ACV,
y si no se explora con detalle puede confundirse con el diagnóstico de un
trastorno depresivo. Sin embargo, muchos de estos pacientes no expresan
tristeza, y tampoco se ha demostrado que este síndrome asténico esté
relacionado con daños neurológicos más graves o mayor dependencia
funcional.
• •
Labilidad emocional: es una de las manifestaciones propias de las afectaciones
bulbares (parálisis seudobulbar). Se pueden producir episodios de risa y llanto
patológicos, sin componente depresivo asociado, en pacientes con lesiones
isquémicas cerebrales en regiones bulbares, el tronco cerebral y también en
los ganglios basales. Es más frecuente en las personas más mayores, y aparece
casi en el 20% 6 meses después del ictus. Algunos de estos pacientes han
respondido bien al tratamiento con ISRS.
• •
Reacciones catastróficas: son llamativas y se caracterizan por un comienzo
súbito con ansiedad, llanto, conductas agresivas, insultos, negativas y
rechazos, que pueden ser debidas a la incapacidad del organismo para hacer
frente al déficit físico o cognitivo. Se define como una explosión de
frustración, depresión y cólera cuando el paciente es confrontado con una
tarea que ahora no puede realizar ( Carota et al., 2001 ). Parece que estas
reacciones se presentan más en pacientes afásicos y se asocian con depresión,
así como con la incapacidad del organismo para hacer frente al deterioro físico
o cognitivo secundario al ictus.
• •
Síntomas psicóticos de origen vascular: es importante conocer que un síntoma
psicótico de aparición brusca y de inicio tardío puede suponer el síntoma de
presentación de un ictus. En ocasiones, se presenta como un
síndrome esquizofrenia-like o psicosis esquizofreniforme (desde el punto de
vista fenomenológico, no temporal), con presencia de alucinaciones (tanto
auditivas como visuales) y/o delirios, que implican u na variedad de
presentaciones, como psicosis atípicas, alucinosis peduncular, psicosis
orgánicas e ideas delirantes con agitación. Se presentan con mayor frecuencia
en pacientes con importante déficit motor y con alteración y/o negligencia
visual importante (Robinson, 2006). En ocasiones, los pacientes son
conscientes de que estos síntomas no son reales y es posible que se definan
los fenómenos sensoperceptivos más como alucinosis que como alucinaciones
propiamente definidas. Estos síntomas deben explorarse con detalle, puesto
que los pacientes pueden enmascararlos. Se debe pensar en ellos en el caso de
afectación de núcleos cerebrales visuales y auditivos; y probablemente su
aparición se deba también a la desaferentación sensorial secundaria a estas
lesiones.
• •
Anosognosia y pérdida de conciencia (insight): se denomina así a la ausencia de
conciencia de enfermedad y de la deficiencia neurológica asociada. En los
períodos posteriores al ictus, se generan reacciones en los pacientes que
pueden variar desde la indiferencia hasta la construcción de respuestas
psíquicas como el síndrome de mano ajena (o mano alienígena) y los
«miembros fantasma». Estos fenómenos tienen gran interés psicopatológico,
por la presentación fenomenológica llamativa y los cuadros depresivos y
ansiosos asociados a esta (Robinson, 2006; Quemada y Sánchez-
Cubillo, 2004 ).
Tabla 28-1
Manifestaciones psicopatológicas en la enfermedad cerebrovascular
Modificado de Aguilar-Palomino et al., 2009.
Síntomas Prevalencia Localización de las lesiones
Depresión 10-50% Lóbulo frontal (más en el izquierdo)
Trastorno afectivo del 10-20% Región temporoparietal derecha
hemisferio derecho
Manía secundaria 1-5% Lóbulo frontal derecho
Regiones orbitofrontales
Ansiedad 25-50% Tálamo
Lesiones extensas en cualquier región
Apatía 10-20% Circuitos frontosubcorticales
Lesiones subcorticales
Labilidad emocional 15-40% Seudobulbares
Troncoencéfalo
Frontales
Reacciones catastróficas 50-60% Lesiones temporales que cursan con afasia
Síntomas psicóticos 1-2% Occipitales
Temporales
Pedunculares
Síndrome confusional 15% Lesiones extensas, lóbulos frontales,
lesiones hemorrágicas
Deterioro cognitivo (incluida 30-50% Regiones corticales temporales y parietales
disfunción ejecutiva) Infartos estratégicos
Regiones subcorticales
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Enfermedad de Parkinson
Aunque la enfermedad de Parkinson es una enfermedad esencialmente
caracterizada por síntomas motores como temblor de reposo, rigidez y bradicinesia,
pueden aparecer síntomas psiquiátricos hasta en el 70% de los pacientes con esta
enfermedad (Aarslan et al., 1999).
• •
Depresión . Dentro de estos trastornos, el más frecuente es la depresión, que
puede afectar hasta al 50% de los enfermos de Parkinson ( Cummings, 1992 ).
Una hipótesis plantea como causa más frecuente de la depresión en la
enfermedad de Parkinson la vulnerabilidad psicosocial, en aquellos pacientes
que presentan alteraciones funcionales y connotaciones negativas de la
enfermedad, además de los efectos orgánicos de esta, que afectarían a vías de
la neurotransmisión dopaminérgica y serotoninérgica. En ocasiones, los
cuadros depresivos son realmente síndromes apáticos asociados a disfunción
ejecutiva y con menor componente psicológico depresivo, pero muy difíciles
de diferenciar de un verdadero síndrome depresivo. Suele tratarse de
pacientes mayores, que son acompañados a la consulta por sus familiares y
que presentan ideas depresivas limitadas (sin pensamientos suicidas), pero
con una escasa expresión emocional, falta de iniciativa y voluntad, y
bradipsiquia general. Estos pacientes no solo no mejoran con los
antidepresivos de primera línea (ISRS), sino que pueden empeorar y
desarrollar otros síntomas como temblor o cuadros serotoninérgicos. De este
grupo, quizá la sertralina (50-100 mg) podría ser el menos nocivo. Por ello,
ante la sospecha de depresión en la enfermedad de Parkinson, una buena
alternativa son los inhibidores no selectivos tipo mirtazapina (15-
30 mg/noche), o los fármacos de perfil dopaminérgico (como el pramipexol),
o los antidepresivos como el bupropión (150-300 mg/día) ( Olivera y García-
Ramos, 2012 ).
• •
Psicosis . En ocasiones, los pacientes con enfermedad de Parkinson son
referidos a las consultas de psiquiatría o psicogeriatría por síntomas
psicóticos dominados por alucinaciones visuales muy precisas (p. ej.,
animales, personas), que pueden generar angustia tanto en los pacientes
como en sus cuidadores. Muchas veces estas alucinaciones tienen su origen
en el tratamiento con fármacos dopaminérgicos (psicosis por fármacos
dopaminérgicos). Por ello, inicialmente la conducta más apropiada ante las
alucinaciones de nueva aparición en un paciente con enfermedad de
Parkinson es intentar ajustar el tratamiento dopaminérgico. Si, a pesar de
ello, la sintomatología alucinatoria persiste, el tratamiento de elección es la
clozapina (25-50 mg). Sin embargo, debido a las dificultades que supone su
prescripción (controles hematológicos obligatorios), se ha impuesto el uso de
quetiapina (50-100 mg/día).
• •
Deterioro cognitivo . El deterioro cognitivo asociado a la enfermedad de
Parkinson se abordará en el capítulo 12 , «Otros trastornos neurocognitivos
mayores». Se trata de un tipo de deterioro subcortical, emparentado con otras
demencias con parkinsonismo asociado, como la demencia con cuerpos de
Lewy.
Epilepsia
La epilepsia es un trastorno neuropsiquiátrico común en las personas mayores de 65
años de edad. En este grupo de población, se estima una prevalencia cercana a los 6
casos por cada 1.000 personas mayores, y con una incidencia anual que varía entre
los 16 y los 51 casos por cada 100.000 habitantes ( Copeland et al., 2011 ). La
comorbilidad en la epilepsia de los pacientes geriátricos es muy elevada y se asocia
especialmente con ACV, enfermedades respiratorias, demencia, migraña y también
trastornos psiquiátricos ( Pugh et al., 2009;Kanner, 2016 ).
Los síntomas psiquiátricos en la epilepsia pueden ser:
• •
La expresión de trastornos psiquiátricos espontáneos interictales.
• •
Sintomatología periictal (incluida la preictal, la ictal y la postictal).
• •
Episodios paraictales (fenómenos de normalización forzada).
• •
Episodios psiquiátricos yatrogénicos debidos al tratamiento farmacológico
antiepiléptico.
En la tabla 28-2 se especifican con más detalle los síntomas psiquiátricos que pueden
aparecer alrededor de las crisis en los pacientes con epilepsia
( Kanner, 2016;Jacobson et al., 2007 ). En los mayores, es particularmente
importante y complejo el diagnóstico diferencial entre los síndromes confusionales
y las crisis comiciales que cursan con síntomas psicóticos o alteraciones
sensoperceptivas. En algunos cuadros de alucinosis visuales que no han respondido
a fármacos antipsicóticos, se ha realizado una exploración electroencefalográfica y
se han objetivado focos irritativos epileptógenos, y la clínica ha mejorado con la
administración de fármacos antiepilépticos. La epilepsia del lóbulo temporal (tanto
epilepsia motora como crisis parciales complejas) es una de las principales causas de
psicosis orgánicas.
Tabla 28-2
Manifestaciones psicopatológicas en pacientes con epilepsia
Período Síntomas psiquiátricos Características
Preictal Humor disfórico Comienzo unas 24 h antes de la crisis,
Alteraciones sensoperceptivas remisión postictal, excepcionalmente los
síntomas persisten días
Postictal Depresión (> 40% de los Después de un período libre tras la crisis,
pacientes) que varía desde horas hasta 7 días
Ansiedad (> 45% de los
pacientes)
Irritabilidad
Impulsividad
Ideas de suicidio
Síntomas Miedo y/o pánico (hasta el 60%, Los síntomas psiquiátricos se manifiestan
psiquiátricos ictales según estudios) durante la crisis
Depresión
Síntomas psicóticos
Episodios paraictales Síntomas psicóticos (1-6% de los Los síntomas psicóticos remiten cuando se
Normalización pacientes) produce la crisis («normalización forzada»)
forzada Síntomas afectivos graves
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Otro aspecto interesante es el posible efecto psiquiátrico yatrogénico de los fármacos
antiepilépticos. Una gran parte de ellos son depresógenos y otros favorecen
especialmente los síntomas confusionales (en la tabla 28-3 se exponen los principales
efectos secundarios de tipo psiquiátrico asociados a los fármacos anticomiciales).
Tabla 28-3
Síntomas psiquiátricos asociados a los fármacos antiepilépticos
Fármaco(s) Efecto positivo Efecto psiquiátrico yatrogénico
Barbitúricos Ansiolítico Depresión
Alteraciones conductuales
Confusión
Somnolencia/sedación
Benzodiazepinas Ansiolítico Depresión
Alteraciones de conducta
Fármaco(s) Efecto positivo Efecto psiquiátrico yatrogénico
Confusión
Somnolencia/sedación
Ácido valproico Estabilizante del ánimo Somnolencia/sedación
Antimaníaco Confusión
Depresión, ansiedad
Carbamazepina Estabilizante del ánimo Depresión
Antimaníaco Confusión
Oxcarbazepina Estabilizante del ánimo Temblores
Antimaníaco Somnolencia
Confusión asociada a hiponatremia
Topiramato Antiimpulsivo Depresión
Ansiedad
Alteraciones de conducta
Problemas mnésicos
Leviteracetam Anticonvulsivante Somnolencia
Confusión
Agitación, agresividad
Lamotrigina Estabilizante del ánimo Ansiedad
Antidepresivo Alteraciones de conducta en pacientes
con deterioro cognitivo
Somnolencia
Ataxia
Gabapentina Ansiolítico Somnolencia
Sedación
Pregabalina Ansiolítico Confusión
Zonisamida Anticonvulsivante Depresión
Vigabatrina Anticonvulsivante Depresión
Psicosis
Tiagabina Ansiolítico Depresión
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Enfermedades cardiovasculares
La depresión es frecuente en los pacientes que presentan enfermedades cardíacas.
Hasta un tercio de las personas que sufren un infarto agudo de miocardio desarrollan
una depresión mayor durante el primer año de seguimiento ( Lespérence
et al., 1996 ). No se conocen bien las causas de esta asociación, pero no obedecen
únicamente a mecanismos reactivos psicológicos. La depresión postinfarto de
miocardio se asocia a una mayor mortalidad. Por ello, es importante el tratamiento
temprano; la sertralina (50-100 mg/día) se considera el fármaco de elección para los
pacientes con depresión asociada a la cardiopatía isquémica ( Glassman
et al., 2002 ).
Enfermedades endocrinometabólicas
Hipotiroidismo
Inicialmente, los síntomas neuropsiquiátricos son inespecíficos ( Harrison y
Kopelman, 2007 ) y engloban alteraciones cognitivas, predominantemente
trastornos depresivos y síntomas psicóticos. Más concretamente, aparecen estado de
ánimo deprimido, apatía y bradipsiquia, deterioro de la memoria y otros problemas
cognitivos (como la dificultad para la planificación y el pensamiento abstracto)
( tabla 28-4 ). El estudio complementario de las hormonas tiroideas en la depresión
de aparición tardía debe considerarse una rutina obligatoria. El hipotiroidismo,
además, puede ser la causa de la resistencia al tratamiento antidepresivo
convencional. El hipotiroidismo subclínico, en personas mayores, también puede
desencadenar problemas afectivos y cognitivos menores, manifestados con
frecuencia con importantes quejas subjetivas en los pacientes (con mayor frecuencia
del sexo femenino). En ocasiones, dosis bajas de hormona tiroidea (p. ej., 25 mg de
levotiroxina) pueden mejorar la sintomatología depresiva y cognitiva en este tipo de
pacientes. La «locura mixedematosa», con sintomatología psicótica (alucinaciones,
ideas paranoides), es una urgencia médica más propia de adultos jóvenes que de la
población geriátrica.
Tabla 28-4
Síntomas neuropsiquiátricos en el hipotiroidismo
Síntoma(s) Clínica predominante
Alteraciones cognitivas Dificultad de concentración y atención, bradifrenia, dificultades para
el razonamiento complejo
Causa de demencia potencialmente tratable
Delirium Síndrome confusional
Síndrome depresivo Clínica depresiva menor y mayor
Respuesta al tratamiento con levotiroxina
Síntomas psicóticos Mimetiza psicosis afectivas y esquizofrenia
Alucinaciones visuales e ideas de persecución
«Locura mixedematosa»
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Hipertiroidismo (tirotoxicosis)
Las manifestaciones psiquiátricas del hipertiroidismo pueden ser también múltiples
y complejas. Las más frecuentes consisten en síntomas de hiperactividad psíquica
como nerviosismo, cierta «presión» del lenguaje, astenia, insomnio, labilidad
emocional, disforia e inquietud psicomotriz. Desde el punto de vista cognitivo, existe
disminución de la atención e hipersensibilidad a los estímulos. En ocasiones,
aparecen síntomas psicóticos, como alucinaciones visuales e ideación paranoide, que
pueden suponer los primeros síntomas de la enfermedad. Se han constatado casos
de ideas paranoides asociadas a conductas agresivas, de aparición tardía, en
personas mayores como debut de un cuadro de hipertiroidismo. Estos síntomas
obligan al diagnóstico diferencial amplio, desde los trastornos de angustia hasta las
fases maníacas. Este diagnóstico se favorece con el conocimiento de la
sintomatología física acompañante: taquicardia, temblor fino, intolerancia al calor,
sudoración, pérdida de peso y debilidad muscular. Por tanto, la solicitud de la
analítica de función tiroidea debe ser protocolizada en los trastornos por angustia,
las fases maníacas y los cuadros psicóticos de aparición tardía. Dada la urgencia de
estos síntomas, y hasta que el tratamiento antitiroideo logra su efecto, es adecuado
el uso de benzodiazepinas de vida media corta (lorazepam) y antipsicóticos
de segunda generación en dosis bajas.
Hiperparatiroidismo
Aunque no es una patología muy prevalente, debe ser tenida en cuenta ante varios
síntomas psiquiátricos que aparecen sin antecedentes previos. Esto síntomas
incluyen desde trastornos depresivos y ansiosos (los más frecuentes) hasta
trastornos del espectro obsesivo-compulsivo y psicosis (sobre todo ideas
paranoides). En los mayores, los síntomas de la enfermedad suelen ser inespecíficos
y, por ello, el diagnóstico es más complicado. En general, suele diagnosticarse
cuando se detecta hipercalcemia, hipofosfatemia, concentraciones elevadas de
hormona paratiroidea (PTH) y osteoporosis. La causa más frecuente son los
adenomas paratiroideos y se ha comprobado que, tras la paratiroidectomía, los
síntomas psiquiátricos mejoran considerablemente en los mayores, especialmente
los síntomas depresivos, la inhibición psicomotriz, la ansiedad y los síntomas
somáticos ( Chiba et al., 2007 ). Por otra parte, también se han relacionado el
hiperparatiroidismo y el hipoparatiroidismo con el deterioro cognitivo y la demencia
y, por tanto, debe formar parte del diagnóstico diferencial de estos síndromes
( Lourida et al., 2015 ).
Diabetes
La diabetes es una enfermedad altamente prevalente en las personas mayores. Los
cuadros de hiperglucemia grave y cetoacidosis diabética pueden acompañarse de
síndromes confusionales y delirium. Sin embargo, son mucho más frecuentes las
crisis de hiperglucemia, especialmente en personas mayores que inician el
tratamiento con antidiabéticos orales o insulina. En estos casos, acompañando a la
sintomatología física como sudoración, taquicardia y sensación de inestabilidad,
aparecen síntomas psíquicos como temblor, inquietud, ansiedad, irritabilidad y
disforia, además de alteraciones neuropsiquiátricas, con somnolencia y estupor
(que, en casos graves, puede llegar al coma hipoglucémico). La hipoglucemia aguda
y subaguda pueden llevar asociados síntomas similares a las crisis de angustia. La
hipoglucemia crónica, secundaria a enfermedades médicas, sepsis, enfermedad de
Adison, alcoholismo, etc., se asocia también con sintomatología neuropsiquiátrica
de tipo afectivo, con afectación de las funciones cognitivas ( Harrison y
Kopelman, 2007 ). En el cuadro 28-1 se exponen los síntomas neuropsiquiátricos que
suelen acompañar a las hipoglucemias.
CUADRO 28-1
Síntomas neuropsiquiátricos en las hipoglucemias
Hipoglucemia aguda y subaguda
Ansiedad, crisis de angustia (pánico)
Despersonalización
Sudoración profusa
Hambre, taquicardia, temblor, parestesias
Hipoglucemia crónica
Cambio insidioso de la personalidad
Alteraciones de la memoria similares a la demencia
Síntomas psicóticos. Ideas paranoides
Irritabilidad, apatía y labilidad emocional
Encefalopatía hepática
La insuficiencia hepática puede llevar asociados, con frecuencia, síndromes
confusionales con características propias; es el cuadro conocido como encefalopatía
hepática. Este cuadro puede manifestarse con formas leves o mínimas (grado I), que
manifiestan problemas de atención y concentración, y con formas más graves, con
clínica neuropsiquiátrica más intensa ( Mechtcheriakov et al., 2005 ).
Respecto a los síntomas físicos, debemos destacar el temblor de manos, la asterixis,
la hiperreflexia, el eritema palmar, las telangiectasias faciales (angiomas
aracniformes), la equimosis y la ictericia.
Entre los síntomas neuropsiquiátricos, destacan:
• •
Alteración del rimo del sueño.
• •
Parkinsonismo.
• •
Afectación cognitiva (memoria, atención y concentración).
• •
Síntomas afectivos.
• •
Alteraciones psicomotoras.
• •
Ataxia.
El cuadro confusional acompañante, en este caso, puede presentar síntomas como
desinhibición y euforia. Es fundamental conocer bien los pródromos de este cuadro
(p. ej., temblor, inquietud, desinhibición, insomnio), puesto que el empleo de
benzodiazepinas de vida media larga puede desencadenar una insuficiencia hepática
aguda y un delirium muy grave y, por ello, se prefiere el uso de fár macos como el
clometiazol, la tiaprida o las benzodiazepinas de vida media más corta como el
lorazepam.
Insuficiencia renal
La insuficiencia renal es frecuente en las personas mayores. Según los criterios
utilizados, puede alcanzar hasta el 20% de los mayores de 65 años y hasta el 50% en
casos de personas que padecen hipertensión arterial ( Puchades et al., 2011 ). Los
síntomas psiquiátricos son también altamente prevalentes en las enfermedades
renales. Clásicamente, se cita la uremia como una causa de delirium. Sin embargo,
existen otros síntomas psiquiátricos de distintas características que aparecen en
estos pacientes mayores con enfermedad renal. Entre ellos, además del delirium,
podemos destacar ( Moreira et al., 2014 ):
• •
Encefalopatía urémica . El término uremia ya fue utilizado a finales del
siglo xix , para hacer referencia a los signos clínicos relacionados con la
toxicidad de la urea. Actualmente, la uremia se describe como un síndrome
clínico que se asocia con la insuficiencia renal y la acumulación de compuestos
nitrogenados. Sin embargo, los niveles de azotemia o azoemia (compuestos
nitrogenados en sangre) no se han correlacionado directamente con los
síntomas neuropsiquiátricos. Por tanto, no se debe centrar la gravedad del
cuadro en los niveles de estos compuestos nitrogenados. Aunque la
encefalopatía urémica es más grave y progresa más rápidamente en pacientes
con fallo agudo de la función renal, favoreciendo el delirium, los síntomas
también sufren una progresión a lo largo de un continuo desde la alteración
leve del nivel de conciencia hasta el coma. Entre estos síntomas destacan:
cefalea, distorsiones sensoperceptivas visuales, temblor, mioclonías
multifocales y, con frecuencia, crisis comiciales. La clínica es, como ocurre en
el delirium, fluctuante a lo largo de las horas o los días. La mayoría de estos
síntomas desaparecen o mejoran con la mejora de la función renal, la diálisis
o, incluso, el trasplante (si procediera, porque el criterio de edad también es
importante en estos supuestos).
• •
Alteraciones cognitivas . Las alteraciones cognitivas son muy frecuentes en los
pacientes con enfermedad renal, pero muchas veces no son detectadas. En
ocasiones, se asocian al delirium o a la depresión, pero en otros casos son
secundarias a la propia enfermedad renal. Los pacientes en diálisis durante
más de 1 año pueden presentar la llamada demencia por diálisis (o diálisis que
asocia demencia), que se caracteriza por disartria, disfagia y síntomas de
demencia con preservación del nivel de conciencia. Este cuadro es grave y
puede provocar la muerte de los pacientes en 6-12 meses si no son tratados de
forma adecuada. La hipótesis más aceptada para este trastorno es la posible
toxicidad del aluminio que se emplea en los fluidos de la diálisis. Por ello, se
han establecido medidas preventivas, reduciendo el uso de las sales de
aluminio en los fluidos de la diálisis, lo que ha disminuido de forma
significativa la prevalencia de este tipo de trastornos.
• •
Trastornos depresivos y suicidio. En algunos estudios, se sugiere que casi el
100% de los pacientes con insuficiencia renal grave presentan trastornos
depresivos, en función de los criterios utilizados ( Cohen et al., 2007 ). En
estudios más recientes, se demuestra que los pacientes con insuficiencia renal
crónica (IRC) en diálisis presentan alta prevalencia de depresión y un mayor
riesgo de hospitalización debido a trastornos psiquiátricos respecto a los
pacientes en tratamiento conservador o trasplantados. Los pacientes con
diálisis peritoneal también presentan cifras más bajas de depresión. Los
síntomas somáticos que acompañan a la IRC también pueden mimetizar
síntomas depresivos; por ejemplo, la fatiga (astenia), la anorexia, la pérdida
de peso o los problemas de sueño. Asimismo, los pacientes con IRC presentan
un aumento del riesgo de suicidio, y este riesgo es superior en los pacientes
mayores, de alrededor de 75 años de edad, especialmente si coexisten otros
factores como el consumo de alcohol o antecedentes psiquiátricos previos
( Kurella et al., 2005 ).
• •
Trastornos de ansiedad. La ansiedad es uno de los síntomas más prevalentes
en los pacientes con enfermedades crónicas. Hasta el 45% de los pacientes en
diálisis presentan ansiedad y más de un tercio de ellos no son diagnosticados
ni tratados. Por el propio proceso y por sus características, más del 5% de los
pacientes sometidos a diálisis presentan fobia social. En estos pacientes, el
tratamiento debe realizarse con la precaución de evitar fármacos que se
acumulen, debido a la afectación de la función renal.
• •
Fatiga. La astenia, aunque en sí misma no es un síntoma psiquiátrico, es
altamente prevalente en los pacientes con insuficiencia renal. Se asocia al
afecto de endotoxinas, citocinas inflamatorias y el incremento del estrés
oxidativo. Es importante explorar y detectar este síntoma en los mayores con
insuficiencia renal, porque presenta una correlación positiva con los
trastornos del sueño, la depresión y el empeoramiento de la calidad de vida
en general.
Tumores
Algunos tumores, especialmente los tumores cerebrales (pero tambi én otros), se
manifiestan inicialmente con síntomas psiquiátricos que son interpretados como
primarios si no se profundiza en su diagnóstico. Los síndromes constitucionales, con
astenia e hiporexia, pueden simular trastornos depresivos. Otros síntomas «vagos»,
como la apatía o los cambios de personalidad, así como síntomas psiquiátricos
resistentes al tratamiento, pueden también acompañar a la presentación de los
tumores. Esto es especialmente frecuente en tumores digestivos, cáncer de páncreas,
metástasis óseas de diferentes tumores (interpretados en ocasiones como «dolores
somatomorfos»), tumores pulmonares o tumores cerebrales. Los pacientes mayores,
con riesgo aumentado de presentar neoplasias, derivados a las consultas de
psicogeriatría por sintomatología psiquiátrica poco específica, con quejas somáticas,
con dolor, con anorexia, etc., deben ser revaluados con mayor frecuencia que otros
trastornos psiquiátricos mejor definidos, dado el riesgo de aumento de tumores
malignos con la edad.
Existen tumores productores de catecolaminas, como los feocromocitomas, cuya
expresión clínica puede manifestarse con crisis hipertensivas y sudoración
paroxística, asociadas a palpitaciones, que pueden simular o incluso acompañar a
crisis de angustia. Por ello, este es un diagnóstico diferencial que se debe tener en
cuenta en las crisis de nueva aparición, sin aparente causa desencadenante y que se
acompañan de hipertensión arterial.
En cuanto a los tumores cerebrales, merece la pena destacar sus síntomas principales
por su elevada comorbilidad psiquiátrica, incluso como síntoma de presentación
( Madhusoodanan et al., 2015 ); por ello, se exponen con más detalle en la tabla 28-5 .
Tabla 28-5
Manifestaciones psiquiátricas en los tumores cerebrales
Síntoma(s) Localización(es) del tumor
Depresión (15-45%) Tumores frontales
Lóbulo frontal izquierdo
Apatía Lóbulo frontal izquierdo
Manía Lóbulos frontales derechos
Síntoma(s) Localización(es) del tumor
Psicosis (20-30%) Lóbulos temporales (más en izquierdos)
Glándula pituitaria
Zonas corticales posteriores
Alteración de la personalidad Lóbulos frontales
Risa y llanto patológicos Regiones frontales derechas
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CAPÍTULO 29
Antidepresivos
• Jorge Pla Vidal
Psiquiatría geriátrica, Capítulo 31, 535-552
• ▪
La indicación principal de los antidepresivos es la depresión. También se usan
en el tratamiento de los trastornos por ansiedad, insomnio y alteraciones
conductuales. Otras indicaciones incluyen dolor neuropático e incontinencia
urinaria.
• ▪
Al prescribir antidepresivos en las personas de edad avanzada cobran especial
relevancia el perfil de efectos secundarios y las posibles interacciones, puesto
que todos ellos han demostrado una eficacia similar.
• ▪
En los pacientes mayores tiene especial importancia que el fármaco
antidepresivo elegido no altere la función cognitiva.
• ▪
El tratamiento con antidepresivos a esta edad debe empezarse con dosis
menores que en el paciente adulto, pero puede alcanzarse la misma dosis que
en otros momentos de la vida.
• ▪
En el tratamiento de la depresión de la edad avanzada los antidepresivos
reducen el riesgo de tendencia suicida comparado con placebo, mejoran
la sintomatología aguda y previenen las recaídas.
• ▪
En el paciente mayor que padece una depresión con síntomas psicóticos, la
indicación es tratar con antidepresivo y antipsicótico de segunda generación,
tratando de retirar el antipsicótico en cuanto sea posible.
Introducción
Como ya se indicó en el capítulo de la depresión en las personas de edad avanzada,
esta enfermedad es uno de los trastornos mentales más frecuentes en el anciano. Su
detección y tratamiento pueden ser importantes no solo por el efecto directo sobre
la misma depresión, sino también por su posible influencia sobre las consecuencias
de este trastorno, tales como una mayor morbimortalidad médica y psiquiátrica, lo
que también incluye el aumento del riesgo de suicidio.
La depresión en las personas de edad avanzada, además, es un problema persistente
o recurrente en el que confluyen diversas circunstancias, como el estrés psicosocial,
la comorbilidad y/o los cambios bioquímicos que se producen en el cerebro
envejecido. Sus consecuencias se acentúan a esta edad de la vida, pues puede
conducir, entre otros, a discapacidad, deterioro cognitivo marcado, aumento de la
sintomatología somática y mayor utilización de los servicios sanitarios. Sin embargo,
tal como refiere la segunda edición del Consenso sobre depresión en el anciano de la
Sociedad Española de Psicogeriatría (SEPG), en el momento actual la detección de
la depresión en las personas mayores está claramente por debajo de los niveles
óptimos y deseables (SEPG, 2018), y este es, obviamente, el primer paso para que
esta sea tratada.
Es necesario, pues, afrontar esta enfermedad utilizando los tratamientos adecuados,
evitando que sea tratada con dosis infraterapéuticas, durante un período de tiempo
insuficiente o con fármacos sin utilidad ( Kok y Reynolds, 2017 ). Las cifras de
tratamiento de la depresión en estudios comunitarios de pacientes de edad avanzada
que padecen esta enfermedad oscilan entre el 4 y el 37% ( Katona y
Livingston, 2003 ; Kok y Reynolds, 2017 ). Entre las razones para este insuficiente
tratamiento de la depresión del anciano encontramos la particular prominencia de
la sintomatología ansiosa o somatomorfa, la creencia de que es normal la presencia
de síntomas depresivos en ancianos (especialmente si viven solos o presentan
discapacidad), la visión de la depresión como una consecuencia inevitable del
envejecimiento o la adversidad, el desconocimiento sobre los efectos secundarios de
los psicofármacos en la persona mayor o el miedo a estos.
El tratamiento farmacológico de la depresión en los pacientes de edad avanzada se
basa, igual que en otras edades, en el uso de antidepresivos. La elección del fármaco
más adecuado, una vez demostrada la eficacia antidepresiva, se basará en el perfil de
efectos secundarios y en las posibles interacciones con otros tratamientos que esté
tomando el paciente. Es decir, que es necesario considerar los perfiles
farmacodinámicos y farmacocinéticos de estos fármacos, y los cambios que a ambos
niveles se puedan producir a esta edad.
Así mismo, el empleo de antidepresivos está indicado en la fase aguda de la
enfermedad, en la consolidación de la mejoría y consecución de la remisión, en las
fases de mantenimiento y en la prevención de recaídas ( MacQueen et al., 2016 ).
Como en todas las edades, cuando no se consigue la remisión, al menos debe
perseguirse la mejoría de los síntomas y de la calidad de vida del paciente y, en
cualquier caso, que los efectos secundarios y los riesgos que puedan aparecer no
superen el beneficio que se espera obtener. No obstante, el objetivo del tratamiento
debe ser la remisión y, por tanto, teniendo en cuenta los principios generales que se
han esbozado previamente, debe utilizarse el mejor tratamiento disponible y hay que
ser tan enérgico como sea necesario para conseguirla.
Entre los objetivos del tratamiento de la depresión en la persona de edad avanzada
estarían los siguientes: la prevención del suicidio, la reducción de la psicopatología
afectiva, la remisión sintomática, la prevención de recaídas y el restablecimiento de
la funcionalidad a los niveles previos, esto es, de autocuidado y social.
Con los datos disponibles, los antidepresivos existentes tienen niveles similares de
eficacia en el grupo poblacional de los pacientes mayores ( Espinoza y
Kaufman, 2014 ; Miller et al., 2013; MacQueen et al., 2016 ). Y es también conocido
que el uso de antidepresivos reduce el riesgo de las tendencias suicidas comparado
con placebo en este grupo de edad ( Stahl, 2012 ). El uso de una estrategia adecuada
de tratamiento antidepresivo puede conseguir tasas de respuesta de hasta el 80% de
los pacientes de edad avanzada afectados ( Mulsant et al., 2014;Casey, 2017 ).
Farmacocinética y farmacodinámica de los
antidepresivos
La prescripción de antidepresivos, como la de cualquier otro fármaco, es
innegablemente más problemática en el anciano debido a los
cambios farmacocinéticos relacionados con la edad y la polifarmacia. Esta última y
la frecuente comorbilidad somática suponen la multiplicación de posibles
interacciones y efectos secundarios. Los estudios farmacocinéticos con
antidepresivos realizados en la población anciana son relativamente escasos, como
ocurre con casi todos los grupos de fármacos; además, el tamaño de las muestras
suele ser pequeño, y la variabilidad interindividual bastante marcada. Por otra parte,
la habitual coincidencia con otros tratamientos farmacológicos dificulta la
valoración de los datos publicados. Así pues, el conocimiento de la farmacocinética
de los antidepresivos en el anciano es muy parcial, pese a lo cual intentaremos
abordar algunos de los aspectos más conocidos.
Al hablar de farmacocinética nos referimos a las alteraciones que el envejecimiento
produce en la fisiología de los distintos órganos y sistemas y su repercusión en la
absorción, distribución, metabolización y excreción de los antidepresivo s. En
general, algunos antidepresivos tienen una disminución del aclaramiento en
personas de edad avanzada, lo que puede dar lugar a concentraciones mayores que
en adultos más jóvenes; esto debe supervisarse mediante titulación de la dosis
( Lavretsky et al., 2013 ), sobre todo en el grupo de edad de los ancianos más mayores
(mayores de 75-80 años) ( MacQueen et al., 2016 ).
En cuanto a la farmacodinámica, hacemos referencia a los posibles cambios en la
acción de los antidepresivos en este grupo de edad. Se producen diferencias ligadas
al envejecimiento en las estructuras sobre las que actúan los medicamentos; por
ejemplo, cambios en los receptores (reducción en el número, alteración en la
afinidad y mecanismos de regulación homeostática), cantidad de neurot ransmisor
disponible o lesiones en los circuitos cerebrales. E influyen también las interacciones
con otros fármacos en lo que al mecanismo de acción se refiere ( Baldwin, 2014 ).
Los cambios a este nivel pueden ser responsables tanto de la falta de respuesta como
de la mayor sensibilidad para desarrollar efectos secundarios. También a esta edad
son más frecuentes efectos secundarios raros para los antidepresivos, como la
pérdida de masa ósea, el síndrome serotoninérgico, los efectos extrapiramidales y el
síndrome neuroléptico maligno ( MacQueen et al., 2016 ).
En términos generales, la absorción de algunos medicamentos puede estar
modificada por la toma de otros fármacos (antiácidos, suplementos ricos en fibra y
la colestiramina), más que por los cambios en la fisiología. La comida puede
modificar la absorción de algunos antidepresivos ( Lavretsky et al., 2013 ). La
distribución puede verse afectada por la pérdida de masa magra corporal, que
supone un aumento del volumen de distribución (lo que resulta en un aumento de la
vida media de los medicamentos y la posibilidad de su acumulación en los tejidos)
para todos los fármacos liposolubles, grupo al que pertenecen la mayoría de los
psicofármacos y, por el mismo motivo, supone una menor seguridad en el caso de
fármacos hidrosolubles como el litio; y/o por existir niveles más bajos de albúmina
y de unión a proteínas en el plasma ( Baldwin, 2014;Lavretsky
et al., 2013;MacQueen et al., 2016 ). En cuanto al metabolismo, además de la
influencia de las variaciones genéticas individuales, puede verse una disminución del
metabolismo microsomal (incluidos los sistemas del citocromo P-450) ( tabla 31-1 ),
reducción de la masa hepática y un menor flujo sanguíneo en el hígado
( Baldwin, 2014 ). En cuanto a la excreción, el cambio más significativo es la
reducción del filtrado glomerular renal y su repercusión sobre la excreción de
fármacos que utilicen esta vía, ya sea en la sustancia administrada o en sus
metabolitos activos ( Baldwin, 2014 ).
Tabla 31-1
Principales antidepresivos que utilizan distintas isoformas del citocromo P-450 (CYP) para su
metabolización
Isoforma del citocromo Antidepresivos que la utilizan
CYP1A2 Imipramina, clomipramina, duloxetina, fluvoxamina, agomelatina
CYP2D6 ADT, nortriptilina, desipramina, fluvoxamina, duloxetina, venlafaxina,
vortioxetina
CYP3A4 ADT, citalopram, escitalopram, venlafaxina, reboxetina, vilazodona,
vortioxetina, levomilnaciprán
CYP2B6 Bupropión
CYP2C19 Citalopram, escitalopram, moclobemida, agomelatina
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El antidepresivo puede ser solo sustrato, inhibidor o inductor de una isoenzima dada, según los
casos.
ADT: antidepresivos tricíclicos.
La tabla 31-2 resume las características farmacocinéticas de algunos fármacos
antidepresivos.
Tabla 31-2
Características farmacocinéticas de los principales antidepresivos
Azanza-Perea, 2016 .
Fármaco F (%) T máx (h) T 1/2 (h) UPP (%) U (%)
Amitriptilina 48 ± 11 3-4 9-36 94 <1
Nortriptilina 45-55 4-8 18-70 90 3
Mianserina 30-70 2-3 6-40 90 <5
Fluoxetina 80 6-8 4 (días) 94 10
Fluvoxamina 94 1,5-8 17-22 80 1
Paroxetina 50 4-5 9-16 95 2
Sertralina 44 6-8 24 95 0
Citalopram 80 1-4 35 71-77 20
Escitalopram 80 4 25-30 < 80 <5
Trazodona ND 1-2 5-9 90 <1
Venlafaxina 92 2-2,5 2,7-4 30 5
Desvenlafaxina 80 7,5 11 30 45
Mirtazapina 50 2,2-2,9 20-40 85 4
Reboxetina 60 ND 13 97 10
Duloxetina 32-80 6 8-17 96 <5
Fármaco F (%) T máx (h) T 1/2 (h) UPP (%) U (%)
Bupropión 87 2,5-3 20 84 <1
Vortioxetina 75 7-11 66 98 ND
Agomelatina <5 1-2 1-2 95 <5
Tianeptina 99 1-2 2,5-3 95 3-8
Ver a tamaño completo
F: biodisponibilidad sistémica; ND: no se han encontrado datos disponibles; T máx : tiempo para
alcanzar la concentración máxima en sangre; T 1/2 : vida media; U: porcentaje del fármaco que
es eliminado por la orina sin metabolizar; UPP: unión a proteínas plasmáticas.
Inhibidores selectivos de la recaptación de
serotonina
En general, los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS) son
fármacos de amplia utilización en pacientes de edad avanzada. Su perfil de
seguridad, incluso en el caso de sobredosis, y efectos secundarios los hacen fármacos
de primera elección en el tratamiento de estos pacientes ( Kok y
Reynolds, 2017 ; Espinoza y Kaufman, 2014 ; SEPG, 2018). No se han detectado
cambios en la eficacia de este grupo de fármacos respecto a edades más jóvenes
( Lavretsky et al., 2013 ). Los ISRS disponibles en la actualidad son la fluoxetina, la
fluvoxamina, la paroxetina, la sertralina, el citalopram y el escitalopram.
Las guías de expertos de Estados Unidos de 2001 y de Canadá de 2006 reco miendan
su uso como antidepresivos de primera línea, y en algunos trabajos se proponen la
sertralina y el escitalopram como los fármacos de inicio, aunque, en el caso del
escitalopram, existen dos estudios de uso en la fase aguda de la enfermedad en los
que no se ven diferencias significativas al compararlo con el placebo ( Patel
et al., 2017 ).
Los ISRS presentan diferencias notables entre ellos ( Preskorn, 1993 ). Así, el
envejecimiento no parece modificar los parámetros farmacocinéticos de la fluoxetina
y la fluvoxamina, a diferencia de la paroxetina, la sertralina, el citalopram y el
escitalopram ( Leonard, 1995 ), cuyas respectivas vidas medias se ven prolongadas
en el anciano, posiblemente como consecuencia de un menor aclaramiento ( Cuenca
et al., 2000 ). Es en la eliminación de estas sustancias donde se producen los
cambios más importantes. Los ISRS sufren metabolización hepática, en la que se ven
implicadas distintas isoenzimas del sistema del citocromo P-450 ( Nemeroff
et al., 1996 ), cuya actividad puede verse modificada notablemente por la presencia
de estas moléculas. Concretamente, los ISRS son inhibidores con distinta potencia
de algunas de estas enzimas, lo que puede tener consecuencias no solo sobre su
propio metabolismo, que puede verse reducido, sino también sobre el de otras
sustancias que siguen esas mismas rutas metabólicas para su eliminación. De forma
global, puede considerarse que la paroxetina es el inhibidor enzimático más potente
del grupo, seguido por la fluoxetina, la norfluoxetina, la sertralina, el citalopram y el
escitalopram.
Asimismo, los ISRS presentan una importante eliminación urinaria, por lo que la
disminución de la función renal podría repercutir de forma importante en su
eliminación. Sin embargo, no se han observado diferencias significativas en los
parámetros farmacocinéticos de la fluoxetina y la paroxetina entre individuos con
distintos grados de compromiso renal y voluntarios sanos, aunque la vida media de
la paroxetina tiende a prolongarse y su concentración plasmática tiende a ser mayor,
incluso sin alcanzar significación estadística ( Doyle et al., 1989 ). Se recomienda, no
obstante, ajustar las dosis en pacientes con compromiso renal, algo que puede
ocurrir de manera larvada en el anciano ( DeVane, 1992 ). La paroxetina ha sido el
miembro de este grupo más extensamente estudiado, y pese a los resultados
obtenidos por el equipo de Doyle, otros estudios han señalado un aumento de sus
concentraciones máximas tanto después de la administración de una sola dosis como
después de la toma múltiple en sujetos mayores ( Bayer et al., 1989 ); esta situación
se mantiene una vez alcanzado el estado estacionario, y aumenta la vida media de
eliminación del fármaco. Al aumentar la dosis, además, el incremento de los niveles
plasmáticos es mayor, lo que se justifica por una autoinhibición de su propio
metabolismo, amplificada por la mayor inhibición del CYP2D6 en el anciano
( Preskorn, 1993 ).
En los pacientes cuya enfermedad depresiva mejora, se ha visto que los ISRS también
mejoran los síntomas cognitivos ( Morimoto et al., 2015 ). También estos fármacos
pueden usarse en el tratamiento de mantenimiento destinado a evitar las frecuentes
recurrencias de la enfermedad a esta edad. En concreto, hay algún estudio en el que
se demuestra claramente la superioridad de la paroxetina sobre el placebo y sobre la
psicoterapia para la prevención de recaídas ( Reynolds et al., 2006 ).
Los principales efectos secundarios que se pueden presentar en estos pacientes, y
que, por lo tanto, deberían monitorizarse, son la hiponatremia, las molestias
gastrointestinales, la aparición de heces blandas o diarrea, las alteraciones del sueño,
las alteraciones de la libido y de la sexualidad, el parkinsonismo, las disfunciones
cardíacas y el síndrome serotoninérgico ( Espinoza y Kaufman, 2014 ; Miller et al.,
2013). En la FDA, existe un aviso para citalopram señalando que, por la prolongación
que puede producir en el intervalo QT, no deberían usarse dosis superiores a los
20 mg en este grupo de edad ( Patel et al., 2017 ). Y algo parecido han hecho las
agencias reguladoras canadiense y del Reino Unido en el caso del escitalopram para
mayores de 65 años, recomendando que no se den dosis mayores de 10 mg y que se
evite su combinación con otros fármacos que potencialmente pudieran prolongar el
intervalo QT ( Patel et al., 2017 ).
Inhibidores selectivos de la recaptación de noradrenalina
Reboxetina
Es el primer fármaco con acción única mediante la inhibición selectiva de la
recaptación de noradrenalina (ISRNa). La reboxetina está contraindicada en el
embarazo y la lactancia, y no se debe prescribir en conjunción con inhibidores de la
monoaminooxidasa (IMAO), fluvoxamina, antibióticos macrólidos o antifúngicos.
En pacientes ancianos, hay que vigilar también la asociación con diuréticos
natriuréticos por el riesgo de hipopotasemia. Es un fármaco de acción rápida, y sus
principales efectos secundarios, derivados del bloqueo de la recaptación de
noradrenalina, son taquicardia, hipertensión, sequedad de boca, disminución del
umbral convulsivo, hipotensión ortostática, retención urinaria, vértigo, insomnio,
sudoración, sequedad de boca y estreñimiento. Aunque, por lógica farmacológica, se
ha venido usando como coadyuvante del tratamiento con ISRS, la evidencia de
eficacia y seguridad del uso de dicha técnica potenciadora es limitada ( Thakore y
Leonard, 1999 ). La dosis recomendada en adultos es de 4 mg dos veces al día, por
vía oral, y no requiere titulación. Puede alcanzarse una dosis máxima de 12 mg/día.
En los pacientes de edad avanzada, se recomienda un ajuste de la dosis inicial de
2 mg/día ( Azanza-Perea, 2016 ).
Mianserina
Es un fármaco que tiene también una acción predominantemente noradrenérgica.
Su estructura química es la de un tetracíclico. Su mecanismo de acción se debe al
bloqueo de los receptores presinápticos α-2, que resulta en un aumento de la
liberación de noradrenalina; no es, por tanto, inhibidor de la recaptación de
noradrenalina. También bloquea los receptores adrenérgicos α-1 en las neuronas
serotoninérgicas, lo que da lugar a un escaso aumento de la neurotransmisión
serotoninérgica; bloquea los receptores 5-HT 2A , 5-HT 2C y 5-HT 3 y los receptores
histaminérgicos H 1 ( Stahl, 2012 ). El fármaco cayó en desuso por problemas de
reacciones adversas graves, como la supresión de la médula ósea (si se usa, es
recomendable llevar a cabo un hemograma completo cada 3 meses) y por su carácter
proconvulsivo ( Scheepers y Reeves, 1991 ). No obstante, la mianserina
generalmente sigue siendo una buena opción de fármaco no cardiotóxico y
relativamente seguro en el anciano, todo ello sin merma de una considerable acción
ansiolítica, hipnótica y antidepresiva. En pacientes ancianos, el riesgo de discrasia
sanguínea puede ser mayor y se recomienda usar dosis más bajas ( Stahl, 2012 ).
Pero el perfil de efectos secundarios (sedación y aumento del apetito) hacen de este
fármaco un interesante coadyuvante para mejorar el sueño y la ingesta en pacientes
que lo necesiten.
Antidepresivos de acción dual
Su uso en este grupo poblacional está ampliamente extendido y, para muchos
autores, son también fármacos de primera elección en los pacientes de edad
avanzada, sobre todo en cuadros depresivos de mayor gravedad, puesto que en la
clínica diaria se les atribuye el beneficio de acción sobre varios neurotransmisores
( Martín-Carrasco et al., 2011 ). En la última edición del consenso de depresión de la
SEPG, se señala que los fármacos duales logran mayor eficacia en el tratamiento de
la depresión geriátrica que los ISRS (SEPG, 2018).
Venlafaxina
Es un fármaco que actúa como ISRSNa. A dosis bajas, actúa bloqueando solo la
recaptación de serotonina; a dosis medias o altas, inhibe también la recaptación de
noradrenalina; y a dosis muy elevadas puede incluso tener una limitada capacidad
de inhibición de la dopamina ( Stahl, 2012 ). Debido a su corta vida media, se
prescribe dos veces al día, preferentemente con comida, aunque la forma más usada
en nuestro medio es una preparación de liberación lenta que permite su
administración una vez al día. En cuanto a sus efectos secundarios, a dosis bajas
tiene los mismos que un ISRS, mientras que a dosis elevadas puede provocar
agitación, insomnio, cefaleas, náuseas e hipertensión, por lo que se requiere una
monitorización frecuente de la presión arterial, especialmente hasta haber llegado a
la dosis de mantenimiento. Sus incompatibilidades se reducen a que no se puede
mezclar con IMAO y a que es preciso vigilar su prescripción con litio por riesgo de
síndrome serotoninérgico. Tiene poca actividad inhibidora de los citocromos P-450,
y se le atribuye un inicio de acción más rápido que a otros antidepresivos; una posible
mayor efectividad contrastada, incluso por un número limitado de estudios; y una
gran aplicabilidad en la depresión resistente (Taylor et al., 2001).
Desvenlafaxina
Es el principal metabolito de la venlafaxina y un fármaco con acción dual. Su
mecanismo de acción consiste en inhibir la recaptación de serotonina y
noradrenalina, pero con una afinidad relativa NA/5HTT mayor que la venlafaxina y
algo menor que la duloxetina. Tiene un mínimo metabolismo mediado por las
enzimas del CYP-450, lo que hace que no tenga que ajustarse la dosis en casos de
insuficiencia hepática y que aparezcan mínimas interacciones farmacológicas por
este motivo. Tiene alta biodisponibilidad y baja unión a proteínas plasmáticas. Se
elimina sin modificar por vía renal hasta en el 45% de la dosis ingerida, por lo que
debe ajustarse la dosis en caso de insuficiencia renal grave. Los efectos secundarios
más frecuentes son náuseas, mareo, sequedad de boca y cefalea. Puede inducir
hipertensión arterial, por lo que debe monitorizarse. Hay estudios que demuestran
la eficacia de la desvenlafaxina en ancianos ( Ferguson et al., 2010 ). La dosis mínima
eficaz para el tratamiento de la depresión es de 50 mg al día, aunque puede
aumentarse hasta 200 mg al día. Su perfil de eliminación hace que no necesite ajuste
de dosis en estos pacientes.
Duloxetina
Es un antidepresivo de acción dual (ISRSNa) que parece tener cierto efecto
específico, no solo como antidepresivo: se emplea en situaciones de dolor comórbido
y está también indicado en casos de incontinencia urinaria por estrés. Su acción es
por el bloqueo sobre la recaptación de serotonina y noradrenalina. A nivel frontal,
puede aumentar la transmisión dopaminérgica. Varios ensayos clínicos han
demostrado la eficacia de este fármaco frente al placebo en dosis de 60 mg
( Wohlreich et al., 2003;Takahasi et al., 2005 ). El inicio de la acción antidepresiva
es a las 2-4 semanas del inicio del tratamiento, pero la acción sobre el dolor puede
aparecer al cabo de 1 semana. Los efectos secundarios más frecuentes son náuseas,
sequedad de boca y mareo. Por otro lado, entre sus ventajas potenciales para el
anciano están la baja inducción de efectos secundarios cardiovasculares y su
facilidad posológica (una toma diaria). Es necesario monitorizar la presión arterial,
porque puede producir aumento en algunos casos. También podría inducir retención
urinaria. En estudios recientes se ha encontrado que la duloxetina podría tener un
efecto beneficioso sobre el estado cognitivo del paciente deprimido, independiente
de su acción sobre el humor ( Salagre et al., 2017 ).
Mirtazapina
Es un fármaco tetracíclico. Se clasifica como un fármaco NaSSA (Noradrenergic and
Selective Serotoninergic Antidepressant); es decir, su mecanismo de acción consiste en
un antagonismo α-2-adrenérgico y un antagonismo específico en receptores
serotoninérgicos postsinápticos 5-HT 2 y 5-HT 3 . Asimismo, bloquea los receptores
histamínicos H 1 , lo cual parece provocar sus efectos secundarios: sedación y
ganancia de peso. Dada su acción serotoninérgica postsináptica, es un antidepresivo
que tiene propiedades ansiolíticas y de restauración del sueño, y provoca poca o
ninguna disfunción sexual o alteraciones gastrointestinales. Su acción inhibidora de
los receptores α-2 favorece la transmisión tanto adrenérgica como serotoninérgica.
Generalmente, no incrementa la sintomatología extrapiramidal, lo que le hace
interesante en el tratamiento de la depresión en el contexto de la enfermedad de
Parkinson. La mirtazapina tiene un mínimo efecto sobre los citocromos P-450 y no
se puede administrar ni con IMAO ni, preferiblemente, con alcohol u otros sedantes.
Es, asimismo, un fármaco seguro en sobredosis. Los principales efectos secundarios
que se pueden presentar en estos pacientes (y que, por lo tanto, deberían
monitorizarse) son la hipertensión arterial, la hiponatremia, el insomnio (o
hipersomnia), y los cambios en el peso ( Espinoza y Kaufman, 2014 ).
La venlafaxina y la mirtazapina no parecen sufrir modificaciones cinéticas
importantes en la vejez, aunque su aclaramiento disminuye en relación con el
deterioro de la función renal. Algo parecido sucede con la duloxetina, puesto que,
después de su metabolización hepática, se producen metabolitos que son excretados
por vía renal.
Bupropión
Es un antidepresivo inhibidor de la recaptación de dopamina y noradrenalina, que
es útil también en el tratamiento de la deshabituación tabáquica. Se propone como
fármaco de primera elección en aquellos pacientes de edad avanzada que no toleran
los ISRS ( Patel et al., 2017 ). También resulta una elección interesante en pacientes
con enfermedad de Parkinson y depresión, porque no incrementa la sintomatología
extrapiramidal. Los efectos secundarios más frecuentes son la sequedad de boca, el
estreñimiento, las náuseas, la pérdida de peso, el insomnio, la ansiedad, el temblor,
la sudoración y la hipertensión. En el caso de los ancianos, tiene interés que no
produce sedación y que produce un efecto activador, de utilidad en los pacientes con
importante apatía. La dosis diaria eficaz es de 150 mg al día, que puede aumentarse
hasta 300 mg al día.
La nomifensina, otro inhibidor de la recaptación de noradrenalina y dopamina, tuvo
que ser retirado por inducción de anemia hemolítica.
Antidepresivos tricíclicos
Los antidepresivos tricíclicos (ADT), por la cantidad de efectos secundarios, sobre
todo de tipo anticolinérgico y cardiovascular, son fármacos de segunda línea en el
tratamiento de la depresión de las personas ancianas. No obstante, su uso debe
considerarse cuando sea necesario, porque son fármacos muy eficaces. No existen
diferencias de eficacia entre los diferentes ADT, por lo que su elección se basa en
cuestiones de tolerabilidad por parte del paciente; esta, en todos los casos, aumenta
al hacer una titulación lenta y progresiva de la dosis hasta alcanzar los niveles
terapéuticos adecuados. En algunos casos puede ser recomendable la monitorización
de los niveles plasmáticos del fármaco. La nortriptilina y la desipramina parecen ser
los ADT mejor tolerados en el anciano.
La absorción digestiva de los ADT es habitualmente rápida; sin embargo, en los
ancianos, puede verse afectada como consecuencia del aumento del pH gástrico. Su
unión a proteínas no se ve afectada en los pacientes mayores, porque se unen sobre
todo a la α-1-glucoproteína ácida, cuyos niveles no se suelen modificar con la edad.
Los ADT son muy lipofílicos y su volumen de distribución puede estar aumentado,
acumularse en el tejido adiposo y dar lugar a mayores efectos secundarios. Esto es
especialmente claro en el caso de la amitriptilina.
Los ADT suelen presentar una vida media prolongada; de este modo, su toxicidad
puede verse aumentada en el anciano por acumulación, lo cual es importante, pues
su eliminación por hemodiálisis (p. ej., en el caso de sobredosis) es difícil. Además,
un mayor volumen de distribución puede condicionar una eliminación más lenta
desde el plasma. La vida media de algunos antidepresivos se ve aumentada (al menos
tras una sola dosis) como consecuencia de la disminución de su aclaramiento
plasmático y la menor metabolización; por lo tanto, puede saturarse el fenómeno de
primer paso hepático. Concretamente, el aclaramiento hepático de imipramina
parece menor en el anciano, que presenta mayores concentraciones plasmáticas
estables cuando la administración del fármaco es mantenida, salvo que se ajusten
muy bien las dosis.
Los principales efectos secundarios que se pueden presentar en estos pacientes, y
que, por lo tanto, deberían monitorizarse, son la hipotensión ortostática, los efectos
anticolinérgicos (que, por los cambios farmacodinámicos, pueden tener mayor
riesgo de aparecer), las alteraciones en la conducción cardíaca y el riesgo de muerte
en sobredosis ( Espinoza y Kaufman, 2014 ). Por sus efectos anticolinérgicos, los
ADT no mejoran la función cognitiva de los pacientes de edad avanzada con
depresión, sino que más bien pueden dificultarla ( Morimoto et al., 2015 ). Es preciso
destacar también la acción sedante antihistamínica, posiblemente por un efecto
aditivo al deterioro cognitivo propio de la edad. Se ha observado que incluso una
pequeña dosis de amitriptilina altera la capacidad motora de los ancianos, como
consecuencia de la disminución de las capacidades integradoras del sistema nervioso
central; sin embrago, la desipramina no afecta significativamente a la
psicomotricidad. También son importantes, dada la afectación del sistema
cardiovascular por el envejecimiento, las reacciones adversas ligadas a este y, de
forma muy especial, la hipotensión ortostática (que aparece a dosis men ores en el
anciano, y se ha relacionado incluso con la incidencia de fracturas de cadera), así
como las alteraciones del ritmo cardíaco, potencialmente letales. Aproximadamente,
hasta un 40% de los pacientes que toman ADT pueden presentar alguno o varios de
estos efectos secundarios, lo cual hace peligrar el cumplimiento y provoca el
abandono en un número significativo de los casos (Pérez-Sola et al., 2000).
Las contraindicaciones de los ADT se circunscriben a aquellos pacientes con
enfermedad cardíaca conocida, con insuficiencia renal o hepática grave, y con riesgo
de caídas por fenómenos hipotensivos, todo ello relativamente frecuente en el
anciano.
A pesar de que los ADT parecen haber dejado de estar en la primera línea terapéutica,
múltiples estudios de medicina basada en la evidencia que exploran las diferencias
de eficacia, de coste-efectividad o de efectos secundarios coinciden en que los ADT
no solo no presentan desventajas frente a los antidepresivos más modernos, sino que
continúan mostrando ser más eficaces en depresiones severas como la de tipo
melancólico ( Parker, 2001 ). En un metaanálisis en el que se revisaron 186 ensayos
clínicos aleatorizados, donde se comparaba la amitriptilina frente al resto de los
antidepresivos, esta mostró ser claramente más eficaz, pero a costa de una mayor
tendencia a inducir efectos secundarios y abandonos de tratamiento ( Barbui y
Hotopf, 2001 ).
Inhibidores de la monoaminooxidasa
Este grupo de fármacos cayó a la tercera o cuarta línea de acción antidepresiva hace
años, debido tanto a su supuesta menor eficacia como a la potencialidad de inducir
reacciones adversas, incluidas crisis hipertensivas graves, al combinarlo con
determinados alimentos que contienen tiramina, la cual deja de ser metabolizada en
pacientes que toman IMAO. Los IMAO siguen teniendo un lugar en el arsenal
antidepresivo; sus principales indicaciones son los casos de depresiones atípicas,
trastorno afectivo estacional, depresiones bipolares o depresiones resistentes a otros
agentes. Se han identificado como predictores de respuesta a IMAO aquellos
depresivos con sintomatología fóbica, ansiosa, histérica o somatizadora;
hipersomnia y/o hiperfagia. Entre los efectos secundarios de los IMAO, están la
hipotensión ortostática, el insomnio, la disfunción sexual, las restricciones de dieta
y las interacciones con otros fármacos inductoras de crisis hipertensivas. En caso de
que el paciente esté tomando otro tipo de antidepresivo o ansiolíticos del tipo de la
buspirona, y decida iniciar el tratamiento con IMAO, es preciso abandonar el
fármaco y no tomarlo durante 2 semanas (5 semanas en el caso de la fluoxetina)
antes de instaurar el tratamiento con IMAO. Igualmente, se requieren 2 semanas sin
tomar nada antes de pasar de los IMAO a otro antidepresivo.
Los IMAO clásicos (fenelcina, tranilcipromina e isocarboxazida) inhiben de modo
irreversible las dos isoenzimas de la MAO. La moclobemida es un fármaco que inhibe
solo la isoenzima A de la MAO y, además, de un modo reversible. El potencial de
interacciones con otros medicamentos es mucho menor, pero no imposible, si se
toman grandes cantidades de alimentos con tiramina o altas dosis de moclobemida.
La selegilina es un inhibidor selectivo de la isoenzima B de la MAO que se ha usado
como antiparkinsoniano, y que también tiene potencial antidepresivo, aunque esta
indicación no está autorizada en nuestro país.
Los principales efectos secundarios que se pueden presentar en estos pacientes (y
que, por lo tanto, deberían monitorizarse) son la hipotensión ortostática, las crisis
hipertensivas, el insomnio, la ganancia de peso y los efectos anticolinérgicos
( Espinoza y Kaufman, 2014 ).
Antidepresivos melatoninérgicos
Agomelatina
Es un antidepresivo agonista melatoninérgico (receptores MT1 y MT2) y antagonista
5-HT 2C . Carece de efectos sobre la captación de monoaminas y tampoco tiene
afinidad sobre los receptores α- o β-adrenérgicos, histaminérgicos, colinérgicos,
dopaminérgicos o benzodiazepínicos. Aumenta la liberación de noradrenalina y
dopamina específicamente en el córtex frontal. Se administra una vez al día antes de
acostarse, aunque, dependiendo de la respuesta de cada paciente, puede adelantarse
unas horas. Los principales efectos secundarios más comunes son la cefalea, las
náuseas y el mareo. Al haberse detectado u n aumento de las transaminasas en
algunos pacientes tratados con este fármaco, deben monitorizarse estas enzimas al
inicio del tratamiento y cada varias semanas (3, 6, 12 y 24 semanas), según la
evolución del paciente.
Antidepresivos multimodales
Vortioxetina
Es un antidepresivo con una acción multimodal, es decir, que combina dos acciones
farmacológicas: una sobre el sistema receptorial y otra sobre el transportador de
serotonina. Es antagonista de los receptores 5-HT 3A , 5-HT 1D y 5-HT 7 ; agonista
parcial de los receptores 5-HT 1B ; agonista del receptor 5-HT 1A ; e inhibidor del
sistema de transporte de la serotonina ( Nomikos et al., 2017 ). Se administra en
dosis única diaria, se metaboliza en el hígado (CYP2D6) y tiene una alta tasa de unión
a proteínas (98%). No es necesario hacer una titulación de la dosis, que oscila entre
10 y 20 mg al día, pero en pacientes frágiles se recomienda empezar por 5 mg/día.
Los efectos secundarios más frecuentes son náuseas, cefalea o mareo. Hay un estudio
sobre vortioxetina en pacientes de edad avanzada ( Katona et al., 2012 ) y un reciente
metaanálisis en el que se comprueba su eficacia frente a placebo, y se demuestra que
es un fármaco bien tolerado y seguro en este grupo de edad ( Nomikos et al., 2017 ).
Este fármaco tiene también una cierta acción beneficiosa sobre el rendimiento
cognitivo, aunque el mecanismo es incierto ( Patel et al., 2017 ) y parece
independiente de su acción sobre el humor ( Salagre et al., 2017 ).
Antidepresivos moduladores glutamatérgicos
Tianeptina
Es un fármaco antidepresivo heterocíclico con propiedades ansiolíticas y con un
mecanismo diferencial como modulador glutamatérgico, mediante bloqueo del
receptor NMDA y potenciación de la función del receptor AMPA, lo que puede
contribuir a ejercer un mecanismo neuroprotector y de aumento del BDNF. Carece
de afinidad por los receptores de neurotransmisores monoaminérgicos. El único
efecto receptorial observado con este fármaco se manifiesta en el tratamiento
prolongado, por aumentar la sensibilidad de los receptores α-1-adrenérgicos.
Presenta un rápido inicio de acción que puede observarse a los 7 días de iniciado el
tratamiento. Su interés en el grupo de pacientes con edad avanzada es que no afecta
al nivel de alerta ni al sistema colinérgico, no tiene efectos sobre el peso corporal ni
la libido y tiene un perfil cardiovascular favorable. Tiene alta biodisponibilidad, con
una fijación a proteínas (sobre todo la albúmina) del 95%. Se metaboliza en el hígado
por β-oxidación y N-desmetilación, por lo que carece de interacciones a nivel del
CYP-450. Se elimina por el riñón principalmente, por lo que en pacientes con
insuficiencia renal y en ancianos debe ajustarse la dosis. Se administra tres veces al
día, en comprimidos de 12,5 mg, antes de las comidas. Los efectos secundarios más
frecuentes son náuseas, dolor abdominal, cefalea, mareos y alteración del sueño
( Saiz-Ruiz et al., 1998;Wagstaff et al., 2001;Vuković et al., 2009;Yoo et al., 2015 ).
Otros antidepresivos
Trazodona
Es un antidepresivo que actúa inhibiendo la recaptación de serotonina y
antagonizando los receptores serotoninérgicos postsinápticos 5-HT 2A . Ejerce un
potente antagonismo α-1 postsináptico y un cierto antagonismo H 1 , lo cual explica
su gran capacidad sedativa y su tendencia a inducir hipotensión y priapismo. La
trazodona, además de un antidepresivo, es un excelente reestructurador del sueño,
que aumenta la latencia REM y reduce el porcentaje REM del sueño, con menor
número de períodos REM. En realidad, no es un fármaco que se utilice para tratar
los síndromes depresivos en las personas de edad avanzada, pero sí como
coadyuvante para tratar el insomnio en estos pacientes. Debido a los episodios de
hipotensión, debe empezarse por una dosis muy baja y advertir al paciente que se
levante con precaución, sentándose primero en la cama, por el riesgo de caídas que
puede tener esta circunstancia.
Fármacos que pueden estar disponibles en el futuro
Vilazodona
Es un antidepresivo que no está disponible en España, pero sí en Estados Unidos
(autorizado por la FDA desde 2011 para el tratamiento de la depresión mayor). Su
mecanismo de acción consiste en la inhibición selectiva de la recaptación de
serotonina y, además, es agonista parcial del receptor 5-HT 1A . Puede tomarse una
vez al día y su absorción mejora si se toma con comida. Es de metabolización
hepática (CYP3A4) y tiene alta unión a proteínas (98%), lo que debe considerarse en
ambos casos en la interacción con otros fármacos que esté tomando el paciente.
Requiere titulación, empezando por 10 mg/día para subir luego a la dosis terapéutica
de 20-40 mg. No se han recomendado ajustes de dosis en pacientes ancianos. Los
efectos secundarios más frecuentes son la diarrea, las náuseas y la cefalea ( Patel
et al., 2017 ).
Levomilnaciprán
No está disponible tampoco en España, y fue aprobado en Estados Unidos por la
FDA en 2013 para el tratamiento de la depresión mayor. Es un inhibidor dual y
equilibrado de los transportadores de serotonina y noradrenalina. Se ha descrito que
puede tener un efecto preventivo sobre la formación de placas de β-amiloide a través
de la inhibición de una de las enzimas implicadas en la cascada metabólica de esta
proteína, aunque este efecto necesita investigarse. Se puede administrar en una sola
toma diaria; se metaboliza en el hígado (CYP3A4) y tiene una baja unión a proteínas
(22%). Necesita titulación, empezando por 20 mg/día para alcanzar la dosis
terapéutica de 40-120 mg/día. No hay datos de estudios en ancianos. Se recomienda
su ajuste de dosis máximas en pacientes con insuficiencia hepática o renal. Los
efectos secundarios más frecuentes son cefalea, sequedad de boca, mareo y
estreñimiento ( Patel et al., 2017 ).
Ketamina
No es un antidepresivo. Es un conocido anestésico en uso desde el año 1970, pero
que recientemente ha sido estudiado para su aplicación en el tratamiento de la
depresión y de las ideas de suicidio. Los estudios se centran en la propia ketamina y
su S-enantiómero, la esketamina, usadas a dosis subanestésicas. Su mecanismo de
acción está relacionado con la acción glutamatérgica por el bloqueo en el receptor
NMDA y, aunque se ha atribuido su efecto a este mecanismo de acción, parece que
puede existir otro mecanismo mediado por su metabolito activo
(hidroxinorketamina), que no tiene acción en el receptor NMDA ( Patel et al., 2017 ).
No hay datos específicos, más allá de la publicación de casos aislados, en su uso con
pacientes de edad avanzada, por lo que, dado que parece producir alteraciones
cognitivas, debe evitarse en estos pacientes hasta tener más datos.
Elección de un antidepresivo en la edad avanzada
Los estudios de metaanálisis disponibles hablan de que la eficacia de los
antidepresivos decrece con la edad, pero debe entenderse que, al aumentar la edad,
también hay mayor comorbilidad y polifarmacia (con la sobrecarga que eso supone),
más presencia de lesiones cerebrovasculares (posiblemente enfermedad de pequeño
vaso visualizada como hiperintensidades en las pruebas de neuroimagen) y más
riesgo de no ser tratado con las dosis adecuadas ( Kok y Reynolds, 2017 ; Haigh et al.,
2017).
Los factores principales que hay que tener en cuenta a la hora de elegir un
antidepresivo en el anciano son su eficacia, su velocidad de acció n, el perfil
sintomático del paciente, la facilidad de administración, la tolerabilidad, la
seguridad, la inducción de interacciones, la letalidad en sobredosis y el coste
( Katona y Livingston, 2003 ). En general, hay una escasez importante de ensayos
clínicos sobre la eficacia de los antidepresivos en ancianos, sobre todo en cuanto a
los nuevos antidepresivos. Por otra parte, las comparaciones entre los antidepresivos
tampoco abundan en el paciente de edad avanzada, aunque se detectan leves
diferencias de efectividad entre antidepresivos. Globalmente, en cuanto a eficacia,
los NNT (number needed to treat) de los antidepresivos de los ancianos (6,7) no son
distintos de los que se presentan en ensayos clínicos de adultos más jóvenes (6,1)
( Kok y Reynolds, 2017 ).
El objetivo que se debe conseguir en el paciente de edad avanzada es su curación, es
decir, la remisión de los síntomas y la recuperación de la normalidad funcional
( Baldwin, 2014 ). Por lo tanto, la elección del antidepresivo adecuado es esencial.
Como se ha comentado con anterioridad, todos los antidepresivos disponibles tienen
una eficacia demostrada y similar en líneas generales. Por lo tanto, el resto de los
factores en relación con las peculiaridades de cada paciente concreto cobra gran
importancia. Se ha demostrado que la utilización de algoritmos terapéuticos (estudio
IMPACT y estudio PROSPECT) consigue mejores tasas de respuesta que el
tratamiento de rutina ( fig 31-1 ) ( MacQueen et al., 2016;Mulsant et al., 2014 ).
Figura 31-1
Esquema para el tratamiento de la depresión de la edad avanzada.
Mulsant et al., 2014; MacQueen et al., 2016; López-Trigo et al., 2017; Casey, 2017.
La comorbilidad es frecuente y también la polifarmacia, por lo que el riesgo de
alteraciones farmacocinéticas o farmacodinámicas aumenta. Se prefiere, siempre
que sea posible, la monoterapia, y si después de 3-4 semanas de tratamiento no se
consigue una respuesta de al menos el 50% de la intensidad de los síntomas, es
preferible cambiar de antidepresivo que añadir otro.
Mulsant et al. (2014) proponen un algoritmo de tratamiento sencillo en cuatro
pasos, aunque hay que tener en cuenta que este algoritmo no incluye los fármacos
de más reciente aparición:
• 1.
Escitalopram; alternativas: sertralina o duloxetina.
• 2.
Escasa o mínima respuesta: cambiar a duloxetina; alternativas: venlafaxina,
desvenlafaxina.
• 3.
Escasa o mínima respuesta: cambiar a nortriptilina; alternativa: bupropión.
• 4.
En caso de tener una respuesta parcial en los pasos 2 o 3: potenciar la acción
antidepresiva con sales de litio o un antipsicótico atípico; alternativas:
combinar ISRS o ISRSN con mirtazapina o bupropión.
La duración de cada paso se fija en 6 semanas; alternativas: 4 semanas u 8 semanas.
Tratamiento de la depresión psicótica
La depresión con síntomas psicóticos es un cuadro clínico grave a cualquier edad y
requiere un tratamiento combinado de antidepresivos y antipsicóticos, o la
indicación de terapia electroconvulsiva ( Baldwin, 2014 ; Kok y Reynolds, 2017 ;
SEPG, 2018). El documento de consenso para la depresión del anciano de la SEPG
recoge el mayor riesgo de suicidio y de evolución a demencia en estos pacientes
(SEPG, 2018).
En este caso, la elección de antidepresivo se hace como en los casos de depresión no
psicótica, a partir del perfil de efectos secundarios e interacciones del fármaco y
considerando la situación médica y farmacológica del paciente. No obstante, algunos
expertos prefieren los fármacos de acción dual (SEPG, 2018). En cuanto a los
fármacos antipsicóticos, se prefieren los de segunda generación por el perfil de
efectos secundarios menos perjudicial, pero ninguno de ellos tiene aprobada esta
indicación (hay más evidencias para quetiapina, aripiprazol y olanzapina) (SEPG,
2017). Deben tenerse especialmente presentes las interacciones entre los
antidepresivos y los antipsicóticos, sobre todo farmacocinéticas, y ajustar las dosis
según la evolución del paciente.
Una vez instaurado el tratamiento con antidepresivo y antipsicótico, el paciente debe
supervisarse semanalmente para seguir la respuesta, ajustar la dosis y valorar los
posibles efectos secundarios que se presenten. La eficacia debe considerarse tras las
3 primeras semanas de tratamiento, pudiendo entonces ajustar la dosis, mantener la
misma dosis hasta completar 6 semanas o retirar el fármaco y sustituirlo por otro de
perfil farmacodinámico distinto. Al ceder los síntomas psicóticos, debe valorarse
clínicamente la reducción de la dosis del antipsicótico y su retirada si la evolución
del paciente lo permite, manteniendo el antidepresivo (SEPG, 2017).
Aspectos prácticos de la prescripción de
antidepresivos
Los antidepresivos están indicados en los pacientes de edad avanzada que padecen
una depresión, sobre todo en los casos en que la depresión tiene una intensidad
moderada o grave. En los casos leves, es preferible utilizar la psicoterapia, aunque el
uso de antidepresivos puede ayudar. El pronóstico de la depresión en la edad
avanzada puede ser sombrío y, por tanto, demanda que el tratamiento sea todo lo
enérgico que cada caso requiera. Pero es bien sabido que, en el caso de los pacientes
de edad avanzada, una vez elegido el antidepresivo, se iniciará el tratamiento a dosis
inicialmente bajas, que serán tituladas de forma progresiva (habitualmente en unas
2 semanas) hasta las dosis terapéuticas, de acuerdo con la tolerabilidad del paciente.
En general, los tratamientos deben iniciarse en dosis que oscilan entre la mitad y un
tercio de la dosis usada en adultos más jóvenes. En la tabla 31-3 se muestran las dosis
de inicio y de mantenimiento recomendadas para cada fármaco.
Tabla 31-3
Dosis sugeridas para algunos antidepresivos en ancianos
Baldwin, 2014;Azanza-Perea, 2016 .
Dosis inicial (mg) Dosis terapéutica (mg)
Amitriptilina 25 75-100
Fluvoxamina 50 100-200
Fluoxetina 10 20
Paroxetina 10 20
Sertralina 25 50-100
Citalopram 20 20
Escitalopram 5 10
Venlafaxina 75 150-225
Duloxetina 30 60-90
Desvenlafaxina 50 100
Mirtazapina 7,5 30
Agomelatina 25 25-50
Reboxetina 2 4-6
Bupropión 150 300
Vortioxetina 5 20
Tianeptina 12,5 25
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Las dosis terapéuticas hacen referencia a dosis promedio, por lo que debe estudiarse en cada
paciente si se pueden alcanzar o no estas dosis, o incluso más altas.
En el momento de la prescripción del tratamiento, es necesario asegurarse de que el
paciente ha entendido bien nuestras indicaciones. Es importante transmitirle que
los efectos beneficiosos tardarán un mínimo de 2 o 3 semanas en aparecer, mientras
que los efectos secundarios pueden aparecer desde el inicio del tratamiento. En esta
enfermedad, en la que el paciente puede presentar deterioro cognitivo asociado,
resulta muchas veces necesario apoyarse en la familia o en un cuidador informal para
asegurar el cumplimiento del tratamiento ( Kok y Reynolds, 2017 ).
El consenso de depresión de la SEPG aconseja que se realice una analítica general y
un electrocardiograma al principio del tratamiento con un antidepresivo (SEPG,
2018).
Hay que considerar que la tasa de recaídas y recidivas en estos pacientes es mayor
que en otras épocas de la vida, por lo que debería considerarse el tratamiento de
continuación y mantenimiento cuidadosamente (Haigh et al., 2017; Wilkinson e
Izmeth, 2016). También la presencia de síntomas de alteración cognitiva, ansiedad
o insomnio que empeoran la respuesta al tratamiento requieren de tratamientos más
prolongados y un especial cuidado de las dosis necesarias para conseguir la remisión.
La duración del tratamiento con un antidepresivo, una vez obtenida la respuesta,
suele ser objeto de debate intermitente en los foros psiquiátricos, aun a sabiendas de
que al menos un 20% de los casos de depresión se cronifican y hasta un 15% de los
pacientes pueden llegar a cometer suicidio. Por una parte, es evidente que la ingesta
de antidepresivos a largo plazo previene las recaídas; por otra, muchos pacientes
tienen la creencia de que solo están «curados» cuando son capaces de abandonar las
pastillas y permanecer bien. Además, determinados antidepresivos a dosis elevadas
pueden tener consecuencias negativas sobre la funcionalidad hepática o cardíaca. El
consenso de la SEPG, en línea con las publicaciones más recientes, recomienda
mantener al menos 1 año el tratamiento antidepresivo tras la mejoría de los síntomas
depresivos si es el primer episodio; si es el segundo episodio, debe considerarse
mantener el tratamiento 2 años o de manera indefinida; y si es el tercero o siguientes,
debe considerarse claramente mantenerlo indefinidamente ( Kok y Reynolds, 2017 ;
Wilkinson e Izmeth, 2016; Casey, 2017 ; SEPG, 2018). También la preferencia del
paciente, la gravedad del episodio, la discapacidad, la falta de apoyo social y los
efectos secundarios pueden influir en la decisión de prolongar o no el tratamiento
antidepresivo.
El NNT del tratamiento antidepresivo respecto de la prevención de la recurrencia si
se mantiene el tratamiento antidepresivo después de la remisión es de 3,6 ( Kok y
Reynolds, 2017 ).
En los casos en que se decide interrumpir el tratamiento, lo ideal es hacerlo de modo
escalonado y progresivo para evitar fenómenos de abstinencia, que pueden ocurrir
en todos los casos de consumo de cualquier antidepresivo durante más de 6 semanas,
y que pueden llegar a ser graves (p. ej., una arritmia cardíaca, si se trata de un ADT).
Taylor et al. (2001) recomiendan interrumpir el tratamiento antidepresivo a lo largo
de 4 semanas y con escalones decrecientes semanales. Una excepción a lo comentado
es el caso de la fluoxetina, la cual, debido a su larga vida media y la de su metabolito,
puede ser interrumpida de forma abrupta sin peligro alguno (válido para dosis
habitual de 10 a 20 mg al día).
En las personas mayores, las situaciones de comorbilidad médica son enormemente
frecuentes. El Consenso de la SEPG sobre depresión en el anciano (SEPG, 2018) hace
unas recomendaciones sobre la elección de los fármacos que aparecen en la tabla 31-
4 . Se trata de los fármacos que presentan un perfil más favorable, ordenados según
el nivel de consenso.
Tabla 31-4
Antidepresivos recomendados por la SEPG en función de las comorbilidades médicas
SEPG, 2018.
Situación clínica Fármacos recomendados
Cardiopatía isquémica e infarto Sertralina, agomelatina, citalopram/escitalopram
Arritmias Sertralina, agomelatina
Hipertensión arterial Sertralina, agomelatina, citalopram/escitalopram
Paciente anticoagulado Desvenlafaxina, agomelatina, bupropión
Diabetes Fluoxetina, agomelatina, bupropión
Dislipemia Bupropión, fluoxetina, desvenlafaxina, agomelatina
Obesidad Fluoxetina, bupropión, agomelatina, desvenlafaxina
Pérdida de peso y apetito Mirtazapina, paroxetina
Estreñimiento importante Sertralina, agomelatina, desvenlafaxina
Riesgo de hiponatremia Agomelatina, bupropión, mirtazapina
Somnolencia Bupropión, desvenlafaxina
Riesgo de hemorragia digestiva Agomelatina, mirtazapina, duloxetina, bupropión
Dolor crónico Duloxetina, desvenlafaxina, venlafaxina, nortriptilina
Disfunción sexual Agomelatina, bupropión, mirtazapina, vortioxetina
Riesgo de crisis comiciales Agomelatina, sertralina
Enfermedad de Parkinson y Bupropión, mirtazapina, agomelatina
síndromes relacionados
Deterioro cognitivo y/o demencia Citalopram/escitalopram, duloxetina, sertralina,
vortioxetina, desvenlafaxina
Riesgo de glaucoma Agomelatina, sertralina
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Estrategias para la depresión resistente o con
respuesta parcial
Dos tercios de los pacientes de edad avanzada no responden al primer antidepresivo
utilizado o lo hacen de forma parcial. Si el paciente se encuentra en respuesta parcial
después de 4 a 6 semanas de tratamiento, cabe optimizar el tratamiento con un
aumento de la dosis o cambiar el antidepresivo si ha habido una ausencia total de
respuesta. El segundo paso es combinar dos antidepresivos de distinta clase o añadir
un potenciador de la acción antidepresiva. En este caso, sobre todo ha demostrado
eficacia la potenciación con sales de litio. También los antipsicóticos atípicos, como
la quetiapina o el aripiprazol, han demostrado eficacia, así como la lamotrigina ( Kok
y Reynolds, 2017 ; Haigh et al., 2017; MacQueen et al., 2016 ).
En casos de resistencia al tratamiento farmacológico, es necesario proceder a una
reevaluación en busca de posibles errores diagnósticos o de subtipos clínicos de baja
respuesta a antidepresivos (p. ej., depresión vascular). Asimismo, debe evaluarse el
grado de cumplimiento del paciente, lo adecuado de la dosis y la duración suficiente
del tratamiento antidepresivo. No es infrecuente encontrar la presencia de factores
que perpetúen el cuadro y que pueden estar disminuyendo la respuesta, como, por
ejemplo, enfermedad somática comórbida o estrés psicosocial crónico.
Finalmente, hay que valorar la posible idoneidad de tratamientos no farmacológicos,
como la terapia electroconvulsiva y otros tratamientos físicos, naturales o
psicoterapéuticos (todos ellos abordados en otros capítulos). En general, cabe decir
que existe un número elevado de posibles intervenciones psicofarmacológicas para
potenciar la eficacia antidepresiva ( cuadro 31-1 ).
CUADRO 31-1
Estrategias para casos de depresión resistente
Optimizar a dosis más altas del antidepresivo
Cambio de antidepresivo
Combinación de antidepresivos. Generalmente un antidepresivo ISRS o dual con
mirtazapina, bupropión, agomelatina o tianeptina
Potenciación:
• •
Litio: útil hasta en un 50% de los casos
• •
Antipsicóticos atípicos: quetiapina, aripiprazol
• •
Antiepilépticos: lamotrigina
• •
Hormona tiroidea (T3)
• •
Precursores: L-triptófano (riesgo de síndrome serotoninérgico o, más raro,
síndrome miálgico-eosinofílico)
• •
Estimulantes: metilfenidato, modafinilo
Terapia electroconvulsiva
Estimulación magnética transcraneal
Estimulación cerebral profunda
Estimulación del nervio vago
Luminoterapia
El documento de consenso de la SEPG propone unas prioridades en las estrategias
de abordaje a la respuesta parcial a antidepresivos, que aparecen en las figuras 31-2
y 31-3 .
Figura 31-2
Prioridad de estrategia ante la respuesta parcial a un antidepresivo, según el consenso de la
SEPG. Escala 1-9: (1 = utilizar la primera; 9 = utilizar la última).
SEPG, 2018.
Figura 31-3
Prioridad de seguridad ante una respuesta parcial a un antidepresivo, según el consenso de la
SEPG. Escala 1-9: (1 = utilizar la primera; 9 = utilizar la última).
SEPG, 2018.
Tratamiento de la depresión menor o subumbral
Hablamos de depresión menor o subumbral en los casos de pacientes con síntomas
depresivos que no llegan a conformar por completo un síndrome depresivo, ya sea
por la menor intensidad de los síntomas o por la presencia solo de algún síntoma
aislado. En cualquier caso, se trata de un trastorno importante, tanto por su
repercusión en la calidad de vida de los que lo padecen como por la discapacidad que
genera. Además, puede ser objeto de tratamientos preventivos, porque es un
importante factor de riesgo para el desarrollo de episodios de depresión mayor
( Baldwin, 2014;Casey, 2017;Gilbody et al., 2017 ). En un estudio reciente llevado a
cabo por Gilbody et al. (2017) , llamado Collaborative Care for Screen Positive
Elders (CASPER), el grupo de personas mayores de 65 años que tenían esta forma de
depresión subumbral, entre los que eran atendidos en un centro de atención
primaria y participaron en el estudio, llegaba hasta el 29% de la muestra, en la que
también se detectó un 7% de personas con depresión mayor.
Este síndrome debe tratarse cuando dura más de 2 semanas, los síntomas están
presentes la mayor parte del tiempo todos los días y produce interferencia en la
funcionalidad del paciente. En los casos de inicio reciente, el manejo es la
observación y la terapia de apoyo. Si la duración es más prolongada o supone un
problema en la vida del paciente, debe tratarse con algún tipo de intervención
psicosocial, psicoterapia (SEPG, 2018) y/o antidepresivos, según los medios
disponibles ( Baldwin, 2014;Gilbody et al., 2017 ).
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CAPÍTULO 32
Ansiolíticos e hipnóticos
• Pilar de Azpiazu Artigas
Psiquiatría geriátrica, Capítulo 32, 553-567
• ▪
Existe una utilización excesiva de benzodiazepinas por parte de las personas
mayores.
• ▪
Las benzodiazepinas deben usarse con precaución en ancianos y siempre
evitarse las de vida media larga.
• ▪
Las benzodiazepinas no deben retirarse bruscamente por riesgo de síndrome
de abstinencia y delirium.
• ▪
La presencia de reacciones paradójicas a las benzodiazepinas no es
infrecuente en ancianos.
• ▪
Ante la ansiedad y el insomnio, es importante diferenciar cuándo se trata de
un síntoma o de una enfermedad: el insom nio suele ser un síntoma de
diversas enfermedades.
• ▪
Siempre es preferible tratar la enfermedad que el mero síntoma. En ancianos,
es preciso evitar usar un fármaco para cada síntoma.
• ▪
Los hipnóticos pueden sustituirse por otro tipo de fármacos (antidepr esivos,
antipsicóticos, antiepilépticos, analgésicos, etc.), elegidos para tratar el
trastorno de base más que el mero síntoma.
Introducción
En la mayoría de las clasificaciones farmacológicas, los ansiolíticos siempre han
incluido las benzodiazepinas (BZD) como tratamiento básico de la ansiedad, a pesar
de que, en la psiquiatría actual, la mayoría de los trastornos por ansiedad se tratan
con otros grupos farmacológicos. En el momento actual, las BZD han pasado a ser
un tratamiento coadyuvante de la ansiedad en muchos casos, y muy especialmente
en los ancianos.
Las BZD son fármacos muy usados en España. El consumo de BZD en nuestro país
ha aumentado un 57% del año 2000 al año 2012, y se coloca en los niveles más altos
de los países de nuestro entorno ( Vicente Sánchez et al., 2013 ). Así, el gasto
farmacéutico en España de BZD, durante el año 2010, fue de 750 millones de euros,
con una importante representación de la población anciana ( García-Baztán
et al., 2014 ). Una de las causas que podría explicar este abuso es que probablemente
las indicaciones de las guías clínicas sobre trastornos de ansiedad no son
comúnmente seguidas por los médicos.
Si analizamos las situaciones en las que los ancianos toman BZD, es fácil observar
que estas son muy comunes y, en general, tienen poca relación con la prescripción
desde la especialidad de psiquiatría ( cuadro 32-1 ).
CUADRO 32-1
Situaciones en las que los ancianos consumen benzodiazepinas
Paciente que sufre un acontecimiento vital y manifiesta quejas de insomnio o
ansiedad
Paciente ingresado que se queja de insomnio
Paciente que las toma desde hace muchos años y las sigue tomando prácticamente
sin control médico
Pacientes deprimidos inadecuadamente tratados
Pacientes con diagnóstico de demencia con insomnio
Pacientes que se han negado a tomar otros fármacos y solo aceptan benzodiazepinas
Pacientes con dependencia de las benzodiazepinas
Automedicación, más frecuente en jóvenes, pero también en ancianos. En algunos
casos, con el consentimiento y la colaboración del cónyuge o la familia
Esto sucede porque son muy pocos los ancianos que tienen acceso a tratamiento
psiquiátrico o psicológico específico, dado que no existen apenas unidades
especializadas en psiquiatría geriátrica o profesionales formados en esta área que
puedan ofrecer a los pacientes y a sus familias programas de psicoeducación y
psicoterapia como tratamiento alternativo a los fármacos. El falso prestigio
que tienen las BZD de ser medicamentos suaves que apenas hacen daño y dan buen
resultado contribuye también al consumo excesivo de estas sustancias.
Con relativa frecuencia, muchos pacientes llegan a la vejez tomando una
benzodiazepina que fue prescrita con anterioridad por un problema adaptativo y no
fue retirada a tiempo, con efectos adversos que pueden ser mejor o peor tolerados.
Esta situación de gran consumo de BZD debería ser tenida en cuenta por los
profesionales y también por las propias autoridades sanitarias. La tendencia
adecuada sería intentar reducir de forma lentamente progresiva su consumo y abuso,
sin actitudes rígidas, pudiendo ofrecer a los pacientes alternativas terapéuticas,
tanto farmacológicas como no farmacológicas, que deben estar al alcance tanto en el
contexto de la medicina general como en el de la especializada.
Como se verá más adelante, existen alternativas farmacológicas que crean menor
tolerancia o dependencia y que pueden ayudar a disminuir el uso de BZD, pudiendo
reservarse el uso de estas para el tratamiento de emergencia ante situaciones
puntuales de ansiedad.
Para que los pacientes puedan realizar un uso correcto y adecuado de estos fármacos,
se requiere una suficiente dedicación de tiempo por parte del profesional, que facilite
la comprensión y la colaboración del paciente y de la familia/cuidadores, así como
una adecuada coordinación con el médico de la atención primaria. No debería
dejarse toda la responsabilidad del seguimiento de estos pacientes, especialmente
los más complejos, al entorno de atención primaria, ya que sus profesionales
disponen de un tiempo limitado y su formación en esta área no siempre es la
adecuada. La colaboración del farmacéutico, la receta electrónica y la preparación de
unidosis personalizadas para cada paciente pueden facilitar un mayor control de los
tratamientos, y fomentar una menor acumulación de medicamentos y un menor
número de errores de prescripción, con un cumplimiento y una supervisión mayores.
En concreto, el papel del farmacéutico puede ser fundamental en la colaboración con
el médico de familia y con los especialistas en la racionalización del uso de las BZD.
Pese a todo ello, es necesario mencionar que las BZD siguen siendo un adecuado
tratamiento coadyuvante en el manejo de los trastornos por ansiedad, y que bien
manejadas y con seguimiento a medio y largo plazo pueden utilizarse con indudables
efectos beneficiosos.
Benzodiazepinas
En el anciano, las BZD deben considerarse un tratamiento coadyuvante al de los
trastornos de ansiedad e insomnio, ya sean primarios o comórbidos con otras
patologías psiquiátricas, o bien en el curso de enfermedades orgánicas que cursen
con episodios de ansiedad aguda. Pueden estar indicadas como relajantes
musculares en períodos cortos de tiempo, en la catatonia y en el síndrome de piernas
inquietas, así como en episodios comiciales agudos.
Farmacodinamia
Para la comprensión de los mecanismos de acción de las BZD, es necesario el
conocimiento de la neurotransmisión GABAérgica. El GABA es un neurotransmisor
que se sintetiza a través del aminoácido precursor glutamato por medio de la enzima
descarboxilasa del ácido glutámico. El glutamato se encuentra en las reservas
intraneuronales de aminoácidos. Es un aminoácido esencial, el más abundante en el
sistema nervioso central (SNC). El receptor GABA A es hipotéticamente responsable
de la mediación de actividades del SNC tan diversas como las convulsiones, la
respuesta anticonvulsiva a los fármacos, los trastornos de conducta por intoxicación
enólica, la respuesta ansiolítica sedante e hipnótica de determinados fármacos y la
relajación muscular que producen las BZD. El receptor GABA B no está modulado
alostéricamente por las BZD; se liga selectivamente al baclofeno y no parece estar
ligado a la acción de las BZD ( Stahl, 2010 ).
Existen múltiples receptores benzodiazepínicos que pueden dar lugar a múltiples
diferencias farmacológicas. Los tres perfiles farmacológicos claramente
diferenciados son: el ω1, que se encuentra preferentemente en el cerebelo y contiene
lugares de reconocimiento para BZD y otras estructuras químicas; el ω2, que se
localiza en el cuerpo estriado y la médula espinal y está implicado en la mediación
de la acción relajante muscular de las BZD; y el ω3, que se encuentra fuera del SNC
a nivel renal y cuyo papel en la acción ansiolítica no está totalmente aclarado.
Las acciones en los receptores benzodiazepínicos constituyen la base de la actividad
farmacológica de las BZD y también de los efectos adversos de todas ellas, como son
las alteraciones de la memoria, la tolerancia farmacológica, la dependencia y el
síndrome de abstinencia cuando son retiradas ( Stahl, 2010 ).
Farmacocinética
Los perfiles farmacocinéticos ayudan a clasificar las BZD, puesto que su acción
farmacológica es muy similar en todas ellas. Las variaciones farmacocinéticas están
relacionadas con la edad, el metabolismo hepático, el tabaquismo y las interacciones
con otros fármacos.
Absorción. Son fármacos muy liposolubles y atraviesan con facilidad las membranas,
incluida la barrera hematoencefálica (BHE). Tienen una buena biodisponibilidad vía
oral, con absorción digestiva, especialmente con el estómago vacío. En el anciano, se
produce de forma fisiológica un incremento del pH gástrico, reducción de la
absorción y reducción del flujo sanguíneo esplácnico y de la motilidad
gastrointestinal, que pueden retrasar en cierta medida la absorción de las BZD.
Algunas BZD, como alprazolam y lorazepam, pueden administrarse por vía
sublingual, aunque la absorción no es mucho más rápida por esta vía, salvo en los
casos en que el estómago esté lleno o se hayan ingerido antiácidos. Esta
administración puede ser útil en pacientes con dificultades para la deglución.
Distribución. El volumen de distribución depende de la liposolubilidad de cada
molécula, que es en general alta, siendo mayor en las mujeres y en los ancianos (con
mayor riesgo de acumulación en el tejido adiposo). Se unen con facilidad a proteínas
plasmáticas (85-100%). Atraviesan con facilidad la BHE, aumentando rápidamente
las concentraciones en el líquido cefalorraquídeo.
Las BZD de semivida larga están potencialmente contraindicadas en lo s ancianos
por tener más riesgo de acumulación, con mayor riesgo de afectación psicomotriz y
sedación diurna y, por tanto, mayor riesgo de caídas.
Metabolismo. Se da en dos fases. Fase 1: metabolismo hepático, oxidación y reducción
por parte del citocromo P-450. En el anciano se encuentra reducido el metabolismo
en esta fase, algo que puede estar relacionado con la reducción del flujo hepático.
Fase 2: conjugación en la que se forman compuestos inactivos que son excretados a
través de la orina. Algunas BZD se metabolizan directamente por conjugación, como
el lorazepam y el oxazepam, lo que las hace preferibles en el anciano porque no
aumenta su semivida por efecto de la edad.
Eliminación. En su mayor parte es renal. La alteración más frecuente es el fracaso en
la eliminación por retraso en la excreción renal, relacionada con la reducción del
filtrado glomerular, que se manifiesta en una disminución del aclaramiento de
creatinina. El 10% se excreta por las heces. La insuficiencia renal crónica tiene una
alta incidencia entre los ancianos pluripatológicos y ha de ser tenida en cuenta a la
hora de ajustar las dosis de las BZD.
EL conocimiento de la vida media de eliminación de las BZD puede ayudar en la
selección de la molécula concreta, en función del perfil del paciente y de los síntomas
que presente. En la tabla 32-1 se resumen las semividas y el tiempo para iniciar la
acción de distintas BZD.
Tabla 32-1
Comienzo y duración de la acción en las benzodiazepinas
Modificado de Mondragon et al., 2004.
Semivida (horas) T máx Unión a proteínas (%) Dosis en ancianos
Diazepam 40-200 30-90 min 97-98,5 2,5-5 mg
Oxazepam 4-24 2-3 h 87-90 0,25-5 mg
Clonazepam 16-60 3-12 h 86 0,25-1,5 mg
Alprazolam 9-20 1-2 h 70-75 0,25-1 mg
Lorazepam 9-22 2h 85 0,5-2 mg
Lormetazepam 9-15 0,5 h 85 0,5-2 mg
Midazolam 1,5-3 30 min 0,8-2 2,5-7,5 mg
Ver a tamaño completo
Contraindicaciones y precauciones de uso
Contraindicaciones absolutas que se deben tener en cuenta en los ancianos son la
miastenia gravis, la apnea del sueño no tratada y los fenómenos de hipersensibilidad.
Entre las contraindicaciones relativas, se encuentran la enfermedad pulmonar
obstructiva crónica (EPOC), la insuficiencia hepática, la personalidad adictiva u
otras dependencias, el delirium (salvo si es por deprivación alcohólica) y las
reacciones paradójicas ocurridas con anterioridad. Las BZD se han de prescribir con
precaución en presencia de glaucoma de ángulo estrecho, alteraciones cognitivas y
riesgo de delirium o de caídas. En el caso de insuficiencia renal grave, se ha de
reducir la dosis de oxazepam y midazolam en un 75%. En general, en los ancianos se
debería prestar mayor atención al riesgo de acumulación de las BZD, que conlleva
un agravamiento de los efectos adversos y mayor posibilidad de interacciones en el
caso de la frecuente polifarmacia que se da en esta franja de edad ( Salazar
et al., 2004 ).
Interacciones
Las BZD se oxidan a nivel hepático, pudiendo aparecer reacciones adversas por
aumento de toxicidad y/o fenómenos de competencia. El cuadro 32-2 resume las
interacciones más frecuentes y clínicamente significativas.
CUADRO 32-2
Interacciones de las benzodiazepinas con otros fármacos
Modificado por P. Azpiazu de Mondragon et al., 2004.
BZD: benzodiazepinas
Anticoagulantes: potencian los efectos anticoagulantes
Carbamazepina: disminuye la concentración plasmática de BZD
Cimetidina: potencia la acción de las BZD, menos de alprazolam y lorazepam
Clozapina: riesgo de depresión respiratoria
Digoxina: potencia los efectos de la digoxina
Opiáceos: potencian los efectos de sedación
Propranolol: potencia la acción de las BZD, menos lorazepam y alprazolam
Levodopa: disminuye los efectos antiparkinsonianos de la levodopa
Ácido valproico: aumenta la concentración plasmática de BZD
Fluoxetina: aumenta la semivida de alprazolam y diazepam
Ansiolíticos no benzodiazepínicos
En este apartado se describen diversos grupos de fármacos que pueden estar
indicados en el tratamiento de la ansiedad, con independencia de que aparezca
expresamente esta indicación en su ficha técnica.
Pregabalina
La pregabalina [ácido (S)-3-(aminometil)-5-metilhexanoico] es un análogo del ácido
γ-aminobutírico (GABA). Forma parte del grupo de los antiepilépticos y tiene
indicación oficial en el trastorno de ansiedad generalizada (TAG). La dosis habitual
en ancianos oscila entre 25 y 100 mg/día.
Existen estudios de pregabalina en población geriátrica, donde es interesante
resaltar que no produce afectación cognitiva. El ensayo clínico para la autorización
en Europa se realizó con 273 pacientes que tomaron pregabalina frente a placebo a
dosis de entre 150 y 600 mg ( Montgomery et al., 2008 ). El fármaco también ha
mostrado ser efectivo como tratamiento asociado en un estudio abierto con pacientes
diagnosticados de TAG comórbida a trastorno depresivo mayor (TDM) ( Karaiskos
et al., 2013 ).
Las diferencias fundamentales entre la pregabalina y las BZD aparecen en la tabla 32-
2.
Tabla 32-2
Diferencias clínicas entre la pregabalina y las benzodiazepinas
Fármaco Dependencia Síndrome de Deterioro Sedación Interacciones
física abstinencia cognitivo
Benzodiazepinas Sí Sí Sí Importante Sí, a través del
CYP3A4
Pregabalina No No No Leve Escasas
Ver a tamaño completo
Farmacodinamia
La pregabalina es un ligando de una subunidad auxiliar (proteína α2-δ) de los
canales de calcio, que desplaza potencialmente a [3H]-gabapentina. No se conoce
con exactitud el mecanismo de acción, ya que no interacciona con los receptores de
GABA A o B, ni afecta a la recaptación del GABA. La pregabalina modula la liberación
de neuropéptidos sensoriales (sustancia P y péptido relacionado con el gen de la
calcitonina).
Farmacocinética
Si se administra en ayunas, la pregabalina se absorbe rápidamente, alcanzando
concentraciones plasmáticas máximas 1 h después de la administración. La
biodisponibilidad oral se estima que es ≥ 90%. Tras la administración repetida, los
niveles estables se alcanzan en las 24-48 h posteriores. La velocidad de absorción
disminuye cuando se administra con alimentos, produciéndose un descenso en la
C máx de aproximadamente un 25-30% y un retraso en el T máx de aproximadamente
2,5 h. La administración junto con alimentos enlentece la absorción, pero no la
reduce. La variabilidad farmacocinética interindividual de pregabalina es baja (<
20%).
La pregabalina no se une a las proteínas plasmáticas y atraviesa la BHE con facilidad.
En humanos, el volumen de distribución aparente de la pregabalina tras la
administración oral es de aproximadamente 0,56 l/kg. La pregabalina
prácticamente no se metaboliza. El derivado N-metilado de pregabalina, metabolito
principal de esta que se encuentra en orina tras una administración oral, representa
el 0,9% de la dosis administrada.
El fármaco se elimina del sistema circulatorio principalmente mediante excreción
renal como fármaco inalterado. La semivida media de eliminación de la pregabalina
es de 6,3 h. El aclaramiento plasmático y el renal son directamente proporcionales
al aclaramiento de creatinina. Es necesario un ajuste de la dosis en pacientes con la
función renal alterada o en hemodiálisis (tras una sesión de hemodiálisis de 4 h, las
concentraciones plasmáticas de pregabalina se reducen aproximadamente al 50%).
Dado que la eliminación renal es la principal vía de excreción, en pacientes con
insuficiencia renal es necesaria una reducción de la dosis y una dosis
complementaria tras la hemodiálisis. El descenso en el aclaramiento de pregabalina
oral está en relación con el descenso del aclaramiento de creatinina asociado con el
aumento de la edad. En los pacientes con disfunción hepática, no son necesarios
reajustes en las dosis ( Stahl, 2010 ).
Interacciones
Al no unirse a proteínas, es un fármaco con un número muy escaso de interacciones.
En los estudios in vivo, no se observaron interacciones farmacocinéticas relevantes
desde el punto de vista clínico con fenitoína, carbamazepina, ácido valproico,
lamotrigina, gabapentina, lorazepam, oxicodona ni etanol.
Análisis poblacionales han indicado que los antidiabéticos orales, los diuréticos, la
insulina, el fenobarbital y el topiramato no presentaban un efecto clínicamente
importante sobre el aclaramiento de pregabalina.
La pregabalina puede potenciar los efectos del etanol y del lorazepam. En ensayos,
no se produjeron efectos clínicamente relevantes sobre los niveles de saturación de
oxígeno.
Contraindicaciones y precauciones de uso
La pregabalina debe introducirse lentamente en la población geriátrica para mejorar
su tolerabilidad. En caso de insuficiencia renal, deberá ajustarse la dosis en función
del aclaramiento renal. En pacientes con dolor crónico que siguen tratamiento con
opiáceos, la introducción de pregabalina puede empeorar el estreñimiento, por lo
que es importante introducir laxantes para evitar fecalomas.
Gabapentina
La gabapentina es un fármaco cuyas indicaciones primarias son la de
anticonvulsivante y el dolor neuropático; fue el antecesor de la pregabalina, con el
que guarda muchas similitudes. Su acción sobre el sistema gabaérgico y su capacidad
sedante le confiere una potencialidad de uso en la ansiedad geriátrica, tanto como
síntoma primario como ligada a depresión o a demencia ( Sheldon
et al., 1998;Herrmann et al., 2000;Roane et al., 2000 ).
A pesar de que no tiene la indicación oficial de uso en el TAG que sí posee la
pregabalina, existe experiencia clínica que apoya su uso. Al igual que la pregabalina,
se trata de un fármaco que no sufre metabolización en el organismo y está
prácticamente libre de interacciones medicamentosas, características que también
apoyan una utilización con amplios márgenes de seguridad en los pacientes
ancianos. Las dosis habituales oscilan entre 600 y 1.600 mg al día repartidos en tres
tomas, que deben introducirse de forma gradual a lo largo de 2 o 3 semanas.
Buspirona
Pertenece al grupo de las azapironas. Fue presentada en el año 1986 como el fármaco
llamado a sustituir a las BZD por su principal ventaja de que no produce
dependencia, algo que fue bien acogido en un principio, aunque actualmente el uso
de este fármaco en la práctica clínica es meramente testimonial. La indicación en el
TAG se considera de segundo nivel ( Katzman et al., 2014 ), y puede indicarse como
segunda opción en pacientes con síntomas de ansiedad que no toman BZD de forma
habitual. Las dosis habituales en ancianos oscilan entre los 10 y los 20 mg/día.
Farmacodinamia
La buspirona se fija a receptores 5-HT 1A de neuronas serotoninérgicas del rafe y del
hipocampo, actuando como agonista por un mecanismo de modulación neuronal. Se
fija también a receptores 5-HT 2A y 5-HT D2 , sin conocer su efecto clínico. No actúa
sobre el sistema GABAérgico.
Farmacocinética
Tiene una buena absorción oral, con obtención de niveles plasmáticos a los 40 -
90 min de su administración. Se fija a proteínas en un 86%, se metabo liza en el
hígado y tiene metabolitos activos. Tiene una vida media de entre 2 y 11 h, y se
excreta por vía renal. Su metabolismo y excreción aconsejan usarla con precaución
en pacientes ancianos con disminución del aclaramiento renal o en aquellos que
presenten insuficiencia hepática. Es importante recordar que la reducción de la
albúmina plasmática en el anciano produce un aumento de la fracción libre de
fármacos con fuerte unión a proteínas plasmáticas, como la buspirona, aumentando
así la acción farmacológica a igualdad de dosis.
En nuestra experiencia clínica, hemos observado casos de mejoría en pacientes con
disnea ansiosa que no respondían a otros tratamientos ensayados. La buspirona, con
su perfil seguro respecto a sus efectos secundarios, su escasa capacidad para
producir sedación y el bajo riesgo de abuso, parecía desempeñar un papel importante
en los trastornos de ansiedad del anciano, pero la experiencia clínica ha limitado
considerablemente su utilización. La presencia de un período de latencia de
respuesta alto, aproximadamente de 2 semanas, no la hace recomendable en el
tratamiento de la ansiedad aguda. Por otra parte, su limitada eficacia y la aparición
en determinados casos de un efecto paradójico de intranquilidad al inicio del
tratamiento han restringido su empleo ( Salazar et al., 2004 ).
β-bloqueantes
Los β-bloqueantes, en concreto el propranolol, han sido fármacos clásicamente
utilizados en psiquiatría para el tratamiento de la ansiedad con síntomas somáticos,
en especial palpitaciones, sudoración y temblor. Han sido también ensayados en el
tratamiento del temblor y otros síntomas extrapiramidales. Las dosis habituales de
propranolol en la ansiedad del anciano oscilan entre 10 y 30 mg/día.
Farmacodinamia
Los β-bloqueantes actúan como antagonistas competitivos del receptor β-
adrenérgico, y tienen una relativa afinidad por los receptores β 1 y β 2 . Debido a su
liposolubilidad, atraviesan con facilidad la BHE y, por este motivo, actúan fácilmente
sobre el SNC.
Farmacocinética
El propanolol se absorbe correctamente por vía oral, con una biodisponibilidad del
25%. Existen muchas diferencias individuales explicables por el fenómeno de primer
paso, lo que obliga a ajustar la dosis, valorando los efectos beneficiosos frente a los
adversos de forma individualizada. Se biotransforma casi en su totalidad en el hígado
(a través del citocromo CYP2D6) y el fármaco y sus metabolitos se eliminan por vía
renal. Por ello, es necesario reducir la dosis en pacientes con hepatopatías graves o
con reducción del flujo hepático (insuficiencia cardíaca, ancianos, cirrosis). La
rápida y marcada biotransformación explica su corta semivida (1-5 h); sin embargo,
tras 2-4 semanas de tratamiento, el sistema de metabolismo hepático se satura, lo
que, unido a la disminución del volumen minuto y del flujo sanguíneo hepático,
aumenta su biodisponibilidad oral hasta un 25-70%. Este aumento y la acumulación
del fármaco en los terminales nerviosos simpáticos explican por qué, en tratamientos
crónicos, la duración del efecto β-bloqueante (determinada por el tiempo en que la
taquicardia inducida por el ejercicio está bloqueada) es muy superior a la semivida
del fármaco.
Contraindicaciones y precauciones de uso
El empleo de propanolol en personas mayores está comprometido por la necesi dad
de monitorizar los efectos secundarios cardíacos que induce (bradicardia e
hipotensión) y por su contraindicación en pacientes que presentan EPOC,
insuficiencia cardíaca o diabetes descompensadas. La interrupción súbita en
pacientes con cardiopatía isquémica puede inducir ángor o, incluso, infarto agudo
de miocardio.
El bloqueo β 2 puede inhibir la glucogenólisis y la movilización de glucosa,
interfiriendo en la recuperación de hipoglucemias. También puede eliminar la
taquicardia que acompaña a la hipoglucemia y, por tanto, impedir esta señal de
alarma.
La cimetidina puede aumentar los niveles de propanolol y este, a su vez, aumenta los
niveles de teofilina.
Antidepresivos en el tratamiento de la ansiedad
Los antidepresivos constituyen el tratamiento de elección en la mayoría de los
trastornos por ansiedad ( Thibaut, 2017 ). Se utilizan solos o en combinación con
terapias no farmacológicas, tanto en adultos como en ancianos. No son abundantes
los ensayos clínicos con pacientes ancianos en esta indicación; algunos de ellos
recogen submuestras de mediana edad y muy pocos hasta edades avanzadas o muy
avanzadas.
Inhibidores selectivos de la receptación de serotonina
Ensayos controlados han demostrado eficacia en el tratamiento del TAG con
inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS) en submuestras de
pacientes de mayor edad de ensayos clínicos con pacientes adultos. En un ensayo
clínico de población geriátrica, el citalopram fue efectivo durante 8 semanas de
tratamiento, y también en el estudio abierto posterior ( Lenze et al., 2005 ). En otro
estudio, la sertralina demostró ser más eficaz que la terapia cognitiva sola en el TAG
( Mohlman et al., 2012 ). El escitalopram mostró igual eficacia que el citalopram en
un estudio abierto con pocos casos en el tratamiento de las crisis de pánico. En otro
estudio aleatorizado a doble ciego no fue significativo frente a placebo en el
tratamiento del TAG. A pesar de ello, la guía canadiense para el tratamient o de la
ansiedad ( Katzman et al., 2014 ) recomienda su uso. Es preciso recordar la alerta de
la FDA del 24 de agosto de 2011, que avisa de que el citalopram puede provocar
alargamiento del intervalo QT y riesgo de torsade des pointes, un hecho que se
extiende al escitalopram por ser un isómero del anterior. Posteriormente, diversas
publicaciones han demostrado que los casos de riesgo tienen relación con pacientes
que ya tienen enfermedades con riesgo de arritmias o alteraciones electrolíticas.
En este sentido, las recomendaciones que comparten diversos autores en relación
con la indicación de citalopram y escitalopram son las siguientes:
• •
El citalopram es razonablemente seguro a dosis terapéuticas. El posible
incremento del intervalo QTc es pequeño y no supone, en personas sin
patología cardíaca, un riesgo incrementado de arritmia.
• •
Existe una relación entre las dosis altas y tóxicas y el alargamiento del
intervalo QT.
• •
Es prudente evitar este fármaco en pacientes con antecedentes familiares de
muerte súbita o personales de haber presentado síncopes de repetición no
filiados.
• •
Se debe practicar siempre un ECG con cualquier fármaco nuevo que sea
instaurado a partir de una cierta edad, así como controlar periódicamente el
ionograma (Na, K y Ca).
• •
Ante la aparición de síncopes no filiados o constatación de prolongación del
intervalo QTc, es razonable un cambio de tratamiento. El nuevo fármaco
indicado debe ser monitorizado con ECG periódicos, dada la relevancia del
factor idiosincrático del paciente ante este tipo de toxicidad ( Álvarez
et al., 2014 ).
Las recomendaciones de dosis en ancianos son de 10 mg/día para escitalopram y
20 mg/día para citalopram. Es importante ajustar las dosis en función de cada caso
y monitorizar aquellos pacientes que consideremos de riesgo.
La fluvoxamina cuenta con un pequeño estudio abierto en ancianos que demuestra
su utilidad en TAG, crisis de pánico y TOC ( Wylie et al., 2000 ). En la actualidad, es
considerado un fármaco de segunda línea en personas mayores (salvo en la
indicación de TOC), porque tiene un perfil de interacciones y efectos adversos más
amplio. Estas son: mayor riesgo de prolongación del intervalo QT, taquicardia
ventricular y torsade de pointes, cuando se asocia a terfenadina, astemizol y cisaprida.
En pacientes con insuficiencia renal, hepática o riesgo de arritmias, debe utilizarse
con precaución e iniciarse a dosis bajas, monitorizando al paciente. Aumenta el
umbral convulsivante, lo que debe tenerse en cuenta en pacientes epilépticos o con
riesgo por patología cerebrovascular. Se ha de utilizar con prudencia en pacientes
con trastornos de la coagulación, por aumento del riesgo hemorrágico, y se
desaconseja la utilización junto a BZD como diazepam y alprazolam, porque
aumenta el riesgo de acumulación y la posibilidad de delirium, especialmente en el
anciano. También en el anciano existe un mayor riesgo de hiponatremia reversible.
En la edad avanzada, se ha registrado una reducción del aclaramiento de
fluvoxamina en un 50%, por lo que se recomienda utilizar la dosis mínima eficaz.
Inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina y
noradrenalina
Del grupo de antidepresivos inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina y
noradrenalina (ISRSN), la venlafaxina ( Katz et al., 2002 ) y la duloxetina ( Davidson
et al., 2008 ) han demostrado eficacia en el tratamiento del TAG. Existe un ensayo
publicado con duloxetina frente a placebo, con 291 pacientes mayores de 65 años
(edad media: 71 años). Las dosis utilizadas fueron entre 30 y 120 mg, que el
investigador podía aumentar o no en función de la respuesta y la tolerabilidad. La
tasa de abandonos y de efectos adversos no fue significativa respecto al placebo. Los
efectos adversos más frecuentes fueron sequedad de boca, estreñimiento y
somnolencia. A partir de la cuarta semana, la mejoría de la ansiedad se hace
significativa en el grupo de duloxetina, con una funcionalidad que se mantiene hasta
el final del estudio ( Alaka et al., 2014 ).
Con venlafaxina y desvenlafaxina se dispone de experiencia en ansiedad asociada a
TDM y en crisis de pánico ( Gupta et al., 2016;Tourian et al., 2010 ).
La vortioxetina es una nueva molécula que, por su perfil farmacológico y por la
experiencia clínica, puede tener utilidad tanto en el trastorno por ansiedad asociado
a depresión como en el TAG. En el momento de redacción de esta obra no hay
disponibles ensayos clínicos acerca de esta indicación en el anciano.
Antipsicóticos en el tratamiento de la ansiedad
Diversos estudios clínicos señalan que la ansiedad está presente en el 22% de los
pacientes con trastorno bipolar, el 17% con esquizofrenia y el 30% con trastorno
esquizoafectivo. La comorbilidad del trastorno bipolar con los trastornos de
ansiedad específicos es muy prevalente y puede alcanzar al 52% de los pacientes
( Katzman et al., 2014 ).
Estas frecuentes comorbilidades con enfermedades habitualmente tratadas con
antipsicóticos han sugerido desde hace tiempo la posibilidad de usar estos fármacos
en el tratamiento de la ansiedad, especialmente aquellos con perfil más sedante
como la olanzapina o la quetiapina ( Maina et al., 2008 ). Sin embargo, a causa del
potencial de efectos adversos de los antipsicóticos a corto y largo plazo, no se debería
contemplar su utilización en el tratamiento de la ansiedad no ligada a trastornos
psicóticos, salvo en casos muy seleccionados.
Podría justificarse su utilidad en pacientes con demencia u otras afecciones
cerebrales que puntualmente presenten ansiedad y agitación importantes (Franco-
Fernández y Antequera, 2009). En estos casos, se recomienda la utilización de
antipsicóticos atípicos, y se debe valorar si se busca una mayor sedación o un perfil
más incisivo. En el primer caso, recomendaríamos quetiapina por su buena
tolerancia, teniendo en cuenta su perfil de efectos adversos, especialmente la
hipotensión. En el caso de buscar un fármaco más incisivo, se recomiendan
aripiprazol, risperidona (que tiene un mayor riesgo de parkinsonismo secundario) u
olanzapina. Remitimos al lector al capítulo 30 , «Antipsicóticos», para más
información respecto a indicaciones y efectos adversos.
Productos naturales
La utilización de valeriana está muy extendida entre pacientes que rechazan tomar
psicofármacos y mantienen la creencia de que las plantas están exentas de efectos
adversos. Existe solo un estudio con una muestra pequeña que comparó la valeriana
con el placebo y el diazepam. Este estudio no halló diferencias significativas de la
efectividad entre la valeriana y el placebo, o entre la valeriana y el diazepam, para los
síntomas de ansiedad diagnosticados por un médico. Además, el estudio halló que
los pacientes toleraron de igual manera tanto la valeriana como el diazepam. Los
autores comentan que es necesario realizar más estudios y que de un solo ensayo
clínico no se pueden deducir conclusiones ni recomendaciones respecto al uso de
valeriana.
Probablemente, el producto natural del que existe mayor evidencia en el tratamiento
de la ansiedad y que cuenta con una indicación oficial es la pasiflora. El extracto de
pasiflora es un medicamento fabricado tomando como base esta planta, que está
indicado para adultos y adolescentes de más de 12 años con el fin de reducir síntomas
de ansiedad, nerviosismo, inquietud o irritabilidad, así como para facilitar el sueño,
y que cuenta con estudios aleatorizados que avalan su uso ( Akhondzadeh
et al., 2001 ). Por sus capacidades ansiolíticas y su característica de sustancia
natural, ofrece posibilidades también como medio de apoyo para la deshabituación
progresiva de BZD en la población geriátrica, en la que la sustitución por otras
sustancias psicoactivas puede ser problemática.
Tratamiento del insomnio secundario a trastornos
psiquiátricos
El tratamiento general del insomnio en los pacientes ancianos con trastornos
psiquiátricos consiste básicamente en tratar la causa y analizar de forma meticulosa
el tipo de trastorno del sueño que presenta el paciente (si corresponde a un síntoma
de una patología concreta o es la consecuencia de malos hábitos de sueño o de un
patrón de abuso de sustancias).
Siempre es necesario proporcionar información sobre las medidas higiénico-
ambientales necesarias para conseguir un sueño placentero ( Singh et al., 2006 ) y
hacerlo adecuadamente, avisando al paciente que su efectividad no será inmediata,
con el fin de que no se incremente la ansiedad al no alcanzar un resultado rápido
( cuadro 32-3 ). La administración de un hipnótico ha de hacerse solo en aquellos
casos en los que sea estrictamente necesario, y hay que intentar retirarlo siempre que
sea posible.
CUADRO 32-3
Medidas higiénico-ambientales para el tratamiento del insomnio
Dormir en una cama cómoda
Temperatura de la habitación adecuada
Evitar los ruidos
No utilizar la cama para realizar otras actividades (ver televisión, escuchar radio…)
Evitar comidas copiosas antes de acostarse
Evitar bebidas excitantes o alcohol antes de acostarse
Intentar relajarse antes de acostarse (baño o ducha caliente)
Realizar ejercicio físico durante el día, pero no cerca de la hora de dormir
Establecer horarios regulares de sueño, para fomentar el hábito
Las recomendaciones generales de las guías del insomnio siempre van encaminadas
a un tratamiento multidireccional, en el sentido de:
• •
Que el paciente reconozca las dificultades que tiene, las analice, las asuma y
entienda que le podemos ayudar.
• •
Que le ayudemos a corregir las ideas erróneas sobre los ciclos del sueño y las
alternativas terapéuticas.
• •
Que reciba información sobre las medidas higiénico-ambientales del sueño.
La evidencia científica ha demostrado que la suma de los tres puntos anteriores,
junto con algún tipo de terapia psicológica como las técnicas de relajación o la terapia
cognitivo-conductual, tienen mejor respuesta que cualquiera de ellas por separado
( Artiach et al., 2009 ). Para la aplicación de estas técnicas psicológicas se requiere
profesionales con formación especializada en ancianos. Asimismo, estas técnicas
suelen ser más eficaces en pacientes motivados y con un nivel sociocultural suficiente
para que puedan colaborar con ellas ( Schutte-Rodin et al., 2008 ).
Por su alta prevalencia es razonable pensar que la mayoría de los pacientes que
presentan quejas de insomnio presentan síntomas afectivos y/o síntomas de
ansiedad. Entre los ancianos con deterioro cognitivo, el insomnio es una causa muy
frecuente de demanda de tratamiento o incluso de ingreso, por el agotamiento que
supone para el cuidador. En estos casos, es imprescindible contar con este último,
facilitando la comprensión del trastorno y el tipo de tratamiento.
En los pacientes geriátricos, es imprescindible revisar la comorbilidad médica que
puede influir en el problema de sueño, como son las enfermedades
neurodegenerativas (p. ej., enfermedad de Parkinson, de Alzheimer y, en especial, la
demencia con cuerpos de Lewy), el síndrome de apnea obstructiva del sueño, la
EPOC y la insuficiencia cardíaca, el dolor, entre otros. En muchos de estos casos la
indicación de BZD puede resultar contraproducente. Asimismo, es preciso conocer
los tratamientos concomitantes que pueden presentar interacciones con los
hipnóticos o inducir alteraciones del sueño en sí mismas, como es el caso de muchos
tratamientos de la EPOC ( Linjakumpu et al., 2002 ).
Antes de la prescripción de un agente hipnótico, es muy importante hacer una
valoración adecuada del insomnio, tanto de sus características como de sus posibles
causas.
Si se trata de insomnio de conciliación, habrá que buscar las causas que lo motivan:
evaluar horas totales de sueño, actividad física, cenas copiosas, actividades en la
cama, modificación de hábitos anteriores, dolor, incomodidad, pensamientos
rumiativos, ansiedad, intranquilidad, etc.
Lo mismo ocurrirá en la situación de insomnio de mantenimiento, en el que el
paciente puede tener varios despertares con dificultad para mantener el sueño. La
mayor perfusión hemática del riñón durante el sueño provoca una mejor función
renal (fisiológicamente normal en los ancianos). Esto justifica un mayor número de
micciones nocturnas, que se intensifica en presencia de incontinencia urinaria,
síndrome prostático, insuficiencia venosa y/o linfática con retención de líquidos
durante el día y mayor eliminación de noche o ingesta de diuréticos o laxantes en la
cena.
El despertar precoz es frecuente en ancianos, especialmente en los
institucionalizados, por acostarse muy temprano por motivos de organización del
personal, sin contar con sus necesidades y ritmos fisiológicos. Otras causas
frecuentes pueden ser el dolor, la incontinencia, la polaquiuria o los síntomas
depresivos.
Estas situaciones tan frecuentes en los ancianos no deben tratarse necesar iamente
con fármacos. La información sobre cada situación concreta y las medidas generales
de higiene del sueño ayudarán al paciente y a los familiares a la comprensión de
quejas que muchas veces son consideradas trastornos sin serlo.
Por otro lado, los trastornos de ansiedad pueden cursar con mayor frecuencia
insomnio de conciliación y mantenimiento, y los síndromes depresivos endógenos
con despertar precoz. En cada caso, se debe tratar al paciente con un solo fármaco
para su patología de base, utilizando las BZD como tratamiento coadyuvante solo en
la fase aguda.
A continuación, se exponen los principales tratamientos farmacológicos del
insomnio.
Benzodiazepinas
Los fármacos más utilizados con la indicación de inducir el sueño son básicamente
las BZD de acción rápida y semivida intermedia o corta.
Las BZD, como ya se ha comentado en la introducción, siguen siendo el tratamiento
más prescrito en la población general y en los ancianos para esta indicación. El más
utilizado en nuestro país como hipnótico es lormetazepam, pero en los ancianos está
muy extendido el uso de lorazepam. En función del tiempo de inicio de acción y de
la presencia de alimentos en el estómago, las BZD tienen una mayor o menor rapidez
de acción y, por lo tanto, una mayor o menor utilidad como hipnóticos. Es
importante adaptar el perfil del hipnótico a las características del insomnio de cada
paciente, lo que resulta relevante a la hora de elegir la molécula más adecuada.
Hipnóticos no benzodiazepínicos
Zolpidem
Es una sustancia hipnótica no benzodiazepínica del grupo de las imidazopiridinas.
La dosis habitual en ancianos es de 5 mg/día.
Farmacodinamia. Actúa específicamente sobre la subunidad α1 del receptor GABA A.
El significado de esta especificidad no es bien conocido, pero podría tener relación
con la menor capacidad de tolerancia y dependencia ( Stahl, 2010 ).
Farmacocinética. Se absorbe bien por vía oral, alcanzando su nivel plasmático a las
0,5-3 h. Tiene una semivida de 0,7-3,5 h. Se metaboliza en el hígado mediante el
citocromo P-450, siendo la enzima principal la CYP3A4. Se excreta en una mayor
proporción por vía renal y una pequeña parte a través de las heces.
Contraindicaciones y precauciones de uso. En los ancianos, la semivida del zolpidem
está aumentada y se recomienda reducir la dosis. También en insuficiencia renal y
hepática. Debe tenerse en cuenta que en los ancianos frágiles puede producir
confusión y síntomas psiquiátricos paradójicos (ansiedad, ilusiones y alucinaciones).
Es importante plantearse la posibilidad de aparición de estos efectos adversos antes
de realizar la indicación o durante el tratamiento.
Interacciones. Puede provocar disminución de la conciencia asociado a otros
psicotropos. Cuando se administra con rifampicina u otros inductores del CYP3A4,
se reduce la acción de zolpidem.
Zopiclona
Es un agente hipnótico derivado de las ciclopirrolonas. La dosis habitual en el
anciano es de 3,75 a 7,5 mg/día.
Farmacocinética. Tiene una buena absorción por vía oral, con una biodisponibilidad
del 80%, una concentración plasmática máxima en 2-3 h y una vida media de 1,5 a
3 h. La unión a proteínas es del 45%. Básicamente, se metaboliza en el hígado por
descarboxilación en su mayor parte. La semivida de eliminación en ancianos puede
llegar a ser de hasta 7 h. La eliminación es básicamente por vía renal y pulmonar.
Farmacodinamia. Se cree que actúa con su unión al complejo del receptor
benzodiazepínico. Se une a los receptores ω cerca de los receptores GABA A.
Contraindicaciones y precauciones de uso. No es necesario ajustar dosis en pacientes
geriátricos, salvo si presentan una insuficiencia hepática moderada o grave, pero no
en la insuficiencia renal. Puede administrarse en pacien tes con insuficiencia
respiratoria, salvo en situaciones de gravedad.
En ancianos puede producir confusión, ataxia, alucinaciones e ilusiones. Es,
asimismo, importante plantearse la posibilidad de aparición de este efecto adverso
antes de realizar la indicación o durante el tratamiento.
Interacciones. La administración conjunta con otros fármacos depresores del SNC
puede aumentar este efecto. Los inhibidores del citocromo P-450 (eritromicina,
cimetidina) y la carbamazepina pueden aumentar los efectos de la zopiclona.
Clometiazol
Es la fracción tiazólica de la tiamina con actividad hipnótica, ansiolítica y
antiepiléptica. La dosis habitual es uno o dos comprimidos de 192 mg/día.
Tiene un comienzo de acción rápido y una semivida plasmática corta, por lo que es
poco probable que produzca sedación residual. De hecho, se puede usar como
inductor del sueño en el caso de insomnio de mantenimiento, administrándolo de
madrugada. El clometiazol es también una alternativa válida a las BZD en el
tratamiento sintomático del síndrome de abstinencia alcohólica.
Farmacodinamia. Aunque el mecanismo de acción no se conoce exactamente, parece
actuar incrementando la actividad del GABA. Adicionalmente, y a diferencia de las
BZD, parece incrementar la inhibición de la actividad eléctrica cerebral mediada por
la glicina.
Farmacocinética. El fármaco es rápidamente absorbido por vía oral, con un T máx a los
15-90 min. Su biodisponibilidad oral es del 10%, probablemente debido a un
importante metabolismo de primer paso. En la cirrosis, la biodisponibilidad es del
100%, (T máx = 15-90 min, administrado por vía oral). El grado de unión a proteínas
plasmáticas es del 65%. Es metabolizado en el hígado y eliminado mayoritariamente
por vía renal (< 3% inalterado). Su semivida de eliminación es de 4 h; en pacientes
con insuficiencia hepática y en ancianos puede aumentar hasta 8 h.
Contraindicaciones y precauciones de uso. El clometiazol puede tener un efecto
hipotensor y producir congestión nasal e irritación conjuntival. Su sobredosificación
produce depresión del SNC. Se recomienda su uso con precaución en pacientes con
insuficiencia renal por reducción de su aclaramiento. Es muy importante recordar
que su retirada puede provocar un síndrome de abstinencia. Su riesgo de
dependencia es elevado.
Antidepresivos con propiedades hipnóticas con
indicación en los trastornos del sueño
Trazodona
Es un antidepresivo poco potente que se usa fundamentalmente en ancianos, por sus
capacidades ansiolíticas e hipnóticas. La dosis habitual en personas mayores oscila
entre 50 y 150 mg/día.
Farmacodinamia. La trazodona es un antidepresivo inhibidor no selectivo de la
recaptación de serotonina que bloquea los receptores serotoninérgicos y se comporta
como un antagonista serotoninérgico 2A/2C (IRAS). Su acción antidepresiva no
aparece si no se utiliza a dosis moderadas o altas para inhibir los receptores 5-
HT 2C /5-H 2A . A dosis bajas, tiene un efecto antagonista histaminérgico H 1 y α1-
adrenérgico, lo que podría explicar su efecto sedativo, ansiolítico e hipnótico.
Farmacocinética. Tiene una vida media de 6-8 h; su metabolización es
fundamentalmente hepática y su eliminación es renal.
Contraindicaciones y precauciones de uso. La trazodona presenta efectos
anticolinérgicos a los que se ha de prestar atención. Puede pr oducir hipotensión
ortostática. En varones existe la posibilidad de presentación de priapismo. Puede
facilitar la presencia de alteraciones del ritmo cardíaco y está contraindicada en IAM
reciente.
En pacientes con insuficiencia renal puede producirse acum ulación del fármaco que,
si es leve, no requiere ajuste de dosis. Puede precisar reducción de dosis en la
insuficiencia hepática grave.
Es preciso prestar atención a la posibilidad de presentación de síndrome
serotoninérgico si se prescribe con otros fármacos proserotoninérgicos como los
ISRS.
Mirtazapina
Es un antidepresivo dual noradrenérgico y serotoninérgico específico (NaSSA).
Aunque la dosis antidepresiva habitual es de 30 mg/día, dosis de 15 e incluso de
7,5 mg/día tienen un significativo efecto hipnótico.
Farmacodinamia. Tiene acción antagonista de los receptores α2, y acción agonista de
los receptores 5-HT 2A , 5-HT 2C , 5-HT 3 y de los receptores de la histamina H 1 . Las
propiedades agonistas 5-HT 2A , junto con las H 1 , podrían contribuir a la acción
ansiolítica y sedante. Posee una débil acción anticolinérgica ( Stahl, 2010 ). El
tiempo preciso para que aparezca la acción antidepresiva es de 1-2 semanas, pero la
acción sobre el sueño es mucho más rápida.
Farmacocinética. Se absorbe por vía oral. Su biodisponibilidad es del 50%, y alcanza
una concentración sérica máxima después de 2 h. Los alimentos no afectan a la
absorción oral. El grado de unión a proteínas plasmáticas es del 85%. Es
metabolizada ampliamente en el hígado, a través de las enzimas CYP2D6 y CYP1A2
del citocromo P-450 mediante reacciones de desmetilación, oxidación y posterior
conjugación. Se excreta el 75% con la orina y el 15% con las heces. Su semivida de
eliminación es de 20-40 h (es mucho mayor en hombres que en mujeres: 37 y 26 h
respectivamente).
Contraindicaciones y precauciones de uso. Los efectos adversos más frecuentes son la
somnolencia, y el aumento de peso y de apetito. Raramente produce hipotensión
ortostática. Su semivida de eliminación se incrementa en la insuficiencia hepática y,
especialmente, en ancianos con insuficiencia renal.
La mirtazapina presenta interacciones con el alcohol y con el diazepam, con un
posible efecto aditivo de sus efectos sedantes. De hecho, la administración de
mirtazapina asociada a BZD en ancianos ha de hacerse con mucha precaución. La
carbamazepina aumenta el aclaramiento de la mirtazapina, reduciendo los niveles
plasmáticos.
Agomelatina
Antidepresivo comercializado en los últimos años que, por su mecanismo de acción,
podría tener un papel en la mejoría de los ritmos circadianos, dado que actúa como
agonista a nivel de los receptores serotoninérgicos MT1 y MT2. También actúa como
antagonista de los receptores serotoninérgicos 5-HT 2C . aumenta la liberación de
dopamina y noradrenalina en la corteza frontal, y no tiene influencia en los niveles
extracelulares de serotonina. En modelos animales, se ha observado que la
agomelatina resincroniza los ritmos circadianos. La dosis habitual en ancianos es
25 mg/día.
Hay estudios que apoyan la capacidad de la agomelatina de mejorar la calidad del
sueño en pacientes con depresión mayor ( Lemoine et al., 2007 ).
La agomelatina se absorbe rápidamente tras la administración oral, no se modifica
con la ingesta de alimentos y su concentración máxima se alcanza entre 1 y 2 h
después de la toma. La unión a proteínas plasmáticas es alta (95%). Se metaboliza a
nivel hepático básicamente por la isoenzima CYP1A2 (90%). La eliminación es renal
(80%) y el tiempo de vida media es de 1 a 2 h.
El medicamento tiene un aviso en su ficha técnica por la posibilidad de incremento
de enzimas hepáticas y requiere monitorización sistemática de estas.
Antidepresivos tricíclicos
La amitriptilina es un antidepresivo tricíclico que históricamente se ha administrado
con buenos resultados para el tratamiento del insomnio. Sigue siendo una opción
útil en pacientes adultos más jóvenes, pero por su perfil de efectos adversos,
anticolinérgicos y cardiotóxicos, su utilización en ancianos debe estar limitada a
casos bien seleccionados y suficientemente controlados.
Antiepilépticos en el tratamiento de los trastornos del
sueño: pregabalina y gabapentina
La pregabalina puede utilizarse como inductor del sueño por su efecto ansiolítico y
su acción sedante en algunos pacientes. Pero, además, exist en otras razones que
influyen en la mejoría subjetiva del trastorno del sueño, ya que aumenta el tiempo
de sueño de ondas lentas fase 3, mejorando el tiempo de sueño reparador, lo que se
ha relacionado con mejoría cognitiva ( Hindmarch et al., 2005 ) ( cuadro 32-4 ).
CUADRO 32-4
Efectos de distintos grupos farmacológicos sobre la estructura del sueño
Modificado por P. Azpiazu de Hindmarch et al., 2005.
Pregabalina
Mejora el tiempo total y la eficiencia del sueño
Aumenta significativamente el sueño reparador (ondas lentas)
Antidepresivos: ISRS, ISRN
Variable según pacientes. Posible producción de insomnio o hipersomnia. No reduce
el sueño de ondas lentas
Benzodiazepinas
Reducen el sueño de ondas lentas
En pacientes que no toman hipnóticos benzodiazepínicos, puede ser una buena
opción terapéutica a dosis de entre 25 y 75 mg/día. También puede utilizarse como
tratamiento en la dependencia de BZD, debiendo realizarse su sustitución de forma
lenta ( Bobes et al., 2012;Rubio et al., 2011 ).
La gabapentina, a dosis de 300 o 400 mg/día, puede ensayarse también como
tratamiento del insomnio, especialmente en pacientes con demencia, cuando otras
alternativas no han resultado efectivas o viables.
Melatonina
Es un neurotransmisor segregado por la glándula pineal que regula los ritmos
circadianos por acción sobre los núcleos supraquiasmáticos. Actúa sobre los
receptores de MT1 y MT2, y sobre el MT3, que no parece tener relación con los
mecanismos del sueño.
Puede ayudar a inducir el sueño y a mantenerlo. No existen suficientes evidencias
sobre la dosis en que la melatonina es eficaz en ancianos, lo que podría comprometer
su utilidad. En España se comercializa una preparación de liberación retardada en
comprimidos de 2 mg que facilita un efecto más mantenido en el tiempo.
Productos naturales
Tradicionalmente se han utilizado diversos productos naturales como la tila, la
valeriana o la pasiflora en el tratamiento del insomnio. Como se ha señalado, el
nuevo extracto de pasiflora es el único con presentación de medicamento que cuenta
con ensayos clínicos respecto a su utilidad y seguridad, aunque siguen siendo
necesarios más estudios al respecto ( Miyasaka et al., 2003;Miroddi et al., 2013 ). El
mito de la «inocuidad de lo natural» justifica la persistencia de la confianza en este
tipo de sustancias. A pesar de que su eficacia carece de amplios estudios, su
utilización puede estar justificada para evitar la tendencia al empleo de
psicofármacos al margen de la prescripción médica.
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CAPÍTULO 33
Eutimizantes
• Marta Marín Mayor
• , Jorge López Álvarez
• y Manel Sánchez Pérez
Psiquiatría geriátrica, Capítulo 33, 568-582
• ▪
El empleo de fármacos antiepilépticos se está incrementando en la población
general, lo que incluye a la población anciana, y los posibles usos terapéuticos
de estos fármacos se están ampliando.
• ▪
El litio y el ácido valproico son fármacos que presentan una eficacia
demostrada en el tratamiento del trastorno bipolar en la edad geriátrica.
• ▪
El ácido valproico puede ser el tratamiento de elección en monoterapia en
aquellos casos de ciclaciones rápidas o en aquellos pacientes que presenten
alteraciones electrocardiográficas o neurológicas.
• ▪
En la población geriátrica, antes del empleo de eutimizantes se deben evaluar
con detenimiento el riesgo diferencial de efectos secundarios y las posibles
interacciones fármaco-fármaco y del fármaco con la condición médica, así
como monitorizar estrechamente la aparición de los efectos secundarios más
probables para cada fármaco específico.
• ▪
La carbamazepina se mantiene como el fármaco antiepiléptico con mayor
evidencia de eficacia ante los síntomas psicológicos y conductuales de la
demencia, aunque no sea una estrategia terapéutica de primer nivel.
• ▪
Distintos antiepilépticos pueden ser empleados como monoterapia de las
adicciones y la ansiedad en la población geriátrica, al igual que como
tratamiento adyuvante en la depresión ansiosa, la depresión con dolor y la
depresión resistente.
Introducción
En el paciente anciano, al igual que en los adultos más jóvenes, los denominados
fármacos eutimizantes o estabilizadores del ánimo se emplean fundamentalmente
en el tratamiento del trastorno bipolar. Además, estos agentes se han estudiado y se
utilizan en otras indicaciones, como el trastorno esquizoafectivo, el control de la
agitación y otros síntomas psicológicos y comportamentales de las demencias
(SPCD), los trastornos de ansiedad, el síndrome de las piernas inquietas, el dolor
neuropático, el prurito y la adicción al alcohol y a los hipnosedantes ( tabla 33-1 ).
Tabla 33-1
Indicaciones del litio y los antiepilépticos
Indicaciones Fármacos
Trastorno bipolar Litio (manía aguda, fase de mantenimiento, coadyuvante y potenciador
de antidepresivos; especialmente útil en la manía clásica y sin
alteraciones neurológicas, menos eficaz en manía secundaria)
Ácido valproico (profilaxis de las recurrencias maníacas, episodios
Indicaciones Fármacos
mixtos, ciclaciones rápidas o alteraciones electroencefalográficas o
neurológicas)
Carbamazepina (de 2.ª línea en el anciano)
Lamotrigina (prevención de recaídas depresivas)
SPCD Carbamazepina (único que tiene indicación en este campo)
Gabapentina (cuenta con pequeños estudios)
Topiramato (control de la ingesta excesiva asociada a la DFT)
Trastornos de Pregabalina (indicación en ficha técnica)
ansiedad Gabapentina
Otras
indicaciones:
Síndrome Gabapentina
confusional
Dolor Carbamazepina y oxcarbazepina (neuralgia del trigémino)
neuropático Gabapentina y pregabalina (neuralgia postherpética y neuropatía
diabética)
Síndrome de Gabapentina y pregabalina
piernas inquietas
Temblor Gabapentina (temblor esencial, temblor ortostático primario y temblor
parkinsoniano)
Topiramato (temblor esencial)
Zonisamida (temblor esencial, temblor parkinsoniano, comorbilidad
temblor esencial-parkinsoniano)
Otras Gabapentina y pregabalina (prurito refractario)
Gabapentina, topiramato y zonisamida (profilaxis de la migraña)
Topiramato y zonisamida (obesidad)
Zonisamida (SAOS)
Ver a tamaño completo
DFT: demencia frontotemporal; SAOS: síndrome de apnea obstructiva del sueño; SPCD:
síntomas psicológicos y conductuales de la demencia.
Dentro de este grupo farmacológico se encuentran el litio, los antiepilépticos clásicos
(ácido valproico y carbamazepina) y los nuevos antiepilépticos (lamotrigina,
gabapentina, pregabalina, topiramato, zonisamida y oxcarbazepina).
Trastorno bipolar
Aunque el trastorno bipolar es una enfermedad cuyo inicio ocurre normalmente en
edades tempranas de la vida, aproximadamente en el 20% de los casos este debut
sucede por encima de los 65 años. La mejora del manejo del trastorno bipolar en la
edad adulta, junto con la mayor esperanza de vida, contribuyen a la progresiva mayor
prevalencia de ancianos con trastorno bipolar de inicio temprano. En la población
anciana, el trastorno bipolar va a adquirir una presentación y unas características
clínicas específicas, que habrá que tener en cuenta a la hora de planificar el escenario
terapéutico. Las formas tardías del trastorno bipolar se caracterizan por una mayor
frecuencia de la manía como forma de inicio, menor latencia entre episodios y mayor
frecuencia de síntomas confusionales, síntomas confusionales y cognitivos,
alteraciones conductuales, ideas delirantes paranoides incongruentes con el estado
de ánimo, episodios mixtos con disforia, irritabilidad y hostilidad, y ciclaciones
rápidas. Además, también son más frecuentes en este grupo etario los cuadros de
manía secundaria ( López-Álvarez et al., 2009 ). Por otra parte, también habrá que
considerar otros aspectos específicos de la población anciana que pueden
condicionar la respuesta y la tolerancia a los distintos agentes farmacológicos. Entre
estos caben destacar: la mayor frecuencia de polifarmacia, que puede incrementar el
riesgo de interacciones farmacológicas; las alteraciones farmacocinéticas y
farmacodinámicas propias de este grupo de edad ( tabla 33-2 ); y la mayor frecuencia
de comorbilidades médicas y deterioro cognitivo.
Tabla 33-2
Aspectos farmacocinéticos específicos de la población anciana y eutimizantes que se deben
considerar en función de estos
Proceso Características específicas en ancianos Fármacos que pueden verse
farmacocinético afectados
Absorción ↓ Absorción por: Carbamazepina (absorción lenta y
errática por vía oral)
• •
↓ Motilidad intestinal
• •
↓ Secreción ácida gástrica
• •
↓ Flujo sanguíneo digestivo
• •
↓ Tasa de vaciado gástrico
• •
↓ Superficie de absorción
Distribución Puede verse afectada por: Ácido valproico (↑ unión a
proteínas)
• • Gabapentina y pregabalina no se
↑ Tejido adiposo y ↓ agua unen a proteínas plasmáticas
corporal (18-36%) (los Litio (↓ Vd por el menor porcentaje
fármacos lipofílicos pueden de agua corporal)
tener un mayor Vd y los
hidrofílicos menor Vd)
• •
↓ Niveles de albúmina sérica
(< 20%) (< unión a proteínas
puede producir un incremento
de la fracción libre del
fármaco)
Metabolismo Se puede producir alteración del Lamotrigina y oxcarbazepina se
metabolismo de los fármacos, debido a metabolizan por glucuronidación
una menor capacidad metabólica del (menor alteración)
Proceso Características específicas en ancianos Fármacos que pueden verse
farmacocinético afectados
hígado con la edad por: Carbamazepina se metaboliza a
10,11-Epóxido (efecto neurotóxico)
• • y es un potente inductor enzimático
↓ Masa hepática (autoinducción)
• • Ácido valproico es un inhibidor
↓ Flujo sanguíneo hepático metabólico
• •
Alteración de la actividad
enzimática metabolizadora
(menor afectación del
aclaramiento de drogas que se
biotransforman mediante
glucuronidación)
Excreción Se puede producir una ↓ en la excreción ↓ Aclaramiento renal de litio,
renal de fármacos por: gabapentina, pregabalina y
topiramato (> 60% son excretados
• • de manera inalterada en la orina)
↓ Filtrado glomerular (< 40- Oxcarbazepina y ácido valproico
70%) requieren ajustes en la
• • insuficiencia renal
↓ Aclaramiento de creatinina (<
1/3)
Ver a tamaño completo
Vd: volumen de distribución.
Los estudios específicos en población anciana con trastorno bipolar son escasos. A
pesar de ello, señalaremos los aspectos más significativos en el manejo de los
fármacos en monoterapia. Sin embargo, la monoterapia no es la norma. Un estudio
descriptivo español del grupo de Montes evaluó a 69 pacientes ancianos con
trastorno bipolar y encontró que los pacientes recibían de media unos tres
psicofármacos para su tratamiento ( Montes et al., 2013 ). No se conocen estudios
realizados en población geriátrica con trastorno bipolar con biterapia o politerapia,
y a eso se le suma la ausencia de recomendaciones específicas en población anciana
en las principales guías clínicas de manejo del trastorno bipolar. Como se recoge en
un artículo de revisión reciente, en las escasas guías donde se especifica el
tratamiento en población geriátrica, los datos se extrapolan de las recomendaciones
planteadas en la población adulta ( Dols et al., 2016 ). La realidad clínica es que el
tratamiento en combinación es frecuente en los ancianos con trastorno bipolar, y lo
será más conforme se vaya incrementando la prevalencia de bipolares ancianos. A
este respecto, recomendamos la lectura del capítulo 30 , «Antipsicóticos».
Litio
Al igual que en los adultos jóvenes, el litio sigue siendo a día de hoy el tratamiento
teórico de elección en el paciente anciano con trastorno bipolar, tanto para el control
de la manía aguda como para la fase de mantenimiento, y también como fármaco
coadyuvante y potenciador de los fármacos antidepresivos en cuadros refractarios
de depresión unipolar. Es especialmente útil en la manía clásica y sin alteraciones
neurológicas, pero demuestra menos eficacia en la manía secundaria. Disminuye la
frecuencia, la duración y la gravedad tanto de los episodios maníacos como de los
depresivos, así como la duración de las hospitalizaciones y la frecuencia de las
conductas y los intentos suicidas ( López-Álvarez et al., 2009 ).
En el año 2017 se publicaron datos del estudio GERI-BD, un ensayo aleatorizado,
doble ciego y controlado con placebo de 9 semanas de duración, que es el más
importante realizado hasta la fecha. Este estudio evaluó la eficacia y la tolerabilidad
del litio y el ácido valproico en una muestra de 224 pacientes en régimen de ingreso
o régimen ambulatorio, de 60 o más años y con un episodio maníaco, hipomaníaco
o mixto dentro de un contexto de un trastorno bipolar tipo 1. Se encontr ó una tasa
de discontinuación similar en ambas ramas de tratamiento activo; no se observaron
diferencias en lo referente a la sedación, pero en el grupo de tratados con litio se
encontró más temblor. Un modelo de mejoría longitudinal mixto favorecía al litio en
relación con una mayor reducción en las puntuaciones de manía, aunque las
diferencias en las tasas de respuesta a las 9 semanas no resultaban significativas
entre el litio (79% de respuesta) y el ácido valproico (73% de respuesta), ya que se
encontró una necesidad de recurrir a tratamiento adyuvante con risperidona en
ambos grupos de tratamiento con igual frecuencia ( Young et al., 2017 ).
En la población geriátrica, hay que tener en cuenta dos aspectos farmacocinéticos
importantes que pueden condicionar el manejo de este fármaco ( Ahronheim y
Judith, 1992 ). Por un lado, los ancianos tienen un menor contenido de agua corporal
(que puede llegar a disminuir de un 10 a un 15% entre los 20 y los 80 años), lo que
conlleva una reducción del volumen de distribución del fármaco. Por otro, también
la función renal se ve afectada, reduciéndose el filtrado glomerular en un 35% entre
los 20 y los 90 años, lo que va a contribuir a una disminución del aclaramiento renal
del fármaco. Hay que señalar a este respecto que, a diferencia de lo que sucede en el
adulto más joven, en el que solemos emplear los valores de creatinina sérica o de
urea, el parámetro más adecuado para evaluar la función renal en el paciente anciano
es el aclaramiento de creatinina sérica de 24 h, de manera que, si este se reduce por
debajo de los 30 ml/min, es previsible que las concentraciones séricas del fármaco y
su potencial toxicidad se incrementen de manera significativa. En el anciano, los
valores de creatinina en rango pueden ocultar una insuficiencia renal, dado que la
creatinina sérica es un producto de degradación de la masa muscular, y al estar esta
disminuida en este grupo, no es un adecuado marcador de la función renal en el
anciano. Además, los niveles de urea también pueden verse afectados por el estado
de hidratación y el contenido proteico de la dieta, los cuales también pueden estar
reducidos con respecto a la población adulta.
Además de la función renal, habrá que realizar otras evaluaciones previas al inicio
del tratamiento, entre las que se incluyen el electrocardiograma (ECG) y la
valoración de la función tiroidea. Asimismo, se recomienda realizar una valoración
del estado cognitivo del paciente, dado que se ha visto que la eficacia del tratamiento
con litio se ve reducida en pacientes con deterioro cognitivo. Clásicamente, se había
planteado la hipótesis de que el tratamiento prolongado con litio podría asociarse
con la aparición de deterioro cognitivo e, incluso, de cuadros demenciales como la
enfermedad de Alzheimer. Sin embargo, no solo no se ha podido demostrar esta
asociación, sino que hay estudios que apuntan a que el litio podría tener un efecto
protector, al evitar la sobreproducción de proteína τ y β-amiloide ( Nunes
et al., 2007 ). Por último, algunos autores aconsejan realizar un
electroencefalograma (EEG) antes del inicio del tratamiento con litio, de manera que
la presencia de un patrón con excesiva actividad aguda y lenta nos orientaría a
realizar un tratamiento más cauteloso con este fármaco, y la aparición en el cu rso del
tratamiento de un patrón de ondas lentas y actividad paroxística podría indicar la
existencia de una intoxicación por litio ( Kölling y Knoppert-van der
Klein, 1997 ; Ghadirian y Lehmann, 1980 ).
En lo que se refiere a la tolerabilidad del fármaco, cabe destacar que, en estos
pacientes, pueden aparecer con más frecuencia desorientación, cuadros
confusionales, alteraciones de la atención y de la memoria, y síntomas
extrapiramidales y mioclonías, incluso en rangos terapéuticos del fármaco. Además,
el riesgo de toxicidad se incrementa frente a los adultos más jóvenes (13 frente al 1%,
respectivamente).
La polifarmacia en el paciente anciano es frecuente, y este es un aspecto que se debe
tener en consideración también cuando se comienza el tratamiento con litio, ya que
hay fármacos y condiciones que pueden incrementar o reducir las concentraciones
plasmáticas de este agente. Entre los primeros, cabe destacar el uso de diuréticos
tiazídicos, que compiten con la excreción tubular del litio, pudiendo incrementar sus
niveles. También los diuréticos ahorradores de potasio, pero no los diuréticos de asa,
pueden afectar a las litemias. Asimismo, se requiere tener precaución cuando se
empleen antiinflamatorios no esteroideos (AINE) o inhibidores de la enzima
convertidora de la angiotensina (IECA), y monitorizar de manera más estrecha
aquellas situaciones que puedan implicar una depleción salina, como la
deshidratación, la sudoración excesiva, los síndromes febriles o las diarreas y
vómitos prolongados, dado que pueden aumentar los niveles de litio. Por el
contrario, el uso de acetazolamida, aminofilinas, teofilinas y corticoides puede
reducirlos ( Berrios y Bakshi, 1991 ). Por último, el uso de digoxina o β-bloqueantes
puede provocar un enlentecimiento de la frecuencia cardíaca.
El litio se debe iniciar a dosis bajas de 100 mg/día, e incrementar la dosis entre 100
y 200 mg/día a intervalos de 4-6 días, determinando los niveles plasmáticos tras 1 o
2 semanas de cada modificación de dosis, con controles posteriores cada 2-3 meses
( tabla 33-3 ). Se recomiendan dosis repartidas en tres o cuatro tomas al día (para
evitar picos en sangre, que se asocian a mayor frecuencia de aparición de efectos
indeseables como la diarrea o el temblor) de entre 200 y 600 mg/día para pacientes
entre 65 y 75 años, y de entre 100 y 400 mg/día para pacientes mayores de 80 años;
esta recomendación es una aproximación y no una norma invariable. En este rango
de edad, se considera que la litemia mínima eficaz es de 0,4 mmol/l, con un rango
de litemia óptima entre 0,4 y 0,8 mmol/l; pueden aparecer signos de toxicidad a
niveles de 1,5 mmol/l e incluso menores ( Sproule et al., 2000 ). Un aspecto que se
debe considerar es que la litemia no se corresponde exactamente con los niveles de
litio intracelular, los cuales disminuyen más lentamente. Así, ante una litemia
excesiva y sintomática, tras la interrupción transitoria del litio, su reanudación
puede volver a generar una intoxicación, aun con mediciones con litemias bajas.
Tabla 33-3
Eutimizantes empleados en el trastorno bipolar. Dosis y niveles terapéuticos
Eutimizante Dosis Rango terapéutico
Litio Inicio: 100 mg/día Rango: 0,4-0,8 mmol/l
Incremento de dosis: 100-200 mg/día cada Determinaciones: a las 1-2
4-6 días semanas de cada modificación de
Mantenimiento: 200-600 mg/día (65-75 dosis y posteriormente cada 2-3
años), 100-400 mg/día (> 80 años) meses
Ácido valproico Inicio: 100-250 mg/día Rango: 65-90 μg/ml
Mantenimiento: 1.000 ± 200 mg/día
Carbamazepina Inicio: 100 mg/día (1-2 tomas) Rango: 4-6 μg/ml
Incremento de dosis: 100-200 mg/día cada
3-5 días
Mantenimiento: 400-800 mg/día
Lamotrigina Inicio: 25 mg/día en toma nocturna durante
2 semanas
Incremento de dosis: duplicar cada 2
semanas
Mantenimiento: 50-200 mg/día
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Ácido valproico
El ácido valproico también es un fármaco indicado en el trastorno bipolar del
paciente anciano. Estudios iniciales ya demostraron una eficacia similar al litio
( McFarland et al., 1990 ). Además, tiene un buen perfil de seguridad y tolerabilidad,
en monoterapia y como adyuvante del litio. Es especialmente eficaz en la profilaxis
de las recurrencias de los episodios maníacos, y es una mejor opción terapéutica que
el litio en pacientes con episodios mixtos, ciclaciones rápidas o alteraciones
electroencefalográficas o neurológicas (Shulman y Hermann, 1999). En ancianos, el
ácido valproico ha desplazado en ocasiones al litio como fármaco de primera elección
debido a su mejor perfil de efectos secundarios, su mayor facilidad de manejo y su
mayor rapidez de inicio de acción, lo que favorece su empleo sobre el litio en los casos
donde se requiera una respuesta rápida; sin embargo, es relegado por los
antipsicóticos atípicos en aquellos casos que se considere que requieren un efecto
más temprano. Además, sería de elección en pacientes con demencia, insuficiencia
renal, ictus o traumatismos craneoencefálicos, y en cardiópatas ( Codesal-Julián
et al., 2010 ), así como probablemente en pacientes con trastornos por uso de
alcohol.
Desde el punto de vista farmacocinético, hay dos aspectos que se deben tener en
consideración. En primer lugar, el hecho de que este fármaco se une a proteínas
plasmáticas en un 90%. Las concentraciones de albúmina sérica están reducidas en
un 20% en el anciano con respecto a los adultos más jóvenes, de forma que en estos
pacientes aumenta la fracción libre del fármaco, incrementándose el riesgo de
intoxicación. Además, se considera un fármaco inhibidor enzimático de amplio
espectro (inhibe sobre todo las enzimas UGT y CYP2C9 y, más débilmente, CYP2C19
y CYP3A4), por lo que, en este grupo etario, frecuentemente polimedicado, hay que
vigilar las posibles interacciones farmacológicas, dado que puede aumentar los
niveles séricos de dichos fármacos y, por tanto, el riesgo de intoxicación. En esa línea,
se ha informado de un mayor riesgo de alteración cognitiva y motora, y de discrasias
sanguíneas en su combinación con quetiapina ( De Dios et al., 2011 ).
Antes del inicio del tratamiento, es aconsejable realizar un estudio hematológico;
este estudio también será necesario en preoperatorios y en presencia de hematomas
y hemorragias espontáneas. Además, se recomienda realizar una analítica general
que incluya función renal, hepática, hormonas tiroideas y proteínas plasmáticas, si
bien no suelen ser necesarios controles analíticos tan rigurosos como en el caso del
litio ( López-Álvarez et al., 2009 ).
Los efectos secundarios típicamente asociados al uso de este fármaco (alopecia,
trombocitopenia, hipertransaminemia, anorexia, náuseas, vómitos, diarrea,
sedación, temblor o ataxia) no se presentan con mayor frecuencia en el anciano,
aunque sí puede aparecer un síndrome de secreción inadecuada de hormona
antidiurética (SIADH), que puede afectar negativamente a la asociación con litio, al
interferir en el equilibrio hidroelectrolítico.
En el paciente anciano, por la presencia de un metabolismo hepático más lento, las
dosis eficaces suelen ser menores que las requeridas en el adulto joven. Se inicia a
dosis de 100-250 mg/día y se alcanzan dosis de 1.000 ± 200 mg/día; se
recomiendan niveles de 65 a 90 μg/ml ( Chen et al., 1999 ).
Carbamazepina
Este fármaco no se considera un agente de primera línea en el manejo del trastorno
bipolar del anciano, dado que existen pocos estudios controlados en este grupo de
edad y es de difícil manejo. No obstante, es posible encontrarlo como tratamiento
eutimizante de larga data en pacientes con trastorno bipolar de inicio temprano que
alcanzan la edad geriátrica. Se han reportado mejores resultados, tanto en eficacia
como en tolerabilidad, en el manejo de la agresividad y los trastornos de conducta
asociados a la demencia que en el trastorno bipolar del anciano ( Cates y
Powers, 1998 ). También podría ser de utilidad en el tratamiento del trastorno
bipolar secundario a enfermedad neurológica ( Evans et al., 1995 ).
La población anciana es más propensa a sufrir somnolencia y ataxia, efectos
secundarios frecuentemente asociados al uso de este fármaco (Oshima e Higuchi,
1999). Además, en ancianos, el riesgo de rash cutáneo de cualquier tipo se
incrementa hasta tres veces con respecto a los adultos más jóvenes con el uso de
carbamazepina. Aunque las discrasias sanguíneas secundarias a carbamazepina no
están asociadas específicamente a la edad, sí deben tenerse en cuenta en la población
anciana, dado que este fármaco puede asociarse a neutropenia (con más frecuencia)
y agranulocitosis y anemia aplásica (de manera menos frecuente), siendo estos
efectos adversos más evidentes durante los 3 primeros meses de tratamiento. La
carbamazepina es el antiepiléptico que más habitualmente se asocia a efectos
adversos cardiovasculares, especialmente en mujeres ancianas. Este fármaco puede
ocasionar arritmias sinusales (bradicardias, bloqueos auriculoventriculares y
taquicardias en caso de sobredosis), y se ha planteado que esto podría deberse a que
bloquea los canales de sodio a nivel cardíaco. Por último, la carbamazepina (con
menos frecuencia que la oxcarbazepina) se puede asociar a hiponatremia y a un
SIADH, efecto secundario que también es más frecuente en ancianos.
A nivel farmacocinético, hay que destacar que la carbamazepina tiene una absorción
oral lenta y errática, de manera que solo el 60-80% del total del fármaco alcanza el
torrente sanguíneo. Esto debe ser considerado en los ancianos, en los que se puede
producir una reducción en la absorción de fármacos, al tener disminuidos la
motilidad intestinal, la secreción ácida gástrica, el flujo sanguíneo digestivo, la tasa
de vaciado gástrico y la superficie de absorción. Además, es un potente inductor
enzimático, lo que debe tenerse en cuenta en pacientes polimedicados; a su vez, sufre
autoinducción enzimática, y su metabolismo hepático puede incrementarse por
numerosas sustancias con capacidad inductora enzimática.
Se recomienda realizar una evaluación de la función renal, cardíaca, h ematológica y
hepática antes del inicio del tratamiento, y empezar con dosis de 100 mg/día en una
o dos tomas, con incrementos de 100-200 mg/día cada 3-5 días hasta alcanzar una
dosis máxima de 400-800 mg/día, para mantener unos niveles séricos terapéuticos
de entre 4 y 6 μg/ml ( McDonald, 2000 ).
Lamotrigina
La lamotrigina es el único nuevo antiepiléptico que ha sido reconocido como
eutimizante, y ha demostrado eficacia especialmente en la prevención de recaídas
depresivas ( Sajatovic et al., 2007 ). Aunque no se cuenta con estudios específicos
realizados en ancianos con trastorno bipolar, en otras indicaciones como la epilepsia
se ha encontrado que la población anciana podría tolerarla mejor que otros fármacos
de su grupo ( Brodie et al., 1999 ), ya que no produce empeoramiento de las
funciones cognitivas. Se recomienda iniciar el tratamiento a dosis de 25 mg/día en
toma nocturna durante 2 semanas, y doblar progresivamente la dosis cada 2
semanas hasta alcanzar dosis máximas de 50-200 mg/día. Esta dosis se reducirá a
la mitad cuando la lamotrigina se utilice junto a valproato, y se aumentará al doble
cuando se coadministre con carbamazepina ( Sajatovic et al., 2007 ).
Otros antiepilépticos
El resto de los antiepilépticos no tienen indicación como tratamiento eutimizante.
Solamente se ha publicado una serie de casos con gabapentina, en la que se encontró
que este fármaco era eficaz y bien tolerado en el manejo de la manía aguda ( Sethi
et al., 2003 ). Sin embargo, estos resultados no han sido replicados en estudios más
amplios. El empleo de otros fármacos antiepilépticos en el trastorno bipolar en la
población anciana puede generar beneficios en otras comorbilidades que afecten a
estos pacientes, como ansiedad (pregabalina, gabapentina), dependencia de
sustancias como alcohol o benzodiazepinas (oxcarbazepina, gabapentina o
pregabalina), insomnio (gabapentina, pregabalina) u obesidad (topiramato,
zonisamida), si bien ese empleo adyuvante de los nuevos antiepilépticos solo está
testado en pacientes bipolares en la edad adulta.
Depresión unipolar resistente
La mayoría de los estudios farmacológicos en depresión a cualquier edad han sido
llevados a cabo en depresiones de intensidad leve o moderada, con un único fármaco
en monoterapia y en población adulta. Aunque no existe una definición estándar de
depresión resistente, las distintas acepciones del término suelen implicar una
ausencia de remisión con fármacos en monoterapia, lo que obliga a un tratamiento
en combinación o politerapia; estos tratamientos han sido objeto de un escaso
número de estudios rigurosos en población adulta, y aún menos en ancianos. Este
hiato en el conocimiento científico no se corresponde con la realidad clínica, en la
cual se presentan de forma muy prevalente ancianos con una depresión resist ente a
monoterapia antidepresiva y que requieren estrategias terapéuticas adaptadas a esta
situación, bien de combinación (adición de otro antidepresivo) o de potenciación
(adición de un fármaco primariamente no antidepresivo como litio o antipsicóticos).
Dentro de las estrategias de potenciación, se encuentra la adición de litio o
lamotrigina al tratamiento antidepresivo.
Una revisión selectiva de la literatura que incluyó 15 artículos acerca de la
potenciación con litio en depresión resistente encontró qu e tanto los ensayos clínicos
como las revisiones plantean la utilidad de esta estrategia de potenciación en
pacientes ancianos, con unas altas tasas de remisión y respuesta, aun en períodos
prolongados de tratamiento, siendo muy inhabitual la presencia de daño renal
( Stühler y Quante, 2018 ).
En un estudio de cohortes prospectivas multicéntrico sobre 167 pacientes con
depresión unipolar, la potenciación con litio mostró una significativa mejor
respuesta en población geriátrica que en población adulta, por lo que los autores se
plantean que esta estrategia de potenciación debería ser considerada con mayor
frecuencia y más temprano en el curso del tratamiento ( Buspavanich et al., 2019 ).
A pesar de su empleo con eficacia bien demostrada como terapia adyuvant e en
población adulta con depresión, la lamotrigina y el ácido valproico carecen de
estudios publicados en ancianos, por lo que la experiencia solo puede ser
extrapolada.
La segunda edición del Consenso sobre depresión en el anciano de la Sociedad
Española de Psicogeriatría ( Agüera et al., 2019 ) aborda específicamente la cuestión
de la depresión resistente en este grupo de edad. Dentro de las distintas estrategias,
se priorizan la optimización de dosis, el cambio de antidepresivos y la combinación
de dos antidepresivos antes del uso de las estrategias de potenciación. En el caso de
que se usen estas, se prefiere en primer lugar el uso de un antipsicótico, de
lamotrigina a continuación y de litio en último lugar.
En lo referente a los aspectos de seguridad, el consenso considera más segura la
optimización de dosis y la combinación de antidepresivos antes que las estrategias
de potenciación; estas últimas las ordena de más a menos seguras de la siguiente
manera: antipsicóticos, litio y lamotrigina.
Siguiendo lo indicado en este consenso y combinando los datos de eficacia y
seguridad, la potenciación con lamotrigina debería ser un paso ulterior a la
optimización de dosis, al cambio de antidepresivo y a la combinación de
antidepresivos, y la combinación con litio está indicada en caso de fracaso de un
ensayo terapéutico con lamotrigina.
Control de los síntomas conductuales en la demencia
Los fármacos antiepilépticos se consideran fármacos de segunda línea en el
tratamiento de alguno de los SPCD, y se reservan para cuando no han sido exitosas
las terapias no farmacológicas y han fracasado los agentes de primera línea del
tratamiento farmacológico para los SPCD (antidepresivos o antipsicóticos atípicos),
porque no son eficaces o se toleran mal.
De todos ellos, la carbamazepina es el que tiene más grado de evidencia en el
tratamiento de los síntomas conductuales asociados a la demencia. De hecho, a dosis
de 300-600 mg/día, ha demostrado ser eficaz en los subdominios de la agresividad,
la hostilidad y la agitación, no afectando al rendimiento cognitivo ( Yeh y
Ouyang, 2012 ; Seitz et al., 2013 ).
Por el contrario, actualmente no se recomienda el uso de ácido valproico en el
tratamiento de la agitación y la agresividad asociadas a la demencia y, de hecho, hay
estudios que señalan que no solo este fármaco no sería eficaz en estos casos, sino que
los pacientes que lo reciben podrían experimentar una pérdida más acelerada de
volumen cerebral y más daño cognitivo ( Fleisher et al., 2011;Tariot et al., 2011 ).
Queda por demostrar si este fármaco sería una prescripción potencialmente
inadecuada en pacientes con demencia que reciben un tratamiento de larga data con
ácido valproico por un trastorno bipolar estabilizado, o si sería potencialmente
inadecuada su prescripción ante una nueva fase maníaca de un trastorno bipolar ya
conocido o ante una primera fase maníaca que surgiera tras el diagnóstico de
demencia.
La gabapentina se ha encontrado eficaz y segura en el tratamiento de la agitación y
la agresividad asociadas a la demencia en estudios pequeños, pero faltan otros más
rigurosos a nivel metodológico. Se ha planteado que podría ser eficaz para el manejo
de la agresividad, la ansiedad, la apatía, la deambulación errática y los trastornos del
sueño asociados a la demencia ( Herrmann et al., 2000 ).
También la lamotrigina (hasta 300 mg/día) podría ser eficaz para tratar la
agresividad, la agitación y los síntomas maníacos y depresivos asociados a la
demencia, pero se necesitan estudios de mayor extensión ( Yeh y Ouyang, 2012 ).
No se recomienda de entrada el uso de topiramato en las demencias por sus efectos
negativos a nivel cognitivo. Sin embargo, hay estudios que señalan que, a dosis bajas
(25-100 mg/día), podría ser tan eficaz como la risperidona, en monoterapia o
combinado con otros antipsicóticos atípicos, en el tratamiento de la agresividad. Por
lo tanto, el topiramato es una opción terapéutica en casos de agresividad importante
si la preocupación por el funcionamiento cognitivo del paciente ha pasado a un
segundo plano frente a la gravedad del trastorno conductual. El topiramato también
puede ser útil para el control de la ingesta excesiva de alimentos en los pacientes con
demencia frontotemporal (DFT) ( Singam et al., 2013 ).
Trastornos de ansiedad
Se ha planteado que los antiepilépticos podrían tener una serie de potenciales
ventajas, en comparación con las benzodiazepinas, en el manejo de la ansiedad en el
anciano. Entre ellas se encuentran que: 1) producen menos sedación; 2) tienen un
menor riesgo de producir o agravar síndromes confusionales agudos; 3) se asocian a
menos problemas en el rendimiento cognitivo y deterioro de la memoria, y 4)
producen una menor afectación psicomotora y, secundariamente, disminuyen el
riesgo de caídas y fracturas (aunque, como señalaremos más adelante, también
pueden producirlas).
Sin embargo, son escasos los estudios específicos en población geriátrica. Un estudio
apunta a que la gabapentina podría ser un ansiolítico prequirúrgico eficaz a dosis
única de 600 mg/día. Por su parte, la pregabalina ha demostrado ser segura en
población mayor de 65 años en un ensayo clínico en el que se encontró que este
fármaco, a dosis de 150-600 mg, era eficaz en el control de la ansiedad tanto psíquica
como somática, y se identificaron resultados positivos desde la segunda semana de
tratamiento. Esta eficacia era independiente de la severidad de la ansiedad y la
presencia de clínica depresiva subsindrómica. Este fármaco demostró ser seguro y
bien tolerado, siendo el mareo el efecto adverso más frecuentemente observado. A
esto hay que añadir que en otro estudio reciente (no realizado en población anciana)
se ha visto que el tratamiento con pregabalina (a dosis de 150-900 mg/día) en
pacientes con uso crónico (de más de 15 años) y/o dependencia de benzodiazepinas
se asociaba a una mejoría en el funcionamiento cognitivo global y en otras áreas
como la orientación temporal, la velocidad psicomotora, la memoria visuoespacial y
el aprendizaje, lo que apuntaría a un perfil cognitivo relativamente seguro de este
fármaco ( Montgomery et al., 2008;Oulis et al., 2014 ).
Otras indicaciones de los antiepilépticos
Además de las indicaciones previamente señaladas y de su empleo en su principal
indicación, que es la epilepsia, los antiepilépticos se han est udiado en otras
indicaciones de potencial utilidad en las personas mayores.
Cuadros confusionales
Un estudio ha abordado el uso de la gabapentina como tratamiento para la
prevención del cuadro confusional postoperatorio en la población anciana. En él, se
administraron cuatro dosis (una pre- y tres postoperatorias) de 900 mg del fármaco.
Se observó que la incidencia de cuadro confusional postoperatorio fue mayor en el
grupo placebo que en el grupo tratado con gabapentina ( Ford y Almeida, 2015 ).
Dolor neuropático
Los fármacos antiepilépticos también se han empleado con éxito en el control del
dolor neuropático. A este respecto, la carbamazepina y la oxcarbazepina, por su
acción bloqueante sobre los canales de sodio, estarían indicadas como tratamiento
en la neuralgia del trigémino, mientras que la gabapentina y la pregabalina podrían
emplearse en la neuralgia postherpética y en la neuropatía diabética, probablemente
por su acción bloqueante sobre los canales de calcio dependientes de voltaje
( Haslam y Nurmikko, 2008 ; Kanodia et al., 2012 ).
Síndrome de las piernas inquietas
Tanto la gabapentina como la pregabalina han demostrado eficacia en el control de
los síntomas motores y del sueño asociados a esta enfermedad, y se consideran
buenas alternativas a los agonistas dopaminérgicos, fármacos que suelen emplearse
como primera línea, pero cuyo uso prolongado puede incrementar los síntomas
asociados al trastorno ( Allen et al., 2014 ).
Temblor
Algunos antiepilépticos han sido estudiados como tratamiento de distin tos tipos de
temblor. Así, la gabapentina se ha investigado en el temblor esencial, en el temblor
ortostático primario y en el temblor parkinsoniano, con buenos resultados, aunque
a día de hoy no puede recomendarse como agente de primera línea. Además, un
reciente metaanálisis concluye que el topiramato a dosis altas (400 mg/día) podría
suponer una mejora significativa de los síntomas del temblor esencial, sobre todo en
los miembros superiores, así como de la ejecución de tareas motoras y la
funcionalidad. También se ha planteado que la zonisamida a dosis bajas (25-
100 mg/día) podría ser de utilidad en el tratamiento del temblor esencial, en la
enfermedad de Parkinson y en la comorbilidad temblor esencial -parkinsonismo,
habiendo demostrado eficacia tanto en los síntomas motores como en los no motores
(control de impulsos, ansiedad) asociados a la enfermedad de Parkinson ( Olson
et al., 1997;Sommer et al., 2007 ; Bermejo y Anciones, 2009 ; Chang et al., 2015 ).
Otras
Se ha señalado que la gabapentina y la pregabalina podrían ser eficaces en el
tratamiento del prurito (urémico). Asimismo, el topiramato, la zonisamida y la
gabapentina se han empleado en la profilaxis de la migraña ( Sommer
et al., 2007;Romigi et al., 2015 ). Hay estudios que apuntarían a un posible beneficio
de la zonisamida en el síndrome de la apnea obstructiva del sueño (SAOS). Por sus
efectos sobre el peso, el topiramato y la zonisamida serían también de potencial
utilidad en el abordaje de la obesidad.
Efectos adversos de la medicación eutimizante de
especial relevancia en el anciano
Los efectos adversos más frecuentemente asociados a los fármacos antiepilépticos se
recogen en la tabla 33-4 .
Tabla 33-4
Efectos adversos asociados al uso de antiepilépticos
Efectos adversos AE con efecto negativo AE neutros
Alteraciones Carbamazepina, gabapentina y Ácido valproico
cardiovasculares pregabalina
Hiponatremia Oxcarbazepina y carbamazepina El resto
Alteraciones Carbamazepina, ácido valproico y El resto
hematológicas oxcarbazepina
Metabolismo y peso Topiramato y zonisamida lo disminuyen Carbamazepina y
Ácido valproico, gabapentina y lamotrigina
pregabalina lo aumentan
Ácido Valproico se asocia a síndrome
metabólico
Alteraciones cutáneas Carbamazepina y lamotrigina El resto
Cognición Topiramato y zonisamida Lamotrigina y
Ácido valproico oxcarbazepina
Riesgo de caídas Gabapentina y pregabalina Lamotrigina
Fracturas óseas Carbamazepina, gabapentina y Ácido valproico y
topiramato lamotrigina
Temblor Ácido valproico Gabapentina, topiramato y
zonisamida
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AE: antiepilépticos.
Efectos adversos cardiovasculares
Como ya se ha señalado previamente, la carbamazepina es el antiepiléptico que con
más frecuencia se asocia a efectos adversos cardiovasculares, y está ampliamente
descrita su asociación con arritmias sinusales (bradicardias, bloqueos
auriculoventriculares y taquicardias en caso de sobredosis). Este efecto es más
frecuente en mujeres ancianas y se cree que podría ser debido al bloqueo de los
canales de sodio a nivel cardíaco ( Fenn et al., 2006 ). Asimismo, se han descrito
casos de exacerbación de insuficiencia cardíaca (en pacientes con o sin antecedentes
de insuficiencia cardíaca congestiva leve-moderada) y bloqueos
auriculoventriculares (completos e incompletos) asociados al tratamiento con
pregabalina, lo que se ha relacionado con su acción sobre los canales de calcio a nivel
cardíaco. Un reciente estudio ha encontrado una asociación entre el tratamiento con
carbamazepina y gabapentina y un incremento del riesgo de muerte súbita cardíaca,
que se multiplica por 3 (tanto en pacientes epilépticos como no epilépticos) ( Bardai
et al., 2015 ). El ácido valproico tiene un perfil relativamente seguro a nivel
cardiovascular. Se recomienda monitorizar regularmente la presión arterial y la
frecuencia cardíaca, y realizar periódicamente un ECG en los pacientes ancianos que
tomen estos medicamentos.
Hiponatremia
La carbamazepina y, especialmente, la oxcarbazepina, se han asociado al síndrome
de secreción inadecuada de ADH (SIADH) e hiponatremia, siendo este efecto
adverso más frecuente entre los ancianos que entre los adultos más jóvenes. De
hecho, el riesgo de hiponatremia asociado a oxcarbazepina se multiplica por 2 a
partir de los 65 años. Se recomienda prestar especial atención en caso de
comorbilidad con insuficiencia renal, antecedentes de hiponatremia y en casos de
tratamiento concomitante con diuréticos, AINE, inhibidores selectivos de la
recaptación de la serotonina (ISRS) y análogos de la ADH. Es aconsejable realizar un
control iónico al inicio del tratamiento, a las 2 semanas y mensual durante los 3
primeros meses ( Sommer et al., 2007 ).
Alteraciones hematológicas
Aunque las alteraciones hematológicas asociadas con carbamazepina no están
asociadas a la edad, sí deben tenerse en cuenta en la población anciana. Este fármaco
puede asociarse a neutropenia (con más frecuencia), y agranulocitosis y anemia
aplásica (de manera menos habitual), siendo este efecto adverso más frecuente
durante los 3 primeros meses de inicio del tratamiento ( Fenn et al., 2006 ).
Asimismo, el ácido valproico se ha asociado a una trombocitopenia reversible y este
efecto adverso es más prevalente en pacientes mayores de 60 años ( Fenn
et al., 2006 ). Respecto a la oxcarbazepina, solo en ancianos se han descrito anemia
hemolítica y trombocitopenia asociada.
Afectación del peso corporal y alteraciones metabólicas
Los antiepilépticos se asocian tanto a ganancia como a pérdida ponderal. De esta
manera, el topiramato y la zonisamida se han asociado a pérdida de apetito y peso
( Sommer y Fenn, 2010 ; Romigi et al., 2015 ), por lo que se deben evitar en
pacientes ancianos desnutridos, mientras que el ácido valproico, la gabapentina y la
pregabalina se asocian a ganancia ponderal, siendo la carbamazepina y la
lamotrigina los eutimizantes más neutros con respecto al peso ( Fenn et al., 2006 ).
Se ha descrito que el ácido valproico se asocia a un incremento del riesgo de
desarrollo de síndrome metabólico, por un incremento de la glucemia en ayunas, de
la insulina y de la resistencia a la insulina, junto con aumento del peso y del índice
de masa corporal (IMC) e hiperlipemia (con aumento de los triglicéridos,
disminución del colesterol HDL y resistencia a la leptina) ( Fenn et al., 2006 ).
Alteraciones cutáneas
En ancianos, el riesgo de rash de cualquier tipo es mayor con carbamazepina que con
lamotrigina. De hecho, se ha descrito que el riesgo de reacciones adversas cutáneas
secundarias a carbamazepina se multiplica por tres en paciente ancianos. Sin
embargo, en este grupo de edad, no parece existir un incremento en el riesgo
de rash ni de reacciones de hipersensibilidad asociados a lamotrigina en
comparación con adultos jóvenes. La incidencia de reacciones cutáneas graves como
el síndrome de Stevens-Johnson y la necrólisis epidérmica tóxica (NET) es
extremadamente baja. El rash es más probable en las siguientes circunstancias: 1)
durante las 8 primeras semanas de tratamiento; 2) cuando hay un tratamiento
coadyuvante con ácido valproico; 3) cuando se emplean dosis iniciales elevadas; 4)
cuando se hace una escalada rápida de dosis, en el caso de la lamotrigina, y 5) cuando
se indica en dolor neuropático, en el caso de la carbamazepina ( Fenn et al., 2006 ).
Alteraciones cognitivas
De todos los antiepilépticos, el topiramato es el que se asocia con más frecuencia a
disfunción cognitiva. Las alteraciones cognitivas llevan a su discontinuación en casi
la mitad de los casos. Se asocia a alteraciones en la atención, memoria de trabajo y
fluencia verbal. La población anciana es más vulnerable a desarrollar
enlentecimiento psicomotor y alteraciones mnésicas, y tiene un peor rendimiento en
tareas de seguimiento y en formación de conceptos cuando recibe este fármaco. Se
ha propuesto que la menor tolerabilidad en este grupo de edad podría estar
relacionada con una menor reserva cognitiva y la frecuente polimedicación. Aunque
no es un fármaco de primera línea en la población geriátrica, cuando deba emplearse
se recomienda: hacer una escalada lenta de dosis, utilizar dosis < 200 mg/día y
monitorizar con asiduidad las funciones cognitivas ( Sommer y Fenn, 2010 ).
También la zonisamida se ha asociado a enlentecimiento cognitivo, alteraciones del
lenguaje, alteraciones de la memoria y dificultades en la concentración, aunque no
hay estudios específicos en ancianos ( Romigi et al., 2015 ). La lamotrigina y la
oxcarbazepina son las que tienen un mejor perfil cognitivo ( Sommer et al., 2007 ).
Riesgo de caídas
Los factores que incrementan el riesgo de caídas en el anciano asociadas a los
fármacos psicótropos son: 1) las alteraciones de la función cognitiva (atención,
memoria y orientación); 2) la sedación; 3) las alteraciones en la psicom otricidad; 4)
la acción miorrelajante, y 5) el riesgo de desarrollar hipotensión ortostática.
Todos los antiepilépticos pueden producir sedación, somnolencia, mareo y ataxia y,
de hecho, la somnolencia y el mareo son los efectos adversos más frecuentemente
asociadas a gabapentina y pregabalina. Un estudio señala que uno de los factores de
riesgo asociado al desarrollo de somnolencia y mareo en el tratamiento con
pregabalina es precisamente la edad superior a 65 años ( Kato et al., 2015 ). Se ha
estimado que los antiepilépticos, como grupo, incrementarían el riesgo de caídas en
dos o tres veces.
La lamotrigina tiene un mejor perfil de seguridad en relación con el riesgo de caídas,
porque se asocia con menores alteraciones del equilibrio.
Riesgo de fracturas
En mayores de 50 años, el uso de antiepilépticos se ha asociado con un incremento
en el riesgo de fracturas no traumáticas. Así, se ha descrito que tratamientos con
antiepilépticos de más de 12 años de duración incrementan en cuatro veces el riesgo
de fracturas no traumáticas. Esto es especialmente frecuente con carbamazepina y
gabapentina, porque aumentan el metabolismo de la vitamina D ( Fenn
et al., 2006 ). También el topiramato podría incrementar este riesgo, porque puede
ocasionar una disminución de la paratohormona (PTH), el calcio y el bicarbonato e
incrementar la resorción ósea, lo que aumenta el riesgo de osteoporosis y fracturas
con los tratamientos a largo plazo ( Sommer y Fenn, 2010 ). Sin embargo, el ácido
valproico y la lamotrigina no se han asociado con este incremento de riesgo.
Temblor
De todos los antiepilépticos, el ácido valproico es el que con más frecuencia se asocia
a temblor. Induce temblor postural en un 6-45% de los casos, y también se ha
descrito su asociación a una forma reversible de parkinsonismo (de inicio insidioso
y que se resuelve a los días/meses de discontinuación del tratamiento) ( Fenn
et al., 2006 ). Además, se han notificado casos de parkinsonismo asociados al uso de
pregabalina. Sin embargo, como ya hemos señalado antes, otros antiepilépticos
(gabapentina, topiramato y zonisamida) podrían mostrar eficacia en el control de
este síntoma.
Riesgo de suicidio
La FDA, en el año 2008, alertó sobre el posible incremento de las ideas, intentos y
consumación de suicidio en pacientes tratados con antiepilépticos, sobre todo en
pacientes epilépticos que padecían además trastornos afectivos. Aunque este aspecto
ha sido ampliamente cuestionado, y se ha planteado la existencia de errores
metodológicos que pudieron llevar a extraer conclu siones erróneas, algunos estudios
han apuntado a que existiría un aumento en la susceptibilidad de conductas suicidas
asociada al tratamiento con lamotrigina, levetirazetam y topiramato (aunque el
riesgo es bajo y se necesitan más estudios). Se ha sugerido que el mecanismo
mediante el cual estos fármacos podrían inducir conductas suicidas podría estar
relacionado con la inducción de síntomas psiquiátricos (depresión, ansiedad e
impulsividad). Con respecto a la población anciana, se ha señalado que la asociación
entre conductas suicidas y el uso de antiepilépticos es significativa, siendo el mayor
predictor de conductas suicidas el diagnóstico de un trastorno afectivo previo al
inicio del tratamiento. El ácido valproico, la gabapentina, la lamotrigina, el
levetirazetam, la fenitoína y el topiramato fueron los antiepilépticos que con más
frecuencia se asociaron a conductas suicidas en el anciano. Este incremento puede
suceder desde la primera semana de tratamiento y se mantiene constante a partir del
primer año. Por tanto, aunque no hay una clara evidencia de la asociación entre el
uso de antiepilépticos y el incremento de riesgo de suicidio, se recomienda explorar
este aspecto en pacientes ancianos con antecedentes de cuadros afectivos al iniciar
estos tratamientos ( VanCott et al., 2010;Pugh et al., 2012 ).
Otros efectos adversos
Otros efectos adversos, menos frecuentes, asociados al uso de antiepilépticos, son:
nefrolitiasis y acidosis metabólica, relacionadas sobre todo con el uso de topiramato
y zonisamida, por su acción inhibidora sobre la anhidrasa carbónica ( Sommer y
Fenn, 2010 ; Romigi et al., 2015 ); parestesias y glaucoma de ángulo estrecho, en el
contexto de tratamiento con topiramato ( Sommer y Fenn, 2010 ); pancreatitis
aguda, más frecuentemente asociada a ácido valproico, aunque es raro; y
hepatotoxicidad, fundamentalmente relacionada con ácido valproico, que está
contraindicado en insuficiencia hepática y se asocia a hiperamonemia, y
carbamazepina, que se relaciona con dos tipos de hepatitis, una granulomatosa y
asociada a colelitiasis, y otra por toxicidad del fármaco y su metabolito ( Fenn
et al., 2006 ).
Conclusiones
Aunque existen pocos estudios específicos en población anciana, los fármacos
eutimizantes constituyen un tratamiento eficaz en diversas indicaciones. Se emplean
fundamentalmente en la profilaxis y el tratamiento del trastorno bipolar, pero se han
utilizado en otras indicaciones, como el control de la agresividad y las alteraciones
conductuales de la demencia, los trastornos de ansiedad, la potenciación de los
antidepresivos en la depresión unipolar resistente, los cuadros de dolor neuropático,
el síndrome de piernas inquietas, los trastornos que cursan con temblor o los
pruritos refractarios.
En el trastorno bipolar, al igual que en el paciente más joven, el litio es el fármaco de
elección. Sin embargo, el ácido valproico constituye una buena alternativa al litio, e
incluso en ocasiones puede desplazar a este por su mayor facilidad de uso. La
carbamazepina es un fármaco de segunda línea en el trastorno bipolar del anciano y,
sin embargo, el único agente de este grupo que tiene evidencia de efectividad en el
control de los síntomas conductuales de la demencia. En los trastornos de ansiedad,
la pregabalina y la gabapentina podrían ser una buena alternativa a las
benzodiazepinas en el control de los síntomas ansiosos.
Por último, aunque los fármacos antiepilépticos, como grupo, son seguros y en líneas
generales se toleran bien, cuando se emplean en la población anciana hay que vigilar
algunos posibles efectos adversos; sobre todo: las alteraciones que pueden producir
a nivel cognitivo (el topiramato el que presenta más efectos negativos a este
respecto); los problemas cardiovasculares, en especial cu ando se emplean
carbamazepina y pregabalina; el riesgo de hiponatremia, que ocurre
fundamentalmente con oxcarbazepina y carbamazepina; las alteraciones
hematológicas, asociadas a carbamazepina y ácido valproico; y las alteraciones
cutáneas, sobre todo en relación con carbamazepina y lamotrigina.
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CAPÍTULO
Figura. 34-2
Esquema que muestra las funciones de las secretasas. Entre paréntesis se incluyen los
fármacos que actualmente participan en ensayos clínicos.
La α-secretasa promueve la transformación de la proteína APP en dos péptidos
conocidos como APPsα y C83. Los estudios de bioingeniería están encaminados a
diseñar un agente que estimule la producción de esta enzima para disminuir la
producción del β-amiloide y así evitar las lesiones neuronales. Fruto de estas
investigaciones, es el compuesto EHT-0202, que se encuentra en fase II de
investigación clínica ( Imbimbo et al., 2013 ).
La β-secretasa promueve la transformación del APP en APPsβ y C99, siendo este
último el sustrato que se convierte en proteína Aβ. El desarrollo de inhibidores de la
β-secretasa constituye un desafío clínico y farmacológico porque, además de la APP,
este complejo tiene muchos más sustratos, como la neurorregulina 1, proteína que
participa en la mielinización del sistema nervioso central y en la plasticidad
sináptica, funciones vitales en las que estos fármacos podrían interferir ( Imbimbo
et al., 2013;Folch et al., 2016 ).
Algunas moléculas como E2609 (ID de ensayo clínico NCT01600859), MK-8931
(NCT01739348) y LY2886721 (NCT01807026 y NCT01561430) han mostrado ser
eficaces al disminuir la producción de Aβ hasta en un 80-90% en el LCR, en estudios
clínicos en fases I y II ( Folch et al., 2016 ).
El complejo enzimático de las γ-secretasas es responsable de la etapa final de la
amiloidogénesis que conduce a la formación de Aβ (1-40) y Aβ (1-42). Por lo tanto,
la inhibición de las γ-secretasas se considera una estrategia prometedora para
modificar el curso de la EA, al impedir la transformación del C99 en Aβ.
Lamentablemente, la no selectividad de estas enzimas condujo a la obtención de
resultados desfavorables, al comprometer el metabolismo de la proteína Notch
(proteína transmembrana que sirve como receptor de señales extracelulares), que
regula la proliferación, el desarrollo, la diferenciación y la comunicación celulares
( Folch et al., 2016 ).
Los resultados clínicos poco concluyentes y el compromiso de la prot eína Notch
llevaron a la suspensión de las investigaciones con semagacestat y avagacestat.
Actualmente, están en desarrollo nuevos agentes que inhiben selectivamente la β-
proteasa (BACE1) sin actuar sobre sustratos no amiloides, como la proteína Notch o
la neurorregulina. En los ensayos preclínicos han demostrado ser útiles en los
estadios tempranos de la enfermedad cuando la pérdida neuronal es mínima ( Ben
Halima et al., 2016 ).
Por ejemplo, los moduladores selectivos de la γ-secretasa (SGSM) parecen bloquear
el proceso de formación de la proteína APP sin interferir en otras vías de señalización
como las de la proteína Notch. A este grupo pertenecen algunos fármacos
antiinflamatorios no esteroideos (AINE), que son capaces de disminuir los niveles
del péptido Aβ (1-42), tanto in vitro como in vivo. Se supone que estas moléculas
(ibuprofeno, sulindaco, indometazina y flurbiprofeno), al inhibir la enzima
ciclooxigenasa (COX), reducen los niveles del β-amiloide, pero es necesario destacar
que el flurbiprofeno (tarenflurbil) no inhibe la enzima COX pero sí reduce los niveles
de β-amiloide, lo cual supone la existencia de otro mecanismo de acción, aún no
desvelado ( Folch et al., 2016 ). Lamentablemente, los estudios con tarenflurbil e
ibuprofeno no han mostrado eficacia significativa en los ensayos clínicos.
Estudios recientes han reclasificado el flurbiprofeno (CHF 5074) como un fármaco
modulador de la microglía, al tener en cuenta su capacidad para reducir tanto la
carga amiloide como la activación microglial ( Imbimbo et al., 2013;Ross
et al., 2013 ). Los resultados de un ensayo de fase II en pacientes con deterioro
cognitivo leve indican que la administración de CHF 5074 produce mejoría en varias
medidas cognitivas y reduce los marcadores inflamatorios en el LCR ( Ross
et al., 2013;Folch et al., 2016 ).
Inhibidores de la agregación del péptido β-amiloide
La homotaurina (tramiprosato) es el único inhibidor de la agregación de Aβ que ha
alcanzado los ensayos de fase III. Este fármaco fue diseñado para interferir o
antagonizar la interacción del Aβ soluble con los glicosaminoglicanos endógenos
que, como es sabido, promueven la agregación, la formación y el depósito de las
fibrillas amiloides Aβ ( Aisen et al., 2011;Folch et al., 2016 ).
Los resultados obtenidos en el ensayo clínico han sido poco convincentes ( Aisen
et al., 2011 ). Sin embargo, los análisis post hoc han mostrado efectos positivos y
significativos de la homotaurina en los criterios de valoración secundarios y en
algunos subgrupos de pacientes; por ejemplo, se observó reducción en la pérdida de
volumen del hipocampo y menor disminución de la función de memoria en la
cohorte global, así como reducción del declive cognitivo en pacientes portadores del
alelo APOE4, lo cual sugiere que el fármaco puede modificar los efectos de la EA
( Caltagirone et al., 2012 ).
En ensayos de fase II, con resultados variables, se evalúan los efectos del colostrinín
(un complejo de polipéptidos ricos en prolina), el escilo-inositol (ELND005) y
agentes quelantes como el clioquinol y el compuesto PBT2 ( Folch et al., 2016 ).
Moduladores del transporte del β-amiloide del cerebro a
la circulación periférica
El transporte del Aβ entre el SNC y la circulación periférica está regulado por las
apolipoproteínas, que pueden ser transportadas de la sangre al cerebro cuando están
unidas a la APOE; por las proteínas relacionadas con el receptor de lipoproteína de
baja densidad (LRP-1), que aumenta el flujo de salida de Aβ desde el cerebro a la
sangre; y por los productos finales de glicación avanzada (RAGE), que facilitan el
transporte del Aβ a través de la barrera hematoencefálica ( Folch et al., 2016 ).
Los RAGE podrían explicar la neurodegeneración que se observa en los pacientes
con obesidad y diabetes y su relación por el desarrollo de EA ( Pugazhenthi
et al., 2016 ).
Actualmente, se encuentran en fase de ensayo I las moléculas PF-0449470052 y
TTP4000, que actúan como moduladoras e inhibidoras de los RAGE. En fase de
estudio II se encuentran los ensayos clínicos con azeliragon ( Galasko et al., 2014 ).
Neuroprotectores bivalentes
Para afrontar los múltiples factores patogénicos que están implicados en el
desarrollo de la demencia tipo Alzheimer, como los agregados Aβ, el estrés oxidativo,
la neuroinflamación y la disfunción de las mitocondrias, se han diseñado pequeñas
moléculas mediante el empleo de conjugación molecular o hibridación ( Carreiras
et al., 2013 ).
Entre ellas, se ha desarrollado una nueva estrategia de ligando bivalente que vincula
la curcumina con una membrana celular/lípido balsa (CM/LR), que ha demostrado
poseer un mayor factor de protección neuronal que si se emplean la curcumina o el
anclaje CM/LR solos, o una combinación de estos dos compuestos ( Liu et al., 2012 ).
En los estudios in vivo, los nuevos compuestos bivalentes (17MN y 21MO) parecen
revertir el cambio del potencial de membrana mitocondrial (MMP) y los niveles de
Ca 2+ citosólicos, protegiendo así a las células de la apoptosis. Estas nuevas moléculas
de diseño interactúan tanto con las mitocondrias como con el retículo
endoplasmático, lo que sugiere que sus actividades neuroprotectoras son debidas a
un mecanismo de acción múltiple ( Liu et al., 2015;Saathoff et al., 2016 ).
Inhibidores de la agregación de la proteína τ
Se trata de moléculas o fármacos que interfieren en la agregación de la proteína Aβ
o de la proteína τ fosforilada, pero no limitan su producción ni intentan su remoción.
En ensayos de fase II se encuentran los compuestos PBT2, que previenen la
agregación del Aβ, y el metiltioninio (azul de metileno), que inhibe la agregación de
la proteína τ y del Aβ, mejora la eficiencia de la cadena de transporte de electrones
mitocondriales, reduce el estrés oxidativo, previene el daño mitocondrial y es
también un modulador de la autofagocitosis; este último ha mostrado resultados
prometedores al mejorar el declive cognitivo de pacientes con demencia tipo
Alzheimer ( Wischik et al., 2014;Wischik et al., 2015;Seripa et al., 2016 ).
Papel terapéutico del litio en la demencia tipo
Alzheimer
El litio es una opción terapéutica bien documentada para el tratamiento agudo y a
largo plazo del trastorno bipolar y la depresión mayor, porque ha demostrado
estabilizar el trastorno afectivo y poseer propiedades neurogénicas y neuroplásticas.
Recientemente, se le ha considerado un agente neuroprotector y un fármaco
candidato para modificar la enfermedad en algunos trastornos neurodegenerativos,
como la EA, la esclerosis lateral amiotrófica y la enfermedad de Parkinson.
Sus propiedades neuroprotectoras dependen de su capacidad de modular varios
mecanismos homeostáticos implicados en la respuesta neurotrófica, como la
autofagia, el estrés oxidativo, la inflamación y la función mitocondrial, acciones que
son secundarias a la inhibición de la glucógeno sintetasa cinasa 3 beta (GSK-3β).
Aún no se ha dilucidado el mecanismo de acción del litio, pero incluye su capacidad
de competir con el magnesio e inhibir varias reacciones enzimáticas que tienen el
magnesio como cofactor, entre ellas las enzimas GSK-3β que está involucrada en la
fosforilación de la proteína τ. Además, los estudios epidemiológicos sugieren una
reducción del riesgo de desarrollar demencia en los pacientes con trastorno bipolar
que recibieron terapia crónica con litio.
En algunos ensayos clínicos se ha observado que, con la administración de litio a
pacientes con déficit cognitivo, se logra estabilización cognitiva y funcional y
reducción de los niveles de la proteína τ en el LCR, pero los resultados clínicos aún
son modestos ( Forlenza et al., 2014 ).
Agentes fitoterapéuticos
En la última década, la ciencia básica se ha centrado en el descubrimiento de
compuestos naturales como posibles candidatos que pueden proteger las neuronas
contra diversas alteraciones moleculares y ejercer efectos beneficioso s sobre ellas,
dado que es probable que la dieta rica en alimentos o extractos a base de plantas con
propiedades antioxidantes y antiinflamatorias pueda tener efectos beneficiosos
sobre la salud y mejorar las funciones cerebrales.
Los polifenoles son una clase de compuestos naturales que se encuentran en frutas,
verduras, cereales y bebidas, y poseen una acción antioxidante destacada.
Algunos estudios epidemiológicos indican que el consumo de polifenoles se asocia
con un menor riesgo de desarrollar cáncer, enfermedades cardiovasculares y
trastornos neurodegenerativos (Albarracín et al., 2012). En la última década, se ha
sugerido el uso de los polifenoles en la prevención y el tratamiento de las
enfermedades cognitivas, debido a sus propiedades antioxidantes y
antiamiloidogénicas.
La curcumina, o diferuloilmetano, es uno de los polifenoles más estudiados. Se extrae
de la Curcuma longa, un miembro de la familia del jengibre que ha sido utilizado
durante siglos en la medicina tradicional india y china como un remedio herbal para
curar la inflamación de la piel y de los músculos. Posee un efecto antioxidante y
antiamiloidogénico que ha demostrado ser eficaz en los ensayos in vitro e in vivo con
animales de experimentación ( Kim et al., 2010 ), pero ha fallado en los ensayos
clínicos, porque posiblemente su metabolismo sea diferente en roedores y humanos
o porque los modelos animales de demencia son menos complejos que la
etiopatogenia de la EA ( Libro et al., 2016 ).
Conclusiones
La EA es la enfermedad demencial más prevalente. Es devastadora para el enfermo
y su entorno, y su incidencia va en aumento en la medida en que se incrementa la
expectativa de vida en hombres y mujeres. En la actualidad, carecemos de medidas
preventivas eficaces y de agentes farmacológicos que verdaderamente modifiquen el
curso de la enfermedad, por lo cual la enfermedad sigue siendo irreversible.
Sin embargo, en diferentes centros de investigación se está trabajando en el diseño
de nuevas moléculas que sean capaces de corregir las alteraciones neurobiológicas
que producen la EA; los resultados de estos estudios nos hacen prever un futuro
prometedor.
En el presente capítulo hemos revisado el tratamiento actual y los avances obtenidos
con las nuevas moléculas que aún no están disponibles en el mercado. La
información que hemos compartido con el lector debe ser revisada
permanentemente, al ritmo en que se presentan nuevos resultados de las
investigaciones sobre la clínica, la patofisiología y la terapéutica de la EA.
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CAPÍTULO 35
Terapia cognitivo-conductual
• Lola Riesco Miranda
• y Jorge A. Cervilla Ballesteros
Psiquiatría geriátrica, Capítulo 38, 636-643
Abrir en modo de lectura
• ▪
Los ancianos presentan una serie de condicionantes físicos y circunstancias
vitales de cambio que los hacen más vulnerables al desarrollo de patología
mental.
• ▪
Hay una elevada prevalencia de síntomas ansiosos y depresivos, y el suicidio
es una complicación frecuente y grave.
• ▪
Los diferentes estudios avalan la importancia del tratamiento psicológico
para acortar los procesos mórbidos lo máximo posible.
• ▪
La terapia cognitivo-conductual ha demostrado efectividad en el tratamiento
de la problemática psicológica propia del anciano.
• ▪
La terapia de resolución de problemas (PST) es una de las técnicas más
utilizadas para el abordaje de los síntomas ansiosos y depresivos en este
grupo de población.
Introducción
La terapia cognitivo-conductual (TCC) se basa en un modelo científico-práctico de
afrontamiento y de adquisición de habilidades que nace en las décadas de los sesenta
y los setenta, y que incluye múltiples modelos teóricos (modelo constructivista,
modelo cognitivo-comportamental, modelo de aprendizaje social, etc.). A pesar de
presentar una serie de elementos diferenciales, en todos estos modelos se aprecian
unas características comunes que permiten su aplicación clínica a una gran variedad
de síndromes clínicos, tales como los trastornos afectivos, los trastornos de ansiedad,
los trastornos psicóticos y los trastornos de la personalidad, entre otros, en los que
la TCC parece ofrecer buenos resultados.
Así pues, la aplicación clínica del modelo cognitivo-conductual se ha hecho
extensible a diversos trastornos psicopatológicos en las diferentes etapas de la vida:
población infantil y juvenil, población adulta y población anciana. Esta última se
caracteriza por ser una población de riesgo, al ser la última etapa del ciclo vital, y en
ella aparecen una serie de déficits en diversos aspectos de la vida (salud física,
laboral, social, familiar y de pareja), por lo que, con relativa frecuencia, necesitan
tratamiento farmacológico, psicológico o combinado.
Por lo tanto, la terapia psicológica de orientación cognitivo-conductual es uno de los
modelos de tratamiento que se utilizan para abordar las discapacidades, tanto físicas
como psíquicas, que se presentan en los ancianos.
Multitud de estudios avalan su eficacia y efectividad, bien sola o bien combinada con
el tratamiento farmacológico ( Olason, 2004;Arean, 2012;Lam et al., 2014 ).
Las características de la terapia cognitivo-conductual son:
• •
Terapia reglada y sistemática.
• •
Terapia basada en el presente.
• •
Papel activo tanto del terapeuta como del paciente.
• •
Establecimiento de alianza terapéutica.
• •
Identificación de problemas.
• •
Selección de objetivos-metas terapéuticos (objetivos realistas).
• •
Terapia limitada en el tiempo.
Requisitos de los pacientes que se pueden beneficiar de la terapia cognitivo-
conductual:
• •
Capacidad de introspección (insight).
• •
Aceptación y cumplimiento de contrato terapéutico.
• •
Motivación para el cambio.
• •
Expectativas realistas de cambio.
Modelo cognitivo-conductual
Este modelo parte del supuesto de que los procesos cognitivos determinan la
conducta, y sus características principales son las siguientes:
• •
La identificación y la modificación de cogniciones erróneas producirá los
cambios conductuales deseados.
• •
Aceptación del determinismo recíproco entre pensamiento, emoción y
conducta.
• •
La terapia está diseñada para ayudar al paciente a identificar, probar la
realidad y modificar las cogniciones erróneas.
• •
Utilización de diferentes técnicas específicas para conseguir percepciones y
conductas adaptativas.
• •
La relación terapéutica es de colaboración, y se destaca el papel activo tanto
del terapeuta como del paciente.
A continuación, pasaremos a describir brevemente, y por separado, los modelos
teóricos en los que se basa.
Terapia cognitiva
La perspectiva cognitiva entiende que los acontecimientos de la vida, los
pensamientos, las emociones y las conductas están interrelacionados de manera
recíproca, y otorga un papel principal a la percepción-interpretación individual de
las situaciones. El tipo de percepción está condicionado por esquemas cognitivos,
entendiendo por esquemas las estructuras cognitivas que se desarrollan como
conceptos duraderos a partir de experiencias previas de aprendizaje ( Beck
et al., 1979 ).
Son, por lo tanto, componentes básicos, estables y transituacionales de la
organización cognitiva.
Estos esquemas cognitivos son considerados factores de vulnerabilidad y están
organizados en subsistemas que corresponden a diferentes aspectos motivacionales.
Se pueden clasificar en esquemas personales, familiares, laborales, sexuales y
religiosos, entre otros.
Los esquemas desempeñan un papel activo y cumplen la función de comparar nuevas
situaciones con el conocimiento previo qu e está almacenado. Cuando aparecen
situaciones actuales análogas a las que están grabadas en los esquemas, estos se
activan y aparecen las distorsiones cognitivas que facilitan un procesamiento de la
información congruente con el contenido de los esquemas activados.
Al finalizar la evaluación de una situación determinada, se desencadenan estrategias
adaptativas o desadaptativas.
Una vez activados los esquemas desadaptativos, orientan el procesamiento de la
información actuando como filtros a través de los que se percibe, interpreta, sintetiza
y recuerda la información.
Los esquemas desadaptativos desplazan a los adaptativos en funciones tales como el
procesamiento de la información, el recuerdo y las expectativas. El resultado es un
procesamiento sesgado de la información.
Este procesamiento sesgado de la información desencadena, según Beck et al.
(1979) , el resto de los síntomas afectivos, motivacionales, conductuales y fisiológicos
que caracterizan un trastorno. Este tipo de procesamiento de la información,
independientemente de la etiología del trastorno, funciona como factor de
mantenimiento del propio trastorno.
Pero los esquemas son cogniciones profundas que se manifiestan de manera
indirecta a través de errores sistemáticos en el procesamiento de información, y son
estos errores sistemáticos o distorsiones cognitivas los que se valoran en la terapia
al tratar de identificar su presencia (Beck, 1979; 1983).
Entre las distorsiones cognitivas más frecuentes podemos destacar:
a) personalización (atribuirse a uno mismo sucesos externos desagradables sin que
exista evidencia real para poder realizarlo); b) inferencia arbitraria (llegar a una
determinada conclusión sin que existan evidencias para confirmarla);
c) sobregeneralización (elaborar una regla general a partir de uno o varios hechos
aislados y aplicarla a todas las situaciones, estén o no relacionadas con el hecho en
cuestión); d) maximización y minimización (cometer errores al evaluar la magnitud o
la significación de un acontecimiento, aumentando o disminuyendo su significado);
e) abstracción selectiva (centrar la atención en un detalle específico, extraerlo del
contexto sin tener en cuenta otros elementos importantes y característicos de la
situación, llegando a una conclusión), y f) pensamiento dicotómico (clasificar todas las
experiencias en términos de extremos, de «todo o nada», «bueno o malo», «perfecto
o imperfecto», seleccionando las categorías del extremo negativo para describirse a
sí mismo).
Estas distorsiones cognitivas se manifiestan a través de autoverbalizaciones internas
o pensamientos automáticos. Los pensamientos automáticos son pensamientos que
surgen de manera rápida y espontánea, y son el producto de los procesos y las
estructuras que componen los esquemas. Con frecuencia, el sujeto no se da cuenta
del pensamiento, sino de la emoción que lo precede, acompaña o sigue.
A diferencia de los esquemas, inaccesibles a la introspección, los pensamientos
automáticos son fácilmente accesibles.
Lo que caracteriza a los pensamientos automáticos es que se trata de:
• •
Pensamientos taquigráficos.
• •
Pensamientos espontáneos.
• •
Mensajes específicos.
• •
Pensamientos con un alto grado de credibilidad.
• •
Pensamientos que tienden a dramatizar.
• •
Pensamientos idiosincrásicos.
• •
Pensamientos difíciles de apartar.
• •
Pensamientos aprendidos.
En la terapia cognitiva, los procesos de evaluación e intervención van unidos, por lo
que se siguen los siguientes pasos:
• •
Identificar y describir el problema o los problemas.
• •
Valorar cuáles son las expectativas y atribuciones, así como los mitos y
conceptos erróneos.
• •
Valorar si sería de utilidad la aplicación de instrumentos de evaluación para
obtener datos objetivos sobre los estilos atribucionales, las distorsiones
cognitivas y los pensamientos automáticos.
• •
Evaluar los recursos del paciente: fuentes de estrés y de apoyo social en su
entorno inmediato.
• •
Enseñar y entrenar al paciente para identificar y registrar los pensamientos
automáticos. Para ello, se define lo que son los pensamientos automáticos y
se enseña al paciente la relación entre pensamiento-emoción-
conducta; después se explora y se muestra la presencia de estos pensamientos.
Para aplicar este tipo de intervención terapéutica, se utilizan una serie de técnicas
cognitivas que permiten al paciente realizar un cambio a nivel cognitivo y adquirir
estrategias de afrontamiento adaptativas.
Terapia conductual
La terapia o modificación de conducta se puede definir como aquella orientación
teórica y metodológica, dirigida a la intervención que, basándose en los
conocimientos de la psicología experimental, considera que las conductas normales
y anormales están regidas por los mismos principios, que trata de desarrollar estos
principios y aplicarlos para explicar conductas específicas y que utiliza
procedimientos y técnicas que somete a evaluación objetiva y verificación empírica
para disminuir o eliminar conductas desadaptadas e instaurar o
incrementar conductas adaptadas. Por lo tanto, los principios del aprendizaje son los
que permitirán entender las conductas (Labrador, 1999).
En la terapia de conducta, adquiere un papel relevante el proceso de evaluación
conductual previo al proceso de intervención, a través del cual se pretende obtener y
recoger información necesaria para posteriormente diseñar un plan de intervención
específico dirigido a conseguir un cambio de comportamiento. Diseñado el plan de
intervención, se evalúan los resultados de dicha intervención. Se trata, por lo tanto,
de un proceso de retroalimentación continua, y tanto la evaluación como el
tratamiento se tienen que adaptar a cada tipo de problema, a las características
únicas de cada caso y al contexto concreto en el que se aplican.
Para llevar a cabo el proceso de evaluación-intervención, se utilizan una serie de
instrumentos y técnicas que son los que facilitan los cambios conductuales
prefijados, así como la adquisición de habilidades y el mantenimiento de estas.
Técnicas específicas de la terapia cognitivo-
conductual
Las técnicas cognitivas delimitan y ponen a prueba las cogniciones erróneas a través
de experiencias de aprendizaje muy específicas que van dirigidas a enseñar al
paciente a:
• •
Reconocer las relaciones entre pensamientos, emociones y conductas.
• •
Identificar los pensamientos automáticos negativos.
• •
Examinar la evidencia a favor y en contra de los pensamientos automáticos
negativos.
• •
Sustituir los pensamientos automáticos negativos por pensamientos realistas.
• •
Aprender a identificar y modificar las creencias erróneas (esquemas
disfuncionales) que predisponen a cometer errores perceptivos.
Las técnicas conductuales, por su parte, no se utilizan como un fin en sí mismas, sino
para conseguir cambios a nivel cognitivo.
Las técnicas cognitivo-conductuales más utilizadas para conseguir estos cambios
son:
• Reestructuración cognitiva.
• Experimentos conductuales.
• Activación conductual.
• Diálogo socrático.
• Exageración y humor.
• Reatribución.
• Técnicas paradójicas.
• Entrenamiento en asertividad.
• Técnicas de resolución de problemas.
• Técnicas de exposición.
• Entrenamiento en habilidades sociales.
• Mindfulness.
• Técnicas para el manejo de la ansiedad.
• Técnicas de autocontrol.
• Técnicas de la información y la comunicación (TIC).
¿Por qué se benefician los ancianos?
La población anciana está considerada una población de riesgo por presentar un
incremento en la vulnerabilidad ante una serie de problemáticas: físicas, sociales,
funcionales, económicas y psicológicas.
Un alto porcentaje de ancianos presentan problemas funcionales y de salud por el
aumento de enfermedades crónicas, así como problemas psicológicos, sociales y
económicos derivados de las múltiples pérdidas a las que se tienen que enfrentar.
Toda esta problemática puede ser considerada estresante en cualquier etapa de la
vida, pero en la ancianidad, dada la mayor incidencia de estos estresores, los déficits
que presentan y la menor capacidad de respuesta, se produce una mayor aparición
de síntomas clínicos que interfieren en su capacidad funcional.
Los síntomas que más frecuentemente aparecen son de tipo ansioso o depresivo,
para los que se necesita un tratamiento, ya sea farmacológico, psicológico o
combinado. Estudios recientes, como el de Jonsson et al. (2016) , muestran que los
ancianos presentan una peor respuesta al tratamiento farmacológico, bien sea por
los efectos adversos o por las interacciones medicamentosas; estos autores sugieren
la importancia de la implementación de tratamientos psicológicos eficaces para
conseguir una rápida remisión de la sintomatología y, así, disminuir el riesgo de
suicidio que presenta esta población (conducta altamente prevalente); de
esta manera, se consigue una disminución del grado de discapacidad y un aumento
de la calidad de vida, tal y como evidencian McGovern et al. (2014) .
Diferentes metaanálisis confirman la eficacia del tratamiento psicológico en
pacientes ancianos deprimidos, con enfermedades médicas agudas y crónicas, con
clínica ansiosa y con déficits cognitivos ( Sanz et al., 2015 ).
En una revisión de 44 estudios sobre los efectos del tratamiento psicológico en
ancianos llevado a cabo por Cuijpers et al. (2014) , se mostró que la terapia
cognitivo-conductual es la que tiene mayor evidencia, no solo en el trat amiento
agudo, sino también en la prevención de recaídas. Por otra parte, la terapia de
resolución de problemas (PST) es una de las terapias que actualmente está
obteniendo resultados más prometedores en ancianos con síntomas depresivos,
ansiosos y déficits cognitivos ( Kiosses et al., 2011;Sanz et al., 2015 ).
Los diferentes factores estresantes a los que se enfrentan las personas de edad
avanzada están relacionados en gran medida con pérdidas biopsicosociales, por lo
que el objetivo principal de cualquier tipo de intervención psicoterapéutica debe ser
la restitución y/o el afrontamiento de estas pérdidas, evitando así una de las
complicaciones más graves, como es la conducta suicida. Esto es válido tanto para
personas institucionalizadas ( Sales et al., 2015 ) como para las que no lo están. La
conducta suicida está considerada por la OMS un problema de salud pública; la
población anciana es una de las que mayor riesgo presentan, de forma que un 26,26%
de los suicidios en España en 2015 lo llevaron a cabo personas mayores de 70 años
(según datos del INE, 2017). El comportamiento suicida puede ser directo o indirecto
(rechazo de alimentos, falta de adherencia al tratamiento…), por lo que es
importante que se pueda llevar a cabo una buena detección. Así pues, valoraremos e
identificaremos tanto los factores de riesgo como los factores protectores para poder
comenzar cuanto antes a intervenir. La TCC se considera la terapia de mayor
efectividad en el abordaje de este tipo de conductas.
Aunque la TCC ha demostrado su eficacia en el tratamiento de los diferentes
trastornos mentales en la población anciana, se requiere una adaptación de las
técnicas y estrategias de intervención para este tipo de pacientes. Esta aplicación
flexible ( Agüera y Reneses, 2003 ) permite conseguir un aumento del bienestar, de
la seguridad y de la autonomía.
La aplicación de las nuevas tecnologías en el tratamiento, incluso en el
autotratamiento ( Titov et al., 2016 ), es un campo que comienza a aportar resultados
positivos también en este tipo de población.
La asociación entre trastornos mentales y enfermedades somáticas en el anciano es
muy frecuente, por lo que, para orientar un buen tratamiento, este ha de ser una
combinación de tratamientos médico- somáticos, médico-psiquiátricos,
psicológicos, sociales y ambientales.
Indicaciones terapéuticas
Un alto porcentaje de las patologías psiquiátricas que presentan los ancianos han
aparecido antes de los 65 años; las patologías más prevalentes a partir de esta edad
son el deterioro cognitivo, las demencias y los trastornos asociados a enfermedades
somáticas y a pérdidas importantes.
Por consiguiente, en esta etapa de la vida, al igual que en etapas anteriores, pueden
presentarse una gran variedad de trastornos, como trastornos de ansiedad,
depresivos, de la personalidad, de ansiedad por enfermedad, psicóticos, del sueño,
adictivos y sexuales, así como demencias.
La TCC se ha ido extendiendo, desde su aparición hasta la actualidad, a una gran
variedad de trastornos, y existen numerosos estudios que demuestran la efectividad
de este modelo terapéutico en todas y cada una de las patologías a las que haremos
referencia a continuación.
Trastornos de ansiedad
Si bien es cierto que en fases agudas de problemas de ansiedad en ancianos el papel
del abordaje farmacológico es muy importante, con el paso del tiempo otro tipo de
abordajes, como pueden ser la terapia cognitivo-conductual dirigida hacia síntomas
específicos, el mindfulness o la terapia de aceptación y compromiso, pueden ayudar a
mejorar los síntomas ansiosos en estos pacientes ( Andreescu y Varon, 2015 ).
Las personas con trastornos de ansiedad procesan selectivamente la información
relevante para la ansiedad, relacionada con amenaza o peligro, por lo que la
intervención cognitivo-conductual va dirigida a la identificación de las situaciones
que el sujeto interpreta de manera incorrecta o exagerada como amenazantes o
peligrosas (Beck et al., 1985). Una vez que el paciente aprende a identificarlas, se le
enseña cuáles son los errores de percepción qu e presenta, la modificación de
pensamientos automáticos (negativos) y la aplicación de pensamientos alternativos
(realistas), que permitirán la adquisición de estilos de afrontamiento más adecuados
ante dichas situaciones.
La especificidad de cada tipo de intervención depende del tipo de trastorno de
ansiedad que el paciente presenta, siguiendo las mismas pautas que para el resto de
la población.
Trastornos depresivos
Desde el modelo cognitivo de Beck, son los esquemas cognitivos los responsables de
la aparición de un determinado tipo de respuestas emocionales o conductuales
negativas. Así pues, el objetivo terapéutico es registrar los pensamientos automáticos
que son congruentes con las atribuciones (explicaciones causales de los
acontecimientos) y con las expectativas sobre uno mismo, sobre el mundo y sobre el
futuro.
Las atribuciones negativas suelen ser globales, internas y estables para los fracasos
( Abramson et al., 1978 ), por lo que se desarrolla un estilo de pensamiento
depresógeno.
El contenido de estos pensamientos es negativo y gira principalmente alrededor de
determinados temas: sobre uno mismo, sobre el mundo y sobre el futuro. Estos
temas configuran la tríada cognitiva de Beck, que implica:
• Visión negativa de uno mismo. Tendencia a atribuir las experiencias desagradables a
una dificultad propia, sea de tipo psíquico, físico o moral; por lo tanto, se trata de
una visión desfavorable de uno mismo, que se manifiesta a través de sentimientos de
inutilidad e incapacidad.
• Visión negativa del mundo. Percepción exagerada de las demandas ambientales y de
los obstáculos que dificultan la consecución de sus objetivos. Interpretaciones de las
interacciones con el entorno en términos de frustración o fracaso.
• Visión negativa del futuro. Anticipación de dificultades y de que sus problemas
actuales se mantendrán de manera indefinida.
Estos pensamientos negativos desencadenan, mantienen o acentúan los síntomas
depresivos (Beck, 1983), por lo que, en primer lugar, se informa al paciente sobre su
trastorno y sobre el tratamiento cognitivo-conductual, y posteriormente se le enseña
y se le entrena en la observación y el registro de pensamientos automáticos, para
examinarlos con el terapeuta y reforzar un distanciamiento de su propio modelo
disfuncional, permitiendo así la adquisición y el mantenimiento de un modelo de
afrontamiento más adaptativo.
Trastornos de la personalidad
Los pacientes con trastorno de la personalidad presentan dificultades a la hora de
aceptar los déficits y pérdidas que se producen en la vejez. La TCC trata de demostrar
que sus creencias básicas, rígidas y extremas son las que mantienen la conducta
disfuncional ( Beck et al., 1990 ).
El rol del terapeuta con este tipo de pacientes es más activo y las sesiones son más
estructuradas.
Trastorno de ansiedad por enfermedad
En el caso de la frecuente hipocondría del anciano, el objetivo terapéutico es
identificar distorsiones cognitivas con respecto a las sensaciones corporales y a las
enfermedades, y enseñarle, a través de técnicas, a identificar y modificar
pensamientos sobrevalorados de tipo hipocondríaco.
Trastornos de síntomas somáticos
Aproximadamente la mitad de la población anciana presenta algún tipo de dolor
crónico que genera desde cierta disfuncionalidad hasta franca incapacidad, por lo
que la TCC puede ser útil para su abordaje (Leong et al., 2003).
La actuación en el trastorno por dolor consiste en lograr que el paciente se dé cuenta
de las influencias psicosociales y participe activamente en la solución del problema.
Para ello, se transmiten expectativas realistas de mejoría y se le enseñan estrategias
para afrontar el dolor.
Disfunciones sexuales
Las disfunciones sexuales se clasifican en trastornos del deseo sexual, de la
excitación, del orgasmo y del coito. En estos trastornos, es muy importante comenzar
con una primera fase de educación sexual, para posteriormente aplicar técnicas
cognitivas y de nuevas conductas sexuales, para lo que se asignan una serie de
ejercicios y/o actividades que se tienen que practicar en casa.
Trastornos del sueño-vigilia
Las alteraciones del sueño son muy frecuentes en los ancianos y pueden deberse a
diferentes factores.
El objetivo terapéutico, una vez identificados los factores que causan y mantienen
las alteraciones del ciclo sueño-vigilia, es doble: en primer lugar se procede a un
abordaje educativo sobre los factores de higiene del sueño, para posteriormente
centrarse en la adquisición de técnicas de relajación y de control de estímulos que
permitan una mayor y mejor regulación del descanso ( Montgomery y
Dennis, 2003 ; Petit et al., 2003 ).
Trastornos relacionados con el consumo de sustancias
Desde la terapia cognitiva es importante identificar y modificar creencias que
aumentan el craving, mejorar los estados emocionales negativos que conducen al
consumo de sustancias tóxicas, enseñar técnicas específicas para conseguir
abandonar el consumo y facilitar un nuevo estilo de vida ( Beck et al., 2007 ).
Para ello se utilizan técnicas cognitivas y conductuales (de relajación, entrenamiento
en solución de problemas, etc.).
Trastornos psicóticos
Siempre que la situación clínica del paciente lo permita, se pretende enseñar a
identificar, y después a reducir, los síntomas nucleares básicos y las conductas
asociadas con las psicosis, como las ideas delirantes y las alucinaciones, a través de
intervenciones muy estructuradas que persiguen la reducción de los síntomas
entrenando a los pacientes a afrontar tanto las claves ambientales que precipitan la
exacerbación de los síntomas como sus reacciones cognitivas, afectivas y
conductuales, y los síntomas resultantes ( Perris y McGorry, 2004 ).
Trastornos neurocognitivos
En este caso, el objetivo es lograr cambios de conducta centrados en los síntomas. Se
utilizan técnicas de rehabilitación tanto cognitiva como conductual.
Con la rehabilitación cognitiva se pretende estimular los diferentes procesos
cognitivos e incrementar el tiempo de evolución de los déficits cogniti vos ya
presentes.
Con respecto a las actividades instrumentales y básicas de la vida diaria, se trata de
reforzar los hábitos conservados y sanos, y corregir los alterados, buscando un
aumento de la autonomía personal.
Conclusiones
En este capítulo se ha querido destacar la relevancia de la TCC que, desde hace unos
años ya, es uno de los modelos más ampliamente utilizados para el tratamiento de
una gran variedad de trastornos mentales, tanto en la población infantil y juvenil
como en la adulta y anciana.
En la población anciana, se ha convertido ya en una de las estrategias terapéuticas
más utilizadas tanto a nivel institucional como privado, y se ha conseguido
demostrar la evidencia de su eficacia.
Este tipo de tratamiento requiere una colaboración estrecha entre el paciente y el
terapeuta, un tipo de cooperación en la que la participación de ambos es necesaria y
en la que ambos tienen un papel activo, centrada principalmente en la
reestructuración cognitiva y en los cambios emocionales y conductuales.
Las fases, las técnicas y los estilos terapéuticos de la TCC son similares a las de los
pacientes más jóvenes, aunque es preciso tener en cuenta los cambios sensoriales y
de procesamiento de la información que se producen en los ancianos y el contenido
específico de los patrones disfuncionales de pensamiento, así como sus propias
representaciones sobre la vejez.
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CAPÍTULO 39
Figura 40-2
Decisiones ante un paciente geriátrico agitado en atención primaria domiciliaria.
• •
El riesgo suicida en las personas mayores. El suicidio consumado es más
frecuente en las personas mayores. Los equipos de atención primaria deben
conocer los factores de riesgo asociados a los trastornos mentales que, con
frecuencia, predisponen al suicidio: depresión mayor, trastorno bipolar,
trastornos psicóticos, trastornos de la personalidad. El riesgo es
especialmente alto en el caso de varones que viven solos, que recurren al
abuso del alcohol, que rechazan ayuda sanitaria, que no mantienen contactos
sociales y que no disponen de soporte domiciliario adecuado.
• •
Los efectos adversos de los fármacos. La polifarmacia es frecuente en las
personas mayores.
• •
Situaciones sociales de exclusión que requieren atención urgente. Disponer
de sistemas de colaboración y actuación con los servicios sociales
comunitarios.
Enlace de atención primaria con los servicios de
psicogeriatría
Si bien los servicios de psicogeriatría no están ampliamente extendidos en el
panorama sanitario en general, los equipos de atención primaria precisan una
referencia especializada en psicogeriatría. El enlace con este tipo de recursos puede
realizarse a través de las unidades de salud mental, los servicios de geriatría o, en el
caso del deterioro cognitivo, a través de las unidades de memoria y los servicios de
neurología. A través de los equipos de atención primaria, y en colaboración con las
unidades de salud mental, se deberían establecer canales de comunicación para la
gestión y el seguimiento de los pacientes psicogeriátricos:
• •
Psiquiatra consultor con formación específica en psicogeriatría.
• •
Unidades específicas de psicogeriatría.
• •
Programas de apoyo y soporte a través de telemedicina (videoconferencia,
correo electrónico, asistencia telefónica…). Son especialmente útiles en las
zonas rurales, poco pobladas o de intensa dispersión geográfica.
Psiquiatría geriátrica en residencias de mayores
Residencias para mayores: perfil de los usuarios
Más de 300.000 personas mayores de 65 años viven en residencias en España, lo
que supone más del 4% de este grupo poblacional ( Envejecimiento en Red, 2015 ).
Esta cifra ha sufrido un aumento progresivo durante los últimos años a causa,
fundamentalmente, de dos procesos: el propio aumento del envejecimiento
poblacional y, por lo tanto, el aumento proporcional de personas dependientes y que
precisan atención y cuidados; y, por otra parte, el cambio social hacia dinámicas
familiares condicionadas por el trabajo y la economía fuera del domicilio
(especialmente en el caso del trabajo de las mujeres, principales cuidadoras hasta las
últimas décadas de las personas mayores que residían en los domicilios), con la
progresiva desaparición de los familiares dedicados al cuidado de las personas
mayores.
Un aspecto importante es la heterogeneidad de los centros residenciales, ya que bajo
este epígrafe se incluyen residencias, minirresidencias, viviendas o pisos tutelados,
centros psicogeriátricos (o secciones dentro de esos centros), centros sociosanitarios
(con sección de mayores si está diferenciada), conjuntos residenciales y otros centros
colectivos. Existe también una importante desproporción en las ratios de
institucionalización en las diferentes CCAA, y entre el predominio de centros
públicos, centros privados y centros concertados, así como en el distinto tamaño y
diferentes capacidades de estos centros ( Envejecimiento en Red, 2015 ; Fundación
Edad y Vida, 2015).
Estas diferencias entre los distintos centros residenciales para mayores se
acompañan también de la heterogeneidad del perfil de los usuarios de las
residencias, desde los denominados mayores «válidos» hasta l os «dependientes».
Por ello, haremos referencia a aspectos generales que podrán adaptarse más a unos
centros en algunos aspectos y a otros en otras ocasiones. Partiendo de esta
generalización, podemos definir el perfil de las personas mayores que viven en
residencias atendiendo a ciertas características. Según datos del estudio Edad y Vida
(2015) sobre 111 centros residenciales en toda España (con casi 15.000 plazas),
distribuidos en 15 CCAA:
• •
Polifarmacia (más del 65% de los residentes consumen siete o m ás fármacos).
• •
Polimorbilidad (más del 75% presentan tres o más diagnósticos activos).
• •
Dependencia funcional (más del 45% son dependientes graves o totales,
según el índice de Barthel).
• •
Riesgo de desnutrición (más del 30%, según el Mini Nutritional
Assessment [MNA]).
Cuando se ha estudiado la predicción de institucionalización de las personas
mayores de forma sistemática en las nursing homes americanas, se ha concluido que
las características que se asocian con mayor valor predictivo son ( Luppa
et al., 2010 ):
• •
Aumento de la edad.
• •
Bajo estado de salud autopercibida.
• •
Dependencia funcional.
• •
Deterioro cognitivo.
• •
Diagnóstico de demencia.
• •
Polifarmacia.
Por lo tanto, el perfil general de los individuos que precisan institucionalización en
residencia es el de una persona mayor con percepción pobre de su salud,
dependencia funcional, deterioro cognitivo o demencia y polimedicado. Debido a
todos estos condicionantes, es muy frecuente la asociación de comorbilidad
psiquiátrica en las personas mayores institucionalizadas en las residencias.
Trastornos mentales en ancianos institucionalizados
La prevalencia de psicopatología en las residencias para mayores es mu y elevada,
con cifras variables, desde el 65 hasta el 91% ( Smyer et al., 1994;Tariot
et al., 1993;Grabowski et al., 2010 ).
De todos los trastornos mentales en los ancianos institucionalizados en residencias
es, sin duda, la demencia el más prevalente ( Beck et al., 1998;Kamble
et al., 2008;Magaziner et al., 2000;Grabowski et al., 2010 ), como se expone en
la tabla 40-4 . Según el informe «Perfil sanitario de las personas ingresadas en centros
residenciales», elaborado en 2015 por la Fundación Edad y Vida, el 63% de las
personas que ingresaban en residencias presentaban deterioro cognitivo; el 9%
habían sido diagnosticados de enfermedad de Alzheimer y el 10% de otras demencias
(Fundación Edad y Vida, 2015).
Tabla 40-4
Prevalencia de sintomatología psiquiátrica en residencias de larga estancia
Tomado de Seitz et al., 2010;Wetzels et al., 2010;Grabowski et al., 2010 ; Fundación Edad y
Vida, 2015.
Trastornos psiquiátricos Prevalencia (%)
Deterioro cognitivo > 60%
Demencia 20-50%
Síntomas psiquiátricos en demencia 35-90%
Síndromes depresivos 20-50%
Ansiedad 12%
Trastornos bipolares 1-3%
Esquizofrenia 3-7%
Trastorno por abuso de alcohol 1-2%
Ver a tamaño completo
La presencia de síntomas psicóticos, y especialmente la agitación y
la agresividad muchas veces asociadas a estos síntomas, es una de las principales
causas de institucionalización en residencia de los pacientes con demencia, al igual
que la sobrecarga que estos síntomas generan en los cuidadores de los pacientes con
demencia (Grabowoski et al., 2008).
Los trastornos afectivos son muy prevalentes en las residencias para mayores,
especialmente la depresión, que afecta a más de un tercio de los mayores
institucionalizados ( Seitz et al., 2010 ). Un dato interesante hace referencia a la
evolución de los síntomas neuropsiquiátricos en los pacientes con demencia
institucionalizados, en los cuales la depresión comienza siendo muy prevalente
(hasta el 35-40% de los casos), pero evoluciona a prevalencias menores a lo largo de
la institucionalización ( Wetzels et al., 2010 ). Probablemente influya el tratamiento
adecuado que se realiza en la institución, pero también al proceso de adaptación a la
propia institucionalización. Este es un aspecto importante en la institucionalización
de los mayores. Probablemente se desarrollen al inicio más trastornos de adaptación
(> 42%) que depresiones mayores (< 2%) y otros síndromes depresivos. La
prevención de estos trastornos de adaptación secundarios a la institucionalización
podría también constituir un foco de atención para la psicogeriatría y el enlace con
los servicios médicos de las residencias para mayores, a través de acciones concretas:
• •
Evaluación previa a la institucionalización y búsqueda de
cuidadores/familiares de referencia.
• •
Evaluación afectiva ( Geriatric Depression Scale [GDS] de Yesavage, escala de
Cornell) y cognitiva (miniexamen cognoscitivo [MEC]) al inicio de la
institucionalización.
• •
Evitar el aislamiento, favorecer la socialización.
• •
Favorecer las visitas frecuentes, mantener el contacto con los
familiares/cuidadores.
• •
Reevaluación afectiva durante las primeras semanas y posteriormente cada
3-6 meses.
• •
En caso de detectar sintomatología depresiva, valorar el inicio de un soporte
terapéutico adecuado a través de enfermería, psicología y, si fuera preciso,
tratamiento psicofarmacológico.
Uso de psicofármacos en residencias de ancianos
El uso apropiado de los psicofármacos es uno de los focos de interés en la atención
que se desarrolla en las residencias de mayores. Se considera, durante las últimas
décadas, que existe un uso «excesivo» de antipsicóticos y benzodiazepinas en las
residencias, mientras que probablemente existe una infrautilización de los
antidepresivos debido a que la depresión se encuentra infradiagnosticada o queda
enmascarada por otros síntomas conductuales en los mayores institucionalizados
( Gurvich y Cunningham, 2000 ).
En el estudio Edad y Vida (2015) —al que se hace repetida referencia por ser
representativo de numerosos centros en distintas CCAA—, destacaba, como hemos
señalado, el elevado consumo de fármacos en las residencias de ancianos; y de todos
los tratamientos, merece la pena remarcar el consumo y la administración de los
psicofármacos:
• •
Hipnóticos: hasta en el 30% de los ancianos que viven en residencia.
• •
Ansiolíticos: hasta el 37%.
• •
Antidepresivos: 39%.
• •
Antipsicóticos (neurolépticos): 35%.
El uso de antipsicóticos en residencias de ancianos está ampliamente extendido: en
algunos centros residenciales, más de la mitad de los mayores reciben tratamiento
neuroléptico ( Tjia et al., 2012;Lucas et al., 2014 ). La prescripción de antipsicóticos
en las residencias es un tema no exento de polémica que ha generado importante
debate, preocupación y abundante bibliografía en los últimos años. Esto se debe, por
un lado, al elevado uso de los antipsicóticos en estos centros residenciales y, por otro,
a sus frecuentes y graves efectos secundarios asociados; pero también a la enorme
variabilidad en el tratamiento antipsicótico, en función del centro y del profesional
que presta la atención a estos pacientes ( Cioltan et al., 2017 ). Hasta en el 80% de
los casos, la prescripción de antipsicóticos en los mayores institucionalizados en
residencias se realiza fuera de indicación, especialmente en los pacientes con
demencia y trastornos psiquiátricos asociados ( Tjia et al., 2012 ). Se ha considerado
el uso de antipsicóticos en las residencias como una forma de «restricción o
contención química» que busca el simple efecto sedativo para los pacientes que
muestran conductas disruptivas o resistencia a los cuidados ( Hughes et al., 1999 ).
Por todo ello, se han intentado establecer iniciativas para mejorar la prescri pción y
reducir el uso innecesario de antipsicóticos en las residencias de personas mayores
( Lucas et al., 2014 ).
A finales de los años ochenta, una ley federal planteó en Estados Unidos una reforma
general denominada Omnibus Budget Reconciliation Act (OBRA-87), en cuyo título IV,
subtítulo C, abordaba la reforma de las residencias para mayores (nursing homes) con
un objetivo fundamental: la reducción del uso de antipsicóticos y evitar el
«sobreuso» detectado en los estudios realizados. Inicialmente, estas estrategias
resultaron de utilidad y el uso de antipsicóticos se redujo hasta el 16% en 1996
( Liperoti et al., 2003 ); sin embargo, volvieron a aumentar hasta el 27,6% en el año
2001, probablemente debido a la aparición de los antipsicóticos de segunda
generación, que asocian menos efectos secundarios ( Briesacher et al., 2005 ). A
pesar de la vulnerabilidad de los pacientes geriátricos, en este grupo poblacional no
se ha observado mayor prevalencia de alteraciones metabólicas ( Martínez Romero
et al., 2010 ).
En la tabla 40-5 se exponen algunas pautas para el control y el seguimiento clínico de
la prescripción de antipsicóticos en residencias de personas mayores.
Tabla 40-5
Recomendaciones sobre el seguimiento del tratamiento antipsicótico en residencias de
personas mayores
Situación actual Cuestiones
¿Cuál es el diagnóstico sindrómico ¿Es un paciente con trastorno psicótico de inicio en su juventud?
del paciente? ¿Es un paciente con psicosis de inicio tardío? ¿Es un paciente
con demencia?
¿Qué fármacos antipsicóticos ¿Antipsicóticos de 1.ª generación? ¿Antipsicóticos de 2.ª
se prescribieron? generación? ¿De liberación prolongada?
¿Desde cuándo recibe tratamiento ¿Más de 6 meses? ¿Más de 1 año? ¿Hace varios años?
antipsicótico?
¿Por qué se pautó el tratamiento Valorar si está indicado o fuera de indicación. Si existía clínica
antipsicótico? psicótica o se utilizó para control conductual. ¿Se utilizaron
escalas como el NPI u otras?
¿Se ensayó tratamiento no ¿Se observaron cambios ambientales asociados al síntoma? ¿Se
farmacológico? ha intervenido posteriormente?
¿Los síntomas están controlados? ¿Desde cuándo el paciente está sin síntomas? ¿Más de 4-6
meses sin síntomas?
Situación actual Cuestiones
¿Se han registrado efectos ¿Síntomas extrapiramidales? ¿Síntomas metabólicos? ¿Caídas?
secundarios atribuibles a los
antipsicóticos?
¿Se ha ensayado algún período de Cuando los síntomas están controlados durante 3-4 meses,
supresión del antipsicótico? debería intentarse supresión lentamente progresiva
de los antipsicóticos
Ver a tamaño completo
En definitiva, el uso de antipsicóticos en residencias debería reducirse a lo
estrictamente necesario y pautarse de una forma protocolizada, tanto en la
indicación como en el seguimiento de la eficacia y de los efectos secundarios.
Uso de restricciones físicas
El uso de restricciones físicas es también frecuente en las residencias. Según un
estudio de la Confederación Española de Organizaciones de Mayores, existe un 25%
de ancianos ingresados en residencias que son sometidos a sujecion es físicas y, en el
caso concreto de los mayores diagnosticados de enfermedad de Alzheimer y otras
demencias, la proporción de sujeciones físicas aumenta hasta el 60% (CEOMA y
Burgueño, 2005). Según el mismo estudio, parece que el uso de restricciones en
España es superior al resto de los países europeos (17,1% en Francia, 16,6% en Italia,
4% en Reino Unido). En otros estudios, también en residencias públicas españolas,
se detectan prevalencias de contenciones físicas inferiores, en torno al 8%; del total
de sujeciones, el 63,4% eran barandillas, el 17,7% restricciones de tronco, el 3%
restricciones de miembros y el 15,9% sillas de sujeción ( Galán et al., 2008 ).
Este es un tema también controvertido, especialmente en lo referente a las
indicaciones de este tipo de medidas restrictivas en casos en los que podrían
aplicarse otras técnicas menos traumáticas, lo cual ha generado corrientes y
programas como el denominado «Desatar al anciano» (CEOMA y Burgueño, 2005).
Más allá de entrar en detalle, estos aspectos también deben ser contemplados desde
la perspectiva profesional de la psicogeriatría y, en algunas CCAA, se ha establecido
legislación al respecto ( García y Beltrán, 2012 ).
Dado que la mayor parte de las contenciones o restricciones físicas se realizan en
pacientes institucionalizados que padecen demencia, el psicogeriatra deberá
implicarse en las decisiones y el seguimiento de los pacientes que precisen este tipo
de medidas, intentando restringirlas al máximo, pautándolas de forma protocolizada
y con una supervisión adecuada, durante el menor tiempo posible. Puesto que son
decisiones tomadas frecuentemente en momentos de urgencia o cuando no se
dispone de la interconsulta psicogeriátrica urgente, este tipo de medidas deberán
estar bien coordinadas y definidas.
Programas de atención psicogeriátrica para residencias
Los mayores que viven en centros residenciales deberían disponer de una asistencia
psiquiátrica de calidad equiparable al menos a la de aquellos que residen en la
comunidad ( De Blas, 2006 ).
El objetivo fundamental es el de optimizar la salud mental de los mayores
institucionalizados ( Grupta y Goldstein, 1999 ; Conn y Snowdon, 2010 ; Grabowski
et al., 2010 ).
Para ello existen diferentes planteamientos ( fig. 40-3 ):
• •
Asistencia en las unidades de salud mental de referencia, siguiendo el modelo
comunitario convencional. Los que defienden este modelo argumentan así
una «no discriminación» de los mayores, en el sentido de que son atendidos
en las unidades de salud mental como el resto de los grupos de edad. Sin
embargo, ya existe una red comunitaria específica para el otro extremo de la
pirámide poblacional, las unidades de salud mental infantojuveniles.
Además, el traslado de los pacientes institucionalizados en las residencias
supone ya en sí mismo un importante factor estresante en muchos casos
(ambulancias, esperas, cambio de medio…) en pacientes que son frágiles y
dependientes.
• •
Psiquiatra que actúa como consultor: ha demostrado su utilidad y beneficio
tanto en la asistencia de los pacientes como en el apoyo y la formación del
equipo asistencial de la residencia en tareas como ( Grupta y
Goldstein, 1999 ): a) entrenamiento en el manejo no farmacológico de los
trastornos de conducta en los pacientes con demencia; b) conocimiento y
abordaje de los trastornos mentales más comunes en los mayores: diferentes
estadios de la demencia, la depresión y el síndrome confusional (o delirium);
c) educación y asesoramiento de familiares y cuidadores; d) reconocimiento
de las actitudes y los sentimientos del personal hacia las personas mayores
con enfermedad mental; e) conocimiento de la utilización de los
psicofármacos y sus efectos secundarios más frecuentes; f) prevención de
daños, y g) reducción del uso de contenciones físicas. Se ha comprobado que
el uso de las nuevas tecnologías y la actuación en interconsulta psicogeriátrica
en residencias, a través de videoconferencia con el equipo asistencial de estas,
reduce el uso de las contenciones físicas, así como el de los antipsicóticos
( Gordon et al., 2016 ).
• •
Programa de psicogeriatría multidisciplinar de apoyo a las residencias: la
posibilidad de soporte a la salud mental de los ancianos institucionalizados
en residencias de mayores a través de un equipo multidisciplinar
especializado en psicogeriatría puede englobar las funciones comentadas del
psicogeriatra consultor, aportando, además, la valoración psicogeriátrica
integral y aumentando las posibilidades de atención, supervisión y formación
en temas más específicamente geriátricos, de enfermería (únicos
profesionales sanitarios en el equipo de numerosas residencias) y también de
trabajo social, tan importante en estos pacientes. La colaboración con estas
unidades de psicogeriatría también podría englobar los diferentes formatos
comentados: consultas programadas, desplazamiento a los centros
residenciales, consultas a través de las nuevas tecnologías (videoconferencia,
correo electrónico, soporte telefónico). Estas unidades de psicogeriatría
deberían, además, facilitar la posibilidad de consultas urgentes a través de
cualquiera de los formatos señalados, así como la posibilidad de
hospitalización breve en unidades específicas cuando los casos y las
situaciones así lo requieran. Es una necesidad y un deber facilitar el enlace y
el soporte entre las residencias para mayores y las unidades de psicogeriatría,
dado el perfil de los pacientes, su elevada comorbilidad psiquiátrica y
polifarmacia y la necesidad de tomar decisiones complejas en temas
controvertidos. Este es un argumento más para la creación y dotación de estas
unidades multidisciplinares en los sectores de salud.
Figura 40-3
Modelos de atención psicogeriátrica a residencias.
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CAPÍTULO 41