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EL ACOMPAÑANTE TERAPEUTICO
En los años 60-70 en la Argentina ejerció una gran influencia la corriente conocida como anti
psiquiatría cuyos representante eran Laing y Cooper. Una postura europea en relación a la
locura.
Desde su surgimiento en Argentina, hacia mediados de los 60´ del pasado siglo XX, el
Acompañante Terapéutico nace como una herramienta clínica que se inscribe en una
búsqueda –compartida por una buena parte de los profesionales del campo de la Salud
Mental– cuyo propósito no era otro que intentar subvertir los lineamientos por entonces
imperantes, aún fuertemente arraigados, del modelo manicomial. Momentos de intensa
convulsión política y social tanto en Argentina como en distintos países del mundo occidental,
fueron el terreno propicio para la puesta en marcha de toda una serie de experiencias que, a
partir del fuerte impulso de la Psiquiatría Dinámica, la Anti psiquiatría y, fundamentalmente, el
Psicoanálisis, comenzaron a dar consistencia a la idea de que era posible avanzar en el
tratamiento de aquellos pacientes afectados de diversos modos por padecimientos psíquicos
severos, más allá del mero control social en que derivaron, indeseadamente, los objetivos
terapéuticos de la internación hospitalaria.
Este movimiento de apertura y transformación, que comenzara a madurar desde el inicio del
siglo pasado –y que se acentúa desde su segunda mitad, cuando se suma el importante
desarrollo que comenzó a tener la Psicofarmacología– fue generando las condiciones para la
implementación de novedosos dispositivos de atención ambulatorios, los cuales a su vez
llevaron al desarrollo de nuevas y diversas disciplinas, como respuesta a las renovadas
necesidades clínicas que, a partir de ello, comenzaron a tener lugar.
Entre esos dispositivos, no podemos dejar de mencionar la creación del Hospital de Día, que
comenzará a tener un lugar cada vez más importante al término de la 2ª Guerra Mundial, y
que es correlativo de una nueva significación de la locura y de las revigorizadas expectativas
sobre su tratamiento.
En nuestro país, la creación por parte de Mauricio Goldenberg, en 1956, del primer Servicio de
Salud Mental que tuviera lugar en el marco de un Hospital General –experiencia que hay
que señalar, por otra parte, como inédita hasta ese momento en el mundo occidental–,
La aparición en escena del acompañamiento terapéutico está fuertemente atravesada por ese
contexto: ligada a una praxis que se ubica más como una investigación que como una ciencia
establecida. Sería necesario un prolongado período de maduración para que, más allá del
multiatravesamiento de saberes que le da origen, pudieran comenzar a delimitarse con alguna
precisión los contornos de su figura. Esto permite entender la diversidad de versiones que
pueden escucharse sobre su creación y surgimiento, así como la dificultad con que nos
encontramos en el inicio de nuestra experiencia para establecer un marco conceptual propio y
distintivo.
Durante décadas, de hecho, el único material bibliográfico específico sobre el tema estuvo
constituido por apenas un puñado de artículos publicados en diversos medios porteños del
ámbito Psi, en los que el denominador común era poner de relieve los obstáculos que se
planteaban para los acompañantes en su tarea debido, entre otras cosas, a la falta de un claro
lineamiento teórico, y de algún marco regulatorio de la actividad.
Recordemos que a fines de los años '60, y comienzos de los '70, en la Argentina tuvo mucha
importancia la influencia de la antipsiquiatría inglesa y de los textos de Basaglia relatando su
experiencia en Italia.
Había en los psiquiatras jóvenes una inclinación muy fuerte hacia el psicoanálisis y una
hostilidad muy grande hacia el manicomio, hacia las internaciones permanentes, hacia el
encierro de los locos.
Era la época del «Lanús» de Goldemberg y de los Centros de Salud Mental. Y también fue la
época de mayor difusión de la psicofarmacología, que algunos calificaban con la famosa
metáfora del «chaleco químico» como continuando al electroshock, pero que en realidad
permitió, cuando fue bien usada, la existencia de los servicios abiertos, la deambulación de los
psicóticos en la ciudad, la reinserción social.
Conviene detenernos aquí para situar un infortunado hecho histórico que ha tenido una
incidencia muy importante respecto del desarrollo del acompañamiento terapéutico y su
difusión a otros países de nuestro continente. Nos referimos al golpe militar ocurrido en
Argentina a comienzos de 1976, el tristemente célebre «Proceso de Reorganización Nacional»,
cuyos efectos en el campo de la Salud Mental bien podrían calificarse como catastróficos: se
produce en ese momento el liso y llano desmantelamiento de todas esas experiencias que
veníamos describiendo, por calificárselas de «subversivas», obligando por otra parte a los
profesionales que las sostenían a un largo y penoso destierro a países como España, Brasil,
Perú, Venezuela y México, entre otros. El acompañamiento terapéutico, sin embargo, encontró
su lugar de supervivencia en el ámbito de las clínicas e instituciones psiquiátricas privadas,
entrando de ese modo en una suerte de período de hibernación.
Surgió así para nosotros la convicción de que, si deseábamos modificar esa situación, era
necesario avanzar, en primer lugar, en la producción de aquella articulación teórico-clínica que
hiciera posible establecer de algún modo las coordenadas de esa labor de los acompañantes
terapéuticos que, a pesar de todo, demostraba tener una potencialidad y una eficacia muy
fuerte en el tratamiento de una gran cantidad de pacientes, incluidos aquellos que arrastraban
por años el calificativo de «inabordables» o «irrecuperables».
En esa dirección, consideramos que el primer paso debía ser el de propiciar el encuentro entre
quienes se hallaban por entonces lidiando –muchas veces en forma solitaria– con todas esas
dificultades recién mencionadas. Nos decidimos a impulsar la organización del Primer
Congreso Nacional de Acompañamiento Terapéutico, que tuvo finalmente lugar en noviembre
de 1994.
Tomamos conocimiento por entonces de que ya estaba comenzando a tener lugar en una
Universidad del interior de nuestro país la implementación de la primera carrera terciaria de
especialización en esta disciplina. Las puertas del ámbito universitario comenzaban a abrirse…
Hecho que fue luego tomando consistencia a partir de la multiplicación de nuevas instancias
de capacitación específica con creciente reconocimiento formal, inaugurándose en nuestra
ciudad –al igual que en otras ciudades del interior de nuestro país como Paraná (Entre Ríos),
Bahía Blanca y La Plata (Buenos Aires), Esquel (Chubut), Viedma (Río Negro); Rosario(Santa
Fe), San Juan y San Luis; y de Latinoamérica, como Porto Alegre, San Pablo y Río de Janeiro
(Brasil), Lima (Perú), Querétaro (México) y Montevideo (Uruguay),entre otras– diversas
instancias de capacitación de nivel terciario y universitario para la formación profesional de
Acompañantes Terapéuticos.
• Madurez para compartir y planificar las tareas con el equipo terapéutico, psiquiatras,
psicólogos, médicos, neurólogos, gerontólogos, terapeutas familiares, terapistas
ocupaciones, enfermeros, etc.
• Autonomía y sentido de la oportunidad para asistir a pacientes graves que requieren
decisiones rápidas y a veces inesperadas.
• Autoridad para establecer límites firmes, pero no rígidos y en consecuencia permitir un
juego amplio de movimientos entre las posiciones extremas.
• Solidaridad, dedicación y cooperación a la tarea encomendada
Susana Kuras de Mauer y Silvia Resnizky en su libro plantean una serie de roles a cumplir por el
acompañante terapéutico que podríamos decir perfilan, juntamente con las condiciones
requeridas, lo que sería las incumbencias específicas a nivel profesional:
• Contener al paciente, como esa presencia del otro que limita y a la vez contiene,
sostiene y ampara en su desvalidamiento, miedos, angustias y desesperanzas.
• Ofrecerse como referente, en modos diferentes de actuar frente a las vicisitudes de la
vida cotidiana.
• Ayudar reinvestir, en la medida de lo posible ese mundo que el vive como adverso. Las
autoras hablan de un “motor con combustible”.
• Registrar y ayudar a desplegar la capacidad creativa del paciente, alentando las áreas
más organizadas de la personalidad. Ayudar a canalizar sus inquietudes tomando en
cuenta los intereses del paciente.
• Aportar una mirada ampliada del mundo objetivo de paciente, lazos que mantiene con
los miembros de la familia, personas con las que prefiere relacionarse, emociones que
lo dominan. Conductas llamativas.
• Habilitar un espacio para pensar,
• Orientar en espacio social
• Intervenir en la trama familiar. El AT puede contribuir a descomprimir y amortiguar las
relaciones del paciente con su familia. Seguramente no se trata de seguir al pie de la
letra las indicaciones de la experiencia que quieren transmitir las autoras, porque
justamente el acompañamiento terapéutico es un espacio a construir en la singularidad
de cada caso, cuestión que ellas reconocen.
trastorno psíquico provocado por la dificultad de dar equilibrio a los múltiples y complejos
componentes de su vida.
Los símbolos, los mitos, los sueños, las teorías de las religiones serian formas que la cultura
proporciona para relacionarse.
• Toma en cuenta lo que Winnicott denominó “presentación de objeto”, es a través de
esa función ejercida por el ambiente, que el bebé desarrollará la capacidad de
realización. La “lección de objeto” pasaría por interesarse, usarlo y poder separarse.
• Y finalmente la función de handling o manipulación corporal. El ejercicio de esa
función “depende de la manera como el AT habita su cuerpo”. Se trata de la lectura del
otro a partir de su propio cuerpo.
Otra posibilidad…
Otra posibilidad de pensar al AT como un cierto ejercicio de la función “secretario del
alienado”.
Esta función surge 1795/1800 en Francia donde "Tanto Pinel como Esquirol proponían un
tratamiento moral en tanto suponían una etiología de la misma índole, entre otras posibles
(herencia y físicas). Es de destacar que lo que se buscaba era la causa de la locura en general y
no de cada enfermedad en particular, en tanto más que de enfermedades, se hablaba de
sindromes, es decir, conjunto de síntomas observables, dentro de la locura entendida como
género único.
El objetivo terapéutico era que las pasiones del paciente vuelvan a su natural equilibrio, al
modo hipocrático.
En 1956 Lacán en su seminario “Las Psicosis” Libro 3 1955-56 habla del secretario: “Vamos a
contentarnos no sólo con hacernos secretarios del alienado, sino de tomar eso que el nos
cuenta al pie de la letra; precisamente lo que siempre se consideró que debía evitarse”.
Entonces si de tomar al pie de la letra se trata, será la palabra del paciente y su posición en el
discurso que despliega. Si bien, en el acompañamiento terapéutico hay múltiples discursos con
los que está en relación; sustentaré la función desde el marco teórico del psicoanálisis,
pensamos que es el discurso que da más respuestas sobre el psiquismo, su constitución se
puede fundamentar clínicamente.
El AT es demandado:
• Desde el ámbito pedagógico, desde la escuela con los chicos con dificultades sobre
todo en la inserción escolar, se solicita que el niño pueda sostenerse en la actividad.
• Desde las situaciones traumáticas, desde el punto de vista físico, neurológico, pre y
post quirúrgico.
Pensamos al AT
• Perteneciendo a un equipo terapéutico.
• Trabajando bajo la supervisión de un profesional del área de la salud.
• Ética
• Formación y capacitación permanente
• Análisis personal
• Supervisión de su tarea
Kuras de Mauer, S., y Resnizky, S., Acompañantes terapéuticos y pacientes psicóticos. Bs. As.,
Ed. Trieb, 1985.