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Sobre Dios, su abandono y su perversión.

En esta nota quisiera hablar sobre ese Dios que parece disfrutar con el sufrimiento
humano, el nuestro, que parece tener placer con las injusticias, y que se regocija
enviando castigos inmerecidos a personas concretas de buen corazón. Y si bien, a
veces, puede no ser el autor directo de todo eso, al menos sospechamos que está un
tanto ausente, al margen e indiferente ante tanto dolor.
"Maldito eres Dios porque no te importa el cáncer terminal de mi amigo". "Maldito
eres Dios porque no hiciste zafar de la muerte a ese niño que murió atropellado por la
idiotez de aquel conductor que salió borracho a manejar". "Te odio con todo mi
corazón Dios por tantos pequeños abusados y tu tan incómodo silencio ante éstas
atrocidades".
¿Cómo puede existir un Dios amoroso que deje pasar por alto tanta maldad, tanta
corrupción? Si hay un Dios algo tiene que hacer.
Qué difícil es entender a ese Dios que obra de esta manera. No se comporta como
esperamos, no hace justicia según entendemos, no retribuye a los que confían en Él
como imaginamos.
¿Cómo entendemos que debe ser Dios? ¿Qué características tiene que tener? ¿Cuál es
la justicia que esperamos de Él, la del ojo por ojo? ¿Será un Dios que nos debe algo,
que está en deuda con nosotros? ¿Es su tarea darnos una recompensa, tenernos en
una bolita de cristal y evitarnos todos los males en función de nuestro mérito y
beatitud? ¿Será que el Dios que nos imaginamos es una especie de comerciante
moderno que da bendiciones y protección a cambio de obras buenas o rezos según
una escala de retribución preestablecida desde la cual podemos reclamarle en caso de
una falla en dicha prestación de servicio?
Creo que todas estas preguntas tienen algo en común. Presuponen a un dios que
existe sólo en nuestra imaginación, ese dios no es más que una mera proyección de
nuestras ideas modernas, positivistas y tecnocráticas. Pero esas ideas no son Dios.
Quisiera preguntar: ¿Cuántos de aquellos que lo increpan a Dios con esas preguntas
han leído, meditado y orado con detenimiento y dedicación la Biblia? ¿Cuántos de esos
han dedicado horas, días y semanas a estar con Dios, charlar con Él en la oración, a
realizar un camino espiritual en el que se puedan o intenten vincularse de tu a tu con
Él?
Criticarlo sin antes conocerlo es ser simplemente prejuicioso, es igual que criticar a
otra persona sin conocerlo, y nadie dudaría que eso es algo insensato, criticar sin
conocer.
Y es que parece ser que en la cultura posmoderna en que vivimos, en la que
predominan las relaciones de conveniencia y mercado, tenemos derecho a esperarlo
todo de Dios y Dios no tiene derecho a esperar nada de nosotros, Dios está obligado a
amarnos (darnos todo lo que le pedimos y tenernos entre algodones) y nosotros
tenemos derecho a serle totalmente indiferentes.
Dios debe solucionar todo en nuestra vida incluso cuando lo hemos echado de ella, sin
que tenga voz ni voto.
Dios está conminado a comportarse como nuestro mago Aladino. Solo le está
permitido entrar en nuestra vida cuando tenemos algo que pedirle, algún deseo,
alguna necesidad. Pareciera que Dios es nuestro sirviente, o nuestro amuleto de la
buena suerte.
Pero resulta que nada de esto funciona de esa manera. Lamento decirlo y a las pruebas
me remito. La mayoría se queja de que las cosas no son como esperaban y siempre hay
un pase de factura aunque sea mínimo a Dios en algún momento y en determinadas
situaciones.
Uno de los grandes problemas, hay que reconocerlo, tiene que ver con la catequesis
que muchos hemos recibido desde niños, pasando por la adolescencia hasta la
juventud. De hecho no es muy distinto a lo que podemos escuchar decir al sacerdote
en cualquier misa a la que concurramos. ¡¡¡Hablan de una fe tan simplona, tan
superficial, tan manejable y predecible!!! (aunque si queremos encontrar curas que
prediquen cosas interesantes, espiritualmente ricas e inteligentes los vamos a
encontrar, porque los hay).
Pero pasa algo más, no nos animamos a profundizar en estas cuestiones, nos
quedamos con las pocas cosas que nos dicen, sacamos algunas conclusiones derivadas
de aquello y nos armamos un pequeño sistema (bastante básico por cierto) sobre
cómo debe funcionar nuestra interacción con Dios. Tendemos a pensar de una forma
demasiado lineal, del estilo “si hago tal cosa, pasa otra. Si no hago tal otra pasa esto
otro (por ejemplo, si rezo Dios me ayuda exactamente de la manera en que espero)” y
no es así tan simple, porque Dios no es una máquina de la cual podemos sacar
provecho leyendo rápidamente el manual y apretando un par de botones. La
naturaleza es compleja, la vida es compleja, entender a Dios, a quien no vemos, es
complejo (así como es complejísima la psicología humana, la cual tampoco vemos, a
pesar de los innumerables artículos simplones dando recetas sobre cómo ser feliz que
podemos encontrar en más de una revista de cualquier kiosco de la ciudad)
Todo lo reducimos al plano del pensamiento, al de las ideas, y nos olvidamos de la otra
gran parte, la experiencia de la propia existencia. Decimos “esto debe funcionar así” y
cuando hacemos la experiencia de vivir, y descubrimos que eso no está funcionando
tal cual nos lo imaginamos la primer reacción es el enojo, el rechazo y la negación,
pero no nos ponemos pensar en que quizá parte del problema somos nosotros, casi
nunca reconocemos nuestra parte, mejor es echar el problema afuera.
Reducir la cuestión de Dios al plano meramente del pensamiento (la mayor de las
veces demasiado simplista y lineal) nos dificulta el entender a Dios. Solemos partir de
la idea de perfección, todopoderoso, eternidad, cielo, tierra, divinidad y las
proyectamos a Dios. Es decir, le estamos diciendo a Dios cómo tiene que ser y no le
estamos dejando a Él decirnos cómo es realmente. En definitiva, ese Dios que nos
defrauda, no es el Dios de Israel, no es el Dios de Jesús de Nazaret, no es el Dios de los
Apóstoles. El Dios que nos defrauda es el que nos hemos inventado para sentirnos más
seguros, o para tener a quien echarle la culpa de nuestras desgracias, para no
sentarnos a pensar en qué medida somos responsables de lo que nos pasa, y también
en qué medida la colectividad humana de la cual formamos parte también es
responsable. En eso último alguien podría preguntar por qué Dios no hace nada con
aquellos poderosos corruptos o esos delincuentes que te matan en la calle por un
celular. Y otra vez, aquí podríamos estar proyectando a Dios los atributos de los
superheroes justicieros de Marvel. En todo caso esas son películas, y Dios es algo
distinto. Tendríamos que poder diferenciarlos para no hacernos falsas ilusiones.
Con todo esto quise decir que ya es hora de entender a Dios de otro modo. Ya no hay
que entenderlo como ese ser benévolo, sustancial, que está allá arriba en el cielo
desde donde controla todo de maneras misteriosas, y que si en ocasiones nos sucede
algún sufrimiento es como una especia de prueba que nos está enviando para medir la
calidad de nuestra fe; y una vez probada nos envía algún regalo o beneficio que nos
hace llegar también de maneras misteriosas.
No descarto que de algún modo Dios nos ayude, pero antes que enviarnos cosas, nos
ayuda a tomar buenas decisiones, nos ayuda a pensar, a buscar amar aún cuando todo
nos juega en contra.
Volviendo a ese Dios benevolente (así lo podemos pensar cuando las cosas van bien)
que está allá arriba observando y manipulando todo… Ese no es el auténtico Dios
cristiano, ni siquiera el judío. Basta con meterse en la lectura del libro de Job en el
Antiguo Testamento. En la introducción al libro de Job, de una de las versiones de la
Biblia, que se llama “El Libro del Pueblo de Dios, editorial San Pablo” se puede leer:
“<<Job>> siente en carne propia el eterno problema del mal, que se plantea en toda su
agudeza cuando el justo padece, mientras que el pecador goza de prosperidad”. En
este libro, ya en el siglo V a.C. se intenta dar una respuesta al gran problema del
sufrimiento de los buenos ¿por qué le pasó esto a éste que es tan bueno?
Los judíos podrían haber resuelto esto de una manera más profunda aún cinco siglos
más tarde, con Jesús de Nazaret, el Mesías que siguen esperando.
Lo que quiero decir es que, si queremos conocer verdaderamente a Dios, debemos
conocer a Jesús, atendiendo en profundidad a la lectura de cualquiera de los
evangelios, pero sobre todo al de Marcos, porque es el que refleja más crudamente
quién es Jesús de Nazaret, un Jesús aparentemente demasiado humano para ser Dios
(recordemos que se nos ha enseñado desde pequeños que Jesús es Dios, y en esto no
ha estado mal esa catequesis a la que hemos criticado). Jesús es Dios decía, y resulta
que aparece con rasgos demasiado humanos para ser Dios, se lo puede ver a Jesús
dudando ¿pero cómo? Dios no puede dudar, porque lo sabe todo. Pero resulta que
Dios (Jesús) duda. Y duda porque ha querido asumir la humanidad hasta el extremo,
Dios no ha venido a endiosarnos (a hacernos todopoderosos, perfectos, omniscientes,
omnipresentes, ilimitados, invencibles <<todas ellas categorías racionales de
perfección>>), Dios vino a humanizarnos, sí, eso.
Lo humano, en tanto lo que predomine en él sea el Amor, es algo maravilloso, es lo
más maravilloso de todo lo que ha creado Dios. Para eso aparece Jesús, para tratar de
hacernos volver a aquella condición originaria a la que todos los días nos negamos a
volver: la de ser humanos, que en ejercicio de su libertad elijan amar hasta el extremo,
y que así comprendamos que la mayor de las perfecciones es la del Amor, la mayor
sabiduría es la que nace del Amor, como le gustaba decir al filósofo judío Emannuel
Lévinas. Así, la duda racional que tuvo Jesús, es vencida por la seguridad en el Amor,
seguridad de que siempre el mejor camino es amar. Es que Dios (Jesús) ha venido a
cambiar las cosas, ha venido a hacernos libres en pleno sentido. Resulta que nosotros
creemos en Dios, pero es Él mismo, en la persona de Jesús, el que elije creer en
nosotros, se arriesga, nos dice “ahora les doy la libertad ¿qué harán con ella?”.
Les cuento lo que hemos hecho, LO MATAMOS. Y si hoy viniera otra vez, nuevamente
lo volveríamos a matar, muy probablemente, porque no somos tan buenos como
creemos ser.
Tenemos que meternos también en el tremendo tema del sufrimiento de Jesús. Jesús
sufre, sí, entendámoslo bien. Lo acusan públicamente, experimenta una gran crisis
existencial en un determinado momento de su vida, duda si seguir adelante o no,
quiere dejar atrás la misión que se había propuesto, lo enjuician luego (porque
finalmente resuelve seguir adelante), lo torturan injustamente, lo clavan en la cruz, se
desangra, muere de una manera en la que han muerto muchos en los campos de
concentración alemanes. Es que Jesús es Dios metiéndose en nuestra historia y
sufriendo con nosotros, como nosotros; no viene a abolir el sufrimiento, a sacarlo.
Cristo sufre con nosotros, y eso significa que nuestro dolor es de verdad, es real, no
puede ser sacado. O, en todo caso depende de la humanidad erradicarlo, porque
¿quién puede decir que no tenemos absolutamente nada que ver con, por ej, las
catástrofes naturales por causa del cambio climático y geológico magnificados por la
actividad humana? Todos, absolutamente todos somos responsables de esos desastres
y de las muertes que ellas causan, desde los empresarios de las corporaciones
transaccionales que talan, excavan, construyen represas y detonan con dinamita
cientos de miles de hectáreas para extraer minerales para fabricar sus productos,
hasta la señora del barrio y el niño que compra en el kiosco o en el shopping esos
productos que fabricaron las transnacionales. Este ejemplo es trasladable también al
ámbito de la salud ¿qué estilo de vida llevamos, que hábitos tenemos, con qué nos
alimentamos, con qué medicamentos nos automedicamos, en qué medida nos afectan
los gases de los transportes que nosotros mismos usamos, etc, etc.?
¿Y si Dios viniera a decirnos que tenemos que cambiar radicalmente nuestra mirada de
la vida, de las relaciones interpersonales, de nuestros hábitos, de nuestras nociones de
justicia, y que tenemos que usar nuestra capacidad de elección, esa libertad que nos
dio, para hacer mejor nuestra vida? ¿Qué haríamos? ¿No sienten que no quieren
cambiar, que no están dispuestos a reconocer nuestra responsabilidad respecto de la
situación en la que como humanidad nos encontramos?
Entonces queda claro que le hemos cercado el campo de acción a Dios. La cuestión es
a la inversa ahora. No es que nosotros hemos creído en Dios y Él nos ha defraudado,
sino más bien que Él ha elegido confiar en nosotros y lo hemos defraudado.

Bibliografía sugerida:
- Biblia, Evangelio según san Marcos.
- Biblia, Job.
- José I.Gonzales Faus, Acceso a Jesús.
Links multimedia:
- Zizek, “Cristo es Dios”: https://www.youtube.com/watch?v=iLiAEGobHMY

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