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Clase 3 (primera parte)

CONFIGURACIÓN CLÍNICA DE LA ORGANIZACIÓN PSÍQUICA

Entrando en tema, yo les había comentado que la clase de hoy tenía el propósito de cerrar un
primer tema del programa que entiendo que es clave para tener los fundamentos de la
psicoterapia breve o abordajes terapéuticos de corto plazo, a los efectos de poder
considerarlos como variantes de la práctica clínica psicoanalítica. Dichos fundamentos no
surgen de recetas para hacer “un buen recorte” de la psicoterapia o pasos para una
“aceleración de los tiempos terapéuticos”, sino de un giro en la comprensión de la dinámica
que rige en la organización psíquica en el momento de la consulta.

Retomemos algunos de los puntos que estuvimos revisando, importantes para esta
comprensión. En primer lugar habíamos planteado las diferencias entre una conceptualización
del psiquismo en términos de estructura psíquica, y otra en términos de organización psíquica.
Una estructura psíquica, entonces, estaría compuesta por componentes que se forman como
tales en la relación misma; por lo tanto la estructura es algo fijo porque si sufre alguna
variación en sus componentes la estructura pierde su identidad. Por ejemplo: una fantasía
oral es una estructura que implica una zona del cuerpo con ciertas características, en unión
con un objeto de ciertas características, sólo para esa relación; por lo tanto, dichas
características son fijas e inamovibles; si cambian, cambia la estructura.

Este modelo paradigmático propio de la primera tópica del psicoanálisis clásico se contrapone
con la concepción del psiquismo como una organización compleja y heterogénea, compuesta
por diversos elementos estructurales que se vinculan entre sí con una pauta o modalidad de
relación, que presenta predominancias o hegemonías que pueden cambiar. Por ejemplo, la
relación entre la estructura yoica y la superyoica es una relación de tensión –la crítica, la
conciencia moral- que puede presentar distintos estados, desde una escena de superyó sádico
hacia el yo, con gradientes posibles hasta un superyó benevolente en su estima hacia el yo,
estados que van a imprimir esa dinámica hegemónica a la organización psíquica toda. De la
misma manera, la función de ligazón de la libido que cumplen las representaciones asegurando
el principio de constancia -dinámica modélica en la visión clásica- puede verse desbordada
por una imprevista irrupción de exceso de excitación –como en la pubertad- alterando la
dinámica imperante y desencadenando la predominancia de defensas extremas como la
descarga libidinal directa y masiva, modificación irreversible que un psicoanálisis
contemporáneo ya puede conceptualizar, entendiendo por irreversible que aunque el
psiquismo recupere equilibrio ya no será el mismo, ya hay componentes nuevos –vivencias,
huellas mnémicas, inscripciones libidinales- a metabolizar.

Los componentes simples y homogéneos de la estructura psíquica que describe la primera


tópica, es decir el psicoanálisis clásico, se han visto –inevitable y afortunadamente-
complejizados y enriquecidos con una ampliación conceptual que refleja de un modo más
cabal la heterogeneidad que nos presenta la clínica. Del clivaje de un sistema en dos
subsistemas –campo representacional Cc e Icc-, regidos por una defensa primordial –la
represión-, y regulados por un único principio –placer/displacer-, hemos pasado a una
articulación compleja de instancias y cualidades sistémicas, variedad de dinámicas defensivas
y regulaciones económicas, formulaciones complejas de libido y formas de angustia, así como
otra perspectiva sobre dinámicas y procesos de cambio.

De esta manera, con una comprensión amplia de lo que llamamos organización psíquica, en el
marco del psicoanálisis contemporáneo, ahora podemos darnos un modelo para entender
qué estamos abordando cuando tenemos una consulta terapéutica: en la consulta
terapéutica un paciente nos trae la configuración clínica actual de su organización psíquica, es
decir la modalidad de relación predominante con la que se manifiesta en la clínica, en un
momento dado. Y una cuestión importante a señalar: la configuración clínica es un efecto de
superficie de la organización toda, no un aspecto superficial con un supuesto trasfondo de
profundidad, sino la manifestación clínica actual de todo el sistema psíquico del sujeto. Así
como muchas veces se utilizó la metáfora de las catáfilas de cebolla para aludir a una
estructura psíquica que sólo podríamos conocer al llegar a lo profundo, proponemos la
metáfora del iceberg que nos muestra la misma composición física y química de toda su masa,
aunque sólo sea visible un fragmento con determinada forma; toda la organización material
del iceberg esta presente en ese extremo visible.

CONFLICTO PSÍQUICO Y CONFLICTO CLÍNICO

La primera conclusión de este desarrollo es que dado que el psiquismo de un sujeto no está en
estado estático ni es siempre idéntico a sí mismo, es necesario comprender la situación actual
del mismo y las características del conflicto, que son su expresión en el momento de la
consulta. Es decir, que no importa cuál sea el problema y la forma de su expresión, el conflicto
que nos trae el paciente, sus signos y síntomas, son siempre expresión de la dinámica psíquica
interna. Un conflicto narcisista que gira en torno al desamparo -en un paciente adulto- puede
expresarse mediante fantasías orales pasivas, o predominancia de somatizaciones, o también
compulsiones adictivas. Cada una de estas “soluciones” psicopatológicas nos muestra
psiquismos diferentes en su funcionamiento, de manera que a la hora de recibirlos en consulta
es importante comprender no sólo el problema que traen –angustia frente a la ruptura de un
vínculo, por ejemplo- si no también la forma en que ese conflicto se está expresando hoy.

La segunda conclusión, que se deriva de la anterior, es que diferenciamos entre lo que


llamamos conflicto psíquico y conflicto clínico. De la misma manera en que procesos complejos
y trascendentes como el choque de las placas terrestres no son visibles sino que se manifiestan
en un epicentro, a través de efectos en la superficie terrestre como terremotos -y no por eso
son menos empíricos-, entendemos el conflicto clínico como el epicentro del conflicto
psíquico, la expresión clínica de ese conflicto psíquico -llamado también conflicto pulsional ya
que todo conflicto es, por definición, conflicto entre la pulsión y las instancias destinadas a
moderarla-. Dicho de otra manera, el paciente se presenta en la consulta trayendo un
problema o malestar psíquico que llamaremos conflicto clínico, y que es la expresión del
conflicto pulsional, en el que participan instancias y fuerzas internas de su psiquismo,
acontecimientos recientes y no tanto, personajes, duelos y afectos que se configuran de
determinada manera en el momento actual. Un adolescente, angustiado ante el
desfallecimiento de su identidad infantil como apoyatura psíquica, puede expresar ese duelo
traumático con predominancia de intensas ansiedades hipocondríacas en la pubertad, que
luego son reemplazadas por sensaciones de vacío y depresión en la entrada a la adultez –y sin
que a partir de las primeras pudiéramos predecir las segundas.-

¿Y cuál es la razón por la que damos tanta importancia a esta distinción? En primer lugar,
porque si bien el conflicto pulsional puede permanecer el mismo durante mucho tiempo –
conflictos edípicos sin resolver, por ejemplo- su expresión clínica pueden ir variando en
distintas etapas de la vida del sujeto. Y en segundo lugar, porque las características o la forma
clínica en que se expresa hoy en la consulta –fantasías, compulsiones, somatizaciones- nos van
a señalar diferentes estrategias terapéuticas.

En síntesis, la práctica clínica terapéutica es el abordaje terapéutico de la configuración


clínica actual de la organización psíquica de un paciente, tal como se nos presenta en la
consulta.

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