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aperturas.

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Hacer consciente lo inconsciente para


modificar los procesamientos
inconscientes: algunos mecanismos
del cambio terapéutico. Revista
Aperturas Psicoanalíticas.
62-79 minutos

Número 022 2006 Revista Internacional de Psicoanálisis en


Internet

Autor: Bleichmar, Hugo


Palabras clave

Acoplamiento de experiencias, Interpretacion, Memoria labil, Peso


motivacional, Transformacion referenciada, Vinculo.

Publicado en el International Journal of Psychoanalysis, 85 (2004),


1379-1400

Resumen

Se examinan algunos de los mecanismos por los cuales la


interpretación dirigida primariamente a incrementar el conocimiento
consciente puede, sin embargo, producir cambios inconscientes,
considerándose a éstos como objetivo básico del tratamiento
psicoanalítico. Se propone el concepto de valencia o peso
motivacional de la interpretación en base a evaluar qué fuerzas de
los diferentes sistemas motivacionales moviliza
(hetero/autoconservación, sensual/sexual, apego, narcisista,
regulación psicobiológica, etc.), en cuál de éstos se apoya, cuáles
serán los que se opondrán a la intervención terapéutica y porqué.
Se analizan también ciertas condiciones que puedan explicar lo

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que se ha llamado cambio mediante la relación psicoanalítica,
señalándose que a pesar de las diferencias importantes con la
interpretación compartiría con ésta algunos mecanismos de
cambio. Lo que conduce a la necesidad de matizar la concepción
de que la interpretación se dirigiría exclusivamente a la memoria
declarativa sin efectos sobre la memoria procedimental. Se plantea
qué consecuencias podrían derivarse para la técnica terapéutica
de los hallazgos recientes en neurociencia sobre la llamada
memoria en estado lábil, proponiéndose el acoplamiento de
experiencias como parte del instrumental analítico para el cambio
terapéutico. Se presenta una viñeta clínica que ilustra algunos de
los aspectos teóricos y técnicos considerados.

La experiencia clínica ha mostrado el poder de la interpretación


para promover cambios, pero ¿cuál son las razones por las cuales
los produce? ¿Es porque hace consciente lo inconsciente? Esta
respuesta con ser cierta, al menos en parte, no termina de aclarar
la cuestión de su acción transformadora ya que obliga a la
pregunta: ¿por qué hacer consciente lo inconsciente inclina hacia
una nueva forma de sentir, de pensar, y de actuar? Podríamos
intentar responder a la cuestión del mecanismo de acción diciendo
que se altera el balance entre las fuerzas que operan en el
psiquismo, que lo que previamente estaba reprimido al encontrar
un cauce en la conciencia hace posible diferenciar fantasía de
realidad, lo interno de lo externo, el pasado del presente, o que el
psiquismo dispone ahora de nuevas energías previamente
estranguladas, aunque tampoco esto dice mucho de la naturaleza
íntima del proceso de cambio ya que requiere que demos cuenta
de porqué el hecho que lo reprimido encuentre un cauce, o que
libere fuerzas reprimidas, o que apunte a rectificar fantasías
arcaicas, encaminaría al procesamiento psíquico y la conducta en
una dirección determinada y no en otra.

De manera equivalente a lo que venimos de plantear respecto a la


interpretación nos sentimos obligados a interrogarnos acerca de
porqué la relación terapéutica, el vínculo, produce cambios. ¿Es

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porque cambia la memoria procedimental? Concordamos con esto,
aunque nos ubica frente a nuevas preguntas: ¿por qué el vínculo
cambia la memoria procedimental en cierta dirección, ciertos
aspectos de ella y no tantos otros que están también implicados en
el vínculo? Y, sobre todo, ¿por qué el paciente incorpora los
elementos de ese vínculo, la posición que en él ocupa, por qué
acepta inconscientemente participar en la forma de interacción que
la relación con el analista condiciona? Parece necesario, por tanto,
intentar profundizar en los mecanismos que hacen que la
interpretación o el vínculo producen el cambio terapéutico. Terreno
para nada nuevo en psicoanálisis, podríamos decir que ha sido una
preocupación incesante desde su comienzo y en el que contamos
con numerosos y valiosos aportes que nos orientan en nuestra
búsqueda.

Comencemos por la interpretación, y examinemos la posición de


Strachey (1934) respecto a lo que denominó interpretación
mutativa. Dice:

“Si todo va bien, el yo del paciente se dará cuenta del contraste


entre el carácter agresivo de sus sentimientos y la naturaleza real
del analista, que no se comporta como los objetos arcaicos
“buenos” o “malos” del paciente. El paciente, por así decirlo, se
dará cuenta de la distinción entre su objeto de fantasía arcaico y el
objeto externo real” (p.146).

Más adelante sostiene: “En la segunda fase de una interpretación


completa, por tanto, el sentido de realidad del paciente desempeña
un papel fundamental”.

Pero, ¿es que la interpretación modifica porque muestra una


realidad que contrasta con las fantasías del paciente poniendo en
evidencia lo inadecuado de éstas o, más bien, porque posee un
poder motivacional que es el que predomina sobre el poder
motivacional de la fantasía y de las conductas que va a modificar?
Ninguna creencia, sea inconsciente o consciente, será
reemplazada por otra si la segunda no posee un valor motivacional
que la haga más poderosa en el procesamiento psíquico. Lo

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comprobamos con los intentos frustros de mostrar al paciente
paranoide que distorsiona la realidad. Es siempre el interjuego
dinámico entre el placer/displacer entre unas y otras creencias,
entre unas y otras fantasías, entre unas y otras conductas, lo que
decide el rumbo que tomará el psiquismo. Por ello debemos
averiguar en qué condición interna se apoya la interpretación para
que lo que transmite reestructure aquello que el sujeto cree/siente
/hace. De lo que se trata, según entendemos la cuestión, es de
especificar qué es lo que mueve al psiquismo, cuáles son las
fuerzas que están en juego, y entonces sí evaluar cuál de éstas
fuerzas son las que activa y moviliza la interpretación o la relación
terapéutica, y las resistencias con que se enfrentan una y otra.

El psiquismo puede ser considerado como teniendo una estructura


modular (Chomsky, 1984), dentro de la cual existe un conjunto de
sistemas motivacionales (Stern, 1985; Lichtenberg, 1989;
Lichtenberg et. al., 1992), cada uno con necesidades y deseos
propios, con un origen diferenciado, con ciertos objetos que los
satisfacen, y angustias que le son específicas. Así, podemos
reconocer un sistema de la hetero/autoconservación
(heteroconservación significa cuidado, preservación del otro;
autoconservación, cuidado, preservación del propio sujeto); un
sistema sensual/sexual; un sistema del apego; uno organizado
alrededor del narcisismo; otro de la regulación psicobiológica. Esta
categorización que no pretende ser, inclusiva sólo se presenta a
los fines de destacar la existencia de diversos tipos de
motivaciones. Si bien esos sistemas tienen origen y evolución
propia, ello no implica encapsulamiento (aislamiento) como
propone Fodor (1983) sino que los sistemas se van organizando en
un proceso de modularización de interacciones recíprocas
(Karmiloff-Smith, 1992). Así, por ejemplo, la sexualidad, cuando es
utilizada para contrarrestar angustias narcisistas, puede
evolucionar para ser más fuente de placer narcisista que pulsional;
o, si la sexualidad genera angustias narcisistas o de
autoconservación es abortada en su desarrollo; o si sirve para el
apego pasa a ser reforzada y es orientada hacia modalidades

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impuestas por el objeto de apego tanto en cuanto a la zona
erógena como en el tipo del objeto que la despierta. Sistemas
motivacionales que se estructuran en el seno de relaciones
interpersonales que los van marcando desde el momento del
nacimiento. La estabilidad en el predominio jerárquico de uno o de
varios de estos sistemas motivacionales ofrece la posibilidad de
caracterizar ciertas estructuras de personalidad (ej.: personas
impulsadas predominantemente por intensas necesidades de
apego, o por deseos narcisistas, u orientadas hacia la
autopreservación y detección de peligros, etc.). Puede haber una
alternancia en el predominio relativo de estos sistemas
motivacionales en distintos momentos y en diferentes contextos
intersubjetivos, lo que también ocurre durante el tratamiento.

Si las fantasías y las formas que adoptan los vínculos surgen y se


mantienen porque satisfacen profundas necesidades y deseos de
distintos sistemas motivacionales, de igual manera la interpretación
para tener poder transformador debe movilizar y sostenerse en
esos sistemas motivacionales. El contenido de una interpretación
–o el vínculo terapéutico - deben ofrecer al sujeto algo que tenga
más peso motivacional que su forma habitual de representarse a él
y al mundo, de sentir, de actuar, de relacionarse. Si la
interpretación y la relación son capaces de generar cambios es
porque movilizan en una dirección determinada a ciertos sistemas
motivacionales. Ese sería el elemento común a la interpretación y a
la relación en el que consideramos útil detenernos, a pesar de las
enormes diferencias entre ambas.

No hay interpretación que no implique una acción sobre alguno o


varios de los sistemas motivacionales mencionados más arriba.
Como cualquier mensaje tiene, incluido en el propio nivel
semántico y en la intencionalidad del que la formula, un
componente afectivo y conativo, “propone” implícitamente algo a
pensar/sentir/hacer. Veamos esto con una condición que nos sirva
de ilustración. Un paciente, para proteger su narcisismo, para no
sentirse defectuoso o culpable, critica a otras personas,

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proyectando en los demás la identidad de inadecuado. El terapeuta
constata reiteradamente este tipo de defensa y se lo comunica al
paciente, incluso le muestra las raíces infantiles, las fantasías que
le subyacen en el presente, las angustias que lo impulsan. La
descripción es convincente para el analista, recoge los datos que a
alguien que no fuera ese paciente se le aparecerían como válidos,
pero sólo si se movilizan en éste determinados componentes
motivacionales la interpretación tendrá alguna posibilidad de ser
transformadora. Esos componentes motivacionales podrán ser de
diferente tipo. Así, si el paciente tiene necesidades importantes de
apego, de mantener el vínculo con el analista, los contenidos de la
interpretación podrán pasar a formar parte de su psiquismo de
igual manera que los mensajes parentales van siendo incorporados
en una identificación que asegura la relación con las figuras
significativas. O si el analista es una figura a la cual el paciente
necesita como sostén narcisista, para obtener ese sostén tenderá
a transformarse en la dirección que marca la interpretación. O, sin
que sea por el poder de la transferencia, si la interpretación va en
un sentido congruente con el ideal del yo del paciente, en la
gratificación esperada por conformarse narcisísticamente de
acuerdo a éste, se hará factible el cambio pues se pueden
abandonar defensas por el sentimiento narcisista de que “no tengo
el defecto de defenderme, de negar, de no reconocer...”. En no
pocas ocasiones el cambio de una conducta narcisista es porque la
nueva conducta promueve el narcisismo bajo otra modalidad, bajo
el sentimiento “yo cambio, y al cambiar, me veo como valioso por
ser capaz de hacerlo”. Por tanto, apoyo en el narcisismo para
abandonar otra forma de gratificación narcisista. Que la nueva
forma sea menos patológica, que sea acorde con criterios de salud
mental, eso no es lo decisivo sino que ha encontrado su poder en
aportar satisfacción narcisista; interjuego entre variantes del
narcisismo que inclina la balanza en el sentido del cambio.

O si la interpretación señala algo que moviliza sentimientos de


culpa –heteroconservación, cuidado del otro-, el paciente tenderá a
ser guiado por la preocupación por el otro, por salir de su

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egocentrismo, por intentar reparar los efectos de previas
agresiones o desatenciones del otro. O, si sustentándose en las
necesidades de regulación psicobiológicas produce, sin ni siquiera
subjetivación en el paciente de lo que está sucediendo, un estado
de mayor calma por la disminución de conflictos con las figuras
externas, lo captado simplemente como eso, mayor bienestar
psicobiológico, funcionará como impulso a dejar de lado lo que
producía tensión, en un proceso automático guiado por el principio
del placer. O si remueve obstáculos que dificultaban el placer
sensual/sexual, permitiendo que éste se incremente o que surja,
entonces será en estas gratificaciones anticipadas que encontrará
peso dentro del psiquismo.

No hay interpretación que al ser formulada por el analista no


implique la subjetividad del analista y algún grado de preferencia
por parte de éste sobre el sentir pensar/hacer del paciente, a pesar
de su intención de que esto no suceda (Aron, 1992; Baranger et.
al., 1983; Cooper, 1997; Grossman, 1996; Makari, 1997; Meissner,
1998; Mitchell, 1997; Raphling, 2002; Renik, 1998; Smith, 1997).
Sabemos de los riesgos del abuso del poder del analista, de que
éste quede colocado en el lugar de lector omnipotente del
inconsciente del paciente, pero este riesgo no desaparece porque
el analista desee ubicarse en un supuesto no saber, en ser él
mismo sorprendido por los efectos de la interpretación, por el
“voluntarismo” yoico de no ser el saber. Paradoja de una posición
que cuestiona al yo del analista para proponer una identidad de no
saber, que es también una asunción yoica, todavía más idealizada.
Por ello creemos que no se trata de renunciar a un saber sino de
cómo se lo usa, de las cautelas que guíen el hacer del analista, de
su apertura al diálogo analítico (encuentros/desencuentros con el
paciente), a la emergencia sin prejuicios de lo que derive de su
intervención (De León de Bernardi, 2003)

La intervención del analista requiere indispensablemente que pase


a ser aceptable para el paciente para que recién entonces se
convierta en meta a la que éste se acomodará referencialmente,

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inconscientemente. Por transformación referenciada entendemos
el proceso por el cual alguien se modifica tomando como punto de
referencia a un indicador externo o interno. Proceso automático,
inconsciente, uno de cuyos ejemplos más sorprendente es el de
las investigaciones que muestran cómo las personas pueden
modificar las ondas corticales lentas y los ritmos “mu” y “beta” de
su electroencefalograma (algo que intuitivamente se podría pensar
que está totalmente por fuera de cualquier posibilidad de
influencia) al observar los efectos que esa modificación de las
propias ondas cerebrales van produciendo en un monitor de
ordenador que recoge las consecuencias de las mismas, y que
actúa como referente externo. Esto permite que sujetos
cuadripléjicos escriban palabras en el ordenador mediante la
modificación de sus ondas eléctricas cerebrales al determinar que
los potenciales eléctricos se hagan positivos o negativos. (Kübler et
al., 2001; Kotchoubey et. al., 2002; Wolpaw et. al., 2002).

Lo interesante para nuestro propósito de pensar técnicas en


psicoterapia destinadas a modificar estados afectivos y
neurovegetativos es que indican que si resulta factible controlar
funciones tan habitualmente fuera de la acción voluntaria como la
actividad de ondas eléctricas cerebrales, ello tiene lugar en base a
una comparación continua entre un estado interior y un referente
que se convierte en la guía para ir ajustando el estado interior en
función de cómo esa guía va reaccionando a lo que son las
variaciones en el estado interior. Hay un proceso de ida y vuelta,
en que lo interno provoca una modificación en el exterior y esta
modificación permite cambiar algo interior, que sin ese referente
externo no podría autorregularse pues no se poseería ninguna
información acerca de qué sucede internamente. Gergely y Watson
(1996), preguntándose cómo es que la madre puede regular el
estado afectivo del bebé consideran que ese proceso consiste en
algo similar al biofeeback. En este caso, argumentan los autores,
es la madre la que actuando como el referente exterior, con su
propia emocionalidad, va permitiendo que el bebé vaya
acomodando su estado afectivo al que va constatando en la madre

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(Fonagy et. al., 2002).

A pesar de que el control de las ondas eléctricas cerebrales llama


la atención porque escapa al sentido intuitivo que todos tenemos
acerca de la cuestión, sin embargo el hecho de que un referente
externo sirva para ir modificando algo corporal que no se halla bajo
control voluntario ocurre en fenómenos que por ser tan habituales
no despiertan la misma curiosidad, y que podrían ser explicados
por un mecanismo similar. ¿Por qué los sujetos criados en una
cierta lengua son capaces de pronunciar sonidos que los de otras
lenguas no lo pueden hacer? Para articular esos sonidos se
requiere colocar los componentes del aparato fonador –lengua,
labios, velo del paladar, epiglotis, cuerdas vocales, faringe, etc.- en
cierta combinación de posiciones que no son objeto de ningún
control voluntario. Se aprende a hacerlo en un proceso de
acomodación al referente externo: se escucha un sonido y se
modifica algo interior enormemente complejo en sus
combinaciones, de manera totalmente inconsciente, hasta lograr
que lo producido por el sujeto encaje con lo escuchado.

Parecería que nos encontramos ante un mecanismo muy básico


por el cual una condición-guía externa dirige, en un acercamiento
continuo hacia ella, procesos psicológicos y corporales de modo de
ir disminuyendo la diferencia entre cada acción del sujeto y esa
condición-guía. Mecanismo al que nos ha parecido adecuado
denominar de transformación referenciada ya que es la
contrastación continua entre un estado del sujeto y un referente
que sirve de guía para ir aproximándose a ese referente.
Regulaciones basadas en la transformación referenciada que es lo
que muestran todos los estudios sobre las regulaciones recíprocas
en los intercambios afectivos entre el bebé y su personaje
significativo (Stern, 1985; Beebe & Lachmann, 2002).

Pero la transformación referenciada no es una simple cuestión


cognitiva sino que el referente-guía debe satisfacer necesidades
motivacionales del sujeto. La condición-guía a alcanzar podrá ser
la determinada por preferencias del propio sujeto –deseos,

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necesidades, ideales/mandatos del superyó- o por las de los otros
significativos, activándose tanto en uno como en otro caso todos
los mecanismos corporales, afectivos y cognitivos a nivel
procedimental o simbólico que hagan aproximar a éstos a la
condición-guía. Si se controlan las ondas cerebrales, el aparato
fonador, y muchos otros elementos habitualmente por fuera de la
conciencia, entonces no es de extrañar que suceda lo mismo con
los estados afectivos, con los procesos de éstos en el cuerpo, no
sólo con la expresión de las emociones sino con su misma
existencia. Para adecuarse al otro, se adoptan formas emocionales
que acerquen a las de ese otro. No es únicamente que se
supriman o bloqueen emociones sino que serán construidas, desde
el comienzo, en toda su complejidad, en resonancia con las de los
personajes significativos. Lo que no quiere decir que no haya
componentes biológicos innatos de disponibilidad emocional
(Davidson et. al, 2003; Keltner et. al 2003) pero sí que el
desarrollo, la amplitud, la especificación depende del otro
significativo (Dunn, 2003).

Transformación referenciada que ocurre por fuera de la conciencia


y que está en la base de la identificación que el sujeto infante o
adulto realiza con sus otros significativos. Para la cual parecieran
existir algunos módulos innatos, como el de las recién descubiertas
“neuronas espejo” en la corteza cerebral que tienen la facultad,
desconocida hasta el presente para una neurona, de descargar
impulsos tanto cuando el sujeto observa a un otro realizar un
movimiento como cuando es el sujeto quien lo hace (Rizzolatti et.
al., 2001; Stamenov & Gallese, 2002). Estas neuronas, a las que
se ha denominado "neuronas espejo", forman parte de un sistema
percepción/ejecución de modo que la simple observación de
movimientos de la mano o de la boca de otro sujeto activa regiones
específicas de la corteza motora en el sujeto observador como si
éste se estuvieran realizando esos movimientos aun cuando esta
activación motora no se transforme en movimiento actuado visible
(Blakemore & Decety, 2001; Ferrari et. al., 2003).

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Las neuronas espejo proveerían ciertos medios biológicos para
favorecer los procesos de identificación esenciales para garantizar
que el infante y el cuidador/a se encuentren, para que los
caracteres comportamentales del segundo puedan pasar a ser
parte del primero (Stamenov & Gallese, 2002). Pero, también, para
que los movimientos del lactante puedan resonar en el cuidador/a,
quien pasará a sentirlos como propios. Las consecuencias van
más allá de que el movimiento del otro, al ser observado, genere
un movimiento igual en el observador. Los investigadores que
trabajan en el sistema percepción/ejecución de las "neuronas
espejo" se plantean con mucho fundamento la idea de que este
sistema integra un circuito que permite atribuir/entender las
intenciones de los otros (1). Cuando un sujeto realiza acciones
-simples o complejas-, estas acciones van acompañadas de una
captación de las propias intenciones que impulsan el hacerlas. Se
forma así una articulación en el psiquismo de modo que la propia
acción queda asociada a la intención que la puso en marcha. Cada
intención queda asociada a acciones específicas que le dan
expresión, y cada acción evoca las intenciones asociadas. Una vez
formado ese complejo asociativo "acción/intención" en un sujeto,
cuando sea un otro quien realiza una acción que en base a las
neuronas espejo evoca en el cerebro del sujeto observador la
acción equivalente, ésta acción evocaría en éste la intención que
con ella está asociada. Es decir, la siguiente secuencia:
observación de la acción del otro, neuronas espejos que en el
sujeto codifican la activación cerebral de las mismas acciones,
acciones que en el sujeto están asociadas a intenciones. Por eso
el sujeto va a atribuir al otro la intención que tendría la acción si la
realizase él mismo. Se entiende entonces que la lectura que
alguien hace de las intenciones del otro es, en buena medida,
atribución desde las propias intenciones, con lo cual el mecanismo
de proyección es estructural en la intersubjetividad y no mero
proceso defensivo. La defensa, en realidad, hace uso de una
propiedad estructural del psiquismo.

La resistencia al cambio

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El analista, mediante la interpretación indica cierta meta a alcanzar
(Raphling, 2002); el paciente posee otras metas que le son
“preferibles” para sus sistemas motivacionales -ej: satisfacción
narcisista que le produce cierta forma de ser o de actuar, incluido el
sentimiento/necesidad de no dejarse influenciar, o satisfacción
sexual a la que no está dispuesto a abandonar, o formas de apego,
etc. Discordancias posibles entre la meta preferible para el analista
y la del paciente que determinará si se producirá o no la
transformación referenciada. Lo que denominamos resistencia al
cambio terapéutico puede ser entendido como la discordancia
entre las metas internas del paciente, con sus automatismos de
actuación incluidos, y las metas hacia las cuales el analista apunta,
más allá de su firme intención consciente de no fijar ninguna.

Lo anterior pone en cuestión los supuestos de una posición


cognitivista en psicoanálisis o la de la escuela de psicoterapia
cognitiva: no se trata únicamente de una contrastación entre
creencias, entre las “falsas” y las “verdaderas” acordes con la
realidad, sino de que las metas a las que tienda el terapeuta con
sus intervenciones no sean discordantes con las preferencias
básicas automatizadas del paciente derivadas de sus sistemas
motivacionales de hetero/autoconservación, sensual/sexual,
narcisista, de apego, de regulación psicobiológica, de evitación del
sufrimiento. Por ello, la cuestión no es sólo si la interpretación
describe adecuadamente el funcionamiento del paciente, su mundo
interno, sus formas de vínculo –debe hacerlo, no cualquier
narrativa es igual-, o que su formulación se produzca en el
momento adecuado –la cuestión del timing- sino, y especialmente
si se espera que tenga carácter transformador, que la meta hacia la
que apunte posea mayor grado de preferencia motivacional para el
paciente que sus automatismos. Para superar a estos
automatismos tiene que haber una recompensa en algunos de los
sistemas motivacionales que sea mayor que los que aquellos
proveen. Si el principio de interjuego dinámico de fuerzas fue uno
de los grandes descubrimientos freudianos, esta regla de
funcionamiento del psiquismo no se aplica exclusivamente a las

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relaciones entre instancias psíquicas –entre el yo y el superyó, por
ej.- sino, también, al existente entre las motivaciones a las que
apela la intervención terapéutica y las que mantienen
habitualmente el procesamiento psíquico dentro de ciertas
direcciones. Eglé destaca que el valor de “verdad” de una
interpretación depende de la experiencia afectiva que promueve:

“Al poner el énfasis en la experiencia afectiva más que en la


información o la verdad analítica, creo que reconocemos que la
experiencia afectiva es lo único que tiene la capacidad de dotar a
la verdad del analista, o a la interpretación “correcta”, de la
cualidad de verdad para el paciente.” (1994, p. 1094).

Desde otra posición, Weiss (1992) considera que la interpretación


resulta efectiva si es, como él la denomina, “pro-plan”, si se halla
en la dirección de la necesidad profunda del paciente.

El mérito que le vemos al concepto de peso motivacional o de


valencia motivacional de la intervención terapéutica –sea la
interpretación, el señalamiento, el consejo o la relación que se va
inscribiendo como memoria procedimental- es que ubica a ésta
dentro de un modelo dinámico: en vez de ser algo en sí misma, su
valor depende de su interacción con el estado de los sistemas
motivacionales, con su capacidad para modificar su balance. En el
balance entre lo que satisface a las necesidades de los sistemas
motivacionales y lo que está en contra de las mismas, ¿qué es lo
que predomina con una intervención determinada? ¿Qué variante
posible de una intervención terapéutica se ajustará mejor para
producir un menor nivel de contradicción con tal o cual sistema
motivacional? ¿La intervención se apoya, por ejemplo, en el
sistema motivacional del apego pero entra en contradicción con el
narcisista, hace sentir a la persona inferior o humillada, provocando
por ello una aceptación formal para mantener el apego pero siendo
rechazada profundamente por lesionar al narcisismo? O, por el
contrario, ¿apuntala al narcisismo al promover, por ejemplo, un
sentimiento de autonomía del sujeto, haciéndole sentir que puede
seguir un camino independiente respecto a personajes a los que

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hasta ese momento se sometía, pero le crea angustias de apego,
de separación, de pérdida de las figuras significativas, con lo cual
generará resistencias profundas? Todo lo cual indica que el peso
motivacional de una intervención terapéutica es un peso
ponderado: es el balance resultante de su entrada en un sistema
dinámico en que el poder de los distintos componentes –sistemas
motivacionales- suman, restan, interactúan para dar una dirección
determinada al procesamiento psíquico de las fantasías, los
sentimientos y las tendencias a la acción.

La teoría del conflicto, central en psicoanálisis, se puede aplicar así


al interjuego entre sistemas motivacionales. Alguien por
necesidades narcisistas puede reprimir necesidades de apego o
sexuales o, incluso, de autoconservación. O por necesidades de
apego renunciar a aspiraciones narcisistas aceptando toda clase
de humillaciones, negando la existencia de éstas. O por
necesidades de regulación psicobiológica dejar de lado
satisfacciones narcisistas, a la sexualidad y al apego con tal de
encontrar el equilibrio, la disminución de la ansiedad y de la
actividad neurovegetativa, que pasan ser prioritarias. Por otra
parte, puede haber una alternancia en el predominio relativo de
cada sistema motivacional. En determinados contextos y
momentos intersubjetivos, tanto en la vida real como en la
transferencia, el sistema narcisista pasa a ser dominante y
prácticamente todo gira en torno a sus deseos, angustias y tipos de
defensas, mientras que en otros las preocupaciones derivadas del
sistema de apego, o de la autoconservación (persecución,
angustias hipocondríacas, crisis de pánico) toman el comando de
la vida psíquica. Puede haber conflictos intermotivacionales o
sinergias entre los diferentes sistemas.

La discusión entre cambio mediante la interpretación y cambio


mediante la relación durante el tratamiento psicoanalítico al
enfatizar las indudables diferencias existentes puede hacernos
dejar de lado la pregunta de por qué producen transformaciones
uno y otro procedimiento, y de si existe algún elemento común

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entre ambos. Generalmente para explicar los efectos del vínculo
terapéutico solemos invocar el argumento de que el analista no
repite lo que hicieron las figuras del pasado, que ello posibilita la
incorporación de otros modelos relacionales que se inscriben en
términos de memoria procedimental, o que hay una experiencia
emocional correctiva. Pero, como planteamos más arriba, si la
relación produce un cambio es porque lo hace desde los propios
sistemas motivacionales del paciente y no por lo que simplemente
actúe el terapeuta. Por otra parte, la interpretación establece
también una forma de vínculo, otorga una identidad al paciente,
hace sentir a esa identidad como más o menos valorada por el
analista. Se podría pensar que la interpretación modifica la
memoria declarativa y la relación la procedimental. No estamos
convencidos de que esta formulación dé cuenta de la totalidad de
los fenómenos involucrados. La interpretación posee un claro
componente declarativo, consciente, semántico, pero en su decir
ubica al paciente en un lugar con respecto al que la formula y, por
tanto, reestructura la relación; la interpretación es también relación.
Esto no borra las diferencias entre la interpretación y la relación
actuada pero establece algunos puentes que permiten superar el
cognitivismo conciencialista que otorga el poder de cambio a una
supuesta simple rectificación de ideas por otras más acordes con
la realidad objetiva.

Ejemplificación del peso motivacional de la interpretación: un caso


de narcisismo paranoide destructivo

Veamos en qué se apoyaron las interpretaciones en el caso de una


persona que sufría de narcisismo destructivo, que agredía a los
demás, que manifestaba hostilidad intensa en el vínculo conmigo,
malhumor, reproches, que presentaba frecuentes actitudes
exhibicionistas. Tratamiento marcado por el sentimiento de que
aceptar al terapeuta era someterse, y por la necesidad de ser el
que humilla y no el humillado -identificación con el agresor, con
padres sádicos, hostiles. Su conducta sádica satisfacía al sistema
narcisista –fantasías de "Soy agresivo, por tanto, poderoso y

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grandioso- y al de la autoconservación –“Soy agresivo, por tanto,
poderoso y no corro peligro". ¿Cuál fue la forma de encarar el
tratamiento? Por un lado, un trabajo que podríamos considerar
típico sobre la identificación proyectiva defensiva (Kernberg, 1989;
Sandler & Sandler, 1993) en que empleé intervenciones del tipo:
"Entiendo cómo se debe de haber sentido de pequeño: humillado,
teniendo que soportar todo lo que su mamá decidía
arbitrariamente. Es como si se hubiera dicho: nunca más voy a
estar en esa situación". Además, fui viendo su identificación con el
agresor, mostrando el lugar en que me ubicaba: "Ahora yo soy el
humillado, el que debe aguantar toda arbitrariedad, que Ud. no la
siente como arbitrariedad sino que tiene el derecho a maltratarme
por lo que siente que yo y los demás le hemos hecho".

También me detuve en compartir con el paciente mi visión del


código paranoide desde el que construía al otro, a sus presuntas
ofensas y malos tratos, en la codificación que hacía de la realidad,
en cómo seleccionaba los datos que lo confirmaban y desechaba
los que no encajaban. Le planteé que siempre había mirado las
intenciones de los demás y que eso le había impedido reflexionar
sobre su propia mente, sobre la forma en que construía sus
pensamientos. Le dije que el poder colocarse como observador del
funcionamiento de su mente, el preguntarse sobre las necesidades
emocionales que le conducían a las convicciones que iba teniendo,
el no quedar atrapado en esas convicciones como si fueran
verdades inobjetables, sería un progreso decisivo, nada fácil de
alcanzar. O sea, apelación a su narcisismo para promover el
cambio. También le señalé en otra ocasión que siempre se había
sentido muy diferente de los padres pero que parecía tener, a
pesar de desear lo contrario, un rasgo en común con ellos: el
desconocer que la realidad puede ser vista de muchas maneras,
que así como sus padres no podían entender que sus creencias no
fueran las verdaderas, él, aunque llegando a distintas conclusiones
que los padres, tenía el mismo grado de "fanatismo" –palabra
usada por el paciente para describir al padre- que tanto criticaba.
Nuevamente apoyo en el narcisismo del paciente –“no seré como

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mis padres, fanático, seré superior a ellos”- como aquello que
otorgaba peso motivacional a la interpretación en el psiquismo del
paciente. En esa etapa del tratamiento no puedo considerar que
fuera la influencia de la transferencia positiva, o la necesidad de
apego, lo que promovía que lo que yo dijera tuviera poder en él, ni
tampoco la “verdad” contenida en mis interpretaciones. Más bien, a
pesar de que por narcisismo rechazaba sentir que de mí podría
venir algo novedoso, por ese mismo narcisismo no podía tolerar
ser visto, y mirarse desde su superyó, como poseyendo un
psiquismo defectuoso.

La promoción del "descentramiento respecto a la propia mente", de


modo que pudiese observar las producciones de su mente como lo
haría un observador externo, requirió la disminución de las
angustias que hacían que se equiparasen las propias ideas y la
realidad, sin fisuras entre aquéllas y ésta. El descentramiento
respecto a la propia mente es una condición que trasciende a la
autoobservación. Una persona puede autoobservarse, decir que
siente tal o cual emoción, que tiene tal o cual fantasía, pero lo
esencial es que pueda llegar a captar las razones por las cuales su
mente construye ciertos significados y no otros. Proceso paradójico
pues al contemplarse a la propia mente en sus procesos de
producir pensamientos y sentimientos se lo va haciendo desde
ciertas perspectivas, que, a su vez, pueden ser examinadas, en un
movimiento que, sin pretender ser una regresión al infinito,
constituye la mejor posibilidad del ser humano de no quedar
hipnotizado por los propios pensamientos y sentimientos.

Los efectos de las intervenciones destinadas al descentramiento


respecto a su propia mente, actividad retomada por el paciente
pero ahora narcisizada, permitieron ir moderando notablemente
sus rasgos patológicos más destacados. Como llegó a poder
expresar: "antes creía que lo que pensaba era una fotografía de
todo, tal cual como eran las cosas"; ese “antes” indica que el
cambio al que apuntaban mis intervenciones encontró en el
paciente un soporte narcisista –el sentimiento “yo cambio, no soy

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el de antes”. Pero, además, y esta es una paradoja en el
tratamiento de las personalidades con rasgos narcisistas como los
que el paciente presentaba, me incorporó dentro de sus
posesiones narcisistas: yo era el analista con el que sí se podía
dialogar en un intercambio “inteligente”. Nueva espiral en la
elaboración progresiva de su narcisismo que se apoyaba en éste
para ir transformándolo hacia modalidades menos patológicas. La
modificación creciente de su forma de narcisizarse permitió ir
dando paso a incipientes satisfacciones en sus necesidades y
deseos de apego, no sólo conmigo sino con el conseguido con
figuras que antes lo rechazaban. Mejores vínculos que
posibilitaron, a su vez, menores angustias persecutorias y, en
consecuencia, participación del sistema de la autoconservación en
el proceso de impulsar el cambio.

La conclusión más general que podría extraerse del caso en


cuanto al poder que tuvieron las interpretaciones para producir un
cambio terapéutico es que se apoyaron en las propias necesidades
narcisistas del paciente y luego, de manera jerárquicamente
secundaria con respecto a aquéllas, en las de apego y de
autoconservación. Para este paciente, la regulación psicobiológica
constituía un sistema motivacional de peso menor comparado con
las gratificaciones que proporcionaba el sistema narcisista. Así
como para otras personas –casos de crisis de pánico- el alcanzar
el equilibrio emocional, el no ser desbordado por la angustia,
constituye algo prioritario, este paciente era capaz de tolerar
niveles importantes de tensión, de activación neurovegetativa si
ello era la consecuencia de conductas que satisfacían su
narcisismo.

El acoplamiento de experiencias: interjuego placer/displacer

Pero, ¿en que radicó el poder de la interpretación, de las ideas que


le fueron transmitidas por ésta? ¿Es que simplemente el paciente
se dio cuenta de que sus conductas y fantasías eran equivocadas,
“falsas creencias”? ¿Es que cambió para adecuarse a mi escala de
valores, de criterios de salud y enfermedad? Creemos que no

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residió ahí el mecanismo de acción de las interpretaciones sino en
una de las variantes de lo podríamos llamar acoplamiento de
experiencias. Cuando en el curso del tratamiento, repetía las
conductas agresivas o exhibicionistas, cuando revivía las
“hazañas” de las que se vanagloriaba, en ese momento de
exaltación narcisista había una nueva experiencia, generada en
buena medida por mi respuesta transmitida implícitamente por la
interpretación, y por mi actitud en general, en que lo previamente
placentero quedaba, en el momento de la reactivación, acoplado
con algo que le quitaba el placer experimentado. La interpretación
no actuó por su contenido semántico, por la verdad contenida en
ella, por describir mecanismos del paciente, sino por el contenido
afectivo que producía al ser parte de un vínculo que generaba una
nueva significación y valoración. La interpretación generaba una
imagen diferente de la sostenida por el paciente con anterioridad,
representación de sí no placentera, incluso se podría decir que
desagradable, en que se veía como una persona agresiva y
exhibicionista que necesita de la aprobación de los demás. La
vivencia placentera agresiva y exhibicionista que formaba parte de
su forma de ser fue acoplada en el momento de activación, de
estado de memoria lábil, con otra que la modificó (ver más
adelante el concepto de memoria en estado lábil).

De ahí que al evaluar qué intervención será aquella por la que


optaremos durante los distintos momentos de un tratamiento, el
elemento a considerar será sobre qué sistema motivacional se
apoyará, cuál es el peso motivacional que tendrá en la economía
psíquica del paciente en cada momento y, de importancia no
menor, qué sistema motivacional o variante de éste será lo que se
opondrá a su efectividad. Si bien estamos lejos de la aspiración
utópica de poder hacer un cálculo de maximización de efectos, de
algoritmo que tenga en cuenta el conjunto de sistemas
motivacionales que obtienen satisfacción en la intervención
terapéutica y de los que se le oponen, del interjuego dinámico
entre todos ellos, por lo menos el pensar en estos términos nos
coloca en el camino de una evaluación cualitativa de los factores

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en juego. Por satisfacción de un sistema motivacional no
entendemos satisfacción subjetiva sino simplemente el que las
regulaciones a las que apunta, que lo guían, puedan ser
alcanzadas de alguna manera. Cuando varias unidades funcionan
simultáneamente, en paralelo, influenciándose entre sí, cada una
de ellas establece una restricción a las posibilidades de
funcionamiento de las otras y, por tanto, al conjunto de todas
(Westen & Gabbard, 2002). El estado que se alcanza en un
momento dado es el que satisface al mayor número de unidades
del sistema, o sea, al conjunto de restricciones que imponen a las
demás. La expresión “satisfacción de las restricciones paralelas”
indica, precisamente, que se alcanza un estado en que se han
satisfecho las restricciones que las unidades del sistema
funcionando simultáneamente –en paralelo- van imponiéndose.

Ejemplo: alguien, ante una observación por parte de otra persona


que le señala una mejor forma de hacer una tarea, si se trata de un
paciente narcisista este sistema motivacional restringe las
codificaciones posibles a una determinada: la observación es
vivida como crítica humillante. Si, a su vez, su forma de reaccionar
frente al sufrimiento narcisista fuera la agresividad –podría ser otra,
la retracción y la huida- esta modalidad restringe su tipo de
respuesta de modo que ésta será de tipo agresivo. Y si,
simultáneamente, se trata de una personalidad fóbica, con temor a
la venganza del otro, este rasgo caracterológico restringirá su
respuesta posible con la finalidad de no ofrecer blanco al otro. Su
psiquismo puede encontrar, como forma de “satisfacción” de los
distintos sistemas que imponen restricciones, el responder
mediante una agresión encubierta, de modo que se “satisface” el
sistema narcisista, el sistema agresivo, y los temores fóbicos. La
clásica idea de formación de compromiso encuentra en el
interjuego entre los sistemas motivacionales una clara
ejemplificación. De esta manera, una determinada conducta puede
ser la resultante que satisfaga a distintos sistemas motivacionales
que están simultáneamente en juego. Cuál será la intervención que
produzca la satisfacción de las restricciones paralelas que se

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imponen entre los sistemas motivacionales activados por la
intervención terapéutica y los que actúan automáticamente en el
paciente -y que se oponen a la intervención- no lo sabremos por
anticipado sino que lo iremos descubriendo por las respuestas del
paciente.

La reinscripción en palabras de la memoria procedimental no es


suficiente para el cambio

El psicoanálisis es una cuestión de la palabra y del lenguaje, pero


no sólo de ello ya que los procesamientos inconscientes tienen
múltiples formas de inscripción, y el cuerpo las suyas. Por ello, son
preguntas pertinentes: ¿Qué papel juega en cada caso particular la
palabra en la posibilidad de reestructuración del psiquismo, qué
papel la vivencia, qué papel la imagen cuasi alucinatoria que el
paciente puede convocar, qué papel el clima emocional que
produce el analista con su intervención? Son diferentes las
narrativas conscientes que el paciente pueda construir de su
historia y del momento presente, de las narrativas inconscientes
con cierto grado de organización lógica, o de las fantasmáticas
inconscientes en términos de imágenes y objetos fragmentarios, o
de diferentes formas de inscripción procedimental presimbólica en
que queda registrada la historia del paciente y que sólo pueden ser
recuperadas en formas de enactments transferenciales.
Cuestiones que colocan en primer plano la pregunta de cuál es la
relación entre el conocimiento consciente -uno de los objetivos
básicos del tratamiento analítico- y la modificación y cambio
terapéutico. Aquí es pertinente recordar lo que afirmaba Freud:

“Por tanto, para una consideración superficial parecería


comprobado que representaciones concientes e inconcientes son
transcripciones diversas, y separadas en sentido tópico, de un
mismo contenido. Pero la más somera reflexión muestra que la
identidad entre la comunicación y el recuerdo reprimido del
paciente no es sino aparente. El tener-oído y el tener-vivenciado
son, por su naturaleza psicológica, dos cosas por entero diversas,
por más que posean idéntico contenido” (Freud, 1915, pp. 171-172,

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cursivas mías)

Diferencia entre tener-oído (palabras, representaciones en


términos de discurso, de explicaciones, de interpretaciones, de
conocimiento sobre sí mismo) y tener-vivenciado a nivel emocional
y de esquemas de acción, de memoria procedimental en las
relaciones con el exterior en general y con los otros en particular.
Freud no conocía de las inscripciones que en la actualidad se
ubican como memoria procedimental (Clyman, 1991; Fonagy,
1999; Lyons-Ruth, 1999; Tulving & Craik, 2000; Davis, 2001) pero
se dio cuenta que es diferente el hablar de algo y el vivenciar ese

algo del cual hablamos (2). Los procesamientos inconscientes se


hallan formados por más elementos que palabras y significados.
Junto a éstos, a las creencias matrices pasionales, a las fantasías
complejas, existen esquemas de acción, esquemas de
coordinación entre ideas, afectos y acciones.

Lograr el cambio terapéutico no es cuestión simplemente del


levantamiento de la represión ni del mero acceso a la conciencia
de lo desconocido por el paciente -a pesar de la enorme
importancia que esto tiene, y que buscamos en todo tratamiento-
sino de algo que va más allá de la ampliación de la conciencia (3).
Se trata de modificar los procesamientos inconscientes en
múltiples niveles: en las creencias matrices pasionales pero,
también, en las formas de reaccionar a nivel afectivo, a nivel
neurovegetativo, a nivel de mecanismos anteriores a la proyección,
a la represión, a la negación, como son la desconexión respecto al
entorno, el bloqueo emocional, la desactivación parcial del desear,
incluso la defensa de intentar suspender -a veces exitosamente- la
actividad mental (Ogden, 1982). Para cada una de estas
condiciones se requieren formas de intervención específica, que
integren lo mejor del repertorio psicoanalítico. De otra forma, se
continuaría en la tendencia de usar una técnica monocorde para no
importa qué tipo de paciente o de sintomatología.

Paradojas de la técnica analítica

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Hay una contradicción entre la afirmación de que la terapia
psicoanalítica se basa en hacer consciente lo inconsciente, por un
lado, y la conceptualización de que lo decisivo es el inconsciente,
que son los procesamientos inconscientes los determinantes, que
la conciencia es un encubrimiento. Toda la teoría psicoanalítica
sobre el funcionamiento del psiquismo le otorga el peso prioritario a
los procesamientos inconscientes y la teoría de la cura, en cambio,
al saber de la conciencia. ¿Cómo se puede compatibilizar la
importancia atribuida a los procesamientos inconscientes como lo
que guía básicamente al individuo y la experiencia clínica de que
poner al descubierto el funcionamiento inconsciente produce
cambios significativos? Si el cambio ocurriera exclusivamente en la
conciencia, si los procesamientos inconscientes no se modificasen,
entonces nada decisivo, estructural, se habría alcanzado. Por ello,
hacer consciente lo inconsciente, el insight emocional, tiene poder
no porque sea algo en sí mismo sino porque constituye un primer
paso para la modificación ulterior de lo inconsciente. Un paciente
se entera de una forma de protegerse frente al sufrimiento, de una
fantasía inconsciente, de un tipo de vínculo que actúa
automáticamente, y si ese nuevo conocimiento posee peso
motivacional, entonces servirá de guía para que se vaya
aproximando a otra forma de funcionar mediante la repetición,
hasta llegar a ser automatismo, de la dirección hacia la cual el
saber consciente le va inclinando. La ampliación de la conciencia
prepara el camino, es un primer tiempo, un instrumento valioso,
para la modificación del inconsciente, que es el objetivo último de
la terapia psicoanalítica.

¿Se puede alcanzar el mismo resultado de modificar los


procesamientos inconscientes mediante la relación, mediante el
más allá de la interpretación? Lo que hoy sabemos sobre la
memoria procedimental, y el trabajo clínico, indican que la relación
terapéutica produce cambios significativos en la forma de estar con
el otro. Hay cambios mediante la relación, pero ésta tiene también
limitaciones importantes, de las que quisiéramos destacar dos:

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a) En el vínculo terapéutico es imposible que se reproduzca el
amplio repertorio de sentimientos y de conductas que el paciente
puede experimentar en otros vínculos. Si el vínculo es cuestión de
dos, si se co-construye en el intercambio, ¿acaso la posición del
analista que no reacciona con la emocionalidad de la pareja, ni
tiene el grado de implicación de ésta, ni responde con agresividad
o con amor de igual manera e intensidad que un personaje
externo, no determinará que el rango de transferencias posibles del
paciente encuentre en ello una limitación? ¿Es igual el “como si” de
la transferencia a la multiplicidad de vínculos, de emociones, de
compromisos corporales que se tienen con personajes fuera del
tratamiento? Nos parece una paradoja no resuelta en la que se
encuentran ciertas concepciones intersubjetivistas en psicoanálisis
que afirman, simultáneamente, que lo que siente y hace el paciente
en la relación terapéutica es el resultado de una co-construcción en
la que interviene el terapeuta con su sentir y su hacer, que el
terapeuta debe mantener ciertos límites a su actuación, a pesar de
su involucración espontánea, con lo cual restringen lo que el
paciente hará y, por otro lado, la postura de que el cambio tiene
que tener lugar exclusivamente en la relación con el terapeuta,
siendo prescindible la interpretación. Sin embargo, si la relación
analítica se construye de forma conjunta y el analista no se
comporta como otras figuras externas, ¿cómo podría abarcar la
relación analítica toda la gama de experiencias emocionales del
paciente?

b) Dejar librado el cambio inconsciente a la relación sin que el


paciente amplíe el conocimiento acerca de su funcionamiento es
privarle de la posibilidad de dirigir en cierta medida su vida, aun
con las limitaciones que esto siempre tiene, incluso de permitir la
generalización de lo vivido en la relación terapéutica a otros
vínculos. La conciencia engaña, sin dudas, pero es la única
posibilidad que tiene el ser humano de escapar a la repetición
ciega de sus automatismos pues lo inconsciente no engaña
menos. Por ello, pensamos que ampliación de la conciencia y
cambio mediante la relación no se oponen, ambos tienen sus

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potencialidades y sus limitaciones.

Cómo modificar los procesamientos inconscientes. La


memoria en estado lábil

Antes de proponer alguna variante técnica para la cuestión de


cómo modificar los procesamientos inconscientes, veamos unos
descubrimientos recientes sobre la estructura de la memoria que
significan una verdadera revolución en nuestro conocimiento
acerca de la misma. Hasta ahora se sostenía que las memorias
antiguas una vez constituidas, fijadas, permanecían inalterables.
Cuando esas memorias eran reactivadas, recordadas,
sobrevendría una nueva inscripción que se agregaba a la anterior;
aposición de inscripciones que determinaban la consolidación de
las mismas (Nadel & Land, 2000; Nader, et al., 2000; Sara, 2000).
Pero los trabajos experimentales muestran que en el momento del
recuerdo la memoria entra en un estado, al que se ha denominado
de memoria lábil, en que la antigua inscripción es modificada por la
experiencia que se está viviendo. La conclusión -hay múltiples
experimentos que confirman esos resultados- es que en el
momento del recordar, en ese momento, hay una reinscripción de
la antigua memoria, se reestructura, entrando en un estado lábil.
Reestructuración que implica la posibilidad de agregado de
elementos que no estuvieron en la situación original. El fenómeno
de retroacción (après-coup) descrito por Freud encuentra una
sólida corroboración en las investigaciones actuales en
neurociencia (para el fenómeno de la retroacción, incluida una
crítica a la traducción de Strachey del término Nachträglichkeit
usado por Freud, ver Thomä & Cheshire, 1991).

Una propuesta técnica: el acoplamiento de experiencias

Veamos, ahora, las consecuencias que este conocimiento sobre la


memoria en estado lábil y de reconsolidación pueda tener para
nuestro campo, para las intervenciones psicológicas
reestructurantes de creencias y de inscripciones presimbólicas
sólidamente enraizadas en el psiquismo. Por de pronto, la
necesidad, para modificar las creencias pasionales disfuncionales

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y las configuraciones vinculares disfuncionales, de revivir las
experiencias concretas, una a una, no la síntesis conceptual, no las
descripciones sobre rasgos de carácter, sino el detenerse en
recorrer las experiencias, los acontecimientos que fueron
estructurantes, tanto con los personajes importantes como con los
actuales, incluido el terapeuta. Pero no basta el revivir en sí, o el
recordar con intensidad; eso lo único que produciría sería una
reconsolidación. La catarsis no cura, lo sabemos desde Freud.

Aquí resulta pertinente, antes de continuar, introducir otro


concepto, el de "memoria afectivamente dependiente" que se
refiere al hecho de que se recuerda aquello que corresponde a un
estado emocional similar al que tiene el sujeto en el momento de
recordar. Bajo un estado de alegría se asocia con las experiencias
alegres y bajo uno de tristeza se recuerdan las experiencias
correspondientes a este estado. La asociación no es por la
temática sino que el estado afectivo -tristeza, alegría, miedo, etc.-
va convocando todo lo que tenga estas cualidades (Forgas, 2003).
El recuerdo y la asociación por el estado afectivo, la memoria
afectivamente dependiente, ha sido relegada en psicoanálisis y la
psicología cognitiva porque se ha privilegiando la asociación por el
significado o la asociación por el significante.

Uniendo los conceptos de "memoria lábil" y "memoria


afectivamente dependiente", aparecen consecuencias para la
psicoterapia, por ejemplo para el tratamiento de las adicciones.
Cuando a un paciente afectado por una adicción, el terapeuta le
muestra las motivaciones de la misma, o las consecuencias, ese
momento terapéutico está transcurriendo en un estado afectivo que
no es el del estado de placer del momento de la adicción. Las
asociaciones que va a evocar la intervención terapéutica, en el
momento de la sesión en que ésta es realizada, serán, por su
carácter persecutorio -cuestionan al paciente en cierta manera- las
correspondientes a estados de miedo, de culpa de persecución. Se
producirá una disociación entre el estado afectivo en la terapia y el
del momento en que el deseo por la droga es activado por lo cual,

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al no estar activo el recuerdo del momento del beber, con toda su
cuota de placer, no hay posibilidad de modificar la vivencia que ese
beber produce.

Para superar la disociación emocional entre el momento del


recordar en terapia y el de beber, se requiere recrear en el
tratamiento el momento de la activación del deseo de consumir. No
sirven las descripciones en términos de narrativas como "fui al bar
y me bebí la primera copa y después...". En cambio, hay que lograr
que el paciente recuerde con carga vivencial, tratando de
recuperar, casi de manera alucinatoria, el momento del deseo y el
placer de la copa. En el momento en que eso sucede, sí valen las
interpretaciones de las motivaciones o de las consecuencias, pues
se podrá reestructurar la memoria del deseo de beber. La
reconsolidación/modificación de la inscripción del momento de
placer transcurre al tiempo que la vivencia actual en ese momento
de la sesión, con lo cual sí existe la posibilidad de dotar de una
valencia afectiva, y de significado, más compleja a la primera.

En términos de Freud, no es lo mismo lo vivido que lo oído. Por


ello, la técnica de acoplamiento que proponemos busca poner en
contacto dos experiencias con sus componentes afectivos,
perceptuales, con los pensamientos, con lo hablado, en síntesis
con todo lo vivido en diferentes niveles en que eso vivido queda
inscrito -memoria episódica, asociativa y procedimental.
Apliquemos ahora este principio del acoplamiento experiencial
como forma de intervención a otro tipo de cuadros, el del trastorno
narcisista por déficit de narcisización, con baja autoestima. No
resulta suficiente el reaseguramiento, o que paciente y terapeuta
recorran los méritos, los logros, -el apoyo narcisista, emocional-, o
que se trate de mostrar que la inferioridad corresponde a falsas
creencias -la terapia cognitiva-, pues estos reaseguramientos
quedarían nuevamente escindidos, separados de las experiencias
inferiorizantes, dolorosas, traumatizantes. Resulta indispensable la
conexión vivencial de esas experiencias de inferioridad -o de
temor-, que se encuentran en estado de memoria lábil en el

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momento en que se recuerdan en el tratamiento, con otras
experiencias del pasado o con aquellas jamás antes vividas pero
experimentadas por primera vez en la relación terapéutica que
tienen una valencia opuesta a las de inferioridad. Por tanto, nueva
vivencia, nueva experiencia afectiva/cognitiva, sí, pero uniéndola
con las experiencias pasadas, con su recuerdo, de modo que lo
antiguo disfuncional se reconsolide, se reinscriba de otra manera.
El pasado y la nueva experiencia deben estar juntas en la memoria
para que haya reconsolidación de lo antiguo. Después será
necesario que las nuevas experiencias se consoliden a través de
su repetición, tiempo indispensable.

Esto nos conduce a la necesidad de superar un cierto estereotipo


interaccional entre paciente y terapeuta que ha sido descrito como
que el paciente asocia y el analista observa e interpreta (Busch,
1994). En cambio, ¿cuáles serían las intervenciones requeridas?
Como dijimos, el revivir experiencias concretas, para lo cual los
recursos técnicos pueden ser de lo más variado, y librados a la
creatividad del terapeuta y paciente: ej. traer fotos de la infancia,
vídeos, cartas, etc., de las reuniones familiares, para mencionar
algunos, porque eso crea una conexión emocional particular con el
recuerdo. Si el paciente nos cuenta, puede estar contándolo pero
sin revivirlo: relata algo a un otro, y la preocupación de que el otro
le entienda puede impedir que el paciente se quede en la vivencia
de lo que está relatando. Es necesario recuperar un aspecto de la
cura catártica pero agregándole una otra dimensión que no tenía y
la hizo fracasar: se requiere que se promuevan fantasías y
conductas en la relación con los demás que, al tiempo que
suceden, se acompañen del recuerdo del pasado. Se trata de
recrear el recuerdo con intensidad vivencial -momento en que
estará en estado de memoria lábil- para que quede insertado en
una nueva estructura vivencial de significación al acoplarse con
otros recuerdos del pasado de signo diferente o con experiencias
del presente -de dentro o fuera de la terapia- que lo reestructuren.

Freud, en "Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica", propuso

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que el paciente haga algo en la realidad (1919). El paciente fóbico,
además de comprender, tiene que actuar en la realidad. Pero esto
no es suficiente. La nueva inscripción del sentimiento de potencia y
eficacia en la realidad puede quedar escindido de las anteriores en
que el sujeto sintió lo contrario. Tanto cuando se recuerda o
cuando se actúa en la realidad una nueva conducta, el factor
terapéutico es el acoplamiento de las inscripciones antiguas con
las nuevas. Ni el recuerdo ni la actuación de por sí producen la
modificación profunda a la que aspiramos en terapia pues la
escisión entre la memoria antigua y la nueva puede persistir.

Objetivo de la terapia analítica: modificar al inconsciente

Si nuestras formas de relacionarnos se adquieren de manera


inconsciente, si los automatismos que guían nuestras formas de
pensar, sentir y actuar son inconscientes, ¿es prescindible la
interpretación, el insight, el hacer consciente lo inconsciente? El
hacer consciente lo inconsciente, y la interpretación como un
instrumento para ello, es desde nuestra perspectiva, esencial y no
reemplazable por el cambio a través de la relación, a pesar de la
importancia que le otorgamos a esto último y que ha recibido sólida
fundamentación en la literatura psicoanalítica de las últimas
décadas. Pero, entonces, ¿cuál es el alcance de hacer consciente
lo inconsciente para modificar al inconsciente, ¿cómo es que la
interpretación logra modificar al inconsciente, lo que constituye en
última instancia el objetivo de una terapia psicoanalítica que
persigue modificaciones estables, estructurales, del psiquismo? La
interpretación y el insight constituyen el primer paso en un proceso
de cambio. Como sostuvieron Joseph y Anne-Marie Sandler:

“Si bien inicialmente la aplicación de las estructuras del insight


puede ser consciente, después de un tiempo éstas se vuelven
automáticas e inconscientes en gran medida, permaneciendo
operativas aun cuando el paciente pueda no recordar el insight que
ha obtenido en el curso del análisis”. (1993, p.69)

Cuando el paciente toma conciencia de un rasgo, de un


mecanismo de defensa, de un deseo sometido a la represión por el

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superyó, de una limitación por fantasías que le impiden hacer algo,
y cuando ese nuevo conocimiento encuentra peso en sus sistemas
motivacionales, y cuando cuenta con los recursos instrumentales
para implementar en la realidad nuevas formas de actuar –se
requieren estas tres condiciones-, el conocimiento consciente
actúa como punto de referencia para que se vayan practicando
nuevas formas de sentir, de pensar y de hacer. Lo que señala la
interpretación, la meta a la que apunta, actúa como guía
identificatoria para una forma de ser a adquirir, de igual manera
que los otros significativos funcionan como modelo para la
identificación desde el comienzo de la vida. La meta del paciente
–no recaer en las viejas formas patológicas, no repetir una
conducta, no establecer antiguas formas de vínculos que le han
hecho sufrir- es consciente, pero el proceso de ir adquiriendo las
nuevas formas de ser transcurre en el inconsciente mediante el
proceso de transformación referenciada que hemos descrito más
arriba. El proceso de elaboración, que desde Freud sabemos que
es indispensable para que el cambio sobrevenga, no consiste
únicamente en que se vayan conociendo cada vez más capas de
lo reprimido sino que lo que se conoce sea capaz de quedar
incorporado en el inconsciente como nueva forma de ser, de
relacionarnos con nosotros mismos y con los demás.

NOTAS

(1) El desarrollo de dicha capacidad se ha convertido en un campo de


investigación importante e independiente de la investigación sobre neuronas
espejo, tanto en el campo de la teoría de la mente (Baron-Cohen, 1995) como
en el psicoanálisis, con el desarrollo del concepto de función reflexiva o
mentalización (Fonagy et al., 2002).

(2) Para una revisión de los distintos tipos de memoria, y su aplicación al


psicoanálisis, ver Westen & Gabbard, 2002.

(3) Ver, entre otros: Loewald, 1960; Balint, 1968; Kohut, 1971; Gedo, 1979;
Clyman, 1991; Lichtenberg et al., 1992; Killingmo, 1995; Greenberg, 1996;
Mitchell, 1997; Stern et al., 1998; Lyons-Ruth, 1999)

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