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IMPLACABLE (2)

Angie Ocampo

Published: 2022

Source: https://www.wattpad.com
ZONA CERO
 
Tendría que haberla detenido, pero no hubiese servido de nada.

Dos veces la encerré y escapó tres. La última fue de mis brazos y


el desastre que causó al salir fue tan enorme que repercudió en
todos los rincones del planeta.
Empezó una guerra para encontrar paz dentro de su cabeza.
Doy un paso atrás mientras me recupero para continuar los mil
que tengo por delante...
Todos solemos temerle a lo desconocido, por eso tiemblan
cuando Atenea Zubac aparece. Nadie la conoce. Nadie sabe quien
es o como es. Nadie sabe como luce y mucho menos cuál será el
siguiente paso que dará.
Pero yo sí. Volverá para destruir lo que quedó y entre los
escombros me encuentro yo.
Una de las claves para ganar la guerra es conocer al enemigo y
yo la conozco hasta mejor que ella misma...
¿Cómo voy a dispararle a un oponente que solo quiero proteger?

"El verdadero soldado no lucha porque odia lo que tiene


adelante, sino porque ama lo que tiene detrás".
G.K. Chesterton

CAPÍTULO 01
 
Atenea
El látigo cae contra la piel de mi espalda. Siento como el ardor
alimenta mis ganas de caer en la oscuridad. Ya no respiro, ya no me
muevo, ya no lucho.
Las rodillas se me empapan con el pequeño charco debajo de mí
que ha hecho la sangre que gotea por mi espalda. El frío está
anestesiándome y mis lágrimas están congelándose, pero ellos
están riendo, riendo como si realmente fuese un ser mitológico al
que estuvieran sometiendo.
Soy exactamente igual a ellos. Tenemos los mismos órganos.
Sufrimos de las mismas necesidades, pero entre tantos parecidos
solo hay algo que nos diferencia y esa es la fuerza que no llevo en
los músculos, si no en mi mente.
Cuento los pares de zapatos que me rodean. Mi cabeza está baja
y planeo no levantarla. 
—Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis. Seis y dos son
ocho y ocho, dieciséis... —canto en un susurro, pero otro azote me
interrumpe y causa que mi frente termine golpeándoselo contra el
suelo. Un gruñido sale de mi boca y cierro los ojos para canalizar el
dolor.
—Vuelve a abrir la puta boca y el próximo latigazo irá a tu cara —
escupe uno de ellos en mi dirección.

Dieciséis...
Abro mi boca exageradamente y empiezo a gritar sin cordura.
Identifico el momento en el que deciden volver a enviar en látigo en
contra mía y me ruedo hacia un lado con rapidez. Esquivo la cuerda
hecha de cuero y puas. Quedo sobre mi espalda y encojo mis
piernas para pasar por mis glúteos las manos que llevaba atrás
atadas.
Me impulso hacia el frente para levantarme. Corro hasta el primer
hombre que me apunta al pecho y detona el arma, guío lo que une a
mis muñecas al camino en el que viene la bala y cuando esta lo
impacta quedo al fin liberada. 
En cuestión de segundos lo desarmo y me escudo detrás de su
cuerpo después de callarle una bala en la cien. apunto a mi lados
para deshacerme de cuatro más, pero las balas se me acaban y
debo buscar otra arma. 
Once más están descargando una ráfaga mortal en mi dirección.
Voy hasta uno de los ductos de ventilación del barco y me cubro
detrás de él. A mi lado izquierdo hay un arma, pero no hay nada que
me proteja.
Cuento hasta tres y me lanzo por ella, para luego volver a
ocultarme y empezar a descarga las 10 balas en cada cabeza que
me persigue hasta solo quedar uno en pie.
—«Сдаваться» —«ríndete» pronuncio en ruso.

—«ты умрешь» —«vas a morir» responde.

Salgo de mi escondite y le apunto. No tengo balas, pero algo de


valor aún puedo disparar. Llevo con lentitud el arma hasta mi cien. 
—No les conviene matarme, me necesitan viva y eso lo sé muy
bien —río y empiezo a presionar lentamente el gatillo.

—¡No! —grita el hombre e intenta correr hacía mi.


Levanto mis ojos para ver al hombre que está por dispararme un
sedante desde lo alto. Gesticulo con mi boca un jódete.
Dispara y en menos de un segundo siento el dardo sobre mi
hombro. Lo detallo y lo último que recuerdo es como la helada y
salada brisa golpeaba mi piel al caer sobre el suelo.
🐍
Semanas después...
La alarma revienta mis oídos. No sé que hora es, no sé donde
estoy. Vuelve a sonar y esta vez lo hace con más fuerza. Las
puertas se abren y esto da la orden de salir al área dos. La zona del
comedor.
Me pongo de pie y organizo la camisa negra del uniforme, ajusto
los pantalones que en un principio me quedaban bien y hoy me
quedan grandes. He bajado notablemente de peso, debido a que
solo nos ofrecen una comida al día.

Me asomo al oscuro pasillo. Nunca sé si es de día o de noche.


Me animo a caminar hacia el punto de encuentro. En este lado de
la prisión solo estoy yo recluida. Me tienen aislada del resto solo
porque he tenido que cortarle la garganta a alguna que otra
persona.
Sigo caminando sin parar, sé que me están vigilando a través de
las 13 cámaras en ángulos de 45 grados que cubren toda mi ruta.
Tienen un detector de movimiento incorporado que en lugar de ser
una ventaja para ellos, será pronto una ventaja para mí.
Llego al patio en forma de círculo. La luz artificial se cuela por la
cuadrícula de rejas que tengo encima. Me siento en posición de
indio en la mitad de lugar. El olor a mar llega a mis fosas nasales y
si no fuera por eso creería que no estoy dentro de un maldito barco
hecho de hierro y acero reforzado. Su diseño fue creado para que
nadie aquí adentro esté consciente de lo que hay afuera, pero yo
conozco todo a la perfección.
La baja temperatura hace que mi cuerpo tiemble y por inercia me
abrazo a mí misma. Debemos estar cerca de algún polo, espero no
sea el sur. Me traen a esta área sin calefacción para torturarme y
llevarme hasta el borde de la vida, pero sin caer en la muerte.
Esta es la tortura más leve comparándolas con las otras. Ante mis
ojos han pasado cientos de cosas en este último tiempo que no
puedo definir si como semanas o meses.
Presencié torturas y fusilamientos de otros. Ya lo he hecho antes,
entonces no fue nada nuevo para mí.
Abuso sexual. Me encerraron en una cámara de cristal mientras
veía como unos 20 hombres con el rostro cubierto se masturbaban
frente a mí.
Humillaciones. Me obligaron a comer deshechos, a andar a cuatro
patas frente a todos los guardias, llenaron mi cabello de pegamento
industrial y luego lo cortaron con una navaja.
Posiciones forzadas. Aunque suene sencillo, me obligaron a estar
de pie durante mucho tiempo.
Golpes sin objetos y con ellos. Esta es fácil de aplicar, pero no de
soportar, creo que tengo algunos huesos rotos que aún no han
sanado.
Colgamientos y privación del sueño. Estuve elevada, amarrada
del techo con mis manos atadas y sin poder dormir 180 horas,
porque cada que cerraba los ojos, me aventaban agua helada.
Exposición a altas y bajas temperaturas por horas. Me encerraron
en una cámara de gas durante algunas horas y luego me quitaron la
ropa, me echaron agua helada y me dejaron a la intemperie en este
mismo patio con temperaturas tan bajas que rocé la hipotermia.
Aplicación de electricidad. Me acostaban atada sobre una cama
metálica y con pinzas eléctricas proporcionaban bajas descargas de
electricidad por tiempos prolongados.
Asfixia o el famoso "Submarino". Tendida sobre el piso, ponían
una toalla mojada sobre mi cara y arrojaban agua sobre esta, o
sumergían mi cabeza dentro de un cubo de agua hasta que me
desmayaba.
Confinamiento en condiciones infrahumanas. Me han encerrado
en lugares estrechos, llenos de suciedad, con ratas, cucarachas y
serpientes.
Y todo esto es porque hay algo que quieren de mí y jamás se los
voy a decir, porque ni siquiera yo sé qué es.
—¡Hey, zorra asquerosa! —dice uno de los guardias.
Levanto mi cabeza y al ver que viene acompañado de otros dos
hombres me pongo de pie.
¿Qué festín tendrán preparado hoy para mí?
Se detienen y me analizan de arriba abajo.
—Alguien te quiere ver —canturrea.
—No hasta que me peine —señalo mi cabello mal cortado. El
primer día que llegué me raparon al cero, ahora lo llevo hasta las
orejas y debe ser un desastre.
—La zorra nos salió comediante —dice caminando hacia mí.
Me toma fuerte del brazo y me hala hacia un pasillo. Me lleva a
rastras por todo el lugar hasta llegar a una habitación iluminada y
vacía, más que el resto.
—Pórtate bien —trata de tocarme la cara, pero lo esquivo.
Sale riendo y yo llevo toda mi atención al hombre que está parado
en la esquina.
—Realmente están haciendo bien su trabajo, te ves asquerosa —
repara con repudio.
—¿Quién es usted? —pregunto detallando al hombre de traje que
se aproxima a mi posición.
Tiene el cabello negro y los ojos cafés, está recién afeitado y
huele a colonia. Es la persona más normal que he visto en meses.
—Vengo en representación de alguien a quien le has hecho
mucho daño —dice.
—Le he hecho daño a muchas, es mejor que sea más específico.
Quiero sentarme en el suelo, las piernas aún me duelen por los
golpes de hace un par de días. Y la falta de agua y de comida me
tienen al borde del desplome, pero sigo con mi porte altivo aunque
esté a punto del derrumbe.
—Hay alguien a quien tu familia le ha quitado mucho y él ahora
quiere hacer lo mismo —se mueve lentamente por la habitación.
—Un hombre sin huevos que no es capaz de venir a dar la cara y
envía a un perro lacayo—escupo.
—A este perro lacayo que ves aquí, le pagan millones de libras
por hacerte la vida un infierno —se señala el pecho.
—¿De qué vale el dinero si no tienes poder? —trato de moverme
un poco también —. Eres un subordinado y lo seguirás siendo con o
sin millones.
—Ya veo porque te odian tanto —se detiene y me repara —.
Agradece seguir respirando.
—Es completamente lo contrario. Me aburre ya tanto dolor —
confieso.
Hay días en los que no veo un mañana y tampoco trabajo en
imaginarlo, simplemente quiero dormir y no volver a abrir los ojos,
pero siempre pasa, siempre despierto. Y aunque he planeado
escapar durante tanto confinamiento, algo siempre me falta. Eso es
ayuda y no estoy dispuesta a pedirle nada a nadie aquí adentro.
Todos quieren matarme y yo los quiero matar a todos. No hay punto
medio. Estoy en una jaula llena de tiburones, esto no es el ejercito,
aquí no hay leyes, ni restricciones, solo ira, sevicia, odio y
venganzas reprimidas, nada es personal, pero hay que tomar la
situación como si si lo fuera. Supervivencia, le dicen.
—¿Es real lo que estás pidiendo? ¿Quieres morir? —sonríe.
—¿Qué buscan? ¿Qué quieren? ¿Por qué tanto sin sentido? Las
torturas son métodos de lo que no hay que abusar. Primero se
pregunta, para que la víctima tenga todo el tiempo del mundo para
pensar en ella. La clave está en la paciencia no en el dolor y tú,
quién sea quién eres, estás fallando en eso. He tenido mucho
tiempo apra sufrir y pensar que ya nada lo vale. Perdiste la mínima
oportunidad que tal vez te hubiera concedido de abrir la boca, si es
que es información lo que buscas.
Me analiza otra vez por unos segundos hasta que vuelve a hablar.
—Nunca vas a salir de aquí, Atenea —cruza los brazos sobre su
pecho —. Alguien está haciendo hasta lo imposible porque eso
nunca suceda.
—Ya veremos —susurro. 
—Iré al grano de una vez. No vine a charlar.
—Lo sospeché.
—Es verdad que necesito información —se acerca y yo por
inercia retrocedo. Estoy muy débil para defenderme.
—Ya te dije que estoy cansada y no voy a responder nada.
—¿Dónde está ubicada la Zona Cero?  —pregunta de todos
modos.
No respondo y miro mis uñas. Demacradas, sucias y con
cicatrices. Solo ansío poder volver a mi celda, a mi rincón y no ver
nadie.
—Voy a intentarlo otra vez, Atenea —dice y da otro paso más que
causa que yo de otro hacia atrás.
—¿Dónde está ubicada la Zona Cero? —vuelve a preguntar.

El nombre me suena, me hace eco, pero no encuentro nada. Sé


que si estuviera afuera podría estar sabiéndolo en un par de días, o
tal vez horas, pero no encuentro la manera. Le he dado mil vueltas a
cada plan para que alguno al fin encaje, pero no pasa y mi cuerpo
no va a aguantar más tanta violencia. La boca me sabe a hierro, mi
pulso suele acelerarse y caer de maneras bruscas cada que caigo
profundo.
—Déjeme salir y lo averiguaré.
—¿Qué parte de "no saldrás nunca de aquí" no entendiste?
—¿Qué parte de "no diré nada" no entendiste?
Respira hondo y se estrega la cara. Se ve cansado, viejo y triste.
Un hombre amaestrado por las élites, estresado por la ley,
sobornado por el gobierno y elogiado por la mafia. ¿A qué criminal
le estará dirigiendo la perrera? No tiene ningún acento, ni tampoco
usa jergas como los italianos. Su inglés es perfecto, pero no tanto.
Tal vez Australiano. Conozco australianos en la mafia italiana, pero
últimamente había descubierto algunos en la CIA.
—Encontramos tu nombre en una lista confidencial  —agrega de
repente.
—Intuyo que al decir lista es porque había más nombres.
¿Cuáles?

—¿Por qué la gente le pone nombres de dioses griegos a sus


hijos? ¿Qué tan geocéntrico y narcisista hay que ser? —escupe en
mi rostro para seguido pronunciar de su boca un silbido que causa
que cuatro hombres entren con una silla, toallas y baldes llenos de
agua. Otro submarino —. Voy a encontrar ese lugar y tú nos lo dirás.
Chasquea los dedos y los cuatro hombres proceden a tomarme a
la fuerza y atarme a la silla. Trato de zafarme, pero es imposible,
gracias a mi pésimo estado físico cada movimiento arde.
—Dime, Atenea, ¿al menos de qué continente hablamos? —se
posa frente a mí.
No respondo.
—No eres sorda, sé que escuchaste —con su mano toma
fuertemente mi quijada —. Voy a preguntarlo de manera diferente...
—aprieta más el agarre hasta que lo torna doloroso —. ¿En qué
ciudad está el centro?
—¿Es un centro? ¿Centro de qué? —pregunto.
—No. No uses esa mierda de ataque conmigo. La ignorancia no
es lo tuyo.
—Nada es lo mío.
Chasquea los dedos y seguido un hombre moja la toalla y la pone
sobre mi cara. Me retuerzo con pánico y tomo aire lo más que
puedo. Echan la silla hacia atrás y quedo de cabeza. Siento el agua
helada impactar contra la toalla y mi rostro. Mis fosas nasales
empiezan a llenarse de agua, es imposible evitar el ahogamiento en
esta posición y ellos lo saben.
El agua se siente como ácido en mi nariz cuando intento obtener
algo de oxígeno. Me estoy ahogando y no puedo hacer nada por
evitarlo. Tiempo después de desesperación y agua en mis
pulmones, la tortura termina. Retiran la toalla y vuelven a ponerme
recta.
La tos se hace presente, mis fosas nasales y mi garganta arden,
escupo agua a montones. Me siento desorientada y con ganas de
vomitar.
—Vamos bella, Atenea, danos la ubicación, no queremos tener
que hacerte sufrir más. Ya bastante lástima das —hace un falso
puchero.
—Estoy cansada, ya lo he dicho —digo, casi susurrando. 
La verdad es que nunca había sido tan honesta en mi vida hasta
hoy. Siento la sangre ardiéndome en las venas y no es normal, me
cuesta caminar y respirar. Estoy a tres torturas de caer.
—Es imposible —se abotona el saco —. Y nos gusta hacer lo
imposible . Continúen las torturas de rutina, algún día cederá.
Sale de la habitación dando largos pasos sin voltear a mirar atrás.
Vuelven a repetir la tortura dos veces más y cuando estoy por
desmayarme, me despiertan con algún tipo de spray, me secan, me
visten y me arrastran por todo el pasillo.
—Hoy se acaba tu confinamiento —se ríe uno de ellos —. Espero
que con eso hayas aprendido la lección de no matar a nadie más.
—¡Andando! —grita otro hombre. Con su fuerza me eleva hasta
quedar vertical y arrastrarme por el pasillo.
—Hola Zubac, que lindo es verte después de un largo mes —me
saluda el alcaide, que viene caminando hacia nosotros —. Espero
hayas aprendido. Estarás toda la vida aquí, hazlo llevadero.
Trata de acariciar mi mejilla, pero volteo la cara y sonríe. Es
alguien diferente al alcaide que conocí una vez, alguien más
anciano y desagradable.
—¿Qué día es hoy? —pregunto entre la tos.
—¿Qué importa? —se gira y se echa a andar nuevamente.
Los guardias me empujan para que haga lo mismo. Reconozco el
camino, vamos hacia la cafetería. Me tiran hacia el salón donde hay
unos quince reclusos.
—No mates a nadie —advierte y cierra la reja.
Acomodo mi camisa mojada e inspecciono el lugar. Todas tienen
los ojos sobre mí, saben lo que he hecho y apostaría que esta
misma noche, alguna me va a atacar nuevamente.
Camino hasta una mesa solitaria y me siento, comenzando a
ignorar todos los ojos que me escudriñan. Mis manos se vuelven la
cosa más interesante que jamás haya visto, observo mis uñas
mordidas hasta estar en carne viva a causa de la ansiedad, no la he
podido controlar muy bien aquí adentro.
—Ese es un muy mal corte de cabello —una voz femenina hace
que levante la cabeza.
—Solo sabían hacer este —digo sin ganas. Pensé que me
llevarían a la celda, quiero cerrar los ojos por completo, al menos
una hora. No me siento bien, pero no puedo bajar la guardia en este
lugar y menos ahora que alguien se ha acercado demasiado.
La mujer se sienta frente a mí y cruza sus brazos sobre la mesa.
Es una mujer alta, rubia. Se ve peligrosa.
—Me llamo África —extiende una mano hacia mí.
La miro dudosa, no quiero más problemas. Después de la tortura
no me queda fuerza ni ánimos para nada.
—Vamos, no muerdo —vuelve a hablar cuando ve mi indecisión.
La tomo al fin y la estrecho débilmente.
—El mío es...
—Venom —termina por mí —. Un asesino que entró hace poco
nos lo dijo. Tienes una envidiable reputación.
—¿Qué asesino? —cuestiono con extrañeza.
Me pongo recta y poso toda mi atención en la rubia con cabello
trenzado.
—Te lo presentaré después. No tengo tiempo, debo irme pronto o
ya sabes lo que pasará. 
Nadie aquí puede hablar con el resto por más de tres minutos.
Quienes nos vigilan están encima contando cada palabra que sale
de nuestra boca.
—Entiendo —digo mirando hacia el resto y luego vuelvo a ella —.
¿Qué quieres?
—Tranquila —alza las manos en son de paz —. Vengo por
negocios.
—No hay mucho que negociar aquí adentro.
—Claro que sí —se aproxima a la mesa —. El negocio del escape
—susurra.
—No necesito hacer ningún negocio para escapar —objeto.
—Pero sí has pensado en escapar. Hablamos el mismo idioma,
muy bien.

La analizo de pies a cabeza. 


—¿Y cómo crees que te podría ayudar? —bufo —. Mírame, estoy
a dos pasos de morir.
Mi aspecto físico es deplorable, las cicatrices y heridas que tengo
en la piel nunca se irán y mucho menos las internas. Cada que bajo
la vista a mi cuerpo desnudo y observo por todo lo que ha pasado,
sé que nada volverá a hacer igual.
—Aunque no lo creas eres la persona más fuerte que jamás he
conocido. Llevo más de 6 años aquí y es la primera vez que he visto
que alguien no se suicide después de tantas torturas y sobretodo
que sobreviva a ellas —habla casi susurrando —. No te quieren
asesinar, te quieren viva y sufriendo.
—Lo sé —digo, exhalando el aire. No debería hablarle más.
—Sé que eres alguien importante allá afuera, sino, no te
torturarían de esa manera. Te necesitamos —su expresión cambia a
súplica.
—¿Qué necesitan exactamente? —susurro.
—Lo que mejor sepas hacer.
—Sé hacer muchas cosas.
—Entonces hazlas todas, aquí no hay ley, pero espero que al
menos puedas tener algún contacto afuera, en Asia.

—No tengo contactos afuera —niego con la cabeza.


—¿Ni siquiera un amante que esté preocupado por ti?
Me río nasalmente.
—Ese "amante" fue el que me envió aquí.
—Una razón más para querer salir de aquí. ¿Piensas vengarte?
—No lo he pensado.
—Empieza a hacerlo porque vamos a salir.

—No he dicho que vaya a ayudarte  —digo  —. Yo no ayudo a


nadie. Además, ¿qué tiene que ver que solo sea de Asia el
contacto?
—La única señal que logramos interceptar, es un satélite barca
que cubre a Asia, solo podemos enviar un mensaje a alguien de
alguno de esos países y ni mi compañero, ni yo conocemos a
alguien ahí —dice con decepción.
—Conozco a alguien en Japón —digo.
—¿A quién? —pregunta con emoción.
—Al Oyabun de la yakuza.

Notita:
Buenas buenas otra vez volviendo a ponerme modo Atenea y
amo. Un besooo.

CAPÍTULO 02
 
Atenea
La puerta se abre y el sonido de la alarma entra. Salgo hacia el
pasillo, pero solo asomo mi cabeza. Al fin he salido del
confinamiento y no quiero caer en ninguna trampa. Cinco mujeres
salen caminando hacia la cafetería y me les uno manteniendo la
distancia. Entramos al área y somos recibidas por los perros negros,
como les he nombrado a los de seguridad, quienes ni siquiera
enseñan los ojos.
África se posa a mi lado, viene de otra puerta, de otro sector.
—Hoy nos separarán,   dijo uno de mis socios quien fue el que
hackeó la señal del satélite y también las cámaras de enfermería —
me informa en un susurro.
La miro con sorpresa.
—¿Cómo se llama?
Alguien que maneja muy bien las computadoras también se
encuentra aquí y puedo apostar que es el responsable de esto.
—Takashi —responde confirmando lo que pensaba.
—¿Dónde está? Tengo que hablar con él —pido.
—No podemos hacer eso ahora —me detiene —. Toma, él me dio
esta USB, dice que solo hay que conectarla y se te abrirá una
aplicación donde podrás abrir cualquier página en Internet.
La tomo y con disimulo la escondo entre mi horrible ropa interior.
Caminamos hasta una de las mesas, donde hay dos platos de un
puré blanquecino y con mal olor.
—Al menos hoy no fue la carne rara —se burla.
Comemos con asco, pero ambas sabemos que debemos hacerlo.
—¿Cuándo pelearemos? —pregunta.
Termino hasta la última migaja.
—¿Qué tal ahora?, tengo una blanca —dice refiriéndose a que
tiene una navaja.
Tengo verme con Haru hasta el momento de escapar. Pero ahora
me pregunto, ¿por qué él no se contactó con su gente de Asia?
Sospechoso.
—Que comience el show, entonces —le sonrío.
África también me sonríe y tira los platos metálicos al suelo,
haciendo que un estruendo retumbe en toda la cafetería.
—¡Tú eres la maldita zorra! —se pone de pie con ira y me señala
—. No me puedes juzgar por tener sexo con 4 hombres al mismo
tiempo, ya quisieras tú ser tan atractiva como yo.
Me río internamente de su actuación y procedo con la mía.
—¡Eso es ser zorra! ¡Uno tiene que guardar su virginidad hasta el
matrimonio, para un solo hombre en su vida! ¡Dios jamás te lo va a
perdonar!
—¡Dios me puede mamar la...! —no termina porque me lanzo
encima de ella.
Empezamos a forcejear y noto como todas alrededor empiezan a
clamar y pedir que nos matemos.
África saca el puñal y me preparo para lo que viene. Lo empuña y
dejo que lo entierre en mi muslo.
—¡Ah! ¡Maldita hija de puta! —me tiro al piso por el ardor.
Mierda, duele.
—Con esa boquita le hablas a tu dios —se yergue encima de mí,
pero un guardia la toma de los brazos y en una hábil maniobra la
estampa contra el suelo.
Siento mi pantalón empapado en sangre, me saco el puñal
enterrado con determinación y sin quejarme. He sufrido cosas
peores aquí, esto es un rasguño, pero necesito sangrar aún más
para que me envíen con alguien a la sala de cuidados.
Necesito ponerme al borde de la muerte para encontrar mi
libertad.
🐍
Lo primero que veo cuando abro los ojos, es la luz blanca del
techo y eso me alerta de que el plan ha salido bien, estoy en la
enfermería.
Siento una leve presión en mi pierna izquierda y bajo mi vista a
ella. Una mujer de cabello castaño está suturando mi herida.
—No te muevas, ya casi termino —indica.
Vuelvo mi vista al techo y dejo que finalice la curación. En mi
mente repaso lo que me ha dicho África. Aquí en alguna parte de
esta ala hay un ordenador algo viejo, pero que servirá para
enlazarme al satélite.
—Listo, como nueva. Procura no caminar mucho —dice y se
aleja.
—¿Me darás algo para el dolor? —me quejo cuando me siento en
la camilla —. Duele como la mierda, por favor.
—Tengo indicaciones de no darte ningún medicamento —me mira
con seriedad.
—¿Por qué?
Noto que estoy sin pantalones, inmediatamente me llevo la mano
al lugar donde escondí la memoria y mi corazón vuelve a latir
cuando la siente.
—No lo sé, así me lo ordenaron y en este lugar es mejor no hacer
preguntas —se pone de pie y se dirige a la puerta.
—Por favor, no quiero sentir más dolor. Suficiente tengo con las
violaciones —emito un sollozo y agacho la cabeza.
Necesito causarle pesar.
—¿Violaciones? —se detiene y se gira —. Tengo entendido que
aquí no practican ese tipo de tortura.
—Solo lo hacen conmigo, soy importante allá afuera y alguien
está pagando mucho para que viva un infierno —me tapo la cara
con las manos y finjo llorar.
—Dios... Yo no sabía... Iré a hablar con el alcaide —dice.
—¡No! —la detengo —. Me matará si se entera de que se lo dije a
alguien. Es que usted luce amable y yo... Yo pensé que me ayudaría
al menos con algo para el dolor si se lo decía. Por favor no diga
nada —le ruego con lágrimas cayendo por mis mejillas.
—Debo ir al almacén por los medicamentos anestésicos, debes
esperarme aquí —me señala a modo de advertencia —. Hazte la
dormida por si alguien viene.
—Está bien. No sabe cuánto le agradezco, este será el mejor día
de mi vida desde que llegué aquí —subo mis piernas a la camilla.
—De nada, no soporto que violen a una mujer. Ya vuelvo —dice y
sale del pequeño cuarto blanco.
Espero 2 minutos a que esté lo suficientemente lejos y bajo de la
camilla, y camino cojeando hasta la puerta. Asomo mi cabeza para
divisar el pasillo, hay un guardia de seguridad paseando al final y al
frente tengo otra puerta.
Espero a que me dé la espalda y me lanzo a girar la perilla. Entro
y me muerdo el labio para no gritar por el dolor que me acabo de
causar en la pierna.
Vuelvo a concentrarme y miro a mí alrededor, estoy en una
oficina, pero no veo ningún ordenador. En seguida mis ojos notan la
presencia de otra puerta y doy saltos en una pierna hasta ella.
Cerrada.
—Mierda —susurro.
La cerradura es básica, no es automatizada como el resto. Tengo
que encontrar algo para abrirla. Busco por todo el lugar y lo único
que hallo son clips para juntar papel.
Servirán.
Procedo a sabotear la cerradura y unos minutos de angustia
después al fin termino abriéndola. Dentro está una vieja
computadora, la enciendo y meto la USB, activo el programa e
ingreso a mi correo personal, en el cual tengo algunos contactos,
entre ellos el de Aiko.
Memorizo el número y extraigo el pequeño aparato, apago la
computadora y dejo todo tal y como estaba. Cierro la puerta con
seguro y guardo los clips en mi ropa interior.
El corazón me late a mil kilómetros por hora cuando salgo al
pasillo, el guardia sigue paseándose de un lado al otro. Da la
espalda y salgo corriendo, ignorando la puñalada que me dio África.
La muy maldita se emocionó y la clavó toda.
Cuando entro aún no hay rastros de la enfermera y trato de
calmar mi pulso. Me acuesto sobre la camilla y respiro hondo.
—Casi no llego, un guardia de seguridad no quería darme el
permiso, tuve que decir que eran para mí —dice exhausta.
Pongo mi mejor cara de tristeza y dolor.
—Gracias, en serio —le sonrío.
—Solo lo aplicaré local —dice sacando una jeringa.
Asiento con la cabeza y ella prepara el líquido para proceder a
clavarme la aguja cerca de mi sutura.
—Listo, puedes irte —bota todo —. ¡Guardia!
Segundos después un hombre entra y me carga en sus brazos
hasta mi celda.
—Deben pagarte mucho —le comento.
—Cállate —indica y hago caso.
Una vez ya ubicada en mi putrefacta celda comienzo a repetir el
número de Aiko en mi cabeza hasta que me quedo dormida.
🐍
Tres días después...
—¿Cómo te fue en tus vacaciones? —le pregunto a África.
Estamos en la cafetería comiendo algo de extraña procedencia.
—Le agradecí a tu dios no sufrir de claustrofobia —rueda los ojos.
—Estamos a paz, me clavaste todo el maldito puñal, hija de puta
—susurro.
—No me culpes, había que hacerlo creíble. ¿Tienes el número?
—también baja la voz.
—Sí —digo echando la cuchara a mi boca.
—¿Y? —pregunta,
—¿Cómo que "Y"? Necesito un teléfono, no puedo llamar por
telepatía a alguien —digo obvia.
—Te lo conseguiré esta noche. Pero eso sí, no te va a gustar la
manera en la que tendrás que ocultarlo —ríe pícara.
El día pasa tranquilo, al parecer estas últimas semanas le dieron
un descanso a mis torturas, pero me preocupa, tanta calma no
puede ser real.
Al volver todas a las celdas, la mujer que hace beatbox me toma
suavemente del brazo.
—Blanquita, te enviaron esto —me pasa algo duro envuelvo en
tela —. Recuerda esconderlo en tu vagina.
Lo tomo y lo guardo en mi ropa interior.
Espera, ¿qué dijo?
—¡Andando, zorras!, ¡a sus madrigueras! —grita un guardia.
Nos apuramos a entrar y una vez hecho esto, las puertas se
cierran automáticamente. Me bajo los pantalones y le doy la espalda
a la cámara. Tomo en mis manos el envoltorio de tela y lo deshago
hasta tener el pequeño celular en mis manos, junto con él viene un
condón en su empaque.
Mierda, lo de meterse esto en la vagina es en serio.
Boto la tela en el inodoro y tiro de la cadena. Rasgo el condón y
hago lo mismo con el envoltorio. Tomo el delgado látex y con este
forro el celular para seguido introducirlo en mi canal.
Denigrante.
La alarma de la requisa diaria suena y procedo a ponerme de pie.
Siento la incomodidad entre mis piernas pero la ignoro.
Mi puerta se abre y entran dos hombres.
—No nos hemos olvidado de ti bonita —dice y desenfunda el
taser.
Me dispara y la cuerda se aferra a mi abdomen. Caigo en el piso
sintiendo como todo mi cuerpo tiembla y mis ojos se quieren salir. El
dolor se esparce por cada uno de mis nervios y el tiempo pasa en
cámara lenta mientras convulsiono en el piso.
En mi cabeza solo cabe la preocupación por que al celular no le
pase nada debido a las descargas.
—Un adelanto para que a la próxima visita empieces a hablar —
terminan de revisar la celda y cierran tras de sí.
Me quedo en el piso y me abrazo a mi misma. Las náuseas
postchoque se hacen presentes y siento la mortal necesidad de
vomitar. Me arrastro hasta la tasa y lo suelto todo.
Caigo en cuenta de que estaba por hacer algo y vuelvo a evocar
en mi mente el número que me memoricé hace días.
8-4-5-8-2-3-9-1-4-5
Otra vez.
8-4-5-8-2-3-9-1-4-5
Me apoyo en las manos y me impulso hacia arriba. Vuelvo a bajar
mis pantalones y saco el condón con rapidez. El dolor llega a mi
zona y me aguanto el gruñido. Me visto otra vez.
Saco el celular y lo enciendo con rapidez. Mis manos tiemblan y
no sé si es por los nervios o por las pequeñas descargas eléctricas
que aún siento en todo mi cuerpo.
Me llevo el teléfono a la oreja, esperando que alguien me conteste
de la otra línea. Está por sonar el último tono antes de irse al buzón
de mensajes, cuando alguien descuelga.
—¿Aiko? —pregunto.
Eternos segundos pasan hasta que su voz llena el silencio.
—¿Atenea?
Reprimo un grito de emoción y sollozo en el auricular.
—¿Atenea?, ¿qué pasa? —pregunta nuevamente.
—Aiko, sí, soy yo. Rastrea la maldita llamada ahora mismo —le
ordeno con presura.
—No entiendo...
—¡Hazlo! —susurro entre dientes.
—¡Genkei! Rastrea la llamada —ordena en idioma japonés —.
Ahora sí, dime qué pasa.
Su acento ronco es vida para mis oídos.
—Me enviaron al Barco Plata —le comienzo a contar —. Apenas
sepa mi ubicación envía a alguien a buscarme... Que estén
armados, por favor.
—¿Qué mierda Atenea?, ¿estás bien? —pregunto en un tono que
capto es dulce.
—No, por eso necesito que me ayudes esta vez —le imploro —.
¿Te acuerdas que te decía que yo sola podría conquistar el mundo y
que no iba a necesitar de nadie? Yo no...
—Sé que lo hiciste. Atenea tú conquistaste el mundo ahora solo
necesitas ayuda para mantenerlo... Y yo te voy a ayudar —
responde.
—Yo...
—No hay nada más placentero para mí que ayudar a mujeres
poderosas —confiesa.

Un pitido se escucha al fondo.

—¡Noruega! ¡Está en Noruega! —dice alguien atrás.


—Nos veremos pronto, Zeta —ahora sí el que habla es Aiko.
—Gracias, Te.
La línea se corta.
Me doy cuenta de que estoy llorando cuando me llevo la mano a
la cara. Es la primera vez que puedo sonreír de corazón desde que
llegué aquí... Y si creyera en algún dios, estaría agradeciéndole a él,
pero no lo haré, no seré tan hipócrita de dar gracias a un ser tan
bueno cuando todo lo que pienso hacer a mi regreso... Será todo lo
contrario.
CAPÍTULO 03
 
Atenea

Hay días en los que me levanto y pronuncio mi nombre. Suena


extraño, suena casi ido, suena inexistente. También repaso todo el
esfuerzo que hice para llegar a dónde estaba y caigo en cuenta de
que realmente nunca lo disfruté, por el hecho de pensar que nunca
era suficiente. El encierro y la soledad me han ayudado a esclarecer
muchas cosas que pasaba por alto antes, como por ejemplo: nunca
debí buscar a mi madre. ¿Para qué buscar a alguien que no era
apta para cuidarme? Perdí mi tiempo, perdí mi trabajo y perdí mi
vida por ir detrás del anhelo de tener a alguien más en el mundo, de
no sentirme sola.
No merece todo lo que hice por ella, no merece que haya tenido
que echarme cientos de muertos, no lo hace.
Por otro lado, tengo otro error que cometí de apellido alemán. Ha
lanzado una bomba nuclear a lo que pensé ya estaba en paz. Estoy
encerrada por mi culpa, pero el orgullo me pide que la alivie con
venganza. Por muy caballeroso, atractivo, inteligente, poderoso,
adinerado y un excelente rival en el sexo que sea, no voy a dejar
que esta vez eso me afecte y caiga a sus pies. Maximilian Müller se
dará cuenta de lo implacable que puedo llegar a ser.
Nuestros encuentros siempre fueron una guerra llena de poder y
deseo en la que ambos siempre ganábamos. Solo desnudos nos
entendíamos, solo así podíamos desfogar lo que ambos sentíamos
por el otro, o al menos yo...
Después de las dos punzadas que me llevaron a la inconsciencia
y abrí los ojos, y lo primero que me llegó a la cabeza fueron sus ojos
azules y sus palabras."Lo siento At... Esto es por nuestro
bien". Claramente para mi bien no fue y espero que para el de él
tampoco, porque voy a volver y haré que todo esto por lo que tuve
que pasar lo destruya poco a poco.
O tal vez solo huya lejos de él. No lo sé. Este encierro se presta
para pensar muchísimas cosas desde del ego. Un día quiero acabar
con todo el mundo, otro día quiero acabar conmigo y otro día quiero
salir e iniciar una vida nueva, cambiarme el nombre y no rodearme
de personas.

La última idea se escucha bien, Aiko me ayudaría con eso, pero


no podría vivir con el hecho de no haber accionado un plan de
venganza. No podría estar quieta mirando cómo el mundo se viene
abajo de una pésima manera que yo hubiese podido superar.
La alarma interrumpe los pensamientos en mi cabeza. Me pongo
de pie y me acerco a la puerta de acero que será abierta en pocos
segundos.
Clic.
Se desliza hacia un lado y camino hasta unirme a la fila con el
resto de reclusas.
Hoy me he comunicado con Aiko, enviará a personas
supremamente preparadas para ayudarme y más ansiosa no puedo
estar.
Necesito salir de aquí.
Entramos a la cafetería donde nuevamente gozaré de un
asqueroso menú.
—¿Estás lista? —pregunta África a mi lado.
—Siempre lo estoy.
La comida es servida y la llevamos hasta la mesa, comemos en
silencio mirando atentamente a la rutina de los guardias de
seguridad. La he memorizado desde que llegué aquí y nunca ha
cambiado, siempre es igual.
Gran error.
Tanaka dijo que su gente estaría a las 1600 horas sobrevolando el
lugar con helicópteros, sé que es puntual así que debo apurarme
porque sé que la comida la sirven siempre a las 1500 horas.
—¿Cómo saldremos a la superficie? —pregunta la rubia en voz
baja.
—Necesito ganarme una tortura, una muy fría. Tú armarás un
motín y tu amigo Takashi también debe hacerlo si quiere salir, tienen
que armar un caos para distraer a los guardias mientras yo abro las
escotillas desde afuera. Desde que suene la alarma cuenta 50
segundos, que son los que demoraré en llegar hasta ellas —
susurro.
—Vaya, lo tienes todo calculado —comenta.
—Sí. No te salgas nunca del plan, pues solo tenemos ese, no hay
plan B.
—Copiado, comandante —coloca su mano en su frente a modo
de saludo militar.
La acción me trae recuerdos y me comprime el estómago.
La alarma para volver a las celdas retumba en toda la cafetería.
Me despido de África y parto formando la fila para el regreso. Un
guardia se posa detrás de mi mientras camino.
—¿Sabes que andan diciendo? —giro un poco mi cabeza para
hablarle.
—Cállate —ordena y me empuja.
—Que tienes el pene tan pequeño que para masturbarte no usas
toda la mano, sino que con tu dedo pulgar e índice es suficiente —
digo con seriedad evitando reírme.
El resto de las reclusas escucha y se parten de la risa. Un dolor
atraviesa mi espalda y sé que me ha pegado con su garrote. Caigo
al piso por la fuerza del impacto y otro dolor más llega a mi huesuda
espalda.
—¿Te molesta que te digan la verdad, eh? —trato de levantarme,
pero vuelve a azotarme.
Sé que este es el guardia que le gusta imponerme los castigos a
baja temperatura y me siento afortunada de haberlo hecho explotar.
—Vamos a ver si dices lo mismo a -6 grados —su mano se
apresa con fuerza de mi brazo y me arrastra por todo el pasillo.
Al llegar a las escaleras, me esposa y me hace poner de pie para
subir. Cuando hemos llegado al que supongo es el cuarto piso,
donde queda la superficie, me arroja al piso.
Solo dos veces me han traído aquí y vuelvo a agradecer que esta
sea la tercera.
Hoy me largo de este frío infierno y al salir lo haré arder en llamas,
porque eso es lo que soy: Fuego, que arrasa con todo a su paso,
pero esta vez lo haré bajo control, bajo mi control.
Hace meses veía todo en rojo, hoy siento que mi cabeza se ha
enfriado, pero no por eso dejaré de arder.
—¡Toma para que te refresques un poco, zorra! —el guardia grita
y me arroja un balde de agua helada que impacta en mi cabeza.
Si ya el frío se sentía como la mierda estando seca, ahora me
siento a punto de fallecer por los temblores que automáticamente mi
cuerpo inicia.
—Nos vemos dentro de unas horas, zorrita —me guiña el ojo y se
va.
Miro el piso, una gran H amarilla destaca bajo la nieve blanca que
cubre a medias el piso. Estoy en el helipuerto del lugar.
Bien.
Un guardia distinto me vigila en la lejanía, acá arriba no hay
muchas cámaras como abajo. Solo hay tres, una que cubre el lugar
donde estoy y otras dos el puerto donde encallan los barcos que
traen las provisiones.
La alarma suena, y esto me indica que África ha visto con éxito mi
tortura y procedió a armar el caos.
50 segundos.
El guardia de seguridad es alertado, pero se queda en su lugar.
Mierda.
40 segundos.
Una nueva alarma vuelve a sonar y quiero pensar que es la del
sector de los hombres. Nuevamente el guardia vuelve a
comunicarse por su interlocutor y se mueve al fin de su puesto tras
echarme un último vistazo.
Estoy en posición fetal y al borde de la hipotermia, y seguramente
pensó que no seré un problema.
30 segundos.
Pero se equivoca, porque sí lo soy.
Me pongo de pie y salto dos veces para activar mis articulaciones.
Corro por inercia hacia la primera escotilla y al tocarla mi piel arde
aún más, pero ignoro el dolor.
Escotilla número uno abierta. Por aquí saldrá África.
Me muevo hacia la otra. Agradezco haber memorizado el lugar,
me movían tanto para las torturas que cada que estaba consciente
grababa en mi mente todo lo que veía. Estas son salidas de
emergencia, por lo que están guiadas desde el último hasta aquí
piso en idioma hebreo, uno que nadie habla ahí adentro, pero
lástima porque yo sí y pude decírselo a África.
10 segundos.
Vuelvo a repetir la acción con esta escotilla, espero que esta sea
la salida de emergencia del área masculina, si no me da igual.
0 segundos.
Me pongo de pie y un extraño sonido en la lejanía llama mi
atención. Enfoco mis ojos mejor, el sol está apunto de ponerse y
quedarse ahí por el resto de la noche.
Un punto negro se marca en mitad del círculo casi naranja y luego
de desplegan dos más a cada lado. En total, son 5 puntos, que con
pasado el tiempo se van haciendo más grandes y al fin logro
reconocerlos.
Son 5 helicópteros, 5 malditos hijos de puta helicópteros.
Se me ha olvidado hasta respirar, no siento mi cuerpo ni el frío
que está por quemarme la piel, pero mi corazón late, y late fuerte.
Me arrodillo en el piso helado y suelto todas las lágrimas que retuve.
Y por primera vez en muchos años, lloro como niña pequeña.
—Levántate, perra llorona, tenemos que irnos —la voz de África
me despierta.
Vuelvo a mí y seco las lágrimas que han empapado aún más mi
cara.
Las alarmas siguen adornando el fondo y temo que el sonido de
los helicópteros alerte a la seguridad. Mis ojos van hacia la escotilla
que tengo al frente. Takashi sale de ella.
—¡¿Qué mierda?! —el asiático me repara con asco.
—Te dije que te iba a cazar, ¡sorpresa, hijo de puta! —alzo mi
pierna para conectar una patada a su rostro, que lo toma
desprevenido.
—¡Espera! —África se interpone entre nosotros cuando ve que
tengo intención de seguir golpeándolo —. ¿Se conocen?
—Y bastante bien. El hijo de puta me hizo perder algo tan
importante... —trato de quitar a África de en medio.
—¡No! Ahora no mujer, concéntrate —me toma de los hombros y
me zarandea.
Le doy una última mirada asesina al hombre y vuelvo a
concentrarme en las aves que están próximas a volar por encima de
nosotros. Se siente pronta su llegada pero los segundos se hacen
eternos.
—Tenemos compañía —dice el asiático mirando hacia atrás.
Giro mi cabeza y veo a varios guardias subir a la superficie.
Mierda.
Abren fuego con sus armas y las direccionan hacia nuestras
anatomías. Instintivamente nos agachamos en el piso para
salvaguardar nuestras vidas.
—Por aquí —África nos guía hacia la parte trasera de las salidas
de unos ductos de ventilación.
Las balas siguen rebotando a nuestro alrededor. Los helicópteros
se han tenido que desviar unos segundos para no ser impactados,
pero rápidamente se han girado para responder el fuego.
Siento como algo se apresa de mi tobillo y tira hacia abajo. Pateo
sin saber que es hasta que mis ojos pueden verlo. Un guardia me
tira hacia abajo, le clavo mi pie con fuerza en la cara y este termina
cayendo al agua helada que rodea la edificación en medio del
océano.
África se levanta para ayudarme a volver pero cae de rodillas.
—¡Mierda! —se toma el brazo con su otra mano.
Una bala le ha rozado su extremidad derecha. Los helicópteros
siguen atacando pero los guardias no se rinden y nos hemos
convertido en el objetivo principal de esta guerra.
—Quédate aquí —le ordeno a la rubia.
Voy corriendo hacia uno de los guardias que esta solo, llego por
su espalda y me lanzo hacia él, bloqueo su tráquea con mi
antebrazo y estrangulo su cuello hasta que se desvanece en el piso.
Tomo sus dos armas, empuño una y le clavo dos balas al corazón.
No voy a dejar vivo a ningún hijo de puta que se me cruce en el
camino.
Dos hombres más llegan al frente y me cubro detrás de una pila
de cajas de madera. Vuelvo a salir y apunto a sus frentes con las
dos armas que tengo en cada mano. Caen inertes de rodillas y
seguido sus rostros impactan en el piso.
Al fondo veo a Takashi usar la misma técnica que apliqué minutos
antes.
Sigo enfrentándome a más guardias, sin dejar ninguno vivo.
Cuando ya han quedado pocos, voy en busca de África y la
encuentro bajo un charco de sangre espeso. Mi corazón se acelera
aún más al ver su rostro, tiene los ojos cerrados y está pálida,
espero que esto sea por el frío y no por lo que imagino.
La tomo en brazos e intento despertarla.
—Vamos perra, tenemos que irnos. Despierta —le pido
sacudiendo su cuerpo.
—¿Qué haces si ya no puedes más? —pregunta en un débil
susurro.
—Siempre puedo.
Tres zumbidos y estruendos se escuchan a mis espaldas.
—Nunca bajes la guardia —la voz con acento japonés hace que
gire la cabeza más rápido que un rayo.
—Aiko —suelto en un susurro de alivio.
—Atenea —hace una reverencia, gira la cabeza, le dispara a dos
hombres para luego volverme a sonreír —. ¿Ella está bien?
—No —respondo mirando la grande herida de su brazo. No sólo
fue un roce, fue algo más profundo.
El japonés hace una seña al cielo y seguido un helicóptero se
acerca. Varios hombres descienden y toman a África de mis brazos.
—Ellos se encargarán —dice y me ayuda a ponerme de pie.
—No pensé que vendrías tú.
—Es mejor ocuparse personalmente de lo importante para que
salga bien, hoy no podían haber errores —acaricia mi mejilla —.
Vámonos, tienes un largo camino por delante.
Asiento con la cabeza.
Otro helicóptero desciende para recogernos. Pero alguien toca mi
hombro.
—¿En cuál me voy yo? —pregunta Takashi.
Me río cínicamente y en una fugaz maniobra, le quito el arma a
Aiko de la mano y le incrusto 5 proyectiles en la cara al japonés
traidor. Su cuerpo cae inerte hacia atrás en el piso.
Aiko está por abrir la boca, pero le regreso su arma y agrego:
—Ni una palabra de esto a nadie.
—No iba a decir nada —se burla.
Ambos procedemos a subir las escaleras del helicóptero. Me
acomodo en una de las sillas traseras. Un hombre me pasa una
manta térmica y la acepto con gusto. Tanaka llega mi lado y da la
orden de retirada. Desde aquí puedo ver el enorme buque plateado
ha empezado arder en llamas y siento como el alma me ha vuelto al
cuerpo.
Mi cuerpo se apaga en el camino y caigo en un sueño profundo
hasta que una mano toca mi hombro repetidas veces.
—Llegamos, Zeta —avisa.
Mis ojos se abren con rapidez para detallar el entorno en el que
hemos aterrizado. Es una pequeña base con 3 hangares.
—¿Y la rubia? —pregunto.
—Fue llevada a un centro médico cerca de aquí. Estará bien, no
te preocupes.
Asiento con la cabeza y me quito la manta. Bajo del helicóptero y
al fondo puedo divisar un jeep negro último modelo. Las hojas secas
color naranja en el piso decoran el lugar y árboles con ramas secas
y vacías se aprecian al fondo.
—Ven —dice Aiko.
Camina hasta el carro y lo sigo mientras me abrazo a mi misma.
La temperatura aquí es un poco más alta, pero no deja de helar.
—Es tuyo —abre la puerta y me deja ver el interior —. Esta
también es tuya —me entrega una maleta —. Y esta también —
vuelve a entregarme una igual a la anterior.
Las tomo y me arrodillo con ellas en el suelo para ver en su
interior. Una esta llena de ropa seca y abrigada, y la otra está llena
de fajos de billetes de dólares y armas.
Alzo la cabeza.
—Eres el mejor hijo de puta que conozco —sonrío.
—De nada, Zeta —se cruza de brazos y me guiña un ojo.
Vuelvo la vista a las cosas y me pongo de pie.
—¿Cómo estás tú? —pregunto.
Arruga su cara.
—Estoy lidiando con algo. Que sea el nuevo Oyabun de la yakuza
no tiene a mucha gente contenta.
—El éxito despierta la envidia —reparo.
—Sí, pero tengo a alguien que no es de este mundo cuidándome
la espalda.
Me río.
—¿Guardaespaldas?, pero si tú nunca le has confiado tu vida a
nadie, prefieres no dormir —reparo su sonriente rostro —. ¿Quién
es?
—Una mujer —responde simple sin mirarme.
—Ohh, ahora entiendo todo —trato de buscar sus ojos —.
¿Poderosa?
Asiente con la cabeza.
—Me intimida y mucho —dice y sé que está recordándola.
—Tu gusto culposo —sigo burlándome.
—Pensé que ninguna mujer podría causarme lo que ella causa —
confiesa.
—Necesito conocer a la mujer que pone a temblar al Oyabun de
la yakuza.
—No por favor, el mundo no soportaría tanto voltaje —ríe.
Río también y caigo en cuenta de que hace mucho no lo hacía.
—¿Qué harás ahora que eres libre?
—Encontrarme a mí misma primero, antes de que el resto del
mundo lo haga.
—Ahí hay un teléfono, tiene mi número. Llámeme si necesitas
algo, pero creo que con esto —señala la maleta con dinero —.
Estarás bien un buen tiempo.
—Estaré bien —le confirmo —. Si llegas a necesitar ayuda con
esa mujer, llámame.
—Lo haré —se planta recto frente a mí —. Fue un placer servirle,
comandante, Zubac —hace un saludo militar como despedida.
Empujo su hombro.
—Gracias, Tanaka. Te debo la vida —me tiro hacia su torso y lo
rodeo.
Él me corresponde el abrazo y luego nos separamos.
—Hasta una próxima. No te metas en más líos —empieza a
caminar hacia los helicópteros.
—¡No prometo nada! —grito para que me escuche a través del
ruido de las hélices.
Niega con la cabeza y me quedo parada en mi lugar hasta que lo
veo alejarse en el aire con el resto de su gente.
Una vez sola procedo a quitar todo el uniforme de presa mojado,
lo tiro lejos y vuelvo al auto a vestirme con la ropa cálida de la
maleta. Encuentro un gorro y lo pongo sobre mi cabeza. Espero que
mi maldito cabello crezca rápido.
Subo detrás del volante y acelero con emoción. Enciendo la radio
y la música llena el ambiente. Inhalo aire y lo suelto, siento que al fin
puedo respirar tranquilamente. Tomo el celular y abro la aplicación
del GPS, grabo en esta mi próximo destino y procedo a relajarme y
disfrutar del camino.
Que se prepare el mundo porque Atenea Zubac... Ha vuelto.

Notita:

EN DOS HORAS VIENEN OTROS TRES CAPITULOS MAS.


CAPÍTULO 04
 
24 de diciembre del 2020
Prípiat, Ucrania
Atenea
Llevo todo un mes buscando este lugar. Antes había escuchado
de él, pero jamás había tenido la necesidad de venir, hasta ahora.
Necesito manos asesinas que estén dispuestas a derramar la
sangre que quiero que corra debajo mis pies. No puedo lanzarme a
la guerra sin un ejército y vengo aquí para construir el mejor.
Dos personas me acompañan. África y Kaizer, un asesino que
hace mucho conocía y que me ha dado el contacto para llegar hasta
aquí.
—Me recuerdas a la flor de vainilla —dijo cuando me vio por
primera vez hace años y cuando entré a la organización de asesinos
de la 'Ndrangheta opté por llamarme de esa manera. Vanille.
Pero eso es pasado y ahora, después de mucho he dejado correr
el verdadero veneno que tengo en las venas.
—¿Estás segura de esto? —África sin dejar de caminar a mi lado.
Estamos entrando en un bosque dentro de una ciudad fantasma que
quedó desierta por el desastre que ocurrió el Chernóbil.
—No puedo perder más tiempo.
—No deberías estar aquí. Formalmente no tienes el alta de un
médico y...
Me detengo y la miro.
—Suficiente, África. Nunca he tenido una mamá y no la necesito
ahora —advierto y camino de nuevo.
—Solo me preocupo por ti.
—No lo hagas. También es una pérdida de tiempo.
Unos cuantos metros más y ante nuestros ojos se puede divisar
un gran complejo deportivo abandonado. Hay personas afuera
rodeándolo y otras entrando. Tomo aire y sigo más decidida.
En la entrada un hombre me detiene.
—¿Qué buscas, princesita? —pregunta.
—Es la invitada especial de hoy —responde Kaizer. Volteo para
mirar al hombre sin un ojo.
No me gusta que respondan por mí. Lo miro mal y vuelvo al
corpulento y maloliente hombre de la puerta.
—Tu linda mami podrá decirme Venom cuando la encuentre.
—Escuché a muchos decir que era un hombre.
—Todos mienten sobre sus vergüenzas y no quiero que seas tú el
próximo mentiroso.

—Qué bella manera de pasar navidad —susurra África detrás de


mí.
Otros tres hombres aparecen detrás de él. Uno de ellos toca su
hombro y pasa a posarse frente a mí.
—¿Estás segura? Una vez estés adentro ya no habrá salida —
dice el sujeto que tiene tatuada toda la cara.
—Voy a entrar y luego voy a salir porque tengo algo pendiente
que hacer —paso por su lado. Mis ojos se clavan en el hombre más
alto de los tres. Sus ojos son marrón claro y su cabello también. Me
guiña un ojo y le ignoro de la peor manera para seguir mi paso hasta
el interior.
Kaizer ya me había contado sobre el lugar y por eso no me
sorprende ver el suelo lleno de huesos humanos. La piscina que se
suponía debía haber en medio ha desaparecido bajo los restos.
Una de mis botas aplasta un cráneo y me detengo.
Un círculo de hombres se ha formado a mi alrededor. Según me
contaron solo una mujer ha salido viva de aquí y ella fue la maldita
mentirosa de Tyra Kratos.
—¡Es bueno volver a tener una vagina por aquí! Le sube la
testosterona a todos estos caníbales. Carne fresca y llena de
estrógeno —un hombre se acerca y me rodea para olfatearme.
—Aléjate. Hueles asqueroso —advierto.
—Cálmate, bonita. Pronto estarás igual o peor —ríe.
—Espero que tu sangre no huela tan horrible como tu sudor —
pronuncio antes de lanzarme a hacer lo que vine.
No tengo tiempo que perder.
Me agacho y tomo un hueso filoso que clavo con fuerza en su
garganta. Todos se ponen a la defensiva cuando el hombre cae
desangrándose al piso. Me quito el abrigo para quedar en una
camiseta esqueleto y pantalones de yoga negros.
—¡¿Quién sigue?! —grito en medio de la masa de porquería
masculina que me rodea.
Escucho los latidos de mi corazón. Están queriendo sincronizarse
con los golpes que va a recibir mi siguiente victima. Un hombre se
para frente a mí.
—¿Cuánto pesas? ¿50 kilos? No vas a salir viva de aquí.
Levanto mis puños y los cierro frente a mi rostro. Tomando una
posición defensiva.
—Pruébame.
—¡Mátala! —gritan todos —. ¡Mátala!
—Vamos, intenta hacer lo que te piden —lo reto.
—Será un placer —responde y se abalanza sobre mí.
Dejo que conecte un puño en mi pecho y caigo de espaldas. La
multitud le celebra y cuando está por volverme a atacar lo pateo con
ambas piernas, haciendo que retroceda y pueda coger otro hueso
más. No todos tienen filo y podría estar hiriéndome a mi misma al
querer clavar otro más.
Me arriesgo y mientras intenta volver, me levanto y giro levantado
mi pierna para conectar una patada contra su cara. El impacto no le
causa tanto daño, pues es un hombre robusto de más de un metro
noventa y mi falta de fuerza es evidente.
Sonríe y vuelve de nuevo, pero esta vez lo esquivo y logro
clavarle el hueso en el abdomen. Su puño cae en mi mejilla con
fiereza. Debo girar la cara para evitar que vuelva a golpearme, pero
sigo incrustando más el objeto en su torso. Siento la sangre tibia
humedecer mis manos. Lo he herido.
Apresa mi cuello con sus extremidades e intenta detener el paso
de aire a mis pulmones con sus dedos pulgares sobre mi tráquea.
—Voy a enviarte con Satanás, hija de perra —gruñe.
—No —niego con la cabeza. Casi ni puedo hablar, pero sigo sin
dejar de mover el hueso en su vientre, causándole más daño a sus
órganos —. Esa tarea ya se la he dado a alguien más —lo saco y lo
vuelvo a meter de manera diagonal hasta intentar herir sus putos
pulmones.
Su boca se abre en forma de una enorme O y sangre empieza a
salir de ella. Sonrío y el agarre en mi cuello cede. Trastabilla hacia
atrás y cae de rodillas. Me quedo en silencio apreciando como se le
va la vida, hasta que escucho huesos crujir. Alguien se acerca
desde atrás y me doy la vuelta para enfrentarlo.
Es un hombre blanco de delgado, aún más alto que el que acabo
de apuñalar.
—No me gustas —dice en árabe.
—No hace falta —ladeo mi cabeza, pero me pongo a la defensiva
cuando veo la navaja en su mano.
Voy a quitársela y va a servirme demasiado.
Envía el puñal a distintas zonas vitales de mi cuerpo. Me muevo
con agilidad para evitarlas, pero el terreno disparejo lleno de huesos
hace que la tarea se difícil. Tropiezo y siento como la hoja roza uno
de mis brazos. Siento la sangre brotar de inmediato, pero aplico una
maniobra para desarmarlo y en menos de un segundo me he
adueñado de su extremidad y la he llevado hasta su espalda.
Cae de rodillas y echo hacia atrás cada vez más su brazo. Su
hombro ha tomado una posición inhumana y llenándome de más
fuerza, ejerzo presión y aunque esté escuchando como su brazo se
desprender del resto de su cuerpo no me detengo hasta que lo creo
inútil.
Empuño la navaja y le corto el cuello desde atrás. El cuerpo cae y
me permitido respirar, pero al levantar mi vista me encuentro con
que la noche será larga.
Cuatro hombres más se aproximan, pero esta vez matarlos se
vuelve más sencillo porque tengo el puñal. Estuve practicando mi
técnica para cortar gargantas en la prisión y hoy puedo ver sus
resultados.
—¿Qué mierda es todo esto? —grito agitada —. ¿Un jardín de
niños?
—¿Qué es lo que buscas, Atenea? —pregunta alguien a mis
espaldas y me giro para verlo.
Es el hombre de ojos color miel. El menos asqueroso de todos.
—Asesinos —respondo —, que me sigan el ritmo.
—Aquí nadie tiene el entreno que tú has tenido por años. No sería
justo comparar.
—¿Mi entreno? —replico para confundir.
—Los movimientos, la técnica... Todo a punta a que eres una
militar y no cualquiera —me escanea de pies a cabeza.
—Soy... solo sé cosas —me encojo de hombros.
—Aquí nadie miente, no hay por qué hacerlo. En la fosa se viene
a revelar la verdad, por eso la muerte es lo primero que se huele al
entrar, porque no hay nada que más mortal que la verdad —dice —.
¿Cuál es tu verdad, Atenea Zubac?
Tengo toda la atención puesta encima, pero la que más me
intimida es esa clara que tengo en frente. Pienso en alguna forma
de decir quién soy sin revelar todo.
—No soy una diosa griega, claro está, pero trabajo como si algún
día fuera a serlo. Fui entrenada desde mis cinco años por personas
que desayunan órdenes y sangre. Soy hija de alguien que es capaz
de crear estrategias para aplacar ejércitos de países enteros y
afortunadamente me lo ha heredado porque eso es lo que voy a
hacer. A derribar el orden mundial completo.
Todos se ríen, pero el hombre alza la mano y los silencia. ¿Quién
es para tener ese puto poder?
—¿Y quién es Venom?
—Es el nombre que debo usar para dejar mi sello en bajas
situaciones como la que acaba de pasar.
—Entonces, ese es el nombre que nos interesa —da un paso
hacia mí —. Aquí todos tienen la fuerza, todos tienen el odio y la sed
de venganza. A ninguno de ellos les pesan los pecados, pero no
saben cómo obtener control sobre los que cometen.
—No voy a entrenar a nadie. Tengo dinero y es lo único que les
daré.
—No todo es dinero. Al final todos terminaremos igual y más
valdrá lo que vivimos y aprendimos. Ellos necesitan algo y tú
también. Los asesinos somos bestias, pero podemos razonar de vez
en cuando y eso que sabes hacer, nos interesa.
Escaneo a la multitud que me mira con ojos hambrientos de
sangre.
—¿Quién eres tú? —pregunto.
—Alakser.
—¿Alakser qué?
—No tengo apellidos. Fui un aborto fallido que dejaron tirado en
algún lado del mundo y alguien lo encontró.
—Interesante —susurro sin dejarlo de analizar —. A ver.
Sonríe y exhala aire. Se deshace de su chaqueta y sin mediar una
palabra más. Arremeto contra él. Dirijo mi navaja hasta la zona de
su abdomen, detiene mi muñeca para girarme y bloquear mi ataque.
Pateo hacia atrás con fuerza haciendo que me suelte y pueda
voltear en el mismo lugar para extender mi pierna y golpearlo en el
cuello. Solo tambalea un poco y me envía el mismo ataque,
causando que mis costillas sufran cuando lo reciben.
No puedo evitar gritar. Me incorporo para no demostrar debilidad y
me lanzo hacia él para clavarla la navaja en su yugular. Esquivo
distintos puños que van dirigidos a mi rostro, conecto algunos míos
en el suyo y cuando logro llegar hasta su cuello, se tropieza
haciendo que caiga encima de él y pueda aprovechar para punzar
su arteria sin llegar a clavarla toda por completo.
—La vida nunca será una maestra suficiente si no tienes a alguien
que ya la haya vivido dos veces —susurro.
—Espero pronto conocer a alguien que lo haya hecho y poder
llegar a un acuerdo.
—No la necesitas. No pidas algo que no te han ofrecido, eso
suele alimentar el ego de personas como ella —dice alguien más
saliendo de la oscuridad.
Su rostro se presenta ante mí y me pongo de pie de inmediato sin
bajar la guardia. Los presentes se esfuman con rapidez, pero no
presto atención a quienes quedan pues lo único que puedo pensar
es en la identidad de la persona que lleva las manos metidas dentro
de sus bolsillos. Es el hombre que he estado buscando por meses,
la muerta en vida, el asesino más sanguinario que engendró la Cosa
Nostra.
Su mirada me escanea y no me traduce ni me produce nada. Es
como un espejo, solo puedo verme en él, no dejo de buscarme en
sus facciones y me encuentro.
—¿Cómo llegaste aquí? —pregunta en italiano.
Me encojo de hombros.
—Quitando vidas.

—¿Qué vidas?
Niego con la cabeza.
—Enfoquémonos en el ahora y en que vengo a hacer una
pregunta y a llevarme un asesino.

—No ayudo a nadie.


—Solo responde una pregunta.

El resto ya lo solucionaría. Solo necesitaba que me callara las


dudas.
—¿Qué día naciste?  —pregunto de cualquier manera, sin
importarme qué. 
—Veinte minutos antes que tú. ¿Eso es lo que querías saber? Ahí
lo tienes, ahora largo.
Me quedo en silencio e inmóvil. Quiero hacerle un millón de
pregunta más, pero no quiero lucir desesperada. Ya respondido una,
lo visitaré después. Ahora necesito el asesino.
—¿Puedo llevarme a Alakser? —le pregunto.

—¿Qué? —Alakser se acerca cojeando.


Ares lo mira sin ninguna expresión.
—Llévatelo y lárgate.
—Grazie —pronuncio.
—Pero recuerda lo que Alakser te propuso. Entrénalo.
—No —decreto de inmediato y busco a África con mis ojos. No la
veo por ningún lado.
—Te saldrá caro.
Me acerco a él. 
—¿Quieres que le diga a  mamá?  —Me empuja cuando me
escucha pronunciar la última palabra. Caigo sobre los huesos y no
me molesto en levantarme. Al lado tengo un cuerpo y de su bolsillo
se han salido unos cigarrillos.
—¿Tienes fuego? —pregunto de la manera más trivial que existe.
Sorpresivamente busca en su bolsillo y me lo lanza con fuerza.
Debo cubrirme para que no me impacte en el rostro.
—Hijo de puta... —susurro con el cigarrillo en los labios. Lo miro
de arriba abajo —. Pobre niño. Debieron tratarte muy mal.
Enciendo al fin el cigarrillo y le doy una calada. Clavo mi vista en
el cielo.
—Hay algo que voy a decirte y espero que después de esto no
vuelvas a buscarme. Hay una lista de ADN en la que también estoy,
pero específicamente está buscando a dos personas, a ti y a alguien
más.
—¿Quién es ese alguien?
—No lo sé. No existe, nunca existió. No está, ni estuvo en
ninguna base de registros.
—El ADN es único, o existió o es una creación artificial de dos —
pienso en voz alta.
—¿Sabes algo de la Zona Cero? —Aprovecho para preguntarle.
—No.

—Sé que sabes algo.

—Sé de alguien que sí lo sabe.


Ares se queda analizando mi expresión durante lo que parecen
horas. Tiene ciertos rasgos físicos parecidos a los míos, pero lo que
más destaca es el tono exacto de verde claro que compartimos.

—¿Quién? —pregunto y me levanto del piso.


—Maximilian Müller.

CAPÍTULO 05
 
Cuttack, India

02 de abril del 2021


Maximilian
Las estrechas calles de esta ciudad no fueron para personas de
mi tamaño. He podido notar la enorme población que maneja la
India en cada lugar que he visitado.  Lo único que puedo agradecer
es no tener que llevar el uniforme, a excepción del chaleco
antibalas.
Cambio miradas y señas con Duane y Coleman. La misión es
sencilla. Rodear la casa del Indio, apresarlo y llevarlo hasta Estados
Unidos con vida. 
—Me dirijo a tocar la puerta —susurra Natasha por el auricular.
Solo pude traer a la misión dos de mis mejores elementos.
—Proceda —indico sin quitar mi vista de ella.

Solo estamos esperando a que abran la puerta para poder atacar.


Hemos acabado con el anillo de seguridad que lo rodeaba. Uno a
uno. Sin levantar dudas o sospechas en el pequeño barrio. Ha sido
una tarea de semanas y es hora de que al fin termine. Necesitamos
al hombre vivo.
Natasha golpea sus nudillos en la puerta varias veces, pero no
abren. 
—Iré yo  —hablo y me muevo hasta el sitio que antes ocupaba
Coleman. 
Toco la puerta con fuerza e intento escuchar algún ruido en el
interior. Justo cuando estoy por alejarme, un sonido de detiene.
Tomo el arma de la parte trasera de mis pantalones y pateo la
puerta con fuerza para ingresar. 
Apunto en todas las direcciones mientras escaneo la zona con
agilidad. La adrenalina ha subido y es porque sé que alguien sabe
que estamos aquí.
—Cúbranme —ordeno.

El pequeño espacio está vacío. No encuentro ningún movimiento


extraño. La luz que entra por la ventana es la única que ilumina a los
objetos y a la cabeza decapitada que hay sobre la mesa de la
cocina. 
—Hay que salir de aquí. Es otra trampa —anuncio al ver la misma
letra V y una serpiente grabada en la frente del Indio. No tiene ojos y
su piel alrededor está manchada de sangre como si literalmente
alguien se los hubiera arrancado.
—¡Müller!  —escucho la voz de Thomas y salgo corriendo al
exterior. 

Una figura delgado ha salido de atrás de la casa y ahora corre por


los techos. Duane le apunta y lo detengo.
—No. Hay que atraparlo vivo  —digo y escalo la pequeña casa
para subir hasta el techo. Corro detrás de la figura vestida de negro
bajo el caluroso sol que calienta a la India. 

Corro con la rapidez para la que fui entrenado. Salgo los vacíos
sin perder nada de vista. Si pudiera disparar ya le habría volado la
cabeza, pero ese no es el plan que me interesa.
Salta a un vacío cuando llega al final. Escucho como una moto
acelera a toda velocidad y se pierde en la lejanía justo cuando estoy
por llegar. Me lanzo también y no pierdo la oportunidad de buscar
algún buen carro o moto sobre la avenida. 
Me cruzo frente al primer auto que veo que podría ser veloz y lo
abordo sacando a su conductor del interior. 
Acelero a toda velocidad por la extensa calle. Maniobro entre los
vehículos hasta intentar volver a visualizar la moto. Sea quien sea
ese hijo de puta lleva meses arruinando todas mis misiones y no voy
a descansar hasta estallar su cabeza. Derrapo hacia la izquierda en
la primer esquina. Las personas se tiran a los lados y gritan
despavoridas.
Veo la moto cuatrocientos metros más adelante. Maniobra
descaradamente entre los espacios delgados que separan los autos.
Hay demasiadas personas transitando por las calles. Van vestidos
con la típica forma de la india, pero solo mi gente, yo y la persona
que voy persiguiendo destacamos como forajidos, sobre todo él.
A medida que voy acercándome puedo apreciar que es muy
delgado para ser un hombre, podría apostar a que persigo una
mujer. Una bastante entrenada. Se salva de chocarse miles de
veces hasta que decide subir a la acera para entrar a un callejón.
Nuevas personas vuelven a salir corriendo en medio de gritos.
Estaciono sin cuidado y salgo del auto sin molestarme en cerrar la
puerta.
Corro a gran velocidad empujando hacia los lados a quienes se
crucen en mi camino. Ella sigue sobre la moto tratando de que la
gente se mueva. Tomó una pésima decisión entrar aquí. No detengo
mi paso por nada. Escucho a Duane hablarme por el auricular, pero
no le presto atención. Ahora mismo tengo todo mi cuerpo y mente
trabajando en acabar con ella.
Gira a la derecha y la sigo. Hay menos personas transitando, pero
al fondo del callejón hay una pared. O es muy estúpida o planea
algo.
Me detengo y le apunto. El motor de un helicóptero se escucha
cerca, pero distingo que no es uno de los míos.
Fallo cuando siento siete proyectiles intentar traspasar mi
espalda, causando que quede sin aire debido a la fuerza del impacto
que traían la balas. Caigo de rodillas sin dejar de apuntar hacia al
frente, porque ahora mismo me es imposible girar y mirar atrás. El
chaleco antibalas ha reducido que la bala me traspase, pero no evita
el dolor. La mujer se quita el caso y me deja ver su rubia cabellera.
Jamás la he visto. Una escalera cae en medio de nosotros y salta
hacia ella para luego ser elevada.
Disparo a las cuerdas y logro romper una. La rubia tambalea y
pierde la sonrisa que antes llevaba en su rostro. El piloto se da
cuenta de esto y toma otra dirección haciendo que la pierda de vista.
Escucho como otra moto acelera y es cuando al fin puedo girar la
cabeza y ver que alguien parecido fue quien me disparó. También es
una mujer. Lleno mis pulmones de aire. La adrenalina en mi cuerpo
se siente al tope. Me obligo a ponerme de pie contra todo pronostico
y subo a la moto que ha abandonado la anterior.
Estiro mi espalda para poder ignorar el dolor y acelero sin
prestarle atención a nada más.
—¡Müller, responde! —grita Natasha en mi oido.

—Voy persiguiendo un blanco. Hagan caer el helicóptero policial


2356  —ordeno recordando los números que vi impresos en la
pequeña aeronave.
Muevo mi puño sobre el acelerador y acelero a fondo haciendo
que la fuerza del motor levante a la llanta de adelante de la moto.
Sostengo bien la dirección. Maniobro entre las personas y voy
haciéndome camino hasta la avenida donde ella ha entrado.
Le disparo desde atrás. Agacha la cabeza y empieza a
zigzaguear. Acelera aún más y debo bajar el arma para enfocarme
en el camino. La brisa choca contra la piel de mi rostro y debo
entrecerrar los ojos para contrarrestar el aire que quiere cegarme. 
Kilómetros más adelante, cuando hemos salido del centro de la
ciudad a una zona menos transitada. Vuelvo a apuntarle y disparar.
Esta vez logro darle a su llanta trasera haciendo que caiga y salga
arrastrada por toda la calle.
Voy a matarte.
Desacelero y me lanzo de la moto para descargar lo que me
quedan de balas contra ella. Se pone de pie y sale a correr, pero
vuelve a caer cuando libero 6 proyectiles en su espalda
quedándome sin uno solo.
Su cuerpo queda extendido boca abajo sin moverse en medio de
la calle. La chaqueta de cuero que lleva ha quedado perforada y
cuando estoy por acercarme, una ráfaga de balas llega en mi
dirección y me obliga a ocultarme en el interior de una tienda.
La mujer se pone de pie y sale corriendo. Se quita la chaqueta y
me muestra su chaleco antibalas para luego saltar a una cuerda de
lo que sé es un helicóptero, porque el motor se escucha muy alto.
Levanta la visera del casco y veo en cámara lenta como se alza la
visera y un guiño que refleja unos iris verdes me ciega.
Yo he visto esos ojos antes.
Las personas del local gritan alarmados, intentando sacarme.
Logro ver que a lo lejos me da un saludo militar y se pierde entre las
nubes contaminadas que caen sobre la ciudad.
—Derriben todos los helicópteros sobre la zona   —le pido a
Natasha.
—No podemos. Es una zona en tratado y si lo
rompemos estaríamos amando una guerra.
—Estoy rastreándolos hasta donde más pueda —agrega Duane.

—No habrá retorno hasta que demos con su paradero.

Salgo a la calle. Tomo foto de las motos con el celular. Les


pronuncio un lo siento a las personas que han salido de curiosas a
ver el alboroto.
—Sube —aparece Natasha.

Abro la puerta del todoterreno e ingreso a ella. Me quejo cuando


reposo mi espalda contra el respaldo de la silla.
—¿Estás bien? —pregunta mientras acelera.

—La hija de puta me disparo siete veces seguidas en el mismo


lugar —digo sin más.

—Realmente quería matarte.

—No  —decreto. Me quito la camiseta y paso el pesado chaleco


por encima de mis hombros. Reparo con cuidado el hoyo que se ha
hecho debido a las 7 balas. Una a una incrustadas sobre la otra —.
Pudo dispararme a la cabeza y no lo hizo.

Y yo tampoco.
—¿Qué tipo de criminal es capaz de disparar de ese modo?  —
también repara los impactos.

—Tal vez alguien que antes no lo era.

—¿Un militar retirado?

—O desertor.

—¿La mujer de la que todos hablan? —pregunta.

Asiento con la cabeza mientras miro el río de agua oscuro que va


paralelo a la carretera. Estamos saliendo de la ciudad a terreno
árido. Hace un calor de las mil mierdas.
Haber encerrado a Atenea en ese barco no fue la mejor opción,
pero fue la menos peor. Si la entregaba ante la Asamblea General
iban a torturarla sin piedad y si trataba de impedirlo el que iba a
terminar siendo investigado sería yo.
Pagué una ridícula suma para que donde sea que esté no la
toquen, si es que todavía está ahí dentro. Si es ella, tengo que
atraparla antes, no puedo dejar que llegue a Rosie o siga
saboteando mi puto trabajo.
—¿Crees que sea consciente de lo que le pasará si la atrapan? —
cuestiona mirando al frente.
—Zubac es la persona más consciente de sus errores que he
conocido, sabe qué esperar después de cada mierda que hace y no
hace nada sin tener un razón. Si es ella quien está saboteando las
misiones es porque algo está buscando.

—O a alguien... —agrega y me mira por unos segundos.

La miro con seriedad. Natasha fue trasladada el año pasado y se


ha convertido en uno de mis mejores elementos. Es una mujer
hermosa, alta, inteligente y fuerte, pero a veces cruza una línea que
no debería cruzar.
—No creas en una mierda de lo que te diga, Oliveira.

—Ella no me ha dicho nada  —se defiende  —. Tal vez solo


mencionó que follaron...

—Coleman, recuerde los malditos rangos. No soy un hijo de puta


subordinado para que venga a hablarme de asuntos que no
competen en lo laboral. Limítese a eso. Yo no soy su amigo.

—Sí, mi comandante  —carraspea y cambia su semblante a uno


más serio.

Aprovecho los minutos de silencio para comunicarme con el


número que me dio ella el año pasado para contactar a las personas
que manejaban el Barco Plata, que es como lo han nombrado
debido a todas las toneladas de hierro y acero del que está hecho.
No contestan hasta que insisto hacer una cuarta llamada.
—777 —digo de inmediato.

—Deme unos segundos. Lo comunicaré con el Alcaide  —


responde un hombre y me echo hacia atrás, pero me arrepiento
cuando el dolor en la espalda me recuerda que alguien quiso
herirme con sevicia.
—Temo informarle que la reclusa 777 se ha fugado de las
instalaciones de máxima seguridad. No nos hacemos responsable
de lo que haga en libertad. En el contrato que firmó estaba toda
la información que...

Cuelgo el teléfono.
—¡Hijos de puta!  —golpeo la consola de la camioneta repetidas
veces.

—¿Qué sucede, comandante? —pregunta y respiro profundo para


volver en sí.
—Alguien acaba de cometer el error más estúpido de su vida. Un
error que acaba de iniciar una sangrienta y vengativa guerra.

Notita:

Buenas, más tarde seguimos. Debo ir a cumplir con


Inquebrantable. Pido perdón, pero entre hoy y mañana les tendré
otro capítulo.

Espero que esta versión les este gustandooo. Un beso. No


olviden comentar mucho.
CAPÍTULO 06
 
Atenea
«¿Cuál sería tu mundo perfecto?» Me preguntó Jakov años atrás.
En ese momento le respondí que mi mundo perfecto sería un lugar
donde yo pudiese hacer lo que quisiera sin tener que esperar la
aprobación de alguien más. Él rió y recuerdo que pensé que no me
entendía, pero lo que dijo a continuación hizo replantear el
significado sobre lo que yo creía como perfecto.
—"El libre albedrío en ocasiones puede ser un poco peligroso y
egoísta. Tu mundo perfecto podría ser un desastre de mundo para
otra persona, por eso existen las leyes, para que se respeten las
fronteras de una vida respecto a otra. Cuando traspasas la frontera
de alguien más y entras en su territorio a llevar más caos del que
causaste en el tuyo, solo harás que esa otra persona tenga dos
opciones: rendirse ante ti y aceptar la colonización o pelear en
contra tuya para defender lo que le pertenece. Tal vez para ti sea
más entretenida esta última, pero recuerda... La osadía y la
perfección pueden causar que tu corazón deje de latir. Nunca
sabrás que te espera del otro lado, así que respeta los espacios".
Traspasé las fronteras de Maximilian y justo en el momento que
me arrepentí de hacerlo, se defendió. Lástima que no pudiera
hacerlo bien, porque, aunque lo que hizo fue a causa de mi error,
nunca debió enviarme a ese lugar, ni a ningún otro, porque hubiese
preferido recibir una bala en la cabeza antes que vivir todo lo que
viví.
Ha hecho que ante mí se caiga esa fachada de hombre correcto y
así tenga que obligarlo, voy a hacer que también caiga ante el resto
del mundo.
Dejo salir todo el aire que acumulé antes de tantear el gatillo y
trato enfocarme más en mi objetivo, pero me distraigo con el resto
del equipo. El sol sobre Bombay está cocinándome bajo el traje
Ghillie. Esta vez es de color arena para hacer juego con el tejado
sobre el que reposo bocabajo. Veo a la rubia salir de un
establecimiento. Sé que están siguiendo una falsa pista que planté.
—Ay, Oliveira, Oliveira, qué bonita te verías con una de mis balas
atravesando tu cabeza —susurro.
Por más que quisiera ver su cabello lleno de sangre, aún no es
momento. Iré por ella después. Está dándole información Alakser y
él está trabajando para mí después de amenazarlo con cortarle los
huevos si no seguía mis instrucciones. También está entregando
información al gobierno de Brasil sobre otros gobiernos y no me
gustan las personas que traicionan y mienten, suficiente tengo
conmigo misma y el desastre que he causado.
Controlo mi instinto asesino y paso al verdadero objetivo. La idea
es hacerle saber a Maximilian que estoy respirándole en la nuca
para obligarlo a perder el control. Enfoco al novato, pero detrás veo
a alguien más cuando ambos bajan de un pequeño y viejo auto.
Caek Olson es un physicorum que ha tomado el lugar que dejó Igor
y Natasha Coleman el lugar que dejé yo.
Él es un inocente, ella también, pero realmente lamento que no
me pese lo que voy a hacer.
—Oprime el gatillo y haré lo mismo —siento como el cañón de un
arma se clava en mi cabeza sobre el traje.
Merassi.
Tomo aire, apunto y lo oprimo. Me muevo con rapidez hacia un
lado y pateo el arma de la mano de la italiana. El fusil sale volando y
me pongo de pie para sacar una beretta y guiarla hasta su cabeza.
—Ciao, piccola —pronuncio. Su rostro se tiñe de furia. Por lo que
alcanzo a percibir ha venido sola —. Dime. ¿Di en el blanco? Voy a
salir corriendo y al menos quiero saber sí logré mi tarea.
—¿Y ahora quién sigue? ¿Yo? —da un paso hacia mí y la punta
del arma golpea su frente —. No te bastó con matar a Igor... ¡Sigue
conmigo!
Sus gritos perforan mis tímpanos. El dolor de cabeza que se me
ha creado por estar todo el día debajo del sol no es tolerante al
ruido. Ya suficiente tenía con el estruendo de Bombay.
Su mano golpea mi muñeca y mi arma sale volando. Levanto mi
pierna para clavarle una patada en el abdomen, pero agarra mi
tobillo con una de sus manos y me jala, logrando que caiga sobre
mi, ya herida, espalda. Gruño del dolor. Su pie cae con fuerza sobre
esta y abro los ojos para buscar el arma.
Intento levantarme, pero vuelve a patearme en un costado, espero
un segundo golpe y cuando lo da, me aferro a su tobillo haciendo
que caiga también y pueda subirme encima de ella. Dirijo con cólera
mi puño hasta su cara. Los huesos de su cara chocan con los
huesos de mis nudillos. Sangre brota de su labio instantáneamente.
Logra voltearme con facilidad. Es más fuerte que yo, es notable,
pues mi estado físico y mi alimentación ha sido una mierda.
Toma mi cabeza de los lados y la levanta para dejarla caer contra
el suelo. El dolor llega con rapidez y me marea. Por el rabillo de mi
ojo veo el arma y estiro mi mano para llegar a ella mientras su puño
golpea mi mejilla.
La alcanzo y le apunto justo cuando planeaba volver a
impactarme.
—No tengo nada contra ti, Ferragni —clavo la punta en medio de
su frente. Estoy intentando recuperar mis sentidos —. Pero si no te
quitas de encima, no me dejas opción.
Se ríe y se levanta. Con su antebrazo limpia la sangre que ha
salido de su boca.
Sin dejar de apuntarle me levanto. No me muevo de inmediato
para no demostrarle lo débil que me ha dejado. Me agacho
lentamente para recoger mi maletín y cuando me siento lista, paso
por su lado para bajar las escaleras con cuidado. Llego al piso de
abajo, pero antes de abrir la puerta su voz me detiene.
—¿Cómo es que estás tan segura de que afuera no hay un
ejército esperando para capturarte?
Giro para mirarla.
—¿Lo hay? —ladeo mi cabeza.
Niega. Sus ojos caen en una esquina del edificio abandonado y
vuelve a mí.
—¿Qué estás tramando, Atenea? ¿Qué pasó para que te
convirtieras en...? —resopla —. Ya no sé ni que eres, si una
mafiosa, terrorista, o ladrona, o una desertora...
Doy dos pasos rápidos hasta ella.
—¡Desertora jamás, Ferragni! He sido excelente y le he entregado
mi vida a la organización, si me fui no fue por mi maldita culpa. Hice
algunas cagadas y tu puto comandante no supo ver más allá... —
bufo —. Tampoco es que fuera necesario. Soy consciente de lo que
merezco, pero también de lo que merecen los demás.
Me muevo para tomar la cerradura.
—¿Por qué mataste a Igor? —su voz se quiebra —. Si querías
demostrar algo podías llevarte a cualquier otra persona... —solloza
—. ¡Íbamos a casarnos, maldita sea! —exclama. Sus palabras se
clavan más en mi espalda que un disparo —. Solo quiero saber por
qué... Eres... Eras alguien que siempre había admirado y te llegué a
considerar mi amiga...
La enfrento.
—¡Deja de llorar, maldita sea! —la señalo —. Eso es lo que te
hace el puto amor. Te hace débil. Estás aquí frente a mí pidiendo
respuestas cuando debiste clavarme una bala en la cabeza apenas
me viste. ¡Asesíname! ¡Pudiste encontrarme, pudiste hacer lo que
nadie más ha hecho, no lo desperdicies!
Ríe entre lágrimas y niega con la cabeza.
—Lealtad. Eso es lo que nos diferencia, Zubac. Los grandes
héroes siempre han sido reconocidos por el honor y para mí mi
honor es mi lealtad.
—Lástima que yo no sea un héroe. Supongo que soy demasiado
egoísta para pensar en alguien más que no sea yo.
—Tu ego te ciega tanto que olvidas que hay personas con el
mismo don que tú. También me entrenaron de la misma manera y
puedo decir que al menos mi salud mental es mejor que la tuya y ahí
es donde yo voy un paso adelante. Pude haberte matado, pude
informarle a Maximilian tu escape... Pude...
—Espera —me vuelvo hacia ella —. ¿Sabías que estaba retenida
ilegalmente?
No la creo tan saludable, pues si ha venido a llorar pidiendo
explicaciones es porque algo tiene roto.
—No —niega con rapidez —. Estaba buscándote. Intercepté las
líneas de todos, en especial la de Maximilian y recibí el anuncio de
tu escape...
La confesión me obliga a dar un paso hacia atrás.
—Y se lo ocultaste... —la miro con curiosidad. Mi reloj está
corriendo y tengo que irme pronto, pero no puedo hacerlo hasta
saber esto —. ¿Por qué?
—Quiero saber que estás planeando, Atenea. Todavía no
entiendo por qué después de tanto has enviado todo a la mierda.
Miro mi reloj.
—Tengo que irme —me giro para abrir la puerta, pero antes volteo
mi cabeza para vera —. Si me encontraste una vez, lo harás dos y
ahí responderé todas tus preguntas.
Pongo la capucha de mi sudadera sobre mi cabeza, abro la puerta
lentamente, percatándome que todo afuera esté bajo control.
—Acabas de matar a un inocente...
—Uno más, uno menos, da igual, así es la guerra y ya te dije... No
soy un héroe.
Salgo a la calle y comiendo a caminar con rapidez, pero el afán
hace que termine chocando con un cuerpo enorme que reconozco
de inmediato.
—Tenías que esperarme en el carro —le digo pasando por su lado
y retomando mi camino.
—Te estabas demorando —responde Alakser —. Pensé que te
habían dado un tiro en la cabeza que te había dejado moribunda y
me necesitabas para al menos no morir sola.
—Qué considerado.
—Siempre a tu servicio, desgraciada.
Blanqueo mis ojos y apenas veo el auto, me lanzo a la parte
trasera. Siento que el dolor va a hacer que me desmaye en algún
momento. Él sube al frente y África acelera.
—Tenemos que salir hoy. Ahora sí podrían encontrarnos —dice la
rubia —. ¿Qué te pasó?
—Ya me encontraron —pronuncio mientras busco mi celular
satelital.
—¿Qué? ¿Cómo? —cuestiona ella.
—Merassi Ferragni. La nueva comandante de oriente me ha
localizado, ¿cómo mierda? No lo sé, pero algo estamos haciendo
mal.
—Deberías estar muerta, entonces.
—Eso es lo que no entiendo. Está evitando que Maximilian me
encuentre y... no entiendo. Algo esconde también y voy a
averiguarlo.
Ya decía yo que burlarme de Maximilian estaba siendo una tarea
muy fácil. No puedo comerme la mierda que soltó sobre el honor y la
lealtad.
—Ahora todo encaja. Un idiota tan inteligente como lo es tu
exnovio y con toda la tecnología y gente que se carga encima, debió
encontrarte hace semanas —agrega Alakser.
—¿Exnovio? —los miro a ambos —. ¿Qué mierda le has dicho,
África?
—Que te lo follaste. Me parecía algo importante —se encoge de
hombros. Mantiene fija su vista en las calles.
—Mi vida sexual no es importante para nadie —recalco —.
Maximilian Müller es el hombre que me envió a una prisión en aguas
internacionales creyendo que me iban a tratar bien y nada más. Así
de idiota es.
—¿Qué hubiera pasado si te hubiese arrestado él mismo? Si tu
organización te hubiera judicializado —pregunta Alakser.
—¿Has escuchado hablar de los centros de detención ilegales de
la CIA? —lo miro y él asiente con la cabeza —. Bueno, me hubieran
enviado a uno de los de ellos, sin juicio, sin derecho a defenderme.
Tal vez me hubiese ido peor que en la cárcel...
—Tal vez tu padre hubiese podido hacer algo —menciona África.
Niego.
—Nadie mete las manos al fuego que con seguridad va a
quemarte.
—Pero es tu padre...
—No lo hubiera dejado interceder —decreto —. Soy una maldita
vergüenza para Jakov y le habría pedido que se aleje.
Como tendría que estar haciendo ahora, pero no. Odio que sea
tan leal a mí, odio que su amor por una hija que es no es ni siquiera
de su misma sangre esté arruinando su vida, pero más me odio a mí
por no ser capaz de enfrentarlo y mucho menos a ellas, las Kratos.
Han iniciado una gran búsqueda para encontrarme. Le han pagado
a cientos de detectives y a todos les he volado la puta cabeza.
Pero no entiende, no procesan que no quiero ser encontrada...
aún.
Ahora por lo menos estoy segura de que Maximilian no llegará
pronto a mí. Merassi está ayudándome de una manera que me
resulta bastante extraña, pero es ayuda, al fin y al cabo. Temía salir
de la India, pero ahora sé que estaré segura y no tendré que
preocuparte por nada hasta que decida entregarme.
Necesito llegar a la Zona Cero antes que Enzo Armani. Haré que
los Physicorums también necesiten hacerlo y seguido haré que me
necesiten a mí. Es un juego de necesidades que asegura mi
supervivencia y el comienzo de otros planes.
Recuerdo a quien estaba por llamar antes del interrogatorio de
esta gente. Marco el número que me he aprendido de memoria.
—¿Hola?
—¿Cómo están?
—¡Atenea!
—No digas mi nombre... —presiono el tabique de mi nariz.
—Es verdad, lo siento. Es la emoción. Dijiste que llamarías ayer y
pensé que tendría que buscar a alguien más...
—Ni se te ocurra llamarlo a él —agrego.
—Está buscándome de nuevo, ¿cierto?
—Ares está mal de la cabeza... es mejor mantenerlo alejado,
Rosie.
—No quiero ponerte en riesgo. Mi madre sabe lo que Maximilian
te ha hecho y está de acuerdo con eso.
—Por favor abstente de comentar cualquier cosa frente a ella —le
pido.
—No lo haré. Jamás. Has salvado la vida de mi hijo y no podría
ser tan hija de perra con su tía.
La última palabra me hace sentir extraña.
—Estaré presente para esa fecha.
—Gracias... Aún no me has dicho cómo supiste que te
necesitábamos.
—No lo sabía. Simplemente investigué a toda tu familia. Vi la
historia clínica de tu hijo y... recordé que teníamos el mismo tipo de
sangre y que necesitaba un trasplante de médula ósea. El resto me
lo contaste tú.
—Él me hablaba mucho de ti... Tenía que contártelo algún día.
Cuando mi hermano te trajo... Supe que eras tú mucho antes de
saber tu nombre. Yo... debí decírtelo antes.
—No hacía falta. Mi hermano no es una amenaza para mí, pero sí
para ti. Nunca. Jamás. Por nada del mundo. Lo contactes.
—No lo haré.
Respiro hondo. Miro por la ventana. Hemos salido de la ciudad.
Merassi vuelve a mi cabeza.
—¿Cómo está él?
—El cáncer es una maldita mierda... —su voz se quiebra —. Mi
pequeño bebé no merece pasar por tanto dolor.
—Voy a arreglarlo. Nos vemos pronto.
—Gracias.
Cuelgo sin más. Debo estar estable para lo que viene.
—¿Oliveira te ha informado de su próxima parada? —me dirijo a
Alakser.
—Estarán en India un día más. Maximilian está sospechando y va
a incomunicarlos a todos durante una semana. Ninguno sabe el
próximo destino.
—Mierda —susurro.
—Yo también estaría lleno de ira hasta la mierda si alguien me
dispara siete veces en la espalda —el castaño se gira para mirarme
—. ¿Cómo sabías que tenía chaleco antibalas?
—No lo sabía —me encojo de hombros.
—¡Mentirosa! —se ríe África.
—No lo sabía —repito.
—¿Entonces por qué nos hiciste usar uno? —vuelve a reír —.
Conoces los protocolos de seguridad que usan y sabías que tú ibas
a necesitar uno también.
—Pero... ¿Cómo supo él que tú tenias uno?
—No lo sabía —respondo mirando a Alakser —. Ninguno de los
dos lo sabíamos.
—¿Crees que sepa quién eras? —pregunta África.
—Sí, eso sí lo sabía.
Por un momento pensé que Maximilian no tendría el chaleco, pero
es tan apegado a las normas que tuve que suponerlo y acerté, pero
él no lo sabía y eso alimenta mis ganas de seguir adelante contra él.
Casi ocho horas después de recorrido llegamos al aeródromo. La
espalda y la cabeza siguen doliéndome como la mierda y saber que
debo pasar más horas sentada en las pésimas sillas de esa
avioneta me hace querer desaparecer.
Desde que escapé no he tenido un día en calma. Mi mente está
saboteándome. Mis pesadillas se mezclan con la realidad y me
ponen en alerta. No estoy llevando bien un control mental. Ni
siquiera tengo tiempo para dormir, mucho menos lo tendré para ir y
charlar con un psicólogo. Además, ¿qué le diría? Apenas empiece a
contarle quien soy y todo lo que hice saldría corriendo traumado.
Kaizer hace aparición en otro auto y se baja con alguien más que
tiene una bolsa sobre la cabeza y está atado de manos.
—¿Quién es? —pregunto cuando se acercan.
—Otro investigador enviado por las Kratos —responde el hombre
sin un ojo.
—Quítale la bolsa —ordeno.
—¿Estás segura?
Asiento con la cabeza. Revelan su rostro. Es un hombre que
aparenta edad militar, moreno y alto.
—De rodillas —digo. Kaizer lo obliga a cumplir —. Supongo que
tendrás un rastreador como los otros... —saco mi navaja de la bota
y rasgo la tela que cubre su brazo. Tanteo su muñeca y en efecto,
ahí está.
Extiendo mi mano en dirección a uno de los hombres de la fosa
que se enlistó a mi servicio. Él me entrega otra beretta y apunto al
frente. Justo en la cabeza del investigador.
—Va a correrse la voz y espero que con esto entiendan que no
deben seguir buscándome. No sé cuantos más tendré que matar.
—No quieren hacerle daño. Solo quieren hablar con usted. Ellas
realmente están...
Disparo.
Si realmente estuvieran, nunca se habrían ido.

Notita:
Volveré pronto con otra tanda de seis capítulos. Nuevamente les
recuerdo que deben olvidar la versión anterior, no tiene nada que
ver con esta.
Besitosss.
CAPÍTULO 07
 
Un día después...
Merassi

Maximilian nos ha incomunicado y le ha prohibido la salida a todo


el equipo. Sé que sospecha que hay una grieta de información. Por
mi parte no es, no dejo salir nada, pero tampoco he dejado que
entre información sobre Atenea. La maldita está planeando algo y
debe ser grande. Los métodos de seguridad que está usando
hicieron difícil la tarea de encontrarla, pero no imposible. No es la
única que tiene secretos aquí.
—Esta es una maldita organización que maneja secretos de
estado. Mierdas confidenciales que no deberían salir de aquí  —
Maximilian se mueve alrededor de la sala. Está histérico. Es el
efecto que causa Atenea. Aunque para mí es divertido, reprimo la
sonrisa  —. La muerte es un paraíso para lo que le espera a la
persona que esté filtrando información. No descansaré hasta que se
desangre en el piso y pida la piedad que no voy a otargarle.

La manera que dicta la amenaza me pone la piel de gallina.


Aunque me de gracia su actitud debido a lo que causó la griega, sé
que son serios los castigos por traición... Serios no, inhumanos. 
Mi sentido común y mi entrenamiento me piden entregar a
Atenea, pero no puedo. No soportaría que ella pase por eso,
prefiero matarla con una simple bala en su cabeza, y ganas no me
faltan, después de lo que hizo con Igor, me tiene con el odio a flor de
piel.
Pero tengo que saber lo que trama.
El gran televisor de pantalla plana capta toda mi atención.
—"El cuerpo descuartizado del terrorista musulmán Abied Tadh,
ha sido encontrado hoy dentro de una maleta frente a La Casa
Blanca. Información total, en minutos" —dice la presentadora y
luego la pantalla se torna negra.
Mi estómago sufre de náuseas instantáneas. Es imposible que
haya llegado a Norteamérica tan rápido. Tiene aliados. Es ella, sé
que es ella. Maldita sea. El musulmán era un objetivo que teníamos
fichado para una misión que se llevaría a cabo en dos días. Está
demente.
—Ferragni —Maximilian llama mi atención. Trago duro.
El corazón se me acelera y mi pulso amenaza con explotar las
arterias. No he hecho nada, pero sí impedí algo. Debo mantener la
calma. Detesto ser tan honesta.

—Dígame, comandante —respondo.
—¿Alguna información que pueda darme sobre eso?

—Es Zubac —Oliveira habla esta vez.


—¿Tenemos pruebas? —pregunto con seguridad.
—No hace falta tenerlas para saber que es ella —agrega Thomas.
Ignoro lo que dice el moreno y me fijo en el rostro serio de Müller.
Me mira con detenimiento.
—Eres una excelente hacker... La mejor, podría decirse —dice.
—Soy la mejor —confirmo y me encojo de hombros —, ¿qué tiene
que ver la observación?
—Eras demasiado cercana a ella, más que cualquiera aquí  —
repara Oliveira y esta vez si dejo fluir mi diversión.
—Conozco a alguien que era aún más cercano —hablo mientras
miro a Müller —. Si vamos a sacar conclusiones respecto al nivel de
relación que manteníamos con ella... Miren hacia otro lado, porque
aquí no van a encontrar nada  —me pongo de pie sin dejar de
mirarlo —. Yo no fui quien la embarazó.

La postura de Maximilian se tensa. Me he pasado de hija de puta,


pero no soy la traidora aquí, solo busco información, no ayudo a
nadie, soy una maldita imparcial y no voy a dejar que me tiren el
agua sucia.
—¿Qué? —escucho débilmente la voz de Natasha.

—¿Qué?  —pregunta Oliveira mirándome para luego pasar a


Maximilian que me asesina con sus ojos azules  —. ¿Cuándo?,
¿cómo? ¿y dónde está el...
—Lo perdió  —agrega Thomas  —, y considero que es mejor no
hablar de eso. Es un tema en lo absoluto personal. Solo le concierne
a Müller y a ella. 

El moreno me mira con repudio y me lo merezco. Maximilian ya


no lo hace, solo se fija en el piso.
—Retírese, Ferragni  —su voz sale opaca. Le duele y eso me lo
asegura. Pensé que a Maximilian nada le dolía en este mundo, pero
acabo de comprobar que estaba equivocada.

—No puede excluir al comandante que le antecede  —me


defiendo.

Tengo que estar aquí, si él decide largarse a Occidente, yo tendré


que quedarme a cargo. No batallé por este puesto para quedarme
parada como un florero.
—¿Qué vamos a hacer entonces? Nos está cantando guerra —
pregunta Oliveira.
—No sé qué esperar de Atenea, tal vez quiera atacarnos y acabar
con la organización, eso estaba haciendo al principio. Tal vez quiera
terminar el trabajo... —esta vez habla Duane.
—Hay que acabar con ella —propone Oliveira.
—Esa no es la solución —comento.
—¿Cuál es entonces? —Maximilian intercede. La vena de su cien
peligra con estallar. Lo entiendo, también estaría igual si alguien me
hubiera impactado 7 proyectiles en la espalda.
—No creo que el diálogo con Atenea funcione  —dice Thomas
para luego dejarse caer sobre uno de los viejos sillones de la
casa —. Pero sea lo que sea que esté planeando, no creo que una
guerra contra ella nos convenga.
—¿Por qué está tan callado, comandante? —pregunto mirando al
alemán.

—¿Qué debería decir?  —mira la mesa podrida que hay en el


centro de la sala y luego escanea a todos los presentes. Su
semblante siempre es serio e indescifrable, pero hay algo en su
rostro que no logro captar, pero hay algo —. Se supone que estoy
rodeado de los mejores, de las personas más leales e inteligentes
que hay sobre la faz de la tierra en cuanto a milicia se trata, pero
con esto, la información que acabo de recolectar mientras hablaban
es que... No. Todos son una manada de inútiles porque ninguno es
capaz de hablar y delatar al hijo de puta que está vendiendo las
mierdas, y ese cobarde tampoco es capaz de dar la cara y
enfrentarme. Cuando tengan el valor de hablar, me llaman, pero
mientras deciden hacerlo, nadie se mueve, nadie respira y nadie
habla fuera de estas paredes a menos que yo lo ordene.
Se da la vuelta para subir a la segunda planta. Las escaleras
crujen a medida que avanza. El resto nos miramos los unos a los
otros.
—¿Cómo está, Caek, Natasha?  —le pregunto. Solo tiene
permitido recibir llamadas del hospital que atiende a su compañero.

—Estable y fuera de peligro  —responde ella. Está sentada,


apoyando sus codos en sus rodillas y mirando al piso. Vamos a ver
si al fin deja de ir tras Maximilian. Detesto que una mujer le bese el
piso a un hombre que ni siquiera camina, sino que cree levitar.

—¿Quién le disparó? —Oliveira vuelve a la conversación.


—Atenea. —Thomas se pone de pie y se encamina hacia las
escaleras  —. La bala recorrió más de dos kilómetros. Fue un tiro
casi perfecto... Solo conozco a dos personas capaces de eso y
Maximilian estaba conmigo.

Se pierde  en el piso de arriba. Dejo salir el aire acumulado. Tengo


que descubrir el infiltrado. Es una amenaza indirecta para mí
también.
—¿Qué haremos, señora comandante? —Laura usa ese tono de
voz que detesto cada que menciona mi rango. Envidia le llamo. La
miro divertida.

Vuelvo a soltar un suspiro y me pongo de pie. Estoy cargando con


una depresión de la mierda. La terapia no está resultando y Oliveira
no está ayudando para nada. Volkov me duele en el alma y me
seguirá doliendo hasta el final de mis días. Me prepararon para todo
menos para perder a quien era mi todo.
—Claramente haremos lo que yo diga, porque soy yo quien tiene
el poder aquí  —le sonrío  —. Vamos a seguir incomunicados hasta
que lo decida Maximilian, mientras tanto busca algo que hacer que
no sea tirarme mierda, Oliveira.

—¿Siempre fueron así? —pregunta Natasha de la nada.

—¿Así cómo? —la miro.

—No sé  —agita levemente su mano  —. Así de rivales. Al entrar


me dijeron que eran el mejor equipo en cuanto a saber comunicarse,
pero...

—Después de mucho tiempo conviviendo con las mismas


personas a diario, las relaciones se quiebran , Coleman. Todo pasa
de ser laboral, a ser tu diario vivir, ya no diferencias tu vida personal
porque todo tu tiempo lo pasas aquí —señalo el piso —. No será la
primera, ni la única vez que nos veas hablarnos así y espero que el
día que tú tengas que enfrentarte conmigo o con alguien más,
tengas los ovarios para responder de una manera bastante madura,
no como Oliveira que parece cría de secundaria.
Asiente con la cabeza.
—¿Quién realmente es ella? ¿Quién es Atenea Zubac?  —
pregunta cambiando el tema.
—¿Te sabes el expediente de Atenea?  —miro a Laura. Ella
asiente —. Cítalo.
Se aclara la garganta y endereza su espalda.
—Physicorum 0177. Atenea Zubac —comienza a hablar mientras
mira el techo —. Nacida el 27 de julio de 1996 en Atenas, Grecia. Es
experta en artes marciales y combate cuerpo a cuerpo. Experta en
manejo de armas de corto y largo alcance, tanto pesadas como
livianas. Experta en manejo de tecnologías de comunicación e
información con conocimientos en programación e informática.
Experta en reparación de equipos y armas tecnológicas. Experta en
manejo de vehículos terrestres, aéreos y marítimos. Experta en
estrategia e inteligencia militar. Experta en el manejo de idiomas y
lenguaje corporal. Experta en...
—Creo que ya entendí que es experta en todo —repara
Natasha  desde su silla.
—Dile las debilidades —vuelvo a dirigirme a la rubia. La castaña
sigue mirando el piso.

—Ella misma —dice la rubia —. Atenea es su propia destrucción,


por eso no me afana que haga lo que sea que vaya a hacer. La
bomba le explotará en la puta cara porque ella misma la está
construyendo.
—¿Por qué estás tan segura?  —detallo su expresión. Vislumbro
una grieta en ella.

—Porque sí.

—Para el resto del mundo militar, Zubac es una delincuente que


huye de la justicia... —interrumpe Natasha —. ¿Por qué no exigimos
una Alerta Roja en la Interpol en su nombre?
—Si Maximilian no lo ha hecho hasta el día de hoy, intenta jamás
preguntarle el por qué —digo.
—¿Por qué? —me mira confundida.

Ruedo mis ojos y suspiro con pesadez.


—Jamás le preguntes a Maximilian Müller sobre Atenea Zubac.
Jamás  —Oliveira le responde y se pone de pie para ir hacia la
cocina. Natasha y yo quedamos en la vieja sala de estar llena de
polvo y telarañas.

—Atenea nos ha hecho mucho daño. A mí y a Maximilian nos hizo


un tipo de herida que no es capaz de sanarse con medicina. No
preguntes de más, abstente de abrir la boca cuando se hable de
ella —digo esto último y también planeo ir hacia mi pequeño cuarto.
—¿Él la amaba? —su voz hace que me detenga.

Niego con la cabeza.


—Lo que había entre ellos era más fuerte que eso y lo que está
por suceder, será aún peor. Mantente alejada.

Esta vez si salgo y voy directo hacia mi cuarto. Tengo que planear
cómo contactar a Atenea y persuadir a Maximilian de levantar esta
absurda cuarentena, pues lo único que estamos permitiéndole es
que se mueva alrededor del mundo libremente.
✪︽☠︽✪

El Cairo, Egipto
Atenea
Las olas golpean mis talones y la arena bajo mis pies se siente
cálida al contraste con el agua. El sol se está poniendo y después
de haber vivido algunos meses estancada en un lugar donde el
atardecer era eterno, hoy agradezco que aún pueda seguir
apreciando una real y efímera puesta de sol. El cielo se tiñe de
naranja y un recuerdo llega a mi mente.
Su torneado y desnudo cuerpo saliendo del mar en la isla, que
parecía más un infierno que un lugar de ensueño.
Sal de mis pensamientos, maldita sea. Tengo que matarte, no
desearte.
Cada que cierro mis ojos solo soy capaz de pensar en tres cosas.
En la oscuridad de la cárcel y cada una de sus torturas, los ojos
azules de Maximilian y el plan que tengo pendiente ejecutar. He
dejado a un lado mi curiosidad por mis asuntos familiares. Mi error
fue buscar esa asquerosa procedencia. Me arrepiento. La mafia no
es un interés que tenga y no quiero ser envuelta con ella. Estoy en
otro nivel.
—¿En qué piensas, prinkípissa? —Jakov se planta a mi lado.
Inhalo aire y luego lo suelto antes de responder.
—En todo lo que pasó este año y lo que aún me falta por hacer —
digo tranquila.
—¿Qué te falta por hacer? —me mira con curiosidad. Está vestido
completamente de negro pese al clima. Solo estamos de paso en
esta ciudad mientras intento entrar a Alemania
—Entregarme.
Da un paso fuerte hasta quedar frente a mí.
—Van a apresarte —objeta.
—Lo sé.
Deja salir todo el aire.
—Aunque no quiero que lo hagas, sé que no hay otro modo de
evitar que sigan persiguiéndote ahora que saben que respiras en
sus espaldas.

—Tienes que alejarte de mí, papá  —le pido  —. Tienes que irte
lejos, porque lo que haré no te va a gustar y...

Sus manos se cierran sobre mis mejillas. Es más alto que yo y


debo inclinar mi rostro hacia atrás para fijarme en sus ojos color café
claro. Su piel tiene un par de arrugas más que la última vez que lo
vi, pero sigue pareciendo aún más joven de lo que dicta su edad.
—Le juré que iba a protegerte y soy un hombre de palabra  —
comenta.
—¿A quién?

—A tu padre, Atenea. Le juré con mi vida que iba a protegerte de


todo y cuidarte en todo.

—Nunca voy a entender por qué no me dijiste la verdad. Me


hubiera ahorrado tanta mierda que...

—Solo sé una parte de la verdad. Sabía quien era tu padre, lo que


hacía y su manera de operar. Alessio Armani era una inminencia, lo
que desconocía era a la mujer que estuvo a su lado.

—¿Una de las gemelas Kratos? —pregunto.

—Las Kratos eran herederas de la Ndrangheta. Tyra quedó en el


poder después de un sinfín de hechos desafortunados y se apoderó
de todo, hasta de él...

—¿De Alessio? Si era tan inminente... ¿cómo se dejó


controlar? —pregunto.

—Se enamoró, se obsesionó con ella. Tyra es una desconocida


para mí, pero sé que oculta algo y sea lo que sea, sé que es
sinónimo de desastre y peligro. Tenía que mantenerte lejos de ella,
tenía que intentar que te quedaras de este lado, del lado del bien...
Tenía que enseñarte a defenderte, pero al mismo tiempo temía que
si lo hacía, ella iba a usar ese poder que tu adquirieras para su
beneficio —respira hondo —. Repito, tenía que alejarte del desastre
y del peligro, y Tyra Kratos era eso, es eso.

Pienso durante un segundo en la información. Jakov ha estado


buscándome por meses él solo, pero esta vez lo busqué yo. Lo
necesitaba, es mi ida momentánea al cielo. Me saca del infierno.
—¿Qué pasa con su gemela? ¿Con Kyra? —pregunto.

—Ella también trabaja en mantenerte alejada de Tyra —explica.

—¿Entonces quién me está buscando?

—Tyra.

—No se rinde y voy a obligarla a que lo haga, así tenga que matar
a todo la gente que envía por mí  —miro hacia otro lado. La playa
está desierta y el sol ha desaparecido.

—Sabe manipular mejor que nadie, pero no temo, porque tú eres


más inteligente.

—Lo soy.

Tyra Kratos está buscándome y apenas termine lo que debo hacer


el Alemania, va a encontrarme.
—¿Qué planeas hacer cuando te capturen?  —pregunta
cambiando el tema.

—No lo sé, pero confía en mí. Todo saldrá bien —le sonrío.

Niega varias veces con la cabeza y se aparta para dejarme


apreciar nuevamente el paisaje. Siento como su mano toma la mía.
—Te apoyaré en todo lo que me pidas, prinkípissa.
—Eres el único hombre al que dejo llamarme por un apodo tan
cursi.

—Nadie te merece y quien lo haga, no te llamará así.

Bufo.
—¿Entonces cómo?
—Ahora mismo, lo único que necesitas es alguien que esté
dispuesto a dar la vida por ti. Halagos hay muchos, pero vida solo
hay una.
Afianzo mi agarre en su mano y me aferro a este momento.
Todos estos meses estuve asesinando objetivos que tenía mi
antiguo equipo. Me enteré de que Merassi subió a la cabeza y
ocupa ahora el puesto de Maximilian. Alan sigue ocupando el mío
en Occidente. En Oriente hay dos nuevos integrantes, sino es que
ya murió el otro, y nuevos conflictos entre países se están haciendo
notar al público.
Maximilian ha trabajado duro por mantener la paz entre estos,
pero siento que no será por mucho. La guerra es un gran negocio
que mueve millones de dólares, libras, euros y demás al año. En
algún momento todo explotará, porque así debe ser y van a
necesitar llegar a la Zona Cero de la que tanto me ha hablado Ares
Armani, mi mellizo. Alguien que no me causa ni siquiera repulsión a
pesar de habernos formado en el mismo vientre y llevar la misma
sangre.
No estoy durmiendo. No estoy bien. Estoy perdiéndome, pero
debo seguir adelante. No tengo tiempo para desperdiciar.
—Kyra preguntó por ti —Jakov me saca de mis pensamientos.
—Mmm... —digo a modo de respuesta.
—Deberías darle una oportunidad. Te ha protegido de todo.
—No necesito tener más personas en mi vida preocupadas por mí
—suelto su mano y me giro hacia el lado contrario del agua.
—Solo quiere hablar contigo —sugiere.
—No. Mintieron, me dijeron que Kyra era mi madre, lo creí por un
tiempo y luego confirmé con Ares que era Tyra —decreto.
—¿Ares? —pregunta atónito —. ¿Estás hablando con Ares?

Me giro para enfrentarlo.


—¿Qué pasa? —cuestiono al ver su expresión. Sus cejas se han
juntado.
—No confíes en él.

Pasa por mi lado para entrar a la casa.


—¡Hey! ¡Vengan, que la cena se enfría! —nos grita África desde
el balcón de la cabaña.
Nos sentamos en la mesa y procedemos a comer en silencio. Es
un pescado lleno de hierbas y vegetales.
La historia de África es un tanto peculiar. Fue criada por monjas,
vivió en un convento debido a que quedó huérfana a corta edad.
Sus padres no tenían familiares vivos y servicios sociales no tuvo
más opción que entregarla a un orfanato religioso en Rumania.
Luego de eso, conoció a gente muy mala, aprendió a defenderse
y a sobrevivir completamente sola, pues cuando cumplió la mayoría
de edad, las monjas la arrojaron a la calle y tuvo que mendigar por
comida. Trabajaba para un mafioso como su asesina y
guardaespaldas principal, pero un día se enteró de que el hombre
quería acabar con ella, trató de huir de su lado y sufrió el mismo
final que yo. Alguien en quien confiaba con su vida le inyectó un
sedante. Días después despertó en el barco en medio del agua
donde estábamos y fin. Ahora estamos juntas. Ella empezará una
nueva vida, y yo volveré a la mía.
Después de recoger la mesa y lavar los platos, todos nos vamos
directo a nuestras habitaciones. En la madrugada nos moveremos
hasta el aeródromo. 
Berlín me espera.

Notita:
Hola bellas! Feliz de volver volver volver vooooolver. (Inserte
canción de vicente fernandez)
Ahora sí a cogerse de los calzones porque esta nueva versión
viene con toda.
Paso a pedirles encarecidamente que dejemos de comentar: Me
gusta más la otra versión. 
Me ponen locas a las nuevas lectoras, no la mencionemos, no
existe, ya murió, superémoslo que esta va a estar mucho mejor, se
los prometo.
Un beso, un abrazo, muak.

CAPITULO 08
 
Maximilian
Me deshago de la camiseta negra y la echo a un lado con el resto
de mis cosas que están sobre el piso de madera decorado con
moho. Este maldito lugar se cae en pedazos, pero es más seguro
para nosotros que cualquier casa en buen estado. Enciendo la
pequeña linterna que hace que mi reflejo se visibilice en el sucio
espejo frente a mí.
Mi estómago exige comida y decido limpiarme brevemente. Tomo
un pedazo de tela y la mojo con un poco de agua de la botella. La
paso por todo mi pecho para deshacerme del sudor y suciedad que
deja esta ciudad. Tallo con fuerza y cuando llego hasta las cicatrices
de balas en mi abdomen, me detengo.
—Nunca me contaste lo que te pasó —la voz de Natasha me
hace alzar el rostro y fijarme en ella través del espejo.
—Solo fue un ataque más —respondo y sigo en mi tarea de
lavarme, paso a mi espalda, pero los músculos de mis bíceps me
impiden llegar.
—¿Necesitas ayuda? —pregunta.
Vuelvo a detenerme y a mirar su reflejo por unos segundos. Tomo
aire, giro y le entrego el paño. Escucho como sus pasos hacen crujir
la madera hasta llegar hasta mí y tomarlo. Su respiración golpea la
piel de mi espalda y dejo de verla porque se cubre tras ella. El toque
húmedo y frío comienza a trabajar.
—¿Todavía te duele? —vuelve a hablar cuando pasa el paño en
medio de mis omóplatos.
—No.
Sigue tallando con suavidad. Levanto mis brazos hacia el frente y
posiciono las palmas de mis manos contra la pared. La cabeza me
duele como la mierda y estoy cansado de la misma manera, como la
mierda.
—Así que esa era la razón.
—¿De qué? —cuestiono mientras detallo el piso.
—Tu rechazo —dice y se mueve hasta quedar a mi lado —. Ella,
Atenea Zubac es la razón de tu rechazo.
Escuchar su nombre inicia otra guerra dentro de mí, tanto que
termino tomando a Natasha del cuello y pegando su espalda contra
la pared.
—Están prohibidas las relaciones entre...
—Me sé las malditas reglas, nunca dejas que las olvide —me
interrumpe.
Huele a sudor combinado con alguna esencia floral. Sus ojos
oscuros me miran fijamente y su boca entreabierta me invita,
haciendo que se seque la mía.
—Bésame, Coleman...
...porque yo jamás podré y porque ella jamás se va a marchar.
Mis ojos se cierran cuando sus delgados y delicados labios llegan
hasta los míos. Mi mano en su cuello se desplaza hasta la parte
trasera de su cabello. Lo tomo con fuerza y aumento la intensidad
del beso. Sus brazos se envuelven sobre mis hombros y nuestros
pechos colisionan.
Ella va a volverme loco. No puedo dejar de pensar en sus ojos y
jamás podré olvidar el sabor de sus malditos labios, y detesto
siempre terminar comparándolo. Alejo a Natasha de mi boca y me
hago a un lado. Busco otra camiseta, la pongo sobre mi torso.
—Lo siento —digo antes de salir. Evito mirarla en todo momento.
Sé que le gusto y yo no soy un maldito ciego, pero no puedo. Al
menos no con ella, porque tiene ciertas cosas que me recuerdan a
alguien más.
Voy hacia el tejado mientras tanteo los bolsillos de mi camuflado
en busca de algún puto cigarro. Encuentro una candela de paso y lo
enciendo para darle una calada profunda antes de dejarme caer
contra una pared a medio derribar. Alzo mi vista al cielo nublado y
me fijo en que no hay ni un solo maldito brillo en él.
Thomas aparece bajo el umbral de la puerta. Su expresión me
pide permiso en silencio para entrar y asiento con mi cabeza para
confirmárselo. Entra y se deja caer a mi lado.
—Pensé que no fumabas —comenta.
—No lo hago.
Doy otra calada más y la expulso al aire. El ruido de Bombay
nunca termina, la ciudad siempre está despierta.
—¿Cómo está, Caek? —le pregunto.
—Estable, según Coleman.
El calor de esta ciudad me tiene desesperado. Quiero volver con
urgencia a Alemania, pero no puedo hacerlo hasta descubrir la
maldita cucaracha que está por ser aplastada. En estos momentos
soy capaz de dudar hasta del hombre que está sentado a mi lado.
—Era ella —agrego.
Un silencio cae en el momento.
—¿Querrá matarte? —Inquiere.
—No. —Muevo la cabeza de lado a lado y apago el cigarrillo entre
mis botas de combate.
—¿Por qué tan seguro?
—Ella sabía que tenía un chaleco antibalas. Es un protocolo y ella
se los sabe todos. Si hubiera querido matarme su puntería no
hubiese sido impedimento para perforarme la cabeza.
—Entonces cómo... Y tú... —me mira y yo lo evito. Sigo con mi
vista fija en el cielo —. ¿Tú sabías que ella también tenía uno?
—No lo sabía.
El odio en ese momento no me dejó pensar en nada más. Tenía
mis dudas sobre quien era, pero una parte de mí siempre estuvo
susurrando de que sí se trataba de ella. 
Es quien tiene el poder, es quien me tiene con migraña y
reorganizando cada plan que había trazado. Está enterada de todo,
está aquí sin estarlo, sabe de cada decisión que tomo, de cada paso
que doy y estoy en desventaja, porque yo no sé absolutamente
nada sobre ella.
Tal vez me esté viendo como un simple peón en su maldito juego,
y aunque me duela su existencia tan lejana, voy a sorprenderla con
una gran jugada. Ha empezado a sacar lo peor de mí y no puedo
permitirlo.
Ella tiene el poder y mi misión será quitárselo antes de que cause
más daño.
✪︽☠︽✪

Atenea
Risas y susurros cargados de palabras ininteligibles a mi audición,
son los que llenan el desconocido espacio en el que me encuentro
besando el piso. Sé tantos idiomas... Tantos, excepto este.
Mis párpados tan pesados como siempre y mi cuerpo tan
inservible como de costumbre, al momento de uno de sus muchos
juegos. Juegos. Así le dicen a las atrocidades de las que me hacen
protagonista.
¿Qué será hoy?
Tengo frío. Siento la desnudez de mi cuerpo y la escasez de
intimidad. Alguien me está mirando... No, hay más de un par de iris
enfocándome. Reúno un porcentaje de fuerza para aplicarla en mis
brazos y poder levantar mi pecho.
No estoy en la intemperie, tampoco siento el calor de la cámara
de gas... Alzo mi cabeza y con esfuerzo abro mis ojos al fin.
De izquierda a derecha, hay 7 hombres sentados con el rostro
cubierto por el típico pasamontañas negro, sus ojos brillan a través
de la oscuridad que deja una mínima penumbra sobre mí, una
pequeña luz que escasamente recalca mi anatomía. Están vestidos,
pero no del todo. Sus miembros están apuntando hacia el techo y
sus manos trabajan de arriba a abajo para satisfacer el inmundo
placer que les causa mi estado.
No otra vez... Quiero volver a dormir.
Las pisadas de alguien más se detienen a mi lado.
—Vamos, zorra. Dales un buen espéctaculo. —escupe.
Lleva un rejo en la mano, para seguido alzarlo por encima de sus
hombros. Por inercia tomó posición fetal para tratar de minimizar el
azote, pero es imposible evitar el ardor que llega a mi espalda
cuando las líneas de cuero se marcan en mi piel.
—¡Párate! —grita.
—No puedo... —susurro.
Otro azote vuelve a impactar mi espalda.
No quiero otro, no podría resistirlo. Me impulso aún más hacia
arriba y logro ponerme de rodillas. Llevo mis manos hasta mi pecho
desnudo para cubrirlo.
—Brazos a los lados —ordena.
Mis ojos van de él hasta los hombres que me miran, sus manos
han acelerado los movimientos que ejercen sobre sus falos.
Quiero vomitar.
Hasta ahora esto es lo peor y lo más humillante que me han
hecho. Malditos hijos de puta, bastardos de la mierda. Voy a
matarlos, voy a matarlos... Debo repetirlo para que nunca se me
olvide. Bajo los brazos y termino por ponerme de pie.
—Cerdos —escupo en su dirección.
Mis glúteos llevan el castigo por mis palabras, el ardor del azote
hace que flaquee, pero no caigo. Cierro mis ojos y pienso en algo
bonito... Yo cercenándoles el pene en medio de un campo de flores,
mientras riego ácido en sus heridas.
Bonito, muy bonito.
—Deberías sentirte afortunada. Mira, estás causando 7 orgasmos
al mismo tiempo —dice cerca de mi oído.
No abro los ojos, no quiero ver la porquería de escena que tengo
al frente.
Voy a matarlos, a todos, uno por uno, lentamente, sin afán, y con
mucho dolor de por merdio...
Otro azote llega a mi espalda.
—¡Abre los ojos!
...
Despierto.
—¡Abre los putos ojos! —escucho decir en la lejanía.
Me pongo en modo alerta y tumbo a la persona que me toca el
brazo, y la derribo sobre mi cama. Lo inmovilizo poniéndome encima
y saco el arma que guardo bajo la almohada y le apunto.
—Tranquila, fiera —dice —. Estabas gritando como loca y vine a
verte.
Mi pecho sube y baja rápido por la agitación. Debo parpadear
varias veces para reconocer la identidad del hombre que tengo
apresada.
Fue un sueño, un recuerdo tangible de la horrible pesadilla que
viví.
Bajo el arma y me aparto de él.
—Lo siento, yo... No sé...
—Entiendo —se sienta sobre la cama —. Estrés postraumático.
Los pecados cometidos y los castigos dados siempre suelen causar
locura.
—Estoy bien, no estoy loca.
Dejo el arma en la mesa de noche e ingreso al baño para seguido
encerrarme. Me deshago de toda la ropa y entro al chorro de agua
helada que me ofrece la ducha. Me aseo en cuestión de dos
minutos. Me visto. Debo ir hacia el hospital pronto. Chaqueta de
cuero, pantalones de mezclilla, tenis y mi arma. Tomo un maletín
lleno de dinero bajo el lavabo, un documento falso que me permitirá
estar relacionada con Milan y Rosie para poder continuar con el
procedimiento.
Alexia Müller.
Mi estómago se revuelve al leer el nombre impreso en el
documento al lado de una foto mía. Es una putada la creatividad de
África. Cierro la cremallera y cuelgo el maletín sobre mi hombro.
Miro por la ventana, aún no hay señales de luz, pero tengo que
moverme en la oscuridad para mayor seguridad.
—¿Segura que no quieres que te acompañe? —me enfrenta y
evitando que salga de la habitación.
—Alakser... 
Siento que tengo que hacer esto sola. No confío en nadie. Apenas
despierte saldré corriendo del lugar. Aunque sé que si me atrapan
ahí, Rosie no podrá hacer ni una mierda por mí.
—¿Qué?  —sus dedos se adueñan de mi quijada y me obligan a
mirarlo  —. Estarás débil después de lo que te harán y nadie va a
cuidarte como yo lo haría.
Mis ojos se clavan en el miel de los suyos durante largos
segundos. El hijo de puta tiene razón. Ahora mismo es mi mano
derecha, pues África y mi padre debieron quedarse en Egipto para
partir hacia otro lado. No puedo tentar mi suerte al andar en un gran
grupo, pero tampoco puedo arriesgarme a estar sola.
—Te mantendrás lejos y...
—No voy a revelarle nada a Ares, ahora mismo me conviene más
quedarme de este lado.
—Del lado del éxito, qué interesado.
—Me gusta el poder, la belleza, el dinero y tú tienes todo eso—
sonríe con vileza.

—No voy a acostarme contigo  —bromeo mientras me río de su


pobre palabrería.

Paso por su lado para ir hasta el garaje.

—Sabes que no busco eso, no soy tan básico  —dice viniendo


detrás de mí.
Decido no conducir e ingreso del otro lado. Alakser sube de
inmediato y acelera en dirección al hospital.
—¿Qué buscas entonces?  —ladeo mi cabeza mientras miro las
calles oscuras y desiertas. Una leve llovizna ha empezado a caer y
el olor a tierra se levanta para entrar en mis fosas. La verdad nunca
he esperado nada de él, todos sus coqueteos me han parecido
irrelevantes.

—Ganar.
Su rostro gira por un segundo para fijarse en el mío, pero mi
mirada sí se queda sobre él durante un largo rato. Su corte militar y
sus facciones podrían cualquier hipnotizar a cualquier mujer si él lo
intentara, pero ahora que lo pienso... Conmigo nunca lo ha hecho,
siempre me ha tratado como a otro asesino más y lo agradezco.
Llevo meses comparando rostros y cuerpos de hombres con uno en
especial. Y lo detesto.
No he sido capaz de desnudarme ante alguien y en mis planes
todavía no está el aventurarme a hacerlo. La guerra me tiene en
medio del fuego y una sola distracción podría quemarme.
—Lo que está pasando es más complejo que solo perder o
ganar... —agrego  —. Para ganar tendremos que perder mucho... y
ganará quien sepa perder las cosas correctas.
—¿Y qué pasa con los que no tienen nada que perder?

—Serán victoriosos desde mucho antes de que inicie la guerra.

—Yo no tengo nada que perder  —pronuncia mientras se detiene


en un semáforo. Su mirada se clava en mí. La luz nos tinta a ambos
de color rojo.

—Ojalá yo tampoco lo tuviera.


✪︽☠︽✪

Entro al hospital por la parte trasera. Un hombre vestido de negro


me esperaba. Ahora me dirijo hacia la habitación de Rosie. He
pedido que todo se haga bajo discreción y que sea poco el contacto
que deba tener con el personal. Una gorra y un tapabocas cubren
parcialmente mi rostro, espero que sea suficiente, pero no dejo de
sentir en el ambiente que el peligro está inminente, casi palpable al
estar sobre suelo alemán.
—¡No puedo creer que estés aquí!  —exclama en voz baja. Sus
brazos me rodean y no respondo el abrazo.

—Vine a lo que vine, no puedo estar aquí mucho tiempo  —digo.


Me deshago del bolso para dirigirme a la enfermera que me mira
con atención.

—Él quería verte antes de...

—Rosie  —pronuncio mientras me retiro el tapabocas  —. No


debías decirle.

—Su tío está en la mierda, no puedo decirle esto a mis padres y


mucho menos a él... Tú eres el único apoyo que tenemos ahora,
eres más que una simple donante, At... Alexia  —corrige cuando
recuerda que le pedí que no dijera mi nombre real frente al personal.

—No sabría qué decirle. —Bajo mis hombros.


—No tienes que decirle nada. Están dándole su última medicación
de la madrugada, lo despierta un poco, pero siempre le leo para que
vuelva a dormir. Solo tendrás que leerle.

Analizo a la enfermera y luego a la rubia. Alakser se ha quedado


afuera y tiene pendiente entrar en dos horas después de que inicie
la recolección de células. Voy a estar anestesiada y no puedo
quedarme aquí. No sé como no lo había pensado antes. No puedo
dejar ninguna grieta y confiar en la cuarentena que Maximilian le ha
aplicado a su equipo. Sé que de brazos cruzados no está.
—Vamos —le digo —. Pero es muy en serio lo de que no puedo
estar mucho tiempo aquí, Rosie. Apenas extraigan lo que necesitan,
tendré que irme.

—Lo entiendo y ellas también —señala la enfermera.

—Correcto, andando.

Salimos al pasillo y subimos tres pisos por las escaleras. Calmo


mis pasos cuando lo puedo ver a través del cristal. Otra enfermera
está hablándole y él le sonríe. Son más de las tres de la mañana.
Un niño de su edad no debería estar despierto a esta hora y mucho
menos debería estar en un lugar de estos.
Rosie ingresa primero y la sigo detrás. La enfermera saluda con
una gran sonrisa a Rosie. Al parecer, esa es su esencia, iluminar la
habitación a la cual entra. La mujer desconocida se despide y sale,
dejándonos solos a los tres.
—¿Recuerdas a Atenea? —le susurra.

Él asiente entusiasmado con la cabeza.


—La mujer maravilla —dice débilmente.

—La misma.  —Me acerco con cuidado hasta su camilla. La


manera en la que me recuerda me comprime el pecho. Si supiera
que estoy lejos de ser ella, si supiera que soy una villana en este
cuento esa sonrisa se borraría de inmediato de su cara.

—¿Y mi tío? —pregunta.

—Está trabajando —respondo.

—Pensé que lo hacían juntos.

—Algo así, yo hago la parte del otro lado.

—¿No lo extrañas cuando está lejos? Mi mami y yo, sí y


mucho.  —Sus pequeños ojos azules me producen una extraña
calma, pero el parecido que le encuentro con Ares, me eriza la piel. 

Él no va a tocarlo nunca.
—A veces... —carraspeo  —. No suelo extrañar mucho a las
personas que sé que voy a volver a ver.
Aunque no quiera.
  —Atenea ha venido a leerte, mi amor  —Rosie intercede y se lo
agradezco con la mirada —. ¿Qué quieres que te lea?

Sacude su pequeña cabeza. Su cuero cabelludo no posee ni un


solo cabello y aunque estoy hecha para enfrentarme a cualquier
cosa, nunca lo estaré para esto. Si en el fondo tuviera un corazón,
siento que se partiría en este momento.
—Cuéntame alguna historia tuya, así como lo hace mi tío —pide
emocionado.

—Él las adapta —aclara su madre.

Asiento con la cabeza. 


—Entiendo —acerco una pequeña silla al lado de la camilla y me
siento en ella.

—Los dejaré solos. Aprovecharé para asearme  —la rubia toma


una pequeña maleta y se adentra en el baño de la habitación.
Paso mi mirada nuevamente a Milan, quien me mira con
expectación. El olor a hospital siempre me transporta a horribles
recuerdos.
—¿Qué historias suele contarte Maximilian? —le pregunto.

—Muchas donde siempre salva a muchas personas.

—Claro, ese es él. Un gran héroe —sonrío sin ganas al recordar


el día de su boda  —. ¿Qué te parece si te cuento algo desde la
perspectiva del malo?
—¿Qué es pers... pectiva? —su ceño se frunce.

—Es... Como decir, ver el otro lado de la historia. Lo que piensan


los malos —intento explicarle.
—¿Los villanos? A nadie le gustan los villanos.

Dolió. No voy a mentir.


—Eso lo sé... pero algunos suelen ser entretenidos, más que los
héroes.

—¿Si?  —ladea su pequeña cabeza y se acurruca de lado para


mirarme con atención.

—Sí... Empezaré, ¿listo?  —asiente con su cabeza y armo una


historia dentro de la mía, omitiendo las partes sangrientas y llenas
de muerte —. Hace mucho tiempo... Había... Había una villana, pero
no siempre lo había sido.
—¿No?
—No. Las personas malas a veces nacen siendo buenas hasta
que llega alguien aún más malo y...

—Las hace malas.

—Exacto —confirmo —. Esta chica, ella... Estaba entregada a su


trabajo, quería hacer todo muy bien y ser la mejor, así que entrenó y
estudió mucho para ello. Se convirtió en un héroe, todo el mundo la
quería... pero de lejos. Era tan buena que daba miedo, casi parecía
un robot y nadie quería hacerse su amigo.
—Qué triste... —susurra. Un bostezo se escapa de su boca.

—Sí. Intimidaba a todas las personas que se acercaban, así que


si quería tener amigos tenía que ir a otros lados para hacerlos y
fingir ser quien no era para encajar y que no le tuvieran miedo.
Hasta que un día... llegó alguien que no huyó de ella, todo lo
contrario, se acercó aún más y más, y ella se asustó porque no
quería arruinar las cosas y que se fuera. Ella seguía siendo un
héroe, pero seguía sintiéndose sola en el mundo, pues no sabía
quién era su familia —sus pequeños labios se transforman en un
puchero y continuo hablando —. Trabajó mucho para encontrarlos y
cuando lo hizo se dio cuenta de que eran muy malos y que tenían
un plan macabro para dominar el mundo.

—Oh no... —pestañea repetidas veces. El sueño le está llegando.

—Oh sí, ella quiso averiguar más y su familia terminó


convirtiéndola en una persona mala también, aunque creo que ella
siempre lo fue... Solo que lo reprimía.

—¿Qué es reprimía?

—Lo guardaba en secreto, por decir así —explico —. Ella decidió


seguir siendo mala y ocultárselo a su amigo para que no se fuera,
pero ese héroe era tan inteligente que terminó dándose cuenta de
las cosas malas que hacía su amiga y la envió a la cárcel... —me fijo
en la vista de la ciudad que me regala la ventana —. Se lo merecía,
pero también merecía que la escuchara... —vuelvo mi mirada hacia
él y lo veo dormir profundamente —. Ahora la villana no razona, no
piensa, no aceptará nada... porque solo quiere venganza, pero eso
jamás te lo contaré y mucho menos el final porque no será apto para
tu edad —susurro.
Me pongo de pie y me inclino para besar su frente. Rosie sale del
baño y la enfermera vuelve a entrar por la puerta.
—Estamos listos —anuncia.

Rosie me mira. —¿Lo estás tú? —pregunta.


—Siempre.

Notita:
Buenas buenas, vengo con un nuevo cap, súper nuevo, súper
nice bien tranqui antes de que nos alborotemos por aquí jeje.
Me tiene muy emocionada el encuentrooooooo. OMG.
Nos vemos. No olviden darle mucho amor. Muak.

CAPITULO 09
 
Atenea
Me siento exhausta mentalmente. La serie de soluciones y
catástrofes que se pasean dentro de mi cabeza no me dan abasto.
Ser impaciente también me complica las cosas y más cuando
desconozco el resultado que tendré al incluir todos los factores que
deseo en el juego, en la guerra, en mi guerra.
Quiero todo ahora, quiero todo ya. Pero no puedo.
Dejo escapar un suspiro sonoro. Estoy dentro del baño del
hospital privado poniéndome una bata desechable. Estoy desnuda
debido a que estoy por entrar una habitación para que me
anestesien y me saquen lo que me tengan que extraer de la
espalda. Intento no mirar mi reflejo en el espejo que tengo al frente.
Espero que Rosie no esté presente de ninguna manera en la sala.
Voy a tener que estar en reposo durante un par de días. Esto no
estaba en mis planes, pero algo dentro de mí decía que no podía
simplemente ignorarlo. 
Algo llega a mi cabeza y voy rápido hasta una de las enfermeras.
—Necesito hablar con un doctor —le digo.
—¿Sucede algo? —me mira de pies a cabeza.
—Tengo una pregunta. Solo es eso.
—Dígamela, tal vez yo pueda responderla.
Escudriño toda la sala.
—Quiero saber si es posible que se me esterilice durante el
procedimiento.
—¿Esterilizar? —pregunta confundida.
—Sí.
Me sigue observando durante unos segundos y yo sigo firme. Al
ver que hablo en serio, ella lo empieza a hacer también.
—Creo que no habría ningún problema, pero el único
ginecobstetra que hay de turno, tiene a dos mujeres a punto de dar
a luz y no creo que...
—No crea tanto y tráigalo. Una ligadura de trompas no le tomará
mucho tiempo.
—¿Ha tenido hijos?
La sangre se me hiela en las venas.
—No, ni quiero tenerlos.
—Yo le recomendaría informarse mejor y...
—¡No le estoy pidiendo ninguna maldita opinión! —suelto a punto
de perder la paciencia. Ella da un paso hacia atrás. Respiro hondo y
trato de calmarme. No aquí. Pellizco el tabique de mi nariz y esta
vez vuelvo a mirarla con calma —. Soy una persona que no merece
ser madre... —la palabra se me atora en la garganta —. ¿Cuánto
quiere?
—¿Qué? —me mira confundida.
—Dinero. ¿Cuánto dinero quiere? Y pregúntele al médico cuanto
quiere también. Esto es urgente. Lo necesito como no se lo imagina
—la tomo del brazo.
—¿Señorita Müller? —El otro doctor entra en la habitación y el
apellido me arde en la boca del estómago —. ¿Todo bien? —nos
mira a ambas.
Suelto a la mujer. No aquí. Llevo meses sin controlar mis
impulsos. Meses en los que solo he comido a medias y asesinado a
muchos. Llevo meses siendo un animal y no me ha molestado en
absoluto.
—Todo bien —respondo sin dejar de mirar la enferma hasta que
sonría y repita lo que dije yo.
—Todo bien, doctor —dice con uno nudo en la garganta que solo
capto yo —. La paciente será sometida a otro procedimiento más.
Quiere realizarse una... —me mira —. Una esterilización tubárica.
Asiento con la cabeza mientras detallo la expresión del hombre.
—No hay cirujanos de...
—Habrá dinero de por medio —agrega la enferma.
—Mucho —agrego yo.
—Va contra mi ética profesional el aceptar que...
—Asómese a la ventana —señalo con mi cabeza —. Vamos,
rápido. No tengo mucho tiempo. Ya deberíamos haber iniciado —
levanto mi mirada hacia el reloj en la pared. Noto la inmovilidad y
duda de sus cuerpos. Vuelvo a respirar hondo —. Miren por la
maldita ventana —señalo.
Sus pasos son inseguros al llegar hasta el vidrio. Separan la
cortina plástica de color gris para clavar sus ojos en lo que se divisa
en la calle.
—¿Ven las tres camionetas negras en el callejón al frente, a la
izquierda? —les pregunto y ellos asienten. Me paro firme y cruzo los
brazos frente a mi pecho —. Dentro de esas camionetas hay
personas que no existen. Personas que murieron para la ley hace
un tiempo y, como siempre he dicho, en la tierra de los muertos no
hay ningún reglamento. —Me muevo hasta el plástico en el piso
frente a la camilla y me deshago de la bata para inicien —.
Andando, tendrán dos sueldos anuales y todo estará bien.
Se miran entre sí. Se susurran algo que no me interesa entender
y asienten con la cabeza.
—Llamaré al ginecobstreta —dice la enfermera y sale de la
habitación.
—Espero que no se les ocurra avisarle a alguien más —comento.
—No es la primera paciente que ha venido aquí escoltada y con
cicatrices irregulares en la espalda, que por cierto...
—No pregunte. Más bien dígame quién era el otro paciente que...
—Usted tampoco pregunte —me interrumpe y llama con un timbre
al resto del personal. La sala se llena de más personas. Me
desinfecta y me invitan a acostarme de lado sobre la camilla. Un
catéter es conectado en la vena de mi mano izquierda. La anestesia
pasará a través de este pronto —. Extraeremos primero y luego
pasarán a la esterilización.
—Soy el anestesiólogo y me encargaré de traerla de vuelta
pronto. —Otro hombre se para a mi lado —. Empecemos a contar
hacia atrás...
No sé en que momento cerré los ojos, pero estoy segura de que
fue una luz fue lo último que vi. La anestesia me durmió hasta el
pánico y ahora me siento levitando en la oscuridad.
🐍
Dos semanas después...
Después de ese día no volví a verlos más. Alakser demostró ser
alguien confiable. Me cuidó durante días y noches enteras. Soportó
mi humor de mierda y nunca se negó a mis órdenes. Hasta cuando
le pedí que revisara las cámaras y registros del hospital. 
Necesitaba enterarme de quien más había estado en el hospital
usando mis mismos métodos de convencimiento.
No encontramos nada.
Pero no dejo de sentirme como si estuviera a un paso de
encontrarlo todo.
—¿Qué quieres, Alakser? —me enfrento al castaño.
Se quita los lentes que cubrían el color café claro de sus ojos.
Percibo diversión de ellos.
—¿Es una pregunta trampa?
Tomo un poco de la limonada. Hace un calor de la mierda en
Mónaco.
—Es solo una pregunta. Nada más —me encojo de hombros —.
Algo completamente general.
—¿Que qué quiero en general?
—Sí. No es nada específico. Una manera que tengo de conocer a
un individuo es por medio de sus anhelos —respondo.
Él me mira durante largos segundo que casi llegan a
exasperarme.
—¿Por qué siempre que hablo contigo siento que hablo con un
robot?
—Voy a ignorar lo que acabas de preguntarme y te voy a recordar
mi pregunta...
Pone sus codos sobre la mesa y se acerca a mi lugar.
—¿Alguna vez te has relajado, Atenea?
—No digas mi maldito nombre en voz alta —susurro con ira.
—Responde.
—¿Es una pregunta trampa? —replico.
—Sí. Necesito que me digas algo que evite que piense que soy un
inútil a tu lado.
—No entiendo a qué te refieres...
—Desconfiabas de mí. Lo sé. —Su mano quita los lentes sobre
mis ojos —. Sé que detrás de ese verde claro hay muchas cosas
oscuras, pero puedes encontrar frente a ellos un poco de
tranquilidad. No todo el mundo quiere matarte.
El aliento mentolado de su té de menta llega a mis fosas nasales.
Alakser no puede ser más británico.
—Vuelvo a mi pregunta. —Le arrebato mis lentes y vuelvo a
ponerlos sobre mi tabique —. ¿Qué quieres, Alakser?
Recuesta su espalda sobre la silla y levanta los brazos para
pasarlos detrás de su cabeza. Su camiseta se alza un poco dejando
ver parte de sus marcados oblicuos. Tomo más de la limonada y
agradezco haberme puesto los lentes de nuevo.
—A tu lado nadie se aburre y yo, cuando me divierto no suelo
pensar en lo miserable que ha sido mi vida. —Saca un cigarrillo de
los bolsillos de sus pantalones y lo enciende. Aspira una gran
bocanada y luego la expulsa. El restaurante es al aire libre y el
humo desaparece con rapidez.
—¿Qué va a pasar cuando todo se acabe y te aburras?
—Supongo que lo que quiero es que nos aburramos juntos.
—Supones. —Paso mi vista de él a la playa que se dibuja frente a
mí.
—Ya casi es hora —menciona al cabo de unos segundos —.
Estaré atrás.
—Bien.
—Adiós. —Se levanta y se ubica a seis mesas de distancia.
Echo un vistazo al reloj en mi muñeca y justo cuando se hacen las
nueve en punto, Merassi Ferragni se sienta frente a mí vestida con
un traje de color blanco, aparentemente costo. Enseguida me hace
sentir mal vestida para la ocasión. Mi chaqueta de cuero y mis
pantalones negros desgastados no le compiten.
—Estás en Mónaco. ¿Dónde dejaste tu elegancia? —pregunta
retirándose los lentes oscuros.
—Estoy ahorrándola para cuando en serio la necesite. —Me retiro
los lentes también —. ¿Dónde está él? —pregunto por el alemán.
Niega con la cabeza.
—Necesito respuestas. Solo vine aquí por eso y si no me gustan
voy a tener que matarte.
Lo que dice no lo esperaba, pero no me sorprende. Estamos
hablando de que asesiné al amor de su vida. Tal vez sí debería
esperar cualquier cosa. No hay peor venganza que en la que hay un
corazón roto de por medio.
Quisiera decirle que su respuesta no me asusta, pero me callo.
No estoy aquí para seguir errando. Tengo que hacer esto rápido.
Alguien me lo pidió y aunque mil veces me negué, mil veces me
sacó mierda en cara. No estoy segura. Saco el sobre del bolsillo
interno de mi chaqueta y lo dejo sobre la mesa frente a ella. Sus
ojos se trasladan rápidamente al papel.
Desde aquí aún puedo leer el nombre cursivo: Merassi
—¿Qué mierda es esto? —pregunta mientras lo abre en un apuro.
Palabras en ruso quedan a la vista y comienza su lectura. Me
termino el vaso de limonada y me pongo de pie. Merassi hace lo
mismo cuando termina de leer —. Tengo que irme.
—¿Dejarás tirada la misión? Maximilian no dejará que te vayas.
Mira su reloj.
—Estará aquí dentro de un minuto. Desvié tu invitación. Buena
suerte. Gracias por la info.
Se aleja con pasos largos y apresurados. Miro a Alakser. Sabe
que algo sucede y que es hora de movernos. Me voy en dirección
contraría a la italiana. Mis hombres se levantan de las sillas. Había
vaciado todo el lugar y lo había llenado únicamente de matones. Ni
teniendo toda la seguridad del mundo podía estar tranquila.
No me esperaba esto de Merassi, pero tampoco me sorprende.
Bajo por las escaleras de la parte trasera hacia la calle. En ningún
momento dejo de estar rodeada de personas vestidas de civil, pero
con habilidades únicas para arrancar vidas.
Subo en la motocicleta, me pongo el casco y acelero en dirección
al helipuerto. Debo moverme de aquí. Nada puede salírseme de las
manos. No es hora de entregarme... o que me atrapen aún no.
Acelero. 
Derrapo en cada esquina de cada calle. La ciudad hoy parece
menos habitada. Tal vez sea por la carrera. Supongo que todos
están presenciándola y eso hará que sea más breve mi escapada.
Un intercambio de balas se escucha detrás. Acelero más.
Las calles siguen estando desiertas y entre más me fijo, mejor
noto que algunos locales están cerrados. Freno abruptamente en
medio de un cruce de calles a pesar del fuego que me persigue.
Miro a mi alrededor y a mi izquierda, en el otro cruce de la próxima
calle, está alguien en una moto exactamente igual a la mía, solo que
esta es de color negro, mientras que la mía se tiñe de rojo.
Acelero al mismo tiempo que él también lo hace. Voy al límite de
velocidad de la moto. La ley ha desaparecido con el resto de la
ciudad. El hombre que compite conmigo se deja ver cada 3
segundos en cada calle. Sin pensarlo dos veces freno y marco una
U de humo para devolverme. Me muevo a ciento setenta y dos
kilómetros por hora, pero eso no está ni cerca a la velocidad a la
que está viajando la adrenalina en mi sangre.
No voy a irme sin antes dar guerra.
Voy en dirección a donde se tendrían que estar llevando a cabo
las carreras. No escucho nada desde esta posición y cuando llego a
la entrada, puedo ver como en las tribunas no habita ni una sola
alma, pero sí veo personas en los pits.
La carrera sí se está llevando a cabo.
Escucho algunos helicópteros en la lejanía y motores venir en
tierra en la cercanía. Tanteo el arma que tengo escondida entre mi
espalda y la cintura del pantalón. No hay salida ni a mi izquierda ni a
mi derecha, solo me queda pasar la cerca y entrar a la carrera, pero
mi moto sería demasiado obvia.
Un helicóptero se acerca. Un auto se detiene en los pits y lo tomo
como una señal para dejar la moto tirada a un lado y correr hasta
donde están los hombres surtiendo el carro. Saco el arma y le
apunto al piloto.
—Scendere! —(bájate) grito en italiano al ver la bandera en su
uniforme —. Ayudénlo, rápido.
Disparo a una máquina a mi lado sin dejar de mirar a un hombre
con diadema.
Todos se ponen en marcha a sacar al hombre. El helicóptero está
a punto de sobrevolar mi lugar y encontrarme. Le quito el casco al
hombre y lo pongo sobre mi cabeza. Me adentro en el auto y acelero
sin saber muy bien qué hacer. He corrido antes, pero en ese
momento tenía un buen traje y direcciones de un equipo técnico.
Solo necesito encontrar una salida al puerto. Espero lograrlo
antes de que los otros vengan a una velocidad que no sabré
sostener ni manipular. Freno con sutileza en cada curva. En el
auricular del casco escucho como me piden volver, pero estoy
concentrada en el ruido del motor del helicóptero que casi me
sobrevuela. Estoy oculta en las sombras de varios edificios en la
calle en la que girado hace un segundo. Al frente veo un callejón
con marcado con una señal de playa. Desacelero el auto mientras
me voy a la orilla para bajarme y salir corriendo de él, pero justo
cuando oprimo el freno por completo la maquina vuelve a tomar
velocidad y serpentea mientras trato de maniobrar para controlarlo.
No responde.
—Para soñar con ser piloto algún día... Eres pésima. —La voz de
Maximilian llega a mis oídos. No me cuesta distinguirlo. Me ha
hablado en alemán y su voz en ese idioma es nociva —. Para
creerte tan perfecta... Cometiste un error.
—¿Qué quieres?
Esa pregunta me ha hecho más sencilla la vida. Me ha ahorrado
muchísimo tiempo y guerras innecesarias. Aunque aquí no espero
ahorrarme una guerra, pero sí ahorrar tiempo.
—Hablar.
—La última vez que intenté hablarte me drogaste.
—Eras... Eres una amenaza, Zubac y mi trabajo es deshacerme
de ellas.
Trago duro. Una curva viene y quien sea que esté maniobrando
remotamente el auto, lo hizo bien. Voy a la velocidad del resto de
corredores. No estoy haciendo nada. Cometí un error y fue
olvidarme de que este tipo de autos están conectados a una
máquina que puede controlar hasta el más pequeño botón.
—Sin armas —digo.
—No quiero matarte.
—No lo digo por ti. Yo soy quien no quiere matarte a ti y todavía
no es hora.
—¿Entonces cuándo lo será?
Jamás.
—Pronto.
—Será una guerra entonces.
—Estoy preparada.
—No voy a contenerme. Me da igual quien seas —amenaza.
—¿Y quién soy, Maximilian?
—Alguien en quien confiaba.
Pierdo el aire con su respuesta. Esperaba un puto insulto. 
Otra curva es dada con éxito. El corazón me da un vuelco y me
obligo a cerrar los ojos. No tengo el entrenamiento ni el traje para
soportar esto. Es una puta tortura. Eso es lo que está haciendo,
torturándome.
—Eres un hijo de puta —gruño cuando me siento mareada.
—¿Caíste en cuenta de tu error?
—Detén la maldita carrera —gruño mientras me aferro con fuerza
al volante. La cabeza me pesa y mis ojos no alcanzan a enfocar
nada debido a la velocidad. El sonido del resto de autos vibra en mis
oídos.
Una ruidosa y grave alarma se escucha fuerte. Siento el auto
detenerse lentamente. Estoy maldiciendo hasta los apellidos que no
llevo. A este punto no se me estaba permitido errar, pero debo
buscar una puta solución y rápido.
El auto se detiene completamente después de un tiempo. No
hago ningún movimiento. No me esfuerzo para nada. Me quedó ahí,
respirando, pensando. Espero que Alakser aparezca y pronto, pero
mientras lo hace no me queda de otra que crear una distracción
para evitar que me lleven a otro lado.
—Sáquenla —dice Maximilian. Lo escucho llegar a mi lado. El
casco está pesándome como la mierda y bendigo la vida cuando me
lo retiran —. ¿Lista para hablar?
—Sin armas. —Inclino mi cabeza hacia atrás para mirarlo. Luce
un pasamontaña que solo me deja entrever el azul de sus ojos. Está
vestido completamente de negro. Su mirada, su cercanía, todo me
marea aún más. 
Siento que no ha pasado nada desde la última vez que lo vi en la
boda... 
—Sin armas —repite y palmea el auto —. Afuera.
Algunas personas vestidas de negro que no distingo se acercan
para tomarme por debajo de las axilas y extraerme. Sigo respirando,
sigo pensando. Tengo que librarme de esto rápido.
Nunca sospeché la maldita traición de Ferragni. Aunque no la
considero como tal. Movió sus fichas, me ayudó en parte y ahora me
ha hecho volver al ruedo justo cuando obtuvo lo que quería:
respuestas. Se lavó las malditas manos de cualquier cosa.
Inteligente, jugó limpio, pero yo no suelo hacerlo.
—Alguien te está traicionando —digo cuando los hombres me
dejan tendida en el suelo. Quiero hacerle perder la paciencia.
—Será una de las tantas cosas que respondas cuando lleguemos
a tu nuevo hogar —siento la sombra de su cuerpo cubrirme —.
Párate, van a requisarte.
—Dame un segundo —levanto mi dedo índice para evitar que
vuelvan a tocarme —. Estoy mareada. —Arrugo la cara y la cubro
con mi mano libre.
Maximilian bufa. Deja su arma a un lado y justo en el momento
que lo veo sin protección, me paro de inmediato. Todos se ponen
alertas.
—Calma —digo sonriendo. Una mujer se acerca a mí. Extiendo
mis brazos y me dejo requisar por un par de ojos cafés. Creo que es
Natasha. Laura está detrás de Maximilian al lado de Thomas. Caek,
el nuevo me mira con odio —. Siento lo de la oreja. La bala no iba
ahí... Iba... —me señalo la mitad de mi frente y le sonrío —. Aquí.
Natasha saca su arma con rapidez y la apunta en mi cabeza. Casi
me burlo de la acción, pero la verdad es que me ha dado una
enorme sorpresa. No creí que fuera tan idiota para siquiera
intentarlo. 
Es sentimental y se ofende rápido, lo anoto.
—Coleman —Maximilian habla con aspereza.
—Coleman —imito el tono de Maximilian.
Una gota de sudor corre en el área del tabique de su nariz que
deja ver el pasamontaña. Alzo una guerra contra su mirada. Acaba
de entrar en mi maldita lista negra y a las personas que tengo ahí en
definitiva jamás tendrán un final feliz.
Desarma su posición de ataque y por último baja el arma.
—Está limpia —comenta.
Eso crees.
Miro a Maximilian y alzo una ceja.
—No quiero el público tan cerca. —Miro al resto.
Müller mueve la cabeza y ellos se alejan. Está mirándome como
una bala a un blanco. Realmente estoy mareada. Siento extraño el
estómago.
—¿Qué estás haciendo, Zubac? ¿Qué es lo que quieres? —
pregunta mientras se retira el pasamontañas.
Quedo sin aire, pero me obligo a recuperarlo rápido. Detesto que
su apariencia cause esto en mí. 
—Sé más específico, por favor —respondo. Cambio mi peso al
otro pie e intento respirar aún más profundo. Da dos pasos hacia el
frente.
—Quiero saber qué está pasando —dice.
—Algo parecido al fin del mundo, pero sin que se acabe —sonrío.
—Pensé que esto sería más difícil, más explosivo.
—¿Por eso desocupaste una maldita ciudad?  —mi ceño se
frunce.
—La carrera tenía que hacerse debido a la prensa, pero ahora he
tenido que cortar cada maldita señal de Mónaco, pero sí...
Desocupe una maldita ciudad por tu culpa —me mira de pies a
cabeza —. Algo planeas. Contigo todo es difícil y no iba a poner en
riesgo vidas inocentes.
Siempre tan bueno...
—¿Desocupar una maldita ciudad es algo fácil?
—Soy Maximilian Müller, todo es fácil para mí... —levanta su
mano y me señala —. Excepto tú y como te dije, mi trabajo es
eliminar hasta la amenaza más imposible.
Empiezo a caminar lento hacia él.
—Maté a Takashi —revelo recordando mi último día en ese
maldito lugar.
—No me sorprende.
Me acerco aún más con mis manos atrás.
—Tal vez siga con Ferragni. No la veo aquí, ¿dónde está? —
pregunto con falsa curiosidad.
—Pronto será juzgada. Solo me queda un traidor más que revelar.
—Vaya. La Asamblea General al fin tendrá algo interesante qué
hacer más que encargar asesinatos, sobre todo con mi caso... —
comento y él sonríe. Algo se apaga dentro de mí y detengo mi paso
quedando a pocos centímetros de él.
—No, Zubac. No voy a entregarte. Tu caso lo llevaré
personalmente, pero de Ferragni sí se encargará la Asamblea
General.
—No voy a permitirlo —respondo.
Se me queda mirando durante eternos segundos. No dejo de
detallar su rostro. 
¿Cómo puede hacerme sentir tan segura y en peligro a la vez? 
Mueve su quijada y mis alertas se encienden. Otra puta sorpresa
más de él. Va a atacarme y de la más vil manera. Llevo con rapidez
mis dedos hasta su boca, él se echa para atrás, pero me lanzo
sobre él sin medir fuerzas y extraigo un pequeño dardo antes de que
me tire hacia un lado. Me levanto del suelo y vuelvo a acercarme
para intentar clavarlo contra su cuello en el mismo momento que él
toma la pequeña arma que escondí en mi espalda. 
Distraer a Coleman no sirvió de nada, no descubrió lo que tenía
escondido en mi espalda, pero Maximilian sí. Tiene la punta del
arma enterrada en mi sien. El frío del metal me causa un
escalofrío... O tal vez sea su cercanía.
Nuestros pechos se juntan y nuestras respiraciones se combinan.
Escucho como el resto de los soldados nos rodean. Es solo que
Maximilian de una orden y los puntos rojos en mi cuerpo se
convertirán en hoyos de balas.
—Dispara o da la orden —susurro muy cerca de su rostro —. La
segunda te dejará limpio, pero tal vez hoy si tengas los malditos
huevos que hace un año no tuviste.
De repente, golpea mi brazo haciendo que el pequeño proyectil
salgo disparado al aire. Sigo mareada. No estoy pensando bien. Doy
dos pasos hacia atrás cuando me apunta de nuevo.
—Basta de juegos. Ahora eres nadie, Zubac.
—Hazlo real entonces —camino hacia él hasta pegar de nuevo mi
frente al arma —. Dispara, elimina a tu puto enemigo a sangre fría y
demuestra que la paz no conquistará el mundo.
No despego mis ojos de los suyos y él tampoco de los míos. Está
dudando y eso significa que tengo oportunidad de ganar.
—Pero la guerra solo lo destruirá —susurra. Su brazo desciende y
antes de que lo haga por completo, pateo su mano, haciendo que el
arma vuele en el aire. Me muevo rápido y la atrapo antes de que
caiga.
El círculo de soldados se cierra aún más a mi alrededor. Pese a
las luces rojas trato de enfocar mi vista en el blanco que he
establecido. Disparo al frente y suelto el arma.
—¡No disparen! —ordena Maximilian. Está intacto. La bala no ha
sido para él.
Oliveira y Duane llegan hasta a mí y me inmovilizan con fuerza.
Natasha grita con fiereza al fondo haciendo que una sonrisa se
dibuje en mi rostro. El alemán se acerca y toma mi cara con fuerza
entre su mano. Está por hablarme, pero lo interrumpo.
—Pronto voy a escapar y también voy a regresar, y en ese
regreso, sí vas a tener que desocupar hasta un continente entero...
Y lo digo en serio.

Notita:
Bueeeenaaaaasssssss. Se prendió esto y lo que viene nos va a
dejar hechas cenizas para abonar tierra junto con la caca de vaca.
Muak.
CAPITULO 10
 
Maximilian
Siempre he percibido al subconsciente como un animal salvaje
que se tiene arraigado dentro. Tiene voz, pero no tiene razón. Actúa,
pero nunca tiene la culpa. Mi maldito animal es una bestia que ha
mutado con ojos de águila. La mantengo bajo control. Hablo de ello
con alguien que sabe más de mí que yo mismo. Me ayuda y todo se
calma. Me domestico.
Pero ella...
Zubac tiene una mutación de dos o más bestias a la cual le han
salido cientos de cabezas. Es una maldita abominación, es un puto
peligro y ella lo sabe. Lo sabe y lo disfruta.
En sus ojos puedo ver todo el salvajismo... Nunca sabré sus
planes, sé su meta que es la destrucción, pero también sé que
jamás va a contarme algo y si decide hacerlo, no voy a poder
creerle. Su mayor talento es alterar mi maldita realidad con palabras
que brillan, pero no son oro, son veneno.
Tiene el cielo en llamas. Está liberando el infierno que lleva
interno. Ha escapado y sé que tiene planeada una venganza. No
está pensando bien. Todo lo que está haciendo y sintiendo viene
desde el odio, un odio que yo alimenté al hacer lo que hice: Encerrar
su maldita bestia y hacerla padecer de abstinencia.
Ella se alimenta de destrucción y ahora es cuando veo mi error,
pero también veo una vía de solución y tal vez usar su modus
operandi en su contra podría hacerla caer... o al menos ceder.
No va a volver a joderme y si lo hace, haré que se hunda
conmigo.
Los helicópteros de mi equipo han sido impactados y mientras ella
sonríe, la responsabilidad que me fue dada por las vidas de mis
soldados sufre de la manera más desgarradora.
Es un puto monstruo.
—Fue buena idea desocupar la ciudad —comenta Zubac.
Bajo mi mirada del cielo en fuego hasta sus ojos llenos de
veneno. Una guerra ha iniciado a nuestro alrededor. Hombres que
no reconozco empiezan a salir de no sé donde porque solo puedo
mirarla a ella y respirar su mismo aire impregnado en soberbia, en
su soberbia. Hay fuego cruzado que no autoricé así que debieron
iniciar ellos: Mercenarios. Un ejército de asesinos.
No esperaba menos de ella.
—¿Qué planeas? —suelto con fiereza. Mi mano sigue apresando
su mandíbula. Duane y Oliveira la han liberado para responder el
ataque, pero no se ha movido del piso. Sabe que no tiene que
hacerlo, están trabajando por ella al igual que mis soldados lo hacen
por mí.
—Solo te diré que me tengo que ir —responde mientras poco a
poco se pone de rodillas. Sigo de cuclillas —. Suéltame, Max.
—No me llames de esa maldita manera.
Rueda sus ojos y deja escapar un sonoro suspiro.
—Voy a volver —dice más seria —. Voy a entregarme, pero debo
hacer algo importante antes.
Su mano llega hasta mi muñeca y deshace el agarre que tengo
sobre su mandíbula. El fuego cruzado cada vez se escucha más
lejano, pero ni en el silencio logro encontrar algún deseo de creerle.
—Creer en tu palabra es una misión suicida —recalco.
—Pero no hacerlo será un homicidio del cual seré la responsable.
Solo tienes dos opciones y las dos son una desgracia, ¿qué más da
concederle esas últimas palabras a una condenada a muerte?
—Esas simples palabras podrían ser una masacre viniendo de ti.
—No lo serán —asegura.
—Volvemos al inicio. No puedo creerte.
Se levanta del piso y hago lo mismo. Por mi auricular escucho
como mi equipo tiene el control del enfrentamiento. Podrán ser
mercenarios, pero siempre estarán en desventaja. El entrenamiento
de un Physicorum es tan mortal y arduo que la guerra nos parece un
maldito descanso.
Ella asiente con la cabeza.
—No puedes... ¿o no quieres? —pregunta.
No me siento en alerta cuando estamos solo los dos y no es como
si ella actuara como otra persona, es como si yo sí lo hiciera y no
puedo permitirlo.
—No puedo ni quiero —respondo sin pensarlo de más causando
que algo cambie en su expresión.
Analizo su semblante mientras respira profundo. Su pecho se infla
y su mirada baja al piso. No dejo de escuchar los bombardeos. Estar
cerca de ella siempre ha sido así, una guerra constante, algo que
nunca termina y si algún día sucede será porque la muerte ha
alcanzado a uno o tal vez a ambos.
Vuelve a mirarme como si hubiese podido escuchar mis
pensamientos. Intenta hablar, pero cierra la boca de inmediato. Está
dudando y eso me extraña. Ella siempre denota seguridad y ahora
que la detallo mejor siento que algo le falta.
Luce diferente. Su cabello está más corto. Sus labios están
agrietados y bajo de sus enormes ojos se vislumbran unas ojeras de
color violeta. El instinto de protección que hace meses dejé de sentir
por ella parpadea para intentar despertarse.
—Déjame ir. Me debes esto —dice después de largos segundos.
—No te debo una mierda, Zubac. Mataste a dos miembros
importantes, sabes como es la maldita organización con las
traiciones... ¡Te lancé a lo menos peor! ¡La Asamblea hubiera
cortado todas tus putas extremidades!
Niega sonriendo con la cabeza.
—No sabes de lo que hablas... Aunque, dime, Müller... ¿Lo
hubieras permitido?
—¿Es en serio lo que preguntas? —Esta vez soy yo quien sonríe
con ironía —. Te envié a un maldito lugar en el que ya habías
estado. Te hice pasar como una simple prófuga y desertora. Le di tu
caso a la incompetente CIA. Te eliminé del maldito mapa. Eliminé tu
historial, tus datos, tu partida de nacimiento... ¡Quité del camino de
los investigadores cualquier dato que los llevara a ti! Pero eres tan
egocéntrica que crees que todo es un ataque. ¿Qué pasó con la
estratega militar con un IQ de más de 200 puntos?
—¡No necesito tu puta ayuda para nada! ¡Empeoraste todo! ¡Me
enviaste a un infierno en el que...!
—¡NO! —me acerco amenazante a ella —. ¡Asesinaste a mi
gente! ¡Te burlaste en mi cara! ¡Querías atentar contra mi familia!
Confié en ti. Agradece que no te estrangulé con mis propias manos.
Hablar con ella me lleva al límite. Descontrola la bestia que tengo
encadenada.
Respiro profundo y paso por su lado. Necesito ir a luchar con mi
equipo. Es una pérdida de tiempo hablar con una mercenaria que
solo le interesa robar vidas por diversión. Va en contra de cualquiera
de mis principios. Rescato vidas y ella me hace querer cuidar de la
suya y acabar con la mía al mismo tiempo.
—Voy a volver. Voy a entregarme —repite a mis espaldas y me
detengo para enfrentarla.
—La mayoría de mis enemigos son honestos. No se escudan
detrás de una cara de amabilidad o fingen sentir amor por mí para
atacarme a mis espaldas. Van de frente y eso, para mí, es honorífico
—suelto una risa seca y sin gracia —. El día que puedas mirarme a
la cara y decirme que es lo que quieres sin importar que tan salvaje
y crudo sea... Ese día te consideraré como una rival digna. Mientras
tanto seguiré cazándote como esa demente que no sabe lo que
quiere y necesita ser encerrada para siempre o eliminada. Hasta un
villano debe tener metas claras y reales, Zubac. Jamás tomaré en
serio tu maldad si solo proviene de traumas que se pueden arreglar
con ayuda. Busca una razón de gran peso, que dé honor, un motivo
racional para seguir esta guerra o quítate de mi puto camino.
Vuelvo a echarme andar. No escucho sus pasos venir detrás de
mí, tampoco los espero. Ella solo quiere huir e incendiar el mundo, y
si eso es lo que quiere, entonces todo será más fácil para mí. No
tiene ningún rumbo y cuando no hay una meta clara y con peso
detrás de una misión, todo suele desplomarse y la bomba
defectuosa que tiene como plan estallará justo antes de que la
lance.
Voy hasta uno de los humvees y tomo una de mis armas.
—Aquí 0101. Retrocedan.
—¿Hablas en serio? —La voz de Duane llega a mis oídos.
—Esto es un puto juego para ella. No perderé hombres por un
capricho. ¡Retírense ahora!
—Copiado.
Subo a la moto en la que venía persiguiéndola y acelero a toda
velocidad.
Retirar mi tropa de esta guerra no es una derrota. Hay situaciones
que en las que se gana más evitando, estrategia le llaman, pero el
ego siempre suele jugarnos una mala pasada cuando no estamos
bajo control, como se lo está jugando a ella. Yo hago uso de mi
mente y no dejo que ella me use a mí, hasta mantengo a raya lo que
una vez sentí... Pero ella... Está dejando escapar todo lo que siente.
El ego, el odio, la sed de venganza y tal vez lo que alguna vez sintió
por mi. Ahora se arrepiente y se culpa por habérselo permitido
porque cree que eso la hizo débil, que eso la trajo aquí.
La conozco. Me odia, eso es seguro, pero sé que también se odia
a ella misma por no poder hacerlo por completo y acabar con mi
vida, porque a mi también me pasa lo mismo.
Tengo cosas más importantes que atender sus caprichos. El
orden mundial está tambaleando de un hilo y mi trabajo es construir
un puente que lo mantenga firme. Mi poder conlleva una gran
responsabilidad y no estoy en posición de perder tiempo con alguien
que solo causará desgracias. Voy a retenerla, eso sí, pero no ahora.
Hoy he decidido dejar de ver a Atenea Zubac como una prioridad.
🐍
Atenea
Sus palabras fueron balas dirigidas a mi pecho, pero no me
hirieron porque mi ego sirvió como escudo. Jamás dolió, pero me
dejó sangrando. ¿Cómo se sanan las heridas que no veo? Creo
tengo el alma llena de agujeros. Sí, me desangro, pero no muero.
Me siento en un limbo entre la vida y el infierno, pero ni eso
detendrá el deseo que tengo de encontrar un cielo. No puedo
rendirme, no ahora. Han sido solo palabras que no deberían
recordar para nada. Agh. Detesto que mi memoria absorba y guarde
con calidad cada momento que mis ojos ven de él.
Tengo que huir. Tengo que dejar de pensar en él. Ya logré lo que
quería aquí: llegar a Merassi.
Dejo de observar con fijeza el lugar por donde se fue Maximilian.
No me cree y me importa una mierda. Aún si le digo la verdad, no va
a creerme y sí tal vez lo hace, no lo va a entender y yo no se lo voy
a explicar.
Quiero un cielo.
No sé en que momento pasa, pero mis pulmones empiezan a
pedirme aire de una manera casi extrema mientras mis piernas no
dejan de moverse con rapidez hasta el callejón que me llevará a la
bahía. Estoy corriendo como si alguien me persiguiera, pero al mirar
atrás no veo a nadie... Tal vez son mis miedos. Sé que son
invisibles, pero siento que ocupan un lugar cercano en la fila de
enemigos que tengo a mis espaldas. Están por alcanzarme, pero no
podrán porque estoy recibiendo impulsos de la poca valentía que
aún guardo.
Llego hasta el muelle y busco algún bote con las llaves adentro.
Espero que ninguno de mis helicópteros haya caído. Los necesito
enteros.
Encuentro al fin una pequeña lancha desprotegida y acelero en
forma de C para dirigirme a mar abierto. Tengo que alejarme de la
playa lo que más me resulte posible.
Una vez logro estar en la oscuridad del mar, apago el motor y dejo
caer mi espalda contra el suelo de la lancha. Tengo un localizador y
para encontrarme, Alakser solo debe abrir la aplicación en su celular
que le arrojará mi ubicación y mientras eso sucede, me dejo
envolver del ruido del agua salada y la gran vista que me ofrece la
luna acompañada de estrellas en el cielo.
Mis recuerdos regresan a las palabras que estoy intentando
ignorar...
Al parecer no sabe de mis torturas y veo muy lejano el momento
en que se entere. Da igual si lo sabe o no, no afectará en nada.
Aunque, si me expuso frente al hecho de no prestarle atención a
algunos de mis traumas, no me quiero imaginar si descubre por lo
que tuve que pasar. Me internaría para "sanar" algo que solo se
arregla perdiendo la memoria o volviendo a nacer, o simplemente
dejando de ser.
Aquí la culpa la tienen cuatro. Enzo Armani, Tyra Kratos,
Maximilian Müller y yo. De cada uno voy a vengarme, nadie se
quedará sin castigo, ni siquiera la cuarta persona.
El oleaje se combina con el sonido de un motor al ritmo del latir de
mi corazón. No escucho bien hasta que pasan unos segundos y
todo se vuelve más cercano. Es uno de mis helicópteros. Una luz se
vislumbra sobre mí y con ayuda de la claridad tomo la escalera de
cuerda para subir por ella. La brisa me hiela más que hace unos
segundos. Respiro hondo para seguir usando toda la fuerza de mis
extremidades congeladas para escalar cada peldaño de madera en
movimiento. El primer rostro que me recibe cuando llego a la cabina
es el de Alakser.
—¡¿Estás bien?! —pregunta a gritos.
Asiento con la cabeza. Esta vez mi espalda toca un suelo menos
frío y húmedo. El calor de la máquina ha empezado a abrigarme.
Mis latidos siguen el ritmo del motor del ave y vuelvo a respirar un
aire más liviano.
—Todos van a retroceder —me informa el castaño.
—¿Por órdenes de quién? —pregunto sin mirarlo.
—El enemigo se retiró —dice.
Lo miro con ojos muy abiertos.
Todo lo que dijo Maximilian fue en serio. No me teme y cree que
soy una pérdida de tiempo, pero después de realice lo que tengo
pendiente por hacer sabrá que no solo soy una rival digna para él o
una simple enemiga... Voy a asegurarme de que me vea como su
mayor némesis.
—Dame tu teléfono —le pido a Alakser.

El castaño busca dentro de sus bolsillos el aparato sin dejar de


mirarme. Sé que está buscando alguna herida en mi cuerpo.
Detesto que últimamente esté siendo tan protector conmigo porque
la última vez que alguien lo fue, terminé en un infierno. Suelo
traicionar a quien no debo, es una manía... Aunque podría llamarlo
mejor como efecto colateral porque cuando suelo tener una meta no
me importa quien deba caer para lograrla.
Aunque él sí me importaba, por eso fallé.
Marco el número que tuve que aprenderme de memoria.
Contestan al quinto tono.
—Pensé que nunca llamarías.

—Necesito algo.

—Lo sé. No llamarías si no lo hicieras.

—Es importante, Kyra. Espero estés sola y también espero que


no abras la boca frente a Tyra. Esta llamada no existió.

—Entiendo.  Entonces espero que sí sea importante y valga la


pena.

—Todo lo valdrá. Todo.

—Te enviaré coordenadas, fecha y hora. Nos vemos pronto —dice


para luego colgar.

Le devuelvo el celular a Alakser quien me mira con curiosidad.


—¿Qué? —le pregunto mientras nos movemos en el aire.

—¿Qué es lo que ella tiene que tanto necesitas? Y... ¿No era Tyra
quien lo tenía? O... no sé, sus nombres son iguales, me confundo.

—Las Kratos son fáciles de diferenciar... Una te mira como si te


quisiera matar, la otra como si te quisiera cuidar. La primera es Tyra
y la segunda Kyra, de esta última necesito algo que no voy a decirte.
—¿Dónde queda nuestra confianza?  —dice fingiendo que se
ofende.
—Hay cosas que no voy a contarte, así como hay cosas que tú no
vas a contarme. Confiar también es saber que no se necesita saber
todo de la otra persona.

—Entiendo —sonríe. Está sentando en una de las pequeñas sillas


mientras yo sigo aferrada al piso y con la vista en el techo de
helicóptero.

Pienso en mi siguiente paso. Espero que Kyra pueda contarme


todo lo que necesito saber sobre Tyra Kratos, Alessio Armani y lo
que tuvo que pasar para que Ares Armani y yo llegáramos al mundo
y termináramos de esta manera.
Espero que ella me pueda hablar más sobre lo que parece un
rumor, un mito, una leyenda en el mundo del poder:
La zona cero.

Notita:

HOLAAAAAA. Pido perdón por la tardanza. Esta semana espero


traerles más capítulos y ponerme modo maratón para terminar el
libro antes de diciembre. 
LAS AMO MUCHO GRACIAS POR TODA LA PACIENCIA Y EL
APOYO.
Estoy muy feliz volviendo a vivir este mundo junto con ustedes y
mi pareja más explosiva.
muak.

CAPÍTULO 11
 
Atenea
Siempre me sentí extraña, como una desconocida y sabía que
había algo de peso detrás de eso. Desde el inicio borroso de mis
recuerdos supe que no tenía nada parecido a Jakov. Entre más
veces miraba en sus ojos color avellana, más me convencía de que,
mientras yo podía ver a través de él, él jamás podría ver a través de
mí, y sé que sabía que había algo oscuro en mí que lo impedía, algo
que él algún día no podría controlar, algo que pronto haría que yo
convirtiera la tierra en un infierno.
Él es un ángel que intentó bautizar y convertir a un demonio. Un
demonio que, aunque fuese muy diferente a su cuidador, había
tomado muchas buenas manías de él.
Sé comportarme. Sé como ser gentil, amable, amigable, amorosa,
coqueta, sociable, linda y educada. Es una ventaja. Es la mejor
forma de manipular y yo había aprendido muy bien gracias a Jakov,
aunque él pensara que estaba logrando en mí otra cosa totalmente
distinta.
Mi cerebro tomó todo lo que aprendió de él para causar
sufrimiento y destruir, pero no por eso he logrado deshacerme de la
culpa, ni del saber de que lo que hice no está bien y que debo dejar
de disfrutar de cada caída de lágrimas que causo.
Aunque... Merassi me llamó ayer llorando y no lo disfruté. Fue
diferente esta vez.
El aire que entra en la cabina del helicóptero está haciendo que
algunos cabellos bailen frente a mi cara. Aún está muy corto y esto
causa que se escape un poco cuando intento recogerlo por
completo. Alakser va a mi lado mirando el paisaje azul del denso
mar por la pequeña ventana.
Han pasado dos días desde la última vez que...
Volví a lo mismo, a medir el tiempo con su ausencia.
He huido de Mónaco, pero no dejo de sentirme como si
Maximilian me hubiera hecho un favor y lo detesto.
Voy directo a enfrentarme a unos ojos en los que creo sí me
reflejaré y si no, aún hay otros pendientes, porque son dos. Las
gemelas Kratos, nietas de Xhantus y Aphrodite Kratos. La familia
líder de la Ndrangheta.
Durante el tiempo que pasé dentro del grupo de asesinos, Ghost
estuvo saboteando cada pista que me llevaba a descubrir la verdad
detrás de mi nacimiento. Después de salir de la prisión me di cuenta
de que me considera muerta y eso es algo que usaré a mi favor.
Él fue quien me advirtió del atentado que también tendrían contra
Maximilian, dijo que no solo estaban detrás de mí. Ese día, el día de
la boda, todo fue una trampa y tengo que descubrir el autor detrás
de todo.
Zaik, alias Ghost, me cree desaparecida y aún no puede saber
que para mí sí es posible perseguir a los fantasmas.
El helicóptero aterriza sobre la gran H de color amarillo.
Desciendo tan pronto toca el piso y me echo a caminar hasta la
camioneta que veo parqueada frente a mí. Estamos en una de las
pequeñas islas sobre el río Nilo en Egipto. El lugar lucía deshabitado
desde la altura y desde aquí se ve mucho peor.
Escucho como el seguro del auto se desactiva justo cuando estoy
a un paso de llegar a la puerta. Abro la trasera y sin esperar a nadie,
ingreso. Hasta aquí me acompañará el castaño. Llevo evitando
cruzar más de cinco palabras con él desde que Africa le echó la
culpa a mis sentimientos por el incidente en Mónaco delante de él.
Su mirada tenía decepción pura.
Qué vergüenza.
No quiero que me vean como la mujer que tiene un corazón roto y
que todo en mi vida gira alrededor de eso. No. Yo voy más allá, pero
esta vez flaqueé.
No volverá a suceder.
El aire acondicionado me refresca. Afuera la temperatura es alta y
es incómodo respirar. Siento como si un tanque de guerra estuviera
pasando encima del pecho. No me siento nerviosa, pero sí estoy en
alerta ante cualquier posible escenario.
Llevo la mirada hasta el hombre que conduce, no puedo ver sus
ojos, tiene el retrovisor muy alto y solo soy capaz de ver parte de su
perfil.
—¿Hace mucho que trabaja con ellas? —pregunto de la nada,
pero no se inmuta ni siquiera un poco en hacer el esfuerzo de
responder —. Ella. Quise decir ella.
No creo que sepa que son dos. Mucha gente no lo sabe, pero tal
vez sí y finge demencia. Sé que sabe a quien acaba de recoger. No
creo que ella sea tan confiada de enviar a un simple chofer.
—No sé de quien me habla —responde.
—De su jefa, Kyra Kratos —me inclino hacia delante para verle
mejor.
—Repito. No sé de quien me habla.
—Mmm... Entiendo. —Me echo hacia atrás hasta pegar mi
espalda al cuero. Me cruzo de brazos y suelto un sonoro suspiro.
Tengo que sacarle algo —. Los chóferes nunca llegan a enterarse
de lo importante. Juegan con ellos como ratas de laboratorio ciegas.
—No soy una rata —recalca con seriedad.
—Eso es lo que tú crees —le sonrío mientras asomo mi cabeza
en medio de las dos sillas. Tomo la decisión de pasarme al asiento
del frente mientras él me mira de rojo poniéndose en alerta. Su
mano ha viajado hasta la cintura de su pantalón y entiendo rápido lo
que planea —. Yo de ti no haría eso. Si te enviaron a recogerme es
porque te contaron quien soy ... —Lo miro fijamente —. Y yo quiero
saber quien eres tú.
—Soy una rata. —Alza las cejas y vuelve a tomar el volante con
las dos manos.
Es un hombre de la edad de Jakov. Tiene ojos negros y una barba
muy densa que es todo lo contrario al inexistente cabello en su
cabeza.
—Qué bien, las ratas son fáciles de comprar con un poco de
queso.
—¿Qué quiere? —Me mira durante unos segundos. Sigo su
mirada hasta el frente. Estamos entrando a un terreno rodeado de
altas rejas de metal, tal vez hasta eléctricas.
—Comprar una rata.
—Una rata espía —completa.
—Sí.
—No hago favores.
Niego con mi cabeza divertida.
—Yo tampoco, pero mi dinero sí.
—¿De cuánto hablamos? —pregunta.
—Todo depende de lo que suceda ahí adentro. —Señalo la
extraña edificación de hormigón que se alza frente a nosotros —.
¿Para quién trabajas?
No planeo que acepte de inmediato, tampoco espero que traicione
a su jefe, pero nunca está de más un poco de información. Busco
debilidades y las debilidades de una mafia siempre recaen en las
personas que se encuentran debajo de la pirámide de poder. Solo
es enseñarle un montón de billetes y su lealtad pasaría a ser mía si
así lo quisiera. Aunque hay excepciones, claro está.
El hombre detiene el carro y me mira. Sus ojos negros me
producen escalofríos. Su físico no es algo muy cómodo para mi
vista, ni para la de nadie. Un sinfín de cicatrices adornan su cuello y
rostro. Ha estado en el infierno y esto lo sé porque yo también.
—Repetiré la pregunta: ¿Para quién trabajas?
—Soy una rata de laboratorio. No estoy ciego, veo mejor que
muchos. Soy muy hábil y por eso me mandaron a recogerla. No
haga más preguntas, no le conviene y a mi tampoco. —Apaga el
auto y extiende su mano frente a mí para abrir mi puerta —. Bájese.
Giro mi cuerpo y desciendo sacando mis piernas. El aire caliente
vuelve a golpear mi rostro y la pesadez en mis pulmones regresa.
—Admiro su lealtad —digo cuando sale también.
—Y yo su manera de manipular, pero me prepararon para no caer.
—Nunca nadie estará completamente preparado para soportar lo
que soy —le sonrío y avanzo hasta el edificio.
Varios hombres vestidos con el típico uniforme negro se
presentan frente a mí.
—Ellos te escoltarán hasta ella. —Los señala —. También están
advertidos. No pierda su tiempo.
—Entiendo. —Ladeo la cabeza —. Estoy en un nido de ratas
leales.
—Para su desgracia, sí.
El conductor vuelve al auto y se marcha dejando una estela de
polvo. Regreso mi vista a quienes tengo al frente. Llevo las manos
adentro de los bolsillos de la chaqueta de cuero. Tienen el rostro
descubierto y me miran con mucha seguridad. No perderé más mi
tiempo. Son personas entrenadas, lo puedo ver desde aquí.
—Los sigo —hablo.
Dos de ellos se adelantan para abrir las puertas y cuatro más se
ubican detrás de mí. Estoy siendo escoltada por todo el pasillo frio y
gris. No se ven más que puertas con cerraduras electrónicas a cada
lado. No se escucha ni un solo ruido más que las pisadas de los
zapatos. Tampoco veo cámaras, pero no por eso me convenzo de
que no las haya. Hay alguien espiándome, eso es seguro.
Hay una línea de luz blanca e intensa en el techo. A su alrededor
una especie de aparatos de riego, pero no parecen ser de agua. He
visto este sistema antes. Sí. Lo conozco. Lo vi en una de mis clases
y en los subsuelos de la isla. Es un sistema de purificación del aire.
En definitiva, no les preocupa el fuego, les preocupa que se
escape algo más.
Las fuertes pisadas dejan de escucharse cuando llegamos hasta
el fondo de un pasillo. Hay una puerta más grande que el resto y al
parecer con más seguridad también. Uno de ellos teclea algo en el
pequeño tablero y seguido se escucha un sonido grave de
desbloqueo. La puerta se desplaza hacia un lado dejando entrever
lo que hay dentro. Es un salón con una larga mesa en medio y sus
correspondientes sillas.
Entro sin esperar ningún permiso y me planto en la otra esquina,
mientras que en el otro extremo la veo a ella.
—Hola, Atenea —saluda con una gran sonrisa.
El parecido que tenemos es abrumante. El tono de sus ojos
verdes es idéntico al mío y al de Ares.
Estoy confundida. Llamé para encontrarme con Kyra Kratos, pero
estoy dudando que que sea ella. Su voz se escuchaba diferente por
el teléfono.
—¿Quién de las dos eres? —pregunto. Escucho como la puerta
se cierra detrás de mí, pero no me inmuto.
—Kyra —dice tranquila. Lleva un traje a la medida de color negro
y el cabello recogido en una alta coleta.
—No —niego con la cabeza. Su voz sonaba diferente cuando la
llamé.
Se ríe débilmente y se cruza de brazos. Todo aquí dentro huele a
alcohol. Me siento como si estuviera de nuevo en los subsuelos de
la maldita isla. El estómago me da un vuelco con solo recordar los
sucesos. El no comer ni dormir bien tal vez sí está afectándome.
—¿Qué más da quien soy? Cualquiera de las dos es apta para
darte la información que necesitas —responde.
—¿Información que necesito? —la miro incrédula. Detesto que
crea que es indispensable cuando solo es una opción más. Puedo
investigar por otro medio, pero esta es la manera más rápido y
tengo el tiempo en contra.
—Sí, sino no estarías aquí. —Abre sus brazos para señalar el
lugar y luego con su mano me invita a tomar asiento —. Ponte
cómoda.
—Estoy bien así. Permanecí mucho tiempo sentada, fue un viaje
largo.
—Entiendo —dice y ella sí se deja caer sobre una silla —. ¿Cómo
está tu padre?
—No vengo a hablar de eso. Al grano.
—Solo quiero saber un poco de ti.
—No hace falta.
—Somos familia. Es normal que...
—No. —La interrumpo —. Mi única familia es Jakov Zubac y no
quiero que se hable más del tema. No es ningún arrebato de
inmadurez, es cuestión de interés y yo no estoy interesada en saber
más allá de lo que tiene para decirme y en lo que busca a cambio.
Mi tiempo es oro y el oro es escaso. Úselo bien antes de que se
agote.
Miro el reloj inteligente en mi muñeca cuando termino de hablar.
No hay señal aquí dentro.
—Entiendo. —Se lleva el dedo a su barbilla y mira durante unos
segundos el piso, pero luego vuelve sus iris verdes a mí —. Déjame
hablarte sobre dos personas antes. No será más. Es importante
para que entres en contexto.
Asiento con mi cabeza y la animo a hablar rápido.
—Soy la cabeza de la Ndrangheta —dice sin más, como si yo ya
lo supiera.
—¿Y?
—Tu padre era el Don de la Cosa Nostra.
—Ajá. —Si quería impresionarme, falló.
—No me crees... —repara con el ceño fruncido.
—¿Cuántos años tenían cuando me tuviste?
—Yo casi 19 y él 23.
—23 años... ¿Dijiste que era el Don? ¿Con 23? —bufo —.
Imposible. ¿A quién tuviste que matar?
—A sus padres y algunos socios.
Sonrío con cinismo. No me sorprende. Para haber escalado
rápido en una mafia, tuvo que haber mucha sangre de por medio.
—Así que... —me burlo —. ¿No me digas que hiciste todo eso por
amor?
Ladea su cabeza mientras me mira con fijeza.
—Estás muy segura de que soy Tyra... ¿Y si te estuviera
mintiendo? —se levanta de la silla para seguido apoyar las palmas
de sus manos sobre la mesa.
—Son muy buena leyendo las personas y tú transpiras dolor... Y
del intenso, del que nunca se supera. En tus ojos se puede ver lo
mucho que te dolió —respondo.
Suspira pesadamente y baja la mirada, pero en algo menos de 10
segundos vuelve a subirla.
—Dime, Atenea... ¿Qué harías tú si te arrebataran la oportunidad
de ser madre? ¿Lo superarías alguna vez? —pregunta.
Acaba de clavarme una bala.
—No —digo son seguridad.
—Pues yo tampoco y súmale perder el amor de tu vida.
O que ese amor elija el bien del mundo antes que a ti.
—¿Por qué los mataste? —vuelvo al tema.
—Es una pregunta que abarca una gran respuesta, tendría que
tomarme una botella de whisky para animarme y contarte toda la
vergonzosa y demente historia detrás de todo.
—No tengo tanto tiempo, ya te dije.
—Lo sé, por eso te resumiré en que en lo único que yo era buena
era para mentir y manipular, y cualidades como esas no sirven en
ningún otro lado más que en la mafia y mi hermana me quería quitar
esa mierda cuando ella podía encajar en algo más en el mundo, yo
no... Yo solía tenía esto: Maldad.
—Sigues sin responder.
—Te dije que era extenso el tema. —Su tono de voz es iracundo.
—Resumen —exijo.
Rueda sus ojos y se vuelve a dejarse caer sobre la silla. Su cola
de caballo se aplasta contra el espaldar mientras cierra durante un
segundo sus ojos. Me fijo en cada rasgo de su rostro. No sé
exactamente cuantos años tiene, pero luce muy bien para ser la
madre de mellizos de casi 25 años.
—Me recuerdas a él... —susurra de repente y aparto la mirada. —
Estricto e inmarcesible. Siempre iba directo a todo. Nunca se
extraviaba. Sabía manejar sus sentimientos e impulsividades hasta
que...
—Resumen —repito. No me importa su melancolía, ni lo que hay
dentro de las grietas de su corazón, suficiente tengo con la basura
que hay entre las mías.
Respira hondo y vuelvo a mirarla.
—Por una inexplicable y enferma razón... Yo quería poder, y no
uno minúsculo. Quería demostrarle a mi abuelo que subestimarme
fue una mala decisión —sonríe —. No cree que aún... —bufa —. He
logrado mucho y está sorprendido. Me teme, por eso se esconde de
mí.
—¿Y tu hermana? —inquiero.
—Con decirte que me mataría si supiera que estás aquí. Intentó
hacerlo hace años cuando se enteró de que veo frecuentemente a
Ares. —Sus ojos se clavan en los míos.
Sé lo que está haciendo. Está detallando y buscando algún efecto
en mi rostro que le revele si sé algo sobre el nombre que acaba de
pronunciar, pero no lo va a lograr.
—¿Quién es Ares? —pregunto con seriedad.
—Tu mellizo —dice sin más.
Alzo mis cejas.
—No fue suficiente con uno... Tenían que engendrar dos —digo
con falsa incredulidad, aunque ni tanto.
—Lo supimos en el último momento. —Una media sonrisa se
dibuja en su rostro, pero la elimina inmediatamente —. Ese día
perdimos a Ares y mientras Alessio lo buscaba, yo te cuidaba a ti. —
Me mira —. Kyra me hizo firmar algo que evitara que me acercara a
ti. Ella se hizo pasar por tu madre. Me quito mi mejor definición. Ya
no era nada. Mi cuerpo había creado vida y el paso siguiente era
tener esa vida entre mis brazos y yo... los tenía vacíos.
Una lágrima se escapa de la esquina de su ojo izquierdo. Es tan
delgada que se pierde rápido sobre la piel. Tyra respira hondo e
intenta cambiar su semblante.
—Acabas de confirmarme que eres Tyra —comento.
—Y estoy orgullosa de ello y no me arrepiento de nada. Eres lo
que eres gracias a eso y servirá mucho para ejecutar lo que Alessio
planeó. —Se pone de pie mientras limpia su rostro.
—¿Y Ares?
—No era, no es apto. Cuando lo encontré ya era muy tarde. No
perdería mi tiempo esperando a que se curara, tenía ya bastantes
traumas y tú estabas mejor encaminada. Tendrías estabilidad y
enfoque.
Parpadeo dos veces para poder procesar lo que acaba de decir.
Yo me consideraba a mi misma como un ser detestable, pero Tyra...
Tyra es la peor mierda sobre la faz de la tierra y acaba de
confirmármelo.
—Qué hija de perra —me burlo de su cinismo —. ¿Dejaste a tu
hijo en la mierda porque no te servía?
—No fue así... Espera. ¿Cómo sabes que lo dejé? ¿Cómo estás
tan segura de que no lo traje conmigo? Dije que lo encontré, más no
que... —se pone de pie y se acerca apresuradamente a mí —. ¿Lo
conoces? Lo has visto... —me mira con algo que capto como
alegría.
—No es difícil adivinar que lo dejaste y no te hiciste cargo del
desastre.
—No podía...
—¿Por qué?
—Aún era muy débil ante Enzo... —Agacha su cabeza —. Lo
hubiera matado ante cualquier cosa que intentara.
—Cobarde.
Alza con brusquedad su cabeza y me mira. Su rostro se ha
demacrado.
—¿Cobarde? ¿Yo? —se ríe sin ganas —. No. No dejaré que
alguien que su único acto de valentía fue hacia alguien más venga a
llamarme así... Cobarde es quien se traiciona así mismo ante
poniendo a alguien más. Los cobardes nunca tienen éxito... ¡Mírate!
¡Eres un gran ejemplo de ello!
—No sabes ni una mierda de mí.
—¡Sé que te enamoraste! ¡Sé que por eso estás como estás! —se
aproxima aún más hacia mí. Esta encolerizada y eso lo demuestra
su rostro enrojecido —. Tu padre murió por el asqueroso amor y tú
vas hacia el mismo agujero en la tierra... ¿Eso es lo que quieres? —
sigo en silencio. Ella espera una respuesta que no me sé —. Si
tengo que intentar asesinar de nuevo a Maximilian Müller, lo haré y
espero que esta vez no te cruces en mi puto camino. No voy a dejar
que el amor te mate a ti también.
No sé en que momento decido mover mi brazo hasta la parte
trasera de mi espalda y desenfundar mi arma hacia ella.
—Un trabajo que nadie me dio trata sobre joderle la vida a las
personas que me la jodieron a mi. —Sostengo el arma firme entre
mis dedos. Mi dedo índice tantea el gatillo. Le he quitado el seguro
previamente y solo debo hacer un poco de fuerza y la bala
atravesará su frente.
No me preocupa, ni me duele tomar la decisión y correr el riesgo.
Que compartamos la misma sangre no es suficiente para que me
apiade ella, ni siquiera el hecho de haberme creado en su vientre
me conmueve.
Da un paso hacia atrás. Me mira con decepción, pero también veo
algo más en sus ojos, diversión. Esto le hace gracia.
—Estás tan malditamente jodida —me señala —. Debilidad,
Atenea, eso es lo que significa Maximilian para ti y las debilidades
son un seguro mortal.
—Si quieres hablar de mis debilidades habla del hecho de tener a
una enemiga como mamá.
—¿Me dijiste mamá? —sonríe exageradamente —. Me halaga, la
verdad que sí. —Se toca el pecho y respiro hondo para llenarme de
paciencia.
—Estoy perdiendo mi tiempo aquí —susurro y guardo el arma de
nuevo en mi espalda. Conseguiré la información por otro lado, no
pienso seguir soportando su mierda.
—Espera. —Levanta una mano frente a ella para que no me gire
—. Te hablaré de la Zona Cero.
—Otra desviación más y me largo.
—No te conviene hacerlo, siéntate.
—No.
Suspira pesadamente y mueve su brazo con rapidez hasta debajo
de la mesa para sacar y direccionar una pequeña arma frente a mí.
—¡Que te sientes, maldita sea! —grita —. Me rompe los nervios el
verte ahí parada como si estuvieras a punto de huir.
—Cálmate un poco. Podría darte un infarto —digo con falsa
preocupación. Seguido me dejo caer sobre una de las sillas. El arma
me talla en la cintura, y decido dejarla sobre la mesa —. Sigue.
Su puntería baja al piso. Se lleva la mano a la frente como si
estuviera reprendiéndose ella misma por lo que acaba de hacer. La
entiendo, yo también hago cosas sin pensar. Es como un resplandor
en mi mente más rápido que mi voz de razón... Y científicamente
podría ser así, puesto que la luz viaja más rápido que el sonido.
Una luz que proviene de la oscuridad. Una luz que hace daño.
—La Zona Cero es algo mucho peor que el área 51. No solo hay
secretos de un país, hay secretos de... —Camina hacia atrás hasta
volver a su silla. Su regazo se vuelve el punto donde clave su vista,
pero luego su punto me vuelvo yo —. Alessio era un hombre muy
inteligente y conocía personas que lo eran tanto que rayaban en la
locura. El mundo los tomaba por dementes, pero Alessio los creía
eminentes.
»Él creó cientos de armas biológicas, algunas más mortales y
rápidas que otras, pero todas al fin y al cabo destructoras...
«Geminus», así se llamaba el proyecto.
—¿Qué era ANFARWOL?
—¿Cómo sabes que...?
—Sentinel del Norte —le digo el nombre de la isla donde se
ubicaba el laboratorio y ahora que lo pienso... Tengo que contactar
pronto a Magnus White. Él se quedó con el antídoto de lo que fuera
que había en ese lugar.
—La Zona Tres —confiesa agachando su cabeza —. Perdí ese
lugar hace cuatro años.
—¿Cómo?
—Esa también es una pregunta que abarca mucho y ahora no
sirve de nada las respuestas a eso. Solo te diré que ese lugar era
nuestro y que...
—¿Hay más zonas? —La interrumpo.
—Hay más zonas. En total, ahora mismo tengo seis zonas. Seis
laboratorios en clandestinidad.
—¿Por qué la Cero es la que más se escucha como secreto a
voces? —interrogo.
—Porque es la que nadie conoce y a las personas les gusta
inventar sobre lo desconocido para mofarse y sacar provecho de
ello, pues hay muchas personas importantes interesadas en
encontrarla y los cazadores cobran alto. Están acercándose... —se
pone de pie de nuevo y va hasta el tablero con fórmulas químicas
que antes no había detallado. Veo desde aquí como sus manos se
adentran en los bolsillos del pantalón —. Tengo que evitar que esto
salga a la luz. Sé lo que hay adentro...
Miro durante largos segundos los números y letras hechos con
tinta negra sobre la superficie blanca. Entiendo en parte lo que
describe la fórmula, pero también tengo preguntas inteligentes e
importantes para hacerle.
—Lo entiendes... —Me dice.
—Alguien me obligó a hacer una carrera universitaria cuando
cumplí 16. Antes me parecía extraño, pero ahora lo entiendo... —la
miro fijamente —. Fuiste tú. Toda la intensidad en mi vida fue tu
culpa.
—Exigí que reforzaran tu aprendizaje —se encoge de hombros
—. No es un crimen querer que mi hija triunfe y sea la mejor.
—Ahora entiendo porque Kyra te quería lejos de nosotros.
Es hora de irme, pero antes necesito la ubicación.
—Ni se te ocurra mencionarlo. Sé que volverá a buscarte, no le
creas una mierda.
—Claro, lo haré solo porque me lo pides —digo con sarcasmo —.
Necesito la ubicación.
—No la tengo.
—¿Qué? —La inseguridad se graba en mi rostro.
—Como escuchaste, no la tengo. La ubicación era un secreto de
Alessio y yo no lo supe hasta hace algunos años. Llevo buscándola
por mucho tiempo y lo único que descubrí es lo que hay dentro y
que solo dos personas pueden entrar... Tú y Ares.
—¿Y dónde está Ares? —pregunto.
—Ya te dije, no es apto.
—Así que quieres que lo haga yo.
Niega con la cabeza mientras sonríe.
—No, quiero que obligues a Maximilian a hacerlo.

Notitaa:
Buenas buenaaaasss, vamos revelando cositas cheveres, con
menos carga de información y un tris más de suspensooo.
LAS AMO MUAAAAK.
CAPÍTULO 12
 
Atenea
Una vez conocí la muerte y desde ese momento la besé
incontables veces. He hablado con ella en un idioma escaso de
palabras. Me susurraba que el fin estaba cerca, pero que mi vida era
tan maldita que aún no merecía una bendición para tener paz. O tal
vez era mi ego queriendo lograr que primero fuese recordada por
siempre y no precisamente como una santa.
Conocía muy bien la línea que separaba la vida y la muerte
porque desde que salí de esa prisión, esta línea ha sido el único
lugar en el que puedo vivir. Si corro hacia el lado de la vida no
tendré libertad y si me lanzo al abismo de la muerte no habría nada
más, sería el final.
Volver a traicionar a Maximilian sería correr hacia el lado muerte.
Ya viví en carne propia la verdadera devastación de sus promesas.
Privarme de libertad me puso en el blanco de muchos enemigos. Él
no sabía que tenía a más personas detrás de mi cabeza.
Actúo sin saber.
Él piensa que lo hizo perfecto, pero no... No investigó y eso es
una ventaja para mí en esta guerra de venganza. Tengo la verdad y
eso me da más poder, porque si hay algo peor que mentir, es
suponer, porque el buen mentiroso siempre conoce la verdad y la
oculta para usarla como arma después. Alguien que supone es un
simple ignorante.
—¿Por qué quieres a Maximilian en esto? —pregunto.
—Necesitamos a alguien con el suficiente poder para llegar ahí.
Alguien que pueda soportar el tener que recibir toda la
responsabilidad del caos que vas a causar. Saldrás librada de todo,
yo recuperaré el lugar y tú tendrás venganza contra él.
—¿Y quién te dijo que mi venganza es contra él? —me cruzo de
brazos mientras detallo su rostro. La seriedad ha vuelto a él y su
semblante se ha alertado. No nos hemos movido de la fría sala de
juntas.
—¿Contra quién más sería? ¿Quién más te debe? Pensé que
eras de las que olvidan y avanzan —Ladea su cabeza para luego
darle paso a una sonrisa que me anuncia que en ella sí hay algo
que también está mal.
—Tener una deuda conmigo es lo peor que le puede pasar a una
persona. Todos los deudores son esclavos y cuando alguien tiene
esclavos es un amo y yo soy uno muy injusto que les cobrará por el
resto de su vida, así ofrezcan hasta pagar de más... Espero que
algún día entiendan que nadie debe cruzarse en mi camino... porque
como decía mi viejo amigo, Benjamin Franklin: "Es mejor acostarse
sin cenar, que levantarse con deudas". Para quienes se me
enfrenten, les será mejor ir a dormirse sabiendo que serían
derrotados, que caer y convertirse en mis esclavos.
No tengo deudas con nadie porque no necesito nada, pero
muchos tienen deudas conmigo porque vienen a mí queriendo
ganarme en todo. Como si el triunfo de derrotar a Atenea Zubac
fuera una leyenda que busca ser cumplida.
Sé que quienes están detrás de mí les interesa más llevarse el
nombre "Asesino de Atenea Zubac" que la millonada de dinero que
ofrecen en la recompensa.
—Así como el mundo está lleno de amigos, también hay que
saber que por ahí andan unos cuantos enemigos. —Tyra se inclina
hacia adelante para posar su barbilla sobre la palma de la mano.
Ladea su cabeza hacia al otro lado para observarme con
detenimiento. Mataría por saber lo que está pensando. No me
interesa conocer a mi familia por mi sangre, pero si algún día lo
hiciera, sería por todo el conocimiento que podría adquirir de ellas.
Seguido escucho como un suspiro sale sonoramente de su boca —.
Por eso eres tan peligrosa...
—¿Por qué?
—Tu mundo es un lugar que está lleno de enemigos y cero
amigos... Esa es la maldita vida de un villano.
Sus ojos brillan como si hubiera descubierto algo detrás. Algo que
nunca dije, pero para ella es verdad.
Y tiene razón. En el mundo hay personas a las que siempre les ha
faltado más atención, pero les ha sobrado odio. Odio que con el
transcurso de los años se transforma en el corazón de la maldad
que se forma dentro de nuestras cabezas.
Maldad que nunca se irá.
—Llegaré a la Zona Cero sin él —regreso al tema.
—Deja de ser tan débil, maldita sea. —Niega con su cabeza. Sus
manos repasan su cabello recogido hacia atrás. No me mira, está
concentrada en admirar la superficie de la mesa —. Conozco a la
madre de Maximilian desde hace años, mucho antes de que tu
siquiera nacieras y solo voy a decirte que nada es lo que parece...
Maximilian Müller no es...
—No me gusta el maldito misterio y más cuando vas a decir cosas
que ya sé o puedo averiguar por sí sola —reclamo. No voy a perder
el tiempo con adivinando frases que no me aseguran nada. Las
suposiciones son igual a ignorancia.
—Sé paciente por un segundo y escúchame —levanta su dedo
índice —. En medio de una guerra, hay una persona en la vida a
quien debes conocer más que a ti mismo y ese alguien es el
enemigo. Atacar lo desconocido siempre será más peligroso y
aunque jures conocer todo... La verdad es que no sabes una mierda
sobre quién realmente es Maximilian Müller Wegner. —Pronuncia
como si el último apellido le quemara la boca.
Respiro hondo y bajo el ego. Información es información, y yo
necesito todo.
—Según tú... ¿Quién es Maximilian Müller Wegner? —pregunto
con calma.
Se queda en silencio durante unos segundos. Está analizando mi
cambio de humor tan drástico.
—Lo peligroso no es quién es realmente, sino quién intentar ser
—señala.
—¿Y quién intenta ser?
—Dios. —Se pone de pie para caminar hasta un archivador
pequeño de metal que hace un momento había detallado. Escucho
el pitido de los botones de la cerradura y seguido un click. Extrae
algunas carpetas cuando el cajón se abre y cierra para volver hasta
la mesa. Desde lejos me arroja las carpetas y antes de que caigan
al suelo, las detengo —. Mira adentro y dime que ves.
Abro las carpetas, no sin antes regalarle una mirada con el eterno
rencor que le guardaré a ella y a Alessio por todo el resto de mi vida.
Son cientos de hojas llenas de palabras en alemán.
—Sé que entiendes el idioma, así que dime qué ves —dice. Le
pongo aún más atención a las palabras. En resumen, todo lo que
hay aquí son cientos de los logros que ha tenido Maximilian a lo
largo de su carrera, solo que aquí no se refieren a él por su nombre,
si no por su número:
—Sujeto 0101.
—Quiere ser un dios porque así Dios cometiese el peor de los
pecados, nadie va a juzgarlo, porque la fama de héroe bueno que se
ha ganado no se la quitará ni el diablo. La justicia divina no lo
castigará jamás y eso es de temer... —comenta y le encuentro
sentido a lo que acaba de concluir. Maximilian tiene la fama de ser el
ser más justo e imparcial del mundo y aunque cometa un error, el
poder que le han dado hará que nadie a su alrededor tenga
memoria —. ¿Qué número sujeto eres tú? Hay más números ahí y
aunque ya me sé de memoria lo que dice ahí, no sé quien es quien.
—No voy a decírtelo.
—Claramente no eres el 0101... —levanta su mano y se ríe —.
Tranquila, no lo digo no porque no seas capaz de lograr todo lo que
está ahí escrito, lo digo por las fechas, ya que no concuerdan con tu
edad y el año de los sucesos.
No encontré mi número en ningún lado. Vi el de todos los
Physicorums activos, pero no está el mío.
Mi mente se retorna a lo que me gritó el alemán sobre haber
borrado todo rastro de mí.
—Es verdad. No existo... —La conclusión se me escapa en un
susurro.
—¿No estás ahí? —Da un paso hacia mí.
—No. —Me levanto soltando los documentos sobre la mesa —.
Llevo más de una hora aquí y siento que no has ido al puto grano.
¿Qué mierda quieres?
—Ya te lo dije.
—No. Sé que hay más detrás... —Esta vez soy yo quien da un
paso hacia adelante, intentando rodear la mesa y llegar a ella —.
¿Qué hay en la Zona Cero?
—No puedo decirte que hay... —Desvía su mirada hacia un lado y
luego vuelve a mí. Sus ojos se han empañado —. Tienes que
encontrarla. No hagas más preguntas. Esto también te beneficiará.
Atenea... Alessio Armani fue la primera persona que te amó y le
debes esto.
—¡No tengo ninguna puta deuda con nadie! —Recalco lo que le
dije hace unos minutos —. ¡Yo no le debo nada al mundo! ¡El mundo
me debe todo a mi!
Una chispa de ira en mi pecho se transforma en energía que hace
que lleve la mano hasta el arma y vuelva apuntarla hacia ella.
—Siento que estoy viviendo una historia llamada "Crónicas de
una demencia anunciada". —Respira hondo y deja escapar todo el
aire por su boca. Su cabeza se mueve de lado a lado levemente.
Detallo cada acción de su cuerpo, el como lleva las manos hasta su
cabello para soltarlo e introducir sus dedos en él. Su ceño fruncido
me da a entender que le duele la cabeza y que por más que niegue
mi sangre, no puedo rechazar, por desgracia, lo que me ha
heredado la genética. En este momento me daba cuenta de que
ella, Ares y yo sufríamos de lo mismo.
—El mundo te odia... El mundo nos odia, Atenea y no hay nada
que podamos hacer para que algún día nos permitan encajar. Nadie
es capaz soportar tanta demencia... En medio de la oscuridad no
hay amigos y si los tienes, es porque están peor que tú y eso no
ayuda a tener estabilidad —dice mientras peina su largo cabello
castaño con las manos.
—Puedo manejarlo —digo refiriéndome a la enfermedad que sufre
mi mente.
Ella detiene sus movimientos y me clava su mirada. No dejo de
verla como una mujer derrotada. Eso me inspira, derrota.
—Al principio todo es... —mira hacia un lado —, es bueno. Todo
es muy bueno. Cuando te das cuenta de que tienes algo que los
demás no... —vuelve a mí —. Es único, Atenea. Desde ese
momento cambia la forma en la que te ves a ti dentro de la vida de
los demás. El ego sube hasta las nubes y sabes que... o serás lo
mejor que le pase a alguien en la vida o serás lo peor, nunca habrá
un punto medio, nunca te olvidarán porque llegar a los extremos
tiende a marcar.
—Le temes al olvido.
—Sí y no. —Pasa por mi lado y la pierdo de mi campo visual, me
giro para verla dirigirse a la puerta por la que entré —. Ya nada
puedo hacer para que las personas que amo me amen, así que solo
me queda llegar al extremo del odio para que al menos nunca me
olviden. —Se detiene sin voltear —. El plan ya está hecho y lo único
que tienes que hacer es seguir las órdenes de Maximilian. Espero
que te vaya bien en tu entrega.
—¿Qué no hay en la Zona Cero? —pregunto antes que parta. No
me puedo ir de aquí sin nada.
Tuerce su boca mientras deja escapar un suspiro.
—Gravedad. —Sale sin esperar una respuesta de mi parte.
No me muevo de mi sitio porque no quiero olvidar nada de lo que
se hablo hoy aquí. Estoy guardando cada palabra. En algún
momento más adelante tendrán que servirme.
Tyra está sobreviviendo y moviéndose gracias al odio, tal como lo
estoy haciendo yo también.
El enemigo se vuelve aliado solo cuando ambos tienen a otro
enemigo en común. Si Tyra está enviándome contra Maximilian es
porque quiere que siga cumpliendo el plan que tenía atrás cuando
entré al grupo de asesinos: Acabar con la organización. Pero yo
llevo dudando un par de días el si debería considerar la
organización como un enemigo principal. Mi odio no deja de
recordarme que debo ir detrás de Enzo Armani y toda su familia,
pero siento que los hechos que ahora se me presentan hace que
sea más conveniente que primero dé un paso hacia el plan que
tengo de destruir el orden mundial.
Como dijo la mujer que conocí hoy, quien, a pesar de todo fue
quien me hizo y me educó sin estar cerca, aunque la repudie por
completo...
"Ya nada puedo hacer para que las personas que amo me amen,
así que solo me queda llegar al extremo del odio para que al menos
nunca me olviden".
🦅
4 de noviembre de 2004
Área alemana # 73
Ubicación: Desconocida
Maximilian
Hoy cumplo 10 años dentro de la academia. Estoy a solo tres de
graduarme e iniciar la guerra que llevaré conmigo mismo hasta
alcanzar el éxito. También cumplo 15 años de vida.
Me han dado una semana libre para descansar y Gerard se ha
apropiado de ella para crearme un itinerario hasta con horas exactas
para irme a dormir.
No tengo como opción rechazar su "regalo" pues mi madre me ha
dicho que debo aceptar el esfuerzo que hace para ser un padre
normal.
¿Normal?
Ahora que he crecido he podido apreciar que mi padre es
cualquier cosa en este mundo menos una personal normal.
Y el que me haya traído aquí lo confirma.
Estoy en una de las casas Nazis de tortura que todavía existen en
el mundo. El holocausto sigue sucediendo y alargando la historia,
solo que a muy bajas escalas.
Aún no terminaba la segunda guerra mundial cuando los
alemanes ya estaban planeando como en algunos años iban a
iniciar la tercera.
Y si Alemania se estaba preparando, otras grandes potencias lo
estarían haciendo también. Las malas noticias llegan rápido y las de
guerra se repartían a la velocidad de la luz.
Cuando escuche esto, supe que en algún momento de mi futuro
yo sería quien comandara ese caos...
Y mi padre también lo sabía.
—Maximilian. —Él sale de la oficina de juntas en la cual estaba
reunido con miembros de importantes del ejército alemán. Yo estoy
aquí parado en medio del pasillo, recto y pulcro portando mi
uniforme de cadete hasta nueva orden —. Ven aquí. —Gerard me
llama con su mano y regresa adentro.
Muevo mis piernas con calma y lleno mis pulmones de aire. Sé lo
que me espera ahí dentro. Me han preparado para esto toda mi vida
y hoy se ha dado el primer paso para iniciar el plan que los hombres
que ahora me miran llevan planeando por años.
—Maximilian Müller a sus órdenes —digo mientras tomo la
posición del saludo militar.
—Descanse —pronuncia uno de ellos. Distingos generales tanto
activos como retirados.
Dejo caer los brazos a los costados de mi cuerpo y vuelvo a llenar
mis pulmones con aire. Mi gloriosa visión ha analizado y
memorizado los 10 rostros presentes ante mí.
—Pasó todas las pruebas —afirma alguien.
—No falló ninguna —otra voz más.
—Hoy mismo lo enviaremos a Rusia.
¿Rusia? Miro a mi padre, quien de inmediato me ignora. No me
dijo nada sobre Rusia.
—Disculpe, mi general... ¿Dijo Rusia? —pregunto con firmeza.
El hombre mira con extrañeza a Gerard.
—¿No le informó sobre El Plantel?
—No lo vi pertinente —responde mi padre.
Mis ojos no dejan de analizar la cara del general.
—Mencionar que tendrá que trabajar un año con los rusos lo veo
muy pertinente, Müller —le replica para luego mirarme. El oxígeno
me ha abandonado —. Toma esto como el último entrenamiento,
pero míralo como el inicio de la verdadera guerra. Irás a Rusia
durante 12 meses. Allá te asignarán otro cadete, Igor Volkov. Es
importante que no hables ningún otro idioma que no sea el de ellos.
Ir a Rusia significa que voy a tener que remar en medio de un río
de sangre inocente. Es la manera que la ley tiene de conocer al
crimen.
Seré un asesino a sueldo durante un año mientras sigo
entrenando para destruirlos en otro par de años más. Cuando le
pregunté a Gerard si este ya era el final, respondió que sí y aún así
no dejo de sentirme como si sí me hubiera dicho la verdad.
Fue el fin de las cosas fáciles, de lo típico... e inició lo que
diferencia a un Physicorum de un soldado más y eso es el haber
conocido el poder y seducción del mal y no haberse dejado
conquistar por él.
Volkov y yo tendríamos impunidad y ese tipo de libertad es el
mayor poder que alguien puede conseguir. Por eso respetaba y
acataba todo lo que mi padre dijera, pues él era una de las pocas
personas en el mundo que lo tenía.
Se levantan todos de sus sillas para despedirse con apretones de
manos, todos menos mi padre que no me mira aún.
¿Por qué no me dijo sobre Rusia? ¿Acaso creía que me iba a
echar para atrás?
—¿Qué pasa? —pregunto cuando no se gira ni para mirarme.
Está ahí sentando como si estuviera esperando que me cansara y
me fuera, pero se equivoca, él mismo me enseñó a nunca rendirme.
Se pone de pie y al fin me da la cara después de alisar la tela de
su abrigo.
—Te prohíbo fallar en Rusia. Sino regresas vivo picaré tu cuerpo
inerte en pedacitos y los arrojaré a una iglesia cuando empieces a
oler a mierda.
Escucharlo hablar me deja inmóvil.
—No me subestimes.
—No lo hago, solo te motivo. —Pasa por mi lado mientras palmea
mi hombro —. Sígueme, quiero enseñarte algo.
Me lleno de valor para contenerme y avanzar detrás de él por los
distintos pasillos del subterráneo edificio. Llegamos hasta un
ascensor y descendemos dos pisos. Todo en el lugar es blanco y
pulcro. No hay una sola gota de oscuridad ni de espacio que pase
desapercibido por una cámara.
Un extenso pasillo que jamás había transitado se presenta ante
nosotros. Susan nos hace cazando animales en un bosque en
Suramérica, pero la realidad es otra. Estamos en el continente, pero
no cazando precisamente animales.
—Voy a presentarte a alguien. —Gira su cabeza levemente para
sonreírme.
No pronuncio ni una palabra, decido quedarme en silencio. No sé
qué esperar de la persona detrás de una de las puertas de muchas
otras que hay en este nivel. Son presos de guerra. Personas
importantes secuestradas y desaparecidas a nombre de grupos
ilegales, pero la verdad es que peor es el lado de la justicia.
—¡Clinton! —grita Gerard mientras teclea una clave en el tablero
haciendo que la puerta se deslice hacia el lado izquierdo.
Ingreso detrás de mi padre y la imagen que me recibe se me
graba en la cabeza y sé que la recordaré por siempre.
La habitación es más amplia por dentro de lo que se percibe
desde afuera. Una cámara de cristal apresa a un hombre que está
conectado a cientos de aparatos médicos sobre una camilla, con la
piel ardiendo en un color rojo. Su cuello, sus muñecas y sus tobillos
son apresados por grilletes de acero.
—¡Qué bien te ves hoy, Clinton! —Gerard saluda en tono burlesco
mientras yo me fijo en el letrero que hay en una de las paredes de la
cámara. Advierten no tocar el cristal, no entrar en él y no pasar
mucho tiempo aquí dentro.
—¿Qué le sucede? —pregunto cuando escucho al hombre toser
después de intentar hablar.
—Radiación —responde sin dejar de mirar al frente. Ya no tiene
diversión en su rostro, ahora refleja asco.
—¿Eso que significa? ¿Quién es él?
—Sabes lo que significa, hijo mío.
Sí. Lo sé.
—Armas nucleares.
—¡Correcto! —me señala riéndose —. Armas que tú, hijo mío,
usarás en el momento perfecto.
Entiendo.
—¿Quién es él? —vuelvo a preguntar.
—Es un físico, pero uno importante. Ese hombre es el hermano
del futuro presidente de los Estados Unidos. Futuro presidente que
tú tienes que asesinar —carraspea para aclararse la voz —.
Enviamos a alguien por él para que viniera a ayudarnos con algo,
pero no estaba preparado para lo que íbamos a enseñarle.
—¿Qué era? —Miro fijamente la piel del hombre... aunque no hay.
No tiene piel, la superficie roja son sus músculos y depósitos de
grasa.
—No lo sabemos. Él era la única persona en el mundo que podía
decirnos que es y tampoco lo sabe. —Veo a Gerard repasar su
cabello con la mano repetidas veces —. Es algo peligroso y
debemos aprender a domesticarlo pronto. No hay tiempo que
perder. Este plan es de años y no podemos desperdiciar ni un solo
día.
Mi vida estaba tan planificada que en ella hasta tenía anotado el
asesinato de personas que no habían nacido aún. También tenía
trabajos en los que debía pasar a la oscuridad para cometerlos y
ahora entendía el por qué era importante ir a Rusia. Querían
destrozarme la moral y probar mi lealtad.
—Algún día aparecerá un físico que le de un nombre a esto y
haga de él una crisis mundial.
🦅
Actualidad
Esta última semana he tenido recuerdos del inicio de todo esto. Lo
peor de estar preso es saber cómo escapar, poder hacerlo y
quedarse de pie mirando al frente para ver en cámara lenta como
pasan los años.
Un poder gobernado no es ningún poder y así era el mío. No tenía
nada a pesar de tenerlo todo. Gobernaba para alguien más y las
ganas de adoptar el ego de alguien de ojos verdes que conozco, me
poseía.
Antes de conocer a Atenea nada me afectaba y sabía que debía
seguir el plan al pie de la letra, pero ella apareció exclamando y
exigiendo poder que sí se merecía y la envidié.
A mi me habían hecho entrenar el triple para ser un Physicorum y
a ella le había salido todo bien al primer intento.
Me envenenó y empecé a querer más.
Atenea sacó lo peor de mí y recién me doy cuenta de que no
tengo nada y si no empiezo a crear mi propio imperio, en algún
momento me quitarán el que ahora tengo.
—¿Quién te entregó esto? —pregunto mientras miro la fórmula
química que reconozco de inmediato. Todo me lleva al recuerdo que
tuve esta mañana.
—Lo enviaron desde un sitio web encriptado al correo de servicio
al cliente del FBI —Natasha responde.
—¿Y cómo llegó a ti? —levanto mi mirada para conectarla con la
suya. Hoy no tiene ocultas las pecas debajo de sus ojos. No lleva
maquillaje y tiene el cabello húmedo. Le da una sensación de
frescura a su apariencia.
—Los hackers detectaron su entrada. Arrojó una alerta peculiar
cuando entró al servidor.
—Quiero los expedientes de todas las personas que hayan visto
esto. Si hay alguna foto o está grabado en video, bórrenlo todo ya
mismo, es una orden —hablo con altiveza.
—Si, mi comandante —responde Coleman para luego volver a
hablar —. Permiso para agregar algo más.
—¿Qué?
—El asunto —señala la pantalla y me fijo en ella para leer lo que
dice con claridad.
Zona Cero.

Notita:

*añadiendo trasfondo de Maximilian para que empecemos a


conocerlo mejor*
AHHHHH SE LO IMAGINARON?
Todo empieza a enrutarseeee poco a poco. Me encanta, se viene
lo buenísimo. Ansiosa de darles típicos y memorables momentos de
Atenea y Maximilian.
Muak. no se olviden de votar y comentarrrr

CAPITULO 13
 
Un mes después del caos en Mónaco...
Berlín, Alemania
01 de julio del 2021
Maximilian
Quiero verla de nuevo, pero no sé a que parte darle la razón del
porqué... Si a la que solo quiere verla pagando lo que hizo o la que
quiere verla y nada más, sin hablar, sin armas de por medio, en algo
parecido a la paz. Tal vez solo quiero tenerla en frente mientras trato
de descifrar por qué hacemos lo que hacemos. Solo quiero
encontrar algo en ella que me responda el por qué hizo lo que hizo.
Pero es imposible. Atenea no tolera la paz y yo no tolero la
guerra. Nunca vamos a poder estar en el mismo lugar sin tener un
caos de por medio.
Ahora mismo estoy en un lugar que huele a futuro caos.
—¿Está listo, comandante? —Natasha está a mi lado vestida con
uniforme formal al igual que mi persona.
Asiento con la cabeza.
Llevaba tiempo sin usar un traje. La última vez fue en la boda de
Mackenzie y quedó teñido de sangre perteneciente a los más de 10
hombres que Atenea asesinó en menos de dos minutos. La había
tenido en brazos y la había entregado luego de eso.
—¿Hubo respuesta? —pregunto mientras la miro. Su cabello
castaño está pulcramente recogido permitiendo que pueda apreciar
su perfil mejor. Inspira profundamente y niega con la cabeza. Vuelvo
mi vista al frente.
—Cada coordenada ha sido errada. Cada información ha sido
falsa. Nadie sabe nada... Tal vez hasta sea una distracción.
—No lo es.
—¿Cómo estás tan seguro? —Siento su mirada sobre mí, pero
evito el contacto visual.
—Existe. Es todo lo que tienes que saber —respondo sin dejar de
observar los números en la pantalla digital del ascensor. Las puertas
se abren y vuelvo mis pensamientos al caos de ojos verdes que me
tiene viviendo en una pesadilla.
Tengo que hablar con ella. Va a aparecer. Juró volver y desde que
desperté hoy no he dejado de pensarla. Juraría que está aquí y no
hay otro lado donde la pueda imaginar en este momento.
Elevo la muñeca para confirmar la hora.
23:57 p.m.
Una vez llegue la medianoche nadie podrá salir ni entrar.
Nuestros juicios son en extremo diferente a los que recibe un civil.
Aquí no hay abogados. No se confía en nadie más. Si se llega a
condenar a Merassi Ferragni por traición, no tendrá garantías que
protejan su humanidad. Será tratada como a un objeto y los cargos
altos como yo, podrán poner a su disposición los métodos de
reclusión que se requieran.
La peor condena no será pena de muerte, será la eliminación de
sus derechos humanos.
Aquí tienen el poder de retirarte el nombre, la nacionalidad, la
familia, la libertad, la salud, pero no la vida. Este último te lo dejan
para que no haya ninguna oportunidad de librarse del infierno. y lo
sé porque he tenido que vivir algunos.
Pero sé que tiene con que defenderse. Tuvo un mes para crear su
defensa.
Entro al auditorio y a mi encuentro llega Thomas y Laura, quienes
están vestidos de la misma manera que nosotros. Sigo caminando.
No me detengo hasta llegar al atril para incorporarme detrás de la
mesa de madera, justo en el medio, detrás de la placa metálica con
mi cargo: «Comandante Supremo»
El lugar se llena rápidamente para darle inicio a algo que no
debería tardar más de una hora. Debo partir pronto hacia
Afganistán. Hay caos en el medio oriente y debo acudir a poner
orden. Solo espero que, si ella se digna a aparecer después de un
largo mes, al menos lo haga de un modo bastante inteligente.
Merassi Ferragni entra esposada y escoltada por dos agentes del
Mando de Fuerzas Especiales (Kommando Spezialkräfte),
generalmente conocido por su acrónimo KSK. Son soldados élite del
ejército alemán, inteligentes y destructivos como un SEAL o tal vez
aún más.
El ruido de tres impactos sobre la madera me retorna al ahora. No
soy el juez, no soy quien guía el juicio, pero tengo la última palabra.
—Siendo la hora cero del dos de julio del 2021, procedemos a la
apertura del juicio contra Merassi Ferragni, identificada con el código
Physicorum 0157. —El primer magistrado se expresa con serenidad,
algo que falta en mi sistema porque no dejo de esperar algo fuera
de lo normal. Estoy en alerta. El hombre continúa hablando —. A
quien se le imputan los cargos de filtración de información y traición
a la organización...
La italiana estuvo comunicándose con Atenea y enviándole
información. Evitó que el aviso de su escape me llegara, pero
quienes ahora juzgan no tienen ni la remota idea de quien es Zubac
y espero que no la traigan a mención. Es una fugitiva y yo soy quien
va a capturarla pronto. Borré su rastro para eso.
Haré que el costo de sus pecados sea cobrado en mi infierno.
Debí hacerlo desde el principio, pero no quería lidiar con mi culpa y
lo que sentía por ella. Es una manipuladora innata, me habría
trabajado la psiquis hasta que la liberara.
Analizo el rostro de la italiana. Se encuentra segura, como nunca
la había visto después de la muerte de Volkov.
Le di todo mi apoyo en su pérdida y le brindé todo mi talento para
encontrar a quienes le hicieron esto, porque no solo Atenea estuvo
detrás de su muerte. A Ghost le he creado un atril donde pondré
pronto su cabeza degollada.
—Al frente, señorita Ferragni —Es llamada por el segundo
magistrado. En total son cuatro, sin contarme. Están ubicados dos a
cada lado.
—Mi nombre es Merassi Ferragni. Physicorum 0157. Nacida en
Roma, Italia. Con un tiempo de servicio inigualable, ya que me vida
pertenece a la organización desde los cinco años como también lo
hace el resto del equipo SEAL Cero —habla con confianza y la
mención de la palabra cero causa un hilo de imágenes en mi
cabeza. Ella continúa hablando —. Me encuentro aquí para
defender los derechos humanos que amenazan con arrebatarme y
pongo a su disposición todas las pruebas que pude recolectar
durante este mes, pruebas que me excluyen de cualquier delito que
el Comandante Supremo me haya adjudicado.
Un soldado de la KSK, se acerca y le entrega un dispositivo USB
a uno de los jueces. Inmediatamente hace que las pruebas
aparezcan en pantalla. Son llamadas, videos de seguridad de
nuestro plantel y lo que reconozco como su casa.
—Hubo fuga de información, no vengo aquí frente a ustedes a
negarlo, pero si a quitarme la autoría del crimen —Merassi retoma
su discurso. Tiene las manos detrás de su espalda y su elegante
figura se mantiene recta. Somos menos de veinte personas en el
lugar, la sala está casi vacía, pero el poder que cada persona tiene
hace que se sienta llena y el ambiente pesado —. Son más de 170
horas en pruebas y cuando se tomen el tiempo de verlas, y me
libren de este malentendido, podré iniciar mi trabajo para hallar al
culpable.
—Conocemos su talento informático, Ferragni —expresa el primer
magistrado —. Estará en reclusión hasta que todas estas horas
sean revisadas minuciosamente por personas expertas en la
materia que comprueben que son verídicas.
—Completamente de acuerdo —dice ella.
Los mismos tres golpes del inicio cierran la sesión.
Ferragni asiente con su cabeza, pero no se mueve del lugar
mientras que el resto sí. Su mirada fija me da a entender que debo
quedarme y que tiene algo más por decirme. Después de tantos
años trabajando juntos las miradas suelen tener un idioma propio.
Los Physicorums tenemos uno.
—¿Dónde está? —pregunto cuando solo el equipo está presente.
—Quiero a todos afuera —ordena como si no hubiera sido
destituida de su cargo por someterse a un proceso de investigación.
Nadie en el lugar se mueve y yo solo ladeo mi cabeza.
—Afuera, ya la escucharon —digo.
El resto se levanta sin decir nada. Natasha es la última en
ponerse de pie y dirigirse a la puerta.
—Los Delta Force han llamado de nuevo —agrega la ojicafé.
—No tardaré más de un minuto, Comadante —Merassi sigue con
la mirada de hace unos minutos.
Me pongo de pie para rodear el gran escritorio. Suelto un suspiro
mientras deshago la corbata que rodea mi cuello y deshago unos
botones de mi casa. Ansío volver a mis botas y camuflados negros.
—No irás recluida —me enfrento a la italiana —. Existen como tú
solo 14 personas activas en el mundo para realizar esta tarea. Hace
un contaba con la mitad de ellos, perdí tres... —Niego con mi
cabeza para fijarme en Natasha y comenzar a caminar hacia ella —.
¡Alístese, Physicorum 0156 porque no voy a perder a nadie más!
Natasha se sobresalta y se hace un lado mientras me abro paso
con apuro en el pasillo. Me deshago del abrigo y corbata.
Un buen líder jamás podrá ser justo, porque mientras haya
habilidad cualquier individuo siempre será importante. Perdí a
Takashi, perdí a Volkov y perdí a At... Cuanto amo castigarme con
unas de las últimas palabras que le dije antes de que sus ojos
verdes se cerraran.
«¡Hija de puta!»
Pero más hijo de puta yo que la sigo pensando de esa manera tan
caótica en la que siempre lo he hecho. Su traición me duele el triple.
Perdí a mi mejor compañera de trabajo, a una amiga y a... Ni
siquiera llegamos al momento de preguntarle si quería convertirse
en algo que pudiera llamarla mía. «Imbécil, Atenea no es ni de ella
misma».
Abro la puerta con fuerza. Tiro la ropa que traigo encima a un
rincón de la pequeña habitación y busco la que me identifica casi a
diario.
El sargento debe estar esperando por órdenes. Tiene a su equipo
apresado en medio del infierno que han causado los talibanes y un
Physicorum es experto en desafiar el peor de los fuegos.
Aunque yo aprendí hasta desafiar el veneno.
Una delgada figura me alerta por el rabillo del ojo.
Coleman.
—¿Todo listo? —le pregunto mientras termino de cubrirme el torso
con la camiseta.
—Sí. —Levanta de nuevo la vista hasta mi cara.
—¿Entonces qué haces aquí? —Pregunto para tomar mi bolsa
militar y el francotirador.
Paso por su lado. Una falta más y pediré traslado. Soy un hombre
que se ha obsesionado con las castañas desde que conoció a esa
víbora y detesto con fervor que Coleman encaje en el síntoma
secundario que me dejó la adicción que tengo de ella.
Es la que más se asemeja. Es capaz de rozar el poder que tiene
ella, pero no lo alcanza, nunca lo hará y tengo que convencerme de
que nadie podrá, pero no entiendo.
Mis ojos quieren verla en todo, cuando realmente soy yo quien
está en nada, en pedazos y destrozado.
El ruido de un helicóptero descendiendo me retorna al ahora, en
donde estoy a punto de abordar un jet con destino a Kabul, la capital
de Afganistán.
Ferragni está al pie de las escaleras en pose militar.
—Descanse, soldado —le digo.
Coleman llega al encuentro al igual que el resto. Ingresamos a la
nave y le asigno la conducción a Ferragni y Coleman. Entre más
lejos mejor será.
Voy hasta el fondo del jet y me tiro sobre las sillas. Cierro los ojos
de inmediato y relajo todo mi cuerpo para que el sueño me aterrice
rápido.
—¡Comandante! —La voz fuerte de Ferragni me aterriza, pero no
en Kabul. Respiro hondo. Llevo más de dos días sin dormir. Era
hora de que lo hiciera.
—¿Qué sucede? —me levanto hasta la cabina, donde todos están
clavados mirando al frente.
—De la torre de control me avisaron que un auto ha invadido la
pista y se aproxima a más de 180 kilómetros por hora —me informa
Coleman.
Clavo mi vista en el cristal y me fijo en los dos puntos de luces
que se aproximan a toda velocidad.
—Desbloquea la puerta —ordeno y voy hasta ella.
La muevo con fuerza hacia un lado y desciendo de nuevo.
Camino a paso veloz para quedar frente al auto que se aproxima.
Me cruzo de brazos para esperarla.
Una vez se ha acercado lo suficiente detallo que es un Bugatti, mi
Bugatti. Bufo mientras niego con la cabeza.
Frena mientras derrapa para detenerse. Una pequeña nube de
polvo de levanta y ella baja del auto. No sé en que momento se me
pasó por la cabeza imaginar que estaría sonriendo. Su expresión
me descoloca, es de angustia.
—Haz que todos bajen —ordena desde el poder que ya no tiene.
—¿Por qué?
—¡Hazlo! ¡Hay una puta bomba adentro! —grita mientras se mira
la muñeca —. 25 segundos.
Detengo mi respiración. Clavo mi visión en la suya. Nadie
parpadea y ya son 20 segundos los que quedan. Vuelvo a respirar y
me echo a correr hasta el jet. Llego hasta la puerta y me preparo
para gritarles.
—¡Explosivo activo! —Me aseguro de que al menos uno hubiese
escuchado y bajo de nuevo para darles espacio a ellos. En menos
de tres segundos están a mi lado e inmediatamente iniciamos una
carrera en dirección contraria al futuro caos.
Veo a Atenea volver a su auto. Decido desviarme y correr hasta
su puerta. Olvido medir la delicadeza y termino tomándola con
fuerza del brazo. La adrenalina no me permite respirar y la atraigo
para que se eche a correr conmigo.
—¡Tú me dirás quien hizo esto! —le digo y justo cuando termino la
frase, nuestro frente se ilumina y la onda de la explosión nos golpea
detrás haciendo que nuestros cuerpos sean empujados con fuerza
hacia adelante. Atraigo aún más a Atenea conmigo y me giro para
cubrirla en mi pecho.
El fuerte calor se siente en mi espalda, pero no llega a quemar. El
aturdimiento es quien ha destrozado mi cabeza, me ha hecho perder
la visión y la estabilidad. Siento la tierra sobre mis antebrazos y un
quejido desgarrador de Atenea. Intento volver y hablarle, pero ahora
mis oídos los llena un pitido.
Abro mis ojos buscándola y me levanto rápido cuando me doy
cuenta de que la estoy cubriendo. La veo sostenerse la cabeza y
quejarse. El jet arde en llamas al fondo y mientras le doy una mirada
rápida a mi alrededor, me doy cuenta de la suerte que hemos tenido
al no ser impactados con algún objeto.
Vuelvo a ella y la ayudo a levantarse. Me quedo helado cuando
veo los ríos de sangre que corren de sus fosas nasales. Sus ojos
están cerrados con fuerza y sus dientes apresan su labio inferior.
—¿Atenea? —Le pregunto con preocupación —. Atenea —Intento
tomar su cabeza entre mis manos y justo en el momento en el que
lo logro, ella abre los ojos.
—Se fue —susurra.
—¿Qué cosa?
—El dolor.
—¿Qué dolor? —Intento buscar alguna herida en su cabeza, pero
me aparta.
—No me toques.
—¿Estás bien? —La miro por un segundo. Viste completamente
de negro. Su cabello está un poco más largo esta vez, pero las
ojeras bajo sus ojos siguen igual. Al fondo se escuchan las sirenas e
intento incorporarme para cerciorarme de los demás.
—¡Maldita sea! —Ella grita y yo me giro. Está mirando el auto que
también ha sido afectado gravemente por la explosión.
No tiene escapatoria.
—Nos obligaremos a recuperarnos y vendrás conmigo a
Afganistán —la señalo.
—Yo no...
—¡Salvarás vidas mientras pienso qué hacer con la tuya!
¡Volverás a ser para lo que te entrenaron toda la puta vida!
—Cálmate, Müller —niega divertida —. Vengo a entregarme.  —
Extiende sus muñecas mientras camina hacia mí.
—¿Quién fue? —pregunto cuando pasa por mi lado. Se detiene y
levanta el rostro para mirarme.
—¿Me creerías si te digo que no fue mi culpa?
—No.
—Bueno, no fue mi culpa, fue mi mamá —se encoge de hombros
para seguir caminando.
—No mientas. Jakov dijo que...
—Jakov es un buen padre, pero es un puto mentiroso —respondo
sin dejar de moverse. Voy detrás de ella. El resto del equipo camina
en alerta al otro lado de la pista. Los bomberos han llegado al lugar
y se encargan de apagar el fuego.
—Ya veo.
—¿Qué?
—Tu educación.
—¿Qué mierda pasa con mi educación?
—Fue desastroza —digo.
Se gira para enfrentarme. Solo hemos quedado a centímetros. El
aire se comparte entre nuestros pulmones. Ambos destilamos odio y
adrenalina.
—¿Acaso la tuya fue perfecta, alemán? —ladea su cabeza. Se ha
intentado limpiar la sangre, pero aún tiene restos de ella en sus
mejillas.
Perturbadora, pero no me incomoda. En ella es todo lo opuesto.
—Dime tú. ¿Encontraste algo? Porque de otro modo diré que sí,
porque todo fue perfecto para que fuera quien soy ahora.
—A veces pienso lo mismo, pero las otras veces están llenas de
ganas de haber vivido otra vida —dice para volver a caminar. Esta
vez lo hace a mi lado.
—¿Por qué tanta paz? —pregunto al cabo de unos segundos sin
hablar. No sé por qué siento que con ella todo debe ser desastre
sino, no sería normal.
—Ya sabes como son los inicios de las guerras. Todo pasan en
silencio. Todo es secreto o están intentándolo ocultar... pero no es
hasta que lo peor pasa para que la primera bala sea disparada.
—No seré yo quien la dispare —le digo de inmediato.
—Lo sé. Tal vez lo haga yo. Pero esta vez será de este lado en
Kabul, ¿no?
La risa que quería retener se convierte en una nasal.
—No estás de mi lado, nunca estarás del lado de nadie más que
el tuyo, pero si tengo que obligarte a que estés del mío, lo haré y te
controlaré al estilo de la mafia rusa.
—Vas a volver a encerrarme. —Lo pronuncia como si hubiera
leído alguna revelación entre líneas.
—No hay otra opción mientras decides contarme la verdad algún
día, pero hoy, como ya dije, salvarás vidas mientras decido que
hacer con la tuya.
Voy hasta a ella para tomarla de nuevo del brazo. Esta vez lo
hago con un nivel más de delicadeza. Llego con ella hasta los
paramédicos y no me alejo de su lado en ningún momento. Sabe
que la voy a encerrar y no quiero que esté pensando en algún plan
para escapar. Lleva analizando el lugar durante minutos. Detallando
caras, vestuarios, llaves que se han quedado en las ambulancias.
—Ni lo intentes —le susurro.
—Me enviaron una formula química —dice mirando al frente,
mientras alguien le limpia el desastre de su nariz.
Me pongo de pie y le quito el algodón a la mujer.
—Yo lo hago —le digo con seriedad y entiende que debe irse
rápido. Tomo su lugar y me ubico entre las piernas de la griega —.
¿Qué compone?
Evito mirar sus ojos mientras llevo mi mano hasta su quijada y con
la otra sigo limpiando su piel. Siento como me mira con fijeza.
—No lo sé —responde.
—No mientas. —Clavo mis ojos en los suyos acercando mi rostro
al suyo —. No me mientas, Zubac.
—¿Quieres la verdad? Está bien —me empuja e inmediato dejo
de tocarla —. No me iba a entregar, pero alguien me dijo que si no lo
hacía algo en estas coordenadas... —saca de su abrigo un celular y
me enseña una línea extensa de números —, iba a ocurrir y tú
estarías presente.
—¿Aquí si alcanzaste a salvarme la vida de algo que fue tu
culpa? —Niego con la cabeza —. Vivir en medio de tanto engaño
debe afectar con fuerza tu realidad. Busca la verdad, Atenea y
decide contarla alguna vez en tu maldita vida.
—Ella me está pidiendo que te use para llegar a la Zona Cero.
Intento no mostrar mi reacción ante las últimas dos palabras.
—¿No sabes dónde está? —pregunto. Espero en sus ojos poder
descubrir si lo que está por responder será al fin alguna puta verdad.
—No.
No le creo.
—¿Y cómo se supone que te lleve si yo no lo sé?
—Pero conoces a alguien que sí —dice poniéndose de pie.
—¿A quién?
—A Jade Johnson.
NOTITA:
Hola besosssss. Siento tardar, pero aquí les dejo la primera parte
de algo que se volvió dos capítulos. Mañana subo la otra, o sea, el
capítulo 14. Nos vemoss, muaak.
Pero antes,
¿Que dicen ustedes? ¿Por qué Atenea le contó eso a Maximilian?
¿No les parece raro? 
CAPITULO 14
 
Atenea
El plan ha iniciado.
No el de Tyra, no el de Maximilian, no el de la organización. Este
es mi jodido plan.
El espécimen que tengo en frente no cree en ninguna de mis
palabras y me mira como si fuera una bomba a la que tiene que
analizar a profundidad para saber qué cable cortar antes de que
cause un desastre.
—¿Cuál es la situación? —pregunto. Si voy a moverme tengo qué
saber de qué va la misión.
Ladea su cabeza, se remueve en su sitio y suelta una sonora
respiración. Yo no puedo moverme tanto, me ha esposado a los
reposa brazos.
—Siete rehenes en Kabul. Han tomado un avión militar con
soldados estadounidenses. Están pidiendo veinticinco millones de
dólares a cambio de liberarlos.
—Los matarán igual —agrego.
—Lo sé.
Miro detrás de él. Ferragni pilotea junto a Coleman. Duane me
mira con repudio y si Oliveira me tuviera en su campo de visión sé
que también estaría imaginando mil formas de asesinarme, pero me
da la espalda y también sé que eso no lo está evitando.
—Le pagué a un investigador para que me buscara. —Cambio de
tema. Él está a solo un metro de mí.
—¿Y? —La letra se escapa casi susurrada de su boca, esa boca
que tantas veces besé y tantas veces me besó...
—No existo.
—Ya te lo había dicho.
—No eres el único aquí que no cree en nada —respondo y me fijo
en las nubes grises que se ven a través de la ventanilla. El avión
militar fue revisado minuciosamente por los KSK antes de despegar.
Soldados en los cuales Müller confía bastante. Anoto decirle a
Alakser que los investigue a todos.
—¿Qué planeas? —Su voz grave hace que vuelva a mirarlo.
Respiro profundo antes de contestarle. El ruido del avión militar y el
silencio están relajando mi cuerpo. La pesadez en mis parpados me
obliga a moverlos rápido para espabilarme.
No respondo de inmediato, solo le ladeo una sonrisa.
—Un mago no revela sus trucos —respondo.
—Ahora resulta que haces magia —Niega con falsa diversión.
—Siempre la he hecho, ¿recuerdas? —Levanto una ceja. Miles de
escenarios llenos de sudor y gemidos pasan por mi cabeza, y en la
oscuridad que se adueña de su azul puedo ver que sabe de lo que
le estoy hablando.
—¿Cuál es tu próximo show entonces?
—Nuestro próximo show —lo corrijo. Apoyo los codos sobre las
rodillas —. Puedo lograr que algunas cosas imposibles sean
posibles, pero siempre hay una excepción. La NASA es la mía. Solo
trabajan con gente correcta, o al menos... legal.
—Para eso tu supuesta madre me necesita.
—¿Habías escuchado antes de la Zona Cero? —Me fijo en su
expresión y en si cambia al escuchar el nombre.
—No.
—No me mientas, Müller —repito sus palabras de hace unas
horas.
Veo como su codo cae sobre el reposa brazos. Estar aquí, tan
cerca, me ha hecho pensar en preguntarle por qué hizo lo que hizo.
—¿Qué hace falta para que algún día nos digamos la verdad? —
pregunta. Ha apoyado su barbilla sobre la palma de la mano. No
descifro su mirada, pero descubro las ojeras debajo de ella.
No me extrañaría que no esté durmiendo bien. Si hay algún
trabajo que pueda clasificar como el más peligroso y mortal para un
ser humano, ese es el trabajo de Maximilian. Más que su fuerza
física, destaca en esto la fuerza mental. Una guerra no la gana el
más grande, la gana el más inteligente y ese es Maximilian Müller...
¿Tendrá solo una debilidad? No lo creo.
Alguien como él no puede ser tan correcto como aparenta, lo que
me hizo lo demuestra.
—Hasta la persona más honesta tiene secretos, alemán —
llamarlo de esa manera hace que me escueza la boca del
estómago, trago duro y continuo hablando —. Cada quien decide
que información ofrecer a los demás de sí mismo y no es un crimen.
Los segundos corren mientras cada mirada se detiene en la del
otro.
—¿A qué organización te uniste? ¿Quién te encargó los
asesinatos? ¿Por qué asesinaste a Igor? —Echa su cuerpo hacia
adelante. Todo lo que salió de su boca fue susurrado. Es increíble
que esté esperando que esta vez si le responda cuando la verdad
es que debió escucharme ese mismo día.
—¿Quién te disparó? —Pregunto.
Nuestros rostros están aún más cerca gracias a que ambos nos
hemos inclinado hacia adelante.
—Ya me encargué de eso —responde.
—¿Quién te disparó? —Vuelvo a preguntar. Necesito un nombre y
cerciorarme de que esté muerto.
—¿Para qué mierdas necesitas saber la respuesta a un problema
que ya se solucionó?
—Nadie más que yo va a tocarte. Mientras tú decides que hacer
con mi vida, yo también estoy decidiendo qué hacer con la tuya, y si
hallo una amenaza inesperada voy a eliminarla, porque no voy a
permitir que alguien me robe esa decisión.
No responde, solo mira y niega con la cabeza mientras sonríe.
—Ya lo solucioné —vuelve a decir.
—Tus soluciones son lo peor, solo cortas la hierba y la hierba no
se corta, se arranca y se incendia.
—Eres una verdadera fanática del caos —comenta.
—Desgraciadamente —digo y me echo hacia atrás. Mi espalda
cae sobre la silla y elevo la mirada. Tengo que respirar, su cercanía
me afecta, no voy a mentirme esta vez. Negar hechos no puedo. Mi
cuerpo también está exhausto.
He vuelto por una venganza y debo olvidarme del resto para
poder tener éxito. Tyra quiere usar el poder de Maximilian y él busca
derribar el poder de cualquier mafia que se cruce en su camino, yo
estoy trabajando para tener los dos. Tendré que mentir, tendré que
engañar y será tanta carga que no quedará espacio para hacerlo
también conmigo.
—¿Dónde vas a encerrarme? —pregunto después de unos
segundos.
—¿En serio? Claramente no puedo darte la respuesta —
responde. «Nada podría ser peor que esa maldita prisión»—. ¿Te
has dado cuenta de que solo hemos lanzado preguntas y nadie ha
respondido?
—Dicen que la comunicación es la solución a todo. Empieza a
responder tú —digo mientras me encojo de hombros.
—Irónico. —Me burlo.
—¿Por qué?
—Ibas a decírmelo... —se aproxima más —. Cuando entraste a la
oficina y masajeaste mis hombros... Ibas a decirme algo. —El
recuerdo hace que una pequeña corriente cruce el medio de mi
espalda. —. Y simplemente decidiste no hacerlo. ¿Por qué?
No puedo responderle. Me juré que jamás le diría lo que sentía y
no me refiero a lo simple y romántico... Lo admiraba y quería
solucionar la mierda que me avergonzaba y no quería
decepcionarlo. Hace un año pensaba diferente sobre él, pero aún
más lo hacia sobre mí.
Hace un año me creía indestructible.
Había entregado todo a todos. Me abrí al mundo. Salvé más vidas
en ese año que nunca, pero esa parte oscura dentro de mí me llama
y soy muy débil para evitar responderle.
Mi oscuridad es tan fuerte que aplasta cualquier gramo de luz en
mi interior. Estoy perdiendo el control que tenía sobre mi misma, o al
menos eso creía.
Me doy cuenta de que me he perdido en mis pensamientos
cuando la mano de Maximilian se planta frente a mi cara y chasquea
los dedos.
—Atenea —me llama.
—Estoy cansada, Maximilian. —No le miro y me concentro en las
nubes grises. No miento, le digo la verdad esta vez.
—Eres la persona más contradictoria que he conocido en todo mi
maldita vida.
—¿Qué te puedo decir? Gracias a eso no me aburro nunca.
—Siempre hay un camino fácil para solucionar los problemas, por
si no lo sabías, pero siempre eliges la opción infestada de ego,
complicaciones y futuras muertes de personas inocentes.
—Según tú, ¿cuál es el camino fácil en esta situación? —
pregunto.
—La verdad.
—¿Alguna vez has escuchado que entre más grande sea el
trabajo para ocultar la verdad mayor es el secreto? En algunas
ocasiones se debe mentir para proteger cosas importantes.
Su rostro está teñido en seriedad, pero también en frustración.
Nuestras conversaciones están hechas de faltas de información.
Ambos estamos a la defensiva. No hay confianza, no hay una
mierda de lo que creí que hubo hace un año.
—No me hagas perder el tiempo... —Suelta todo el aire de sus
pulmones y agacha la mirada. En su cara puedo ver el agotamiento
y no solo el físico, también el mental.
—No voy a...
—¿Comandante? —La castaña aparece. Su pecho sube y baja
con rapidez. Está preocupada. Algo pasó —. Acaban de informarme
que dos Deltas fueron degollados.
—¿Dónde estamos? —Me pongo de pie de inmediato, pero las
esposas me devuelven al lugar —. Quítame esto —le pido —.
Necesito ir hasta la cabina —lo miro fijamente para que entienda lo
que le estoy pidiendo. Se tarda en decidir, pero al fin lo hace. —
Paso por el lado de Coleman para ir hasta la cabina —. ¿Ubicación
y altura? —le pregunto mientras ocupo el puesto de copiloto.
La siento observarme con detenimiento.
—32.000 pies —responde —. Estamos a 10 minutos de
sobrevolar Kabul.
La pista de aterrizaje está a una hora de Kabul. Lo sé porque he
volado esta ruta más veces de las que quisiera.
—Baja a 15.000 —digo.
Me levanto de nuevo y cuando salgo de la cabina mis ojos captan
un bulto negro viniendo hacia mi, lo atrapo con mis manos antes de
que me impacte el rostro.
—Duane y Coleman, aterricen el avión en el aeródromo. Nos
vemos en una hora. El resto salte. No podemos perder ni un minuto
más —Maximilian le habla al resto del equipo para terminar
mirándome. Se deshace de su chaqueta y me la lanza —. Muévete,
Zubac.
Tomo la prenda, esquivo su mirada y empiezo a ponérmela junto
con el paracaídas. El último salto que realicé en el aire fue junto a él,
en la isla.
El lugar de piloto ha sido tomado por Coleman y Duane la
acompaña. Han bloqueado la cabina y nosotros nos hemos
asegurado después de que Ferragni indicó el punto de caída. Ahora
estamos a la espera de que la puerta sea abierta. Termino de
posicionar una máscara de oxigeno sobre mi cara, el resto tiene su
respectivo traje militar, a mi me tocará pasar más frío, «nada que no
haya soportado antes».
—¡Dos minutos! —grita Ferragni.
Maximilian está frente a la puerta, esperando impaciente saltar
para realizar su trabajo. Su francotirador descansa en diagonal
detrás de su espalda y caigo en cuenta de que yo no tengo arma.
La puerta se abre y él se lanza. Ferragni lo sigue y sin pensarlo
mucho, yo también. El frío y el vacío que causa la gravedad me
reciben. Ubico mi cuerpo en línea diagonal para caer aún más
rápido, pero luego debo esforzarme para situarme horizontalmente
en el aire. Después de que veo a Merassi abrir su paracaídas
cuento tres segundos y abro el mío. El pecho se me comprime y la
fuerza me lleva hacia atrás, en poco me hayo descendiendo a ya
una baja velocidad que me permite pilotear hasta el punto de caída.
La decisión de entregarme fue a último minuto, por eso no traje
ningún fusil, pero la verdad es que horas antes no planeaba hacerlo,
no hoy, todavía no era el momento y detesto cuando esto pasa. No
me gusta la presión y Tyra se está empeñando en volar mi
paciencia. Descubrió algo que me afecta y eso es que atenten
contra la vida de él.
Hace un mes, por primera vez en mi vida investigué a alguien que
jamás había tenido que investigar. Investigué a mi padre, Jakov
Zubac.
Su muerte falsa ha hecho que la tarea de saber de dónde viene
sea aún más complicada. Solo sé que nació un 21 de octubre del
año 1972. Que el apodo que ha usado siempre conmigo es de
origen griego y que nació en Islandia. Si hay algo que sé de él
también es entrar al sistema que usa para guardar toda la
información clasificada que ha coleccionado durante todos estos
años de labor. Ahí encontré el nombre de ella, Jade Johnson, junto a
una pequeña huella de un pie de un bebé, pero no había nada más.
La investigué y cuando vi su fotografía supe que era alguien
importante, no por su trabajo, sino por nuestro parecido y eso me
aseguró que posee un lugar dentro de este laberinto de mentiras,
traiciones y muertes.
La verdad no la necesito para llegar a la Zona Cero, pero hacer
que Maximilian se acerque a ella puede ser una buena forma de
expulsar a la superficie una ración de verdades.
Estoy moviendo fichas de ajedrez sin seguir las reglas. Y de
cualquier manera voy a derribar al rey.
La oscuridad de la noche nos esconde. Alisto mis piernas para
lanzarme a correr y frenar la velocidad con la que vengo. Termino de
rodillas cuando me detengo. El aire me falta e inmediatamente me
retiro la mascara para llenar mis pulmones de lo real nuevamente.
Estoy temblando. El dolor de cabeza que anteriormente tenía se ha
potenciado y la vista se me nubla por segundos.
Siento algo cálido cubrir mi espalda y esto me obliga a girar la
cabeza. Merassi está abrigándome con mi propio paracaídas.
—¿Estás bien? —me pregunta.
—Sí —respondo intentado ponerme de pie, pero ella me detiene.
Respiro hondo para estabilizarme y no caer de bruces al árido suelo.
—Mejor espera. Si hace tiempo no lo hacías, espera.
—Respira, tenemos tiempo. —Veo las botas de Maximilian frente
a mí y no levanto la vista. Está en su faceta de líder y detesto que
me trate así, detesto que me quiera tratar como alguien inferior que
tiene que alentar y motivar para trabajar bien. No necesito esa
mierda —. Debo reportarnos —anuncia.
Se arrodilla frente a mí. Mis brazos están cubriendo mi torso
inclinado hacia adelante, mientras mis ojos siguen clavados en lo
que él está buscando dentro de la maleta.
Extrae un teléfono con antena en el que oprime un par de
números para luego salir de mi campo de visión, supongo se lo ha
llevado a la oreja. Respiro hondo. Tengo que recomponerme. No soy
débil.
Me deshago del chaleco que me ata al paracaídas, quedando
libre para intentar volver a levantarme.
Maximilian intercambia ubicaciones y traza una ruta en clave. Se
pone de pie y me extiende su mano. No la acepto y me levanto sin
ninguna ayuda para echarme a caminar al lado de Merassi.
Estamos a las afueras de la ciudad. Es de noche y hay toque de
queda, será un riesgo movernos por algunas calles iluminadas.
Müller se nos adelanta y me ubico en medio de ambos, pues son
ellos los que portan dos M4.
Me muevo cuando Maximilian me indica. Las sirenas y el fuego
cruzado se escucha en la lejanía. En una zona roja como esta, lo
mejor es trabajar como equipo, pues los talibanes también lo hacen
y son capaces de sacrificarse por sus creencias. En el
entrenamiento que tuvimos también nos enseñaron esa capacidad y
hasta la firmamos en un contrato.
Después de siete calles recorridas, entramos a un oscuro callejón
donde hay una puerta llena de cerraduras. Müller toca 4 veces.
La primera cerradura emite un sonido y seguido lo hace el resto,
la puerta se abre dejándonos ver a un soldado estadounidense.
La seña militar es suficiente para bastar como un saludo y un
agradecimiento. Nos invita a entrar.
El dolor en mi cabeza ha vuelto horas después de la explosión.
—Comandante. —Otro soldado más lo saluda —. Bienvenidos.
—Equípenla. —Maximilian me señala y se adentra en el salón
lleno de soldados y con algunos integrantes del Delta Force —.
Quiero toda la información que tenga. Ferragni, pon atención...
Zubac, tú también —vuelve a mirarme.
Y le regalo un saludo militar sin ganas, mientras recibo el equipo
militar.
—¿Baño?
—Al fondo a la izquierda —me señala el mismo hombre.
Me muevo por la casa hecha de cemento. Se ve como si
recientemente la hubieran reforzado contra bombardeos. No me
detengo hasta llegar al pequeño y nada limpio baño. Me cambio
rápido para salir tan pronto como pueda.
Dejo mi ropa de civil en un rincón del lugar. Retorno al lugar
donde se encuentran todos y aunque evito mirar hacia abajo, no lo
logro. La vista del uniforme sobre mi cuerpo me causa un nudo en el
estómago. No es el oficial, pero es lo más cercano al que portaba
hace un año, cuando mi vida tenía un sentido correcto y justo.
Vivía en una mentira llena de tranquilidad, pero ahora estoy
sobreviviendo en el caos de la verdad. La busqué y estoy intentando
adaptarme, y moldearla a mi manera.
—Zubac —Maximilian me llama al momento de aparecer —.
Siento haberte hecho perder el tiempo poniéndote eso, pero hoy
usarás esto. Eres la única aquí que no luce como norteamericana y
lo que menos podemos hacer es llamar la atención.
Recibo el cubo de tela color vino.
—Seré la carnada —concluyo.
—Una espía —el alemán viene hacia mí —. Todos los días, a la
medianoche, una mujer ingresa a llevarles agua y pan a los
soldados. Hoy tú serás esa mujer. Les llevaras balas.
Seré un puto caballo de Troya.
Esta vez no me molesto en irme y me cambio frente a él.
—Al que no dé una media vuelta, le clavaré una bala en la cabeza
—exclama sin dejar de mirarme. Solo me estoy quitando el
camuflado, más no la camiseta manga larga negra que siempre
llevo para ocultar mis cicatrices.
—Y supongo que si tú no lo haces yo tendré que clavártela a ti —
suelto mientras termino de ponerme el vestuario típico. Rodeo mi
cabeza con la tela en vino. No está limpia y evito pensar en si su
dueña está aún viva —. ¿Y ahora?
—Samar y Kali te llevarán hasta el lugar —dos afganos hacen
presencia —. Colaboran con el ejército.
—Andando —digo y voy hasta la parte trasera por donde
entramos. Ellos me siguen y antes de salir les permito rodearme las
piernas con cartuchos. Mis piernas se vuelven aún más pesadas al
caminar y trabajo en hacerlo perfecto.
—Espero que esto te haga recordar la verdadera razón para la
que fuimos entrenados —dice el alemán. No respondo y salgo al
callejón echándome a caminar, no sin antes voltear a mirar atrás y
fijarme en él.
Elevo mi mano recta hasta la frente para luego despegarla de ella
y continuo mi camino.

NOTITA:
No olviden dejar su estrellita amores, las amoooo. muak.
CAPITULO 15
 
Atenea
A pesar de que son más de las 2300 horas y la luna está sobre mi
cabeza, la temperatura es alta. Elevo la vista al cielo. Está nublado y
como si lo atrajera, la primera gota cae sobre mi frente presagiando
el inicio de un caos que nunca me imaginé atravesar de nuevo. Ya
no soy quien era hace un año, esa militar quedó atrás, ahora soy un
arma humana que solo busca destruir y ganar. Era un héroe, cometí
un error, me castigaron y eso me convirtió en el peor villano. Ahora
me encuentro cediendo terrenos para derrocar imperios.
Hay muy pocas personas a esta hora en las calles y las que no,
están resguardadas debido a los bombardeos que están llevándose
a cabo al sur. Los talibanes han tomado el control de la ciudad y sus
habitantes llevan noches sin dormir gracias al temor de no volver a
despertar. He vivido esto antes. He visto padres abrazando a sus
hijos pequeños mientras desean con mucha fuerza estar en
cualquier lugar del mundo que no sea este. He vivido la desolación y
el sentimiento de haberlo perdido todo sin ninguna oportunidad para
recuperarlo, porque por más héroes que haya en el mundo, la
guerra nunca va a cesar.
La guerra es un negocio en donde los únicos que ganan son los
que no la luchan, de resto... Todos pierden.
Sigo dando pasos lentos. Mis piernas están pesando cada vez
más. He dejado mis botas atrás, me descalcé para hacer más fácil
el camino.
No dejo de detallar mi alrededor. He visto algunos pares de ojos
viendo por las ventanas. Yo tampoco podría dormir en medio una
guerra. Tal vez mi problema para conciliar el sueño en las noches
sea ese. Vivo una guerra conmigo misma. Cada vez que cierro los
ojos solo me veo a mí, siendo impactada por una bala en el pecho.
Una y otra vez, cada noche la misma pesadilla. No duele y no
muero, pero el miedo que me genera es más real que cualquier bala
que antes me haya herido.
Estoy temiéndole a mi mente y el momento de dormir es donde
más activa está, por eso lo evito. Suficiente tengo con los recuerdos
de las torturas de la prisión. Repelo el olor al amar, no soporto la
oscuridad y tiemblo cuando debo entrar a lugares encerrados.
Me destruyeron, pero me armé de nuevo y hoy, oficialmente, he
vuelto a la guerra.
O eso creo.
—Мо бояд наздиктар шавем —le escucho decir a uno de ellos.
Entiendo poco lo que dice, pero sé que es tayiko, uno de los
múltiples idiomas que hablan en Afganistán. Está diciéndole que
debemos acercarnos más.
Maximilian no me brindó mucha información sobre la misión y lo
entiendo. Desconfía, yo también lo haría.
Intento seguir caminando con normalidad, pero todo se complica
cuando nos acercamos a una zona llena de escombros. Los
hombres intentan ayudarme a pasar sobre ellos para no caer, pero
niego con la cabeza. No pueden tocarme, debe haber
francotiradores en los techos, si es que se le puede llamar
francotirador a alguien que el único conocimiento que tiene es el que
le ha dado un libro sobre una abusiva religión. Las plantas desnudas
de mis pies sufren a medida que avanzo.
El aire que llega a mis pulmones es casi nulo y la tela ha
empezado a picarme la piel. Nimiedades. Sigo hacia adelante sobre
los desniveles de paredes sobre el piso hechas pedazos. Trato de
ignorar el dolor. Al llegar al final de la calle puedo ver el avión
rodeado de talibanes armados.
Son doce en total. Tres de ellos no saben sostener el fusil, y el
resto no está prestando la atención que debería prestar un vigía.
—Tendrá que entrar ahí —señala una gran capilla a la izquierda.
Parte de su techo está en ruinas —. Nuestro compañero la elegirá
en unos minutos para la tarea. No llame la atención —susurra y
desaparece junto con el otro hombre.
Me doy media vuelta y sigo caminando.
—"No llame la atención" —bufo bajito.
Aquí todos sabemos que eso será imposible.
Entro a la capilla topándome con la oscuridad del templo. Esto
colabora a la orden que acaban de darme. Me muevo aún más
despacio, ya que el silencio que hay impuesto, me deja en
desventaja, porque los cilindros de metal que llevo alrededor de mis
piernas son bastante ruidosos. Algunas cosquillas de
adormecimiento han empezado a escalar mis extremidades, debo
sostenerme con las manos de la pared para seguir avanzando.
Llego hasta un salón lleno de personas en posición de oración,
están de rodillas con su torso sobre ellas y la frente adherida al
suelo. Un par de velas iluminan el lugar tenuemente. Reduzco aún
más mis movimientos hasta llegar detrás de ellos y acurrucarme de
la misma manera, o al menos intentarlo, no puedo hacer mucho con
estas cosas en mis piernas, duele.
Maximilian no me dio ninguna herramienta para usar en esta
misión, ni un arma, ni un comunicador o rastreador, nada. Tendré
que robar alguna luego, o tal vez dos. Las cosas van a ponerse feas
pronto.
Escucho murmullos en el idioma que desconozco. Ojalá pudiera
aprender más, pero el tiempo que tengo para estudiar es escaso,
casi inexistente. Tal vez por eso nos entrenan desde tan pequeños,
porque saben muy bien que luego de nuestros 21 años todo será un
caos eterno.
Sigo escuchando las voces a bajo volumen. ¿Debería rezar
también? No está demás. Tal vez el Dios de esta religión si me
escuche, aunque no creo, es tanto el mal que hay en esta parte del
mundo que muchas de sus creencias los convierten en víctimas de
la esperanza de hallar la gloria al final de la vida. La fe fue inventada
para soportar el infierno mientras se cree que algún día se podrá
llegar al cielo y descansar. Lástima, porque aquí no se salva nadie.
Fui educada bajo una religión que nunca profesé, porque no me
parecía justo que mientras alza una bandera y decía: "Dios bendiga
a los Estados Unidos de América" me encontraría luego al otro lado
del mundo asesinando personas por una orden que salió de la boca
del hombre que fue elegido para dirigir y proteger una nación,
mientras también destruye otras. Todas se destruyen, siempre lo
han hecho y siempre lo harán.
Esta eterna guerra les dará el poder que necesitan para manipular
al mundo. Y esa es mi misión. No quiero nada para mi, pero voy a
quitarles todo.
Eso incluye a Enzo Armani, a toda su familia y a quien tenga
acuerdos con ellos.
Un toque en mi hombro desvía mis pensamientos y me obliga a
volver rápido al ahora. Giro mi cabeza levemente y espero alguna
orden del hombre que ahora me mira antes de moverme. Mueve su
cabeza hacia un lado invitándome a levantarme del suelo con la
palma abierta. Estiro mi brazo y la tomo. No sé quien sea, pero en
esta situación no me conviene ser altiva.
Me levanto con esfuerzo y regreso a la entrada que crucé hace
unos minutos. Una mujer con la misma vestimenta que llevo me
entrega una canasta llena de varios panes y dos botellas con agua.
Ninguno me habla porque saben que no pueden hacerlo y yo sé lo
que tengo que hacer, no hay necesidad de usar palabras cuando
antes se hablaron las suficientes.
Me llevan de nuevo afuera y es aquí donde me topo de frente con
el avión. Todo está en silencio, siete hombres armados lo rodean, se
han ido cinco.
Cargo con firmeza la canasta. Tomo una respiración y sigo hasta
el principio de la escalera que lleva hasta la puerta del ave. Voy
despacio, agradeciendo que los escalones de metal generen ruido
que oculta los que producen mis piernas. Tengo calor, demasiado
calor. El aire no está llegando en un porcentaje completo a mis
pulmones y cuando entro lo primero que hago es dejar la comida en
el piso y descubrir mi rostro.
Inmediatamente analizo los hombres presentes, quienes se
acercan a tomar lo que traje. Uno de ellos me mira con curiosidad.
Veo dos heridos notables, el resto tiene sangre encima, pero no sé
si también lo estén.
Me levanto el vestido.
—El pan no es lo más interesante que traigo.
—¿Quién eres? —Pregunta uno de ellos.
—Hoy... soy un héroe, pero no por mucho. —Me inclino para
liberar mis piernas y lanzarles los artefactos —. Coman, recarguen y
denme un arma.
—¿Quién eres? —Repite otro más, no puedo distinguir bien a
ninguno bajo la oscuridad, suciedad y sangre en su piel.
Respiro hondo. Paciencia. Paciencia.
—Alguien que vino a sumar puntos salvando sus culos.
Levántense.
—¿Quién te envía?
—Digamos que Dios. —Dejo el tema. No puedo decir más —.
Arriba, ¡vamos! —exclamo bajo —. Solo hay siete afuera, antes eran
doce, lo que significa que en cualquier momento pueden volver a
serlo.
Busco algún arma sin dueño en la cabina, pero no obtengo éxito.
Ellos son cinco y solo hay cuatro fusiles. Alguien tendrá que ceder,
no me voy a quedar sin un instrumento para la orquesta de fuego
que está por iniciar.
—Tú. —Señalo a un hombre con el brazo vendado, uno de los
heridos —. Estás inhabilitado, entrega tu arma. —Me acerco y
extiendo mi mano para tomarla. Opone resistencia, pero le termino
ganando —. Sé que no confían, yo tampoco lo haría, pero ahora
mismo soy la única esperanza que tienen. Ya ejecutaron a algunos o
se mueven conmigo o los siguientes serán ustedes. La religión y la
fe arrancan corazones, y quitan la piedad, no esperen salir vivos de
aquí gracias a la amabilidad hospitalaria.
Mis palabras les calan, se les nota en las miradas que comparten.
—¿Cuál es el plan? —pregunta el que al parecer es el de rango
más alto. Los Delta siempre tan desconfiados.
—Velocidad, sorpresa y acción violenta —cito su lema.
—No hay plan —concluye.
—El plan es hacer lo que mejor hacemos... —Equipo el arma con
los proyectiles y la recargo —, improvisar.
Escucho voces afuera. Me envuelvo de nuevo el rostro en la tela
dejando únicamente mis ojos al descubierto. No sé que está
esperando Maximilian que haga, pero lo haré a mi manera.
Me doy la vuelta cuando siento la presencia de alguien más. Está
apuntándome y hago inmediatamente lo mismo.
Empieza a preguntarme quien soy y por qué tengo un arma, que
no debería estar ahí, o eso creo que entiendo. No sé responderle
así que busco una solución fácil... Matarlo. Tanteo el gatillo y a punto
a la mitad de su pecho.
—No puedes dispararle hasta que él lo haga —susurra uno de los
Delta.
—Ustedes no, yo sí —digo y disparo. El talibán no goza de ni
siquiera un segundo para responder, porque antes de que siquiera
me apuntara, yo ya había decidido terminar con su vida. No me
gusta pensar, en la guerra me guío por mis instintos —. Andando —
ordeno y voy hacia la salida para encontrarme con dos enemigos
más. Estallo sus cabezas para seguido bajar rápido las escaleras.
Continúo con uno más a mi izquierda. Los Delta Force habilitados
salen a cubrir mi espalda. El sonido de un jet sobrevolando nuestras
cabezas me distrae por un segundo, pero el roce de una bala vuelve
a traerme devuelta al fogueo.
Veo por el rabillo de mi ojo a personas salir corriendo del templo.
La honda del estruendo de una bomba a mi lateral derecho me hace
tambalear, pero sigo disparando hacia quienes aparecen en mi
frente. Una alarma se escucha a lo lejos anunciando que la guerra
ha vuelto de un pequeño descanso.
El motor de uno o más helicópteros se une a la orquesta. La
adrenalina está ayudándome a seguir el ritmo, mientras la vibración
del fusil entre mis brazos no deja de erizarme la piel. No tengo
miedo, pero aún no es tiempo de morir.
La ráfaga de aire que generan las hélices del helicóptero golpea
mi espalda. Me cubro detrás de un auto previamente incendiado.
Aunque me siento más liviana sin el peso de las balas, no dejo de
sentirme aún cansada por el esfuerzo que hice anteriormente para
moverme.
Giro mi cabeza para mirar hacia atrás y encontrarme con el
helicóptero ya en tierra y a Maximilian saltando de él mientras
dispara hacia su lado izquierdo. Veo a Natasha y Thomas, se han
unido de nuevo. Merassi hace contacto visual conmigo y se echa a
correr en mi dirección.
Viene disparando hacia al frente, está cubriendo y aprovecho para
revisar cuantas balas me restan. Reviso el cartucho, estoy
temblando, estoy siendo torpe, pero es un síntoma de estar
presenciando el fondo del infierno... Tres, solo tres malditas balas.
Respiro hondo. Tengo que robar una.
—Te traje algo. —La italiana llega para cubrirse. Saca algo de su
espalda y me lo tiende —. No tengo un casco para ti, así que
cuidado tu cabeza.
Espero que todo esto valga la pena. Estoy arriesgando mi vida sin
que me importe verdaderamente el motivo por el que estamos aquí,
aunque hace años me parecía todo un acto de valentía, un acto
heroico y recuerdo que... También fui un héroe alguna vez.
Merassi me hace una seña para que la siga. El ruido de las balas
y explosiones siguen perforando mis tímpanos. Un casco no es solo
para proteger la cabeza de un disparo, también es para reducir el
sonido del exterior, el sonido de la muerte.
Noto que estamos corriendo hacia el helicóptero y me detengo.
—¡No voy a irme!
—¡¿Qué?! —Se gira para enfrentarme.
—¡Que no voy a irme! —Y justo cuando termino de hablar, una
llamarada se extiende detrás de ella. Haciendo que su cuerpo
impacte contra el mío y terminemos a unos metros de donde nos
hallábamos de pie antes. La piel me arde. No sé en que momento
cerré los ojos, pero una vez los abro puedo darme cuenta de que
irnos en el helicóptero ya no será una opción.
Ferragni no se mueve.
—Mer —la muevo hacia un lado. Tiene los ojos cerrados y hay
sangre saliendo de su nariz —. ¡Mer! —La muevo con más fuerza,
pero no responde. Intento buscar el pulso en su cuello, pero las
manos me tiemblan tanto que no puedo hallarlo.
—Ven conmigo. —Maximilian aparece de la nada tomando del
brazo y alzándome para llevarme junto con él.
—No... —Intento zafarme, pero me detengo cuando veo a
Thomas y a Natasha llevar a Merassi hacia una Humvee donde
están a bordo los Deltas.
—Camina, Zubac. —La fuerza de su agarre vuelve a jalarme.
No respondo. No puedo hablar. Tal vez estoy en una especie de
shock por la explosión. Sí, eso es. Ya pasará. Respira, Atenea. Mi
pecho intenta llenarse de aire, pero la imagen sangrienta que me
llevo al volver a fijarme en el entorno me deja vacía, y aún así tomo
la fuerza que necesito para moverme.
Sigo a Maximilian. Me desvío un metro para tomar un arma de las
manos de alguien sin vida y me planto para cubrir la espalda del
alemán. Lo escucho decir algo a través del intercomunicador. Fue
una orden, porque seguido un Apache vuela sobre nosotros
mientras les dispara a los talibanes que han acudido a defender su
lugar.
Aprovechamos la distracción para salir de la zona de conflicto.
Corro detrás de él intentando ignorar las heridas en las platas de
mis pies, pero por más que quiera no logro hacerlo por completo y
esto me afecta a la hora de avanzar más rápido.
—¿Qué pasa? —Maximilian gira su cabeza y reduce su velocidad
para venir a mí.
—Tuve que deshacerme de las botas. —Me detengo por completo
para tomar aire y enseñarle mis pies.
Sus ojos bajan y luego suben hasta mis ojos. Se acerca
apresurado cuando se percata de que vienen autos
—Súbete a mi espalda —ordena.
—Yo puedo... —No termino la oración porque un dolor infernal
roza mis costillas. El impacto me hace caer de rodillas al piso y la
sangre me confirma lo que creí. Me han impactado. Levanto mi
rostro hacia Maximilian y lo encuentro disparando a lo que sea que
esté detrás de mí. Verlo en acción me trae recuerdos que llevo
intentando olvidar siempre. Intento ponerme de pie y cuando estoy
por lograrlo Maximilian envuelve su brazo a través de mi cintura y
me obliga a moverme, aunque gracias a su fuerza mis pies casi ni
tocan el piso.
El sonido del fuego cruzado se aleja a medida que nosotros
también lo hacemos. Una vez me siento mejor, en lo que cabe de la
situación, lo golpeo para que me deje ir.
—Suéltame, puedo seguir sin ayuda —pido. La verdad es que no,
pero es demasiado para mi sistema el tenerlo tan cerca. Se detiene
para cortar cualquier contacto que antes tenía conmigo.
—Como quieras —suelta y sigue caminando solo. Lo veo entrar a
una casa e ingreso detrás no sin antes mirar alrededor y descartar
cualquier amenaza.
—¿Este era tu grandioso plan? —pregunto una vez estamos
dentro. Lo veo descargar su fusil y su equipaje en un rincón. Se ríe.
El lugar está abandonado haciendo que el eco reproduzca su risa
tres veces.
—Claro. Mi plan era juntarnos aquí, en medio oriente, en una
zona conflictiva. Tenerte algo de tomar, prepararte la cena y decirte
lo mucho que te he extrañado.
—El plan más aburrido de la vida. —Dejo escapar todo el aire de
mis pulmones, pero les pongo alto cuando el ardor se empieza a
sentirse aún más en mi herida.
—Ni tanto. Mientras me cubrías parecías estar divirtiéndote —
comenta mientras yo intento buscar en la oscuridad un lugar donde
sentarme. Ha dejado de ser algo soportable.
Respira.
—Es un modo automático, para eso nos programaron —respondo
en un tono genérico. No quiero que se entere de que estoy sufriendo
como la mierda por algo tan leve. La bala solo me rozó, pero arde
como la mierda y la sangre está brotando sin pausa.
—Para mi, hay dos tipos de armas humanas, las que se
programan y las que nacen con ello, y tú... —Señala viniendo hacia
mi —. Vienes con eso en la sangre, Zubac. Déjame revisarte.
Intenta tocarme, pero retrocedo.
—Atenea.
—Maximilian —digo en el mismo tono.
—Déjame revistarte.
—Estoy bien.
No veo su mano venir cuando me toca el costado.
—No lo estás. —A través de las sombras lo veo mirarse la mano y
voltearse para segundos después regresar con un botiquín —. Voy a
hacer lo que siempre hago cada que te veo y eso es curarte el puto
trasero.
—Yo puedo hacerlo sola —digo.
Enciende una linterna y me ilumina con ella.
—Siéntate ahí —señala una silla vieja de madera al fondo del
pequeño salón. Ahora que hay un poco de luz puedo ubicarme
mejor en el lugar. Está lleno de polvo y un par de muebles viejos, no
hay mucho porque es evidente que lo han abandonado.
—Me pasarás todo y lo haré sola —le recuerdo.
—Intenta que te quede bien, tendremos que seguir avanzando.
—¿Hacia donde vamos? ¿Por qué no nos fuimos con ellos?
—No hagas preguntas que no puedo responder —dice. Su
linterna apunta la zona de mi herida. La tela de la camiseta se ha
adherido a mi piel y no puedo evitar maldecir el tener otra cicatriz
más.
—Mierda.
—Será mejor si te la quitas.
—No —hablo de inmediato —. Saca tu navaja y rompe solo esta
parte —le señalo.
Trago duro cuando escucho el cuchillo ser desenfundado de su
bota. Lleno mis pulmones de aire. Maximilian está intentando
retirarme la tela de la piel, pero arde tanto que termino
esquivándolo. Está por recriminar cuando el rostro le cambia
totalmente.
—Nos veremos al amanecer. —Supongo que alguien le habló por
el intercomunicador —. Dile a Duane que se haga cargo de
Ferragni.
—Mierda —me quejo cuando siento la piel desprenderse.
—Tendrás que quitártela. Te daré mi camiseta.
—¿Quién es ella? —pregunto —. Apaga la linterna. Quiero
privacidad al menos.
—¿Quién?
—Coleman —respondo y cuando la luz desaparece, empiezo a
quitarme la prenda. Lo siento ponerse de pie y alejarse.
—Pensé que la conocías. Viene de occidente —dice.
—Jamás la había visto... Tal vez entró después de mi traslado.
Agradezco mentalmente que no pueda verme.
—Seguramente.
—¿Confías en ella?
—¿Por qué lo preguntas?
—Responde.
—¿Por qué lo preguntas?
—Responde —repito.
—No. Hazlo tú primero.
—Qué estupidez... ¿Qué edad tienes? ¿Todavía cinco?
—Treinta y dos, y tú veinticinco y jamás servirá de algo porque
esta estupidez... —Escucho un paso suyo —, la causas tú. Toma la
camiseta.
Extiendo mi mano para toparme con la suya y la prenda. La tomo
con rapidez y cubro mi cuerpo.
—Lo pregunto porque sé que ayer juzgaste a Ferragni. ¿Crees
que es la única fuga?
—¿Cómo sabes que juzgué a Ferragni?
—Porque no es ella la fuga, bueno, al menos no la única.
—Sugieres que es Coleman.
—No. No sugiero a nadie. No voy a ser tan idiota de hacerte la
tarea de decirte tu debilidad. Qué vergüenza. Mientras fui
comandante nadie de mi equipo se burló en mi cara —digo —. Pero
a ti... de ti se burlaron Haru Takashi, tu amable esposa y yo.
Lo escucho respirar con fuerza y reírse sin gracia.
—¿Por qué? ¿Por qué tantas mentiras? ¿Tanta mierda? ¿Qué
ganas con causando todo este caos? ¡¿Qué quieres?!
No respondo porque la verdad es que yo tampoco sé la
respuesta, al menos no una inteligente, alguna que él no vaya a
refutar. Su inteligencia me asusta y sé que si le cuento mis planes
encontraría alguna manera de derribar todo en lo que creo. Aunque
sea redundante, mi razones están vacías de razón.
—No lo entenderías —niego con la cabeza. La luz vuelve a
encenderse y levanto un poco la prenda, intentando no revelar piel
de más, sobre todo de la de mi espalda...
—Intentaré hacerlo.
Recibo de sus manos una pequeña gasa blanca húmeda para
limpiar la herida.
—Se ve... —hablo al momento de verla sin sangre.
—Tranquila. —Maximilian se acerca y me arrebata el paño.
Levanto mi mirada hacia arriba para no seguir viendo el hueso de
una de mis costillas hecho mierda. Debería estar gozando de un
desmayo, pero no, sigo consiente y sufriendo al límite cada daño.
—Un centímetro más y pudo matarte —comenta.
—No ayudas.
—Tú tampoco.
—¿Qué hacemos aquí? —vuelvo a preguntar.
—Ya respondí —dice para seguido sellar mi herida con un parche
de algodón —. No puedo suturarte. Esperemos que la hemorragia
se detenga pronto.
—Responde.
Nuestras miradas vuelven a conectarse después de minutos
evitando mirarnos. He empezado a sospechar de sus razones de
venir aquí.
—Solo te diré que los Delta fueron una nube de humo.
—¿A quién viniste a secuestrar?
—A mí.

Notita:
Buenas noches amoreeeesss.
Gracias por los 11 millones de indestructible y casi 4 de
implacable! Y alistémonos porque se viene algo muy fuerte y
algunas revelaciones MUY NUEVAS nunca jamás antes vistas.
Muak.
CAPITULO 16
 
Maximilian
En casi todas las memorias que guardo de Gerard estoy cargando
un fusil y asesinando a un ser vivo. No recuerdo más porque en
definitiva no hay más. Solo él, armas y la perversidad en algunas de
sus palabras.
—El poder reside en quien más sea capaz...
—¿Capaz de qué? —le pregunté sin dejar de fijar mi blanco a
través de la mira.
—Capaz de quitar vidas —respondió y luego ordenó: —Dispara.
Va a escapar.
Estando boca abajo con el francotirador entre mis brazos me
pateó el pie y respiré con profundidad para obtener de algún modo
la paciencia que Susan siempre me recordaba que debía tener con
él. Solo tenía quince y ya estaba harto de vivir con él. Siempre
quería controlarlo todo. Tenía dos semanas de vacaciones al año de
la academia y Gerard siempre se aprovechaba de ellos.
Llegaba de la guerra para encontrarme más guerra en un lugar
que debería ser paz.
Seguí observando por la mira. El ciervo estaba a un kilómetro
comiendo sin percatarse que un cazador lo acechaba. Un cazador
que no quería asesinarlo, que no le veía la razón a su muerte, pero
Gerard lo exigía y sabía que no estaría de acuerdo con un "no
quiero hacerlo".
Respiré hondo sintiendo su mirada en cada uno de mis
movimientos. No quería que se repitiera lo de la última vez y
trayendo de nuevo esos recuerdos a mi mente, disparé.
El ciervo se desplomó. Un sonido agudo se escuchó y luego el
silencio me confirmó que había sido un tiro limpio. No esperaba
menos. Si iba a hacer eso, lo haría rápido y sin dolor. De ahí venía
mi obsesión de mejorar al mil porciento mi puntería.
Los aplausos de Gerard me causaron ganas de arrojar el fusil por
uno de los tantos barrancos que había en ese bosque, pero respiré,
seguí respirando. Eso era lo único que podía hacer frente a él. Me
incorporé sin levantarme por completo y miré mis manos.
¿Cambiarán en algunos años? Tenía entendido que ser el
responsable de una muerte te cambiaba, te marcaba. Te enviaba
directo a un lugar del que mucha gente no saldrá nunca por más
que lo intente.
—La cifra de muertos en una guerra es un número rojo que
genera ganancia, Maximilian. Si quieres ganar poder tendrás que
tomar decisiones que impliquen deshacerse de muchas de ellas. No
hay otro camino, aquí no hay héroes, ni villanos... Hay líderes que
harán lo que tengan que hacer para mantener el orden y tú serás
uno de los mejores.
Tengo esa conversación en la memoria, como muchas otras más
que no puedo sacarme de la cabeza. Mis decisiones eran mortales,
había tomado una recientemente y los números en rojo que se
estimaron serían lo más altos que se hayan visto en toda la historia
de la humanidad.
—¿En qué piensas? —La voz de Atenea me regresa al ahora.
Ahí, sentada en una esquina, en posición de indio, con su mejilla
sobre la palma de su mano se hace ver tan sencilla en comparación
a lo que realmente es: Un desastre natural.
—En el pasado —respondo. Cambio el peso de mi pierna, a la
otra. Después de que me aseguré de que Atenea no siguiera
dejando un camino de sangre sobre el piso, me adjudiqué la
vigilancia hasta que fuera hora de partir.
—¿Y para qué te sirve ahora?
—En esta profesión todo está tan planeado que hace que las
diferencias entre el pasado y el futuro sean inexistentes. Pienso en
el pasado porque ahí tengo el futuro.
—¿Y que pasó? —Su voz me transmite algo de tranquilidad y me
hace sentir que es su inocente curiosidad y no su ambición de
querer saberlo todo, pero eso es lo que logra un gran manipulador.
Así que una vez más me encuentro luchando en si hablarle o
cometer lo que podría ser el peor error de mi vida, o al menos el
segundo —. No importa. Entiendo, yo tampoco te respondería.
—¿Por qué? —Le pregunto pensando en las miles de veces que
lo he hecho antes, hasta en su ausencia.
—Hay muchas paredes de por medio entre nosotros, perdemos el
tiempo intentando derrumbarlas. Trabaja desde allá y yo desde aquí,
en eso si nos entendemos bien.
—Esto no es un trabajo que haremos juntos. Mi trabajo es salvar
a cuantas personas pueda del desastre que está por venir y tu
capricho es arruinar eso.
—¿Y cuál es el desastre que está por venir? —pregunta
rápidamente. Es lo único que retiene de lo que dije.
—Tú.
—Mientes. Estás tramando algo grande, lo sé. Tu cargo viene
lleno de cosas que solo pasan en la ficción. Ahora no sé tanto como
tú, pero sé que es algo peor que yo.
Me encojo de hombros a pesar de que ella no lo vea. No voy a
responderle.
—También estás huyéndole a las respuestas. Me incomodas,
pensé que eras predecible y honesto —agrega molesta.
—Lo soy. Así nos crearon ellos.
—Claramente conmigo hubo un error.
—Claramente —susurro.
—¿Por qué no te preocupa quien te está traicionando?
—Me preocupa.
—No lo parece. Ferragni estaba trabajando.
—Es temporal.
—Algo tramas. Tú no actúas así. —Esta vez sube más el tono de
su voz. Llevo de nuevo la luz de la linterna a su cara. Su mirada se
queda fija en mí, aunque no pueda verme mucho y yo fijo la mía en
el verde de sus ojos. Realmente parece estar molesta, siempre lo
está, pero en esta vez veo algo diferente en ella.
Algo le pasó.
—Bastante contrario a ti —hablo de nuevo—. Eres predecible,
piensas desde el odio. Te conozco, conozco tu manera de actuar y
atacar... Pero al mismo tiempo no tengo ni la menor idea de quien
eres. No tengo ni la menor idea de si sabes tocar algún instrumento
o alguna mierda de ese tipo como si te gusta el café.
Silencio. Completo y total silencio.
—No me gusta el café —dice de repente —. No me gusta el pollo.
Odio el té y el chocolate. Detesto la zanahoria cocida. Los
caramelos blandos. Odio la cerveza. El pescado crudo es asqueroso
y...
—Pero te gusta el vino —recuerdo entre tanto.
No me sorprende que odie más de la mitad de las cosas que
existen en el mundo.
—Sí, es cierto —dice.
—Lo sé. Te tomaste la botella más cara que tenía.
—No me arrepiento, fue un buen vino.
—Sí. Lo fue.
Me quedo pensando en lo que dijo durante unos segundos. Solo
mencionó cosas que detesta y tengo muy claro que, si le hago
preguntas más puntuales, tendré dos opciones, o que no responda o
que siga hablando de lo que detesta del mundo —. No eres lo que
odias, Atenea. Lo sabes, ¿verdad?
—Pero soy un gran porcentaje de ello —responde.
Apago la linterna.
—¿A qué le eres fiel?
—Pensé que preguntarías algo cursi sobre las cosas que amo.
—La fidelidad es más fuerte que el amor.
—No voy a discutirlo.
—Qué bien. Guardaré este momento para la historia.
—Yo también.
—¿Por qué?
—No todos los días estoy en el Medio Oriente vestida de esta
manera, con una costilla al aire que me arde como la mierda,
descalza dentro de una casa que se cae a pedazos en compañía del
hombre más poderoso del ejército alemán y nueve países más, que
tengo encargado asesinar.
—¿Aún tienes la orden? —pregunto. En la mafia el olvido es
imposible.
—¿Por qué crees que me escondo? La organización no es mi
único enemigo, Maximilian. Es simple, o te asesino o me suicido, no
hay punto medio.
—O ellos te asesinan.
—Ojalá fuera así. Algo rápido, pero no. Sus torturas son peor que
un infierno, prefiero suicidarme antes que volver a... —Se detiene.
—¿Volver a qué?
—Arrodillarme frente a alguien —completa.
—Sabes que el ego es mortal, Zubac.
—Y la humildad también. Mírate, huyendo como rata para poder
salir del mapa.
—No sé de donde tomas que estoy huyendo.
—Vas a secuestrarte, ¿qué más podría ser?
Respiro hondo y expulso el aire por mi boca. No me interesa
escuchar su opinión de esto.
—Mi trabajo requiere un par de descensos al infierno y este es un
momento de esos, el primero, a decir verdad.
—Suerte que aquí tienes una gran guía. —Se que está sonriendo
y lo que hago es iluminar su cara. Sus ojos se arrugan de inmediato
—. Hijo de...
—No necesito una guía.
—Ya lo veremos. El infierno dejó de ser infierno desde que llegué
yo a él. Ahora todo ha cambiado, Maximilian, bueno... He cambiado.
Cambié muchas cosas.
—Ya veo el porqué de tanta gente queriendo tu cabeza —digo sin
dejar de mirarla. Ella trata de apartarse de la luz, pero la sigo.
—Soy hermosa, sería un buen accesorio, no los culpo.
—Eres poderosa, serías un buen premio.
—También lo serías tú. ¿Sabes en cuánto está tu cabeza? Uhh.
Por los cielos, alemán, por los cielos y por eso mismo nadie que
esté en el infierno podrá tenerla.
—¿Por qué crees que voy contigo?
—Mmm, dices que no necesitas guía... Entonces, ¿qué
necesitas?
—Debo llegar a París en menos de dos días.
—48 horas. Deberías empezar a caminar ya si quieres llegar
pronto.
—No te preocupes por mi transporte.
—Tampoco necesitas transporte... ¿Qué necesitas? —ladea su
cabeza y desvía la mirada como si estuviera conectando cabos, y
cuando lo hace, la sonrisa más vil que he visto en la vida deforma
sus labios —. Reputación, es el único pasaporte que necesitas,
¿verdad?
Asiento con la cabeza.
—¿Por qué crees que voy contigo? —Repito la pregunta —.
Tranquila. Estoy al tanto de los valores de los cuales careces, entre
ellos, la amabilidad, así que tengo algo para ofrecerte.
—Tendría que ser algo muy grande, Maximilian. Exponerme de
esa manera pone en riesgo mi cabeza.
Apago la linterna.
—No dejaré ningún testigo.
—Espera. —La escucho ponerse de pie y reír. Veo su sombra
atravesar la distancia que nos separa. Me arrebata de las manos la
linterna y enciende la luz obligándome a cerrar los ojos —.
Cometerás un crimen —dice divertida —. Uno muy grande.
Abro mis ojos para observarla detrás de la luz. Estoy por hablarle,
pero ella lo hace antes.
—¿Qué mier...? —Su voz sale casi inaudible. Mueve la linterna de
un ojo al otro y decido levantarme abruptamente.
—Apaga esa mierda —le ordeno mientras intento quitárselo de las
manos. La tira hacia un lado. El cristal estalla contra la pared y la
oscuridad vuelve a reinar.
—¿Tienes algo que decir? —Se acerca desafiante hasta mi lugar.
—No y tú tampoco.
—Claro que no, los secretos también son armas y siento que esta
es una muy grande que puedo usar en tu contra. 
Cada palabra que pronuncia alimenta esa parte de mí que la odia
con fervor.
—Esto no es algo con lo que puedas jugar y divertirte —le
advierto —. Abre la puta boca y...
—¿Y qué? —Pregunta. Siento su aliento y anatomía cerca.
Amenazante, así quiere lucir, pero su baja estatura me causa gracia.
Tengo que mirar hacia abajo para enfocar un poco su rostro entre
las sombras.
—Espero que aún te quede algún valor con el que puedas
entender que hay cosas que son intocables.
—No tengo, pero no te preocupes. Todo dependerá de ti. Trátame
bien y de mi boca no saldrá ni una pregunta más.
—Tampoco quiero que investigues.
—No lo haré. Son tus ojos y son tu problema. —Se aleja.
—¿A qué te refieres con "trátame bien"?
—Si vas a encerrarme, quiero que sea en un lugar iluminado,
limpio, tibio y espacioso.
—Está bien —accedo de inmediato.
—¿Así de fácil?
—Estamos negociando, no es amabilidad.
—Claro, recordemos que a ti también te falta —agrega.
El sonido de una explosión al occidente me obliga a levantar la
vista y moverme hasta la ventana que está sellada con madera.
Muevo un poco una de las tablas para fijarme en el exterior. El fuego
cruzado también ha comenzado a escucharse en la lejanía, después
de exactamente un minuto, varios todoterrenos oxidados pasan a
toda velocidad frente a nosotros y sobre ellos van talibanes armados
con toda la predisposición para asesinar. Cuento siete de ellos y
espero por el número ocho.
—Alístate —le digo.
—Si me llegan a asesinar aquí, haré que te maten.
—Bien. —Me alejo de la ventana y tomo todo mi equipo —.
Sígueme.
Camino hacia la puerta de la entrada. Escucho sobre el fuego los
leves pasos de Atenea venir detrás. Espero no se golpee el costado
lastimado con alguna pared, podría volver a sangrar, no tiene piel y
el hueso está expuesto. No es grave, pero sí escandaloso, no
podemos dejar ningún rastro ahora, mucho menos uno de sangre.
El motor del octavo carro aparece al fin y lo tomo como la señal
para salir. No escucho los pasos de Atenea cuando comienzo mi
caminata hacia el todo terreno. Volteo para mirarla.
—Trabajan para mí.
Asiente con la cabeza y me adelanta para ingresar a la parte
trasera del vehículo. Me ubico a su lado y desde aquí inicia un largo
silencio entre ambos. Ninguno de los dos habla hasta horas
después de haber salido de Afganistán hacia Pakistán. Peshawar
nos recibe con el sol del mediodía.
Atenea luce pálida, pero su semblante no deja de transmitir esa
altiveza que la ha caracterizado desde siempre.
—¿Estás bien?
—Sí —responde de inmediato sin mirarme. Está enfocada en ver
a través del sucio cristal. Sé que está analizando todo, pensando en
cómo salir de aquí. Repasando todo lo que tiene planeado... Tal vez
esto es uno de sus planes y yo simplemente estoy siguiendo lo que
ella ya ha trazado antes. Mis recuerdos me llevan hace un año atrás
cuando pensaba en que no podía irme a guerra con ella, pero
tampoco podía ostentar paz. La situación sigue igual. No hay un
cese entre ambos y creo que jamás lo habrá.
Está tan absorta en sus pensamientos que no me freno en detallar
minuciosamente su rostro. Sus labios están agrietados y rojos a
pesar de la palidez del resto de su piel, puede que tal vez tenga
fiebre. Al llegar haré que la revisen. Continuo hasta sus ojos y las
bolsas oscuras debajo de ellos.
—Iremos a un campamento y descansarás antes de emprender
huida. Tienes que recuperarte.
—Solo tienes dos días —responde sin mirarme —. Si quieres
llegar a París antes tendríamos que partir... —Se gira hacia mí para
tomar una de mis manos. El contacto se siente extraño. Se fija en la
hora de mi reloj —, ya. —Levanta su rostro para mirarme —.
Supongo que el tiempo que uses para regresar también entra en los
dos días.
—Sí.
Se aleja de nuevo a su lugar.
—No hay tiempo para descansar entonces.
Esta vez soy yo quien mira el reloj.
—Descansarás dos horas —ordeno. No estaba sugiriendo nada
como ella pensó.
El convoy de todoterrenos se detiene y desciendo de inmediato.
—Comandante Müller, por aquí. —Dhani Jalen, un doctor
pakistaní que conocí hace un par de años y quien me ha ayudado
para moverme en esta zona con discreción, me guía rápidamente
hasta una de las carpas del campamento.
—¿Qué pasó? —pregunto mientras me fijo en los numerosos
heridos.
—Hubo un enfrentamiento a pocos kilómetros de aquí. Lo que
está pasando en Afganistán se está expandiendo.
Algo llama mi atención y giro para ver a Atenea sentada sobre
una camilla. Está discutiendo y levantando su dedo índice. No tiene
paz nunca. Camino hacia ella.
—¿Qué está pasando?
—No quiero que me toquen, puedo curarme sola.
—Está sucia. No podemos dejar que se infecte más la herida —
dice uno de los médicos de combate.
Respiro hondo mientras me presiono el tabique de la nariz.
—¿Puedes dejar que te limpien y te curen? No te pediré nada
más, Atenea. Por favor no compliques las cosas.
—No —responde.
Me giro hacia el doctor Jalen.
—¿Tiene algún tipo de sedante?
Atenea ríe y vuelvo a fijarme en su rostro.
—Solo quiero agua, un botiquín y un lugar privado. Tengo dos
horas, ¿no? —Levanta una de sus cejas.
Niego con la cabeza y me alejo de ella. Inspecciono todo el lugar
y me fijo en algunos rostros heridos. La mayoría de ellos no
sobrepasan los 18 años.
—Este nuevo acuerdo tiene a muchos disgustados y preveo que
esta masacre es el inicio de una más grande —comenta el doctor a
mi lado. Trago duro y respiro hondo.
El hombre prevé bien porque sé con exactitud lo que está por
venir, porque ese acuerdo lo firmé yo.

Notita:
Buenas buenas. 
Ay Maxi Maxi, ¿qué sucede con tus ojos? ¿Qué firmaste? 
NOS VEMOS MUUY PRONTO. Muak.

CAPITULO 17
 
Atenea
No es mucho lo que puedo hacer por esta herida. Entre más la
observo, más náuseas me da. Agh. Mi estómago es un desastre,
como cada que puedo y sufre de ardor siempre, y si sumo el hecho
de que lleva vacío más de veinte horas, será aún peor, porque lo
único que podría vomitar serian jugos gástricos.
Vuelvo a concentrarme en la herida. Tolero en extremo la sangre,
pero la mía me hace querer vomitar y más si logro ver mi costilla
detrás. Esto es una jodida mierda.
—Esto no debía pasar, maldita sea —me quejo y dejo salir de mi
boca todos los insultos que conozca en cualquier idioma.
—¿Qué debía pasar entonces? —Su voz me obliga a cubrirme
rápidamente el torso, pero cuando giro sigo sola. Está al otro lado
de tela de la carpa, a lo que podría llamar puerta.
—Ni se te ocurra entrar —le advierto. No puede verme. No quiero.
Adhiero uno de los parches a la herida y respiro hondo en el
momento que debo presionar para que de pegue a la piel. Envuelvo
una venda alrededor del torso, sin ajustar demasiado. Tengo que
poderme mover después.
—Tranquila. No quiero ver como te torturas. Sabes que esa
curación pudo estar hecha en dos minutos.
Lo sé. No estoy siendo racional, pero nada lo es respecto al tema
de las cicatrices en mi espalda. Solo las conoce África. Desde
entonces me cuesta usar ropa descubierta, o desnudarme frente a
alguien. Tampoco es que haya tenido la oportunidad, pero solo
imaginarme la idea, marea más a mi estómago. Por esto siempre
ando con una camiseta de mangas largas ajustada, bajo cualquier
tipo de ropa. No quiero que nadie se entere, no quiero preguntas, no
quiero lástima... menos la de Maximilian, para ser exacta. Suele
tener piedad con quienes ve débiles y no me conviene que baje su
intensidad.
Tomo el pantalón camuflado negro del catre, lo meto entre mis
piernas y ajusto, para luego seguir con la camiseta negra, no es del
material que me gusta, pero al menos me cubre por completo.
Doy un paso hacia afuera. Aún el sol está en auge, las personas
caminan de un lado a otro con miles de preocupaciones, o al menos
eso noto en sus rostros. Me fijo en el alemán que está con las
manos metidas dentro de sus bolsillos a dos cuatro pasos de mí. Me
extraña que no haya echado a todo el mundo para curarme, aunque
esta vez me hubiera negado por completo, aunque... Basta. No
puedo permitirme pensar así. No estoy entendiendo esta parte que
siempre está esperando que él cuide de mi persona. Debo
suprimirla y pronto. No la necesito.
Camino hacia la izquierda para ir hacia otra carpa, y me acerco
directo a una mesa con algunas botellas de agua encima, también
veo un par de barras de proteína. Ya las había visto cuando llegué,
no puedo irme sin cargarme. Tomo varias y las echo en mi bolsillo.
Salgo y vuelvo a encontrarlo en el mismo sitio, pero ahora hace
algo diferente. Habla por celular. Me acerco sigilosamente para
alcanzar a escuchar un poco más de su conversación, es tranquila,
lo capto en su voz.
—Solo tienes cinco días —dice en alemán. Se queda en silencio
algunos segundos —. No sé nada sobre su ubicación, pero la
hallaré pronto... No. No. Yo lo haré... Me importa una mierda. —
cuelga.
Abro una de las barras y la muerdo, esperando que se percate de
mi presencia. Lo hace y cuando me clava la mirada, alza una ceja.
Volteo a ver un grupo de soldados hablando frente a nosotros para
disimular.
—¿Ya comiste algo? —pregunto sin saber por qué. No se me
ocurrió nada más. No voy a negarlo, suelo ser idiota para algunas
cosas, pero para otras, mejor ni me nombren, acabo con todo.
—Espero que no esté de más recordarte, que todo lo que salga
de mi boca es información clasificada.
—Bien.
—¿Qué hacías ahí dentro? —Pregunta cambiando el tema.
—Me abastecía de barras. —Levanto la que tengo en la mano.
Estoy intentando no mirarlo. Pensé que estaba lista para enfrentar
todo lo que significa estar a su lado, pero me equivoqué... Ya no
significa nada para mí estar a su lado. Esto son negocios. Cosas
que arriesgo para ganar otras.
—No tienes que preocuparte por la comida, también tengo
contactos y nunca nos faltará nada —dice.
Dejo salir el aire por mi boca y miro hacia el cielo nublado.
Detesto la lluvia, siempre complica todo.
—Sé que debes llegar en dos días, pero no será posible —
confieso.
—¿Por qué?
Sopeso la importancia de compartir esta información antes de
abrir mi boca. No veo ningún problema en revelárselo, espero no
esté errando y si algo pasa, le prendo fuego a todo y cambio el plan.
—Hay un pueblo pequeño en Bélgica en el que tendremos que
estar 18 horas ocultos mientras nos recogen.
—No me restan 18 horas —agrega.
—No hay otra opción, no hay otro camino. ¿Quieres ingresar a
Francia conmigo? Esta es la única manera.
Me motivan esas 18 horas, hace un tiempo no las tengo. Me
vendrán bien. Espero poder dormir.
—Debe de haber otro modo. —Siento su mirada encima. Giro la
cabeza para detallar sus ojos. Busco en ellos la anomalía que vi con
la linterna, pero confirmo que solo es perceptible con la luz directa,
de lo contrario sus pupilas se ven muy parejas e iguales desde aquí.
—Ningún criminal comparte ruta —explico —. Cada uno se mueve
a su manera. Esta es la mía, es la que me uso para poder
protegerme y aún así estaría en riesgo, siempre lo estoy.
Cambiemos "protegerme" por "obligarme a descansar". Bélgica es
un país desapercibido y eso es lo que más me gusta de él. No veo
la hora de aterrizar pronto en él.
—Por eso te entregaste, por eso no has huido —sonríe y niega
—. Están detrás de tu cabeza.
—Estar a tu lado no es un lugar seguro, pero es el menos
peligroso mientras espero.
—¿Esperar a qué? —Contraataca de inmediato.
—A que todo caiga. —Me encojo de hombros.
—O que caigamos.
—¿Por qué pasaría?
—El futuro ya está planeado, Atenea. Vamos a caer, pero eso no
hará que sea el fin de la guerra.
—¿Por qué siento que esta vez si hablas de una guerra real?
Digo, la usamos mucho para comparar nuestra relación.
No encontré otra palabra para describir esto, suena mal, pero eso
es. No todas las relaciones tienen que ser del tipo amorosa, aquí se
puede observar muy bien como dos enemigos tratan de ayudarse, o
engañarse más, nunca se sabrá.
—¿Nuestra relación? —se burla y luego me mira de manera
inquisitoria, como si no entendiera a lo que me refería, o al menos
fingiera que no sabe de qué mierda hablo. Debo callarme, estoy
hablando de más y eso es algo que causa él, por eso debo
alejarme, o blindarme —. Tenemos una guerra pendiente, pero se
hará cuando se pueda llevar en paz y eso implica estar solos tú y
yo. Ahora hay otra guerra, no es mía, no es tuya, pero creo que
compartimos el mismo objetivo porque vamos a atravesar un suceso
mundial por tercera vez.
Yo sí entiendo rápido a que se refiere. El mundo es grande, pero
no lo suficiente como para que dos guerras diferentes se lleven a
cabo. Cuando caiga el primer atentado todo será debido a un hilo de
razones que tienen un punto de auge en común. Hay algo detrás, un
principio, solo uno y tengo que descubrir cual es, y si tengo que
pasar por encima de todos, lo haré. Hasta por encima de él, el
hombre que ahora mismo me mira.
Examino su rostro. La sinceridad es notoria en sus ojos. El color
dentro de ellos me transmite calma, no puedo pensar en otra cosa
más que sentir que volví a casa, que es aquí donde pertenezco, que
estar al lado de Maximilian es mi infierno personal.
Doy un paso hacia atrás. No hay nada aquí y así debe seguir
siendo.
—¿Qué mierda está planeando Alemania?
Es lo único que se me ocurre preguntar, aunque tal vez ya sepa la
respuesta.
—Vi tu apellido en la lista —suelta.
—¿Cuál? —pregunto.
—¿Cómo que cuál? ¿Cuántos apellidos tienes?
Mierda.
—Miles —sonrío para enmendar. Detesto cuando mi talento de
mentir flaquea frente a él —. ¿Cuál lista? ¿Qué nombre?
Gira su rostro para ver hacia otro lado. Se cruza de brazos y algo
que no puedo pasar por alto son las líneas que se marcan en ellos.
Está más grande que la última vez que lo vi. Luce mejor, pero si no
fuera por las ojeras bajo sus ojos diría que todo en él estuvo
perfecto este tiempo en que me ausenté, o me obligó a ausentarme.
Todo está tan jodido.
—Jakov Zubac hace parte de una lista llena de nombres de
personas que no son en absoluto fanáticos de la paz mundial.
—No creo que Jakov haya permitido que su nombre registrara en
una lista, sería estúpido —digo obvia.
—No, Jakov no es estúpido, es demasiado inteligente, por eso
está en la lista. Quienes ocupan el primer lugar de ella lo han
contrato a él para que esa información no saliera a la luz, aquí el
hecho es que subestimaron mi poder... —sonríe levemente y me
mira —. Tal vez sea un mal de familia.
Giro mi rostro hacia otro lado. Todavía me falta investigar aún más
a Jakov y no quiero que mi ignorancia quede evidente en mi rostro.
—Deberíamos partir ya. Me siento bien —miento y vuelvo al
pequeño hangar de textil. Me como una de las barras de proteína
mientras echo mi nuevo equipaje a los hombros. Me ato el cabello
en una coleta alta, restándole importancia a que la mitad quede por
fuera. Tomo unos lentes negros y una gorra de béisbol del mismo
color. No los pedí, pero Maximilian sabe que los necesito.
Cruzar fronteras ilegalmente es el infierno. Mi rostro y un nombre
son lo que compone mi reputación y... mis crímenes. Me cruzo en el
camino con demonios y eso hace que deba convertirme en uno. Voy
a condenarme más frente a él.
Salgo del lugar y voy directo hacia la pista de despegue. Lo
encuentro sentado en las escaleras fumándose un cigarrillo. Mi
cerebro se tarda en procesar lo que está viendo. Tengo entendido
que él no fumaba nunca.
—Quién lo diría...
Me planto frente a él mientras veo como tira el cigarrillo, se pone
de pie y lo aplasta. Subo mi rostro para toparme con el suyo. Está
mirándome como lo hizo el primer día, en esa oficina, cuando lo reté
a compartir el poder. Es como si quisiera matarme, pero también
como si quisiera caer a mis pies.
Eres una contradicción, Maximilian.
—Tienes un vicio.
—La verdad es que tengo dos —responde con voz grave, dándole
una leve mirada a mis labios. Se gira y me quedo inmóvil, dejando a
mis ojos analizar todo su ascenso. Tomo aire y subo de dos en dos
las escaleras tan pronto como él llega. Entro a la cabina con valor e
ignorando su presencia, pero me llevo la sorpresa de que quien
piloteará el pequeño avión, soy yo.
—Los guías conducen.
—Dijiste que no necesitabas uno. —Me dejo caer en la silla.
—Desde ahora voy a tomarme en serio todo lo que digas, hasta tu
sarcasmo.
Muevo los botones de siempre. Abrocho mi cinturón y niego con la
cabeza.
—El sarcasmo es el único idioma en el que solo se puede hablar
con la verdad y por eso muchas personas lo toman como humor,
para que algunos no entiendan. Las verdades no se pueden ir
soltando tan directo.
La torre de control me interrumpe y él responde de inmediato.
—Si uno de tus secretos mata a alguien que me importe, esta vez
no tendré compasión —agrega después de las indicaciones.
—¿Alguien te la ha pedido? —Ladeo mi cabeza —. No soy capaz
de pedir, lo que no doy.
Despego, me estabilizo en el aire y desconecto la conexión de la
torre del control. Ahora somos fantasmas.
—¿El radar? —pregunto.
—Limpio.
Digito en la pantalla del GPS las coordenadas que tuve que
aprenderme de memoria.
—Ni se te ocurra aprendértelas —le recrimino cuando lo veo
mirándolas.
—Tarde. —Levanta el rostro al frente.
El resto del vuelo transcurre en silencio. De vez en cuando lo
siento observarme, y cuando no lo hace, yo lo miro a él. Ahora
mismo tiene sus ojos cerrados, su cuerpo recostado y su cabeza
hacia atrás. Su respiración es lenta y pausada, sus brazos cruzados
frente al pecho suben y bajan al mismo ritmo. Está dormido y lo
envidio, y detesto que él sea una de las razones por las que no
puedo hacerlo. Estoy cargando con demasiada información y culpa,
pensar en él pesa y mucho, pero no puedo dejar de hacerlo.
Respiro hondo y vuelvo mi vista al frente. Estoy a una hora de
empezar a descender.
El sonido de mi estómago anuncia que ha sido suficiente ayuno y
busco a mi costado, en un bolsillo de mi camuflado, una barra de
proteína.
¿Qué estoy haciendo? No lo sé, este no es mi plan, y es gracioso
porque yo fui quien se apoderó de todo al principio. No me culpo,
soy tan buena mentirosa que hasta yo misma termino creyendo todo
lo que digo.
Lo llevaré hasta París, le crearé una reputación sin que se percate
y le pondré un precio excesivo a su cabeza, más excesivo que el
que ya tiene siendo el hombre que está dirigiendo toda una guerra.
Lo haré su propio enemigo y luego huiré. Debo investigar a Jakov
Zubac y no puedo permitir que él lo sepa, sería como delatarle una
de mis debilidades.
Después regresaré, aún debo destruir a alguien.
Lo miro.
Y tú me ayudarás.
🐍
Notita:
Pero bueno bueno, hasta cuando tanto secreto entre estos dos,
YA BESENSEEEE!
NOS VEMOS PRONTO.
MUAK.
CAPÍTULO 18
 
Maximilian
Es extraño. Siempre pensé en la posibilidad de volverla a ver
después de enviarla a ese lugar, aunque muchas veces dije que
esperaba no hacerlo nunca. Ahora no puedo deshacerme de la
sensación de comodidad que me proporciona su presencia.
Escucharla hablar, caminar, respirar y mirarme no deja de ser
extraño, casi me siento como en una de mis pesadillas. Solo que en
estas ella no está disparándome una y otra vez al final. O tal vez sí,
tal vez sea mi mente advirtiéndome de lo que ella es capaz de
hacer. Es capaz de mostrarse amable y luego clavarte un cuchillo
que te perfore el ojo.
No confío en ella y ella tampoco en mí, pero no tenemos otra
opción. Somos las únicas personas que tienen la suficiente
inteligencia y experiencia para terminar esto con éxito. A pesar de
que ninguno de los dos sepa a ciencia cierta que es esto. Ella tiene
sus enemigos, yo los míos, compartimos algunos, pero ninguno de
los dos sabe la completa verdad.
Tal vez ella sepa un poco más que yo, siempre ha sido más
curiosa y atrevida, más temeraria. Yo siempre he tenido que cumplir
reglas, pero ella siempre ha sabido como romperlas sin que nadie
se entere.
Hasta que despertó curiosidad en mi y quise saber más.
Haber leído todo su expediente, o los tantos que tiene y luego
desaparecerlos, me había dejado como único conocedor de todo lo
que implicaba ser Atenea Zubac y mientras caminamos por un
bosque lleno de arboles secos, puedo detallarla mejor. Va tres pasos
delante mío. Con una enorme maleta a sus espaldas que no aceptó
que yo cargara.
—Yo puedo.
Y sé que podía, pero yo solo quería... Que le doliera menos la
herida. No sé porque volvió esa estúpida preocupación que creí
muerta. Me encuentro queriendo que todo le duela menos a una
masoquista de ojos verdes. Misión imposible. Eso es ella. Una puta
misión imposible, pero igual la tomo. No busco tener éxito, pero la
tomo.
—Por aquí —señala el sur.
La sigo sin decir nada. Ni siquiera está usando una brújula y eso
que ya llevamos dos horas de camino a pie bosque adentro. Su
memoria jamás va a dejar de asombrarme.
Después de aterrizar alguien nos trajo hasta este pueblo que
limita con Francia. No he hecho más que seguir sus indicaciones,
me tiene harto, y no he podido mirar hacia otro lado que no sea ella,
pero necesito llegar tan pronto como sea posible. Me ha restado
dieciocho horas y las ha sumado al tiempo que tenía pensado usar
para desaparecer. Necesito hablar con alguien que tiene información
que no puedo obtener de manera correcta.
Sospecho que Atenea la conoce, pero no sé que tanto, así que
prefiero callar. Cuando el nombre de Jade Johnson salió de su boca,
supe que algo estaba haciendo bien, porque lo había obtenido de la
misma lista en la que estaba Zubac. No creo que Atenea no lo
supiera, no creo que sea capaz de confiar a alguien a ciegas, ni
siquiera en su padre.
Mientras estuvo haciéndose pasar por muerto ella mostró su
verdadero ser. Jakov es como su muro de contención, pero ¿quién o
qué ha hecho que se desborde? Es como si a lo único que le tuviera
miedo es a que Jakov la odie o esté decepcionado de ella.
—Por aquí. —De nuevo, cambia de dirección y de nuevo, sigo su
instrucción.
Vuelvo a pensar en su corte de cabello. Cuando la conocí solía
llevarlo suelto, solo en misiones lo recogía. Suelto me gusta, no
importa si es largo o corto, porque cuando lo lleva libre es porque se
siente cómoda y lista para nada. Ahora lo tiene hecho trenza.
Supongo que hasta debe estar armada.
No la juzgo, yo lo estoy también.
De repente, se detiene y gira a verme.
—Este lugar es demasiado importante para mí, Maximilian. Si
llegas a abrir la boca, porque sé que memorizaste todo el camino, te
cortaré la maldita lengua y te sacaré los ojos con un tenedor.
—Suena mejor si solo me pides que no diga nada. Mi plan no es
joderte.
Rueda los ojos.
—No digas nada.
—No lo haré.
—Más te vale o...
—Sacarás mis ojos con un tenedor. Ya entendí.
—Bien.
—Bien —repito.
Se gira de nuevo para seguir caminando. No creo que exista el
día en el que Atenea logre ser amable porque no creo que nadie se
lo haya enseñado. Jakov crio una gran mujer, pero olvidó enseñarle
lo más importante: modales.
Una enorme pared de piedra aparece frente a nosotros. No
parece haber más camino y miro a Atenea en busca de respuestas.
—Voy a arrepentirme mucho después —se queja mientras niega.
Se mueve hasta una piedra saliente y la empuja, pero en seguida
suelta un quejido y se lleva las manos a la costilla —. Hazlo tú, ¿o
es falso tanto músculo?
—Sabes que no —alzo una ceja.
Doy tres pasos y empujo con fuerza. La roca se resbala sobre la
tierra y deja al descubierto una puerta de metal. Tal vez acero.
Busco rápido algún tablero, pero no lo encuentro. Atenea se acerca
y pone la palma de su mano sobre ella haciendo que se abra hacia
un lado. Es una habitación pequeña y sin ventanas.
—No me digas que tendremos que pasar dieciocho horas ahí
adentro —la miro. Tiene los brazos cruzados sobre su pecho y me
mira como si lo que acabara de decir fuera lo más estúpido del
mundo. Me siento un completo idiota y esa mirada es la causante, la
detesto tanto.
—Solo entra y no preguntes nada más.
—Responde.
—¿Acaso es la claustrofobia lo que falta en tu expediente o es lo
que sucede con tu vista? —sonríe.
Doy un paso hacia adelante. Algo que también detesto de ella, es
su sonrisa. Odio cuando la usa después de decir lo más hiriente que
se le haya venido a la cabeza. Dispara y luego festeja. Así es en
todo.
—A veces pienso que lo sabes todo, pero luego te escucho decir
cosas como estas y lo descarto —digo acercándome más a ella —.
Ni siquiera lo intentes. Así como borré tu vida, también borro
constantemente la mía.
—Si ocultas cosas, es porque temes —dice y camina hasta el
interior de la habitación.
—¿A qué le temes tú entonces?
Entro también y la puerta se cierra, dejándonos en una oscuridad
completa.
—No es temer. Lo que sucede es que no quiero que cometas un
error.
—¿Yo?
—Sí. No me conviene que la cagues.
—Claro, porque bastante ya lo has hecho tú.
—Exacto.
El talento que tiene para enredar es innato. No gastaré más mi
tiempo intentando hablar con ella. Atenea no habla, procesa, solo
procesa y procesa información. Responde lo mínimo a pesar de que
sé que sabe demasiado. Es como si estuviera hablando con algún
sistema de inteligencia artificial. Es agotador.
—¿Y ahora qué? —pregunto cruzándome de brazos.
No escucho ningún ruido. Hasta que una vibración que viene
desde afuera interrumpe el silencio.
—La piedra volvió a su lugar —explica —. Ahora iremos al mío.
El cubo en el que estamos se mueve lento y de manera
horizontal, creo que hacia el lado derecho. No me sorprende. Sigo
de brazos cruzados.
—Y dime, ¿cómo está Mackenzie? ¿Ya sabe que asesinaste a su
padre? —pregunta.
Una luz se enciende y la enfoco a ella. Sigue en el mismo lugar
antes de que la oscuridad nos hiciera perder de vista. No tiene
ninguna emoción en su rostro. Casi nunca tiene alguna. Recuerdo
que una vez sonrió estando conmigo, tal vez fue algo gracioso que
dije, o cruel, a Atenea la hace feliz el caos. Y el resto de los
recuerdos que tengo de su rostro es donde tiene los ojos cerrados y
la boca abierta, y no precisamente porque esté durmiendo.
—No lo he asesinado —respondo.
—No estuvo fácil salir del resort a donde me enviaste. Tuve que
hablar... muy gentilmente con algunas personas —tuerce la boca —.
Ser muy amable, ya sabes, así como soy siempre —sonríe y
pestañea fingiendo ser un ser adorable. Casi lo logra —. Ahora el
resort ha pasado a mejor vida.
—Entonces eso es lo que harás creer.
—¿Qué mataste al presidente? Muy bajo hasta para mí —resopla
—. ¿A tu suegro? Increíble, Müller.
Niego mientras no dejo de asesinarla con la mirada.
—Mackenzie está bien.
Supongo que lo está en algún lugar del mundo.
—Voy a matarla.
—No es problema mío —encojo los hombros.
Mackenzie dejó de ser mi preocupación hace tiempo, aunque
constantemente estaba jodiendo a Magnus White para contactarme.
Hace un mes le pedí que le mostrara la verdad sobre su padre y
todo lo que hizo. Desde entonces no ha vuelto y espero que no lo
haga.
—¿Te has contactado con Magnus White? —pregunto ahora que
lo recuerdo.
—No.
Respiro hondo. Detesto hacerle preguntas porque no puedo
creerle ninguna respuesta.
—¿Por qué te entregaste ante mi y no a él? —Las palabras salen
sin pensar. Dije que no le haría más preguntas, pero aquí sigo. Es la
frustración y la persistencia la que me tira de las cuerdas. Creo en
las probabilidades y tal vez haya una que resulte a mi favor por más
pequeña que sea. Espero que de cien cosas que le pregunte, me
responda al menos un 0,1%.
—Es más fácil manipularte a ti —vuelve a sonreír.
Ira. Eso es lo único que causan sus palabras en mí. A pesar de
que ha sonreído dos veces ya, solo puedo pensar en cómo se
arruina la belleza que posee, con el veneno que lleva por dentro.
—Nunca más.
—Nunca digas nunca, Maximilian —alza una de sus cejas.
—¿Has aprendido de tus errores? ¿Dijiste nunca y te explotó en
la cara?
La sonrisa se borra de su cara y sus ojos se convierten en dagas.
Es casi irreal la velocidad con la que sus manos llegan hasta mi
cuello y lo aprietan. Tiene la mandíbula tensa y sus mejillas se han
coloreado de un rosa. Trato de respirar profundo, a pesar de que
duele, no me asfixia del todo. Huele a recuerdos. Atenea es la diosa
de los nunca, y a mí me obsesiona lo imposible.
—Eso voy a cobrártelo tarde o temprano, Maximilian. El tiempo no
disminuirá las ganas que tengo de verte implorando ante mí por tu
vida. Tengo una serie de venganzas por cumplir y la tuya... La tuya
será el peor crimen de lesa humanidad que cometa.
—Soy un hombre paciente y entre más pasa el tiempo, más poder
tengo. Apúrate —tomo sus muñecas y la empujo —. No vuelvas a
tocarme...
—¿O qué? ¿Vas a enviarme a mar abierto otra vez?
—No... Vi que privarte de la libertad es una perdida de tiempo.
—¿Entonces por qué vas a encerrarme?
—El hecho de que no existas, aunque no lo creas, te deja
vulnerable. Así como te quité el nombre, también puedo ponerte uno
y cargarlo de mucha mierda.
No reconozco cada palabra que sale de mi boca. Estoy hablando
desde el ego, desde la ira que me genera su soberbia.
—Admiro la confianza que tienes de amenazarme estando tan
vulnerable.
—No vas a matarme, ni joderme. Lo sé, hay algo que me
diferencia del resto de tus enemigos —aseguro.
Niega con la cabeza y da un paso hacía mí. El vagón sigue
moviéndose. Escaneo de nuevo la habitación. Todo apunta a que
estamos sobre algunos rieles.
—He matado a muchos hombres con los que antes he tenido
sexo.
—No me refería eso —la miro —. Ninguno de ellos confiaba en ti.
Todos te temían, pero yo no, te respetaba y por desgracia, sabes
que tengo la fuerza de soportar cada desastre que causas y
arreglarlo. Por eso no puedes matarme. Necesitas un plan B para
cuando todo se salga de control, porque prevés que pasará. Solo
espero que colabores ahora, y tal vez yo también lo haga en futuro.
El cubo se detiene y la misma puerta se abre, pero esta vez no
hacia el bosque. Es otra habitación aún más pequeña, de un metro
por un metro.
Volteo para mirar a Atenea.
—Es un ascensor —responde mi pregunta no hecha.
—Ve tu primero y yo iré después.
Niega con la cabeza.
—Solo programé un viaje de ida y regreso dentro de dieciocho
horas. Jakov no puede enterarse de que vine con otra persona.
Asiento con la cabeza. Tomo la iniciativa de entrar primero y luego
lo hace ella. Nuestros cuerpos no se tocan, pero nuestras
respiraciones se mezclan. Atenea es más alta que el promedio de
mujeres que he conocido. Nunca alguien me había desafiado tanto
con la mirada como lo hace ella, como lo hace ahora mismo.
La puerta se cierra e intento pegar mi espalda a la pared todo lo
que puedo. Ella esta haciendo lo mismo. No baja la mirada, nunca lo
ha hecho y esa es una de las cosas que hace que sea un poco difícil
descifrarla. Ascendemos.
—¿Dónde está Jakov? —pregunto.
—No lo sé.
Esta vez sí voy a creerle.
—¿Vivo?
—Sí.
Esta también.
Aparto la mirada y la dejo sobre un botón rojo que hay en la
esquina superior. Estoy cansado de que todo sea una guerra con
ella, hasta de las que solo implican miradas.
Nos detenemos y la puerta vuelve abrirse. Ambos salimos
disparados buscando otro tipo oxigeno diferente al que
compartíamos ahí dentro. Muevo mi vista por todo el lugar. ¿Una
casa? Con cuadros, muebles, luces cálidas, adornos. Una biblioteca
del tamaño de toda la pared en todo el salón. Todo es de un nivel...
No, hay unas escaleras detrás de mí. Atenea vuelve a aparecer en
mi campo de visión. Está subiéndolas, pero a solo dos escalones se
voltea y me mira.
—En la cocina debe haber comida. Nos vemos en dieciocho
horas. Descansa.
Se gira para seguir subiendo.
—¿Qué comerás tú?
—No tengo hambre —responde.
—Yo tampoco, pero más tarde tal vez cocine algo y...
Se detiene y me mira.
—No hagas eso —dice.
—¿Qué?
—Ser amable conmigo. No lo hagas.
—No es que sea amable contigo. Simple educación. Hacer sin
esperar algo a cambio.
No hay expresión en su rostro. No hay nada. Solo se gira y se
pierde escaleras arriba. No veo más puertas en este lugar, ni más
paredes. Todo es abierto. Hasta la pared de enfrente, en la cual un
bosque se divisa a través. Es un ventanal, todo, desde el inicio de la
sala de estar, hasta la cocina. Es como estar en el rectángulo de un
hangar subterráneo, pero con una vista increíble. Me acerco al vidrio
y miro hacía abajo. La casa es parte de una montaña sin laderas.
Estamos a unos dos kilómetros por encima del bosque. Adivino que
estará camuflado todo desde afuera.
Me fijo de nuevo en el lugar, en la decoración, en los colores de
las paredes. Todo es tan sombrío y cálido. Los muebles parecen ser
de cuero, y la biblioteca que hay detrás de ellos contiene algunos
libros que conozco y he leído, podría decir que un poco más de la
mitad de los que están aquí. El otro por ciento son libros de química
y física, y en un rincón, abajo, algunos lomos coloridos llaman mi
atención. Descargo el equipaje en el piso y me agacho hasta tomar
uno de ellos. Abro el libro y en la segunda página me encuentro con
una firma.
Se agapó prinkípissa
IV
"Te amo, princesa. 4".
Es un libro de romance en italiano. Tomo otro, está en ruso y
vuelvo a toparme con exactamente las mismas palabras en griego y
esta vez el número romano es un seis. Todos son del mismo género.
Tienen varios números. Tal vez la secuencia de cuando se los
regalaron.
—¿Qué haces? —la voz de Atenea me obliga a girarme. Me mira
de pies a cabeza.
Miro el libro en mis manos y lo cierro.
—No eres una persona romántica, nunca habría adivinado que te
gustara el romance —agito el libro y vuelvo a dejarlo en la biblioteca.
—Me gusta el romance en los libros. En mi vida lo detesto.
—Curioso —alzo las cejas.
—Tú. Curioso, tú. No toques mis malditas cosas.
Tiene razón y no pienso discutírselo. Voy hasta mi equipaje. Lo
tomo y paso por su lado hacia el piso de arriba. La escucho venir
detrás de mí.
—¿Cuál? —pregunto mientras escaneo las tres puertas.
—Izquierda —responde.
Entro a la habitación y cierro la puerta sin verla por última vez. Ya
es suficiente con saberme cada detalle de su rostro a la perfección.
Es tortura el tener grabada su mirada dentro de mi cabeza. Y su
jodida sonrisa siempre me distrae del río de destrucción que ha
dejado su existencia en mi vida. Es insoportable su existencia.
🐍
Atenea
¿Qué pasó? Parpadeo varias veces y pongo las palmas de mis
manos sobre la cama. Mi cabeza ha decidido dar un millón de
vueltas. Mi corazón se siente de la misma manera. Solo fue una
pesadilla. Eso nunca pasó. Yo nunca tuve un bebé, Maximilian
jamás estará conmigo. Mi padre murió. Ares no es apto para ser
padre. Rosie y yo somos cercanas... pero mi madre. Mi madre sigue
siendo la maldita demente de siempre. Hasta en sueños su esencia
de maniática sale a flote.
Levanto la cabeza y miro mi alrededor. Detallo cada cosa que
tengo en mi cuarto para ayudarme a volver a la realidad. Las
sábanas de seda negra entre mis puños, la lámpara de lava que me
regaló Jakov cuando cumplí trece, otra pequeña biblioteca de libros
pendientes frente a mí. El bosque y el cielo oscuro en la ventana.
Estoy bien. Ha anochecido. Miro el reloj en la mesa de noche. Es
medianoche.
Salgo de la cama, y voy directo al lavabo para refrescarme. Estoy
sudando. Respiro hondo y me veo al espejo. Seco mi rostro con una
toalla y vuelvo a respirar. No puedo olvidar hacerlo.
No he deshecho mi trenza y algunos cabellos se han soltado. La
deshago y vuelvo a hacerla con ayuda de un peine. Dejando todo en
su lugar. Quiero disfrutar de la casa y sé que eso incluye verlo a él.
No puede afectarme. Estoy intentando que sus amenazas no me
importen, pero aún no obtengo éxito. No me aterran, solo me
molesta que existan y no sé por qué.
Al salir, el olor a comida inunda mis fosas nasales y mi estómago
duele. Decido caminar en silencio hasta el primer piso. Me detengo
al final de las escaleras. Me encuentro con un Maximilian cocinando
como si fuera un profesional en la cocina. No encaja en la realidad,
tal vez todavía esté soñando, pero no. Y como si alguien le avisara
mi presencia, alza su rostro y me sorprende mirándolo.
—¿Lista para comer?
—Sí —medio sonrío con mis labios sellados.
Voy hasta la isla y me siento en una de las sillas altas. Él sigue
enfocado en lo que hace. Pica algunos vegetales muy coloridos y
saca el pescado. No es la primera vez que lo veo cocinándome. Una
vez lo hizo y siento que fue uno de esos días que ya no parecen
reales, si no más parte de la imaginación.
—Una foto dura más —dice sin mirarme.
—Recuerda que está prohibido.
Detiene todo para mirarme.
—¿Ahora citas y sigues la ley?
—No. Solo no me gustan las fotos —le recuerdo —. Pero a veces
me gustaría tener alguna herramienta para recordar algunos
momentos. Suelo solo pensar en los que hay demasiada sangre.
No debería hablar de más. Debería callarme ya.
—Dime uno —pide.
—No.
—Tengamos una conversación normal. Nada de trabajo, nada
sobre nosotros, sobre nadie. Solo una conversación de algún tema
en general.
—Mis recuerdos no son temas generales.
—Hablar sobre ellos sí. Evita los que implican ciertos temas —
propone.
Arrugo el ceño y no menciono una sola palabra. No puedo decirle
el único recuerdo feliz que tengo.
Se cansa de esperar una respuesta y bufa, para después seguir
cocinando. Nadie vuelve a romper el silencio más que para él
preguntarme las cantidades y si le paso la sal. No lo miro, pero sé
que él sí lo está haciendo y lo detesto.
—Deja de mirarme —menciono aún con la vista al frente. Él está
a mi izquierda, al otro extremo de la isla.
Se levanta de su silla con su plato vacío. Viene hasta mí, pero
mira por un segundo, toma el plato y me rodea para ir hasta el
lavaplatos. Vuelvo a respirar. Tengo que alejarme de él. Me levanto
de la silla y voy hasta la chimenea. Espero que después de esto
suba las escaleras y me deje sola en mi espacio. Tal vez debería ser
directa y pedírselo, pero algo me dice que debo bajarle a mi nivel de
hija de puta.
Enciendo el fuego y me siento frente a él. Cierro mis ojos y respiro
hondo. Los abro de nuevo y me fijo en las llamas. No hay ruido. Se
quema en silencio y en silencio todo es peor. Los pasos de
Maximilian se han detenido detrás de mí. Respiro hondo y deshago
mi trenza. Meto mis dedos dentro del cabello y lo dejo suelto.
Un minuto después, el alemán se sienta a mi lado y me sorprende
lo rápido que he cambiado de opinión.
—Jakov siempre ha dicho que cuando el fuego arde en silencio es
un presagio de un cambio y no para bien, y que no hay que ignorar
jamás los presagios por muy fantasiosos que sean —hablo.
—¿Crees en ellos también?
—Antes de que existiera la ciencia... —lo miro —, los presagios
eran la ciencia. Muchas guerras se ganaron gracias a estos y los
imperios eran aún más grandes de lo que son ahora.
Él está enfocado en el fuego. La luz delinea su perfil y tiñe su piel
pálida de un tono más cálido. Está recto, con la mirada en alto. Ya
no usa el traje negro, lleva una camiseta blanca de algodón y unos
pantalones negros de tal vez el mismo material. Su cabello está
despeinado, como si no se hubiera peinado después de ducharse.
Se ve indefenso, pero nunca deja de emanar poder.
—No se necesita ningún presagio para estar seguro de que lo que
estamos buscando nos destruirá —sus ojos al fin me miran y no
aparto los míos —. Estaré contigo antes, durante y después de la
guerra, Atenea. Te lo dije una vez. Ya sea como tu aliado o enemigo,
así tenga que volver a encerrarte para que no sigas jodiéndolo todo,
pero no voy a dejar que alguien más que no seas tú o yo, acabe con
esto.
—Tengo el mismo plan —vuelvo mi rostro al frente.
—Entonces espero que no te moleste después de esto volar
conmigo a Argentina. Hay alguien a quien debes conocer.

Notita:
No sé qué escribir aquí hoy jaja. Espero les guste este capítulo
tanto como a mí y se preparen para ver a Atenax en acción, pero ajá
no este tipo de acción, señora.
Muak, no olviden votar.
CAPÍTULO 19
 
El Cairo, Egipto
6 meses atrás...
Atenea
Estoy despierta. Sé que lo estoy. Y es una lástima para quien sea
que esté haciendo guardia. Llevo mucho tiempo en esta posición y
no soporto más el amarre de mis tobillos. Egipcios de mierda. Esto
me pasa por estúpida. No debí seguir mi intuición, últimamente todo
me falla mucho, hasta la memoria, pero no tengo más para
empezar. Siento que hay cosas que se me escapan, situaciones que
viví de las que a veces no recuerdo mucho, o nada.
Estoy encerrada en una pirámide roja que queda a pocos
kilómetros de El Cairo y no deja de sentirse familiar la situación.
Debe ser porque hace poco también estuve encerrada.
Seguramente esta tercera vez, además de ser la vencida, es el
punto de donde todo empieza a parecerme normal. Una cuarta vez
ya no le importaría a cualquiera. Tal vez inconscientemente me he
puesto aquí. Tal vez no quiero llegar tan entera a Maximilian. Quiero
destruir todo lo que quedó dentro, para que cuando llegue el
momento de tener verlo, no haya nada que se levante para él.
Tendrá mi peor versión.
Respiro hondo. Estoy mareada. Llevo no sé cuanto tiempo de
cabeza. Quiero vomitar y asesinar a quien me colgó aquí. Exhalo e
inhalo. Impulso mi torso hacia arriba. Tomo la cuerda sobre mis pies
y respiro de nuevo. No puedo soltarme, solo tengo una oportunidad
más. Con mis dientes intento romper la tela. No es muy gruesa, casi
parece un velo. Hay varios a mi alrededor, tal vez los usen para
contrarrestar el polvo del techo. Debajo de mí solo hay tumbas
egipcias.
Rasgo la tela con la ayuda de mis dedos. Estoy atada a vigas
internas, que hay sobre mí, o debajo, como sea. Espero que los
brazos me resistan para escalar hasta ellas. No me olvido de
respirar. Huele a tierra húmeda y el calor es exagerado. Necesito
beber agua y un baño.
Llevo más de veinte horas suspendida. No siento mis piernas y,
aunque es poco tiempo, parece que hubiera estado mucho más.
Estoy cansada hasta la mierda. Buscar información es la peor parte
de cualquier guerra. Hacer de espía es lo más bajo y asqueroso que
he hecho. Sonreír, acatar órdenes, ser paciente y soportar, no es lo
mío. Esto me recuerda a lo que tuve que hacer para que me
aceptaran en la organización de asesinos de la Ndrangheta. Aunque
ser asesino a sueldo es mucho más honorable que estar sirviéndole
de mensajera a criminales egipcios que se creen reyes. Aunque, no
todo es malo, entre tantas culturas que conozco, la que menos me
ha torturado ha sido esta. Nada ha superado la tortura que recibí en
Rusia o en esa prisión.
No debo pensar en eso. No. La maldita prisión me hace recordar
a alguien que no quiero ver aún por su bien.
Logro subir y me sujeto con fuerza a la viga. Respiro profundo y
descanso. Necesito que la sangre baje a mis extremidades.
Después de unos minutos me siento mejor y busco descender con
cuidado por una de las verticales. Vuelvo a respirar. Sigo sin sentir
las piernas y tal vez necesite correr en un momento. Las muevo en
círculos. Me siento tan cansada. Lucho con mantener mis ojos
abiertos, pero duele. Duele no poder más cuando se debe darlo todo
y no se tiene nada. Y de eso estoy armada, de la nada. Colgando de
cualquier oportunidad que tenga de ganar algo. De obtener una
ventaja, una información que me lleve a algún lado, o a alguien.
Camino cuando siento que puedo hacerlo. Me muevo despacio,
sin tocar nada a mi paso. Me fijo en el suelo. No estoy preparada
para ninguna sorpresa, no estoy preparada para nada realmente. No
sé que haré al salir de aquí, pero es sencillo encontrar la puerta. El
cielo sin nubes se pinta sobre mi cabeza, una brisa arenosa roza mi
piel y me eriza. La temperatura es más baja aquí y puedo respirar
mejor. No hay nadie, ni nada a la vista.
Me dejo caer sobre mis rodillas y maldigo mi nombre tanto como
puedo. Estoy haciendo todo mal. Estoy donde no quería estar y es
en el no saber.
No tengo nada. Nadie me conoce. Solo aplico el "favor por favor"
para ir ascendiendo, pero cada que doy un paso, retrocedo dos.
Aquí todos traicionan, todos hacen trampa y claro que no me voy a
quedar atrás. Solo necesito... Ni sé que mierda necesito. Agua tal
vez.
—Eso fue más rápido de lo que esperé.
Levanto la cabeza. Un hombre con lentes está parado frente a mi.
Reviso que no tenga ningún arma a la vista. Limpio. Edad militar y
atuendo de turista desubicado. Pantalón y camisa. Intento
levantarme, no estaré de rodillas frente a nadie.
—¿Quién eres? —pregunto en un susurro.
—Me enviaron a recogerte —encoje los hombros.
—¿Quién?
Me tambaleo un poco, pero logro estabilizarme al estar de pie.
—Alguien que te conoce —responde.
—Nadie me conoce.
Me giro para caminar hacía no sé donde. Él es mi única opción
ahora, pero quiero moverme un poco y normalizarme antes de
aceptar cualquier trato. O también podría aplicarle la llave y salir
corriendo con su auto, solo que... no veo ningún auto. ¿En qué
vino?
—Estás puntual y siento decirte que no soy adivino, entonces te
conoce —dice siguiéndome. Se queda unos pasos atrás.
Muevo mis pies a rastras sobre la arena. El malestar que deja la
suspensión por horas es de los que más detesto. Mis músculos no
responden a mis órdenes, ni siquiera puedo hacer un gesto o alzar
la mano.
—¿Quién eres? —repito la pregunta. Siento que el cualquier
momento voy a vomitar.
—Pediste un contacto y me han enviado. Seré como tu demonio
de la guardia.
—¿Si sabes lo ridículo que acabas de sonar? —giro un poco la
cabeza para verlo. Es rubio y el sol le hace brillar más el cabello. No
me gustan los rubios, me recuerdan al idiota de Ghost y al estúpido
de Kant. ¿Vivirá aún? —. Dame la información y lárgate. No
necesito un imbécil detrás de mi maldito culo, puedo cuidármelo
sola.
—Las advertencias no eran mentira. —Se detiene y yo también.
—Nunca lo son. Acátalas.
Respiro hondo y vuelvo a caer de rodillas. Todo está doliendo el
doble y es extraño. He estado en peores situaciones. ¿Qué mierda
me está pasando? Estoy viendo borroso. ¿Me habrán inyectado
algo? Busco en mi piel alguna marca de aguja.
—Solo diré que no es lo mismo saber cómo es el camino, que
haberlo recorrido. Hay palabras que no puedo decir en voz alta,
porque no hay como explicarlas, no tienen un nombre, nadie se los
ha puesto porque temen hacer aún más real su existencia. Existen
cosas que es mejor dejarlas como un mito, o una leyenda —habla
con elocuencia y superioridad, casi se siente como alguien
importante, o tal vez es mi intuición fallando de nuevo.
Niego con la cabeza. Me causa gracia. Claramente no sabe quien
soy, ni lo que he hecho y tampoco se lo diré. No me encuentro en
posición de creer en alguien, o confiar y menos lo haré con este que
salió de la nada. Aunque no estoy pensando muy bien. Estoy
desorientada, cansada y deshidratada. Los egipcios nunca han sido
sanguinarios, pero aún así tienen una manera de secar. Me gusta
este país. Me gusta mucho, algún día voy a joderlo también.
—Te pregunté quién eres y luego de cientos de palabras sigues
sin responderme. No soy una persona paciente sabes.
—Solo soy alguien que va a guiarte y decirte cómo moverte —
vuelve a encogerse de hombros. No hay preocupación en lo que
puedo ver detrás de los lentes. Está tranquilo. No sabe quien soy, es
seguro.
—Sigues sonando ridículo —río y me siento cruzando las piernas.
El sol tiene hirviendo la arena, pero no puedo estar de pie, y
tampoco estaré de rodillas. Lo miro —. No me muevo si no es
porque yo lo quiero. No espero a nadie. No salvo a nadie. No juego
en equipo porque suelo ser de las que toma el teléfono y regala la
ubicación si eso significa ganar algo más grande —lo miro —. Soy
una interesada y tú no te ves interesante.
Se pone de cuclillas y se baja los lentes, dejándome ver el azul
oscuro de sus iris.
—Para mí, esto como una empresa turística. Un exasesino a
sueldo que ya nadie contrata por ser demasiado evidente y estar
fuera de control, es asignado a mostrar el camino, te da un par de
recomendaciones y te deja en el lugar que querías —junta sus
manos y tuerce su boca—. No soy un asesino, pero tampoco un
salvador, no necesito tu ayuda tampoco. No vengo a llevarte al lugar
que quieres, vengo a guiarte al lugar que te conviene. Seré como un
GPS. Tú harás el resto. No me notarás. Además... —Inspecciona
todo mi cuerpo, acomoda sus lentes y se alza —. Estás en
desventaja.
—Acepto —susurro.
—¿Sí?
Asiento con la cabeza y estiro mi mano derecha para que me
ayude a parar.
—Pero primero necesito algo —susurro.
—¿Qué? No te escuché.
Toma mi mano y con cuidado, me levanta. Son ásperas y tiene las
comunes callosidades de alguien que maneja armas. Su fuerza
revela que tal vez está entrenado. Sería una locura lanzarme a
inmovilizarlo, pero para eso existe algo más.
—Necesito... —vuelvo a susurrar. Toso y hago flaquear mis
piernas. Él se acerca para ayudarme y llevo mi mano hasta su
cuello. Ubico mis dedos donde está el nervio y ejerzo presión —.
Necesito agua y que te vayas al carajo.
El rubio cae sobre la arena haciendo que se levante una nube de
polvo. Muevo las manos para apartarla y me lanzo a revisar sus
bolsillos. No encuentro nada en ellos, ni siquiera un arma. Procedo a
buscar algún tatuaje en su piel. Debe haber algo que me diga quien
es, o algo que pueda usar para descubrirlo más adelante, pero
nada.
Me levanto y rodeo con esfuerzo la pirámide. Me consume hacerlo
y para cuando vuelvo al rubio, todavía sigue inconsciente. Me dejo
caer sobre mi trasero a su lado y trato de respirar hondo. Y en
medio de tanto, ignoro por un segundo lo que estoy viviendo y
pienso: ¿Qué es lo qué haría la mujer que todos siempre han
querido que sea? Tal vez ella sí tendría la respuesta correcta. Tal
vez esa respuesta sería el camino que me lleve hacía un bien, pero
lástima. Jamás voy a transitar nada que afecte mi reputación. No
puedo olvidarme de todo lo que costó construirme. Así que, siempre,
sin razón, elegiré ser un desastre. Uno muy inteligente.
Así es como sobrevivo, así es como soporto el pasado y los
recuerdos. Nunca estuve más de acuerdo con Jakov cuando dijo
que no hay peor karma que tener buena memoria. No olvido ningún
error, en especial los de los demás. Si hay algo que odie de
fracasar, es fracasar por culpa de otro. Por eso no trabajo en equipo.
Miro de nuevo al hombre. No sé cuanto tiempo ha pasado, pero se
siente como demasiado.
—¿Qué...? —Se lleva las manos a su cabeza. Frunce su ceño y
me mira —. ¿Qué hiciste?
—Nadie me conoce —repito.
Con lo que acaba de pasar puedo descartar varias personas. Sí
encontré una pista, y es que la persona que envió a este idiota que
ahora me mira como si fuera el diablo, es que no sabe que sé hacer
la llave del sueño, o tal vez es un idiota también. Descarto a
Maximilian, Magnus y al resto de los Physicorums.
—¿Cuál es tu nombre? —le pregunto.
—¿Qué me hiciste? —Vuelve a hablar.
—Todos siempre tienen la misma duda cuando despiertan. Dime
tú nombre y te explicaré que acaba de pasar.
Se sienta sobre la arena y masajea su cuello. Le duele. La técnica
es bastante invasiva. Un poco más de fuerza y hola derrame
cerebral, pero no, en él solo necesitaba una pequeña siesta.
—Nikolaus.
No me suena. Tampoco su cara. Afirmó que no es un asesino a
sueldo, y tampoco luce como uno.
—¿Eres militar? —pregunto.
Levanta su rostro para mirarme.
—No voy a responder más preguntas. —Se levanta y sacude sus
pantalones—. ¿Qué me hiciste?
—Con mis dedos, comprimí los músculos que rodean a tus
carótidas, causando un bloqueo en el paso de sangre hacia tu
cerebro y eso hizo que te desmayaras.
—Pero...
—Es lo mismo que si te ahorcara, solo que con esta técnica
requiero menos fuerza y menos tiempo para dormirte o matarte,
depende del tiempo que me quede presionando —sonrío sin ganas.
—¿No temes que ahora que lo sé, lo use en tu contra?
Me pongo de pie con cuidado. Me siento menos peor. Ladeo mi
cabeza para mirarlo.
—Solo diré que no es lo mismo saber cómo es el camino, que
haberlo recorrido —imito el tono que usó hace rato conmigo.
—Veo que sí me escuchaste.
—¿Por qué no lo haría? —Junto mis cejas.
Sus lentes en la arena llaman mi atención cuando la desvío. El
viento ha empezado a cubrirlas con arena, solo tendría que llegar a
ellas para recuperarlas antes de que se pierdan por completo, pero
eso no será hasta dentro de unas horas, tengo tiempo... Así como lo
tengo ahora de sobra. Tal vez deba dejarme cubrir por la arena
durante un momento para luego yo misma tenderme la mano
cuando me encuentre más fuerte para continuar. Lo importante aquí
sería no olvidarme de mí, no perderme. No puedo perderme. Me
desplazo para tomar los lentes.
—La persona que me envió aquí me dijo que no escuchas otra
voz que no sea la tuya —dice cuando vuelvo a él.
—Escucho todo, pero las decisiones que tomo se construyen
desde mi nada. —Ajusto sus lentes sobre mi tabique—. Así que,
vámonos, estoy lista.
—Pero antes... —Dice y se inclina hacia adelante para quitar su
zapato y tomar un papel entre sus dedos—. Toma. La persona que
me envió me dijo que robó esto y que es tuyo y debes leerlo, creerlo
todo, excepto la firma.
Tomo el papel y lo abro. Es una letra en cursiva. La persona que
lo escribió, al parecer lo hizo cuando temblaba.
3 de noviembre de 1996
Amada Atenea,
Hoy después de tanta búsqueda al fin te he encontrado.
Alguien que no nos quiere quiso hacernos mucho daño. Ya lo
ha hecho y no quiero que llegue a ti. Te quiero fuera de peligro,
siendo feliz y teniendo una vida lejos de la criminalidad y
corrupción en la que tu tía y yo vivimos.
Esta vida consume y oscurece el brillo de cualquier alma. No
soy una buena persona, he tenido que robar vidas y sacrificar
otras tantas. No escogí esto, esto me escogió a mí y créeme
que sí pudiera huir lejos y llevarte conmigo al lugar más seguro
y feliz del mundo, lo haría y no tendría que pensarlo dos veces.
Tú eres mi vida, eres nuestra vida. Pero desgraciadamente, esta
es la realidad y los villanos son los que tienen el control, y no
puedo ser un buen ejemplo para ti, debido a que el villano de
esta historia... soy yo.
Tuve que transformarme en algo que odio y siempre he
ocultado para cuidar a los que amo y sobrevivir, para no
dejarme pisotear por nadie y no pretendo usar esto de excusa
para enviarte lejos, pero si algo de buena madre aún me queda,
deberé hacerlo, por ti, por tu vida.
Jakov es una buena persona, mucho mejor que cualquiera de
mi familia. A pesar de ser un desconocido para mí, él es de eso
que hay muy poco, es transparente, leal y protector. Confío en
que en mejores manos no puedo dejarte.
Él te brindará todas las herramientas para volverte alguien
invencible. Necesitas todo el poder del mundo para lo que
vendrá en unos años, ya que siempre he confiado en el gran
dicho: "Entre el cielo y la tierra no hay nada oculto" y temo que
algún día todo arda en caos y tú no estés lista. Pronto sabrás la
verdad y espero no estar en el infierno cuando eso pase,
porque realmente sueño con ver la gran mujer en la que se ha
convertido Atenea Zubac.
Te amé ayer, te amo hoy y te amaré mañana.
Con amor y valentía, tu madre
Kyra Kratos
Posdata: En esta misma caja anexo mi diario, que guardé
durante años, para que algún día llegara a tus manos y leyeras
la historia de quienes fueron y por lo que tuvieron que pasar las
gemelas Kratos.
Termino de leer.
—¿Dónde está la caja? —pregunto.
Me quita los lentes.
—Vengo a guiarte a ella.

Actualidad
El fuego se ha consumido por completo y no he dejado de mirarlo
ni un solo momento. Estuve aferrándome a él para no clavar mi
mirada en quien hace horas se quedó dormido en el sofá. Su
respiración pesada y lenta me lo confirma. Ladeo un poco mi cabeza
y logro ver sus piernas. Sí, está dormido. Aprovecharé para huir
hacia arriba. Después de que me dijo lo de Argentina, me negué de
inmediato, pero no hablé, ni lo demostré, para segundos después
decirle que sí.
Estoy dejándome cubrir de arena.
Me levanto y sin mirarlo, me lanzo hacia las escaleras, pero algo
sobre el piso llama mi atención. Es un libro, tal vez uno de los que
tenía Maximilian en sus manos hace algunas horas. Voy en silencio
hasta él y lo tomo. Es uno de romance en ruso que jamás en mi vida
había visto. Tengo un par del mismo género arriba... pero estos son
diferentes. Los que me he leído son oscuros y estos son de color
pastel. Y al abrirlos me doy cuenta de que cada uno está en un
idioma diferente. Y tienen una dedicatoria escrita a mano.
Prinkipíssa... y números romanos.
Así me dice Jakov, pero no es la letra de Jakov.
Cuento siete libros de los cuales no sabía de su existencia y los
muevo al piso. Los abro en la primera página. La frase es la misma,
pero los números son diferentes. No encuentro el orden. Seis.
Cuatro. Quince. Cincuenta. Uno. Ochenta. Cero. Italiano. Ruso.
Francés. Alemán. Griego. Japonés. Y... No sé. No parece un idioma.
Tomo el primero y repaso las hojas y lo que llevan escrito en ellas.
Es una historia de romance, hay diálogos, el texto acorde hasta
que... detecto otro idioma. Es imposible no hacerlo, es una lengua
muerta, son jeroglíficos que hacen parte de su alfabeto. Aprendí
tres, y esta es una de ellas. Paso al siguiente libro y me topo con lo
mismo. Todas están en el mismo número de página. La setenta y
siete.
Todos tienen portadas extrañas, con un solo elemento, como si
fuera un símbolo. El libro con el cero tiene una simple, un corazón
roto de hielo en medio. Hojeo las páginas hasta llegar a la setenta y
seis, y me detengo. No hay setenta y siete, la han arrancado. Paso
mis dedos sobre el papel. La cortaron. Y muy bien. Memorizo los
detalles importantes y guardo todo en su lugar. Respiro hondo y
trato de buscar en mi memoria algo que pueda conectar con los
números. Es ridículo, lo único que llega a mi cabeza, es ridículo.
—Neit —susurra.
Llevo mis ojos hasta Maximilian. Sigue dormido. Ha hablado
dormido y ahora se ha girado para acomodarse en otra posición.
Camino despacio hasta la mesa del centro frente a él y me siento.
Sus cejas están casi juntas por la expresión de confusión que tiene
en su rostro. Está sudando. Luce como si estuviera teniendo una
pesadilla, pero después de un segundo vuelve a la calma.
Hay un espacio a su lado derecho. Ojalá pudiera ocupar el lugar y
dormir a su lado.
¿Qué?
¿Qué mierda estoy pensando?
Sacudo mi cabeza y le doy un puñetazo en el hombro.
—Despierta —digo. Pero no se mueve. Vuelvo a golpearlo—.
Max.
Abre sus ojos y se lleva las manos a la cara.
—¿Qué mierda quieres? —pregunta con voz ronca.
—¿Quieres hablar? —digo en tono dulce.
Me mira incrédulo y se sienta mientras estrega sus ojos, y luego la
pasa sobre su cabeza repetidas veces. Lo tiene al ras, desde que lo
conocí nunca se había tan militar como ahora. Sus rizos siempre le
han dado un aplaque a la violencia que refleja su rostro. Luce como
esa persona que podría hacerte pagar por todo, pero que en el
fondo solo quiere reivindicarte. Es lucifer cuando todavía era un
ángel y mi misión es hacerlo caer. A veces me gusta imagino un
mundo donde el pueda dejar la moral a un lado y... venir conmigo, y
por eso quiero hablar.
Si en algún momento no puedo con mi enemigo, debo empezar a
manipularlo desde ahora para que él sea quien se una a mí.
—¿Quieres hablar? —me devuelve la pregunta. Sigue incrédulo y
lo entiendo. Es algo que jamás diría, pero ¿qué es solo un poco de
arena más?
—Sí.
—¿De qué?
—De varias cosas.
—Empieza por una —dice y echa su espalda hacia atrás, pongo
la mía aún más recta. Y lo miro a los ojos, aunque arda por
desviarlos.
—La lista... —carraspeo —. La lista en la que viste el nombre de
Jakov, ¿de dónde la sacaste?
Alza una ceja. Necesito más información y soltar es necesario
para ganar. Se inclina hacia adelante, apoyando los codos sobre sus
rodillas. Nuestros rostros han quedado alineados y cercanos, y su
mirada sigue tratando de traspasar alguna barrera. Por fuera no se
me nota, pero por dentro el azul y marrón me queman las capas
como ácido.
—Es valiente dar una respuesta, pero aún más valiente es decir
no sé —sonríe.
Quiero golpearlo, pero en lugar de eso respondo:
—La gente valiente es estúpida, la gente inteligente sabe cuando
ser cobarde y también cuando callarse y aprovechar que quiero
hablar.
Cierra sus ojos y respira hondo. Tal vez está buscando obtener
paciencia del oxígeno, pero malas noticias, no funciona, o bueno, a
mí respirar nunca me funciona. Cuando la ira me supera, no hay
razón que me detenga.
—Voy a responderte esto porque me conviene que lo sepas —
habla al fin.
—Rápido —digo.
Se ve tranquilo, yo intento lucir igual, porque su cercanía adentro
está causando un desastre.
—Investigué a Zubac —dice —. Hackeé su antiguo servidor. Tenía
varios archivos ocultos y la lista estaba en uno que ya se había
borrado. Pude recuperarlo porque fue marcado como urgente, y hay
una nube, confidencial, de respaldo donde se guardan estos
archivos.
—Eso es ilegal... e imposible —me río—. Ningún gobierno
aceptaría eso. Los jodería más de lo que los ayudaría, y para ellos,
lo único que sirve es lo que solo suma.
—Solo lo sé yo.
—¿Qué pasó con quién lo creó?
—Yo lo creé.
—¿Y por qué estás diciéndomelo?
Podría encontrarlo. Sabe que lo haré.
—Conoces personas distintas. Mira esto como un puzzle, yo
tengo algunas fichas y tú tienes otras.
—No estoy buscando armar tu mismo rompecabezas.
—Ese es tu problema. Crees que hay más de uno y no. Es global.
No importa quien gane o pierda, pero esto solo puede solucionarse
de una manera.
—¿Y qué es esto?
—Una guerra y ya sabes cuál es mi trabajo. Sé que todos están
planeando algo, Estados Unidos lo hace, Alemania también, China,
Rusia... Solo que esta vez no es en conjunto ni acordada, no es por
negocio o dinero, es porque todos están buscando defenderse de
alguien que los ha puesto en contra sin saber.
Me levanto haciendo que él tenga que echarse hacia atrás para
mirarme. También se pone de pie y lo maldigo tanto.
—No me gusta ser espía —digo.
—Ingenia otro modo.
—No te gustan mis modos.
Entre la mesa y el sofá solo hay treinta centímetros de espacio y
son exactos. Porque yo los medí como todo lo que organicé aquí
dentro porque desde hace unos meses que vine, todo me molestó y
tuve que hacer algo para sentirme mejor. Tenía que hacer de este el
lugar seguro que siento que sí es ahora. He empezado a prestarle
más atención a lo que antes no me parecía importante, para ignorar
todo lo que sí debería serlo. Como que tengo un jodido problema
conmigo misma.
—Y por eso estamos aquí. Estoy haciendo lo que se tiene qué
hacer, no me importa si gano o pierdo. Evitar una guerra, para mí,
siempre será ganar.
—Voy a traducir lo que acabas de decir como un estoy dispuesto
a todo... —Ladeo mi cabeza, pero ni así evito el tener que respirar
su mismo aire —. Pero yo no estoy dispuesta a nada. No me
importa nada hacer lo correcto. —Respiro profundo y me aparto de
él —. No entiendo porque siquiera te atreves a mencionarlo. A
pedírmelo. No voy a trabajar para alguien que juzga y castiga sin
entregar algunos segundos de juicio.
—Esto no se trata de ti, ni siquiera de mí. Estas son vidas
inocentes. Millones y millones de ellas. ¿No te remueve ni un poco
el puto corazón?
—Ese es el maldito problema. Ya no tengo.
—Lo sé.
Su suspiro me eriza la piel y trago duro. Cada vez que pronuncia
"lo sé" siento que más arena me cubre.
—Voy a pensarlo. Si no interfiere con lo que busco, tal vez lo
haga.
Asiente en silencio. Me aparto de él.
—¿Cómo sabes que sé quien es Jade Johnson? —pregunta.
Muerdo mi labio inferior y me debato internamente. Voy hasta la
chimenea. Remuevo la leña con la pinza y hago que el fuego
regrese. Escucho sus pasos descalzos y evito girarme.
—Investigaste a Jakov —dice en voz baja, como si evitara que
alguien más lo escuchase. Sabe que es un secreto, sabe que no
puede decirlo, y no lo hará. Con esto me lo confirma.
—Lo hice por descartar —Casi se me quiebra la voz, pero logro
evitarlo.
—¿Qué descubriste?
—Que no puedo confiar en absolutamente nadie. —Lo miro —.
Además de la lista... ¿Encontraste algo más?
—¿Ahí? Nada más. —Cruza los brazos sobre su pecho —. Pero
en otro lado encontré la historia de tu familia, o una parte de ella.
Bufo y medio sonrío.
—Qué fácil, ¿no? Siempre estuvo ahí, pero Jakov siempre barrió
con todo.
—¿Estás enojada con él?
Niego con la cabeza.
—Jakov es débil ante quienes quiere. Es débil ante ella. No puedo
culparlo por poder amar a alguien.
Ojalá yo pudiera, y ojalá alguien pudiera amarme a mí, así,
destruida, y sin ganas de repararme.
—¿Ella? —pregunta.
—Kyra Kratos.
—¿Tía o madre?
—Según una carta, mi madre. Según una demente, mi tía.
—¿Según el ADN? —pregunta.
—Mi tía.
—Nunca voy a entender esa parte —dice.
—¿Cuál?
—Xhantus Kratos le heredaría el poder a Kyra, y Alessio Armani,
de la Cosa Nostra, tendría que evitarlo, pero se enamoró de Tyra.
—No. Tyra Kratos quería poder y él se obsesionó con ella. Vio
una oportunidad y la aprovechó.
—Y pasó lo peor: llegaste al mundo. Y Ares también.
—¿Qué sabes de Ares? —pregunto. Entre cierro mis ojos y doy
unos pasos hacia él.
—Asesino en serie. Caucásico de metro noventa. Edad militar.
Delgado. Pálido. Podría jurar que unos ojos idénticos a esos —me
señala —. Cabello castaño y traumas psicológicos irreparables. Se
me hace familiar —dice mirándome fijo.
Ares y Rosie. Rosie y Ares. Una casualidad de mierda que ocurrió
a pesar de no ser una en un millón. Era imposible y aún así ocurrió.
El mundo se encargó de juntar la enfermedad y una cura falsa. Hizo
que tuviéramos algo en común y ese es Milan.
Pero él no lo sabe.
Y es lo único que no sé sí revelar me haré perder, o ganar, así
que prefiero callármelo hasta estar segura de cual sería el mejor
momento para usarlo.
—¿Dónde está ella? —pregunto por Jade.
—¿Vamos a necesitarla?
—Sí.
—Una cita con ella requiere un montón de trámites.
—Usaremos mis modos.
—Bien —dice—. Kyra y Jakov son sus padres, ¿correcto?
—Sí. Según Tyra, sí.
—¿Y según Kyra?
—No sé, nunca he hablado con ella.
—Deberías. Necesitamos información y eso requiere saber todas
las perspectivas del pasado.
Vuelve a caminar hasta el sofá y se deja caer. Hago lo mismo,
pero me muevo hasta la otra esquina. Miro fugazmente la biblioteca,
necesito llevarme esos libros, pero no puedo dejar que él se de
cuenta.
—Tal vez lo haga —digo al fin.
La madera quemándose cruje entre las llamas. Esta vez sí está
sonando. Siento la mirada de Maximilian sobre mí y giro para
confirmarlo. Esta es diferente, esta jamás nunca la había apreciado,
me mira como si nada, como si todo estuviera arreglado, como si lo
que le dije hubiese sido algo seguro. Solo divagamos, hablamos de
todo, pero a la vez de nada. Y él lo sabe, sabe que hay tanto
pendiente. Sabe que estamos a palabras de la solución, pero
nuestro idioma siempre han sido las balas. Esto es una guerra y de
otra manera no sabemos vivir.

Notita:
Mis muchachos saben la historia por partes, vamos a ir juntando
las piezas en el camino.
Capítulo con mucha info. Fiu.
Besotes. No olviden dejar su estrellita.
Muak.

CAPITULO 20
 
POR FAVOR LEER LAS FECHAS, NO SE LAS SALTEN.
27 de julio 1996

Atenas, Grecia
Alessio
Es medianoche. La oscuridad oculta la casa, pero al acercarme
noto que hay algo diferente. Hay alguien más aquí. Miro a mis
hombres abordo. Saben lo que tienen que hacer. Tomo el arma y la
recargo. Pongo mi corazón en cada bala y rezo porque ninguna del
enemigo toque a Tyra. Cualquiera menos a ella.
Los autos no se han detenido para cuando mis dedos ya han
abierto la puerta y oprimido el gatillo. Son hombres vestidos como
nosotros. De negro, el color de la muerte que siempre causamos.
No importa quien gane o pierda, lo único seguro es que dejarán de
latir corazones.
Y no será ninguno de los míos.
Un oleaje de impactos de bala se desata. Me enfoco en sus
frentes y clavo disparos limpios. Dejo a mis hombres encargados de
lo poco que queda y subo las escaleras. Algo malo pasó, algo muy
malo tuvo que pasar, lo siento muy dentro.
Encuentro la puerta de la habitación abierta y a Tyra llorando en el
piso. He llegado tarde.
—¿Qué pasó? —pregunto, lanzándome a levantarla entre mis
brazos.
—Enzo se lo llevo... Se llevó a mi Ares, Alessio, ¡se lo llevó! —
llora inconsolable contra mi pecho —. ¡Todo es tu culpa! ¡Ve por él,
maldita sea!
Su dolor y sus palabras me apuñalan, pero no me hieren porque
sé que tiene razón. La sangre en su bata me alerta, tanteo su
cuerpo con desespero en busca de alguna herida. Toco su vientre y
siento algo moverse. Ignoro sus golpes y sus gritos.
—Acuéstate —le ordeno, e intento llevarla a la cama.
—¡Ve por nuestro hijo, coglione! —grita desesperadamente.
—¡Acuéstate, maldita sea! ¡Tengo que revisarte!
Llevo mis manos hasta su vientre. Se queda en silencio por un
segundo y me mira con ojos muy abiertos.
—Es imposible... —susurra.
Obedece y se deja caer con cuidado sobre la cama. Abre sus
piernas y me ubico en medio de ellas.
—Tal vez el médico se equivocó y vio solo a uno —digo —.
Cuando estés lista, puja.
Asiente con su cabeza y respira hondo. Recuerdo que debo
lavarme las manos y vuelvo tan rápido como puedo. El sudor en su
frente, su piel pálida y toda la sangre que ha perdido, empiezan a
preocuparme. Juntos iniciamos el proceso de su segundo parto.
Algo que no esperábamos, algo que jamás habríamos adivinado.
Dos... Son dos. Y uno no está aquí.
—Vamos, Tyra —la aliento. Sus gritos llenan la habitación y
escucho los pasos de mis hombres entrar—. Estoy viendo la
cabeza, un poco más...
—No puedo hacerlo, necesito a mi otro bebé... —solloza.
—He enviado a miles de asesinos por él... Ahora este bebé nos
necesita. Puja, dolcezza, puja, mi amor —repito.
Por primera vez en mi vida tengo miedo, por primera vez en mi
vida no sé que hacer, por primera vez en mi vida le fallé al amor de
ella, pero por primera vez en mi vida voy a destruir el mundo y
construir uno nuevo para ellos.
Recibo a la pequeña criatura en mis manos temblorosas. Levanto
mi mirada hacia Tyra y no reprimo ninguna de mis lágrimas.
—Una niña —decimos al unísono.
🐍
—Aún no tenemos noticias sobre Enzo —informa uno de mis
hombres —. Creemos que salió del país tan pronto como se llevó al
bebé.
—Entre el cielo y la tierra no hay nada oculto. Búsquenlo sin parar
y tráiganmelo vivo. Voy a encargarme de él —indico y muevo la
mano para dar a entender que quiero estar solo.
Apoyo mis codos sobre mis rodillas y me tomo la cabeza entre las
manos. Han pasado siete días desde que Ares fue raptado y no he
dormido desde entonces. Tyra tampoco lo ha hecho. Solo llora, se
recrimina, me insulta y no sale de su habitación. Al menos alimenta
a Atenea. La hace dormir, la baña y se encarga del resto de sus
cuidados, pero las lágrimas no le faltan mientras lo hace. Me
destroza el alma verla así, pero aún más me destroza no tener a mi
otro hijo cerca con su hermana y su madre.
Salgo de mi oficina para ir a revisarla. No quiero separarme de su
lado. Su depresión me asusta y si cuando está feliz es un desastre,
no me quiero imaginar como sería si la tristeza se adueña
totalmente de ella. La encuentro dormida con la bebé a su lado.
Recuesto mi cuerpo sobre el marco y dejo escapar todo el aire. Las
ganas de llorar me abruman, pero aparto sin delicadeza el líquido de
mis ojos.
Soy el Don de la Cosa Nostra y tengo que actuar como tal. Tengo
que proteger a Ares y Atenea Armani por sobre cualquier cosa. Mi
legado es mi vida. Tyra y ellos lo son.
Vuelvo a la oficina y marco el único número que me sé de
memoria.
—Zubac —digo cuando descuelga.
—Armani.
—Algo ha pasado y necesito tu ayuda —intento que la voz me
salga firme, pero fracaso. Jakov es la única persona en la que
puedo confiar en estos momentos, es mi sangre, es mi primo, y
espero que no me falle.
—¿Qué pasó, Alessio?
—Ares... Enzo lo secuestró y no logro dar con su ubicación. Todo
el clan se ha puesto en mi contra después de que se reveló mi
relación con una de las Kratos. Necesito poner a Tyra en un lugar
seguro para ir tras él, ella... Ella no está bien ahora mismo.
Nuestras familias siempre estuvieron enemistadas, me enviaron a
acabarlas, a ambas, pero Tyra se adelantó, y acabó conmigo. Causó
una obsesión de la que nunca podré curarme, ni siquiera
inyectándome alguna de las mierdas que me obligaron a crear.
—¿Sigues aquí?
—Sí —respondo —. No quiero irme de Grecia, no sin Ares. Está
aquí adentro, Enzo no puede haber ido tan lejos.
—También lo estoy, pero no puedo revelarte la ubicación por
teléfono.
Mi cerebro procesa y busca algún lugar que él pueda captar sin
tener que decirle con exactitud cuál es.
—Tal vez esto te incomode, pero no se me ocurre más.
—Escucho.
—La primera cita que tuve con Kyra, pregúntale. Ella sabrá.
Sé que ellos ahora están juntos. Kyra era la destinada a adquirir el
poder, me acerqué a ella, la enamoré... pero Tyra despertó, y me
despertó también y reclamó lo que por derecho natural le
pertenecía. Ser la cabeza de la Ndrangheta sin importar qué. Con
Kyra iba por conveniencia, pero con Tyra, no tuve que ir, ella me
amarró.
—Lo haré. ¿A qué hora?
—A la hora que solíamos salir a jugar tú y yo en la viña, ¿lo
recuerdas?
—Lo recuerdo.
Jakov siempre fue tratado y humillado por mi familia como un
empleado más. Era el hijo de un militar, de un romance prohibido
entre una de mis tantas tías y alguien de la ley. Siempre lo defendí y
él siempre me cuidó como su hermano menor. Fue quien muchas
veces evitó que la hermana de mi padre hiciera lo que hizo y le debo
la vida.
—Hasta el próximo sol —digo y cuelgo.
Vuelvo a la habitación donde ellas descansan y me siento en uno
de los sillones frente a la cama. Mis ojos no las abandonan. No
quiero ni parpadear. El solo imaginar que en cualquier momento
podrían volver a atacarnos hace que quiera arrancarme las
entrañas. Voy a acabar con todos, pero necesito que ellas estén
lejos primero. Jamás lo había sentido y hoy por primera vez en mi
vida sé lo que es el miedo. Tengo miedo.
El sol sale y con ello empiezan los llantos de la pequeña. Tyra se
despierta de inmediato, la levanta y la pega a su pecho. No me ha
visto, sus ojos solo están fijos en ella. La acaricia con una
delicadeza que me embelesa, jamás había visto este lado de ella
tan tierno y esta vez si dejo ser libre algunas lágrimas cuando las de
ella caen por sus mejillas. Sé lo que está pensando, sé en quien
está pesando. Ares no está recibiendo el mismo amor y cuidado que
Atenea, y sé que eso la mata lentamente porque en mí también
pasa lo mismo.
Guardo en mi memoria esta escena para siempre. Seco mi rostro
y trago duro.
—Tenemos que irnos.
🐍
Después de dejarlas con Jakov, empiezo a moverme rápido, a
idear todo lo que tengo que idear, todo lo que tengo que salvar y lo
que tengo que sacrificar y todo me da un mismo resultado.
Mi existencia.
De cualquier manera, tengo que morir. Todo lo que sé no me
dejará vivir, pero no puedo dejar que la información muera conmigo.
No puedo dejar que alguien más sea capaz de llegar a ella, no
puedo dejar que el poder que tengo ahora, los laboratorios, las
armas biológicas que creé y algunas otras que robé, las descubra
alguien que no tenga la capacidad para manejarlas.
Necesito a alguien inteligente e implacable para manejarlo.
Levanto mi mirada hacia los tableros. Las formulas químicas
impresas en el marearían a cualquiera, hasta a Tyra y Kyra. Levanto
el teléfono y llamo a Jakov de nuevo.
—Si algo me pasa...
—No te pasará nada —me interrumpe.
—Cállate y escúchame. Si algo me pasa, necesito que la cuides,
a ella, a Atenea. Sobre cualquiera, sobre Tyra, sobre Kyra,
cualquiera, no importa. Necesito que reciba la educación que recibí,
necesito que tenga tu entrenamiento, necesito que... Que lo sea
todo. ¿Estás entendiéndome?
—No. Jamás nadie sería capaz de hacerlo —bufa.
—Pues necesito que ella sí. Que Atenea sí lo haga. En el futuro.
—¿Con qué lo haré?
—Tengo un plan y ella tendrá que seguirlo, tú tendrás que
asegurarte de que lo siga. Todo, sin saltarse ningún paso, nada —
respiro hondo —. Voy a enviarte una lista, procura cumplirla y
cuando hayas terminado, envíala a la última coordenada que
encontrará.
—¿Qué haré con Kyra y mi hija Jade?
—Sabrás que hacer cuando recibas la lista. También vamos a
necesitar de ella, de Jade. Estará en la lista.
Escucho como respira hondo y luego suelta el aire. Sé que lo que
le estoy pidiendo es una locura, pero no lo obligaría a alejarse de su
familia si esto no fuera importante, y él lo sabe. Lo sabe muy bien.
Sabe quien soy y de lo que he sido capaz de crear en estos años.
Soy un maldito crío con la mente de alguien de sesenta. Mi infancia
la viví dentro de laboratorios, libros y formulas químicas.
—¿Cuándo podré decirle la verdad?
—Cuando ella logre encontrar la Zona Cero.

DOBLE ACTUALIZACIÓN
1/2
En una horas la próxima
NOTITA:
Buenas, este capítulo es la conexión que tendrá Implacable con
Geminus, que es la historia detallada de los padres de Atenea. No
es necesario leerla, ya que brevemente explicaré lo que hay que
saber para seguir el hilo aquí, pero si quieren más detalles (algunos
muy calientes, muy calientes) la historia está en Booknet, a menos
de dos dólares. La plataforma ofrece distintos medio de pagos y
recarga, pero si no tranquis, aquí seguimos con Atenea y Maximilian
intentando descubrir el pasado para arreglar el presente. Jejeje.
SE VIENE LA ACCIÓN.
muak.
CAPITULO 21
 
Atenea
Cruzar fronteras siempre ha sido agotador. No es complicado,
tampoco sencillo, pero sí agotador, sumándole que no dormí nada
por quedarme jugando ajedrez con Maximilian. Encontró la vieja
caja de juegos de mesa de Jakov y sacó el tablero cuadriculado. Lo
puso frente a mí y alzó una ceja.
—¿Juegas? —preguntó.
—Aburrido—rodé los ojos y seguí leyendo uno de mis libros de
física.
—Aburrido eso —señaló —. Vamos, seré suave.
—No voy a jugar.
—¿Qué pasó con tu competitividad? —preguntó organizando el
tablero y las fichas sobre la mesa del centro.
—Estoy descansando.
Pensé que si lo ignoraba dejaría de molestar, pero no fue así.
—Descansa jugando conmigo.
—No quiero jugar contigo. —Me levanté del sillón decidida a subir
a la segunda planta.
—¿Y si apostamos?
Me detuve y giré para verlo.
—Me gustan las apuestas —dije y me senté frente a él.
—Tenemos pendiente una carrera —recordó.
—Ya la cursé en Mónaco.
—Pero yo no.
—Que siga pendiente, entonces.
—Lo seguirá.
Acomodó las fichas y me dejó salir primero. Más que un juego de
piezas y movimientos empezó a ser uno de miradas. Un juego que
iba a ganar y así fue. Demasiado fácil, muy fácil y sospechoso.
—No te esforzaste. Ignoraste movimientos obvios.
—¿Tan poca confianza te tienes? —se burló y se puso de pie.
—Juguemos otra vez —propuse y volvió a dejarse caer sobre el
piso.
Esta vez ganó. Volvimos a jugar, y cuando iba a ganar de nuevo,
se rió de mí hasta más no poder y tiré al piso el tablero junto con las
fichas. Todo causó un estruendo que hizo que su risa cesara y sus
ojos me asesinaran.
—No se te da bien perder, Zubac.
—No perdí. El juego no termino. ¿Ves cómo la destrucción
ayuda?
—Perdiste.
—No. Es un empate.
—Tramposa.
—En la guerra y en el amor todo se vale —alcé mis cejas.
—¿Y eso que fue?
—Guerra.
—¿Y cuando haremos el amor? —sonrió y sabía que estaba
bromeando.
—Nunca. No se puede hacer algo que no existe —respondí. Él se
levantó y apoyó las palmas de sus manos sobre la mesa. Su rostro
quedó tan cercano al mío que pude aspirar de nuevo su aroma a
jabón neutro. Mirarlo fijamente era todo un reto que estaba
dispuesta a aceptar.
—Lo que no existe se puede inventar.
El aliento de sus palabras acarició mis labios y justo cuando
decidí respirar, él se alejó y subió las escaleras. Golpeé levemente
mi frente contra la mesa y exhalé. Solo estoy nerviosa, solo es eso,
no siento nada más. Me levanté y recogí todo el desastre que
causé, y aprovechando que estaba sola, fui hasta los libros y los
subí hasta mi habitación. Los llevaría para el camino, y cuando me
deshiciera de él, los examinaría a fondo.
Ahora no hago más que pensar en lo que contienen, en los
números, en los códigos, en todo. Mi mente no ha dejado de trabajar
desde que salimos de Bélgica, y mucho menos lo hará ahora que
entramos a Francia, con más exactitud, en Valenciennes, una
ciudad ubicada al norte del país. El solo pensar en que iba a volver
a verlo, me escocía el estómago.
Dejamos nuestro equipaje en un pequeño motel a las afueras y
hemos salido de nuevo a las calles. Le he preguntado a Maximilian
el nombre de la persona que busca. Respiró profundo antes de
mirarme y dijo:
—Xhantus Kratos.
No me dijo la razón. Por más que pregunté, insistí con amabilidad
y amenacé con un arma. No habló. Y ya no me quedaba de otra, no
podía volver atrás, y ahora me encuentro arrepintiéndome de no
preguntarle antes, aunque, de cualquier manera, hubiese tenido que
ayudarlo. Él tiene algo que quiero y tengo que seguir cediendo.
—Espero que realmente sepas lo que estás haciendo —digo.
—Sé lo que estoy haciendo, pero lo que espero es el resultado.
—Entonces espero que esperes algo bueno de lo que estás
haciendo.
—Lo espero, es seguro.
—Bien.
Caminamos por toda la calle de piedras. Algunos locales
comerciales recién abren las puertas para atender a personas.
Pasamos por esa cafetería en la que a veces me gusta detenerme a
tomar un té y continuar. Siempre vengo sola y me hayo dudando si
hacerlo o no. No quiero inmiscuir más a Maximilian de lo que ya está
en mi vida. No quiero que vuelva a cruzar la línea.
—Espera —dice a mis espaldas —. Tengo hambre.
Se devuelve a la cafetería y entra. Mierda. Muerdo el interior de
mi mejilla. Me quedo afuera esperando a que salga después de
comprar lo que sea que quiera comprar. Me fijo en el cielo oscuro. Al
parecer llovió en la madrugada. Espero que esté despierto. Ese
idiota tiene fetiches con la lluvia en la noche, es cuando más
comprime cuellos.
—¿Esperas una invitación? —La voz de Maximilian me alerta.
—No tengo hambre.
—Hay que comer. Entra —dice y abre la puerta para mí.
—Que no tengo hambre.
—Entra.
—Estás bloqueando el paso. —Miro detrás de él a las personas
que esperan pasar.
—Entra. Recuerda que no queremos llamar la atención. —Alza las
cejas.
Respiro hondo y me muevo al interior.
—¿No llamar la atención? Eres un monstruo de músculos —digo
caminando hasta una de las mesas del fondo. Él viene detrás de mi
—. Intenta comer menos y alzar menos peso en el maldito gimnasio
si quieres colaborar con eso.
—Soy a lo que le dicen "sacar la artillería pesada" no podría lucir
distinto.
Nos sentamos uno frente al otro.
—Maravillosa representación de lo que suele ser una última
opción. Deberías incluir el termino dentro de la organización. Tal vez
así tu actual puesto sea un poco más relevante. Es una grandiosa
idea, ¿no crees? —le sonrío sin llegar a enseñar los dientes.
Niega con la cabeza. Se hace más siendo comandante de
occidente u oriente. Se actúa más, se dispara más. La supremacía
no es más que papeleo, órdenes, información clasificada, papeleo,
órdenes y más información clasificada. Y poder. ¿Pero qué es el
poder cuando estás detrás de un escritorio? Para unos lo es todo.
¿Para mí? Nada. Si quiero que algo salga perfecto, prefiero hacerlo
yo misma. Y eso es el poder.
—No estoy de humor para tu sarcasmo. —Mira por la ventana y
luego vuelve a mí —. Tú si luces más... distinta.
—¿Estás reparando mi peso? —Alzo mis cejas y el abre los ojos
negando con su cabeza.
—No. No.
—Buen día. ¿Qué desean ordenar? —dice la camarera y giro mi
rostro para que no lo vea, pero tarde —. ¡Hola de nuevo! ¿Lo mismo
de siempre?
Siento la mirada curiosa de Maximilian encima y no tengo más
opción que toparme con la chica que siempre me atiende cada vez
que vengo a este lugar, que, en resumen, han sido muchas estos
últimos tres meses.
—Sí —responde él por mí —. Lo mismo de siempre para ella, y
para mí un tazón de avena, fruta y huevos.
—Enseguida. —Toma nota y se va.
Vuelvo a fijarme en las personas que van de arriba abajo por la
calle. Me gusta esta cafetería, es sencilla, elegante y siempre huele
bien. La camarera vuelve a aparecer después de unos minutos con
el pedido de Maximilian y el mío. Un té de menta, un pequeño pan
dulce de almendras.
—Eso no alimenta.
—No es para alimentarme —Tomo la taza entre mis manos y la
llevo hasta mi boca. Soplo suavemente antes de dar un sorbo —. Es
para distraerme.
—¿De qué?
—De mi vida. A veces vengo aquí a leer alguna revista francesa y
ver pasar personas.
—Me sorprende que me cuentes eso.
—No hubieses dejado de insistir por una respuesta y después de
esto no hablaré más sobre mí. Limitémonos a hacer lo que tenemos
que hacer —dejo la taza sobre la mesa y lo miro con dureza—. No
somos amantes, no somos amigos, no somos nada. Solo personas
que necesitan algo el uno del otro y cuando lo tengan
desaparecerán.
—Es una buena definición de esto —nos señala a ambos —. Pero
te olvidas de algo.
Toma un pequeño de fruta y lo lleva hasta su boca. Mastica sin
dejar de mirarme.
—¿De qué?
—De que tú no puedes desaparecer, al menos no de mí.
🐍
Una vez estamos fuera de su puerta. Toco cuatro veces, espero
tres segundos, y toco dos más. Maximilian vigila la calle, aunque
repetidas veces le haya dicho que en esta ciudad no tiene que
hacerlo. Todavía no entramos a lo peor.
La puerta se abre dejándome esa sonrisa retorcida que me de
inmediato me causan ganas de vomitar.
—Hola, söt. No sabes lo feliz que estoy de tu grata presencia... —
Su mirada se eleva por encima de mi cabeza —. Mi día no puede ir
mejor.
—Dame la ubicación.
—¿Estás consciente de lo que estás haciendo?
—Dame la ubicación —repito.
Maximilian desenfunda su arma, la recarga y le apunta. Lo
primero que nos advirtieron dentro de la organización fue nunca
mencionar, ni buscar al
—La ubicación.
—Y pensar que en algún momento creí que tú eras la dominante
—comenta mirando a Maximilian. Le guiña un ojo y enseguida soy
yo la que quiere apuntarle.
—No tengo toda la vida —Lo empujo—. Dame la maldita
información.
—Para ustedes dos, yo sí tengo toda la vida, pero toma —me
entrega un papel de sus bolsillos—. Es París. Trata de... —Mira a
Maximilian y vuelve a mí—. De que nadie te vea a ti.
—¿Siguen buscándome?
—Están desesperados —se cruza de brazos y recuesta su cuerpo
en el marco de la puerta.
El edificio es viejo, pero está bien conservado. El interior de la
casa está vacío y no me sorprende. Ghost no tiene un lugar, cada
día duerme en un lugar diferente y es imposible de encontrarlo si el
no lo desea. No es mi aliado, pero no le conviene que la
organización de asesinos me case tan pronto, porque después irían
tras él por traición.
Casi puedo imaginar la voz de Maximilian preguntando un
"¿Quiénes te están cazando?". No voy a responderle nada más,
porque ni yo misma estoy segura. No creo que sea este grupo de
matones, creo que es alguien más, y no en plural. Tal vez sea la
misma persona que se encargó de mis torturas.
Reviso el papel.
—Vete ya.
—Estás desesperado tú también.
—Estoy solo. Tú al menos tienes guardaespaldas. —Vuelve a
mirar a Maximilian, pero esta vez no lo hace como siempre, esta vez
lo hace con seriedad y es raro ver seriedad en los ojos de Ghost. Él
es de los que soporta la desgracia con falsa diversión. Sus brazos
tienen algunos hematomas, aunque no debería generarme
curiosidad, lo hace.
—Vámonos —dice Maximilian. Sale del viejo edificio y se queda
esperándome afuera.
—¿Estás bien? —pregunto sin pensar.
Abre abruptamente sus ojos.
—¿Estás preocupándote por mí, söt? —Sonríe y ladea su cabeza.
—No —respondo rápido —. ¿A quién tengo que matar?
Es más fácil pagar con trabajos que usar dinero. Si quiero
encontrar a alguien, debo desaparecer a otro. Aún tengo en deuda
la entrada a este país, pero dejaré que Maximilian haga lo que tenga
que hacer y luego desapareceré para pagar. Es como Morfeo en la
mitología griega, solo que aquí no se usan monedas para pasar a
otro lado, se sacrifican vidas.
—Ahava Jovie —responde.
—¿Qué clase de nombre es ese? ¿Quién es?
Frunzo el ceño como si me sorprendiera o extrañara.
—¿Es en serio la pregunta? —niega con la cabeza —. Dime,
¿quién es Venom? ¿Lo conoces?
—No seas idiota.
—Es como tú. Nadie sabe quién es.
—Nadie es como yo. Adiós. —Me giro para largarme—. Vendré a
matarte luego.
—Esperaré paciente, söt.
🐍
Nos dirigimos hasta el lugar donde sé que puedo disponer de un
auto. Serán un par de horas hasta París. Yo conduzco y Maximilian
no se opone a que lo haga, solo yo sé las rutas que debo de tomar
para no cruzar ninguna parada, o algún retraso de algún oficial de
carreteras. La torre Eiffel nos da la bienvenida desde la lejanía. Es
de noche para cuando hemos entrado a la ciudad. Ninguno de los
dos ha vuelto a hablar. Él no ha hecho preguntas y yo no he tenido
que forzar mis respuestas.
Le entrego el papel con la ubicación a Maximilian.
—Desde aquí estás solo. No puedo acompañarte.
—Conozco este lugar —dice mirando la pantalla del GPS.
—Bien por ti. —Me estaciono y espero a que se baje.
Sus ojos caen en mí y su mirada me hace sentir toneladas de
presión.
—Te dije que no vas a separarte de mi lado.
—Tengo que pagar el precio de ese papel —señalo —. Si no lo
hago, van a matarte.
—¿Quién lo hará? ¿Tú? —frunce el ceño.
Me encojo de hombros.
—Pensé que ya estaba claro que no puedo matarte.
—También pensé que estaba claro que no podías traicionarme.
Respiro hondo mientras envuelvo mis manos alrededor del
volante hasta que mis nudillos de tornan blancos. No tengo
paciencia y no sé de donde la estoy sacando para soportarlo.
—Tengo que hacer esto, Maximilian. Volveré.
—Te acompaño.
—No —digo de inmediato.
—Te propongo esto —se gira para mirar —. Necesito llegar a
Kratos primero, y luego haremos lo que sea que tengas que hacer.
—No es algo bonito.
—Lo sé. Lo único bonito que tienes es el físico, no espero más.
Blanqueo mis ojos y acelero. En pocos minutos más, salimos al
otro extremo de la ciudad. Las calles están desiertas y ya no se ve a
nadie transitando por ellas, aunque sea una hora prudente.
Maximilian está cargando, revisando y ocultando un arma en su
tobillo. Se ha puesto una gorra del mismo color de su sudadera
negra. Podría decirse que estamos vestidos casi de la misma
manera debido al color, solo que yo llego un gorro más parecido a
uno de un pescador. Mi cabello corto está trenzado y oculto bajo
este, y la capucha de mi sudadera ahora cubre más parte de mi
cuello y cabeza.
—No sé de quien te escondes, no voy a preguntarte más, aunque
las dudas me coman la cabeza, pero no voy a dejar que respondas
nada. Quédate detrás de mí e imita cada desplazamiento que yo
haga. No me pierdas de vista, yo tendré que hacerlo porque no voy
a poder mirarte todo el tiempo. No jodas esto, no ahora, por primera
vez en tu vida haz lo que te digo —dice.
—Está bien.
Apago el auto y desciendo. Él hace lo mismo y pronto me ubico
detrás de su espalda.
—¿Así de fácil? —Susurra mientras caminamos por la oscura
acera.
—Así de fácil.
Meto las manos dentro de la sudadera y apago por un segundo la
urgencia que siempre tengo de joderle la vida. Ya lo haré después.
Ahora es momento de callar, escuchar y solo mirar. Es la mejor
manera de obtener más y más información.
Se detiene en una esquina y mira hacia la cámara que yace
encima de nosotros, y luego se acerca a una pequeña puerta.
Timbra, alguien le abre y pide que le vendan una cajetilla de
cigarrillos Camomile. Le cierran la puerta en la cara y voltea a
mirarme.
Estoy por abrir mi boca para burlarme, cuando su mirada se eleva
sobre mi cabeza. El ruido de un motor me distrae de lo que iba a
decir y volteo para encontrarme con una camioneta completamente
negra. Miro a ambos lados de la calle antes de cruzar la soledad de
la carretera junto con el alemán. Su figura me oculta y por un
segundo dejo sentirme bien detrás de él. Como si las balas no
fueran a tocarme nunca con él al frente. Egoísta. Algo muy egoísta.
Jamás dejaría que alguien recibiera una bala por mí. Jamás. Sería
lo más insultante para mí. Fui hecha para que ningún héroe sea
capaz de salvarme.
Maximilian abre la puerta y me deja pasar primero. Dos
presencias masculinas llaman mi atención y me obligan a
detallarles. Caucásicos de edad militar. Aparentemente entrenados,
pero el fino traje que luce me desubica. Los uniformes del gobierno
son una mierda comparada con estos.
Miro a Maximilian quien ya se ha sentado a mi lado y ha cerrado
la puerta. Mientras aceleran lo taladro con la mirada. Si no puedo
hablarle para joderle la vida, lo haré a base de miradas. Gira su
rostro y me mira de mala gana para luego volver al frente negando.
¿Qué tanto ocultas, alemán?
Solo la mafia usa este tipo de trajes y estamos en Francia.
La Unione Corse. Aliados de la Cosa Nostra.
—Utilicen esto.
Nos tiras dos bolsas de tela negra al regazo.
—No necesité de esto la última vez —dice Maximilian mientras yo
pongo la bolsa sobre mi cabeza y me cruzo de brazos.
—Este año las cosas cambiaron.
Cierro mis ojos y me dejo llevar por el ruido del motor del carro.
Ya no estamos sobre pavimento, ahora las piedras crujen bajo las
llantas y una suave lluvia golpea el capó. Si no estuviera yendo
directo hacía un infierno desconocido, podría quedarme dormida en
minutos. Y no porque esté cansada, pero tampoco estoy al cien.
Kilómetros después el auto se detiene. Aquí la tierra es un poco
más lisa.
—Pueden retirarse las bolsas.
Me la quito de inmediato y respiro. Mis ojos se adaptan rápido a
las luces cálidas de la entrada. Abro la puerta para bajar mientras
detallo mi alrededor. Estamos en medio de un denso bosque
cargado de altos pinos. Huele a tierra mojada y un violín se escucha
opaco dentro de las paredes de la casa. A primera vista un lugar
tranquilo, a segunda vista, la expresión de Maximilian dándome a
entender que no lo es.
Me invita a caminar hacia la entrada con un movimiento de
cabeza.
Llevo el arma en la espalda. Oculta dentro de la cintura de mi
pantalón de yoga. Ambos nos vemos como si hubiéramos terminado
de recorrer una maratón en alguna ciudad en época decembrina.
Las puertas se abren y otro hombre de traje fino nos recibe.
Damos unos cuantos pasos detrás de él hasta que se detiene.
Quedamos en medio del recibidor. Dos escaleras se unen en el
segundo piso. Un candelabro del tamaño de la camioneta nos cubre.
Los techos son altos y todo es blanco y dorado. Lujo por doquier. Tal
vez sea cierto que los franceses tengan muy buen gusto. Te hacen
sentir cálido en un lugar donde la muerte ha congelado almas.
Otras puertas se abren y mis ojos caen en la persona que las
atraviesa.
—Maximilian, mon amour, comment vas-tu? —le dice una joven
rubia que se lanza a sus brazos y él recibe con bastante agrado.
Inflo el pecho y elevo el mentón. Toso y Maximilian se separa de
ella.
—¿Estás bien? —pregunta.
Sí, ahora si estoy bien.
—Sí. Lo siento.
—¿Y ella es...? —la francesa me mira de pies a cabeza. Es casi
de mi misma altura, delgada y con facciones de muñeca. El color de
sus ojos me recuerda a África. Oscuros, densos y llenos de
secretos.
—Alguien —responde él —. ¿Por qué desapareciste? —le
susurra.
Mi estómago ha dado un vuelto y quiero volver a la camioneta. O
es eso o es sacar mi arma y dispararle a Maximilian en una pierna
por estar ignorándome de esta manera. Me mira por última vez
antes de entrar a la habitación de donde ella salió hace menos de
dos minutos. Reparo al que tal vez creo es el mayordomo.
—¿Me prestas el baño? —Digo con amabilidad.
El hombre señala el fondo de un pasillo debajo de las escaleras.
Asiento con la cabeza y camino hasta el final de este. Hay una
puerta pequeña que lleva al jardín trasero y otra que supongo es el
baño. Entro, no sin darle un vistazo al mayordomo y me encierro.
Hago lo que tengo que hacer, y minutos después salgo en silencio.
El hombre se ha ido y aprovecho para escabullirme hasta el jardín,
en donde hay personas charlando, fumando cigarrillos y levantando
copas de vino.
Me quedo en silencio, detrás de algunos arbustos y rosales
detallando cada una de las personas que hay presentes. No era un
violinista quien tocaba, es un chelo el que llena el aire con alguna
pieza de Bach. Es una mujer quien lo toca. Tiene el cabello rubio y
sus facciones son parecidas a las de la mujer que saludó
eufóricamente a Maximilian. No sé que mierda está pasando y
espero que me lo explique pronto.
El alemán aparece en el jardín y se dirige hasta un hombre de
cabello blanco y traje del mismo color. Aparenta más de ochenta
años y tiene un tabaco entre sus dedos. Sonríe cuando vea a
Maximilian. Xhantus Katros sonriéndole a Maximilian. Dándole un
abrazo y palmadas en la espalda.
Camino sin pensar hasta quedar a la vista de todos. La atención
se enfoca en mí, hasta la de la chelista que ha dejado de tocar para
mirarme. Es menor que la otra rubia, eso es claro. Hay más mujeres
que hombres, y los que hay no parecen estar entrenados, la verdad,
nadie lo parece.
No entiendo.
—¿Qué hace ella aquí? —Xhantus le pregunta a Maximilian sin
dejar de mirarme. El hombre tiene el mismo tono de ojos que Tyra.
Podría decir que hasta la misma mirada de demencia interior y
calma exterior.
Müller da algunos pasos hasta a mí y me mira fijamente. Le pido
respuestas, pero lo único que hace es guiñar su ojo y susurrarme:
—Voy a tomarte de la mano y vas a seguirme la corriente.
Sus dedos se entrelazan con los míos. Su mano le brinda la
calidez que necesitaba. Doblo mis dedos para ajustarme a él y
respiro hondo. Miro la unión, luego a él y después a Xhantus.
Por primera vez en mi vida soy ignorante de lo que está
sucediendo, por primera vez no encuentro la respuesta en sí correr,
quedarme, sacar mi arma y disparar. Solo me quedo aquí
sosteniendo la mano de Maximilian.
—Hace unos meses te conté que me casé... —Siento la mirada
de Maximilian sobre mí y se que lo que va a decir me va a hará
desear arrancarme las tripas —. Ella es mi esposa.
CAPITULO 22
 
Dos meses después del escape de Atenea
14 de febrero del 2021
Hamburgo, Alemania
Ares
Un lugar público.
Fue lo único que me pidió esta vez para vernos. No me
sorprende, siempre exige algo diferente. Siempre está en un lugar
diferente y aunque gracias a Enzo sé por qué, no evita que me
maree. Es tan ridícula. Si Atenea quisiera matarla, ya lo habría
hecho hace tiempo, es algo que ni el estúpido de su hermano, ni su
familia entenderán. Las cosas que más producen daño están aquí
en esta vida, la muerte es una bendición para muchos, y Atenea lo
sabe.
Entro al jardín botánico tan lindo y lleno de vida. Me siento como
una basura entre tantas risas e incontables cosas con formas de
corazones. Casi parece una obsesión lo que tienen con la figura en
un día como este. Para ellos significa amor o te amo, pero para la
historia es la figura de una planta extinta que se usaba para abortar
en la Antigua Grecia.
Pero no por eso dejo de celebrar San Valentín. De verdad me
encanta. Soy feliz repartiendo corazones. En un día como este
siempre llevo conmigo un viejo radio que tengo desde que tenía diez
años. Aún funciona y lo cuido con mi vida porque necesito que dure
toda ella. Hoy compraré algún trago, me robaré alguno que otro
corazón que conozca en el bar y luego lo haré latir, llenarse de
adrenalina y morir frente a mis ojos mientras escucho en mi radio la
única canción que me sé de memoria.
This thing called love. I must get round to it.
Un verdadero cielo, pero he tenido que bajar al infierno para
encontrarme hoy con Rosie. Y vaya que me gusta el infierno. Más
cuando satán es una millennial de ojos de cristal y piel pálida. Bien
dicen que el cielo y el infierno nunca serán lo mismo para todos.
Destruí mi cielo, y Rosie me está destruyendo a mí.
Después de caminar un par de metros con las manos dentro de
los bolsillos de mi abrigo, la encuentro sobre el puente, con la
mirada perdida en el río. Las ramas de los árboles se mueven con la
brisa helada. Nunca solemos vernos en esta época del año. Desde
finales de noviembre, cuando la sangre se congela aún más rápido,
es el tiempo en el que más trabajo. El frío es algo a favor para un
asesino.
Y me gusta verla en verano. Siempre suele llevar el cabello suelto
y detestables vestidos de pequeñas flores. Odio verla vestida de
negro y con su cabello escondido dentro de una bufanda.
Camino lento en su dirección. La curiosidad que me despertó su
inusual llamada me tiene aquí.
—Espero que no estés esperando algún regalo de San Valentín
de mi parte —digo a sus espaldas. Fijo mi vista en el río. Hay
personas a sus orillas teniendo coloridos picnics para celebrar el
amor. Quiero vomitar.
—Ni siquiera esperaba que vinieras.
La rodeo y me paro en frente.
—¿Por qué?
Levanta sus ojos cristalinos hacia mí.
—Hola, Ares —dice con voz temblorosa para luego esconderse
en mi pecho. Sus delgados brazos me rodean el torso, y no dudo en
responder. Oculto mi rostro en el espacio de su hombro y cuello.
Inhalo su aroma. La piel de mis brazos se eriza. Asquerosa vainilla.
—Hola, muñequita —susurro.
—Tengo miedo.
—¿De qué?
—Por Maximilian.
Me separo y la miro.
—¿Qué hizo?
—No puedo decírtelo aquí —susurra y echa un vistazo a su
alrededor —. Pero alguien tiene que pararlo.
—¿Y estás contándome esto que no me importa, y lo sabes,
porque...?
—Porque necesito que liberes a Atenea.
—¿Cómo sabes que...?
—Susan me contó todo lo que pasó. Gerard y ella son los únicos
que saben lo que hizo Maximilian, y yo, yo también sé, pero al
parecer tú también —dice alzando las cejas.
Cree que ha descubierto el fuego. Pobre. Como si me importara
mentir o guardar secretos. A la gente le duele la verdad y a mi me
encanta el dolor ajeno. No soy educado y por eso decidí dejar de
mentir.
—Atenea ya está libre, muñequita.
—Necesito contactarla.
—Hazlo.
—¿Y cómo?
—Te lo diré, pero antes... —digo y ahora soy yo quien mira hacia
todos lados. No encuentro nada raro alrededor —. Cuéntale todo.
Pídele que te ayude con algo de Milan. Deben ser compatibles. Ella
tal vez pueda donar la médula que necesita, espero que tenga su
sangre limpia y no esté como la mía.
—¿Y si me manda al carajo? Atenea me dijiste que ella no sabía
nada y ahora que lo sabe todo tengo miedo de lo que pueda hacer...
y no...
—No te pasará nada. Te ayudará. O al menos eso pienso... —
Tomo su mentón entre mis dedos y la obligo a mirarme —. ¿Por qué
el cambio tan abrupto? Pensé que la odiabas.
—Y lo hago, pero no puedo dejar que nada malo le pase a Milan,
ni a Maximilian. Va directo a algo que podría ser suicida y ella es
quien... Olvídalo. Quien más me importa ahora es Milan y necesito
que a ti también sea lo único que te importe.
—Te contactaré con ella con una condición.
—¿Cuál?
—Quiero ver más a Milan y no solo eso, quiero que él me vea.
—No... Jamás voy a dejar que...
—Solo quiero que me vea. Que crezca viéndome, no voy a
hablarle, no voy a jugar con él, ni enseñarle nada, solo quiero que
me vea. Que recuerde mi rostro para que al menos sepa que el
monstruo de su padre estuvo cerca. Deja que mi hijo me vea, Rosie.
Espero y espero una respuesta que nunca llega. Ella gira su
rostro para ignorar lo que pido. Como siempre hace.
—Tú también estás mal de la cabeza —la suelto.
—Estoy yendo a terapia.
—¿Y tu terapeuta sabe que estás aquí? ¿Sabe que te follo hasta
sangrar una vez al año? ¿Qué me envías fotos y videos tuyos en
lencería roja? ¿Lo sabe? ¿Sabe que sigues enamorada de un
enfermo? —Las palabras me salen con filo, y espero que la corte,
espero que la deshagan y se sienta culpable. Es muy buena,
siempre querrá que estemos bien.
—Baja la voz.
—No sabe una mierda. Estás jodida y seguirás estándolo, al
menos mientras yo exista.
—Estoy saliendo con alguien.
—¿Qué?
—Que estoy saliendo con alguien.
—No me hagas esto.
—¡La gente no te hace cosas! ¡Yo no te hago cosas!
¡Simplemente estoy intentando vivir y alejarme de toda la miseria
que significan ustedes!
—Alguien va a morir.
—Ya no soy tu muñequita.
—Alguien morirá.
—¡Ya no te amo! ¡Ya no quiero nada contigo...! —habla y habla.
Apuñala y apuñala, pero la ignoro.
—Harás que alguien deje de existir.
—¡Me das miedo! ¡Te odio! ¡Eres lo peor que me ha pasado!
La atraigo hacía mi y la abrazo con fuerza. Se remueve entre mis
brazos. Debería quedarse quieta. Todos nos están viendo, por eso
no me gustan los lugares públicos. Nunca aprendí a comportarme
como la gente esperaría. Funciono diferente, funciono con violencia.
Hoy aquí todo es amor y corazones, pero en mi cabeza solo hay
sangre y cuchillos.
Y Rosie.
—Voy a matarlo, Rosie —la voz me tiembla.
La escucho sollozar y siento los espasmos de su pecho contra el
mío.
—Te odio tanto... Los odio tanto a todos —llora sin contenerse.
—La manera en que te amo no va a permitir que me aleje.
—¿Sabes...? —suspira y detiene su llanto poco a poco—. A
veces... Cuando me dices te amo no lo siento como la confesión que
debería ser. La siento como una sentencia, una condena... ¿Estoy
condenada, Ares? ¿Qué mierda hice mal?
—Ser tú.
—Me quiero morir —solloza y sus piernas flaquean. Me muevo
rápido para meter mis manos bajo sus brazos y ayudarla a
sostenerse.
—No digas eso.
—Sí... Tú haces que me quiera morir, Ares.
Tenso la quijada y me separo de ella. Levanto mi mirada hacia la
gente que pasa. Algunas personas han empezado a mirarnos aún
más extraño. Los gritos no ayudaron a que pasáramos
desapercibidos. Siempre es lo mismo y espero que ahora se de
cuenta de que fue una estupidez venir a un lugar público. Nada va a
evitar que nos destrocemos. Ni que me comporte bien.
—Vuelve a decirlo y te cumpliré el deseo —digo y me echo a
caminar.
Ahora solo tengo que encontrar a la basura que se atrevió a tocar
a Rosie. Es la única que puedo sentir y no pueden quitármela. Voy a
morir de nuevo si Rosie deja de amarme. No podría existir sin ella,
sin su amor y el placer que me da quitarle la vida a personas que
tomaron la mala decisión de ser mejores que yo.
—Ares.
La escucho, pero no voy a voltear. Muevo mis piernas más rápido.
—Ares, espera —repite.
No voy a voltear. No.
—Ares, espera. Yo no quería...
Giro haciendo que su cuerpo choque con el mío.
—Estás perdiendo el dinero yendo a terapia —le señalo.
—Imagínate si no lo estuviera.
—¿Y entonces cómo estás? ¿Por qué estás aquí? Eso debería
ayudarte a alejarte de mí, ¿no?
—Estoy tan jodida.
—Ya lo sé, pero ¿Ahora por qué? ¿Pasó algo más?
—¡Por ti! ¡Todo es tu culpa! ¡Siempre que pasa algo es tu culpa!
¡¿Cuántas veces voy a tener que repetírtelo?!
—Unas cuantas más. Espero no sea tan cara la terapia —sonrío,
le guiño un ojo e intento irme, pero su delgada mano se aferra a la
tela de mi abrigo.
—Eres tan... ¡AH! —grita —. ¡Te odio! —me empuja —. Te odio, te
odio, te odio.
La abrazo para intentar detener sus golpes, pero al levantar la
mirada me topo con que algunas personas siguen mirándonos.
Maldita sea. Necesito salir de aquí o escondernos. Esta discusión
apenas empieza. Me fijo en una puerta. Es la salida del lugar de las
mariposas. No le veo ningún bloqueo, así que entro esperando que
no haya nadie y bien, no hay. Obligo a Rosie a entrar y cierro con
seguro. Voy rápido hasta la entrada y dejo el cartel del cerrado a la
vista. Bloqueo también.
Escaneo el lugar en busca de alguna cámara, pero no encuentro
nada. Solo cientos de mariposas vuelan sobre nuestras cabezas.
Algunas descansan sobre flores y hojas, y otras sobre fruta
estropeada. Luego está Rosie, llorando mientras las ve. Con su
rostro completamente rojo y su alma herida. No se merece que
alguien como yo la ame. Ella es libre, y yo soy uno de los dementes
que les gusta enjaular mariposas. Así como las que están aquí y
estarán hasta que se mueran. Rosie es mi única mariposa y su
belleza siempre será para mí. Jamás va a gustarme otra mujer que
no sea ella. Jamás voy a follarme a otra que no sea ella. Y tiene que
entenderlo.
—Non mi stancherò mai di dirti che sei la cosa più bella che
esista.
(Nunca me cansaré de decirte que eres lo más hermoso que
existe)
Sus cristales me enfocan. Se seca las lágrimas y se para recta.
Va a decir que me odia otra vez y estoy listo para ensordecerme.
—No me mires así por favor... Ni tampoco hables en italiano.
Doy un paso hacia adelante.
—¿Por qué?
Algunas palabras se me olvidan en alemán y lo detesto.
—El tono de tu voz... El tono de tu voz con ese acento me... No sé
explicar... —se cruza de brazos—. Es como si fueras otro, como si
fueras alguien más. Como alguien que me escucha cuando lo
necesito y me invita a un restaurante a probar el que es el mejor
vino del mundo para él.
—Siempre te escucho. ¿Por qué razón crees que estoy aquí?
Nunca cambio mis fechas, ni muevo mis plazos. No sabes cuantas
muertes tuve que aplazar para estar aquí. Todas mis citas se
movieron veinticuatro horas. Veinticuatro, Rosie. En mi vida eso es
mucho. Cada dos horas tengo que acabar con la vida de alguien.
Tengo una ruta y ahora se jodió.
—Lo siento.
—No. —me acerco a ella—. Tengo veintitrés horas, ¿has decidido
odiarme o...?
—Odio esto que siento por ti.
—A mi en cambio me gusta.
Llevo mis manos hasta sus mejillas, pego su rostro al mío. Su
nariz rosa mi mejilla, y luego de respirar profundo se separa
lentamente. Cierro mis ojos, pero no dejo de sentir en ningún
momento los de ella en mí. Amo que me contemple.
—Odio que seas tan hermoso... —sus dedos acarician mi cien —.
Tan inocente... pero tan culpable.
Rozo mis labios con los suyos durante unos segundos y luego me
apropio de ellos, pero sigo siendo suave, muy suave.
—¿Lo besaste? —pregunto.
—No voy a responderte.
Vuelvo a unir mis labios a los suyos, pero esta vez con más
fiereza. Ya no soy suave, no quiero serlo más. Ella no lo valora, solo
le gusta cuando la odio, porque mi amor enfermizo le produce
arcadas, pero mi odio le produce orgasmos.
—Voy a matarlo —susurro.
Y esto me produce placer a mí. Somos perfectos juntos.
—Primero tendrías que encontrarlo.
—¿Quién es? —la miro—. ¿Con quién te metiste? ¿A quién me
harás matar? —río—. ¿Estás mintiendo para que asesine a alguien?
No tienes que hacerlo, solo tienes que pedírmelo y lo haré sin
preguntar. Soy tuyo y me mata que no lo sepas, maldita sea.
Doy un paso hacia atrás.
—No puedo decírtelo. No soy capaz —vuelve a temblarle la voz.
—No lo hagas ahora, pero cuando lo sepa tendrás que
confirmármelo, ¿entiendes? —la tomo del brazo.
Rosie asiente levemente. Sus dedos cubren sus mejillas. Tiene
las uñas pintadas de rojo. Sabe que me encanta el rojo en ella. Su
piel y el color carmín es la mejor combinación de colores que hay en
el mundo.
—Me gusta ese color —digo tomando una de sus manos. Beso
sus nudillos. Está helada —. ¿Por qué escogiste este lugar?
—Es San Valentín y te gusta el rojo.
—No. No me gusta el rojo. Me gusta el rojo en ti. Hay una gran
diferencia.
—Mmm —tuerce la boca y levanta sus uñas largas —. Este rojo
no es el único que llevo puesto.
Me fijo en sus cristales. Ya no está llorando, ahora solo me mira
como si quisiera decirme algo más. Como si me pidiera que olvidara
lo de hace unos segundos y fingiera que no estamos tan jodidos
para no probar un poco de lo que se siente el amor. Lo sé, porque
ya me lo ha dicho y me miró así cuando pasó.
—Rosie.
Su espeso gabán negro se divide en dos, y enseña la lencería
que lleva puesta. Sus senos resaltando completamente redondos,
su perfecto abdomen lleno de lunares y... sus malditas piernas.
Rojo.
—Deja de ir a terapia. Solo hará que te sientas aún más culpable
después de esto...
Me arrodillo frente a ella.
—Me haces demasiada falta.
—¿Yo o esto? —digo mientras separo la tela que cubre su
pequeña vulva. Paso mi lengua por toda ella. Nunca algo tan suave
había sabido tan bien. Es delicioso y me pone aún más duro. Vuelvo
a lamer, pero luego la cubro con toda mi boca y en enfoco en solo
darle atención a una zona. Sus gemidos y sus manos en mi cabello
me obligan a mover la punta de mi lengua aún más rápido.
Rosie es tan suave, limpia y mía.
Me levanto. Desabotono mis pantalones, me quito el abrigo, lo
tiendo sobre el césped y la invito a sentarse en mi regazo, en mi
verga. No hay lentitud, no hay erotismo, solo ella tomando con una
mano la erección y dejándose caer. Cierra los ojos y durante unos
segundos no se mueve, y yo tampoco lo hago. Respira tan profundo
que se desborda y una pequeña gota rueda por su mejilla, seguido
de dos más.
—Tenías todo esto planeado —susurro mientras beso su cuello.
No quiero que se vaya. Saco el radio de mis bolsillos y lo enciendo a
nuestro lado, a muy bajo volumen. 
—Casi... —susurra también —. Tenía planeado algún motel, pero
esto... —mira hacia arriba y la imito. Las mariposas vuelvan sobre
nosotros, podría estar de acuerdo con el mundo y decir que es
hermoso, pero solo uso esos adjetivos cuando se trata de Rosie, el
resto del mundo se puede ir a la mierda.
Sus caderas inician un pequeño vaivén. Vuelvo mis ojos a ella y
me prendo de sus senos. Rosie está haciendo todo esta vez, mi
trabajo está siendo solo repartir besos por algunas partes y
estrangular con mis manos algunas otras.
Rosie tiene la sonrisa y los ojos de alguien que suele reparar
hasta el hombre más enfermo con su amor, lo hace, solo que este
amor es diferente. En este amor no soy el único que está enfermo,
también lo está ella, no tan explosiva como la guerra mundial que
hay dentro de mi cabeza, pero al menos fulminante como una
guerra de dos fronteras. Rosie no dispara, pero encontró a alguien
que lo hará por ella. No disparo, porque me gusta más los trabajos
artesanales. Me gusta ver las últimas miradas y escuchar las últimas
palabras. Nada es más artístico que quitar vidas. Y eso es lo único
que tenemos en común, el arte. Rosie hace cuadros, y yo quito
vidas.
Y que tenemos un hijo que no me dejará ver jamás, aunque le
llore y se lo pida de rodillas.
Siempre dice que sí, siempre lo aprueba, pero luego me miente y
solo me acepta en su familia para que la folle, pero luego me saca
junto con la basura.
No me gusta ser la basura que esconden. Toda la vida lo he sido
para la Cosa Nostra, no dejaré que ella también me lo haga.
Algún día voy a llevármelo.
Y algún voy a dejarla.
This thing called love. I must get round to it.

NOTITA:
Fue muy importante todo lo que tenía que pasar aquí, así que
lo hice capítulo.
Buenaaas. Este es el capítulo que conecta Inquebrantable
(Historia de Ares y Rosie) en booknet con la trilogía. Lo importante
se supo aquí, no es obligatorio leer.
Lean las fechas para que sepan cuando pasó. Fue dos meses
después de Atenea salir de prisióon.
Las amo. Nos vemos mañana con otro capítulo.

CAPÍTULO 23
 
Maximilian
Aprieto mis dedos con más fuerza de la que alguna vez la he
hecho al tomarla de la mano. Me siento inseguro. Lo que produce la
existencia Atenea en una vida es casi parecido a la adrenalina que
despierta una situación de peligro. Correr es el primer pensamiento
y el más razonable que se cruza, pero aquí estoy queriendo que no
se me escape. Me gusta la adrenalina. Tal vez este momento sea el
inicio del secuestro que pienso hacerle de por vida. Así me odie, así
la odie, ambos vamos camino al mismo infierno.
—Imposible. Susan no habría dejado que...
—¿Qué nos conociéramos?
—No puedo más. —Atenea se suelta y quedo vacío de nuevo —.
¿Qué mierda está pasando?
—¿Ella es...?
—Sí —le responde Xhantus a la chica —. Ella es Atenea Armani.
Debo suponer que ya les habrá contado todo, o al menos alguna
parte de su familia.
—Zubac. Mi nombre es Atenea Zubac —dice imponente. Como si
al pronunciarlo hubiese una orden implícita, y esa fuera rendirle
pleitesía.
Se voltea para mirarme y exigirme con su lenguaje corporal una
respuesta. Llevaba haciendo preguntas sin hablar desde que le pedí
silencio. Y sé que no va a darme más tiempo para explicarme, pero
no cederé. Si le digo lo que pienso hacer, va a matarme sin
pensarlo. Esto la destruirá, pero tiene que hacerse.
—¿Por qué me trajiste aquí? —pregunta.
Mi insistencia fue bastante obvia, no me importó, y sigue sin
hacerlo. Tendrá que torturarme para sacarme ninguna palabra. Giro
mi cuerpo para quedar frente a ella. Sus ojos me miran con furia.
Sus cejas casi tocan sus pestañas. Amo y detesto que me mire así y
no haga nada más. Está conteniéndose en lo que le es posible. Está
haciendo un esfuerzo por no sucumbir ante sus demonios. Si fuera
alguien sin importancia, ya me habría matado. Si ella fuera alguien
sin importancia, también lo habría hecho. Pero no lo es. No lo
somos. Y eso es un error.
La tomo de la mano y nos alejo de ellos.
—Estoy haciendo lo que se tiene que hacer —me inclino para
hablarle de cerca. Intenta alejarse, pero lo impido tomándola del
brazo —. Si no vas a colaborar, lárgate, pero antes que de que
decidas diré que, sea a donde sea que vayas, voy a encontrarte y
voy a joderte hasta que uno acabe con el otro y ni así vas a estar en
paz porque el trabajo que estoy haciendo para impedir que la
organización te mate dejaría de existir conmigo. Tal vez
individualmente puedes conmigo, con Merassi, pudiste con Igor,
pero no podrás contra todo un equipo entrenado para hacer caer
gente como tú.
—No...
—No —interrumpo—. Escúchame... Solo escúchame. No siempre
tienes que conocer el plan para actuar. A veces tienes que confiar.
Ahora mismo, soy el único preocupado por tu maldita vida, hasta
más que tú misma.
—¿Preocupado? ¿Confiar? —sonríe haciendo que lo que acabo
de decir suena ridículo. Mueve de lado a lado su cabeza, para luego
fijarse y señalar las personas que nos ignoran de una pésima
manera—. Mira a donde me trajiste. ¿Crees que no sé quienes son?
—¿Quiénes son?
—No finjas demencia —clava su dedo índice en mi pecho —.
Finge todo lo que quieras estar preocupado por mí, pero no finjas
demencia. No me insultes de esa manera.
—Tienes que conocerlas... y a alguien en Argentina. Este último
nos llevará a Jade.
—¿Para qué la necesitamos? ¿Para qué? ¿Acaso piensas
mandarme a la puta luna esta vez?
—Sería una manera efectiva de al fin deshacerme de ti sin tener
que matarme —ladeo una sonrisa y me cruzo de brazos.
No sé si es que no sabe que ese no es el trabajo exacto de Jade
o bromea, o únicamente sabe que trabaja en la NASA. Empiezo a
caminar regreso a la reunión. Ella viene detrás de mí. Las
respuestas estúpidas la sacan de casillas, pero no puedo decirle
nada más, aunque eso signifique ganarme aún más su odio. Hay
demasiadas cosas que Atenea no tolera, entre ellas que la no la
tomen en serio.
—Ni sacándome del planeta tendrías paz—dice.
Giro haciendo que su pecho choque con el mío. Sus ojos se
encuentran con los míos y por un milésima de segundo algo en su
mirada cambia, pero todo el odio que me tiene vuelve a ahogarla.
—«Si no acabamos con la guerra, que la guerra acabe con
nosotros». —Me rodea para seguir caminando. Voy detrás hasta de
nuevo enfrentarnos a Xhantus. Así Atenea sepa quienes son, haré
las debidas presentaciones.
—Ellas son Ahava y...
—Asena Jovie —completa la rubia caminando hasta a Atenea
para extenderle la mano.
Sus manos ya no están en puños y su espalda se ha enderezado
aún más, pero no ha devuelto el saludo. Estoy por decir algo para
acabar la incomoda situación, pero Atenea se adelanta. Levanta su
mano y la estrecha con suavidad. Sonríe también.
—Un placer —dice. No hay nada más que solo educación en el
tono en que lo dice. No hay sarcasmo, no hay odio.
Deshace la unión y señala a la rubia más joven.
—¿Ahava Jovie? —Se acerca y le extiende la mano también —.
Un placer conocerte también.
Ahava acepta el gesto y le enseña los dientes devuelta. Xhantus
me mira con el ceño fruncido y entiendo lo que se está preguntando
porque yo tengo la misma duda. Ella no es así. Algo pasa, pero...,
¿qué?
Las hermanas empiezan una conversación con ella. Xhantus se
planta a mi lado a mirar en la misma dirección. Solo han pasado
minutos. Su rostro ha cambiado y está actuando como alguien
normal de su edad. No hay amargura en su cara. Sus expresiones
se han transformado por completo al igual que su semblante. Luce
relajada, mueve las manos para hablar, sonríe de vez en cuando,
arruga la nariz cuando niega algo..., nunca la había visto hacer eso.
Está actuando. Ella no es así. Algo planea.
—Creo Kyra mencionó que era una mujer difícil de tratar —dice el
anciano.
—Es una mujer difícil tratar.
—Lo que estoy viendo no concuerda.
—Lo que estas viendo es la punta de un iceberg.
—Así que... ¿Casados? ¿Marido y mujer? —cuestiona extrañeza.

—Sí.

—Qué casualidad que los franceses tengan como ley no tocar a


las esposas.

—Casualidad no, conveniencia sí.

Siento su mirada sobre mí, pero yo no puedo dejar de verla a ella.


Es todo nuevo para mí, luce como si estuviera viviendo otra vida.
—¿Para qué la trajiste? —pregunta —. Es peligroso. Si la Cosa
Nostra se entera de que está aquí...
—No voy a dejar que te haga algo.
—Oh, por favor. No me preocupa mi vida, ya la he vivido
suficiente. Me preocupan ellas —vuelve su mirada al frente —. Los
franceses nos han tratado muy bien a Kyra y a mí. No puedes
traerle un enemigo del que no sabe aún a casa. Las cosas ya no
son como hace veinticinco años. Gracias a los Armani, muchas
alianzas se rompieron. La Cosa Nostra ahora nos detesta, Enzo
Armani y Tyra Kratos son lo peor que le pasó a la mafia. Son
expertos en convencer y clavar cuchillos en la espalda. No tienen
honor. Alessio fue el peor cáncer para mi familia, para mis nietas. Y
Atenea, y Ares, son el resultado fallido de todo eso. Si no fuera
porque ambos son una aberración, me daría el espacio de sentir un
poco de lástima. No fue su culpa.
No tolero la palabra que usa para describirla, no porque no sea
verdad, sino porque detrás de esa aberración tal vez haya alguien
pidiendo auxilio y soñando ser diferente. Eres lo que crees y ella
también cree lo mismo, pero no soporto que alguien que no la haya
visto sonreír, comer despreocupada, o leyendo un libro tranquila, la
encasille en solo ser una aberración. La griega es más que
destrucción... Atenea es esa mente que todos queremos saber
como funciona.
—¿Sabes para qué me entrenaron desde los cinco años? —
Inquiero.
—No, claro que no lo sé.
—Para hacer caer aberraciones, y Atenea y Ares no son los
únicos en mi lista. Tus nietas también lo están.
El anciano niega con la cabeza mientras me mira con lástima.
—En la mafia solemos crecer siendo aberraciones, el porcentaje
de deserción es muy bajo, y aún así nos tildan como los malos. El
ejército transforma a los hombres buenos. La guerra usa lo mejor
del hombre para hacer lo peor del hombre. Manchan lo que alguna
vez estuvo bien solo para defender los intereses de políticos a los
que no les importa una mierda la vida. A nosotros tampoco nos
interesan las vidas, pero es información pública que nunca hemos
querido esconder en comparación a tus jefes.
—No le sirvo a nadie —aclaro de inmediato —. Y a mi sí me
importan las vidas. Jamás podría soportar la vergüenza de matar a
gente inocente.
—Espero que eso no sea un pilar fundamental en tu vida porque
con ella al lado... —señala a Atenea—. Será imposible.
—No vine por advertencias, vengo por información y no tengo
mucho tiempo, tengo que partir ya.
—¿Vas a armar un caso? ¿Ahora eres detective? —ríe y se cruza
de brazos —. Cuando te conocí sabía que serías muy diferente a tus
padres, pero nunca te imaginé en el extremo.
—No puedo deshacer un nudo sin saber como está hecho. La
ventaja es que ya tengo el culpable, ahora solo necesito llegar a él.
Y no hablemos de mis padres. Aún no desarmaré esa parte.
—Si vienes aquí por información lamentaré decirte que la historia
de tus padres es lo único que tengo para darte. Es lo único que
jamás he contado nunca, pero tal vez ya sea hora de hacerlo. Mi
muerte está cerca y no planeo llevarme nada conmigo. No puedo. —
Encoge los hombros —. Has estado presente desde el inicio de
todo, Maximilian. Tyra y Kyra cuidaron de ustedes cuando sus
padres no pudieron.
Sigo con mi vista al frente. Ha dejado de hablar, pero no le pediré
que siga, estoy muy seguro de que lo hará sin que tenga que
decírselo.
—Kyra te leía y Tyra le enseñó a pintar a Rosie. La casa era
segura hasta que ustedes dos llegaron —dice mirándome. Lo miro
—. Susan y Gerard Müller arriesgaron la vida de sus hijos para
acabar con la vida de mis nietas.
Inflo el pecho y aprieto la mandíbula. Poner en duda todo lo que
dice podría ser una opción, pero no sería la única. Hay otra parte
que sabe que tengo que creerle, pero no puede saber que dudo, ni
tampoco que me sorprendo y le creo la revelación. Ocultar
expresiones hace que las emociones se dupliquen.
—Como te dije, el ejército transforma hombres buenos para hacer
caer a los "malos".
Mi mente por primera vez en mucho tiempo ha quedado
completamente en blanco. Por primera vez en mucho tiempo no he
podido seguir sosteniendo mi semblante altivo. Solo cuento
respiraciones y miro el césped bajo mis pies. Lo único de lo que
estoy seguro ahora mismo es de que tendré que tomar decisiones
difíciles. Aún mas.
—Dijiste que ya tenías el culpable, pero tengo que decirte que
tendrás algunas dificultades para llegar a Enzo. Nadie sabe donde
está, ni qué está haciendo, desde que mataron a su esposa ha
dejado de confiar hasta en su sombra, pero sigue moviendo
cuerdas, sigue siendo el Don.
—No necesito a Enzo.
—Pero ellos sí a Atenea. Ares fue registrado como hijo de Enzo y
desde que Tyra lo amenazó enviándole una copia del registro de
nacida de Atenea hace un mes, la Cosa Nostra ha empezado a
buscarla, y si no acude van a matarla. Así es la ley. Los herederos
de alguna u otra han sido entrenados para el futuro, es algo que
planea el Don cuando su primer hijo nace. Esto ha llevado a que las
mafias crezcan. Todo ha sido gracias a la organización y la
planeación, y esta vez no es diferente. El desorden no durará más
de tres décadas —dice.
—Por eso Enzo no es un problema. Le conviene que así suceda.
No se esforzará porque que si se dan cuenta que él envió a alguien
a hacerle daño, sería traición.
—¿Y cómo estás tan seguro de que no lo ha hecho ya? —niega
con la cabeza —. Tiene cinco años para regresar, sino van a cazarla
de por vida —informa.
—Es más probable que Atenea sea quien acabe con ellos
primero.
—Es extraña la manera en la que confías en ella, pero también le
temes.
—No le temo —aclaro—. Tampoco confío, solo sé de lo que es
capaz. Ten a tus amigos cerca... Y a tus enemigos aún más.
Un grito nos alarma. Busco a Atenea entre las personas, no la
encuentro, ni a ella, ni a ninguna de las Jovie. Corro hasta la casa
creyendo que el alarido proviene de allí. Cruzo la estancia y cuando
miro hacia el lado izquierdo, me blindo ante la atroz imagen.
En el piso cubierto de sangre yace el cuerpo de Ahava. Al lado,
Atenea estrangula a Asena, pero se detiene cuando su mirada se
levanta y cae sobre la mía.
—No es lo que parece —susurra. Asena cae a sus pies, espero
que solo inconsciente. No veo ninguna herida en su cuerpo, pero
Ahava... Tiene un cuchillo clavado en la mitad de sus clavículas.
—Lárgate —le digo.
—No es...
—¡Lárgate!
—Será un placer. —ladea una sonrisa sin que sus ojos lleguen a
conectar, y se marcha, dejando un camino de huellas rojas. Respiro
hondo y voy corriendo hasta Asena. Me fijo en que todavía tenga
pulso.
—¿Qué...? —pregunta Xhantus.
Lo veo dar un paso hacia atrás sacar de sus pantalones un viejo
celular y presionar un solo botón.
—Atenea mató a Ahava. —dice y justo después de que termina la
frase, el resto de la familia aparece en la habitación.
Gritos ahogados. Una mujer desmayada. Llantos agudos.
Maldiciones. Un "¿Qué pasó?" y un "¿Quién lo hizo?" son lo que
más se escucha. El piso blanco de mármol y las paredes del mismo
color, hace que la escena se vea aún más sangrienta. Alguien más
vería esto como un crimen, pero para todos aquí, y algunos allá
afuera, es una declaración a otra guerra que no estaba en el plan. 
Asena despierta y lo primero que hace es preguntar por su
hermana. Niego con la cabeza y me hago a un lado para dejarla
pararse sola.
—Voy a matarla —Asena llora y cubre el cuerpo de su hermana
—. Te juro que voy a matarla.
Sigo en blanco.
—Maximilian... —La mano de Xhantus cae sobre mi hombro —.
Lo mejor será que te vayas.
El resto de los presentes me mira con rechazo. No son muchos, y
no son una amenaza. Estas personas son quienes solo disfrutan del
dinero sucio que entra a su familia. Sus manos podrían estar
limpias, pero sus bolsillos no. 
Hace algunos años conocí a Xhantus en medio de una misión,
una de las primeras que tuve siendo comandante. El hombre estaba
ahí, en medio de todo fumándose un habano. Lo dejé ir, pero luego
me contactó. Estaba sorprendido de mi modus operandi, dijo que
solo había visto una vez a alguien trabajar y erradicar plagas de esa
manera y necesitaba que salvara a otra vida inocente más. A Asena
Jovie, que en ese momento era una adolescente secuestrada por
algunos matones de la Cosa Nostra.
No fue algo solidario, hubo un cambio. Una vida por otra. Una
adolescente por un terrorista. Y acepté.
—Damas y caballeros... Venom —dice alguien y luego procede a
reírse. Ghost aparece en la habitación como si estuviera alabando la
escena. Luce como si rocién hubiera tomado una ducha —. Veo que
aún no logras domar a la fiera.
—¿Qué haces aquí? —pregunto a la defensiva. Doy un paso
hacia adelante, pero la mano de Xhantus me detiene.
—Por favor, Maximilian. Vete.
—Voy a matarla... —Asena sigue sin dejar de llorar. Su cara se ha
cubierto con la sangre de su hermana y aunque la imagen debería
desgarrarme y enfurecerme, no lo hace y no puedo explicarme por
qué —. Te juro que lo haré, Ahava.
Ghost camina entre las personas hasta llegar a Asena y
abrazarla. La rubia no se aparta. Lo conoce. Ellos lo conocen. ¿Por
qué está aquí? ¿Por qué apenas apareció y no lo hizo cuando
Atenea estaba presente? Tengo que buscarla. Doy un paso hacia
atrás.
Salgo sin decir ni una sola palabra más. Cruzo el jardín, pero
antes de salir por completo de la villa francesa, me detengo y miro al
cielo. Espero que esto signifique cualquier cosa menos el que tenga
que matar a mis padres. Espero que no se lo merezcan, espero que
no sean lo que siempre he sospechado que son. Espero por el bien
de ellos y de Rosie que no.
Espero por mi bien que no.

NOTITA:
Esto está tan interesante que ya ando escribiendo el otro capítulo
muajajaja.
Besitooos. Muak.
CAPÍTULO 24
 
Atenea
Ella dijo que él me pediría venir a París.
Y acertó.
Me detengo en el semáforo en rojo, después de presionar con
toda mi fuerza el freno. Es una mierda de camioneta, pero es lo
único que pasó por la carretera. Es mas de medianoche, me están
doliendo las putas tripas y voy cubierta de sangre. Llevo
conduciendo en círculos más de cuatro horas seguidas. La gasolina
está por acabarse y no tengo dinero para comprar más. 
Justo a las trescientas horas me detengo frente a la torre Eiffel.
Dejo el auto en la orilla y me bajo. Me planto al otro lado de la calle
de la enorme estructura. Está helando y lo que traigo puesto no
funciona mucho a pesar estar completamente cubierta.
Desgraciadamente la tela no es muy gruesa y todavía no se ha
secado la sangre por completo. Esta noche las luces de la torre
están apagadas. No hay nadie. Solo se escucha el ruido de algunos
autos pasando y grillos.
Tendría que estar intentando regresar al lugar donde Maximilian y
yo dejamos nuestras cosas, pero tengo que hacer algo antes. Seguir
el plan de Tyra ahora es lo que menos me interesa hacer. No me
agrada que todo lo que dijo que pasaría esté pasando, tal vez
envidio no saber la fuente de la información. Tal vez solo esté
jugando conmigo. Tyra está demente y a los dementes no les temo,
su actuar es errático y puedo prevenirlo. No sé mucho sobre ella,
pero es fácil descifrarla. En quienes no confío son los faltos de
razón, pero llenos de inteligencia. Por eso no me acerco a Kyra, no
aún, primero necesito saber qué más planea Tyra. Con la menor de
las Kratos necesito un poco más de tiempo.
—¿Puedo preguntar por qué estás llena de sangre? —dice el
hombre que se planta a mi lado. Siempre tan puntual.
Luce como un vagabundo, no lo es, pero la verdad no está tan
alejada de eso. Él no tiene un hogar.

—¿No qué todo lo sabes?


—Tiempo al tiempo —advierte.
—Cargué con un cuerpo —respondo.
—Supongo que en unas horas me enteraré de lo que pasó.
—Ojalá.
—Hace mucho que no venías —comenta. Ambos miramos hacia
la punta de la torre.
—Solo han pasado cuatro meses.
—Has hecho tanto que casi parece un siglo.
—Y vine a hacer más.
Él suspira.
—¿Qué quieres ahora? —pregunta.
—Necesito otros hombres, tres. No tienen que ser confiables, solo
letales.
—¿Qué pasa con Alakser?
Ahora quien suspira soy yo.
—Tiene corazón y razón, y tiene esta conexión con Ares —
respondo.
A pesar de que siento que no conozco en nada al hombre que ha
estado conmigo estos últimos meses, con solo hablar con él y lo que
ha hecho... por mí, sé que será un problema en el futuro y tal vez
tenga que joder en algún momento a Ares, y no sé cuanta lealtad
haya entre ellos. Prefiero solucionar el problema, antes de que
suceda.
—Mmm. Supongo que es un problema.
—Necesito alguien que esté lleno de odio, que no tenga corazón
ni razón.
—Alakser es buen asesino y no necesita odiar al mundo para
eso... Volviste a ser Physicorum. Tienes ahora toda la protección del
mundo. Eres de nuevo una superheroína, no creo que necesites
más "guardaespaldas" —se ríe.
—Quiero que quede algo claro. Cuando alguien busca venganza
tiene que hacer sacrificios para lograrlo, y si tengo que convertirme
en la mayor misionera y pacifista de la historia, eso haré.
—Mmm. No sé por qué no se me hace difícil imaginarte
ganándote un novel de la paz.
Encojo los hombros.
—Tal vez lo haga.
—Tendrías que revelar tu identidad.
—Atenea Zubac está muerta.
—Y al parecer te han devuelto a la vida, pero con otro nombre.
—La verdad es que no vine a conversar. Necesito más personas,
con las características que te dije. Necesito gente que trabaje o
haya trabajado directamente con Enzo. Personas que hayan su visto
cara, que hayan jurado matarlo con lágrimas en los ojos... Necesito
personas que estén buscando venganza.
—Entiendo. Los enemigos de tus enemigos pueden son tus
amigos.
—No serán mis amigos, trabajarán para mí.
—Esclavos.
—No, pagaré bien.
—Creo que entiendo lo que necesitas y creo sabes donde puedes
encontrarlo.
Por el rabillo de mi ojo veo como el hombre busca algo en los
bolsillos de su chaqueta. Ramet es un punto de comunicación y su
trabajo es vender información sin dejar ninguna evidencia. Te da
nombres, a veces indicaciones, o la ubicación de alguna USB
abandonada en medio de la nada. Como él hay cientos. Siempre se
ubican frente a monumentos, donde hay cámaras y muchas
personas. Por eso hay que tener un nombre y una reputación, y
desgraciadamente para eso, hay que entregar algo. Es casi como
venderle el alma al diablo, solo que aquí el alma, es mi identidad.
Hay una foto mía, o al menos el archivo encriptado de ella, a la
venta. Creo que son muy pocas las personas que han podido pagar
su precio, o eso espero. Casi podría decir que soy una modelo de
revista. Ex militar, asesina, terrorista y modelo.
Los Ramet, que son solo cinco, conocen el mundo. Han visto
todos los rostros. Han escuchado todas las historias. Por eso tratan
tan bien, pero si alguien llega a faltarles el respeto, o a hacer que se
sientan inseguros o amenazados, una bala podría atravesarle la
cabeza.
Tampoco les gusta que los mires, ni alrededor, porque buscar al
franco también es una falta de respeto para ellos. La regla es mirar
siempre a la punta de la torre, al menos aquí en París.
—Solo se me ocurren un par de personas —dice.
—Quiero verlas.
—Creo que ahora mismo están en... Egipto.
—Será jodido entrar —resoplo.
—¿A qué más viniste? Tengo que irme dentro de cuarenta y cinco
segundos. Habla rápido.
—¿Dónde está la Zona Cero?
—Jade Johnson. NASA. Roscosmos.
Memorizo todo.
—¿Maximilian Müller te ha pagado por esta misma información?
—hablo rápido.
—No.
—¿Quién fue la última persona que lo hizo?
—Tyra Kratos. Tengo que irme. Fueron tres preguntas. Enviaré la
cuenta en cinco días. No tendrás más atención hasta dentro de tres
meses. Adiós, señorita Alexia Müller... Ah, y tengo que decirte algo
extra.
—¿Vas a regalarme información?
—Sí —responde.
Ahora me fijo en el avión que está atravesando las nubes grises.
—¿Por qué?
—Me caes bien.
—No te caigo bien —le respondo.
Él es el Ramet que más me odia. Suelo cazar a personas que los
benefician, pero están obligados a ser imparciales y no puedan
meter las manos en nada. Casi puedo sentir la frustración que le da
al verme, es tan tangible.
Esa es una parte de la razón, pero hay más.
Lo miro.
—Solo quiero que estés mejor. El poder que tienen es algo que no
debería tener límites —le digo.
—No vas a lograr pudrirme la cabeza. —Su mirada cae en la mía.
Sus ojos son más oscuros que la noche, pero no se ven nada fríos
como ella. —. Tengo todas las respuestas menos la de por qué mi
francotirador nunca ha cumplido la orden de clavarte una bala. Y no
solo la mía. Supe que en Rusia también te detestan.
—Yo lo llamo seguro de vida, ellos le dicen reputación.
—Hay cosas que dicen de ti que sé que no son reales. Eres una
farsa.
Quito la sonrisa de superioridad que tenía y lo miro con seriedad.
—Mi vida toda es una mentira, no vas a encontrar ninguna verdad
en ella, ni ninguna explicación, y sabes lo fácil que es sembrar
miedo con lo desconocido. Podría hacerlo más,  pero voy a dejarlos,
suficiente con lo que han escuchado.
—Millones, sé millones de cosas y solo una me tiene..., nos
caminando en círculos —dice mientras mueve su cabeza de lado a
lado —. Espero que en algún lado exista alguien en el mundo con
todo el poder para acabar contigo —suspira y se echa a andar—.
Nos vemos en tres meses, Venom.
"...alguien en el mundo con todo el poder para acabar contigo".
Sus palabras se repiten en la cabeza y me rio, y fuerte, como
nunca lo había hecho. Hasta mi oído desconoce mi voz. No sé de
donde proviene, pero es liberadora. Es como si mi subconsciente
estuviera haciéndome una broma que no puedo entender, y no es
solo hasta que pienso en Maximilian que me quedo callada.
Rodrigo no se ha ido. Se ha quedado mirándome y su cara es un
enorme signo de pregunta, pero también de repudio y... miedo.
—Existe alguien en el mundo con el poder de acabarme. Lo hay,
siempre habrá alguien más fuerte —digo.
—¿Ese alguien lo sabe?
—Lo sabe.
—¿Y por qué sigues aquí? ¿Por qué estar tan tranquila cuando
sabes que alguien puede matarte el cualquier momento? ¿No tienes
ni un poco de miedo?
Sonrío. El informante, está siendo informado. Sacudo mi cabeza.
—Es desesperante la manera en que la gente quiere saber toda la
verdad, ¿sabes? —Suelto un suspiro.
Un auto se estaciona al lado del mío. Me pongo alerta, hasta que
veo a Maximilian bajarse, sacar las maletas de atrás e ingresarlas al
otro. Cierra el baúl y cuando levanta su cabeza, nuestras miradas
conectan.
—Tal vez les temería a mis enemigos si no supiera dónde están,
si estuvieran lejos, pero no sucede, porque los mantengo cerca...—
vuelvo mi vista al Ramet—. Y míranos. Me deseas la muerte, pero
continuas de curioso, y así como tú hay muchos más. Y eso es
porque estoy cambiando el mundo a mi favor y están desesperados
por saber cómo y por qué lo estoy haciendo. Soy como una nueva
religión entre lo corrupto y lo correcto. Algunos creen y temen, unos
dudan, como tú y como él. —Miro a Maximilian por un segundo —.
Vendes mi foto porque yo lo permito, porque con solo enterarse que
soy una mujer, sus putas bolas tiemblan más.
—Compararse con dios o una religión trae miseria, el narcisismo
es miseria y tu rostro es un vivo retrato de que toda tu vida es y será
una miseria, si es que se le puede llamar vida a alguien que parece
trabajar para llevarse consigo cuantas muertes pueda.
Encojo de nuevo mis hombros. Miro a de nuevo a Maximilian. Va
a ahogarme en preguntas sobre quién es la persona que tengo al
frente.
—¿No tenías que irte? —Le pregunto.
—La verdad es que nunca quiero venir —dice y me da la espalda.
Se aleja y me quedo unos segundos más en el mismo lugar. No me
muevo, no miro a Maximilian, solo miro a Rodrigo perderse en la
distancia. No hay nadie más que nosotros en la calle. Tomo aire.
Solo una persona me produce el tipo de lástima que estoy sintiendo
ahora por el Ramet, y esa persona es Ares, quien adula lo que es,
pero en el fondo se detesta.
Cruzo la calle y subo al lugar del copiloto. Maximilian también lo
hace y no enciende el auto. Se queda mirando hacia el frente, como
si tal vez estuviera planeando qué decir. Ambos queremos hacer
preguntas, pero sabemos que ninguno de los dos va a responder, o
no al menos con la verdad absoluta. El abismo entre ambos sigue
expandiéndose y casi parece una mentira que alguna vez estuvimos
tomados de la mano.
El alemán acelera y una hora después estamos saliendo de la
ciudad. El viaje sucede en silencio. Esperaba que me hiciera alguna
pregunta, o al menos que me diera una entrada para poder explicar
lo que pasó entre las hermanas Jolie, pero no lo va a hacer. Él ya
me juzgó y me condenó en su cabeza.
Regreso mis pensamientos a lo que me dijo el Ramet. Solo me
dio tres nombres en respuesta de la ubicación de la zona cero y no
tienen sentido. La NASA es estadounidense y Roscosmos es una
corporación rusa, y Jade... Jade sigue siendo una información a
medias. ¿Por qué justo ahora es que escucho sobre ella? ¿Por qué
no antes? Jakov jamás mostró algún indicio de tener otra... una hija
de verdad. ¿Por qué ahora? Veinticinco años después...
Cada kilometro recorrido va haciendo que los párpados me pesen.
Escucho el motor del auto en todo momento, este me arrulla y dejo
de luchar, cierro los ojos por completo. Nunca me había dado tanto
placer dejarme llevar por el cansancio. No sé cuanto tiempo pasa
hasta que un golpe seco me despierta. Me llevo las manos a la cara
y estrego mis ojos.
Maximilian ha bajado. La puerta a mi derecha se abre y se planta
frente a mí.
—Tienes que cambiarte —me dice.
Me miro el cuerpo. Huelo a hierro y ahora quiero vomitar. Me
obligo a cerrar la garganta y bajo del auto. Necesito un baño y
pronto... No... No creo que pueda aguantar más. Una arcada le gana
a mi fuerza y vomito justo al pisar el suelo.
Segundos después, Maximilian me entrega una botella con agua
La tomo y me lavó la boca y la cara. Me echo el cabello húmedo
hacía atrás. Una vez he terminado, escaneo el lugar.
Es una pequeña casa, parecida a las que a Jakov le gustaba
quedarse cuando veníamos aquí, solo que esta está como si alguien
se hubiera deshecho de ella, como si algo hubiera pasado aquí para
no querer volver nunca más y dejar que todo se pudriera y la
naturaleza se lo comiera.
—No quiero hacer preguntas, pero... —digo.
Se ha movido a la parte trasera y saca las maletas. Cierra el
maletero y camina por el sendero de piedras que casi no se ven por
la maleza. Se escuchan grillos, ranas, y quién sabe que otras
criaturas están rodando la oscuridad.
—Es un lugar de extracción —responde la pregunta que no hice.
—¿Vendrán por nosotros?
Camino detrás de él.
—Sí. Empezaron a buscarte por todo Francia y no es seguro
movernos. No después de esto.
—Puedes irte solo —le digo.
Gira su rostro y me mira.
—No voy a irme sin ti. Estás herida.
—Estoy bien.
—Claro.
Llegamos hasta el porche de la casa. Huele a humedad y a...
Sangre. Quiero quitarme esta ropa de encima. Casi siempre la
soporto, pero esa muerte no la causé yo.
Maximilian abre la puerta del lugar y entramos. Está vacía. El piso
de madera está fracturado y los techos están llenos de manchas de
humedad y hongos. Hay unas escaleras de 3 peldaños frente a
nosotros. Maximilian sube y mueve su cabeza invitándome a que lo
siga. Giramos a la derecha en un pasillo que luce mucho mejor que
el resto de lo que vi de la casa. He empezado a temblar y no creo
que sea por el frío. No estoy sintiéndome completamente bien y lo
detesto. Ahora no.
—Dormirás aquí —dice entregándome el equipaje —. Dúchate.
Debajo de la cama encontrarás algunas latas de comida. Si
necesitas ayuda para abrirlas, dime y...
Tomo la maleta.
—Puedo sola —digo y cierro la puerta en su cara.
La habitación es otro lugar completamente distinto. Lo primero
que noto son los cajones de la base de la cama. Me lanzo hasta
ellos, me pongo de rodillas y los abro. Hay unas veinte latas de
comida. Tomo una y con la navaja en guardo en mi bota, la abro.
Uso el cuchillo para pinchar los pequeños lomos de atún. Después
de horas sin comer. Esto es el paraíso.
🐍
Cuando llegaron por ambos. Él se fue en un diferente auto al mío.
No sé porque me sentí decepcionada en ese momento, porque
ahora que lo pienso, no debería sentirme así como me siento. Estoy
al fondo de un avión del ejército francés. Él está al frente en las
mesas hablando con un general y un almirante. El acento francés de
Maximilian se escucha pésimo, su tono de voz grave no va con
ninguna lengua romántica. Por eso cuando me habla en alemán no
puedo escuchar algo más, o en ruso, las lenguas con entonación
pesada son perfectas para su voz.
Debo parar. Le echo la culpa a lo aburrido que ha sido el viaje.
Pensé que podría volver a dormir como lo hice cuando estuve a
solas con Maximilian, pero no pude. No sé cuantas horas llevo
cruzada de brazos y mirando por la ventana. Está atardeciendo y de
lo único que estoy segura es que la noche va a recibirnos. Ni
siquiera sé a donde vamos. Maximilian ha evitado mirarme desde
que subimos aquí.
De la nada, el capitán anuncia el descenso y en menos de veinte
minutos mis pies ya se encuentran tocando la tierra. Solo hay un
auto en la mitad de la nada. Casi parece un aeródromo donde nos
encontramos, pero la verdad es que ni a eso podría llegar. No hay
absolutamente anda más que la pista de pavimento y una camioneta
negra.
Maximilian se despide de los franceses, quienes retornaran tan
pronto nosotros aceleremos. No hago preguntas, sé que no va a
responderme.
Varias horas de intentos fallidos de buscar con mi mirada la suya,
llegamos a otro terreno árido. Detiene el auto y me mira.
—Necesito que te pongas esto —extiende su brazo a los asientos
de atrás y me entrega una bolsa de tela negra.
—¿Es en serio? —Me rio.
Su rostro serio me da la respuesta.
—Si me jodes...
—No va a pasarte nada. Es solo protocolo.
Lo miro fijamente a los ojos. Tiene algunas venas rojas alrededor
de sus iris azules. Al parecer no descansó una mierda. Suspiro
pesadamente y pongo la bolsa sobre mi cabeza. Largos minutos
pasan hasta que de nuevo nos detenemos.
No me muevo. Lo escucho abrir su puerta, bajarse, y cinco
segundos después, abrir la mía.
—Todavía no te la quites —dice y me toma del brazo. Me obliga a
caminar junto a él.
—Estás abusando de mi paciencia.
—Tú no tienes paciencia.
—Exacto, entonces detente y piensa lo que estás haciendo dos
veces.
—Sabes muy bien a donde te estoy trayendo.
—Si me estás obligando a usar esta mierda en la cabeza es
porque no.
—Es un blacksite.
Me detengo.
—No.
—No van a torturarte. Solo vigilarte.
—¿Quién?
—Oliveira.
—No.
—Debo arreglar el desastre que causaste en Francia —dice.
Vuelve a obligarme a caminar y ya no me rehúso. Supongo que lo
mejor que puedo hacer en este momento es hacer nada. Necesito
curarme de las costillas y de otros golpes que no me permiten
correr. Voy a exigirle de nuevo buena comida y al menos una celda
con espacio decente y mucha luz.
El terreno bajo mis pies cambia. Ahora es más liso y ya no siento
ninguna piedra. El sonido de algo abriéndose despierta mi
curiosidad. Estoy ahogándome con esta mierda.
—Quítame esto ya.
—Espera un segundo más.
Otro sonido más agudo se escucha y ahora algo cerrándose.
Descendemos.
—Ya —dice.
Y de inmediato me retiro la bolsa. Respiro profundo y suelto el
aire. Las puertas se abren y lo que se nos presenta al frente me deja
sin habla.
Es como un cubo de cristal en medio de un gran salón. Sobre él
hay algunos pasillos flotantes de metal, escaleras del mismo
material en las paredes y varios hombres vestidos de negro y
armados. Dentro de la habitación de cristal, hay una cama extensa,
una biblioteca y una caminadora. Lo único privado es el baño.
—Qué bueno es volverte a verte, Zubac —Oliveira aparece por la
izquierda. Natasha la acompaña detrás. No saluda, solo alza sus
cejas y se concentra en Maximilian.
—Volveré en unas horas antes de partir —dice el alemán y vuelve
a oprimir el botón para subir.
Las puertas se cierran y no volteo a mirarlo. Estoy teniendo una
guerra de miradas contra el azul gélido de Oliveira.
—Síguenos, Zubac. Es hora de seguir el protocolo.
—No. —Doy un paso hacia atrás.
Y ella uno hacia adelante. Las armas de los hombres que vi antes,
ahora me apuntan. Estoy llena de puntos rojos.
Hija de puta.
—Sí y por experiencia, espero que sepas que todo será más fácil
si colaboras. Si Maximilian no es capaz de sacarte la información yo
sí lo haré. ¡Inyéctenla!
Miro hacía todos los lados y me muevo para evitar que me
impacten, pero es demasiado tarde. Un dardo se clava en mi
hombro y cuando intento retirarlo, caigo en la oscuridad. Lo último
que veo es la cara de Coleman frente a mí y sonriendo.
Voy a matarlas.

Notita:
Nos vemos pronto con el otro capítulo. Gracias por esta larga
espera y espero no volver a abandonarlas por tanto. Ya saben... a
veces la vida se pone difícil y bueno, difícil. PERO AQUÍ ESTAMOS
READYS PA TERMINAR IMPLACABLE PRONTO.
Un besito, muak.
CAPITULO 25
 
Atenea
Si le hablara a un civil del Nuevo Orden Mundial, creería que
estoy demente. Que soy una conspirativa y voy contra el gobierno
actual, pero se equivocaría, porque conspiraciones no son. Hay un
régimen, una estructura que nadie conoce. Solo pocos entes en el
mundo están enterados de ella. Sé que Maximilian recibió esta
información hace poco y yo estoy enterada de ello por Jakov, y no
porque precisamente me lo contara una noche antes de dormir y
darme un beso en la frente, no.
Algo me dice que ahí está la razón por la que rechazó la
comandancia y por la que Magnus prefirió retirarse antes de llegar a
ella. No tengo casi nada claro, estoy abriéndome camino para
encontrar respuestas, pero ahora sé que no se trata de eso... Se
trata de hacerse las preguntas correctas y ahora las tengo. Y la
mayoría tienen que ver con él... con mi "papá".
Papá...
Ahora es aún más amargo el sustantivo. También los sentimientos
que acompañan mis recuerdos con él. El pasado era el único lugar
donde podía vivir segura, donde existía una esperanza que me
mantenía a raya. En el pasado existía alguien diferente a lo que soy
ahora y lo que he descubierto de él.
En el pasado sí había algo... y ahora hay nada.
Solo tenía que investigarlo. ¿Por qué no fue comandante supremo
si tuvo el puesto a sus pies? Eso solo puede tener una respuesta:
Tiene uno más arriba.
El Nuevo Orden Mundial no es una mentira y Jakov Zubac podría
ser una prueba de ello. Su vida es un misterio. Dado por muerto,
luego, aparece como salvador en una Isla a la que me llevan
después de un extraño traslado a cargo de Magnus White. Alan
desaparece y un alemán entrenado para ser el salvador del mundo
sube al poder supremo de La Asamblea General.
Y esto me lleva a... ¿Qué tanto sabe Maximilian?
Desterró al presidente de los Estados Unidos... Tal vez signifique
que Alemania movió una ficha al frente. ¿Y quién decidió empezar a
jugar? Porque una desaparición como esa, causada por Maximilian,
no pudo ser un primer paso. Fue una respuesta. Demasiado
correcto para hacer lo otro. El monstruo solo sale cuando puede
justificarlo. 
Y cómo me encanta ese lado de él.
Me burlo en silencio.
El mundo va a cambiar, eso es seguro, pero se hará a mi manera.
Tanto que, si alguna vez caigo, el mundo lo hará conmigo.
Pero antes tendré que pasar por algunas cosas y esta es una de
esas.
El agua helada vuelve a quemarme la piel una vez más. Oliveira
tiene a alguien apuntándome con una manguera a alta presión. El
dolor es tan insoportable que no puedo evitar arañarme la garganta
a gritos. Juro y juro que voy a matarla. Será lo único diferente que
haga a lo que tengo planeado. Solo a ella. Laura ha pasado a
encabezar mi lista negra.
El agua se detiene y vuelvo a respirar.
—Eres como las malditas cucarachas. Ni una bomba atómica
acaba con ellas —dice.
—Gracias, es bonito el cumplido, pero mejores me han dicho.
El agua vuelve a pegarme y cincuenta segundos después se
detiene. Me mareo, pero vuelvo a sentarme sobre mis piernas.
Apoyo las palmas sobre el piso frío y respiro hondo. Estoy
temblando. No tengo más que gotas de agua sobre la piel, si es que
todavía la llevo puesta y el agua no se la llevó. Me arde todo el
cuerpo, me duele todo, y el dolor no es más que alimento para mi
odio. Entre más me golpeen, más profunda será su tumba, y no
precisamente voy a enterrarlas muertas. Levanto mi rostro para
mirarla a Natasha.
Está al fondo mirando con los brazos cruzados sobre su pecho.
Está consternada. Es débil, o al menos eso puedo traducir de su
expresión. Es cobarde y entre ella y Laura, hay una enorme
diferencia. Mientras una desea matarme, la otra está trabajando en
convertirlo en un hecho. Un cobarde y un valiente en todo su
esplendor.
—¿Qué piensas de esto, Coleman? ¿Estás de acuerdo? —Le
pregunto y la miro.
—Natasha solo está viendo como sigo el protocolo que por ley se
te debe de aplicar. Tú también lo has hecho, lo conoces, y has
estado en el lugar en el que yo estoy ahora. Lo mereces, es lo justo,
lo sabes. Y yo voy a aplicarlo. Maximilian está muy errado si piensa
que todos sentimos lo mismo que él siente por ti. Hoy no habrá
redención.
—Maximilian no siente nada por mi —susurro y mientras sigo
mirando a Natasha.
No quiero perderme su reacción.
—¿Qué no siente nada por ti? —Laura bufa—. Estás viva gracias
a él. Debió matarte y no lo hizo porque parece que se enamoró de la
basura de persona que eres. Está cargando con mierda que no le
corresponde y todo porque...
El rostro de Coleman se deshace con cada palabra de Laura. Le
sonrío mientras Laura sigue hablando de cómo soy el mundo para
Maximilian. La expresión se le endurece y suelta los brazos,
indicando y gritándole al hombre que vuelva a dispararme con la
manguera.
Débil.
El agua cesa y no pierdo tiempo en pararme, simplemente la miro
desde el piso.
—El amor no correspondido es algo muy egoísta, ¿no crees? El
falso porque con el tiempo se convierte en odio... y va a consumirte,
Coleman.
Laura la mira.
—¡Lárgate! —le grita Oliveira, pero ella no se mueve y tampoco
despega la vista de mi espalda desnuda.
Nadie debía verlas. Solo son marcas de debilidad y no quiero que
nadie me mire con lástima, como ahora lo está haciendo Coleman.
—Déjala. Al parecer está disfrutando del show  —digo para
reforzar.
—¿Qué te pasó? —Pregunta, pero cierra de inmediato la boca,
como si se hubiera arrepentido en el acto.
Esta vez sí intento sentarme. Laura me mira con atención. Está
prevenida y también la felicito por eso, se lo confesaré pronto antes
de cortarle el cuello.
—Supongo que el karma —respondo y me encojo de hombros.
—Meterse con un hombre comprometido es una maldición que te
buscaste sola, no karma. Estás jodida por tu culpa —dice Laura —.
Y al parecer no fue una decisión difícil de tomar. La falta de moral
que tienes casi es un insulto a todo lo que hemos logrado.
Invadimos un lugar que estaba lleno de vergas con el ego elevado y
a causa de una, perdiste toda la razón. No representas a ninguna
mujer dentro de esta organización, Atenea.
—¿Representar? No busco aprobación, ni apoyo y... ¿Crees que
es un insulto para mí no tener moral? —me río —. He asesinado
más de doscientas personas y lo único que te aterra es que me
haya follado a alguien comprometido y de la organización. Sigue
haciendo tu trabajo bien y busca problemas reales, Oliveira, porque
mis asuntos personales no lo son. Si algo va mal dentro, no es por
mí.
—¿Problemas reales? Entonces pasemos al asesinato de Igor
Volkov.
—Yo no lo maté —digo de inmediato y les sonrío.
—Con esa maldita cara nadie va a creerte. Pronto todos sabrán lo
que eres y...
—¿Sabes lo que soy? —la interrumpo sin dejar de sonreír.
—No saber sobre ti sería no saber nada sobre la guerra actual —
responde Natasha.
—Y podría jurar que tú la iniciaste... ¡Agua!
💀
Ubicación: Desconocida
Hora: Desconocida
Narrador omnisciente
—Por primera vez en la vida... Por primera vez, Magnus, siento
que las cosas se saldrán de mi alcance —dice Jakov.
Un cielo sin estrellas los cubre. Hay silencio, no hay testigos, no
hay paz entre ellos, pero tampoco hay una guerra. Cada quién está
haciendo lo que debe hacer, así signifique perder más de lo que
pueden llegar a ganar.
—¿Qué querías? Construiste un arma, ¿y esperabas que nunca
fuera usada?
—¡No es un arma! Eduqué a una niña, White, a un ser humano,
a...
—A alguien que quiere joder a toda la humanidad —dice el
general retirado. Mira incrédulo a Jakov, pero no puede culparlo. En
el fondo entiende, porque a ambos les arrebataron a sus hijos de los
brazos. Ambos han tenido que sacrificar su vida junto a ellos, para
que al menos ellos puedan vivir una. Magnus respira hondo y
cambia su expresión —. Atenea ya no es una niña. Es...
—Es mi hija.
—No —Magnus niega con la cabeza—. No lo es, biológicamente
no.
—Tiene mi apellido y yo la crie.
Magnus lo mira durante unos segundos. Piensa dos veces antes
de contarle.
—Ya no tiene tu apellido. Maximilian Müller ha borrado cualquier
rastro de existencia de tu hija. Ahora es de él. Para ti es tu hija, para
él, es un arma, y la está tratando como debe ser.
Jakov mira a Magnus consternado, pero no del todo. Müller fue
quien la envió a esa prisión, pero Atenea fue quien se la mencionó y
cuando Jakov preguntó el por qué le entregó esa información,
evadió completamente su respuesta. Ahora no sabe qué pensar,
pero no hará nada, porque tanto como él y su hija, están
defendiendo el mismo frente, aunque ella no lo sepa.
—Si se entera va a matarlo.
—Esa es la idea.

—No lo hará y no puedes obligarla a...

—Estoy siguiendo el plan de Armani. ¿Quieres a Atenea a salvo?


Entonces no prestes atención a sus sentimientos. Si tu hija está
enamorada del hombre que educaron para iniciar una dictadura, no
es mi problema, ella fue entrenada para acabarlo a él y si no lo
hace...
—Modificaré algunas cosas. No le causaré más daño.
—La tarea de Atenea Zubac es acabar con Maximilian Müller y
eso no tiene modificaciones.
—Puedo asesinarlo yo.
—Atenea te odiará.
—No voy a dejar que mate a la única persona que ha mirado
diferente en toda su vida. No va a perdonárselo nunca.
Magnus se burla.
—Susan y Gerard no se quedarán de brazos cruzados. Será otra
absurda guerra que no quiero vivir. Deja que ella lo asesine, sé que
lo hará sin dejar ningún rastro.
—¿Cómo estás tan convencido de que ella...?
—¿Lo matará? —Magnus completa la pregunta y Jakov asiente
—. Solo lo sé. Recuerda que el universo está hecho de
consecuencias y solo basta una para que su mirada, y su convicción
cambie. Sigue el plan. Hasta ahora todo va en su lugar.
Jakov respira profundo.
—No va a matarlo, White. Sea lo que sea que Müller haga, ella no
lo matará.
—Es aberrante la seguridad con la que lo dices. Subestimas la
falta de sensibilidad de tu hija. Atenea es capaz hasta de matarte.
La frase deja helado a Jakov. Su mirada cae al piso, al igual que
su corazón. Lleva mintiéndole más de veinticinco años a la persona
con la que ha compartido su vida.  Noche tras noche, solía pararse
bajo el marco de la puerta para verla dormir. Crecía muy rápido y
sentía que el tiempo se le escapa de las manos, porque sabía que
ese día llegaría, el día en el que Atenea Zubac sabrá toda la verdad
y estaría lista para tomar una decisión. Todos los ríos de sangre que
dejará la guerra desembocarán en ella. Le parece casi fantasioso
que la existencia de una persona que él alimentó y cuidó sea lo que
le dé sentido a todo lo que está sucediendo.
El universo de las consecuencias. 
—Hablaremos a primera hora. El sol suele despejar la mente de
las cosas que nos atormentan en las noches, y te necesito lúcido.
Descansa, Zubac —dice Magnus y se retira.
Jakov se queda en el lugar, pensando en el recuerdo que tiene de
una de las tantas noches que habló con su hija antes de dormir.
—No lo soportaba y no tengo paciencia, papá. No tuve control y lo
busqué.
—¿Alguien te vio?
—No.
Jakov respiró hondo.
—¿Estás segura? —preguntó otra vez.
—Sí —Atenea respondió y sus ojos brillaron. Jakov se preocupó
de inmediato. Sabía que la culpa apaga cualquier rastro de luz en
alguien y dentro de esos cristales de color verde, había un incendio,
que él tenía como tarea controlar y jamás dejar que se apagase.
—¿De qué escuadrón era?
—Del tres. Estoy segura de que escuchó que dejé en ridículo al
otro sargento y quiso...
—Ahórrate explicaciones. Asesinar a alguien por intolerancia...
—¿Intolerancia? El hijo de puta me humilla frente a 1500 hombres
y yo soy la intolerante. Bravo, Zubac, solo te falta decirme lo que
todos dicen para justificar su mierda: "así es el ejército, princesita".
Ya veo de donde viene el apodo de...
—Detente ahí y... ¡Papá! ¡Soy tu papá! —le corrigió el hombre
ante la mención de su apellido.
Atenea estaba por decir algo aún peor, estaba por contradecir lo
que Jakov acababa de gritarle, pero en el fondo sabía que sería
demasiado y solo en ese momento, se agradeció así misma por
lograr quedarse en silencio.
—Atenea... —Jakov suspiró del cansancio—. Vas a encontrar
personas como él todos los días, pero para eso existe la justicia.
Recuerda que ningún vencido tiene justicia, si la persona que lo
juzga es su vencedor.
—Pero vencí y eso es lo importante.
Momento tras momento, Jakov estaba cada vez más seguro de
que algún día todo se saldría de su control, y que aunque intentó
guiarla y enseñarle que un lado es mejor que el otro, no lo logró.
Pero por otro lado, también se sentía hipócrita al estar orgulloso de
la convicción que Atenea tenía con tan solo dieciocho años.
—Recuerda el principio de la causalidad. Si te vuelves un origen,
pronto podrías sufrir el efecto. El universo es una conexión de
causas, no tientes a los efectos.
Atenea soltó todo el aire y le sonrió.
—Tal vez algún día encuentre la manera de romper hasta las
leyes de la física... Por algo has insistido tanto para que la estudie.
—El que sepas mucho de algo, no te hace experto hasta que lo
vives. Todo lo que estás haciendo ahora es acumular información,
pero si sigues cometiendo errores, el día de mañana estos van a...
—¡Todo es fantasía, papá! El karma es fantasía, la justicia divina
es fantasía. No creo en nadie más que en mí, y no confío en nadie
más que en mí , ni siquiera en la justicia que ustedes imparten, y...
 de cierta manera eso lo aprendí de ti.
—Al parecer fallé , entonces.
—No era una batalla. Tú y yo no somos una guerra, papá.

—¿Entonces por qué te comportas como si estuviéramos en una?


¿No te has puesto a pensar en que las consecuencias también
afectan a los que te quieren?

—No hables en plural, solo tú me quieres.

—Pues solo a  mí  me afectarás y uno no debe afectar a las


personas que cuidan de ti sin interés. Yo cuido de ti, tú cuidas de mí,
eso nos hace una familia.

Atenea se cruzó de brazos. Inspiró profundamente y luego lo miró.


—Lo siento —dijo ella.
Jakov negó con la cabeza.
—Te llevaste una vida, otra más.
—Hablas como si jamás hubieras matado a alguien.
—Lo hice y por eso sé de qué hablo. Hay precios que no se
podrán pagar nunca... Tengo que irme, pero antes necesito que
memorices.
—¿Qué?
—Acepta lo que Magnus te pida. Sin rechistar. Sin reclamar. Solo
hazlo.
Jakov se adentró en el pequeño cuarto dentro del pentágono.
Besó su frente y se dio la vuelta para irse.
—¿Por qué? —preguntó ella y él la ignoró, pero antes de
desaparecer por el pasillo, agregó:
—Bienvenida al universo de las consecuencias, Atenea.

Notita:
Buenas.
Ha pasado mucho desde la última vez que actualicé, siento
mucho la demora, pero aquí vamos, lento, pero seguro. Gracias por
todo, amores. Nos leemos pronto. Alisten sus pañuelos para el
siguiente capítulo narrado por mi señor: Maximilian.

Muak.
CAPITULO 26
 
Maximilian
Solo pienso en algo ahora... Ahora y desde ese traslado, que
nunca me encajó, que nunca pedí, pero se hizo.
¿Por qué?
No me sorprendería que ella misma lo hubiese hecho. Atenea es
capaz hasta de lo imposible. Me muevo en la silla. El aire
acondicionado me tiene ardiendo las fosas nasales. Estoy
incómodo, cansado... Creo que voy a resfriarme. Sorbo la nariz.
Mierda, no, ahora no.
—¿Maximilian? —La voz de Susan me trae a tierra.
—¿Mmm?
—¿"Mmm"? —Alza las cejas, ofendida.
—Estaba pensando en algo. —se me ocurre responder.
—O en alguien —corrige Rosie sonriendo y la ignoro.
—Tengo que irme dentro de quince minutos, ¿qué más necesitan?
—Si nos prestaras un poco atención ya lo sabrías.
—Más seguridad, Max. Solo eso —dice Rosie mirándome con
intensidad, como si dijera algo más después de su silencio.
Ares Armani.
—¿Dónde está Milan? —pregunto.
—Arriba —responde Rosie.
—Espera, tu papá me pidió que te entregara esto.
Susan se mueve por todo el salón mientras se acomoda el traje
gris. Toma una pequeña caja de metal, y la deja sobre la mesa del
centro, frente a Rosie y a mí.
—¿Qué es? —pregunto sin dejar de ver la caja, no tiene ninguna
cerradura.
—No sé, solo me dijo que te le entregara.
Tomo el objeto y me pongo de pie.
—Voy a despedirme de Milan, y parto.
—¿Cuándo podremos salir de aquí? —pregunta Susan.
—Si quieren vivir, no hasta que yo lo diga.
Rosie se ríe bajito y la miro mal.
—¿Cuál es el motivo de tu gracia?
—Nada. Es una risa de nervios, de estrés, no de gracia. De gracia
sería si no los tuviera a ustedes como familia y pudiera irme con mi
hijo a cualquier lado del mundo sin que tenga que preocuparme de
que alguien quiera clavarnos una bala en la cabeza... ¡O no! ¡Eso
sería lo mejor que nos podría pasar! ¿Verdad, Max? Pero, tranquilo,
aquí nos quedaremos porque queremos conservar nuestros dientes
y dedos —sube la voz, se le quiebra, y cuando termina de hablar
toma una bocanada grande de aire.
Asiento lentamente. Ha pronunciado todo el discurso con lágrimas
en los ojos. Susan la mira con pesar, pero sin culpa y podría jurar
que está avergonzada. Rosie es inestable, pero no es su puta culpa.
Desgraciadamente nació en una familia en la que no encaja y la
desgasta.
—Si quieres correr, puedes hacerlo, ya lo hiciste una vez con Ares
—le dice ella a su hija —. Eso sí, Milan de aquí no sale sin mí.
—Nadie sale de aquí sin mí —digo y voy hasta las escaleras.
Rosie se levanta e ignora a su madre.
—Estás sucio, lleno de sangre y él... —se queda en silencio
cuando llegamos al final y vemos a Milan sentado en el piso —. Mi
amor... ¿Qué haces aquí?
—No quería que tío Max se fuera sin decirme adiós.
—Jamás lo haría —respondo inclinándome frente a él. Sus ojos
azules están cristalinos, señal de que estaba llorando. Le doy una
rápida mirada a Rosie y respiro profundamente antes de volver a
encararlo, sonrío y me recuerdo que estoy tratando con una
pequeña vida de solo seis años —. ¿Vamos a la cama?
El pequeño rubio asiente con la cabeza y me extiende sus brazos
para que lo levante. Ignoro mi suciedad, ahora, es más importante
que pase estos últimos minutos con él y Rosie. Caminamos hasta su
habitación y me arrodillo en el piso después de dejarlo a él sobre la
cama.
—¿Dónde está la mujer maravilla? —pregunta.
Acabando con el mundo.
—Salvando el mundo, por supuesto.
—¿Y cuándo vuelve otra vez? El doctor dijo que me dio una parte
de ella, ¿eso significa que seré un superhéroe también? —Milan
pregunta con emoción.
—Max, yo... —dice Rosie, pero la interrumpo.
—Sé lo que hiciste, lo que hicieron. —Centro mi atención en Milan
de nuevo —. Respondiendo a tu pregunta, puedes ser hasta mejor.
Respiro hondo. Es imposible hablar bien de alguien que solo hace
daño, pero enterarme de que ella fue quien le donó medula ósea a
mi sobrino, que también es suyo, me deja desubicado.
¿Quién es realmente es esa mujer?
Rosie me mira impaciente desde el final de la cama. Tiene algo
que decirme. Milan me sonríe con ilusión después de escuchar lo
que le dije y la garganta se me cierra. Esa sonrisa. Es difícil ver en
él la misma sonrisa de una persona que tengo que asesinar. Trago
duro.
—Extraño mi casa, a Vaca, mis juguetes. Extraño todo. No me
gusta estar aquí. No hay donde jugar, no hay más niños y...
—Estoy arreglando el mundo para que sea seguro para ti, para
que puedas salir a jugar. No te preocupes y espérame un poco más.
Ten por seguro que esa es mi única preocupación ahora —beso su
frente —. Tengo que irme, pero espero volver pronto. ¿Cuidarás a tu
mamá?
Asiente con la cabeza. Beso de nuevo su frente y me pongo de
pie. Rosie y yo nos alejamos casi nada, solo a una distancia donde
ella no pueda perderlo de vista, pero que él no escuche.
—Seré rápida. Tal vez esto no sea de mi interés, pero no sé si sea
el tuyo, pero... Tengo qué decírtelo, te quiero jurar que desde ya te
contaré todo lo que sepa y...
—No estás siendo rápida.
—Lo siento —carraspea y sigue susurrando —. Atenea pidió otro
procedimiento mientras le extraían médula y...
—¿Qué procedimiento? —pregunto. Tiene toda mi atención.
—Se esterilizó, pero eso no fue lo que me impactó. Vi su historial
médico porque teníamos que revisarlo en conjunto con los doctores
y había algo sobre una clínica en Nepal y... luego desapareció. Ya
no hallamos más ninguno de sus datos y...
—Tienes razón. No es de tu interés —susurro y paso por su lado.
La escucho venir detrás de mí mientras intento ordenar mis
emociones y pensamientos. Había suprimo cualquier atisbo del
dolor que el hecho me cause, pero es solo escuchar la mención del
país para venirme abajo.
Bajo las escaleras, pero la mano de Rosie se adueña de uno de
mis brazos.
—¿Está todo bien? —pregunta.
—Rosie —advierto.
—No tienes que ser una piedra todo el tiempo, por favor... Tú no.
—Rosie —esta vez es más una súplica.
Ella respira hondo y me deja ir.
—Podré ser la estúpida y buena para nada de la familia, pero al
menos soy la única que aún conserva un corazón y aunque no lo
creas, los corazones saben escuchar.
—Eso es...
—¿Ridículo? Sí, pero real. Aquí estaré, obviamente, con muchas
ganas de escucharte. ¿Recuerdas cuando me contabas todo lo que
vivías con papá? Él es una persona difícil, tenías mucho que cargar
encima y sentía que mientras más hablabas conmigo, no sé...
Mantenías siendo tú, puede sonar ridículo, pero siento que era como
tu polo a tierra y... Atenea es una persona difícil, y a veces se
necesitan dos para entender a una.
Miro sus ojos azules mientras habla con la rapidez que la
caracteriza, hay círculos de color violeta debajo de ellos, es lo único
que desentona con el resto de su pálido rostro, y no solo eso,
también veo dolor. No sé en qué pienso cuando decido lanzarme a
abrazarla. Envuelvo mis brazos en su cintura y ella mis hombros. Sé
que está solo dos escalones más arriba, pero no dejo de sentirme
pequeño, de volver a las tardes en las que solo éramos ella y yo,
entre la guerra. Siempre ha habido guerra. Nacimos en medio de
ella. Todos. Y es seguro que moriremos en medio de ella también.
—Cuídate —susurra para luego besar mi frente y alejarme.
Levanto la vista para buscar en ella lo que ha causado que me
distancie y la encuentro mirando al final de las escaleras, donde
está Susan cruzada de brazos.
—A Atenea no la entiende ni su propia madre —se ríe —. Tyra
Kratos está aún más demente.
—¿Y entonces por qué nos dejaste con ellas cuando éramos
pequeños? ¿Acaso de no te daba miedo? —pregunta Rosie y la
información me desencaja, pero hago lo posible porque no sea
notorio.
—¿A ti no te da miedo llamar a Atenea? Es la misma situación,
Rosiemarie. A veces el mejor lugar para esconderse del peligro, es
hacerlo en medio de él.
Rosie se gira y se pierde dentro de la habitación después de dar
un portazo.
Bajo con lentitud el resto de los escalones.
—Entre más intento alejar a los Kratos de mi familia, más la
envenenan. Primero Rosie... Ahora tú —me mira de pies a cabeza
—. Mantente enfocado, por favor. No quiero más lazos con ellos.
—¿Cuál es la razón de tu aversión por los Kratos? La verdadera
razón. Dime —digo cuando he llegado hasta a ella.
—¿La verdadera razón? Alessio Armani. Investiga ese nombre y
tendrás todas las respuestas, porque, aunque yo te lo cuente con
señas y figuras, jamás me creerías.
Me da un par de palmadas en la espalda antes de subir las
escaleras y desaparecer de mi campo de visión. Respiro hondo una
vez más y planto serenidad en mi rostro. Salgo del búnker. El
bosque oscuro y húmedo me da la bienvenida. Está lloviendo y el
olor a tierra es fuerte. Inhalo profundo. A mi diagonal veo a Thomas
fumándose un cigarrillo.
—¿Todo bien? —pregunta.
—¿Por qué no entraste?
—Susan me asusta —se ríe.
Niego con la cabeza. Empiezo a caminar hacia el sur. Duane me
sigue el paso. Un par de metros más y encontramos el vehículo todo
terreno escondido bajo algunos arbustos. Despejamos todo y subo
al asiento del conductor. Conduzco a la velocidad límite del vehículo.
Thomas se queja a mi lado por la alta velocidad y horas después
hemos vuelto al lugar donde ella está.
Bajo apresurado sin saber muy bien porqué. A lo lejos, veo que el
resto de los hombres y mujeres que pedí para la vigilancia del lugar
también han llegado y se encuentran siendo instruidos por Laura.
No me molesto en anunciar mi presencia y voy de inmediato al
interior.
Lo que escucho al entrar me deja helado.
Gritos.
Los más desgarradores que jamás haya escuchado en una voz
que sí he escuchado y sé el tono de memoria. Me lanzo a correr por
los pasillos, guiándome por el sonido y cuando llego, no dudo ni un
segundo en ponerme frente al torrente de agua a presión que
apunta hacia ella. El agua me impacta, me desestabiliza, pero me
planto de espaldas con fuerza.
—¡Cese al agua! —grito.
El ardor y el dolor mío pasan a un segundo plano. Mis ojos caen
en la delgada persona que está de espalda, en posición fetal,
abrazando sus piernas. Ya no está gritando, pero cuando pronuncio
su nombre, el sonido desgarrador regresa, tanto que algo dentro de
mí se quiebra. Vuelve al silencio unos segundos después. Su
espalda sube y... Su espalda... No puedo dejar de mirar las
cicatrices que tiene en ella. Largas y delgadas, en desorden, sin
ningún patrón, de un color más claro que el de su piel, que está al
rojo vivo por la presión del agua. Voy a joder a muchos después de
esto. Respira profundo y echa su cabeza hacia atrás, haciendo que
gotas de su cabello caigan en mi cara. Se levanta con torpeza,
intento ayudarla, pero me manotea. Logra hacerlo por completo y es
ahí en ese momento en el que me doy cuenta de que está
completamente desnuda. Subo mi rostro y fijo mi mirada detrás de
su cabeza.
—¡Tú! —señalo a un soldado a fondo que no deja de mirarla.
Cada vez se me dificulta más respirar. La ira está cegándome y
jamás me había sentido de esta manera —. ¡Tráele algo de ropa!
—No necesito nada —dice bajo, pero firme. Se gira con lentitud,
dejando su espalda recostada contra la pared. Miro a sus ojos y
luego a la sonrisa que ladea —. ¿Qué temes mirar, cobarde? —
sigue sonriendo—. ¿Nunca te cansas de ser tan correcto ante los
demás, Maximilian? Ahora me miras a los ojos, pero ¿qué estarías
haciendo si yo no te estuviera mirando a ti?
Se despega de la pared dando un paso hacia el frente, hacía mí,
mientras yo sigo en el mismo lugar siendo el mismo inepto que se
queda sin palabras ante una situación. Estoy batallando con aplacar
la curiosidad que tengo sobre las marcas en su espalda, y en la ira
que ha causado que la estén tratando así, cuando ordené antes de
irme que no le tocaran ni un solo cabello.
—Responderé por ti ya que veo que has dejado de funcionar —
susurra mientras camina con lentitud y me rodea —. ¿Recuerdas
ese baño que me di en el cuarto de tu humilde casa? —se para de
nuevo frente a mí. Los recuerdos llegan a mi cabeza y avergüenzo
de inmediato. —Ohh, ¿te has sonrojado? ¿Es eso un poco de color
en sus mejillas, alemán? Por lo visto lo recuerdas, hasta puedo
asegurar que sabes exactamente qué mano tenía entre mis piernas.
Pensaba que mi expresión era indescifrable, pero ella siempre
está sometiéndome ante situaciones para las que nunca me he
preparado. No sé cómo instruirme para enfrentar el desastre natural
que es. No hay una alarma, no hay un aviso, ella solo quiere
pervertir y ensuciar el mundo, y aunque me culpo por cada acción
que he tomado respecto a ella, no dejo de sentirme dominado por su
carácter. Es como nadar contra corriente, o ni siquiera eso, es
dejarme llevar por ella.
—Es fácil adivinar la mano que usas para todo, eres zurda —
respondo.
—Excelente observación.
—Y tengo otra más.
—¿Cuál?
—Una vez dijiste que tienes planos hasta de mi casa.
—Ajá...
—No dudo en que tengas acceso a mis cámaras.
Ella asiente sonriendo. Levanta su mano y dos de sus dedos
caminan desde la mitad de mi abdomen hasta el pecho. Suelto todo
el aire mientras no dejo de mirar sus ojos verdes. Las gotas de agua
escurren todavía por toda su piel y de inmediato me hallo queriendo
secar cada gota con lo que sea que tenga a la mano.
—Definitivamente tú no eres zurdo —dice.
—Excelente observación —repito sus palabras.
Un carraspeo se escucha a mis espaldas.
—Comandante. —La voz de Coleman me hace girar. Recuperó el
aire que Atenea se me robó.
—Llame a Oliviera y espéreme junto con ella afuera.
—Sí, mi comandante. Los soldados ya están en posición para
custodiarla hasta la celda.
—Retírese —le digo.
Coleman me mira una última vez antes de desaparecer.
—¿Qué pasó? —pregunto.
—Sea lo que sea que te digan, me lo merecía.
La griega pasa por mi lado y va hasta la única puerta que tiene el
salón. Me apuro a ir tras ella y cuando salimos al pasillo me
encuentro con que hay una hilera eterna de soldados a cada lado.
—¡Miradas arriba! —ordeno.
—El desacato me tiene en este lugar. —Atenea gira levemente su
cabeza para mirarme —. Pero, aunque no lo crean, ustedes también
son presos. Tendrán tres comidas diarias, un uniforme, una rutina,
órdenes... la única diferencia es que vuelven a casa unos días al
año. Qué miserable es el ejército, das la vida por la causa y quien
verdaderamente te termina eliminando no es el enemigo, es quien te
envió a un lugar donde las probabilidades de sobrevivir son nulas.
Justo cuando llegamos a la entrada del segundo salón, Atenea
deja de soltar veneno. Estos soldados no se quebrarán. Todo lo que
acaba de decirles, ya se los había advertido, como un par de cosas
más.
Uno de los soldados me tiende una pequeña bolsa llena de ropa y
se la ofrezco a Atenea. Ella la toma sin delicadeza y mira el interior.
—Pensé que sería naranja. Al parecer el negro siempre será la
tendencia de la organización —repara el traje. Saca todo de la bolsa
y se viste frente a mí. En ningún momento abandono la mirada que
tengo sobre su rostro, sobre sus ojos, y ella hace exactamente lo
mismo —. ¿No vas a preguntar?
—¿Qué?
—Sobre lo que viste en mi piel.
—¿Vas a contarme qué pasó?
—No... No, aún.
—¿Cuándo entonces?
—Cuando dé con el culpable.
—¿Sospechosos?
—Solo dos hasta ahora.
—¿Quiénes?
Ladea su sonrisa y su cabeza cuando ha terminado de vestirse.
Pasan unos segundos antes de que se mueve hasta la celda de
paredes de cristal antibalas, bombas, y demás. En medio hay una
cama tamaño reina, en la esquina una pequeña zona de aseo y una
biblioteca llena de libros. Ella entra en ella y tan pronto como lo
hace, la puerta se bloquea. La estructura fue creada solo para ella.
Es la primera prisión con inteligencia artificial del mundo. Solo la
reconoce a ella, y a mí, su creador. No habrá manera de que ella
salga, o alguien más pueda entrar a hacerle daño. Atenea mira e
inspecciona todo alrededor. Sé lo que está haciendo, suele hacerlo
siempre que llega a un lugar que no conoce, o se topa con alguien
en quien ella no confía: analiza, escanea, y planea.
Segundos después se detiene en medio del salón.
—¿Quiénes crees seríamos si no fuéramos, Maximilian? ¿O al
menos si no fuera? Lo que soy me tiene aquí, ni siquiera tú, yo.
Aunque quisiera responderle que no me la imaginaría siendo de
otra manera, que no quiero que sea de otra manera, que entienda la
situación, que no es solo su culpa, que así es la guerra, que todo
está lleno de tácticas, y que, aunque no vaya a decírselo, esta es
una de ellas, que no está en peligro... que está a salvo desde este
momento, conmigo.
—Dime un nombre, un lugar, una fecha detrás de...
—¿De lo que hay en mi espalda? —completa y asiento con la
cabeza.
—Dame solo un dato y yo... Sabes que puedo mover el mundo
para hallar el culpable.
Silencio. No pronuncia nada. Tampoco su mirada transmite algo,
es casi inescrutable la expresión que tiene en el rostro. Nunca
adivino lo que está por responder, o hacer, Atenea es tan indómita.
—¿Un nombre? —pregunta.
—Un nombre, lo que sea.
—Tú lo pediste —se encoge de hombros y se pasea con lentitud
por el lugar. Hago nota mental de cuando duerma, volver y revisar
las estadísticas vitales que el lugar me arroja. Constantemente la
estarán escaneando, y si algo anda mal, seré notificado antes de
que el mal suceda.
—Atenea, dime el nombre.
Se detiene y me mira.
—Gerard Müller.

Notita:
Holisss. Siento haberme tardado, mi computador decidió no
encender durante todo el día hasta que buscando algo en google, lo
arreglé, o eso creo jajaja, pues prendió.
Las y los amo y agradezco mucho su paciencia. También me
disculpo por los errores, recordemos que esto es un borrador y ya
cuando lo edite, tendrá mejor conexión todo. Graciasss.
CAPÍTULO 27
 
Atenea
No es verdad.
Pero tengo que aprovecharme de la culpa que ahora está
sintiendo. En su rostro puedo ver que lo hace, siente culpa y me
fastidia demasiado que siempre quiera ser el superhéroe del mundo,
que no soporte que las personas alrededor sean lastimadas, así se
lo merezcan, porque se lo merecen. Nadie puede ser un santo en
medio del caos. Nada justo, nada es correcto, cada uno está
haciendo lo que debe para sobrevivir. Tampoco creo en el sistema
judicial porque, poniéndome de ejemplo, si este fuese justo, mi
trasero ya habría sido electrocutado en cierta silla.
Yo merezco todo lo que me pasó, no voy a discutirlo jamás. Lo sé
desde que le arranqué la cabeza a alguien a balazos y no sentí
nada. No voy por la vida victimizándome y eso me ha funcionado
muy bien para no cargar con ninguno peso, aunque últimamente
esté costándome moverme y no hablo sobre mi físico.
—Imposible. Sé que Gerard es... —se queda en silencio de
repente y doy un paso hacia adelante buscando que termine el resto
de la oración.
—¿Es qué?
—Nada.
—Dime —insisto de nuevo, pero aparta la mirada y da un paso
hacia atrás.
—Si quieres algún otro libro o necesitas algo, solo di: "Llamar a
Max" y una llamada entrará en mi celular.
—¿"Max"? —ladeo la cabeza.
—Sí.
—Odias los diminutivos.
El sonido de la puerta abriéndose nos interrumpe. Merassi
aparece, pero no ingresa. Maximilian la mira por un segundo, respira
profundo y luego deja escapar el aire por su boca. Su mirada vuelve
a mí.
—Odiar algunas cosas no significan que vayan a dejar de existir
—dice.
Esa es una frase desubicada que encajaría en otras situaciones.
Casi creo que se refiere a mi existencia. Casi creo que me odia,
casi, si no fuera por el hecho de que aún sigo viva, lo asumiría
completamente. La culpa jamás va a dejarlo ser el verdadero
enemigo que necesito que sea y por eso tengo que calar más
profundo. Estoy segura de que tiene un límite, solo debo encontrar
la manera de llegar a él y romperlo. Le echa un último vistazo al
techo y empieza a caminar hacia la salida.
—¿Por qué no me metiste aquí cuando llegué? —pregunto antes
de que se marche.
Se detiene sin voltearse por completo.
—Le falta algo para activarla, Ferragni acaba de traerlo.
—¿Ella también puede entrar aquí?
Esta vez sí me enfrenta, de nuevo. Respiro hondo, dejando que
mis falsas expresiones salgan a relucir. Solo atisbos. No quiero darle
una errónea impresión que lo lleve a pensar que le temo a algo, de
ninguna manera, porque temer es conceder poder y sobre mí, nadie.
Pero tengo que usar eso que está sintiendo. Tengo que buscar ese
límite. No pude doblegarlo en su trabajo, pero tal vez, pueda ir más
allá. Jugaré sucio, porque es lo que he hecho siempre y esta vez no
será la excepción.
—Te dije que solo yo puedo hacerlo.
—Ella es...
—Solo yo, Atenea —me interrumpe y se da la vuelta.
—Espera.
—¿Qué? —Me mira cansado.
—Ven aquí. No quiero gritar —susurro y me muerdo el labio.
—Dame un segundo, por favor —pide en tono amable y se echa a
caminar dándome la espalda y espero atenta a cualquier
movimiento. No dejo de repasar mi entorno. No hay nada alrededor.
Solo esta caja de cristal y dentro de ella cosas básicas para no
enloquecer. Respiro hondo. Es diferente, me repito. Aquí no hay
paredes llenas de humedad, ni de moho, tampoco ratas, ni olor a
peces en descomposición. Hay luz, la temperatura está bien y me
van a alimentar. Eso espero.
Merassi y Maximilian intercambian un par de palabras que no
logro escuchar, y un minuto y doce segundos después, el hombre de
camuflado negro se gira y regresa. Se detiene frente a la puerta de
la celda y esta se abre de inmediato. Maximilian da dos pasos hacia
adelante y vuelve a cerrarse. Respiro profundo y me obligo a no
moverme de mi lugar, aunque lo primero que haya querido hacer
sea dar un paso hacia atrás. Su cercanía me abruma y no voy a
mostrar nada que sea real frente a él. Al menos no cuando se trata
de mí.
Maximilian sostiene una jeringa en su mano izquierda.
—No —digo y esta vez sí retrocedo —. Otra vez, no.
Mi corazón se sobresalta y debo respirar hondo. Debo estar recta,
con la mirada al frente y el orgullo puesto. Ser Atenea Zubac frente
a Maximilian Müller, siempre me costará más energía que con
cualquier otra persona. Ni cuando me vi con Tyra, la mujer que me
trajo a este asqueroso mundo, tuve que levantar tantos muros.
Pensé que, por ser de mi sangre, algo haría tambalear, pero no.
Tuve una ronda de abucheos internos en el momento que la vi. No
sentí nada y no sé porque hasta el día de hoy me siento
decepcionada y no sé exactamente de qué.
—Confía en mí, Atenea. No voy a faltar a mi palabra de no
hacerte daño. Es un chip que... —Maximilian vuelve a hablar.
—No confío en ti —pronuncio con repudio cada sílaba.
Es demasiado. Desde el momento en el que me dijo "Vamos a
casa" lo odié porque perdí cualquier control sobre mi misma. Nunca
me había sentido tan impotente y desesperada como ese día. Sentí
por primera vez lo que es tener miedo. Quise hasta gritarle a través
de la mirada que no lo hiciera, que confiara en mí, pero no me dejó
ni decirlo y luego, al abrir de nuevo mis ojos, me di cuenta de que
casa nunca fue, ni sería un lugar seguro.
Maximilian cierra su boca en una línea. Me quita la mirada porque
no tiene nada para decir, y es que no lo habría, porque sabe que si
se equivoca con alguna palabra puede detonarme y detesto que
tenga ese poder, porque soy tan estúpida que lo último que quiero
es lastimarlo. Aunque debería, debería tomar su garganta y
asfixiarlo hasta que pierda el aliento, hasta que sus ojos queden sin
la posibilidad de parpadear de nuevo, haciendo que ese profundo
azul manchado se convierta en el color de mi infierno, pero por más
que lo fantasee y desee hay otra parte dentro de mí que está
cantándome la guerra, es como si me susurrara y amenazara con
un: tócalo y te mato.
Vuelve a levantarla. La punta de su nariz está colorada, aunque
ahora que lo pienso casi siempre se pone así con el frío, tal vez esté
lloviendo afuera que es de donde viene, pero no lo escucho sobre el
techo, pero de nuevo, al verlo, noto su piel. Es tan pálida que
cualquier cambio de temperatura o humor la afecta
instantáneamente. Lleva puesta la chaqueta del uniforme, pero no
está haciendo calor aquí dentro, podría calcular que estamos a unos
veinte grados. Me fijo más en sus ojos. Están hundidos y sus ojeras
están más oscuras que hace dos días. Algo le pasa. Físicamente,
algo le pasa.
—Este lugar fue hecho para tu protección. Cualquier cosa que
intente yo o alguien más, la Inteligencia Artificial lo someterá a
descargas eléctricas, pero para que eso suceda tengo que aplicarte
esto —levanta la jeringa—, en el cuello.
—No confío en ti —repito más lento y grave.
—¿Y confías en mí? —Merassi pregunta desde afuera, se ha
acercado y no la he notado, por estar distraída detallando el aspecto
de moribundo del hombre que tengo en frente.
Ladeo mi cabeza y la miro, sonriendo sin mostrar los dientes.
—¿Tú confías en mí?
—Sí —responde Ferragni, mientras intercambia una fugaz mirada
con Maximilian, como si estuviera pidiéndole permiso para hablarme
y al parecer con su silencio, lo aprueba —. No voy a ser hipócrita al
decirte que no fantaseé con que no vivieras más, tal vez aún lo
hago, pero ya no tanto como antes. Con eso voy a que Maximilian y
yo somos las únicas dos personas en el mundo que tenemos bajo el
nivel de odio hacia ti. No queremos dañarte. Nosotros te ayudamos
y tú nos ayudas.
—Es un gran halago. —Borro mi sonrisa de la boca y me dejo
caer sobre la cama. Suelto todo el aire y levanto el torso
apoyándome en los codos. Es más suave de lo que se veía este
colchón —. No necesito ayuda como tal, por favor no vuelvan a
mencionar esa palabra. Solo necesito algunas cosas a las que
ustedes tienen acceso, no será un favor porque voy a pagarlo. No
será una ayuda porque están cobrándome. Es un negocio, casi un
trato con el diablo. —Me río.
En todos los relatos que he escuchado sobre tratos con el diablo,
él siempre termina ganando todo. Es una trampa, no hay beneficio
para la otra persona, aunque ella piense que al principio esté
ganando, al final perderá hasta más de lo que cedió, y conmigo
pasará igual.
—Como quieras llamarle —dice ella.
—Tengo un seguro de vida, no les diré cual, pero lo tengo, así
que, si me asesinan, todo se teñirá de rojo, y no es una metáfora.
Una vez más, los ahora mejores amigos, intercambian miradas.
¿Sabrá Merassi lo que acaba de hacer Oliveira? Espero que sí,
porque esta vez no me importará en absoluto quitarle a alguien más.
Maximilian se mueve, está mirando el reloj en su mano y me
pongo en alerta de nuevo.
—Tengo que irme, ponte de pie —ordena.
Me toma dos minutos más de miradas fijas el ceder. Odio estar
tan jodidamente vulnerable, pero no tengo más opción. Me levanto y
me acerco lo mínimo para incomodarlo, irrumpiendo en su espacio
personal. No despega sus ojos de los míos en ningún momento. No
hay cambios en su rostro. No hay ningún titubeo o algo diferente en
su mirada. Toda su expresión es lineal y recta, no hay ninguna
curva, ni siquiera en sus labios, ni siquiera puedo recordar alguna
pasada, y tal vez es que nunca la hubo ni la habrá, o al menos, no
para, o por mí. No hay nada en él que refleje que mi cercanía le
afecta.
—Me la aplicaré yo —extiendo la mano con la palma hacía arriba.
—Debe aplicarse en el complexo mayor, en un lugar muy
específico, a una profundidad específica.
Respiro hondo y giro el rostro hacía la izquierda, en busca de
Merassi, pero me topo con que se ha retirado.
—Lávate las manos y ponte un tapabocas. Estás enfermo —le
digo dándole la espalda.
—Es un simple resfriado. —Me confirma lo que sospeché.
—No quiero contagiarme. Lávate y cúbrete la boca antes de
destapar la aguja.
Lo escucho moverse hacia al lavabo, abrir el grifo y lavarse.
Segundos después, siento el calor de su cuerpo detrás de la
espalda. Respiro hondo evitando que mis hombros suban.
Maximilian es experto en leer lenguaje corporal, como todos, y no
quiero revelar mucho. Volteo la cara levemente.
—¿De dónde sacaste el tapabocas?
—Bajo el lavabo tienes un botiquín, uno muy seguro —aclara.
¿Acaso lo menciona porque teme que me hiera? Absurdo, pero
no descabellado. Yo también lo prevería, pero no creo que por las
mismas razones que lo haría yo.
—Levántate el cabello —pide.
Llevo las manos hasta el cuello y despejo la zona. Inclino un poco
la cabeza hacia adelante y dejo la vista fija en mis pies descalzos.
Dejo de respirar cuando siento el algodón húmedo, está frío, pero
otra sensación me embarga cuando las yemas tibias de sus dedos
entran en contacto con mi piel. Cierro los ojos y le echo la culpa al
cambio de temperatura de que toda mi espalda se haya erizado. No
quiero pensar en que fue su toque, porque no lo repudié y quiero
repudiarlo. No voy a traicionarme de esa manera volviendo a sentir
lo que nunca debí sentir. El pinchazo me hace abrir los ojos y
parpadeo para deshacerme de la extraña sensación. No duele nada
en absoluto, es como una pequeña molestia, como si te diera picor y
quisieras rascarla. Arde a lo mínimo.
—Listo —dice alejándose y dejándome fría.
—Explícame que es esto —exijo levantado la mano para señalar
el lugar.
Es inusual la temperatura que desprende, estoy segura de que
tiene fiebre también.
—No hay mucho que explicar que no sepas ya, pero puedo
decirte que es una nueva Inteligencia Artificial que obtuve de los
rusos.
—¿Ahora le robas a los rusos? —Alzo una ceja y me cruzo de
brazos. Estoy sorprendida. Para obtener tecnología rusa se debe
atravesar un infierno del que no he salido muy bien en algunas
ocasiones.
—Obtener no es sinónimo de robar —responde.
—¿Entonces cómo? —pregunto.
—Tengo contactos y dinero.
—Y decidiste comprarte una caja de cristal.
—No compré una caja de cristal, compré una inteligencia artificial.
Hay millones de euros de diferencia entre ambas, al igual que de
tecnología.
—¿Por qué molestarte tanto en algo tan asquerosamente caro
cuando sabes que lo dañaré pronto? —bufo.
—Eso es: nunca se dañará.
—¿Cómo estás tan confiado?
Se encoge de hombros.
—Llámale fe.
—¿Fe? No, no tienes otra opción más que creer que esto será lo
único que pueda pararme —doy un paso hacia adelante,
apoyándome las palmas de mis manos al cristal que nos separa —.
Escúchame muy bien, Maximilian. Si llegas a mover una ficha en el
tablero sin contármelo... si descubro algo que me afecte
directamente, voy a cortarte la garganta con lo que tenga al alcance
en ese momento.
Se cruza de brazos y da varios pasos adelante, haciendo que
deba inclinar la cabeza hacia atrás para seguir la guerra de miradas
que solemos desatar siempre. Estar así me hace sentir densa, en
alerta, preparada para atacar en cualquier momento, y no porque le
tenga miedo. A veces me toma demasiado esfuerzo, ahora más que
antes, esconder esa rara mierda que solo ha podido causarme él.
Jamás nadie me había me había puesto en duda conmigo misma.
Lo odio.
Recuerdo algo, y viendo que no ha decidido responder, llevo mi
mirada hacia arriba, escaneando las esquinas del lugar.
—¿Hay cámaras? —pregunto.
—No, solo sensores de calor y movimiento para que puedas tener
un poco de privacidad para ir al baño.
—Gracias, es algo muy considerado viniendo de tu parte.
Da un paso hacia artás.
—Si no tienes nada más que decir... Me voy.
—Mmm... Espera, hay algo que me preocupa. Aliarte con el
enemigo te convierte en traidor —digo y levanto mi dedo índice—.
Claro está, solo si te descubren y creo que tienes un problema de
filtración de información.
—Eso está solucionado. No debe quitarte el sueño. El que
descubrieran que me follé al enemigo, ha causado que no le presten
atención a que tal vez pueda aliarme con él. Me has dejado como
una víctima frente al resto, soy un hombre dolido ante ellos, todos
vieron lo idiota que fui mientras estuvimos en la isla, luego en Berlín,
en Alaska, ¿crees que no investigaron todo lo que pasó después de
tu desaparición? Ferragni fue quien se cargó de contar como
destrozaste nuestra confianza, adjuntando todas las pruebas que
puedo encontrar. Toda la atención de la organización está puesta en
eso y a la Asamblea General le encanta armar guerras solo para
defender a una víctima, y esta vez soy yo quien está dirigiendo todo.
Además, estás muerta para ellos.
Mi respiración se acelera y trato de esconder cualquier signo de
afectación. Está jugando a la víctima y cuando personas como él,
con todo el poder y egocentrismo que manejan, llegan hasta el
extremo de mostrarse débiles ante el mundo, auguran catástrofes.
Nadie tiene la valentía ni la inteligencia para saber ser débil cuando
ser fuerte no ha sido el camino a la victoria. Ambos estamos
aplicándole la misma trampa al mismo juego y tal vez eso solo
cause que ninguno de los dos gane.
Será aún más difícil de lo que imaginé. Tendré que mostrarme
débil en algún punto ante él también, tal vez sea después de que lo
haga con Kyra Kratos.
—Como una vez lo dijiste y para que no se pierda la costumbre...
Bienvenida al inframundo. Atenea —dice y por primera vez cambia
su expresión. Sonríe levemente sin enseñar los dientes. Está recién
afeitado y estoy convencida de que lo hizo para no verse más
arruinado.
—¿Listo para la guerra? —le pregunto.
Me sonríe diabólicamente, como jamás lo había visto hacerlo y
me obligo a no verme afecta, y no por algo de carácter sexual, no,
siento curiosidad por saber qué está pasando ahora mismo por su
cabeza. ¿Qué planea? Ni siquiera le afectó la mentira que le dije
sobre su padre. No me cree nada.
—Espero que sea algo histórico —dice.
—Es seguro. Verás mi nombre en los libros. Será tan repudiado
que mientras vivas jamás dejarás de escucharlo.
—Otra razón más para no asesinarte y solo encerrarte.
—No podrás mantenerme aquí por siempre —digo.
Justo cuando está por responderme, estornuda, una y otra vez.
Cuatro veces para ser exacta.
—Inyéctate algo para esa mierda de enfermedad. He escuchado
que generales han muerto por un simple resfrío por imbéciles, por
no tratarlo a tiempo y por desgracia para mí, no me sirves muerto.
—No te preocupes.
—No lo hago. Lo digo porque no quiero contagiarme. Suficiente
con la herida que tengo en las costillas.
—¿Cómo sigue?
—¿No tenías que irte? —escupo con fastidio y me reprendo
internamente. Mi intención es tratarlo medianamente bien. Que crea
que hay un leve cambio, un muy, muy leve cambio, si no, de ser
exagerado, me estrellaría contra la pared y no de la manera que me
gusta.
—Sí —dice. Mira al piso y luego vuelve a mí, pero sigue ahí sin
moverse, como si tuviera algo más que decirme.
—¿Qué? —pregunto.
—Quería pedirte algo personal.
—¿Qué? —repito.
—Milan... preguntó por ti y creo que le alegraría que le escribieras
algo. No ofrezco una llamada telefónica porque no puedo controlar
lo que le dirás, así que...
—Quieres que escriba una carta para él —lo interrumpo y él
asiente —. Pero que pase por tus ojos antes de que llegue a sus
manos... En resumen, ¿me estás diciendo que estoy sujeta a
aprobación para comunicarme con mi sobrino?
—También es mío y todo es pensado en su bienestar. Eres
alguien mentalmente inestable y...
—Auch. —frunzo el ceño —. Alguien mentalmente inestable... —
llevo mi dedo índice a la barbilla y frunzo los labios—. Me recuerda a
las personas que lo crearon, a su tío, a su abuela, a su padre —me
río de la ironía—. Aquí nadie está bien de la cabeza, Maximilian.
Puedo sacarte una extensa lista, pero principalmente creo
enamorarse y darle a un hijo a alguien como lo es Ares Armani es
una puta locura, ¿no crees?
—Rosie no es más que una víctima de la manipulación que él
ejerció sobre ella.
Levanto las cejas y tuerzo la boca. No me sorprende que la
defienda. La historia del lobo es muy diferente a la que cuenta esta
caperucita rubia de ojos azules, en esta versión, la razón de ir al
bosque es por él y no por su abuelita. Aquí no fue un accidente que
la cazaran. Y no es el único cuento que existe. Antes decía que el
padre de Milan era un profesor, un hombre casado del cual no
quería saber nada. Sospechosa. Ella y su madre, y también su
padre acaban de entrar a mi lista gris, y es ahí donde tengo los
sospechosos y esa lista es la que más odio, porque siempre debo
trabajar el doble para encontrar razones que me motiven a causar el
homicidio y pasa que, cuando no encuentro nada, igual lo cometo.
De mis listas nadie se salva, ni siquiera los que están en la blanca.
—Si tú lo dices...
—Voy a pedirte que no vuelvas a mencionar a nadie de mi familia,
a excepción de Milan.
—No será difícil. No hay nada que me interese alrededor de ellos
—miento.
Suelta un suspiro de cansancio y saca un pañuelo de un bolsillo
para pasárselo por la cara.
—Si lo que tienes en el pecho a veces le da por palpitar un poco,
¿podrías usarlo para escribir una carta que no tenga ningún
mensaje de manipulación? Recuerda que solo tiene seis años.
—No voy a manipular a un niño.
—No creo que hayas tratado con niños antes de Milan, así que,
no pierdo el tiempo en decirte que seas cuidadosa y midas tus
palabras si decides escribirle.
Esta vez sí se retira sin mirar atrás. La pesada puerta de metal se
cierra detrás de su espalda, dejándome sola en la inmensidad del
salón, pero atrapada dentro de la caja de cristal. Miro el escritorio de
color blanco en la esquina. Es de un plástico grueso. Hay algunos
marcadores sobre un par de hojas de papel. Regreso mi vista a la
entrada y mi memoria a las palabras que entonó antes de irse.
¿Qué podría escribirle a un niño de seis años? No hay mucho de
lo que haya vivido que no implique usar algún arma, o quitar alguna
vida. No he hecho más que trabajar y aunque tal vez debería darme
lástima, no sucede. Vivir la vida tal vez me haría quererla y no
puedo permitirme querer algo cuando mi única misión es arrasar con
todo. Decido no escribir. Al menos, no por ahora. Doy un par de
pasos sin rumbo y voy hasta la cama. Me dejo abducir por la suave
colcha y no hago nada más que mirar el techo durante extensos
minutos.
¿Dijo Inteligencia Artificial? Sí. Lo dijo.
—Hola... —hablo en voz alta, buscando algún nombre para
encenderla, como suelen ser las típicas IA comerciales —. Caja de
cristal.
—Hola —dice una voz no tan robótica como esperaba escuchar.
Abro los ojos abruptamente y me siento sobre la cama.
—¿Cómo te activo?
—Tu voz activa mi respuesta.
—Eso no impide que te dé un nombre.
—No.
Vuelvo a dejarme caer sobre la cama y cruzo los brazos detrás de
mi cabeza. Un tobillo sobre el otro y vuelvo mi vista al techo.
—¿Dónde estamos, Cristal?
—No tengo permitido darte esa información. Y agrego que, me
agrada el nombre.
—¿Qué más no tienes permitido?
—Podría ser más fácil decirte lo que sí tengo permitido.
Destaco que es elocuente.
—¿Puedes darme la hora?
—No.
—¿Al menos si es de noche o día?
—No.
Suelto todo el aire. Debe haber más preguntas. Hay infinidad de
posibles maneras de saber lo que quiero saber. Maneras no
directas, no captables. Así se engañan las inteligencias artificiales.
—¿Has oído hablar sobre los satélites del Bloque II? ¿Sabes si
alguno ha completado ya sus dos órbitas?
Hay silencio durante más segundos de los que antes había
gastado en responder y temo haber fallado, pero responde.
—Obteniendo información...
Ahora es mía.

Notita:
No saben lo agradecida que estoy por su paciencia, por volver
aquí cada vez. Las amo.
Nos leemos pronto. Muak.

Capítulo 28
 
Bagdad, Irak
Siete años atrás...
Atenea
Llevo más de una semana esperando órdenes para unirme a la
ruta que hacen los Navy SEALs cada noche cerca de Bagdad.
Estamos dentro del famoso "Triángulo De La Muerte", una zona
llena de violencia donde habitan casi un millón de civiles, en su
mayoría sunitas, musulmanes de dicha religión. Me hallo en una de
las bases militares de los Estados Unidos, bajo una carpa
intentando leer un libro de religión que encontré en árabe bajo los
escombros. Este último año me he propuesto aprender un idioma
más y casi lo tengo dominado. También he notado la facilidad que
tengo para aprender cualquier cosa, como si todo se me diera
natural. Al regreso, en mi descanso tomaré clases de piano. Será
terapia para mis momentos de ansiedad, en los que no dejo de
pensar en las explosiones, el fuego cruzado y la sangre.
Respiro hondo y vuelvo mi atención al libro, si es que se le puede
nombrar así a un bloque hojas de hojas de papel llenas de arena,
sin portada ni contraportada. Peor es nada dicen por ahí, y en medio
de la guerra, a veces la nada puede llegar a ser todo. Ahora esta
basura es mi entretenimiento. Leo con atención las primeras
palabras. Hablan de Alá, su único dios. Paso páginas y me
encuentro con la explicación de algunos de sus pilares. No se puede
leer mucho, pero habla de las cinco veces que se debe rezar en
dirección a la Meca sea donde la persona se encuentre, algo sobre
ayunar y no se lee más. Conozco el resto, y al parecer esto es una
guía informativa para turistas. Un pedazo de papel que ha cruzado
fronteras.
Los motores del convoy me alertan e inmediatamente me pongo
de pie, y me aproximo a la zona estacionaria. Levanto mi rostro
hacia el cielo, está nublado y es bastante raro en esta zona. Hace
no mucho se avisó por radio que habría una sequía de dos meses.
Respiro hondo y sacudo mi uniforme. Ojalá las nubes no se rompan,
porque cuando llueven suelen hacerse ríos de sangre. Hay grupos
en la zona que aprovechan el agua para ocultar sus pasos y atacar.
No tengo miedo, solo estoy ansiosa. No tengo mucha experiencia,
pero soy buena, muy buena. Espero que esta vez sí mencionen mi
apellido.
Diviso a dos de mis compañeros bajar seguido de los SEALs, de
otra carpa salen más soldados y efectúan un cambio de palabras
que no logro escuchar. Alan se posa a mi lado.
—¿Qué tal las vacaciones, princesa de la guerra? —dice.
—No estoy de humor, Alan.
—¿Cuándo lo has estado? —bromea.
—Cuando me monte a esa maldita Vamtac, lo estaré.
—Tal vez hoy sea tu día...
—¡Byrne! Andando —le grita un Navy.
—O tal vez no —dice mirándome con pesar, para luego alejarse
caminando hasta ellos.
La nube de ira dentro de mi cabeza está queriendo cegarme, pero
decido respirar hondo y mirar hacia otro lado. Saenz, a mi lado,
acaba de cruzarse de brazos.
—Esto es una mierda —dice.
—Qué raro, ¿no? —García también lo menciona.
Aria Saenz y Sarah García son dos mujeres Physicorums, de otra
zona, pero ahora dirigidas a ser del grupo de occidente, como Alan y
yo.
—No entiendo. Somos muchísimo mejor soldado que Thompson o
Rivers y míranos aquí, siendo excluidas porque a los de
masculinidad frágil les da miedo que una mujer esté entre ellos
defendiendo su jodido trasero —agrega García.
—Ya no quedan más hombres para hacer las rutas y si mañana
ninguna de las tres es llamada, voy a alzar la voz —. Saenz, quien
lleva el cabello negro suelto y un cigarrillo entre los dedos, se gira e
ingresa nuevamente a la carpa. García la sigue. Ella, por el
contrario, lleva trenzas en toda la cabeza, pero oculta las puntas
dentro del uniforme. Es un peinado eficiente porque no hay que
preocuparse de como luce, aunque otra opción sería raparse, cosa
que no haría jamás. Me gusta mi cabello hasta la mitad de mi
espalda y por eso decido esconderlo en una coleta baja dentro del
uniforme también.
Me quedo admirando el cielo nublado de Irak y pensando en que,
en algún lugar no tan lejano de aquí, se está desatando una
pequeña guerra que conforma el infierno que es esta zona. Guardo
el libro en uno de los bolsillos de mi camuflado y, sin más que hacer
o decir me voy a dormir. Camino hasta una de las tiendas de
descanso y ubico mi equipo al fondo. Extiendo el catre y no es hasta
que toco la tela que siento todo el peso que me ha dejado el
cansancio del día en el cuerpo. Apago pensamientos y en menos de
dos minutos me duermo.
A la mañana siguiente, otro Physicorum hombre es llamado para
el cambio de turno, del cual Alan regresa herido. El convoy sufrió
una emboscada, pero lograron llegar todos vivos.
—Teniente Hawk —llama Saenz a uno de los SEALs —. Permiso
para asistir hoy en el convoy.
El hombre la mira a ella, luego a García y por último a mí. El resto
de los hombres mira el espectáculo de manera potencial. La
mayoría son imbéciles del mismo tipo que Hawk. Y no voy a mentir,
esto es entretenimiento y para el ser humano eso es una necesidad
básica. Tantas balas, sangre y muerte a veces tienden a aburrir
después de cierto tiempo. Finalmente, algún día, todos aquí nos
acostumbramos a la muerte.
—Este no es un lugar para Barbies—dice y le da la espalda,
empezando a caminar hasta el Vamtac.
—Tampoco para misóginos y cobardes, pero es normal, en la
guerra hay cualquier cosa. Barbies que pueden joder tu culo y
misóginos a los cuales joderles el culo. Lo normal —comento—. Lo
ideal sería que nos dejes en paz. Al general no va a gustarle
escuchar que su grupo elite, en el cual el gobierno invierte trillones
de dólares al año, no está recibiendo el entrenamiento adecuado.
El teniente se voltea iracundo. La rabia y la ira siempre será la
respuesta a cualquiera de mis provocaciones hechas frases, llenas
de amenazas. En ningún momento de mi carrera se me mencionó
que debía respetar algún otro rango fuera de la propia organización.
Me valía mierda el ejército y cualquier otra entidad de seguridad
nacional, pública o privada. Hasta siendo una simple alumna estoy
ubicada a años luz de inteligencia del hombre que ahora desprende
odio y suelta palabras basura que decido no digerir. No me importa.
Puede decirme hasta de que podría padecer, en qué manera me
mataría, y no me causaría nada. Llevo tiempo acostumbrada a eso,
a no sentir nada. La gente a mi lado suele derrumbarse con lo que
para mí son caricias.
—¡Estás suspendida! —grita de nuevo y esta vez sí lo escucho.
Levanto mi mano para retirar las asquerosas gotas de saliva que
han caído sobre mi rostro. Es un hombre tan asqueroso, no hay
nada rescatable en él, puede ser la excelencia de la compañía, me
valdría mierda, sé que podría quebrarle el cuello en menos de veinte
segundos.
Al día siguiente, la tarde pasa sin novedad alguna. La noche se
establece y esta vez no espero afuera y sigo trabajando en las rutas
que se harán en Afganistán la próxima semana.
Un par de pasos se escuchan detrás de mí. Es alguien grande, no
ha sido muy rápido, así que tal vez viene en paz. Levanto mi
cabeza, despegando la mirada del mapa para encontrarme con otro
de los tenientes. En su etiqueta se lee un WILLIAMS. Lleva las
manos dentro de los bolsillos y yo quita las mías de la mesa
poniendo recta mi espalda, ladeo mi cabeza y alzo las cejas,
invitándolo a hablar. Él no se ha molestado en dar un saludo formal
y yo tampoco lo haré. Tal vez ha venido a pedirme que cierre la puta
boca o me joderá. Los más machitos siempre tienden a amenazar
con eso, pero nunca han logrado asustarme. Mi entrenamiento me
da tranquilidad. Jamás me perdonaría si alguien llegase a tocarme.
—¿Quién es? —pregunta y desentono.
—¿Sufre de la memoria, teniente? —reparo frunciendo el ceño.
—Hace unas horas usted... —señala afuera y luego se lleva la
mano detrás de la cabeza. No está hablando de manera fluida y me
desespera su inseguridad —. Le dijo a Hawk que... lo amenazó con
que...
—¿Lo jodería sino nos trababa bien?
—Sí y... es una novata y...
—Detesto que balbuceen —lo interrumpo y miro fijamente sus
ojos grises —. Entiendo su curiosidad. Debe estarse preguntando
cómo una simple niña de diecinueve años se enfrenta a su mayor
sin ningún temor. La respuesta es sencilla y no necesitará saber
detalles, mi equipo, y sobre todo yo, están por encima de cualquiera
—me separo de la mesa y la rodeo para salir de la tienda, pero
antes agrego: —Y si no me cree pregúntele a su general, teniente
Williams.
—¡Zubac! —alguien grita y sigo mi camino hacia afuera. Es Hawk.
—Andando —me dice uno de los Navy SEALs.
Me muevo rápido hacía la carpa de armas, tomo una y la echo a
mi espalda. Cojo un de los maletines y salgo hacia el Vamtac, me
subo en el asiento trasero y salimos en ruta. La noche está en calma
y después de un par de horas entramos a Bagdad.
—Pensé que el lugar se rodeaba —menciono.
—Hoy no —responde uno de ellos —. Hace algunas horas se
desató un enfrentamiento y estamos buscando a un sunita en
especial.
—¿Es importante? —indago.
—Sí, es uno de los cabecillas. Ha quedado tuerto y herido, así
que tenemos la mitad del trabajo realizado.
—Entendido.
La tropa se despliega y me voy junto con Williams. Dejo a un lado
cualquier asunto personal y comienzo a trabajar. El fuego cruzado
se escucha al fondo de la calle llena de escombros y nos detenemos
un segundo para ocultarnos. Huele a polvo, a basura, muerte y a
gas.
—Subiré —anuncio y entro al edificio en ruinas a mi derecha.
Llego al segundo piso y me poso detrás de un pequeño orificio
que da a la calle. Williams, llega detrás de mí y busca un lugar para
ubicarse también. Por la mira del arma puedo ver a un hombre
refugiándose detrás de un muro. Su ojo izquierdo le sangra y
sostiene con una mano un arma y con la otra su torso lleno de
líquido carmín también.
—Lo tengo —susurro.
—¿Segura?
—Dijeron tuerto, ¿no?
—Hay que informar a...
—No.
—Zubac, ¡no! —susurra—. El general debe de...
Dejo salir todo el aire y aclaro el blanco, parpadeo un par de
veces para limpiar mi visión. Solo tengo una oportunidad y arruinarla
sería quedar en vergüenza frente al resto. Cuando se toman
decisiones basadas en el ego, se debe de tener el suficiente talento
para apoyarlo, porque si no, quedaría frente a todos como una
habladora. Me quedo inmóvil e imagino que hasta la sangre deja de
correr por mis venas. Calculo todo y tanteo el gatillo para luego
halarlo hacia atrás. Boom. La fuerza del arma me tira hacía atrás,
pero mantengo el hombro firme.
—Enemigo abatido —menciono por el auricular.
Desvío la mirada a algo más en medio de la calle. Identifico a un
niño de unos siete años. Está sangrando y tratando de despertar a
la persona que acabo de asesinar. Se asusta cuando escucha venir
a las camionetas de combate y sale a correr despavorido. Se
tropieza con una piedra en la calle y se da un fuerte golpe en la
cabeza.
No sé en qué momento sucede, pero estoy corriendo fuera del
edificio para auxiliarlo.
—¡Zubac!, ¡regresa!
No sé qué estoy haciendo, pero no puedo dejar de hacerlo. Es
solo un niño, una simple víctima inocente de la guerra. Llego a su
lado y me arrodillo.
Le pregunto cómo está en árabe.
—No... mi mamá, quiero a mi mamá... —solloza con fuerza.
Trato de alzarlo y sentarlo, y cuando logro ver su rostro y torso,
me quedo sin palabras, sin aire, sin latidos, casi sin vida.
—No te muevas —Williams me habla por el auricular.
Una granada antitanque es sostenida entre sus pequeñas manos.
Mis ojos se llenan de lágrimas y con sus pequeños labios me
susurra un lo siento en su idioma.
—Puedo ayudarte, no tienes que hacerlo —trato de que la voz me
salga fuerte y clara.
Se pega a mi cuerpo y me abraza con su mano libre. Mis ojos se
han llenado de lágrimas, pero no cae ninguna. Respiro profundo una
vez más y suelto el aire, entendiendo que aquí se ha acaba la vida
de ambos porque no voy a moverme.
—Zubac, mueve tu cabeza hacía la izquierda —Es Williams de
nuevo, y sé lo que tiene pensando hacer.
—Esto no es tu culpa. —Esta vez la voz se me quiebra y mis
brazos lo rodean —. No entiendes la guerra, te han manipulado...
Jakov me había hablado de la posibilidad de que viviera esto.
Siempre creí que nunca me tocaría, que podría ignorar a cualquier
vida pequeña que estuviera alrededor. No eran mi problema, salvar
el mundo no era mi puto problema, pero el vivirlo hace que sí lo sea.
Está en la naturaleza humana el ir corriendo a levantar al otro
cuando se ha caído. Somos más animales que seres racionales en
ocasiones donde las pasiones nos esclavizan, pensar con el
corazón apresa, retiene, vulnera, esclaviza y siempre he estado muy
segura de que no nací, ni me entrenaron para seguir alguna ley,
mucho menos seguiré a un sentimiento, pero hoy, hoy lo viví y no
podré abrir mis brazos sin dejar mi corazón en medio del fuego
cruzado que se ha desatado.
—¡Zubac, vas a morir si no te alejas! —él sigue hablándome en el
audífono, pero mi razón ha decidido no escuchar a nadie y
apagarse.
El seguro de la granada cae a la tierra y mi corazón se detiene.
—Si la granada toca el piso, estarás muerta. Nos están
disparando, ¡cúbrete! —dice Williams.
Abrazo con más fuerza al niño y cierro los ojos. Un segundo
después escucho un zumbido, una bala surca mi oído e impacta en
algún lado. Sigo sin abrir los ojos. Sigo sin sentirme, solo soy capaz
de distinguir que el peso entre mis brazos ha aumentado. Traslado
con temor mis ojos al pequeño. El tiempo se ha detenido y he
dejado de escuchar las explosiones al fondo. Solo escucho la brisa
fría, que hace que una nube de arena nos golpee la piel. Ya no
tiembla, ya su pequeño corazón no late.
—No dejes que caiga —dice.
Dejo de respirar y cierro con más fuerza los ojos.
—No tenías la culpa —uno mi frente a la suya—. Lo siento,
tanto...
Siento la granada contra mi abdomen. No me puedo mover, no
voy a poder quitársela, no voy a poder dejarlo aquí, no voy a poder...
—Zubac, mete la mano, saca la granada y déjalo ir.
—No puedo.
—Sí puedes, tenemos que irnos ya —me informa.
Mis brazos no desisten y su pequeño cuerpo se pierde en mi
pecho. Estoy en blanco. He vuelto a quedarme en blanco.
—¡Zubac, muévete!, ¡eras tú o era él! ¡No tenía opción!
Trago duro y trato de volver a la realidad. El fuego cruzado vuelve
a escucharse a lo lejos.
—¡Zubac, es ahora o nunca! El convoy está esperando por
nosotros, tenemos dos minutos para salir de aquí.
Una explosión se oye más cerca. Vuelvo a respirar profundo de
nuevo. Recuerdo las palabras de Jakov que estaba buscando en
mis recuerdos.
"Usa siempre a las víctimas de la guerra como razones para
anhelar la paz, Atenea. No esperes a que la guerra te consuma...
porque cuando menos lo esperes, algún día despertarás, abrirás los
ojos y sabrás que no hay vuelta atrás. Busca la paz, siempre, por
favor. Sabes muy bien a qué me refiero".
Aflojo un brazo y lo llevo hasta el artefacto en medio de nosotros.
Lo rodeo con mis manos zafando sus pequeños dedos. La tomo por
completo y la elevo en el aire para que nada la toque. Me inclino
hacia adelante y poco a poco voy acostando el cuerpo del niño
sobre la tierra.
—Astagfirullah —susurro en árabe.
"Que Dios me perdone".
—Arrójala lo más lejos posible, servirá de distracción.
Me pongo de pie sin dejar de mirar al niño. Tomo aún más aire y
cojo impulso con mi brazo para lanzar el artefacto tan lejos como
puedo. Este impacta a unos 100 metros.
—¡A correr! —lo veo por el rabillo del ojo salir del edificio.
Saco de mi equipaje una pequeña manta y con ella cubro el
diminuto cuerpo.
Las balas se escuchan aún más cerca y esta vez sí me obligo a
correr. Llegamos hasta los Vamtac y estos aceleran a toda velocidad
hacia el campamento base. Nadie habla durante el camino y al
llegar, bajo y me encamino hacia las duchas.
—¡Mediocre!, ¡Zubac eres una maldita mediocre! —escupe Hawk.
Supongo que ya le habrán informado de todo lo sucedido. Detengo
mi paso —. ¡Casi nos hace matar allá y todo por ser una maldita
hormonal que tiene sentimientos que no le sirven para una mierda!
Dicen ser entrenados mejor que nosotros y al llamado, son más del
montón —termina de hablar cuando me giro a verlo y escupe a mis
pies —. Jamás serás un buen militar, no vas a graduarte y serás una
mierda aislada como todos los fracasados que pasan por aquí.
La nube de ira esta vez me ciega. Y con cada palabra que sigue
escupiendo, más entierro las uñas en las palmas de mis manos. No
aguanto más sus palabras y me lanzo hacia él. Giro en mi eje y le
clavo una patada en el rostro. Se tambalea, pero no cae. Envía un
puño hacia mi cara y logra conectarlo en mi mejilla, el impacto me
hace girar y perder un poco de estabilidad. Las manos me
hormiguean, y vuelvo de inmediato a ponerme en lista. Lanzo una
patada frontal que impacta en su quijada y lo hace retroceder. Tomo
impulso y salto hacia su cuello y en una hábil y fuerte llave de jiu
jitsu, apreso su garganta entre mis piernas. Ambos caemos al piso e
ignoro el dolor, para dedicarme a hacerle más fuerte y mortal la
llave. Estrangulo su cuello con la fuerza de mis rodillas haciendo
que tosa, y la cara se le ponga roja. Solo recibo manotazos a mis
muslos y abdomen, pero no llegan a lastimarme. La falta de oxígeno
lo tiene débil. Y de un momento a otro, pienso que aún no es
suficiente el dolor, llevo mis pulgares hasta sus ojos y los clavo con
fuerza.
Escucho a todos gritar y tratar de separarnos, pero no pueden. La
llave que estoy aplicando es difícil de romper si yo no relajo los
músculos, así que si me halan terminarán haciéndole más daño al
hombre del que ya le estoy causando.
Mis pulgares se hunden aún más en sus cuencas y pronto la
sangre empieza a brotar de ellos. No estoy pensando en nada más
que acabar con su maldita vida, nada importa y todo ha dejado de
existir para mí y está es la única razón que tengo ahora para
moverme.
—¡Atenea, vas a matarlo!, ¡no lo jodas! —una voz femenina
intenta persuadirme, pero no lo logra.
—¡Va a matarlo, maldita sea! —habla alguien que no reconozco.
Sigo viendo en rojo y mi fuerza no aminora. Las imágenes de
hace algunas horas vuelven a mi cabeza. Su pequeño cuerpo entre
mis brazos y la bala que impactó en su frente...
—¡Todos atrás!
Estoy temblando por el esfuerzo que estoy usando para perforar
sus ojos con mis dedos. A este punto ya no podrá volver a ver
nunca más y es necesaria un poco más de fuerza para llegar a
causarle daño a... Agua helada cae sobre mi cabeza y todo mi
cuerpo se somete ante el estrés del cambio de temperatura. Unos
brazos me rodean el torso y me levantan en al aire. Empiezo a
defenderme y justo cuando estoy por conectar un golpe en su
contra, me lanza con fuerza al piso.
Basta.
No me levanto, decido quedarme ahí mirando hacia el cielo
oscuro. Al amanecer solo le falta una hora y a la llegada de Magnus
White también. Viene hasta aquí porque es la conexión entre el
ejército y la organización, y su tarea es integrarnos y extraernos de
las misiones junto a sus soldados. Y hoy presenciará otro desastre
más causado por el salvajismo de hombres y mujeres entrenados
únicamente para matar.
La guerra es lo único que conocemos porque fue lo único que nos
enseñaron. Las armas también se disparan por accidente y hieren a
alguien. Y eso somos, armas.
🐍

Actualidad
Toda la noche la pasé pensando en cómo escribir una carta para
un niño. Maximilian tiene completa y total razón al decir que no
tengo tacto. Vivo en guerra, no veo nada más allá. ¿Qué tal difícil es
entender que no puedo dar lo que no tengo? Me da colera que todo
el tiempo estén recalcándome lo jodida y lo destructiva que soy.
También paso todo el tiempo haciéndole preguntas a Cristal. Mido
hasta dónde llega su nivel de conocimiento y me encuentro con que
sabe lo más preciso hasta lo más fantasioso, pero es cuidadosa y
algunas preguntas ha decidido no contestarlas, pero no se limita a
decirme no, transforma el tema y sigue conversando. Le he hablado
en todos los idiomas que me sé porque le conté que sabía
demasiados. Hizo una pregunta y le respondí. Es curiosa es lo que
he podido detectar diferente a otras IA.
—También sé dos lenguas muertas —digo.
—¿Con qué necesidad?
Ahí está. Curiosa.
—Es muy útil, aunque la gente piense lo contrario.
—Ilumíname.
—Es imposible que no estés enterada de algo tan importante,
Cristal —digo sentándome de sopetón en la cama.
—Todos los días se aprende algo nuevo.
—Ellos graban nuestras conversaciones, Cristal —exagero el tono
—. No solo lo aprenderías tú y no puedo correr ese riesgo, pere
prometo que estarás bien.
—Creo que le he perdido el hilo a la conversación.
—No te preocupes. Volveré contigo enseguida —digo y me pongo
de pie en medio de la habitación—. Matzpun —pronuncio en hebreo.
"Conciencia".
—Sisma —responde en el mismo idioma, pero esta vez es una
voz masculina la que me habla.
"Contraseña".
Las anteriores que he visto a esta, suelen pronunciar la empresa
que las creo y un nombre de usuario, pero esta solo ha pedido ha
dicho una palabra. Cristal tiene todos los tipos de IA que existen. Es
reactiva, su memoria es limitada, aplica a la teoría de la mente que
es la que me da las respuestas, y tienen una autoconciencia, pero
no como se ha pensado. Las IA más avanzadas tienen incorporado
un alter ego que se activa con un idioma diferente, una zona de
modificación libre que permite hacer ajustes a la maquina sin
necesidad de interferir manualmente en ella. Lo que me sorprende
es que haya aceptado mi voz y precisamente en hebreo.
—Buenos días —Maximilian entra en el salón.
Me quedo inmóvil en el lugar. Ya no tengo oportunidad de susurrar
de nuevo la palabra para hacer volver a Cristal. Me cruzo de brazos
y no respondo a su saludo. Sigue con la nariz colorada y los ojos
brillantes. Hoy se ve peor que ayer.
—¿Todo bien? —pregunta acercándose.
—Sí —digo.
Maximilian mira el techo de la caja de cristal.
—Has estado haciéndole muchas preguntas —comenta
mirándome inquisitivamente.
—No esperes menos.
—No, no lo hago. Es más, lo esperaba.
—¿Por eso tanta censura? —cuestiono aun sabiendo que no ha
sido ninguno de ellos dos quien la ha modificado.
—Encender luces —dice Maximilian, pero no sucede nada.
No despega la vista de mi ni un solo momento y decido no hablar
hasta que él lo haga. Da varios pasos hasta la entrada y sé que está
esperando a que se abra, pero no sucede.
—Pensé que ibas a tardar más —dice tanteando tablero de cristal
al costado de la puerta. No enciende.
—¿De qué hablas? Desperté y estaba sumida en la oscuridad.
—No finjas demencia. Le mencionaste que sabes que te
estábamos escuchando.
—Por eso has venido.
—¿Qué le hiciste? —dice rodeando la caja.
—Explícame que está pasando.
—No lo sé. Desgraciadamente, los rusos no entregan
instrucciones de sus artefactos.
—¿No sabes cómo funciona? ¿Entonces que me inyectaste? —
pregunto irritada mientras él sigue intentando activar otro tablero en
la parte trasera —. ¡Müller, responde!
—Necesitábamos a alguien que le hiciera las preguntas
adecuadas, pero no podía hacerlo yo, si a ti no te responde mucho,
a mi y a Ferragni ni hablar. La conciencia de esta IA es prevenida,
contigo bajó la guardia porque te ofrecimos a ella como prisionera...
¿Cómo lograste apagarla?
Respiro hondo. Es momento de hablar claro.
—Desde hace cinco años los rusos usan el hebreo para controlar
y modificar su tecnología. No es información que tengan muchas
personas, pero ende no estará demás decirte de que si revelas algo
a tu presidente...
—Detén las amenazas. Se me hacen cansinas y repetidas.
—Entonces era falsa la opción de llamarte, y lo de la protección...
¿Qué tan importante es lo que estás buscando para que te hayas
animado a engañarme?
—Dicen que es parte de la tecnología que se maneja en la Zona
Cero. Estamos buscando el lugar, encuéntralo. Las dejo a solas.
—Hey, ¿y mi desayuno? —pregunto cuando está a punto de irse.
—Alguien vendrá a acompañarte pronto. Nos vemos en unos
días.
—¿Unos días? ¿A dónde vas?
—A firmar mi divorcio.
Elevo las cejas. Tal vez sea cierto, pero sé que hará mucho más.
—Espero que te haya quitado toda tu fortuna.
—Gracias por tus buenos deseos —dice. Me da un saludo militar
muy breve y antes de cerrar la puerta, gira y dice: —Adiós, Zubac.
—Adiós, Müller —susurro. 

CAPITULO 29
 
Merassi
Tengo instrucciones de no entrar y de solo vigilar la mancha color
naranja en la pantalla que no se ha movido de su sitio desde hace
un par de hora, y tal vez está dormida, tal vez podría aprovechar e ir
a darle un vistazo. Necesito hablarle de algo, pero confío menos en
ella desde que entró a la configuración de la IA, o de Cristal, como
ella la llama. No ha vuelto a hacerle preguntas desde hace dos días
y dudo que tenga más después del exhaustivo interrogatorio que le
aplicó cuando terminó de reprogramarla y quitarle la restricción.
Escucharla hablar en hebreo da terror, su voz es diabólica. Me
preocupa un poco que no haya nada que la diabólica no sepa ya.
Está enterada de su ubicación exacta, de lo que está hecho el lugar,
el clima, si hay estaciones de servicio o algún pueblo cerca... Tiene
toda la información que necesita para escapar, pero por alguna
razón no le ha pedido a Cristal que abra la puerta.
Raro, pero no sorprendente. Oculta tantas cosas que sus
decisiones ya no me sorprenden en absoluto. Se ha vuelto
predecible para mí porque he decidido seguir su juego, ayudarla y
no es por lo que ha hecho con Igor, porque realmente no hizo nada.
Me devolvió al amor de mi vida sin mucha vida.
En Mónaco, Atenea me entregó unas coordenadas sin decirme
nada más. Todo el viaje a Rusia fantaseé con un encuentro. Dentro
de mi corazón todavía sentía que el suyo latía. Atenea no había
agregado nada extra a lo único que tenía, ese papel. Fui con el
sueño de encontrármelo esperándome de pie, sonriendo, con su
barba afeitada y oliendo a canela y café, pero lo que encontré fue
otra cosa. Era Igor, pero un Igor en una camilla dentro de una
cabaña deteriorada, en un pueblo casi desierto al norte de Rusia. No
voy a negar que me dejó sin aire verlo de esa manera, conectado a
máquinas, un respirador, su sangre llena de una decena de
medicamentos y su piel pálida, y su delgadez... La ira me consumió
en un segundo y al siguiente ya pensaba en ir a enfrentar a Atenea,
o entregarla, pero cuando tomé su mano y escuché los leves latidos
de su corazón, agradecí lo mínimo y empecé a trabajar en darle lo
máximo. Tenía y tengo poco tiempo, y todo pienso usarlo en él.
Esto lo presentí por noches enteras, pero me callaba diciéndome
a mí misma que el dolor me había enloquecido. Las inconsistencias
en la versión que dio Atenea y la información que había obtenido de
Maximilian sobre esa noche, me hicieron eco después de su
entierro. Nunca hubo cuerpo, nunca hubo nada, pero Atenea logró
engañar a toda una organización y entregarles un hombre casi
idéntico, que Maximilian nunca cuestionó, y lo raro es, que él
siempre cuestiona.
Y eso es algo que tengo pendiente investigar, a Atenea y
Maximilian, a ambos, en conjunto. Hay demasiadas coincidencias
para este mundo lleno de imposibilidades.
Raro, pero no sorprendente.
Ignoro la disciplina y las órdenes de Maximilian. Este asunto
personal me mueve más y ahora, por segunda vez, entiendo por
qué están prohibidos los romances dentro de la organización,
Atenea y Maximilian están causando desastres por no saber cómo
tratar lo que sienten, y ahora yo, y también es por no saber cómo
tratar lo que siento, porque ni siquiera sé que siento. Necesito que
ella me hable, que me diga más, necesito más razones para poder
odiarla, porque hay una parte absurda dentro de mí que piensa en
que debe haber algo detrás, algo que la haga actuar de esa manera
y mi corazón no tan podrido dice que la escuche, así que me levanto
de la silla y me dejo guiar por mis impulsos esta vez. Salgo al pasillo
y me topo con una cantidad exagerada de soldados que vigilan el
lugar. Literalmente están pintados en la pared, sin moverse, sin
hablar, mirándose frente a frente mientras camino en medio de ellos.
Estoy absoluta y totalmente en desacuerdo con lo que está
haciendo Maximilian aquí. Veo que a la organización no le conviene
perder un talento como el de Atenea y menos cuando está por
iniciar una guerra, pero claro está, esto último es solo una teoría
mía.
Es tan buena que no se arriesgarán a perder a alguien como ella,
menos ahora que el suceso mundial ha empezado, claro que, esto
lo intuyo porque, según la historia, cada que un orden mundial
termina, se suscita un evento bélico internacional, y Estados Unidos
el país que está arriba va en declive mientras que China está
arrasando en el mercado. Las potencias no suelen ceder tan fácil y
toda esta lucha para imponer su moneda dejará millones de
muertos.
China está por invadir Taiwán y Estados Unidos ha ofrecido darle
todo el armamento que necesite para su autodefensa gracias a una
ley de relaciones, mientras que el ejército alemán se está
modernizando, y aunque esto no me lo haya dicho Müller, sé que ha
sido él quien ha ordenado que se usen más de cien mil millones de
euros para ello. Está armando y abasteciendo a Alemania, está
preparándose para algo que solo él sabe. La guerra inició y que
Atenea esté aquí, bajo su cuidado, me hace pensar que tal vez él
también quiere usarla como arma. Duane debe de saber algo más,
Müller no todo me lo informa, y el repentino odio que tiene Laura
hacía Atenea también me tiene en vela.
Algo pasó, entre ellas, y sé que la culpable está detrás de esta
puerta. Todos hemos sufrido una indetectable ruptura en los
sistemas de seguridad de nuestros lugares y hogares familiares, lo
sé porque yo lo detecté mientras Oliveira observaba, y ella, que la
primera en viajar a Brasil para asegurarse de que todo estuviera
bien y cambiar de ubicación a su familia, tendría razones para
querer asesinarla, pero Laura no actúa así, es la más estratégica y
paciente después de Atenea, ¿la estarán moviendo sus
sentimientos? O peor aún ¿qué busca Atenea con desestabilizar
emocionalmente al equipo? Muchísimo.
Para ese tiempo, también regresé a Roma y quise no volver
nunca más al cargo... Pero ¿quién haría esto mejor que yo?, no me
dieron ninguna otra opción en la vida que ser esto y la duda bendita
que tenía sobre la muerte de Igor no me dejaba dormir. Me levanté
un día cuestionándome todo lo que soy y para lo que fuimos hechos.
Algo de razón tenía Haru cada que se quejaba de no estar viviendo
realmente. Somos armas que hacen parte de un plan.
Sobre todo, ella.
Introduzco el código en la pequeña pantalla al lado izquierdo, para
que la puerta abra, y doy un paso adelante. Todo está sumergido en
silencio y oscuridad, a excepción de una pequeña luz dentro de la
celda. Se siente cálido y huele muy bien, puedo decir que me siento
muy contraria a lo que había pensado y eso se debe a que Atenea
reposa sobre la pequeña cama de lado, dándome la espalda, está
durmiendo muy tranquila. Su hombro sube y baja lentamente. Nunca
me había dado tanta paz verla, la expresión que siempre tiene en el
rostro hace que cualquiera que esté a su alrededor se sienta a la
defensiva. Demasiada paz, y por desgracia, para mí, tengo que
despertarla.
—¡Ciao, greca! —grito y golpeo el vidrio.
Se sienta de inmediato sobre la cama. No tarda más de un
segundo en conectar su mirada con la mía y todo cambia. Ya no se
siente tanta paz como al inicio.
—¿Por qué no te has ido? —le pregunto.
—¿Qué quieres? Estaba durmiendo —se queja mientras se pasa
las manos por la cara.
—¿Por qué no te has ido? —pregunto de nuevo.
Ella me mira confundida. Ha empezado a peinarse el cabello con
los dedos. Aún no se ha levantado de la cama, solo sigue ahí
sentada con las piernas cruzadas esperando que yo me vaya, pero
vine a atacarla de preguntas. Ya ha descansado lo suficiente y debo
hacer esto antes de que vuelva Maximilian.
—No sabía que podía irme.
—No, pero sabes cómo hacerlo.
—La verdad es que... —Vuelve a tirarse en la cama —. No tengo
a donde más ir.
—¿No hiciste algún otro amigo en el camino que te ofrezca su
sillón?
—No, pero yo sí regalé algunos cuantos sillones.
—Interesante —comento. Me he cruzado de brazos frente a la
puerta de cristal. Ella solo mira el techo y lanza una pequeña pelota
de estrés al aire para luego volverla a atrapar.
—¿Qué es interesante? —pregunta y me mira.
—Que le hayas hecho un regalo a alguien.
—Puedo ser una persona preciosa cuando me esmero. —Vuelve
a su juego mientras sonríe.
—Y la más horrible también —comento riéndome.
Atenea es tan diferente a como luce. Es increíble que su
inteligencia esté llena de tanta crueldad. He estado en medio de la
maldad, la conozco, y puedo decir que es muy diferente a lo que es
ella, que es cruel. Hay gente mala que trabaja en hacer el menor
daño, igual es daño, pero está la gente verdaderamente cruel, que
es la que trabaja en hacer el mayor acto destructivo que les sea
posible. Es difícil confiar en una persona como ella.
Se levanta de la cama y se despereza. Estira su espalda y luego
camina hacía mí.
—¿Horrible? Contigo fui preciosa y con él también.
—¿Debo darte las gracias? —Niego con la cabeza.
—Mínimamente, sí —se cruza brazos.
—¿Exactamente por qué?
—Por Igor.
La miro fijamente, casi como si quisiera desintegrarla en ese
mismo instante. Está pidiéndome que le agradezca por salvar algo
que ella misma destruyó.
—Está en coma, a nada de ser desahuciado, ¿y quieres que diga
"gracias"?
—No ahora, cuando termine todo puedes dármelas.
—¿Qué? Eres tan cínica... —pronuncio sin entender sus palabras.
Hablar con alguien que guarda tantos secretos puede llegar a ser
exasperante.
—Tienes que decirle a Maximilian y traerlo aquí —dice apoyando
las palmas sobre el cristal.
—¿Aquí? —arrugo el ceño—. ¿Para qué?
Está demente si cree que voy a poner aún más la vida de Igor en
riesgo. Lo llevó a un lugar de difícil acceso, y aunque eso lo haga un
lugar seguro, lo convierte en uno peligroso, porque si hay una
emergencia, tendríamos que volar más de cuatro horas en
helicóptero para llegar al hospital medianamente equipado más
cercano que hay.
—Matzpun —pronuncia en hebreo y nada sucede, pero sé que ha
desactivado la IA —. Guarda por cinco minutos tu dolor, cierra la
boca y escúchame, no me creas, pero escúchame.
Me cruzo de brazos y levanto las cejas invitándola a hablar de
nuevo.
—Hace cinco días llegué aquí con una herida de bala en las
costillas. La bala solo me rozó, pero me astilló la octava costilla.
Dolía y se veía como la mierda, repito, hace cinco días, y ahora
mira... —dice y se alza la camiseta. Su piel se ve bien, si no fuera
por una mancha en forma de línea, casi luce como una estela,
rasgada, típica cicatriz de un roce de bala después de un mes...
—Imposible —pronuncio acercándome a mirar de cerca.
—No soy su prisionera, soy su paciente —pronuncia y levanto el
rostro.
Atenea baja su camiseta y da un paso hacia adelante. Abre la
puerta con su huella, quedando frente a mí. Reviso de nuevo la
herida ahora con mis manos y presiono la costilla.
—¿Duele? —pregunto y me alejo.
—Un poco, nada más.
—Por eso te quedaste —concluyo.
—Para confirmarlo necesitaba tiempo, y a veces... paciencia.
—¿Desde cuándo sospechas?
—Desde que Maximilian me inyectó.
—¿Por qué?
—A las dos horas me sentía diferente... ¿De dónde la sacaron?
—Rusos.
—¿Te lo dijo Maximilian? ¿O lo confirmaste?
Mierda. La procedencia de la cápsula de cristal es confidencial
hasta para mí, se supone que no debería saberlo, pero Maximilian
ha ordenado que sí. Ni siquiera Oliveira está enterada de por qué
han traído a Atenea aquí. No tiene permitido entrar a esta zona.
—Merassi... ¿Recuerdas Sentinel del Norte? ¿Aquella pequeña
isla llena de fauna y flora nunca vista, atardeceres rojos y lluvias
reparadoras? Bueno, dentro de ese lugar había subsuelos que
contenían cápsulas de un material muy parecido a este.
—Lo relacioné en su momento y luego lo descarté —digo
recordando lo que vimos en el horrible lugar. Gente llena de
malformaciones, tumores y enfermedades que ni existían y ese
proyecto.
—¿Por qué lo descartaste? —me pregunta.
—No encontré en ella algún elemento vital para mejorar la salud
de una persona, y ese era el fin del Proyecto Anfarwol —cuento
mientras entro a revisar la cápsula. Está apagada y nunca la he
escaneado de este modo. Saco mi celular y voy hasta la esquina, al
pequeño puerto de energía que tiene y conecto el pequeño cable
que mandé a crear a ingeniería hace unos meses.
—No le has preguntado por sus desarrolladores —comento
mientras intento ingresar al sistema.
—No va a responder y puede bloquearse —responde Atenea
detrás de mí.
—¿Por qué?
—Algunas IA lo tienen implementado en su sistema para
seguridad. Ha respondido más de lo que esperaba y no quiero
llevarla al límite, puede emitir una alarma y enviar su ubicación al
desarrollador.
—¿Cómo estás tan segura de que no la sabe ya?
—La ha tenido desactivada desde siempre. Es más, se necesita
otra contraseña para activarla y no me interesa buscarla, no me es
útil.
—Me pide una huella —suelto decepcionada, odiando los jodidos
datos biométricos. Son un horrible dolor de cabeza siempre.
—Espera, pásamelo.
Me alejo de la esquina y dejo que Atenea tome mi lugar. Ella
analiza sus manos, las escanea como si estuviera buscando algo y
supongo que lo encuentra, porque de inmediato apoya su dedo
corazón izquierdo en la pantalla y la desbloquea. Me acerco rápido y
tomo el aparato. Está en ruso y puedo entenderlo. Son todas las
configuraciones posibles que puede hacérsele. Necesito un mejor
equipo parar entrar a todas, pues esto solo me arroja una
visualización a los aplicativos. Levanto mi mirada hacia Atenea
cuando llego al final.
—Hay un contacto —le digo.
—¿Quién es?
—Jade Johnson —leo en voz alta aún sabiendo que Maximilian
me había pedido ocultar esta información hasta que él se la diera a
ella. No sé si hay sucedido ya, pero hay que actuar.
—¿Qué tengo que ver en todo esto? —suelta la pregunta, pero sé
que se la ha dirigido a ella misma.
—¿Nunca te ha sorprendido que sepas hebreo, latín...? ¿No te
pareció extraño que tú tuvieras conocimientos demás? Antes lo
justificaba con que tu padre era algo intenso, pero luego investigué y
la verdad es que la orden viene desde muy arriba. Más arriba que tu
padre, y todo se resumía en que tu educación debía ser más...
completa.
—Una prueba más de que el poder absoluto no existe, todo el
mundo necesita un jefe, y todo jefe necesita esclavos. Siempre
seremos ambos. Nunca he hecho algo en mi vida por diversión y no
lo traduzcas en que me estoy quejando, o sintiendo lástima de mi
persona, no. Simplemente tengo a alguien arriba que no me dejó
perder tiempo, pero que no se sorprenda cuando lo haga caer. Ya
sabes, eso de que, si crías cuervos te sacaran los ojos —dice
encogiéndose de hombros —. Que nada te sorprenda ya, Ferragni.
Cuando se estudia tanto el futuro, la vida acaba convirtiéndose en
un simple plan.
—No lo hace. Eres lo que eres por algo.
—Y tú también —me mira —. Y es momento de empezar a
investigar el por qué.
Desconecto el dispositivo y lo guardo en el bolsillo de la chaqueta.
Tengo que ir por un mejor equipo.
—Creo que el siguiente paso es buscar a Jade Johnson —hablo.
—Sucede algo con ella.
—¿Qué?
—Es hija de Jakov y Kyra.
—¿Kyra Kratos?
—Sí.
—¿Kyra Kratos y Jakov Zubac?
—Sí.
—Mierda.
—¿Qué?
—Imposible de adivinar algo así.
—Y hay más.
—¿Qué?
—Es mi prima —dice sin más.
—¿Kyra?
—No, Jade, su hija.
—¿Qué?
—Su hermana gemela, Tyra, es mi madre biológica.
—Espera, creo que Maximilian me había dicho que tenías nexos
con dos mafias italianas, pero no este tipo de nexos... Debo respirar
—digo tomando aire profundo. He recibido kilos de información
todos estos últimos meses, y cada que va pasando el tiempo me
impacta de lo nuevo que me entero. Ahora entiendo de donde viene
la crueldad de Atenea. De su sangre.
—Necesito un árbol genealógico de todo esto. —Muevo la mano
en círculos —. Centrémonos en lo primero, en Igor. Arreglaré todo
para que llegue hoy, pero tú amiga mía, tendrás que desocuparme
la habitación.
—Encuentra a Jade y me iré.
—Lo haré.
Atenea
—Ahora, responde, ¿de dónde sacaron esto? —pregunto otra
vez.
—Se la quité a la NASA —pronuncia otra voz, esa voz.
Giro mi cabeza para mirarlo. Va vestido de civil, lleva una gorra de
beisbol sobre su cabeza que contrasta con el fino abrigo que cubre
su cuerpo. Debajo lleva una camiseta blanca y pantalones negros
de jean gastado, y las botas negras que ha usado desde que lo
conozco. No se ha afeitado desde que partió y eso en él significa
que realmente estuvo haciendo cosas de civil, como lo es un
divorcio, que espero que sea un caso cerrado.
—¿Y la NASA a quién se la quitó? —pregunto.
—Roscosmos —responde él.
—Perfecto. Tengo a la Unión Soviética en la nuca.
—Aunque es de ellos, no es totalmente rusa.
—¿Entonces?
—Es estadounidense, su sistema lo es, a pesar de que en su
configuración lleve otros idiomas.
—¿Por esto sabes de Jade Johnson?
—Sí, es la encargada del proyecto ahora.
—Anfarwol.
—No. Es otro proyecto: Éter.
Caigo en cuenta de inmediato.
—Éter... Aire —pronuncio traduciendo el significado del nombre, y
levanto mi vista para escanear todo el lugar. Voy hasta las esquinas
curvas de la celda y paso suavemente mis dedos por los pequeños
poros en el cristal que antes no había visto —. Así que no se llama
Cristal, se llama Éter... ¿Qué tiene el oxígeno? —pregunto y miro a
Maximilian. Ha entrado en la celda y está mirando hacia arriba, con
los brazos cruzados, mientras camina por el lugar.
—Ninguno de los filtros que planté ha podido detectar
exactamente qué es. No se le ha podido asociar a ninguna fórmula o
elemento.
¿Qué será? Gaseoso e inoloro. Si no fuera por lo que conocí del
proyecto Anfarwol, esto sería impactante, surreal.
—¿Cómo estás? —me pregunta.
Ha avanzado un poco más hacía mí. A pesar de la barba, se le ve
mucho mejor que cuando se fue. Aparentemente la enfermedad lo
ha abandonado, y también luce como alguien que mínimo ha
dormido cinco horas, ¿y cómo no hacerlo? Estaba tranquilo, sabía lo
que iba a pasarme, sabía las preguntas que haría, sabía que
solucionaría todo para él mientras él se dirigía a ver a la mujer con
la que se casó el mismo día que me envió al infierno. Pequeñas
casualidades de la vida.
—Pude morir, lo sabes, ¿verdad? —me cruzo de brazos y doy un
paso al frente. Es hora de que deje de intimidarme su presencia.
—¿Puedo? —pregunta señalando mi costilla.
—No.
—Debo irme. Tengo cosas que hacer, estaré en el control. Te
espero, Müller —dice Merassi saliendo de la celda —. Tengo que
hablarte de algo.
—¿Estás dentro de lo que Ferragni va a decirme? —Él también
decide dar todos los pasos que teníamos de diferencia. De nuevo mi
cabeza debe inclinarse para no desconectar la mirada que tengo
que sostenerle.
—Tal vez —me encojo de hombros, sin dejar de mirarlo, sin dejar
de querer saber lo que está pensando, o lo que pensó de mí en
algún momento mientras no estuvo aquí. ¿Habrá tenido afán de
regresar? ¿O fue un descanso para él los días que no me vio?
¿Habrá pensado en mis cicatrices? Las ha visto, es un hecho, pero
no ha insistido en querer saber más, o tal vez ha preguntado lo
suficiente y soy yo queriendo que demuestre preocupación. Tal vez
estoy esperando que se arrastre como lo han hecho los hombres
con los que he tropezado antes, pero aquí eso no sucede, es
demasiada la decepción porque Maximilian no es del tipo de hombre
que se arrastra. El recibe una indicación, la toma, la capta, y la pasa
por única solución. Así funciona la cabeza de un militar, una orden
puede llegar a ser un mandamiento divino para él, y si le es posible
evitar una discusión, o una guerra, lo hará. Le dije que no iba a
contarle, lo tomé del pelo mencionándole el nombre de su padre
como culpable y creo que eso es suficiente para entender que no
diré más.
Pero ojalá pudiera.
—Estás en todo —suspira, y su aliento roza una de mis mejillas.
Huele a tabaco. Ha estado fumando.
—Hay lugares a donde aún no llego.
—Por fortuna. —Vuelve a suspirar—. Atenea, no tengo la energía,
ni el tiempo para entablar una conversación que sé cómo iniciará y
cómo terminará. Estoy harto de las cosas predecibles, de los planes
y estrategias, de estar enfrentado todo el tiempo, de estar a la
defensiva.
—Es que no hay más, Maximilian —le sonrío—. ¿A caso no te
has dado cuenta de que todo este tiempo hemos vivido para
trabajar? ¿Y de que lo seguiremos haciendo durante toda nuestra
vida? Mira a Jakov, a White, al padre de White. Nunca han
descansado un puto día de su vida. Y nosotros, tú y yo, no lo
haremos jamás tampoco.
—Te tomas todo tan en serio, Atenea —menciona y de inmediato
me ofendo. La frase no cuadra con él, ni mucho menos el tono en
que lo dice. Se está riendo. De mí. Se está riendo de mí, en mi cara.
Y se ha puesto rojo al intentar detenerse. Lo miro con fastidio y
extrañeza.
—¿Qué te pasa?
—Estoy harto —dice, con sus labios sonriéndome.
—¿Qué pasó? —Camino hacia él, con sintiendo algo en el pecho
muy cercano a lo que podría ser la preocupación.
Los hombros se le caen y suspira, por tercera vez.
—¿Has viajado por vacaciones alguna vez?
—¿Qué? —pregunto, extrañada.
—¿Nunca te has sentido harta de todo? ¿Nunca has escapado?
—¿Escapar a donde? Tendría que al menos salir del planeta para
que me dejen en paz.
—Conozco un lugar en donde te sentirás así: fuera del planeta.
—No podrías estar ahí para que se sienta así.
Se encoge de hombros.
—No hay problema, puedo darte todo lo que necesitas para que
descanses al menos unos días. Te vendrá bien hacer otra cosa,
podría ser después de Argentina, justo antes de lo que se viene.
—¿Qué se viene?
—Aquí también tendrás que ir sola.
—¿Qué tengo que hacer ahora?
—Te lo diré en el avión.
Lo miro durante unos segundos, dubitativa.
—Hay tanto que hacer y no sé por dónde empezar. —Me llevo la
uña del dedo pulgar a mis dientes. Me muevo de un lado a otro,
intentando acomodar el nivel de prioridad que debo darle a todas las
situaciones que nos rodean. Estoy acostumbrándome a que me dé
porciones de información porque yo también estoy haciendo lo
mismo con él. Es como hacer un canje cada vez que hablamos —.
¿Dónde está Jade?
—En Argentina.
—La juraba en Rusia.
—Debe moverse. Es un blanco enorme.
—¿Por qué? —Me acerco a él.
—Ha tenido que huir.
Si está huyendo, es porque algo grave debió pasar. ¿Habrá
escuchado algo sobre mí? ¿Ella sí sabía toda la verdad desde el
principio como Ares? ¿Sabrá de Ares? Me muerdo el labio. Tengo
tantas dudas sobre ella y no quiero mostrarme vulnerable ante él.
Solo sé su nombre debido a que investigué a Jakov y porque quien
tengo al frente lo mencionó días atrás.
—No sé mucho sobre ella —decido aceptar.
—El vuelo dura quince horas, te contaré hasta lo más mínimo.
Pero antes debo pedirte un favor.
—¿Un favor? —niego con la cabeza—. No hago favores, ¿qué
gano?
Maximilian respira hondo y se aprieta el tabique de la nariz con
sus dedos. Exhala sonoramente y luego vuelve su atención a mí,
medio sonriéndome de manera muy falsa.
—Vamos a estar muy expuestos en Buenos Aires. Jade no tiene
ningún conocimiento sobre defensa, ni siquiera personal y tampoco
tiene un gran cuerpo de seguridad. Tiene uno de mis hombres, uno
inteligente y talentoso, el hombre no permite que Jade se queda en
un lugar más de siete horas, así que nuestros encuentros serán
siempre en lugares públicos. Jade sigue trabajando y asistiendo a
conferencias. El gobierno estadounidense debe brindarle protección.
Como te dije, es una alerta blanca.
Las alertas blancas son personas que debemos proteger durante
determinado tiempo con el recurso que creamos necesario, si el
blanco llega a fallecer, pierdes la cabeza, pero existe una alerta más
alta, tan alta que reduce todo a ser un guardaespaldas las
veinticuatro horas del día y los siete días de la semana, esa es la
alerta negra, y parece que Maximilian se la ha aplicado a él mismo
conmigo. He pensado en los próximos días y tengo muy claro que
no tendré ni un minuto de valiosa soledad.
—¿Dónde está exactamente ahora?
—Acaba de despegar hacia Buenos Aires desde aquí.
—¿Por qué a Argentina?
—Hay una conferencia —responde—. Solo quiero pedirte un
favor, es mínimo, pero importante —dice con su mirada fija en mí,
no me intriga para nada lo que va a pedirme. Ya mencionó que
estaremos expuestos—. Compórtate y sigue las instrucciones que
voy a darte.
—Puedes decírmelo en el avión. Tengo que empacar.
—¿Empacar qué? —pregunto divertido mirando alrededor.
—Mi cepillo de dientes, claramente. Y ahora que lo menciono,
necesito mi maletín, pero no me lo entregues a mí, dentro hay unos
libros, envíaselos a Merassi. Me comportaré si lo haces.
Recordé que todos estaban escritos de manera extraña, al igual
que la configuración de Éter.
—Esto es en serio. Iremos como dos personas completamente
distintas, sobre todo tú —dice mientras mete la mano al interior de
su chaqueta, saca una pequeña tarjeta de color blanco y me la
tiende. Es una identificación de la NASA con una foto mía, la única
que existe, digitalizada en el plástico y abajo el nombre de Alessia
Müller.
—¿Qué nombre utilizarás tú? —Levanto mi vista.
—El mío.
—¿Quién soy, Maximilian? —pregunto mientras lo reto con la
mirada.
—Mi esposa.
Quiero vomitar. Doy un paso hacia atrás. Detesto tanto ese lugar
en su vida.
—Por supuesto que no voy a comportarme.
—Atenea. No habrá demostraciones de nada. Es un evento lleno
de formalidad científica. Mira bien el documento —me señala y
vuelvo mis ojos a él. Es un pase de invitado especial, donde dice
que vengo de Alemania y soy una importante física —. Es una
conferencia enorme, pero luego habrá una aún más privada e
importante. En esa podrás acercarte a Jade y presentarte. Ella no
sabe quién eres, pero necesita saberlo y pronto. Así que
compórtate, sé amable, socializa, intenta pasar como una personal
normal y corriente, aunque no lo seas, lo sé, pero... por favor.
—Si alguien más te escuchara, pensaría que soy una cavernícola
que arrasa con todo a su paso.
—¿Y no lo eres?
—Sí.
—No debería existir queja alguna, entonces.
Ladeo mi cabeza y miro hacia el techo. ¿Cristal seguirá haciendo
su trabajo mientras está desactivada? Tengo que revisar eso.
—Vuelvo en treinta y ocho minutos —mira el reloj en su muñeca
—. Hablas demasiado y tengo que equipar un avión. Nos vemos —
dice saliendo de la pequeña habitación, y luego desaparece por
completo sin mirar atrás. La puerta principal se cierra y decido
activar a Éter.
—Van a sacarme de aquí en unos minutos. ¿El microchip del
cuello me hará algún daño si me alejo?
—No, pasará a solo emitir tu ubicación.
Decido no preguntarle nada más y esperar el regreso de
Maximilian. Lavo mis dientes por última vez, lavo mi cara con agua y
peino mi cabello. Ha empezado a curvarse sobre los hombros,
significado de lo mucho que me ha crecido en estos últimos meses.
Me veo mejor, los labios están sutilmente colorados y ya no llevo las
manchas oscuras bajo los ojos. Las cejas son un desastre, pero he
descubierto que me gustan más así. Mi mirada se ve aún más
amenazante. Poco a poco los años y los hechos están
desvaneciendo la ternura de mi rostro. Quiero que se vaya pronto
porque no puedo morirme sin ver temblar a cualquiera que se le
ocurra mirarme.
Mentiría si no dijera que me siento una persona completamente
diferente. A esa prisión entró una Atenea, y salió otra que no
conozco bien, pero me agrada. Solo que hay una parte que se
siente blanda. Antes no tenía pesadillas, antes las cosas que veía y
hacía no me mataban tan rápido. ¿Acaso habré perdido fuerza?
Espero que no, realmente espero que no, porque esto apenas
empieza y no puedo permitir que nada me aplaque.
Porque eso soy ahora: implacable.

NOTITA:
HOLA, BESOS. LAS AMO.
Amiga, si vives en CALI VALLE DEL CAUCA COLOMBIA, voy
a estar en la Librería Nacional de UNICENTRO por si te quieres
pasar a saludar y tomarnos fotoxxxx. Muak.
Capitulo 30
 
Atenas, Grecia
Tyra
He caminado ya siete calles y ahora solo queda una más. Voy
contándolas, porque ansío que terminen. Tal vez no debí elegir
estas sandalias de tacón alto para hoy, pero la ocasión lo amerita.
No lo veo hace demasiado tiempo y no quiero verme débil aunque la
realidad sea otra, una que no me gusta mucho. Últimamente nada
está funcionando para erradicar lo que tengo y el no saber qué es
hace que me sienta cada vez más lejos de encontrar algo que
funcione. Una cura.
Dejo de pensar y pongo toda mi atención en no dejar que mis
tobillos se volteen. No deseaba caminar pero la pequeña plaza es
tan pequeña que la única manera de llegar hasta la iglesia es a pie.
Veo a Ares en la entrada trasera de la catedral y tomo rumbo hacia
él. No me mira, pero se ha percatado de mi llegada porque despega
su espalda de la pared y arroja lo restante de su cigarrillo al piso.
Sabe que el olor del tabaco me da náuseas y también sabe que
detesto ver sus ojos rojos después de no haber dormido la noche
pasada, por estar cumpliendo una de sus tareas, y para
complacerme se ha puesto unos lentes oscuros. Es mi culpa, lo he
mantenido ocupado desde que lo acerqué a mí y lo alejé de ella, de
esa rubia de ojos de cristal.
—Llegas tarde —dice en italiano cuando me detengo frente a él.
—Mira mis pies y replantea el reclamo.
—Creo que te escuché decir que no podrías usar más eso.
—Ahora sí puedo, estoy mejor —sonrío, alzando un muro para
evitar que mi imagen de mujer fuerte caiga al piso.
Ares se levanta los lentes y me mira fríamente. Está esperando
que hable más, que le diga la verdad, pero no es el momento y
menos en el estado que está. Pálido, ojeroso, con los ojos
inundados en arterias, pero verdes claro, muy claros. Me recuerdan
a los de Kyra. Y ahora no solo detesto que me mire de esa manera,
sino también el recuerdo de mi gemela con la que hablo hace
demasiado y no deseo ver nunca más, pero a veces los deseos no
se pueden cumplir y mucho menos los míos.
—No puedo usar tenis para corromper a alguien —le digo y le
palmeo el brazo —. Entremos.
—Jakov Zubac no será tan fácil de corromper.
Escucho sus pasos detrás de mí. No me sorprende que haya
averiguado a quien veremos hoy. Estaba esperando que lo hiciera y
así fue, y quiero creer que solamente se quedó con lo primero que
encontró y no ahondó más. Seguido tendré una nueva reunión con
alguien que no quiero que él vea, al menos no antes de que yo lo
haga.
—No lo haré yo —comento. Llego hasta primera fila y me siento
frente al altar. Ares hace lo mismo. Giro un poco el rostro para verlo
mejor. La cálida luz de las velas le da color a la palidez de su piel.
Estar cerca de él me da escalofríos y es culpa mía que su alma sea
tan oscura, que su vida sea tan lóbrega y que el aroma que
desprende no sea difícil de relacionar con la muerte. Está
anocheciendo, el sol se ha despedido y ahora solo queda esperar lo
que está por venir: la muerte, demasiada muerte, a lo que más le
temo y lo que más presente tengo en mis días, en especial después
de perder a mi Alessio.
Mi hijo me recuerda a ambas cosas. A Alessio y a la muerte.
—No hablaré —dice sin quitarme un segundo la mirada,
inclinándose hacia mí, haciendo que el olor a cigarrillo me envuelva
y me cause náuseas —. Tengo excepciones y porque tú seas una
no significa que haga otra.
—No tienes que hablar.
—¿Entonces?
—Solo necesito que te quedes detrás de mí, con los lentes
puestos. Mencionaré tu nombre y cuando lo haga, espera un minuto
y márchate.
—No hago favores.
—No es un favor —corrijo—. Es un trabajo.
Huele a incensio y a flores marchitas puestas dentro jarrones,
sobre una enorme mesa de centro cubierta por un manto roto de
color dorado con manchas de sangre. Todo está desorganizado y
abandonado, porque hace solo un par de días, ahí arriba,
asesinaron al que sería el esposo de Camille Armani, hija del actual
don de La Cosa Nostra, Enzo Armani. El evento fue orquestado
nada más y nada menos que por mí y uno de mis hombres de
confianza: Ghost.
Los últimos rayos del sol se cuelan a través del vitral de colores,
haciendo que las figuras queden impresas en todo el suelo. Me
pongo de pie y voy hasta una de las manchas rojas en el suelo.
—Jakov no nos acompañará hoy —dice una voz femenina que
conozco a la perfección. Levanto mi rostro con rapidez y enfrento la
inesperada situación con toda la elegancia que me distingue. No
suelo hacer este tipo de encuentros, no suelo de salir de mi
resguardo y esta es una de las razones: nunca se sabe lo que
pasará.
—Hola, Kyra.
La mujer que me sonríe lleva un traje blanco a la medida con
zapatillas de alguna marca deportiva. El cabello recto, a la altura de
sus hombros y casi o nada de maquillaje en el rostro. Se ve bien,
fresca, sencilla y sana. Me sonríe de soslayo y lleva su mirada a
Ares.
—Hola, Ares.
Él no le responde y no puedo saber si al menos la está mirando
por la oscuridad de sus lentes.
—¿Puedo saber la razón? —pregunto sin dejar de reparar su
imagen.
Aunque luzcamos tan diferentes, no puedo dejar de verme en ella,
de ver todo lo que hay en ella que a mí me hace falta y de ver en mí
todo lo que a ella le sobra. Le va bien cuando se aleja de mí. Soy un
cáncer.
—Está ocupado y además sé que lo que vas a decirme va dirigido
también a mí. Se enterará de cualquier forma —dice, encogiendo los
hombros y metiendo los bolsillos en sus manos. Da un paso hacía
mí y sus ojos me escanean de pies a cabeza. Suelta un pequeño
bufido —. Te ves bien. Demasiado bien, Tyra.
—Como todos los días.
De haber sabido que vendría ella no me hubiese puesto lo que
traigo, me hubiese puesto algo aún más escandaloso, menos
sencillo.
—No lo dudo.
Ares se levanta y sin decir nada, sale de la iglesia, obedeciendo lo
que le dije al principio. Ha contado un minuto exacto para su partida.
Respiro hondo y evito que mis ojos se llenen de lágrimas. Lo que va
a suceder no va a perdonármelo nunca.
Y ella tampoco.
—Seré breve. Vengo a advertirles a ambos que lo que menos
querían en sus vidas se ha cumplido y nadie podrá evitarlo, ni
siquiera tú. Atenea ha encontrado a Jade.
—Que Dios nos bendiga entonces.
—¿Dios? —me burlo —. Ni Dios podrá evitar lo que has causado.
—Hemos —corrige —. Si la culpa es de alguien, es de las dos y
del difunto que teníamos como esposo.
—Voy a recordar que ya he prohibido que menciones su nombre.
—Y yo voy a recordar que cada quien toma sus decisiones y yo
tomo la de alegrarme por la ausencia de Alessio Armani —dice
mirándome despectivamente de pie a cabeza —. Con él vivo tú
estarías muerta y aunque no lo creas, agradezco que sigas aquí.
Debo morder mi lengua con fuerza para no perder el control de
mis palabras ni de la situación. Respiro hondo e intento relajar mi
mandíbula y no volver mis manos en puños. No puedo cambiar de
opinión, debe hacerse lo que debe hacerse.
Kyra mira el reloj en su mano y sonríe.
—Debo irme, pero espero volver a verte pronto. Tenemos que
hablar. —Se da media vuelta, pero antes de irse agrega: —Ah, y
sobre lo de Atenea y Jade, a mí tampoco me interesa evitarlo.
Cierro mis ojos cuando me encuentro sola. Sigue oliendo a
incienso y a flores secas. Hay demasiada tranquilidad, paz aunque
días antes se haya desatado una guerra. Al fondo escucho un par
de pasos que se acercan. Abro los ojos y me fijo en los colores ya
opacos del vidrio tintado frente a mí. La luz del sol se ha ido por
completo y todo ahora está en penumbras. Me giro hacia el altar y
hago una cruz sobre mi pecho con la mano.
—Que Dios nos bendiga —surruro.
—¿Arrepentida? —dice, esta vez siendo la voz de la persona que
esperaba.
Me giro. Está ahí, a solo dos metros. Recto, impecable y
sonriendo. Levanto aún más mi mentón y dejo el miedo atrás. Me
quedo serena mientras lo reparo. Hace más de siete años que no lo
veía tan de cerca. Voy por la vida evitando topármelo. Me
descompone verlo ahí tan tranquilo, me hace querer dejar todo
atrás, correr hasta su cuello y apretarlo hasta lograr que el aire no
pase a través por su garganta ni vuelva a llegar a sus pulmones,
quiero que sus ojos se salgan y su hermosa piel blanca, se moretee.
Sería todo un sueño para mi hacer sufrir la vida que me quitó la mía.
—El arrepentimiento no es algo importante, así lo sienta no me
impide actuar.
—Lo mejor que te pudo pasar fue perder el corazón, es lo mejor a
hacerse en este mundo. A todos nos sucede en algún. No eres la
única que llora por las noches por la muerte de un ser querido —su
acento italiano es tan suave que casi me siento acariciada por sus
palabras, pero ni la más dulce voz o la más cálida sonrisa que me
pueda dar, hará que de algún paso hacia atrás. Él asesinó al
hombre más importante para mí.
—Y llorarás por más, Enzo, por muchos más.
Lleva una camisa blanca, pantalones oscuros y las manos dentro
de ellos. Luce bien, muy bien, pero sé que todo lo atormenta. Su
familia educó a hombres incapaces de revelar lo que sienten,
porque así era mi Alessio, toda una inesperada catástrofe. En la
mafia padecemos obsesión por el aspecto físico, porque unas
simples ojeras pueden, un mal atuendo o hasta un cabello mal
peinado puede revelar cosas al enemigo que anda en una búsqueda
exhaustiva para acabarte.
—Espero que del contrato también cumplas la cláusula que hay
sobre Camille. Si a mi hija le llegase a suceder algo, no dudaré en
anular todo e ir por la tuya, otra vez —dice, cambiando
completamente el semblante. Ahora se ve sombrío, amenazante y
fuera de sí. Su hija también es su punto débil, tanto que terminó
firmando algo conmigo para protegerla. Enzo busca conservar a
toda costa lo único que tiene en el mundo.
Tal vez en algún momento no tendré que escucharlo más, pero
por el momento cumpliré lo que sea necesario para dejar que
Atenea actúe en paz.
—Pero yo no. Estaba esperando a Jakov, no a tu clon.
—Fue una sorpresa para mí también —menciono y me acerco
hasta él —. Ahora... Te quiero lejos de Atenea. Si ella pisa un
continente tú te vas a otro, si ella asesina a alguien de la famiglia, tú
sabotearás todo para culpar a otro. Si alguien ordena matarla, me
envías el nombre tan pronto te enteres. Lamento la sorpresa, como
dije, tampoco la esperaba.
Y reamente no lo hacía. Ella no debió venir, esto no era con ella,
era con Jakov. Fue él, Enzo, quien auspició cada tortura que tuvo
Atenea. Fue él quien envió todas esas cintas hasta mi ubicación y
hackeó todos mis dispositivos para que se reproducieran una y otra
vez en cámara rápida, pero solo las imágenes porque de fondo se
escuchaban los gritos de uno de esos videos. Tal vez fue el peor día
para ella. Lo sentía y me destrozó escucharla llorar de tal manera,
pero solo eran gritos y llanto, gritos y llanto, nada más, ni un solo
ruego para detener la masacre, porque eso fue lo que le hicieron, la
masacraron y no voy a permitir que vuelva a tocarla. No dos veces y
voy a imaginar que una tercera sucedió para odiarlo mucho más y
acabarlo, peor.
Así fue como me enteré de que ella estaba ahí, así fue como la
ayudé por medio de África.
Hace tan solo días le demostré al hombre que tengo al frente que
puedo hacerle lo mismo a su hija y aunque la advertencia sirvió, le
encantó y me desagrada lo asqueroso que puede llegar a ser
porque eso me dificultad agredirlo, que me tema y controlarlo. No
logré hoy todo lo que quería, pero sí algo y eso me quita el noventa
por ciento de carga que llevo encima. Tengo que seguir unos pasos
antes de que todo termine y voy a proteger la razón principal a toda
costa.
No voy a dejar que nadie, ni nada lastime a Atenea.
—No me siento estafado —dice —. Pero no quiero más
sorpresas.
—Y no las habrá —respondo con tranquilidad, a pesar de la
tormenta que está revolviéndome los recuerdos. —Hasta una
próxima ocasión, Enzo, espero dejes elegido el traje para tu velorio.
El que tienes puesto ahora mismo da mucho de qué hablar.
Recuerda que nada, nadie, ni ningún contrato hará que olvide lo que
aún tengo pendiente.
—Hasta entonces, Tyra —se inclina hacia adelante y después de
dar medio giro, se aleja caminando hasta la salida de la iglesia.
La oscuridad ha consumido el lugar tanto o más que el silencio
que ahora me hace compañía. Dejo escapar el aire por mi boca y
voy rápido hasta una de las sillas para sostenerme del respaldo y
así evitar caer. Me siento débil, fatigada y cansada. Respirar está
empezando a costarme y aunque no quiera desplomarme aquí, lo
hago.
Escucho pasos venir a mí, unas manos me tocan, y aunque ya no
sea capaz de procesar la realidad, sé que son unas manos
masculinas las que me alzan y me llevan por quien sabe cuánto
hasta un auto, sí es un auto. El olor me hace reconocerlo como mío
y distingo la voz que me dice que estaré bien como la de uno de mis
hombres.
Respiro y no dejo de respirar. No quiero dejar de hacerlo aún
porque antes debo...
Debe hacerse, lo que debe hacerse.

Notita:
Hola mis amores, me place saludarlos. ¿Cómo va todo? Yo
haciendo malabares con muchas cosas que ando viviendo en este
momento. Me disculpo por tanto tiempo y espero que aún sigan aquí
porque así tarde, yo también seguiré aquí. 
Empezaremos un tipo de maratón. Tengo 10 capítulos en borrador
que iré editando y subiendo de uno a dos días (porque a veces se
me va la mano y cambio cositas o agrego otras. 
Espero estén bien, pronto nos vemos en Cucutá, Guayaquil y
Quito. 
Besos. Shak.

CAPITULO 31
 
Rosie

Llevo todo el día preocupada por él. Hoy me he levantado a


primera hora a buscar el extraño celular que me dio hace unos años
para llamarlo, pero no contesta y ya con la noche cayendo no he
podido meter a mi boca ningún pedazo de nada. Tengo un nudo de
miedo obstruyéndome la garganta y los nervios haciéndome
cosquillas en la boca del estómago. Ni aunque tuviera hambre
podría comer en este estado, lo vomitaría todo. Primero necesito
saber algo de él.
Milan duerme en la pequeña cama que mi padre ha mandado a
instalarle. Susan está en el salón, con cientos de planos regados
sobre la mesa. No me habla, me ignora por completo. Sigue furiosa
conmigo por haber contactado a Atenea y más por pedirle ayuda. Mi
madre detesta a cualquier ser que lleve la sangre Armani Kratos en
sus venas y últimamente a Jakov Zubac también. Por eso me ha
ayudado a ocultar a Milan de cualquiera de ellos, pero no podré
evitarlo siempre. No quiero que mi hijo sea como yo, una inútil que
no es capaz ni de defenderse ella misma.
Pero no quiero lo que mis padres quieren. A Gerard le ha llegado
una carta de invitación que no recibe cualquiera, porque para que un
niño de una familia sea invitado a unirse a esa fuerza especial
secreta se debe ser alguien importante, demasiado importante y mi
padre siempre lo ha visto de ese modo, su vida es el ejército y
rechazar esta invitación, como le lo pedí cientos de veces que
hiciera, sería una falta de respeto para con su país.
Y Susan esta vez no intercederá. Ya lo hizo una vez por mí y
resultó mal.
—No debí dejarme convencer de tu llanto, ni en el de Maximilian.
Eran niños. Ahora gracias a eso estás aquí sin saber siquiera
empuñar un arma. Tu padre hizo al hijo que siempre quiso un
hombre capaz de desatar y acabar guerras, y lo tendrá vivo por
mucho tiempo. Yo te dejé ser la niña que querías y ahora estoy
huyendo contigo de la guerra, con una niña todavía y otro niño.
Algunos apellidos llevan cargas, Rosie y el de nosotros lleva una
bastante pesada. No cometas el mismo error que yo, no viviré por
siempre. Sin mí... Ni tu padre ni Maximilian harán todo lo que yo
hago por ti. Tu padre está enfermo y Maximilian... Está detrás de
alguien que ama la guerra. Aquí no hay lugar para la paz. Envía a
Milan a la escuela, estará seguro y eso también lo alejará de
Gerard.
Repudio con el alma haber nacido en esta familia y tener el
apellido que tengo. Lo repudio tanto que registré a Milan con otro. Mi
hijo no lleva ni el apellido de su madre, ni el de su padre.
Legalmente no hay nada que lo ate a nosotros.
El teléfono suena. Una llamada entrante sale en pantalla y
contesto.
—¿Dónde estás? —le pregunto.
—No puedo decirte.
No voy a insistirle con escuchar su voz me es suficiente.
—¿Estás bien? —hablo después de unos segundos.
—Sí.
—¿Cómo te sientes hoy?
—Extraño...
—¿Por qué?
—Algo pasa.
—¿Qué?
—Nada. Me siento extraño. Vacío, como todos los días.
—¿Y a qué crees que se deba?
—No lo sé, pero siempre estoy pensando en Enzo. Creo que ha
vuelto la paranoia.
—¿Crees que con matarlo se arreglaría todo?
No dice nada durante veintiún segundos, luego respira y habla.
—No puedo matarlo, no aún.
Ahora soy yo quien se queda en silencio, preguntándome en qué
lugar está, cómo está vestido y si al menos hoy ha comido. Detesto
que trabaje para su madre, pero él está tranquilo porque Enzo se
mantiene lejos, Ares mató a su esposa hace cinco años y recién se
ha enterado.
—A mí sí me gustaría que mi padre muriera —digo cerrando la
puerta y yendo hasta el final del estrecho corredor.
—Enzo no es mi padre.
—Pero sí el hombre que te crió no importa de qué manera, pero te
crió. Algo es para ti.
—No es nada para mí, Rosie —repone.
—Lo es y lo seguirá siendo mientras exista.
—No.
—Si mi padre se muriera yo podría crear uno perfecto, ¿sabes?
Por eso fantaseo con esa idea. Crearía una mentira para hablarle de
él a mi hijo, una mentira maravillosa sobre una inexistente versión
de él. Si él muere, yo no tendría que luchar con que Milan crezca a
su lado. No lo quiero cerca de mi niño y no quiero que siga
preguntando por él. No quiero que lo haga cazar como lo hacía con
Maximilian...
—No puedes alejarlo tanto de la muerte.
—¿Estás de acuerdo con que eso pase, Ares? —pregunto
incrédula, subiendo la voz más de lo que quería.
—Si quieres alejar a Milan de la muerte tendrás que ir tras ella
primero.
Ignoro lo que ha dicho porque tiene razón. No puedo huir de nada,
ambos somos presos de un apellido.
—Yo solo quiero a mi papá lejos de nuestro hijo, Ares. ¿Cuántas
veces tengo que repetírtelo?
—No voy a asesinar a tu padre.
—No lo entiendes, ¿verdad? —dice casi llorando, pero no
comprendo mucho su tristeza. —El día que papá llevó por primera
vez a Maximilian a cazar... Antes de eso él tenía algo en sus ojos,
no físico, hablo de un brillo, era... era bueno conmigo y cada que
volvía a casa después de un año entero de estudio, nunca dejaba
de decirme que quería descansar, que quería irse lejos de papá y
vivir un par de meses como un chico normal. Obviamente eso nunca
pasó y nunca pasará, y Gerard quiere darle el mismo destino a
Milan —respiro hondo y continuo—. Ares, mi padre no va a dejar
que me vaya. Nunca. Por favor. Asesínalo. Hazlo por tu hijo y por
mí.
Hay otro largo silencio por parte de él. Los latidos del corazón me
tienen aturdida y en casa respiro siento que voy a devolver todo mi
estómago. Tiene que ayudarme, necesito que me ayude.
—Lo haré en diecinueve días —responde al fin.
—¿Diecinueve?
—Es mi siguiente día libre.
—¿No puedes hacerlo antes?
—Estoy ocupado. Muy ocupado.
—Diecinueve días... —susurro. Reviso el calendario en el celular
común y sin señal.
—Ni más, ni menos. Si interfieres, habrá consecuencias. Lo que
hago no es un juego... Si interfieres, Rosie, no tendré... No
interfieras.
—Es 26 de julio. —Mi corazón se detiene—. Tu cumpleaños.
—Es el único día en el que no asesino.
—Te hornearé un pastel cuando regreses. Milan estará feliz de
verte.
—Rosie. —Susan aparece al final del pasillo —. Tu padre llegará
en menos de una hora.
—Tengo que irme —le digo.
—Nos vemos en diecinueve días, muñequita.
La llamada se corta y no me queda más que enfrentarme a
Susan.
—¿Qué estás haciendo, Rosie? —pregunta con pesar, con la
lástima que siempre me ha tenido.
—Intentando defenderme como puedo.
—¿Cómo?
—Si no sé hacerlo yo, buscaré a alguien que sí.
—¿Ares Armani? ¿Ese es tu alguien? —se burla y da dos pasos
hacia adelante —. Tener a alguien mal de la cabeza al lado es una
ruina, Rosiemarie. Eres testigo de una situación similar. No hagas
nada. Ya tenemos suficiente, no seas impaciente.
—¿Impaciente? Estoy pidiéndote esto desde que nació Milan. No
le tengo miedo a Ares porque puedo controlarlo, pero a papá no lo
controlas ni tú. Lo peor que nos podría pasar es que siga vivo un día
más —la voz se me rompe —. No voy a entregar a Milan y haré lo
que sea para cumplirlo.
Sus ojos azules me examinan, casi a punto de desbordarse en
lágrimas.
—Aprenderás a disparar —dice ella.
—No voy a oponerme a nada si decides ayudarnos.
—¿Quién más te cuidará si no lo hago yo, Rosie?
Me hubiera gustado responderle que Ares, pero sé que no lo hará.
Se que pronto se convertirá en un problema aún más grande del
que estamos intentando salir ahora. Y no voy a dejar que Susan
siga defendiendo mi vida mientras ella está aquí desesperada por
no poder ejercer el rol que tanto le encanta, ser la general del
ejército alemán.
—¿Quiénes son todos ellos? Los Armani y los Kratos —pregunto.
Susan tuerce la boca y recuesta su espalda a la pared. Deja
escapar un suspiro y luego me mira. Lleva el cabello rubio recogido,
una camisa blanca y un pantalón de tela muy formal. Muy diferente
a mí, que llevo una jardinera y una camiseta salpicada de pasta de
tomate.
—Se supone que no debo decirte.
—¿Por qué?
—Gerard y yo prometimos no hacerlo.
—¿Por qué? —vuelvo a preguntar.
—Ven —dice yéndose hasta el salón. Camino hasta la habitación
donde está Milan, le doy un último vistazo y la acompaño hasta el
mueble. Cada una se sienta en un extremo.
Siempre ha sido difícil ver a Susan como mi madre porque las
madres de mis amigas constantemente hacían cosas con ellas, o
estaban encima de ellas, la mía no. Veía a Susan cada dos
semanas por un par de horas y cuando papá se retiró, la veía
menos. Eso causó un sinfín de líos. Gerard sin nada qué hacer y
con cientos de traumas encima eligió una manera enferma de
entretenerse.
La caja que saca Susan de debajo de la mesa del centro llama
toda mi atención. Es pequeña, luce vieja y empolvada.
—Son fotografías. Tu padre no sabe la existencia de ellas, me
mataría si lo hiciera así que será un secreto —me dice.
Asiento con la cabeza y observo las imágenes que Susan va
repartiendo sobre la mesa. Hay muchas de ella, pero me quedo en
una que se lleva toda mi atención. La tomo entre mis temblorosos
dedos.
—¿Quiénes son ellas? —pregunto distinguiendo el rostro
pequeño de mi hermano y el mío. Dos mujeres, muy idénticas, nos
abrazan. El rostro de Atenea se viene a mi cabeza.
—Kyra y Tyra Kratos —señala—. Kyra es la que sostiene a
Maximilian y Tyra a ti.
—La mamá de Ares —comento, absorta. Hay un bosque atrás,
deshojado, como si fuera otoño y por nuestras ropas lo puedo
asegurar más. Todos sonreímos como si la foto hubiese sido la
prueba de un día increíble. No recuerdo nada, no me veo de más de
tres años.
—Y Atenea —agrega.
—¿Por qué...?
—Hubo un tiempo que la casa de ellas era el lugar más seguro
que existía para ustedes dos. La noche anterior habían entrado a
nuestra casa y tenía que evitar que llegaran a ustedes y decidí
contarles a mis padres y ellos me llevaron a los Kratos a pedirles
ayuda. Porque ellos sabían en ese entonces que Xhantus Kratos
cuidaba y ocultaba algo del mismo valor.
—¿A ellas? —pregunto mirando a las gemelas.
Susan asiente.
—Al parecer a los mafiosos a veces les late el corazón. Xhantus
protegía a sus nietas tanto o más que lo que cuidamos a Milan. El
anciano perdió su hija gracias a negocios que nunca debió hacer y
no quería que se repitiera la historia con Kyra y Tyra.
—¿Cómo mis abuelos conocieron a Xhantus?
—Mis padres eran expertos en aclarar dinero negro —responde y
quedo absorta.
—¿Cómo entraste tú a la organización?
—Mis padres no eran políticos, pero sí corrompieron a muchos de
ellos y a un militar también.
—¿A quién?
—Un hombre estadounidense, Baruch White. Gracias a él ingresé
a la escuela sin perder mi apellido.
—¿Por qué mis abuelos quisieron enviarte a...?
—Eran criminales, Rosie. Su razón fue protegerme.
—¿Qué hacías tú mientras nosotros estábamos con ellas? —la
miro, pero ella no lo hace. Sigue con su mirada en la foto que tengo
entre mis dedos.
—No es una respuesta fácil de dar. Tendría que darte un extenso
contexto que cambiará la forma que tienes de percibirme... —respiro
hondo y esta vez sí me mira. Una de sus manos acaricia mi cabello
—. Todo lo que he hecho en esta vida ha sido por ti y lo seguiré
haciendo. Nunca supe como ser una mamá en un mundo donde me
juzgaban por ser una. El ejército nunca será empático con la mujer y
menos una que quiere llegar tan arriba como pueda. Cuesta, cuesta
demasiado. A mí me costó el ser buena mamá, me costó también mi
integridad y no fijarme a detalle en el tipo de hombre con el que me
casé. Nunca he tenido tiempo para relacionarme con personas y tu
padre sufría del mismo problema, pero ambos la idea de solo tener
que vernos una vez al mes, y con eso era perfecto. Nos
entendíamos y en los días de vacaciones, al parecer, también
descansaban nuestros traumas —Susan respira hondo, tratando de
espantar las lágrimas, pero sigue hablando y por primera vez en la
vida, veo llorar a mi mamá. —. Protegí tanto a mi familia de lo que
había afuera, que terminé descuidando lo que pasaba adentro.
—Tú no tienes la culpa.
Niega con la cabeza.
—Escúchame, Rosie. El error humano porque mucho que sea
humano no dejará de ser error y debe de pagarse. Vivo en un
mundo diferente, mis errores pueden lastimar personas y la razón
de un ejército es protegerlas. Si fallo a esa razón seré nada. Y les
fallé a ti y a Max —vuelve a suspirar y continua —. El día en que los
dejé en la casa de los Kratos y vi a las gemelas. Xhantus dejó
verlas, cosa que nunca hacía según mis padres, estaban absortos.
No la interrumpo, dejo que hable porque razón tenía cuando al
principio mencionó que la imagen que yo tenía de ella iba a caer y
así lo hizo. Siempre he visto a mamá de manera muy correcta,
alguien a quien tengo que obedecer y servir porque eso inspira ella.
Antes veía una máquina, ahora veo a una persona con miedos,
deseos y errores. Esta mujer me gusta más como mamá. Mis
abuelos maternos eran dos personas de negocios hechas a la
medida para el otro. No suena extraño que tuvieran relación con
gente de la mafia.
—No fue un honor verles el rostro, fue una amenaza, o al menos
mis padres lo sintieron así.
—¿Por qué amenaza?
—Luego cuando ellas se marcharon con ustedes. Xhantus habló y
nos comentó que Kyra tenía estudios avanzados en química y que
Tyra los tendría muy pronto en física. Que Kyra se había apropiado
sin ningún permiso del laboratorio de sus padres y Xhantus no había
tenido más remedio que dejarla, que lo tomó una señal. Y que
pronto enviaría a Tyra a Roscosmos. Mencionó que su hija
Aphrodite así lo quiso desde un principio y que ahora lo entendía.
—¿Y cuál es el problema detrás de eso? Estoy perdida.
—Lo que hay en los laboratorios es mortal y lo que quiere hacer
Roscosmos también.
—¿Y qué es?
—Nadie lo sabe, Rosie.
—¿Y cómo saben que es mortal?
—Ese día, Xhantus nos enseñó un par de cintas donde se veía a
Kyra interactuando con personas con un precario estado de salud y
fue lo peor que he visto en toda mi carrera —dice, se levanta
liberando su cabello. Lo despeina y suspira —. Ella se veía
entusiasmada y concluí que debía ser aún más siniestro de lo que
estaba viendo. Debí investigar más ese día, debí anunciarlo, pero no
podía porque era una clara amenaza. Si mis padres no protegían el
dinero que iría a ambos proyectos mis hijos serían una garantía. Me
enfadé tanto con ellos... Fue el peor día de mi vida. Tenía a mis hijos
en un peligro que no debí buscar, y descubrí que el hombre con el
que me casé es un enfermo y nunca hice nada. Y a pesar de todo,
decidí notificarle al ejercito lo que estaba pasando y se empezó a
investigar. Por eso quieren mi cabeza, la tuya y la de Maximilian.
Un escalofrío me recorre la espalda y las ganas de vomitar se
intensifican cada vez que ella habla. Estoy temblando y ya no puedo
ocultarlo. Todo esto me ha descompuesto. Ahora estoy más segura
de que no podré alejarme tan fácil de esto. Ni siquiera Ares tiene
ese poder. No voy a preguntarle más sobre el tema de mi padre
porque sé que pronto se acabará. Diecinueve días. Intento procesar
todo lo que me ha contado hasta ahora sin perder los nervios.
—¿Y qué está pasando ahora en el mundo? ¿Por qué estamos
así? ¿Es por eso?
—No y sí. Es por mucho más —sacude su cabello. Se ve y se
siente el estrés que tiene desde mi lugar. No dejo de mirarla y
tampoco dejo de sentir que no la conozco.
—Estoy cansada de tantas mentiras y secretos —susurro.
—Algún día lo sabrás todo, pero no hoy, Rosie. Ahora solo
preocupémonos por nuestra familia.
CAPITULO 32
 
Atenea
—Arriba. Nos vamos —dice sin entrar.
—Un minuto —pido, aún con los ojos cerrados. Respiro hondo y
exhalo.
Hace unas horas el corazón me despertó. Sentí como si una
tonelada de algo me aplastara el pecho, tal vez de culpa. Me
despertó de la pesadilla de siempre. Cielo rojo, suelo árido y
desierto. Se sentía como el infierno pese a estarme muriendo de
frío. No podía moverme, suelo ser solo espectadora de los horrores
que suceden frente a mis ojos, horrores que sé cómo inician y
acaban porque nada jamás va a permitir que lo olvide, ni siquiera
cuando estoy dormida. Esta mañana creí que iba a morir, pero
después de minutos de intenso dolor, todo pasó y lo último que
recuerdo es una pequeña nube de vapor sobre mí.
—Tengo una mala noticia —Maximilian vuelve a hablar después
de respetar el minuto que le pedí.
Me siento sobre la cama y lo miro. Tiene puesto el uniforme del
ejército alemán, pero no por completo, le falta la chaqueta y sus
botas están sin amarrar, el cabello mojado, como si la noticia que
tiene lo hubiese tomado en medio de su baño.
—¿Por qué estás vestido así? —le pregunto —. ¿A dónde vas?
O... ¿de dónde vienes?
Se supone que esta tarde saldríamos hacía Argentina y no lo veo
desde hace más de dos días. No me gusta nada esta caja de cristal
y Cristal lo sabe. Constantemente me dice que respire lento y no me
agite porque podría empeorar mi estado y siempre lo dice así, tu
estado, no mi salud, mi estado. Y no creo que se refiera a mi costilla
en perfecto estado y no creo que Cristal tenga algún error de ese
tipo. Seguro sabe el algo que yo no. Tal vez lo que tengo en el cuello
se lo dijo y como no se lo he preguntado no lo mencionó.
Ojalá no emita algún documento que Merassi o Maximilian
puedan interpretar o leer. Tendría que entrar a su configuración y
borrarlo, pero si lo hago tendría que enterarme de el algo y no
quiero saber.
Pero más quiero que nadie lo sepa.
—¿Maximilian? —digo al ver que no se mueve ni deja de
mirarme, al parecer no encuentra las palabras correctas entre tantos
idiomas que sabe, así que debe ser grave —. ¿Qué pasó?
—¿Dónde están? —dice al fin, dejándome desarmada. No
esperaba esa pregunta, ni aquí en ninguna realidad alternativa.
Sus ojos se han cristalizados, muy leve, pero significativo para
alguien que los conoce tanto.
—No sé de qué me estás hablando y estoy diciendo la verdad.
Realmente no lo sé y no me gusta. No tengo ningún control y no
me gusta. Me levanto de la cama y decidida, o peor aún,
preocupada, lo enfrento.
—¿Qué pasó, Müller?
Nada más que ese brillo en sus ojos revela lo que hay dentro.
Todo él es un muro erguido sin contraste o color. Nunca es
descuidado, pero sus zapatos sin amarrar revelaron que no lo trajo
aquí la razón. Está enojado y herido, pero no se le nota. Tiene los
hombros relajados, los brazos le caen despreocupadamente a los
lados. Me acerco tratando de desenmudecer su lenguaje corporal,
pero me detengo cuando se cruza de brazos.
—Mi palabra es mi ley, Atenea y solo espero que tú cumplas la
tuya.
—Lo hago. ¿Qué pasó?
—Susan desapareció.
—No he sido yo.
—¿Quién entonces?
—Tu familia tiene un millón de enemigos —digo, doy un paso
hacia adelante y llevo mi mano hasta su cabello húmedo, me
deshago primero las gotas de agua de su piel y luego sí echo hacia
atrás su cabello. He dejado solo cuatro centímetros de distancia
entre ambos y aun así se siente lejos —. ¿No hay nada más?
Preguntaste en plural.
Sigo pasando mis dedos por su cabello para deshacerme del
resto del agua, me he puesto de puntillas y aunque estoy consciente
de lo ridícula que me veo, no puedo parar de hacer esto. No sé qué
estoy haciendo.
—Estás demasiado cerca.
—¿Y?
Termino volviendo a apoyarme en toda la planta de mis pies.
Ahora debo inclinar mi cabeza hacia atrás para verlo porque no
retrocedo ni un solo centímetro. Se siente bien estar tan cerca, a
una distancia prudente, un lugar donde no quema, no lastima, pero
tampoco cura nada. Es como darme una pequeña prueba de lo que
no voy a tener jamás.
Y lo desestabilizo a él también.
—No hagas esto —dice en un tono más bajo.
—¿Qué?
—Ignorar todo lo que implica esta situación.
—¿Qué situación?
—Esta situación.  —Me mira de arriba abajo y se detiene en mis
ojos.
—No veo ninguna situación.
Suspira cansado.
—Da dos pasos hacia atrás. Ahora —demanda.
—Ya no trabajo para ti.
—Atenea.
—Maximilian.
—Solo dos pasos.
—No hasta que me digas qué es lo que tienes en los ojos  —le
recuerdo.
—Atrás.
—¿A qué más viniste? ¿Por qué llegaste así?
—Dos pasos, nada más.
—¿Cuándo nos vamos a Argentina? —pregunto otra vez.
—Por favor —responde, esta vez manteniendo su mirada fija en la
mía.
Busco cualquier revelación en su expresión y no encuentro nada.
Tenso la mandíbula y respiro hondo sin mover el pecho. Es el
corazón de nuevo, así empezó el día de ayer.
—¿Tanto te fastidia mi cercanía? —suelto sin pensar. Cada vez
está costándome más respirar —. Ve a terminar tus maletas y
vuelve después. Yo también tengo que... ducharme.
Bajo la mirada y retrocedo.
—Atenea, debes respirar. Tu corazón...
—¡Ahora no, Cristal! —le digo.
Voy hacía la cama y le pierdo el interés a que los ojos de
Maximilian vayan a presenciar esto y me sumo en el dolor del pecho
y la cabeza por quién sabe qué.
—No quiero estar más encerrada —susurro de inmediato, en
medio de la agitación —. No quiero más prisiones. Son las culpables
de esto.
—A partir de hoy no habrá ninguna más.
—O hasta que algo te haga cambiar —replico.
—Ya no dejaré a terceros hacer mi trabajo. Vamos. Pediré que te
revisen y según los resultados tomaremos una decisión respecto al
viaje a Argentina.
—No me cargarás... —digo cuando veo la intención en sus
brazos.
—Una camilla tardará mucho más y no sé qué tengas.
—No es mortal... Ya pasará.
—¿Ha pasado antes? ¿Cuántas veces? ¿Por cuánto tiempo?
¿Qué suele decirte Cristal?
—Demasiadas preguntas para solo poder decirte que fue un
ataque de pánico.
—Vamos.
—No.
Intento negarme otra vez, pero me levanta en brazos. El
movimiento hace que las náuseas se adueñen del estómago. Todo
me da vueltas a una velocidad no muy rápida, pero tampoco lenta.
Sé quien me carga, sé cómo camina, a qué huele y por donde va.
Va en busca de las respuestas que yo no me he atrevido a buscar.
*
—No me fastidia tu cercanía —dice.

Mi atención está puesta en la sangre dentro de la pequeña bolsa,


sin saber que allí van todos mis secretos. Estamos en la extraña
enfermería del lugar mientras un helicóptero llega por ambos. Dos
segundos después decido levantar la cabeza y mirarlo.
—Tranquilo. No vas a tenerla nuevamente. ¿Qué más pasó?

—Rosie y Milan tampoco están.


—¿Dónde estaban? ¿No les tenías seguridad? —me levanto de la
cama, arrancando la aguja en mi brazo —. Tu trabajo es cuidar a las
personas y últimamente no lo estás haciendo.

—Al parecer, según las cámaras, salieron por su cuenta.  —se


levanta también y toma una pequeña toalla  —. No hagas eso, por
favor. Quédate quieta.

—¿Por qué me preguntaste que dónde están?  —pregunto


tratando de evitar que me limpie el desastre que ahora tengo en el
brazo. Me he lastimado al retirar al catéter y ahora la sangre no para
de salir.

Es tan irritante que siempre esté creyendo que estoy detrás de


toda la maldad que hay en su vida. Le arrebatan algo y no hace más
que susurrar mi nombre para culparme de algo que tal vez ni he
hecho, o solo lo habré pensado hacer. 
—No sé quién eres.

—No es excusa para juzgarme antes de tiempo.

—No te juzgué antes de tiempo, solo pregunté.

—Para mí fue más afirmación que pregunta.

—Para mí es imposible no relacionarte con cada cosa que me


mueve el mundo. Estar a la defensiva todo el tiempo me convierte
en un imbécil y actúo sin pensar. No volverás a ver mi cabello
húmedo y mis botas deshechas.

No sé porque, pero entristezco.


Notita:
Amores, este es cortito porque debía cumplir una función, que es
darnos tranquilidad antes de que mañana nos vayamos a la verga.
wii. 
Capítulo 33
 

Atenea
Desde que salí de la prisión no he dejado de sentirme cada vez
más cerca de la muerte, a pesar de haberla presenciado millones de
veces, en donde he sido la causante de la mayoría de ellas, todo
hecho por mis manos, estas manos. Manos que jamás han repartido
caricias, ni las han recibido, y no es que lo quiera o lo merezca. Son
horribles. Mis uñas están mordidas casi hasta el punto de sangrar.
Las palmas están llenas de callos duros, sobre todo en el interior del
dedo corazón e índice, que son los culpables de oprimir el gatillo.
También tengo cicatrices de cortadas en la parte superior, muy
delgadas, tanto que casi podrían confundirse con las pequeñas
arrugas y manchas que ha causado estar tantas horas bajo el sol.
Vuelvo a las palmas y a la cortada cicatrizada en la mano izquierda.
Ya ni recuerdo cómo me la hice, siempre estoy herida. Siempre
tengo alguna marca y recuerdo de todas las guerras que he tenido.
Y si tuviera que contar toda la historia que tiene mi piel, subiendo
por mis brazos, por mi cuello y bajara por mi espalda y mis piernas...
Diría que mi cuerpo no es más que un campo abandonado de minas
que han estallado para herir a quien se atrevió a invadirlo. Soy
responsable de cada una de ellas, porque nadie viene a mí porque
sí. Nadie busca encontrarme en paz, porque desde antes ya he
lanzado la primera bomba y ya he disparado la primera bala.
Nadie viene a mí más que buscando venganza o guerra.
La muerte es mi mejor amiga. Nos acompañamos. Ella no me
lleva y yo sigo repartiéndola, porque ya no hay nada más que pueda
hacer en este mundo. Ni volviendo a nacer podría enmendar todas
las atrocidades que he cometido. ¿De qué serviría que alguna vez
mis rodillas toquen el piso y mis lágrimas pidan perdón? Nada
borrará el dolor de los corazones que me he llevado. Nada. Ni
siquiera mi muerte.
Y Maximilian lo sabe. De cualquier manera uno de los dos tendrá
que rendirse frente al otro y esa no seré yo.
No quie... No puedo acabar del todo con él, pero manipularlo está
siendo más difícil por culpa del pasado, pasado que vivo tratando de
no repetir, al menos el que lo incluye a él.
Pero hay un problema y es que ya no me mira, y es grave porque
quie... necesito que lo haga. Cree que tuve que ver con la extraña
desaparición de su madre y su hermana. Y no. No tengo
absolutamente nada que ver en eso, pero sí sé que es extraña
porque era imposible que los encontraran, hasta para mí. Maximilian
está manejando protocolos de seguridad que no tiene ningún
presidente y tiene a su disposición lugares inexistentes para
proteger a su familia, es una pequeña parte de todo lo que viene
junto a su cargo. Era imposible que los encontraran, la única
explicación que a mi cabeza llega es que huyeron.
¿Pero de quién?
Rosie es más de lo que toda su familia cree y me hace gracia. Me
encantan las personas como ella. Capaces de pisar a quien sea
para lograr lo que sea. Lo hace con Ares, con Maximilian, con sus
padres y conmigo. Esté donde esté, sé que está bien y me debe
algo.
Ahora debo pensar en otra cosa. Ni en la vida, ni en la muerte, ni
en el pasado, ni en el futuro. El presente es lo único que me
pertenece y lo usaré a mi favor.
Me doy una última mirada en el espejo. El blazer entallado a la
cintura no me sofoca cómo pensé que lo haría cuando me lo trajo
uno de los tantos hombres que custodian afuera mi habitación, pero
me hace sentir prisionera en él. Tiene un aire militar gracias a lo
recto de los hombres. El escote en V deja al descubierto una
pequeña parte de mis senos. Es corto, cae sobre la mitad de mi
muslo y se ve muy elegante, o así me siento. No es un evento muy
grande, es un algo muy privado con un par de científicos llenos de
secretos de estado y comprados con mucho dinero, y claro está,
mujeres de adorno, y no hay nada más que me irrite que una mujer
hermosa con la boca cerrada.
Y hoy desgraciadamente seré una.
O eso esperan.
Enfundo mis manos en los guantes de cuero y luego procedo a
hacerlo con las botas largas hechas de seda negra, al igual que el
blazer, solo que estas tienen llevan piedras en forma de cruces. Mi
piel está totalmente cubierta, a excepción de un espacio entre el
final de lo que uso y mi calzado largo, y claro, mis senos, o la mitad
de ellos. Cuando termino, intento buscar en el espejo algo que me
guste. He echado mi cabello hacía con fijador para dejar mi mirada y
rostro al descubierto. No he usado más maquillaje del que antes
acostumbraba, solo negro, muchísimo negro alrededor de los ojos.
El color verde brilla, ya no sé ve tan opaco, ya no me veo tan
derrotada.
Hoy me siento más Atenea Zubac que nunca.
—Es hora de que el diablo salga a pasear —susurro, después de
introducir las navajas en los bolsillos de las botas.
Me doy media vuelta y salgo al pasillo. Diez pares de ojos se
posan en mí, son los niñeros y... niñera, que Maximilian ha puesto a
mi cuidado, o al cuidado de él, prefiero pensar lo último.
Hace más de cuatro horas que mis pies caminan sobre suelo
argentino. Estoy muy lejos de casa, si es que alguna vez tuve una.
Maximilian ha llegado antes y no lo he visto. Nuestros vuelos fueron
separados, pero sé que me rastrea. Sé que está al tanto de cada
paso y respiración que doy. Literalmente está respirándome en la
nuca, pero él está a punto de empezar a comer de la palma de mi
mano.
Repaso lo que debo hacer: encontrar a Jade Johnson y arrastrarla
conmigo. Por hoy no tengo otra cosa en mente que no sea ella. No
he visto una foto suya y la ventaja es que ella de mí tampoco, pero
siento que cuando la vea lo sabré. Salgo de la habitación y me topo
de nuevo con el grupo de hombres y mujeres, que Maximilian
seguramente ha asignado para que no huya. Continuo hasta el final
del pasillo de una casa a las afuera de la ciudad. Es antigua,
enorme, y está rodeada de demasiadas personas.
¿Para qué tanta gente? ¿Acaso no ha entendido que no iré a
ningún puto lado?
—Alexia —dice una suave voz femenina. Me detengo y giro.
¿Quién es?
—¿Nombre y función? —me acerco a la pequeña mujer de tez
morena. Lleva su cabello recogido en una coleta alta. Sus ojos se
ven dulces, pero su expresión es seria y dura.
—Anya. Protegerte —responde en inglés, con acento extraño. No
logro encajarlo en alguno de los idiomas que sé.
Me río.
¿Protegerme? ¿En serio?
—Están esperándonos. Todos al frente —La grave voz de
Maximilian hace que despegue la atención de la persona que siento
haber visto antes, pero por más que escarbo en recuerdos no logro
encontrarla en alguno. Y tampoco tengo tiempo para hacerlo, estoy
decidida a ignorar cualquier asunto que no tenga que ver con Jade.
Todo mundo se mueve. Me fijo en los ojos azules que ahora me
miran de pies a cabeza, con demasiada atención y reparo, tanto que
me siento desnuda y no hablo de la ropa, y por supuesto que olvido
todo, hasta respirar. Mentalmente tambaleo y por un segundo me
pierdo. Solo uno, no le doy más tiempo a la sensación que me
produce su cercanía.
—Müller, cuanto tiempo —sonrío sin más, volviendo en sí, respiro
hondo y toco su hombro delicadamente. No me detengo a repararlo,
pero me quedo con la imagen mental de él en un traje hecho a
medida, porque claro está, su cuerpo no entra en nada que no sea
hecho solo para él. Me limpio el sudor de las manos en el blazer y
camino por el piso cubierto con sobras de alfombra azul. Llevo
meses sin elevarme en zapatos como estos, sin sentirme hermosa,
sin sentirme con poder... Había olvidado el arma mortal que es la
belleza y pude comprobar en la mirada de Maximilian lo bien que
aún dispara la mía.
Al salir, nos encontramos con una línea de cuatro camionetas
blindadas. Maximilian ingresa a la primera en el lugar del copiloto.
Anya me guía hasta la segunda y entro en la parte trasera junto a
ella. Reparo a los dos hombres al frente y suelto el aire una vez la
caravana de autos acelera por toda la calle de tierra. Está oscuro,
pero la luna llena delinea el paisaje. No pasa más de una hora hasta
que llegamos a la ciudad. Es la segunda vez que estoy en
Argentina, pero la primera que vengo a Buenos Aires. De nuevo, mi
estómago se revuelve. No tengo recuerdos en este lugar, pero no sé
porque lo hallo tan familiar. Tal vez por el anhelo que tenía hace un
año de venir aquí para un próximo descanso.
Descanso que nunca tendré.
Ya no hay tiempo en mi vida para nada, ni siquiera para un baile
de tango.
Nos detenemos. Anya abre las puertas y me invita a salir. Me
siento incómoda e inútil. Maximilian se adelanta, y después de
reprenderme por ser lo primero que busqué con la mirada, paso a
escanear todo mi entorno. Estamos detrás de un enorme edificio.
Ni puta idea donde estoy. Todos caminan e intento seguir sus
pasos. No debí ponerme esta mierda de zapatos, pero sé que
Maximilian detesta que llame la atención y a mí me encanta hacerlo.
Algunas cosas jamás cambiarán.
Ingresamos por una puerta trasera. Un pasillo largo se abre frente
a nosotros, y respiro hondo. Es demasiado reducido y hay más
personas de las que estoy acostumbrada a soportar. Las pisadas de
todos hacen eco y mi corazón se une al bullicio, pero solo yo lo
escucho, solo yo lo encuentro desesperante.
—¿Por qué tantos? —pregunto con calma.
Maximilian gira su cabeza hacia atrás sin dejar de caminar, pero
se detiene. Su rostro se tiñe de preocupación y da la orden de que
se dispersen. Y cuatro segundos basta para que en el pasillo solo
quedemos él y yo.
—Vamos —me tiende su mano y niego.
—Sin contacto.
—Recuerda... Hoy eres la señora Müller —susurra, casi en un
tono de burla, o así lo percibo.
A pesar de estar doce centímetros más arriba que de costumbre,
no logro sobrepasarlo, ni siquiera encararlo.
—Estoy segura de que pudo haber una mejor manera de
incorporarme en esto —hablo sin mirarlo.
—La hubo.
Esta vez sí levanto la cabeza en su dirección. Quiero ahorcarlo.
—¿Y qué pasó?
—No quería llevar de la mano a nadie más.
—¿Y por qué necesitas a alguien de tu mano?
—Ya verás.
Su mirada conecta con la mía, esta vez por más tiempo del que
debería. Su mano sigue levantada en mi dirección. No quiero
tocarlo, suficiente con toda la tormenta que está causando. No soy
notoria, he aprendido a dejar muchas cosas solo para mí, pero hoy,
especialmente hoy, está siendo más difícil.
—Está bien, solo mantente cerca —dice rindiéndose.
La puerta al final del pasillo se abre y la tensión que había se
rompe.
Un hombre de esmoquin negro nos da la bienvenida y nos invita a
seguirlo. Tiene un auricular en su oreja, debe ser alguien de
seguridad.
Entramos a una sala un poco más amplía, donde no hay nada, a
excepción de cuatro hombres más, que no son parte de la nómina
que nos acompañaba hace unos minutos. No nos conocen e
intentan acercarse invasivamente, pero Maximilian y yo levantamos
el brazo para impedirlo.
—Es necesaria una requisa.
—Háganlo conmigo —dice y levanta los brazos —. A ella nadie la
toca.
—Es el protocolo. Traeremos una mujer.
—Nadie la toca —Maximilian eleva la voz.
Todos se miran entre sí.
—Hazlo tú y que se quite las botas —señala uno de los hombres.
Maximilian es requisado, y apenas termina, se acerca de nuevo a
mí.
—Traigan una silla —les ordena.
Uno de ellos se mueve.
—No uses esto como excusa para tocarme de más —susurro solo
para que él escuche—. Tengo algo.
—¿Dónde?
Miro hacia abajo.
—Espero que esté bien.
—Claro que sí —digo.
Los hombres vuelven a acercarse con la silla. Abro mis brazos
para que Maximilian me examine frente a los ojos extraños de los de
seguridad. Respiro hondo cuando sus manos caen sobre mis
hombros. Baja por mis brazos y pasa a mi torso. Su toque es tibio y
delicado, pero intenta que sea profundo y arruga la tela entre sus
manos para que se note y ellos vean que no cargo nada. Baja a mis
caderas y sostengo el aire. Está detrás de mí, todo arde, mi vista se
nubla y debo obligarme a respirar.
Termina la tarea y de nuevo, sin hablar sobre ropa, vuelvo a
sentirme desnuda.
—Ahora las botas.
El alemán me acerca la silla de madera, y me siento sobre ella. Él
se arrodilla frente a mí, su mirada no se despega de la mía, y por un
segundo deseo con fuerza estar en soledad, una soledad
únicamente nuestra, pero aplasto la idea tan pronto pasa por mi
cabeza.
Con cuidado desliza la bota por toda la pierna y la voltea.
—Nada —dice.
—Espera —uno de los hombres se acerca con una linterna y
busca en ella lo que tengo muy bien escondido, pero no logra ver. El
paso se repite con la otra. Maximilian vuelve a calzarme y me tiende
su mano para ayudarme a levantar, y sin pensar mucho la tomo y
me arrepiento inmediatamente.
Sus dedos han capturado los míos y sé que será difícil que me
suelte. No puedo hacer un espectáculo frente a ellos.
Somos esposos.
O eso debe parecer.
—Todo en orden. Los están esperando —dice el hombre,
dejándonos frente a otra puerta. Esta se abre, mostrando frente a
nuestros ojos un gran salón con un enorme candelabro en medio.
Hay personas. Demasiadas. Todos hablan y ríen con una copa de
algún tipo de licor claro en sus manos. La música clásica de fondo
me raya la audición y tras escanear todo el lugar con la mirada,
concluyo que hay mucha más seguridad de la que esperaba.
¿Dónde estará la gente de Maximilian? Porque no veo a ninguno,
ni siquiera a la pequeña mujer.
Ajusto mi mano a la de Maximilian. No hay escapatoria. No va a
soltarme. Juntos bajamos los escalones. Ha sido imposible no
llamar la atención de los asistentes. Sé lo imponente que me veo y
llevar a un alemán de más de metro noventa de la mano es como
haber encendido un reflector.
Todos nos miran. Las miradas pasan de mí a Maximilian, sobre
todo las miradas femeninas, y por una extraña razón quiero
incendiar todo. Pero entiendo el motivo de la atención, así que solo
me limito a respirar.
Maximilian no es un hombre bonito. No. Maximilian es una mole
llena de músculos duros que nunca pasaría desapercibida. Su rostro
se asimila a uno de esos guerreros espartanos, o griegos que
luchaban en pro de su pueblo y familia. Cada parte de su cuerpo
grita guerra y el azul de sus ojos es quien te da la esperanza de
encontrar un poco de paz, esa es la trampa. Una gran e
imperceptible trampa. A primera vista te da todas las advertencias
que se necesitan para salir corriendo, pero si él decide mirarte,
estás perdida, te hará cambiar de parecer en menos de un segundo,
un segundo que él utiliza para enredar y ponerte bajo sus leyes, sus
manos y su cuerpo. Te hace creer que lo necesitas, que no hay
nadie mejor que él para ti. Es peor que hacer con un pacto con el
diablo.
Y esta vez no va a joderme.
Esta vez lo que me hace sentir no será un obstáculo porque voy a
ignorar, voy a enterrarlo tantos metros bajo tierra como pueda.
Maximilian
Me tiene muerto. A sus pies, temblando, idiotizado.
No puedo mirarla sin evitar quedarme clavado en su belleza. Es
hermosa, huele tan bien que quisiera inclinarme hasta el hueco
entre su cuello y hombro, y quedarme ahí por siempre, aspirando su
olor, besando esa pequeña y delicada parte de su cuerpo, donde
escucho su corazón y siento su respiración. Quiero estar a solas con
ella, contemplarla desnuda como lo hice en el pasado, acariciar su
cabello mientras duerme y susurrarle al oído, sin que tampoco
escuche, que es el ser más maravilloso e increíble que he conocido
en mi vida.
Hay tantas imposibilidades paseando por mi cabeza que me
marean. Vienen en manadas, convenciéndome de que solo yo
podría darle la paz que tanto necesita, pero con ella nunca se sabe.
Por ahora solo puedo apresar sus dedos entre los míos, y disfrutar
de la farsa.
La presento como mi mujer frente a todos, diciendo cada palabra
casi como un deseo.
—Ella es Alexia Müller, una gran física y mi esposa.
Sé que le molesta la última palabra. Lo noto. Atenea detesta ser
reducida a ser propiedad de alguien, pero era necesario que hoy
entrara de mi mano. Me siento un maldito estafador, pero
Escucho con atención las preguntas que le hacen algunos de los
científicos para entrar a rescatarla por si no sabe algún tema, pero
me sorprende la facilidad con la que se expresa y se adueña de la
conversación. Aunque sorpresivo no es, es ella siendo ella. No hay
nada de sorprendente en su inteligencia, al menos no para mí. Solo
cabe admiración en mi pecho cuando la escucho.
Sonríe y habla como nunca lo ha hecho conmigo. Saluda y decido
que es mejor que ella sola se presente.
—... Ah, y también soy la esposa de este hombre —me señala y
se burla.
Dos mujeres se ríen.
—Heffman me ha dicho que llevan muy poco tiempo casados.
—Sí, pero tal vez pronto salga corriendo —vuelve a burlarse. Ellas
creen que bromea, pero no.
—Tres meses —respondo por ella.
—¿Y qué tal la luna de miel?
—No somos del tipo romántico, además un militar y una científica
no es que tengan mucho tiempo para vacaciones —dice ella.
—Para el amor siempre hay tiempo.
Atenea me mira y por inercia, yo también.
—Qué hermosos. Los recién casados siempre serán algo muy
hermoso de ver. El amor aún latente en las miradas, el deseo, las
ganas de desaparecer a todos alrededor... —la señora suspira.
—Sí, sobre todo la última —dice Atenea.
Detesto su sarcasmo.
—Con su permiso, llevaré a mi esposa a comer algo.
—Ojalá sea de eso que dan en la luna de miel —se ríe y vuelvo a
halarle de la mano, que no pretendo soltar en toda la noche.
Nos aparto hasta una esquina del lugar donde nadie nos escuche.
—Estás más sarcástica y graciosa de lo normal —me acerco
hasta su rostro —. ¿Estás bebiendo?
—Debo actuar como una esposa divertida, ¿no?
—Y como una científica también.
—No me trajiste como científica, me trajiste como esposa.
—Te traje como militar.
—Un militar no usa botas de diseñador, ¿las escogiste tú? —se
acerca aún más, tanto que su olor vuelve a marearme —. Hablando
de comida, si tengo ganas de algo...
—¿De qué?
—De clavarte las navajas que llevo en el cuello si no me sueltas la
maldita mano.
Y lo hago. La suelto.
—Voy al baño —le digo.
—Que te vaya bien.
—Vienes conmigo.
—No.
—Atenea, por favor.
—¿Sabes qué es lo que más detesto de esta situación? Que no
entiendo nada. ¿Para qué estoy aquí? ¿Qué tengo que hacer aparte
de sonreír, lucir hermosa y tomarte de la mano? Si me trajiste como
militar, lo mínimo que te pido que información sobre el plan, de lo
contrario, voy a sabotear y voltear todo a mi favor. No encuentro a
Jade y me dijiste que estaría aquí...
—Jade —suelto mirando al fondo.
—He escaneado todo el lugar y no he visto a alguien de la edad
que me dijiste que tendría.
—No, ella está ahí. Es ella.
—¿Dónde?
Atenea se gira.
—Espera. ¿Segura no has bebido nada?
—No. No puedo tomar alcohol.
No huele a alcohol, pero está diferente. Extraña, rara.
—Bien —digo.
—Bien.
Atenea se mueve y camina hacia adelante. Me quedo detrás de
ella, siguiendo sus pasos. Jade está de espaldas. La he visto antes,
en documentos y archivos confidenciales. Ahora ya no hay rastro de
ella, como tampoco de Atenea. Ninguna de las dos existe.
La griega se mueve con cuidado, saludando de nuevo a quienes
ya conocía. Esta reunión ha sido solo una excusa para que ellas dos
se vieran y cuando Jade deja de darnos la espalda y expone su
figura ante ambos, me arrepiento.
Atenea se detiene y da un paso hacia atrás, chocando con mi
pecho y buscando mi mano. Enredo con fuerza sus dedos entre los
míos y la sostengo de la cintura.
—Está embarazada —susurra.
Jade sonríe y camina hacia su derecha. Un hombre que
conocemos a la perfección se lanza a abrazarla.
—Jakov —susurro. No lo esperaba. Otro hombre más se les une y
no distingo su rostro.
—Ese hijo de puta... —dice Atenea e intenta zafarse, pero no lo
permito.
—¿Quién?
—El hombre de la prisión. Un puto perro lacayo que está en mi
lista.
Apreso su antebrazo con fuerza.
—No, At.
—Suéltame —dice sin voltearse.
—No.
Uso más fuerza de la que debería para traerla conmigo.
—Maximilian, voy a apuñalarte —dice con voz temblorosa. Sus
ojos se han cristalizado y entiendo que ni ella, ni yo tenemos alguna
puta idea de lo que está pasando.
Vine aquí buscando a Jade, esta era su ubicación. Solo debía
haber científicos, gente de la NASA y Roscosmos, los primeros
siendo los vendidos.
¿Qué hace Jakov Zubac con rusos? Miraba a Jade con
familiaridad y ahora que lo pienso, el parecido es inmenso.
Saco a Atenea del lugar y la empujo a una sala, para este
momento ya ha empezado a forcejear conmigo. Cierro las puertas
detrás de mí y respiro profundo para llenarme de paciencia para
afrontar lo que se viene. Mi espalda golpea la puerta cuando Atenea
saca una de sus navajas y la presiona contra mi cuello.
—¿Qué está pasando? ¿Por qué mi padre está aquí? ¿Por qué el
puto hombre que encargó que me torturaran también? ¡¿Qué está
pasando?! ¡Responde! —su voz se ha roto por completo.
—No lo sé —respondo intentando no moverme. Manteniendo la
calma ante la tormenta de veneno que ahora mismo, si ella quisiera,
podría cortarme la garganta —. Baja eso y hablemos.
—No. Responde. ¡Sé sincero!
—No sé qué está haciendo Jakov aquí. Nunca en mi vida había
visto a ese otro hombre, pero si algo puedo asegurarte es que libre
o con vida no saldrá de aquí.
—Claro que no porque voy a matarlo. —Se aleja —. Quítate.
—No.
—Volví para vengarme, Maximilian y nada ni nadie... ¡Ni siquiera
tú! Va a impedirlo. Quítate o...
Doy un paso hasta ella, manoteo su mano, y con rapidez saco la
otra navaja de su bota. Ella vuelve a reforzar el agarre del puñal y
ahora ambos estamos siendo amenazados con una navaja en el
cuello. Ella por mí y yo por ella.
—¿O qué? —susurro contra su boca. Sus ojos bajan hasta mis
labios y un escalofrío recorre mi espalda. Es un impulso absurdo,
algo fuera completamente de la razón. Sus labios están
entreabiertos y no dudo en irrumpir en ellos.
La beso, pero rompo el contacto al segundo.
—Mátame si es lo que quieres o vuelve a besarme y huyamos de
aquí. Todo está fuera de mi control y del tuyo. Es mejor retirarnos
ahora que nadie nos ha visto. Tú decides.
Su verde se ha oscurecido y no deja de mirarme. Ojalá pudiera
saber qué es lo que está pasando por su cabeza, ojalá pudiera
entrar ahí y salvarla de eso que la abruma. Ojalá pudiera volver a
besarla, pero esta vez más profundo, sin armas ni amenazas de por
medio, ojalá ella...
Todo se apaga dentro de mí cuando sus labios vuelven a los
míos. Escucho su navaja caer y le doy el mismo destino a la mía.
Llevo mis manos ansiosas hasta su cintura y la atraigo con fuerza
para que no escape, para que no quede ni un segundo en el que
pueda arrepentirse.
Sus dedos se enredan en mi cabello. Su beso es desesperado,
sediento, al igual que el mío.
Atenea sabe a cielo, pero quema como el infierno.
De un momento a otro se separa y me deja vacío, en crisis y
reprimiendo todo lo que he guardado durante meses, o peor aún,
años.
Sus ojos se han derramado en lágrimas y niega repetidas veces
con la cabeza. El desespero por sacarla de aquí se torna aún más
fuerte.
—¿Qué está pasando, Maximilian? —pregunta en un tono de voz
que jamás le he escuchado. Roto, débil, aunque jamás serían
palabras que usaría para definirla, pero es lo que percibo.
—Sea lo que sea, a ti nada. Yo me encargaré de eso.
—Ella tiene... Tendrá un bebé y él... Él será abuelo porque ella es
su hija. Jade es su hija. Y yo no.
—Tú no necesitas ser de nadie.
—No sé qué está pasando. No sé qué...
—Vámonos. —le tiendo la mano —. Vámonos unos días.
Busquemos respuestas juntos.
—¿Y cristal? ¿Y la zona cero?
—Han sido secretos de estado por años, pueden esperar unos
días más. Vámonos, Atenea.
—No confío en ti.
—Y yo tampoco en ti.
—¿Entonces por qué...?
Doy un paso al frente y vuelvo a adueñarme de su cintura, al igual
que con sus labios. Rompo el beso, pero no me alejo, me queda
solo lo suficientemente cerca para marearme con su olor.
—Tengo algo que mostrarte.
—No tengo tiempo para esto ahora mismo, Maximilian.
—Realmente ya no hay tiempo para nada.
La sangre está hirviéndome bajo la piel. Mis dedos se han
aferrado con fuerza a la tela de su vestido y mis deseos de
desaparecer el resto de mundo han aumentado. Solo quiero y
muero por demostrarle, que a pesar de la guerra que llevábamos
acabo, ella no está sola.
—No tenemos respuestas, tal vez ni siquiera tengamos las
preguntas correctas, pero muy bien sabes que cuando la guerra se
torna confusa, es mejor dar un paso hacia atrás y analizar mejor el
panorama. Ahora no hay nada que podamos hacer —llevo mis
manos hasta su cara, arriesgándome a que me repudie, pero esta
vez sí me sorprende que no lo haga —. Olvida todo lo que hemos
sido, olvidado todo lo que has sido. Olvídalo todo y trabajemos con
lo que está en nuestras manos ahora.
—No hay nada, Maximilian, tenemos más dudas que respuestas,
acabas de decirlo. No sé quién soy, no sé quién está jugando
contigo, no sé quién está detrás de todo esto y odio pensar que la
única persona capaz de todo esto es...
Su voz vuelve a agrietarse. Ver a Jakov aquí me tiene
desubicado, pero no quiero ni imaginar cómo debe de sentirse ella
sabiendo que la única persona en la que confía le oculta cosas.
—Vámonos. —le repito —. Ven conmigo.
Su mirada no se despegada de la mía, y casi me hallo rezando
para que acepte.
—¿A dónde?
—Al fin del mundo si es necesario, pero vámonos.
Sus ojos miran detrás de mí y luego vuelve.
—Sigo teniendo mis propios planes.
—No te estoy pidiendo que te unas a mí, ni que bajes la guardia.
Solo vámonos. Tú y yo.
—Yo te odio... No quiero que pienses que...
Las palabras me perforan el pecho, pero las merezco. He sido un
imbécil.
—Dispondré para ti lo que quieras para que descanses al menos
dos días y si eso implica que yo esté lejos, lo haré, pero tendré que
estar pendiente.
—¿Y luego?
—Y luego volveremos a la guerra. 

Notita:
Hola, bellezas. Otra vez yo por aquí después de tanto. Esta vez
no vengo a excusarme con nada,  porque la verdad es que aún no
puedo hablar mucho de lo que está pasando. Me encantaría
hacerlo, pues bien saben que siempre he sido muy transparente y
clara con ustedes.
He enviado Indestructible a borradores porque la manera en la
que está escrita la historia ya no me representa, ni siquiera lo hace
el libro en físico, el cual nunca tuvo una edición de parte de la
editorial y creo que hasta ahí puedo decir.
Estoy luchando por mi trabajo, estoy metiendo las manos a un
fuego que tal vez me queme, pero todo lo hago por Atenea, por su
historia, por el amor que le tengo a la escritura y por el apoyo que
me han dado ustedes.
Apenas pueda darles noticias claras, lo haré. Apenas pueda
regresar Indestructible gratis a Wattpad, también lo haré y será una
versión mejorada.
Mientras tanto... Implacable seguirá aquí para las antiguas, para
quienes llegaron y nunca se fueron. Serán actualizaciones lentas,
porque como les digo, cosas están pasando alrededor de esta Saga
y mi prioridad siempre será cuidarla.
También quiero invitar a quienes van a decidir pausar sus lecturas
o quienes quieren seguir  apoyándome  en otros proyectos, a que
lean y me acompañen en Mortal, pronto iniciaré con las
actualizaciones, con una trama completamente distinta y renovada,
algo que me representa más y en lo que he aplicado todo el
conocimiento que últimamente he adquirido.
No siendo más, les pido también comprensión y paciencia. 
Un abrazo enorme para todas y todos.

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