Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Jess GR
Copyright © 2024 Jess GR
©Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente
prohibida, sin autorización escrita del autor, la reproducción parcial de esta obra por cualquier medio
o procedimiento, sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros, así como
la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo público. La infracción de los derechos
mencionados puede ser constituida de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del
código penal).
Los personajes, eventos y sucesos presentados en esta obra son ficticios. Cualquier semejanza con
personas vivas o desaparecidas es pura coincidencia.
A esas amigas que siempre saber qué decir para traer luz a la oscuridad.
Prólogo
¿Cómo es posible que un pequeño trozo de metal pueda pesar tanto? Miro
de nuevo la estrella de cinco puntas que cuelga de mi cuello. «Valor».
Debería estar pletórica de felicidad, abrazando a mis compañeros y
pensando en mi ascenso a teniente, sin embargo, lo único que siento es una
presión en el pecho que me impide respirar con normalidad. «Esto no está
bien. No hay culpa ni remordimientos. ¿Por qué?».
―Sargento Bailey ―mis pensamientos son interrumpidos. Inspiro hondo
antes de cuadrarme y caminar en dirección al hombre canoso y con
pequeñas arrugas en las esquinas de sus ojos al que yo algún día llamé papá.
Hoy no es más que mi superior, el general Bailey. Paso a su despacho y
espero a que cierre la puerta―. Puedes sentarte, sargento.
Lo hago de inmediato. Permanezco en silencio mientras el general rodea
su mesa y se acomoda frente a mí.
―Tengo que admitir que me has sorprendido. No esperaba que
ascendieras tan rápido, y menos aún que mi propia hija fuese condecorada
por el mismísimo presidente de la nación con la medalla de honor. ¿Eres
consciente de lo importante que es?
―Sí, señor ―respondo de manera mecánica.
―Sé que ya están trabajando en tu ascenso a teniente y, como oficial, no
tendrás que regresar al frente si no lo deseas. Con lo que hiciste, ya has
cumplido con tu deber en el frente, sargento.
Mi padre, el general, sigue hablando mientras yo me pierdo en mis
propios pensamientos. No tendré que volver a ese infierno, esquivando
balas y viendo a mis amigos y compañeros morir. Mi trabajo consiste en
salvar vidas, eso es lo que hace un médico de combate, pero yo… Sacudo la
cabeza para borrar la imagen de todos esos cadáveres postrados a mis pies.
«No hay nada».
―¿Ocurre algo, sargento? ―inquiere mi padre.
Bajo la mirada a mis manos, unas manos que parecen pulcras, pero están
manchadas de sangre. «No volverás a matar», resuena en mi cabeza. Tomo
una bocanada profunda y alzo la cabeza despacio.
―Lo dejo ―digo con seguridad.
―¿Cómo dices? ―El general estrecha su mirada sobre mí, frunciendo el
ceño.
―He terminado aquí, general. Quiero dejar el Ejército.
―Tienes que estar bromeando ―masculla―. ¡Mía, ¿te has vuelto loca?!
Van a ascenderte. Tu carrera militar acaba de empezar de verdad.
Me pongo en pie sin esperar a que me dé permiso, y tras quitarme la
medalla, la lanzo sobre su mesa.
―Puedes quedártela si tanto te gusta, papá. Tú lo has dicho, he cumplido
con mi deber con esta nación y ahora decidiré yo misma cómo vivir el resto
de mis días.
Doy media vuelta y me dirijo a la salida, sin embargo, antes de que pueda
abrir la puerta, escucho su voz a mi espalda.
―Si te vas ahora, no volveré a reconocerte como mi hija. Será como si
hubieses muerto en esa emboscada.
Me giro a medias y dejo que una de mis comisuras se eleve apenas un par
de centímetros. «No hay nada».
―Hace mucho que dejé de ser hija tuya. Adiós, general. ―Tiro de la
manilla y salgo del despacho con una sonrisa.
Capítulo 1
Bailey
Dos años después
Zarco
Me muevo de un lado a otro de mi despacho mientras le doy largas
caladas al puro que tengo entre los dedos. Hace ya más de una hora que los
chicos trajeron a Beni. Sé que la médica que secuestraron lo está tratando,
pero nadie me dice nada y yo no soy capaz de entrar en la sala de juegos por
mi cuenta. Eso sería un desastre. Mis hombres no pueden enterarse de una
de mis mayores debilidades, me perderían el respeto.
―Tranquilo, Zarco. Si hubiese alguna novedad, Oscar ya estaría aquí. Es
un buen perro ―canturrea Luna desde el sofá en forma de ele que hay en
una esquina de la habitación.
Me detengo y clavo la mirada en Lagos, mi mano derecha y el hombre en
el que más confío después de mí mismo.
―Ve a ver qué ocurre con mi hermano ―ordeno.
Como es habitual en él, no rechista y hace lo que le digo. Enseguida sale
del despacho y cierra la puerta a su espalda.
―Hablando de perros fieles… ―La sonrisita de Luna no me pasa
desapercibida. Se levanta y camina hacia mí contoneando las caderas. Se
cuelga de mi cuello y empieza a masajear mi nuca con los dedos―. Sé lo
que necesitas para relajarte un rato, amor ―susurra en tono provocativo.
Aparto sus manos y bufo con fuerza mientras retrocedo un par de pasos.
―Han disparado a mi hermano. Lo que necesito ahora es que se
recupere, no echar un jodido polvo ―siseo entre dientes.
Al darse cuenta que no va a sacar nada de mí, vuelve a sentarse en el sofá
con gesto de hastío y fingiendo estar enfadada. Aún no sé por qué la soporto
en mi casa. Está buena y hace unas mamadas increíbles, pero aparte de
eso… «Es una de los nuestros», me recuerdo a mí mismo, y vuelvo a bufar.
Además, su habilidad para hackear cualquier dispositivo electrónico suele
ser de bastante ayuda. Aparte de guapa, también es lista, aunque a veces no
lo parezca.
Diez minutos después estoy incluso aún más nervioso. Le dije a Beni que
no se arriesgara, pero no me escucha. Está empeñado en demostrar su
valentía y lo único que va a conseguir es que lo maten. La puerta se abre de
golpe y Lagos me mira sonriendo.
―Tranquilo, está bien. La médica dice que se recuperará.
Suelto todo el aire que no sabía que estaba conteniendo y asiento.
―Ordena que lo limpien todo.
―Ya lo he hecho ―dice Lagos. No me sorprende, aparte de Beni, él es el
único que conoce mi debilidad.
Sin decir nada más, salgo del despacho a toda prisa y cruzo toda la casa
hasta llegar a la puerta de la sala de juegos. Tiro de la manilla y abro mucho
los ojos al darme cuenta de lo que está pasando en el interior. Sobre la mesa
de billar está tumbado mi hermano, parece dormido, o inconsciente, su
abdomen está cubierto por vendas, sin embargo, eso no es lo que llama mi
atención. Hay una chica apuntando a mis hombres con una pistola. Hay
algo en su postura y en la forma en la que sujeta el arma… ¿Policía o tal
vez militar? Da un paso atrás, dejando el talón suspendido, y me decanto
por la segunda opción.
―Dejadme ir y nadie saldrá herido ―dice con un tono seguro y firme.
No parece asustada al estar rodeada de cinco hombres armados, y eso que
aún no me ha visto a mí, que permanezco a su espalda―. He salvado la
vida de vuestro amigo y quiero marcharme.
Uno de mis hombres da un paso al frente y enseguida me doy cuenta de
que ese no ha sido un movimiento demasiado inteligente. La chica dispara a
su mano. Se escucha un grito y la pistola de mi hombre cae al suelo.
Enseguida se escuchan dos detonaciones más. Una bala va a parar al
hombro de otro de mis hombres y la última al muslo de otro. Oscar y
Gambo la miran perplejos, este último hace el amago de moverse y no me
queda más remedio que intervenir para salvarle la vida.
―Baja esa pistola ―digo, y en menos de lo que tardo en pestañear, la
chica se gira y me apunta a la cabeza. «¡Santo Cristo, es una belleza!».
Clavo mi mirada en sus ojos color miel. Tiene el pelo castaño sujeto en lo
alto de la cabeza y su rostro… Esas facciones deberían ser ilegales. Parece
un ángel de tez clara y cremosa, con los labios rosados y apetecibles. Ladeo
la cabeza y deslizo mis ojos por su cuerpo que, a pesar de estar cubierto por
un pantalón cargo azul oscuro con franjas reflectantes y una sencilla
camiseta del mismo color, se intuye delgado y curvilíneo―. Lo he pedido
por las buenas. No me hagas quitártela a la fuerza ―susurro.
Capítulo 3
Zarco
―Te mataré antes de que puedas dar un solo paso ―dice la chica sin ni
siquiera pestañear.
Miro sobre su hombro. Gambo y Oscar la tienen encañonada.
―Es posible, pero de todas formas no saldrás de aquí viva.
Espero unos segundos y casi se me cae la mandíbula de la sorpresa
cuando la veo encogerse de hombros y esbozar una pequeña sonrisa. ¿Por
qué no está temblando de miedo? Cualquiera en su situación se habría
cagado en los pantalones, sin embargo, esta mujer me mira de manera
desafiante, como si yo solo fuese una molestia de la que puede librarse con
un gesto de su mano.
―Puedo morir sola o sacar de las calles a un puto delincuente. La
decisión no es tan difícil ―contesta, y sé que está dispuesta a apretar ese
gatillo en cualquier momento.
―Vale, tú ganas. ―Alzo ambas manos despacio y vuelvo a mirar sobre
su hombro―. Chicos, bajad las pistolas. Vamos a tranquilizarnos y llegar a
una solución que no implique un derramamiento de sangre.
Oscar y Gambo dudan unos segundos, pero enseguida hacen lo que les
digo. Entonces regreso la mirada a la chica.
―No vas a engañarme. En cuanto deje de apuntarte, alguno de tus
hombres me meterá un tiro en la nuca.
―No lo harán, te doy mi palabra.
―La palabra de un delincuente no vale demasiado ―replica.
―La mía sí ―afirmo, y lo digo muy en serio. Nunca rompo mis
promesas―. Baja esa pistola y nadie te pondrá un dedo encima.
Me observa de una forma tan intensa que me veo obligado a respirar
hondo para tranquilizarme. No hay ni una pizca de temor en su mirada. A
excepción de un pequeño tic en su mandíbula, parece completamente
impasible. Pasan varios segundos y entonces empieza a bajar las manos,
afloja el agarre de la pistola y esta cae al suelo con un ruido sordo.
―Hija de puta ―sisea Ramiro, el hombre que ha recibido el disparo en
la mano.
Veo como camina hacia ella con intención de golpearla, y no tardo ni un
segundo en sacar el arma que llevo en la parte baja de la espalda y
dispararle en la cabeza. He dado mi palabra. Si no es capaz de cumplir mis
órdenes, no lo quiero entre los míos.
Una vez más, la chica ni siquiera se inmuta al escuchar la detonación,
aunque sí parece sorprendida.
―Nadie va a hacerte daño. ¿Cómo te llamas?
Respira hondo por la nariz y alza la barbilla de manera desafiante. Me
fijo en su cuello, largo y esbelto, y no puedo evitar pensar en cómo se
sentiría clavar mis dientes en él. La imagen en mi cabeza provoca una
reacción en cadena por todo mi cuerpo que deriva en una jodida erección
inmediata.
―Bailey ―responde, una vez más en tono firme, sin rastro de miedo en
su voz.
Me acerco despacio, hasta que mi rostro queda a apenas unos centímetros
del suyo, y la observo con la cabeza ladeada y una sonrisa traviesa.
―¿Quién eres, Bailey? ―pregunto en un susurro.
Su barbilla se eleva aún más y endereza la espalda. Me está plantando
cara la muy… Mi polla se tensa todavía más en respuesta.
―Soy quien ha salvado la vida de tu amigo y ahora espera regresar a su
vida. No quiero problemas con vosotros, mucho menos con la Policía. Me
iré a casa y no diré nada de lo que he visto aquí.
Expando mi sonrisa e inhalo con fuerza. Un aroma frutal, como de
cítricos, invade mi nariz y un escalofrío recorre mi espalda. «Voy a follarme
a esta mujer. Sea quien sea, la quiero para mí».
―Supongo que debo agradecerte lo que has hecho por mi hermano.
―Sus ojos se abren un poco más por la sorpresa―. Lo siento, lo que me
pides no es posible. Puedes tomarte el hecho de que te perdone la vida
como una manera de devolverte el favor.
―¡Mierda, me estoy mareando! ―exclama Pablo, el que ha recibido el
balazo en el muslo.
La chica, Bailey, se gira frunciendo el ceño y masculla una maldición en
voz baja antes de salir corriendo hacia el lugar donde mi hombre se está
desplomando.
―¡He fallado el tiro, joder! ―farfulla, haciendo presión sobre la herida
con ambas manos.
Mi expresión de sorpresa debe ser muy similar a las de Gambo y Oscar,
que miran atónitos como la chica empieza a gritar que alguien despeje la
mesa de billar para poder atender al herido.
No lo entiendo. ¿Por qué lo está ayudando si ella misma le disparó? Mis
dos hombres de confianza, a los que considero mis hermanos, me piden
respuestas con la mirada.
―Dadle todo lo que necesite y después llevadla a una de las habitaciones
de invitados. ―Me dirijo a Oscar y lo señalo con el dedo índice―. Está a tu
cargo. No quiero que nadie más se acerque a ella, ¿entendido? ―Asiente―.
Y más te vale controlarte. Sin accidentes.
―Sí, Zarco ―dice.
La chica gira su cabeza en mi dirección a la velocidad de un látigo.
Espero su reacción. Ahora ya sabe quién soy, e incluso así no parece
afectada. Vuelve a maldecir y chasquea la lengua.
―¿Alguien puede ayudarme de una maldita vez? Si no consigo detener
la hemorragia, estará muerto en dos minutos.
Sonrío. Es una mujer de lo más extraña. Tal vez debería dejarla ir, sin
embargo, necesito saber más sobre ella. Me muero de curiosidad. Salgo de
la habitación y me dirijo de nuevo al despacho, a medio camino soy
interceptado por Lagos, que de alguna manera ya se ha enterado de lo
ocurrido. Supongo que lo ha visto por las cámaras de seguridad que hay en
la sala de juegos.
―¿Qué quieres hacer con ella? Parece policía.
―No, creo que es militar. Dice que se llama Bailey, pero creo que ese es
su apellido, o tal vez un apodo. Averigua todo lo que puedas sobre ella para
ayer.
―¿Por qué no la matas y acabamos con esto? Si tiene formación militar
puede ser un problema.
―He dado mi palabra ―explico, y me ajusto el cuello de la camisa.
Lagos asiente. Sabe lo que eso significa.
―Me pongo a ello. Pediré que trasladen a Beni a su habitación y que se
encarguen del cuerpo de Ramiro.
―Ese imbécil llevaba tiempo saltándose mis órdenes, y eso no es algo
que pueda tolerar.
―Lo sé. Se lo estaba ganando.
―Habla con la familia. Que no lo pasen mal.
Asiente de nuevo y continúo mi camino. Al llegar al despacho, me alegra
comprobar que Luna ya no está. Suspiro al sentarme tras mi mesa y miro la
pantalla del ordenador. Puedo ver la sala de juegos. Dos de mis hombres
están trasladando a Beni y, de inmediato, Bailey le dice algo a Oscar.
Gambo y él suben al herido a la mesa de billar y la chica se pone a trabajar
en su herida. Parece estar tan relajada que asusta. ¿Quién en su sano juicio
se atreve a enfrentarse al líder de una banda criminal sin pizca de temor?
Está loca, o a lo mejor demasiado cuerda.
Inspiro hondo y deslizo la punta de mis dedos por encima de mi abultada
bragueta. Sea como sea ha conseguido llamar mi atención. La deseo y
pienso tenerla, le guste a ella o no.
Capítulo 4
Bailey
Estoy cubriendo la herida de Beni con una gasa limpia cuando escucho de
nuevo los disparos, y me detengo un segundo antes de continuar.
―Tranquila, solo están practicando.
―Lo estoy ―digo, y empiezo a pasar la venda alrededor de su abdomen.
En estos últimos dos días no he dejado de escuchar disparos, y yo misma
he deducido que hay alguna zona cercana donde hacen prácticas de tiro.
Solo espero que las dianas no sean seres vivos. Las detonaciones no me
molestan. He vivido con ese sonido toda mi vida, es como música para mis
oídos. Resulta reconfortante.
―Entonces, ¿ya puedo levantarme? Me encuentro mucho mejor.
Lo ayudo a recostarse y le administro el antibiótico y analgésicos antes
de deshacerme de los guantes de látex.
―Hace solo dos días que recibiste un disparo, chico. Tómalo con calma
al menos durante una semana más.
―¿Puedes dejar de llamarme chico o muchacho? No soy ningún crío.
―Contengo una sonrisa al ver sus labios arrugados. Se enfurruña como un
niño pequeño, pero intenta demostrar que es todo un hombre, valiente y sin
miedo. Muy típico de los jóvenes, y más en estos ambientes.
Acude a mi mente la imagen de un chiquillo incluso más joven que él
apuntándome con una pistola, y sacudo la cabeza para centrarme en el ahora
y dejar atrás el pasado.
―Muy bien, Beni, pero sigues sin poder moverte de la cama por el
momento.
Empiezo a recoger el material usado mientras él me observa en silencio.
De pronto, carraspea y arqueo una ceja en su dirección.
―No te he dado las gracias por salvarme.
―Tu hermano ya se ha encargado de eso ―musito en tono sarcástico.
―¿Zarco? Espero que te esté tratando bien. No es tan malo como parece.
Solo intenta cuidar de los suyos.
―Ya, claro. Solo es alguien lo bastante ególatra y prepotente como para
obligar a «los suyos» a tatuarse una zeta en el cuerpo. ―Señalo su pecho
desnudo y pongo los ojos en blanco. He notado que Oscar también la tiene
en la parte interna de la muñeca, aunque mucho más pequeña, y Gambo en
el cuello.
―¿Crees que nos obliga a llevarla? ―Sonríe y niega con la cabeza―. Es
nuestra decisión. Un símbolo de respeto y lealtad hacia nuestro líder. No
tiene nada que ver con egocentrismo, Bailey.
Me encojo de hombros. En realidad, me importa una mierda. Lo único
que quiero es salir de este maldito lugar antes de perder la cabeza. He
encontrado un posible punto de huida. Desde mi habitación puedo acceder
al balcón que vi desde el exterior la noche que me trajeron. Ayer salí y me
di cuenta de que, si me impulso lo suficiente, es posible que consiga caer en
el piso de abajo, justo donde está la piscina. También existe la posibilidad
real de que me quede corta y acabe con los sesos esparcidos por el suelo de
hormigón, o peor aún, no calcular bien y que el borde de cristal de la
piscina me parta por la mitad. Supongo que es un riesgo que tendré que
correr, ya que una vez allí, solo tengo que saltar un par de metros para poder
llegar al suelo.
Me despido de Beni, y cuando estoy a punto de salir del dormitorio, la
puerta se abre y veo a un hombre que no reconozco. Frunzo el ceño por su
aspecto. Pelo rubio, barba corta, gafas de pasta y va vestido con un polo
beige abotonado hasta el cuello y unos pantalones chinos caqui. Parece un
profesor de primaria. Lo único que lo delata como otro de los hombres de
Zarco son las marcas de tinta que recorren sus brazos hasta las muñecas.
―Me han pedido que venga a por ti ―informa, y esboza una sonrisa
tímida. Saluda a Beni con un golpe de cabeza y vuelve su atención hacia
mí―. ¿Cómo se está recuperando?
―Bien. La herida no está infectada y sigue su proceso de curación. En
una semana podrá empezar a hacer vida normal, aunque debe evitar los
esfuerzos excesivos.
―Eso es genial. ―Me acompaña hasta el pasillo y, tras cerrar la puerta,
estira su brazo en mi dirección―. No nos han presentado. Soy Lagos.
―Menudos nombres… ―murmuro para mí, rodando los ojos.
Al darse cuenta de que no voy a estrechar su mano, la baja y se encoge de
hombros.
―La mayoría son apodos o apellidos. Mi nombre es Arturo Lagos, pero
todos me llaman Lagos. Gambo es Felipe Gamboa y Oscar… Bueno, él es
solo Oscar.
―¿Y Zarco? ―inquiero, esbozando una sonrisa descarada.
Lagos me observa durante unos segundos y niega con la cabeza.
―Si quieres saber algo sobre nuestro jefe, vas a tener que preguntárselo a
él. Aprovecha la cena de esta noche para ello. Estás invitada a compartir
mesa con nosotros.
Frunzo el ceño y cabeceo de un lado a otro.
―Creo que paso. Prefiero quedarme en mi celda.
―No es una sugerencia, Bailey. Zarco quiere que nos acompañes. He
pedido que te dejen ropa en tu dormitorio. Debes estar lista en una hora.
―¿Y si me niego?
Resopla y se quita las gafas, las limpia y vuelve a ponérselas. Me fijo en
sus ojos, son de un color azul intenso. ¿Es que no hay ningún hombre feo,
calvo y barrigón en esta organización? Me pregunto si los reclutarán en
agencias de modelos.
―Voy a darte un consejo que no has pedido. No lleves a Zarco al límite
de su paciencia, tiende a perder los estribos con facilidad y no vas a querer
ser la diana de su frustración cuando eso pase.
―Gracias, pero creo que podré arreglármelas sola. ¿Qué va a hacer,
matarme? Créeme, muchos lo han intentado antes y no les salió bien.
Vuelve a observarme en silencio durante un rato y suspira.
―Vamos, te acompaño a tu habitación.
Zarco
No puedo dejar de mirarla de reojo. Está preciosa con el vestido que
ordené que le compraran. Es negro, de tirantes y con una abertura que llega
desde el suelo hasta más de la mitad de su muslo. El pequeño vistazo que
pude echar a su pierna antes de que se sentara me dejó con un dolor de
huevos que aún conservo.
El ambiente durante la cena está bastante enrarecido. Las bromas e
insultos entre compañeros no aparecen por ningún lado. Todos permanecen
cautos y comen en silencio. Se sienten incómodos por la presencia de
Bailey. A este comedor, en mi ala privada de la casa, solo pueden acceder
mis hombres de confianza, a los que considero mi familia: Lagos, Oscar,
Gambo, Luna y, por supuesto, Beni, que aún sigue convaleciente tras el
disparo. La única mujer del grupo es la que más animada parece estar. Luna
no deja de toquetearme el brazo y hablarme al oído. Sé que pretende marcar
territorio frente a Bailey, pero su plan no tiene pinta de estar dando
resultados, ya que mi nueva obsesión apenas alza la cabeza de su plato.
Tiene apetito, eso es buena señal, sin embargo, se mantiene totalmente
apática, como un robot. Come, bebe un par de sorbos de agua cada poco
tiempo y sigue comiendo. Me pregunto si será siempre así o, al igual que
los demás, también se siente incómoda con la situación.
Estira la espalda y fija la mirada en un punto de la pared justo frente a
ella.
―¿Puedo retirarme? ―pregunta.
Centro mi atención en su rostro. No transmite ninguna emoción, nada.
―¿No vas a querer postre?
Sus ojos color miel se clavan en los míos y aprieta los labios.
―Estoy bien así ―sisea.
Le mantengo la mirada. Me está desafiando, retándome, y Dios sabe que
jamás me amilano ante un reto. Va a ser mía, tiene que serlo.
―Está bien. Como quie… ―Antes de que pueda terminar la frase, ya se
ha levantado y está caminando por el pasillo que da a las habitaciones.
Gambo hace el amago de levantarse para ir tras ella y vigilarla, pero se lo
impido. Estamos en una tercera planta. No hay forma de que salga de aquí
sin ser vista. Tal vez no esté de más darle un poco de confianza y ver qué
pasa.
Capítulo 7
Bailey
Han pasado tres días desde mi intento fallido de fuga, y en ese tiempo he
tenido la oportunidad de pensar con detenimiento en lo que me ocurrió
después, cuando Zarco… Bueno, da igual. Estoy segura de que solo intenta
desestabilizarme, o tal vez sea un perturbado que disfruta sodomizando a
las pobres chicas que secuestra; si eso es verdad, lo lleva jodido porque no
soy ninguna pobre chica y antes de que intente algo le habré abierto la
cabeza como un puto melón. No obstante, lo que más me inquieta no es su
actitud de esa noche, sino la mía. Me excitó su cercanía, e incluso la añoré
cuando se fue y me metí en la cama. Hace mucho que no estoy en mis
cabales, eso es algo que tengo claro, pero lo de sentir atracción por un
hombre como Zarco es para ponerme una camisa de fuerza.
Decido salir de mi dormitorio sin que nadie me lo pida. Estas últimas
noches me he visto obligada a cenar con todos ellos. Por supuesto, me he
mantenido en silencio hasta terminar y después me he retirado a mi
habitación. Empiezo a no soportar a la pequeña cotorra con tetas postizas
que Zarco lleva siempre colgada al cuello. Su voz me irrita y no deja de
buscar motivos y excusas para meterse conmigo. Sé que es cuestión de
tiempo que termine dándole un puñetazo en esa boca de zorra engreída que
tiene, y es probable que termine buscándome problemas, por eso intento
evitarla. Hasta hoy no he querido andar por la casa a mis anchas, a pesar de
que la puerta sigue sin estar cerrada con llave.
Nada más poner un pie en el pasillo me encuentro con Gambo, el de los
tatuajes en el cuello y el aro en la nariz. He notado un cambio en su actitud
hacia mí desde el primer día que nos vimos. Ahora es más amable y atento,
como si intentara caerme bien.
―Hola, Bailey. ¿Necesitas algo? ―pregunta.
―No, solo quiero desayunar. Se supone que no soy una prisionera, ¿no?
Eso es lo que dice tu jefe, así que puedo moverme por la casa.
―Eh… ―Se rasca la nuca con una mano―. Sí, supongo. Aunque solo
en el ala privada de Zarco. Fuera están el resto de los chicos y, bueno… No
les caes demasiado bien desde que disparaste a tres de los suyos.
―Lo tendré en cuenta ―mascullo, y sigo avanzando hasta donde sé que
está la cocina.
Después de desayunar iré a comprobar el estado de Beni y realizarle las
curas. Se está recuperando muy rápido y tiene ganas de levantarse de la
cama, así que es probable que hoy le permita dar un paseo corto. Me
detengo en seco al ver a Zarco en la estancia. Parece estar cocinando. Hay
varias frutas sobre la isla y una pequeña tabla de madera. Se gira, y al
verme esboza una sonrisa ladeada y me muestra el cuchillo que tiene en la
mano.
―Buenos días… ―Mira por encima de mi hombro―. Bailey.
Escucho unos pasos a mi espalda y me giro para comprobar que es
Gambo el que me ha seguido.
―Estaré en el campo de entrenamiento si necesitas algo ―le dice a
Zarco, y este asiente.
Vuelve a centrarse en mí y empieza a cortar un par de fresas en pequeños
trozos y colocarlos en un bol.
―¿Tienes hambre? He preparado café y hay fruta fresca. Si quieres,
puedo poner algo de pan el tostador.
―Solo café está bien ―murmuro y, sin que nadie me dé permiso, me
siento en uno de los taburetes altos al otro lado de la isla
Zarco sonríe de nuevo, y tras girarse para servir café en una taza, me la
tiende.
―Si quieres leche y azúcar…
―Así está bien ―digo, y le doy un trago largo.
―Vale… ―Sigue cortando la fruta de manera muy eficiente y me lanza
pequeñas miradas de reojo de vez en cuando. Aprovecho para observarlo
con detenimiento. Se ha peinado el cabello negro hacia atrás, lleva una
camisa negra abierta con los tres primeros botones desabrochados y el
mismo rosario que normalmente lleva en la muñeca, ahora cuelga de su
cuello. Parece antiguo, o al menos viejo―. ¿Has decidido salir de tu
dormitorio por algún motivo en particular? ―me pregunta.
Alzo la vista de su pecho y dejo la taza sobre la encimera.
―¿No tengo permitido hacerlo?
Sonríe de nuevo y niega con la cabeza.
―Tienes la mala costumbre de poner en mi boca palabras que no he
dicho. Solo siento curiosidad. Después de tu triple salto mortal con
tirabuzón no habías vuelto a salir por tu propia voluntad.
―Es complicado tener voluntad propia cuando te secuestran, ¿sabes?
―Clavo mi mirada en la suya y esbozo media sonrisa―. Estoy pensando en
probar de nuevo lo del salto, pero esta vez directamente hacia abajo. ¿Qué
me recomiendas?
―Un paracaídas ―contesta con gesto serio. Se queda callado unos
segundos y suspira―. Espero que estés bromeando. No hagas ninguna
locura, Mía.
―¿Crees que también puedes decidir si puedo o no quitarme mi propia
vida?
―No, pero lo que puedo hacer es encerrarte en un lugar sin ventanas, así
que deja de… ¡Mierda! ―El mango del cuchillo hace un ruido sordo al
golpear contra la encimera y veo una gota de sangre sobre la tabla de
madera. Zarco se gira y busca a tientas un trapo―. Joder, no, no.
Lo observo, entrecerrando los ojos. Su rostro ha perdido todo el color.
Respira de manera irregular e incluso se tambalea un poco. «No puede ser».
Vi cómo mataba a su propio hombre frente a mí sin pestañear. No obstante,
ahora que lo pienso, no entró en la sala de juegos hasta que la herida de su
hermano ya estaba cubierta y lo habían limpiado todo.
―¿Te mareas con la sangre? ―inquiero, conteniendo la sonrisa.
―No, yo no… ―Traga saliva con fuerza y parece estar a punto de
desmayarse.
Por puro instinto, me bajo del taburete de un salto y rodeo la isla. Llego a
su lado justo a tiempo para sujetarlo. Abre los ojos, mira hacia el corte de su
dedo, que no mide más que tres o cuatro centímetros, y se tambalea de
nuevo.
―Vale, no te desmayes. ―Le cojo la mano y envuelvo el trapo alrededor
de su dedo. Lo empujo despacio y me coloco frente a él―. Mírame, Zarco.
―Consigue fijar su vista en mí―. Eso es, respira despacio por la nariz y
suelta el aire por la boca. ―Pongo mi mano en la parte alta de su abdomen
y presiono un poco―. Desde aquí, llena el diafragma.
―Estoy bien ―masculla, aunque no parece que lo esté en absoluto.
―¿Crees que puedes llegar al sofá? Si te caes aquí, no podré levantarte.
Asiente y dejo que rodee mis hombros con su brazo y se apoye en mí. Lo
sujeto por la cintura con un brazo y caminamos despacio hacia el pequeño
salón. Tras dejarlo sentado, salgo corriendo y cojo un par de apósitos y
desinfectante de los pocos suministros que quedan de la ambulancia y
regreso junto a él. Lo encuentro con la cabeza apoyada en el respaldo hacia
atrás y sin aliento.
―Estoy bien ―repite cuando me siento a su lado y agarro su mano.
Lo ignoro, desinfecto la minúscula herida y ejerzo un poco de presión
para que deje de sangrar, después la envuelvo con el apósito y toco su
rostro. Está helado, pero empieza a recuperar un poco de color.
―Ya no hay sangre, Zarco. Puedes abrir los ojos. ―Bufa con fuerza y
me mira, aún medio aturdido.
Por más que lo intento, no soy capaz de contener la risa, suelto una
enorme carcajada y su ceño se frunce.
―¿De qué demonios te ríes? ―sisea con rabia.
―Como mafioso dejas mucho que desear si ni siquiera puedes ver una
gota de sangre, ¿no te parece? ―Vuelvo a reír y veo como se pone en pie
hecho una furia.
Se tambalea un poco, sin embargo, logra mantener el equilibrio y clava
su mirada en la mía.
―No te atrevas a burlarte de mí. ―Me señala con el dedo, y se me corta
la risa de golpe.
Decido ponerme en pie, ya que parece estar amenazándome; lo mínimo
que puedo hacer es ponérselo más fácil. El pobre debe estar viendo doble
aún. Es muy divertido. El jefe de una banda criminal que no soporta la
sangre. Aunque para él debe resultar bochornoso.
―¿Ahora es cuando me amenazas con matarme si se lo cuento a alguien?
―inquiero, arqueando una ceja.
Sin que me lo espere, me sujeta por la nuca con fuerza y me atrae hacia
su rostro.
―No, ahora es cuando te prometo que las cosas pueden ponerse muy
feas para ti si abres la puta boca. ¿Me hago entender?
Le mantengo la mirada. Este es el verdadero Zarco, al que todos temen.
Bueno, yo no tengo ni una pizca de miedo. ¿Quiere matarme? Bien, que le
aproveche. Me suelto de su agarre con un gesto brusco y alzo la barbilla de
manera desafiante.
―Yo también puedo prometer que te meteré un maldito tiro entre ceja y
ceja si vuelves a hablarme en ese tono. Puede que sea tu rehén, pero jamás
me humillaré ante ti. ¿Me hago entender?
Mi réplica parece sorprenderlo. Durante unos segundos me observa en
silencio, sin embargo, un gesto casi imperceptible en su comisura lo delata.
―Largo de aquí ―farfulla entre dientes, y vuelve a dejarse caer en el
sofá. Sin ni siquiera mirarlo, recojo el trapo manchado de sangre y se lo
lanzo al regazo―. Hija de… ―Es lo último que escucho antes de
abandonar el salón sonriendo de oreja a oreja.
¿Quién dijo que ser secuestrada no podía ser divertido? Tal vez esté
viendo todo esto de la manera equivocada. Pueden matarme, sí, pero yo a él
también, y puede que haya llegado el momento de demostrárselo.
Capítulo 9
Zarco
Bailey
Deportivo de lujo, restaurante en un hotel cinco estrellas, caviar,
champán… y lo mejor de todo, ni una sola palabra por parte del hombre que
me ha proporcionado todos estos maravillosos placeres. ¿Se puede pedir
más? Si al final va a resultar que me gusta que me secuestren.
―¿Quieres más? ―pregunta Zarco justo después de que me haya
terminado el postre, una deliciosa tarta de chocolate que casi me hace lamer
el plato. Supongo que el silencio no podía durar para siempre. Es una pena.
Niego con la cabeza―. Estás muy callada y, por lo poco que conozco de ti,
temo que estés tramando algo.
Me echo hacia atrás en la silla acolchada y acomodo mi melena sobre el
hombro derecho. El restaurante está vacío. En realidad, no he visto a ningún
empleado aparte del camarero, y eso me hace sospechar que Zarco ha caído
en que existe la posibilidad de que haga algo para llamar la atención y
librarme de mi cautiverio. Me subestima. Jamás sería tan obvia. Mi plan es
intentar escapar cuando regresemos a su casa. Una pequeña parada en un
semáforo, un descuido… Aprovecharé la mínima ocasión para huir. Sé que
no hay nadie buscándome.
Tal vez exista una denuncia por desaparición, ya que me secuestraron
junto a la escena de un crimen, sin embargo, soy consciente de mi situación.
No tengo familia que se preocupe por mí, nadie va a insistir para que la
Policía intente encontrarme. De todos modos, aunque lo hiciesen, no
lograrían dar con mi paradero a pesar de estar a plena vista. La fama del
clan Z le precede. La mitad de los policías de la ciudad responden ante él.
―Tú tampoco estás demasiado charlatán, y no me malinterpretes, lo
prefiero así.
Sonríe y coloca las manos sobre la mesa, y dirijo la mirada a su muñeca
izquierda. Él parece notarlo.
―¿Te gusta? ―Mueve la mano y toca el crucifijo del rosario.
―Me resulta curioso que un hombre como tú crea en algo más que no
sea su propio ego.
―Tienes una forma muy extraña de hacerme preguntas, ¿sabes? Si
quieres saber si creo en Dios, soy católico o voy a misa todos los domingos,
puedes hacerlo sin acompañarlo por un comentario sarcástico y ofensivo.
―¿Dónde está lo divertido en eso? ―Arqueo una ceja en su dirección y
él vuelve a sonreír.
―No creo en Dios ―dice tras unos segundos observándome en
silencio―. Este rosario es una especie de reliquia familiar. Perteneció a mi
madre.
―Seguro que se siente muy orgullosa del hombre en el que te has
convertido ―mascullo entre dientes.
―Lo has hecho de nuevo ―sisea. Me encojo de hombros y no muestro
ni un ápice de arrepentimiento―. ¿Por qué no tienes miedo? ―Contengo
un bufido. «Amigo mío, ese es el menor de mis problemas»―. Cualquiera
en tu lugar se mostraría sumiso y amedrentado.
―No es la primera vez que alguien amenaza mi vida, Zarco. Créeme,
después de seis años en el frente aprendes a controlar tus propias
emociones.
―Vamos, que, para ti, estar secuestrada y amenazada por una banda
criminal es como un paseo por la playa, ¿no?
―En realidad, la arena de la playa me resulta un poco más molesta.
―Me inclino hacia delante para susurrar, a pesar de que no hay nadie que
pueda oírme aparte de él―. Ya sabes, se mete por lugares incómodos en los
que no debería estar.
Su mirada se enciende, no sé si por sorpresa o por diversión, y niega con
la cabeza.
―Espero que con esta cena haya podido resarcirme de mi
comportamiento de esta mañana. Tiendo a perder los papeles con facilidad
y creo que no te traté de la manera adecuada.
Ahora la sorprendida soy yo. No puedo evitar que se me escape una
sonrisa.
―¿Hay una especie de disculpa escondida entre tanta palabrería barata?
―inquiero divertida.
―Es posible, aunque poco probable ―responde, y él también sonríe.
Nos mantenemos la mirada un rato, hasta que él la aparta y suspira―. Si
estás lista para irte, deberíamos ponernos en marcha ya.
Dejo que me retire la silla y caminamos hacia la salida a la par. Zarco se
adelanta para abrirme la puerta con una caballerosidad que no creo que sea
propia de él. Al llegar al exterior, Gambo nos espera junto al deportivo rojo
en el que hemos llegado.
Se me complica bastante entrar en el vehículo con el vestido y los
tacones. Tras unos segundos de lucha, me acomodo en el asiento delantero
del acompañante y me pongo el cinturón. Zarco arranca el motor y se
incorpora a la carretera. Estamos en el centro de la ciudad y el tráfico es
bastante fluido. El silencio se apodera del habitáculo. No hay música ni
conversación, sin embargo, no me siento incómoda ni violenta.
Echo un vistazo por el retrovisor y compruebo que Gambo nos sigue en
el todoterreno negro. Estoy a punto de volver a mirar al frente, pero algo
llama mi atención. Detrás del todoterreno circula una camioneta azul que
juraría que he visto aparcada frente al hotel. No digo nada y sigo
observando a través del retrovisor. Zarco gira a la derecha, Gambo lo sigue
y, como ya esperaba, la camioneta también.
―¿Nos está escoltando alguien más aparte de Gambo? ―pregunto.
Zarco aparta la mirada de la carretera un instante y me mira, frunciendo
el ceño.
―No que yo sepa. ¿Por qué lo preguntas?
―Porque si no es alguno de tus hombres, pensé que te gustaría saber que
una camioneta azul nos está siguiendo desde que salimos del restaurante.
Enseguida mira a través del retrovisor con gesto serio y preocupado.
―¿Estás segura?
―Tan segura como que este vestido es lo más incómodo que me he
puesto en mucho tiempo ―mascullo, removiéndome en el asiento.
De pronto, suena su teléfono y Zarco aprieta un botón en el volante para
contestar la llamada.
―Jefe, tenemos una sombra ―es la voz de Gambo.
―Sí, ya me he dado cuenta ―dice, y pone los ojos en blanco al ver como
arqueo una ceja con chulería―. ¿Alguna idea?
―Estamos cerca del almacén abandonado que usamos para lo de los
chinos. Puede ser una opción.
―Bien, voy para allá.
―¡Mierda!
―¡¿Qué ocurre?!
―Hay al menos tres sombras más. Uno de los vehículos ha estado a
punto de embestirnos. ¡Huye, Zarco! Van a por ti.
La llamada se corta y Zarco vuelve a mirarme de reojo.
―Agárrate fuerte ―susurra antes de clavar el pie en el acelerador.
Capítulo 10
Zarco
Bailey
Salto de una estantería a otra intentando hacer el menor ruido posible.
Veo a varios hombres armados que caminan entre los pasillos. No notan mi
presencia y eso es algo que uso a mi favor. Consigo dejar inconscientes a un
par antes de regresar al lugar donde he dejado a Zarco. Me ayuda a bajar y,
una vez más, sus manos se anclan en mi trasero de forma innecesaria.
―Ya puedes soltarme el culo ―farfullo, apartándome de su agarre.
―¿Cuántos has visto?
―Quedan tres. Tienen armas automáticas. Están vigilando la salida.
―Mierda. ¿Cómo vamos a llegar a ellos sin que nos acribillen a tiros?
―Yo me encargo de distraerlos y tú… ―Miro hacia el arma que lleva
enganchada en la cintura y suspiro―. Intenta no matarlos.
―No prometo nada.
―Ya, supuse que dirías eso. Al menos no te desmayes si alguno sangra.
Sígueme y espera mi señal.
―Solo me pasa con la mía ―sisea. Sé que miente, también le ocurre con
Beni. Cuando estaba herido no entró en la sala de juegos hasta que ya todo
estaba limpio y la herida tapada.
Caminamos casi de puntillas entre las estanterías. Dejamos atrás a uno de
los hombres inconscientes y seguimos avanzando hasta llegar al lugar
donde Zarco disparó antes. Los tres tipos armados siguen en el mismo sitio,
atentos a cualquier movimiento. Susurran entre ellos algo en español que no
soy capaz de escuchar bien.
Respiro hondo y alzo una mano para pedirle a Zarco que se quede oculto
donde está.
―¿Qué vas a hacer? ―me pregunta casi sin voz.
―Sobrevivir. Eso se me da bien. ―Lo señalo con el dedo índice y frunzo
el ceño―. Cuando te lo diga, dispara contra ellos. Ya sé que no tienes
demasiada puntería, pero intenta no volarme la cabeza por accidente,
¿quieres?
Antes de poder escuchar su réplica, salgo de mi escondite y me acerco a
los tres hombres con una sonrisa y contoneando las caderas. Como ya
esperaba, lo primero que hacen es apuntarme con sus armas. Son rifles de
gran calibre.
―¿Quién eres tú? ―pregunta uno de ellos en español.
Expando aún más mi sonrisa y alzo las manos.
―Pasaba por aquí ―respondo en su idioma. Hay un momento de
incredulidad e indecisión entre los hombres, solo un instante. Lo más
probable es que se estén preguntando qué demonios hace una mujer en ropa
interior en mitad de un almacén abandonado donde se esconde el mafioso
que intentan cazar. Entonces lo veo claro, es el momento―. ¡Ahora!
―grito.
Escucho las detonaciones y las balas pasan a mi lado creando un silbido
en el aire junto a mi oreja. Los tres hombres caen al suelo y enseguida noto
los pasos de Zarco a mi espalda.
―¿Qué tienes que decir ahora de mi puntería? ―inquiere en tono
chulesco. Pongo los ojos en blanco y me agacho para darle la vuelta a uno
de los cadáveres. Tiene un agujero en la frente del que brota un buen chorro
de sangre. Miro a Zarco un instante. No parece afectado. Supongo que es
cierto que solo se marea si ve su propia sangre. Sujeto el borde de la
camiseta del muerto e intento quitársela―. ¿Qué haces? Tenemos que
largarnos de aquí antes de que aparezcan más.
―No voy a salir en ropa interior.
Lo escucho resoplar y tira de mi codo para ponerme en pie. Antes de que
pueda preguntarle qué pretende, veo como se quita la chaqueta del traje y
después la camisa, me la tiende y vuelve a ponerse la primera sobre el torso
desnudo.
―Date prisa.
Meto los brazos por las mangas y abrocho unos pocos botones mientras
Zarco se acerca a la puerta para comprobar que no haya nadie más
esperando para matarnos. Cuando estoy a punto de ir hacia él, escucho un
gemido y giro la cabeza hacia uno de los hombres que yace tendido en el
suelo. Frunzo el ceño y entonces veo como mueve una mano.
―Mierda ―siseo.
Me agacho a su lado y le tomo el pulso.
―¿Qué demonios haces? Tenemos que irnos.
―Aún está vivo ―respondo, y empiezo a presionar la herida de bala que
tiene en el centro del pecho.
―¡Deja de decir tonterías! ¡Pueden llegar más en cualquier momento!
―Zarco intenta levantarme, pero lo empujo y sigo intentando contener la
hemorragia.
―¡Vete tú! No puedo dejarlo así.
―¡¿Qué dices?! ¡Es un cadáver, joder!
―¡No! ―grito, y clavo mi mirada en la suya―. Aún sigue vivo. A esto
me dedico. Salvo vidas. No puedo dejar a una persona morir y no hacer
nada.
Regreso la atención al hombre que sigue sangrando a chorros. Es poco
probable que consiga salvarlo, sin embargo, mi sentido del deber me obliga
al menos a intentarlo.
―Si no nos vamos ahora mismo, seremos nosotros los que estaremos en
su lugar.
―Ninguna vida vale más que otra ―murmuro para mí.
―Si ese es el problema… ―Antes de que pueda darle sentido a su
comentario, escucho la detonación y la sangre me salpica la cara. El hijo de
puta acaba de dispararle en la cabeza―. Ya está muerto. ¿Ahora podemos
irnos de una vez?
Me pongo en pie y la mirada que le lanzo es de auténtica furia.
―Eres un maldito…
―Sí, lo que tú digas. ―Chasquea la lengua, me sujeta del brazo y tira de
mí hacia el exterior.
Al llegar junto al coche, vemos a Gambo al lado del todoterreno.
―Zarco, ¿estás bien? ―pregunta, llegando a nuestro lado casi sin
aliento.
Recibo un empujón y Zarco abre la puerta del acompañante de un tirón.
―¡¿Dónde demonios estabas?! ―brama.
―Nos sacaron de la carretera. Creí que no lo contaba. Los demás han
muerto. ―Me mira a mí y después a él, frunciendo el ceño―. ¿Qué ha
pasado con vuestra ropa?
―Una larga historia. Nos vemos en casa. Avisa para que vengan a
limpiar este desastre. Coge a uno que aún respire y acaba con los demás.
Capítulo 11
Zarco
Bailey
Tras terminar mi desayuno, me levanto y regreso a mi dormitorio. Me
contengo para no azotar la puerta con todas mis fuerzas. ¡Ese hijo de
perra…! ¿De verdad se tiró a la muñeca de plástico después de lo que pasó
anoche entre nosotros? ¡¿Qué clase de persona hace algo así?! «Un criminal
sin moral ni valores», resuena en mi mente.
Me siento en el borde de la cama y bufo. Estoy cabreada. Supongo que
eso es algo bueno. Buscaba emociones y las estoy sintiendo, o al menos eso
creo. Además, yo lo rechacé, ¿no? Él solo fue a buscar en otra lo que yo no
quise darle. Aunque no detuve sus avances en ningún momento. Dejé que
me besara, que me manoseara y disfruté del maravilloso orgasmo que me
proporcionó. Lo que no hice fue suplicar. Antepuse mi orgullo a la
excitación y la necesidad, y no me arrepiento de ello. Si hay algo que aún
conservo de la mujer que fui, es mi amor propio.
La puerta de mi habitación se abre sin previo aviso y Zarco pasa al
interior con las manos en los bolsillos y esbozando media sonrisa. Se
detiene junto a la cómoda y ladea la cabeza como si estuviese intentando
descifrar mis pensamientos. Nos miramos con intensidad, como un jodido
duelo a muerte en el que estoy decidida a salir vencedora. Pasan varios
segundos, y entonces él suspira y aparta la mirada. Sonrío por dentro.
«Chúpate esa, Zarco».
―Tengo que hacerte una propuesta ―dice, y da un par de pasos en mi
dirección antes de detenerse y cruzar los brazos sobre su pecho. No digo
nada. Solo arqueo una ceja de manera interrogante―. Admito que tu
habilidad con las armas y en la lucha cuerpo a cuerpo es impresionante. Por
eso quiero que entrenes a mis hombres.
Tardo unos segundos en procesar lo que acaba de decir y mi ceja se eleva
aún más.
―¿Qué gano yo con eso? Creo que se te olvida que no estoy aquí de
vacaciones. Soy una jodida rehén, Zarco.
Vuelve a sonreír y se encoge de hombros.
―Ambos sabemos que, de haberlo querido, ya habrías escapado. Has
tenido la oportunidad de matarnos a todos.
―Yo ya no mato ―mascullo.
Lo veo cambiar el gesto. Frunce el ceño y sé que está deseando hacer
preguntas, pero tiene el detalle de dejarlo pasar. Suspira y acorta un nuevo
paso de la distancia que nos separa.
―Te ofrezco tu libertad a cambio de tus servicios.
Eso llama mi atención. Me pongo en pie y clavo mi mirada en la suya.
―Explícate ―pido.
―Es muy sencillo. Tú entrenas a mis hombres, ponle que durante unos
seis meses. Solo a mi círculo íntimo. Lagos, Oscar, Gambo, Beni y Luna.
Les enseñas a disparar como tú lo haces y eres libre para marcharte, si eso
es lo que deseas, claro.
Esta vez soy yo la que decide ignorar su último comentario. ¿Por qué
querría quedarme aquí? No tiene ningún sentido.
―¿Cómo sé que me dejarás irme sin más cuando acabe?
―Porque te doy mi palabra de que así será.
«Y él siempre cumple su palabra», me recuerdo a mí misma.
―¿Y si digo que no?
Un paso más y esa sonrisa torcida se convierte en una provocativa y
arrogante.
―Entonces estarás demostrando que no deseas abandonar esta casa. Lo
entiendo, estás bastante cómoda, ¿verdad?
―Lo que yo hago es el fruto de mucho entrenamiento y disciplina de
combate. Eres un iluso si crees que tus hombres pueden aprender en seis
meses lo que a mí me ha llevado años perfeccionar.
―Supongo que tendrán que aplicarse al máximo. Cuento con que
aprovechen bien el tiempo y tú sepas entrenarlos para que mejoren sus
habilidades de forma notable. No espero tener máquinas de matar, solo que
estén mejor preparados.
―Quieres que yo enseñe formas de matar a criminales despiadados. No
creo que sea buena idea. ―Chasqueo la lengua y soy incapaz de
contenerme―. ¿Por qué no se lo pides a tu amiga Luna? Has demostrado
que puede ser una segunda opción para otros asuntos. Tal vez dé la talla, o
puede que no.
Me arrepiento de mis palabras en el mismo instante en que noto como su
gesto cambia a uno engreído y fanfarrón. Acabo de darle munición, y sé que
va a usarla contra mí.
―¿Celosa, Mía? ―inquiere en un tono dulce y suave que contrasta con
su voz rasgada y profunda.
Inspiro hondo y consigo recomponerme. No voy a dejar que piense que
me importa lo que hace con esa idiota.
―¿De ti? ―Suelto una pequeña risa y niego con la cabeza―. No seas
patético.
Su expresión cambia de inmediato a una mucho más seria y termina de
acortar la distancia. Su rostro se acerca al mío, y aunque mi instinto me dice
que retroceda, no lo hago. Solo miro sus ojos oscuros con la mandíbula
tensa y los puños apretados a cada lado de mi cuerpo.
―Ten cuidado, Mía. Como ya te he dicho, tiendo a perder los papeles
con facilidad, y no creo que quieras ver la persona en la que me convierto
cuando eso ocurre. Mantén tus insultos y ofensas dentro de tu linda cabecita
―susurra contra mi boca. Se acerca más, sus labios están a punto de tocar
los míos, y entonces me echo hacia atrás y estiro los brazos para apartarlo.
Zarco me mira con sorpresa. Toma aire por la nariz y asiente―. Piénsalo
mientras estoy fuera. Hablaremos de ello cuando regrese.
Da media vuelta y está punto de salir de la habitación mientras yo me
planteo qué es lo que debo hacer. No pierdo nada con probar. Si acepto,
existirá la posibilidad de salir de aquí. Eso es más de lo que tengo ahora.
―Tres meses ―digo antes de que pueda irse.
Se gira despacio y la mirada que me lanza me hace darme cuenta de lo
listo que es este maldito cabronazo. Su intención desde el principio era esta.
He caído en su juego como una imbécil.
―Perfecto. Tenemos un trato. ―Sonríe de nuevo sin apartar su mirada
de la mía―. Nos vemos en unos días, Bailey. Pórtate bien en mi ausencia,
¿quieres?
Antes de que pueda mandarlo a la mierda, ya se ha ido y yo me quedo
con la sensación de haber hecho un trato con el mismísimo diablo. ¡¿Qué
demonios me pasa?! ¿Estoy perdiendo facultades?
Capítulo 14
Zarco
Bailey
Me siento agotada, aunque Lagos, Oscar, Gambo y Beni están mucho
peor. Llevamos solo cuatro días de entrenamiento en el gimnasio y creo que
empiezo a ver alguna mejoría en sus movimientos. Al menos Beni y Oscar
parecen entusiasmados. Lagos sigue diciendo que él no necesita tanto
adiestramiento, que su trabajo requiere más inteligencia que fuerza, aun así,
no se ha negado a hacer ninguno de los ejercicios que le he encomendado.
Gambo es algo más vago que el resto, pero también se esfuerza.
Después de ducharme y hacer algunos estiramientos para calentar mis
músculos doloridos, salgo de mi dormitorio y recorro toda el ala hasta que
doy con los demás en la sala de juegos. Me quedo observándolos desde la
puerta. Gambo y Oscar están jugando al billar entre risas y bromas, la
misma mesa en la que atendí a Beni el día que me trajeron a esta casa.
Desde entonces no había vuelto a esta estancia. Beni está conectado a la
videoconsola y Lagos parece estar muy concentrado mientras habla por
teléfono. De pronto parece darse cuenta de mi presencia. Sonríe un poco y
empieza a acercarse.
―Sí, te la paso ―dice, y me tiende el teléfono.
Lo cojo extrañada y me lo llevo a la oreja.
―¿Mía? ―escucharlo pronunciar mi nombre con esa voz tan rasgada y
profunda provoca que un escalofrío recorra mi cuerpo de pies a cabeza. Me
sacudo para librarme de esa extraña sensación e inspiro hondo por la
nariz―. Mía, ¿me escuchas?
―Sí ―contesto cortante.
Lagos me empuja despacio hacia fuera y entorna la puerta, como si
intentara darme algo de intimidad. Me giro y camino hasta la sala de estar.
―¿Cómo estás? ―Frunzo el ceño. No entiendo su pregunta. ¿Cómo voy
a estar? Secuestrada, igual que cuando se marchó.
―Bien. Cansada, supongo ―respondo confusa.
―¿Has empezado con el entrenamiento?
Exhalo con fuerza. Entonces era eso. Solo quiere saber si estoy
cumpliendo mi parte del trato. Vale, eso tiene sentido.
―Sí, tal como dije que haría.
―Hablamos de tres meses, pero no era necesario que empezaras ya
mismo.
―Cuanto antes empiece, antes acabaré y podré volver a mi vida
―replico.
Lo escucho suspirar y después el sonido de una puerta cerrándose.
―Bueno, aquí ya casi hemos terminado. No tardaremos en regresar a
casa ―su voz suena distinta, con eco, como si estuviese encerrado en un
lugar pequeño. ¿Un baño tal vez? Otro suspiro y después un silencio―. He
estado pensando en ti. ―Me quedo muy quieta, casi paralizada, e incluso
contengo el aliento. No entiendo a qué viene todo esto. ¿Intenta jugar con
mi mente de nuevo?―. No puedo sacarme de la cabeza la forma en la que
gemiste en mi boca cuando tenía mis dedos en tu interior. ―Suelto una gran
bocanada y me muerdo el labio inferior al recordar ese momento. El calor
sube por mi cuello hasta mis mejillas y siento un cosquilleo en mi bajo
vientre―. Jamás he deseado algo tanto como en ese instante, Mía. Quise
follarte como un jodido animal.
―Podrías haberlo hecho si no fueses tan egocéntrico y prepotente. ―Las
palabras salen de mi boca sin que pueda hacer nada para evitarlo. Me
arrepiento al instante, sin embargo, ya no puedo echarme atrás.
Escucho su risa, ronca y profunda, y juro que siento como si traspasara
mi piel y se incrustara en los huesos.
―Supongo que debo darte la razón ―dice sorprendiéndome―. No
dejaré que vuelva a ocurrir.
Nos quedamos en silencio unos segundos, y entonces escucho el sonido
de alguien golpeando una puerta seguido de una voz.
―¿Zarco? ―Es Luna.
Sacudo la cabeza de un lado a otro y caigo en que es posible que estos
días de viaje con ella… ¡Mierda! ¿Qué demonios estoy haciendo? Dejo que
ese cabronazo me endulce los oídos mientras se folla a otra, y lo peor de
todo es… ¡Maldita sea, es un criminal que me mantiene aquí en contra de
mi voluntad! ¡¿Me he vuelto loca del todo?!
―Tengo que colgar. Nos vemos pronto.
Inspiro hondo y aprieto la mandíbula con fuerza.
―Por mí como si no lo haces. Adiós. ―Cuelgo la llamada y me llevo las
manos a la cabeza en un gesto de pura frustración.
¿Qué me está pasando? ¿Será el síndrome de Estocolmo? He escuchado
hablar de ello. Personas que llegan a coger cariño o aprecio por sus
secuestradores, algunas mujeres incluso juran estar enamoradas de los que
las encierran y amenazan. No, es imposible que eso pueda ocurrirme a mí.
«No hay nada».
Decido sacar de mi cabeza todas esas estupideces y regreso a la sala de
juegos. Esta vez paso al interior y me acerco al sofá donde Lagos se ha
sentado a jugar con Beni. Le tiendo el teléfono y espero a que él ponga la
partida en pausa para cogerlo.
―¿Todo bien? ―inquiere.
Asiento y me encojo de hombros.
―¿Quieres jugar, Bailey? ―me pregunta Beni.
Su sonrisa aniñada tira de la mía. A pesar de que se esfuerza en aparentar
ser un tipo duro, no deja de ser un crío.
―¿A qué jugáis? ―Miro la pantalla, parece ser un juego de guerra o
algo así. Nunca me han interesado demasiado las videoconsolas.
―Call of Duty ―responde Lagos. Me sonríe y estira el mando en mi
dirección―. ¿Quieres probar? Seguro que se te da bien.
Me planteo decir que no y regresar a mi habitación. Tengo un libro a
medio leer. Sin embargo, sé que, si lo hago, no podré concentrarme en la
lectura. No, mi mente perturbada va a pasar horas repasando la extraña
conversación que acabo de tener con Zarco, y eso no es algo que me
apetezca hacer. Cojo el mando y le hago un gesto con la mano para que me
deje un hueco en el sofá. Lagos se hace a un lado y me siento.
―Explicadme cómo va esto.
―Oh, pobre de ti ―se burla Beni.
Lo señalo con el dedo índice, sonriendo.
―Estás muerto, chico, solo que aún no lo sabes.
Capítulo 15
Bailey
Por tercera noche consecutiva, paso el rato con los chicos en la sala de
juegos. Todos están haciendo turnos para intentar vencerme, pero no lo
consiguen. El juego es sencillo. Apuntar, disparar y abatir enemigos. Algo
para lo que me he entrenado toda la vida. A diferencia de las últimas dos
noches, hoy Gambo ha decidido abrir una botella de tequila, y aunque al
principio era reacia a beber, después de mi quinta victoria accedí a tomarme
un par de tragos, y después otro más. Jugar y beber, así han transcurrido las
últimas horas. Empiezo a notar que me mareo un poco y la lengua se me
traba al hablar, sin embargo, me lo estoy pasando genial.
Cerca de las cuatro de la madrugada, Oscar lleva a Gambo a su
dormitorio ya que apenas puede mantenerse en pie. Beni también se retira,
y Lagos y yo acordamos jugar una última partida antes de irnos a dormir.
―¡Oh, vamos! ¡Casi lo tenía! ―exclama, y yo lanzo las manos al aire
para celebrar mi victoria. Admito que, con mis reflejos mermados por el
alcohol, me ha costado más de lo normal ganar―. Exijo mi revancha, pero
mañana, hoy no creo que pueda seguir mirando la pantalla sin vomitar.
Río y, tras dejar el mando sobre la mesa auxiliar, me recuesto en el sofá
echando la cabeza hacia atrás.
―No tienes nada que hacer. Son demasiados años de entrenamiento.
―Escuchamos un golpe y ambos giramos la cabeza hacia la entrada de la
habitación, pero no hay nadie. La puerta sigue abierta―. ¿Crees que
Gambo se habrá caído de la cama? ―pregunto, conteniendo la risa.
―Es posible. Menuda borrachera. ―Ambos reímos de nuevo y
suspiro―. ¿Dónde aprendiste a disparar así? Ya sé que estuviste en el
Ejército, pero dudo que todos los soldados sean tan buenos.
―Yo nunca fui una soldado más. ―Inspiro hondo por la nariz y lo miro a
los ojos. Tengo que admitir que me cae bien Lagos. También Beni, Oscar y
Gambo. A veces olvido quiénes son y a lo que se dedican. En momentos
como estos, solo parecen un grupo de amigos que disfruta pasando el rato
juntos y, de alguna manera, han decidido que yo soy uno de ellos―. Se
supone que no debería haber nacido ―confieso. Tal vez sea fruto del
alcohol o del cansancio, pero me siento cómoda hablando con Lagos.
―¿A qué te refieres?
―Mi padre deseaba tener un hijo varón. Por eso, cuando supo que iba a
tener una niña, le pidió a mi madre que abortara. ―Lagos hace una mueca
de disgusto y me encojo de hombros―. El general Bailey no está
acostumbrado a que alguien le lleve la contraria, y cuando mi madre murió
al darme a luz, se dio cuenta de que iba a tener que hacerse cargo de la hija
que él no quería tener.
―Suena a que es un grandísimo hijo de puta ―sisea entre dientes.
Vuelvo a reír y asiento.
―Oh, lo es, pero en el fondo creo que lo hizo lo mejor que supo. Me
inculcó los valores en los que él cree. Por suerte, no pasaba demasiado
tiempo en casa. Siempre tenía alguna misión a la que acudir y me dejaba al
cargo de las niñeras, eso sí, siempre siguiendo un régimen militar estricto.
Levantarme antes del amanecer, ejercicio, desayuno y después
entrenamiento. Antes de cumplir los seis años ya sabía manejar cualquier
arma y era capaz de recorrer el circuito de obstáculos de nuestro campo de
entrenamiento en tiempo récord. ―Me sirvo un chupito de tequila y me lo
bebo de un trago antes de continuar―. No escogí ser militar. Era lo que se
esperaba de mí, así que después de la escuela, militar, por supuesto, entré en
la academia y terminé sirviendo en Afganistán. La única vez que me rebelé
fue al decidir que quería ser médico de combate en vez de un soldado más.
Aunque tampoco le molestó demasiado, ya que los médicos son bastante
apreciados y respetados en ese ámbito. Salvar las vidas de tus compañeros
caídos es un acto honorable, y para mi padre el honor lo es todo.
―¿Por eso lo dejaste? ―inquiere, estrechando su mirada sobre mí.
Cierro los ojos y estoy a punto de contestar cuando escucho un carraspeo
a mi espalda. Me giro y compruebo que Zarco nos está mirando desde la
puerta.
―¿Interrumpo? ―pregunta con el ceño fruncido y la mandíbula
apretada.
Zarco
Siento como la rabia me corre por las venas. No sé qué me molesta más,
si haber pillado a Lagos y a Bailey en la sala de juegos, solos, en un
ambiente íntimo y hasta bebiendo tequila como los mejores amigos del
mundo o que ella le esté confesando cosas sobre su infancia, algo que dudo
que hiciese conmigo. ¿Qué ha pasado entre ellos mientras he estado fuera?
¿Por qué parecen estar tan cómodos el uno con el otro?
Tras mi pregunta, Lagos se pone en pie y viene hacia mí sonriendo.
―No sabía que llegabas hoy, hermano ―dice, y me da un leve apretón
en el hombro.
Puedo notar el olor a alcohol en su aliento y le brillan los ojos de una
manera poco usual.
―Estás borracho. Vete a dormir ―ordeno.
―¿Quieres un trago? Gambo ha…
―Ahora ―siseo entre dientes.
Lagos se echa hacia atrás y un gesto de confusión cruza su rostro antes de
asentir y abandonar la estancia a trompicones. En cuanto nos quedamos
solos, me dirijo a Bailey, que sigue sentada en el sofá como si nada.
―Hola a ti también ―canturrea, y se sirve un chupito de tequila. Se lo
toma de golpe y vuelve a mirarme―. ¿Puedo ayudarte en algo?
―Sí, ¿puedes decirme qué mierda estás haciendo aquí a solas con
Lagos?
Arquea una ceja y se pone en pie. Se tambalea y estoy a punto de
sujetarla, pero consigue mantener la verticalidad y esboza la típica sonrisa
de borracho.
―Madre mía, ese tequila es fuerte ―farfulla. Resopla y se peina el
cabello castaño con los dedos―. Creo que me voy a dormir. Te dejo aquí
con tu cabreo y todo eso.
Está a punto de pasar a mi lado cuando vuelve a tropezar. Esta vez la
agarro por el brazo antes de que caiga hacia delante y la enderezo.
―No me has contestado ―siseo, pegando mi rostro al suyo. Busco su
mirada―. ¿Ha pasado algo con Lagos mientras yo no estaba?
―¿Algo como qué? ―inquiere, frunciendo el ceño―. Hemos entrenado
y jugado a la videoconsola.
―¿Solo eso? ―Sé que estoy dejando que la desesperación que siento se
note en mi voz, sin embargo, no es algo que me preocupe. Ahora mismo lo
único que quiero y necesito es que Bailey me confirme que no se ha tirado a
mi mejor amigo. Mierda, no puedo ni imaginarlo sin tener ganas de
asesinarlos a ambos―. Contesta, Mía ―pido.
Parece entender lo que estoy preguntando porque sonríe de nuevo y alza
la barbilla de manera desafiante y provocativa. «Maldita sea, echaba de
menos ese gesto».
―¿Crees que me he follado a Lagos? ―Escucharla decirlo me provoca
una especie de sensación de ahogo.
―¿Lo has hecho?
Trago con fuerza el nudo de angustia que se ha instalado en mi garganta
y contengo la respiración durante los segundos que tarda en responder.
―No.
Exhalo y la sujeto por la cintura, tiro de ella hacia mí y hundo mi nariz en
el hueco de su cuello. Respiro hondo y dejo que su olor entre en mis
pulmones. ¡Dios santo, estoy tan jodido…! Se supone que esto no debía
pasar. Solo era un capricho. Tenía que follarla y pasar a otra cosa, pero
ahora… Me aparto un poco para mirarla a los ojos y acaricio su mejilla con
suavidad.
―No voy a dejar que ningún hombre vuelva a poner sus manos sobre ti.
Otra vez ese gesto con la barbilla que tan cachondo me pone.
―No creo que eso sea asunto tuyo. Yo decido con quién quiero follar.
Mi polla se tensa de inmediato al escucharla. No desaprovecharé otra
oportunidad.
―Di la palabra y en menos de cinco segundos estaré enterrado en ti
―susurro, y me acerco para morder su labio inferior. No obstante, antes de
que pueda alcanzarlo, Bailey se aparta y me mira con una sonrisa burlona.
―¿Quién está suplicando ahora, Zarco? ―Tardo un par de segundos en
procesar su pregunta, y ella lo aprovecha para retroceder. Niega con la
cabeza sin perder la sonrisa―. Un poco patético lo tuyo, ¿no crees?
Deberías tener más amor propio y no estar arrastrándote por un puto polvo.
¡Hija de puta! La miro con furia y bufo.
―Cuidado con tus palabras ―siseo con los dientes apretados.
―Ya, lo que tú digas. ―Hace un gesto de desdén con la mano y se
gira―. Buenas noches, Zarco.
La veo caminar hasta la salida y dejo que se marche antes de soltar una
recua de maldiciones. Está acabando con la poca cordura que me quedaba,
y lo peor de todo es que tiene razón. Le estoy suplicando, y eso es algo que
nunca antes había hecho para tener a una mujer. Tengo a Luna
esperándome, ella puede calentar mi cama. Durante los días que hemos
estado en México no he dejado de rechazarla. ¿Por qué? «Ya sabes por
qué», resuena en mi mente, y cierro los ojos con fuerza. Sí, claro que lo sé,
pero eso no significa que me guste.
Capítulo 16
Zarco
Bailey
Bloqueo un golpe de Gambo que va directo a mi cara y contraataco con
un rodillazo en sus costillas. Escucho como el aire abandona sus pulmones
y cae al suelo con un gemido.
―Mierda ―susurro. Me agacho a su lado―. ¿Estás bien?
Beni y Oscar comienzan a reírse desde el lado opuesto del gimnasio.
Oscar está levantando pesas y Beni, como no aún no puede hacer esfuerzos
físicos, solo le hace compañía y aprende la teoría. Les lanzo una mirada de
advertencia y ambos siguen a lo suyo. He aprendido a lidiar con ellos
durante nuestras sesiones de entrenamiento. Con el hermano pequeño de
Zarco es sencillo, aparenta dureza, pero no puede ser más tierno. Oscar…
Bueno, a él no termino de entenderlo. Es obediente, se esfuerza y siempre
está dispuesto a trabajar, no obstante, hay algo en él que no termina de
convencerme. En algunos momentos, su forma de mirarme es espeluznante,
como si estuviese intentando descubrir la forma de diseccionar cada parte
de mí para su propio disfrute. Resulta inquietante.
Le doy la mano a Gambo y le ayudo a ponerse en pie. Lo hace con
dificultad y tocándose el costado.
―Estoy bien ―gime, haciendo una mueca de dolor.
Tiro del borde de su camiseta hacia arriba para inspeccionar la zona.
Puedo ver la piel enrojecida a pesar de los dibujos en tinta negra que cubren
todo su torso. Es algo normal después del golpe que acabo de darle. Palpo
sus costillas una a una.
―No tienes nada roto. Estarás algo dolorido y puede que te salga un
hematoma.
―¿Eso hará que me libre de los entrenamientos? ―pregunta sonriendo.
―Solo un par de días ―respondo, apartando mis manos de su costado.
―¡Bien! ―Alza el puño en señal de victoria y vuelve a quejarse por el
dolor―. ¡¿Habéis escuchado, hijos de puta?! Nada de entrenamiento para
mí durante una semana.
―Dos días ―lo corrijo.
Gambo me guiña un ojo.
―Ya lo sé. Solo quiero que me tengan envidia ―susurra.
Sacudo la cabeza sonriendo y me alejo para coger una botella de agua
que no tardo en vaciar. La verdad es que echaba de menos hacer ejercicio a
diario. Antes de que me secuestraran, cuando aún tenía una vida propia,
solía salir a correr todas las mañanas, y después de mi jornada laboral
acudía a un pequeño gimnasio que hay cerca de mi apartamento. El
desgaste de energía me ayuda a dormir mejor.
Oscar y Beni se acercan a Gambo y los tres empiezan a vacilarse y reír a
carcajadas. Sonrío. Supongo que podría ser peor. Cuando acepté el trato me
esperaba algo muy distinto. Tal vez malas caras e incluso alguna amenaza,
pero es todo lo contrario. Todos me tratan con respeto y amabilidad, como
si de verdad me consideraran una más de su familia. No sé si es correcto
llamarlo así, ya que yo nunca he tenido una, pero supongo que esto es lo
más parecido que he visto con mis propios ojos. Bueno, también hay alguna
excepción, como Luna. Sigo pensando que es una zorra caprichosa y
consentida. Hace un par de días le sugerí de buenas que se pasara por el
gimnasio para empezar con sus clases y se negó. Según ella, ya hace
bastante ejercicio por las noches con Zarco. En fin… Él tampoco es que
esté demasiado comunicativo desde que regresó de su viaje. Apenas me
habla, y creo que la forma en la que corté de raíz sus intenciones en la sala
de juegos la noche que volvió es la causa de su actitud tan tirante y
desagradable. Puede que haya captado mi mensaje. No soy su juguete. «Te
deseo, pero debes humillarte ante mí. Me acuesto con la zorra. Ahora me
voy y te digo por teléfono que te extraño. Regreso y vuelvo a ordenarte que
supliques». Si de verdad cree que puede conmigo es que aún no me conoce.
―Bailey. ―Giro la cabeza hacia el origen de su voz y lo encuentro junto
a la puerta, observándome con las manos en los bolsillos.
Lleva puesto un pantalón vaquero oscuro y una camiseta blanca que se
ajusta a la perfección a su torso musculado. Lo admito, el cabronazo es
guapo como el demonio, y puede que su sola presencia haga verdaderos
estragos en mi libido, no obstante, hace falta mucho más que un cuerpo
bonito y una mirada intensa para doblegarme.
Dejo la botella vacía junto a la toalla que he usado para secarme el sudor
de la frente y los brazos y camino hacia él. Su mirada no abandona la mía
en ningún momento. Me detengo a una distancia considerable y es él quien
se mueve para quedar frente a mí.
―¿Qué puedo hacer por ti? Si vienes al entrenamiento, vas a tener que
esperar a mañana. He tenido bastante por un día.
―No es eso ―dice cortante. Una vez más puedo notar la tirantez y el
desprecio en su tono―. Acabo de dejar un vestido en tu dormitorio.
Después de cenar, quiero que te lo pongas y te arregles para salir.
Arqueo una ceja con diversión.
―¿Otra cita?
―No lo es ―aclara, y aparta la mirada antes de adoptar una postura recta
e impersonal. Me está mostrando quién manda. Podría hacer algún
comentario jocoso al respecto, sin embargo, prefiero guardármelo y ver a
dónde quiere llegar con todo esto―. Tengo que acudir a una reunión de
negocios y quiero que me acompañes.
¿Negocios? ¡¿Qué mierda tengo que ver yo con sus negocios?! Ni
siquiera me planteo que pueda ser algo legal. ¿O sí? Los mafiosos suelen
tener empresas a modo de tapadera. Es una forma de lavar dinero. No lo sé.
Tampoco es que esté muy al tanto en estos temas.
―Eso no entraba en el acuerdo ―digo, y me encojo de hombros.
Su mirada regresa a mi rostro y frunce el ceño.
―Yo decido lo que entra o no en ese acuerdo. ―Da un paso hacia mí y
esboza una sonrisa arrogante y engreída―. Durante los próximos tres meses
eres mía. Es mejor que te vayas haciendo a la idea.
Antes de que pueda replicar, da media vuelta y abandona el gimnasio con
zancadas largas y contundentes. Inspiro hondo y sacudo la cabeza de un
lado a otro. No sé qué demonios quiere este hombre de mí. Supongo que
solo hay una manera de averiguarlo. Veamos qué nos depara la noche.
Capítulo 17
Bailey
Bailey
Nada más meternos en el coche, Zarco se gira en el asiento y me mira
con una ceja arqueada.
―¿Qué te han dicho? ―pregunta.
Me encojo de hombros y termino de ajustarme el cinturón de seguridad
antes de contestar.
―Solo estaban siendo amables.
―Ya, pero ¿qué fue exactamente lo que te dijeron? La mujer de Mijaíl no
dejaba de susurrarle todo el tiempo. Me estaba poniendo de los nervios.
Esbozo media sonrisa y sacudo la cabeza de un lado a otro.
―Esa era su intención. Ella fue la que llevó la negociación desde el
principio, Zarco. El ruso…
―Mijaíl ―la corrijo.
―Lo que sea. Él solo te transmitía lo que ella le decía. Cedió a tu última
oferta porque su mujer estuvo de acuerdo.
―Al final vas a ser más útil de lo que esperaba. Tendré que empezar a
traerte a estas reuniones ―murmura, y no estoy del todo segura de si lo dice
en serio o está bromeando.
Decido no preguntar y me acomodo en el asiento, echando la cabeza
hacia atrás, mientras Zarco enciende el motor y se incorpora a la carretera.
Estoy agotada. Ya son casi las tres de la madrugada y, después del
entrenamiento de esta tarde y tener que estar subida a esta mierda de
tacones, solo me apetece meterme en la cama y dormir hasta la hora del
desayuno.
Durante el trayecto de vuelta estoy a punto de quedarme dormida cuando
Zarco clava el freno y me veo obligada a sujetarme con fuerza para no salir
disparada a pesar de llevar puesto el cinturón de seguridad. Voy a
preguntarle qué es lo que ocurre cuando las luces de unos faros me ciegan.
Zarco maldice en voz alta y estira la mano para coger la pistola y el cuchillo
de la guantera.
―A ver si lo adivino… ¿Hombres de Urriaga? ―pregunto, lanzándole
una mirada poco amistosa.
Gruñe. En serio, literalmente gruñe como un perro rabioso y sus dientes
rechinan por la fuerza con la que los está apretando.
―Quédate aquí ―masculla, y veo como otros dos pares de faros se
detienen frente a nosotros―. Acabaré pronto. Ya me están tocando las
pelotas.
Antes de que pueda impedírselo, sale del coche y yo pongo los ojos en
blanco. ¿De verdad va a salir ahí solo y enfrentarse a Dios sabrá cuántos
hombres armados? Idiota. Lo único que va a lograr es que lo maten.
Capítulo 19
Bailey
Zarco
Busco a tientas en el colchón, pero el lugar que debería estar siendo
ocupado por Bailey se encuentra vacío y las sábanas frías. Alzo la cabeza y
agudizo el oído por si la escucho en el baño. Nada. Se ha ido. Resoplo y me
incorporo. Apoyo la espalda contra el cabecero y no puedo evitar esbozar
una sonrisa engreída. He pasado una de las mejores noches de mi vida, y
eso que no comenzó demasiado bien. Los hombres de Urriaga me pillaron
por sorpresa. No sé cómo demonios me localizaron, no obstante, eso es algo
que pienso averiguar. Al menos pude desahogar mi frustración de los
últimos días con ellos. Los maté a todos. Si no hubiese sido tan impulsivo,
tal vez uno podría haberme dado algunas respuestas. En fin… Ahora ya no
hay nada que pueda hacer para cambiarlo.
Recuerdo la cara de Bailey cuando regresé al coche. Le dije que no
saliera y, como siempre, decidió hacer caso omiso a mi orden. Aunque lo
que más me impresionó fue su expresión. No dijo nada, pero se la veía
horrorizada por lo que acababa de presenciar. Ni siquiera pude dirigirle la
palabra durante el resto del trayecto de vuelta a casa. Por primera vez en mi
vida me sentí avergonzado por ser quien soy, y eso es algo que aún ahora no
logro comprender. No busco comprensión ni que nadie se compadezca de
mí, jamás lo he hecho. Sin embargo, anoche sentí la imperiosa necesidad de
disculparme con ella por haber matado a esos hombres. Tras ducharme, fui
a mi despacho para reunir el valor suficiente para enfrentarme a ella;
entonces la vi a través de la cámara de seguridad que hay en su dormitorio.
Al darme cuenta de que estaba herida, volví a actuar por puro impulso.
Cuando entré en su dormitorio no esperaba marearme al ver la sangre en su
brazo. Me tomó por sorpresa, y no fue la única de la noche.
Bailey me miro a los ojos y me pidió que la besara. Eso era lo que había
estado esperando, una señal de consentimiento. ¿Cómo iba a desaprovechar
la oportunidad? Y vaya si no lo hice… La follé de todas las formas que se
me ocurrió. Estuve horas enterrándome en su interior una y otra vez. No era
capaz de saciarme de ella, siempre quería más.
Suspiro y echo la cabeza hacia atrás, recordando como ella gemía mi
nombre, como su cuerpo se retorcía de placer debajo del mío… ¡Santo
Cristo! No sé si podré dejarla marchar. «Quiero volver a sentir lo que sentí
anoche cuando la estaba tomando… Siempre». La profundidad de ese
pensamiento me golpea como un jodido puñetazo en el estómago. ¿Qué voy
a hacer si no acepta quedarse conmigo? No, tengo que convencerla como
sea.
Capítulo 21
Zarco
Tras ducharme y vestirme con ropa cómoda, salgo del dormitorio y voy en
busca de algo que desayunar. Después hablaré con Lagos sobre lo que pasó
anoche. Estoy seguro de que los hombres que nos emboscaron pertenecían
al cártel de Sonora. No tengo ni idea de cómo me encontraron. Estaban muy
cerca de la casa, demasiado, y eso me preocupa, parece como si alguien les
hubiese informado de nuestra posición.
Nada más cerrar la puerta de la habitación de Bailey, me encuentro de
frente con Luna. Frunce el ceño, echa un vistazo al lugar del que acabo de
salir y después a mí de nuevo.
―¡¿En serio te la has follado?! ―sisea con rabia.
Inspiro hondo por la nariz y me froto la mandíbula para armarme de
paciencia. Espero que Luna no se convierta en un problema. La conozco
desde que éramos unos críos y es demasiado buena en su trabajo como para
tener que prescindir de ella.
―No te debo explicaciones ―comento, pasando a su lado.
Como ya esperaba, me sigue hasta la cocina. No dice nada, pero noto que
me observa mientras me sirvo un café. Al mirarla de nuevo, soy consciente
de que su expresión de cabreo ha aumentado.
―No puedes ir en serio con ella, Zarco. ¡Vas a conseguir que nos maten
a todos! ―No contesto, solo sigo dando pequeños sorbos de mi café―. ¡No
es una de los nuestros!
Dejo la taza sobre la encimera con más fuerza de la que pretendía y le
lanzo una mirada de advertencia. Me estoy cansando de sus berrinches. Sé
que tiene problemas, pero esta situación ya está llegando demasiado lejos.
―Soy yo quien decide eso, Luna.
―Claro, porque tú siempre tienes la razón, ¿verdad? Ahora mismo
tenemos a todos los jodidos hombres de Urriaga buscándonos gracias a tu
última gran decisión. Si no hubieses robado su mercancía…
―¡Si tanto dudas de mi criterio, no sé qué demonios sigues haciendo en
mi casa! ―vocifero, perdiendo los nervios.
―¡Estoy aquí porque somos familia! ―replica. Me contengo para no
seguir gritando. Luna está sobrepasando los límites, pero en el fondo sé que
es culpa mía. Jamás debí acostarme con ella―. ¿Recuerdas eso, Zarco?
Todos estábamos unidos hasta que esa mujer llegó a nuestras vidas. Mírate,
estás dejando que se meta en tu cabeza. ¿Qué será lo siguiente? ¿Vas a
seguir descuidándote para pasearla de un lado a otro? ¡La llevaste contigo a
ver a los rusos! ¡Maldita sea, estás pensando con la polla!
―¿Cómo sabes eso? ―inquiero, frunciendo el ceño.
Luna recula un par de pasos y agacha la mirada.
―Escuché a Gambo y Oscar hablar esta mañana ―responde.
―¿Ahora espías detrás de las puertas?
―Fue sin querer. Además, no creí que fuese un secreto, ya que nunca
antes los has tenido con nosotros.
Exhalo con fuerza y la señalo con el dedo índice.
―Luna, no voy a seguir discutiendo contigo las decisiones que tomo
respecto a mi organización. Si ya no confías en mí, puedes irte cuando
quieras.
Se queda callada unos segundos y niega con la cabeza.
―¿La estás poniendo a ella por delante de mí? ―inquiere con los ojos
muy abiertos.
Estiro mi camiseta y me encojo de hombros.
―Si es así como quieres verlo…
―Zarco, escúchame…
―No, presta tú mucha atención. Valoro tu amistad, y también el trabajo
que haces, pero no voy a admitir que intentes manipularme.
―¿No te estás dando cuenta de que es esa zorra la que te manipula?
Me acerco a ella y estiro mi mano, sin embargo, antes de llegar a su
cuello la bajo y hago un enorme ejercicio de contención para no cometer
una locura.
―¡Fuera de mi vista! ―siseo furioso.
―Lo que tú digas, jefe ―replica antes de marcharse con un visible
cabreo.
Resoplo y decido dejar la charla con Lagos para más tarde. No tengo
ganas de escuchar también sus quejas. Sé que me arriesgué demasiado al
llevar a Bailey a la reunión con Zakharov. Soy muy consciente de que, si
ella decide hablar con la Policía, me habré buscado un conflicto con la
Bratva, y eso podría significar el final para todos nosotros. No obstante, la
necesidad de incluirla en mi mundo me nubló el juicio. Puede que Luna
tenga razón y esté pensando con la entrepierna, pero ¿qué más puedo hacer?
No me veo capaz de renunciar a ella, y la única manera que tengo para
retenerla es ganarme su confianza.
Salgo de mi ala privada y, mientras me dirijo a la planta baja, me cruzo
con varios de mis hombres. Todos me saludan de manera educada y
respetuosa. Ellos dependen de mí, sus familias viven del dinero que se
ganan trabajando para mí y yo lo estoy arriesgando todo por una mujer.
Salgo de la casa por la puerta trasera y me encamino hacia el lugar de
donde provienen las detonaciones. A esta hora de la mañana, lo más
probable es que Bailey esté dando su clase de tiro. Los chicos están
mejorando mucho, eso es algo que salta a simple vista. Además, se nota que
se sienten cómodos con ella, incluso Gambo la trata con respeto y cariño.
Encuentro a Lagos disparando y su lado está Oscar. Más alejados, Gambo
observa como Bailey le indica a mi hermano cómo sujetar bien el rifle. Me
acerco y me quedo en silencio viendo a mi hermano sonreír mientras ella se
coloca a su espalda.
―No gires los brazos. Desplaza la cadera.
―Eso hago.
Bailey pone los ojos en blanco y se me escapa una sonrisa. No le sobra
paciencia. En eso nos parecemos.
―Vale, prueba con la pistola. ―Le arrebata el rifle y le tiende una Glock
9 mm―. La mano derecha sostiene el arma y la izquierda la mueve. ―Beni
apunta a una diana y Bailey chasquea la lengua―. ¿Por qué cierras un ojo?
Ves mejor con los dos abiertos.
―No lo sé. Es por costumbre, supongo.
―Pues olvídala. ―Le tira hacia atrás de los hombros―. Endereza la
espalda. Te estás encorvando.
Beni resopla, pero no rechista, y eso es algo sorprendente. Mi hermano
pequeño no tiene por costumbre obedecer órdenes. Siempre se las arregla
para hacer lo que le da la gana. Sin embargo, con Bailey no parece tener
problema en mantener la boca cerrada y hacer todo lo que le dice. Dispara
varias veces y después ella sigue dándole consejos para corregir su postura
y afinar el tiro. Tras más de media hora, al fin se aparta y dan por concluido
el entrenamiento. Beni le pide seguir un rato más, solo que ella se niega
alegando que no debe esforzarse demasiado. Mi hermano y Oscar se van
hacia la casa y Gambo empieza a practicar también. Al ver a Bailey sola,
ordenando la munición, decido acercarme.
―Buenos días ―susurro a su espalda. No se sobresalta. Apuesto a que
ya me había visto antes, aunque no me ha mirado en ningún momento. Se
gira despacio y me saluda con un gesto de su cabeza antes de continuar con
su tarea. ¿De verdad eso es todo? No esperaba un abrazo ni un beso, pero al
menos podría decir «hola»―. Te levantaste pronto.
―Tenía cosas que hacer ―masculla.
―Podrías haberte tomado la mañana libre. ―Me acerco más y hundo mi
nariz en su pelo de manera disimulada. Me encanta ese aroma cítrico que
desprende―. Esperaba encontrarte en la cama al despertar.
Cuando estoy a punto de sujetarla por la cintura, se aparta hacia un lado,
se gira y me mira frunciendo el ceño.
―No hagas eso ―pide, aunque por su tono bien podría ser una
exigencia.
―¿El qué? ―Esbozo una sonrisa y ladeo la cabeza, observando su rostro
con atención.
―Lo que estás haciendo: ser atento y galante, como si… ―Suspira y
sacude la cabeza de un lado a otro―. Da igual. Solo déjalo, ¿vale?
―Entendido. ―Alzo ambas manos y amplío mi sonrisa. Gambo empieza
a disparar una escopeta semiautomática muy cerca de nosotros, y la primera
detonación me hace dar un brinco por el susto. Bailey ni siquiera se
inmuta―. ¿Cómo lo haces? ―inquiero.
―¿El qué? ―Coge una pistola y la desmonta por completo en solo unos
segundos. Se nota que lo ha hecho antes, muchas veces.
―No sobresaltarte. Se te ve tan cómoda en este ambiente…
―Lo estoy ―afirma, encogiéndose de hombros. Inspira hondo por la
nariz y esboza una pequeña sonrisa―. Las detonaciones, el olor a
pólvora… Crecí en este ambiente y pasé seis años en el frente. Este campo
de tiro es lo más parecido a un hogar en el que he estado los últimos dos
años.
―¿Por qué dejaste el Ejército si te gustaba tanto? ―inquiero.
Su expresión cambia. Se queda callada y creo que no va a contestar, pero
lo hace.
―En mi última misión en Afganistán toda mi unidad cayó en una
emboscada. Yo iba en la retaguardia, tratando a los heridos. O más bien
intentando reanimar a los que aún tenían pulso. Todos acabaron muriendo,
menos siete de ellos. Los insurgentes los apresaron en una especie de cueva
subterránea. Se parecía a una antigua mina, aunque no estoy muy segura de
que lo fuera. Creí que podría sacarlos de allí sin llamar la atención. Me
habían preparado para ello, y al menos tenía que intentarlo. Eran mis
compañeros. ―Hace una pausa y fija la mirada en una de las dianas―.
Entré en la cueva, y apenas había avanzado unos metros cuando me
encontré a un niño. Tenía unos ocho o nueve años. No sabría decirlo con
exactitud. Estaba sucio y desnutrido. Le pedí que se marchara. No había
ningún peligro allí, o al menos eso creí. ―Me mira de nuevo y exhala con
fuerza―. Cuando vi la pistola ya me estaba apuntando. Tal vez debería
haber dudado, pero no lo hice. Tiré del gatillo primero y lo maté.
Su relato me sorprende, sin embargo, lo que lo hace aún más es la forma
en que lo narra. No parece afectada. Acaba de contarme que mató a un niño
pequeño como quien lee la lista de la compra. Carraspeo y cambio el peso
de una pierna a la otra sin dejar de mirarla con fijeza.
―Iba a matarte.
―Lo sé.
―¿Qué pasó después?
―La detonación alertó a todos los insurgentes del lugar. Escuché los
pasos aproximarse y solo tuve tiempo de levantar el rifle antes de empezar a
disparar a todo aquel que se acercaba. En total abatí a veinticuatro enemigos
armados, entre ellos había mujeres y niños.
―Hiciste lo que debías. Sobreviviste y salvaste a tus compañeros.
Bailey estrecha la mirada sobre mí.
―Sí, pero ¿a qué coste? ¿De verdad siete vidas valen más que
veinticuatro? ¿Por qué? ¿Por el lugar en el que nacieron?, ¿por sus
creencias? No tendría que ser así. Ninguna vida debería tener más valor que
otra.
―Lo entiendo, aunque a veces eso es algo que no podemos escoger.
―Yo sí lo hago. ―Alza la barbilla con el ceño fruncido―. Por eso dejé
el Ejército, porque puedo decidir. Elijo salvar vidas, no arrebatarlas. Me lo
prometí a mí misma, Zarco, y voy a cumplirlo.
La observo en silencio durante unos segundos y asiento. Al menos ahora
ya sé por qué no hace uso de sus habilidades y el motivo por el cual sigue
aquí a pesar de tener la capacidad suficiente para escapar. No quiere
arriesgarse a tener que matar para sobrevivir.
Capítulo 22
Bailey
Como cada noche, me reúno con Zarco y los suyos alrededor de la mesa
del comedor. Aún sigo pensando que no debí contarle lo de Afganistán. Ni
siquiera sé por qué lo hice. Puede que, tras lo que pasó entre nosotros, se
haya formado una especie de vínculo íntimo que no entiendo. Tampoco es
que fuese un secreto. Esperaba que me juzgara por lo que hice, pero no fue
así. Supongo que, para un mafioso asesino, el hecho de que haya matado a
más de veinte personas no es algo relevante. Al fin y al cabo, él tendrá
muchos más cadáveres guardados en su armario.
Mantengo la cabeza gacha y como en silencio. Solo contesto a algunos
comentarios de Beni y Oscar. Lagos sigue comportándose de forma extraña
conmigo, lo lleva haciendo desde que Zarco regresó de su viaje hace unos
días. Me da la impresión de que me rehúye. No entiendo el motivo, y
tampoco me importa.
―¡¿Mil metros?! ¡Estás loco! ―Gambo empieza a reír a carcajadas de
algo que ha dicho Beni.
―Es cierto, lo vi en un documental. Bailey ―alzo la cabeza―, ¿es
verdad que un francotirador puede alcanzar su objetivo a más de mil
metros?
―En realidad, ya existen rifles de precisión con capacidad de alcance de
dos mil metros ―respondo.
Beni sonríe de oreja a oreja y señala a Gambo con el dedo.
―¡¿Lo ves, idiota?! ¿Tú has usado alguno?
Abro la boca para contestar, pero Luna se me adelanta. Hoy está
provocándome más que nunca, y aunque hasta ahora la he ignorado, no creo
que mi paciencia tarde en agotarse.
―Beni, no creo que nuestra… ―hace una pausa y me mira con
malicia― invitada haya disparado una sola bala en el Ejército. Ella solo es
un paramédico. ―Se echa la melena oscura hacia atrás con un golpe de
cabeza―. Exactamente, ¿qué hacías en la guerra, Bailey? Aparte de curar a
los heridos, ¿tenías alguna otra tarea? ―No respondo―. Yo te veo como
una animadora. Ya sabes, la soldado que levanta la moral de las tropas. Tú
sola entre tanto hombre…
―Sargento ―digo interrumpiéndola, y no puedo evitar apretar con
fuerza el mango del cuchillo.
―¿Cómo dices?
―Era sargento, no soldado, y solo para que nutras un poco más tu mente,
te informo de que actualmente un dieciséis por ciento de los miembros del
Ejército son mujeres, y no, entre sus tareas no está la de follarse al resto de
la unidad.
―¿Me vas a decir que nunca te tiraste a alguno de tus compañeros?
―pregunta, sonriendo de manera cínica.
―Luna, es suficiente ―le dice Zarco. Cualquiera puede notar el tono de
advertencia en su voz.
―¿Qué pasa, amor? ―Coloca la mano en su antebrazo y lo acaricia sin
dejar de mirarme a mí―. Solo tengo curiosidad por saber cómo se vive en
una zona de guerra.
Inspiro hondo e intento controlarme, no lo consigo. Esbozo una sonrisa
burlona y clavo mi mirada en la suya mientras me aferro con más fuerza al
cuchillo.
―¿Sabes qué me produce curiosidad a mí? ―Vuelve a mover el pelo con
un gesto de su cabeza y arquea una ceja con curiosidad. Estiro un poco la
mano y la señalo con la punta del cuchillo para carne―. Me pregunto
cuánto tiempo tardarás en ahogarte con tu propia sangre cuando te raje la
garganta.
Luna pierde la sonrisa de inmediato y escucho unas cuantas carcajadas
por parte de Beni y los demás. No aparto la mirada de la suya hasta que
Zarco golpea la mesa con la palma de la mano.
―¡He dicho que es suficiente! ―brama. Giro la cabeza en su dirección y
frunzo el ceño al darme cuenta de que su mirada está clavada en mí; no
parece contento. ¡Qué se joda! Mi paciencia tiene un límite, y esta jodida
provocadora ya lo ha sobrepasado―. Bailey, en esta casa no amenazamos
con matar a nadie. Por lo tanto, deberías disculparte con Luna.
Se me escapa una sonora carcajada.
―Ni de puta broma ―digo entre risas.
―No te lo estaba sugiriendo ―sisea a modo de advertencia.
Cambio mi expresión a una más seria y niego con la cabeza.
―No voy a disculparme con tu zorra y me importan una mierda las
reglas de tu casa. ―Me pongo en pie y alzo la barbilla de manera
desafiante―. He perdido el apetito. Buenas noches. ―Antes de que pueda
decir nada, doy media vuelta y abandono el comedor caminando a largas
zancadas.
Me encierro en mi dormitorio y paso varias horas leyendo. Sigo inquieta
por lo ocurrido durante la cena. No me arrepiento de nada. Solo le paré los
pies a esa idiota, y eso es algo que debí haber hecho hace mucho tiempo.
Admito que me ha molestado que Zarco la defendiera.
―En esta casa no amenazamos a nadie. Debirías disculparti con Luna...
Mimimi ―digo en tono infantil y haciendo muecas con los labios―.
¡Jodido imbécil! ―exclamo en voz alta.
La puerta de mi habitación se abre y Zarco me mira desde la entrada,
frunciendo el ceño.
―¿Acabas de insultarme? ―inquiere con una ceja arqueada.
Bufo y cierro el libro con fuerza. Ni siquiera me molesto en levantarme
de la cama.
―Estaba hablando sola, y no lo habrías escuchado si dejaras la maldita
costumbre de espiarme. ¿Qué quieres? ¿Has venido a regañarme otra vez?
Puedes ahorrártelo.
Se me queda mirando con fijeza un buen rato y suspira antes de caminar
en mi dirección. Se detiene al borde de la cama y se frota el mentón con una
mano.
―No te he regañado. Solo intento mantener la cordialidad entre los míos.
―Yo no soy uno de los tuyos, Zarco. Estoy aquí en calidad de rehén,
¿recuerdas?
―Creí que eso había cambiado cuando aceptaste el trato ―replica en
tono cortante. Vuelve a bufar y se sienta en el borde del colchón―. Estoy
intentando ganarme tu confianza, Mía, pero no me lo pones nada fácil.
Me incorporo un poco y busco su mirada.
―¿Mi confianza? ¿Qué has hecho para ganártela? Todos los días
permaneces impasible mientras la zorra de tu amante me provoca. ¿En serio
esperabas que me quedara callada para siempre? ―Esbozo media sonrisa y
niego con la cabeza―. Entiendo que tú la soportes a cambio de meterte
entre sus piernas, pero yo no tengo por qué aguantar sus tonterías de niña
malcriada.
En vez de cabrearse, Zarco me sorprende al sonreír de oreja a oreja.
―¿Son celos lo que asoma bajo ese tono de indignación?
Pongo los ojos en blanco.
―¿Celos de ti? ―Sacudo la cabeza―. ¿Tan importante te crees, Zarco?
―Sí. ―Voy a replicar―. Antes de que sueltes alguna lindeza, te advierto
que ahora mismo no estoy de humor para discutir. ―Inspira hondo y se
pone en pie. Lo observo con los ojos entornados―. Como ya he dicho,
pretendo ganarme tu confianza, y para ello tengo que demostrarte que yo
también confío en ti. ―Se pone en pie y camina hacia el centro del
dormitorio.
Veo como arrastra una silla y se sube ella para alcanzar la lámpara del
techo. Tira de una pieza y saca una especie de cable de su interior. Cuando
se baja, lanza el artefacto sobre la cama y aterriza justo a mi lado. Lo cojo y
lo inspecciono unos instantes. Es una cámara de unos cinco centímetros.
Entonces todo cobra sentido. Supo que iba a escapar por la ventana,
también que estaba herida tras el tiroteo y a saber cuántas cosas más. Me ha
estado vigilando todo el tiempo. ¿Cómo es que no me di cuenta? Ni siquiera
lo sospeché.
―Eres un hijo de…
―Te agradecería que no acabaras esa frase ―dice cortándome.
―¿Qué se supone que quieres que haga ahora? ―Lanzo la cámara a sus
pies―. ¿Pretendes que te agradezca que ya no me vigiles como un puto
pervertido?
El muy cabronazo vuelve a sonreír y ladea la cabeza, observándome.
―Anoche no te importó que me comportara como un pervertido.
Cierto, lo disfruté, pero eso fue antes de saber que me estaba acosando a
través de una cámara de vídeo.
―¿Qué haces con las imágenes? ¿Disfrutas viéndome desnuda? ¿Vendes
los vídeos por internet?
Su gesto cambia de inmediato. En un par de zancadas se planta frente a
mí y se cruza de brazos.
―Nadie, aparte de mí, ha tenido acceso a esos vídeos, y me ofende que
pienses lo contrario.
―¿Ahora vas a hacerte el digno?
―¡No has entendido nada, Mía! ―grita. Maldice en voz baja y cierra los
ojos unos segundos, como si intentara tranquilizarse a sí mismo. Cuando
vuelve a abrirlos, ya no parece tan furioso―. Hay cámaras de vigilancia en
todas las estancias de la casa, menos en los dormitorios de mis hombres
más cercanos. Confío en ellos, por eso no tengo la necesidad de saber lo
que hacen en su privacidad, y con lo que acabo de hacer solo intento
demostrar que también confío en ti.
―¿Ahora es cuando quieres que te lo agradezca? ―inquiero, arqueando
una ceja.
Niega con la cabeza y se acerca aún más. Vuelve a sentarse, esta vez a mi
lado, y busca mi mirada.
―Quiero que dejes de verme como a un enemigo, Mía.
No sé qué contestar. Podría seguir acusándolo de ser un perturbado y de
invadir mi privacidad, pero al fin y al cabo no soy más que una rehén. Debo
recordar eso.
―Bien. Ahora, si no tienes nada más que decir, me gustaría acostarme a
dormir ―murmuro, apartando la mirada.
Lo escucho bufar de nuevo y el colchón se mueve cuando se pone en pie.
―Sí, ya ha sido bastante por un día.
Lo oigo caminar por la habitación y por el rabillo del ojo veo como se
detiene al otro lado de la cama. Giro la cabeza en su dirección y frunzo el
ceño.
―¿Por qué te estás desnudando?
―¿A ti qué te parece? ―Tira de la ropa de cama hacia atrás y se agacha
para quitarse el calzado―. No tengo ganas de ir a mi dormitorio a
cambiarme, así que dormiré en ropa interior.
―¿Dónde? ―Señala la cama… ¡Mi cama! Y se baja los pantalones―.
Zarco, no vas a dormir conmigo.
Me mira, esbozando una sonrisa traviesa.
―¿Apostamos?
Antes de que pueda quejarme, se mete en la cama y suspira cuando
acomoda la cabeza en la almohada.
―Zarco…
―Déjalo ya, Mía. Estoy agotado y necesito dormir.
―¡Pues vete a tu cama!
Se gira de lado para mirarme.
―Esta cama también es mía, yo la pagué. Ahora cierra esa boquita, con
la que doy fe de que sabes hacer verdaderas maravillas, y acuéstate.
Me quedo sin palabras. No sé si gritarle, echarlo a patadas de la cama o
irme yo a otro lado. Respiro hondo por la nariz. «Intenta meterse en tu
cabeza, Bailey. No muestres ni un solo signo de debilidad». Muy bien, si
eso es lo que quiere…
―Buenas noches ―siseo.
Me tumbo, dándole la espalda, y apago la luz. Escucho una risita y me
contengo para no patearlo en las pelotas, que es justo lo que se merece.
Después siento como su brazo rodea mi cintura y se pega a mi espalda.
―Ni siquiera pienses que puedes huir de mí ―susurra en mi oído. Mi
cuerpo se estremece de manera involuntaria y maldigo en voz baja. El muy
hijo de perra ríe de nuevo―. Dulces sueños, Mía. ―Besa el lateral de mi
cuello y me atrae más hacia él antes de suspirar.
Capítulo 23
Zarco
Zarco
Me despierto sobresaltado al escuchar un grito desgarrador. Me pongo en
pie, y aún desnudo, salgo del dormitorio y encuentro a Luna en el suelo,
tiene las manos sobre el rostro. Me alarma la sangre. Siento un leve temblor
en las manos y la bilis sube desde mi estómago, pero consigo
recomponerme. Con los demás no me afecta tanto. La sangre de Beni, la
mía propia y la de Bailey, teniendo en cuenta que casi me desmayo cuando
la vi herida, son las únicas con las que no soy capaz de lidiar.
―¿Qué ha ocurrido? ―Me agacho para ayudarla, y al apartar las manos
descubro que la sangre sale de su nariz. Por la forma en la que se tuerce
hacia un lado podría jurar que está rota―. ¿Quién te ha hecho esto?
―¡Ella! ―grita―. La maldita mujer con la que te acuestas todas las
noches. ¡Me ha roto la nariz, joder!
Frunzo el ceño y contengo una maldición. Consigo poner a Luna de pie e
intento no mirar demasiado hacia la sangre.
―¿Qué le has dicho?
―¡¿Vas a echarme la culpa de esto?! ¡Esa perra está loca!
Resoplo. Conozco a Luna. Estoy segura de que la provocó, sin embargo,
en esta casa no es así como hacemos las cosas, no entre nosotros.
―Ve a limpiarte eso. Le pediré a Bailey que te eche un vistazo.
―¡No! No va a volver a tocarme.
―Está bien, entonces llamaré a otro médico, pero lárgate ya. Estás
dejando todo perdido.
―No está bien de la cabeza, Zarco. Ten cuidado o puede que decida
matarte mientras duermes.
Mientras la veo alejarse a toda prisa, suspiro y regreso al dormitorio.
Tardo apenas unos segundos en ponerme un pantalón de algodón e ir en
busca de Bailey. Necesito que me explique qué mierda ha pasado.
¡Maldición! Creí que todo estaba mejorando. Estas últimas semanas
hemos dormido juntos todas las noches. Cuando estoy con ella, siento que
se entrega a mí en todos los sentidos. Sí, sigue hablando del final del
maldito acuerdo, pero sé que con un poco de tiempo más podré lograr que
se quede aquí con nosotros. Este es su lugar. Todo el mundo se da cuenta,
menos ella. Bueno, y Luna. ¡Mierda, debo resolver esta situación cuanto
antes!
Al asomarme a la cocina, encuentro a Oscar, Gambo y Beni sentados a un
lado de la isla, están charlando con alguien que no logro ver hasta que me
acerco más. Por supuesto que es ella.
―¡Bailey! ―No se sobresalta. Solo alza la mirada del sándwich que se
está preparando con una ceja enarcada―. ¡¿Se puede saber qué demonios le
has hecho a Luna?! ¡Está sangrando como un cerdo! ¡¿Qué…?! ―Me
interrumpe alzando su mano.
Frunzo el ceño y la miro extrañado mientras se acerca, me sujeta por el
antebrazo y tira de mí hacia el exterior de la cocina.
―Ven conmigo ―susurra. No parece alterada en absoluto. Compruebo
que los demás nos miran con curiosidad―. Quédate ahí, por favor. ―Cada
vez más confuso, la veo dar media vuelta y regresa a la cocina. ¡¿Qué
demonios está pasando?!―. ¡Ahora puedes volver a entrar, pero esta vez sin
gritos!
Se me escapa una sonrisa y muevo una pierna por delante de la otra con
lentitud. Cuando al fin alcanzo a verla, compruebo que sigue preparando su
sándwich como si nada.
―Bailey ―siseo entre dientes.
Me mira, se lame una gota de mayonesa de su dedo índice y la muy
cabrona se atreve a sonreír.
―¿Sí, Zarco? ¿Puedo ayudarte en algo?
Esa sonrisa descarada me pone a cien. En un par de zancadas estoy a su
lado. No se lo espera, eso es algo que queda patente cuando la escucho
jadear justo antes de que mis labios colisionen contra los suyos. Rodeo su
cintura con el brazo y la atraigo hacia mi cuerpo. Sus manos van a parar a
mi pecho y, tras unos segundos, su lengua se enreda en la mía. Gruño,
obligándome a romper el beso, y escucho las risitas de mi hermano y los
demás.
―¡Fuera! ―ordeno sin dar lugar a réplicas.
Todos desaparecen en cuestión de segundos, así que vuelvo a besar a
Bailey y la alzo en brazos para dejarla sentada sobre la superficie de granito
de la isla. El sonido de varias tazas y vasos estrellándose contra el suelo me
hace detenerme una vez más.
―Para ―pide sin aliento.
Dejo que mi frente caiga sobre la suya e intento normalizar mi
respiración.
―Mía ―susurro antes de clavar mis dientes en su hombro―. Vas a
volverme loco.
Capítulo 25
Bailey
Clavo la mirada en su pecho desnudo y repaso una a una las cuentas del
rosario que lleva colgado del cuello mientras intento recuperar el aliento. Se
supone que mantener el autocontrol debería ser algo sencillo, pero cuando
este hombre me pone las manos encima pierdo la jodida cabeza.
Se aparta unos centímetros y busca mi mirada. Se ha detenido justo al
instante en el que le pedí que lo hiciera. Una vez más, a pesar de toda esa
agresividad y salvajismo que desprende, Zarco me demuestra que soy yo la
que tiene el poder de decisión y que en cualquier momento puedo hacerlo
parar con una sola palabra.
―¿Qué ocurre? ―inquiere, y desliza un mechón de cabello tras mi oreja
con suavidad.
―Acabas de montar una escena delante de tus hombres.
Sonríe y se encoge de hombros.
―¿Me ves preocupado por ello? ―Se acerca más y repasa el lateral de
mi cuello con la punta de la nariz. Sus manos se han anclado en mis muslos
y sigue encajado entre mis piernas abiertas. Inhala con fuerza y lo escucho
gemir despacio―. Si no les gusta, pueden largarse. Yo estaré encantado de
que nos dejen a solas un buen rato.
Intenta besarme de nuevo, pero me aparto.
―¿Eso también incluye a Luna? Porque parecías muy preocupado por
ella hace solo unos minutos.
Bufa y se aleja un poco, aunque sigue tocándome en todo momento.
―No puedes romperle la nariz a uno de los nuestros solo porque te
cabrea.
―No me ha cabreado, solo me provocó, y no es nada mío. Esta es tu
gente, yo solo estoy aquí de manera temporal, ¿cierto? ―Arqueo una ceja y
él aparta la mirada―. ¿Gabriel? ―Tal como esperaba, al llamarlo por su
nombre consigo llamar su atención. Esboza una pequeña sonrisa y desliza
sus manos hasta mi cintura.
―No te acostumbres a usar mi nombre como un arma.
―No lo hago. Solo te he hecho una pregunta que aún no has contestado.
¿Vas a cumplir tu parte del trato? ¿Podré regresar a mi vida? ―Inspira
hondo y asiente―. ¿Y cómo crees que pueda hacerlo si todo el mundo
piensa que estoy muerta?
Parece tardar unos instantes en darse cuenta de lo que acabo de decir.
Tensa la mandíbula y maldice en voz baja.
―Me has librado de tener que ser yo quien le dé un puñetazo en la cara a
la bocazas de Luna ―sisea entre dientes.
―Entonces, es cierto. ―Coloco mis manos en su pecho y lo aparto con
brusquedad―. Nunca tuviste intención de dejarme ir. ―Me bajo de la
encimera de un salto―. Tu plan siempre fue matarme cuando te cansaras de
jugar conmigo, ¿no?
―Mía, no voy a matarte ―afirma, poniendo los ojos en blanco.
―Tampoco vas a liberarme.
Bufa con fuerza y se frota el mentón con gesto pensativo.
―Escúchame bien. Si cuando llegue el momento quieres irte de aquí, no
haré nada para impedirlo, pero eso no significa que no pueda intentar
convencerte para que te quedes.
―¿Por qué? No tiene sentido que te arriesgues tanto. Sé demasiado sobre
ti y los tuyos. Podría contárselo a la Policía.
―Podrías, pero no lo harás. ―Se acerca y tira de mi barbilla para
mirarme a los ojos―. No crees en el sistema. Sabes por experiencia propia
que la Policía, los militares, la política… Todo eso es una mierda. Tú
priorizas la vida humana ante lo que se supone que es lo correcto. ¿Me
equivoco? ―Estoy segura de que puede intuir mis dudas porque vuelve a
resoplar―. ¿Qué más voy a tener que hacer para ganarme tu confianza?
―Ni siquiera entiendo por qué te esfuerzas tanto para lograrlo
―mascullo.
Esboza una nueva sonrisa y se encoge de hombros.
―Me gustan los retos, y tú eres uno enorme.
Nos miramos a los ojos durante varios segundos y empiezo a tener una
sensación extraña. No es la primera vez que me ocurre. Cada vez es más
intensa. Siento un temblor en la mano derecha, como un pequeño espasmo
involuntario, y aparto la mirada de inmediato. «No hay nada».
Inspiro hondo y retrocedo un par de pasos.
―Bueno, si lo que pretendes es que me disculpe con Luna, te advierto
desde ya que no tengo ninguna intención de hacerlo.
―Lo supuse. Aunque te agradecería que no volvieras a golpearla.
Cuando te provoque, dímelo y yo resolveré la situación de la mejor manera.
―Esa chica está loca por ti. Tal vez deberías prestarle un poco más de
atención.
―No es cierto.
Lo miro con una ceja enarcada.
―Eso no es lo que ella dice ni lo que yo veo. Te adora hasta tal punto
que no le importa compartirte con otras porque sabe que volverás a ella en
algún momento.
Zarco bufa con fuerza y niega con la cabeza.
―Luna tiene problemas de confianza. Su infancia no fue sencilla.
Frunzo el ceño, confusa, y entonces recuerdo lo que me contó cuando
hablamos sobre su madre y la forma en la que conoció a sus hombres.
―Luna es hija de uno de los hombres de tu padre, ¿verdad? ―Asiente―.
¿A su madre también le hicieron lo mismo que a la tuya?
―Es probable, y bueno, ella era una chica. Créeme cuando te digo que lo
pasó mucho peor que cualquiera de nosotros. Por eso confío tanto en Luna.
Jamás me traicionaría. Por muy dolida o cabreada que esté conmigo,
siempre podré contar con su lealtad.
―¿Todos los de tu círculo íntimo son hijos de los hombres de tu padre?
Oscar, Gambo…
―Gambo no. Él trabajaba para Urriaga cuando yo decidí
independizarme, y quiso venir conmigo. Sin embargo, con los años ha
logrado ganarse mi confianza. No hago diferencias entre él y los demás.
Aunque a veces parezca una cabra loca, es uno de los nuestros.
Asiento y nos quedamos callados unos segundos antes de que él vuelva a
la carga. Siento sus manos en mi cintura y alzo la vista.
―Tengo que empezar con el entrenamiento ―anuncio.
―Lo sé. Esta noche los chicos van a salir. He pensado que tú y yo
podríamos pasar un rato juntos y a solas.
Arqueo una ceja con diversión.
―¿No es eso lo que hacemos todas las noches? ―La sonrisa traviesa y
canalla que me dedica hace que la sensación extraña regrese a mi pecho. No
sé qué es, pero resulta inquietante como mínimo.
―Me refiero a pasar tiempo juntos vestidos. Cena, un par de copas,
charla… ―Frunzo el ceño―. ¿Qué? ¿No te apetece?
―No es eso. Solo que no entiendo a dónde quieres llegar ni por dónde
vas a salir con eso de la cena y la charla.
Se acerca aún más y desliza sus manos hasta mi trasero. Lo amasa y
muerde mi labio inferior.
―Salir no sé, lo que puedo asegurar es que tengo la intención de entrar
en algún lugar antes de que acabe la noche. ―Pega su endurecida
entrepierna a mi bajo vientre y vuelve a sonreír―. Hay muchas cosas que
no sabes sobre mí y yo tampoco te conozco del todo. Pretendo cambiar eso,
Mía.
Inspiro hondo por la nariz y mi mano sufre otro pequeño espasmo cuando
un nudo extraño se instala en mi garganta. Cierro los ojos y asiento. «No
hay nada», me repito una y otra vez en mi mente mientras siento los labios
de Zarco moviéndose sobre los míos.
Capítulo 26
Zarco
Bailey
Esto es muy raro. La casa está tan silenciosa… Y no me refiero solo al
ala privada de Zarco. La mayoría de sus hombres se han marchado con
Lagos, Gambo, Oscar, Beni y hasta Luna. Solo unos cuantos permanecen
haciendo rondas por los jardines.
―¿Dónde está todo el mundo? ―inquiero con el tenedor a medio camino
de la boca.
No sé quién ha preparado la comida, pero está deliciosa. Alguna que otra
vez he visto que traen las cenas ya hechas a este ala de la casa. También hay
servicio de limpieza cada pocos días, y en una ocasión escuché a Lagos
decir que tienen una cocina con chef privado en la casa. No sé en qué parte.
Zarco aparta la mirada de la pantalla de su teléfono y suspira. Todo eso
de la cena y la charla no está saliendo como esperaba. Creí que al menos me
hablaría, pero ya llevamos más de una hora sentados en el comedor y
apenas me ha dirigido la palabra.
―Estoy un poco distraído, ¿verdad? ―Se sirve una copa de vino y la
bebe en un par de tragos. Después estrecha su mirada sobre mí―. Se
supone que esta noche íbamos a pasar un buen rato y te estoy ignorando.
―No me molesta que me ignoren ―digo, siendo del todo sincera.
Al contrario de muchas personas, no me incomodan los silencios.
Siempre he pensado que, si no tienes nada interesante que decir, es mejor
quedarse callado.
―¿Hay algo que te moleste a ti, Bailey? ―Sonríe mientras se sirve otra
copa. Me encojo de hombros y sigo comiendo bajo su atenta mirada―.
¿Por qué eres tan inaccesible? ―Esbozo una falsa sonrisa y niego con la
cabeza. «Esa es la pregunta del millón».
Zarco está a punto de hablar de nuevo cuando su teléfono empieza a
vibrar sobre la superficie de la mesa. Su gesto cambia enseguida a uno
mucho más serio y atiende la llamada. Sé que es Lagos quién está al otro
lado de la línea porque habla lo bastante alto como para que pueda escuchar
lo que dice.
―¡Nos han jodido, Zarco! ¡Era una puta emboscada!
―¡¿Dónde estáis?! ―Zarco se pone en pie frunciendo el ceño.
―Seguimos en Cave Creek. Son demasiados. ―Se escuchan disparos y
Zarco se cubre el rostro con la mano que le queda libre.
―¡Salid de ahí ahora mismo, maldita sea! ―brama, y juraría que incluso
las paredes tiemblan.
―¡No podemos! Nos han rodeado y Oscar está herido. La cosa pinta
muy fea, hermano. Alex está aquí.
Me produce curiosidad saber quién es el tal Alex, sin embargo, el hecho
de que Oscar esté herido llama aún más mi atención. Me pongo de pie a
toda prisa y le arrebato el teléfono de las manos a Zarco.
―¡¿Qué demonios haces?! ―exclama, girándose con brusquedad.
Alzo la mano para hacerlo callar y activo el altavoz antes de colocar el
teléfono sobre la mesa.
―Lagos, dime cómo de grave es la herida de Oscar.
Se escuchan varios disparos y después Lagos jadea por el esfuerzo.
―Bailey ―susurra―. Eh… No lo sé. Le han disparado cerca del
hombro. Está sangrando mucho.
Zarco se aleja y empieza a llamar a los hombres que aún quedan en la
casa mientras yo continúo hablando con Lagos.
―¿Estás con él? ―pregunto en tono calmado.
―Sí. Lo tengo justo aquí.
―¿Está consciente?
―¿Consciente? El hijo de puta no deja de disparar, así que sí, muy
consciente.
―Bien, eso es bueno. ―Zarco da órdenes a sus hombres, las cuales no
soy capaz de escuchar, y regresa a mi lado―. Quiero que compruebes si la
bala ha salido o aún sigue alojada en su cuerpo.
Más disparos y Zarco se aprieta el puente de la nariz y bufa con fuerza.
No deja de mover las piernas con nerviosismo. Lo miro de reojo y le pido
que se tranquilice, solo que no me hace caso. Después de unos segundos,
Lagos vuelve a hablar.
―No la veo, Bailey. ¡Mierda! Creo que le han dado a Beni. ―En un
impulso, busco la mano de Zarco y la aprieto con fuerza. Está temblando―.
¡Joder, están llegando más! Tenemos que… ―La llamada se corta.
―¡Lagos! ¡Lagos! ―Zarco intenta llamarlo de nuevo, pero no logra
contactar con él.
―Tranquilízate ―le pido.
―Tengo que ir a por ellos, Bailey. Van a morir si no hago nada.
―Lo sé. ―Varios hombres entran en el comedor e informan de que ya
están listos para partir―. Bien, dame un minuto. Necesito recoger el bolso
medicalizado ―digo.
Zarco me mira frunciendo el ceño y niega con la cabeza.
―Tú te quedas. No voy a arriesgar tu vida también.
―Soy yo la que decide qué arriesgar y qué no. Además, Oscar necesita
asistencia médica urgente. Puede estar desangrándose, y si a Beni también
le han dado… ―Me mira a los ojos y puedo ver la desesperación en su
rostro. Coloco mi mano en su mejilla―. Vamos a intentar traerlos de una
pieza, ¿vale? Solo mantén la calma. ―Asiente y suelto su mano para poder
ir a mi habitación a por el bolso.
Capítulo 27
Bailey
Los casi cuarenta minutos que separan Paradise Valley de Cave Creek se
convierte en una escasa media hora con Zarco al volante, dando giros
cerrados en las curvas, derrapando y excediendo todos los límites de
velocidad. Nos dirigimos a una zona apartada, casi desértica. Giramos a la
derecha y la carretera se convierte en una pista estrecha de tierra árida.
Varios coches nos siguen, son los hombres que quedaban en la casa, los
refuerzos. Enseguida llegamos a lo que parece ser una casa de planta baja
en mitad de la nada.
―¿Qué es este lugar? ―pregunto al ver que más de una veintena de
vehículos rodean la casa.
―Aquí solemos almacenar alguna mercancía antes de distribuirla
―responde. Detiene el coche y se inclina para abrir la guantera. Saca de
ella dos pistolas y su cuchillo de caza. Se guarda una en la cartuchera que
lleva bajo el brazo y me tiende la otra. Al ver que niego con la cabeza,
resopla y la deja sobre mis piernas―. Ya sé que no quieres matar a nadie,
pero me quedo más tranquilo si sé que tienes algo con lo que defenderte.
―Zarco, no llevo un arma porque corro el riesgo de usarla.
―No vas a entrar ahí dentro sin ella, eso te lo aseguro. ―Se guarda el
cuchillo en la cinturilla y clava la mirada en la estructura de la casa.
Todo está en silencio. No hay disparos ni gritos, y eso es lo más
preocupante.
―Pueden estar vivos ―susurro―. Tal vez estén escondidos o…
―Vayamos a averiguarlo ―masculla, y tras mirarme con intensidad, sale
del coche y no me queda más remedio que guardar la pistola a mi espalda
antes de seguirlo.
Sus hombres van armados con rifles de asalto de alto calibre, e incluso
llego a ver algunas granadas de mano colgando del cinturón de uno de ellos.
Zarco les indica que rodeen la casa para poder controlar todo el perímetro y
enseguida empiezan a dispersarse. Nosotros nos dirigimos a la entrada
principal. Él va delante. Puedo oler la pólvora quemada incluso desde
afuera y hay agujeros en la puerta de madera. Zarco se asoma con la
intención de abrirla, pero lo detengo.
―¿Qué haces? ―susurro. Me mira confuso―. Si hay alguien al otro
lado, te volará la cabeza antes de que puedas notar su presencia.
Chasquea la lengua y frunce el ceño.
―¿Dónde tienes la pistola? ―Pongo los ojos en blanco y, tras cogerla de
mi espalda, se la muestro―. Por Dios santo, Mía. Úsala si tienes que
hacerlo.
―Sí, está bien ―farfullo―. Deja que yo abra la puerta. Le daré una
patada y podrás cubrirme. ―Parece pensarlo durante unos segundos y, tras
resoplar con fuerza, asiente.
Cruzo rápido hacia el otro lado de la entrada, hago una cuenta atrás desde
tres con los dedos y cojo impulso. Golpeo la puerta con la planta del pie y
esta se abre con un estruendo. Enseguida me aparto y Zarco apunta hacia el
interior. Alzo mi pistola con ambas manos, más por costumbre que por
tener intención de usarla, y me escondo tras su cuerpo mientras él avanza.
―Habéis llegado tarde ―escucho que dice Lagos.
Me aparto un poco y compruebo que el lugar parece un jodido
cementerio. Hay cadáveres por todos lados, algunos los reconozco como
hombres de Zarco y otros no sé quiénes son.
―¿Estáis bien? ―inquiero, y me acerco para comprobar el estado de
Oscar. Está sentado en el suelo, con la espalda apoyada en la pared y Lagos
presiona la herida de su hombro con lo que parece ser una camiseta. Me
arrodillo a su lado y le doy un par de golpecitos en la mejilla con la palma
de la mano. Oscar me mira y alza el dedo pulgar. Parece más agotado que
cualquier otra cosa―. Vale, deja que yo me encargue ―le pido a Lagos.
Se pone en pie y yo soy yo quien mantiene sujeta la camiseta para ejercer
presión en la herida. Le echo un vistazo rápido y compruebo que casi no
sangra y, tal como dijo por teléfono, no hay orificio de salida. Lo más
probable es que la bala haya quedado incrustada en la clavícula.
―¿Dónde están los demás? ―escucho que pregunta Zarco.
―Se han ido tras Alex. Abatimos a la mayoría de sus hombres, pero un
puñado lograron huir. Imaginé que querrías a ese hijo de perra con vida ―le
dice Lagos.
―¿Y Beni? Dijiste que estaba herido.
―Solo fue un rasguño. Tranquilo, tu hermano está bien. Intenté
convencerlo para que regresara a casa, pero ya sabes cómo es. El único que
salió mal parado fue Oscar.
―No es grave ―informo mientras le inmovilizo el brazo contra el pecho
con un par de vendas―. Tengo que operarlo, pero puede esperar a que
lleguemos a un lugar más estéril que este.
Zarco asiente y suelta un resoplido, creo que de alivio.
―Llama a Luna, está con ellos ―le pide Lagos―. Mi teléfono se quedó
hecho trizas, por eso no pude contactar contigo, y se marcharon tan rápido
que no me dio tiempo a pedirles uno.
Zarco enseguida contacta con Gambo y este le informa que han perdido
de vista al tal Alex y vienen de camino hacia nosotros. Con ayuda de un par
de hombres, metemos a Oscar en la parte trasera de uno de los vehículos y
Zarco ordena que lo lleven a casa.
―Yo voy con él ―digo.
Recibo un cabeceo por su parte y me coge de la mano.
―Tú no vas a separarte de mí. Oscar estará bien, enseguida nos
marchamos.
No se lo discuto porque sé que ahora mismo sería un esfuerzo inútil.
Zarco está en modo jefe todopoderoso, dando órdenes a sus hombres para
que se libren de los cadáveres y limpien toda la zona. Gambo, Luna y Beni
no tardan en aparecer, y tras revisar a este último certifico que Lagos estaba
en lo cierto. Tiene un pequeño corte en el antebrazo, pero no es más que un
rasguño. Lo desinfecto y después lo vendo solo por seguridad.
Los hombres de Zarco empiezan a trasladar los cadáveres y apilarlos en
el exterior. Veo como uno de ellos trae un cuerpo colgado del hombro como
si fuese un saco de cemento, lo lanza sobre la pila y se gira para entrar de
nuevo a la casa. No se da cuenta de que lo que se supone que debería ser un
cadáver es un hombre aún vivo. Lo veo abrir los ojos, y antes de que pueda
avisar a Zarco le está apuntando con una pistola. Va a dispararle y nadie lo
ve más que yo. Tardo solo una milésima de segundo en reaccionar, lo hago
por puro instinto. Empuño la pistola, levanto el brazo y aprieto el gatillo. La
bala entra por su frente, y con un espasmo involuntario cae hacia atrás sin
vida.
Todos se giran para mirarme. Zarco parece darse cuenta de lo que ha
pasado y se acerca despacio. Me dice algo, pero no soy capaz de
escucharlo. Dejo caer el arma y me miro las manos. «He matado de nuevo».
Zarco
Pasan varias horas hasta que Bailey sale de la sala de juegos. La mesa de
billar ha vuelto a ser utilizada como camilla de operaciones, esta vez es
Oscar el herido. En cuanto la puerta se cierra, me abalanzo sobre ella con
desesperación. Necesito saber que está bien. Me preocupa su actitud
después de que mató a ese tipo. No sé qué es, pero hay algo que no me
gusta. Su mirada era tan fría… Intenté hablar con ella en el camino de
vuelta a casa, sin embargo, Beni vino en mi coche y no pude ahondar más
en ese estado de ausencia en el que ella estaba sumida.
―¿Cómo está? ―pregunto con impaciencia.
Suspira y alza la vista hacia mi rostro. Un segundo, dos y aparta la
mirada.
―Se pondrá bien. Tiene una pequeña fractura en la clavícula, pero la
bala no tocó ninguna vena o arteria importante. Solo necesita descansar.
―Ordenaré que lo lleven a su habitación.
―Bien.
Está a punto de irse, pero justo cuando pasa a mi lado, la sujeto por el
brazo y busco su mirada.
―¿Y tú cómo estás?
―Cansada, supongo. ―Se encoge de hombros―. ¿Necesitas algo más?
¡¿Eso es todo?! ¿De verdad va actuar como si no hubiese pasado nada?
Inspiro hondo por la nariz y la suelto. Le daré un rato para que pueda poner
en orden sus ideas y después hablaremos. Esta noche le dejaré muy claras
mis intenciones. Necesito que entienda que este es su hogar y nosotros su
familia, ya no está sola y jamás lo volverá a estar.
Capítulo 28
Bailey
Zarco
Me froto el mentón cubierto de barba y miro de nuevo la hora en mi reloj
de pulsera. ¿Dónde demonios se ha metido? Ya es de noche. ¿Es que no
sabe el peligro que corre ahí fuera? Entonces la veo y saco todo el aire de
mis pulmones con una exhalación. «Está bien». La observo desde el interior
del vehículo con la seguridad que me dan los cristales tintados de las
ventanillas. Apuesto a que se ha dado cuenta de que alguien la vigila día y
noche. Yo apenas puedo venir un par de horas al día. La búsqueda del
traidor me está llevando más tiempo y esfuerzo del que esperaba.
He renovado gran parte de mis filas, sin embargo, seguimos sin descubrir
quién le está pasando información a Urriaga. Bailey se mete en el portal y al
fin consigo respirar con normalidad. Está en su casa, sana y salva, y así es
como debe seguir. En estas últimas semanas he resistido la tentación de
hablarle, de subir a ese maldito apartamento, cargarla sobre mi hombro y
llevármela a casa, que es el lugar en el que debe estar y al que pertenece.
Debo recordarme a mí mismo cada segundo que eso no es lo que ella desea.
No, me destruiría volver a ver en su mirada esa indiferencia hacia mí.
¿Cómo demonios le haces entender a alguien que te ama, aunque ni ella
misma lo sepa?
Resoplo con fuerza y me pinzo el puente de la nariz en un gesto de
frustración. Sé que lo más lógico y sano sería dejarla ir, pero no me veo
capaz de hacerlo, aún no. Al menos hasta que encuentre y acabe con el
maldito topo, seguiré cuidando de ella en la distancia. Cojo la radio que está
sobre el asiento derecho y le hablo a mis hombres, que permanecen a la
espera en otro vehículo aparcado a unos cuantos metros del lugar en el que
me encuentro.
―Chicos, mantened la vigilancia y avisadme si hay algún movimiento
sospechoso ―ordeno.
―Entendido, jefe ―responde Oleg con un marcado acento ruso.
Todos los que aún siguen trabajando para mí han sido descartados como
sospechosos. No obstante, aún nos queda mucho trabajo por hacer. Mis filas
están bajo mínimos, y eso es algo de lo que tengo que encargarme cuanto
antes. Por suerte, mis negocios con Zakharov están dando buenos frutos y,
tras explicarle la situación, él mismo se ofreció a enviarme algunos
refuerzos de manera temporal.
―Os enviaré un relevo a primera hora de la mañana.
Echo un último vistazo a la fachada de ladrillo rojizo del edificio y
localizo la ventana del apartamento de Bailey. Las luces ya están
encendidas. Estoy a punto de arrancar el motor cuando escucho la voz de
Oleg, lo que me hace detenerme.
―Zarco, acaban de detenerse cuatro camionetas cerca del edificio.
Frunzo el ceño y estiro el cuello para poder ver a través de la luna
delantera. Localizo las camionetas y veo como salen varios hombres de
ellas. Puede ser una casualidad.
―Las veo. Mantened la posición hasta nueva orden ―ordeno.
Llega otro vehículo, este es más grande y ostentoso. Parece blindado.
Alcanzo mi pistola, varios cargadores y el cuchillo de la guantera. No me da
buena espina. Entonces los hombres comienzan a caminar por la acera y se
detienen frente al portal del edificio en el que vive Bailey. Dos de ellos se
quedan vigilando la puerta y los demás entran.
―¿Zarco? ¿Actuamos? ―escucho por radio.
Espero unos segundos más con la mirada fija en el portal, y el corazón
me da un vuelco al ver a Alex Urriaga entrar en el edificio.
―¡Son hombres de Urriaga! ―grito―. Ponte en contacto con Lagos y
pide refuerzos. ―Antes de que puedan contestar, lanzo la radio sobre el
asiento y salgo del coche a toda prisa.
Son más de veinte hombres armados. Enviar a los míos a por ellos sería
un suicidio. Tengo que buscar la manera de sacar a Bailey de su
apartamento sin cruzarme con ellos. Corro hacia el lateral del edificio y con
un salto me cuelgo de la escalera de incendios. Empiezo a trepar lo más
rápido que puedo hasta llegar a la cuarta planta. Localizo su ventana y
tengo que descolgarme por la cornisa para lograr alcanzarla.
Sé que no hay tiempo que perder. Lo más probable es que esos hijos de
puta estén a punto de irrumpir en el apartamento, así que tomo el camino
rápido. Rompo el cristal con la culata de la pistola y me lanzo al interior.
Aterrizo de pie, y al alzar la mirada veo a Bailey. Sus ojos se clavan en los
míos y abre la boca, pero no dice ni una sola palabra.
Capítulo 30
Bailey
Zarco
Siento la mano de Bailey sujetando la mía y dejo que tire de mí. No sé a
dónde nos lleva, pero cualquier lugar es mejor que este. Estamos demasiado
expuestos y casi no me queda munición. Cruzamos de nuevo la carretera, y
justo al pasar por la escalera de incendios disparo mi última bala. Ellos lo
saben y empiezan a correr hacia nosotros. Creo que le he dado a alguno,
pero la mayoría del fuego ha sido de cobertura, y ahora tenemos a más de
veinte hombres dándonos caza a través de un callejón estrecho y poco
iluminado. Al menos, Bailey parece saber a dónde se dirige y no suelta mi
mano en ningún momento. Gira a la derecha y nos metemos en un pequeño
hueco que está parcialmente tapado por unos contenedores de basura
enormes. Las pisadas y las voces se acercan a cada segundo.
―Tenemos que salir de aquí ―susurro sin aliento.
Me hace callar poniendo el dedo índice frente a sus labios y rodeo su
cintura con la mano que me queda libre. Su olor invade mi nariz y cierro los
ojos. Echaba tanto de menos ese aroma…
―¡Están aquí! ―Me tenso de pies a cabeza y miro a Bailey a los ojos
mientras empuño el cuchillo.
―No salgas ―ordeno.
Ella frunce el ceño, pero al menos no discute. Escondo la mano con el
cuchillo tras la espalda e inspiro hondo por la nariz, dando un paso hacia el
centro del callejón. Me reciben tres pistolas apuntando a mi cabeza.
―Muy bien, muchachos. Ya me tenéis ―digo con una falsa sonrisa.
El sonido metálico de los percutores de las pistolas se me clava en los
oídos.
―No disparéis. Lo quiero vivo. ―Exhalo con fuerza al ver a Alex
caminar hacia mí con parsimonia. Se detiene y ladea la cabeza―. Me alegra
verte, Gabriel. Llevo un tiempo buscándote.
Me encojo de hombros y vuelvo a sonreír.
―Nunca se te ha dado demasiado bien la caza, ¿verdad?
Él también sonríe y se acerca más, lo suficiente para que pueda sujetarlo
por la chaqueta, darle la vuelta y rodear su cuello con el brazo. Lo uso a
modo de escudo y consigo inmovilizarlo colocando el filo del cuchillo
pegado a su garganta.
―¿En serio? Menudo recibimiento ―masculla.
―Yo que tú estaría calladito, Alex ―siseo entre dientes.
Sus hombres me siguen apuntando, pero no se atreven a disparar.
―Tranquilos, chicos. Vamos a resolver esto de la mejor manera ―les
dice a sus hombres, y estos enseguida retroceden un par de pasos.
Me muevo despacio, dando pequeños pasos hacia un lateral, y consigo
ver a Bailey. Le hago un gesto con la cabeza para que salga de su escondite
y ella asiente. Da un paso hacia afuera y entonces respiro aliviado al ver a
Gambo acercarse por el callejón, tras él vienen Oscar, Lagos y Beni; un
buen puñado de hombres los siguen, todos armados con rifles de asalto y
pistolas automáticas.
Los disparos se suceden a la vez. No suelto a Alex, solo lo arrastro hacia
un costado y cubro a Bailey con mi cuerpo para que ninguna bala perdida la
alcance. Observo en tensión como mis chicos acaban con los hombres de
Alex en su mayoría. Gambo es el primero en llegar a nuestro lado.
―Zarco, ¿estás bien? ―pregunta con la respiración agitada.
―Sí, saca a Bailey de aquí ―ordeno.
Asiente y me rodea para acercarse a ella. La sujeta por el brazo, y
entonces hace algo que me deja completamente descolocado. Gambo, uno
de los míos, alguien en quien siempre he confiado, agarra a la mujer que
amo por detrás y coloca el cañón de una pistola en su sien.
―Lo siento, jefe ―dice, encogiéndose de hombros.
―¡¿Qué mierda estás haciendo?! ―bramo.
―Oh, no hablaba contigo, Zarco. ―Dirige su mirada a Alex y aprieta el
cuello de Bailey con más fuerza―. Siento haber tardado tanto.
―Llegas justo a tiempo. ―Clavo el filo en su piel y escucho un jadeo
ahogado. Me muero de ganas de rajarle el cuello, sin embargo, sé que no
lograré sacar nada bueno de ello. Gambo es el traidor y tiene a Bailey
encañonada. Si mato a Alex, él hará lo mismo con ella―. Gabriel, aparta el
cuchillo. No tienes salida. Tengo un jodido ejército en camino. Entrégate y
dejaré ir a la chica. Solo la quería para llegar hasta ti. No tengo ninguna
intención de hacerle daño.
«¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! Piensa rápido, Zarco». Miro a Bailey. No
parece alterada en absoluto. Me hace un gesto con los ojos que entiendo de
inmediato. Los demás siguen disparando a los hombres de Alex que aún
siguen en pie. No pueden ayudarme. Tomo una respiración profunda y
asiento. Todo ocurre demasiado deprisa. Bailey echa la cabeza hacia atrás y
golpea la nariz de Gambo. Suelta un alarido de dolor y afloja su agarre un
segundo, lo suficiente para que ella se gire y le lance un puñetazo directo a
la mandíbula.
―¡Corre! ―grito.
Alex también consigue girarse, aunque no antes de que consiga clavarle
el cuchillo en el hombro, muy cerca del cuello. Echo a correr tras Bailey y
entonces escucho una detonación a mi espalda. Un dolor lacerante se clava
en mi muslo y tropiezo. Caigo al suelo y Bailey se detiene y regresa
corriendo a mi lado.
―¡Vienen más! ―escucho que grita Lagos―. ¡Hay que salir de aquí!
Bailey se agacha a mi lado e intenta levantarme. Logro ponerme en pie y
camino un par de pasos arrastrando la pierna izquierda y apoyándome en
sus hombros, pero vuelvo a tropezar.
―¡Vamos, Zarco! ―La oigo jadear por el esfuerzo y vuelve a tirar de mí.
Niego con la cabeza y la aparto.
―¡Vete de aquí! ―ordeno.
―¡No! Ni siquiera pienses que voy a dejarte atrás.
―¡Mía, vete! ―La empujo de nuevo y llevo una mano a mi pecho
mientras intento contener la hemorragia de mi pierna con la otra. Le doy un
tirón al rosario que rodea mi cuello y lo coloco en la palma de su mano sin
dejar de mirarla a los ojos―. Te amo. Cuida de Beni. ¡Ahora, lárgate!
―Vuelve a negar, y Oscar asoma la cabeza sobre su hombro.
―¡Hay que irse! ―grita, y sigue disparando. Las balas pasan rozando
nuestras cabezas y ya puedo escuchar como Gambo y Alex se acercan por
mi espalda. Bailey alza la mirada, y sé que los ha visto―. ¡Chicos, van a
matarnos a todos si no salimos de aquí!
―Vete ―susurro con una exhalación.
Bailey vuelve a negar con la cabeza y Oscar aparece de nuevo sobre su
hombro.
―¡Sácala de aquí! ―le ordeno.
Oscar mira mi pierna herida, aprieta los dientes y asiente antes de agarrar
a Bailey a la fuerza. Ella se resiste. Patalea e intenta golpearlo, pero
enseguida aparece Lagos, que al darse cuenta de lo que está pasando, lo
ayuda a inmovilizarla y salen del callejón dando tiros a todo aquel que se
les acerca.
Cuando escucho el sonido de las ruedas chirriando sobre el asfalto y soy
consciente de que están a salvo, me dejo caer de espaldas y aflojo el agarre
de la herida. Supongo que este día tendría que llegar tarde o temprano.
Muerto por un disparo en un callejón oscuro, ese siempre fue mi destino.
Cierro los ojos y noto como las fuerzas me abandonan.
―De eso nada, hermano ―escucho a lo lejos la voz de Alex y después
unos golpecitos en el rostro―. No vas a morir hoy. Tienes algo que nos
pertenece y queremos recuperarlo.
Capítulo 31
Bailey
Noto los golpes de Beni contra el asiento como si me estuviese dando esos
mismos puñetazos en el estómago. Luna pregunta a gritos por Zarco y qué
ha ocurrido mientras conduce toda velocidad. Lagos está cabizbajo y con
los puños apretados y Oscar se toca el hombro haciendo gestos de dolor.
Todos están alterados, todos sufren y yo… Yo no tengo ni idea de qué es lo
que me pasa. Jamás me han temblado tanto las piernas y esa presión en mi
pecho a la que ya me estaba acostumbrando se ha intensificado tanto que
tengo que hacer verdaderos esfuerzos para poder llenar de aire mis
pulmones.
No puedo dejar de pensar en Zarco, en la forma en la que me miraba, en
su tono de voz cuando me dijo que me ama. Bajo la vista a mis manos y veo
el rosario entre mis dedos temblorosos. Los gritos continúan y yo sigo
intentando reaccionar, incluso cuando el vehículo se detiene y todos
empiezan a salir en tropel. Camino como una autómata hacia el interior de
la casa. Un paso tras otro, respiro hondo por la nariz y suelto el aire por la
boca. Mi pecho me arde, escuece como si las garras afiladas de un animal
salvaje atravesaran mi piel, mis músculos y llegara a perforar mi corazón.
Pasan varios segundos, o tal vez son minutos. No soy capaz de decirlo con
seguridad antes de que alguien vuelva a hablar.
―Está muerto ―dice Beni―. Zarco está muerto, ¿verdad?
Giro la cabeza en su dirección con la velocidad de un látigo y entonces lo
siento, un pinchazo en mi estómago. La bilis me sube por la garganta y se
me doblan las rodillas. Lo reconozco, es pánico. Me dejo caer en el borde
del sofá y hundo el rostro entre mis manos. Casi no respiro. Todo tipo de
sentimientos me invaden. Miedo, angustia, desesperación… «Zarco está
muerto». Niego con la cabeza y me concentro en empujar toda esa mierda
hacia el fondo de mi cerebro. «Hay algo».
―Ahora no, maldita sea―murmuro entre dientes.
―Bailey, ¿estás bien? ―escucho la pregunta de Oscar, pero no soy capaz
de contestar. Solo asiento, y eso parece bastarle.
Lo estoy sintiendo todo, y es tan intenso que amenaza con destruirme de
dentro hacia afuera. Me obligo a respirar profundo por la nariz y aprieto los
dientes. «Un poco más. No puedes derrumbarte ahora. Zarco te necesita»,
me repito una y otra vez en mi cabeza. Visualizo un muro de hormigón de
varios metros de ancho y voy alzándolo poco a poco, compartimentando mi
cerebro y dejando todos esos sentimientos encerrados. Sé que tendré que
enfrentarme a ellos pronto, sin embargo, ahora mismo mis prioridades son
otras.
―No lo matarán ―afirma Lagos.
Eso llama mi atención. Alzo la cabeza y clavo mi mirada en la suya.
―¿Cómo estás tan seguro? ―consigo preguntar, aunque con voz rasgada
y casi sin aliento.
―Porque quieren la mercancía que les robamos e intentarán sacarle la
ubicación de donde está escondida.
―No se la dará ―dice Luna. Se sienta a mi lado y niega con la cabeza.
Aún tiene la nariz cubierta por un pequeño apósito. Parece realmente
afectada―. Zarco es un jodido cabezota. Pueden torturarlo hasta la muerte,
pero él no abrirá la boca.
No digo nada, aunque estoy de acuerdo con su afirmación. Zarco no
cederá ante Urriaga.
―¡Gambo, hijo de puta! ―brama Beni, lanzando la mesa de café por los
aires.
―Ese puto traidor nos engañó a todos ―secunda Oscar.
―Seguro que se lo han llevado al rancho de Sonora. Yo puedo meternos
allí ―informa Luna.
―¿Y cómo lo sacamos sin morir en el intento? ―farfulla Lagos,
hundiendo los dedos en su pelo rubio―. Hay que encontrar otra forma.
―¿Crees que Leonardo Urriaga será capaz de matarlo? ―Todas las
miradas se dirigen a Oscar―. Ya sé que es un cabrón, pero Zarco es su hijo.
Pestañeo un par de veces y sacudo la cabeza.
―¿Cómo dices? ―inquiero, poniéndome en pie.
Noto como las piernas me responden de nuevo. Estoy logrando mantener
la mierda encerrada. No sé durante cuánto tiempo. Espero que el suficiente
para poder sacar a Zarco de ese rancho.
Oscar y Lagos se lanzan miradas de reojo y este último resopla.
―Zarco, Beni y Alex, el tipo que conociste en el callejón, son hermanos
e hijos de Leonardo Urriaga.
Mierda, eso tiene sentido. Zarco dijo que había escapado de su padre y
también que decidió dejar de trabajar para Urriaga e independizarse, sin
embargo, no me planteé que los dos hombres pudiesen ser uno solo.
Abro la boca para preguntar qué información más me están ocultando,
pero antes de que pueda articular una sola palabra, varios hombres irrumpen
en el salón arrastrando lo que parece ser un cadáver. Lo dejan en el centro
de la habitación, donde antes estaba la mesa auxiliar que Beni ha
destrozado, y al girarlo compruebo que es Gambo; el muy desgraciado aún
respira.
―Está vivo ―informa uno de los que lo han traído―. Lo dejaron en la
puerta hace un par de minutos. Varios hombres están persiguiendo el
vehículo que lo trajo.
Me agacho frente a él y le tomo el pulso. Es débil. El mango del cuchillo
de Zarco sobresale del centro de su pecho, y pegada a su piel tiene una nota
manuscrita manchada de sangre. Retiro el cuchillo y el muy cerdo suelta un
quejido casi inaudible.
―La mercancía a cambio de vuestro jefe ―leo en voz alta.
―Alex sabe que no logrará sacarle nada a Zarco ―dice Oscar, y
maldice.
―Devuélveles la droga ―propongo, mirando directamente a Lagos.
―No puedo, Bailey. Esa mercancía hace mucho que está repartida por
toda Europa.
―¡Entonces, ¿qué mierda vamos a hacer?! ―exclama Beni.
Respiro hondo y me incorporo. Agarro el cuchillo con fuerza por la
empuñadura y tiro del pelo de Gambo, obligándolo a echar la cabeza hacia
atrás. Coloco el filo en su garganta, y con un movimiento rápido y preciso
le rajo el cuello. Dejo que se ahogue en su propia sangre, y cuando ya no
respira, alzo la barbilla y limpio los restos de sangre de la hoja en mi
pantalón.
―Ahora yo estoy al mando. El que quiera puede unirse a mí para traer a
Zarco a casa. ―Todos me miran con fijeza y gesto extrañado, pero nadie se
mueve―. El que no, será mejor que evite cruzarse en mi camino.
Zarco
Toso con fuerza y escupo un buen chorro de sangre. Ya no me queda
nada que vomitar y el mareo es constante. No sé si me siento tan débil por
mi lamentable estado o por el hecho de estar bañado en mi propia sangre.
Tampoco recuerdo cuánto tiempo llevo metido en este maldito agujero. No
hay ventanas, la única luz que alumbra la estancia es un foco que está justo
sobre mi cabeza. Recibo otro puñetazo, esta vez en el pecho, e intento
liberar las manos, pero están bien sujetas con una cuerda gruesa a la parte
trasera de la silla.
―Solo tienes que decir dónde está la mercancía, Zarco ―dice Alex.
Sonrío y me encojo de hombros.
―Ya me conoces, hermanito. Soy bueno guardando secretos.
Suspira y le hace una señal al tipo que me ha estado golpeando las
últimas horas para que vuelva a clavarme el puño en el rostro. Lo acepto
con un gruñido y sacudo la cabeza. Creí que la herida de bala me mataría,
pero los muy hijos de puta me curaron antes de empezar a torturarme.
Tengo tantas heridas en todo el cuerpo que apenas puedo distinguir el dolor
del balazo.
Tras unos minutos de golpes, Alex ordena a su hombre que se retire y nos
quedamos a solas. Camina hacia mí y se agacha para quedar a mi altura.
Puedo ver un vendaje que asoma bajo el cuello de su camiseta, justo en el
lugar donde lo apuñalé. Debí haber apuntado más abajo, en su corazón.
―Joder, hermano. No me gusta tener que hacer esto. Se supone que ibas
a largarte. ¿Por qué tuviste que intentar joder al viejo?
―Soy un rebelde ―siseo, y siento como un chorro de sangre caliente
recorre mi barbilla. Mi estómago se retuerce y la bilis sube por mi garganta.
―Estás loco, y si no me das lo que quiero voy a tener que matarte. ¡Sé
listo por una vez, maldita sea!
Tomo una respiración profunda y aprieto los dientes con fuerza cuando
un latigazo de dolor me recorre las costillas magulladas.
―Deja de fingir que te importo, Alex. Eres y siempre serás su perrito
faldero. No hay nada que vaya a cambiar eso.
Mi hermano mayor niega con la cabeza y retrocede un par de pasos.
―Si no logramos sacártelo a ti, iremos a por los tuyos. ¿De verdad estás
dispuesto a arriesgar la vida de Lagos, Oscar, Luna e incluso Beni por pura
cabezonería?
―Lo que para ti es cabezonería, yo lo llamo orgullo. Supongo que no
sabes de lo que te hablo, ¿verdad?
Tomándome por sorpresa, me agarra la cabeza y pega su rostro al mío.
―¡Hazlo por Beni, joder! No quiero tener que enterrar a mis dos
hermanos.
―¡Alex! ―escucho su voz y todo mi cuerpo se tensa de manera
involuntaria. Alex se aparta y puedo ver a Leonardo Urriaga, el hombre que
me dio la vida, el mismo que permitió que mi madre muriera desangrada y
sola. Camina despacio hacia mí y esboza una sonrisa burlona―.
Bienvenido a casa, hijo.
Le escupo sangre y consigo salpicarle la camisa blanca.
―Da por perdida la mercancía, viejo. Mátame si quieres, pero no diré
nada.
Suspira y coloca su mano sobre mi hombro. Me revuelvo para
sacudírmela de encima, sin embargo, solo logro sentir dolor, como si miles
de cuchillas afiladas se me clavaran en todo el cuerpo.
―No voy a matarte. Hace unos días envié al traidor que tenías entre los
tuyos con un mensaje. Lagos es un chico listo, sabrá tomar la mejor
decisión. ―Sonrío y niego con la cabeza. Lagos no puede devolverle la
droga porque ya no la tenemos. Pocos días después de que empezara a
sospechar que teníamos un topo, Zakharov se encargó del transporte de la
mercancía. No queda nada. Si ellos lo saben, soy hombre muerto―. ¿Hay
algo que quieras compartir con tu hermano y conmigo, hijo?
―Eres un viejo idiota ―digo, riendo a carcajadas.
No veo venir el puñetazo que me gira la cara hacia un lado y consigue
aturdirme. Tira de mi pelo y pega su nariz a la mía.
―Ya deberías saber que conmigo no se juega, Gabriel. ¿Quieres saber lo
que voy a hacer? Si en las próximas veinticuatro horas no tengo noticias de
tus amiguitos, enviaré un jodido ejército a esa casa tan bonita que tienes
cerca del desierto. Yo mismo mataré a Lagos, a Oscar y a la zorrita de Luna.
Y con tu hermano pequeño… Bueno, estoy seguro de que aún puedo
convencerlo de que se una a mí. ―Aprieto los dientes con fuerza y no
respondo―. Oh, sí, también está la otra puta. ¿Bailey? Es guapa. ―Clavo
mi mirada en la suya con rabia―. Disfrutaré follando todos sus agujeros
antes de entregarla a mis hombres. Piénsalo, es probable que acabe teniendo
una muerte parecida a la de tu madre.
―¡Voy a matarte, hijo de puta! ―bramo, revolviéndome para intentar
alcanzarlo.
Suelta una carcajada y chasquea los dedos. Enseguida entran dos
hombres y se acercan a mí. Mientras me golpean busco la mirada de mi
hermano. Le pido sin palabras que detenga esto, que me ayude, pero sé que
no va a hacerlo.
Capítulo 32
Bailey
∞∞∞
El calor me rodea, un calor húmedo que envuelve mis extremidades, mi
torso y mi cuello. Estoy tumbado boca arriba y siento unas manos
recorriendo mis hombros y después mi rostro. Se hunden en mi pelo y tomo
una respiración profunda. Es agradable. Un aroma conocido invade mi
nariz. Es Bailey, estoy seguro. Reúno las pocas fuerzas que me quedan para
lograr abrir los ojos, primero uno y después el otro. La luz blanca me hace
daño a la vista.
―Estás despierto ―susurra, y vuelvo a sentir esas manos sobre mi cara.
Un nuevo esfuerzo y vuelvo a abrir los ojos. Me recibe su mirada y
exhalo con fuerza. Intento ubicarme. Creo que estoy en el baño de mi
dormitorio, en la bañera. Muevo un poco el cuello y compruebo que el calor
que siento proviene del agua caliente en la que estoy sumergido. Regreso la
mirada a Bailey. Ella me está limpiando.
―¿Estoy muerto? ―logro preguntar, aunque ni siquiera reconozco mi
propia voz.
Recibo media sonrisa a modo de respuesta y niega con la cabeza.
―Necesitabas un baño antes de acostarte. Te he administrado un buen
cóctel de analgésicos. El dolor cederá pronto.
Consigo alzar un brazo y sacarlo del agua, acerco mi mano a su mejilla y
la acaricio con suavidad.
―¿Por qué viniste a buscarme?
―Estoy loca, ¿recuerdas? ―Se encoge de hombros y ladea la cabeza
para rozar su mejilla contra mi palma, como si de verdad disfrutara de mi
tacto―. Los locos no seguimos ninguna lógica, pero ¿qué voy a contarte a
ti? Tienes bastante experiencia en ese ámbito.
Mis párpados amenazan con cerrarse. Lucho para mantenerlos abiertos al
menos unos segundos más.
―Creí que moriría sin volver a escuchar ese tono sarcástico en tu voz
―susurro, y toco sus labios con la punta de los dedos―. Volvería a ese
jodido infierno si a cambio puedo besarte una vez más.
Su respiración cambia y noto como su pecho se eleva y baja con
violencia. Bailey aprieta los dientes e inspira hondo por la nariz. Busco su
mirada y, justo antes de que la oscuridad me arrastre de nuevo con ella, me
parece ver como una lágrima recorre su mejilla.
∞∞∞
Escucho a lo lejos unos gritos y también golpes. Me muevo despacio. Ya
no estoy en la bañera. Este lugar es mucho más mullido y suave. ¿Mi cama?
Es posible. Siento dolor, sin embargo, ya no es tan intenso como antes y mi
mente parece estar más lúcida, aunque el agotamiento sigue ahí. Solo quiero
seguir durmiendo un rato más, pero los gritos son cada vez más altos.
―¡Bailey, detente! ―Abro los ojos de golpe al escuchar la voz de Lagos.
¿Qué puede estar ocurriendo para que se altere tanto? Intento incorporarme
y busco a Bailey en la habitación. No está―. ¡Bailey, por favor! ¡Vas a
lastimarte!
Me incorporo rápido y un pinchazo de dolor me atraviesa el costado.
Miro hacia abajo y compruebo que tengo el torso rodeado por vendas
gruesas, seguramente para mantener inmovilizadas mis costillas. Con el
corazón latiendo a toda velocidad, me arrastro hasta el borde del colchón y
bajo las piernas. Me lleva varios intentos ponerme en pie, al menos lo logro,
y me sorprende descubrir que el dolor de la pierna es bastante soportable.
Abandono la habitación y camino lo más rápido que soy capaz siguiendo
los sonidos de golpes y los gritos. Suena como si alguien estuviese tirando
cosas al suelo y proviene del despacho.
Antes de llegar a la puerta veo a Beni, Oscar y Luna. Están en el pasillo,
mirando con fijeza lo que sea que esté pasando en el interior de mi
despacho. Ni siquiera se dan cuenta de mi presencia hasta que llego a su
lado.
―Zarco, ¿qué haces levantado? ―Mi hermano pequeño se coloca a mi
lado e intenta ayudarme, pero niego con la cabeza y doy un paso más para
poder mirar hacia dentro de la habitación.
Mis ojos se abren como platos al ver a Bailey moverse de un lado a otro.
El despacho parece una zona de guerra. Hay libros, cristales y trozos de
madera tirados por el suelo. Está arrasando con todo el mobiliario. No
habla, solo golpea cosas, gruñe, jadea y sigue dando puñetazos, patadas y
empujones a todo aquello que se encuentra en su camino. Lagos está a su
lado, guardando una distancia prudencial e intenta hacerla entrar en razón
sin éxito. Parece desquiciada, completamente fuera de control.
―Bailey, tienes que tranquilizarte. ―Da un paso en su dirección y
frunzo el ceño.
Mi amigo logra sujetarla por los hombros y recibe un codazo en la cara,
aunque no se mueve y solo la agarra con más fuerza y la atrae hacia su
cuerpo.
―¡Aparta tus manos de mi mujer! ―bramo. Mi voz suena rasgada, pero
firme.
Lagos da un paso hacia atrás y Bailey me mira con los ojos muy abiertos.
Solo entonces soy consciente de sus mejillas húmedas y sus ojos
enrojecidos. Arruga los labios y, antes de doblarse sobre sí misma, un
sollozo sale del fondo de su garganta.
―Zarco, solo intento tranquilizarla. Lleva varias horas así y no sé qué
más hacer ―explica Lagos de manera atropellada.
Yo no lo miro. Toda mi atención la tiene la mujer que se está
derrumbando en pedazos justo frente a mis narices.
―Todos fuera ―ordeno.
―Zarco…
―¡Fuera! ―grito.
Lagos desaparece y escucho como cierran la puerta del despacho
arrastrando por el suelo los pedazos de cristal, madera, cuero y plástico.
Cojeando, me acerco a Bailey, que sigue acuclillada y cubriendo su rostro
mientras solloza. Estiro mi mano y toco su brazo. Espero unos segundos
antes de darme cuenta de que me está ignorando. Chasqueo la lengua y
respiro hondo.
―No me obligues a agacharme, Mía. Va a doler como el jodido infierno,
pero lo haré.
Consigo hacerla reaccionar, alza la vista y niega con la cabeza.
―No puedo pararlo ―farfulla entre sollozos. Sujeto su mano y tiro de
ella para levantarla, la atraigo hacia mí y seco su mejilla mojada con la
punta de mis dedos―. Todo está saliendo y… ―Coloca una mano en el
centro de su pecho y se le corta el aliento―. Quiero que se detenga.
―No te entiendo ―susurro, mirando sus ojos―. ¿Qué ocurre?
―Lo siento… ―Respira hondo varias veces y sorbe por la nariz―. Lo
siento todo, Zarco. Es tan intenso… Es doloroso y… ¡Me está matando!
Estrecho la mirada sobre ella y me da un vuelco el corazón al darme
cuenta de lo que está pasando. Está sanando, aunque ella misma no lo sepa;
esto es lo mejor que podría sucederle.
―Ven aquí. ―Tiro de ella y la estrecho con fuerza contra mi pecho.
Sus brazos rodean mi cintura y sigue llorando de manera desesperada
mientras yo beso su pelo y acaricio su espalda para intentar tranquilizarla.
Dejo que se desahogue durante lo que se me hace un tiempo eterno. Estoy
sufriendo lo inimaginable al verla así. Mi jodido corazón sangra por ella,
pero sé que no hay nada que pueda hacer para evitarlo; tampoco quiero
hacerlo. Cuando al fin parece calmarse un poco, la aparto de mí unos
centímetros y busco su mirada.
―Siento decir esto, pero tengo que sentarme. Se me están doblando las
rodillas.
Bailey sacude la cabeza y se seca las lágrimas de un manotazo. Mira
alrededor y parece ser consciente del destrozo que ha hecho.
―No hay sillas.
―Aún queda un poco de sofá ―digo, sujetándome a sus hombros para
no caer. Creí que podría aguantar más.
Bailey me ayuda a llegar al sofá. Solo hay un cojín inferior intacto, así
que, tras sentarme, tiro de ella para acomodarla en mi regazo.
―Vas a lastimarte ―murmura con voz ronca por el llanto.
―Me da igual. ―Rodeo su cintura con mi brazo y hundo la nariz en su
cuello. Inhalo su aroma y mi corazón se acelera. ¡Maldita sea, moriría feliz
ahora mismo, con ella a mi lado! Me obligo a apartarme un poco y retiro un
mechón de su pelo para poder mirarla a los ojos―. ¿Estás mejor?
―No, aunque supongo que lo estaré. ―Toma una respiración profunda y
se me escapa la sonrisa.
―Hay que aceptar lo malo para poder disfrutar de lo bueno, Mía.
―Es más sencillo no sentir nada ―replica, apartando la mirada.
La obligo a girar la cabeza en mi dirección y pego mis labios a los suyos.
El beso solo dura unos segundos y retrocedo.
―¿Sientes eso? ―Traga saliva con fuerza y asiente con nuevas lágrimas
en los ojos―. Bien, porque pienso dedicar mi jodida vida a crear nuevos
sentimientos para ti, tan intensos y poderosos que opacarán por completo
todos los malos. ―La beso de nuevo y saboreo sus lágrimas―. Espero que
seas consciente de que no volveré a dejar que te vayas. Eres mía, ahora y
siempre. Tuviste tu oportunidad de vivir alejada de mí y no la aprovechaste.
No te daré otra. Estoy dispuesto a encerrarte en esta casa, encadenarte a mí
el resto de tus días si es necesario, pero no vas a abandonarme otra vez.
―Inspiro hondo y pego mi frente a la suya―. Tienes mi palabra.
Capítulo 35
Bailey
Aún algo aturdida por la conversación que acabo de tener con Zarco, me
dirijo a la cocina. Todos están desayunando y me miran con curiosidad, y
creo que algo de temor también, cuando me ven aparecer. Tengo que lograr
mantener mi mierda para mí misma. Lo iré asimilando poco a poco, sin
embargo, si dejo que me bloquee, será peor que no sentir nada. Inspiro
hondo por la nariz y alzo la barbilla.
―Buenos días ―saludo.
No contestan, solo me siguen observando como si un extraterrestre
hubiese poseído mi cuerpo. Tras servirme una taza de café, me giro con una
ceja enarcada y todos fingen seguir desayunando. Lagos es el primero en
hablar.
―¿Cómo se encuentra Zarco?
―Mejor. Se va recuperando, pero debe descansar todo lo que pueda antes
de que empiece la fiesta. ¿Sabes algo de Urriaga? No estará contento,
supongo.
―No hay noticias, aunque eso no significa que sean buenas.
―Los rusos llegaron esta mañana ―informa Oscar―. Los he instalado
en las habitaciones de la planta baja.
―Bien, después me reuniré con ellos. Ahora quiero saber dónde está
Alex.
―¿Vas a matar a mi hermano? ―inquiere Beni. Como en los últimos
días, su tono es serio y cortante. Está claro que le pasa algo conmigo.
Clavo mi mirada en él y me encojo de hombros.
―No lo sé. Antes quiero averiguar por qué nos ayudó a escapar del
rancho.
―¿Y eso qué importa? Lo hizo, os salvó la vida a ti y a Zarco, ¿no?
Decido ignorarlo por el momento y dirijo la vista a Lagos.
―Lo tenemos encerrado en el sótano. Te llevaré con él.
―Bien. ―Le doy un trago a mi café―. Oscar, ¿las armas?
―Todas en el garaje, custodiadas por un par de hombres de confianza.
Tenemos un buen arsenal para defendernos.
―¿Por qué no han atacado aún? Esperaba al menos alguna señal de
amenaza. ¿El perímetro está bajo vigilancia?
―He instalado cámaras de posición y sensores de movimiento en los
alrededores de la propiedad ―dice Luna.
―Además de las patrullas de vigilancia continuas ―añade Lagos―. Esta
casa, ahora mismo, es una jodida fortaleza. Si alguien se acerca, lo
sabremos.
―Eso es lo que quería escuchar. ¿Puedes esperarme abajo? Necesito
hablar a solas con Beni un momento.
Lagos asiente, y con un gesto de su cabeza los demás lo siguen. Inspiro
hondo y, tras dejar la taza sobre la encimera, me acerco a Beni.
―¿Qué quieres de mí, jefa? ―masculla con recochineo.
―Vale, explícame qué ocurre porque estoy perdida. ¿He hecho algo para
que te cabrees conmigo?
―¿Eso importa? Tú das las órdenes y nosotros las cumplimos, ¿qué más
quieres?
Me froto el rostro con ambas manos. Ya no recordaba cómo se siente la
frustración. Es una puta mierda.
―Beni, ¿qué ocurre? Creí que éramos amigos.
Clava su mirada furiosa en la mía y resopla con fuerza.
―¿Amigos? No, yo pensé que éramos familia. Sin embargo, no tuviste
ningún reparo en largarte sin ni siquiera despedirte. ―Se detiene un instante
para tragar saliva y continúa hablando muy alterado―. ¡Zarco se volvió
loco! Me prohibió que te buscara. Quise ir a verte para pedirte
explicaciones. ¡¿Cómo es posible que solo te hayas marchado sin más?!
¡¿Es que te importamos tan poco?!
Un dolor intenso me atraviesa el pecho, su dolor y también el mío. Doy
un paso hacia él y busco su mirada.
―Lo siento. Tienes toda la razón. Debí hablarlo contigo. Estaba pasando
por un momento horrible y sé que no es excusa, Beni, pero entonces yo no
era capaz de sentir… Bueno, nada. No sentía nada.
Se queda callado unos segundos y se seca los ojos antes de que las
lágrimas se derramen.
―¿Y ahora? ―pregunta con la mandíbula tensa y los dientes apretados.
Me encojo de hombros y esbozo una pequeña sonrisa.
―Ahora me está matando verte así y me muero de ganas de abrazarte,
pero temo hacerlo y que me rechaces porque va doler tanto que… ―Antes
de que pueda terminar la frase, se abalanza sobre mí y me estrecha con
fuerza contra su pecho. Acaricio su pelo corto y lo beso en la mejilla―.
¿Me perdonas? ―pregunto tras apartarme unos centímetros. No contesta,
solo asiente con la cabeza.
―No vuelvas a hacerlo, Bailey. Eres de los nuestros. Tu lugar está aquí,
con nosotros.
Sonrío y acaricio su mejilla.
―Empiezo a entenderlo. ―Sorbo por la nariz y bufo, sonriendo―. Vale,
no puedo seguir así. Necesito centrarme para ir a ver a Alex.
―Es mi hermano, Bailey. Si es posible, intenta no matarlo.
―Está bien. Haré todo lo que esté en mis manos.
Zarco
Me despierto algo aturdido. Esos jodidos medicamentos son tan fuertes
que no puedo dejar de dormir. Las cortinas del dormitorio están cerradas,
pero tampoco veo que se filtre nada de luz, por lo que supongo que ya ha
anochecido. Bailey no está en la cama. Me incorporo con cuidado y
descubro que ya no siento tanto dolor. Mi estómago ruge por el hambre.
Recuerdo haber probado algo de sopa entre siesta y siesta, sin embargo,
ahora mi cuerpo me está pidiendo alimentos sólidos y en gran cantidad.
Me lleva menos tiempo del esperado ponerme en pie. No me molesto en
cambiarme de ropa. Salgo de la habitación cojeando, aunque mucho menos
que ayer. Supongo que las drogas aún estarán haciendo efecto en mi
organismo, ya que consigo moverme relativamente bien. Las costillas me
tiran un poco, así que mantengo el torso recto y sigo avanzando. Escucho
voces que provienen del comedor y agudizo el oído. Es Bailey quien habla.
―Entonces, ¿van a atacar? ―pregunta, no sé bien a quién.
―Sí, es solo cuestión de tiempo. Sin mí tendrán que reorganizarse, pero
eso no les detendrá. ―Me suena esa voz.
Frunzo el ceño y al fin llego a la entrada del comedor. Bailey está sentada
en la cabecera de la mesa y los demás alrededor de la misma, incluido mi
hermano Alex.
―¿Qué mierda está pasando aquí? ―inquiero, y siento como la rabia
recorre mis venas.
Clavo mi mirada en el hijo de puta que permitió que me torturaran y casi
mataran sin mover un dedo para ayudarme. Alex se acomoda hacia atrás en
la silla y esboza una sonrisa burlona.
―Hermanito, bienvenido al mundo de los vivos ―saluda, moviendo los
dedos en el aire.
―¿Qué haces levantado? ―inquiere Bailey. No parece contenta. Bueno,
yo tampoco lo estoy.
―Por lo visto, interrumpir una reunión a la que no he sido invitado
―siseo.
La escucho bufar y nadie se atreve a decir nada.
―Zarco, siéntate para que podamos ponerte al día.
Dirijo mi mirada furiosa en su dirección.
―No puedo. Estás en mi sitio. ―Rueda los ojos, y tras resoplar, se pone
en pie y señala la silla vacía.
Con la espalda recta, intento caminar sin apenas cojear y aguanto el dolor
de las costillas cuando me agacho para tomar asiento.
―Ahora que ya te has golpeado el pecho con los puños, hablemos de lo
que nos importa ―dice.
Antes de que pueda alejarse, agarro su mano y tiro de ella para sentarla
en mi regazo. No se resiste, aunque sí recibo una mirada poco amistosa por
su parte.
―¿Puede alguien explicarme qué hace él aquí sentado a mi mesa en vez
de estar bajo tierra y con un puñado de gusanos en la boca? ―inquiero,
señalando a Alex con el dedo índice.
―Os salvó la vida a Bailey y a ti ―responde Beni.
Frunzo el ceño y giro la cabeza para mirar a la mujer que está sentada
sobre mí. Ella asiente.
―Quiero saberlo todo. Ahora mismo.
Durante un buen rato, permanezco en silencio y solo escucho el relato de
Bailey de lo que ocurrió cuando vino a rescatarme. También menciona algo
de un trato con Zakharov a cambio de refuerzos, solo que no da demasiados
detalles al respecto. Dejo que continúe. Me queda claro que ella ha tomado
el mando de mi organización mientras yo estaba ausente, y una parte de mí
se siente jodidamente orgullosa por ello. La otra aún no sabe si sentir celos
o admiración. Al terminar, giro la cabeza hacia Alex en busca de una
explicación.
―No me ayudaste cuando te lo pedí. Dejaste que esos cabronazos me
molieran a palos ―le reprocho―. ¿Por qué salvarme la vida?
Se encoge de hombros, mirándose las uñas de manera distraída.
―Es lo que llevo haciendo media vida, Zarco. Cuido de vosotros.
―Ya, claro. ―Suelto una falsa carcajada―. ¿Cómo demonios haces eso
mientras le comes los huevos al viejo?
Alza la vista y se estira para colocar los codos sobre la mesa.
―¿De verdad creíste que podías huir de él sin más? Todos os largasteis
de la noche a la mañana. ―Extiende la mano para señalar alrededor de la
mesa―. Escapasteis, y de pronto se os ocurre crear vuestra propia
organización con mercancía robada al puto cártel de nuestro padre. Si no
fuese por mí, hace mucho que el viejo os habría encontrado, Zarco. He
pasado años cubriendo vuestras pistas, rezando para que dejarais de ser tan
imbéciles como para seguir robando a quien puede aniquilaros sin apenas
esfuerzo. ―Bufa con fuerza y se vuelve a recostar hacia atrás―. Me
convertí en su perro para protegeros. Él confiaba en mí. Me costó mucho
cubrir cada pista de vuestro paradero. Maté a muchos dispuestos a hablar,
algunos de ellos eran amigos fieles. Si vas a echarme en cara que no te
ayudé, hermano, piensa antes qué has hecho tú para ayudarte a ti mismo.
―Tener pelotas ―siseo―. Pudiste haber venido con nosotros. Y ya de
paso, sacarme de allí antes de que me mataran.
―Estaba buscando la manera de hacerlo. ―Chasquea la lengua,
contrariado―. Te lo dije en su momento, era un suicidio irse sin más. Si no
estáis todos muertos es precisamente porque yo me quedé.
―Ahora te debemos la vida ―murmuro en tono sarcástico.
―¡Maldita sea, claro que sí! ―Golpea la mesa con la palma de la mano e
intento ponerme en pie, pero Bailey me sujeta por los hombros.
―Deja que hable ―me pide. La miro furioso. ¿Por qué se pone de su
parte? Antes de que pueda decir nada, coloca sus manos en mi rostro y me
obliga a mirarla a los ojos―. Te aseguro que yo misma le hubiese metido
una bala en la cabeza si no lo necesitáramos.
―¿Para qué?
―Para que no os maten ―responde Alex―. Ahora mismo todo el cártel
de Sonora se está preparando para entrar en esta casa y liquidaros. El traidor
de Gambo la cagó. No pude silenciarlo antes de que hablara con Lagos.
―Desvío la mirada en dirección a mi amigo―. El otro Lagos, su padre
―aclara.
―¿Por qué no han venido ya si saben dónde estamos?
―Porque sin mí les va a resultar más difícil organizarse. Las cosas han
cambiado mucho desde que te marchaste, Zarco. Logré que el viejo
dependiera de mí para casi todo. Casi siempre me hacía caso. Yo era el
encargado de toda la logística respecto a sus hombres, pero vendrán, solo es
cuestión de tiempo.
Respiro hondo. No termino de fiarme de Alex, sin embargo, tenerlo de
nuestro lado durante el enfrentamiento puede darnos ventaja. Conoce bien
el comportamiento de los hombres de Urriaga.
―¿Qué medidas se han tomado para protegernos? ―inquiero.
Se escucha una especie de suspiro de alivio generalizado y Bailey toma
la palabra.
―Tenemos el perímetro vigilado. Si alguien se acerca, seremos alertados
de inmediato. Tenemos los refuerzos que nos ha enviado Zakharov. Son
bastantes, bien entrenados y sin miedo a morir.
―Hay armas escondidas…
―También las tenemos ―me corta. Arqueo una ceja por la sorpresa―.
Tenías la ubicación en tu ordenador.
―Sí, protegida por una contraseña ―señalo.
―Ni siquiera tuve que hackearla ―añade Luna, y señala a Bailey con un
gesto de su mano―. Ella la adivinó enseguida.
Es lógico, puse su nombre.
―Eres demasiado predecible ―dice Bailey, encogiéndose de hombros.
¿Predecible? Será… Si estuviésemos solos, ahora mismo le estaría
demostrando lo poco predecible que puedo llegar a ser. Aferro mi mano con
más fuerza a su cintura y tiro de ella para colocarla justo sobre mi
entrepierna. Como ya esperaba, con un solo roce empieza a endurecerse y
ella se remueve incómoda e intenta alejarse. No se lo permito.
―Ya veo que lo tenéis todo controlado. Supongo que no me necesitáis.
¿Cuándo pensáis atacar el rancho? ―Todas las miradas se dirigen a mí―.
¿De verdad vais a esperar que el jodido cártel de Sonora al completo
irrumpa en nuestra casa?
―¿Tienes otra idea mejor? ―inquiere Bailey.
―Por supuesto que sí. Vayamos a por ellos. No se lo esperan, así que es
el momento de atacar. Entremos en el rancho matando a todo aquel que se
cruce en nuestro camino y acabemos con ese hijo de puta de una vez por
todas.
Capítulo 37
Bailey
―Explícame otra vez cuáles fueron los términos del acuerdo con los
rusos ―pido, apartando la mirada de la carretera.
He querido probar mi propia resistencia al conducir durante más de tres
horas. Tal vez no haya sido la mejor idea. Empiezo a sentir dolor en el
costado izquierdo, pero la pierna responde como debería.
―Ya te lo he dicho. Tuve que aceptarlo para conseguir los refuerzos.
―Lo de los diamantes me parece bien. Es algo exótico, pero me gusta.
Con una buena negociación podremos sacar unos cuantos millones de eso.
Lo que no termina de convencerme es el matrimonio.
―Sí, ya lo sé ―masculla―. Intenté negarme, te lo aseguro. Tampoco
estaba en posición de rechazar su ayuda.
―Nosotros no arreglamos matrimonios. Eso es cosa de los italianos y los
rusos. Para los cárteles, el honor y la palabra está por encima de los lazos
familiares. ―Giro a la derecha para adentrarme por la pista de tierra y
compruebo que todos los vehículos donde viajan mis hombres me siguen
antes de seguir hablando―. ¿Has pensado ya quién va a ser el afortunado?
La escucho suspirar y aminoro la velocidad cuando nos acercamos a los
límites de la propiedad.
―¿Quieres ofrecerte como candidato? ―La miro de reojo y sonrío.
―Dudo que puedas soportarlo. Los rusos esperan que los matrimonios
concertados se consuman. ¿Estás dispuesta a ser la amante que espera en la
habitación contigua? ―Recibo una mirada de advertencia y río con más
fuerza. Mi mano derecha va a parar a su rodilla y la acaricio con
suavidad―. Soy tuyo, Mía. No habrá nadie más entre nosotros, nunca.
No dice nada, aunque puedo notar cierto aire de satisfacción en su rostro.
―No se conformarán con cualquiera. Debe ser alguien de tu círculo
íntimo.
―Eso supuse ―mascullo.
―Lagos, Oscar… Beni es demasiado joven e inmaduro para asumir ese
rol.
Me planteo todas las posibilidades. Lagos nunca ha tenido intención de
casarse, al menos que yo sepa, y Oscar… Bueno, él ya tiene suficiente con
lidiar con sus propios demonios. Resoplo y detengo el vehículo en el punto
de encuentro.
―Si salimos de esta, se lo propondré a los tres. Lo que no voy a hacer es
obligarlos. Si ninguno está dispuesto a casarse con la hermana de Zakharov,
lo hablaré con él e intentaré llegar a otro acuerdo.
―Me dejarás en evidencia ―señala, y sé que tiene razón. Dio su palabra,
y si yo no estoy dispuesto a cumplirla, será ella la que tenga que asumir las
consecuencias.
―Lo sé, y lo siento. No permitiré que nadie te haga daño, pero mi deber
es proteger a los míos. No puedo obligarlos a casarse con una mujer que ni
siquiera conocen.
Tras unos segundos de silencio, asiente con la cabeza.
―Eso lo respeto.
―Bien. ―Tomo una respiración profunda―. ¿Estás lista?
―Alex ―suelta de pronto.
―¿Alex?
―Sí, él puede casarse con la rusa. Es tu hermano mayor, ¿no? Además,
tiene que servirle de algo llevar el apellido Urriaga.
Pongo los ojos en blanco. Yo decidí no hacer uso de él cuando abandoné
el cártel. Zarco era el apellido de mi madre y lo llevo con orgullo.
―No confío en Alex. Sigo pensando que traerlo con nosotros es
demasiado arriesgado.
―Veamos cómo se desarrollan las próximas horas. ―Bailey se gira en el
asiento y entrelaza sus dedos con los míos―. Es posible que al final del día
no quede nadie vivo para cumplir con esta tarea.
Asiento y busco su mirada.
―¿Cómo estás? Si quieres quedarte aquí con Luna…
―No, me necesitas.
―Claro que lo hago, en todos los sentidos, y ese es el jodido problema.
―Sujeto su rostro entre mis manos y pego mi frente a la suya―. Te prohíbo
que mueras.
Bailey esboza una sonrisa traviesa y niega con la cabeza.
―Tú siempre tan mandón… Aunque, por una vez, voy a hacer todo lo
posible por no llevarte la contraria.
―Más te vale ―susurro antes de besarla.
Salimos del vehículo y tardamos varios minutos en organizarnos.
Estamos en minoría de fuerzas y efectivos. No obstante, tengo la esperanza
de que el factor sorpresa nos dé un poco de ventaja.
―Déjame entrar primero ―pide Alex, deteniéndose frente a mí.
Lo miro frunciendo el ceño y niego con la cabeza.
―¿Y darte la posibilidad de que alertes a tus amiguitos? Olvídalo. Tienes
suerte de que no te haga entrar ahí desarmado y en pelotas.
―Gabriel, muchos de esos hombres no tienen la culpa de las cagadas de
nuestro padre. Luchan por él porque es lo que les han enseñado. No
merecen morir sin tener la posibilidad de rendirse. Permíteme hablar con
ellos y conseguiré que cambien de bando.
Lo pienso unos segundos. Si de verdad pudiera hacer algo así, tendríamos
media batalla ganada. No obstante, el riesgo es demasiado extremo.
―No. Mantén la boca cerrada y no te separes de mí. Si veo algún
movimiento sospechoso, ante la duda, dispararé primero y preguntaré
después. ¿Te ha quedado claro?
Resopla con fuerza y termina asintiendo.
―Intentad matar lo menos posible ―pide Bailey tras terminar de ajustar
la correa de su rifle. Todos la miramos confusos. ¿Pretende que entremos en
el rancho dando tiros al aire?―. Sé que es difícil, pero mi mente no está
pasando por su mejor momento y no necesito más cadáveres de los
estrictamente necesarios sobre mi conciencia.
Me acerco y beso su sien.
―Ya la habéis escuchado ―digo en voz alta y con tono autoritario―.
Intentad disparar a las extremidades de nuestros enemigos y desarmarlos.
Cabeza y corazón solo como último recurso.
Capítulo 39
Bailey
Zarco
No sé cómo soy capaz de entrar en la casa de una sola pieza. Descarto el
rifle al quedarme sin munición y recorro los largos pasillos en los que
aprendí a caminar cuando era un niño con el arma corta en la mano. Disparo
a todo aquel que se mueve. Aunque intento no matarlos, alguno se me
escapa. Me dirijo al despacho de mi padre. Conociéndolo, sé que estará
atrincherado allí, rodeado por sus hombres de confianza. Puede que Alex
esté con él. Disfrutaré matando a ese traidor en cuanto lo vea.
Abato a un grupo de cinco o seis y al fin logro llegar a la puerta del
despacho, sin embargo, me queda claro que al otro lado ya me están
esperando. Decido tomar un camino alternativo. Entro en la habitación
contigua. Las paredes son de ladrillo, lo bastante finas como para que las
balas puedan atravesarlas. Me hago con uno de los rifles de un cadáver, y
tras colocarme lo más alejado posible de la pared que divide esta estancia
del despacho, presiono el gatillo y vacío el cargador. Después salgo
corriendo antes de empezar a escuchar los disparos al otro lado, le doy una
patada a la puerta del despacho y mato a dos hombres antes de ver a mi
padre apuntándome con una pistola. El padre de Lagos también está aquí,
herido, aunque no parece grave. Los demás están muertos y no hay ni rastro
de Alex.
―Me sorprendes, Gabriel ―dice el viejo, y se toca el abdomen. Está
sangrando―. Te enseñé bien, demasiado bien. ¿Qué pretendes hacer ahora?
―Se mueve por la habitación en dirección a la puerta sin dejar de
apuntarme, yo tampoco bajo el arma―. ¿Vas a matarme?
―No dejaré que salgas de aquí. Se acabó.
Sonríe y niega con la cabeza.
―¿Escuchas eso? Aún no ha terminado. Mis hombres morirán por mí.
Jamás se rendirán.
―¿Estás seguro de eso, viejo? ―Alex entra en el despacho seguido por
Bailey y Beni, todos armados y apuntando a nuestro padre. Me mira a mí,
frunciendo el ceño―. Te dije que podría hacerlos cambiar de parecer. ¿Por
qué nunca me escuchas?
Dirijo la mirada a Bailey y ella asiente.
―Tenemos la situación controlada ―informa―. Los que no han sido
abatidos, se han cambiado de bando y están obligando al resto a rendirse.
Sonrío y mi padre me mira con auténtico terror.
―No te atrevas a dispararme, Gabriel. Juro que, antes de morir, me
llevaré a cualquiera de tus amigos conmigo.
―Eso no va a ser necesario, jefe. ―Todos miramos a Lagos padre.
Escucho un sonido metálico a sus pies y compruebo que lleva una granada
de mano que acaba de activar―. Si hay que morir, lo haremos todos juntos.
―¡A cubierto! ―grita Bailey.
Apenas soy capaz de reaccionar. Veo como Beni corre hacia Lagos e
intenta quitarle la granada de la mano. Me muevo para alcanzarlo, pero soy
derribado por Alex, y entonces la habitación entera explota por los aires.
Bailey
Alex se abalanza sobre Zarco justo cuando escucho la detonación. No sé
ni cómo, logro esconderme tras la puerta y la onda expansiva me golpea
con fuerza contra la pared. Aturdida, pateo lo que queda de la madera y
consigo llegar al centro de la habitación. Todos los muebles están
destrozados. Noto el sabor a polvo y ceniza en la boca. Busco a Zarco. Lo
veo junto a Alex en el suelo. Espero unos segundos y respiro aliviada
cuando los veo moverse. «Está vivo». Escucho un gemido y todas las
alarmas se activan en mi mente.
―Beni ―susurro.
Vi cómo intentaba quitarle la granada al otro tipo antes de que explotara.
Localizo sus pies asomando entre los escombros y me dispongo a ir hacia
él, pero entonces siento el cañón de una pistola en mi sien y como un brazo
me rodea el cuello desde atrás.
―Ni se te ocurra moverte, zorra ―sisea Urriaga en mi oído.
Me quedo muy quieta. Alex ayuda a Zarco a ponerse en pie. Lo hace con
visible dolor, pero no duda en venir hacia nosotros con el arma en alto.
―¡Suéltala! ―ordena.
―Me la llevaré conmigo si das un solo paso más ―amenaza.
Miro a Zarco. Ya hemos hecho esto antes. Necesito una distracción para
poder librarme de él. Parece entenderlo, y Alex también porque es él quien
hace el amago de abalanzarse sobre su padre. Solo necesito una milésima de
segundo para echar la cabeza hacia atrás. Escucho el chasquido que emite
su nariz al romperse, agarro su mano y la retuerzo para desarmarlo. Antes
de que la pistola toque el suelo, una bala pasa silbando junto a mi oreja e
impacta en el cuello de Urriaga. Zarco le ha disparado.
Salgo corriendo hacia el lugar donde aún sigue Beni inmóvil y le pido
ayuda a Alex para retirar los escombros. Busco el latido de su corazón
tocando el lateral de su cuello, y el mío propio vuelve a la vida cuando lo
noto, aunque muy débil.
―¡Está vivo! ―anuncio.
―Urriaga también ―dice Zarco.
Entre Alex y yo movemos a Beni hacia una zona más despejada y mi
preocupación aumenta al ver el estado en el que se encuentra su brazo
izquierdo. Tiene el hueso expuesto y destrozado por completo. Casi no hay
músculo y la mano ha desaparecido por completo. Dudo que pueda salvar
nada del codo para abajo, eso si sobrevive a la pérdida de sangre.
―Necesito un cinturón.
Alex se quita el suyo y me lo da enseguida. Lo enrosco alrededor del
bíceps y aprieto todo lo fuerte que soy capaz.
―¿También quieres salvarlo a él? ―inquiere Zarco. Lo miro de reojo,
está señalando a su padre con expresión furiosa.
―Acaba con ese hijo de puta y saquemos a Beni de aquí.
Escucho la detonación y enseguida lo tengo justo a mi lado.
―¿Cómo está? ―inquiere con preocupación.
―Mal. Estoy intentando contener la hemorragia. Sal de aquí antes de que
te desmayes. ―Chasqueo la lengua con fuerza al ver una herida en su rostro
también, es un corte importante que le recorre la mejilla de manera
vertical―. Alex, busca alguna toalla o trapo limpio.
―¿Esto sirve? ―Giro la cabeza y cojo la chaqueta que me tiende Zarco.
Aparte de algunos rasguños y los viejos hematomas, no parece herido. Se
agacha a mi lado―. ¿En qué puedo ayudar?
―Hay que sacarlo de aquí.
―Hagámoslo.
―¿Aguantarás? ―Su nuez se mueve al tragar saliva con fuerza. Tensa la
mandíbula y asiente―. Bien, pues vámonos de una vez.
Mientras yo sujeto lo que queda del brazo de Beni, Alex y Zarco lo sacan
de la habitación medio derruida. Echo un vistazo al cadáver de Urriaga al
pasar a su lado. Se acabó. Ya no podrá hacernos daño nunca más. Zarco se
ha cobrado su venganza y, si Beni sale de esta, podremos seguir adelante.
FIN
Epílogo
Bailey
Seis meses después
Me las arreglo para salir del dormitorio sin despertar a Zarco. Desde que
ya está recuperado por completo me cuesta despegarlo de mí. Tengo que
admitir que el chico tiene resistencia, y me encanta cómo me siento cuando
tenemos sexo, pero necesito un descanso o acabaré muriendo por puro
agotamiento.
Mi intención es ir a la cocina, sin embargo, al pasar por la sala de estar
me doy cuenta de que Beni está allí, sentado frente al televisor. Sonrío. Es
bueno que haya decidido abandonar su madriguera. Casi no se relaciona
con nadie desde lo que pasó en el rancho. Lagos, Oscar y Luna han
decidido mudarse a distintas alas de la casa para darnos más intimidad a
Zarco y a mí. Siguen viniendo cada día, desayunamos, comemos y cenamos
todos juntos. Alex… Bueno, él se está encargando de reconstruir lo que
queda del cártel de Sonora, aunque ahora bajo el nombre del clan Z. Alguno
de los antiguos hombres de Urriaga lograron huir, entre ellos, el padre de
Luna.
―Hola, desconocido ―saludo y me siento a su lado en el sofá. Se ha
dejado crecer el pelo y la barba. La verdad es que ya no es el mismo chico
sonriente y jovial que conocí hace menos de un año, la mayor prueba de
ello es la cicatriz que recorre su rostro, desde el ojo izquierdo hasta más
abajo de la mandíbula―. ¿Cómo estás?
―Sigo siendo manco, si eso es lo que quieres saber ―responde,
señalando el muñón aún vendado justo por debajo de su codo.
Suspiro y acaricio su cabeza de forma cariñosa. Hubiese dado cualquier
cosa por poder salvar su brazo, pero no pude hacer más que amputar los
colgajos de piel, hueso y carne para evitar males peores.
―¿Te sigue doliendo?
―Siempre ―susurra. Gira su cabeza en mi dirección y estrecha su
mirada sobre mí―. Voy a necesitar más pastillas.
―¿Te las has tomado todas? ―Asiente―. Beni, no puedes comerte los
analgésicos como si fuesen caramelos. Son muy fuertes, y lo que es peor,
pueden crear adicción.
―¿Prefieres que me muera de dolor? ―inquiere, empezando a cabrearse.
Respiro hondo e intento mantener la calma. Cada día está más irascible, y
sé que debo tener paciencia con él. El pobre chico debe acostumbrarse a
vivir sin media extremidad y con dolor el resto de su vida.
―Te daré algo cuando regrese, pero vamos a tener que recortar las dosis
por tu propio bien.
Resopla con fuerza y se pone en pie con un movimiento brusco.
―No te atrevas a decirme qué es lo mejor para mí, Bailey. ¡Soy un
tullido de mierda porque tú decidiste cortarme el puto brazo!
―¡Ey! ―Ambos miramos a Zarco, que irrumpe en la sala de estar y no
parece contento―. Te aconsejo que cambies el tono. No vuelvas a hablarle
así a mi mujer. Te salvó la vida, y si no eres capaz de agradecérselo, al
menos deja de hacerla sentir como si hubiese hecho algo malo.
Beni parece querer replicar. No obstante, inspira hondo con los ojos
cerrados, después se acerca a mí y deposita un beso en mi frente.
―Lo siento. No estoy pasando un buen momento, pero todo irá bien.
Asiento y contengo el nudo de emociones que se instala en mi pecho.
―Sabes que puedes contar conmigo, Beni. Siempre estaré aquí para ti.
―Lo sé. ―Esboza una pequeña sonrisa y se marcha.
Al pasar junto a Zarco, golpea su hombro de manera cariñosa antes de
abandonar la sala de estar.
―Estará bien ―murmuro para mí.
―Claro que sí. Solo es cuestión de tiempo que se acostumbre. ―Zarco
llega a mi lado y me abraza por la cintura―. Ahora explícame por qué he
despertado solo en la cama.
Rodeo su cuello con los brazos y muerdo su labio inferior.
―Porque yo no estaba allí ―susurro contra su boca.
―Voy a tener que esposarte a mí para que no salgas huyendo en cuanto
me descuido.
―No te atreverías ―replico, frunciendo el ceño. La mirada que me lanza
dice todo lo contrario―. Vale, nada de esposas. Vístete, que tenemos que ir
a comprobar que la mercancía haya llegado bien.
―Ya lo hice anoche ―informa. Hunde la nariz en mi cuello e inhala con
fuerza.
―Entonces, ahí es donde estuviste.
Desde que arreglamos todo el tema del matrimonio concertado con los
rusos, pusimos en marcha el negocio de los diamantes y estamos bastante
entusiasmados con ello. Hay mucho dinero en juego y todo tiene que salir
bien.
―Sí, siento haberte hecho esperar, pero quise asegurarme de que todo
estaba correcto.
―¿Y?
Mete la mano en el bolsillo de su pantalón de algodón y saca un pequeño
diamante.
―¿Qué te parece?
Observo la palma de su mano y me encojo de hombros.
―Es bonito, aunque no soy experta en joyas. Si Zakharov dice que es de
calidad, yo le creo.
―A lo que me refiero es si te gusta para ti.
―¿Qué mierda pretendes que haga con eso? ―inquiero confusa.
―Imagínatelo engarzado en un aro de platino. ―Coge mi mano
izquierda y desliza su dedo índice justo por encima de mi anular―. Aquí
quedaría perfecto.
Abro mucho los ojos al entender cuál es su intención. Zarco sonríe y noto
su nerviosismo.
―Es la propuesta de matrimonio más extraña que he escuchado nunca
―digo tras soltar una carcajada―. No sé, al menos arrodíllate o algo.
Me sujeta con más fuerza por la cintura y pega su cuerpo al mío.
―Yo me arrodillo ante ti cuando me lo ordenes, pero no creas que solo
voy a hacerte una pregunta de mierda. ―Alza ambas cejas de manera
provocativa y vuelvo a reír―. No has dicho que no.
―Tampoco que sí ―replico.
―Mía… ―gruñe―. ¿Es que ni una vez puedes dejar de llevarme la
contraria? Solo di lo que quiero escuchar y acabemos con esto.
Inspiro hondo y vuelvo a colgarme de su cuello. Clavo mi mirada en la
suya y sonrío.
―Gabriel, te amo con toda mi alma.
Chasquea la lengua y pone los ojos en blanco.
―Eso ya lo sé. Di que quieres casarte conmigo.
―¿Y si no lo digo? ¿Qué va a cambiar eso? Te dije que no quería
tatuarme la zeta y no paraste hasta salirte con la tuya.
―Es muy sexy ―dice, acariciando el hueso de mi cadera.
―Conociéndote, me llevarás a rastras ante un juez y no me dejarás en
paz hasta que diga «sí, quiero».
―Me alegra saber que lo tienes tan claro ―masculla antes de pegar sus
labios a los míos.
Mientras nos besamos, no puedo evitar recordar la primera vez que puse
mi mirada sobre este salvaje y arrebatadoramente atractivo hombre. Lo amé
antes incluso de poder sentir nada. De alguna forma, supo meterse bajo mi
piel, en mi corazón y en mi mente. Esta última la trastornó por completo.
Yo era una militar, alguien que siempre se regía por un código moral
intachable, y ahora aquí estoy, a punto de casarme con el líder de una banda
criminal, hablando de tráfico de diamantes y quitando vidas en vez de
salvarlas. Lo más curioso de todo es que nunca antes había sido tan feliz, y
eso es lo único que me importa.
Epílogo extra
Bailey
―Gabriel, ni se te ocurra desmayarte ―grito mientras dos mujeres que
apenas conozco miran con fijeza entre mis piernas.
―No lo haré ―dice sin aliento, y aprieto su mano cuando una nueva
contracción amenaza con partirme por la mitad.
―Señora Zarco, solo un empujón más ―pide la partera.
Tomo una respiración profunda y un grito desgarrador sale del fondo de
mi garganta. Empujo con todas mis fuerzas y entonces lo escucho, un llanto
débil que poco a poco va subiendo de volumen. Sin aliento, busco la mirada
de Zarco y lo veo sonreír de oreja a oreja.
―Ya está ―dice, y sonríe aún más.
―Enhorabuena, es una niña preciosa. ―La dejan sobre mi pecho y
acaricio su pequeña cabecita. Estoy sin palabras. ¿Cómo es posible que
pueda sentir tanto amor por alguien a quien aún no conozco?
―Mía, tiene sangre ―susurra Zarco.
Giro la cabeza en su dirección con la velocidad de un látigo. Está pálido
y se tambalea hacia atrás.
―Oh, mierda. No te desmay… ―Antes de que pueda terminar la frase,
lo veo caer de espaldas y pongo los ojos en blanco―. ¿Alguien puede
levantar a mi marido? ―Beso la cabeza de mi pequeña y sonrío de
nuevo―. No te preocupes, cielo. Tu papá se alegra mucho de verte.
Enseguida se despertará y siempre estará a tu lado, protegiéndote y
cuidándote. Has nacido en una familia algo peculiar. Te va a encantar, ya lo
verás.
AGRADECIMIENTOS
Otro libro más terminado y tengo que admitir que me he quedado con
ganas de más. Gracias por haber llegado hasta aquí y espero que hayas
disfrutado de la historia de Zarco y Bailey. Este libro no sería como es si
unas cuantas personas no me hubiesen ayudado a hacerlo realidad. Ni
siquiera voy a molestarme en mencionar sus nombres porque saben quiénes
son.
Lagos, Oscar, Luna, Beni… ¿Tienes ganas de saber qué les depara el
destino? Yo también, ja, ja, ja.
Jessgr.net