Está en la página 1de 214

Zarco

Jess GR
Copyright © 2024 Jess GR

©Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente
prohibida, sin autorización escrita del autor, la reproducción parcial de esta obra por cualquier medio
o procedimiento, sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros, así como
la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo público. La infracción de los derechos
mencionados puede ser constituida de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del
código penal).

Diseño Portada: Luce G. Monzant


Corrección: Nia Rincón

Los personajes, eventos y sucesos presentados en esta obra son ficticios. Cualquier semejanza con
personas vivas o desaparecidas es pura coincidencia.
A esas amigas que siempre saber qué decir para traer luz a la oscuridad.
Prólogo

¿Cómo es posible que un pequeño trozo de metal pueda pesar tanto? Miro
de nuevo la estrella de cinco puntas que cuelga de mi cuello. «Valor».
Debería estar pletórica de felicidad, abrazando a mis compañeros y
pensando en mi ascenso a teniente, sin embargo, lo único que siento es una
presión en el pecho que me impide respirar con normalidad. «Esto no está
bien. No hay culpa ni remordimientos. ¿Por qué?».
―Sargento Bailey ―mis pensamientos son interrumpidos. Inspiro hondo
antes de cuadrarme y caminar en dirección al hombre canoso y con
pequeñas arrugas en las esquinas de sus ojos al que yo algún día llamé papá.
Hoy no es más que mi superior, el general Bailey. Paso a su despacho y
espero a que cierre la puerta―. Puedes sentarte, sargento.
Lo hago de inmediato. Permanezco en silencio mientras el general rodea
su mesa y se acomoda frente a mí.
―Tengo que admitir que me has sorprendido. No esperaba que
ascendieras tan rápido, y menos aún que mi propia hija fuese condecorada
por el mismísimo presidente de la nación con la medalla de honor. ¿Eres
consciente de lo importante que es?
―Sí, señor ―respondo de manera mecánica.
―Sé que ya están trabajando en tu ascenso a teniente y, como oficial, no
tendrás que regresar al frente si no lo deseas. Con lo que hiciste, ya has
cumplido con tu deber en el frente, sargento.
Mi padre, el general, sigue hablando mientras yo me pierdo en mis
propios pensamientos. No tendré que volver a ese infierno, esquivando
balas y viendo a mis amigos y compañeros morir. Mi trabajo consiste en
salvar vidas, eso es lo que hace un médico de combate, pero yo… Sacudo la
cabeza para borrar la imagen de todos esos cadáveres postrados a mis pies.
«No hay nada».
―¿Ocurre algo, sargento? ―inquiere mi padre.
Bajo la mirada a mis manos, unas manos que parecen pulcras, pero están
manchadas de sangre. «No volverás a matar», resuena en mi cabeza. Tomo
una bocanada profunda y alzo la cabeza despacio.
―Lo dejo ―digo con seguridad.
―¿Cómo dices? ―El general estrecha su mirada sobre mí, frunciendo el
ceño.
―He terminado aquí, general. Quiero dejar el Ejército.
―Tienes que estar bromeando ―masculla―. ¡Mía, ¿te has vuelto loca?!
Van a ascenderte. Tu carrera militar acaba de empezar de verdad.
Me pongo en pie sin esperar a que me dé permiso, y tras quitarme la
medalla, la lanzo sobre su mesa.
―Puedes quedártela si tanto te gusta, papá. Tú lo has dicho, he cumplido
con mi deber con esta nación y ahora decidiré yo misma cómo vivir el resto
de mis días.
Doy media vuelta y me dirijo a la salida, sin embargo, antes de que pueda
abrir la puerta, escucho su voz a mi espalda.
―Si te vas ahora, no volveré a reconocerte como mi hija. Será como si
hubieses muerto en esa emboscada.
Me giro a medias y dejo que una de mis comisuras se eleve apenas un par
de centímetros. «No hay nada».
―Hace mucho que dejé de ser hija tuya. Adiós, general. ―Tiro de la
manilla y salgo del despacho con una sonrisa.
Capítulo 1
Bailey
Dos años después

Intento leer un poco, pero con los bandazos que da la ambulancia no


consigo concentrarme. Alzo la vista y George, el conductor, se encoge de
hombros a modo de disculpa antes de saltarse un semáforo en rojo a toda
velocidad.
―No sé cómo puedes concentrarte con el ruido de la sirena ―comenta
Matt, el auxiliar paramédico
Los tres viajamos en la parte delantera del vehículo. Hemos recibido el
aviso de un accidente múltiple en una de las avenidas más concurridas de la
ciudad. Estos últimos días estamos teniendo más trabajo de lo habitual
debido al extremo calor de mediados de junio. Sin embargo, en el estado de
Arizona aún acaba de empezar la temporada de monzones y no hemos
tenido ninguno, así que la cosa se puede poner peor muy pronto.
Cierro el libro al ver que el tráfico se intensifica. Apuesto a que estamos
cerca del lugar del accidente. George comienza a tocar el claxon de manera
insistente para que los curiosos que han salido de sus coches se aparten de
la carretera y nos dejen pasar, no obstante, no es hasta que llega la Policía
que consigue despejar un carril y seguimos avanzando.
―Somos los primeros ―murmuro, clavando la mirada en la media
docena de vehículos destrozados que consigo ver desde mi asiento.
Valoro a cuál acudir primero. Uno de ellos está colgando desde la
mediana. Los bomberos ya lo han asegurado, sin embargo, por la forma en
la que está, prácticamente seccionado por la mitad, no creo que haya
supervivientes, y si es así estarán muy graves.
―Bailey… ―murmura Matt. Está esperando mis órdenes.
―El azul ―digo, y salgo de la ambulancia de un salto.
Varios bomberos me escoltan hasta el vehículo. Matt vendrá enseguida
con la camilla de transporte y los maletines medicalizados.
―Hay dos personas. El conductor, varón de unos cuarenta años, y en la
parte trasera su hijo de unos cuatro o cinco años. Ambos están vivos ―me
informa uno de los bomberos.
Aparte de asegurar el vehículo para que no se mueva, también han
logrado abrir un hueco entre el metal para poder acceder a los heridos. Toco
el cuello del padre y compruebo que su pulso es débil. Tiene una brecha en
la cabeza y el volante del coche incrustado en el pecho. Casi con toda
probabilidad fracturas múltiples en costillas y esternón, además de una
conmoción cerebral. Me muevo y hago lo mismo con el niño. Toco el
lateral de su cuello, pero no siento ningún latido.
―Bailey, ¿con cuál empezamos? ―inquiere Matt, que ya ha llegado a mi
lado.
Me atrevo a alzar la cabeza del niño y contengo el aliento al ver la
enorme brecha que parte su cabeza en dos. Su rostro está cubierto de
sangre. Inspecciono la herida y veo masa cerebral saliendo de ella. Suspiro.
«No hay nada».
―Saquemos al padre. El niño está muerto.
―Hace un minuto estaba vivo ―replica el bombero.
Matt me mira y frunce el ceño.
―Aún no es tarde. Podemos empezar con la reanimación
cardiopulmonar y…
―No ―lo interrumpo―. El padre tiene más posibilidades de sobrevivir.
Ese crío tiene el cráneo destrozado y daño cerebral severo. Aunque
consigamos reanimarlo, y en el caso de que tenga la suerte de llegar al
hospital con signos vitales, jamás volverá a despertar.
―Bailey, estoy seguro de que, si el padre de ese chico estuviera
consciente, decidiría intentar salvar a su hijo antes que a él mismo. ¡Es solo
un niño!
Clavo mi mirada en la suya con seguridad.
―Por suerte, esa decisión no le toca a él tomarla, y a ti tampoco. Prepara
el collarín y colócale una vía. Vamos a estabilizarlo antes de sacarlo del
coche. ―Matt me mantiene la mirada unos segundos y al fin se pone en
marcha. «Ninguna vida vale más que otra», resuena en mi cabeza.
Conseguimos estabilizar al conductor, y tras sacarlo del vehículo, lo
llevamos al hospital y dejamos que el resto de paramédicos trabajen con los
heridos restantes. Después regresamos a la base y limpiamos la ambulancia,
reponemos el material gastado y esperamos al siguiente aviso, que no tarda
en llegar. Tras algunos accidentes domésticos sin importancia, y un infarto
en el centro comercial que resulta en la muerte de un octogenario, estamos a
punto de dar por terminado nuestro turno cuando la radio vuelve a ponernos
en marcha.
―Un tiroteo en la Avenida Veintisiete ―informa Matt mientras nos
metemos en la ambulancia a toda prisa.
Ruedo los ojos y me acomodo en el asiento. Tampoco es nada extraño.
La tasa de criminalidad de Phoenix es bastante baja en comparación a otras
ciudades de tamaño y población similares, no obstante, en los últimos años,
la prostitución, el negocio de drogas y la violencia entre bandas ha
proliferado en torno a la Avenida Veintisiete. Cada día recibimos algún
aviso de la zona. Lo más habitual son las heridas con arma blanca o de
fuego.
Tardamos menos de cinco minutos en llegar a nuestro destino. La Policía
ya ha acordonado la zona. Frente a un enorme almacén hay dos chicos
jóvenes inconscientes que varios paramédicos están atendiendo. Con solo
echarles un vistazo sé que sus heridas son de bala.
―Hay dos más dentro y uno en la parte trasera del almacén ―informa
uno de los policías.
Asiento y nos dirigimos al interior. El almacén es enorme y está
completamente vacío. Le pido a George que nos siga con la ambulancia, ya
que dispone de suficiente espacio para maniobrar. Veo los dos cuerpos y lo
primero que hago es tomarle el pulso a uno de ellos, Matt hace lo mismo
con el otro. También son chicos jóvenes. Por la ropa y los tatuajes, casi
seguro miembros de alguna banda latina.
―Está muerto ―informa Matt.
―Este también.
―¿Empezamos con las compresiones?
Estoy a punto de afirmar cuando veo a dos sanitarios corriendo en
nuestra dirección.
―Ellos pueden encargarse. Vayamos a comprobar el estado del de atrás.
―¿Crees que ha sido el clan Z?
―No es asunto nuestro. Que la Policía lo investigue.
Matt asiente y nos movemos rápido. Salimos por la puerta trasera del
almacén y le ordeno a George que rodee el edificio para encontrarse con
nosotros. Encuentro al muchacho en el suelo, está consciente y dos policías
lo vigilan. Me dejan pasar y me arrodillo a su lado.
―¡Apártate de mí, zorra! ―grita antes de que pueda ponerle una mano
encima.
Arqueo una ceja en su dirección y observo su rostro. Parece incluso más
joven que los demás. Dudo que supere los veinte años.
―Si no me dejas examinarte te desangrarás ―digo, señalando su vientre.
Se lo está sujetando con ambas manos, sin embargo, la sangre sigue
saliendo y empapa su camiseta y el suelo a su alrededor.
―¿Quiere que lo esposemos? ―me pregunta uno de los policías.
Sigo sin dejar de mirar al chico.
―No creo que eso sea necesario, agente. Aquí el muchacho parece listo
y dudo que quiera morir. ¿Me equivoco?
―Es la muerte o la cárcel ―farfulla―. No sé qué es peor.
―Vive para comprobarlo ―susurro para que solo él pueda escucharme.
Su mirada se une a la mía. Puedo ver el terror tras sus ojos oscuros. Tras
unos segundos de indecisión, aparta sus manos y asiente.
Lo empujo despacio para tumbarlo en el suelo y corto su camiseta antes
de inspeccionar la herida. Como ya esperaba, es un orificio de bala, aunque
no de alto calibre. Lo giro un poco y compruebo que tiene agujero de salida.
Por la zona, más hacia el costado, donde ha recibido el disparo, es posible
que no haya órganos vitales afectados, sin embargo, no podré estar segura
de ello hasta que deje de sangrar. Tapono la herida con gasas mientras Matt
se encarga de colocarle una vía en el brazo. Veo un tatuaje en forma de zeta
que confirma mis sospechas. Es un miembro del clan Z. La decisión más
sensata es llevarlo cuanto antes al hospital y que allí se encarguen de él.
George nos acerca la camilla y lo subimos a ella enseguida. En cuanto lo
aseguramos en el interior de la ambulancia, los policías nos informan de
que van a escoltarnos. Entonces ocurre algo inesperado, escucho el chirrido
de unas ruedas y un enorme todoterreno negro se detiene junto a nosotros.
Cuatro hombres salen de su interior. Los agentes van a sacar sus armas, sin
embargo, antes de que puedan hacerlo, reciben un disparo en la cabeza cada
uno. Matt se agacha, asustado por el sonido de las detonaciones, pero yo no
me muevo ni un centímetro. Uno de los hombres armados abre la parte
trasera de la ambulancia y sonríe de oreja a oreja.
―El hijo de perra está vivo ―anuncia.
Todos parecen alegrarse antes de girarse hacia nosotros. Uno de ellos, el
que no tiene el cuello y las manos tatuadas, me apunta con una pistola.
―¿Quién es el médico? ―pregunta.
―Yo ―contesto tras carraspear.
Sé lo que va a ocurrir antes de que pase. Otro de ellos alza su arma y
dispara en la cabeza a Matt y después a George. Sus cuerpos caen al suelo
sin vida, y sé que no hay nada que pueda hacer por ellos. Están muertos.
«Es una pena. Me caía bien George».
―Bien. Te acabas de ganar un paseo por la ciudad. ―Me señala la parte
trasera de la ambulancia y sonríe―. Adentro. Vas a curar a mi amigo y
después veremos qué hacer contigo.
Capítulo 2
Bailey

Ya he conseguido detener la hemorragia. Me muevo incómoda y resoplo al


sentir el cañón de la pistola contra mi zona lumbar. Uno de los hombres
conduce la ambulancia, el de los tatuajes en el cuello está con él y el otro, al
que han llamado Oscar, se subió conmigo en la parte trasera y no me quita
la vista de encima.
―¿Puedes alejar el arma unos centímetros? Intento salvarle la vida a tu
amigo, y que me apuntes con esa cosa no me ayuda. ―Me parece escuchar
una risa baja y dejo de sentir el cañón de la pistola.
Sigo trabajando de manera mecánica mientras intento seguir ubicada.
Viajamos a una velocidad normal, en dirección este desde hace más de
veinte minutos. Tal vez nos dirijamos a Paradise Valley. Dicen que algunos
jefes de bandas criminales viven allí, en pleno desierto rocoso, en enormes
mansiones de lujo.
El chico grita de dolor cuando empiezo a retirar las gasas del interior de
la herida.
―¡¿Qué haces?! ¡Le duele! ―grita a mi espalda el tal Oscar.
―No puedo darle analgésicos sin descuidar la herida ―digo tras volver a
bufar―. Si no hubieseis matado al auxiliar, esto sería mucho más sencillo.
―No me digas… ―Giro la cabeza un instante y compruebo que está
sonriendo. Tiene los ojos azul claro y una línea recortada desde la ceja hasta
el lateral de su cabeza. No es una cicatriz, sino algo estético. El chico herido
también la tiene, pero no tan pronunciada―. ¿Por qué no estás nerviosa? Te
hemos secuestrado y matado a tus compañeros y parece que no te afecta.
«No hay nada». No contesto y sigo trabajando en silencio. He estado en
peores situaciones y no es la primera vez que alguien me apunta con un
arma. Centrarme en salvar la vida del chico es lo único que importa ahora.
―¿Cómo te llamas? ―le pregunto.
El muchacho hace una mueca de dolor y mira a su amigo por encima de
mi hombro.
―¿Eso qué mierda importa? ―sisea el de atrás.
―No te lo he preguntado a ti ―replico―. ¿Cuál es tu nombre, chico?
Vuelve a mirar sobre mi hombro y bufa con el rostro arrugado por el
dolor.
―Contesta, de todos modos, no vivirá para contárselo a nadie ―dice el
tal Oscar en español.
Supongo que pensará que no puedo entenderlo, pero se equivoca.
Muchos de mis compañeros en el Ejército eran latinos. Domino el idioma a
la perfección, aunque eso no es algo que vaya a mencionar. Prefiero que
sigan creyendo que no me entero de lo que dicen.
―Beni ―susurra el chico entre dientes.
―Muy bien, Beni, quiero que respires hondo y no te muevas para que
pueda soltar la herida y pincharte un sedante. No te dormirá del todo, pero
ayudará con el dolor. ¿Puedes hacer eso por mí?
Asiente, y cuento hasta tres antes de apartar mis manos. La sangre no
brota del agujero, así que me muevo rápido, cojo una jeringuilla y la lleno
antes de clavarla en la bolsa de suero. Enseguida regreso a su lado y, cuando
estoy a punto de seguir con mi tarea, la ambulancia se detiene con un
frenazo brusco. Maldigo en voz baja al darme cuenta de que el orificio de
salida en su espalda ha vuelto a sangrar.
―Fin del trayecto. Vas a tener que continuar dentro de la casa ―dice el
que está a mi espalda, apuntándome de nuevo a la cabeza.
―Necesito un lugar estéril y el material quirúrgico que hay en la
ambulancia.
―Lo tendrás. Los chicos se encargarán de meterlo todo. Ahora sal.
Hago lo que me ordena en silencio y sin rechistar. Al llegar al exterior
soy consciente de que ya ha anochecido. Miro a mi alrededor. No estaba tan
desencaminada. Estamos en Paradise Valley, en lo que parece ser una
propiedad privada. Lo que el tal Oscar ha llamado casa es una enorme
mansión de cristal, acero y revestimiento de piedra rodeada por jardines
iluminados de forma tenue y una cascada de agua en la parte central. La
puerta de entrada mide más de tres metros y es de madera maciza en color
claro. La estructura es inmensa, de dos pisos y en forma de u, al menos eso
es lo que puedo ver desde esta zona. Miro hacia arriba, hay una barandilla
en la fachada y al fondo puedo distinguir una piscina con paredes de cristal.
―Sigue avanzando ―me ordena el de los tatuajes, clavándome la pistola
en el costado.
Entramos en la casa y escucho como hablan en español. El de los
tatuajes, al que por primera vez escucho que llaman Gambo, ordena que
despejen la sala de juegos y sigue empujándome. Echo un vistazo rápido a
mi alrededor y cuento al menos una docena de hombres armados. La
mayoría parecen simples soldados. Oscar y el tal Gambo son los que dan las
órdenes y ellos obedecen. Intento buscar un punto débil, alguna brecha o
descuido para poder salir huyendo. Debo hacerlo antes de que decidan que
ya no les sirvo para nada y corra la misma suerte que mis dos compañeros.
Van a intentar matarme, eso lo tengo claro. Lo que no sé es cómo intentaré
evitarlo y si estoy dispuesta a romper mi promesa para ello.

Zarco
Me muevo de un lado a otro de mi despacho mientras le doy largas
caladas al puro que tengo entre los dedos. Hace ya más de una hora que los
chicos trajeron a Beni. Sé que la médica que secuestraron lo está tratando,
pero nadie me dice nada y yo no soy capaz de entrar en la sala de juegos por
mi cuenta. Eso sería un desastre. Mis hombres no pueden enterarse de una
de mis mayores debilidades, me perderían el respeto.
―Tranquilo, Zarco. Si hubiese alguna novedad, Oscar ya estaría aquí. Es
un buen perro ―canturrea Luna desde el sofá en forma de ele que hay en
una esquina de la habitación.
Me detengo y clavo la mirada en Lagos, mi mano derecha y el hombre en
el que más confío después de mí mismo.
―Ve a ver qué ocurre con mi hermano ―ordeno.
Como es habitual en él, no rechista y hace lo que le digo. Enseguida sale
del despacho y cierra la puerta a su espalda.
―Hablando de perros fieles… ―La sonrisita de Luna no me pasa
desapercibida. Se levanta y camina hacia mí contoneando las caderas. Se
cuelga de mi cuello y empieza a masajear mi nuca con los dedos―. Sé lo
que necesitas para relajarte un rato, amor ―susurra en tono provocativo.
Aparto sus manos y bufo con fuerza mientras retrocedo un par de pasos.
―Han disparado a mi hermano. Lo que necesito ahora es que se
recupere, no echar un jodido polvo ―siseo entre dientes.
Al darse cuenta que no va a sacar nada de mí, vuelve a sentarse en el sofá
con gesto de hastío y fingiendo estar enfadada. Aún no sé por qué la soporto
en mi casa. Está buena y hace unas mamadas increíbles, pero aparte de
eso… «Es una de los nuestros», me recuerdo a mí mismo, y vuelvo a bufar.
Además, su habilidad para hackear cualquier dispositivo electrónico suele
ser de bastante ayuda. Aparte de guapa, también es lista, aunque a veces no
lo parezca.
Diez minutos después estoy incluso aún más nervioso. Le dije a Beni que
no se arriesgara, pero no me escucha. Está empeñado en demostrar su
valentía y lo único que va a conseguir es que lo maten. La puerta se abre de
golpe y Lagos me mira sonriendo.
―Tranquilo, está bien. La médica dice que se recuperará.
Suelto todo el aire que no sabía que estaba conteniendo y asiento.
―Ordena que lo limpien todo.
―Ya lo he hecho ―dice Lagos. No me sorprende, aparte de Beni, él es el
único que conoce mi debilidad.
Sin decir nada más, salgo del despacho a toda prisa y cruzo toda la casa
hasta llegar a la puerta de la sala de juegos. Tiro de la manilla y abro mucho
los ojos al darme cuenta de lo que está pasando en el interior. Sobre la mesa
de billar está tumbado mi hermano, parece dormido, o inconsciente, su
abdomen está cubierto por vendas, sin embargo, eso no es lo que llama mi
atención. Hay una chica apuntando a mis hombres con una pistola. Hay
algo en su postura y en la forma en la que sujeta el arma… ¿Policía o tal
vez militar? Da un paso atrás, dejando el talón suspendido, y me decanto
por la segunda opción.
―Dejadme ir y nadie saldrá herido ―dice con un tono seguro y firme.
No parece asustada al estar rodeada de cinco hombres armados, y eso que
aún no me ha visto a mí, que permanezco a su espalda―. He salvado la
vida de vuestro amigo y quiero marcharme.
Uno de mis hombres da un paso al frente y enseguida me doy cuenta de
que ese no ha sido un movimiento demasiado inteligente. La chica dispara a
su mano. Se escucha un grito y la pistola de mi hombre cae al suelo.
Enseguida se escuchan dos detonaciones más. Una bala va a parar al
hombro de otro de mis hombres y la última al muslo de otro. Oscar y
Gambo la miran perplejos, este último hace el amago de moverse y no me
queda más remedio que intervenir para salvarle la vida.
―Baja esa pistola ―digo, y en menos de lo que tardo en pestañear, la
chica se gira y me apunta a la cabeza. «¡Santo Cristo, es una belleza!».
Clavo mi mirada en sus ojos color miel. Tiene el pelo castaño sujeto en lo
alto de la cabeza y su rostro… Esas facciones deberían ser ilegales. Parece
un ángel de tez clara y cremosa, con los labios rosados y apetecibles. Ladeo
la cabeza y deslizo mis ojos por su cuerpo que, a pesar de estar cubierto por
un pantalón cargo azul oscuro con franjas reflectantes y una sencilla
camiseta del mismo color, se intuye delgado y curvilíneo―. Lo he pedido
por las buenas. No me hagas quitártela a la fuerza ―susurro.
Capítulo 3
Zarco

―Te mataré antes de que puedas dar un solo paso ―dice la chica sin ni
siquiera pestañear.
Miro sobre su hombro. Gambo y Oscar la tienen encañonada.
―Es posible, pero de todas formas no saldrás de aquí viva.
Espero unos segundos y casi se me cae la mandíbula de la sorpresa
cuando la veo encogerse de hombros y esbozar una pequeña sonrisa. ¿Por
qué no está temblando de miedo? Cualquiera en su situación se habría
cagado en los pantalones, sin embargo, esta mujer me mira de manera
desafiante, como si yo solo fuese una molestia de la que puede librarse con
un gesto de su mano.
―Puedo morir sola o sacar de las calles a un puto delincuente. La
decisión no es tan difícil ―contesta, y sé que está dispuesta a apretar ese
gatillo en cualquier momento.
―Vale, tú ganas. ―Alzo ambas manos despacio y vuelvo a mirar sobre
su hombro―. Chicos, bajad las pistolas. Vamos a tranquilizarnos y llegar a
una solución que no implique un derramamiento de sangre.
Oscar y Gambo dudan unos segundos, pero enseguida hacen lo que les
digo. Entonces regreso la mirada a la chica.
―No vas a engañarme. En cuanto deje de apuntarte, alguno de tus
hombres me meterá un tiro en la nuca.
―No lo harán, te doy mi palabra.
―La palabra de un delincuente no vale demasiado ―replica.
―La mía sí ―afirmo, y lo digo muy en serio. Nunca rompo mis
promesas―. Baja esa pistola y nadie te pondrá un dedo encima.
Me observa de una forma tan intensa que me veo obligado a respirar
hondo para tranquilizarme. No hay ni una pizca de temor en su mirada. A
excepción de un pequeño tic en su mandíbula, parece completamente
impasible. Pasan varios segundos y entonces empieza a bajar las manos,
afloja el agarre de la pistola y esta cae al suelo con un ruido sordo.
―Hija de puta ―sisea Ramiro, el hombre que ha recibido el disparo en
la mano.
Veo como camina hacia ella con intención de golpearla, y no tardo ni un
segundo en sacar el arma que llevo en la parte baja de la espalda y
dispararle en la cabeza. He dado mi palabra. Si no es capaz de cumplir mis
órdenes, no lo quiero entre los míos.
Una vez más, la chica ni siquiera se inmuta al escuchar la detonación,
aunque sí parece sorprendida.
―Nadie va a hacerte daño. ¿Cómo te llamas?
Respira hondo por la nariz y alza la barbilla de manera desafiante. Me
fijo en su cuello, largo y esbelto, y no puedo evitar pensar en cómo se
sentiría clavar mis dientes en él. La imagen en mi cabeza provoca una
reacción en cadena por todo mi cuerpo que deriva en una jodida erección
inmediata.
―Bailey ―responde, una vez más en tono firme, sin rastro de miedo en
su voz.
Me acerco despacio, hasta que mi rostro queda a apenas unos centímetros
del suyo, y la observo con la cabeza ladeada y una sonrisa traviesa.
―¿Quién eres, Bailey? ―pregunto en un susurro.
Su barbilla se eleva aún más y endereza la espalda. Me está plantando
cara la muy… Mi polla se tensa todavía más en respuesta.
―Soy quien ha salvado la vida de tu amigo y ahora espera regresar a su
vida. No quiero problemas con vosotros, mucho menos con la Policía. Me
iré a casa y no diré nada de lo que he visto aquí.
Expando mi sonrisa e inhalo con fuerza. Un aroma frutal, como de
cítricos, invade mi nariz y un escalofrío recorre mi espalda. «Voy a follarme
a esta mujer. Sea quien sea, la quiero para mí».
―Supongo que debo agradecerte lo que has hecho por mi hermano.
―Sus ojos se abren un poco más por la sorpresa―. Lo siento, lo que me
pides no es posible. Puedes tomarte el hecho de que te perdone la vida
como una manera de devolverte el favor.
―¡Mierda, me estoy mareando! ―exclama Pablo, el que ha recibido el
balazo en el muslo.
La chica, Bailey, se gira frunciendo el ceño y masculla una maldición en
voz baja antes de salir corriendo hacia el lugar donde mi hombre se está
desplomando.
―¡He fallado el tiro, joder! ―farfulla, haciendo presión sobre la herida
con ambas manos.
Mi expresión de sorpresa debe ser muy similar a las de Gambo y Oscar,
que miran atónitos como la chica empieza a gritar que alguien despeje la
mesa de billar para poder atender al herido.
No lo entiendo. ¿Por qué lo está ayudando si ella misma le disparó? Mis
dos hombres de confianza, a los que considero mis hermanos, me piden
respuestas con la mirada.
―Dadle todo lo que necesite y después llevadla a una de las habitaciones
de invitados. ―Me dirijo a Oscar y lo señalo con el dedo índice―. Está a tu
cargo. No quiero que nadie más se acerque a ella, ¿entendido? ―Asiente―.
Y más te vale controlarte. Sin accidentes.
―Sí, Zarco ―dice.
La chica gira su cabeza en mi dirección a la velocidad de un látigo.
Espero su reacción. Ahora ya sabe quién soy, e incluso así no parece
afectada. Vuelve a maldecir y chasquea la lengua.
―¿Alguien puede ayudarme de una maldita vez? Si no consigo detener
la hemorragia, estará muerto en dos minutos.
Sonrío. Es una mujer de lo más extraña. Tal vez debería dejarla ir, sin
embargo, necesito saber más sobre ella. Me muero de curiosidad. Salgo de
la habitación y me dirijo de nuevo al despacho, a medio camino soy
interceptado por Lagos, que de alguna manera ya se ha enterado de lo
ocurrido. Supongo que lo ha visto por las cámaras de seguridad que hay en
la sala de juegos.
―¿Qué quieres hacer con ella? Parece policía.
―No, creo que es militar. Dice que se llama Bailey, pero creo que ese es
su apellido, o tal vez un apodo. Averigua todo lo que puedas sobre ella para
ayer.
―¿Por qué no la matas y acabamos con esto? Si tiene formación militar
puede ser un problema.
―He dado mi palabra ―explico, y me ajusto el cuello de la camisa.
Lagos asiente. Sabe lo que eso significa.
―Me pongo a ello. Pediré que trasladen a Beni a su habitación y que se
encarguen del cuerpo de Ramiro.
―Ese imbécil llevaba tiempo saltándose mis órdenes, y eso no es algo
que pueda tolerar.
―Lo sé. Se lo estaba ganando.
―Habla con la familia. Que no lo pasen mal.
Asiente de nuevo y continúo mi camino. Al llegar al despacho, me alegra
comprobar que Luna ya no está. Suspiro al sentarme tras mi mesa y miro la
pantalla del ordenador. Puedo ver la sala de juegos. Dos de mis hombres
están trasladando a Beni y, de inmediato, Bailey le dice algo a Oscar.
Gambo y él suben al herido a la mesa de billar y la chica se pone a trabajar
en su herida. Parece estar tan relajada que asusta. ¿Quién en su sano juicio
se atreve a enfrentarse al líder de una banda criminal sin pizca de temor?
Está loca, o a lo mejor demasiado cuerda.
Inspiro hondo y deslizo la punta de mis dedos por encima de mi abultada
bragueta. Sea como sea ha conseguido llamar mi atención. La deseo y
pienso tenerla, le guste a ella o no.
Capítulo 4
Bailey

Me muevo de un lado a otro de la habitación con nerviosismo. Hace más


de cuatro horas que me encerraron aquí con llave y no he vuelto a ver a
ninguno de los hombres de Zarco; mucho menos a él. Quién lo diría… No
podía ser secuestrada por una banda criminal cualquiera, no. Me ha tocado
la más violenta. El clan Z lleva varios años actuando en la ciudad y lo único
que se sabe de ellos es que dejan un reguero de sangre y muerte allá por
donde pasan. Bueno, ahora yo sé algo más. Dónde viven, el nombre de
varios de sus miembros, que por lo que pude deducir son los más
importantes, y lo más interesante: conozco el aspecto de Zarco y tengo que
admitir que nunca me lo habría imaginado así.
Cuando pienso en el líder de una organización criminal, me viene a la
cabeza es un hombre de mediana edad, con una barriga prominente y
sombrero de pala para disimular la incipiente calvicie, pero nunca, ni en mis
más retorcidos sueños, llegué a pensar que Zarco sería tan atractivo. No sé
si es por el pelo negro a juego con sus ojos o esos tatuajes que asoman bajo
su camisa hasta un lateral de su cuello. También le cubren los antebrazos. O
la barba corta tal vez. Le da un aire descuidado y macarra con el aro en la
oreja izquierda y el collar grueso alrededor del cuello. No estoy segura de si
es algo específico o el conjunto, sin embargo, lo que tengo claro es que con
ese rostro y ese cuerpo es capaz de poner a tono hasta a la más beata de las
mujeres.
Me siento en el borde de la cama y bostezo. Veo a través de los enormes
ventanales que van del suelo al techo que no tardará mucho en amanecer;
me siento agotada. Al menos he podido lavarme las manos en el baño que
hay en la habitación, y también me he quitado la camiseta empapada de
sangre. Solo tengo puesta la interior de tirantes y el pantalón. Me suelto el
pelo y masajeo mi cabeza para destensarme un poco. Tengo que encontrar
la manera de salir de este sitio antes de que ese criminal cambie de idea y
decida meterme un balazo en la cabeza.
La puerta de la habitación se abre y veo como el hombre en el que estaba
pensando pasa al interior. Lleva puesta la misma ropa y trae una carpeta
entre las manos. Se detiene en el centro del dormitorio, justo sobre la
enorme alfombra gruesa de lana en tonos claros, y clava su mirada en mí.
Ladea la cabeza y la sonrisa que esboza incita a cometer todo tipo de
pecados.
―Mía Bailey ―susurra tras abrir la carpeta. Me pongo de pie, inspiro
hondo y suelto el aire despacio.
Supongo que ha tardado tanto en venir porque estaba reuniendo
información sobre mí. Podría haberle dado un nombre falso cuando me lo
preguntó. Cualquier otra persona lo habría hecho. Nuestra mayor debilidad,
en estos casos, siempre son nuestros seres queridos. Las personas tienden a
hacer lo que le ordenan por miedo a poner en peligro las vidas de sus
familiares. Bueno, yo estoy sola, así que no hay nada con lo que puedan
chantajearme.
―¿Tanto tiempo y solo has averiguado mi nombre de pila? Me siento
decepcionada ―digo, y cruzo los brazos sobre mi pecho.
No me pasa desapercibida la mirada de Zarco, que va a parar directa a mi
escote. Solo dura unos segundos y después regresa a mi rostro.
―Sé algunas cosas más. ―Sigue caminando, hasta que solo hay un
escaso metro entre nuestros cuerpos, y se detiene para seguir leyendo―.
Sargento Mía Bailey, treinta y dos años. Serviste como médico de combate
en el Ejército. Te desplegaron dos veces en Afganistán. En total fueron seis
años y tres días en el frente. Lo dejaste hace un par de años, justo después
de que el mismísimo presidente te condecorara con la medalla al honor por
salvar la vida de siete de tus compañeros. ―Me mira de nuevo y vuelve a
sonreír de medio lado―. Tú solita abatiste a más de veinte enemigos
armados y pusiste a salvo a los miembros de tu unidad.
―Solo a los que aún seguían vivos ―añado, solo para molestar, y alzo la
barbilla de manera desafiante.
Zarco estrecha su mirada sobre mí, entrecerrando los ojos.
―¿Estás pensando en la manera de matarme, Mía? ―inquiere. Mi
nombre lo dice arrastrando las letras.
Bajo los brazos y me encojo de hombros.
―Bailey ―lo corrijo.
Me ignora y da un paso más en mi dirección. Mi instinto me dice que
retroceda para alejarme, pero decido quedarme quieta y plantarle cara. Si
quiere matarme, va a hacerlo de todos modos.
―Creo que lo de tu padre el general podemos dejarlo para otro momento,
¿verdad? ―Cierra la carpeta y la coloca bajo su brazo.
Por primera vez me fijo en su muñeca izquierda. Lleva una especie de
rosario a modo de pulsera. Enseguida alzo la vista y compruebo que está
sonriendo de nuevo.
―¿Qué va a pasar conmigo? ―inquiero.
―Esa misma pregunta me he estado haciendo durante las últimas horas,
Mía. ―Aprieto los dientes, solo que esta vez no lo corrijo. Está claro que va
a seguir llamándome como le apetezca. Zarco es uno de esos hombres que
no aceptan un «no» por respuesta, lo supe nada más verlo―. Te he dado mi
palabra, así que no puedo matarte. Sin embargo, dejarte marchar tampoco es
una opción. Dime, ¿qué crees que debería hacer contigo?
―No lo sé, pero yo que tú tomaría una decisión cuanto antes. Estoy
perdiendo la paciencia aquí encerrada.
Recibo una nueva sonrisa por su parte y ni siquiera me inmuto cuando da
un nuevo paso hacia mí. Su nariz está tan cerca de la mía que con solo un
pequeño movimiento podrían tocarse. Zarco ladea su cabeza y fija su
mirada en mis labios antes de inhalar con fuerza por la nariz.
―Tu aroma es delicioso, Mía. Demasiado para tu propio bien.
Me obligo a pasar saliva por la garganta sin perder la compostura. No sé
qué tiene este hombre que consigue ponerme nerviosa, aunque no puedo
demostrarlo, eso sería mi fin.
―Y eso que llevo sin ducharme desde ayer ―murmuro tras chasquear la
lengua con desdén.
Zarco ríe bajito y retrocede un par de pasos sin dejar de mirarme.
―Mis hombres están bastante cabreados por el numerito con la pistola
que montaste en la sala de juegos, por lo tanto, te aconsejo que no salgas de
esta habitación por el momento. Gambo y Oscar son los únicos que tendrán
acceso a ella. Alguno te traerá comida y ropa limpia enseguida. ―Se estira
el cuello de la camisa blanca―. Puedes ducharte y descansar unas cuantas
horas. A media mañana vendrán a buscarte para que revises a mi hermano y
a los otros heridos.
―¿Soy una prisionera? ―siseo entre dientes.
Zarco pasea la mirada por el dormitorio y se encoge de hombros.
―He visto celdas más incómodas que esta, pero si es así como quieres
verlo, no me opondré a ello. ―Da media vuelta y se dirige a la salida―.
Dulces sueños, Mía ―susurra antes de abandonar la habitación.
Respiro hondo al escuchar el sonido de la llave girando en el interior de
la cerradura, y tras sentarme de nuevo en el borde del colchón, cierro los
ojos y me cubro el rostro con las manos. Estoy muy jodida. No espero que
nadie me encuentre aquí. La ambulancia tiene un sistema de GPS, pero no
soy tan ingenua como para pensar que no se han deshecho ya de ella. Si
quiero salir de aquí con vida, lo más probable es que tenga que faltar a mi
promesa. «No volverás a matar», resuena en mi cabeza. Lo intento, de
verdad que sí, pero ese atractivo e insufrible mafioso no ayuda demasiado.
Capítulo 5
Zarco

Miro de reojo la pantalla del ordenador mientras doy pequeñas caladas a


mi puro y finjo escuchar lo que está diciendo Lagos. La imagen de Bailey
saliendo del baño con solo una toalla cubriendo su cuerpo acapara toda mi
atención. No ha salido de su habitación en dos días más que para revisar el
estado de los heridos, pero yo no la he perdido de vista en ningún momento
como el puto psicópata acosador y salido que soy. En las únicas estancias
en las que no hay cámaras son en nuestros dormitorios, el resto de la casa
está vigilada al milímetro y, por suerte, ella aún no la ha detectado. Estoy
seguro de que la hubiese hecho añicos de ser así.
Me quedo con el puro a medio camino de mi boca al ver por la pantalla
cómo afloja el agarre de la toalla sobre sus pechos. Mierda, quiero entrar en
esa habitación y tirármela ya mismo. Me está poniendo enfermo.
―¡Zarco! ―Sacudo la cabeza y me obligo a dirigir la mirada a mi
segundo al mando. Lagos no es el único que está conmigo en el despacho.
Gambo y Oscar permanecen de pie a su lado, y Luna, como siempre, se ha
acomodado en el sofá―. ¿Has escuchado algo de lo que he dicho?
Carraspeo y asiento antes de apagar la pantalla y darle una nueva calada
al puro.
―La mercancía que le hemos robado a Urriaga está a buen recaudo y
lista para ser distribuida. No creo que haya algo más importante que eso,
¿me equivoco?
―Están furiosos ―dice, empujando sus gafas hacia arriba por la nariz
con el dedo índice―. Alex ha estado intentando cazar a algunos de nuestros
hombres, también tenemos a la Policía detrás. La muerte de esos agentes no
ayuda a pasar desapercibidos.
Mi mirada va a parar a Gambo y Oscar. Ellos son los responsables de ese
desastre.
―Eran ellos o nosotros, Zarco ―se excusa Oscar―. No iban a permitir
que nos lleváramos a Beni y la médica por las buenas.
Gambo asiente para confirmar lo que ha dicho su compañero y da un
paso al frente. Si Oscar hubiese actuado solo, me costaría creer que no mató
a esos agentes en un arrebato de los suyos o por puro gusto.
―Hablando de la médica… ¿Bailey? ―Asiento. No quiero que la llamen
por su nombre de pila. «Mía, que apropiado». Me río por dentro y sigo
escuchando a Gambo―. ¿Qué vamos a hacer con ella cuando Beni esté
recuperado? Ya sé que diste tu palabra y no podemos matarla, pero si nos
das permiso para divertirnos un rato… ―Por la forma en la que sonríe y
mueve las caderas de manera obscena, sé enseguida a qué se refiere―. Esa
hembra está para comérsela. ¿Vas a compartirla con tu gente?
Me pongo en pie despacio y aparentemente en calma, aunque por dentro
estoy hirviendo de rabia. Si Gambo, o alguien en esta sala, cree que puede
ponerle un dedo encima, va a tener que vérselas conmigo. Lagos da un paso
al frente al notar mi cambio de actitud y empieza a decir algo, pero le
ordeno callar con un gesto de mi mano.
―¿Estás proponiendo que hagamos una especie de lista o cola para
violarla? ―inquiero sin apartar mi mirada de la suya.
―Violar es una palabra muy fuerte, hermano. Le damos algo para que se
tranquilice y después…
―Gambo, deberías cerrar la puta bocaza ―sisea Oscar, clavando su codo
en el estómago de su amigo.
Rodeo la mesa bajo la atenta mirada de todos y me dirijo a Gambo.
―Esto va a ser divertido ―canturrea Luna desde su lugar en el sofá.
Me detengo frente a él y agarro su nuca para tirar de su cabeza en mi
dirección.
―No somos animales ―siseo contra su rostro―. Si sientes la necesidad
de abusar de una mujer, puedes hacerlo, pero fuera de mi casa, y no te
molestes en regresar.
Lo suelto con un empujón y enseguida cambia su actitud.
―Zarco, hermano, yo no…
―Lárgate de mi vista ―ordeno, girándome para no tener que seguir
mirándolo.
―Zarco…
―Nos vamos ―dice Oscar, y escucho como lo arrastra fuera del
despacho y la puerta se cierra de nuevo.
Durante unos segundos nadie dice nada. Regreso a mi asiento e intento
tranquilizarme. No apruebo la violación y el abuso de mujeres. Si lo hiciese,
me convertiría en todo aquello que odio. Se supone que somos distintos a
los hombres de Urriaga. No tengo ningún problema con traficar con drogas,
armas, incluso personas, eso es lo que hacemos al cruzar la frontera desde
México con inmigrantes ilegales, pero la trata de mujeres… No, eso no es
para mí, y si alguno de mis hombres está dispuesto a ello es que no debería
estar aquí.
―Él no lo entiende ―dice Lagos, y se sienta al otro lado de mi mesa―.
Zarco, mírame. ―Lo hago a regañadientes―. No ha vivido lo mismo que
nosotros. Por eso habla de ese modo.
―No es excusa ―bufo, y enciendo la pantalla de nuevo. Bailey ya está
vestida. Se ha tirado boca arriba sobre la cama. Parece aburrida.
―Aunque en lo que respecta a Bailey, todos nos hacemos la misma
pregunta. Beni está mucho mejor y los otros tres ya se han recuperado casi
por completo. ¿Qué va a pasar con ella? No podemos tenerla encerrada en
esa habitación para siempre.
Me froto el mentón y muevo el cuello de un lado a otro para
desentumecerlo.
―Esta noche cenará con nosotros.
―¿Cómo dices?
―Ya me has escuchado. La quiero en el comedor. Veamos cómo se
comporta.
―Es broma, ¿no? ―Luna se levanta a toda prisa y viene hacia nosotros,
frunciendo el ceño―. ¿Qué te pasa con esa mujer, Zarco? ¿Ahora vas a
convertirla en una de los nuestros o es que intentas impresionarla para
poder meterte entre sus piernas?
Suspiro y, de manera muy conveniente, Lagos decide abandonar el
despacho y dejarnos a solas. Luna no se está tomando demasiado bien que
no haya querido acostarme con ella desde que apareció Bailey. Podría
culpar a su mente inestable, pero en realidad solo es Luna comportándose
como ella misma. Mi mente está demasiado ocupada con su nuevo juguete
como para prestar atención a uno antiguo.
―¿Hay algún motivo por el que yo deba darte explicaciones en relación
a las decisiones que tomo? Porque, si es así, me encantaría escucharlo.
―¡Vamos, Zarco! Vale, la chica está buena, pero… ―Alzo una mano
para hacerla callar.
―No es asunto tuyo. Preocúpate de hacer bien tu trabajo y déjame a mí
lo demás, ¿quieres?
―Ahora me estás ofendiendo ―sisea, cruzándose de brazos―. ¿Cuándo
no lo he hecho bien?
―¿Estás segura de que todas las imágenes de la ambulancia que trajeron
a la propiedad han sido borradas? La Policía podría seguir su rastro hasta
nosotros.
―Todas y cada una de las grabaciones. ¿Algo más?
―Sí, quiero que estés atenta por si hay que intervenir algún otro
cargamento de Urriaga.
―¿Piensas seguir robando su mercancía? No estarán contentos.
Me encojo de hombros y sonrío. Eso es justo lo que pretendo. Quiero que
vengan a por mí y cometan errores, solo de esa manera lograré llegar hasta
Leonardo Urriaga y meterle un tiro en la frente. Después me quedaré con
sus hombres, al menos con los que decidan venirse conmigo, y usaré su
infraestructura para ampliar el negocio.
Capítulo 6
Bailey

Estoy cubriendo la herida de Beni con una gasa limpia cuando escucho de
nuevo los disparos, y me detengo un segundo antes de continuar.
―Tranquila, solo están practicando.
―Lo estoy ―digo, y empiezo a pasar la venda alrededor de su abdomen.
En estos últimos dos días no he dejado de escuchar disparos, y yo misma
he deducido que hay alguna zona cercana donde hacen prácticas de tiro.
Solo espero que las dianas no sean seres vivos. Las detonaciones no me
molestan. He vivido con ese sonido toda mi vida, es como música para mis
oídos. Resulta reconfortante.
―Entonces, ¿ya puedo levantarme? Me encuentro mucho mejor.
Lo ayudo a recostarse y le administro el antibiótico y analgésicos antes
de deshacerme de los guantes de látex.
―Hace solo dos días que recibiste un disparo, chico. Tómalo con calma
al menos durante una semana más.
―¿Puedes dejar de llamarme chico o muchacho? No soy ningún crío.
―Contengo una sonrisa al ver sus labios arrugados. Se enfurruña como un
niño pequeño, pero intenta demostrar que es todo un hombre, valiente y sin
miedo. Muy típico de los jóvenes, y más en estos ambientes.
Acude a mi mente la imagen de un chiquillo incluso más joven que él
apuntándome con una pistola, y sacudo la cabeza para centrarme en el ahora
y dejar atrás el pasado.
―Muy bien, Beni, pero sigues sin poder moverte de la cama por el
momento.
Empiezo a recoger el material usado mientras él me observa en silencio.
De pronto, carraspea y arqueo una ceja en su dirección.
―No te he dado las gracias por salvarme.
―Tu hermano ya se ha encargado de eso ―musito en tono sarcástico.
―¿Zarco? Espero que te esté tratando bien. No es tan malo como parece.
Solo intenta cuidar de los suyos.
―Ya, claro. Solo es alguien lo bastante ególatra y prepotente como para
obligar a «los suyos» a tatuarse una zeta en el cuerpo. ―Señalo su pecho
desnudo y pongo los ojos en blanco. He notado que Oscar también la tiene
en la parte interna de la muñeca, aunque mucho más pequeña, y Gambo en
el cuello.
―¿Crees que nos obliga a llevarla? ―Sonríe y niega con la cabeza―. Es
nuestra decisión. Un símbolo de respeto y lealtad hacia nuestro líder. No
tiene nada que ver con egocentrismo, Bailey.
Me encojo de hombros. En realidad, me importa una mierda. Lo único
que quiero es salir de este maldito lugar antes de perder la cabeza. He
encontrado un posible punto de huida. Desde mi habitación puedo acceder
al balcón que vi desde el exterior la noche que me trajeron. Ayer salí y me
di cuenta de que, si me impulso lo suficiente, es posible que consiga caer en
el piso de abajo, justo donde está la piscina. También existe la posibilidad
real de que me quede corta y acabe con los sesos esparcidos por el suelo de
hormigón, o peor aún, no calcular bien y que el borde de cristal de la
piscina me parta por la mitad. Supongo que es un riesgo que tendré que
correr, ya que una vez allí, solo tengo que saltar un par de metros para poder
llegar al suelo.
Me despido de Beni, y cuando estoy a punto de salir del dormitorio, la
puerta se abre y veo a un hombre que no reconozco. Frunzo el ceño por su
aspecto. Pelo rubio, barba corta, gafas de pasta y va vestido con un polo
beige abotonado hasta el cuello y unos pantalones chinos caqui. Parece un
profesor de primaria. Lo único que lo delata como otro de los hombres de
Zarco son las marcas de tinta que recorren sus brazos hasta las muñecas.
―Me han pedido que venga a por ti ―informa, y esboza una sonrisa
tímida. Saluda a Beni con un golpe de cabeza y vuelve su atención hacia
mí―. ¿Cómo se está recuperando?
―Bien. La herida no está infectada y sigue su proceso de curación. En
una semana podrá empezar a hacer vida normal, aunque debe evitar los
esfuerzos excesivos.
―Eso es genial. ―Me acompaña hasta el pasillo y, tras cerrar la puerta,
estira su brazo en mi dirección―. No nos han presentado. Soy Lagos.
―Menudos nombres… ―murmuro para mí, rodando los ojos.
Al darse cuenta de que no voy a estrechar su mano, la baja y se encoge de
hombros.
―La mayoría son apodos o apellidos. Mi nombre es Arturo Lagos, pero
todos me llaman Lagos. Gambo es Felipe Gamboa y Oscar… Bueno, él es
solo Oscar.
―¿Y Zarco? ―inquiero, esbozando una sonrisa descarada.
Lagos me observa durante unos segundos y niega con la cabeza.
―Si quieres saber algo sobre nuestro jefe, vas a tener que preguntárselo a
él. Aprovecha la cena de esta noche para ello. Estás invitada a compartir
mesa con nosotros.
Frunzo el ceño y cabeceo de un lado a otro.
―Creo que paso. Prefiero quedarme en mi celda.
―No es una sugerencia, Bailey. Zarco quiere que nos acompañes. He
pedido que te dejen ropa en tu dormitorio. Debes estar lista en una hora.
―¿Y si me niego?
Resopla y se quita las gafas, las limpia y vuelve a ponérselas. Me fijo en
sus ojos, son de un color azul intenso. ¿Es que no hay ningún hombre feo,
calvo y barrigón en esta organización? Me pregunto si los reclutarán en
agencias de modelos.
―Voy a darte un consejo que no has pedido. No lleves a Zarco al límite
de su paciencia, tiende a perder los estribos con facilidad y no vas a querer
ser la diana de su frustración cuando eso pase.
―Gracias, pero creo que podré arreglármelas sola. ¿Qué va a hacer,
matarme? Créeme, muchos lo han intentado antes y no les salió bien.
Vuelve a observarme en silencio durante un rato y suspira.
―Vamos, te acompaño a tu habitación.
Zarco
No puedo dejar de mirarla de reojo. Está preciosa con el vestido que
ordené que le compraran. Es negro, de tirantes y con una abertura que llega
desde el suelo hasta más de la mitad de su muslo. El pequeño vistazo que
pude echar a su pierna antes de que se sentara me dejó con un dolor de
huevos que aún conservo.
El ambiente durante la cena está bastante enrarecido. Las bromas e
insultos entre compañeros no aparecen por ningún lado. Todos permanecen
cautos y comen en silencio. Se sienten incómodos por la presencia de
Bailey. A este comedor, en mi ala privada de la casa, solo pueden acceder
mis hombres de confianza, a los que considero mi familia: Lagos, Oscar,
Gambo, Luna y, por supuesto, Beni, que aún sigue convaleciente tras el
disparo. La única mujer del grupo es la que más animada parece estar. Luna
no deja de toquetearme el brazo y hablarme al oído. Sé que pretende marcar
territorio frente a Bailey, pero su plan no tiene pinta de estar dando
resultados, ya que mi nueva obsesión apenas alza la cabeza de su plato.
Tiene apetito, eso es buena señal, sin embargo, se mantiene totalmente
apática, como un robot. Come, bebe un par de sorbos de agua cada poco
tiempo y sigue comiendo. Me pregunto si será siempre así o, al igual que
los demás, también se siente incómoda con la situación.
Estira la espalda y fija la mirada en un punto de la pared justo frente a
ella.
―¿Puedo retirarme? ―pregunta.
Centro mi atención en su rostro. No transmite ninguna emoción, nada.
―¿No vas a querer postre?
Sus ojos color miel se clavan en los míos y aprieta los labios.
―Estoy bien así ―sisea.
Le mantengo la mirada. Me está desafiando, retándome, y Dios sabe que
jamás me amilano ante un reto. Va a ser mía, tiene que serlo.
―Está bien. Como quie… ―Antes de que pueda terminar la frase, ya se
ha levantado y está caminando por el pasillo que da a las habitaciones.
Gambo hace el amago de levantarse para ir tras ella y vigilarla, pero se lo
impido. Estamos en una tercera planta. No hay forma de que salga de aquí
sin ser vista. Tal vez no esté de más darle un poco de confianza y ver qué
pasa.
Capítulo 7
Bailey

Tras regresar a mi dormitorio, cambio el dichoso vestido que usé en la


cena por ropa mucho más cómoda, un pantalón de algodón ajustado y una
camiseta de tirantes, y espero sentada al borde de la cama. Repaso en mi
mente todo lo que ha sucedido esta noche. Sigo sin saber muy bien por qué
Zarco exigió mi presencia en la mesa. Tal vez solo intentaba humillarme al
obligarme a ponerme ese vestido. Una muestra de poder sobre mí. No
obstante, supe controlar mis impulsos y permanecí en silencio y sin alzar la
mirada del plato todo el tiempo. Incluso en los momentos en los que, la que
supongo que es su amante, la tal Luna intentó provocarme, no le di el gusto
de reaccionar.
Agudizo el oído. Hace ya un buen rato que no escucho las voces que
provenían del comedor. Parece como si hubiesen esperado a que yo me
retirara para empezar a hablar y reír todos a la vez. ¿De mí? Es posible,
pero tampoco es que me importe. Si todo sale como lo he planeado, estoy a
punto de largarme de este lugar. Me atrevo a caminar hacia el ventanal y
salgo al balcón. No sé exactamente qué hora es, sin embargo, deduzco que
ya habremos entrado en la madrugada. No veo nada ni a nadie con la escasa
luz de las pequeñas farolas que hay repartidas por el jardín. Me muevo
hacia el fondo del balcón y me subo a la barandilla. Es una caída bastante
importante, sin embargo, si logro llegar a la piscina habrá valido la pena.
Inspiro hondo por la nariz, cierro los ojos unos segundos y cuando vuelvo a
abrirlos me lanzo al vacío.
Por un instante, mientras caigo, creo que no voy a conseguirlo. No es así.
Mi cuerpo se sumerge en el agua templada y respiro aliviada al sacar la
cabeza. Nado a toda prisa hasta el borde y me impulso en la escalerilla
mirando a un lado y a otro para intentar ubicarme. Sonrío de oreja a oreja.
Ahora solo necesito llegar al borde y dar un pequeño salto hasta el…
―¿Piensas ir a algún lado? ―Me giro deprisa y mi sonrisa muere al ver
a Zarco a mi espalda. Solo lleva puesto un pantalón oscuro de tela y está
descalzo. Su pelo cae despeinado sobre su frente y su expresión es de
diversión―. Bonito salto, deberías presentarte a las olimpiadas. ―Inspiro
hondo y dirijo la mirada hacia el lugar que podría llevarme a la libertad.
Solo son unos metros. Si echo a correr, tal vez logre sorprenderlo y
escapar―. No me obligues a sacar el arma, Mía ―me advierte.
Supongo que ha adivinado mi intención. He perdido el factor sorpresa, y
con él mi única posibilidad de huir. Lo miro de arriba abajo. Parece tan
relajado el hijo de puta…
―Puedo regresar sola a mi celda ―mascullo, pasando a su lado con la
espalda recta y la barbilla elevada.
Me parece escuchar una risa, pero no me giro para comprobarlo y noto su
presencia detrás de mí a cada paso que doy. Al entrar a lo que parece ser
una enorme sala de estar, varios hombres me miran sorprendidos.
―Tranquilos, chicos, nuestra invitada ha decidido darse un chapuzón
nocturno. Yo me encargo de escoltarla de vuelta a su dormitorio ―informa
Zarco. No me molesto en detenerme. Busco un lugar por donde marcharme,
y cuando estoy a punto de dirigirme a él, siento su mano en la parte baja de
mi espalda. Me tenso, y una sensación extraña me recorre de pies a
cabeza―. No es por ahí ―susurra muy cerca de mi oído.
Me sacudo su mano de encima y dejo que me indique la salida. Subimos
unas escaleras y, tras atravesar una puerta cerrada, llegamos a una cocina
grande, junto a ella hay un salón pequeño y más allá el comedor en el que
he estado esta noche. Lo reconozco de inmediato. Creo que esta zona de la
casa es la que ocupan Zarco y su círculo íntimo. Me encamino hacia el
pasillo que me lleva a mi dormitorio sin que tenga que decírmelo, y al llegar
me giro para cerrar la puerta, pero él entra antes de que pueda hacerlo.
―Ya estoy encerrada de nuevo. ¿Quieres algo o solo pretendes burlarte
de mi tentativa de huida frustrada? ―siseo entre dientes.
Zarco no contesta. Solo me observa con fijeza en silencio y suspira.
―Tal vez, si no estuvieses tan obsesionada con escapar, te habrías dado
cuenta de que no estás encerrada. Esa puerta lleva abierta desde el mismo
día en que llegaste.
―¿Pretendes convencerme de que nadie va a impedir que me marche si
así lo deseo? ―Arqueo una ceja en su dirección y él se acerca más a mí.
―Yo no he dicho eso ―contesta.
Intento no fijarme en sus brazos, en la forma en la que sus músculos
cubiertos de tinta se flexionan sobre su pecho esculpido. Es
impresionantemente atractivo. «Y un jodido mafioso, Bailey. No te olvides
de eso». Clavo mi mirada en la suya.
―No llevo demasiado bien lo de quedarme quieta esperando a que
ocurra algo que no sé ni qué es. ¿Puedo saber qué quieres de mí?
Se acerca aún más y me obligo a apartar el rostro hacia un lado cuando su
boca se pega a mi mejilla. Siento su aliento golpeando mi cuello y como
inspira hondo.
―Lo que quiero es follarte como nunca nadie lo ha hecho, Mía. Quiero
enterrarme tan dentro de ti que sea imposible saber dónde termina mi
cuerpo y empieza el tuyo, eso es lo que quiero.
Trago saliva con fuerza y un cosquilleo se instala en mi bajo vientre. Ese
tono de voz, tan ronco y animal, no debería ser legal. Tomo aire despacio
por la nariz y me quedo inmóvil. Zarco coloca sus manos en mi cintura y
busca mi mirada. Pasan solo unos segundos en los que no soy capaz de huir
de ella y entonces su rostro vuelve a acercarse al mío. Debería apartarme,
pero no lo hago, y no solo porque quiera demostrar valentía, también
porque, de alguna manera, mis músculos no responden ante los estímulos de
mi cerebro. Me he quedado paralizada. Siento su aliento contra mi boca y
después su lengua deslizándose entre mis labios, los lame despacio,
saboreándolos antes de aprisionar el inferior con sus dientes y tirar de él. Es
solo un pequeño pellizco, sin embargo, lo siento en cada parte de mi cuerpo.
«¡Maldita sea, reacciona! No puedes permitir que este hijo de perra
piense que tiene algún control sobre ti. Haz algo. ¡Ahora mismo!».
Retrocedo un paso y me obligo a mantenerle la mirada.
―¿Vas a obligarme? ―inquiero sin rastro de emoción en la voz.
Zarco chasquea la lengua, esboza una sonrisa pecaminosa y niega con la
cabeza.
―No te equivoques, Mía. Serás tú la que me suplique que te folle.
―¿No crees que pensar eso es demasiado presuntuoso por tu parte?
―Sí, es posible. ―Se encoge de hombros y retrocede un par de pasos.
Ladeo la cabeza para observarlo. No entiendo a qué está jugando.
―¿Estás loco? ―pregunto sin tapujos.
Me sorprende al soltar una carcajada profunda y asentir.
―Es probable. ¿Y tú?
―Por supuesto.
―Bien, ya tenemos algo en común. ―Me señala con el dedo índice―.
Deberías cambiarte de ropa. Estás empapada.
Antes de que pueda replicar, da media vuelta y se marcha de la
habitación, dejándome confusa y también un poco excitada. No sé qué
demonios tiene pensado hacer conmigo. Tal vez todo esto sea parte de su
juego. Quiere volverme aún más loca de lo que estoy para poder
controlarme. Pretende romper mi mente, y si es así… Su plan es una mierda
porque no hay nada que quebrar, ya no.
Capítulo 8
Bailey

Han pasado tres días desde mi intento fallido de fuga, y en ese tiempo he
tenido la oportunidad de pensar con detenimiento en lo que me ocurrió
después, cuando Zarco… Bueno, da igual. Estoy segura de que solo intenta
desestabilizarme, o tal vez sea un perturbado que disfruta sodomizando a
las pobres chicas que secuestra; si eso es verdad, lo lleva jodido porque no
soy ninguna pobre chica y antes de que intente algo le habré abierto la
cabeza como un puto melón. No obstante, lo que más me inquieta no es su
actitud de esa noche, sino la mía. Me excitó su cercanía, e incluso la añoré
cuando se fue y me metí en la cama. Hace mucho que no estoy en mis
cabales, eso es algo que tengo claro, pero lo de sentir atracción por un
hombre como Zarco es para ponerme una camisa de fuerza.
Decido salir de mi dormitorio sin que nadie me lo pida. Estas últimas
noches me he visto obligada a cenar con todos ellos. Por supuesto, me he
mantenido en silencio hasta terminar y después me he retirado a mi
habitación. Empiezo a no soportar a la pequeña cotorra con tetas postizas
que Zarco lleva siempre colgada al cuello. Su voz me irrita y no deja de
buscar motivos y excusas para meterse conmigo. Sé que es cuestión de
tiempo que termine dándole un puñetazo en esa boca de zorra engreída que
tiene, y es probable que termine buscándome problemas, por eso intento
evitarla. Hasta hoy no he querido andar por la casa a mis anchas, a pesar de
que la puerta sigue sin estar cerrada con llave.
Nada más poner un pie en el pasillo me encuentro con Gambo, el de los
tatuajes en el cuello y el aro en la nariz. He notado un cambio en su actitud
hacia mí desde el primer día que nos vimos. Ahora es más amable y atento,
como si intentara caerme bien.
―Hola, Bailey. ¿Necesitas algo? ―pregunta.
―No, solo quiero desayunar. Se supone que no soy una prisionera, ¿no?
Eso es lo que dice tu jefe, así que puedo moverme por la casa.
―Eh… ―Se rasca la nuca con una mano―. Sí, supongo. Aunque solo
en el ala privada de Zarco. Fuera están el resto de los chicos y, bueno… No
les caes demasiado bien desde que disparaste a tres de los suyos.
―Lo tendré en cuenta ―mascullo, y sigo avanzando hasta donde sé que
está la cocina.
Después de desayunar iré a comprobar el estado de Beni y realizarle las
curas. Se está recuperando muy rápido y tiene ganas de levantarse de la
cama, así que es probable que hoy le permita dar un paseo corto. Me
detengo en seco al ver a Zarco en la estancia. Parece estar cocinando. Hay
varias frutas sobre la isla y una pequeña tabla de madera. Se gira, y al
verme esboza una sonrisa ladeada y me muestra el cuchillo que tiene en la
mano.
―Buenos días… ―Mira por encima de mi hombro―. Bailey.
Escucho unos pasos a mi espalda y me giro para comprobar que es
Gambo el que me ha seguido.
―Estaré en el campo de entrenamiento si necesitas algo ―le dice a
Zarco, y este asiente.
Vuelve a centrarse en mí y empieza a cortar un par de fresas en pequeños
trozos y colocarlos en un bol.
―¿Tienes hambre? He preparado café y hay fruta fresca. Si quieres,
puedo poner algo de pan el tostador.
―Solo café está bien ―murmuro y, sin que nadie me dé permiso, me
siento en uno de los taburetes altos al otro lado de la isla
Zarco sonríe de nuevo, y tras girarse para servir café en una taza, me la
tiende.
―Si quieres leche y azúcar…
―Así está bien ―digo, y le doy un trago largo.
―Vale… ―Sigue cortando la fruta de manera muy eficiente y me lanza
pequeñas miradas de reojo de vez en cuando. Aprovecho para observarlo
con detenimiento. Se ha peinado el cabello negro hacia atrás, lleva una
camisa negra abierta con los tres primeros botones desabrochados y el
mismo rosario que normalmente lleva en la muñeca, ahora cuelga de su
cuello. Parece antiguo, o al menos viejo―. ¿Has decidido salir de tu
dormitorio por algún motivo en particular? ―me pregunta.
Alzo la vista de su pecho y dejo la taza sobre la encimera.
―¿No tengo permitido hacerlo?
Sonríe de nuevo y niega con la cabeza.
―Tienes la mala costumbre de poner en mi boca palabras que no he
dicho. Solo siento curiosidad. Después de tu triple salto mortal con
tirabuzón no habías vuelto a salir por tu propia voluntad.
―Es complicado tener voluntad propia cuando te secuestran, ¿sabes?
―Clavo mi mirada en la suya y esbozo media sonrisa―. Estoy pensando en
probar de nuevo lo del salto, pero esta vez directamente hacia abajo. ¿Qué
me recomiendas?
―Un paracaídas ―contesta con gesto serio. Se queda callado unos
segundos y suspira―. Espero que estés bromeando. No hagas ninguna
locura, Mía.
―¿Crees que también puedes decidir si puedo o no quitarme mi propia
vida?
―No, pero lo que puedo hacer es encerrarte en un lugar sin ventanas, así
que deja de… ¡Mierda! ―El mango del cuchillo hace un ruido sordo al
golpear contra la encimera y veo una gota de sangre sobre la tabla de
madera. Zarco se gira y busca a tientas un trapo―. Joder, no, no.
Lo observo, entrecerrando los ojos. Su rostro ha perdido todo el color.
Respira de manera irregular e incluso se tambalea un poco. «No puede ser».
Vi cómo mataba a su propio hombre frente a mí sin pestañear. No obstante,
ahora que lo pienso, no entró en la sala de juegos hasta que la herida de su
hermano ya estaba cubierta y lo habían limpiado todo.
―¿Te mareas con la sangre? ―inquiero, conteniendo la sonrisa.
―No, yo no… ―Traga saliva con fuerza y parece estar a punto de
desmayarse.
Por puro instinto, me bajo del taburete de un salto y rodeo la isla. Llego a
su lado justo a tiempo para sujetarlo. Abre los ojos, mira hacia el corte de su
dedo, que no mide más que tres o cuatro centímetros, y se tambalea de
nuevo.
―Vale, no te desmayes. ―Le cojo la mano y envuelvo el trapo alrededor
de su dedo. Lo empujo despacio y me coloco frente a él―. Mírame, Zarco.
―Consigue fijar su vista en mí―. Eso es, respira despacio por la nariz y
suelta el aire por la boca. ―Pongo mi mano en la parte alta de su abdomen
y presiono un poco―. Desde aquí, llena el diafragma.
―Estoy bien ―masculla, aunque no parece que lo esté en absoluto.
―¿Crees que puedes llegar al sofá? Si te caes aquí, no podré levantarte.
Asiente y dejo que rodee mis hombros con su brazo y se apoye en mí. Lo
sujeto por la cintura con un brazo y caminamos despacio hacia el pequeño
salón. Tras dejarlo sentado, salgo corriendo y cojo un par de apósitos y
desinfectante de los pocos suministros que quedan de la ambulancia y
regreso junto a él. Lo encuentro con la cabeza apoyada en el respaldo hacia
atrás y sin aliento.
―Estoy bien ―repite cuando me siento a su lado y agarro su mano.
Lo ignoro, desinfecto la minúscula herida y ejerzo un poco de presión
para que deje de sangrar, después la envuelvo con el apósito y toco su
rostro. Está helado, pero empieza a recuperar un poco de color.
―Ya no hay sangre, Zarco. Puedes abrir los ojos. ―Bufa con fuerza y
me mira, aún medio aturdido.
Por más que lo intento, no soy capaz de contener la risa, suelto una
enorme carcajada y su ceño se frunce.
―¿De qué demonios te ríes? ―sisea con rabia.
―Como mafioso dejas mucho que desear si ni siquiera puedes ver una
gota de sangre, ¿no te parece? ―Vuelvo a reír y veo como se pone en pie
hecho una furia.
Se tambalea un poco, sin embargo, logra mantener el equilibrio y clava
su mirada en la mía.
―No te atrevas a burlarte de mí. ―Me señala con el dedo, y se me corta
la risa de golpe.
Decido ponerme en pie, ya que parece estar amenazándome; lo mínimo
que puedo hacer es ponérselo más fácil. El pobre debe estar viendo doble
aún. Es muy divertido. El jefe de una banda criminal que no soporta la
sangre. Aunque para él debe resultar bochornoso.
―¿Ahora es cuando me amenazas con matarme si se lo cuento a alguien?
―inquiero, arqueando una ceja.
Sin que me lo espere, me sujeta por la nuca con fuerza y me atrae hacia
su rostro.
―No, ahora es cuando te prometo que las cosas pueden ponerse muy
feas para ti si abres la puta boca. ¿Me hago entender?
Le mantengo la mirada. Este es el verdadero Zarco, al que todos temen.
Bueno, yo no tengo ni una pizca de miedo. ¿Quiere matarme? Bien, que le
aproveche. Me suelto de su agarre con un gesto brusco y alzo la barbilla de
manera desafiante.
―Yo también puedo prometer que te meteré un maldito tiro entre ceja y
ceja si vuelves a hablarme en ese tono. Puede que sea tu rehén, pero jamás
me humillaré ante ti. ¿Me hago entender?
Mi réplica parece sorprenderlo. Durante unos segundos me observa en
silencio, sin embargo, un gesto casi imperceptible en su comisura lo delata.
―Largo de aquí ―farfulla entre dientes, y vuelve a dejarse caer en el
sofá. Sin ni siquiera mirarlo, recojo el trapo manchado de sangre y se lo
lanzo al regazo―. Hija de… ―Es lo último que escucho antes de
abandonar el salón sonriendo de oreja a oreja.
¿Quién dijo que ser secuestrada no podía ser divertido? Tal vez esté
viendo todo esto de la manera equivocada. Pueden matarme, sí, pero yo a él
también, y puede que haya llegado el momento de demostrárselo.
Capítulo 9
Zarco

Me detengo frente a la puerta del dormitorio de Bailey con una enorme


caja sobre las manos extendidas. No la he visto desde el incidente de esta
mañana, al menos no en persona, ya que me he pasado todo el día
vigilándola por las cámaras de seguridad. Me tiene intrigado. Después de
amenazarla, no solo se enfrentó a mí, por su actitud, parece como si le
hubiese dado un chute de energía y positividad. Si ya pensaba que era rara,
ahora estoy seguro de que algo no funciona bien en su cabeza, y eso me
encanta porque no es que yo esté muy cuerdo tampoco. Supongo que entre
tarados nos entendemos.
Inspiro hondo y me pregunto si estoy haciendo lo correcto. Tengo que
asegurarme de que no abra la boca y les cuente a mis hombres mi debilidad,
no obstante, también siento la necesidad de disculparme por la forma en la
que la traté, y eso es extraño en mí. Hace mucho que dejé de sentir
remordimientos.
Al tener las manos ocupadas, no me queda más remedio que golpear la
madera con la puntera del zapato. Aguardo unos segundos y la puerta se
abre. Bailey frunce el ceño al ver la caja.
―Un poco pequeña para meter mi cadáver. A no ser que pretendas
descuartizarme ―murmura.
Una vez más me sorprende su humor tan ácido y retorcido. ¿Por qué no
se asusta? Esa es la gran incógnita. He visto a hombres que le doblan el
tamaño mearse encima por mucho menos de lo que ella está viviendo.
No espero a que me invite a entrar, al fin y al cabo, estoy en mi casa.
Paso al interior y dejo la caja sobre la cama antes de girarme y enderezar el
cuello y los puños de mi camisa blanca.
―Voy a llevarte a cenar. Ponte el vestido de la caja y en media hora te
espero en el salón.
Recibo una sonrisa torcida a modo de respuesta.
―¿Una cita? ―Niega con la cabeza―. No, gracias. Tengo por norma no
salir con criminales.
Inspiro hondo y oculto la sonrisa tras un gesto serio y poco amigable.
¿De dónde sacará esas contestaciones?
―No te lo estoy pidiendo, Mía. Media hora, eso es todo lo que tienes.
―Antes de que pueda replicar, salgo del dormitorio y me dirijo a mi
despacho.
Podría negarse a venir conmigo, pero sé que no lo va a hacer. Salir de
esta casa es su mejor oportunidad para planear una nueva fuga, y eso es lo
que Bailey más desea, irse de aquí. Un buen hombre dejaría que se
marchara. Yo no lo soy, por lo tanto, pienso conservarla, al menos hasta que
sacie mi curiosidad. Lo cierto es que Bailey es una mujer preciosa y no
puedo dejar de pensar en cómo sería tenerla debajo de mí durante una noche
entera, sin embargo, lo que más me atrae de ella no es su cuerpo ni su
rostro. Esa forma de actuar y de pensar… Me vuelve loco. Es distinta a
cualquier persona que haya conocido.
Entro en mi despacho, y tras tomar asiento, enciendo la pantalla del
ordenador y saco un puro de la caja de madera que hay en la superficie de la
mesa. Bailey camina de un lado a otro de su dormitorio, echa varios
vistazos a la caja y se detiene frente a ella. Parece estar pensando qué hacer.
«Vamos, ábrela». Como si hubiese recibido mi mensaje mental, destapa la
caja y saca el vestido de seda azul oscuro. Me queda claro por la forma en
la que lo lanza sobre el colchón que no es de su agrado. Sonrío. Puede que
no le guste, pero estoy seguro de que se verá espectacular enfundada en él.
Tocan a la puerta y me apresuro a desconectar la pantalla antes de
permitir que Gambo entre en la estancia.
―¿Querías verme? ―pregunta.
Nuestra relación ha estado algo tirante desde hace unos días, no obstante,
he notado su cambio de actitud respecto a Bailey y quiero que entienda que
ese es el camino. Somos delincuentes, traficantes y asesinos, pero no
animales salvajes. Es posible que a él le cueste entenderlo. Al igual que yo
y todos los demás, creció rodeado de violencia y muerte, sin embargo, le
falta la empatía que te da el haber pasado por lo que Lagos, Oscar, Luna y
yo. Gambo jamás podrá entender lo que se siente al ver cómo
deshumanizan a una mujer, como la convierten en una muñeca de trapo sin
voluntad ni derechos básicos como el de decidir con quién quiere o no
acostarse.
―Voy a salir a cenar con Bailey. Escoge a un par de hombres y
escoltadnos.
―¿Necesitas conductor?
―No, me llevaré uno de los deportivos. Solo seguidnos.
Asiente y dejo que se marche mientras le doy pequeñas caladas a mi
puro. Contengo las ganas de volver a encender la pantalla y seguir espiando
a Bailey. La primera vez que la vea desnuda no será a través de una
pantalla. Quiero ser yo quien la desvista.

Bailey
Deportivo de lujo, restaurante en un hotel cinco estrellas, caviar,
champán… y lo mejor de todo, ni una sola palabra por parte del hombre que
me ha proporcionado todos estos maravillosos placeres. ¿Se puede pedir
más? Si al final va a resultar que me gusta que me secuestren.
―¿Quieres más? ―pregunta Zarco justo después de que me haya
terminado el postre, una deliciosa tarta de chocolate que casi me hace lamer
el plato. Supongo que el silencio no podía durar para siempre. Es una pena.
Niego con la cabeza―. Estás muy callada y, por lo poco que conozco de ti,
temo que estés tramando algo.
Me echo hacia atrás en la silla acolchada y acomodo mi melena sobre el
hombro derecho. El restaurante está vacío. En realidad, no he visto a ningún
empleado aparte del camarero, y eso me hace sospechar que Zarco ha caído
en que existe la posibilidad de que haga algo para llamar la atención y
librarme de mi cautiverio. Me subestima. Jamás sería tan obvia. Mi plan es
intentar escapar cuando regresemos a su casa. Una pequeña parada en un
semáforo, un descuido… Aprovecharé la mínima ocasión para huir. Sé que
no hay nadie buscándome.
Tal vez exista una denuncia por desaparición, ya que me secuestraron
junto a la escena de un crimen, sin embargo, soy consciente de mi situación.
No tengo familia que se preocupe por mí, nadie va a insistir para que la
Policía intente encontrarme. De todos modos, aunque lo hiciesen, no
lograrían dar con mi paradero a pesar de estar a plena vista. La fama del
clan Z le precede. La mitad de los policías de la ciudad responden ante él.
―Tú tampoco estás demasiado charlatán, y no me malinterpretes, lo
prefiero así.
Sonríe y coloca las manos sobre la mesa, y dirijo la mirada a su muñeca
izquierda. Él parece notarlo.
―¿Te gusta? ―Mueve la mano y toca el crucifijo del rosario.
―Me resulta curioso que un hombre como tú crea en algo más que no
sea su propio ego.
―Tienes una forma muy extraña de hacerme preguntas, ¿sabes? Si
quieres saber si creo en Dios, soy católico o voy a misa todos los domingos,
puedes hacerlo sin acompañarlo por un comentario sarcástico y ofensivo.
―¿Dónde está lo divertido en eso? ―Arqueo una ceja en su dirección y
él vuelve a sonreír.
―No creo en Dios ―dice tras unos segundos observándome en
silencio―. Este rosario es una especie de reliquia familiar. Perteneció a mi
madre.
―Seguro que se siente muy orgullosa del hombre en el que te has
convertido ―mascullo entre dientes.
―Lo has hecho de nuevo ―sisea. Me encojo de hombros y no muestro
ni un ápice de arrepentimiento―. ¿Por qué no tienes miedo? ―Contengo
un bufido. «Amigo mío, ese es el menor de mis problemas»―. Cualquiera
en tu lugar se mostraría sumiso y amedrentado.
―No es la primera vez que alguien amenaza mi vida, Zarco. Créeme,
después de seis años en el frente aprendes a controlar tus propias
emociones.
―Vamos, que, para ti, estar secuestrada y amenazada por una banda
criminal es como un paseo por la playa, ¿no?
―En realidad, la arena de la playa me resulta un poco más molesta.
―Me inclino hacia delante para susurrar, a pesar de que no hay nadie que
pueda oírme aparte de él―. Ya sabes, se mete por lugares incómodos en los
que no debería estar.
Su mirada se enciende, no sé si por sorpresa o por diversión, y niega con
la cabeza.
―Espero que con esta cena haya podido resarcirme de mi
comportamiento de esta mañana. Tiendo a perder los papeles con facilidad
y creo que no te traté de la manera adecuada.
Ahora la sorprendida soy yo. No puedo evitar que se me escape una
sonrisa.
―¿Hay una especie de disculpa escondida entre tanta palabrería barata?
―inquiero divertida.
―Es posible, aunque poco probable ―responde, y él también sonríe.
Nos mantenemos la mirada un rato, hasta que él la aparta y suspira―. Si
estás lista para irte, deberíamos ponernos en marcha ya.
Dejo que me retire la silla y caminamos hacia la salida a la par. Zarco se
adelanta para abrirme la puerta con una caballerosidad que no creo que sea
propia de él. Al llegar al exterior, Gambo nos espera junto al deportivo rojo
en el que hemos llegado.
Se me complica bastante entrar en el vehículo con el vestido y los
tacones. Tras unos segundos de lucha, me acomodo en el asiento delantero
del acompañante y me pongo el cinturón. Zarco arranca el motor y se
incorpora a la carretera. Estamos en el centro de la ciudad y el tráfico es
bastante fluido. El silencio se apodera del habitáculo. No hay música ni
conversación, sin embargo, no me siento incómoda ni violenta.
Echo un vistazo por el retrovisor y compruebo que Gambo nos sigue en
el todoterreno negro. Estoy a punto de volver a mirar al frente, pero algo
llama mi atención. Detrás del todoterreno circula una camioneta azul que
juraría que he visto aparcada frente al hotel. No digo nada y sigo
observando a través del retrovisor. Zarco gira a la derecha, Gambo lo sigue
y, como ya esperaba, la camioneta también.
―¿Nos está escoltando alguien más aparte de Gambo? ―pregunto.
Zarco aparta la mirada de la carretera un instante y me mira, frunciendo
el ceño.
―No que yo sepa. ¿Por qué lo preguntas?
―Porque si no es alguno de tus hombres, pensé que te gustaría saber que
una camioneta azul nos está siguiendo desde que salimos del restaurante.
Enseguida mira a través del retrovisor con gesto serio y preocupado.
―¿Estás segura?
―Tan segura como que este vestido es lo más incómodo que me he
puesto en mucho tiempo ―mascullo, removiéndome en el asiento.
De pronto, suena su teléfono y Zarco aprieta un botón en el volante para
contestar la llamada.
―Jefe, tenemos una sombra ―es la voz de Gambo.
―Sí, ya me he dado cuenta ―dice, y pone los ojos en blanco al ver como
arqueo una ceja con chulería―. ¿Alguna idea?
―Estamos cerca del almacén abandonado que usamos para lo de los
chinos. Puede ser una opción.
―Bien, voy para allá.
―¡Mierda!
―¡¿Qué ocurre?!
―Hay al menos tres sombras más. Uno de los vehículos ha estado a
punto de embestirnos. ¡Huye, Zarco! Van a por ti.
La llamada se corta y Zarco vuelve a mirarme de reojo.
―Agárrate fuerte ―susurra antes de clavar el pie en el acelerador.
Capítulo 10
Zarco

Me detengo en la parte trasera de un almacén abandonado. No es la


primera vez que lo usamos para hacer algunas transacciones. Conozco el
lugar, y eso juega a mi favor. No he podido volver a contactar con Gambo.
Me preocupa que esté herido o algo peor, sin embargo, ahora mismo debo
centrarme en ponernos a salvo a Bailey y a mí.
Me giro en el asiento y estiro la mano para abrir la guantera, saco de su
interior una pistola y compruebo que esté cargada, al igual que la que llevo
en la espalda. Después extraigo un cuchillo de caza en su funda, que
engancho en la cinturilla de mi pantalón, y le tiendo el arma a Bailey.
―¿Qué haces? ―inquiere, arqueando una ceja.
―Solo he conseguido un poco de ventaja. Tenemos que entrar ahí y
defendernos. No tardarán en llegar.
―No voy a usar una pistola, Zarco ―afirma.
―¿Por qué? Sabes disparar, lo he visto.
―Porque si llevo una encima corro el riesgo de usarla ―responde, y abre
la puerta del coche.
Me apresuro a salir yo también y veo como se quita los zapatos de tacón
y los lanza al asiento antes de empezar a caminar hacia la nave de
hormigón. Es bastante grande, de más de seis metros de alto. Accedemos
por la puerta lateral y escucho como un coche derrapa en el exterior.
―Ya están aquí ―susurro.
Empujo a Bailey por uno de los pasillos de estanterías altas. Me giro y
apunto hacia la puerta. Entran cuatro hombres, disparo a los dos primeros
antes de fallar con el tercero y que empiecen a acribillarnos a tiros.
―¡Vamos! ―escucho a Bailey, y cuando me giro ya está corriendo por el
pasillo estrecho. La sigo. Damos varios giros: a la izquierda, después a la
derecha y seguimos corriendo. Este lugar es como un laberinto de
estanterías. Bailey se detiene de golpe y mira a un lado y a otro antes de
clavar sus ojos en mí―. ¿Qué demonios ha sido eso? ―susurra.
―¿Hubieses preferido que nos mataran ellos?
―¡No, joder! Lo tenías a menos de cinco metros y fallaste. ¿Dónde os
enseñan a disparar a los mafiosos?
¿Habla en serio? Frunzo el ceño y me muerdo la lengua para no pegarle
cuatro gritos o algo peor.
―Si crees que puedes hacerlo mejor, adelante.
―Cualquiera podría hacerlo mejor, Zarco ―escuchamos con claridad
como otro vehículo se detiene frente a la nave y Bailey resopla―. ¿Quiénes
son estos tipos y por qué te persiguen?
―Hombres de Urriaga, y lo más probable es que quieran recuperar su
mercancía ―mascullo.
―¿Urriaga? ―Abre mucho los ojos con gesto de sorpresa―. ¿El Urriaga
que dirige el cártel de Sonora?
Escucho como varios hombres se mueven no muy lejos del lugar donde
estamos, y empujo a Bailey para que siga caminando. Llegamos a una
especie de codo que queda bastante escondido, y me detengo.
―Mierda, no sé dónde están ni cuántos son ―farfullo en voz baja.
Bailey vuelve a bufar y acorta la poca distancia que nos separa. Coloca
las manos en mi cintura y empieza a palpar como si buscase algo. La miro
sorprendido y apenas me muevo.
―No te emociones, solo quiero el cuchillo ―susurra, y aparta sus manos
de mi cuerpo.
Retrocede un par de pasos, y tras sacarlo de su funda, coloca el filo sobre
la tela de su escote y empieza a rasgar el vestido de manera vertical.
―¿Qué demonios haces? ―inquiero.
―Quitarme esta cosa que no me deja moverme. ―Termina de rasgarlo
con un tirón contundente y la tela hecha jirones cae a sus pies.
―Era un vestido de dos mil dólares.
―Qué pena ―murmura en tono sarcástico. Se agacha para recogerlo y
no puedo evitar deslizar la mirada por su cuerpo―. Espero que no te
gustara mucho.
Solo lleva puesta la ropa interior. Un sujetador a juego con la braguita en
color negro y de encaje que yo mismo escogí.
―Me gusta más lo que escondía debajo ―digo sin poder apartar la
mirada.
Tiene un cuerpo increíble, y sus tetas… Joder, son perfectas.
―¡Ey! ―Chasquea los dedos frente a mi rostro y sacudo la cabeza para
sacar de mi mente la imagen de todo lo que me gustaría hacer con ese par
de tetas tan apetecibles―. Céntrate, Zarco.
Rasga un trozo de tela más del vestido y lo usa a modo de cinta para
sujetarse el pelo en una coleta. Escuchamos un sonido. Parece que alguien
se acerca. Estoy a punto de girarme con la pistola en alto, pero ella niega
con la cabeza y me pide con un gesto que guarde silencio.
La veo acercarse al borde de la estantería con lo que queda del vestido
entre las manos. Después de unos segundos una bota se asoma, y más arriba
puedo ver el cañón de un arma. Bailey enrolla la tela alrededor de la mano
que sujeta la pistola y con un giro rápido lo desarma. Antes de que el tipo
pueda darse cuenta, ella ya está a su espalda, asfixiándolo con lo que antes
era un vestido precioso.
La miro atónito. ¿Cómo ha hecho eso? El tipo ni siquiera tiene la
posibilidad de defenderse antes de caer al suelo inconsciente. No lo ha
matado.
―¿Quién demonios eres tú? ¿Rambo? ―susurro cuando regresa a mi
lado.
―Sí, pero con un nuevo uniforme. ―Me tiende la pistola del tipo que
acaba de neutralizar sin apenas esfuerzo―. Por cierto, tienes un gusto
pésimo para escoger vestidos, pero la ropa interior no está nada mal.
―Lo tendré en cuenta ―digo tras repasarla de nuevo con la mirada.
―Toma esto. ―Agita su mano frente a mí con la pistola.
―No, quédatela tú.
Chasquea la lengua y agarra mi mano, deposita el arma en ella y se
aparta.
―Deja de insistir. Corres el riesgo de que la use contra ti. ―Mira hacia
arriba y entrecierra los ojos―. Necesito subir a las estanterías. Desde allí
podré ver cuántos son y dónde están. ―Me empuja hasta dejarme donde
quiere―. Coloca tus manos entrelazadas e impúlsame.
Dejo el arma que acaba de darme en una de las baldas metálicas y bufo
con fuerza antes de rodearla. La sujeto por la cintura desde atrás y,
sosteniendo todo su peso, la elevo en el aire. Enseguida se sujeta a uno de
los travesaños. No la suelto del todo. Lo que hago es deslizar las manos por
sus costados, e incluso llego a tocar su trasero. Una vez arriba, Bailey me
lanza una mirada acusatoria. Sonrío y me encojo de hombros. No iba a
perder la oportunidad de tocar ese precioso culo.
―Date prisa ―susurro.

Bailey
Salto de una estantería a otra intentando hacer el menor ruido posible.
Veo a varios hombres armados que caminan entre los pasillos. No notan mi
presencia y eso es algo que uso a mi favor. Consigo dejar inconscientes a un
par antes de regresar al lugar donde he dejado a Zarco. Me ayuda a bajar y,
una vez más, sus manos se anclan en mi trasero de forma innecesaria.
―Ya puedes soltarme el culo ―farfullo, apartándome de su agarre.
―¿Cuántos has visto?
―Quedan tres. Tienen armas automáticas. Están vigilando la salida.
―Mierda. ¿Cómo vamos a llegar a ellos sin que nos acribillen a tiros?
―Yo me encargo de distraerlos y tú… ―Miro hacia el arma que lleva
enganchada en la cintura y suspiro―. Intenta no matarlos.
―No prometo nada.
―Ya, supuse que dirías eso. Al menos no te desmayes si alguno sangra.
Sígueme y espera mi señal.
―Solo me pasa con la mía ―sisea. Sé que miente, también le ocurre con
Beni. Cuando estaba herido no entró en la sala de juegos hasta que ya todo
estaba limpio y la herida tapada.
Caminamos casi de puntillas entre las estanterías. Dejamos atrás a uno de
los hombres inconscientes y seguimos avanzando hasta llegar al lugar
donde Zarco disparó antes. Los tres tipos armados siguen en el mismo sitio,
atentos a cualquier movimiento. Susurran entre ellos algo en español que no
soy capaz de escuchar bien.
Respiro hondo y alzo una mano para pedirle a Zarco que se quede oculto
donde está.
―¿Qué vas a hacer? ―me pregunta casi sin voz.
―Sobrevivir. Eso se me da bien. ―Lo señalo con el dedo índice y frunzo
el ceño―. Cuando te lo diga, dispara contra ellos. Ya sé que no tienes
demasiada puntería, pero intenta no volarme la cabeza por accidente,
¿quieres?
Antes de poder escuchar su réplica, salgo de mi escondite y me acerco a
los tres hombres con una sonrisa y contoneando las caderas. Como ya
esperaba, lo primero que hacen es apuntarme con sus armas. Son rifles de
gran calibre.
―¿Quién eres tú? ―pregunta uno de ellos en español.
Expando aún más mi sonrisa y alzo las manos.
―Pasaba por aquí ―respondo en su idioma. Hay un momento de
incredulidad e indecisión entre los hombres, solo un instante. Lo más
probable es que se estén preguntando qué demonios hace una mujer en ropa
interior en mitad de un almacén abandonado donde se esconde el mafioso
que intentan cazar. Entonces lo veo claro, es el momento―. ¡Ahora!
―grito.
Escucho las detonaciones y las balas pasan a mi lado creando un silbido
en el aire junto a mi oreja. Los tres hombres caen al suelo y enseguida noto
los pasos de Zarco a mi espalda.
―¿Qué tienes que decir ahora de mi puntería? ―inquiere en tono
chulesco. Pongo los ojos en blanco y me agacho para darle la vuelta a uno
de los cadáveres. Tiene un agujero en la frente del que brota un buen chorro
de sangre. Miro a Zarco un instante. No parece afectado. Supongo que es
cierto que solo se marea si ve su propia sangre. Sujeto el borde de la
camiseta del muerto e intento quitársela―. ¿Qué haces? Tenemos que
largarnos de aquí antes de que aparezcan más.
―No voy a salir en ropa interior.
Lo escucho resoplar y tira de mi codo para ponerme en pie. Antes de que
pueda preguntarle qué pretende, veo como se quita la chaqueta del traje y
después la camisa, me la tiende y vuelve a ponerse la primera sobre el torso
desnudo.
―Date prisa.
Meto los brazos por las mangas y abrocho unos pocos botones mientras
Zarco se acerca a la puerta para comprobar que no haya nadie más
esperando para matarnos. Cuando estoy a punto de ir hacia él, escucho un
gemido y giro la cabeza hacia uno de los hombres que yace tendido en el
suelo. Frunzo el ceño y entonces veo como mueve una mano.
―Mierda ―siseo.
Me agacho a su lado y le tomo el pulso.
―¿Qué demonios haces? Tenemos que irnos.
―Aún está vivo ―respondo, y empiezo a presionar la herida de bala que
tiene en el centro del pecho.
―¡Deja de decir tonterías! ¡Pueden llegar más en cualquier momento!
―Zarco intenta levantarme, pero lo empujo y sigo intentando contener la
hemorragia.
―¡Vete tú! No puedo dejarlo así.
―¡¿Qué dices?! ¡Es un cadáver, joder!
―¡No! ―grito, y clavo mi mirada en la suya―. Aún sigue vivo. A esto
me dedico. Salvo vidas. No puedo dejar a una persona morir y no hacer
nada.
Regreso la atención al hombre que sigue sangrando a chorros. Es poco
probable que consiga salvarlo, sin embargo, mi sentido del deber me obliga
al menos a intentarlo.
―Si no nos vamos ahora mismo, seremos nosotros los que estaremos en
su lugar.
―Ninguna vida vale más que otra ―murmuro para mí.
―Si ese es el problema… ―Antes de que pueda darle sentido a su
comentario, escucho la detonación y la sangre me salpica la cara. El hijo de
puta acaba de dispararle en la cabeza―. Ya está muerto. ¿Ahora podemos
irnos de una vez?
Me pongo en pie y la mirada que le lanzo es de auténtica furia.
―Eres un maldito…
―Sí, lo que tú digas. ―Chasquea la lengua, me sujeta del brazo y tira de
mí hacia el exterior.
Al llegar junto al coche, vemos a Gambo al lado del todoterreno.
―Zarco, ¿estás bien? ―pregunta, llegando a nuestro lado casi sin
aliento.
Recibo un empujón y Zarco abre la puerta del acompañante de un tirón.
―¡¿Dónde demonios estabas?! ―brama.
―Nos sacaron de la carretera. Creí que no lo contaba. Los demás han
muerto. ―Me mira a mí y después a él, frunciendo el ceño―. ¿Qué ha
pasado con vuestra ropa?
―Una larga historia. Nos vemos en casa. Avisa para que vengan a
limpiar este desastre. Coge a uno que aún respire y acaba con los demás.
Capítulo 11
Zarco

He dormido apenas un par de horas en toda la noche. Quise estar presente


mientras Oscar interrogaba al único superviviente del ataque del almacén.
Bueno, al menos lo era hasta que a mi chico se le fue la mano. Me
sorprende su capacidad para infligir dolor. A simple vista solo es un
muchacho más, tiene veinticinco años, es simpático, amable y, ante todo,
muy leal, pero en su interior se esconde un monstruo al que no le tiembla el
pulso a la hora de torturar a nuestros enemigos.
Después de robarle más de tres toneladas de heroína a los Urriaga, sabía
que vendrían a por mí, pero no creí que fuese tan rápido. Fue el dueño del
hotel el que me delató. Se supone que era alguien de confianza. Hicimos
algunos negocios juntos cuando yo aún estaba en el cártel. Supongo que
debió pensar que le vendría bien ganarse el favor de Leonardo Urriaga. En
fin… No volverá a ocurrir, ya que ahora mismo su cadáver está en algún
lugar del fondo del río Salado.
―¿Estás seguro de que quieres empezar ya con la distribución de la
mercancía? ―inquiere Lagos.
Lo miro desde detrás de mi mesa y asiento.
―Lo de los hombres de Urriaga ha sido un aviso. Tenemos que mover
esa heroína cuanto antes.
―Es arriesgado. Se supone que íbamos a enfriarla unos meses al menos.
―Lo sé, pero la situación ha cambiado. Necesito que contactes con
nuestros potenciales clientes.
―Los rusos son buenos candidatos ―informa.
―¿Zakharov? ―inquiero. Lagos asiente.
Conocí a Yuri Zakharov en una de sus fiestas. En ese momento, él era el
líder de la Zmeya, una organización secreta que traficaba con mujeres y
niños por todo el mundo. No me quedó más remedio que acompañar a
Urriaga, y ese día casi me muero de asco al ver todas las perversiones y
locuras que estaban ocurriendo ante mis ojos. Me dan náuseas al recordarlo.
Por suerte, el viejo murió hace unos años y su hijo Mijaíl se ha encargado
de acabar con esas atrocidades. La Zmeya ya no existe, gracias a Dios. No
obstante, sigue dedicándose a negocios poco lícitos, entre ellos, el tráfico de
drogas y armas. Se ha asociado con unos mafiosos del norte de España y
entre los cuatro dirigen los envíos y entregas de mercancía a toda Europa.
No es la primera vez que trabajamos juntos y me fío de él, al menos todo lo
que se puede confiar en un comandante de la mafia rusa.
―¿Quieres ir tú a visitarlo o le pido que viaje hasta aquí?
―Mejor nos vemos en nuestro territorio. Ahora mismo, con Urriaga
detrás, sería una inconsciencia abandonar el país.
―Bien, me pondré con ello de inmediato.
―Y otra cosa… ―Se gira a miedo camino de la puerta―. No quiero que
nadie más, aparte de nosotros, sepa dónde tenemos escondida la mercancía.
―Oscar se encargó de ello con los transportistas.
―Pues habla con él y que sea discreto. Si perdemos ese cargamento
después de apalabrarlo con nuestros clientes, estaremos en un gran lío.
―Asiente y termina de irse, dejándome solo en el despacho.
Suspiro y me recuesto hacia atrás en la silla. Enseguida dirijo la mirada a
la pantalla apagada de mi ordenador y le doy una calada al puro que tengo
entre los dedos antes de presionar el botón de encendido. Bailey está en su
habitación. No ha salido de ahí desde que llegamos anoche. Ni siquiera me
dirigió la palabra en todo el camino de vuelta a casa. Tal vez no debí matar
así a aquel tipo. Tenía prisa por salir del almacén y sé que, si no le hubiese
disparado en la cabeza, no habría podido sacarla de allí.
Cada vez que pienso en la forma en la que redujo a todos esos hombres
con solo un trozo de tela y en ropa interior, se me pone dura como una
jodida piedra. Fue increíble verla en acción, y solo ha conseguido
acrecentar mi deseo de tenerla, aunque no creo que a ella le pase lo mismo.
Estaba muy cabreada, pude notarlo.
Apago la pantalla, y tras hacer lo mismo con el puro, me pongo en pie y
salgo del despacho. Cruzo el pasillo y me detengo frente a la puerta de su
dormitorio. Mi intención es llamar, pero cambio de idea y solo tiro de la
manilla y paso al interior. La encuentro en la misma posición que la vi a
través de la cámara, tumbada sobre la cama y con un libro entre las manos.
Lagos es un lector empedernido. Supongo que ha sido él quien se lo ha
prestado.
―¿A qué debo el placer de tu visita? ―pregunta sin alzar la vista de las
páginas.
Sonrío. Al menos ya me habla. Creí que me seguiría castigando con su
silencio. Me acerco a su lado y leo el nombre del libro en la tapa. Está en
español. Entonces recuerdo que anoche, en el almacén, la escuché decir
algo en mi idioma, pero creí que solo se sabía unas cuantas palabras.
―Hablas español ―murmuro, frunciendo el ceño.
―¿Lo has deducido tú solito? ―Ahí está de nuevo. Un comentario
sarcástico y ofensivo. Se supone que debería molestarme, pero no es así, al
contrario, esa mezcla entre valentía y pasotismo es la que me tiene tan
obsesionado con ella. Cierra el libro y me mira con una ceja arqueada―.
También hablo francés, ruso y salí con un chico de ascendencia italiana en
la academia, así que lo entiendo un poco. ¿Quieres saber algo más sobre
mí? ¿Peso, estatura, signo del zodíaco tal vez?
Contengo un bufido y niego con la cabeza.
―Levántate y acompáñame. Tengo que mostrarte algo.
―¿Otra cita? ―Esboza una sonrisa burlona―. ¿No tuviste bastante con
la de anoche?
Me agacho para quedar a su altura y coloco una mano en el cabecero,
después me acerco despacio a su rostro hasta que nuestras narices casi se
tocan.
―Si lo de anoche hubiese sido una cita de verdad, ahora mismo tú no
podrías andar, Mía ―susurro contra su boca, enfatizando su nombre.
Inspiro hondo, inhalando su aroma a cítricos, y me incorporo―. Vamos,
tengo cosas que hacer y me estás retrasando.
Se me queda mirando con fijeza unos segundos. Parece como si mi
cercanía no le hubiese afectado, a mí, sin embargo, me tiene desquiciado.
Desearía poder besarla, morder esos labios apetitosos y enterrarme en su
interior una y otra vez. Al fin, se pone en pie con un bufido y le hago un
gesto para que salga primero.
La llevo a la planta baja y salimos por la puerta trasera. Atravesamos el
jardín y me doy cuenta de que está observando cada sitio con mucho
interés. Lo más probable es que esté buscando otra forma de escapar,
aunque después de hoy espero que se le quite esa idea de la cabeza. Voy a
hacerle una propuesta que espero que acepte.
Cuanto más nos acercamos a la zona de entrenamiento, más alto se
escucha el sonido de las detonaciones. Dejamos atrás el jardín y nos
adentramos en la finca aledaña. Allí, junto a Oscar, Gambo y Lagos, hay
varios hombres disparando al aire libre hacia dianas móviles. Unos portan
armas de pequeño calibre y los tiradores más expertos usan rifles de asalto y
de larga distancia.
―Menuda fiesta tenéis montada aquí ―masculla Bailey justo cuando
estamos llegando al lado de Lagos.
Mi amigo enseguida se quita los auriculares protectores y nos saluda
animado. Sé que le cae bien Bailey, me lo ha dejado claro en varias
ocasiones y cree que debería dejarla marchar. Tal vez tenga razón, sin
embargo, aunque quisiera hacerlo, simplemente no puedo. Necesito seguir
intentando llamar su atención. Es posible que después de tenerla esta
obsesión insana desaparezca, pero no lo sabré hasta que ocurra. Oscar y
Gambo también se unen a nosotros.
―¿Cómo va todo? ―pregunto a modo de saludo.
―Bien ―es Oscar el que contesta―. ¿Pasa algo, jefe?
―No. Solo he traído a Bailey hasta aquí por si le apetece practicar su
puntería un rato.
Al escucharme, se gira con una ceja enarcada.
―¿Qué pretendes? ―inquiere.
―Nada. ¿Quieres disparar? ―Estiro la mano y, a regañadientes, Lagos
coloca una pistola en mi palma. La sujeto y se la tiendo a Bailey―. Son
dianas móviles. Las mejores del mercado.
―Ya lo he notado. Lo que no entiendo es por qué te arriesgas a darme un
arma cuando sabes que puedo usarla contra ti.
Me encojo de hombros y esbozo una sonrisa ladeada.
―Hay más de veinte hombres armados aquí. Si intentas algo, no durarías
ni cinco segundos.
Ella también sonríe.
―Me sobrarían cuatro para matarte ―replica, y que me parta un rayo si
no es lo más sexy que he escuchado nunca en boca de una mujer.
―Pues vas a tener la oportunidad de hacerlo si es lo que deseas. ―Cojo
su mano y coloco la pistola en ella.
Bailey la sujeta, aún sonriendo; parece estar calculando su peso y niega
con la cabeza.
―Estás como una regadera ―susurra.
Inspira hondo por la nariz y se gira hacia las dianas. Oscar se acerca para
darle unos auriculares, pero los rechaza. Alza la pistola, apunta y empieza a
disparar como una verdadera profesional. Su postura es relajada, pero firme,
y no falla ni un solo objetivo.
―Demasiado sencillo ―murmuro para mí.
Me acerco al mecanismo de las dianas y acelero el movimiento,
alternándolas, para subir la dificultad. Ella se detiene un segundo, mira a
Gambo y señala con el dedo el rifle que tiene en las manos.
―¿Me lo prestas? ―No espera a que él le conteste, solo se lo quita de las
manos, comprueba que el cargador esté lleno y sigue disparando.
Todos la observamos alucinados. Incluso mis hombres dejan de practicar
y la miran embobados. Vacía un cargador en cuestión de segundos y echa la
mano hacia atrás. Entiendo lo que quiere y le doy otro lleno. Sabía que era
buena tiradora, pero esto… ¡Santo Cristo! Nunca he visto a nadie disparar
con tanta precisión.
Pasa varios minutos destrozando dianas sin fallar un tiro hasta que se
aburre y le devuelve el rifle a Gambo.
―Buena puntería ―digo animado.
―Lo sé. Podrías aprender un poco. ―Bosteza y se cruza de brazos―.
Todo muy divertido. ¿Puedo regresar ya al dormitorio? Tengo un libro a
medio leer.
Asiento y le hago un gesto a Gambo para que la acompañe. En cuanto
ambos se marchan, me giro hacia Lagos con una ceja arqueada.
―Dime si no es la mejor tiradora que has visto nunca.
―¡Por Dios, Zarco! ―exclama―. Esa chica puede ser un peligro.
―¿No te preocupa que nos mate a todos? Estoy seguro de que podría
hacerlo sin pestañear ―añade Oscar.
Respiro hondo y clavo la mirada en su espalda mientras se aleja. Podría
hacerlo, pero no lo hará. Bailey se dedica a salvar vidas, no las arrebata.
Capítulo 12
Bailey

No soporto a la tal Luna. De verdad, me crispa los nervios. Hace un buen


rato que nos sentamos a cenar. Por primera vez, Beni nos acompaña y
parece muy animado. En realidad, todos lo están. Charlan y bromean entre
ellos, hasta llegan a incluirme en alguna conversación, aunque yo apenas
aparto la mirada del plato. Es extraño, siento como si algo hubiese
cambiado y no me resulta desagradable. A excepción de las constantes
pullas y provocaciones por parte de la morena con tetas de plástico, podría
decir que estoy disfrutando de la cena y la compañía.
Miro de reojo a Zarco, él también está más charlatán de lo habitual, en
especial con su hermano. No había tenido la oportunidad de verlos juntos, y
se nota que lo cuida y lo quiere mucho. Salta a la vista que Beni lo respeta y
venera como a un jodido dios. Eso no estoy segura de que sea algo bueno,
al fin y al cabo, Zarco no es más que un delincuente. No puede ser buena
influencia para nadie.
Por primera vez me quedo hasta el postre, y solo después de comérmelo
regreso a mi habitación. Me ducho, me pongo la camiseta larga que uso
para dormir y, tras meterme en la cama, continúo leyendo el libro que Lagos
me prestó hace un par de días. Me tiene entretenida durante un par de horas,
sin embargo, ya cerca de la madrugada siento sed y decido ir a la cocina a
por un vaso de agua. No acostumbro a salir de mi dormitorio de noche. Solo
lo intenté una vez para comprobar si la puerta que divide esta ala del resto
de la casa estaba abierta. Por supuesto, no fue así o ahora mismo no estaría
aquí.
Camino descalza por el pasillo e intento no hacer ruido. Tampoco
enciendo las luces. Prefiero pasar sin llamar la atención. Cogeré un vaso de
agua y regresaré a mi dormitorio sin que nadie se dé cuenta. En cuanto me
acerco a la cocina, me doy cuenta de que hay alguien más que no es capaz
de conciliar el sueño, en realidad son dos personas.
Zarco está apoyado contra la isla, sin camiseta, pero eso no es lo que
llama mi atención. A su lado está Lagos, también con el pecho al
descubierto y el pelo alborotado. ¡Madre mía! ¿Quién lo iba a decir? Debajo
de esa ropa aburrida y sus gafas de pasta hay un hombre realmente
atractivo. Zarco advierte mi presencia y ladea la cabeza, esbozando una
pequeña sonrisa.
―¿No puedes dormir, Bailey? ―inquiere en tono divertido.
Carraspeo y me acerco. Aunque lo intento, no soy capaz de dejar de
mirar a Lagos. ¿Cómo es posible que esté tan bueno?
―Tengo sed ―murmuro.
―Yo me voy ya a la cama. ―Lagos pasa a mi lado y me sonríe―.
Buenas noches.
Me giro y lo sigo con la mirada. No sé si es mejor su pecho o la espalda.
No, definitivamente el trasero. Zarco carraspea y sacudo la cabeza de un
lado a otro antes de centrar mi atención en él.
―¿Qué se supone que estás haciendo? ―inquiere. Su voz ha cambiado,
parece más serio y cortante.
―Voy a beber agua si no te importa ―mascullo, e intento rodearlo, pero
me corta el paso y clava su mirada furiosa en la mía.
―¿Qué te pasa con Lagos? ―sisea entre dientes.
Frunzo el ceño y vuelvo a intentar pasar, solo que no me lo permite.
―¿Qué? Me ha sorprendido verlo sin gafas.
―¿Por eso te lo comías con la mirada?
Parece furioso. Empiezo a entenderlo. Me he fijado en su amigo y su ego
no lo soporta.
―Está bueno ―digo con una sonrisa traviesa―. Si no fuese un
criminal… ―Antes de que pueda terminar la frase, siento sus manos en mi
cintura. Me empuja con fuerza y la parte baja de mi espalda golpea el borde
de la isla.
―¡¿Qué?! ―Me estrecha contra su cuerpo y pega su nariz a mi cuello―.
¿Qué harías si Lagos no fuese un delincuente? ―Inhala con fuerza y noto la
humedad de su lengua recorriendo mi cuello. Cierro los ojos y trato de
calmar los incesantes latidos de mi corazón. No sé por qué me excita tanto
su agresividad. Zarco aparta su rostro unos centímetros y vuelve a fijar su
mirada en la mía―. ¿Dejarías que él te follara, Mía? ―Lame la comisura
de mi boca y después mordisquea mi labio inferior―. ¿Permitirías que te
subiera a esta encimera y se clavara en tu interior?
Contengo un gemido cuando sus manos descienden por mis costados
hasta llegar a mis muslos. Sus ojos negros se oscurecen aún más cuando
encuentra el borde de mi camiseta y empieza a subirla con lentitud.
―Zarco ―susurro. No sé si es una advertencia o una súplica.
Todo mi cuerpo arde de deseo. Se supone que debería asquearme su
tacto, pero lo ansío como a una jodida Coca-Cola en mitad del desierto.
¿Por qué me pasa esto justo con él? «Demasiado tiempo sin sexo», resuena
en mi cabeza. Es cierto. Ya ni recuerdo cuándo fue la última vez que me
acosté con un hombre. Desde que dejé el Ejército hace ya dos largos años,
mi vida ha consistido en trabajar, comer, beber, dormir y vuelta a empezar.
No había ni una pizca de emoción, nada que rememorar, al menos hasta que
me secuestraron.
Los dedos de Zarco llegan a la unión de mis muslos y rozan mi sexo por
encima de la ropa interior justo cuando me doy cuenta del motivo por el que
no me he esforzado demasiado en salir de este lugar. La emoción. Esto es lo
más emocionante que me ha ocurrido en los últimos dos años. Es como si al
menos hubiese recuperado una pequeña parte de la persona que yo era
antes, aunque no del todo. «Sigue sin haber nada».
Alzo mis manos y las coloco sobre su pecho. Durante un segundo se
detiene y me mira con lo que parece ser un gesto de sorpresa, entonces
acorta la distancia que separa nuestros labios y hunde su lengua en mi boca.
Sin lugar a dudas, es el beso más desgarrador y apasionado que me han
dado nunca. Apenas puedo respirar y, sin embargo, soy incapaz de dejar de
mover los labios sobre los suyos. Nuestras lenguas se entrelazan y un aroma
a humo y almizcle invade mi nariz. «Es él, es su olor». Sus dedos
profundizan más entre mis pliegues, gime en mi boca al notar mi humedad,
y con un gesto rápido y brusco, me coge en brazos y me deja sobre la
encimera de la isla. Rompemos el beso a la vez y nos miramos casi sin
aliento. Zarco desliza la tela de mis bragas hacia un lado y hunde dos dedos
en mi sexo sin previo aviso.
No soy capaz de contener un gemido y mi espalda se arquea de forma
involuntaria. El muy cabronazo sonríe y mueve sus dedos en mi interior de
una forma lenta y tortuosa.
―Pídemelo ―susurra contra mis labios―Dime que te folle ahora mismo
y lo haré. ―Aprieto la mandíbula cuando su pulgar roza mi clítoris y
comienza a estimularlo con movimientos circulares. Me aferro a sus
hombros anchos y clavo las uñas en su piel al sentir como un rayo de placer
recorre mi columna. Zarco maldice en alto y acelera el movimiento de sus
dedos dentro y fuera de mí. Me muerde el labio, lame mi mandíbula y
después mi cuello―. Deja de ser terca. Pídelo, Mía.
Me trago un gemido y niego con la cabeza. ¿Deseo tenerlo en mi
interior? ¡Joder, claro que sí! Pero no voy a humillarme ni suplicar. Nunca
lo haré. Sujeto su brazo y muevo mis caderas para ejercer más fricción. Un
par de segundos, eso es todo lo que necesito para que toda la tensión
acumulada en mi bajo vientre explote. Echo la cabeza hacia atrás y un grito
liberador rasga mi garganta mientras me sacudo de forma incontrolada.
Aún sin aliento, dirijo mi mirada al rostro de Zarco y lo veo con el ceño
fruncido y gesto cabreado. Aparta su mano de mi sexo y me sujeta con
fuerza por la barbilla. Creo que va a besarme de nuevo, pero no lo hace.
Maldice otra vez, y tras retroceder un par de pasos, da media vuelta y se
marcha hecho una furia.
Capítulo 13
Zarco

Desnudo, sentado al borde del colchón y con la cabeza gacha, repaso en


mi mente todo lo que ocurrió anoche. Cómo me sentí cuando vi a Bailey
comerse a Lagos con la mirada. La rabia y… Sí, también los celos. Después
su sabor y ese aroma tan suyo que se ha convertido en mi nueva obsesión.
Se supone que iba a doblegarla al fin. La tuve ahí, sobre la encimera,
dispuesta, mojada para mí. Sentí el calor de su coño alrededor de mis dedos,
y cuando se corrió… ¡Dios santo, jamás había presenciado una escena tan
excitante y provocativa! Solo tenía que decir una palabra, una sola, y la
hubiese follado como un animal allí mismo, pero no la pronunció. Me
marché frustrado, y también cabreado por su cabezonería y por la mía. Pude
haberlo hecho, sabía que ella lo deseaba y no me rechazaría, sin embargo,
dejé que mi ego ganara la partida. Quería que ella me lo pidiera, que me lo
suplicara. Bueno, esa no fue una buena decisión.
Regresé a mi dormitorio hecho una furia y consciente de que había
perdido una gran oportunidad, pero lo que más me afectó no fue tener que
ducharme con agua fría para mitigar el dolor de mis pelotas. La sensación
en mi pecho, el vacío, la necesidad de algo más allá del sexo… Eso fue lo
que me llevó a cometer la segunda estupidez de la noche.
Al salir del baño encontré a Luna sentada sobre mi cama. Hablamos
durante un rato sobre la posibilidad de viajar a México para sortear el
sistema de seguridad de la principal morada de Leonardo Urriaga. A veces
olvido lo buena que es en su trabajo. Tener la oportunidad de cazar a
Urriaga y a sus hombres en su propia casa sería un jodido sueño hecho
realidad. Una cosa llevó a la otra y entonces ella me besó. Pensé en
negarme como he hecho otras veces, pero ¿por qué? ¿Bailey me rechaza y
yo debo guardarle una especie de fidelidad? ¡Mierda, no! Nadie, nunca, se
ha burlado así de mí.
Suspiro y me froto el rostro con las palmas de las manos. Escucho como
Luna se mueve en la cama y giro la cabeza para mirarla. Es hermosa, pero
no es Bailey, y es con ella con quien hubiese deseado despertar. «Idiota.
Estás dejando que esa desquiciada se meta en tu cabeza». Es cierto, y por
ello he tomado la decisión de viajar hoy mismo a México. Tal vez me haga
bien poner un poco de distancia. Necesito sacarme de encima esta extraña
sensación de pertenencia hacia ella.
Me pongo en pie y me visto en silencio antes de salir del dormitorio. Al
llegar al comedor, veo que Beni, Oscar y Gambo ya están desayunando. Me
siento en el cabecero de la mesa y me sirvo un café. Entonces llega ella.
Bailey toma asiento en su lugar habitual y apenas murmura un «Buenos
días» a nadie en particular antes de empezar a comer fruta y cereales. No
me mira ni siquiera una vez. Se comporta como si lo de anoche nunca
hubiese sucedido, y esa actitud me cabrea aún más. «¡¿Quién demonios se
cree que es para ignorarme?!».
Decido dejarlo pasar por el momento e informo a los chicos de mis
planes. No especifico a dónde viajo, solo que estaré fuera unos días con
Luna y Gambo. Ninguno hace más preguntas. Puedo notar la curiosidad de
Lagos. Siempre tomamos juntos las decisiones sobre temas importantes y
estratégicos. Hablaré con él más tarde. Seguimos desayunando entre charlas
banales y alguna broma por parte de mi hermano pequeño hasta que Luna
decide acompañarnos. Antes de que se siente a mi lado, sé lo que va a hacer
y no me equivoco. Está sonriente y excesivamente cariñosa conmigo. Yo
casi no le presto atención. Miro a Bailey de reojo, no parece afectarle, y lo
más jodido es que a mí sí me importa que a ella le dé igual. «Idiota».
―Zarco, mira lo que me hiciste anoche. ―Giro la cabeza y compruebo
que Luna se ha bajado la manga de la camiseta y me está mostrando el
hombro. Tiene la marca de mis dientes en él―. Amor, vas a tener que
controlarte un poco.
Detecto un movimiento por el rabillo del ojo, giro rápido la cabeza y ahí
está lo que esperaba. Bailey posa su mirada en el hombro de Luna, después
en mí y un músculo en su mandíbula se tensa. Dura apenas un segundo
antes de que baje de nuevo la vista a su plato, pero para mí es suficiente.
Esbozo una pequeña sonrisa y sigo bebiendo pequeños sorbos de mi café en
silencio. «Parece que, al fin y al cabo, sí hay algo capaz de hacer reaccionar
a la sargento Bailey».

Bailey
Tras terminar mi desayuno, me levanto y regreso a mi dormitorio. Me
contengo para no azotar la puerta con todas mis fuerzas. ¡Ese hijo de
perra…! ¿De verdad se tiró a la muñeca de plástico después de lo que pasó
anoche entre nosotros? ¡¿Qué clase de persona hace algo así?! «Un criminal
sin moral ni valores», resuena en mi mente.
Me siento en el borde de la cama y bufo. Estoy cabreada. Supongo que
eso es algo bueno. Buscaba emociones y las estoy sintiendo, o al menos eso
creo. Además, yo lo rechacé, ¿no? Él solo fue a buscar en otra lo que yo no
quise darle. Aunque no detuve sus avances en ningún momento. Dejé que
me besara, que me manoseara y disfruté del maravilloso orgasmo que me
proporcionó. Lo que no hice fue suplicar. Antepuse mi orgullo a la
excitación y la necesidad, y no me arrepiento de ello. Si hay algo que aún
conservo de la mujer que fui, es mi amor propio.
La puerta de mi habitación se abre sin previo aviso y Zarco pasa al
interior con las manos en los bolsillos y esbozando media sonrisa. Se
detiene junto a la cómoda y ladea la cabeza como si estuviese intentando
descifrar mis pensamientos. Nos miramos con intensidad, como un jodido
duelo a muerte en el que estoy decidida a salir vencedora. Pasan varios
segundos, y entonces él suspira y aparta la mirada. Sonrío por dentro.
«Chúpate esa, Zarco».
―Tengo que hacerte una propuesta ―dice, y da un par de pasos en mi
dirección antes de detenerse y cruzar los brazos sobre su pecho. No digo
nada. Solo arqueo una ceja de manera interrogante―. Admito que tu
habilidad con las armas y en la lucha cuerpo a cuerpo es impresionante. Por
eso quiero que entrenes a mis hombres.
Tardo unos segundos en procesar lo que acaba de decir y mi ceja se eleva
aún más.
―¿Qué gano yo con eso? Creo que se te olvida que no estoy aquí de
vacaciones. Soy una jodida rehén, Zarco.
Vuelve a sonreír y se encoge de hombros.
―Ambos sabemos que, de haberlo querido, ya habrías escapado. Has
tenido la oportunidad de matarnos a todos.
―Yo ya no mato ―mascullo.
Lo veo cambiar el gesto. Frunce el ceño y sé que está deseando hacer
preguntas, pero tiene el detalle de dejarlo pasar. Suspira y acorta un nuevo
paso de la distancia que nos separa.
―Te ofrezco tu libertad a cambio de tus servicios.
Eso llama mi atención. Me pongo en pie y clavo mi mirada en la suya.
―Explícate ―pido.
―Es muy sencillo. Tú entrenas a mis hombres, ponle que durante unos
seis meses. Solo a mi círculo íntimo. Lagos, Oscar, Gambo, Beni y Luna.
Les enseñas a disparar como tú lo haces y eres libre para marcharte, si eso
es lo que deseas, claro.
Esta vez soy yo la que decide ignorar su último comentario. ¿Por qué
querría quedarme aquí? No tiene ningún sentido.
―¿Cómo sé que me dejarás irme sin más cuando acabe?
―Porque te doy mi palabra de que así será.
«Y él siempre cumple su palabra», me recuerdo a mí misma.
―¿Y si digo que no?
Un paso más y esa sonrisa torcida se convierte en una provocativa y
arrogante.
―Entonces estarás demostrando que no deseas abandonar esta casa. Lo
entiendo, estás bastante cómoda, ¿verdad?
―Lo que yo hago es el fruto de mucho entrenamiento y disciplina de
combate. Eres un iluso si crees que tus hombres pueden aprender en seis
meses lo que a mí me ha llevado años perfeccionar.
―Supongo que tendrán que aplicarse al máximo. Cuento con que
aprovechen bien el tiempo y tú sepas entrenarlos para que mejoren sus
habilidades de forma notable. No espero tener máquinas de matar, solo que
estén mejor preparados.
―Quieres que yo enseñe formas de matar a criminales despiadados. No
creo que sea buena idea. ―Chasqueo la lengua y soy incapaz de
contenerme―. ¿Por qué no se lo pides a tu amiga Luna? Has demostrado
que puede ser una segunda opción para otros asuntos. Tal vez dé la talla, o
puede que no.
Me arrepiento de mis palabras en el mismo instante en que noto como su
gesto cambia a uno engreído y fanfarrón. Acabo de darle munición, y sé que
va a usarla contra mí.
―¿Celosa, Mía? ―inquiere en un tono dulce y suave que contrasta con
su voz rasgada y profunda.
Inspiro hondo y consigo recomponerme. No voy a dejar que piense que
me importa lo que hace con esa idiota.
―¿De ti? ―Suelto una pequeña risa y niego con la cabeza―. No seas
patético.
Su expresión cambia de inmediato a una mucho más seria y termina de
acortar la distancia. Su rostro se acerca al mío, y aunque mi instinto me dice
que retroceda, no lo hago. Solo miro sus ojos oscuros con la mandíbula
tensa y los puños apretados a cada lado de mi cuerpo.
―Ten cuidado, Mía. Como ya te he dicho, tiendo a perder los papeles
con facilidad, y no creo que quieras ver la persona en la que me convierto
cuando eso ocurre. Mantén tus insultos y ofensas dentro de tu linda cabecita
―susurra contra mi boca. Se acerca más, sus labios están a punto de tocar
los míos, y entonces me echo hacia atrás y estiro los brazos para apartarlo.
Zarco me mira con sorpresa. Toma aire por la nariz y asiente―. Piénsalo
mientras estoy fuera. Hablaremos de ello cuando regrese.
Da media vuelta y está punto de salir de la habitación mientras yo me
planteo qué es lo que debo hacer. No pierdo nada con probar. Si acepto,
existirá la posibilidad de salir de aquí. Eso es más de lo que tengo ahora.
―Tres meses ―digo antes de que pueda irse.
Se gira despacio y la mirada que me lanza me hace darme cuenta de lo
listo que es este maldito cabronazo. Su intención desde el principio era esta.
He caído en su juego como una imbécil.
―Perfecto. Tenemos un trato. ―Sonríe de nuevo sin apartar su mirada
de la mía―. Nos vemos en unos días, Bailey. Pórtate bien en mi ausencia,
¿quieres?
Antes de que pueda mandarlo a la mierda, ya se ha ido y yo me quedo
con la sensación de haber hecho un trato con el mismísimo diablo. ¡¿Qué
demonios me pasa?! ¿Estoy perdiendo facultades?
Capítulo 14
Zarco

Llevamos cuatro días encerrados en un motel de mala muerte a las afueras


de Cíbuta, en el estado de Sonora, en México. Hemos ido cinco veces a las
inmediaciones del rancho desde el que opera el cártel de Sonora. Luna cree
que podría entrar en el sistema de seguridad de la casa si consigue acceder
al panel central, pero para llegar a él debemos saber cómo hacerlo, y eso se
traduce en mucha vigilancia. Casi me sé de memoria los turnos de
vigilancia de los hombres de Urriaga. A él no lo he visto, sin embargo, sé
que está ahí dentro. Si no fuese así, la casa no estaría tan asegurada.
Luna aparta la vista un segundo de la pantalla de su ordenador portátil y
se centra en mí. Cuando se concentra en el trabajo no suele hablar, y eso me
deja tiempo y espacio para perderme en mis propios pensamientos. Estamos
solos. Al final no quise que Gambo nos acompañara, y no porque desconfíe
de él. Al contrario, apuesto por su lealtad, no obstante, este es un asunto
demasiado importante y peligroso. Cuando menos gente esté involucrada,
mucho mejor. Yo mismo me ocupé de varios interrogatorios cuando estaba
bajo las órdenes de Urriaga. No es fácil guardar información cuando un hijo
de puta te está cortando los dedos uno a uno. Si no sabes nada, no hay nada
que puedas decir.
―¿Tienes hambre? Puedo acercarme a la tienda a por algo de cenar
―dice. Niego con la cabeza y me dejo caer de espaldas sobre el colchón.
Me pregunto si Bailey estará cenando en casa con los chicos. Ahora que
yo no estoy allí para obligarla a acompañarnos, es posible que esté
comiendo sola en su habitación. ¿Habrá empezado ya con el entrenamiento
o esperará a que yo regrese? Resoplo y me doy un bofetón mental. ¿Por qué
no puedo dejar de pensar en ella? Estoy obsesionado. Es muy preocupante
que me sienta así. Creo que… La echo de menos. Sí, eso es. Extraño sus
comentarios sarcásticos, esa forma de mirar a todo el mundo como si les
estuviese perdonando la vida, su olor… Joder, ese aroma es lo más
delicioso que he percibido nunca. Me encantaría embotellarlo y hacerme un
perfume con él. ¡Mierda! Empiezo a pensar que tal vez mi interés en esa
mujer no es solo físico, y si es así… ¡Maldita sea! Estoy muy jodido.
―Consígueme una línea segura ―ordeno, incorporándome para mirar a
Luna―. Tengo que llamar a casa.

Bailey
Me siento agotada, aunque Lagos, Oscar, Gambo y Beni están mucho
peor. Llevamos solo cuatro días de entrenamiento en el gimnasio y creo que
empiezo a ver alguna mejoría en sus movimientos. Al menos Beni y Oscar
parecen entusiasmados. Lagos sigue diciendo que él no necesita tanto
adiestramiento, que su trabajo requiere más inteligencia que fuerza, aun así,
no se ha negado a hacer ninguno de los ejercicios que le he encomendado.
Gambo es algo más vago que el resto, pero también se esfuerza.
Después de ducharme y hacer algunos estiramientos para calentar mis
músculos doloridos, salgo de mi dormitorio y recorro toda el ala hasta que
doy con los demás en la sala de juegos. Me quedo observándolos desde la
puerta. Gambo y Oscar están jugando al billar entre risas y bromas, la
misma mesa en la que atendí a Beni el día que me trajeron a esta casa.
Desde entonces no había vuelto a esta estancia. Beni está conectado a la
videoconsola y Lagos parece estar muy concentrado mientras habla por
teléfono. De pronto parece darse cuenta de mi presencia. Sonríe un poco y
empieza a acercarse.
―Sí, te la paso ―dice, y me tiende el teléfono.
Lo cojo extrañada y me lo llevo a la oreja.
―¿Mía? ―escucharlo pronunciar mi nombre con esa voz tan rasgada y
profunda provoca que un escalofrío recorra mi cuerpo de pies a cabeza. Me
sacudo para librarme de esa extraña sensación e inspiro hondo por la
nariz―. Mía, ¿me escuchas?
―Sí ―contesto cortante.
Lagos me empuja despacio hacia fuera y entorna la puerta, como si
intentara darme algo de intimidad. Me giro y camino hasta la sala de estar.
―¿Cómo estás? ―Frunzo el ceño. No entiendo su pregunta. ¿Cómo voy
a estar? Secuestrada, igual que cuando se marchó.
―Bien. Cansada, supongo ―respondo confusa.
―¿Has empezado con el entrenamiento?
Exhalo con fuerza. Entonces era eso. Solo quiere saber si estoy
cumpliendo mi parte del trato. Vale, eso tiene sentido.
―Sí, tal como dije que haría.
―Hablamos de tres meses, pero no era necesario que empezaras ya
mismo.
―Cuanto antes empiece, antes acabaré y podré volver a mi vida
―replico.
Lo escucho suspirar y después el sonido de una puerta cerrándose.
―Bueno, aquí ya casi hemos terminado. No tardaremos en regresar a
casa ―su voz suena distinta, con eco, como si estuviese encerrado en un
lugar pequeño. ¿Un baño tal vez? Otro suspiro y después un silencio―. He
estado pensando en ti. ―Me quedo muy quieta, casi paralizada, e incluso
contengo el aliento. No entiendo a qué viene todo esto. ¿Intenta jugar con
mi mente de nuevo?―. No puedo sacarme de la cabeza la forma en la que
gemiste en mi boca cuando tenía mis dedos en tu interior. ―Suelto una gran
bocanada y me muerdo el labio inferior al recordar ese momento. El calor
sube por mi cuello hasta mis mejillas y siento un cosquilleo en mi bajo
vientre―. Jamás he deseado algo tanto como en ese instante, Mía. Quise
follarte como un jodido animal.
―Podrías haberlo hecho si no fueses tan egocéntrico y prepotente. ―Las
palabras salen de mi boca sin que pueda hacer nada para evitarlo. Me
arrepiento al instante, sin embargo, ya no puedo echarme atrás.
Escucho su risa, ronca y profunda, y juro que siento como si traspasara
mi piel y se incrustara en los huesos.
―Supongo que debo darte la razón ―dice sorprendiéndome―. No
dejaré que vuelva a ocurrir.
Nos quedamos en silencio unos segundos, y entonces escucho el sonido
de alguien golpeando una puerta seguido de una voz.
―¿Zarco? ―Es Luna.
Sacudo la cabeza de un lado a otro y caigo en que es posible que estos
días de viaje con ella… ¡Mierda! ¿Qué demonios estoy haciendo? Dejo que
ese cabronazo me endulce los oídos mientras se folla a otra, y lo peor de
todo es… ¡Maldita sea, es un criminal que me mantiene aquí en contra de
mi voluntad! ¡¿Me he vuelto loca del todo?!
―Tengo que colgar. Nos vemos pronto.
Inspiro hondo y aprieto la mandíbula con fuerza.
―Por mí como si no lo haces. Adiós. ―Cuelgo la llamada y me llevo las
manos a la cabeza en un gesto de pura frustración.
¿Qué me está pasando? ¿Será el síndrome de Estocolmo? He escuchado
hablar de ello. Personas que llegan a coger cariño o aprecio por sus
secuestradores, algunas mujeres incluso juran estar enamoradas de los que
las encierran y amenazan. No, es imposible que eso pueda ocurrirme a mí.
«No hay nada».
Decido sacar de mi cabeza todas esas estupideces y regreso a la sala de
juegos. Esta vez paso al interior y me acerco al sofá donde Lagos se ha
sentado a jugar con Beni. Le tiendo el teléfono y espero a que él ponga la
partida en pausa para cogerlo.
―¿Todo bien? ―inquiere.
Asiento y me encojo de hombros.
―¿Quieres jugar, Bailey? ―me pregunta Beni.
Su sonrisa aniñada tira de la mía. A pesar de que se esfuerza en aparentar
ser un tipo duro, no deja de ser un crío.
―¿A qué jugáis? ―Miro la pantalla, parece ser un juego de guerra o
algo así. Nunca me han interesado demasiado las videoconsolas.
―Call of Duty ―responde Lagos. Me sonríe y estira el mando en mi
dirección―. ¿Quieres probar? Seguro que se te da bien.
Me planteo decir que no y regresar a mi habitación. Tengo un libro a
medio leer. Sin embargo, sé que, si lo hago, no podré concentrarme en la
lectura. No, mi mente perturbada va a pasar horas repasando la extraña
conversación que acabo de tener con Zarco, y eso no es algo que me
apetezca hacer. Cojo el mando y le hago un gesto con la mano para que me
deje un hueco en el sofá. Lagos se hace a un lado y me siento.
―Explicadme cómo va esto.
―Oh, pobre de ti ―se burla Beni.
Lo señalo con el dedo índice, sonriendo.
―Estás muerto, chico, solo que aún no lo sabes.
Capítulo 15
Bailey

Por tercera noche consecutiva, paso el rato con los chicos en la sala de
juegos. Todos están haciendo turnos para intentar vencerme, pero no lo
consiguen. El juego es sencillo. Apuntar, disparar y abatir enemigos. Algo
para lo que me he entrenado toda la vida. A diferencia de las últimas dos
noches, hoy Gambo ha decidido abrir una botella de tequila, y aunque al
principio era reacia a beber, después de mi quinta victoria accedí a tomarme
un par de tragos, y después otro más. Jugar y beber, así han transcurrido las
últimas horas. Empiezo a notar que me mareo un poco y la lengua se me
traba al hablar, sin embargo, me lo estoy pasando genial.
Cerca de las cuatro de la madrugada, Oscar lleva a Gambo a su
dormitorio ya que apenas puede mantenerse en pie. Beni también se retira,
y Lagos y yo acordamos jugar una última partida antes de irnos a dormir.
―¡Oh, vamos! ¡Casi lo tenía! ―exclama, y yo lanzo las manos al aire
para celebrar mi victoria. Admito que, con mis reflejos mermados por el
alcohol, me ha costado más de lo normal ganar―. Exijo mi revancha, pero
mañana, hoy no creo que pueda seguir mirando la pantalla sin vomitar.
Río y, tras dejar el mando sobre la mesa auxiliar, me recuesto en el sofá
echando la cabeza hacia atrás.
―No tienes nada que hacer. Son demasiados años de entrenamiento.
―Escuchamos un golpe y ambos giramos la cabeza hacia la entrada de la
habitación, pero no hay nadie. La puerta sigue abierta―. ¿Crees que
Gambo se habrá caído de la cama? ―pregunto, conteniendo la risa.
―Es posible. Menuda borrachera. ―Ambos reímos de nuevo y
suspiro―. ¿Dónde aprendiste a disparar así? Ya sé que estuviste en el
Ejército, pero dudo que todos los soldados sean tan buenos.
―Yo nunca fui una soldado más. ―Inspiro hondo por la nariz y lo miro a
los ojos. Tengo que admitir que me cae bien Lagos. También Beni, Oscar y
Gambo. A veces olvido quiénes son y a lo que se dedican. En momentos
como estos, solo parecen un grupo de amigos que disfruta pasando el rato
juntos y, de alguna manera, han decidido que yo soy uno de ellos―. Se
supone que no debería haber nacido ―confieso. Tal vez sea fruto del
alcohol o del cansancio, pero me siento cómoda hablando con Lagos.
―¿A qué te refieres?
―Mi padre deseaba tener un hijo varón. Por eso, cuando supo que iba a
tener una niña, le pidió a mi madre que abortara. ―Lagos hace una mueca
de disgusto y me encojo de hombros―. El general Bailey no está
acostumbrado a que alguien le lleve la contraria, y cuando mi madre murió
al darme a luz, se dio cuenta de que iba a tener que hacerse cargo de la hija
que él no quería tener.
―Suena a que es un grandísimo hijo de puta ―sisea entre dientes.
Vuelvo a reír y asiento.
―Oh, lo es, pero en el fondo creo que lo hizo lo mejor que supo. Me
inculcó los valores en los que él cree. Por suerte, no pasaba demasiado
tiempo en casa. Siempre tenía alguna misión a la que acudir y me dejaba al
cargo de las niñeras, eso sí, siempre siguiendo un régimen militar estricto.
Levantarme antes del amanecer, ejercicio, desayuno y después
entrenamiento. Antes de cumplir los seis años ya sabía manejar cualquier
arma y era capaz de recorrer el circuito de obstáculos de nuestro campo de
entrenamiento en tiempo récord. ―Me sirvo un chupito de tequila y me lo
bebo de un trago antes de continuar―. No escogí ser militar. Era lo que se
esperaba de mí, así que después de la escuela, militar, por supuesto, entré en
la academia y terminé sirviendo en Afganistán. La única vez que me rebelé
fue al decidir que quería ser médico de combate en vez de un soldado más.
Aunque tampoco le molestó demasiado, ya que los médicos son bastante
apreciados y respetados en ese ámbito. Salvar las vidas de tus compañeros
caídos es un acto honorable, y para mi padre el honor lo es todo.
―¿Por eso lo dejaste? ―inquiere, estrechando su mirada sobre mí.
Cierro los ojos y estoy a punto de contestar cuando escucho un carraspeo
a mi espalda. Me giro y compruebo que Zarco nos está mirando desde la
puerta.
―¿Interrumpo? ―pregunta con el ceño fruncido y la mandíbula
apretada.

Zarco
Siento como la rabia me corre por las venas. No sé qué me molesta más,
si haber pillado a Lagos y a Bailey en la sala de juegos, solos, en un
ambiente íntimo y hasta bebiendo tequila como los mejores amigos del
mundo o que ella le esté confesando cosas sobre su infancia, algo que dudo
que hiciese conmigo. ¿Qué ha pasado entre ellos mientras he estado fuera?
¿Por qué parecen estar tan cómodos el uno con el otro?
Tras mi pregunta, Lagos se pone en pie y viene hacia mí sonriendo.
―No sabía que llegabas hoy, hermano ―dice, y me da un leve apretón
en el hombro.
Puedo notar el olor a alcohol en su aliento y le brillan los ojos de una
manera poco usual.
―Estás borracho. Vete a dormir ―ordeno.
―¿Quieres un trago? Gambo ha…
―Ahora ―siseo entre dientes.
Lagos se echa hacia atrás y un gesto de confusión cruza su rostro antes de
asentir y abandonar la estancia a trompicones. En cuanto nos quedamos
solos, me dirijo a Bailey, que sigue sentada en el sofá como si nada.
―Hola a ti también ―canturrea, y se sirve un chupito de tequila. Se lo
toma de golpe y vuelve a mirarme―. ¿Puedo ayudarte en algo?
―Sí, ¿puedes decirme qué mierda estás haciendo aquí a solas con
Lagos?
Arquea una ceja y se pone en pie. Se tambalea y estoy a punto de
sujetarla, pero consigue mantener la verticalidad y esboza la típica sonrisa
de borracho.
―Madre mía, ese tequila es fuerte ―farfulla. Resopla y se peina el
cabello castaño con los dedos―. Creo que me voy a dormir. Te dejo aquí
con tu cabreo y todo eso.
Está a punto de pasar a mi lado cuando vuelve a tropezar. Esta vez la
agarro por el brazo antes de que caiga hacia delante y la enderezo.
―No me has contestado ―siseo, pegando mi rostro al suyo. Busco su
mirada―. ¿Ha pasado algo con Lagos mientras yo no estaba?
―¿Algo como qué? ―inquiere, frunciendo el ceño―. Hemos entrenado
y jugado a la videoconsola.
―¿Solo eso? ―Sé que estoy dejando que la desesperación que siento se
note en mi voz, sin embargo, no es algo que me preocupe. Ahora mismo lo
único que quiero y necesito es que Bailey me confirme que no se ha tirado a
mi mejor amigo. Mierda, no puedo ni imaginarlo sin tener ganas de
asesinarlos a ambos―. Contesta, Mía ―pido.
Parece entender lo que estoy preguntando porque sonríe de nuevo y alza
la barbilla de manera desafiante y provocativa. «Maldita sea, echaba de
menos ese gesto».
―¿Crees que me he follado a Lagos? ―Escucharla decirlo me provoca
una especie de sensación de ahogo.
―¿Lo has hecho?
Trago con fuerza el nudo de angustia que se ha instalado en mi garganta
y contengo la respiración durante los segundos que tarda en responder.
―No.
Exhalo y la sujeto por la cintura, tiro de ella hacia mí y hundo mi nariz en
el hueco de su cuello. Respiro hondo y dejo que su olor entre en mis
pulmones. ¡Dios santo, estoy tan jodido…! Se supone que esto no debía
pasar. Solo era un capricho. Tenía que follarla y pasar a otra cosa, pero
ahora… Me aparto un poco para mirarla a los ojos y acaricio su mejilla con
suavidad.
―No voy a dejar que ningún hombre vuelva a poner sus manos sobre ti.
Otra vez ese gesto con la barbilla que tan cachondo me pone.
―No creo que eso sea asunto tuyo. Yo decido con quién quiero follar.
Mi polla se tensa de inmediato al escucharla. No desaprovecharé otra
oportunidad.
―Di la palabra y en menos de cinco segundos estaré enterrado en ti
―susurro, y me acerco para morder su labio inferior. No obstante, antes de
que pueda alcanzarlo, Bailey se aparta y me mira con una sonrisa burlona.
―¿Quién está suplicando ahora, Zarco? ―Tardo un par de segundos en
procesar su pregunta, y ella lo aprovecha para retroceder. Niega con la
cabeza sin perder la sonrisa―. Un poco patético lo tuyo, ¿no crees?
Deberías tener más amor propio y no estar arrastrándote por un puto polvo.
¡Hija de puta! La miro con furia y bufo.
―Cuidado con tus palabras ―siseo con los dientes apretados.
―Ya, lo que tú digas. ―Hace un gesto de desdén con la mano y se
gira―. Buenas noches, Zarco.
La veo caminar hasta la salida y dejo que se marche antes de soltar una
recua de maldiciones. Está acabando con la poca cordura que me quedaba,
y lo peor de todo es que tiene razón. Le estoy suplicando, y eso es algo que
nunca antes había hecho para tener a una mujer. Tengo a Luna
esperándome, ella puede calentar mi cama. Durante los días que hemos
estado en México no he dejado de rechazarla. ¿Por qué? «Ya sabes por
qué», resuena en mi mente, y cierro los ojos con fuerza. Sí, claro que lo sé,
pero eso no significa que me guste.
Capítulo 16
Zarco

―Zakharov te estará esperando en el club a las diez ―informa Lagos.


―Está bien ―respondo sin mirarlo. Prefiero seguir concentrado en el
trabajo, eso es lo que he estado haciendo los últimos cuatro días. Lo
escucho resoplar y no puedo evitar alzar la vista―. ¿Ocurre algo?
―inquiero con una ceja arqueada.
―Eso mismo pregunto yo. Estás actuando de manera extraña conmigo
desde que regresaste de México. ¿He hecho algo malo?
Inspiro hondo y apoyo los codos sobre la mesa sin apartar mi mirada de
la suya.
―No me gusta que estés tan pendiente de Bailey. Te pedí que la vigilaras
mientras yo no estaba, y creo que te tomaste tu tarea demasiado en serio.
Frunce el ceño. Parece confuso.
―No entiendo a qué te refieres. Ella estuvo aquí todo el rato. No la perdí
de vista. Eso era lo que querías, ¿no?
Me pongo en pie y rodeo la mesa con tranquilidad, me enderezo frente a
mi amigo y cruzo los brazos sobre mi pecho.
―Cuando llegué estabais borrachos, a solas y en una situación muy
íntima.
―¿Íntima? ―Abre mucho los ojos y niega con la cabeza―. ¿Crees que
Bailey y yo…?
―¿No es así?
―No, claro que no ―responde, aunque no lo hace con demasiado
énfasis.
Me acerco más y coloco una mano sobre su hombro. ¿Me está
mintiendo?
―¿Puedes prometerme que no sientes nada por ella? ―Hay un silencio,
y después asiente―. Dilo ―exijo.
―Zarco, no siento nada por ella. Solo me llama la atención su forma de
ser. Tienes que admitir que es distinta a cualquier mujer que hayamos
conocido.
Sigo mirándolo un rato más y exhalo una gran bocanada de aire. Acaba
de hacer una promesa y yo decido creerle, espero que no me falle.
―Lo es ―mascullo, y retrocedo para apoyarme en el borde de la mesa y
cruzar los pies por delante―. Bailey es especial, y por eso la quiero para
mí.
Su entrecejo vuelve a arrugarse con curiosidad.
―¿La quieres para divertirte con ella o es algo más? ―Suspiro y le digo
con la mirada lo que aún no soy capaz de admitir en voz alta―. Joder,
Zarco. ¿En serio? Te estás metiendo en un buen lío.
―¿Crees que no lo sé? ―Hundo los dedos en mi pelo y bufo con fuerza.
―Cuando pasen los tres meses del trato ella se irá, regresará a su vida.
―Aparto la mirada y Lagos maldice en voz baja―. No vas a dejarla
marchar, ¿verdad?
―Le di mi palabra ―farfullo entre dientes.
―Ya, pero harás todo lo que esté en tu mano para conservarla.
Inspiro hondo por la nariz y asiento.
―Así es, y el primer paso es introducirla en mi mundo. Por eso va a
acompañarme a la reunión con Zakharov.
―¡¿Te has vuelto loco?! Es demasiado arriesgado.
―Nadie la está buscando ―le recuerdo.
Él mismo se encargó de prender fuego a la ambulancia con el cadáver de
una chica en su interior. Después solo tuve que hacer un par de llamadas y
el forense confirmó que la persona que había fallecido en la ambulancia era
Bailey. Para el mundo, ella está muerta. De no ser así, no me atrevería a
pasearla por el centro de la ciudad como lo hice cuando fuimos a cenar, y
esta noche pretendo que vuelva a ocurrir.
―No hablo de eso. Me refiero a la reunión. Zakharov y tú vais a hablar
de temas muy serios. Si no logras que Bailey quiera quedarse contigo
cuando finalice el plazo acordado, tendrá acceso a uno de nuestros mejores
clientes. Ya no solo está en juego nuestra organización, también la suya, y,
por si no lo recuerdas, la Bratva no se anda con tonterías. Lo que menos nos
conviene es tenerlos como enemigos.
Sé que tiene razón. Ya lo había pensado, sin embargo, estoy seguro de
que Bailey jamás nos delataría. Si quiero que confíe en mí, antes debo darle
yo un voto de confianza, y esta es la ocasión idónea para ello. Además,
dudo que quiera tener en contra a la mafia rusa. Ni siquiera ella, con sus
habilidades y valentía, podría luchar contra ellos en solitario.
―Si eso llega a ocurrir, me encargaré de la situación ―afirmo.
Lagos bufa de nuevo y niega con la cabeza.
―Espero que valga la pena, hermano. Estás arriesgando todo por lo que
llevamos años luchando.
¿Lo vale? Lo pienso detenidamente. Aunque ahora mismo aún siga
furioso con ella por rechazarme y escoger la compañía de Lagos sobre la
mía, no puedo evitar pensar en lo que sentí en México lejos de ella. Lo
mucho que la eché de menos. Sí, por supuesto que vale la pena. Al menos
tengo que intentarlo.
―Siéntate, tenemos que hablar sobre lo que ocurrió en México. Estamos
más cerca que nunca de nuestro objetivo. ―Lagos sonríe y está a punto de
tomar asiento cuando vuelvo a hablar―. Y para zanjar este tema de una
vez… ―Me mira―. Voy dejar algo muy claro. Bailey es mía. No quiero
confusiones. ¿Entendido? ―Asiente, y al fin consigo relajarme un poco―.
Bien, pongámonos al día entonces.

Bailey
Bloqueo un golpe de Gambo que va directo a mi cara y contraataco con
un rodillazo en sus costillas. Escucho como el aire abandona sus pulmones
y cae al suelo con un gemido.
―Mierda ―susurro. Me agacho a su lado―. ¿Estás bien?
Beni y Oscar comienzan a reírse desde el lado opuesto del gimnasio.
Oscar está levantando pesas y Beni, como no aún no puede hacer esfuerzos
físicos, solo le hace compañía y aprende la teoría. Les lanzo una mirada de
advertencia y ambos siguen a lo suyo. He aprendido a lidiar con ellos
durante nuestras sesiones de entrenamiento. Con el hermano pequeño de
Zarco es sencillo, aparenta dureza, pero no puede ser más tierno. Oscar…
Bueno, a él no termino de entenderlo. Es obediente, se esfuerza y siempre
está dispuesto a trabajar, no obstante, hay algo en él que no termina de
convencerme. En algunos momentos, su forma de mirarme es espeluznante,
como si estuviese intentando descubrir la forma de diseccionar cada parte
de mí para su propio disfrute. Resulta inquietante.
Le doy la mano a Gambo y le ayudo a ponerse en pie. Lo hace con
dificultad y tocándose el costado.
―Estoy bien ―gime, haciendo una mueca de dolor.
Tiro del borde de su camiseta hacia arriba para inspeccionar la zona.
Puedo ver la piel enrojecida a pesar de los dibujos en tinta negra que cubren
todo su torso. Es algo normal después del golpe que acabo de darle. Palpo
sus costillas una a una.
―No tienes nada roto. Estarás algo dolorido y puede que te salga un
hematoma.
―¿Eso hará que me libre de los entrenamientos? ―pregunta sonriendo.
―Solo un par de días ―respondo, apartando mis manos de su costado.
―¡Bien! ―Alza el puño en señal de victoria y vuelve a quejarse por el
dolor―. ¡¿Habéis escuchado, hijos de puta?! Nada de entrenamiento para
mí durante una semana.
―Dos días ―lo corrijo.
Gambo me guiña un ojo.
―Ya lo sé. Solo quiero que me tengan envidia ―susurra.
Sacudo la cabeza sonriendo y me alejo para coger una botella de agua
que no tardo en vaciar. La verdad es que echaba de menos hacer ejercicio a
diario. Antes de que me secuestraran, cuando aún tenía una vida propia,
solía salir a correr todas las mañanas, y después de mi jornada laboral
acudía a un pequeño gimnasio que hay cerca de mi apartamento. El
desgaste de energía me ayuda a dormir mejor.
Oscar y Beni se acercan a Gambo y los tres empiezan a vacilarse y reír a
carcajadas. Sonrío. Supongo que podría ser peor. Cuando acepté el trato me
esperaba algo muy distinto. Tal vez malas caras e incluso alguna amenaza,
pero es todo lo contrario. Todos me tratan con respeto y amabilidad, como
si de verdad me consideraran una más de su familia. No sé si es correcto
llamarlo así, ya que yo nunca he tenido una, pero supongo que esto es lo
más parecido que he visto con mis propios ojos. Bueno, también hay alguna
excepción, como Luna. Sigo pensando que es una zorra caprichosa y
consentida. Hace un par de días le sugerí de buenas que se pasara por el
gimnasio para empezar con sus clases y se negó. Según ella, ya hace
bastante ejercicio por las noches con Zarco. En fin… Él tampoco es que
esté demasiado comunicativo desde que regresó de su viaje. Apenas me
habla, y creo que la forma en la que corté de raíz sus intenciones en la sala
de juegos la noche que volvió es la causa de su actitud tan tirante y
desagradable. Puede que haya captado mi mensaje. No soy su juguete. «Te
deseo, pero debes humillarte ante mí. Me acuesto con la zorra. Ahora me
voy y te digo por teléfono que te extraño. Regreso y vuelvo a ordenarte que
supliques». Si de verdad cree que puede conmigo es que aún no me conoce.
―Bailey. ―Giro la cabeza hacia el origen de su voz y lo encuentro junto
a la puerta, observándome con las manos en los bolsillos.
Lleva puesto un pantalón vaquero oscuro y una camiseta blanca que se
ajusta a la perfección a su torso musculado. Lo admito, el cabronazo es
guapo como el demonio, y puede que su sola presencia haga verdaderos
estragos en mi libido, no obstante, hace falta mucho más que un cuerpo
bonito y una mirada intensa para doblegarme.
Dejo la botella vacía junto a la toalla que he usado para secarme el sudor
de la frente y los brazos y camino hacia él. Su mirada no abandona la mía
en ningún momento. Me detengo a una distancia considerable y es él quien
se mueve para quedar frente a mí.
―¿Qué puedo hacer por ti? Si vienes al entrenamiento, vas a tener que
esperar a mañana. He tenido bastante por un día.
―No es eso ―dice cortante. Una vez más puedo notar la tirantez y el
desprecio en su tono―. Acabo de dejar un vestido en tu dormitorio.
Después de cenar, quiero que te lo pongas y te arregles para salir.
Arqueo una ceja con diversión.
―¿Otra cita?
―No lo es ―aclara, y aparta la mirada antes de adoptar una postura recta
e impersonal. Me está mostrando quién manda. Podría hacer algún
comentario jocoso al respecto, sin embargo, prefiero guardármelo y ver a
dónde quiere llegar con todo esto―. Tengo que acudir a una reunión de
negocios y quiero que me acompañes.
¿Negocios? ¡¿Qué mierda tengo que ver yo con sus negocios?! Ni
siquiera me planteo que pueda ser algo legal. ¿O sí? Los mafiosos suelen
tener empresas a modo de tapadera. Es una forma de lavar dinero. No lo sé.
Tampoco es que esté muy al tanto en estos temas.
―Eso no entraba en el acuerdo ―digo, y me encojo de hombros.
Su mirada regresa a mi rostro y frunce el ceño.
―Yo decido lo que entra o no en ese acuerdo. ―Da un paso hacia mí y
esboza una sonrisa arrogante y engreída―. Durante los próximos tres meses
eres mía. Es mejor que te vayas haciendo a la idea.
Antes de que pueda replicar, da media vuelta y abandona el gimnasio con
zancadas largas y contundentes. Inspiro hondo y sacudo la cabeza de un
lado a otro. No sé qué demonios quiere este hombre de mí. Supongo que
solo hay una manera de averiguarlo. Veamos qué nos depara la noche.
Capítulo 17
Bailey

Zarco no ha dicho ni una sola palabra desde que salimos de su casa.


Estamos llegando al centro de la ciudad. Un todoterreno negro, donde
viajan Gambo y Oscar, sigue el deportivo en el que nos encontramos. Sí,
vuelvo a llevar puesto un incómodo vestido que apuesto que vale más de lo
que cobro, o cobraba, ahora ya ni siquiera tengo trabajo y no sé si podré
recuperarlo cuando vuelva, si es que lo hago. Muchas incógnitas y ninguna
respuesta, especialmente en todo lo que tiene que ver con el hombre que
conduce a mi lado sin apartar la vista de la carretera.
Lo observo en la semioscuridad que proporciona la poca iluminación
proveniente de los faros de los coches que circulan en sentido contrario al
nuestro. Vuelve a llevar el cabello color azabache peinado hacia atrás. Está
guapo el cabrón con un traje de tres piezas en color gris oscuro y camisa
blanca.
―¿Hay algo que quieras preguntar? ―lo escucho decir, y gira la cabeza
en mi dirección antes de regresar su atención a la carretera.
Ni siquiera me molesto en apartar la mirada. Me ha pillado. Lo más
sensato es actuar con normalidad.
―Sí, muchas en realidad. Ni siquiera sabría por dónde empezar.
―Por el principio ―masculla.
Aunque me esté hablando, sigue distante. Ha cambiado conmigo desde
que lo rechacé. Tal vez solo tenga herido el ego, o puede que sea algo más.
De todas formas, tampoco debería importarme. Tres meses, eso es todo lo
que tengo que aguantar, y entonces podré perderlo de vista para siempre.
«¿Y vas a quedarte con la curiosidad? Aprovecha el momento, imbécil. Haz
preguntas».
―¿Zarco es tu nombre o un apodo? ―inquiero.
Vuelve a mirarme, solo un segundo, y escucho como exhala despacio.
―Es mi apellido. Me llamo Gabriel Zarco.
―Gabriel ―susurro, y esbozo una pequeña sonrisa―. Tienes el nombre
de un arcángel.
―Mi madre era católica, ¿recuerdas? ―dice, y tras meter la mano bajo el
cuello de su camisa abierta, me muestra el rosario que siempre lleva
encima―. ¿Algo más que quieras saber sobre mí? Puedo hacerte un
resumen.
Me acomodo en el asiento y suspiro.
―Adelante, soy toda oídos.
―Como ya he dicho, me llamo Gabriel Zarco, tengo treinta y cinco años,
soy piscis… ―No puedo evitar soltar una carcajada. Zarco me mira de
reojo y podría jurar que sus comisuras se elevan unos centímetros, pero
enseguida se recompone y sigue conduciendo en silencio.
Tras un buen rato, y viendo que no va a continuar, vuelvo a la carga.
―¿Cómo te convertiste en el temido Zarco? Supongo que uno no se
despierta un día y decide convertirse en un mafioso.
―¿Cómo crees tú que fue? Apuesto a que tienes unas cuantas teorías.
Inspiro hondo y me doy pequeños golpecitos con el dedo índice en la
barbilla mientras pienso en ello.
―Voy a tirar por los clichés. Niño pobre que quiere sacar adelante a su
familia. Empezaste trapicheando en la adolescencia, tal vez en alguna
banda, y fuiste ascendiendo. Entonces decidiste independizarte para no
tener que dar explicaciones a nadie. ¿Voy bien?
Se queda callado un instante y después niega con la cabeza.
―Ni siquiera intentes dedicarte al periodismo. Tu intuición es horrible.
―¿No he acertado en nada?
Vuelve a cabecear.
―Crecí con todos los lujos que te puedas imaginar. Mi padre era
millonario ―hace una pausa y me mira de reojo―, y un criminal también.
―Vale, eso tiene sentido. Supongo que le viene de familia. Se queda
callado un buen rato, y cuando pienso que ya no va a decir nada más,
continúa―. Conoció a mi madre cuando ella tenía solo quince años, él era
mucho mayor. ―Debe intuir mi gesto de horror porque me mira y se
encoge de hombros antes de regresar la vista a la carretera―. No pongas
esa cara. Era algo habitual en el lugar de donde vengo.
―¿Que es? ―inquiero.
Sé que sus raíces son mejicanas, se le nota un poco el acento.
―Un pequeño pueblo a menos de cuarenta minutos de la frontera con
Estados Unidos. ―No me dice en qué Estado y tampoco lo pregunto. Es
irrelevante―. Mi padre mostró interés en ella y su familia decidió
entregarla para que tuviese una vida mejor.
―¿La vendieron?
―No exactamente. Mi padre era un hombre muy rico y ellos vivían en la
miseria. Cualquier cosa era mejor que morirse de hambre. Nunca se
casaron, pero sí actuaban como marido y mujer ante todos, en especial, los
hombres de mi padre.
―Cuando te refieres a hombres, ¿quieres decir empleados delincuentes?
―Matones, sí. Ellos respetaban a mi madre porque era la mujer del jefe.
Vivíamos todos juntos en una enorme finca. Esos hombres también tenían
familias, mujeres e hijos. Así fue como Lagos y yo nos conocimos. Bueno,
después también a Luna y más tarde Oscar. ―Me sorprende su declaración.
No tenía ni idea de que se conocían desde niños. Por eso parecen tan
unidos. Llevan juntos toda la vida. Gira en un cruce y, tras suspirar, sigue
hablando―. Poco después de mudarse a la finca, mi madre se quedó
embarazada de mí. Sin embargo, mi padre ya tenía otro hijo, era solo un
bebé, así que ella lo crio como suyo.
―Tienes otro hermano ―pienso en voz alta.
―Medio hermano ―susurra, y puedo notar algo de amargura en su
tono―. Mi padre nunca fue bueno con ella, y con nosotros tampoco.
Teníamos siempre un plato de comida, ropa nueva, los mejores juguetes…
A cambio, teníamos que presenciar como ese hijo de puta la mataba a palos
cada vez que se cabreaba con ella. ―No sé qué decir, así que solo aguardo
en silencio a que continúe con su relato―. Yo tenía seis o siete años cuando
mi padre trajo a otra mujer a la casa. Era más joven y, por supuesto, estaba
más guapa que mamá, ya que ella aún no había pasado por el infierno que le
esperaba. Desde ese momento, la situación solo empeoró. Las palizas eran
diarias y… ―Carraspea, y aprieta el volante con tanta fuerza que sus
nudillos se ponen blancos―. El muy hijo de puta permitía que sus hombres
se divirtieran con ella. ―Contengo el aliento. ¿Qué clase de persona hace
algo así?―. Una noche, me desperté de madrugada. Había una enorme
tormenta y los truenos me daban miedo, así que acudí a la habitación de mi
madre. Al llegar a la puerta me crucé con varios de los matones de mi
padre, entre ellos estaba el padre de Lagos. Supe nada más poner un pie en
el interior que algo iba mal. Recuerdo verla desnuda sobre la cama y la
sangre escurriendo entre sus muslos. Lo empapaba todo. Pedí ayuda, hice
todo lo que pude por ella, pero se desangró en cuestión de minutos. Esos
cabronazos la destrozaron.
Exhalo despacio y me imagino a Zarco siendo solo un crío y teniendo
que soportar el dolor de ver a su madre morir frente a sus ojos. Ahora
entiendo de dónde viene su aversión a la sangre. La de los desconocidos no
le afecta. Es la suya, la de Beni… Tal vez Lagos y el resto de su círculo
íntimo también. Se marea cuando ve la sangre de las personas que le
importan, al igual que su madre. Me gustaría poder decirle alguna palabra
de consuelo. No sé, mostrar un poco de empatía, pero simplemente no me
sale.
―La mujer que llevó a casa tu padre, ¿era la madre de Beni? ―pregunto
tras carraspear.
Zarco esboza una sonrisa triste y niega con la cabeza.
―No, ella solo fue una desgraciada más que corrió la misma suerte que
mi madre.
―¿Qué pasó con él? ¿Cómo acabaste haciéndote cargo de tu hermano?
¿Mataste a tu padre?
El vehículo se detiene y Zarco me mira con una ceja arqueada.
―Esa es una historia para otro momento. Ya hemos llegado.
¡Mierda! No puede dejarme con la curiosidad. Necesito saber que le
metió una bala en la cabeza a ese desgraciado. Yo lo habría hecho, de eso
no tengo duda.
―Pero…
―Ahora no, Mía ―me corta. Frunce el ceño y clava su mirada en la
mía―. Así es como se crean los vínculos de confianza. Yo te hablo de mi
infancia, mi familia y todo eso y tú haces lo mismo. Aunque creo que para
esas confesiones prefieres a Lagos. ¿Estoy en lo cierto?
Esta vez soy yo la que arruga el entrecejo y estrecho mi mirada sobre él.
Me escuchó. Aquella noche en la sala de juegos, cuando le hablé a Lagos de
mi padre y cómo me crio, Zarco estaba oyéndolo todo.
―¿Sabes que es muy feo espiar detrás de las puertas?
―La puerta en cuestión estaba abierta, y os vi tan a gusto el uno con el
otro que no quise interrumpir. ¿Y qué demonios? Es mi casa. Puedo ver y
escuchar lo que me salga de las pelotas. ―Pongo los ojos en blanco por su
actitud engreída y prepotente y lo escucho resoplar―. Vale, tampoco es
momento para esto. Ahora mismo vamos a entrar en ese club. ―Señala a
través de la luna delantera, y me agacho para ver la fachada de un enorme
edificio de dos plantas pintado de negro―. Tengo una reunión con Mijaíl
Zakharov. Es un comandante de la Bratva.
―¡¿La mafia rusa?! ―exclamo, abriendo los ojos hasta el nacimiento del
pelo.
―Sí, justo esa. Mijaíl y yo somos viejos conocidos. Necesito darle salida
a una mercancía y él es un potencial cliente.
―¿Lo que le robaste al cártel de Sonora? ―Asiente y esboza una
pequeña sonrisa.
―Son tres toneladas de heroína pura. ―Sacudo la cabeza de un lado a
otro.
Eso son varios millones de dólares en droga. ¿Siete? ¿Nueve tal vez?
«¡Maldita sea, Bailey! ¿Dónde te estás metiendo?».
―¿Por qué me has traído aquí contigo? ―siseo entre dientes.
―Ya te lo he dicho. Confianza. Yo confío en ti y tú haces lo mismo
conmigo. ―Sonríe de nuevo y abre la puerta―. Vamos, nos están
esperando.
Capítulo 18
Zarco

Mientras camino por el club abarrotado de gente hacia los reservados de la


planta superior, no puedo dejar de pensar en que estoy cometiendo un error.
Bailey no debería estar aquí. Quiero que conozca mi mundo, que se
acostumbre a él y decida quedarse conmigo, sin embargo, al traerla aquí es
posible que esté logrando todo lo contrario. ¿Y si la asusto? Desde que la
conozco, siempre se ha comportado con valentía, sin miedo ni temor. «Es la
puta Bratva», resuena en mi mente. ¡Joder, claro que lo es! Y yo voy a
meterla en medio de un lío muy gordo. Le he hablado de la muerte de mi
madre, de mi infancia y toda esa mierda. Con eso debería ser suficiente,
¿no? Estoy a punto de girarme y llevármela de vuelta a casa, pero entonces
veo a Mijaíl sentado en un sofá, él me mira y sé que ya no hay forma de
recular. Es demasiado tarde.
Tomo una respiración profunda y coloco mi mano en la parte baja de la
espalda de Bailey. Noto como su cuerpo se tensa, pero no me aparto, solo la
conduzco hasta el lugar donde Mijaíl ya nos espera de pie. A su lado hay
una mujer muy hermosa, de pelo y ojos oscuros. Al lado del ruso, la chica
parece bastante baja a pesar de llevar puestos unos zapatos de tacón altos.
―Mijaíl ―susurro, y extiendo mi mano.
Nos saludamos con un apretón y dirijo de nuevo la mirada a su
acompañante. No me pasa desapercibida la presencia unos cuantos hombres
a su alrededor. Su seguridad privada. Lo entiendo, yo también tengo a
Gambo, Oscar y varios de mis chicos a algunos metros por detrás de mí.
―Permite que te presente a mi mujer. ―Señala a la chica morena y
sonríe―. Milena.
Inclino la cabeza y ella hace lo mismo. No me atrevería a tocarla. Los
rusos tienen sus manías y prefiero no provocarlos. Entonces Mijaíl mueve
la cabeza en dirección a la mujer que está a mi lado. Espero que él haga uso
del mismo respeto que yo y no se le ocurra ponerle un dedo encima. Si lo
hace, será él quien tenga que lamentarlo.
―Ella es Bailey, mi acompañante. ―Es la única manera en la que se me
ocurre presentarla. ¿Qué otra cosa puedo decir? ¿Es la mujer que he
secuestrado y con la que estoy obsesionado? No quedaría demasiado bien.
Mijaíl frunce el ceño y me apresuro a aclarar la situación―. No tienes nada
que temer. Bailey cuenta con mi absoluta confianza. ―Parece pensarlo
unos segundos, y al fin cabecea y me indica con la mano que tomemos
asiento en el sofá que está justo enfrente.
Durante un par de horas hablamos del negocio que tenemos entre manos.
Zakharov es un hueso duro de roer y un negociador implacable, pero a mí
no se me conoce por ceder sin más ante cualquier oferta ridícula, de modo
que nos lleva más tiempo del esperado llegar a un acuerdo. Durante todo el
rato que pasamos hablando y bebiendo, Bailey permanece callada y con la
mirada clavada en su propio regazo. No obstante, Milena, la mujer de
Mijaíl, sí que participa en la conversación, al menos eso parece ya que
habla en ruso y no soy capaz de entender nada de lo que dice. Cada poco
tiempo le susurra algo a Mijaíl y este asiente con la cabeza.
―Bien, entonces creo que tenemos un trato ―dice mi futuro socio, y
estira su mano para que la estreche.
Lo hago y nos ponemos en pie.
―Lo prepararé todo para que el envío llegue sin contratiempos
―aseguro.
―Sí, eso es importante. En un par de días tendrás la mitad del pago por
adelantado. ―Asiento. Eso es lo que hemos acordado. Mira a Bailey y
esboza una pequeña sonrisa mientras rodea la cintura de su mujer con un
brazo―. Rad vstreche s vami [1]―dice.
Bailey sonríe, es el primer gesto que la veo hacer desde que salimos del
coche.
―Udovol'stviye moye [2]―responde en ruso.
Mijaíl parece tan sorprendido como yo, pero entonces recuerdo que ella
misma me dijo no hace mucho que hablaba ruso. Milena, su mujer, da un
paso hacia Bailey y la mira a los ojos con fijeza.
―Vy ne boites' [3]―susurra.
Bailey esboza una sonrisa ladeada y alza la barbilla.
―Ty ni [4]―replica.
Ambas mujeres se miran durante unos segundos y después asienten con
la cabeza a la vez.

Bailey
Nada más meternos en el coche, Zarco se gira en el asiento y me mira
con una ceja arqueada.
―¿Qué te han dicho? ―pregunta.
Me encojo de hombros y termino de ajustarme el cinturón de seguridad
antes de contestar.
―Solo estaban siendo amables.
―Ya, pero ¿qué fue exactamente lo que te dijeron? La mujer de Mijaíl no
dejaba de susurrarle todo el tiempo. Me estaba poniendo de los nervios.
Esbozo media sonrisa y sacudo la cabeza de un lado a otro.
―Esa era su intención. Ella fue la que llevó la negociación desde el
principio, Zarco. El ruso…
―Mijaíl ―la corrijo.
―Lo que sea. Él solo te transmitía lo que ella le decía. Cedió a tu última
oferta porque su mujer estuvo de acuerdo.
―Al final vas a ser más útil de lo que esperaba. Tendré que empezar a
traerte a estas reuniones ―murmura, y no estoy del todo segura de si lo dice
en serio o está bromeando.
Decido no preguntar y me acomodo en el asiento, echando la cabeza
hacia atrás, mientras Zarco enciende el motor y se incorpora a la carretera.
Estoy agotada. Ya son casi las tres de la madrugada y, después del
entrenamiento de esta tarde y tener que estar subida a esta mierda de
tacones, solo me apetece meterme en la cama y dormir hasta la hora del
desayuno.
Durante el trayecto de vuelta estoy a punto de quedarme dormida cuando
Zarco clava el freno y me veo obligada a sujetarme con fuerza para no salir
disparada a pesar de llevar puesto el cinturón de seguridad. Voy a
preguntarle qué es lo que ocurre cuando las luces de unos faros me ciegan.
Zarco maldice en voz alta y estira la mano para coger la pistola y el cuchillo
de la guantera.
―A ver si lo adivino… ¿Hombres de Urriaga? ―pregunto, lanzándole
una mirada poco amistosa.
Gruñe. En serio, literalmente gruñe como un perro rabioso y sus dientes
rechinan por la fuerza con la que los está apretando.
―Quédate aquí ―masculla, y veo como otros dos pares de faros se
detienen frente a nosotros―. Acabaré pronto. Ya me están tocando las
pelotas.
Antes de que pueda impedírselo, sale del coche y yo pongo los ojos en
blanco. ¿De verdad va a salir ahí solo y enfrentarse a Dios sabrá cuántos
hombres armados? Idiota. Lo único que va a lograr es que lo maten.
Capítulo 19
Bailey

Al entrar en mi habitación aún estoy sin palabras. Durante todo este


tiempo he estado subestimando a Zarco. Conmigo es atento, o al menos
intenta serlo. Cumplió su palabra de no matarme. En vez de encerrarme en
una celda, me ofreció un dormitorio con todas las comodidades. Lo he
insultado y ninguneado en numerosas ocasiones y siempre ha mantenido la
calma, pero hoy… Esta noche he conocido la verdadera cara del líder del
clan Z.
Al salir del coche para ayudarlo, escuché las primeras detonaciones.
Había más de una docena de hombres esperándonos. Nos dispararon y él ni
siquiera se inmutó. Le ordenó a Oscar y a Gambo que no se metieran, y
entonces empezó a abrir fuego sobre los hombres de Urriaga. Los mató uno
a uno, primero con la pistola, y al quedarse sin munición cambió al
cuchillo. Fue implacable, no dudó. Al último de ellos le asestó tantas
puñaladas en el estómago y con tanta fuerza que juraría haber visto como el
filo sobresalía por su espalda. Fue una escena impactante en la que pude
comprobar por mí misma el motivo por el que en la calle todos se
aterrorizan cuando escuchan el nombre de Zarco.
Me siento en el borde de la cama y miro mi muñeca ensangrentada.
Tengo sus dedos marcados en ella en rojo carmesí. Tras acabar con la vida
de todos esos tipos, vino hacia mí y me metió en el interior del coche de
malos modos. Por primera vez desde que lo conozco, no me atreví a
enfrentarlo. Tampoco tuve miedo. No sé qué fue. Tal vez respeto, o solo
estaba tan sorprendida por verlo en ese estado de salvajismo que no fui
capaz de reaccionar. Zarco es un hombre peligroso, siempre lo he sabido,
pero hoy, tras presenciar semejante acto de violencia, lo tengo más claro
que nunca.
Su ropa, su cara, su pelo… Tenía manchas de sangre por todos lados. Lo
que más me impactó no fueron sus actos, sino su actitud. Estaba alterado, sí,
sin embargo, jamás lo había visto tan frío y distante. Escuché como les
ordenaba a sus hombres limpiarlo todo, y tras subirse al coche, arrancó y no
volvió a decir una sola palabra. Ya en su ala privada, se quitó la chaqueta y
solo se marchó a su habitación sin despedirse.
Suspiro y decido darme una ducha rápida antes de acostarme. Necesito
tener la mente clara para valorar si de verdad estoy segura aquí, con él. ¿Es
posible que en algún momento pueda perder la cabeza de nuevo y sea yo la
que termine con un cuchillo en las entrañas? No he dejado de hacerme esa
pregunta.
Entro en el baño y antes de nada me lavo las manos y la muñeca. Me
miro en el espejo y me doy cuenta de que no es el único lugar en el que
tengo manchas de sangre. Reviso la parte superior de mi brazo, hay un
pequeño corte, como una rozadura, y entonces lo recuerdo. Durante el
tiroteo sentí que una bala pasaba muy cerca de mí y un pequeño pinchazo
en el brazo, pero estaba tan ensimismada observando la carnicería que se
desarrollaba frente a mí que ni siquiera le di importancia. Lavo la zona y
compruebo que no es nada grave. Lo más probable es que la bala impactara
contra alguna superficie y rebotara, con tan mala suerte que una astilla fue a
parar a mi piel.
Me ducho con tranquilidad y después salgo a la habitación. Me visto con
ropa interior y una camiseta larga antes de coger el bolso de provisiones
médicas que no hace mucho Zarco se encargó de que rellenaran para seguir
curando a los heridos. Siempre lo tengo en mi dormitorio, ya que soy la
única que lo usa. Lo dejo en el suelo junto a la cama y saco de su interior el
desinfectante en spray, unas cuantas gasas y un apósito pequeño. Aún no he
empezado a curar la herida, que ya apenas sangra, cuando la puerta de la
habitación se abre de forma brusca. Giro la cabeza con rapidez y me siento
confundida al ver a Zarco venir hacia mí dando largas zancadas.
―¡Estás herida! ―exclama. Parece irritado, o molesto. Se detiene a mi
lado mientras aún sigo con la gasa en la mano a medio camino de mi
brazo―. ¿Qué ha pasado?
―¿Cómo supiste…? ―empiezo a decir. Sin embargo, antes de que pueda
terminar la pregunta, veo como el rostro de Zarco palidece. Pestañea un par
de veces y retrocede tambaleándose―. Oh, mierda. ¿Estás bien? ―Dejo
caer la gasa y me acerco despacio. Parece estar a punto de vomitar―. ¿Te
estás mareando? ―Inspira profundo por la nariz y cabecea de manera
afirmativa.
Actúo rápido. Me coloco a su lado y lo insto a que se siente sobre el
colchón a los pies de la cama. Ya no está sucio. Al igual que yo, parece
haber salido de la ducha hace poco. Su pelo está húmedo, lleva puesto un
pantalón holgado de algodón, una camiseta negra de tirantes y está
descalzo.
―Estoy bien ―murmura, pero aún sigue blanco como la cal.
Chasqueo la lengua y me agacho para coger un poco de alcohol del
bolso. Mojo una gasa y se la acerco a la nariz. En cuanto inhala el olor,
aparta la cabeza y hace una mueca de asco, pero sus ojos se abren más y
parece espabilarse un poco. Aprovecho para curar rápido la herida del brazo
y cubrirla con el apósito para que no pueda ver el pequeño hilo de sangre
que corre hacia abajo por la superficie de mi piel. Al terminar, me giro y
compruebo que sigue algo pálido, aunque ya no tanto como antes.
―Ya lo he tapado. ¿Te encuentras mejor? ―Asiente y me acerco de
nuevo para volver a poner la gasa con alcohol bajo su nariz. Intenta
apartarse, pero sujeto su cabeza, poniendo la mano en la parte posterior de
su cuello, y lo obligo a quedarse quieto―. No seas cabezota, Zarco. Espera
un poco a que estés recuperado del todo.
Suspira y alza la vista hacia mi rostro. Sus ojos negros, ya abiertos y
avispados, me observan sin apenas pestañear. Entonces mi mente empieza a
divagar. Recuerdo lo que me dijo en el almacén, que solo le afectaba ver su
sangre y la de su hermano, y también la conclusión a la que yo misma
llegué hace unas horas, cuando me contó la horrible muerte de su madre
que tuvo que presenciar cuando era un niño. «Se marea cuando ve la sangre
de las personas que le importan». Trago saliva para bajar el extraño nudo de
emociones que se ha instalado en mi garganta y contengo la respiración.
―Te importo ―susurro. No es una pregunta, y tampoco espero que
responda, pero él lo hace.
Lo primero que noto es su mano en la parte posterior de mi muslo. Es
solo un pequeño roce, sin embargo, lo siento expandiéndose por toda la piel
que recubre mi cuerpo. Seguimos mirándonos con fijeza, y una exhalación
rompe el silencio.
―Más de lo que soy capaz de admitir ―masculla.
La sensación de ahogo aumenta y siento una especie de… ¿Es posible?
No, no puede ser. «No hay nada».
Su otra mano sujeta la mía, y tras quitarme la gasa, acerca su rostro,
cierra los ojos y frota su mejilla contra mi palma con suavidad. Su barba
corta es suave al tacto, me hace cosquillas, y no solo en la mano. Cuando
vuelve a mirarme, no hay ni rastro de ese animal salvaje que he conocido
esta noche en sus ojos. Al contrario, me mira con ternura, con una dulzura
infinita y desbordante. Siento su agarre más fuerte en mi muslo y me acerca
a él poco a poco, como si estuviese pidiéndome permiso para hacerlo.
Inspiro hondo por la nariz y muevo mi mano por su rostro. Repaso su
pómulo con las puntas de los dedos, después la ceja oscura con un corte que
la atraviesa cerca de la punta. Acerco mi rostro al suyo hasta que nuestros
labios están a punto de tocarse y respiro su aliento.
―Bésame ―pido.
Zarco esboza una sonrisa traviesa, sus ojos centellean y estrella su boca
contra la mía con brusquedad. Sus manos se aferran a mi trasero mientras
nuestras lenguas se unen. No es un beso lento ni cariñoso. Todo lo
contrario, es un acto salvaje y agresivo que enciende una chispa de calor en
mi bajo vientre y poco a poco va subiendo de temperatura cada parte de mi
cuerpo. El aroma a humo invade mi nariz. Lo siento en todas partes, en mi
boca, en mi trasero, en mis muslos desnudos.
Con un movimiento rápido, me ayuda a subir a su regazo a horcajadas y
gimo en su boca cuando mi sexo se roza con su abultada entrepierna. Zarco
rompe nuestro beso, toma una respiración profunda y muerde mi labio
inferior mientras me mueve de delante hacia atrás con sus manos en mi
cintura. Siento como la piel me arde. La necesidad es desesperante. Rodeo
su cuello con los brazos y hundo mis dedos en su pelo, tiro de él y bajo mi
rostro para lamer su cuello.
―Voy a follarte tan duro… ―susurra, y después jadea cuando mis
dientes se clavan en el lóbulo de su oreja. Antes de que pueda adivinar sus
intenciones, se pone en pie conmigo encima y me lanza sobre el colchón.
Sin aliento, lo miro mientras se quita la camiseta de tirantes por la cabeza y
empieza a bajarse el pantalón―. Si quieres arrepentirte, ahora es el
momento ―advierte.
Lo pienso unos segundos. ¿Quiero detenerme? Sé lo que debo hacer, pero
¿eso es lo que deseo?
―Sin arrepentimientos ―digo, y recibo otra de sus sonrisas traviesas
antes de que se baje el bóxer y caiga sobre mí completamente desnudo.
Nuestras bocas se unen de nuevo, justo después de que Zarco se encargue
de quitarme la camiseta. Mis bragas desaparecen de inmediato y acaricia
uno de mis pechos, después el otro y va descendiendo por mi abdomen
hasta llegar a la unión de mis muslos. Abro las piernas para que pueda
acceder a mi sexo y gimo de nuevo cuando aparta su rostro del mío para
mirarme a los ojos.
―Quiero ver cómo te corres una vez más. No puedo sacarme esa imagen
de la cabeza, Mía. ―Hunde dos dedos en mi interior y mi espalda se arquea
de manera involuntaria. El placer es indescriptible, pero necesito más,
mucho más. Lo sujeto por la nuca y tiro de él para acercar su rostro a mis
pechos. Escucho una risita baja y después su lengua rodea mi pezón y se
dedica a jugar con él un rato. Lo mordisquea mientras sigue follándome con
los dedos cada vez más rápido―. Solo un poco más ―susurra contra mi
piel con ese tono tan profundo.
Siento el primer latigazo de placer recorriendo mi columna y me arqueo
aún más. Zarco abandona mi pecho y su pulgar presiona mi clítoris mientras
me observa con una sonrisa engreída. Cierro los ojos y echo la cabeza hacia
atrás.
―¡Oh, Dios! ―exclamo en éxtasis.
―De eso nada. ¡Mírame! ―exige. Por algún motivo, mi subconsciente
decide obedecer su orden y abro los ojos mientras me deshago en pedazos.
Cuando al fin dejo de temblar, Zarco aparta su mano de mi sexo y me mira
con los ojos encendidos de pasión y lujuria desenfrenada―. Mía ―sisea, y
vuelve a asaltar mi boca.
No me detengo a pensar en lo que significan sus palabras. No creo que se
refiera a mi nombre, aunque, si soy sincera, ahora mismo me da igual. El
deseo, aún latente en mí, se acrecienta con cada roce de su lengua sobre la
mía. Muerde mis labios, después se traslada a mi cuello y sus manos se
aferran a mis pechos con tanta fuerza que roza lo doloroso. Siento como se
acomoda en mi entrada, se incorpora un poco, coloca su mano en mi cadera
y, tras tomar una respiración profunda, se impulsa hacia mi interior
llenándome por completo. Un pequeño grito rasga mi garganta. Me muerdo
mi propia mano para contenerlo, sin embargo, tras su segunda embestida,
solo soy capaz de pensar en lo mucho que deseo correrme de nuevo.
Zarco se inclina sobre mí otra vez y empieza a entrar y salir de mi
interior con golpes de cadera certeros y más rápidos a cada segundo.
Nuestras respiraciones se aceleran. Toco su espalda, acaricio sus músculos,
su piel cubierta por una fina capa de sudor y recibo sus deliciosos
empellones con gusto. De pronto, se retira, alza una de mis piernas y la
coloca sobre su hombro antes de volver a hundirse en mi interior. El cambio
de postura resulta aún más placentero y soy incapaz de contenerme por más
tiempo. Empiezo a gemir en alto. Zarco se da cuenta y se echa sobre mí,
muerde mi pantorrilla y acelera sus embestidas.
―Voy a… ―No soy capaz de terminar la frase. Empiezo a temblar
cuando uno de los orgasmos más placenteros y duraderos que he sentido
nunca me recorre de pies a cabeza.
―¡Mírame! ―Lo hago y noto como su rostro se contrae. Baja mi pierna
sin salir de mi interior y se aferra con ambas manos a mi cintura para
follarme aún con más ímpetu. Gruñe entre dientes sin dejar de mirarme y
cae sobre mí. Me sujeta el rostro. Ambos estamos sin aliento―. Mía
―susurra antes de besarme, como si quisiera que nuestros labios se fundan
entre sí.
Capítulo 20
Bailey

Después de ducharme y vestirme, regreso al dormitorio y encuentro a


Zarco justo en la misma posición que lo dejé. Está tumbado boca abajo,
ocupando tres cuartas partes de la cama. Tiene la cabeza hacia un lado y
mechones de pelo oscuro le cubren parte del rostro. Inspiro hondo y ladeo
la cabeza mientras lo repaso con la mirada, desde sus hombros anchos,
pasando por su espalda en forma de uve, hasta llegar a su trasero redondo y
prieto, el mismo en el que hace solo unas horas estaba clavando mis uñas
mientras él se hundía en mi interior una y otra y otra vez. Perdí la cuenta de
las veces que lo hicimos, aunque sí recuerdo las posturas, al menos la gran
mayoría. Me acerco un poco más para intentar leer lo que dice el único
tatuaje que cruza desde un omoplato a otro y que ocupa toda la parte
superior de su espalda. «Sangre y muerte». Sonrío. No sé qué esperaba. ¿Un
poema tal vez? Eso sería ridículo.
Zarco se mueve y farfulla en sueños un par de palabras que no soy capaz
de entender antes de que su respiración se vuelva pesada de nuevo. No me
arrepiento de lo que dejé que sucediera anoche. Solo tomé lo que deseaba.
Fue increíblemente placentero y satisfactorio. No recuerdo que nunca antes
me haya corrido tantas veces seguidas, y eso se lo debo a él. Tampoco soy
tan idiota como para creer que esto ha significado algo más que una
reacción física por parte de ambos. Los dos estuvimos dispuestos, nos
dejamos llevar y ya está. No quiero ni pienso darle más vueltas al tema.
Abandono el dormitorio casi de puntillas y llevando el bolso médico
colgado del hombro. Voy directa a la habitación de Beni, y tras llamar a la
puerta, entro y lo encuentro ya levantado y vistiéndose sin ayuda.
―Por lo que veo, ya casi estás recuperado del todo ―digo a modo de
saludo.
―No te creas. ―Se sienta en el borde de la cama e intenta agacharse
para ponerse las deportivas, pero enseguida se incorpora haciendo muecas
de dolor―. Sigo quedándome sin aire si me esfuerzo y no puedo calzarme.
¡Es una mierda!
―Espera, te echo una mano.
Sonrío y me adentro en la habitación. Dejo la bolsa a un lado de la cama
y me arrodillo frente a él para ayudarlo con su tarea. Primero una deportiva
y después la otra. Las abrocho y me pongo en pie.
―Gracias, Bailey. ―Se fija en el pequeño apósito que asoma por debajo
de la manga de mi camiseta y frunce el ceño―. ¿Qué te ha pasado?
―¿Esto? ―Me encojo de hombros para restarle importancia―. Fue
anoche. Tu hermano hizo que lo acompañara a un club y… ―Suspiro―.
Da igual. Es solo un rasguño.
―Lagos me despertó hace un rato y me dijo lo que pasó, pero se le
olvidó mencionar que estabas herida.
―Es que no lo sabe. Una bala rebotó y me rozó la piel. No es nada, de
verdad.
―¿Segura? Si necesitas algo puedes decirlo. Ya te habrás dado cuenta de
que mi hermano es un poco bruto ―me contengo para no decirle lo bruto
que puede llegar a ser en un ámbito más íntimo. Aún no sé cómo he
conseguido caminar con normalidad después de lo que me hizo anoche―,
sin embargo, sé que jamás permitiría que algo malo te pasara. Eres una de
los nuestros.
Inspiro hondo por la nariz y empiezo a repartir el material médico sobre
el colchón. Beni es un buen chico. Tal vez, si se hubiese criado de otra
forma…
―Deja que te revise las heridas. Si todo está bien, te quitaré los últimos
puntos ―le informo, ignorando su comentario.
Quito los apósitos y empiezo a desinfectar la zona y cortar los pocos
puntos de sutura que aún le quedan.
―Lo digo en serio, Bailey ―insiste―. Tu llegada a esta casa no fue la
mejor. Sé que no hubieses elegido meterte en este lío, pero…
―Beni, me han secuestrado ―digo interrumpiéndolo―. No lo
justifiques. Me trajeron aquí en contra de mi voluntad, con amenazas y una
jodida pistola apuntando a mi cabeza.
―Parece como si ese día hubiese sido hace mucho tiempo.
―Pues no lo fue. ―Descarto las gasas usadas y cojo los apósitos―. Hice
un trato con tu hermano y pienso cumplirlo. Después me marcharé y seguiré
adelante con mi vida. ―Exhalo con fuerza―. Enderézate un poco ―pido.
Coloco un pequeño apósito por delante y otro en la parte trasera de su
costado antes de ayudarlo a ponerse la camiseta. Después guardo el resto
del material en el bolso y compruebo que Beni sigue mirándome con el
ceño fruncido―. ¿Qué?
―¿Ni siquiera te planteas quedarte con nosotros? Creí que tal vez
podrías…
―Anoche vi como tu hermano terminaba con la vida de más de una
docena de hombres, Beni. Yo soy paramédico. Salvo vidas, no las arrebato.
Además, ni siquiera creo que él o los demás quieran que yo me quede.
―¡Claro que sí! ¿Es que no te has dado cuenta? Lagos, Oscar, Gambo,
Gabriel… ―¿Gabriel? Hago un gesto de confusión, pero entonces recuerdo
que ese es el nombre de pila de Zarco―. Todos te adoran, Bailey. Es más,
creo que hasta Luna te está cogiendo un poco de cariño.
Nos miramos unos segundos y ambos rompemos a reír. No es cierto.
Luna me odia, y tampoco se molesta en ocultarlo. Me pregunto cómo
reaccionaría si llegara a enterarse de que Zarco y yo nos hemos acostado.
Apuesto a que entraría en cólera. Bueno, si me toca las narices puedo
decírselo solo para molestar. Será divertido.
―No estoy de acuerdo contigo, pero tampoco quiero discutirlo.
―Suspiro de nuevo y doy una palmada―. ¿Te apetece ir a practicar a la
zona de tiro?
Abre mucho los ojos y esboza una sonrisa de oreja a oreja. No me había
dado cuenta de lo mucho que se parece a su hermano. Sus sonrisas son
iguales.
―¿Voy a poder disparar? ―pregunta emocionado.
―No veo por qué no. ―Coloco mi mano sobre su hombro y sonrío un
poco―. A partir de este mismo instante te doy el alta médica. Solo intenta
no realizar esfuerzos excesivos y todo irá bien.
―¡Genial! ¿Cuándo empezamos?
―Después del desayuno. Me muero de hambre.

Zarco
Busco a tientas en el colchón, pero el lugar que debería estar siendo
ocupado por Bailey se encuentra vacío y las sábanas frías. Alzo la cabeza y
agudizo el oído por si la escucho en el baño. Nada. Se ha ido. Resoplo y me
incorporo. Apoyo la espalda contra el cabecero y no puedo evitar esbozar
una sonrisa engreída. He pasado una de las mejores noches de mi vida, y
eso que no comenzó demasiado bien. Los hombres de Urriaga me pillaron
por sorpresa. No sé cómo demonios me localizaron, no obstante, eso es algo
que pienso averiguar. Al menos pude desahogar mi frustración de los
últimos días con ellos. Los maté a todos. Si no hubiese sido tan impulsivo,
tal vez uno podría haberme dado algunas respuestas. En fin… Ahora ya no
hay nada que pueda hacer para cambiarlo.
Recuerdo la cara de Bailey cuando regresé al coche. Le dije que no
saliera y, como siempre, decidió hacer caso omiso a mi orden. Aunque lo
que más me impresionó fue su expresión. No dijo nada, pero se la veía
horrorizada por lo que acababa de presenciar. Ni siquiera pude dirigirle la
palabra durante el resto del trayecto de vuelta a casa. Por primera vez en mi
vida me sentí avergonzado por ser quien soy, y eso es algo que aún ahora no
logro comprender. No busco comprensión ni que nadie se compadezca de
mí, jamás lo he hecho. Sin embargo, anoche sentí la imperiosa necesidad de
disculparme con ella por haber matado a esos hombres. Tras ducharme, fui
a mi despacho para reunir el valor suficiente para enfrentarme a ella;
entonces la vi a través de la cámara de seguridad que hay en su dormitorio.
Al darme cuenta de que estaba herida, volví a actuar por puro impulso.
Cuando entré en su dormitorio no esperaba marearme al ver la sangre en su
brazo. Me tomó por sorpresa, y no fue la única de la noche.
Bailey me miro a los ojos y me pidió que la besara. Eso era lo que había
estado esperando, una señal de consentimiento. ¿Cómo iba a desaprovechar
la oportunidad? Y vaya si no lo hice… La follé de todas las formas que se
me ocurrió. Estuve horas enterrándome en su interior una y otra vez. No era
capaz de saciarme de ella, siempre quería más.
Suspiro y echo la cabeza hacia atrás, recordando como ella gemía mi
nombre, como su cuerpo se retorcía de placer debajo del mío… ¡Santo
Cristo! No sé si podré dejarla marchar. «Quiero volver a sentir lo que sentí
anoche cuando la estaba tomando… Siempre». La profundidad de ese
pensamiento me golpea como un jodido puñetazo en el estómago. ¿Qué voy
a hacer si no acepta quedarse conmigo? No, tengo que convencerla como
sea.
Capítulo 21
Zarco

Tras ducharme y vestirme con ropa cómoda, salgo del dormitorio y voy en
busca de algo que desayunar. Después hablaré con Lagos sobre lo que pasó
anoche. Estoy seguro de que los hombres que nos emboscaron pertenecían
al cártel de Sonora. No tengo ni idea de cómo me encontraron. Estaban muy
cerca de la casa, demasiado, y eso me preocupa, parece como si alguien les
hubiese informado de nuestra posición.
Nada más cerrar la puerta de la habitación de Bailey, me encuentro de
frente con Luna. Frunce el ceño, echa un vistazo al lugar del que acabo de
salir y después a mí de nuevo.
―¡¿En serio te la has follado?! ―sisea con rabia.
Inspiro hondo por la nariz y me froto la mandíbula para armarme de
paciencia. Espero que Luna no se convierta en un problema. La conozco
desde que éramos unos críos y es demasiado buena en su trabajo como para
tener que prescindir de ella.
―No te debo explicaciones ―comento, pasando a su lado.
Como ya esperaba, me sigue hasta la cocina. No dice nada, pero noto que
me observa mientras me sirvo un café. Al mirarla de nuevo, soy consciente
de que su expresión de cabreo ha aumentado.
―No puedes ir en serio con ella, Zarco. ¡Vas a conseguir que nos maten
a todos! ―No contesto, solo sigo dando pequeños sorbos de mi café―. ¡No
es una de los nuestros!
Dejo la taza sobre la encimera con más fuerza de la que pretendía y le
lanzo una mirada de advertencia. Me estoy cansando de sus berrinches. Sé
que tiene problemas, pero esta situación ya está llegando demasiado lejos.
―Soy yo quien decide eso, Luna.
―Claro, porque tú siempre tienes la razón, ¿verdad? Ahora mismo
tenemos a todos los jodidos hombres de Urriaga buscándonos gracias a tu
última gran decisión. Si no hubieses robado su mercancía…
―¡Si tanto dudas de mi criterio, no sé qué demonios sigues haciendo en
mi casa! ―vocifero, perdiendo los nervios.
―¡Estoy aquí porque somos familia! ―replica. Me contengo para no
seguir gritando. Luna está sobrepasando los límites, pero en el fondo sé que
es culpa mía. Jamás debí acostarme con ella―. ¿Recuerdas eso, Zarco?
Todos estábamos unidos hasta que esa mujer llegó a nuestras vidas. Mírate,
estás dejando que se meta en tu cabeza. ¿Qué será lo siguiente? ¿Vas a
seguir descuidándote para pasearla de un lado a otro? ¡La llevaste contigo a
ver a los rusos! ¡Maldita sea, estás pensando con la polla!
―¿Cómo sabes eso? ―inquiero, frunciendo el ceño.
Luna recula un par de pasos y agacha la mirada.
―Escuché a Gambo y Oscar hablar esta mañana ―responde.
―¿Ahora espías detrás de las puertas?
―Fue sin querer. Además, no creí que fuese un secreto, ya que nunca
antes los has tenido con nosotros.
Exhalo con fuerza y la señalo con el dedo índice.
―Luna, no voy a seguir discutiendo contigo las decisiones que tomo
respecto a mi organización. Si ya no confías en mí, puedes irte cuando
quieras.
Se queda callada unos segundos y niega con la cabeza.
―¿La estás poniendo a ella por delante de mí? ―inquiere con los ojos
muy abiertos.
Estiro mi camiseta y me encojo de hombros.
―Si es así como quieres verlo…
―Zarco, escúchame…
―No, presta tú mucha atención. Valoro tu amistad, y también el trabajo
que haces, pero no voy a admitir que intentes manipularme.
―¿No te estás dando cuenta de que es esa zorra la que te manipula?
Me acerco a ella y estiro mi mano, sin embargo, antes de llegar a su
cuello la bajo y hago un enorme ejercicio de contención para no cometer
una locura.
―¡Fuera de mi vista! ―siseo furioso.
―Lo que tú digas, jefe ―replica antes de marcharse con un visible
cabreo.
Resoplo y decido dejar la charla con Lagos para más tarde. No tengo
ganas de escuchar también sus quejas. Sé que me arriesgué demasiado al
llevar a Bailey a la reunión con Zakharov. Soy muy consciente de que, si
ella decide hablar con la Policía, me habré buscado un conflicto con la
Bratva, y eso podría significar el final para todos nosotros. No obstante, la
necesidad de incluirla en mi mundo me nubló el juicio. Puede que Luna
tenga razón y esté pensando con la entrepierna, pero ¿qué más puedo hacer?
No me veo capaz de renunciar a ella, y la única manera que tengo para
retenerla es ganarme su confianza.
Salgo de mi ala privada y, mientras me dirijo a la planta baja, me cruzo
con varios de mis hombres. Todos me saludan de manera educada y
respetuosa. Ellos dependen de mí, sus familias viven del dinero que se
ganan trabajando para mí y yo lo estoy arriesgando todo por una mujer.
Salgo de la casa por la puerta trasera y me encamino hacia el lugar de
donde provienen las detonaciones. A esta hora de la mañana, lo más
probable es que Bailey esté dando su clase de tiro. Los chicos están
mejorando mucho, eso es algo que salta a simple vista. Además, se nota que
se sienten cómodos con ella, incluso Gambo la trata con respeto y cariño.
Encuentro a Lagos disparando y su lado está Oscar. Más alejados, Gambo
observa como Bailey le indica a mi hermano cómo sujetar bien el rifle. Me
acerco y me quedo en silencio viendo a mi hermano sonreír mientras ella se
coloca a su espalda.
―No gires los brazos. Desplaza la cadera.
―Eso hago.
Bailey pone los ojos en blanco y se me escapa una sonrisa. No le sobra
paciencia. En eso nos parecemos.
―Vale, prueba con la pistola. ―Le arrebata el rifle y le tiende una Glock
9 mm―. La mano derecha sostiene el arma y la izquierda la mueve. ―Beni
apunta a una diana y Bailey chasquea la lengua―. ¿Por qué cierras un ojo?
Ves mejor con los dos abiertos.
―No lo sé. Es por costumbre, supongo.
―Pues olvídala. ―Le tira hacia atrás de los hombros―. Endereza la
espalda. Te estás encorvando.
Beni resopla, pero no rechista, y eso es algo sorprendente. Mi hermano
pequeño no tiene por costumbre obedecer órdenes. Siempre se las arregla
para hacer lo que le da la gana. Sin embargo, con Bailey no parece tener
problema en mantener la boca cerrada y hacer todo lo que le dice. Dispara
varias veces y después ella sigue dándole consejos para corregir su postura
y afinar el tiro. Tras más de media hora, al fin se aparta y dan por concluido
el entrenamiento. Beni le pide seguir un rato más, solo que ella se niega
alegando que no debe esforzarse demasiado. Mi hermano y Oscar se van
hacia la casa y Gambo empieza a practicar también. Al ver a Bailey sola,
ordenando la munición, decido acercarme.
―Buenos días ―susurro a su espalda. No se sobresalta. Apuesto a que
ya me había visto antes, aunque no me ha mirado en ningún momento. Se
gira despacio y me saluda con un gesto de su cabeza antes de continuar con
su tarea. ¿De verdad eso es todo? No esperaba un abrazo ni un beso, pero al
menos podría decir «hola»―. Te levantaste pronto.
―Tenía cosas que hacer ―masculla.
―Podrías haberte tomado la mañana libre. ―Me acerco más y hundo mi
nariz en su pelo de manera disimulada. Me encanta ese aroma cítrico que
desprende―. Esperaba encontrarte en la cama al despertar.
Cuando estoy a punto de sujetarla por la cintura, se aparta hacia un lado,
se gira y me mira frunciendo el ceño.
―No hagas eso ―pide, aunque por su tono bien podría ser una
exigencia.
―¿El qué? ―Esbozo una sonrisa y ladeo la cabeza, observando su rostro
con atención.
―Lo que estás haciendo: ser atento y galante, como si… ―Suspira y
sacude la cabeza de un lado a otro―. Da igual. Solo déjalo, ¿vale?
―Entendido. ―Alzo ambas manos y amplío mi sonrisa. Gambo empieza
a disparar una escopeta semiautomática muy cerca de nosotros, y la primera
detonación me hace dar un brinco por el susto. Bailey ni siquiera se
inmuta―. ¿Cómo lo haces? ―inquiero.
―¿El qué? ―Coge una pistola y la desmonta por completo en solo unos
segundos. Se nota que lo ha hecho antes, muchas veces.
―No sobresaltarte. Se te ve tan cómoda en este ambiente…
―Lo estoy ―afirma, encogiéndose de hombros. Inspira hondo por la
nariz y esboza una pequeña sonrisa―. Las detonaciones, el olor a
pólvora… Crecí en este ambiente y pasé seis años en el frente. Este campo
de tiro es lo más parecido a un hogar en el que he estado los últimos dos
años.
―¿Por qué dejaste el Ejército si te gustaba tanto? ―inquiero.
Su expresión cambia. Se queda callada y creo que no va a contestar, pero
lo hace.
―En mi última misión en Afganistán toda mi unidad cayó en una
emboscada. Yo iba en la retaguardia, tratando a los heridos. O más bien
intentando reanimar a los que aún tenían pulso. Todos acabaron muriendo,
menos siete de ellos. Los insurgentes los apresaron en una especie de cueva
subterránea. Se parecía a una antigua mina, aunque no estoy muy segura de
que lo fuera. Creí que podría sacarlos de allí sin llamar la atención. Me
habían preparado para ello, y al menos tenía que intentarlo. Eran mis
compañeros. ―Hace una pausa y fija la mirada en una de las dianas―.
Entré en la cueva, y apenas había avanzado unos metros cuando me
encontré a un niño. Tenía unos ocho o nueve años. No sabría decirlo con
exactitud. Estaba sucio y desnutrido. Le pedí que se marchara. No había
ningún peligro allí, o al menos eso creí. ―Me mira de nuevo y exhala con
fuerza―. Cuando vi la pistola ya me estaba apuntando. Tal vez debería
haber dudado, pero no lo hice. Tiré del gatillo primero y lo maté.
Su relato me sorprende, sin embargo, lo que lo hace aún más es la forma
en que lo narra. No parece afectada. Acaba de contarme que mató a un niño
pequeño como quien lee la lista de la compra. Carraspeo y cambio el peso
de una pierna a la otra sin dejar de mirarla con fijeza.
―Iba a matarte.
―Lo sé.
―¿Qué pasó después?
―La detonación alertó a todos los insurgentes del lugar. Escuché los
pasos aproximarse y solo tuve tiempo de levantar el rifle antes de empezar a
disparar a todo aquel que se acercaba. En total abatí a veinticuatro enemigos
armados, entre ellos había mujeres y niños.
―Hiciste lo que debías. Sobreviviste y salvaste a tus compañeros.
Bailey estrecha la mirada sobre mí.
―Sí, pero ¿a qué coste? ¿De verdad siete vidas valen más que
veinticuatro? ¿Por qué? ¿Por el lugar en el que nacieron?, ¿por sus
creencias? No tendría que ser así. Ninguna vida debería tener más valor que
otra.
―Lo entiendo, aunque a veces eso es algo que no podemos escoger.
―Yo sí lo hago. ―Alza la barbilla con el ceño fruncido―. Por eso dejé
el Ejército, porque puedo decidir. Elijo salvar vidas, no arrebatarlas. Me lo
prometí a mí misma, Zarco, y voy a cumplirlo.
La observo en silencio durante unos segundos y asiento. Al menos ahora
ya sé por qué no hace uso de sus habilidades y el motivo por el cual sigue
aquí a pesar de tener la capacidad suficiente para escapar. No quiere
arriesgarse a tener que matar para sobrevivir.
Capítulo 22
Bailey

Como cada noche, me reúno con Zarco y los suyos alrededor de la mesa
del comedor. Aún sigo pensando que no debí contarle lo de Afganistán. Ni
siquiera sé por qué lo hice. Puede que, tras lo que pasó entre nosotros, se
haya formado una especie de vínculo íntimo que no entiendo. Tampoco es
que fuese un secreto. Esperaba que me juzgara por lo que hice, pero no fue
así. Supongo que, para un mafioso asesino, el hecho de que haya matado a
más de veinte personas no es algo relevante. Al fin y al cabo, él tendrá
muchos más cadáveres guardados en su armario.
Mantengo la cabeza gacha y como en silencio. Solo contesto a algunos
comentarios de Beni y Oscar. Lagos sigue comportándose de forma extraña
conmigo, lo lleva haciendo desde que Zarco regresó de su viaje hace unos
días. Me da la impresión de que me rehúye. No entiendo el motivo, y
tampoco me importa.
―¡¿Mil metros?! ¡Estás loco! ―Gambo empieza a reír a carcajadas de
algo que ha dicho Beni.
―Es cierto, lo vi en un documental. Bailey ―alzo la cabeza―, ¿es
verdad que un francotirador puede alcanzar su objetivo a más de mil
metros?
―En realidad, ya existen rifles de precisión con capacidad de alcance de
dos mil metros ―respondo.
Beni sonríe de oreja a oreja y señala a Gambo con el dedo.
―¡¿Lo ves, idiota?! ¿Tú has usado alguno?
Abro la boca para contestar, pero Luna se me adelanta. Hoy está
provocándome más que nunca, y aunque hasta ahora la he ignorado, no creo
que mi paciencia tarde en agotarse.
―Beni, no creo que nuestra… ―hace una pausa y me mira con
malicia― invitada haya disparado una sola bala en el Ejército. Ella solo es
un paramédico. ―Se echa la melena oscura hacia atrás con un golpe de
cabeza―. Exactamente, ¿qué hacías en la guerra, Bailey? Aparte de curar a
los heridos, ¿tenías alguna otra tarea? ―No respondo―. Yo te veo como
una animadora. Ya sabes, la soldado que levanta la moral de las tropas. Tú
sola entre tanto hombre…
―Sargento ―digo interrumpiéndola, y no puedo evitar apretar con
fuerza el mango del cuchillo.
―¿Cómo dices?
―Era sargento, no soldado, y solo para que nutras un poco más tu mente,
te informo de que actualmente un dieciséis por ciento de los miembros del
Ejército son mujeres, y no, entre sus tareas no está la de follarse al resto de
la unidad.
―¿Me vas a decir que nunca te tiraste a alguno de tus compañeros?
―pregunta, sonriendo de manera cínica.
―Luna, es suficiente ―le dice Zarco. Cualquiera puede notar el tono de
advertencia en su voz.
―¿Qué pasa, amor? ―Coloca la mano en su antebrazo y lo acaricia sin
dejar de mirarme a mí―. Solo tengo curiosidad por saber cómo se vive en
una zona de guerra.
Inspiro hondo e intento controlarme, no lo consigo. Esbozo una sonrisa
burlona y clavo mi mirada en la suya mientras me aferro con más fuerza al
cuchillo.
―¿Sabes qué me produce curiosidad a mí? ―Vuelve a mover el pelo con
un gesto de su cabeza y arquea una ceja con curiosidad. Estiro un poco la
mano y la señalo con la punta del cuchillo para carne―. Me pregunto
cuánto tiempo tardarás en ahogarte con tu propia sangre cuando te raje la
garganta.
Luna pierde la sonrisa de inmediato y escucho unas cuantas carcajadas
por parte de Beni y los demás. No aparto la mirada de la suya hasta que
Zarco golpea la mesa con la palma de la mano.
―¡He dicho que es suficiente! ―brama. Giro la cabeza en su dirección y
frunzo el ceño al darme cuenta de que su mirada está clavada en mí; no
parece contento. ¡Qué se joda! Mi paciencia tiene un límite, y esta jodida
provocadora ya lo ha sobrepasado―. Bailey, en esta casa no amenazamos
con matar a nadie. Por lo tanto, deberías disculparte con Luna.
Se me escapa una sonora carcajada.
―Ni de puta broma ―digo entre risas.
―No te lo estaba sugiriendo ―sisea a modo de advertencia.
Cambio mi expresión a una más seria y niego con la cabeza.
―No voy a disculparme con tu zorra y me importan una mierda las
reglas de tu casa. ―Me pongo en pie y alzo la barbilla de manera
desafiante―. He perdido el apetito. Buenas noches. ―Antes de que pueda
decir nada, doy media vuelta y abandono el comedor caminando a largas
zancadas.
Me encierro en mi dormitorio y paso varias horas leyendo. Sigo inquieta
por lo ocurrido durante la cena. No me arrepiento de nada. Solo le paré los
pies a esa idiota, y eso es algo que debí haber hecho hace mucho tiempo.
Admito que me ha molestado que Zarco la defendiera.
―En esta casa no amenazamos a nadie. Debirías disculparti con Luna...
Mimimi ―digo en tono infantil y haciendo muecas con los labios―.
¡Jodido imbécil! ―exclamo en voz alta.
La puerta de mi habitación se abre y Zarco me mira desde la entrada,
frunciendo el ceño.
―¿Acabas de insultarme? ―inquiere con una ceja arqueada.
Bufo y cierro el libro con fuerza. Ni siquiera me molesto en levantarme
de la cama.
―Estaba hablando sola, y no lo habrías escuchado si dejaras la maldita
costumbre de espiarme. ¿Qué quieres? ¿Has venido a regañarme otra vez?
Puedes ahorrártelo.
Se me queda mirando con fijeza un buen rato y suspira antes de caminar
en mi dirección. Se detiene al borde de la cama y se frota el mentón con una
mano.
―No te he regañado. Solo intento mantener la cordialidad entre los míos.
―Yo no soy uno de los tuyos, Zarco. Estoy aquí en calidad de rehén,
¿recuerdas?
―Creí que eso había cambiado cuando aceptaste el trato ―replica en
tono cortante. Vuelve a bufar y se sienta en el borde del colchón―. Estoy
intentando ganarme tu confianza, Mía, pero no me lo pones nada fácil.
Me incorporo un poco y busco su mirada.
―¿Mi confianza? ¿Qué has hecho para ganártela? Todos los días
permaneces impasible mientras la zorra de tu amante me provoca. ¿En serio
esperabas que me quedara callada para siempre? ―Esbozo media sonrisa y
niego con la cabeza―. Entiendo que tú la soportes a cambio de meterte
entre sus piernas, pero yo no tengo por qué aguantar sus tonterías de niña
malcriada.
En vez de cabrearse, Zarco me sorprende al sonreír de oreja a oreja.
―¿Son celos lo que asoma bajo ese tono de indignación?
Pongo los ojos en blanco.
―¿Celos de ti? ―Sacudo la cabeza―. ¿Tan importante te crees, Zarco?
―Sí. ―Voy a replicar―. Antes de que sueltes alguna lindeza, te advierto
que ahora mismo no estoy de humor para discutir. ―Inspira hondo y se
pone en pie. Lo observo con los ojos entornados―. Como ya he dicho,
pretendo ganarme tu confianza, y para ello tengo que demostrarte que yo
también confío en ti. ―Se pone en pie y camina hacia el centro del
dormitorio.
Veo como arrastra una silla y se sube ella para alcanzar la lámpara del
techo. Tira de una pieza y saca una especie de cable de su interior. Cuando
se baja, lanza el artefacto sobre la cama y aterriza justo a mi lado. Lo cojo y
lo inspecciono unos instantes. Es una cámara de unos cinco centímetros.
Entonces todo cobra sentido. Supo que iba a escapar por la ventana,
también que estaba herida tras el tiroteo y a saber cuántas cosas más. Me ha
estado vigilando todo el tiempo. ¿Cómo es que no me di cuenta? Ni siquiera
lo sospeché.
―Eres un hijo de…
―Te agradecería que no acabaras esa frase ―dice cortándome.
―¿Qué se supone que quieres que haga ahora? ―Lanzo la cámara a sus
pies―. ¿Pretendes que te agradezca que ya no me vigiles como un puto
pervertido?
El muy cabronazo vuelve a sonreír y ladea la cabeza, observándome.
―Anoche no te importó que me comportara como un pervertido.
Cierto, lo disfruté, pero eso fue antes de saber que me estaba acosando a
través de una cámara de vídeo.
―¿Qué haces con las imágenes? ¿Disfrutas viéndome desnuda? ¿Vendes
los vídeos por internet?
Su gesto cambia de inmediato. En un par de zancadas se planta frente a
mí y se cruza de brazos.
―Nadie, aparte de mí, ha tenido acceso a esos vídeos, y me ofende que
pienses lo contrario.
―¿Ahora vas a hacerte el digno?
―¡No has entendido nada, Mía! ―grita. Maldice en voz baja y cierra los
ojos unos segundos, como si intentara tranquilizarse a sí mismo. Cuando
vuelve a abrirlos, ya no parece tan furioso―. Hay cámaras de vigilancia en
todas las estancias de la casa, menos en los dormitorios de mis hombres
más cercanos. Confío en ellos, por eso no tengo la necesidad de saber lo
que hacen en su privacidad, y con lo que acabo de hacer solo intento
demostrar que también confío en ti.
―¿Ahora es cuando quieres que te lo agradezca? ―inquiero, arqueando
una ceja.
Niega con la cabeza y se acerca aún más. Vuelve a sentarse, esta vez a mi
lado, y busca mi mirada.
―Quiero que dejes de verme como a un enemigo, Mía.
No sé qué contestar. Podría seguir acusándolo de ser un perturbado y de
invadir mi privacidad, pero al fin y al cabo no soy más que una rehén. Debo
recordar eso.
―Bien. Ahora, si no tienes nada más que decir, me gustaría acostarme a
dormir ―murmuro, apartando la mirada.
Lo escucho bufar de nuevo y el colchón se mueve cuando se pone en pie.
―Sí, ya ha sido bastante por un día.
Lo oigo caminar por la habitación y por el rabillo del ojo veo como se
detiene al otro lado de la cama. Giro la cabeza en su dirección y frunzo el
ceño.
―¿Por qué te estás desnudando?
―¿A ti qué te parece? ―Tira de la ropa de cama hacia atrás y se agacha
para quitarse el calzado―. No tengo ganas de ir a mi dormitorio a
cambiarme, así que dormiré en ropa interior.
―¿Dónde? ―Señala la cama… ¡Mi cama! Y se baja los pantalones―.
Zarco, no vas a dormir conmigo.
Me mira, esbozando una sonrisa traviesa.
―¿Apostamos?
Antes de que pueda quejarme, se mete en la cama y suspira cuando
acomoda la cabeza en la almohada.
―Zarco…
―Déjalo ya, Mía. Estoy agotado y necesito dormir.
―¡Pues vete a tu cama!
Se gira de lado para mirarme.
―Esta cama también es mía, yo la pagué. Ahora cierra esa boquita, con
la que doy fe de que sabes hacer verdaderas maravillas, y acuéstate.
Me quedo sin palabras. No sé si gritarle, echarlo a patadas de la cama o
irme yo a otro lado. Respiro hondo por la nariz. «Intenta meterse en tu
cabeza, Bailey. No muestres ni un solo signo de debilidad». Muy bien, si
eso es lo que quiere…
―Buenas noches ―siseo.
Me tumbo, dándole la espalda, y apago la luz. Escucho una risita y me
contengo para no patearlo en las pelotas, que es justo lo que se merece.
Después siento como su brazo rodea mi cintura y se pega a mi espalda.
―Ni siquiera pienses que puedes huir de mí ―susurra en mi oído. Mi
cuerpo se estremece de manera involuntaria y maldigo en voz baja. El muy
hijo de perra ríe de nuevo―. Dulces sueños, Mía. ―Besa el lateral de mi
cuello y me atrae más hacia él antes de suspirar.
Capítulo 23
Zarco

Me despierto antes del amanecer. Es la segunda noche consecutiva que


duermo en la cama de Bailey y tengo que admitir que me gusta. Hay algo
en su forma de respirar, tan profundo y limpio, que me transmite paz. Me
giro de costado y apoyo la cabeza en la palma de mi mano mientras la
observo en silencio. Está tumbada boca arriba, su pelo castaño le cubre
parte del rostro y la camiseta larga que siempre usa para dormir se le ha
subido hasta la cintura, dejando a la vista unas braguitas negras de encaje
que yo mismo escogí para ella.
Sonrío y aparto un mechón de su frente. Tengo que conservarla, aún no
sé cómo, pero voy a hacerlo. Me he planteado romper mi promesa de
dejarla ir cuando acaben los tres meses estipulados en el acuerdo. Jamás he
faltado a mi palabra, sin embargo, esta vez no estoy seguro de poder
cumplirla.
Bailey se mueve un poco y la camiseta se sube aún más, sus piernas se
entreabren como una jodida invitación. Supongo que, si fuese un caballero,
la arroparía y me sentiría avergonzado por estar empalmado como un puto
adolescente, sin embargo, nunca he pretendido ser más de lo que soy.
Deslizo el dedo índice por su abdomen, rodeo su ombligo y sigo
descendiendo hasta llegar al borde de su ropa interior. Vuelvo a mirar su
rostro y compruebo que sigue dormida, de modo que intento no hacer
movimientos bruscos mientras acomodo mis hombros entre sus muslos.
Sujeto una de sus rodillas y la alzo un poco para tener mejor acceso a su
sexo. Bailey abre los ojos, y durante un instante pienso que va a darme una
patada en la cara. No obstante, enseguida siento sus manos en mi cabeza y
me acerca el rostro en dirección a su entrepierna. Esbozo una sonrisa de
suficiencia antes de posar mi boca justo en su centro. Mordisqueo por
encima de la fina tela de encaje hasta que siento como su humedad invade
mi boca, y solo entonces tiro de los bordes de la prenda con fuerza hasta
que escucho como uno de ellos cede.
―Me gustaban esas bragas ―dice Bailey.
Alzo la vista con una ceja arqueada.
―Esto te va a gustar más ―susurro, y hundo mi lengua en su sexo.
Durante varios minutos disfruto de su sabor, de esos pequeños gemidos
que escapan de su boca, de sus uñas clavándose en mi cuero cabelludo…
Solo cuando noto como su cuerpo se estremece, abandono su sexo y repto
por su cuerpo. Me deshago de su camiseta, dejando sus pechos expuestos, y
no tardo en darles un buen bocado. Bailey suelta un grito ahogado y sonrío
de nuevo. Sé que no la estoy lastimando, o tal vez un poco sí, pero le gusta.
Cuando uno mis labios a los suyos, es ella misma quien tira de mi bóxer
hacia abajo. Río contra su boca y me aparto un poco para poder mirarla a
los ojos.
―¿Tienes prisa, Mía? ―Muevo las caderas de forma deliberadamente
lenta. Me rozo contra su centro, pero sin llegar a meterme en su interior.
Gimo y muerdo su labio inferior―. ¿Cuánto tiempo crees que me llevaría
hacer que te corras solo con esto? ―Tanteo su entrada y vuelvo a retirarme
despacio.
Sus uñas cortas se clavan en mi trasero y río de nuevo.
―¿No tienes cosas que hacer? Dudo que un imperio del crimen se dirija
solo.
Me detengo del todo y busco su mirada. Me encanta cómo me reta, cómo
consigue provocarme sin apenas esfuerzo. Esos comentarios mordaces se
han convertido en todo lo que quiero escuchar: mañana, tarde y noche.
―Puedo satisfacerte antes de dedicarme a mis negocios, Mía.
―Deja de llamarme así ―murmura.
―¿No te gusta? ―Me coloco de nuevo en su entrada y esta vez me
sumerjo unos centímetros antes de retirarme.
Creo que nunca antes había poseído tanto autocontrol. Me muero de
ganas de follarla como un animal, no obstante, creo que estoy disfrutando
aún más al tenerla tan expuesta ante mí. Soy consciente de que me estoy
balanceando en una cuerda demasiado fina. En cualquier momento Bailey
perderá la paciencia, y no soy capaz de adivinar cuál será su reacción, pero
estoy seguro de que será divertido descubrirla.
―Todo el mundo me llama Bailey ―masculla.
Sus manos se desplazan a mi cintura y mueve las caderas para buscar
algo más de fricción. No se lo permito. Ejerzo más presión con mi cuerpo
sobre el suyo para inmovilizarla y sigo deslizándome con lentitud entre sus
pliegues mojados y calientes.
―Yo no soy todo el mundo. ―Me adentro otra vez en su cuerpo, y esta
vez casi llego hasta el fondo antes de retirarme.
Bailey aprieta los labios con fuerza e inspira hondo por la nariz.
―Es como si yo te llamara Gabriel. ―Arqueo una ceja al escuchar mi
nombre en su boca. Suena… Sexy. Me meto en su interior con un empellón
contundente y coloco mi mano en la base de su cuello.
―Mírame. ―Salgo y vuelvo a entrar aún con más fuerza―. A partir de
este momento, no vas a volver a decir ninguna otra palabra cuando te estés
corriendo. Solo mi nombre estará en tus labios. ¿Entendido?
―¿No crees que estás siendo demasiado presuntuos…? ―Antes de que
pueda terminar la frase ya la estoy besando de nuevo. Muevo las caderas
cada vez más rápido mientras mi lengua recorre cada recoveco de su boca.
Cuando me aparto un poco, ambos jadeamos en busca de aliento, pero no
me detengo. Me arrodillo, y sin salir de su interior, la sujeto por la cintura y
sigo hundiéndome en ella cada vez más rápido. Me falta el aire y casi no
tengo fuerzas, pero no aminoro la cadencia de mis embestidas hasta que
noto como su sexo se estrecha. Bailey arquea la espalda y sé que está a
punto de llevar al orgasmo.
Con un movimiento rápido y brusco, la giro y tiro de su cadera para
hundirme en ella desde atrás. La escucho gemir en alto y sonrío. Bailey se
endereza y casi soy incapaz de contenerme cuando mi polla queda atrapada
entre la parte baja de sus nalgas. Una vez más, la sujeto por la base del
cuello y es ella misma quien gira la cabeza para que pueda besarla.
―Más rápido ―pide.
Obedezco y clavo mis dientes en su hombro mientras golpeo con las
caderas. Un nuevo estremecimiento, esta vez sus manos se aferran con
fuerza a mis muslos buscando un lugar de apoyo.
―Di mi nombre ―ordeno. Su cabeza se sacude. Tenso la mandíbula y
cambio el ritmo a uno más lento.
―Hijo de puta… ―la escucho sisear.
―Solo tienes que decir mi nombre. ―Acelero un poco y sus gemidos
aumentan―. ¡Dilo, maldita sea!
―Zarco ―masculla entre dientes.
Se me escapa una sonrisa. Es una mujer obstinada, eso tengo que
concedérselo. Vuelvo a detenerme y salgo de su interior.
―¡¿A qué demonios juegas?! ―exclama cuando me dejo caer de
espaldas sobre el colchón. Todo mi cuerpo está cubierto de una fina capa de
sudor y mi pecho sube y baja con violencia por el esfuerzo―. ¿Qué
problema tienes?
―Ninguno ―contesto sin aliento―. Si no vas a darme lo que quiero, yo
a ti tampoco. ―Señalo mi polla, dura como una jodida roca y húmeda―.
Créeme, esto me duele más a mí que a ti.
Antes de que pueda ser consciente de su siguiente movimiento, la tengo
subida a horcajadas sobre mí. Sus manos sujetan las mías sobre mi cabeza y
baja las caderas, empalándose con mi polla en una sola sentada.
―También puedo conseguir lo que quiero por mis propios medios
―dice, y la sonrisa que esboza casi consigue que me corra de gusto.
Entrelazo mis dedos con los suyos junto al cabecero y busco su mirada.
―Sabes que puedo girarnos sin apenas esfuerzo, ¿verdad? Por muy hábil
que seas, yo sigo siendo más fuerte.
―Lo sé. ―Respira hondo y mueve las caderas creando un círculo
perfecto. Aprieto sus manos con más fuerza y siseo de placer―. No vas a
hacerlo, ¿verdad, Gabriel? ―Sonrío, y juro que mi polla se pone aún más
dura. Niego con la cabeza.
―Vamos, termina esto de una vez ―susurro, y atrapo su boca.
Capítulo 24
Bailey

Ya duchada y vestida, me detengo junto a la cama y observo al hombre


que duerme desnudo sobre el colchón. Siempre acapara más de tres cuartas
partes de la cama. No sé cómo lo hace, pero termina pegado a mi espalda y
yo en el borde. Tal vez debería pedirle, o más bien exigirle, que regrese a su
habitación. Al principio creí que solo serían un par de noches, que se
cansaría de su nuevo juguete enseguida, pero ya han pasado cinco semanas
y sigue quedándose a dormir todas las noches. No hablamos demasiado,
solo follamos como putos animales hasta caer agotados y por la mañana yo
me aseguro de ya no estar en la cama cuando él despierta. Eso evita
momentos incómodos. Por lo demás, nuestra relación no ha cambiado en
nada. Yo sigo entrenando a los chicos, Beni ya está recuperado por
completo y cuento los días que faltan para regresar a casa. Bueno, tal vez
esa última parte no sea del todo verdad. A veces me olvido de que soy una
rehén y que este no es mi hogar, sin embargo, al menos necesito
convencerme de que ahí fuera sigo teniendo una vida a la que regresar.
Abandono la habitación dispuesta a ingerir mi primera dosis de cafeína
del día antes de comenzar con el entrenamiento. En el pasillo me encuentro
con Luna. Mi advertencia de en aquella cena no surtió demasiado efecto. La
chica sabe cómo colmar mi paciencia. No obstante, desde ese día, Zarco ha
logrado mantenerla más o menos bajo control. No ha querido asistir al
entrenamiento y se lo agradezco, al menos me libro de tener que soportar
sus tonterías.
―Buenos días ―susurro pasando a su lado con la barbilla en alto.
―Perra… ―Me detengo e inspiro hondo antes de girarme con lentitud.
La muy zorra está sonriendo.
―¿De verdad quieres hacer esto? ¿Por qué no solo me ignoras como
hago yo contigo? ―pregunto calmada.
―¿Te crees muy especial? Antes de que tú llegaras, Zarco dormía en mi
habitación. Solo eres una más.
―¿Qué te hace pensar que pretendo ser algo más que eso?
Aprieta los labios y en un par de zancadas se planta frente a mí, su rostro
casi tocando el mío.
―Cuando se canse de jugar contigo volverá a mí, eso dalo por seguro
―sisea con furia.
Arqueo una ceja y niego con la cabeza mientras retrocedo un poco.
―Chica, quiérete un poco. ¡Si un hombre no quiere acostarse contigo, no
te arrastres, por Dios santo!
―Eres una maldita perra.
Respiro hondo y le lanzo una mirada de advertencia.
―Déjalo ya, Luna. Si es así como dices, yo me marcharé en unas
semanas y tú recuperarás a tu querido Zarco, ¿vale? La hostilidad y las
amenazas no son necesarias.
―¿En serio crees que él te dejará irte? ―Suelta una carcajada―. ¿No te
has preguntado por qué te saca de esta casa sin ningún temor? Te
secuestraron. Se supone que la Policía debería estar buscándote, pero no es
así. ―Se acerca de nuevo―. Zarco se encargó de que creyeran que estás
muerta.
―¿Cómo dices?
Retira su melena con un golpe de cabeza y vuelve a reír.
―Para el mundo estás muerta. No vas a salir de aquí, zorra. Cuando
Zarco se canse de ti, solo te pegará un tiro en la sien.
Contengo el aliento. ¿Habla en serio? Creí que Zarco siempre cumplía su
palabra, por eso acepté el trato. Estoy a punto de marcharme, pero Luna me
sujeta por el brazo.
―No me toques ―le advierto, sacudiéndome su mano de encima.
―¡Oh, vamos! ¿Vas a llorar?
―Te hice una amenaza, no me obligues a cumplirla.
Vuelve a reír a carcajadas.
―Todos hablan de lo implacable que eres, que sabes pelear y tienes una
puntería excelente. Sin embargo, aquí sigues. ―Extiende su brazo y toca mi
mejilla con el dorso de su mano―. No eres capaz de matar una mosca,
¿verdad?
Ladeo la cabeza y la observo durante unos segundos. Antes de que pueda
retirar su mano, la sujeto y retuerzo, haciendo que la zorra grite de dolor. La
suelto y, sin que se lo espere, le lanzo un puñetazo directo a la nariz.
Escucho el chasquido y cae al suelo de espaldas.
―No puedes decir que no te lo advertí ―susurro antes de dar media
vuelta y seguir mi camino hacia la cocina.
Tengo que hablar con Zarco. Necesito saber si nuestro trato sigue en pie.
¿Será cierto lo de fingir mi muerte? Lo veo capaz de ello.

Zarco
Me despierto sobresaltado al escuchar un grito desgarrador. Me pongo en
pie, y aún desnudo, salgo del dormitorio y encuentro a Luna en el suelo,
tiene las manos sobre el rostro. Me alarma la sangre. Siento un leve temblor
en las manos y la bilis sube desde mi estómago, pero consigo
recomponerme. Con los demás no me afecta tanto. La sangre de Beni, la
mía propia y la de Bailey, teniendo en cuenta que casi me desmayo cuando
la vi herida, son las únicas con las que no soy capaz de lidiar.
―¿Qué ha ocurrido? ―Me agacho para ayudarla, y al apartar las manos
descubro que la sangre sale de su nariz. Por la forma en la que se tuerce
hacia un lado podría jurar que está rota―. ¿Quién te ha hecho esto?
―¡Ella! ―grita―. La maldita mujer con la que te acuestas todas las
noches. ¡Me ha roto la nariz, joder!
Frunzo el ceño y contengo una maldición. Consigo poner a Luna de pie e
intento no mirar demasiado hacia la sangre.
―¿Qué le has dicho?
―¡¿Vas a echarme la culpa de esto?! ¡Esa perra está loca!
Resoplo. Conozco a Luna. Estoy segura de que la provocó, sin embargo,
en esta casa no es así como hacemos las cosas, no entre nosotros.
―Ve a limpiarte eso. Le pediré a Bailey que te eche un vistazo.
―¡No! No va a volver a tocarme.
―Está bien, entonces llamaré a otro médico, pero lárgate ya. Estás
dejando todo perdido.
―No está bien de la cabeza, Zarco. Ten cuidado o puede que decida
matarte mientras duermes.
Mientras la veo alejarse a toda prisa, suspiro y regreso al dormitorio.
Tardo apenas unos segundos en ponerme un pantalón de algodón e ir en
busca de Bailey. Necesito que me explique qué mierda ha pasado.
¡Maldición! Creí que todo estaba mejorando. Estas últimas semanas
hemos dormido juntos todas las noches. Cuando estoy con ella, siento que
se entrega a mí en todos los sentidos. Sí, sigue hablando del final del
maldito acuerdo, pero sé que con un poco de tiempo más podré lograr que
se quede aquí con nosotros. Este es su lugar. Todo el mundo se da cuenta,
menos ella. Bueno, y Luna. ¡Mierda, debo resolver esta situación cuanto
antes!
Al asomarme a la cocina, encuentro a Oscar, Gambo y Beni sentados a un
lado de la isla, están charlando con alguien que no logro ver hasta que me
acerco más. Por supuesto que es ella.
―¡Bailey! ―No se sobresalta. Solo alza la mirada del sándwich que se
está preparando con una ceja enarcada―. ¡¿Se puede saber qué demonios le
has hecho a Luna?! ¡Está sangrando como un cerdo! ¡¿Qué…?! ―Me
interrumpe alzando su mano.
Frunzo el ceño y la miro extrañado mientras se acerca, me sujeta por el
antebrazo y tira de mí hacia el exterior de la cocina.
―Ven conmigo ―susurra. No parece alterada en absoluto. Compruebo
que los demás nos miran con curiosidad―. Quédate ahí, por favor. ―Cada
vez más confuso, la veo dar media vuelta y regresa a la cocina. ¡¿Qué
demonios está pasando?!―. ¡Ahora puedes volver a entrar, pero esta vez sin
gritos!
Se me escapa una sonrisa y muevo una pierna por delante de la otra con
lentitud. Cuando al fin alcanzo a verla, compruebo que sigue preparando su
sándwich como si nada.
―Bailey ―siseo entre dientes.
Me mira, se lame una gota de mayonesa de su dedo índice y la muy
cabrona se atreve a sonreír.
―¿Sí, Zarco? ¿Puedo ayudarte en algo?
Esa sonrisa descarada me pone a cien. En un par de zancadas estoy a su
lado. No se lo espera, eso es algo que queda patente cuando la escucho
jadear justo antes de que mis labios colisionen contra los suyos. Rodeo su
cintura con el brazo y la atraigo hacia mi cuerpo. Sus manos van a parar a
mi pecho y, tras unos segundos, su lengua se enreda en la mía. Gruño,
obligándome a romper el beso, y escucho las risitas de mi hermano y los
demás.
―¡Fuera! ―ordeno sin dar lugar a réplicas.
Todos desaparecen en cuestión de segundos, así que vuelvo a besar a
Bailey y la alzo en brazos para dejarla sentada sobre la superficie de granito
de la isla. El sonido de varias tazas y vasos estrellándose contra el suelo me
hace detenerme una vez más.
―Para ―pide sin aliento.
Dejo que mi frente caiga sobre la suya e intento normalizar mi
respiración.
―Mía ―susurro antes de clavar mis dientes en su hombro―. Vas a
volverme loco.
Capítulo 25
Bailey

Clavo la mirada en su pecho desnudo y repaso una a una las cuentas del
rosario que lleva colgado del cuello mientras intento recuperar el aliento. Se
supone que mantener el autocontrol debería ser algo sencillo, pero cuando
este hombre me pone las manos encima pierdo la jodida cabeza.
Se aparta unos centímetros y busca mi mirada. Se ha detenido justo al
instante en el que le pedí que lo hiciera. Una vez más, a pesar de toda esa
agresividad y salvajismo que desprende, Zarco me demuestra que soy yo la
que tiene el poder de decisión y que en cualquier momento puedo hacerlo
parar con una sola palabra.
―¿Qué ocurre? ―inquiere, y desliza un mechón de cabello tras mi oreja
con suavidad.
―Acabas de montar una escena delante de tus hombres.
Sonríe y se encoge de hombros.
―¿Me ves preocupado por ello? ―Se acerca más y repasa el lateral de
mi cuello con la punta de la nariz. Sus manos se han anclado en mis muslos
y sigue encajado entre mis piernas abiertas. Inhala con fuerza y lo escucho
gemir despacio―. Si no les gusta, pueden largarse. Yo estaré encantado de
que nos dejen a solas un buen rato.
Intenta besarme de nuevo, pero me aparto.
―¿Eso también incluye a Luna? Porque parecías muy preocupado por
ella hace solo unos minutos.
Bufa y se aleja un poco, aunque sigue tocándome en todo momento.
―No puedes romperle la nariz a uno de los nuestros solo porque te
cabrea.
―No me ha cabreado, solo me provocó, y no es nada mío. Esta es tu
gente, yo solo estoy aquí de manera temporal, ¿cierto? ―Arqueo una ceja y
él aparta la mirada―. ¿Gabriel? ―Tal como esperaba, al llamarlo por su
nombre consigo llamar su atención. Esboza una pequeña sonrisa y desliza
sus manos hasta mi cintura.
―No te acostumbres a usar mi nombre como un arma.
―No lo hago. Solo te he hecho una pregunta que aún no has contestado.
¿Vas a cumplir tu parte del trato? ¿Podré regresar a mi vida? ―Inspira
hondo y asiente―. ¿Y cómo crees que pueda hacerlo si todo el mundo
piensa que estoy muerta?
Parece tardar unos instantes en darse cuenta de lo que acabo de decir.
Tensa la mandíbula y maldice en voz baja.
―Me has librado de tener que ser yo quien le dé un puñetazo en la cara a
la bocazas de Luna ―sisea entre dientes.
―Entonces, es cierto. ―Coloco mis manos en su pecho y lo aparto con
brusquedad―. Nunca tuviste intención de dejarme ir. ―Me bajo de la
encimera de un salto―. Tu plan siempre fue matarme cuando te cansaras de
jugar conmigo, ¿no?
―Mía, no voy a matarte ―afirma, poniendo los ojos en blanco.
―Tampoco vas a liberarme.
Bufa con fuerza y se frota el mentón con gesto pensativo.
―Escúchame bien. Si cuando llegue el momento quieres irte de aquí, no
haré nada para impedirlo, pero eso no significa que no pueda intentar
convencerte para que te quedes.
―¿Por qué? No tiene sentido que te arriesgues tanto. Sé demasiado sobre
ti y los tuyos. Podría contárselo a la Policía.
―Podrías, pero no lo harás. ―Se acerca y tira de mi barbilla para
mirarme a los ojos―. No crees en el sistema. Sabes por experiencia propia
que la Policía, los militares, la política… Todo eso es una mierda. Tú
priorizas la vida humana ante lo que se supone que es lo correcto. ¿Me
equivoco? ―Estoy segura de que puede intuir mis dudas porque vuelve a
resoplar―. ¿Qué más voy a tener que hacer para ganarme tu confianza?
―Ni siquiera entiendo por qué te esfuerzas tanto para lograrlo
―mascullo.
Esboza una nueva sonrisa y se encoge de hombros.
―Me gustan los retos, y tú eres uno enorme.
Nos miramos a los ojos durante varios segundos y empiezo a tener una
sensación extraña. No es la primera vez que me ocurre. Cada vez es más
intensa. Siento un temblor en la mano derecha, como un pequeño espasmo
involuntario, y aparto la mirada de inmediato. «No hay nada».
Inspiro hondo y retrocedo un par de pasos.
―Bueno, si lo que pretendes es que me disculpe con Luna, te advierto
desde ya que no tengo ninguna intención de hacerlo.
―Lo supuse. Aunque te agradecería que no volvieras a golpearla.
Cuando te provoque, dímelo y yo resolveré la situación de la mejor manera.
―Esa chica está loca por ti. Tal vez deberías prestarle un poco más de
atención.
―No es cierto.
Lo miro con una ceja enarcada.
―Eso no es lo que ella dice ni lo que yo veo. Te adora hasta tal punto
que no le importa compartirte con otras porque sabe que volverás a ella en
algún momento.
Zarco bufa con fuerza y niega con la cabeza.
―Luna tiene problemas de confianza. Su infancia no fue sencilla.
Frunzo el ceño, confusa, y entonces recuerdo lo que me contó cuando
hablamos sobre su madre y la forma en la que conoció a sus hombres.
―Luna es hija de uno de los hombres de tu padre, ¿verdad? ―Asiente―.
¿A su madre también le hicieron lo mismo que a la tuya?
―Es probable, y bueno, ella era una chica. Créeme cuando te digo que lo
pasó mucho peor que cualquiera de nosotros. Por eso confío tanto en Luna.
Jamás me traicionaría. Por muy dolida o cabreada que esté conmigo,
siempre podré contar con su lealtad.
―¿Todos los de tu círculo íntimo son hijos de los hombres de tu padre?
Oscar, Gambo…
―Gambo no. Él trabajaba para Urriaga cuando yo decidí
independizarme, y quiso venir conmigo. Sin embargo, con los años ha
logrado ganarse mi confianza. No hago diferencias entre él y los demás.
Aunque a veces parezca una cabra loca, es uno de los nuestros.
Asiento y nos quedamos callados unos segundos antes de que él vuelva a
la carga. Siento sus manos en mi cintura y alzo la vista.
―Tengo que empezar con el entrenamiento ―anuncio.
―Lo sé. Esta noche los chicos van a salir. He pensado que tú y yo
podríamos pasar un rato juntos y a solas.
Arqueo una ceja con diversión.
―¿No es eso lo que hacemos todas las noches? ―La sonrisa traviesa y
canalla que me dedica hace que la sensación extraña regrese a mi pecho. No
sé qué es, pero resulta inquietante como mínimo.
―Me refiero a pasar tiempo juntos vestidos. Cena, un par de copas,
charla… ―Frunzo el ceño―. ¿Qué? ¿No te apetece?
―No es eso. Solo que no entiendo a dónde quieres llegar ni por dónde
vas a salir con eso de la cena y la charla.
Se acerca aún más y desliza sus manos hasta mi trasero. Lo amasa y
muerde mi labio inferior.
―Salir no sé, lo que puedo asegurar es que tengo la intención de entrar
en algún lugar antes de que acabe la noche. ―Pega su endurecida
entrepierna a mi bajo vientre y vuelve a sonreír―. Hay muchas cosas que
no sabes sobre mí y yo tampoco te conozco del todo. Pretendo cambiar eso,
Mía.
Inspiro hondo por la nariz y mi mano sufre otro pequeño espasmo cuando
un nudo extraño se instala en mi garganta. Cierro los ojos y asiento. «No
hay nada», me repito una y otra vez en mi mente mientras siento los labios
de Zarco moviéndose sobre los míos.
Capítulo 26
Zarco

―Todo está listo ―informa Lagos tras entrar en mi despacho.


Asiento y respiro hondo. La de hoy es una de las operaciones más
importantes que he llevado a cabo, y no por la complejidad logística. Esta
noche sabré si de verdad tenemos un topo infiltrado en la organización.
Empezamos a valorar esa posibilidad después de la emboscada tras la
reunión con Zakharov. Lo hablé con él y estuvo de acuerdo en hacer un
pequeño ajuste en nuestra negociación, aunque eso es algo que solo Lagos y
yo sabemos. No es que no confíe en los demás. Estoy seguro de que
ninguno de ellos me ha vendido a Urriaga, pero necesito mantener en el
más estricto secreto el plan para que dé resultados. Estoy convencido de que
alguien le pasa información a Urriaga, alguien que está aquí, en mi casa.
Puede que alguno de los últimos hombres que se unieron a nosotros, o quizá
alguien más antiguo. Sea como sea, después de la operación de esta noche
tendré la certeza de ello y podremos comenzar con la búsqueda del traidor
entre nuestras filas.
―¿Los chicos están listos? ―inquiero.
―Sí. ―Lagos resopla y hunde los dedos en su pelo en un gesto de
frustración―. ¿Estás seguro de que quieres que Beni y Luna participen en
la operación? Si los hombres de Urriaga aparecen, se puede convertir en un
gran problema. Tu hermano es muy impulsivo, y ¿has visto la cara de
Luna? Casi no puede abrir los ojos desde que Bailey le partió la nariz esta
mañana.
―Tenéis que ir todos. Esta operación tiene que parecer igual a cualquier
otra. Luna vigilando la radio de la Policía y Beni pendiente de que todo
salga como es debido junto a Oscar y Gambo. Tú los diriges.
―Conozco el procedimiento, Zarco. Solo digo que, si estamos en lo
cierto, los hombres de Urriaga aparecerán. Nos sabemos cuántos ni con qué
medios. Es peligroso.
―Más peligroso aún es tener a un jodido traidor entre nosotros.
―Resoplo con fuerza―. Quiero que al mínimo indicio de haber sido
expuestos salgáis de allí. No nos conviene un enfrentamiento directo.
―Sí, lo sé, lo tengo controlado.
―Bien, entonces largaos y avísame si hay alguna novedad. ―Asiente y
se dispone a abandonar la oficina, sin embargo, antes de que pueda llegar a
la puerta lo llamo por su nombre―. Lagos ―se gira a medias―, tened
cuidado, y no dejes que Beni reciba otro disparo, ¿quieres?
―Haré todo lo que esté en mis manos ―responde serio.
Al salir se cruza con mi hermano pequeño. Le hago un gesto a Lagos
para que lo deje pasar y Beni no tarda en tomar asiento al otro lado de la
mesa. Se me queda mirando con una sonrisita idiota.
―¿Tú no tienes nada que hacer? ―mascullo, frunciendo el ceño.
―Sí, estamos listos para salir, pero antes he querido venir a hablar
contigo.
―¿Sobre qué? ―inquiero.
―Bailey. ―Me mira a los ojos y su gesto cambia a uno mucho más
serio―. ¿Qué está pasando entre vosotros?
―Eso no es asunto tuyo, Beni. Vete de aquí e intenta que no te hieran
esta vez.
―Pues yo sí creo que es asunto mío.
―No me digas… ―Pongo los codos sobre la mesa y entrecruzo los
dedos de las manos justo frente a mi rostro.
―Me salvó la vida, y no solo eso, también me ha cuidado durante todo
este tiempo. Es una mujer increíble, Zarco.
Inspiro hondo y arqueo una ceja de manera interrogante.
―¿Te gusta?
―¡¿Qué?! No de la forma que estás pensando. Le tengo cariño, aunque
ella siempre parezca tan ausente e insensible, en el fondo no creo que lo sea
tanto, y tú… ―Suspira y clava su mirada en la mía―. No quiero que le
hagas daño.
Mis comisuras se elevan de manera involuntaria.
―A ver si lo he entendido, estás aquí para advertirme… ¿Amenazarme,
puede ser? ―Se me escapa la risa―. ¿Vas a decirme que me lo harás pagar
si lastimo a Bailey?
―¡No te burles de mí! ―sisea, apretando los puños.
Respiro hondo y niego con la cabeza.
―No lo hago. Solo intento entender cuáles son tus intenciones. ¿Quieres
defender su honor o algo así? ¿Ahora debo pedirte permiso para follármela
cuando me dé la gana?
―¡No hables así de Bailey! ―exclama, poniéndose en pie. Me sorprende
su reacción, pero no digo nada―. ¡Mira lo que le haces a Luna! ¡¿No te das
cuenta, hermano?! ¡Después de toda la mierda que pasó, tú la tratas como
un trozo de basura inútil!
Me levanto despacio y enderezo los puños de mi camisa intentando
contener mi carácter.
―¿Qué mierda sabes tú sobre lo que ella vivió? No tienes ni puta idea de
lo que ninguno de nosotros pasamos, Beni, y me alegra que así sea.
―¿Vas a echarme en cara que arriesgaste tu propia vida para alejarme de
nuestro padre?
Abro mucho los ojos y niego con la cabeza. Rodeo la mesa, y al llegar a
su lado, lo sujeto por los laterales del cuello y lo obligo a mirarme a los
ojos.
―Nunca me he arrepentido de lo que hice. Te alejé de ese lugar y de la
influencia del maldito hijo de puta que nos dio la vida. Fue mi decisión y
jamás te lo reprocharé. No sé en qué momento has pensado que soy tu
enemigo, Beni. Lo de Luna… ―Suspiro―. Esa también fue su decisión. Yo
no le puse una pistola en la cabeza para que se metiera en mi cama. Le
advertí que no obtendría de mí más que un buen rato, y lo aceptó.
―¿Y Bailey? ¿Con ella también estás pasando el rato?
Lo suelto y me rasco el mentón, pensando en si debo o no contarle la
verdad. Es mi hermano y confío en él, pero admitir lo que ella significa para
mí conlleva ponerle una jodida diana en la espalda. En mi trabajo no
podemos dejar al descubierto las debilidades, y Bailey es una de ellas. Dejo
escapar una exhalación y niego con la cabeza.
―Mi intención es conservarla. Estoy poniendo todo de mi parte para que
decida quedarse con nosotros.
―¿Por qué? ―Se queda mirándome unos segundos y entonces sus ojos
se abren hasta el nacimiento del pelo―. Te gusta de verdad ―susurra,
esbozando una pequeña sonrisa.
Me encojo de hombros y doy media vuelta para volver a mi asiento.
―Como ya he dicho, eso no es asunto tuyo. Ahora lárgate a cumplir con
tu trabajo.

Bailey
Esto es muy raro. La casa está tan silenciosa… Y no me refiero solo al
ala privada de Zarco. La mayoría de sus hombres se han marchado con
Lagos, Gambo, Oscar, Beni y hasta Luna. Solo unos cuantos permanecen
haciendo rondas por los jardines.
―¿Dónde está todo el mundo? ―inquiero con el tenedor a medio camino
de la boca.
No sé quién ha preparado la comida, pero está deliciosa. Alguna que otra
vez he visto que traen las cenas ya hechas a este ala de la casa. También hay
servicio de limpieza cada pocos días, y en una ocasión escuché a Lagos
decir que tienen una cocina con chef privado en la casa. No sé en qué parte.
Zarco aparta la mirada de la pantalla de su teléfono y suspira. Todo eso
de la cena y la charla no está saliendo como esperaba. Creí que al menos me
hablaría, pero ya llevamos más de una hora sentados en el comedor y
apenas me ha dirigido la palabra.
―Estoy un poco distraído, ¿verdad? ―Se sirve una copa de vino y la
bebe en un par de tragos. Después estrecha su mirada sobre mí―. Se
supone que esta noche íbamos a pasar un buen rato y te estoy ignorando.
―No me molesta que me ignoren ―digo, siendo del todo sincera.
Al contrario de muchas personas, no me incomodan los silencios.
Siempre he pensado que, si no tienes nada interesante que decir, es mejor
quedarse callado.
―¿Hay algo que te moleste a ti, Bailey? ―Sonríe mientras se sirve otra
copa. Me encojo de hombros y sigo comiendo bajo su atenta mirada―.
¿Por qué eres tan inaccesible? ―Esbozo una falsa sonrisa y niego con la
cabeza. «Esa es la pregunta del millón».
Zarco está a punto de hablar de nuevo cuando su teléfono empieza a
vibrar sobre la superficie de la mesa. Su gesto cambia enseguida a uno
mucho más serio y atiende la llamada. Sé que es Lagos quién está al otro
lado de la línea porque habla lo bastante alto como para que pueda escuchar
lo que dice.
―¡Nos han jodido, Zarco! ¡Era una puta emboscada!
―¡¿Dónde estáis?! ―Zarco se pone en pie frunciendo el ceño.
―Seguimos en Cave Creek. Son demasiados. ―Se escuchan disparos y
Zarco se cubre el rostro con la mano que le queda libre.
―¡Salid de ahí ahora mismo, maldita sea! ―brama, y juraría que incluso
las paredes tiemblan.
―¡No podemos! Nos han rodeado y Oscar está herido. La cosa pinta
muy fea, hermano. Alex está aquí.
Me produce curiosidad saber quién es el tal Alex, sin embargo, el hecho
de que Oscar esté herido llama aún más mi atención. Me pongo de pie a
toda prisa y le arrebato el teléfono de las manos a Zarco.
―¡¿Qué demonios haces?! ―exclama, girándose con brusquedad.
Alzo la mano para hacerlo callar y activo el altavoz antes de colocar el
teléfono sobre la mesa.
―Lagos, dime cómo de grave es la herida de Oscar.
Se escuchan varios disparos y después Lagos jadea por el esfuerzo.
―Bailey ―susurra―. Eh… No lo sé. Le han disparado cerca del
hombro. Está sangrando mucho.
Zarco se aleja y empieza a llamar a los hombres que aún quedan en la
casa mientras yo continúo hablando con Lagos.
―¿Estás con él? ―pregunto en tono calmado.
―Sí. Lo tengo justo aquí.
―¿Está consciente?
―¿Consciente? El hijo de puta no deja de disparar, así que sí, muy
consciente.
―Bien, eso es bueno. ―Zarco da órdenes a sus hombres, las cuales no
soy capaz de escuchar, y regresa a mi lado―. Quiero que compruebes si la
bala ha salido o aún sigue alojada en su cuerpo.
Más disparos y Zarco se aprieta el puente de la nariz y bufa con fuerza.
No deja de mover las piernas con nerviosismo. Lo miro de reojo y le pido
que se tranquilice, solo que no me hace caso. Después de unos segundos,
Lagos vuelve a hablar.
―No la veo, Bailey. ¡Mierda! Creo que le han dado a Beni. ―En un
impulso, busco la mano de Zarco y la aprieto con fuerza. Está temblando―.
¡Joder, están llegando más! Tenemos que… ―La llamada se corta.
―¡Lagos! ¡Lagos! ―Zarco intenta llamarlo de nuevo, pero no logra
contactar con él.
―Tranquilízate ―le pido.
―Tengo que ir a por ellos, Bailey. Van a morir si no hago nada.
―Lo sé. ―Varios hombres entran en el comedor e informan de que ya
están listos para partir―. Bien, dame un minuto. Necesito recoger el bolso
medicalizado ―digo.
Zarco me mira frunciendo el ceño y niega con la cabeza.
―Tú te quedas. No voy a arriesgar tu vida también.
―Soy yo la que decide qué arriesgar y qué no. Además, Oscar necesita
asistencia médica urgente. Puede estar desangrándose, y si a Beni también
le han dado… ―Me mira a los ojos y puedo ver la desesperación en su
rostro. Coloco mi mano en su mejilla―. Vamos a intentar traerlos de una
pieza, ¿vale? Solo mantén la calma. ―Asiente y suelto su mano para poder
ir a mi habitación a por el bolso.
Capítulo 27
Bailey

Los casi cuarenta minutos que separan Paradise Valley de Cave Creek se
convierte en una escasa media hora con Zarco al volante, dando giros
cerrados en las curvas, derrapando y excediendo todos los límites de
velocidad. Nos dirigimos a una zona apartada, casi desértica. Giramos a la
derecha y la carretera se convierte en una pista estrecha de tierra árida.
Varios coches nos siguen, son los hombres que quedaban en la casa, los
refuerzos. Enseguida llegamos a lo que parece ser una casa de planta baja
en mitad de la nada.
―¿Qué es este lugar? ―pregunto al ver que más de una veintena de
vehículos rodean la casa.
―Aquí solemos almacenar alguna mercancía antes de distribuirla
―responde. Detiene el coche y se inclina para abrir la guantera. Saca de
ella dos pistolas y su cuchillo de caza. Se guarda una en la cartuchera que
lleva bajo el brazo y me tiende la otra. Al ver que niego con la cabeza,
resopla y la deja sobre mis piernas―. Ya sé que no quieres matar a nadie,
pero me quedo más tranquilo si sé que tienes algo con lo que defenderte.
―Zarco, no llevo un arma porque corro el riesgo de usarla.
―No vas a entrar ahí dentro sin ella, eso te lo aseguro. ―Se guarda el
cuchillo en la cinturilla y clava la mirada en la estructura de la casa.
Todo está en silencio. No hay disparos ni gritos, y eso es lo más
preocupante.
―Pueden estar vivos ―susurro―. Tal vez estén escondidos o…
―Vayamos a averiguarlo ―masculla, y tras mirarme con intensidad, sale
del coche y no me queda más remedio que guardar la pistola a mi espalda
antes de seguirlo.
Sus hombres van armados con rifles de asalto de alto calibre, e incluso
llego a ver algunas granadas de mano colgando del cinturón de uno de ellos.
Zarco les indica que rodeen la casa para poder controlar todo el perímetro y
enseguida empiezan a dispersarse. Nosotros nos dirigimos a la entrada
principal. Él va delante. Puedo oler la pólvora quemada incluso desde
afuera y hay agujeros en la puerta de madera. Zarco se asoma con la
intención de abrirla, pero lo detengo.
―¿Qué haces? ―susurro. Me mira confuso―. Si hay alguien al otro
lado, te volará la cabeza antes de que puedas notar su presencia.
Chasquea la lengua y frunce el ceño.
―¿Dónde tienes la pistola? ―Pongo los ojos en blanco y, tras cogerla de
mi espalda, se la muestro―. Por Dios santo, Mía. Úsala si tienes que
hacerlo.
―Sí, está bien ―farfullo―. Deja que yo abra la puerta. Le daré una
patada y podrás cubrirme. ―Parece pensarlo durante unos segundos y, tras
resoplar con fuerza, asiente.
Cruzo rápido hacia el otro lado de la entrada, hago una cuenta atrás desde
tres con los dedos y cojo impulso. Golpeo la puerta con la planta del pie y
esta se abre con un estruendo. Enseguida me aparto y Zarco apunta hacia el
interior. Alzo mi pistola con ambas manos, más por costumbre que por
tener intención de usarla, y me escondo tras su cuerpo mientras él avanza.
―Habéis llegado tarde ―escucho que dice Lagos.
Me aparto un poco y compruebo que el lugar parece un jodido
cementerio. Hay cadáveres por todos lados, algunos los reconozco como
hombres de Zarco y otros no sé quiénes son.
―¿Estáis bien? ―inquiero, y me acerco para comprobar el estado de
Oscar. Está sentado en el suelo, con la espalda apoyada en la pared y Lagos
presiona la herida de su hombro con lo que parece ser una camiseta. Me
arrodillo a su lado y le doy un par de golpecitos en la mejilla con la palma
de la mano. Oscar me mira y alza el dedo pulgar. Parece más agotado que
cualquier otra cosa―. Vale, deja que yo me encargue ―le pido a Lagos.
Se pone en pie y yo soy yo quien mantiene sujeta la camiseta para ejercer
presión en la herida. Le echo un vistazo rápido y compruebo que casi no
sangra y, tal como dijo por teléfono, no hay orificio de salida. Lo más
probable es que la bala haya quedado incrustada en la clavícula.
―¿Dónde están los demás? ―escucho que pregunta Zarco.
―Se han ido tras Alex. Abatimos a la mayoría de sus hombres, pero un
puñado lograron huir. Imaginé que querrías a ese hijo de perra con vida ―le
dice Lagos.
―¿Y Beni? Dijiste que estaba herido.
―Solo fue un rasguño. Tranquilo, tu hermano está bien. Intenté
convencerlo para que regresara a casa, pero ya sabes cómo es. El único que
salió mal parado fue Oscar.
―No es grave ―informo mientras le inmovilizo el brazo contra el pecho
con un par de vendas―. Tengo que operarlo, pero puede esperar a que
lleguemos a un lugar más estéril que este.
Zarco asiente y suelta un resoplido, creo que de alivio.
―Llama a Luna, está con ellos ―le pide Lagos―. Mi teléfono se quedó
hecho trizas, por eso no pude contactar contigo, y se marcharon tan rápido
que no me dio tiempo a pedirles uno.
Zarco enseguida contacta con Gambo y este le informa que han perdido
de vista al tal Alex y vienen de camino hacia nosotros. Con ayuda de un par
de hombres, metemos a Oscar en la parte trasera de uno de los vehículos y
Zarco ordena que lo lleven a casa.
―Yo voy con él ―digo.
Recibo un cabeceo por su parte y me coge de la mano.
―Tú no vas a separarte de mí. Oscar estará bien, enseguida nos
marchamos.
No se lo discuto porque sé que ahora mismo sería un esfuerzo inútil.
Zarco está en modo jefe todopoderoso, dando órdenes a sus hombres para
que se libren de los cadáveres y limpien toda la zona. Gambo, Luna y Beni
no tardan en aparecer, y tras revisar a este último certifico que Lagos estaba
en lo cierto. Tiene un pequeño corte en el antebrazo, pero no es más que un
rasguño. Lo desinfecto y después lo vendo solo por seguridad.
Los hombres de Zarco empiezan a trasladar los cadáveres y apilarlos en
el exterior. Veo como uno de ellos trae un cuerpo colgado del hombro como
si fuese un saco de cemento, lo lanza sobre la pila y se gira para entrar de
nuevo a la casa. No se da cuenta de que lo que se supone que debería ser un
cadáver es un hombre aún vivo. Lo veo abrir los ojos, y antes de que pueda
avisar a Zarco le está apuntando con una pistola. Va a dispararle y nadie lo
ve más que yo. Tardo solo una milésima de segundo en reaccionar, lo hago
por puro instinto. Empuño la pistola, levanto el brazo y aprieto el gatillo. La
bala entra por su frente, y con un espasmo involuntario cae hacia atrás sin
vida.
Todos se giran para mirarme. Zarco parece darse cuenta de lo que ha
pasado y se acerca despacio. Me dice algo, pero no soy capaz de
escucharlo. Dejo caer el arma y me miro las manos. «He matado de nuevo».

Zarco
Pasan varias horas hasta que Bailey sale de la sala de juegos. La mesa de
billar ha vuelto a ser utilizada como camilla de operaciones, esta vez es
Oscar el herido. En cuanto la puerta se cierra, me abalanzo sobre ella con
desesperación. Necesito saber que está bien. Me preocupa su actitud
después de que mató a ese tipo. No sé qué es, pero hay algo que no me
gusta. Su mirada era tan fría… Intenté hablar con ella en el camino de
vuelta a casa, sin embargo, Beni vino en mi coche y no pude ahondar más
en ese estado de ausencia en el que ella estaba sumida.
―¿Cómo está? ―pregunto con impaciencia.
Suspira y alza la vista hacia mi rostro. Un segundo, dos y aparta la
mirada.
―Se pondrá bien. Tiene una pequeña fractura en la clavícula, pero la
bala no tocó ninguna vena o arteria importante. Solo necesita descansar.
―Ordenaré que lo lleven a su habitación.
―Bien.
Está a punto de irse, pero justo cuando pasa a mi lado, la sujeto por el
brazo y busco su mirada.
―¿Y tú cómo estás?
―Cansada, supongo. ―Se encoge de hombros―. ¿Necesitas algo más?
¡¿Eso es todo?! ¿De verdad va actuar como si no hubiese pasado nada?
Inspiro hondo por la nariz y la suelto. Le daré un rato para que pueda poner
en orden sus ideas y después hablaremos. Esta noche le dejaré muy claras
mis intenciones. Necesito que entienda que este es su hogar y nosotros su
familia, ya no está sola y jamás lo volverá a estar.
Capítulo 28
Bailey

Tras salir de la ducha, me visto con mi camiseta larga de dormir y tomo


asiento a los pies de la cama. Necesito aclarar mi mente. Ni siquiera el agua
caliente ha sido capaz de arrancarme de las manos esa sensación de
suciedad. «Unas manos manchadas de sangre». Dos años, eso fue todo lo
que pude mantener mi promesa. Pensándolo ahora, soy consciente de que
no tenía por qué haber matado a ese hombre. Tal vez, si le hubiese
disparado en la mano o en el pecho… Pero no, tomé la decisión consciente
de meterle un jodido balazo en la cabeza, y lo hice porque la vida de Zarco
estaba en peligro. ¿En qué me convierte eso? ¿Lo volvería a hacer?
Antes de que pueda contestar alguna de las cientos de preguntas que se
me pasan por la cabeza, soy interrumpida por Zarco. Entra en el dormitorio
sin llamar a la puerta y se acerca en silencio. Al mirarlo, tengo claro que
volvería a matar por él, y esa confirmación me hace darme cuenta de que
debo salir de este lugar cuanto antes.
―Deja que me marche, Zarco ―pido, mirándolo a los ojos.
Frunce el ceño y sacude la cabeza de un lado a otro.
―¿De qué demonios hablas? ―Se acuclilla frente a mí y sujeta mi
barbilla con el dedo índice y pulgar―. Mía, sé que ahora mismo estás
disgustada. Matar a ese hombre te ha afectado y…
―No es nada de eso ―digo interrumpiéndolo.
Chasquea la lengua y bufa con fuerza.
―Claro que sí. No tienes que hacerte la fuerte conmigo. Yo también
siento remordimientos alguna vez. Soy consciente de que las personas que
mueren a mi alrededor tienen familias. Mujeres, hijos, madres, hermanas…
No soy tan insensible, ¿sabes?
―Yo sí ―respondo con tranquilidad.
Resopla de nuevo y enmarca mi rostro con ambas manos.
―Puedes ser sincera conmigo. Este lugar es seguro para ti, a mi lado
siempre estarás a salvo.
Me muerdo la lengua para no rebatir su afirmación. Desde que lo
conozco, su hermano y uno de sus mejores amigos casi han muerto. ¿Cómo
voy a estar a salvo?
―Zarco, solo quiero volver a casa.
―Esta es tu casa. Nosotros somos tu familia, ¿es que no lo ves? ―Toma
aire y su garganta se mueve al tragar saliva con fuerza―. Quiero que te
quedes conmigo.
―¿Por qué? ―inquiero confusa.
Esboza una sonrisa nerviosa y se encoge de hombros.
―¿De verdad tengo que decirlo? Estoy loco por ti. Te quiero, Mía.
Pestañeo un par de veces, y esa sensación tan molesta regresa a mi pecho.
Siento un leve temblor en el brazo, pero enseguida me recompongo y aparto
las manos de Zarco de mi rostro. Me levanto y camino un par de pasos por
la habitación antes de girarme hacia él.
―No puedes hablar en serio. Tú no me quieres.
Se incorpora y me mira con la cabeza ladeada y las manos en los
bolsillos del pantalón.
―Creo que soy muy capaz de distinguir mis propios sentimientos, Mía.
Sí te quiero.
―No puedes. Tú… ―Resoplo y me cubro el rostro con las manos―.
Soy tu rehén, ¿recuerdas?
―Hace mucho que dejaste de ser solo eso. En realidad, creo que nunca lo
fuiste. ―Intenta acercarse, pero lo detengo alzando mi mano. Estrecha su
mirada sobre mí―. ¿Qué ocurre? Si es por lo que ha pasado hoy, te
prometo que no volveré a ponerte en esa situación. No tendrás que matar de
nuevo. Sé que te sientes…
―¡No sabes una mierda! ―grito. Lo miro frunciendo el ceño―. ¡¿Cómo
puedes decir que me quieres?! Citas, cenas románticas… No soy tu novia,
Zarco. Esto no es una maldita relación amorosa.
―Ni siquiera intentes negar lo que sientes por mí ―sisea entre dientes.
―¿Lo que siento por ti? ―Suelto una carcajada―. ¡Maldita sea, yo no
siento nada! ¡Es físicamente imposible que pueda estar enamorada de ti!
―¿De qué hablas? ―inquiere.
Tomo una respiración profunda y me encojo de hombros.
―Después de mi última misión en Afganistán algo se rompió aquí
dentro. ―Señalo mi sien derecha con la punta del dedo índice―. Estaba
allí, de pie, rodeada de más de veinte hombres, mujeres y niños sin vida y
fui incapaz de sentir nada.
―Mía…
―¡No, escúchame! Quiero que lo entiendas. ―Me acerco a él en un par
de zancadas―. ¿Quieres saber qué sentí hoy después de volarle la cabeza a
ese tipo? ―Hago una pausa y lo miro a los ojos―. Nada. No hay culpa,
remordimientos, pena o tristeza. ―Pongo la mano en el centro de mi pecho
y exhalo con fuerza―. Aquí dentro no hay nada. Estoy vacía. Me
preguntaste por qué soy tan inaccesible, y esa es la respuesta. Yo no quiero
a nadie, Zarco. No soy capaz de hacerlo.
Retrocedo y aparto la mirada. Jamás lo había confesado en voz alta hasta
ahora. Permanezco quieta y aguardo a que él se dé cuenta por sí mismo de
que no estoy mintiendo. Bufa y vuelve a acercarse. Tira de mi rostro hacia
arriba y me mira a los ojos.
―Puedo ayudarte. Aquí, con personas que se preocupan por ti, puedes
sanar y…
Me aparto y niego con la cabeza.
―¿Estás bromeando? ¿Sabes por qué me prometí no volver a matar? Una
persona como yo, con mis habilidades y que no siente el peso de las
consecuencias de sus actos, puede convertirse en un verdadero monstruo.
En este ambiente… ―Estiro los brazos en cruz para abarcar todo a mi
alrededor―. Tu mundo es un jodido caldo de cultivo para los monstruos, y
yo no quiero convertirme en uno. Lo único que me queda es mi capacidad
para saber lo que es correcto y lo que no.
―Tiene que haber alguna forma.
―No la hay. Solo quiero regresar a mi vida. Puedes dejarme ir o lo haré
por mi cuenta. Ya he quebrantado mi promesa hoy. Preferiría no tener que
volver a hacerlo.
Me mira ladeando la cabeza, como si intentara descubrir si hablo o no en
serio.
―¿Serías capaz de matarme? ¿Acabarías con la vida de Beni?
Inspiro hondo y me encojo de hombros.
―Podría volarle la cabeza a cualquiera de vosotros y no sentiría ni una
pizca de compasión ―respondo, y que me parta un rayo si estoy mintiendo.
Zarco retrocede despacio y sacude la cabeza de un lado a otro. Resopla y
se marcha de la habitación sin decir ni una sola palabra.
Vuelvo a mi lugar a los pies de la cama y miro mis manos. Están
temblando, y no entiendo el motivo. No estoy nerviosa o alterada, no soy
capaz de estarlo. Espero en silencio durante más de una hora hasta que la
puerta se abre de nuevo. Alzo la mirada y observo a Zarco. Camina
despacio y se detiene en el centro de la habitación.
―Es la última vez que te pido que te quedes conmigo. ―Me mira, y sus
ojos reflejan una tristeza profunda e hiriente. En momentos como este me
encantaría poder hacer gala de la empatía que hace al ser humano quien es.
No la encuentro. «No hay nada»―. Por favor.
―No ―respondo.
Zarco cierra los ojos y se encorva un poco, como si acabara de recibir un
puñetazo en el estómago. Exhala con fuerza y gira la cabeza en dirección a
la salida.
―Mis hombres tienen órdenes de dejarte marchar cuando lo desees.
Cualquiera de ellos puede llevarte a la ciudad. ―Hace una pausa y lo
escucho tragar saliva―. La Policía te hará preguntas. Confío en que sepas
mantener la boca cerrada.
―No diré nada ―afirmo.
―Más te vale, porque tu supervivencia no solo depende de mí. Zakharov
te conoce, y si lo delatas…
―No lo haré ―lo corto.
―Bien. ―Suspira y se gira de nuevo. Me sorprende ver el brillo en sus
ojos, como si estuviese reteniendo a la fuerza las lágrimas tras sus
párpados―. Adiós, Bailey. ―Da media vuelta y sale de la habitación como
una ventisca, azotando la puerta a su espalda.
Respiro hondo y vuelvo a notar el temblor en mis manos. Supongo que
esto es todo. Vuelvo a ser una mujer libre. Regresaré a mi casa y mis días
entre estos criminales solo serán una experiencia más. Inspiro hondo por la
nariz y cierro los ojos. La sensación extraña se me atasca en la garganta.
Tengo que salir de aquí cuanto antes.
Capítulo 29
Bailey
Tres semanas después

―Entonces, ¿cómo has estado estos últimos días?


―Bien ―respondo, tal como se supone que debo hacer.
Odio la jodida terapia. Me aburre, y lo peor es que estoy aquí por no
haber sido demasiado lista. En el momento en el que entré en la comisaria,
casi me echo a reír cuando los agentes se dieron cuenta de que se supone
que debería estar muerta, y ahí se acabó toda la diversión. Pasé los
siguientes dos días encerrada en una sala donde me acribillaron a preguntas.
Mi versión no cambió en ningún momento: Fui secuestrada por tres
desconocidos, me llevaron a un lugar que no soy capaz de identificar. Tras
atender al que estaba herido, me encerraron en una habitación oscura. Me
alimentaron y trataron bien hasta el día en que decidieron liberarme. Cometí
el error de decir que no recordaba algunos días de mi cautiverio, y eso me
trajo directa a esta maldita consulta donde una loquera no deja de intentar
meterse en mi jodida cabeza. Le encanta repetir su diagnóstico: estrés
postraumático. «Si yo le contara…».
―En un caso tan grave de síndrome de estrés postraumático es normal
que el cerebro borre algunas vivencias para protegerse a sí mismo. ―Se me
escapa una sonrisa. Es tan predecible…―. ¿Ocurre algo?
«Mierda. Pillada».
―No, en absoluto.
Me mira unos segundos y después continúa.
―¿Has tenido pesadillas o ansiedad?
―No, nada de eso ―respondo.
¿Ansiedad? Puede que la sensación extraña que me oprime el pecho sea
por eso, y los temblores… Sí, ha habido bastante de eso desde que me
marché de la casa de Zarco.
―Tu mente intenta reprimir los recuerdos, pero te aseguro que tú eres la
que tiene el poder de permitírselo, Mía.
Inspiro hondo y noto como se me cierra la garganta. Nunca me ha
gustado que me llamen por mi nombre de pila, sin embargo, ahora me
resulta insoportable escucharlo.
―Bailey ―la corrijo tras carraspear.
―Tienes un nombre muy bonito. ¿Por qué no quieres usarlo? ¿Tiene algo
que ver con tu infancia? Tu padre, al ser un general del Ejército, no pasaba
demasiado tiempo contigo, ¿cierto?
«¡Que alguien me pegue un tiro, por favor! ¿De verdad va a empezar con
la mierda de los traumas infantiles?». Ahora recuerdo por qué dejé de
acudir a terapia después de abandonar el Ejército. Durante los primeros
meses llegué a pensar que me curaría, que los sentimientos regresarían poco
a poco, sin embargo, los malditos psiquiatras y psicólogos no dejaban de
decir que era yo la que reprimía las emociones para no tener que enfrentar
las consecuencias de mis actos.
―Estoy acostumbrada a que me llamen por el apellido, eso es todo
―respondo con una falsa sonrisa.
Ella resopla y deja su libreta de anotaciones a un lado antes de clavar su
mirada en la mía.
―Ambas sabemos que no estás siendo sincera. ―«Ahí vamos de
nuevo»―. Lo entiendo. Prefieres seguir insensibilizada. Solo quiero que te
plantees bien tus prioridades. No sientes lo malo, pero también te estás
perdiendo todo lo bueno, y eso es lo que nos humaniza.
Miro la hora en mi reloj y suspiro.
―Entendido. ¿Puedo irme ya? Se me hace tarde.
―Claro. Te llamaré para agendar una nueva cita. ―Asiento, aunque no
tengo ninguna intención de regresar.
¡Que se joda la Policía! No he hecho nada malo. Se supone que yo soy la
víctima, así que no pueden seguir obligándome a soportar a esta idiota.
Regreso a casa caminando. Me lleva más de tres horas atravesar la
ciudad, pero tampoco tengo nada mejor que hacer. Es curioso lo rápido que
te sustituyen en el trabajo cuando creen que has muerto. Supuse que, a
volver, podría retomar mi vida en el mismo punto en el que la dejé, pero no
ha sido así en absoluto. Hasta que regularice mi situación legal con eso de
no estar muerta no podré ponerme a trabajar de nuevo; tampoco recibo la
pensión del Ejército. Al menos tengo bastante dinero ahorrado para seguir
adelante una temporada. Lo que peor llevo es el aburrimiento. Paso los días
encerrada, leo, veo series e incluso he comenzado a reformar parte del
apartamento por mí misma con la ayuda de videotutoriales. No sé qué será
lo siguiente He pensado que tal vez debería adoptar a un perro del refugio,
al menos tendría compañía.
Cuando me encamino hacia el portal del edificio donde vivo ya ha caído
la noche. No puedo evitar mirar a mi alrededor. Ahí está, en el mismo lugar
de siempre. Finjo no darme cuenta de la presencia de un todoterreno negro
con los cristales tintados estacionado al otro lado de la calle. No sé quién
me está vigilando. Tal vez sean los hombres de Zarco, o del ruso. La verdad
es que me importa una mierda. Mientras no se metan conmigo yo no tendré
que defenderme, y con eso me basta.

Zarco
Me froto el mentón cubierto de barba y miro de nuevo la hora en mi reloj
de pulsera. ¿Dónde demonios se ha metido? Ya es de noche. ¿Es que no
sabe el peligro que corre ahí fuera? Entonces la veo y saco todo el aire de
mis pulmones con una exhalación. «Está bien». La observo desde el interior
del vehículo con la seguridad que me dan los cristales tintados de las
ventanillas. Apuesto a que se ha dado cuenta de que alguien la vigila día y
noche. Yo apenas puedo venir un par de horas al día. La búsqueda del
traidor me está llevando más tiempo y esfuerzo del que esperaba.
He renovado gran parte de mis filas, sin embargo, seguimos sin descubrir
quién le está pasando información a Urriaga. Bailey se mete en el portal y al
fin consigo respirar con normalidad. Está en su casa, sana y salva, y así es
como debe seguir. En estas últimas semanas he resistido la tentación de
hablarle, de subir a ese maldito apartamento, cargarla sobre mi hombro y
llevármela a casa, que es el lugar en el que debe estar y al que pertenece.
Debo recordarme a mí mismo cada segundo que eso no es lo que ella desea.
No, me destruiría volver a ver en su mirada esa indiferencia hacia mí.
¿Cómo demonios le haces entender a alguien que te ama, aunque ni ella
misma lo sepa?
Resoplo con fuerza y me pinzo el puente de la nariz en un gesto de
frustración. Sé que lo más lógico y sano sería dejarla ir, pero no me veo
capaz de hacerlo, aún no. Al menos hasta que encuentre y acabe con el
maldito topo, seguiré cuidando de ella en la distancia. Cojo la radio que está
sobre el asiento derecho y le hablo a mis hombres, que permanecen a la
espera en otro vehículo aparcado a unos cuantos metros del lugar en el que
me encuentro.
―Chicos, mantened la vigilancia y avisadme si hay algún movimiento
sospechoso ―ordeno.
―Entendido, jefe ―responde Oleg con un marcado acento ruso.
Todos los que aún siguen trabajando para mí han sido descartados como
sospechosos. No obstante, aún nos queda mucho trabajo por hacer. Mis filas
están bajo mínimos, y eso es algo de lo que tengo que encargarme cuanto
antes. Por suerte, mis negocios con Zakharov están dando buenos frutos y,
tras explicarle la situación, él mismo se ofreció a enviarme algunos
refuerzos de manera temporal.
―Os enviaré un relevo a primera hora de la mañana.
Echo un último vistazo a la fachada de ladrillo rojizo del edificio y
localizo la ventana del apartamento de Bailey. Las luces ya están
encendidas. Estoy a punto de arrancar el motor cuando escucho la voz de
Oleg, lo que me hace detenerme.
―Zarco, acaban de detenerse cuatro camionetas cerca del edificio.
Frunzo el ceño y estiro el cuello para poder ver a través de la luna
delantera. Localizo las camionetas y veo como salen varios hombres de
ellas. Puede ser una casualidad.
―Las veo. Mantened la posición hasta nueva orden ―ordeno.
Llega otro vehículo, este es más grande y ostentoso. Parece blindado.
Alcanzo mi pistola, varios cargadores y el cuchillo de la guantera. No me da
buena espina. Entonces los hombres comienzan a caminar por la acera y se
detienen frente al portal del edificio en el que vive Bailey. Dos de ellos se
quedan vigilando la puerta y los demás entran.
―¿Zarco? ¿Actuamos? ―escucho por radio.
Espero unos segundos más con la mirada fija en el portal, y el corazón
me da un vuelco al ver a Alex Urriaga entrar en el edificio.
―¡Son hombres de Urriaga! ―grito―. Ponte en contacto con Lagos y
pide refuerzos. ―Antes de que puedan contestar, lanzo la radio sobre el
asiento y salgo del coche a toda prisa.
Son más de veinte hombres armados. Enviar a los míos a por ellos sería
un suicidio. Tengo que buscar la manera de sacar a Bailey de su
apartamento sin cruzarme con ellos. Corro hacia el lateral del edificio y con
un salto me cuelgo de la escalera de incendios. Empiezo a trepar lo más
rápido que puedo hasta llegar a la cuarta planta. Localizo su ventana y
tengo que descolgarme por la cornisa para lograr alcanzarla.
Sé que no hay tiempo que perder. Lo más probable es que esos hijos de
puta estén a punto de irrumpir en el apartamento, así que tomo el camino
rápido. Rompo el cristal con la culata de la pistola y me lanzo al interior.
Aterrizo de pie, y al alzar la mirada veo a Bailey. Sus ojos se clavan en los
míos y abre la boca, pero no dice ni una sola palabra.
Capítulo 30
Bailey

Está aquí, en mi apartamento. Intento moverme, pero no soy capaz. Me


tiemblan las manos y noto una presión en mi pecho que me aprisiona las
costillas y sube por mi garganta, quitándome la voz. Abro la boca y vuelvo
a cerrarla sin emitir sonido alguno. ¿Qué hace aquí? ¿Por qué ha entrado
por la ventana? Miro al suelo y veo los cristales sobre la moqueta que
estaba a punto de empezar a retirar.
―Mía, tenemos que irnos ―susurra. Sacudo la cabeza de un lado a otro
y trago con fuerza para librarme del estúpido nudo que se ha atascado en mi
garganta. Zarco parece nervioso. Echa un vistazo sobre mi hombro y
entonces escucho un chasquido―. ¡Maldita sea, ya están aquí! Hay que
darse prisa.
―¿Quién? ―logro articular con un hilo de voz.
―Hombres de Urriaga, vienen a por ti. ―Se acerca en un par de
zancadas y me sujeta por el brazo―. No hay tiempo para recoger nada.
Saldremos por la escalera de incendios.
Aún aturdida, dejo que me arrastre hasta la ventana, y justo cuando
escucho el sonido de la puerta principal hacerse pedazos algo se activa en
mi cerebro. Me recompongo lo mejor que puedo y salto hacia el exterior.
Estoy descalza y mi ropa no es más que un pantalón elástico y una camiseta
de tirantes. El frío del metal en la planta de mis pies termina de espabilarme
del todo, y escucho las pisadas acercarse a toda prisa mientras Zarco se une
a mí.
No necesito que me ayude a colgarme de la cornisa, lo hago por mi
cuenta y espero a que él me siga. Entonces una cabeza asoma por la ventana
y empiezan los disparos.
―¡Se escapan! ―grita alguien―. ¡Zarco está con ella!
Bajo las escaleras lo más rápido que puedo mientras él sigue disparando
su arma. Al llegar al suelo, me la lanza y ni siquiera me planteo lo que estoy
haciendo antes de apretar el gatillo. No apunto a ningún lugar en particular.
Solo hago ruido para que no lo maten mientras desciende.
Al llegar a mi lado, le tiendo la pistola y Zarco me agarra de la mano y
empieza a correr.
―¡¿A dónde vamos?! ―grito.
―Hay que llegar a uno de los coches. ―Vemos a lo lejos un grupo de
hombres armados que corren hacia nosotros, y seguimos avanzando.
Pequeñas piedras de la calzada se me clavan en los pies, sin embargo, no
me detengo ni aminoro la marcha―. ¡Mierda! ―Después de escuchar su
grito soy consciente de lo que está pasando. El que se supone que era
nuestro vehículo de huida tiene las cuatro ruedas pinchadas.
―¿Y ahora qué?
Zarco vuelve a disparar para detener el avance de los hombres de Urriaga
y después mira a su derecha.
―Mis chicos están en ese todoterreno.
No necesito que me ordene avanzar. Lo hago por puro instinto mientras
él nos cubre disparando cada pocos segundos. Se detiene para cambiar el
cargador y las balas pasan a nuestro lado silbando al cortar el aire. Me
agacho junto al todoterreno y logro abrir la puerta, pero lo que me
encuentro en el interior son varios cadáveres. El conductor tiene la garganta
rajada de oreja a oreja.
―Están muertos ―informo.
Zarco echa un vistazo a las ruedas y vuelve a maldecir.
―Tenemos que salir de aquí y escondernos. No tardarán en llegar los
refuerzos.
Con refuerzos supongo que se refiere a Lagos, Beni y los demás. Si ya
los ha avisado, es cuestión de tiempo que aparezcan y nos saquen de esta
maldita ratonera. Miro a un lado y a otro buscando una salida. El callejón
que rodea el edificio. Si logramos llegar allí, es posible que tengamos una
oportunidad.

Zarco
Siento la mano de Bailey sujetando la mía y dejo que tire de mí. No sé a
dónde nos lleva, pero cualquier lugar es mejor que este. Estamos demasiado
expuestos y casi no me queda munición. Cruzamos de nuevo la carretera, y
justo al pasar por la escalera de incendios disparo mi última bala. Ellos lo
saben y empiezan a correr hacia nosotros. Creo que le he dado a alguno,
pero la mayoría del fuego ha sido de cobertura, y ahora tenemos a más de
veinte hombres dándonos caza a través de un callejón estrecho y poco
iluminado. Al menos, Bailey parece saber a dónde se dirige y no suelta mi
mano en ningún momento. Gira a la derecha y nos metemos en un pequeño
hueco que está parcialmente tapado por unos contenedores de basura
enormes. Las pisadas y las voces se acercan a cada segundo.
―Tenemos que salir de aquí ―susurro sin aliento.
Me hace callar poniendo el dedo índice frente a sus labios y rodeo su
cintura con la mano que me queda libre. Su olor invade mi nariz y cierro los
ojos. Echaba tanto de menos ese aroma…
―¡Están aquí! ―Me tenso de pies a cabeza y miro a Bailey a los ojos
mientras empuño el cuchillo.
―No salgas ―ordeno.
Ella frunce el ceño, pero al menos no discute. Escondo la mano con el
cuchillo tras la espalda e inspiro hondo por la nariz, dando un paso hacia el
centro del callejón. Me reciben tres pistolas apuntando a mi cabeza.
―Muy bien, muchachos. Ya me tenéis ―digo con una falsa sonrisa.
El sonido metálico de los percutores de las pistolas se me clava en los
oídos.
―No disparéis. Lo quiero vivo. ―Exhalo con fuerza al ver a Alex
caminar hacia mí con parsimonia. Se detiene y ladea la cabeza―. Me alegra
verte, Gabriel. Llevo un tiempo buscándote.
Me encojo de hombros y vuelvo a sonreír.
―Nunca se te ha dado demasiado bien la caza, ¿verdad?
Él también sonríe y se acerca más, lo suficiente para que pueda sujetarlo
por la chaqueta, darle la vuelta y rodear su cuello con el brazo. Lo uso a
modo de escudo y consigo inmovilizarlo colocando el filo del cuchillo
pegado a su garganta.
―¿En serio? Menudo recibimiento ―masculla.
―Yo que tú estaría calladito, Alex ―siseo entre dientes.
Sus hombres me siguen apuntando, pero no se atreven a disparar.
―Tranquilos, chicos. Vamos a resolver esto de la mejor manera ―les
dice a sus hombres, y estos enseguida retroceden un par de pasos.
Me muevo despacio, dando pequeños pasos hacia un lateral, y consigo
ver a Bailey. Le hago un gesto con la cabeza para que salga de su escondite
y ella asiente. Da un paso hacia afuera y entonces respiro aliviado al ver a
Gambo acercarse por el callejón, tras él vienen Oscar, Lagos y Beni; un
buen puñado de hombres los siguen, todos armados con rifles de asalto y
pistolas automáticas.
Los disparos se suceden a la vez. No suelto a Alex, solo lo arrastro hacia
un costado y cubro a Bailey con mi cuerpo para que ninguna bala perdida la
alcance. Observo en tensión como mis chicos acaban con los hombres de
Alex en su mayoría. Gambo es el primero en llegar a nuestro lado.
―Zarco, ¿estás bien? ―pregunta con la respiración agitada.
―Sí, saca a Bailey de aquí ―ordeno.
Asiente y me rodea para acercarse a ella. La sujeta por el brazo, y
entonces hace algo que me deja completamente descolocado. Gambo, uno
de los míos, alguien en quien siempre he confiado, agarra a la mujer que
amo por detrás y coloca el cañón de una pistola en su sien.
―Lo siento, jefe ―dice, encogiéndose de hombros.
―¡¿Qué mierda estás haciendo?! ―bramo.
―Oh, no hablaba contigo, Zarco. ―Dirige su mirada a Alex y aprieta el
cuello de Bailey con más fuerza―. Siento haber tardado tanto.
―Llegas justo a tiempo. ―Clavo el filo en su piel y escucho un jadeo
ahogado. Me muero de ganas de rajarle el cuello, sin embargo, sé que no
lograré sacar nada bueno de ello. Gambo es el traidor y tiene a Bailey
encañonada. Si mato a Alex, él hará lo mismo con ella―. Gabriel, aparta el
cuchillo. No tienes salida. Tengo un jodido ejército en camino. Entrégate y
dejaré ir a la chica. Solo la quería para llegar hasta ti. No tengo ninguna
intención de hacerle daño.
«¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! Piensa rápido, Zarco». Miro a Bailey. No
parece alterada en absoluto. Me hace un gesto con los ojos que entiendo de
inmediato. Los demás siguen disparando a los hombres de Alex que aún
siguen en pie. No pueden ayudarme. Tomo una respiración profunda y
asiento. Todo ocurre demasiado deprisa. Bailey echa la cabeza hacia atrás y
golpea la nariz de Gambo. Suelta un alarido de dolor y afloja su agarre un
segundo, lo suficiente para que ella se gire y le lance un puñetazo directo a
la mandíbula.
―¡Corre! ―grito.
Alex también consigue girarse, aunque no antes de que consiga clavarle
el cuchillo en el hombro, muy cerca del cuello. Echo a correr tras Bailey y
entonces escucho una detonación a mi espalda. Un dolor lacerante se clava
en mi muslo y tropiezo. Caigo al suelo y Bailey se detiene y regresa
corriendo a mi lado.
―¡Vienen más! ―escucho que grita Lagos―. ¡Hay que salir de aquí!
Bailey se agacha a mi lado e intenta levantarme. Logro ponerme en pie y
camino un par de pasos arrastrando la pierna izquierda y apoyándome en
sus hombros, pero vuelvo a tropezar.
―¡Vamos, Zarco! ―La oigo jadear por el esfuerzo y vuelve a tirar de mí.
Niego con la cabeza y la aparto.
―¡Vete de aquí! ―ordeno.
―¡No! Ni siquiera pienses que voy a dejarte atrás.
―¡Mía, vete! ―La empujo de nuevo y llevo una mano a mi pecho
mientras intento contener la hemorragia de mi pierna con la otra. Le doy un
tirón al rosario que rodea mi cuello y lo coloco en la palma de su mano sin
dejar de mirarla a los ojos―. Te amo. Cuida de Beni. ¡Ahora, lárgate!
―Vuelve a negar, y Oscar asoma la cabeza sobre su hombro.
―¡Hay que irse! ―grita, y sigue disparando. Las balas pasan rozando
nuestras cabezas y ya puedo escuchar como Gambo y Alex se acercan por
mi espalda. Bailey alza la mirada, y sé que los ha visto―. ¡Chicos, van a
matarnos a todos si no salimos de aquí!
―Vete ―susurro con una exhalación.
Bailey vuelve a negar con la cabeza y Oscar aparece de nuevo sobre su
hombro.
―¡Sácala de aquí! ―le ordeno.
Oscar mira mi pierna herida, aprieta los dientes y asiente antes de agarrar
a Bailey a la fuerza. Ella se resiste. Patalea e intenta golpearlo, pero
enseguida aparece Lagos, que al darse cuenta de lo que está pasando, lo
ayuda a inmovilizarla y salen del callejón dando tiros a todo aquel que se
les acerca.
Cuando escucho el sonido de las ruedas chirriando sobre el asfalto y soy
consciente de que están a salvo, me dejo caer de espaldas y aflojo el agarre
de la herida. Supongo que este día tendría que llegar tarde o temprano.
Muerto por un disparo en un callejón oscuro, ese siempre fue mi destino.
Cierro los ojos y noto como las fuerzas me abandonan.
―De eso nada, hermano ―escucho a lo lejos la voz de Alex y después
unos golpecitos en el rostro―. No vas a morir hoy. Tienes algo que nos
pertenece y queremos recuperarlo.
Capítulo 31
Bailey

Noto los golpes de Beni contra el asiento como si me estuviese dando esos
mismos puñetazos en el estómago. Luna pregunta a gritos por Zarco y qué
ha ocurrido mientras conduce toda velocidad. Lagos está cabizbajo y con
los puños apretados y Oscar se toca el hombro haciendo gestos de dolor.
Todos están alterados, todos sufren y yo… Yo no tengo ni idea de qué es lo
que me pasa. Jamás me han temblado tanto las piernas y esa presión en mi
pecho a la que ya me estaba acostumbrando se ha intensificado tanto que
tengo que hacer verdaderos esfuerzos para poder llenar de aire mis
pulmones.
No puedo dejar de pensar en Zarco, en la forma en la que me miraba, en
su tono de voz cuando me dijo que me ama. Bajo la vista a mis manos y veo
el rosario entre mis dedos temblorosos. Los gritos continúan y yo sigo
intentando reaccionar, incluso cuando el vehículo se detiene y todos
empiezan a salir en tropel. Camino como una autómata hacia el interior de
la casa. Un paso tras otro, respiro hondo por la nariz y suelto el aire por la
boca. Mi pecho me arde, escuece como si las garras afiladas de un animal
salvaje atravesaran mi piel, mis músculos y llegara a perforar mi corazón.
Pasan varios segundos, o tal vez son minutos. No soy capaz de decirlo con
seguridad antes de que alguien vuelva a hablar.
―Está muerto ―dice Beni―. Zarco está muerto, ¿verdad?
Giro la cabeza en su dirección con la velocidad de un látigo y entonces lo
siento, un pinchazo en mi estómago. La bilis me sube por la garganta y se
me doblan las rodillas. Lo reconozco, es pánico. Me dejo caer en el borde
del sofá y hundo el rostro entre mis manos. Casi no respiro. Todo tipo de
sentimientos me invaden. Miedo, angustia, desesperación… «Zarco está
muerto». Niego con la cabeza y me concentro en empujar toda esa mierda
hacia el fondo de mi cerebro. «Hay algo».
―Ahora no, maldita sea―murmuro entre dientes.
―Bailey, ¿estás bien? ―escucho la pregunta de Oscar, pero no soy capaz
de contestar. Solo asiento, y eso parece bastarle.
Lo estoy sintiendo todo, y es tan intenso que amenaza con destruirme de
dentro hacia afuera. Me obligo a respirar profundo por la nariz y aprieto los
dientes. «Un poco más. No puedes derrumbarte ahora. Zarco te necesita»,
me repito una y otra vez en mi cabeza. Visualizo un muro de hormigón de
varios metros de ancho y voy alzándolo poco a poco, compartimentando mi
cerebro y dejando todos esos sentimientos encerrados. Sé que tendré que
enfrentarme a ellos pronto, sin embargo, ahora mismo mis prioridades son
otras.
―No lo matarán ―afirma Lagos.
Eso llama mi atención. Alzo la cabeza y clavo mi mirada en la suya.
―¿Cómo estás tan seguro? ―consigo preguntar, aunque con voz rasgada
y casi sin aliento.
―Porque quieren la mercancía que les robamos e intentarán sacarle la
ubicación de donde está escondida.
―No se la dará ―dice Luna. Se sienta a mi lado y niega con la cabeza.
Aún tiene la nariz cubierta por un pequeño apósito. Parece realmente
afectada―. Zarco es un jodido cabezota. Pueden torturarlo hasta la muerte,
pero él no abrirá la boca.
No digo nada, aunque estoy de acuerdo con su afirmación. Zarco no
cederá ante Urriaga.
―¡Gambo, hijo de puta! ―brama Beni, lanzando la mesa de café por los
aires.
―Ese puto traidor nos engañó a todos ―secunda Oscar.
―Seguro que se lo han llevado al rancho de Sonora. Yo puedo meternos
allí ―informa Luna.
―¿Y cómo lo sacamos sin morir en el intento? ―farfulla Lagos,
hundiendo los dedos en su pelo rubio―. Hay que encontrar otra forma.
―¿Crees que Leonardo Urriaga será capaz de matarlo? ―Todas las
miradas se dirigen a Oscar―. Ya sé que es un cabrón, pero Zarco es su hijo.
Pestañeo un par de veces y sacudo la cabeza.
―¿Cómo dices? ―inquiero, poniéndome en pie.
Noto como las piernas me responden de nuevo. Estoy logrando mantener
la mierda encerrada. No sé durante cuánto tiempo. Espero que el suficiente
para poder sacar a Zarco de ese rancho.
Oscar y Lagos se lanzan miradas de reojo y este último resopla.
―Zarco, Beni y Alex, el tipo que conociste en el callejón, son hermanos
e hijos de Leonardo Urriaga.
Mierda, eso tiene sentido. Zarco dijo que había escapado de su padre y
también que decidió dejar de trabajar para Urriaga e independizarse, sin
embargo, no me planteé que los dos hombres pudiesen ser uno solo.
Abro la boca para preguntar qué información más me están ocultando,
pero antes de que pueda articular una sola palabra, varios hombres irrumpen
en el salón arrastrando lo que parece ser un cadáver. Lo dejan en el centro
de la habitación, donde antes estaba la mesa auxiliar que Beni ha
destrozado, y al girarlo compruebo que es Gambo; el muy desgraciado aún
respira.
―Está vivo ―informa uno de los que lo han traído―. Lo dejaron en la
puerta hace un par de minutos. Varios hombres están persiguiendo el
vehículo que lo trajo.
Me agacho frente a él y le tomo el pulso. Es débil. El mango del cuchillo
de Zarco sobresale del centro de su pecho, y pegada a su piel tiene una nota
manuscrita manchada de sangre. Retiro el cuchillo y el muy cerdo suelta un
quejido casi inaudible.
―La mercancía a cambio de vuestro jefe ―leo en voz alta.
―Alex sabe que no logrará sacarle nada a Zarco ―dice Oscar, y
maldice.
―Devuélveles la droga ―propongo, mirando directamente a Lagos.
―No puedo, Bailey. Esa mercancía hace mucho que está repartida por
toda Europa.
―¡Entonces, ¿qué mierda vamos a hacer?! ―exclama Beni.
Respiro hondo y me incorporo. Agarro el cuchillo con fuerza por la
empuñadura y tiro del pelo de Gambo, obligándolo a echar la cabeza hacia
atrás. Coloco el filo en su garganta, y con un movimiento rápido y preciso
le rajo el cuello. Dejo que se ahogue en su propia sangre, y cuando ya no
respira, alzo la barbilla y limpio los restos de sangre de la hoja en mi
pantalón.
―Ahora yo estoy al mando. El que quiera puede unirse a mí para traer a
Zarco a casa. ―Todos me miran con fijeza y gesto extrañado, pero nadie se
mueve―. El que no, será mejor que evite cruzarse en mi camino.

Zarco
Toso con fuerza y escupo un buen chorro de sangre. Ya no me queda
nada que vomitar y el mareo es constante. No sé si me siento tan débil por
mi lamentable estado o por el hecho de estar bañado en mi propia sangre.
Tampoco recuerdo cuánto tiempo llevo metido en este maldito agujero. No
hay ventanas, la única luz que alumbra la estancia es un foco que está justo
sobre mi cabeza. Recibo otro puñetazo, esta vez en el pecho, e intento
liberar las manos, pero están bien sujetas con una cuerda gruesa a la parte
trasera de la silla.
―Solo tienes que decir dónde está la mercancía, Zarco ―dice Alex.
Sonrío y me encojo de hombros.
―Ya me conoces, hermanito. Soy bueno guardando secretos.
Suspira y le hace una señal al tipo que me ha estado golpeando las
últimas horas para que vuelva a clavarme el puño en el rostro. Lo acepto
con un gruñido y sacudo la cabeza. Creí que la herida de bala me mataría,
pero los muy hijos de puta me curaron antes de empezar a torturarme.
Tengo tantas heridas en todo el cuerpo que apenas puedo distinguir el dolor
del balazo.
Tras unos minutos de golpes, Alex ordena a su hombre que se retire y nos
quedamos a solas. Camina hacia mí y se agacha para quedar a mi altura.
Puedo ver un vendaje que asoma bajo el cuello de su camiseta, justo en el
lugar donde lo apuñalé. Debí haber apuntado más abajo, en su corazón.
―Joder, hermano. No me gusta tener que hacer esto. Se supone que ibas
a largarte. ¿Por qué tuviste que intentar joder al viejo?
―Soy un rebelde ―siseo, y siento como un chorro de sangre caliente
recorre mi barbilla. Mi estómago se retuerce y la bilis sube por mi garganta.
―Estás loco, y si no me das lo que quiero voy a tener que matarte. ¡Sé
listo por una vez, maldita sea!
Tomo una respiración profunda y aprieto los dientes con fuerza cuando
un latigazo de dolor me recorre las costillas magulladas.
―Deja de fingir que te importo, Alex. Eres y siempre serás su perrito
faldero. No hay nada que vaya a cambiar eso.
Mi hermano mayor niega con la cabeza y retrocede un par de pasos.
―Si no logramos sacártelo a ti, iremos a por los tuyos. ¿De verdad estás
dispuesto a arriesgar la vida de Lagos, Oscar, Luna e incluso Beni por pura
cabezonería?
―Lo que para ti es cabezonería, yo lo llamo orgullo. Supongo que no
sabes de lo que te hablo, ¿verdad?
Tomándome por sorpresa, me agarra la cabeza y pega su rostro al mío.
―¡Hazlo por Beni, joder! No quiero tener que enterrar a mis dos
hermanos.
―¡Alex! ―escucho su voz y todo mi cuerpo se tensa de manera
involuntaria. Alex se aparta y puedo ver a Leonardo Urriaga, el hombre que
me dio la vida, el mismo que permitió que mi madre muriera desangrada y
sola. Camina despacio hacia mí y esboza una sonrisa burlona―.
Bienvenido a casa, hijo.
Le escupo sangre y consigo salpicarle la camisa blanca.
―Da por perdida la mercancía, viejo. Mátame si quieres, pero no diré
nada.
Suspira y coloca su mano sobre mi hombro. Me revuelvo para
sacudírmela de encima, sin embargo, solo logro sentir dolor, como si miles
de cuchillas afiladas se me clavaran en todo el cuerpo.
―No voy a matarte. Hace unos días envié al traidor que tenías entre los
tuyos con un mensaje. Lagos es un chico listo, sabrá tomar la mejor
decisión. ―Sonrío y niego con la cabeza. Lagos no puede devolverle la
droga porque ya no la tenemos. Pocos días después de que empezara a
sospechar que teníamos un topo, Zakharov se encargó del transporte de la
mercancía. No queda nada. Si ellos lo saben, soy hombre muerto―. ¿Hay
algo que quieras compartir con tu hermano y conmigo, hijo?
―Eres un viejo idiota ―digo, riendo a carcajadas.
No veo venir el puñetazo que me gira la cara hacia un lado y consigue
aturdirme. Tira de mi pelo y pega su nariz a la mía.
―Ya deberías saber que conmigo no se juega, Gabriel. ¿Quieres saber lo
que voy a hacer? Si en las próximas veinticuatro horas no tengo noticias de
tus amiguitos, enviaré un jodido ejército a esa casa tan bonita que tienes
cerca del desierto. Yo mismo mataré a Lagos, a Oscar y a la zorrita de Luna.
Y con tu hermano pequeño… Bueno, estoy seguro de que aún puedo
convencerlo de que se una a mí. ―Aprieto los dientes con fuerza y no
respondo―. Oh, sí, también está la otra puta. ¿Bailey? Es guapa. ―Clavo
mi mirada en la suya con rabia―. Disfrutaré follando todos sus agujeros
antes de entregarla a mis hombres. Piénsalo, es probable que acabe teniendo
una muerte parecida a la de tu madre.
―¡Voy a matarte, hijo de puta! ―bramo, revolviéndome para intentar
alcanzarlo.
Suelta una carcajada y chasquea los dedos. Enseguida entran dos
hombres y se acercan a mí. Mientras me golpean busco la mirada de mi
hermano. Le pido sin palabras que detenga esto, que me ayude, pero sé que
no va a hacerlo.
Capítulo 32
Bailey

―Da, my skoro pogovorim[5] ―me despido, y cuelgo la llamada.


Al alzar la cabeza, descubro cuatro pares de ojos observándome.
―¿Y bien? ¿Qué ha dicho Zakharov? ―inquiere Lagos.
―Zakharova, he hablado con su mujer. ―Inspiro hondo por la nariz y
me froto los ojos. Estoy agotada―. Los refuerzos llegarán en dos días.
Veo un par de sonrisas y Lagos respira aliviado, aunque frunce el ceño.
―No podemos esperar tanto tiempo para rescatar a Zarco. Si no
contactamos pronto con Urriaga, vendrán a por nosotros.
―Lo sé. Esta misma noche partimos hacia México. Son menos de tres
horas y media de trayecto. Entraremos en el rancho de madrugada y al
amanecer estaremos de vuelta.
―¿Cómo vamos a hacerlo sin refuerzos? ―pregunta Oscar.
Miro alrededor. Todos estamos encerrados en el despacho de Zarco,
llevamos aquí tres malditos días con sus noches. Ahora mismo, la vida o la
muerte del que ellos consideran su hermano depende de las decisiones que
yo tome.
―Sin hacer ruido y evitando un enfrentamiento directo ―respondo.
Dirijo mi mirada a Lagos―. Supongo que tienes manera de contactar con
Urriaga. ―Asiente, apretando la mandíbula.
―Mi padre aún sigue siendo su hombre de confianza.
―Bien, dile que estás dispuesto a negociar. Dales la ubicación de algún
lugar que conozcas que no esté demasiado lejos del rancho. Se sentirán más
seguros en su territorio y eso les hará bajar la guardia.
―¿Para qué quieres reunirte con ellos? ―inquiere Beni en tono serio y
cortante.
Ha estado muy ausente y frío conmigo desde que llegué. Entiendo que
esté preocupado por su hermano, aunque me parece que hay algo más ahí.
Algo personal en mi contra. Sacudo la cabeza y decido dejarlo para otro
momento. Ya tengo demasiados frentes abiertos como para ocuparme de un
problema más.
―Nadie acudirá a la reunión. Solo pretendo abrir el camino. Se llevarán
a un buen grupo de hombres al punto de encuentro.
―Son demasiados ―señala Luna. Ha estado ocupada revisando el
ordenador personal de Zarco. Por suerte, es meticuloso y lo apunta todo―.
Urriaga tiene un verdadero ejército. Entrar en el rancho es un suicidio.
―Por eso voy a hacerlo sola. ―Todas las miradas regresan a mí. Me
encojo de hombros―. Si me pillan, podréis buscar otra solución.
―Yo voy contigo ―dice Lagos.
―No, tú vas a quedarte fuera, con el jodido motor en marcha, esperando
a que salga con Zarco para traernos de vuelta. ―Miro a Oscar y después a
Beni―. Vosotros no os movéis de aquí. Organizadlo todo para la llegada de
los refuerzos. Cuando me lleve a Zarco responderán con fuego. Hay que
prepararse para contratacar.
―Necesitaremos más armas ―masculla Oscar.
―¿Las tenemos?
―Sí, en un almacén, pero solo Zarco conoce su ubicación.
Dirijo la mirada a Luna.
―Dime que hay algo en ese cacharro que pueda ayudarnos a encontrar
las armas.
Arquea una ceja y suspira. Al principio creí que se opondría a seguir mis
órdenes. Aún me sorprende que esté cooperando sin rechistar. Supongo que
Zarco es más importante para ella que su odio hacia mí.
―Creo que sí, pero es una carpeta protegida con contraseña. Son solo
tres letras. No debería costarme demasiado hackearla.
«Tres letras». Frunzo el ceño y un pensamiento fugaz cruza mi mente.
―¿Puedo? ―Señalo el ordenador portátil y ella lo gira para que pueda
ver la pantalla. Acerco mi mano al teclado y presiono tres teclas: «Mia». La
carpeta se abre y cierro los ojos con fuerza al sentir como la presión en mi
pecho regresa. Son como los arañazos de un animal en un muro de
hormigón; a cada pasada el muro se deshace y se resquebraja,
convirtiéndose en arenilla. «Le dispararon. Puede que ya esté muerto y lo
del intercambio sea un farol». Aparto ese pensamiento intrusivo de mi
mente, respiro hondo y logro recomponerme―. Busca ese almacén
―ordeno.
―Yo voy a tener que ir contigo al rancho. Debo estar cerca para colarme
en el sistema de grabación de las cámaras de seguridad. Podremos guiarte a
distancia y minimizar el riesgo de que te descubran. ―Por el tono que usa,
salta a la vista que lo que menos le apetece es volver a ese lugar.
Recuerdo que Zarco me dijo que ella había sufrido mucho más que los
demás durante su infancia. Es lógico que no quiera regresar.
―Está bien, pero te quedarás en el vehículo con Lagos. No te quiero ver
cerca de la propiedad, ¿entendido?
Busca mi mirada con el ceño fruncido y parece que va a replicar, solo que
entonces hace algo que me sorprende. Una de sus comisuras se eleva unos
centímetros y asiente.
―Entendido, jefa ―susurra sin apartar sus ojos de los míos.
―Ahora intentad descansar un poco y preparaos para lo que está por
llegar porque no va a ser fácil. ―Todos asienten y abandonan el despacho
enseguida.
Yo decido quedarme un rato más revisando los planos del rancho.
Memorizo cada entrada y salida, cada lugar accesible y los que no lo son.
Según Lagos, lo más probable es que tengan a Zarco encerrado cerca de las
caballerizas. Ahí es donde torturan a sus rehenes. Solo pensarlo me
revuelve el estómago y me veo obligada a reafirmar el muro que yo misma
he creado en mi mente. «Solo un poco más».
Cuando mis ojos comienzan a cerrarse por puro agotamiento, salgo del
despacho y me dirijo a mi antiguo dormitorio. Nada más abrir la puerta el
olor a humo invade mi nariz. Es como si Zarco estuviese aquí dentro. Trago
con fuerza para bajar el nudo de mi garganta y doy un paso al interior. La
cama está deshecha. Hay ropa tirada por el suelo, botellas de tequila vacías
y otras a medio beber sobre las mesitas de noche y colillas de puros en un
cenicero a rebosar.
―Hola. ―Me giro al escuchar la voz de Lagos a mi espalda.
―¿Qué ha pasado aquí? ―inquiero.
Se encoge de hombros y pasa a mi lado para echar un vistazo a la
habitación.
―Zarco se volvió un poco loco cuando te marchaste. Nunca lo había
visto tan desesperado, Bailey. No volvió a su dormitorio y tampoco dejaba
que nadie entrara aquí. Estaba sufriendo sin ti. ―Vuelvo a tragar saliva e
intento ignorar el dolor de las garras clavándose en mi pecho. Lagos
estrecha su mirada sobre mí―. Me contó lo de tu… problema.
Exhalo con fuerza y niego con la cabeza.
―Es un bocazas.
―No lo culpes. ¿Puedes siquiera llegar a imaginar lo que duele que la
mujer que amas te asegure que no es capaz de sentir nada por ti? ―No
respondo―. Yo creo que sí. Pude verlo en tu mirada el día que se llevaron a
Zarco. Estabas aterrada, y desde entonces te he estado observando. Intentas
reprimirlo, pero sufres. Hoy, frente al ordenador…
―Déjalo ―pido, y coloco la mano en el centro de mi pecho mientras
respiro hondo y muy despacio. Cuando logro recomponerme, busco su
mirada―. Ahora mismo hay una jodida presa en mi mente que está a punto
de hacerse pedazos. Sé que debo enfrentarme a toda esa mierda pronto, pero
mi prioridad es traer a Zarco de vuelta. ¿Lo entiendes?
Esboza una pequeña sonrisa y asiente. Se acerca despacio y, sin dejar de
mirarme a los ojos, acaricia mi mejilla con el dorso de su mano.
―Eres una mujer excepcional, Bailey. Zarco debe sentirse el hijo de puta
más afortunado del mundo por haberte encontrado. ―Antes de que pueda
reaccionar, ya ha apartado su mano y retrocede un par de pasos. Carraspea y
su gesto cambia a uno mucho más serio―. Por cierto, ¿qué fue lo que te
pidieron los rusos a cambio de su ayuda? En este mundo, nada es gratis.
―Ya, bueno… ―Hago una mueca con los labios―. Si todo sale bien, el
clan Z va a incursionar en un nuevo negocio.
―¿Qué negocio? ―inquiere, frunciendo el ceño.
―Diamantes.
Sus ojos se abren hasta el nacimiento.
―¿Diamantes?
Asiento y bufo con fuerza.
―Y un pequeño detalle más. Los rusos quieren asegurar la sociedad de
manera más oficial. ―Arquea una ceja de manera interrogante―. Alguien
va a tener que casarse con la hermana de Mijaíl Zakharov.
Lagos sonríe, negando con la cabeza.
―Nosotros no arreglamos matrimonios.
―Ahora sí ―digo, encogiéndome de hombros.
―Zarco te va a matar por tomar ese tipo de decisiones a sus espaldas.
―Al menos estará vivo para intentarlo.
Capítulo 33
Bailey

Estoy tranquila. He pasado todo el viaje hasta aquí preparando mi mente


para lo que está a punto de ocurrir. No puedo fallar, y mucho menos
derrumbarme ahora. Ya habrá tiempo para eso cuando Zarco esté en casa, a
salvo. Respiro hondo y salgo del todoterreno. Ya es bien entrada la
madrugada, sin embargo, el calor del desierto de Sonora no perdona. Noto
como el sudor recorre mi espalda bajo el traje negro ajustado que llevo
puesto. Ropa de asalto muy parecida a la que usaba en el frente. Me siento
cómoda con ella.
Compruebo que mi arma corta esté cargada y vuelvo a colocarla en su
lugar, pegada a mi muslo derecho. Después saco el cuchillo de caza de
Zarco de su funda, el mismo con el que maté a Gambo. Yo misma lo afilé
antes de salir. Por último, toco con los dedos el rosario de Zarco, que llevo
colgado del cuello. Me acerco a la ventanilla delantera y miro hacia el
interior del cubículo. Lagos está tras el volante, con expresión seria, y Luna
a su lado sostiene un ordenador portátil abierto.
―Estoy dentro ―informa, y me tiende un auricular que no tardo en
ponerme―. ¿Me escuchas bien? ―Asiento y vuelvo a respirar hondo.
―Si por algún motivo perdemos el contacto, esperad cinco minutos y
largaos ―ordeno.
―Bailey, no vamos a dejarte aquí ―replica Lagos.
―No es una sugerencia. Si no he logrado salir es porque me han
capturado y también sabrán que lo de la reunión era un farol. Volved a casa
y defendeos con todo lo que podáis porque van a ir a por vosotros.
Tras unos segundos, recibo un asentimiento por su parte.
―Ten cuidado, ¿vale? Zarco es nuestro líder y hermano, pero tú también
eres un miembro importante de la familia. ―Trago saliva con fuerza.
No sé qué contestar a eso. ¿Me consideran parte de su familia? ¿A mí?
¿Por qué? Sacudo la cabeza y decido ignorar todas esas preguntas. Ahora es
el momento de tener la mente clara y el pulso firme. No me puedo dejar
llevar por las emociones.
Un nuevo asentimiento y me alejo del vehículo con paso firme. Camino
unos veinte metros y logro ver la valla metálica de más de dos metros de
alto que rodea la propiedad. Este es el lugar que Zarco señaló como punto
de entrada al rancho. Me acerco sin hacer ruido y saco el alicate de corte
que llevo en uno de los bolsillos laterales. Tardo cerca de cinco minutos en
hacer un agujero lo bastante grande como para poder pasar por él.
―Bailey, ¿va todo bien? ―me pregunta Luna por el auricular.
―Afirmativo ―susurro, y me agacho para pasar al otro lado de la valla.
Localizo a varios hombres armados vigilando el exterior de lo que sé que
es la casa principal. Debo recorrer al menos doscientos metros sin ser vista
para llegar a las caballerizas y rezar para que esté allí. No hay plan B. Si
han decidido encerrarlo en algún otro lugar, estamos muy jodidos. Consigo
esquivar a dos de los hombres, paso tras ellos sin que me vean ni escuchen,
y uso la fachada de piedra de la casa como parapeto. Por suerte, hay
cámaras en el exterior y Luna puede ir diciéndome dónde están los
vigilantes. Dejo atrás a tres más antes de detenerme.
―Espera, no te muevas ―escucho―. Mierda, Bailey. Van dos hacia ti.
Tienes que salir de ahí. ―Intento retroceder―. ¡No! Por ahí hay otros tres.
Estoy a punto de preguntarle qué demonios pretende que haga. No puedo
solo salir volando, sin embargo, el hecho de hablar podría delatarme. Cierro
los ojos un segundo y alcanzo el cuchillo. Supongo que ha llegado el
momento de sumar algún que otro muerto más a mi lista.
―Avísame cuando estén a menos de dos metros ―digo en el tono más
bajo que soy capaz de articular.
Puedo escucharlos acercarse. Estoy en una esquina, con la espalda
pegada a la pared exterior de la casa. Si logro que pasen de largo sin verme,
podré atacarlos por la espalda. Aguardo varios segundos en total silencio.
Casi no respiro.
―Están a punto de pasar a tu lado ―me informa Luna.
Entonces los veo. Llevan rifles de asalto colgados y caminan a la par. Son
hombres grandes. Lo más probable es que me saquen varias cabezas de alto.
Un solo disparo, un ruido extraño y alertarán a todo un jodido ejército. Dejo
que se alejen unos cuantos pasos más y camino tras ellos de puntillas. Uno
ni siquiera se da cuenta de lo que está pasando antes de que le raje el cuello
de lado a lado, llevándome por delante sus cuerdas vocales. Su compañero
se gira y alza el rifle, pero logro darle un puñetazo en la nuez justo cuando
está a punto de gritar al mismo tiempo que sujeto su arma con la otra mano.
Después solo deslizo la hoja del cuchillo por su garganta y le tapo la boca
mientras espero a que se ahogue con su propia sangre. «No volverás a
matar», resuena en mi mente. Bufo y sacudo la cabeza. «¡A la mierda mi
promesa! La vida de Zarco es más importante».
―¿Hay más? ―pregunto sin aliento y mirando a un lado y a otro.
―No. Puedes seguir. ¿Vas a dejar los cadáveres ahí?
Los miro. Lo más seguro sería esconderlos, pero son demasiado pesados
para cargar con ellos.
―Sí ―respondo sin dar más explicaciones.
Tras mi enfrentamiento con los vigilantes, decido apresurarme. Es
cuestión de tiempo que alguien los encuentre. Cuando al fin logro llegar a la
gran edificación donde se supone que están las caballerizas, soy consciente
de que lo más probable es que no logremos salir del mismo modo que he
entrado. Cuento con que Zarco esté lo bastante sano como para coger un
arma y me ayude a combatir el fuego enemigo que estoy segura de que
habrá. Encuentro una de las puertas abiertas. Resulta sencillo matar al tipo
que la custodia y paso al interior. No parece haber nadie más alrededor.
Quiero pensar que lo de la reunión falsa con los hombres de Urriaga ha
dado sus frutos y no que, en realidad, me dirijo en busca de mi propia
muerte.
Paso por varias puertas abiertas. El único sonido que escucho es el de los
caballos moviéndose en sus cubículos y algún que otro relincho. Sigo
caminando con el cuchillo en alto.
―Bailey, ahí no hay cámaras. Necesito que me digas qué ves.
―Caballos y algunas habitaciones vacías. Parecen almacenes o algo así
―susurro.
―Sigue avanzando en línea recta. Lagos cree que puede estar en la parte
trasera, cerca del pajar.
Asiento, aunque sé que no puede verme, y continúo avanzando en total
silencio. Encuentro una puerta cerrada y me detengo delante.
―Creo que he llegado. La puerta está cerrada con llave. No escucho
nada al otro lado.
―¿Tienes algo a mano con qué abrirla?
Busco alrededor. Veo una pala, un rastrillo y algunas herramientas más,
pero nada que pueda servirme para reventar una cerradura.
―Negativo ―siseo en voz baja.
―Vale, espera un momento. Pensaremos en algo… ¡Oh, mierda!
―¿Qué ocurre? ―inquiero en tono calmado.
―Acaban de encontrar a los guardias muertos. Se está montando una
buena. Tienes que salir de ahí cuanto antes, Bailey.
Solo me lleva un segundo tomar la decisión de sacar el arma, apuntar a la
cerradura y tirar del gatillo. Sé que el sonido alertará a todos los jodidos
enemigos de mi posición, pero es la única forma de sacar a Zarco de aquí.
Le doy una patada a la puerta y lanzo una súplica al cielo para que no esté
en el lugar equivocado. Doy un par de pasos hacia el interior de la
habitación y arrugo la nariz. Apesta a vómito y orina. Reviso el lugar. No
hay ventanas y la única iluminación proviene de la puerta que acabo de
abrir a la fuerza. Por el rabillo del ojo detecto un movimiento y agudizo la
vista. Hay una especie de bulto en un rincón de la habitación. Me acerco
despacio, con el arma por delante del cuerpo, y el desagradable olor se va
haciendo más intenso a cada paso.
―Zarco ―susurro al reconocerlo.
Guardo la pistola y me agacho a su lado. Está en el suelo, encogido. Sus
tobillos y manos amarrados con cuerda entre sí. Saco el cuchillo y empiezo
a cortarlas a toda prisa.
―¡Bailey, van hacia ti! ―escucho el grito de Luna en mi oído, pero la
ignoro y empujo a Zarco por los hombros.
Su aspecto es horrible, y eso que apenas consigo verlo por la escasa
claridad. Toco su rostro, parece hinchado y cubierto de sangre seca. El olor
a orina y vómito proviene de su ropa. La bilis me sube por la garganta, pero
soy capaz de mantener la compostura. Pongo mi mano en su cuello y
compruebo que tiene pulso, sin embargo, no parece consciente.
―Zarco. ―Golpeo su mejilla despacio―. Zarco, tienes que despertar.
―¡Bailey, están llegando! ¡Sal de ahí!
―Tengo a Zarco ―informo, y lo arrastro por los hombros hacia el centro
de la habitación. Entonces logro verlo bien y casi me derrumbo―. ¡Dios
santo! ¿Qué te han hecho? ―Su ropa está cubierta de sangre y vómito. Sus
pantalones húmedos y está descalzo. Aparto un mechón de pelo sucio de su
rostro y vuelvo a intentar hacerlo reaccionar. No puedo salir de aquí sin su
ayuda―. Vamos, Zarco. Tienes que despertar. ―Gime algo y sujeto su
rostro con ambas manos―. Eso es, abre los ojos. ―Nada, ni un solo
movimiento―. ¡Maldita sea, Gabriel! ―grito.
Estoy a punto de darme por vencida, por lo que me llevo la mano al
muslo para coger la pistola y atrincherarme en este lugar. Van a llegar y me
matarán, pero al menos intentaré defendernos. Entonces siento su mano
tocando la mía y bajo la vista de nuevo a su rostro.
―Mía ―susurra.
Exhalo con fuerza y sujeto su rostro una vez más.
―Soy yo. Tienes que ayudarme a sacarte de aquí. Están llegando.
―No ―dice con voz débil y rasgada―. Vete.
―No voy a ningún lado sin ti. Así que espabila y ponte en pie de una
jodida vez. ―Reviso su pierna. Está vendada. Parece que al menos tuvieron
el detalle de sacarle la bala y coser la herida, aunque supongo que solo lo
hicieron para poder mantenerlo con vida mientras lo torturaban―. Vamos,
sé que duele, pero no podré salir de esta ratonera sin tu ayuda.
Me mira con un solo ojo y suspira.
―Lo intentaré ―susurra.
Le lleva varios intentos ponerse en pie y, cuando lo hace, apenas es capaz
de mantenerse erguido, así que no me queda más remedio que sostener todo
su peso sobre mis hombros. Caminamos muy despacio a través de las
caballerizas. Llevo el arma en una de mis manos y con la otra lo sujeto por
la cintura.
―Estamos saliendo ―informo a Luna con la respiración agitada. Dudo
que lleguemos muy lejos―. ¿Dónde están?
―Demasiado cerca. Creo que no han sabido identificar de dónde
provenía el disparo, pero ya se han dado cuenta de que estás ahí, Bailey.
―Mierda. ―Doy un par de pasos más y Zarco gruñe de dolor―. No creo
que podamos lograrlo.
―Necesitas una distracción. Podemos usar algo…
Dejo de prestarle atención cuando la puerta se abre y veo entrar al
hombre del callejón. Es Alex, el hermano de Zarco. No sé cómo no noté su
parecido en ese momento. Levantamos nuestras pistolas al mismo tiempo.
―Voy a salir de aquí con tu hermano, y cualquiera que intente impedirlo
recibirá un jodido disparo en la cabeza. Tú decides si quieres ser el primero
―siseo.
Se me queda mirando unos segundos, después hace lo mismo con Zarco,
y tras suspirar en alto, baja la pistola y la guarda en su espalda.
―No podía encontrar una mujer sencilla, el muy cabronazo fue a por una
incluso más loca que él ―masculla, y da un par de pasos hacia mí―. Baja
el arma. Os ayudaré a salir de aquí.
―¿Cómo sé que no es una trampa? ―inquiero.
―No lo sabes, pero tendrás que confiar en mí porque el jodido ejército
que se acerca ahora mismo no está dispuesto a negociar, te lo aseguro.
Inspiro hondo y soy consciente de que tiene razón. Para tener alguna
posibilidad de salir de aquí con vida necesito su ayuda. Bajo la pistola y
Alex enseguida se coloca al otro lado de Zarco y me quita la mayoría de
peso de encima.
―Ahora avisa a los demás de que se marchen. Iremos en mi coche
―dice mientras caminamos, con su ayuda, mucho más rápido.
Nos dirigimos al vehículo que está aparcado justo delante de la puerta y
entonces empiezan los primeros disparos.
―¡¿Qué está pasando, Bailey?! ―grita Luna.
―¡Marchaos! Nos vemos en casa ―ordeno.
―¿Pero, cómo…?
―Largaos de una vez. ―Me quito el auricular y lo lanzo al interior del
coche en cuanto Alex abre la puerta trasera.
Juntos conseguimos tumbar a Zarco en el asiento y me acomodo a su
lado para poder disparar fuego de cobertura por la ventanilla mientras Alex
sube a la parte delantera.
―Cierra la ventana. Es un vehículo blindado.
Hago lo que dice y compruebo que más de cincuenta hombres nos rodean
y disparan contra nosotros, pero las balas rebotan en la carrocería. Alex pisa
el acelerador a fondo y salimos a toda velocidad, dejando una nube de
polvo a nuestra espalda.
Cuando al fin atravesamos los límites de la finca y nos adentramos en la
carretera, guardo la pistola y me muevo en el asiento para colocar la cabeza
de Zarco sobre mi regazo. Acaricio sus cejas oscuras e hinchadas y él abre
un ojo. Levanta una mano y coge la mía, la mira y, al verla manchada de
sangre, su garganta se mueve al tragar saliva.
―No es mía ―aclaro para que esté más tranquilo.
Asiente de manera casi imperceptible y vuelve a cerrar el ojo.
―Has vuelto a matar ―susurra muy bajito.
Tomo una respiración profunda y me agacho para besar su frente
manchada de sangre seca y mugre.
―Me he dado cuenta de que sí que hay vidas que valen más que otras y,
para mí, la tuya es una de ellas.
Capítulo 34
Zarco

Soy apenas consciente de que me mueven de un lado a otro. Creo que no


son las heridas. Me duele todo el jodido cuerpo, aunque lo que peor llevo es
el cansancio. Ni siquiera recuerdo cuándo fue la última vez que pude
dormir. Escucho voces a mi alrededor, sin embargo, la oscuridad vuelve a
arrastrarme con ella y todo se apaga.

∞∞∞
El calor me rodea, un calor húmedo que envuelve mis extremidades, mi
torso y mi cuello. Estoy tumbado boca arriba y siento unas manos
recorriendo mis hombros y después mi rostro. Se hunden en mi pelo y tomo
una respiración profunda. Es agradable. Un aroma conocido invade mi
nariz. Es Bailey, estoy seguro. Reúno las pocas fuerzas que me quedan para
lograr abrir los ojos, primero uno y después el otro. La luz blanca me hace
daño a la vista.
―Estás despierto ―susurra, y vuelvo a sentir esas manos sobre mi cara.
Un nuevo esfuerzo y vuelvo a abrir los ojos. Me recibe su mirada y
exhalo con fuerza. Intento ubicarme. Creo que estoy en el baño de mi
dormitorio, en la bañera. Muevo un poco el cuello y compruebo que el calor
que siento proviene del agua caliente en la que estoy sumergido. Regreso la
mirada a Bailey. Ella me está limpiando.
―¿Estoy muerto? ―logro preguntar, aunque ni siquiera reconozco mi
propia voz.
Recibo media sonrisa a modo de respuesta y niega con la cabeza.
―Necesitabas un baño antes de acostarte. Te he administrado un buen
cóctel de analgésicos. El dolor cederá pronto.
Consigo alzar un brazo y sacarlo del agua, acerco mi mano a su mejilla y
la acaricio con suavidad.
―¿Por qué viniste a buscarme?
―Estoy loca, ¿recuerdas? ―Se encoge de hombros y ladea la cabeza
para rozar su mejilla contra mi palma, como si de verdad disfrutara de mi
tacto―. Los locos no seguimos ninguna lógica, pero ¿qué voy a contarte a
ti? Tienes bastante experiencia en ese ámbito.
Mis párpados amenazan con cerrarse. Lucho para mantenerlos abiertos al
menos unos segundos más.
―Creí que moriría sin volver a escuchar ese tono sarcástico en tu voz
―susurro, y toco sus labios con la punta de los dedos―. Volvería a ese
jodido infierno si a cambio puedo besarte una vez más.
Su respiración cambia y noto como su pecho se eleva y baja con
violencia. Bailey aprieta los dientes e inspira hondo por la nariz. Busco su
mirada y, justo antes de que la oscuridad me arrastre de nuevo con ella, me
parece ver como una lágrima recorre su mejilla.

∞∞∞
Escucho a lo lejos unos gritos y también golpes. Me muevo despacio. Ya
no estoy en la bañera. Este lugar es mucho más mullido y suave. ¿Mi cama?
Es posible. Siento dolor, sin embargo, ya no es tan intenso como antes y mi
mente parece estar más lúcida, aunque el agotamiento sigue ahí. Solo quiero
seguir durmiendo un rato más, pero los gritos son cada vez más altos.
―¡Bailey, detente! ―Abro los ojos de golpe al escuchar la voz de Lagos.
¿Qué puede estar ocurriendo para que se altere tanto? Intento incorporarme
y busco a Bailey en la habitación. No está―. ¡Bailey, por favor! ¡Vas a
lastimarte!
Me incorporo rápido y un pinchazo de dolor me atraviesa el costado.
Miro hacia abajo y compruebo que tengo el torso rodeado por vendas
gruesas, seguramente para mantener inmovilizadas mis costillas. Con el
corazón latiendo a toda velocidad, me arrastro hasta el borde del colchón y
bajo las piernas. Me lleva varios intentos ponerme en pie, al menos lo logro,
y me sorprende descubrir que el dolor de la pierna es bastante soportable.
Abandono la habitación y camino lo más rápido que soy capaz siguiendo
los sonidos de golpes y los gritos. Suena como si alguien estuviese tirando
cosas al suelo y proviene del despacho.
Antes de llegar a la puerta veo a Beni, Oscar y Luna. Están en el pasillo,
mirando con fijeza lo que sea que esté pasando en el interior de mi
despacho. Ni siquiera se dan cuenta de mi presencia hasta que llego a su
lado.
―Zarco, ¿qué haces levantado? ―Mi hermano pequeño se coloca a mi
lado e intenta ayudarme, pero niego con la cabeza y doy un paso más para
poder mirar hacia dentro de la habitación.
Mis ojos se abren como platos al ver a Bailey moverse de un lado a otro.
El despacho parece una zona de guerra. Hay libros, cristales y trozos de
madera tirados por el suelo. Está arrasando con todo el mobiliario. No
habla, solo golpea cosas, gruñe, jadea y sigue dando puñetazos, patadas y
empujones a todo aquello que se encuentra en su camino. Lagos está a su
lado, guardando una distancia prudencial e intenta hacerla entrar en razón
sin éxito. Parece desquiciada, completamente fuera de control.
―Bailey, tienes que tranquilizarte. ―Da un paso en su dirección y
frunzo el ceño.
Mi amigo logra sujetarla por los hombros y recibe un codazo en la cara,
aunque no se mueve y solo la agarra con más fuerza y la atrae hacia su
cuerpo.
―¡Aparta tus manos de mi mujer! ―bramo. Mi voz suena rasgada, pero
firme.
Lagos da un paso hacia atrás y Bailey me mira con los ojos muy abiertos.
Solo entonces soy consciente de sus mejillas húmedas y sus ojos
enrojecidos. Arruga los labios y, antes de doblarse sobre sí misma, un
sollozo sale del fondo de su garganta.
―Zarco, solo intento tranquilizarla. Lleva varias horas así y no sé qué
más hacer ―explica Lagos de manera atropellada.
Yo no lo miro. Toda mi atención la tiene la mujer que se está
derrumbando en pedazos justo frente a mis narices.
―Todos fuera ―ordeno.
―Zarco…
―¡Fuera! ―grito.
Lagos desaparece y escucho como cierran la puerta del despacho
arrastrando por el suelo los pedazos de cristal, madera, cuero y plástico.
Cojeando, me acerco a Bailey, que sigue acuclillada y cubriendo su rostro
mientras solloza. Estiro mi mano y toco su brazo. Espero unos segundos
antes de darme cuenta de que me está ignorando. Chasqueo la lengua y
respiro hondo.
―No me obligues a agacharme, Mía. Va a doler como el jodido infierno,
pero lo haré.
Consigo hacerla reaccionar, alza la vista y niega con la cabeza.
―No puedo pararlo ―farfulla entre sollozos. Sujeto su mano y tiro de
ella para levantarla, la atraigo hacia mí y seco su mejilla mojada con la
punta de mis dedos―. Todo está saliendo y… ―Coloca una mano en el
centro de su pecho y se le corta el aliento―. Quiero que se detenga.
―No te entiendo ―susurro, mirando sus ojos―. ¿Qué ocurre?
―Lo siento… ―Respira hondo varias veces y sorbe por la nariz―. Lo
siento todo, Zarco. Es tan intenso… Es doloroso y… ¡Me está matando!
Estrecho la mirada sobre ella y me da un vuelco el corazón al darme
cuenta de lo que está pasando. Está sanando, aunque ella misma no lo sepa;
esto es lo mejor que podría sucederle.
―Ven aquí. ―Tiro de ella y la estrecho con fuerza contra mi pecho.
Sus brazos rodean mi cintura y sigue llorando de manera desesperada
mientras yo beso su pelo y acaricio su espalda para intentar tranquilizarla.
Dejo que se desahogue durante lo que se me hace un tiempo eterno. Estoy
sufriendo lo inimaginable al verla así. Mi jodido corazón sangra por ella,
pero sé que no hay nada que pueda hacer para evitarlo; tampoco quiero
hacerlo. Cuando al fin parece calmarse un poco, la aparto de mí unos
centímetros y busco su mirada.
―Siento decir esto, pero tengo que sentarme. Se me están doblando las
rodillas.
Bailey sacude la cabeza y se seca las lágrimas de un manotazo. Mira
alrededor y parece ser consciente del destrozo que ha hecho.
―No hay sillas.
―Aún queda un poco de sofá ―digo, sujetándome a sus hombros para
no caer. Creí que podría aguantar más.
Bailey me ayuda a llegar al sofá. Solo hay un cojín inferior intacto, así
que, tras sentarme, tiro de ella para acomodarla en mi regazo.
―Vas a lastimarte ―murmura con voz ronca por el llanto.
―Me da igual. ―Rodeo su cintura con mi brazo y hundo la nariz en su
cuello. Inhalo su aroma y mi corazón se acelera. ¡Maldita sea, moriría feliz
ahora mismo, con ella a mi lado! Me obligo a apartarme un poco y retiro un
mechón de su pelo para poder mirarla a los ojos―. ¿Estás mejor?
―No, aunque supongo que lo estaré. ―Toma una respiración profunda y
se me escapa la sonrisa.
―Hay que aceptar lo malo para poder disfrutar de lo bueno, Mía.
―Es más sencillo no sentir nada ―replica, apartando la mirada.
La obligo a girar la cabeza en mi dirección y pego mis labios a los suyos.
El beso solo dura unos segundos y retrocedo.
―¿Sientes eso? ―Traga saliva con fuerza y asiente con nuevas lágrimas
en los ojos―. Bien, porque pienso dedicar mi jodida vida a crear nuevos
sentimientos para ti, tan intensos y poderosos que opacarán por completo
todos los malos. ―La beso de nuevo y saboreo sus lágrimas―. Espero que
seas consciente de que no volveré a dejar que te vayas. Eres mía, ahora y
siempre. Tuviste tu oportunidad de vivir alejada de mí y no la aprovechaste.
No te daré otra. Estoy dispuesto a encerrarte en esta casa, encadenarte a mí
el resto de tus días si es necesario, pero no vas a abandonarme otra vez.
―Inspiro hondo y pego mi frente a la suya―. Tienes mi palabra.
Capítulo 35
Bailey

He pasado medio día de ayer y toda la noche durmiendo, y aún me siento


agotada. No es un cansancio físico, es algo más… Emocional. Sí, creo que
de ahí provienen todos mis males en este momento. La presa está rota. El
muro que tanto me esforcé en mantener en pie se ha hecho pedazos, y ahora
ya no hay nada capaz de contener los sentimientos.
Me giro despacio en la cama y compruebo que Zarco sigue dormido. Por
un momento, cuando estaba sumida en ese momento de locura y descontrol,
pensé en huir, pero fue verlo a él junto a la puerta, casi sin poder
mantenerse en pie y mirándome con tanta intensidad que supe que no hay
un ningún lugar en el que pueda esconderme de mí misma y de lo que este
hombre me hace sentir. Fue tan cariñoso y comprensivo… Solo me dejó
llorar hasta quedarme dormida sobre su pecho, después nos metimos en su
cama y me abrazó otra vez.
Deslizo el dedo índice por su frente y toco una de sus cejas, la que aún
está hinchada, después palpo con suavidad su ojo amoratado y la mandíbula
cubierta por barba más larga de lo habitual. A pesar de todos los hematomas
y cortes, sigue siendo condenadamente atractivo, «y mío». Pongo los ojos
en blanco por ese pensamiento tan descabellado. Me está costando lidiar
con todas las emociones de golpe, pero si algo tengo claro es que estoy
enamorada de Zarco. Supongo que es algo que me lleva pasando ya hace
algún tiempo y, como todo lo demás, lo reprimí. Sin embargo, ahora resulta
tan obvio y natural que asusta. «Amo a un criminal». Yo, la sargento Bailey,
la misma que creció con la certeza de que no existen los tonos grises.
Buenos o malos, hay que elegir un bando. Bueno, parece ser que yo ya he
elegido el mío.
Inspiro hondo e intento contener el aluvión de sentimientos que me
invaden. No los encierro, solo dejo que se disipen un poco para poder
asimilarlos de uno en uno. Deposito un beso fugaz en los labios de Zarco y
me levanto de la cama. Tengo un leve dolor de cabeza. Lo más probable es
que sea producto de todo lo que lloré ayer. Fueron las lágrimas no
derramadas durante dos años, y salieron todas a la vez. Tampoco creo que
esté tan mal. Podría haber sido peor, y con peor me refiero a una camisa de
fuerza y habitación acolchada.
Me doy una ducha rápida y me visto con una camiseta de Zarco que me
queda bastante larga antes de abandonar el dormitorio. Después de una
búsqueda en mi habitación de lo que ha sobrevivido a la locura de Zarco,
me cambio y llevo conmigo el bolso medicalizado. Regreso a su lado, me
siento al borde de la cama y empiezo a preparar la jeringuilla con el
antibiótico. Cuando la aguja atraviesa su piel, abre los ojos y me mira
frunciendo el ceño.
―¿Me pinchas a traición? ―Esboza una sonrisa somnolienta―. ¿Qué es
eso?
―Antibióticos. ―Retiro la aguja, y tras coger otra jeringuilla, la relleno
y estrecho la mirada sobre él―. Me alegra que estés despierto. Eso facilita
mi trabajo. Necesito que te gires. ―Arquea una ceja―. Vamos, solo es un
pinchazo de nada.
―En el culo, supongo.
―Sí, en una nalga. ¿Puedes girarte un poco o tengo que hacerlo yo por
ti?
Inspira hondo y vuelve a sonreír.
―Ya veo que te encuentras mejor. ¿Cómo lo llevas? ―Me encojo de
hombros―. Esa respuesta no me sirve. Necesito que te comuniques
conmigo.
Resoplo con fuerza y bajo la jeringuilla.
―Estoy abrumada. Aún sigo intentando gestionar todas las emociones
y… Bueno, supongo que se irá haciendo más sencillo.
―¿Algún otro ataque de ira a la vista? ―inquiere divertido.
―Solo si no te giras de una vez y me dejas administrarte los analgésicos
―respondo tras chasquear la lengua.
Escucho su risa grave y una sensación de euforia invade mi pecho. La
intensidad del sentimiento me deja sin aliento. Zarco se mueve hacia un
lado haciendo muecas de dolor y aparta la sábana para dejar al descubierto
su trasero. Al darse cuenta de que no me muevo, gira la cabeza hacia atrás y
me pilla mirándolo con fijeza.
―¿Qué ocurre?
Carraspeo y sacudo la cabeza antes de recuperar el control sobre mi
cuerpo. Me agacho y clavo la aguja en la parte alta de su nalga, presiono el
embolo y la retiro.
―Eso va a noquearte durante al menos un par de horas. Deberías seguir
durmiendo.
―Está bien. ―Se tumba de espaldas y señala el lugar vacío a su lado.
―Yo tengo cosas que hacer.
―¿Qué es más importante que cuidarme?
Sonrío y me pongo en pie.
―Ya te enterarás.
―Tengo miedo de preguntar ―replica, frunciendo el ceño.
―Pues no lo hagas. ―Guardo todo el material en el bolso y lo dejo junto
a la cama―. Descansa todo que puedas y recupérate porque vamos a
necesitarte.
―Ahora sí que voy a tener que preguntar. ¿Qué está pasando, Mía?
―Nada que yo no pueda manejar en tu ausencia. ―Me agacho para
medir su temperatura tocándole la frente, y antes de que pueda retirarme,
sujeta mi mano y me atrae hacia él con un tirón contundente. Caigo sobre su
abdomen y lo escucho gemir por el dolor―. ¡Eres imbécil! ―siseo,
intentando incorporarme. No me lo permite.
Me lanza una mirada de advertencia con la mandíbula tensa y los dientes
apretados.
―Creí haber dejado claro que no me gusta que me insulten ―masculla.
―No es un insulto. Solo estoy definiendo tu personalidad en base a tu
comportamiento, idiota.
Alcanzo a ver un atisbo de sonrisa en su boca antes de que colisione
contra la mía. Zarco me besa con pasión, y algo de rabia también, y yo le
correspondo encantada. Cada pasada de su lengua contra la mía sabe a
gloria bendita. Cuando rompemos nuestro beso estoy sin aliento. Nos
miramos a los ojos y su mano acaricia mi mejilla con suavidad, pero de
manera posesiva.
―Esa lengua mordaz va a ser mi jodida perdición, Mía ―susurra con la
respiración agitada.
Baja la mirada por mi cuello y después al centro de mi pecho. Sonríe de
nuevo al ver su rosario.
―Te lo devuelvo ―digo, y llevo las manos a mi nuca para sacármelo por
la cabeza. Sujeta uno de mis brazos y niega con la cabeza.
―Ni se te ocurra. Te queda mucho mejor a ti.
Dejo caer las manos y lo miro, frunciendo el ceño. Sigo apoyada en su
abdomen, sin embargo, apenas estoy cargando mi peso sobre él.
―Zarco, era de tu madre.
―Sí, y ahora es tuyo. ―Desliza el pulgar por la base de mi cuello y toca
la cruz antes de regresar su mirada a mi rostro―. Ella estaría encantada de
que lo tuvieses.
―No me parece correcto ―replico.
Suspira y se encoge de hombros.
―Piensa que es algo así como un préstamo. Lo tendrás tú hasta que en
algún momento decidas cedérselo a alguno de nuestros hijos.
Abro mucho los ojos. Por un momento me quedo paralizada. ¿Hijos? ¿De
qué demonios está hablando? Inspiro hondo por la nariz y me salgo de la
cama lo más rápido que puedo.
―Debo irme ―farfullo mientras intento gestionar todos los sentimientos
encontrados que chocan en mi interior.
―Mia, ¿qué ocurre?
―Nada. ―Me giro y me dispongo a salir de la habitación―. Descansa.
Vendré después a…
―¡Maldita sea, ni se te ocurra salir por esa puerta! ―brama.
Me detengo, inspiro hondo y me doy la vuelta con el ceño fruncido.
―Modera el tono que usas conmigo, Zarco. No soy uno de tus hombres
―siseo entre dientes.
―Si quieres que no pierda la paciencia contigo, deja de huir de una
maldita vez. ¿Se puede saber qué demonios te pasa? Habla conmigo, Mía.
Eso es lo único que te pido. ―Cierra los ojos con fuerza e inspira hondo,
como si intentara tranquilizarse―. ¿Es por regalarte el dichoso rosario o
por lo que dije sobre tener hijos? Porque te recuerdo que entre nosotros ha
habido mucho sexo sin protección.
―¿Sin protección? ―Se me escapa la risa y arqueo una ceja―. ¿De
verdad crees que te hubiese permitido ponerme un dedo encima si existiera
la mínima posibilidad de que me dejaras preñada? ―Bufo y me acerco a su
lado. Estiro mi brazo y le muestro el interior de la parte alta―. Llevo un
implante subdérmico anticonceptivo.
―¿Un qué? ―pregunta extrañado.
―Es un implante metálico, del tamaño de una cerilla, que se coloca bajo
la piel y libera hormonas… ―Chasqueo la lengua―. Da igual. El caso es
que todo ese sexo que hemos tenido nunca ha sido sin protección, al menos
no en lo que se refiere a la concepción.
―Vale, aunque eso no explica por qué te has puesto rara cuando lo he
mencionado. Ven aquí, Mía. ―Aunque suene como una orden, su tono es
de súplica. Respiro hondo y me siento a su lado. Enseguida coloca su mano
sobre mi rodilla y empieza a hacer pequeños círculos con los dedos―. No
sé cómo más decirte que estoy loco por ti. Te amo. Quiero pasar el resto de
mi vida contigo, y sí, también quiero hijos y…
―Zarco, detente ―pido, alzando mi mano―. Estoy oxidada con esto de
los sentimientos, ¿vale? No me obligues a enfrentarme a más de lo que
puedo manejar aún.
Asiente y da un pequeño apretón en mi rodilla.
―Está bien. Eso puedo hacerlo, pero necesito te sigas comunicando
conmigo. No soy adivino. Por más que lo desee, soy incapaz de saber lo que
piensas. Tienes que decírmelo tú.
―Lo intentaré ―susurro.
El muy cabrón esboza una gran sonrisa triunfal antes de acomodar la
cabeza sobre la almohada.
―Te estás volviendo razonable. Eso me gusta. Ahora lárgate y déjame
dormir. ―Le lanzo una mirada poco amistosa y me pongo en pie, haciendo
que el colchón se mueva más de la cuenta. Zarco sisea de dolor sujetándose
las costillas―. Lo has hecho a propósito ―se queja.
Me encojo de hombros y sonrío de manera arrogante.
―Por supuesto. Solo para que no te acostumbres a que sea tan razonable
―escucho su risa mientras me dirijo a la salida. Una vez más, antes de abrir
la puerta, me giro a medias―. ¿De verdad estás dispuesto a traer a un niño
a este mundo? Vives entre sangre y muerte. ¿Por qué harías algo así?
―Hasta que te conocí ni siquiera me lo había planteado, pero ahora…
―Suspira―. Sí, la sangre y la muerte me rodean, pero también el amor y la
pasión. No se puede tener lo bueno sin lo malo, Mía. Tú mejor que nadie
deberías saberlo.
Capítulo 36
Bailey

Aún algo aturdida por la conversación que acabo de tener con Zarco, me
dirijo a la cocina. Todos están desayunando y me miran con curiosidad, y
creo que algo de temor también, cuando me ven aparecer. Tengo que lograr
mantener mi mierda para mí misma. Lo iré asimilando poco a poco, sin
embargo, si dejo que me bloquee, será peor que no sentir nada. Inspiro
hondo por la nariz y alzo la barbilla.
―Buenos días ―saludo.
No contestan, solo me siguen observando como si un extraterrestre
hubiese poseído mi cuerpo. Tras servirme una taza de café, me giro con una
ceja enarcada y todos fingen seguir desayunando. Lagos es el primero en
hablar.
―¿Cómo se encuentra Zarco?
―Mejor. Se va recuperando, pero debe descansar todo lo que pueda antes
de que empiece la fiesta. ¿Sabes algo de Urriaga? No estará contento,
supongo.
―No hay noticias, aunque eso no significa que sean buenas.
―Los rusos llegaron esta mañana ―informa Oscar―. Los he instalado
en las habitaciones de la planta baja.
―Bien, después me reuniré con ellos. Ahora quiero saber dónde está
Alex.
―¿Vas a matar a mi hermano? ―inquiere Beni. Como en los últimos
días, su tono es serio y cortante. Está claro que le pasa algo conmigo.
Clavo mi mirada en él y me encojo de hombros.
―No lo sé. Antes quiero averiguar por qué nos ayudó a escapar del
rancho.
―¿Y eso qué importa? Lo hizo, os salvó la vida a ti y a Zarco, ¿no?
Decido ignorarlo por el momento y dirijo la vista a Lagos.
―Lo tenemos encerrado en el sótano. Te llevaré con él.
―Bien. ―Le doy un trago a mi café―. Oscar, ¿las armas?
―Todas en el garaje, custodiadas por un par de hombres de confianza.
Tenemos un buen arsenal para defendernos.
―¿Por qué no han atacado aún? Esperaba al menos alguna señal de
amenaza. ¿El perímetro está bajo vigilancia?
―He instalado cámaras de posición y sensores de movimiento en los
alrededores de la propiedad ―dice Luna.
―Además de las patrullas de vigilancia continuas ―añade Lagos―. Esta
casa, ahora mismo, es una jodida fortaleza. Si alguien se acerca, lo
sabremos.
―Eso es lo que quería escuchar. ¿Puedes esperarme abajo? Necesito
hablar a solas con Beni un momento.
Lagos asiente, y con un gesto de su cabeza los demás lo siguen. Inspiro
hondo y, tras dejar la taza sobre la encimera, me acerco a Beni.
―¿Qué quieres de mí, jefa? ―masculla con recochineo.
―Vale, explícame qué ocurre porque estoy perdida. ¿He hecho algo para
que te cabrees conmigo?
―¿Eso importa? Tú das las órdenes y nosotros las cumplimos, ¿qué más
quieres?
Me froto el rostro con ambas manos. Ya no recordaba cómo se siente la
frustración. Es una puta mierda.
―Beni, ¿qué ocurre? Creí que éramos amigos.
Clava su mirada furiosa en la mía y resopla con fuerza.
―¿Amigos? No, yo pensé que éramos familia. Sin embargo, no tuviste
ningún reparo en largarte sin ni siquiera despedirte. ―Se detiene un instante
para tragar saliva y continúa hablando muy alterado―. ¡Zarco se volvió
loco! Me prohibió que te buscara. Quise ir a verte para pedirte
explicaciones. ¡¿Cómo es posible que solo te hayas marchado sin más?!
¡¿Es que te importamos tan poco?!
Un dolor intenso me atraviesa el pecho, su dolor y también el mío. Doy
un paso hacia él y busco su mirada.
―Lo siento. Tienes toda la razón. Debí hablarlo contigo. Estaba pasando
por un momento horrible y sé que no es excusa, Beni, pero entonces yo no
era capaz de sentir… Bueno, nada. No sentía nada.
Se queda callado unos segundos y se seca los ojos antes de que las
lágrimas se derramen.
―¿Y ahora? ―pregunta con la mandíbula tensa y los dientes apretados.
Me encojo de hombros y esbozo una pequeña sonrisa.
―Ahora me está matando verte así y me muero de ganas de abrazarte,
pero temo hacerlo y que me rechaces porque va doler tanto que… ―Antes
de que pueda terminar la frase, se abalanza sobre mí y me estrecha con
fuerza contra su pecho. Acaricio su pelo corto y lo beso en la mejilla―.
¿Me perdonas? ―pregunto tras apartarme unos centímetros. No contesta,
solo asiente con la cabeza.
―No vuelvas a hacerlo, Bailey. Eres de los nuestros. Tu lugar está aquí,
con nosotros.
Sonrío y acaricio su mejilla.
―Empiezo a entenderlo. ―Sorbo por la nariz y bufo, sonriendo―. Vale,
no puedo seguir así. Necesito centrarme para ir a ver a Alex.
―Es mi hermano, Bailey. Si es posible, intenta no matarlo.
―Está bien. Haré todo lo que esté en mis manos.

Zarco
Me despierto algo aturdido. Esos jodidos medicamentos son tan fuertes
que no puedo dejar de dormir. Las cortinas del dormitorio están cerradas,
pero tampoco veo que se filtre nada de luz, por lo que supongo que ya ha
anochecido. Bailey no está en la cama. Me incorporo con cuidado y
descubro que ya no siento tanto dolor. Mi estómago ruge por el hambre.
Recuerdo haber probado algo de sopa entre siesta y siesta, sin embargo,
ahora mi cuerpo me está pidiendo alimentos sólidos y en gran cantidad.
Me lleva menos tiempo del esperado ponerme en pie. No me molesto en
cambiarme de ropa. Salgo de la habitación cojeando, aunque mucho menos
que ayer. Supongo que las drogas aún estarán haciendo efecto en mi
organismo, ya que consigo moverme relativamente bien. Las costillas me
tiran un poco, así que mantengo el torso recto y sigo avanzando. Escucho
voces que provienen del comedor y agudizo el oído. Es Bailey quien habla.
―Entonces, ¿van a atacar? ―pregunta, no sé bien a quién.
―Sí, es solo cuestión de tiempo. Sin mí tendrán que reorganizarse, pero
eso no les detendrá. ―Me suena esa voz.
Frunzo el ceño y al fin llego a la entrada del comedor. Bailey está sentada
en la cabecera de la mesa y los demás alrededor de la misma, incluido mi
hermano Alex.
―¿Qué mierda está pasando aquí? ―inquiero, y siento como la rabia
recorre mis venas.
Clavo mi mirada en el hijo de puta que permitió que me torturaran y casi
mataran sin mover un dedo para ayudarme. Alex se acomoda hacia atrás en
la silla y esboza una sonrisa burlona.
―Hermanito, bienvenido al mundo de los vivos ―saluda, moviendo los
dedos en el aire.
―¿Qué haces levantado? ―inquiere Bailey. No parece contenta. Bueno,
yo tampoco lo estoy.
―Por lo visto, interrumpir una reunión a la que no he sido invitado
―siseo.
La escucho bufar y nadie se atreve a decir nada.
―Zarco, siéntate para que podamos ponerte al día.
Dirijo mi mirada furiosa en su dirección.
―No puedo. Estás en mi sitio. ―Rueda los ojos, y tras resoplar, se pone
en pie y señala la silla vacía.
Con la espalda recta, intento caminar sin apenas cojear y aguanto el dolor
de las costillas cuando me agacho para tomar asiento.
―Ahora que ya te has golpeado el pecho con los puños, hablemos de lo
que nos importa ―dice.
Antes de que pueda alejarse, agarro su mano y tiro de ella para sentarla
en mi regazo. No se resiste, aunque sí recibo una mirada poco amistosa por
su parte.
―¿Puede alguien explicarme qué hace él aquí sentado a mi mesa en vez
de estar bajo tierra y con un puñado de gusanos en la boca? ―inquiero,
señalando a Alex con el dedo índice.
―Os salvó la vida a Bailey y a ti ―responde Beni.
Frunzo el ceño y giro la cabeza para mirar a la mujer que está sentada
sobre mí. Ella asiente.
―Quiero saberlo todo. Ahora mismo.
Durante un buen rato, permanezco en silencio y solo escucho el relato de
Bailey de lo que ocurrió cuando vino a rescatarme. También menciona algo
de un trato con Zakharov a cambio de refuerzos, solo que no da demasiados
detalles al respecto. Dejo que continúe. Me queda claro que ella ha tomado
el mando de mi organización mientras yo estaba ausente, y una parte de mí
se siente jodidamente orgullosa por ello. La otra aún no sabe si sentir celos
o admiración. Al terminar, giro la cabeza hacia Alex en busca de una
explicación.
―No me ayudaste cuando te lo pedí. Dejaste que esos cabronazos me
molieran a palos ―le reprocho―. ¿Por qué salvarme la vida?
Se encoge de hombros, mirándose las uñas de manera distraída.
―Es lo que llevo haciendo media vida, Zarco. Cuido de vosotros.
―Ya, claro. ―Suelto una falsa carcajada―. ¿Cómo demonios haces eso
mientras le comes los huevos al viejo?
Alza la vista y se estira para colocar los codos sobre la mesa.
―¿De verdad creíste que podías huir de él sin más? Todos os largasteis
de la noche a la mañana. ―Extiende la mano para señalar alrededor de la
mesa―. Escapasteis, y de pronto se os ocurre crear vuestra propia
organización con mercancía robada al puto cártel de nuestro padre. Si no
fuese por mí, hace mucho que el viejo os habría encontrado, Zarco. He
pasado años cubriendo vuestras pistas, rezando para que dejarais de ser tan
imbéciles como para seguir robando a quien puede aniquilaros sin apenas
esfuerzo. ―Bufa con fuerza y se vuelve a recostar hacia atrás―. Me
convertí en su perro para protegeros. Él confiaba en mí. Me costó mucho
cubrir cada pista de vuestro paradero. Maté a muchos dispuestos a hablar,
algunos de ellos eran amigos fieles. Si vas a echarme en cara que no te
ayudé, hermano, piensa antes qué has hecho tú para ayudarte a ti mismo.
―Tener pelotas ―siseo―. Pudiste haber venido con nosotros. Y ya de
paso, sacarme de allí antes de que me mataran.
―Estaba buscando la manera de hacerlo. ―Chasquea la lengua,
contrariado―. Te lo dije en su momento, era un suicidio irse sin más. Si no
estáis todos muertos es precisamente porque yo me quedé.
―Ahora te debemos la vida ―murmuro en tono sarcástico.
―¡Maldita sea, claro que sí! ―Golpea la mesa con la palma de la mano e
intento ponerme en pie, pero Bailey me sujeta por los hombros.
―Deja que hable ―me pide. La miro furioso. ¿Por qué se pone de su
parte? Antes de que pueda decir nada, coloca sus manos en mi rostro y me
obliga a mirarla a los ojos―. Te aseguro que yo misma le hubiese metido
una bala en la cabeza si no lo necesitáramos.
―¿Para qué?
―Para que no os maten ―responde Alex―. Ahora mismo todo el cártel
de Sonora se está preparando para entrar en esta casa y liquidaros. El traidor
de Gambo la cagó. No pude silenciarlo antes de que hablara con Lagos.
―Desvío la mirada en dirección a mi amigo―. El otro Lagos, su padre
―aclara.
―¿Por qué no han venido ya si saben dónde estamos?
―Porque sin mí les va a resultar más difícil organizarse. Las cosas han
cambiado mucho desde que te marchaste, Zarco. Logré que el viejo
dependiera de mí para casi todo. Casi siempre me hacía caso. Yo era el
encargado de toda la logística respecto a sus hombres, pero vendrán, solo es
cuestión de tiempo.
Respiro hondo. No termino de fiarme de Alex, sin embargo, tenerlo de
nuestro lado durante el enfrentamiento puede darnos ventaja. Conoce bien
el comportamiento de los hombres de Urriaga.
―¿Qué medidas se han tomado para protegernos? ―inquiero.
Se escucha una especie de suspiro de alivio generalizado y Bailey toma
la palabra.
―Tenemos el perímetro vigilado. Si alguien se acerca, seremos alertados
de inmediato. Tenemos los refuerzos que nos ha enviado Zakharov. Son
bastantes, bien entrenados y sin miedo a morir.
―Hay armas escondidas…
―También las tenemos ―me corta. Arqueo una ceja por la sorpresa―.
Tenías la ubicación en tu ordenador.
―Sí, protegida por una contraseña ―señalo.
―Ni siquiera tuve que hackearla ―añade Luna, y señala a Bailey con un
gesto de su mano―. Ella la adivinó enseguida.
Es lógico, puse su nombre.
―Eres demasiado predecible ―dice Bailey, encogiéndose de hombros.
¿Predecible? Será… Si estuviésemos solos, ahora mismo le estaría
demostrando lo poco predecible que puedo llegar a ser. Aferro mi mano con
más fuerza a su cintura y tiro de ella para colocarla justo sobre mi
entrepierna. Como ya esperaba, con un solo roce empieza a endurecerse y
ella se remueve incómoda e intenta alejarse. No se lo permito.
―Ya veo que lo tenéis todo controlado. Supongo que no me necesitáis.
¿Cuándo pensáis atacar el rancho? ―Todas las miradas se dirigen a mí―.
¿De verdad vais a esperar que el jodido cártel de Sonora al completo
irrumpa en nuestra casa?
―¿Tienes otra idea mejor? ―inquiere Bailey.
―Por supuesto que sí. Vayamos a por ellos. No se lo esperan, así que es
el momento de atacar. Entremos en el rancho matando a todo aquel que se
cruce en nuestro camino y acabemos con ese hijo de puta de una vez por
todas.
Capítulo 37
Bailey

Mientras aplico el desinfectante sobre la herida del muslo de Zarco, noto


como me tiembla la mano. Estoy inquieta, o tal vez sea miedo lo que siento.
Aún no logro identificar algunas emociones. El miedo sería lo más racional.
Dentro de unas cuantas horas partiremos para México. Todo está preparado.
Vamos a asaltar el maldito rancho de Leonardo Urriaga a plena luz del día,
y lo más probable es que alguno de nosotros no sobreviva.
―Sigo pensando que Alex puede traicionarnos ―susurra Zarco sin
apartar la mirada del techo.
No parece nervioso. Solo pensativo y relajado. Mientras no se vea la
herida, todo irá bien.
―Es un riesgo que debemos tomar si queremos ganar esta guerra
―contesto.
En vez de cubrir la herida con la venda, decido ponerle un apósito para
que pueda mover mejor la pierna. Lo necesitará para sobrevivir.
―Ya hablas como una de los nuestros, sargento Bailey. ―Su tono burlón
me hace sonreír.
Niego con la cabeza, recojo todo el material y me aparto un poco.
―¿Cómo lo notas? ¿Es cómodo?
Aún tumbado, flexiona la rodilla un par de veces y asiente.
―Mucho mejor que la venda. ¿No puedes hacer nada con esta? ―Señala
su torso y niego con la cabeza.
―Es una locura que vayas a meterte en una jodida lucha a muerte con las
costillas rotas, Zarco. Serás un blanco fácil.
―No tengo demasiadas opciones. Voy a necesitar muchos de esos
analgésicos, aunque no de los que me dejan atontado.
―Haré lo que pueda, pero no prometo que vayas a salir vivo de esta.
―Mi tono es casual, y hasta burlón. Sin embargo, solo pensar que de
verdad pueda morir en unas horas, siento como si me clavaran un hierro
candente en el centro del pecho.
Zarco agarra mi mano y tira de mí para acercarme. Consigo detener el
impacto colocando las manos a cada lado de su cuerpo y le lanzo una
mirada furiosa.
―Lo sé, soy un bruto.
―Al menos eres consciente ―siseo.
―Y tú debes admitir que eso te encanta. ―Desliza las manos por mis
costados e intenta subir la camiseta larga que me puse justo después de la
ducha. Detengo su avance y niego con la cabeza―. Vamos, llevo
conteniéndome toda la noche. No puedo ir a la jodida guerra sin antes haber
estado dentro de ti.
Suelto una carcajada.
―¿En serio? Ese es un intento de manipulación muy pobre, Zarco. Sabes
hacerlo mejor.
―No debería tener que manipularte para que quieras follarme, Mía
―dice con voz ronca y rasgada.
―Tienes las costillas rotas, una herida de bala en la pierna y ni siquiera
podría llevar la cuenta de la cantidad de hematomas que decoran tu cuerpo.
¿De verdad crees que serías capaz de tener relaciones sexuales?
―Si puedo disparar un arma, puedo follar. Eso es así.
Sus manos vuelven a mi cintura y la mirada que me lanza es de auténtica
lujuria. No puedo creer que de verdad me esté planteando hacer esto. Lo
más probable es que termine empeorando su estado de salud aún más.
―No, olvídalo. ―Intento apartarme y me sujeta con fuerza―. Zarco, he
dicho que no.
―No insistiría si te negaras porque no tienes ganas, sin embargo, sé que,
si ahora mismo meto la mano en tus bragas, voy a encontrarte húmeda y
caliente para mí. Así que deja ya de hacerte la difícil. Desnúdate y ponte
sobre mí. Dejaré que tú hagas el trabajo duro.
―No puedes… ―Mi queja muere en el interior de su boca. Es
implacable. Hunde la lengua entre mis labios y gruñe mientras da tirones a
la camiseta hasta que logra quitármela por la cabeza―. Eres un jodido
manipulador ―siseo antes de morder su labio inferior.
Sonríe contra mi boca y me muevo para colocarme a horcajadas sobre él.
Rompo nuestro beso y pongo mis manos en su cadera. Lo siento duro
debajo de mí.
―Eso es, ahora fóllame ―jadea.
Sonrío y niego con la cabeza.
―Tienes que aprender a aceptar un no por respuesta, Gabriel ―susurro.
Su mirada se enciende aún más y me aparto justo cuando sus manos están
a punto de sujetarme por la cintura. Desciendo por su cuerpo arrastrando su
bóxer por las piernas y libero su erección. Antes de que pueda adivinar mis
intenciones ya lo tengo en la boca. Escucho su gemido y sigo engulléndolo
una y otra vez.
―Mía, detente ―sisea, y me tira del pelo para alzar mi cabeza―. Ven
aquí. No me obligues a ir a buscarte.
Vuelvo a colocarme a horcajadas sobre él e intento no ejercer presión en
su torso mientras dejo que su miembro se adentre en mi interior. Durante
varios minutos me muevo despacio, disfrutando del roce tan placentero
contra las paredes de mi sexo. Zarco acaricia mis pechos y tira de mí para
besarme de nuevo. El orgasmo nos alcanza a al mismo tiempo,
moviéndonos al unísono y mirándonos a los ojos.
Cuando al fin logro recuperar la voz, alzo la cabeza que tenía enterrada
en el hueco de su cuello y lo miro a los ojos. No recuerdo haberme sentido
tan plena y dichosa, ni siquiera antes de Afganistán. Aunque también hay
otro sentimiento igual de intenso que no puedo ignorar. El pánico. Estoy
aterrada por la simple idea de no poder volver a estar así con él después de
mañana.
―No te mueras, ¿vale? ―le pido.
Esboza una sonrisa triste y acaricia mi mejilla con suavidad.
―Lo mismo digo. Tienes prohibido abandonarme.
―Lo intentaré.
Respira hondo y una lágrima solitaria recorre su mejilla.
―Si ocurre algo, si alguno de los dos… ―Traga saliva con fuerza y otra
lágrima sigue el camino de la primera―. La muerte no puede separarnos.
Eres mía, en esta y en cualquier otra vida. Te encontraré.
―¿Me das tu palabra? ―pregunto con un hilo de voz.
―La tienes. ―Sellamos nuestra promesa con un beso profundo y
apasionado antes de que empiece a moverme de nuevo sobre él.
Lo más coherente sería descansar antes de una batalla tan importante
como la que nos espera. Sin embargo, no me veo capaz de apartar mis
manos de su cuerpo. El sentimiento es tan brutal y desgarrador… Lo amo
con todo: mi alma, mi cuerpo y mi corazón. Quiero decírselo, pero las
palabras se quedan atascadas en mi garganta. «No voy a despedirme aún».
Capítulo 38
Zarco

―Explícame otra vez cuáles fueron los términos del acuerdo con los
rusos ―pido, apartando la mirada de la carretera.
He querido probar mi propia resistencia al conducir durante más de tres
horas. Tal vez no haya sido la mejor idea. Empiezo a sentir dolor en el
costado izquierdo, pero la pierna responde como debería.
―Ya te lo he dicho. Tuve que aceptarlo para conseguir los refuerzos.
―Lo de los diamantes me parece bien. Es algo exótico, pero me gusta.
Con una buena negociación podremos sacar unos cuantos millones de eso.
Lo que no termina de convencerme es el matrimonio.
―Sí, ya lo sé ―masculla―. Intenté negarme, te lo aseguro. Tampoco
estaba en posición de rechazar su ayuda.
―Nosotros no arreglamos matrimonios. Eso es cosa de los italianos y los
rusos. Para los cárteles, el honor y la palabra está por encima de los lazos
familiares. ―Giro a la derecha para adentrarme por la pista de tierra y
compruebo que todos los vehículos donde viajan mis hombres me siguen
antes de seguir hablando―. ¿Has pensado ya quién va a ser el afortunado?
La escucho suspirar y aminoro la velocidad cuando nos acercamos a los
límites de la propiedad.
―¿Quieres ofrecerte como candidato? ―La miro de reojo y sonrío.
―Dudo que puedas soportarlo. Los rusos esperan que los matrimonios
concertados se consuman. ¿Estás dispuesta a ser la amante que espera en la
habitación contigua? ―Recibo una mirada de advertencia y río con más
fuerza. Mi mano derecha va a parar a su rodilla y la acaricio con
suavidad―. Soy tuyo, Mía. No habrá nadie más entre nosotros, nunca.
No dice nada, aunque puedo notar cierto aire de satisfacción en su rostro.
―No se conformarán con cualquiera. Debe ser alguien de tu círculo
íntimo.
―Eso supuse ―mascullo.
―Lagos, Oscar… Beni es demasiado joven e inmaduro para asumir ese
rol.
Me planteo todas las posibilidades. Lagos nunca ha tenido intención de
casarse, al menos que yo sepa, y Oscar… Bueno, él ya tiene suficiente con
lidiar con sus propios demonios. Resoplo y detengo el vehículo en el punto
de encuentro.
―Si salimos de esta, se lo propondré a los tres. Lo que no voy a hacer es
obligarlos. Si ninguno está dispuesto a casarse con la hermana de Zakharov,
lo hablaré con él e intentaré llegar a otro acuerdo.
―Me dejarás en evidencia ―señala, y sé que tiene razón. Dio su palabra,
y si yo no estoy dispuesto a cumplirla, será ella la que tenga que asumir las
consecuencias.
―Lo sé, y lo siento. No permitiré que nadie te haga daño, pero mi deber
es proteger a los míos. No puedo obligarlos a casarse con una mujer que ni
siquiera conocen.
Tras unos segundos de silencio, asiente con la cabeza.
―Eso lo respeto.
―Bien. ―Tomo una respiración profunda―. ¿Estás lista?
―Alex ―suelta de pronto.
―¿Alex?
―Sí, él puede casarse con la rusa. Es tu hermano mayor, ¿no? Además,
tiene que servirle de algo llevar el apellido Urriaga.
Pongo los ojos en blanco. Yo decidí no hacer uso de él cuando abandoné
el cártel. Zarco era el apellido de mi madre y lo llevo con orgullo.
―No confío en Alex. Sigo pensando que traerlo con nosotros es
demasiado arriesgado.
―Veamos cómo se desarrollan las próximas horas. ―Bailey se gira en el
asiento y entrelaza sus dedos con los míos―. Es posible que al final del día
no quede nadie vivo para cumplir con esta tarea.
Asiento y busco su mirada.
―¿Cómo estás? Si quieres quedarte aquí con Luna…
―No, me necesitas.
―Claro que lo hago, en todos los sentidos, y ese es el jodido problema.
―Sujeto su rostro entre mis manos y pego mi frente a la suya―. Te prohíbo
que mueras.
Bailey esboza una sonrisa traviesa y niega con la cabeza.
―Tú siempre tan mandón… Aunque, por una vez, voy a hacer todo lo
posible por no llevarte la contraria.
―Más te vale ―susurro antes de besarla.
Salimos del vehículo y tardamos varios minutos en organizarnos.
Estamos en minoría de fuerzas y efectivos. No obstante, tengo la esperanza
de que el factor sorpresa nos dé un poco de ventaja.
―Déjame entrar primero ―pide Alex, deteniéndose frente a mí.
Lo miro frunciendo el ceño y niego con la cabeza.
―¿Y darte la posibilidad de que alertes a tus amiguitos? Olvídalo. Tienes
suerte de que no te haga entrar ahí desarmado y en pelotas.
―Gabriel, muchos de esos hombres no tienen la culpa de las cagadas de
nuestro padre. Luchan por él porque es lo que les han enseñado. No
merecen morir sin tener la posibilidad de rendirse. Permíteme hablar con
ellos y conseguiré que cambien de bando.
Lo pienso unos segundos. Si de verdad pudiera hacer algo así, tendríamos
media batalla ganada. No obstante, el riesgo es demasiado extremo.
―No. Mantén la boca cerrada y no te separes de mí. Si veo algún
movimiento sospechoso, ante la duda, dispararé primero y preguntaré
después. ¿Te ha quedado claro?
Resopla con fuerza y termina asintiendo.
―Intentad matar lo menos posible ―pide Bailey tras terminar de ajustar
la correa de su rifle. Todos la miramos confusos. ¿Pretende que entremos en
el rancho dando tiros al aire?―. Sé que es difícil, pero mi mente no está
pasando por su mejor momento y no necesito más cadáveres de los
estrictamente necesarios sobre mi conciencia.
Me acerco y beso su sien.
―Ya la habéis escuchado ―digo en voz alta y con tono autoritario―.
Intentad disparar a las extremidades de nuestros enemigos y desarmarlos.
Cabeza y corazón solo como último recurso.
Capítulo 39
Bailey

Intento concentrarme en mi tarea. Es algo mecánico que he hecho cientos


de veces. Antes de que mi mente se rompiera, era capaz de combatir en el
frente sin sentir que me derrumbaba en pedazos, así que ahora solo tengo
que dejarme llevar y hacer lo que mejor se me da. Inspiro hondo y miro de
reojo el lugar por donde Zarco se está alejando con un numeroso grupo de
hombres tras él. Sería más sencillo si no estuviese tan aterrada por la
posibilidad de perderlo.
Avanzamos unos metros más. Yo estoy liderando otro grupo, la mayoría
de ellos son rusos y después está Beni, pegado a mi espalda e imitando cada
paso que doy. Quiero pensar que lo he entrenado bien, al menos lo bastante
como para que sobreviva a esta batalla. Escucho los primeros disparos y
cierro los ojos con fuerza. Busco la forma de evadirme de mi propia mente
y poder hacer lo que debo para salvar a las personas que me importan. Esa
motivación es la que me hace levantar el rifle y apretar el gatillo cuando
varios hombres se cruzan en mi camino. La primera bala le da a uno en el
hombro, muy cerca del cuello, y después avanzo al siguiente.
En solo unos minutos se desata el caos. Cientos de hombres armados nos
rodean. Nos protegemos tras un coche alto y seguimos lanzando ráfagas
cortas cada pocos segundos. Algunos de los rusos caen. Beni aguanta bien.
No puedo detenerme para saber cómo está, aunque me parece ver algo de
sangre en su brazo izquierdo. El grupo de Lagos, que también está muy
mermado, se une a nosotros y logramos abatir a todos nuestros enemigos.
Hay cadáveres y heridos por todas partes, pero no me detengo a comprobar
cómo están, aun en contra de mi propio instinto como médico.
Nos dirigimos a la parte trasera de la casa y nos encontramos con el
grupo de Oscar, apenas quedan en pie un par de hombres, y él mismo
parece estar herido. Seguimos peleando con todo. Y entonces veo a Zarco.
Está solo. Nadie de su grupo ha sobrevivido. Una veintena de tipos lo
acorralan y me desplazo para darle fuego de cobertura. Beni me sigue.
Conseguimos escondernos tras una esquina y busco su mirada.
―¿Estás bien? ―pregunto con la respiración alterada.
Hace una mueca de dolor y se sujeta las costillas.
―Duele como el infierno, pero voy aguantando. El hijo de puta de Alex
salió huyendo en cuanto empezaron los disparos. ―«¡Mierda! Él tenía
razón, no debimos confiar en Alex»―. ¿Tú cómo vas?
―Bien. ―Me asomo y, tras disparar una gran ráfaga, me vuelvo a
esconder―. Esto es como andar en bici. Nunca se olvida.
Zarco sonríe, negando con la cabeza.
―Tengo que entrar por la puerta que están custodiando esos tipos. Estoy
seguro de que Urriaga está ahí.
―¿Qué necesitas? ―inquiero.
―Que me cubras las espaldas.
Me giro y lanzo una nueva ráfaga para que Beni pueda detenerse a
recargar su rifle.
―Voy ―dice al terminar.
Me aparto y yo también cambio el cargador. Al alzar la vista, compruebo
que Zarco me está observando. Resoplo, me giro hacia él y saco una
jeringuilla de bolsillo lateral de mi pantalón. La clavo en su brazo y él
frunce el ceño.
―¿A qué viene eso?
―Te va a ayudar con el dolor. ―Enmarco su rostro con mis manos y
busco su mirada―. Entra ahí y haz lo que tengas que hacer, pero no
permitas que te maten. ―Suspiro―. No puedo perderte, Gabriel.
Sonríe de manera burlona y rodea mi cintura con el brazo.
―Estás loca por mí, ¿verdad?
―Solo un poco ―susurro antes de que sus labios caigan sobre los míos.
―¡Chicos, es muy bonito todo, pero ayudadme, joder! ―grita Beni.
Nos apartamos y nos miramos a los ojos una última vez antes de que él se
marche esquivando balas mientras Beni y yo le damos fuego de cobertura.

Zarco
No sé cómo soy capaz de entrar en la casa de una sola pieza. Descarto el
rifle al quedarme sin munición y recorro los largos pasillos en los que
aprendí a caminar cuando era un niño con el arma corta en la mano. Disparo
a todo aquel que se mueve. Aunque intento no matarlos, alguno se me
escapa. Me dirijo al despacho de mi padre. Conociéndolo, sé que estará
atrincherado allí, rodeado por sus hombres de confianza. Puede que Alex
esté con él. Disfrutaré matando a ese traidor en cuanto lo vea.
Abato a un grupo de cinco o seis y al fin logro llegar a la puerta del
despacho, sin embargo, me queda claro que al otro lado ya me están
esperando. Decido tomar un camino alternativo. Entro en la habitación
contigua. Las paredes son de ladrillo, lo bastante finas como para que las
balas puedan atravesarlas. Me hago con uno de los rifles de un cadáver, y
tras colocarme lo más alejado posible de la pared que divide esta estancia
del despacho, presiono el gatillo y vacío el cargador. Después salgo
corriendo antes de empezar a escuchar los disparos al otro lado, le doy una
patada a la puerta del despacho y mato a dos hombres antes de ver a mi
padre apuntándome con una pistola. El padre de Lagos también está aquí,
herido, aunque no parece grave. Los demás están muertos y no hay ni rastro
de Alex.
―Me sorprendes, Gabriel ―dice el viejo, y se toca el abdomen. Está
sangrando―. Te enseñé bien, demasiado bien. ¿Qué pretendes hacer ahora?
―Se mueve por la habitación en dirección a la puerta sin dejar de
apuntarme, yo tampoco bajo el arma―. ¿Vas a matarme?
―No dejaré que salgas de aquí. Se acabó.
Sonríe y niega con la cabeza.
―¿Escuchas eso? Aún no ha terminado. Mis hombres morirán por mí.
Jamás se rendirán.
―¿Estás seguro de eso, viejo? ―Alex entra en el despacho seguido por
Bailey y Beni, todos armados y apuntando a nuestro padre. Me mira a mí,
frunciendo el ceño―. Te dije que podría hacerlos cambiar de parecer. ¿Por
qué nunca me escuchas?
Dirijo la mirada a Bailey y ella asiente.
―Tenemos la situación controlada ―informa―. Los que no han sido
abatidos, se han cambiado de bando y están obligando al resto a rendirse.
Sonrío y mi padre me mira con auténtico terror.
―No te atrevas a dispararme, Gabriel. Juro que, antes de morir, me
llevaré a cualquiera de tus amigos conmigo.
―Eso no va a ser necesario, jefe. ―Todos miramos a Lagos padre.
Escucho un sonido metálico a sus pies y compruebo que lleva una granada
de mano que acaba de activar―. Si hay que morir, lo haremos todos juntos.
―¡A cubierto! ―grita Bailey.
Apenas soy capaz de reaccionar. Veo como Beni corre hacia Lagos e
intenta quitarle la granada de la mano. Me muevo para alcanzarlo, pero soy
derribado por Alex, y entonces la habitación entera explota por los aires.

Bailey
Alex se abalanza sobre Zarco justo cuando escucho la detonación. No sé
ni cómo, logro esconderme tras la puerta y la onda expansiva me golpea
con fuerza contra la pared. Aturdida, pateo lo que queda de la madera y
consigo llegar al centro de la habitación. Todos los muebles están
destrozados. Noto el sabor a polvo y ceniza en la boca. Busco a Zarco. Lo
veo junto a Alex en el suelo. Espero unos segundos y respiro aliviada
cuando los veo moverse. «Está vivo». Escucho un gemido y todas las
alarmas se activan en mi mente.
―Beni ―susurro.
Vi cómo intentaba quitarle la granada al otro tipo antes de que explotara.
Localizo sus pies asomando entre los escombros y me dispongo a ir hacia
él, pero entonces siento el cañón de una pistola en mi sien y como un brazo
me rodea el cuello desde atrás.
―Ni se te ocurra moverte, zorra ―sisea Urriaga en mi oído.
Me quedo muy quieta. Alex ayuda a Zarco a ponerse en pie. Lo hace con
visible dolor, pero no duda en venir hacia nosotros con el arma en alto.
―¡Suéltala! ―ordena.
―Me la llevaré conmigo si das un solo paso más ―amenaza.
Miro a Zarco. Ya hemos hecho esto antes. Necesito una distracción para
poder librarme de él. Parece entenderlo, y Alex también porque es él quien
hace el amago de abalanzarse sobre su padre. Solo necesito una milésima de
segundo para echar la cabeza hacia atrás. Escucho el chasquido que emite
su nariz al romperse, agarro su mano y la retuerzo para desarmarlo. Antes
de que la pistola toque el suelo, una bala pasa silbando junto a mi oreja e
impacta en el cuello de Urriaga. Zarco le ha disparado.
Salgo corriendo hacia el lugar donde aún sigue Beni inmóvil y le pido
ayuda a Alex para retirar los escombros. Busco el latido de su corazón
tocando el lateral de su cuello, y el mío propio vuelve a la vida cuando lo
noto, aunque muy débil.
―¡Está vivo! ―anuncio.
―Urriaga también ―dice Zarco.
Entre Alex y yo movemos a Beni hacia una zona más despejada y mi
preocupación aumenta al ver el estado en el que se encuentra su brazo
izquierdo. Tiene el hueso expuesto y destrozado por completo. Casi no hay
músculo y la mano ha desaparecido por completo. Dudo que pueda salvar
nada del codo para abajo, eso si sobrevive a la pérdida de sangre.
―Necesito un cinturón.
Alex se quita el suyo y me lo da enseguida. Lo enrosco alrededor del
bíceps y aprieto todo lo fuerte que soy capaz.
―¿También quieres salvarlo a él? ―inquiere Zarco. Lo miro de reojo,
está señalando a su padre con expresión furiosa.
―Acaba con ese hijo de puta y saquemos a Beni de aquí.
Escucho la detonación y enseguida lo tengo justo a mi lado.
―¿Cómo está? ―inquiere con preocupación.
―Mal. Estoy intentando contener la hemorragia. Sal de aquí antes de que
te desmayes. ―Chasqueo la lengua con fuerza al ver una herida en su rostro
también, es un corte importante que le recorre la mejilla de manera
vertical―. Alex, busca alguna toalla o trapo limpio.
―¿Esto sirve? ―Giro la cabeza y cojo la chaqueta que me tiende Zarco.
Aparte de algunos rasguños y los viejos hematomas, no parece herido. Se
agacha a mi lado―. ¿En qué puedo ayudar?
―Hay que sacarlo de aquí.
―Hagámoslo.
―¿Aguantarás? ―Su nuez se mueve al tragar saliva con fuerza. Tensa la
mandíbula y asiente―. Bien, pues vámonos de una vez.
Mientras yo sujeto lo que queda del brazo de Beni, Alex y Zarco lo sacan
de la habitación medio derruida. Echo un vistazo al cadáver de Urriaga al
pasar a su lado. Se acabó. Ya no podrá hacernos daño nunca más. Zarco se
ha cobrado su venganza y, si Beni sale de esta, podremos seguir adelante.

FIN
Epílogo
Bailey
Seis meses después

Me las arreglo para salir del dormitorio sin despertar a Zarco. Desde que
ya está recuperado por completo me cuesta despegarlo de mí. Tengo que
admitir que el chico tiene resistencia, y me encanta cómo me siento cuando
tenemos sexo, pero necesito un descanso o acabaré muriendo por puro
agotamiento.
Mi intención es ir a la cocina, sin embargo, al pasar por la sala de estar
me doy cuenta de que Beni está allí, sentado frente al televisor. Sonrío. Es
bueno que haya decidido abandonar su madriguera. Casi no se relaciona
con nadie desde lo que pasó en el rancho. Lagos, Oscar y Luna han
decidido mudarse a distintas alas de la casa para darnos más intimidad a
Zarco y a mí. Siguen viniendo cada día, desayunamos, comemos y cenamos
todos juntos. Alex… Bueno, él se está encargando de reconstruir lo que
queda del cártel de Sonora, aunque ahora bajo el nombre del clan Z. Alguno
de los antiguos hombres de Urriaga lograron huir, entre ellos, el padre de
Luna.
―Hola, desconocido ―saludo y me siento a su lado en el sofá. Se ha
dejado crecer el pelo y la barba. La verdad es que ya no es el mismo chico
sonriente y jovial que conocí hace menos de un año, la mayor prueba de
ello es la cicatriz que recorre su rostro, desde el ojo izquierdo hasta más
abajo de la mandíbula―. ¿Cómo estás?
―Sigo siendo manco, si eso es lo que quieres saber ―responde,
señalando el muñón aún vendado justo por debajo de su codo.
Suspiro y acaricio su cabeza de forma cariñosa. Hubiese dado cualquier
cosa por poder salvar su brazo, pero no pude hacer más que amputar los
colgajos de piel, hueso y carne para evitar males peores.
―¿Te sigue doliendo?
―Siempre ―susurra. Gira su cabeza en mi dirección y estrecha su
mirada sobre mí―. Voy a necesitar más pastillas.
―¿Te las has tomado todas? ―Asiente―. Beni, no puedes comerte los
analgésicos como si fuesen caramelos. Son muy fuertes, y lo que es peor,
pueden crear adicción.
―¿Prefieres que me muera de dolor? ―inquiere, empezando a cabrearse.
Respiro hondo e intento mantener la calma. Cada día está más irascible, y
sé que debo tener paciencia con él. El pobre chico debe acostumbrarse a
vivir sin media extremidad y con dolor el resto de su vida.
―Te daré algo cuando regrese, pero vamos a tener que recortar las dosis
por tu propio bien.
Resopla con fuerza y se pone en pie con un movimiento brusco.
―No te atrevas a decirme qué es lo mejor para mí, Bailey. ¡Soy un
tullido de mierda porque tú decidiste cortarme el puto brazo!
―¡Ey! ―Ambos miramos a Zarco, que irrumpe en la sala de estar y no
parece contento―. Te aconsejo que cambies el tono. No vuelvas a hablarle
así a mi mujer. Te salvó la vida, y si no eres capaz de agradecérselo, al
menos deja de hacerla sentir como si hubiese hecho algo malo.
Beni parece querer replicar. No obstante, inspira hondo con los ojos
cerrados, después se acerca a mí y deposita un beso en mi frente.
―Lo siento. No estoy pasando un buen momento, pero todo irá bien.
Asiento y contengo el nudo de emociones que se instala en mi pecho.
―Sabes que puedes contar conmigo, Beni. Siempre estaré aquí para ti.
―Lo sé. ―Esboza una pequeña sonrisa y se marcha.
Al pasar junto a Zarco, golpea su hombro de manera cariñosa antes de
abandonar la sala de estar.
―Estará bien ―murmuro para mí.
―Claro que sí. Solo es cuestión de tiempo que se acostumbre. ―Zarco
llega a mi lado y me abraza por la cintura―. Ahora explícame por qué he
despertado solo en la cama.
Rodeo su cuello con los brazos y muerdo su labio inferior.
―Porque yo no estaba allí ―susurro contra su boca.
―Voy a tener que esposarte a mí para que no salgas huyendo en cuanto
me descuido.
―No te atreverías ―replico, frunciendo el ceño. La mirada que me lanza
dice todo lo contrario―. Vale, nada de esposas. Vístete, que tenemos que ir
a comprobar que la mercancía haya llegado bien.
―Ya lo hice anoche ―informa. Hunde la nariz en mi cuello e inhala con
fuerza.
―Entonces, ahí es donde estuviste.
Desde que arreglamos todo el tema del matrimonio concertado con los
rusos, pusimos en marcha el negocio de los diamantes y estamos bastante
entusiasmados con ello. Hay mucho dinero en juego y todo tiene que salir
bien.
―Sí, siento haberte hecho esperar, pero quise asegurarme de que todo
estaba correcto.
―¿Y?
Mete la mano en el bolsillo de su pantalón de algodón y saca un pequeño
diamante.
―¿Qué te parece?
Observo la palma de su mano y me encojo de hombros.
―Es bonito, aunque no soy experta en joyas. Si Zakharov dice que es de
calidad, yo le creo.
―A lo que me refiero es si te gusta para ti.
―¿Qué mierda pretendes que haga con eso? ―inquiero confusa.
―Imagínatelo engarzado en un aro de platino. ―Coge mi mano
izquierda y desliza su dedo índice justo por encima de mi anular―. Aquí
quedaría perfecto.
Abro mucho los ojos al entender cuál es su intención. Zarco sonríe y noto
su nerviosismo.
―Es la propuesta de matrimonio más extraña que he escuchado nunca
―digo tras soltar una carcajada―. No sé, al menos arrodíllate o algo.
Me sujeta con más fuerza por la cintura y pega su cuerpo al mío.
―Yo me arrodillo ante ti cuando me lo ordenes, pero no creas que solo
voy a hacerte una pregunta de mierda. ―Alza ambas cejas de manera
provocativa y vuelvo a reír―. No has dicho que no.
―Tampoco que sí ―replico.
―Mía… ―gruñe―. ¿Es que ni una vez puedes dejar de llevarme la
contraria? Solo di lo que quiero escuchar y acabemos con esto.
Inspiro hondo y vuelvo a colgarme de su cuello. Clavo mi mirada en la
suya y sonrío.
―Gabriel, te amo con toda mi alma.
Chasquea la lengua y pone los ojos en blanco.
―Eso ya lo sé. Di que quieres casarte conmigo.
―¿Y si no lo digo? ¿Qué va a cambiar eso? Te dije que no quería
tatuarme la zeta y no paraste hasta salirte con la tuya.
―Es muy sexy ―dice, acariciando el hueso de mi cadera.
―Conociéndote, me llevarás a rastras ante un juez y no me dejarás en
paz hasta que diga «sí, quiero».
―Me alegra saber que lo tienes tan claro ―masculla antes de pegar sus
labios a los míos.
Mientras nos besamos, no puedo evitar recordar la primera vez que puse
mi mirada sobre este salvaje y arrebatadoramente atractivo hombre. Lo amé
antes incluso de poder sentir nada. De alguna forma, supo meterse bajo mi
piel, en mi corazón y en mi mente. Esta última la trastornó por completo.
Yo era una militar, alguien que siempre se regía por un código moral
intachable, y ahora aquí estoy, a punto de casarme con el líder de una banda
criminal, hablando de tráfico de diamantes y quitando vidas en vez de
salvarlas. Lo más curioso de todo es que nunca antes había sido tan feliz, y
eso es lo único que me importa.
Epílogo extra
Bailey
―Gabriel, ni se te ocurra desmayarte ―grito mientras dos mujeres que
apenas conozco miran con fijeza entre mis piernas.
―No lo haré ―dice sin aliento, y aprieto su mano cuando una nueva
contracción amenaza con partirme por la mitad.
―Señora Zarco, solo un empujón más ―pide la partera.
Tomo una respiración profunda y un grito desgarrador sale del fondo de
mi garganta. Empujo con todas mis fuerzas y entonces lo escucho, un llanto
débil que poco a poco va subiendo de volumen. Sin aliento, busco la mirada
de Zarco y lo veo sonreír de oreja a oreja.
―Ya está ―dice, y sonríe aún más.
―Enhorabuena, es una niña preciosa. ―La dejan sobre mi pecho y
acaricio su pequeña cabecita. Estoy sin palabras. ¿Cómo es posible que
pueda sentir tanto amor por alguien a quien aún no conozco?
―Mía, tiene sangre ―susurra Zarco.
Giro la cabeza en su dirección con la velocidad de un látigo. Está pálido
y se tambalea hacia atrás.
―Oh, mierda. No te desmay… ―Antes de que pueda terminar la frase,
lo veo caer de espaldas y pongo los ojos en blanco―. ¿Alguien puede
levantar a mi marido? ―Beso la cabeza de mi pequeña y sonrío de
nuevo―. No te preocupes, cielo. Tu papá se alegra mucho de verte.
Enseguida se despertará y siempre estará a tu lado, protegiéndote y
cuidándote. Has nacido en una familia algo peculiar. Te va a encantar, ya lo
verás.
AGRADECIMIENTOS

Otro libro más terminado y tengo que admitir que me he quedado con
ganas de más. Gracias por haber llegado hasta aquí y espero que hayas
disfrutado de la historia de Zarco y Bailey. Este libro no sería como es si
unas cuantas personas no me hubiesen ayudado a hacerlo realidad. Ni
siquiera voy a molestarme en mencionar sus nombres porque saben quiénes
son.
Lagos, Oscar, Luna, Beni… ¿Tienes ganas de saber qué les depara el
destino? Yo también, ja, ja, ja.

Nos vemos pronto.

Descubre el resto de mis obras en:

Jessgr.net

[1] «Encantado de conocerte» en ruso.


[2] «El placer es mío» en ruso.
[3] «No tienes miedo» en ruso.
[4] «Tú tampoco» en ruso.

[5] Traducción del ruso: Sí, hablamos pronto.

También podría gustarte