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TRADUCCIÓN
Afterglow
Vequi Holmes
mym_24
CORRECCIÓN
Ual Rc
SloaneE
Cavi20_B
Lazo Rita
REVISIÓN FINAL
Lazo Rita
Φατιμά
DISEÑO
August
Contenido
SINOPSIS
CAPÍTULO UNO
CAPÍTULO DOS
CAPÍTULO TRES
CAPÍTULO CUATRO
CAPÍTULO CINCO
CAPÍTULO SEIS
CAPÍTULO SIETE
CAPÍTULO OCHO
EPÍLOGO
NOTA DE LA AUTORA
AGRADECIMIENTOS
SOBRE LA AUTORA
Esta novela es una secuela/epílogo extendido de la
historia de Killian y Julianna. A VOW OF HATE debe
leerse antes que A VOW OF FOREVER.
SINOPSIS
Dicen que los finales felices vienen después del matrimonio.
Pero mi matrimonio con Julianna fue todo menos bonito y
feliz.
Nuestro comienzo estuvo teñido de mentiras y engaños.
Fuimos veneno hasta que encontramos la cura.
La verdad nos liberó de nuestro odio y encontramos nuestro
final feliz.
O eso pensé…
Dejar nuestro pasado atrás ha demostrado ser difícil cuando
estamos rodeados de maldad. La muerte de Gracelynn
todavía persigue a Julianna y está atrapada en un ciclo
interminable de pesadillas.
¿Y yo? Estoy encadenado por el miedo tácito de perderla de
nuevo.
El padre de Julianna me preguntó: ¿Hasta dónde llegaría
para proteger a mi esposa?
Hasta donde tenga que llegar.
El mundo me preguntó: ¿Qué daría por mi esposa?
Daría todo.
CAPÍTULO UNO
Julianna
La última vez que caminé por el pasillo de bodas,
quedé hecha un desastre.
La última vez que dije mis votos a Killian, me estaba
autodestruyendo.
Él me había dejado en el altar, después de susurrarme
votos de odio al oído y sin un beso para sellar nuestra
unión. Sin ni siquiera levantarme el velo. En mi camino de
martirio, pensé que eso era lo que merecía. Incite a Killian a
odiarme... por mis propias razones egoístas.
Para expiar mis pecados.
Para buscar la redención.
El perdón.
Pero sólo acabé dejando un rastro de dolor y
destrucción a mi paso. Atormenté a Killian con mis mentiras
mientras creía ciegamente que estaba haciendo lo correcto.
Cómo han cambiado las cosas.
El destino tiene una manera de estropear las cosas, oh
bueno... arreglar las cosas que nos empeñamos en romper.
Tal vez fue una obra del kismet1, tal vez estaba
destinado todo el tiempo...
Estaba jugando con nuestros destinos, arriesgando el
corazón de ambos en mi intento de arreglar nuestro
capítulo.
Excepto que nuestra historia de amor ya había sido
escrita en las estrellas, mucho antes de que naciéramos. Por
mucho que intentara cambiarla, Killian y yo volvimos a
encontrar el camino el uno al otro.
Dicen que nunca se olvida el primero.
El primer amor. El primer beso. El primer toque. El
primer todo.
Y todo era cierto. Nunca olvidamos nuestras primeras
veces, pero ahora queríamos reescribir nuestra historia.
Empezando por el principio.
Nuestros votos.
Nunca pensé que volvería a caminar por el pasillo o a
renovar mis votos matrimoniales. Excepto que Killian tenía
otras ideas.
Sus besos me despertaron. Un beso detrás de mi oreja
y luego su boca bajó más. La nuca me cosquilleó con el
suave contacto de sus labios.
—Buenos días. —Dijo Killian con su ronca voz matutina.
Me estaba acurrucando desde atrás, su pecho contra mi
espalda y cuando me contorneé hacia él, sentí su dura
longitud tanteando la curva de mi culo.
—¿Qué estás haciendo? —Me burlé.
—Besando a mi esposa.
Hice un mohín, aunque él no podía ver mi cara. —Me
has despertado.
—Siento haberte despertado. —Dijo y pude sentir su
sonrisa contra mi piel sonrojada—. Pero no siento haberte
besado. Tengo que compensar tres años de besos perdidos,
princesa.
¿Me desmayé? Sí, un poco.
Mi corazón se derritió al escuchar la adoración en su
voz. Echaba de menos este lado de Killian. El lado romántico
que me trataba con tanta delicadeza. Tres años de odio y
por fin tenía a mi antiguo Killian de vuelta.
Dejé escapar un estremecimiento involuntario cuando
su fuerte brazo me rodeó y su mano subió hasta mi pecho.
Me agarro un seno y lo apretó suavemente, y un gemido se
escapó de mis labios antes de que pudiera detenerme.
—¿Sensible?
Jadeé en respuesta cuando hizo rodar mi apretado
pezón entre sus dedos.
—Sí. Más sensible que ayer.
Mi marido me besó a lo largo de la columna vertebral
antes de ponerme de espaldas y colocarse entre mis muslos
abiertos. Acarició mi pequeño vientre, que apenas
sobresalía, pero que estaba ahí. Visible y ligeramente
hinchado de vida. Killian me sonrió y me encontré perdida
en sus oscuros ojos de alcoba, una vez más.
Dios, era robusto y guapo. Tenía la nariz ligeramente
torcida, las cejas gruesas y las pestañas largas. Sus labios
eran carnosos y tenía un hoyuelo bajo su barba áspera.
Tuve mucha suerte con este hombre.
—¿Por qué sonríes así? —Preguntó, con una ceja
levantada.
—¿Por qué sonríes así? —Le contesté.
Sus manos se enroscaron alrededor de mis caderas. —
Porque puedo abrazarte y besarte cada mañana.
—Eso fue bastante cursi, Spencer.
—Me he pasado tres años despertando solo y con frío.
—Murmuró Killian—. No voy a perder más tiempo, señora
Spencer".
No creía que fuera posible que se me rompiera el
corazón de nuevo, pero esto, sus palabras y el tormento en
sus ojos que tanto intentaba ocultar, me mató.
—Estoy tan...
Sus labios se estrellaron contra los míos, silenciando mi
angustia y tragándose mis palabras. Deslizó su lengua por
mi labio inferior, burlándose de mí. Mis labios se separaron
para él y entonces su sabor invadió mi boca. El beso me
provocó escalofríos y sentí como si cada célula de mi cuerpo
cobrara vida por fin.
Un tierno beso de disculpa. Un lento beso de perdón.
Un delicado beso de misericordia.
Respiré entrecortadamente mientras una mano
fantasma me apretaba el corazón. Pensé que sería fácil
seguir adelante, empezar de nuevo, pero esto no era un
cuento de hadas. Mis mentiras nos causaron a ambos un
dolor indescriptible y ese dolor no podía olvidarse. Quedó
grabado para siempre en las páginas de nuestra historia, un
capítulo de choque de trenes antes de encontrar nuestro
final feliz.
—Cásate conmigo. —Susurró en mis labios. Confundida,
me retiré.
—¿Qué?
—Cásate conmigo. —Repitió Killian—. Cásate conmigo
otra vez.
—Killian. —Respiré.
Me tomó la mano izquierda y enlazó nuestros dedos
antes de llevarse el dorso de mi mano a la boca. Sus labios
rozaron el anillo de compromiso que me regaló hace casi
cuatro años.
—Querías reescribir nuestra historia, ¿verdad?
Asentí con la cabeza, sin palabras.
—Entonces necesitamos tener una segunda boda, con
votos adecuados esta vez. Sin odio. Sin pretensiones. Sin
mentiras. Una boda de verdad, Julianna.
—Una boda de verdad. —Susurré.
Killian me dedicó una verdadera sonrisa. —Una boda de
verdad. —Aceptó.
—No quiero nada elegante.
—Yo tampoco.
—Quiero celebrar la boda aquí, en la isla. —Exigí, medio
esperando que se negara.
Se inclinó y presionó su labio contra mi mejilla llena de
cicatrices. Mi respiración se agitó ante su contacto y mis
cicatrices hormiguearon.
—Estoy de acuerdo. ¿Mañana?
—¿Mañana? —Chillé—. ¿Cómo...?
—No voy a esperar más. Iba a pedirte que sea hoy,
pero tendrás que elegir un vestido. —La comisura de sus
labios se curvó—. Entonces, me conformo con mañana y ya
está. No voy a esperar más.
—No hay prisa, Killian. Ya estamos casados. —Intenté
explicarle, pero negaba con la cabeza.
—Sobre el papel, sí. Pero nuestro matrimonio se basa
en los votos que hice desde la ira y el odio. Esos votos son
ahora nulos. Si queremos reescribir nuestra historia,
tenemos que empezar con nuestros votos, Princesa.
Cuando me propuso matrimonio ayer, no fue nada del
otro mundo. Pero fue suficiente para mí. Suficiente para
nosotros.
Y ahora me estaba preparando para caminar por el
pasillo. Una segunda vez. Una boda de verdad, con votos de
verdad.
—Ya está. Todo listo. —Anunció Mirai, sacándome de
mis pensamientos.
Se puso a mi lado, de modo que las dos estábamos
frente al espejo. Mi maquillaje era mínimo, como había
pedido; Mirai hizo un trabajo perfecto y mis cicatrices
parecían menos prominentes bajo las capas de base. No era
exactamente consciente de ellas, pero mis cicatrices
siempre me recordaban aquella noche.
Era un feo y constante recordatorio de la muerte de
Gracelynn. Que mi hermana murió y yo de alguna manera
sobreviví.
Que ella perdió su final feliz... mientras yo conseguí el
mío.
Mi visión se nubló antes de que una lágrima solitaria se
deslizara por mi mejilla cicatrizada. Dios, la echaba de
menos. Especialmente hoy. Echaba de menos su sonrisa
fácil y su risa profunda. Echaba de menos a mi hermana,
simple y llanamente.
El ego herido de mi padre le robó a mi hermana su
felicidad para siempre. De su hijo no nacido y de su amor.
Qué injusto fue que, mientras él me odiaba; mientras yo
siempre estaba destinada a ser la víctima de sus elaborados
planes de asesinato, su verdadera hija resultó ser la víctima.
Pensé que con el tiempo me adormecería a los
recuerdos, al dolor de la pérdida de Gracelynn, pero me
equivoqué. El dolor nunca disminuyó. La miseria nunca
disminuyó. La culpa nunca se calmó. Seguía pesando en mi
corazón y mis pesadillas eran un recordatorio constante de
ello. La angustia de aquella noche; la desesperación de vivir
con esos recuerdos; el dolor de seguir adelante sin ella.
—¡Julianna! —Mirai amonestó—. Vas a estropear tu
maquillaje.
Me secó las lágrimas, mientras murmuraba en voz baja.
—No llores hoy, por favor.
—Yo sólo... —Me atraganté con mis lágrimas y me
tragué el llanto—. Lo siento, tienes razón. Hoy no se llora.
—Es un día feliz.
Mi corazón se hinchó ante su tierna sonrisa. —Es un día
feliz. —Acepté.
Mirai dio un paso atrás y me admiró de pies a cabeza.
Chasqueó la lengua en señal de aprobación, asintiendo. —
No puedo mentir, me gusta más este vestido que el otro.
Mi vestido de novia era sencillo en comparación con la
prenda extravagante que llevé en mi primera boda. Ayer,
Killian había conseguido que un diseñador de vestidos de
novia viniera a la isla con más de veinte opciones de
vestidos. Aunque todos iban de lo sencillo a lo
extravagantemente bello, sólo uno capturó mis ojos.
El vestido que elegí estaba compuesto de encaje
transparente y capas de tul, con pequeños motivos florales
a lo largo del corpiño y las mangas largas, que añadían un
toque caprichoso. El corpiño del vestido también estaba
delicadamente salpicado de capas de tul, que
complementaban el sexy escote ilusión. Elegante y bonito.
Esperaba que a Killian le gustara este vestido.
Estábamos haciendo el ritual de "no se puede ver a la novia
antes de la boda", y mientras él estaba enojado, por
supuesto, lo estaba, Emily y Mirai se habían aliado contra él
y lo habían dejado fuera del dormitorio.
Golpeó la puerta durante la primera hora. Maldijo
algunas veces. Luego trató de convencerme de que le
abriera la puerta... cuando eso no funcionó, volvió a
maldecir.
Después de un tiempo, Killian finalmente se rindió. O
eso creía.
Mi teléfono emitió un mensaje y puse los ojos en
blanco.
—¿Alguna vez se rinde? —Murmuró Mirai.
Tome mi teléfono del tocador, sólo para ver que en
realidad era Killian quien me enviaba un mensaje. Una
sonrisa vertiginosa se extendió por mis labios.
—Supongo que no.
Killian: Déjame entrar.
Yo: ¿Por qué?
Killian: Quiero un beso.
No era la primera vez que Killian intentaba
convencerme de que abriera la puerta mediante mensajes
de texto. Casi lo consiguió hace unas horas, cuando decidió
no jugar limpio enviándome mensajes sucios y
excitándome.
Como estaba embarazada, mi libido estaba en lo más
alto. Así que rápidamente me di cuenta de que su objetivo
era conseguir que corriera hacia él, estando tan excitada
para que me tocara.
Casi gana si no fuera porque Mirai me atrapó
intentando escabullirme de la habitación.
Ni Killian ni yo creíamos en las supersticiones. Pero si
podíamos evitar la mala suerte del más allá, no me
arriesgaba.
Yo: Puedes besarme en el altar.
Killian: Quiero más que un beso. No se puede
hacer eso en el altar.
A estas alturas, estaba sonriendo tanto que me
empezaban a doler las mejillas. Había estado tan privada de
tacto, tan privada de amor durante los últimos cuatro años,
que ahora prácticamente me desmayaba con cada pequeña
atención.
El Killian romántico era mi Killian favorito.
Yo: Puedes hacerlo después de la boda.
Killian: La he jodido.
Yo: ¿Qué quieres decir?
Killian: Te imaginé con tu vestido de novia,
caminando por el pasillo hacia mí... y luego imaginé
lo jodidamente bien que se sentiría arrancarte ese
vestido y comerte como mi postre favorito. Así que
ahora me duele la polla.
Me estás matando, princesa.
Yo: En primer lugar, no es mi culpa que tu
imaginación haya decidido correr tanto. Segundo, NO
vas a arrancarme el vestido. Me enfadaré y en lugar
de "consumar" nuestro matrimonio como deseas
desesperadamente, dormirás en el suelo.
Killian: Déjame entrar. Por favor.
Yo: ¿Realmente pensaste que decir por favor iba
a ayudar a tu caso?
Killian: ¿Sí?
Sonaba tan esperanzado en ese texto de una sola
palabra que me lo imaginé haciendo pucheros mientras
esperaba que le abriera la puerta. Se me escapó una risita
mientras escribía rápidamente un mensaje.
Yo: La paciencia es una virtud.
Killian: No soy un maldito virtuoso.
Yo: Te amo.
Killian: Yo también te amo. Ahora, ¿puedo tener
tu coño para un almuerzo tardío?
Yo: Cena.
Killian: ¿Merienda?
Yo: Cena.
Killian. Joder.
Mirai soltó una tos ahogada y yo dejé caer mi teléfono
sobre el tocador, antes de encontrarme con sus ojos a
través del espejo. Sus mejillas estaban teñidas de rosa y
contenía una sonrisa.
Un rubor subió por mi cuello y mis mejillas ante la
mirada cómplice que me dirigía. —¿Estabas leyendo mis
mensajes?
—No.
La miré con desconfianza. —Mentirosa.
—Deberías haber aceptado la merienda.
—¿Merienda? —Emily entró en la habitación, con mi
velo blanco en sus manos—. ¿Tienes hambre? Puedo
prepararte un bocadillo.
—No sé si Julianna tenga apetito, pero definitivamente
creo que Killian tiene hambre. —Murmuró Mirai.
Oh, Dios mío.
Dejé escapar un jadeo silencioso, pero Emily no se dio
cuenta, gracias a Dios.
Mirai tomó mi velo blanco de encaje de su abuela y se
acercó a mí. —Aquí está.
—Gracias. —Mi sonrisa se amplió—. ¿Puedes
ayudarme?
Me enfrenté al espejo y Mirai me colocó el velo sobre la
cabeza con la preciosa tiara de hojas hecha a mano,
adornada con pequeños cristales, que Emily me hizo “como
regalo de bodas”.
Era lo único brillante de mi traje de novia.
Había renunciado a cualquier joya cara, salvo los
sencillos pendientes de perlas que era algo que me había
prestado Selene. Tras la muerte de mi madre, ella era la
única figura materna que tenía. Y cuando Gracelynn se fue,
Selene fue mi única amiga hasta que llegué a la isla.
El último año, Selene no estuvo mucho en mi vida y la
había echado de menos. Una llamada telefónica más tarde y
después de unos cuantos arreglos, pudo venir a mi segunda
boda.
—¿Dónde está Selene? —Le pregunté a Emily mientras
ayudaba a Mirai a arreglar mi velo.
—Está haciendo una última revisión antes de la boda.
—Me miró a los ojos a través de nuestro reflejo, sonriendo
alentadoramente—. Para asegurarse de que todos los
arreglos se hacen correctamente y luego se preparará.
Ahora lo tenía todo.
Todo lo que quería; todo lo que soñaba. Un padre de
verdad: Gideon. Emily y Mirai eran mis amigas. Selene
estaba aquí, con su sonrisa maternal. Mi marido me amaba.
Sólo me faltaba...
Gracelynn.
Se me apretó el pecho y sacudí la cabeza, negándome
a pensar en cómo
dolía.
Respirando entrecortadamente, sonreí a mi reflejo. Por
fin iba a tener una boda de verdad y hoy era un día feliz.
Killian se aseguró de ello. No iba a arruinarlo estando tan
sombría en una ocasión tan alegre.
Una hora más tarde, me encontré frente a la puerta
que conducía a la parte trasera del castillo. La mirada de mi
padre se dirigió a la mía, ladeando la cabeza mientras me
estudiaba detenidamente.
—Pareces un poco nerviosa.
—¿Crees que Killian está nervioso?
Se rio. —No exactamente. Sólo está impaciente.
—Por supuesto, lo está. —Murmuré—. Siempre y
cuando no me deje en el altar otra vez.
Mi padre frunció el ceño. —Él no...
—Estoy bromeando. —Me apresuré a decir—. Sé que no
lo haría. Esta vez no. No estoy preocupada por eso. De
hecho, no sé por qué estoy nerviosa. Ya estamos casados
legalmente y sólo estamos diciendo nuestros votos de
nuevo. Pero creo que... sí, estoy un poco nerviosa y muy
emocionada.
—Eso es lo que se espera de una novia. —Reconoció
antes de sacudir su cabeza, sus labios se curvaron con una
sonrisa apenada—. Killian volvió a todos locos hoy. No ha
sido para nada una buena compañía.
—No se ha separado de mí desde que volvimos del
hospital —dije a la defensiva.
Era cierto, Killian había estado rondando desde que me
desperté en el hospital.
La cirugía podría haber sido un éxito y aunque la bala
dejó una cicatriz física, no era nada comparado con el
trauma de Killian. Apenas se apartó de mi lado desde
entonces y algunas noches, me despertaba con él cubierto
de sudores fríos y perdido en una pesadilla en la que no
podía llegar a él.
—El hombre necesita dejarte respirar. Su
sobreprotección acabará por asfixiarte.
Enrosqué mis dedos alrededor del pliegue de su codo.
—No me importa.
—Eso lo dices ahora. —Mi padre se burló.
—Me perdió una vez y casi me vuelve a perder. —Le
expliqué—. Creo que entiendo por qué no me pierde de
vista por mucho tiempo…
Dudé al notar su media sonrisa. —¿Por qué sonríes así?
—Me gusta verte defendiéndolo, Jules. —Dijo
lentamente, con esa misma mirada afectuosa en sus ojos—.
Él te ama y sé que tú también lo amas. Aférrate a eso
cuando tu matrimonio se ponga difícil.
Se me hizo un nudo en la garganta por las fuertes
emociones y le di a mi padre un lento asentimiento.
—¿Estás lista? —Preguntó con ese tono paternal que
siempre usaba conmigo.
—Lista. —Susurré mientras él abría la puerta y
dábamos el primer paso fuera.
El sol brillaba en el cielo de la tarde y no había más
música que mi propia respiración agitada. Enrosqué los
dedos de mis pies desnudos en la hierba, sintiendo la ligera
humedad después de la lluvia de ayer.
Oh, Dios.
Había flores por todas partes.
Eso fue lo primero que noté y luego mis ojos lo
captaron.
Killian.
Estaba parado al final del pasillo floreado, bajo el
gazebo2 con cúpula que Elias había construido para
Arabella. Se dio la vuelta y nuestras miradas se cruzaron.
El tiempo se ralentizó.
Mi corazón retumbó en mi pecho, tan fuerte que pensé
que todos podrían oírlo. que todo el mundo podía oírlo.
Pasó un segundo.
Camine hacia mi marido. Llevaba un traje negro, similar
al que siempre llevaba, y parecía que se había pasado los
dedos por el cabello demasiadas veces por el aspecto
desordenado que tenía.
Killian parecía completamente desconcertado al verme
caminar por el pasillo hacia él; total y absolutamente
aturdido. Observé cómo su expresión cambiaba de mal
humor a asombro y luego a adoración. La última vez que
había caminado por el pasillo, Killian ni siquiera se había
molestado en darse la vuelta y esta vez...
Él tenía razón; si queríamos reescribir nuestra historia,
aquí era donde teníamos que empezar. Nuestros votos.
Cuanto más me acercaba a él, más se aceleraba mi
corazón. Mi estómago se agitó y se hundió cuando
finalmente estuvimos a un brazo de distancia.
Como si estuviera demasiado impaciente para esperar,
Killian bajó el escalón y se acercó a mí.
—La tengo. —Le dijo a mi padre, antes de rodear mi
cintura con su brazo.
—¿La tienes? —Preguntó mi padre; su voz más seria de
lo que había oído.
El brazo de Killian me rodeó con fuerza. —La tenía
entonces. La tengo ahora y hasta mi último aliento.
—Suenas muy arrogante, hijo.
—Tengo suficiente confianza en el amor que siento por
su hija. —Su voz se profundizó de una manera que hizo que
un escalofrío recorriera mi columna vertebral—. Cometí un
error en el pasado, pero esta vez no la voy a dejar escapar.
—Eso es lo que quería oír. —Mi padre finalmente me
soltó y yo me incliné hacia Killian, su aroma me hizo sentir
calor y vértigo.
Apretó sus labios contra mi sien y mi corazón se
desmayó.
—Ranúnculo, eh. —Comentó Killian.
Miré mi ramo y asentí con la cabeza. —Nuestras flores.
Yo pedí específicamente ranúnculos blancos y rosas.
Subimos los escalones y nos situamos bajo el gazebo
decorado, ante el viejo y medio calvo sacerdote. Nos sonrió
amablemente, tomando nuestro abrazo.
—Estamos reunidos aquí hoy…
Killian y yo nos giramos para mirarnos cuando el
sacerdote empezó a hablar. Podía oírlo, pero no podía
entender sus palabras por encima de los latidos de mi
corazón. Tenía las manos húmedas y un ligero cosquilleo me
recorría la espalda.
Mi marido, sin perder un segundo, me levantó el velo y
entonces antes de que pudiera respirar, antes de que
pudiera parpadear, sus labios estaban sobre los míos. Me
besó con fuerza. Besándome como si hubiera estado
hambriento de mí. Besándome como si fuera un hombre
que se ahoga y necesitara este beso para vivir, como si mis
labios pudieran salvarlo de una calamidad inminente. Killian
se tragó mi grito de sorpresa y me besó más fuerte,
robando mi aliento de mis pulmones y vertiendo el suyo en
mi garganta.
—…El beso es después de los votos, señor Spencer.
Nuestros labios se separaron el uno del otro cuando la
voz del sacerdote nos interrumpió y todo mi cuerpo se
sonrojó de vergüenza.
—No podía esperar. —Se limitó a decir Killian, con sus
labios aun rondando los míos, tan cerca—. Verá, no soy un
hombre paciente ni virtuoso.
El anciano soltó un suspiro exasperado. —¿Podemos
seguir adelante con la ceremonia ahora?
—Espere. —Dijo mi marido. Acunó mi cara entre sus
grandes manos y me dio un simple picoteo en los labios y
luego un beso fuerte, antes de antes de separarse. Me
quedé sin aliento y dolorida, y Killian estaba sonriendo.
—Bien, ya estamos listos.
El sacerdote comenzó a hablar de nuevo y lo dejé de
lado... hablaba sobre el significado del matrimonio, la
importancia del vínculo sagrado entre marido y mujer.
—Tú, Killian Spencer, tomas a Julianna...
—Quiero decir mis propios votos. —Interrumpió Killian.
—Bien, de acuerdo. Adelante.
Las manos de Killian se apretaron alrededor de las mías
y entrelazó nuestros dedos.
Una mirada solemne cubrió su rostro.
—Siempre me arrepentiré del día en que dije esos votos
de odio, deseando poder retirarlos porque sé muy bien
cuánto te dolieron esas palabras.
Sacudí la cabeza, con los ojos escocidos por las
lágrimas no derramadas.
—Yo también te hice daño. —Susurré.
Los labios de Killian se curvaron con una sonrisa
agridulce que me rompió el corazón.
—Hoy, quiero tomarte como esposa, como debería
haberlo hecho la primera vez. Con los votos adecuados. —
Dijo Killian, con una voz profunda y cargada de emociones
—. Prometo amarte sin condiciones, honrarte todos los días,
enjuagar tus lágrimas y hacerte sonreír más. Hacerte reír
cuando estés triste, abrazarte cuando te duela y amarte
incluso cuando no puedas amarte a ti misma. Te elijo a ti,
Julianna.
Ahí estaba. La parte de nuestra historia que necesitaba
seriamente una reescritura. La parte en la que nunca le di la
oportunidad de elegirme. En el pasado, tomé esa elección
de él. Se la arrebaté como una tonta y una amante
despiadada. Y ahora, me estaba eligiendo a mí. Contra todo
pronóstico. Después de todo. Dejando todo el dolor y las
mentiras, los secretos y las manipulaciones, Killian me
estaba eligiendo como su esposa.
Había tanta convicción en su voz cuando continuó
hablando.
—Te elegí entonces, y te elijo ahora y para el resto de
nuestras vidas. Te elijo porque eres la mujer más fuerte que
he conocido. Tú luchaste contra todo lo feo y duro, y mírate:
saliste viva y luchando, resurgiste de las cenizas y eres la
mujer más hermosa que he jamás he visto. Te elijo porque
haces feliz a mi corazón. Te elijo porque tu alma es pura. Te
elijo porque estás hecha para mí. Me comprometo a poner
todo mi empeño en que este matrimonio funcione y a darte
la mejor versión de mí. Días buenos o malos, te daré lo
mejor de mí porque no te mereces menos, princesa.
Mientras ambos vivamos, estaré a tu lado, en lo bueno y en
lo malo, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en
la pobreza. Eres única e inigualable, hoy y todos los días.
¿Me... eliges? ¿Me aceptas como tu esposo?
Un sonido estrangulado salió de mi garganta antes de
que pudiera detenerme. Asentí con la cabeza cuando no
pude encontrar mi voz.
—Sí, acepto. —Dije en voz baja y luego más fuerte, más
segura—. Lo hago, Killian. Te elijo a ti.
—¿Te gustaría decir tus propios votos? —El sacerdote
me preguntó.
—Sí…. Yo, Julianna Spencer, te elijo a ti, Killian Spencer,
para que seas mi esposo y mi compañero de por vida y para
siempre. Juro que siempre te honraré, amaré, consolaré,
animaré y no nos abandonaré nunca a nosotros. Tanto si
estamos en nuestro mejor momento como en el peor, seré
tu esposa y tu mejor amiga. Compartiré tus esperanzas y
tus sueños. Me comprometo a ponernos siempre en primer
lugar, a elegirnos siempre, cuando los tiempos sean
difíciles. Te amaré incluso cuando me hagas enojar. Te
amaré incluso cuando nos peleemos, porque sé que al final
del día, siempre nos reconfortaremos mutuamente. Iré a la
batalla por ti. Lucharé contra el mundo por ti y porque el
matrimonio es feo y hermoso, me comprometo a atravesar
lo feo y lo hermoso contigo. Para lo bueno, para lo malo,
para lo rico, para lo pobre, en la enfermedad y en la salud,
hasta que la muerte nos separe. ¿Me aceptas como tu
esposa?
Estaba llorando cuando terminé de decir mis votos y el
hermoso trabajo de Mirai en mi maquillaje estaba
probablemente estropeado.
—Hasta que la muerte nos separe, acepto. —Juró Killian
solemnemente.
Mi corazón estalló cuando intercambiamos nuestros
anillos. Deslicé la banda de oro negro sobre su dedo,
sintiéndome finalmente en paz. De verdad.
Lo hicimos.
Un nuevo capítulo... mientras cerrábamos el anterior.
Pero no era el final. Sólo el principio.
En este capítulo no usamos una pluma tediosa ni una
tinta bonita. Pero cada palabra fue derramada de nuestras
lenguas, mientras sus labios se encontraban con los míos y
mientras nuestros besos se convertían en párrafos.
Los latidos de su corazón coincidían con los míos.
Y fue la página perfecta dentro de nuestra historia.
CAPÍTULO DOS
Julianna
Nuestros labios se separaron y me quedé aturdida, con
la mente en blanco.
Me tomó en sus brazos y mi corazón se aceleró
mientras me llevaba, con cuidado. Con delicadeza. Como si
como si llevara la carga más preciada en sus brazos.
Nuestros invitados se rieron ¿y Killian? Estaba sonriendo.
—No voy a esperar a nuestra recepción. —Dijo con
arrogancia—. Vas a ser deliciosamente follada esta noche,
princesa. Ya he esperado bastante.
—Sólo has esperado doce horas. —Le contesté, pero no
podía negar que esto era de hecho lo suficientemente largo.
—Doce putas horas.
Puse los ojos en blanco y mi estómago volvió a
agitarse. Me acaricié el estómago, acariciando la pequeña
barriga de mi embarazo. ¿Era el bebé?
No, era demasiado pronto para eso. Apenas estaba de
once semanas. Así que ese revoloteo era definitivamente
mariposas en mi estómago.
No, era todo un zoologico.
Mi marido me hizo desmayar. Otra vez.
Killian me llevó dentro y subió las escaleras hasta
nuestra habitación. Una vez que estuvimos dentro, me
permitió ponerme de pie y me quedé con las piernas
temblorosas mientras él prácticamente se quitó la chaqueta
del traje, dejándola caer en el suelo a nuestros pies. Su
camisa negra fue lo siguiente que se quitó, uniéndose a la
chaqueta del traje en el suelo.
Mi mirada se deslizó por su ancho y musculoso pecho y
sus ondulantes abdominales. Su cuerpo era una obra de
arte, prueba de horas y horas de dedicación en el gimnasio.
Mi garganta se secó al verlo así, aunque había visto su
pecho desnudo innumerables veces. Conocía bien el cuerpo
de mi marido, pero cada vez, me emocionaba igual que la
primera vez.
—Desvístete, Julianna. —Había un tono de advertencia
en su voz, como si colgara de un hilo delgado y apenas se
contuviera.
Levanté la barbilla, sintiéndome altiva y frunciendo los
labios hacia él.
—O puedes desvestirme.
Si él podía ser tan arrogantemente exigente, entonces
yo podía ser peligrosamente atrevida.
Sus ojos se oscurecieron y sus labios se curvaron en
una sonrisa sexy. Se desabrochó el cinturón mientras se
acercaba a mí. La forma en que avanzaba, con tanta
confianza era casi como si me estuviera cazando. Un animal
salvaje fijándose en su presa.
Excepto que yo estaba muy dispuesta.
Di un paso atrás, porque la idea de que me persiguiera
tenía la adrenalina bombeando por mis venas. Aunque sabía
que no llegaría lejos con mi cojera, intenté escapar de él
cuando se acercó a mí.
Su pecho retumbó con un sonido áspero; un gruñido
cuando sus dedos rozaron contra mis brazos, pero yo ya
estaba dando unos pasos hacia atrás. Lejos de él.
—Julianna. —Advirtió lentamente.
—¿Sí? —Respondí, siempre tan inocentemente.
—No hagas esto.
—¿No hacer qué?
Frunció el ceño. —Te necesito.
—Entonces, tómame.
Killian se lanzó hacia adelante y apenas tuve la
oportunidad de chillar antes de que de que su brazo se
enroscara alrededor de mí y me empujara hacia su cuerpo.
Mis dedos se extendieron sobre su pecho desnudo y una
risa brotó de mi garganta.
—Tan impaciente.
—Mocosa. —Dijo en voz baja—. Te lo dije una vez, y te
lo diré de nuevo: sé cómo domar a una mocosa, princesa.
—Tal vez mañana. Me prometiste que me iban a follar
deliciosamente esta noche.
—Esta noche, necesito mi polla dentro de ti. Ahora
mismo, joder. Necesito sentir tu coño apretando...
Dejé escapar un sonido ahogado y él se rio, su aliento
caliente haciendo cosquillas en el lado de mi cara.
—Estás sonrojada y temblando.
—Menos palabras y más acción. —Susurré.
Me dio la vuelta para que mi espalda quedara pegada a
su pecho. Mi velo y mi tiara se fueron primero. Luego, su
mano se dirigió a mi lado y lentamente bajó la cremallera
de mi vestido.
—Como quieras, esposa.
Los labios de Killian rozaron mis hombros desnudos en
un suave beso. Me tocó tan suave que me hizo doler el
corazón. Echaba de menos esto.
Su tacto.
Sus besos.
Ya no era el hombre cruel con el que me casé, pero era
el Killian del que me enamoré.
Sus labios se movieron hacia el sur, besando un
cuidadoso camino por mis omóplatos.
Mi vestido no tenía espalda, así que él tenía todo el
acceso a mi piel desnuda.
—Eres tan jodidamente hermosa, princesa. —Dijo mi
esposo, su voz dura y áspera.
Ojalá me creyera sus palabras. Me picaba la cara,
sentía la piel como si estuviera estirada sobre mis huesos.
—Mis cicatrices...
—Eres hermosa incluso con tus cicatrices. —Me
interrumpió Killian antes de que pudiera terminar la frase.
Como si pudiera leer mi mente. Como si supiera todas mis
inseguridades sin que yo tuviera que decirlas en voz alta—.
Eres condenadamente impresionante por tus cicatrices.
—Killian. —Respiré.
Dejé que mis manos cayeran a los lados, donde
sujetaba mi vestido a mis pechos. El vestido de novia color
marfil se acumuló a mis pies, dejándome casi
completamente desnuda.
—Julianna. —Gimió Killian contra mi piel sonrojada—.
Estoy tan jodidamente enamorado de ti que me temo que
estoy peligrosamente cerca de la obsesión.
—El sentimiento es mutuo, esposo.
—Bien. —Sus dedos se deslizaron sobre mi piel
desnuda, subiendo por mis caderas y luego por mis brazos.
Me estremecí ante su ligero toque.
Se estaba burlando de mí y por eso le rogué. —Tócame.
—¿Dónde quieres que te toque?
¿Estaba hablando en serio ahora?
—Donde quieras. —Prácticamente le supliqué.
—Esa no es la respuesta que busco, Julianna. ¿Dónde
quieres que te toque? Dímelo.
Mi cuerpo estaba tan caliente y dolorido, mi núcleo
latía entre mis piernas, tan necesitado de él. No podía
pensar con claridad.
—Yo... mis labios. Bésame.
—Con mucho gusto. —Dijo, con su voz arenosa por la
lujuria.
Y entonces me arrastró a sus brazos. Dejé escapar un
chillido cuando me dejó caer en la cama. Se arrodilló junto a
la cama y tiró de mis piernas, acercándome al borde. Sus
dedos se enroscaron en mis bragas y sus labios se
movieron, antes de arrancarlas.
Mi jadeo fue rápidamente reemplazado por un gemido
tembloroso cuando Killian encajó sus hombros anchos entre
mis muslos.
Nuestras miradas se encontraron mientras bajaba
lentamente la cabeza hacia mi sexo, donde yo estaba
goteando y palpitando de necesidad.
Mi corazón latía con tanta fuerza que pensé que se
saldría de mi pecho. Sus dedos rozaron los pliegues
húmedos, antes de abrirme. Me estremecí en respuesta. Fue
meticulosamente lento, casi como si me estuviera
provocando para que lo sintiera.
Cuando su pulgar finalmente rozó mi clítoris, gemí.
Estaba tan hipersensible y su toque calloso me estaba
volviendo completamente loca. El deseo en la boca del
estómago, caliente y necesitado, mientras mi excitación se
filtraba de mí, cubriendo el interior de mis muslos y las
sábanas.
—¿Qué estás haciendo? —Pregunté sin aliento—. Te
pedí que besaras... mis labios.
—Lo hago. —Se limitó a decir antes de bajar su boca
sobre mi sexo. El momento en que sus labios estaban en mi
carne, mi espalda se inclinó sobre la cama y un gemido salió
de mi garganta.
—¡Mierda!
Su pecho retumbó con un gruñido bajo y lo sentí contra
mi coño. Killian me la había metido, demasiadas veces para
que pueda contarlas y yo me quedaba sin palabras cada
vez. No sabía qué era lo que más me gustaba. Su boca o su
polla.
Ahora mismo, era su boca.
Tal vez más tarde, estaría rogando por su...
Mi estómago se apretó cuando su lengua rodeó mi
clítoris y los dientes rozaron ese pequeño manojo de
nervios.
Mi mente se quedó en blanco mientras Killian se
tomaba su tiempo, lamiendo mi sexo tranquilamente. Su
lengua tanteó mi entrada, pero no empujó dentro. En
cambio, lamió y chupó. No dejó ninguna parte de mí sin
tocar.
—Killian. —Me ahogué. Mis dedos se aferraron a su
pelo, con una necesidad frenética. El fuego lamía mis venas
y estaba colgando peligrosamente sobre el borde del
acantilado, colgando en el precipicio del orgasmo.
Trabajó con mi endurecido nudo entre sus labios, y
luego con sus dientes... atormentándome hasta que se
volvió doloroso, mis músculos se tensaban con las diversas
sensaciones que recorrían mi cuerpo.
Chupó mi clítoris entre sus labios, calmando el dolor
que sus dientes dejaban y casi sollozo en respuesta.
—Killian, por favor.
Mis ojos se cerraron con un aleteo.
Mi esposo me estaba matando.
Y tal vez sería una muerte dulce.
Pero Dios, necesitaba...
Necesitaba más.
Mi espalda se arqueó sobre la cama cuando me metió
un dedo. Mi núcleo y se apretó alrededor de él,
instintivamente. Mis muslos se apretaron alrededor cuando
introdujo un segundo dedo grueso dentro de mí. Me aferré a
sus dedos, desesperada por mantenerlo donde estaba.
Desesperada por que se moviera. Para que me liberara.
—¡Killian. Killian!
Mis gemidos sonaban como súplicas desesperadas
mientras su lengua y sus dedos trabajaban juntos, en un
acuerdo simultáneo para atormentarme.
Palpitaba.
Me dolía. Pero era un buen dolor.
Me mordí los labios mientras me acercaba a mi
liberación, sintiéndola en la forma en que mi cuerpo se
estremecía. Hubo un fuerte pinchazo en mi clítoris; mis ojos
se abrieron y mis labios se separaron con un grito
silencioso.
Me sacudí contra su boca y sus dedos, mi orgasmo me
inundó como un huracán.
Su lengua me devoró, lamiendo mi humedad.
Él gimió en respuesta.
Killian me adoraba de rodillas y yo estaba
completamente agotada.
—Santa mierda. —Jadeé.
Levantó la cabeza de entre mis muslos y nuestros ojos
se encontraron, ambos hambrientos.
—No hay nada sagrado en esto, princesa.
—Yo... tú. —Me aclaré la garganta y me tragué un
gemido—. He dicho labios. Que me beses los labios.
Sus labios, húmedos y brillantes por mi liberación, se
crisparon. —No lo especificaste.
—Eres un hombre imposible.
Le solté el pelo y le rodeé los hombros con las manos,
tirando de él hacia delante para que se cerniera sobre mí.
Killian acomodó sus caderas entre mis muslos y yo envolví
mis tobillos alrededor de la parte posterior de sus muslos.
Rozó sus labios con los míos y luego introdujo su
lengua en mi boca.
Cerré los ojos y elegí sentirlo. Sentir este beso. Podía
saborear mi propia liberación en su lengua mientras me
besaba. Con fuerza. Implacable. Consumiéndolo todo.
Esto.
Todo esto.
Odié todo el tiempo que perdimos por mis crueles
errores, pero cuando él me besaba así, no me importaba.
Porque finalmente encontramos nuestro camino de vuelta
juntos. Nada más importaba.
Sentí su mano entre nuestros cuerpos y luego su
grueso miembro estaba presionando contra mi núcleo. Él
frotó su longitud arriba y abajo de mis pliegues, cubriéndose
con mis jugos.
La punta de su miembro presionó contra mi clítoris y
aspiré una estremecedora respiración.
Killian empujó dentro, lentamente, llenándome por
completo. Mi núcleo se apretó alrededor de la dura intrusión
y mis paredes se estiraron alrededor del grosor de su
longitud, para acomodarlo.
Se retiró por completo antes de volver a introducirse.
Cuando mi espalda se arqueó sobre la cama, bajó su cuerpo
sobre el mío, presionándome contra el colchón.
—Killian. —Respiré.
Palpitaba entre mis piernas con insistente necesidad.
Mi esposo encontró su ritmo, cada empuje arrastrando
un gemido desesperado de mi garganta. Sus gruñidos eran
profundos y primarios, alimentando la insaciable necesidad
dentro de mí.
Mis manos se deslizaron hacia su espalda y mis uñas se
clavaron en su piel. Le arañé la espalda y, por un momento,
ni siquiera me importó si dejaba alguna marca.
Empuje. —Me estás matando —Gimió.
Empuje. —¿Oyes lo mojada que estás, princesa? —
Empuje—. Tu coño está hecho para mí. Hecho para mi polla.
—Empuje—. Tan jodidamente hermoso.
Con cada golpe duro, su pelvis rozó mi clítoris y me
retorcí bajo él.
—Mía. —Gruñó.
Mi respiración se volvió superficial. —Killian.
Bombeó dentro de mí, una y dos veces. —Córrete.
Joder, nena. Te necesito conmigo.
Mi cuerpo se tensó y mis labios se estrellaron contra los
suyos. Lo besé. Tomé este beso, porque era mío para
tomarlo.
Esta vez, no estaba robando un beso en la oscuridad,
mientras él estaba inconsciente y soñando con mi fantasma.
No, esta vez lo tomé porque era mío por derecho.
Cuando me retiré, mis labios estaban en carne viva y
me dolía el corazón. Pero era un buen dolor. Me encontré
con sus ojos oscuros, viendo el mismo amor reflejado en la
profundidad de su mirada.
Sus músculos se tensaron, su cuerpo se volvió más
desafiante y pude sentir ese revoloteo en mi estómago.
Killian se retiró por completo antes de volver a empujar
dentro, con un empuje duro y brutal.
Encontramos nuestra liberación juntos, nuestros
cuerpos entrelazados, nuestros latidos al mismo ritmo. Se
corrió con un gruñido bajo, llenándome hasta el borde.
Agotado, apoyó su frente en la mía. Recuperamos el
aliento, mientras él permaneció enterrado dentro de mí.
—Joder. —Gruñó Killian, cuando su respiración volvió a
ser normal.
—El bebé...
—…está bien.
—Maldita sea. Me matas, Julianna. Me matas, joder.
Mis labios se curvaron con una sonrisa, porque ¿cómo
podría no hacerlo?
CAPÍTULO TRES
Killian
Dejé caer mi chaqueta sobre los hombros de mi mujer,
mientras se arrodillaba junto en la tumba de su hermana
antes de dar un paso atrás y darle privacidad. Era la
primera vez que salíamos de la isla, desde que Simon
secuestró a Julianna y ella recibió un disparo. En el
momento en que le dieron el alta en el hospital, la llevé
lejos, a donde estaría más segura.
En la isla; nuestro hogar.
No confiaba en nadie más cerca de mi esposa, excepto
en la gente que conocía personalmente, e incluso entonces,
no la perdía de vista.
Simplemente no puedo.
No confiaba en nadie más que en mí, para mantener a
Julianna y a nuestro bebé a salvo.
Habló a la tumba, en voz lo suficientemente baja, como
para que no pudiera distinguir sus palabras.
Llevaba meses pidiéndome que la trajera aquí, al lugar
donde estaba enterrada su hermana. Me negué más veces
de las que podría contar, pero después de rogarme, mi
determinación se debilitó.
No cuando vi lo miserable que era, cada vez que me
negaba.
No cuando me suplicó.
No cuando vi la pena, en sus bonitos ojos grises.
Estaba tan jodidamente azotado por Julianna y ni
siquiera me importaba.
Bishop Romano podría haberse ido ahora, pero no
confiaba en lo lejos y amplia que era su influencia. Sólo
porque estuviera muerto y a dos metros bajo la fría tierra,
no significaba que todas sus operaciones hubieran
terminado. Y porque yo lo puse allí, su enemistad hacia mí
era demasiado grande.
¿Y mi maldita debilidad?
Mi esposa y nuestro bebé por nacer.
Julianna podría seguir en peligro…
Se me heló la sangre en las venas, mientras observaba
con recelo nuestro entorno. Había reclutado a todo un
equipo de seguridad para que nos siguiera y protegiera a
Julianna en cuanto saliéramos de la isla. El equipo estaba
aquí, a unos metros de nosotros.
Vigilante. Protector. Y siempre en guardia.
Pero aún así, no podía estar tranquilo.
No cuando mi esposa estaba expuesta a posibles
daños. Quizás Julianna tenía razón; me estaba volviendo
demasiado paranoico o quizás simplemente no podía
arriesgarme a perderla de nuevo.
Joder, no.
Ni ahora ni nunca.
Dejó escapar un sollozo ahogado y mi espalda se puso
dura. Pero no estaba en peligro. Julianna moqueó, mientras
pasaba los dedos por la fría lápida. Sobre el nombre de su
hermana.
—Te traeré tus flores favoritas la próxima vez, y luego
te diré si voy a tener un niño o una niña.
Se despidió de Gracelynn y se puso de pie,
tambaleándose un poco, antes de que le rodeara la cintura
con mi brazo para estabilizarla. El viento agitaba su cabello
rubio platino, y algunos mechones rebeldes se escapaban
de su cola de caballo. La cinta de pelo rojo me llamó la
atención, y el corazón se me hinchó en el pecho.
Era la cinta que le regalé, hace tantos años, como su
cuarto regalo de cortejo.
Tendría que llenar sus cajones con nuevas cintas para
el pelo. De todos los colores y tejidos. Mi mujer no podía
tener demasiadas cintas para el pelo. No, nunca se quedaría
sin ellas.
Julianna me dio la sonrisa más impresionante, sus ojos
grises vidriosos por las lágrimas no derramadas. Amplios e
inocentes. Había angustia en sus ojos. Pero su sonrisa…
Su maldita sonrisa me dijo que estaba lista, para seguir
adelante.
Puso su mano en la mía, tirando de mí para alejarme de
la tumba, pero clavé los pies en la tierra. Julianna arrugó la
nariz en señal de confusión y yo negué con la cabeza.
—Quiero un tiempo a solas con Gracelynn.
—¿Por qué? —Preguntó.
Le apreté los dedos. —Tengo algunas cosas que
necesito decirle.
Tenía asuntos pendientes de los que ocuparme, y esto
debía hacerse en privado.
Julianna me miró con desconfianza, pero asintió de
todos modos. Observé como se alejaba cojeando de la
tumba. Ahora que estaba muy embarazada, noté que se
movía más lentamente, y que su cojera era algo más
pronunciada. Por eso la llevaba a todas partes. Se quejaba
mucho hasta que se dio cuenta, de que no tenía sentido.
Una vez que Julianna hubo desaparecido dentro del
coche, me acomodé en el suelo.
Junto a la tumba de Gracelynn. Me quedé en silencio
durante un largo momento, antes de aclararme la garganta.
—La he jodido. —Le dije al fantasma de la hermana de
Julianna.
Hubo una repentina brisa fría y un escalofrío recorrió mi
columna vertebral. Era casi como si ella, Gracelynn,
estuviera aquí. Escuchándome. Probablemente juzgándome.
Probablemente enfadada conmigo. Por herir a su hermana.
Por romper a Julianna.
—Dejaste este mundo, probablemente pensando que
yo estaría aquí para Julianna. La querías y protegías
ferozmente a tu hermana, eso lo sé. Pensaste que la
protegería, pero dejé a Julianna en manos de los lobos. —
Confesé, con la voz quebrada—. Ellos la destruyeron y yo la
herí. La lastimé de una manera que no puedo retirar. Es lo
que más lamento y no estoy seguro de poder perdonarme
por ello.
Otra brisa fría pasó junto a mí y esta vez, estaba
seguro de que el fantasma de Gracelynn estaba aquí.
Probablemente juzgándome, y considerándome incapaz de
ser el marido de su hermana. Pero yo estaba aquí para
remediarlo.
—Julianna y yo tomamos nuestros votos de nuevo; esta
vez fue una boda real con un voto apropiado. Le levanté el
velo, la besé y la llevé lejos del altar. —Le expliqué a la
tumba, como si le hablara a una persona real—. Intenté
arreglar lo que había estropeado. Y estoy tratando de ser el
marido que Julianna se merece. No soy perfecto, pero puedo
jurar una cosa. Tu hermana “mi esposa” siempre será mi
primera opción. Mi única opción. —Prometí con total
convicción—. Pasó tres años teniendo miedo, de que si yo
sabía la verdad de su engaño, no la elegiría. Así que voy a
pasar el resto de mi vida asegurándome, de que sepa que
siempre la elegiré a ella.
Pasando los dedos por el nombre de Gracelynn,
grabado sobre la lápida, me permití finalmente sonreír.
—Gracias. Me gusta pensar que tú la has protegido
todo el tiempo mientras yo no podía. Pero está bien. Puedes
dejarla ir; ahora estoy aquí para protegerla.
Con esas, como mis últimas palabras a Gracelynn,
esperaba que su alma pudiera descansar en paz ahora, me
alejé de su tumba y me dirigí hacia mi esposa.
En cuanto entré en el coche, rodeé a Julianna con el
brazo y ella se acurrucó en mí. Dejé escapar un suspiro de
alivio. Que todo había terminado. Ella estaba a salvo en mis
brazos. Volvíamos a casa.
Ella enterró su cara en mi cuello, sus fríos labios contra
mi piel. —¿De qué hablaste con Grace?
—Eso es entre ella y yo, princesa.
Sus dientes romos se hundieron en mi carne, y yo siseé
en respuesta. Julianna se apartó y me frunció el ceño, sus
ojos grises tormentosos se encontraron con los míos. —¿Por
qué no puedes decírmelo? Sólo tengo curiosidad.
Le di una palmada en la nariz. —Me he enmendado;
eso es todo.
Mi mujer hizo un mohín, y cruzó los brazos sobre el
pecho. —Lo que sea.
Puse los ojos en blanco ante la petulancia de su voz, y
le acaricié su redondo vientre de embarazada. Nuestro hijo
pataleó en respuesta, con fuerza, y consiguió una buena
puntería.
—Tu mami está de mal humor. ¿Cómo lo arreglo, eh?
Me incliné hacia delante y le lamí la mejilla. Ella jadeó,
alejándose de mí. —¡Ew! ¡Killian!
Le lamí de nuevo, sólo porque sí. Y esta vez, cuando
Julianna intentó escapar, la volví a abrazar y le besé el
mohín. —Deja de hacer pucheros, esposa.
—Deja de lamerme, marido.
Me reí y luego le lamí los labios. Ella empujó contra mi
pecho con sus pequeños puños, aunque ni siquiera se
esforzaba demasiado. —Eres muy raro.
—¿Raro porque te he lamido la mejilla? ¿Pero está bien
cuando te lamo el coño?
—¡Killian! —Chilló, sus ojos abiertos se dirigieron al
conductor, antes de volver a mí. La sorpresa se reflejó en su
cara, con la mandíbula floja—. ¡No puedo creer que hayas
dicho eso en voz alta!
—¿Qué? Que te gusta cuando…
Me tapó la boca con una mano, silenciando el resto de
mi frase.
—Para, cállate y vuelve a lamerme la mejilla.
—Claro. —Dije en su palma. Su nariz se movió, y luego
sus labios se curvaron con una sonrisa apenas contenida.
Y fue entonces cuando la besé de verdad.
El tiempo se detuvo en una colisión de sentidos,
cuando mis labios se encontraron con los suyos.
El beso no fue un beso cualquiera.
Fue la cura.
El principio y el final.
La epifanía de que, aunque nuestro cuento de hadas
tenía muchos defectos, era perfecto de la manera más
imperfecta.
CAPÍTULO CUATRO
Julianna
Cuatro años y medio después.
Ragna soltó un bufido húmedo mientras yo cepillaba su
pelaje blanco.
Hoy estaba un poco gruñona y estaba segura de que
tenía algo que ver con Cerberus. Parecía que no le estaba
dando suficiente atención, a mi atrevida yegua. No podía
creer que estuviera presenciando una pelea de amantes
entre caballos.
Excepto que no fue tan sorprendente.
Pensé que los caballos no eran animales monógamos,
pero Ragna y Cerberus habían sido inseparables durante los
últimos años. Hubo un largo cortejo y, por supuesto, mi
yegua se resistió demasiado, hasta que Cerberus jugó su
mejor carta para conseguir la aceptación y hasta allí Ragna
cedió.
Mientras que Cerberus era arrogante y un poco salvaje,
pude ver su lado emocional hace unos meses cuando Ragna
estaba enferma. Se la llevaron lejos de Cerberus, mientras
vigilaba de cerca su salud. Esa fue la primera vez que vi un
semental deprimido.
—Ella es hermosa. —Una voz profunda interrumpió mis
pensamientos.
Miré por encima de mis hombros para ver a Gabriel
caminando hacia mí, con una amplia sonrisa en su rostro. Se
acercó y puso una mano sobre la frente de Ragna, dándole
a mi chica una pequeña palmadita.
—Su melena es tan larga. —Admiró, su mirada pasando
rápidamente entre Ragna y yo—. Y su pelaje blanco es
brillante. La mantienes bien arreglada.
—Gracias. —Dije, deliciosamente complacida con sus
elogios—. ¿Cuántos caballos nuevos trajiste esta vez?
—Dos sementales. Son salvajes y demasiado tercos. —
Respondió con su marcado acento británico.
Gabriel es sido socio comercial de Killian y un amigo
cercano durante casi una década. Eran bastantes cercanos,
y eso básicamente convirtió a Gabriel en familia. Tenía la
costumbre de rescatar caballos y traérselos a Killian para
entrenarlos.
Dejé caer el cepillo sobre una pila de heno y le di una
palmadita a Ragna.
—¿No lo son siempre?
—No, estos dos son realmente difíciles. Creo que Killian
lo va a pasar mal con ellos.
—Es un susurrador de caballos, Gabriel. —Defendí a mi
marido con altivez—. Nunca ha habido un caballo que no
pueda manejar. Y tienes suerte de que incluso haya
encontrado tiempo para entrenarlos.
Pero, de nuevo, Killian nunca diría que no a los
caballos.
—Está tan ocupado, ¿eh?
Que Killian estuviera ocupado era quedarse corto.
Ahora que se postulaba oficialmente para presidente, mi
esposo tenía cosas más importantes de las que ocuparse.
Su país.
Desde asistir a debates hasta reuniones y eventos para
recaudar fondos donde reunió a sus seguidores, Killian se
dedicó de principio a fin a su campaña. Me encantaba eso
de él, su perseverancia. Me encantaba lo fuerte y terco que
era. Me encantaba lo apasionado que estaba por su trabajo
y su amor por este país.
Pero lo extrañaba.
Excepto que eso no importaba en este momento. Yo era
su esposa y ahora mismo, nuestro país estaba antes que
mis necesidades. Algunos días, era egoísta y trataba de
quedarme con él en la cama, pero le eché la culpa a mi
embarazo.
Ahuequé mi estómago redondo al pensar en eso. Esta
mañana, Killian se fue de la cama antes de que me
despertara. Sabía que lo hizo porque pensó que necesitaba
el resto de tiempo para descansar, pero deseé que me
hubiera despertado.
Gabriel chasqueó el dedo frente a mi cara, sacándome
de mis pensamientos. —Te perdí, eh. ¿Qué pasa?
Negué con la cabeza y le di una sonrisa temblorosa,
antes de mirar a Ragna con nostalgia.
—Oh, sí, quería decir que Killian está bastante ocupado
estos días. Por supuesto, eso ya lo sabes.
Gabriel se quedó en silencio por un momento mientras
yo acariciaba a Ragna. Se quedó callada mientras se
acercaba a mí, golpeando su cabeza contra mi mano. Ella
podía sentir mis emociones y traté de no dejar que mi
miseria se desangrara en ella.
—Estás mirando a tu caballo con ojos tan tristes, Jules.
—Dijo Gabriel, siempre el observador—. ¿Por qué no la
montas?
Tenía ganas de subirme a mi yegua, pero sabía que no
podía. No cuando estaba embarazada y Killian me hizo
prometer que no montaría a Ragna sola. Yo pensé que iba a
perder su instinto de protección en los últimos años, pero yo
estaba tan equivocada.
Killian seguía siendo el mismo hombre sobreprotector y
autoritario que conocía.
Especialmente ahora… que estaba embarazada
después de dos años de problemas de fertilidad.
Un año después del nacimiento de Cameron, comencé
a experimentar irregularidades en mi ciclo menstrual. Al
principio no fue nada alarmante hasta que pasé ocho meses
con mis períodos y fue entonces cuando finalmente fui a un
chequeo, solo para descubrir que había desarrollado el
síndrome de ovario poliquístico, que finalmente nos hizo
difícil concebir.
Estábamos felices de que Cameron fuera nuestro único
hijo, hasta que me volví codiciosa. Yo siempre quise una
familia grande y también lo anhelaba Killian. Y así empezó.
El doloroso proceso de intentar tener otro hijo mientras
luchábamos contra la infertilidad.
Dos años de incertidumbres.
Dos años de vacunas de FIV y orando por
recuperaciones exitosas.
Dos años de esperar huevos fertilizados solo para
darnos cuenta de que los embriones no pasarían por el
proceso de transferencia.
Dos años de desesperanza y no sentirse lo
suficientemente bien.
Una transferencia exitosa terminó en un aborto
espontáneo.
Y fue entonces cuando finalmente me derrumbé.
Fue atormentador. Tener tanta esperanza, pensar que
finalmente estaba obteniendo lo que más deseaba, solo
para que me lo arrebataran, tan cruelmente.
Killian y yo finalmente decidimos dejar de intentarlo. El
dolor de perder a nuestro bebé nos mató y no estaba
dispuesto a hacerme pasar por eso de nuevo.
Estuve de acuerdo. Hasta hace seis meses, cuando
tuve un sueño.
De una pequeña niña llamándome mami. Era tan real y
hasta ahora, todavía podía escuchar su dulce voz
llamándome. Fue un sueño, pero lo juré, ese era nuestro
futuro.
Entonces, convencí a mi esposo para que volviéramos a
intentarlo. Acaricié mi panza de dieciocho semanas. Todavía
no sabíamos el género, pero sabía que era una niña. Ella era
tan real en mis sueños, con su cabello oscuro como el de su
padre y mis ojos grises. Sus mejillas suaves y redondas, sus
labios carnosos.
—Killian no me deja montarla. —Le dije finalmente a
Gabriel—. Al menos no sola. Y como siempre está ocupado,
no he tenido la oportunidad de subirme a Ragna durante
mucho tiempo.
De hecho, me volaría un vaso sanguíneo si me viera a
caballo, sola. A mi marido le gustaba que fuera invencible y
que el fuera mi escudo.
Excepto que no puede protegerme de todo.
Gabriel se burló. —Bueno, ahora no estás sola. Estoy
aquí, ¿por qué no te subes a Ragna?
—Oh no, por favor…
—¿Qué? ¿Crees que no soy lo suficientemente fuerte
para protegerte? —Preguntó con arrogancia antes de
flexionar sus grandes músculos sobre su ajustada camisa
negra, como para mostrarme cuán fuerte era—. De todos
modos, Ragna es tu yegua. Es bastante dócil, ¿no es así?
Puse los ojos en blanco, pero estaba muy… tentada de
aceptar su oferta. Si Gabriel estuviera conmigo, no estaría
sola, así que no era como si estuviera yendo en contra de lo
que quería Killian.
Gabriel agarró uno de los cascos del gancho y me lo
ofreció, esperando pacientemente a que me decidiera. Eché
un vistazo a la bonita cara de Ragna y mi corazón se hinchó.
Dios, ¿cómo podría decirle que no a una oferta tan
tentadora?
Me puse el casco y luego Gabriel me subió a la espalda
de Ragna. En el momento en que me instalé en la silla, mis
dedos se enroscaron alrededor de su bonita melena.
Mi pecho se apretó y prácticamente me atraganté con
mis emociones. Tal vez era el embarazo…
—Mi hermosa niña. —Le susurré. Ragna relinchó en
respuesta, como si me entendiera.
Gabriel se rió entre dientes y miré hacia abajo para
encontrarlo sonriéndome.
—Esa es una sonrisa que me gusta ver.
—La extrañaba. —Confesé en voz alta.
Gabriel agarró las riendas y presioné mis talones contra
los costados de Ragna, urgiéndola a avanzar. —Vamos a
dar un paseo, dulce niña.
Caminamos en círculos en el campo abierto,
manteniendo un ritmo constante que Gabriel podía seguir a
pie. Se quedó a mi lado, con los dedos alrededor de las
riendas y me sentí lo suficientemente segura.
—Tienes una sonrisa impresionante que haría que
cualquier hombre se pusiera de rodillas. —Dijo después de
unos momentos de silencio, tocando mi pantorrilla para
llamar mi atención.
Mis cicatrices picaron ante el elogio inesperado. —Solo
estás siendo dulce.
Gabriel palmeó su pecho. —Soy un hombre honesto.
Abrí la boca para responder cuando capté un
movimiento con el rabillo del ojo. Mi esposo estaba
acechando hacia nosotros y cuando estuvo lo
suficientemente cerca, noté la expresión de pura rabia en su
rostro.
—Gabriel. —Espetó.
Mis ojos se abrieron ante su tono, pero su amigo no se
inmutó en absoluto.
—¿Cómo están los caballos? ¿Crees que puedes
manejarlos?
Killian le arrebató las riendas a Gabriel. —Vete. —
Ordenó con frialdad.
—¿Qué?
Él miró a Gabriel con el ceño fruncido y el pobre
hombre ni siquiera tuvo la oportunidad de decir nada antes
de que Killian llevara a Ragna de regreso a los establos. Una
vez que estuvimos dentro, me bajó de mi yegua y me
colocó en una pila de heno.
Este lugar era más pequeño que el que teníamos en la
isla.
Pero con Killian postulándose para presidente, tuvimos
que dejar atrás Isle Rosa-Maria. Entonces, nos mudamos
oficialmente a Spencer Manor en Washington DC, trayendo
nuestros caballos con nosotros.
Killian encerró a Ragna en su cubículo antes de
finalmente enfrentarme. Mi esposo estaba absolutamente
lívido e internamente hice una mueca de dolor. Se puso de
pie en toda su estatura, los hombros rígidos y los puños
apretados a los costados.
—¿Qué es todo esto? —Le pregunté lentamente.
Sus ojos brillaron más oscuros. —Estaba coqueteando
contigo.
—¡No lo estaba! —Siseé, poniéndome de pie—. Él es tu
amigo. Dios, ¿qué te pasa?
—Lo que me pasa es que deliberadamente fuiste en
contra de lo que te dije cuando todo lo que quería era
protegerte a ti ya nuestro bebé. —Dijo en una voz
engañosamente baja. Killian no me levantó la voz; nunca lo
hizo, y no pude recordar la última vez que estuvo enojado
conmigo.
—¡Estás exagerando demasiado! —Ni siquiera pude
ocultar la indignación en mi voz—. Estaba completamente
cómoda y segura con Ragna y Gabriel. No estaba en peligro
inminente. Hablas como si fuera nueva en caballos. No lo
soy. Me enseñaste todo lo que necesito saber sobre
caballos. ¿Estás diciendo que no estás seguro de tus propias
enseñanzas?
—No estoy aquí para tentar al destino, Julianna. —Dijo
con los dientes apretados.
—¡Yo tampoco!
—El riesgo de que te lastimes…
—¿Y qué? Voy a pasar el resto de mi vida confinada…
— Oye, ¿está todo bien? —Gabriel interrumpió,
caminando lentamente de regreso a los establos. Su mirada
parpadeó entre Killian y yo—. ¿Hay algún problema?
Killian se tensó. —Estoy hablando con mi esposa. —
Prácticamente le gruñó a su amigo.
—Está bien. —Le dije, dándole a Gabriel una sonrisa
practicada—. Solo estamos hablando.
—De hecho espero que todo esté bien. Mmmm, me voy.
Permiso. —Retrocedió rápidamente.
Una vez que desapareció de nuestra vista, me volví
hacia Killian.
—Sé que estás preocupado, pero necesitas calmarte
por un segundo.
Respiró asombrado. Sus ojos todavía estaban oscuros y
furiosos, pero pude ver el momento en que comenzó a
calmarse. Los músculos tensos de su cuello se aflojaron y su
mandíbula ya no estaba tensa.
Avancé, presionando mi cuerpo contra el suyo. —Lo
siento, no quise asustarte. Simplemente extrañé llevar a
Ragna a correr.
Tragó saliva antes de que sus brazos me rodearan.
Protectoramente. Finalmente.
—No me gustó lo cerca que estaba de ti. —Dijo con voz
ronca.
—Killian. —Comencé, luchando contra una sonrisa—.
¿Estás celoso?
Él frunció el ceño.
—No estoy celoso. —Su voz se redujo a un gruñido bajo
—. Tú eres mía y yo soy territorial. Gran diferencia, princesa.
Básicamente era lo mismo, pero ahora no iba a discutir
con él.
—Joder. —Maldijo en voz baja, sacudiendo la cabeza—.
Te vi en Ragna y mi corazón se detuvo, Julianna. Olvidé
cómo respirar. Un centenar de escenarios diferentes en los
que te lastimabas jugaron en mi cabeza.
Presioné mi cara contra su pecho, escuchando los
latidos de su corazón.
Pum pum pum pum.
—Está bien. Fui cuidadosa Ragna está a salvo y yo no
estaba sola. No te enojes, por favor.
Sus brazos se apretaron a mí alrededor. —No estoy
enojado y menos celoso.
—Lo estas.
—Lo estoy. —Respondió finalmente.
Acaricio su pecho. —¿Cómo puedo tranquilizarte?
El dedo de Killian se hundió en mis caderas. —No
quieres que conteste eso.
Mis ojos se posaron en su rostro, captando su mirada
dura y cruda.
Hambriento y posesivo.
—Dime. —Suspiré. Sus caderas chocaron contra las
mías, en una respuesta silenciosa—. ¿Aquí? ¿Ahora?
—Aquí. —Dijo con voz ronca—. Ahora.
Cuando no me negué, me acompañó de regreso a la
pila de heno. Killian se desabrochó los pantalones y mi
garganta se secó cuando tropecé hacia atrás y planté mi
trasero en el heno. Me quedé mirando al brutalmente guapo
de mi marido y mi sexo se tensó.
Envolvió su mano alrededor de su polla semi-erecta y
se empezó acariciar. Sus ojos se oscurecieron cuando lamí
mis labios, repentinamente anhelando su sabor.
Manteniendo nuestras miradas juntas, lentamente me
arrodillé frente a él. Ahora estaba al nivel de los ojos de su
ingle. Una mejor posición para lo que tenía en mente. Sabía
que Gabriel estaba cerca y probablemente podría
escucharnos y apuesto a que esa era la razón por la que
Killian quería follarme, aquí y ahora.
—¿Que estás haciendo princesa?
Sosteniendo su miembro palpitante en mi palma, le di
un apretón tentativo.
—Compensarte por ir en contra de lo que me dijiste
cuando todo lo que querías era protegerme.
Vi como su longitud se engrosaba y la sentí latir.
Mientras me aseguraba de que me miraba, en mis ojos,
descendí lentamente sobre su polla.
Me miró mientras lo tomaba en mi boca, lamía arriba y
abajo de su eje.
—Joder. —Siseó—. Julianna…
Tarareé en respuesta, antes de cerrar mis labios
alrededor de él, chupando. Mis mejillas se hundieron y sus
caderas se movieron hacia arriba, forzándolo más
profundamente en mi boca. Lo sentí en la parte posterior de
mi garganta, golpeando el lugar que casi me hace sentir
náuseas.
Sus gemidos y los sonidos traviesos de mí chupándolo
se podían escuchar alrededor de los establos, pero eso no
me detuvo.
—Maldita sea. Tu maldita boca, oh mierda.
Mi cabeza se movió hacia arriba y hacia abajo, antes de
sacarlo de mi boca húmeda.
Entonces mi lengua lamió la cabeza de su eje. Rodeé la
pequeña hendidura que goteaba con su semilla con la punta
de mi lengua. Lo probé, su esencia viril y un poco salada de
él. Me burlé de él, como él lo haría conmigo. Lamiendo y
trazando lentamente las venas a lo largo de su longitud.
Sintiendo cada pulso antes de deslizarlo lentamente hacia
mi boca húmeda.
Noté que los músculos de sus muslos se tensaron a
medida que cada empuje de sus caderas se volvía
espasmódico. Su jadeo pesado llenó mis oídos. Estaba
cerca… tan malditamente cerca.
Dupliqué mi esfuerzo, queriendo llevarlo locamente al
límite. Killian apretó mi cabello, tirándome con fuerza por su
polla, más profundo… más fuerte… obligando a mi garganta
a tragarlo.
Sin previo aviso, salió de mi boca y me agarró por los
brazos. Grité cuando él me empujó hacia atrás en el heno y
me puso boca abajo.
—Manos y rodillas. —Ordenó con voz gruesa y apenas
contenida.
Mi corazón latía con fuerza en mi pecho cuando
rápidamente me puse sobre manos y rodillas.
Killian se apiñó en mi espalda, presionando su cuerpo
contra el mío. Subió mi vestido amarillo sobre mis caderas y
sentí la brisa fría en mi piel desnuda. Él empujó mis bragas
a un lado y yo ya estaba muy mojada para él; goteando y
muy dolorida.
—Esto va a ser rápido y difícil, princesa.
Sonaba como una amenaza y esa fue la única
advertencia que recibí antes de que él se empujara dentro
de mí. Jadeé ante la dura invasión y luego lloriqueé mientras
me apretaba a su alrededor.
Salió a la mitad antes de hundirse en mí de nuevo.
—Julianna. —Gruñó Killian—. Te sientes tan jodidamente
bien.
Esto fue solo una rutina rápida en los establos. Un
polvo duro para sacar la rabia de su sistema. Estaba
francamente sucio. Esto fue una carnicería. Desesperada y
apasionada.
Killian bombeó dentro de mí, encajando su polla
profundamente dentro con cada embestida brutal. Mis
paredes se sujetaban alrededor de su eje cada vez que se
retiraba y gritaba cada vez que volvía a entrar. Mis dedos se
curvaron alrededor del heno y me mordí los labios hasta que
sentí el sabor de la sangre.
—Nunca me asustes así. —Gruñó.
Empuje.
—Sí. —Jadeé.
Empuje.
—Eres mía, dilo.
Un sonido de necesidad salió de mi garganta.
—Tuya.
Mis senos se sentían pesados e hinchados. Me dolían
los pezones. Mi sexo palpitaba. Se sintió tan bien. Dolía tan
bien. Y yo estaba tan necesitada.
Disfrutar y sentir la necesidad por él.
Sus dedos rozaron mis pliegues como si supiera lo que
estaba pensando, lo que necesitaba. Movió mi clítoris y mi
cuerpo se tensó.
Killian encontró su liberación con una poderosa ráfaga
y luego mi orgasmo me golpeó tan fuerte que mis ojos se
volvieron a poner en blanco.
Me derrumbé sobre el heno y Killian se sentó encima de
mí por un segundo mientras recuperaba el aliento, antes de
salir de mi apretado coño y darse la vuelta. Sentí un chorro
caliente entre mis muslos, su semilla se derramó fuera de
mí.
—Te hice sentir sucia. —Dijo Killian con voz ronca.
Sus dedos rozaron el interior de mi muslo, antes de
empujar su semen de regreso a mí. Mi sexo era tan
hipersensible y mis músculos adoloridos se tensaron ante la
intrusión.
Presionó sus labios contra mi sien. —¿Estás bien?
—Uh, huh. Perfecta. —Respondí delirando—. Creo que
me acabas de dejar en coma.
Killian se rió entre dientes, mientras yo me acostaba
sin fuerzas sobre la pila de heno, me arregló el vestido para
que estuviera decente de nuevo. Luego, me tomó en sus
brazos y me sacó de los establos. Enterré mi rostro en su
garganta, inhalando su aroma único.
Adormilada, lo escuché hablar con Gabriel, pero no
pude entender su conversación. Sus pasos me
adormecieron y no luché contra eso.
Estaba a salvo en los brazos de Killian y no elegiría
dormir en ningún otro lugar, excepto aquí mismo.
Julianna
Me desperté sobresaltada, mis ojos se abrieron de par
en par, pero no sabía qué me despertaba. Mi corazón latía
con fuerza en mi pecho y me pregunté si fue otra pesadilla
que no podía recordar.
Miré a mi izquierda y aunque Killian había
desaparecido, Cameron estaba en su lugar. Le pasé una
mano por la cabeza, admirando su lindo ser dormido antes
de salir de la cama para buscar a mi esposo. Un rápido
vistazo al reloj me indicó que eran casi las tres de la
mañana.
La mansión Spencer estaba silenciosa y oscura cuando
me dirigí a su despacho, situado en el extremo opuesto del
pasillo. La puerta estaba entreabierta y me asomé al interior
para encontrarlo de pie en el balcón de su oficina, sin
camisa y mirando fijamente a la noche.
Mis cejas se fruncieron en confusión mientras caminaba
hacia él, cuando algo más captó mis ojos. Un papel
arrugado en el suelo, como si lo hubieran arrojado al suelo
descuidadamente.
Mi corazón dio un vuelco en la boca de mi estómago
cuando me di cuenta de lo que realmente era y mis palmas
comenzaron a sudar. Mis documentos médicos.
¿Cómo los encontró?
Oh Dios.
Di un paso tembloroso hacia el balcón, retorciéndome
las manos frente a mí.
—Killian
—¿Por qué? —preguntó, su voz engañosamente suave.
Demasiado calmado.
Tragué saliva.
—Por qué, ¿qué?
Giró tan rápido que me tambaleé hacia atrás, con los
ojos muy abiertos. Me dolió ver esa expresión atormentada
en su bello rostro y saber que yo había contribuido en cierta
medida a crearla.
Sus ojos se oscurecieron con rabia y dejé escapar un
suspiro tembloroso.
—¿Por qué no me lo dijiste? Pensé que no habría más
mentiras y secretos entre nosotros —acusó Killian con
dureza.
Me sorprendió su tono frío y distante.
—Estoy perfectamente sana —comencé a explicar, pero
él maldijo en voz baja y caminó hacia adelante hasta que
estuvo lo suficientemente cerca como para que yo lo
alcanzara y lo tocara, pero no me atreví.
Su cuerpo estaba tenso y no pensé que mi toque sería
bienvenido en este momento. En lugar de eso, me rodeé
con los brazos.
De repente me sentí tan... fría y sola.
—¡Deja de mentir, por el amor de Dios! —gruñó Killian
—. Todo lo que haces es mentirme en la cara, Julianna.
Comenzamos este matrimonio con un engaño y prometiste
que nunca lo volverías a hacer.
—Te lo iba a decir —tartamudeé.
Dejó escapar una risa burlona ante mi respuesta y las
lágrimas no derramadas me nublaron la vista. Killian se
paseó de un lado a otro frente a mí, pasándose los dedos
por el pelo antes de tirar de ellos.
—¿Cómo puedo confiar en ti? ¡Maldita sea! —hizo una
pausa y su mirada parpadeó hacia mí con enojo—. ¿Cuándo
te enteraste?
Me estremecí ante su arrebato y sollocé con hipo.
—Al inicio. Cuando tenía alrededor de catorce semanas
de embarazo —confesé en voz baja—. La doctora Jennings
me contó algunas de las complicaciones que podrían surgir
con este embarazo. La hipertensión gestacional es común
en mujeres con múltiples fetos, pero con mi historial de
convulsiones y presión arterial alta, corría el riesgo de tener
eclampsia. Lo que también podría provocar desprendimiento
de placenta.
Killian asintió.
—Llamé a la doctora Jennings —dijo con frialdad—. Ella
me explicó todos los riesgos y complicaciones que
conllevaba que estuvieras embarazada de trillizos. Tu
desprendimiento de placenta podría provocar una
hemorragia posparto.
—Pero ese es sólo el peor resultado posible —me
apresuré a decir, como para defenderme—. Estoy
perfectamente sana y mi cuerpo es lo suficientemente
fuerte para llevar a nuestras bebés. Los riesgos están ahí,
pero…
— ¿Y no pensaste que necesitaba saber eso? ¿Que
debía estar al tanto de la salud de mi esposa o de las
complicaciones que pudieran surgir?
Se me apretó el pecho y aspiré una respiración
temblorosa. Me dolía respirar. Me dolía que Killian estuviera
sufriendo. Y la frialdad de mi esposo; su rabia me diezmaba.
Avancé lentamente hacia él.
— ¿Qué habrías hecho de haberlo sabido? Dime, Killian.
Si hubieras sabido que este embarazo era arriesgado para
mí... ¿Qué. Habrías. Hecho?
El rabillo de sus ojos se crispó, su cuello se encogió con
los músculos tensos como si se esforzara por mantener su
furia bajo control. Sus ojos oscuros se encendieron. Su
expresión se convirtió en incredulidad y luego en
comprensión cuando se dio cuenta de lo que estaba
tratando de decirle.
—Sé la respuesta a eso —susurré—. Me habrías pedido
que interrumpiera este embarazo.
Eso lo dejó inmóvil y luego su pecho se estremeció con
una fuerte exhalación. Decir esas palabras en voz alta me
dio náuseas. Mi estómago se revolvió con una sensación de
malestar y pude saborear la bilis ácida en mi lengua.
Cuando traté de tragar, me encontré con náuseas.
—Y no puedo. No haré eso —me atraganté—. Pero si
me lo hubieras pedido, no habría podido decirte que no. Si
hubieras sabido de los riesgos, me habrías tratado como si
estuviera en mi lecho de muerte y no puedo ver cómo te
duele. No habría sobrevivido viéndote mirarme con esos
ojos torturados mientras crecía con nuestros bebés. Me
habría matado.
El viento se levantó y un fuerte trueno rodó por el cielo
oscuro. La llovizna comenzó a continuación y me estremecí
ante el frío que se filtraba a través de mi camisón.
Mi esposo no se inmutó por el cambio de clima. Aún
tenía los puños apretados a los costados, el cuerpo aún
tenso y poco acogedor.
—Esa no era tu elección, si merecía saberlo o no. —
Killian negó con la cabeza con una risa fría y sin humor—.
Soy tu esposo y se supone que este matrimonio se basa en
la confianza, pero ¿sigues mintiéndome sobre cosas tan
importantes en nuestras vidas?
Me miré los pies, avergonzada porque tenía razón.
—Dime la verdad, Killian. ¿Habrías querido que
interrumpiera este embarazo si hubieras sabido de los
riesgos?
—Sí —dijo inexpresivo.
Me estremecí ante su rapidez porque ni siquiera se
detuvo a pensar.
—Y ahí está tu respuesta de por qué no te lo dije.
Las trillizas eran mis bebés milagrosos y no podía
soportar perderlas, no así. No cuando sabía que era lo
suficientemente fuerte para dar a luz. Y especialmente no
cuando mi último embarazo terminó con un aborto
espontáneo.
—¡Eres una mujer insensata! —Killian ladró. Su brazo se
extendió bruscamente y me agarró con fuerza de mi bíceps,
sacudiéndome. Mi mirada se dirigió a la suya y me miró con
desprecio—. Escúchame con atención porque solo voy a
decir esto una vez. Sí, preferiría que interrumpieras el
embarazo porque no quiero arriesgarme a perderte. Pero si
querías tener a nuestros bebés, nunca te habría obligado a
abortar.
Empecé a hablar, pero me interrumpió.
—¿Dónde está la confianza en este matrimonio,
Julianna? ¿No confías en mí?
—Confío en ti —susurré.
Me soltó el brazo, pero en cambio puso su mano detrás
de mi cuello.
—Mentirosa —siseó.
Dejé escapar un sollozo.
—Lo siento. —Apreté mi cuerpo más cerca de él,
buscando su calor y no me apartó. Acaricio mi mano sobre
su pecho y se estremeció bajo mi toque—. Estaba asustada.
Apretó los ojos ante mi elección de palabras.
—Y esa es la razón exacta por la que deberías
habérmelo dicho. No tenías que llevar esta carga sola.
Otro trueno rodó por el cielo, este rugiendo con la
promesa de lluvia.
—Te juro que te lo iba a decir.
Su mirada se posó en la mía de nuevo y frunció el ceño.
—¿Cuándo?
—Pronto. La semana que viene, en la cita con nuestra
doctora.
Cuando no respondió a eso, mi corazón dio un vuelco.
—No, me odies. —Le supliqué a Killian.
Thud.
Thud.
Thud.
El cielo se abrió y la lluvia cayó con fuerza,
empapándonos a los dos. Pero ninguno de los dos se movió.
Sus ojos se oscurecieron, estruendosos y dolorosos. Sus
dedos apretaron mi cabello antes de enrollar mi coleta
alrededor de su puño, tirando de mi cabeza hacia atrás.
Dejé escapar un sollozo ahogado cuando me di cuenta de
que volvía a hacernos daño. La lluvia se llevó mis lágrimas.
Killian bajó la cabeza y sus labios rozaron los míos,
tiernamente.
—No puedo perderte de nuevo.
—No lo harás —le prometí en el beso. Me robó el
aliento de mis pulmones, besándome con fuerza antes de
alejarse.
—El doctor Pearl me ha estado monitoreando de cerca
—le expliqué. sin aliento—. Estoy sana. Las bebés están
sanas. No he tenido una sola convulsión durante mi
embarazo. Mi presión arterial es algo estable y
prácticamente me he puesto en reposo en cama.
—Desearía que me lo hubieras dicho —dijo con voz
ronca y áspera.
Sollocé.
—Yo también. ¿Todavía estas molesto?
—Sí.
—¿Me odias ahora?
Killian dejó caer su frente contra la mía. Había ternura
en su mirada ahora y mi corazón se hinchó de alivio.
—No puedo odiarte nunca, princesa. No importa que
me hagas enojar.
Me tomó en sus brazos y nos llevó adentro, lejos de los
truenos y a salvo de la lluvia.
—No me vuelvas a mentir, Julianna. No más secretos. Y
hablo en serio esta vez. Tienes que confiarme tus peores
noticias y tengo que confiar en ti para que me avises
cuando las cosas no vayan bien.
—No más secretos —suspiré.
CAPÍTULO SEIS
Julianna
Una semana después
El mundo se inclinó de repente. Sucedió tan rápido y
luego escuché su grito de miedo. Mi corazón se detuvo por
un segundo y luego todo fue una agonía, antes de hundirme
en un lugar muy oscuro.
No podía oír nada.
No podía ver.
No podía sentir.
Traté de hacer un sonido, pero sentí como si mis labios
estuvieran cosidos.
No podía respirar...
No podía respirar... ayúdame. Por favor. Ayúdeme.
—Julianna.
Escuché mi nombre, pero no podía distinguir quién me
estaba llamando. Estaba demasiado oscuro para verla.
—Julianna.
Sí, intenté responder. Pero me quedé sin voz.
—Duele —repitió la voz.
El sabor de la sangre cobriza llenó mi boca y me
atraganté.
—Julianna. Julianna.
Mi nombre fue llamado una y otra vez. Hasta que mis
oídos sangraron por la ominosa voz.
—Tengo miedo.
Yo también.
Y finalmente recordé ...
Sus gritos.
El sonido de mis huesos rompiéndose.
Mis llantos.
El sonido de cristales rotos.
Su respiración entrecortada.
Y recordé el silencio.
Parpadeé y la oscuridad desapareció, reemplazada por
una Gracelynn ensangrentada.
Sus ojos muertos, fríos y abiertos. Su rostro destrozado.
Escuché su voz, aunque su cuerpo estaba demasiado
quieto. Ella no respiraba.
—Julianna.
—Gracelynn —grité.
El olor acre de la muerte llenó mi nariz y me atraganté
de nuevo, luchando contra las ganas de vomitar.
—¿Por qué me dejaste? —acusó la voz tranquila.
—¡No lo hice!
—¿Por qué no me salvaste?
La agonía recorrió mis venas. La presión en mi pecho
era insoportable.
—No podía.
—Mi bebé.
Ahogando mis llantos, traté de alcanzarla.
—L—lo s—siento… Por favor, lo siento. Por favor. ¡POR
FAVOR!
Ella se desvaneció.
Mi cuerpo se paralizó y todo se volvió negro.
Una semana después
Una vez que Cameron estaba profundamente dormido,
le di un beso rápido en la frente y me levanté de la cama. Mi
estómago gruñó mientras caminaba hacia la cocina para
buscar algo para comer.
Killian volvería a casa pronto y luego volveríamos a
visitar a Gracelynn y a Lydia. Mientras me recuperaba en el
hospital, pude pasar la mayor parte del tiempo en la Unidad
de Cuidados Intensivos Neonatales con mis hijas. Pero
cuando solo tenían seis días, oficialmente se consideró que
estaba completamente recuperada y sana, por lo que me
dieron de alta del hospital. No había nada más que quisiera
que quedarme con ellas, pero no podía.
Cameron me necesitaba. Y sus hermanas tenían que
permanecer en la UCIN durante casi dos meses antes de
que fueran lo suficientemente fuertes como para regresar a
casa.
Dejar a nuestras nuevas bebés en el hospital y volver a
casa sin ellas fue una experiencia desgarradora. Recordé
haber llorado toda la noche los dos primeros días que
regresamos a casa. Lloré por la pérdida de Alina. Y lloré por
el hecho de que no podía estar con mis bebés las
veinticuatro horas del día.
Han pasado dos semanas y todavía me sentía tan…
impotente.
Bombear leche fue lo que mantuvo mi cordura un tanto
intacta. Era lo único que podía hacer como madre, lo que
contribuía a su crecimiento y desarrollo.
Estaba comiendo un sándwich de pavo frío mientras
revisaba mis mensajes. Después de que me dieron de alta
del hospital, eliminé todas mis aplicaciones de redes
sociales y dejé de conectarme. Ya no quería saber lo que
decían de mí. Dejé de preocuparme porque siempre
encontrarían una razón para odiarme. Ahora tenía cosas
más importantes de las que preocuparme.
Estaba desplazándome por las aplicaciones de mis
juegos cuando accidentalmente hice clic en las noticias y
antes de borrarlas, un titular llamó mi atención.
Mi corazón tartamudeó y dejé caer mi sándwich.
Salpicó desordenadamente sobre la encimera de la cocina
mientras leía el artículo de noticias más reciente. Mi
estómago se revolvió y con el corazón en la garganta, luché
contra la necesidad de vomitar.
Oh Dios, ¿qué ha hecho Killian?
El shock corrió por mis venas y todavía estaba mirando
mi teléfono con los ojos muy abiertos cuando entró por la
puerta de nuestra casa.
—Estoy en casa —anunció con cansancio.
Entró en la cocina, tirando descuidadamente de la
corbata antes de dejarla caer sobre la encimera. Me volví
hacia él antes de que pudiera decir nada más.
—¿Qué es esto? —le pregunté bruscamente,
mostrándole la pantalla de mi teléfono.
Killian apenas miró el artículo. Se apiñó en mi espacio,
empujándome hacia el mostrador y nuestras miradas se
cruzaron.
—Hice lo que tenía que hacer —dijo lentamente, con
total confianza.
—No me lo dijiste —acusé—. ¿Por qué no me lo dijiste?
Esta es una gran decisión, Killian. ¡Te retiraste de la
campaña presidencial!
Mi corazón estaba acelerado, pero él apenas se
estremeció ante mi arrebato. Cuando mi esposo respondió
con mucha calma, quise golpearlo.
—Sabía que lo leerías en las noticias y volvería a casa
para decirte exactamente eso.
Negué con la cabeza antes de inhalar un tembloroso
suspiro.
—¿Por qué?
Sus labios se torcieron con una sonrisa agridulce.
—No puedo dirigir un país que odia a mi esposa y me
niego a criar a nuestros hijos en un ambiente tan tóxico.
—No puedo dejar que te alejes de la única cosa por la
que te has esforzado tanto. —Las lágrimas corrieron por mis
mejillas—. Pasaste dos malditas décadas trabajando para
conseguir esto. Para ser digno de esta oportunidad. No
dejaré que renuncies por mí. Este es tu sueño —lloré,
presionando su pecho con mis puños.
El brazo de Killian salió serpenteando y agarró mi
mano, tirándome hacia él antes de que sus labios chocaran
contra los míos. Se tragó mis llantos y besó mi jadeo. Su
lengua se introdujo en mi boca, probándome.
—Tú eres mi sueño —dijo con voz áspera en mis labios.
—No hagas esto —rogué débilmente—. Te arrepentirás
y luego me odiarás.
Bajó su frente a la mía.
—Amo a mi país, pero si tengo que elegir, siempre te
elegiré a ti. ¿Pero sabes qué? Ni siquiera tuve que elegir
porque eres mi única opción, Julianna. Por y para siempre.
¿Recuerdas nuestros votos?
—Recuerdo mis votos. Dije que te apoyaré; en tus
sueños, en tus logros, estaré a tu lado. Siempre.
Nuestros corazones latían al mismo ritmo y todo mi
cuerpo temblaba. Killian presionó otro tierno beso en mis
labios.
—Y me apoyas. Siempre lo has hecho. Nuestra familia
es mi sueño.
—No puedo dejar que te sacrifiques…
—Y no nos sacrificaré por mis propias ambiciones
egoístas.
Mis dedos se hundieron en su pecho, sintiendo los
fuertes latidos de su corazón. Había máxima sinceridad en
su mirada oscura y busqué arrepentimiento o decepción,
pero no encontré ninguno. Hablaba muy en serio sobre esto.
Mi hombro se desplomó, la pelea me abandonó.
Killian me rodeó con sus brazos, abrazándome más
cerca. Seguro y cálido en sus brazos.
—Una vez que Gracelynn y Lydia sean dadas de alta de
la UCIN, te llevaré a ti y a nuestros bebés a casa, princesa.
—Estoy en casa. Contigo. En tus brazos. Estoy en casa,
Killian.
Pero sabía exactamente a qué se refería.
Regresábamos a la isla, lejos de este ambiente tóxico y
al lugar al que pertenecíamos. Donde éramos felices y
seguros.
Un lugar al que podríamos llamar hogar.
EPÍLOGO
—Pedazo de mierda —siseé a mi coche antes de patear
mi neumático pinchado—. ¿Realmente tenías que arruinarte
hoy? ¡Tengo una entrevista importante!
Mi coche era prácticamente una chatarra, pero no era
como si pudiera pagar uno nuevo trabajando de niñera a
tiempo parcial. Y ahora probablemente perdería mi
entrevista. Me agaché para examinar mi neumático más de
cerca, solo para que mi bolso se abriera, vaciando todo el
contenido en el suelo.
Con un gruñido de frustración, dejo caer mi bolso junto
al desorden y luego pise fuerte hasta mi baúl, sacando el
gato y mi llanta de repuesto. Puedo cambiar una llanta
pinchada, excepto que el único problema es que no soy muy
buena en eso y me podía llevar más de diez minutos.
Maldita sea, ¿podría empeorar este día?
—Disculpe, señorita. —Gritó una voz profunda detrás
de mí. Unos pasos pesados se acercaron a mí y luego su voz
fue mucho, mucho más cercana—. ¿Necesita ayuda? Parece
que estás teniendo un mal día. Puedo ayudarte a cambiar
los neumáticos.
—Gracias —respondí cortésmente sin darme la vuelta
—. Pero puedo hacerlo.
Me arrodillé junto al neumático pinchado y traté de
inclinar probablemente el gato, pero entonces se me escapó
de la mano. Cerré los ojos y respiré profundamente antes de
volver a abrirlos. Un rápido vistazo a mi reloj me dijo que iba
a llegar muy tarde a mi entrevista y no podía permitirme
eso.
Si conseguía este trabajo, por fin podría dejar de ser
camarera y niñera. Podría pagar el alquiler a tiempo y tener
suficiente dinero para las necesidades básicas, como la
comida.
Giré sobre mis talones para enfrentarme al desconocido
y mi respiración se entrecortó al verle. Era alto, muy alto. Yo
medía 1,70 metros, así que no era especialmente baja, y
este hombre me sobrepasaba. Debía de medir por lo menos
1,80 metros.