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Peligrosa Atracción Flor Di Vento

PELIGROSA ATRACCIÓN – EXTRA CYRA

Verdades que matan

Cyra

La miro dormir, así como cuando la tuve por primera vez en mis brazos.

Su rostro es tan suave como una pluma al tocarla, tan fino como el perfil de una princesa,
tan hermoso como el de Ella... su madre. Mi sonrisa se borra cuando veo que la suya se
pierde después de haber tomado ese somnífero. El corazón me late fuerte, la ansiedad me
angustia, los espasmos en mis piernas solo me hacen pensar en una cosa: necesito hacerlo.

Acaricio su cabello mientras mis lágrimas corren por mi rostro hasta que pasan algunos
segundos y por fin queda totalmente inconsciente. Necesito que esté inconsciente para
hacer lo que he decidido hacer ahora porque, si estuviera despierta, se decepcionaría de mí
con todas las cosas que guardo y ese es mi mayor miedo: Que me odie.

He cometido tantos errores en mi vida... que a veces me cuesta pensar que tengo alma
porque me la quitaron desde que mi pequeño recién nacido fue arrebatado de mis brazos.
Aquella oscura noche perdí la vida porque, aunque haya sido producto de una terrible
violación, jamás pude odiarlo.

Y ese es mi tormento, mi mayor tormento, además de la muerte.

Además de mis secretos.

Y Ángela...

Tenía 11 años cuando llegué de la mano de mi madre a la mansión de los Simone. Ella solía
decir que eran personas malas, pero necesitábamos el trabajo. Yo no salía de la vieja cabaña
donde vivíamos y también tenía prohibido acercarme a la casa grande, pero un día
desobedecí y ese fue mi mayor pecado: Toparme con los hermanos Simone.
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Leonardo y Donato eran los jóvenes ricos de la casa y yo solo era una sirvienta. Me
asombraba la capacidad que tenían al disparar sus armas, sobretodo porque en ese tiempo
me gustaban. Solía espiarlos cuando mataban a otros niños, porque la mafia los robaba para
ser asesinados y así aprendí a dominar el pánico. Me sentía atraída por el joven Donato,
como solía llamarlo, quien tenía mi misma edad en aquella época. Leonardo en cambio era
dos años mayor, pero no dejaba de tener un gusto exquisito por la manera en cómo se
expresaba.

Era una niña aprendiendo a vivir que aún creía en la gente y en el amor.

Me caí del árbol esa mañana, entonces uno de ellos apuntó el arma justo en mi cabeza. Me
había visto antes por lo que sé, pero jamás había puesto su atención en mis ojos, entonces
empezó mi travesía...

Obsesión por ambos, amor por uno de ellos; el padre de mi hijo.

Fui la primera práctica sexual para los dos, siendo obligada a tener sexo desde mis 11 años.
Mi madre lloraba cada vez que tocaban mi puerta para llevarme a sus recámaras y luchaba
contra la seguridad de los Simone para salvarme hasta que un día amaneció muerta.

Y ya no tenía a nadie... a nadie más en el mundo.

Me sentía triste, sola y perdida todos los días al mirar aquel recuadro con su foto,
prendiendo aquella vela en su memoria, con las lágrimas flotando en mi rostro. No podía
creer que habían matado a mi madre solo porque se quejaba de ver a su hija, una niña,
violada, entonces entendí que si quería sobrevivir debía aprender a callar y hacer lo que
querían con la sola idea de vengarme en un futuro...

Hasta que me enamoré de uno de ellos.

Uno era más gentil en el acto sexual, el otro solo me forzaba. Uno besaba mis labios, el otro
solo me escupía. Uno aprendió a leer mi alma y el otro... solo me aborrecía. Al pasar de los
años fui soportando más cosas, aguantando desplantes y humillaciones porque estaba
perdidamente enamorada. No había conocido el amor, solo unos brazos fuertes que me
abrazaban diciendo que ya iba a terminar, que a medida que practiquemos más el acto no
iba a doler más y que iba a gozarlo.
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Lo gozaba con uno, pero también con el otro y eso era enfermizo. Salía de una habitación a
otra a veces mareada, a veces cansada, otras... sin ánimos. Llegué a un punto extraño donde
no sabía ni quién era, si lo estaba haciendo bien o mal, culpándome a mí misma por tener
sentimientos encontrados.

Era una chiquilla boba hasta que un año después terminé embarazada.

Sabía quién era el padre desde que no me vino el periodo siendo totalmente regular hasta
entonces. Las otras mucamas me habían enseñado a controlarlo, pero ese día... ese mismo
día olvidé tomar la píldora. A ellos, por supuesto, no les gustaba cuidarse por lo que
terminé siendo acusada ante el gran abuelo Simone. Quisieron obligarme a abortar pero era
casi una niña, por lo que me perdonaron la vida permitiéndome irme lejos. De ambulé por
las calles trabajando en lo que sea muchos meses hasta que en segundos fui capturada de
nuevo. Tenía una panza enorme y estaba a punto de alumbrar a mi bebé Luciano, porque
así se llamaba.

—Cyra, cariño, puedes hacerlo. —gritaba mientras yo estuve a punto de morir mientras
pujaba. Había sido la experiencia más terrible de todas, incluso más dura que perder la
virginidad con un implacable bestia asesina.

Mi último suspiro fue para mi pequeño, quien había nacido por fin después de tanto trabajo
y horas. La partera me lo enseñó y sonreí antes de desvanecerme. Era pequeño como un
muñequito y hermoso como el mismo cielo, pero tenía un problema... había sido prematuro
y yo estaba muy débil para amamantarlo. Caí en desgracia minutos después perdiendo
totalmente el conocimiento. Amanecí en una clínica cara al cuidado de grandes médicos, lo
que no dejó de sorprenderme. Uno de los hermanos Simone había rogado a su padre para
que me dejen con vida haciéndole una promesa... mi silencio y el sacrificio de mi pequeño.

—¿Dónde está mi bebé? —golpeé su rostro, el rostro del padre del niño con lágrimas.

—Muerto. —solo dijo.

—No está muerto —lo miré con rabia—. ¿Dónde está mi bebé? Por favor... dímelo. —mi
llanto era tan hondo y profundo que se me escarapela la piel de solo recordarlo.
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—No lo volverás a ver nunca, Cyra. Era lo mejor para tí, para los dos. —su mirada infantil
aún me demostraba que sentía algo de cariño por mí, pero a la vez miedo por todo lo que se
nos venía encima con un niño.

Lo odié, juro que lo odié y luego, después de algunas exigencias, El abuelo Simone puso
como condición para que perdonaran mi vida un último sacrificio: La eternidad de mi
silencio... sin lengua.

Y desde ese día no hablo, desde unos corta infancia en la cuál se robaron mi alma y mi
vida.

Pasó mucho tiempo hasta que ambos se cansaron de violarme para empezar a violar a otras
jovencitas. Cada sirvienta joven que entraba pasaba por su cuarto. Cada niña engendrada
en la casa era parte de ellos. Cada hija de algún desafiante o gente que mataban era
ultrajada antes de ser también asesinada, pero hubo una niña... una sola que logró salir con
vida de sus crímenes.

Una niña a la que jamás volví a ver desde que una mujer la trajo a sus 7 años.

La misma niña favorita de Donato, odiada por Leonardo.

Hasta que llegó Ángela años más tarde.

La muchacha era conocida por su increíble belleza y realmente era casi un infarto verla.
Llegó obligada como todas, pero no era cualquier muchacha... Ella tenía garra y brillo.
Miraba a Donato como si fuera el demonio y, aunque él la violaba las veces que quería,
jamás se rindió en su lucha. Solía ser su confidente cuando lloraba en las noches
maldiciendo su vida, cuando en su perfecto Italiano, inglés y español insultaba a los
Simone. Cuando decía que alguien algún día cobraría su venganza.

Ella era la luz y la sombra.

Disparaba como una diosa siendo una jovencita y era más astuta de lo que todos creíamos.
Un tiempo fingió ser buena con él solo para intentar escapar de sus garras, pero fue en vano
porque lograron atraparla en el bosque. Solía mirarla por las noches escuchando sus
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historias, sus vivencias, sus memorias y el plan que tenía para escapar de manera
triunfante.

Eso admiraba de ella, su terrible valentía y a la vez enviaba la increíble capacidad que tenía
para poner a uno de los hombres más poderosos del imperio Italiano de cabeza. Donato
estaba perdidamente enamorado, quizá por ello no la soltaba. Solía decir que quería un
heredero, pero ella vivía aterrada con la idea.

—Necesitas darme esas pastillas abortivas porque no puedo engendrar un crío de él, ¿lo
entiendes?

—Nadie de nosotros tiene salida a la calle, mi niña. —suspiraba.

—Si algún día quedo embarazada prométeme algo, Cyra. Vas a darme un diro.

—¿Estás loca? —mi alma se congelaba.

—Jamás le daré ese crío, ¿lo entiendes? Primero me muero. Juro que me muero.

Hasta que salió embarazada de Bianca.

Lloraba todas las noches maldiciendo su destino, sabiendo que si la tenía iba a morir de
todas formas. Para ella tener un hijo de los Simone era más que un pecado, era destierro e
infierno. Solía golpearse el estómago para abortar, pero entonces Donato se dio cuenta y
mandó a ponerle seguridad en los lugares donde andaba. Vivió encerrada 9 meses con los
mejores cuidados y seguridad hasta en el baño.

Yo... solía acompañarla.

En aquel tiempo ya no era una niña sino una mujer y su embarazo me recordaba al mío.
Nos hicimos amigas, muy amigas. Ella era de esas niñas inteligentes que podían tener una
conversación con adultos en total soltura. Me daba ánimos y solía decir que me admiraba
por querer recuperar a mi bebé perdido, entonces solo la abrazaba y llorábamos juntas.

—Es una niña, ¿cierto? —sollozaba con amargura—. No la quiero.


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—Ángela, es tu pequeña. Ella no tiene la culpa. Si te casas con el señor Simone todo habrá
valido la pena, créeme. Criarán a su hija juntos, él... te dará la vida que toda mujer sueña y
tú podrás estar tranquila.

—Yo no quiero esa vida, Cyra. No quiero a este demonio.

—Muchas hubiéramos dado la vida por lo que tú tienes, mi niña —limpio sus lágrimas—.
Hubiésemos dado la vida por que nos amen...

—Él no me ama, solo ama sus intereses. Estoy cansada de estar amarrada todo el día, me
fuerza a tener a esta criatura.

—Ya falta poco, mi niña. Cuando tengas a esa bebita en tus brazos vas a amarla.

—Jamás la amaré... Ella es hija del pecado, Cyra. De la humillación más grande, una
Simone. Donato la hará a su semejanza y destruirá lo que más amo.

—Por favor, no pienses más en eso.

—No la quiero. Solo... no la quiero. Y tú tienes que ayudarme, Cyra. Prometiste que ibas a
ayudarme.

Me quedé en silencio.

—Vas a matarla cuando la tengas en tus brazos y yo escaparé sin que nadie se de cuenta
cuando esté recuperada, ¿lo entiendes?

Cierro mis ojos, caen mil lágrimas.

Jadeo temblando cuando tomo a Bianca con dificultad hasta dejarla en el piso. Vas a matarla,
vas a ayudarme a escapar cuando esté recuperada —son las palabras de Ángela desde el inicio,
pero aquella noche... aquella noche... no pude hacerlo cuando por fin la tuve entre mis
brazos.

Lloraba tanto de hambre que juraría haberle dado mi pecho si es que hubiese podido. Era
hermosa como el sol naciente y pequeña como un cachorrito. Donato llegó cuando la tenía
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entre mis brazos y luego me sonrió profundamente sintiéndome como su propia madre,
como si yo le hubiese dado aquel heredero real que tanto quería. Besó su frente
pronunciando en Italiano una oración que aún no olvido.

Bendita seas para los Simone, Bianca. Maldita seas para nuestros enemigos. Tú gobernarás el mundo
con tu belleza y honrarás a los tuyos sobre todas las cosas. Por la sangre, hija. Y que la sangre te
acompañe siempre.

La bebita lloró cuando su padre la tuvo entre sus brazos y luego sentí como si fuera mía.
Abracé su cuerpecito permitiéndome acercarme a él, oliendo ese aroma a bebé que tanto
extrañaba. Besé su frente y ella me sonrió por primera vez.

—Es tan hermosa... bendita sea. —miré a Donato, quien no dejaba de tener orgullo entre sus
labios.

—Una bebé real. —dijo entre líneas.

Entonces sucedió todo, Ángela parada desde el marco de la puerta mirándonos. Mi corazón
se congeló cuando la rabia gobernó su rostro.

—Devuélvanme a mi hija —fue lo único que dijo hasta que, aún con dificultad para
caminar, me la quitó de los brazos.

—Sí, Ángela. Es tuya, pero sobretodo mía. Arreglaré todo para nuestro matrimonio.
Amamántala ahora. —dijo de forma seca hasta que se fue.

—Eres tú, ¿cierto? —dijo entre lágrimas mientras solo abrazaba a Bianca.

—¿Yo? —dije con tensión en los labios.

—Tú... la amante perdida de Donato. Él es el hombre que has amado toda tu vida a pesar de
haberte violado, maltratado, humillado. Él es ese "señor" del que hablabas.

—Ángela... —respondí temblando.


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—No te acerques. No me toques —levantó el mentón de forma altiva—. Jamás te daré a mi


hija.

—Ángela... —murmuré débil.

—¡Eres una maldita traidora! —gritó haciendo que la niña llore— ¡Te he contado mi vida!
Mi odio por su familia y tú... simplemente has callado. ¿Es él el padre del niño que te
robaron?

Lloré.

—¡Maldita seas! —escupió al suelo.

—Por favor, la niña está llorando... —extendí mis brazos preocupada por ella, porque
Ángela aún era joven y no sabía cómo cargar a una recién nacida.

—Es mi hija —me lo recalcó con furia.

—Tú no la quieres. Me pediste que la matara —contesté sin pensar.

—Pues ahora la quiero. Jamás serás su madre, perra. Jamás dejaré que te ame. Lárgate
¡Lárgate!

Lloré tanto esa noche esperando a lo lejos un momento para ver a la pequeña Bianca que
aún lloraba. Una mucama entró con ropa y pañales y solo sentía dolor en mi pecho por no
tocarla, olerla, poder tener la oportunidad de dormirla. Cerré mis ojos intentando encontrar
paz, pero en cambio solo hubo pánico y miedo. El llanto de Bianca se parecía tanto al de mi
pequeño Luciano... que en mi mente empecé a creer que era ese bebé reencarnado, mi bebé
en el cuerpo de la pequeña.

La lluvia empezó a caer con fuerza y abrí mis ojos de golpe.

Era de madrugada, 5 am para ser exacta.

Un presentimiento se albergó en mi pecho, entonces corrí para su recámara encontrando


solo sábanas. Ángela se había ido con Bianca y no podía soportarlo. Mi desesperé como
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nunca antes en mi vida entonces, en un acto desesperado, tomé mi arma. Subí a la


habitación de Donato para contarle sus planes sin ningún tipo de remordimiento y juntos
salimos disparados tras de ella.

El bosque era cruel en ese entonces...

Caminé casi engarrotada empapada por la lluvia hasta que escuché un llanto. Donato se
había ido por otro lado, por lo que estaba sola con mi arma. Me acerqué y las ví escondidas
detrás de un árbol, pero cuando me vió solo empezó a llorar más de la cuenta.

—No soporto esta vida, Cyra. No quiero que me violen. No quiero ser su mujer ni casarme
con ese hombre —se arrodilló ante mí y solo mantuve mi arma en mis manos—. Y tampoco
quiero esta vida para Bianca. Déjame ir, por favor...

—No te irás con la niña —dije temblando.

—Es mi hija —chilló más—. Si bien no la quise al principio ahora no puedo dejarla. Mírala...
mira cómo tiembla de frío. Soy su madre, encontraré alguna solución. Juro que si me dejas ir
no nos verás nunca más en tu vida. Juro que será un nuevo comienzo y que ella será libre de
todo. No estará mejor con nadie más que con su madre. Por favor, te lo suplico, déjame ir...
no le digas nada a Donato.

Tragué saliva con el cuerpo ardiendo, mirando a la pequeña bebita llorar. Ángela la
abrazaba con fuerza besando su carita, intentando callar su llanto. Por mi mente pasaron
muchas cosas: Una vida, Donato, una nueva oportunidad... la pequeña Bianca. Su mamá.
Quería ser su mamá, pero luego estaba esa muchacha... con la suerte de todas las mujeres
criadas en la mafia.

—Te lo suplico —volvió a decir, pero no hice nada, entonces salió su valentía de nuevo y
ahí estaba esa mujer que en el fondo yo quería ser—. No vas a quitarme a mi hija. Bianca va
a tener una nueva oportunidad lejos de toda esta mierda, ¿lo entiendes?

Se me paralizó el corazón al ver su cambio, su voz tensa, sus ganas de vivir, su increíble
belleza proyectada y duplicada ahora. Me miró con garra cuando no dije más, entonces giró
su cuerpo de forma agresiva mientras caminaba besándola, besando a mi bebé Bianca.
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—¡Devuélveme a la niña! —grité siguiéndola, con el corazón roto.

Pero no encontré respuesta, entonces levanté mi arma temblando, llorando, con los nervios
a flor de piel.

—¡Devuélvemela o te mato! ¡Juro que te mato! —grité con fuerza, mis ojos tensos, mi voz
aguda.

Pero ella se iba... se iba con mi niña, con ese bebé que podría significar una nueva
oportunidad. Con la bebé de Donato...

Un disparo. Sonó un disparo y abrí la boca gritando llena de horror....

Cayó con Bianca en sus brazos.

Un ruido me alerta, Adrián aparece por el marco de la puerta como fiera. Se acerca
lentamente hacia mí entonces, con dolor, apunto directamente hacia Bianca para
controlarlo... porque sé que eso es lo único que lo controla, porque así puedo dominarlo.

—Tú no e dirá nada... porque pimeo juo que la mato... y luego me doy un tiro. —digo con
fuerza, adrenalina y sutileza emitiendo palabras que jamás dije desde hace años con gran
esfuerzo.

No permitiré que lo diga porque ella me odiaría, me odiaría por siempre por lo que le hice a
su madre.

NOTA:

Lean con cuidado y no crean en lo obvio. La otra parte de la historia de Cyra, lo que pasó
con Ángela (si vive o muere) y lo demás se leerá más adelante.

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escritora. La persona que lo haga será bloqueada.
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Todos los derechos de autor Flor Di Vento.

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