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El taxi avanzaba lentamente en medio del tráfico, haciendo que


sintiera un poco de alivio, por primera vez en el último año, no me
importaba llegar a mi destino con un poco de retraso, en realidad no
sabía si quería llegar, fijé la vista en el camino, las calles húmedas,
las personas caminando de un lado a otro con sus paraguas.
Esa tarde había caído un aguacero del que solo quedaban pequeñas
gotas deslizándose por los tejados, era patético lo cliché que era
aquello, estaba malditamente melancólica y todo a mi alrededor me
hundía cada vez más en ese estado de ánimo.
Había esperado tanto ese día, tenía tantas expectativas y estaba ahí,
queriendo que nada estuviera ocurriendo, deseando con todas mis
fuerzas estar en mi cama, acurrucada con Polly, a salvo de todas esas
emociones que solo me lastimaban.
Con más dudas que nunca bajé del auto, mis nervios estaban
controlados a pesar de la tormenta que pasé precisamente por este
lanzamiento, mis pasos se detuvieron frente a la puerta automática
de la librería, tomar aire y valor, parecía ser lo que más necesitaba.
Era la librería más grande la ciudad, la más moderna, la que nos
ofrecía las mejores comodidades para el lanzamiento del libro que
muchos esperaban, y que yo en el fondo odiaba, después de todo fue
el único causante de haberlo conocido.
Mis ojos barrieron todo el lugar apenas entré, todo estaba tal y como
lo había previsto, solo faltaba él... Y no llegaría. El nudo que subía
por mi garganta me obligó a refugiarme en el baño, no podía ser
débil, no podía arruinar ese día, me vi en el espejo sin poder
reconocerme del todo, pasé las manos por mi pelo lacio intentando
que estuviera peinado a la perfección, retoqué mi labial y de nuevo
me perdí en mi reflejo.
De la Valentina que él conoció no quedaba casi nada, me sacudí los
recuerdos a la vez que alisaba mi falda y ajustaba un poco el escote
discreto en mis pechos. Bloqueaba todo lo que sentía, incluso lo que
pensaba, era lo única forma de poder continuar con mi vida de una
forma medianamente normal.
Al guardar el maquillaje dentro de mi bolso me topé con algo que no
debí seguir guardando, con las manos temblorosas saqué el
manuscrito del libro que él me había obsequiado, el que leímos
juntos, el que nos acercó tanto, desafiando mi sentido común decidí
abrirlo solo para leer nuevamente lo que me había escrito en la
primera página, después de aquella noche.
El éxtasis sigue latiendo, el dulce sabor de tu piel está clavado en mis
recuerdos,
mi lengua cosquillea por el deseo de saborear
el néctar adictivo que produce tu cuerpo.
Mis manos arden por la necesidad de tocarte,
mis piernas tiemblan al imaginarme mojado en ti,
frotándonos en el silencio de la noche,
quemándonos las ganas.
Quiero tus manos mimosas seduciendo mi espalda,
quiero llenarte de mí y que me empapes de ti,
sueño con tus uñas clavadas mientras agitada respiras,
que el aire nos falte embriagados de placer,
que caigamos en el abismo latiendo a la vez,
tu carne y la mía en la misma sintonía.
Me miras...
Me llamas...
Me agitas...
S.S
Santiago Sada repite mi mente al leer sus iniciales, quería borrar su
nombre mi memoria, pero me resultaba malditamente imposible, ni
siquiera podía borrar las huellas de sus manos en mi cuerpo que
ardía al recordarlo.
Santiago le hizo el amor a mi mente antes de tirarse mi cuerpo, lo
tenía grabado a fuego en cada espacio de mi ser y borrarlo, estaba
siendo el desafío más grande que había enfrentado en la vida.
Cerré el libro al darme cuenta que mis lágrimas mojaron la primera
página, debía mantener la compostura a como diera lugar, sin
importar tragarme todo lo que sentía, limpié mis lágrimas y tomé
aire antes de girar dispuesta a salir de ese sitio.
Me sentí llena de valor y decisión hasta que abrí la puerta y lo vi
frente a mí.
—Estoy aquí Valentina, no puedo perderte a ti. — Su voz sonó
apagada, sin ese tono de arrogancia que lo caracterizaba.
Temblando por dentro solo podía verlo atónita, sin poder creer que
estaba frente a mí, deslicé la vista por todo él, sus ojos que siempre
me observaban con profundidad, estaban tristes, carentes de vida, su
barbilla cubierta ligeramente por una barba que recién crecía, por
primera vez desde que lo conocí, vi al perfecto y correcto Santiago,
luciendo mínimamente desaliñado.
—Valen, a la mierda todo, haré esto, lo haré por ti.
Mi voz no salía, mi cerebro parecía estar adormecido ante su
presencia, sentí sus manos tocar las mías y por instinto cerré los
ojos, su tacto era mi agua en medio del desierto, pero prefería
deshidratarme antes de caer en lo mismo.
Con mi fuerza de voluntad sacando la cara por mí me solté de su
agarre, solo pude dar unos cuantos pasos antes de que me detuviera
de nuevo.
—¡Estoy aquí! voy hacer lo que me pedías ¿Por qué te vas?
—Creo que ya es muy tarde. — Susurré con voz temblorosa. —Estás
aquí por las razones equivocadas, esto no lo tienes que hacer por mí,
es por ti.
—¡Espera! — Pidió cuando le di la espalda nuevamente.
—No puedo Santi, ya esperé mucho por ti... Si me disculpas tengo que
hacerme cargo del lanzamiento de tu libro.
Decidida a que nada me iba a detener seguí mi camino, pisando el
piso con más fuerza, ansiosa por mostrar aplomo en mis acciones.
—Valentina te amo. — Mi corazón se detuvo por un segundo, mis
pasos también lo hicieron ante esa confesión, de pie en medio de ese
lugar sentía que mi vida se desordenaría de nuevo sin que pudiera
hacer algo para evitarlo.
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Un año antes.
Los zapatos me estaban matando, los tacones rojos y elegantes
torturaban mis pies, me sentía fuera de lugar, incómoda y una
completa tonta, ¿A quién diablos se le ocurría presentarse a una
entrevista de trabajo con un curriculum completamente alterado? Sin
tener idea del puesto al que se estaba postulando.
La desesperación me empujó a hacerle caso a Manu, mi vecino y lo
más parecido a un amigo o algo así, él le hizo modificaciones a mi
currículum, mientras yo me arreglaba a toda prisa, esa mañana
cuando desperté, no tenía idea que por la tarde me estaría
enfrentando a mi única oportunidad verdadera de salir de todos mis
problemas.
Necesitaba con urgencia un trabajo, Bianca mi casera se encargaba
de recordármelo a diario, y no solo ella, también las facturas
pendientes que se amontonaban sobre la vieja mesa al lado de la
puerta de mi departamento.
Desde que recuerdo, mi vida siempre fue un desastre, fui la típica
niña que nunca cumplía con todas sus tareas escolares, la que jamás
terminaba todo lo que empezaba, la que siempre aprobaba las
materias con lo justo, siempre lidié con los embrollos a los que me
metía por mi forma despreocupada de vivir, pero en esos últimos
meses toqué fondo.
Debía tres meses de renta, y ya me había quedado sin agua caliente,
me estaba alimentando con sopas instantáneas y acabando con el
poco dinero que tenía ahorrado, mi situación ya era grave. Lo
inevitable estaba a punto de ocurrir, y no estaba haciendo nada para
evitarlo, me había resignado a terminar el mes en la calle,
seguramente llamando a mamá para que me aceptara en su sillón.
Pero Manu intervino a tiempo, después de escuchar los gritos de
Bianca fuera de mi puerta exigiendo que pagara la renta, decidió
abordarme, lo conocía poco, se había mudado al viejo edificio solo
unos meses después que yo, su departamento estaba al lado del mío
así que vernos por los pasillos se volvió algo habitual.
Comenzamos a saludarnos con cortesía hasta que pasamos a las
conversaciones un tanto comunes mientras esperábamos el elevador
o bajábamos usando las escaleras, no había algo que se considerara
confianza entre nosotros, éramos solo dos personas que se sonreían
por amabilidad.
Por eso me sorprendió verlo afuera de mi departamento, con una
sonrisa en los labios y su computadora en las manos, llegó a
ofrecerme una ayuda que no había pedido, pero que necesitaba,
resulta que las paredes delgadas de ese sitio le permitieron enterarse
de casi todos mis problemas, los gritos de Bianca y mis peleas
constante al teléfono, le dieron los suficientes motivos para acercarse
a mí.
Tenía grandes líos, dos años atrás mis padres se habían divorciado, y
ahí comenzó todo, después de tantos años de un mal matrimonio
cada uno empezó a vivir la vida de una manera poco convencional, mi
papá comenzó a salir con tipas a las que le doblaba la edad, mientras
mi madre, se convirtió en una especie de nómada, cambiaba de
ciudad, trabajo y amigos con la misma frecuencia con la que yo
cambiaba las sábanas de mi cama.
Pensé que nada de eso me iba a afectar, después de todo tenía cinco
años viviendo en otra ciudad por mis estudios, jamás imaginé que de
un día para otro ambos iban a decidir que ya era hora que comenzara
a costear mis gastos. Las palabras de mi padre fueron las siguientes:
Valentina, ya tienes veintitrés años, es hora que comiences a ser
responsable de verdad, estás repitiendo por segunda vez el último
semestre de tu carrera y continúas reprobando materias, tu madre y
yo no somos eternos debes aprender a valerte por ti misma, tu
hermana a tu edad ya estaba iniciando su posgrado y recibiendo su
primer ascenso en el trabajo, ¡Debes hacer algo con tu vida!
Realmente estaba jodida y sin ningún plan, así que hice lo de
siempre, ignorar el problema dejando para después, la búsqueda de
la solución hasta que todo se me fue encima y no supe que hacer.
Afortunadamente mi amable vecino tenía un plan, me ayudaría a
encontrar el empleo que tanto necesitaba, y yo no había logrado
conseguir, mi nula experiencia laboral y mi pobre desempeño
académico me dejaban sin muchas opciones.
Manu había pensado en todo, siendo pasante en el departamento de
recursos humanos de una empresa, contaba con las suficientes
herramientas para crear un currículum atractivo para el mercado
laboral, exagerando una que otra cosa, mintiendo en otras más, y
hasta falsificando una carta de recomendación de un profesor. El tipo
era toda una caja de sorpresas, y yo tenía buena suerte por contar
con él.
En una noche creamos el perfil profesional, de una estudiante
destacada del último año de Marketing y publicidad, una futura
mercadóloga llena de habilidades por desarrollar. Le agradecí
abriendo la última botella de vino que me quedaba, celebramos antes
de tiempo por el trabajo que iba a conseguir.
Realmente no confíe con que eso pasara rápido, no es que fuese
negativa, sino más bien realista... Para mí era poco probable que en
unos días una oportunidad apareciera de la nada, pero la vida me
sorprendió esa mañana, estaba profundamente dormida después de
haber ignorado todas mis alarmas, cuando el timbre comenzó a sonar
con insistencia.
Era Manu de nuevo, un amigo de un amigo, era el nuevo dueño de
una editorial, estaban buscando personal de carácter inmediato y
pensó en mí, si... Yo en una editorial. Al principio me pareció
descabellada la idea, ni siquiera leía mis apuntes de la universidad
¿Qué iba a hacer en una editorial?, pero después de que Manu me
recordara que Bianca llegaba la semana siguiente a cobrarme, me
llené de actitud triunfadora.
Él hizo la llamada para pactar la cita, mientras yo buscaba algo
adecuado para la entrevista en el desastre que tenía en mi clóset, él
fue el que me convenció de usar esos zapatos que me estaban
matando y el que le dio el visto bueno a mi outfit, una falda lápiz con
una blusa con las mangas largas.
Cuando me miré frente al espejo sonreí satisfecha, no solo me
gustaba lo que veía, el hecho de que esa ropa fuera de mi hermana le
daba un plus a todo, me gustaba fastidiar a Vannesa casi tanto como
a ella fastidiarme a mí, me imaginaba su cara cuando supiera que usé
la ropa que ni siquiera había estrenado.
Llegué a la editorial con el tiempo justo, Rodrigo Aguilar, el nuevo
dueño y jefe, fue quién me hizo pasar a su oficina, decir que estaba
nerviosa era poco, estaba casi petrificada, nunca fui buena hablando
con los desconocidos, y menos sentía poder proyectar seguridad
como me lo había aconsejado Manu.
Después de las preguntas rigurosas comenzó a ojear el currículum,
no decía una sola palabra, solo leía y leía con un gesto que interpreté
como concentración.
—Así que, en el último año, ¿Por qué marketing? —Preguntó,
apartando la vista de esas hojas, odiaba esa maldita pregunta para la
que no tenía una respuesta.
—Soy una persona creativa. —Mentí. —Me apasiona innovar, me
encantan los números—más mentiras —, siempre supe que en la
publicidad estaba mi futuro.
De mi boca no dejaban de salir mentiras, cada vez que me hacían esa
pregunta, daba respuestas completamente diferentes, dependía del
humor en el que estuviera daba las supuestas razones por las cuales
escogí mi carrera.
La única verdad es que no tenía idea de que estudiar, investigué
todas mis opciones y escogí la que, según yo, me aburriría menos, sus
materias eran interesantes, mi mamá no dejaba de repetir que los
mercadólogos gozaban de buenos salarios y que yo tenía cara de
haber nacido para eso. Así que, siguiendo la sabiduría de mi madre
escogí mi futura profesión.
—Y manejas todos los programas de edición gráfica—continuó
leyendo.
—¿Sí? —Curiosa me incliné un poco hacia adelante para poder ver
mejor, no podía creer que Manu se atreviera a poner eso.
—Si, aquí lo dice. — Respondió confundido, me reprendí mentalmente
por mi comportamiento tan estúpido, debía mentalizarme y
proyectarme como la mujer eficiente, responsable y casi profesional
que no era.
En ese instante recordé mi conversación con Manuel, no podía perder
esa oportunidad, tenía que ganarme el puesto a como diera lugar, su
discurso motivacional llegó claro a mi mente de nuevo ¡Tú puedes
Valen! ¡Tú puedes!
—Si, si los manejo a la perfección.
—Tienes experiencias en editoriales también... Tu pasatiempo
favorito es leer.
—Lo es, no sabe cómo amo los libros.
—¿Cuál es tu favorito? —Mierda... Ni Manu ni yo habíamos previsto
aquello, la verdad es que no había pensado en nada referente a esa
cita, unas horas atrás, ni siquiera sabía que iba a acudir a ese sitio.
Tres pequeños golpes en la puerta acabaron con ese momento
incómodo en el que solo nos mirábamos fijamente, él esperando
respuesta, yo intentando inventar una, gritó pase y la misma mujer
alta y robusta que me recibió, entró con una carpeta en la mano.
Ambos comenzaron a hablar en voz baja, ella le mostraba algo, él
negaba visiblemente contrariado, intercambiaron un par de palabras
antes que la mujer saliera de la oficina.
—Creo que eres lo que estamos buscando —murmuró pensativo, unos
segundos después.
—¿Sí?
—Si —respondió con una voz igual de dudosa que la mía, suspiró de
una forma cansada al mismo tiempo que se recostaba sobre su silla
negra. —Valentina Rincón, eres la nueva editora de adquisiciones de
Águila editorial.
¿Editora de Adquisiciones? ¿Qué mierdas era eso?, quise decir algo,
pero no podía, Rodrigo parecía estar aliviado, ni siquiera había
procesado que me acababa de dar el empleo y él me hablaba de unos
proyectos pendientes de los que no entendía nada.
—¿Cada cuánto debes presentarte a clases? —preguntó poniéndose de
pie.
Yo había llegado por cualquier puesto y me estaba quedando con uno
que parecía demasiado importante.
—Tres veces por semana solo por unas horas, ya estoy en el último
semestre y
—Perfecto, podrás cumplir con tus deberes escolares sin problemas.
—dijo interrumpiéndome.
No eran deberes escolares, eran créditos pendientes que tenía que
obtener para al fin poder graduarme, después de tanto tiempo según
mis papás.
—Me gustaría que empezaras ya mismo, no sabes lo que
necesitábamos a alguien que supiera mínimamente que hacer, acabo
de heredar esto hace apenas unos meses y no tengo idea cómo
funciona todo —dijo después de reír de una de forma extraña, ese
hombre estaba a punto de colapsar por el estrés, de ahí su arranque
de honestidad.
—Espero poder ser de ayuda —respondí nerviosa.
—Seguro lo serás, Anita mi secretaria, es la única persona que queda
del personal antiguo, todos han renunciado, pero no importa
formaremos un nuevo equipo, ella te podrá ayudar en lo que
necesites.
¿Dónde demonios me había metido? eso era un desastre y yo uno más
grande, ¿Cómo iba poder ayudar a ese hombre?
—Tendrás una pequeña oficina, pero cómoda... Si quieres conocerla
vamos de una vez.
Me levanté de la silla para seguirlo con dudas, mientras caminaba
googleé editor de adquisiciones, tropecé con la secretaria provocando
que me dedicara una horrible mirada. Rodrigo entusiasmado abrió
una puerta, se hizo a un lado para que pasara y me señaló todo el
sitio.
Estaba acostumbrada a los espacios reducidos, vivía en un
departamento pequeño de un solo ambiente, sin divisiones interiores,
la oficina estaba bien para mí, lo que estaba mal es que no tenía idea
de lo que iba a hacer dentro de ella.
—Acabamos de cambiar los equipos. —Me señaló la computadora —
siéntate —pidió retirando hacia atrás la silla blanca y poco esponjosa.
Lo obedecí sintiéndome cada vez más desesperada, me estaba
metiendo en problemas en lugar de salir de ellos.
—Te dejaré sola un momento para que te le eches un vistazo con
tranquilidad, debo hacer una llamada. — Anunció abriendo la puerta.
No pude reaccionar, me quedé quieta observando el lugar perpleja,
quería un trabajo, en realidad lo necesitaba, pero no estaba
preparada para algo así, dejé caer la espalda en el respaldo para
luego tomar mi teléfono, iba a marcarle a Manu cuando mi reciente
búsqueda apareció en la pantalla.
Los editores de adquisiciones trabajan como parte de un equipo
editorial en la adquisición de manuscritos para su publicación.
Trabajan en empresas editoriales, agencias literarias o en las
operaciones editoriales de las universidades e institutos profesionales.
Son la fuente de una variedad de material para publicación, incluyendo
libros, artículos académicos y contenidos digitales para su
distribución en línea.
Evaluación...
Costo...
Aprobación...
Desarrollo...
Ni san Google me iba a ayudar con todo eso, entre más información
leía, más me convencía que debía rechazar la oferta, le envié un
mensaje a Manu dándole las nuevas noticias mientras intentaba
tomar una decisión, no... No iba a poder, me puse de pie dispuesta a
buscar a Rodrigo cuando mi teléfono vibró en mis manos, era un
mensaje de Bianca recordándome depositar el dinero de la renta.
Palmeaba mi frente fastidiada, harta de todo lo que estaba viviendo y
no podía manejar, la puerta fue abierta y Rodrigo entró sonriente.
—¿Y? ¿Qué te parece?
—Yo... Yo —tomé aire—. Señor yo no tengo con la experiencia
suficiente para un puesto así, yo ni si
—No te preocupes —me cortó—, en el camino aprenderás, he
entrevistado a cinco personas diferentes, y al menos tú ya has
trabajado antes en una editorial, no tengo más tiempo, esto necesita
comenzar a funcionar y tú me das buena espina, no sé... Tengo un
buen presentimiento de todo esto.
Con la vista fija en el piso solo asentí, levanté el rostro e intenté
sonreír viendo todo a mi alrededor, ¿Por qué no? Ya me las iba a
arreglar con esas desconocidas obligaciones. Esa misma tarde firmé
un contrato laboral que hacía formal mi contratación, Rodrigo con
entusiasmo me mostró las instalaciones de la editorial, realmente no
había mucho que ver en ese sitio.
La editorial estaba en la segunda planta de un edificio de tres pisos,
donde funcionan otras empresas, casi no había personal porque aún
se estaba dando a la tarea de buscarlo, me contó mientras
caminábamos por un estrecho pasillo que los antiguos empleados
habían renunciado apenas se enteraron que él quedaría a cargo.
El pobre tipo parecía no tener amigos y vio en mí alguien con quien
desahogarse, estaba segura que no pasaba de los cuarenta años, pero
aparentaba más, seguramente las preocupaciones que le genera
haber heredado un negocio que no sabía cómo funcionaba, lo estaban
acabando.
En ese momento estaban trabajando en un solo proyecto, que habían
pactado cuando aún la editorial no estaba en sus manos, conseguir
nuevos prospectos era algo urgente y además mi deber, casi me
desvanecí cuando me lo informo, pero dado mi estado de
incredulidad no pude reaccionar.
Comenzaría al día siguiente, ni siquiera iba a tener tiempo para
acostumbrarme a la idea de mi nuevo trabajo, llena de dudas me
despedí de Rodrigo con un apretón de mano, giré dispuesta a
encaminarme hacia el ascensor cuando Anita me hizo un gesto con la
mano para que me acercara a su escritorio.
Se quitó los lentes cuando estuve a escasos centímetros y aclaró la
garganta antes de hablar.
—¿Inicias mañana?
—Sí, Rodrigo dice que en cuanto antes comience mucho mejor.
—El señor Aguilar —me corrigió, tomó una bocanada de aire antes de
volver su vista hacia mi —. Nunca intentó involucrarse en la editorial
como se lo pedía don Alberto, ahora la heredó y no sabe cómo
manejar todo, espero que contratarte no haya sido otro más de sus
errores —lo era, casi se lo dije—. Tienes que poner de tu parte para
poder hacer bien tu trabajo.
—Lo sé, y lo haré —respondí titubeando.
—Eso espero, esto no es un juego para mucho de nosotros, yo le tengo
un cariño tan grande a esta editorial que, a pesar de tener todos los
motivos para bajar del barco, decidí quedarme y ayudarle a Don
Rodrigo.
Escuchar a esa señora hizo que la carga sobre mis hombros se
duplicara, así me sentía mientras caminaba dispuesta a irme, con un
peso tan grande sobre mí, que me dificultad moverme con agilidad.
La tarde estaba nublada, hacía un clima perfecto para caminar, en
realidad era perfecto para mi bolsillo hacerlo así que no tuve opción,
ignorando el dolor que me producía cada pisada, caminé doce
cuadras, hasta llegar al edificio donde estaba mi departamento.
Tenía un año viviendo en ese sitio, no era el departamento más
bonito, pero estaba en una zona tranquila y para mí, eso era lo más
importante, cuando crucé la puerta para entrar al vestíbulo me quité
los zapatos. Con ellos en las manos avancé para esperar el elevador,
me recosté en una de las paredes y en ese momento escuché esa voz
que conocía muy bien.
—¿Es mi camisa? —Mi hermana mayor me miraba con los brazos en
jarra. ¿Qué hacía ahí?, sin despegar su mirada de la mía se acercó
caminando rápido.
—Hola Vanne.
—¡Es mi camisa! —me acusó— ¿De dónde sacaste mi camisa?
¡Dámela! —Ordenó.
—¡Estás loca! — Le di la espalda y di unos pasos para alejarme.
—¿Por qué tomas mis cosas? ¿Por qué eres así?
Comenzamos una absurda discusión que no nos llevó a ningún lado,
cuando el elevador se detuvo y las puertas se abrieron, las personas
que salían solo observaban a mi hermana casi llorando de la rabia a
mi lado.
—Yo nunca husmeo en tus porquerías ... Ni siquiera me la he puesto
yo, eres una
—¡Ya basta! Toma tu estúpida camisa —grité harta, entré al ascensor
sintiéndome cada vez más irritada, abrí botón por botón con rapidez,
deslicé las mangas por mis hombros, y se la lancé en la cara.
—¡Valentina! —Metió la mano para evitar que las puertas se cerraran
y me siguió—, actúas como una idiota, ya no tienes quince años.
—¿Qué haces aquí? —La cuestioné, no le dio tiempo de responderme,
el elevador hizo un ruido antes de detenerse dejándola callada.
Vivía en el segundo piso, tenía que atravesar un pasillo largo para
poder llegar a mi departamento, me llené de valor antes de dar un
paso hacia afuera, y sin titubeos caminé por el pasillo, erguida de
hombros, como si no me viera completamente ridícula, descalza y en
sostén.
Vannesa no dijo nada, me seguía casi pisando mis talones, estaba
convencida que en su mente me insultaba una y otra vez, no veía su
cara, pero sentía su mirada que me escrutaba de pies a cabeza,
buscando otro motivo para criticarme.
Desde que tengo recuerdos las cosas siempre han sido así con mi
hermana, tensas, complicadas, difíciles. Ella es competitiva,
estructurada, exigente en cada aspecto de su vida, mi papá solía decir
que Vannesa tenía su personalidad, que había nacido para ser una
ganadora, que heredó sus habilidades para los negocios, en fin, nunca
disimuló ni un poco que ella era su favorita.
—¿No me vas a dejar pasar? —gritó indignada cuando entré y cerré la
puerta en su cara. —¡Valentina! ábreme.
Abrí la puerta y me hice a un lado para que entrara, se detuvo en
medio de mi pequeña sala de estar para ver absolutamente todo, los
gestos que hacía con el rostro me desesperaban, tiré los zapatos en
un rincón y fui directo a la cocina.
—¿Hace cuanto no limpias aquí? — Pasó los dedos por la mesa donde
tenía las únicas tres fotos que me gustaba ver todos los días—, este
sitio es un asco, en serio no puedo creer como te mudaste a un lugar
así.
Decidí ignorarla, me senté sobre mi sillón cómodo y subí los pies
sobre la mesa frente a este, ella caminaba de un lado a otro
observando todo para juzgarme. Odiaba que me visitara, casi nunca
lo hacía, por eso no entendía porque estaba allí.
Sus zapatos caros hacían un ruido que me estaba poniendo de mal
humor, cada vez que pisaban el suelo de madera, Vannesa parecía
sacada de algún blog de moda ejecutiva, iba perfectamente peinada,
con un traje sastre elegante y con un toque juvenil que la hacía lucir
guapa, más de lo que era.
Siempre fue hermosa, alta, atlética y amargada, nuestros rasgos
físicos parecidos con el transcurrir de los años iban disminuyendo,
nuestros ojos del mismo color verde era lo único que de alguna forma
nos identificaba como hermanas.
—¿Me vas a decir que haces aquí?
—Este lugar no tiene vida, necesitas luz natural, ¿Por qué diablos no
hay puertas? si alguien viene cuando te estés vistiendo no puedes
hacerlo pasar —siguió criticándome.
—Nadie me visita, no me gustan las personas en mi casa.
—¿Cactus? —Caminó directo hacia la única ventana.
—Ni te les acerques —advertí poniéndome de pie, casi corrí para
interponerme en su camino, tenía ocho mini cactus que cuidaba como
nunca había cuidado algo—. Vannesa ¿Qué mierdas haces aquí? no
recuerdo haberte invitado, es más nunca lo haría.
—Ni yo que quisiera venir —dio la vuelta para alejarse de mí—. Mi
mamá me pidió que viniera a verte, está preocupada por ti, ¿Cómo
estás de dinero? —preguntó adoptando una actitud más conciliadora,
incómoda tosí cruzando los brazos.
—No es tu asunto.
—Lo sé, pero mi mamá no piensa lo mismo, te dejaré algo de dinero
para que recojas tus cosas y te vayas con ella, está viviendo a una
hora, la casa es pequeña, pero está bien para las dos, después no sé...
Puedes buscar empleo en algún sitio y
—¿Por qué crees que tienes derecho a organizar mi vida? —Harta me
alejé de ella.
—Alguien tiene que hacerlo, Valen mírame —pidió en voz baja—. No
vas a terminar la carrera, seguirás repitiendo el último semestre y si
lo pasas dejarás la tesis pendiente, te conoces... Tómate un tiempo y
organiza tu vida luego toma decisiones.
—Vete por favor —pedí conteniendo la rabia.
—No puedo creer que te niegues a aceptar un consejo, cuando yo
tenía tu edad ya trabaja para una empresa importante, deberías
escucharme sé cómo hacer las cosas.
—Yo también sé cómo hacer las cosas, hablas como si fueses la mujer
más sabia del mundo, apenas me llevas cuatro años no tienes grandes
experiencias de vida. ¡Vete!
—¿Qué harás cuándo se te acaben tus ahorros? te irás corriendo
donde mi mamá, hazlo de una vez —metió las manos a su bolso
mientras yo le señalaba la puerta.
—Tengo un empleo, y uno bueno de verdad —dije cuando me sonrió
de forma burlona por mi silencio—. Estas hablando con la editora de
adquisiciones de una editorial importante.
—Que chistosa eres he —me mostró un fajo de dinero, que extendió
hacia mí segundos después—, tómalo.
—Vete.
—Me hartaste Valentina, si es cierto que tienes ese empleo no
duraras en él ni seis meses, eres irresponsable, desordenada,
ineficiente, y tus jefes no se tardaran mucho tiempo en darse cuenta.
—¡Vete a la mierda Vannesa!
—La falda que tienes puesta también es mía, dámela —tronó los
dedos.
Me la quité con tanta fuerza que dañé el cierre trasero, la tiré en su
cara sin importar que la golpeara.
—Tu ropa interior ni siquiera combina
—Tú ni siquiera llenas tu ropa interior deja de criticarme y vete de
una maldita vez —grité histérica.
Dolida recogió la falda y la blusa que me había quitado y la guardó
dentro de su bolso, giró hacia la puerta, pero se detuvo para dejar el
dinero sobre la mesa.
—Tener las tetas y el culo grande pasó de moda —dio un portazo tan
fuerte, que el único cuadro colgado en la pared cayó al piso.
Sentía la palma de las manos calientes, cada vez que me enojaba así,
me pasaba lo mismo, mi temperatura corporal cambiaba, era una
rabia que necesitaba sacar para poder sentirme mejor.
—¿Quién diablos es? —grité cuando tocaron el timbre, caminé
pisando con fuerza el piso hasta la puerta, abrí y un Manu sonrojado
me miraba de pies a cabeza.
—Yo lo siento, creo que es mal momento ... Solo quería saber cómo te
fue en la entrevista — respiré profundo y lo dejé pasar.
No entendía porque me miraba de esa forma, boquiabierto y
sonrojado, hasta que me di cuenta que estaba casi sin ropa, solté un
suspiro de frustración mientras cubría mi rostro, le señalé el sillón
antes de cerrar la puerta y dar unos cuantos pasos para llegar a mi
cuarto.
Me daba rabia que Vannesa tuviera razón, no tenía ni la más mínima
privacidad, afortunadamente Manu me estaba dando la espalda y
pude cambiarme conservando algo de dignidad.
—Perdón por el desastre —me disculpé— ¿Quieres ... agua? —recordé
que era lo único que tenía.
—Estoy bien no te preocupes, mejor cuéntame como te fue en la
entrevista— me sonrió de forma cálida palmeando el sillón al lado de
él.
Manuel me llevaba unos dos años, desde que lo vi me pareció del tipo
bonito, un chico que ponía especial atención en su imagen, siempre
vestía de forma casual pero elegante, tenía el cabello corto y una
barba que me resultaba atractiva, sus ojos cafés se clavaron en mí
cuando me senté a su lado, en ese tiempo de tonta creía que estaba
interesado en mí de otra forma.
—Me dieron el empleo —solté sin más, recosté la espalda sobre el
respaldar y subí los pies ignorando la forma curiosa en la que me
miraba.
—Valentina esa es una super noticia, ¿Por qué no? —cuestionó curioso
cuando negué.
—No tengo una puta idea de que va mi empleo, ni siquiera sé cómo
funciona una editorial —tomé aire y lo solté de golpe, apoyé la cabeza
en su hombro como si tuviéramos ese tipo de confianza y escuché
atenta todo lo que tenía para decirme.
Manu era el tipo de amigos que todos queremos tener, sabía tanto
acerca de muchas cosas, y lo explicaba con una simpleza que hasta el
más tonto de todos lo entendía siempre, juntos exploramos todas las
páginas que encontramos acerca de editoriales.
Me sentía relajada a su lado y al parecer él conmigo, pedimos una
pizza cuando ya teníamos una hora con la vista pegada a la laptop, ni
siquiera me di cuenta de cuando nos la acabamos, estaba
concentrada, aburrida y harta, pero concentrada como casi nunca lo
estaba.
—No es misión imposible Valentina, no pongas esa cara.
—¿Dime como voy a lograr que un escritor firmé así por así con
nosotros?, estoy segura que la editorial está a nada de quebrar.
—¿Y si exploras la otra opción? — sugirió, entrecerró los ojos al ver
mi cara, seguro por la forma chistosa en la que mi nariz se arrugaba
cuando estaba pensativa.
—¿Tú crees que si de resultados?
—Nada pierdes con intentar, Valen las plataformas de lecturas están
en una especie de auge, son autores novatos muchos de ellos
deseosos por ser publicado, lo creas o no tienen "fans" o seguidores
como quieras llamarlos, ellos potencialmente serían tu mercado
meta. ¿Entiendes?
—Si... Pero... Encontrar algo bueno será como complicado.
—¿Has oído hablar de After? —negué de inmediato— Es un libro, fue
lanzado en una plataforma de estas que leímos, ahora tendrá su
propia película, tú puedes llegar a ser la descubridora de un talento
nuevo.
—¿Tendría que leer muchos libros para saber cuál puede ser
publicado?
—Obvio —respondió riéndose.
—Paso.
—¡No! vamos Valentina, recuerda que Bianca vendrá a verte de nuevo
—dijo en susurros.
—Al menos ¿Puedes ayudarme? —parpadeé sonriendo esperando
dijera que sí, se puso de pie negando—. Manu por favor.
—Me tengo que ir, intenta descargar las apps que te dije y ponte a
leer un poco— le ofrecí mi mano derecha que besó antes de salir.
No, no lo iba a hacer, me di por vencida antes de intentarlo, levanté
mi trasero del sillón para buscar la última taza de helado que me
quedaba, me odiaba por hacerlo, pero tenía que usar el dinero que
llevó Vannesa, pensaba en como redactar mi carta de renuncia, en
realidad me preguntaba si era necesario hacerlo teniendo en cuenta
que ni siquiera había iniciado.
Me debatía internamente cuando recibí un mensaje de mi hermana,
era un audio de dos minutos, gritándome por haber dañado su falda,
sin saberlo Vannesa fue la que impulsó a esforzarme para callarle la
boca, y demostrarle lo eficiente que podía llegar a ser.
No me molesté en responderle, dejé el helado a un lado y me sumergí
en mi búsqueda, de la que me cansé en media hora, pero a la que
volví con una determinación que parecía no venir de mí.
Hice trampa, pinché la pestaña de las más populares y me leía el
comienzo de varias hasta que me aburrí, luego cambié la táctica, fui
directo a las críticas y reseñas, fue así que seleccioné tres, estaba
lista para dormir, eran casi las dos de la mañana cuando esa historia
pareció cruzarse con mi vista, tenía cuatro millones de lecturas, una
cantidad increíble de comentarios y todos muy buenos.
Restregando mis ojos, leí una breve sinopsis, Para Eva con amor. Me
reí ante el título cursi pero mi sonrisa desapareció al leer las
primeras líneas, estaba en la categoría juvenil y las primeras
palabras que saltaron a mi vista fueron pezones, sexos y humedad...
Interesante.
Sobre el sillón estaba la libreta con los nombres de las otras tres
historias que había seleccionado, la tomé antes de mover el mouse
para entrar al perfil del escritor, me imaginé que como los otros
tenía algún enlace a una red social, pero ese espacio estaba vacío.
Anote con letra grande: S.S, esa parecía ser su firma, esas iniciales
que se iban a quedar grabadas en mi mente y mi cuerpo eternamente.
w w

Eran las nueve treinta cuando por fin le hice caso a mi despertador,
me senté sobre la cama sobresaltada al ver la hora, se suponía que
debía estar en la editorial a las nueve de la mañana, en teoría estaba
atrasadísima, en la práctica no era para tanto.
Me había dormido tardísimo gracias a la búsqueda de talento que
Manu me sugirió, así que mi tardanza estaba más que justificada,
intenté no tardarme de más en la ducha para poder salir en cuanto
antes de mi departamento.
Ajustaba los auriculares a mis orejas mientras caminaba por el
pasillo cuando me topé a Manu.
—Pensé que hoy empezaba— sonrió saludándome.
—Hoy lo hago, ya voy para allá —miró el reloj en su muñeca y negó
viéndome con desaprobación. —Me dormí tarde trabajando, tengo
derecho de tomarme unos cuantos minutos. —Me justifiqué
deteniéndome frente a las puertas del ascensor.
—Es tu primer día Valen, no tienes derecho a tomarte nada de
minutos.
—Como digas. — Le sonreí apresurándome por subir al elevador.
Siempre tuve la impresión que la mayoría de las personas
exageraban en cuanto a los horarios y obligaciones, yo me movía a
mi ritmo y aunque casi nunca las cosas salían bien, al menos no vivía
en el constante estrés.
Me sentía observada, ya dentro de la caja metálica Manu no dejaba
de verme de una forma que no supe interpretar, si quería coquetear
conmigo estaba perdiendo el tiempo, no estaba interesada en
engancharme con nadie, menos con él por ser mi vecino.
Y no es que no me pareciera algo atractivo, pero no era lo que se
podía considerar mi tipo, Manu era un sujeto serio, de esos que
parecen tomarse todo muy a pecho, a los quince años aprendí que
intentar profundizar más allá con un hombre no siempre es bueno,
las mujeres comúnmente nos enamoramos rápido complicándonos la
vida con facilidad, y yo ya tenía demasiados problemas para sumar
uno más.
Así que aprendí a manejarme con cuidado en ese aspecto de mi vida,
generalmente solo me involucraba con tipos que estaban en mí
misma sintonía, una cita de vez en cuando, una noche en su cama,
otra noche en la mía, nada que conllevara a un compromiso más allá
del que yo podía asumir.
—¿Quieres que te acerque a la editorial?
Fijé mi vista en el casco que cargaba en la mano, por un segundo no
supe que decir, les tenía miedo a las motocicletas, nunca había
subido en una, pero por otra parte mis pies no iban a soportar
caminar de nuevo tantas calles, y lo del taxi era un lujo que no podía
darme.
—¿Has tenido algún accidente? no tengo seguro médico. —Dije
cuando salimos del elevador
—Vamos niña bonita. —Respondió sonriendo, con su mano sobre mi
cintura me guio hasta el estacionamiento donde estaba su
motocicleta, lo vi entrecerrando los ojos cuando me alcanzó un casco.
—Si me pasa algo tendrás que hacerte cargo de todos mis gastos
médicos. —Bromeé aceptándolo.
No sé en qué pensaba cuando subí a ese asiento, entrelacé las manos
en su abdomen en un intento de sentirme más segura, la risa
divertida de Manu se escuchó solo por segundos, el ruido del motor
bloqueo cualquier otro.
El tipo era amable conmigo, me sonreía mucho y pensando mejor las
cosas, parecía que casi siempre esperaba por mí en los pasillos, por
eso creer que gustaba de mi fue tan fácil, es lo típico, estamos tan
poco acostumbrados a que alguien nos trate bien, que cuando pasa
confundimos las cosas.
—¿Estas bien? —Gritó a causa del viento.
—Si, tú no te preocupes, sigue manejando como loco, si me matas
solo irás a la cárcel.
No escuché su respuesta, pero estaba segura que al menos una de
esas risitas cortas y contagiosas había salido de sus labios, después
de cinco minutos se detuvo frente al edificio donde estaba la
editorial, me bajé con cuidado mientras él miraba con atención el
lugar.
—Gracias por traerme.
—Cuenta conmigo siempre. —Me guiñó el ojo y con cuidado me quitó
el casco de las manos, ¿Cómo diablos no iba a pensar que le gustaba?
Mientras me adentraba en el pasillo que me llevaba hacia el elevador
analicé un poco mejor la situación, Manu era un buen chico, de esos
que escaseaban, estudiaba por las mañanas hacía pasantías por la
tarde, no era un tipo de excesivas salidas nocturnas, habíamos
hablado muy poco, pero con eso me bastaba para llegar a la
conclusión que era un buen partido, por eso se me hacía extraño que
no tuviera una novia.
El sonido del ascensor llamó la atención de las pocas personas que
estaban en el piso, Anita, la secretaria de Rodrigo se asomó al pasillo
para verme. Miró su reloj para después negar con cara de pocos
amigos, le sonreí iba a combatir su malhumor con la pizca de
simpatía que existe en mí.
—Buenos días. —Saludé con exagerado entusiasmo.
—Tardes, el señor Aguilar está aquí desde hace una hora esperándote.
¡Mierda! Se suponía que los jefes llegaban tarde, caminé directo a su
oficina con pasos rápidos y ansiosos, ni me molesté en tocar la
puerta, abrí, pero de forma cautelosa cuando una voz profunda gritó
un: Adelante.
—Te estaba esperando.
—Lo siento señor, pero tuve que ir a primera hora a la universidad,
tenía un proyecto que entregar —mentí evitando ver sus ojos.
—Lo entiendo, siéntate —ordenó con un tono amable, mientras
buscaba algo en su computadora aproveché para echarle un vistazo a
la oficina, la primera vez no reparé mucho en los detalles, estaba
muerta de miedo solo con ganas de desaparecer por arte de magia.
—Estamos necesitando personal a cómo te lo había comentado —su
voz interrumpió mi recorrido con los ojos por las paredes.
—Si lo recuerdo —dije acomodándome mejor sobre el asiento.
—Estamos pasando por un momento de ajustes, hay áreas que no van
a poder ser cubiertas a su totalidad debido a esto, pero tengo una
solución, pensé en hacer uso de pasantes que nos ayuden un poco a
cambio de experiencia.
—Muy buena idea —hablé solo para decir algo, no entendía porque
me estaba comentando eso, él era el jefe no tenía que informarme de
nada.
—Espero que sí, sé que el departamento de adquisiciones necesita
más personal.
—¿Sí?
—Sí —afirmó—, podrás ser muy eficiente, pero es mucho trabajo para
una sola persona —maldita sea mucho trabajo, intenté no poner cara
de pánico, y concentrarme en escucharlo, tocó un botón del teléfono
que estaba sobre la mesa y pidió a Anita que dejara pasar a una
Laura.
—Buenos días —volteé al escuchar la voz femenina, a primera vista
Laura me pareció una niñita, no pasaba los veinte años, pero se
miraba de menos, baja, de cabello negro y ojos grandes y bonitos,
caminó derecha hasta la silla que estaba a mi lado.
—Laura, ella es Valentina Rincón, la editora de Adquisiciones —hasta
sonreía cuando escuchaba eso, pero solo por segundos, cuando
recordaba que no tenía ni idea de lo que hacía el pánico volvía—
Valentina, Laura es estudiante del tercer año de Mercadeo, vendrá
todas las tardes para apoyarte en lo que necesitas, lo importante es
que ella aprenda un poco de todo esto, así que serás una especie de
guía —¡Genial! yo estaba para que me guiaran y me tocaba guiar.
—Mucho gusto Laura —la salude con una sonrisa, estaba nerviosa, su
lenguaje corporal la delataba.
—El gusto es mío licenciada, le prometo que pondré lo mejor de mi
parte, estas prácticas son muy importantes para mí.
—Espero trabajen en equipo y que todo salga bien, Laura ya puedes
irte y disculpa de nuevo por hacerte venir en horarios de clases,
quería que conocieras a Valentina de una vez.
—No se preocupe, nos vemos a partir de mañana.
Me quedé en mi silla viendo cómo se despedían, antes de que Laura
saliera me puse de pie, le sonreí a Rodrigo y me dispuse a
acompañarla.
—Olvidemos eso del licenciada —susurré cerrando la puerta, Laura
sonrió enrojecida, era tímida, yo con poca habilidad social, linda
combinación.
—Está bien señorita Rincón, disculpe.
—También eso, Valentina está bien, o Valen o como quieras —se
disculpó una vez más antes de marcharse a paso rápido.
Debía pasar por el escritorio de Anita para llegar a mi oficina, tomé
aire y me desplacé ignorando esa manera fea de verme, no le gustaba
a esa mujer, de primera instancia pensé que era algo personal, luego
entendí que solo cuidaba de la editorial y se preocupaba porque todo
marchara a cómo debía ser.
La oficina en realidad si era pequeña, lo empecé a notar como a las
tres horas de estar encerrada en ese sitio, navegué por la red
buscando un posible prospecto para publicar, tenía muchas ventanas
abiertas en la computadora, entre la búsqueda y la indagación sobre
mi puesto me sentía mareada.
Nunca hacía una sola cosa a la vez, leía sobre como desempeñar mi
cargo y entre pausas buscaba futuros libros, al final ninguna de las
dos cosas tenía mi atención de verdad. Pero como la terca que era,
continúe en esa labor hasta que supuse era la hora en la que todos
terminaban de trabajar.
Mientras recogía mis cosas me sentí satisfecha, no perdí el tiempo de
todo, había leído algo y entendido un poco acerca de mi trabajo, tenía
hambre por saltarme la hora de la comida y a decir verdad moría del
sueño. Anita clavó su mirada en mí cuando salí de la oficina, en algún
momento necesitaría de su ayuda, tenía que intentar caerle bien.
—Señorita —me llamó con voz seria.
—¿Sí?
—En el correo que proporcionó en su currículum le envié la política
bajo la que nos movemos en la editorial, a como sabe cada empresa
de este tipo tiene sus propios códigos, antes de hacer una propuesta
de acuerdo para publicación debe tomar en cuenta nuestras reglas. —
Alzó una ceja en una actitud un tanto arrogante.
El caminar con música se sentía distinto, me movía ágil sobre la
banqueta, con una buena actitud a pesar de todo lo que tenía encima,
me detuve en un minimarket que estaba en el camino para hacer
unas compras rápidas, necesitaba agradecer de alguna forma a Manu
por sus atenciones y que mejor que hacerlo con comida.
Me quité los zapatos apenas crucé la puerta de mi departamento, dejé
la torta que compré sobre una mesa y sin perder tiempo di unos
cuantos pasos hasta mi habitación. Cambiarme era una especie de
necesidad incontrolable.
No estaba acostumbrada a los zapatos altos, menos me gustaban los
pantalones de corte formal y la blusa de botones me quedaba un
tanto apretada de los senos, busqué ropa cómoda, preparé un café
que puse en un termo y tomé la torta antes de salir.
Según mi reloj ya era hora que Manu estuviera en su departamento,
timbre un par de veces antes que un chico que no había visto nunca,
me abriera la puerta, tenía los ojos rojos, típicos de alguien que había
estado llorando.
—Valen —escuché la voz de Manu desde el interior— Pasa —pidió en
un tono menos convincente.
El chico se hizo a un lado, sonreí incómoda viendo a Manuel que
también tenía una expresión extraña en el rostro, le di un beso en la
mejilla y caminé hasta una mesa para dejar las cosas que cargaba en
las manos, no me había volteado cuando escuché azotar la puerta.
—¿Vine en mal momento? —Pregunté, se sentó sobre el sillón blanco
de una sola persona que estaba en medio de su sala de estar, bajó el
rostro y negó con la mirada fija al piso.
—Manu, si quieres vuelvo después, solo venía a traerte algo que
compré para ti.
—No tenías que molestarte Valentina —sonrió triste.
—¿Estas bien? —No me respondió, se quedó callado y pensativo.
—¿Cómo te fue en el trabajo? —Preguntó segundos después.
No estaba segura de cómo proceder, era obvio que le pasaba algo,
pero también era evidente que no quería hablar de ello, comencé a
relatarle mi aburrido día laboral, le serví el café y él partió la torta
para que ambos comiéramos.
Degustando el sabor dulce de ese postre, volvió a sugerir lo de la
búsqueda de talento en plataformas gratuitas de lectura, lo
escuchaba atenta porque me estaba dando más detalles que yo
desconocía por completo. Él tenía razón, de momento esa podía ser la
salvación de la editorial, encontrar a un autor nuevo, sin agente que
nos complicara la negociación y desesperado por ser publicado.
Cuando íbamos por la segunda taza de café, tocó otro punto que yo
no había previsto, necesitaba una propuesta de publicación, que por
cierto no tenía ni puta idea de cómo hacerla, pero eso lo dejaría para
después lo importante era encontrar el nuevo talento literario.
Esa noche antes de meterme a la cama decidí llamar a mi mamá,
tenía semanas sin hablar con ella, la imaginaba molesta conmigo, y
fui que descubrí que mi línea había sido suspendida. Mi situación
estaba empeorando obligándome a actuar diferente.
Me quedé en el sillón trabajando en mi computadora hasta altas
horas de la madrugada, necesitaba el dinero debía esforzarme, no
solo tenía que conservar mi empleo, si conseguía publicar un libro
exitoso el bono que ganaría resolvería muchos de mis líos.
Encontré tres posibles prospectos, busqué en distintas plataformas,
desde las más serias hasta las más informales, siempre haciendo
trampa, yendo directo a los autores populares.
La mañana siguiente cuando llegué a la editorial casi a las diez, ya
tenía trazado un plan, investigar completamente a cada uno de mis
prospectos, así que la señorita SS fue la primera, descubrí un grupo
de lectores en Facebook con más de veinte mil miembros, una cuenta
en Instagram con más de quince mil seguidores y una de Twitter que
casi no usaba.
Hice lo mismo con el resto de mis posibles clientes, pero ninguno me
impresionó tanto como el de ella, y supe que era ella porque todos en
esas redes se referían de esa forma. Comí algo rápido mientras
esperaba ansiosa que Laura, la pasante apareciera pronto.
Rodrigo quería que yo la guiara y de alguna forma eso iba a hacer, la
puerta sonó y segundos después Laura entró.
—Me dijo Anita que me estaba esperando. —Tímida se sentó en la
silla que le apunté.
—Tutéame Laura, me siento más cómoda así. —Dejó ver una sonrisa
más relajada que me dio la pauta para continuar. —Tengo la primera
tarea para ti, es más bien un ejercicio para evaluar que tal tus
conocimientos sobre este rubro.
—Me encantaría hacerlo. —Dijo sonriente sin saber lo que le pediría.
—Necesito que me presentes tres propuestas de contratos de
publicación, te enviaré las políticas de la editorial para que las tomes
en cuenta al momento de la realización, debes saber que necesitas
esforzarte, hacerlo como si se tratase de algo que vas a presentar a
un potencial cliente, quiero que me demuestres que tanto estás
comprometida con esto.
—Deme... Dame —corrigió al ver mi ceño fruncido— dos días para
tenerlas listas.
—Perfecto, ve tranquila a trabajar en ellas.
Cuando salió suspiré con alivio, ese papel de jefa exigente no me
quedaba, en el fondo yo estaba más aterrada que ella, las dos éramos
inexpertas solo que yo fingía no serlo.

***

SS, había sido la primera en responder mi mensaje, decidí enviarles


mensajes a mis prospectos, la editorial ni siquiera tenía un miserable
fan Page en Facebook, lo primero que hice fue crear uno, lo segundo
enviar los mensajes desde mi perfil, necesitaba credibilidad y una
página recién creada no la proporcionaba.
Cambiar mi información personal le daba un plus a todo, mi hermana
se iba a enterar que mi trabajo iba en serio.
Mi oficina aún estaba vacía, no había llevado nada para decorarla y
tampoco es que moría por hacerlo, pero Anita la metiche ya me lo
había comentado un par de veces, salí pensando en llevar algunos de
mis cactus, contaba con una ventana que les proporcionara luz por
unas horas al día, me ponía de buen humor tener mis plantas cerca.
Anita me observó de pies a cabeza cuando me acercaba a su
escritorio, entre mis manos cargaba una carpeta con una de las
propuestas que había hecho Laura, que resultó ser una genio, según
Manu estaban muy bien elaboradas, casi perfectas, en condiciones
para ser presentadas a mis prospectos.
Le sonreí con más amplitud que nunca, estaba de buen humor, mi
cita con SS se había pactado rápidamente, tenía un buen
presentimiento de todo aquello.... Ay Valen que inocente.
—¿Se va tan pronto señorita? —Cuestionó con una mirada directa en
sus ojos.
—No, tengo una cita con un cliente, una autora popular con un libro
digital que muchos añoran en papel —presumí, su cara entre asombro
e incredulidad no pasó por alto para Laura que no dejaba de verla
con curiosidad.
Deslicé la vista hacia el escritorio pequeño desde donde trabaja
Laura, debía ser una pesadilla trabajar al lado de Anita, había
pensado en invitarla a mi oficina, pero dado al espacio reducido
aquello era imposible.
Le sonreí a ambas antes de seguir mi camino, airosa, sintiéndome la
más eficiente profesional. Descubrí que, a SS, la llamaban San, tenía
diecinueve años y estaba empezando la universidad, en su cuenta
habían más de cinco obras, todas con muy buenas cifras de lecturas,
pero ninguna como: Para Eva con amor.
Ella se mostró entusiasmada cuando me puse en contacto, incluso
hablamos por teléfono, fue así que pactamos esa cita, quedamos de
vernos en una cafetería cerca de la universidad a la que ella asistía,
lejos de la editorial.
Por ello no me quedó más remedio que tomar un taxi, cosa que
aproveché, en el camino ensayaba mentalmente todo lo que debía
decirle, tenía que mostrarme como una profesional, manejar los
términos adecuados y sobre todo verme segura de lo que estaba
hablando.
Nunca fui buena con eso de hablar con extraños, siempre fui de pocos
amigos, mi habilidad social era limitada, llevar una buena
conversación era algo que no se me daba, así que debía esforzarme.
La cafetería era linda, a pesar de la modernidad que se perfila en el
sitio, tenía un toque cálido que le daba ese no sé qué, que me hacía
sentir a gusto. Le escribí un mensaje a San avisando que la estaba
esperando, su respuesta me sorprendió un poco, ella ya estaba ahí,
en una de las mesas con vista a la calle.
Estaba ansiosa, pensé que iba a ser pan comido conseguir que
aceptara la propuesta, visualicé un cabello color chocolate en la única
mesa ocupada, estaba de espaldas hacia mí, con la cabeza
ligeramente inclinada como si estuviera usando su teléfono.
—Hola, soy Valentina —saludé estirando la mano, se puso de pie para
dejar un sonoro beso en mi mejilla.
—Mucho gusto, soy Sandy. —Se presentó sonriendo, al verla noté que
parecía un poco más chica de lo que dijo, era de piel muy blanca, con
unos ojos oscuros y expresivos, su pelo lacio caía por sus hombros
mientras se movía nerviosa.
—Me da gusto conocerte al fin, no sabes cómo he querido hacerlo
desde que leí tus historias. —Mentí, no había leído una sola, al menos
no completa, sí la sinopsis y las reseñas.
—Esto es asombroso, nunca pensé que una editorial iba a querer
acercarse a mí. —Noté como le brillaban los ojos, sus mejillas
sonrosadas seguían arrugándose por esa sonrisa permanente en el
rostro.
—Más que acercarnos a ti queremos publicar tu libro, es grandioso lo
que has escrito, lo que has logrado es increíble, pero estamos
convencidos que puedes lograr más, tienes seguidores de todos lados.
—Si, mis lectores son de muchos países. —Susurró tímida.
Intenté ir directo al grano, le hablé del firme deseo que teníamos por
llevar a papel su libro, mientras nos tomábamos el café que recién
nos llevaban le mostré la propuesta que Laura había elaborado.
Las manos le temblaban cuando tomó la carpeta, estaba nerviosa y
despertó ternura en mí, yo estaba igual, pero sobre todo ansiosa
porque dijera que sí.
—Ni siquiera me atreví a soñar con algo así, esto es... no tengo
palabras, apenas soy una estudiante, me siento halagada
tremendamente halagada, pero hay un problema. —Dijo cambiando la
expresión en su rostro.
—Dímelo, intentaremos solucionar lo que sea.
—No puedo publicar algo con mi nombre, no al menos aún, mi papá
es muy estricto ni siquiera sabe que escribo, pensaría que me estoy
desconcentrado de la escu... universidad. —Bajó la vista para revolver
un poco su café.
—Ese no es un problema como tal, puede ser publicado bajo un
pseudónimo, tú escribes con uno ¿No?
—No del todo. —Respondió con una sonrisa. —SS son mis iniciales, me
llamo Sandra Sada, pero todos me dicen Sandy, mis lectoras San... No
puedo usar mis iniciales tampoco, es complicado. —En su muñeca
había una liga que uso para atarse el pelo, sus pestañas largas no
dejaban de moverse mientras me observaba expectante.
—No sé, podemos pensar en otro en el camino, me gustaría dejarte la
propuesta, que la leas bien que consultes con algún profesional si así
lo deseas. —Me felicite mentalmente, estaba llevando las cosas bien.
—Sin presiones ni compromisos, solo lee y comunícate conmigo
cuando
Deje de hablar cuando el teléfono de ella comenzó a sonar de forma
escandalosa, se disculpó con una sonrisa antes de responder y yo solo
aguarde a que esa llamada acabara.
Fruncía el ceño con el teléfono pegado a la oreja, se levantó de la silla
pálida mientras llevaba la mano derecha a su pecho, mierda...
parecía que le estaban dando malas noticias.
—Me tengo que ir. —Dijo con la voz ronca, conteniendo el llanto, se
movía rápido, sacó dinero de la billetera y lo dejó sobre la mesa.
Atónita corrí tras ella, dejó la carpeta tirada en la silla y no lo podía
permitir, tenía que leerla.
—¡Sandy! —Grité esperando que se detuviera, se apoyó sobre un auto
negro y deportivo visiblemente nerviosa. —¿Estás bien? —Negó
cubriendo su rostro.
—Tengo que irme a casa, mi Milki... debo irme.
No podía dejar que se fuera sin la estúpida carpeta, después de
haberla seguido en tacones y corriendo ya no tenía más energía,
sujeté su brazo impidiendo que se alejara y fue cuando noté que
lloraba.
—No puedes irte sin
—Tienes razón, no puedo irme así. —Me interrumpió.
Acompáñame. —Pidió con los ojos llorosos.
Mi día se había tornado interesante... subí al auto deportivo negro
que resultó ser de ella, aquello era un lujo que no cualquiera podía
darse. Ni siquiera me dio tiempo de ponerme bien el cinturón,
arrancó a toda velocidad como una loca.
En el camino entre llanto y balbuceos me explicó lo que pasaba, Milki
era su gata, la llamaron para avisarle que el animal estaba
desaparecido, y esa fue la noticia que la enloqueció, mientras me
relataba lo importante que era Milki en su vida yo buscaba un sitio
seguro donde dejar una copia de la propuesta. Tenía que asegurarme
que en algún momento lo iba a leer.
Nunca fui la fan número uno de las mascotas, pero entendía el cariño
que se desarrolla por esos seres, por eso una parte de mí estaba
conmovida de verla así, preocupada, llorosa, nerviosa, más adelante
descubrí el verdadero valor sentimental que tenía Milki para Sandy y
también para él.
Abrí la boca asombrada al ver la calle donde estábamos entrando, era
de las zonas residenciales más lujosas de la ciudad, se sabía que en
ese sitio solo vivía gente con cuentas en los bancos con muchas
cifras, era un sitio lindo, impresionante de alguna forma.
Pasamos por un puesto de vigilancia en el cual no nos detuvimos,
antes de acceder al residencial, las ruedas del auto hacían un ruido
escandaloso cada vez que Sandy aceleraba, mi vista estaba en esas
casa grandes y bonitas que íbamos dejando en el camino.
Cada una más ostentosa que la otra, el auto de repente se detuvo,
giré el rostro hacía el frente y ante mí contemplé dos enormes
portones que resguardaban lo que supuse era la casa de Sandy.
Vi como presionó unos botones y estos se abrieron, corrió hacia el
auto para subir una vez más, avanzamos rápido hasta estar dentro de
magnifica propiedad. Tenía un jardín frontal grande y bien cuidado,
no pude contemplar todo quise, Sandy salió casi corriendo del auto y
me aseguré de hacer lo mismo, cuidando la carpeta que aún cargaba
entre mis manos.
Solo vi unos grandes pilares que estaban casi en la puerta de entrada
de la casa, corrí tras ella por una sala de estar más grande que toda
la editorial, después por otra más pequeña hasta que se detuvo en el
sitio ocupado por un comedor elegante.
—Te llamé muchas veces para avisarte que apareció, estaba
escondida en el cuarto de don Raúl. —Dijo una mujer mayor
sosteniendo al gato entre los brazos.
Sandy suspiro con alivio mientras yo tenía ganas de matar a esa
señora, hizo que saliéramos así por nada, Sandy se acercó para
cargar a Milki, la gatita maulló consentida cuando fue acariciada por
su dueña.
—Lo siento Valentina te hice acompañarme sin saber si estabas
ocupada o algo así. —Pareció reflexionar antes de decirme eso.
—No, no te preocupes, lo importante es que tu gata está bien.
—Constanza, ella es Valentina la edit.… una amiga. —Dijo después
haciéndome un gesto para que la comprendiera.
Constanza me pareció muy maternal desde el primer instante, se
acercó para acariciar mi mejilla y ofrecerme algo de tomar.
El susto había pasado, Sandy estaba más relajada con la gata sobre
sus piernas, me había llevado a la segunda sala de estar que había en
su casa, en unos sillones cómodos conversábamos acerca de la
propuesta que aún no tenía en sus manos.
Me costó trabajo encontrar el tiempo justo para retomar nuestra
conversación, tuve que esperar paciente que se calamara para
intentarlo de nuevo.
—En mi casa nadie sabe que escribo, ni siquiera Constanza que es
muy cercana a mí.
—¿Por qué? —Pregunté curiosa.
Estaba a punto de responderme, se quedó con los labios entreabiertos
cuando escuchamos el ruido de un auto, después unos pasos
apresurados y a Constanza correr hacia el living.
—¿No vas a comer nada? —Preguntó casi a gritos.
—No tengo tiempo, tengo diez minutos de retraso, maldita sea. —La
voz de un hombre resonó hasta donde estábamos sentada.
Los pasos se escuchaban presurosos, miré por encima del hombro
intentando no parecer chismosa, pero no pude ver del todo al tipo
que había subido casi corriendo por las escaleras, lo único que vi
fueron sus zapatos negros y brillantes dando pasos presurosos.
Constanza sostenía un maletín en sus manos, al pie de la escalera al
parecer esperaba al tipo, Sandy me comentó algo que no escuché del
todo, las letras SS grabadas discretamente en el maletín llamaron mi
atención.
—Mi papá piensa que es una pérdida de tiempo, está convencido de lo
único que me debe importar son los estudios. —Dijo triste.
—Santiago hijo, espera, al menos tómate un juguito.
—No tengo tiempo Constanza.
Rápidamente ladeé el rostro para ver al dueño de esa voz, pero de
nuevo era tarde ya había salido.
—Es mi hermano, no te preocupes ya se fue, siempre viene camina
así, con prisa malhumorado.
Sonreí intentando enfocarme de nuevo en la conversación.
—Estoy segura que si tu papá leyera Para Eva con amor, no pensaría
lo mismo, todos aman ese libro. —La expresión en el rostro de Sandy
muto al oír lo que dije.
—Espera, espera... ¿Tú quieres, es decir... la editorial quiere publicar
Eva? —Asentí extrañada por esos gestos que hacía. —Pensé que se
trataba del Sabor de tu piel. No estoy interesada en que el otro libro
sea publicado, no se puede, Para Eva con amor no saldrá en físico
nunca.
—¿Por qué?
Mi teléfono vibró justo en ese instante, lo desbloquee al ver las
notificaciones de los mensajes de Manu.
¿Valentina dónde estás?
Valentina Bianca quiere desalojarte.
Van a sacar tus cosas, tienes que venir ya.
Ni siquiera recuerdo como llegué tan rápido a mi departamento, lo
peor de todo lo que pasó esa tarde es que no pude dejarle la carpeta a
Sandy, el estado de nerviosismo en el que estaba al recibir esa noticia
no me dejó pensar con claridad.
No iba a hacer uso del dinero que me llevó Vannesa, pero esa tarde
no tuve opción, después de intentar detener a esos hombres que
sacaban mis cosas, saqué del sobre donde los había guardado, la
cantidad exacta de dos meses de renta.
Manu y otro vecino, me ayudaron a acomodar de nuevo mis cosas
dentro de mi departamento, estaba agotada, física y mentalmente de
todo lo que había pasado ese día.
Me sentía mal por haber tomado ese dinero, con el orgullo herido y
derrotada, solo quería que los chicos se fueran, me daría un largo
baño y probablemente me echaría a llorar como una tonta colapsada
por el estrés.
Esa noche recibí un mensaje de mi mamá que no pude responder por
tener el plan cortado, en realidad fueron dos mensajes, en el primero
me decía lo mucho que me extrañaba y que esperaba que estuviera
bien, en el segundo me regañaba por haber tomado la ropa de mi
hermana.
En la última visita que hice a casa tomé un par de cosas de sus bolsas
de compras recién hechas, Vannesa se merecía ese tipo de cosas, me
jodía demasiado la vida, así que no me sentí ni un poco mal.
Después de dos días ya me sentía un poco mejor con respecto al tema
del dinero que tomé, pero recibí una noticia que me devolvió a mi
estado de derrota. Sandy se comunicó conmigo después de haberle
hecho llegar la propuesta de publicación.
Rechazó rotundamente todo, estaba decidida a no tomar la oferta que
le hacíamos, de primera instancia intenté insistir, ofreciéndole
mejores condiciones para que dijera que sí, pero nada funcionó, mi
insistencia fue tanta que una noche recibí su llamada.
Dijo que quería sincerarse conmigo, y atenta la escuché, la historia
no era de ella, por lo tanto, no podía ser publicada por más que
siguiera insistiendo.
—¿Cerveza o café? —Preguntó Manuel sonriendo cuando abrí la
puerta.
—Cerveza, necesito ahogar mis penas. —Caminó tras de mí directo a
los sillones, imitó mi postura, subiendo los pies a la mesa y sonrió
comprensivo.
—¿Tan mal están las cosas?
—No he avanzado mucho con nada, al contrario, siento que retrocedo.
—Le di un trago a la cerveza que acaba de darme y suspiré harta. —
SS, la chica del libro sexy. —Dije riendo. —Me acaba de soltar una
bomba que no esperaba.
—¿Firmó con otra editorial?
—No... La historia no es suya, al parecer la publicó en su perfil sin
autorización, lo sospecho porque actuó nerviosa.
—Eso es imposible. —Dijo antes de tomar un sorbo de la botella. —
¿Recuerdas que revisamos si la obra estaba bajo derecho de auto?
—Si, y si lo estaba.
—Si, registrada a nombre de SS, es ella Valentina, te quiere ver la
cara de tonta o de plano quiere que dejes de insistir.
Corrí para tomar mi laptop y buscar esa página donde encontramos
esos datos, no tarde tanto en hacerlo, efectivamente si estaba
registrada, pinché el enlace para ver los detalles, mi ceño se frunció
al ver la fecha de registro.
—Es imposible. —Dije.
—¿Qué?
—La registraron hace diez años, no pudo haberla escrito Sandy, tenía
nueve para ese tiempo.
—Entonces no mintió, ¿Pero quién es SS y por qué, ella publica algo
de esa escritora? ¿Estará haciéndose pasar por ella?
—SS son sus iniciales, se llama Sandra Sada —respondí.
—¿Sada? —Me pareció que se puso pálido, pero no le presté atención,
mi cabeza estaba cavilando toda la información que tenía acerca de
esa chica.
—Si, Sada... El maletín, había un maletín con las mismas iniciales...
es más por toda la casa me pareció ver esas iniciales, tal vez... no sé.
—SS.—Murmuró pensativo.
—Si, SS, Sada es su apellido, pero... Santiago, ella tiene un hermano
que se llama Santiago, claro, él tenía el maletín con esas iniciales.
—¡Mierda Santiago!
—¿Qué? ¿Lo conoces?
—No. —Respondió negando con la cabeza a la vez. —Solo que todo
esto es muy loco, mejor concéntrate en un nuevo prospecto de
publicación.
—¡No! ese libro tiene potencial, solo tenemos que llegar al verdadero
autor, Santiago Sada voy por ti. —Dije sonriendo.
—Ni siquiera sabes si es él.
—No, pero pronto lo voy a averiguar.
w w

Estaba haciendo un gran esfuerzo para no quedarme dormida, a mi


alrededor todos parecían prestarle atención a Rodrigo que hablaba en
un tono de voz fuerte, nunca antes había estado en una junta de
trabajo, así que no estaba preparada para aquello.
El día anterior Anita me había notificado de esa reunión por ello
llegué temprano sintiéndome la profesional responsable que debía
ser, pero esa sensación duró poco, al parecer Anita había olvidado
darme un pequeño detalle, tenía que presentar ante todos el plan de
trabajo del departamento de Adquisiciones, donde yo era la editora.
Nada podía salvarme de eso, pensé que cuando quedara en evidencia
que no tenía ningún plan de trabajo iba a ser despedida, esa mañana
por primera vez en mi vida, actué de forma adecuada en una
situación así de importante.
—He estado trabajando en varias propuestas. —Dije después de
saludar brevemente a todos, me sentía como el primer día de clases
haciendo mi presentación ante compañeros que no me conocían. —
Dada la situación que enfrentamos en este momento y la urgencia
con la que se necesitan nuevos proyectos, generar contenido, he
enfocado mi búsqueda de autores y obras potenciales, a plataformas
webs de lecturas gratuitas. —Lo iba haciendo bien, sin titubear e
intentando mostrarme segura.
—¿Lectura gratis? —Rodrigo frunció el ceño— Lo que necesitamos es
dinero —recalcó haciendo un gesto con la mano.
—Permítame explicarle —pedí llenándome de paciencia, me era difícil
concentrarme y las interrupciones no me ayudaban—. Estas
plataformas están teniendo una especie de auge, se han vueltos muy
populares, están diseñadas para que cualquiera pueda publicar una
obra, las plataformas tienen una cantidad increíble de opciones de
lecturas, entre tantas y tantas historias hay verdaderas gemas.
—Sigo sin entender, si es gratis no funciona. —De nuevo Rodrigo
interrumpió.
—La cantidad de lectores que tiene un autor popular es muy grande,
un libro publicado de uno de esos autores es comprado por la
mayoría de esos fieles seguidores, ¿Entienden un poco más? —
Cuestioné alzando la ceja.
—Mi propuesta es la siguiente, buscar talento ahí, publicar esas obras
que millones han leído y muchos comprarían, los autores son
novatos, la gran mayoría sueña con su libro en físico, no lidiaríamos
con agentes ni muchos problemas.
Sonreí viéndolos a todos, se habían quedado callados, solo
observando, ese día descubrí que soy excelente trabajando bajo
presión.
—Me parece una gran idea. —Al fin habló Rodrigo. —¿Ya iniciaste el
proceso de la búsqueda de contenido?
—Sí —respondí con seguridad. —Incluso ya tengo listas un par de
propuestas para dos autores que en este momento están publicando
obras populares.
—Si ya tienes listas las propuestas supongo que ya hiciste una
evaluación del contenido para comprobar su viabilidad y saber si es
congruente con la visión de la editorial. —Dijo Alfredo, era el jefe del
departamento de Mercadeo, un tipo que siempre parecía estar de mal
humor.
—Algo así. — Me había puesto nerviosa, como cuando presentaba una
exposición en clases y no tenía ni idea de lo que hablaba.
—¿Algo así?, señorita Rincón, la editorial no está en condiciones
financieras para tomar decisiones de publicación a la ligera, antes de
presentar una propuesta se debe de tener en cuenta muchos
aspectos, su viabilidad, el costo, la longitud del manuscrito, etc.
—La evaluación está lista, realicé un arduo estudio de mercado. —
Mentí, o bueno, no del todo, la revisión de todas las redes sociales de
los autores era una especie de estudio de mercado, la cantidad de
seguidores me dio la seguridad de que el libro de ser publicado iba a
vender bien. —El estudio del costo es algo que tenemos que hacer
juntos.
El silencio era tenso, Rodrigo se mecía en la silla, pensativo y con un
gesto de preocupación en el rostro, mientras el resto de los ojos
estaban sobre mí.
—Cuando tengas los manuscritos en las manos me gustaría que
evaluáramos ciertas cosas juntas.
—Así será.
La reunión continúo gracias a Rodrigo que tomó la palabra de nuevo,
no puse nada de atención en lo que dijo, no dejaba de pensar en la
necesidad de hacer mi trabajo bien, estaba a punto de ver los
primeros frutos de él, faltaban dos días para recibir mi primer pago.
Cuando todos se pusieron de pie yo lo hice también, Laura, la
pasante, se quedó a mi lado como esperando que yo saliera,
caminaba pensativa por el corto pasillo cuando me detuvo.
—Valentina, si no has hecho el estudio de mercado yo puedo
ayudarte. —Susurró viendo hacia los lados, comprobando que nadie
hubiera escuchado.
—Necesito tu ayuda, pero no precisamente en eso, sígueme. —Pedí
sonriendo, tenía todo en mente.
—Pero ese estudio es importante, si no lo tienes listo yo de verdad
—No te preocupes por eso, te necesito enfocada en otra cosa. —Abrí la
puerta de mi oficina para dejarla pasar.
—Pero es que eso es lo primero que se debe hacer
—Confía en mí, sé lo que hago. —Mentí —Siéntate Laura, necesito que
me pongas mucha atención, lo que voy a proponerte es algo que nos
ayudará mucho a las dos.
—¿Sí?
—Sí... A como escuchaste quiero darle un enfoque a mi búsqueda de
contenido, estoy en el proceso de selección de historias y es aquí
donde quiero tu ayuda.
—¿Mi ayuda?
—Sí, yo tengo preseleccionada varias, tu trabajo sería hacer las
propuestas, convencer a los autores de venirse con nosotros, de que
los publiquemos, claro que ofreciendo la tarifa más conveniente para
nosotros.
—Pero ese es tu trabajo. —Comentó nerviosa.
—Lo sé, pero no puedo hacerlo toda sola, necesito entregar resultados
con urgencia, de eso depende esta editorial, de vender libros, el bono
que se me otorgará por cada historia exitosa que publiquemos será
tuyo, si en ese caso ese autor lo convenciste tú. ¿Entiendes?
Estaba jugándome el todo por el todo, la presentación de resultados
era urgente y en definitiva sola no iba a poder lograrlo, si todo salía
bien ambas podríamos sacar provecho, si las cosas salían mal y Laura
conseguía más libros que publicar podría haberme quitado el puesto.
—¿Eso no es ilegal? no puedo obtener pagos mientras
—Confía en mí y solo acepta, prometo que cuando tus prácticas
acaben te daré las mejores referencias, hasta puedo contratarte.
No entendía de dónde sacaba la seguridad con la que hablaba, pero
agradecía esa especie de don que desconocía que tenía.
Definitivamente muchas veces no sabemos de todo lo que somos
capaces, hasta que una situación fuerte nos lleva al límite
encontramos nuestro potencial.
—No creo estar lista para hacer algo así, no me siento capaz.
—Claro que lo estas, confía en mí, yo soy la licenciada. —Bromeé. —
Aquí entre nos, esto no es tan difícil como parece, ¿Te gusta leer?
—Me encanta. —Respondió con los ojos brillantes. —Por eso solicité
las pasantías en una editorial.
—Entonces este es el trabajo ideal para ti, es más ni lo sentirás como
trabajo, usa tu instinto de lectora, disfruta escogiendo alguna
historia para que pueda ser publicada, sé que lo harás genial, para
esto se necesita olfato y tú pareces tener uno muy bueno.
Logré convencerla media hora después, increíblemente, aunque no
me gustaba mucho hablar con la gente, tenía un poder de convicción
muy fuerte; le presenté a Laura la lista que tenía preseleccionada de
obras, acordamos juntas dividirnos las historias y comenzar a
trabajar cuanto antes.
Estaba motivada, nunca antes en mi vida me había sentido así, el
desafío que enfrentaba estaba sacando algo que no sabía que tenía,
capacidad. Apenas me quedé sola en mi oficina comencé a trabajar
en mi búsqueda, estaba algo obsesionada con Para Eva con Amor, de
todas las historias que había seleccionado, era la que no se salía de
mi cabeza, tal vez por la cantidad increíble de lecturas, o los buenos
comentarios, no sé con exactitud que me atraía con tanta fuerza.
Tenía tres autores más a los cuales abordar, al igual que Sandra
habían respondido al primer mensaje con entusiasmo, les escribí el
mismo correo intentando acordar una cita, o una llamada de manera
formal, solo me quedaba esperar, y mientras lo hacía investigar un
poco más acerca del autor S.S fue mi mejor idea.
Había otras dos obras inscritas bajo ese seudónimo, pero todas con
fechas de más de ocho años atrás, al parecer el hermano de Sandy
había dejado de escribir, y la curiosidad de saber el porqué, solo
aumentaba en mí.
Descubrir su perfil de Facebook fue fácil, tener agregada a su
hermana fue de mucha ayuda, traté de no desviarme de lo
importante, encontrar algún correo electrónico o en el mejor de los
casos, su número telefónico para comunicarme con él, pero echarle
un vistazo a sus fotos y otros datos fue imposible.
Su foto de perfil era la de un paisaje, Santiago A. Sada, estado:
soltero, su fecha de nacimiento: 2 de febrero de 1987. Eso era toda la
información disponible en su perfil, ni un solo correo, menos su
número de teléfono, seguí con aquella inusual revisión, encontré
fotos en las cuales estaba etiquetado al lado de tantos hombres que
era imposible saber quién era él.
Esa mañana descubrí una sola cosa de él, parecía ser aficionado a las
bicicletas de montaña, al ciclismo en sí, compartía solo contenido
relacionado con ese deporte, no había nada relacionado con la
literatura, harta de más de lo mismo decidí pedirle ayuda a San
Google, y fue ahí donde tuve un poco más de suerte.
Santiago Sada era el gerente general de Prime Mall, un centro
comercial enorme, y el más lujoso de toda la ciudad, en definitivo su
perfil profesional no tenía nada que ver con el de un escritor, aquello
solo me llenaba de más curiosidad, quería de verdad encontrar al
escritor de la historia que podría ser mi primer gran descubrimiento.
Mientras me tomaba el tercer café de la tarde, recibí un correo que
esperaba, uno de los autores había aceptado verme ese mismo día,
era un chico de veintitantos, recién graduado y emocionado por el
interés mostrado por la editorial.
Tenía tan poca idea de lo que hacía, que cada paso que daba me
llenaba de dudas, necesité a Laura para repasar las propuestas
elaboradas por ella, para que esa cita saliera de la mejor manera.

***

Nunca me habían ardido tanto los ojos, sentía como se me llenaban


de lágrimas, pero no podía dejar de ver la pantalla, ni siquiera la
pizza caliente sobre la mesa lograba desconcentrarme, y no era para
menos, llevaba casi dos horas buscando algo más acerca de SS, si, en
definitiva, estaba obsesionada.
Me costaba trabajo aceptar que no había un maldito correo
electrónico disponible para ponerme en contacto con él, eso de
enviarle un mensaje a su buzón de Facebook como al resto de los
autores, había quedado descartado al descubrir su edad, y profesión,
pensé que, si Santiago era el escritor verdadero de Para Eva con
Amor, convencerlo iba a tomarme un poco más de esfuerzo, solo que
nunca imaginé que tanto.
—Pasa. —Grité cuando tocaron la puerta, era Manu, había recibido un
mensaje de él unos minutos antes avisando que pasaría a verme.
—Aquí huele bien. — Dijo desplazándose por mi pequeño espacio. —
Tú como siempre cuidando de tu alimentación. —Sonrió irónico al ver
la caja de pizza.
—Cuando cobras tu primer cheque te puedes dar ciertos lujos. —
Bromeé, riendo extendió su puño hacia mí para después sentarse a
mi lado.
—Estoy orgulloso de ti, sobreviviste a los primero quince días, decías
que no lo lograrías y mírate.
—Más decidida que nunca, en serio creo que por primera vez en mi
vida me estoy comprometiendo con algo.
—¿Sí? —Me cuestionó alzando una ceja, bajé la vista a la pizza
intentando desviar su mirada, no estaba del todo segura de mi
afirmación, pero si estaba dando mi mayor esfuerzo.
—Bueno, lo intento. —Dije al sentirme acorralada por su mirada,
respiró profundo al mismo tiempo que subía los pies sobre la mesa
frente al sillón, imitando mi postura. —Juro que me estoy
esforzando, estoy motivada.
—No realmente. — Aseguró como si me conociera a la perfección. —
Ayer me dijiste lo del chico de la historia de romance y ciencia
ficción, ¿Cerraste ese trato?
—Aún no, pero trabajo en ello, me pidió tiempo para leer muy bien la
propuesta y asesorarse. — Respondí segura.
—Valen no puedes quedarte sentada a esperar. —Me quitó el pedazo
de pizza que estaba a punto de llevarme a la boca, haciendo que mi
atención fuese solo para él. —Deberías llamar, insistir, no sé,
márcale y pregúntale si ya tiene una respuesta, si ya analizó todo
bien, lo que sea, pero actívate.
—No te la comas. —Pedí al ver como la acercaba a sus labios.
—No te concentras en lo importante, mira lo que haces en tu
computadora. —Señaló mi laptop que tenía un par de páginas
abiertas con mi reciente búsqueda. —Sigues con lo de SS en lugar de
estar buscando nuevos prospectos de publicación.
—SS puede dejarme un gran bono en la editorial.
—¿Por qué estás tan segura? —La manera en la que me observaba me
ponía nerviosa, no sabía que responder con exactitud, porque ni yo
misma sabía a qué se debía tanto interés, la curiosidad me mataba y
esa parecía ser la única causa.
—Una corazonada, de esas que son demasiado fuertes para
ignorarlas. —Respondí.
Había notado cierta incomodidad en Manu cada vez que yo
mencionaba a ese autor misterioso, en ese tiempo no lo conocía lo
suficientemente bien para deducir que algo extraño pasaba con ese
asunto, apenas nos estábamos haciendo algo que podría llamarse
amigos.
En esas semanas, pasamos de vecinos a conocidos que hablaban
todos los días, parecía siempre estar interesado en mi trabajo,
pensaba que estaba preocupado de lo que hiciera quedar mal, de
alguna forma había conseguido ese empleo a través de una
recomendación proveniente de él.
—Siento que puede ser un acierto publicar esa historia, todos los días
hay comentarios de gente deseando tenerla en físico, puede ser uno
de esos libros que se venden como pan caliente.
—Pero si no puedes encontrar al dueño no vas a concretar nada
nunca, lo mejor es que enfoques tus energías en otra dirección. —No
pude decirle nada porque la expresión en su rostro me había hecho
reír casi a carcajadas.
Su camisa blanca había quedado manchada por el trozo de Pepperoni
que cayó sobre ella y parecía tan indignado como si se tratase de una
tragedia.
—No es gracioso. —Se limpiaba con una servilleta.
—Eso te pasa por robarme mi pizza, pero volviendo al punto anterior,
debo decir que te equivocas en algo, ya pude encontrar al dueño de la
historia.
—¿Conseguiste el correo o el teléfono?
—No... no todo es correos y llamadas, creo que tendré que mover mis
lindos piececitos y buscarlo personalmente.
—No puedes hacer eso. —Atacó de inmediato.
—¿Por qué no?, me parece una jugada grandiosa aparecerme en su
oficina y mostrarle la propuesta. —Estaba convencida que era buena
idea, quería transmitirle mi seguridad a Manuel, pero por el
semblante en su rostro entendí que no lo logré.
—Valentina no es de profesionales hacer algo así.
—Bueno, no soy una profesional. —Dije encogiendo los hombros.
—Se supone que deberías serlo, Valen tómate en serio el trabajo.
—¡Y lo hago! —Respondí con indignación. —¿Por qué crees que me
interesa tanto lograr ese trato.
Manu se quedó conmigo hasta las nueve de la noche, tenía una cita
con alguien y parecía muy entusiasmado con la idea, antes de irse me
ayudo a limpiar un poco el desastre que había en todo mi cálido
hogar, Manu era el amigo que todos deseamos tener.
Al despertar al día siguiente las dudas comenzaron a flotar por mi
mente, era miércoles, se suponía que esos días debía asistir a la
universidad, así que mi ausencia en la Editorial estaba justificada,
aprovechando ese hecho me tomaría el tiempo de ir por mi escritor
misterioso, SS.
Lo había decidido antes de dormir, estaba convencida de hacerlo,
hasta que me miraba frente al espejo antes de salir de casa, en ese
momento dejó de parecerme una buena idea abordarlo de esa
manera.
Había encontrado algo más sobre él, Santiago era una especie de
joven empresario brillante, descubrí una que otra nota que hablaba
sobre los tratos importantes que había conseguido cerrar para el
centro comercial.
A medida que sabía más datos suyos la idea de que él fuera el escritor
de esa obra popular, me parecía más fantasiosa.
¿Estaba vestida de forma adecuada?, me comencé a hacer esa
pregunta mientras descendía el elevador, no había tenido esas dudas
tan superficiales en mis citas con los otros escritores que conocí,
justifiqué mi inseguridad con el hecho de que Santiago era
completamente diferente a los otros prospectos, no iba a una reunión
a una cafetería casual, estaba a punto de plantarme en la oficina de
un tipo seguramente ocupado.
Siempre fui muy intuitiva y analizando las cosas con cabeza fría,
llegué a la conclusión que tal vez una parte de mí sentía que algo
fuerte iba a dejar en mí el asunto de ese libro.
Observé mis zapatos cuando bajé del taxi, los mismos zapatos rojos,
esos insoportables pero grandiosos tacones que ya me habían dado
suerte una vez, me sentí un poco ridícula mientras caminaba por el
centro comercial.
Los vestidos no eran lo mío, quería añadirle profesionalismo a mi
imagen y ese vestido gris parecía ser el ideal, pero no dejaba de
sentirme incómoda, estaba nerviosa encontrarme con desconocidos
tampoco se me daba muy bien.
El piso quinto de ese inmenso lugar estaba ocupado por completo con
las oficinas de administración, Anita me había conseguido ese dato,
extrañamente accedió de buena manera a colaborarme en algo. Las
manos me sudaban como pocas veces, tomaba aire mientras el
elevador me llevaba hasta el último piso, "segura y profesional,
segura y profesional”. —Me repetía mentalmente, me mentalizaba
para convencerme que mis nervios eran infundados, ya había casi
logrados firmar un acuerdo de publicación, aquello no debía de
sentirse así, tan agobiante.
Mis ojos se abrieron con ligero asombro cuando puse un pie en ese
lugar, ¿Quién iba a pensar que en un centro comercial iba a existir
algo así? El piso entero era completamente diferente al resto de la
construcción, la elegancia y la seriedad predominaban en todo lo que
miraba.
Conté más de diez puertas que parecían ser oficinas, cada una
resguardada por mujeres que con concentración movían sus dedos en
los teclados de sus computadoras, miré a mi derecha un área con
dimensiones grandes, llena de un montón de cubículos, ocupados por
personas vestidas de manera formal, cada quien tan enfocado en lo
suyo que nadie parecía darse cuenta de mi presencia allí.
Di unos cuantos tímidos pasos por el pasillo, el sitio era helado, como
si el sistema de climatización estuviera averiado, miré el escritorio
más alto y con la única persona sonriente tras él, recepción.
Me acerqué devolviéndole la sonrisa a la chica morena que parecía
lista para darme la bienvenida, Kathy, leí la placa que colgaba
discretamente sobre el lado derecho de su pecho en su blusa rosa.
—Buenos días. —Saludé. — Estoy buscando a Santiago Sada. —Sentí
escalofríos de forma inexplicable al decir su nombre. —¿Me podrías
decir cuál es su oficina?
Me vio con incredulidad, tal vez la manera tan relajada en la que pedí
algo que era tan poco común la sorprendió, porque si era poco común
que alguien llegase a buscar al flamante licenciado Sada sin previa
cita hecha con semanas de anticipación, eso lo aprendí ese mismo
día.
—Disculpe, ¿Tiene usted una cita?
—No, pero vengo a hablar con él de un asunto importante, esas cosas
que se tratan personalmente. —Dije de forma despreocupada.
De repente mis nervios me empujaron a actuar así, era como un
mecanismo de defensa, comportarme como si los nervios no me
estuvieran dominando.
Kathy me explicó más de dos veces, que el licenciado Sada estaba
muy ocupado, que no le gustaba ser interrumpido, que lo mejor era
que pidiera una cita con cualquiera de las secretarías.
Tenía dos opciones: irme y esperar por esa cita o intentar con
insistencia hablar con él de una buena vez.
Nunca fui terca, por lo general dejaba que la corriente me llevara por
donde quisiera, la Valentina de siempre hubiera desistido de esa
historia, de ese escritor, pero algo en mí me empujaba a insistir, era
como una voz que me decía demuéstrate que puedes, aunque sea una
vez en la vida.
—¿Me podrías indicar con qué secretaria tengo que hacer la cita? —
Pregunté, con amabilidad me llevó directamente hasta el fondo del
pasillo más largo, una mujer mayor y rellena estaba tras un enorme
escritorio de madera.
Desencajaba con el resto de secretarias que estaban en ese piso,
todas vestidas con trajes oscuros y sobrios, con ese aspecto elegante
y frívolo a primera impresión.
Se llamaba Gloria, Kathy susurró su nombre cuando nos acercamos,
al mover la cabeza para vernos su pelo rizado se agitó sobre sus
hombros, no correspondió mi sonrisa, incluso frunció el ceño cuando
la recepcionista le explicó qué hacía yo ahí.
—Cualquier otra secretaría se pudo haber encargado de hacer una
cita. —Respondió sin vernos, estaba con la vista fija en el monitor de
su computadora.
—La señorita Rincón, dice que tiene un asunto importante que tratar
con el licenciado, por eso la traje directamente aquí.
Un timbre sonó capturando la atención de las mujeres, Kathy se fue
rápidamente dejándome sola con esa mujer que ni siquiera me
miraba.
—La agenda del licenciado Sada está muy saturada, si el asunto a
tratar compete a algún contrato o algo similar puede hablar con el
departamento legal del centro comercial, hoy mismo puede agendar
una cita y
—Mi asunto es directamente con él, necesitó hablar personalmente
con…
—¿Usted tiene idea de lo que está pidiendo? —Me interrumpió
irritada.
Estaba a punto de responderle cuando el ruido de las dos puertas
grandes y elegantes abriéndose nos sorprendieron, esos zapatos...
Levanté la vista despacio para observar mejor al hombre que estaba
de pie en medio de las puertas entreabiertas, sostenía un teléfono
con una mano, mientras con la otra aflojaba el nudo de su corbata.
Desapareció en el interior de la oficina para salir segundos después,
sin soltar el teléfono se ponía la chaqueta del traje azul marino que
usaba, alto, de contextura aparentemente delgada, hasta que volteó y
pude ver mejor esa espalda, de primera impresión me pareció un tipo
común, de esos que se ven bonitos de trajes pero que no logran ser
precisamente del tipo que te roben el aliento.
Hablaba cada vez en un tono más fuerte mostrándose con cada
minuto que pasaba más estresado, se arregló el traje en segundos y
acomodó su corbata antes de dar unos cuantos pasos.
—Licenciado Sada, lo llamó su hermano hace media hora. —Dijo
Gloria en voz alta, él pareció no prestarle atención siguió caminando
a paso lento con el teléfono pegado a la oreja.
Después de unos segundos procesé que era él, ahí iba mi hombre y yo
no me movía a buscarlo, resultó ser tan literal ese pensamiento que
tuve, que aún me sorprendo de mi intuición.
Sin decirle nada a Gloria caminé a paso rápido intentando alcanzarlo,
mis estúpidos zapatos hacían un ruido escandaloso que llamaba la
atención de todos, menos de mi objetivo que había aumentado la
velocidad en la que caminaba.
—Licenciado Sada. —Lo llamé de la forma en la que lo hacían todos en
ese piso, pero él pareció no escucharme. —Santiago. —Dije en un tono
más fuerte.
Se detuvo en medio del pasillo obligándome a que yo me detuviera
también, miré como apartaba el teléfono de su oreja para llevarlo a
su bolsillo antes de girar.
Lo del tipo común quedó en el olvido cuando nos vimos a los ojos, su
rostro atractivo y varonil tenía un gesto que denotaba irritación o
confusión, no lo podía descifrar, su barba corta y perfectamente
cuidada fue lo primero que llamó mi atención, apenas hacía sombra
en su mandíbula.
Sus ojos color miel me observaban tras unos lentes de montura
cuadrada y negra, con esa expresión en el rostro de seriedad que
daba la impresión de que el tipo era malhumorado, nos miramos por
cortos segundos en silencio, hasta que tomé valor para dar el primer
paso.
—Hola, soy Valentina. —Dije intentando sonreír. —Si tú eres Santiago
Sada te estoy buscando a ti.
Frunció el ceño y soltó una especie de bufido de desconcierto, pasó
las manos por pelo peinado de forma irregular pero siempre
arreglado como todo él.
—Disculpe señorita...
—Valentina. —Le repetí mi nombre.
—No recuerdo conocerla, y tampoco tener una cita con usted, estoy
en camino a una reunión y tengo el tiempo justo para llegar, si gusta
puede dejar sus datos con cualquier secretaria, cuando haya algún
cupo libre en mi agenda podemos hablar.
—No, nos conocemos, no te voy a quitar mucho tiempo, de verdad me
urge hablar contigo. —En ese momento noté como se incomodaba por
mi manera de hablarle, al señorito Sada no le gustaba que lo tuteara,
su enorme ego no lo permitía.
Su teléfono sonó de nuevo rompiendo el incómodo silencio, metió la
mano en su bolsillo y el aparato dejó de sonar segundos después, me
miraba como intentando recordar mi cara, se escucharon unos pasos
apresurados llegando a nosotros.
—Licenciado yo atiendo a la señorita. —Dijo Gloria con voz cansada.
—No, es que mi asunto es con él. —Lo apunté, provocando que su
frente se arrugara más.
—Te lo agradeceré Gloria, tengo exactamente veinte minutos para
llegar. —Fijó la vista en el elegante reloj que cubría su muñeca
izquierda, antes de girarse y seguir su camino.
—Santiago. —Lo seguí, sus pasos eran apresurados los míos
bulliciosos por mis estúpidos zapatos. —De verdad no te voy a quitar
mucho tiempo.
—No tengo idea de quién es usted, pero me trata como si me conoce y
es curioso porque me da la impresión que la conozco de algún sitio. —
No dejaba de caminar al mismo ritmo.
—Soy Valentina Rincón, editora de adquisiciones de la Editorial
Aguilar, traigo una propuesta para ti, me gustaría tener la
oportunidad de hablarte de ella
—Señorita. —Escuché una risita irónica salir de sus labios, se detuvo
y extendió el brazo cediéndome el paso. —Conmigo no se realiza
ningún tipo de propuesta, puede dirigirse a cualquier secretaria para
que la remita a
—Es personal. —Lo interrumpí, no se detuvo, continuaba caminando
hasta que nos topamos con las puertas del elevador.
—¿Personal? —Preguntó entrando después que yo lo hice, frotó el
puente de su nariz mientras miraba algo en su teléfono, no sabía
cómo actuar, que decir, parecía no prestarme atención.
—Traigo una propuesta de publicación para uno de tus libros, si me
das solo unos minutos puede explicarte con más calma de lo que —Me
quedé callada al sentir esa mirada penetrante sobre mí.
Sentía que el espacio se hacía más reducido al ser observada de esa
forma, su expresión era indescifrable, lo único que percibía era lo
tenso que estaba, entre abrió los labios como dispuesto a decir algo,
pero no lo logró, soltó un largo suspiro mientras negaba con
movimientos suaves.
—¿Qué dijiste? —Me cuestionó incrédulo.
—Que vengo a hacerte una propuesta de publicación, estamos
interesados en una de tus obras. —Respondí con toda la seguridad
que logré reunir.
Su mirada no se apartaba de mí, el elevador ya había llegado al piso
de abajo, pero ninguno de los dos nos movíamos, las puertas se
abrían y se cerraban una y otra vez, él todavía no decía nada, se
limitaba a observarme.
—¿Quién diablos eres? — Apoyó la espalda a las paredes de cristal y
presionó un botón para subir de nuevo.
Mientras le volvía a repetir todo lo observé con más atención, había
una mezcla de desconcierto y molestia en su rostro, en ese instante
noté como mi corazón latía de forma irregular, me sentía helada y
repentinamente nerviosa.
—Yo no.... yo. —Balbuceó cuando me quede callada. —No sé de qué me
habla, no entiendo nada y tampoco me interesa mucho hacerlo, debo
bajar señorita, odio ser maleducado, pero tengo muchos asuntos
importantes que atender.
El tono de su voz confrontativo me asustó un poco.
—Hablo de Para Eva con Amor, ese libro tiene casi tres meses de estar
punteando los rankings de lecturas, estoy aquí para proponerte su
publicación, la editorial ... ¿Estas bien? —Pregunté al verlo pálido.
Llegamos al último piso de nuevo, salió del elevador sin verme
caminando despacio, no sabía si era buena idea seguirlo, pero no me
detuve, Gloria lo vio desconcertada pero no abrió la boca ni siquiera
para decirme algo a mí que caminaba tras él.
Abrió las puertas dobles de lo que supuse era su oficina, solo cuando
estuve dentro se aseguró de cerrarlas, mi corazón latía con prisa, los
nervios o mi maldita intuición que todo el tiempo me mantenía
alerta, precisamente solo con él.
Se quitó los lentes al mismo tiempo que me apuntaba una silla frente
al largo escritorio de cristal, crucé las piernas para dejar de
moverlas, era como una especie de tick, cada que vez que estaba
nerviosa movía mis piernas sin darme cuenta.
—¿De dónde sacaste el nombre de eso... de ...
—Tu libro. —Lo interrumpí, asintió para después negar rápidamente.
—Está publicado en una plataforma de lectura, es uno de los más
populares de hecho, mi equipo ha diseñado una propuesta que me
gustaría leyeras. —Bajé la vista para buscar la carpeta dentro de mi
bolso.
—Espera, espera, explícame de que hablas, ¡Qué día de mierda estoy
teniendo! —Murmuró con la vista fija en el piso.
Sin saber cómo explicarle lo único que se me ocurrió fue sacar mi
teléfono y mostrarle de lo que le hablaba, antes de tomarlo me miró
por unos segundos en los ojos, esa sensación de caída al vacío me
estaba haciendo sudar, el tipo parecía un neurótico, no decía nada,
pero en sus ojos había tanto enojo, que me daba la impresión que en
cualquier momento iba a explotar.
Podía escuchar la forma brusca en la que respiraba, deslizaba los
dedos por la pantalla de mi teléfono cada vez parecía estar más
pálido, soltó un largo suspiro y sin verme extendió el teléfono hacia
mí.
—Señorita debe de haber un error, eso que usted me muestra no es
mío, ni siquiera conocía la existencia de esos sitios de lectura, ahora
si me disculpa me tengo que ir, he perdido diez minutos odio llegar
retrasado.
Pude notar como se estaba conteniendo, su nivel de enojo era alto, de
eso tipo de rabia repentina que no puedes ocultar.
—No, no hay error, este libro de hecho está registrado con tu nombre,
tal vez no lo publicaste tú, pero es tuyo y
—Retírese por favor. —Ordenó en un tono de voz autoritario.
—¿Ni siquiera me dejaras explicarte de que trata mí propuesta?
—Por favor. —Levantó el brazo señalando la puerta, respiraba rápido,
como si estuviera a solo segundos de colapsar.
Me puse de pie de inmediato, caminé hacia la puerta con confusión,
en lugar de tener deseos de salir huyendo de esa oficina quería
quedarme y averiguar por qué estaba así. Estaba a punto de salir
cuando en un arranque de valor giré y regresé hasta él.
Clavé mi vista en la suya mientras que con la mano derecha buscaba
la carpeta en mi bolso, con toda la rabia reflejada en los ojos sostuvo
mi mirada, sintiéndome torpe tomé el primer lapicero que vi sobre su
escritorio para escribir mi número sobre la carpeta.
—Es la propuesta, léela y me llamas. —Dije con una falsa seguridad
que no sé de dónde saqué. No movía las manos me estaba dejando
con el brazo extendido.
Me acerqué un poco más, sujete su mano y puse sobre ella la carpeta,
le sonreí como si nada estuviera pasando mientras por dentro me
temblaba todo, los poderosos ojos de Santiago eran los culpables.
w w

—Señorita entienda de una vez, no podemos transferir su


llamada, tengo indicaciones de la secretaria de gerencia. —
Respondió la voz femenina, Laura me miró esperando mi próxima
indicación.
Me encogí de hombros y le hice un gesto para que colgara, no había
nada más que hacer, había intentado casi toda la tarde comunicarme
con Santiago sin obtener ningún resultado.
—Muchas gracias por su ayuda. —Dijo Laura, levantó la mano para
colgar el teléfono que estaba en alta voz, pero la detuve, y me
acerqué solo un poco al aparato.
—Me saludas a tu mami. —Usé un tono alto para que me escuchara
la tipa que nos había ayudado en nada, Laura comenzó a reír
perdiendo esa compostura que siempre mantenía.
Me había costado trabajo convencerla para que hiciera esa llamada
por mí, pensé que si otra persona se intentaba comunicar iba a tener
más suerte, debí suponer que el señorito ocupado no atendía a nadie
con facilidad.
—Que se vaya al diablo, creo que de verdad me enfocaré en buscar
otro prospecto. —Me estaba quedando atrás, en una semana Laura
había avanzado en las negociaciones con un autor que yo misma
había escogido.
Estaba perdiendo mi tiempo y gastando mi energía, apoyé los brazos
sobre mi escritorio para dejar caer mi cabeza sobre ellos, me sentía
derrotada y no entendía porque con tanta intensidad, las cosas no me
estaban yendo tan mal, mi idea o más bien la idea de Manu tenía a
Rodrigo encantado.
Leyó las propuestas de publicación que Laura había hecho y entendió
que aquello iba a beneficiar mucho a la editorial, ya casi había un
trato cerrado y yo también había hecho avances, no entendía mi
actitud decaída.
—Valentina dijiste que él te había dado una cita. —Dijo Laura como si
acabara de recordarlo.
Cerré los ojos por un segundo recordando el día que lo visité en su
oficina, después de que de aceptó el documento, con la propuesta que
le di, volví a insistirle para que la analizara de una vez, se negó a
hacerlo y me pidió de nuevo que me fuera, no pensaba salir de ese
sitio sin una cita pactada y se lo hice saber. Al final llamó a su
secretaria que con la excusa de agendar la dichosa cita me sacó de la
oficina.
—Ni me recuerdes eso, el idiota me engañó.
—¿Pero si tienes la cita, ¿no?
—En febrero. —Respondí sin levantar la cabeza, con la misma actitud
de derrota que esa tarde me inundaba.
—Bueno faltan solo unos meses, el año está casi acabando. —Sonrió
intentando animarme como si hubiera sido así de fácil lograrlo.
—Para el veintinueve de febrero no faltan meses, son años, tres para
ser exacta. —Agregué con ironía. —Se cree muy listo el estúpido, es
que si lo vieras me entenderías, no me dio ni siquiera la oportunidad
de hablar, solo repetía que estaba ocupado ¿Qué se cree? ¿El
presidente de Estados Unidos?
—¿Qué vas a hacer?
—No lo sé Laura no lo sé, por hoy irme de una vez de este lugar, me
duele la cabeza. —Me quejé, me puse de pie estirándome, mi día
laboral había acabado, mi mente estaba demasiado cansada.
—¿Te vas ya?, apenas son las tres. —Me miró sorprendida mientras
yo juntaba mis cosas, asentí provocando que frunciera el ceño
visiblemente contrariada.
—Tengo muchas cosas que hacer ni te lo imaginas, esto de ser editora
es agotador, si quieres puedes quedarte a trabajar aquí. —Le sonreí
antes de agitar mis manos para despedirme y salir al fin.
Al pasar por el escritorio de Anita aceleré mis pasos para evitar darle
explicaciones por mi salida temprana, era consciente que no tenía
por qué hacerlo, pero no era mal educada y si preguntaba tenía que
responder.
Logré escabullirme sin problema, casi cantaba mientras caminaba
hacia el elevador, quería un baño caliente, comida china y un poco de
entretenimiento televisivo por lo que quedaba del día, aprendí a
cuidar de mi dinero después de haber padecido por la falta de este,
así que el taxi no era una opción para volver a casa, caminar me
hacía bien, me ayudaba a ejercitarme y a mi bolsillo.
A pesar del desánimo que sentía, había algo en mí que me decía que
todo iba bien, por primera vez en mi vida estaba poniendo empeño
verdadero en algo, y esperaba ver resultados, mientras caminaba
pensé en llamar a mis papás tenía esa absurda necesidad de
aprobación que todos en algún momento sentimos, pero que yo
experimentaba con más intensidad.
Siempre fui la pequeña y bonita oveja negra de la familia, así solía
decirme mi abuela... los halagos por parte de mis padres era algo que
casi desconocía, estaba acostumbrada a sus reproches, y no me quejo
del todo, hoy por hoy entiendo que tal vez era lo que más merecía.
Mientras esperaba que el semáforo cambiara le marqué a mamá, con
ella era más fácil hablar y siempre parecía entusiasmada cuando la
llamaba, me respondió casi de inmediato, emocionada por
escucharme me saludó por casi un minuto, solo se quedó callada
cuando comencé a contarle de mi nuevo trabajo, del cual sabía muy
poco y parecía estar interesada por conocer más.
Colgué cuando estaba a unos pasos de mi edificio, sintiéndome tan
entusiasmada que de inmediato marqué el número de papá, tenía
tanto tiempo de no hablar con él, desde que me dio la agradable
noticia de que debía buscar un empleo.
Me respondió al segundo intento, su tono de voz no denotó sorpresa
a pesar de que mi llamada era poco habitual, iba conduciendo, pero
decía poder hablar, no perdí tiempo, le conté de inmediato acerca de
mi trabajo, de lo que consistía y exageré un poco en cuanto me
gustaba, casi no tenía aliento porque hablaba mientras subía las
escaleras hasta mi piso, pero no fue la falta de aire lo que me dejó
muda cuando el terminó de hablar, fue lo que me dijo.
Después de escucharme por dos minutos lo primero que preguntó fue
por mi salario, estaba preocupado porque este cubriera todas mis
necesidades, sabía que debía la renta, el plan de mi teléfono y hasta
un dinero a mi mamá, después de un silencio breve, respondí todas
sus dudas de forma automática y asombrada porque conociera tantos
detalles de mi vida.
Me aconsejó tomarme las cosas enserio, y sobre todo que me
apresurara por terminar el maldito semestre que tenía incompleto,
respondí a todo lo que dijo con monosílabos deseando colgar de una
buena vez.
Mi panorama cambió repentinamente, llegué a mi piso, me quité los
zapatos harta de ellos y emprendí de nuevo mi camino hasta mi
departamento, saludé con un movimiento de cabeza a Manu que salía
de su departamento, y cerré la puerta para refugiarme en mi el único
sitio donde me sentía cómoda a totalidad.
Nunca negué que gran parte de mis problemas tenían un solo
culpable... yo, desde siempre me di a la tarea de autosabotearme, yo
era la que dejaba todo a medias, la que nunca hacía ni la mitad de las
cosas que se proponía, yo fui la que desaprovechó oportunidades sin
motivo alguno, era mi obligación rescatarme de mi propio desorden,
pero siempre fui muy holgazana para intentarlo, y no contar con la
motivación de mis padres de alguna forma me afectaba.
Odiaba sentirme así, decepcionada de mí misma, fingiendo que nada
importaba, me arrepentí de haber llamado a mi papá y evité seguir
dándole vueltas a sus palabras, sobre todo a lo que me hicieron
sentir. Me di el baño que había programado, la comida china fue
sustituida por helado y mi entretenimiento la misma telebasura de
siempre.
Me sumergí en mi propio patetismo, me dormí pasada la medianoche
en mi sillón, con el volumen del televisor alto y con el vaso vacío de
helado en la mano. Desperté con dolor en el cuello y más ganas de
dormir, tenía clases en la universidad, pero... necesitaba descansar,
tomé un baño y me acurruqué de nuevo, mi mente traicionera estaba
llevando todos los pendientes de la editorial cuando cerraba los ojos,
pero mis ganas de descansar fueron más fuertes y ganaron esa
batalla, todo podía esperar para el día siguiente.
Tenía planeado dormir lo más se pudiera, y casi lo logré, pero mi
teléfono sonando cada dos minutos me hizo abandonar mis planes,
estiré el brazo para tomarlo mientras me sentaba con dificultad
sobre la cama.
—Bueno. —Aclaré la garganta, mi voz sonaba soñolienta.
—¡Cómo puedes dormir tranquila después de hacerle daño a la gente!
—Ese grito me despertó totalmente. —Eres una falsa, una mala
persona, me castigaron de la peor forma por tu culpa.
—¿Sandy? —Pregunté confusa al creer reconocer su voz.
—¡Te odio! perdí lo único bueno de mi vida por tu culpa, me
arrepiento mil veces de haber respondido tu mensaje, de aceptar
verte. —Las palabras se mezclaban con sollozos desesperados, no
tenía idea de lo que le pasaba, pero sentí una angustia inquietante al
escucharla así.
—¿Sandra que pasa? ¿Estas bien?
—Todavía te atreves a preguntar maldita.
La dejé gritarme hasta que se cansó, escuché su llanto desesperado y
cuando se calmó le pregunté dónde y con quien estaba, sonaba muy
alterada
Renegando por lo que estaba a punto de hacer me levanté de la cama,
me cambié rápido dejando a un lado mi ropa de vagabunda que era
mi favorita para dormir, tomé dinero, mi teléfono, y salí a buscar a
Sandy al parque a dónde me dijo que estaba.
No entendía nada de lo que pasaba, pero asumía que tenía que ver
conmigo por la forma tan confrontativa de hablarme, en el taxi me
solté el pelo para intentar peinarme un poco, todavía mi cara se veía
hinchada, ni siquiera sabía que horas eran.
—Es aquí. —Dije apresurada, pagué y bajé caminando rápido, estaba
preocupada Sandra me dijo que estaba sola, unos niños que jugaban
con un balón me miraron de manera curiosa cuando pasé a su lado,
asumí que mi cara de recién levantada era el motivo.
El parque era pequeño, pero no lo suficiente para que encontrarla
fuera tan fácil, avancé hasta la zona donde las bancas eran más
alejadas y justo cuando cruzaba hacia otra área del parque la vi
sentada a la orilla de un árbol, corrí al verla llorar de esa forma y
hasta ese momento me di cuenta que no llevaba sostén, detuve mis
pechos con mis manos para seguir corriendo, estaba preocupada, en
el fondo me sentía culpable.
—Sandy. —Me incliné hacia ella de inmediato, levantó la vista y sus
ojos rojos y llorosos se quedaron fijos en los míos. —¿Qué pasa?
—A ti no quiero verte. —Dijo apretando los dientes, sus manos se
movieron a mis hombros y me empujó para botarme al piso. —Esto es
tú culpa, ¿Por qué abriste tu gran boca con mi hermano? ¿Qué
ganabas contándole todo? ¿Pensabas que así ibas a publicar esa
novela? —Me gritaba con furia.
—Sandra, yo no... yo ni siquiera he hablado de ti con tu hermano,
dime que pasó, ¿Por qué estás así?
—No me niegues que buscaste a Santiago, lo sé todo. —Sorbió la nariz
antes de ocultar su rostro con las manos. —No te quedes callada
tonta. —Susurró.
¿Qué mierdas hacía ahí? —Me pregunté eso al escuchar el tono
quejoso de esa niña, no tenía por qué preocuparme por alguien que
solo había visto una vez, habíamos hablado muchas veces, pero
nunca de una manera personal. Mi presencia ahí estaba de más, pero
como siempre le llevé la contraria a la lógica.
—Sí hablé con él, no lo voy a negar, pero no de ti, estoy interesada en
la historia, lo sabes, descubrí que él es el autor y solo quise
—Eres idiota. —Se puso de pie y comenzó a limpiar sus lágrimas. —Mi
hermano se enteró que yo subí su historia por tu culpa, no sabes en
todos los problemas que me metiste, jamás debí haber hablado
contigo. —Se lamentó llorando.
—Lo siento, yo... no pensé meterte en problemas, solo
—Me quitaron mi computadora, me prohibieron hacer uso del
internet, incluso me quieren quitar hasta mi teléfono, me obligaron a
cerrar mis cuentas. —Su llanto de descontroló más.
—Sandra yo, si quieres hablo
—¡No! —Gritó temblando. —Desde que mi mamá murió escribir se
volvió en mi todo, ahora por tu culpa me quedé sin nada, no sabes
todo lo que he trabajado, perdí mis lecturas, mis seguidores... te odio
Valentina.
—Oye, yo no te dije que subieras una historia que no era tuya, no me
culpes de todo. Lamento mucho lo que hice, voy a hablar con tu
hermano, lo prometo pero
—No vas a hablar con nadie, Santiago me amenazó con contarle a mi
papá que escribo y si se entera no va a haber quién me salve del
internado.
—¿Internado?
—Si tonta, internado, te mentí no es obvio. —Me señaló su ropa, hasta
ese momento me percaté que llevaba puesto un uniforme de escuela.
—Te mentí, estoy en el último año del colegio, no soy una
universitaria, soy menor de edad, una adolescente controlada hasta
más no poder por sus estúpidos hermanos.
—Sandy, de verdad no me imaginaba que ver a Santiago y hablar con
él te iba a meter en un problema a ti. Le explicaré a Santiago que.
—No, no Santiago no te escuchará, es igual a mi padre, me quiere
hacer lo que a él le hicieron alejarme de lo que me gusta. Debí darme
cuenta de que algo andaba mal, tenía toda la semana actuando
extraño. —Lloriqueo.
—Ya deja de llorar así. —Pedí desesperada, se quedó callada de una
vez, pero no por mí, giré el rostro hacia donde ella miraba y observé
a un hombre vestido con elegancia, cargando la chaqueta del traje
sobre el hombro mientras avanzaba a paso rápido.
—Tu hermano.
—Me tengo que ir. —Pasó las manos por su cara evidentemente
nerviosa, no lo dio tiempo de huir como quería, su hermano estaba
justo a dos pasos de nosotras.
—No quieres que te tratemos como una niña, pero actúas como tal. —
Su tono de voz fuerte y seguro me causó escalofríos, di un paso hacia
atrás sintiéndome extrañamente cohibida por su presencia. —Buenas
tardes señorita. —Saludó en voz baja, solo tuve su atención por
escasos segundos, después dirigió la vista a su hermana.
—¿Quién te dijo dónde estaba? —Reclamó ella.
—No eres muy lista para buscar un sitio donde esconderte, siempre
vienes a este parque, vámonos no me hagas perder más tiempo. —
Dijo viendo el reloj.
—No le hables así, pobre. —Susurré, pero no tan bajo como quise,
frunció el ceño al verme para luego pasear esos ojos por todo mi
cuerpo, se quitó los lentes, los limpió con un pañuelo que guardaba
en su traje y se les volvió a poner.
—Vaya, la señorita de los libros. —Dijo en un tono irónico.
—Vaya el señorito no tengo tiempo. —Respondí cruzando los brazos,
llevaba puesta una camisa blanca que transparentaba la ausencia del
sostén.
—No se le da eso de ser graciosa.
—A ti menos. —Respondí.
—Sandra, he perdido mucho tiempo ya, vamos a casa por la noche
hablamos.
—No, no vuelvo a esa cárcel jamás, quiero mi laptop, mis cosas no
puedes quitarme el internet, es un derecho humano por si no lo
sabías.
—Dios mío, hoy es el día de escuchar estupideces. — Me fijé en los
gestos que hacía de fastidio, sus labios carnosos se fruncían mientras
juntaba las cejas.
—Es cierto, googleado tonto, me estas violando mis derechos —él
hablaba en tono alto, ella gritaba, de repente los dos se callaron,
levanté la vista y miré a Santiago mirándome fijamente.
—¿Qué?
—¿Lo está haciendo? ¿Lo está buscando?
—Obviamente, y si lo es. —Dije mostrándole mi teléfono.
—Demasiado por hoy, vamos Sandra.
—¡No! hasta que no me devuelvan mis cosas no regreso.
—Cometiste un grave error, es delito hacer pasar una obra intelectual
como tuya, además no tienes edad para leer esas cosas.
—Si la tengo, soy casi una adulta, tú no sabes nada de mí, eres un
—No me hables así. —La apuntó, su tono de voz era seguro, pero
sonaba sereno, como si era capaz de mantener la calma a pesar de los
gritos de su hermana.
—Santiago porque no le regresas sus cosas, ella ya entendió que hizo
algo malo, va a eliminar esa historia de su cuenta y
—Señorita
—Valentina. —Dije cuando entendí que no recordaba mi nombre.
—Le voy a agradecer con toda la amabilidad del mundo que no
interfiera en esto.
—Ella se mete porque yo se lo permito. —Gritó Sandra llena de coraje.
—No voy a borrar nada, es mi historia más popular y
—No es tuya. —Replicó él rápido.
—Lo que sea, pero no lo haré.
—Sandy, todas tus historias son buenas, tienes mucho talento
muchísimo, incluso en la editorial estamos analizando otra de tus
obras. —Desesperada por controlarla mentí de forma descarada.
La chispa en sus ojos cambió al instante, se irguió con más seguridad
y se abalanzó hacia mí.
—Olvídate de eso Sandra.
—¡Cállate!
—No me hables así. —Advirtió él.
Su discusión se volvió más fuerte, algunas personas en el parque nos
observaban, Sandy arregló su pelo, se puso la mochila sobre el
hombro y se alejó casi corriendo.
—¡Sandra! —Gritó él. —Raúl que suba al auto. —Ordenó a un hombre
que estaba a unos pasos de nosotros.
—Santiago, espera. —Pedí caminando tras él. —Santiago.
—¡Dios que hice! —Levantó los brazos sin dejar de caminar.
—Que pesado. —Masculle intentando alcanzarlo. —Santiago Sada te
estoy hablando. —Se detuvo al instante, giró lentamente con una
sonrisa extraña en los labios, cruzó los brazos y de nuevo me vio
entera provocando más nervios en mí.
—Siento mi tono, pero de verdad necesito hablar contigo, dime que ya
leíste mi propuesta.
—Señorita odio ser maleducado, pero no tengo tiempo de esto. Tenga
un bonito día.
—Espera.
—No puedo, en serio, perdón. —Dijo acelerando sus pasos, era más
rápido que yo que evitaba correr por mis pechos sin soporte que los
mantuviera en su sitio.
Sin darme tiempo de decirle algo más subió al auto negro que lo
esperaba, Sandra estaba adentro logré verla por segundos, el carro
arrancó con gran velocidad dejándome ahí en medio de un parque al
cual pensé que nunca debí haber ido.
Hasta que iba de regreso a casa noté que mi ritmo cardíaco estaba un
poco alterado, cerré los ojos para intentar relajarme, mi teléfono
vibró sobre mis piernas. Eran un mensaje de Sandy, me había
enviado un contacto, el de su hermano.
—¡Si! —Celebré dando un pequeño salto. Sandra me lo había enviado
para que intentara hablar con él acerca de su castigo, y lo iba a hacer,
pero también le daría otro uso, tener su número personal fue mi
recompensa por llegar a ese parque.

***

Mi abuela materna tenía un jardín tan grande que pasaba gran parte
de sus mañanas dedicada a su cuido, era mi sitio favorito de su casa,
solía correr por el mientras ella regaba algunas plantas, había un
rinconcito que era especial para mí.
Uno al que casi nadie le ponía atención pero que yo encontraba
fascinante, el montón de pequeños cactus que parecían estar
escondidos del resto de personas, son mis plantas favoritas, mi
abuela me enseñó a cuidar de ellos y siempre ha sido en lo único que
he tenido constancia.
Los movía hacia la ventana más grande de mi departamento
buscando un poco de luz mientras esperaba la respuesta a ese
mensaje que ya había sido leído, Santiago había ignorado cada uno de
los mensajes que envíe, pero tenía la esperanza que el último no
corriera con la misma suerte.
Iba a hablar con él a como diera lugar, me sentía culpable y
realmente mal al recordar como Sandra lloraba con desconsuelo, no
olvidé lo que dijo de la muerte de su mamá y como escribir parecía
ayudarle, sentía más presión por resolver lo que de alguna forma yo
provoqué.
Por la noche había quedado de cenar con Manu, fuimos a una pizzería
cerca de nuestro edificio, yo estaba malhumorada, el cansado,
éramos la combinación perfecta para una pésima noche.
—En serio debe haber algo bueno que contar. —Dijo tomando un poco
del té helado que había pedido.
—No, ha sido una semana horrible, tengo que hacer un trabajo que ni
te imaginas y no tengo nada de tiempo, el lunes tengo una junta en la
editorial, el martes creo que una cita con uno de los prospectos... tu
idea tiene a todos llenos de entusiasmo. —Respondí sin dejar de
comer.
—Eso es algo bueno que contar, Valen mira el lado positivo de las
cosas, yo por ejemplo estoy teniendo problemas en mi vida personal,
pero la maestría y el trabajo me mantienen contento, me enfoco en lo
bueno.
—Sandy la chica del libro esta jodida por mi culpa, me siento mal
—Lo sé, pobre. —Susurró pensativo.
—¿Mmm?. —Dejé el plato a un lado para fijar mi vista en él. —¿Cómo
lo sabes?
—¿Qué?
—Lo de Sandy, dijiste pobre, ¿Cómo lo sabías? —Y fue justo en ese
momento en que mi curiosidad se despertó, no respondió nada en
concreto, comenzó a balbucear, me di cuenta que no sostenía mi
mirada ni de broma y sus manos no paraban de moverse.
—Si, lo habías comentado. —Dijo un poco más controlado.
—Mmm no lo recuerdo, pero seguro sí. —Fingí no darle importancia,
pero anoté mentalmente su comportamiento extraño. —Debo arreglar
lo que hice, y convencer a Santiago de publicar su libro, cosas
sencillas. —Ironice amargamente.
No le sentí el sabor a la pizza, estaba demasiado distraída para
disfrutar de esa cena, mi noche empeoró al comprobar que mi
mensaje no tuvo respuesta, iba a dar otro paso, lo decidí mientras me
preparaba para dormir.
No sabía si era mala idea llamarlo un sábado por la mañana, pero
tampoco me detuve mucho a pensarlo, después de tomar una larga
ducha tome el teléfono para marcarle, espere largos segundos para
que respondiera.
—Buenos días. —Su voz sonó sobresaltándome
—Hola, buenos días soy Valentina, pero supongo que lo sabes, te
he enviado un par de mensajes para que hable
—¿Sabes cómo se llama esto? —Me interrumpió con su pregunta,
sentía tenso el estómago por los nervios, me costaba trabajo pensar
rápido. —Acoso. —Se respondió solo ante mi silencio. —Es acoso
señorita, no me envió un par de mensajes fueron trece.
—Supongo que darás parte a la policía, si te sientes acosado por
mí lo correcto es que acudas ante las autoridades ¿No? —Solté
malhumorada.
—Lamentablemente no creo que me hagan mucho caso, es un poco
inverosímil que un hombre se sienta acosado por una mujer
bonita, no me tomarían en serio.
No sabía que me había acelerado el corazón, si lo que dijo o la risita
coqueta que sonó después, aclaré la garganta para poder hablar.
—Santiago en realidad es importante que hablemos, lamento
mucho lo que le está pasando a Sandy por mi culpa, ella de verdad
no se merece
—No es su culpa señorita, usted no fue la que tomó algo que no
era suyo fingiendo serlo, por mi hermana no se preocupe. —Dijo
en un tono más relajado. —Le devolví su laptop, no le quité su
teléfono, va a hacer uso del internet bajo supervisión, lo único
que quiero pedirle es que usted y sus libros se alejen de ella.
—¿No la dejarás seguir escribiendo acaso? Sandy es muy buena,
todos lo dicen.
—Ha sido un gusto saludarle, en cuanto cuelgue bloquearé su
número, tenga un bonito fin de semana.
—Santiago no me cuelgues, Santiago al menos lee la maldita
propuesta. —Dije frustrada, segundos después colgó así sin más,
cerrándome la posibilidad de seguir intentando hacer un maldito
trato con él.
Al menos saber que Sandy no estaba tan castigada como pensé me dio
un poco de alivio, evité pensar en todas las cosas que no paraban de
dar vuelta en mi cabeza y salí de mi departamento contenta porque
iría ver a mi mamá.
Ni siquiera me importó el tiempo que me tomó llegar hasta al nuevo
sitio donde se había mudado, el sol de la mañana me inyectó de un
entusiasmo poco común en mí.
Lamentablemente la sensación duró poco, apenas crucé la puerta de
la casa y vi a Vannesa mi día pasó de claro a gris, seguía molesta con
ella, furiosa por su intromisión y esa manera de minimizarme que
tenía al mirarme.
—¿No te alegra ver a tu hermana? —Preguntó mi mamá confusa.
—No.
—Menos a mí. —Dijo Vannesa.
—Pueden no pelear hoy, estaba tan feliz de pensar que íbamos a
comer las tres juntas, por mi intenten no discutir. —Pidió con la
mirada triste.
No me quedó más remedio que hacerle caso a mi mamá, decidí
ignorar cualquier cosa que saliera de la boca de mi hermana con el
fin de molestarme, todo iba bien, extrañamente bien, hasta que al
despedirnos tocó el tema de mi trabajo, estaba asombrada porque no
me hubiesen despedido aún y dijo de manera cruel que si duraba un
mes más debía ir a la iglesia por el milagro concedido.
Generalmente las estupideces que decía no me afectaban del todo,
pero en ese momento me sentía tan contrariada por las cosas de la
editorial que aquel chistecito sin gracia logró irritarme de una forma
indescriptible.
Vannesa no se me imaginaba como me motivaba a callarle la boca,
cuando llegué a casa comencé a buscar cualquier tipo de información
que me ayudara a hacer mejor mi trabajo, el social media de la
editorial estaba muy descuidado y era de las cosas más importantes
para la comercialización de los servicios, anoté muchas sugerencias
que le haría a Rodrigo y luego hice otra búsqueda de futuros
prospectos.
El domingo aproveché para ponerme al día con mis tareas pendientes
de la universidad e incluso para responder correos que había recibido
desde tiempo atrás. El lunes me sentía otra, como un poco más ligera
sin tantas cosas encima.
Desperté temprano, o al menos antes que mi despertador sonara,
después de prepararme en lugar de ir a la editorial tomé un taxi y fui
directo a aquel centro comercial, mi actitud era otra, no quería dejar
ir esa historia tan fácilmente, me quería demostrar a mí misma que
podía hacer algo que me propusiera.
Caminaba con seguridad ignorando la posibilidad de que me
seguramente no me dejarían siquiera avanzar hasta su secretaria, en
el elevador la sensación de vacío en el estómago se hizo presente, me
miré en el espejo de nuevo preocupada por mi apariencia, peine un
poco mi pelo, acomode mi blusa y sonreí aprobando mi imagen.
Cuando salí vi el escritorio alto de Kathy a lo lejos, tomé aire y di
unos cuantos pasos hacia el frente, el sonido de unas voces me hizo
detenerme, levanté la vista y me quedé casi paralizada al verlo frente
a mí, sin lentes, con la corbata en la mano, sin el saco del traje y la
camisa un tanto desabotonada.
Esa fue la primera vez que noté lo atractivo que era Santi.
Una mujer caminaba a su lado anotando lo que él decía en una
libreta, al verme levantó las cejas denotando un poco de sorpresa, le
regalé mi mejor sonrisa que él no correspondió.
—Buenos días. —Saludé.
—¿Es ella la licenciada Roque? —Cuestionó la chica a su lado.
—No, Señorita acosadora, le presento a mi asistente, Alicia ella es la
señorita a la que no debe responderle las llamadas. —Dijo serio.
—Santiago. —Dije su nombre al verlo avanzar, lo seguí a paso rápido
para subir al elevador con él.
—Ya está solucionado el asunto con mi hermana, no hay más de que
hablar.
—Claro que sí, de la propuesta de publicación. —Negó riendo con
ironía, con la vista en el piso y las manos en los bolsillos.
—Está a una llamada o una visita sorpresa más, a que vaya de verdad
a la policía, es acoso.
—¿Por qué no quieres ni leerla? mi propuesta es buena.
—¿Por qué tanto interés?
—Es el libro más popular de la categoría juvenil, todos lo aman.
—¿Y eso es su indicador de calidad? —Su pregunta me tomó por
sorpresa, me recosté sobre la pared sintiéndome intimidada.
—Tiene excelentes críticas, y las reseñas son
—¿Y? eso no es nada señorita.
El elevador se abrió, nos cedió el paso a mí y a su asistente para
luego salir él.
—Santiago tu libro es bueno.
—Lo mismo le dijiste a mi hermana, y me tomé la tarea de leerla, es
aceptable, pero buena no es.
—Pero todos dicen que es la mejor.
Se detuvo al instante que dije eso, giró lentamente, le hizo un gesto a
su asistente para que siguiera caminando y se acercó a mí.
—¿Ya leíste el libro que quieres publicar? —Preguntó en un tono de
voz ronco, pasé las manos por mis brazos para aliviar el escalofrío
que me invadió al oírlo.
—¿Sí? -—Respondí con dudas, se dio cuenta, el tipo era listo y yo
idiota cuando estaba nerviosa.
—¿Sí?
—Algo así. —Lo vi reír por primera vez, sus ojos brillaban cuando lo
hacía y el sonido era demasiado agradable para que acabara tan
rápido.
—¿Quiere publicar un libro que ni siquiera ha leído? Es un desastre,
un desastre. —Repitió, lo observé con detenimiento al escucharlo
decirlo, mi intuición me alertaba que algo estaba pasando.
—Deberías leer mi propuesta y no preocuparte por si yo leí o no el
libro, todos en la editorial están interesados en él. La propuesta es
buena.
—No lo es, es aceptable pero no es lo que yo pidiera para aceptar. —
Me dio la espalda y siguió caminando.
—¿La leíste?
—Supongo que tampoco leyó las historias de mi hermana. —Dijo
caminando hacia la salida del centro comercial.
Me sentía estúpida corriendo tras él por todos lados.
—No lo hice.
—Para un escritor eso es un insulto, no puede emitir una opinión de
una obra sin haberla leído.
—No dije nada malo, dije que era buena y los que ya la leyeron dicen
eso. —Respondí con la voz entrecortada por el esfuerzo que hacía
siguiéndolo.
—Nunca engañes a un escritor, una crítica honesta lo puede hacer
mejorar mucho.
—Entiendo, leeré tu libro y te daré una crítica si eso quieres para que
analices la propuesta.
—No necesito una crítica señorita, el libro no es lo mejor que he
hecho, pero es bueno. —Ladeó el rostro y arqueó una ceja sonriendo,
maldito arrogante. —Ha sido un placer verla, pero mi auto me espera.
—Dijo señalándome el estacionamiento.
—Santiago solo dame una oportunidad para explicarte l
—Ni siquiera lo ha leído, no tiene derecho a nada, que tenga un buen
día señorita de los libros. —Aceleró el paso y fue entonces cuando la
frustración me hizo actuar.
—¡Valentina!, no señorita acosadora, ni señorita de los libros, soy
Valentina Rincón. —Grité fuerte, volteé sintiendo cada vez más enojo,
tenía que tachar de mi lista de cosas pendientes ese estúpido libro.
Resoplaba enojada mientras caminaba con pasos fuertes para
alejarme de una vez por todas de ahí.
—Señorita Rincón, señorita... ¡Valentina! —Me detuve cuando dijo mi
nombre, giré intentando adoptar una actitud tranquila frente a él.
—Mañana, mañana tenemos una cita. —Dijo sin acercarse del todo a
mí. —Tengo una contrapuesta para ti. —La sonrisa sobre sus labios
debió advertirme algo por ese repentino cambio.
w w

Tenía mucho tiempo de no sentir tanta adrenalina recorriendo mi


cuerpo, estaba en un estado de alerta constante poco común en mí,
menos a esas horas de la mañana.
Con las manos intenté sin éxito limpiar la mancha sobre mi pantalón,
jamás debí tomar esa taza de café caliente así de rápido, sabía que
iba a terminar derramándolo.
—Señor puede darse prisa. —Pedí desesperada, faltaban solo diez
minutos y estábamos a mitad de camino.
Había dormido solo cuatro horas, esa mañana desperté antes de las
seis, ni siquiera el sol se había dignado a salir cuando yo ya estaba
tomando una ducha, Santiago Sada logró lo que nadie había
conseguido, hacerme despertar temprano para estar a tiempo en esa
cita que tanto quería.
Pero ni el sacrificio de abandonar mi cama de madrugada me estaba
sirviendo de mucho, el trabajo que me costó conseguir un taxi me
retrasó tanto que si lograba llegar cinco minutos después de la hora
acordada sería un milagro.
—Más rápido por favor. —Mi tono exigente hizo que el tipo redujera
la velocidad para fastidiarme, miré la hora en mi celular, solo tenía
siete minutos.
Cuando me dijo la hora de nuestra cita pensé que estaba bromeando
¿A quién diablos se le ocurre citar a alguien a las siete treinta de la
mañana? solo a Santiago Sada, con la excusa de que era el único
momento libre en su agenda justificó la hora que eligió para nuestro
encuentro. Lo que hacía por ese maldito libro.
El taxi giró de prisa cuando volví a pedirle al conductor que
condujera más rápido, el movimiento hizo que me estrellara con la
puerta derecha, como si no estaba teniendo lo suficiente, ese golpe en
la frente era como la cereza del pastel.
Siete treinta en punto, mi teléfono hizo sonar la alarma que había
programado, estaba tan empeñada por ser puntual que me daba más
rabia el retraso con el que iba. Diez minutos después el auto se
estacionaba fuera de la cafetería, bajé lanzando insultos en voz
apenas audible, y deseando que Santiago no estuviera aún ahí.
Cosa que después de conocer bien a Santiago entendí que era
imposible, nunca, pero nunca, llegaba tarde a algún sitio, tenía la
puntualidad de un inglés y exigía a su entorno ser mínimamente
igual de puntual.
La puerta de cristal fue mi primer gran problema, luchaba por abrirla
halándola hacia mí, una mesera sonriente se acercó y abrió desde
adentro, el maldito letrero de empuje no existía en ese lugar.
No tardé mucho en encontrarlo, el sitio estaba casi vacío, era lógico
nadie en su sano juicio estaba en una cafetería a esa hora, mis pasos
ruidosos hicieron que volteara ligeramente la cabeza, al verme
levantó el brazo izquierdo apuntándome el reloj. Intenté sonreírle
para suavizar esa expresión de enfado que tenía en el rostro, pero no
logré mi objetivo.
—Señorita Rincón, es de pésima educación hacer esperar tanto
tiempo a alguien. —Su voz parecía más ronca esa mañana, me
observó de pies a cabeza haciéndome sentir por completo incomoda.
Se puso de pie ofreciéndome su mano a manera de saludo, nunca he
soportado ese tipo de formalidades, quería romper el hielo y que esa
cita no se sintiera tan tensa, tomé su mano mientras me acercaba
para besar su mejilla, primer error.
El olor de su colonia masculina me atonto al instante que la percibí,
seguía manteniendo esa expresión seria como si estuviera a punto de
darme un sermón extenso por mi pequeño retraso.
—Buen día Santiago, no sabes lo que me pasó, yo salí super temprano
de mi departamento, pero no contaba con que a esta hora como que
no circulan muchos taxis, creo que debe ser la hora, es demasiado
temprano hasta para
—Valentina, hemos perdido doce minutos y programé solo treinta
para hablar con usted, así que prefiero que vayamos al grano. —La
manera en la que me interrumpió debió hacerme enojar, pero no,
estaba contemplando cada uno de sus gestos cuando me hablaba.
Me senté frente a él, intentando mantener la compostura, estaba
nerviosa por su contrapropuesta, y a la misma vez ansiosa por
escucharla, en silencio observé como sacaba de un maletín negro una
elegante agenda, le echó un vistazo a su reloj, antes de anotar algo en
ella.
Sus movimientos elegantes tenían mi atención por completo, se quitó
los lentes y de inmediato sus ojos hicieron contactos con los míos,
Santiago tenía una forma de ver intimidante y se aprovechaba de
ello.
—Y bien. —Dije con voz titubeante, quería que el duelo de miradas
acabara y me informara de una vez por todas que demonios iba a
proponer él. —Se que dijiste que mi primera propuesta no te
asombró, en la editorial estamos dispuesto a negociar hasta llegar al
acuerdo ideal para ambas partes.
—¿Cuántos años tiene Valentina? —Preguntó sin quitarme la vista de
encima.
— Veintitrés. —Respondí mientras me sentaba de forma más erguida.
Una medio sonrisa se dibujó en su rostro, con un discreto
movimiento llamó a la mesera, que con una sonrisa en los labios
acercó la carta para los dos.
—¿Por qué la pregunta? —Cuestioné curiosa, me hizo un gesto con la
mano disculpándose por no responder al instante, hablaba con la
mesera acerca de su orden.
—Solo un café, gracias. —Le respondí a la mesera cuando fue mi
turno.
—¿Solo un café?, el desayuno es la comida más importante del día, de
ella depende la manera en la que te desempeñas a lo largo de la
jornada.
—Nunca acostumbro a comer tan temprano, siento que es de
madrugada. —Bajó la cabeza y negó con una sonrisa que no me dejó
ver del todo.
—Valentina las siete treinta de la mañana no es madrugada, supongo
que su entrada a la editorial ronda estas horas.
No le respondí, me limité a observarlo, tenía la manía de ver el reloj
cada minuto, como si estuviese ansioso por irse, pero no comenzaba
a hablar de una vez.
—No respondiste mi pregunta.
—Solo me parece un tanto impresionante que alguien que se ve tan
joven sea editora, creo que es un puesto que requiere de mucha
experiencia.
—Y la tengo. —Respondí a la defensiva.
—¿A los veintitrés? ¿Hace cuánto tiempo se graduó Valentina?
Esperaba mi respuesta, me observaba mientras me inclinaba un poco
más sobre la mesa, apoyé los codos en esta, y sonreí desafiante.
—Creo que se me está acabando el tiempo ¿No? —Él observó su reloj
y luego asintió. —No he escuchado tu contrapropuesta.
Parecía querer decirme algo, a Santiago no le gustaba perder, hasta
en la más insignificante discusión quería tener la última palabra, eso
lo aprendí a tan solo semanas de que todo comenzara.
—Bien. —Volvió a colocarse los lentes adquiriendo esa apariencia
seria que me hacía sentir torpe. —Hice varias anotaciones acerca de
tu propuesta, que dejaremos para después. —Cerró la agenda y me
sonrió de una forma que me produjo escalofríos.
Odiaba ser tan susceptible a todo él, lo peor del todo es que con el
tiempo mis emociones se salían casi de control ante su presencia.
—¿Por qué lo dejaremos para después?
—Porque no pienso hablar de la propuesta hasta que haya leído el
libro, mi contrapuesta es la siguiente. —Hizo una pausa para clavar
sus ojos en los míos, sabía que estaba nerviosa y eso lo divertía,
parecía estar a punto de reír. —Leerá mi libro para tener una opinión
real sobre él, una crítica auténtica y hecha por usted. Si después de
eso te sigue pareciendo bueno, podemos discutir lo de la publicación.
—¿Qué? —No quería sonar ni la mitad de confundida que estaba, pero
no lo logré, miró su reloj una vez más para luego prestar atención a
mis ojos.
—Que tiene que leer lo que quiere publicar, es parte de su trabajo, es
ridículo que no lo haya hecho antes.
—Tutéame por favor. —Pedí cansada de su formalidad. —¿Cómo estás
seguro que no leí tu libro?
—¿Cuantos capítulos tiene? —Su sonrisa sarcástica parecía
permanente, alzó una ceja y negó cuando no respondí. —Valentina no
lo has leído, acéptalo.
La manera en la que mi nombre salió de sus labios suavizó todo, le
sonreí sintiéndome menos tensa, a la vez que asentía.
—No lo he hecho. —Admití sintiéndome descubierta. La carcajada que
soltó ante mi desfachatez aceleró un poco mi pulso, la mesera que se
acercó con vaso de agua que dejó sobre la mesa, se fue riendo
contagiada por ese sonido bonito que seguía sonando.
—Eres un desastre Valentina. —Murmuró entre risas, su teléfono
sonó en ese justo momento en que nuestras miradas se cruzaron, sus
ojos brillaban por la manera en la que reía haciendo que fuese más
difícil para mí dejar de verlos.
Su tono de voz cambiaba cuando atendía llamadas de trabajo, incluso
dejó de reír de forma automática, respondía con un uju a todo lo que
le decían, su frente estaba arrugada por la expresión de seriedad que
había tomado, levantó el brazo llamando la atención de la mesera,
que se acercó de inmediato, pidió la cuenta en susurros, siendo la
única vez que apartara el teléfono de su oreja, le di un sorbo a mi
taza de café, no quería parecer curiosa pero quién lo llamó le estaba
dando malas noticias.
—¿Aceptaras mi contrapropuesta? —Preguntó apenas colgó la
llamada, la mesera se acercó a la mesa, él le extendió una tarjeta sin
leer la cuenta, parecía no querer más interrupciones.
—Si, claro que sí. —Respondí segura, me había trazado un pequeño
plan, Laura podía ayudarme con eso mientras yo haría el intento
número mil de ponerme al día con mis asuntos académicos.
—Perfecto ¿Cuándo empezamos?
—No entiendo. —Susurré confusa. —¿Tengo que indicarte cuando
comienzo a leerlo?
—No... Lo vamos a leer juntos, como comprenderás no puedo fiarme
de ti, ya le mentiste a mi hermana acerca de lo que escribía, puedes
hacer lo mismo conmigo, prefiero asegurarme de que lo leas de
verdad.
—¿En serio? —Cuestioné incrédula.
—Siempre hablo en serio Valentina. —Me removí incómoda al
escuchar otra vez mi nombre en sus labios, suspiré un tanto
fastidiada, con él todo parecía un juego mental, nunca sabía que
responder.
—¿Por qué te tomarías esa molestia?, no me lo tomes a mal, pero
siento como si me estuvieras asignando un trabajo escolar. —No
contuve la risa, aunque pude lograr que fuera discreta.
—No entiendo porque tanto interés en ese libro, estoy seguro que
cuando lo leas comprenderás que no es nada del otro mundo, estoy
seguro que puedes encontrar algo mucho mejor que eso, solo quiero
demostrártelo.
—¿Te consideras un mal escritor?
—Puedo escribir algo mejor, lo he hecho, ese libro no es mi mejor
obra. —Respondió con soberbia. —Valentina mi tiempo se acabó. —Se
puso de pie después que la mesera llegara con su tarjeta de regreso.
—Espera y lo de nosotros... es decir, tú me entiendes, lo del libro lo
de que tú y yo, ya sabes...
—Te enviaré un mensaje para que acordemos una hora, tienes que
saber que tendrás que adecuarte a mis tiempos, sobra decirte que
tengo
—Lo sé, señorito no tengo tiempo. —Dije bromeando.
—Fue un gusto verte esta mañana, para la próxima no llegues tarde
que no esperaré por ti. —Su sonrisa contrastaba con la seriedad de
sus palabras, me ofreció de nuevo su mano que acepté al instante, no
hice el intento de cambiar ese saludo por otro más cálido y lo vi salir.
Con pasos rápidos y una seguridad envidiable cruzó la puerta,
dejándome sin saber que esperar de todo eso, pero con la certeza que
aquel libro sería publicado, algo en mí me decía que sería un éxito y
ambos íbamos a salir ganando.
***

El resto de mi día lo viví rodeada de una energía extraña, era una


mezcla de temor, ansias y adrenalina, ese hombre despertaba cosas
en mí que no podía entender con claridad de primera instancia. Esa
mañana fui la segunda en llegar a la editorial, la primera siempre era
Anita, parecía que dormía en su escritorio.
Su asombro al verme fue mi recompensa por despertar temprano,
haciendo sonar de más mis zapatos me deslicé por el pasillo
sonriendo, sintiéndome la mujer profesional que estaba lejos de ser.
Tenía que ver a un autor más, ese sería el cierre del ciclo de
búsqueda, la editorial iba a comenzar a trabajar en los cuatro libros
próximos a publicar. Las cosas estaban distintas para mí en ese sitio,
gané una especie de respeto que no sabía si merecía, Rodrigo estaba
muy contento, el jefe del departamento de Mercadeo había llamado a
mi idea, (La de Manu en realidad). Como un plan brillante,
económico e ingenioso.
Pero había una sensación en mí que me hacía pensar que algo malo
iba a ocurrir, pocas veces o casi nunca algo me salía tan bien, así que
no podía disfrutar al cien por ciento de todo aquello.
—¿Se puede? —Al oír la voz de Rodrigo levanté la cabeza del
escritorio, me estaba quedando dormida.
—Claro, pasa. —Arreglé mi desastre lo más rápido que pude, sonreí
cuando me atrapó acomodando mi pelo que se había desarreglado
por estar recostada en la mesa. —¿A qué debo el honor? —En realidad
quería preguntarle ¿Qué hice ahora??
—Solo quería ver cómo vas avanzando, me dicen que el departamento
legal está cerrando al fin la firma de los contratos.
—Si, estamos avanzando bien, ya están trabajando en la corrección
del primer libro, Laura se está encargando de hacer la promoción
web, es importante que el lanzamiento del libro cree expectativas.
—Me sorprende lo bien que están saliendo las cosas.
—A mí también, créame. —Susurré
—¿Perdón?
—Que espero que todo siga saliendo de la mejor manera posible. —
Agradecí el hecho que no me haya escuchado con una sonrisa.
—Laura dice que estás trabajando en la propuesta de lo que pudiera
ser nuestro pez gordo.
—Así es, y espero poder conseguirlo, pondré todo lo que esté de mi
parte para que publiquemos ese libro.
Lo dije con tanta seguridad que yo misma me asombré por mi
convicción, convencer a Santiago no iba a ser fácil, pero al menos ya
tenía ganada una parte de esa batalla.
Eso de que al que madruga Dios le ayuda nunca tuvo menos sentido
para mí como ese día, me estaba quedando dormida sobre el
escritorio sin que pudiera hacer nada para evitarlo, mi tarea
esperaba por mí, un correo del departamento legal también, no había
ni un solo café que pudiera despertarme de verdad.
Lo pensé mucho antes de tomar mis cosas e irme, pero al final lo
terminé haciendo, pensé que funcionaria mejor al día siguiente si
descansaba de una vez, ese ya era un día perdido.
Mi plan resultó un asco, dormí toda la tarde y cuando desperté ya
estaba oscureciendo, no pude pegar el ojo en casi toda la noche, así
que desde luego llegué tarde al día siguiente a la editorial. El estrés
que sentía por todos mis pendientes me mantenía distraída del
asunto de Santiago, había olvidado casi por completo que esperaba
un mensaje suyo que me indicara cuando comenzaríamos a leer su
libro.
Me comenzaba a doler la espalda por la posición en la que estaba
sentada, mis dedos se movían con agilidad sobre el teclado,
necesitaba enviar ese informe, el profesor no me iba a dar más
tiempo del que ya me había otorgado.
—¿Señorita Rincón necesita algo? —Me sorprendió oír a Anita,
asomaba la cabeza por mi puerta, con una curiosidad latente en la
mirada.
—Todo bien Anita, muchas gracias. —Respondí con seriedad, volví a
poner mi vista en la pantalla ignorando su presencia, estaba segura
que quería saber qué hacía a esas horas en mi oficina, nunca me
quedaba tan tarde en la editorial.
Resoplé con el sonido que hizo la puerta cuando cerró, estaba
demasiado concentrada en terminar que ni siquiera le tomé mucha
importancia a la intromisión de Anita, cuando terminé envié el
correo apresurada, hasta que ese Enviado apareció en la pantalla
pude respirar aliviada.
Casi lista para irme me topé con una carpeta que había dejado Laura
para mí, tenía que firmar un acuerdo comercial que no había leído,
tenía hambre, y mis ojos parecían no poder más, pero no podía
dejarlo para después. Tocaron la puerta en el momento menos
apropiado, perdí el hilo de la lectura a consecuencia del sonido
insistente.
—Señorita
—No estoy. —Dije exaltada, Anita entró sin ser invitada, me miró de
forma directa sin ocultar su molestia por mi tono de voz.
—Alguien la busca, una jovencita que dice ser escritora.
—Lo siento, por favor dile que pasé. —Pedí calmándome.
—No es mi trabajo señorita. —Respondió de forma tajante.
Maldecí en voz baja mientras caminaba hacia la puerta, sospeché que
era ella, pero de igual forma me sorprendí al encontrarme a Sandy en
el umbral de esta, me sonrió con amplitud provocando que mis
expresiones se relajaran.
—Hola, vine a verte ¿Ya es muy tarde?
Negué haciendo un gesto para que pasara, no esperaba su visita, no
tenía idea de lo que quería, miraba mi minúscula oficina con
curiosidad, se sentó sin dejar de mover la cabeza de un lado a otro,
observando con atención cada espacio.
—Que sorpresa verte, ¿Cómo supiste dónde encontrarme?
—Instagram, tienes una foto en la fachada de este edificio, no me
costó trabajo encontrarte. —Respondió con una sonrisa desfachatada.
—Quería verte para que hablemos de mi libro, dijiste que era bueno y
—¿Esta todo bien en casa? —La interrumpí rápidamente. —¿Ya se
arregló todo? —Noté como se relajó sobre la silla, rehuyó de mis ojos
solo por unos segundos, al momento de hablarme procuró establecer
contacto visual.
—Pues... Mejor supongo, al menos ya tengo mis cosas de nuevo, pero
Santiago está encima de todo lo que hago, revisa el historial de mi
laptop y. —Seguía hablando como si necesitase desahogarse.
Buscaba en ella algún rasgo de Santiago, la observaba fijamente
mientras ella me contaba como estaban las cosas con su papá,
escucharla me recordó un poco a mi más joven, también alguna vez
me sentí de la misma forma que ella, sola, juzgada y necesitada de
atención, intenté decirle algo que levantara su ánimo, pero realmente
soy mala para eso.
—Estamos leyendo varios manuscritos, tus dos historias serán la
primera que analice en cuanto me desocupe un poco, eres muy
talentosa Sandy. —Intenté animarla con una mentira que pareció
funcionar.
—Por eso quería hablar contigo, sería tan bonito para mí que se
pueda publicar uno de mis libros que ni siquiera lo puedo imaginar.
Pero... siento que mi papá no lo permitirá, si tú hablas con Santiago
—Misión imposible, tú hermano parece ser un tipo difícil, y te
recuerdo que me prohibió verte, no puede convencerlo que te deje
publicar en caso que quisiéramos hacerlo.
—No es tan difícil como crees. —Una sonrisa contagiosa se formó en
sus labios, le pedí un segundo para firmar lo que tenía pendiente y en
cuanto terminé le hice un gesto para que saliéramos de ese sitio.
Cuando caminábamos hacia la salida no dejaba de hacerme
preguntas, mientras yo buscaba la forma de averiguar algo más de su
comentario anterior, ya había oscurecido, me sorprendí cuando
salimos del edificio, ofreció llevarme hasta mi departamento y no
supe que pensar al respecto, quería mantenerme alejada de Sandy,
pero a la vez quería saber más de ella y su familia.
—¿Por qué dijiste que Santiago no era tan difícil? —No soporté la
curiosidad, tal vez el dato que me iba dar podría ayudarme.
Me sonrió encendiendo el auto, parecía otra, la chica que había
llegado a mi oficina lucía triste y desanimada, su humor había
cambiado rápidamente, adolescentes...
—Se que da la impresión de ser demasiado serio y eso, pero no lo es
tanto, si tiene un carácter difícil, pero en el fondo es blando, al
menos conmigo. —Agregó con una sonrisita. —Ha hecho muchas
cosas por mí.
—Así son los hermanos mayores. —Comenté pensando en la mía que
nunca hacía nada por mí.
—Si, pero... Cuando mi mamá murió mi papá quería enviarme a un
internado, no sabía que hacer conmigo y en mi casa nadie tiene
tiempo nunca para nada, estaba seguro que el internado en el
extranjero era lo mejor para mí, pero Santi se opuso, dejó todo a un
lado y se mudó de nuevo a casa, cuida de mis calificaciones y siempre
está pendiente medianamente de mí.
Escuchar aquello me tomó por sorpresa, porque no me daba la
impresión de ser precisamente tierno, y lo que hizo fue un gesto
simplemente dulce.
—Lo debes querer mucho.
—Si, pero también no lo soporto, a veces es peor que mi papá, se
quiere meter en mis asuntos privados y.… no lo sé, él dice que no
tiene tiempo, pero siempre encuentra el momento para fastidiarme,
debería buscarse una novia así me dejaría en paz.
—Supongo que es normal que te cuiden tanto, estás en una edad
complicada por eso lo sientes de otra forma.
—Valentina nunca le digas como nos conocimos, si se entera que me
contactaste por redes sociales me mata. —Dijo repentinamente.
—No lo haré, lo prometo. —Agradecí la confianza que de alguna forma
me había dado, aunque seguía pensando que algo estaba mal con esa
niña, no era normal que fuese capaz de llegar hasta la editorial, pero
debía reconocer que lo que hizo no solo fue algo loco, tenía
habilidades de una stalkeadora de primer nivel.
El resto del camino no hizo muchas preguntas, aprovechó para
contarme de sus historias, sus ojos brillaban cuando hablaba de lo
que significaba para ella todo lo que escribía, en realidad si tuve
deseos de leer lo que me recomendó, me dejó justo frente a mi
edificio, la llamaban de su casa con insistencia por eso no aceptó el
café al que la invité.
El mensaje que esperaba llegó por fin esa noche, conversaba con
Manu en mi sillón mientras él miraba una serie con concentración,
me citó en una cafetería que estaba a unas cuantas calles de mi
edificio, la hora me parecía poco convencional, pero de él podía
esperar todo.

***

—Si quieres puedo llevarte yo. —Ofreció Manu con amabilidad.


Me había topado con él justo cuando estaba a punto de subir al
elevador, después de nuestro saludo le conté que iba por un café sin
entrar en más detalles, por eso no acepte su compañía.
Hacía frío, era tal vez algo tarde para que anduviera tan tranquila
caminando por las calles, pero vivía en un vecindario decente podía
darme ese tipo de lujos, me parecía extraño que quisiera verme a esa
hora, y que escogiera precisamente ese lugar, me tomó solo minutos
llegar a la cafetería.
Había unas cuantas mesas ocupadas, el ambiente era tranquilo, no
era el sitio más popular de la zona supuse que por eso la eligió, era
uno de esos lugares donde se puede conversar tranquilo sin ninguna
interrupción. Llegué quince minutos antes de la hora acordada, me
sentía muy orgullosa de mí.
Para hacer menos larga la espera pedí un Sándwich y un espresso,
necesitaba tener algo en el estómago no había comido nada en todo el
día, al verlo entrar diez minutos después, comprendí que había sido
un error.
Mi estómago se revolvió por los nervios al darme cuenta que se
acercaba a la mesa, todas las veces que lo había visto usaba esos
trajes costosos que le quedaban muy bien, verlo vestido de esa forma
tan informal me sorprendió por completo. No perdí detalle de su
andar elegante, seguía manteniendo ese porte de hombre serio que
yo encontraba intimidante.
No llevaba los lentes puestos, su cabello estaba ligeramente
despeinado, podría ser un chico más de esos que me topaba en la
calle con frecuencia, no sabía que ver, mi vista vagaba por sus brazos
que por primera vez pude apreciar, su rostro que lucía enrojecido o
en sus ojos que me miraban directamente.
—Cinco minutos antes, asombroso. —Dijo ofreciéndome su mano.
—En realidad fueron quince. —Respondí orgullosa de mi proeza,
mantuvo mi mano sujeta de la suya, expandiendo por toda mi piel
una energía que me desconcertaba con más fuerza cada vez.
Se sentó a mi lado con una actitud despreocupada, noté el olor de su
perfume con menos intensidad que las otras veces, parecía recién
duchado, la mochila que dejó en la otra silla llamó por completo mi
atención, ¿Que llevaba ahí?
—¿Ya pediste algo?... ¿Valentina?
Me sentí tan torpe por no dejar de analizarlo así, asentí luchando
conmigo misma para no dejarme intimidar por su presencia, siempre
sentí que él notaba la forma torpe en la que actuaba y disfrutaba
ponerme así.
—Si, algo tenía que hacer mientras te esperaba.
Soltó una risa sarcástica de esas tan comunes en él.
—Realmente no te hice esperar nada, llegué antes de la hora
acordada.
Cuando el mesero se acercó aproveché para verlo mejor, si se acaba
de duchar su pelo parecía algo húmedo, sus ojos estaban ligeramente
enrojecidos. Al estar solos de nuevo me atreví a preguntarle porque
escogió ese sitio, me explicó que quedaba cerca del gimnasio al que
solía ir, era su único tiempo libre y quería usarlo leyendo un libro
conmigo.
—Traje mí Tablet, descargue el libro. —Dije sintiéndome eficiente por
mi iniciativa, sus labios se curvaron regalándome una sonrisa bonita,
negó a la vez que tomó la mochila, la abrió y de esta sacó un
cuaderno negro parecido a su agenda, solo que ese era más grueso y
parecía nuevo.
—Me gustan las cosas a la vieja usanza, lo hice imprimir, es tuyo. —
Extendió su mano hacia mí ofreciéndome el libro. —En realidad es
para los dos, solo tengo una copia. —Sonrió. —Entre menos copias
haya de este manuscrito mucho mejor para mí.
—¿Por qué? —Cuestioné pasando las hojas del libro. —Todo el mundo
quiere que lean lo que crean, y si es bueno mucho más.
—A partir de hoy queda prohibido que digas que esto. —Apuntó el
libro. —Es bueno, tienes derecho a hacerlo hasta que lo termines de
leer, ya te he dicho he escrito mejores cosas que eso, y a mí no me
interesa que nadie lea lo que creo.
—Eres arrogante. —Salió de mis labios casi sin quererlo, asintió
dándome la razón y tomó su taza de café sin tomarle más
importancia a mi comentario.
—O solo soy alguien que conoce sus capacidades. Escribir se me daba
muy bien, y no es por fanfarronear, pero probablemente me hubiera
ido bien como autor.
—¿Pero te va mejor como
—No hablemos de eso. —Cortó tajantemente el tema. —Mejor
comencemos de una vez, supongo que a esta hora tienes cosas que
hacer.
Quise decirle que no, que mis noches consistían en arroparme en un
sillón perdiendo el tiempo con programas basura mientras me
quejaba internamente de mi aburrida vida. Pero opté por quedarme
callada, dejando que pensara lo que quisiera.
—¿Por qué siempre ves tu reloj? Me da la impresión que siempre
tienes prisa o que estás ansioso por irte.
—Lo siento, discúlpame. —Su mirada se quedó fija en la mía, noté
como la forma en la que me observaba era distinta. —Es un hábito
extraño, no es que esté desesperado por irme.
—No te preocupes, mejor leamos. —No quería sonreírle así, pero al
ver la más mínima señal de empatía me hacía sentir cómoda, a gusto
con la compañía.
Abrió el libro después de acercar su silla más a la mía, no dejaba de
parecerme demasiado extraño todo, pero había escuchado que los
escritores eran excéntricos, nada debía de sorprenderme.
Te adoré en silencio observándote desde lejos
te adueñaste de mi vida sin siquiera saberlo,
eres la musa perfecta de mis poesías,
el aire que anhelo respirar todos los días,
Eva, Eva te metiste en mi cabeza,
sacarte quisiera si imposible no fuera,
aunque huyas de esto seguiré persistiendo,
porque besarte quisiera una noche entera.
Porque no sabes lo que haría para que te quedaras en mi vida.
Porque, aunque no sepas mi nombre, tú eres mi soporte,
por verte despierto, por adorarte sigo existiendo,
Eva, Eva solo quiero un beso.
Escribirle un poema había sido según yo la mejor de mis ideas, me
miraba con esos ojos verdes abiertos de par en par, su delicado rostro
no mostraba expresión alguna, sus amigas se rieron tras ella, no era
un sonido fuerte, pero pude percibirlo.
Yo esperaba ansioso que dijera algo, que mostrara la más mínima
emoción, el corazón latía con fuerza golpeando mis costillas mientras
seguía ahí, esperando por ella. Eva arqueó una de sus lindas cejas,
mordió su seductor labio antes de soltar una risa, al principio suave,
delicada, como ella.
Luego fuerte, burlona, e hiriente como su mirada,
se fue dejándome en medio del estacionamiento, con la cabeza gacha,
la vergüenza atorada en mi garganta y mi amor por ella convertido en
un rencor hacia todas las mujeres como ella.
Pero para que entiendan todo esto, tienen que saber cómo me enamoré
de ella, y el motivo por el cual creí que correspondía de la misma
manera.
La universidad seguía siendo una pesadilla para mí, un lugar que me
asfixiaba a paso lento y torturante...
Su voz se perdía en mi mente a medida que avanzaba con la lectura,
el tono con el que leía lo encontraba fascinante, apoyé la barbilla en
mi mano observando cada gesto que hacía, me sentía en una especie
de trance del cual no podía salir.
Lo último que recuerdo es a él, acercando más su silla a la mía
mientras leía en un tono más suave, más íntimo, me estaba relajando
por completo, se sentía como si mis músculos se aflojasen con el
sonido de su voz. Me perdí en lo que decía y la forma en la que lo
hacía, hasta que alguien sacudió mi hombro.
Levanté la cabeza de la mesa sorprendida por la forma en la que me
habían tocado, miré hacia al lado, la silla estaba vacía, Santiago no
estaba.
—Señorita disculpe, pero ya vamos a cerrar. —Giré la cabeza hacia
dónde venía esa voz.
El mesero me sonrió apenado, miré hacia los lados, no había nadie
ahí, incluso la mayoría de las luces estaban a apagadas.
—¿Me dormí?
—Supongo que sí. —Respondió sonriente.
—¿Y Santiago, donde fue el hombre que estaba conmigo?
—Se fue, pero dejo esto para usted. —Acercó una nota a mis manos
para después alejarse recogiendo algunas cosas.
Pase las manos por mi cara para despejarme, no podía creer que me
había quedado dormida, desdoble el papel que me había dejado, me
indignaba el que hecho de que se fuera dejándome sola en la mesa, y
dormida. ¡Cabrón! no le costaba trabajo despertarme.
No fue necesario terminar el libro para que entendieras que no es lo
suficientemente bueno, fue un gusto conocerte y gracias por el interés,
suerte con tus libros, espero encuentres uno que no te cause sueño,
solo expectación.
Santiago S.
Decía su nota con perfecta caligrafía, había perdido tal vez mi única
oportunidad con Santiago.
w w

Tenía que hacerme la enojada, fingir indignación por haberme


quedado sola y dormida en una cafetería corriendo el riesgo de que
cualquier cosa me ocurriera. Ese fue el grandioso plan que ideé la
noche entera, si lograba que Santiago se sintiera mal por lo que hizo
tal vez me daría una oportunidad más, aprovecharme de su
culpabilidad sería la mejor de mis posibilidades.
Bostecé por quinta vez esa mañana, me había despertado temprano
para ir a su oficina, no tenía cita y poco me importaba el hecho,
Santiago me iba a atender quisiera o no, estaba entregada por
completo a mi papel de mujer furiosa, acomode mi pelo
aprovechando los espejos del elevador, como cada vez que iba a ver a
Santiago tenía dudas de mi aspecto, el vestido era corto pero era lo
único limpio que tenía en mi armario, se me estaban acabando los
atuendos formales y mi última pelea con Vannesa enterraba las
posibilidades de tomar prestadas algunas de sus cosas.
Salí del elevador repasando mentalmente mi diálogo, porque había
creado uno, no me podía dar el lujo de improvisar, sí algo supe desde
el principio es que Santiago era un tipo listo, no sería tan fácil
engañarlo con algún drama de principiante.
Ni siquiera pasé por recepción, fui directo a su oficina, Gloría su
secretaria, al ver cómo me acercaba se puso de pie para ir a mi
encuentro.
—Buenos días Gloria ¿Como estás? —Saludé sin detenerme, mi
objetivo era entrar a su oficina.
—El licenciado Sada no la puede atender, ni ahora ni en ningún
momento del día, al menos hoy no, tiene demasiadas cosas que hacer
ahora mismo... ¡Señorita! —Gritó cuando llegué a las puertas.
No me iba a detener, miré por encima del hombro como se me
acercaba de forma rápida, antes de que llegara hasta mí logré abrir la
puerta, ambas de forma tan abrupta que todos los que estaban en esa
oficina giraron el rostro hacia mí.
—¡No puedo creer lo que hiciste Santiago! —Solté mi primera línea
según yo en el tono adecuado.
Estaba de espaldas, sin el saco puesto, al escuchar mi voz giró de
inmediato con el ceño fruncido y un gesto de sorpresa mezclado con
enojo que no se molestó en ocultar.
—¿No piensas decirme nada? Tal vez una disculpa no lo sé. —Dije
irónica, sentía las palmas de las manos heladas y sudorosas, me
estaba jugando el todo por el todo.
Permanecía rígido, observándome sin parpadear, noté como comenzó
a respirar con más rapidez, la velocidad en la que se movía su pecho
lo delataba, sentí una especie de hormigueo justo detrás de las
rodillas, me esforcé por mantenerme en la misma postura a pesar de
la debilidad en mis piernas.
Aflojó el nudo de la corbata que usaba antes de quitarse los lentes y
acariciar el puente de su nariz.
—¡Me pudo haber sucedido algo! ¿Sabes las cosas que le suelen pasar
a las chicas diariamente en las calles? —Mantenía el mismo tono,
aunque ya no estaba tan segura de mi técnica.
Respiró profundo, en esa oficina habían más de cuatro personas lo
que me hizo entender que interrumpí algún tipo de reunión, le bastó
una mirada para que todos salieran, quería reír cuando la única de
las mujeres paso a mi lado viéndome con curiosidad.
La cara de Santiago dejó de mostrar alguna expresión, las puertas se
cerraron y recé en silencio, si existía Dios me tenía que ayudar a que
todo saliera bien, porque lo estaba pidiendo de todo corazón.
—Valentina. —Siseó mi nombre, pasó las manos por su pelo
despeinándose con el movimiento.
—No lo puedo creer Santiago, pensé que eras diferente, das la
impresión de ser un caballero y que haces, dejarme tirada en una
cafetería. —Lo miraba fingiendo indignación, casi mordiendo mi
lengua para no reír.
—Valentina. —Repitió con hastío.
—Abrí los ojos y lo primero que vi fue a un tipo con cara de
pervertido sentado muy cerca de mí, sabrá Dios que me hizo
mientras dormía. Porque tengo el sueño muy profundo. —Expliqué.
—Cállate. —Pidió en voz baja, dio pasos lentos hasta mí que
aumentaron mi nerviosismo. —Estaba en una reunión señorita
Rincón, en una reunión altamente importante, estoy teniendo un día
complicado, en mi agenda no hay ni siquiera espacio para comer.
¡Como se te ocurre entrar así a mi oficina! —La manera en la que alzó
la voz de forma inesperada me hizo dar un pequeño salto.
—Ay, no grites. —Dije intentando sonar tranquila.
—¿Qué no grite? No entiendes lo que acabas de hacer, el mundo no
funciona a cómo crees Valentina, si querías hablar conmigo hacías
una cita y listo. ¡No era necesario entrar así!
Di un paso hacia atrás por instinto, su rostro estaba enrojecido
supuse que, por el enojo, tiró del nudo de su corbata con brusquedad
arrancándola de su cuello. Mis nervios llegaron a su límite, deje de
oír sus gritos, solo miraba como levantaba los brazos cada vez más
exaltado.
Mi plan se había ido a un caño, si sabía que existía la posibilidad de
que se enojara, pero jamás imaginé verlo así de iracundo. Dio un
paso más hacia mí y fue entonces cuando perdí la compostura, el
corazón se me aceleró en segundos, respiraba con dificultad
sintiendo como el cuerpo me comenzaba a temblar y rompí en llanto.
Un llanto inesperado que no pude contener, resultado de esa mezcla
de emociones que ni yo misma entendía, me sentía impotente,
arrepentida de haber entrado así y enojada por la forma en la que me
gritaba, Observé como Santiago se tensó aún más, parpadeó un par
de veces quedándose quieto en su sitio.
Con las manos temblorosas limpie las lágrimas que no dejaban de
deslizarse en mis mejillas, él no dejaba de verme compungido, su
expresión se suavizaba a medida que mi llanto se hacía más intenso.
—Acéptalo por favor. —Susurró acercándome un fino pañuelo blanco,
lo tomé y le di la espalda para limpiarme la cara, sentí un calor
invasivo recorrerme cuando puso una mano sobre mi hombro. —Por
favor disculpa la forma en la que te hablé.
¡Bingo! de repente cesó mi llanto, mi plan parecía tomar forma de
nuevo, en ese momento agradecí esa sensibilidad absurda que
padecía en ciertos días del mes y fue la causante de ese dramático
episodio. Tomé aire, él apretó mi hombro y de nuevo ese calor me
tomaba por sorpresa.
—Tenía miedo, estaba enojada por eso vine así, perdóname por favor,
pero entiende cómo me sentí, alguien se pudo haber aprovechado de
mí, robarme algo o no sé... Disculpa no debí haber entrado así aquí,
lamento interrumpir. —Dije siguiendo en mi papel de víctima.
Hubo un silencio desconcertante que me hacía dudar si seguir o no,
bajé la cabeza fingiendo llorar de nuevo, él con suavidad me hizo
girar sujetando mis hombros, lo observé con toda la atención que mis
ojos llorosos podían ponerle, sus labios se entreabrían, pero parecía
no lograr decir algo.
—No debí gritarte, discúlpame, pero... Lo siento. —Exhaló con
pesadez alejándose de mí. —Sin ofender, pero creo que todo esto ha
sido un error, no tengo tiempo para estas cosas, este mundo de
escritores, editoriales y demás es de locos, mira que entrar así a mi
oficina. —Decía negando. —Tengo muchas responsabilidades, no
puedo lidiar con más.
Lloré de nuevo, pero por la impotencia, tanto esfuerzo para nada,
parpadeé varias veces antes de ver con claridad su rostro afligido...
hombres, las lágrimas funcionaban. Bajé el rostro quería
aprovecharme de la situación, y pensaba que lo estaba logrando.
Se alejó de forma repentina, mientras yo seguía en la misma postura,
cabizbaja, sollozando falsamente porque el llanto ya se me había
acabado, levanté la mirada cuando se acercó de nuevo, me ofreció un
vaso de agua que tomé al instante, me apuntó una silla frente a su
escritorio a la que me acerqué para sentarme.
Podía sentir su mirada sobre mí, pero no me atrevía a verlo a los
ojos, recargó el trasero en el borde del escritorio observándome con
los brazos cruzados sobre el pecho, esa cercanía por muy leve que
fuese me ponía arrítmica, culpé a la adrenalina producida por mi
mala capacidad para mentir de ponerme en esa forma, levanté la
vista despacio, recorriendo su cuerpo imponente hasta llegar a su
rostro.
Me arrepentí de inmediato de haberlo hecho al sentir esa mirada
suya, como acto reflejo limpié mis mejillas con la yema de los dedos,
su ceño se fruncía más con cada segundo que pasaba, se inclinó hacia
adelante por instinto bajé la vista, buscaba mis ojos, sentí su mano
en mi barbilla y mi cuerpo le disparó alertas a mi cerebro que me
negué a interpretar. Con suavidad levantó mi rostro, negó con un
lento movimiento de cabeza cuando nuestros ojos se encontraron,
alejó su mano de mí para luego ponerse de pie y poner distancia
entre nosotros.
—Te creí más lista, el truquito de las lágrimas es algo que solo le
acepto a alguien de la edad de Sandy, maleducada y mentirosa.
—¡Oye! tampoco me hables así. —Exigí poniéndome de pie, limpié los
restos de las lágrimas de mis mejillas y me acerqué a él. —Estabas
creyéndolo. —Dije confrontándolo.
—Eres...—Se quedó callado, para luego soltar una risa irónica. —No te
estaba creyendo nada, te hacía creer que lo hacía que es diferente,
Valentina. —Suspiró viendo su reloj. —Reconozco que tienes muchas
agallas como para venir aquí y hacer lo que hiciste, me sorprendes
Valentina, pero no puedo seguir perdiendo el tiempo contigo.
—¡Eres grosero!
—Lo sé, lamento si mi honestidad ofende, no quisiera pedir que te
vayas, pero tengo mil cosas que hacer.
—¡Santiago! —Me planté frente a él ya alterada. —No puedes
echarme, no sin antes darme otra oportunidad, ese día estaba
cansada. —Intenté excusarme desesperada.
Él comenzó a ojear unos papeles sobre su escritorio ignorándome por
completo, parecía no estar enojado como lo creí minutos antes, tenía
un brillo juguetón en la mirada a pesar de su seriedad, hacía
llamadas, anotaba algo en su agenda, hacía de cuenta que yo no
estaba ahí.
—Mi trabajo depende de ti, tengo muchos problemas no puedo darme
el lujo de perderlo así por así.
—Mientes. —Murmuró sin levantar la vista de su agenda. —Soy un
tipo con poca paciencia, mi secretaria puede dar fe de eso, de hecho,
todos le temen a mi mal humor aquí.
—Yo no tengo miedo y.… no te miento del todo, en serio tu libro me
impulsaría mucho. —Me senté de nuevo con una sonrisa en los labios
intentando suavizarlo.
—Estabas llorando hace minutos, ahora sonríes como si nada, no eres
muy normal que se diga, tengo que irme interrumpiste una reunión
demasiado importante, hay cosas que resolver que me esperan.
—Santiago por favor, estaba cansada por ese me dormí. —Dije rápido
queriendo retenerlo, se levantó de su sitio recogiendo algunas cosas
sobre el escritorio.
—Te aburriste, admítelo y reconsideraré una nueva oportunidad. —Se
puso la corbata rápidamente para después darme la espalda y
ponerse la chaqueta de su traje.
—No fue así. —Susurré.
—Te dormiste tan profundamente que hasta roncabas. —Dijo en un
tono juguetón.
—¡Yo no ronco! —Alcé la voz haciéndolo reír.
—Si que lo haces.
—Las mujeres no roncamos. —Dije cruzando los brazos.
—Señorita Rincón, lamento contradecirla, pero debo hacerlo, si
roncan, incluso las bonitas como usted. —Sus labios se curvaron
dándole un aspecto tentador, una sonrisa seductora que logró
sonrojarme un poco. Extendió su mano hacia mí y se despidió
dándome un leve apretón. —Fue un gusto verte.
—No me aburrí, me dormí porque me relajé al oírte, eso es todo... y
bueno, a decir verdad, no soy muy dada a la lectura, siempre termino
dormida, no es tu libro, soy yo, aunque suene trillado. —Se detuvo al
oír mi arranque de sinceridad.
—¿Cuántos libros has leído? —Preguntó girando hacia mí.
—¿Completo?
—Sí, y por gusto propio, no por una tarea o algo así.
—Ni uno solo. —Respondí honesta.
—¿Y qué haces trabajando en una editorial?
Comencé a reír al escuchar su tono de voz, dio unos pasos hacia mí,
dejó el maletín sobre una silla y cruzó los brazos esperando mi
respuesta.
—La vida me llevó ahí. —Dije levantando los brazos, soltó una
carcajada, una fuerte, sonora, sincera, pasó las manos por su barbilla
en un gesto que me pareció irresistible.
—Eres un desastre Valentina. —Negó riendo con la vista fija en el
piso. —Sabes... pienso que no has encontrado el libro perfecto, el que
te haga enamorarte de la literatura, pero, tampoco es el mío.
—Me dijiste que si era honesta me darías una oportunidad.
No me respondió de inmediato, se quedó callado, con la vista fija en
un cuadro de su oficina, suspiró cuando comencé a zapatear, pero
nada lo sacaba de ese estado, pasaron largos minutos para que
aclarara la garganta antes de hablar.
—Podemos hacer un trato. —Propuso pensativo.
—Parecer alguien que no tiene tiempo te estás tomando mucho para
hablar de una vez. —Arqueó una ceja diabólicamente y fijó su mirada
en mí.
—Vamos a cambiar el tonito como primera parte del trato. —Dijo
sonriendo, a Santiago lo divertía todo aquello, intimidarme, ponerme
nerviosa, escucharme confrontarlo, entendí que con él todo era una
especie de juego mental, parecía que todo lo que hacía era para
analizar mis reacciones.
—¿Qué propones?
—Un pequeño favor a cambio, pequeño. —Repitió al ver la expresión
en mi rostro. —Tengo que ir a una boda el fin de semana, es del hijo
del mejor amigo de mi papá y sería imperdonable que no fuera. —
Explicó, lo observé notando como se relajaba, su postura cambió me
daba la impresión de estar menos tenso, quise pensar que entraba en
confianza conmigo. —Estamos a punto de inaugurar la temporada
más alta de compras en este sitio, no tengo tiempo ni de respirar, no
he podido salir por ahí y
—Al grano.
—El tonito. —Dijo sonriendo.
—Está bien, lo siento.
—Si no llevo una chica mi papá comenzara con sus cosas, y no quiero
otro problema, ven conmigo a la boda, te presentaré como una amiga
y... Esto es incómodo. —Dijo inseguro, nunca lo había visto así. —Solo
serán un par de horas, prometo que después comenzaremos de nuevo
con el plan de lecturas del libro. Lo prometo. —Repitió llevándose las
manos a los bolsillos.
—Una boda. —Dije en voz baja analizando todo aquello, en mi mente
ya estaba pensando en el vestido, el peinado, los zapatos, pero quería
parecer difícil de convencer, no era un favor realmente, quien en su
sano juicio se negaba a la comida y tragos gratis.
—Valentina no tengo tiempo.
—¿No conoces a otra chica o no tienes una novia? —Pregunté muerta
de curiosidad.
—No conozco a otra chica, el fin de semana estaba dispuesto a salir a
hacerlo, pero mi hermana entró en una de sus crisis de adolescente
dramática, tuve que llevarla al cine.
—¿O sea ibas a salir a buscar una chica para la boda?
—Si, seguro conocía a alguien. —Respondió con naturalidad.
—Arrogante.
—Valentina responde, de verdad tengo muchas cosas que hacer, y
—Te envío mi dirección por mensaje, y tú me enviaras la hora y el día
en el que comenzaremos a leer juntos. —No esperé a que dijera algo,
tomé mi bolso antes de acercarme a él, me puse en puntillas para
dejarle un beso en la mejilla y salí de su oficina sintiendo satisfecha
por el gran paso que di esa mañana, después de todo mi plan había
funcionado.
Me hubiera gustado que los días siguientes a ese encuentro giraran
en torno de esa boda, pero no fue así, tenía tantas cosas que hacer en
la editorial que sentía que todo aquello acababa con la poca vida
social que tenía, ni siquiera había visto a Manu en esos días, pasaba
horas haciendo cosas que no sabía debía hacer y por las noches
cuando llegaba a mi departamento me encargaba de intentar
terminar mis trabajos pendientes de la universidad.
Intentaba, pero nunca lo lograba y el temor de perder de nuevo el
semestre me quitaba el sueño, por ende, llegaba tarde a la editorial y
mi trabajo se acumulaba, ese era el círculo vicioso que mantenía mi
vida al borde de un barranco.
Laura estaba frente a mí, movía el lápiz haciéndolo chocar contra su
libreta, ese pequeño acto me tenía al borde de un ataque nervioso, yo
no estaba acostumbrada al estrés, siempre viví mi vida de una forma
tranquila, a pesar de que mis malas decisiones me llevaran a estar en
problemas por no hacer lo que debía, nunca me alteraba, pero todo
era distinto en esa etapa en la que me encontraba.
Tal parecía que cumplir mis obligaciones y tener responsabilidades
era algo que no podía llevar, que me colapsaba y me mantenía en ese
estado de irritabilidad que no reconocía.
—Valen, no es tan complicado, solo debes hacer ese formulario, es
importante que los autores lo respondan antes de pasarlos al
siguiente filtro.
—Lo sé, lo sé... Pero no tengo cabeza para esto. —Me quejé
sintiéndome impotente, en realidad no sabía cómo hacerlo y no todo
lo que salía en internet era correcto.
—Si quieres lo hacemos juntas, Rigo el del departamento de
mercadeo estuvo hablando conmigo del formulario y capté sus ideas.
—Le gustas. —Dije sonriendo al notar como se sonrojaba cuando
decía su nombre, negó y propuso comenzar de una vez para terminar
lo más rápido posible, y así lo hicimos.
Nos quedamos hasta altas horas de la noche para poder terminar
todo, sin ese peso menos encima pude pensar con claridad en ese
compromiso hecho con Santiago, no había tenido tiempo para
ponerme nerviosa, esa emoción me recorrió con intensidad la noche
previa, cuando mi mamá llevó el vestido que le había pedido.
Lo había comprado un año atrás, para una absurda gala navideña de
la empresa donde trabajaba mi papá, nunca lo usé porque de último
momento decidí no asistir, por eso estaba en el sitio donde vivía mi
madre, pedírselo había sido de las cosas más complicadas para mí,
eso significarla tenerla en mi departamento y no había nada que me
gustara menos.
—Tenía tanto tiempo de no venir aquí... lo recordaba más grande. —
Dijo viendo hacia los lados, decidí no responderle contemplaba el
vestido extendido sobre mi cama, pidiéndole al cielo que me quedara.
Mi departamento era pequeño, mi armario estaba desordenado, era
una irresponsable por haberle pedido llevar el vestido un día antes
del evento al que asistiría, mi mamá tuvo mucho por decirme antes
de irse, parecía encontrar que criticarme en cuestión de segundos.
Respiré con tranquilidad cuando la vi subir a su auto y alejarse, yo
necesitaba relajarme y tenerla cerca me producía el efecto contrario.

***

Mi pelo era un desastre, el tutorial de YouTube no había servido de


nada, odiaba aceptarlo, pero mi mamá tenía razón cuando esa
mañana en una llamada telefónica me sugirió hacer una cita en una
sala de belleza, frustrada cerré mi laptop convencida de que no
podría salir nada bueno de mi intento de autosuficiencia.
Mientras caminaba de un lado a otro con el teléfono pegado a la
oreja, miraba al reloj colgado en la pared, solo tenía tres horas y no
encontraba un sitio disponible para arreglarme, me odiaba a mí
misma por dejar todo para último momento, aunque intentaba
ponerle buena cara a toda la situación.
Creí haber escuchado el timbre sonar y me apresuré para abrir la
puerta, no había nadie ahí afuera estaba a punto de cerrar cuando vi
a Manu caminar por el pasillo, saqué la cabeza para llamarlo, pero
me quedé callada al verlo acompañado, a su lado una bonita castaña
sonreía con él, casi de su misma altura y con una sonrisa amplia y
bonita lo miraba con atención.
Él al darse cuenta de mi presencia alzó la mano para saludarme,
antes de caminar hacia mi puerta.
—¿Estás en problemas? —Preguntó riendo, no entendí su pregunta
hasta que recordé la maraña sobre mi cabeza, la chica tras él me
sonrió con amabilidad y fue justo ahí cuando me la presentó.
Margarita me sonreía mientras yo le contaba rápidamente a Manu lo
que había pasado con mi pelo, nunca tuve tanta suerte en el mundo
como esa tarde, la chica era una especie de bloguer de moda, ella
misma se encargaba de hacer tutoriales sobre maquillaje y peinados,
en un gesto por demás amable se ofreció a ayudarme.
No me cansé de repetirle lo agradecida que estaba, Manu parecía
encantado viéndonos juntas, sentado sobre el sillón solo sonreía
mientras Margarita hacía magia en mí, recogió mi pelo de forma
rápida y sencilla, en cuestión de minutos había hecho un peinado
bonito, no tan elaborado pero que me daba cierto aire de elegancia
que la ocasión requería.
No hubo preguntas por parte de Manu, no sabía dónde, ni con quién
iba, cuando terminó de ayudarme con el maquillaje se despidieron de
mí, tenían planes de ir al cine y se les hacía tarde para la película,
con una sonrisa en los labios los acompañé hasta la puerta, hacían
una bonita pareja, me daba gusto ver a Manu con alguien y más
alguien que peinara así de bien como ella.
Perdí tanto tiempo tomándome fotografías que cuando Santiago me
llamó para decirme que me esperaba en su auto tuve que correr
literal, para no hacerlo esperar más, como loca intentaba subir la
cremallera del vestido que se esmeraba en no ceder, alisé el vestido y
me observé en el espejo con atención, mi teléfono sonaba de nuevo
Santiago no sabía esperar.
Mientras caminaba hacia la salida pensaba en comentarle sobre lo
grosero que era apresurar a una mujer, pero recordé lo del tonito y
entendí que lo mejor era quedarme callada, caminaba rápido porque
mi estúpido teléfono no dejaba de sonar, al salir lo encontré con el
cuerpo recargado en la puerta del copiloto de su carro, tenía el
teléfono pegado a la oreja supuse esperando a que yo respondiera, al
verme colgó, se quitó los lentes y sonrió en un gesto que interpreté
como aprobación.
Irguió su cuerpo sin quitarme la vista de encima, por primera vez su
mirada dejó de parecerme intimidante, me estaba admirando no
juzgando, o quise creer eso.
—Es de mala educación apresurar tanto a una mujer. —No pude
callármelo, el soltó una risita contagiosa rompiendo ese contacto
visual que manteníamos en silencio.
Su corbata por azares del destino era del mismo tono rojo vino que
mi vestido, era arrogante, pero tenía razón, viéndose a como lo hacía
podía conseguir compañía con facilidad.
—Es de más mala educación hacer esperar a alguien, entra por favor.
—Dijo abriendo la puerta del elegante auto negro.
Me sentí incómoda, compartir un espacio tan reducido me ponía un
poquitín nerviosa, él en cambio parecía relajado, se volvió a poner
los lentes antes de encender el auto.
—¿No tienes problemas con la vista de verdad, ¿no? —Pregunté
curiosa, se quitaba y se ponía los lentes constantemente lo había
notado cada vez que nos mirábamos.
—Sé que me quedan bien pero no los usaría si no los necesitara.
En respuesta reí a carcajadas, su arrogancia llegaba a un punto que
lo único que me provocaba era risas.
—¿No me quedan bien acaso?
—¿Por qué te los quitas y te los pones cada cinco minutos?
—Tengo miopía, miró perfectamente bien de cerca pero casi nada de
lejos, me los quitó cuando quiero observar mejor lo que tengo frente
a mí, más si me parece algo bonito. —Ignoré el tonito juguetón con lo
que dijo lo último y el hecho de que cuando me vio se quitó los lentes,
no quería hacerme historias en la cabeza. —De lejos veo muy poco
y.… no estoy acostumbrado a los lentes, antes usaba lentes de
contacto, pero cuando asumí la dirección del centro comercial recurrí
a los lentes convencionales, ya sabes por cuestiones de darle más
seriedad a mi imagen.
Santiago hablaba conmigo con mucha naturalidad, como si se sintiese
tan cómodo como para contarme cosas sobre él, en el camino me
explicó él porque era importante que el fuera a esa boda, sus
comentarios irónicos me hacían reír, como consecuencia el trayecto
lo sentí demasiado corto.
La recepción fue en uno de los hoteles más impresionantes de la
ciudad, nos saltamos el oficio religioso y nunca agradecí tanto algo,
sentí nervios cuando me ofreció su brazo, ese tipo de acercamientos
aún eran nada habituales entre nosotros.
—Te presentaré como una vieja amiga, no menciones que trabajas en
una editorial por favor. —Pidió caminando a mi lado, asentí sin
ponerle mucha atención.
Me sentía ridículamente intimidada por su cercanía, por su altura,
por su olor, por su manera de sonreír.
—Relájate. —Susurró antes de que entráramos. —Está muy guapa hoy
señorita Rincón. —Dijo en voz baja mientras caminábamos.
—Muchas gracias Licenciado Sada.
—Así debiste llamarme cuando me conociste. —Negué riendo
dejándome guiar por él.
Lo estábamos haciendo bien, daba la impresión que de verdad
éramos viejos amigos, Santiago estaba siendo simpático como nunca,
supuse que quería hacerme sentir a gusto para que el numerito nos
quedara bien, la mesa en la que estábamos era ocupada solo por
amigos del novio, todos muy amables y discretos, nadie hacía
preguntas solo conversaban de temas poco profundos.
Me sentí observada todo el tiempo por Santiago, pero de una manera
para nada invasiva, no me miraba como lo hacía siempre, no se
estaba aprovechando de la forma en la que me intimidaba, la noche
transcurría en el mismo ambiente agradable, hasta que él se puso de
pie para ir al baño, cuando regresó noté como su rostro había
cambiado.
Su frente estaba ligeramente arrugada, sus labios sin la cálida
sonrisa que me había mostrado, lo vi aflojando su corbata y lo
interpreté como un gesto que hacía cuando estaba estresado. Se
sentó a mi lado esperando a que terminara de hablar con la esposa de
uno de esos tipos de la mesa, apenas me quedé callada acercó su silla
a la mía.
—Mi papá quiere conocerte, más bien no me cree que vine con
alguien, lamento hacerte pasar por esto, pero ¿Me puedes acompañar
a su mesa?
Parecía mortificado, le sonreí para tranquilizarlo, no me parecía algo
malo, más bien un tanto incómodo, pero estaba dispuesta a hacerlo,
asentí y en solo segundos él ya estaba de pie, extendiendo su mano
hacia mí.
La mesa en la que estaba su papá estaba del otro lado de ese inmenso
salón, atravesamos el sitio caminando muy juntos, decía cosas
graciosas para hacerlo reír, pero solo sonreía sin ganas, antes de que
llegáramos un señor igual de alto que él y con una elegancia evidente
caminaba a nuestro encuentro.
No entendía por qué dudaba de él de esa forma, Santiago era un
sujeto atractivo, con un buen empleo, sin complicaciones económicas,
aparentemente era un partidazo, que mujer no querría salir con él,
obviando lo obsesionado que era con el tiempo y lo extremo serio que
se mostraba casi siempre se le podía considerar una buenísima
opción.
—Papá ella es Valentina. —Me presentó con seriedad, extendí mi
mano temblorosa hacia ese señor que me sonreía de forma
enigmática. Besó mi mano con una elegancia única.
—Que gusto conocerla señorita, Saúl Sada. —Sonrió con la mirada fija
en mí.
—Valentina. —Repetí mi nombre llena de nerviosa, sí Santiago tenía
una mirada intimidante la forma de ver de ese señor no la podía
describir, era fuerte, extraña, poderosa.
—Volveremos a nuestra mesa, nos están esperando. —Anunció
Santiago cortando ese momento incomodo donde su papá me miraba
fijamente.
—Espero verla pronto, me da gusto saber que Santiago está muy bien
acompañado esta noche, es hermosa. —Dijo dirigiéndose a su hijo, me
limité a sonreír deseando irme de una vez, Santi puso su mano en mi
espalda guiándome hacia la mesa.
Sus expresiones de molestia eran cada vez más evidentes, parecía
estar demasiado contrariado, no sabía proceder era pésima con eso
de las relaciones interpersonales.
—No te pareces mucho a tu papá. —Comenté caminando a su lado.
—No, siempre han dicho que tengo más parecido con mi mamá, al
igual que Sandy... Valentina. —Suspiró. —Disculpa lo que acaba de
pasar, te mirabas demasiado incómoda y lo entiendo, mi papá es un
sujeto complicado, si te llevé con él fue para evitarme un problema
mayor, de no haber sido necesario no te hubiera hecho pasar por eso.
—No te preocupes, estoy bien. —Dejó de caminar y se quedó ido en mi
sonrisa, me miraba los labios de forma curiosa y solo avanzó cuando
se lo pedí.
—¿Por qué pensó que mentías? —Me animé a preguntar cuando nos
sentamos.
—Cree que soy gay, o teme que lo sea, esta traumado con lo de Seba
—¡Santi! —La novia lo llamó interrumpiendo nuestra conversación.
Después de ese breve intercambio de palabras con ella lo percibí más
incómodo, malhumorado y más callado, pasaron de largos minutos
para que al fin preguntara si ya estaba lista para irme, asentí
agradecida, me quería ir de eso sitio lo más rápido posible. Había
sido una noche extraña, pero dentro de todas las peculiaridades,
agradable.
Nos despedimos de las amables personas con las que compartimos la
mesa y salimos rápido, como lo deseaba... cuando cruzamos la puerta
fue como si se hubiera quitado un peso de encima, sonrió después de
un largo suspiro mientras caminábamos para subir al auto.
—Leeremos un capítulo cada vez que nos miremos, tendremos que
acordar una hora correcta para los dos, eso no cambiará. —Dijo
juguetón.
Se le había ocurrido hablar de su plan de lectura, de la manera en la
que debía leer ese libro que parecía cada vez más cercano a ser
publicado, tenía ese simple presentimiento que me ponía de buen
humor.
—¿Cuándo empezamos?
—Mañana mismo, a eso de las nueve podemos vernos en la cafetería.
—Respondió con tranquilidad.
—¿Qué? Mañana es domingo ¿Quién despierta antes de las diez de la
mañana un domingo?
—Yo, de hecho, despierto a las seis treinta.
—No, no puedo, no me lo tomes a mal, pero es una especie de código
que nunca rompo, los domingos están hechos para despertar tarde.
—No puedo dejarlo para más tarde, tengo una competencia y en la
noche una cena con mis hermanos, el lunes está lleno de pendientes.
—Decía serio.
—Leamos hoy. —Dije bromeando, para mi sorpresa asintió ante esa
descabellada idea, eran casi la una de la mañana, jamás iba a
concentrarme.
—¿Quieres que vayamos a otro sitio, leamos aquí mismo o
—Entremos. —Lo interrumpí viendo hacia mi edificio que estaba casi
frente a nosotros, no sé en qué diablos pensaba, esa noche debí
permanecer con la boca cerrada.
Mi departamento la mayor parte del tiempo era un tanto
desordenado, pero esa noche quedó hecho un desastre, algo típico en
mí, cada vez que me preparaba para algo ponía todo de cabeza, no
quería que conociera un espacio tan personal, no quería tenerlo tan
cerca.
Abrió la puerta para mí y cuando salí, él buscó en la guantera el
manuscrito, lo guardaba ahí... en un silencio que sentía necesario
atravesamos el pequeño vestíbulo, le apunté el elevador y el asintió
encaminándose hasta este.
Cuando subíamos me pregunté qué iba a pensar de mí, y no por el
hecho de invitarlo a mi departamento, sino más bien por el sitio
donde vivía, pequeño, desordenado, y.… tan nada que ver con lo que
parecía ser él.
Me costó mucho trabajo abrir la puerta, culpé a los nervios y a mis
manos sudorosas, entré y lo invité a pasar con temor mientras yo fui
directo hasta mi cuarto, a unos pasos de la pequeña sala de estar,
para quitarme los zapatos.
—Ponte cómodo. —Grité como si estuviéramos lejos.
Observé como miraba todo con suma atención, se sentó sobre el
sillón apartando algunos labiales que había dejado tirados, intenté
llegar hasta él lo más rápido posible, pero tropecé con uno de los
zapatos que me había probado.
—¿Quieres algo de tomar? —No me respondió, se reía por lo bajo con
la vista en la mesa frente al sillón, abrí los ojos con asombro al ver
mi sostén negro guindar del borde de la mesa.
—Esto no debería estar aquí. —Fingí que aquello no era vergonzoso,
que mis mejillas no estaban sonrojadas y que tenerlo ahí no era
intimidante.
Intenté poner en orden lo más que pude, cuando me acerqué de
nuevo al sillón, él ya estaba completamente cómodo sobre él, había
estirado las piernas, la chaqueta del traje estaba a su lado, y el libro
entre sus manos.
—Disculpa un poco el desorden, no paso mucho tiempo aquí. —Me
senté en un sillón individual aferrada a mantener cierta distancia con
él.
—No te preocupes, me parece un lugar... encantador. —Dijo segundos
después.
Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios mientras buscaba la
página, le ofrecí un café que rechazó pero que yo necesitaba, no
quería quedarme dormida de nuevo, noté como observaba cuando
regresé con la taza entre mis manos, de pies a cabeza, de una forma
lenta y directa, subí los pies a la mesa mientras sorbía el primer
trago caliente y reavivante de esa taza.
Parecía analizarme con mucho detenimiento, fingir que no sentía esa
manera de mirarme, me costó un poco de trabajo, seguí tomando mi
café esperando que comenzara a leer, aclaró la garganta y sostuvo
mejor el manuscrito antes de empezar.
Estaba leyendo de nuevo el primer capítulo, reconocí las primeras
líneas y hasta identifique el punto donde me quedé dormida, su voz
cuando leía era diferente, usaba un tono que me relajaba, me atraía,
pero me adormecía al mismo tiempo, cabeceé provocando que él
levantara un poco el tono de su voz.
Pellizque una de mis piernas, no me iba a dormir de nuevo, no era
una opción hacerlo, tal vez necesitaba otro café, pero no quería
interrumpirlo, por un segundo él hizo contacto visual conmigo, se
movió hasta sentarse a la orilla del sillón como queriéndose acercar
de alguna forma, acomodó mejor sus lentes y mojó sus labios antes
de volver a leer.
Porque no puedo evitarlo, porque me cuesta trabajo no mirarla de la
forma en la que lo hago... Porque despierta mi imaginación y me
envuelve en una neblina de suposiciones que embriaga mis sentidos.
Mientras paso la mirada por su cuello grácil, me atormento
imaginando que esconde tras la fina tela que cubre con elegancia su
cuerpo, dibujo en mi mente la redondez de sus pechos, las curvas que
los forman...miro sus labios rosas y me pregunto si la areola que
adorna la cima de estos es del mismo tono delicado.
Mi imaginación va más allá y mi curiosidad casi enfermiza me lleva a
divagar en suposiciones de nuevo, me pregunto si sus pezones se
crisparán con apenas mirarlo, o necesitarán algo más que eso.
Contemplar esa posibilidad me seca la boca, me enciende casi al
instante, imagino su delicada piel reaccionar a mi lengua cálida, a mi
boca húmeda succionando con anhelo sus pechos, quiero pensar que de
sus labios saldrán gemidos que alimentarán mi deseo.
Quiero pensar que su cuerpo se prenderá del mío, que disfrutará tanto
de mis manos estrujándola con necesidad, que me regalará suspiros
cargados de sensualidad que se ahogarán en mi boca, cierro los ojos y
puedo sentir su cuerpo arquearse buscando el mío, puedo sentir su
suave piel bajo mis manos, puedo sentir ese deseo ferviente
paralizante. El poder de la mente me lleva a desvariar, pero puedo
salir del trance a tiempo, antes de que sea muy tarde, antes de ser muy
evidente, he visto su cuerpo semidesnudo sin que ella se dé cuenta y
eso es un triunfo solo mío.
Por más que quise mirarlo mientras leía esas líneas no me fue
posible, no fui capaz de levantar la vista al escucharlo decir aquello
con ese tono suave, íntimo y sugestivo. Solo escuchaba su respiración
pausada y la mía un poco agitada, esperaba que dijera algo, que
siguiera leyendo.
El ruido que hizo al cerrar el libro me sobresaltó, levanté la vista
para encontrarme con sus ojos y de nuevo esa sonrisa perversa se
asomaba en sus labios.
—Veo que sobreviviste al primer capítulo sin dormirte, vaya que me
sorprendiste. —El tono con el que hablo había cambiado por
completo.
Se puso de pie con paciencia para luego ponerse el saco que se había
quitado, aún no me reponía nunca había leído algo así, nunca había
leído realmente nada, tomó el libro y se acercó a mí que solo era
capaz de verlo sin parpadear.
—¿Terminaste? —Pregunté titubeando.
—No y ¿Tú? —Susurró inclinándose frente a mí, la risa maliciosa que
salió de sus labios me erizó la piel. —Terminamos el capítulo de hoy,
nos vemos el miércoles para seguir con nuestra lectura.
Me di cuenta que usaba el mismo tono con el que leía, extendió su
mano reclamando la mía que con dudas la acerqué, beso el dorso de
esta antes de erguirse para alejarse de mí.
—Gracias por esta noche Valentina, fuiste muy amable, descansa y
nos vemos el miércoles.
No podía reaccionar, solo lo miraba caminar hacia la puerta con toda
la seguridad del mundo, la abrió y giró el rostro hacia mí, me
contempló por los largos segundos antes de sonreírme y salir, como
si nada hubiera pasado, como si no hubiera despertado una inquietud
en mí con su lectura, cerré los ojos deseando que el miércoles no
tardara mucho en llegar.
w w

Nunca había sentido los días pasar tan rápido, mis ansias porque
llegara ese miércoles se convirtieron en nervios, y en unos que no me
dejaban ni un momento en paz, a pesar de la carga de trabajo que
tenía y el estrés por mis materias a punto de reprobar, mi mente se
obstinaba por recordarme mi próximo encuentro con Santiago.
Me citó en la misma cafetería de la última vez, solo que escogió una
hora más razonable, llegué diez minutos antes de la hora acordada, él
ya estaba ahí, el maldito nunca me iba a dejar ganarle, se había
tomado treinta minutos de su ocupada tarde para leer conmigo, cosa
que agradecí con mi mejor sonrisa que él evadió con sutileza, había
pedido un capuchino para mí y me pareció estupendo, el café me
daba la justa excusa para no hablar.
Los nervios me habían enmudecido, no saber cómo se iba a
desarrollar ese encuentro me dejaba sin saber que decir, me limité a
observarlo con disimulo, alternando la vista entre el café y él. Estaba
vestido con uno de sus trajes costosos, serio con el ceño levemente
fruncido mientras escribía algo en su agenda, supuse que solo estaba
esperando que terminara para comenzar a leer.
Fue una lectura rápida, sin esas pausas misteriosas que hizo aquel
día en mi departamento, ni ese toque sensual en su voz, lo noté
estresado, viendo el reloj de forma más seguida y lleno de una
inquietud que lo llevaba a moverse sobre la silla, no hubo contacto
visual ni menos algo de cercanía en ese encuentro. Mis nervios se
evaporaron al darme cuenta que aquello solo era una reunión formal
para él, yo debía tomarla de la misma forma y no como colegiala
entusiasmada contando los minutos para la próxima lectura.
Al terminar el capítulo dio por acabada nuestra cita, pidió la cuenta
para luego invitarme a salir de la cafetería de forma apresurada. El
centro comercial estaba cerca, la editorial a una distancia
considerable, le pidió a su chofer que me llevara sin darme
oportunidad de negarme, dentro del auto me explicó que en esa
época del año el trabajo administrativo se incrementaba de manera
exagerada, además que tenía tratos que cerrar, tiendas que inaugurar
y un sinnúmero de cosas que lo tenían así... tenso.
Nos despedimos con un suave apretón de mano que quiso extenderse,
pero él no permitió, me regaló una sonrisa antes de bajar del auto
apresurado, como siempre.
Nuestro próximo encuentro fue el viernes, programó la cita a la hora
en la que se tomaba para almorzar por lo tanto me pidió ser puntual,
me recibió en su oficina con una comida improvisada para ambos, a
pesar de que aquello era un tanto más personal no dejó de parecerme
una aburrida cita de trabajo.
Entre mis clases y la editorial acomodaba mis tiempos para poder
asistir a cada cita, me estaba sumergiendo en esa historia de la que él
renegaba tanto, me cuestionaba si aquel enamoramiento no
correspondido que relataba, era algo que él había vivido, pero no me
había atrevido a preguntar parecía que había una especie de muro
rodeándolo, no encontraba la manera de acercarme algo más, de que
aquello no se sintiera tan robotizado.
—¡Valentina! ¡Valen!
—Aquí estoy. —Grité saliendo del baño, Manu giró al verme fijando la
vista en la pared. —Te juro que no me tardo, me visto super rápido,
te lo prometo. —Decía mientras buscaba algo de ropa en mi armario.
—Llegarás tarde Valen... ¿No escuchaste la alarma?
—Si, pero la apague, ya sé no me lo digas, soy una idiota. —La toalla
se me deslizó de las manos, pero no me molesté con cubrirme, Manu
no me miraba.
Tenía que estar en la universidad a las ocho en punto, faltaban diez
minutos y yo ni siquiera me había vestido, no podía perder esa clase,
el profesor me lo había advertido, recursar de nuevo otra materia
retrasaría un semestre más mi graduación, mis papás me iban a
matar.
—Así estas bien, date prisa.
—¿Por qué te volteaste? —Reclamé sin dejar de peinar el desastre en
mi cabeza, no me había dado tiempo de lavarme el pelo, atarlo era mi
única opción.
—No puedo llegar tarde yo tampoco, Valen hoy tengo una junta de la
que dependo, pueden contratarme. —Me explicó, busqué una
chaqueta, até mis convers y tomé la mochila. —¡Corramos! —Tomé la
mano de Manu y juntos salimos de mi departamento a toda prisa.
La noche anterior se había ofrecido a llevarme, acepté, aunque me
diera miedo su motocicleta, solo pensaba en llegar a tiempo, cuando
llegamos al estacionamiento ya estaba sin aliento, me puse el casco
con las manos sudorosas, en realidad si me daba mucho miedo
montar motocicletas.
—Dijiste que tenías que presentar un plan de edición en la editorial,
¿Cómo resolviste ese asunto?
—Le pedí a Laura que se hiciera cargo del asunto, le envíe lo que ya
tenía hecho para que lo terminara, espero todo le salga bien.
Ambos gritábamos por el ruido que hacía el viento, Manu negó y
cuando estábamos esperando que el semáforo cambiara volteó el
rostro.
—¿No te encargas de eso tú personalmente?
—Juro que no tengo tiempo, no sabes todo lo que tengo que hacer, las
clases, el trabajo, Santiago. —Dije en voz más baja.
—No sabes administrar tu tiempo, cuando aprendas te juro que harás
todo.
—¡No sermones! —Pedí en un tono más alto.
El resto del camino no dijo una sola palabra más, me dejó en el
campus lo más cerca que pudo del edificio donde debía estar, al bajar
de la moto me acerqué para besar su mejilla y entregarle el casco, lo
vi irse y corrí hacía los pasillos en busca del salón.
El profesor ya estaba impartiendo la clase, entré en silencio
caminando hacia los últimos asientos, nunca llamaba la atención no
tenía ninguna relación con ninguno de mis compañeros, asistía muy
poco a clases y no llevaba todas las materias que ellos. Después de la
explicación del maestro seguía una exposición para la cual no estaba
preparada, solo pedía que no diera tiempo que todos expusiéramos.
Cada vez que estaba en clases los minutos me parecían eternos, me
estaba dando sueño, y un dolor de cabeza cada vez más fuerte, en
definitiva, Manu tenía razón, debía administrar mejor mi tiempo,
como siempre no cumplía ni con la mitad de mis obligaciones,
aunque las cosas fuesen bien en la editorial no podía sentirme bien
del todo, sin Laura todo se hubiera ido al caño antes de tiempo.
—Señorita Rincón. —Me sobresalte al escuchar mi nombre, no me
quedaba más que improvisar, tomé aire antes de ponerme de pie,
caminaba hacia el frente cuando otro profesor asomaba la cabeza
dentro del salón, el tiempo se había acabado, llegaba a impartir su
clase.
Sonreí sin ocultar mi emoción por librarme de la exposición, giré
para regresar a mi sitio, tomar mis cosas e irme a mi casa, podía
dormir por el resto de la mañana y en la tarde asistir a la editorial, o
ir de una vez a la editorial para hacerme cargo del planteamiento del
plan de edición.
Me debatía entre ambas posibilidades, había dormido poco, la noche
anterior me quedé hasta tarde hablando un poco de libros con Manu,
si, no es que el bichito de la lectura me hubiera picado aún, el tipo de
cosas que escribía Santiago me hacía querer indagar acerca del tema,
Manu no era fan de los libros eróticos por lo tanto no pude averiguar
mucho con él, además no estaba del todo segura que Para Eva con
amor podía clasificarse como ese tipo de lectura.
Sin decidir aún que haría caminaba despacio por los pasillos de ese
recinto, moría de sueño, la opción de descansar estaba siendo la que
ganaba la batalla mental que iba librando, bajé los tres escalones que
me llevaban hasta el camino hacia el estacionamiento, sin imaginar
que a solo pasos me iba a topar con quién menos imaginé.
Estaba de espaldas, pero pude reconocerlo con muchísima facilidad,
hablaba por teléfono viendo el reloj, para variar. No me moví, detuve
mis pasos para buscar otro camino alterno para salir sin que me
viera, el corazón me latía con fuerza como si ya intuyera que no iba a
escapar de ese encuentro.
No es que no quisiera ver a Santiago, de hecho, tenía dos días
esperando su llamada para concretar nuestra nueva cita de lectura, el
único motivo por el cual quería huir, era por aquel pequeño detalle
que él no conocía y que podía cambiar la imagen que tuviera de mí
como profesional.
Sin tener más opción giré sobre mis pies para regresar al edificio,
intenté no hacer ni el más mínimo ruido, subía de nuevo los
escalones cuando mi mala suerte se manifestó.
—Valentina. —Dijo mi nombre en voz alta, como una afirmación,
como si no tuviera duda que la chica que le daba la espalda era yo.
Jamás me había visto vestida así, todas las veces en las cuales nos
reunimos yo estaba sobre tacones, con mis atuendos formales,
intentando parecer la editora profesional que decía ser, volteé
despacio sintiendo esa estúpida debilidad en las rodillas. Le sonreí
como si no pasara nada, como si no estuviera ridículamente
avergonzada por lo que estaba a punto de descubrir.
—¿Qué haces aquí? —Preguntó en un tono relajado, me acerqué a él
con la misma actitud aparentemente tranquila que demostraba,
extendió su mano cuando estuvimos de frente que acepté con
cordialidad.
Me observó de pies a cabeza, con una sonrisa en los labios que no se
molestaba en ocultar, miró la mochila que colgaba de mi hombro y
enarco una ceja.
—¿Qué haces tú aquí? —Rehuí de su pregunta, negó antes de quitarse
los lentes y fijar sus ojos en los míos.
—Tuve una pequeña conferencia con alumnos de economía, el
profesor es amigo de una amiga y no pude negarme a la petición. —
Respondió sin romper el contacto visual. —¿Y tú?
—¿Con todo y tu agenda ocupada te diste tiempo de venir?
—Deja de intentar ganar tiempo y dime ¿Qué haces aquí?
—Lo mismo que tú. —Respondí rápido, mecía mi cuerpo de un lado a
otro, sentía que no podía estar quieta, él sonrió como analizando mi
respuesta, hasta que alguien gritó mi nombre.
—Señorita Rincón. —Cerré los ojos al escuchar la voz de ese señor,
bajé la cabeza de inmediato al escuchar sus pasos más cerca, sin
poder creer mi pésima suerte. —Salió del salón sin anotarse en la
lista, y sin anotarse queda como ausente y lo sabe. —Dijo cuando
llego a mi lado.
No fui capaz de ver a Santiago, le sonreí al profesor que extendía la
lista para mí, saqué un lapicero de la forma más rápida de la mochila
y escribí mi nombre a una velocidad en la que no lo había hecho
nunca.
—Ahora sí está todo bien, recuerde no perder una sola clase más. —
Me advirtió guardando la lista en su viejo maletín, le sonrió a
Santiago antes de alejarse caminando a paso rápido.
Cuando levanté el rostro para ver a Santiago me encontré con la
expresión de sorpresa que imaginé, bajé la vista de inmediato, pero
él sujetó mi barbilla con cuidado, obligándome a verlo.
—Yo no vine aquí a estudiar. —Dijo con un tonito estúpido de burla,
aparte su mano, acomodé la mochila sobre mi hombro y me adelanté
unos cuantos pasos. —¿Por qué te vas? —Preguntaba caminando tras
de mí. —Valentina, espera... Tú mientes y tú te enojas, ¡Grandioso!
¡Valentina!
El tono que usó hizo que me detuviera, se puso frente a mí,
intimidándome con su mirada.
—No quiero ser grosera pero no tengo tiempo.
—Estas usando mis palabras. —Sonrió.
—Tengo que estar en una junta en la editorial.
—Así que estudias de mañana, trabajas de tarde.
—¿Tienes algún problema con eso? —Dije desafiante, me sentía
irritada porque estaba casi convencida que todo se iba a dañar por
ese pésimo encuentro.
—El primer punto de nuestro trato, el tono con el que hablas. —Me
recordó. —No tengo ningún problema, solo me sorprende, mucho en
realidad que
—Estoy terminando el último semestre de mi carrera. —Lo
interrumpí. —Sí, aún no me he graduado y
—Eres una de las editoras principales del grupo editorial Aguilar, una
que nunca ha leído un libro completo, y que escoge las obras a
publicarse basándose en reseñas, por cierto, mal hechas y elaboradas
por adolescentes que se creen eruditos literarios.
El tono sarcástico que estaba usando acaba con mi paciencia, y mis
ganas de comportarme con educación.
—Si, soy todo eso que tú dices.
—No tienes idea de lo que estás haciendo.
—Sí ¿Y? —Dije más confrontativa.
—Nada. —Se encogió de hombros para tomar una postura más
relajada, suspiró sonriendo volviendo su vista a mis ojos. —Me
parece increíblemente valiente pero irresponsable que estés haciendo
algo para lo que no estas preparada.
—Si ya no quieres ni siquiera contemplar la posibilidad de pensar lo
de la propuesta de publicación lo entiendo, pero no me sermonees. —
Avancé esquivando su cuerpo frente al mío.
Ese jueguito mental con él me cansaba, nunca sabía que decir, sentía
que todo lo que salía de su boca tenía el propósito de ponerme a
prueba, miré a los lados esperando que un taxi se acercara, sentí su
perfume de nuevo, estaba cerca de mí.
—Tienes muy poca habilidad social, no controlas la manera en la que
les hablas a las personas, no tienes tacto para decir las cosas, eres
—Si lo sé.
—¿Por qué tan molesta señorita Rincón? Solo te dije la verdad, no
mencioné nada acerca de la propuesta, ni siquiera me importa que no
te hayas graduado, solamente siento que ahora entiendo mejor
muchas cosas.
—Licenciado Sada no quiero ser grosera, pero de verdad no tengo
humor para buscarle una respuesta inteligente a todo lo que dice,
debo irme.
—Siento más empatía por ti, me parece muy valiente lo que haces, yo
jamás me atrevería a tomar un puesto así, sin preparación.
—Necesitaba el trabajo. —Respondí cruzando los brazos.
—¿De verdad no tiene idea de lo que haces? —Cuestionó con una
sonrisa en los labios.
—Leí algo en Google el día de la entrevista, y.… tengo un equipo que
me guía. —Dije pensando en Laura, volteé el rostro para verlo al
escuchar su risa, miraba hacia el piso intentando ocultar su sonrisa.
—Perdón. —Se disculpó al notar como le disparaba con los ojos. —Es
que. —Río de nuevo molestándome más. —Eres todo un caso, pero...
tengo tiempo ahora mismo, vamos a leer otro capítulo. —Propuso sin
contener ese tonito chistoso en su voz.
—¿Tú teniendo tiempo?
—Me haré el tiempo en realidad, pero no preguntes más, y vamos. —
Me señaló su auto, que estaba estacionado a metros de nosotros.
¿De verdad estás cursando el último semestre? —Preguntó cuando
avanzamos.
—Solo estoy aquí por tres materias, luego de esto podré preparar mi
tesis y graduarme.
Asintió caminando con la vista en el piso, yo todavía no asimilaba
que lo tenía así de cerca, que hablamos en un tono más personal. que
me sentía increíblemente intimidada por su altura, sin mis tacones
me sentía pequeña a su lado.
—¿Ya me habías visto?, ¿Cómo supiste que era yo si no viste mi cara?
—Cuestioné cuando me ponía el cinturón, tecleaba algo en el teléfono
ignorando mi pregunta. —Santiago.
—Espera.
—Responde, ¿Cómo supiste que era yo?... Santiago
—Por tu trasero. —Respondió sin dejar de ver el teléfono, él mismo se
sorprendió por lo que dijo, sonrió al oír mi risa nerviosa y se puso de
nuevo sus lentes. —Quiero decir, te vi de espaldas, no sé... supuse que
eras tú.
—Entiendo. —Susurré conteniendo la risa, me miró por unos
segundos hasta que su risa se hizo audible.
—Estás muy guapa hoy.
—¿Sí?, estoy hecha un desastre. —Dije viéndome en el espejo
retrovisor mientras acomodaba un poco mi pelo.
—Lo sé, por eso mismo. —Como siempre él ganaba, no le respondí
nada, encendió el motor del auto y lo puso en marcha en segundos.
Condujo hasta el centro comercial, solo debía firmar unas cosas y
luego podía tomarse una hora para que avanzáramos en la lectura,
noté como poco a poco se ponía tenso, bastó con que pusiéramos un
pie en ese sitio para que su rostro se volviera serio de nuevo, puso la
palma de la mano para indicarme un elevador que estaba casi oculto,
leí el pequeño rótulo que advertía que era solo de uso autorizado
mientras caminábamos.
—Debe ser simpático trabajar en un sitio así ¿No? —Dije cuando
estábamos en el último piso.
—Me genera estrés este lugar. —Respondió dejando que yo saliera
primero, el ambiente navideño y divertido que se respiraba abajo no
tenía nada que ver con ese piso lleno de oficinas, todos se movían de
un lado a otro apresurados, o hablaban por teléfono, otros en sus
computadoras, cada quién concentrado en su asunto.
—Eres el dueño de esto que te estresa, déjalo y dedícate a otra cosa.
—Sugerí.
—Ojalá fuera el dueño para venderlo de una vez, solo soy un
empleado. —Respondió aparentemente más relajado.
—Licenciado Sada, su apellido está en la sociedad dueña de este y
otros
—Que es el mismo de mi papá. —Me interrumpió. —Solo trabajo para
él, teniendo más responsabilidades que todo porque no sabes las
expectativas que tiene sobre mí.
Supuse que la carga sobre sus hombros debía ser muy grande, solo
había visto a su papá una vez y con eso me bastó para darme cuenta
que la relación que mantenían era extraña, a medida que
avanzábamos por el pasillo me di cuenta como las secretarias
evitaban verlo, parecían tenerle miedo, Gloría salió a su encuentro
con una carpeta en las manos, decidí darles un espacio pero Santi me
hizo un gesto con la mano para que avanzara, abrió las puertas de la
oficina dejándome pasar a mi primero, luego a ella para él hacerlo
después.
—Será rápido. —Dijo antes de sentarse tras su escritorio, Gloria a su
lado le mostraba algo y él solo asentía de manera automática.
En un librero a su espalda había una foto de Sandy sonriente, al lado
un portarretrato más grande con su hermana de nuevo y una señora
elegante que supuse era su mamá, me atrapó viendo a esa dirección a
pesar de estar escuchando a Gloria.
No pude preguntarle si era su mamá, no me atrevía a ser
imprudente, tenía poco tiempo de fallecida y pensé que seguramente
todavía era algo doloroso para él.
Yo debía ir a cambiarme antes de ir a la editorial así que pensé que
era buena idea que leyéramos en mi departamento, lo sugerí y él
aceptó de inmediato, parecía desesperado por salir de su propia
oficina. Santiago no era de muchas palabras, yo tampoco y eso hacía
que no fuera incómodo el silencio entre los dos, aunque no dejaba de
sentirme insegura cuando compartíamos un espacio tan reducido
como el auto.
No fue necesario darle mi dirección, recordó el camino, el edificio y
hasta el número de mi departamento, abrí rápido evitando pensar en
el desorden que encontraríamos, en ese momento vino a mi mente,
mi mamá y su típico ¿No te da vergüenza ser así? que usaba cada vez
que entraba a mi habitación.
Me quité la chaqueta antes de recoger las tazas vacías que estaban
sobre la mesa frente al sillón, estaba tan apresurada por ordenar un
poco que no me di cuenta cuando Santiago se puso cómodo.
Ocupaba el sillón más grande, dominando el pequeño espacio con su
presencia, su mirada directa no me estaba incomodando en cambio
me llenaba de curiosidad. Palmeó el sillón al darse cuenta que
dudaba en sentarme a su lado, me acerqué y tomé asiento intentando
mantener cierta distancia.
Te gustan muchos los cactus. —Dijo con la vista fija en mi ventana,
asentí para luego quitarle el manuscrito de las manos, busqué el
capítulo seis y le entregué el libro. —Y no te gusta mucho hablar de ti.
—Murmuró.
—Te equivocas, no tengo ningún problema con ello, solo que entiendo
que tu tiempo es limitado y de verdad quiero que avancemos en la
lectura. —Respondí.
Mientras hablé mantuvo la mirada fija en cada uno de mis
movimientos, siempre me sentí analizada, aunque intentaba restarle
importancia al hecho. Soltó un suspiro largo y se acomodó mejor
sobre el sillón antes de comenzar a leer.
Su cercanía me resulta inquietante, me agita como marea alta, dispara
tantas sensaciones que identificarlas me resulta jodidamente
complicado, una voz en mi mente susurra mantén la prudencia, mi
conciencia se impone ante el descontrol, esa falta de dominio que me
hace acariciarla con la mirada.
Ella resulta ser demasiado desequilibrante para mí, es absurda esta
atracción irracional, comprendí que esto va más allá de la belleza
singular que hay en cada detalle de su rostro, del brillo poco común en
sus ojos verdes, o el resplandor de su sonrisa, me gusta oírla hablar,
su incapacidad para esconder emociones, me gusta esa aura revoltosa
que la rodea.
Intento no clavar en mis ojos en ella, aunque encuentre atractivo el
rubor en sus mejillas al saberse observada, pero no lo logro, sus labios
rosas son lo primero que observo sin discreción, los humedece cuando
está concentrada, pero creo que ella no se da cuenta, imito su gesto al
deslizar la mirada y encontrarme con su cuello descubierto.
Su tono de voz cambió de gradualmente a medida que leía, las pausas
largas y misteriosas se hicieron presentes de nuevo.
Quiero dejar de fantasear con mi boca seduciendo su cuello, con mi
lengua recorriendo su piel, no puedo frenar a mi mente, casi la puedo
escuchar gemir, cierro los ojos y por un momento puedo percibir su
piel erizada...
Me removí incómoda sobre el sillón hasta despegar la espalda del
respaldo del sillón. Nerviosa arreglé el moño que me había hecho en
la cabeza, seguía escuchando su voz, pero su respiración me parecía
tenerla más cerca, sentí escalofríos en la parte trasera del cuello al
escuchar cómo las palabras salían como murmullos de sus labios.
Trato y trato pero no consigo frenar mi imaginación, pienso en mis
manos deslizándose por su cintura, mientras le susurro al oído que me
encanta verla sonrojada, quisiera que reaccionara a mi voz, que me
dejara besar sus hombros y atreverme a subir mis manos hasta sus
pechos, barrer con la yema de los dedos sus pezones erguidos por el
calor de mis manos, quisiera que girara solo un poco el rostro para
verla a los ojos, para perderme en ese desorden que desprende su
mirada que me hace cuestionarme cada cosa que hago en torno a mi
propia vida.
Quiero apretarla contra mi cuerpo, que sienta el calor que exhala mi
piel, lo que provoca sin proponérselo... entiendo que la cercanía se está
volviendo peligrosa, adictiva y reconfortante a la vez, que estoy a
punto de
Se quedó callado cuando lo miré a los ojos, su respiración la sentía
tan cerca porque estaba a centímetros de mi cuello, erguí la espalda y
me recosté de nuevo sobre el sillón, sin quitarle la vista de encima
por más nerviosa que me sintiera.
—¿Terminaste? —Pregunté cuando no continuó, no podía ver que tan
avanzado estaba el capítulo porque el libro parecía estar oculto de
mí.
—Casi. —Respondió, una sonrisa que no pude descifrar apareció en su
rostro, negó con la mirada en el piso y luego suspiró. —Casi termina
el capítulo, pero no puedo continuar leyendo, debo irme.
—¿Irte? —Mi voz salió en susurros en reacción a su brazo extendido
por el respaldar, sentía que me estaba abrazando, aunque nuestros
cuerpos ni siquiera se rozaran.
—Sí, recordé que tengo que hacer algo que no puedo posponer, pero
puedes continuarlo sola si gustas.
—No... no lo sé, es mejor... —Odiaba titubear, mostrarme insegura,
respiré profundo y me puse de pie, necesitaba distancia. —
Honestamente me quedaría dormida si leo sola, tú le das un toque
interesante a la lectura. —Maldije mentalmente mi enorme bocotá y
mi poca capacidad para callarme.
Sonrió antes de ponerse de pie, echándome un vistazo de pies a
cabeza, me quedé frente a él, observando como anudaba de mejor
forma su corbata, levantó la vista y la sostuvo en la mía, ninguno de
los dos hacía nada más que mirarse, ese tipo de contactos los odiaba
por hacerme sentir torpe, el incrementaba esa sensación.
—Para ser alguien que no tiene mucho tiempo inviertes mucho en
verme. —Solté con un toque de ironía, no quería darle el gusto de
dejarme intimidar, aunque siempre lo lograra.
—Creo que tienes razón... debo irme, te enviaré un mensaje para
ponernos de acuerdo con la próxima lectura, estos días son altamente
complicados para mí, espero poder encontrar el momento. —Bonito
collar. —Dijo viendo mi cuello, por instinto pasé la mano por este,
sentí frío hasta el punto de tener que soltar mi pelo para cubrirlo.
Se acercó tanto a mí que tuve que hacer un esfuerzo para no dar un
paso hacia atrás, beso mi mejilla, fue un toque simple, una presión
breve de su boca sobre mi mejilla por eso me sorprendió la repentina
punzada en mi entrepierna, ese tipo de lecturas me afectaba más de
lo que imaginaba.
Intenté que eso que me hizo sentir desapareciera de mi cabeza, pero
constantemente rondaba mi mente su voz, la manera en la que leía y
hasta esa risa molesta que soltaba cada vez que me ganaba en esas
luchas que tal vez ni se imaginaba que librara.
Una tarde mientras organizaba con Laura el esquema de trabajo con
los autores, le comenté acerca de la historia de Santiago, quería
hablar con alguien de mis reacciones, saber si era normal
estremecerse con lo que se lee en ese tipo de obras, le recomendé el
libro que, aunque había desaparecido del perfil de Sandy seguía
estando en formato de pdf disponible en sus grupos de lectores.
Prometió leerlo y darme su opinión sin tener idea de lo trascendental
que se sería eso para mí.
Esos días los sentí pasar más lentos, en la editorial todos hablaban de
la fiesta que hacían por la temporada, mi mamá se encargaba de
atormentarme con sus constantes llamadas para invitarme a pasar
las fiestas con ella y no con papá, mi casera decidió aumentar la
renta a partir del siguiente mes y Vannesa decidió presumir en el
grupo familiar de WhatsApp a su nuevo novio, provocando que mis
tías comenzaran a preguntar que yo para cuando.
Finalmente, las cosas se estaban equilibrando, demasiado bien iba
todo y eso desarrollaba un temor absurdo en mí, para mí no era
normal un estilo de vida tan tranquilo, yo estaba llena de
complicaciones y la costumbre me hacía extrañarlas.
De Santiago no había sabido nada en la última semana, supuse que el
centro comercial absorbía su tiempo, la última vez que intercambie
mensajes con Sandy comentó que tenía días de no verlo porque
llegaba muy tarde, así que pensar en retomar la lectura del libro era
una idea que ni siquiera contemplaba, intenté hacerlo sola y me sentí
perdida, no encontré por ningún lado el fragmento que él había leído,
pensé que lo había descargado de manera incorrecta y me dio por
vencida al instante, tenía que esperarlo.
Manu me había invitado a un café, últimamente lo notaba decaído
anímicamente, imaginé que era la temporada que suele poner
sensible a las personas, decidí no ahondar en el porqué de esa
melancolía extraña en su mirada y acepté ir con él, era viernes un
poco temprano, salí una hora antes de la editorial con una sonrisa en
los labios por largarme antes de tiempo, sonrisa que se borró al verlo
fuera del edificio esperándome en su moto.
Odiaba ese artefacto, pero disfrutaba de su ventaja, el tráfico era
espantoso, pero nosotros logramos librarlo, me sorprendió que me
llevara a ese centro comercial, Manu era del tipo de lugares más
alternativos, con preferencia por lugares acogedores en lugar de
trendys , pero decidí no comentar nada, caminábamos por los largos
pasillos llenos de gente comprando como si fuese gratis.
Escogió una de las cafeterías populares, ni siquiera había una mesa
disponible, pero esperamos diez minutos por una, me dio la
impresión de que necesitaba hablar, así que mientras tomaba mi
frappé de coco con café, comencé mi breve y nada intromisorio
interrogativo.
Resultó ser cierto lo que yo pensaba, o excuso su tristeza con el
pretexto de las fechas, con el estrés que le provocaba viajar hasta su
ciudad natal para encontrarse con sus padres, con quienes tenía una
mala relación. Cambié el tema de inmediato ni siquiera podía lidiar
con mis propios asuntos no me atrevía ni a intentarlo ayudar a Manu.
Su teléfono sonó con un tono escandaloso, era una canción de
Madonna, riendo se puso de pie para alejarse y responder, vi a dos
hombres entrar a la cafetería, impacientes, parecían mal humorados
y demasiados apresurados y pensé en él. Recordé lo exasperante que
me resultaba esa manía suya de ver su reloj cada minuto, o lo tenso
que se miraba todo el tiempo.
Abrí la conversación con él en mi teléfono, su última conexión había
sido a la cinco de la mañana, escribí algo, pero lo borré antes de
enviarlo, estaba ocupado era obvio, no tenía una buena excusa para
interrumpirlo. Pero sí una para visitarlo, sonreí al recordar el café
que quedó pendiente en nuestra penúltima cita.
Pedí un espresso muy caliente como le gustaba, lo aprendí en nuestra
segunda lectura, Manu entró y al verme con el vaso en las manos
frunció el ceño, se me hacía feo dejarlo solo pero tampoco creía que
era conveniente pedirle que me acompañara.
Le expliqué que uno de los autores con los que estaba negociando se
encontraba cerca y necesitaba quedar bien con él, le prometí no
tardar y el asintió sin hacer preguntas, parecía estar muy
concentrado en su teléfono como para ponerme atención, aceleré mis
pasos teniendo cuidado de no tirar el café.
Hice uso del mismo elevador en el que subí con él, no me sentí ni un
poco nerviosa por estar a punto de irrumpir en su oficina sin
invitación, al contrario, la idea de verlo me ponía de un buen humor
demasiado extraño en mí. El estrés que se respiraba en ese sitio me
impresionó apenas salí del elevador, caminé directo hacia el
escritorio de Gloria que, por supuesto estaba enojada conmigo desde
el día que entré a la oficina de Santiago sin pedir permiso, torció los
ojos al verme, dejando claro que no le alegraba hacerlo.
—¡Buenas tardes! —Sonreí para ella solo para demostrarle que me
importaba muy poco la cara de pocos amigos que tenía.
—No recuerdo que tenga cita con el licenciado, en la agenda no hay
nada y él tampoco lo comentó. —Arreglaba unos documentos de
manera automatizada, sin verme.
—¿Está en su oficina?
—Ocupado, resolviendo unos problemas de último momento, no
quiere ni que le pase llamadas. —Dijo con desdén.
—Voy a pasar, si no me puede recibir me voy. —Escuché su voz sonar,
pero no presté atención a sus palabras, caminé hasta las puertas
ignorando su presencia tras mi espalda, toqué un par de veces antes
de abrir solo un poco, asomé la cabeza y entonces lo vi.
Miraba la pantalla de la computadora, con el teléfono pegado a la
oreja y las cejas arrugadas, no tenía el saco puesto y llevaba la misma
corbata del día que lo conocí. Carraspee para llamar su atención, la
expresión en su rostro cambió de inmediato, levantó la mano
haciendo un gesto para que entrara, miré por encima del hombro a
Gloria sonriendo ladinamente, pasé y cerré sin fijarme si ella ya
había decidido irse.
Levanté la mano para saludarlo, él respondió un hola sin voz, quería
dejar de sonreír, me daba mucho gusto verlo y era extraño porque
era cansado mentalmente para mí enfrentarlo, y yo evitaba cualquier
tipo de esfuerzo.
Mientras seguía en aquella llamada le di un vistazo al sitio, su agenda
estaba abierta sobre el escritorio y aunque fuese incómodo leer al
revés, no pude dejar de intentarlo, el tipo estaba loco, tenía anotado
cada paso que cada en esas páginas...
5:00 am bicicleta 16 kilómetros.
6:00 am Desayuno con papá
6:40 am Sandy
7:20 am Llamar a Gloria.
7:30 am Salir de casa.
Había tanto anotado en esa agenda que parecía no poder terminar de
leer, Santiago era un maniático controlador del tiempo, estaba segura
que tenía hasta el tiempo pautado para ir al baño, y que estaba
anotada ahí en su agenda. A las ocho treinta iba al gimnasio y a las
diez miraba Friends con su hermana, si eso era organizar el tiempo
prefería seguir a mi manera, aunque no me alcanzaran las horas para
cumplir mis obligaciones, jamás iba a ser prisionera del reloj.
Colgó la llamada y por fin tuve su atención, miró el café sobre su
escritorio y sonrió tomando el vaso, lo acercó a su nariz para
absorber el fuerte aroma del café y sonrió con más amplitud.
—Lo necesitaba. —El deleite que encontré en su voz me estremeció.
—Y yo te lo debía. —Intenté que mi voz sonara segura, pero en lugar
de eso salió suave de mi boca. —Solo venía a traerte esto, sé que tu
tiempo es oro y estás muy ocupado.
—Es valioso, pero no oro, y si...estoy ocupado. —Frotó su rostro y
respiró profundo, apenas le dio un trago relajo los hombros, sonrió al
darse cuenta que lo miraba como estúpida, sin parpadear.
—Para ser alguien que solo venía a traerme un café inviertes mucho
tiempo viéndome. —La comisura de sus labios estaba levemente
curvada, contenía la risa el desgraciado.
—No te miraba a ti, pero dejaré que creas eso... espero que pronto
encuentres tiempo para que reanudemos la lectura, quise leer por mi
cuenta, pero creo que el libro que publicó tu hermana tiene cambios o
yo lo descargue de forma inadecuada.
—Creo que quieres esperarme.
—Quiero terminar de una vez, para que firmes el acuerdo de
publicación, estoy ansiosa por organizar la presentación del libro. —
Me puse de pie segura que iba a echarme una de esas miradas
intimidatorias y lo hizo.
—¿Cuándo pasamos de leer la propuesta de publicación del libro a
firmarla, y hasta organizar la presentación de un libro?
—Desde que lo leo y me está pareciendo muy bueno. —La risa que
salió de sus labios me puso arrítmica, su teléfono volvió a sonar,
segundos después la voz de Gloria sonaba en el intercomunicador.
Me despedí moviendo la mano, pero él susurró un espera que me
obligó a mantenerme en mi mismo sitio. Gloria le dijo tantas cosas
que ni siquiera pude procesarlas, le recordó de una fiesta que pareció
empeorar su humor, colgó y apoyó la cabeza en el escritorio, en una
actitud de fastidio que me daba pena,
—Entiendo que estas ocupado, hablamos cuando pase esta locura.
—Valentina ocupado no es la palabra adecuada, estoy esclavizado a
esto... encima tengo que ir a la cena navideña que mi papá hace con
los colaboradores, precisamente mañana, tenía algo en la agenda y
no puedo, no puedo. —Se quedó callado al darse cuenta que estaba
hablando en voz alta, me dio la impresión que pensaba solamente.
—Siempre es bueno ir a fiestas, comida y bebidas gratis amigo. —Dije
en tono de broma, centró su mirada en mí resoplando, nada lo hacía
reír. —Era como algo chistoso. —Expliqué.
—Nada me resulta chistoso hoy.
—No vayas a esa fiesta y punto, no te estreses por cosas tan tontas. —
Dije acomodando mi pelo tras la oreja en un gesto claro de nervios.
—Tengo que ir, es importante para mi papá.
—Pero no para ti, dijiste que tenías algo en la agenda y desde luego te
importa más que la fiesta de tu papá, sigue a tu agenda ella nunca se
equivoca. —Solté irónica.
—Fisgoneabas en ella ¿cierto?
—Nop, solo buscaba mi espacio en ella, quise decir, el del libro no de
mí obviamente, porque nos miramos para leer y eso y... Tú me
entiendes. —Dije arrepentida de haber abierto mi gran boca.
Giré dispuesta a irme, pero su voz gritando mi nombre me detuvo.
—No siempre se puede hacer lo que se quiere, es bueno para mí
futuro ir a la fiesta de mi papá, son de esos sacrificios que dejan
grandes recompensas... tal vez te hace falta hacer uno de ellos como
por ejemplo no faltar a clases.
—¿Quién está hablando de mí?
—Yo. —Dijo sonriente.
—Si el sacrificio me va a torturar prefiero evitarlo, ninguna
recompensa vale mi paz mental... y no hablo de mí, hablo de ti. Me
voy licenciado Sada lo dejó con sus sacrificios y recompensas, y su
agenda y su
—Me dio mucho gusto verte. —Me interrumpió, la sonrisa en sus
labios era genuina, no respondí solo asentí evitando su mirada
directa. —Gracias por el café no sabes cómo lo necesitaba.
—Pensé que había sido inoportuna, pareces no tener tiempo para
respirar.
—Deberías de ser inoportuna más seguido. —Dijo sin dejar de sonreír,
mi mano sostenía la manija de la puerta, pero no me animaba a salir,
levanté la mano para decirle adiós y crucé la puerta. —¡Señorita
Rincón! —Gritó, asomé la cabeza para comprobar que me había
llamado. —Creo que esto es suyo, mi hermana y usted son las únicas
que han subido en mi auto en esta semana, y Sandy no lo reconoció
como suyo. —Observé la liga para el pelo que me extendía y
desconcertada entré de nuevo.
—Si, es mía. —Estiré la mano para tomarla ignorando mis deseos de
verlo a los ojos.
—Te sienta bien el pelo recogido. —Dijo cuando me hice un moño
mientras caminaba hacia la puerta, sentí sus ojos clavados en mi
cuello, y una idea en mi mente comenzó a formarse.
—¿Qué quisiste decirme?
—Exactamente lo que dije. —Respondió con una sonrisa coqueta en el
rostro.
w w

Tenía el mejor plan de sábado por la noche, mi cama, una pijama


calientita, una taza de café y alguna película ridículamente cursi que
aún no seleccionaba, los deberes de la universidad no me
atormentaban y los asuntos de la editorial estaban en una especie de
pausa, todos estaban tan emocionados por esa fiesta que aún no se
realizaba, que parecían haberse olvidado de agilizar el trabajo.
—Estoy aquí. —Avisó Manu después de cruzar la puerta.
Tenerlo como compañero de plan no lo había contemplado, pero no
me quedó más remedio que sonreír cuando se invitó solo a mi
departamento, tenía una cita con alguien que lo había dejado
plantado, así que solidaria decidí compartir mi patética noche a su
lado.
—¿Qué es eso que llevas puesto? —Preguntó con un tono de voz que
nunca le había escuchado.
Miré hacia abajo contemplando el estampado de muñecos de nieves
abrazados en el pantalón de mis pijamas.
—Una pijama tierna y adorable que me regaló mi mamá hace años.
—Debería ser prohibido usar algo así.
—Debería ser prohibido meterse con las pijamas preciadas de los
demás.
Me sentía tan cómoda con él que me atrevía a verme ridícula sin
problema alguno, por primera vez en mi vida adulta estaba teniendo
una especie de amigo, y se sentía bien... Manu era un tipo agradable
y siempre dispuesto a ayudar a los demás, sus largas charlas sobre
mi mal manejo del tiempo y mi irresponsabilidad siempre me
dejaban pensando, y con ganas de mejorar.
En aquel interés que yo intuí que sentía por mí, ya ni siquiera
pensaba, había entendido que solo era un chico amable que vio en mí
a alguien necesitaba ayuda con urgencia. Aunque de vez en cuando
soltará un halago coqueto, la idea de que le gustase la había olvidado
por completo.
—¿John Wick? ni loca veré eso.
Manu sonrió como si yo estuviera bromeando, mi idea de sábado no
contempla ni de lejos una historia sangrienta, llena de violencia y
maldiciones, Puso la pantalla completa y dejó caer su espalda al
colchón.
—Valen no la cambies. —Pidió cuando me vio tomar la computadora.
—Lo siento, pero mi idea de una noche tranquila tiene como requisito
una película cursi que me haga sonreír, Diez cosas que odio de ti. —
Susurré escribiendo el nombre en el buscador.
—Patéame las pelotas, pero no me obligues a ver eso. —Reí al oírlo
decir aquello, pero no le tomé la palabra, me recosté a su lado
después de acomodar la laptop para que ambos pudiéramos disfrutar
de la película.
—Quita esa cara, te prometo que te va a gustar.
—La he visto mil veces.
—Podemos recitar los diálogos juntos. —Bromeé, bufo molesto al
mismo tiempo que llevaba el brazo a la parte trasera de su cabeza,
aprecié sin reparo alguno los músculos que se definían bajo las
mangas de su camisa.
Manuel invertía mucho tiempo en su imagen, era atractivo además de
bueno chico, estaba segura que si se lo hubiera propuesto,
conseguiría un ligue para esa noche en cualquier bar de la ciudad.
—¿Qué razón te dieron para plantarte? —Metí la mano en la taza de
palomitas que él mismo había preparado en su departamento,
esperando a que respondiera.
—Tenía una fiesta, una que no podía perderse, un asunto familiar... lo
había olvidado y por eso hizo planes conmigo.
Percibí melancolía en su voz, como si extrañase a la persona con la
que no se vería, él estaba tan pendiente de la película que recién
comenzaba, que no se percataba de la forma en la que lo miraba.
—¿Y tú por qué no haces planes más interesantes?
—Porque para mí esto es lo mejor. —Respondí.
—No puedes seguir desperdiciando tu juventud así. —Sonrió
viéndome. —¿No tienes un chico por ahí, uno que alegre tus noches o
tus mañanas?
Me reí como estúpida, porque esa pregunta siempre me ponía
incómoda, era mala para las relaciones, no podía ni con mi propia
vida por eso mismo no me animaba a compartir mínimamente la de
alguien más.
—Hay un chico que me sonríe cada que paso por su floristería, no
alegra mis noches ni mis mañanas, pero me hace sonreír porque debo
devolverle el gesto.
—Tonta. —Lanzó palomitas sobre mi cara como si fuese la cosa más
divertida que se le había ocurrido.
—Si ensucias tú limpias.
Me había quedado toda la noche anterior limpiando, nunca había
sacado provecho de mi insomnio de esa forma, había una idea
tejiéndose en mi cabeza pero que no podía concretar que me estaba
robando el sueño, Santiago y sus juegos mentales me estaban
cansando.
—¿Cómo vas con los detalles del lanzamiento? —La película de verdad
le estaba pareciendo aburrida a Manu que no dejaba de hacerme
preguntas.
—Viento en popa, Rodrigo quiere que lancemos el libro en enero, está
muy entusiasmado porque nuestras redes sociales están llenas de
mensajes de personas preguntando por el libro... tu idea fue genial. —
Admití.
—No digas tu idea, es nuestra, después de todo quién la ejecutó fuiste
tú, Valen conseguiste autores que pueden ser la salvación de esa
editorial, el mérito es tuyo, ten más confianza en ti misma.
Oírlo decir eso me descolocó, porque yo sabía que la falta de
confianza en mí misma me frenaba de una forma impresionante, no
hice ningún comentario, me quedé con la vista fija en la pantalla
evitando a toda cosa ahondar en eso que sentía.
Como si no supiera de memoria la película me emocionaba con cada
intento que hacía Patrick por acercarse a Kat, ver películas de ese
tipo me ponía mal, jamás me había pasado algo similar y eso me
hacía sentir como una perdedora, una idiota que sabía perfectamente
que todo aquello solo ocurría en películas pero que fantaseaba un
poco, con tener una mínima emoción de ese estilo en su vida.
—¿No llorarás cuando llegue a la parte del poema cierto?
—No... siempre me gana la emoción desde antes.
Manu negó conteniendo una sonrisa, tomó su taza de chocolate que
yo había preparado y la bebía de a poco, sin despegar los ojos de esa
pantalla, no iba a llorar realmente, nunca fui ese tipo de chicas, pero
si me parecía hermoso que alguien escribiera algo para ti, suspiré
pensando en el libro de Santiago, me pregunté cómo se había sentido
"Eva" al saber que él escribía cosas así inspirado en ella. Ni siquiera
sabía si era real, si de verdad ella existía, pero me provocaba una
pequeña envidia esa situación.
Tres golpes fuertes en la puerta nos sobresaltaron a los dos, Manu
fue el primero en levantarse de la cama.
—¿Esperas a alguien?
—No —respondí implorando que no fuese mi hermana quien estaba
tras la puerta, nadie me visitaba nunca y, sobre todo, solo ella tocaba
de esa forma tan impaciente. —Yo abro ponle pausa a la película. —
Pedí.
Arrastraba los pies de mala gana cuando tocaron de nuevo.
—Valentina soy Santiago.
Detuve mis pies después de escuchar esa voz acompañada de golpes
en la puerta, el nerviosismo propio en mí cada vez que lo miraba no
tardó en manifestarse.
—¿Santiago Sada? —Pregunté estúpidamente, era el único Santiago
que conocía.
—Señorita Rincón ¿Está jugando conmigo?
Miré a Manu que se había quedado rígido a mi espalda, ignorando el
hoyo que sentí en el estómago al escuchar su tono juguetón.
—Espera no abras, no lo dejes entrar.
La petición de Manu me desconcertó al instante.
—¿Lo conoces? —Inquirí curiosa
—Valentina date prisa. —Exigió Santi desde afuera.
—No, pero si sale contigo va a pensar que tú y yo... Valen se
molestara si nos encuentra aquí así juntos, y
—Tranquilo, no salgo con él. —Caminé hasta la puerta, pero me
detuvo sosteniéndome por el codo.
—Estaré en el baño, actúa como si estás sola aquí por favor.
—No es necesario. —Insistí sin entender que mierdas pasaba con
Manuel, a mí me importaba muy poco lo que pudieran pensar por
encontrarme con un amigo en mi departamento.
—Para mí sí lo es, soy hombre sabes y...
—¿Valentina me vas a abrir?
La voz fuerte de Santiago lo interrumpió, seguí mi camino hasta la
puerta sin ver a Manu, sin prestarle atención a lo que decía y abrí la
puerta. Me quedé pasmada al verlo apoyado en el marco de madera,
llevaba un traje gris con un ridículo corbatín rojo en el cuello, su pelo
perfectamente peinado y una sonrisa nerviosa en los labios.
—Pasa. —Susurré haciéndome a un lado.
Entró y se plantó en medio del pequeño salón, me recorrió con la
mirada como si fuese algo tan cotidiano que no se molestaba en
disimularlo, y luego sonrió al reparar en mi pijama.
—Siento presentarme así sin avisarte ni nada, parece que te saqué de
la cama.
—No, no te preocupes ¿Sucede algo?
Él negó evitando mi mirada, Manu se había metido en el baño
escuché como sonó su teléfono desde ahí.
—Estaba en la fiesta de mi papá, en la que te expliqué que no podía
faltar porque
—El sacrificio. —Interrumpí ansiosa, quería que me dijera de una vez
a que debía su visita.
—El mismo, estaba en la fiesta y.… me pregunté qué hacía ahí, no sé,
estaba harto, apenas tenía una hora y ya había conocido a siete
nuevos socios, recordé lo que me dijiste de la paz mental y me fui sin
despedirme de nadie.
Hablaba rápido de forma atropellada y con una exaltación que no
había visto en él.
—¿Has tomado?
—Hoy es la cena que hacemos mis amigos y yo todos los años para
estas fechas, ya sabes los intercambios de regalos y esas cosas, decidí
no perdérmela ni siquiera por esa fiesta de mi papá, vine aquí porque
pensé que podría ser bueno para ti acompañarme.
—¿Mmm?
No entendía nada, él parecía nervioso, yo confundida y preocupada
por el idiota de Manu encerrado en mi baño.
—Que te estoy invitando a ir conmigo a la cena. —Respondió con un
tono que denotaba lo irritado que estaba.
—¿Hoy?
—Si, ahora mismo. —Dijo viendo su reloj. —¿Aceptas?
Todos tenemos formas distintas de manifestar los nervios, yo solía
actuar con torpeza y a pensar con lentitud, Santiago se mostraba
molesto, más gruñón que de costumbre.
—Santiago mira como estoy vestida, no sé... no tengo idea de que
usar, tú estás tan elegante, creo que te retrasaría mucho si te
—¿Quieres venir conmigo?, si dices si yo te espero el tiempo que sea
necesario, la cena es en la casa de uno de mis amigos, no es necesario
vestir de etiqueta, es algo casual... mis amigos son escritores
Valentina, pienso que puede ser beneficioso para ti conocerlos ¿Qué
dices? —Preguntó ansioso.
No me atreví a negarme, en parte porque si me gustaba la idea de
conocer un poco más de él, pero el motivo principal que aceptara esa
invitación apresurada, fue esa punzada en el pecho que sentí, al ver
sus ojos cuando me pedía ir con él, confundida por no ver un rastro
de su arrogancia característica, asentí pensando en qué ponerme.
—¿Puedo sentarme?
—Claro, disculpa por no haberte ofrecido hacerlo, prometo no tardar
mucho.
—Yo espero no te preocupes.
¿Qué no me preocupara?, había tanto en mí que no podía definirlo, y
si había algo de preocupación... mi sábado se estaba convirtiendo en
un día muy loco, mientras buscaba algo para ponerme pensaba en
Manuel y su actitud extraña, aunque Santiago estuviera saliendo
conmigo no tendría por qué esconderse en mi baño, la situación era
bizarra y tonta. A pesar de estar a unos metros de distancia lo sentía
pegado a mí, su presencia fuerte llenaba mi departamento por
completo, algo casual repetía en mi mente mientras buscaba como
loca entre toda mi ropa, hacía frío, no me había depilado las piernas,
un pantalón era mi mejor opción, cometí el error de ver en dirección
a Santiago, pillarlo mirando la hora en su reloj solo agrego presión
en mí.
Tomé finalmente un conjunto negro de una sola pieza que solo me
había puesto una vez, lo puse frente a mí imaginando cómo se vería
en mi cuerpo, recordé a Vannesa burlándose de lo gordo que se veía
mi trasero, siempre me odio por tener el culo más grande que el de
ella, como si fuese mi culpa que mis papás me hicieran con más amor
a mí.
Llevé las manos al borde de la camisa dispuesta a sacármela, me
detuve al percibir ese olor que flotaba en el aire, su perfume... Santi
estaba ahí, sentado en uno de los sillones individuales con la vista en
su teléfono, no podía cambiarme en esas condiciones, yo miraba su
perfil y a él le bastaba con mover un poco la cabeza para verme en
todo mi esplendor. Miré hacia al único lugar que contaba en una
puerta en todo mi departamento, Manu estaba ahí, el baño no era
una opción.
—Santiago. —Lo llamé con voz temblorosa. —¿Puedes voltear un
momento?
Por un momento pareció no reaccionar, asintió con el ceño arrugado
y cambió de sillón, una tensión casi sofocante se comenzó a percibir
en el ambiente, la idea de estar medianamente desnuda con un
hombre en mi sillón me ponía los vellos de punto, en realidad eran
dos hombres, Manu seguía dentro de mi baño.

Sin darle muchas vueltas al asunto me quité la ropa, no volteé para


hacerlo, quería asegurarme que Santiago no iba a mirarme, lo hice
tan rápido que casi caí cuando metí la primera pierna.
Me miré en el espejo con un solo ojo, con el otro me encargaba de ver
la parte trasera de la cabeza de Santi, no había tiempo para un
maquillaje impresionante así que hice lo que pude con la mayor
brevedad posible, al fin volteó, pero lo único que vio fue como me
ponía un poco de perfume frente al espejo del que no me despegue.
—Ya casi. —Dije pasando los dedos por mi pelo suelto.
No me respondió nada y eso me pareció extraño, estaba
acostumbrada a esa manía suya de jugar con mi mente, sus
comentarios a veces no sabía cómo tomarlos, pinté mis labios de
rojo, busqué mi pequeño bolso de mano y caminé hacia él, no me di
cuenta de la forma en la que me miraba hasta que estuvimos a
centímetros de distancia, se puso de pie sin molestarse en dejar de
verme, haciendo que diera un paso hacia atrás como medida de
precaución, porque si me sentía en peligro cuando me miraba así.
—¿Nos vamos?
—Claro que sí.
Había roto mi propio récord, no tarde ni quince minutos en pasar de
Valentina fachosa a Valentina elegante, en el elevador se volvió a
disculpar por haberse presentado de esa forma, me gustaba estar del
otro lado, casi siempre era yo la que aparecía inesperadamente, le
dije que no había problema alguno, que acepté gustosa ir con él
porque prácticamente salvó mi sábado. Al salir del edificio me
sorprendió verlo acercarse a un auto que no tenía nada que ver con el
suyo, no sabía el modelo, pero era tan viejo como Anita, la secretaria
de Rodrigo, lo vi esperando alguna explicación que no llegó hasta que
subí en él.
—Es mi auto, bueno... el primero que me compré hace mucho tiempo,
pero todavía funciona no pongas esa cara. —Bromeó.
—No puse ninguna cara. —Repliqué rápido.
—Pusiste cara de tener miedo que nos deje en medio camino, mi chico
no nos hará esto. —Le dio una palmadita al tablero mostrándose
simpático por primera vez. —Incluso el aire acondicionado funciona
aún. —Prosiguió halagando su chatarra.
—¿Por qué lo sacaste del garaje? Nunca te había visto en él.
—No quiero que mi papá me localice, el tipo es medio complicado
haberme ido de su fiesta lo va a poner como loco, yo intento ya no
darles dolores de cabezas, con mis hermanos basta, pero a veces por
la paz mental vale la pena enfadar a tu jefe.
El brillo que había en sus ojos me hacía no querer dejar de verlo,
conducía relajado como pocas veces lo había visto, ocupando el
asiento entero con su cuerpo y su fuerte presencia, con un brazo
apoyado en una de sus piernas y el otro en el timón, se miraba tan
cómodo que parecía otro, el Santiago que yo conocía siempre estaba
tenso, con una expresión de enojo permanente en la cara y viendo su
reloj cada cinco minutos.
—Háblame de tus amigos. —Pedí para romper ese silencio que se
estaba volviendo torturante, habíamos recorrido ya unas calles y
ninguno se había dispuesto a hablar, generalmente esa capacidad
nuestra de disfrutar del silencio me gustaba, pero esa noche me
sentía extraña, moviéndonos fuera de la dinámica de los dos. —
Dijiste que eran escritores.
—Son excompañeros de la universidad... estudié un semestre de
letras y literatura. —Explicó al ver mi cara de desconcierto, ellos
siguieron y se convirtieron en buenos escritores, unos más que otros,
pero todos se dedican a lo que les gusta, aún mantenemos el contacto
y.—Suspiró. —Son con las únicas personas con las que he congeniado
así de bien, puede ser beneficioso para ti conocerlos.
—Me siento intimidada ahora que lo dices. —Dije riendo.
—Tú no tienes por qué preocuparte, les caerás bien, solo que no se te
ocurra decir que escriben bien y esas mentiras que salen de tu boca
cuando quieres conseguir un contrato.
—¿Crees que les caiga bien a pesar de mi poca habilidad social? —Lo
piqué.
—Estoy seguro que sí, tienen tu misma condición. —Dijo riendo.
Lo miré fingiendo estar enojada y me quedé perdida en todo él, en la
manera en la que se reía, en la tranquilidad que reflejaba... El auto se
adentró a un vecindario lleno de casas y edificios de aspecto antiguo,
disminuyó la velocidad y echó un rápido vistazo a los asientos
traseros.
—¿Pasa algo? —Pregunté, quería dejar de verme, oírme y sentirme
agobiada pero las circunstancias me la ponían difícil.
—Nada malo, solo necesito quitarme esto. —Llevó la mano hasta el
cuello de su camisa, arrancando el moño rojo. —No sé cómo me deje
convencer por Sandy de usar esto, según ella esto es
—Te dejas aconsejar por tu hermana. —Me reí, me miró con fingida
indignación que solo soltó más mi carcajada, pasé de la risa al
silencio incómodo cuando se quitó el saco y abrió los primeros
botones de la camisa blanca ¿Pensaba desnudarse?
Aclaré la garganta en un acto reflejo a causa de la incomodidad que
sentía, me miró con una sonrisa ladina sabiendo que me estaba
provocando de una manera inimaginable, tragué saliva esperando a
que prosiguiera quitándose la ropa, pero no continúo, río
sonoramente seguramente por la decepción pintada en mi cara,
desvié la vista a la ventanilla, actuando como si nada hubiera pasado,
como si no sintiera el estómago revuelto a causa de los nervios, o
como si el corazón no me latiera como si tuviera haciendo cardio.
No rompimos el silencio hasta que estacionó el auto, miré la casa
frente a mí arreglada en exceso con motivos navideños, tenía una
pinta distinta al del resto del vecindario, como un toque vintage en
lugar de anticuado, bajé del auto aceptando la mano extendida de
Santiago, estaba guapísimo solo con esa camisa que se apretaba de
forma discreta en sus hombros y brazos, sonreí al darme cuenta que
también me miraba casi de la misma forma en la que lo hacía yo.
Esperaba que dijera algo, pero solo me observaba.
—Estás muy guapa hoy. —Apreté los ojos y sonreí con soltura al oírlo
decir esa frase que esperaba.
—¿Si te dijera que no me he bañado me creerías? —Se acercó tanto a
mí que me congelé por la impresión, bajó el rostro hacia mi cuello y
olfateo haciendo un gesto divertido. —Hueles muy bien, no te creo.
Mi piel se erizó de inmediato, pase las manos por mi cuello en el
punto justo donde él respiró. Estaba sonrojada lo podía sentir, pero
la oscuridad del sitio me ayudaba a no delatarme.
—Hacía frio decidí no salir de mi cama en todo el día. —Seguía
bromeando a pesar del nerviosismo.
—Seguro tienes agua caliente. —Dijo sonriendo, relamí mis labios al
pensar en agua caliente, él y yo. Sacudí la cabeza queriendo alejar
esos pensamientos de mi cabeza, esa noche algo estaba mal conmigo.
Absorta en mí y en la estupidez que me invadía seguí caminando a su
lado, me miró una vez más cuando tocó el timbre y me comenzó a
hablar de su amigo, el anfitrión, se llamaba Gerson escribía poesía,
tenía más de tres libros publicados, se casó con una artista visual
hacía un año, y era el más estable y amigable de todo el grupo.
Ni siquiera había notado que llevaba una bolsa de regalo en las
manos, cuando cruzamos la puerta después de que una sonriente
mujer nos abriera, él llevó una mano a mi espalda, ese pequeño gesto
me hizo sentir de una forma especial, el calor que me emanaba
atravesaba la tela de mi ropa, pero sonreí como si aquellos mordiscos
en toda mi piel fueran algo normal.
—Buenas noches, disculpen la demora. —Dijo en voz alta cuando
llegamos a la sala de estar, había diez personas, todos sonrientes
viéndome con sorpresa. —Valentina, una amiga. —Me presentó de esa
forma informal.
Fui como una cosa extraña a la que todos veían por largos segundos,
hasta que la esposa de Gerson soltó un chiste por la impuntualidad
poco común en Santiago, me ofrecieron asiento, algo de tomar y
hasta pusieron una bandeja llena de bocadillos frente a mí. Nos
sentamos en un sillón muy juntos, como nunca habíamos estado,
aquello no dejaba de parecerme algo demasiado extraño ¿Como pase
de mi pijama y el chocolate caliente, a Santiago y su cuerpo caliente
rozando el mío?
—Valentina es una editora en busca de nuevos talentos. —Estaba tan
distraída que no entendí como la conversación de ellos había llegado
a eso, sonreí al oír mi nombre esperando que nadie hiciera
preguntas, según Santi todos eran escritores se iban a dar cuenta que
yo no tenía ni una puta idea de lo que hacía en la editorial Aguilar.
—¿Nuevos talentos? —El tipo moreno y delgado frunció el ceño
viéndome directamente.
—Sí, escritores emergentes, jóvenes en su mayoría. —Respondí
titubeante, me llevé la copa a los labios para terminar con mi
escuálida respuesta.
Una conversación acerca de literatura comenzó a fluir entre todos,
mientras yo solo observaba y escuchaba con atención cada cosa que
decían, según Santiago aquello era beneficioso para mí, quería
comprobarlo. Eran agradables, tenían una dinámica muy definida
propia de amigos con años de conocerse, Santiago era de los que más
conversaba, reían y bromeaban con mucha confianza.
Entendía el punto de Santiago de lo bueno que era para mí conocer
personas relacionadas con el ambiente literario, pero no dejaba de
sentirme una extraña ahí, era un ambiente tan íntimo que yo salía
sobrando, evitaba quedarme callada no quería pensar en lo que llevó
a Santiago a tocar mi puerta, pero se me estaba complicando.
—¿Quieres algo de tomar? ¿Estás bien? —Preguntó Santiago en
susurros.
Negué mostrándole la copa llena con ese trago exótico que aún no me
acababa, pasó el brazo por mis hombros tomándome por sorpresa, el
calor de nuevo se disparó por todo mi cuerpo, con ese toque tan
casual, tan inocente.
—Estoy bien. —Afirmé como si no dudara de ello.
—Deberías hablar con Clarisa. —Dijo apuntando con la barbilla a una
mujer joven y risueña que estaba sentada frente a nosotros. —
Trabajó en una editorial por muchos años, tiene buen ojo para ese de
encontrar talento desperdiciado.
—¿Por qué te dedicas a los negocios si te gusta tanto escribir?
—¿Quién dice que me gusta tanto escribir? —Respondió
confrontativo.
—La manera en la que hablas de todo esto me lo dice, no sé... estás
tan sonriente, tan relajado, es obvio que tu trabajo no te hace feliz.
—Estoy en una fiesta con amigos Valen. —El Valen que salió de sus
labios me dejó petrificada, era tan común que la gente me llamara así
que debió ser nada del otro mundo que él lo hiciera, pero lo era,
porque nunca esperé escuchar como susurraba ese diminutivo
cariñoso de mi nombre, sonreí mostrándole que me agradaba esa
confianza entre los dos.
—Sí, lo sé, pero de verdad pareces otro... solo explícame porque
dejaste la literatura para irte a estudiar
—Economía. —Informó serio.
—¿Por qué lo hiciste?
—Mis papás estaban enfermos, ambos, de distintas cosas, lo menos
que quería era darles más problemas por eso decidí complacer a mi
papá y dedicarme a lo que él sugería... que resulta siendo lo mejor
para mí, de los libros no iba a vivir, además, no sabía que tan bueno
podía llegar a ser, fue algo. —Se quedó callado cabizbajo, miró su
trago y luego a mí, de una forma indescifrable. —Fue la única
decisión que tomé así, de impulso, sin darles muchas vueltas y no me
arrepiento. —Mintió.
Lo pude ver y sentir, mi intuición me decía que ese tipo estaba harto
de su vida y una prueba de ello es que hubiera abandonado la fiesta
en la que estaba, que llegará por mí seguía siendo un misterio.
—¿Estás bien?
—Claro que sí. —Respondió juguetón, nuestros hombros se rozaban
me miraba con una sonrisa en los labios que resultaba contagiosa,
puso una mano solo a centímetros arriba de mi rodilla y susurró:
"Espero la estes pasando bien", a mi oído.
Era la noche de las sorpresas, asentí sin dejarme intimidar por su
tacto, su mirada y su sonrisa, el aroma de su colonia me estaba
embriagando más que el alcohol que estaba ingiriendo, demasiado
cerca, necesitaba distancia.
—Me gustaría leer para ti hoy.
—Supongo que no podrás, sin los lentes y con tantos tragos las letras
se te harán difíciles de entender.
—Tienes un feo sentido del humor. —Dijo riendo. —Pero una sonrisa
bonita, y un desorden en la mirada que me deja pensando en muchas
cosas.
—¿Qué cosas?
La conversación se estaba poniendo tan interesante que hasta sentí
que la música había sido silenciada.
—Muchas, no sé qué tienes, no sé qué das, no sé qué esperar... no
entiendo mi manía de encontrar respuesta en ti.
—¿Mmmm?
—Olvídalo. —Dijo demasiado sonriente, como si aquello hubiera sido
otro de sus juegos que siempre ganaba.
No quise hacer más preguntas porque era obvio que estaba un poco
más contento que yo, él se buscaba un nuevo trago en un tanto de
tiempo mientras yo seguía con el mismo en las manos, me animó a
conversar con sus amigos, decía que siempre era bueno hacer
contactos y esa era mi oportunidad, conversé con uno de ellos acerca
del próximo lanzamiento que estaba pronta a organizar, escuché sus
consejos en cuanto locales, fechas y formas, que en definitiva me
iban a ayudar.
Sí tenía muy poca habilidad social pero guiada por él hice de aquello
algo sencillo, intercambié número con una chica que se dedicaba a la
maquetación de libros y estaba desempleada, aquello estaba saliendo
demasiado bien.
Uno de sus amigos solteros me abordó cuando me dirigí a la mesa
donde estaban las bebidas, se presentó a pesar de que ya lo había
hecho y se ofreció a servirme el trago, casi me iba sin responderle
cuando sentí la presencia de Santiago a mi espalda, pasó la mano por
mi cintura y me pegó suave a su cuerpo,
—Yo lo sirvo no te preocupes Esteban. —Dijo sonriente.
La tensión en mi cuerpo no se iba y solo crecía a medida que me
hacía consciente que lo tenía así, pegado a mí.
—¿Qué vas a tomar? —Preguntó soltándome de a poco.
—Agua. —Fue lo único que se me ocurrió decir sin sonar como la
idiota que me sentía, me quedé a un lado frotando mis brazos como si
su contacto me había dejado con frío, no aparté mis ojos de él,
estudiando cada movimiento que hacía y los gestos reflejados en su
rostro. Sirvió algo para él, y el agua para mí, extendió la copa y
volvió a colocarse demasiado cerca.
—Esteban es un poco tonto después de dos cervezas y.… eres mi
invitada no quiero que te sientas incómoda. —Dijo viéndome
fijamente. —Aunque creo que no lo estoy haciendo bien porque te ves
exactamente así, incómoda.
—No es por ti. —Tomé el agua de golpe porque mentía y no quería
que viera mis ojos.
—Claro que es por mí, yo te incomodo, lo noto... Pero no en un mal
sentido, me pasa lo mismo contigo, es...
Se quedó callado cuando alguien dijo su nombre, miré por encima del
hombro como comenzaban a reunirse en un rincón con los regalos en
las manos, Santi puso su mano en la curva de mi cintura aumentando
mi rigidez, apuntó con el dedo pidiendo que nos moviéramos hasta
ahí, pero no pude moverme por la sensación de tenerlo tan cerca.
Fue un error no haberlo hecho, porque lo siguiente que hizo fue
enroscar su brazo en mi cintura para guiarme con sus amigos,
recordé lo que dijo de mi incapacidad para esconder emociones,
estaba siendo muy fácil de leer, el hombre me alteraba de una
manera indescriptible y mi lenguaje corporal se encargaba de
delatarme. No me soltó como creí que lo haría, solo suavizó su
agarre, pero el calor de su cuerpo seguía ahí, fundido al mío;
comenzaron con el intercambio de regalos con mucho entusiasmo,
ver esa faceta de Santiago me estaba gustando tanto, que quería
conocer más de él, su entorno, su mundo.
Su sonrisa no tenía nada que ver con esa mirada llena de autoridad
que ponía cada vez que estaba tras su escritorio, las carcajadas que
salían de su garganta no dejaban de escucharse, él estaba consciente
de la forma en la que lo observaba y parecía mostrarse más
encantador a propósito, necesitaba dejar de encontrar todas las
características que lo hacían atractivo y concentrarme en los demás,
siempre sentí que Santiago podía leer mi mente ,y si lo hacía de
verdad se burlaría por las cosas ridículas que pensaba de él.
La noche paso rápido, escuché tanto acerca de libros, autores,
géneros y de más que me inventaría una excusa para no ir el lunes a
trabajar, me sentía intoxicada de literatura, poco mencionó su
trabajo, poco mencionó algo de él, cuando alguien se atrevió a
preguntar cómo nos conocimos él respondió que, por Sandy, cosa que
no era del todo mentira, pero tampoco una verdad como tal. Fue su
libro, ese maldito libro.
—¿De verdad estás muy cansada? —Percibí un rastro de decepción en
su voz, pero con todo y eso asentí segura, no estaba cansada, vaya
que no... simplemente quería huir de su cercanía porque aquello no
lo estaba sabiendo manejar.
Eran la una treinta de la mañana, pero él parecía estar empezando
apenas la noche, se despidió de sus amigos con cariño, una de las
más parlanchinas le pidió que me volviera a llevar a sus reuniones
que le daba gusto verlo bien acompañado, aquel comentario provocó
una risita nerviosa en mí que no pude silenciar hasta que cruzamos
la puerta.
—Sheyla es una bocona. —Dijo riendo mientras caminábamos hacia su
carcacha.
—¿Nunca les había presentado a una amiga?
—¿Doy la impresión de no tener muchas amigas? —Atacó juguetón.
—Das la impresión de estar siempre ocupado, pregunté porque
cuando llegamos todos estaban demasiado sorprendidos por verme
ahí.
—Bueno, es un asunto complicado llevar a alguien nuevo al grupo,
ellos suelen ser reservados.
—No me lo parecieron
—Porque les caíste bien a todos. —Abrió la puerta de la carcacha
invitándome a entrar, sonreí sin que se diera cuenta, con todo y me
pésima habilidad social había congeniado con ese montón de
escritores reservados.
—No me respondiste, nunca habías llevado a una amiga con ellos.
—Pocas veces. —Respondió pensativo. —Al menos no a una como tú,
supongo que se dieron cuenta de la tensión entre nosotros, somos
obvios —me vio directo a los labios cuando dijo la última frase,
aquello se estaba volviendo muy loco, ¿De qué hablaba? — Valentina
—se carcajeó—, deja de poner esa cara, siempre le buscas el trasfondo
a todo lo que te digo, no estoy jugando con tu mente ni esperando
alguna reacción tuya.
—No entiendo lo de somos obvios. —Murmuré jugando con mis
manos.
—Si lo entiendes, pero prefieres pensar que no... y lo entiendo,
supongo que te parezco intimidante y tienes razón, porque haces que
aparezcan cosas aquí. —Dijo tocando su cabeza. —Que no puedo
manejar. —Se quedó callado en un silencio amenazante, hasta que
comenzó a reír de forma escandalosa negando ante mi mirada de
confusión. —Combiné muchos tragos diferentes, no me pongas
atención.
Pero no pude hacerle caso, le puse aún más atención a todo él, su
lenguaje corporal, su manera de mirarme cuando nos deteníamos en
algún semáforo, nunca había sentido el camino tan largo, no es que la
estuviera pasando mal con él y muriera por regresar a casa, quería
protegerme tras mi puerta y lejos de su presencia, para poder
analizar con la cabeza fría que era todo lo que pasaba.
Cuando apagó el motor frente a mi edificio el auto hizo un ruido
extraño.
—Creo que no encenderá de nuevo. —Bromeé.
—Nunca dudes de esta lindura. —Tocó el tablero de nuevo
haciéndome sentir envidia de un auto viejo.
—Si te gusta tanto deberías de usarlo siempre.
—No puedo, me imagino a mi papá riñéndome por moverme en un
auto así, la imagen que da el tipo que lleva las riendas de uno de sus
negocios es importante para él, más aún si el tipo es su hijo... el viejo
está mal del corazón no quiero darle otro problema, suficiente tiene
con Sebastián y sus manías con las motocicletas y con Sandy y sus
deseos de crecer a ritmo acelerado.
—¿Todo bien con ella? —Estaba alargando esa despedida, una parte
de mi quería seguir conociéndolo mejor.
—Si, todo bien... problemas como siempre, pero nada de gravedad.
Se quitó el cinturón y bajó del auto ¿Me pensaba acompañar hasta mi
puerta? Si lo hacía, bajé segundos después que él sin esperar a que
abriera la puerta para mí, me extendió la mano que no sé porque
demonios acepté, no necesitaba ayuda para caminar, pero si mucha
para mantener la distancia, hablaba acerca de nuestra próxima cita
de lectura, decía que quería mucho finalizar aquel capítulo, pero yo
no le ponía atención, estaba demasiado concentrada en su mano
sujeta a la mía, ni siquiera en el elevador me soltó, parecía estar
adherido a mí con pegamento, y de los buenos porque por más que
quisiera alejarme no lo conseguí.
Busqué las llaves liberándome así de su contacto caliente y frío a la
vez, empujé la puerta y me quedé quieta al ver su brazo apoyado en
la pared, volteé, aun no entiendo porque lo hice sabiendo que aquel
movimiento me iba a dejar frente a frente y a centímetros de él.
—Gracias por acompañarme y perdona una vez más mi inesperada
visita. —Su aliento suave y con un toque de alcohol me rozó el rostro,
asentí abrumada y sonreí nerviosa.
—Fue una gran noche, espero me llames pronto para lo del libro.
—Lo haré. —Tenía ganas de cerrar los ojos por el tono que usaba, era
el mismo en el que leía, suave, adictivo, sugerente. —Valen estas
siendo obvia. —De nuevo me tomó sorpresa ese Valen que salía de su
boca, fruncí el ceño y él negó.
—¿Obvia?
Respondió, pero no lo escuché y si lo hice no lo pude entender, sentí
que los dos cócteles que tomé estaban haciendo efecto de golpe, solo
miraba como movía sus labios e imaginaba otra circunstancia, en
donde no me explicaba nada, solo se acercaba tanto que nuestras
narices chocaban, que sujetaba mi cintura abrazándome contra sí,
que disipaba la tensión intentando dar un paso más.
Parpadeé varias veces al darme cuenta que no lo estaba imaginando,
lo tenía así... pegado a mí, con su respiración sobre la mía, su brazo
rodeando mi cintura, su pecho chocando con el mío, no me moví, me
quedé ahí a merced de su mirada tan cerca de la mía,
hipnotizándome, haciéndome sentir caliente y helada a la vez, bajó el
rostro y con suavidad aplastó su boca sobre la mía. Me bastó solo un
momento comprender que me estaba dando un beso, que no era mi
mente jugando ni el alcohol haciéndome imaginar cosas, mordisqueó
suavemente mi labio superior obligándome a separarlo, sin quererlo
le di acceso a mi boca sintiendo como si una fuerte lluvia me cayera
encima al enfrentarme a ese beso.
Intenso, la punta de su lengua rozó mis labios disparando
electricidad por todo mi cuerpo, me sujeté de sus hombros anchos
aprovechando que el estrechaba mi cintura con un poco más de
ahínco, los movimientos de sus labios habilidosos y el sonido de su
respiración hacían de ese contacto más profundo, más necesitado,
con una mano sujetó mi barbilla ejerciendo más presión en mi boca,
metiendo su lengua por completo en acción.
No podía pensar en algo que no fuera lo que estaba ocurriendo, ni
siquiera lo surreal de la situación me apartaba de ese momento, era
consciente de sus manos, su lengua, su aliento, su cuerpo. Sentí un
golpe de aire cálido en mi espalda proveniente de la calefacción de
mi departamento, la puerta se había abierto por completo.
Santiago me soltó de repente, su mano abandonó mi rostro, pero la
otra permaneció en mi cintura, frunció el ceño, con la vista fija en el
interior de mi casa, relamí mis labios saboreando el beso, aún
perdida en las emociones desatadas.
De repente señaló con el dedo índice, con curiosidad volteé para ver
hacia donde apuntaba, sorprendiéndome al encontrar a Manu
mirándonos a unos pasos de la puerta, pálido, rígido, asustado.
—¿Qué haces aquí? —Preguntó en un tono fuerte casi agresivo a mi
amigo que no fue capaz de decir nada solo de bajar la mirada.
w w

—Creo que también vamos a necesitar algo de esto. —Dijo mi mamá


tomando otra lata de quien sabe que cosa.
Caminaba arrastrando el carro de supermercado atestado de cosas
que estaba segura que no iba a necesitar para cocinar, mi humor era
el de un perro rabioso y no me molestaba en ocultarlo, le torcía los
ojos a quién se me pusiera enfrente, estaba llena de un enojo que iba
más allá del desvelo.
No había dormido nada, se apareció en mi departamento a las nueve
de la mañana, tocando la puerta como una loca a esas horas de la
madrugada, supuse que quería asegurarse que no escapara de asistir
a la cena por noche buena que había organizado, esa señora cuando
se proponía algo lo lograba sin importar nada.
—Es la última vez que te pido que cambies esa cara. —Apretaba la
mandíbula mientras hablaba, con esa expresión el rostro típicas en
las mamás que están a punto de perder la paciencia, hasta cerré los
ojos casi sintiendo el pellizco en mi brazo, el que siempre me daba
cuando era niña y no me comportaba de manera correcta.
—¿No había nadie más que te acompañara al supermercado? mamá
ya no vivo en tu casa, que me obligues a hacer esto es ridículo.
—¡Es navidad! contágiate del espíritu navideño, quería que cocinemos
juntas, que compartiéramos.
Al ver sus ojos llenos de ilusión no me atreví a decir nada, opte por
sonreír con falsedad sólo para darle gusto, después de todo ella no
tenía la culpa de mi estado de ánimo, si nada hubiera ocurrido la
noche anterior ni siquiera me hubiera molestado con ella por pararse
tras mi puerta a las nueve de la mañana de un Domingo, hasta habría
estado bromeando con ella mientras hacíamos las compras.
Pero si había pasado algo, aunque no sabía exactamente qué; mi
noche perfecta acabó abruptamente después del beso que me dio
Santiago en el umbral de la puerta de mi departamento, lo peor de
todo que ni siquiera pensaba en ese beso que cambiaba todo, lo único
que ocupaba mi mente era lo que sucedió después.
En la cara de susto de Manuel y en esa expresión de enojo irracional
que reflejaba Santiago, en mí estando en medio de todo sin tener idea
de lo que pasaba, reviví la tensión que sentí en el estómago cuando vi
a Manuel salir de mi departamento como alma que se la lleva el
diablo, Santiago caminó tras de él, exigiendo que se detuviera
dejándome ahí, sola y confundida, recién besada y abandonada a la
vez.
Me quedé esperando en el pasillo por más de treinta minutos, cuando
comprendí que esos dos no iban a volver entré aún en estado de
shock a mi departamento, ninguno de los dos se había molestado en
darme alguna explicación. Yo tampoco la pedí, no llamé, ni escribí
ningún mensaje, pensé en hacerlo la mañana siguiente cuando
estuviera un poco más despejada, sin contar con que mi madre se iba
a aparecer, en plena madrugada.
—¿No me dejarás ni ir a mi casa a buscar algo decente que usar en la
noche? —La miré esperando a que respondiera, pero no lo hizo, así
era Valeria, prefería ignorarme que negarme algo.
—Puedes abrir uno de tus regalos antes de medianoche, a lo mejor
santa te trajo un hermoso vestido verde esmeralda, que combina con
la gargantilla que dejaste en casa, y con los zapatos que están en mi
closet que casualmente son de tu talla.
—De igual forma tengo que ir por mi pijama. —Dije viendo el camino,
no quería que notara como sonreía al saber de mis regalos.
—Después de medianoche puedes abrir otro regalo, una pijama roja
de Rodolfo en reno.
—¿Para todo tienes una respuesta?
Asintió soltando una de esas risas maquiavélicas, propias de mi
mamá que solo dejaba salir cuando se salía con las suyas... casi
siempre. Hice lo que era más inteligente, me deslicé en el asiento
buscando la postura más adecuada para dormir en el camino, estar
secuestrada en el auto de mamá al menos me permitía tomar una
tranquila siesta.
Su entusiasmo me daba náuseas, cocino escuchando villancicos
insistentes con que me contagiara un poco de su alegría, pero eso era
difícil porque a medida que pasaban las horas, yo estaba más
malhumorada, ninguno de los dos idiotas daba señales de vida y no
había algo que me jodiera más, que quedarme presa de la curiosidad,
necesitaba saber qué era eso que ocurrió.
Hice mil teorías en mi cabeza mientras ayudaba a mamá a preparar
la ensalada, estar perdida en mis suposiciones me ayudaba a
silenciar su voz llena de emoción hablando del nuevo novio de
Vannesa, aquella iba a ser una noche mala, muy mala para mí, mi
sexto sentido me lo susurraba a cada oído.
—Es que eres tan bonita Valen que no entiendo como no tienes tipos
tras de ti, debe ser porque eres medio fachosa, te he dicho que te
arregles más, mira cómo te encontré.
—¡En pijama porque estaba dormida! ¿Quién duerme maquillada
mamá?
—Tú si durmieras con un tipo.
Dejé caer la cabeza dramáticamente en la mesa del comedor, no
quería hablar de mi vida romántica con ella, ni siquiera tenía una de
la que hablar.
Manuel necesito hablar contigo para ayer.
Me quedé con la vista fija en la pantalla de mi teléfono, lo había leído
y no respondía. ¡Cabrón! A Santiago no se me pasó por la mente
escribirle, con él las cosas eran completamente distintas, nos
habíamos besado y de qué forma... no tenía idea de cómo proseguir,
hasta ese momento mientras mi mamá me enseñaba por milésima
vez como poner la mesa, caí en cuenta que Santi no era cualquier
sujeto, era un futuro autor a publicar, entre nosotros había una
especie de relación laboral que se podía ir a la mierda por lo que
hicimos, o él hizo... después de todo quién puso esa boquita seductora
en la mía fue él.
—Deberías cambiarte de una vez, tu hermana está por venir.
A mi mamá le molestaba verme tranquila, dejé el teléfono sobre la
mesilla para ir hacia su cuarto, donde estaba ese vestido que ella
había elegido para mí, no valía la pena llevarle la contraria. No
cuando tenía razón en algo, debía estar lista para cuando mi hermana
arribara a la casa.
No le iba a dar el gusto de verme hecha un desastre, mientras ella
seguramente iba a estar tan perfecta como siempre... Un vecino
viudo de mi mamá y su mejor amiga desde hacía años fueron el resto
de los invitados, las cosas iban saliendo tal y como las imaginé. solo
que no me afectaron ni de largo, no me importó que la noche entera
se tratara de Vannesa y el Ken ese que parecía estar pegado a ella
como siameses, deje pasar los comentarios malintencionados de
Carmen, comparándome con mi hermana de manera disimulada.
Vannesa se la había ganado con el hecho de llamarla tía, cosa que yo
jamás iba a hacer por más que conviviera con ella incluso más que
con las hermanas de sangre de mi mamá. Estaba indiferente a todo
porque nada me importaba, lo único que me taladraba la mente era el
recuerdo de la noche anterior, sin emoción abrí mis regalos y me
relegue al sillón donde esperé con el teléfono en la mano a que Manu
se dignara a responderme.
Me quedé a dormir en casa de mamá tal y como ella me lo había
pedido, pero apenas desperté casi a la una de la tarde del día
siguiente, le pedí me llevara a mi departamento, replicó y me dio los
motivos del porque debía quedarme con ella la tarde de navidad, pero
no validé ninguno, al darse cuenta que no me iba a convencer no le
quedó más remedio que tomar las llaves de su auto y llevarme.
—Tu hermana se llevó puesto su cadena, parece que a ti no te gustó.
—Me encanto mamá, ya me la pongo. —Dije buscándola dentro del
bolso que cargaba sobre las piernas, no soportaba ver esos ojos de
cachorrito abandonado que ponía a propósito para convencerme de
algo.
No me gustaba esa cadena, en realidad una parte de mí la odiaba, mi
mamá desesperada por acercarme con mi hermana recurría a esos
tipos de gestos, regalarnos cosas iguales, obligándonos de alguna
forma a que nos identificáramos como lo que éramos, hermanas.
La hora que pasamos en el carro se me hizo eterna, estaba tan
consciente del camino que no espere ni que se terminara de
estacionar, bajé apresurada con la excusa que tenía que ir al baño,
mamá decidió acompañarme, aunque le repetí que no era necesario,
en el elevador sentí una sensación extraña recorrerme la espalda,
como un escalofrío helado que me dejó pensativa, una corazonada...
¿Pero que podía estar a punto de pasar?
—Al menos debiste bañarte, ni siquiera te desmaquillaste. —Criticó
mi mamá.
—Me cepillé los dientes al menos ¿no?
—Todo lo que haces es querer hacerme enojar. —Balbuceó saliendo
del elevador, me sorprendí que su sermón no siguiera, Valeria no era
de pocas palabras.
Choqué con su espalda y fue cuando me di cuenta que no había
seguido avanzando.
—¡Mamá!
—Buenas tardes. —Esa voz rompió mi tranquilidad haciéndome sentir
caer inesperadamente.
Aún tras la espalda de mi mamá que estaba enmudecida, incliné un
poco el cuerpo para quedar a su vista, era Santiago, Santiago Sada
estaba de pie frente a la puerta de mi departamento con un paquete
en las manos y una planta en la otra. Vestido como un simple mortal
más, pero viéndose como un Dios en jeans algo apretados y con una
camisa de algodón que me dejaba ver lo que se escondía tras esos
trajes elegantes.
Mierda, debí haberme bañado.
—Mucho gusto, Santiago Sada. —Tomó la iniciativa de saludar a mi
mamá, ya que las dos nos habíamos congelado ante su presencia.
—Valeria, Valeria Sandoval. —Respondió ella sonriente.
—Licenciado Sada, que sorpresa. —Intervine al notar ese brillo en los
ojos de mi mamá, y no, no iba a permitir que me avergonzara frente
a él.
Aquello al parecer lo tomó por sorpresa, por breves segundos dejó
ver confusión en su mirada.
—Señorita Rincón, perdón por presentarme así y en un día de
descanso, pero necesitaba hablar con usted. —Esa manera de
hablarnos no era parte de nuestro jueguito habitual, ese tono formal
era real, me estaba siguiendo el juego, Santiago de verdad sabía
leerme.
Mi mamá entendió aquella indirecta, aunque sabía que no me iba a
dejar tranquila hasta que supiera quién era ese tipo y donde lo había
sacado, se despidió con una simpatía desbordante, le dio un beso en
la mejilla a Santiago y me abrazó solo para susurrarme al oído que
tenía buen gusto.
Apenas su figura desapareció dentro del elevador fui consciente que
estaba Santiago frente a mí, con los brazos cruzados y una actitud
seria que me ponía nerviosa, abrí la puerta dándole la espalda,
evitando revivir lo que ocurrido hacía dos noches en el mismo sitio,
entré esperando que me siguiera y así lo hizo, en un silencio que solo
él se atrevió a romper.
—Cada vez que vengo aquí creo que no pudiera estar más
desordenado, pero siempre te encargas de sorprenderme.
Había rastros de una risa en su voz, lo miré seria dándole a entender
que su chiste no me había hecho gracia, estaba enojada con él, y no
sabía porque hasta que recordé que me dejó como estúpida después
de haberme besado.
—Salí de imprevisto, no me dio tiempo de ordenar un poco, pero si te
molesta tanto, siéntate solo me tomara un momento limpiar esto. —
Dije viendo a mi alrededor.
Mentía, me iba a tomar mucho tiempo, sobre mi cama había una
montaña de ropa limpia que no había doblado, en la cocina estaban
las tazas sucias con chocolate, en el piso las palomitas de maíz que
Manuel me tiró, sobre el sillón más grande la ropa interior que me
quité el día que salí con él.
Pálida me acerqué para esconderla antes que se diera cuenta, aunque
estaba casi segura que si lo había hecho.
—Encuentro encanto en tu desorden, no te preocupes. —Añadió
sacudiendo con un cojín el sillón antes de sentarse, estaba lleno del
polvo compacto que se había hecho añicos cuando se deslizó de mis
manos.
Quise preguntarle muchas cosas, para empezar que hacía en mi
puerta, así como si nada, sin previa cita, la maleducada era yo, luego
saber que mierdas había sido ese asunto con Manuel y, por último,
pero no menos importante, el porqué de ese beso largo y sensual que
resultó ser tan bueno como inesperado, Pero no hice ni una sola
pregunta, me limité a mirarlo con curiosidad.
—Feliz navidad. —Extendió la pequeña planta que ya había olvidado
que cargaba, la miré sorprendida e incrédula a la vez, hasta que su
risita burlona captó mi atención. —Quise darte algo que te gustara,
por ser original creo que he quedado mal.
—No, para nada. —Dije con entusiasmo, tomé la tierna maceta rosa
llena de pequeñas piedras y la bonita suculenta que sobresalía. —Me
encanta, mucho. —Reafirmé viéndolo. —Quería una desde hace unas
semanas.
La tomé y la puse en el mismo sitio donde estaban mis cactus, con
una sonrisa en los labios que no se me quitaba con nada, me gustaba
el regalo en realidad, pero lo que más me gustaba era que él pusiera
atención a algo tan tonto, como que me encantasen las plantas.
Esto lo envía Sandy para ti y el otro regalo es mío. —Con más
sorpresa tomé la el paquete envuelto en papel craft que me ofrecía,
nunca fui el típico de chica que le iban los sujetos detallistas, me
daban igual ese tipo de cosas, pero me encontré más que encantada
recibiendo todo aquello.
—Es un libro acerca del cuidado de las cactáceas, siempre hay una
buena excusa para leer, esa es la clave para enamorarse de los libros,
leer acerca de lo que te gusta.
—¿Cómo supo Sandy que me gustan los cactus?
No sé me ocurrió más nada que decir, me respondió con tranquilidad
que no sabía que seguramente yo se lo había dicho, cosa que no
recordaba, pero en la que no quería ahondar, después saqué del
paquete una agenda, parecida a la suya solo que color púrpura.
—Necesitas una con urgencia. —Solté una risa honesta al oírlo decir
eso, risa que se silenció al notar la forma en la que me miraba,
Santiago se recreaba la vista conmigo sin importar que tuviera
puesto los horribles pantalones de pijamas flojos y rojos y la camisa
de tirantes sencillas blanca que mostraba lo que la gravedad hacía
con los pechos cuando no se llevaba sostén.
—Gracias, es un gran detalle, la planta, la agenda no. —El río al
oírme, pero no por mucho tiempo. palmeó el sillón justo a su lado
sugiriendo que me sentara, y eso me tensó increíblemente.
—Quiero hablar contigo.
—Yo también ¿Qué fue eso que pasó con Manu? —Decidí tomar las
riendas de aquella conversación, simplemente porque ya no
soportaba la curiosidad.
Santi respiró profundo viendo hacia el piso, pasó las manos por su
pelo robándome el aliento con un gesto tan tonto.
—Es un asunto familiar, no sé ni por dónde empezar porque hay
cosas que creo no estar capacitado para hablar, no me corresponden.
— Agregó. —Yo no sabía que tú lo conocías, ni siquiera sabía que
estaba en la ciudad.
—¿Es familia tuya? —Me incliné apoyando los antebrazos en mis
piernas, error, porque le di a don escritor erótico una vista más
amplia de mis senos.
—No, pero si está relacionado con mi familia y nos conocemos de
hace un año, y creí que bien, pero me equivoqué, Manuel me mintió
en la cara.
—¿Puedes contarme lo que pasó? —Negó, pero no me di por vencida,
me arrastré sobre el sillón hasta estar de verdad pegada a él, sonrió
negando y viendo mis ojos.
—Señorita Rincón, hasta para un coqueteo discreto es un desastre, no
voy a decirle nada por más que se me acerque poniendo esa carita
dulce y coqueta.
Me sonrojé como estúpida y me odie por ello, le daba gusto al
desgraciado de burlarse de mí, adopte una actitud fría como si su
comentario me hubiera dado igual.
—No intentaba coquetear, solo crear un ambiente más íntimo para
animarte a soltar la sopa.
—He imaginado un par de veces como crearíamos un ambiente íntimo
juntos, y nunca lo visualice así, no al menos a ti usando pantalones
de Rodolfo el reno.
Aunque quería reírme por lo último, lo primero que dijo me dejó con
la garganta seca, resoplé enojada de a mentiras ignorando su risa
molesta.
—Puedes confiar en mí, quiero saber qué pasó para entender cómo
reaccionaron los dos al verse. Manu es mi vecino, pero con el paso
del tiempo se está convirtiendo en algo más que eso, en un amigo.
—¿Tienes mucha confianza con él?
No supe cómo interpretar lo que dijo, sentí que habíamos vuelto a los
jueguitos mentales, debió darse cuenta porque intervino de
inmediato.
—No lo pregunto para saber si hay algo entre ustedes o algo así, no
soy celoso, al menos no tendría celos de Manuel. —Lo tomé como una
de sus frases arrogantes erróneamente, había algo tras ese
comentario.
—Creo que sí, compartimos tiempo, miramos películas, me ayuda con
asuntos de la editorial y conversamos un poco de nuestros
problemas.
—Tú amigo le mintió a mi padre y por consiguiente a mí que estaba
ahí el día que hicieron un trato.
—¿Tú papá y Manu?
—Si... mi papá le ofreció dinero para que se fuera, y una buena
cantidad, él aceptó, prometió desaparecer de la ciudad y de la vida de
mi familia, pero mintió, por eso me enfadé tanto al verlo. —Explicó
con toda la calma del mundo.
Tenía más preguntas, pero estaba segura que no me iba a responder,
así que todo lo que hice fue analizar cada cosa que dijo, su papá un
trato con Manu, desaparecer... la actitud de Manu cada que
escuchaba el apellido Sada, mi intuición se fue a la mierda con mi
vecino.
—¿Ahora puedo hablar yo?
Asentí despreocupada, porque por un momento solo por un momento
había olvidado lo más trascendental de la noche del sábado, ese beso.
—¿Vas a explicarme porque me besaste?
—Tienes tan poco tacto para decir las cosas. —Río. —Cuando estas
nerviosa es cuando dejas más que claro tu poca habilidad social.
—¿Vas a explicarme? —Estaba tan empeñada por no dejarme ganar
como siempre que me estaba mostrando de una forma lejana a la
mía.
—¿Por qué crees que se besa a alguien? quería hacerlo, me gusta lo
que veo... todo. —Susurró con la vista clavada en mi escote.
Ignoré esa sonrisa maliciosa y esa ceja alzada que le daba un aire
diabólico. —Además si mal no recuerdo no te besé como tal, nos
besamos señorita Rincón, eso fue algo de dos. —Hizo un gesto con la
mano señalándonos a ambos, no sonreí, no me mostré nerviosa, solo
lo miré serena. —Tú también metiste la lengua en mi boca. —Susurró
acercando su rostro al mío.
Y eso fue suficiente para romper esas mini barreras, comencé a reír,
dejándome ver como una tonta que no se contenía ante los encantos
de un sujeto, guapo, listo, e intimidante.
—Simplemente no quise desairarte.
—Ni tú misma te la creíste. —Dijo entre risas.
Intenté moverme, pero su mano sobre la mía me inmovilizó.
—Intenta desairarme esta vez. —Sus palabras chocaron contra mi
boca, con esa actitud arrogante terminó de acortar la distancia por
completo, tocando mis labios con los suyos de nuevo.
No era lluvia lo que sentía encima, era una tormenta. Hice el
esfuerzo sobre humano de no darle gusto, de negarle el acceso a mi
boca, de corresponder ese contacto húmedo. pero no pude y vaya que
lo intenté, soltó un suspiro largo que se extendió en toda mi piel, al
sentir mi respuesta. Una que hasta a mí me había sorprendido, uno
de sus brazos se enredó en mi cintura para pegarme contra su pecho,
a la vez que sus labios succionaban los míos para luego darle paso a
su lengua, esa lengua que además de soltar palabras bonitas sabía
hacer maravillas.
Santiago me besaba con un deleite contagiable, al tipo le encantaba
hacerlo, eso me hacía sentir... me apresaba con sus brazos,
suspirando con satisfacción y besándome de forma lenta, casi cruel.
Cada vez que yo posaba la lengua por los bordes de sus labios me
presionaba con más fuerza contra su cuerpo, como si quisiera
fundirme a él.
Mis manos viajaron a su cuello, y se quedaron ahí, atrayéndolo
disfrutando de la invasión de mi espacio personal, de las cosquillas
que me daba su barba con cada roce. El aguacero cesó hasta que
separó su boca de la mía... aún sin romper del todo nuestra cercanía
me vio a los ojos y respiró hondo antes de hablar.
—En realidad quería. —Volvió a tomar aire como si le costara trabajo
recuperar el aliento. —Disculparme contigo, no sé si te incomodo lo
que hice, o algo que dije, te besé envalentonado por el alcohol, en
otra circunstancia no lo hubiese hecho, no porque no quisiera si no es
porque no va conmigo abordar de esa forma a una mujer... ni
siquiera medí el terreno, me lance de impulso y aunque tuve suerte
con que resultaras tan considerada al no desairarme, no debí ponerte
en esa situación.
—Me molestó más la parte donde te fuiste tras Manu sin darme
explicaciones. —Expliqué con la voz apretada por la falta de aire. —
Por lo demás no te preocupes.
Me observó impaciente escrutando mi respuesta, mi manera de verlo,
mi manera de estar así, cómodo entre sus brazos. Me dio la
impresión que tenía la intención de besarme de nuevo, pero su
teléfono no me dejó comprobar que aquello era cierto, alejó sus
brazos de mi cuerpo y respondió de inmediato. Era su hermana, pude
escuchar sus gritos, porque eso estaba haciendo gritando.
Noté como Santi se puso tenso en segundos, pasó la mano por su
barbilla antes de ponerse de pie, le repitió más de cinco veces que se
calmara, pero los gritos los seguía escuchando, colgó y no me dejó
ver su cara, me dio la espalda en cuanto guardo su teléfono parecía
estar alterado.
—¿Necesitas ayuda o algo?
Negó para segundos después asentir, respiró profundo mientras
giraba para verme de frente.
—Debo irme, mi hermana no encuentra a la gata, está alterada.
—¿Milki?
—Si, Milki... tengo que ayudar a encontrarla, te llamo mañana para
que concretemos una cita de lectura y ahí hablamos un poco de
—Voy a acompañarte. —Me invité sola sin pensarlo, a él pareció
agradarle la idea porque sonrió asintiendo. —Solo me cambió rápido,
lo prometo.
Giré sobre mis pies para llegar al espacio donde estaba mi
habitación, tomé unos jeans que estaban sobre la cama, miré de reojo
a Santiago y le hice un gesto para que volteara, el muy listo estaba
ahí como si nada, con los brazos sobre las caderas sin perder de vista
mis movimientos.
—No tengo problema con ir muy rápido. —Susurró, hice como si no le
escuché, me quité el pantalón de pijama y entré a los jeans en
segundos.
Su teléfono estaba sonando agregando presión sobre mí, me quité la
camisa sin tener otra a la mano que ponerme.
—No se te ocurra girar.
—No lo haré. —Dijo con la voz entrecortada, estaba conteniendo la
risa, pero no le preste atención, me puse lo primero que encontré y
llegué hasta él.
Me miró de pies a cabeza con una sonrisa en los labios, ya me estaba
acostumbrando a esas miraditas, pero no a esa sonrisa que me ponía
arrítmica. Le di la espalda para verme en el espejo que estaba frente
a él, me volteé para verlo a los ojos y el rehuyó de mi mirada, me
había visto a través del reflejo, estaba casi segura pero no alcancé a
decir nada, su hermana lo llamaba de nuevo.
El día de navidad estaba siendo interesante, dentro del auto ninguno
de los dijo algo, parecía muy preocupado y yo navegando en mis
pensamientos, aquello se sentía irreal, ese hombre tan distinto a mí,
y hasta cierto punto algo inalcanzable, había llegado a mi
departamento, con regalos en las manos y deseo de besos en los ojos.
—Seguro aparece. —Intenté reconfortarlo con esa frase tan tonta, por
el pesar que se leía en su mirada.
—Creerás que esto es muy estúpido, pero tiene su historia.
—Nunca es estúpido preocuparse por un ser vivo.
—Para algunas personas sí. —Dijo pensativo. —Esa gata era de
mamá, la quería mucho, la cuidaba tanto. —Mire como la nuez de
adán le temblaba, tomó aire y aceleró el auto. —Nos hizo prometer
cuidarla, y aunque no lo hubiera hecho, creo que todos la
cuidaríamos igual, incluso mi papá, Milki hacía feliz a mi madre.
Me sentí acongojada y casi a punto de llorar, Santiago daba la
impresión de ser tan frío y cerrado que esa confesión me tomó por
sorpresa, puse mi mano en su rodilla, cosa que de alguna manera lo
sobresaltó porque se sacudió ligeramente.
—La vamos a buscar por todos lados hasta encontrarla.
No me respondió nada, ni siquiera me devolvió la sonrisa, se quedó
ido viéndome por largos segundos antes de volver sus ojos a la calle.
Bajamos del auto al mismo tiempo, se adentró a la casa, pero al darse
cuenta que me había quedado atrás, esperó por mí, ni siquiera
tuvimos la oportunidad de entrar, Sandy llorando se acercó
corriendo.
—Santi no durmió aquí y no lo habíamos notado, ahora si se fue.
—Sandra cálmate, vamos a encontrarla. —Dijo inexpresivo, la
buscamos por el jardín, aunque Sandy ya lo había hecho. el sitio era
tan grande que era mejor revisar de nuevo.
Mientras tanto me explicaban que la gata tenía la manía de huir
desde que su dueña murió, y cada vez lo hacía más seguido, no solo
nosotros la buscábamos, empleados y el papá de Santiago también lo
hacían por todo el vecindario.
Nos llevó alrededor de dos horas encontrarla, estaba sobre un árbol
ubicado en la entrada de ese costoso vecindario, el alivio fue tal que
el cansancio por haberla buscado sin parar había desaparecido.
Sandy la cargó entre sus brazos, con lágrimas en los ojos y
tranquilidad reflejado en el rostro.
—Creo que ya es hora de irme. —Susurré cuando entramos al salón
principal de esa impresionante casa.
Todos estaban sobre la gata, nadie parecía haber notado mi presencia
y antes que el susto les pasara y se dieran cuenta que había una
extraña entre ellos, quise desaparecer.
—¿Quieres irte de verdad?
Asentí, hizo un gesto que no pude entender antes de acercarse a su
hermana, que estaba sentada en un sillón con el gato encima y todos
a su alrededor, se inclinó hacia ella como diciéndole algo, segundos
después la vi levantarse, le dio la gata a su papá que parecía muy
asustado aún y se acercaron a mí.
—Hola.
—Gracias por venir, disculpa por no saludarte antes. —Dijo con voz
nasal, nos dimos un corto abrazo ante la mirada de Santiago.
—No te preocupes, lo entiendo... gracias por el bonito regalo que
enviaste para mí.
—No es nada, tú me has hecho un mejor regalo, Santi me dio todas
las anotaciones que hiciste de mis historias, me sirvió mucho saber
cuáles son mis puntos débiles y los fuertes, siguiendo tus
recomendaciones ya estoy editando.
—Fue un gusto. —Respondí viendo a Santiago que suplicando con la
mirada parecía pedir que no dijera nada.
Nos despedimos con otro abrazo y antes que lo notaran ya caminaba
hacia la salida de esa casa.
—Es muy tierno lo que haces por tu hermana, pero no deberías
mentirle.
Él no dijo nada, solo sonrió con la vista fija en el suelo y siguió
caminando hasta el auto.
—¿Puedes por favor guardarme el secreto? —Preguntó abriendo la
puerta del copiloto para que entrara.
—Cuenta con ello, pero solo dime que hiciste y porque lo haces.
Encendió el auto ignorando la manera insistente en la que lo miraba,
puse mi mano en su brazo para llamar su atención y se sobresaltó de
nuevo.
—Es buena, pero necesita mejorar, corregí sus errores, añadí
comentarios con el propósito que mejorara su narración. Si le dije
que habías sido tú fue para que no crea que celebro esa idea suya de
ser escritora.
—¿Pero ¿qué tiene de malo, tú eres un escritor, ¿no?
—No, no lo soy, y no tiene nada de malo, pero antes debe terminar la
escuela, Sandy tiene en la cabeza que se hará famosa con su primer
libro y no necesitará educación para ganarse la vida.
—¿No crees que eres muy estricto con ella?
—No, solo me preocupo por ella lo normal, soy su hermano mayor.
Lo vi como si hubiera acabado de decir algo muy dulce, ignorando el
tono autoritario que usó para hablar, no tardamos mucho en llegar a
mi edificio, antes de que se ofreciera a acompañarme le dije que no
era necesario que lo hiciera, temía que se encontrara de nuevo con
Manuel, aunque no sabía a ciencia cierta si estaba en su
departamento.
—La carga de trabajo es mucho menor en estos días, creo que
podemos establecer otra lectura antes que acabe el año. —Dijo
después de apagar el motor.
—Me gustaría mucho que nos diéramos prisa, en marzo debe
presentar cinco prospectos para publicación y me gustaría incluir
Para Eva con amor. — Soltó una risa perezosa, antes de levantar el
dedo índice e indicar un no con este.
—Primero lo terminamos de leer, y después discutimos lo otro, ahora
sí quieres verme más seguido solo pídelo, la excusa del libro no es
necesaria.
Me irritó lo que dijo porque si algo me estaba tomando en serio era
ese estúpido libro, así que indignada me coloqué el bolso en el
hombro y bajé del carro sin despedirme.
—¿Ya empezamos con las peleas? —Azotó la puerta cuando salió tras
mío, me detuve para verlo acercarse a paso rápido y con ese andar
elegante que me hacía sentir torpe a su lado. —Bromeaba... soy un
arrogante amargado ¿Lo olvidaste?
—Estoy interesada en el libro. —Sostuve su mirada cruzando los
brazos para verme más segura o más bien para sentirme así.
—¿Y en el escritor no?
Tuve que morderme los labios para no sonreír como quería hacerlo,
el desgraciado me iba a ganar una vez más porque estaba a punto de
admitir que si me interesaba.
—Dijiste que no eras escritor.
—Sabía que tomarías ese camino. —Respondió riendo, torcí los ojos y
giré sobre mis pies para entrar al edificio.
Lo vi por encima del hombro y le dije adiós moviendo la mano para
continuar mi camino.
—Valen. —Me llamó de nuevo así, provocando de nuevo que mi pulso
se agitara. —Estas muy guapa hoy.
—Sí, supongo que lo pensaste cuando me viste en pijama.
—Claro, fue cuando más guapa me pareciste.
Tenía dos opciones, irme como animalito asustado, sonriendo ante su
piropo juguetón y dejarlo ganar, o responderle de alguna cosa lista
que lo dejara callado, como no se me ocurrió nada que sonase listo,
decidí actuar que requería menos esfuerzo. Solté mis brazos y caminé
hasta estar frente a él, me acerqué de golpe para darle un beso en los
labios que no le di tiempo de profundizar porque me alejé.
Caminé más rápido para dejarlo justo así, callado y con esa sonrisa
en los labios que no podía ocultar. Riendo victoriosa espere el
elevador, pensando en el nuevo giro que estaban dando las cosas,
gustarle a Santiago nunca lo contemplé, si sentía algo entre los dos,
pero aduje que era buena química desprendida a causa de la lectura.
En ese momento todo estaba tomando un rumbo distinto, porque,
aunque no lo hubiéramos hablado, ambos sabíamos que ese beso
cambiaba nuestra dinámica.
No pienses solo gózalo. —Repetía una voz chistosa en mi cabeza, que,
por supuesto decidí obedecer, el elevador llegando me transporto a
mi realidad, las puertas se abrieron y un Manu sonriente salió de
este.
—Contigo quiero hablar.
Levantó el rostro al oír mi voz, agobiado intentó decir algo, pero solo
logró balbucear, llevaba el casco en la mano supuse que pensaba
largarse, pero no estaba en mis planes permitirlo, sujeté la manga de
su camisa para obligarlo a entrar conmigo de nuevo al ascensor.
—Dijiste que no salías con Santiago y te vi besándote con él.
—No salimos, no mentí. —Dije cruzando los brazos. —Pero tú a mí sí,
si lo conocías.
Se quedó callado dándome la espalda, lo hice acompañarme a mi
departamento y aunque parecía apresurado ni siquiera hizo el
intento de negarse. Nos sentamos juntos justo en el mismo sitio
donde lo había hecho con Santi más temprano.
—¿De dónde lo conoces?
—¿No te lo dijo? —Negué sin quitarle la vista de encima, tenía miedo
que no me dijera nada porque sacarle algo a Santiago iba a ser difícil
y no quería que la duda me siguiera carcomiendo.
—Me dijo que reaccionó así al verte porque tiene un problema
familiar que te involucra a ti, pero no quiso seguir contándome
porque según él no le correspondía.
Estiró los pies acomodándose mejor sobre el sillón, mordió su labio
superior y me miró a sabiendas que estaba esperado respuestas.
—¿Son familia?
—Algo así. —Respondió sin verme.
—Explícate por favor, sé que no es mi problema, pero verlos
reaccionar así cuando se vieron me dejó preocupada, no sé...
—Es mi cuñado.
—¿Tú cuñado? ¡Santiago tiene novia!
—No, Santiago está casado con su trabajo.
—¿Entonces?... ¡Espera!, Sandy es una niñita para ti, Manu todo este
tiempo has sabido que me relaciono con ellos y no dijiste nada.
—Lo sé, pero no sabía cómo decírtelo, generalmente no hablo de esto,
porque no todos lo toman bien.
—Es que es hasta ilegal, Sandy ni siquiera es mayor de edad.
—Yo no tengo nada que ver con ella, mi relación es con el hermano de
en medio de los Sados, Sebas... Sebastián es mi novio.
w w

Intentaba desesperadamente decir algo, pero mis labios no se movían


por más esfuerzo que hiciera, aquella confesión me tomó totalmente
desprevenida. Manu permaneció en silencio esperando que yo
procesara la bomba que acaba de soltar.
Por un segundo pude ver temor en sus ojos, y eso fue el detonante
que me sacó de ese estado en el que estaba, tomé aire y le sonreí
queriendo transmitirle tranquilidad.
—Jamás lo imaginé, pero que bueno por ti, supongo que siendo
hermano de Santi está igual de guapo que él. —Dije de forma
despreocupada.
Se quedó observándome por largos segundos, antes de suspirar y
dejar caer su espalda por completo en el sillón, parecía aliviado.
—En realidad, es más guapo que Santi, y no solo eso, Sebas es
grandioso, un buen sujeto, el más normal de esa familia. —Sonrió de
forma cálida, estaba enamorado, sus ojos lo delataban.
—¿Ahora me puedes explicar qué pasa con la familia Sada? No
entiendo qué tiene que ver tu relación con Sebastián y la reacción de
Santiago al verte.
—Es una larga historia. —Su suspiró triste no pasó desapercibido,
pero no quería enfocarme en eso, busqué su mano y la entrelacé con
la mía antes de decirle que teníamos toda la noche para hablar.
—Soy toda oídos. —Lo animé con una sonrisa.
—Te daré la versión corta de esta historia porque no me gusta hablar
mucho de esto... básicamente, desde que Saúl Sada se enteró de mi
relación con su hijo, ha hecho hasta lo imposible para que rompamos,
desde enviarlo a hacer una maestría al extranjero, o remitirlo a un
psiquiatra que le arreglara el problema, el viejo es un homófobo de lo
peor, lo último que hizo, fue ofrecerme dinero para que me alejara de
él. —Se quedó callado, como avergonzado de lo que estaba a punto de
decir.
—Tú lo aceptaste ¿Cierto?
—Sí. —Respondió cabizbajo. —Ya lo había intentado antes, y siempre
me negué, solo que esta vez fue más insistente, más hostigante,
Sebas me dijo que aceptara, que lo íbamos a hacer enojar de verdad.
—¿Pero por qué habrías de aceptar? ¿Pensabas alejarte de tu novio de
verdad?
—No Valen. —Negó moviendo la cabeza. —Nunca se me pasó por la
cabeza, lo primero que hizo Saúl cuando se enteró de todo fue
quitarle el dinero a Sebas, así que la oferta nos caía bien en ese
momento como una especie de venganza, ¿Entiendes?
Negué, estaba medio atontada con toda esa información.
—Fácil Valen, Sebastián tenía un estilo de vida deseado por
cualquiera, viajes, autos, motos y demás. Todo lo fue perdiendo poco
a poco, aún no le perdona a su papá que haya vendido la primera
motocicleta que compró, acepté el dinero como recompensa por todos
los daños que le hizo a su propio hijo, le di el dinero a Sebas, se
compró la motocicleta más cara del mercado. —Sonrió al decir lo
último.
—Entiendo, pero... ¿Cómo pensaban engañar al papá o no les
importaba que supiera que no se han dejado de ver?
Le llevó más de treinta minutos contarme todo, según el trato que
hizo con Saúl, debía dejar la ciudad y cortar toda comunicación con
Sebastián, ellos habían planeado ser más discretos, Manu cambió el
sitio donde hacía pasantías, dejó de frecuentar los mismos lugares e
incluso de salir en fines de semanas. Se miraban en el departamento
de Manu, tres veces por semana, esperando que el tiempo pasara y
sobre todo que a Saúl se le saliera la idea de la cabeza de que todavía
estaban juntos.
Casi lo estaban logrando hasta que Santiago lo vio, aunque aún no
había dicho nada, estaba convencido que en poco tiempo Saúl se iba a
enterar de todo.
—Pero si Sebas se lo pide, tal vez lo convence de quedarse callado.
Manu río negando, como si le acabase de decir lo más gracioso de la
noche.
—Valentina, Santiago vive por la aprobación de su papá, jamás le
mentiría o le escondería algo.
—¿Sí?, a mí me pareció algo diferente la única vez que los vi juntos.
—Recordé.
—No lo soporta, pero a toda costa se esfuerza por quedar bien con él,
Santiago no tiene vida propia por hacer crecer el peor negocio del
viejo, lo puso frente de ese centro comercial que estaba casi en la
ruina y en un año es el más popular de la ciudad, siempre lo expone a
situaciones insuperables solo para ponerlo a prueba.
—¿Por qué haría eso? ¡Es su papá!
—No lo sé Valen, ese señor es lo más extraño del mundo, Sebastián
dice que es más estricto con Santiago por ser el mayor, también
porque es el que más lo desafió en sus años adolescente, no lo sé, lo
único que tengo seguro es que es un controlador, los manipula a los
tres de diferentes maneras, su enfermedad, el recuerdo de su mamá,
y hasta con la misma Sandy, por eso Santiago volvió a vivir con ellos.
El estrés crónico de Santiago debía venir por su papá, me imaginé
por un segundo lo difícil que debía ser vivir con alguien así, y hasta
llegué a sentirme mal por todas las veces que pensé que era un
amargado sin remedio.
—Dijiste que Sebas era el más normal de todos, ¿Qué quisiste decir
con eso?
—Sandy está loca, llena del drama típico de su edad, que ella lo lleva
a niveles increíbles, Santiago es un tipo metódico en exceso,
obsesionado por el trabajo, demasiado riguroso hasta con el mismo, y
Sebas... bueno. —Sonrió. —Tiene una debilidad por la adrenalina y
eso es todo lo extraño en él.
—¿Conoces bien a Santiago?
Me acerqué aún más a él, sintiendo una especie de temor por su
respuesta.
—Sé lo que quieres saber, no es de muchas chicas, en realidad sí, pero
es algo que mantiene al margen de su vida familiar, he conocido
solamente dos novias suyas, y llevo años frecuentando su casa, como
amigo de Sebas, antes que todo se descubriera hace casi un año. —
Noté un rastro de tristeza en su voz, que egoístamente ignoré.
—¿Qué pasó con esas novias?
—Lo dejaron, tenían que hacer cita con su secretaría para verlo,
básicamente eran las amantes, el trabajo su única esposa. —Río como
si hubiera dicho algo gracioso, aquello me pareció preocupante.
—¿Y las otras chicas? ¿Cómo sabes que es de muchas y
—No puedo creer que te guste Santiago Sada. —Me interrumpió,
hablaba de una forma tranquila sin saber que todo lo que decía me
sumía en una serie de dudas que fueron las causantes de que quisiera
huir. —Es un sujeto aburrido, demasiado formal, estar con él debe ser
un dolor de cabeza, seguramente agenda hasta las citas para sexo,
debe de programar cuánto tiempo tiene que durar antes de correrse,
me imagino en su agenda escrito, veinte minutos preludio...
Mi carcajada cortó el montón de comentarios graciosos que salían de
su boca, la tensión que sentía se disipó con mi risa escandalosa, lo
tomé con humor, sin tener claro qué pensar de todo lo que estaba
conociendo.
—No me gusta. —Lo negué después de calmarme gracias a un vaso de
agua.
—Los vi... Te besaba, tú también a él.
—Un beso casual, solo hay atracción, digo... es normal, Santi es
apuesto, me parece interesante que se yo... pero gustar, no.
—Valen, Valen. —Negó moviendo la cabeza.
—Responde lo que pregunté, dijiste que si era de muchas chicas.
—Ligues casuales supongo, sale de vez en cuando y no llega a dormir,
lo sé porque he visto los dramas que hace Sandy, está loca, es celosa
con sus dos hermanos nunca nadie le cae bien, incluso cuando supo lo
mío y lo de Sebas, dejó de hablarme por meses, hasta llegué a pensar
que no aceptaba lo nuestro por ser dos hombres, luego entendí que
solo estaba celosa que le robara el cariño de su hermano.
—¿Ella los acepta?
—Hasta nos ayuda a vernos, pero eso no le quita que sea una loca.
Me reía como si no pasara nada, como si mi mente no estuviera
tejiendo mil ideas en torno a Santi y eso que estaba ocurriendo entre
los dos, escuché atenta cada cosa que contó Manu esa noche, estaba
tan involucrado en esa familia que parecía ser ya parte de ellos.

***

Hice el intento de dejar mis propios cuestionamientos para


enfocarme en todo lo que tenía que hacer, después de todo un par de
besos no significaban la gran cosa.
El lanzamiento del primer libro que yo había conseguido estaba solo
a semanas, Rodrigo quería que el evento impresionara a lectores y a
nuestros distribuidores, aunque la editorial aún no regresaba de su
receso por las fiestas, hacía el intento de trabajar por mi cuenta
desde casa, era mi plan perfecto, me libraría hasta de los molestos
compromisos familiares de los que huía a toda costa.
Pero no avanzaba mucho, no podía concentrarme en algo que no
sabía muy bien cómo hacer, necesitaba a Laura para avanzar, pero no
quería abusar de su ayuda, decidí tomarme un descanso, salir de mi
encierro y hacer algo de provecho, como si intuyera mi
disponibilidad, Santiago me envió un mensaje muy temprano en la
mañana, acordando una cita de lectura para el día siguiente a las
nueve de la madrugada... en su oficina.
Aunque fui al cine y luego a un café con Manu, no pude distraerme
del todo, la cita me ponía algo más que nerviosa, dormí temprano sin
problema alguno, necesitaba despertar con suficiente tiempo para
arreglarme, recordé que con Santiago era mejor llegar minutos antes,
me entusiasmé buscando el atuendo perfecto para ese encuentro, ya
no tenía que preocuparme por mi imagen formal, puse especial
atención en mi pelo, recordé lo que dijo de llevarlo recogido, me
maquillé con discreción, tampoco quería que se diera cuenta que me
esforzaba por él. Eso solo alimentaría su ego.
El Prime Mall seguía con aquel ambiente navideño que me ponía de
mal humor, recorrí los pasillos casi vacíos dejando pasar el tiempo,
había llegado demasiado temprano, cuando sólo faltaban quince
minutos para las nueve decidí subir hasta el último piso, no sin antes
pasar por la cafetería de la última vez y llevar un espresso para
Santiago, solo quería ser amable, me convenía quedar bien con él,
después de todo iba tras ese contrato de publicación.
Ya no era tan raro entrar a ese piso, aunque las miradas nunca
dejaron de ser incómodas, al menos de parte de las secretarias, puse
una sonrisa falsa en mis labios al acercarme al escritorio de Gloria
que era la que peor me miraba.
En el preciso momento que estuve frente a ella, el intercomunicador
sonó, hizo un gesto con la mano para que le diera un minuto, con esa
actitud de desagrado que no ocultaba.
—Gloria, deja pasar a Valentina por favor.
Sonreí al oír la voz de Santi, Gloria evitó verme, solo suspiró cuando
pasé a su lado para abrir las puertas, de la oficina.
—Buenos días. —Saludé nerviosa, asomando la cabeza.
Apartó la vista del computador por breve segundos, hizo el intento de
sonreír, pero no le salió del todo, me llamó moviendo la mano para
que terminase de entrar a la oficina y así lo hice, sentándome frente
a él que no se dignaba a mirarme ni por medio segundo.
—Tengo que terminar de revisar algo, solo me tomará breve minutos.
—Explicaba sin verme.

Puse el café sobre su escritorio cuando ya habían pasado cinco


minutos y él seguía concentrado en su trabajo, sonrió respirando
profundo, absorbiendo el fuerte aroma que desprendía la taza
humeante, musitó un gracias luego de dar el primer sorbo, y luego
desaparecí para él.
Tuve que esperar diez minutos más para que al fin dejara de ver esa
pantalla para verme a mí.
—¿Vine en mal momento?
—No, solo. —Soltó otro largo suspiro antes de buscar mis ojos. —De
último momento me salieron cosas que no pude dejar para después,
lamento mucho hacerte esperar, el café está en su punto, como me
gusta, gracias por traerlo.
Quería decirle que fue un gusto, que por verlo sonreír así podría
levantarme temprano uno que otro día, para traerle el café a su
oficina, pero opte por solo sonreír, me acomode mejor sobre la silla,
esperando que comenzara a leer.
Se puso de pie, para después rodear el escritorio, se recostó sobre el
borde de este, con el libro entre las manos sin dejar de verme.
—¿Cómo sabías que estaba afuera? Llegué diez minutos antes.
—Tus brazaletes. —Apuntó mi brazo derecho—, tintinean con cada
paso que das, tengo el oído muy desarrollado. —Sonrió encogiendo
los hombros.
Cada gesto que hacía lo encontraba encantador, intentaba no
centrarme en eso, en mi debilidad cada vez más fuerte hacia todo él,
agradecí cuando abrió el libro y aclaró la garganta, lo que me
indicaba que iba a comenzar a leer.
Mojé mis labios al escuchar ese tono suave y sugerente de manera
casi inconsciente, me gustaba demasiado ese momento de nuestros
encuentros, cuando me sumergía en ese tipo de hipnosis con su voz,
mis ojos se quedaron fijos en él, en el movimiento de sus labios al
leer, en las expresiones sutiles que su rostro hacía con cada línea, me
perdí de nuevo en lo que no debía, mi atención en lo que decía era
casi nula, cuando intenté encontrarle sentido a la historia y
entrelazarla con nuestra última lectura me resultó imposible.
Me culpé a mí misma por mi distracción, no me atreví a pedirle que
comenzara de nuevo, en cambio fingí, fingí que la historia me parecía
interesante, que me atrapaba cada diálogo que recitaba, que, si
estaba ahí y sonriendo así, era solo por ese libro.
Una parte de mi sabía que la idealizaba, que esa Eva solo estaba en mi
mente, que la criatura exótica e inalcanzable de grandes ojos verdes,
no era real. Pero preferí vivir engañado, seducido en sus encantos de
sirena que me atraían hacia el acantilado.
—Deberías venir conmigo, digo... con todos. —Susurró al mismo
tiempo que llevaba sus manos hacia los bordes del cuello de mi camisa.
Su actitud coqueta calentó mi sangre a la velocidad de un rayo, sabía
lo que hacía, a pesar de tener esa imagen de colegiala inocente.
—¿Segura quieres ir conmigo? —No me importó mostrarme cómo el
sujeto inseguro, que no se sentía digno de ese brillo en su mirada.
—Solo contigo.
Su sonrisa ladina debió advertirme que Eva jugaba conmigo, que me
estaba arrastrando a esa espiral de juegos e insinuaciones que iban a
acabar conmigo.
—Fin del capítulo
El sonido del libro me sobresalto como siempre, observé atenta como
se quitó los lentes para ponerlos sobre el escritorio, acarició el
puente de su nariz con una expresión de cansancio en el rostro que
me hacía sentir pena por él,
—Un capítulo menos para terminarlo. —No se me ocurrió decir otra
cosa mientras me ponía de pie.
Santiago volvió a ocupar su sitio tras el escritorio sin prestarle
atención a mi presencia, cuando cerró el libro me dio la impresión
que se quedó en esas líneas, lejos de la realidad, como si estuviera
recordando algo.
—¿Santiago?
—¿Sí?... Lo siento, estoy lleno de cosas por hacer, por eso estoy algo
distraído. —¿Algo? parecía que estaba solo y yo no existía.
—Creo que es mejor que me vaya, supongo que como siempre tú
llamarás para agendar nuestra próxima cita.
Asintió cabizbajo, terminé de colocarme el bolso sobre el hombro,
evitando a toda cosa que mi rostro reflejase lo decepcionada que me
sentía, aunque no lo aceptara del todo, me había vestido para él, y ni
siquiera fue capaz de verme por más de diez segundos seguidos.
—Te llamaré.
—Perfecto, que tengas buen día, si acaso no nos vemos en unos días,
feliz año nuevo por adelantado.
Giré sobre mis talones dispuesta a salir, solo había dado un par de
pasos cuando estaba tras de mí, sujetando mi brazo, evitando que
avanzara.
—Puedo pedirle a mi chofer que te lleve a donde quieras, no me
gustaría que te fueras sola.
—No te preocupes, vine sola, me puedo ir de la misma manera. —
Respondí tajante, quise apartar su mano de mi cuerpo, pero a decir
verdad me gustaba mucho ese acercamiento, tanto que no me
apetecía verdaderamente cortarlo.
—Valentina nos veremos pronto, te llamaré en cuanto pueda.
Lo miré esperando haber escuchado mal lo que estaba diciendo, pero
no... de su boca había salido precisamente eso, Santiago creía que mi
molestia la causaba el hecho de tener que esperar por una llamada, y
si, en parte tenía algo de razón, pero desde luego admitirlo, aunque
fuese solo para mí misma, me resultaba muy difícil. Pero en realidad
lo que más me contrariaba era la imagen que tenía de mí.
Solo fueron dos besos, no esperaba ilusionada algo de él,
simplemente deseaba que las cosas fueran fluyendo, la lectura
avanzando y acabar con ese libro publicado.
—No te preocupes, no pasa nada si no lo haces. Supongo que debes
descansar unos días, si quieres retomamos las lecturas en una
semana o cuando creas necesario.
No le di oportunidad de decir algo, di la vuelta de una vez por todas
para salir de esa oficina, ignorando su voz sonando con ese tono
autoritario diciendo mi nombre.
Mi día no pudo ser peor cuando a media tarde, recibí la llamada
sorpresa de mi papá, quería verme en menos de dos horas y como
eran uno de esos acontecimientos que casi nunca sucedían, no me
pude negar, llegué al restaurante italiano a las siete en punto,
sorprendiéndolo con mi recién descubierta puntualidad, la que en
realidad se llevó una sorpresa fui yo, papá no estaba solo, mi
hermana mayor sonriente estaba sentada a su lado.
Puse mi mejor cara sabiendo que todo podía terminar mal, ignoré las
flechas que lanzaba mi hermana, incluso fui capaz de manejar las
críticas un tanto crueles acerca de mi lentitud para acabar la
universidad. Pero cuando se hizo mención sobre mi trabajo y ambos
bromearon con lo mal que seguro lo estaba llevando, no pude más,
antes de perder los estribos me despedí de papá, ni siquiera había
terminado mi cena, tampoco respondí a su propuesta de pasar el año
nuevo juntos, solo me fui, a paso rápido con una opresión el pecho
que dejé ir a medida que caminaba sintiendo el aire frío golpeando
mi piel.
Luchando con mis contradicciones internas y cuestionamientos más
profundo, llegué a una conclusión, me afectaba terriblemente que
juzgaran lo que hacía en la editorial, había un esfuerzo, tal vez no el
necesario, pero si uno, en fin, por primera vez en mi vida me estaba
tomando algo ligeramente en serio, y me seguían tomando como un
chiste, incluso Santiago.
Les iba a callar la boca a todos, lo decidí en el momento que crucé la
puerta de mi departamento, esa misma noche comencé a organizar el
lanzamiento del libro, ese que no había podido avanzar sin la ayuda
de Laura, cuando no podía más, me distraía leyendo algunas líneas
del libro que Sandy me había obsequiado y así poco a poco iba
tomando forma todo.
Me llevó más que una sola noche organizar todo, pero estaba tan
decidida a hacerlo que nada me desanimaba, incluso ni siquiera me
importó perderme la fiesta de la que todos en la editorial hablaban,
ese lanzamiento sería mi gran prueba, y después iría por más, si no
me quedaba dormida en el sillón como estaba a punto de pasar.
—Señorita su café. —Miré por encima del hombro como Manu entraba
haciendo malabares para no tirar al piso todo lo que llevaba en las
manos.
—Solo te pedí un café.
—Lo sé, pero me entusiasmó tanto verte trabajar, que quise
motivarte. —Dijo sentándose a mi lado.
—¿Con comida?
—Sí señorita, con comida, según estudios comer es igual de
placentero que el sexo.
—Entonces dame mucha comida, necesito experimentar algo similar.
Su risa desenfadada resonó en mi diminuto espacio, tener a Manu
cerca me proporcionaba bienestar, con amigos las penas sabían
diferente.
—Estoy asombrado con todo esto, estás trabajando, no durmiendo...
limpiaste este lugar. —Miró hacia los lados con un gesto chistoso. —
Los propósitos de año nuevo comenzaron antes.
—No, simplemente entendí que estaba siendo muy holgazana, además
no es para tanto, solo recogí algunas cosas, y regué mis plantitas.
—Pones una cara de tonta cada vez que ves hacia ese rincón.
Entre conversaciones poco profundas y el café que no dejaba de
tomar, me relajé a su lado, tanto que no quería que se fuera, pero
Manu tenía una vida social o más bien un novio que atender, se iba a
ver con Sebas, necesitaba prepararse para estar listo a tiempo.
—Si decides no irte con tu papá, sabes que puedes pasarla conmigo,
no haremos nada espectacular solo una reunión entre amigos, hasta
podría presentarte a Sebastián.
—Prometo que te buscaré en caso de quedarme.
—Hazlo Valen, no se vale recibir al año nuevo sola, teniendo a un
amigo. —Sonreí sintiéndome de verdad afortunada por contar con
alguien en mi vida, besó mi mejilla y tomó sus cosas antes de salir.
—Manu cierra. —Grité molesta al darme cuenta que como siempre
dejaba la puerta abierta.
Arrastrando los pies de mala gana me moví hasta la puerta, tiré de
esta, pero una mano impidió que se cerrara.
—Señorita Rincón, así me recibe ahora.
Oír su voz me llevó de un estado tranquilo a agitado en segundos, me
sonreía de una forma que me inspiraba ternura, sus ojos buscaban
los míos en lugar de pasearse por mi cuerpo como siempre.
—Entra. —Susurré sintiendo un hoyo en el estómago.
Cerré los ojos cuando paso a mi lado dejando una estela de ese
delicioso perfume, estremecida por su presencia seguí a paso lento el
recorrido que hizo hasta mis sillones, llevaba el libro entre las
manos, el cabello húmedo y esa sonrisa en los labios que no
desaparecía.
—Que sorpresa, no recuerdo que acordáramos una cita hoy. —Me
esforcé por sonar indiferente a su presencia.
—Hice cambios en mi agenda para que pudiéramos leer hoy.
—Son las nueve treinta de la noche.
—Aún tenía cosas que preparar, mañana es un día complicado.
—Mañana es fin de año.
—Si, solo se trabaja la mitad de la jornada, tengo menos tiempo que
nunca.
Lo vi fijamente, con los brazos cruzados y una irritación que no sabía
realmente porque la sentía.
—Si querías verme, solo tienes que decirlo, lo del libro me suena a
pretexto.
La carcajada que salió de sus labios fue tan honesta que me tomó
desprevenida, asintió sin dejar de reír dando pasos cortos hacia mí,
de repente el ambiente hostil comenzó a sentirse cada vez menos,
cuanto más se acercaba más me relajaba.
—Moví cosas en mi agenda porque quería verte, me dio la impresión
que te fuiste molesta de mi oficina. —Su voz sonaba más suave a
medida que acortaba la distancia. —Nos estamos enojando muy
seguido ¿Vamos muy rápido?
Di un paso hacia atrás evitando que me plantara el beso que quería,
lo vi en sus ojos, su decisión. Sonreí nerviosa pasando las manos por
mi pelo, me sentía acorralada por ese hombre imponente y ocupado
frente a mí.
Viendo sus ojos entendí lo siguiente, Santiago me gustaba mucho más
de lo que lo admitía, con él era todo terreno desconocido, y eso en
lugar de parecerme estimulante, me resultaba un poco peligroso, lo
de ser algo casual podría haberme parecido una grandiosa idea, si el
tipo no fuera él, en las circunstancias en las que me encontraba ni yo
misma estaba clara de nada.
—Deja de jugar al galán que me intimida y mejor cuéntame por qué
crees que me fui enojada.
—Yo no juego, soy el galán que intimida.
El cabrón me había dejado sin salida, lo tenía tan cerca que no había
paso hacia atrás que me alejara de su cuerpo, así que le puse las
cosas fáciles, rodeé su cuello con mis brazos aceptando esa cercanía
que me gustaba más de lo que me molestaba, sonrió satisfecho al
verme mi disposición, finalmente besó castamente mis labios para
después alejarse al instante.
—Tu cara, eso me hizo creer que estabas enojada, tú siempre te ves
tan sonriente, tan... libre Valentina, me das la sensación de ser tan
libre, de vivir tan ligera, y ese día saliste tensa, seria y cortante, y
usted señorita Rincón no es así, a pesar de su poca habilidad social
suele tener largas conversaciones, al menos conmigo.
Negué de manera automática, ignorando mi pulso alterado, le apunté
el sillón para que se sentara de una vez, verlo de pie me daba la
sensación de que estaba a punto de lanzarse sobre mí, o tal vez yo lo
deseaba tanto que ya me estaba incomodando.
—Fue un mal día para mí, y supongo que para ti también, olvídalo.
—Asunto olvidado, pero discúlpame por haberte hecho esperar tanto,
y estar distraído.
—Disculpas aceptadas. —Sonreí—, ya que estamos aquí de verdad
podemos aprovechar para leer, he estado trabajando demasiado,
necesito un respiro.
—Pensé que ya había quedado claro que lo del libro era una excusa.
Santiago parecía otro fuera de su oficina, con la sonrisa a flor de piel,
con una jovialidad contagiable, lo miré tan cómodo ahí, sentado
frente a mí, admitiendo con una sonrisa descarada que quería verme.
—¿En qué has estado trabajando? —Preguntó curioso intentando leer
lo que tenía escrito en mi laptop. —La estas usando. —Dijo
entusiasmado al ver la agenda abierta con algunos garabatos sobre
las hojas.
—El lanzamiento del próximo libro de la editorial, el primero que yo
conseguí... pero siento que no avanzo de la manera que esperé.
—¿Por qué no?
—No lo sé, no tengo idea de si estoy haciendo las cosas bien, soy una
editora algo improvisada y
—Confía en ti misma, si eres editora es por algo, ven cuéntame más
sobre tu lanzamiento.
Me ofrecía su mano que tomé sin pensarlo, me sentó a su lado para
luego pasar el brazo por el sillón, dándome la sensación de estar
abrazada por él, su total atención estaba en mí, escuchaba
pacientemente mis titubeos intentando explicarle los detalles que ya
había resuelto y mis dudas en cuanto a cómo proseguir, escuché sus
consejos, sus propuestas, y me regocijé con su aprobación de mis
ideas.
No sé en qué momento exacto ocurrió todo, de un momento a otro,
dejamos de ser autor y editor con jueguitos y coqueteos inofensivos,
para convertirnos en eso, dos personas que disfrutaban conversar
juntos, entre coquetos más fuertes y sensaciones desconcertantes.
—Si sigues el plan que trazaste todo saldrá bien, esto no tiene por qué
quitarte tanto tiempo, dijiste que debes enfocarte en las clases
pendientes, y en conseguir nuevos acuerdos de publicación ¿no?
—De las clases no hablemos, creo que es algo que no lograré del todo.
—Si te propones acabar con eso de una vez lo harás, Valentina confía
en ti, organízate de tal forma que acabar la universidad se te haga
posible de una vez.
—Sin sermones. —Pedí haciendo un puchero, negó antes de atraerme
hacia su pecho con naturalidad, como si ese tipo de contacto fuese
común entre nosotros.
Me resultaba jodidamente cómodo estar entre sus brazos, era la
primera vez que me encontraba así, pegada a él, envuelta en todo
aquello que no terminaba de comprender, recordé lo que dijo Manu y
por un momento tuve el impulso de preguntarle de qué iba todo
aquello, porque podíamos seguir conociéndonos de esa forma casual,
solo debíamos dejar claro que el libro era otro asunto, que estaba por
encima de lo de nosotros, pero no lo hice, preferí dejar que todo me
sorprendiera a como precisamente lo estaba haciendo.
—Que estresante es lanzar un libro, imagina cuando sea el turno del
tuyo, supongo que querrás estar tras cada detalle.
Su pecho comenzó a moverse debido a su risa sonora, levanté el
rostro para verlo a los ojos fingiendo estar enojada por su risa
burlona.
—No voy a estar tras ningún detalle, porque ese libro no se va a
lanzar. —Aseguró risueño.
—Por mi parte el libro no excusa, hicimos un trato que espero se
cumpla, yo leo tu libro, le hago una crítica y
—Y yo pienso acerca de la propuesta de publicación, nunca dije que
aceptaría sólo porque terminaras el libro, tengo una postura acerca
de ese libro que no cambiará tan fácilmente, con todo y su cara
bonita, no me va a convencer tan fácil señorita Rincón.
—¿Por qué lo odias? —Esquivé su juego rápidamente.
—No lo odio, simplemente no es algo de lo que me sienta orgulloso,
mi prosa era muy mediocre, la obra tiene una pésima estructura y los
personajes no resultan entrañables para nadie.
—¿De qué hablas? todo el mundo ama a Tony leí como diez reseñas.
—Es aspiracional, es el típico tímido y marginado estudiante,
enamorado de una adolescente popular y sensual, sienten empatía
por él y desean que sus sueños con Eva se cumplan, pero no es un
personaje que te deje algo en sí, y no lo vas a entender hasta que
acabes el libro.
La forma en la que dijo Eva se quedó grabada en mi mente, noté que
de alguna forma le costaba trabajo decir ese nombre, como si una
parte de él odiara hacerlo.
—¿Es real? ¿Lo que le pasó a Tony te ocurrió a ti?
Solté mis dudas sin medir las consecuencias, el lenguaje corporal de
Santi me dijo que había sido pésima idea, se quedó callado por largos
segundos, con la vista perdida en algún punto la pared, parecía
sopesar la respuesta que me iba a dar con demasiado detalle. Hizo el
intento de hablar, pero entrecerró los labios de nuevo.
—No es necesario que respondas. —No quise obligarlo a hacer algo
que no quería, aunque mi curiosidad estuviera aún más despierta.
—En algún punto de nuestras vidas todos nos topamos con una Eva,
puede ser que algo de mí este en Tony y mucho de alguien que conocí
en Eva, pero tal vez solo sea la base del nudo principal, el resto es
pura imaginación de un adolescente solitario.
—¿Cuándo la escribiste? —Insistí con el tema a pesar de encontrarlo
incómodo, su primera respuesta me alentó a continuar con aquello
que parecía atormentarlo.
—Hace muchos años. —Respondió cortante, por prudencia me quedé
callada, pero no satisfecha con su respuesta, tenía que encontrar la
forma de saber quién era Eva, estaba convencida que el mal recuerdo
quizás era lo que provocaba tanto rechazo al libro.
—Creo que debo irme, estabas trabajando y vine a interrumpir.
—En realidad me gustó la interrupción.
Quería que se relajara, que olvidara un poco mis cuestionamientos
acerca de la protagonista del libro, pareció funcionar porque en sus
labios se dibujó una sonrisa coqueta que me hizo sentir cosquillas en
la piel.
—Estás admitiendo que esto no es lo único que te interesa. —Dijo
señalando el libro.
Reí con ironía viéndolo con una ceja alzada.
—Me gustó verte hoy y hablar contigo, no he admitido nada más.
—¿Por qué no lo aceptas? sincérate contigo misma.
Reí de manera más efusiva, su arrogancia resultaba ser seductora
cuando hablaba con ese tono pausado y me observaba con esa mirada
divertida.
—Porque no pienso dejarte ganar... gracias por venir a verme, espero
que pronto concretemos una cita de lectura porque el libro si me
interesa. —Susurré.
—¿Y el escritor? ¡Vamos admítelo!
Negué una y otra vez evitando sonreír para que me tomara en serio,
pero él podía leerme, él sabía incluso mejor que yo, que el escritor
ganaba terreno notablemente con cada encuentro, se puso de pie y
buscó mi cercanía, de inmediato di mis salvadores pasos hacia atrás,
hasta que mi espalda chocó con la pared, me apresó con las palmas
de las manos apoyadas en esta, sin dejar de verme con esa actitud de
cazador a punto de atrapar a la presa, que me estremecía.
—Tal vez un poco. —Titubee nerviosa.
—Eso no es ser sincera. —Dijo en tono juguetón, su nariz rozaba la
mía, compartíamos el aire que se sentía escaso entre los dos.
—De acuerdo, algo más que un poco.
Despegó el brazo derecho de la pared para cercar mi cintura,
pegándome a su cuerpo con toda la confianza del mundo.
—Te enseñaré a ser sincera, no me interesa nada la propuesta del
libro, me interesa la editora que insiste en publicarlo.
Aquello me hizo sentir dos cosas completamente distintas, el susurro
de su voz atrapante, admitiendo que estaba interesado en mí me
erizó por completo, el entender que la propuesta ni siquiera la
tomaba en serio me decepcionó.
—Mañana hay una cena en casa de mis amigos, los de la otra vez. —
Continuó hablando. —Si no tenías nada planeado para mañana me
gustaría que me acompañes, tal vez después podemos comenzar el
año de la mejor forma... leyendo. —Susurró sobre mis labios.
Contuve un suspiro y solo sonreí, esperando que me soltara para
retomar un poco el control que estaba perdiendo. Pero en lugar de
eso me presionó más hacia su cuerpo, asfixiándome con el calor que
desprendíamos juntos.
—Quieres besarme, pero no lo haces porque no quieres dejarme
ganar. —Dije en voz débil.
—Quiero que me digas si vas a venir conmigo, contigo no sé cómo
hacer las cosas.
—Es bueno saber que te hago dudar de algo señor tengo todo
controlado. —Río sin ganas sin despegarse de mí, rozó sus labios con
los míos de una manera lenta y cruel.
Quería un beso, uno largo que me esparciera por todo mi cuerpo la
electricidad que emanábamos juntos, pero no iba a dar el primer
paso, no quería sincerarme con él.
—¿Tengo que convencerte?
—Creo que sí—Jadeé con suavidad al percibir de nuevo su húmeda
boca presionando la mía.
El impacto del contacto magnificado de sus labios en los míos, me
debilitó por completo, con los dos brazos me pegaba hacia él como si
fuese posible más acercamiento, mientras su boca devoraba la mía,
sin ocultar esa necesidad creciente y perceptible por hacer de aquello
mucho más. Me sujeté de sus hombros correspondiendo de la misma
forma a ese beso más íntimo que cualquier otro que me hubiese dado
antes.
—¿Quieres venir conmigo? —Preguntó de nuevo con la voz rasposa.
—Sí. —Respondí al fin, sujetando sus mejillas con ambas manos, para
atraerlo de nuevo a mí.
—Me gusta cuando somos sinceros. —Susurró entre besos.
w w

—Mejor dilo con todas sus letras, prefieres cenar con tu padre,
supongo que lo quieres más que a mí.
Me quedé ida viendo a mi mamá, sus chantajes emocionales desde el
divorcio, eran el pan de cada día de nuestra relación, pero todavía me
sorprendían sus alcances, estábamos en un restaurante lleno de
personas.
—Mamá, estás a punto de llorar, contrólate. —Pedí entre dientes.
—No me puedo controlar Valentina, no puedo, es año nuevo puedes
recibirlo con tu madre.
Fastidiada y en una actitud de niña malcriada, dejé caer la cabeza
sobre la mesa, no supe en que estaba pensando cuando acepté
almorzar con ella, seguía demasiado adormilada cuando respondí el
teléfono, nunca debí hacerlo.
—Es el último almuerzo del año, al menos que sea en paz ¿no? —la
miré a los ojos intentando persuadirla—. Además, mamá no estaré
con mi papá, hice planes con alguien. —Dije lo último con tanto
miedo que no sé cómo me atreví, sabía muy bien lo que iba a pasar,
Valeria iba a insistir e insistir hasta saber con quién había hecho
planes.
Para mi sorpresa no abrió la boca por largos minutos, y cuando lo
hizo fue para comer ese delicioso pollo agridulce que aún estaba en
su plato. Su silencio me resultaba incomodo, mamá hablaba hasta
dormida, que no estuviera atacándome con preguntas, era aún más
peligroso, significaba que su mente estaba planeando algo.
—Un amigo me invitó a una fiesta, dije sí porque no tenía planes—
Expliqué como si ella me hubiera preguntado.
—¿Qué amigo?, ¿El bomboncito serio de la otra vez?
—Mami no le digas bomboncito a Santiago—una carcajada que llamó
la atención hasta de una mesera, salió de mi garganta sin poder
contenerla—, no es lo que piensas—aclare de inmediato al ver su
cara—. De verdad es un amigo.
—¿Dónde conociste a un hombre así?, no parece un compañero tuyo
de la universidad.
—Por trabajo, es un autor que vamos a publicar solamente—tomé de
golpe el vaso de agua frente a mí, ella me conocía demasiado bien
como para creer una de mis mentiras.
—Deberías arreglarte un poco más si vas a ir a una fiesta con él,
Valen ya no tienes quince años, pensé que esa fase, salgo como se me
dé la gana de casa, ya había pasado. —Levanté el pulgar en señal de
aprobación.
No iba a discutir con ella, no quería explicarle que no me dio tiempo
de peinarme o maquillarme en exceso, porque me quedé dormida,
eso me llevaría a contarle el porqué de mi desvelo, y tampoco se me
antojaba darle detalles de los besos que me dio Santiago y me
robaron el sueño.
No fueron dos, ni tres, tampoco cinco, pasamos más de media hora
recargados en esa pared, besándonos como si no hubiera mañana,
cada vez que hacía el intento de irse, regresaba y me volvía a besar
con más ganas, con más deleite.
—Valen hija, te quedaste en la luna.
—Lo siento mamá—me disculpé, de repente me sentía de buen
humor—, estaba pensando en que usar, ya sabes.
—Puedes pedirle a Vannesa que te ayude, ella siempre ha tenido un
gusto exquisito, es elegante y
—Si, Vannesa es perfecta, la llamaré no te preocupes. —Solté con
ironía.
No acepté que me llevara a mi departamento en su auto como lo
había ofrecido, me zafé gracias a una llamada oportunísima de Manu,
más temprano ese día le había enviado un mensaje, pidiéndole que
me acompañase a ir de compras, no tenía nada que ponerme para la
cena, fiesta o lo que sea que fuese.
Al principio se había negado rotundamente, eso de compras, vestidos
y demás era algo que no iba con él, me lo repitió cinco veces, luego
de diez audios explicándole que era la única persona con la que
contaba para tal tarea, terminó aceptando.
Esperé afuera del restaurante hasta que llegó por mí, en su moto
para variar, agradecí que condujera en velocidad moderada y sin
rebasar a los autos como solía hacerlo.
—Siempre dejas todo para última hora. —Dijo malhumorado sin dejar
de caminar a mi lado.
—Ya me dieron mi cuota de regaños hoy, ya no más. —Sonrió al ver el
puchero que hice de forma dramática, pasó el brazo por mis hombros
para abrazarme despreocupado.
—No sé porque no quisiste que fuéramos al Prime, las mejores
tiendas están allá.
—Ese lugar empieza a caerme mal, y mi cuenta bancaria no da para
tanto.
—Estoy orgulloso de ti, recuerdo hace unos meses a Bianca gritando
en tu puerta histérica porque le debías la renta y ahora nos vamos de
compras.
—Ni me recuerdes a Bianca, aún me sigue cobrando con días de
anticipación temiendo a que no le pague.
—La traumaste. —Río a carcajadas.
Recorrimos más de cinco tiendas hasta que al fin encontré algo que
me gustó, llevar a Manu fue la mejor de las ideas, me dio el punto de
vista masculino que necesitaba, feliz salió de la tienda sujetando mi
mano, lo estaba retrasando, tenía que organizar lo de su celebración
para esa noche, su novio lo estaba esperando.
—¿Segura prefieres irte con tu papá? —Gritó.
No soportaba esa manía suya de establecer conversaciones mientras
conducía la motocicleta, el viento casi nunca me permitía escucharle.
—Ajam.
No negué ni afirmé nada, le di una respuesta vacía a una pregunta
que quería esquivar; cuando aparcamos en el estacionamiento del
edificio, comenzó a burlarse de mí y el desastre que se había
convertido mi pelo gracias al casco. Su risa se silenció cuando alguien
dijo su nombre en un tono fuerte.
Alcé la vista y me encontré con un bomboncito de verdad, unos
centímetros más alto que Manuel, con el pelo corto y castaño oscuro,
sus ojos cafés estaban clavados en mí, observé su boca y sonreí, la
forma de sus labios era igual a los de Santi, encontré mucho de él en
el chico con chaqueta de cuero que me miraba con el ceño fruncido.
—Tengo media hora esperándote. —Dijo cuando Manu se acercó.
—Lo siento, estaba con Valentina de compras.
La tensión entre ambos era evidente, me dio la impresión que
Sebastián estaba celoso por mí, él me juzgaba con la mirada, yo lo
admiraba como tonta de pies a cabeza, Manu tenía razón, Sebas era
guapísimo, como sacado de revista, su rostro varonil lucía fresco, la
ausencia de barba le daba un aspecto más juvenil, me atrapó viendo
su mandíbula que también era igual a la de Santi, y sonreí, tímida
por su presencia.
—Hola, soy Valentina—me presenté dándole un beso en la mejilla—,
soy vecina y amiga de Manu.
—Mucho gusto, Sebastián Sada.
Escuchar ese apellido me hizo sonreír como tonta, cosa que pasó
desapercibida por él, estaba concentrado en Manuel, lo miraba sin
parpadear mientras él le explicaba que lo de las compras había sido
algo improvisado, por eso no le había dado tiempo de decirle,
caminamos juntos hacia el interior del edificio, ellos pegados hombro
a hombro, yo a un lado sintiéndome la violinista de la pareja.
Ambos me acompañaron hasta la puerta de mi departamento,
cargando mis bolsas y bromeando entre ellos, Manu le comentó a
Sebas que me había invitado a su fiesta, en respuesta, él reiteró la
invitación con mucha amabilidad, no me atreví a decirle a ninguno
que no se preocuparan por mí, que seguramente me iba a divertir
mucho en la noche.
Me tomé las cosas con calma, con Santi no tenía nada claro, solo
sabía que me gustaba, que me encantaba como me besaba, que era
agradable estar entre sus brazos, no podía hacerme más
expectativas, no iba a caer en eso.
Solo esperaba que fuera una noche agradable, que la conversación
fluyera, que los besos largos no faltaran. Me di un baño, uno largo y
relajante, Santiago iba a llegar por mí a los nueve de la noche, tenía
suficiente tiempo para prepararme.
Yo había elegido un vestido azul, Manu uno rojo, decía que mis
piernas sobresalían más, que el rojo contrastaba de una forma
espectacular con mi piel, llenó de tantos piropos al vestido que
consiguió que lo llevase. Me planté frente a la cama viéndolo tendido
sobre el colchón, imaginé la cara de Santi al verme, quería pensar
que me iba a sonreír mientras me miraba de esa forma coqueta que
hacía mis piernas débiles.
Me vestí rápido, con música alegre sonando a mi alrededor, sintiendo
una alegría que, aunque no reconociera la causaba la expectativa de
verlo. Maquillarme me tomó más tiempo, pero justo el necesario, me
ponía perfume cuando mi teléfono vibró, era un mensaje de Santi, me
pedía que bajara, no podía subir por mí.
Tomé el pequeño bolso y me puse las delicadas sandalias altas que
también Manu había elegido, me tardé más de la cuenta bajando
gracias al bendito elevador, maldije al salir del edificio y sentir el
aire helado de la noche golpeando mi piel, quería regresar a mi
departamento para buscar un abrigo, pero ver a Santiago recostado
sobre el auto viendo el reloj, me hizo entender que era mala idea
entrar de nuevo.
—Valentina. —Dijo mi nombre despacio, con una sonrisa en los labios
y una miradita de esas que me descontrolaban, extendió su mano
derecha hacia mí, sin dejar de verme de pies a cabeza, de cabeza a los
pies, lo había logrado.
—Lamento la breve tardanza. —Quise ser coqueta sutil, pero
verdaderamente era un desastre, Santi notó la intención suave de mi
voz, negó riendo dándome un medio abrazo cuando estuve frente a
él.
—Me he acostumbrado a esperar por ti, no te preocupes—besó mi
mejilla sin soltarme del todo, y abrió la puerta del copiloto para mí.
Quería dejar de sonreír y como si mis plegarias fueron escuchadas,
escuché una voz susurrar mi nombre en los asientos traseros, que
borró mi sonrisa al instante, Sandy me miraba con una mirada de
loca, los brazos cruzados y los labios rectos.
—Hola, no sabía que estabas aquí. —no me respondió al instante, solo
sonrió con toda falsedad del mundo—. Estoy leyendo tu libro,
Buscando un poco de amor, llevó tres capítulos la trama es
interesante. —No mentí, si lo estaba leyendo.
—Olvidé decirte que Sandy estaba aquí, la llevaremos a casa de su
mejor amiga, tiene una fiesta. —Explicó encendiendo el auto.
Asentí sonriendo, sin entender porque Sandy me disparaba con los
ojos, intenté ser amable, le hablé de su libro, halague el bonito
vestido que llevaba puesto, incluso le ofrecí uno de mis labiales para
que se retocara un poco, pero nada funcionaba, iba seria, mientras
tanto su hermano conducía alternando la vista entre mis piernas y el
camino, ni siquiera se molestaba en disimular.
Entramos a un vecindario casi tan costoso como en el que vivía Santi,
mientras ellos hablaban de su hora de llegada yo miraba las casas
que íbamos dejando atrás, entretenida pero desesperada porque ese
incomodidad que se sentía desapareciera, Santi estacionó el auto
frente a una casa que parecía mansión, una linda rubia como de la
edad de Sandy bajó unos escalones para acercarse al auto, supuse que
era su mejor amiga, la esperaba entusiasmada, dando pequeños
saltos y gritándole al resto de chicas que Sandy había llegado.
—Sandra mírame—pidió Santiago serio—, ni una sola gota de alcohol,
soy capaz de hacerte un análisis de sangre mañana, y por favor
recuerda lo de los pelafustanes, recuerdan que lo único que quieren
es
—Quitarme el vestido y después contarles a todos en la escuela que
me acosté con ellos, me lo sé de memoria ¿Me puedo bajar? —Lo
miraba aún peor que a mí.
Él asintió, quitó el seguro de las puertas para que pudiera salir de
una vez, respiró profundo viéndola con sus amigas, me dio la
impresión de no querer dejarla ahí, Sandra volteo antes de subir el
primer escalón, sonrió en dirección a él y le lanzó un beso que recibió
como respuesta el guiño más tierno del mundo.
—¡Santi! —gritó cuando él encendió el motor, se acercó a paso rápido
deteniéndose justo en mi ventanilla. —¿Llegarás a dormir? Necesito
saberlo para luego no preocuparme.
Ladeé mi rostro para que no notara como me reía, Santi aclaró la
garganta y bajó el volumen de la música dentro del auto antes de
hablar.
—Sí. —Respondió con un tono de voz serio, sentí alivio que no tuviera
otros planes, no me había depilado a propósito para mantener las
piernas cerradas esa noche.
—Está bien, diviértanse... feliz año nuevo Valen—dijo sonriente—,
Santi si cambias de opinión, me avisas, tengo el teléfono conmigo,
contigo nunca es seguro conoces a una boba y.…—Se quedó callada,
nos dijo adiós moviendo la mano antes de subir corriendo con sus
amigas.
Apenas el auto había avanzado unos cuantos metros comencé a reír,
primero de forma contenida hasta que no pude más y dejé salir una
carcajada.
—Supongo que no podré robarte y llevarte a mi departamento hoy. —
Bromee.
—Claro que puedes. —Respondió de inmediato haciéndome reír más.
—Eso me convertiría en una boba según Sandy, y no quiero serlo—
dije esperando que el ataque de risa ya hubiese acabado—. Era una
broma. —Aclaré cuando me di cuenta de la forma en la que me
miraba.
—Lo que dijo no es cierto, Sandy es muy celosa. —Explicó acelerando.
—Con Sebastián es aún peor.
—Háblame de Sebastián, ¿Cómo es tu relación con él?
Quería que se relajara, conocerlo mejor, y cambiar el tema, ninguno
de los dos éramos de hablar mucho, pero estaba animada esa noche.
—Bien, ahora un poco más lejanos que antes, pero... tenemos muchas
cosas en común—acarició el puente de su nariz como si estuviera
estresado—, solíamos hacer muchas cosas juntos, pero luego... no lo
sé, nos fuimos separando poco a poco, él está a cargo de otra de las
inversiones de papá, lo hace bien, pero tienen muchos problemas.
Tenso, estaba tenso, pero yo quería saber más, y no era curiosidad,
quería saber quién era Santiago de verdad, si era cierto que vivía por
la aceptación de su padre.
—¿Por Manu?
—Sí, por su orientación sexual.
—Pero no tiene nada de malo, es algo tan—busqué alguna palabra que
describiera lo imbécil que era juzgar a alguien por su preferencia
sexual, pero no encontré ninguna—, normal, solo le gustan los
hombres, no es nada del otro mundo.
—Lo sé, yo lo entiendo, pero... nos tomó por sorpresa, Valen mi
hermano estuvo rodeado de muchas mujeres, siempre lo pillábamos
con una diferente en su habitación, incluso conseguía chicas mayores
que él, mis compañeras de escuela, estuvo con dos, por él conocí a
Nesa, y.
—¿Quién es Nesa?
Su teléfono sonó justo en ese momento, era su papá, al parecer le
preguntaba por Sandy porque el daba todos los detalles del sitio
donde la dejó, cuando colgó lo noté más distante, preguntó acerca del
libro de su hermana, quería saber si era cierto que lo estaba leyendo
y así desvió nuestra conversación.
Nos llevó veinte minutos llegar hasta la casa donde sería la cena, era
el mismo sitio de la otra vez, había más autos estacionados, la música
se podía escuchar desde afuera, aburrida y extraña pero música al
fin. Santiago miró la casa luego a mí, lo hizo de una forma extraña
que no pude descifrar, se quitó el cinturón de seguridad sin romper
el contacto visual.
—Te ves muy guapa hoy. —Dijo cuando bajamos del auto.
—Gracias. —Sonreí, aceleré el paso notando que él reía a mi espalda.
—¿Cuándo voy a escuchar un tú también Santiago?
Negué moviendo la cabeza, haciéndolo reír más, de un solo paso me
alcanzó, me ofreció su mano que tomé sin pensarlo, esperando que
entrelazara nuestros dedos y así lo hizo.
—Cuando menos lo esperes. —Respondí dejándome guiar por él hacia
la entrada de la casa.
Los amigos de Santiago habían empezado la fiesta desde temprano,
se percibía un ambiente animado, miré a mi alrededor había más
personas que la última vez, conversaban en pequeños grupos
sosteniendo vasos en las manos. Santi saludaba contento sin
soltarme la mano, haciéndome sentir estúpidamente especial.
Se miraba tan a gusto rodeado de esas personas que no me atrevía a
decirle que moría del aburrimiento, me solté de su agarre cuando la
charla acerca de poesía que estaba teniendo con Gerson me hizo
bostezar, caminé hasta la mesa donde estaban las bebidas y me serví
un trago, dos de las amigas de Santi se acercaron intentando
establecer una conversación, agradecía su amabilidad, pero
encontraba más entretenido mirar a Santiago.
Llevé el vaso a mis labios recordando los besos de la noche anterior,
una parte de mi tenía miedo de lo que podía pasar, la otra lo
disfrutaba demasiado.
—¿Llevan mucho tiempo saliendo? —Preguntó la mujer gordita y
bajita a mi lado, la miré avergonzada, ella había notado la forma en
la que lo miraba.
—¿Saliendo?
—Sí, Santiago solo me dijo que salían, pero no me dio tiempo de
interrogarlo, ya sabes cómo es, escurridizo.
No, no sabía porque sentía que no lo conocía lo suficiente, me miró
esperando una respuesta que no pude dar, ni siquiera estaba segura
de eso de estar saliendo, no sabía que decirle.
—Vamos no seas tímida. —Empujó mi hombro levemente con esa
sonrisa jocosa en los labios que no desaparecía.
—Poco, muy poco. —Dije al fin, llevé el trago a mis labios deseando
que no preguntara nada más.
—Ya es la segunda vez que te veo, eso es un récord para Santi.
Alcé la ceja viéndolo, esa información si me importaba muchísimo, le
sonreí pasando mi brazo por sus hombros, quería llevarla a otro lado,
la música aburrida no nos iba dejar hablar. Fernanda, así se llamaba
la amiga chismosa, caminó contenta conmigo hasta uno de los
pasillos casi vacíos.
—¿Conoces muchas novias de Santi? —Fui directo al grano,
mostrando mi poca habilidad social como decía el señor no tengo
tiempo.
—No, solo un par de ellas, si lo he visto salir con varias mujeres,
ninguna como tú—agregó con malicia—, así de jovencita, porque si te
ves muy jovencita... en fin, Santiago vive como en dos mundos que
casi nunca se mezclan, sé que no les da mucha importancia a las
relaciones, dedica mucho tiempo a su trabajo y su familia, por eso
siempre lo vemos con una distinta ¿entiendes?
No no entendía, quería preguntar más pero un ruido estrepitoso
proveniente de algún rincón de esa casa, nos interrumpió, como
buena chismosa Fernanda se movió a gran velocidad para averiguar
qué pasaba, yo me quedé recostada a una pared, con mi vaso vacío en
la mano un tanto desconcertada.
—Aquí estabas. —Pude leer los labios de Santi, más no oír su voz, se
escuchaban gritos de hombres.
—¿Qué pasó? —Me llevé las manos al pecho nerviosa, él miró por
encima del hombro hacia atrás, tomó mi mano obligándome a
caminar a la puerta.
—Esteban no puede beber, se comporta como un estúpido cuando lo
hace—decía caminando más rápido, recordé a Esteban, fue el que me
ofrecía un trago cuando me llevó a ese sitio por primera vez—,
discutió con Gersón y las cosas se salieron de control.
—¿Y por eso nos vamos?
Se detuvo viéndome con el ceño fruncido, tiré de su mano para que
siguiera caminando, lo hizo, pero sin dejar de verme con confusión.
—¿Te querías quedar en un sitio donde hay una pelea?
—Te estabas divirtiendo.
—Créeme que después de lo que pasó nadie más se va a divertir ahí
adentro.
—¿Dónde vamos? —Cuestioné cuando abrió la puerta del carro.
—¿Dónde quieres ir tú?, no tengo idea de donde llevarte Valen, no
tengo mucha vida nocturna, y los sitios que frecuento creo que no te
gustaran mucho.
—¿Por qué lo crees?
Me miró antes de encender el auto, con una de sus sonrisas coquetas
que en los últimos días había visto tanto.
—Estabas aburrida allí dentro, te estabas esforzando, pero no pudiste
disimular mucho.
El tipo me leía demasiado bien, y no se molestaba en ocultarlo.
—Unos amigos me invitaron a una fiesta, podemos ir con ellos. —
Evité sonreír como quise hacerlo cuando asintió, no sabía si era mala
idea, solo estaba pensando en pasar un rato agradable.
No hizo preguntas, sólo me pidió la dirección, se mostraba distraído
algo extraño en él, que siempre parecía estar pendiente de cada cosa
que yo hacía.
—¿Tú irás por Sandy? —Pregunté cortando el silencio.
—No, se quedará con su amiga, mañana el chofer de papá irá por ella.
—¿Y tú papá está solo hoy?
—Si, el no celebra nada desde que mamá murió, solo navidad y
porque se ve obligado por Sandy, todos la vemos como la pequeña
niña de la casa aún. —Sonrió.
—Me di cuenta, la manera en la que hablaste con ella fue chistosa.
—A veces siento que me odia, dice que me meto en su vida, pero es
algo que no puedo evitar.
—¿Es más unida a ti o a Sebastián?
—No es unida a ninguno, Sandy vive en su propio mundo, se nos
acerca cuando quiere algo.
Quería preguntar más, la lengua de Santi estaba suelta había que
aprovechar, recordé una de mis charlas con Manu, él temía que
Santiago le dijera a su papá que lo habían engañado, estaba
preocupado y se lo había callado para no atormentar a Sebastián.
—¿Puedo preguntarte algo? —titubee un poco por los nervios, asintió
sin despegar la vista del camino, manteniendo esa expresión de
serenidad en el rostro—. ¿Qué pasó esa noche con Manu?, se lo que
pasa entre él y tú hermano, pero no sé qué hablaron tú y él, y no es
que quiera ser chismosa, Manu es mi amigo y vecino y tú... tú
frecuentas mi departamento y no quiero que se topen y sea algo
incómodo.
—¿Yo soy el que frecuento tu departamento?
—Santiago, responde.
—Ya ni lo recuerdo, solo intercambiamos gritos no sé, reclamé que
nos haya mentido, tomó dinero de mi papá y
—Están enamorados.
—Valentina es una fase, mi papá está convencido que es una etapa de
confusión tardía, Sebastián es mujeriego, es...
—¿Cuántos años tiene tu hermano?
—25. —Respondió viendo el maldito reloj.
—¿Confusión a esa edad? —enarqué una ceja y él suspiró—, tal vez
solo se rodeaba de mujeres para ocultar que le gustaban los hombres,
¿no lo crees?
—Puede ser.
—¿Tú papá sabe lo de Manu, que sigue aquí con Sebas?
No respondió de inmediato, emitió un largo suspiro acelerando un
poco el auto, negó con la cabeza cuando lo vi insistiendo en una
respuesta, no lo sabía aún, sonreí sintiéndome más relajada, las
cosas no serían tan tensas.
—¿Qué hacemos aquí? —Preguntó viendo hacía el edificio que parecía
estar en remodelación, la fachada estaba a medio pintar.
—Aquí es la fiesta—me encogí de hombros regalándole una sonrisa
pícara que él no recibió bien, la máscara de seriedad estaba de nuevo
en su rostro.
—Conozco este edificio ¿Dónde me trajiste? —Su tono autoritario hizo
aparición esa noche.
—A una fiesta, vamos te vas a divertir.
—Mi papá tiene un negocio de bienes raíces, Sebastián está a cargo,
el edificio lo compró hace un mes, aún no ha sido vendido porque lo
están remodelando, así que
—Sí, él y Manu organizaron la fiesta. —Admití despreocupada.
—¿Y me trajiste aquí?
—Tú me llevaste a ese sitio aburrido y donde hasta hubo una pelea y
no me estoy quejando.
—Valentina—cerró los ojos apoyando la cabeza en el respaldar del
asiento—. No puedo ir a esa fiesta, una cosa es que no le haya dicho
nada a mi papá y otra que le haga esto, están en su jodido edificio
haciendo una fiesta, se burlan de él.
Me estaba enfrentando a una situación complicada, me quedé callada
sin saber muy bien como continuar, giré el rostro para verlo,
contrariado, indeciso, y estresado. Santiago daba la impresión de
tener el peso de un edificio sobre sus hombros.
—Estamos peleando, vamos muy rápido. —susurré, usando sus
palabras, provocando que una medio sonrisa se dibujara en su
rostro—, ¿Si fuera una chica, si tu papá se opusiera a que Sebastián
estuviera con ella, tú tampoco entrarías a la fiesta?
—Juro que no tiene nada que ver con eso, es un asunto de lealtad.
—¿Y por qué no ser leal a tu hermano? digo... no hace nada malo,
Santiago en una hora se acaba el año, no quiero estar dentro de un
auto, en lugar de estar tomando algo, o bailando. —Moví mi cuerpo
haciéndolo reír más.
—Yo no bailo.
—Yo tampoco, pero podemos hacer el ridículo juntos.
—Valentina—susurró mi nombre en medio de una risa sonora—, eres
tan espontánea.
—Y tú tan programado—murmuré—, vamos Santiago bajemos de aquí
de una vez, te prometo que te vas a divertir ¿hace cuánto no sales a
una fiesta?, no cuentan que te juntes con tus amigos porque eso
parece todo menos fiesta.
—Hace unos meses.
—¡Vamos!
Me miró fijamente por largos segundos antes de asentir con el rostro
serio, bajé rápido con entusiasmo que no supe de donde provenía,
tampoco me animaba demasiado la fiesta, pero todo era mejor que
ese lugar aburrido donde habíamos estado, me ofreció su mano que
acepté de inmediato sin importar que podría pensar Manu de verme
tan cercana con él.
La azotea del edificio estaba llena de gente, eso de una reunión nada
espectacular fue una mentira de Manu, noté a Santiago aún más
tenso viendo todo con desaprobación, quizás hasta arrepentido de
estar ahí, pero decidí no tomarle mucha importancia a esa cara de
pocos amigos que tenía, levanté el brazo llamando a Manu que estaba
sobre una especie de pequeña tarima al lado de Sebastián que parecía
ser el dj de la noche.
—Valentina, no me siento cómodo aquí. —gritó acercándose a mi
oído.
—Es porque tienes mucha ropa, quítate esto—pasé mis manos por su
pecho antes de ayudarle a quitarse el saco, fue un acto espontáneo de
verdad, que lo dejó pensativo y risueño—. ¿Ya te sientes mejor?
—Prefiero estar en otro lado, la música está muy alta.
Actué como si no lo escuchaba, dejé el saco sobre una silla para
tomar su mano y casi arrastrarlo hasta la improvisada pista, Manu
sacudió los brazos animados al verme, pero su expresión cambió
cuando miró a Santiago a mi lado, ni mi mejor sonrisa logró que sus
ojos dejaran de reflejar temor había dejado de bailar, había dejado de
sonreír, solo nos miraba como sin poder creer que estábamos ahí.
—Es incómodo para todos. —Susurró Santi a mi oído.
—Te juro que si cambias esa cara dejará de serlo.
—Ni siquiera te escucho—una persona saltando al lado de nosotros lo
empujó levemente, acercándolo más a mí. Santiago también tenía
temor en la mirada, intentaba disfrazarlo con su evidente disgusto,
pero supe reconocerlo—, necesito tomar algo.
No quise detenerlo, no intenté pedirle que bailáramos o saludáramos
a los chicos, lo dejé huir hacia la barra donde servían bebidas
hombres y mujeres casi en ropa interior a pesar del frío que hacía
esa noche.
Su tensión no se debía a otra cosa que no fuera la "deslealtad" en la
que estaba cayendo por estar ahí, cada segundo que pasaba se miraba
más tenso, casi me recordó al Santi tras el escritorio de esa gran y
ordena oficina que tenía.
—¿Tú quieres algo? —Asentí a su pregunta solo observando cómo se
inclinaba hacia la barra pidiendo los tragos para ambos.
Sin saber que había en el pequeño vaso lo tomé de un solo golpe para
pedir otro de nuevo...yo también necesitaba relajarme no sabía cómo
manejar esa situación tan incómoda. Sin darme cuenta pasaba las
manos por su espalda, buscando inconscientemente un contacto que
sentí que él necesitaba, lo vi tomar uno, luego otro, conté cinco, pero
no supe en realidad cuantos shots de ese trago de colores pasaron
por su garganta.
De repente el ambiente se animó más, la mezcla cambió el ritmo y
quienes bailaban comenzaron a gritar más fuerte, Santi quien había
volteado antes que yo, miraba serio a su hermano que se movía
enérgicamente jugando con la consola.
—¿Quieres bailar?
Negó girando para pedir otro trago, lo detuve antes que lo llevara su
boca, pensé que si el alcohol no lo estaba relajando yo podría
ayudarlo, llevé mis manos hasta su cuello para atraerlo con poca
sutileza, sin pensarlo dos veces acerqué mi boca a la suya para
besarlo, era la primera vez que tomaba la iniciativa con él y lejos de
sentirme nerviosa, encontré agradable la sensación de poder que
experimenté al llevar las riendas de ese beso, ansiado y húmedo.
Mis labios se movían sobre los suyos como si en realidad necesitaba
ese contacto, sus brazos cercaron mi cintura pegándome
posesivamente a su cuerpo, él nunca me había besado así, me estaba
quedando sin aliento, siendo consciente que mi atracción por el
amargado era cada vez más fuerte, tal vez fue el alcohol o las
circunstancias que nos rodeaban que me impulsaron a seguir mis
instintos.
Fue él quien rompió el beso y no para tomar aire como el que
necesitaba yo, fue por control, me liberó de su agarre, pero no me
aleje porque no me apetecía, me quedé ahí a escasos centímetros de
él, viendo sus labios rojos y humedecidos por los míos, sus ojos
profundos buscando mi mirada, su respiración perceptiblemente
alterada.
—Valentina estás siendo muy obvia. —La sonrisa coqueta volvió a
aparecer en sus labios, yo estaba cediendo y él ganaba ese jueguito
de los dos, en donde intentábamos ser fuerte ante el otro.
La sonrisa desapareció de su rostro al ver a su hermano acercándose
a nosotros, se miraba incluso más tenso con su andar lento pero
elegante, verlos juntos me iba a provocar tortícolis, no sabía en cual
fijar la vista, se saludaron chocando sus puños luciendo incómodos.
—No sabía que conocías a mi hermano—dijo después de darme un
beso en la mejilla—, supongo que él tampoco sabía que yo te conocía.
Ninguno de los dos dijo nada, Sebastián pasó su brazo derecho por
los hombros de Santiago para abrazarlo y susurrar algo en su oído.
—Es vecina de Manu, que chiquito es el mundo. —Agregó sonriendo
forzadamente.
—Pequeñísimo. —Asintió Santi apartando el brazo de su hermano
menor.
Manu apareció tras mi espalda susurrándome al oído que lo
acompañara para hablar en otro sitio, le hice un gesto a Santi antes
de alejarme de la mano de mi amigo que caminaba rápido sin
soltarme.
—Espero un poco. —Pedí cansada.
—¿Por qué lo trajiste?
Ni yo misma lo sabía por lo mismo ni siquiera intenté explicárselo,
en lugar de eso lo convencí de que todo estaba bien, que
disfrutáramos de la fiesta sin ningún problema, que Santi no le diría
a su papá la verdad de todo, cuando regresamos con ellos hablaban
con el rostro serio, casi como si estuvieran teniendo una especie de
discusión que al parecer ganaba Sebastián, lo deduje por las
expresiones en su rostro.
—Debes de tener algo muy especial para convencer a mi hermano de
entrar a una fiesta. —Sebas besó mi mejilla una vez más y se alejó
tomando la mano de Manuel que parecía asustado.
—¿Todo bien?
—Si sigues siendo obvia como hace rato, todo estará mejor.
Rehuí de su risita, aunque me gustase escucharla, lo sentí cerca tan
cerca que mis impulsos de alejarme se manifestaron, pero fue tarde,
parpadee un par de veces al darme cuenta que lo tenía pegado a mí,
sonriendo victorioso de forma contagiante, nerviosa miré hacia los
lados donde todos parecían concentrados en la pantalla improvisada
en una pared blanca.
—Estás siendo demasiado obvio—dije nerviosa.
—Lo sé, pero no importa—gritó para que pudiera escucharlo—, te voy
a dar el último beso del año—anunció antes de hacerlo, sin darme
tiempo de reaccionar, solo dejándome llevar por su ritmo, suave pero
demandante, la gente gritaba jubilosa a nuestro alrededor haciendo
de aquello un tanto más inolvidable—. Ahora el primero del nuevo
año—susurró sobre mis labios permitiéndonos tomar un poco de aire.
Debí hacerles caso a mis alertas que en ese momento me advirtieron
que debía disminuir la velocidad en la que estábamos yendo, pero
preferí ignorarlas, escogí aferrarme al cuello de Santiago como si no
tuviera nada que perder, como si de verdad necesitara de esas
sensaciones que despertaba y que yo neciamente negaba.
Cuando pensé que mi corazón no podía latir más rápido, susurró feliz
año nuevo jugueteando con mi nariz, ni siquiera pude responderle,
solo sonreí sintiendo que el jueguito mental se estaba acabando,
sintiendo que estábamos entrando en algo más complejo.
Estúpidamente creyendo que ambos estábamos en la misma sintonía.
Me soltó cuando su hermano se acercó para desearle un feliz año
nuevo, los vi abrazarse, sonreír, incluso Sebastián atrajo a Manu
hacia él cuando soltó a Santiago. La fiesta seguía para todos, después
de tres tragos logré convencerlo de bailar conmigo, aunque fuese un
poco, me dio la impresión que se empezaba a sentir más a gusto, y
me convencí de ello cuando aceptó posar para una foto de los cuatro
juntos.
No cruzó palabras con Manuel, pero al menos se miraba más
relajado, y el ambiente tenso se estaba disipando, a las tres treinta de
la mañana decidí que la fiesta había acabado para mí, el alcohol
estaba haciendo efecto para evitar hacer algo vergonzoso lo mejor
que podía hacer era ir a dormir.
—¿Te vas tan pronto? —preguntó Manu al ver a su novio
despidiéndose de Santiago.
—No quiero hacer el ridículo.
—¿O te urge hacer algo más interesante en otro lado? —Apuntó a
Santiago con la barbilla haciéndome reír con su poca discreción.
—Eso que insinúas no pasará—tomé el shot que cargaba en la mano
de golpe—, al menos no hoy. —Agregué risueña.
Santi me ofreció su mano a unos cuantos pasos de distancia, me
despedí de Manu antes de aceptarla y salir riendo de ese edificio, él
parecía más sobrio que yo, pero sabía que estábamos en iguales
condiciones.
—¿Quieres que conduzca yo? —Pregunté antes de llegar hasta el auto.
—No, estoy bien puedo hacerlo.
—No amigo, estás más ebrio que yo y no llevas tus lentes, no quiero
morir tan joven, además yo—me quedé callada al ver cómo extendía
las llaves hacia mí—, gracias—dije sonriente.
Subí al auto entusiasmada, intenté meter la llave, pero no encontraba
el orificio, después quise ajustar el asiento y me di cuenta que estaba
demasiado mareada, me sentía observada y eso me hacía más torpe,
me incliné para intentar de nuevo con la llave sin lograrlo, al
incorporarme me di un golpe con el volante haciéndolo reír a
carcajadas.
—Eres un desastre Valentina... cédeme el puesto, yo conduciré.
Besó mis labios brevemente cuando nos topamos afuera del auto, le
entregué las llaves y ya adentro de nuevo, logró encender el auto con
facilidad, me pidió que abriera la guantera y mientras él buscaba sus
lentes, yo acomodaba mi pelo despeinado, ni siquiera noté que me
estaba viendo a como lo hacía fue hasta que sentí un escalofrío
recorrer mi cuello descubierto que me di cuenta que estaba bajo su
mirada directa e intimidante.
—¿Qué? —Reía por todo gracias a la influencia del alcohol y a esos
ojos que me ponían nerviosa.
—Despiertas mi inspiración sin proponértelo. —Respondió con un
tono suave, igual al que usaba cuando leía.
—¿Quieres escribir algo sobre mí?
Asintió serio, a pesar que yo reía como idiota cada vez más mareada,
cada vez más desinhibida.
—¿Qué quieres escribir?
—Creo que te enojaras al saberlo—susurró.
Luché para mantener las ideas claras en mi mente, sabía que cuando
bebía, así como lo había hecho divagaba mucho, incluso olvidaba
todo, mientras él conducía despacio y con precaución repetía
mentalmente lo que me había dicho, entre la sensación extraña en mi
estómago, los mareos, el sueño y mis dudas sentí eterno el camino.
Suspiré con alivio cuando apagó el auto en el estacionamiento de mi
edificio, me quité el cinturón para enfrentarlo de nuevo.
—¿Por qué me enojaría?
—Valentina no insistas—río con soltura evitando verme—, el alcohol
me da cierto valor que no tengo, y puedo decir algo que te haga sentir
incómoda.
Al verme contrariada se acercó con suavidad para darme otro beso
que me embriagó aún más, su respiración chocando con la mía, su
lengua con ese sabor adictivo, todo lo que estaba pasando me
envolvía en una neblina en la que solo me quería sumergir más.
—Sube conmigo y me cuentas lo que sea que te inspiro a escribir. —
Propuse sin saber en lo que me estaba metiendo.
w w

El nudo que sentía en el estómago se tensaba más cada que Santiago


acortaba la distancia con sutiles movimientos, que hubieran pasado
por alto, si no hubiese estado tan receptiva esa noche.
Me arrastré por el sillón hasta toparme con el brazo de este, a pesar
de mis esfuerzos lo seguía sintiendo cerca, tanto que olor de su
perfume rodeaba mi inexistente espacio personal. En algún momento
mientras caminábamos hacia el interior de mi edificio las dudas
comenzaron a meterse en mi mente alcoholizada, estaba invitando a
un hombre a las dos de la mañana a mi departamento, y no a
cualquier tipo, Santiago Sada tenía el poder de aturdirme con una
sonrisa traviesa, los nervios eran inevitables.
—Tal y como lo necesitaba —dijo después de darle un sorbo a la taza
de café que acababa de servirle.
Ofrecerle un café había sido la única excusa que encontré para ganar
algunos minutos, estaba un tanto más alterado cuando entramos a mi
departamento, necesitaba de ese tiempo a solas, y él del café, estaba
más ebrio que yo, aunque se negase a admitirlo.
Miró su reloj antes de buscar una postura más cómoda para sentarse,
esperaba que él se encargase de romper aquel silencio necesario, me
quité los zapatos dándole tiempo a que acabara con el café que se
tomaba lentamente. Subí las piernas sobre la mesita frente a
nosotros adoptando una postura despreocupada, que estaba muy
lejana a mi realidad.
Su vista se recreó con mis piernas blancas expuestas para él, me
hacía falta tomar sol, pero me dio la impresión que pasó por alto ese
detalle, quería que notara que me estaba dando cuenta de su manera
de verme, así que hice un ruido con la garganta para luego clavar mis
ojos en los suyos.
En lugar de mostrarse apenado o simplemente mirar hacia otro lado,
Santi sonrió socarrón, con esa miradita en sus ojos que me ponía...
más atontada. Dejó la taza vacía sobre la mesa rozando con sus
nudillos uno de mis tobillos, esa leve e inocente caricia fue lo que
alertó mis sentidos por completo.
Me di cuenta que me estaba moviendo por terreno demasiado
peligroso, al medir la reacción de mi cuerpo con algo tan sutil, mi
piel se había erizado, el cosquilleo por mi garganta apareció
repentinamente, su tacto breve dejó una estela de sensaciones
recorriéndome casi por completo.
—¿Qué quieres escribir sobre mí? —mis nervios me jugaron una mala
pasada, hice esa pregunta sin estar segura de querer escuchar la
respuesta, pero no pude callarme, mi lengua tenía vida propia
cuando estaba así de nerviosa.
—¿Segura quieres saberlo?
Ignoré ese tonito sugerente, y esa mirada prometedora y solo asentí,
como si estuviese indiferente a lo que pasaba, lo vi curiosa mientras
se mojaba los labios antes de hablar, pasó la mano por su pelo corto
sin darse cuenta de cómo me ponía ese gesto tan simple.
—Hay tantas cosas Valen.
—Menciona las que se te vengan a la mente ahora mismo.
—No sabría cómo explicarlo... observándote se me ocurren muchas
ideas, pudiera escribir sobre ti una historia donde fueras la
protagonista, una irreverente, divertida y hermosa mujer que no es
consciente de lo bella que es en su estado natural —sonrió tocando su
barbilla—, o podría escribir otra donde fueses una Femme fatale
capaz de destruir al más fuerte de los hombres con una sonrisa
sensual.
Mi risa estúpida interrumpió a Santi, estaba concentrado, serio y
viéndome directamente mientras me hablaba.
—¿Una femme fatale? —arqueé una ceja haciendo esfuerzo por
controlarme, crucé las piernas intentando ser coqueta, a pesar de mi
estado de ebriedad quería igualar nuestras condiciones, parecía que
solo yo estaba nerviosa esa noche.
—Claro, tienes todo para serlo, y no hablo solo de tu cuerpo, es tu
actitud Valentina, despiertas pensamientos pecaminosos incluso
vestida con ridículas pijamas, podría escribir una historia donde
domines al protagonista tan solo con rodearlo con tus bonitas piernas
—sonrió al notar mi reacción—, describirte como una mujer seductora
no sería difícil para mí, porque me lo pareces —susurró viendo mis
labios—, cuando dije que despiertas mi inspiración sin proponértelo
hablaba de la sensualidad que transmites hasta estando distraída. Me
tientas... a escribir y sabes bien que es algo que no quiero hacer.
Romper con el contacto visual me fue imposible, de repente me sentí
mareada no sabía si eran los nervios, o el alcohol, pero todo
comenzaba a girar despacio a mi alrededor.
—¿Te tiento? —me costó tanto hacer esa pregunta, él pareció notarlo
y como el maldito que era fingió no escucharme—, si me oíste —
afirmé molesta.
—Me tientas a escribir, y es algo que quiero dejar, a eso me refería —
explicó con una serenidad que me causó envidia, las pulsaciones de
mi corazón estaban cada vez más alteradas.
—Escribe algo para mí, lo que se te ocurra... lo que te inspire en este
momento.
Una sonrisa diabólica se dibujó en sus labios, desde luego Santiago
sabía bien que me había llenado de valor para pedirle eso, por eso
sonreía así, me daba la impresión que disfrutaba ponerme en ese
estado, no eran solo nervios, había una mezcla de sensaciones que ni
siquiera podía identificar del todo.
—¿Estás segura de lo que estás pidiendo?
—Santiago deja de jugar conmigo y solo escribe algo para mí.
—El tonito señorita Rincón, recuerde perfecto que parte de nuestro
trato consistía en cambiar el tonito exigente suyo con el que me
habla.
—El trato no decía nada de besos, ni invitaciones inesperadas, así
que... olvidemos todo por hoy —fue mi turno de sonreír, de jugar un
poco con él que se mostraba inmune a mi coqueteo.
—¿A qué jugamos Valentina?
—¿Te da miedo escribir algo para mí, temes a mi reacción?
Una carcajada ronca y seca resonó en mi cabeza, negó con esa
sonrisa traviesa en los labios que parecía no esfumarse, sentía que
todo pasaba en cámara lenta, seguí sus movimientos, buscaba algo
con la vista, pero no me atreví a preguntar qué era, lo supe hasta que
tomó un lápiz en el piso y uno de mis cuadernos que estaban tirados
en otro sillón individual.
—Me da miedo desatar mi imaginación porque después me cuesta
demasiado trabajo frenar, me vas a volver loco—negó riendo
divertido mientras abría el cuaderno.
El atontamiento al que me sometió todos los tragos que me tomé, me
mantuvieron callada, expectante de lo que pasaba, curiosa, muerta de
curiosidad por saber que quería escribir, por descubrir que había
detrás de esos jueguitos mentales de Santi, de esa sonrisa coqueta.
Me recosté por completo sobre el sillón sin importarme darle más
material para escribir, puesto que el vestido se recogía y mis piernas
estaban más expuestas.
Me estaba quedando dormida, los párpados los sentía pesados, pero
no quería dejar de verlo, estaba concentrado, movía su mano rápido,
mojaba sus labios seductoramente mientras escribía, era un gesto
natural en él pero que yo encontraba tentador de verdad, cuando el
tiempo me había parecido demasiado, moví mi pie derecho hacia su
pierna, fue un impulso, uno tonto e incontrolable para llamar su
atención.
—Estás tan serio, seguro estás escribiendo un ensayo que describa el
desastre que soy ¿no?
No me respondió nada, solo me vio a los ojos fijamente, una mirada
directa de esas que parecían escudriñar hasta tu interior.
—Un poema, una drama largo y divertido, un relato pícaro, hasta una
hoja llena de pensamientos que no se conecten entre sí, podría
escribir cualquier cosa sobre ti, pero no un ensayo, siempre los odie,
me parecen aburridos, estructurados y ... tú eres todo menos eso.
Quité mi pie de inmediato y me senté con propiedad, recordando las
palabras que mamá repetía cuando estaba pequeña, espalda recta,
piernas juntas, hombros hacia atrás.
—Léelo cuando quieras, si gustas algún día lo leemos juntos, pero no
será hoy, estoy demasiado... alcoholizado.
—¿Te vas?
—Sí, al menos que tú me invites a quedarme.
Reí a carcajadas, como una estúpida que huye de respuestas con
ruidos escandalosos para parecer más borracha de lo que estaba.
—Debes dormir en tu casa, se lo prometiste a Sandy.
Se puso de pie con facilidad, recogió el saco que estaba tirado en una
mesa y se acercó a mí, extendió su mano pidiendo la mía, que de
inmediato le ofrecí.
—Tienes los ojos llenos de las certezas a todas mis dudas, descansa
preciosa Valentina —besó mi mano y me soltó de inmediato.
—¿No me besarás? —me di cuenta en ese momento que sonó a
reclamo más que a pregunta, él siguió su camino hasta la puerta
como si no me hubiese escuchado—, Santiago.
—Lamentablemente me muevo con prudencia, es parte de mi
naturaleza y créeme que en este momento me odio por ello, estás
ebria Valen, no es una buena idea ahora mismo, si fuese solo un poco
más insensato regresaría y no solo te besaría la boca.
Abrió la puerta y desapareció tras esta, ni siquiera pude ver su cara,
porque me dio la espalda mientras hablaba, Santiago Sada se marchó
como un cobarde después de decirme entre líneas que le urgía que
sus besos fueran más audaces.

***

La habitación está en silencio, uno que solo se rompe con cada jadeo
que sale de tus labios delicados, te remueves inquieta bajo mi cuerpo
sin dejar de pasar las suaves palmas de tus manos por mi espalda, me
recreo con cada parte de tu piel que marco con besos húmedos y
demandantes, te estoy reclamando como nadie lo ha hecho, pero eres
tan distraída que no te das cuentas de mis intenciones primarias.
Respondes a cada estímulo con tanta pasión que me arrastras, me
enredas en una neblina que me arrebata la cordura, me haces olvidar el
tiempo y eso es algo que nadie ha logrado, quiero frenar, pero mi boca
no obedece y sin darme cuenta estoy a nada de prenderme de tus
pechos, redondos y con el tamaño perfecto, me has tentando tanto con
ellos que me asombro por el leve control que aún mantengo.
Dejo de besarte solo un momento, tú me miras con confusión, pero no
te atreves a decir nada, te enmudeces ante mí para luego soltar algún
comentario que me deja mudo a mí, es así siempre... pero no esta vez,
te quedas callada, respirando con agitación, ofreciéndome la hermosa
imagen de tus pechos subiendo y bajando con cada exhalación.
Mis manos tiemblan, no son nervios, es deseo doloroso, de ese que
quema, que enerva, que punza en cada parte de mi cuerpo, mis manos
hacen contacto con la piel delicada de tus hombros, las pequeñas
tiritas de esa tonta camisa rosa se deslizan, el relamazo de adrenalina
eleva mi temperatura, tus pezones son rosas del mismo tono que tus
labios, pequeños, perfectos, parecen dos piedrecitas preciosas
adornando la redondez sensual de tus senos.
La saliva se acumula en mi boca, por primera vez el término "se me
hizo agua la boca" tiene sentido para mí, ansío con todas mis fuerzas
probarte completa, pero me quiero tomar mi tiempo, no sé cuándo
vuelva a repetirse algo así.
Porque encontrarte a ti, es una de esas cosas maravillosas que no
suceden a menudo... gimes, gimes cuando mi lengua viaja al contorno
de uno de tus pechos, tus manos se hunden en mis hombros, se lo que
quieres, pero no pienso dártelo, me demoro a propósito, juego contigo
siendo consciente que ninguno de los dos pierde...
Gimes, y lo haces con deleite tan jodidamente sexy que siento que
estoy a punto de correrme, mis dientes raspan tus pezones sensibles y
me regalas de nuevo otro gemido, casi ronroneo, me calientas la
sangre, me palpitas en todo el cuerpo, ¿no te das cuenta como me
tienes?
Me descontrolo cuando dices mi nombre en forma de siseo, te aferras a
mi pelo acorralándome entre tus pechos, me ahogo en un deseo que no
quiero ni puedo reprimir más, y sin darme cuenta, por supervivencia
dejo que mis instintos actúen por mí. Me bebo cada gemido de tu boca,
mis manos te estrujan, masajean con vehemencia cada curva de tu
cuerpo, siento que no puedo más que el aire se me escapa que estoy
muriendo hambriento... hambriento de ti.
Marcó tu abdomen con un beso largo y leves mordiscos, no te
incomodas, gimes tan alto que tu voz se distorsiona, tus piernas
lechosas se abren para mí, me lo pides, me lo imploras con los ojos
entrecerrados por el deseo, y tan brillantes que me parecen más verdes
que nunca.
Te muestras para mí, seduciéndome en cada gesto, en cada jadeo que
sueltas sin control, famélico te observo grabándome cada detalle de tu
armonioso cuerpo, tus pliegues rosas y desbordantes de humedad se
roban mi atención, mi aliento, mi voluntad.
Quiero besarte, quiero comerte, estoy listo para hacerlo, mis manos se
afianzan en los huesos de tus caderas, te sujeto con tanta fuerza que
tiemblo, Valentina me estas matando... mi garganta se seca, mi mente
se nubla y todo se difumina cuando abro los ojos, todo fue un sueño,
un maldito sueño.
SS
No importaba las veces que leyera el papel que sostenía entre las
manos, el resultado era el mismo siempre, el corazón me latía
desbocado, la piel me hormigueaba entera, la viscosidad en medio de
mis piernas me indicaba que estaba igual de húmeda que la primera
vez que leí esas perversas líneas.
No fue el alcohol lo que me hizo reaccionar así de hipersensible, fue
el deseo percibido en cada frase escrita de su puño y letra, me senté
sobre la cama renuente a seguir ahí, a pesar que la temperatura era
fría yo moría del calor que provenía de mi mente, mi cerebro estaba
excitado mi cuerpo temblando, ni siquiera me había puesto una mano
encima y Santiago había logrado ablandarme hasta derretirme, y
literal me estaba derritiendo.
La ducha no me ayudó mucho, entendí cuando me vestía que mi
estado extraño no solo tenía que ver con Santi y su sucia cabeza, la
resaca también me estaba acabando, me vestí buscando prendas
frescas, mi piel ardía, hasta mis pechos dolían con el roce del sostén.
Eran las once de la mañana, moría de hambre y no había nada en mi
cocina, me pareció una grandiosa idea ir a la casa de Manu.
Mataría dos pájaros de un tiro, chisme y comida a la vez, Manu
siempre tenía algo que ofrecerme y el chisme tampoco le faltaba
jamás. Me puse perfume viéndome en el espejo que colgaba de una
pared de mi habitación, tomé mis llaves y me encaminé a la puerta,
un reflejo brillante sobre la mesita del salón, llamó mi atención, me
acerqué a paso rápido sorprendiéndome al encontrar el reloj de
Santiago.
¿En qué momento se lo quitó? Lo tomé imaginando el desconcierto de
Santi al verse sin su reloj, el tipo lo miraba cada cinco minutos, pensé
que estaría a punto de enloquecer, lo inspeccionaba sin dejar de
caminar quería llamarlo, pero mi teléfono estaba descargado.
La verdad moría por ello, quería verlo, más que un deseo era como
una especie de necesidad, aunque fuese incómodo nuestro encuentro
después de lo que él me había escrito, quería propiciarlo.
—¡Pasa! —gritó Manu con un tono de fastidio, empuje la puerta
entrando con una sonrisa en los labios—, llevas media hora tocando y
yo tenía media hora diciéndote que entraras.
Estaba sentado sobre el sillón, con el cabello húmedo y el rostro
fresco, parpadee varias veces queriendo desaparecer esa sensación
de mareo permanente que me atacaba, maldita resaca.
—Manu muero lentamente.
Se burló con una risita contagiosa, palmeó el sillón invitándome a
sentarme a su lado, cosa que hice de inmediato caminando a paso
rápido, cerré los ojos al apoyar la cabeza al respaldar, me sentía mal,
muy mal, resacosa, excitada, confundida.
Un olor delicioso invadió la estancia, comida... mi estómago vibró a
causa del hambre, me enderecé sobre el sillón y me llevé la sorpresa
de mi vida, Manu no estaba solo, Sebastián sin camisa y recién
duchado le ofrecía un sándwich que se miraba delicioso. Pero no más
que él, Sebas era guapísimo, con un cuerpo atractivo, una sonrisa
magnética y un encanto que desprendía hasta en su andar.
—No sabía que teníamos visita—dijo sonriente.
—¿Te quieres comer el sándwich o a mi hombre? —murmuró Manu,
reí nerviosa sin dejar de ver a Sebas que estaba ajeno a lo que
nosotros decíamos.
—El sándwich, yo al que me quiero comer es al hermano.
—¡Valentina! —me reprendió con una falsa seriedad, yo misma me
sorprendí de lo que dije, el alcohol que aún corría por mis venas
estaba soltando mi lengua.
—¿Quieres comer algo Valentina?
—Por favor, muero de hambre y mi alacena está vacía.
Los dos rieron a la vez, había una complicidad tan bonita entre ellos
que me causaba una ligera envidia, nunca tuve una relación así,
mientras Sebas preparaba un café para mí, Manu lo ayudaba a cortar
tomates y cebollas para los sándwiches, vi a mi amigo apoyar la
cabeza en la espalda sensual de su novio y sonreí enternecida con ese
par de galanes.
—¿Cómo llegó eso a tus manos? —preguntó Sebas tomando un poco
de café—, Estoy seguro que Santiago no se lo quita ni para cog
—¡Sebas! —reprendió Manu—, Valen es una dama.
—Lo siento, quiero decir que no se lo quita nunca.
—No soy una dama... bueno si —dije al ver la cara de Manuel—, pero
no soy tan propia así que siéntete en la libertad de hablar como
quieras.
—¿Quieres otro? —ofreció Manu al ver mi plato vacío.
—Por favor.
Se puso de pie dejándome sola con el bomboncito menor de los Sadas,
lo miraba a los ojos para no incomodarlo, porque, aunque me gustase
su hermano, no era ciega, el tipo era divino.
—¿Santi pasó la noche contigo?
—No, no... solo me trajo y, ya sabes, Sandy dijo que, no es que yo
quisiera que se quedara, pero.
—Tranquila —río divertido—, entiendo lo que quisiste decir, solo te
trajo, y supongo que ni siquiera sugirió quedarse por nuestra celosa
hermanita.
—Si.
—Es curioso ¿no?, tú viviendo tan cerca de Manu tienes una relación
con mi hermano. ¿Cómo lo conociste?
—Espera un segundo, no tenemos ninguna relación— aseguré
nerviosa— o sea, solo estamos saliendo, algo casual, super casual.
—Cariño —susurró con un tono ronco —Si sales con Santi ya es una
relación, él no es de salir mucho, si fuera algo casual no te hubiera
conocido, mi hermano es práctico, no tiene citas, para el casual es
coger y adiós. ¿Si entiendes, ¿no?
Asentí, ansiosa y nerviosa, pero mostrándome indiferente, Manu se
acercó con otro delicioso sándwich que tragué literalmente. La estaba
pasando bien, sin pensar en todo lo que había dicho Sebas y sin
recordar los acontecimientos de la noche anterior, disfrutaba de las
charlas acerca de la fiesta y la diversión, cuando mi mamá comenzó a
llenar el grupo familiar de WhatsApp con fotos de Vannesa y su
novio.
—Estabas mejor con el teléfono apagado, deja eso —pidió Manu—, te
cambió la cara.
—Es mi mamá, comenzó a mostrar a mi hermana con su novio y
ahora mis tías preguntan con quién pase la noche vieja yo, odio mi
vida —los dos suspiraron a la vez llamando mi atención, los vi y
sonreí confundiéndolos un poco—. Chicos hagan espacio para mí—
pedí antes de ponerme de pie.
Se separaron solo centímetros que aproveché para sentarme en
medio de ambos, le pedí a Manu que con su brazo largo nos sacara
una foto a los tres juntos, posé sonriente abrazada a esos dos guapos
hombres, envié la foto muerta de risa acompañada con la frase
"Buenísimos días".
—Nos estás exhibiendo como tus amantes— comentó divertido Sebas.
—No te preocupes, mis tías no harán viral la foto.
—Deberías mostrar al de verdad.
Mi risa se silenció al instante, y no porque estuviese molesta o algo
parecido, aquel comentario me erizó, Santi mi amante...
Estaba inquieta, los chicos planeaban su tarde mientras yo solo
pensaba en llamarlo, miraba el reloj que sostenía entre las manos, en
la parte trasera de este, estaba grabado el nombre de Angela, Sebas
me explicó que así se llamaba su madre y era una forma que tenía su
hermano de mantenerla cerca, me pareció tan dulce que me dieron
ganas de buscarlo para abrazarlo, en realidad buscaba desesperada
una excusa en mi mente para alentarme a verlo.
—Yo prefiero dormir, casi no pegué el ojo en toda la noche.
—Quedarme encerrado toda la tarde no es opción de plan para mí —
respondió Sebas.
—Mañana trabajo, necesito descansar hoy.
—¿Trabajo?, pensé que tendrías libre un día más, estás a un paso de
convertirte en Santiago, ¡Puedes creer que está en el Primé! —dijo
viéndome a mí.
—¿En el centro comercial?
—Si, las oficinas están cerradas, pero él está ahí, en unos días se
reúne la junta directiva de todas las inversiones de mi papá, hay que
presentar planes de trabajos, proyecciones y esas cosas que me dan
dolor de cabeza.
—¿Estás seguro que está ahí?
—Si —se encogió de hombros—, Sandy me lo contó cuando hablamos
más temprano.
—Podemos ver algo en Netflix—susurró Manu interrumpiendo
nuestra conversación, me puse de pie haciendo una mueca exagerada
de aprobación que hizo reír a carcajadas a Manu.
—Los dejo para que se decidan a solas, disfruten su tarde —dije
usando un tono sugerente que los hizo sonrojar.
Mientras caminaba hacia mi departamento, noté como mi corazón se
aceleraba ante la posibilidad de ir a buscarlo, aunque las dudas
hacían su intento por detenerme, mis impulsos ganaban; decidí
cambiarme, maquillarme un poco más, recoger mi pelo en una coleta
alta y ponerme lo más ajustado que tuviera en mi closet.
Me pareció grandiosa la idea de jugar a provocar al tipo ocupado con
mente sucia que me gustaba tanto, en realidad necesitaba igualar
nuestras condiciones, Santiago en ese momento tenía mi mente
estimulada, lo justo era dejarlo en el mismo estado en el que yo
estaba desde que leí ese papel.
¿Cómo enfrentarlo? me hacía la misma pregunta una y otra vez
mientras el taxi me llevaba hasta el Prime Mall, podría actuar con
indiferencia, hacer un chiste sobre lo que escribió, o simplemente
fingir que estaba tan ebria que no recordaba nada, no tenía nada
claro, la única certeza era que mis deseos por verlo superaron mi
autocontrol.
El centro comercial estaba casi vacío, los pasillos en los que
regularmente caminar era complicado lucían desérticos, quise hacer
tiempo caminando por los pasillos, para controlar esa sensación
incómoda en la boca de mi estómago, cuando al fin tomé valor
descubrí que el elevador privado estaba cerrado, no tenía otra opción
más que usar las escaleras que me llevaban hasta el quinto piso.
Me sentía como una adicta que hacía de todo por conseguir una dosis,
la Valentina de siempre jamás habría salido de la cama con resaca y
puesto linda para ver a un tipo, nada valía tanto esfuerzo hasta que
llegó él.
El aire me faltaba, mi condición física era reprobable, suspiré al
llegar al piso lleno de oficinas, no había una sola alma en ese sitio,
pero se escuchaban ruidos en uno de los pasillos, tomé aire para
continuar mi camino, me parecía tan extraña la calma que envolvía
todo, sin ese estrés que respiraba cada vez que ponía mis pies en ese
lugar.
Mis palpitaciones aumentaron al estar frente a las puertas abiertas
de su oficina, sonaba música en volumen muy bajo, la misma que
puso en su auto viejo... sin pensarlo mucho asomé la cabeza
encontrándolo tecleando a gran velocidad, con la vista fija en la
pantalla, los lentes puestos y completamente concentrado.
Entré sin hacer ruido, controlando mi respiración agitada que
empeoraba a medida que era consciente que a ese hombre que estaba
ahí frente a mí, le despertaba pensamientos subidos de tono con solo
mirarme.
Levantó el brazo izquierdo dirigiendo su vista hasta su muñeca, negó
murmurando una maldición al darse cuenta que no tenía su reloj, una
risita nerviosa que se escapó de mi garganta seca fue lo único que
hizo que se percatara de mi presencia.
Se quitó los lentes para luego acariciar la parte trasera de su nuca,
parecía confundido o simplemente muy cansado.
—¿Valentina?
—No, su gemela.
No se río de mi chiste, solo me observó de pies a cabeza como
convenciéndose que era yo quién estaba ahí frente a él.
—Hola... no recuerdo casi nada de lo que pasó ayer, pero encontré
esto en mi departamento —dije mintiendo, le mostré el reloj y solo
entonces sonrió con amplitud—, no sé cómo llegó a parar ahí, no
recuerdo que hayas subido conmigo.
Mentiras y más mentiras que no podía dejar de decir, las manos me
temblaban tanto que opte por meterlas en los bolsillos traseros del
jean.
—He pasado el peor de los días pensando que lo había perdido.
Caminó hacia mí con su andar elegante y controlado, todo lo
contrario, a mi estado de nerviosismo estúpido, temblaba como
gelatina mientras aguardaba que acortase de una vez la distancia.
—Que gusto verte esta tarde— estampó un beso suave en mi mejilla,
uno que tardó más de la cuenta y me puso más arrítmica, su mano
presionó mi cintura, mis pechos se endurecieron en respuesta—. Me
imaginé todo, menos verte hoy, me alegra mucho que vinieras.
Asentí presionando mis labios no quería decir ninguna estupidez,
acercó su rostro una vez más al mío, besó mis labios brevemente
antes de alejarse rumbo a su escritorio sujetando mi mano para
arrastrarme con él.
—Iba a pasar por tu departamento cuando saliera de aquí, yo
tampoco recuerdo mucho de anoche, pero supuse que tal vez lo había
olvidado ahí —señaló el reloj.
—¿No recuerdas mucho?
—Tomé demasiado, no sé ni cómo llegué a casa... tuve demasiados
problemas para despertar esta mañana.
Lo observé detenidamente queriendo comprobar que era sincero, en
realidad si habíamos tomado mucho, él tal vez más que yo, pero me
parecía imposible que no recordase, me convencí de que fingía tanto
como yo lo hacía, una parte de mí sintió alivio por que no estaba
preparada para enfrentar lo que descubrí la noche anterior, otra
estaba decepcionada por su falta de valor, mi cabeza era un lío, yo
era un desastre.
—¿Cómo sabías que estaba aquí?
—Intuición—respondí arqueando una ceja.
—Espero que tu intuición siempre te traiga a mí—susurró en medio
de una sonrisa.
Permanecimos en su oficina por dos horas más, había hecho el
intento de irme, pero encontró la manera de detenerme, a medida
que la conversación fluía mi ritmo cardíaco se normalizaba, aunque
no dejaba de sentirme sensible a cualquier mirada, sonrisa, o caricia
por muy inocente que esta fuese.
Me contó que estaba trabajando en el plan de trabajo del nuevo año,
el calendario de eventos, las proyecciones e incluso en la propuesta
de remodelación del centro comercial, cuando lo cuestioné acerca de
escoger un día libre para trabajar me respondió que no tendría
oportunidad para trabajar el resto de la semana. Su familia
organizaba un viaje de cinco días a una casa de campo todos los años
para la misma fecha.
Su mamá fue la de esa idea para desconectar al señor Saúl del
trabajo, después de su muerte se volvió aún más especial tomarse
esos días para estar en familia, por ello trabajaba a marchas forzadas
para poder disfrutar de esos días de tranquilidad.
—¿En serio no te sientes ni un poco mal?, yo no he podido estar
tranquila todo el día, me duele la cabeza, me siento mareada, aún me
siento borracha.
—Nunca he tenido problemas de resaca, es como un don —dijo riendo.
—Bendito don.
—No te quejes, tú tienes el don de lucir linda siempre, hasta con
resaca.
—Quisiera tener el don del convencimiento y así haberte sacado de
aquí desde hace una hora —rehuí a su coqueteo con habilidad, quería
mantener la compostura.
—Ojalá pudiera irme sin terminar esto, pero en realidad no puedo.
—¿Cuántas horas llevas aquí?
—No lo sé, llegué a las ocho de la mañana o algo así, sin mi reloj me
siento perdido.
—Tenías tu teléfono contigo.
—Me gusta todo a la vieja usanza—sonrió de manera encantadora.
—Es de la vieja usanza comer, distraerse, salir de esta oficina... por
favor, salgamos de aquí, o me tendré que ir sola.
—Prometiste quedarte —dijo rápido haciendo contacto visual.
—Tienes horas metido en este lugar, trabajar tanto no es sano, ven
conmigo —pedí ofreciéndole mi mano—, prometo que no te vas a
arrepentir —intenté animarlo con una sonrisa pícara, que
sorpresivamente funcionó.
—¿Siempre cumples tus promesas? —cuestionó mientras apagaba la
computadora.
Asentí risueña extendiendo mi mano para que la tomara, me gustaba
la sensación de tenerlo así de cerca, aunque me producía calor el
contacto con su piel, no nos soltamos hasta que tuvo que sacar una
especie de llave para abrir el elevador, mientras lo hacía aproveché
para observarlo, pocas veces lo miraba vestido así, sin sus trajes
costosos.
—¿Dónde me llevas Valentina? —preguntó cuando entramos al
elevador.
—A comer, eso tiene que ser lo primero, luego podemos ver que nos
depara el resto de la tarde.
Soltó una carcajada contagiosa para luego verme fijamente, en ese
momento recordé una vez más lo que escribió, fue inevitable
sonrojarme, me preguntaba si todo el tiempo que estábamos juntos lo
inspiraba de esa forma, peor aún temía que de verdad soñase así
conmigo.
—Luces adorable sonrojada.
—No estoy sonrojada, tengo calor.
—¿Entonces yo te produzco calor?
—¿A qué juegas Santiago? —me mordí los labios para no reírme por
los nervios mientras lo observaba esperando respuesta.
—A coquetearte, pero tú no caes—reí con él aceptando la mano que
me ofrecía para que saliéramos caminando juntos.
Estaba relajado, aunque mientras caminábamos hacia el
estacionamiento comentó que regresaría a terminar lo que dejó
pendiente, tenía ganas de comida casera, me habló de un restaurante
pequeño que no quedaba lejos de mi departamento, al que solía ir
mucho con Sandy y al cual finalmente fuimos.
—¿Te gusta mucho tu trabajo? —pregunté cuando mencionó una vez
más regresar al Primé.
—En realidad lo odio, pero acepté el reto y no puedo echarme para
atrás, mi papá cuenta conmigo y debo esforzarme.
—También necesitas descansar, relajarte, pareces sentirte culpable
por estar aquí, teniendo un rato para ti.
—No, no culpable no —negó serio—, tenso, pero no culpable, me gusta
relajarme contigo.
—¿Cuándo vas a dejar de coquetearme?
—Cuando dejes de sonrojarte.
La tarde se me fue volando, entre emociones confusas y charlas
ligeras sobreviví a sus acercamientos manteniendo una actitud
aparentemente tranquila, había algo entre los dos que podía
percibirse con facilidad, pero no lograba identificarlo con certeza, era
entre una especie de tensión sexual, y un tonteo menos superficial,
evitaba crearme expectativas, pero a esas alturas no podía negar que
Santiago Sada me atraía en todos los sentidos imaginables.
Camino a mi departamento recibió una llamada de Sandy, necesitaba
hablar con él, lo pidió a gritos que escuché desde el asiento de
copiloto, el manteniendo el control le pidió que se calmara que en
unos minutos llegaría a casa.
—Tuvo una pelea con mi papá —explicó cuando llegamos al
estacionamiento —, siempre que discuten nos llama a mí y a Sebas
para que intervengamos a favor de ella.
—Debe ser difícil tener su edad y vivir rodeada de tres hombres,
supongo que todos son celosos y sobreprotectores.
—Yo no lo soy —replicó de inmediato—, solo me preocupo por ella.
—Si lo eres, pero no lo reconoces... ve con ella, gracias por haber
aceptado salir de tu oficina, según lo que todo el mundo dice de ti,
logré algo muy difícil.
—¿Has averiguado mucho sobre mí? —preguntó coqueto.
—Claro que sí, me interesa mucho conocer al autor del próximo libro
que publiquemos.
—¿Hasta cuándo lo vas a negar? —su falsa indignación me hizo
sonreír mucho, quería evitar sentirme así, como una tonta que
encontraba encantador todo lo que hacía o decía.
—No niego nada, creo que todo es evidente... ahora debo bajar y tú
tienes que ir a ver a tu hermana, disfruta mucho de tu viaje.
Bajé del auto después de darle un beso en la mejilla, me urgía huir de
él y no entendía el porqué, había avanzado unos cuantos pasos
apenas cuando gritó mi nombre.
—No te veré por cinco días, al menos un beso ¿no?, se un poco obvia
y vuelve aquí —pidió acercándose.
—Me parece un poco autoritaria tu forma de pedir un beso.
Sonrió negando mientras sujetaba mi cintura para atraerme hacia su
pecho, ese tipo de acercamiento era de lo que estaba huyendo, lo
comprendí cuando mi piel se erizó al sentirme apresada entre sus
brazos, cuando una punzada entre mis piernas me sorprendió al
besarlo.
—Creo que ya fuimos suficiente obvios por hoy —susurré sobre sus
labios, negó intentando besarme de nuevo, no logré resistirme, pero
al menos no permití que el beso fuese más profundo, más intenso—,
que tengas un lindo viaje —dije apartando sus manos de mis caderas.
—Muchas gracias Valen.
—Intentaré avanzar la lectura, de verdad me interesa terminar el
libro de una vez.
—No lo intentes, tenemos un trato —sentenció—, debemos leer juntos.
—Está bien, esperaré, pero no puedes tardar mucho.
—No lo haré, lo prometo —tomó mi mano para llevarla hasta la altura
de sus labios—. Descansa preciosa Valentina —susurró despacio
dejándome congelada—, siento que estoy teniendo una especie de
deja vu ¿tú no? —esbozó una radiante sonrisa, me lanzó un beso
sonoro y dio una media vuelta para volver a su auto.
w w

El maldito papel estaba atorado en la impresora, me incliné sobre el


piso buscando el cable para desconectarla, tenía la teoría que todo se
arreglaba de la misma forma, con un reinicio.
—Valentina, aquí están los datos que me pediste.
Me sobresalté al escuchar la voz de Laura, el respingo que dio mi
cuerpo dejó como consecuencia que me golpeara la cabeza con el
escritorio. Mi primer día de vuelta al trabajo estaba siendo una
mierda sin expectativa a mejorar.
—¿Qué hacías ahí? —preguntó con un tono chistoso— ¿Te lastimaste?
—Un poco —mentí, seguro tenía un chichón—, la impresora me está
dando problemas, y debo... necesito cinco minutos. —Me senté para
calmar el mareo que dejó el golpe, cerré los ojos, pero pude escuchar
los pasos de Laura acercándose a mí con prisa.
—Valen, estás helada.
—Me siento mal, no he desayunado, debe ser eso. ¡Odio despertar
temprano!
—Pero si llegaste a las diez —dijo sonriendo.
—Para mí eso es temprano.
—Te traeré algo de comer de la cafetería de abajo, después me
encargo de la impresora. Necesito que descanses un poco, tienes una
tarde pesada.
—Eres un ángel.
Me sonrió con amplitud negando mientras salía de mi minúscula
oficina; en realidad, sí era como una especie de ángel para mí, no
podía con nada sola, menos ese día.
Siempre me costó trabajo retomar la rutina, mi cuerpo se acostumbra
con facilidad al descanso, sacarme de ese estado vacacional estaba
resultando demasiado complicado.
—Licenciada Rincón —dijo irónica Anita desde la puerta de mi
oficina—, el señor Rodrigo me pidió que le avisara de la reunión que
tendrán hoy a las tres, todos esperan ansiosos los detalles del
lanzamiento.
Levanté el pulgar con una sonrisa más falsa que su color de pelo, no
tenía energías ni para responderle, ni siquiera esperé a que saliera,
cerré los ojos y me recargué sobre la silla esperando que mi malestar
cesara.
Afortunadamente, había trabajado en todos los detalles del
lanzamiento con anticipación, eso me daba solo un respiro, aún me
faltaban concretar algunos puntos que se sentían como piedras sobre
mis hombros.
Evité pensar en todo lo que venía, no solo era el lanzamiento del libro
en unos días, aún faltaban tres más y por supuesto presentar mis
nuevas propuestas de publicación, además, mi descanso de las clases
se acaba en una semana, todo pintaba para mal, por eso dejar de
pensar en mis responsabilidades era mi mejor opción.
—Un café y un delicioso sándwich. —Miré a Laura entrando con la
bolsa de la cafetería en las manos, se miraba tan tranquila, hasta
contenta por volver al trabajo.
—Muchas gracias.
—No te preocupes, lo hago con gusto. Tienes una tarde difícil, debes
concentrarte en la reunión, come tranquila, yo me encargo de esto.
Se llevó la impresora descompuesta tan sonriente que aumentaba mi
dolor de cabeza, no podía ser el único ser humano en todo el piso de
la editorial en estar así por volver al trabajo, pero tristemente sí lo
era.
Comí despacio queriendo alargar ese momento de descanso, estaba
dispuesta a continuar con mis labores cuando mi teléfono vibró
dentro de mi bolso, era un mensaje, más bien la respuesta de uno que
había enviado en cuanto abrí los ojos esa mañana.
Disculpa por responder hasta ahora, he estado ocupado. Me parece
buena idea dejarlo para otro día, también está siendo un día
complicado para mí.
Leí el mensaje dos veces buscando algo del Santi coqueto, juguetón y
obvio que había sido conmigo antes de irse a ese viaje familiar, pero
no encontré nada, le había pedido suspender la cita de lectura que
teníamos pactada para esa noche, esperé que, por supuesto aceptara,
pero con algún mensajito que incluyera nuestro típico tonteo, cosa
que no sucedió.
Le respondí de la forma más seca posible y dejé mi teléfono a un
lado, necesitaba enfocarme en terminar con todos mis pendientes y
dejar de pensar en Santiago y su indiferencia. Durante los días que
estuvo fuera de la ciudad mantuvimos comunicación a través de
mensajes y llamadas, que acabaron apenas regresó. No quise pensar
mucho en ello, pero cuando ya habían transcurrido cuatro días de
silencio me decidí a escribirle con la excusa del libro, recibiendo esa
respuesta fría.
Mi intención había sido dejarlos a todos anonadados en la reunión,
aunque no lo conseguí del todo, logré sorprender al menos a tres (los
que más dudaban de mí) con lo que había planificado. Me sentí tan
bien mientras desmenuzaba el plan frente a esas personas, que los
detalles pendientes dejaron de sentirse como la gran cosa.
"El Clan" sería el primer libro lanzado por la editorial Aguilar bajo la
nueva junta editorial, Rodrigo estaba ansioso e igual de perdido que
siempre, pero confiando en el equipo que él mismo había formado. A
decir verdad, todos eran buenos elementos, la que tenía nula
experiencia era yo; pero siendo justa conmigo misma, me estaba
esforzando como jamás lo imaginé.
La preventa del libro había superado las expectativas de todos, haber
elegido el libro de ciencia ficción con una inmensa cantidad de
lectores fue la mejor idea que se me pudo ocurrir, y Santiago que
decía que las reseñas no servían.
La presentación oficial sería en un par de días en una librería local y
bastante popular entre jovencitos. Laura me había ayudado un poco
con eso, sentía que tenía todo en orden y eso me satisfacía
increíblemente, aunque no me dejaba de pesar de alguna forma la
repentina desaparición de Santiago.
***

Ser adulto era difícil, cruzaba la calle con las manos cargadas con
bolsas del supermercado, se me había hecho tarde en la editorial,
pero comprar comida era algo de vida o muerte.
—¡Manu, ayuda! —grité al verlo caminar hacia el edificio, se apresuró
por socorrerme, pero alguien que caminaba tras de mí se le había
adelantado.
Giré de inmediato al sentir como me quitaban las bolsas de las
manos, sonreí un poco decepcionada al ver a Sebastián sujetando mis
cosas, leer esas breves reseñas de libros de romance me estaba
afectando, por un segundo pensé que quién caminaba a mi espalda
era Santi.
—Gracias a Dios, sentía que se me caían antes de llegar a mi
departamento.
—¿Cómo estás? —Saludó con un suave beso en la mejilla, olía
delicioso, casi tan bien como su hermano.
—Cansada pero bien.
Llegamos hasta donde estaba Manu que nos esperaba sonriente,
tenían planeado un maratón de su serie favorita al cual me invitaron,
me negué, aunque insistieron, no podía desvelarme, menos dejar
para después la tarea que debía enviar al día siguiente a primera
hora.
Manu se mostró orgulloso de mí, aunque bromeara con el asunto, se
alegraba de que estuviera intentando administrar mejor mi tiempo
como él tanto me lo pedía.
—Mañana una banda que nos gusta mucho toca en un bar que no está
lejos, si quieres venir, eres más que bienvenida.
—Sebastián, tú me quieres regresar al mal camino —bromeé saliendo
del elevador—. Mañana es la presentación del libro y tengo que
quedarme hasta que acabe porque debo coordinar unas entrevistas al
autor.
—¿Trabajas en una editorial?
Miré a Manu que de repente se puso serio, su novio sabía poco de mí,
cosa que no me parecía extraña pero que de alguna forma me
desconcertó un poco.
—Sí, soy editora de adquisiciones, ya sabes..., la que se encarga de
buscar libros y eso.
—Libros y eso... —Sonrió—. ¿Cómo conociste a Santiago?
—Por Sandy.
—¿Y a Sandy?
—Por los libros —respondí con obviedad, sacaba las llaves de mi bolso
sin notar la forma en la que me miraba.
—Espera, espera... ¡Sandy ha estado escribiendo de nuevo!, por eso
ha tenido problemas con mi papá, y Santiago supongo que tiene que
ver con esto. —Me dio la impresión que pensaba en voz alta, encogí
los hombros y entré antes que ellos.
—Hablando de Santiago, ¿cómo está?, tengo días de no verlo. —
Aprovechando mi necesidad por cambiar el tema, se me ocurrió
preguntar por algo que me interesaba.
—Nadie lo ve mucho, está trabajando en una propuesta para mi papá,
no le fue tan bien en una junta con él y... —Hizo una pausa
suspirando—. Santiago está obsesionado por cumplir las expectativas
de papá.
—Debe de estar muy estresado —comentó Manu.
—Es una pesadilla, ayer discutió conmigo porque estaba en su sitio
para estacionar, está histérico, ni siquiera Sandy que le soporta todo
quiso tenerlo cerca.
—Pobre.
—Pobre de nosotros que tenemos que lidiar con su neurosis, deberías
de apiadarte de todos e ir a buscarlo. ¡Sí! —dijo cuando me vio
negar—, le han de hacer falta unos buenos mimos, unos besos, una
charla... —Sonrió coqueto, torcí los ojos haciendo que él y Manu
rieran a carcajadas.
—Gracias por la ayuda.
—Descansa, Valen, y ya no nos rechaces tantas invitaciones —dijo
Manu.
—Piensa lo de Santiago, piénsalo —agregó Sebas antes de salir.
En lo único que no quería pensar era precisamente en Santiago,
guardé las cosas que compré a toda prisa para poder tomar un largo
baño. El plan era relajarme y dormir temprano, el día que me
esperaba sería espantoso. Decidí lavarme el pelo, me urgía ese tipo
de mimos, a lo lejos escuchaba mi teléfono sonando, pero jamás iba a
interrumpir ese momento tan mío.
Cuando salí del baño, el teléfono estaba sonando de nuevo, mi
intuición hizo que me diera prisa para responder, miré la pantalla
por largos segundos antes de aceptar la llamada, era Santi, lo sabía,
por eso me puse nerviosa antes de tiempo.
—Hola —saludé sintiendo como mi pulso se aceleraba.
—Pensé que no querías responderme —dijo en voz baja—, ¿cómo
estás?
—Bien, ocupada con asuntos de la editorial. —Intenté que mi voz
sonara firme, para que no percibiera mi estúpido estado de emoción
ocasionado por oír su voz.
—El lanzamiento del libro, lo recuerdo... Yo he estado muy
ocupado también, no tienes idea de cuánto, he trabajado más de
quince horas al día en la última semana, estoy harto —suspiró,
sujeté mejor el teléfono mientras me dejaba caer en la cama.
—¿Cómo te fue en la reunión con la junta directiva?
—Lo recordaste. —Escuché un matiz de sorpresa en su voz, Santi
pensaba que no le ponía atención.
—Dime cómo te fue.
—No como esperaba, pero mañana espero sorprenderlos, tengo un
día decisivo, pero seré libre al fin. ¿Puedo pasar a verte mañana?
Apreté los labios para no decir alguna estupidez, lo de las mariposas
en el estómago no era un cuento, lo descubrí en ese instante que las
estaba sintiendo.
—Mañana tengo la presentación del libro —dije después de aclarar
la garganta—, será un poco complicado, terminaré tarde, pero
puedo enviarte un mensaje cuando ya esté en casa.
—Por favor —soltó un suspiro de cansancio que me hizo sentir pena
por él.
—¿Todo bien?
—Solo estoy muy exhausto, aún sigo en mi oficina. ¿Valen, por
qué no me respondías?, todos estos días he intentado hacerme de
algún tiempo para verte, pero resultó imposible.
—Me estaba duchando —respondí viéndome las uñas, sin tomarle
demasiado importancia a lo que dije.
—¿Duchando?
Escuchar ese tonito me hizo entrar en alerta, me senté sobre la cama
sosteniendo mejor la toalla como si tuviera miedo que alguien me le
arrebatara.
—Sí, duchándome —llevé mi mano derecha a la frente para darme
pequeños golpes que pretendía acomodaran mis estúpidas ideas—, no
debí decirte eso.
—¿Por qué no? —preguntó divertido.
—No quiero desatar tu imaginación, autor de líneas perversas.
La carcajada sonó tan fuerte que tuve que alejar el teléfono de mi
oreja, lo pude imaginar riendo con los ojos brillantes.
—¿Ya nos dejamos de hacer los tontos?
—Dímelo tú —ataqué al instante.
—Veo que no te molestaron mis líneas perversas... ¿Te gustó,
Valentina?
—¡Mierda, no! ¡Cállate!, no quiero hablar de esto cuando estoy
desnuda y mojada... No te rías, Santi, me refiero a mojada porque
me acabo de bañar, no mojada..., ay Dios. —No podía quedarme
callada, dije tantas estupideces sin poder detenerme, desatando las
carcajadas de Santiago.
—Valen.
—¿Sí? —dije muriendo de vergüenza.
—Me llamaste Santi.
—Lo siento, no sabía que no te gustaba.
—No me gusta, me encanta..., suena muy bien Santi con tu
voz, ahhhh, Valen, desatas mi imaginación.
—¡No! —exclamé entre risas y lamentos vergonzosos—. Voy a
colgarte, nos vemos mañana.
—Espera, espera —pidió sin dejar de reír—. ¿Por qué quieres
colgarme?, sigue hablando conmigo mientras te vistes —siguió
bromeando.
—Nos vemos mañana, trae el libro por favor.
—Pensé que había quedado claro que lo del libro era una excusa.
—Para ti, para mi no. —De repente me sentí irritada y hasta él se
percató del cambio en el tono de mi voz, dejó de reírse.
—Acordemos una cita de lectura para el fin de semana, podemos
avanzar incluso hasta cinco capítulos, así solo nos quedarían
pendientes cinco más; mañana quiero ver a Valentina, no a la
editora que insiste con mi libro.
—Está bien.
—Descansa, preciosa Valentina.
—Gracias —respondí tímida antes de colgar.
La llamada me dejó pletórica, al día siguiente desperté con el mejor
humor del mundo, a pesar de que mi alarma sonó a las seis treinta.
Más que nervios, eran ansias las que me recorrían, la presentación
del libro era mi gran prueba, llevaba apenas tres meses en la
editorial y me estaba enfrentando a un lanzamiento.
Desayuné en el taxi, la adrenalina me estaba haciendo actuar de
forma acelerada antes de tiempo, el autor del libro que vivía fuera de
la ciudad llegaba después del mediodía, tenía que dejar todo
preparado para poder recibirlo.
—¿Qué es eso? —preguntó Laura al verme escribir algo en aquella
agenda, el curioso regalo que medio Santi.
—Tengo una agenda... Ya sé, búrlate —dije resignada, había
comentado durante un almuerzo en la oficina lo ridículo que se me
hacía usar una—. Fue un regalo, yo no compraría una, pero debo
reconocer que me ha servido de mucho.
—Organizarse es el secreto del éxito.
Y sí que lo era porque todo me estaba saliendo milagrosamente bien.
Enrique, el autor del libro, llegó puntual a la editorial, supuse que
estaría cansado por su viaje, aunque corto desgastante, pero estaba
equivocada, me pidió darle un tour por las minúsculas instalaciones
de la editorial y después me invitó a tomar un café para discutir
algunos detalles de la presentación.
Laura se ofreció a acompañarnos al notarme incómoda, hablar con
desconocidos seguía siendo un tanto difícil para mí, juntas aclaramos
sus dudas, y nos curamos los nervios, porque los tres estábamos
nerviosos.
Salí de la editorial antes que los demás, tenía que ir a cambiarme y
luego a la librería, quería dejar de pensar que algo podía salir mal,
tenía arraigada la creencia que nada podía estar saliendo así de bien
sin que sucediese algo malo que equilibrara todo, en pocas palabras,
yo misma estaba invocando la negatividad.
El taxi llegó rápido a mi edificio, corrí a cambiarme ignorando mi
teléfono, mi equilibro había llegado en una llamada de mi mamá, le
respondí y me coloqué el manos libres para poder movilizarme sin
problema. Estaba furiosa, indignada por haberla dejado como una
mala madre con sus hermanas, el drama se debía a la foto que envié
con Manu y Sebastián, le respondía con monosílabos mientras me
vestía a toda prisa, sus gritos aumentaron cuando le dije que no
encontraba nada malo en dormir con dos tipos.
No es que me gustara hacer enojar con mi mamá, su drama había
llegado a tanto por nada que decidí darle un motivo supuestamente
real. Me puse los zapatos rojos, los que llamaba mis tacones de la
buena suerte, me peiné lo más rápido que pude y salí de nuevo
caminando más a prisa.
En algún momento mientras esperaba el taxi, mi mamá colgó la
llamada, cosa que agradecí porque había dejado de ser divertido
cuando comenzó a culpar a mi papá por mi vida promiscua. Me
asombré al llegar a la librería, hasta pensé que había dado la
dirección incorrecta, había una fila larga para entrar al lugar, llena
de personas que esperaban que abrieran las puertas para comprar
"El clan" y conocer al escritor.
—¡Valentina! —Un Rodrigo sonriente me saludaba desde lejos, me
acerqué rápido sorprendiéndome cuando de la nada ese señor me
abrazó emocionado—. Estamos vendiendo muy bien en línea, afuera
hay chicos esperando para entrar, tengo que decir que no confiaba en
ti, pero me has sorprendido.
—Gracias, yo tampoco confiaba en mí, pero todo... —Me quedé callada
y lo abracé de nuevo para cortar mi momento de estupidez donde
estaba admitiendo ser un fracaso—. Iré a ver que todo esté bien con
Enrique.
Hui lo más rápido que pude para evitar seguir arruinando mi buena
racha, los libros estaban listos, la mesa preparada, las sillas en sus
sitios que por cierto eran pocas. Me mordía las uñas por las ansias
que me provocaba todo lo que estaba pasando, sentía que ni siquiera
estaba disfrutando de mi "éxito".
—¿Valen, preparaste las palabras antes de iniciar?
—No —negué de inmediato haciendo reír a Laura—, soy un desastre
para estas cosas, por favor, por favor, ayúdame con esto.
—Tranquila, ya lo tenía listo, solo pensé que tal vez también lo habías
planificado, has cuidado tanto cada detalle.
Sentía que se burlaban un poco cuando escuchaba un comentario así,
en el fondo sabía que estaba equivocada, que mi falta de confianza en
mí, hacía percibir todo de forma diferente.
Todo sucedió tan rápido que no hubo cabida para los nervios, leí lo
que Laura escribió sin tener algún problema. Mientras el autor
respondía preguntas y hablaba un poco de su libro, Laura y yo nos
encargábamos de mantener el orden dada la cantidad de personas
que superaron mis expectativas.
Eran las siete treinta de la noche cuando Enrique dio la última
entrevista, el chófer de la editorial se encargaría de llevarlo al hotel,
liberándome así de todas mis obligaciones del día. Se despidió con un
abrazo, emocionado y agradecido por lo bonita que resultó la
presentación.
Me despedí de Rodrigo que conversaba con el dueño de la librería y
caminé hacia la salida para esperar un taxi.
—Felicidades, Licenciada, todo le salió muy bien. —Ladeé el rostro al
oír a Anita.
Estaba casi a mi lado, esperando un taxi como yo, le sonreí como si
no me hubiera percatado de su tonito irónico y saqué mi teléfono
para evitar hablar con ella. Estaba a punto de escribirle un mensaje a
Santi cuando un grito me sorprendió.
—¡Valentina!
Giré al escuchar su voz, venía saliendo de la librería a paso rápido y
con una sonrisa en los labios, sentí que tambaleé sobre mis zapatos al
verlo, los días sin mirarnos mermaron mi capacidad de controlarme
ante su presencia.
—Te estaba llamando desde que estabas adentro —dijo acortando la
distancia, inesperadamente me abrazó, nunca antes lo había hecho de
esa forma, estrechándome entre sus brazos con ese confort, el olor de
su perfume me hizo suspirar, cerré los ojos apoyando la barbilla en
uno de sus hombros, disfrutando de ese cálido contacto—.
Felicidades, todo fue grandioso —susurró.
—¿Estabas aquí?
No respondió, me aleje un poco para poder verlo a los ojos, asintió
antes de sujetar mi rostro y acercarlo al suyo para darme un beso
breve pero tierno sobre los labios.
—Te vi usando la agenda. —Sonrió.
—¿Desde qué hora estás aquí?
—Vamos a otro sitio a hablar.
Asentí dejando que se acercara de nuevo a mí, pasó el brazo por mi
cintura para caminar conmigo hasta su auto, no me despedí de Anita,
ni siquiera recordé que estaba a mi lado, me percaté que presenció
los cariñitos con Santi, hasta que íbamos en el auto y pasamos a su
lado.
—A pesar de tu falta de habilidad social, hablaste muy bien en
público.
—Creo que mi habilidad social ha mejorado mucho, en los últimos
días he hecho cosas que no había hecho nunca.
—Debes estar muy orgullosa de ti, todo estuvo muy bien, el autor
estaba contento —agregó acelerando un poco, me dio la impresión
que lo dijo algo molesto, y tuve que averiguarlo.
—¿Por qué lo dices?, ¿porque no dejaba de sonreír?
—Sí... Por los abrazos también.
Estaba serio, y mucho, miré hacia otro lado para que no notara como
sonreía al darme cuenta o, más bien, al suponer que estaba celoso.
—Sí, nos hicimos buenos amigos en estos días que hemos hablado —
comenté solo para medir su reacción, me miró a los ojos fijamente
hasta que el semáforo cambió de color y pudimos avanzar.
Seguimos hablando de la presentación en la cual estuvo desde que
comenzó, me preguntó si quería ir a cenar a algún sitio, cosa que
rechacé por el cansancio que me aquejaba. Condujo hasta mi
departamento haciéndome preguntas de libros que, según él, yo
había leído. Lo noté cansado, se acariciaba el cuello constantemente
como queriendo aliviar el estrés, su rostro lucía igual de atractivo
que siempre, pero se notaba que no estaba durmiendo bien.
En un impulso pasé mi mano para su barbilla disfrutando de la
textura de su barba corta, me miró un poco extrañado, pero sonrió y
me lanzó un beso que fue el causante que alejara mi mano a toda
prisa de su cara.
—¿Y a ti cómo te fue? —pregunté cuando bajamos del auto—, ¿los
lograste sorprender?
—A mi papá nada lo sorprende, pero al menos no encontró nada malo
en mis nuevas proyecciones.
Mientras nos adentrábamos en el edificio, rezaba por no toparnos
con Manu y Sebas, se miraba tan cansado que no quería enfrentarlo a
una situación así. Puso una mano en mi cintura cuando abría la
puerta de mi departamento, aquello me tomó un poco desprevenida,
después de días sin su contacto, me sobresaltaba con facilidad con
todo.
Me quité los zapatos apenas cruzamos la puerta, le ofrecí algo de
tomar que aceptó encantado, lo miré con atención cuando le entregué
la taza de café que me había pedido, no llevaba puesta ni la corbata,
ni el saco de su traje, pero no dejaba de verse elegante como siempre.
En ese momento me pregunté qué hacía un tipo como Santiago
tonteando conmigo, el tipo era listo, apuesto, estable
económicamente, y yo... una adulta que tenía comportamientos de
adolescente, que no sabía lidiar con responsabilidades, un desastre
como me llamaba él.
—Lamento mucho haberme desaparecido tanto.
—No te preocupes, lo entiendo. —Quise decirle que ya sabía cómo
eran las cosas con él, que el trabajo era su novia y yo venía siendo
una especie de amante, aunque lo nuestro no llegase a tanto—.
¿Tienes hambre?
—No, comí algo antes de ir a la presentación, Gloria no me deja ir sin
comer.
Jamás me imaginé que esa mujer mal encarada se preocupase
mínimamente por él, las apariencias engañaban.
—Cuéntame un poco cómo salió tu reunión.
—La primera fue un desastre, para mi papá el plan de trabajo que
presenté era mediocre, hice algunas reformas, aumenté mis propias
expectativas y creo que le callé la boca, ahora solo tengo un problema
—le dio un gran sorbo a la taza antes de verme—, debo conseguir un
arquitecto que se encargue de la ampliación del centro comercial en
tiempo récord.
—Seguro lo encuentras. —Intenté animarlo apretando sus hombros,
me di cuenta que cerró los ojos cuando hice más presión, jamás había
sentido unos músculos tan tensos.
—Espero que sí, estoy harto de defender mis puntos siempre con mi
padre, a veces sí quiero renunciar a todo y...
—Dedicarte a escribir libros —interrumpí, negó riendo para luego
suspirar cuando mis manos comenzaron a masajear sus hombros.
Cambió de posición dándome la espalda para facilitarme las cosas,
estaba tan tenso que ese masaje me iba a llevar toda la noche.
—Solo renunciar y tomarme unos meses para mí, pero estoy seguro
que no podría, me da ansiedad no tener algo que hacer.
—¿No te gustaría escribir, dedicarte a lo que más te gusta, estar
relajado?
—Te voy a confesar algo —susurró con voz ronca—. No he dejado de
escribir, no planeo vivir de ello, solo es algo que necesito.
—Me gustaría que necesitaras publicar un libro, me facilitarías tanto
todo.
Soltó una risa contagiante, dejándome ver al Santi que me gustaba,
de buen humor, relajado, contento. Apartó mis manos con delicadeza
y besó ambas, desatando las estúpidas mariposas en mi estómago.
—No hablemos de ese libro esta noche, terminarás diciendo que lo
único que te interesa es él.
—Sabes que es cierto —dije para provocarlo, entrecerró los ojos y
negó sonriendo antes de hablar.
—¿Recuerdas lo de ser sinceros?, ya has admitido un par de veces que
también te interesa el escritor.
—Estás siendo muy obvio —susurré nerviosa.
—Quiero serlo —respondió acortando la distancia entre los dos.
Lo miré nerviosa mientras se acomodaba mejor sobre el sillón para
acercarse, una de sus manos se situó en mi nuca y la otra sobre mi
cintura antes de besarme, correspondí al instante que nuestros labios
se rozaron, había extrañado mucho esa cercanía que una parte de mi
estaba evitando.
Mi intuición me decía que debía parar, o iba a acabar hasta
enamorada del arrogante Santiago, pero era más fuerte que yo la
necesidad de dejarme llevar por todo lo que vivía, me besaba
despacio, mordisqueando mis labios con sensualidad cuando rozaba
mi lengua con la suya.
Apreté las piernas cuando su agarre en mi cintura se hizo más fuerte,
el recuerdo del último párrafo de lo que me escribió llegó en ese justo
momento, enviando una oleada de calor por todo mi cuerpo. Lo que
más me gustaba de todo aquello, era la manera en la que él
disfrutaba del beso, jadeaba con levedad haciendo cada vez más
presión en mi cintura, acariciando con la otra mano mi cuello,
activando zonas sensibles.
Mis manos se afianzaron sobre su cuello, atrayéndolo con más
desesperación hacia mí, aquel acto casi inconsciente mío pareció
tomarlo desprevenido, dejó de besarme solo por un par de segundos,
para luego hacerlo con más intensidad, mientras me besaba podía
escucharlo decirme esas cosas que me había escrito, aquello
aumentaba el placer en ese beso y la necesidad de profundizarlo.
Me estaba esforzando para no soltar algún gemido que encendiera
más el momento, un susurro me decía que debía parar, pero el sonido
de nuestros labios uniéndose y la respiración agitada de Santi
acallaron todo pensamiento. Jugueteó un poco con nuestras narices
rozándose mientras tomábamos aire, estaba tan perdida en las
sensaciones que me experimentaba que me lancé a besarlo de nuevo
sin importarme nada.
Nos acercamos mucho más, estaba casi sobre mí gracias a mis manos
atrayéndolo, acariciaba uno de sus brazos para luego posar mi mano
por su pecho, error, tocar a Santi significaba darle pase para que él
hiciera lo mismo, y no tardó ni cinco segundos en intentarlo. Soltó mi
cintura y fue directo a mis piernas, era sutil y hasta cuidadoso el
toque de su mano sobre mi rodilla, pero yo era demasiado sensible
con él, cuando su mano comenzó a subir con cautela, mi cuerpo
entero se estremeció.
Gemí, no pude ser tan fuerte para evitarlo y aquello lo descolocó, me
besó con una rudeza excitante que lo primero que causó fue que esa
sensación de humedad entre mis piernas aumentara
considerablemente, se aventuró a mover las manos con un poco más
de libertad provocando otro jadeo de mi parte.
Sus labios abandonaron los míos, bajando por mi cuello, ese fue el
alto que le puso mi mente a mi cuerpo deseoso de más contacto, el
tipo me gustaba, me encantaba en realidad, pero no podía permitir
ese tipo de avance, Santiago y yo nunca habíamos hablado en serio de
lo que ocurría entre los dos, siempre hacíamos bromas con lo de ser
obvios o sinceros, pero nunca hubo algún tipo de conversación que
dejase claro que estábamos saliendo o algo así, no es que fuese
puritana y rechazara la idea de acostarme con un tipo que me
gustaba, el problema radicaba en que Santi me gustaba
peligrosamente, y eso podía terminar mal para mí, si él solo quería
sexo, el libro quedaría a un lado, por lo tanto decidí en ese momento
que todo debía parar.
Solo que no encontraba la forma de detenerlo, porque quería que
continuara con esos besos, con sus caricias y sus jadeos. Al parecer se
percató de mi dilema en algún momento, fue entonces cuando sus
manos dejaron de tocarme y sus labios volvieron a los míos,
abandonando mi cuello enrojecido, poco a poco separamos nuestros
rostros, me sonrió seductoramente alejándose cada vez más de mí.
—Te ves tan cansado —susurré tocando su rostro.
—Con el masaje y con el beso me siento como nuevo.
Me resistía a creer que ese hombre me miraba así a mí, que me
sonriera de esa forma que me ablandaba de manera increíble, pero él
me lo confirmaba, o así interpreté cada gesto que tenía conmigo.
A pesar que no nos habíamos visto por tantos días y de lo ausente
que se había mostrado, me sentí incluso más cercana a él, y eso me
asustó un poco. Para evitar la tentación de besarlo nuevamente, lo
incité a que me contara acerca de la ampliación que había propuesto
para el Primé.
No parecía muy animado al principio, pero luego comenzó a
contarme detalles de la reunión con la junta, entendí que todo era
difícil para él, me explicó que sentía que su padre no valoraba su
esfuerzo y como siempre le exigía más, se estaba abriendo conmigo
de una manera cautelosa, pero me dejaba conocerlo un poco más.
Le ofrecí otro masaje en el cuello que aceptó de inmediato,
continuamos charlando hasta que noté como estaba cabeceando,
Santi luchaba por no quedarse dormido, sentí ternura y pena a la vez,
no entendía como se exponía a tanta fatiga solo por quedar bien con
su papá.
—Santi..., ¿quieres que llame a tu chófer?
Negó girándose para dejar de darme la espalda, tomó un cojín que
puso sobre mis piernas y dejó caer la cabeza sobre él. No pude
reaccionar al instante, me quedé solo observando como dormía
recostado en mi regazo, visiblemente cansado.
Comencé a acariciar su rostro con cuidado, estaba a punto de caer
dormida como él, yo también estaba cansada, había sido un día de
locos. Mi teléfono sonó, era un mensaje de Vannesa, envió una foto
de ella al lado de su ken acompañado de un mensaje que decía
"buenas noches familia", me vi tentada a tomarme una foto justo así,
con Santi sobre mis piernas y enviarla, pero deseché la idea, tiré el
teléfono sobre la mesa y me acomodé para tomar una siesta también.
Pude haber despertado hasta el día siguiente, pero Santiago
levantándose de golpe e inesperadamente del sillón, me asustó.
—¿Qué hora es? —preguntó con la voz ronca, se respondió solo al ver
su reloj, pasó las manos por su pelo, desordenándolo un poco, y
bostezó de nuevo—. Siento haberme quedado dormido, Valentina, son
casi las dos de la mañana, debo irme.
Mi cerebro no ordenaba bien las ideas a causa del cansancio, solo
asentí viendo cómo se ponía de pie de forma lenta, tropezó con una
mesa, luego con una silla, y casi hasta con la pared.
—Santiago, no puedes conducir así, estás muy cansado —balbuceé
entre bostezos.
—Tienes razón —dijo sentándose de nuevo-, me debería tomar otro
café antes de irme.
—Puedes quedarte aquí y dormir un poco más —propuse adormilada,
asintió pensativo, o más bien dormido con los ojos abiertos, parecía
un zombi—. Ven, vamos a la cama —lo invité ofreciéndole mi mano.
Tuve una ligera duda cuando su mano tocó la mía, que se disipó casi
al instante, ¿qué podía pasar?, solo íbamos a dormir en la misma
cama.
w w

Recogí mi pelo a como pude en un moño desordenado, estaba tan


soñolienta que haber llegado al baño había sido todo un desafío,
bostecé por quinta vez consecutiva mientras me ponía el camisón de
algodón que llevé conmigo, supuse que Santiago estaba dormido así
que intenté no hacer ruido al cerrar la puerta.
Fue fácil no pensar mucho en lo que estaba haciendo, estaba tan
cansada que no tenía nada de energía para estar lidiando con mis
cavilaciones, después de todo ¿Qué podía pasar? con Santi
desmayado a como estaba.
Mi departamento estaba a oscuras, solo una pequeña luz proveniente
de la ventana alumbraba con timidez, caminé con prudencia hasta la
cama, algo nerviosa al percibir el perfume de Santiago invadiendo el
pequeño espacio, me recosté con precaución temiendo que estuviera
muy cerca, pero no lo estaba, me daba la espalda haciéndome sentir
un poco de alivio que no tardó nada en desaparecer. Apenas me había
acomodado de medio lado cuando él giró para estar frente a frente,
sonrió con los ojos cerrados y acortó por completo la distancia.
Nuestras narices casi se rozaban, ni siquiera podía moverme porque
lo tenía así, pegado a mí... pero al parecer eso no fue suficiente para
él, con toda la confianza del mundo tomó una de mis piernas y la
puso sobre una de las suyas, aquel acercamiento fue mortal para mi
pobre cuerpo poco acostumbrado a esos roces.
—Buenas noches—susurró sin abrir los ojos.
Sentí hormigas recorrerme completa, me estaba agitando hasta al
punto de hacer esfuerzos para respirar con normalidad, no iba a
poder dormir, no con ese nudo en el estómago que se hacía más tenso
al ser consciente del calor que me proporcionaba su cuerpo, respiré
profundo para relajarme mientras mentalmente contaba ovejas,
cualquier cosa por alejar mi mente de esa cama, de Santi, de los dos
tan cerca.
Casi funcionaba, estaba segura que lo estaba logrando, hasta que sus
labios buscaron los míos con naturalidad ¿Cuándo besarnos se volvió
cotidiano?, con temor le di acceso a mi boca, no podía despreciar un
beso de ese hombre... su caricia era suave, un beso lento, perezoso,
pero igual de inquietante que los otros, pasamos así por varios
minutos con los labios unidos, las respiraciones pausadas, sin más
contacto que ese.
De repente se detenía haciéndome pensar que se había quedado
dormido, pero de la nada comenzaba de nuevo esa deliciosa succión,
lenta y delicada...después de unos cuantos minutos besándonos sin
interrupciones, su brazo rodeo mi cintura pegándome aún más a su
cuerpo, nuestros pechos se rozaban, mi respiración solo aumentaba,
a pesar de la aparente calma que tenía nuestro beso, el corazón de
Santi latía con tanta fuerza que lo podía percibir.
—Santi —susurré.
—¿Sí? —escuchar su voz me hizo pegarme más a él, necesitaba la
fricción de su cuerpo para calmar ese calor que se estaba apoderando
del mío entero.
—Buenas noches —dije con la voz entrecortada.
Soltó una risita diabólica que se quedó resonando en mi cabeza, tomó
mi pierna y la subió ahora en su cadera, gimió el maldito, y de una
manera tan deliciosa que tuve que buscar su boca para no gemir más
fuerte de lo que lo había hecho él, balancee un poco hacia adelante la
cadera desesperada por calmar el dolor en mi entrepierna causado
por la súbita excitación, pero en lugar de alivio encontré más dolor,
la punzada se hacía más fuerte al sentir la bragueta de su pantalón a
punto de romperse por la tensión.
Mis manos fueron directo a su cuello presionando con fuerza para
acercarlo más, mi beso se volvió violento, pero él siguió conservando
la calma, mordía mis labios despacio para después pasarme la lengua
de manera sensual, intenté balancearme una vez más, pero detuvo
mis caderas con una de sus manos.
No supe cómo interpretar aquello, dejé de besarlo un poco
confundida queriendo acentuar la distancia entre nosotros, abrí los
ojos, los de él continuaban cerrados, respiraba lento hasta parecía
dormido, de repente acercó su rostro a mi cuello, comenzó con besos
húmedos y cortos por toda mi piel, movió sus labios hasta mis
hombros, era tan lenta y tan aparentemente inocente la forma en la
que me besaba que me estaba desesperando, di un pequeño respingo
cuando con sus dientes capturó el delgado tirante de mi camisón, lo
apartó despacio hasta dejar mi hombro desnudo.
El roce de su barba magnificaba las sensaciones, paseó su boca por
mi pecho, deteniéndose en las clavículas avanzando hasta el inicio de
mis senos, mordió con delicadeza un poco de esa suave y sensible piel
haciendo que encogiera los dedos de los pies por el golpe de placer
que me invadió con algo tan efímero.
Estaba cada vez más húmeda y él podía percibirlo, sonreía satisfecho
cada que nuestros ojos hacían un mínimo contacto.
—¿Valen duermes? —preguntó el cabrón, sentía que todo lo que hacía
era para excitarme más, lo percibía tan controlado y yo tan alterada
que sentía rabia conmigo misma.
—No —respondí con seriedad.
—¿Me dejas tocarte? —susurró rozando su nariz en mi mejilla.
Apreté mi entrepierna y retuve el aire, no sabía que decir, no podía
siquiera hablar porque la voz no me salía, moví un poco el muslo
queriendo tocarle lo único que denotaba su excitación, sonrió al
esquivarme y eso me enojó mucho más.
—¿No tienes sueño?
—Mucho, pero tengo un don, puedo hacer cosas cuando duermo.
Reí perezosamente sin lograr que la tensión sexual se disipara, lo
sentía respirar sobre mi cuello aún tenía la mano sobre mi cadera
frenando mis intentos de rozarme descaradamente en él.
—Solo un poco —respondí en murmullos, esperando que su agarre se
debilitara y me permitiera la fricción que necesitaba.
Su boca seguía por mi pecho, me daba besos perezosos mientras sus
manos se aventuraban por mi pierna, su toque era lento, estudiado,
estaba convencida que intentaba a toda costa que yo perdiera el
control, y lo estaba logrando con una facilidad asombrosa. Jadeé al
percibir la palma de su mano recorriendo de forma ascendente mis
muslos, apretó mi cadera cuando llegó justo ahí, arrancando otro
jadeo más sonoro.
El reguero de besos por mi cuello me mantenía en vilo, era un
experto en esos jueguitos, me estaba ablandando tanto que estaba
segura que iba a terminar arrancándole la ropa en cualquier minuto,
mordí su labio inferior al notar el calor de su mano en mi trasero,
aquello lo sacó de su papel de hombre controlado, inesperadamente
me presionó con fuerza, pegándome contra su pelvis gimiendo sobre
mis labios.
Estaba duro, tanto que era dolorosa la fricción que se producía con
los balanceos de mis caderas, cuando creí que no se iba a poder
controlar, apartó su mano de mi cuerpo, volvió a cambiar la tónica
del beso, de nuevo suave, lento, soñoliento... no contenta con su
juego me animé a colar mi lengua en su boca tomando las riendas del
beso, funcionó al instante, comenzó a tocarme por debajo del
camisón, pasando sus manos por los costados de mi cintura
deteniéndose en el borde de mi seno.
Gemí, recordé lo que escribió para mí y mis defensas desaparecieron,
giré un poco el rostro ofreciéndole mi cuello, obediente besó este,
bajando hasta mis senos, con manos rápidas movió un poco la tela
del escote dejando parcialmente mis pechos descubiertos, lo vi
lamerse los labios y de nuevo otro gemido más agudo salió de mi
garganta.
La adrenalina que me recorría desapareció todo mi cansancio, lo
animé a seguir, tocándolo, pasando mis manos por su espalda para
luego querer abrir su camisa, se dejó hacer, se separó unos segundos
de mí para sacarse esa camisa que lo cubría demasiado, tenía una
camiseta por dentro, sonrió al darse cuenta de mi frustración, pero
insistí, mientras él besaba con lentitud mi pecho yo como loca
buscaba meter las manos en su camiseta. Rozar la piel de su espalda
fue otro subidón de placer, estaba en un punto en donde quería más
sin pensar en las consecuencias de todo lo que estaba pasando.
—¿Valen? —jadeó mi nombre,
—¿Sí? —respondí febril.
—Buenas noches... descansa —susurró.
Besó mis hombros, luego el cuello y por último la boca, apartó mi
pierna con cuidado acentuando la distancia de nuestros cuerpos,
perpleja lo miré intentando inútilmente hacer contacto visual, había
cerrado los ojos, estaba jugando al dormido...confusa, excitada y
enojada me giré dándole la espalda, error, no tardó ni tres segundos
en acercarse para abrazarme, pegando la pelvis en mi trasero
demostrándome lo mucho que lo excitaba también.
Ninguno de los dos dijo nada, por más que muriera por preguntar
porque se había detenido no abrí la boca, me limité a dejarme
envolver por su calor, a esperar que poco a poco la temperatura de
mi cuerpo se enfriase, a escucharlo respirar pausadamente sobre mis
hombros.
Casi no pegué el ojo en lo que restó de esa madrugada fría de enero,
aquella sensación de sobreexcitación me seguía recorriendo sin
importar los esfuerzos que hiciera para frenarla.
—Valentina tengo que irme —escuchar esa voz en mi oído me hizo
abrir los ojos, parpadee varias veces hasta que me acostumbre al
reflejo de la luz del sol que apenas salía—, sigue durmiendo te llamo
más tarde —besó mi frente antes de inclinarse sobre el piso para
recoger su camisa.
—¿Qué hora es? —pregunté confusa.
—Las seis, se me hizo tarde —explicó todo lo que tenía que hacer y
otras cosas más pero no pude ponerle atención, el sueño me vencía.
Ni siquiera lo escuché salir del departamento, dormí con profundidad
por cuatro horas más, hasta que Laura llamándome logró
despertarme, tenía que estar en la editorial antes de las once, debía
darme prisa.
Mientras me duchaba recordaba las caricias de las madrugadas, los
besos lentos y deliciosos, su respiración su cuerpo... tuve que
cambiar la temperatura del agua para enfriarme de una sola vez, era
increíble lo estimulada que se mantenía mi mente imaginando las
cosas que podía llegar a hacerme Santiago.
Con la piel cosquilleante me vestí a prisa, salí de mi departamento y
me topé con Manu que esperaba el elevador, al verme apresurada se
ofreció a llevarme, odiaba su moto, pero era mi única opción.
***

—Todavía sigo impresionado con los resultados de la presentación, la


versión digital está en los primeros lugares de ventas, ayer el autor
firmó libros, por dos horas consecutivas. ¡Es increíble!... Valentina
gran trabajo, equipo gran trabajo —aplaudió Rodrigo entusiasmado—.
Después de esto nos queda esforzarnos más, no bajar el ritmo,
haremos grandes cosas, serán muchos libros, nuevos lanzamientos
seguiremos descubriendo talentos.
Me recosté en la silla dramáticamente, ¿más? no podía manejar más
del estrés que había pasado los días anteriores, Rodrigo seguía con su
discurso motivador, los ojos le brillaban estaba extasiado, el pobre
seguro jamás pensó que algo que hiciéramos tuviera un poco de
éxito.
Esperé ansiosa a que cerrara la boca, moría de hambre, sueño y
aburrimiento, mi mente estaba lejos de esa sala, seguía en esa
especie de nebulosa como consecuencia a la madrugada anterior.
—Te estas quedando dormida —dijo entre dientes Laura.
—No dormí bien, necesito un café.
—Pídeselo a Anita, seguro te lo trae.
Levanté la vista para observar a Anita que me miraba de una forma
desagradable.
—Seguro le pone cianuro en lugar de azúcar.
Rodrigo dejó de hablar al escuchar la carcajada de Laura que parecía
no poder controlarse, cubrí mi rostro con la agenda que tenía sobre
las piernas cuando todos comenzaron a observarnos, Laura hizo el
intento de disculparse, pero solo logró balbucear algo que nadie
entendió, tomé de golpe casi toda el agua de la botella que tenía al
lado, necesitaba calmarme porque mi imagen de mujer profesional y
eficiente se tambaleaba a medida que mi carcajada se hacía más
escandalosa.
La reunión se extendió por media hora más, tardé al guardar mis
cosas a propósito, quería ser la última en salir y así evitar conversar
con todas esas personas, Laura que todavía tenía las mejillas
sonrojadas esperaba por mí en la puerta.
—Quita esa cara no fue para tanto.
—Don Rodrigo me miraba con ganas de matarme, no sé qué me pasó.
—Te están juntando con esa oveja negra —dije tocando mi pecho.
Salimos juntas de esa sala ignorando a Anita que nos miraba desde el
final del pasillo, todavía tenía cosas que hacer, pero cero energías
para continuar, fui por un café mientras Laura llevaba mis cosas a la
oficina, noté como Anita me siguió hasta el rincón donde estaba la
cafetera, no tenía humor para lidiar con ella y sus ironías, pero me
tocaba soportarla.
—¿Con sueño? —preguntó situándose a mi lado.
—Sí.
—Me imaginó lo cansada que está después de la presentación.
—Así es —respondí cortante.
—Supongo que ayer celebraste —asentí mientras servía café en mi
taza, deseando que se callara de una vez por todas—, muy guapo tu
novio.
—Gracias —hice contacto visual solo para molestarla un poco más.
—Hacen una linda pareja —continuó, contenía una sonrisa en los
labios que no entendía—. Es curioso, pero me pareció conocido —hizo
un gesto como si estuviera recordando algo, me puse tensa sin saber
porque, esa mujer cada día me gustaba menos—, no sé, pero me
recuerda al empresario ese que te ayude a contactar, al escritor —dijo
sonriendo.
—No recuerdo.
—Yo sí, lo recuerdo perfecto, se parece al gerente del centro
comercial, Sada, Santiago Sada —fingió recordarlo al fin—, por un
momento hasta creía que era él, pero obvio tú no serías capaz de
tener una relación tan personal con un autor, eres tan profesional
que sabes que no es políticamente correcto tener una relación que
vaya más allá de la laboral con un escritor que será publicado por la
editorial.
Derramé el café que me servía al escucharla decir ese montón de
cosas en tono irónico, no volteé me quedé unos segundos asimilando
todo, quería sonreír despreocupada frente a ella, como sí que lo que
dijo no me afectó en nada.
—¿Necesitas azúcar? —cuestioné mostrándole la pequeña azucarera.
La tomó sin quitarme la vista de encima, juzgando hasta mi forma de
respirar, le sonreí con falsedad sin esforzarme en ocultar lo mal que
me caía. Di unos cuantos pasos deseando alejarme lo bastante posible
de esa mujer y su negra energía.
—Licenciada Rincón, que siga teniendo un día provechoso.
De verdad que me llené de prudencia para no hacer lo que quería,
(girarme y mostrarle el dedo de en medio) y continuar con mi
camino, lo que dijo me hizo palidecer, no tenía idea de que estaba
haciendo algo "malo" al salir con Santi, (ni siquiera sabía si
estábamos saliendo) apresure mis pasos para llegar de una vez a mi
oficina el único sitio en el que me sentía tranquila, cerré la puerta y
me quedé apoyada en esta, todo estaba siendo mucho para mí, la
confusión no me dejaba pensar con claridad ¿Qué mierda estaba
pasando con mi vida?.
—¿Valentina estás bien?
Respiré profundo antes de responderle a Laura que escribía algo en
un cuaderno.
—Sí... sí, solo —suspiré con fuerza—, estoy cansada, me siento mal de
verdad y no soporto a la amargada de Ana, ni siquiera la voy a llamar
Anita, aunque así sea su nombre, es una vieja amargada, metiche, y
seguro envidiosa —solté mi veneno.
—Sí, eso dicen todos —comentó volviendo a su labor—, lo mejor que
puedes hacer es ignorarla, seguro está enojada porque todo salió bien
ayer, pero tú no tienes por qué preocuparte, lo estás haciendo muy
bien Valentina, eres una gran editora.
—Eres tan linda —dije sintiéndome culpable, no, no lo estaba
haciendo bien, temía que mi reciente eficiencia desapareciera.
Lo que dijo Ana se quedó en mi mente haciendo ruido todo el tiempo,
salí temprano de la editorial sin darle explicaciones a nadie, quería
dormir, descansar, olvidarme de todas las cosas que me hacían dudar
de mí. Me duché en cuanto llegué a mi departamento y me refugié en
mi cama que todavía olía a él. Santiago era otro problema en mi
cabeza, y no solo por lo que dijo la metiche de Ana, el no saber la
naturaleza de nuestra relación hacía de todo más confuso, no sabía
cómo actuar con él, temía seguir desarrollando esas sensaciones que
cada vez se me hacían más difíciles de controlar.
Dormí más de doce horas, necesitaba ese tipo de descanso reparador
para enfrentarme a todo lo que venía. Estaba decidida a salvar el
semestre a como diera lugar, combinar clases y trabajo no parecía
tan difícil para los demás, pero para mí era imposible, estuve tan
entretenida con la organización de mis horarios que no estuve al
pendiente de mi teléfono esperando una llamada o un mensaje de
Santiago, que después de haber dormido en mi cama y meterme
mano me había texteado una sola vez en días.
—Te han marcado dos veces al teléfono de la oficina —me informó
Laura sentándose frente a mi escritorio.
—¿Tú atendiste las llamadas?
—Sí, estaba aquí trabajando en lo que me pediste, fue temprano aún
no llegabas.
—¿Quién me llamaba? —cuestioné curiosa, no le había dado ese
número a nadie, con los autores mantenía comunicación a través de
mi celular, me parecía extraño—, seguro fueron los distribuidores.
—No, era una secretaría, Gloria creo que se llamaba, dijo que era
personal y no quiso decir nada más.
Ni siquiera había terminado de hablar cuando yo ya estaba tomando
el teléfono, marqué el número de la oficina en lugar de llamarlo
directamente a él, porque claro tenía que hacerme la indiferente. Me
atendió Gloria cortante como de costumbre, tardó pocos segundos en
pasarle la llamada a Santi que por lo que escuché estaba en una
especie de reunión.
Me saludo con un frío hola y fue directo al grano, quería pactar una
cita de lectura y para el viernes en la tarde, me odiaba por siempre
estar disponible, pero quería verlo, y al diablo con lo que pensara,
dije sí rápidamente, quedamos en fijar la hora en otro momento, me
explicó que estaba ocupado atendiendo el asunto del apaleamiento
del Prime, me llamaría en cuanto tuviera algo de tiempo, le envié un
beso logrando que soltara una risita coqueta antes de colgar.
Así eran las cosas con Santi, primero su trabajo, luego su trabajo y
por último lo demás. Esa noche me envió un mensaje cuando ya
estaba en la cama, propuso vernos en mi departamento a las seis
treinta, luego de terminar de leer ir a cenar o a donde yo quisiera.
Acepté todo sin mostrar cuánto me entusiasmaba la idea, me despedí
con un frío mensaje de buenas noches que obtuvo como respuesta un
montón de caritas enviando besos.
Los dos días que pasaron los sentí eternos, no podía negar lo ansiosa
que me tenía verlo, aunque no era lo único que me inquietaba, la
confusión en la que me envolvía mi "relación" con Santiago me
estaba sobrepasando, mi entusiasmo era riesgoso para mí y mi
trabajo, y no tenía idea de cómo frenarlo.
Por él hacía cosas que me sorprendían, el viernes desperté de buen
humor a pesar de haber madrugado, tenía un día pesado, por la
mañana trabajo, por la tarde dos clases y luego verlo. Antes de salir
ordené mi departamento sin quejarme como lo hacía siempre, estaba
tan contenta que incluso llamé a mi mamá para saludarla. El trabajo
en la editorial ni siquiera me llevó toda la mañana como lo había
previsto, tuve tiempo de regresar a mi departamento para
cambiarme, comer e ir a clases.
La expectativa de verlo cambió la perspectiva de mi día, hasta la
aburrida clase de Liderazgo y negociación, me pareció entretenida,
tomaba apuntes concentrada en la presentación en diapositivas que
explicaba el profesor cuando mi teléfono vibró.
Era un mensaje de él, había logrado salir temprano de su oficina y
pensó que era buena idea recogerme en el campus, estaba en camino
y dispuesto a esperar hasta que se terminara mi clase. El corazón se
me aceleró súbitamente al leer ese mensaje, las mariposas
comenzaron a revolotear en mi estómago y mis ganas de salir de una
vez aparecieron al instante.
Miré la hora en mi teléfono, solo faltaban quince minutos para que la
clase acabara, no quería hacerlo esperar mucho y necesitaba
arreglarme un poco, se me hizo fácil salir del salón en un descuido
del profesor, caminé a toda prisa hasta los baños más cercanos,
dentro de mi mochila siempre cargaba la pequeña cosmetiquera que
me había obsequiado mi mamá y casi nunca usaba, esa tarde me sacó
de apuros.
Mientras me ponía polvo en la cara recibí otro mensaje, ya estaba en
el estacionamiento, me apresure lo más que pude, delineé mis ojos,
me puse labial, recogí mi pelo y corrí hacia el maldito
estacionamiento, quería ignorar esa sensación incómoda en la boca
del estómago pero me resultaba difícil, al pasar por la puerta de mi
salón me topé con el profesor que estaba saliendo, me detuvo para
hablarme del trabajo que había indicado en mi ausencia y el que
debía entregar sí o sí para no perder más puntos en esa materia.
Caminamos juntos entre tanto el me seguía explicando todos los
detalles del informe que debía entregar en unos días, escucharlo me
ayudó a controlar esos nervios absurdos que desataba Santiago,
bajamos los cortos escalones que llevaban hasta el estacionamiento y
nos despedimos con una sonrisa, giré sobre mis talones para seguir
con mi camino y me encontré con Santi.
Su auto estaba estacionado a unos pocos metros, observaba todo
recostado sobre la puerta del conductor, sin el saco de su traje y con
unos lentes de sol estilo aviador que le quedaban perfectos, me
detuve a observarlo por unos segundos, conteniendo el deseo de
tomar su corbata y atraerlo hacia mí para comérmelo a besos, al
acercarme un poco más noté que no era la única que se estaba
deleitando la vista, dos de mis compañeras incluso lo señalaron.
Sonrió con arrogancia al sentirse observado, sacó las manos de sus
bolsillos y abrió los brazos sin dejar de sonreír, di dos pasos hasta
quedar frente a él, sus brazos me rodearon al instante, besó mi frente
mientras yo aspiraba el olor de su perfume pegada a su cuello.
—Me da mucho gusto verte —dijo sin romper el abrazo, poco a poco
me separé de su cuerpo, sonreí y besé su mejilla dejando mi labial
rosa pintado en su piel— ¿Me dejas ayudarte con tu mochila pequeña
Valentina?
—Tienes un feo sentido del humor ¿Te lo he dicho? —negó sonriendo
quitándome la mochila del hombro, abrió la puerta del auto, para
luego rodearlo y entrar él también. —¿Qué tal estos días? —pregunté
sonriente.
—Espantosos, me costó trabajo encontrar quién asumiera el proyecto
de la ampliación, mi papá y Sebastián han estado discutiendo, Gloria
se resfrió y sin ella todo se me complica más, ha sido una semana
horrible, lo único bueno que me pasó fue dormir en tu cama —apreté
las piernas al ver esa sonrisa insinuante en sus labios, negué riendo
desviando mi vista hacia la ventanilla del auto—. Creo que no te he
agradecido por eso, estaba muy cansando de verdad no habría podido
conducir.
—Debes descansar más, no es sano trabajar tanto.
—Gracias por lo que hiciste.
—No fue nada, no te preocupes —respondí jugando con mis manos.
—Pensé que dirías: no te preocupes Santi puedes quedarte cuando
quieras, mi cama es tu cama —mi risa tonta y escandalosa no tardó
en aparecer, me observaba con una sonrisa en los labios
divirtiéndose con la situación.
—No soy tan amable, lo siento —respondí riendo—, pero si algún día
necesitas de nuevo descansar
—Tu cama es mi cama —interrumpió—, lo tendré en cuenta, gracias —
se quitó los lentes y me guiñó el ojo antes de volver a poner la vista
en el camino.
—¿Dónde vamos? —pregunté al verlo tomar una autopista que no
llevaba a mi departamento.
—A mi casa, fui directo por ti cuando salí del Prime, necesito
cambiarme y llevarle eso a Sandy —apuntó con la barbilla hacia el
tablero del auto donde estaba una bolsa de farmacia.
—¿Está enferma?
—Me hizo ir por toallas femeninas, algo para los cólicos y algunos
chocolates... fue una experiencia singular —agregó sonriente.
—Perdón que me ría, me parece tierno que hagas esas cosas por tu
hermanita.
—Todos hacemos cosas así por Sandra, hasta mi papá, la pasa mal
desde la muerte de mamá y —se quedó callado por breves segundos,
que fueron suficientes para que me diera cuenta como lo afectaba,
tomó aire y aclaró la garganta antes de continuar—, necesita de
todos, aunque creo que abusa de nosotros —sonrió.
Me ponía un poco nerviosa llegar a esa casa, quizás la idea de
toparme de nuevo con el señor Saúl era lo que me dejaba en ese
estado, no tardamos mucho en estacionarnos frente al bonito y muy
bien cuidado jardín, salí del auto al mismo tiempo que él, observando
todo con curiosidad.
—Ven conmigo —pidió ofreciéndome su mano que no tardé en
aceptar.
Puse mucha atención en cada detalle de esa casa, cruzamos el living
aún tomados de las manos y hablando acerca de los cinco capítulos
que íbamos a leer. Llegamos hasta una sala de estar grande donde
Sandra estaba recostada en un enorme sillón blanco, tenía una bolsa
térmica en el abdomen bajo y el rostro cubierto con las manos.
—Sandy ya estoy aquí —soltó mi mano para acercarse a ella, se
inclinó para saludarla con un beso en la mejilla y darle la bolsa con lo
que había comprado.
—Eres el mejor —se levantó sonriente del sillón para abrazarlo sin
reparar en mi presencia—, pensé que me iba a tocar esperar a
Sebastián.
—Pudiste haberle pedido a Constanza que llamara a una farmacia, o
enviar a
—No, para eso los tengo a ustedes, para que me consientan —la
sonrisa que tenía dibujada en su rostro desapareció al ver su mejilla
llena de mi labial, frunció el ceño y pasó las manos por la marca para
limpiarla. —¿Quién te hizo eso?
—¿Qué?
—Hola Sandy —saludé antes que le respondiera a Santi, miró a su
hermano luego a mí, para después fingir una sonrisa.
—Valentina no sabía que estabas aquí.
—Voy a cambiarme, no tardo —dijo Santi acercándose a mí.
—Espera —susurré, no quería quedarme sola con Sandra que de
repente me miraba con odio.
—¿Quieres acompañarme?, está bien, vamos.
—No tonto —respondí en voz baja y conteniendo la risa— creo que me
odia.
—Solo es celosa —murmuró a mi oído—, estarás bien, no tardo, Sandy
haz sentir a Valentina en casa —pidió usando un tono de voz más
fuerte.
Seguí con la vista sus elegantes pasos hacia las escaleras,
sintiéndome un poco incómoda al quedarme sola con su hermana,
que le estaba dando vuelta a la bolsa que él le había dado.
—Solo estoy revisando si trajo todo lo que le pedí, si quieres después
te traigo algo de tomar.
—Así estoy bien, gracias —sonreí cuando alzó la vista para verme por
breves segundos.
—Siéntate Santi no va a tardar.
Aproveché para responderle un mensaje a Manu que me había
invitado a cenar, estaba tan entretenida con mi teléfono que no noté
la forma en la que Sandra me miraba, sin parpadear, fijamente y con
curiosidad en los ojos.
—¿Pasa algo? —inquirí después de largos segundos de incómodo
contacto visual.
—Tienes los ojos de Eva, el mismo tono de verde.
—¿Eva?
—Sí, Eva, la del libro de Santi el que quieres publicar —respondió
despreocupada.
—¿Tú conoces a Eva?
—No —contesto riendo haciéndome sentir tonta—, pero he leído ese
libro tantas veces que me lo sé de memoria, en el libro está descrita
con el color de tus ojos, y la forma de tus labios. —lo dijo seria, sin
apartar la vista.
—¿Quién era? ¿Santiago te ha hablado de ella? —frunció el ceño
negando, me reprendí por haber sido impulsiva y preguntar tan
directamente, pero la forma en la que me miraba me llevó a eso.
—Lo único que sé es que Santi quería a una tipa nefasta, que jugó y se
burló de él, pero fue hace mucho, mucho —remarcó.
—¿Y ella es Eva?
—Estoy segura que sí, Sebastián se sabe esa historia, él se la
presentó, pero ya nadie habla de eso, ellos cambian de conquista
como de ropa interior, pero a mí no me dejan salir con nadie.
—Sandy creo que estoy soñando ¿Santi de verdad está aquí? —giré el
rostro en dirección a las escaleras donde una señora de pelo negro y
sonriente bajaba a prisa.
—No estás soñando, los milagros existen —respondió Sandra.
—No recuerdo cuándo fue la última vez que tu hermano salió
temprano de esa oficina que parece su casa —comentaba mientras se
acercaba.
Se detuvo frente a mí con una sonrisa aún más amplia, me puse de
pie para saludarla, Sandy me la presentó la primera vez que estuve
en esa casa, pero no recordaba su nombre.
—No me dijiste que estabas con tu amiga, hola ¿cómo estás? — sonrió
tomando mi mano.
—No es mi amiga —se recostó de nuevo cubriéndose el rostro—, es la
amiga de Santi, ¿Sí entiendes, ¿no?
—¡Sandra! —dijo en tono de regaño— Así que tú eres la causante del
buen humor de Santi, eres muy linda.
—No he dicho nada malo, me siento mal, porque no me preparas uno
de esos brebajes que haces siempre.
—Un té de manzanilla, eso necesitas... ¿Te ofrecieron algo de tomar,
necesitas algo? —preguntó viéndome.
—Sí, muchas gracias estoy bien.
—¡Constanza! —la llamó Santi desde arriba.
Mi vista se quedó clavada en las escaleras, bajó unos segundos
después viendo su reloj con el ceño fruncido.
—¿No viste el cargador de mi teléfono?
—No, pero le preguntaré a Nadia ella limpió tu cuarto.
—Que no lo haga más, no quiero que nadie entre a mi cuarto, solo tú.
Dejé de poner atención a su conversación al verlo más cerca, me
gustaba Santi con traje, sin él, vestido así, con jeans y esa camisa a
rayas que me dejaba ver sus brazos fuertes, estaba segura que me iba
a gustar aún más sin ropa, estaba idiota y no lo podía disimular.
—¿Constanza ya conoces a Valentina? —se puso tras de mí sujetando
mis hombros con suavidad.
—Sí, yo se la presenté —dijo Sandy desde el sillón.
—Es linda ¿no?... y se sonroja todo el tiempo —agregó besando mi
mejilla, lo hacía a propósito le encantaba ponerme en esas
situaciones un tanto incómodas.
—Es muy linda, pero ya deja de molestarla —pidió riendo, la forma en
la que lo miraba capturó mi atención de inmediato, de una forma tan
maternal, parecía feliz de verlo sonreír, se acercó y tocó su mejilla
antes de susurrarle algo al oído.
—Iré a preparar el té de Sandy, te quedas en tu casa Valentina —
apretó mi mano antes de irse por un pasillo largo que supuse llevaba
a la cocina.
—Sandy si necesitas algo puedes llamarme.
—Lo haré, gracias por esto— dijo mostrándole la bolsa, se sentó para
despedirse de su hermano, me acerqué a ella que se puso de pie para
despedirse de mí.
Parecía tener la intención de decir algo, pero no lo hizo, Santí puso
una mano sobre mi cintura invitándome a salir de una vez, habíamos
dado unos cuantos pasos cuando su hermana lo llamó seria.
—Esto no es mío —sostenía una caja de condones que había sacado de
la bolsa con medicinas, contenía la risa mientras ella lo miraba con
reproche, lanzó la caja hacia nosotros obligándome a actuar con
rapidez, la atrapé antes que Santiago sin poder contener la risa un
segundo más.
—Deberías de escribir un libro que se llame mil maneras de
avergonzar a mi hermano —bromeó sonriendo Santi— Eres buena
atrapando —comentó girando el rostro para verme.
—Jugué béisbol cuando era pequeña.
—Si no llegas a dormir avísame —pidió con los brazos cruzados.
—Sí señora ¿algo más?
Torció los ojos y nos dio la espalda evidentemente molesta, Santiago
sin vergüenza alguna tomó mi mano para que saliéramos de su casa,
todavía tenía los condones en mi otra mano y la risa de tonta en mi
cara, estaba casi segura que por eso se detuvo esa noche, no tenía
condones.
Me pidió que lo esperara un segundo y se alejó en dirección a donde
estaban un montón de autos estacionados, segundos después observé
el auto viejo que tanto le gustaba acercándose hasta donde estaba
esperando.
—Sube —pidió sin bajarse de la carcacha.
—Esto es tuyo —le entregué la caja antes de ponerme el cinturón de
seguridad, se reía negando mientras la dejaba sobre el tablero del
auto.
—Me alegra que tengas sentido del humor.
—Dices que mi sentido el humor es feo.
—Tus chistes son malos, pero sabes reírte de cosas como estas —
señaló la caja.
—Mis chistes no son malos, que tú seas amargado es diferente.
—¿Amargado? Valentina me has visto sonreír más que nadie en el
último año.
—¿Debo sentirme especial?
—Lo eres —respondió con seriedad.
Me dejó muda su respuesta y más atormentada por el rumbo que
podrían tomar las cosas, odiaba pensar en las cosas que aún no
sucedían, me angustiaba con suposiciones en lugar de disfrutar de su
compañía, su charla, de verlo así, relajado conduciendo su auto viejo
que parecía hacerlo feliz.
Propuso ir a tomar algo antes de ir a mi departamento para
comenzar a leer, acepté gustosa digamos que en ese momento estaba
pensando en todo menos en el libro, aunque lo que dijo Sandi me dejó
con más curiosidad acerca de Eva, quería saber más de la mujer que
lo inspiró a escribir un libro.
Me llevó a un centro comercial considerado una competencia del
Primé, dijo que había una cafetería nueva que quería conocer, ya
cuando estuvimos caminando por los pasillos me confesó que le
gustaba estudiar a la competencia, negué sonriendo, nunca perdía la
oportunidad de trabajar.
Nos sentamos en una mesa un tanto alejada del resto, conversar con
él era fácil cuando no intentaba jugar con mi mente para coquetear,
hizo preguntas acerca de la editorial que respondí encantada, Santi
me hacía sentir que tomaba en serio mi trabajo, me inyectaba
confianza sin darse cuenta de cuánto lo necesitaba.
Cuando tomó mi mano mientras escuchaba mis quejas acerca del
trabajo que debía entregar, me di cuenta que mis miedos a
involucrarme demasiado ya eran absurdos, estaba muy involucrada
en eso que teníamos, me gustaba y no era solo una atracción física,
me gustaba hablar con él, su compañía, lo que me hacía sentir con
cosas tan sutiles como tomar mi mano o besar mi mejilla de manera
espontánea.
Había una intimidad entre los dos desarrollándose con rapidez, lo
único malo de todo aquello era no saber si él pensaba lo mismo, si le
gustaba estar conmigo o solo le gustaba besarme, si solo era una
atracción física y hormonal o algo que podía ir más allá. Mi intuición
me decía que estábamos en la misma sintonía, pero mi subconsciente
se negaba a todo aquello, lo de demasiado bueno para ser cierto no
abandonaba mi mente.
—¿No sientes que los pasillos son demasiado estrechos?, en
temporadas altas no se debe poder caminar con tranquilidad —decía
viendo hacia los lados.
—Me parece que debes dejar de juzgar este lugar, creo que debemos
avanzar el libro.
—¿Quieres ver una película? —preguntó ignorándome.
—¿Y el libro?
—Era una excusa para verte.
—¡Santiago!
—Estoy bromeando —se detuvo atrayéndome hacia él— si vamos a
avanzar la lectura, pero podemos divertirnos antes, seamos un poco
obvios—, mis manos se estaban acostumbrando a su agarre suave, y a
esa manía de intimidarme con su cercanía.
Negué esquivando su sonrisa que me hacía sentir especial, avancé sin
esperarlo por el pasillo que nos llevaba hasta el cine, no tardó mucho
en alcanzarme, tomó mi mano para pegarme al costado de su cuerpo,
y abrazarme sin dejar de caminar. Lo miré estudiando cada rasgo de
su rostro, se estaba volviendo costumbre ser obvia con él, me sentía
hasta cómoda siéndolo.
Su teléfono sonando me sacó del ensimismamiento en el que estaba,
lo buscó dentro de su bolsillo para contestar al instante, su brazo
abandonó mi cintura poniendo distancia entre los dos, hizo un gesto
pidiendo un poco de tiempo, asentí y giré para echarle un vistazo a la
cartelera, no estaba muy lejos, podía escuchar como hablaba agitado
con un tipo que llamaba Otto, lo miré por encima del hombro
esperando que no se diera cuenta, fruncía el ceño y pasaba las manos
por su pelo de forma impaciente, parecía cada vez más irritado.
Pasaron cinco minutos y él continuaba con el teléfono pegado a la
oreja, cansada de esperar me senté cerca del rincón donde estaba
hablando, pensé que no iba a tardar más, pero para mi sorpresa la
llamada se extendió por casi quince minutos. Estaba tan concentrado
en su discusión que me dio la impresión que había olvidado que
estaba con él.
Después de colgar escribió algo en su teléfono con rapidez, me buscó
con la vista con una expresión de enojo.
—Santi —le llamé en voz alta.
—Tengo un problema con un asunto que no debí dejar en manos de
nadie más —se quejó irritado sentándose a mi lado—, mañana debo
resolverlo a primera hora.
—Tranquilo —pasé la mano por su nuca acariciándolo con suavidad—,
mañana lo arreglas, seguro le encuentras solución.
—No dormiré tranquilo —suspiró con hastío.
—¿Puedes hacer algo para resolverlo hoy? —negó afligido— Entonces
no debes preocuparte antes de tiempo, olvida lo que sea que tengas
que hacer y mañana te encargas.
—Valentina, Valentina —dijo negando con una sonrisa.
—¿Qué?
—Eres refrescantemente libre.
Me puse de pie con una sonrisa en los labios para animarlo a
seguirme, no lo hizo al instante se tomó unos segundos antes de
ponerse de pie y acercarse a mí.
—Quita esa cara o seguiré insistiendo con lo del libro.
—Mejor dame un beso —susurró a mi oído acortando toda distancia,
sin poner resistencia dejé que su boca buscase la mía, para darme un
beso suave y corto que relajó su rostro.
—Igual voy a seguir insistiendo.
—Tendré que besarte toda la noche entonces.
La risa que salía tímida de mis labios se silenció cuando miré una
silueta que me pareció conocida, a medida que se hacía más clara
más tensa me ponía, era Vannesa. Mi hermana y su novio el Ken se
acercaban tomados de la mano hasta donde estábamos nosotros, me
llevé otra sorpresa al ver a mi mamá caminando detrás de ellos.
—Bésame en otro lado, vámonos de aquí por favor —pedí tomando su
mano.
—¿Qué pasa?
Santi giró el rostro en dirección a donde yo miraba, tiré de su mano,
pero no se movió, era el peor de los momentos para hacerse el
chistoso, estaba evitando un momento incómodo no sabía cómo
presentar a Santi, era algo ridículo pero mi hermana me hacía sentir
insegura, no iba a saber cómo comportarme, lo mejor era huir.
—Después te explico —Caminé rápido en sentido contrario a mi
hermana, con Santi siguiéndome sin soltar mi mano helada.
—¿Estamos huyendo de tú mamá? ¿por qué era ella, cierto?
—Algo así —respondí deteniéndome para mirar hacia atrás—, no nos
hubiera dejado tranquilos, mi mamá es una mujer muy curiosa y
—No quieres que sepa que sales conmigo —interrumpió mis verdades
a medias, lo miré a los ojos sin ocultar lo bien que me sentó escuchar
aquello, negué su afirmación de forma rápida.
—No es eso, es... tú estás de mal humor, yo cansada, en serio no es el
mejor momento para hablar con Valeria.
—¿Segura?
—Segura —sus manos se afianzaron en mi cintura, se acercó
peligrosamente hasta casi acorralarme entre sus brazos—, aunque
desconocía eso de que salía contigo, pensé que nos juntábamos para
leer un libro que voy a publicar —bromeé un poco a pesar de lo
intimidada que me sentía con la situación.
—El trato lo tengo con la señorita Rincón, la chica insistente de los
libros, yo salgo con Valen, el desastre bonito con sentido del humor
feo, y ojos expresivos.
¿Cómo se atrevía a negar que era escritor?, el maldito tenía la labia
perfecta para hacer caer a cualquiera, me sonrió como si necesitara
algo más para conquistarme, ya estaba atrapada en él y sus palabras
bonitas.
—¿Le traerá algún beneficio a la señorita Rincón, que yo salga
contigo?
—Sí, le escribiré un par de cosas que no podrá publicar, pero seguro
disfrutará mucho —dijo con ese tonito perverso que había aprendido
a reconocer muy bien.
w w

Las manos de Santi presionaban mi cintura mientras su boca sin


contención alguna se deleitaba con la mía, a pesar de lo fría que
estaba la noche sentía un calor que se extendía por todo mi cuerpo;
las luces de otro auto estacionándose al lado del de Santiago, iluminó
nuestros rostros y cortó ese momento intenso.
Parpadeé varias veces separada sólo por centímetros de él, respiró
profundo al mismo tiempo que sus manos dejaban de presionar mi
piel, le sonreí al verlo tan serio, con ese gesto de concentración en su
cara, que con el tiempo entendí a que se debía.
—¿Qué pasa? —pregunté en susurros.
—¿Seguro quieres dejar lo de la lectura para otro día? —en su tono de
voz se evidenciaba lo agitado que estaba, negó al ver mi sonrisa de
satisfacción al verlo así, ansioso, casi descontrolado.
Santiago disfrutaba intimidarme, le encantaban esos jueguitos
mentales donde siempre terminaba ganando, darme cuenta de que
estaba del otro lado, despertó algo en mí que me llevó a actuar con
audacia.
Sin responder su pregunta, me quité el cinturón de seguridad sin
dudar ni un segundo de lo que estaba a punto de hacer, mi nariz
rozaba la suya mientras yo hacía el intento de besarlo, para luego
frenarme a escasos centímetros de su boca, gateé hasta estar sobre él
que sorprendido y de inmediato hizo el asiento hacia atrás, dándome
más espacio para acomodar mis piernas en esa posición que
resultaba incómoda.
Levanté solo un poco las caderas para luego sentarme de nuevo con
un movimiento lento que provocó que sus manos sujetaron con
fuerza mi cintura. Lo besé, no sin antes jugar un poco más con él,
desesperado sujetó mi rostro para asegurarse que no escapara, su
boca devoraba la mía aumentando la intensidad con cada movimiento
que mis caderas hiciesen por muy sutil que este fuera.
Llevé mi juego más allá, besé su mentón bajando por su cuello, sus
manos se movían por mis piernas hasta quedar fijas en mi trasero y
atraerme con fuerza contra sí, respiraba acelerado levantando un
poco la pelvis para aumentar la fricción entre ambos.
—¿Santi? —susurré apartando mi rostro del suyo.
—Se lo que estás a punto de hacer —su voz salió entrecortada.
Reí de forma suave grabándome esa imagen suya en la mente, tenía
los ojos cerrados y una medio sonrisa en los labios, el cuello
enrojecido por mis besos y el pelo despeinado por mis dedos
enredándose en él.
—Creo que debemos dejar la lectura para otro día.
—Lo sabía —dijo abriendo los ojos, negó sonriendo para luego
apretarme contra su cuerpo y suspirar pegado al escote mi camisa—,
Valen el libro, debemos avanzarlo —su lengua con discreción se
paseaba por el nacimiento de mis pechos.
—Cuándo entremos a mi departamento dirás que es solo una excusa,
lo dejamos para otro día.
Hice el intento de levantarme, pero me sujetó de las piernas.
—Si te estás vengando por lo de la otra noche, te juro
—¿De qué hablas? —interrumpí haciéndome la loca, como si no
supiera lo que intentaba decirme—. Me envías un mensaje para
ponernos de acuerdo con nuestra cita de lectura —no sabía cómo
lograba que mi voz sonara firme, sentía que estaba a nada de caer en
mi propio juego, respirábamos el mismo aire cargado de deseo.
—¿En serio no me invitas a tu departamento?
Negué sonriendo con inocencia, tomé su rostro entre mis manos para
darle un beso en cada mejilla, mientras tanto el rodeaba mi cintura
con un solo brazo usando un poco de fuerza para mantenerme quieta
sobre sus piernas.
—Debo irme, cuídate y buenas noches.
—Valentina eres malvada —recostó su rostro en mis pechos soltando
una risita que me hacía sentir pena por él.
Su agarre se hizo débil y fue entonces que aproveché para abrir la
puerta que estaba a su lado, y salir por esta. Me detuve antes de
cerrarla para observarlo, despeinado, con el cuello de la camisa
estirado, la bragueta del pantalón a nada de romperse, y esa
expresión en el rostro de frustración que una parte de mí encontró
satisfactoria.
—Eres un desastre Santi.
Cerré la puerta con el sonido de su risa escandalosa, había logrado
arrancarle una carcajada y eso se sentía increíblemente bien, había
dado unos cuantos pasos cuando él encendió el auto, giré al escuchar
el auto acercarse a mí, no lo creía capaz de insistir.
—Estoy cansado, creo que me quedaré dormido mientras conduzco —
dijo sonriente.
—Buen intento —di la vuelta avanzando a paso rápido hacia el
interior del edificio.
—¡Malvada! —gritó con tono burlón antes de arrancar.
Me reía mientras caminaba sin importar verme como una loca.
Santiago siempre lograba mantener mi mente estimulada después de
cada encuentro, haberlo dejado así fue una pequeña victoria que
estaba disfrutando, aunque mi cuerpo también sintiera las
consecuencias de esos besos y apretones dentro del auto.
Había sido una gran noche a pesar de que no terminó con los dos
enredados en mi cama, creí que era mejor así, no estaba preparada
para acostarme con Santi, al menos no en ese momento.
El fin de semana estaría ocupado, me comentó mientras salíamos del
cine que iba a trabajar hasta tarde el sábado, y luego tenía planeado
dormir temprano, el domingo por la mañana tenía una competencia,
necesitaba estar descansado. Esos dos días fueron provechosos, hice
el trabajo que tenía pendiente para enviarlo al profesor antes de la
fecha límite, también revisé algunos detalles del próximo
lanzamiento y los correos de Alfredo el encargado de mercadeo de la
editorial.
De Santi no supe nada hasta el domingo en la tarde, me envió una
foto suya al lado de Sandy, ella sostenía la medalla que había ganado
Santiago y sonreía con amplitud para la cámara, ese hombre amaba
dos cosas en la vida, a su hermana y el ciclismo, me llamó en la
noche, cuando Manu estaba a mi lado viendo una serie, la media hora
que tardó la llamada estuvo llena de detalles de la competencia,
hablaba con tanta emoción de cómo había mejorado su tiempo que se
me hizo fascinante escucharlo.
Acordamos vernos el martes muy temprano, necesitábamos avanzar
la lectura, para poder terminar al fin el libro, acepté a sabiendas que
ese día sería difícil para mí, tenía una reunión misteriosa con
Rodrigo a las diez treinta que me mantenía nerviosa, pensé que algo
estaba saliendo mal y que mi buena suerte había llegado a su fin. A
pesar de la incertidumbre que me recorría, desperté temprano, sin
problemas con el despertador, incluso lo hice de buen humor.
Miré la hora en mi teléfono antes de comenzar a maquillarme, tenía
tiempo suficiente para arreglarme a pesar de haber tardado
encontrando algo que me hiciera sentir segura por completo, esa
mañana la señorita Rincón visitaría a Santi, así que hice el intento de
verme lo más profesional que fuese posible.
Mi plan de llegar temprano a nuestra cita, se vino abajo gracias al
conductor del taxi, que escogió el camino con más tráfico, bajé
molesta del auto esperando que Santi no notase mi pequeño retraso.
—Hola Gloria —saludé sonriendo.
La malhumorada mujer no alzó la vista para verme, ni correspondió
mi cordial saludo, se limitó a señalar la puerta con el dedo índice, sin
ocultar lo mal que seguramente le caía.
Abrí la puerta sintiendo mi corazón acelerarse, estaba a punto de
abrir la boca para hablar cuando vi a una mujer sentada frente a su
escritorio, notó de inmediato mi presencia adoptando una actitud
seria.
—La acosadora —murmuró en voz baja, pero audible para mí.
—No —sonreí—, soy Valentina —dije acercándome.
Era su asistente, la recordé apenas me llamó así, estaba sola en la
oficina y parecía un poco desconcertada por verme entrar así.
—¿Alicia me hablabas?
Escuché la voz de Santi tras una puerta que supuse era el baño, Alicia
no respondió, tampoco lo hice yo, él salió segundos después
acomodando el reloj en su muñeca, al darse cuenta que estaba ahí
sonrió alzando las cejas, viéndome sinvergüenzamente de pies a
cabeza.
—Licenciado yo... ella entró, yo no —la pobre Alicia titubeaba
nerviosa mientras su jefe me comía con los ojos.
—No te preocupes, la señorita Rincón puede entrar cuando desee a mi
oficina —dijo sin dejar de verme—, después seguimos trabajando con
lo de mi agenda, ahora debo atender a la ex acosadora.
Su broma suavizó la expresión de angustia de su asistente, sonriente
salió de la oficina casi de inmediato, cerrando la puerta con cuidado
sin ver hacia atrás.
—Llegas once minutos tarde.
—Lo lamento.
—Encontraré una forma de cobrarme todos los minutos que me haces
esperar —soltó con doble sentido—, siéntate Valentina —pidió
señalando una silla.
Mantuve mi pose de mujer controlada a pesar de estar deseando
levantarme de esa silla, y sentarme sobre sus piernas para besarlo,
aquello era algo difícil, el tipo me encantaba cada vez más, hasta el
punto de hacerse casi una necesidad la cercanía física entre ambos.
—No debería decir esto, pero que guapa está hoy —coqueteó mientras
buscaba el libro.
—¿Por qué no deberías decirlo?
—Me dijiste que hoy nos enfocaríamos en esto —dijo mostrándome el
libro.
Asentí sonriente esperando que esos cinco capítulos acabaran rápido,
me ofreció agua que acepté por el calor que me provocaba su mirada,
lo vi aflojar su corbata antes de buscar la página del libro en la que
nos habíamos quedado, luego tomó agua y buscó mis ojos para
comenzar la lectura.
Aquel tono suave e íntimo me relajaba como siempre, lo escuchaba
fingiendo atención en sus líneas, cuando en realidad en lo único que
estaba concentrada era en sus labios, en la manera en la que se
movían, en sus ojos que miraba a través de esos lentes que lo
ayudaban a ver mejor, se había afeitado esa mañana, su mandíbula
apenas tenía la sombra de una barba.
—¿Valentina quieres que me detenga? —preguntó cuando ya había
leído varios capítulos.
Negué haciendo un esfuerzo enorme por no bostezar, me estaba
quedando dormida una vez más.
—Solo necesito estirar las piernas —respondí poniéndome de pie,
caminé en dirección a la gran ventana con vista hacia la calle.
Temía a las alturas, pero me atraía ver el movimiento que había
afuera, al menos por nervios me iba a mantener despierta.
La miré a los ojos por largos segundos antes de decir algo, tenía la
necesidad de admirar cada detalle de su rostro, de su cuerpo...
Escuché la voz de Santi a mi espalda, con discreción miré por encima
del hombro como se acercaba con el libro entre las manos, hasta
donde yo estaba.
Estaba listo para decirle todo lo que quería hacerle esa mañana, sin
importar hasta donde nos llevara mi arrebato, ella, valiente enfrentó
mi mirada, sus ojos verdes resplandecían ante aquel momento decisivo
entre ambos.
De su boca no salió una sola palabra, pero sus ojos me decían tanto,
que fui empujado a soltar todo lo que había guardado.
—Tienes razón, quiero algo más de ti... Me gustaría besarte despacio
hasta que tú misma decidas que es hora de más, quiero rozar mi
lengua con la tuya hasta hacerte temblar entre mis brazos, me
encantaría dejar besos húmedos por tu cuello mientras mis manos se
aventuraran por tu cuerpo, apartar con cuidado tu ropa y dejarte
desnuda frente a mis ojos. Me tomaría largos segundos para
contemplarte, aunque estoy seguro que me costaría trabajo
controlarme...
Su voz sonaba cada vez más suave, más hipnótica, sentía el calor de
su cuerpo casi pegado al mío por eso no me atrevía a girar el rostro
para verlo.
—Acunaría con mis manos tus senos para acariciarlos, mientras mi
boca haría un camino de besos lánguidos por tus pechos, solo para
enloquecerte, para escucharte gemir, para que desees tanto como yo,
que mi boca se prenda de tus pezones... No quiero asustarte ¿Puedo
seguir?
Casi asentí olvidando por un momento que estaba leyendo, no
hablándome a mí.
Ella no fue capaz de responder con palabra, pero sí con su mirada,
apreté los puños conteniendo el deseo de tocarla y seguí.
—Mis manos harían caricias suaves en tu vientre, antes de colar los
dedos dentro de tu ropa interior, me encantaría pensar que te voy a
encontrar húmeda, tan mojada que no recostarte y abrir tus piernas
sería todo un desafío para mí. Me encantaría torturarte con besos,
pasar la lengua por tu cuello y con mis manos tocar tus pechos, para
luego descender con caricias lentas y de nuevo deslizar la yema de los
dedos por tus pliegues empapados...
Apreté los ojos, las piernas, y los labios, no quería verlo, no quería
decir nada, no quería sentir esa punzada en mi entrepierna que me
estaba matando, sentí su presencia más cerca, estaba rodeada por su
intenso aroma masculino, acorralada sin salida.
Hice la cabeza ligeramente hacia atrás para apoyarla en su pecho, no
era una suposición mía, ni una ilusión febril, estaba ahí, justo tras de
mí. Su brazo rodeó mi cintura abrazándome contra su cuerpo, con la
punta de la nariz acarició mi mejilla bajando hasta mi barbilla, pensé
que seguiría, pero se detuvo antes de llegar a mi cuello, aclaró la
garganta lo que me indicó que retomaría la lectura.
—Me pregunto si me dejarás continuar, si vas a permitir que te haga
todo lo que deseo, si me atraerás hacia ti abriendo las piernas para mí,
¿Dejarás que te pruebe entera? ¿Disfrutarás de tener mi cara en medio
de tus piernas?, si tu respuesta es sí, no nos haría esperar más, te
comería completa aquí mismo, hasta saciarnos los dos, hasta que deje
de ser doloroso y sea adictivo.
Me quedé callado esperando su respuesta, que no llegaba, la percibí
nerviosa pero igual de deseosa como yo estaba, me miró a los ojos y
tomó aire, preparándose para responder.
El ruido que hizo el libro al ser cerrado me transportó a la realidad,
abrí los ojos notando como mi cuerpo daba ligeros saltos gracias al
excitación que me recorría, Santi no necesitaba tocarme para
encender mi cuerpo, él estimulaba mi mente, su agarre sobre mi
cintura seguía siendo fuerte, mi cabeza continuaba en el mismo
lugar, intenté tomar la compostura y poner distancia entre ambos,
pero él estaba demasiado cómodo para soltarme.
—¿Qué respondió? —pregunté haciendo un esfuerzo para sonar con
normalidad.
—Me temo que eso está en el próximo capítulo y acordamos leer solo
cinco. —su voz salió en susurros cargados de sensualidad que me
erizaban la piel.
Su brazo aflojó el agarre en mi cintura dándome un respiro
momentáneo, su nariz siguió rozando mis mejillas bajando despacio
para detenerse en mi cuello, me giró de un momento a otro,
manejándome con una facilidad impresionante. Nos vimos a los ojos
por largos segundos, antes de ceder a un beso que parecía inevitable.
Me obligué a no abandonarme en ese contacto, a ser consciente del
sitio donde estábamos, llevé las manos hasta sus hombros para
apartarlo despacio, solo separo un poco su boca de la mía, los soplos
ligeros de su respiración chocaban con los míos.
—Se que dijimos solo cinco...pero tenemos que terminar e
—Y vamos a terminar, lo prometo —interrumpió mis balbuceos,
percibí la doble intención de su frase al ver esa sonrisita socarrona
en sus labios.
—Hablo del libro.
—Yo también —aseguró fingiendo seriedad— ¿De qué pensabas que
hablaba?
Empujé su hombro levemente conteniendo la risa mientras ponía
distancia de verdad entre los dos.
El rastro de su risa desapareció cuando se acercó a mí para
encerrarme entre sus brazos nuevamente.
—De verdad tenemos que terminar el libro, el tiempo se me agota,
debo presentar los nuevos manuscritos.
Hablaba con decisión a pesar que el corazón todavía me estuviese
latiendo con celeridad.
—No es todo lo que tenemos pendiente.
—Estoy hablando del libro, enfócate —pedí después de un suspiro.
—El sábado a las dos de la tarde, aquí mismo en mi oficina, podemos
leer los últimos cinco capítulos de una sola vez, incluso
comentarlos... ahora es tu turno.
—¿Mi turno? —Tragué saliva parpadeando con rapidez.
—Sí, el tuyo, estamos hablando de nuestros pendientes —explicó
risueño
—jueves en la noche, en mi departamento —agregué casi sin voz.
—Licenciado el arquitecto qui... —las palabras de Gloria se quedaron
a medias al encontrase con esa escena.
Estaba entre los brazos de Santi, nuestros labios casi rozándose, bajó
la vista con incomodidad mientras su jefe me soltaba con discreción.
—Disculpé, no debí entrar sin tocar la puerta.
—No te preocupes ¿Qué necesitabas? —cuestionó tomando mi mano
para guiarme hasta la silla, donde no quise sentarme.
Gloria lo miró desconcertada, parecía que esperaba algún regaño u
otro gesto de parte de Santi.
—El arquitecto necesitaba hablar con usted, dijo que era urgente por
eso me atreví a molestarlo.
—Dile que en diez minutos estaré abajo.
—Santiago yo tengo que irme, atiende tus pendientes —intervine.
—Gloria, antes de darle mi mensaje al arquitecto, llama a Raúl, que
lleve a Valentina donde ella le indique.
—Perfecto, ya mismo lo hago —anunció saliendo con pasos rápidos de
la oficina.
—No es necesario que
—Dijiste que tenías una reunión, llegarás tarde si vas a buscar un
taxi, vamos te acompaño hasta el estacionamiento —ofreció amable.
Me dejé guiar por su mano tras mi espalda, antes de abrir la puerta
me miró de una forma indescifrable que me mantuvo aturdida
mientras caminaba a su lado, a pesar de eso noté como los empleados
de aquel piso lo miraban, con respeto y hasta miedo, Santiago era
malhumorado y estricto, pero todos parecían temerle más de la
cuenta.
—Gloria estaba esperando que le gritaras o algo —murmuré dentro
del elevador.
—Nunca le he gritado, aunque se merecía un llamado de atención, no
se puede ir por la vida interrumpiendo a la gente que está planeando
una cita importante.
Sus palabras me devolvieron a mi realidad, habíamos planeado una
cita para tener sexo, ¡Sí lo habíamos hecho! ¡Yo le puse día y lugar!
—¡Valen! —dijo ofreciéndome la mano.
Me había quedado dentro del elevador sin poder moverme, abrazó mi
cintura obligándome a acelerar mis pasos, su chofer esperaba afuera
del auto, al verme sonrió como si me estuviera recordando.
—Llévala donde te lo pida —dijo Santi con un tono autoritario.
—Si señor.
—Te veo el jueves — susurró en mi oído.
Dejó un beso suave sobre mis labios antes de abrir la puerta trasera
para que entrara al carro.
—Cuídala —pidió en voz alta a su chofer, y dio la vuelta, caminando
apresurado hacia el interior del centro comercial viendo su reloj
como siempre.
La alegría que me dejó ese encuentro acabó apenas puse un pie en la
editorial, aunque la estimulación en mi mente era permanente
después de escuchar las líneas perversas de Santi, una angustia
inexplicable se arraigó en mí, tenía miedo, sentía que esa reunión
con mi jefe iba a acabar muy mal.
Anita me miró sonriendo cuando toqué la puerta de la oficina de
Rodrigo, entré nerviosa, pero aparentando calma, noté que no estaba
solo, que había un hombre joven sentado frente a él.
—Buenos días.
—Ella es Valentina —declaró sonriente—, te estaba esperando, él es
Martín —dijo viendo al tipo que se acababa de poner de pie.
Era alto, con el cabello muy corto y oscuro, un tanto corpulento y
aretes en las orejas, me sonrió mostrando una bonita dentadura y
dos hoyuelos en las mejillas. Había algo infantil en su cara, que le
daba un aspecto de niño bonito que contrastaba un poco con esa
imagen de rebeldía que parecía quedar dar, con esa ropa negra e
informal.
—Ella es una de nuestras editoras —continuó Rodrigo.
—Mucho gusto, Martín —se presentó ofreciendo su mano que acepté
de inmediato.
—Atendiendo tu pedido contraté a este chico, se encargará de la
maquetación y la portada de los nuevos libros —dijo entusiasmado
Rodrigo.
—¿Mi petición?
—Sí, Laura habló de esto en la junta pasada, dijo que era una
inquietud tuya, tú aún no habías llegado.
—Sí, sí... lo había olvidado —reí como tonta.
Recordé esa charla con Laura, decía que la editorial perdía mucho
dinero contratando por proyecto a un diseñador gráfico, que lo mejor
era contar con uno de la planta, aunque trabajase solo medio tiempo,
para ahorrar costos.
Martín que empezaría a trabajar esa misma semana, quería saber
todo acerca de los otros dos libros que estaban en proceso de
corrección para ser lanzados al fin, lo llevé a mi oficina donde con
Laura le expliqué las peticiones del autor y lo que habíamos ya
planeado acerca de los libros.
Tenía veinticinco años, además del nuevo empleo que acababa de
obtener, era dj por las noches tres días de la semana, era un
estudiante eterno, casi como yo, la diferencia es que él tenía atrasado
dos semestres más, Laura lo estaba interrogando mientras yo solo
escuchaba todo aquello, aún pletórica por mi encuentro con Santi esa
mañana.
Laura lo invitó a comer con nosotras en la cafetería de abajo y el
gustoso aceptó, era un tipo agradable, conversaba con Laura sin
dejar de intentar incluirme en la charla, me hizo preguntas que
respondí con el fin de conocernos mejor, debía de mejorar mis
habilidades sociales, esas de las que tanto se burlaba Santi.

***

—Debes intentar hacer una amiga —decía Manu caminando a mi lado


malhumorado—. Yo no sirvo para esto, eso de que a todos los gays
nos gusta ir de compras, sabemos de moda y eso, no es más que un
cliché.
—Manuel por favor, cambia tu actitud —supliqué por quinta vez—, no
tengo amigas, no quiero hacer una, me cuesta trabajo tomarle
confianza la gente, además, no te invité porque supieras de moda o
algo así... necesito tu punto de vista masculino.
Después de pasar una noche casi en vela asimile lo que había
sucedido, Santi y yo habíamos pactado tener sexo, no de esa forma
tan literal pero nuestra cita consistía en eso, ansiosa por lo que se me
venía encima, decidí a la mañana siguiente mientras desayunaba,
pedirle a Manu que me acompañara a ir de compras, y ahí estábamos
unas horas después, caminando por los pasillos de un pequeño centro
comercial.
—Las mujeres saben más de lencería que los hombres... es más yo
nunca he tenido contacto con esas prendas femeninas —sonrió
irónico.
—No te pedí que vinieras porque supieras o no, necesitó una opinión
honesta, y créeme que son pocas las mujeres que conozco que me
dirían con honestidad si algo me queda bien o mal, los hombres son
menos diplomáticos.
—Menos hipócritas.
—¡Oye! no todas somos así —dije caminando rápido—, creo que en
estos casos tememos herir a quién nos pide una opinión y por eso
decimos: te ves linda, estás hermosa y esas cosas.
—Por lo que estás diciendo entiendo, que tengo que verte con los
conjuntitos que piensas comprar.
—Ajá —respondí guiñándole el ojo.
—Valen eres muy linda, pero no quiero verte medio en pelotas, en
serio.
—¡Cállate y daté prisa! —tomé su mano para arrastrarlo, no quería
llegar tarde a casa.
Entramos a la tienda que había visto en internet, no sabía muy bien
que es lo que buscaba, solo estaba abierta a opciones.
—Mira esto —le mostré un conjunto de dos piezas rojo vino hecho de
encaje.
—No lo sé, el lazo ahí es demasiado —dijo señalando un moño en el
centro del cachetero.
—Tienes razón... ¿Y este?
—¿Por qué no lo esperas desnuda y listo? Valentina te va a quitar la
ropa, además es medio ciego no va a notar todo esto— dijo
sosteniendo un sostén negro de encaje.
Solté una risa escandalosa, no sabía si por nervios, o por lo chistoso
de su comentario.
—Tú no entiendes —dije aun hipeando por la risa.
—Lo entiendo todo, el tipo te calienta, tú lo calientas a él, se van a
coger y listo.
—No, ay no lo digas así —supliqué sintiendo un hoyo en el estómago
ante su comentario—, no se trata solo de eso, tengo que pensar en
todo, Santiago es perfeccionista, no puedo fallar en esto, debo ... no
lo sé, seguro él
—Valen Valen, espera un poco —frenó mis palabras—, no necesitas
pensar en todo, eres linda Valentina, muy hermosa, no creo que
Santiago perfeccionista repare en cada detalle que piensas preparar,
no necesitas hacer nada para impresionarlo —sujetó mi rostro entre
sus manos para obtener mi atención—, estoy seguro que el tipo se
calienta contigo incluso cuando vistes esas pijamas extrañas... ¿es
cierto, ¿no? —preguntó al verme sonreír.
—Sí, ya me lo ha insinuado —respondí.
—Valen le gustas, así como eres, no te estreses con otras tonterías.
—Lo entiendo —susurré—, pero si quiero verme sexy, necesito bajar
su guardia, Santiago siempre me seduce pocas veces, tengo el
privilegio de hacerlo caer.
—Siendo así.
Escogió tres conjuntos de distintos colores y texturas, mientras yo
me inclinaba más al típico encaje y cintas que me daban cierta
seguridad, la mujer joven que nos atendió miraba curiosa como Manu
tomó asiento fuera del vestidor, esperando que saliera a mostrarle lo
que me ponía.
—Manu odio el blanco te lo juro.
—Pruébate el otro —gritó desde afuera.
Decidí no hacerle caso, tomé el conjunto de encaje color nude y me lo
puse para mostrárselo.
—¿Y? —pregunté tímida abriendo solo un poco la puerta.
—Lo dejarás mudo.
—¿Seguro?
—Valentina —negó malhumorado— casi tengo una erección y no me
gustan las mujeres, te ves espectacular, mira tus piernas, tus
pechos... y eso que tienes ahí que casi puedo verlo —apuntó en medio
de mis piernas—, lo vas a matar.
Sonreí victoriosa viéndome en el espejo dentro del vestidor, decidí
confiar en mi amigo, y llevarme todo aquello conmigo.
Por la falta de sueño de la noche anterior, dormí sumamente
temprano, desperté casi a las siete de la mañana hambrienta por
dormirme sin cenar, y con un mensaje de buenos días de Santiago, lo
había enviado a las cinco treinta, ese hombre no descansaba nunca.
Respondí mientras me preparaba algo de desayunar, con un saludo
casual, él sin perder tiempo me recordó nuestra cita en otro mensaje,
como si yo hubiese sido capaz de ignorarla. Los dos estábamos igual
de ansiosos y eso hacía de todo más interesante.
Percibí un ambiente hostil al llegar la editorial, era como si mi
intuición me estuviera avisando que algo iba a pasar, saludé por
cordialidad a Anita al topármela en el pasillo de mi oficina, no miré a
Laura cerca y eso era extraño siempre estaba metida en ese diminuto
espacio mío.
—Señorita Rincón, la estaba esperando —dijo una voz masculina.
Era Alfredo, el tipo encargado del mercadeo, estaba serio, sostenía
entre sus manos un montón unos papeles ordenados.
—Se me hizo algo tarde —expliqué terminando de entrar a mi oficina
donde el tipo estaba— ¿Teníamos una junta?
—En dos días, pero lo que tengo que decirle es importante.
—Dígame entonces —pedí con voz firme.
Alfredo tenía años trabajando en la editorial, era un hombre serio y
responsable, y de los que más peros les había puesto a todas mis
nuevas ideas.
—El último libro en el que estamos trabajando es una total locura.
—Sí, eso dicen todos, que es muy bueno —comenté dándole un trago a
mi botella de agua.
—¡No hablo de eso!, Valentina me da la impresión que no sabes en lo
que estás metida, un libro no se publica así por así, hay un proceso
largo para establecer si se puede recuperar la inversión de todo los
gastos a los que se va a incurrir... hay que editarlos, corregirlos,
diseñarlos, imprimirlos, distribuirlos ¡Venderlos! —habló alterado—,
los gastos que está generando el libro serán muy difíciles de
recuperar, su extensión es exagerada, la portada demasiado
pretenciosa y fuera del presupuesto inicial, accediste a todo lo que
pidió el autor, ¡Tiene veinte años! no sabe nada de este mundo.
—Yo... yo
—Cuando nos reunimos para hacer las proyecciones de números, lo
hicimos en base a un presupuesto, jamás debiste alterarlo, esto no es
un juego.
—No creo que lo sea, me estoy tomando muy enserio mi trabajo, con
El Clan nos está yendo muy bien.
—Por la campaña que se está haciendo desde mi departamento, pero
el trato también fue una locura, cediste a peticiones absurdas
¿agregar ilustraciones que aumentaron costos? —bufó embravecido.
—Resuelve lo de la portada con el autor, no podemos seguirnos
excediendo, si no sabes lo que estás haciendo pregunta, pero evita
cometer este tipo de errores— dijo antes de salir azotando la puerta.
Mi esperado jueves se estaba yendo a la mierda, mis miedos estaban
ahí, riéndose de mí, tenía ganas de llorar cada vez con más
intensidad, el tipo tenía razón, no sabía lo que estaba haciendo y al
parecer mi esfuerzo no servían de nada.
En ese momento en el que el nudo en mi garganta estaba a punto de
soltarse, recibí una llamada, era papá. Al oírme intuyó que algo me
ocurría, me animó a contarle solo para decirme que eso me pasaba,
por no tener bases fuertes para manejarme profesionalmente,
"Debiste ser un poco más como tu hermana, que se sumergió desde
antes de graduarse en la práctica de su carrera". Escucharlo decir eso
fue suficiente para que el llanto saliera.
Colgué sin despedirme, sintiéndome tonta por estar llorando, fui al
baño que estaba cerca de recepción intentando que nadie notara mi
estado. Justo cuando estaba sentada en el retrete cerrado solo para
estar llorando, tuve el deseo de llamar a Santiago.
—Santi —dije después del que tono de espera dejase de sonar.
—Valentina estoy ocupado, te llamo en cuanto pueda ¿está bien?...
¿Valen?
—Sí, sí, no te preocupes, está bien —respondí conteniendo las
lágrimas.
Salí de mi escondite limpiando mis mejillas húmedas, me sobresalte
al ver a Martín a través del reflejo del espejo que me miraba con un
gesto de preocupación.
—¿Estás bien?
—Sí, solo está siendo un día complicado —me lavé las manos
intentando sonreír.
—¿Quieres ir por un café, hablar o algo de compañía? —ofreció
amable.
Acepté el café porque no deseaba volver a mi oficina, no me gustaba
nada establecer conversaciones así por así con extraños, pero Martín
me generaba algo de confianza, nos sentamos en una mesa con vista
a la calle, comenzó a hablar de sus ideas para las portadas de los
nuevos libros distrayéndome un poco.
Dejé a un lado ese incidente para concentrarme en lo que más
esperaba de ese jueves, después de medio día fui a la universidad por
una sola clase, y luego a mi departamento a preparar todo, Santi
había quedado de llevar la cena, y yo tendría listo un postre, que por
supuesto era yo, solo que él no lo sabía.
Quedamos de vernos a las siete treinta, así que tuve tiempo de sobra
para prepararme, tomé un largo baño, me vestí con calma y hasta me
tomé una copa de vino para relajarme; Manu me envió un mensaje a
la siete treinta deseándome suerte, sin imaginar que eso solo me
pondría nerviosa.
Esperaba ansiosa a Santi que se estaba demorando, cuando habían
pasado veinte minutos decidí llamarlo, sin obtener respuesta alguna,
pensé que tal vez estaba manejando, me serví otra copa mientras
esperaba, de verdad que relajarme era lo mejor que podía hacer esa
noche.
Media hora después insistí una vez más solo para escuchar su
contestador automático, me serví una copa más llena sintiéndome
estúpida, me había dejado plantada.
Valen, lo siento, los trabajos en la ampliación se están llevando a cabo
a marchas forzadas, tuve que quedarme para presionar al arquitecto,
debían terminar la primera parte mañana, en cuanto pueda voy directo
a tu departamento.
Se dignó a enviarme un mensaje a las nueve de la noche, estuve
tentada a responderle, a escribirle que no se preocupara, que no lo
estaba esperando, que se quedara con su trabajo, su ampliación, su
centro comercial y hasta con el arquitecto, pero que me dejara en paz
a mí.
Pero no lo hice, lo dejé en visto y alejé mi teléfono, me recosté sobre
la cama esperando que el sueño me venciera de una buena vez; me
había quedado dormida hacía poco cuando mi teléfono sonó.
—¿Bueno?
—¡Valentina! —escuché un grito mezclado con música sonando a todo
volumen— Valentina.
—¿Quién habla? —se me hacía imposible reconocer la voz.
—¿Estás con Santiago? ¡Lo necesito Valentina lo necesito!
Escuchar a Sandra llorando terminó de despertarme, me senté sobre
la cama frotando mi cara preocupada.
—Sandy ¿Dónde estás? ¿Qué pasa?
—Quiero irme de aquí —lloró— no veo a mis amigos, no conozco a
estos tipos.
La música no me permitía escuchar con claridad, pero logré entender
la dirección del lugar donde estaba, sin pensarlo dos veces, tomé mi
billetera, mi teléfono y salí a toda prisa para irla a buscar, eran casi
las once de la noche, pero no me costó trabajo conseguir un taxi.
El amable joven tardó poco en llevarme hasta ese pequeño club
nocturno, popular entre jóvenes, la música sonaba fuerte desde
afuera encontrar a Sandy supuse, me iba llevar tiempo. Me movía
entre cuerpos danzantes y sudorosos, intentando divisar a Sandra
entre tantas personas.
No avancé mucho cuando escuché mi nombre gritado casi con
histeria, Sandra estaba en un rincón de aquel sitió oscuro, lloraba en
silencio. Al verme se lanzó a mis brazos y fue entonces que me di
cuenta que la niña estaba ebria a más no poder.
—¿Estás bien? —grité.
—Me quiero ir, las chicas se fueron, me dejaron con un tipo que me
quería —se quedó callada, tomé su mano para sacarla de ese sitio
atestado de personas—, me quería llevar a su casa —pudo decir al fin,
mientras caminábamos a la puerta.
—¿Te hizo algo? —cuestioné cuándo ya estábamos afuera, sostuve su
cara entre mis manos, tenía los ojos desorbitados y enrojecidos, no
sabía si por el llanto o el alcohol.
—Me besó a la fuerza —se rompió—, me quería llevar Valentina —
decía aferrada a mis hombros—, Santi no me respondió, yo...
—Tranquila, te llevaré a casa, tranquila —repetí sin soltarla.
—Le envié mensajes contándole todo, pero ni siquiera los leía, tenía
miedo.
—Tenemos que irnos de aquí —dije a su oído al notar como nos
miraban unos tipos que conversaban fuera del club.
Salí de mi departamento tal y como estaba, con un vestido suelto,
pero demasiado corto, y un escote pronunciado.
—No traje mi auto, me salí de casa con una amiga, le dije a Constanza
que teníamos que hacer un proyecto de la escuela.
—Ven buscaremos un taxi —tomé su mano helada para alejarnos de
esos sujetos, se suponía que iba a estar teniendo sexo y no cuidando
a la hermanita de Santi que lloraba.
Caminamos hasta la esquina esperando que un taxi se detuviera, pero
después de largos minutos simplemente no ocurría.
—¿Valentina? —dijeron tras de mí.
Giré y observé a Martín que me miraba sorprendido, no supe si por
mi atuendo sexy o por Sandy llorando recostada en mi hombro.
—¿Necesitas ayuda?
—Sí, necesito llevarla a su casa, y parece que no hay un solo taxi en
toda la ciudad.
—Mi camioneta esta por allá, yo las llevo —ofreció preocupado.
Puso una mano en mi espalda guiándome hasta la camioneta con
pasos lentos, tenía puestos unos enormes y vistosos audífonos en el
cuello, vestía con jeans y una camiseta que se ceñía a su cuerpo con
discreción, me explicó que trabajaba en club cerca a esa calle al darse
cuenta en la forma en la que lo miraba.
—Creo que voy a vomitar —dijo Sandy que estaba apoyada en mí.
La solté para ayudarla a recoger su pelo suelto, no la quería llena de
vómito cerca de mí, Martín amable sacó de su auto una botella de
agua que ella tomó de golpe.
—Está muy tomada —dijo en voz baja— ponte esto, está haciendo
mucho frio —me ofreció el suéter que llevaba puesto al ver como
frotaba mis brazos.
—Lo sé, gracias a Dios apareciste, creo que continuaría esperando un
taxi, eres muy amable —respondí aceptándolo.
—Es un gusto Valentina —dijo sonriendo, noté como me miraba
disimulando un poco la intensidad de sus ojos.
—No voy a vomitar, ya me siento mejor —anunció Sandy con la voz
entrecortada.
—Perfecto, vamos hermosas señoritas me las llevo de aquí de una
vez.
—Eso no es necesario —sonó una voz masculina y ronca.
Los tres giramos el rostro casi a la vez para observar a Santiago, que
estaba frente a nosotros, serio, con el ceño arrugado, sin la corbata y
los primeros botones de la camisa dentro del saco abiertos, se miraba
cansado, pero más enojado que otra cosa.
—¿Viene por ti? —preguntó Martín a Sandy que estaba a su lado.
—Y por ella también —respondió Santiago señalándome a mí.
Acercándose con esa actitud de disgusto que no tenía sentido.
w w

Por largos segundos me quedé estática, solo observando como


Santiago se acercaba con pasos rápidos hasta donde estábamos
nosotros, Sandra levantó la cara para verlo a los ojos, noté como la
expresión en su rostro cambiaba, su labio inferior había comenzado a
temblar y la mano que se sujetaba del brazo de Martín palideció
seguro por la fuerza que supuse usaba.
—¿Qué demonios pasa aquí? —vociferó a centímetros de su
hermana—, se suponía que estabas con Karen haciendo un maldito
trabajo, que —se quedó callado de repente, solo viendo con asombro
como Sandy inclinaba la cabeza para vomitar.
Se llevó las manos a la frente, las venas de su rostro se resaltaban,
tenía la nariz arrugada y ni siquiera parpadeaba. Martín corrió a la
camioneta mientras yo sujetaba la cabeza de la pobre borracha,
Santiago no decía nada, solo miraba incrédulo el espectáculo que
estaba dando su hermana menor, Martín me alcanzó una pequeña
toalla color celeste, limpié asqueada la boca de Sandy para después
ofrecerle agua, mientras tomaba sedienta, miré mis zapatos
deseando no encontrarlos llenos de vómito. Suspiré aliviada pero
otra arqueada atacó a Sandy.
—Toma agua despacio —dijo Martín en un tono suave.
—No tienes ningún derecho de venir aquí a reclamar nada —habló
Sandra sosteniendo la botella vacía entre las manos—, te llamé no
una, ni dos, ¡Cinco malditas veces!, te escribí mensajes, te —se quedó
callada de nuevo, las lágrimas brotaban de sus ojos, el alcohol
también me hacía ser un poco más sensible, así que entendía a la
pobre chica.
—No vamos a tener esta conversación aquí, sube al auto —ordenó,
señalando su carro parqueado a unos cuantos metros— ¡Vamos
Sandra! no me hagas perder más tiempo!
—Ve con él —susurré a Sandy que negaba con movimientos de
cabeza—, todo estará bien, necesitas dormir un poco.
—¿Por qué habría de irme con un tipo al que no le importo nada?
Santiago muy enojado no espero a que su hermana dijera otra cosa,
tomó su brazo de forma brusca e hizo el intento de llevarla al auto,
cosa que Sandy no permitió con facilidad.
—Sandy sube —intenté persuadirla, pero ella terca negó gritando que
primero muerta.
Martín permanecía a mi lado, solo observando el espectáculo que
daban los hermanos Sada, Santiago frunciendo los labios en una
mueca de cansancio, levantó a Sandra sujetando sus piernas hasta
casi colgarla de uno de sus hombros, Sandy gritó y pataleó, pero no
sirvió de nada, él con paso rápido la llevó hasta al auto donde la
metió a la fuerza para luego cerrar la puerta con seguro.
—¿Es su novio? —preguntó Martín curioso— Porque creo que no
deberíamos dejar que se la llevé así, además está como que muy
grande para ella, ¿no?
Lo miré riendo al mismo tiempo que negaba, le expliqué en susurros
que era su hermano y que la chica en cuestión era menor de edad, y
por ello se la llevaban de esa forma, giré al ver que Santiago salía del
auto, puse una mano en el hombro de Martín para llamar su
atención, cosa que conseguí al instante.
—¿Crees que me puedes llevar? vivo un poco lejos —informé
deseando que dijera que sí, él asintió girando para que camináramos
hasta su camioneta.
—¡Valentina! —gritó Santiago al verme dar unos pasos con Martín—
¿Dónde diablos vas? —preguntó irritado.
Oír el deje de reclamo en su voz cambió totalmente mi humor,
cuando lo vi no pensé en nosotros, en lo que ocurrió, estaba tan
preocupada por lo que pasaba con Sandra que no reparé en otros
detalles, pero al verlo ahí, serio, gritando y con ese enojo infundado
en el rostro, me hizo alterarme al instante.
—La llevo a su casa —respondió Martín por mí al ver que yo no
hablaba.
—Le pregunté a ella no a ti —escupió don neurótico—, yo te llevo,
vamos —ordenó brusco.
—Creo que en este momento es mejor que te ocupes de tu hermana —
dije serena a pesar de querer usar mi "tonito", ese que lo ponía de
peor humor— mira —apunté el carro donde Sandy golpeaba las
ventanas.
—Que tengas una buena noche —se despidió educado Martín
poniendo una mano en mi espalda para incitarme a caminar a su
camioneta.
No supe en qué momento llegó hasta mí, cuando reaccioné estaba
frente a Santiago que sostenía mi muñeca usando algo de fuerza,
miré como Martín se acercó y con los ojos supliqué se quedara ahí
donde estaba, no me estaba gustando nada lo que estaba pasando.
—Valentina sube al carro por favor —pidió respirando profundo.
—No, Santiago me iré con Martín, ve y atiende a tu hermana, luego
hablamos.
Hice el intento de girar sin esperar que él lo impidiera, apretaba los
labios sin quitarme las manos de encima.
—Sube al carro, no conozco a ese tipo no voy a dejar que te vayas con
él —dijo en susurros llenos de enojo contenido.
—Pero yo sí, no te preocupes voy a estar bien.
—Valentina notaste como subí a Sandra, no me obligues a hacer lo
mismo.
Lo miré incrédula, dudando de que fuese capaz de cargarme y
obligarme a entrar al auto.
—¿Todo bien Valentina? —cuestionó Martín manteniendo la distancia.
No, todo estaba mal, pero no quería empeorar las cosas y me limité a
asentir, Santiago le echó una de esas miradas despectivas, orgulloso
y molesto soltó mi muñeca con cuidado, para luego verme a los ojos.
—He tenido un día de mierda, colabora Valentina y entra al auto.
—No me hables así tampoco —pedí ya harta, su rabieta me parecía
ilógica e innecesaria—. Es mejor que lleves a Sandra a casa pronto.
—Amigo creo que no quiere irse contigo, hablen después —sugirió
Martín dando pasos lentos.
—No soy tu amigo —soltó al instante— Valen sube al auto por favor,
por favor —repitió cambiando la expresión en su rostro.
Miré a Martín que me observaba preocupado, aquello era de locos, su
hermana llorando dentro del auto, el cada vez más enojado y yo... yo
ni siquiera sabía que sentía, era una mezcla de rabia un poco de
decepción y preocupación por la situación a la que me estaba
enfrentando.
—Martín muchas gracias, me iré con este amargado —dije
despreocupada mientras señalé a mi exquisito dolor de cabeza,
Santiago.
Me alejé de Santi para acercarme a despedirme de Martín, besé su
mejilla y susurré luego te cuento todo, a su oído. Decidí irme con él
para no seguir agravando la situación, estaba demasiado enojado y
pensé que sería peor para la pobre Sandy que yo lo enfureciera más,
aunque se merecía una patada en el trasero por haberme dejado
plantada esa noche.
Me ofreció la mano que rechacé con sutileza y caminé rápido hacia su
estúpido carro, entré sin esperarlo escuchando a Sandy llorar y decir
cosas que no entendía, mi enojo pasó a segundo plano al ver a la
pobre así, ella había estado aterrada cuando llegué a buscarla, en ese
momento noté un desespero, un dolor que parecía no tener nada que
ver con la situación a la que estuvo expuesta.
Santí se quitó el saco apenas entró al carro, luego con rabia abrió
todos los botones de su camisa para quedarse solo con la camiseta de
algodón blanca cuello en v, sus brazos estaban tensos, todo él parecía
estar así. Me sorprendí al ver como extendía para mí la camisa que se
acababa de quitar, no me miraba solo me la puso casi en la cara. Al
entender lo que hacía, la tomé y la dejé sobre mis piernas, aún
llevaba puesto el suéter de Martín, si pretendía que me lo iba a quitar
para cubrirme con su camisa estaba muy equivocado.
—¿Sí me hubiera pasado algo como te estarías sintiendo? ¡Te llamaba
porque te necesitaba! tú no me respondiste, me asusté, tenía miedo —
dijo en medio de un grito ahogado.
—Si estuvieras en casa como una niña de tu edad nada de esto habría
pasado, estos sitios no son para ti ¿Cuándo vas a entenderlo?
—Eres un idiota, me tratas como a una niña y no lo soy.
—¡Mira cómo te comportas! Sandra sabes bien por lo que estoy
pasando —suspiró harto negando con la cabeza—, escuchaste la
discusión que tuve con papá hoy en la mañana por la maldita
ampliación, no respondí porque estaba ahí presionando para que esos
sujetos se apresuren.
—¿A esta hora? —gritó ella.
Puse mi vista en él, a mí también me interesaba esa respuesta.
—Cuando las puertas del centro comercial cierran se aprovecha para
trabajar, no pueden hacerlo cuando las personas recorren los
pasillos, el área no puede ser cerrada porque es donde están las
tiendas principales —golpeó el volante con rabia para luego tomar
aire de nuevo—. Ni siquiera sé por qué te estoy explicando esto, a ti
nada te importa, lo único que te preocupa son tus escapadas
estúpidas.
—Me siento sola en casa, tengo que salir de vez en cuando, odio estar
encerrada, tú nunca estás para mí, si no estás en el maldito trabajo
estás con Valentina.
Giré el rostro hacia los asientos traseros para ver a la señorita
gritona, volteó los ojos al verme y limpió sus lágrimas.
—Deja de poner excusas absurdas, Sandra te conozco, te gustan estos
jueguitos donde eres la rebelde que se escapa con mentiras... cuando
leí tus mensajes lo primero que hice fue manejar como loco a la
maldita dirección que me disté, luego llamé a Constanza, le dijiste
que te ibas con Karen, pero Nadia te vio subiendo al carro del tal
Fernando ese, ¿Cómo fuiste a parar a ese club?
—No es tu maldito problema.
—Sí que lo es, te prohibí ver a ese tipo y mira que tenía razón, te dejó
sola y borracha en ese lugar.
—¡No hables de lo que no sabes! —gritó.
—Lo sé todo, lo intuyó... ese imbécil te induce a hacer este tipo de
estupideces, te hace sentir que le importas, pero no ves lo único que
quiere.
—¡Acostarse conmigo! —río con ironía.
—¡Si! todos los tipos quieren sexo y
—No todos —intervine por primera vez, Santiago me vio con los ojos
entrecerrados, como sin procesar mi breve interrupción—, no
deberías discutir con ella, esta ebria y dice cualquier cosa, tú estás
molesto y puedes herirla —susurré a su oído.
—Tú no me quieres, crees que soy tonta y por eso no puedes creer
que alguien me quiera de verdad, tú solo quieres ese estúpido centro
comercial, ojalá se derrumbe.
—Si no te quisiera no hubiera corrido por ti.
—Pones tu trabajo por encima de todo, me quieres, pero quieres más
ese puesto que te dio mi papá.
Eso de que los niños y los borrachos dicen la verdad, nunca tuvo
tanto sentido para mí como esa noche, ellos siguieron discutiendo a
los gritos, mientras yo solo intentaba explicarme por qué mi enojo
con Santiago se había evaporado, tal vez al verlo así de contrariado,
peleando con su hermana me ablandó, no eran necesarios más
reclamos, Sandra los estaba haciendo todos.
Miré el edificio frente a mis ojos, suspiré quitándome en silencio el
cinturón, estaba lista para despedirme rápido cuando Sandy pidió
usar mi baño, saqué las llaves de mi departamento y le indique el
piso y el número para que fuera de una vez, decía no poder contener
más su vejiga, salí del carro dando un portazo, esperando que
Santiago no ofreciera acompañarme hasta arriba.
—Valentina tengo que hablar contigo —dijo serio cuando bajó del
auto.
—Lo haremos otro día, tu hermana está demasiado alterada en este
momento.
—Pensaba venir rápido de verdad, jamás conté con el inconveniente
que surgió, lamento mucho hacerte esperar, me siento mal por ello,
perdóname por favor.
—Ajá.
—También lamento mi comportamiento cuando no quisiste venir
conmigo, estaba alterado y el enojo
—¿Te hace actuar como un niño caprichoso que hace pataletas cuando
no consigue lo que quiere? —interrumpí molesta.
—Lamento la manera en que te hablé, pero no me arrepiento de
insistir en que vinieras conmigo, y no era un capricho, no conozco a
ese tipo, no —se quedó callado al darse cuenta de que lo estaba
ignorando.
Quería decirle que no necesitaba de su "protección", que si había
decidido irme con Martín era porque lo conocía, tenía un par de cosas
que aclararle, pero increíblemente estaba pensando las cosas con la
cabeza fría, quería mantener la calma y no enfrascarme en una
discusión interminable con un tipo terco y enojado.
—Descansa Santiago —dije dando la vuelta.
Escuché como soltó una maldición en voz baja mientras se acercaba a
mí de forma acelerada, se situó a mi lado manteniendo el ritmo de
mis pasos, no decía nada, pero sentía como observaba con
intensidad, subimos en completo silencio y con una tensión en el
ambiente que cada vez se percibía más fuerte.
La puerta de mi departamento estaba abierta, entré primero que él
escuchando como Sandy vomitaba encerrada en mi baño, vi como
respiraba con pesadez, se sentó cabizbajo esperando por su hermana.
—Intenta no discutir más con ella hoy, pueden hablar cuando esté
sobria.
—No me puedo descuidar un segundo porque pasan estas cosas, no sé
qué hacer no puedo hacer mil cosas a la vez, estoy presionado en el
trabajo, tengo problemas en casa y ahora hasta ...—se quedó callado
negando sin levantar el rostro.
—Creo que debes atender las cosas en orden de importancia, Sandy se
siente desplazada por todo, supongo que el alcohol la hizo explotar,
pero tal vez se sienta así y nunca se ha animado a decírtelo.
—Lo dice todo el tiempo, reclama que no le pongo atención cuando no
es así, por el último año de mi vida no he hecho otra cosa que
consentir a esa niña malcriada, soy su hermano, no su papá, no sé si
hago bien las cosas con ella o solo... me pregunto qué haría mamá en
estas situaciones, mi papá dice que si puedo manejar una empresa
grande controlar a esa niña debería ser pan comido para mí.
Se puso de pie para acercarse a mí, lo miraba inexpresiva, estaba tan
molesta que no me compadecía ni un poco de verlo así de
contrariado, se sentó en el brazo del sillón y con cuidado puso las
manos en mi cintura para atraerme hacia él, permanecí con los
brazos cruzados mientras me rodeaba con los suyos, abrazándome
como si no entendiera que no quería tenerlo así de cerca.
—Lamento haber faltado a nuestra cita —dijo en tono muy bajo.
Me di cuenta que reconocía el aroma de Santi, me sentía cómoda con
esa cercanía, se estaba volviendo en algo familiar, apenas solté mis
brazos se acomodó en mis pechos, respiró profundo abrazándome
con más fuerza. Pudo haber sido un momento lindo, si los sonidos de
las arcadas de Sandra no hubieran sonado de fondo,
—Gracias por ir por ella, pensé que yo había llegado demasiado tarde,
la busqué dentro de ese lugar y no la encontré.
No respondí nada, acaricié su nuca con timidez queriendo
reconfortarlo, aunque fuese solo un poco, levantó la vista apoyando
la barbilla en medio de mis senos, ese tipo de acercamiento no lo
habíamos tenido jamás, nuestros contactos eran más de índole sexual
que cariñosos, aquello se sintió diferente e intimidante.
Sentí algo cálido en su mirada que me llevó a pasar las manos por su
cabeza de forma mimosa, la puerta del baño siendo azotada nos sacó
de ese momento íntimo, me alejé rápido de Santi que se puso de pie
para ayudar a su hermana que caminaba despacio.
—¡Sigues aquí! pensé que te habías regresado a trabajar.
—Deja la ironía que solo empeoras tu situación.
La sujetó con brusquedad guiándola hacia la puerta, Sandra se
quejaba en vano, la llevó hacia afuera con facilidad, agradeció
apresurado mi ayuda, y caminó con ella en busca del elevador. Podía
escuchar a Sandra discutiendo en el pasillo, cerré la puerta hasta que
subieron al ascensor y luego corrí a la ventana, esperando atenta que
salieran para subir al auto.
Pase una noche larga, sin poder dormir lo suficiente y con una
sensación extraña instalada en el pecho. Santiago no era mi único
problema, en la editorial me esperaban cosas que solucionar, Alfredo
tenía razón con respecto al presupuesto inicial que había presentado,
tomé decisiones sin tomarlo en cuenta, metiéndome en problemas
por no saber lo que estaba haciendo.
Laura que estaba al tanto de mi discusión con Alfredo, llegó
temprano a la editorial para que juntas encontramos una solución, no
podíamos quedar mal con el autor, pero tampoco podíamos ir contra
los intereses de la empresa.
Nos llevó casi toda la tarde convencer al escritor de modificar su idea
inicial de la portada, luego de lograrlo revisamos a detalle el
presupuesto intentando encontrar otra manera de apegarnos a él, me
sentía abrumada con tanto pasando a mi alrededor, siempre evité
esforzarme tanto, las responsabilidades las eludí con facilidad toda
mi vida, dejar de ser holgazana y tomar las riendas de todos mis
problemas me estaba desgastando.
Eran la cinco treinta cuando apagué la computadora de mi oficina,
me ardían los ojos, tenía tensos los músculos del cuello y el hambre
hacía que mi estómago ardiese, me puse los zapatos altos que me
había quitado por comodidad, me vi en el espejo mientras acomodaba
el pantalón de lino que llevaba puesto, mi pelo era un desastre, que
aplaque peinándolo en un moño improvisado. El cansancio era
notorio, y mi mal humor perceptible con facilidad.
—Valen —dijo Laura entrando a mi oficina con confianza—, tienes
visita allá afuera, Anita lo está atendiendo.
—¿Visitas?
—Sí —dijo con una sonrisa tímida—, un hombre, no un chico, un
hombre —repitió risueña—, preguntó por ti y Anita me envió a
llamarte mientras ella le ofrecía algo de tomar. Lo está atendiendo
con amabilidad porque tiene el aspecto de alguien importante.
No, seguro estaba siendo amable para interrogarlo, vieja chismosa —
pensé.
—¿Puedes entregarle esto a Martín? pensaba en buscarlo y dárselo sé
que está trabajando aún —saqué el suéter de mi bolso y se lo
entregué a Lau antes de salir casi corriendo de mi oficina.
Sabía que era él, también sabía que Ana quería joderme de alguna
forma y podría aprovecharse con facilidad de mi poca
profesionalidad al involucrarme con Santiago, para hacerlo.
—Licenciada Rincón la están esperando —informó con una sonrisa
burlona.
Santi giró en dirección al pasillo por donde yo me acercaba, sonrió al
verme ignorando a la mujer que analizaba a profundidad nuestro
lenguaje corporal.
—¿Nos vamos? —abordé directa a Santiago, asintió cediéndome el
paso al notar que algo me pasaba, escuché como agradecía a Anita
sus atenciones en voz baja.
No quería ver hacia atrás, no podía enfrentarme a esa víbora con voz
molesta, cuando Santiago se acercó mantuve la distancia, suspiré
aliviada cuando subimos al elevador lejos de la mirada de Ana.
—Creo que no debí venir así, sin avisar antes.
—Ana sabe que eres un autor al que intento publicar, me puedo meter
en problemas por la naturaleza de nuestro trato —respondí evitando
sus ojos.
—¿La naturaleza de nuestro trato?, mientras yo no tenga firmado un
contrato con esta editorial puedes salir conmigo sin ningún
problema.
—Claro que no, dirán que insisto con tu libro por intereses
personales... ¿Qué haces aquí? —pregunté fría.
Se quitó los lentes que llevaba puestos y dirigió su mirada a mí, no
quise sonar así de ruda, pero me fue inevitable.
—Quería invitarte a comer algo, no lo sé, de alguna forma intentar
enmendar lo de ayer... no me mires así Valentina me da la impresión
que no me quieres cerca.
Sí, no lo quería cerca, me sentía dolida y con justa razón, había tejido
tantas expectativas referentes a la noche pasada que no lo estaba
manejando muy bien.
—No me lo tomes a mal, estoy cansada me siento un poco mal,
además mira como estoy... no puedo ir a ningún sitio que no sea mi
departamento.
—Estás muy guapa como siempre —dijo sonriente.
Pasé las manos por mi frente en acto reflejo de cansancio, no estaba
para sus jueguitos, para nada de él. Estaba a punto de decirle que no
iría a ningún sitio con él cuando el elevador se detuvo.
—Sandy quiere agradecerte lo que hiciste por ella ayer, me pidió que
te dijera que quiere verte, no te llamó porque está castigada, sin
teléfono y sin salidas, si aceptas verla tendría que llevarte a mi casa.
—Hoy no es un buen día.
—Sí, lo sé, hoy saldrás a cenar conmigo.
Vi esa arrogancia en sus ojos que me ponía de mal humor, intentó
tomar mi mano, pero me alejé de forma brusca, en respuesta resopló
sin hacer el intento de tocarme de nuevo.
—Lo lamento Valentina, lo lamento —se disculpó algo exaltado,
encendió el auto sin verme, mostrándose enojado—, tenía planeado
salir del Primé antes de las siete, recibí una llamada, la ampliación no
avanza como yo esperaba, mi papá y yo habíamos discutido por eso
antes, fui hasta al sitio donde trabajaban, tenía que presionar al
arquitecto mi papá también estaba ahí, las cosas se me salieron de
las manos, no podía irme y... Te juro que no tuve opción.
Asentí viéndolo en silencio, no tenía nada que decir, me recosté sobre
el asiento con los brazos cruzados y respirando profundo.
—Valentina dime algo, no te guardes los enojos, es lo peor que
podemos hacer, las cosas fluyen bien cuando hay comunicación —su
tono persuasivo funcionó.
Ladeé el rostro para ver sus ojos que me observaban con atención, el
corazón se me aceleró un poco pero no me permití mostrar emoción
alguna.
—Te estuve esperando por horas, si al menos me hubieras llamado
antes, me enviaste el mensaje dos horas después, me sentí una idiota.
—Lo siento —dijo con honestidad—, acepta cenar conmigo por favor,
mande un par de cosas al diablo para venir por ti.
Quería hacer uso de mi racionalidad, pero mis emociones anularon
todo análisis que podía hacer mi mente, mi enojo fue apaciguado por
su mirada cansada, por el tono suave de su voz y por algo en mi
pecho que no identifiqué de primer momento.
—No tengo ánimos para nada, mira como estoy —dije señalando mi
cara.
—Bonita —respondió levantando mi barbilla—, así en tu estado
natural.
—Te hablo en serio, estoy cansada, tuve un día horrible, no quiero
comer rodeada de desconocidos, así de antisocial me siento.
—Te llevaré a un lugar tranquilo.
—Santí —sonreí un tanto doblegada por su insistencia—, no es porque
esté enojada, simplemente no me siento de humor.
—Cocinaré para ti.
Estaba usando toda su artillería para convencerme, aceleró el auto
sin esperar mi respuesta, puso un poco de música sin perder de vista
el camino, parecía más tranquilo como si supiera que había logrado
su propósito, convencerme.
—¿Sabes cocinar?
—Lo básico, mi mamá insistió en que Sebastián y yo aprendiéramos,
no quería un par de inútiles que no pudieran hacerse un desayuno
decente.
—¿Y si aprendiste bien?
—Todo lo hago bien —respondió soberbio—, puedes probarlo.
Soltó una carcajada al ver mi cara de disgusto, buscó mi mano y la
besó sorpresivamente, manteniendo una sonrisa pícara en los labios.
Lo de cocinar lo dijo en serio, se detuvo en un supermercado que
estaba en el camino, hablaba de todo lo que necesitaba anotándolo en
su teléfono, preferí esperarlo dentro del auto por más que insistió en
que lo acompañara, no tardó mucho en salir de ese lugar, me
acomodé mejor en el asiento para verlo sin reparo.
Se miraba guapísimo con la camisa recogida un poco en los
antebrazos, la corbata que aún tenía puesta y la seguridad con la que
caminaba, miró su reloj acelerando los pasos y me atrapó
observándolo como idiota.
—¿Dónde vamos? —cuestioné curiosa cuando puso el auto en marcha.
—Ya lo verás.
Me quede callada todo el camino, analizando lo que pasaba entre los
dos, el dejarme plantada sería algo común, no necesitaba ser adivina
para tener esa certeza, el tipo estaba obsesionado con su trabajo, yo
siempre sería algo así, como su segunda opción, tampoco estaba
segura que ese entusiasmo que mostraba durara lo que yo esperaba,
me perdí en mis cavilaciones sin darme cuenta del camino que
tomábamos, fue hasta que su teléfono sonó que observé los edificios
a nuestro alrededor.
Entramos a un estacionamiento en el interior de un edificio que ni
siquiera pude ver bien, hablaba con Alicia, su asistente mientras
maniobraba el auto, apagó el motor y enseguida bajó, no tenía idea
de donde podríamos estar.
—Valen —me llamó sin soltar su teléfono.
Pasé la mano por el brazo que me ofrecía, caminamos hasta
adentrarnos al elegante vestíbulo del edificio residencial con él aun
conversando con Alicia, me señaló con la barbilla el elevador al cual
avancé a su lado.
—¿Dónde estamos?
—En un sitio tranquilo donde vas a poder comer sin estar rodeada de
desconocidos —respondió jugando a hacerse el misterioso— Valen
quita esa cara, el amargado soy yo —su tono chistoso no me hizo reír,
pero intenté suavizar las expresiones de mi rostro.
Mantuvo la distancia mientras estuvimos en ese espacio cerrado,
evité hacer más preguntas y solo me dejé llevar por la situación.
—Es mi departamento —explicó cuando estuvimos frente a una
puerta—, aquí solía vivir antes que lo de mi mamá pasara.
Cada vez que hablaba de su mamá sus ojos se apagaban de una forma
impresionante, esa herida estaba muy fresca, se notaba la tristeza en
su mirada.
—Que listillo resultaste, me trajiste a tu departamento —solté con un
tono de broma, quise aligerar el ambiente que se sintió melancólico
de repente.
—Bueno, fue el único lugar tranquilo que se me ocurrió.
Abrió la puerta y me dejó pasar primero, escuché sus pasos tras los
míos y en segundos el sitio entero se iluminó, mis ojos vagaron por
todo el espacio, sorprendiéndome gratamente con la elegancia que
predominaba.
Tiró las llaves sobre una mesita al lado del pasillo, puso una mano en
mi espalda para alentarme a caminar hacia la sala de estar que se
apreciaba cerca, los sillones oscuros además de ser elegantes
parecían cómodos, la decoración era como de revista, el sitio estaba
impecable, miré con atención cada rincón, cada fotografía, cada
objeto que estuvo a mi vista.
—Ponte cómoda, no tardaré mucho en preparar la cena —comentó con
un buen humor casi contagiable.
Me quedé contemplando el librero que, ocupada casi todo el ancho de
una pared, Santi tenía una colección de libros que me dejó
impresionada.
—¿Vienes seguido aquí?
—Muy poco, pero Constanza se encarga de mantener todo en orden,
viene una vez por semana, es un ángel.
Lo vi acercarse a mí con una copa en las manos, la acepté sedienta,
aunque el vino no fuera del todo de mi agrado.
—¿Necesitas ayuda en la cocina? no soy la mejor, pero puedo ayudar
en algo.
—Tendré todo bajo control, tú solo relájate, ven conmigo —pidió
sonriendo.
Lo seguí con un poco de desconfianza, a paso lento viendo su trasero
bien formado, abrió una puerta de cristal corrediza para salir a la
pequeña terraza, el aire helado hizo que frotara un poco mis brazos,
la vista de la ciudad a esa altura hizo que el frío pasara a segundo
plano.
—Te dejaré un rato a solas, lo que necesites solo pídelo.
Asentí desganada, respirando con profundidad, sintiéndome extraña
al conocer ese sitio tan suyo, me pregunté si lo nuestro estaba
pasando a otro nivel, o simplemente Santiago intentaba disculparse
en toda norma por el desplante de la noche anterior. No entendía que
era ese sentimiento que no me dejaba disfrutar del todo de su
compañía, me costó trabajo escuchar mi intuición que solo me
advertía que las cosas con Santi podrían ser peores.
Entré después de un rato, cuando el frío no me dejó más opción, miré
la corbata tendida en una mesa con el reloj al lado, eso sí que era
extraño, lo busqué en la cocina encontrándolo concentrado en cortar
algo verde que no supe identificar de lejos, no hice otra cosa que no
fuese mirarlo, siguiendo cada movimiento que daba.
Me señaló un asiento frente a la isla de la cocina, me senté y sirvió
otra copa para mí, que después de tomarla me hizo sentir un poco
más ligera. Intentó hacer conversación a toda costa, ni mis
respuestas con monosílabos parecían desanimarlo. No le llevó mucho
tiempo terminar esa pasta extraña que preparaba, me ofrecí a poner
la mesa esperando dijera que no era necesario, pero el idiota dijo sí
encantado.
Sentarme frente a él fue un error que me mantuvo lo bastante
distraída, había abierto los primeros botones de su camisa, dejando a
mi vista una pequeña parte de su pecho, de Santi nunca había visto
nada más que sus brazos, ni siquiera esa noche en mi cama llegamos
a tanto, mientras giraba el tenedor en torno a la pasta me imaginaba
como sería sin ropa, supuse que tendría las piernas gruesas y el
trasero firme, los kilómetros recorridos en bicicleta tendrían que
dejar algún beneficio, sus brazos eran anchos pero con moderación,
como si no trabajara con esmero esa zona de su cuerpo, imaginé su
abdomen que sentí firme las veces que había pasado mis manos por
él.
—Veo que te gusta, te dije que sabía cocinar muy bien.
Sonreí enrojecida, evitando el contacto visual que podría delatarme,
seguramente había puesto una cara de satisfacción que no tenía nada
que ver con la pasta simple que estaba masticando, imaginarlo con
poca ropa me hacía agua la boca.
—No está mal —mentí—, deberías darme una clase de cocina —
coqueteé un poco.
—Tú seguro lo haces mucho mejor que yo, hasta te ofreciste a hacer
el postre —dijo refiriéndose a la cena que arruinó.
Sonreí con malicia, negando mientras levantaba la copa para tomar
un poco de vino, quería frenar mi lengua, pero mi deseo de vengarme
levemente de él, pudo más que mis buenas intenciones.
—En realidad el postre era yo —susurré sin despegar la vista de sus
ojos, reí con soltura al ver su cara, entre asombro y fascinación,
tragó con dificultad la comida que tenía en la boca sin dejar de verme
con intensidad.
—Eres malvada —dijo en un tonito ronco que me encantó, se mojó los
labios con vino para luego relamerlos, poniéndome nerviosa—. No
preparé ningún postre y creo que es vital para una buena cena
disfrutar de uno.
—No, ya perdiste tu oportunidad —dije sintiéndome malvada de
verdad, fingí recoger mi pelo ajustando más el moño, solo para dejar
mi cuello expuesto para él, le sonreí al sentir su mirada y él negó en
respuesta con una sonrisa traviesa en los labios.
—De repente está haciendo calor —susurró con la vista fija en la copa.
—¿Calor?, para nada, la noche está fría —seguí su juego.
—Tienes unos ojos grandes y expresivos, muy expresivos, ¿Ya te lo
había dicho?
—¿Escribirás algo sobre mis ojos? —contraataque.
—Podría escribir sobre las emociones que van a reflejar cuando me
este moví
—¡Cállate! —pedí enrojecida apuntándole con el tenedor—, eres un...
—Yo también puedo jugar sucio Valen, se el efecto que causo en ti.
—Eres tan arrogante —dije entre risas.
Tomó mi mano de forma inesperada, acarició mis nudillos cariñoso
para después sonreírme de forma dulce.
—Extrañaba esa risa, no nos enojemos tan seguido.
Tuve que usar toda mi fuerza de voluntad para no inclinarme sobre la
mesa y besarlo, aquella noche me estaba pareciendo espectacular,
sentía una confianza emergiendo entre ambos que resultaba
confortante.
—Es temprano —me sorprendí al ver la hora en mi teléfono.
—¿Qué quieres hacer? —preguntó alzando la ceja.
Reí como tonta al ver esa expresión en su rostro.
—Leer un poco, avancemos el libro —respondí poniéndome seria.
—Eres tan aburrida.
—Lo sé, eso se pasa —lo señalé haciéndolo reír.
Tenía el libro dentro del carro me informó mientras recogíamos la
mesa, me ofrecí a terminar de lavar los platos para que fuera por él y
comenzar a leer más rápido. De mala gana aceptó mi trato, terminé
con el último plato antes que él saliera del departamento, me sequé
las manos caminando por la cocina más grande que la sala de mi
departamento.
Estar sola ahí me hizo caer en la tentación de fisgonear un poco el
sitio, había dos habitaciones amuebladas y una casi vacía, entré a la
más grande sin temor a que me encontrara de entrometida, la cama
era grande, alta y estaba perfectamente hecha, había muebles en
tonos claros y un sillón blanco al lado de la ventana, parecía que no
dormía ahí hace tiempo, a pesar que todo estaba pulcro me daba la
sensación que era un lugar abandonado. Mi curiosidad me llevó hasta
el baño, lo primero que hice fue buscar algún objeto femenino dentro
de este sin encontrar nada, olfateaba una loción cuando escuché el
ruido de las llaves.
Salí corriendo del cuarto, tropezando con una mesa a mi paso,
cuando llegué a la cocina él apenas estaba entrando, me mostró el
libro sonriente, sin imaginarse lo que estuve haciendo en su
ausencia.
—¿Quieres otra copa de vino?
—¿Tu propósito es emborracharme?
—Para nada —respondiendo riendo—, solo relajarte aún pareces
tensa.
Acepté la copa que ofreció perdiendo la cuenta de cuantas me había
tomado esa noche, me condujo hacia la sala donde se sentó
cómodamente en el sillón más grande, subió los pies sobre este y
palmeó sus piernas invitándome a sentarme.
—Puedo oler tus sucias intenciones —dije bromeando.
Negó sonriendo y ofreciéndome su mano.
—Te juro que no haré nada que nos descontrole a ambos, solo vamos
a leer, confía en mí —pidió al ver mi indecisión.
Me senté encima de él, para luego dejar caer la cabeza sobre su
pecho, acomodé mis piernas sobre las suyas relajándome casi al
instante.
—Solo vamos a leer —susurré irónica al percibir una presión extraña
en mi trasero.
—Lo siento, no lo puedo evitar —respondió sin vergüenza alguna.
Pasó su brazo izquierdo por mi torso, justo debajo de mis pechos,
para abrazarme cálidamente mientras abría el libro y buscaba la
página en la que nos habíamos quedado, solo faltaban cinco capítulos
para terminarlo y aún no lo entendía del todo, Santi besó mi cuello de
forma inocente antes de comenzar con la lectura.
Hasta que escuché su voz suave leer esas líneas sentí miedo, si la
lectura se tornaba caliente estaría en la peor posición del mundo,
percibía el aliento de Santi golpeando la parte trasera de mi oreja
mientras leía, mi piel estaba erizada pero mi mente estaba
estimulada de otra forma.
Me envolvía una sensación de bienestar al estar así, entre sus brazos,
que me mantenía el corazón latiendo acelerado, su olor, su calor, su
voz, todo se sentía familiar, cálido, íntimo. Cerré los ojos sin dejar de
escucharlo con atención, de vez en cuando se quedaba callado para
tomar un poco de vino, besaba mi frente y continuaba leyendo en el
mismo tono que me debilitaba.
Me moví un poco incómoda después de largos minutos, con sutileza
hizo que me girara para recostarme boca abajo sobre su cuerpo,
aquello fue igual de agitante para los dos, mis senos se aplastaron en
su pecho y nuestras caderas se alinearon, era una tortura sentir esa
presión en mi vientre bajo, pero intenté concentrarme en la lectura.
Con la oreja pegada a su pecho escuchaba el penúltimo capítulo,
Santi sostenía el libro apoyado en mi espalda, leía concentrado
haciendo esas pausas fascinantes, pero sin su tono insinuante.
—Te estas quedando dormida —dijo en murmullos, puso el libro sobre
una mesa frente a nosotros y comenzó a acariciar mi cabello.
—¿Cuántos capítulos faltan?
—Solo uno más, no seguí porque te estás quedando dormida.
Me reí ocultando el rostro en su cuello, de nuevo me dio un beso en la
frente que se sintió más dulce que los otros, mis alertas se
encendieron, me estaba enamorando o algo parecido.
—Creo que lo dejamos para mañana, recuerda que hicimos una cita
de lectura —dije poniéndome de pie apresurada.
—¿Quieres irte ya? —cuestionó al ver cómo me ponía los zapatos a
toda prisa.
—Sandy está mal, pienso que deberías pasar tiempo con ella,
aprovecha que aún es temprano para ayudarla con tu compañía.
—Ven conmigo, vamos juntos.
—No es buena idea, es celosa quiere tiempo con su hermano a solas.
Convencerlo fue fácil, recogió sus cosas y las mías antes de salir de
ese lugar bonito donde prometió, llevarme otro día. Con Santi los
silencios no eran incómodos, puso música en el auto haciendo el
camino un poco más ameno, al llegar a nuestro destino, se acercó
peligrosamente a mí, no me había besado en toda la noche, así que
fue más impactante para mí cuando hizo mi asiento hacia atrás para
besarme.
Fue un beso largo, intenso, como nos gustaba a ambos, su mano
derecha se coló dentro de mi camisa, acariciando los costados de mi
cintura hasta detenerse en el borde de mis pechos, acaricié su lengua
con la mía provocando que su mano apretara uno de mis pechos.
—Santí —intenté calmarlo entre besos—, Santiago basta, alguien nos
puede ver.
—Invítame a subir entonces —respondió agitado.
—No, perdiste tu oportunidad.
Mi risa lo hizo controlarse, sacó la mano de mi camisa, separó su
rostro del mío y respiró profundo antes de alejarse.
—Necesito esa oportunidad de nuevo, dime que hago.
—¡Gánatela! —respondí con una sonrisa.
Bajé del auto sintiéndome fuerte por resistirme, miré mi teléfono
cuando esperaba el ascensor, tenía muchos mensajes de Laura que no
había visto.
Acabo de terminar el libro.
Tienes razón, es buenísimo.
Te juro que amo como se burla de Eva.
Leí sus mensajes arrugando las cejas, parecía enloquecida por el libro
y desesperada por comentarlo con alguien, así que la llamé, abrí la
puerta de mi departamento con una sola mano, sin soltar el teléfono
esperando que Laura respondiera de una vez.
—Es oro Valen, es oro, es divertida, ligera y fácil de leer —habló
entusiasmada.
—Solo me falta un capítulo para finalizarla.
—Amarás el final, la carta para Eva es una genialidad, con razón
todos los días preguntan en las páginas de la editorial si lo vamos
a publicar, es muy bueno en serio.
—Sí, he leído mil criticas acerca de él muy buenas, lo único que
me preocupa además de que el autor acepté, es la clasificación —
dije tirándome a mi cama.
—Puede ser más 16, solo hay un par de escenas de sexo que no
están tan fuertes.
—¿Un par de escenas fuertes?
Escuché la risa divertida de Laura que no entendí a que se debía.
—Valen no son la gran cosa, ni están narradas a detalle.
—¿De qué hablas, no has llegado a la parte donde dice quiero oírte
gemir cuando tenga la cara en medio de tus piernas?
—Me da la impresión que hablas de otro libro, Para Eva con amor
no tiene ninguna escena así, te lo juro.
—¿Segura?
—Sí, lo he leído con detenimiento y hasta anotando detalles,
Valen has estado leyendo otro libro —dijo Laura dejándome
pasmada, más bien me estaban leyendo otro.
w w

Bostecé mientras caminaba guiada por la mano de Manuel, moría de


sueño, pero no pude negarme a salir con él, la tarde de ese sábado no
estaba saliendo a como la había planeado, mi día, desde que empezó
pintaba para pésimo.
Desperté sumamente tarde, después de hacer el intento fallido de
leer el libro que me había enviado Laura apenas me colgó, decía que
lo mejor era que comprobara que el libro del que hablábamos ambas,
no era el mismo, no pude comprobar nada, porque me quedé dormida
a la mitad del segundo capítulo.
Después de tomar mi dosis de café matutino, me propuse continuar
con la lectura, pensaba que estando más despejada iba a ser fácil,
concentrarme en esas líneas; ni siquiera pude terminar el bendito
capítulo que había dejado a la mitad, mi mamá se apareció en mi
puerta sin avisar, como si eso no fuera poco, cuando decidió irse,
recibí un mensaje de Santi cancelando nuestra cita de lectura... Mi
sábado apestaba.
—Te saqué de tu casa para que cambiaras esa cara.
—Yo estoy muy a gusto con mi cara de amargada —respondí
acelerando el paso.
Apreciaba que Manuel se preocupara por mí, pero no tenía humor
para estar rodeada de gente.
—¿Estás así por Santiago?
—No —respondí segura—, creo que estoy así por estar acostumbrada
a que me deje plantada, estoy normalizando esto, una parte de mí
hasta esperaba que me llamara para decirme: Valentina surgió algo,
estoy ocupado en cuanto termine voy a verte, lo siento.
Manuel río divertido al escuchar mi pobre imitación de la voz de
Santiago, pasó el brazo por mis hombros intentando animarme un
poco, me señaló la pintoresca cafetería que estaba al cruzar la calle, y
tomó mi mano de nuevo para apresurarnos de una vez.
El corazón se me aceleró al ver a un hombre de espalda que parecía
ser Santiago, estaba sentado en una de las mesas en el exterior del
local, con una chica que no pude ver bien porque el mismo la tapaba,
volteó un poco el rostro y sonrió al vernos, era Sebastián y la chica,
Sandra. Ambos se pusieron de pie para saludarnos sonrientes, a
pesar que Manuel no me había dicho que su plan de charla y café
incluía a los hermanos Sada, intenté no parecer sorprendida.
—Quería darte las gracias por lo que hiciste hace días —susurró
Sandy al abrazarme.
—No agradezcas, mejor no te vuelvas a poner en una situación así de
peligrosa.
Me sonrió con complicidad antes de tomar su puesto al lado de su
hermano, Sebastián estaba contento de verme, me lo dijo un par de
veces, me agradeció también lo de Sandy, al parecer entre ellos
estaban dejando de haber secretos.
—De verdad te agradezco lo que hiciste, está en una edad complicada
y nadie en casa sabe cómo manejarla. —dijo cuando Sandy se levantó
de la mesa, para ir al baño.
—Lo hice con mucho gusto, un par de veces me escapé de casa, hacía
ir a una de mis primas por mí, cuando me metía en problemas.
—Sandra nos hace esto cada vez más seguido, la invité a salir de casa
porque estaba triste, y.… no puedo decirle no —sonrió.
—Está castigada ¿no te vas a meter en problemas por traerla?
—El castigo lo puso Santiago, no mi papá, estoy a salvo —explicó—, a
veces es muy duro con ella.
Quise decirle que no, que al menos ese castigo era bien merecido,
pero nunca me gustó inmiscuirme en asuntos familiares, Sandy llegó
a la mesa sonriendo un poco más, se sentó al lado de su hermano
para abrazarlo constantemente, me di cuenta que Sebastián era más
cariñoso con ella que Santi, pero estaba claro que a los dos los
dominaba de la misma forma, con berrinches.
—Le estaba diciendo a Sebas antes que llegaran, que debemos hacer
algo por el cumpleaños de Santiago, aunque no me quiera como yo a
él, es mi hermano y
—Princesa no digas eso, todos te queremos —dijo Sebas antes de
besar su frente—. No quiero ser aguafiestas, pero sabes que Santi
siempre asiste a la subasta, y luego a casa, no le anima mucho
celebrar.
—Pero ahora es diferente, no le ha dicho a mi papá lo de ustedes —
apuntó a Manu y a su hermano—, está menos gruñón, podemos
proponerle ir a una fiesta, algún club nocturno, algo divertido.
—¿No aprendiste nada? —preguntó irónico Sebas.
—Sebas —Manu lo calmó acariciando su brazo—, la idea de Sandy es
buena, podemos salir después de la subasta, Valentina puede
convencerlo, ella tiene el poder.
Todos rieron menos Sandy, que de repente dejó de verme con
cordialidad, intenté no hacer ningún comentario que complicase la
situación, pregunté actuando como si no supiera cuándo era su
cumpleaños, después pedí que me explicaran un poco acerca de esa
subasta de la que habían hablado y de la cual no entendía nada.
Sandra se encargó de contarme acerca de ella, la hacían todos los
años por el cumpleaños de Santi, todo lo recaudado era donado a
causas benéficas, su mamá había creado esa actividad a manera de
agradecimiento con la vida, le había costado mucho trabajo quedarse
embarazada por primera vez, por eso cuando nació Santiago estaba
vuelta loca de felicidad. Noté una melancolía profunda en la voz de
Sandy, me daba la impresión que tenía ganas de llorar, por ello
decidí cambiar el tema al instante, y sugerir lugares para celebrar el
cumpleaños del señor no tengo tiempo.
—¿Valentina cómo vas con el libro de Santi? —cuestionó de forma
repentina.
—Espero que pronto estemos discutiendo los detalles del contrato de
publicación, todo avanza lento a los tiempos de Santiago.
—¿Cuándo vas a tomar en cuenta uno de mis manuscritos?
—¡Espera un segundo! ¿el libro de Santi? —interrumpió Sebastián.
Explicarle de que iba todo aquello, me parecía un tanto inadecuado,
no sabía si Santiago quería mantenerlo en secreto, o si prefería el
mismo contárselo a su hermano, para mi buena suerte, Sandy decidió
hablar por mí, le contó rápidamente como llegué a ella y luego a
Santi. Sebastián escuchó sin hacer preguntas, pareció no tomarle
demasiada importancia al asunto, haciéndome sentir un poco
aliviada.
—No puedo creer que siga escribiendo —murmuró pensativo cuando
nos quedamos solos en la mesa, Manu y Sandy habían ido a una
tienda que estaba al lado a satisfacer el último capricho de Sandra.
—¿Por qué? ¿Tan mal lo toma su papá?
—Sí... pero no es por eso, es decir, Santi siempre obedece a papá, me
parece increíble que lo siga haciendo.
—Bueno, el libro del que hablamos no es reciente, Santi dice que lo
escribió hace años —respondí.
—¿Hace años? ¿Es el libro que le escribió a Nesa?
—¿Nesa? —era la segunda vez que escuchaba ese nombre.
—Sí ¿Cómo se llama el libro?
—Para Eva con amor ¿Quién es Nesa?
—¡Sí es el libro! No puedo creer que después de tantos
—¿Quién es Nesa? —insistí seria.
—Una novia o algo así que tuvo Santi —respondió, se llevó su café
helado a la boca, desviando la vista de mí.
—¿La que tú le presentaste? —recordé lo que me dijo Santiago,
necesitaba que me diera más respuestas.
—Sí —suspiró—, es una larga historia.
—Hazla breve, quiero saberlo todo.
Cuando me vio un poco asustado, le sonreí y le guiñé el ojo, quería
mostrarme relajada, todo lo contrario, a como me sentía, me ponía
nerviosa el asunto.
—¿Santiago no te ha hablado de esto?
—Nunca le he preguntado.
Se quedó callado por un par de segundos, parecía no estar muy
seguro de soltarme información.
—Yo estaba en el último año de la escuela, Nesa estudiaba conmigo,
un día hice una fiesta en casa y se conocieron, a Santi le gustó de
inmediato, comenzó a hablarle con mi ayuda, porque antes era
tímido con las mujeres, y no sé qué tanto pasó entre ellos luego, él
salía de vez en cuando con ella, estaba entusiasmado no lo sé... mi
hermano era extraño —dijo en un tono más bajo—, le gustaba mucho
estar solo, con ella se animó a salir de su zona de confort, luego quiso
formalizar algo y entonces ella lo rechazó, de una forma humillante
que lo dejó tan enojado que escribió un libro donde la ridiculiza.
—¿Ahh? —pregunté cada vez más confundida.
—Qué el libro es como una especie de venganza o algo así, no lo sé
porque nunca lo leí —respondió tranquilo.
—Pero...
No pude terminar la oración, Sandra llegó a la mesa riendo con dos
bolsas de la tienda en las manos, necesitaba terminar el estúpido
libro, todas mis dudas se iban a acabar cuando leyera hasta el último
capítulo.
Santiago me envió un mensaje unos minutos después, quería saber
dónde estaba, había llegado a mi departamento sin avisar, llevándose
la sorpresa de no encontrarme. Escribí la dirección de manera
automática, estaba demasiado distraída pensando en lo que había
dicho Sebastián.
Pensé que tal vez su rechazo a la publicación, tenía que ver con esa
decepción, me cuestioné si existía la posibilidad que le doliera aun lo
que hizo Eva, todo me confundía demasiado, hasta el punto que
preferí dejarlo a un lado, y concentrarme en el pastel de fresa a
medio comer que tenía en el plato.
Levanté la vista cuando Manuel que estaba hablando, se quedó
callado, todos miraban hacia el otro lado de la calle, donde Santi
esperaba para poder cruzar, lo miré de pies a cabeza encantada con
su aspecto, estaba tan hipnotizada que no me di cuenta cuando Sandy
se levantó de la silla.
—¿Qué hace Santi aquí? —preguntó haciendo una mueca de
desagrado.
—Yo lo invité... ¿No podía? —cuestioné con miedo al ver la cara larga
de Sandra.
—¡Obvio no! me castigó.
Se cruzó de brazo y se sentó de nuevo, dándole la espalda a Santiago.
—Lo siento, no sabía.
—Sí lo sabías —replicó de inmediato.
—No te preocupes, yo me encargo.
Sebastián me hizo sentir más tranquila, se puso de pie para ir a su
encuentro, verlos juntos era una delicia para la vista, tenían estilos
completamente distintos pero un atractivo demasiado parecido.
Sebastián pasó el brazo por los hombros de su hermano, mientras le
hablaba en voz baja sin dejar de caminar. Sandra me miraba con
ganas de matarme y Manu parecía no saber cómo ayudar con la
situación.
—¿Cómo estás? —saludó a Manuel estirando la mano—. Sandy que
gusto verte, yo que pensé que estabas en tu cuarto—dijo irónico
dándole un beso en la mejilla—. A ti si me da gusto verte —susurró
sobre mis labios, antes de darme un beso en los labios que no tuve el
valor de esquivar.
¿Debía mostrarme molesta por cancelarme?, con Santiago no sabía
cómo actuar, se sentó a mi lado y arrastró mi silla hasta que esta
quedó completamente pegada a la suya, como si esa cercanía no fuese
suficiente, puso su mano sobre mi pierna, mientras contestaba las
preguntas acerca de su papá que le hacía Sebastián.
—En el auto tengo el libro, cuando quieras podemos irnos para seguir
con nuestros planes —dijo en voz baja cuando todos conversaban
animados.
—Si quieres estar a solas conmigo, solo dilo, no es necesario inventar
excusas.
Soltó una risa sonora que llamó la atención de todos en la mesa, sin
dejar de reír acercó la cabeza a mi hombro, donde la apoyó mientras
el ataque no cesaba, sentí la mirada de Sandra sobre mí de manera
más intensa, cuando Santi besó mi hombro antes de incorporarse.
—¿No, nos comparten el chiste?
—Seguro no es apto para menores de edad —le respondió Sebas a su
hermana, que cada segundo parecía más seria.
Manuel estaba callado, un poco incómodo con la situación, así que me
animé a conversar con él, incluirlo en las charlas para que se relajara
un poco más, las cosas comenzaron a fluir y de repente nos reíamos
de los chistes que soltaba Sebas, Santiago pasó su brazo por mi
cintura, acercándome aún más a él.
La mirada de Sandra me intimidaba un poco, no sabía si estaba
enojada conmigo por decirle a Santi a donde estábamos, o por la
forma en la que estaba pegada a su hermano.
—¿Quieres que pida algo para ti princesa? —preguntó Sebas cuando el
mesero llevó otro café para Manu.
—Un violín, me siento rodeada de parejas y yo estorbando.
—Si te hubieras quedado en casa, no estarías sintiéndote así.
—¡Cállate Santiago! —levantó la voz enojada, ante el comentario cruel
que hizo su hermano.
Se puso de pie tomando la mano de Manuel, se llevó a mi amigo hacia
dentro del local sin decir una palabra.
—Eres un cabrón con Sandy —río Sebastián—, deberías de entrar a
buscarla y hacer corto el drama, ya sabes que, si la dejas así, se
pondrá peor.
—No debió salir sin mi permiso, no tengo porque disculparme.
—Se pondrá a llorar diciendo que no la quieres y me va a tocar a mí
arreglar todo, ve con ella —insistió.
Pero no fue necesario, Sandy apareció con un helado en las manos,
sonriendo con los ojos llorosos mientras hablaba con Manuel,
Santiago se disculpó sin muchas ganas, pero funcionó, ella comenzó a
sonreír más y a participar en la charla con todos.
—Creo que deberíamos irnos, quiero que terminemos el capítulo que
hace falta.
—Créeme que soy la más interesada en acabar el libro —interrumpí—,
pero me parece feo irnos así por así.
—Tenemos la excusa del libro.
—No es excusa.
—¿No había quedado claro que sí? —bromeó—, alejé su brazo de mi
intentando poner distancia, en respuesta comenzó a reír con soltura,
provocando que su hermanita no nos apartara la vista de encima—,
solo bromeaba.
—¿Seguro?
Lo miré a los ojos esperando su respuesta, sentía algo en el pecho,
como una especie de incomodidad que debió advertirme que algo no
olía bien con respecto a ese libro.
—Seguro —afirmó.
Fijó la vista en Sandra que estaba frente a nosotros, nos miraba
estudiando cada cosa que hacíamos, recostó la cabeza en el hombro
de Sebastián, al notar que Santiago había notado la forma en la que
nos miraba.
—Creo que de repente no le agrado —susurré solo para él.
—Te apuesto un beso a que cuando diga que nos vamos, pida irse con
nosotros.
—No nos vamos a ir.
—Acepta mi apuesta —propuso alzando una ceja.
—¿Un beso?
—Sí, un beso... me dejarás darte un beso.
No sabía si era uno de sus jueguitos mentales, o simplemente uno de
sus coqueteos inocentes, escuchaba las voces de Manu y Sebas, pero
no lo dejaba de ver a él, que tampoco rompía el contacto visual.
—Acepto —dije extendiendo la mano para sellar nuestra apuesta.
—Ha sido una tarde agradable, pero Valen y yo tenemos algo que
hacer —dijo poniéndose de pie.
—¿Se van? —preguntó Manu viéndome.
—Sí, tenemos algo de un libro pendiente.
—Yo quiero ir con ustedes —intervino Sandy.
Santiago me miró sonriendo con malicia, mientras su hermana se
ponía de pie también.
—Vámonos todos de una vez —dijo Sebas—, ¿Sandy por qué no vienes
con nosotros? seguro te vas a aburrir con ellos.
—Morirás de aburrimiento, vamos a leer un libro —aseguró Santiago,
sin disimular que no la quería llevar con nosotros.
—A mí me gusta leer.
—Yo te traje, ven conmigo, pasas más tiempo con Santiago que
conmigo.
—¡Lo estás ayudando!
—Sandy en mi departamento tengo lo que te prometí, ayer me lo
llevaron —interrumpió Manu.
Manuel se estaba ganando a su cuñada con regalos, y parecía que
funcionaba, todos salimos juntos de la cafetería, Sebastián se fue en
su motocicleta con Sandy y Manu se fue en la suya solo, antes de
subirme al auto de Santiago, esperé que cobrara la apuesta, pero no
lo hizo, se mostraba ansioso por irnos de una vez de ese lugar.
—Nunca te había visto tan entusiasmado por leer tu libro.
—No lo estoy —dijo sonriendo—, me entusiasma cobrar mi premio.
—Ven te doy tu beso —respondí siguiéndole el juego.
—Valentina, no dije donde quería besarte.
Giré el rostro hacia la ventanilla para no verlo, sentía que iba a
reírme por los nervios en cualquier momento, lo dijo con tanta
seriedad, que no había duda que no estaba bromeando, cerré los ojos
respirando profundo, para que el estremecimiento que me recorría,
no fuera tan evidente, aquello fue un error, porque mi mente
quisquillosa comenzó a bombardearme con posibilidades ¿Dónde
quería darme el beso?
Respiré profundo recostándome en el asiento, ignorando esa forma
en la que me estaba mirando, imploraba en silencio que no dijera
nada, todo lo que salía de la boca de Santiago me parecía provocador
casi siempre, no quería arriesgarme a enfrentarme a las
consecuencias de su mente perversa.
—¿No quieres saber dónde?
Escuchar esa pregunta con aquel tonito ronco e íntimo provocó que
mi corazón se acelerara al instante, volteé el rostro para verlo,
conducía con una sonrisa de satisfacción en los labios, me tenía
donde quería, acorralada, con la mente en blanco y perdiendo el
juego al que jugábamos siempre.
—No —dije con voz firme, oírme lo hizo reírse, cada gesto suyo refleja
una seguridad imponente.
—Ahí donde estás pensando —susurró acelerando.
—En la mejilla, que caballeroso eres, no esperaba menos de ti.
Negó riéndose a carcajadas, si él iba a jugar al listo, yo jugaría a la
tonta, de alguna forma tenía que asegurarme mantener las cosas a
como estaban, sin avanzarlas más, hasta entender de una vez por
todas, que pasaba con su libro.
Minutos después cuando se detuvo en el estacionamiento de mi
edificio, se quitó el cinturón de seguridad, y se acercó a mí sujetando
mi cintura, me besó de forma lenta, pero igual de intensa que las
otras veces, sus manos hacían presión en mis curvas, pero la tónica
del beso no cambiaba, seguía siendo controlada, suave, e igual de
adictiva.
—Cobraré mi premio hasta que lo pidas —susurró sobre mis labios.
—Espera sentado, no creo que eso pase pronto.
—Estoy seguro que pasará pronto —respondió soberbio.
Con un ligero temblor en las rodillas bajé del auto, tenía que
concentrarme en el libro y dejar de fantasear con el hombre que
caminaba a mi lado, pero me resultaba difícil, y más cuando él me
miraba de esa forma, ni siquiera se molestaba en disimular que me
desnudaba con los ojos, en teoría debí estar acostumbrada a sus
miradas intensas, pero él tenía la capacidad de sorprenderme
siempre.
Mientras subíamos intentaba recordar la última parte del libro que
leí con él, pero en mi mente todo era confuso, cuando abría la puerta
de mi departamento, los chicos salieron del elevador, tenerlos tan
cerca nos iba a mantener enfocados en la lectura, estaba segura que
Santi no se iba a animar a acercarse demasiado, con sus hermanos en
el departamento de al lado.
Dejé mis cosas sobre una mesa, me saqué la chaqueta que llevaba
puesta y fui directo a la cocina por agua, miré de reojo como Santiago
observaba todo a su alrededor como siempre, luego escuché su risa,
esa que se había vuelto tan cotidiana.
—¿Qué es gracioso? —pregunté caminando hacia él.
—Esto —respondió mostrándome la bolsa de la tienda de lencería, de
sus dedos colgaba un sostén de encaje que parecía haber examinado
bien— ¡Vaya! que te tenemos por aquí.
—Dame eso
Levantó el brazo evitando que le quitara la bolsa, hacía el ridículo
intento de saltar para alcanzarlo, pero no lograba, sujetó mi cintura
con su brazo libre, pegándome con total descaro a su cuerpo.
—Estas llena de sorpresas —susurró con un tono de voz ronca que
hizo que apretara las piernas.
—Te faltan muchas por conocer —respondí evitando a toda costa
mostrarme intimidada.
Su agarre se hizo más fuerte, tiró la bolsa al piso para encerrarme
con ambos brazos, el jadeo que salió de mis labios fue incontrolable,
su boca apenas rozaba la mía, pero mis pulsaciones ya estaban
alteradas.
Acortó la casi nula distancia entre nosotros, para besarme sin ningún
tipo de contención, me aferré a su espalda correspondiendo sin
pensar, mordía mis labios suavemente, sumergiéndome en el deleite
de sus caricias, sus brazos, su aliento, su aroma.
Anestesiada por todas las sensaciones que me recorrían, dejé que
hiciera de aquello algo más profundo, me empujó sobre el sillón para
luego cubrirme con su cuerpo, mi respiración se cortó, al percibir sus
manos abriendo los botones de mi camisa, la temperatura subió de
un segundo a otro, sentía que me asfixiaba entre besos y caricias.
—El libro... el libro —repetí al sentir sus besos cerca de la oreja, me di
cuenta que pensaba en voz alta, mi conciencia estaba queriendo
frenar los deseos de mi cuerpo—, Santiago para —supliqué en voz
baja, quería recoger el valor para hablar con autoridad, pero
simplemente se me estaba haciendo difícil—¡Santiago!
Cortó el beso con una lentitud desesperante, nuestras respiraciones
agitadas eran en lo único en lo que podía concentrarme, apoyó su
peso en los brazos alejándose un poco más, deslizó la vista por mi
cuerpo aún bajo el suyo, me sentía expuesta, quise cubrir mis pechos,
cerrar mi camisa que estaba completamente abierta, pero mis manos
continuaban en su espalda.
—¿Aún no me he ganado otra oportunidad?
Negué al oírlo, su pregunta me hizo sentir molesta en segundos, no
había hecho un solo mérito conmigo, incluso me había plantado de
nuevo, empujé sus hombros para que se me quitara de encima, me
miró con un gesto de confusión en el rostro, no era tan listo después
de todo, cerré los botones de mi camisa dándole la espalda, cosa que
lo hizo reír, pero a mí no me importo nada.
—Las oportunidades se ganan y tú lo único que has hecho es perder
puntos conmigo.
—Valen solo bromeaba —dijo en un tono más tranquilo, se acercó
para abrazarme por la cintura, provocando que un suspiro profundo
escapara de mis labios—. Necesito hablar en este momento con la
señorita Rincón, para poder concentrarme en el libro que debemos
terminar.
Asentí aun sintiendo el corazón acelerado, retiré sus manos de mi
cintura y me alejé un par de pasos. Necesitaba enfriar mi mente y mi
cuerpo, y tenerlo cerca no me ayudaba en nada.
—Dame un minuto —pedí aún sonrojada.
Tomé agua mientras contaba mentalmente hasta diez, esforzándome
por dejar de pensar en él sobre mí, en sus manos estrujando mis
pechos, en su lengua lamiendo mi cuello.
—¿Quieres comenzar ya? —preguntó alcanzándome en la cocina.
—Sí, estoy lista.
Apenas vi sus ojos, dudé de mi respuesta, me ofreció su mano que
tomé con temor, y no precisamente a él, sino más bien a lo que
producía en mí.
Lo noté alterado también, me resultaba confortable saber que nos
afectábamos de la misma manera. Nos sentamos en el mismo sitio
donde juntos habíamos perdido el control, tomó el libro que había
dejado sobre una mesa y lo abrió en las últimas páginas.
Me centré en su voz, en esas primeras líneas que leía, poco a poco
recordaba cortos pasajes del capítulo que leyó la última vez,
comenzaba a atar cabos, a seguir el hilo de la lectura, cuando tocaron
el timbre.
—¿Esperas a alguien? —preguntó serio.
—¡Santi! —sonaron los gritos de Sandra tras la puerta.
Resoplé molesta dejándome caer sobre el respaldar del sillón, él se
puso de pie para abrirle a su hermana, que entró agitada, nerviosa y
balbuceando el nombre de su gata.
—¿Se volvió a escapar? —me levanté del sillón para acercarme a ellos
y que alguno respondiera mi duda.
—Santi tenemos que irnos, puede estar enferma no lo sé, Constanza
dice que no quiere salir del closet y que maúlla con dolor.
—Estoy ocupado de verdad, pídele a Sebastián.
—No quiere, por favor Santi, por favor, tú sabes lo importante que es
para mí.
—No puedo, había quedado en algo con Valentina —contestó frío.
—Valentina entiende ¿cierto Valen? —preguntó con un repentino tono
de confianza.
No entendía, o más bien no sabía si era cierto, o era una excusa para
alejarlo de mí, Santiago me vio fijamente, esperando una respuesta,
finalmente asentí queriendo ser compresiva, Sandra desesperada por
irse, tiraba de la mano de su hermano, que le pidió que esperase en el
auto.
Cuando estuvimos solos, me besó con dulzura, casi con temor,
susurró un: nos vemos mañana, que no le creí y después salió
apresurado.
Regresé al mismo sillón donde estábamos, no quería retrasar más la
lectura del libro, pensé que todo estaba perdido hasta que vi a mi
lado el libro de Santiago, lo había dejado olvidado. Aquello era una
señal divina, me parecía fantástico leer la versión que leía Santi para
mí.
Me preparé un café, unas tostadas y me fui a mi cama buscando un
poco más de comodidad, abrí la primera página con dudas, no sabía
si comenzarlo o leer hasta la parte que estaba marcada, me costó solo
un par de segundos decidirlo, venciendo mi pereza, comencé el
primer capítulo.
Por primera vez no tenía sueño mientras leía, a pesar que no era
rápida leyendo, continuaba animada, los cuatro primeros capítulos
los recordaba a la perfección, a mi mente venía el tono que usaba
Santi mientras leía, o el sitio donde estuvimos mientras lo hacía, no
fue hasta que llegué al capítulo seis, que comencé a notar que no
reconocía esas líneas. ¿Dónde estaban esos pensamientos eróticos de
Tony, el protagonista?
Cuando iba por el capítulo diez, me detuve para hacerme otro café,
no iba a dormirme, no hasta terminarlo, sentía una punzada en el
pecho, de esas que me atacaban cuando había algo que no quería
saber, pero continúe, solo para comprobar que había capítulos
enteros que Santiago nunca había leído, que las escenas llenas de
sensualidad simplemente no estaban, la historia era completamente
otra.
Tony estaba enamorado de una chica, Eva, que le parecía
inalcanzable, después de conocerla y hacerse su amigo hacía intentos
para conquistarla, pero ella solo lo esperanzaba, si había dos escenas
con alto contenido erótico, en donde el protagonista fantaseaba con
Eva, pero no se comparaban a las cosas que leía Santi para mí.
No podía parar, cuando mis ojos se cansaban me detenía solo por
unos minutos, en el transcurso del libro, Tony va entendiendo que
idealizaba a Eva, con actos demostró que no era más que una frívola
e inmadura que no le importaba usar a los demás para obtener algún
beneficio, reía cuando las cosas le comenzaron a salir mal a la
protagonista que más bien era la villana, pero aun así no dejaba de
sentir confusión y molestia, con el autor del libro.
Molestia que se transformó en rabia, me faltaban cinco capítulos
para terminarlo, Santiago había estado jugando conmigo por casi dos
meses, todo lo que leía para mí, no tenía nada que ver con su
historia. Laura tenía razón, habíamos leído libros completamente
diferentes.
Pensé en todo el tiempo que perdí por sus citas de lectura, los planes
que había hecho referente a ese libro, mis respuestas a Laura cuando
me preguntaba sobre su publicación, tuve que detenerme un minuto,
quería arrugar cada página de ese libro, me pregunté una y otra vez
como no pude darme cuenta antes que algo raro estaba ocurriendo.
Culpé mi debilidad por Santiago, culpé a la constante excitación de
mi mente cada vez que estábamos juntos, era incapaz de pensar
porque me envolvía en su neblina lujuriosa, bajaba mis defensas,
adormecía mi sentido común. Por eso nunca fui capaz de mirar más
allá, de escuchar con atención que era eso que leía para mí, nunca me
interesó de verdad la historia que estaba detrás del erotismo de sus
líneas.
Entre lágrimas leí el final del libro, Tony había hecho caer en su
propia trampa a Eva, leyó una carta, un poema donde exponía todos
sus defectos y se burlaba abiertamente de ellos, él se convirtió en el
chico seguro que ganó usando su inteligencia, ella en la chica bonita
pero vacía, que dejó escapar lo que pudo haber sido el romance de su
vida.
No lloraba por lo emotivo de aquel final, lo hacía porque me sentí
identificada con la tonta de Eva, no fui lo suficientemente lista para
darme cuenta que me tendía una trampa, Santiago me quería en su
cama y preparó el terreno con aquellas lecturas, estaba convencida
de ello, tanto que no necesitaba que él me explicase algo, jugó no solo
conmigo, sino también con mi trabajo.
Jamás me sentí tan torpe como aquella madrugada, en la que me di
cuenta que todo era una falsa, mi vida no iba bien como yo pensaba,
nadie me tomaba en serio, ni siquiera yo misma, muchos menos
Santiago. Solo fui la tontita que quería publicar su libro y que fue
fácil engañar con juegos.
El sol estaba saliendo cuando encendí mi computadora, había pasado
la noche entera en vela, pero necesitaba escribir aquel análisis que
formaba parte de nuestro trato, la reseña y las razones por las cuales
el libro me parecía tan bueno, como para ser publicado.
Mis dedos nunca se habían movido tan rápido, mientras escribía
sintiendo esa mezcla de emociones, no dejaba de pensar en qué era
yo para Santiago, por qué había aceptado nuestro trato, por qué
también perdía su tiempo.
Estaba decidida a enfrentarlo, solo por el hecho de verlo acorralado,
no quería explicaciones, aunque tuviera todas esas dudas.

***

—Valentina, Valen te estoy hablando —repitió Laura usando un tono


más fuerte.
Levanté la vista para mirar a mi alrededor, estaba en mi oficina que
esa mañana de lunes parecía más pequeña de lo que era realmente,
me ahogaba entre esas cuatro paredes.
—No dormí bien.
—Me acabas de decir que pasaste todo el domingo dormida, seguro
por eso no lograste conciliar el sueño... Pero debes despejarte, hay
que checar los detalles de la maquetación y...
La voz de Laura se volvió un leve murmullo al mirar su nombre en la
notificación de mensajes, había sido una mala idea encenderlo, el día
anterior lo había apagado en cuanto terminé con la reseña, quería
calmarme antes de enfrentarlo.
—¿Te puedo ayudar en algo? estás extraña.
—Solo muy enojada, y nunca lo he estado tanto.
—¿Necesitas mi ayuda?
—Imprime esto por favor —pedí entregándole el USB donde había
guardado lo que pensaba tirarle en la cara.
Soñé contigo toda la bendita noche, soñé tanto que desperté exhausto,
espero que tampoco hayas podido dormir bien, no es justo que solo a
mí, me quites el sueño.
Leer su mensaje fue el detonante de mi enojo, y lo que me impulsó a
mover mi trasero y acorralarlo con lo que había descubierto, me
levanté de la silla sintiendo como la temperatura de mi cuerpo
cambiaba, sabía que no era bueno enfrentarlo así de alterada, pero
no podía calmarme y tampoco lo quería.
Abrí la puerta de mi oficina y me topé con Laura, le quité de las
manos la carpeta que llevaba para mí, le agradecí por educación,
porque no tenía deseo de hablar con nadie.
—¡Ahora no! —dije a Anita que me llamaba desde el pasillo.
Encontré un taxi apenas salí de la editorial y en menos de veinte
minutos ya estaba en el Primé, me ardía el estómago, sentía mi pulso
en las sienes, me recorría una rabia que pocas veces había
experimentado. Miré la carpeta que llevaba en las manos sin tener la
mínima duda de lo que iba a hacer.
—Señorita Rincón ¿tiene una cita?
—Necesito ver a Santiago —anuncié sin detenerme.
Se puso de pie para seguirme creyendo que iba a detenerme, no
toqué, abrí las dos puertas y entré con seguridad a su oficina.
—Valentina —mi nombre salió con sorpresa de sus labios.
Estaba con su asistente y otro sujeto que nunca había visto.
—Necesito hablar contigo.
—¿Puedes esperar unos minutos? —preguntó serio— estoy tratando
un asunto impo
—No puedo, quiero hablar ya contigo —dije en voz alta.
Las dos personas que lo acompañaban se vieron entre sí, para luego
ponerse de pie, Santiago se quitó los lentes, aflojó el nudo de su
corbata, y acarició el puente de su nariz, las puertas se cerraron, él
buscó mi mirada.
—¿Se puede saber el porqué de esa manera de hablarme?
—Primero quiero saber por qué me mentiste tanto... ¡Creíste que
nunca me iba a dar cuenta! ¿Quién te crees para tomarme como tu
tonta? —había comenzado a hablar con control, pero no pude
terminar ni dos frases sin alterarme.
—¿De qué hablas?
—De esto —tiré en su cara la carpeta que llevaba—, ahí está la crítica,
la reseña y las razones que tiene la editorial para querer publicarte.
¡Terminé tu maldito libro! pero el de verdad, no el que tú leías para
mí '¿Me crees tan imbécil como para no enterarme jamás de lo que
hacías?
—Valentina cálmate por favor —pidió tranquilo, incluso lo vi sonreír
como si nada.
—No estabas leyendo Eva, estabas leyendo algo que no tenía nada que
ver con la historia verdadera, ocupaste mi tiempo, mis energías, mi
disposición para jugar al pervertido conmigo... ¿De qué mierdas te
ríes? —grité al verlo a la cara.
—Tranquila.
—¿Tranquila? ¿No te das cuenta de lo que hiciste? Santiago ese libro
era mi proyecto más fuerte, me hiciste perder tiempo el maldito
tiempo que tanto te importa a ti. ¡Jugaste conmigo haciéndome creer
que nuestro trato era de verdad!
—Tampoco es así... Valen —suspiró.
—Valentina para ti.
—Valentina, lo siento, las cosas no son tal a como las dices.
—¡Teníamos un trato! ¡Un trato de trabajo!
—Habíamos quedado que el libro era una excusa —soltó con ese
tonito estúpido arrogante.
Quería llorar a causa de la rabia, aceptaba que todo había sido un
juego, apreté los labios para no soltar un sollozo, en definitiva, eso
era yo para Santiago, una especie de juego, una mujer que no se
tomaba en serio, ni siquiera respetó mi trabajo. Ese que él sabía que
me costaba tanto.
—¿Estás llorando?... Valen preciosa
—¡No te me acerques!
Se detuvo al escuchar el tono exigente que usé, sobre el piso estaba la
carpeta que había lanzado, me acerqué intentando controlar mi
respiración, la tomé de nuevo para ponerla sobre su escritorio.
—Lo peor de todo esto, es que tu libro si vale la pena, es una lástima
que seas tan idiota como para no darte cuenta, ahí está todo lo que
pediste, yo sí cumplí mi parte del trato, gracias por hacerme perder
tiempo, espero que nunca hagan algo así con el tuyo.
—Valentina no te vayas así ¡Espera! —gritó cuando abrí las puertas.
Mis zapatos hacían ruido mientras avanzaba a paso rápido, escuché
como me llamó desde afuera de su oficina, un par de caras curiosas
giraban la vista hacia mí, pero en ese momento no me importó nada.
Regresé a la editorial sintiéndome más alterada, Anita me vio llegar,
pero no intentó abordarme, estaba convencida que la rabia que había
en mis ojos la mantuvo alejada. Mi teléfono sonaba y sonaba, él
insistía, pero no estaba dispuesta a ceder. Lo apagué apenas entré a
mi oficina, Santiago no era consciente de lo mal que me sentía por lo
que había hecho.
Permanecí encerrada en ese espacio que por ese día se convirtió en
mi cueva, no salí a comer, no atendí llamadas, hasta le pedí a Laura
que me dejara sola por un momento. No quería verlo, no podía
hacerlo, cuestioné lo que hacía en la editorial, incluso contemplé la
posibilidad de renunciar. Era un desastre, mis planes se tambaleaban
ante la debilidad en la que estaban creados.
—Valentina, ya es tarde, no puedes quedarte aquí —escuchar la voz de
Laura fue lo único que hizo que levantara la cabeza, asentí mientras
acomodaba mi pelo, viendo como Lau se acercaba— ¿Es por lo del
libro, ¿no? ¿No pudiste convencer al autor?
—El autor es un imbécil, un estúpido que no tiene idea cuánto
esfuerzo he hecho por su libro, un arrogante de mierda, un
—Qué bonito hablas de mí.
Las dos giramos el rostro en dirección a la puerta al escuchar esa
voz, Laura se levantó de golpe, lo miró a él, luego a mí, y comenzó a
balbucear una serie de cosas que no entendí con claridad.
—¿Señorita podría dejarme solo con la Licenciada Rincón?
—Laura no te vayas —la detuve cuando estaba cerca de Santiago.
—Le prometo que no tardamos mucho —se dirigió a ella, le guiñó el
ojo y consiguió sonrojarla.
Laura salió sonriendo y él entró con esa actitud de cabrón que
lograba siempre lo que deseaba. Me mantuve de pie tras mi
escritorio, con los brazos cruzados y mi mejor cara de psicópata
enojada.
—Así que arrogante de mierda.
—También te llamé estúpido, e imbécil.
—¿Por qué tanta agresividad conmigo?
—Todavía lo preguntas —reí irónica— Santiago pasé meses esperando
terminar ese libro, cumpliendo con mi parte del trato para que
pudiéramos hablar del maldito acuerdo de publicación, te burlaste de
mi trabajo.
—Lamento mucho esto, no pensé jamás que lo tomarías de esta
forma... Yo no me burlé de tu trabajo.
—¿Qué se supone que hiciste? ¡Me hiciste creer que estábamos
leyendo tu libro! ¿Qué mierdas me leías?
—Valentina no grites.
—¿Qué mierdas me leías?
—Valen.
—¡Responde!
—Comencé a leerte el libro de verdad, pero... fragmentos y pasajes de
los capítulos, con —se quedó callado con la vista fija hacia el piso, y
las manos en los bolsillos—, no lo sé, cosas que se me pasaban por la
mente, pensamientos, que... Valentina no pensé que fuera algo malo,
no pensé
—¿No pensaste que lo iba a tomar mal? Santiago tu libro es mi
trabajo, yo cumplí con el trato y tú lo mandaste a la mierda.
Reconociste que todo fue una excusa.
—Valen —susurró mi nombre— no sé cómo explicarlo, no quería jugar
contigo o tu trabajo.
—No quiero hablar contigo, no hasta que no me digas que pensabas
hacer cuando se acabara el libro, el que supuestamente leías.
—Voy a leer tu crítica, voy a leer todo lo
—¡No Santiago! —interrumpí— solo quieres congraciarte conmigo, si
querías acostarte conmigo no era necesario esté jueguito.
—Valentina tampoco es así —negó serio—, yo no acepté el trato por
acostarme contigo y
—¿Entonces?
—Deja de interrumpirme —levantó la voz—. Me gustaste, tal vez eso
tuve que ver con que aceptara, pero no solo era eso, me gustó la
manera en la que insististe, me gustó hablar contigo, me
—¿Y por eso comenzaste a leerme escenas sexuales en cada cita de
lectura? ¿Por qué te gustaba hablar conmigo hacías eso?
—No, Valen, no... esto es difícil, acepto que me divertía como te
sonrojabas, me gusta ponerte nerviosa, es parte de este juego entre
nosotros, pero es algo que surgió en el camino, yo no propuse el trato
para poder acostarme contigo.
—¿Tenías la intención de sopesar lo de la publicación? ¡Se honesto!
—No —susurró—, no quiero que ese libro salga a la venta.
—¿Entonces? —grité.
—Lo del trato era para pasar tiempo contigo.
Los dos nos quedamos callados, con la mirada fija en el otro, mi
enojo persistía, no quería verlo, no quería oírlo más.
—¿De qué libro son todas esas cosas me leías?
—De ninguno, solo... son pensamientos, no
—Vete —pedí en susurros—, necesito tranquilizarme, estoy demasiado
enojada, no puedo seguir hablando contigo sintiéndome de esta
forma.
—Lo siento —repitió intentando acercarse.
—Santi vete por favor.
Giró hacia la puerta y salió sin decirme nada más, espere diez
minutos recostada sobre la pared, esperando que aquel arranque de
rabia mermara, tomé mis cosas, acomode mi pelo y salí al pasillo
vacío, no había nada en la editorial o eso creí hasta que vi a Martín
esperando el elevador.
—Pensé que era el único aquí —comentó al verme— ¿Qué tal tu día?
—Horrible —respondí sin ánimos de seguir hablando.
Bajamos en completo silencio, agradecí que no intentara establecer
una conversación, solo quería llegar a casa y meterme en mi cama.
Salió caminando a mi lado del edificio, con el mismo paso lento que
yo llevaba, me detuve cuando vi el auto de Santiago, tomé su brazo
para que no avanzara y me miró desconcertado.
—Martín necesito que me lleves a mi casa, por favor —agregué.
Estaba harta, no quería gritar más, solo quería irme.
—Claro, con gusto —sonrió.
Caminé a su lado en busca de su camioneta, ignorando a Santiago que
había salido del carro al darse cuenta de nuestra presencia.
—Adelante señorita —dijo abriendo la puerta.
—¡Valentina!
—No le hagas caso, vámonos —le pedí a Martín.
—Valentina no puedes irte así.
—Mira como lo hago —cerré la puerta con fuerza dejándolo como
idiota en el estacionamiento de la editorial.
w w

Tenía una rutina con mis plantas que casi nunca descuidaba, un poco
de agua cada diez días, y el tiempo en aquella pequeña ventana bajo
los rayos de sol, por varias horas al día, tomé la suculenta evitando
verla con más atención, una diminuta planta, en una coqueta maceta
rosa me recordaba a él.
Estaba pasando por la etapa: sigo enojada contigo, pero quiero verte,
cualquier cosa por mínima que está fuera, me recordaba la existencia
del arrogante mentiroso, y pervertido Santiago Sada, era normal
estar pasando por todas esas emociones, apenas habían pasado cinco
días de
nuestra gran discusión, y la molestia que sentía seguía ahí, latente
pero muy anidada en mí.
Me concentré en mi cactus más antiguo, había sido un regalo de papá
que aprecié mucho cuando lo recibí, estaba pensando en llevarme un
par de plantas a mi oficina, necesitaba a como diera lugar sentir ese
sitio mío, porque después de tantos problemas, sentía que no merecía
estar ocupando ese espacio. Las dudas sobre mí, me asaltaron en
medio de los últimos detalles para el nuevo lanzamiento, no pudo
juntarse todo en peor momento.
Mi teléfono sonó cuando me lavaba las manos, era inevitable que el
corazón se me acelerara pensando que era él quien llamaba, me
sentía estúpida por ese repentino entusiasmo
disfrazado de enojo falso, mi mente decía ojalá que no se le ocurra
llamarme, mientras por dentro esperaba que intentara contactarme.
De Santiago no había vuelto a saber nada desde nuestra discusión, no
me había llamado, ni escrito, ni buscado, mi orgullo le manda saludos
al tuyo, era la frase que nos calzaba a la perfección.
Yo seguía pensando que él había hecho algo muy malo, él seguía
dolido por haberlo dejado así en el estacionamiento, Sandra que no
podía creer que estuviéramos enojados, me escribió para contarme.
Me sequé las manos para atender la llamada, era Laura, había
quedado llegar temprano a la editorial, pero no pude levantarme a
tiempo, rechacé la llamada y le escribí un mensaje justificando mi
ausencia, mis clases, como siempre mi excusa perfecta.
Me resultaba cómodo todo aquello, encerrarme en mi departamento,
imaginando como podría mejorar mi vida, sin hacer nada para
lograrlo, sabía que estaba fallando en la editorial, pero no hacía nada
para remediarlo, estaba dejando que la pereza ganase terreno, estaba
sintiéndome derrotada antes de tiempo, un correo de Rodrigo me
hundió más en mis problemas, necesitaba para la semana próxima
las nuevas propuestas de publicación.
La editorial estaba vendiendo muy bien los dos libros que habíamos
lanzado, y la preventa del próximo era todo un éxito, aunque aún no
estaban publicados todos los que habían sido seleccionados,
necesitaba el avance de nuestros nuevos libros. Sabiendo que no
podía continuar así, descuidando mi empleo y mis materias
pendientes, salí de la
cama y me decidí a empezar ese día, aunque fuese ya media tarde.
—Licenciada Rincón, que gusto tenerla por acá —soltó irónica Anita al
verme entrar al piso de la editorial.
—Gracias Ana, que amable eres —respondí con su mismo tono falso.
No me detuve ni por medio segundo, seguí mi camino hacia mi
oficina, dando pasos seguros, a pesar de sentirme incómoda con el
vestido corto que llevaba puesto.
—Te estaba esperando —dijo Laura preocupada—, Alfredo quiere que
le enviemos el detalle del presupuesto asignado a Mi príncipe verde.
—Se lo envié la semana pasada, lo que está haciendo es tratar de
presionarme.
—Pidió que lo revisaras ¿No lo hiciste?
Me senté en mi silla sintiendo que era incapaz de hacer algo bien.
—Revisarlo me va a llevar horas.
—Te voy a ayudar, no te desanimes —sonrió Laura, quería ser así de
positiva pero no se me daba—, Valen, pero ya deja de lamentarte y
pongamos manos a la obra.
Observé como hizo espacio en un lado de mi escritorio para poner su
laptop, le envié el archivo por correo y en cuestión de minutos ambas
estábamos revisando hasta el último detalle, terminamos cuando yo
no había nadie en todo el piso, me parecía necesario invitar a cenar a
Laura, no solo era agradecimiento por todo lo que hacía por mí,
quería conocerla un poco más, compartir con ella en otro ambiente
que no fuera el laboral.
Aceptó de inmediato mostrándose animada por esa improvisada
salida nocturna, juntas esperamos un taxi para que nos llevara a un
restaurante italiano, que estaba cerca de la editorial, en un silencio
que ella se atrevió a romper varios minutos después.
—Estoy segura que cuando Alfredo revise todo se va a dar cuenta que
esta vez sí hiciste las cosas bien, te apegaste al presupuesto, incluso
hiciste propuestas para disminuir los costos.
—Las hiciste tú —respondí pensativa.
—No Valen, yo redacté tus ideas, todo lo que estaba en ese papel era
lo que tu dijiste, con palabras más serias... Tienes que confiar más en
ti, en serio hay talento en ti para todo
esto que estás haciendo.
No era la primera vez que alguien me decía eso, pero esa noche me
sentí confortada por las palabras de Laura. De vez en cuando todos
necesitamos un empujón y a veces llega de
quién menos se espera. La comida estaba deliciosa, la confianza fluía
despacio entre las dos, me animé a hacerle preguntas más personales
que respondió sin titubeos, en cambio cuando llegó mi turno de
responderle a ella, lo hice intentando guardarme muchos detalles.
Regresé a mi departamento casi a las nueve de la noche, dispuesta a
descansar para comenzar el día siguiente con una mejor actitud,
nunca conté con que mis vecinos iban a tener fiesta, y que dormir me
iba a resultar muy difícil.
La mañana siguiente comenzó siendo extraña, tenía una corazonada,
una sensación persistente de haber olvidado algo que no entendía,
llegué a la editorial antes de las nueve de la mañana, eso era
madrugar para mí, contenta, motivada y decidida a ocuparme por
completo de todos mis pendientes, estaba tan de buen humor que
incluso saludé a Anita.
—Ya estoy aquí —anuncié abriendo la puerta, Laura ya me esperaba
en la oficina—, dormí poco, pero traigo toda la energía del mundo.
—Me parece genial porque debes enfrentarte a don Rodrigo.
—¿Qué? —pregunté preocupada.
—Valentina todos piden Para Eva con amor, en cada publicación en
cualquier red de la editorial, nos bombardean con preguntas, Rodrigo
cree que estás cerrando el trato y...
—No tengo nada —interrumpí—. Y tampoco la posibilidad de
convencer al autor.
—A mí me pareció tan encantador —dijo sonriendo, me puse de pie
para caminar por el corto espacio, intentando pensar en algo que
decirle a Rodrigo—. No sé, pero es tan guapo, parece sacado de un
libro, de uno de esos donde el protagonista es rudo en la cama y
sensible con su amada, es tan
—Laura despierta —troné los dedos casi frente a ella—, es un
arrogante de mierda, se cree más listo que todo el mundo y es un
desconsiderado de lo peor, me hizo perder tiempo sin tener
remordimiento de ello.
—¿No te parece atractivo?
—Sumamente.
—¿Y sexy?
—Arrogantemente sexy.
—¿Y te gusta?
—Sí... Quiero decir, no... Laura me pusiste nerviosa —comenzó a reír
al atraparme en mis dudas, le di la espalda para que no viera como
me sonrojaba, me sentía estúpida por reaccionar así, mi vista se
quedó fija en el calendario que colgaba de la pared— ¡Mierda! ¡Su
cumpleaños! es eso lo
que había olvidado.
—¿Tu cumpleaños?
—No, el del estúpido que me hizo perder tiempo.
—Tienes la excusa perfecta para iniciar otro nuevo acercamiento,
llámalo y felicítalo, algo tan simple te puede ayudar mucho.
—Eso no pasará —solté con seguridad.
Me negaba a buscar un acercamiento, ni siquiera permití que mi
mente fantaseara con ello, ocupé mi mañana entera con trabajo
después de todo tenía demasiado que hacer, comí con Laura en la
oficina que hacía chistes acerca de Anita, estar entretenida resultó
ser fácil.
—¿Tú sales de fiesta los viernes? —levanté la vista para ver a Laura
que guardaba sus cosas apresurada.
—Casi nunca salgo y este viernes precisamente no me parece buen
día para hacerlo.
—¿Por qué no sales Valen? te estás perdiendo los mejores años de
diversión.
La miré con curiosidad, a simple vista daba la impresión de ser una
chica tranquila, incluso tímida, me era raro escucharla hablar así.
—¿Tú sales mucho de fiesta?
—Antes sí —respondió sonriente—, ahora no lo hago tan seguido
porque me metí en problemas en casa por excederme en diversión.
—¿Sí?
—Sí, incluso me iba mal hasta en clases —suspiró—, tengo un año
tomando las cosas con más calma, poniendo en orden mis asuntos
académicos y tratando de vivir sin complicarme mucho.
—Laura, si te aceptaron como pasante fue por tus calificaciones y las
recomendaciones que trajiste de tus maestros ¿falsificaste eso?
—No Valen —río relajado—, me propuse mejorar en todos los aspectos
que estaba fallando y lo hice, aunque me ha costado trabajo, solo es
cosa de tener fuerza de voluntad. Pero aún me gusta la fiesta y creo
que sería bueno salir hoy.
Me quedé callada esperando que olvidara esa idea, aunque tal vez un
poco de diversión me iba a ayudar con el asunto de Santiago, no tenía
humor para algo así, incluso me sentía cansada después de haber
pasado todo el día sentada tras una computadora.
—¿Se puede? —sonó la voz de un hombre tras la puerta de mi oficina.
Laura y yo nos sobresaltamos, le hice un gesto para que abriera la
puerta que habíamos cerrado para comer a gusto sin ser
interrumpidas por nadie, sonrió con confianza haciéndome sentir
relajada, por un segundo pensé que el arrogante amargado estaba
tras la puerta.
—Valentina te traen algo —dijo haciéndose a un lado.
La cabeza de Martín se asomó antes de entrar a la oficina, levantó el
brazo mostrándome una mini suculenta en una pequeña maceta
dorada. Fruncí el ceño viéndolo confundida ¿De qué iba todo eso?
—¿Tú...
—No, no —río al verme sin palabras—, esto es para ti, lo dejó un
mensajero en recepción y me ofrecí a traértelo.
—¿Valen quién te regala plantas —preguntó curiosa Lau?
—Alguien que sabe que las amo.
Me sentí tensa sin saber por qué, miré mi teléfono esperando que me
llamara o me escribiera un mensaje porque estaba segura que eso lo
enviaba él, Martín se acercó para dejar la
maceta sobre mi escritorio y darme un pequeño sobre blanco con mi
nombre.
—También te dejaron esto.
"Me gustan las cosas a la vieja usanza", recordé que Santiago
siempre me decía eso ¿Qué hacía esperando un mensaje? Laura con
los ojos chispeantes esperaba que abriera el sobre, los miré a ambos
con una sonrisa, antes de disculparme y levantarme para ir al baño,
me costaba abrirme con la gente, no podía leer lo que sea que fuera
aquello con ellos presentes.
Bajé la tapa del retrete y me senté sobre esta, estaba nerviosa y
confundida con su detalle.
Solo quería recordarte cuánto te amo, lamento mucho lo de la última
vez, quiero verte pronto mi atolondrada favorita.
Papá
Me sentí estafada, aunque me llenó de gusto que mi papá tuviera un
detalle así conmigo, había decepción en mí. Malditos libros
románticos que me hacían esperar cosas que no iban a sucederme.
Me levanté de inmediato y salí del baño azotando la puerta, como si
ella me hubiera hecho algo, llamé a papá mientras caminaba por el
pasillo, respiré profundo antes de darle las gracias suavizando mi
tono de voz, cuando entré a la oficina aún hablaba con él, Laura le
señalaba algo en mi computadora a Martín y él asentía, parecían
concentrados.
Me despedí excusándome con mi trabajo, prometí ir a verlo pronto y
colgué intentando que mi rostro no reflejase lo decepcionada que me
sentía.
—¿Y quién es el noble caballero que te hace regalos tan tiernos? —Lau
no se aguantó la duda.
—Mi papá.
Me acerqué a ellos esperando ver qué era eso que hacían, le mostraba
lo que parecía ser el diseño de las páginas y ella asentía aprobando
todo.
—Creo que ya es hora de irme —dije buscando mis cosas—, ya terminé
con mis pendientes de hoy.
—Sí, solo estaba esperando que tú lo dijeras para irme también —
respondió Laura sonriendo.
—¿Las llevo?
Aceptamos de inmediato, quería evitarme la molestia de esperar por
un taxi, y se me antojaba seguir escuchando a esos dos hablar,
parecían muy comprometidos con su trabajo y aquello me motiva a
seguir sus pasos.
Habíamos recorrido la mitad del trayecto a mi edificio, yo era la que
vivía más cerca, por ende, sería la primera en llegar a su destino, mi
teléfono vibró dentro de mi bolso, sin dejar de poner atención a
Martín que hablaba con Laura de su trabajo de Dj desbloqueé mi
teléfono.
Hola
Las manos me temblaron al leer ese simple mensaje, tragué saliva
viendo como al lado de esa fotografía de una medalla decía:
Escribiendo
Lamento mucho todo lo que pasó, de verdad nunca fue mi intención
burlarme de ti, menos de tu trabajo, solo quería decirte que de verdad
siento mucho lo que hice.
Hola
Fue lo único que pude responder, porque de nuevo estaba
escribiendo.
Leí tu crítica, tu reseña y todo lo que hiciste, me impresionó tu
análisis, si quieres podemos reunirnos para que conversemos un poco
de ello.
Eso era una trampa, mi intuición me lo decía, un jueguito de esos
suyo, que siempre salía perdiendo yo, respiré profundo alejada de
aquella charla que mantenían dentro de la camioneta, y escribí un
mensaje de respuesta.
¿Quieres reunirte con Valen o con la señorita Rincón?
Con ambas
Respondió al instante, miré la pantalla, seguía en línea sin escribir
nada, lo imaginé esperando una respuesta, fui capaz de verlo sentado
con el teléfono en la mano, debía estar preparándose para la subasta,
era su cumpleaños y no lo había felicitado.
Santiago ¿Por qué quieres salir conmigo? Dame una razón para
entender todo lo que ha pasado.
Espere paciente que respondiera, mirando la pantalla del teléfono
fijamente.
Sabes que me resultas atractiva, tienes un sentido del humor feo que
me hace reír, siento que hay química entre los dos y nos entendemos
con facilidad, además te gusto de la misma
forma en la que tú me gustas a mí.
Leer su respuesta, me recordó un poco la arrogancia que había en él
y en cada cosa que decía, asentí a la pregunta que me hizo Laura que
no escuché del todo y volví a fijar la vista en mi teléfono.
Espero que tengas un bonito cumpleaños, éxito en todo.
Presioné enviar y me relajé sobre el asiento, para mi debía ser asunto
olvidado, por más trabajo que costase, si le hubiera hecho caso a mi
presentimiento, me habría ahorrado la molestia que me generó
descubrir lo del libro.
—¿En serio no quieres venir al club? la noche de viernes hay barra
libre, el ambiente es increíble.
—No, lo dejamos para el próximo mejor —rechacé a Martín que
impulsado por Laura insistía con invitarme a salir.
—Es una lástima que nos prives a todos de verte bailar.
Laura soltó una carcajada mientras yo solo sonreí por compromiso,
no estaba de humor para coqueteos y para mí lo que estaba haciendo
Martín era eso.
Me despedí de los dos, después de agradecerle a Martín por llevarme
a casa, les prometí una salida al cine el domingo, en la que habían
insistido tanto, y entré a mi edificio, viendo como el sol se había
ocultado.
Me iba a dar un baño, prepararme algo ligero de comer, estudiar para
el examen del lunes y dormir temprano, eso Valentina, eres una
buena chica —me felicitaba mentalmente.
No esperé el elevador, subí las escaleras buscando los auriculares en
mi bolso, al llegar a mi piso, noté que la puerta del departamento de
Manu estaba abierta, me apresuré por entrar al mío, no quería
saludar a nadie.
—¡Valentina! —cerré los ojos al oír la voz de Sebastián, ladeé el rostro
y le sonreí mientras se acercaba—, tengo días sin verte.
—El trabajo —me excusé.
—Te hace mal pasar tiempo con Santi.
—Si, por eso dejé de verlo bromeé con amargura.
Su teléfono sonó en ese justo momento, dejándome la posibilidad de
huir a mi encierro, posibilidad que aproveché, cerré la puerta cuando
dijo adiós moviendo la mano y me fui directo al baño, lo primero que
haría esa noche era pasar un rato largo bajo el agua caliente.
***

Sostenía la puerta con una mano y la toalla con la otra, los tres me
miraban juntando las manos como niños pequeños cuando quieren
algo, Sebastián era el más divertido con la situación, Sandra la más
insistente y Manuel el más molesto por mi negativa.
Me sacaron de la ducha con los golpes que daban en mi puerta, me
estaban invitando a ir con ellos a un club nocturno, Sandra que
supuestamente estaba en su casa castigada, no quería ser el mal
tercio de la pareja, por ello insistía en que los acompañase.
—Chicos de verdad, en otra circunstancia los habría acompañado,
pero estoy cansada.
—¿Valentina seguirás encerrada aquí sintiéndote mal por lo de
Santiago?
—¿Que te hizo Santiago? —preguntaron Manuel y Sebastián al mismo
tiempo.
Me negué a responder, si Sandra sabía algo era porque su hermano
se lo había confiado, de mi parte no hubiera hablado con nadie del
asunto, me sentía estúpida me resultaba vergonzoso dar detalles de
nuestro distanciamiento.
—Están enojados —respondió Sandra.
—Por eso estás siendo amable con ella —intervino Sebastián
desviando un poco el tema.
—Valen sea lo que sea que pasó no puedes quedarte encerrada aquí —
susurró Manu solo para los dos.
—Siempre me he quedado encerrada aquí.
—Vamos, ponte linda que nosotros te esperamos.
Respiré profundo antes de asentir, les cerré la puerta en la cara para
poder cambiarme tranquila, iría, pero quería que supieran que lo
hacía de muy mala gana. Me puse un vestido menos corto que el de
Sandra, que en su lucha por verse mayor se vistió de manera más
audaz, ellos seguían insistiendo con el timbre mientras yo gritaba
que me dieran un minuto, no encontraba uno de mis zapatos, y en el
apuro estaba dejando todo tirado.
—¡Ya estoy lista! —dije abriendo la puerta, los tres me miraron con
rostros cansados, yo ni siquiera quería ir, no podían culparme de
hacerlos esperar.
Subimos a una camioneta negra y elegante que conducía Sebastián,
tan espaciosa y cómoda que hasta busque la forma de acomodarme
para tomar una siesta.
—Valen se te ve el sostén —susurró Sandy.
Ambas íbamos en los asientos traseros, bajé la vista hacia mi pecho,
el escote de mi vestido era profundo de la parte trasera, había hecho
el intento de cubrir mi ropa interior pero no lo logré, miré hacia
adelante, Sebas besó la mano de Manu haciendo que este sonriera,
los dos iban sumergidos en su mundo, no notaron como me saqué el
brasier y lo guarde en mi bolso pequeño, acomode mis pechos y
Sandra asintió aprobando como había quedado.
—¿Cómo lograste salir de tu casa si sigues castigada?
—Mi papá está en la subasta —respondió riendo—, Santi también y
Sebas es mi héroe, mi hermano favorito —levantó más la voz—, me va
a llevar a un club —aplaudió.
—¿Por qué no fuiste a la subasta? —La odio —dijo fría.
Sacó su teléfono y comenzó a tomarse fotos, dejándome claro que no
le interesaba seguir hablando más del tema, no me molesté en
preguntar a cuál club íbamos, estaba viendo el camino pensativa,
escuchando de lejos como murmuraban conversando, Sebastián
estacionó el auto en un callejón oscuro, miré a mi alrededor asustada
para luego darme cuenta que ellos conocían muy bien el sitio,
saludaron al chico que parecía cuidar de los autos y hablaron de lo
lleno que estaba el lugar.
—Espera espera ¿estamos en un club gay?
Manu y Sebas comenzaron a reír, mientras Sandy suspiró cruzando
los brazos.
—¿Tú crees que me iba a llevar a un club donde pueda conocer a
algún chico al que le gusté? mis hermanos son idiotas —susurró
acelerando el paso.
—¿En serio por eso estamos aquí?
—Ella dice que solo quiere bailar, aquí puede bailar todo lo que
quiera, ningún imbécil caliente se le va a acercar —me respondió
Sebastián sonriente.
Miraba todo con atención mientras entrabamos, bajamos unos
escalones con luces púrpuras que nos llevaban hasta donde estaba
toda la diversión, a mi derecha sobre pequeñas tarimas había
bailarines moviéndose al ritmo de la música, Sandra estaba
boquiabierta, tuve que tirar de su mano para que siguiera bajando
conmigo. Manuel y Sebas saludaban a todo el mundo, parecían
clientes recurrentes del lugar.
—Finjamos que somos novias —gritó Sandy acercándose a mí—, para
sentirnos en ambiente —agregó riendo.
Tomé su mano para que no perdiéramos de vista a los tortolos que
nos habían olvidado, Sebastián movió las manos llamándonos a unos
cuantos pasos, nos señaló una mesa en
el área vip del lugar, cerca de la barra, con vista a la pista, y sin tanta
gente alrededor.
—¡Esto es de locos! —gritó Sandra entusiasmada.
—¿Qué van a tomar? —preguntó Manu mirándonos a las dos.
—Alcohol, lo que sea con alcohol a Valen tráele lo mismo.
Sebastián negó muerto de risa al escuchar a su hermana, acompañó a
Manu a la barra mientras yo me quedé escuchando a la escandalosa
de Sandy hablando de lo maravillada que se sentía.
—¡Por Santi! —gritaron todos al unísono, era la cuarta ronda de un
trago rosa que supuse era vodka.
Aquel brindis que se le ocurrió a Sebas, para celebrar a su hermano,
aunque fuese de lejos, me hundió en mi realidad, a mí me encantaba
Santiago y aunque no lo admitiera me hubiera gustado pasar su
cumpleaños con él.
—Quiero ir al baño... ven conmigo —pidió Sandy a gritos.
Estaba sobreexcitada, había bailado con Manu, con su hermano, con
dos chicos, parecía estar ebria y solo había tomado tres tragos.
—Me haré amiga de Manu, me conviene salir seguido con mi
hermano, Sebastián conoce todos los buenos sitios, ni siquiera me
pidieron identificación para entrar, y todo gracias a él —decía
mientras tiraba de mi mano para apresurarnos—, además a ellos les
conviene salir conmigo, así nadie le dice a mi papá que lo vieron con
otro hombre, ya sabes, les puedo servir de escudo. Creo que voy a
escribir una historia de dos chicas, me haría mucho más popular, me
siento inspirada de repente ¿Crees que me pueda ir bien? a lo mejor
esa sí la puedes publicar, ¡Es genial, no! ¿Estoy hablando mucho?
Negué abrumada señalándole un cubículo que acababa de ser
desocupado. Necesitaba dejar de escuchar su voz por largos minutos,
esperaba que tardara lo suficiente como para relajarme, me acerqué
al lavabo para verme en el espejo, saqué el labial para retocarme un
poco y fue ahí donde sentí como mi teléfono vibraba dentro de mi
bolso.
Dejé de escuchar la música, el ruido de las mujeres hablando dentro
del baño, solo podía ver la pantalla que reflejaba su nombre, caminé
hasta un rincón del baño en donde creí que iba a poder escucharle
con más claridad, acepté la llamada sin pensarlo y llevé el teléfono a
mi oído.
—¿Fue mi respuesta? ¿Mi respuesta fue el problema? —escuché su
voz a lo lejos por el ruido— Dime Valentina porque no sé qué
pensar y odio esta sensación.
—¿De qué hablas? —pregunté confundida.
—Tú me preguntaste porque quería salir contigo, yo te pregunto
si mi respuesta fue la causante que me mandases a la mierda de
una forma educada.
—¿Te mande a la mierda?
—Me respondiste feliz cumpleaños, éxito en todo, si eso no es
mandar a la mierda, entonces no sé qué sea —el tono arrogante que
siempre estaba en su voz, seguía ahí, pero
sentí distinta la forma en la que me hablaba, me recargué en la pared
sosteniendo el teléfono con una sola mano— Valentina nunca te
quedes callada.
—Yo te pedí respuestas primero, y no me las diste, te pedí razones
para entender todo lo que hiciste.
Escuché como suspiro con pesadez, se quedó callado unos segundos,
había ruido de música instrumental en donde él estaba, seguro seguía
en la subasta.
—No sé cómo explicarlo.
—Inténtalo Santiago —pedí exaltada.
—Hiciste fluir mi imaginación, mientras pasaba tiempo contigo
mi mente se soltó, quería escribir, quería sacar todo aquello que
pasaba por mi cabeza, necesitaba decírtelo no sé porque, todavía
no lo entiendo, mientras leía para ti y me mirabas con los ojos
soñolientos, me sentía impulsado a decirte todo lo que me
inspirabas, las historias que me creaba con solo verte.
Llevé mi mano al pecho mientras lo escuchaba, miré como Sandy
salió del baño y comenzó conversar con otra chica que se maquillaba.
—¿Sigues ahí?
—Continúa —pedí con voz débil.
—Valentina no pretendía herirte, ni burlarme de tu trabajo, solo
me deje llevar por esa sensación adictiva que sentía cada vez que
nos sentábamos cerca para leer el bendito
libro.
—¿No pensaste que me iba a enterar de todo? ¿En serio me creíste
tan ingenua? —pregunté dolida, contuve un sollozo, no entendía
porque sentía que iba a llorar, le hice un gesto a
Sandy para que me diera un momento, levantó el pulgar antes de
volver a conversar con la chica.
—Valentina no pienso, cuando estoy contigo no pienso —dijo con
cierto cansancio—, tampoco creo que seas ingenua o tonta, ya te lo
dije me dejé llevar, no pensaba en las
consecuencias solo en lo que me gustaba leerte y verte sonrojada
o sobresaltada... ¿Valen?
—¿Por qué quieres salir conmigo? y espero que guardes al
arrogante de mierda que vive en ti y no me digas que porque me
gustas y lo sabes.
Soltó una risa triste y suspiró una vez más, sentí eternos los
segundos mientras esperaba a que se animara a hablar.
—Me gustas tú a mí, me gusta como soy cuando estoy contigo, me
siento cómodo conmigo mismo y eso es complicado. Me pareces
graciosa, aunque tus chistes sean malos, tienes una sonrisa
contagiante, hasta tu poca habilidad social la encuentro
encantadora. Y sí que me gustes no es suficiente, estoy seguro
que eres una mujer muy lista, perezosa, pero
lista, tienes las agallas que no todos tenemos, y aunque me
llames arrogante de mierda, estoy convencido de que te encanto.
—No puedes estar tan seguro de ello —respondí sintiendo mi pulso
descontrolado.
—Tienes unos ojos sumamente expresivos, tú dirás que no, pero
ellos dicen que sí, son obvios.
—Me hiciste sentir muy mal.
—Lo lamento, juro que lo hago, sé que no quieres saber de esto,
pero de verdad tu crítica y tu reseña me dejó impresionado.
—No es fácil para mí, he intentado hacer bien mi trabajo, por
primera vez en la vida me estoy tomando en serio y siento que no
sirvió de nada, al menos contigo.
—Lo siento Valen, lo siento... Dime que hago, dime que tengo que
hacer para arreglar las cosas.
—¡Valentina! —me llamó Sandra.
—Dame un minuto —grité alejándome el teléfono.
—Lo que me leías, eso lo...
—Lo inspiraste tú, todo Valentina, cada una de esas cosas las
despertaste tú, si quieres hablar de eso en este momento será un
poco incomodo, estoy rodeado de gente y el
exhibicionismo no es lo mío —se carcajeó—, dime que hago, como
puedo arreglar esto, porque quiero verte, quiero que
—Ven y dime todo lo que me acabas de decir viéndome a los ojos
—lo interrumpí— porque tú eres muy labioso y escritor, estás
cosas te salen con facilidad, quiero que me repitas
todo frente a frente.
—¿Dónde estás? —preguntó con un tono de voz más fuerte.
—¿Sigues en la subasta?
—No importa eso, dime dónde estás y estaré ahí en unos minutos.
—Te envío la ubicación —dije antes de colgar.
Respiré profundo para luego cerrar los ojos y sonreír con el corazón
latiendo a toda prisa. Me alejé de la pared y vi a Sandra frente al
espejo, dándose un beso con la chica con la que hablaba.
—¡Sandra!
Se sobresaltó al escucharme, separó su rostro del de la chica viéndola
con asombro, tomé su brazo para sacarla del baño, el papá se iba a
morir, Santiago me iba a matar, Sebastián
había fracasado con su plan.
—¿Qué fue eso? ¿Qué te pasa? ¿Cómo te besas con alguien que acabas
de conocer?
—¡No me grites! —pidió para después ponerse a reír como tonta—,
estaba experimentando, ¿nunca lo has hecho? solo tenía curiosidad,
pero no me gustó nada, nada —repitió
limpiándose los labios.
La llevaba casi a la fuerza para que siguiera caminando, se reía
viendo hacia atrás como en busca de la chica con la que se había
besado.
—¡No debiste darle alcohol a tu hermana! —reclamé directamente a
Sebastián, cuando llegamos a la mesa—. Es menor de edad, no sabe
cómo comportarse.
—¿Quién dice que le he dado alcohol?
—La he visto tomando.
Ambos miramos hacia el lado, donde ella bailaba animada con Manu.
—Lo de ella es un trago sin alcohol, Sandra es tan dramática que ha
de fingir estar borracha.
Me alejé de él para hablar de nuevo con Sandra, tomé su mano y la
llevé conmigo a unos pasos de la mesa, necesitaba decirle que
Santiago estaba en camino, no quería más problemas con ella, ni
confusiones con nadie más, lo solté de golpe con el poco tacto que
tenía en esos casos, dejó salir una carcajada sin poder creer que su
hermano mayor iba a entrar a un club gay, cuando se calmó, dijo que
no había problema alguno, Santiago no le iba a decir nunca a su papá
donde estaban, eso significaría hundirse también.
Se alejó bailando, dejándome sola con una incertidumbre que no
sabía a qué obedecía, Santiago estaba en camino no había espacios
para las dudas, solo quería verlo a los ojos y que me convenciera de
todo lo que dijo al teléfono.
—¡Me encanta esta canción! ¡Ven Valentina!
Miré la mano de Sandra con dudas, pero luego la tomé para aceptar
bailar con ella, me arrastró hasta la pista mostrándose más
enardecida, miré a mi alrededor todos bailaban, otros se besaban y
Sandra frente a mí saltaba seguro convencida de que estaba ebria.
Le seguí el juego, moviendo las caderas, dejándome llevar por el
ritmo, nos reíamos sin dejar de bailar, cuando dos chicas se nos
acercaron para bailar sonreímos asintiendo, sin dejar de movernos,
después de dos canciones el ritmo cambió, pusieron música suave
que frenó la algarabía que había en la pista.
—¿Bailas conmigo? —preguntó la morena bonita.
—Nos reservamos esos bailes para nosotras ¿cierto mi amor? —
preguntó Sandy, asentí conteniendo la risa, para luego tomar la mano
de Sandra y alejarnos de esa pista—. De casi
cuñadas a novias, somos geniales —dijo riendo mientras nos
acercábamos a la mesa.
Mi risa se acabó al ver a ese apuesto hombre de traje, con los brazos
cruzados observándome. Mordió su labio inferior al verme frente a
él, negó con esa sonrisa maliciosa que me ponía las piernas débiles y
dio pasos hacia mí. Acortó por completo la distancia, sujetó mi rostro
entre sus manos y me observó fijamente antes de aclarar la garganta.
—Me gustas tú a mí, me gusta como soy cuando estoy contigo, me
siento cómodo conmigo mismo y eso es complicado —alzó una ceja
sonriendo al ver mi cara de asombro—. Me pareces graciosa aunque
tus chistes sean malos, tienes una sonrisa contagiante, hasta tu poca
habilidad social la encuentro encantadora. Y si que me gustes no es
suficiente, estoy seguro que eres una mujer muy lista, perezosa, pero
lista, tienes las agallas que no todos tenemos, y aunque me llames
arrogante de mierda, estoy convencido de que te encanto.
Me mareé y no supe si fueron los shots de vodka que tomé, o ver eso
que noté en sus ojos y me hizo respirar de forma más descontrolada,
me sujeté de las solapas de su elegante traje mientras él seguía ahí,
viéndome impaciente, comiendome con esos intensos ojos. Se acercó
sin darme la oportunidad de hacer algo, abrió su boca sobre la mía
devorándome en un beso intenso, no fui consciente de cuanto extrañé
estar así, pegada a él, hasta esa noche, todas las dudas y malestares
desaparecieron al instante que percibí su lengua rozando mis labios.
—Se me olvido decirte algo —dijo jadeante a unos centímetros de mis
labios.
—Dilo —pedí observándole.
—Me encanta besarte y esa sensación de necesitar más que me dejas
en todo el cuerpo.
—Solo quieres hacerme sonrojar —dije entre risas, asintió antes de
volverme a besar, con la misma intensidad.
—¡Chicos ya basta! ¡Los estoy viendo! —gritó Sandra.
Despegamos nuestros labios y la vimos al mismo tiempo, no hablaba
con nosotros, se dirigía a Manuel y Sebastián.
—¿Por qué aquí? —preguntó sin soltarme mientras observaba hacia
los lados.
No pude responderle, sentía la lengua adormecida, la piel
cosquilleante, tomé su mano para llevarlo a la mesa que estaba a
unos pasos de nosotros.
—Me merezco tanto después de que me hicieras venir a este lugar —
susurró a mi oído sin dejar de caminar—, me siento como un bicho
raro —dijo apuntando su ropa.
Antes de sentarme, lo ayudé a quitarse el saco solo por el simple
gusto de tocarlo, lo empujé para que se sentara, el solo me miraba
con una sonrisa en los labios, aflojé la corbata y después la saqué con
delicadeza, abrí los primeros botones de su camisa, luego doble las
mangas de su camisa hasta los codos, y lo despeine un poco, se dejó
hacer contento, con un brillo en la mirada indecente.
—Como que te gusta esto de desvestirme —susurró viéndome
la boca.
—Cállate que nos está escuchando tu hermanita.
—No nos escucha —respondió sujetando mi cintura, me obligó a
sentarme en sus piernas, mientras seguía riendo.
—Si los estoy escuchando y para que sepas me están traumando...
Valentina bájate de mi hermano —sujetó mi brazo haciendo que me
pusiera de pie.
Santiago se puso de pie para acercarse a su hermana, por las
expresiones de su rostro deduje que estaba reclamándole algo.
Sandra reía a carcajadas provocando que Santiago frunciera más el
ceño, me acerqué para intentar mediar, pasaba las manos por los
brazos de Santiago esperando que se calmara.
—No es alcohol de verdad —susurré a su oído—, Sebastián me aseguró
que no lo era.
—¡Déjame en paz! —gritó Sandy alejándose de nosotros.
Sebastián llegó a nosotros rápido, comenzaron a hablar a gritos por
el volumen de la música, Santi en ningún momento soltó mi mano,
mientras discutía hasta con Manu.
—Me van a volver loco todos —dijo girando hacia mi—. Tú, sobre
todo.
Había demasiadas cosas que quería decirle, pero no era el sitio,
tampoco el momento, estaba demasiado emocionada con el simple
hecho de haberlo hecho llegar a buscarme, su orgullo le había dicho
al mío que quería verlo, y se sentía tan bien, que no podía dejar de
sonreír.
—¿Yo?
—Tú y esa manera que tienes de mirarme, eres tan obvia Valentina.
—Yo no fui la que corrió después de una llamada y se metió a un bar
gay, sin importarle ser el centro de todas las miradas, mira cómo te
ven ese par. Si aquí hay un obvio, eres tú.
Su risa fuerte me hizo reír también, sus manos apoyadas en mi
espalda baja me atrajeron contra su cuerpo, mi corazón latía con
demasiada celeridad, mi lado intuitivo estaba dormido, mientras mis
sentidos estaban alertos a todo él.
—Bésame para que sepan que estoy contigo.
—No, es divertido que te vean con ganas de querer comerte.
Hice el intento de alejarme, pero sus fuertes brazos me atrajeron a su
pecho, reía debilitada por su cercanía, aprovechándose de la
situación comenzó a besar mi cuello de forma constante, para luego
subir hasta mis labios.
No me molesté en analizar un poco lo que estaba sucediendo, me dejé
llevar por sus jueguitos, por sus labios acariciando los míos, por sus
manos bajando con cuidado hasta quedarse estáticas sobre mi
trasero. Entrelacé los dedos en su cuello, aferrándome a todo eso
que me hacía sentir.
Corté el beso al sentir la palma de sus manos dentro del escote
trasero de mi vestido, sonrió al verme antes de guiñarme el ojo, alcé
una ceja y su sonrisa se amplió.
—Necesitamos convencerlos del todo que estoy contigo.
—¿Manoseándome?
—¿Acaso hay otra forma? —subió sus manos de nuevo hasta la mitad
de mi espalda poniendo cara de fastidio— ¿en serio no me dejas
tocarte?
Negué fingiendo seriedad, dejando que de nuevo me acercara a su
cuerpo, Sandy llego hacia nosotros con Sebastián pisando sus talones,
tomó la mano de Santi para llamar su atención y le mostró algo en su
teléfono.
Sebastián se unió a ellos que intercambiaban palabras con rostros
serios.
—¿Santi que pasa? —pregunté al verlo tenso.
—Tenemos que llevarla a casa —dijo Sebas, antes que él me
respondiera.
—¿A quién?
—¡A mí! —respondió Sandy para luego colgarse del cuello de Santi—,
por favor por favor, no me eches de cabeza.
—¡Sandra todos estamos en problemas! —dijo él, alterado.
Santiago me explicó que teníamos que irnos, tomó mi mano y la de su
hermana para guiarnos hacia la salida, Manuel y Sebastián
caminaban delante de nosotros, intentando abrirnos camino.
—¿Qué pasó? —cuestioné cuando llegamos al estacionamiento.
—Mi papá llegó a casa antes de tiempo, se dio cuenta que Sandra no
estaba, nos ha llamado a mí y a Sebastián, ninguno ha atendido, está
furioso.
—No me quiero ir, es temprano —gritó Sandra.
—Princesa no podemos quedarnos.
—Te prometo que el otro fin de semana saldremos de nuevo —decía
Manu abrazando a Sandra.
—Dejen de consentirla tanto, por eso nos va a como nos va.
—¡Tú cállate Santiago! Nunca me quieres dejar hacer nada, no puedo
divertirme, no puedo salir con el único tipo que me ha gustado en la
vida.
Las personas que caminaban cerca de nosotros, observaban la rabieta
de Sandra.
—Diviértete estudiando y lo del chico ese, olvídalo, es mayor que tú y
solo te mete en problemas.
—¿Y qué con sea mayor que yo? Tú eres mayor que Valentina y te
acuestas con ella.
—No nos acostamos —intervine fastidiada
—Todavía —dijo Santi en voz baja, golpeé su hombro para que cerrara
la boca.
—Valentina es una adulta.
—En unos meses yo seré una y ninguno de ustedes dos podrá decirme
algo —señaló a sus hermanos.
El camino a mi departamento se sintió eterno, la discusión con Sandy
había dejado callado a Santiago, no dijo una sola palabra en todo el
camino, llegamos al mismo tiempo que Sebastián que no tardó mucho
en despedirse de Manu.
Observé como mi amigo entraba al edificio mientras yo continuaba
dentro del auto, Santiago espero que la camioneta de su hermano se
alejara para quitarse el cinturón y salir al fin, respiraba profundo
mientras esperaba, sosteniendo la puerta para que yo bajara.
—Tranquilo —presioné uno de sus hombros intentando relajarlo.
Asintió cercando mi cintura con sus brazos, con sutileza me empujó
hasta que me recargue sobre el auto, atrapada por su cuerpo dejé que
me besara de esa forma intensa y necesitada.
—Quiero subir contigo —dijo entre besos con la voz agitada.
—¿Así nada más?
—Ya no necesitamos de excusas —respondió en susurros.
Sujeté su cuello para besarlo de nuevo, mordí sus labios cuando
empujó sus caderas hacia mí, el ruido de un auto hizo que nos
separáramos de manera abrupta, tiró de mi mano para animarme a
caminar, me opuse solo para llevarle la contraria, se notaba ansioso,
descontrolado, lo tenía, así como quería, perdiendo nuestro juego, sin
saberlo.
Lo intentó de nuevo, jalaba mi mano para hacerme caminar, sin
darse por vencido, aunque yo no me moviera. Me reía al ver su cara
de frustración, esa que ni siquiera se molestaba en disimular.
—Valentina te voy a cargar.
—No sería capaz.
Ignorando mi protesta sujetó mis piernas y me levantó del piso,
quería dejar de reír, pero las carcajadas no cesaban, golpeaba su
espalda para que me bajase de una vez, el sitio estaba vacío, pero
temía que nos topáramos con uno de mis vecinos.
Me puso sobre el piso hasta que estuvimos frente a la puerta de mi
departamento, me sostuve de sus brazos mareada, el estar de cabeza
me había afectado.
—Tienes que soltarme para que pueda abrir la puerta.
Le di mi bolso para que buscara las llaves y me recosté sobre la
pared, esperando que el malestar pasara, tenía los ojos cerrados
cuando lo escuché reír a carcajadas.
Había sacado mi sostén y colgado en su hombro mientras abría sin
dejar de reír.
—Yo quería quitarte la ropa, no era necesario facilitarme el trabajo —
dijo con ese tono arrogante, que en ese momento me hizo reír
demasiado.
El sonido de la puerta cerrándose provocó una sensación extraña en
mi cuerpo, ni siquiera pude asimilar lo que estaba pasando, Santi me
aprisionó en la pared con su cuerpo para devorarme a besos, guiada
por mis instintos llevé las manos a su pecho, abrí con impaciencia
cada botón de su camisa, la sensación de tocarlo al fin, hacía que la
temperatura de mi cuerpo se elevara de golpe.
Pasé la palma de las manos por sus hombros sacando la camisa de su
cuerpo, me atrajo frenético cuando comencé a acariciar su espalda,
mi respiración se hacía más forzada cada vez que apoyaba su peso
sobre el mío, dejándome pegada a esa pared.
Sentí los pies en el aire cuando me sujetó con más refuerza, sus
brazos rodeaban mi cintura mientras caminaba conmigo encima,
hacia mi cama, tropezó con mis zapatos, una mesa y algo que hizo
ruido al quebrarse.
Lo empujé de los hombros para poder respirar, sus besos me
asfixiaban, aunque me resultasen adictivos, llevé las manos hasta su
cinturón que abrí con facilidad, intenté desabotonar su pantalón,
pero me giró de repente evitando que lo hiciera.
—No estamos en igualdad de condiciones.
Cerré los ojos al sentir su aliento en la parte trasera de mi oreja, ese
tono íntimo similar al que usaba cuando leía, me hizo gemir con
timidez, mi estómago se contrajo cuando besó mi cuello y deslizó los
tirantes del vestido por mis brazos, con una lentitud desesperante
empujó el vestido hacia abajo, dejándolo enrollado en mi cintura.
Sentía que el corazón se me iba a salir del pecho, pasaba las manos
por mi cintura deteniéndose justo bajo mis senos, su respiración
inconstante chocaba contra mi cuello, mi piel entera estaba
estremecida. De alguna forma su tacto tan íntimo se sentía familiar,
lo había imaginado tanto mientras leíamos, fantaseado tanto cuando
nos besábamos que era como si ya me hubiese tocado.
Gimió en mi oído cuando sus manos llegaron hasta mis pechos,
masajeaba ambos, mordiendo levemente mi hombro aumentando
todas las sensaciones placenteras que recorrían mi cuerpo entero.
No fui consciente de como sacó el vestido por completo de mi cuerpo,
me di cuenta que estaba desnuda, hasta que percibí el calor de sus
manos en mi vientre bajo. Aquello no era igualdad de condiciones,
pero no pude reclamar nada, me giró manejándome con facilidad,
para verme de frente.
Me ofrecí para él al recostarme sobre la cama, sonriéndole al verlo
así, agitado, con la mirada oscurecida y despeinado. Su pecho era tal
y como lo imaginé solo que más pálido, noté el esfuerzo que hacía
para respirar cuando se acercó lentamente hasta estar sobre mí.
Se acomodó entre mis piernas gimiendo entre besos, mientras besaba
mis clavículas, pasé las manos por su espalda hasta lograr meterlas
dentro de su pantalón y apretar su trasero. Sentía que ganaba al
percibir como su piel estaba erizada, como su corazón latía con
fuerza... Arqueé la espalda cuando sus labios llegaron hasta mis
senos, los pequeños mordiscos me hicieron recordar, un fragmento
del supuesto libro, lo estaba haciendo de la misma forma en la que lo
había descrito en aquella lectura.
Apreté sus hombros sin dejar de retorcerme bajo su cuerpo, sentí su
lengua rozándome el abdomen, mientras me sumergía en esa neblina
lujuriosa dónde pensar con claridad simplemente era imposible.
—Valentina —abrí los ojos al escuchar su voz ronca.
Lo miré a los ojos deslumbrándome por la forma en la que me
sonreía, era una mezcla de arrogancia y sensualidad que me dejaba
muda.
—¿Sí? —mi voz salió débil.
—¿No quieres pedirme algo?
Si risita diabólica, su ceja alzada y esa forma en la que me miraba,
provocaban que la humedad entre mis piernas aumentara. Reí
negando sintiendo como latía mi cuerpo entero, no podía ser tan
débil, no quería serlo, pero mi boca no podía callarse cuando con la
punta de la nariz rozó mi vientre.
—Cobra tu premio —me rendí al fin, sintiendo que caía al vacío,
cuando acomodó su rostro entre mis piernas.
w w

La brisa de su aliento tibio sobre mi entrepierna, me sobresaltó hasta


el punto de intentar cerrar las piernas. Escuché su risita maliciosa, el
maldito estaba disfrutando de mi hipersensibilidad, esa debilidad que
experimentaba sólo con él y no quería evidenciar, estaba más
presente esa noche.
Mi espalda se arqueó de nuevo al percibir el delicado embate de su
lengua, las piernas me temblaban, la tensión en mi vientre crecía
hasta el punto de no poder más, sentía que perdía el poco control que
mantenía, me estaba abandonado, dejándome llevar en ese caudal de
placer, el sonido mi respiración inconstante se mezclaba con los
gemidos que no podía callar.
Con la mente completamente en blanco sólo era capaz de sentir, no
era la primera vez que tenía la cara de un tipo entre mis piernas,
pero aquello era completamente diferente, Santiago pareciera leerme
la mente, su lengua se deslizaba con suavidad, aumentaba el ritmo
cuando era necesario, con sus labios ejercía presión en el punto
exacto, cuando estaba a punto de llegar se había detenido para
decirme lo mucho que le encantaba besarme, lo irresistible que me
encontraba viéndome desde ese ángulo, susurró con ese tonito que
me ponía los vellos de punta, que se estaba grabando mis gemidos en
la cabeza.
Parecía encontrar satisfacción en mi deleite, y eso hacía de todo algo
más intenso. Mis manos arrugaron de nuevo las sábanas, apreté los
labios para dejar de gemir, las paredes de mi departamento eran
delgadas y Manuel podría estar despierto, presioné las piernas
atrapándolo entre estas, no podía soportar otro juego más, hice un
esfuerzo para mantener las manos donde las tenía, pero el placer
tomó control de mi cuerpo y mis impulsos actuaron por mí.
Pasé los dedos entre su pelo, tirando un poco de esto, guiando el
ritmo en que boca me torturaba, la celeridad de los latidos de mi
corazón sólo aumentaba, la tensión en mi vientre bajo llegó a su
límite, me derretía por dentro consumiéndome en ese placer
indescriptible, cubrí mi rostro con ambas manos cuando sucumbí
ante un orgasmo.
—No Valentina, déjame ver tu cara —pidió con la voz agitada, apartó
mis manos para luego aprisionarlas con las suyas sobre el colchón—,
abre los ojos, mírame —susurró.
Obedecí su pedido de inmediato, encontré su rostro a centímetros del
mío, sus ojos se deslizaban por mi cuerpo, mientras sonreía
complacido al verme aún sumergida en letargo post orgasmo, sus
labios bañados de mi placer se ampliaron al hacer contacto visual
conmigo.
—¿Puedo seguir? —preguntó con su tono arrogante.
Incapaz de pronunciar alguna palabra sólo asentí, llenó de besos mi
cuello al mismo tiempo que sus manos masajeaban mis senos,
acariciaba sus brazos con desespero, quería tocarlo más, necesitaba
hacerlo, pero mi cuerpo aturdido con tanto placer no me obedecía.
El suave mordisco en uno de mis pezones llevó el placer a otra escala,
su tacto dejó de ser delicado, parecía querer marcar mi piel con sus
caricias, apretó mis pechos con ambos manos a la vez que empujó de
forma brusca hacia mí. Perdió completamente el control, su
respiración descontrolada golpeaba mi cuello, susurró mi nombre
con la voz entrecortada deslizando sus dedos gentilmente en mi
entrepierna empapada.
—La competencia —dijo repentinamente deteniéndose— Valentina
hiciste que lo olvidara —su voz salió en un susurro sensual que hizo
palpitar mi cuerpo entero.
—No entiendo —respondí sin aliento.
Negó antes de dejar caer su cuerpo de nuevo en mí, me besó con
tanta lujuria que pensar en otra cosa que no fuese su lengua en mi
boca, me resultaba imposible, nos mordimos a la vez, jadeando sobre
los labios del otro, sumergidos en esa atmósfera erótica.
—¿Cuál competencia? —pregunté cuando cortamos el beso para tomar
aire.
—Olvídalo —me besó de nuevo hasta robarme el aliento una vez
más—. Haremos esto de otra manera.
Nunca había sido tan hábil como esa noche, mientras él se aferraba
con su boca a mis senos, logré al fin abrir el maldito cierre de su
pantalón, para poder tocarlo. Lo de igualdad de condiciones se sintió
mejor de lo que pensé, escucharlo gemir cuando mis manos ejercían
una leve presión sobre él, resultó más satisfactorio de lo que
imaginé.
Sujetó mis manos evitando que lo tocara, fijé mi vista en su rostro
serio, para luego desviarla a su torso desnudo, respiré profundo
intentando tomar suficiente aire cuando liberó mi cuerpo de su peso,
las emociones me sobrepasaban hasta respirar resultaba difícil.
Observé atenta cada uno de sus movimientos, mantenía la elegancia
que lo caracterizaba a pesar de las circunstancias. El ruido que hizo
el pantalón al caer al piso me sacó de la hipnosis en la que estaba.
Por primera vez en esa noche tuve dudas, dudas que se disiparon por
completo al verlo desnudo, sujetando mis tobillos me arrastró hacia
la orilla de la cama, no pude reaccionar, me levantó del colchón
manejándome con esa facilidad que me sorprendía, podía hacer lo
que quisiera conmigo, me sentía como una muñeca de trapo entre sus
brazos.
Rodeé con mis piernas su cintura, disfrutando de la fricción de mi
entrepierna con su abdomen bajo, de sus besos llenos de ansias; el
desenfreno se apoderó de nosotros, las caricias, los besos, los roces
nada era suficiente. Me aferré a su cuello entrelazando los brazos, las
ganas se percibían en cada caricia, hasta en el aire que respirábamos,
sujetaba mis piernas sin dejar de besarme, quemándome con su tacto
aumentando el deseo que se desbordaba.
Sumergida en tantas emociones, no fui consciente del momento en el
que se dejó caer a la cama conmigo encima, lo besaba como loca,
moviendo las caderas restregándome con descaro sobre él.
Provocando sus gemidos que me excitaban cada vez más, mi
humedad nos cubría a ambos, no podía seguir soportando.
De repente se sentó sobre el colchón sin dejar de acariciarme, dejó de
besar mi cuello para darme algo que había recogido del piso, tomé el
condón con manos temblorosas y lo rasgué rápido sin tener cuidado
alguno. Gimió desesperado cuando pase el pulgar por la cima húmeda
de su erección, antes de deslizar el condón lentamente, río negando
al ver mi sonrisa de satisfacción, lo tenía justo como quería,
enloquecido.
Sus dedos se aferraron a mi cintura mientras me ayudaba a alinear
nuestros cuerpos para acabar con aquella tortura. Reímos a la vez
cuando no lo logramos al primer intento, todo se sentía tan natural,
como si no fuese nuestra primera vez, Santiago se había tirado mi
mente tantas veces, que todo resultaba demasiado familiar.
—Despacio por favor —supliqué con los ojos cerrados al percibir la
fuerza con la que me guiaba hacia abajo.
—Tú estás al mando —respondió con voz ronca, haciéndome gemir
con sólo escucharlo.
Asentí tomando aire, enterrando las uñas en sus hombros al percibir
cada centímetro que entraba en mí, lo escuché jadear, sus dedos
apretaron más fuerte mi cintura, mi cuerpo entero tembló. Comencé
a moverme lento, muy lento, esperando que mi cuerpo se adaptase a
tenerlo enterrado en mí.
Aquel ritmo controlado cambió cuando comenzó a morder mis
pezones delicadamente, proporcionándome más placer,
empujándome a un estado donde no había ninguna restricción. Dejó
caer la espalda sobre el colchón cuando logró su objetivo, sus manos
guiaban la velocidad de mis movimientos, eso de estar yo al mando
era una mentira.
Mis ojos se quedaron clavados en su rostro serio, esa expresión la
había visto tanto antes, Santi parecía estar molesto cuando estaba
excitado, me di cuenta de ello aquella noche, sus brazos se tensaban
cada vez más, noté como su abdomen se contraía, las venas se
remarcaban; de forma brusca tiró de mi brazo obligándome a
inclinarme sobre su pecho, con la mano derecha sujetó mi cuello
acercándome a su rostro con fuerza, me desarmaba a mayor
velocidad ese beso salvaje, sabía a lujuria pura, a una que jamás
había sentido.
Levantaba la pelvis profundizando cada estocada, la tensión que se
concentraba en mi vientre sólo aumentaba, mordí sus labios en
medio de un beso apasionado cuando no pude retenerlo más, la
tensión desapareció y el placer recorrió cada fibra de mi cuerpo, me
movió a su antojo, gimiendo en mi oído cada vez más fuerte, hasta
que apretó con fuerza mis caderas y me besó con desespero,
robándome el aliento, quemándome por dentro.
Tomamos aire a la vez rompiendo el beso, nos vimos a los ojos por
largos segundos silenciosos, su rostro estaba sudado sus labios más
hinchados, aún respiraba rápido, se miraba malditamente tentador.
Suspiró cuando me moví para recostarme a su lado, con el cuerpo
temblando y el corazón a punto de salir de mi pecho.

***

Con la vista fija en la pared sólo sentía como el agua caía sobre mi
cuerpo, seguía medio dormida a pesar de la temperatura del agua,
tenía la cabeza en otro sitio, mejor dicho, en la noche anterior, mi
mente se aferraba a los recuerdos vividos de todo lo que pasó.
A pesar del jabón, percibía el olor de Santiago impregnado en mi piel,
sonreí como idiota al recordar como desperté: desnuda, saciada, pero
sola en mi cama. El calor de esa mañana me hizo abrir los ojos muy
temprano, el baño era necesario por eso me levanté directo a la
ducha ignorando mi teléfono que no dejaba de sonar.
Salí del baño secando mi pelo con una toalla pequeña, Santiago me
había dejado una nota en la mesa de noche, tuvo que irse temprano
por una competencia, me dejó anotada una dirección y el horario en
el que comenzaría, "me alegraría mucho verte ahí " fue la frase que
uso para invitarme.
Me miré en el espejo del lavabo con la misma sonrisa de estúpida en
los labios, no tenía mucho tiempo para prepararme, pero mi cama
era un desastre, a pesar que Santi había recogido un poco el desorden
que dejamos en el resto de mi habitación.
Quité las sábanas rápido y las dejé en el piso, subía los jeans por mis
piernas cuando el teléfono sonó de nuevo, respondí rápido al leer el
nombre de Laura en la pantalla, quería que adelantáramos la cita al
cine, decía si a todo lo que salía de su boca mientras buscaba una
blusa ligera que me ayudara a soportar el calor que hacía.
Lo último que dijo antes de colgar fue que llegarían por mí, tiré el
teléfono a la cama fijando mi vista en el manuscrito de Eva sobre mi
tocador, tenía un lapicero dentro que fue lo que llamó mi atención, lo
abrí curiosa asombrándome con lo que encontré escrito, en la
primera página.
El éxtasis sigue latiendo, el dulce sabor de tu piel está clavado en mis
recuerdos, mi lengua cosquillea por el deseo de saborear el néctar
adictivo que produce tu cuerpo.
Mis manos arden por la necesidad de tocarte, mis piernas tiemblan al
imaginarme mojado en ti, frotándonos en el silencio de la noche,
quemándonos las ganas.
Quiero tus manos mimosas seduciendo mi espalda, quiero llenarte de
mí y que me empapes de ti, sueño con tus uñas clavadas mientras
agitada respiras, que el aire nos falte embriagados de placer, que
caigamos en el abismo latiendo a la vez, tu carne y la mía en la
misma sintonía.
Me miras...
Me llamas...
Me agitas...

S.S

Leí más de cinco veces sus líneas, tenía la piel erizada, los pezones
erguidos, el pulso acelerado, esa facilidad que tenía Santi para
estimular mi mente era de lo que más me gustaba de eso que había
entre los dos.
Salí de casa de forma apresurada atando mi cabello, sin dejar de
caminar, sostenía la pequeña nota con la dirección esperando
encontrar un taxi que me llevase a ese sitio que quedaba casi a las
afueras de la ciudad.
—¡Valentina!
Me detuve al escuchar la voz de Sebastián cuando caminaba por el
estacionamiento.
—Hola —besé su mejilla saludando—, tengo un poco de prisa, me dio
gusto verte.
—Espera, espera ¿Dónde vas? Yo también me estoy yendo.
—Santi —sonreí—, Santiago tiene una competencia y
—Ven conmigo, yo te llevaré, vamos al mismo sitio —dijo
ofreciéndome un casco—, se conducir mejor que Manu, vamos sube
conmigo.
No tuvo que pedirlo mucho, no tenía tiempo y menos opciones de
transporte, subí a la moto aferrándome a sus hombros, me puse el
casco justo antes de que arrancara, el camino fue largo mi miedo a
caer más fuerte que nunca, suspiré con alivio al ver la entrada de ese
lugar, era una especie de club deportivo exclusivo al que nunca había
ido.
Sebas apagó la moto en el estacionamiento, se quitó el casco
sonriendo viéndome a través del espejo.
—Creo que tus uñas me dejaron marcas en los brazos, tendré que
darle explicaciones a Manu —bromeó.
—Le tengo pánico a esto —respondí bajando torpemente de la
motocicleta.
—Entonces debes querer mucho ver a mi hermano.
Negué sonriendo, caminando a su lado intentando seguirle el paso,
pasó el brazo por mis hombros acercándome a él con esa sonrisa
coqueta en sus labios que no parecía desaparecer.
—¿Cuándo te invitó a venir?
—Me dejó una nota en la mesa de noche, hoy cuando desperté la vi —
respondí de forma despreocupada.
—¿Qué? —se detuvo riendo— ¿pasó la noche contigo?
—¡Ay Dios! No quise decir eso.
—No, no, Valentina no me malentiendas, no me sorprende que
duerma contigo.
—Baja la voz —pedí en susurros.
—Lo siento, en serio no veo nada malo en que pase la noche contigo,
es normal, me sorprendió que lo hiciera antes de una competencia
solamente... Es un hijo de puta —río—, se va a meter en problemas
con el entrenador.
No pude preguntar el porqué, Sebastián saludaba a cuanta persona se
cruzaba en nuestro camino, miraba hacia todos lados, disfrutando del
aire que recorría el sitio lleno de vegetación, Sebas me señaló una
especie de pista de motocross que se miraba a lo lejos, sonrió al ver
mi cara de susto y bromeó con un día enseñarme a conducir a su
bebé como llamaba a esa cosa que usaba para transportarse.
Subimos unas escaleras amplias que nos llevó hasta una gradería
techada y cómoda, llena de gente que miraban concentrados hacia el
campo del frente, observé pequeñas montañas de tierra, banderines a
los lados, incluso había charcos, aquella pista parecía no tener fin por
eso algunas personas utilizaban binoculares para mirar.
—¡Sebastián! —gritó Sandy desde un puesto cerca del barandal que
delimitaba la gradería
Sebas tomó mi mano guiándome hacia el lugar, Sandra frunció el
ceño al verme, pero sonrió al ver la cara de su hermano.
—Llegamos tarde ¿cómo vamos?
—Encabezando la segunda vuelta —respondió sonriente—, hola Valen
puedes sentarte conmigo.
—Gracias —besé su mejilla tomándome la palabra, mi cuerpo poco
acostumbrado a la excesiva actividad física resentía haber subido
esas escaleras o la noche agitada que había tenido—. ¿Me explicas un
poco de qué va esto? No entiendo nada.
Sebas que se había sentado a mi lado, sonrió al escuchar mi
pregunta, era una competencia de ruta en circuito cerrado, como una
especie de prueba de resistencia y velocidad, una carrera de treinta
kilómetros recorridos en varias vueltas por esa pista extraña. Sebas
tuvo paciencia para explicarme todo, porque hice muchas preguntas.
Santiago participaba en varios tipos de competencia, pero esa era su
favorita, Sebas incluso me contó que era un deporte que practicaban
juntos, él lo dejó cuando descubrió el amor por las dos ruedas y un
motor.
Sandra se puso de pie y señaló la pista, aplaudió sonriente gritando:
¡Vamos Santi! Ni siquiera pude distinguirlo, fue hasta que ella me
describió el color del casco que usaba que lo vi con más atención.
—Va ganando y mira la cara de papá —dijo Sebas molesto, señalando
con la barbilla hacia la izquierda de nosotros— ¿No dijo que no podía
venir?
—De última hora canceló todo, hizo que viniera con él y después me
dejó sola para irse con el tío Fabián —contestó Sandy.
Estaba en medio de los dos, moviendo la cabeza cada vez que uno
hablaba. Sentí una tensión extraña en el estómago al ver a Saúl Sada
a unos metros de nosotros. Con su camisa blanca de lino y su rostro
malencarado, sostenía unos binoculares y parecía maldecir en voz
baja cada cinco segundos.
—¡Más rápido carajo! —gritó el viejo cuando los ciclistas pasaron
frente al palco.
Santiago era el primero, seguido por dos que mantenían cierta
distancia que le daba una evidente ventaja. Sonreí al ver a Sandy
emocionada gritando que solo faltaba una vuelta más y entendí
porque Santiago solía regalarle sus medallas, era la más entusiasta
de todo el lugar.
Sebastián se ofreció a ir por algo de tomar, me quedé con Sandy
viéndola saltar, el grupo de ciclista se acercaba de nuevo a gran
velocidad, tomó mi mano para acercarnos al barandal y ver mejor la
línea de meta, gritó en mi oído cuando Santi cruzó esta primero que
todos y con ventaja del resto.
—Es mi hermano —dijo luciendo adorable, viendo a una señora que se
acercó a nuestro lado.
Clavé la vista en la pista, Santiago bajó de la bicicleta y la dejó a un
lado para luego quitarse el casco. Su rostro sudado estaba enrojecido
por el esfuerzo físico, dos sujetos se acercaron rápidamente a él, con
una botella de agua y una toalla que tomó después de dejar caer el
agua en su cabeza.
Deje de escuchar los chillidos de Sandy cuando lo vi con
detenimiento, el maillot ajustado marcaba cada músculo de su pecho
y espalda, bajó un poco el zíper dejándolo a la mitad de su pecho
antes de seguir tomando más agua, los pantalones cortos y en
extremo ceñidos me permitió ver mejor sus piernas definidas por el
ejercicio, se volteó atendiendo a un sujeto que sostenía una tabla y le
mostraba algo mientras hablaban, su trasero más grande que el mío
me tomó por sorpresa, pensé hasta recomendarle a Vannesa que
montara bicicleta, seguro así dejaba de ser plana y dejaría de
molestarme por mi supuesto culo grande.
—¡Santi! ¡Santiago! —lo llamó Sandy a gritos y moviendo las manos.
Volteó y sonrió levantando el brazo saludando, hizo el intento de
girar de nuevo, pero se detuvo y volvió la vista a nosotras, sonrió con
amplitud al verme, Sandy me golpeó con el codo fingiendo que fue un
accidente, al darse cuenta de la actitud de su hermano.
Tuvimos que esperar unos segundos para que se acercara a nosotros,
miré por encima del hombro a Sebastián que aún no regresaba con
las bebidas, conversaba con un par de chicas sin disimular lo poco
interesado que estaba en la plática.
—Vamos —dijo Sandy señalándome hacia abajo donde nos esperaba
su hermano.
Bajamos por unas escaleras pequeñas y casi escondidas, ella saltó
hacia él apenas estuvimos abajo, se colgó de su cuello con aquella
actitud posesiva que me daba ternura, Sandra parecía una niña
chiquita temerosa que alguien le robara a su hermano mayor.
—¿Nos es pecado despertar temprano un fin de semana? —preguntó
al mismo tiempo que rodeaba mi cintura con uno de sus brazos.
—Me gusta pecar de vez en cuando.
Apretó mi cintura con fuerza y soltó una risita maliciosa al escuchar
mi respuesta, Sandra tosió cuando Santiago me dio un corto beso en
los labios, él tomó su mano acercándola a nosotros para abrazarla
con su brazo libre.
—Ganaste de nuevo.
—Tú siempre me das buena suerte —respondió besando la mejilla de
su hermana.
La sonrisa de Sandra se borró repentinamente, miré hacia el frente
donde ambos tenían la vista fija, Saúl Sada se acercaba caminando
con esa seguridad que le había heredado a su hijo, el agarre de
Santiago sobre mi cintura se hizo más fuerte, Sandra se separó de
nosotros para acercarse a su papá.
—Princesa —besó la frente de Sandra que parecía tensa.
—¿Recuerdas a Valentina? —dijo Santiago sin soltarme.
—Claro que sí, difícilmente olvido a una mujer bonita —me saludó
con un beso en la mano y una sonrisa encantadora en los labios—. Al
menos estás haciendo algo bien —dijo planeando el hombro de Santi
— la carrera fue un desastre.
—Ganó papá —intervino Sandra.
—Su tiempo fue malo ¿o me equivoco campeón? —se dirigió a
Santiago que lo miraba desafiante.
Asintió con una expresión de enojo que no había visto antes en él,
Saúl llamó a un sujeto llamado Jorge, era el entrenador de Santiago.
—Perdió un minuto diez —dijo respondiendo a la pregunta del señor
Sada—, pero con todo y eso ganamos con medio minuto de diferencia
de los demás.
—Papá ya no tengo veinte años, mi resistencia física no es la misma
de antes, además esto es un pasatiempo.
—Esta es la pista que siempre has dominado, Jorge dice que estás en
mejor forma que nunca. Pero felicidades, ganaste después de todo...
Valentina espero verte en el almuerzo en casa.
—Supongo que Santiago tiene otros planes —dijo Sandra.
—No, si Valen acepta ir a casa la llevo con gusto.
—Fue un placer señorita —se despidió de la misma forma que me
saludó.
El entrenador se acercó a decirle algo mientras caminaban
alejándose, apenas se fue Sandra y Santiago suspiraron a la vez, pasé
la mano por su espalda para luego abrazarlo, fue un impulso, uno que
me hizo ganar una mirada de rabia de Sandra.
—Lo hiciste genial —susurré a su oído apretándolo con más fuerza.
—¿Me merezco un premio?
—¡Oigan estoy aquí!
El chillido de Sandy hizo que nos separáramos, Santiago tomó las
manos de ambas para salir de esa pista, Sebastián nos esperaba en
las graderías.
Salir de ese lugar fue más difícil de lo que imaginé, Santiago
saludaba a todo el mundo, mientras Sandy y yo intentábamos
apresurarlo, en el estacionamiento Sebastián se ofreció a llevarme en
su moto en tono de broma, Sandra le arrebató el casco y subió
contenta a la moto.
Pero al verme entrar al auto de Santiago cambió de idea, gritó para
que la esperáramos y corrió hacia el carro ignorando a su papá que la
llamaba desde una elegante camioneta dorada.
—En casa Constanza prepara un almuerzo siempre después de una
competencia ¿Quieres venir?
—Te vas a aburrir —dijo rápido Sandra.
—No te preocupes, yo la entretengo.
—Diuu Santiago, no necesito saber eso.
El viaje con Sandy en el asiento de atrás se sintió raro, entre nosotros
había una tensión perceptible, lo miraba recordando su cuerpo
desnudo, sus besos indecentes, sus manos tocándome. Él me miraba
y sonreía dejándome con la duda de lo que pasaba por su mente en
ese momento.
Puso una mano en mi pierna, sobresaltándome con su tacto, me lanzó
un beso cuando ladee el rostro hacia él, provocando que mis mejillas
se enrojecieran y que Sandy hiciera un sonido de fastidio.
Había más autos estacionados afuera de su impresionante casa,
Santiago tomó mi mano sin dejar atrás a su hermana, había más
movimiento en su casa en comparación a las últimas veces que
estuve ahí, Constanza salió a nuestro encuentro con una sonrisa en
los labios.
Abrazó a Santiago felicitándolo con mucho cariño, a mí me saludó
con calidez para luego tomar la mano de Sandy y llevarla consigo a la
cocina.
—¿Por qué me ven así? —pregunté a Santi al notar la manera en la
que era observada por el personal de la casa.
—Todos son unos chismosos... Ven conmigo —pidió tirando mi
mano—, solo voy a darme una ducha para que bajemos a comer.
—Espera, no subiré contigo.
—¿Por qué no? No quiero dejarte sola, no te dejarán en paz —
explicó—, puedes esperarme en mi cuarto.
Me convenció con facilidad, subí guiada por su mano, atravesamos un
pasillo largo antes de cruzar la puerta que nos llevaba a su
habitación, casi del tamaño de todo mi departamento, las paredes
blancas estaban decoradas con varias fotografías, y muchas medallas
y trofeos en una larga repisa. El librero era tan pequeño, nada
comparado al que tenía en su departamento, desvié la vista hacia el
escritorio de madera cerca de una ventana, sobre un largo sillón
marrón había un libro abierto, sobre la mesa de noche otro.
Su cama perfectamente hecha parecía tan cómoda que no pude
resistir la tentación, me dejé caer en ella sonriendo, bostecé y él
negó.
—Nunca despierto tan temprano.
—Mi cama es tu cama, yo si soy amable, no como otras —dijo con
falso enojo, mientras se deshacía de su camisa.
—Tú lo que eres es un ofrecido.
Soltó una carcajada contagiosa, se acercó a la cama a paso lento,
usando solamente su ropa interior ajustada, apoyado en las palmas
de sus manos se recostó parcialmente sobre mí, no era normal que
ese hombre me alterara así, sentí una punzada en la entrepierna
cuando me miró con deseo, bajó el rostro para besarme como no lo
había hecho en toda la mañana.
—No tardo mucho, si te aburres esperándome puedes venir conmigo.
—Dormiré un rato, no te preocupes — respondí nerviosa.
Asintió bajando el rostro hacia mi cuello, lo besó despacio para luego
morder levemente uno de mis pechos sobre la ropa.
Dormir... Jamás iba a dormir con la sobreestimulación que recorría
mi cuerpo, di vueltas sobre la cama disfrutando de ese olor tan suyo
que me encantaba, miré su agenda debajo de un libro y la tomé sin
pensarlo.
Tenía planeado buscarme esa tarde, después de todo don seguro, no
estaba convencido de que iba a llegar a su competencia, tomé un
lapicero antes de darle vuelta a las páginas, buscaba un espacio libre
y lo encontré a mediodía del lunes, puse mi nombre y una carita
sonriente al lado y dejé la agenda en su sitio.
Se escuchaba el ruido del agua y solo lo imaginaba desnudo bajo ella,
me puse de pie guiada por mis impulsos, mi teléfono vibró en mi
bolsillo trasero, era Laura recordándome la cita para el cine, le
respondí rápido para avanzar hacia el baño, antes de llegar a la
puerta esta se abrió.
Santiago sonrió maliciosamente al verme, pasó las manos por su pelo
húmedo pringado un poco sobre mí.
—¿Para qué soy bueno?
—Venía a apresurarte —mentí, di la vuelta para alejarme sin esperar
que me abrazara por la cintura deteniéndome.
—No, no te dejaré huir —decía besando mi cuello, me recostó sobre la
pared pegando su cuerpo al mío—, quiero hablar contigo de algo —
susurró entre besos—. necesito saber si todo está bien, ayer no
hablamos mucho y tú estabas muy enojada.
—Si dejas de meterme mano un segundo, podemos hablar todo lo que
quieras.
—Podemos hacer las dos cosas a la vez —aseguró apretando uno de
mis senos— ¿Sigues enojada?
—Un poco, pero creo que se me puede pasar pronto.
—No quise hacerte sentir como si me estaba burlando de ti, de verdad
tu crítica me impresionó... Pero no más que tu anoche —agregó
empujando sus caderas hacia mí.
Lo besé aferrándome a sus hombros, cuando el beso se hizo intenso
comencé a acariciar su espalda desnuda, estaba cubierto sólo por una
toalla que moría por quitarle, pero tocaron la puerta y tuve que
alejarme de él.
—¡Adelante! —gritó.
Acomodé mis senos dentro de la camisa antes que la puerta se
abriera, Sandra entró sonriente, fingiendo sorpresa al verme.
—Hola Valen, no sabía que estabas aquí, ven conmigo quiero
mostrarte algo —extendió su mano hacia mí, sin dejar de sonreír.
—No vayas —susurró Santi a mi oído—, yo también quiero mostrarte
algo.
Golpeé su hombro riendo y me alejé de él para ir con Sandy, Santiago
gritó que no tardaría antes de que cerráramos la puerta, Sandra me
obligó a bajar rápido hablando con entusiasmo de algo que no
entendía.
Pasamos por un salón donde estaban Sebas con su papá hablando,
Sandra tiró de mi mano con más fuerza hasta que llegamos a la
cocina.
—¿Nadia dónde están los bebés? —preguntó a una de las muchachas
de servicio
—¿Recuerdas el día que saqué a Santi de tu departamento? —se
dirigió a mí, asentí curiosa sin dejar de ver la canasta que acercaba
Nadia—, Milki estaba encerrada en el clóset porque estaban naciendo
sus bebés.
—¿Qué?
—Que todo el mundo tiene sexo en esta casa menos yo.
Nos reímos a la vez, tomando la canasta.
—¡Gatitos! ¿pero cómo? ¿No estaba esterilizada?
—No, mi mamá nunca la dejaba salir, no había peligro que saliera con
su sorpresa.
—Son tan lindos.
Miraba anonada a los cuatro gatitos acurrucados juntos, eran tres
machos y una hembra, Sandra hablaba de su idea de nombrarlos
como faraones egipcios, estaba leyendo acerca de ellos y su interés
por el tema decía que solo crecía.
—No tiene cara de Nefertiti —dije sosteniendo a la gatita.
—¿Y de que tiene cara? —preguntó Santiago entrando a la cocina.
—No lo sé...de Polly —contesté fijando mi vista en él.
—Al menos suena mejor que Nerfititi.
Constanza llegó a la cocina y lo primero que hizo fue tomar la
canasta con los gatos y llevarla hacia el rincón donde estaba la gata
grande viéndonos directamente.
—Es una mamá sobreprotectora —explicó—, mi amor ve a la mesa tu
papá está esperando —Sandra salió de la cocina casi corriendo—
¿Nadia no le has ofrecido nada de tomar a la novia de Santi?
—Lo siento ¿desea algo, jugo o tal vez...
—Así estoy bien, gracias —interrumpí a Nadia, el maldito de Santiago
río por lo bajo al notar mis nervios después de la forma en la que
Costanza se refirió a mí.
—Yo si te acepto una limonada —dijo sentándose tras la barra de la
cocina, palmeó el banco que estaba al lado invitándome a sentarme—
¿en serio no quieres nada?
—No, estoy bien así, tal vez un poco de agua.
—Nadia puedes traerle un poco de agua a mi novia por favor.
Giré el rostro para no darle el gusto de ver mi cara sonrojada, estaba
muerto de risa por lo nerviosa que me ponía la situación.
—¿Qué, no te gusta la idea? —susurró a mi oído sin dejar de reír.
—Gracias Nadia —le sonreí a la chica ignorando a Santi, tomé el agua
evitando su mirada, pero él no desistía.
—Valentina responde —insistió.
—Me gustan las cosas a la vieja usanza.
Alzó una ceja al oírme con esa sonrisa arrogante asomándose en sus
labios, se levantó solo un poco del banco, para tomar una flor que
estaba en un jarrón pequeño de cristal.
—¿Quieres que te haga un poema o algo así? Porque me siento muy
inspirado —negué sonriendo intentando frenar esa sensación extraña
que recorría mi cuerpo, Santi lograba adormecer mi sentido común y
despertar unas emociones casi ridículas, aclaró la garganta antes de
darme la flor— ¿Quieres ser mi novia?
No dejaba de sonreír viéndolo sin parpadear, no sabía hasta qué
punto estábamos bromeando, o si hablaba en serio, por mi mente no
pasaba algo negativo respecto a él, incluso hasta sentía haber
olvidado de verdad el asunto del libro, comenzó a tamborilear con los
dedos sobre el granito de la encimera, estaba esperando una
respuesta, entonces noté que hablaba en serio.
—Lo pensaré un poco —dije en tono de chiste.
—Vamos Valen, ambos sabemos que quieres decir sí ¡Solo bromeaba!
—agregó de inmediato, al ver mis ojos entrecerrados.
—Tu arrogancia me desespera.
—No es arrogancia, es la verdad. Es una super oferta admítelo.
Nadia solo miraba como nos reíamos.
—¿Super oferta? ¿Si digo si tendré alguna posibilidad de publicar
cierto libro?
—Sí dices sí te escribiría tantas cosas, además de ponerlas en
práctica...
Cubrí su boca con mis manos para silenciarlo, no sabía que era capaz
de decir incluso frente a Nadia, apartó mis manos con cuidado y
sonrió con amplitud cuando susurré un sí en voz baja, estaba a punto
de darme un beso cuando Costanza nos llamó para que pasáramos a
la mesa, solamente faltábamos nosotros.
Fue la comida más tensa en la que había estado, todos parecían estar
incómodos con la presencia de Saúl, hablaban sólo lo necesario,
cuando el señor hacía preguntas se limitaban a responder cortantes,
apenas probé la comida, me puse nerviosa cuando el señor comenzó a
preguntarme cosas a mí. No podía decirle que trabajaba en una
editorial, Santiago me lo había advertido cuando fuimos a aquella
boda, así que me reservé ese pequeño dato y le hablé acerca de mi
vida de estudiante del último año de mercadeo.
Preguntó mi edad de manera poco prudente y fue entonces que Santi
decidió que era hora de cambiar de conversación. Él tenía un
compromiso social a media tarde, se despidió unos minutos después
que dejamos la mesa, fue muy amable al despedirse y repitió por
tercera vez que era bienvenida en su casa cuando quisiera.
La tarde se me fue rápido charlando con los tres hermanos, Sebastián
nos hacía reír a todos con sus historias de noviazgos falsos con
mujeres, de repente mi mente se ausentaba, me preguntaba si era
correcto haber dicho sí, mi intuición me hablaba, pero yo me hacía la
sorda, Santi parecía ser demasiado bueno para ser cierto, me gustaba
demasiado, su forma de ser me atraía con intensidad a pesar de que
fuese un arrogante de mierda.
El sexo había sido genial, había química entre los dos, demasiada
para ser honesta, no pensé en esa obsesión suya por trabajar, ni en lo
complicado que resultaba su tiempo, me dejé llevar por esa emoción
extraña que me aceleraba el corazón.

***

—¿En serio no quieres ir a mi departamento?


—¿A ver algo en Netflix? —pregunté con ironía.
—No puedo, Laura me ha estado llamando todo el día para
recordarme qué quedamos en lo del cine.
Santiago aceleró el auto con el rostro serio, en menos de quince
minutos nos estábamos bajando de su vieja carcacha, tomó mi mano
y la entrelazó con la suya disminuyendo la velocidad de sus pasos.
—¿Despertaras tarde mañana?
—Como todos los domingos.
—Mañana hay una feria de libros, sería grandioso que pudieras ir y
llevar la idea de participar en alguna a la editorial, quería llevarte.
—Podemos ir por la tarde.
Apreté su mano cuando no respondió, esperando llamar su atención,
se detuvo y me señaló hacia el frente, donde estaba Laura recostada
sobre la camioneta de Martín.
—Pensé que saldrías con Laura.
—También quedamos con Martín —dije acelerando el paso— Laura —
la saludé con un beso en la mejilla y a Martín también.
Santiago cruzó los brazos con esa cara de pocos amigos tan común en
él.
—¿Lau ya conocías a Santi?
—Santiago Sada, el autor de Eva —dijo Laura sonriendo.
—Lo dejamos solo en Santiago mejor —respondió él estrechando su
mano.
—Martín él es Santiago, Santi él es un compañero de trabajo.
Los presenté actuando como si nada hubiera pasado, como si no
hubieran tenido aquellos breves roces, después de unos segundos
Santiago aceptó la mano de Martín, solo por pocos segundos.
Laura le decía algo a Martín cosa que aprovechó Santiago para
acercarme a él, beso mi mejilla antes de acercar su boca a mi oído.
—¿No puedo hacerte cambiar de opinión para que vengas conmigo?
Negué de inmediato y él suspiró molesto.
—Espero la pasen bien —dijo en voz alta—, hablamos luego —susurró.
Asentí acercando mi rostro al suyo para besar su mejilla, sin esperar
que me atrajera despacio hacia su boca. Me besó de una forma tan
intensa que me sorprendió, ni siquiera me dejó tomar un poco de
aire, rompió el beso hasta que él lo decidió.
Le sonrió a Laura que nos miraba con una sonrisa perpleja en el
rostro, y a Martín lo miró de forma desafiante antes de alejarse de
nosotros.
—Que simpático es tu amigo —soltó con ironía Martín.
—En realidad es mi novio —dije sorprendiéndome a mí misma con lo
que salió de mi boca.
w w

Fijé la vista hacia abajo, en la gente caminando por la calle bajo el sol
con tranquilidad, como si no percibieran el calor que hacía esa tarde.
Con las piernas cruzadas bajo la mesa y una de mis manos
sosteniendo mi barbilla, me sentía increíblemente relajada, me
gustaba tanto ese restaurante, comer en esa bonita terraza, con la
pintoresca vista que ofrecía la ciudad me ponía de muy buen humor.
—Si mi mamá te viera tomando cerveza para acompañar la comida se
muere —dije viendo a mi papá, sentado frente a mí.
Su risa ruidosa fue tan contagiosa como siempre, dejó el plato a un
lado y dijo:
—Creo que por algo no estamos juntos... Cuéntame, Valentina, ¿qué
es eso que te tiene tan contenta? Tu sonrisa lo dice todo.
No lo sabía con exactitud, había despertado con un maravilloso buen
humor, ni siquiera me molestó que su llamada para invitarme a
comer me despertase. Tomé aire antes de comenzar a hablarle de la
editorial y lo bien que yo sentía que me estaba yendo, obviando los
pequeños problemas que tenía. Mi papá se estaba esforzando por
arreglar las cosas conmigo, las últimas veces en que nos habíamos
visto, nuestras discusiones acabaron con esos encuentros, por ello yo
también intentaba poner de mi parte, conversando con él como casi
nunca lo hacía.
—Tengo amigos, estoy saliendo más a menudo, tú sabes que nunca he
sido la más entusiasta con lo de hacer vida social —continúe
poniéndole al tanto de mi vida.
—Lo sé, siempre fuiste muy solitaria, hasta en casa evitabas pasar
tiempo con nosotros en familia.
Quise decirle que no era así, que si evitaba compartir con ellos era
por las constantes comparaciones que siempre hacían, quise
explicarle que siempre me sentí menospreciada cuando usaban a mi
hermana mayor y sus virtudes para señalar mis defectos. Pero no lo
hice, opté por callar y sólo sonreír, no quería romper la atmósfera de
paz que nos rodeaba.
Mientras lo escuchaba hablar de unas vacaciones que estaba
planeando, desvié la vista a mi plato medio lleno, no tenía nada de
apetito, la noche anterior me había excedido con las palomitas y las
barras de chocolates. Mi papá quería ir a un lago, entusiasmado me
describía la casa que pensaba rentar por una semana, para compartir
tiempo de calidad conmigo y mi hermana. Desde ese momento
comencé a buscar una buena excusa para librarme de esa escapada
familiar.
Cuando bajábamos para salir del restaurante, comenzó a hacerme
preguntas acerca de mamá, parecía muy interesado en los detalles de
su nueva vida, desde el divorcio había adquirido el hábito de mudarse
constantemente. Mi vestido ligero y corto fue su siguiente tema de
conversación, mi papá se quejaba de mi audacia por salir así de casa,
mientras yo defendía mí elección para vestir en esa tarde, dado el
calor que hacía mi vestido era perfecto y me importaba poco si
pensaba lo contrario.
Al subir a su auto para aligerar el ambiente comencé a bromear
acerca de sus celos, lo hice reír hasta que lo llamé viejito
cascarrabias y así fue que logré que dejara en paz el tema. Evitaba
bostezar mientras mi papá hablaba, pero cada vez era más difícil
conseguirlo, la noche anterior había llegado demasiado tarde a mí
departamento, la salida casual al cine terminó siendo una noche de
tragos.
El sueño se fue de mí, cuando mi papá mencionó su intención de
subir a mi departamento, para acompañarme. No encontré la forma
de evitarlo, ninguna razón que pudiera disfrazarse de válida para no
permitirle entrar a mi casa. Me tensioné un poco cuando llegamos a
mi edificio, no me había dado tiempo de limpiar desde mi noche con
Santi, temí que mi papá con lo intuitivo que era sospechase algo.
Abrí la puerta despacio, mirando por encima del hombro a mi papá
que aguardaba tras de mí. Respiré profundo y fui directo a mi
habitación, pateé la sábana que había dejado en el piso, debajo de la
cama de forma apresurada, miraba hacia todos lados en busca de
otro detalle que me fuera a delatar, mientras mi papá se sentaba.
—¿Quieres un café o algo? —pregunté al mismo tiempo que recogía
del piso la envoltura plateada de un preservativo.
—¿Estás bien? —volteó el rostro para verme.
Asentí alisando mi vestido, intentando no mostrarme nerviosa,
aunque solía ser torpe para esas cosas.
—Todo en orden... ¿Entonces puedo ofrecerte algo?
—No mi amor, yo ya debería irme, tengo unos asuntos pendientes,
sólo quería dejarte en casa, cámbiate esa cosa —dijo apuntando mi
vestido.
Nos quedamos callados al escuchar el ruido que hizo la puerta al ser
empujada, mi papá que había sido el último en entrar no cerró de
forma correcta.
—Señorita Rincón, traje algo para usted.
Escuchar la voz de Santiago me generó un pequeño temblor en el
cuerpo, mi papá frunció el ceño al verlo entrar con tanta confianza.
La sonrisa de Santi desapareció al notar la presencia de mi papá,
llevaba algo en las manos que dejó sobre una mesa antes de
acercarse a paso lento hacia nosotros.
—Papá él es Santiago, Santi mi papá —los presenté actuando con
fingida naturalidad.
—Santiago Sada mucho gusto —extendió el brazo ofreciéndole su
mano.
Mi papá lo vio por largos segundos antes de aceptar el saludo, respiré
profundo cuando estrecharon las manos, mi papá sonrió falsamente
al momento de pronunciar su nombre, Daniel no podía fingir, sus
expresiones siempre lo delataban.
—Santiago, tú cara se me hace muy conocida —dijo papá, viéndolo
con detenimiento.
Santi negó visiblemente nervioso, algo extraño en un hombre que
siempre se mostraba seguro.
—Estoy seguro que te he visto antes —insistió
—No lo creo, al menos no que lo recuerde —respondió Santiago
recobrando la compostura.
—Seguro te estoy confundiendo, mis hijas me han presentado tantos
amigos que de repente todo se vuelve confuso.
—Papá —dije entre dientes al escuchar su comentario
malintencionado.
Cubrí mi rostro conteniendo la risa, deseando que ese momento
incómodo acabase rápido.
—Santiago fue un placer conocerte.
—El placer fue mío señor —respondió con ese encanto tan propio.
—Cuídate mucho mi amor —se dirigió a mí, dándome un dulce beso
en la mejilla.
Sonrió a Santiago antes de alejarse hacia la puerta, se detuvo antes
de abrir y giró para vernos.
—Este muchacho me cae mejor que el que me presentaste el mes
pasado.
Su risa burlona se escuchaba aún después de cerrar la puerta, Santi
alzó una ceja viéndome de una forma intimidante, mientras yo
negaba moviendo la cabeza.
—¿El mes pasado?
—Se confundió, realmente fue la semana pasada —respondí riendo.
Le tomó sólo un par de segundos encerrarme entre sus brazos, su
cercanía continuaba poniéndome arrítmica a pesar de lo cotidiana
que se estaba volviendo.
—Tus bromas son tan malas.
—¿Quién dice que bromeaba?
Me soltó al instante adoptando una actitud de enojo que me causó
risa, se alejó en busca de lo que había dejado en la mesa, para luego
acercarse de nuevo a mí.
—Venía a invitarte a la feria de libros que te comenté ayer, pero
mejor que te llevé el tipo de la semana pasada.
—Tus bromas si son malas —dije sonriendo.
Mis brazos rodearon su cuello en busca de nuevo de esa cercanía que
se sentía necesaria, él pego sus labios a los míos para darme un corto
beso que no me permitió profundizar.
—Mi papá no va a regresar, no te preocupes. —Le quité los lentes
antes de besarlo a como se debía.
Con la intensidad de lo que me provocaba, con las ganas que se
manifestaban cada vez que estábamos juntos, en medio de ese beso
cargado de tanta energía, entendí, que él era el motivo de mi buen
humor, esa alegría que según mi papá destellaban mis ojos, tenía
nombre, Santiago Sada. Sus manos sobre mi cintura me presionaron
contra su cuerpo, el calor que hacía comencé a percibirlo más
sofocante, paseaba las manos por su espalda hasta que me atreví a
meterlas bajo su camisa.
El beso intenso se volvió más rudo, me apresó con más fuerza, sin
dejar espacio entre los dos, di un pequeño salto cuando sus manos se
colaron dentro de mi vestido, me apretó el trasero con una
desesperación palpable, su gemido ronco me llevó a morderle el labio
inferior.
—Valen, Valen —repitió mi nombre casi sin aire, sujeto mis caderas
para alejarme de él de forma brusca —, debo mantener mis manos
lejos de ti.
—¿Te dio tanto miedo mi papá?
—No —respondió riendo, manteniendo la distancia entre nosotros, me
miró de pies a cabeza, negando cuando sus ojos se detuvieron en mis
piernas—. Mi entrenador no me perdona el minuto diez que perdí en
la competencia, mañana tengo que hacer una prueba de resistencia
física y
—Debes evitar cualquier actividad que mermé tu desempeño —lo
interrumpí, recordando lo que dijo Sebas cuando se enteró que pasó
la noche conmigo.
—Así es... Lamentablemente —agregó en voz baja.
—Interesante.
—Eres malvada Valentina —dijo al ver mi sonrisa.
—¿También soy la culpable de lo que pasó en la competencia?
—La gran culpable —respondió quitándome los lentes de las manos,
los limpió antes de ponérselos y sonrió al darse cuenta de la forma en
la que lo miraba—, estás siendo muy obvia hoy.
—Yo no fui la que condujo hasta tu departamento, para invitarte a
¿cuál es el pretexto de hoy?
—La feria de libros y no es pretexto, vamos ya que se nos hace tarde
—pidió tomando mi mano.
—Espera, al menos deja que me cambié estoy...
—Perfecta Valen, vamos odio llegar tarde.
Me obligó a salir rápido de mi departamento, caminábamos tomados
de las manos, a paso rápido mientras me hablaba del programa de la
feria, ni siquiera me había llamado para preguntarme si quería ir, y
tenía perfectamente planeada nuestra tarde en ese sitio.
Sonreí al ver el auto viejo en el estacionamiento, Santi parecía
quererlo más que a su bicicleta, abrió la puerta para mí como lo hacía
siempre, pero antes de que pudiera entrar, sostuvo mi cintura para
robarme un beso que me dejó sonriendo como estúpida.
Me gustaba ese Santi, espontáneo, risueño, relajado conduciendo la
carcacha. Puso una mano sobre mi pierna después de salir del
estacionamiento, cuando lo vi entrecerrando los ojos, tuvo la osadía
de subirla un poco más.
—¿No debías mantener las manos lejos de mí?
—La tentación es grande y yo soy débil.
Aparté su mano con el sonido de su risa en mi cabeza, me recosté
mejor sobre el asiento, disfrutando de su compañía, de sus miradas y
de esos jueguitos en las que ya no caía con tanta facilidad.

***

Nunca había estado en algo así, por eso la cantidad de personas que
estaban en ese sitio me sorprendió, a pesar de ser un evento local
tenía una gran concurrencia, casi no encontramos espacio para
estacionarnos, Santiago soltó una que otra maldición por dejar su
auto tan lejos de la entrada a la feria.
La fila para ingresar era corta, pero el calor hacía de aquello una
espera casi insoportable, até mi pelo en un moño sin quitarle la vista
de encima a Santi, se mostraba entusiasmado, muy conversador, me
daba todos los detalles de un autor que estaba presentado su último
libro esa tarde.
Tomó mi mano guiándome por aquel montón de Stand llenos de
libros, la presentación del libro estaba a punto de comenzar y entendí
por la prisa que tenía que no quería perderse ningún detalle.
—Imagina que los autores de Águila editorial presentando sus libros
aquí, el mercado que están teniendo es de
—Jóvenes —interrumpí—, no veo a un montón de chicos haciendo fila
para entrar a algo así.
—No conoces tu mercado Valentina, claro que sí, ven acá —tiró de mi
mano para llevarme a otra especie de pasillo —Mira esto.
Leí el letrero pequeño en el primer stand, Novelistas, había filas en
distintos espacios, Santi señaló al montón de chicos que esperaban
con libros en las manos, a que los autores firmaran.
—Romance Juvenil, de lo que más se lee hoy en día —susurró a mi
oído—, hace un par de años traje a Sandy y a sus amigas, esperé por
tres horas para que la escritora del libro que todas leían, firmara sus
copias.
—Nunca lo imaginé, es decir... ¿Y las fiestas?
—No todos son iguales, a algunos chicos le gustan los libros y
también van a fiestas. Los últimos libros que han publicado calzarían
perfecto en esta sección.
—¿Crees que debería proponerle a mi jefe participar en eventos así?
—Estoy seguro de ello. Les ayudaría mucho y a ti, te dejaría como una
editora proactiva y eficiente.
—Esto de juntarme contigo está siendo muy provechoso.
—Preferiría el término placentero, o satisfactorio pero bueno...acepto
lo de provechoso.
***

Sí leer me causaba sueño, escuchar poesía me daba ganas de


desmayarme, el autor del que hablaba Santi era un poeta, su último
poemario era el libro que estaba presentando en esa feria, la pequeña
sala donde se llevaba a cabo la mini conferencia, aún tenía algunos
asientos disponibles. Nos sentamos en tercera fila, intentando pasar
desapercibidos porque el autor ya había comenzado a hablar del
libro.
Me esforzaba para no bostezar, me dediqué a observar a Santi con
detenimiento, concentrado en todo lo que decía el viejo escritor,
ladeó el rostro sin darme tiempo de ver a otro lado, sonrió con ese
toque de arrogancia en la mirada que me molestaba ligeramente,
pensé que iba a decirme que estaba siendo obvia, pero no lo hizo, en
cambio tomó mi mano y la entrelazo con la suya, las mariposas no se
quedaron en mi estómago, recorrieron mi cuerpo entero.
Sin saber en qué me estaba metiendo, me dejé llevar por lo que
estaba sintiendo, recosté la cabeza en su hombro, buscando más
cercanía.
—¿Te gusta mucho la poesía? —pregunté cuando salíamos de la
presentación.
—No mucho, pero Guillén fue maestro de mi mamá, le gustaba leer
sus poemas y de alguna forma crecí escuchándolos.
—¿Tú mamá leía poemas para ti?
—También los escribía, de hecho, creo que la facilidad para las letras
que tenemos Sandra y yo, lo heredamos de ella. Quiero que me
ayudes en algo —dijo serio.
Noté que quería cambiar el rumbo de nuestra conversación, su
mirada se tornaba triste cada vez que hablaba de su mamá,
comprendiendo aquello no comenté más nada, caminaba en silencio a
su lado aferrada a su mano.
Me llevó hacia otra sección de la feria, había menos gente, por lo que
caminar tranquilamente viendo libros, era posible. Me llamó la
atención un libro con una portada vistosa, obligué a Santi a
detenerse, ignorando el gesto de molestia que hizo.
—Santiago.
Levanté la vista al oír la voz de una mujer, una morena con una
sonrisa amplia nos miraba a ambos, estaba dentro del stand, pero no
vestía con las camisetas que usaban las personas del staff de la feria,
deslicé la vista por ella, de su cuello colgaba un gafete con su
nombre, leí directamente bajo este, decía escritora.
—¿Hace cuánto tiempo no te miraba?
Miré como salía del stand para acercarse a él, tomé el libro
simulando leer la portada mientras intentaba escuchar todo lo que
decían. Santiago sonrió cuando ella comentó algo que no pude
escuchar, él alargó el brazo buscando mi mano, dejé el libro en su
sitio y acepté la suya que me atrajo a su cuerpo.
—Valentina, ella es María Inés una vieja amiga.
La saludé con naturalidad, sin mostrar la curiosidad que sentía por
ella, me dio la impresión que Santiago y ella tenían confianza, y esa
sensación no me gustaba.
—María Inés está presentando sus dos últimos libros, es una gran
escritora —explicó Santi—. Valen es editora de adquisiciones en
Águila.
Ella sonrió mucho más levantando las cejas.
—Hace un par de años envié varios manuscritos a Águila, nunca
recibí respuesta.
Santi presionó mi cintura con discreción, y cuando lo vi me miró de
una forma que entendí al instante.
—Me encantaría leer alguno de ellos, la editorial acaba de pasar por
una reestructuración, estamos en búsqueda de talento, ansiosos por
llevar nuevos libros a los estantes de las librerías.
—Me encantaría hablar contigo con más profundidad.
—Podemos concretar una cita para la próxima semana, necesito tu
correo y tu número —dije rápidamente.
De inmediato busqué mi teléfono dentro del pequeño bolso estilo
bandolera, que colgaba de mi hombro, registré su número y su correo
y le di el mío.
Nos quedamos conversando con ella por unos minutos más, antes que
tuviera que volver para atender a sus lectores.
—Gracias —dije después de darle un beso en la mejilla, nos habíamos
alejado un par de pasos apenas.
—No es necesario que agradezcas, tú hiciste lo más importante,
aunque creo que merezco algo más que un beso en la mejilla.
Puse la mano en su hombro para detenerlo y darle un abrazo corto.
—En serio gracias, piensas en todo.
—Tú tienes las agallas para hacer todo, solo necesitas un poco más de
experiencia —respondió sin soltarme—. ¿Puedo darte un beso?
—¿Dónde? —cuestioné rompiendo el abrazo.
—Ahí donde estás pensando.
Lo empujé muerta de risa, quejándome porque había roto un
momento agradable, pasó el brazo por mis hombros acelerando el
paso, cuando le pregunté en que necesitaba mi ayuda, apuntó con la
barbilla hacia una sección que estaba en un rincón.
—¿Qué se supone que haremos ahí?
—Buscar una Antología poética, fue publicada hace muchos años,
pero supongo que podemos tener suerte y encontrarla.
—¿Cómo se llama?
—Amores y otros vicios.
Buscamos el libro con paciencia, él parecía muy interesado en
encontrarlo por lo que me atreví a cuestionar el motivo, me arrepentí
de mi imprudencia al notar como su manzana de Adán subía y bajaba,
tomó aire y aclaró la garganta.
No era necesario que me dijera algo, sabía que se trataba de algo que
tenía que ver con su madre.
—Hay tres poemas de mi mamá en ese libro, fueron publicadas pocas
copias, se me ha hecho imposible encontrarlo.
—¿Intentaste en internet?
—Dos veces, y me han llegado los libros, pero en pésimo estado y, sin
las páginas donde están los textos de mi madre.
Lo abracé por la espalda sin saber cómo iba a tomar mi impulso,
tomo una de mis manos que estaban entrelazadas sobre su estómago,
y me puso a su lado para abrazarme sin dejar de buscar el libro.
—¿Por qué en tu casa no hay ninguna copia de ese libro?
—Una larga historia, mi papá es idiota.
No quise insistir más sobre el tema, me solté de su agarre para
buscar el libro en el único sitio donde no lo habíamos hecho, estaba
demasiado concentrada en mi labor que no me di cuenta que Santi se
había alejado. Hablaba por teléfono con esa expresión de fastidio que
no sabía ocultar, dudé en acercarme, pero al final me decidí.
Su papá estaba tras la línea, por la manera en la que le respondía
intuí que discutían, colgó el teléfono sin despedirse y suspiró para
luego dirigir su vista a mí.
—¿Todo bien?
—Todo mal, pero ya estoy acostumbrado.
—Santi.
—No te preocupes, no es la gran cosa. Mañana tengo una reunión con
papá y dos socios, y la prueba de resistencia, tendré que acomodar
mejor mis horarios, creo que Jorge puede adelantar un poco la
prueba.
—¿Nunca descansas?
—Ahora mismo lo estoy haciendo, ven —pidió tomando mi mano.
Se miraba tenso a pesar de intentar sonreír, nos dimos por vencidos
con el asunto del libro, lo buscamos por cada estante sin encontrar
nada.
Me estaba aburriendo demasiado en ese sitio, y fingir que no, era
ridículo, Santiago sabía leerme a la perfección; me dijo, cuando
caminábamos entre los stands que solo buscaría un libro que le había
prometido a Sandy.
Estaba pensando en inventarme una buena excusa para no ir a
trabajar al siguiente día, estaba a punto de tener una intoxicación
literaria gracias a Santiago. Mientras él buscaba el libro que quería
Sandra, le eché un vistazo a los que estaban sobre una mesa. Leía la
sinopsis de una historia romántica cuando Santi se puso tras de mí,
pasó la mano por mi cintura y despacio me pegó hacia él.
—Nos compré esto —dijo poniendo un libro frente a nosotros.
El sexo y otras perversiones, tosí al leer el título e intenté cubrirlo, al
darme cuenta que una señora que estaba a nuestro lado nos
observaba. Santiago se reía a mi oído sin importarle que la gente nos
mirase.
—¡Por Dios guárdalo! ¿Por qué compras esas cosas?
—Es lo único que te gusta leer, admítelo.
—¡Claro que no!
—Te quedas dormida Valentina, este tipo de historias es para ti.
Lo empujé suavemente haciéndolo reír, el sonido de su risa se había
vuelto cotidiano, en ese momento que se quitó los lentes soltando
otra carcajada, me pregunté si su buen humor lo producía yo, si sus
sonrisas eran mías y si se sentía tan a gusto como yo, sólo
compartiendo tiempo juntos.
—Quita esa cara, lo leeré para ti.
—¿Disfrutas esto, cierto? Intimidarme, ponerme nerviosa.
—En realidad disfruto de cómo cambia tu mirada cuando te
ruborizas, adquieres un encanto irresistible. Además, no tiene por
qué intimidarte que quiera leer para ti, ponte nerviosa cuando te diga
que te escribí algo.
Mi risa tonta chocó contra sus labios cuando me dio un pequeño beso,
su teléfono sonó de nuevo, miró su reloj antes de responder,
caminábamos hacia la salida mientras continuaba con esa llamada,
hablaba con su asistente reconocí su nombre al escucharlo.
Trabajar con Santiago era esclavizante, no entendía como un
domingo estaban hablando de presupuestos, gastos y datos, puse
atención a la llamada cuando Santi se disculpó por tener que colgar
rápido, le explicó que estaba conmigo usando el término de mi novia,
que la llamaría más tarde para que hablaran de ese balance.
Oír aquello hizo que mi corazón latiera con celeridad, todavía no
procesaba del todo que tenía un novio, menos que ese novio fuese un
hombre como Santi, ni siquiera me cuestioné como llegamos a tanto,
como pasé de querer publicar su libro, a querer tenerlo metido en mi
cama.
Me detuve frente al auto esperando que lo abriera, me cohibí al
percatarme de la forma en la que me miraba, se quitó los lentes con
esa sonrisita en los labios que me daba escalofríos, cruzó los brazos y
se recostó sobre la carrocería, con la puerta del copiloto abierta.
—¿Puedes dejar de verme así?
—No puedo, estoy inspirándome —respondió tranquilamente.
—Sinvergüenza —susurré cuando pasé a su lado.
Su repuesta, una carcajada contagiosa, apenas subió y se acomodó en
su asiento, puso música en un tono muy bajo, entre tanto yo habría
las bolsas para ver los libros que había comprado, le llevaba dos a
Sandra, uno para él y el que nos compró a ambos.
Lo saqué de la bolsa con curiosidad, leí el título y sonreí negando,
abrí el libro y lo puse sobre mis piernas para ojearlo un poco, la
maquetación me pareció novedosa y se lo comenté a Santiago, la
portada me gustó mucho y tampoco pude callármelo.
—Me da gusto que estés estudiando a la competencia, pero el objetivo
de la compra del libro, fue otro.
—¿Leerlo para mí?
—En realidad quiero que tú lo leas, tengo la teoría que no te has
enamorado de la lectura porque no has encontrado el libro adecuado,
intentaré con todos los géneros hasta hallar el tuyo.
—¿Y decidiste comenzar con el erótico? Muy conveniente.
—Bueno supuse que te iba a gustar, recuerdo tu cara cuando leía para
ti, se notaba que te gustaba.
Ignoré su jueguito, su risa y su mirada, me concentré en el libro, leí
un par de páginas antes de volverlo a guardar, leer en el auto se me
hacía difícil.
—¿Tan rápido te aburrió?
—¿Tú que crees? —pregunté con la mirada fija en su rostro.
—Que necesitas leerlo a solas y en un sitio tranquilo para
concentrarte.
—¿Sabes qué necesito?
—Cultivar el buen hábito de la lectura —respondió con ese tonito
arrogante.
—Leer algo escrito por ti, me dijiste que, si decía si, iba a poder
hacerlo.
Dejó de ver el camino por breves segundos, para mirarme a mí,
sonrió y relamió sus labios, antes de volver a concentrarse en la
autopista.
—¿A qué juegas Valentina?
—A lo que jugamos siempre, uno intenta intimidar al otro
constantemente, se supone que quién lo logre más seguido es el
ganador, pero creo que siempre empatamos.
Se quedó callado por largos segundos, hasta que nos detuvimos
brevemente en un semáforo, ladeó el rostro para verme.
—¿Qué quieres que te escriba?
Reconocí esa sonrisa, y ese brillo en sus ojos, crucé las piernas en un
acto reflejo, la expectativa que me dejaba ese coqueteo me hacía
sentir la necesidad de apretarlas.
—Lo que te inspiré —respondí en voz baja.
—No sabes lo que estás pidiendo —dijo riendo.
—¿Acaso tienes miedo de desatar tu imaginación? —la manera en la
que hablábamos, el tono que ambos usábamos me provoca una
sensación extraña en la boca del estómago.
Santiago sonriente aceleró el auto, cuando movió la palanca de
cambios rozó con los nudillos una de mis piernas, me guiñó el ojo
cuando lo vi seria. Y apreté de nuevo las piernas, todo parecía indicar
que la que estaba perdiendo ese juego, era yo.
—Creo que ahora tengo permitido desatarla ¿no? Es uno de los
beneficios de que hayas dicho sí.
—¿Y cuáles son los otros beneficios?
—Venir por ti y llevarte a una feria de libros, buscarte sin ningún
pretexto —respondió con una seriedad que no mantuvo mucho
tiempo —, pasar tiempo contigo... ¿Por qué me ves así?
—Eres tan labioso.
Mi respuesta provocó una risa de esas breves, que me dejaban con
una satisfacción fuerte. Apagó el auto cuando llegamos a nuestro
destino, recogí la bolsa con los libros y mi bolso mientras él se
quitaba el cinturón, sentí sus dedos alrededor de brazo, giré mi
rostro y sostuve su mirada.
—Venir por ti y llevarte a una feria de libros, buscarte sin ningún
pretexto, pasar tiempo contigo ¿Ahora si me crees? —preguntó sin
apartar sus ojos de los míos.
—No del todo, pienso que crees que tienes más beneficios y no los
mencionaste. No puedo creer tu repuesta cuando conozco esa mente
tuya.
—¡Basta! Tú ganas —soltó riendo—. Me doy por vencido.
—¿Quieres subir conmigo?
Asintió y negó, después dejó caer la frente sobre el manubrio del auto
sin ocultar la forma en la que sonreía.
Me vio con los ojos entrecerrados, cuando cerré con demasiada
fuerza la puerta de su viejo carro, aceleré el paso esperando que me
siguiera, sentí su mano en mi espalda y segundos después su brazo
rodeando mi cintura, Santiago tenía una forma de sujetarme a la que
ya me había acostumbrado, me apretaba hacía su cuerpo con algo de
fuerza, no había escape, y yo tampoco buscaba uno.
Subimos en completo silencio, Santiago miraba el libro que había
bajado del auto, mientras yo lo miraba a él, abrí la puerta sintiéndolo
tras mi espalda, entré y me di cuenta que no se movió del pasillo.
—¿No vas a entrar?
Negó y extendió su mano hacia mí, la tomé de inmediato dando pasos
cortos para estar frente a él.
—¿Tienes que irte ya? —estaba siendo demasiado obvia, pero en ese
momento no me importaba mucho— Ah es por lo que te inspiro, los
beneficios y eso, no te preocupes, no haré nada que...
No me dejó terminar de hablar, con ambas manos sujetó mi rostro
para atraerme hacia el suyo, me besó con una rudeza excitante, que
no tardé mucho en corresponder, saboreé el deseo de sus labios,
deslicé mi lengua con la suya, sus manos fueron a mi cintura,
presionó los dedos sobre mi piel, quemándome con su tacto sutil.
El aire me faltaba, las piernas se me debilitaban, rompió el beso
dejándome sin aliento, miró hacia los lados, luego a mí. Respiraba
rápido y me observaba con intensidad, de repente di un paso hacia el
frente, me empujó hacia el interior de mi departamento, cerró la
puerta y me acorraló contra la primera pared con la que nos
topamos, me besó una vez más de la misma forma ansiosa,
mordiendo mis labios suavemente. Mis dedos se aferraron en su
cuello, cuando sus manos comenzaron a moverse por mis piernas.
Ambos respirábamos con celeridad mientras nuestras bocas seguían
unidas, levantó una de mis piernas al mismo tiempo que empujó la
pelvis hacia mí, la punzada en medio de mis piernas fue dolorosa, yo
quería eso, una parte de mí lo esperaba desde que estábamos en el
auto, verlo así de descontrolado, era mi deseo reprimido.
—¿Quieres que escriba lo que me inspiras? —escuchar su voz
entrecortada, me puso los vellos de punta.
Respondí sí, en medio de un beso, y con un tono apenas audible. Al
escucharme aplastó con más fuerza su cuerpo contra el mío, me
desarmaba la forma hasta en la que respiraba, sentía un deseo
sofocante entre los dos, era algo mutuo, fuerte y palpable, bajé mis
manos por su espalda hasta llevarlas al borde de su camisa, la saqué
rápido de su cuerpo con su colaboración inmediata, su piel estaba
erizada incluso tal vez más que la mía.
Su respiración se hacía más inconstante cuando pasaba las manos
por su espalda desnuda y sus brazos, los gemidos que salían de mis
labios se perdían en los suyos, con una destreza increíble, levantó el
vestido para quitármelo. No le tomó ni un par de segundos tenerme
semidesnuda pegada a esa pared, con una sola mano desprendió los
broches de mi sostén, quería tocarlo, necesitaba hacerlo, pero su
prisa por desnudarme, limitaban mis movimientos.
El sostén blanco cayó al piso y mi espalda chocó contra la pared,
cuando empujó su cuerpo con más fuerza contra mí, jadeaba bajando
sus labios por mi cuello, cuando sus manos sujetaron mis senos para
comenzar a acariciarlos, yo llevé las mías hasta su trasero,
empujándolo con descaro hacia mí.
Cerré los ojos y mordí su cuello al sentir la palma de su mano bajar
por mi vientre, el calor se expandía por todo mi cuerpo, la tensión se
concentraba en mi entrepierna palpitante, deseando aliviar aquella
necesidad irracional apretaba los muslos desesperada.
Gemimos a la vez cuando sus dedos se deslizaron con facilidad por mi
entrepierna a causa de la humedad densa, que incluso resbalaba por
mis muslos. Perdí el control de mi cuerpo al percibir esa fricción
deliciosa de sus dedos en mi cuerpo, jadeaba en mí oído
constantemente provocando una sensación de cosquillas en mi
garganta.
Perdí la conciencia de tiempo y espacio, no me percaté del momento
en que me quitó la ropa por completo, reaccioné hasta que me alzó
sujetando mis piernas, entrelacé los brazos en su cuello al sentirme
en el aire, sin quererlo presionaba su cabeza contra mis pechos, él,
listo en todo momento, aprovechó la situación para tentarme con su
lengua rodeando las puntas de mis senos.
En ese punto era dolorosa la espera, necesitaba sentirlo dentro de mí
para calmar esas ganas, que me cortaban hasta la respiración, como
si leyera mi mente, separó solo un poco más mis piernas y con un
sólo movimiento, se clavó en mi interior.
No hubo pausas, ni un solo segundo de calma, empujaba con
celeridad las caderas, provocando que mi trasero se estrellara contra
la pared, una y otra vez. Le enterré las uñas en los hombros con el
desenfreno que me recorría, nos besamos los labios sin ninguna
sincronía, era una especie de mordiscos entre jadeos constantes, me
aferré más a su cuello cuando aquello me estaba sobrepasando. Me
generaba cierto temor, ese placer que me aturdía, perdía hasta el
control de lo que mi boca decía porque pedí que lo hiciera más fuerte,
sintiendo que no podía soportar más intensidad.
—Mierda —murmuré antes de quedarme muda y con la mente blanca,
intoxicada de placer.
Él siguió moviéndose, las dos últimas veces con tanta fuerza que me
hizo volver, de ese sitio donde mi mente se iba.
—Valentina... Valentina —repitió mi nombre agitado.
Recostó la cabeza en uno de mis hombros, dándonos un poco de
tiempo para recuperar el aliento, estaba empapada en sudor, él más
que yo, intenté soltar mis piernas de su cintura, el negó
acomodándolas donde estaban.
—Sujétate bien —pidió antes de caminar conmigo encima, hasta mi
cama.
Respiré profundo sintiéndome agotada, la salida con mi papá, luego
esa feria y nuestra obviedad en la entrada de mi departamento,
habían acabado conmigo. Santi besó castamente mis labios después
de dejarme sobre la cama. Mi sonrisa de tonta desapareció al darme
cuenta de lo que acababa de hacer, me senté sobre la cama de
inmediato sobresaltada y entonces vi a Santi recogiendo el empaque
del condón del piso, sentí alivio de que al menos uno de los dos
pensara, en momentos así. Por un momento creí que lo habíamos
hecho sin protección.
Tenía la necesidad de acurrucarme a su lado, a pesar del calor
infernal que se percibía, la primera vez que tuvimos sexo me quedé
dormida con él abrazándome por la espalda, pero no estaba segura de
lo que iba a proceder en esa nueva ocasión. Tiró su camisa en la cama
teniendo cuidado de no golpearme con ella, caminaba buscando algo,
con el pantalón aún abierto cayendo por sus caderas.
Me puse su camisa porque aún me sentía incómoda desnuda frente a
él, no perdí ni un solo movimiento menos un detalle de lo que podía
ver de su cuerpo, el tono de sus brazos era un poco más oscuro que el
resto de su torso, tenía una espalda atractiva, ancha y un poco
trabajada, cuando se giró con la agenda que me regaló entre las
manos, observe su pecho con una ligera capa de vellos,
definitivamente la bicicleta era la causante de que tuviera ese
cuerpo, definido con las proporciones justo como me gustaban. La v
en su cadera me robó el aliento que apenas recuperaba.
Se sentó a la orilla de la cama, callado y con mi agenda todavía en las
manos, se inclinó un poco hacia adelante y comenzó a escribir en
ella. Me estaba escribiendo algo a mí.
Lo hacía a una velocidad que me parecía increíble, cerró la agenda y
la tiró sobre el tocador, se dejó caer sobre el colchón respirando
profundo, levantó los brazos y tomó mi tobillo para arrastrarme
hasta donde estaba. Apoyé la cabeza en su brazo girando el rostro
hacia él.
—¿Y tú prueba física?
—Supongo que no iré —besó la punta de mi nariz, y palmeó el colchón
buscando su teléfono.
Marcó un número y lo llevó a su oreja, le hablaba a su entrenador, le
dijo que no podía ir a la prueba que era mejor dejarla para otro día,
podía escuchar al tipo preguntarle que había pasado. Él, muy quitado
de la pena, le dijo que iba a ponerme al teléfono para que le explicara
los motivos.
Le pegué con el puño en el pecho, resistiéndome a tomar el teléfono,
finalmente colgó, me tiró una almohada para cobrarse el pequeño
golpe que le di, éramos un par de competitivos que no podían dejarse
ganar, le lancé con más fuerza la misma almohada, lo pateé cuando
me lanzó otra, sujetó mi pierna y mordió mi pantorrilla en respuesta,
enterré las uñas en sus brazos evitando reír porque eso me iba a
debilitar.
—Santi basta —pedía riendo.
Me sujetaba de él con fuerza al sentir que estaba a punto de caer de
la cama, me empujaba sin hacer caso de mi suplica entre carcajadas.
—Di que yo gano.
—Tú ganas —lo complací.
Me ayudó a incorporarme un poco y fue ahí cuando aproveché para
invertir la situación, giré sobre él dejándolo a la orilla de la cama...
Error.
El maldito se reía a carcajadas, era más fuerte que yo, tomando mi
cintura me atrajo con él al piso, me puse de pie de inmediato, apoyé
el pie en su entrepierna para subirme a la cama, haciéndolo gritar en
el piso.
Riendo tomé mi teléfono que había sonado minutos atrás, era un
mensaje de Manuel.
¿Puedes coger a otra hora? Es perturbador escuchar cómo te clavan en
la pared.
Solté una carcajada que hizo reír a Santiago también, le mostré el
mensaje que él mismo quiso responder.
Decidió quedarse un rato más conmigo, sin la presión prueba física,
no tenía por qué levantarse temprano la mañana siguiente, pedimos
comida y mientras esperamos me propuso ordenar un poco mi dulce
hogar.
—Encontrabas encantador mi desorden —dije mientras recogía una
revista.
—Seguro también encontraré encantador tu orden —respondió
sonriente.
Me senté sobre la cama con la revista en las manos, leía un artículo
sobre maquillaje concentrada mientras él agrupaba unos libros sobre
una mesa, volteé cuando el resplandor de un flash iluminó mi rostro.
—Deberías quedarte con ella, te queda mejor que a mí —apuntó su
camisa.
—No me saques una foto así, estoy hecha un desastre —aún tenía solo
su camisa puesta, y el pelo atado en una coleta descuidada.
—Es cuando más guapa te encuentro.
Agradecí que me estaba dando la espalda, para que no notase la cara
de estúpida que tenía gracias a una sola frase.
—Somos mi hermana y yo —dije al verlo con una fotografía en las
manos—, yo soy el bebé, mi hermana es mayor.
—Te reconocí —murmuró sin despegar la vista de la foto—. Por tus
ojos.
—Mis ojos son iguales a los de mi hermana —respondí.
—Para nada —afirmó viéndome directamente.
—Todo el mundo dice que los ojos son lo único que tenemos parecido.
—Se equivocan, tus ojos son cálidos y expresivos. Me gustan tus ojos
por lo que reflejas en ellos.
Se acercó a mí para sentarse a mi lado, lo empujé para que los dos
cayéramos sobre la cama, y tomé mi agenda que estaba sobre el
tocador.
—¿Vas a leer esto para mí?
Alzó una ceja y besó mi cuello antes de comenzar a leer sus líneas
perversas.

***

Gloria, la secretaria de Santiago arrugó el rostro al ver cómo me


acercaba a su escritorio, estaba tan de buen humor que ni su cara de
amargada borró mi sonrisa.
Había tenido una noche genial, y una mañana estupenda en el
trabajo, en una reunión comenté con Rodrigo acerca de la posibilidad
de participar con nuestros autores en alguna feria y le había parecido
fantástico.
Miré la hora en mi teléfono, necesitaba estar justo a tiempo, me
detuve frente a ella y puse en el escritorio la bolsa con el pastel de
chocolate, que compré en la cafetería del piso de abajo de la editorial.
—Es para ti, para que se endulce un poco tu día.
—Gracias —dijo aún con su cara de pocos amigos.
—¿Santi?
—El Licenciado Sada está muy ocupado, me pidió no pasarle
llamadas.
—Voy a entrar a ver a mi novio ¿Tú crees que se enoje si lo
interrumpo?
No esperé que respondiera, sonriendo ladinamente le di la espalda
para abrir la puerta, Santiago estaba tras su escritorio, escribía algo
con la mano izquierda en un cuaderno y daba click en el mouse con la
derecha.
—Hola señor ocupado.
Levantó el rostro solo por un momento, el brillo del día pasado no
estaba en sus ojos se miraba agotado y apenas era medio día, ni
siquiera me sonrió, Santiago era otro cuando estaba en esa oficina.
—Valen, estoy con algunas cosas pendientes, tengo una cita
programada en unos minutos y debo terminar esto.
—¿Eres zurdo? —pregunté curiosa, puesto nunca antes lo había visto
escribir con la izquierda.
—Ambidiestro en realidad, puedo hacer mucho con ambas manos —
respondió con su típico doble sentido—. Intentaré salir temprano e ir
a buscarte ¿Qué dices?
—Que hablemos de eso después Licenciado Sada, estoy aquí por otra
cosa.
Dejó de hacer todo lo que estaba haciendo y me vio de pies a cabeza,
puse el maletín que cargaba entre las manos, sobre la mesa y me
senté frente a esta. Abrió su agenda y negó riendo al verla.
—¿Cuándo le di una cita a la señorita Rincón?
—Cuando me llevaste a tu habitación, supongo que ese es uno de los
beneficios de haber dicho si —respondí sonriente—, pero no hablemos
de eso, vine aquí para que negociemos la propuesta de publicación.
—¿No te darás por vencida?
—Vengo dispuesta a convencerte.
w w

La seriedad que adquirió su rostro no me intimidó para nada, ver esa


expresión en su cara me recordó cómo se miraba cuando estaba
excitado.
Santiago se concentraba tanto en el acto, que daba la impresión de
estar molesto, juntaba sus labios y fruncía levemente el ceño
mientras jadeaba, lucía tan arrogantemente sensual, que esa imagen
suya llegaba a mi mente con frecuencia.
Aflojó el nudo de su corbata con un rápido movimiento, seguí
viéndolo de reojo mientras sacaba una carpeta de mi maletín, estaba
tenso, lo percibía.
—¿Cómo piensas convencerme? —rompió el silencio al fin.
Le sonreí entregándole la propuesta que había hecho nuevamente, y
sola, sin la ayuda de Laura. Alzó una ceja aceptando los papeles, se
recostó sobre el sillón, acomodó mejor sus lentes y comenzó a leer.
Los minutos que tuve que esperar, los sentí eternos, cuando dejó los
papeles sobre la mesa comenzaron los nervios,
unos que me esforcé por ocultar.
—Debo reconocer que esta propuesta es mejor que la anterior, en
cuanto al aspecto económico, pero no me impresiona.
—Tomando en cuenta la situación de la editorial no podemos ofrecer
más, el porcentaje estipulado es más alto que el de los otros autores
de la editorial.
—No hablo de eso, no pido más dinero, incluso aceptaría el
porcentaje común entre escritores.
—¿Entonces?
—En caso de aceptar no tendría casi nada de control creativo, es mi
obra, quiero involucrarme en todo el proceso, incluso hasta en las
estrategias de venta.
—Eso no es un problema, soy flexible con
—Me consta —interrumpió con una risita que se apagó al ver mi cara.
—Enfócate.
—Lo lamento —se puso serio de nuevo, pero el brillo de la perversión
estaba en sus ojos.
—Te decía que estoy dispuesta a negociar lo del control creativo,
escucho tus peticiones de una vez.
—No he aceptado de nuevo, solo fue una suposición.
—Dijiste que mi reseña, mi crítica y las razones que te di eran
buenas. ¿Era una mentira acaso? —cuestioné con un toque de
indignación.
—Para nada, te dije lo que pienso, pero eso no garantiza que acepte
publicar ese libro, Valen —suspiró—, no es por la propuesta, ni por la
editorial, simplemente no quiero que ese libro salga a la luz.
—He invertido mucho tiempo y esfuerzo en esto, no dejaré que me
digas no así solamente.
Río sin ni una pizca de diversión, a la vez que negaba, extendió su
mano hacia mi sobre la mesa, dije no moviendo la cabeza, no quería
ese tipo de contacto, estábamos trabajando.
—Concentrémonos en esto. Dame un motivo para no aceptar.
—Es personal —respondió en susurros.
—Bueno te acuestas conmigo, supongo que puedes contarme algo
personal.
—Tú y tu poca habilidad social —dijo riendo— pudiste usar cualquier
otra cosa para persuadirme, y ocupaste la primera que se te vino a la
cabeza.
—Ya me conoces, que puedo decirte— encogí los hombros haciéndolo
reír más.
Se levantó despacio de su elegante silla, rodeó el escritorio y arrastró
la silla que estaba a mi lado para sentarse frente a mí. Crucé las
piernas nerviosa, y apoyé mi codo sobre una rodilla, quería mantener
una postura tranquila, mi lenguaje corporal siempre me delataba.
—Hace unos años decidí que camino iba a tomar mi vida, no suelo
cambiar de opinión, elegí dedicarme a esto —abrió los brazos
mostrándome su oficina—, abandoné el resto.
—Sigues escribiendo.
—Por pasión, porque es algo que me gusta hacer, y se me da bien
pero solo eso.
—Santi no puedes decir solo eso, no soy muy dada a la lectura, pero
leo lo que escribes, lo haces tan... No puedo explicarlo con palabras,
me genera emociones leerte, te esfuerzas, siento que lo haces con
dedicación.
—Valen, todo lo que hago en mi vida lo hago con dedicación y dando
lo mejor de mí, pero tengo muy establecidas mis prioridades, y el
manejo y crecimiento de este centro comercial es mi gran prioridad,
el resto son pasatiempos.
Apreté los labios para no decir lo primero que se me pasó por la
cabeza ¿Yo formaba parte de sus pasatiempos?, después de sopesarlo
por breves segundos dejé ir esa interrogante, Santiago anulaba mi
capacidad para analizar bien las cosas.
—Además, hay otro asunto trasfondo— continuó explicando—. Mi
papá no soporta la idea de que yo me dedique a escribir, que lo haga
lo hace pensar en mi mamá y es difícil y algo largo para contarlo.
—Tu papá no puede decirte a estas alturas que sí y que no puedes
hacer.
—Estoy claro de eso, pero uno escoge que batallas valen la pena
luchar, y escribir no es una de ellas, ni siquiera es por mí... Comenzar
una guerra con mi papá afecta a mis hermanos, hacer enojar al viejo
es desatar una tormenta peligrosa, comenzaría a molestar a
Sebastián, insistiría con mandar a un internado a Sandy. Encontraría
la forma de joderme la vida.
Su razón me parecía medianamente válida, pero no podía aceptarla.
—Tu libro es tan bueno, que merece estar en librerías, es de esas
historias que vale la pena leer porque te deja algo.
—Eres muy labiosa ¿Eres escritora?
—No estoy bromeando, te hablo en serio, yo personalmente me
identifique con Tony, alguna vez en mi vida... Mejor dicho, varias
veces, me he sentido menospreciada, insegura, como si nada de lo
que hiciera valiera la pena, leer su transformación, como con astucia
ridiculizó a la tipa que le jodió de alguna forma la vida, fue
inspirador. Te juro que al terminar de leerlo sentía ganas de
esforzarme por patearle el trasero a mi he...—Me quede callada,
estaba hablando demasiado—, me desvíe un poco del tema, lo que
quiero decir, es que vale la pena, no cualquiera tiene el talento para
despertar emociones.
—¿Por qué te has sentido menospreciada?
—Es un cuento largo, prácticamente he vivido bajo la sombra de mi
hermana mayor que resulta ser perfecta. Pero no quiero que nos
enfoquemos en eso, quiero que entiendas que puedes inspirar a
cualquiera, Laura dice constantemente que los libros pueden
cambiarte la vida.
—Mi mamá también lo decía...Sonará cruel y egoísta lo que voy a
decir, pero no escribo para inspirar a nadie, lo hago para mí, por mí,
es una pasión, de esas que seducen y no me dejan escapar.
De nuevo su respuesta me sumergió en un montón de
cuestionamientos internos, mi conciencia gritaba, pero mi
obstinación a no entender lo obvio, era más fuerte y terminaba
callándola.
—¿Recuerdas cuando comenzaste a escribir? —pregunté inclinándome
un poco más en la silla, necesitaba establecer un contacto más
íntimo.
—Perfectamente, tenía diez años y le escribí un poema a mi mamá,
pero cuando en realidad me planteé ser un escritor tenía catorce.
Respiré profundo buscando un poco más de paciencia, Santiago no
iba a ceder, y mis argumentos se estaban acabando, hizo un ruido con
la garganta cuando me quedé callada, se mostraba impaciente, movía
una pierna de forma constante mientras sus dedos tamborileaban
sobre el brazo de la silla.
—¿Cuándo te planteaste ser escritor, nunca soñaste con tus libros
publicados?
—Sí... Lo hice.
—Tienes la oportunidad ahora, tal vez ya no es una prioridad, pero
antes lo fue y de alguna forma te lo debes. Santi no te quedes con las
ganas de hacer algo que una vez deseaste.
Lo miré a los ojos directamente, siempre dijo que mis ojos expresivos
me evidenciaban, quería que notase la fe que tenía en ese libro. Bajó
la mirada y fue ahí cuando entendí que no todo estaba perdido.
—Me traería más problemas que satisfacciones.
—Sí el problema es tu papá, podemos lanzarlo con un seudónimo,
nadie tiene porque saber que eres tú.
—Los seudónimos ya no funcionan, no son como antes, cualquiera
que se ponga a investigar un poco puede llegar a mí, así como lo
hiciste tú.
—Garantizo proteger tu identidad si aceptas.
Estiró el brazo para tomar el documento de la propuesta, respiró
profundo, en sus ojos se notaban las dudas, esa seguridad que poseía
estaba ausente.
—Escribir es una pasión ¿no? —dije tomando su mano, él asintió—, en
las pasiones caes, te rindes ante ellas sin pensarlo mucho.
—Eres muy buena trabajando bajo presión —dejó los papeles a un
lado, y sujetó los brazos de mi silla para arrastrarla frente a él—. Te
desenvuelves mejor, actúas con más astucia, me acabas de engatusar
con discreción, me hablaste con calidez, pero en tus ojos conservaste
la seriedad, me impresiona señorita Rincón.
Fue inevitable sentirme orgullosa, Santiago era un tipo listo, que él
notase cosas que aún yo no terminaba de descubrir en mí, me
resultaba demasiado satisfactorio.
Me incliné un poco hasta poner las manos sobre sus rodillas, sonrió
con esa arrogancia que estaba dejando de fastidiarme y fijó la mirada
en mis labios.
para analizar bien las cosas.
—No lo pienses mucho y firma aquí —tomé la propuesta y el lapicero
que estaba sobre el escritorio, y se los di—. Solo pon tu firma, yo me
encargo del resto.
Besó una de mis manos antes de levantarse de la silla, se acercó a la
ventana en completo silencio, no sabía que pensar, no quería
sentirme derrotada, me estaba aferrando a esa confianza nueva que
estaba sintiendo en mí.
—Sí sigues así Valentina, lograras que esa editorial se levanté de
nuevo —decía mientras se acercaba al escritorio—, luego pudieras ir a
otra más grande y prestigiosa, un poco de disciplina puede hacer de
ti una gran editora.
Dejé de escuchar todas sus palabras cuando estampó su firma en ese
documento, aún no podía terminar de procesarlo cuando él tomó mi
mano para ayudarme a ponerme de pie.
—Tengo muchas peticiones Valentina, te daré muchos dolores de
cabeza, soy perfeccionista, cuido cada detalle.
—Prometo que la editorial estará a la altura de la situación —dije
titubeante, tenerlo tan cerca confundía mi mente, que se esforzaba
por mantenerse fría ante él.
—Tendrán que adaptarse a mi tiempo, tengo muchas cosas que no
pienso descuidar, el centro comercial, las carreras, a ti... No pienso
usar el tiempo contigo para hablar del libro, las cosas continuarán a
como han estado, citas de trabajo en agenda.
—Me parece muy bien.
—Firmé porque confío en que me darás el control creativo, también
me darás tiempo, hay puntos débiles en la novela que quiero
arreglar, un par de inconsistencias, además de mejorar el final.
—Claro tendrás el tiempo.
—Entonces, trato hecho señorita Rincón.
Le ofrecí mi mano helada que tomó al instante, en lugar del apretón
de manos recibí un empujón directo a su pecho, su brazo derecho
cercó mi cintura, mientras su mano izquierda sujetó mi rostro.
Ni siquiera ese beso logró despejar mi mente, confundida por esa
victoria que acababa de obtener, retrocedí un par de pasos después
de cortar ese dulce contacto.
—Creo que mi tiempo acabó.
—Me temo que sí, fue un gusto hacer tratos con usted. La acompañó a
la puerta.

***

Me detuve una vez más Enmedio del pasillo, no lograba reunir el


valor para acercarme a pedirle un favor a Anita. Laura levantó los
pulgares sonriendo, intentaba animarme en vano.
—Licenciada Rincón es la tercera vez que se pasea por el pasillo
¿necesita algo? —preguntó con su molesto tono de voz.
Respiré profundo antes de caminar hasta su escritorio. Me costaba
hasta mover la lengua, pero como siempre, bajo presión hablar fue
fácil.
El libro donde estaba el poema de la mamá de Santiago, fue lo que
me llevó a pedir la ayuda de Ana, dos días atrás mientras
buscábamos el libro, Lau había descubierto que el papá de Rodrigo
había comprado muchos años atrás la editorial que había lanzado "El
amor y otros vicios".
Las posibilidades que en las bodegas de la editorial hubiera una copia
era muy alta, por ello estaba ahí, con cara de niña buena pidiéndole a
Ana que me ayudara.
—Debo advertirte que hay mucho desorden, las primeras ediciones y
otros libros importantes, están en otra bodega —dijo Anita antes de
abrir la puerta.
—No te preocupes, el desorden no me asusta —respondí sin esperar lo
que me iba a encontrar.
Estornudé apenas crucé la puerta, los viejos libreros colmados de
polvo, fue lo primero que vi, Ana se hizo a un lado para encender la
luz de esa habitación, le echó un vistazo a todo y me deseó suerte,
antes de darme las llaves y salir.
La bodega estaba en el sótano del edificio, el sitio parecía
abandonado, los libreros estaban cubiertos por un plástico sucio que
me costó trabajo retirar, doble las mangas de mi camisa y me saqué
mis bonitos zapatos altos, antes de comenzar mi búsqueda.
Quería encontrar tanto ese libro, que no sentí las casi dos horas que
pasé metida en esa bodega sucia, fue hasta que llegué al último
librero que hallé lo que tanto buscaba. Sonreí al mismo tiempo que
me dejé caer en el piso, agotada, llena de polvo, pero tan contenta,
que le envié una foto a Lau sonriendo con el libro en la mano.
Caía la noche cuando salí de la editorial, estaba tan sucia que ni
siquiera subí a mi oficina, Laura bajó mis cosas, habíamos planeado
irnos juntas en el mismo taxi, pero como siempre nada salía a como
yo lo programaba, inesperadamente el auto de mi mamá se orilló en
la cuneta.
—Sabía que te iba a encontrar aquí —dijo después de bajar la
ventanilla.
—¿Qué haces aquí?
—Hola mami, me da mucho gusto verte —soltó con ironía—, sube al
auto Valentina.
—Ven conmigo, no me dejes sola con ella—supliqué a Lau.
Accedió con facilidad para mi buena suerte, ocupé el asiento de
copiloto, Laura el trasero, mamá la saludó con cordialidad, pero algo
distraída, algo raro en ella.
—¿Por qué estas así Valentina? Mírate, eres un desastre.
—Lo sé —sonreí—, pero créeme valió la pena terminar así —respondí
pensando en la cara de Santi cuando viera el libro.
Me miró de la misma forma en la que lo hacía cuando descubría algo
que le ocultaba, parecía estar a punto de decir algo, pero Laura
diciéndole su dirección, la interrumpió.
—¿A qué debo el honor de esta inesperada visita? —cuestioné antes
que ella hablara.
—Estaba por la ciudad y me dije: Valeria sí Valen no va a la montaña,
la montaña debe ir a Valen —dijo tan dramática como siempre—, sí,
nunca va a verme —aseguró viendo a Laura que se reía.
—He estado super ocupada, Lau te puede dar fe de ello, estamos
preparando un lanzamiento para San Valentín, ese libro me va a
volver loca —me quejé.
—Hablando de San Valentín, iremos a cenar todos juntos, incluso tu
papá, lo que hago por ustedes —murmuró—, el novio de tu hermana
está preparando una sorpresa, cuenta con todos.
—Que no cuente conmigo, no puedo ir —dije de inmediato—, ni
siquiera preguntan si tengo planes.
—Hija nunca tienes planes, si los tenías cancélalos estás a tiempo, a
tu hermana le van a proponer matrimonio, debemos estar ahí, es algo
importante.
Me quedé callada por Laura, no quería que se sintiera incómoda
presenciado una discusión de ese tipo, pero me sentía tan enojada
que casi me resultaba imposible controlar mi lengua, apenas Lau bajó
del auto, comencé una discusión con mi mamá que se extendió,
durante todo el trayecto hasta mi edificio.
Me llamaba egoísta por querer no asistir a la dichosa cena, orillada
por sus gritos me vi obligada a darles mis razones para no ir, decirle
que tenía un novio empeoró mi situación, Valeria quería conocerlo y
que mejor que esa cena para hacerlo, mientras ella hablaba y hablaba
fijé mi vista en los edificios que íbamos dejando en el camino,
pensando en cual sería el mejor para lanzarme, odiaba la situación en
la que me estaba metiendo.
Intenté zafarme a toda costa de aquel compromiso, pero se me estaba
volviendo en algo casi imposible. El estrés del trabajo y la cantidad
de tareas pendientes que tenía, fueron los culpables de hacerme
ceder, no tenía energías para seguir buscando excusa, y fue así como
una mañana cuando llegaba a mi oficina, le respondí el mensaje a mi
mamá confirmando mi asistencia a la bendita cena.

***

—¿Alguna duda señorita Rincón? —preguntó el profesor viéndome


finalmente.
Negué aún somnolienta, mientras la tipa que tenía al lado no dejaba
de reír, me quedé dormida en el peor momento, el profesor parecía
estar demasiado atento a todos.
—¿Entonces entiendo que mi explicación ha sido bastante clara para
usted?
—Así es —respondí con falsa seguridad.
—Siendo así, pase al frente y explique para el resto de sus
compañeros que no entendieron nada.
Me odié por ser tan dormilona y sobre todo por haber llegado esa
tarde a clases, en ese momento deseé haberle hecho caso a esa voz en
mi cabeza, que me decía que lo mejor era quedarme dormida en mi
cama.
Miré hacia los lados antes de dar pasos al frente, mis compañeros me
miraban expectantes, no tenía idea de que decir, pero no había otra
salida debía pararme al frente y soltar, aunque fuese cualquier
estupidez.
—Las cinco —gritó alguien en la última fila.
Todos vimos hacia el reloj de pared casi a la vez, sin esperar a que el
profesor dijera algo, mis compañeros comenzaron a guardar sus
cosas, miré al profesor y encogí los hombros antes de dirigirme hacia
mi sitio para tomar mi mochila y largarme al fin del salón.
Trabajar y estudiar no era para mí, me estaba esforzando por salvar
definitivamente el semestre, pero nada parecía funcionar, con la
editorial estaba retrasada en muchas cosas, sentía que no tenía
espacio para respirar con tranquilidad.
Afortunadamente aquel era mi último período de clases, bajé los
escalones que me llevaban hasta el estacionamiento y crucé este
caminando rápido, tan distraída que ni siquiera noté la presencia de
la única persona capaz de sacarme una sonrisa en ese momento.
—¡Valentina! —gritó mi nombre causando que mis pies se detuvieran
de inmediato.
Giré sorprendida al reconocer su voz, tenía más de tres días de no
verlo, su trabajo como siempre lo había mantenido lejos de mí, esa
mañana cuando hablamos no mencionó nunca, que iría a buscarme.
Aún me sentía extraña y seguía sin procesar como un hombre que se
miraba así, esperaba por mí en el estacionamiento del campus.
Contuve el deseo de lanzarme sus brazos y actué con prudencia, me
acerqué despacio como si el corazón no latía descontrolado dentro de
mi pecho, me tragué un suspiro cuando me estrecho entre sus brazos
y me limité a sonreír después del beso fugaz que robó de mis labios.
—¿Hubo un espacio en tu agenda por fin? —pregunté cuando me quitó
la mochila del hombro.
—En realidad lo hice, mandé un par de cosas al diablo, cuando sepas
cuales dejarás de sonreír así.
Tomó mi mano para guiarme hasta su auto, abrió la puerta
rápidamente, se mostraba un tanto ansioso por salir de ahí.
—La cita con Laura —recordé—. ¿Cancelaste tu cita con Lau?
—Sabía que se te iba a acabar la sonrisa —susurró mientras encendía
el auto.
Salió del estacionamiento conduciendo despacio, entre tanto me
explicaba por qué tuvo que posponer la cita con Laura, debía
presentarle el esquema de los cambios que quería hacer en el libro,
pero no lo había terminado, así que la reunión no podía llevarse a
cabo.
Agregó con ese tonito coqueto que ya reconocía, que el hecho de
querer verme hizo más fácil suspender todo, soltó una risa
contagiante al ver la expresión de fastidio que hice, él sabía que
bromeaba, yo deseaba que fuese verdad eso de querer verme.
—¿Vamos a tu casa? —pregunté al verlo tomar otro camino.
—Sí, debo entrenar un poco, esta mañana no tuve mucho tiempo,
desperté tarde.
Permanecí en silencio el resto del camino, sabiendo que mi tiempo
con Santiago sería breve como las pocas veces en la que nos
habíamos visto. Al verme callada intentó animarme, haciendo
preguntas acerca del lanzamiento que preparaba y mis estúpidas
clases.
Cuando llegamos a su casa bajé del auto con temor de toparme a su
papá, ese señor me ponía incómoda solo con verme, conversar con él
me resultaba agobiante.
—¿Estás bien?
—¿A qué hora debes ir a entrenar? —Cuestioné sin importar ser
demasiado obvia, mi silencio se debía a la molestia que me
ocasionaba, verlo por tan corto tiempo.
—Por la noche, después que cenemos juntos y te lleve a tu casa.
—Vaya, ya planeaste nuestra noche.
—Supongo que sí —respondió sonriente.
Iría a cambiarse y por sus cosas a su cuarto, me propuso
acompañarlo, pero tuve que rechazarlo, cuando vi a Sandy con los
pequeños gatitos en la inmensa sala de estar.
Saludó a su hermana con un caluroso abrazo para después acercarme
a mí y susurrarme, un no me tardo al oído.
—¿Los darán en adopción o se quedarán con ellos?
Me acerqué viendo a los gatitos que maullaban tiernamente.
—Yo me quiero quedar con ellos, pero mi papá no me lo va a
permitir.
Noté como la cara de Sandy cambió al instante, me daba ternura,
aunque cuando recordaba lo dramática que era tuviera ganas de
ahorcarla.
—¿Santi y Sebas no pueden ayudarte?
—No, la única que podría es Constanza, pero dice que es una locura
tener tantos gatos en casa.
—¿Eso es todo lo que tiene triste? —me acerqué más a ella despacio,
sus ojos estaban notablemente apagados parecía más triste que
nunca.
No respondió, esquivó mi mirada y de nuevo comenzó a acariciar a
sus gatos.
—Veo poco a Santi, en estos días solo hemos hablado un par de veces,
parece siempre estar muy ocupado y eso me pone un poco triste —
dije intentando entrar en confianza.
—Deberías acostumbrarte, Santiago es así, siempre tiene un montón
de cosas que hacer y tiempo para nada. Aunque deberías sentirte
afortunada, contigo ha pasado más tiempo que con todas las otras
juntas.
—¿Otras?
—Sí otras, ya sabes... Sus amigas —dijo haciendo comillas, miró hacia
arriba como para percatarse que él no estuviera cerca—, solía salir de
vez en cuando a verse con una que otra tonta que pescaba para pasar
el rato, solo conocí a dos y por casualidad, Sebas es quién conoce a
todas sus conquistas.
No sabía si lo decía motivada por sus celos o si aquello era cierto,
pero decidí ponerle atención.
—¿Y además de esas conquistas ha tenido muchas novias?
—No muchas, creo que dos, pero todas muy distintas a ti, tú tienes
más el tipo de sus conquistas. Sus novias son tipas parecidas a él,
amargadas, ocupadas, demasiado serias... Constanza dice que tú eres
especial por qué has cambiado su humor y te lleva a todos lados, pero
sin ofender no lo creo, Santi es así con todas sus novias, es lindo
hasta que se aburre y se concentra de nuevo en lo único que le
importa. Su trabajo —dijimos las dos a la vez.
"Todo lo que hago en mi vida lo hago con dedicación y dando lo mejor
de mí, pero tengo muy bien establecidas mis prioridades" —escuchar a
Sandy me hizo recordar sus palabras.
Santiago todo lo hacía bien, incluso su interés por mí y ese trato
especial que me daba podía obedecer a esa manera suya de llevar la
vida, me quedé callada analizando si me estaba involucrando mucho,
en una relación que no iba a avanzar, porque a pesar de mi dificultad
para adquirir un compromiso estaba haciendo las cosas bien con
Santi, atendía sus llamadas, respondía sus mensajes, pensar en
nuestra relación lejos de agobiarme, me llenaba de una energía que
me ponía a sonreír.
—No le digas que te conté esto —pidió preocupada.
—No lo haré, lo prometo... Ahora cuéntame que te tiene así de triste.
Suspiró antes de comenzar a hablar, un chico que a ella le gustaba y
que sus hermanos odiaban, la había invitado a salir, decía que ni
siquiera se atrevía a pedir permiso porque sabía la opinión que todos
tenían en su casa, acerca de Fernando, el sujeto que la sacó de su
casa y la llevó a esa fiesta aquel día, lo recordé todo al escuchar su
nombre.
—¿Y no hay manera que puedas salir sin permiso? —la quería ayudar
puesto me parecía ridículo que a su edad tuviera que vivir tan
controlada.
—No Valen, mi papá me quiere llevar a cenar esa noche, es San
Valentín no quiero pasar esa fecha con él, supongo que se siente solo
y extraña a mi mamá pero que culpa tengo yo.
—¡Mierda! Mi cena, lo había olvidado.
—¿Qué?
—Un compromiso que tengo con mi mamá, pero olvídalo, buscaré la
forma de ayudarte para que puedas ir a tu cita, tal vez pueda
convencer a Santiago.
—Agradezco que lo intentes, pero no creo que puedas lograrlo —dijo
cabizbaja.
Santiago bajó las escaleras hablando por teléfono, se había quitado el
traje azul que me encantaba, de su hombro colgaba la mochila que
ocupaba cada vez que iba al gimnasio y en su rostro se reflejaba la
tensión en la que lo tenía esa llamada.
—¿Nos vamos ya?
—Sí —respondí para luego abrazar a Sandy, le susurré al oído que iba
a intentar ayudarla y salí de esa casa, sujetando la mano de Santiago.
—Estás más callada que de costumbre ¿tan mal están las cosas con
tus clases pendientes?
—Algo así, creo que tendré que recursar una, aunque eso retarde un
poco mi graduación.
—¿Seguirla retrasando más? Creo que antes de tomar esa decisión
debes esforzarte más... —tuve que soportar un largo discurso por no
decirle la verdad.
Mis clases pendientes no tenían nada que ver con mi estado de
ánimo, estaba callada porque intentaba encontrar la forma de
hablarle acerca de esa cena que estaba tan cerca, me parecía
demasiado serio eso de presentarle a mi familia, temía asustarlo por
ir demasiado rápido, me hallaba tan insegura por cómo proceder, que
no me atrevía a abrir la boca.
Rechacé su invitación a un restaurante del que nos había hablado
Sebas, y le propuse pedir algo y cenar en mi departamento, no tuvo
problemas con mi idea, a pesar de ser muy distintos coincidíamos en
un par de cosas como esas, los dos éramos igual de asociales,
preferíamos los sitios más íntimos en lugar de estar rodeado de
personas.
Antes de esa noche nunca habíamos pasado tanto tiempo juntos
hablando, los pocos encuentros que habíamos tenido desde que
nuestra relación cambió, se resumían en charlas breves, besos
prolongados y sexo intenso después de nuestras habituales lecturas.
Estar tirada en el sillón casi encima de él, era novedoso, pero
extrañamente cómodo, después de todo estábamos llevando bien la
abstinencia forzada a causa de mi ciclo menstrual.
Buscaba un artículo en mi Tablet que quería mostrarle acerca de la
adicción al trabajo, cuando su teléfono sonó, sentí curiosidad al verlo
rechazar la llamada al instante.
—Es Sandra —dijo con una expresión de fastidio.
—¿Santi por qué no la ayudas? Solo es una cita.
—Jamás debió involucrarte en esto —se puso de pie con esa actitud
seria, que había adquirido cada vez que tocaba el tema.
—Ya te dije que no me involucró, yo fui la que pregunté, de verdad
me parece excesivo su cuido para con ella, no es una niña.
—Actúa como una —replicó levantando la voz.
—Ven acá —tiré de su mano hasta que logré sentarlo a mi lado—.
Deben confiar en ella, que la sobreprotejan no sólo le hace daño,
también la va a terminar alejando de ustedes, ¿Qué hacías tú a la
edad de Sandy?
—Valen tú no entiendes, Sandra es una inconsciente, no mide la
consecuencia de sus actos.
—Supongo que todos fuimos así a su edad, con las experiencias
aprenderá.
Comencé a hacer masajes en sus hombros tensos, para intentar
ablandarlo un poco, ayudar a Sandy parecía misión imposible.
—Sólo es una cita, a ella le gusta mucho el chico ese Fernando.
—Ese idiota no tiene ninguna buena intención con ella, no es sólo una
cita Valentina, quiere con... Quiere tener sexo con mi hermana, ese
es el único motivo por el que la busca.
—¿Por qué estás tan seguro?
—Todos buscan lo mismo... A esa edad —agregó al ver mi rostro
serio.
—¿Tú que buscas? —pregunté jugueteando.
—Un beso —respondió, antes de robarme uno, soltó una risa cuando
separó sus labios de los míos, lucía tan relajado que seguir
insistiendo no parecía mala idea.
—Sandra no es tan ingenua como crees, estoy segura que si nota que
algo va mal con ese Fernando, lo aleja y listo.
—¿Por qué la ayudas tanto?
—Porque parece prisionera en tu casa, es San Valentín, será la única
de sus amigas en no tener una cita...confía en ella.
—¿Sabes dónde la quiere llevar?
—No, pero puedo preguntarle si eso te da tranquilidad.
—Podemos ir a cenar con ellos, como una cita doble.
—¡No! —dije riendo—, debes dejar vivir a tu hermana... Además,
tengo que hablar contigo acerca de ese día —suspiré nerviosa y
ansiosa a la vez por salir de ese problema—, te parecerá extraño, muy
extraño, pero así es mi familia, mi mamá planeó una cena para esa
noche, de la cual no puedo zafarme, es importante para ella y no tuve
más opción que aceptar y...
—¿Quieres que vaya contigo? —interrumpió, asentí y él sonrió— ¿Por
qué pareces tan mortificada?
—Mis papás son ...no sé cómo explicarlo, mi mamá es tan egocéntrica
y dramática que logra sacar de sus casillas a cualquiera. Y mi papá
es.
—Simpático, supongo que tendré que soportar sus bromas de tus
constantes amigos —dijo relajado—, tú mamá me pareció una señora
tranquila y
—Dices eso por qué no la conoces —lo interrumpí—, está loca, quería
que mi hermana y yo nos llamáramos como ella, siempre quiso hacer
de nosotros una copia de ella.
—¿Por eso sus nombres comienzan con la misma letra?
—¿Alguna vez te he dicho el nombre de mi hermana? —pregunté
extrañada.
—Sí.
—¿Sí?
—Sí —susurró cerca de mis labios, en segundos me estaba besando de
esa forma que ponía mi mente en blanco.
Me aferré a sus hombros y lo atraje aún más a mí, el calor de su
cuerpo sobre el mío era casi adictivo, Santiago Sada estaba
metiéndose peligrosamente en mí vida, y aunque me preocupara la
situación no hacía nada para evitarlo, en lugar de eso, me dejaba
llevar por el bienestar y el placer que me suponía tenerlo cerca.
—¿En serio tienes que ir a entrenar? —pregunté entre besos.
—Jorge me va a matar, tengo una competencia en dos semanas y...
¿Quieres que me quede?
—Sí —acepté en voz alta.
—Eres tan obvia.
—Yo no fui la que esperé en un estacionamiento solo para verte, el
único obvio aquí eres tú.
Estaba demasiado cómoda entre sus brazos como para dejarlo irse
con facilidad, fui tan obvia esa noche que le pedí que se quedara a
dormir conmigo, había aceptado encantando, pero Sandra y sus
insistentes llamadas acabaron con nuestros planes. Se fue después de
media noche no sin antes prometer quedarse el fin de semana,
incluso dejó la mochila con sus cosas dentro de mi clóset.
Los siguientes días giraron en torno a esa cena, mi mamá no me
dejaba en paz con sus constantes recordatorios, como si podría
olvidar asistir.
Todo aquello me parecía demasiado incómodo, no tenía idea de cómo
podían salir las cosas y aunque estaba nerviosa, una parte de mí se
emocionaba por el hecho de que Santiago hubiera aceptado y lo
tomara tan bien.
Manuel estaba demasiado ocupado preparando su cita con Sebastián
como para acompañarme a buscar un vestido perfecto para la
ocasión, deambular por tiendas sola fue extraño, además de
irresponsable, con tantas cosas que tenía pendiente no debía estar
perdiendo el tiempo, pero mi mamá insistía tanto en que tenía que
verme perfecta, que no tuve otra opción más que complacerla.
Ese viernes llegué tarde a mi oficina, mi despertador como siempre
no había servido para nada, Laura me esperaba sonriente señalando
los dos hermosos ramos de rosas sobre mi escritorio. El único
hombre que me había enviado flores era mi papá, por ello no me
sorprendí al tomar la primera tarjeta, a pesar de nuestras constantes
diferencias siempre tenía detalles dulces conmigo, Vannesa celosa
por esa atención que me daba, solía decir que papá lo hacía para que
no me sintiera mal por mi escaza vida amorosa.
El otro ramo era de Santi, por primera vez en mi vida mi papá tenía
competencia, y solo para hacerlo enojar un poco, le envié una foto
con los dos ramos, esa pequeña broma me costó caro, mi papá estaba
celoso hasta el punto de ofrecerse a ir por mí para que llegase con él
a esa cena.
Acepté su propuesta después de haber llamado a Santi para
agradecerle por las rosas, antes de colgar me explicó que lo más
probable era que se retrasara un poco, debido a un problema con un
balance que no había resuelto.
***
Abrí la puerta antes del que timbre sonase mi papá alzó las cejas
sorprendido al verme lista a tiempo.
—¡Milagro! —levantó los brazos de forma chistosa, dramatizando
sorpresa.
—La nueva Valentina es más puntual —dije a gritos mientras buscaba
mi bolso.
Me miré en el espejo para arreglar mi pelo suelto, deslicé la vista
hacia mi tocador, donde estaba el libro que tanto trabajo me había
costado trabajo encontrar, no estaba segura que me emocionaba más,
si su cara cuando abriera el empaque y viera el libro, o su expresión
cuando me quitara el vestido.
—¿Puedes darte prisa nueva Valentina puntual?
Todo el camino pasó haciéndome preguntas acerca de Santiago,
quería saber la naturaleza de nuestra relación, cuantos años tenía, a
que se dedicaba, sus antecedentes penales, el sitio donde lo había
conocido. No sabía hasta donde bromeaba, pero intenté responder
todo con brevedad.
Papá era más celoso con Vannesa que conmigo, no me quería ni
imaginar cómo le había ido a ella, cuando le presentó al ken que
estaba a punto de volverse su prometido. Lo único bueno de todo
aquello, fue que desvió la atención de papá de mis clases pendientes
y mi semestre desastroso.
—Tú mamá no puede disimular un poco, el tipo ese pidió que
fuéramos discretos —comentó mientras entrábamos al restaurante.
—Seguro Vannesa lo sabe todo —dije sin apartar mi vista de la
decoración del sitio.
—Tienes razón, mi Vanne es tan lista como yo.
Torcí los ojos y aceleré el paso, estaba segura que esa noche iba a
soportar muchos comentarios de ese tipo.
El novio de mi hermana había reservado una mesa en el área vip del
restaurante, fuimos guiados hasta una terraza con una decoración a
base de velas y rosas, todo era demasiado para mí, me daba dolor de
estómago tanta cursilería.
—Llegan un poco tarde —fue lo primero que dijo mamá al vernos.
Era la única que estaba en la mesa, me echó una de sus miradas
examinándome de pies a cabeza, aprobó mi imagen con una sonrisa
que se borró cuando papá se sentó a su lado.
Vannesa y su novio llegaron quince minutos después, mientras ellos
saludaban le eché un vistazo de nuevo a mi teléfono, Santiago no me
había escrito, tampoco llamado, que se retirara tanto tiempo era
extraño en un hombre tan puntual como él.
—Mamá me dijo que sales con alguien, eso sí que es sorprenderte, tú
no te comprometes con nada, menos con una relación.
Clavé la vista en mi hermana, era su noche, no podía enojarme con
ella, aunque deseaba cerrarle su gran bocotá.
—No sale con nadie, es un amigo —respondió papá—, eso dijo cuando
me lo presentó.
—¿Ya la conoces? —cuestionó ella con curiosidad.
Nadie respondió gracias al mesero que se acercó para llevarnos la
carta, Vanne podio que la acompañara al baño y no me pude negar,
me levanté después que ella y la seguí a paso lento tratando de
recordar cuando había sido la última vez que nos habíamos reído
juntas, o conversado con tranquilidad.
—Luces linda hoy —soltó repentinamente—estás muy bonita
últimamente.
—¿Gracias?
—Sabía que ibas a reaccionar así —dijo viéndose en el espejo—,
siempre he admitido que eres bonita, solo que no te sabes sacar
provecho, además tu culo inmenso hace que te mires un poco más
rellena de lo que en realidad eres y ...
Dejé de escucharla, Vannesa no podía ser amable por más de un
minuto seguido conmigo y aunque ya estaba acostumbrada me
hartaba oírla, se quedó callada solo para retocar su labial, fue
entonces cuando aproveché la oportunidad para marcarle a Santiago.
—Santi —dije su nombre con alivio cuando respondió.
—¿Recuerdas cuando eras pequeña y querías ser como yo?
Ignoré a mi hermana que parloteaba a mi espalda y pegué aún más el
teléfono a mi oído.
—¿Santiago estás ahí?
—Casi no puedo escucharte —respondió sonando lejos.
—Estoy en el baño con mi hermana ¿Qué pasa porque aún no
llegas?
Hubo un silencio tenso que me hizo pensar que la llamada se había
caído, volteé para ver a Vannesa y pedirle que se callara un segundo.
—¿Sigues en la línea?
—Valentina lo siento mucho, no creo poder llegar a tiempo,
resulta casi imposible aún hay cosas que no...
Colgué sin dejarlo terminar, sintiendo una opresión fuerte en el
pecho.
—También recuerdo que fingías tener novio cuando yo tenía uno —
siguió soltando estupideces, fijó su vista en mí a través del reflejo del
espejo, guardó su maquillaje antes de girar—. ¿Por qué tienes esa
cara?
—Olvídalo salgamos de aquí —respondí sin poder ocultar esa
sensación extraña en mi garganta.
—Espera Valentina, no te vayas... No es mi culpa que te dejaran
plantada —decía con su típico tono de burla mientras caminaba tras
de mí.
w w

La mano de mi papá me guiaba con cariño hacia la salida del


restaurante, solté un suspiro al cruzar la puerta, había sido la cena
más larga de mi vida entera, mi papá apretó mi mano y sonrió,
corresponder ese simple gesto fue muy difícil, besó mi frente en un
acto demasiado tierno viniendo de él.
—Tu mamá sólo dijo tonterías, deberías no escucharla de vez en
cuando... No es muy buena dando consejos, ni siquiera los emplea en
ella misma —dijo en voz baja, pasó el brazo por mis hombros
atrayéndome contra su cuerpo.
Permanecí en aquel silencio autoimpuesto en el que había estado
toda la noche, ajena a todo lo que me rodeaba, perdida en todas mis
confusiones.
—Vamos Valen, yo te llevo —habló Valeria viéndome directamente.
—Ella vino conmigo y se va conmigo.
En otras circunstancias el tono confrontativo en la respuesta de mi
padre, me habría molestado, pero esa noche me hizo quererlo más,
me aferré a su abrazo sin importar los gestos que hacía mamá.
—Llévatela entonces, nosotros iremos al departamento de Vanne a
seguir celebrando —miró a mi hermana con una amplia sonrisa que
fue correspondida al instante—. Cuídate Valentina y recuerda lo que
te dije.
Me despedí de mi hermana y su novio sin mucho ánimo, cuando
abracé a Eduardo le pedí disculpas por la cara de pocos amigos que
tuve toda la noche, él sonrió y dijo que no me preocupara, que
entendía todo.
Vanne me miraba de mala manera mientras mantuve esa breve
charla con su novio, como si le molestara que fuese amable con él.
Al lado de papá observé como los dos autos se alejaban, tenía planes
tan distintos para esa noche que me parecía una broma lo que estaba
viviendo.
—¿Me puedes dar la dirección del imbécil? Soy viejo, pero todavía
puedo patearle los huevos a cualquiera.
Solté una risa perezosa a la vez que me ponía el cinturón de
seguridad, papá no dejaba de verme y eso me ponía muy nerviosa.
—Estaba ocupado, Santiago es un hombre lleno de responsabilidades,
no es un chico como con los que he salido.
—¿Lo estás justificando? Valentina no normalices que te dejen
plantada, si estás saliendo o de novia con un sujeto no puedes
permitir que te trate de esta forma.
—Papá ya estás igual a mamá —me quejé, me recosté sobre el asiento
deseando desaparecer de ese auto.
—No Valentina, tu mamá estaba diciendo estupideces, eso de que no
llegó porque seguro tenía planes con otra mujer y toda esa sarta de
tonterías que salieron de su boca... Yo te estoy diciendo que te
valores, que no se le haga costumbre dejarte plantada. Te mereces
todo menos eso, más ahora que por fin estas encaminando tu vida
¿Por qué vamos a tener graduación pronto, cierto?
Asentí desganada, no lo sabía y tampoco quería decírselo a papá. Lo
único que deseaba era llegar a casa y dormir, dormir todo lo que
necesitaba para sentirme mejor.
Subí el volumen de la música dentro del auto para indicarle a papá
que no se me apetecía seguir hablando, había tenido demasiado esa
noche, la ausencia de Santiago fue el tema de conversación durante la
cena, mamá parecía más indignada que yo cuando le dije que
Santiago no podría llegar, Vannesa seguía riéndose por lo bajo, como
si fuera lo más gracioso del mundo.
Cuando el ken se puso de rodillas y le dio el anillo me sentí tan
aliviada, que fui la primera en aplaudir, ese compromiso me quitó el
foco de la atención, nunca había sido feliz con tan poco.
Bajé del auto de papá haciendo breve la despedida, me até el pelo
mientras caminaba hacia el interior del edificio, ese sentimiento
extraño que hacía un peso en mi pecho lo sentía extenderse por todo
el cuerpo, tratando de entender esa mezcla de emociones continúe mi
camino.
Lo primero que vi al cruzar la puerta de mi departamento, fue el
regalo que al igual que yo, quedó burlado. Me saqué los zapatos y los
dejé en medio de la sala, me había hecho una idea en la cabeza de lo
que pasaría esa noche, en ella desvestirme sola no estaba
contemplado.
Me vi en el espejo con ese conjunto verde esmeralda que me hacía
sentir tan atractiva, cuidé cada maldito detalle para tener la noche
perfecta y Santiago mandó todo al diablo, la desilusión y decepción
me golpearon a la vez, el nudo que se formó en mi garganta me tomó
por sorpresa, realmente me sentía muy mal, aunque me negase a
dejar que mis emociones me dominaran.
Me alejé del espejo para buscar un pijama, abrí mi clóset y me topé
con su mochila, no iba a ponerme más sentimental, la dejé en el
mismo sitio y cerré la puerta con fuerza como queriendo huir de lo
que llevaba por dentro.
Santi me había fallado, yo había puesto una alta expectativa en torno
a ambos y sus acciones me demostraron que me equivoqué. Lo peor
de todo es que me había dado señales evidentes de que lo que
teníamos no era ni remotamente importante para él, y yo me había
negado a verlas.
Mi bolso que había dejado sobre una mesa, cayó al piso, desganada
caminé para recogerlo, mi teléfono que no dejaba de vibrar había
sido el culpable, desbloqueé la pantalla con dudas, era él quién
llamaba, los mensajes que no dejaban de llegar también eran suyos.
Rechacé la llamada y entré a la conversación para leer los mensajes.
Lo siento, intenté salir a tiempo.
Valen sé que estás molesta, pero te juro que arreglaré esto.
Valentina responde por favor.
Lo lamento, responde dejé todo, iré a verte.
Borré el resto de mensajes sin leerlos, me di cuenta que lloraba
cuando sentí mis mejillas húmedas, quería ponerle un límite a todo
en ese mismo momento, si dolía tanto iba a doler peor si lo dejaba
avanzar.
Unos golpes en mi ventana me sobresaltaron, encendí la luz de la
sala de estar antes de intentar ver qué pasaba, esperé unos minutos
para abrir con cuidado, el aire frío de la noche golpeó mi piel, miré el
auto negro que reconocía muy bien y a Santiago a mitad de la calle
haciéndome gestos con las manos.
No me pude mover, sentía ganas de llorar de nuevo, pero no lo iba a
permitir. Observé como caminaba a su auto, sacó su teléfono del
bolsillo y el mío sonó de nuevo.
Fui por el rápido y volví a salir a dónde estaba.
—Valentina lo siento, en serio pensé que iba a terminar a tiempo,
me esforcé, pero no pude —dijo apresurado.
Miré como pasó la mano por su pelo despeinándose en el acto.
—Sé que es tarde, pero puedo arreglar esto, baja o déjame subir a
buscarte, aún la noche no acaba, podemos pasarla bien, lo
haremos, te lo prometo. Valentina dime algo.
No quería hablar porque el nudo que contenía el llanto estaba a
punto de romperse, recostó su cuerpo en el carro y levantó la vista
hacia mi ventana.
—Valen estoy siendo demasiado obvio, quiero estar contigo,
permite que suba a buscarte —percibía preocupación en su voz,
pero no arrepentimiento.
Así serían las cosas con Santiago, iba a joderlo siempre y luego
arreglarlo con un lo lamento.
—Yo no quiero verte —respondí después de tomar valor—. Para mí
la noche ya acabó, no te preocupes por arreglar nada, solo deja,
así las cosas.
—Valen, preciosa yo
—Descansa Santiago —colgué sin dejar de ver hacia abajo, sin dejar
de verlo a él.
Levantó los brazos viéndome, en respuesta negué, di la vuelta y cerré
la ventana dando por finalizada aquella conversación.
No llamó más, tampoco me escribió otro mensaje, al menos por esa
noche me dejó tranquila, sumida en la autocompasión y el temor de
terminar más lastimada.
El despertador fue apagado antes de sonar, pocas veces despertaba
tan temprano, sobre todo después de una noche tan larga, después de
vestirme me vi en el espejo, en mi rosto no había evidencia de mi
falta de sueño, aun así, me puse maquillaje para animarme, sentirme
bonita, salir a la calle y sonreír como si nada malo pasara.
Antes de salir de casa, guardé el libro en mi bolso, no tenía planeado
verlo, pero si enviarle el regalo que me había costado tanto trabajo
conseguir. Decidí caminar en lugar de tomar un taxi, necesitaba ese
tiempo para relajarme, aunque seguramente mis pies iban a resentir
mi forma de hacerlo.
—Buen día —saludé a Ana que respondió con una sonrisa falsa.
Abrí la puerta de mi oficina esperando que como siempre Laura
estuviera sentada sobre mi silla, pero no estaba, lo único que vi
fueron varios ramos con distintas flores, sobre mi escritorio.
Volteé el rostro en dirección hacia el baño cuando escuché la puerta
abrirse.
—Tengo dos opciones, o le encantó el regalo o lo sorprendiste en la
noche... Su secretaria ha llamado un par de veces preguntando por ti.
Me acerqué a mi escritorio para tomar la tarjeta de uno de los ramos,
solo decía lo siento, como si con eso se fuese arreglar algo. No le
comenté nada a Laura, leí todas sus disculpas y puse las flores juntas
sobre una angosta mesa larga, que estaba al lado de la ventana, al
menos le daban un aspecto bonito a mi oficina.
—¿Quieres que lo llame?
—No, no te preocupes, después hablo con él, mejor ocupémonos de
una vez de todo lo pendiente, esta semana tengo que presentarle a
Rodrigo toda la información del evento de la librería.
—¿Valen estás bien?
—Claro que sí —respondí con seguridad—. Muy entusiasmada ¿Leíste
la reseña de Un dulce beso? Todos aman el libro, te dije que lanzarlo
justo antes de San Valentín fue la mejor idea. —Decía entusiasmada,
queriendo callar a mi mente que no dejaba de recordarme que no
estaba bien.
—No, no la leí, pero en las redes de la editorial están hablando del
libro, preguntando acerca de la firma que anunciamos.
—Debemos prepara, solo tengo dos semanas para eso, Rodrigo
tendría que contratar a un community manager, cuidar esa área de la
editorial es vital, tú y yo no podemos estar haciendo eso también.
—Yo me voy a encargar de lleno a eso, tú cada vez necesitas menos
ayuda —sonrió —, y yo necesito acumular la mayor experiencia
posible, mi pasantía no es tan larga como quisiera.
—Sí la situación de la editorial mejora, prometo que haré lo que
pueda para que te quedes trabajando a medio tiempo.
—Sería grandioso... Hablando de mejorar situaciones ¿puedo
anunciar ya el acuerdo de publicación de Para Eva con amor?
—No —respondí con una falsa calma—, sospecho que el proceso de
publicación de ese libro, va a ser demasiado largo, no podré lidiar
con la insistencia de los lectores por tener más detalles.
Recordar ese libro, hizo que sintiera incertidumbre, mi relación con
Santiago podía influir en su publicación, y no podía permitirlo.
—Valen, tu teléfono.
Tomé el celular y respiré profundo intuyendo de quién eran los
mensajes.
—Iré a averiguar si han avanzado en la maquetación de la segunda
edición del libro de Marvin.
—Ve tranquila —dije recostándome sobre mi silla giratoria.
Hola hermanita, necesito verte.
Fruncí el ceño y bloqueé mi teléfono al leer el mensaje de Vannesa,
me sentí desconcertada, no porque me hubiese escrito mi hermana,
sino porque no era él quién lo había hecho.
Esas flores fueron el único gesto que recibí de él, después de aquella
noche, y no sabía cómo sentirme al respecto, la confusión era lo
único constante en mi relación con Santiago. Me enfoqué en mi
trabajo para no atormentarme con mis dudas y contradicciones, pero
eso no sirvió de mucho, seguía pensando en nosotros, en cómo había
avanzado todo y en como parecía haber acabado.

***

La cafetería estaba casi vacía, a esa hora del día el movimiento de


clientes era lento, mis visitas a ese sitio eran tan seguidas que había
aprendido cómo funcionaba todo, la amable señora Mariana se acercó
a mi mesa con la taza de café caliente que había pedido, le sonreí y la
miré alejarse a paso lento.
Amaba tener ese sitio lleno de cosas deliciosas en el piso de abajo del
trabajo, podía perderme de vez en cuando para saciar mi deseo
compulsivo por la cafeína y llenar mi estómago con algo de comida,
que en esos últimos días se había vuelto lo único placentero en mi
vida.
Levanté el rostro al escuchar mi nombre, sonreí viendo a Manu
acercarse a la mesa, desbordando alegría.
—Es mío, estoy seguro de ello —dijo apenas se sentó frente a mí.
—Manu felicidades, en serio me alegro demasiado, ahora que tendrás
mucho más dinero vas a poder invitarme a comer seguido a buenos
sitios.
Soltó una risa escandalosa al oírme al mismo tiempo que negaba
moviendo la cabeza. Esa mañana mientras salíamos del edificio, me
contó acerca de la entrevista de trabajo que tenía, Manu ya había
acabado su maestría, las pasantías casi llegaban a su fin y le urgía un
empleo donde le pagaran más.
—Espero tener tiempo para poder llevarte a donde quieras, siento
que le voy a vender el alma al diablo —dijo un poco preocupado.
—Manu si alguien aquí sabe manejar su tiempo eres tú, has podido
con todo y no creo que esto sea la excepción.
—Tienes razón, pero me preocupo un poco, igual todo en esta vida
requiere sacrificios, tendré que esforzarme más... Así como tú, que
en horas laborales está sentada tomando café y ¿Leyendo un libro?
¡Valentina estas leyendo!
Le arrebaté mi libro de las manos haciéndome la molesta, era el que
me había regalado Santiago, apenas lo llevaba a la mitad, pero estaba
determinada a acabarlo.
—Trabajo en una editorial, debo leer.
—Este libro no es la editorial... Pillina —dijo leyendo el título.
—Me lo regaló Santiago, tiene la teoría que...
—No solo te coge, también te regala libros que hablan de sexo. —dijo
interrumpiendo.
—¡Shhh! Habla bajo, y... No —me quedé callada y luego suspiré—, no
quiero hablar de Santiago.
—¿Sigues molesta con él?
—Un poco, pero no es por eso Manu.
Hice silencio de nuevo cuando una mesera se acercó con el menú, que
le entregó a Manuel, le di otro sorbo a la taza para ordenar mis ideas,
cosa que parecía imposible.
—Habla antes que Sebas venga por mí, necesito que me digas que
tienes, estos días has estado más antisocial que de costumbre y más
despistada que nunca, ayer tuve que cerrar tu puerta, te fuiste y
dejaste abierto.
—Lo sé, estoy en la luna. Manu es complicado, sigo molesta con él,
pero más conmigo, no debí hacerme ideas en la cabeza con Santiago,
sabiendo como es él, tú mismo me advertiste que estaba casado con
su trabajo.
—¿Pero todo esto es por eso? Porque no lo creo, si estuvo horrible
que te plantara, pero te has cerrado a cualquier posibilidad de hablar
con él, con tanta determinación que me da la impresión que hay algo
más que te motiva a hacerlo.
—Él no me ha buscado más —respondí encogiendo los hombros.
—Es un orgulloso de mierda y lo sabes.
—Yo también lo soy.
—No me lo creo... Santiago quería buscarte cuando recibió el libro
que le enviaste, yo estaba con Sebas cuando se lo dijo, Santiago
quería saber que pensaba al respecto, piensa que como soy tu amigo
leo esa mente extraña que tienes.
—¿Por qué no me buscó? —pregunté sin ocultar la manera en la que
me alteraba escuchar aquello.
—Porqué le dije que no lo hiciera, tú me dejaste claro que ni querías
verlo cuando me contaste lo que pasó.
Mi teléfono sonó en ese justo momento, era Laura. Le escribí rápido
un mensaje, diciéndole donde podía encontrarme y continúe
conversando con Manu.
—Tengo miedo de avanzar más con él o más bien que avancé lo que
siento ¿entiendes?
—Perfectamente —respondió serio—, es comprensible, Santiago puede
resultar complicado.
—De hecho, no lo es, es serio en sus asuntos de trabajo y un poco
autoritario, pero también es de risa fácil, sabe escuchar y puedes
hablar con él de tantas cosas, o simplemente quedarte callado, el
silencio con Santi no es incómodo. ¿Entiendes por qué me quiero
alejar de él?
—Me describes un Santiago tan distinto al que he visto, siempre está
con el ceño fruncido, tiene esa expresión de estar molesto todo el
tiempo, de lo único que habla es de trabajo y de cómo mantener a
raya a Sandra.
—Él no es así, al menos no conmigo... Siento que se esfuerza por
tener esa imagen de ogro...Manuel no quiero verlo.
—¿Terminaron entonces? Porque si eran novios, Sebas dice que todos
hablaban de ti como la novia de Santiago en esa casa.
—No lo sé, tal vez me tomaré un par de días más y luego lo busco y
pongo distancia o.
Me quedé callada al ver a Laura entrando a la cafetería, tenía una
expresión de cansancio en el rostro y apenas eran las tres de la tarde,
Manuel miró hacia atrás y se puso de pie para jalar una silla al lado
mío para ella.
—¿Esta es una especie de sucursal de la editorial? —dijo en tono
chistoso cuando Lau sacó su laptop.
—Es nuestra sala de juntas —respondí siguiéndole el juego— ¿Lau por
qué esa cara, como te fue?
—Bien, pero mal —dijo dejándonos confundidos—. Llegué diez
minutos tarde, casi no me atiende y encima de eso me tocó regaño,
por hacerlo esperar.
—¿De quién hablan? —cuestionó Manu.
—De un cliente, un cabrón que se cree el muy importante.
Sabía que Laura no diría su nombre, el asunto de la confidencialidad
nos lo habíamos tomado muy en serio, me adelanté a responder
porque de repente sentí deseos de desahogarme.
Sebastián se apareció hecho todo un bomboncito, con la chaqueta de
cuero negro puesta, el pelo despeinado y esa sonrisa que mataba,
contuve la risa al ver la expresión de Laura cuando él inclinó el
rostro para besar a Manu. Ella no sabía que Manu era gay, menos que
tenía un novio así de lindo.
—Lau, Sebas, Sebas, Laura —los presenté sin muchas ganas.
—Sebastián Sada —mucho gusto.
—¿Otro Sada? —preguntó viendo hacia mí.
Todos reímos menos ella que se mostró avergonzada. Sentí largos los
minutos que transcurrieron para que se fueran los chicos, hablar con
Laura o más bien interrogarla era algo que necesitaba.
Pedí la cuenta apresurada por salir de la cafetería, Laura miró hacia
atrás para asegurarse que estábamos solas de verdad y suspiró
preocupada.
—¿Ya no quiere publicar el libro?
—No, no es eso—dijo en voz baja.
Yo parecía más nerviosa que ella desde temprano esa mañana, la cita
con Santiago me tenía preocupada, temía que se negase a publicar
con nosotros.
—Me mostró la estructura de cambios y me pidió el contacto con los
correctores de estilo, dice que necesita que lo pongan al tanto de los
cambios capítulo por capítulo.
—Imposible.
—Accedí —dijo poniendo cara de tonta—, es que de verdad parecía
enojado, pero eso no es todo, fijó cita para la otra semana, pero
—¿Conmigo? —Interrumpí.
—Sí, contigo... Tendrás que verlo Valen.

***

—¡Mierda! —susurré entre dientes, Martín que estaba a mi lado me


miró al instante, hizo hacia atrás la silla para ver mis piernas, que yo
no dejaba de soplar.
—¿Te quemaste? —preguntó en voz baja.
Asentí apretando los labios, un poco de café caliente cayó sobre mí
por un estúpido descuido, estaba demasiado distraída, quería irme a
casa de una vez, pero esa reunión era demasiado importante.
Rodrigo seguía dando indicaciones en voz alta, sin percatarse de mis
gestos de dolor, me puse de pie y tragándome la vergüenza tuve que
explicar frente a todos lo que ocurrió con mi café, me disculpé y salí
directo al baño, el pantalón rosa y de tela suave no había protegido
mi piel, del calor de la bebida.
Cerré la puerta tras de mí y con cuidado me quité el pantalón, tenía
dos pequeñas marcas rojas en las piernas, que ardían cada vez más,
me ponía agua que recogía con las manos, del lavabo, no me
importaba mojarme más de la cuenta, solo quería aliviar esa
sensación.
—¿Valentina estás bien?
Volteé hacia la puerta, dónde Martín me miraba sin parpadear, no
cerró al darse cuenta que estaba sin pantalones, se quedó ahí, con los
ojos fijos en las marcas rojas.
—Debes poner mucha agua y luego una crema, mi hermana es
enfermera puedo llamarla y preguntarle el nombre, yo ya lo olvidé.
—Estoy bien, no te preocupes —respondí incómoda, al menos tenía
algo decente puesto, y no las prendas casi transparentes que comencé
a usar para darle gusto al idiota que me tenía así de nerviosa.
—Si quieres puedo... ¿Entrar a ayudarte?
—No, no, déjame sola por favor —supliqué.
Asintió, se disculpó y cerró la puerta con cuidado.
Me miré en el espejo mojando un poco una toalla de papel, para
ponerla sobre mis piernas. Santiago era el culpable de mi estado de
nervios, de mi distracción, la idea de esa cita de trabajo, que
garantizaba nuestro encuentro, estaba acabando conmigo.
Cuando Laura me dio la noticia intenté no darle ni un poco de
importancia, pero a medida que se acercaba el día fijado para verlo,
los nervios me sobrepasaron, y ahí estaba, un día antes de esa
maldita cita, casi temblando frente a un espejo, con una quemadura
provocada por mi distracción.
—Ay Valen mira cómo estás —dijo Laura cerrando la puerta.
—¿Medio desnuda?
—No, mira tus piernas ¿Cómo te pasó esto?
—Soy un desastre —respondí recordándolo.
—Rodrigo dice que te puedes ir, yo creo que es lo mejor, intenta
descansar mañana tienes un día difícil.
—Quisiera irme, pero si no envío lo de la firma a contabilidad me voy
a meter en problemas —respondí poniéndome el pantalón.
Contuve el dolor, tomé agua y salí del baño con Laura siguiéndome
los pasos, afortunadamente ella había hecho casi todo, lo único que
tenía que hacer era darle el visto bueno, y agregarle un par de datos
al informe, que Lau no manejaba.
Me esforcé por concentrarme, tenía que terminar rápido, mientras
tecleaba evitaba pensar en todo lo que se venía, hacía diez días que
no lo miraba, y aunque él no me buscara sabía por Sandy, que estaba
deseando hablar conmigo.
—Lau ya casi termino, ve a la reunión tú, necesito saber que tanto
dijo Rodrigo.
—No soy Lau —levanté la vista al escuchar esa voz, el asombro y la
molestia se asomaron en mis ojos al instante—. Qué lugar más
pintoresco y pequeño —agregó viendo todo de manera despectiva.
—¿Vannesa que haces aquí?
—Ni parece que fuimos educadas por las mismas personas, primero
me invitas a pasar y luego cuestionas... Que sitio más feo es este —
dijo sentándose frente a mí—, después de todo era cierto que eres
editora.
—No toques mis libros —pedí irritada—. Vannesa estoy ocupada, no sé
qué haces aquí, solo te pediré que seas breve y te vayas rápido.
—No sabes que hago aquí porque no le respondes los mensajes a
nadie, y no me voy a ir de aquí sin ti, vine para que me acompañes a
lo del vestido.
—¿Qué?
—Ay Valen, mira tú teléfono, tú eres mi dama de honor, debes
ayudarme en todo, en dos semanas tendremos una fiesta para
anunciar nuestro compromiso, tu primera obligación es ayudarme a
escoger mi vestido.
—¿Obligación? Ni siquiera me preguntaste sí quería ser tu maldita
dama de honor.
—Obvio tienes que serlo, eres mi hermana —replicó de inmediato—,
este lugar me da claustrofobia, es tan pequeño.
—¡Pues vete! Sé que no lo crees, pero tengo muchas cosas que hacer.
—Valentina escucha esto —dijo a la vez que sacaba el teléfono de su
bolso, lo puso frente a mí y toco la pantalla.
" Valen tienes que ayudar a tu hermana, es tu deber acompañarla en
un momento tan importante, comparten la misma sangre, se formaron
en el mismo cuerpo, siempre tienen que estar la una para la otra "
—Hay más audios, pero básicamente todos dicen lo mismo, mi madre
y su sentimentalismo —río de forma burlona—. Ahorrémonos el
drama y acepta acompañarme.
—¿No tienes amigas, no hay nadie más a quién puedas fastidiar?
—Tú eres mi mejor amiga, la amiga que me dio la vida, eso nos decía
mamá ¿recuerdas?
Me resigné a mi mala suerte de tenerla como hermana, no tenía
fuerzas para pelear con ella y la dramática de Valeria, terminé de
enviar los correos y tomé mis cosas para salir al lado de ella.
—¡Apúrate! Se nos va a hacer tarde.
—Tengo que despedirme de Laura, aguántate.
Anita se limitó a observarnos cuando pasamos a su lado, Vannesa
caminaba adelante, dándome órdenes que, por supuesto ignoraba, iba
a ser la tarde más larga de mi vida, estaba convencida de eso.
—¿Qué le pasó a tu pantalón?
—Una larga historia, llévame a casa, tengo que cambiarme ... ¡a uch!
—me quejé al sentir como la tela rozaba mi piel irritada.
—No tengo tiempo para eso, sube al auto, en el asiento trasero tengo
un bolso con cosas que llevo a la casa de Edu, debo tener un vestido
que entre en tu enorme trasero.
Torcí los ojos y entré azotando la puerta, busqué entre sus cosas el
vestido y me cambié ahí mismo, en el asiento trasero en pleno
estacionamiento.
—Me queda mejor que a ti —dije solo para hacerla enojar.
Puso su particular cara de fastidio y aceleró el auto sin importarle
que aún no me hubiera acomodado del todo, soltó una carcajada
cuando la golpeé con mi bolso, cobrándome el golpe que me llevé por
su culpa.
Como era de esperar mi hermana me llevó a una de las boutiques
más exclusivas de la ciudad, su vestido tenía que ser un diseño
exclusivo, decía que eso era lo que merecía.
Soplaba mis piernas que aún ardían, sentada en un costoso sillón
blanco, Vannesa se miraba en los grandes espejos, encontrándole mil
defectos al vestido que tenía puesto.
—No lo sé, lo imaginé de otra manera —dijo seria.
—¿Desde hace cuánto pediste los vestidos?, parece que tienes tiempo
planeando tu fiesta de compromiso.
—Sospechaba que Eduardo me lo iba a pedir, apenas hace un mes
ordené que fueran diseñados, pero honestamente —miró hacia atrás
como para asegurarse que estábamos solas—. Los odios, no me
gustan.
—Ese es perfecto, solo está mal acomodado.
Me puse de pie para ayudarle, moví la tela con cuidado para que el
escote estuviera em su sitio, me incliné para arreglar la parte de
abajo del vestido y luego subí bien el cierre que estaba a media
espalda.
—Listo, te miras bien.
—¿Bien? Eso no es suficiente... No me gusta —pataleo como niña
chiquita y bajó de la pasarela.
Ser dama de honor iba a ser el castigo que pagaría por sacarle canes
verdes a mis padres, esperé que se probara otro más pidiéndole al
cielo que a ese no le encontrase un, pero.
—Este si es perfecto —dijo frente al espejo.
—Gracias a Dios.
—Mira cómo se ven mis senos, perfectos... Para nada vulgares, me
veo elegante, con clase, como un cisne.
Me reí por lo ridícula que se escuchaba, atendí su llamado cuando me
hizo un gesto con la mano, y me sitúe a su lado.
—Quiero que escojas un vestido para ti, tendrás que hacer un brindis
y necesito que luzcas perfecta. Tiene que ser algo que cubra tus
grandes pechos y te haga ver más delgada, mi mamá y yo creemos
que has engordado un poco, también hay que hacer algo con tu culo
gordo, ay Valen eres muy
—¿Sexy? Lo sé y me gusta serlo, me encantan mis senos, aunque
digas que son vulgares, ni siquiera son tan grandes, lo que pasa es
que al lado tuyo cualquiera se ve muy voluptuosa, mi culo gordo me
gusta también, así que lo que opinen tú y mamá me importa muy
poco.
—Malagradecida, solo quería ayudarte a verte más elegante.
—Yo escogeré mi vestido no te preocupes, y no será uno de aquí, son
horribles.
—¿Sabes que Rafaela le diseña a modelos? Te parecen horribles por
qué no hay nada aquí que te quede bien.
—A veces Vanne, siento que me tienes envidia, si... Aunque hagas esa
cara, pienso que quieres mis enormes senos, o mi culo grande.
Ignoré su risa sarcástica y bajé de la pasarela. No volví a decir una
sola palabra hasta que salimos de la tienda, subí al asiento del
copiloto sin cambiar la cara de pocos amigos que tenía, iba a hablar
con mamá, no me importaba pelearme con ella, por nada del mundo
sería la dama de honor de la tabla que tenía por hermana.
—Cuando era una adolescente —dijo encendiendo el auto—, quería
operarme los pechos, recuerdo que me ponía sujetadores con relleno
—río—. Un tipo ardido y estúpido que no soportó mi rechazo, hizo
una carta burlándose de mí, entre ellas se reía de mis senos, desde
ese momento amo mis tetas pequeñas, mi par de limones, así las
llamó el imbécil.
Se quedó callada al oír mi risa.
—¿Es gracioso?
—Si, creo que ya lo había escuchado —respondí riendo.
—Mis amigas ahora ex amigas, me llamaban así a mi espalda, seguro
ahí lo escuchaste. Pero eso no es lo importante, lo que quiero que
entiendas es que no podría envidiar algo de ti, ni tu cuerpo ni tu
personalidad, tú no te sabes manejar Valentina, mira cómo te plantó
ese tipo, eso te lo has ganado por no saber cómo tratar a un hombre,
te falta astucia, carácter, malicia...
Su monólogo prosiguió todo el camino, para mi pésima suerte, había
un tráfico espantoso que nos obligó a pasar más tiempo juntas dentro
del auto, el calor sofocante, su voz quejosa y su mirada despectiva,
me estaban enloqueciendo. Solo quería cerrarle la boca y estuve casi
a punto de hacerlo, pero una lluvia repentina y extraña en esa época
del año, la asustó al punto de dejarla callada.
Vannesa le temía a las tormentas y a los fuertes aguaceros, más aún
cuando estaba conduciendo.
—Conduce con cuidado y escríbeme un mensaje cuando llegues a casa
—dije al verla así de angustiada—. No está lloviendo tan fuerte,
seguro llegas rápido.
—Está bien —respondió en voz baja—. Quédate con ese vestido —fue
lo último que dijo antes de que bajara rápido de su carro.
Entré corriendo a mi edificio, el agua no me asustaba, pero no quería
mojar mis cosas, dejé todo tirado a un lado de la puerta de mi
departamento, y fui directo al baño, después del día de mierda que
acababa de tener, un baño largo y una siesta era lo único que
necesitaba.
Dejé que el agua cayera sobre mis piernas, permanecí bajo la ducha
hasta que los dedos de mis manos se arrugaron, hasta relajarme al
punto de quedarme dormida. Salí envuelta en mi toalla, con el pelo
goteando sobre mi espalda, me asomé por la ventana, la lluvia
parecía más intensa.
Busqué mi teléfono para checar si Vannesa me había enviado ya el
mensaje, me asombré al ver más de treinta llamadas perdidas, y una
cantidad de mensajes. El timbre sonó con insistencia en ese justo
momento, provocando que el teléfono se me cayera al piso y se
desarmara.
El corazón se me aceleró por la sorpresa, dejé la toalla sobre la cama
y me puse el primer camisón que encontré en mi clóset, buscaba mi
ropa interior cuando el timbre sonó una vez más.
—Valentina sé que estás adentro.
Cerré los ojos al oír la voz de Santiago, la agitación llegó a mi pecho a
la vez que un temor absurdo me congeló.
—Tengo horas esperándote afuera, por favor ábreme la puerta, si
quieres no hablamos, traje algo para ti que no puede seguir
mojándose.
Llegué a la puerta en dos grandes pasos, me hice a un lado para que
pasara, aún con el pulso alterado, el olor de su perfume me entumió
el cuerpo y me despertó a la vez, solo tenía días de no verlo y mi
cuerpo reaccionaba como si hubieran sido meses.
—Estás empapado —dije viéndolo de pies a cabeza.
—Te estas robando mis frases, suelo ser yo quien te dice eso.
El estremecimiento se me acabó al percibir su tonito arrogante y con
doble sentido que lo caracterizaba, crucé los brazos y lo miré seria,
hasta que escuché un maullido que robó mi total atención.
Hasta ese momento fui consciente que llevaba algo entre sus brazos,
envuelto en la elegante chaqueta de su traje se asomaba una pequeña
cabeza blanca.
—¡Dios! Nefertiti.
—Polly en realidad, decías que tiene más cara de Polly. Es tuya —dijo
destapándolo.
Se la arrebaté de las manos y busqué una toalla seca, en el acto
comencé a secarla con cuidado mientras ella maullaba tiernamente.
—Siento tanta envidia de Polly en este momento, que recibimiento
tuvo y yo aquí de pie porque ni asiento me ofreciste.
Le di la espalda para que no viera como me reía, dejé a Polly envuelta
en una toalla sobre mi cama y caminé hacia él con otra seca. La lancé
esperando que la atrapara, pero la dejó caer al piso.
—Puedes sentarte.
—Que amable eres —soltó irónico.
—Tengo que darle las gracias a Sandy, le pedí a Polly tantas veces y
decía que no iba a deshacerse de ella que ya había perdido la ilusión.
—Fui yo quien la traje para ti, Sandra ni siquiera sabe dónde están
todos los gatitos. Constanza los dio en adopción, pedí a Polly para ti,
porque sabía que la querías.
—Gracias.
—¿Un beso? ¿Un apretón de manos? Está bien, al menos me dejaste
entrar.
Estaba siendo tan adorable que me estaba costando trabajo
contenerme, no sabía si eran los días sin verlo que me hacían
apreciar más su belleza masculina esa noche. Me parecía guapísimo
así, con el pelo húmedo y su elegante camisa pegada al cuerpo por el
agua.
Fui de nuevo a tomar la gatita que puse sobre el piso, para luego
acercarme a él llena de temores. La conversación de la que estaba
huyendo sería inevitable. Me vio de pies a cabeza y luego suspiró.
—Tenía horas esperándote ¿Quién te trajo Valen? Te vi bajar de un
auto.
—Mi hermana —respondí en voz baja.
—Pensé que el tipo ese que... Olvídalo —dijo arrastrándose por el
sillón para estar más cerca de mí—. He dejado que pasen los días
para que calmen un poco las aguas, pero necesito que hablemos
Valen, aunque sé que no te gusta hacerlo.
—Me plantaste, me dejaste como una estúpida frente a mi familia
¿crees que quiero hablar de eso?
—Pero debemos hacerlo, si no hablamos como vamos a solucionar los
problemas. Lo lamento —susurró con la vista fija en la mía—. No
tienes idea de cuanto lo siento, pero fue inevitable. Hice lo que pude
y aun así no terminé a tiempo, entiendo que estés enojada, por eso te
di un tiempo.
Intentó tomar mis manos que no pudieron resistirse a su contacto,
fijé mi vista en nuestros dedos entrelazados, y escuché un largo
suspiro que salió de sus labios.
—Sabes cómo funcionan las cosas en mi vida, mis muchas
responsabilidades, no me quiero justificar, pero en serio esa semana
fue de locos. Yo te
—No digas eso —lo interrumpí—. No prometas que no va a volver a
pasar cuando sabes que es mentira, que esto será una constante entre
nosotros. Tu novia de verdad es la gerencia del centro comercial, tu
amante la bicicleta y yo vendría siendo una especie de amiga con
derechos.
Comenzó a reír a carcajadas al escucharme, una de esas risas con las
que yo me engañaba creyendo que eran mías, apretó más mis manos
y antes de besar ambas.
—Pues amiga con derecho, ni por mí novia ni por mi amante hago
todo lo que hago por ti, me tuviste esperando horas bajo la lluvia, he
buscado todos estos días la manera de acercarme sin que me echaras
a la primera, la gata fue mi última opción.
Estaba tensa, aunque el sonriera, sentía un peso en el cuerpo no me
dejaba tranquila a pesar de esa mirada suya que me daba una calma
que necesitaba.
—Si decides disculparme, intentaré que este tipo de cosas no ocurran
tan seguido. De verdad lo siento mucho.
—Ay Santi —susurré viendo hacia el piso.
—Pero tú también debes prometer hablar en lugar de huir, no vamos
a resolver nada nunca si te escondes. ¿Me disculpas?
Nos miramos a los ojos por largo segundos, el corazón me latía
desbocado mientras su mirada profunda me calaba el pecho, acarició
mis nudillos sin romper el contacto visual.
—No me mires con miedo, no hay nada que temer.
—Hay muchas cosas que temer Santiago.
—Valen —susurró mi nombre buscando más contacto— Perdóname.
Asentí sin poder hablar, porque verlo así era demasiado para mí.
—Programaremos una cena con tus papás, cuando tú quieras.
—No se puede cenar con los dos juntos nunca, pero si cenaremos con
mamá, te mereces soportar a Valeria por lo que hiciste—sonrió al
oírme y asintió.
—¿Qué te pasó? —preguntó viendo mis piernas.
—Me quemé con café, lo derramaré sobre mis piernas en una
reunión. Cosas que sólo me pasan a mí.
—Eres un desastre Valentina —sonrió—. Uno que extrañaba mucho.
Se inclinó para besar mis piernas con delicadeza, sentí cosquillas por
todo el cuerpo con esa suave presión de sus labios, se incorporó y
estornudo dos veces.
—Deberías cambiarte la ropa, te vas a terminar resfriando —dije
acariciando sus mejillas.
De un momento a otro la misma energía que me rodeaba cuando
estaba con él, me hacía sonreír, me vio y asintió besando mis manos
una vez más, sin tener idea que el corazón me latía con desenfreno
cuando hacía eso.
—Si quieres desnudarme, solo dilo, las excusas no son necesarias.
Río a carcajadas al ver mis gestos de falso fastidio, no podía estar
enojada, aunque hubiera motivos, tenerlo cerca estropeaba mi
sentido común, anulaba mis defensas y hacía crecer eso que escondía
en mi pecho por él.
Prefirió darse un baño en lugar de cambiarse, mientras el sonido del
agua llenaba mi departamento, calentaba un poco de leche, Polly
caminaba temerosa por mi cocina, era tan pequeña que lo único que
se me apetecía era cargarla.
Cuando la puerta del baño se abrió, me apresuré por llegar a mi
habitación, saqué la mochila con sus cosas del clóset y las puse sobre
la cama.
La garganta se me cerró al verlo caminar sólo en toalla hacia mí,
¿Que hacía un hombre como ese en mi departamento?
—¿Leche caliente?
—Por favor no digas nada asqueroso al respecto, ningún comentario
con doble sentido que me gusta mucho la leche caliente y no la veré
igual.
—Si me lo hubieras dicho antes yo te...
—¡Cállate! —pedí riendo—. Ponte ropa y ven toma leche conmigo, en
serio necesitas algo caliente.
—¿Puedo pasar la noche aquí? ¿Tendré un espacio en tu cama o
piensas dormir con Polly?
—Puedes quedarte en el sillón, Polly se queda conmigo hoy.
En segundos llegó hasta mí, me abrazó por la espalda y comenzó a
hacerme cosquillas en el cuello con su barba.
Todas las emociones que enfrenté desde el día que me molesté con él,
desaparecieron al estar así entre sus brazos, por eso no quería verlo,
porque una parte de mí sabía que toda mi rabia iba a desaparecer
cuando lo tuviera cerca.
Me miraba con una sonrisa perversa en los labios, mientras tomaba
sorbo a sorbo la leche, él prefirió una taza de té que se acabó rápido.
Estaba sin camisa haciendo que concentrarme me pareciera
imposible, acariciaba mis piernas susurrando disculpas sin sentido,
ya lo había perdonado incluso antes de que lo hubiera pedido.
Bostecé viendo a Polly que se quedó dormida en un rincón del sillón,
me levantó con facilidad para llevarme a la cama, tan relajado que
parecía otro, tan sonriente que parecía encantando de estar conmigo.
—¡Santiago! —me quejé cuando me dejó caer de forma brusca en la
cama.
Cayó sobre mi cuerpo con cuidado, sonriendo al verme cerrar las
piernas, no me besó como esperé, se tomó unos largos segundos para
verme ahí, abajo de él. Inclinó el rostro despacio para besarme al fin,
con una intensidad que me llevó a encoger los dedos de los pies al
primer roce de nuestras lenguas.
Pasaba mis manos por su pelo tiernamente, mientras el me besaba
con aquel deleite que me erizaba la piel, empujaba lentamente las
caderas hasta que logró que abriera las piernas acunándolo en medio
de estás.
Llenaba de besos húmedos su cuello mientras el jugueteaba con el
lóbulo de mi oreja, gimió bajito cuando pasé mis manos por su
espalda, un poco ansiosa por más contacto, con la boca bajó por mis
hombros los tirantes del tierno camisón rosa que usaba, jadeé con los
ojos cerrados cuando situó sus manos en mis piernas arrastrando la
tela de mi ropa hacia arriba.
—No me ahorres el trabajo, quiero quitarte la ropa siempre —dijo con
ese tonito que provocaba que todo se contrajera por dentro.
Estaba desnuda por completo, bajó esa mirada que me escrudiñaba y
me encantaba, lamió sus labios antes de ceñirlos en la cima de mis
pechos. Me arqueé hacia él al mismo tiempo que lo tocaba con
desesperación.
—Valen, estas empapada —dijo cuando llevó su mano justo ahí, en
medio de mis piernas.
—Estúpido —dije riendo.
—Estaba esperando con ansias usar la frase que me robaste.
Bajó el rostro en un solo movimiento, separando mis piernas con
suavidad, paso la lengua con tanta suavidad que me hizo gemir sin
pudor.
Santiago me leía tan bien, que intuyó que necesitaba algo más que su
lengua en esa zona, se reincorporó sobre mí, estiró el brazo hacia la
mesa de noche y tomó el condón que había dejado minutos antes en
ese sitio.
Sentí eternos los segundos que pasaron antes de que se deslizara
entre mis piernas, apoyó su frente en la mía cuando entró por
completo en mi interior.
Gimió con una expresión de satisfacción que desató una tormenta en
mi vientre, cada vez que empujaba sus caderas hacia mí y jadeaba
desesperado sobre mis labios, me hacía caer al vacío, levantó mis
piernas para profundizar cada embestida que sus caderas me daban.
Nos mordimos los labios a la vez cuando el ritmo aumentó, mis
gemidos más altos lo instaban a moverse con más intensidad, enterré
las uñas en su trasero bien formado, cuando me sentí colmada de
tanto placer, me aloqué con él, levantando las caderas para salir a su
encuentro.
Frenéticos nos movíamos sin importar el ruido que hacía la cama,
mordió suavemente mi cuello provocando que me dejara ir con él en
ese torbellino de placer.
Besó mis labios de una forma tan delicada que me robó un suspiro,
susurré algo sin sentido al sentir como salía de mi cuerpo, se
acomodó en medio de mis piernas apoyando la cabeza en mis pechos.
Me estaba abrazando, y yo aferrando a él sin saber la profundidad de
un simple gesto, acaricié su pelo una y otra vez mientras él dejaba
dulces besos en mi pecho.
Lo quería ahí, cerca de mí, abrazándome y necesitándome como yo lo
necesitaba a él. Justo en ese momento entendí que mis temores eran
absurdos, ya lo quería, ya nada peor podía suceder.
—Santi —susurré con voz débil.
—¿Sí? —levantó el rostro para ver mis ojos, y enmudecí.
No me lastimes —pensé, pero no me atreví a decirlo. No quería que
supiera del poder que tenía sobre mí.
—Apaga la alarma, no quiero despertar a las cuatro de la mañana. —
sonrió antes de asentir, besó mis labios y despacio liberó mi cuerpo
de su peso.
—Creo que me quedaré muy seguido aquí —susurró después de besar
mi hombro y abrazarme con calidez.
w w

Miré a Sandra que escuchaba con atención a la doctora que hablaba


frente a nosotras, me asombró verla tomar apuntes con esa actitud
tan diligente que mostraba. De los nervios y la timidez que expresaba
antes de entrar al consultorio, parecía no quedar nada.
Jazmín era el nombre de la amable mujer que nos atendía, su cabello
castaño oscuro caía por su pulcra bata blanca, aparentaba menos
edad que mi mamá, pero en definitiva ya era una señora. Fue la
doctora de cabecera de la señora Ángela, la mamá de Sandy, confiaba
mucho en ella por eso acudimos a su consultorio.
—Tengo otra pregunta —dijo Sandy dejando su libreta púrpura a un
lado—¿En caso de que me decida por las píldoras, en cuanto tiempo
tendrían eficacia? Es decir ¿Cuánto tiempo tendría que esperar para
tener sexo sin ...
—Te entendí —respondió la doctora interrumpiéndola—. Depende del
momento que comiences a usarla, si lo haces con tu período...
Dejé de escuchar a la doctora para concentrarme en Sandra, no podía
creer que estuviera actuando con tanta madurez, no cuando conocía
bien la manera en la que se comportaba.
Dos días atrás se había aparecido en mi oficina, se notaba tan
nerviosa que tuve que llevarla a otro lado para que hablara conmigo.
El sitio escogido fue la cafetería, la sala de juntas como le habíamos
empezado a llamar Lau y yo.
Después de largos titubeos y gestos que denotaban su temor, Sandra
tomó valor para hablar al fin. El motivo de su visita era simple,
estaba planeando tener sexo y necesitaba información antes de
hacerlo, por ello acudió a mí, no quería ir sola al ginecólogo por
primera vez, quería apoyo y según sus palabras, era su única opción.
Era algo que no podía pedirle a Manu con quién se llevaba mejor,
tampoco a una de sus amigas porque morían de vergüenza y de
Constanza ni hablar. La única persona que le quedaba era yo. Y ahí
estaba dos días después, a su lado en una consulta ginecológica que
se había extendido más de la cuenta, a causa de las preguntas.
Laura me escribió un mensaje que no había podido leer, me urgía
saber de la reunión que había tenido temprano con el corrector de la
editorial, Santiago se estaba comportando imposible con su libro,
convencer al pobre tipo de enviarle las correcciones capítulo por
capítulo parecía complicado.
La doctora se puso de pie y se alejó del escritorio, Sandy respiró
profundo y ladeó el rostro para verme.
—¿Estás segura que vas a hacerlo?
—No... Pero necesitaba estar informada —respondió pensativa—, de
verdad quiero agradecerte que estés aquí, sé que esto puede traerte
problemas con Santiago y aun así corriste el riesgo.
Le sonreí sujetando sus manos a la vez. Sandra tenía razón, estaba
corriendo riesgos con Santi, las cosas estaban bien entre los dos, las
últimas cuatro semanas juntos habían sido muy buenas, desde la
última pelea las cosas se volvieron un poco más serias, era como si el
vínculo entre ambos se hubiese fortalecido, aunque aún no fuese
precisamente profundo.
Sabiendo que me podía meter en problemas, no pude negarme a
acompañarla, recordé lo que era tener su edad y ese montón de
dudas que causaban temor.
—Anotaré el nombre de las píldoras, recuerda que lo más importante
es que no olvides tomarlas —decía Jazmín mientras movía la mano
sobre el papel.
Sandy se despidió tantas veces de la doctora, que salir fue difícil,
cuando abrí la puerta y la dejé pasar primero, noté como la tensión
había desaparecido, estaba sonriente, relajada. Había dado unos
cuantos pasos cuando se detuvo, volteó sin esa expresión de
tranquilidad que había tenido segundos antes, y se llevó las manos al
pecho.
—Santiago, Santiago —dijo sin voz— Nos descubrió ¿Qué hace aquí?
Maldita sea Valentina reacciona, está a unos pasos.
Bajo la presión del momento recordé nuestra charla la noche
anterior, tenía que hacerse unos análisis de sangre y un examen
físico antes de la competencia, mencionó que eran los requerimientos
del club.
—¡Valen!
—Tranquila, yo me encargo —respondí intentando controlar mis
propios nervios.
Mi novio se acercaba a pasos rápidos, llevaba su elegante saco
colgado en el antebrazo y el ceño fruncido, fijó la vista en las dos
mostrándose muy confundido, Sandra apretó mi hombro cuando se
ocultó tras mi espalda.
Sonreí al tenerlo de frente, como si nada pasara, con todo el gusto
que me daba verlo.
—Hola.
—¿Qué haces aquí? —preguntó del breve beso que depositó en mis
labios —¿Me estaban buscando? —cuestionó con la mirada puesta en
su hermana.
Tenía la excusa perfecta, estaba a punto de decirla, pero la puerta del
consultorio del que acabábamos de salir se abrió, cerré los ojos al
escuchar unos tacones acercarse, y contuve el aire cuando oí la voz
de la doctora.
—Dejaste la receta de las píldoras.
—Gracias —dije arrebatándole el papel de las manos, antes que se las
diera a Sandra —. Soy tan distraída.
La doctora se fue después de sonreírnos y de habernos metido en
semejante problema, el agarré de Sandy sobre mi brazo se hizo
fuerte, la vi y me señaló con los labios a Santiago, que hacía el
intento de leer la receta.
—¿Eso es tuyo? —apuntó el papel —¿Estaban dentro del consultorio?
Su rostro estaba cada vez más serio y mi lengua más entumida, no
podía responder porque no dejaba de preguntar.
—Valentina —susurró Sandy casi llorando tras mi espalda.
—Si es mío —dije al fin—, ya sabes que soy distraída y lo dejé
olvidado, estaba con la doctora, Sandy me acompañaba.
Sentí como Sandra respiró al fin, pero mi alivio no llegaba, Santiago
extendió la mano pidiéndome la receta, con esa mirada autoritaria
resplandeciendo en sus ojos.
—¿Estás enferma?
Solté el papel sin querer hacerlo, se ajustó los lentes y frunció aún
más el ceño. Los dedos de Sandy se enterraban en mi piel,
aumentando esa sensación de temor que me invadía.
—¿Píldoras anticonceptivas?
Al oír esa pregunta y no un reclamo por el nombre de Sandra que se
leía en la receta suspiré. Las manos me temblaban, mi cuerpo entero
lo hacía.
—Sí, píldoras.
—¿Vienes por píldoras con mi hermana?
—¡No! No es así —titubeé—, tuve que venir al médico y le pedí que me
acompañara. Santi creo que debemos tener esta conversación en otro
momento —dije viendo a los lados.
Estábamos en medio de un pasillo concurrido, era un centro médico
de distintas especialidades, había pacientes esperando ser atentados
muy cerca de nosotros.
Con una expresión que no pude descifrar asintió, levantó el brazo
mostrándome el camino hacia el elevador, di pasos tímidos con
Sandra sujeta de mi mano, Santiago la miraba fijamente, estaba
siendo demasiado evidente, se notaba temerosa, callada y aferrada a
mí.
—¿Te hicieron los análisis? —pregunté mientras esperaba el ascensor.
—¿Por qué tuviste que venir? ¿Qué pasó?
Sandra apretó mi mano, él lo notó. Estaba segura que no iba a salir
fácil de esa, Santi era listo, intuitivo y me sabía leer demasiado bien,
la desesperación obligó a mi cerebro a fabricar una rápida mentira
que no tardó en salir de mis labios.
—Tuve un retraso, me puse un poco nerviosa y decidí venir al médico,
le pedí a Sandy que me acompañara y eso hacemos aquí —dije tan
rápido que dude que me hubiera entendido.
El elevador se abrió y entramos los tres al mismo tiempo, casi
tropezando.
—¿Un retraso? —preguntó Santi pálido—. Creo que cancelaré el
electrocardiograma que Jorge quería que me hiciera, si no me dio un
infarto en este momento supongo que mi corazón esta bien —agregó
después de verme asentir.
Contuve la carcajada que se me atravesó en la garganta, después de
escucharlo, pero Sandy no pudo, se reía apoyando el rostro en mi
brazo.
—¿Pero cómo, si tú y yo...
Se quedó callado al ser consciente de la presencia de su hermana, que
aún no dejaba de ver de forma extraña.
—Los condones se rompen —habló Sandy al fin—. Eso fue lo que dijo
la doctora, pero no está embarazada no te preocupes, si lo estuviera
no estaría aquí la habría lanzado por las escaleras por haberse
embarazado, no quiero sobrinos, no me gustan los niños ...Por eso
prefiero a Manu él no puede embarazarse.
Aprovechando que Santiago nos daba la espalda, le torcí los ojos a la
misma vez que movía el brazo para alejarme de ella.
—Tengo que actuar con normalidad, se va a dar cuenta —susurró a mi
oído—. Eres mi cuñada favorita.
—¡Sandra deja de ser tan agresiva! ... ¿Por qué no me lo dijiste? Ayer
hablamos en la noche —preguntó dirigiéndose a mí.
—No quería preocuparte, estás estresado con lo de la otra sucursal
y... Tampoco era para tanto, solo tenía unos días de retraso.
—Se lo dijiste a mi hermanita.
—No quería venir sola y Manuel que es mi único amigo no era una
opción.
—Valentina tú no te comunicas, te lo he dicho tantas veces y no le
tomas importancia al asunto, esto era algo que yo debía saber...
Tuve que soportar un largo sermón que prosiguió hasta que salimos
de ese sitio, había pasado del susto al enojo en cuestión de minutos.
El chófer que acompañaba a Santiago se iba a encargar de llevar el
carro de Sandra, en el que habíamos llegado, a su casa, y él nos
llevaría a nosotras.
—¿Puedes cambiar esa cara? —pedí después de subir al carro— Haces
que me sienta muy mal, prometo no volver a callarme algo así.
—Sólo deja que me pase el susto —respondió.
Abrió una botella y se tomó toda el agua, con poco tacto sacó la
corbata de su cuello, ajustó el cinturón de seguridad para después
encender el auto.
Ninguno de los tres dijo algo de nuevo, Sandra estaba pensativa, yo
preocupada por mi mentira, y él parecía enojado.
Entró al estacionamiento de una farmacia, sin decirme nada y solo
extendiendo la mano, pidió la receta que sostenía.
—Compra dos cajas —dijo Sandy—, la doctora dijo que era mejor que
las tuviera así, entiendes ya listo la respuesta cuando se acabe la
primera —agregó al ver la forma en la que la miraba su hermano.
—Tenemos demasiada mala suerte ...Valen lo siento, no sé cómo
arreglar esto, no quería meterte en problemas.
—No puedes arreglar nada, pero vamos hacer un trato tú y yo.
—¿Trato?
—Sí —respondí quitándome el cinturón para voltear hacia atrás—.
Cuando Santi quiera quedarse conmigo, no llamarás haciendo tus
dramas, tampoco le enviarás mensajes.
—Valentina estás abusando.
—Le acabo de decir a tu hermano que creí estar embarazada, estoy en
graves problemas por cubrirte ¿Y estoy abusando?
—Eras mi cuñada favorita —murmuró.
Nuestra conversación se dio por terminada cuando Santi volvió al
auto, puse atrás la bolsa de la farmacia a propósito, para que Sandra
tomara sus píldoras. Condujo directo a una cafetería que estaba en
una cena comercial de la ciudad, ahí esperaban a Sandra sus amigos.
Y a mí me llevó hasta la editorial donde lo único que me esperaba era
trabajo.
—¿Quieres que envíe a Raúl por ti o prefieres que llegue yo a
buscarte?
—¿Ah, es que sigue en pie lo de la cena? Pensé que los planes habían
cambiado —solté irónica.
Esa noche teníamos la cena con mamá que tanto habíamos
suspendido. Valeria estaba tan emocionada con la boda de mi
hermana, que me había dejado plantada varias veces por estar
ocupada en los preparativos.
—No deberías juntarte con Sandra, estás comportándote igual a ella
—suspiró después de apagar el motor—. Valentina promete que
intentarás hablar más conmigo, siempre te guardas cosas, lo he
notado y respetado, es tu forma de ser, pero no es bueno contener
tanto y callar información importante, en lugar de llamar a Sandy
debiste llamarme a mí.
—Lo siento yo...No volveré hacer algo así.
—Sandra es más lista que nosotros, pudo haber ofrecido a
acompañarte para escuchar información que le interesa ¿Le hizo
preguntas a la doctora?
—No, estuvo callada todo el tiempo —mentí descaradamente.
—Nos vemos en la noche.
Nos despedimos con un corto beso, en el que seguí percibiendo su
enojo, no me arrepentía de haber ayudado a Sandy, pero esperaba
que al menos hubiera valido la pena.
Las cosas en la editorial estaban complicadas, haber hecho bien mi
trabajo provocaba que Rodrigo me confiara más responsabilidades.
Anita sonrió con falsedad cuando pasé a su lado, me apuntó el reloj y
alzó las cejas al verme encoger los hombros, estar dando buenos
resultados al menos me permitía llegar tarde, no tenían nada que
reclamarme.
La edición de Eva no era todo lo que tenía encima, la firma que había
organizado un mes atrás, había sido un éxito, por ello estaba de
nuevo trabajando he salido a un evento, una expo de literatura en la
que iban a participar cuatro de nuestros autores.
Mientras Lau estudiaba para su examen, en un rincón de mi oficina,
yo me encargaba de hacer el presupuesto que íbamos a necesitar
para movilizar a los autores. Estaba tan concentrada en la pantalla de
mi computadora, que no me di cuenta en el momento que salió Laura.
Al percatarme que se me estaba haciendo tarde, dejé todo para poder
prepararme a tiempo, no quería empeorar las cosas con Santi,
hacerlo esperar sería un error que no iba a cometer.
Mientras me maquillaba me atormentaba pensando en cómo podrían
salir las cosas con mi mamá, con papá el almuerzo que compartimos
fue peculiar, un tanto incómodo al principio por sus bromas, pero
luego hubo una conversación fluida y un ambiente agradable.
Lamentablemente, Valeria era complicada, por eso temía que esa
cena fuese un desastre.
Mi teléfono sonó cuando me probaba otro vestido, Santiago y su
maldita puntualidad que siempre me hacía quedar mal, salí de mi
departamento con los zapatos en las manos apresurada por las
insistentes llamadas de Santi. Me puse los tacones en el elevador,
imaginaba la cara de pocos amigos de Santiago, tenía ocho minutos
de retraso para él eso era más de lo que podía esperar.
Salí manteniendo una fingida calma, y sonreí al verlo, poco a poco la
expresión de enojo en su rostro cambió, la sonrisa no tardó en
aparecer en sus labios después de mirarme de esa forma tan
intimidante propia de él.
Parecía más animado, notablemente menos tenso, aunque me daba la
impresión que seguía molesto. Preferí no tocar el tema del supuesto
retraso, evité el asunto hablando sin parar del restaurante que mi
mamá había elegido para cenar.
Cuando llegamos las cosas entre los dos se sentían menos incómodas
y más naturales, me ofreció su mano después de besar mi mejilla,
sonreír era tan fácil con detalles así simples, el anfitrión nos guio
hasta la mesa donde ya nos esperaba mamá.
La cara de Valeria al ver al hombre que llevaba al lado, no pudo ser
más obvia, se levantó de la silla con una sonrisa enorme en los labios.
—Valen mi amor, mi princesa —me abrazó efusiva—¿De dónde sacaste
un hombre así? —susurró a mi oído.
Quise pellizcarla para que cerrara la boca, estaba alimentando el ego
de Santiago que por esa sonrisita que se dibujaba en sus labios,
deduje que la había escuchado.
Sentía no conocer a la mujer que tenía sentada frente a mí en esa
mesa, desbordaba simpatía, tan amable y encantadora que parecía
ser otra, estaba fascinada con Santiago, los ojos le brillaron cuando él
comenzó a hablar de su tema favorito: trabajo.
—¿Por qué no me habías dicho que tenías un novio así? —preguntó en
voz baja cuando Santi se alejó para responder una llamada.
—Creo que porque me dijiste que seguro me engañaba con otra y por
eso faltó a la cena.
—Y si la tiene lo perdonas, la suerte no va a tocar tu puerta dos veces,
cuando le cuente a tu hermana no lo va a poder creer.
—ay no mamá, no hagas un circo de esto, ya imagino a Vannesa
queriendo conocerlo, olvídalo y compórtate.
—Lo llevaste primero con tu papá ¿No te importa darle una buena
impresión?
Solo cubrí mi rostro deseando que todo terminara rápido, Santi
estaba más encantador esa noche, hasta que nos vimos a los ojos
entendí, que intentaba que yo no me sintiera tan incómoda como me
mostraba.
—Envíale la foto que nos acabamos de tomar a tu hermana —pidió
cuando caminábamos hacia la salida.
Tomé su teléfono y la borré, para luego fingir que si la había enviado.
Valeria y la tecnología no se llevaban muy bien, estaba segura que no
iba a ser descubierta. Se despidió de manera afectuosa, repitiéndole a
Santi el gusto que le había dado conocerlo, me hizo prometer que iría
a verla a su casa y finalmente subió a su auto.
El camino de regreso a mi departamento me pareció más corto que
de costumbre, las calles estaban semi vacías a causa de la suave brisa
que caía aquella noche, bostecé como acto reflejo después de ver a
Santi, estaba cansado, su día había comenzado demasiado temprano.
—¿Subirás conmigo? —pregunté cuando detuvo el auto.
—Me encantaría, pero tengo miedo de quedarme dormido, le prometí
a Sandy llegar a dormir a casa, no sé cómo lo hace, fastidia tanto que
termino accediendo a lo que pide.
—Por ella no te preocupes, no se enojará contigo si no cumples tu
promesa, tiene planes con sus amigas.
Fue fácil convencerlo, le escribí un mensaje a Sandy apenas cerré la
puerta del carro, necesitaba recordarle nuestro trato.
—He tenido un día demasiado largo —murmuró caminando a mi
lado—. Con la sorpresa que me llevé en el consultorio y la pelea entre
papá y Sebastián, tuve suficiente para una semana.
—De verdad lo siento, solo no quise preocuparte. Prometí no volver a
callarme algo así, quita esa cara —pedí casi arrepentida de haber
ayudado a Sandy.
—¿Como terminó todo lo de tu retraso? —cuestión tenso.
—Ya no existe, debieron ser los nervios, estoy menstruando.
Detuvo sus pasos repentinamente obligándome a imitarlo.
—Creo que cambié de idea, no me quedaré esta noche.
—Que horrible tu sentido del humor —lo empujé al escuchar su
carcajada, solo había dado unos cuantos pasos cuando ya lo tenía
justo tras de mí, abrazándome por la espalda.
Estaba acostumbrada al calor que me proporcionaba su cuerpo,
disfrutaba demasiado de esas pequeñas muestras de afectos, que,
aunque eran constantes no dejaban de estremecerme.
Sandy llamó en el justo momento que nos dábamos un beso en medio
del pasillo, se disculpó con un gesto antes de darme la espalda para
responder, aproveché ese momento a solas para revisar mi teléfono,
tenía curiosidad de la respuesta de Sandy después del mensaje que
envié.
Los mensajes de Manu, no me dejaron leer el resto, me recordaba la
misión que me había encomendado unos días atrás él y su novio. Los
hermanos Sada me habían tomado como una especie de
intermediaria, entre sus peticiones y la aprobación de Santiago.
—Sandra me llamó para decirme buenas noches —dijo con un ligero
tono de asombro—, creo que ya está madurando, le dije que me iba a
quedar contigo y nos deseó dulces sueños.
Me sentí algo culpable por mentirle, aunque me parecía chistoso que
un tipo tan listo como él, cayera en los dramas de su hermanita.
La confianza que emergía a pasos rápidos entre los dos, era mutua,
apenas cruzamos la puerta de mi departamento, comenzó a quitarse
la ropa, verlo medio desnudo me dificultaba un poco enfocar mis
energías en la petición de Sebas y Manu, tuve que distraerme con una
taza de café, antes de acercarme a él.
—¿Valen lo terminaste? —gritó como si estuviéramos lejos.
Asentí viéndolo sin parpadear, siendo obvia con toda claridad, me
mostraba el libro que me había reglado tiempo atrás, dijo algo, pero
no pude escucharlo bien, la imagen de él recostado en mi cama sin
camisa, atrajo toda mi atención.
Polly fue la única capaz de sacarme de esa burbuja, saltó a la cama en
busca de las caricias de Santi que tanto le gustaban, y que no
tardaron en llegar.
—¿Ya pensaste en lo del fin de semana?
Fui directo al grano, sin saber cómo tocar ese tema, asintió sin
quitarle su total atención a Polly que ronroneaba sin parar.
—¿Qué decidiste?
—No iré, tengo muchas cosas pendientes y, no estoy muy a favor en
hacer cosas a la espalda de mi papá, cuando se entere de la "reunión"
de Sebastián, se va armar otra pelea entre los dos.
—¿No podrías dejar tus cosas pendientes para después? Es fin de
semana y el cumpleaños de tu hermano.
—Lo invitaré a cenar cuando regrese —respondió sin mucho ánimo.
Me encerré en el baño para enviarle un mensaje a Manuel, me hacía
sentir mal no poder ayudarle a mi amigo, pero no tenía idea de cómo
convencer a Santi. Sebastián quería tener un fin de semana con Manu
y un par de amigos en la casa de campo de su familia, había incluido
en sus planes a Santiago, sin contar que declinaría la invitación.
"Solo pídeselo"
Decía el mensaje que recibí de Manuel. Cuando salí del baño Santi
tenía un libro rojo en las manos, me sonrió palmeando el colchón,
invitándome a recostarme a su lado.
—Sandy irá con Sebas, incluso invitó a sus mejores amigas —comenté
sin darme por vencida.
—Ni siquiera es seguro que papá viaje en esos días y ellos ya trazaron
sus planes.
—Santi es tu hermano, ¡es su cumpleaños!
—Puede celebrarlo como lo hace siempre, con sus fiestas fuera de
control y lejos de casa.
—Quiere algo más tranquilo —le expliqué, estaba buscando otro
argumento válido con el cual seguir insistiendo, pero sus brazos
atrayéndome hacia su cuerpo y sus labios buscando los míos,
bloquearon mi mente.
Con una mano aferrada a mi cintura, y la otra en mi cuello, me
besaba con una mesura poco común entre nosotros, sentí incluso que
fue dulce, cuando frotó su nariz con la mía, sonrió viéndome a los
ojos y fue entonces que descubrí que Santi había cambiado su forma
de mirarme, en la calidez del momento encontré el valor para hablar.
—Me gustaría ir y pasar un fin de semana contigo, lejos de tu novia y
tu amante.
La sonrisa se convirtió en risa al oírme, me abrazó y besó mi pelo tan
divertido como si yo hubiera hecho una broma, en realidad si sentía
que el Prime era su novia, y el ciclismo su amante.
—Iremos entonces, pero tendré que trabajar más en estos días.
—¿Así de fácil? —susurré incrédula.
—Eres la única que no se da cuenta que hago todo lo que me pidas.
—¿Debería sentirme especial? —cuestioné en tono de broma.
—La más especial —respondió con una seriedad que hizo de aquel
momento más intimida mente.
***
—¿Ya te dije que estás muy guapa hoy?
Cubrí mi rostro con ambas manos sin dejar de reír de esa forma
tonta, Santiago había amanecido muy simpático esa mañana,
hacerme sonrojar parecía ser su propósito.
—¡Santi basta! —grité al mismo tiempo que cerraba las piernas—
¿Qué tenía tu café? Estás insoportable.
Me estaba quejando falsamente, en realidad me sacaba sonrisas verlo
así tan juguetón, y chistoso. Retiró la mano de mi pierna cuando le
apunté el camino despejado.
Llevábamos tres horas dentro del
Jeep blanco que utilizaba únicamente para ese tipo de viajes, a pesar
de que no salimos a la hora acordada, estaba de un humor
esplendido, ni siquiera se molestó con sus hermanos por no
esperarnos, para que viajáramos todo juntos.
—¿Crees que Polly se sienta tranquila en tu casa? Tengo miedo de que
escape o algo así.
—Constanza prometió cuidarla, confía en ella.
—¿Por qué estás tan contento hoy?
—No preguntes, solo disfrútalo —respondió con un tono pícaro que
me hizo soltar una fuerte carcajada.
Quise creer que verme lo ponía de buen humor, habían sido días
largos, llenos de trabajo y nada de tiempo juntos, pensé que por eso
lo encontraba más atractivo esa mañana, con su sonrisa a flor de piel,
sus brazos descubiertos y esos lentes de sol que le daban un aspecto
de chico malo que me encantaba.
—¿Puedo darte un beso Valen?
Despegué la vista del camino para verlo a él, conocía esa sonrisita
maliciosa pintada en sus labios.
Asentí esperando que soltara un comentario con doble sentido, como
lo hacía siempre que me pedía un beso, pero no lo hizo, acerco su
rostro al mío y besó mi frente rápidamente.
—¿Por qué me ves así? ¿Esperabas otra cosa?
Golpeé suavemente con el puño su hombro, al verlo reírse de mí,
estuve a punto de decirle cuanto había extrañado verlo reírse así,
pero tontamente no quería mostrarme tan obvia frente a él.
Me distraje viendo el camino, sorprendiéndome con la amplitud de la
propiedad a la que estábamos entrando, las bardas de madera
pintadas de blanco cercaban más terreno del que podía apreciar
desde el asiento del copiloto. Los frondosos árboles al lado del
camino de entrada, limitaban la visibilidad de toda la extensión del
lugar.
Santiago me apuntó a Sandy que movía los brazos sonriente, desde el
porche que precedía la inmensa casa. La casa de campo de la que
tanto me habló Manuel resultó ser más espectacular de lo que
imaginé. De repente un chico alto y de cabello oscuro se acercó a
Sandy por la espalda, susurró algo y la guio hasta el interior de la
casa.
El buen humor de Santi despareció al instante, apagó el auto y apoyó
la cabeza en el manubrio murmurando frases que no entendí.
—¿Qué hace ese tipo aquí? ¿Como Sebastián permitió que Sandra lo
invitará?
Entendí que el "tipo" era Fernando, el chico que, según Santiago,
quería acostarse con su hermana, y no estaba tan equivocado.
—No tengo idea pero que su presencia no cambie tu humor, seguro
Sebastián tomó precauciones, es igual de posesivo que tú con Sandy.
Negó una y otra vez, hasta que vio algo que llamó su atención,
Manuel y Sebas caminaban tomados de la mano por el césped verde.
—Si papá se entera de esto, si alguien le dice lo que está pasando
aquí, se va a infartar.
—No se va a enterar ¿Podemos bajar?
—Sebastián no se mide, conoce a Papá, sabe lo que piensa respecto a
su relación con Manuel y lo trae a dormir aquí.
—¿Tiene algo de malo que duerma con su novio en esta casa?
—No Valentina, sabes que no pienso así, pero papá es diferente, esto
es como una falta de respeto para él.
—Es igual que yo me quedé aquí, ¿también es una falta de respeto
para él que yo duerma contigo en este lugar? —enfaticé—, olvida a tu
papá y disfrutemos de un fin de semana tranquilos.
—Estoy siendo desleal —murmuró cabizbajo.
—Estás siendo leal con tu hermano, que es lo justo. Santi tu papá no
está actuando bien.
—Lo sé Valen, pero no me entenderías, le debo mucho, confía en mí
y... Tienes razón —dijo segundos después.
La fachada rústica de la casa me pareció lo más bonito, hasta que
cruzamos la puerta y vi el interior, era simplemente hermosa, con
acabados similares a la fachada y una decoración tan cálida propia de
una casa de descanso.
Santi apretó mi cintura para llamar mi atención, me señaló con la
barbilla la amplia escalera de madera que llevaba a la segunda
planta. Mientras subíamos me informó que nos quedaríamos en su
cuarto, que era la habitación principal de la casa. Me explicó que sus
padres se lo habían cedido a él desde que era un adolescente,
simplemente porque era él que más tiempo pasaba en esa residencia.
—Me encanta —dije cuando salí al balcón—, deberíamos quedarnos
una semana, Santi —le llamé al verlo con los brazos cruzados y el
rostro serio.
—Podemos volver en otra ocasión, pero quedarnos por más días
ahora es imposible.
—Solo era una broma, cambia esa cara en serio.
—¿Dónde se quedará Sandra? Voy a encerrar con seguro por la noche
y dormiré con la llave bajo mi almohada.
Lo llamé con un sutil movimiento de manos que lo atrajo rápido
hacia mí, rodeé su cuello con mis brazos para acortar cualquier
distancia entre nosotros. Lo insté a besarme y así lo hizo, con la
pasión reprimida por los días alejados y aquella necesidad siempre
tan perceptible en ambos.
Después de dejar nuestras cosas en el cuarto, bajamos para saludar a
sus hermanos, la tensión fue palpable cuando apretó la mano de
Fernando, tensión que sólo se disipó cuando Sebastián alejó a
Santiago para hablar a solas con él.
Estaba entretenida escuchando la conversación de Sandy y sus
amigas cuando Manu se sentó a mi lado, besé su mejilla tenía días de
no verlo tan seguido como antes.
—Lo lograste —susurró viendo a Santi.
—Pero me costó trabajo.
—Valen jamás habríamos podido convencer a Santiago de venir si no
fuera por ti, Sebastián dice que debe sentirse sucio traicionando a
Saúl.
—Supongo que le cuesta trabajo llevarle la contraria —respondí
siguiendo con la vista a los dos amigos de Sebas que había invitado.
—Estoy seguro que así es, ha cambiado tanto, es otro sujeto gracias a
ti.
Hice un gesto de exageración, que hizo reír a mi amigo, me oponía a
creer esa afirmación, aunque contradictoriamente deseaba que
aquello fuera cierto, quería tener el poder para lograr un cambio
positivo en Santi, aunque no lo aceptara en voz alta ni para mí
misma.
Después de esa charla con Sebas, noté a Santiago más tranquilo,
insistía en llevarme a dar una vuelta por el sitio, ignorando mi
petición de dormir un poco, al final terminó ganando y
convenciéndome incluso hasta de cambiarme mi bonito y ligero
vestido veraniego por algo más cómodo para caminar largas
distancias.
—¿Por qué no invitamos al resto?
—Porque quiero estar solo contigo —respondió despreocupado—, no
quiero ponerme de mal humor viendo al tal Fernando ese detrás de
mi hermana, y tampoco se me apetece compartir con los amigos de
Sebastián.
—Eres tan antisocial.
—Por eso nos llevamos bien —dijo con una sonrisa pícara al mismo
tiempo que tomaba mi mano.
A medio camino dos hombres que trabajaban en el lugar salieron a
nuestro encuentro, me detuve al ver las bicicletas que empujaban
despacio, y negué mirando a Santiago.
—Dijimos dos días libres de tus adicciones.
—Tendría que alejarme también de ti entonces.
Idiotizada por sus coqueteos acepté con facilidad la bicicleta que me
ofrecían, al ver su sonrisa diabólica pensé que los jueguitos mentales
estaban de vuelta, no sabía si quería intimidarme, o verdaderamente
pensaba en mi como una adicción.
—Tengo años de no subir a una.
—Lo que bien se aprende nunca se olvida, solo asegúrate de sostener
bien el manubrio, si te cansas yo te llevo.
—Obvio no me voy a cansar —repliqué al instante, estaba cayendo en
su juego, me estaba retando y sin insistir mucho había aceptado.
Pedaleaba despacio para no cansarme tan rápido, a pesar de eso
sentía que el aire me faltaba, en cambio Santi luciendo tan fresco
como una lechuga, me mostraba los límites de la propiedad.
Suspiré aliviada al ver de nuevo la casa, no estábamos tan lejos,
aunque a mí me parecía que sí.
—¿Una carrera hasta la casa? —propuso deteniendo la bicicleta.
—Una carrera entre los dos no sería justa, simplemente porque tú
eres profesional en este asunto.
—Te daré ventaja —ofreció sonriente—, mucha ventaja, lo prometo.
—Paso.
—¿Tienes miedo de perder? —me provocó.
—Obvio no.
—Si ganas te dejaré tomar el control absoluto de lo que pase en
nuestro cuarto esta noche.
Esa propuesta hecha con ese tonito de voz sugerente, que me
provocaba apretar las piernas, si me interesó. Una de las tantas cosas
que había aprendido de Santi era lo del asunto del control, nunca lo
tenía del todo yo, incluso desnuda sobre él, guiaba la forma en la que
me movía. Le encantaba llevar las riendas todo el tiempo, hacerlo
ceder era difícil, y aunque me gustaba mucho su ritmo, hacer las
cosas de vez en cuando al mío, me parecía apetecible.
—¿Totalmente el control? —cuestione incrédula.
—Puedes amarrarme las manos si quieres.
—Me gusta tu imaginación divertida —respondí alzando una ceja—.
Acepto, pero me tendrás que dar mucha ventaja.
—Saldré cuando estes a tres metros de la casa, eso es mucha ventaja.
—¿Tienes sogas allá arriba? Con que se supone que ataré tus manos —
me burlé.
—Me gusta tu seguridad, pero te recuerdo que si yo gano también
tengo derecho a un premio.
—¿Cual? —pregunté con la boca seca, esa sonrisa en sus labios me
ponía ansiosa.
—Ya lo verás.
Jamás había pedaleado tan rápido, miraba la casa tan cerca que
sentía que ya había ganado, quería ver hacia atrás, pero tenía miedo
de caerme además estaba casi segura que Santiago no me iba a
alcanzar. Moría de sed, pero no podía bajar el ritmo, continúe
pedaleando hasta que sentí como pasaba a mi lado, en cuestión de
segundos me rebasó y hasta me esperó ya abajo de su bicicleta.
La expectativa con respecto a lo que pasaría en la noche, no me dejó
de disfrutar de esa cena alegre, tranquila. Santiago aprovechando la
situación estaba jugando con mi mente, con sus típicos coqueteos que
estaban siendo más audaces, con esas miradas lujuriosas que me
ofrecía sin que nadie se diera cuenta, ajena a todo lo que me rodeaba
hasta el apetito se me había cerrado.
Sandy reía sonrojada con Fernando, Manu y Sebastián hablaban con
sus amigos de sus planes de alcohol después de la cena, y Santiago
tocaba mis piernas descaradamente bajo la mesa.
Cerré ambas al percibir el calor de la palma de sus manos Enmedio
de mis muslos, negué viéndolo directamente a los ojos, no podía
hacerme eso, ponerme así de caliente frente a todas esas personas.
Simuló decir algo a mi oído solo para aprovechar la situación y dejar
un beso en mi cuello, corto pero cargado de una intensidad que me
puso los vellos de punta.
Con una leve presión en uno de mis muslos me instó a abrir las
piernas, negué de nuevo como si fuese capaz de no caer en la
tentación de sus manos tocándome a su antojo, di un pequeño salto
sobre la silla al sentir como arrastraba los dedos hasta colarlos
dentro de mi ropa interior.
Haciendo uso de toda mi fuerza de voluntad, lo obligué a sacar la
mano de mi falda. Sandra y su risa descontrolada provocaron que
apartase la atención de mi por un momento, sentí alivio, pero no por
mucho tiempo al notar la forma tan confrontativa con la que miraba
a Fernando.
Después de cenar todos salieron al jardín para tomar algo al aire
libre y relajarse un poco, todos menos nosotros, no nos importó ser
obvios y escaparnos a la habitación en la primera oportunidad que se
nos presentó.
No había sido consciente de lo excitada que estaba, hasta que
Santiago me acorraló en una pared apenas entramos al cuarto, mi
respiración era forzosa, mi pulso descontrolado, percibía la humedad
escurrirse incluso por mis muslos mientras él presionaba su cuerpo
con ahínco contra el mío.
Sonrió con satisfacción al oírme gemir cuando sus manos
comenzaron a masajear mis pechos. Santi lo había hecho de nuevo,
había estimulado tanto a mi mente con sus coqueteos que la
hipersensibilidad era la consecuencia.
Me desnudó apresurado, con una desesperación perceptible en su
toque, marcaba mi piel con besos ardientes y con sus manos
moviéndose por todos.
Gimió sobre mis labios cuando mis manos comenzaron a tocarlo,
cuando le devolvía los besos con más desesperación.
—Cobraré mi premio otro día —dijo con la respiración entrecortada—,
hoy no estoy para juegos —agregó en medio de un beso.
Tomó mi mano y la guio dentro de su pantalón que yo misma había
desabrochado, segundos atrás. Me bastó una ligera presión para
sentirlo palpitar entre mis manos, sentí la yema de mi pulgar
húmeda, al pasarla por cima de su erección, aquel toqué sutil lo
descontroló.
Me empujó hasta la cama con poca delicadeza, se terminó de sacar la
ropa más rápido de lo que me quitó la mía y se dejó caer sobre mi
cuerpo, me mordía los labios para controlar el volumen de mis
gemidos al sentir su boca ceñirse sobre mis pezones erguidos, la poca
conciencia que me quedaba se encargaba de recordarme que había
personas despiertas en el piso de abajo.
Sin previo aviso separó mis piernas de forma brusca, cerré los ojos y
apreté los labios al sentirlo entrar con tanta intensidad en mi cuerpo.
—¿Valen, las píldoras... ¿Las tomaste? —preguntó con un tono ronco
que me excitaba más.
Asentí comprendiendo que la intensidad percibida, venía de la
sensación de estar piel con piel, sin barrera alguna que nos privara
de la fricción natural que nos proporcionaba tanto placer.
Separó sus labios de los míos para verme como se le antojaba, con
aquel detenimiento y deleite que me causaba escalofríos, hizo que
levantara los brazos a la altura de mi cabeza y con una sola mano
junto y detuvo ambos, para inmovilizarme. Su otra mano fue a parar
a mi cadera, donde presionó con fuerza al mismo tiempo que se
hundió violentamente en mi interior.
Fue dolorosamente placentero sentirme tan colmada, se quedó quieto
enterrado en mí, arrancando más jadeos de mis labios y despertando
más necesidad por todo mi cuerpo.
Repitió el movimiento una y otra vez, con la misma intensidad,
gimiendo a mi oído cada vez que sus caderas se empujaban contra
mí, hasta que el placer comenzó a subirme por todo el cuerpo, hasta
que me tuvo que besar para mantenerme en silencio.
Las embestidas se hicieron más rápidas, más certeras, mis uñas se
clavaron en su espalda baja y por primera vez lo sentí correrse
dentro de mí. Con dificultad para respirar nos besamos con tanta
fogosidad que de nuevo sentía hervir mi cuerpo.
—Me encantas, me encantas —repitió contra mis labios, aún
enterrado en mí.
Jamás había dormido tan bien como en esa noche. Estaba tan agotada
por el día agitado que había tenido, que dormir con profundidad fue
sencillo, lamentablemente el gusto me duró poco. Un teléfono
sonando a las seis treinta de la mañana fue el encargado de
despertarme, le di la espalda a Santi cuando me alentó a levantarme
de la cama, tenía planeado dormir hasta tarde, él sabía mi regla del
domingo, despertar antes de las diez lo consideraba un crimen.
Por ello no entendía por qué insistía tanto, descubrí la razón hasta
que me levantó de la cama cargándome entre sus brazos. Saúl Sada
había adelantado su fecha de llegada de ese viaje de negocios en el
que estaba, Constanza le había avisado para que regresara cuanto
antes a la ciudad, había que distraerlo para que no se le ocurriera
averiguar dónde estaban el resto de sus hijos.
El agua cayendo sobre mi cuerpo fue lo que me terminó de respetar,
era la primera vez que nos duchábamos juntos y ni siquiera lo pude
disfrutar. Hizo que me vistiera en cinco minutos mientras él se
encargaba de guardar nuestras cosas. Me sacó de una forma tan
apresurada de la habitación que estaba segura que había olvidado
algo.
Sebastián que apareció en el pasillo con cara de susto, nos acompañó
hasta donde estaba el jeep, le comentó a Santiago que sólo esperaría
que despertaran sus amigos y Sandy para dejar la casa. Era de locos
la forma en la que se comportaban todos con el señor intolerante.
El camino que nos tomó tres horas y media lo hizo en menos tiempo,
condujo con tanta velocidad que tuve miedo, dejó el jeep en medio
camino y le lanzó las llaves al chofer que parecía estar esperándonos.
—Llegan a tiempo —dijo Constanza desde la puerta principal de la
casa.
—Buenos días —saludé adormilada.
—Valentina te ves cansada.
—Nunca despierto a esta hora un domingo—respondí.
—Vengan y coman algo —ordenó tomando mi mano guiándome a la
cocina—. Santi tienes que ir al aeropuerto, pidió expresamente que
fueras por él, por Valen no te preocupes, después de comer puede
subir a dormir mientras llegas.
—Me parece un grandioso plan —murmuré entre bostezos.
—Está bien, prometo no tardar —dijo viéndome a mí, asentí con los
ojos cerrados, casi dormida—, iré a cambiarme.
—Date prisa —respondió Constanza— ¿Valen que se te antoja
desayunar?
—Leche caliente.
—Ven —dijo Santi en voz baja mientras me ofrecía su mano.
La risa fuerte que me provocó su broma idiota fue lo único que me
despejó por completo, mordí su hombro cuando me abrazó muerto de
risa, y luego se alejó para ir a cambiarse.
La voz de Constanza dejó de sonar de repente, miré hacia atrás donde
su mirada estaba fija, sorprendiéndome al ver a Saúl en el umbral de
la puerta de la cocina.
—¡Buenos días! —dijo sonriente—. Valentina que placer verte.
Respondí con dificultad, poniéndome nerviosa por su presencia,
caminó con elegancia y determinación hacia mí, estampó un beso en
mi mejilla y se sentó a mi lado frente a la barra de la cocina,
Constanza estaba congelada por los nervios y yo solo observaba al
elegante hombre sentado cerca de mí.
—Veo que tu presencia en esta casa es cada vez es más recurrente y
me alegra mucho —sonrió—. Creo que ha llegado la hora que
hablemos ¿Quieres acompañarme a mi despacho?
—Sí —respondí, sin tener idea en lo que me estaba metiendo.
w w

El olor de su perfume estaba impregnado en esa habitación, miraba


el sitio con total atención a los detalles, el enorme escritorio de
madera brillaba como si acabase de ser pulido, sobre él había dos
fotografías, una de una hermosa señora, y la otra de sus hijos, todo
estaba en perfecto orden, hasta los libros del único librero que
abarcaba una pared casi entera, parecían estar colocados por orden
ortográfico.
Me senté en la cómoda silla acolchada aún nerviosa, giré el rostro
hacia la derecha para ver
mejor la pared llena de reconocimientos, trofeos y medallas, todo de
Santiago, el señor Sada parecía ser el admirador número uno de su
hijo.
—Este fue el primero que ganó en ciclismo —dijo orgulloso al darse
cuenta de lo que estaba
viendo—, tenía siete años y terminó la carrera un minuto antes que el
resto de los niños...
Santiago nació para ser un campeón.
Sonreí sin saber que responder, me sentía incómoda, con dudas con
respecto a cómo actuar.
Saúl caminó hasta su elegante silla tras el escritorio, me sonrió de
forma enigmática,
observándome de una forma que no me gustaba.
—Debes estarte preguntando que quiero hablar contigo, tal vez te
parezca extraño, pero soy de
los padres que se sigue preocupando por sus hijos por muy grandes
que estos sean. Perdona mi mala educación, estabas a punto de
desayunar y te traje aquí, le pediré a Constanza que te traiga algo.
—No se preocupe, en realidad no tengo hambre —mentí casi siempre
tenía hambre—, mejor
cuénteme que quería hablar conmigo.
Me pellizqué sola, mi poca habilidad social como la llamaba Santi, se
estaba haciendo
presente.
—Veo que te gusta ir al grano, un punto más a tu favor —sonrió—.
Está mal visto que diga
esto, pero a mí me gusta ser honesto, Santiago es mi hijo favorito, es
exactamente lo que me imaginé cuando pensé tener hijos. Es
responsable, trabajador, disciplinado, ambicioso, rígido
en sus decisiones —agregó haciendo un ademán—, con un olfato para
los buenos negocios
envidiable. Nunca le he dicho esto a nadie así que espero que me
guardes el secreto —dijo de
forma simpática—. Yo a su edad no había logrado ni la mitad de lo
que ha hecho él, levantó el Prime solo, y lo convirtió en una de mis
mejores inversiones, mi campeón me impresiona.
—A todos —murmuré.
—Un hombre con visión como él, necesita a su lado a una mujer con
visión también. Una que entienda sus responsabilidades, lo aliente y
lo empujé a seguir por el mejor camino.
Asentí a lo que decía sintiendo ganas de desaparecer de ese lugar, no
me gustaba la forma en
que sus ojos se clavaban en mí, su lenguaje corporal me inspiraba
temor.
—Te estoy diciendo todo esto, porque he conocido un par de novias de
Santiago, mujeres
hostigosas, aprensivas, se creían dueñas de su tiempo, y ya sabes
cómo terminó eso... Muy mal, a un hombre no lo puedes presionar,
sus madres deberían enseñarles eso desde niñas—continuó don
machista—. Las mujeres deberían ser un alivio en lugar de un dolor
de cabeza, Santiago no tenía tiempo para perderlo de esa forma ¿Lo
entiendes?
—No —respondí seria.
—Estoy seguro que si lo entiendes, tú rompes el esquema del resto de
mujeres que he visto cerca de mi hijo, eres más joven, distinta en
muchos sentidos, estoy seguro que más lista y comprensiva que
cualquier mujer que ha despertado el interés de Santiago. Por algo lo
tienes enloquecido —sonrió de una forma aún más extraña—. Sí no
entiendes lo que estoy diciendo te lo diré claramente, no cometas el
error de acapararlo, ayúdalo a enfocarse, cumple tu rol a
su lado.
—¿Mi rol? —cuestioné muy irritada.
—Sí tu rol —se levantó de la silla para rodear el escritorio,
desplazándose con esa elegancia
arrogante, se sentó sobre el borde de este e hizo el intento de sujetar
mi barbilla, pero me alejé—. Tu rol es ser una buena compañía, hacer
menos pesados los días para un hombre ocupado como Santiago,
aliviar problemas en lugar de generaros, aprovecha esa debilidad que
mi hijo tiene contigo, se lista Valentina.
—Me parece inadecuado que me esté diciendo todo esto —sostuve su
mirada por más incómoda que me hiciera sentir—. Agradezco sus
consejos, pero mi relación con Santiago es asunto nuestro solamente
—dije sin importar escucharme grosera.
Me ardía el estómago y no era por la falta de alimento, ese hombre
me iba a generar una gastritis nerviosa.
—Me gusta tu carácter, otro punto a tu favor —hizo un gesto de
aprobación sonriente—, veo a
mi hijo demasiado entusiasmado, nadie conoce mejor que yo a mi
campeón, por eso me atreví
a tener esta charla, eres un dulce y apetitoso bocadillo para Santiago,
si actúas inteligentemente puedes llegar a ser el plato fuerte.
Su mirada me causo repulsión, di un paso hacia atrás por instinto,
tomé aire antes de hablar, pero entonces la puerta se abrió
dejándome con las palabras en la boca.
—Valentina —me llamó Santiago, para luego desviar la mirada a
Saúl—, papá no sabía que ya
habías vuelto, Constanza me dijo que trajiste a Valen para hablar
contigo ¿De qué? —preguntó
serio.
—Sólo quería conocerla mejor, me estaba contando que estudia y
trabaja en una editorial, no
solo es muy linda, también muy inteligente ¿este año te gradúas
cierto?
No podía ni parpadear, Santiago rodeó mi cintura atrayéndome a su
pecho. Susurró a mi oído si estaba bien, solo asentí, Saúl me había
mandado a investigar.
Comenzaron a hablar del viaje que había hecho Saúl, no podía prestar
atención a nada de lo
que decían, sentía el corazón latir en mis oídos, ese hombre me
provocaba demasiado temor.
Mis manos se aferraron a la tela de la camiseta de mi novio, por
primera vez quería que usara esa especie de poder que tenía para
leerme, y se diera cuenta de lo incómoda que estaba.
Cuando al fin salimos del despacho, solté el aire que sentía haber
contenido, Santiago
demasiado distraído no se percató del gesto de alivio que había
adquirido mi rostro, estaba apurado por llevarme a su habitación.
—Constanza que alguien llevé desayuno para Valentina a mi cuarto —
gritó cuando subíamos
las escaleras.
Quería salir de esa casa de una vez, pero no me atrevía a decirle nada
a Santiago, abrió la puerta y me hizo entrar apresurado, cerró con
seguro y sacó su teléfono. Le marcó a Sebastián mientras yo me
sentaba sobre su cama, nerviosa y callada. Escuché un maullido que
me sobresaltó, Polly estaba recostada sobre un sillón al lado de la
ventana, ni ella logró aliviar la tensión que sentía en el cuerpo
entero.
—Valen —dijo Santi inclinándose frente a mí, apoyó sus manos en mis
rodillas sin dejar de verme con preocupación— ¿Te dijo algo malo mi
papá? ¿Por qué te ves tan afligida?
—No, no —negué moviendo la cabeza, no quería decirle que
sospechaba que me había
mandado a investigar, eso podría afectar la publicación del libro—
solo me sentí incómoda, creo que no le agrado a tu papá, no le gusto.
—Siento lo contario, me da la impresión que le gustas, no me agrada
como te ve, ni que
comenté lo bonita que eres, me incómoda la forma en la que lo hace...
Si te dijo algo inapropiado dímelo, no te calles nada.
—¿Qué pasó con tus hermanos, ya están en camino?
—Valen —ejerció presión en mis rodillas buscando mi atención, tenía
la boca seca y una sensación de incertidumbre que no me dejaba
pensar con claridad—. Dime lo que sea que
ocurrió con mi papá, no te guardes nada.
Los ojos de Santi me transmitían calidez, ahí inclinado frente a mí,
me observaba fijamente mientras sus dedos hacían círculos en mi
piel.
Entreabrí los labios dispuesta a hablar, pero me quedé callada
cuando tocaron la puerta, Santi frunció el ceño y se incorporó para ir
a abrir la puerta. Me dejé caer sobre la cama, agotada de esas
emociones confusas, quería ser honesta con Santiago, pero también
temía su reacción. Respiré profundo intentando tranquilizarme,
escuché el ruido que hizo la bandeja cuando Santiago la dejó sobre
una mesa, el olor a comida provoco que mi estómago se retorciera,
pero no por hambre, tenía náuseas.
Santiago se acercó ofreciéndome su mano para ayudarme a
sentarme, buscaba a toda costa un contacto visual que yo evitaba.
—¿Me contarás lo que pasó? —se sentó a mi lado y sostuvo mi rostro
entre sus manos, no había escapatoria, debía hablar.
—La conversación no tenía nada que ver conmigo, quería hablarme
de ti, de las responsabilidades que tienes y ... Básicamente me dijo
que debo comprenderte, no ser aprensiva, no creerme dueña de tu
tiempo.
—Sabía que haría eso, le doy resultados, le evito problemas y sigue
metiéndose donde no debe... No hagas caso a nada de lo que diga, mi
papá no es un tipo muy normal, él es el aprensivo, el asfixiante.
Perdón por hacerte pasar ese momento incómodo, hablaré con él.
—No, no hagas de esto algo más grande, estoy bien en serio, supe
manejarlo.
—Estás pálida, no estás bien.
—Sabe que trabajo en la editorial, sabe que aún estoy estudiando y yo
no le mencioné nada de eso, creo que me investigó o algo—confesé
arriesgando el libro, quería ser honesta con Santiago.
—Sandy le habló de ti, no te preocupes por eso, no está tan loco como
para investigarte... Olvidé decírtelo antes, cuando me cuestionó lo de
tu trabajo, tuve que inventarle que te conocí por un evento de libros
que querías hacer en un área del centro comercial. Valentina estas
cada vez más pálida.
—Tengo muchas náuseas.
—Estás muy nerviosa ¿cierto? ¿Hay algo más que no me has dicho?
—Te lo dije todo, las náuseas no son por nervios, es el efecto
secundario de las píldoras lo que las provoca, he soportado una larga
semana así.
—¿Necesitas algo, como puedo ayudarte?
—Quiero irme a mi casa —respondí en voz baja.
—Come algo antes, no puedes irte así.
—Comeré algo allá, quiero irme de verdad.
—Prometo llevarte en cuánto mis hermanos estén aquí, están a media
hora de camino, es demasiado extraño que papá haya regresado
antes, no quiero irme sin saber que va a pasar cuando los vea.
Asentí dejándome caer a la cama de nuevo, sintiendo como ese peso
en el pecho a causa de la preocupación, se hacía menos fuerte. Miré
el brazo de Santiago rodeando mi cintura, no había sentido que
estaba recostado a mi lado, hasta que me arrastró hacia él, para
abrazarme por la espalda.
No supe cómo reaccionar al instante, estar abrazados en esa posición
solía ser común cuando dormíamos juntos, estar despiertos y
conscientes de ese contacto hacía que todo se sintiera distinto.
—¿Segura no quieres comer? —preguntó haciéndome cosquillas con
su aliento, en la parte trasera de mi cuello.
—No —susurré con los ojos cerrados, el corazón me latía a prisa por
esa cercanía tan confortable.
—Tendré una semana llena de trabajo, pero prometo buscar el tiempo
para verte, quiero que olvides lo que dijo mi papá.
—Ya lo olvidé, estoy bien de verdad.
—Estas tensa Valen, incómoda —su voz sonaba suave,
sumergiéndome más en ese estado de relajación que me estaban
dando sus brazos.
Lo que pasó con Saúl salió de mi cabeza, el malestar que atacaba mi
cuerpo dejó de sentirse, la seguridad que me proporcionaba estar
envuelta en ese calor cambiaba la perspectiva de todo, aquello
despertaba temor, nunca antes había sentido algo así, sentía que el
tiempo que teníamos juntos era corto, comparado al apego hacía él
que estaba desarrollando.
Insegura me giré para estar frente a frente, incapaz de sostener su
mirada, escondí el rostro en su cuello, mis ojos expresivos como él
los llamaba, podían traicionarme y reflejar eso que quería mantener
bajo control.
Le tomó solo unos segundos abrazarme más a su cuerpo, percibí su
inseguridad también, como si eso que empezaba a fluir fuese
novedad para los dos, tuve que esforzarme mucho para no suspirar
cuando de un momento a otro, besó mi frente.
—¡Lo siento! —sonó la voz de Sandy luego del ruido que hizo la puerta
al ser abierta de forma brusca— No sabía que estaban dormidos,
perdón.
—No entres así a mi cuarto —pidió Santiago serio, aparté mi cuerpo
del suyo renegando en silencio.
Las náuseas volvieron, la incomodidad que me hizo sentir Saúl
también. Sandra se disculpó una vez más, a la vez que se desplazaba
hacia el sillón donde estaba Polly dormida, al contrario de lo que
pensé, no le molestó que la gatita estuviera conmigo, decía que de
alguna forma la tenía cerca.
Le comenzó a contar a Santiago como había sido el encuentro con su
papá, estaba muy tranquila porque creía que la llegada anticipada de
Saúl, no tenía nada que ver con ellos, parecía no sospechar nada y
según ella, se había puesto contento al verla.
Se quedó callada Enmedio de una frase que no terminó, se levantó
del sillón con Polly entre los brazos, la gata saltó hacia la cama
obligándome a levantarme, observé a Sandra que miraba a Santiago
con los brazos cruzados, mientras él guardaba una camisa en una
pequeña maleta deportiva.
—¿Dónde vas?
—A llevar a Valentina a su casa —respondió doblando otra camisa.
—¿Pero y esa ropa? ¿Te vas de viaje? —apretaba los labios mientras
esperaba una respuesta.
—Sí, tengo que ir a negociar lo de la expansión, pero en unos días, a
finales de semana.
—Ahhh, pensé que ... Olvídalo ¿Por qué estás haciendo maleta desde
ahora?
—No estoy haciendo maleta, solo llevo unas cuantas cosas al
departamento de Valen.
Quise desaparecer en el instante que dirigió su mirada asesina a mí,
Santi muy tranquilo nos daba la espalda, ignorando los gestos de
Sandra.
—¿Por qué tienes que llevar cosas a casa de ella?
—Porqué duermo ahí de vez en cuando —respondió con voz de
fastidio.
—Pero tú tienes tu casa, no tienes por qué dormir en otro sitio.
—No empieces por favor.
Incómoda hasta más no poder, me levanté para huir al baño, no
quería presenciar una pelea, tampoco soportar la mirada de Sandra
que parecía estar a dos segundos de saltar sobre mí.
Cuando salí Sandy no estaba en la habitación, Santiago me esperaba
con la pequeña maleta sobre la espalda y una expresión de hastío en
la cara. Me ofreció su mano que acepté de inmediato, estaba loca por
salir de esa casa de una vez.
Curiosamente Polly huía de mis brazos y saltaba hacia los de
Santiago, él fue quien se encargó de llevarla con nosotros.
—¿Te vas? —preguntó Saúl al pie de las escaleras, me hablaba a mí,
viéndome de esa forma directa.
—Nos vamos —aclaró Santi.
—¿Vuelves pronto a casa? Necesito que estudiemos algunos puntos de
la reunión.
—Lo haremos después de la cena papá, nos vemos hasta entonces —
gritó sin dejar de caminar.
Quise despedirme y agradecerle a Constanza por haber cuidado de
Polly, pero Santi tiró de mi mano ansioso por salir.
Saúl que nos había seguido, se acercó para besar mi mejilla cuando
estaba a punto de subir al auto, con una falsa amabilidad nos sonreía,
moviendo las manos a manera de despedida.
Estuvo callado todo el camino, pensativo y con la tensión reflejada en
cada gesto que hacía, permaneció en esa actitud retraída incluso
después de haber llegado a mi departamento, aunque estaba siendo
muy cálido conmigo.
A pesar de estar concentrado en su Tablet no dejó de abrazarme todo
el tiempo que estuvimos sentados juntos. De la nada pidió disculpas
de nuevo por la actitud de su papá, cosa que me hizo entender que
Saúl era el motivo de esa irritación que no ocultaba.
Nos despedimos con un beso largo y profundo, de esos que me
dejaban el cuerpo entero con deseos de más, antes de salir por la
puerta volvió a acorralarme en la pared para besarme con la misma
intensidad, pero con menos tiempo.
Se fue dejándome con una sonrisa en los labios, que permaneció en
mi rostro hasta que Manu se apareció en mi departamento
cambiando mis planes de dormir toda la maldita tarde.

***

—¿Desde cuándo te pone de mal humor ir por café?


—Desde que tengo sueño —respondí acelerando el paso.
Después de insistir por media hora, acepté acompañarlo a una
cafetería que estaba en el vecindario, tenía muchas cosas que
contarme del fin de semana que pasamos en el mismo sitio, por estar
encerrada con Santiago me había perdido de unos cuantos
acontecimientos, uno de ellos, Sandra borracha discutiendo con
Fernando, y de la intervención de Sebas que dejó como consecuencia
un moretón en el ojo del pobre Fernando.
—Gracias a Dios Santi no se dio cuenta, eso hubiera acabado peor.
—Seguro lo golpeaban entre los dos, el tipo quiso sobrepasarse con
Sandy, quería dormir con ella y al negarse se desató la discusión.
—Sandra es un dolor de cabeza para sus hermanos.
—No solo ella, el viejo quiso hablar contigo ¿cierto?
La insistencia de mi amigo no se debía a otra cosa que no fuera la
curiosidad por saber el chisme, Constanza le había contado a Sebas
que Saúl me llevó a su despacho, y este no tardó en comentarle al
novio lo ocurrido.
Mientras me acababa mi Frapuccino, puse a mi amigo al tanto de lo
que pasó, no estaba para nada sorprendido por lo que hizo Saúl, si
alguien conocía los alcances del viejo Sada, era Manu, me hizo saber
que yo corrí con mejor suerte que él, que había tenido que soportar
insultos y humillaciones.
El relato parecía triste hasta que comenzó a reír cuando llegó a la
parte en la que tomaron el dinero del viejo y se siguieron viendo de
todas formas.
Nuestras risas dejaron de sonar cuando una mujer se acercó a la
mesa para saludar a mi amigo, él parecía incómodo, ella contenta de
verlo, la observé a detalle, era alta, con un tono de piel pálido, pero
con las mejillas rosadas, su cabello negro y lacio era corto, tanto
como el de mi amigo. Elegante y bonita, usaba un conjunto de
pantalón y blusa en tonos neutros y telas ligeras, que hacían que su
delgado cuerpo se viera aún más estilizado.
Me pareció descortés que Manu no la presentase conmigo, cuando
ella fijó su vista en mí, solo sonreí con amabilidad, antes de irse nos
deseó una linda tarde a ambos, con un tono dulce y gentil.
—¿Era una de las chicas que Sebastián le presentaba a Saúl como
novias?
No soporté la curiosidad y me atreví a preguntar, aunque la chica
estaba solo a unas cuantas mesas de distancia. Manuel negó evitando
mi mirada y fijando toda su atención en el sándwich a medio comer
que estaba en su plato.
—Es la ex de Santiago —respondió segundos después.
—¿La ex? ¿Ella y Santi eran novios?
—Sí, pero no la mires así disimula un poco —pidió riendo—.
Terminaron hace como un año, por lo de siempre, Santiago no le
prestaba mucha atención.
—¿Sebas te lo contó?
—Sí, la conocí poco, en el tiempo que él y yo fingíamos ser amigos
aún, le gusta el ciclismo, creo que por eso se conocieron.
Aunque continúe escuchando a Manuel, que había cambiado de tema,
seguía pensando en la mujer que estaba cerca de nosotros, riendo a
carcajadas en una mesa rodeada de quienes supuse eran sus amigas.
Al verla me pregunté cómo había sido su relación con Santiago, que
tan fuerte fue su vínculo, que hacían juntos.
Recordé nuestra pequeña carrera y sentí una opresión en el pecho al
contemplar la posibilidad, de que con ella pudo haber hecho algo
igual, quería borrar esas ideas de mi cabeza, sabía que aquellos
pensamientos eran estúpidos y absurdos, Santiago tenía un pasado al
igual que yo, sentir esa incomodidad repentina, estaba fuera de
lugar, pero se me hacía imposible evitarlo, el hecho de pensar en
Santi con otra mujer me molestaba demasiado.
Quería creer que no mentía cuando decía que era especial para él,
por ello aquel sentimiento de recelo irracional se manifestó por
primera vez esa tarde. Me vi sorprendida al entender que en lo de
nosotros estaba involucrando mucho más de lo que creía, había
sentimientos surgiendo, unos que estaba experimentando por
primera vez.

***
—¿Valentina me estás escuchando
Asentí despreocupada al mismo tiempo que me desplazaba por la
pequeña bodega llena de libreros.
—No tengo idea de cuantas copias debemos llevar, creo que organicé
esto muy mal.
—No me estás escuchando —renegó Lau después de suspirar—, te dije
que puedes llamar a la encargada de eventos de la empresa
distribuidora, ellos manejan exactamente esos datos.
—Siento que todo puede salir mal, tengo sueño y mil cosas que hacer,
mañana es un día crítico para mí, tengo un examen a las diez, volver
aquí para terminar esto, la cita con la escritora que nos va a salvar
con Rodrigo, lo del concurso y debo ir a buscar el vestido para la
maldita fiesta de mi hermana. Ufff Lau no sé cómo no he colapsado,
son demasiadas cosas no podré.
—No te des por vencida antes de tiempo, te voy a ayudar a
organizarte para que puedas hacer todo lo más rápido posible.
Agradecí las buenas intenciones de Laura, aunque dudaba que su
ayuda me sirviera para algo, yo sentía que no daba para más, era uno
de esos días donde amanecía derrotada, extrañando a la antigua
Valentina que dormía hasta tarde, y se preocupaba por cumplir sus
compromisos un momento antes de enfrentarlos.
—Señoritas su café —entró Martín sonriente a la bodega.
Había llegado a la editorial para terminar los detalles de una
portada, lo hizo tan rápido que le quedó tiempo libre y se ofreció a
ayudarnos.
—Eres un encanto —dijo Lau coqueta.
—Chicos recuerden que no pueden tomar nada aquí, Ana sabe dónde
estamos ya saben cómo se pone insoportable con las reglas de la
editorial.
—La jefa tiene razón —respondió Martin sonriente.
Evité verlo y concentrarme en lo que hacía, Martín me parecía
amistoso, pero su actitud coqueta hacia mí, ponía celosa a Laura que
estaba interesada en él.
Ambos salieron entre risas contagiosas, dejándome sola para
continuar trabajando, cuando salí de la bodega fui directo a donde
Ana, para entregarle la lista con los nombres de los libros que
llevaríamos a la expo. Ella se encargaría de proporcionársela a Carol,
la encargada de la distribución.
—Licenciada Rincón recuerde lo del concurso, la junta editorial
insiste en que lo hagamos.
—Gracias Anita estoy trabajando en ello.
Le di la espalda para encaminarme a mi oficina, la junta editorial y
sus presiones me estaban hartando, una autora con algo de
reconocimiento en el circulo literario de la ciudad, había comenzado
un movimiento de desprestigio en redes sociales contra Águila, se
quejaba del contenido que estábamos publicando, llamándolos libros
mediocres, a Rodrigo le preocupaba aquello, la cuestión no sólo era
vender libros, debíamos posicionar el prestigio de la editorial, así que
hacer concursos, publicar antologías, llevar al papel otros géneros
que no fueran romance y juvenil, eran las nuevas indicaciones de mi
jefe directo.
Abrí la puerta y me encontré con Lau sonriente, inclinada casi sobre
Martín que hacía algo en mi computadora.
—Valen te estamos ayudando con lo del concurso. En realidad, los
jueces no te mintieron, escogieron lo mejor.
—Pero son malos Lau, tú misma lo dices, los escritores a los que les
envié las bases del concurso no quieren particular por la que habla
mal de nosotros.
—Escoge el mejor y publiquémoslo invitando a leerlo, es una manera
de incentivar a participar, también puede ser una muestra de calidad
para quien duda del concurso. —sugirió Martín
—Ninguno me parece el indicado para eso, Valentina aún faltan
semanas tranquila.
—Faltan dos semanas para cerrar el concurso y las inscripciones son
pocas, Martín tiene razón, hay que incentivarlos a participar.
Los dejé emitir opiniones esperando que alguna de ellas me resultara
útil, mi teléfono vibró sobre mi escritorio, Martín me lo alcanzó sin
dejar de hablar entusiasmado de su idea.
Nos compré algo.
Decía el mensaje acompañado de una foto de unos Halls back, apreté
las piernas por instinto, mientras una sonrisa que me delataba se
pintaba en mi boca, sentí un calor sofocante al recordar esas pastillas
mentoladas y lo que me provocaron cuando me besaba con ellas
dentro de la boca.
—Valentina estas roja —dijo Martín riéndose de mí.
—Necesito responder este mensaje, ya vuelvo.
Salí de mi oficina y me quedé en el pasillo, recostaba sobre una
pared, con el mensaje abierto y sin saber que responder. Dos días
atrás Santiago me había llevado a su departamento, necesitaba su
antigua computadora que estaba guardada justamente en ese sitio,
me pidió un beso cuando estábamos a nada de salir, un besó justo
ahí, donde yo estaba pensando.
Paso, casi muero de un ataque cardíaco.
Escribí con los dedos temblorosos, guardé el teléfono y entre de
nuevo a mi oficina, necesitaba enfriar mi mente que ya estaba
estimulada.
Santi y su capacidad de encenderme con tan poco.
Miré mi agenda, y una idea comenzó a tejerse en mi mente, aparté
con cuidado el brazo de Martín, que sonrió al sentir mi mano sobre
él, abrí la agenda pasando las páginas rápidamente, hasta llegar a lo
que estaba buscando.
—Creo que esto nos puede servir —arranqué la página y se la di a
Martín que me miraba con curiosidad—. Puedes hacer una imagen
atractiva con el texto, publicarlo como si fuese de algún participante
y dejar que la magia ocurra.
—¿Pero de quién es? ¿No está participando? —cuestionó Lau.
—SS, así firma el texto —indiqué a Martín.
—Valentina SS no está participando —susurró Laura con un tono de
preocupación, sabía lo que estaba haciendo.
—Sí está, que él no lo sepa es diferente —respondí conteniendo la
risa.
Seguro me iba a meter en problemas con Santiago, pero había
aprendido demasiado bien a salir de ellos, la preocupación que sentí
por ser descubierta fue aminorada por la satisfacción que encontraba
en compartir sus textos, Santi era capaz de erizar mi piel con sus
líneas, su talento no mercería seguir escondido.
Decidí salir temprano de la editorial, necesitaba descanso para poder
hacerle frente, al día que se me venía encima, leía mis mensajes
durante el trayecto en el taxi, mamá y Vannesa no dejaban de
atormentarme con lo de la prueba del vestido, en el grupo de
WhatsApp de la materia que estaba recursando tenía más de
quinientos mensajes acerca del examen, hasta Sandy me había
escrito, pero no había nada de Santiago.
Resignada a no verlo, me preparé para pasar la noche sola, me hice
una deliciosa cena que comí mientras miraba una serie, antes de
irme a la cama tomé un baño que me ayudó a relajarme y a dormir
rápido.
Estaba acurrucada bajo las sábanas cuando tocaron el timbre, Polly
que dormía a mis pies y no en su cama, se estiró cuando encendí la
luz de la mesa de noche, eran la una de la mañana. Salí de la cama
con otro toque impaciente de timbre, aún adormilada ni siquiera me
cuestioné quién me buscaba a esa hora, abrí la puerta en medio de un
bostezo, sobresaltándome al sentir mis pies en el aire.
No era necesario que hablara para saber quién era, reconocía su
aroma con una facilidad que me asombraba.
—Se me hizo un poco tarde —susurró con voz cansada, giré y choqué
con la pared arrancándole una carcajada —Ven, estas dormida.
Me dejé guiar por su mano y su voz suave, me metí a la cama,
acomodándome en la misma posición en la que estaba, segundos
después sentí el calor de cuerpo rodear el mío, me giré buscando su
rostro que no miraba por la ausencia de luz, pasé las manos por sus
brazos desnudos y a ciegas dejé un beso en su pecho.
Tuve un descanso plácido y un despertar maravilloso, las manos de
Santiago presionaban mis caderas con más intensidad, a medida que
la velocidad en la que empujaba la pelvis aumentaba.
De rodillas sobre mi cama y con las manos apoyadas en el colchón,
apretaba los labios cada vez que entraba con fuerza en mi cuerpo, era
tan temprano que cualquier sonido hubiera alertado a mis vecinos,
percibí una molestia en el vientre bajo a causa de la rudeza con la
que me estaba tratando, molestia que fue sustituida por el placer
exquisito que me sacaba de control, sus manos se deslizaban a causa
del sudor que cubría mi piel. Uso su brazo para rodear mi cintura y
atraerme con más fuerza contra sí, lo percibí tan adentro que
respirar se volvió dificultoso, sus gemidos masculinos aceleraron la
explosión que emergía en mi vientre y se expandió por mi cuerpo
entero.
—Buenos días.
Reí frotando mi rostro en la almohada, su tono de voz se escuchaba
ligeramente agitado, como si no hubiera estado minutos atrás,
embistiéndome con casi furia, no fui capaz de responder, no había
recuperado el aliento, el cuerpo todavía me temblaba.
Mientras me duchaba, él preparo el desayuno para los dos, me vi
obligada a comer de verdad, cosa a la que no estaba acostumbrada,
usualmente sólo tomaba un poco de jugo.
Santiago desmentía la creencia que las mujeres tardamos en
vestirnos, más que los hombres, tenía media hora sentada sobre mi
pequeño comedor, esperando que se terminara de arreglar, intenté
leer los apuntes para repasar un poco, pero no podía concentrarme,
lo miraba atenta mientras se peinaba frente al espejo, yo apenas me
había secado el pelo y él parecía cuidar cada detalle de su imagen.
—Como tardas —murmuré cansada.
Ajustaba el reloj en su muñeca mientras caminaba hacia mí, la
corbata colgaba de su hombro y los lentes los sostenía con la mano
izquierda.
—No todos somos bonitos como tú Valentina, hay quien se esfuerza
para verse decente.
Reí escandalosa al escucharlo, don arrogante sonaba falso hablando
así.
—¿Te esfuerzas para verte decente?
—La verdad no —respondió sonriendo—, soy bien parecido de
nacimiento.
—Engreído.
—Al menos te hice reír un poco, amaneciste tensa, al parecer mis
buenos días no son suficiente para ponerte de buenas.
—Tus buenos días... ¿Así le llamas a pillarme medio dormida y
aprovecharte de mí?
Se hizo espacio entre mis piernas acortando la distancia entre los
dos, su risa se apagó en mi cuello donde escondió el rostro después
de besarlo.
—Recordamos las cosas muy diferentes, yo desperté porque alguien
me estaba manoseando con mucha confianza.
—Estaba dormida —respondí seria.
—¿Valen si eso haces dormida, que me harás cuando estés despierta?
—Ya lo sabes.
Su risa se hizo más sonora, besó mi cuello de nuevo, para luego
buscar mi boca, lo rodeé con las piernas teniendo cuidado de no
ensuciarlo con mis zapatos. Insistía que le dijera que era lo que me
tenía de mal humor hasta que consiguió que hablara.
—Y la expo no es todo, también está lo del concurso, hay pocas
inscripciones, aunque espero que eso mejore, Martín tuvo una idea
para incentivar a los autores.
—No me agrada Martín.
—¿Por?
—Intuición... ¿Sabes conducir?
—Claro que si —respondí extrañada por su pregunta.
—Estaré fuera unos días, supongo que estarás saliendo tarde con todo
lo que tienes que hacer, te dejaré mi auto.
—No es necesario, si es tarde me puede traer
—Prefiero que no te traiga nadie, si no quieres mi auto, te dejó a Raúl
a tu disposición, lo llamas y él llega por ti.
—Santi, en serio no es necesario —dije renuente a aceptar—. No
regresaré tan tarde, tengo cosas que hacer con mi mamá y mi
hermana.
—¿Qué cosas? —abrió mis piernas buscando un contacto más
profundo, sentir esa presión en mi entrepierna me resultaba
fascinante.
—Ni lo imaginas... Me espera un martirio, tengo que elegir un vestido
para el compromiso de Vannesa, o sea que tendré que soportar a mi
madre y a ella criticando mi cuerpo y mis gustos.
—¿Qué pueden criticarte?
Responder se me hacía difícil cuando sentía sus labios bajando rumbo
a mis pechos, apoyé las palmas de las manos sobre la mesa cuando
levantó un poco mi camisa, dejando mis senos expuestos.
—Critican todo. Sé que sonará feo esto, pero creo que mi hermana me
tiene envidia, y mi mamá la secunda en todo.
—Seguro es cierto, si te crítica es porque de alguna forma se siente
amenazada por ti, por eso busca la forma de hacerte sentir insegura.
—¡Si! Pienso lo mismo, eres el primero que me da la razón, y eso que
no la conoces, es insoportable.
—Se nos hará tarde.
Apartó sus labios del valle de mis senos, y me tendió una mano para
bajarme de la mesa, sentía las piernas un tanto temblorosas, quería
más, esperaba más de sus besos, de su lengua, de sus manos, pero el
trabajo y un examen aguardaban por nosotros.
El contraste entre los dos y nuestras vidas se hacía evidente aquella
mañana, mientras el caminaba apresurado enfundando en su
elegante traje, yo dejaba que su mano me llevará hasta al auto,
distraída y riendo con mi atuendo despreocupado.
Su asistente, Alicia, lo estaba esperando para que le dejara las
últimas indicaciones antes de ausentarse, conducía rápido hablando
por teléfono en altavoz con ella. Colgó cuando entrábamos al campus,
nuestras despedidas eran cortas casi siempre, pero esa mañana todo
se sentía diferente.
—Espero que todo salga bien en tu viaje.
—Éxito en tu examen, te llamaré para contarte como va todo.
Se quitó el cinturón de seguridad para abrazarme, serían siete días
sin vernos, habíamos pasado más tiempo sin buscarnos no tenía por
qué sentirme así. Aspiré el olor de su perfume en su cuello sin querer
despegarme de ahí.
—Cuídate preciosa —susurró sobre mis labios.
Asentí y bajé sin ver hacia atrás, queriendo que esa sensación
extraña de melancolía anticipada, saliera de mi pecho.
Pero no sucedió, ni con el transcurrir de los primeros dos días y las
mil cosas que ocupaban mi tiempo lo lograba, extrañaba a Santi,
había dejado que su cercanía se volviera necesaria, por ello su
ausencia, aunque fuese breve, pesaba más.
La prueba de vestidos con mi hermana no fue tan mala como
imaginé, ni siquiera tuve que soportarla, Vannesa se estaba haciendo
cargo de tantas cosas para su fiesta de compromiso, que tuvo que
encomendarle a mi mamá ayudarme.
Los preparativos para la expo me mantenían en constante
movimiento, los tiempos libres los aprovechaba para seguir
promoviendo el concurso de la editorial y tomar café con Laura, que
al menos me hacía sonreír.
Intentaba no asfixiar a Santi con mensajes, me limitaba a esperar que
el escribiera para responderle, un día antes de la expo sintiéndome
agotada, dejé que la melancolía ganara terreno, aunque faltaban solo
dos días para que regresara, hice algo empujada por mis impulsos.
Tomé a Polly para tomarnos una foto juntas, se la envié a Santiago
acompañada de un te extraño que me salió del pecho. Sentí que el
corazón me latía más fuerte cuando aparecieron los dos check azules,
se desconectó sin responder el mensaje, haciéndome sentir como una
completa tonta.
El temor de no ser correspondida o estar en la misma sintonía, había
quedado en el olvido, convenientemente había interpretado algunas
actitudes de Santiago como interés por mí, en algún momento pensé
que estábamos igual de involucrados.
Consideré un error el haber enviado ese mensaje, un error en el que
quería dejar de pensar. Santiago no me había escrito, ni llamado, por
lo que entendí que aquel arranque de sinceridad lo había espantado.
El no saber cómo actuar con Santi me generaba inseguridad, se
estaba volviendo más angustiante que placentero eso que teníamos.
Dejé a un lado mi drama patético, para concentrarme solamente en la
expo por la que trabajé tanto.
El stand de los autores de Águila era de los más concurrido, para
varios de ellos era su primera vez en un evento así, por ello fue fácil
que conectáramos, me sentía abrumada con tantas cosas pasando a
mi alrededor. Ni siquiera disfruté a como quise del evento, estaba
demasiado preocupada porque todo saliera perfecto, por conseguir
entrevistas para mis escritores y promoción para los libros.
Aunque Laura fue de mucha ayuda, el cansancio fue inevitable, a
media tarde estaba tan agotada que solo deseaba que el evento
terminara. Sentí eternas las horas que pasaron hasta que al fin pude
salir del evento.
Martín y Laura tenían planeado ir a un sitio a beber algo, cuando me
invitaron acepté sin pensarlo, pero en medio camino cambié de idea,
estaba demasiado agotada, había dejado a Polly sola todo el día y no
recordaba si tenía suficiente comida en su plato.
—Valen aún puedes cambiar de opinión —insistió Martín.
—En serio estoy cansada —abrí la puerta notando como Laura
sonreía.
Era obvio lo que pasaba, él le gustaba y quería pasar tiempo a solas.
—Los veo mañana chicos, pórtense mal.
Laura se carcajeó nerviosa, en cambió Martín me guiñó el ojo de
forma seductora, el sonido de mis tacones era lo único que se
escuchaba cuando caminaba, moría por quitármelos y comer algo, mi
estómago protestaba por la falta de alimento.
Me detuve en medio del pasillo al ver una maleta frente a mi puerta,
las llaves que tenía en las manos, se resbalaron y cayeron al piso,
noté una sombra moverse y luego vi a Santi despegar su espalda de la
pared.
Sonrió al ver mi cara de sorpresa, aún faltaban dos días para su
supuesto regreso, que estuviera ahí era algo que no esperaba.
—¿Qué haces aquí? —mi poca habilidad social habló por mí.
—Creí que me extrañabas —respondió con ese rastro de arrogancia en
el tono de su voz.
Llevé las manos a mi cintura y bajé el rostro para que no mirara
como sonreía.
—Era Polly la que te extrañaba, nunca dije que fui yo.
Dejó salir una carcajada contagiosa que tardó en silenciarse, se quitó
los lentes y los guardas en el bolsillo de la camisa antes de abrir los
brazos hacia mí.
—Ven acá, puedes ser obvia, trabajé horas extras para regresar antes
de tiempo y verte.
Tiré el bolso que colgaba en mi hombro al piso, y me acerqué por
completo a él para abrazarlo.
—¡Santi! —me asusté al sentir mis pies en el aire, me aferré a su
cuello cuando me puso sobre el piso, cerrando los ojos al sentir su
olor de nuevo, y el calor de sus brazos que había extrañado.
—Yo si te extrañé mucho —susurró a mi oído sin soltarme.
w w

Lentamente deslizaba mis manos sobre sus brazos, casi imitando el


ritmo suave, en el que movía sus caderas en medio de mis piernas, la
lámpara sobre la mesa de noche iluminaba parcialmente mi
habitación, permitiéndome ver su cara con claridad, mis dedos
hicieron presión sobre sus bíceps cuando me penetró con más
profundidad. Un gemido que no pude contener escapó débilmente de
mis labios, a la vez que cerraba los ojos, perdida en ese placer
prolongado que me recorría el cuerpo entero.
El sonido de nuestras respiraciones inconstantes hacía eco en mi
cabeza, creando más conciencia de lo que estaba viviendo. Aquello se
sentía distinto, cada empuje de sus caderas, cada gemido emitido por
sus labios, cada caricia suave y contundente, era nuevo para
nosotros, percibía una intimidad entre ambos que no habíamos
experimentado hasta esa noche.
Nuestros labios se rozaban con cada movimiento, en un beso lento
pero hambriento, a pesar de estar sumergida en tantas emociones
conservaba un mínimo control, que me permitía disfrutar más de la
fricción de nuestros cuerpos. El deleite reflejado en el rostro de
Santiago aumentaba la dosis de placer que estaba recibiendo,
mantenía el control en aquellas estocadas profundas y acompasadas
que acababan lentamente conmigo.
Estaba disfrutando de todo tanto como yo, podía sentirlo en cada
parte de mi cuerpo, de repente cambiaba el ritmo en el que se movía
entre mis piernas, arrastrándome a un estado donde respirar se
volvía difícil, pero me miraba a los ojos y el control regresaba
súbitamente. Acaricié su espalda con suavidad grabándome en la
cabeza cada gesto reflejado en su rostro.
Apretaba los labios, cerraba los ojos y gemía {-+una y otra vez,
intensificando la satisfacción que estaba experimentando, el sexo con
Santi siempre fue así, nos comunicábamos fácilmente, los sonidos,
las miradas y el intercambio de breves palabras hacían que las cosas
fluyeran a favor de ambos en cada encuentro. Era complejo y simple
a la vez lograr ese tipo de conexión que sobrepasaba cualquier
expectativa.
Entrelazamos nuestras manos con fuerza, cuando todo se volvió más
frenético, cuando de su boca comenzaron a salir frases subidas de
tonas que incrementaban el fuego en el que ardíamos, estaba segura
que le gustaba decirme lo apretada que era, lo delicioso que se sentía
hacérmelo, o lo mucho que le gustaba que lo tocara, solo para ver mis
mejillas sonrojadas.
Mordisqueaba uno de sus hombros mientras mis manos se aferraban
a sus brazos, la sensación de caída al vacío era cada vez más
perceptible, hasta que me dejé llevar por aquel desenfreno que
derrochaba en cada movimiento, hasta consumirnos a la vez en ese
fuego que emanábamos juntos.
Su respiración chocaba en mi cuello con celeridad, sostuve su rostro
entre mis manos moviendo mis manos mimosamente por sus
mejillas, busqué sus labios deseando transmitirle la calma que me
recorría, a pesar de la agitación del momento. Dejé de pensar en los
pros y los contras de que lo que sentía por él siguiera creciendo, lo
besé despacio, como me apetecía, envolviéndolo con mis brazos en
ese naciente cariño que fluía.
Cuando se recostó a mi lado busqué sus brazos, estaba en contra de
la invasión del espacio personal no consensuada, siempre prestaba
atención a las señales del otro para acercarme sin temor, pero esa
noche me acurruqué en Santi sin tener una idea que, si aquello lo
molestaba, se movió un poco y río al notar que me moví a su lado,
que mis brazos parecían estar pegados a su cuerpo.
—¿Puedo ir al baño? —preguntó seguido de una risita.
—Sí me llevas contigo sí.
—Está bien vamos, aprendí a sostenerlo solo a los dos años, pero si
quieres ayudarme no hay problema.
Se escapó de mis brazos cuando la risa debilitó mi agarre, me senté
sobre la cama completamente desarreglada al recordar a Polly, había
entrado a casa con mis labios pegados a los de Santi, fuimos directo a
mi habitación sin reparar en más nada, ni siquiera en la pobre gata
que no me había visto en todo el día, y que seguramente moría de
hambre.
—Polly —la llamé mientras me ponía la camiseta de Santiago que
estaba en el piso —Polly ven acá— estaba inclinada buscándola
cuando la palma de la mano de Santi impactó con fuerza en mi
trasero descubierto.
—Eso dolió —me quejé incorporándome.
—Lo siento, no resistí la tentación.
Lo empujé cuando quiso abrazarme, mientras él insistía en acercarse
muerto de risa, el maullido de Polly detuvo nuestro juego, estaba
sobre la pequeña barra de la cocina, observándonos sin dejar de
maullar.
Santiago se encargó de alimentarla mientras yo arreglaba el desastre
que dejamos en mi cama, mi departamento era tan pequeño, que lo
podía observar todo el tiempo, doblaba una de las sábanas limpias
viendo como él se movía por mi cocina.
Vestido solamente con unos boxers grises se desplazaba con toda la
confianza del mundo por mi espacio. Sacó del refrigerador el pedazo
de pastel que había dejado a medio comer esa mañana, dejó el plato
sobre la barra, donde Polly comía tranquilamente, mis ojos no
perdían un solo movimiento que hacía su cuerpo, tomó un cubierto y
comenzó a comer de pie, casi al lado de ella.
—¿No tienes hambre Valen?
—Muero de hambre —respondí caminando al baño.
—¿Quieres ir a comer?
—¡Sí! solo me daré un baño, no tardo.
Y no tardé, me duché rápido ansiosa por la comida, le pedí una toalla
a gritos, pero no respondió, pensé que estaba jugando conmigo, que
quería verme salir desnuda y mojada de la ducha para hacer uno de
sus comentarios en doble sentido. Pero cuando asomé la cabeza, me
di cuenta que estaba dormido, profundamente dormido.
Asumí que el viaje lo había agotado, tuvo que conducir por más de
tres horas con un tráfico desagradable, también estaba cansado, él
mismo me había dicho que había dormido poco en esos días, apagué
la luz de mi cuarto y me vestí solo iluminada por la lámpara de
noche. Busqué algo de comer en la cocina, intentando no hacer nada
de ruido, no quería despertarlo por más que tuviera el impulso de ir
y abrazarlo, besarlo y no soltarlo en toda la noche.
Mi timbre sonó cuando lavaba los platos sucios, evitando que el
molesto sonido lo despertara, me encaminé a toda prisa a la puerta,
corrí la cadena en la puerta antes de abrir hasta donde está lo
permitía.
—Valen —dijo Manu, un poco extrañado, supuse que porque no abrí
del todo —¿Es un mal momento?
—Algo así ¿necesitas algo?
—Sí —respondió con suavidad.
Cerré la puerta en su cara para quitar la cadena, abrí y salí al pasillo
cerrando de nuevo rápidamente. Manu me vio de pies a cabeza
riendo al ver mi pijama, unos shorts cortos y ceñidos que dejaban la
mitad de mi trasero al aire, y la camisa de tirantes con el estampado
de medias lunas, que cubría hasta la mitad de mi estómago.
—¿Por qué pareces una sexy jovencita en espera de un pervertido que
venga a corromper su cuerpo?
—¿Sexy jovencita?
—Tu ropa dice, soy inocente pero solo en apariencias.
—Idiota —dije riendo, pasé el brazo por mi estómago para cubrirlo
haciendo reír a Manuel a causa de mi timidez— ¿Qué necesitas?
—¿Por qué no me dejaste entrar?
—Tengo un hombre semidesnudo en mi cama, entiendes que en mi
departamento no hay ni la más mínima privacidad, entras y lo miras.
—¿Es guapo al menos?
—Bellísimo —respondí sonriendo.
—Yo que tú no me atrevía a ponerle cuernos a Santiago, que miedo
que haga un libro donde tú seas la protagonista y se vengue.
Manu estaba más chistoso aquella noche, solo reí cruzando los
brazos, tapando mis pechos que parecían ser el foco de atención de
los tres tipos que pasaban por el pasillo.
—Necesito que vengas conmigo, Sandy me acaba de llamar, tuvo un
problema con Fernando, quiere un consejo masculino, yo suelo ser
muy honesto y no quiero decirle lo evidente, el tipo no la quiere solo
desea meterse entre sus piernas, necesito a alguien que frene mi
sinceridad, y esa eres tú, no puedo lastimarla.
—No puedo Manu, es un mal momento de verdad.
—Es tu pequeña cuñada.
—Y la tuya también, resuelve esto solo —besé su mejilla y entré a mi
departamento, casi cerrando la puerta en su cara.
—Me las pagarás —gritó riendo.
Estaba siendo egoísta, no quise decirle claramente que Santiago
estaba conmigo, no quería que Sebastián o la misma Sandy se
enteraran que había regresado. Era temprano, apenas las ocho de la
noche, por más cansada que estuviera no tenía sueño, y acostarme a
su lado iba a terminar en otra cosa, esos días distanciados me tenían
muy mal.
Me senté en un sillón con el último libro que Santi me había
obsequiado, no había pasado de las cinco primeras páginas, pero
tenía la firme intención de terminarlo como el primero, de repente
sucedió, un capítulo donde el protagonista malvado huye con la
jovencita que había secuestrado, me atrapó. Concentrada en la trama
de acción no fui consciente que Santiago había despertado, hasta que
Polly ronroneó me di cuenta que estaba con los ojos abiertos, sentado
sobre la cama viéndome con incredulidad.
—¿Estás leyendo?
—Sí —respondí moviendo mis pies que colgaban en al aire.
—Tengo una erección, es como una especie de fantasía sexual.
Le lancé un peluche de Polly que estaba sobre el piso, riendo
contagiada por su risa escandalosa. Había dormido tan poco, pero
lucía descansado.
—Terminé el otro libro por si no lo sabías, si quieres lo discutimos.
—O lo ponemos en práctica ¿Qué aprendiste?
—Que las perversiones cuando son consensuadas, llevadas a cabo por
dos adultos y en la intimidad de una habitación, se pueden convertir
en el vicio más exquisito conocido. ¿Te das cuenta que estoy citando
al protagonista?
—¡Lo leíste de verdad!
—Obviamente sí, me gustó, pero me resultó muy fantasioso, por más
que te guste un hombre no vas y te acuestas con él, el mismo día que
lo conociste.
Se sentó frente a mi sonriendo, evidentemente interesado en el tema,
parecía fascinado escuchándome hablar del libro.
—Yo quería acostarme contigo el mismo día que te conocí —respondió
con tranquilidad.
—Tú porque eres un sinvergüenza.
—De hecho, me acosté contigo cuando tuvimos la segunda cita de
lectura, en realidad fue la primera, porque en la que te quedaste
dormida no cuenta.
—¿Me acosté contigo sin darme cuenta? —pregunté juguetona.
—Claro, en mi mente... y luego cuando escuchaste lo que te leía, tú te
acostaste conmigo en la tuya.
Mi carcajada lo hizo sonreír, tal vez tenía razón, claro que tenía
razón, se folló mi mente antes que mi cuerpo, bajé la mirada porque
sostener la suya se me hacía difícil, me ofreció su mano que tomé
dudosa y me guio a su regazo, me senté despacio sin dejar de ver sus
ojos, sus manos en mis piernas me empujaron hacia abajo,
permitiendo que sintiera la presión que hacía su erección en mi
entrepierna.
—Me gusta mucho que leas, pero me gusta más que lo hagas por
cuenta propia, te llevaré a mi departamento para que escojas todos
los libros que quieras, entre más te sumerjas en la lectura irás
desarrollando habilidades que te van a ayudar en tu trabajo.
—Tengo mucha hambre —dije después de darle un beso en los labios—
, sé que estás cansado, pero quiero salir a comer algo, no hay nada
aquí y de verdad si no como me desmayo.
—¿No se te antoja un poco de leche caliente?
—Diuu que asco —lo empujé antes de levantarme de sus piernas,
riendo a más no poder, la risa no lo dejaba hablar y no había nada
que me gustara más.
Cuando conocí a Santiago estaba serio todo el tiempo, su ceño
permanecía permanentemente fruncido y aquella mirada de pocos
amigos siempre se mantenía en sus ojos, verlo así de sonriente
aumentaba la cantidad de endorfinas que producía mi cuerpo.
—La otra noche en mi departamento no decías Diuuu que asco —me
imitó— incluso me pediste expresamente que
—¡Cállate! —lo apunté mientras se acercaba a toda prisa para
sujetarme entre sus brazos.
La noche estaba cálida y particularmente alegre, las calles seguían
concurridas a pesar de no ser tan temprano, Santiago quería
caminar, no había tenido mucho tiempo para ejercitarse, necesitaba
un poco de actividad física, tomados de las manos cruzamos la calle a
paso rápido estábamos cerca de la vieja cafetería del vecindario.
—Todo salió muy bien, los inversionistas quedaron bastante
impresionados con las proyecciones, haber convencido a papá de
inyectar más capital fue lo mejor que pude haber hecho —me
explicaba relajado.
—¿Cómo lo convenciste?
—Llegué a medidas extremas, con un tipo como mi papá no me
quedaba otra opción, para convencerlo que era buena idea, debía
mostrarme seguro del negocio, compré acciones con mi propio
dinero, él me conoce, sabe que no haría nada así si no estuviera
seguro.
Empujó la puerta de vidrio cediéndome el paso, la cafetería estaba
casi vacía, la mujer tras la barra sonrió con amplitud al vernos
entrar, de la mano de mi novio me encaminé a una mesa, lo seguía
escuchando, pero no le estaba prestando atención, moría del hambre,
en lo único que podía pensar era en comida.
—Sí todo se concreta en estas semanas, en el segundo semestre del
año se iniciarán las construcciones.
—Vaya... Una cadena de centros comerciales.
—No tanto así, apenas serían dos más, aunque a largo plazo
seguramente será una cadena sólida y grande.
—¿Quién se va hacer cargo de todo? —pregunté temerosa de su
respuesta.
—Mi papá no confía en nadie que no sea yo.
—Pero tú ni siquiera puedes con el Prime, como te harás cargo de dos
más.
—No lo sé, supongo que... dejaré algo, trabajaré medio tiempo en
uno, horas extra en el otro, aún no he pensado en todo, solo será el
comienzo, estoy seguro que en el camino encontraré a las personas
indicadas para que estén al frente de todo.
No quería tener ese tipo de pensamientos, pero realmente estaba
deseando, que todo ese proyecto se retrasara, Santiago no tenía vida
a causa del trabajo, y como todo adicto parecía querer ir por más.
Tomó mi mano al verme callada y la apretó un poco para llamar mi
atención.
—¿Ya te dije que estás muy guapa hoy?
—Sin peinarme y con esta linda camiseta extragrande.
—Claro que sí, cuando estás hecha un desastre es cuando más guapa
me pareces.
Logró su objetivo hacerme sonreír, hizo más bromas acerca de mi
apetito, pedí una hamburguesa doble que estaba segura no iba a
poder comer, pero se me antojaba, estaba tan tranquilo, que me daba
confianza hablar de cualquier tema.
—Estaba pensando que con lo de las negociaciones, el tiempo que te
queda para escribir es casi nada.
—Todo es cuestión de organizarme.
—No lo creo, insistes en hacerle modificaciones a la historia, tendrás
que reescribir escenas completas y tenemos el tiempo encima —dije
centrando mi atención en la soda que me tomaba.
—¿Por qué estás hablando del libro?
—Porqué es hora de anunciar la publicación y no podemos hacerlo si
tú aún no te decides en cuanto al contenido, de parte del editor hay
pocos cambios sugeridos, le encantan las cosas como están.
—Abre la boca —pidió con ese tono autoritario, puso frente a mí un
puñado de papas fritas que intente rechazar —come Valen tenías
hambre.
—¡Basta! —pedí cubriendo mi boca e intentando tragar.
—Si puedes, come más, concéntrate en tu comida.
—¡Ya! —tomé agua para poder terminar de tragar, si quería callarme
no lo iba a lograr —¡basta Santiago! No me alcanza nada más.
—Sé lo que alcanza en tu boca, no me puedes decir eso.
Me escapé de ahogar por la risa, se estaba esforzando por desviar mi
atención y casi lo lograba.
—Tienes que dejar de hacer comentarios sexuales todo el tiempo, no
me vas a callar ni intentando sonrojarme.
—Tú y yo habíamos quedado en algo —se inclinó hacia adelante,
acercándose un poco más a mí—, el libro y lo nuestro no se mezcla, si
deseas hablar de mi retraso, la edición y lo demás, tienes que hacer
una cita con mi secretaria.
—Estoy usando mis influencias para tener una cita sin pedirla, la
pregunta es Licenciado Sada si me la va a negar.
—Pedí expresamente tratar este asunto con la joven que hace el papel
de tu asistente, me cuesta trabajo tratar asuntos de esta índole
contigo.
—Solo responde algo y no vuelvo a tocar el tema.
Asintió serio, no sabía si de verdad estaba molesto o fingía estarlo,
pero no tenía nada que perder, y sí mucho que ganar, nos estaban
presionando por ese libro, y él parecía querer retrasar todo.
—¿Vas a cambiarle el final a la historia? ¿Le darás a Tony una chica
de la cual enamorarse para que sea más dulce el fin?
—No —respondió riendo, como si hubiera dicho un chiste—. Los
cambios que haré no tendrán nada que ver con la trama, son más
bien en el perfil de los personajes, creo que me faltó describir un
poco más a Eva, escribí esa historia hace mucho, hay cosas que me
gustaría agregarle, el final queda a como está, si quieres romance,
vive el de Tony con él mismo, que aprendió a quererse y a poner las
cosas en su sitio.
La manera en la que dijo eso me hizo pensar que se tomaba el asunto
muy personal, robó una papa de mi plato y se concentró de nuevo en
seguir comiendo.
—¿Tu Eva sabe que escribiste un libro de ella?
Levantó la vista y negó con un gesto de irritación en el rostro, lo
estaba haciendo enojar, pero no podía con la curiosidad.
—¿Mi Eva? Eva es un personaje de ficción.
—Que reúne experiencias tuyas, tú mismo me lo dijiste.
Suspiró fastidiado y miró su reloj, tenía tanto tiempo de no hacerlo
cuando estaba conmigo, que casi había olvidado esa manía.
—El libro no es para ella, ni por ella, jamás alimentaria el ego de una
mujer así.
—¿Puedo darte un beso? —pregunté al darme cuenta que si estaba
enojado de verdad, estaba conteniendo la sonrisa, podía notarlo en
sus labios tensos.
—Sí, pero de igual forma estaré enojado.
Me levanté de mi asiento para acercarme a él, sonrió cuando lo
abracé, para luego empujarme con suavidad cuando intenté hacerle
cosquillas buscando una risa.
—Perdón por insistir, solo quería saber más de ti y tu mundo cuando
escribes, lo haces tan bien Santi que me parece un desperdicio que
todo se quede ahí, sin darlo a conocer, sin compartirlo.
Seguimos comiendo en un silencio necesario, estaba segura que
cuando se enterara que lo inscribí en el concurso iba a querer
matarme, pero ya no había nada que hacer, de repente tomó mi mano
que estaba sobre la mesa y besó mis nudillos con calidez, aquel gesto
tierno me desarmaba, él lo sabía por eso lo hacía.
—Algún tiempo quise hacerlo, quise escribir y escribir, publicar mis
libros, ir a esas conferencias para hablar de ellos, mi mamá solía
hacerme acompañarla y fue cuando me atrajo todo este mundo.
—¿Por qué cambiaste de idea?
—Te lo he dicho, escribir es una pasión, de las pasiones no se vive,
aunque son las que te inyectan ganas de vivir —me guiñó el ojo en
una actitud juguetona que cambió después de suspirar—, no podría
disfrutar haciéndolo sabiendo que lastimo a mi papá, no quiero que
sepa que sigo con esto.
Mi hamburguesa quedó a la mitad, sentía que no podía comer más,
cuando salimos de la cafetería la afluencia de personas en las calles
había mermado, entrelazó sus dedos con los míos, caminábamos
despacio en el mismo silencio en el que habíamos estado después de
nuestra charla.
—¿Soy bienvenido a pasar la noche contigo? —preguntó después de
haber recorrido seis calles, y estar frente a mi edificio.
—Mi cama es tu cama —respondí sonriendo—. Cambiando un poco el
tema ¿No te gustaría contemplar la posibilidad de cambiar lo de la
tapa dura?
Se carcajeó con ironía, negando y viendo hacia el cielo.
—Contigo necesito mucha paciencia —susurró acelerando el paso—,
mejor hablemos del beso que me pediste.

***

—Martín terminó la portada, quedó muy linda, en serio no es porque


me guste el tipo, es talentoso —decía Laura, mientras me extendía la
Tablet.
—Después de un mes el libro está casi listo, y el de Santiago nada, ¿Te
respondió el correo? ¿Ya te dio una fecha de cuando nos envía el
esquema de cambios? —cuestioné curiosa.
La noté decaída e intuí que todo iba mal con el señor ocupado,
Santiago estaba concentrado en sus asuntos que ni siquiera lo había
visto en días, después de pasar la noche juntos en mi departamento
parecía estar huyendo de mí.
—No responde ni mis llamadas, su secretaria me dijo ayer que no
tenía espacio para una cita, tenía que esperar la otra semana.
—No quiero inmiscuirme en esto, pero creo que debes hacer las cosas
de la única forma que funcionan.
—¿Cómo? —preguntó deteniéndose en medio de las escaleras.
Moría por salir de la editorial, tomé su mano para arrastrarla hacia
afuera, Laura no entendía mi desesperación por llegar a casa.
—Tienes que hacerte una cita sola, irlo a buscar, presionarlo, no
conozco otra forma de llegar a Santi —reconocí caminando en busca
de un taxi.
—Valen estás loca —río—, no haré eso.
—Necesitamos que comience a trabajar con el editor, tú sabes lo que
lleva esto, ni siquiera hemos llegado a la corrección de estilo,
estamos super atrasados —renegué suspirando—. Detiene el proceso
del libro en todos los sentidos.
—Lo sé ¿Pero ¿qué hacemos Valen?
—Usar mis influencias.
Esa noche hablé con Santiago antes de meterme a la cama, habíamos
quedado en vernos, pero tuvo que cancelar a causa de un
entrenamiento nocturno, tenía una competencia el fin de semana y
debía recuperar el tiempo sin entrenar, iría por mí al día siguiente a
la universidad para pasar la tarde juntos.
Apenas le colgué le escribí un mensaje a Laura, como siempre estaba
arriesgando demasiado, pero sentía que no había otra salida,
inconscientemente me estaba aprovechando de aquella debilidad que
todos decían que Santi tenía por mí.
Me parecía increíble que alguien despertara tan temprano, a pesar de
ser apenas las seis de la mañana había personas a las afueras de mi
edificio. Bostecé por quinta vez esperando que Laura llegase por mí,
un taxi se estacionó minutos después, la puerta se abrió y Lau muy
sonriente me hizo un gesto para que entrara.
—Bebe esto y después habla —dijo dándome un vaso de café.
Lau me conocía demasiado bien, me agradaba tanto tenerla cerca que
mis planes de que le ofrecieran un empleo, cuando acabase la
pasantía, estaban más fuertes que nunca.
El camino despejado nos permitió llegar más rápido a nuestro
destino, no tenía idea de cómo íbamos a salir después de ese club
deportivo, ni siquiera sabía cómo Santi iba a tomar nuestra
interrupción, pero decidí continuar, acomode los jeans que me
quedaban un poco ajustado, y seguí caminando con Laura a mi lado,
había estado una sola vez en ese lugar pero recordaba a Santi
hablando de la pista donde entrenaba, atravesamos un pequeño
camino rodeado de árboles hasta llegar a una zona donde habían
graderías, y un terreno liso y grande enfrente.
No me costó trabajo encontrar a Santi, Jorge su entrenador estaba en
medio de la pista gritando con un cronómetro en las manos, mientras
él pedaleaba a gran velocidad, dio una vuelta más, antes de bajarse
de la bicicleta sin detenerla, con una habilidad envidiable, fruncí el
ceño al notar como Laura se lo comía con los ojos, la ropa deportiva y
ajustada remarcaba todo, se quitó la camisa y Lau sonrió.
—Sí lo miras así, se va a dar cuenta que te intimida y lo aprovechara.
—Valentina parece sacado de un libro erótico.
—¡Enfócate! —sonreí, pero no me hacía nada de gracia la cara de
tonta que tenía viéndolo— Será grosero, se va a molestar por esta
pequeña visita sorpresa, tienes que insistir, no lo dejes tener la razón
—Me pides casi imposibles, me da la impresión de tener poca
paciencia, no quiero hacerlo enojar.
Tomé su mano para bajar y poder acercarnos, el sitio estaba vacío,
solo Santiago entrenaba a esa hora, dejaba caer agua sobre la cabeza
mientras Jorge le hablaba leyendo una tabla.
—Licenciado Sada —grité en medio camino.
Levantó el rostro palideciendo al verme, sonreí saludándolo
moviendo las manos, Laura hasta se relamió los labios con la vista
fija hacia abajo.
—Si no se pone ropa no voy a poder concentrarme.
—Cuando recuerdes que tiene novia, te vas a concentrar, ven acá.
Bajamos juntas hasta estar frente a él, le di un leve empujón a Laura
para que hablara, ella tenía que encargarse de eso, yo solo estaba
siendo una especie de apoyo.
—¿Qué haces aquí? —habló directamente para mí.
Jorge que estaba a su lado, se alejó rodando los ojos, no sin antes
decir en voz alta que sólo tenían diez minutos de descanso. Laura
estaba petrificada y ni siquiera la había mirado, sus ojos llenos de
molestia estaban fijos en mí.
—Licenciado Sada, buenos días... Yo... Le he enviado muchos correos,
y yo, usted, su secretaria y
—Necesitamos que nos envíes de una vez la historia con los cambios,
se necesita comenzar la edición —tuve que intervenir—, debemos
apresurarnos, se suponía que el libro iba a estar listo en un par de
meses.
—Señorita Rincón usted y yo teníamos un trato que no está
respetando. Que hable ella, no usted —dijo serio.
—Santi hagamos esto rápido.
—Ella —la apuntó— ¿Laura, sabe cómo se llama esto que acaba de
hacer? aparecerse a interrumpir mis actividades matutinas
—No puedes llamar a esto matutino, aún no es de mañana, ni el sol
quiere salir —comenté, ganándome una mala mirada de su parte.
—Disculpe Licenciado, pero en realidad a como dijo Valen,
necesitamos tener ya el material en las manos, y también hacer el
esquema de trabajo que tendrá con el editor.
Santí arqueó una ceja al verla responder así, con más confianza y
seguridad.
—Se llama
—Acoso —lo interrumpí.
—Valentina el tonito sigue formando parte del trato—advirtió serio—,
estos asuntos se arreglan en otro sitio, no puedo hablar de esto ahora
mismo.
—He intentado pedir una cita, pero su secretaria dice que no tiene
tiempo —respondió Lau.
—No tengo tiempo de verdad, tendrá que esperar, el día que firmé la
propuesta, fui claro con este asunto, se iban a ajustar a mis tiempos.
—La editorial nos presiona —intervení nuevamente—, necesitamos
comenzar.
Ignoré la forma directa en la que me miraba, y le ofrecí una botella
llena de agua.
—Espero no me dejes con la mano extendida —sostuve su mirada,
hasta que se dignó a aceptar lo que le daba.
Tomaba el agua a toda prisa, mientras yo miraba su pecho desnudo,
estaba sudado, con la piel enrojecida, los brazos tensos y con esa
sonrisa en los labios arrogante, al darse cuenta de cómo lo miraba.
—En dos semanas enviaré el nuevo manuscrito
—Licenciado Sada entienda que
—Dime Santiago —rodó los ojos con fastidio cuando Laura habló.
—Santiago, no podemos esperar dos semanas, tenemos el tiempo
encima, tenga en cuenta que luego debe hacer los cambios que
sugiera el editor, después acatar las sugerencias del corrector de
estilo, es mucho trabajo y
—Lo tienen que tener porque no pienso entregarlo antes de las dos
semanas.
—Santi la editorial se rige bajo ciertas reglas, hay un tiempo
estipulado para cada paso, por favor no hagas esto difícil —pedí con
un tono de voz suave.
—Sí les interesa publicar el libro, esperaran —respondió con esa
arrogancia que estaba empezando a irritarme—, ya di mi última
palabra en cuanto al tema ahora si me permiten
—Firmaste un contrato Santiago —interrumpí molesta.
—En el contrato no decía nada acerca del tiempo de entrega del
manuscrito.
Laura bajó la cabeza derrotada, suspirando con fastidio, tenía que
asumir el asunto yo, no era el trabajo de Lau el que estaba en riesgo,
era el mío.
—Santi por favor. —hice contacto visual con él, necesitaba ablandarlo
y no tenía idea de cómo.
—¡Santiago! —le llamó Jorge.
—Esto era exactamente lo que no quería que pasara, estás mezclando
las cosas, me lo pones difícil Valentina —suspiró pasando las manos
por su cara—, lo envío en una semana, es todo lo que puedo ofrecer,
ahora si me disculpan, me están haciendo perder el tiempo, necesito
volver a lo mío.
Tomé la mano de Laura para obligarla a caminar, se había quedado
estática, ahí frente a él, lo grosero que era Santiago cuando se lo
proponía era algo que había olvidado gracias a las nuevas
circunstancias que nos rodeaban, habíamos subido la mitad de los
escalones cuando Santi gritó mi nombre.
—¿Cómo llegaron hasta aquí?
—En taxi —respondió Laura aún nerviosa.
—Solo tengo que completar dos vueltas, yo las llevo cuando termine.
El entrenador lo apresuró y tuvo que seguir sin obtener una
respuesta, Laura quería quedarse, yo irme de una vez a dormir,
finalmente Lau ganó, bajamos juntas de nuevo para sentarnos en la
primera fila, Jorge parecía molesto con nuestra presencia, se lo había
comentado antes a Santiago, estaba segura que el tipo no me
soportaba, y aunque él me explicó que solo se preocupaba por los
entrenamientos, yo no podía evitar sentir aquello personal.
—Una más, aumenta la velocidad en el último tramo, deja de
mantener el ritmo, no es conveniente, exígete Santiago.
Laura miraba con una sonrisa hacia la pista, Santiago movía las
piernas rápido completamente concentrado en el camino, no llevaba
el casco puesto, pensé que una caída a esa velocidad podría ser
peligrosa, la tensión en mi estómago me obligó a levantarme, me
estaba poniendo nerviosa por algo que él hacía desde que era un
niño, Jorge sopló su silbato apresurándolo, entendí que todos en la
vida de Santiago lo presionaban, estaba acostumbrado a gente
pidiéndole dar lo mejor de él mismo, su papá como trabajador, su
hermana en casa, Jorge en los entrenamientos, y yo con el libro,
asumí que estaba acostumbrado aquello, pero que seguramente no
dejaba de ser cansado.
La bicicleta derrapó cuando la detuvo, miró su reloj y saltó de está
con esa asombrosa condición física que poseía y que nadie mejor que
yo disfrutaba.
—El ritmo es la clave, esta vuelta estuvo impresionante.
Santi solo asentía mientras se acababa otra botella llena de agua.
—Concéntrate, enfócate en esto, tenemos que ganar y con el mejor
tiempo, sigue la dieta, duerme bien, y mantén los pantalones puestos
al menos hasta el domingo —dijo en un tono de voz más fuerte
seguramente para que yo escuchara.
La actitud de Santiago cambió por completo cuando subimos al auto
casi media hora después, bromeó un poco con los nervios de Laura
que estaba cada vez más fascinada con él, la llevamos a su casa
respirando un ambiente menos hostil, aunque seguía mostrándose
incomoda.
—Gracias Santiago, nos vemos en unas horas Valentina.
Le sonreía asintiendo, sabiendo que no la vería en unas horas,
después de haber despertado tan temprano, lo único que necesitaba
era dormir, reponer mis horas de sueño perdido.
Santiago puso el auto en marcha después de ver su reloj, su teléfono
sonaba y sonaba, atendió la llamada cambiando por mucho el tono de
su voz, se escuchaba fastidiado, harto y hasta cansado, como si el día
no estuviera apenas comenzando.
—¿Quieres desayunar conmigo? —pregunté cuando colgó.
—Tengo que ir a casa rápido, mi papá amaneció sintiéndose mal,
tengo que acompañarlo al médico, de ahí saldré directo al centro
comercial.
—Lo entiendo.
Decidí no decir más, me daba la impresión que estaba enojado
conmigo por nuestra visita sorpresa, pero no me atreví a preguntarle
nada, detuvo el auto justo en la entrada a mi edificio, ni siquiera lo
apago, me acerqué para darle un beso en la mejilla que el esquivó al
instante, sujetó mi rostro entre sus manos buscando mi boca que no
pude negarle, no hubo un intercambio de palabras, simplemente bajé
sintiendo que estaba muy molesto conmigo.

***

Me removí sobre la silla un tanto incómoda, sentía que Martín estaba


sobre mí, situado a mi lado e inclinado sobre mi escritorio revisaba
mi computadora, que de un momento a otro decidió no funcionar.
—Parece que es el sistema operativo, tendré que llevarla conmigo.
—No, no necesito enviar un correo y
—Tranquila —dijo sonriente, puso una mano en mi hombro y lo
acarició con suavidad—, te ves tensa Valentina, puedes usar mi
computadora si necesitas algo.
—¿Cuánto tiempo crees que te llevé averiguar qué pasó?
Me sentía un poco grosera por mi esfuerzo de ser cortante, Martín
era del tipo de hombre coqueto, de esos que sonríe a todas
intercambia miraditas, y se acerca con demasiada confianza.
—Hoy mismo, si de verdad la necesitas puedo llevarla a tu
departamento en cuanto terminé.
—No, no, no te preocupes ni te presiones tanto, además Laura me
contó que irán a cenar, deja esto para después.
Asintió sin perder esa sonrisa que parecía acompañarlo siempre, se
alejó de mi escritorio despacio, me dio la impresión que quería decir
algo, pero no se animaba.
—Se bueno con Lau, es una chica linda y dulce.
—Espero que a ella le digas lo mismo —respondió chistoso—, pero no
digas que soy lindo y dulce, prefiero el apuesto e interesante.
Salió muy contento de mi oficina, aliviando la tensión que me
generaba que me coqueteara, aunque fuese de broma, no quería que
las cosas se pusieran incómodas con Lau, que, aunque no lo decía, se
notaba lo entusiasmada que estaba con Martín.
Sin poder seguir avanzando en mi trabajo lo único que podía hacer
era irme, lo tomé como una especie de señal, había estado pensando
mucho en salir temprano de la editorial, quería buscar a Santi para
limar cualquier aspereza, le había preguntado directamente a través
de un mensaje, si estaba enojado por mi visita al club deportivo de la
mañana anterior, respondió solo con un "no" que me hizo suponer
que si lo estaba.
—¿Se va licenciada? —Sonó la voz de Anita a mi espalda.
—Tengo una cita con un autor, una reunión de trabajo.
No vi la expresión en su rostro porque no volteé, me apresuré por
llegar al elevador que gracias a Dios estaba libre, mientras salía del
edificio me debatía acerca de mis planes, podía ir a casa, cambiarme
y buscarlo más tarde, o tomar un taxi, ir al Primé y visitarlo en su
oficina, como antes lo hacía.
Aposté por la visita sorpresa, aunque por algo así se había molestado,
los motivos de una aparición inesperada eran otros, le escribí un
mensaje mientras iba en camino, no lo respondió su última conexión
había sido de dos horas atrás por lo que supuse estaba ocupado.
Recorrer los pasillos del centro comercial se sentía diferente, notaba
los cambios en la infraestructura de los que hablaba Santiago y la
manera en la que estaba dividido, que antes pasaba por alto, fui
directo al elevador de uso ejecutivo, arreglé un poco mi ropa antes de
salir.
Katy la chica que fungía como recepcionista salió a mi encuentro, al
reconocerme sonrió y me dio la bienvenida, supuse que ya se había
dado cuenta de lo que pasaba con Santi, aunque Gloria era la única
que sabía que tipo de relación teníamos.
—Buenas tardes —la saludé antes de avanzar.
—Buenas tardes, el Licenciado no está en su oficina —dijo con un tono
amable.
—¿No? ¿Está en una reunión o algo así? —inquirí acercándome a su
escritorio.
—No, se sentía un poco mal, le dolía la cabeza me dijo que iba a salir
un rato por un café para tratar de despejarse.
—¿Sabes si está aquí mismo?
—Sí, debe de estarlo salió sin nada, incluso las llaves de su auto están
en su escritorio, si quiere esperarlo adentro puedo ofrecerle algo.
Su amabilidad era tan fingida que me provocaba risa, rechacé con
educación esa opción y giré para buscarlo. Sabía dónde encontrarlo
Santi siempre iba a los mismos lugares, miré mi teléfono de nuevo
esperando que hubiera respondido mi mensaje, pero eso no había
sucedido.
Asumí que estaba tenso o estresado, no solía tomarse breves
descansos así por así, seguro había llegado desde muy temprano a la
oficina, me desplacé por un largo pasillo lleno de establecimientos de
comida, crucé un pasillo más corto para llegar a la cafetería más
grande del lugar, las paredes de cristal me permitieron obsérvalo
desde lejos, sentado en una mesa individual leía un libro con un vaso
con lo que supuse era su espresso al lado.
Lo perdí de vista cuando un grupo de personas salía del lugar, una
señora con un pequeño niño de la mano, chocó conmigo, me disculpé
apenada ayudándola a recoger un peluche que ella cargaba, y se
había caído, la ayudé a sostener la puerta para que salieran ya que
llevaba las manos ocupadas, le dije adiós moviendo la mano, al niño
que no dejaba de ver hacia atrás buscándome a mí. Giré dispuesta a
entrar y entonces vi algo que me dejó estática, una chica me pidió
avanzar y lo hice, pero sin dejar de analizar muy bien esa imagen
frente a mí.
Una mujer, la misma mujer de la que me habló Manu, abrazaba a
Santiago con una confianza que me descolocó de inicio, separó su
cuerpo de el de Santi, pero no se alejó del todo, una de sus manos
continuaba apoyada en su espalda mientras él conversaba sonriente
con ella.
Estaban de pie a unos pasos de la mesa donde había visto a Santiago
solo, en ese momento dudé hasta de eso, había una posibilidad de que
estuviera ahí para verse con ella, alguien me empujó por accidente y
fue la única forma en la que logré avanzar.
La impresión de verlo así tan cerca de otra mujer, no me permitía
hacer uso de mi capacidad para analizar bien las cosas, estaba
haciendo suposiciones guiada por mí la molestia, sentía una
irritación que incrementaba a medida que los segundos pasaban y
ella no se alejaba. Otra mujer se acercó a ellos, saludó a Santi con un
beso en la mejilla y ni aun así se alejó, la tipa volvió a abrazar a
Santiago, para entonces mi molestia se convirtió en enojo, en uno
que no me imaginé sentir tan pronto.
No tenía claro si mi enojo provenía de ese abrazo, o de lo cómodo que
se miraba mi novio con esa mujer entre sus brazos, lo único que
entendía es que aquel tipo de acercamiento me parecía fuera de lugar
e innecesario.
Santiago ladeó el rostro hacia la dirección donde yo estaba, como si
hubiera intuido mi presencia o sentido mi mirada, la expresión en su
rostro dejó claro que lo tomé por sorpresa, su brazo enroscado en la
cintura de aquella mujer tenía toda mi atención, me sonrió, pero no
como lo hacía siempre, dijo algo a esas dos mujeres y caminó a paso
rápido hacia mí.
—Vine a verte, no sabía nada de ti pensé que estabas enojado
conmigo, pero al parecer solo estabas muy ocupado —no lo dejé
hablar, mi molestia no lo permitió.
—Solo vine por un café, he estado ocupado, pero no en lo que crees,
estaba trabajando.
Su tono de voz era suave, aunque su mirada estaba siendo directa,
había irritación en ella, como si le molestara mi reacción.
—Ven, vamos a mi mesa, te voy a presentar a mi amiga.
Rechacé su mano sin esperar que él sujetara mi muñeca, en ese
momento mis acciones eran impulsadas por un enojo visceral, algo
que no podía evitar y no me dejaba pensar en nada de lo que estaba
haciendo.
—Ven conmigo por favor —pidió haciendo contacto visual,
aprovechando mi momento de indecisión acercó su rostro al mío para
darme un breve beso en los labios—, ni siquiera nos hemos saludado.
Acepté su mano, aunque no quisiera hacerlo, las dos mujeres estaban
en el mismo sitio conversando, sin darse cuenta que nos
acercábamos, la ex novia volteó cuando estábamos a unos pasos,
sonrió con amplitud hacia mí, solo esperaba que no me recordara, su
vista fue hasta nuestras manos entrelazadas y luego a Santi. Se
llamaba Esther, Santi sinvergüenzamente la presentó como una vieja
amiga, ella alzó las cejas cuando él, me llamó su novia.
Fueron los minutos más incómodos, no quería estar ahí, no podía
disimular que tan enojada estaba y me sentía tonta, molestarme
porque estuviera conversando con una mujer me parecía exagerado,
pero sentía que era algo que estaba fuera de mi control.
Las mujeres se fueron juntas después de un breve intercambio de
palabras y una despedida amable, suspiré cuando estuve sola con él
intentando controlar los latidos de mi corazón acelerados, los ojos de
Santiago buscaban los míos, pasó el brazo por mi cintura
acercándome a su cuerpo despacio.
—¿Por qué esa cara?
—No es nada —dije tragándome la rabia—, muero de sed voy a tomar
algo.
Intenté alejarme en vano, Santiago sujetó mi cintura manteniéndome
muy cerca de él, estaba siendo obvia, tonta y celosa pero no podía
dejar de manifestar lo que sentía, aquel montón de sentimientos
hostiles eran nuevos para mí, y no tenía idea de cómo manejarlos.
Pidió un café helado que no pude terminar, Santiago intentaba
establecer una conversación, pero yo simplemente no estaba ahí, me
había retraído en mis pensamientos, en mis cavilaciones, el enojo no
se iba, pero mi mente tenía un poco más de claridad después de unos
minutos.
Mis inseguridades me hacían dudar de Santiago, por primera vez me
estaba enfrentando a algo que consideré una amenaza y no pude
manejarlo, me cuestioné si era factible decirle lo que me había
molestado, o esperar a que las cosas se enfriaran un poco para hablar
tranquilos.
—Valentina estás tan callada.
—Estoy pensando en algunas cosas que tengo pendientes con Laura —
respondí con la vista fija en una pared—, debo regresar en un rato.
—¿Segura?
Asentí incapaz de verlo a los ojos, ellos me delataban y nadie más que
él sabía interpretar mis miradas.
—Era una amiga que no había visto en algo de tiempo, fuimos
cercanos antes por eso nos saludamos de esa forma —explicó sereno,
obviamente sabía que era lo que me tenía así.
Sonreí despreocupada, fingiendo muy mal que todo estaba bien.
—No es necesario que expliques nada, solo me pareció un poco
extraño encontrarte aquí acompañado.
—No estaba acompañado, solo me encontré a una amiga.
—Que resultó ser tu ex novia —solté sin poder callarme más.
—¿Cómo lo sabes?
—En lugar de explicarme ese pequeño detalle, me preguntas cómo me
enteré, cuando tengas ganas de ser honesto me buscas —me levanté
sin esperar que dijera algo, empujada por el enojo y el deseo de
alejarme de alguien que podía lastimarme con facilidad.
w w

Levanté los brazos al ritmo de la música que sonaba en volumen alto,


me reí como tonta sin dejar de contonear las caderas torpemente, el
baile nunca fue lo mío, aunque me gustaba intentarlo, Sandy que
tenía mucha más soltura para bailar, se puso a mi lado sin dejar de
moverse. Me sonrió a la vez que me empujaba con los hombros para
que imitase sus pasos, estaba contenta, sin la mirada triste que había
visto reflejada en sus ojos los últimos días.
Muerta de sed me alejé de la pista, sin detenerme bajaba la falda
corta y apretada que se había subido con los movimientos, quería
atarme el pelo, pero no tenía nada en la mano para hacerlo, sentí
unas manos en mis hombros empujándome suavemente, ladeé el
rostro y vi a Manu que me sonrió señalándome la mesa.
—¿Quieres otra margarita? —gritó debido al ruido.
—Sí —respondí algo desanimada, no quería más alcohol del que ya
había tomado, pero después del trabajo que le había costado
convencerme de salir, y lo entusiasmado que estaba por haberlo
logrado, no quería rechazar nada.
Fui directo a la mesa que Sebastián nos había conseguido, Sandra no
exageraba al decir que su hermano conocía los mejores lugares, su
personalidad sociable y su agitada vida nocturna nos garantizaron un
buen sitio en el club nocturno más popular de la ciudad y una
atención de primera.
Había estado tan distraída los dos últimos días, que Manuel asumió
que me estaba ocurriendo algo, intentó averiguar qué era lo que me
tenía más callada y visiblemente apagada, preguntando
directamente, pero yo no era de abrirme con facilidad, desistió de
presionarme para hablar, en lugar de eso se dedicó a invitarme con
insistencia a salir con él y su novio, decía que lo que necesitaba era
una buena noche de diversión. Pude rechazarlo con facilidad una vez,
pero al siguiente día cuando me emboscó apoyado de Sebastián y
Sandra en el vestíbulo del edificio, no pude decir no, repitieron tanto
que no podía quedarme una noche de viernes sola en casa que por
puro fastidio terminé aceptando.
Y ahí estaba, vestida con ropa incómoda con el afán de mirarme sexy,
con una margarita en las manos que no quería tomar y con un deseo
descontrolado de tomar mi teléfono y revisar si me había enviado
otro mensaje. Me sentí patética por querer estar con él, en lugar de
bailar con alguien más, a pesar de estar molesta con Santiago tenía la
necesidad de verlo, aunque así fuese solo para discutir.
Después de haberme ido de la cafetería, no me siguió como esperé,
tampoco me llamó, al menos no ese día, Santiago estaba esperando a
que mi enojo mermara para acercarse, creyó que con un solo día
bastaba y se equivocó, esa mañana cuando fue a buscarme a la
universidad tuvimos una fuerte discusión.
Quiso justificar su mentira, alegando que no era el sitio, ni el
momento para decirme la verdadera naturaleza de la relación que
tenía con la tipa esa, al darse cuenta que su explicación no estaba
funcionando intentó ablandarme con abrazos, besos dulces en mi
mejilla y ese lo siento que salía de sus labios en voz baja y con ese
tono persuasivo que tanto conocía.
Alterada por sentir que estaba manipulándome con muestras de
afecto, bajé de su auto en medio del tráfico, ignorando sus gritos
llamándome y el claxon del auto que hizo sonar para llamar mi
atención.
—Valen tómate tu trago —gritó Sebastián sonriente.
Sonreí asintiendo a la vez que obediente llevé la copa a mis labios,
pensé que tal vez había sido muy pronto para intentar divertirme y
dejar de darle vuelta a lo que había pasado, mi día fue una mierda
desde que empezó debí resignarme y dejar que terminase igual, en
lugar de estar ahí con cara de tragedia.
En un acto masoquista saqué mi teléfono del pequeño bolso de mano
que estaba sobre la mesa, fui directo a mi conversación con él, me
había enviado tres mensajes en la tarde que leí, pero ignoré.
Sandra te quedó corta ¿Qué tipo de drama fue ese? Valentina no
puedes actuar así, las cosas se hablan, así funcionan las relaciones, no
huyendo soltando maldiciones, me disculpé contigo, te expliqué mis
razones ¿Qué más querías que hiciera?
¡Y todavía no respondes! no tengo tiempo para esto, hay mil cosas
esperando por mí y dejé todas por ir a buscarte, me dejaste como
imbécil por segunda vez, no soy un sujeto con paciencia y no voy a
tolerar ese comportamiento infantil, te aprovechas de lo mucho que me
importas para hacer este tipo de cosas.
No voy a insistir más, cuando dejes de comportarte como una
adolescente caprichosa y quieras hablar, me buscas. Por última vez lo
siento, nunca quise mentirte, menos hacerte sentir mal, te lo dije una
vez y te lo repito ahora, contigo no sé cómo actuar, esto es nuevo para
mí.
Quería creer que era cierto que le importaba mucho, porque de todo
lo que escribió fue lo único que se quedó presente en mi cabeza, tuve
que darle un largo sorbo a la margarita de nuevo, para tragarme el
nudo que se formó en mi garganta, decía que era nuevo para él pero
no sabía si creerle, Santi tenía ese don de palabra del que yo carecía,
el tipo era listo, hacía buenos negocios sabía convencer hasta a los
más astutos, no quería caer en su palabrería pero resultaba tan difícil
cuando deseaba que todo fuera cierto.
—¿Quieres bailar? —preguntó uno de los chicos que estaba en la mesa
conversando con Sebastián.
Habíamos llegado solo los cuatros al club nocturno, pero a medida
que la noche avanzaba la mesa comenzaba a llenarse. Tres hombres
muy apuestos, con el mismo estilo de tipo bien cuidado que tenía
Manuel se nos unieron, uno de ellos bailaba con Sandra, y los otros
seguían en la mesa conversando con Sebas y Manu.
—No se me da mucho lo del baile —respondí con honestidad.
—¿De qué hablas? te vi bailando hace rato, mueves tus caderas
maravillosamente bien.
Reí ante su tono jocoso, y los gestos chistosos que hizo con las
manos, se alejó del resto de los chicos llevándose la silla consigo, la
puso justo al lado de la mía antes de sentarse.
—No me gusta ver a una mujer bonita sola y con cara de aburrida.
—Tuve un mal día, pésimo en realidad.
—¿Y por eso ahogas las penas en alcohol?
—Apenas llevo unas cuantas —dije riendo y apuntando mi copa—,
creo que ustedes han tomado mucho más que yo.
—Creo que sí, mira a Agustín —apuntó con la barbilla al chico que
había estado a su lado toda la noche— ¿Me vas a contar que te pasa
preciosa?
Jamás pensé que una simple palabra fuese capaz de llevarme tantas
cosas a la mente, Santi solía decirme preciosa constantemente y en
diferentes circunstancias, sin darme cuenta había asociado esa
palabra a él, que ese chico me llamara así me generó cierta
incomodidad.
—Mal de amores —respondí levantando mi copa medio vacía.
—El alcohol no es buen consejero, mejor vamos a bailar.
—No, no —me negaba riendo, él con insistencia logró que me pusiera
de pie—, Omar espera —pedí deteniéndome, se me había zafado uno
de mis zapatos que él muy amablemente me ayudó a poner de nuevo.
Me pareció agradable cuando me lo presentaron, aunque no había
conversado mucho con él, me generaba cierto grado de confianza,
confianza que me permitía dejarme guiar por su mano hasta la pista,
Sandra levantó los brazos al vernos acercarnos, el chico con el que
bailaba estaba muy cerca de ella, me parecía extraño que Sebastián
estuviera permitiendo ese tipo de acercamiento hasta que supuse que
todos los chicos que estaban en nuestra mesa eran gas.
—Déjate guiar —dijo Omar a mi oído.
Llevó las manos a mi cintura invitándome a moverme, dudosa intenté
hacerlo sorprendiéndome por lograrlo al primer intento, con un poco
más de confianza Omar me guiaba en diferentes movimientos, por un
momento me estaba divirtiendo sin pensar en Santi y en todo lo que
había pasado.
—Tus caderas son la clave, las mueves bien inténtalo de nuevo —su
aliento chocó contra mi oreja causando un leve escalofrío, sus manos
pasaron a mis caderas, solté una risa al ver la expresión en su rostro
cuando me moví a su ritmo—, muy bien Valentina muy bien.
Me dejé llevar por la música, por las manos de Omar manejando la
forma en la que me movía, de repente bailaba pegada a él, con una
soltura que no sabía que tenía, giré dándole la espalda, moviendo el
trasero con más audacia, el alcohol parecía estar haciendo efecto, me
sentía ligera y divertida. Apoyé la cabeza en el pecho de Omar sin
dejar de mover el trasero al ritmo de la mezcla que tocaba el dj.
Sus manos dejaron de tocarme solo un segundo, para luego ponerlas
sobre mis costillas, rozando un poco mis pechos con sus dedos,
aquello me tomó desprevenida, volteé buscando una distancia que se
me hacía necesaria, él sonreía viéndome como si no hubiera hecho
nada malo, sin darme tiempo de procesar lo que pasaba me apretó el
trasero pegándome a su cuerpo, totalmente entumecida por esa
situación atípica solo pude verlo incrédula, no reaccioné hasta que él
a todas luces intentó besarme.
—Basta —dije molesta, empujando sus hombros para alejarme— ¿Qué
te crees que haces?
Di la vuelta buscando a Sandra que ya no estaba a mí lado, Omar a mi
espalda decía algo, pero no podía escucharlo debido al tono alto de la
música, me abrí paso entre la gente desesperada por alejarme.
—Valentina espera.
—Que no, solo quiero que me dejes tranquila —pedí a gritos, Sandy se
apareció frente a mí con el amigo de su hermano al lado—, me quiero
ir de aquí —le susurré al oído.
Intuyendo que algo me pasaba tomó mi mano para alejarme de esos
tipos, no sabía dónde me llevaba solo la seguía sin soltarla, confusa
caminando entre ese montón de personas, llegamos hasta el pasillo
donde estaba el baño, no había fila para poder entrar, Sandy abrió la
puerta y me empujó suavemente hacia adentro.
—¡Me quiso besar! —solté aún conmocionada—, me tocó el trasero y
quiso besarme ¿No se supone que es gay?
—Lo vi todo, calma —dijo riendo—, no es gay, es bisexual.
—¿Por qué diablos creyó que yo quería besarlo? —alterada me movía
de un lado a otro en el pequeño espacio.
—Valentina cálmate, no fue para tanto, tal vez pensó que te gustaba
estabas bailando con él con mucha confianza.
—¡Pensé que era gay! —grité sin entender que le divertía tanto a
Sandra.
—Estás cosas pasan cuando estás en una fiesta, debes relajarte un
poco amiga —respondió ofreciéndome una liga para el pelo que tomé
de inmediato.
—¿Amiga? —cuestioné alzando una ceja.
—Provocaste que Santi se fuera a su departamento dejándome libre
para salir de fiesta, eres mi amiga. Valen estás así de susceptible por
la pelea con mi hermano, ve a casa duermes y mañana verás las cosas
distintas.
Entró a uno de los cubículos sin dejar de hablar, ignorando su voz me
contemplé frente al espejo, tenía los ojos un tanto enrojecidos supuse
que por el humo del cigarrillo que predominaba en el club, recogí mi
cabello en un moño con la liga que me dio Sandy, con una servilleta
limpié un poco el delineador que se había corrido, intentaba verme
decente para salir de ese sitio, las fiestas no eran lo mío.
—Estás igual a Santi, insoportable... Hoy se peleó con Constanza
porque no le gustó cómo hicieron su cama ¿Puedes creerlo? —
continuó hablando mientras se lavaba las manos— Debes intentar
divertirte.
—Que normalices que un tipo te toqué el culo mientras bailan me
preocupa mucho, no voy a divertirme y no estoy susceptible —solté
enojada.
No le di oportunidad de responder, giré para salir del baño sin
esperar por ella, me dirigí a la mesa donde lamentablemente me topé
con Omar, lo ignoré por completo al pasar a su lado, sorprendiendo a
Sebastián que estaba atento a mis movimientos.
De repente comencé a sentirme mal y no tenía nada que ver con el
alcohol que había tomado, estaba fuera de ambiente, rodeada de
personas, pero sintiéndome terriblemente sola, no quería estar un
segundo más en ese club, prefería el silencio de mi departamento, la
comodidad de mi sillón y a Santi conmigo.
Antes de levantarme de la mesa tomé la Margarita que acababa de
poner Manuel frente a mí, era contradictorio lo que sentía, seguía
enojada con Santiago, pero tenía la necesidad de verlo esa noche,
necesidad que se acentuó al ver a Manu y a Sebas abrazarse de forma
tierna.
Necesitaba tenerlo cerca para borrar el mal momento que pasé con
ese tipo aprovechado, para abrazarlo y besarlo como no lo había
hecho desde que nos enojamos. Me puse de pie sintiendo la mirada
de Sebas sobre mí.
—Me voy —anuncié acercándome a él—, he tenido un día largo
necesito descansar.
—Espera ¿Cómo que te vas, con quién? Espera a Manu solo está en el
baño, no te vayas así.
—En taxi, dile a Manu que me tuve que ir.
Pasé el agarradero de mi bolso por mi muñeca, le di un beso a Sebas
en la mejilla y me encaminé hacia la salida a paso rápido, sentí una
mano sujetando mi antebrazo, cerré los ojos al creer que Omar me
había seguido, me preparaba para ponerlo en su sitio cuando Sebas
me habló al oído pidiendo que me detuviera.
Acaté su petición disminuyendo la velocidad de mis pasos, puso una
mano en mi cintura para alentarme a caminar a su lado agradecí con
una sonrisa que se tomara la molestia de acompañarme que
correspondió de inmediato.
—No puedes irte sola —dijo apenas estuvimos afuera.
Respiré profundo el aire limpio de la noche, Sebas sostuvo mi brazo
cuando un mareo hizo que me tambaleara.
—¿Estás bien?
—Si, solo quiere irme, no te preocupes no es la primera vez que me
voy sola en un taxi.
—¿Por qué quieres irte, tan mal la estás pasando con nosotros? —
preguntó con un gesto de preocupación en el rostro—, Manuel quería
que te divirtieras y tal pareces que fracasamos.
—No, no digas eso, me siento incómoda pero no tiene nada que ver
con ustedes, estoy cansada, tengo problemas con Santi, no tengo
humor para nada de esto.
—Sandra me dijo lo de Santi por eso quisimos distraerte, no es bueno
enfocarse tanto en los problemas, no sé qué habrá pasado con mi
hermano, pero no te lo tomes tan a pecho, Santiago suele molestarse
seguido con todos, pero es por el estrés, luego se le pasa no te
preocupes, una noche encerrado y solo resuelve todo.
—¿Encerrado y solo? —cuestioné recordando lo que dijo Sandra en el
baño.
—Sí, está en su departamento seguramente escribiendo o algo así, se
aísla cuando ni él mismo se soporta, seguro mañana te busca y
arreglan lo que sea que ocurrió —respondió con voz suave.
No quise explicarle lo que había pasado, preferí quedarme callada
esperando calmarme un poco, porque continuaba alterada por todo lo
que había pasado dentro del club, moví las manos para detener al
taxi que se acercaba.
—Valen yo te llevo, no te vayas en un taxi sola por favor, estás
alcoholizada —sostenía mi mano con firmeza.
—No lo estoy, apenas fueron pocos tragos.
—Deja que yo te lleve por favor
Negué zafando mi mano, el taxi seguía ahí como esperando por algún
pasajero, Sebastián al darse cuenta que me alejaba me detuvo
sujetando uno de mis hombros.
—Sebas no voy a mi departamento —grité ya fastidiada.
—Te llevo donde quieras entonces.
Respiré profundo adoptando una actitud de fastidio y derrota, él pasó
uno de sus brazos sobre mis hombros al mismo tiempo que
caminábamos al sitio donde tenía estacionada su camioneta. Le
escribió un mensaje a Manuel después de subir, para luego poner en
marcha el motor.
Todo el camino estuvo lleno de tantas dudas que enfocarme en lo que
decía Sebas me resultó imposible, se me hacía demasiado difícil
enfrentarme a la ambigüedad de mis sentimientos, me odiaba por
buscarlo a la vez que me alentaba sola para poder hacerlo, Sebastián
conducía rápido y sin poder quedarse callado, muerta de los nervios
me limité a sonreír deseando que el tráfico nos permitiera seguir
avanzando así de rápido.
La indecisión se hizo más fuerte cuando visualicé el edificio, jugué
con mis manos en un acto reflejo de la ansiedad que me estaba
dominando, entramos al estacionamiento en un silencio tenso que no
quería romper, Sebastián me miró con detenimiento después de
apagar el motor del auto, me quité el cinturón sintiendo un ligero
temblor en los dedos.
—¿Segura quieres quedarte aquí? Luces como si estuvieras a punto de
ser sacrificada en algún ritual extraño...Al menos te hice reír —dijo al
escuchar mi carcajada nerviosa—, Valen.
—No estoy segura de nada, no sé porque quiero estar aquí, sigo
enojada con el estúpido de tu hermano, pero también quiero verlo y
no sé qué es más fuerte, si mi necesidad de abrazarlo o mi deseo de
mandarlo al diablo por mentiroso.
Giré el rostro para verlo al escuchar su risa escandalosa, fruncí el
ceño pues no encontraba lo divertido de mi situación, puso una mano
sobre mi hombro de forma cariñosa para atraerme de forma suave a
su pecho y abrazarme.
—Ay Valentina —dijo riendo—, el amor el amor, estás siendo víctima
del amor, baja y habla con el estúpido de mi hermano seguro le dará
mucho gusto verte.
Me despedí y bajé de la camioneta tomando valor en cada paso que
daba para adentrarme al edificio, aproveché los espejos en el
elevador para arreglarme un poco, porque a pesar de mis dudas y lo
difícil que era para mí lo que estaba haciendo, tenía claro que debía
verme bien, busqué el sobre de pastillas de menta que guardaba en
mi bolso y metí dos a mi boca antes de llegar a su puerta, debía
disimular mi aliento alcohólico y tratar de despejar mi mente.
Toqué el timbre unas tres veces sin obtener respuesta, me recosté
sobre la puerta sintiendo que había sido un error llegar a buscarlo,
me disponía a erguir mi cuerpo cuando la puerta se abrió haciendo
que me tambaleara.
—¡Valentina!
Escuchar su voz secó mi garganta, me sostuvo entre sus brazos
evitando que cayera al piso de forma brusca.
—Estoy bien, estoy bien —dije intentando que me soltara.
—¿En qué llegaste hasta aquí? ¿Quién te trajo a esta hora? —sin
esperar a que respondiera tomó mi brazo para hacerme entrar a su
departamento — Hueles a humo de cigarro y alcohol ¿Dónde estabas?
No podía hablar cuando me miraba así, de pies a cabeza de forma
directa y amenazadora, caminé buscando sentarme con rapidez
sabiendo que él me seguía y esperaba una respuesta de mi parte.
—Mírame —ordenó.
Le obedecí de inmediato, encontrándome con sus ojos tras esos lentes
de montura negra, bajé la vista a su pecho desnudo deteniéndome en
el límite de su piel y el pantalón de pijama azul que llevaba puesto.
—¡Valentina!
—¿Qué? ¡Te estoy viendo! me lo pediste.
La risa que salió de su boca rompió la tensión del momento, se
inclinó frente a mí apoyando sus manos en mis rodillas, intenté bajar
mi falda que se había recogido, provocando otra sonrisa.
—¿No puedo ver tus piernas? —preguntó con un tono juguetón
—Ni siquiera mis ojos, no lo mereces.
—¿Quién te trajo aquí a esta hora, ¿cómo supiste dónde encontrarme?
—Sebas —respondí enfrentando su mirada directa—, no me preguntes
dónde estaba porque no es tu asunto, no vine... no sé a qué vine lo
que sí sé es que no debiste hacer lo que hiciste, es una
—Te he pedido disculpas muchas veces —me interrumpió—, te
expliqué el porqué de la omisión, porque eso fue, omití algo, no
mentí.
—Dijiste mi amiga.
—Bueno ahora lo es.
—Sabes Santiago estoy harta de esto, tú te crees el listo, el que
siempre se sale con la suya, sé lo que haces me manipulas con tus
jueguitos mentales, sabes cómo llegar a mí con facilidad, pero...
—¿Valen tomaste?
—Te mirabas tan cómodo con ella tan cerca, tu cara cuando te
abrazaba hasta parecías estar contento.
—No, no, solo estaba siendo amable.
—Yo no soy amable así con nadie, me siento incómoda cuando algún
tipo intenta coquetearme, yo
—Cálmate por favor —su voz se suavizó al igual que su mirada, sus
manos seguían sobre mí robándose la atención de mis ojos, me sentí
indefensa ante él y sus encantos, no era necesario que dijera algo, le
bastaba con verme de esa forma y tocarme a como lo estaba haciendo
para adormecer mi sentido común —aclaremos lo que pasó, ¿Lo que
acabas de decirme fue lo que te molestó realmente?, lo de verme
cómodo —explicó cuando fruncí el ceño.
Puse mis manos sobre las suyas y negué ante su pregunta, no quería
hablar, estaba demasiado confundida para decir algo que sonase
coherente, dentro de toda la neblina que rodeaba mi mente lo único
que tenía claro era mis deseos de sentirlo cerca, sujeté su cuello y
con cuidado acerqué mis labios a los suyos, de primer momento no
respondió el beso que le ofrecía, tuvieron que pasar unos segundos
para que su boca comenzara a moverse sobre la mía.
Irguió su cuerpo llevándome con él hacia arriba, al instante que sus
brazos rodearon mi cuerpo pegándolo contra al suyo, entendí que no
había retorno, que yo necesitaba de ese contacto, del calor que me
proporcionaba su piel cerca de la mía, quería que se grabara lo que
sentía cuando me estrechaba entre sus brazos.
Envalentonada por el alcohol tomé la iniciativa de acariciarlo, pasaba
las manos por su espalda apretándolo aún más contra mí, la chispa
entre los dos se encendía con la misma facilidad de siempre, el
simple roce de su cuerpo me generaba tantas sensaciones en el
cuerpo entero que no podía identificarlas, avancé hasta el sillón sin
dejar de besarlo, no le di tiempo de reaccionar, de decir algo, me
senté a horcajadas sobre él dominada por un deseo que parecía ser
más fuerte que mi voluntad, le quité los lentes y los puse sobre una
mesa para volverlo a besar como se me antojaba hacerlo.
—Valen espera, las cosas no...
Busqué sus labios interrumpiéndolo, embriagándome del placer que
me provocaba sentir su lengua en mi boca y sus manos en mi cintura,
la falda que se había recogido por el movimiento comenzaba a
estorbarme, percibí su respiración acelerada cuando bajé mis labios
por su cuello, con agilidad levanté la falda hasta que se quedó
enredada en mi cintura. Aquel sutil movimiento lo calentó al
instante, sus manos se movieron con rudeza a mi rostro, sujetó mis
mejillas, pero en lugar de besarme los labios fueron directo a mi
cuello, cerré los ojos al sentir su lengua deslizarse erizando mi piel a
su paso, marcándome con sus suaves mordiscos.
—No, no, espera —dijo cuando me quité la camisa— Valentina las
cosas no se arreglan con sexo, no debiste leer el libro tóxico que te
recomendó Sandra. Sonreí sobre sus labios mordiendo su boca
despacio a la misma vez que moví las caderas para incitarlo—.
Malvada —dijo con aquel tonito que usaba cuando leía para mí.
De un momento a otro el sostén estaba en el suelo, estrujó mis senos
con manos cálidas provocando que un par de gemidos escaparan de
mis labios, llevó uno de mis pezones a su boca haciendo que una
tensión placentera se concentrara en mi vientre, me miró a los ojos
antes de morderme suavemente, lo conocía, sabía que iba a decir algo
que me descontrolara aún más por ello no le di tiempo de hablar,
comencé a moverme de forma más constante, encontrando el ritmo
en el que se mostraba más receptivo.
—No, lo hacemos a mi modo —dije cuando intentó levantarme para
quitarme la ropa interior—, Tócame —pedí cuando sentí sus dedos
rozarme por encima del encaje.
Verlo así de manejable aumentó la satisfacción que me producía su
tacto, sus dedos bañados en humedad entraban y salían a un ritmo
lento que me hacía suplicar por más. Sonrió sobre mis labios al
verme así, el maldito estaba llevando el control haciéndome creer
que lo tenía yo.
Estaba a punto de protestar cuando corrió mi ropa interior, sentí una
presión punzante en mi entrepierna que me paralizó solo un instante,
evité que guiará la forma en la que me movía sujetando sus manos,
me deslicé despacio sonriendo victoriosa al verlo así, con la cabeza
recostada en el sillón, los ojos cerrados y ese gesto de satisfacción
desmedida que había en su rostro.
***

Abrí los ojos al escuchar una alarma, estiré el brazo buscando la


manera de silenciarla rápidamente sin poder encontrar el objeto que
emitía ese ruido, me topé con mi teléfono en medio de la cama, pero
no era este lo que sonaba, me senté de forma brusca mareándome
con el movimiento, entre el aturdimiento vi el maldito reloj
despertador que marcaba las seis de la mañana sobre la mesa de
noche, respiré profundo disfrutando del silencio y fue entonces que
fui consciente donde estaba.
Sola y desnuda en la cama de Santiago, el mareo se intensificó
cuando miré a los lados buscándolo, tuve que ponerme de pie para
encontrarlo recostado sobre el escritorio, deduje que se había
quedado dormido trabajando al ver su computadora encendida y sus
lentes al lado, el ardor en el estómago fue mi primer síntoma de
resaca, el aturdimiento profundo el segundo.
No recordaba mucho de lo que pasó con Santiago, el último recuerdo
que tenía en la mente era el de él metiéndome en la tina de su baño,
su voz susurrando "eres un desastre" con enfado. Afligida por no
tener claro lo que había pasado, busqué mi ropa en el suelo, pero ni
siquiera mis zapatos estaban ahí, caminé sin hacer ruido hacia el
baño esperando encontrar mis cosas, apenas crucé la puerta reviví en
la mente el momento en que comencé a vomitar mientras Santi
intentaba ayudarme.
Me recosté sobre la pared golpeándome suavemente la cabeza una y
otra vez al recordar con más claridad los acontecimientos de la noche
anterior, después del sexo las Margaritas decidieron salir de mi
cuerpo de la misma forma en la que entraron, por mi boca. Luego de
vomitar hasta las bilis Santi me había metido en su bañera entre
regaños y preocupación.
El baño estaba limpio lo que significaba que él se había encargado de
mi desastre, avergonzada y humillada salí cerrando la puerta
despacio, cada paso que daba aumentaba la punzada de dolor en la
parte trasera de mi cabeza, desnuda y descalza no podía sentirme
más indefensa, evité hacer ruido cuando regresé a la habitación
despertarlo era mi mayor temor en ese momento, en una mesa que
tenía un par de libros encima estaba mi ropa doblada con mis zapatos
al lado.
Me puse la falda viendo por encima del hombro en dirección a Santi,
no había rastros de mi ropa interior tampoco me detuve a buscarla
demasiado, estaba ansiosa por salir de ese departamento el malestar
que sentía mi cuerpo y el aturdimiento en mi cabeza no me iban a
permitir enfrentarme con Santiago, demasiado avergonzada para
verlo a los ojos me propuse vestirme lo más rápido posible para
poder huir de los cuestionamientos y seguro sermones.
Caí sentada sobre mi trasero cuando perdí el equilibrio poniéndome
uno de mis zapatos, no hubo tiempo de quejarme encontré mi bolso
en el piso que tomé de inmediato, antes de salir verifiqué que mi
teléfono estuviera encendido, tenía llamadas perdidas de Manu y
varios mensajes de Sandra que decidí leer después, me detuve
cuando pasé cerca de su escritorio, me sentía mal por dejarlo así en
lugar de despertarlo para que se acostara en la cama y descansara de
verdad, pero no tuve otra opción que irme a como lo hice, huyendo de
una confrontación.
Después de cerrar con sumo cuidado, tomé mi teléfono y pedí un taxi
que no tardó en llegar, a medida que los recuerdos comenzaron a
llegar con más orden mis lamentaciones internas aumentaron, me
jodía admitirlo, pero era cierta, Sandra y sus dramas le habían
quedado corto a todo lo que yo había hecho en una sola noche.
—Soy un desastre —renegué de mí en voz alta, el conductor sonrió
asintiendo, haciendo que me sintiera peor, ni siquiera me conocía y
se percató del caos en el que estaba convertida.
Me di cuenta que no tenía efectivo al abrir mi billetera, pensé que
nada podía salirme peor cuando mi mamá me marcó, faltaba un
cuarto de hora para la siete de la mañana, nada bueno podía traer
una llamada a esa hora.
—Le voy a dejar mi número para que me llame cuando esté de nuevo
cerca por aquí, prometo responder y pagarle, de verdad lo siento
mucho no me di cuenta que no
—Baje tranquila —me interrumpió con un tono amable—,
seguramente habrá otra oportunidad para saldar esta cuenta.
—Lo siento mucho de verdad, le daría mi tarjeta, pero no tengo una
conmigo, guardé mi teléfono.
Le dicte el número haciendo un gran esfuerzo por recordarlo, me
disculpé una vez más antes de bajar y entrar a mi edificio, necesitaba
cepillarme los dientes, darme un baño y dormir hasta que todo el
desastre que hice se le olvidara a Santiago.
Entré a mi departamento teniendo cuidado de no pisar a Polly que
maullaba pasándose entre mis piernas, le di unos minutos de mimos
después de asegurarme de que tuviera comida y agua en sus tazas, la
dejé comiendo y fui directo al baño, me cepillé los dientes mientras
leía los mensajes de Sandy, quería saber porque me había ido sin
avisarle a nadie, cerré la conversación y bloqueé la pantalla, me quité
la ropa y sin pensarlo mucho me metí a la ducha.
Me imaginaba la reacción de Santiago al abrir los ojos y no verme,
me cuestioné una y otra vez la decisión de haber ido a buscarlo,
deseé que Sebastián hubiese intentando convencerme que aquella no
era buena idea, ya que mi sentido común estaba adormecido por el
tequila de las Margaritas. Se me revolvió el estómago de un momento
a otro, la resaca me iba a durar todo el día y no tenía energías para
lidiar con tantos malestares.
Me senté en la cama enrollada en mi toalla, estaba dispuesta a
escribirle un mensaje a Santiago inventando alguna excusa para mi
escapada, pero no podía pensar en ninguna que fuese creíble,
escribía un par de cosas y luego las borraba una y otra vez. En ese
momento mi teléfono sonó entre mis manos y sin querer hacerlo
respondí.
—Valentina ¿Dónde estás? —cerré los ojos y golpeé con la palma de
la mano mi frente al oír la voz de mi mamá— Te llamé desde muy
temprano porque me imaginé que estabas dormida y lo habías
olvidado.
—¿Olvidar qué? —cuestioné con fastidio.
—Me haces el favor de no hablarme así, sé que eres gruñona en
las mañanas pero
—Lo siento mamá —corte su sermón—, recuérdame lo que sea que
olvidé porque te juro que mi cabeza no está en su sitio en este
momento.
—El almuerzo con tus tías, estoy preparando todo sola aquí en
casa, ni tú ni Vannesa fueron capaces de venir y ayudarme.
La escuché quejarse de nuestra ingratitud para con ella, dijo que
ambas conocíamos lo mucho que le importaba quedar bien con sus
hermanas y no estábamos ahí para apoyarlas, usé la excusa de mis
problemas de transporte para no ir de inmediato, le colgué después
de prometerle que estaría ahí cuando consiguiera en que llegar hasta
su casa, me acurruque en la cama para dormir un par de horas que
no resultaron ser las suficientes, desperté de peor humor y con el
dolor de cabeza más fuerte.
Mi mamá y sus hermanas tenían una relación complicada, todas eran
competitivas y tercas, la mayoría de sus conversaciones trataban de
lo mismo, cada uno presumiendo sus logros como madres,
profesionales y personales. Era una constante la comparación entre
primos, la charla sobre el aumento salarial, y por supuesto hablar del
peso que habían perdido o lo bien que se seguían conservando.
Quería evitarle un disgusto a Valeria poniendo más atención en mi
imagen, busqué un vestido porque mi mamá amaba verme con ellos
puestos, escogí incluso el tono que ella decía que me quedaba bien,
busqué la cadena con mi inicial que me regaló en navidad y nunca
usaba para después maquillarme y peinar mi pelo suelto.
Le envié un mensaje a papá pidiéndole que me llevara hasta allá,
mamá vivía a una hora de la ciudad, pero sabía que él no me iba a
decir que no, esperé casi por veinte minutos mientras revisaba mi
teléfono, me parecía demasiado extraño que Santiago no hubiera
llamado ni escrito, era imposible que continuara dormido, no quería
hablar con él, pero no entendía su silencio.
—¿Qué traes puesto?
Rodé los ojos al escuchar a papá, no me había dicho hola cuando ya
comenzaba a cuestionar mi forma de vestir.
—Se llama vestido papá.
—Lo sé Valen pero que es eso que traes en el pecho.
—Un lazo que sirve para ceñir el escoté, lo deshago y se suelta
dejándome con todo a la vista así que no lo critiques.
Entrecerró los ojos al escucharme, mi tono de voz lleno de fastidio no
le había caído nada en gracia, lo conocía bien habían dos cosas que
molestaban a papá, que respondiera cuando me llamaba la atención y
que no lo hiciera también, besé su mejilla y subí al auto, no podía
hacer nada para intentar cambiar su forma de pensar, siempre fue
celoso y sobreprotector, por ello tuvo siempre tantos problemas con
mamá, crecer viéndolos discutir por las mismas cosas me sirvió para
entender que no quería a un hombre con esas características en mi
vida.
Durante el trayecto comenzó a preguntar detalles de mi vida
académica, mencionaba tanto mi graduación que me abrumó hasta el
punto que tuve que cambiar el tema para no sufrir una crisis
nerviosa, le pedía consejos sobre autos porque pensaba comprar uno
en un par de meses, le hacía más preguntas alargando el tema para
no llegar a otra charla incómoda, la que involucraba a Santiago.
—¿Estás segura que quieres entrar ahí? —apuntó la casa de mamá
poniendo cara de susto.
—No tengo opción, ya sabes lo que son esos almuerzos con mis tías.
—Por eso mismo no deberías entrar, solo imaginar ese montón de
víboras juntas me produce escalofríos.
Lo abracé en medio de una risa y besé sus mejillas una y otra vez
antes de bajar.
—¿No quieres venir conmigo? —arrancó el auto a toda velocidad
provocando que riera mucho más.
El dolor de cabeza seguía ahí, pero me obligué a sonreír al abrir la
puerta, lo primero que vi fue a mamá con una bandeja en las manos y
tan arreglada que parecía que estaba lista para salir a comer a algún
restaurante.
—Chica lista —susurró a mi oído cuando la saludé—, estás muy
bonita.
—¿Puedo saludar a mis tías y dormir después? estoy muerta.
—Lleva esto y no olvides sonreír, no me dejarás sola Valentina, tu
hermana vendrá más tarde.
—Mamá sabes que soy torpe seguro se me cae esto —me oponía a
sostener la bandeja, pero su mirada insistente me hizo ceder— ¿Por
qué Vannesa vendrá tarde?
—Tu hermana está muy ocupada con su fiesta de compromiso, es
mucho para ella todo lo que tiene que hacer.
—¡Es solo una estúpida fiesta de compromiso! si no puede con eso no
podrá con la boda.
—Para eso tendrá personas calificadas haciéndose cargo de todo —
respondió al instante, me dio un leve empujón para que avanzara
hacia el patio donde mis tías conversaban bajo la sombra de la
pérgola.
—Se casará dentro de un año, lleva meses organizando la fiesta de
compromiso —continúe soltando un poco de veneno.
—Valentina ya basta, mejor sonríe que tus tías nos están viendo.
Me sabía de memoria las charlas con mis tías, cuando las saludé
comentaron lo mucho que me parecía a Valeria cuando era joven, la
más venenosa, mi tía Casandra dijo en susurros que esperaba que
fuera más lista que ella y no terminara casada con un cretino,
tomaron los bocadillos que les ofrecí para luego darle consejos de
cocina a mi madre. Aquello era karma puro, mis tías la fastidiaban de
la misma forma que ella lo hacía conmigo, a pesar de la resaca me
senté con ellas ofreciéndole mi mejor sonrisa, disfrutando de esa
guerra fría que mantenían entre las cuatro.
La boda de mi hermana fue el siguiente tema, el entusiasmo que
mostraban todas hablando de sus atuendos, regalos y opciones para
el evento me produjo sueño, tomaba limonada helada desconectada
de sus murmullos fastidiosas, hasta que escuché la palabra a la que
ya le estaba temiendo: graduación, les ofrecí algo más de tomar solo
para ponerme de pie y alejarme de ellas, estaba harta de dar
explicaciones del porqué de mi tardanza en la universidad.
Miré mi teléfono en busca de algún mensaje de Santiago, sin
encontrar nada, lo dejé cargando antes de volver con otra jarra de
limonada y preparada para seguir escuchando sus quejas. No
entendía porque mi mamá insistía tanto en que asistiera a esas
comidas, no hablaba nunca y mis tías sólo parecían notarme cuando
de ponerme como mal ejemplo se trataba.
—Me quiero ir —susurré después de sentarme al lado de mi madre.
—Al menos espera que comamos, no puedes irte así eres una de las
anfitrionas.
—¿Te das cuenta que eres la única que nos haces pasar por esto? Mis
primos nunca deben soportar estas cosas.
—Baja la voz —me torció los ojos silenciándome al instante.
—¿Valen ya sabes que vas a usar en la fiesta de Vanne?
—Sí —respondió Valeria por mi—, escogimos el vestido juntas, le
quedó hermoso el que eligió.
—Tal vez sea el de la suerte y encuentra un novio al fin.
Sabía que mi mamá no iba a poder callárselo, incluso estaba casi
segura que estaba esperando el momento justo para decirlo.
—Mi Valen ya tiene un novio —sonrió radiante.
Mi mamá no desaprovechó la oportunidad para hablar de Santiago y
lo encantador que había sido cuando lo conoció, cuando al fin se
quedó callada se acercó para decirme que debía llevarlo a la fiesta de
compromiso de Vanne, decía que moría por ver las caras de mis tías
cuando lo conocieran.
La ayudé a poner la mesa y con la excusa de mi dolor de cabeza me
escabullí a su habitación, aunque insistió en que comiera con ellas no
cedí como lo hacía siempre, al estar sola tirada en su cama, me
recrimine lo manipulable que era cuando de mamá se trataba, me
arrepentí de haber llegado y no haber mostrado más carácter y
simplemente decir no, nunca aprendí de mi hermana que no dejaba
que Valeria le dijera que debía hacer y que no.
Los malestares a causa de mi noche descontrolada persistían en mi
cuerpo, cerré los ojos sin imaginar que mi plan de una pequeña siesta
iba a cambiar, cuando desperté noté como la tarde estaba cayendo,
no estaba segura de cuánto había dormido, pero debió haber sido
mucho tiempo, el aturdimiento en mi mente me lo decía.
Escuché la voz de mi mamá y me tiré a la cama de nuevo fingiendo
dormir, quería más minutos a solas y en silencio sin tener que lidiar
con ella.
—Valentina ¿Sigues dormida?
—¿Mmmm? —gemí moviéndome perezosa.
—Despierta, te tengo una sorpresa afuera —dijo sonriente.
Me senté de golpe en la cama intuyendo de que trataba su sorpresa,
pasé las manos por mi cara apartando mi pelo que se había
despeinado.
—¿Qué hace Santiago aquí?
—¿Por qué nunca me dejes sorprenderte? —se quejó levantándose de
la cama donde se había sentado minutos antes—, arréglate un poco te
está esperando afuera.
—¿Qué hace aquí? —repetí mientras me ponía de pie rápidamente.
—Te marcó y yo respondí, le dije que estabas dormida y lo invité a
venir, llegó hace poco te perdiste las caras de tus tías.
Dejé de escuchar su parloteo cuando los nervios me golpearon de
forma repentina, entré al baño donde me peiné con los dedos, me
puse un poco de polvo en el rostro y salí tropezando con mamá que
me seguía.
Me empujaba hacia la puerta casi obligándome a salir del cuarto, el
nudo en el estómago se tensaba a medida que me acercaba hasta el
sitio donde estaba, escuché su voz y su risa justo cuando llegamos a
la sala de estar donde el pobre estaba rodeado de mis tías. Pude ver
alivio en sus ojos cuando me miró casi frente a él.
Ante la mirada curiosa de esas cuatro mujeres entrometidas, nos
saludamos con un beso corto en los labios que se sintió extraño, tomé
su mano y me disculpé con todas antes de llevarlo a otro sitio para
poder hablar tranquilos.
Recorrimos en silencio la casa hasta llegar al jardín trasero, quería
alejarlo lo más posible de mi madre y sus hermanas fastidiosas, tenía
las manos frías y el pulso acelerado, no sabía que decirle y temía lo
que él tenía que decir. Nos sentamos en el columpio donde mi mamá
solía salir a fumar, en su espacio casi sagrado de relajación.
—¿Quieres algo de tomar o
—Quiero hablar contigo —interrumpió mis titubeos—, por eso estoy
aquí.
Escuchar esa frase lanzó una alerta a mi cerebro, asumí que iba a
terminar conmigo por el breve desliz de la noche anterior.
—Disculpa a mi mamá supongo que te viste obligado a venir hasta
aquí, en serio lo lamento, no debió responder mi teléfono.
—De hecho, acepté venir con gusto, quería hablar contigo de una vez.
Respiré profundo comenzándome a sentir mal de forma anticipada,
aún seguía enojada pero la vergüenza era más fuerte, lo miré a los
ojos en un silencio tenso que me hacía pensar que estaba enojado.
—Lo que pasó ayer Valen, no es
—Lo siento en serio, nunca tomó tanto y de verdad lamento haber
vomitado en tu baño y que me hayas visto en ese estado, si lo sé soy
un desastre tienes algo de razón cada vez que dices eso, pero
—Tranquila —dijo sonriendo, sostuvo mi mano derecha entre las
suyas apretándome cálidamente— Y no vomitaste en mi baño,
vomitaste sobre mí.
—Mierda —susurré en voz baja y con la vista hacia el piso—, nunca
antes había vomitado después de tomar unos cuantos tragos.
—Dice Sebas que no fueron unos cuantos.
—Lo lamento de verdad.
—Olvídalo, la próxima vez que llegues a mi departamento te ofreceré
una bolsa de papel antes de que cruces la puerta.
—No te burles, me siento mal por lo que pasó —dije con honestidad—,
no sé qué fui a hacer a tu departamento debí ir a mi casa y no hacer
el desastre que hice.
—El día que dejes de hacer desastre perderás tu encanto, supongo
que después de que me vomitaste encima nuestra relación pasó a
otro nivel.
Cubrí mi rostro con ambas manos deseando retroceder el tiempo y
evitar hacer todo lo de la noche anterior.
—Yo también me he emborrachado un par de veces, es normal
vomitar de vez en cuando, estaba muy enojado, quería darte mil
sermones de esos que odias, pero se me pasó rápido al recordar las
cosas que me decías cuando te metí a la tina.
—Guárdatelas para ti por favor o mejor olvídalas, no sé qué fui capaz
de decir.
—Valentina, mírame —pidió en voz baja—, quiero que hablemos de lo
que pasó con Esther, quiero que me digas que fue lo que te molestó
tanto para irte así y discutir tanto.
—Te lo dije ayer —admití luego de un suspiro—, odié que me
mintieras y lo cómodo que te mirabas con ella tan cerca.
—Lo lamento. Lamento no haberte dicho en la primera oportunidad el
tipo de relación que tuve con ella, en cuanto a lo de la comodidad que
viste, fue solo cordialidad con alguien con quien terminé en muy
buenos términos.
Me quedé callada analizando cada gesto en su rostro y su mirada.
—De verdad no quise hacerte sentir mal. No tenía idea que algo así te
podría molestar, ahora que ya conozco tu lado celoso posesivo trataré
de
—¿Celosa posesiva? —corté su frase con un tono de fingida
indignación.
—¿Quieres ver como dejaste mi cuello ayer? Solo te faltó escribir tu
nombre en mis brazos o mi frente, le diste un nuevo significado a
marcar territorio ayer.
Estaba bromeando, lo entendí a ver esa chispa divertida en sus ojos,
comenzó a reír a carcajadas al notar mi cara molesta, me abrazó de
repente sin dejar de reír, vibrando por los movimientos de su cuerpo
a causa de la carcajada, todo malestar desapareció de mi cuerpo al
sentirlo cerca de nuevo, cerré los ojos suspirando disfrutando de todo
lo que producía con su contacto.
—No sé qué me pasó ayer —susurré sin soltarlo—, siento mucho que
hayas tenido que limpiar todo lo que hice.
—Supongo que son las consecuencias de involucrarme con una
veinteañera lujuriosa.
Lo empujé riendo a pesar de lo fatal que me sentía por haberlo
vomitado encima.
—Tampoco recuerdo que hice para que me llames veinteañera
lujuriosa, no soy yo cuando hay tequila recorriendo mi torrente
sanguíneo.
—Cuando estás borracha eres toda una dominatrix, estaba esperando
que sacaras los látigos en cualquier momento.
—Ya cállate —pedí cubriendo sus labios, apartó mis manos y se acercó
para besarme despacio.
—Quiero mostrarte algo que forma parte de mis disculpas —susurró
sobre mis labios, separó su rostro del mío para sacar su teléfono,
buscó algo en él y luego me mostró la pantalla —. Es el correo que
envié ayer en la madrugada, el manuscrito ya está en manos del
editor.
Me lancé a sus labios sin importarme el sitio donde estábamos, lo
besé con una efusividad que lo hizo reír y abrazarme más.
—Gracias por esto, yo te... te lo agradezco mucho —lo volví a besar
para cerrar mi boca que estaba hablando de más.
—Vas a agradecer más cuando mires lo que nos compre, creo que es
hora de irnos de aquí —se separó un poco de mí para sacar algo de su
bolsillo derecho.
—Eres un asqueroso —solté riendo al ver los Halls negros que me
mostraba.
—Seamos asquerosos juntos— dijo ayudándome a levantarme del
columpio— ¿Es necesario que nos despidamos de tus tías?
—No, vámonos de una vez.
Entramos a la casa sin hacer ruido, las voces se escuchaban en el
comedor por lo que evitamos pasar por ahí, miré mi bolso y mi
teléfono sobre la mesa que estaba en el recibidor y los tomé a prisa.
—Creo que de tu mamá si debemos despedirnos.
—Olvídalo, le escribiré un mensaje —respondí avanzando a paso
rápido.
Abrí la puerta con cuidado dejando que él saliera primero, la sonrisa
permanecía en mis labios mientras caminábamos a paso rápido hasta
su auto.
—Creo que nuestros planes de irnos a escondidas fracasaron —dijo
Santi señalando el auto que se estaciono justo tras el suyo, dejándolo
atrapado.
—¡Mierda! tenía que ser Vannesa, llega tarde y se estaciona donde se
le da la gana, no tardó le pediré que lo mueva.
—¡Valentina espera! —pidió sujetando mi mano con fuerza.
w w

—Espera un segundo —repitió con un tono de voz extraño.


—¿Qué voy a esperar? Quiero irme de una vez.
—¡Valen! —gritó cuando subí el primer escalón que me llevaba a la
entrada principal.
Me detuve al ver a Eduardo, el novio de mi hermana, abriendo la
puerta, sonrió acercándose para saludarme con un abrazo.
—Estaba a punto de entrar, necesito que Vanne mueva su auto, lo
dejó justo ahí —apunté, miré a Santi cuando volteé que nos observaba
fijamente con las manos escondidas en los bolsillos.
—¿Por qué te vas tan pronto? Nosotros apenas estamos llegando.
—Tengo todo el día aquí, mi madre ya me cansó... ¿Puedes mover tú
el auto?
—Claro —respondió amable.
Se adelantó encaminándose hacia el auto, estiró la mano cuando
estuvo frente a Santi quién aceptó el gesto de inmediato, se
saludaron de manera cordial antes de que me acercara a ambos, en
cuanto Eduardo despejó el camino, Santiago encendió el auto para
luego hacerme un gesto para que subiera rápido.
—¿Cuál es la prisa? —pregunté mientras me ponía el cinturón, Santi
suspiró a la vez que aceleraba el auto, miraba hacia atrás por el
espejo retrovisor, parecía distraído —¿Santiago?
—Sí, dime.
—¿Por qué estás conduciendo rápido?
—No me había dado cuenta que íbamos rápido, me distraes
demasiado —agregó con ese tonito que formaba parte de sus
encantos.
Negué sonriendo, sin creerle del todo lo que decía mientras le
escribía un mensaje a mi mamá despidiéndome, redujo la velocidad y
suspiró de nuevo fijando su vista en mí. Aquella mirada que no duró
más de un par de segundos me dejó una sensación extraña en la piel,
un acongojamiento que no entendía de donde provenía, pero que
hasta me causó escalofríos, desvié la vista hacia el camino
esforzándome por ignorar mi intuición, que parecía gritarme algo
que me negaba a escuchar.
—¿Te pasa algo? —Preguntó mientras giraba despacio en una curva.
—Conduce con extremo cuidado, siento algo extraño en el pecho, no
sé cómo explicarlo— respondí nerviosa—, no me mires de esa forma
¿No crees en los presentimientos?
—Nunca he tenido uno.
—Yo sí, muy frecuentemente y casi siempre acierto, de repente tengo
miedo que pasé algo malo, o más bien siento que puede pasar algo
malo.
—Nunca he tenido un accidente, seré muy precavido no te preocupes
—dijo con la vista en el camino.
Recorrimos unos cuantos kilómetros en silencio y una velocidad
controlada, de repente Santiago salió de la carretera y detuvo el auto,
se quitó el cinturón ante mi mirada curiosa, para luego abrir el mío y
abrazarme sin previo aviso.
Contuve la respiración al sentir como mi corazón latía con celeridad,
esos abrazos espontáneos y llenos de aquella energía que me
enmudecía y que en el fondo quería que se mantuviera
permanentemente entre ambos.
—Todo va a estar bien —susurró a mi oído, con una preocupación
perceptible en su voz, me apretó mucho más a su pecho
permitiéndome escuchar los latidos acelerados de su corazón.
—Seguramente solo estoy exagerando.
El sonido de su teléfono cortó ese momento tan especial para mí, me
soltó poco a poco para tomar la llamada que entraba, sentía la calidez
del abrazo aun cuando ya no estábamos cerca, respiré profundo
tratando de calmarme y evitar los pensamientos negativos que me
rondaban, me dediqué a mirarlo mientras hablaba con su hermana, él
se disculpaba pidiéndole que no siguiera llorando, supuse que estaba
en medio de otro drama del cual no podía hacer nada para salvarlo.
—¿Qué le pasó? —hice la pregunta en cuanto puso el auto en marcha,
no respondió al instante, todavía parecía estar sobresaltado—
¿Estaba llorando?
—Olvidé por completo que era sábado... Ya sabes lo de los maratones
de sus series, o ver alguna película juntos.
—Siente que la estás dejando a un lado, ve con ella por favor.
—No, ya le expliqué que ni siquiera estoy en la ciudad que lo dejamos
para otro día.
Pensé en Sandy seguramente triste de verdad, sus hermanos eran
demasiado importantes para ella, se percibía hasta en la forma que
los miraba, con Santi parecía ser más exigente de su atención, por
ello supuse que su llanto por esa ocasión no se trataba de sus dramas
chantajistas.
—En serio ve con ella, ya no comparten tanto tiempo juntos me va a
terminar odiando.
—No creo que eso ocurra, le caes muy bien, aunque demuestre lo
contrario —dijo sonriente—, podemos hacer algo los tres juntos,
mañana tengo una competencia a tres horas de la ciudad, lo más
seguro es que regrese tarde y demasiado cansado, no podré verte.
—Así que competencia y propuesta indecorosa un día antes...
Interesante, seguro Jorge me va a culpar si pierdes mañana.
—Un par de besos no me van a dejar sin energía para la competencia
—respondió riendo.
El viaje fue más agradable, me convenció con facilidad de
acompañarlo en su noche especial con Sandra, aunque no estuviera
del todo segura si era buena idea. Antes de dirigirnos a su casa
pasamos por un supermercado comprando golosinas y snacks, hizo
una última parada en una esquina donde vendían flores, para
comprar un ramo de Tulipanes para su hermana.
Constanza salió a recibirnos apenas entramos a la casa, estar en ese
sitio seguía siendo igual de incómodo, no quería toparme con Saúl y
no sabía cómo iba a reaccionar Sandra cuando me viera de la mano
de su hermano.
—¿Quieres tomar algo? ¿Ya comiste? ¿Que se te antoja?
Sonreí abrumada ante las atenciones de Constanza, ladeé el rostro
buscando a Santi que había subido para darle las flores a Sandra.
—Solo quiero que te sientas en casa —dijo la sonriente mujer al ver
mi cara de confusión—, se lo que pasó la última vez que estuviste
aquí, Santi me pidió que fuéramos amable contigo.
Le acepté un jugo de naranja que me tomé mientras esperaba por mi
novio, el saber que Saúl no estaba en casa me hizo sentir más
tranquila, aunque aún temía por Sandra y lo que diría al verme. Me
puse de pie cuando escuché la voz de Santi, Sandra que venía a su
lado sonrió al verme, la saludé y me percaté de que había estado
llorando.
—¿Te gusta Friends? —preguntó Sandy.
—Me encanta —mentí, en realidad solo había visto un par de
episodios, Santiago comenzó a reír sin que ella se diera cuenta, se
había dado cuenta que estaba mintiendo, señal que estaba
conociéndome mejor.
Los tres juntos nos dirigimos a una sala a la que no había ido antes,
una enorme pantalla colgaba de una pared, frente a unos sillones
grandes y confortables en los que estaba segura iba a terminar
dormida. Constanza y la otra chica que siempre estaba con ella,
Nadia, se encargaron de servir las cosas que habíamos comprado,
Sandy se mostraba tan sonriente que era contagioso su estado, se
acomodó al lado de su hermano, apoyando la cabeza en su hombro en
un acto tierno.
Me estaba quedando dormida cuando sentí la mano de Santi
arrastrándose por una de mis piernas, evité verlo fingiendo que le
prestaba atención al diálogo de Rachel y Ross, cuando en realidad
estaba pendiente de su tacto cálido, me sobresalté al percibir que
avanzaba hacia la cara interna de mis muslos, aunque teníamos a su
hermana al lado, lo creía capaz de seguir avanzando estaba a punto
de detenerlo cuando su mano se detuvo sobre la mía, buscó la forma
en la que las entrelazáramos sin despegar la vista de la pantalla.
Asumí que había confundido la naturaleza de su toque, disfruté del
contacto suave de su mano sobre la mía, dándome cuenta que la
celeridad de mis latidos se hacía presente cada vez que me
sorprendía sus caricias tiernas.
Me sumí en un silencio necesario para analizar todo lo que estaba
ocurriendo, mi relación con Santiago se basaba en una atracción
sexual que no había experimentado antes con alguien, aunque
reconocí que habíamos creado un vínculo más profundo, sentía
necesitar de más, quería confirmar que ambos estábamos
experimentando las mismas emociones, desechar las dudas que se
tejían en mi mente.
A pesar de nunca haber vivido algo similar, podía asegurar que
estaba enamorada, por ello el temor de no ser correspondida me
hacía desear escuchar a Santiago hablarme de lo que sentía, como
nunca lo había hecho.
Santi giró el rostro atrapándome con los ojos fijos en él, sostuvo su
mirada profunda en la mía por largos segundos, antes de levantar el
brazo y arroparme con él. Escondí el rostro en su pecho porque temía
que fuese capaz de darse cuenta de lo mucho que lo quería, y todo lo
que deseaba que él sintiera lo mismo por mí.
—Quédate aquí por favor —susurró a mi oído, sentí caer a un
precipicio con esa simple frase, quise responder: siempre, pero en
lugar de eso levanté un poco la cara para verlo a los ojos
confundida—, a dormir aquí hoy —explicó—, mañana tengo que salir a
las cuatro de la mañana, no puedo dormir en tu departamento, te
puedes quedar dormida todo lo que quieras, prometo no hacer ruido
cuando me vaya, le diré a Constanza que te haga sentir cómoda, y
luego Raúl puede llevarte cuando despiertes.
—No creo que sea buena idea, de repente no despierto y Constanza va
a creer que morí o algo así, recuerda que los domingos no puedo
despertar temprano... Y Polly, no puedo dejarla sola.
—Hablen más bajo por favor —pidió Sandy con fastidio.
—Está bien —me respondió a mí, ignorando a su hermana.
Sacó su teléfono del bolsillo de sus jeans, escribió un mensaje con
dedos rápidos para luego guardarlo de nuevo.
—Me recogerán en tu edificio, arreglé todo, dormirás conmigo,
aunque no quieras.
—Tonto —dije conteniendo el deseo loco de comérmelo a besos, y
abrazarlo hasta el cansancio.

***

El ruido de mis tacones era lo único que sonaba en esa pequeña


oficina, Laura que estaba sentada con las piernas cruzadas, movía
uno de sus pies con insistencia mientras esperaba que el editor dijera
algo.
—Son muy pocas correcciones las que hay que hacer, aunque siento
que las modificaciones hacen del libro un poco más sombrío, el
corrector de estilo querrá hacer modificaciones y con un autor tan
cerrado a las sugerencias puede ser algo complicado.
Le di un trago largo a la botella de agua que llevaba conmigo, sentía
la presión que se me venía encima gracias a ese libro, Laura se puso
de pie agradeciendo a Noel por haber trabajado en el manuscrito en
tan poco tiempo.
—Valentina, también tengo el otro manuscrito listo, si tiene tiempo
trabajamos en el de una vez.
Asentí resignada viendo a Lau que esperaba por mí, al parecer
tampoco ese martes iba a tener tiempo de salir a almorzar al igual
que el día anterior. Mientras escuchaba al editor pensaba en el
ensayo que no había terminado, necesitaba esforzarme mucho más
en la universidad, solo necesitaba dos materias más para terminar de
una vez el maldito pénsum académico.
Cuando Noel cerró su laptop respiré con profundidad, me puse de pie
apresurada por salir deseando tener tiempo para poder comer algo
decente. Busqué mi teléfono para ver la hora sin esperar encontrar
un par de mensajes de Santiago.
Desde el domingo que dejó mi cama en plena madrugada, no lo había
visto, como siempre estaba demasiado ocupado, aunque en esa
ocasión yo también me encontraba en la misma situación. Abrí la
conversación notando que había respondido a la foto que le había
enviado cuando aún estaba en la cama.
No puedo ver a Polly, mi atención está solo en tu escote, eres malvada
Valentina. Tengo que verte pronto porque la ansiedad mata y la espera
quema.
Leí su mensaje una y otra vez esperando encontrar algo distinto de lo
que expresaba, quería verme, pero no para darme un beso, o un
abrazo, o simplemente porque me extrañaba. Santiago lo que quería
era cogerme, y para mí eso ya no era suficiente.
Aun pretendiendo saber sus intenciones, decidí hacerle una visita
durante mi hora libre, pensé en que podíamos comer juntos en algún
restaurante del Primé y así ahorrar tiempo que estaba siendo valioso
para ambos.
Bajé del taxi sintiendo un entusiasmo diferente, estaba teniendo un
día complicado verlo cambiaba la perspectiva de todo, me ponía de
buen humor, despejaba mi mente de todos los problemas que tenía.
Gloria no estaba en su puesto y eso me parecía demasiado extraño,
abrí las puertas con cuidado, asomando la cabeza primero antes de
entrar del todo.
—Buenas tardes —saludé en voz alta.
Alicia y Gloria que estaban sentadas frente al escritorio, voltearon el
rostro al escucharme, en cambio Santi seguía escribiendo a toda
velocidad sobre su teclado.
—Licenciado Sada, la señorita Valentina está aquí —anunció Gloria
como si él no se hubiera dado cuenta de mi presencia.
—Hola preciosa ¿me das un segundo?
Asentí, aunque no me estuviera viendo, mientras me desplazaba
hacia el librero, me entretuve viendo las fotos de su mamá que
estaban colocadas con discreción por el sitio, leí algunos títulos de
los libros de economía que llenaban el mueble, hasta que finalmente
me aburrí y me senté en unos de los sillones en espera de que sus
segundos no se hicieran más largos.
—Por favor Alicia que todo quede perfecto de una vez, no puedo
supervisar esto, confiaré en ti al cien por ciento, me parece una
pésima broma que se nos juntara todo a la vez.
—La reunión saldrá bien, lo prometo y sabe que nunca le fallo —dijo
su asistente sonriente.
—¿Gloria tengo algo agendado más tarde?
—Sí, la visita del señor Norman, la cena trabajo de la cámara de
comercio y el partido de ajedrez con su papá.
—Gracias Gloria, ya pueden retirarse —el tono de cansancio era
notable en su voz.
Cuando las dos mujeres salieron me puse de pie para acercarme de
una vez, presionaba sus párpados esperando a que llegase hasta él,
me senté sobre sus piernas con toda la naturalidad del mundo, como
si eso tipo acercamientos no me pusiera arrítmica y estimulada.
—Siento mucho hacerte esperar tanto, estoy teniendo uno de esos
días donde no tengo espacio ni para respirar.
Sus manos fueron directo a mi cuello, me atrajo con suavidad
ofreciéndome un beso lento pero hambriento, de esos que nos
dábamos quedándonos con ganas de más.
—Venía a invitarte a comer, pero creo
—Sí... No puedo, lo siento —me interrumpió—, en dos días tengo dos
reuniones que estamos preparando, además
—Escuche a Gloria no te preocupes.
No lo dejé terminar, quise levantarme, pero sus grandes manos sobre
mis piernas me mantuvieron en su regazo.
—Dentro de quince días tengo un fin de semana completamente libre,
podemos volver a la casa de campo.
—Perfecto, creo que tengo que irme. Quiero comer, aunque sea sola.
—Valen, entiéndeme por favor —besó mi hombro intentando calmar
mi molestia—, no quiero decirte esto, pero básicamente retrasé todo
mi trabajo por entregar a tiempo el manuscrito. ¡Mierda! —masculló
tocándose de nuevo los párpados.
—Se llama estrés, tu cuerpo te está avisando que algo no está bien y
necesitas descanso.
—En realidad se llama Mioquimia Palpebral y puede estar
relacionado a mis problemas de visión, que te tiemble un párpado no
siempre es estrés —respondió con ese tono arrogante que
identificaba.
—¿Te crees listo, cierto?
—Lo soy —dijo dándome un breve beso en los labios.
—Me preocupo por ti y no me tomas en serio.
—Supongamos que es estrés ¿Sabes cómo se soluciona? —preguntó
con una sonrisa perversa.
Sin darme tiempo de responder me besó con intensidad, sujetando
con una mano mi rostro y con la otra masajeando mis pechos por
encima de la ropa, me estaba dejando llevar por sus labios
amoldándose a los míos con la misma facilidad de siempre,
produciendo un placer que solo me hacía conocer él.
Su respiración comenzó a ser audible a medida que abría con rapidez
cada botón de la blusa roja que llevaba puesta, con mucha agilidad
logró colar los dedos dentro de la copa de mi sostén, mordí su labio
inferior al sentir como apretaba uno de mis pezones.
—Santi espera —susurré sobre sus labios—, vamos a comer, muero de
hambre.
—En serio no puedo, no tengo nada de tiempo.
—Pero para manosearme siempre tienes tiempo —reí fingiendo que
bromeaba cuando en realidad me molestaba demasiado la situación,
me levanté de sus piernas, besé sus labios sin darle la oportunidad de
replicar y busqué mi bolso que estaba sobre el sillón.
—Le pediré a Raúl que te lleve.
—No gracias, iré por algo de comer, luego me voy sola no te
preocupes.
—Valen, no te vayas así, dame un beso —gritó al verme llevar las
manos a la manija de la puerta.
—Qué te lo de tu trabajo —dije antes de salir con una sonrisa falsa de
su oficina.
Decidí irme de una vez a la editorial, preferí comer sola en la
cafetería que en ese sitio que empezaba a soportar menos, Santi vivía
para el Primé y algo me decía que eso no iba a cambiar con facilidad.
—Al fin llegas, casi nos íbamos —comentó Lau cuando llegué a la
cafetería.
Me senté frente a ella después de saludar a Martín que estaba a su
lado, mientras esperaba por mi hamburguesa aproveché para leer
todos los mensajes del grupo familiar, Valeria y Vanne estabas
vueltas locas con la fiesta que parecía al fin tener una fecha, habían
más de trescientos mensajes acerca de los vestidos, preparativos y el
menú para el evento. Mi mamá no se olvidó de recordarme de
manera pública que cuidara un poco mi manera de comer para lograr
entrar en el vestido.
Cosa que le causó gracia a Vannesa provocando que enviara una serie
de emojis de cerditos. Sintiendo el delicioso aroma que provenía del
plato que acababan de poner frente a mí, respondí directamente a mi
hermana, le escribí que no se preocupara que la genética estaba de
mi lado, adjunté un selfi con mi hamburguesa solo para fastidiar más
a mi mamá.
—¿Se te quito el hambre? —cuestionó Laura al ver que comía
despacio.
—Necesito dejar de alimentarme con comida chatarra, en un par de
años ni mi metabolismo rápido me va a ayudar.
—¿De qué hablas? Estás perfecta.
Laura miró directamente a Martín cuando lo escuchó, incomoda bajé
la vista hacia mi plato para continuar comiendo, Martín no pensaba
antes de hablar, parecía no importarle mostrarse coqueto frente a
Laura con quien a todas luces estaba enrollado.
—Deberíamos hacer ejercicios juntas, podemos decirle a Santiago que
nos lleve a dar paseos en bicicleta con él —propuso Lau.
—Eso jamás, sería aceptar a su amante, eso no va a ocurrir.
El ambiente se aligeró con la risa de mi amiga, aunque la mirada de
Martín seguía estando sobre mí, haciéndome sentir incómoda.
Terminé de comer sola con más prisa, tenía programada una visita a
la imprenta para llegar a un nuevo acuerdo con el gerente de esta.
Al llegar a mi oficina le pedí a Laura que me acompañara, pero no
pudo hacerlo, sus horas en la editorial se estaban reduciendo a causa
de sus obligaciones estudiantiles. Esperaba un taxi cuando Martín se
acercó ofreciéndose a llevarme en su camioneta, lo rechacé con poca
sutileza, mi poca habilidad social hablaba por mí cada vez que estaba
en una situación que me incomodaba.
La reunión tardó más de lo que había estimado, mi humor había
empeorado a causa del calor, la espera, los zapatos altos que
apretaban mis pies, y el desaire de Santiago. Me esforcé por sonreír
al despedirme del gerente de la imprenta, ni el alivio que suponía
librarme de mis obligaciones mejoraba mi estado de ánimo.
Tenía más de quince minutos esperando a que un taxi se detuviera
por mí, cuando pensé que nada podía ser peor que esperar de pie
sobre esos zapatos que me estaban matando, una fuerte lluvia me
sorprendió. Levanté los brazos viendo al cielo, incrédula de lo que
estaba ocurriendo, resignada y al notar que ni un auto transitaba,
caminé hacia la esquina donde parecía estar fluyendo el tráfico
normalmente.
Mis pasos eran cuidadosos, temía caerme y ponerle la cereza del
pastel a ese día, una motocicleta que avanzaba ha sentido contrario a
donde yo me dirigía se detuvo al lado de la banqueta en la que me
movía.
—Valentina —escuché la voz de Sebastián y aceleré un poco el paso,
se quitó el casco y sonrió con esa frescura que lo caracterizaba, reí al
ver su costoso traje empapado y el maletín que colgaba de sus
hombros en las mismas condiciones, nunca lo había visto vestido de
esa forma, asumí que su papá al menos controlaba como se
presentaba a sus empresas a trabajar—, te tengo —dijo cuando
sostuvo mi cintura evitando que cayera al suelo por deslizarme.
—Sebas mira cómo estás —reí pasando las manos por su pelo.
—¿Es divertido, ¿no? Cuando vi que el cielo estaba nublado pensé que
me daba tiempo para llegar a casa. Sube te llevo, iba a ver a Manu.
El agua seguía cayendo sobre nosotros, me di prisa por subir
ignorando el temor que me generaba esa cosa, entrelacé mis manos
en su abdomen para no arañar sus brazos como lo hice la última vez.
—¿Quieres dar una pequeña vuelta?
—¿Estás loco? ¡Sigue lloviendo!
—¿Y? Ya estamos empapados, da igual —respondió relajado—, hay
que disfrutar de estas cosas, la lluvia me encanta.
—Solo ten cuidado por favor, me dan miedo las motocicletas.
—Claro que lo tendré, no me quiero meter en problemas con
Santiago.
Llegamos al edificio veinte minutos después, Sebastián no dejaba de
sonreír como si hubiera acabado de vivir alguna aventura agradable,
mientras subíamos al segundo piso intentaba que dejara el miedo por
las motocicletas, se estaba ofreciendo a enseñarme a conducir una,
aunque lo rechazaba parecía no desistir, Sebas amaba movilizarse
sobre esas cosas, incluso se transportaba en ella para ir a trabajar a
pesar que eso molestara a su papá.
Manu estaba en el pasillo hablando por teléfono, al vernos sonrió
como pocas veces lo hacía, entendí que no era por mí, ver a Sebas lo
ponía así, colgó la llamada para abrazarlo ignorando mi presencia.
Bromeé al respecto a la vez que caminaba hacia mi puerta, siendo
ignorada nuevamente por los dos, que estaban demasiado ocupados
besuqueándose.
Demasiado cansada para tomar un baño con agua caliente, solo me
cambié la ropa y busqué algo de comer, me senté sobre el sillón con
Polly sobre mis piernas mientras me acababa un helado viendo una
película, sin imaginar que mi aventura bajo la lluvia iba a tener
consecuencias.

***

El ataque de tos me despertó una vez más, el dolor en el pecho se


hacía más fuerte a medida que la tos parecía empeorar, tomé un poco
de agua del vaso que había dejado sobre la mesa, antes de volverme a
enrollar de nuevo en mi sábana caliente.
El calor cada vez era más fuerte, pero no tenía fuerzas para
destaparme, estornudé y el dolor en todo el cuerpo se hizo presente,
me quejé al sentir un golpe de aire repentino, despegué los párpados
despacio, acostumbrándome a la luz que entraba por mi ventana.
—Valen, Valentina —una voz que escuchaba lejana no dejaba de
llamarme, miraba borroso por ello me costó trabajo enfocarme en la
figura masculina que me arrastraba por la cama sin ningún tipo de
cuidado— Valentina despierta ya.
—¿Santi?
—Sí, ven aquí —dijo cuando me ayudó a sentarme—, estás hirviendo y
Manu no se da prisa, ¡Manuel! —su gritó fuerte terminó de
despertarme.
—¿Qué hora es? —pregunté pasando las manos por mi cara, estaba
hecha un desastre y no uno bonito como él decía siempre.
—Las dos de la tarde.
—¿Qué haces aquí? —me puse de pie para ir al baño, pero un mareo
me debilitó al instante —Quiero ir al baño —dije cuando tomando mi
brazo me obligó a sentarme.
—Yo te llevo.
—¡No! estoy enferma no moribunda.
—El día que me vomitaste encima pasamos a otro nivel ¿Lo
recuerdas?
En medio de mi estado deplorable me hizo reír, acepté que me
acompañara, aunque lo obligué a quedarse en la puerta.
—Laura estaba preocupada porque no llegaste a trabajar, te llamaban
y no respondías, por eso me llamó a mí, fui a buscarte a la
universidad, luego llamé a tu mamá, torpemente dejé tu
departamento como última opción, tal vez si hubiese venido más
rápido no tuvieras la fiebre tan alta.
—¡Dios! —me sorprendí al verme en el espejo del lavabo, pálida,
ojerosa y con los labios resecos —Estoy hecha un desastre y no digas
que es cuando más guapa te parezco porque hoy no estoy de humor
para eso.
—No iba a decir eso, te ves mal... ¿Qué? —preguntó como si nada,
cuando lo miré con indignación— Es solo porque estás enferma, en un
par de días serás el desastre bonito de siempre.
—¿Me acabas de decir fea?
—No tonta —respondió riendo, me tomó entre sus brazos con
facilidad debido a la debilidad que me dominaba, me llevó de nuevo a
la cama con cuidado, para después alimentar a Polly que maullaba
tras él.
—Ya estoy aquí —gritó Manu entrando al departamento.
Un señor que había visto una que otra vez en el vestíbulo del edificio
lo acompañaba, me senté en la cama al verlo poner un maletín sobre
la mesa de noche, sonrió al ver mi confusión mientras me explicó que
era médico y me iba a examinar.
Acataba cada petición que hacía, respiraba con profundidad cuando
lo indicaba le mostré mi garganta las dos veces que lo pidió, cuando
ponía el estetoscopio en mi espalda fui consciente de que Santiago
estaba ahí, en pleno horario laboral un día de semana, había doblado
las mangas de su camisa adquiriendo un aspecto más informal,
aunque aún la corbata azul colgaba de su cuello. Observaba con
seriedad cada paso que daba el doctor, para luego hacer un montón
de preguntas.
Cuando el doctor se alejó de mí me dejé caer en el colchón sin fuerza,
escuchaba la voz de Santi y la del médico que hablaba en voz baja, de
todo lo que dijeron lo único que entendí con claridad, fue la sospecha
de neumonía que había diagnosticado. Manu me hacía caricias suaves
en la cabeza mientras Santiago escuchaba atento todas las
indicaciones
—¿Es necesario que me saquen sangre? —pregunté levantándome de
golpe.
—Sí señorita, es necesario descartar una infección en los pulmones.
Soporté a Manu burlándose de mi temor y valientemente extendí mi
brazo izquierdo, resultaba que el doctor vivía en el cuarto piso, era
agradable y aunque se esforzó porque el pinchazo no fuese tan
doloroso, mi pequeño trauma con las agujas me hizo chillar antes de
tiempo.
No pude agradecerle al doctor, estaba quejándome del dolor en mi
brazo recostada en Manu, que a pesar de las burlas estaba siendo
tierno conmigo.
—¿Dónde tienes una maleta? —gritó Santi revisando mi clóset.
—¿Para qué quieres una maleta?
—¡Acaso no escuchaste al doctor! —exclamó Manu sin dejar de jugar
con mi pelo—, mientras no sepan que tienes no puedes estar aquí,
puede ser una infección por bacterias o por virus, tienes que estar en
ambiente sano, y este departamento digamos que se siente como un
hospital, hasta estoy estornudando —dijo dramatizando.
—No puedo irme de aquí ¿Qué va a pasar con mi Polly? No puede
quedarse sola.
—¿Manu puedes quedarte con ella? —intervino Santi cargando un
bolso grande color rosa, que no tenía idea de donde lo había
encontrado.
—Claro que sí, ve tranquila Valen yo me voy a encargar de Polly como
si fuera mi hija.
Hasta Santiago río con su comentario, puso la maleta en la cama y la
abrió dispuesto a guardar mis cosas.
—Espero no tengas pensando en llevarme donde mi madre, déjame
llamar a mi papá, prefiero millones de veces quedarme estos días con
él, aunque muera de hambre.
—Pensaba llevarte a mi departamento —respondió Santi mientras me
daba la espalda, Manu comenzó a codearme haciendo señales
extrañas, tuve que golpear su pierna para que se detuviera, estaba a
punto de reír—, conmigo no te morirás de hambre, cocino unas
cuantas cosas.
—¿Y Sandra? —cuestioné con dudas— ¿No tendrás problemas con ella
por pasar unos días fuera de casa?
—No te preocupes por eso, yo lo arreglo.
—Me va a dar diabetes, mejor me voy de aquí —murmuró Manu
poniéndose de pie— Polly despídete de tus padres, vienes conmigo.
El ataque de risa me hizo toser de nuevo hasta casi quedarme sin
respirar, intenté cargar a mi gata que huyó de mis brazos como
siempre, la vi irse con Manu esperando que de verdad cuidara bien
de ella.
Santiago insistió en que debía darme una ducha por más mal que me
sintiera, decía que iba a ayudarme y a relajarme también. Cuando
salí del baño lo encontré demasiado contento hurgando en el cajón de
mi ropa interior.
—Me siento inspirado —dijo al darse cuenta de mi presencia—,
extendió un conjunto rosa pálido más transparente que el resto.
—¿Estoy moribunda entiendes?
—Lo sé, solo quiero ver.
—Pervertido —susurré quitándome la toalla.
Hasta que íbamos en el auto rumbo a su departamento, pensé en todo
lo que tenía que hacer Santiago ese día, fue como si mi mente hasta
ese momento fue consciente que Santiago Sada, don ocupado, había
dejado por un par de horas su oficina para cuidarme, a pesar de la
fiebre que me hacía temblar, sonreía con la vista fija en él, que
conducía mientras hablaba por teléfono.
—Odio tomar tantas medicinas —me quejé viendo la receta—, siento
que exageran, solo es un resfriado, hace dos días me mojé por la
lluvia, supongo que haber tomado un paseo en motocicleta con el
viento helado después de la lluvia ayudó a que me enfermara.
—Nunca se exagera con la salud, sí el doctor cree que es algo más que
un resfriado es por algo, y ni intentes debatir acerca del tema, estás
hablando un tipo que llevó a emergencias a su hermana una vez que
se quejaba de cólicos menstruales.
—¿Hiciste eso? —pregunté riendo, asintió con seriedad
convenciéndome que no bromeaba— Sandra te quedó corta.
—Si mi hermana se entera que la usamos como parámetro para medir
el dramatismo de una situación, no nos volverá a hablar nunca —
comentó en medio de una risa ligera—, mi mamá tenía muy poco de
haber sido diagnosticada, estaba paranoico con el asunto, por eso
actué.
De repente la seriedad volvió a instalarse en su rostro, su teléfono
volvió a sonar rompiendo el silencio triste que se respiraba en el
auto, era Alicia, su asistente. Le daba una serie de indicaciones que
parecían no tener fin, aprovechando la oportunidad le envíe un
mensaje a Laura para darle detalles de mi estado de salud, le pedí
que le diera parte a Rodrigo, y que se encargase de responder los
correos al editor.
Santi bajó del auto cargando mi bolso, y sin soltar el bendito
teléfono, parecía alterarse cuando Alicia no le entendía con claridad
lo que debía hacer, entré al departamento antes que él, respiré
profundo encaminándome hacia la habitación. El dolor en el cuerpo
me obligó a recostarme buscando un poco de alivio.
Asumí que Santiago iba a regresar al centro comercial, hacía planes
que lo único que incluían era dormir, mientras él continuaba con esa
llamada. Colgó y tiró el teléfono en un sillón que estaba al lado de la
cama, suspiró una y otra vez con la vista fija al piso.
—¿Sucede algo malo?
—No... Alicia hoy se está comportando como una tonta que no
recuerda nada, pero todo está bien.
—¿Tienes una reunión, cierto? —pregunté preocupada.
—Dos en realidad, la primera fue en la mañana, está a punto de
iniciar la otra, pero no es vital mi presencia, Alicia maneja todos los
datos que se necesitan y cualquier decisión la tomaré en una llamada.
—¿Entonces por qué tienes esa cara?
—Estoy tratando de hacer todo lo que tengo que hacer en orden de
prioridades y resulta un tanto complicado, eso es todo. Debes tomar
la medicina para la fiebre —fue lo último que dijo, antes de salir de la
habitación.
Permanecí sentada sobre la cama sin poder moverme, sintiendo el
pulso alterado por lo que dijo, a pesar del aturdimiento generado por
la fiebre, entendí con claridad que estaba haciendo las cosas por
orden de prioridades, y cuidarme parecía ser la primera.
Cuando regresó con un vaso en las manos, le hice un gesto para que
se acercara, me colgué de su cuello justo después de tomarme la
medicina, no quería soltarlo, quería permanecer así pegada a él
sintiendo aquella energía que me rodeaba cuando estábamos juntos.
—Duerme un poco, voy a trabajar a unos pasos, cualquier cosa que
necesites solo me llamas —susurró a mi oído sin soltarme, besé su
pecho suspirando envuelta en su calor que no me negaba a
abandonar.
Sus acciones esa tarde, estaban disipando las dudas que me habían
asaltado los días anteriores, me convencí mientras estuve refugiada
en su pecho, que Santi me demostraba lo que sentía con hechos, no
todos éramos iguales tenía que respetar eso.
La fiebre y los ataques de tos no permitieron que pudiera dormir con
tranquilidad, Santiago me ofrecía agua cada vez que un ataque de tos
parecía robarme el aliento, lo sentí cerca toda la noche, sujetando
mis manos de vez en cuando.
Desperté a media mañana y sola en la cama, supuse que Santi había
ido al Primé desde temprano, mientras me estiraba caminé a la
ducha, quería despejarme antes de intentar comer algo. Salí del baño
temblando por el frío, me sobresalté al ver a Santi apoyado en el
umbral de la puerta con los brazos cruzados, una sonrisa en los
labios y solo con un pantalón deportivo puesto.
—Pensé que no despertarías nunca.
—Aún me siento mal ¿No fuiste a ver a tu novia hoy? —bromeé
buscando ropa en mi maleta.
—Estoy con ella —respondió haciéndose el desentendido.
—Hablo de tu novia de verdad, el centro comercial.
—Estoy trabajando desde aquí, los beneficios de la tecnología
Se acercó a mí para abrazarme por la espalda, besó uno de mis
hombros a la vez que me quitaba de las manos el sostén que había
sacado, negó mientras buscaba algo dentro de mi maleta, que puso en
mis manos apenas lo encontró.
—Idiota pervertido —murmuré al ver la ropa interior que había
escogido para mí.
A pesar de estar concentrado en su trabajo, no dejaba de estar
pendiente de mí, me recordaba tomar las medicinas y
constantemente iba a la habitación para cerciorarse que no tuviera
fiebre. Comimos juntos una sopa extraña que había enviado
Constanza para mí, las atenciones que estaban teniendo todos
conmigo me hacían sentir como una consentida, Sandy me había
llamado temprano deseando me recuperara pronto, sorprendiéndome
gratamente.
Por la tarde me sentía mejor, harta de estar en la cama salí a la sala
de estar, sin hacer mucho ruido puesto Santiago estaba trabajando en
ese sitio, caminé cerca de los libreros contemplando la cantidad de
libros que tenía en ese sitio. Mi vista se detuvo en el libro que tanto
trabajo me costó encontrar, la antología que contenía los textos de su
mamá, pasé las manos por el antes de abrirlo con cuidado, Santiago
había señalado las páginas donde estaban los escritos de su mamá
con post- it, en los que había hecho anotaciones que no entendí por lo
pequeña de la letra.
—¿Quieres leer algo? —preguntó sin voltear.
Me acerqué a él abrazándolo por la espalda, dejó un beso en mis
labios antes de volverse a concentrar en la pantalla de su laptop.
—Me duele un poco la cabeza para leer, me levanté porque estaba
aburrida.
Su agenda negra y abierta llamó mi atención, la tomé para hojearla,
notando que a Santi pareció no molestarse, tenía programado el mes
entero, incluso los fines de semanas que pasaba conmigo estaban
anotados con horario, pasé las páginas rápidamente hasta llegar a las
últimas.
Caminé hasta el sillón sin soltar la agenda para leer todo lo que
escribía en esas páginas vacías.
Te haces presente, aunque no estás, te haces sentir aun aferrándome
a la restricción que impongo sin que te des cuenta, llenas mis
ausencias, robas mis calmas ...
—¿Valen qué haces? —preguntó quitándome la agenda de las manos.
—Leía un poco —respondí riendo como niña que acababan de atrapar
haciendo una travesura.
—Aquí tienes muchas opciones, aquel librero tiene ficción deberías
leer un poco.
Se sentó a mi lado, pasando el brazo por mis hombros para
abrazarme, me reí sobre su pecho por la osadía que tuve de revisar
sus cosas, sabiendo lo complicado que resultaba ser con el tema.
—No solo escribes perversidades. —escapó de mis labios en susurros.
—No —dijo serio.
—Entonces solo a mí me escribes perversidades.
—De hecho, lo que... olvídalo —se puso de pie y caminó hasta la
habitación obligándome a seguirlo.
—Santi escribes tan bonito que no es justo que nadie pueda leerte ¿Te
imaginas una vida relajada, dedicándote a lo que más te gusta?
—Me lo imagino todos los días, hago lo que más me gusta ahora
mismo.
—No lo haces Santi, el centro comercial no es lo que más te gusta —
repliqué de inmediato—, leí el poema de tu mamá, es muy lindo.
Su expresión se suavizó al instante, se recostó sobre la cama
llevándome con él, apoyó la cabeza en mis pechos mientras suspiraba
de manera pausada.
—¿Escribes igual a ella?
—No, mi estilo es distinto, mi madre escribía cosas demasiado dulces,
era muy sensible, encontraba lo bueno en cada cosa, en cada persona
y lo plasmaba en todo lo que escribía —susurró con la voz apagada.
—¿No crees que escribir es como un homenaje a ella? Es un don
Santi, y lo heredaste por algo.
—Antes pensaba eso, ahora que entiendo muchas cosas es distinto, no
puedo disfrutar del todo haciéndolo, no cuando lastimo a mi papá
cada vez que lo hago.
Nos quedamos en silencio aún pegados el uno al otro, acaricie su pelo
buscando las palabras, para hacerle entender que no estaba mal
escribir, que eso no era ser desleal con su Saul.
—¿Por qué lo lastimas? —pregunté después de reunir valor.
Se abrazó con más fuerza a mí, aumentando la intimidad que se
percibía entre ambos.
—Que escriba le recuerda una aventura que tuvo mamá... con un
profesor de literatura —agregó después— que me dejó como resultado
a mí.
—¿Qué? —pregunté realmente sorprendida.
—Saúl no es mi papá Valentina —respondió sorprendiéndome.
w w

Hice el intento de decir algo, pero las palabras se quedaron atoradas


en mi garganta, Santiago se removió acomodándose mejor sobre el
inicio de mis senos, en aquel silencio triste que había dejado su
inesperada confesión.
—Te deje muda —dijo en voz baja—. No te imaginas como me sentí yo
cuando me enteré, creo que me tomó más de un año terminar de
comprender que había crecido rodeado de mentiras.
—¿Cómo lo supiste? —pregunté aún impresionada.
—Mi mamá... ambos... Ni siquiera soy capaz de recordar con facilidad
como fue, tengo mucho tiempo de no hablar de esto.
Comencé a toser en el momento menos adecuado, Santiago se levantó
de la cama para alcanzarme una botella de agua, que tuve que tomar
casi a su totalidad para que el ataque de tos cesara.
—¿Estás bien?
—Sí —respondí débil— ¿Quieres seguir hablando?
Suspiró pasando las manos por su pelo desordenándolo un poco, me
arrastré en el colchón para darle espacio de sentarse a mi lado,
queriendo que se sintiera cómodo, porque no dejaba de percibirlo
tenso.
—Estaba teniendo demasiados problemas con mi papá, siempre fui
obediente, creo que manejable es el término adecuado, pero todo
cambió, yo crecí, entré a estudiar literatura, dejé el ciclismo, me alejé
de sus actividades a las que siempre me vi obligado a involucrarme,
las cosas estaban cada vez peor en casa —suspiró cabizbajo antes de
continuar—, un día casi llegamos a los golpes, mi papá estaba
estresado yo también y fue entonces que mi mamá habló conmigo,
me contó todo. Todo Valentina.
—¿Tú papá lo sabía o también se enteró al mismo tiempo que tú?
—Lo sabía, y eso es lo que me hace sentir peor, nunca hizo
diferencias entre mis hermanos y yo, de hecho, siempre me sentí el
hijo más querido, el más apoyado, todas las expectativas de mi padre
han estado puestas en mi desde siempre.
—¿Cómo pasó todo? ¿Tus papás no estaban juntos cuando ... —me
quedé callada al sentirme torpe, no quería incomodarlo más, no sabía
que decir, como continuar con esa conversación.
—Estaban casados, mi papá trabajaba mucho, mi mamá sufría sola
por no poder embarazarse, para distraerse entró a un taller de
escritura y ahí conoció al tipo que la embarazó, eso es todo lo que sé,
ni siquiera quise que me dijeran su nombre. Mi papá supo de su
aventura y la consecuencia de ella —sonrió con amargura mientras
negaba cabizbajo—, la perdonó, se hizo cargo de mí antes de que
naciera, hace una maldita subasta en honor a mi cumpleaños—
pronunció lo último visiblemente contrariado.
—¿Y tus hermanos?
—Mi mamá se sometió a muchos tratamientos para embarazarse de
Sebastián, y a Sandra la llamaba la sorpresa más linda de su vida...
Ninguno de los dos saben que solo somos medios hermanos, mi papá
y yo no hemos vuelto hablar de eso, la única vez que tocamos el tema
fue el día que me enteré de la verdad. ¿Ahora entiendes porque no
puedo fallarle? Ese día cuando me miró a los ojos y me repitió una y
otra vez que yo era su hijo, su campeón, me juré esforzarme para que
se sintiera orgulloso de mí.
—Sí lo entiendo, también entiendo que lo que pasó no fue tu culpa, es
lindo lo que hizo tu papá al igual que lo que has hecho tú todos estos
años, pero no puedes vivir para complacerlo.
—Tal vez tengas razón, pero es algo de lo que no quiero hablar, por lo
menos ahora —el tono de su voz me causaba una opresión en el
pecho, sentí que a Santi le dolía hablar de eso.
Asentí mientras me acercaba para abrazarlo, en la conmoción del
momento tuve la necesidad de reconfortarlo de la única manera que
podía hacerlo, con mi cercanía.
—Tienes fiebre, iré por tu medicina y un poco de agua.
—No, espera un poco.
Abrazados en un largo silencio, comprendí que Santiago se había
abierto conmigo, que lo nuestro estaba yendo a un nivel más
profundo, sentí que no debía haber espacio para el miedo, aunque
fuese inevitable tenerlas, estaba queriéndolo demasiado y aquel
sentimiento solo parecía crecer.
—Valen no quiero volver hablar de esto, solo quería que me
comprendieras un poco, para mí esto sigue siendo igual de
inquietante y extraño —susurró con voz triste.
—Gracias por la confianza —respondí abrazándome mucho más a él y
prometiendo en silencio no hablar de su confesión al menos que él lo
propiciara.
La fiebre no cedió con facilidad, no recordaba haberme sentido tan
mal antes y al mismo tiempo tan cuidada como esa mañana, me
quedaba dormida por lapsos cortos, cuanto entre abría los ojos
observaban a Santi sentado en la cama trabajando en su laptop. A
pesar de estar concentrado en lo que hacía se tomaba el tiempo para
medir la fiebre u ofrecerme algo de tomar.
—Tu mamá llamó —dijo cuando me puse de pie para ir al baño—, no
pongas esa cara no le di la dirección.
—Gracias a Dios, espero le hayas dicho que estoy bien, es capaz de
rastrear la llamada si sabe que sigo mal.
—Le dije que estabas mejorando, no le mentí del todo, el doctor dice
que en un par de días más estarás como nueva, es un virus.
—¿Qué más dijo Valeria? —grité desde el interior del baño.
—Que tienes que ponerte bien para la fiesta, a la cual me invitó como
cinco veces en un solo minuto ¿Qué celebran? —cuestionó curioso.
—¿Aceptaste ir?
—Si ¿No querías ir acaso? —fijó su vista en mi cuando cerré la puerta
del baño, negué saliendo de la habitación con él siguiéndome los
pasos—. No le entendí mucho porque habla muy rápido, pero dijo
algo de un evento familiar.
—Es la fiesta de compromiso de mi hermana, estaba pensando en
buscar una buenísima excusa para no ir, ahora supongo que iremos.
Asintió serio para luego darme la espalda de inmediato, mientras él
continúo trabajando aproveché el tiempo para llamar a Manu y saber
de Polly, luego le escribí a Lau preguntándole cómo iba todo en la
editorial, para después entretenerme con el libro de la mamá de
Santi que había dejado sobre una mesa.
No cenamos solos como esperé, sobre la mesa estaba su computadora
y al teléfono Alicia que a esa hora le daba un informe de todo lo que
hablaron en la reunión que Santi se perdió. Respiré profundo cuando
colgó la llamada deseando que su teléfono no volviera a sonar, pero
en ese justo momento llamó Constanza a quién atendió con un tono
relajado.
Santiago tenía tantas responsabilidades encima que no podía
terminar de entender como las había dejado todas para estar ahí
conmigo, siendo paciente y amable. Le tomé la mano cuando dejó el
teléfono a un lado, cosa que lo tomó por sorpresa, pero de igual
forma sonrió.
—Gracias por no dejarme morir sola en mi departamento, ni llevarme
dónde mi mamá, eso hubiera sido catastrófico.
—¿Hubieras preferido lo de morir sola?
—Creo que sí —respondí riendo.
—No te dejaría pasar por algo así —dijo en tono de broma, la
expresión en su rostro me hizo reír—, hablando en serio deberías
intentar llevarte mejor con ella, luego cuando ya no tienes a tu mamá
extrañas hasta sus regaños, te lo digo por experiencia.
—Lo tendré en cuenta —respondí pensativa.
Esa noche dormimos tan juntos cómo fue posible, mi apego fuera de
control me llevó a permanecer casi sobre él toda la noche, y a
dejarme triste cuando llegó el momento de regresar a mi
departamento un día después. En el umbral de mi puerta lo abracé
como pocas veces lo había hecho, tuve que morderme la lengua para
no decirle lo mucho que lo quería y pedirle que se quedara una noche
más conmigo.

***

Polly me miraba de una manera que me resultaba imposible irme, me


incliné sobre el piso para acariciar su suave cabeza mientras le
hablaba con voz dulce explicándole que regresaba más tarde. Dejé los
mimos hacia mi gata por el molesto sonido de mi teléfono, era mi
mamá, le respondí mientras salía a toda prisa, estaba a punto de
hacerse tarde para llegar a una clase a la cual había faltado
demasiado.
Preguntó dos veces como seguía, para luego comenzar a hablar
acerca de la fiesta de compromiso, le colgué cuando el taxi aparcó en
el estacionamiento del campus para bajar rápidamente y literalmente
correr hacia el salón. Mientras el profesor explicaba la mejor forma
de realizar una estrategia de negocios, revisé mi teléfono esperando
encontrar la respuesta del mensaje que le había enviado a Santi.
Me decepcioné al ver los dos checks azules y no la respuesta a la foto
coqueta que le envié, dejé el teléfono a un lado para concentrarme de
verdad en lo más importante, dos materias más y sería libre de la
maldita universidad. Al salir del campus fui directo a la editorial, no
me preocupó mi aspecto informal ni el sueño que se estaba
apoderando de mí, Laura no se cansaba de recordarme todo lo que
estaba esperándome, no me quedó más opción que ser responsable
como pocas veces en mi vida.
—Bienvenida a casa —dijo sonriente Laura al verme entrar a la
oficina, sonreí enternecida observando las flores sobre mi
escritorio—, es un regalo mío y de Martín —aclaró al darse cuenta lo
que miraba.
—Son los mejores.
—Pensarás que soy la mejor cuando leas esto —dijo apuntando con la
barbilla mi computadora, ansiosa me acerqué para ver qué era lo que
la tenía sonriendo tanto—, ya están indicadas las correcciones en
cuanto al estilo, el escritor ya las tiene en su correo, ahora solo
esperamos que S.S nos regrese el material listo para la última
revisión, luego a la imprenta y Para Eva con Amor estará en las
vitrinas de las librerías.
—Santiago no me dijo nada... Las correcciones son pocas, supongo
que no le tomará mucho tiempo, todo estará listo y aún no tenemos
listo lo del seudónimo, creo que mantener su identidad oculta va a
ser difícil.
—Él confía que ya tenemos listo eso —comentó Lau con preocupación.
—No hemos tocado el tema, no quiero que me pregunte hasta tener
una buena idea al respecto, hoy por hoy el anonimato es casi
imposible. No quiero atormentarme con eso ahora, mejor cuéntame
cómo va todo lo de la segunda edición del El clan.
El cansancio estaba acabando conmigo, mi cuerpo aún débil resentía
el esfuerzo al que era sometido, bostecé enderezando la espalda para
aliviar un poco la tensión en esa zona, di un salto sobre la silla
cuando sonó mi teléfono, pensé que Santiago era quién me llamaba,
mi entusiasmo desapareció al ver el nombre de mi hermana, ignoré
la llamada y guardé el teléfono en mi bolso, no tenía energías para
enfrentarme con Vannesa.
—¿Te vas? —preguntó Lau entrando a mi oficina.
—Estoy muy cansada, pero prometo ver hoy los diseños publicitarios
que hizo Martín.
—Le diré que esté pendiente —dijo cuando besé su mejilla.
Saludé a Ana cuando me la topé en el pasillo, no le di tiempo de decir
algo porque me apresuré por subir al elevador, tenía miedo de tener
fiebre de nuevo porque el dolor en la cabeza se hacía fuerte, y un
calor repentino me recorrió el cuerpo entero.
Apenas llegué a mi departamento busqué los analgésicos que estaban
tirados en algún rincón de mi desordenado cuarto, me quité los
zapatos y me saqué el jean, Polly saltó a la cama saludándome como
pocas veces lo hacía, los días sin vernos parecían haber hecho que me
apreciara un poco más.
Mi puerta se abrió de forma repentina congelándome al instante, con
Polly entre los brazos avancé a toda velocidad hacia la sala de estar
sorprendiéndome al encontrar a Santi empujando la puerta y
entrando con toda la confianza a mi departamento.
Se detuvo cuando nos vimos a los ojos, Polly saltó de mis brazos
como si quisiera huir de aquella tensión absurda que se instaló entre
los dos, su mirada fuerte me causo pequeños piquetes en la piel, me
recorrió de pies a cabeza para luego asentir con una sonrisa
descarada.
—¡Diablos señorita!
Solté una carcajada estruendosa al escuchar el tono burlón en su voz,
carcajada que acabó en un ataque de tos me obligó a tomar una
botella entera llena de agua.
—¿Por qué me esperas medio desnuda cuando sabes que me gusta
mucho quitarte la ropa?
Le hice un gesto con la mano para que se callara, la risa y la tos
hacían que el pecho me doliera mucho, cohibida patéticamente por
sus ojos que se clavaban en medio de mis piernas, bajé mi camisa lo
más que pude para cubrirme, aunque fuese mínimamente.
—Ni siquiera sabía que ibas a venir ¿Cómo tienes llaves?
—Se las pedí al portero, debo regresarlas rápido, venía a dejarte algo
y pensé que no estabas, aún es temprano —dijo viendo su reloj.
Me percaté que no estaba vestido con sus trajes habituales, llevaba
ropa deportiva y una caja pequeña con un moño púrpura en las
manos, la dejó sobre una mesa y caminó directo a la cocina, abrió el
refrigerador y sacó una botella de agua que se bebió a prisa. No
descuide ni uno solo de sus movimientos, encontraba fascinante ver
la comodidad con la que desplazaba en mi espacio.
—Estás siendo tan obvia Valentina —dijo riendo con soltura, me
estaba acostumbrando tanto a ese Santi sonriente que olvidaba como
solía ser cuando lo conocí—, no te quedes callada, me encantan tus
réplicas.
Intenté pensar en uno, pero me sorprendió con un breve beso en los
labios que me dejó muda, tenía la necesidad de más contacto, de sus
brazos rodearme y su cuerpo encajándose sobre el mío con la misma
intensidad de siempre.
—Leí tu mensaje y ya que insistes tanto en agradecerme, nos compré
algo—dijo alcanzándome la pequeña caja—, es raro que estés tan
callada.
—¿Puedo abrirlo ya?
—Claro que sí, muero por ver tu cara.
Con un poco de nervios deshice el nudo para abrir la caja, aparté
despacio el papelillo que cubría lo que había en el interior y fijé mi
vista en él que me miraba con esa sonrisita perversa.
Alcé una ceja al sacar la diminuta lencería con transparencias y
encajes, del mismo tono púrpura del moño que tenía el empaque,
sentí su mirada estudiando mi reacción por lo cual me esforcé por
mantener la compostura, sonreí despreocupada examinando el
conjunto que era mucho más audaz a los que tenía guardados en mi
cajón.
—¿Tú compraste esto, es decir tú fuiste a una
—Sí —me interrumpió—, no es algo que le pueda pedir a Alicia o a
Gloria, me divertí mucho en la tienda, no sabía que había tantas en el
Prime.
—¿No te dio ni un poco de vergüenza?
—En lo absoluto, me sentí muy cómodo mientras imaginaba como se
miraría todo eso en ti, de hecho, no compré solo eso.
Negué riendo ante su descaro, evitando verlo a los ojos que me
calaban la piel, relamió sus labios deteniendo la vista en medio de
mis muslos, que solo dejo de ver cuando le tiré la tapa de la caja en el
rostro.
—Valentina me estoy inspirando —río de lo más divertido—, me tengo
que ir antes que mi inspiración se desborde —se puso de pie de
manera lenta provocando que diera un paso hacia atrás huyendo de
esa cercanía que estúpidamente me intimidaba.
Había perdido la cuenta de las veces que me había acostado con
Santiago, que me pusiera así de arrítmica era absurdo.
—¿Por qué debes irte ya?
—Luis me espera para entrenar por eso salí más temprano de mi
oficina, se me vienen días complicados.
—Que extraño —susurré con ironía—, ¿Cuándo se supone que voy a
usar lo que nos compraste?
—Sorpréndeme Valentina —respondió con esa sonrisa malvada que
estaba comenzando a agitarme—. Cuídate mucho, si te sientes mal
llámame por favor.
—¿No me vas a besar? —pregunté al verlo alejarse, me tragué la risa
al notar esa expresión en su rostro, Santiago estaba luchando por
mantenerse controlado, conocía esos gestos en su cara.
—Déjame creer que estoy ganando y que no huyo porque estoy a un
par de segundos de mandar a la mierda hasta el entrenamiento, no
me pidas besos cuando no solo quiero besarte la boca.
—¿Qué más quieres besarme Santi? —mi tono inocente lo hizo sonreír
ladinamente, la debilidad que dominaba mi cuerpo estaba
desapareciendo debido al brillo de esa mirada.
Se acercó en dos largas zancadas, sujetando mi cintura de forma casi
agresiva para pegarme contra su cuerpo, me estaba asfixiando entre
sus brazos deseando un beso que nos llevara a más, sujeté su rostro y
sin pensarlo dos veces lo atraje para besarlo, sus manos grandes
fueron directo a mi trasero casi desnudo, que apretó a la vez que
gemía sobre mis labios, el subidón de adrenalina me recorrió el
cuerpo entero en segundos, el dolor de cabeza desapareció y las
ganas de abrir las piernas para él me golpearon de forma brusca.
—Dime que no te sientes mal del todo, que no soy un cretino si te
llevo a tu cama ahora mismo.
—Estoy perfectamente bien —susurré en medio de un beso rudo que
me estaba dejando sin aliento.
—¡Valentina hija! —sonó un grito que venía del pasillo.
Nos separamos al instante casi empujándonos mutuamente, el timbre
volvió a sonar y mi papá a gritar mi nombre con esa voz fuerte que lo
caracterizaba.
—Voy a abrir —dijo en voz baja.
—Espera, espera tengo que ponerme algo —corrí a mi cuarto a
recoger del piso los pantalones que me había quitado, Santi miró por
encima del hombro a mi dirección antes de abrir la puerta.
Escuché la voz de mi papá saludándolo sin disimular el asombro por
encontrarlo en mi departamento, miré la ropa interior tirada en el
sillón y la tomé rápidamente para esconderla bajo un cojín antes de
acercarme a ambos.
—Papá que sorpresa —dije agitada, Santi me vio de inmediato
lanzándome una mirada de advertencia, debía relajarme—, me da
gusto verte.
—A mí también, y verte bien, me dijeron que estabas muy enferma, te
imaginé pálida y demacrada no así tan bonita hasta con las mejillas
sonrojadas.
Santí giró el rostro para reír con disimulo, mientras yo me acercaba a
papá para abrazarlo, necesitaba ocultar mis nervios.
—Creo que tengo que irme, fue un placer verlo señor —le ofreció la
mano a Daniel que lo miraba con seriedad.
—Lo mismo digo Octavio, gracias por cuidar de mi niña estos días.
—Papá, se llama Santiago —dije apretando los labios, sabía que lo
estaba haciendo a propósito.
—Perdón, creo que confundí su nombre con el de uno de tus ex
novios, lo siento Santiago.
—No se preocupe —respondió relajado, la cena con papá había
bastado para que Santi entendiera como eran las cosas con él—, Valen
cuídate mucho.
—Te acompaño a la puerta.
Caminé a su lado dejando a mi papá sentado en el mismo sillón
donde estaba oculta la ropa interior, Santi abrió la puerta para luego
tomar mi mano y arrastrarme con él al pasillo, donde me besó
impúdicamente sin importarle dejarme agitada, con los pezones
erguidos y las mejillas más sonrojadas.
—¿Quieres algo de tomar? —le pregunté a papá tratando de actuar
con naturalidad.
—Valen hija, debes ordenar un poco este sitio.
—¿Agua o jugo? tengo soda también —dije fingiendo no haberlo
escuchado.
—Soda, vengo a hablar contigo acerca de la fiesta de compromiso, tu
hermana dice que no has confirmado —gritó desde el sillón—, no
puedes faltar, eres su dama de honor la pobre está triste.
Puse los ojos en blanco mientras le entregaba la soda, mi hermana lo
había logrado, ablandar a mi papá era tan fácil para ella que estaba
segura que ni siquiera le había costado trabajo.
—Pensé que venías a ver como seguía, estuve muy enferma.
—Lo sé mi amor, pero ya te veo mejor y me parece el momento
apropiado para hablar de esa fiesta.
—Papi —susurré con un tono de niña consentida que solo usaba con
él.
—Escúchame Valentina.

***

El fastidio y el mal humor estaban tan presente en mi rostro que


nadie se animaba a hablarme, ni siquiera la pobre chica que me
mostraba en silencio un montón de esmaltes para uñas de diferentes
colores.
—Rojo —dije volviendo a prestarle atención a mi teléfono en el que
estaba tecleando segundos antes.
Santiago recuerda lo de la fiesta por favor.
Escribí rápido deseando que respondiera el mensaje de una vez.
Después de esa larga charla con mi papá y las mil llamadas de mamá
entendí que no podía librarme de ese compromiso, aunque me
jodiera detener mi vida por mi hermana, debía estar esa noche con
ella, hacer el brindis y sonreír como si estuviera feliz de ser su jodida
dama de honor.
—Aquí también ofrecemos masajes, por si quiere relajarse un poco —
sonrió amable la chica que pintaba las uñas de mis pies, me reí
negando dándome cuenta que la tensión me salía por los poros.
—Necesito uno créeme, pero no tengo tiempo.
La pantalla de mi teléfono se iluminó mostrándome el nombre de
Santi acompañado de un corazón, ridículamente lo había agendado
así una de esas mañanas en las que amanecía enamorada.
—Preciosa —dijo cuando acepté la llamada.
—Me vas a dar una mala noticia, me llamas preciosa para
suavizar el impacto de algo negativo —afirmé pesimista.
Habíamos estado distanciados gracias a las negociaciones de las
nuevas sucursales del centro comercial, las pocas veces que nos
vimos en esos días no mencioné nada acerca de esa fiesta, asumí que
iría conmigo porque ya le había confirmado a Valeria, pero algo me
decía esa mañana que Santi podía dejarme plantada una vez más.
—No, no algo malo como tal.
—Santiago estoy teniendo un día horrible, dime si vas o no vas a
ir sin darle tantas vueltas al asunto.
—El tonito Valentina, necesitas relajarte un poco estás peor que
yo y eso ya es extremo —soltó un suspiro para luego aclarar la
garganta, su tono enérgico me apaciguó al instante, sujeté mejor el
teléfono respirando hondo— ¿Me estás escuchando?
—Perfectamente y tú también modera tu tonito.
—Tengo que hacer algo con mi papá esta noche, pero llegaré a la
fiesta, es una promesa —dijo con seguridad cuando resoplé—, no sé
si quieres esperarme hasta que logre desocuparme o te irás antes
para que no te metas en problemas con tu mamá.
—Tengo que estar desde temprano en casa de los papás de
Eduardo, creo que te veré allá.
—Valen estaré ahí, lo prometo —dijo suavizando el tono de su voz.
—Está bien —respondí sin creerle del todo.
Colgué sintiéndome triste y esforzándome por creer en su promesa,
con Santi nunca se podía planear del todo algo, siempre había
cambios, reuniones de últimos momentos, tenía que llenarme de
paciencia cada vez que surgía un inconveniente, cada vez que
ignoraba un mensaje, o me dejaba esperando una llamada.
Miré mis pies y le sonreí a la chica que había sido demasiado amable
conmigo, le agradecí rápidamente y caminé directo a la caja para
poder pagar e irme, Valeria no dejaba de mensajearme. Le llamé
mientras el taxi me llevaba a mi departamento, debía recoger mi
vestido y unas cuantas cosas, Vannesa había insistido en que todos
nos arregláramos juntas.
Apresurada buscaba mis zapatos, los accesorios y el vestido que tanto
tiempo me había tomado elegir, el taxi me estaba esperando y el
tiempo corría, mi perfume fue lo último que guardé antes de correr
hacia la puerta, me detuve de repente al escuchar un sonido que
llamó mi atención, cubrí mi boca con una mano a la vez que dejaba el
bolso de viaje a un lado, y caminé hacia la pared cercana a la puerta.
Eran gemidos, gemidos masculinos.
—¿Qué están clavando? —grité dando palmadas en la pared.
—Púdrete Valentina —respondió a gritos Manuel.
Salí de mi departamento muerta de risa y mucho más relajada, el
taxista condujo rápido estaba convencida que las constantes llamadas
de mi mamá lo obligaron a apresurarse.
—¡Al fin! —dijo Valeria apenas crucé la puerta.
El salón de esa casa bonita y grande estaba lleno de personas, las
amigas de Vanne y las personas que la maquillaban ocupaban casi
todo el espacio, mamá me vio de pies a cabeza, extendiendo la mano
para llevarme con ella.
—Vamos arriba, hice que Sofía viniera para peinarnos a ambas.
Obedecí sin rechistar, dejándome guiar por su mano que me sujetaba
con calidez, la casa de los papás de Edu era simplemente hermosa, y
ellos demasiado amables por permitir que tanta gente estuviera ahí.
—No sabía que Vannesa iba a invitar a todas sus amigas —eran como
diez insípidas igual a ella, reían de la misma forma, se expresaban
con las mismas frases, me fastidiaban con las mismas bromas.
—Está muy emocionada, cuando te toque vivir algo así la entenderás.
—¿Tú ya entiendes porque esta boda tan rápida? No llevan ni seis
meses juntos ¿No crees que pueda estar embarazada?
—Te estás vengando de mí porque te obligue a venir, te conozco
Valentina, te conozco muy bien —dijo dramatizando.
Tenía razón, había dos cosas a las que le temía mi madre, a que
nunca nos casáramos y que nos casáramos por un embarazo, Valeria
siempre habló abiertamente de sexo y como prevenir un embarazo
con ambas, ser abuela antes de tiempo la atormentaba.
Me di una ducha mientras mi mamá se vestía, al salir me di cuenta
que ya no estábamos solas en la habitación, mi hermana ya peinada y
maquillada hablaba apresurada con mamá.
—Gracias por estar aquí —dijo provocando que me sintiera mal—,
vístete rápido que la maquillista ya va a subir, por cierto, toma —
metió la mano derecha en el bolsillo de su bata y me entregó una hoja
de papel doblada.
—¿Qué es esto? —pregunté desdoblando el papel.
—El brindis, lo hice yo para ahorrarte el trabajo, léelo con emoción al
menos.
Le di la espalda para contener mi deseo de replicarle algo, era su
fiesta debía contenerme, me alejé de ambas huyendo de sus voces
molestas y chillonas, abrí el bolso para sacar la ropa interior que me
había regalado Santiago y que aún no había usado.
Mi trasero estaba tan descubierto que me sentía desnuda, el pequeño
triángulo que hacía el intento de cubrir mi entrepierna no lo lograba
del todo, respiré viéndome en el espejo del baño dónde había entrado
para cambiarme tranquila. Acomodé la cinturilla sobre mis caderas
cambiando de posición para verme de diferentes ángulos.
—Valen ya está aquí Sofía para peinarnos.
Me puse el vestido rápidamente, mi mamá era capaz de abrir la
puerta del baño, sentía que el sostén me quedaba pequeño por ello
tardé un poco más de la cuenta acomodando mis pechos.
—Estás muy linda, te hizo bien enfermarte un poco perdiste unas
cuantas libras.
La miré incrédula, aunque estaba acostumbrada a ese tipo de
comentarios me dejó pasmada lo que dijo, Valeria siempre cuido
muchísimo de mi salud, que dijera algo así en tono de broma me
tomó por sorpresa.
Mi mamá comenzó a preguntarme por Santiago justo cuando me
peinaban, respondí cortante el temor a que no llegara no me dejaba
hablar de él con facilidad, de reojo la observé cuando se puso el
vestido, recordé las palabras de Santi al verla sonreír frente al
espejo, nuestra relación era complicada, pero la quería más que a
nada en el mundo, inesperadamente me levanté de la silla y me
acerqué a ella para abrazarla que sonrió con los ojos cerrados
disfrutando de mi abrazo.
—Estás muy linda —susurré sin soltarla.
—Cómo tú, tienes que verte en este espejo Valen —dijo apuntándose—
, te pareces mucho a mí, seguro acumularas grasa en el mismo sitio,
se te marcaran las mismas líneas de expresión, debes comenzar a
cuidarte desde joven, para que te conserves, así como yo.
Riendo la volví a abrazar una vez más, jamás iba a cambiarla, pero al
menos debía esforzarme por tolerar su lado molesto. Pensé en Santi
en la tristeza profunda que reflejaba en los ojos cada vez que hablaba
de su mamá, me quedé callada entendiendo lo difícil que eran las
cosas para él, el trabajo, su hermana, su papá, las competencias, los
problemas de Sebas y Saúl, el pobre tenía toda esa carga sobre sus
hombros. Asumí que su mal humor y su seriedad eran las
consecuencias de sus frustraciones, que extrañamente dejaba a un
lado cuando estábamos juntos.
—¿Santiago vendrá a tiempo para el brindis? Quiero que tu abuela lo
mire, esa señora siempre dudo de mi capacidad como mamá, me
criticaba todo el tiempo, tu padre es digno hija de ella, me encantaría
que las viera a las dos para callarle la boca, son un par de mujeres
lindas, con buenos empleos, y excelentes partidos al lado.
—Mami no hagas sentir incómodo a Santi, ya tuvo suficiente de ti al
conocer a tus hermanas —dije mientras me ponía perfume.
—¿De qué hablas? Parecía encantado con tus tías.
—Santi es muy diplomático, no lo presiones mamá, me lo puedes
espantar y te quedas sin el buen partido que presumir —contuve la
risa cuando me dio la razón, al menos estaba garantizando
tranquilidad para Santiago, en el caso que llegara.
Di un paso hacía el gran jardín delantero contemplando la bonita
decoración que tenía el lugar, la suave música de una pequeña
orquesta amenizaba la noche mezclándose con las voces de los
invitados que ya habían llegado.
Vannesa se acercó a nosotras para llevarnos a saludar a sus futuros
suegros que estaban situados en la mesa principal junto a mis
padres, reí al ver a mi papá sentado al lado de la silla que ocuparía
mamá, estaba convencida que sería sumamente divertido verlos
lidiar el uno con el otro.
—Valentina tu sitio debería ser al lado de tus padres —susurró papá
cuando lo saludé.
—Mi hermana dispuso que ocupara la mesa de sus amigas, no la
contradigamos es su noche —dije sonriente.
En realidad, me encantaba mantener la distancia, estar sentadas con
papás y los suegros de mi hermana sería demasiado incómodo para
mí. Mi papá soltó mi mano con dificultad cuando me alejé de la mesa,
mientras mi mamá conversaba con Vanne sin darse cuenta que me
alejaba apresurada.
Las amigas de mi hermana me resultaban insoportables, pero al
menos me estaban entreteniendo con sus chismes acerca de personas
que ni conocía, quería engañar a mi mente que no dejaba de pensar
en que él no llegaría, la silla vacía a mi lado era un recordatorio
constante de su ausencia. Todo el esfuerzo de mi hermana en la
planificación de la fiesta había dado resultado, me puse de pie para
acercarme a la barra que habían ubicado a un lado del jardín, los
meseros estaban tardando demasiado y mi cuerpo requería de algo
fuerte para mantenerme tranquila.
Con un whisky en las manos miré la pista iluminada con esas bonitas
luces que colgaban en el aire, Vanne bailaba con su prometido y
mamá al lado, cosa que me pareció demasiado gracioso y me distrajo
por breves segundos de aquella espera que atormentaba, miré a una
de mis tías acercarse y hui hacia mi mesa.
La cena estaba a punto de ser servida y él ni siquiera me había
enviado un mensaje, respiré profundo dándole otro sorbo a mi vaso,
estaba convencida que me había plantado de nuevo.
—Valentina vamos a tomarnos fotografías —dijo mi papá acercándose
a mi mesa— ¿Y Octavio? —preguntó cuando acepté su mano.
—Santiago papá, Santiago —dije en voz baja—, aún no llega.
No quería que nadie más preguntara, pero era imposible con mi
mamá y Vannesa, mientras me acomodaba el pelo para las fotos
Valeria comenzó a susurrarme que debía llamarlo para apresurarlo,
torcí los ojos y me hice al lado de mi hermana. Nos tomaron una foto
a los dos solas y luego una con nuestros papás, me alejé a paso
rápido cuando llegó el turno de posar con mi abuela.
—Valentina —mi mamá detuvo mi brazo.
—No lo llamaré, si no quiere venir es su asunto yo no puedo estarle
recordando que cumpla con sus promesas —solté enojada.
—Está allá —dijo apuntando hacia dónde estaban las mesas.
La angustia, la molestia, mi enojo, todo desapareció de golpe cuando
lo vi sonriendo a lo lejos, mi mamá suspiró con alivio al mismo
tiempo que lo hice yo, ambas nos vimos y sonreímos en un acto que
denotaba la complicidad del momento.
—Ve con él —susurró a mi oído antes de darme un tierno beso en la
mejilla.
—Valen una foto más con el cortejo —gritó Vanne deteniendo mi
intento de avanzar hacia Santi.
Le hice un gesto con la mano para que me esperara, para luego
acercarme a mi hermana a la que apresure sin ocultar mi
impaciencia por terminar con esa improvisada sesión. Me alejé
apenas tomaron la foto, sentí una absurda debilidad en la parte
trasera de las rodillas al verlo más de cerca, enfundado en un bonito
traje azul marino sin corbata, me esperaba con una sonrisa tensa en
los labios, conocía esa mirada en Santiago algo lo estaba inquietando.
—Llegaste al fin —dije sonriente, siendo más obvia que nunca sin
poder ocultar lo contenta que me ponía verlo.
—Estás preciosa Valen —susurró sobre mis labios antes de darme un
beso, sonreí abrazándolo notando que su corazón latía rápido y
respiraba algo agitado.
—¿Estás bien?
—Sí, solo un poco... fue algo complicado llegar —respondió viendo
hacia los lados— ¿Tenemos que ir a saludar a tu mamá? —preguntó
mientras sus ojos no dejaban de escanear el lugar.
—No, ven conmigo, te ves tenso.
Tomé su mano para guiarlo hasta la mesa donde estaban nuestros
puestos, antes de llegar una de mis tías se atravesó en nuestro
camino, Santiago la saludó amable mientras ella me hacía gestos de
aprobación pocos discretos, me alejé y lo llevé conmigo lo más rápido
que pude, mi familia era todo un caso peculiar.
—¿Quieres tomar algo?
—Lo más fuerte que haya— respondió pasando la mano por su rostro.
Asumí que había tenido un día complicado en el trabajo y por ello su
actitud tan tensa, decidí no atormentarlo con preguntas y tratar de
que se relajara conversando de cualquier cosa, fuimos juntos por algo
de tomar, para luego volver a la mesa que estaba de nuevo llena de
las amigas de Vannesa que no escondían la curiosidad que les
provocaba verme con Santi al lado.
Lo observaba con atención mientras me hablaba un poco preocupado
acerca del maldito torneo que iniciaba ese domingo, decía que no
podía trasnochar mucho, ni tomar en exceso porque la primera
carrera del torneo estaba pautada para la mañana siguiente muy
temprano, sonreí sin prestarle mucha atención, se miraba demasiado
guapo a pesar que su mirada intimidante que me ponía arrítmica no
estaba presente en sus ojos, pasé la mano por su mandíbula
acariciando su barba recién afeitada, admirando su belleza masculina
que me tenía encantada esa noche.
—Se acerca la hora del brindis, me pone nerviosa hablar en público—
susurré a su oído.
—Lo harás bien, bajo ese tipo de presión es cuando mejor funcionas.
Quise creer que era cierto, me tomé de golpe el trago colorido que
llevó el mesero, Santi me recordó que estaba bajo tratamiento
médico cuando se dio cuenta de mi intención de tomar otro.
Vimos a mi mamá cerca de nuestra mesa y Santi insistió en ir hacia
ella para saludarla, unos segundos después Valeria me hacía un gesto
con la mano para que me acercara a ellos.
—Es la hora —susurró con una sonrisa falsa, tenía miedo que lo
hiciera mal y arruinara la fiesta de mi hermana—. ¿Ya conoces
Vanne? —preguntó dirigiéndose a Santiago.
—Ha estado muy ocupado, no he tenido la oportunidad de
presentarlos— respondí yo por él.
Lo dejé acompañado de mamá mientras yo me encaminaba a la pista
para hacer el maldito brindis de una vez, Vanne se acercó al lado de
Eduardo cuando tomé la copa que me ofreció un mesero ya preparado
para el momento. Tomé el micrófono sintiendo las palmas sudorosas
y sonreí como si estuviera tranquila.
—Buenas noches —la música dejó de sonar y todos los ojos se
pusieron sobre mí, Vannesa sonrió con amplitud al verme sacar el
papel que ella me había dado temprano—, como dama de honor y
hermana de la novia soy la encargada de ofrecer un brindis en honor
a los novios, seré breve lo prometo —dije espontáneamente al notar
los suspiros cuando puse el papel frente a mí.
—¡Vamos Valen! —gritó mi papá animándome y ganándose una
mirada de desaprobación de mi hermana.
—Los mejores recuerdos de mi niñez los tengo al lado de mi hermana,
una niña alegre, amorosa, bondadosa y ocurrente, crecí siempre
recibiendo el mejor de los ejemplos de la que describo, como la mejor
hermana mayor del mundo, con un espíritu alegre, una risa
contagiosa y un corazón enorme, Eduardo te llevas a una mujer bella
por dentro y por fuera, fuerte y decidida, dulce y llena de empatía
por los que la rodean. No lo digo porque sea mi hermana y mi mejor
amiga, quienes conocemos a Vannesa sabemos el enorme corazón que
hay detrás de esa mirada cálida. Que sean muy felices, por los novios
—dije alzando la copa.
Doblé el papel sin poder creer lo mentirosa que era mi hermana,
sonreí cuando se acercó a mí y me abrazo como nunca lo hacía.
—Si tu voz se hubiera quebrado habría quedado espectacular.
—No soy tan falsa mejor amiga —respondí con ironía sin soltarla,
abracé a Edu y me alejé despavorida de la pista, tomé otra copa en el
camino que tomé de golpe.
—¿Qué fue eso? —preguntó Santi sosteniendo mi mano.
—Vanne escribió lo que tenía que decir, solo leí.
—Estás pálida —dijo sonriendo mientras me abrazaba—, te escuchaste
genuina, lo hiciste bien.
—¡Valentina!
Quise huir al escuchar la voz de mi hermana, tomé la mano de Santi,
pero no se movió, observaba fijamente a Vannesa que se acercaba a
paso rápido.
—No quiero hacerlo de nuevo y fingir llorar, es capaz de pedírmelo,
quiero irme de aquí —me quejé en voz baja— ¿Santi?
Giré al verlo rígido viendo hacia el frente, Vanne también lo miraba
con una seriedad que me resultó inquietante, hice un ruido con la
garganta para captar la atención de mi hermana que movió los
labios, pero solo balbuceó.
El brazo de Santi rodeó de mi cintura pegándome con fuerza hacia su
cuerpo, ella sonrió de una forma extraña antes de fijar su mirada en
mí.
—No volveré ahí a decir lo mismo llorando, para que la gente crea
que estoy conmovida —advertí con decisión—, él es Santi —dije
después de suspirar, al notar la forma curiosa con la que mi hermana
lo miraba—, es mi novio —agregué despreocupada.
—Santiago —susurró alzando una ceja.
—Santiago Sada mucho gusto —extendió la mano que ella aceptó de
inmediato.
—Valentina necesito hablar contigo —dijo con seriedad después de
sonreírle con falsedad a Santiago.
—No puedo ahora mismo.
—Valentina tengo que hablar contigo —repitió apretando los labios.
—¡No voy hacerlo de nuevo! ¡No quiero hablar contigo!
—Ve con ella preciosa, yo voy a aprovechar para saludar a Eduardo,
parece que está aburrido en esa mesa —dijo apuntando con la
barbilla al prometido de mi hermano.
Vannesa volteo el rostro en el justo momento que Edu nos sonreía,
me miró a mí, luego a Santi, apretó los labios y giró sobre sus talones
alejándose con prisa.
—Gracias a Dios —murmuré girando hacia Santi—, estás pálido.
—No he comido nada en todo el día, no debí tomar una sola gota de
alcohol —respondió en voz baja.
Su mano que continuaba sobre mi cintura, comenzó a ejercer más
presión, sus dedos se enterraban en mi piel y el parecía no darse
cuenta.
—Me lastimas —dije apartando su mano.
—Lo siento, lo siento —repitió afligido.
—Ven vamos a que comas algo, y luego —me silenció de repente con
un beso que me robó el aliento, sus brazos me pegaron con tanta
fuerza a su cuerpo que respirar se hacía muy difícil.
El resto de esa noche fue una especie de castigo para mí, Valeria no
nos dejó tranquilos hasta que Santi fue a saludar a las víboras de sus
hermanas, papá un poco más contento a causa del alcohol, no paró de
hacer broma de mis exnovios inexistentes que asumí ya estaban
molestando a Santi, que se mostraba cada vez más serio. Y mi
hermana que permanecía alejada de nosotros, cada vez que me
miraba me torcía los ojos con exageración, parecía no perdonarme
mi falta de emotividad en el brindis.
—Quiero irme ya —susurré al oído de Santi cuando vació la copa de
vino.
—Estaba esperando que lo pidieras —respondió con la voz ronca,
tomó mi trago de Whisky y se lo llevó a los labios rápidamente.
—Tu competencia es mañana.
—Es el último —dijo sonriendo.
—Iré por mis cosas, no tardo —besé su mejilla antes de ponerme de
pie y adentrarme a la casa, subí las escaleras rápido yendo directo a
la habitación donde me había cambiado.
Encontré mis cosas en orden sobre la cama, mi mamá se había
encargado de ello mientras yo me retocaba los labios, una de las
amigas de Vannesa me detuvo cuando llegué a la planta baja, quería
que la acompañara al baño y no pude negarme. Cuando finalmente
llegué a la mesa no vi a Santi en el sitio donde lo dejé, mi mamá tomó
mi mano sin darme tiempo de buscarlo.
—Es temprano aún ¿Qué va a decir la gente al ver que te fuiste?
—Nadie se enterará no te preocupes —respondí buscando a Santi con
la vista.
—Digna hija de tu padre, solo te gusta hacerme enojar.
—¡Santi! —le llamé cuando lo vi a unos pasos de nosotras, parecía
estarme buscando también—, se amable, recuerda lo de no espantar a
Santiago.
Me despedí de ella rápido para luego buscar a mi papá que bailaba
con una hermana de mamá solo para fastidiarla, a Vanne le hice un
gesto con la mano de lejos para no interrumpir su charla con uno de
sus invitados.
—Soy como la oveja negra de mi familia, no calzo con ellos, no me
siento cómoda y no los entiendo —me quejaba mientras subíamos al
auto.
—Tranquila, ya nos vamos de aquí.
—Gracias por venir, te ves cansado y estresado.
—Estresado siempre, cansado solo un poco —admitió sonriendo.
Condujo en un silencio que me parecía extraño, estaba pensativo
como en otro mundo lejano al nuestro, aceleró el auto de forma
repentina y solo controló la velocidad cuando se lo pedí en voz alta.
—¿No tienes una carrera mañana? —pregunté al verlo tomar la
autopista que usábamos para llegar a su departamento.
—¿No quieres quedarte conmigo?
—Sí quiero.
—Eso es lo único que importa —susurró mientras aceleraba una vez
más—. Que tú quieras estar conmigo, que yo quiera estar contigo —
las palabras salían rápido de sus labios mientras su mirada
permanecía en el camino—. Eres más importante para mí de lo que te
imaginas —dijo deteniendo el auto de forma abrupta.
—¿Estás loco? —reí viendo por el retrovisor los autos tras nosotros.
—Por ti —susurró sobre mis labios antes de darme un beso que solo
cortamos por el ruido insistente del claxon.
w w

Golpeé el pecho de Santiago en un intento por quitármelo de encima,


sonrió sobre mis labios sin liberar mi cuerpo de la presión que
ejercía el suyo, miré hacia los lados nerviosa, estábamos en medio
del pasillo, temí que alguien nos pillara besándonos de esa forma tan
lujuriosa.
—Mírame —susurró con esa voz que me ponía débil, sus manos
sujetaban mi barbilla acorralándome aún más—, estás apretando las
piernas Valentina.
—Y tú estás ebrio —dije después de tomar una gran bocanada de aire,
río acercando su rostro al mío—, espera Santi, espe... —me besó de
nuevo, usando más fuerza en su agarre sobre mi cintura.
Sentía que me iba a aplastar en esa pared, la rudeza de sus caricias
me estaba cortando la respiración gradualmente, una parte de mi
disfrutaba de ese derroche de pasión salvaje que demostraba
Santiago esa noche, la otra tenía miedo, miedo de dejarme llevar y
terminar abriendo las piernas en medio del pasillo.
—¡Abre! —pedí apuntando la puerta cuando al fin se alejó un poco.
Respiré profundo sin poder moverme de la pared, Santiago reía
mientras buscaba las llaves dentro de su bolsillo, no me había
percatado que tanto alcohol había tomado hasta que su ataque
romántico me sorprendió en medio del tráfico.
Escuchar lo mucho que le importaba, y lo loco que lo tenía, provocó
que mi corazón se acelerara peligrosamente, me dejó una sonrisa en
los labios y una felicidad momentánea que no pude ocultar, la euforia
interna se disipó cuando bajamos del auto, y comenzó a reír al no
poder ponerle el seguro a las puertas.
—¿Tú tienes mis llaves? —preguntó haciendo un gesto chistoso.
—Santiago deja de jugar, en este momento prefiero tu lado serio y.…
¡Basta! —grité riendo al sentir sus manos dentro mi vestido.
—¿Dónde tienes mis llaves? —repetía mientras sus manos no dejaban
de colarse bajo mi ropa.
—¡Ya! —me alejé conteniendo la risa que no dejaba de salir de forma
escandalosa de mi garganta— Si no abres en cinco minutos me voy.
—No, no, tú no te vas —cercó mi cintura con un solo brazo,
pegándome posesivamente a su cuerpo mientras abría la puerta con
dificultad.
Cerró con seguro y simuló tragarse las llaves haciéndome reír mucho
más, estaba actuando como un tonto gracias al alcohol sin
preocuparse por la carrera en la que tenía que competir en solo
horas.
—¿Sabes cómo se llama que me mantengas encerrada en un sitio bajo
llave?... Secuestro —me respondí sola cuando él solo negó.
Se río a carcajadas sin disminuir la fuerza con la que me mantenía
sujeta a su cuerpo, aceleró el paso arrastrándome con él hacia su
cuarto, abrí los brazos antes de cruzar la puerta, deteniéndome del
marco de esta por el simple placer de desesperarlo más.
—Estoy haciendo las cosas mal, para secuestrarte debí atar tus manos
—dijo mientras intentaba hacerme entrar.
La risa me hacía débil por ello trataba de contenerla, Santi tomó mi
cintura empujándome hacia su cuerpo de forma brusca, ablandarme
era así de fácil para él, tiró la puerta para cerrar y me acorraló en
ella en cuestión de segundos.
—¿Y se supone que me estás secuestrando para?
—Para hacerte todo lo que escribo —respondió a mi oído.
Su aliento me causó cosquillas en todo el cuerpo, provocando que me
removiera buscando inútilmente liberarme, sonrió mientras
levantaba mis brazos apoyándolos sobre la pared, para luego con una
sola mano sujetar mis muñecas.
La tonta risa que no dejaba de salir de mis labios, se acabó cuando
apoyó la mano en mi espalda baja empujándome con descaro contra
su pelvis, mi respiración comenzaba acelerarse a la vez que mi
cuerpo vibraba por ese acercamiento tan brusco y excitante. No tardó
mucho en liberar mis brazos permitiendo que mis manos pudieran
tocarlo, gimió en medio de un beso que me estaba robando el aliento,
mientras con destreza abría uno a uno los botones de su camisa.
La manera en la que me besaba era tan intensa como la sensación
que se esparcía por toda mi piel al percibir su tacto caliente, con un
rápido movimiento me hizo girar, apartó mi pelo que caía por mi
espalda, para abrir el cierre de mi vestido, su respiración acelerada
golpeaba mi nuca mientras mi piel quedaba expuesta para él.
Rodeando mi cintura me apretó con fuerza contra su pelvis, gimiendo
en mi oído sin dejar de tocarme.
Mi vestido cayó al piso en un par de segundos que percibí eternos,
besaba mi cuello de una forma casi cruel a la vez que sus manos
sobre mi vientre se deslizaban despacio hacia abajo, el calor que se
concentraba en mi vientre solo aumentaba, el deseo de más me instó
a provocarlo, restregué mi trasero contra su erección para luego
tomar su mano y guiarla directamente a mi entrepierna.
—¿Ansiosa?
Cerré los ojos al percibir ese tono cargado de deseo en su voz, negué
intentando recuperar el aliento que perdí cuando sentí como me
acariciaba por encima del encaje en mi ropa interior.
—Valentina estoy muy inspirado, creo que dejaremos esto para
después, tengo que escribir.
Giré apenas terminó de hablar, entrelacé mis brazos en su cuello
para atraerlo posesivamente hacia mí, necesitaba besarlo, tocarlo,
sentirlo aún más cerca de lo que ya estaba, odiaba que se mostrara
así de controlado cuando yo no podía ni respirar con normalidad.
Rompió el beso de forma repentina deteniéndome de los hombros al
notar mi intención de acercarme de nuevo, paseó la vista por mi
cuerpo entero con aquella sonrisa perversa que provocaba que mi
entrepierna se contrajera...
Dio un paso hacia atrás pasando una mano por su barbilla sin dejar
de contemplarme de pies a cabeza, estaba adquiriendo una expresión
de seriedad que ya sabía interpretar, estaba muy excitado.
—¿Qué voy a hacer contigo Valentina? —preguntó en susurros al
mismo tiempo que apretó su erección por encima del pantalón.
El diminuto conjunto de lencería púrpura que él mismo me había
regalado, era el causante de esa fascinación que brillaba en sus ojos,
sonreí encantada con aquella situación, lo había sorprendido de
verdad, volvió a apretarse sin apartar sus ojos de mí. Apenas la yema
de sus dedos rozó mi cintura gemí sin poder controlarlo, la
hipersensibilidad estaba presente de nuevo, haciendo de esa
experiencia sensorial más intensa.
—¿Necesitas ayuda con eso? —cuestioné apuntando hacia su mano
dentro de su pantalón.
Solo esperó a que terminara de hablar para abalanzarse sobre mi
frenético, sentí sus manos por todo mi cuerpo mientras me besaba
con una lujuria que me hacía débiles las piernas, ardíamos en el
mismo fuego, quemándonos en la misma necesidad. Por la fuerza con
la apresaba en esa pared mis pies estaban en el aire, mordisqueaba
mi cuello mientras estrujaba mis senos jadeando con más frecuencia.
Me desnudó con una lentitud que nos desesperó a ambos de la misma
manera, noté como sus manos temblaban supuse que por el esfuerzo
que hacía al contenerse, embriagada en el placer en el que me
sumergían sus besos y caricias no fui consciente del momento en el
que me llevó a la cama, reaccioné hasta que sentí su lengua
deslizándose por mis senos.
Desnudos sobre la cama, giramos sin dejar de tocarnos, besarnos,
rozarnos, entre gemidos y jadeos nos consumíamos rápidamente en
una pasión sofocante. La humedad se escurría entre mis piernas
mientras él susurraba a mi oído sus características frases subidas de
tono.
La manera en la que Santiago me manejaba no dejaba de
sorprenderme, ni siquiera puse una mínima resistencia cuando me
instó a ponerme a gatas sobre el colchón, lo dejé hacer, lo dejé
empujarme a ese estado en donde temblaba suplicando por más,
cerré los ojos al percibir el agarre fuerte que ejercían sus manos en
mis caderas, apreté los labios con fuerza sin poder contener un
gemido sonoro al sentir como entró en mí, de manera brusca pero
malditamente placentera.
El placer se mezclaba con el dolor que me provocaban sus embates
profundos y agresivos, cada gemido que salía de sus labios me
provocaban escalofríos, y contracciones internas casi involuntarias
que lo enloquecían aún más, mis brazos dejaron de sostenerme
debido a la debilidad y el aturdimiento que me provocaba todo
aquello, oculté mi rostro en la almohada disfrutando de sus
movimientos frenéticos y profundos.
Me sentía tan llena que la tensión en mi vientre era cada vez más
fuerte, el sonido del golpeteo de nuestros cuerpos, sus jadeos
constantes y mi respiración alterada hacían eco en mi cabeza,
haciendo del momento aún más intenso de lo que ya era. Sus manos
sujetaron con más ahínco mis caderas a la vez que la fuerza que
usaba para enterrarse en mí aumentaba, cerré los ojos por largos
segundos percibiendo los primeros indicios de un orgasmo que no
terminó de desarrollarse, se dejó de mover de forma repentina, para
luego privarme de la sensación de sentirlo dentro.
—Arriba —dijo con la voz entrecortada antes de palmear levemente
mi trasero— necesito ver tus ojos —agregó al notar la expresión de
confusión en mi rostro.
—Solo si me das el control por completo —susurré intentando que mi
voz sonase firme, cosa que me resultaba muy difícil.
—Es todo tuyo —respondió llevando las manos justo tras su cuello.

***

La molestia persistía en mi vientre al igual que el escozor en medio


de mis piernas, cerré los ojos maldiciendo en silencio mientras el
agua fría caía por mi cuerpo. Me enjuagué el pelo con paciencia sin
dejar de pensar en que había sido una mala idea dejarme llevar por
Santiago y su pasión casi salvaje de la noche anterior.
Esa mañana había despertado sola en medio de sábanas arrugadas,
con los muslos pegajosos y el vientre bajo adolorido, me levanté para
ir directo el baño, pensé que una ducha aliviaría la leve incomodidad
que me dejó haber tenido una noche llena de mucho sexo. Peinaba mi
pelo húmedo frente al espejo del lavabo, tomé el cepillo de diente
dándome cuenta que el baño ya estaba lleno de mis cosas.
Salí del baño luego de tomarme un analgésico, busqué en el clóset la
ropa que había dejado los días que había pasado enferma en ese sitio,
dejé las cosas en el sillón que estaba al lado de la ventana para quitar
las sábanas de la cama, las tiré al piso para después poner las limpias
de forma poca cuidadosa, apenas terminé me recosté sobre el colchón
desnuda y con mi teléfono en la mano.
Sabía que Santi estaba en su competencia, antes de quedarnos
dormidos comentó acerca de lo temprano que tendría que estar en el
club deportivo, pero no tenía idea de la hora en la que pensaba
regresar al departamento, torcí los ojos cuando Mamá apareció en mi
pantalla, había estado llamándome desde muy temprano para insistir
con que fuera al departamento de mi hermana donde estaban
teniendo un día de chicas.
Ignoré la llamada y le escribí un mensaje a Santiago que tenía horas
sin haberse conectado, entré a Instagram para ver las fotos que mi
hermana había compartido de la noche anterior, estaba a punto de
escribir su nombre en el buscador cuando miré la foto que subió
Sandy una hora atrás, sonreía con amplitud mientras abrazaba a
Santi que aún llevaba el casco puesto, mi ganador decía la
descripción de la foto acompañada de un emoji de una bicicleta.
Había ganado a pesar de la noche tan extenuante que tuvimos, reí
negando, el cabrón arrogante iba a fanfarronear mucho con su
victoria, movida por la curiosidad entré al perfil de Santiago, el cual
no había visto desde aquellos días en los que me dedicaba a
investigar acerca del misterioso S.S. Mi corazón se aceleró al ver mi
rostro en dos fotografías, una juntos sin descripción alguna y otra
donde estaba sola en el balcón de la habitación de la casa de campo,
mi silueta apenas se distinguía gracias al resplandor del sol, leer la
preciosa bajo la foto me hizo soltar un pequeño grito que silencié
cubriendo mis labios.
La emoción era tal que ni siquiera contemple el factor equilibrio,
todo estaba tan perfecto y por primera vez no sentía temor por lo
malo que pudiera suceder, la fotografía tenía dos comentarios, uno
de Sebas que escribió Valen con un corazón al lado, y otro de Sandy
que dejó muchas caritas de enojo. Los niveles de Serotonina en mi
cuerpo debieron estar elevadísimos, la felicidad momentánea me
llenaba por completo, la sonrisa en mis labios solo se borró cuando
los mensajes de mi hermana comenzaron a llegar a mi teléfono.
Decía que era urgente que habláramos, me envió una y otra vez
preguntando si podía ir a su departamento, no supe como tomar
aquello, Vannesa siempre fue del tipo exagerada, asumí que seguía
molesta conmigo por mi poca emotividad en el brindis y quería
sermonearme con mi mamá apoyándola, no respondí ni un solo
mensaje, pero me levanté de la cama para vestirme dudando acerca
de ir a donde tanto insistían, me miré en el espejo que estaba en la
habitación y negué abriendo el cierre del jeans que llevaba puesto, en
ropa interior buscaba otra cosa que ponerme cuando la puerta fue
azotada.

—¡Valentina! —la voz de Santi rompió el silencio en el que había


estado, salí de su habitación mientras me ponía la camisa que me
acaba de quitar— ¿Por qué siempre te encuentro medio desnuda?
Estaba recién duchado, tenía el pelo mojado, una maleta pequeña en
una mano y bolsas del supermercado en la otra, me acerqué a paso
rápido sin responder su tonta pregunta, sin decirle nada me colgué
de su cuello, saltando para enrollar mis piernas en su cintura, dejó
caer todo el piso para sostener mi trasero mientras yo me aferré a él
mordiéndome la lengua para no decirle lo mucho que lo quería y lo
lindo que me había parecido el detalle de esa foto.
—¿Todo bien? —preguntó sin soltarme, las muestras de afectos de ese
tipo siempre llegaban después que él lo propiciara, que yo me
gindara de su cuello de esa forma no era tan común.
—Sí, solo extrañaba a mi secuestrador.
—Te dejé encerrada de verdad, la puerta tenía seguro —dijo después
de soltar una larga risa—, traje comida supongo no has comido nada
en toda la mañana.
Me puso sobre el piso para tomar las bolsas que había tirado con
poco cuidado, se detuvo para contemplarme de pies a cabeza y luego
sonrió.
—¿Te bañaste temprano un domingo? —soltó con un tono de
exagerado asombro.
—Debía hacerlo, era más fluidos que persona.
Escupió el agua que tenía en la boca a causa de la risa, para ser
alguien que criticaba mi sentido del humor, se reía mucho conmigo.
—Siento mucho eso.
—No te preocupes por eso —respondí haciendo un ademán con la
mano restándole importancia al asunto—, deberías disculparte por
causar que sienta una incómoda molestia al sentarme.
—Amaneciste muy chistosa está mañana —comentó mientras
caminaba hacia la cocina—. ¿Qué quieres comer? ¿O prefieres salir?
Mi teléfono sonó a lo lejos, caminé hacia el cuarto donde lo había
dejado tirado, respondí la llamada de mi mamá para que dejara de
insistir de una vez.
—¿Vannesa? —dije al escuchar la voz de mi hermana en lugar de la de
Valeria.
—No respondes a mis llamadas, tuve que usar el de mamá, tienes que
venir lo digo en serio.
—¡No! No tengo humor para lidiar con ustedes.
—Valentina tienes que venir, o dime dónde estás yo voy por ti.
Hice el intento de responder, pero ver a Santiago frente a mí me
sorprendió, le hice un gesto para saber que quería, pero no
respondió, me miraba fijamente mientras mi hermana me gritaba del
otro lado de la línea.
—Te pondré a mamá —dijo muy enojada—, Valentina explícame
porque aún no estás aquí.
Santi me quitó el teléfono de la mano con una sonrisa en los labios, lo
llevó a su oreja y saludó a Valeria, le explicó que estaba conmigo en
una comida muy importante de la cual no nos podíamos ir así por así,
le mandó besos al despedirse y colgó la llamada para luego
extenderme el teléfono.
—¿Por qué le mentiste? —cuestioné aceptando mi celular.
—Estás secuestrada, ¿recuerdas? No puedes irte todavía.
—Santi en serio.
—Pensé que no querías irte, y solo pensé en ayudarte —respondió
tomando mi mano para llevarme a la cama.
—¿Lo de la comida tiene algo de cierto? Sé que ganaste y Constanza
siempre
—¿Dudaste que ganaría, cierto? —me interrumpió—, no fue tan fácil
como pensé, pero lo hice, gané con treinta segundos de diferencia del
segundo lugar, fue un asco el tiempo, pero para alguien que no
durmió, tomó alcohol y tuvo sexo unas horas antes es asombroso, soy
asombroso —repitió sonriendo.
—Arrogante —murmuré torciendo los ojos.
—Honesto que es diferente, en realidad si fue asombroso que ganara,
ni siquiera hice el calentamiento reglamentario, Jorge está furioso,
pero ¡gané!
—¿Y la comida con Constanza?
—Es un torneo Valen, termina dentro de cuatro domingos, cuando
gane al final si iremos a mi casa.
—¿Por qué estás tan seguro que ganarás?
—Porque soy el mejor —respondió a la vez que se recostaba por
completo al colchón, me acomode sobre él apoyando la cabeza en su
pecho, a pesar del dolor que seguía percibiendo mi entrepierna
palpitó al sentir el roce de nuestros cuerpos—, estoy demasiado
cansado, casi vomité cuando acabé la carrera nunca me había pasado
algo igual.
—¿Este será un domingo de los míos? —levanté el rostro para verlo a
los ojos ilusionada por dormir todo el día y no hacer nada más que
descansar.
—Así es, será un día que desperdiciaremos por completo —acariciaba
mi pelo suavemente mientras yo llenaba de besos su mejilla
derecha—, no sabes el trabajo que me costó dejar a Sandy en el club,
estoy seguro que se iba a ver con el tal Fernando, no sé cómo arreglar
ese asunto, pero debo hacerlo pronto, antes que el infeliz consiga su
objetivo, cogerse a mi hermanita.
—¿Por qué estás tan seguro que solo quiere eso?
—Huelo sus intenciones, leo su lenguaje corporal, le he explicado esto
a Sandra una y otra vez, pero no quiere verlo, incluso Sebastián ha
hablado con ella y nada, no entra en razón.
Besé su cuello antes de despegar mi cuerpo del suyo, me senté sobre
la cama evitando la tentación para las dos, las manos de Santiago se
habían estado moviendo sobre mi trasero constantemente.
—Sonará un poco cruel y sé que es difícil para ti, pero debes dejar
que ella solo se dé cuenta de lo que ocurre con ese chico, todas las
mujeres pasamos por algo así, siempre hay un tipo tóxico que se
aparece en tu camino, que te ciega, te doblega y te maneja a su
antojo. Puede haber muchas personas diciéndote ese tipo no te quiere
y no les crees, en lugar de eso te aferras aún más al tóxico y te alejas
de los que quieren separarlos —dije haciendo comillas.
—No puedo quedarme con los brazos cruzados mientras el tipo le
come el oído para llevársela a la cama, Sebastián tampoco quiere que
algo así pase.
—Pero ni tú ni él pueden impedirlo, son sus hermanos no sus dueños,
Sandra tiene que equivocarse, aprender sola, no pueden estar ahí
siempre evitando que sufra de las experiencias. Es muy lista
créemelo, medio dramática pero lista.
Se quedó callado por largos segundos, como analizando todo lo que
dije, asintió suspirando pesadamente, para después adoptar mi
postura y sentarse, solo que él apoyó la espalda en el respaldo de la
cama.
—¿Quién fue el mal nacido y cómo te libraste de él? —preguntó
pensativo.
—¿Mmm?
—Dijiste que todas las mujeres se topan con un tóxico en la vida,
supongo que lo dices porque ya viviste algo así, cuéntame todo,
quiero escucharlo.
Aquello me tomó por sorpresa, me reí nerviosa pensando que
bromeaba, me bastó con ver su cara para entender que me
equivocaba, Santiago había hablado en serio.
—Se llama Alonso —dije después de aclarar la garganta—, lo conocí
cuando estaba en el último año de la escuela, ya sabes, el típico chico
nuevo con pinta de malo, era la novedad del salón y estaba
interesado en mí —me sentí incómoda cuando él buscó el contacto
visual—. Mi papá lo odiaba y cada vez que llegaba a verme o a
invitarme a salir había peleas en casa, estaba repitiendo el año
escolar, era mayor que yo, tenía un tatuaje visible y lo habían
expulsado de su otra escuela por estar involucrado en una pelea, era
un tipo problemático, que me quería a mí, pero le gustaban muchas —
suspiré provocando que Santi arrugara el ceño.
—¿Tú lo querías? —preguntó visiblemente contrariado.
—Creía que, si lo hacía, y cuando alguien intentaba abrirme los ojos
me molestaba con esa persona, por eso insisto en que dejes que
Sandy se dé cuenta sola, yo pasé por muchas cosas para poder darme
cuenta que el tipo era una basura.
—¿Te acostaste con él?
—Sí —respondí completamente incómoda—, con él fue mi primera
vez.
Desvió la vista hacia la ventana, alzó las cejas y negó para luego
verme de nuevo.
—¿Cómo superaste eso? ¿Quiero tener una idea de cómo mi hermana
puede salir de todo este asunto?
—Un día lo encontré en el cine con otra, me habían dicho que me
engañaba, incluso una parte de mí estaba segura que era cierto, pero
verlo fue distinto, le tiré el refresco que llevaba en las manos y nunca
más volví a verlo, poner distancia fue lo mejor para mí.
—Entonces no sabes si ya lo superaste, si no lo has vuelto a ver y
—Obvio si lo superé ¡Por Dios! —dije riendo al percibir el rastro de
celos en sus expresiones—, eso fue hace años, tres meses después ya
estaba saliendo con otro tipo que
—Mucha información —me interrumpió haciendo un gesto para que
me callara—, Valen, pienso que sería bueno para Sandra escuchar lo
que te pasó, no como un sermón, si no como una charla entre amigas
¿crees que puedas ayudarme con eso?
—Mis habilidades sociales son pésimas —respondí al instante.
—Estoy seguro que podrás hacerlo —sonrió animándome para
después quedarse pensativo —¿Quién es Octavio? Tú papá me llama
así por algo y quiero saber por qué.
—No conozco a ningún Octavio —reí con soltura sin dejar de verlo—,
mi papá lo único que hace es molestarte, nunca le presentó a nadie
porque lo conozco, mi papá sabe de Alonso, de Noel que era mi novio
cuando comencé la universidad y de ti, todo lo que te dice es por el
placer de hacerte sentir incómodo.
Asintió sonriendo con falsedad, reconocía esa mirada suya de
molestia que no podía ocultar de todo, me acerqué hasta sentarme
sobre su regazo despacio, pasó las manos por mis piernas antes de
verme de esa forma tan perversa que reconocía bien.
—No puedo —dije intuyendo lo que estaba pensando—, de verdad nos
excedimos un poco ayer.
Asintió abrazándome, llevó una mano hacia la parte trasera de mi
cabeza para empujarme contra su pecho y la otra la dejó en mi
trasero que no dejaba de tocar.
—Creo que deberíamos comer algo porque de ver...
Se quedó callado de forma repentina, levanté el rostro para verlo y lo
encontré observando todo a su alrededor, las sábanas continuaban en
el piso, la ropa que no me puse estaba tirada sobre el sillón, mi bolsa
llena de maquillaje a la orilla del colchón, dos libros que hojeé
rápidamente, sobre su mesa de noche y el vestido que había usado la
noche anterior colgaba de los bordes de una mesa con trofeos.
—Arreglaré todo no te preocupes —susurré avergonzada por el
desastre que había dejado—, siempre que vengo aquí desordeno todo
lo sé, lo siento —me disculpé sabiendo lo delicado que solía ser
Santiago con sus cosas, el tipo tenía la manía de mantener todo
impecable, cada vez que estábamos en mi departamento me proponía
ordenarlo juntos.
—Tienes una cara de mortificada —respondió riendo—, como si mi
departamento fuera lo único que desordenas. Tú me desordenas
hasta la vida, y me encanta.
Me abrazó de una forma dulce, casi suspiré enternecida pero sus
manos apretando mi trasero contra su pelvis me hicieron salir del
trance en el que me dejaba su palabrería.
—¿Me estás comiendo el oído, cierto? —usé la frase que él había dicho
minutos atrás.
—¿Está funcionando? —preguntó con cinismo
—No, no me acostaré contigo así me escribas hasta un poema.
—¿Al menos podemos darnos besos? esa es mi idea de un buen
domingo.
—Pero primero comamos algo —propuse abandonando la comodidad
de sus brazos.
***

El ardor en los ojos era cada vez más molesto, recosté la cabeza sobre
mi escritorio descansando la vista un poco, llevaba toda la tarde
leyendo un manuscrito y un cuaderno con anotaciones mal hechas de
mi clase de dirección de ventas, todo se me estaba juntando, la
selección de nuevo material, los exámenes, mis obligaciones como
dama de honor, sentía que iba a colapsar.
—¿Quién es? —grité de manera casi agresiva cuando tocaron la puerta
de mi oficina.
—Yo —respondió Lau asomando la cabeza—, venía a preguntarte si ya
leíste bien la corrección de estilo de Eva.
—Si, por eso estoy retrasada con el otro manuscrito... Lau no quiero
rendir el examen en serio prefiero no presentarme, no sé nada.
—No Valentina, tienes que hacerlo, solo son tres clases más,
apruébalas todas y se acaba el maldito semestre pendiente, tú
puedes.
—Es en dos días y ni siquiera tengo los apuntes... A la mierda el
mundo, estoy viviendo como dije que nunca lo haría, estresada,
amargada por cumplir con los demás, me da igual graduarme, no
haré el examen y que pase lo que tenga que pasar.
—Valentina no te des por vencida, todo el trabajo hecho en estos
meses no puedes simplemente tirarlo a la basura, tómate un
descanso y yo te cubro, ve a casa duerme y luego estudias un poco.
—No puedo ¿Mi hermana volvió a llamar a Anita?
Laura asintió poniendo cara de fastidio, Vannesa había estado muy
rara esos días, me llamó incontable veces para hablar conmigo y
cuando el martes fui a buscarla a su trabajo dijo que no tenía tiempo
para entenderme, cuestión que interpreté como una excusa para
hablar conmigo pero que dejé ir con alivio porque al fin y al cabo no
quería hablar con ella, un día después me envió un mensaje de
carácter urgente, su mejor amiga de la infancia viajaba a Europa y no
sabía cuándo iba a poder regresar, mi hermana quería tener una
despedida de soltera antes de tiempo, solo para compartir con la
idiota de Paty ese momento, despedida que yo tenían que organizar
por ser su estúpida dama de honor.
—No solo ella, tu mamá también.
—¡Mierda! —dejé caer la cabeza en una actitud de derrota—, iré a
casa, pero para poder hacer las últimas llamadas que me hacen falta,
Valeria me está ayudando, no será tan difícil.
—Valen recuerda hablar con Santiago lo de los cambios, de verdad la
novela adquirió un toque sombrío, siento que cruzó una línea delgada
que convirtió a Eva en una villana cruel en lugar de la niña estúpida
y superficial que describió antes.
—Santi odia hablar del libro, pero algo se me va a ocurrir —respondí
mientras tomaba mis cosas.
—Si quieres le pido a Martín que te lleve.
—No es necesario, no te preocupes— me apresure por despedirme,
parecía que Laura no percibía la forma en la que me miraba su casi
novio.
En el camino a mi departamento leí los mensajes que me había
enviado mamá, estaba más emocionada por la despedida de soltera
que la misma Vannesa, me sorprendió la notificación de un mensaje a
Santi, le había escrito temprano en la mañana su respuesta nueve
horas después no la esperaba.
Lo siento estaba ocupado, quiero verte hoy podemos tener una noche
de cena, sexo, Netflix y sexo.
Manuel que me estaba esperando, me llamó cuando estaba
respondiendo el mensaje, bajé del taxi con el teléfono pegado a la
oreja mientras escuchaba atenta lo que Manu me había conseguido,
colgué cuando lo vi en el vestíbulo del edificio, me dio un corto
abrazo antes de caminar conmigo hacia nuestro piso.
—Vannesa morirá cuando mire a esos tipos bailando.
—Y que tipos Valentina, me costó mucho trabajo que aceptaran,
siempre tienen la agenda llena —comentó sonriendo.
—Eres un sol Manu en serio, me salvaste la estúpida fiesta, mi mamá
dice que no puede haber una despedida de soltera sin strippers.
—El sol es Sebastián, use sus contactos para ayudarte.
—Los adoro a ambos, cuando se casen quiero ser la madrina.
Río esperando a que abriera la puerta de mi departamento, lo dejé
pasar primero, él tenía la costumbre desesperante de dejar abierto, le
había pedido ayuda la tarde anterior sin esperar que me resolviera el
problema de los bailarines.
—Polly eres toda una consentida —dijo en tono chistoso viendo el
rascador en forma de árbol que estaba al lado de la ventana, Polly se
estiró desde la parte más alta, para luego huir al interior cuando
Manu se acercó—, si sigues comprando cosas para esa gata arisca no
podrás comprar tu auto Valentina.
—No lo compré yo, Santi lo trajo después de ver como afilaba las
uñas en mis sillones.
—Santiago resultó un buen padre, quién lo iba a decir.
Su comentario absurdo me hizo reír a carcajadas, caminé hasta el
refrigerador de donde saqué un par de refrescos para ambos y me
senté a su lado, subiendo los pies sobre la mesa.
—Cada vez que haces un comentario así se pone pálido. No me lo
espantes.
—Ya no se espanta, se mira muy cómodo contigo y la gata, son una
familia encantadora, los tres ariscos y poco amistosos.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —dije después de darle un sorbo a mi
refresco.
—Soy pasivo, Sebas activo.
El líquido salió por mi nariz mientras estallaba en una carcajada,
Manu me iba a matar de la risa sin proponérselo.
—No era eso lo que iba a preguntar, ya lo sospechaba —admití—
¿Cuándo hablaron tú y Sebas acerca de lo que sentían? No te burles
de mí, yo nunca antes había tenido una relación, así como la que
tengo con Santi, no sé cómo actuar y hay cosas que no sé... No sé
cómo manejar.
—¿Llevas meses con Santiago y aún no sabes cómo actuar? —asentí
preocupada—, Valen siento que piensas mucho las cosas, solo déjate
llevar por lo que tienen y listo, te daré mi punto de vista, viéndolo
desde afuera parecen una tierna pareja en proceso de enamorarse,
aunque Santiago es malencarado cuando está contigo sonríe mucho,
aunque puede ser porque se la pasa fornicando como conejos, en
serio es perturbador escucharlos.
—No hacemos ruido tonto —refuté golpeando su pierna.
—La cama pareciera que está a punto de romperse siempre, pobre
Polly... Estás sonrojada Valentina —decía carcajeándose—, tengo que
irme, Sebas vendrá para que vayamos a una exhibición de
motocicletas clásicas, por eso salí temprano del trabajo.
—Oye, espera, antes de que te vayas respóndeme algo ¿Sabes porque
Sandra me está odiando? La llamo y no responde, le escribo mensajes
y me deja en visto, le prometí a Santi hablar con ella y se está
haciendo imposible.
—Cree que Santiago va a regresar a vivir a su departamento y te
culpa por eso —respondió mientras se ponía de pie.
—Eso no es cierto, Santi va a esperar que ella se vaya a la
universidad.
—Explícale eso a Sandra dramática Sada... Suerte en la despedida de
soltera, diviértete.
Respiré profundo cuando cerró la puerta, no tenía ánimos para
ninguna fiesta, le informé a Valeria acerca de los strippers haciendo
que gritara al teléfono, puse comida para Polly y busqué algo en mi
clóset para usar por la noche.
Le marqué a Santi esperando que respondiera en el primer intento,
suspiré aliviada cuando el tono de espera dejó de sonar, pero tuve
que esperar a que dejara de hablar con Gloria.
—Valen lo siento, Gloria me estaba diciendo algo importante.
—No te preocupes, te llamaba por lo de la noche, había olvidado
que tengo un compromiso con mi hermana.
—¿Tu hermana sigue buscándote? —preguntó al instante.
—Si, como su dama de honor tengo muchas cosas que resolver
acerca de la boda. Dejamos lo de la cena para otro día ¿Sí?
—Está bien... ¿Valentina por qué en mi Tablet hay una búsqueda
de perforaciones extrañas?
—Quiero perforarme los pezones —dije bromeando, en realidad no
recordaba cómo había llegado a buscar acerca del tema.
—Me parece interesante, pero no te creo, eres una llorona no
soportarías un dolor así.
—Claro que sí, soy una mujer fuerte.
—La última vez que mordí tus pezones te quejaste toda la noche.
—Santi, estás en altavoz y estoy con mi mamá —contuve la risa
imaginando su cara, no dijo nada por largos segundos y luego
suspiró—, estoy bromeando tonto.
—Que horrible tu sentido del humor —respondió en voz baja.
Antes de colgar le hablé de la despedida de soltera, cuando mencioné
el asunto de los strippers comenzó a hacer más preguntas acerca del
evento, deseó que me divirtiera mucho y me envió un beso que me
dejó sonriendo.

***
Me subí a una silla para buscar a mi madre que se estaba
comportando como una adolescente llena de hormonas, Vanne se reía
con sus amigas a carcajadas al ver a mi mamá bailando como loca.
Había sido la primera en llegar al club nocturno y la más animada de
todo el lugar.
—Mamá contrólate —grité a su oído.
—Valen tequila —me ofrecía mi hermana que se estaba comportando
de una forma amistosa que me parecía sospechosa, negué buscando
un sitio para sentarme, los zapatos estaban apretando mis pies— ¿No
piensas divertirte?
—No quiero alcohol Vannesa eso es todo.
—¿Tu noviecito se molesta si tomas?
—Que te importa —respondí alejándome de ella.
Me siguió hasta la barra, sin importar los gestos de molestia que no
dejaba de hacer, pedí una botella de agua y regresé de nuevo a la
mesa.
—Te quedó tan bien está fiesta que no imagino como será mi
despedida real, porque esto es como un ensayo, eres la mejor
hermanita —besó mi mejilla antes de irse bailando con sus amigas.
Cuando los bailarines volvieron a salir grité como todas lo hicieron,
tomé los billetes que nos ofrecía Valeria y me acerqué un poco más al
pequeño escenario, me reía divertida al ver a esos tipos fortachones
moverse así, Vannesa me apuntaba instando a uno de los tipos que
me subiera al escenario, negaba una y otra vez ignorando los gritos
de las chicas que me alentaban.
—¡Vamos Valentina sube! —repetía mi hermana.
—¡No Vanne, no qué horror! no quiero que me pongan sus cosas en la
cara.
Mi mamá me empujó a los brazos de un morenazo altísimo, me
subieron casi a la fuerza con la música y los gritos sonando cada vez
más fuerte, negué riendo al ver la silla en la que me senté después,
los flashes de una cámara golpearon mi cara una y otra vez, ladeé el
rostro y vi a un tipo que se escondía tras el lente.
Cerré los ojos cuando el moreno fortachón tomó mi mano y la guio a
su estómago, mi mamá gritaba más que nadie, todas pedían más
mientras yo solo reía incómoda por tocar a un tipo lleno de aceite.
Mi mamá subió como voluntaria y fue entonces que aproveché para
huir de esa silla, bajé del escenario con cuidado, las luces no me
permitían muy ver los dos breves escalones, una mano sujetó mi
brazo, volteé y lo primero que vi fue la cámara, levanté la vista
despacio al reconocer el tatuaje del brazo y me congelé al comprobar
que Alonso estaba frente a mí.
—Valen —dijo muy sonriente, no estaba nada sorprendido de verme a
pesar de tener más de cuatro años de no vernos—, estás asombrosa.
El corazón me latía a toda prisa, me solté de su agarre le sonreí y me
alejé en busca de mi mesa y un poco de paz, verlo me inquieto de una
forma indescriptible. Tomé de golpe un shot de tequila que no tenía
idea de quién era y me senté en la primera silla desocupada que
encontré.
Vannesa se acercó y se inclinó hacia mí al notar mi cara, sonrió y
pasó las manos por mi pelo antes de besar mi frente.
—Creo que olvidé contarte que contraté a Alonso ¿Lo recuerdas?
—Tú ni le hablabas —respondí a la defensiva sin saber el porqué.
—Necesitaba un fotógrafo profesional y él estaba disponible.
Una de sus amigas se acercó para llevarla a la pista, me quedé ahí
sentada intentando procesar lo que estaba pasando, sentí que era una
especie de pésima broma, como si lo hubiese llamado con el
pensamiento cuando hablé de él con Santiago, permanecí en el
mismo sitio por casi una hora, hasta que pude irme sin tener que
darle tantas explicaciones a mi madre y a mi hermana.
Fui al baño antes de salir del club, me puse un poco de polvo y recogí
mi pelo para refrescarme, caminé hasta la puerta esperando que mi
mamá no me viera, respiré profundo cuando estuve afuera, miré
hacia los lados esperando que un taxi llegara en cualquier momento.
—¿Te vas?
Giré a un lado al oír esa voz, Alonso se detuvo con la vista fija en el
estacionamiento y las manos dentro del jeans oscuros que usaba.
—Parece que te sorprendió verme, pensé que tu hermana te había
contado que me había contratado —dijo en un tono de voz más bajo—,
tenía muchos años de no verte.
—No lo sabía —respondí titubeante—, Vanne no me dijo ni siquiera
que iba haber un fotógrafo hoy.
—Quiere todos los recuerdos del proceso de su boda, todos, estaré
hasta en las pruebas de vestido.
Solté el aire que había contenido cuando lo sentí cerca, negué viendo
hacia el piso mientras reía falsamente, levanté la vista al sentir sus
ojos buscando los míos. Alonso había sido una especie de obsesión de
la que me había costado trabajo salir, nunca fue nada serio, pero me
importaba mucho, estaba igual de apuesto de como lo recordaba, solo
que había adquirido madurez en sus rasgos.
—No respondiste mi pregunta ¿Te vas?
Asentí nerviosa con la mirada en un punto fijo.
—Yo también me iba ya, no creo que tu hermana quiera fotos de ella
ebria... ¿Puedo llevarte?
Lo miré de inmediato sintiendo como el corazón se me aceleraba aún
más, me perdí en sus ojos claros que por un momento me
enmudecieron.
—Ven —dijo ofreciéndome su mano.
Ni siquiera supe como mi mano fue a parar sobre la suya, me guio
hasta el carro blanco que me había señalado y abrió la puerta para
mí.
—Estás bonita Valentina —susurró mientras se ponía el cinturón de
seguridad—, los años te han sentado tan bien, de verdad estás muy
linda.
—Gracias —respondí tímida.
—¿Y que ha sido de tu vida? ¿Trabajas, estudias, qué haces? ¿Tienes
un novio?
No me dio tiempo de responder algo, mi teléfono sonó
sorprendiéndome por la hora, me quedé más asombrada al ver el
nombre de Santi y el corazón en la pantalla.
w w

El corrector de ojeras no me había ayudado en nada, resoplé a la vez


que intentaba en vano verme más decente, aparté un mechón que
caía por mi frente teniendo cuidado para no derramar el espresso
que cargaba en mi mano derecha.
La verdad estaba muy nerviosa, había tenido una noche de mierda
que empeoraba la tensión que sentía sobre mí, la llamada de Santiago
me alteró mucho más que encontrarme con Alonso, fue imposible
conciliar el sueño desconociendo el motivo que tenía mi novio para
llamarme molesto a esas horas de la madrugada. Cerré los ojos al
recordar ese tono de voz tan poco agradable con el que me citó a su
oficina, no entendí por qué sonaba así de cortante, tampoco me dio
tiempo de averiguarlo porque colgó apenas gritó: Te veo mañana en
mi oficina a las nueve, se puntual.
Enderecé los hombros antes de abandonar el elevador, preparándome
para enfrentar las miradas curiosas que lanzaban uno que otro
empleado del piso siete del Prime Mall, mi teléfono no dejaba de
vibrar dentro de mi bolso, mis compañeros de Dirección de ventas
estaban como locos por el examen que teníamos el día siguiente.
—Buenos días —saludé a Gloria que escribía algo en su
computadora—, voy a pasar —avisé sin detenerme.
—Señorita Rincón, el señor está atendiendo una llamada importante,
sugiero que lo espere aquí, me pidió que no lo interrumpiera.
Asentí sin rechistar porque estaba demasiado nerviosa como para
enfrentar de golpe a Santiago, caminé despacio para sentarme en los
costosos sillones oscuros que estaban a unos pasos del escritorio de
Gloria, tenía muchas cosas en la cabeza y cada una me atormentaba
de forma diferente. Desbloqueé mi teléfono para entretenerme y
dejar de pensar en ellas, pero me resultó contraproducente, la
cantidad de mensajes de mis compañeros externando la preocupación
por el examen me puso más nerviosa, leí los mensajes de Vannesa
que había dejado sin responder y todo empeoró aún más.
Alonso quiere tu número ¿Puedo dárselo?
Releí el mensaje un par de veces sintiendo como el pulso se me
disparaba por la impresión, en esos breves segundos me cuestioné
que parte de "tengo novio" no le había quedado claro a Alonso, me
resultó extraño que después de ese viaje silencioso en su auto le
hubiese pedido mi número a mi hermana.
Ni se te ocurra.
Tipié presionando los dedos con fuerza en la pantalla, a pesar de no
ser unidas como hermanas, Vannesa más que nadie sabía lo mal que
la pasé gracias a Alonso, compartíamos cuarto fue testigo de todas
las veces que lloré a media noche, me parecía demasiado
desconsiderado que se atreviera hacer esa pregunta.
—¡Gloria!
Di un pequeño salto sobre el sillón al escuchar el grito de Santiago,
su secretaria se puso de pie para entrar rápidamente a la oficina
dejando la puerta abierta, permitiéndome escuchar ese tono de voz
poco amable con el que estaba hablando Santiago.
—Señorita Rincón —me puse alerta tan solo con oír a Gloria, hizo un
gesto con la mano señalándome la oficina con una expresión rara en
el rostro—, ya puede pasar, la está esperando.
Asentí poniéndome de pie, tomé el café que había dejado sobre una
pequeña mesa y respiré profundo antes de avanzar.
—Suerte —susurró cuando pasé al lado de su escritorio.
Puse mi mejor sonrisa cuando crucé la puerta, mostrándome
tranquila como si no me estuvieran consumiendo los nervios al no
saber a qué se debía el enojo de Santiago. Detuve mis pasos cuando
levantó la vista y fijó su mirada en mí, quise salir corriendo al
reconocer en sus ojos al Santiago Sada que conocí, al tipo mal
encarado, gruñón y elegantemente grosero que me echaba de su
oficina con mucha facilidad.
—Hola... te traje un café —dije titubeante al verlo tan callado, me
acerqué despacio, estirando el brazo para ofrecerle el vaso que tenía
unos minutos cargando.
—Gracias Valentina, siéntate —apuntó una silla frente al escritorio,
no me saludó, no se puso de pie para buscarme y darme un beso
como lo hacía siempre.
Se quitó los lentes y los dejó sobre el escritorio antes de darle un
sorbo al espresso, soltó un largo suspiro para luego echar la cabeza
hacia atrás y apoyarla en su cómoda silla.
—Necesito calmarme antes de hablar —murmuró con los ojos
cerrados, mis latidos se aceleraron mucho más ¿Qué había hecho que
provocara tanto enojo? Esa pregunta se repetía una y otra vez en mi
cabeza—, ayer recibí esto —dijo mostrándome su Tablet.
La tomé con temor, sin saber exactamente que pensar, pasaron
tantas cosas en mi cabeza, pero ninguna razonable, no entendía que
pudo haber recibido para reaccionar así.
—¿Qué es esto? —cuestioné confusa, estaba en la bandeja de entrada
de su correo electrónico personal.
—Entra al primer correo —ordenó al mismo tiempo que pasaba las
manos por su cara.
Cerré los ojos al leer el correo del que hablaba, entendí todo de golpe
y como siempre no pude disimularlo, lo leí completo dos veces solo
para ganar tiempo y no enfrentar de una vez a Santiago que me
miraba sin ocultar el enojo que sentía.
—¿Cómo diablos sucedió esto? Explícame por favor.
—Yo... Yo
—Sin titubeos Valentina, solo habla claro.
Mis nervios aumentaron al verlo ponerse de pie, se acercó a la
ventana quitándose el saco en el camino, seguí cada movimiento que
hizo hasta detenerse a contemplar la vista.
—¡Te estoy esperando Valentina! —gritó de repente.
Me quedé muda por largos segundos analizando lo que estaba
ocurriendo, Santiago volteó con los brazos cruzados y apretando los
labios sin apartar la vista de mí, parecía estar conteniéndose sin
poder lograrlo del todo.
—¡Habla! Explícame cómo llegó un escrito mío a un maldito concurso,
un escrito que tenías solamente tú... Un concurso organizado por la
editorial en la que trabajas.
Negué mordiéndome el labio inferior en un acto reflejo de nervios,
noté que mis manos temblaban al dejar la Tablet sobre el escritorio,
tomé aire antes de intentar abrir la boca de nuevo, pero el nudo que
sentía en el estómago no me dejaba decir nada.
—Yo... Yo presenté tu escrito al concurso, llené el formulario y lo
envié sin esperar que resultaras ganador, solo pensé que sería buena
idea postular el pequeño texto que estaba en mi agenda— acepté
sintiéndome muy mal—, lo lamento Santiago no creí que te iba a
molestar tanto.
—Te conté algo sumamente personal, un tema tan delicado que evito
a toda costa tocarlo, me abrí contigo para que me entendieras un
poco más, y a pesar de eso Valentina, a pesar de que sabes el motivo
por el cual no puedo verme involucrado en ninguna publicación,
decidiste que era buena idea anotarme en concurso en donde el
premio es precisamente la publicación de una antología.
—Fue antes de saberlo, ni siquiera lo imaginaba, tampoco creí que
ibas a resultar ganador, solo... Fue un impulso, lo hice sin pensarlo —
admití con honestidad, no tenía sentido justificarme, menos mentir,
había cometido un error sin imaginar sus consecuencias.
—¿Un impulso te llevó a tomar algo que no es tuyo y exponerlo como
si tuvieras derecho para hacerlo? —preguntó alterado.
—No lo vi así Santiago, no imaginé que ibas a reaccionar así —miré
hacia abajo rehuyendo de su mirada llena de reproche
—¿Cómo diablos quieres que reaccione? —gritó una vez más—, ayer
estaba tranquilo en mi cama revisando mis correos y me encuentro
con que están a punto de lanzar un libro en el que va mi nombre, mi
nombre Valentina.
—Lo lamento mucho en serio —susurré con la voz temblorosa a causa
de los nervios—, no entiendo como tienen tu nombre, no lo firmé así,
puse tus iniciales como siempre lo haces.
—Resulta que en Águila están todos mis datos, fue fácil para quién se
encargó del concurso encontrarme en los registros de la editorial,
datos que se supone tú ibas a proteger, por ello estamos haciendo
todo lo del maldito libro con mi correo personal y mi número
privado.
Cada cosa que decía me hacía sentir más estúpida y me hundía en ese
problema que parecía cada vez más grave.
—Santi prometo arreglar todo, haré te saquen de esa publicación,
eliminaré personalmente tus datos... Me siento muy estúpida, no debí
hacerlo de verdad lo lamento.
El nudo en mi estómago subió hasta mi garganta, respirar me
resultaba doloroso debido al llanto contenido, el arrepentimiento que
sentía era tan real como el enojo que destilaba Santiago. Jugué con
mis manos mientras él se acercaba con pasos lentos y cabizbajo.
—Tienes que arreglarlo hoy mismo Valentina, tienes hasta la cinco de
la tarde para hacerlo —dijo viendo su reloj—, lo que no podrás
arreglar es lo más importante.
—¿De qué hablas? —mi voz se quebró capturando su atención al
instante, contuve el aire al verlo inclinarse hacia mí, a pesar de ver
mis ojos llorosos la expresión en su rostro no se suavizaba.
—Expusiste algo que escribí para ti, solo para ti, algo íntimo
Valentina, te describí desnuda a detalle en dos estribillos, no son
líneas al azar que salieron de la nada, las inspiraste tú. ¿Te das
cuenta que mezclaste lo nuestro con la editorial? Lo haces todo el
tiempo, solo que esta vez fuiste más allá.
—Es arte Santiago, el arte está para compartirse —solté al sentirme
presionada.
Irguió su cuerpo rápidamente para luego dar un paso hacia atrás, la
tensión se reflejaba en sus hombros, en cada gesto que hacía,
parpadeé varias veces sintiendo que ya no podía retener las lágrimas
en mis ojos.
—No lo entiendes y no lo vas a entender, tus ganas de sacar adelante
tu puesto no te dejan ver muchas cosas, no quisiste compartir arte,
solo estabas asegurándote que el concurso saliera bien, es curioso
que me acuses todo el tiempo de poner el trabajo antes que todo, no
lo niegues que detrás de tus bromas hay mucha verdad, lo dices
porque así lo crees... La que terminó poniendo su trabajo por encima
de nuestra relación fuiste tú.
Pasé los dedos por mis mejillas barriendo las lágrimas rápidamente,
no quería que me viera llorar, quería mantener la compostura a
pesar de lo mal que me sentía.
—Nunca quise hacer eso.
—Quiero que resuelvas hoy mismo lo de la publicación, en cuanto a
nuestro trato con el libro, en este momento pende de un hilo, no
quiero una intervención tuya a manera personal en todo este
proceso, ya basta con ese jueguito dónde vienes me miras a los ojos y
haces esas muchas peticiones a las que he ido cediendo, si no puedes
atender este asunto de forma profesional asigna a otro editor, todo lo
que te he escrito es tuyo, más no de tu autoría, debes respetar ese
pequeño detalle y evitar volver a compartirlos solo por ser arte,
cuando hayas resuelto lo de la publicación hácelo saber a Gloria, solo
dile resuelto y listo.
Emitió un largo suspiro cuando terminó de hablar, se inclinó una vez
más frente a mí apoyando una de sus manos en los brazos de la silla,
mientras con la otra me ofrecía un pañuelo blanco que tomé con
manos temblorosas. El par de tímidas lágrimas que resbalaban por
mis mejillas parecían estar ablandándolo, apretó los labios antes de
acercarse y besar mi mejilla de forma delicada.
—Tengo muchas cosas que hacer, puedes irte —se alejó de nuevo
caminando hacia la ventana, hice un patético intento de decir algo,
pero no logré pensar en nada que me ayudara, alargar aquella
discusión no era lo más inteligente.
Sin decir una sola palabra tomé mi bolso mientras me ponía de pie,
dejé el pañuelo sobre su escritorio y me encaminé hacia la puerta con
pasos rápidos, esperé que dijera algo, pero descubrí que ni siquiera
me estaba viendo, estaba concentrado en la vista que ofrecía el
ventanal, distante a mí y mi ataque de llanto. Cerré con cuidado
sintiendo la mirada de Gloria que parecía estar esperando frente a la
puerta.
—¿Necesita agua o algo?
—Estoy bien —respondí aclarando la garganta.
—Está muy estresado, cuando tiene muchos problemas con su papá se
pone así, además tiene encima lo del nuevo centro comercial.
Me sorprendió que intentara justificar el enojo de su jefe, me quedó
claro que no se imaginaba que la causante de la rabia de Santiago era
yo, asentí en silencio con los ojos cargados de lágrimas intentando
avanzar para salir de una vez de ese sitio.
—Voy a llamar a Raúl para que la lleve a donde vaya, espere un
momento.
—Gracias Gloria, pero prefiero caminar —respondí sin detenerme.
—¡Gloria! —gritó Santiago desde su oficina.
Me arrepentí de haber devuelto el pañuelo al sentir las mejillas
húmedas, necesitaba alejarme antes de llorar a como se me apetecía
hacerlo, me sentía muy mal, no había contemplado ni por un
momento que Santiago iba a reaccionar de esa forma, asumí
estúpidamente que iba a poder lidiar con Santi en caso de que se
enterara.
Limpié las lágrimas una vez más antes de salir del elevador, resoplé
esforzándome por retomar la compostura mientras me desplazaba
por los pasillos del centro comercial, aún me quedaba un largo día
que enfrentar sin tener idea de cómo hacerlo.
A medida que las horas transcurrían me hacía más consciente de lo
que había pasado, por más que quería dejar de atormentarme mi
mente no dejaba de recordarme que estaba metida en un gran
problema con Santiago, del que seguramente no iba a salir
fácilmente.
Aquello me generaba una angustia que me robaba la paz, me
inquietaba hasta el punto de mantenerme completamente abstraída
de mi realidad.

***

Miré el reloj que colgaba de la pared, faltaban solo cinco minutos y


aún la parte trasera de mi examen seguía en blanco, pasé las manos
por mi cara en un gesto de frustración increíble, había estudiado toda
la noche, en algún rincón de mi cerebro estaban las respuestas de las
tres preguntas que me hacían falta responder, estiré un poco el cuello
intentando disimular mis intenciones de leer el examen de la rubia
que estaba a mi lado, su brazo cubría parcialmente la hoja dejándome
sin opción. Hice un ruido discreto con la garganta capturando su
atención, con el lápiz le mostré mi examen rogando con los ojos por
la respuesta, no podía darme el lujo de repetir un semestre más, solo
por una estúpida materia que no podía aprobar ni en extraordinarios.
Retiró el brazo e inclinó un poco la hoja hacia mí, no sabía su
nombre, pero mientras escribía a toda prisa me prometí
recompensarla de alguna forma. Solo necesité ver una de sus
respuestas para que mi cerebro automáticamente recordara todo lo
que había estudiado, el profesor nos informó que se nos había
acabado el tiempo, pero yo continué hasta que puso a mi lado y con
una mirada autoritaria me pidió mi examen.
Recogí mis cosas para salir rápido del salón, me dolía la cabeza
espantosamente, asumí que la falta de descanso era la causante de
aquella jaqueca que me estaba hasta mareando, los pasillos estaban
llenas de estudiantes que hablaban en voz alta acerca de las
respuestas, como queriendo huir aceleré el paso a la vez que sacaba
el teléfono de mi bolsillo trasero.
Masoquistamente busqué mi última conversación con Santiago, solo
para comprobar que no había mensajes nuevos, ni las típicas buenas
noches, ni sus madrugadores buenos días que me hacían sonreír
como estúpida cada mañana, sentí de nuevo esa opresión en el pecho
que cambiaba el panorama de mi día, haber estado tan concentrada
en el examen había silenciado la pequeña tormenta en mi interior.
Crucé el jardín que llevaba hasta el estacionamiento, me detuve un
segundo para marcarle a Manu tal como lo había prometido, y me
llevé el teléfono a la oreja, escuché esa canción pegajosa de Katy
Perry que tenía de tono y sonreí al verlo a unos cuantos pasos de
distancia.
—Gracias por estar aquí —dije abrazándolo, sintiendo alivio por
contar con alguien.
—Para eso están los amigos, no te preocupes —susurró atrayéndome
con más calidez a su cuerpo— ¿Qué tal ese examen?
Le conté a detalle lo que había sucedido en el salón de clases, estaba
contenta de verdad por contar con él, le había escrito un mensaje
antes de llegar al campus, no quería estar sola y torturarme con
reclamos que no me dejaba de hacer, necesitaba de un amigo para
distraerme o simplemente para que me escuchara un poco.
—¿No tendrás problemas por escaparte antes de tu trabajo?
—No, no tomé la hora de almuerzo para poder finalizar antes de
tiempo, por eso tenemos que ir a comer como reyes, muero de
hambre.
—Yo no, pero necesito comer algo.
—Valen quita esa cara —me empujó con su hombro cariñosamente
haciéndome sonreír— ¿Sabes cuántas veces me he peleado con
Sebastián desde que estamos juntos?
—Supongo que varias, pero es diferente Manu, cuando te cuente todo
lo entenderás.
—Eso debiste hacerlo ayer en lugar de estar sentada sin decir una
sola palabra—respondió sonriente— toma usa el casco.
No tuve temor de subir a su motocicleta, no sabía si ya me estaba
acostumbrada o si solamente estaba anestesiada por lo que me
estaba pasando, entrelacé las manos en el abdomen de Manu, mi
amigo era más precavido que Sebastián, conducía con cuidado y
como siempre queriendo establecer conversación, aunque el viento
no nos dejase escucharnos.
Manu quería ir a comer a un sitio nuevo del que había hablado Sebas
los últimos días, hacerlo desistir de esa idea me resultó difícil, apagó
el motor de la moto soltando una maldición en voz baja, bajé
sintiendo las piernas un poco adormecidas, me quité el casco y lo
extendí hacia él que no lo tomó, estaba demasiado ocupado
levantando su camisa para ver las supuestas marcas que le dejé con
mis uñas.
—Yo le voy a explicar a Sebas como llegaron mis uñas ahí —escuché
su risa a mi espalda, mientras marcaba el número de Da Enzo, un
restaurante de comida italiana que Manu amaba— ¿Frittata? —
pregunté en voz baja.
Mi amigo asintió aún con el ceño fruncido y abanicando con una
mano su estómago que apenas tenía unas marquitas hechas por mis
uñas.
—Pobre Santiago, me imagino como tiene la espalda —bromeó cuando
cruzamos el vestíbulo.
—Los brazos, casi siempre son sus brazos —murmuré cabizbaja—,
Manu no hables de él.
—¡Valentina!
Ignoré a Manu y caminé más rápido hacia el elevador, estaba sensible
a todo lo que tenía que ver con Santiago. Cerré los ojos recostando la
cabeza en una de las paredes del ascensor,
—No te juntes mucho con tu cuñada, se te están pegando sus
arranques.
—Te juro que no es drama, me siento mal, muy mal... No quiero
pensar en Santiago y en lo muy enojado que está conmigo.
—Después que me cuentes exactamente qué pasó te prometo que no
vuelvo a decir su nombre.
Polly se estiraba majestuosamente en el último nivel de su rascador,
fui directo a ella que se dejó acariciar por largos segundos, miré por
encima del hombro a Manu que recogía unos cojines que estaban
sobre el piso, se sentó suspirando para después subir los pies sobre la
mesa.
—¿Cuánto tiempo tardará la comida?
—Dijeron que veinte minutos, pero ya sabes como son.
—Al menos tendremos tiempo para conversar, ven acá y cuéntame
que fue lo que pasó exactamente con el papá de Polly.
—Ay Manu —reí negando.
—Bueno no quieres oír su nombre, quise ser creativo para referirme a
él.
Me saqué los zapatos antes de sentarme a su lado, me costaba mucho
trabajo abrirme y hablar de mis problemas, antes de Manuel no había
tenido una relación así de cercana con alguien, él me inspiraba
confianza, pero aun así lo pensé mucho antes de hablar.
—Tomé uno de sus escritos, lo inscribí en un concurso y se enteró.
—¿Solo fue eso?
—No, en realidad ganó el primer lugar, o sea que iba a ser publicado
en una antología que pensamos lanzar en un me.
—¿Iba? Eso quiere decir que ya no.
—Exactamente, tuve que hacer mil cosas para sacarlo del borrador
inicial, ya estaban en el proceso de maquetación —suspiré
recordando mi discusión con Martín y el pasante de diseño.
—Al menos pudiste arreglar algo.
—Eso no es todo... El texto que inscribí era algo que me había escrito
a mí, y creo que eso es lo que más le molestó.
—Valen...
—No lo digas —pedí cerrando los ojos.
—Tengo que hacerlo, la cagaste horrible, abusaste de su confianza.
—Lo sé. No pensé que se iba a molestar tanto.
—¿No? Sabes perfectamente lo receloso que es con todo el asunto de
ser escritor, dice Sebas que ni con él habla de eso.
—Pensé que iba a poder manejarlo.
—¿Tienes ganas de llorar?
Asentí apretando los labios, Manu me envolvió con sus fuertes brazos
atrayéndome a su pecho de forma cariñosa, las lágrimas salían con
discreción de mis ojos, aunque la tormenta en mi pecho estuviera
desatada.
—No me ha llamado ni siquiera enviado un mensaje, fue horrible
salir así de su oficina, me pidió que me fuera.
—Tuviste suerte, con ese carácter que tiene Santi yo habría esperado
una demanda, el tipo es don correcto Valentina, y lo sabes... Por otro
lado, es lindo que te escriba algo, quién lo iba a decir Santiago Sada
un romántico.
Solté una risa en medio del llanto al escuchar a Manu, me separé de
su pecho sonriendo mientras tomaba la botella de agua que estaba en
la mesa.
—No es romántico, tiene momentos tiernos y a veces suelta una que
otra frase que me deja como estúpida suspirando, pero te aseguro
que no es lo que piensas.
—¿No?
—No, era un texto erótico —respondí en susurros como si hubiera
alguien más en mi departamento.
Los dos reímos a la vez, estaba sonrojada por haber dicho eso en voz
alta, cubrí mi rostro con ambas manos escuchando la carcajada ronca
de Manuel.
—¿Valentina qué cosas haces con Santiago? —preguntó con tono
jocoso.
—La pregunta está mal formulada, que hacía queda mejor. Creo que
todo ya se acabó —dije con la voz apretada.
—¿Terminaron acaso?
—Creo que si —encogí los hombros tratando de no llorar de nuevo,
tomé agua ante la mirada curiosa de mi amigo sobre mí—, siento que
es así, Santiago estaba decepcionado lo pude ver en sus ojos.
—Estás exagerando, en una relación siempre hay peleas. Deberías
llamarlo, pedir disculpas o escribirle un mensaje —sugirió—, debes
admitir frente a él que la cagaste, lo hablan y luego lo superan.
La comida llegó unos segundos después, me puse de pie para abrir la
puerta y pagar por ella, mientras sacaba un par de platos en mi
cocina, no dejaba de pensar en lo que había dicho Manu, le hice un
gesto para que se acercara a comer sobre la barra de la cocina, la
mesa estaba llena con los cuadernos que usé para estudiar.
—Quiero comer aquí como siempre —dijo señalando el sillón.
No tenía nada de hambre, pero aun así daba pequeños bocados
mientras escuchaba a Manu hablar acerca de su trabajo, estaba
entusiasmado por muchas razones, todo le estaba yendo bien me
daba mucho gusto escucharlo tan contento.
—Mis papás en unos días estarán de aniversario, habrá una fiesta y
quiero llevar a Sebastián, eso es lo único que me falta para estar bien
del todo.
—¿Tus papás, saben que eres
—Sí —me interrumpió—, mi mamá lo acepta, para papá es un poco
más difícil, pero me respeta y estoy seguro que Sebas les caerá bien a
todos.
—La relación de ustedes es linda, se merecen que todo les salga bien.
—¿Es linda? —preguntó con una sonrisa bonita en los labios.
—Si, se nota que se quieren mucho, Sebas es tierno contigo, tienen
hasta una forma bonita de verse.
—Hemos luchado mucho por estar juntos —se recostó sobre el
respaldo del sillón con una sonrisa en los labios—, nos hemos
perdonado mutuamente y nos hemos apoyado en los problemas.
—Los adoro a ambos, en serio quiero ser la madrina de la boda —lo
abracé sonriendo dejando el plato a un lado—, cuando adopten una
niña deben llamarla Valentina.
—A Sebas le aterran los niños —dijo riendo.
Me soltó para seguir comiendo, no había mentido cuando dijo que
tenía hambre, acabó con su plato para luego continuar con el mío que
había dejado casi lleno, tomé un poco más de agua mientras pensaba
en lo que había dicho Manu, busqué mi teléfono sin darle muchas
vueltas al asunto dispuesta a escribirle un mensaje a Santi.
—¿Qué tanto escribes en tu teléfono? —cuestionó Manu dejando el
plato a un lado.
—Estoy siguiendo tu consejo, pero no sé qué mierdas decirle a Santi,
no sirvo para estas cosas.
—Valen solo di lo siento y listo.
—No es tan fácil.
—Tampoco imposible, vamos hazlo —me animó antes de ponerse de
pie— voy a usar tu baño.
—Por favor luego baja la tapa.
—¿Cuándo no lo he hecho?
—Siempre —grité a la vez que borraba todo lo que había tipeado.
Los dedos me temblaban y no estaba para nada segura de que tuviera
lógica lo que estaba escribiendo, Polly saltó al sillón colocándose a mi
lado, pero ni ella fue capaz de distraerme un segundo, suspiré antes
de leer de nuevo el mensaje.
Sé que estás molesto y tienes toda la razón del mundo para estarlo,
cometí un error y lo lamento de verdad, me gustaría que nos viéramos
para arreglar esto.
Presioné la tecla de enviar y tiré con cuidado el teléfono a la mesa,
pensé en distraerme para no estar como idiota esperando la
respuesta, me puse de pie para llevar los platos a la cocina, Manu
salió del baño y al verme tratando de ordenar decidió ayudarme.
—Le escribí a Santi —confesé mientras enjuagaba un plato.
—¿Le pediste disculpa?
Asentí suspirando, me sequé las manos sintiendo la mirada de Manu
clavada en mi espalda, caminé hasta la mesa para tomar el teléfono,
mis manos estaban heladas, mi respiración se agitaba cada segundo
más.
—Espera no lo leas aún, déjame responder está llamada —dijo Manu
dándome la espalda.
Negué con la vista fija en la pantalla, desbloqueé el teléfono e
ignorando los latidos acelerados de mi corazón entré directamente al
mensaje que me había enviado Santi.
No es el momento para que hablemos, necesito tiempo Valentina, tengo
mucho que pensar, cuídate.
—¿Valentina? —Manu sacudió mi hombro con cuidado buscando mi
mirada que estaba fija en mi teléfono.
—Me pidió tiempo, en otras palabras, me está terminando —murmuré
alejándome de Manuel.
—¿Estás segura?
—Toma lee el mensaje.
Le di mi teléfono como restándole importancia a lo que estaba
pasando, mientras por dentro las emociones estaban a nada de
desbordarse, mordí mi labio inferior y ladeé la vista hacia una de las
paredes evitando que Manu me viera a los ojos.
—Parece que sí fue serio el enojo.
—Supongo que sí —respondí en voz baja—, estoy bien —dije antes que
lo preguntara.
—Valen.
—No pasa nada, igual no tenía muchas expectativas en lo de nosotros,
solo espero que lo del libro no se vaya al diablo, creo que de verdad
asignaré otro editor porque tal vez le incomode verme y ... Te juro
que no sé porque estoy llorando —sollocé cubriendo mis labios.
—Ven acá.
—No Manu, yo no lloro tan seguido, no me abraces —pedí con la voz
entrecortada al ver su intención.
Sin hacerme caso me envolvió entre sus brazos, escondí mi rostro en
su pecho sin poder contener un par de lágrimas que se deslizaron por
mis mejillas. No quería ese tipo de contacto que solía ponerme más
débil en situaciones así, Santiago sin proponérselo me estaba
haciendo sentir cosas nuevas, no era la primera vez que lloraba por
una relación fallida, lo nuevo era lo mucho que me dolía.
—No me gusta ver a una mujer llorar, me siento inútil cuando eso
pasa, pero llora todo lo que quieras.
—Soy patética —susurré soltándome de su abrazo—, no debería estar
llorando así, discúlpame.
—No eres patética, Valen es normal que te sientas mal. Iré a abrir la
puerta Sebas está afuera, le pediré que se vaya esta noche me
quedaré contigo.
—No, no es necesario en serio.
Sebastián entró sonriente sin tener una idea de mi drama, limpié mis
mejillas con disimuló esperando que notara que había estado
llorando, me abrazó apenas estuvo frente a mí.
—Que grande está Nefertiti —maravillado se alejó de mí para tocar a
mi gata.
—Se llama Polly, mi amor —lo corrigió Manu.
—La había visto en fotos, pero no me imaginé verla así de grande.
—¿En fotos?
Mi voz nasal a causa del llanto capturó la voz de Sebastián, asintió
para luego centrar la atención en mi gata que se dejaba acariciar
mientras ronroneaba. El lado arisco de Polly se adormecía con los
hombres.
—Sandy me mostró varias, se las envió Santiago, ya sabes cómo es mi
hermana dice que es la abuela de los gatos y necesita saber que están
bien.
Ambos siguieron comentando mientras yo me limitaba a solo sonreír
sin ganas, mi teléfono vibró sobre la mesa en la que lo había dejado
Manu, lo tomé nerviosa imaginando que era Santi, pero el nombre
que aparecía en la notificación era el de mi hermana, miré
rápidamente el montón de fotos que me había enviado, eran las de la
fiesta de compromiso. Sin prestarle mucha atención volví a dejar el
teléfono en el mismo sitio sin tomarme la molestia de bloquearlo.
—Valen... ¿Puedo? —preguntó Sebastián tomando mi teléfono, asentí
sin saber por qué tenía esa expresión en el rostro ¿quería hacer una
llamada? — Es que la de la foto se me hizo conocida.
Me acerqué a él para ver de quién se trataba puesto que había varias
fotos con las amigas huecas de Vannesa.
—¿Conoces a mi hermana? —cuestioné al darme cuenta que solo
estábamos ella y yo en la imagen.
—¿Es tu hermana?
—Si, es Vannesa mi hermana mayor ¿La conoces?
—No, no... se parece a ti por eso la encontré familiar.
—Eres la primera persona que dice eso, somos muy distintas ambas.
—Manu se nos va hacer tarde, vamos.
—Espera un poco, Valen está triste y...
—No, por mí no te preocupes, vayan —dije sonriendo con falsedad,
quería estar sola y no arruinar la noche de mi amigo.
—¿Segura? —preguntó preocupado.
—Si, vete de una vez.
Ambos se despidieron de mi con un abrazo, dejándome sola sumida
en una melancolía que me invadió de golpe.
***

—Eva es la peor de las perras, este diálogo es nuevo.


—Completamente, modificó la escena entera— confirmó Laura.
—Era menos cruel la de antes, lo dejaba plantado solamente, aquí lo
humilla —comenté con la vista fija en la pantalla de la Tablet, seguí
tomando mi café mientras intentaba sumergirme en la lectura.
Estaba lloviendo y hacía algo de frío, Laura tonteaba con Martín
mientras yo leía el manuscrito de Eva, miré la hora en mi teléfono,
eran casi las siete de la noche, en mi desesperación por no estar sola
le propuse a Lau acompañarme a tomar un café mientras discutíamos
los cambios de Eva, sin contar que ella iba a llamar a Martín para que
se nos uniera.
—¿Cuántos cambios de escenas hay en total? —cuestioné distrayendo
a Lau de sus juegos.
—Varios, modificó las más importantes, el corrector de estilo lo único
que le está pidiendo es que modere el lenguaje empleado, la
queremos en categoría juvenil —dijo riendo.
—¿Ya te respondió el correo? —pregunté temerosa de su respuesta.
—Aún no, según su secretaria está atendiendo asuntos demasiado
importantes, la otra semana al fin tendrá tiempo para una cita... En
caso que no quiera realizar las modificaciones ¿Qué haremos?
—No lo sé Lau —respondí en voz baja, se sentía extraño hablar de
Santiago sintiéndolo tan distante como estaba.
Le di otro sorbo a mi taza de café con la mirada perdida y esa
sensación de pesadez en el pecho que aparecía cada vez que hablaba
de él, Laura miró la hora en su reloj y susurró algo que no pude
escuchar a Martín, no quería que se fueran, tenía días huyendo de la
soledad que tanto disfrutaba antes.
—Debemos pensar en algo rápido, cada vez que anunciamos un nuevo
contrato de publicación todos comentan acerca del lanzamiento de
Eva.
—Lo sé, Sandy me contó que tuvo que cerrar sus redes, todos creen
que ella es la escritora, estaba pensando aprovecha esa circunstancia
y lanzarla bajo el seudónimo de una mujer, podemos usar una foto de
la misma Sandy de espaldas y así proteger la identidad del verdadero
autor.
—¡Me parece una increíble idea!
—Una jefa bonita y lista —comentó Martín mientras pasaba el brazo
por los hombros de Laura.
—No sé si sea buena idea, antes hay que consultarlo con Santiago.
—Mueve tus influencias —intervino sonriente Martín.
Sonreí sin ganas esquivando la mirada de Laura que parecía analizar
cada gesto que hacía, me disculpé antes de ponerme de pie y
dirigirme al baño, moje mis manos contemplando mi reflejo en el
espejo, lo de ponte bonita y que se joda Santiago no estaba
funcionando, era el tercer consejo fallido que me había dado Manu,
recogí mi pelo en un moño improvisado y me puse un poco de polvo
en la cara antes de salir de nuevo.
Me miraba más triste que bonita, aunque de verdad me esforzaba
para mejorar mi estado anímico, los chicos susurraban entre risas
cuando llegué a la mesa, Lau se separó despacio de Martín, sonrió y
susurró su típico ¿Estás bien?, que ya me estaba hartando. Asentí
acomodándome en mi silla, desde que le conté lo que pasó con Santi
no dejaba de preguntarme lo mismo cada diez minutos.
—¿Se van? —pregunté preocupada al verla tomar sus cosas.
—No, me voy yo solamente, mi mamá viene por mí tengo que
acompañarla a cenar con la abuela —respondió mientras se ponía de
pie—, Martín se va a quedar contigo.
—Te quedas en buenas manos —agregó el tonto, haciéndose el
gracioso.
—No te preocupes, yo creo que también es hora de irme, Polly me
espera.
—¿No te quieres quedar conmigo acaso?
—Quería hablar del libro y tú no lo has leído —respondí en tono de
broma.
La lluvia estaba más fuerte cuando salimos, la mamá de Laura la
esperaba dentro de un auto por lo que se despidió rápidamente, di un
paso hacia atrás evitando mojarme, Martín me señaló su camioneta
que estaba estacionada a unos metros, miré hacia los lados
esperando que un taxi se acercara, pero ni un solo auto recorría la
calle frente a nosotros, asentí resignada no tenía caso quedarme ahí
bajo la lluvia.
Aguardé recostada en la pared mientras Martín iba por su camioneta,
la acercó hasta la banqueta y abrió la puerta para que subiera a toda
prisa, sonrió al verme sacudiendo las pequeñas gotas que me cayeron
encima.
—¿Tienes frío? —preguntó antes de encender el motor.
—No —mentí, estaba segura que si le decía sí, me iba a ofrecer la
chaqueta que llevaba puesta.
Me recosté sobre el asiento con la mirada puesta en el camino
lluvioso, suspiré al pensar en lo distinto que se sentía toda mi rutina
sin Santiago en ella, tenía siete días y un par de horas de no verlo,
pero su ausencia pesaba como si se tratase de más tiempo.
—Valen —susurró Martín bajando el volumen de la música—, yo no
sabía nada de lo de Santiago, siento mucho el comentario que hice.
—No te preocupes, no pasa nada —sonreí con falsedad.
—Tu ex es un imbécil, yo no te habría dejado ir fácilmente.
—Y tú eres muy afortunado, cuida mucho a Laura.
Sonrió negando con esa mirada coqueta que me molestaba mucho,
aceleró la camioneta cuando el semáforo cambió de color para luego
poner una mano sobre mi rodilla que aparté de inmediato.
—No me gusta nada el contacto físico.
—Perdón, solo quería que me miraras —se justificó—, Lau y yo solo
salimos, nada más que eso.
—Hacen una linda pareja juntos, deberían intentarlo.
—¿Me estás esquivando o mi intuición está fallando?
—Tu intuición nunca ha funcionado mejor —respondí sonriendo con
incomodidad.
Él soltó una carcajada como si yo estaba bromeando, desaceleró la
camioneta al adentrarnos al estacionamiento de mi edificio, no
esperé a que apagara el motor del auto, abrí la puerta y me deslicé
para bajar al instante.
—Valentina espera, te voy acompañar.
—No es necesario, muchas gracias Martín de verdad —lancé un beso
al aire y cerré la puerta para luego correr hacia la entrada de mi
edificio.
—¡Valen! —escuché el portazo de la camioneta, pero seguí
caminando— ¡Valentina!
Mis pies se detuvieron en medio del camino y no por los gritos de
Martín, mirar a Santiago a unos cuantos pasos me congeló.
—Quiero acompañarte.
—No es necesario —respondió Santiago por mí, Martín lo miró con
sorpresa para luego desviar su mirada hacia mí— gracias por traerla.
No escuché lo que respondió Martín, mi atención se quedó en
Santiago y la maleta pequeña que llevaba en la mano, tomé aire y
avancé rápido, aunque ya estuviera mojada, pasé al lado de Santi sin
detenerme desesperada por llegar a mi departamento.
Necesitaba ganar tiempo para tomar valor, asumí que Santiago había
llegado a recoger sus cosas, aquello fue inesperado y estúpidamente
doloroso, era obvio que en algún momento iba a suceder, eso era
parte de las rupturas, yo también debía ir por las cosas que había
dejado en su departamento.
Abrí la puerta viendo por encima del hombro hacia el pasillo,
Santiago no había subido por lo que me apresure a entrar, encendí la
luz y fui directo a mi clóset, busqué su ropa entre mis cosas, las
camisetas que estaban dobladas las saqué con cuidado y el resto de
las cosas lo hice de forma más apresurada, dejé todo sobre una mesa
antes de entrar al baño, me di cuenta que lloraba cuando me miré en
el espejo, limpié mis mejillas rápidamente para luego tomar el kit de
afeitado que estaba sobre el tocador, dejé todo en el mismo sitio al
escuchar sus pasos dentro de mi departamento.
—¿Valentina dónde estás?
—Aquí —respondí en voz baja, cerré la puerta del baño evitando verlo
directamente a los ojos.
Suspiré antes de acercarme por completo, no tenía idea de cómo
saludarlo así que dejé que él diera el primer paso, puso una mano
sobre mi cintura para luego buscar mi mejilla que besó con lentitud.
Cerré los ojos disfrutando de ese instante de cercanía que había
extrañado tanto, su intenso aroma masculino rodeó mi cuerpo
haciendo de aquel contacto más intenso, su mano se arrastró hacia
mi espalda, me empujó levemente para darme un abrazo que fui
incapaz de corresponder, estaba segura que si lo hacía iba a romper
en llanto sobre su pecho.
—¿Cómo estás?
—Bien... ¿Quieres tomar algo? —me solté de su abrazo con facilidad,
quería mostrarme fría pero no podía ni siquiera mirarlo a los ojos.
No respondió, se sentó sobre el sillón y apuntó hacia la mesa frente a
él, suspiró y alzó las cejas mostrándome la ropa que había dejado ahí
segundos atrás.
—¿Y eso? —cuestionó con mucha seriedad en el rostro.
—Vienes por tus cosas ¿No?
Negó riendo cabizbajo, para luego tomar mi mano e instarme a
sentarme frente a él, nuestras miradas chocaron provocando que un
nudo tensara mi garganta, con sus dedos hacía leves caricias sobre el
dorso de mi mano sin dejar de verme.
—Vi tu maleta y pensé que... No lo sé, supongo que quieres re
—Está vacía, saqué las cosas que llevo al gimnasio para guardar esto
—soltó mi mano y tomó la maleta que estaba a su lado—, me dijeron
que no podía mojarlos, que era importante cuidar la cantidad de agua
que reciben —decía mientras abría el cierre, sacó una maceta
rectangular con varios mini cactus dentro—. Hay una tienda nueva en
el Prime que te va a encantar, Sandy la descubrió hace días.
—Gracias —susurré sin apartar la mirada de la maceta.
Se la quité de las manos notando que las mías temblaban sutilmente,
me puse de pie para llevarla a donde estaban el resto de mis plantas,
aproveché ese instante para recomponerme, tenía el pulso alterado y
el deseo absurdo de llorar, no sabía cómo interpretar lo que estaba
pasando, Santiago como siempre adormecía mi mente.
—Pasé tres días fuera de la ciudad viendo lo del nuevo centro
comercial, llegué hoy.
—¿Por qué estás aquí? —pregunté dejando que mi poca habilidad
social hablara por mí, Santiago sonrió divertido al darse cuenta que
mi falta de tacto era consecuencia de los nervios—, quise decir que
—Ven —pidió interrumpiéndome, tomé su mano y volví a sentarme en
el mismo sitio.
—Me pediste tiempo, eso en español es un terminamos.
—En mi español significa dejar pasar unos días para que las cosas se
calmen un poco, estaba muy alterado vernos no era buena idea —besó
mis manos de manera inesperada, lo miré fijamente sin poder
reaccionar a lo que pasaba—, jamás me imaginé que iba a encontrar
mis cosas así, solo te faltó meterlas en una caja y lanzarla sobre mí.
—Lo siento —sonreí ante su comentario gracioso.
—¿Te querías deshacer de mí tan rápido?
Su tono era juguetón, estaba bromeando, pero yo no podía seguir sus
juegos como siempre, verlo a los ojos y sentir sus manos sosteniendo
las mías me estaba conmoviendo. Negué apretando los labios
haciendo que la riera más.
—No lo niegues, hasta doblaste mi ropa, no doblas ni la tuya, te
tomaste el tiempo para empacar mis cosas.
—No, no quería deshacerme de ti —susurré con la voz entre cortada,
su risa se esfumó al escucharme, inclinó el cuerpo hacia el frente
acercándose mucho más a mí—, seré estúpidamente obvia, de hecho,
te extrañé mucho.
Me atrajo contra su pecho con una naturalidad que me estremecía,
estaba helada por haberme mojado cuando bajé del auto, pero a él no
le importó, me apretó con suavidad rodeando mi cintura con sus
brazos, podía sentir como latía su corazón y la calidez que
desprendía ese suave contacto.
—Yo también te extrañé mucho, eres muy importante para mí no me
alejaría de ti tan fácil, lo sabes Valen ¿Cierto?
Rompimos el abrazo para vernos a los ojos, Santiago sonrió
animándome a hacer lo mismo, se percibía una tristeza extraña entre
los dos, como si ambos no estuviéramos diciendo todo lo que había
que decir.
—Lo sé —respondí después de aclarar la garganta.
—Estás muy guapa hoy.
—Si, lo imagino —dije sonriendo—, con el maquillaje corrido y el pelo
esponjado por la lluvia, estoy hecha un desastre.
—Es cuando más me gustas.
Con una sonrisa en los labios, alargó el brazo para tomar mi mano se
recostó en el sillón conmigo encima, soltó un largo suspiro para
luego besar mi pelo, levanté el rostro encontrándome con su mirada,
le quité los lentes y los dejé sobre la mesa para poder darle el beso
que tanto necesitaba.
Me besó de una manera dulce, como no lo había hecho antes, sus
manos permanecieron sobre mi espalda baja mientras sus labios se
movían sobre los míos tiernamente, el cúmulo de sensaciones que
desataron esa caricia delicada me sumergió en un bienestar que no
había experimentado, corté el beso sintiendo escalofríos por todo mi
cuerpo, Santi sonrió aún casi pegado a mí, lo vi a los ojos fijamente y
no pude callármelo más.
—Te quiero —soltó mi boca traicionera apenas en tono audible.
w w

Parpadeé varias veces intentando encontrar a Santi, las voces de las


personas en las graderías no me dejaban concentrarme, estaba más
distraída que de costumbre, mi cerebro no funcionaba bien tan
temprano. Sandra se puso de pie apuntando al grupo de ciclistas que
se miraba a lo lejos.
—Está punteando la primera vuelta —dijo emocionada, no entendía
como era capaz de distinguirlo entre tantos sujetos vestidos de la
misma manera.
Me levanté al verlos más cerca, Sandy me señaló el casco gris de
Santi con una gran sonrisa en los labios, ambas dimos pequeños
saltos al verlo avanzar con amplia ventaja del resto.
—¡Siéntense! —grito Sebastián riendo tras nosotras—, quiero ver la
carrera no sus traseros.
Tomamos asiento al mismo tiempo, Sandra reía mientras escribía
algo en su celular, miré a mi alrededor buscando a Saúl, me resultaba
curioso ver a ese señor más emocionado que la misma Sandra, lo
encontré apoyado en el barandal que limitaba la zona de la gradería,
con unos binoculares no se perdía detalle de lo que pasaba en la
pista.
—¿Quieres algo de tomar? —preguntó Sebas a mí oído.
—Agua —ladeé el rostro para responderle, besó mi mejilla antes de
ponerse de pie y alejarse rápidamente.
A pesar de asistir frecuentemente a las competencias no me
acostumbraba del todo al ambiente en ese club deportivo, bostecé
provocando que Sandra riera, estaba de muy buen humor esa
mañana, las cosas entre las dos habían mejorado mínimamente
después de esa charla que Santi me sugirió que iniciara.
—¿Mala noche o una muy buena?
—Mala, terminé un proyecto que tengo que entregar mañana, de eso
depende que salve esa materia y luego soy libre.
—Santi no durmió en casa ¿Te estaba ayudando? —preguntó muy
atenta.
—No, mientras yo trabajaba, él y Polly dormían plácidamente.
—Su agua señorita —miré hacia atrás y tomé la botella que me ofrecía
Sebastián, estaba sonriendo, pero se notaba tenso, fruncí el ceño
llamando su atención, hizo un gesto con los labios mostrándome a la
bonita morena que tenía casi al lado y lo entendí todo.
—Sebas siéntate aquí con nosotras —dijo Sandy, al percatarse de la
chica que miraba a su hermano con ganas de devorarlo.
—Estoy bien aquí princesa, no te preocupes.
Los ciclistas se acercaban una vez más, Sandra se puso de pie
aplaudiendo al mirar a Santi que había perdido casi toda la ventaja
que llevaba del resto del grupo.
—Lo están alcanzando —murmuré después de darle un trago a la
botella de agua.
—Él disminuye la velocidad para mantener un ritmo estable, en la
última vuelta va con todo —me explicó Sebastián.
Miré de reojo al señor Saúl que seguía en el mismo sitio sin perder
detalle de la carrera. Tal y como lo dijo Sebastián en la última de esas
cinco vueltas Santiago comenzó a pedalear con más velocidad, me
puse de pie al igual que todos al ver el montón de cascos acercarse,
centré mi mirada en Santiago que avanzaba moviendo las piernas con
mucha rapidez, la bicicleta derrapó fuera de la pista dejándolo fuera
por unos segundos.
—¡Vamos campeón! —gritó Saúl al verlo retomar el camino.
El corazón me latía a prisa debido a la adrenalina que se vivía, solté
el aire que había contenido cuando Santi luchaba por tomar de nuevo
la delantera.
—¡Más rápido Carajo!
—Calla a mi papá que me pone más nerviosa —soltó Sandy viendo a
Sebastián.
Santiago inclinó el torso hacia adelante aumentando notablemente la
velocidad en la que sus piernas se movían, pasó a uno, luego a otro
hasta posicionarse a la cabeza del grupo, le bastaron solo unos
segundos alejarse del resto y cruzar la meta de primero.
Cerré los ojos cuando Sandra gritó a mi lado, Saúl Sada reía a
carcajadas levantando los brazos, dos señores que estaban a su lado
sonreían chocando los puños y señalando hacia la pista. No esperé
que a Sandra se le pasara la emoción, bajé con cuidado hasta llegar a
la zona donde estaba Saúl. Jorge el entrenador de Santiago sostenía
el casco gris a la vez que le dejaba caer agua en la cabeza, otro sujeto
le alcanzó una toalla pequeña que pasó rápidamente por su rostro
mojado.
Asentía a lo que decía su entrenador para luego abrazarlo, las
personas no se movían de sus sitios mientras en la pista ponían los
peldaños para la premiación.
—Es el tercer trofeo que gana —Sandra habló exaltada, escucharla me
sobresaltó porque no la vi acercarse— ¿Quieres bajar? —señaló la
pista.
—Mejor esperamos que la ceremonia termine —respondí esperando
que no insistiera. Me sentía ligeramente incómoda cuando me
observaban muchas personas.
Sebastián también se acercó a nosotras para ver desde un mejor sitio
lo que ocurría abajo, Saúl estaba abajo abrazando a su hijo sin dejar
de sonreír, Santi abrió un poco el cierre del maillotte mientras su
papá le decía algo muy cerca del oído.
Sandra sacó su teléfono cuando el animador del evento comenzó a
hablar, grabó absolutamente toda la premiación y me pidió a gritos
que le sacara fotografías a Santi cuando estaba en el podio. Miré con
asombro como Saúl también tomaba fotos mientras sonreía sin
ocultar el orgullo.
—Me quiero sentar —susurré viendo a Sebas— ¿Esto tarda mucho?
—Ya está terminando.
Santiago saltó del podio antes que el resto de los sujetos, caminó
hacia la zona de los escalones para llegar a la gradería con su papá
siguiéndole los pasos, hasta que subieron Saúl se alejó en dirección a
sus amigos.
—¡Santi! —gritó Sandra saltando hacia él, lo abrazó posesivamente
provocando que Sebas y yo riéramos a su espalda, parecía una
pequeña niña cada vez que hacía eso.
—Esto es tuyo princesa —puso el trofeo frente a ella que lo abrazó de
nuevo.
Les tomé una foto que le mostré a Sebas al instante, la mirábamos
juntos cuando sentí como sujetaban mi cintura, automáticamente
enrollé mis brazos en su cuello al verlo tan cerca de mí.
—Felicidades campeón —dije en tono de burla, sabía lo incómodo que
lo ponía que lo llamaran así, sonrió negando a la vez que acortaba la
mínima distancia entre los dos.
—Esta es para ti —susurró alejando las manos de mi cintura, se quitó
la medalla que colgaba de su cuello para luego ponerla sobre el mío.
Lo abracé al estilo Sandra, fuerte y acaparadoramente, ignorando la
punzada en el pecho que me hacía dudar de que aquello fuera
auténtico. Santiago en el último mes se había esforzado por tener ese
tipo de muestras de afectos que bajo otras circunstancias me
hubieran encantado. Asumí que esa forma tierna de tratarme, era
consecuencia de aquella confesión de sentimientos en la que no
obtuve respuesta.
Estaba casi convencida que movido por la culpabilidad se comportaba
de esa forma conmigo, el no haber dicho: Yo también te quiero
parecía pesarle más que a mí.
—Creo que Sandy me quiere matar —susurré al sentir la mirada
asesina de la pequeña celosa sobre mí.
—Se le va a pasar, no te preocupes —respondió riendo.
Me alejé de él, aunque no quería hacerlo, para darle espacio a
Sebastián que esperaba para felicitarlo, miré a los lados
percatándome de la cantidad de personas que nos comenzaban a
rodear, intenté que mi cara no mostrara lo incómoda que me hacía
sentir todo aquello, pero mi poca habilidad social se reflejaba en cada
gesto.
—Quiero irme ya —murmuré cuando Sebas se puso a mi lado.
—Creo que se te está olvidando lo de la comida en casa, siento pena
por Constanza que se esfuerza tanto en algo que nadie termina
disfrutando.
—Al menos Sandra lo hará, mírala está feliz con su trofeo.
Los dos reímos a la vez con la vista fija en ella que parloteaba
alrededor de su padre, quería que me contagiara, aunque fuese un
poco de su buen humor, me esperaba una tarde larga y estaba
demasiado cansada para lidiar con todo con una sonrisa en los labios.
Salir del club deportivo tardó más de lo que supuse, suspiré con
alivio cuando Santi tomó mi mano y caminó sin detenerse hasta el
estacionamiento que supiera leerme tan bien era una bendición en
circunstancias similares a la de esa tarde.
Mi humor cambió durante el trayecto a la casa de los Sadas, reía
mientras escuchaba a Santi fanfarronear sobre la fácil que resultó
ganar esa carrera, una pequeña parte de mí disfrutaba del arrogante
de mierda que solía ser cuando se lo proponía.
—¿Por qué tardaron tanto? —preguntó Constanza saliendo a nuestro
encuentro.
—Ya sabes cómo es todo —se justificó Santiago.
Como cada vez que llegaba a esa casa, Constanza se esforzaba por
hacerme sentir en confianza, me saludó con calidez para después
llevarnos a la mesa donde solo nosotros faltábamos, Saúl que ya me
había saludado en el club, se puso de pie para besar mi mejilla
nuevamente, cosa que me incomodó, pero intenté disimular.
Constanza se sentó en la mesa con nosotros a petición de Santiago, a
pesar de su rostro sonriente y la charla ligera de Sandy aquella
situación no dejaba de parecerme intimidante, sentía que cada uno
de mis movimientos eran analizados y juzgados por Saúl.
—Pensé que invitarías a la hija de Pablo a comer con nosotros, te vi
hablando con ella —dijo Saúl dirigiéndose a Sebastián.
—Solo intercambiamos un par de palabras— respondió sin levantar la
mirada de su plato.
—Por eso mismo debiste invitarla, para conocerla más, seguro
congenian con facilidad, tienen muchas cosas en común.
—Papá no estoy buscando novia.
La tensión se volvió palpable cuando Sebastián levantó la voz a la vez
que establecía contacto visual con su papá.
—Yo si estoy buscando uno, uno que ustedes no me espanten —
comentó Sandra.
—Pues deberías estar buscando una, ustedes no parecen querer
madurar— soltó Saúl ignorando a su hija.
—Yo sí quiero madurar, y un novio también.
Ni el comentario de Sandy logró disipar la tensión que se desató de
un momento a otro, Saúl no apartaba la mirada de su hijo que había
dejado el plato a un lado, y parecía estar dispuesto a abandonar la
mesa.
El resto de la comida fue igual de incómoda, la victoria de Santi en
ese torneo había quedado a un lado, me sentía en un velorio en lugar
de una celebración, me resultó extraño ver a Sebastián en esa actitud
tan confrontativa, antes de esa tarde solo conocía al Sebas risueño y
coqueto que parecía siempre estar de buen humor.
Me acomodé en el asiento del auto buscando una posición cómoda
para dormir un poco, suspiré al detener la mirada en Santi que
conducía callado, se notaba frustrado, agotado y no físicamente,
supuse que la discusión de su hermano y su papá lo había dejado en
ese estado. Pasé la mano por su barbilla, en una caricia tímida que
era común entre los dos, ladeó el rostro para sonreírme solo por
breves segundos.
El trayecto hasta su departamento fue igual de silencioso, pareció
relajarse por completo hasta que apagó el auto en el estacionamiento
del edificio, me quité el cinturón para recoger mis cosas que estaban
desperdigadas en los asientos traseros escuchando como se burlaba
del desorden que siempre dejaba a mi paso.
—Vamos a pasar la noche aquí —anunció, mientras sostenía la puerta
para que pudiera salir.
—Primero se pregunta ¿Valentina quieres pasar la noche aquí?
—Tú siempre quieres pasar la noche conmigo —respondió riendo—
¡Admítelo! —dijo al ver el gesto de fastidio en mi cara.
Su risa se hizo más fuerte cuando no acepté su mano y comencé a
caminar para adentrarme al edificio, ese jueguito donde solía
hacerme la difícil y él tenía que esforzarse para hacerme ceder,
siempre funcionaba para cambiarle el humor.
—Yo no soy la que se aparece a medianoche tras tu puerta para
dormir contigo.
—Yo no soy quién envió un mensaje a media noche con un quiero
verte —susurró abrazándome por la espalda.
—Tenía una semana de no verte estúpido —la risa hacía que mis
intentos de empujarlo no funcionaran, él reía con la cara oculta en mi
cuello mientras sostenía mis manos para que dejase de empujarlo—,
además recordé que ese mensaje fue la respuesta a un "Te extraño
preciosa"
—Que salió después de cinco mensajes llenos de reclamos por pasar
todo el día trabajando.
—Entonces no me extrañabas —reuní fuerzas para empujarlo, su risa
sonaba en el pasillo largo por el cual caminábamos, intentó tomar mi
mano de nuevo que rechacé con brusquedad.
Doblegada por las cosquillas que provocaban sus manos en mi
cintura, dejé que me abrazara, en un acto espontáneo para nada
común en él en sus cinco sentidos, me empujó con suavidad hacia la
pared, donde me aprisionó con su cuerpo para luego besarme.
—Claro que te extrañé, no te lo habría dicho de no ser cierto —
susurró entre besos, me resistía a corresponder a la suave caricia de
su boca, sujetó con más fuerza mi cintura dejándome sin escapatoria,
me mordía los labios suavemente hasta que logró lo que quería, mis
manos se entrelazaron en su cuello atrayéndolo hacia mí, le devolvía
el beso con la misma intensidad que me transmitía, soltó uno de esos
suspiros que yo conocía bien, se estaba descontrolando y en pleno
pasillo.
—Santi basta —lo empujé lo suficiente para alejarlo.
Reí al verlo inclinado apoyando las manos en sus rodillas, no usé
tanta fuerza como para lastimarlo así que pensé que estaba
bromeando.
—Se que soy fuerte pero no es para tanto.
—En realidad fue un calambre —respondió con la voz apretada, le
ofrecí mi mano que no sirvió de mucho, Santi pesaba demasiado
como para usarme de apoyo para caminar.
Recorrimos el pasillo un poco más despacio, se burlaba de mí cuando
dejaba caer su peso en mí y ambos nos tambaleábamos, estaba
sonriendo a pesar del rato tenso que tuvimos en su casa.
El departamento de Santiago siempre lucía impecable pero esa noche
relucía de limpio, me desplacé con confianza dejando mi bolso sobre
uno de los sillones, para luego ir directo a la habitación, Santiago
seguía mis pasos con el teléfono en la mano, hablaba con Alicia
dándole indicaciones para el día siguiente, se quejó al sentarse en la
cama capturando mi atención.
—No es nada —susurró apartando un poco el teléfono.
Asentí y le di la espalda mientras me quitaba los zapatos apresurada,
entre tanto Santiago continuaba con aquella llamada decidí darme un
baño, me saqué la ropa sin prestar atención a todas las ordenes que
le daba a su asistente, me observé unos segundos en el espejo para
luego buscar en mi teléfono mi última lista de reproducción, dejé la
música sonando y entré a la ducha para relajarme completamente.
Había tenido un día demasiado agitado, desperté temprano por la
carrera a pesar de haber dormido solo un par de horas, la tensión que
acumulaba en el cuerpo de disipaba a medida que el agua caía sobre
mí, tenía largos minutos debajo el agua cuando escuché una risa que
me hizo abrir los ojos de inmediato.
Fruncí el ceño al ver a Santiago recargado en el marco de la puerta
corrediza, la había abierto sin que me percatara de ello, aún
mantenía el teléfono pegado a la oreja, pero su atención parecía estar
solo en mí.
—¿Vas a entrar? —pregunté, negó y apuntó el teléfono indicándome
que aún continuaba en su llamada.
—Solo me estoy inspirando —dijo sin voz.
Levanté el pulgar en una mueca de aprobación y le di la espalda para
continuar con mi ducha, ignorar que me estaba viendo como un
pervertido fue muy difícil pero divertido a la vez, cuando lo miraba
por encima del hombro lo encontraba contemplándome sin reparo. Se
alejó solo cuando cerré el grifo.
—Alicia repite lo que dijiste por favor, estoy distraído —le escuché
decir cuando pasé a su lado.
Resignada a que me siguiera los pasos, busqué algo de ropa en su
clóset, y me vestí con la tonta pijama rosa que había dejado la última
vez que estuve en ese sitio.
—Alicia te va a demandar por explotación laboral, es domingo, es
pecado hablar de trabajo un día de descanso —dije apenas se despegó
el teléfono.
—Mi trabajo es demandante.
—Tu novia querrás decir —ataqué.
—Mi novia también, pero ella finge no serlo.
Le lancé una almohada que tenía cerca que esquivó rápidamente, se
quejó por el movimiento que hizo preocupándome un poco.
—¿Santi estás bien?
—Estoy adolorido, mi entrenamiento para la competencia fue una
mierda desde el comienzo, no me alimenté bien no hice nada correcto
—dijo mientras se sentaba en la cama—, estoy pagando las
consecuencias de tomarme tantas libertades.
—¿Qué necesitas? ¿Cómo puedo ayudarte?
Me acerqué al borde de la cama y me senté a su lado, acaricié sus
mejillas antes de darle un breve beso que lo hizo sonreír.
—Necesito un baño de agua fría, muy fría y luego los masajes creo
que después de eso estaré como nuevo.
—¿Quieres que te ayudé con los masajes?
—Por favor —respondió apretando los ojos con un gesto de dolor en el
rostro.
—Prepararé la tina.
—¿Qué haría sin ti Valentina? —dijo en tono de broma.
—Tendrías el departamento ordenado, y más tiempo para pasar con
tu novia y tu amante.
—Tienes un pésimo sentido del humor.
—¡Lo sé! —grité desde el baño.
Me senté sobre la cama mientras esperaba a que saliera de la tina, lo
había dejado solo después de escucharlo quejarse, me daba la
impresión que le parecía tonto que me preocupara tanto por algo que
según él era un dolor tolerante, el estúpido amor que sentía no me
permitía verlo sufrir mínimamente, sin sentirme mal.
Me recosté sobre el colchón soltando un largo suspiro sin esperar
quedarme dormida a como lo hice, desperté de golpe sintiendo un
ligero dolor en el cuello por la posición que adoptó mi cuerpo
mientras dormía con profundidad. El cuarto estaba a oscuras lo que
me hizo pensar que Santi dormía a mi lado, encendí la lámpara que
estaba sobre la mesa de noche y miré la hora, estaba sola en la cama
y no había ruido en el baño.
Salí de la habitación atando mi pelo que se había despeinado y
bostezando, tropecé con uno de mis zapatos que no tenía idea de
cómo había llegado a ese sitio, a pesar de haber dormido un par de
horas me sentía aturdida.
—¿Valen?
Escuchar su voz terminó de despejarme, lo busqué con la vista por la
cocina y el comedor, pero no lo encontré.
—Aquí estoy —grité suponiendo que estaba en la sala de estar—. Me
quedé dormida lo siento.
Tomé una botella de agua antes de ir a buscarlo, lo encontré sentado
en el sillón, sin camisa y con esa sonrisa seductora que tanto me
gustaba, se quitó los lentes y los dejó en la pequeña mesa frente a él,
palmeó sus piernas invitándome a sentarme con aquel brillo perverso
en la mirada que identificaba con facilidad.
—¿Cómo te sientes?
—Como nuevo, con los músculos relajados y sin ninguna molestia —
respondió extendiendo la mano para tomar la mía.
—Vamos a leer un rato.
Apreté su mano sin quererlo, notando como mi cuerpo reaccionaba a
una simple frase, asentí sonriendo y me senté a su lado cruzando las
piernas por puro instinto.
—No, ven acá, tú te sientas aquí —palmeó sus piernas sin dejar de
verme con actitud intimidante.
Me dejé guiar por su mano, conteniendo un gemido cuando me senté
en su regazo, me sobresalte al sentir su mano sobre una de mis
piernas provocando que el cabrón arrogante se riera al verme tan
susceptible, dejó un beso sobre uno de mis hombros antes de tomar
el cuaderno de pasta negra que tenía al lado, recosté la espalda en su
pecho disfrutando de la calidez que me proporcionaban sus brazos
fuertes.
Me quitó la botella de agua que llevaba en las manos, para darle un
largo trago, aclaró la garganta mientras hojeaba el libro, sentía que
cada cosa que hacía tenía la intención de provocarme, sus jueguitos
estudiados aún seguían funcionando.
Cerré los ojos al escuchar el tono sugerente en su voz y la suavidad
con la que pronunció las primeras frases, el calor que desprendía su
cuerpo resultaba adictivo, me removí entre sus brazos buscando el
acomodo perfecto entre ellos.
—Continúa —pedí con voz débil cuando se quedó callado.
—Las ganas de tocarla no me caben en las manos, pero mis intenciones
de contagiarla de la misma necesidad, sobrepasan mis deseos más
primitivos...
Perdía el hilo de la lectura al sentir su aliento cálido chocando contra
la piel de mi cuello, su voz sonaba de fondo en mi cabeza mientras
me sumergía en un estado de excitación que se hacía cada vez más
evidente, bajé la vista hacia la mano que mantenía sobre mi pierna,
era casi imperceptible la forma lenta en la que la arrastraba hacia
arriba, dejaba mi piel erizada con su rastro y mi respiración
acelerada por el calor que desprendía su tacto.
—Y ver la imagen de su pecho subiendo y bajando a causa de la
respiración forzada, y sus pezones erguidos llamando a mi boca que
solo quiere saborearlos, hasta que gima cada vez más alto pidiendo un
poco más...
Apreté las piernas cuando con la punta de la nariz acarició mi oreja
bajando por la curva de mi cuello, mantenía ese tonito que lograba
calentarme más sin detener su mano que seguía ascendiendo
despacio por mis muslos. La estimulación a la que estaba siendo
sometida era tan intensa que sentía sus manos de verdad tocándome
de la forma que lo describía su voz.
Apreté las piernas buscando un poco de alivio al dolor que me
provocaba cada punzada entre los muslos, el constante movimiento
involuntario de mi cuerpo también lo estaba afectando, Santiago
sabía controlarse, pero su erección haciendo presión en mi trasero
delataba lo mucho que lo calentaba la situación. Incitada por esas
líneas perversas que leía para mí, comencé a mover las caderas de
forma sutil, si él me provocaba yo no podía dejar de intentarlo.
Me bastó con repetir el movimiento dos veces para hacerlo titubear,
la mano que estaba en mis piernas fue directo a mi cintura, hizo
presión en está como queriendo detener mi acción, estaba convencida
que si seguía iba a terminar sacándolo de esa faceta de hombre
controlado.
Con la cabeza recostada en su pecho y los ojos cerrados, gemí cuando
la lectura se volvió más descriptiva, escuché su risita en mi oído
mientras contenía el deseo de apretarme los senos sola, tal y como él
lo estaba leyendo, de un momento a otro sentí un pellizco en uno de
mis pezones que envió una corriente a todo mi cuerpo, abrí los ojos
sobresaltada esperando encontrar las manos de Santi sobre mi
cuerpo, pero él continuaba sosteniendo el libro y sujetando mi
cintura, eran mis manos, ambas, las que estaban dentro de mi camisa
y sobre mis senos.
Las frases que salían de los labios de Santi eran cada vez más
explícitas, había escuchado a ese hombre decirme muchas cosas
subidas de tono cuando teníamos sexo, pero nada así de intenso como
lo que leía esa noche, quería escapar de ese estado donde mi mente
no dominaba a mis instintos, pero la neblina de lujuria que me
rodeaba no me lo permitía.
Leyó un par de líneas más antes de hacer otra pausa, sentí sus labios
húmedos en mi cuello dejando besos y breves mordiscos que me
hacían encoger los dedos en un acto reflejo del placer, retomó la
lectura de forma repentina privándome de la deliciosa sensación de
sus labios en mi piel, un temblor recorrió mi cuerpo cuando comenzó
a describir con aquellos términos que sabía utilizar muy bien, el
placer que experimentaba al deslizar los dedos en mi entrepierna
empapada. Seducida por su voz y cayendo con facilidad en su juego,
arrastré mi mano derecha por mi vientre, lo escuché jadear, lo sentí
apretando mi cintura, presionándome hacia su pelvis.
Cerró el libro y como si se tratase de algún truco de hipnosis el
sonido que hizo este me hizo reaccionar, con la respiración acelerada
dejé de mover mi mano y alejé la otra de mi seno, quería hablar, pero
el aire me faltaba, incluso sentía que estaba sudando a pesar de que
la temperatura era fría esa noche.
—¿Por qué te detuviste Valentina?
Escuchar el susurro de Santi me hizo jadear, hice el intento de
levantarme, pero como era de esperarse él no lo permitió, con un
brazo rodeó mi cintura manteniéndome pegada a su cuerpo.
—Yo... Yo nunca había hecho algo así —dije entre balbuceos, odiaba
sentirme así de tímida, pero tampoco podía evitarlo, Santi me
descoloca demasiado.
—¿Nunca te habías tocado? —cuestionó sin ocultar el asombro.
—No frente a alguien.
—Conmigo vas hacer de todo, sigue —ordenó.
Lo miré por encima del hombro estremeciéndome con el brillo de sus
ojos, y esa expresión de seriedad plasmada en todo su rostro, asentí
dudosa y él sonrió satisfecho, arrastró la tela de la camisa de mi
pijama hasta sacarla por mi cuello, recosté la espalda una vez más en
su pecho disfrutando de sus manos que se movían por mi cintura de
forma ascendente.
Ambos gemimos a la vez cuando comenzó jugar con mis senos, con
movimientos lentos y luego más intensos, sus labios en mi cuello
aumentaban las sensaciones placenteras que me recorrían y me
hacían jadear y suspirar con mucha más frecuencia, cerré los ojos
cuando guio mi mano hacia mi vientre bajo, me instaba a tocarme
con esas frases cargadas de erotismo que susurraba a mi oído.
Embriagada en ese placer apabullante dejé que me desnudara y se
desnudara a totalidad en fracción de segundos, la respiración de
Santi sonaba más alterada que la mía lo que me indicaba que su
control estaba a punto de esfumarse, cerré los ojos al percibir la
humedad que bañó la yema de mis dedos, y gemí en un tono más
fuerte al sentir la mano de Santi sobre la mía.
Presa del descontrol dejé que me manejase a su antojo, me hizo girar
para estar frente a frente, sonreí al verlo así con esa carita de
seriecito que me había grabado en la cabeza, apretó mi cintura
atrayéndome contra sí de forma apresurada, en la desesperación del
momento enterraba sus dedos sobre mis curvas mientras me ayudaba
a alinear nuestros cuerpos.
Se me cortó el aliento al sentir como se adentraba en mi cuerpo,
quería mantener ese ritmo lento, gozando centímetro a centímetro de
aquella invasión placentera, pero él muy impaciente, con un solo
movimiento guio mis caderas hacia abajo, enterrándose en mí con
profundidad. Apretaba mi trasero mientras me movía sobre él al
ritmo que se me antojaba, los espasmos en mi vientre comenzaron a
hacerse más frecuentes cuando su boca buscó mis pechos que
saltaban frente a su rostro. La adrenalina que recorría mi cuerpo
aceleraba el incremento de placer que recibía en cada movimiento,
aquella posición acababa rápido conmigo, quería resistirme, pero
cada vez estaba más perdida en la neblina lujuriosa que nos rodeaba.
Tuve que besarlo para no gritar a como quería cuando llegué a mi
límite, dejé de moverme aun flotando en el placer embriagante que
me sobrepasaba, me esforzaba por respirar mientras Santi mordía el
inicio de uno de mis pechos, me giró sobre el sillón sin salirse de mi
interior, lo rodeé con las piernas dándole más profundidad a sus
movimientos acelerados, las venas en sus brazos se resaltaban a la
vez que sus gemidos eran más fuertes, estaba a punto de correrse lo
percibía en cada bocanada de aire que tomaba descontrolado.
Bastaron unos segundos para que dejara de moverse y mordiera
suavemente mis labios, pasé las manos por su espalda sudada cuando
dejó caer casi todo su peso sobre mí, mantuve los ojos cerrados
esperando recuperarme de aquel montón de sensaciones que
parecían no dejar de recorrerme.
—Valentina —susurró mi nombre en medio de un jadeo—, Valen —
insistió moviendo uno de mis brazos—. Mi amor mírame.
Tuve otro orgasmo al escucharlo llamarme así, abrí los ojos al
instante encontrándome con su mirada que parecía consumirme,
sonrió supuse que por la expresión que seguramente tenía mi rostro
y acercó su rostro al mío para darme un beso breve en los labios.
—¿Sí? —respondí aturdida.
—Solo quería ver tus ojos.
Salió de mi luego de darme otro beso corto, me ayudó a levantarme
como si intuía que no era capaz de hacerlo sola, las piernas me
temblaban y por más que quisiera recuperar el aliento no lo lograba,
en cuanto mis pulsaciones se estabilizaron un poco, hui a su
habitación, aquel "mi amor" que salió de sus labios me dejó una
sensación extraña recorriéndome.
Lo que pare él pudo haber sido una simple frase, a mí me recordó lo
mucho que yo anhelaba ser eso, su amor. Las dudas en torno a los
sentimientos que tenía Santi hacia mí, incrementaron después de ese
te quiero que respondió con un dulce beso y nada más, entré al baño
adaptándome a ese peso que se instalaba en mi pecho cada vez que le
daba vueltas a ese asunto, quería dejarlo ir dejar de pensar en eso,
pero era de uno de mis pensamientos recurrentes.
Cuando salí de la ducha escuché ruidos en la cocina, buscaba alguna
camisa de Santiago pensando que no quedaba más ropa mía en ese
sitio, hasta que me topé con un corto camisón de algodón que usé los
días que estuve enferma, me vestí desganada con el ruido que
provenía de la cocina.
—¿Qué buscas? —pregunté al salir de la habitación, Santi abría y
cerraba cajones apresurado.
—Manchamos el sofá, algo para limpiarlo ¿Tienes idea de cómo
hacerlo?
—No, pero si quieres llamo a mamá y le pregunto ella es experta en
limpieza.
—¿Y qué le dirás?
—Que manchamos de ... tienes razón —dije al darme cuenta de
nuestras circunstancias, Santiago reía divertido mientras seguía
hurgando entre los gabinetes.
Se miraba tan relajado, tan contento, tan ajeno a mis angustias que
en ocasiones me parecían absurdas, caminé dispuesta a salir a tomar
un poco de aire para aclarar mis pensamientos, deslicé la puerta de
cristal y suspiré recargando los brazos en el balcón. Era desgastante
no saber si estábamos en la misma sintonía y a la vez desconcertante
todo lo que me hacía sentir, percibí el olor de su perfume y segundos
después sus brazos apresaron los míos.
—¿Estás bien?
Asentí.
—¿Por qué tan callada entonces?
Negué con la vista fija hacia los edificios que se podían apreciar
desde esa altura, Santi besó mi hombro, luego mi cuello hasta
detenerse sobre mis labios. abrazarme así por la espalda.
—Tengo algunas cosas que pensar que me tienen un poco distraída —
mentí
—Cuéntamelas.
—Mañana se define lo de mi materia, puedo hacer un extraordinario
o recursarla, pero debo hacer algo, necesito graduarme al fin, no
soportó a papá. Vienen muchos cambios y no sé cómo manejarlos, en
realidad no me gustan.
—¿Qué cambios Valen?
—No lo sé, supongo que debo avanzar, es lo que todo el mundo dice,
tal vez después de graduarme buscar otro empleo ¿Crees que estoy
lista para eso?
—¿Quieres hacerlo? Eso es lo único que necesitas para hacer algo,
quererlo.
—Si quiero —respondí inyectándome seguridad—, ya no soy la
Valentina de antes, ahora soy más responsable.
—Sigues llegando tarde a todos lados Valentina responsable.
—Lo sé, pero me siento mal por ello, antes no me importaba.
Su carcajada sonó cerca de mi oído, provocando escalofríos de nuevo,
me removí buscando espacio, mi cuerpo continuaba sobresaltado
después de la sesión de sexo sobre el sillón.
—En tres meses vence mi contrato de arrendamiento, se casa mi
hermana, mi mamá se va a someter a una operación, todo se ve como
muy caótico.
—¿Tu mamá está enferma?
—No, va a operarse los senos, levantamiento ya sabes —respondí
haciendo un gesto que le sacó una sonrisa—, quiere estar linda para
la boda de siglo.
—¿Piensas renovar el contrato?
—La casera me odia —respondí suspirando—, digamos que tuvimos
una mala experiencia hace unos meses, cuando toqué fondo y tomé
las cosas en serio, no creo que ella quiera renovarlo.
—Deberías mudarte aquí —sugirió como si nada—, falta poco para que
Sandy se vaya a la universidad, te alcanzaré en cuanto eso suceda —
continúo hablando mientras me abrazaba con más fuerza a su cuerpo
dejándome muda con su singular propuesta.

***

Maldecía una y otra vez dentro del vestidor más grande que la sala de
mi departamento, mi mamá parloteaba frente a la puerta haciendo
que me arrepintiera de haber abierto mi gran bocotá.
—Valen quiero ver cómo te queda el vestido —dijo Vannesa a gritos.
Me odiaba por no poderle decir no a mi hermana y a mi mamá, tenía
mil cosas que hacer en la editorial y estaba perdiendo el tiempo en la
primera cita para elección del estúpido vestido de novia.
—No me entra —mentí, en realidad ni siquiera me molesté en
probármelo—¿Por qué no nos enfocamos en tu vestido?
—Ese está allá bajo control —se quedó callada solo por breves
segundos cuando abrí la puerta—, Iré a buscar otro vestido para ti.
La miré irse apresurada y fue entonces que centré mi atención en
mamá que me miraba con una sonrisa enorme en el rostro.
—¿Qué le respondiste?
—Me quedé callada, no supe qué decir —encogí los hombros
preparándome para el ataque de Valeria.
—Debiste decir ¡Si! Valentina es un partidazo, si te está pidiendo algo
así es porque quiera formalizar aún más las cosas.
En definitiva, estaba arrepentida por haberle contado acerca de la
propuesta de Santiago, mi necesidad por hablar con alguien del tema
me llevó a soltarlo con la persona menos adecuada para ello. Le di la
espalda mientras continuaba hablando, me miré en el espejo y le hice
un gesto con la mano para que saliéramos del vestidor.
Caminaba a su lado escuchando todo lo que salía de su boca, me
tensé al llegar a la zona donde estaba una mini pasarela y varios
sillones llenos con las amigas de Valeria. Identifiqué a lo lejos a
Alonso que hacía fotografías como si se tratase de una sesión
fotográfica.
Valeria demasiado distraída en su parloteo no se percató en cómo mi
mano que sostenía la suya la apretaba con fuerza, mi mamá tenía que
irse y pretendía dejarme sola con ese montón de víboras que no
dejaban de probarse vestidos.
Alonso no dejaba de verme mientras yo le rogaba a mamá para que
no se fuera, sonreía como si nada sin apartar sus ojos de mí, no
asimilaba como Vannesa no entendía lo incómodo que era para
ambos todo ese asunto. Dándome por vencida la acompañé hasta la
salida de esa exclusiva tienda de novias.
—No entiendo como tu hermana contrató a ese sujeto.
—Ya sabes cómo es Vannesa, no pensó en otra cosa que no fuera la
boda... que por cierto se me hace ridículo que quiera imágenes hasta
de estas cosas.
Ambas sonreímos y nos abrazamos por largos minutos, estaba
convencida que la tendría de visita en mi departamento en esos
próximos días, haberle contado lo de Santi era darle un pase para que
me aconsejara y opinara de mi vida.
Subió a su auto y lo encendió rápidamente, levanté la mano para
decirle adiós para luego girar cuando el auto se alejó, solté un
pequeño grito al sentir un par de manos en mi cintura, sonreí a
sentir el poderoso aroma de su perfume.
—¿Estabas cerca? —pregunté después que me diera un beso, un par
de horas atrás habíamos estado intercambiando mensajes, le había
contado lo de la prueba del vestido y bromeé pidiendo su ayuda.
—Sí, en ese edificio —apuntó hacia la izquierda—, era una reunión de
la cámara de comercio—. Tengo que ir al Prime, pero puedes venir
conmigo, no voy a tardar mucho.
—¡Valentina!
Santiago me abrazó con más fuerza cuando mi hermana gritó, apoyé
las palmas de mis manos en su pecho luchando para encarar a mi
hermana que salía apresurada de la tienda.
—Pensé que te habías ido —no saludó a Santiago y ni siquiera se
detuvo a mirarlo—, nos vamos a tomar una foto juntas en la pasarela
de nuevo.
—No quiero más fotos —me quejé en voz baja.
—Valentina debes superar tu trauma con las fotografías —murmuró
en un tono serio—, cuando estaba en la secundaria le envió unas fotos
a su novio que se hicieron públicas, desde entonces odia las
fotografías —explicó viendo a Santi por primera vez—, ya nadie
recuerda tus pechos, supéralo.
—Eres una maldita víbora —escupió Santiago con furia.
w w

Miré a Santiago anonadada, sin poder creer lo que acababa de decir,


una tensión espantosa se instaló en mi estómago al observar la
manera en la que le clavaba los ojos a mi hermana, nunca lo había
visto tan molesto, las venas en su cuello se resaltaban con cada
respiración brusca que soltaba.
Ladeé el rostro hacia Vannesa cuando escuché una corta risa llena de
ironía, cruzó los brazos y dio un paso hacia el frente, con esa actitud
confrontativa que me sacaba de quicio cuando éramos unas
adolescentes.
—¿Maldita víbora? ¿Quién te crees tú para hablarme así a mí?
—Santi no —me puse frente a él cuando vi su intención de
responderle, la manera en la que se estaban encarando me parecía
demasiado agresiva—. Santiago no le digas nada por favor.
—¡Déjalo! ¡Deja que diga todo lo que quiera!
—Escupe tu veneno lejos de Valentina —le advirtió con demasiada
rabia, aquel hombre que miraba a mi hermana como si estuviera a
punto de lastimarla, no era mi Santi.
La discusión me parecía fuera de lugar, el enojo de Santiago
irracional, mi hermana había soltado un comentario cruel y
malintencionado, era consciente de ello no obstante la reacción de él
no dejaba de parecerme exagerada y violenta.
—Santiago no le hables así —pedí irritada.
—Que no se meta contigo es todo lo que le estoy pidiendo —levantó la
voz sulfurado.
—Es mi hermana, me meto con ella todo lo que yo quiera ¿Quién te
crees, aparecido? No eres nadie para decirme esto.
—¡Vannesa basta! —intenté detenerla porque parecía querer irse
encima de Santiago— Estás haciendo un escándalo ¡Mira donde
estamos! —señalé la tienda, dos de sus amigas se asomaban por la
puerta muertas de curiosidad— ¡Santi! —le llamé a gritos al verlo
alejarse con largas zancadas.
Me apresuré por seguirlo sin perderlo de vista, cruzó la calle y entró
a un estacionamiento en donde finalmente lo alcancé.
—Santiago.
—No quiero hablar contigo Valentina —respondió dándome la
espalda, el sonido de la alarma de su auto al abrirlo hizo que
detuviera mis pies, subió al carro y cerró la puerta sin ni siquiera
dedicarme una mirada, atónita observé como encendió el motor.
—¿Me dejarás aquí?
No hubo respuesta, bajó dejando la puerta abierta, tomó mi mano y
sin mediar palabras me guio hasta el asiento del copiloto en donde
entré por voluntad propia. Cerré los ojos al escuchar la forma brusca
en la que azotó su puerta, respiró profundo y se puso el cinturón.
—Te estaba atacando Valentina, con toda la mala intención del
mundo.
—Lo sé, lo sé —reconocí desesperada.
—¿Entonces? ¡Parecía que estabas de su lado!
—Es mi hermana Santiago, no puedo permitir que le hables así
tampoco. Si es una víbora y todo lo que quieras, pero... No me
entenderías —dije cansada—. Vannesa es complicada, tenemos
muchos problemas, pero no me gusta que la lastimen.
—¿Y ella sí puede lastimarte a ti? ¿Por qué te dejas Valentina? —
golpeó el manubrio demasiado alterado.
En ese momento me arrepentí de alguna vez haberle contado los
pormenores de mi relación con Vanne, asumí que Santiago estaba
predispuesto a no tolerar a Vannesa, estaba segura que yo había
provocado el choque entre ellos.
—Tomo las cosas de quién vienen Santiago.
—No es cierto, miré como cambió tu mirada, te dolió eso que dijo. No
dejaré que vuelva a hacer algo igual, es una víbora ponzoñosa que
nadie ha puesto en su lugar.
—¡Santiago! Estás hablando de mi hermana.
—No se comporta como tu hermana, parece tu enemiga ¿Qué tipo de
hermana hace un comentario así?
—No es perfecta, es una perra cruel, ni siquiera somos unidas
tenemos una relación horrible, pero hay un lazo entre las dos...
Podemos vivir peleando, pero mataríamos la una por la otra.
Detuvo el auto abruptamente en medio de la calle, frunció el ceño y
sacudió el rostro en un acto que denotó confusión.
—No entiendo Valentina.
—No quiero que te enfrentes de nuevo con ella.
—Si intenta hacerte sentir mal frente a mí, no me quedaré callado.
El tono enérgico en el que habló se quedó grabado en mi mente,
aceleró el auto a la vez que apretaba los labios, supuse que
conteniendo el deseo de decir más.
—Los quiero a los dos, que peleen me pone en una situación horrible
—dije sin pensarlo.
Cerré los ojos y recosté la cabeza en el asiento, cuando caí en cuenta
que de nuevo le había dicho "te quiero". En medio de mi
arrepentimiento aprendí algo nuevo, si quería callar a Santiago, solo
bastaba con decirle que lo quería. La tensión en mi estómago se
convirtió en un ataque de náuseas que me hizo palidecer, quería
pedirle que detuviera el auto, pero estaba segura que si abría la boca
iba a sollozar.
—¿Estás bien? —preguntó en voz baja.
—No, llévame a la editorial por favor.
Logré que mi voz saliera con firmeza haciendo mucho esfuerzo, mi
bolso que llevaba sobre las piernas, vibraba a causa de mi teléfono
que no dejaba de sonar, tenía siete mensajes de Vannesa y un par de
Laura, mi hermana me reclamaba por no defenderla de Santiago, a
quién llamó imbécil poco hombre, harta de ella la mandé a la mierda
con nada de tacto, metí mi teléfono en el bolso de nuevo ignorando
esas miradas de soslayo que me lanzaba Santiago.
Detuvo el auto frente al edificio donde estaba la editorial, Laura y
Martín que salían de la cafetería del primer piso, me saludaron
moviendo las manos con entusiasmo, acto que correspondí por mera
educación, no estaba de humor para nada.
—Gracias por traerme —dije mientras me quitaba el cinturón.
—Por favor discúlpame por ponerte en una situación incómoda, mi
intención no era que te sintieras mal.
—No te preocupes Santi, cuídate.
—No te bajes así —susurró sosteniendo mi brazo.
—Me están esperando, lo siento.
—Preciosa no te enojes conmigo por defenderte.
—No entiendes nada Santiago —sin darle oportunidad de decir algo
más, me acerqué para darle un beso rápido, abrí la puerta ignorando
su voz susurrando mi nombre.
Respiraba profundo una y otra vez esperando que el nudo que
tensaba mi garganta desapareciera, mis pies se movían rápido en mi
afán de huir de un sentimiento que solo crecía, y del que perdía la
esperanza de que fuese correspondido.

***

Buscaba forma en las nubes que podía observar desde el ventanal que
tenía al lado, necesitaba distraerme para evitar que los nervios me
consumieran, a mi alrededor mis compañeros que casi no conocía
murmuraban acerca de las calificaciones que suponían tener, cubrí
mi rostro con ambas manos al sentir un ataque de náuseas por
segunda vez en esa tarde.
Tomé agua intentando dejar ir el desánimo que se apoderaba de mí,
si no aprobaba no quería intentarlo una vez más, estaba cansada de
luchar contra mi propia naturaleza, lo mío era dejarme llevar por la
corriente no enfrentarla. Los murmullos callaron cuando el profesor
cruzó la puerta, sentía que iba a vomitar sobre mis pies cuando
comenzó a llamar uno a uno para entregar las observaciones y
calificaciones del trabajo.
Cuando llegó mi turno percibí que el tiempo transcurrió en cámara
lenta, solo pensé en mi papá y su constante pregunta ¿Esta vez si te
vas a graduar?, extendí la mano nerviosa para saludar al profesor
para luego sentarme en la silla que estaba al lado de su escritorio.
Suspiré y reí como idiota al ver mi calificación, ni siquiera fui capaz
de escuchar todas las observaciones que hizo, había aprobado la
última materia que me faltaba, la tóxica relación que mantenía con la
universidad estaba a nada de acabar.
Al salir del salón contuve el deseo de escribirle un mensaje a mi
papá, temía que comenzara a presionarme con la tesis antes de
tiempo, bajé los cortos escalones llena de esa energía de
autosuficiencia que no había sentido con tanta intensidad, hacía
planes mentalmente de todo lo que pensaba hacer con el tiempo que
me quedaba solo para mí, dejé de soñar despierta al divisar a mi
hermana, acercándose a paso apresurado hacia mí.
—¿Qué haces aquí?
—¿Por qué mi mamá aún maneja tus horarios? Tú no escuchas
consejos, te he repetido muchas veces que le pongas un límite a
Valeria.
—¿Qué haces aquí? —repetí más molesta.
—Quería que habláramos —suspiró poniendo cara de fastidio—. Ayer
saliste corriendo y
—Ayer fuiste más cruel que nunca y todavía te atreviste a
reclamarme que no te defendí.
—¡Auch! Dolió estúpida —se quejó sobando su brazo izquierdo, la
había golpeado con mi mochila dejándome llevar por un impulso—,
mi mamá sabe que tu novio me llamó maldita víbora.
—¿También sabe que hablaste de algo que me costó mucho superar?
—¡Fue una broma!
—Es la broma más estúpida del mundo ¡Yo no bromeó con tu
anorexia!
—No soy anoréxica.
—¡Mamá cree que sí! —Levanté la voz sin importar las miradas
curiosas—. No debiste hablar de eso Vannesa, fue malditamente
cruel, bajo, te comportas como si me odias.
—Dejaste que un imbécil me dijera maldita víbora.
—Fuiste una, estaba tan contenta y luego tú como siempre me dañas
todo, me largo.
Pasé a su lado empujándola con los hombros, me desplacé por el
andén que conducía hasta la salida del estacionamiento, estaba
segura que no me iba a seguir, mis tenis me daban una enorme
ventaja contra sus tacones de aguja. Crucé la calle dispuesta a
caminar más para encontrar un taxi, pero lo único que hallé fue el
carro de Vannesa que frenó casi frente a mí.
—¡Sube! ¡Por favor Valentina!
Me acerqué a la puerta de copiloto frenando el mini escándalo que
estábamos ofreciendo, azoté la puerta con todas mis fuerzas y tiré mi
mochila adentro golpeando a Vannesa en el brazo.
—No quiero pelear contigo, y no porque mamá diga que no es
correcto, es porque eres mi hermana, no quise hacerte sentir mal.
—Ni tú te lo crees —murmuré entre dientes.
—No fue mi intención... Olvidemos esto—suspiró—, discúlpame.
La miré de inmediato apenas pronunció esa frase.
—Eres la mejor amiga que me dio la vida ¿No? Mamá siempre nos
dijo eso por algo, aunque no congeniamos bien somos hermanas, y no
debemos pelear por tonterías.
—No quiero seguir hablando de esto —dije completamente incómoda.
—Perfecto, demos el tema por cerrado, solo tienes que pedirle al
aparecido ese que me pida disculpas.
—Detén esta mierda, no quiero seguir dentro de este auto contigo.
Tus disculpas son más falsas que los senos de la última novia de
papá.
—Tiene que disculparse, no voy a dejar que ese
—¡No te va a pedir nada!
Nuestra pelea continuó hasta que llegamos a mi edificio, bajé sin
invitarla a subir conmigo, pero como siempre ella no necesitó de mi
aprobación, me alcanzó antes de entrar al vestíbulo, sujetó mi brazo
para no caerse cuando tropezó, tuve la intención de soltarla, pero no
era tan maldita como ella.
—No quiero seguir hablando.
—Está bien, se acabó la charla, necesito usar tu baño y luego nos
ponemos de acuerdo con lo de la cena en casa de la abuela.
—Ni la maldita realeza tiene tantos eventos previos a una boda, yo no
te ayudaré en nada— sentencié ignorando todas las quejas que
comenzó a soltar.
Abrí la puerta rápidamente dejándola pasar de una vez, me entretuve
con Polly que se acercó maullando, su manera de pedir atención, con
ella en brazos me senté en el sillón, Vannesa se quejaba de lo
pequeño que era mi baño a gritos, mientras yo jugaba con mi gata
que parecía haberme extrañado.
Alcé la vista cuando escuché la puerta del baño abrirse, Vannesa miró
todo despectivamente mientras caminaba directo a la cocina, abrió el
refrigerador de dónde sacó una botella de agua, la observaba sin
perder detalle de cada movimiento que daba, me sentía incómoda con
ella en mi casa.
—Te miras bonita —dijo tomando una fotografía que estaba sobre la
barra de la cocina— ¿Es Santiago? —preguntó dándome la foto.
Asentí aceptándola y suprimiendo una sonrisa, el rostro de Santi
estaba oculto en mi cuello mientras se abrazaba de mi cintura,
recordé el instante que tomé la fotografía, en una tarde de lectura en
mi departamento.
—No deberíamos de pelear por nadie, menos por un tipo.
—Estoy enojada por lo que dijiste, no por Santiago —respondí.
—Lo lamento... Ya perdóname tonta.
Se dejó caer sobre mí riéndose como pocas veces lo hacía.
—Eres una estúpida —dije empujándola.
—Pero tu estúpida, reconoce que no te gusta pelear conmigo.
—Vannesa te perdono, pero si te me quitas de encima.
Cayó al piso cuando use más fuerza para empujarla, ambas reímos a
carcajadas, espantando a Polly con el ruido.

***

Tras tomarme el tercer café de la tarde, me levanté de mi incómoda


silla para buscar a Laura que estaba demasiado ocupada haciéndose
cargo del papeleo que le había asignado Rodrigo. Anita me señaló una
puerta sin necesidad que le hubiese preguntado nada, le agradecí con
una sonrisa mientras avanzaba hacia el sitio.
—¿Lau estás muy ocupada?
—Ya casi acabo —respondió sin levantar la vista de ese montón de
documentos.
Estaba en la última semana de la pasantía, tenía muchas cosas por
hacer y poco tiempo para hacerlas, pero aun así no dejaba de
ayudarme.
—¿En serio no quieres quedarte? Rodrigo me dijo que podía
contratarte como mi asistente, el pago no es la gran cosa, pero
tendrás un horario flexible.
—Si acepto no tendría tiempo para tomar mis próximas pasantías, tú
sabes que quiero ampliar mi experiencia.
—Lo sé, pero te voy a extrañar mucho.
—Vendré a verte, lo prometo —agregó con una sonrisa—, me daré
prisa para que podamos irnos de una vez.
—Por eso te buscaba ¿Santiago va a estar presente?
Laura río sonoramente antes de voltear por completo para verme de
frente.
—¿Valen siguen sin hablar del libro?
—Ni siquiera lo menciono, después de la gran pelea por lo del
concurso he mantenido al margen de nosotros ese asunto.
—Dijo que iba a estar ahí. Rodrigo cree que nos tomamos demasiadas
molestias por un autor, lo normal sería que él enviara la fotografía.
—Lo sé, pero si hemos hecho tantas concesiones ha sido por lo
esperado que es el bendito libro.
—Te espero en mi oficina, apresura a tu novio, no podemos llegar
tarde ya sabes cómo es el neurótico con el tiempo.
—Está bien jefa— dijo sonriendo.
Las cosas con Santiago después de la pelea con Vannesa seguían
estando tensas, nos habíamos visto solo una vez y ambos evitamos
hablar de lo que había pasado, cenamos juntos y luego me llevó a
casa, donde no pudo quedarse por una supuesta reunión que tenía
con su papá esa misma noche. Aunque nuestra despedida fue
afectuosa lo sentí muy distante. Verlo esa tarde no lo tenía previsto,
aunque a una parte de mí, le entusiasmaba mucho la idea.
Mientras esperaba a Laura comencé a leer los correos que ella había
intercambiado con Santiago, había aceptado mi idea de usar la
fotografía de una mujer y un seudónimo femenino para despistar y
mantener su anonimato, también había accedido a las modificaciones
sugeridas por el corrector de estilo, no sabía si sentir alivio o
preocupación, Santiago era el autor más complicado con el que nos
había tocado lidiar, que nos pusiera las cosas fáciles me ponía
nerviosa.
—Valen, Martín nos espera abajo —dijo Laura asomando la cabeza por
la puerta.
Tomé mis cosas y avancé con ella hacia el elevador, Martín había
aceptado en ayudarnos, aunque su trabajo solo consistía en el diseño
y maquetación de los libros, se iba a encargar de tomar la fotografía
que iría en las solapas de Para Eva con amor.
Lau se arregló con las manos el pelo, antes de llegar al
estacionamiento donde nos esperaba Martín, se esforzaba por ese
idiota que la miraba solo cuando quería algo de ella, abrí la puerta
trasera de su camioneta sin cruzar palabra con él, escuché como
Laura reía coqueta mientras el sostenía la puerta del copiloto para
que ella entrase.
—Estás muy bonita hoy Lau —dije cuando ella se vio en un pequeño
espejo de mano.
—Hoy tuve que exponer en la primera clase, mi compañera de equipo
me obligó a maquillarme tanto.
—No necesitas de mucho maquillaje, eres bonita siempre.
Sonreí ante el halago de Martín, deseaba que se tomara en serio a
Laura y dejara de coquetear con quién se le pusiera enfrente; le
escribí un mensaje a Sandy cuando nos pusimos en marcha, quería
asegurarme que estaría preparada cuando llegáramos, ella se había
ofrecido a posar para la fotografía lo que resultó una perfecta idea.
Martín silbó viendo la bonita casa frente a nosotros, bajé de la
camioneta para presionar el botón del intercomunicador, sabía la
clave a la perfección, pero me parecía muy invasivo entrar sin avisar
a la propiedad. Constanza atendió después de breves segundos, al
escuchar mi voz abrió los portones al instante.
Laura y Martín cuchicheaban acerca de sus planes después de
terminar el asunto de la fotografía mientras yo buscaba ansiosa el
auto de Santi.
—Hola Constanza —dije apenas bajé, parecía estar esperando por mí
en el jardín de la casa, me acerqué a ella para saludarla que me
abrazó con el mismo cariño que lo hacía siempre.
—Sandy ya baja, pero pasen —sonrió amable apuntando los escalones
que llevaban a la puerta principal.
El auto de Santiago no estaba aparcado en el mismo sitio de siempre,
por lo que pensé que no había llegado a casa aún, dejé a Martín y a
Laura en la sala de estar y fui directo a la cocina en compañía de
Constanza que me había ofrecido un trozo de pastel que no pude
rechazar. Nadia salió con una bandeja hacia donde estaban los
chicos, Constanza era la reina de la atención, tan amable que
desencajaba con todos en esa casa, menos con Sebas que era un
verdadero sol.
—¿Valentina no está aquí?
Me apresuré por terminar de comer cuando escuché a Sandra, le
agradecí con una sonrisa a Constanza y salí de la cocina para
reunirme con todos.
—Pensé que no habías venido —comentó saludándome.
—Constanza me estaba haciendo engordar —respondí riendo.
La noté un poco más seria pero no le presté demasiada atención, de
inmediato fuimos al jardín donde acordamos tomar la fotografía,
Martín no explicaba mientras caminábamos, que necesitaba de una
buena luz y una excelente resolución para que la imagen tuviera la
calidad que exigían los programas con los que diseñaba.
Sandy se había rizado las puntas del cabello, aunque posaría de
espaldas no descuidó un solo detalle de su imagen, Laura y yo la
ayudábamos a ubicarse frente a una pared cubierta de hiedra
ornamental, mientras Martín buscaba el mejor ángulo. Nos hicimos a
un lado para que comenzara a tomar fotografías, luego de tres
intentos probamos en otro sitio donde había una mejor iluminación.

Sandra se mostraba muy agradable con los chicos, conversaba con


Laura y sonreía con los chistes tonto de Martín, en cambio a mí me
torcía los ojos cada vez que topábamos miradas.
—Valen mira esto —Martín me mostró la cámara, me acerqué hasta él
para ver mejor la foto que había tomado.
—Me gusta mucho.
—La luz es perfecta y el contraste con el fondo aún mejor, creo que
esta es la indicada.
—¿No deberías tomar un par más?
—No soy fotógrafo profesional, pero estoy segura que está es
perfecta. Ponte en el mismo sitio que estaba ella —pidió apuntando
con los labios hacia el frente—, voltea —dijo cuando ocupé el sitio
donde estaba Sandra— sonríe.
Me tomó dos fotografías que luego me mostró, sonreía aprobando
mis fotos cuando sentí como apoyó la mano en mi espalda baja, su
atrevimiento me tomó tan desprevenida que no pude reaccionar al
instante, quité su mano de forma brusca y le entregué la cámara
dispuesta a alejarme.
—Espera Valen, déjame tomarte otra —pidió en voz baja insistiendo
en tocarme, su mano fue a mi espalda de nuevo.
—¡No! —aparté su mano y di un paso hacia atrás, que él intentó
frenar, miré a Laura que hablaba con Sandy tan concentrada que no
notaba la incómoda situación por la que estaba pasando.
—¿Pasa algo Valentina?
Escuchar la voz de Santi fue un alivio y preocupación a la vez, su
tono tan tosco logró que la mano de Martín dejara de tocarme,
aunque él no se alejaba del todo de mí.
—No, todo está bien —respondí dando un paso hacia atrás, giré para
saludarlo, pero no me encontré con su mirada puesta en mí como
esperé.
—No la vuelvas a tocar —dijo directamente a Martín, que en
respuesta soltó una pequeña risa irónica.
—Santi —empuñé la tela de su camisa blanca en un intento de
detenerlo, se estaba acercando mucho a Martín— Santiago —levanté
más la voz.
Laura y Sandy fijaron la vista en nosotros, Martín inteligentemente
se alejó y caminó hacia Laura, observé de reojo como le mostraba las
fotos mientras Sandra corría hasta su hermano. Lo abrazó contándole
los detalles de las fotos sin lograr captar su atención, Santiago
ofuscado pasaba las manos por su cara una y otra vez.
—¿No me vas a saludar? —reclamé cuando giró a verme.
—No lo quiero cerca de ti.
—Tu lado posesivo resultó peor que el mío —intenté suavizar el
ambiente con una broma, Laura estaba cerca y no quería que
escuchase nada.
—Estoy lejos de ser posesivo, solamente te pido que lo obligues a
mantener la distancia, o lo haré y yo y no creo que te guste la forma
que voy a usar.
—¿Otra orden más, amo?
—Dame un beso.
—¿Tengo permitido verlo a los ojos?
—Eres tan tonta —sonrió acortando la distancia entre los dos, sus
brazos cercaron mi cintura y en segundos sus labios rozaban los míos
suavemente—, sabes muy bien Valentina.
Mi risa escandalosa delató lo tímida que me puso su comentario,
Sandra que hablaba con los chicos nos miró con un gesto de fastidio
que no terminaba de entender.
—Creo que ya te lo había dicho antes, pero no recuerdo cuando ¿Tú
sí?
—¡Cállate!
—Ya recordé, fue la otra noche en tu depar...
No lo dejé terminar, cubrí sus labios con una de mis manos mientras
seguía riendo, a pesar de todos los problemas que había entre los
dos, tenerlo cerca me genera un bienestar que a la larga me iba a
causar más daño, pero que no quería dejar de experimentar.
Aun mostrando una actitud confrontativa, observó las fotos y dio su
opinión a Lau que era con la única que hablaba del libro, discutieron
otros asuntos entre ellos su salida de la editorial, la falta de personal
en Águila dejaba a Santiago de nuevo conmigo, en ese proyecto que
solo nos generaba problemas.
Minutos después nos despedimos de los chicos, Santiago entró a la
casa mientras Sandy y yo los acompañamos hasta el estacionamiento,
realmente no estaba convencida si era una buena idea quedarme,
pero quería pasar tiempo con Santiago.
—Laura es muy tonta ¿No?
—¿Por qué lo dices? —cuestioné a Sandra que decía adiós moviendo
las manos.
—No nota como su novio te ve, Martín te coquetea en su cara.
—Es una situación muy incómoda —admití mientras caminábamos
hacia la casa.
—Deberías decirle, si la consideras tu amiga o le tienes aprecio,
deberías abrirle los ojos.
Escuché su consejo en silencio y considerando demasiado aplicarlo,
entramos juntas a la casa topándonos con Nadia en el recibidor,
Sandy se quedó conversando con ella mientras yo avancé para buscar
a Santiago.
—¿Qué haces ahí?
Estaba sentado en medio de los escalones que llevaban a la segunda
planta, sus brazos estaban apoyados en sus rodillas mostrando una
actitud de cansancio.
—Creo que tú y yo debemos hablar —susurró cabizbajo, estiró el
brazo ofreciéndome una de sus manos, subí los escalones para
aceptarla esperando que habláramos en otro lado.
—¿Vamos a tu cuarto?
—Sí, pero solo quiero cambiarme.
Tomados de las manos terminamos de subir los escalones para luego
atravesar el pasillo que nos llevaba hasta su habitación, apenas crucé
la puerta fui directo a su cama, me sentía abrumada por la
conversación y las emociones guardadas tras todo lo que nos
rodeaba.
Me explicó que había tenido un día demasiado agitado, y necesitaba
relajarse, me senté sobre el colchón, cuando comenzó a desvestirse
sin querer perderme nada de lo que estaba haciendo. Primero se sacó
los zapatos para luego abrir los botones de su camisa mangas largas,
mi vista se recreó con cada espacio de la piel de su pecho que
quedaba descubierto, fijé mi vista en su espalda desnuda cuando se
volteó buscando algo, se quitó el pantalón con un solo movimiento,
sonreí deleitándome con su trasero muy bien ejercitado, Santi tenía
las piernas gruesas y bien definidas debido al tiempo que pasaba
encima de su bicicleta, lo admiraba sin ocultar lo mucho que me
gustaba sin importar que su ego se acrecentara.
Lo observé caminando por el cuarto solo con el bóxer gris puesto,
entró a su clóset de donde salió minutos después, con un short como
los que usaba para entrenar. Sobre las manos llevaba una camiseta
blanca que se ponía mientras caminaba.
—¿Vas a montar a tu amante? —soltó una carcajada al escuchar mi
pregunta, me recosté a la cama al verlo acercarse, su actitud me
intimidaba estúpidamente, gateó sobre la cama hasta estar sobre mí,
respiraba agitada como animalito asustado, mientras el cabrón
arrogante reía viéndome el escote.
—Yo solo te monto a ti Valentina.
—Estúpido —golpeé su espalda riendo cuando dejó caer su peso sobre
mi cuerpo, mordió uno de mis senos antes de levantarse de la cama y
ofrecerme una mano, para que lo imitara.
—Demos un pequeño paseo en bicicleta.
—Jamás, eso sería aceptar la relación no oficial que mantienes.
—Necesito relajarme, di que sí —pidió poniendo esa sonrisa
irresistible en sus labios.
—Mira como estoy vestida.
—Sandra puede prestarte algo.
Me llevó directo al cuarto de su hermanita, Sandy arrugó el rostro al
verme, pero abrió la puerta y asintió a la petición de su hermano, que
nos dejó solas apenas entré a la habitación.
—Genial, primero te comparto a mi hermano y luego mi ropa —decía
en murmullos a la vez que caminaba a su clóset.
—¿Se puede saber que te hice ahora?
—Debo buscar mi top más grande, tienes más senos que yo.
—Sandra respóndeme, pensé que ya estábamos bien.
—Santiago habló conmigo, sé que te pidió mudarse juntos —respondió
de mala gana, me lanzó un top rosa y unos leggins negros que no
alcancé a atrapar— Calzo del siete ¿Tú también?
—Sí... No acepté Sandra.
—Y eso me molesta más, nunca había considerado siquiera algo así.
—No te entiendo —dije malhumorada—, pensé que no querías que se
mudara conmigo.
—No quiero, pero por mis razones egoístas, en el fondo sé que, si
Santi te lo pidió, es porque vio algo en ti, me parece tonto que lo
hayas rechazado.
—No lo rechacé —respondí entre tanto me quitaba mis tacones
negros, me desvestí rápidamente ignorando la mala mirada de
Sandra.
—No le respondiste nada.
—Pensé que bromeaba, no lo sé, no lo tomé en serio, fue extraño y
además no lo ha vuelto a mencionar.
—Valentina si me lo contó a mí fue para prepararme para el golpe...
Es obvio que hablaba en serio.
Salí de esa habitación con un peso más en el pecho, no solo era lo de
la pelea con Vannesa y su silencio ante mis te quiero, había
rechazado a Santi y estúpidamente me dolía el solo pensar que pudo
sentirse lastimado.
—Preciosa —dijo viéndome mientras bajaba las escaleras.
Intentaba que mis pechos no salieran del top de Sandra provocando
que él riera relajado.
—¿Puedes dejar de inspirarte?
—No, es algo más fuerte que yo.
Cuando llegué abajo lo empujé sin lograr moverlo, después de darme
un beso me ofreció un casco blanco que dudé un poco en tomar. Me
condujo hacia el jardín donde un joven que siempre miraba al
cuidado de las plantas, sostenía las dos bicicletas.
—Santiago mis piernas no están acostumbradas a pedalear largas
distancias.
—Daremos un pequeño paseo por el vecindario —respondió ajustando
su casco.
—¿Y por qué los cascos?
—Porque son necesarios siempre. Valen mira la forma en la que
colocó los brazos, la postura te ayuda a rodar mejor.
Acaté sus indicaciones antes de salir pedaleando despacio, quería
quitarme el casco, pero estaba segura que Santiago me iba a obligar a
mantenerlo sobre mi cabeza, tomé un poco de ventaja al notar como
fanfarroneaba andando con las manos lejos del manubrio. Se río a
carcajadas mientras me alcanzó en cosa de segundas.
Intenté mantener el ritmo en mis piernas, pero poco a poco
comenzaba a cansarme, recorrimos un par de calles del costoso
vecindario hasta que Santiago me apuntó una curva, giré siguiéndolo,
pero me detuve al ver una cuesta con una inclinación que me pareció
considerable.
—No podré —afirmé casi sin aliento.
—Pedalea en la misma velocidad, si sientes que te está costando
mucho trabajo inclina el cuerpo hacia delante, y cuando no puedas
más, levanta ese bonito trasero del asiento ¿Entendido?
—¿No te cansas de dar órdenes?
—No le hables así a tu amo.
Escupí el agua que estaba tomando por la risa, guardé la botella en su
sitio y me apresuré por alcanzarlo, seguí sus consejos cuando iba a
mitad del camino, me faltaba el aire y él iba como si nada, incluso
sacó su teléfono y tomó una foto sin dejar de mover las piernas.
—Un poco más Valen —me animó.
Llegué hasta él sintiendo que mis piernas temblaban, me ayudó a
bajar de la bicicleta riendo por mi poca resistencia física, me mostró
la cuesta que desde donde estábamos parecía una distancia muy
corta.
—Mira esto —dijo haciendo que volteara.
Frente a nosotros había un pequeño acantilado, el atardecer pintaba
el cielo de colores cálidos, me sorprendió la zona semi boscosa tan
cerca de una zona residencial.
—Es muy bonito.
—Este era mi sitio y el de Sebas, cuando éramos niños solíamos
montar nuestras bicicletas hasta aquí, antes había muchos más
árboles, pero con el tiempo han construido más casas.
—Necesito sentarme, siento que muero.
Me ofreció agua antes de señalarme el piso, nos sentamos cerca de la
orilla en un silencio que solo se rompía con mi respiración agitada,
en definitiva, consideré incrementar mi actividad física al tardar
tanto en recuperar el aliento.
—¿De qué quieres hablar? —pregunté, dejando como siempre que mis
nervios me pusieran en una situación incómoda.
Sonrió negando para luego suspirar, me quitó la botella de las manos
y le dio un trago largo ante mi mirada que no podía apartar, me
preguntaba de que quería hablar y las posibles respuestas, lo único
que hacían era inquietarme.
—Estamos un poco alejados ¿No crees?
Asentí suspirando, no quería hablar acerca de lo que me mantenía
distanciada de él, pero quería saber que tenía que decir al respecto,
fijó la vista en el paisaje y relamió sus labios antes de ladear el rostro
para verme.
—Nunca vamos a estar de acuerdo con el asunto de tu hermana, y no
quiero hablar de eso... Pero debo reconocer que desde esa pelea las
cosas están extrañas ¿Es por lo que dijo la víb... Vanesa? —corrigió al
instante al ver mi cara.
—¿Crees que estoy molesta por eso?
—Creo que estás poniendo distancia entre los dos porque puedes no
sé... sentirte mal por lo que supe.
—Ni siquiera había pensado en eso —susurré con la vista fija en el
césped—. Lo que me ha hecho sentir mal es la pelea solamente.
—No volveré a discutir con tu hermana frente a ti.
—La respuesta correcta es: No volveré a discutir con tu hermana.
—Si se mete contigo lo haré.
—¡Santiago! —empujé su hombro provocando una risa tonta en sus
labios, tomó mi mano y la besó haciendo que mi molestia
desapareciera.
—¿Quieres contarme lo de esas fotos?
Lo miré sin saber que decirle, apretó mi mano suavemente mientras
se acercaba hasta estar pegado a mí. Asentí dudosa y tomé agua de
nuevo antes de hablar.
—Tenía quince años, me gustaba alguien más grande que yo —encogí
los hombros recordando aquel momento del que no me gustaba
hablar—. Comenzamos a intercambiar mensajes, y luego llegamos al
momento donde me pidió una foto sexy.
—¿Y se las enviaste?
—Sí, pero tuvo que insistirme mucho, yo no... No tenía idea de lo que
estaba haciendo, solo fui al baño, me quité la camisa y el sostén y me
tomé una estúpida foto que recorrió los teléfonos de todos mis
compañeros de escuela... Fui muy estúpida.
—No Valen, no digas eso —dijo tomando mi mano—. El estúpido fue
quien la expuso para los demás, son cosas que suceden y creo que ya
no deberías sentirte mal por eso.
—Ya lo dejé atrás, pero igual me molestó que Vanne hablara de algo
que me afectó mucho —respondí.
—Quiero pedirte perdón por haberte presionado alguna vez para que
me enviaras una foto. Ahora entiendo porque no aceptaste y me
siento imbécil por haberme enojado.
—¿Te enojaste? —cuestioné recordando ese episodio.
—Por eso deje de responder los mensajes.
—Idiota —murmuré alejándolo de mí—, pensé que estabas ocupado.
—Lo siento.
La honestidad en su mirada me provocó un deseo inmenso de
abrazarlo, recosté la cabeza en su hombro sintiendo sus delicados
besos en mi rostro.
—Ya sabes algo vergonzoso de mi pasado, debes contarme algo del
tuyo— mi pequeña risa no logró disipar esa atmósfera extraña entre
los dos, besó mi frente antes de soltarme.
—Creo que sabes todo de mí.
—No Santi, no sé nada de ti, cuéntame de tus novias— lo animé con
una sonrisa, negó, pero luego asintió cuando apreté su mano.
—Creo que lo más vergonzoso fue cuando Esther llegó a mi oficina y
me abofeteó frente a Gloria, había olvidado su cumpleaños y no me lo
perdonó.
—¿Por qué eres amigo de ella después que te cacheteó?
—Me disculpé, con ella fui un cretino de verdad, en todo el tiempo
que estuvimos juntos la vi muy pocas veces, estaba demasiado
concentrado en el centro comercial.
—¿Y antes de Esther? —pregunté con miedo de su respuesta, me daba
la impresión que había un pasado lleno de mujeres que no quería
descubrir.
—Nohelia, me dejó el día de la inauguración del centro comercial, me
dijo que me podía ir a la mierda y nunca más llamarla, sólo porque
pasé como un mes sin verla.
—Eres un terrible novio —dije riendo asintió pensativo ignorando mis
nervios que comenzaban a ser evidentes.
Quería preguntarle acerca de su Eva, pero no sabía cómo iba a tomar
mis cuestionamientos, pasó el brazo por mi cintura atrayéndome
hacia su cuerpo, aquel acercamiento me dio la confianza para
intentarlo, aunque el temor seguía presente.
—¿Y Eva? Siempre he querido saber que hay detrás de ella, cuando leí
los cambios que hiciste en el libro, me pregunté que tanto te había
hecho para…—Me quedé callada al verlo negar, quiso alejarse, pero
detuve su brazo dejándolo de nuevo pegado a mí— Santi estamos en
un círculo de confianza donde podemos hablar de todo.
—No estamos en un círculo.
—Es un decir tonto— reí.
Respiró profundo notablemente incómodo, parecía luchar con él
mismo hasta que después de largos segundos aclaró la garganta
dispuesta a hablar.
—¿Todavía significa algo para ti?
—No Valen —contestó poniendo cara de asco—. Simplemente hablar
de eso es algo que no me gusta... La conocí cuando estaba pasando
por la peor etapa de mi vida, me acababa de enterar de lo del asunto
de mi papá, me sentía perdido, confundido.
—¿Sebas te la presentó cierto?
—Sí, Sebastián siempre fue el alma de la fiesta, conocía a todo el
mundo y todos parecían querer estar cerca de él, a mí me iba mal con
las chicas, estaba empezando la universidad donde todos eran
mayores que yo, gracias a las exigencias de mi papá terminé la
escuela antes de tiempo, las chicas me miraban como un niño, por
eso mi hermano me presentaba a sus amigas de vez en cuando. A ella
la trajo a una fiesta —hizo una pausa para tomar agua—, era... Era
bonita, popular, divertida, todos estaban tras ella y ella se interesó
por mí apenas nos conocimos.
—Como la Eva del libro.
—Si, pero a diferencia del libro a mí nunca me rechazó, siempre se
portó dispuesta a que las cosas avanzaran entre nosotros, era
esquiva, pero accedía a mi cada vez que la buscaba. Me hizo creer
que estaba enamorada, y yo... yo no sé qué me pasó, me entusiasme,
hice que Sebas averiguara su horario, llegaba por ella, pensé que
teníamos algo formal y
—No quiero saber muchos detalles— interrumpí cuando los celos
comenzaron a hacerme sentir incómoda— ¿Por qué acabó todo entre
ustedes, ¿qué fue lo que te hizo para que le tuvieras rencor?
—Me abrí con ella, le conté mi secreto, el que acababa de conocer,
quise apoyo de su parte porque todavía no lo maneja bien.
—¿Y no te apoyó? —pregunté muerta de curiosidad.
—Su careta cayó el día que supo que yo no era un Sada de verdad, ella
se había acercado a mí solo por el dinero que asumió tenía, le
gustaban los autos, las salidas, la buena vida. Terminó conmigo
diciendo que no era quien ella creyó, en palabras claras no quería
tener algo conmigo por ser un bastardo, o recogido como me llamó. Y
no bastándole eso me humilló frente a sus amigas cuando fui a
buscarla para intentar estúpidamente hablar con ella.
—Santi ella es una basura.
Nos quedamos en silencio, viéndonos a los ojos en un momento que
se sintió extraño, una punzada se instaló en mi pecho cuando intentó
sonreírme, mi intuición despertó en ese justo momento, sentí que
algo malo estaba a punto de ocurrirme y mis ojos sin explicación
alguna comenzaron a picar.
—Valentina, necesito decirte algo —su voz sonó ronca, sus ojos me
observaban directamente— ¿Estás bien? —preguntó mientras llevaba
una mano a mi mejilla.
—Sí —respondí sintiendo la garganta tensa—. Santi—le llamé al
notarle distraído.
—Nada de lo que he vivido se compara mínimamente a lo que
tenemos tú yo, eres lo más importante para mí ¿Lo sabes, cierto?
Me besó antes de obtener una respuesta, adormeciendo de nuevo mi
sexto sentido y despertando ese amor que parecía no parar de crecer.
w w

—¡Polly! —grité fastidiada, la paciencia se me acabó después del


tercer intento de meterla al bolso de viaje— Ven acá gata consentida.
La llamaba en vano, desesperada por atraparla, me levanté del piso
procurando no alertarla con el ruido de mis pasos, despacio avancé
hasta ella que miraba hacia la ventana encima de una mesa.
—Te tengo —dije al sujetarla, se removió entre mis brazos
lastimándome un poco con sus uñas—, Polly no hagas eso.
Luché por un par de minutos hasta que logré calmarla, la puse con
cuidado dentro del bolso para luego cerrarlo rápidamente, sabiendo
que no iba a soportar mucho tiempo dentro, me apresuré por llegar
hasta mi cama dónde estaba la pequeña maleta que tenía lista.
Se me estaba haciendo tarde para cumplir con todos los compromisos
que tenía pactado para ese viernes, a pesar del tiempo libre que me
había dejado terminar mi relación tóxica con la universidad, aún no
lograba ajustarme del todo a mis horarios, respiré profundo mientras
arrastraba mi maleta y cargaba con sumo cuidado el bolso de viaje de
Polly, el taxi me estaba esperando haciéndome sentir un poco más de
presión.
Mi teléfono comenzó a sonar en el justo momento que salí del
elevador, solo ignoré el molesto ruido y continué caminando con más
prisa, mi gata maulló cuando me detuve de forma abrupta, parpadeé
varias veces mientras miraba a mi papá avanzando por el viejo
vestíbulo del edificio.
—¿Por qué no respondes ese teléfono? Cuando estás conmigo siempre
lo tienes en la mano, te llamo y no atiendes.
—Hola papi —lo saludé para silenciar su regaño— ¿Qué haces aquí?
—Venía a verte —respondió—. Me enteré y no por ti que ya terminaste
el semestre.
—¿Mi mamá te llamó? —pregunté asombrada, no podían ni saludarse
sin discutir.
—Está muy orgullosa de ti, a decir verdad, yo no le creí del todo
porque... —se quedó callado al ver mi cara de disgusto. —¿Dónde vas?
—miraba mi maleta fijamente mientras esperaba una respuesta.
—Un viaje de trabajo —mentí—, tengo un fin de semana ajetreado,
dos presentaciones y una firma, ya sabes cómo son las ferias de
libros, no quisiera dejarte así, pero tengo que irme papá, hay un taxi
esperándome afuera.
Le di un beso en la mejilla y un medio abrazo, sabía que me iba a
bombardear con preguntas que no estaba preparada por responder,
por ello sentía afán por irme de una vez.
—Valentina espera.
—¿Sí papá? —Me detuve cuando estaba a punto de cruzar la puerta.
—¿Te llevas a tu gata al viaje de trabajo?
—No puedo dejarla sola... Te quiero, te llamo en la noche —le lancé
dos besos antes de girar y salir del edificio.
El conductor del taxi me esperaba con un gesto de fastidio que no se
molestó en esconder, subí al carro después de entregarle la maleta
que él luego acomodó a mi lado, recosté la cabeza sobre el asiento
sintiéndome cansada antes de tiempo. Mi día ni siquiera había
comenzado.
Observé el auto de mi papá alejarse y solo así pude sentir alivio,
cerré los ojos cuando el taxi se puso en marcha, las náuseas
comenzaron a los pocos metros recorridos, abrí un poco el bolso para
meter la mano y acariciar un poco a Polly, necesitaba relajarla aún
nos quedaba un largo recorrido hasta el departamento de Santi,
donde ambas pasaríamos el fin de semana.
Le había mentido a papá para evitar sus cuestionamientos, supuse
que saber que pasaría el fin de semana en casa de mi novio no lo iba
a tomar muy bien, tendía a ser muy celoso, aunque lo negase
siempre. Sintiéndome un poco más tranquila, le respondí el mensaje
de buenos días que me había enviado Santiago en plena madrugada,
me entusiasmaba pasar esos días con él, ni siquiera lo pensé mucho
cuando lo propuso, acepté gustosa, encantada con la idea de
compartir tiempo con él y Polly.
El tráfico nos permitió llegar rápido al edificio de Santi, bajé del taxi
arrastrando la maleta y sujetando con cuidado a mi gata, me ponía
ansiosa la reacción de Polly al quedarse sola en un lugar desconocido,
pero confiaba que se adaptaría con facilidad, abrí la puerta con la
llave que Santiago me había dado unas semanas atrás, dejé la maleta
a mitad de la sala de estar y saqué a Polly del bolso, el tiempo corría
y debía irme a la editorial pero no podía dejar de ver a mi gata que
caminaba con timidez como si estuviera estudiando el sitio.
Salí del departamento después de mostrarle donde estaba su taza de
comida y su caja de arena, mientras el taxi me llevaba hasta la
editorial leía los correos que habían enviado algunos distribuidores,
hacerme cargo de todo sin la ayuda de Laura, me estaba costando
demasiado trabajo.
Contuve el deseo de quedarme en la cafetería y me comporté como la
editora profesional que aspiraba ser, fui directo al piso de la editorial
donde me esperaban varios asuntos que solo yo podía arreglar,
aunque no me sintiera preparada para ello.

***

Me detuve en medio del pasillo para responder el mensaje de Manu,


quería retrasar mi llegada a esa oficina aun sabiendo que las
tardanzas eran una de las cosas que más molestaba a Santiago, un
cosquilleo se instaló en mi estómago al acercarme a las puertas.
Tratar los asuntos que conllevaba la publicación del libro me
aterraba, después del problema que habíamos tenido por lo del
concurso, había evitado hablar acerca de el con Santiago.
Me sorprendió no encontrar a Gloria en su sitio, las puertas de la
oficina estaban abiertas por lo que deduje que se encontraba dentro,
di pasos tímidos para entrar, pero me quedé quieta en medio camino,
los gritos de Santiago me congelaron por largos segundos, Alicia pasó
a mi lado caminando rápido y con una carpeta en las manos, se
respiraba estrés dentro de esos cuatros paredes, tan denso que me
estaba costando trabajo terminar de entrar.
—Buenas tardes —dije en voz baja, Santiago estaba al teléfono y
Gloria con una libreta en las manos.
Estaba segura que era el peor de los días para informarle que de
nuevo estaba a cargo de la publicación del libro, pero no podía
alargar más el asunto, teníamos las fechas encimas, los
distribuidores ya empezaban a presionar para anunciar el
lanzamiento.
—¡Mierda! —gritó Santiago colgando el teléfono, Gloria y yo nos
sobresaltamos a la vez, mientras él se quitaba los lentes para
masajear el puente de su nariz— ¿Por qué el contador no habló de
esto conmigo?
—Estoy intentando contactarlo —respondió Gloria con un celular en
la mano.
—Lo necesito para ayer Gloria.
—Señor hago lo que puedo —dijo nerviosa.
Respiré profundo antes de aclarar la garganta, Santiago levantó la
vista como si hasta ese momento se percatara de mi presencia, le
sonreí y él frunció el ceño, seguramente contrariado por verme ahí
en lugar de Laura.
—Hola, necesito hablar contigo —rompí el silencio después de perder
su atención, su teléfono lo había distraído—, tengo que darte una
noticia que no estoy segura como tomarás.
—¿Estás embarazada? —preguntó como si nada, sin dejar de teclear
en la computadora algo que leía en su teléfono.
—¡No! —respondí al instante, Gloria que hacía una llamada, alejó el
teléfono de su oreja para fijar toda su atención en mí estómago—
¿Cómo se te ocurre algo así?
—Este ha sido el día de las noticias inesperadas, ya nada me
sorprende, espero cualquier cosa.
El tono tranquilo con el que hablaba contrastaba con las expresiones
de su rostro, respiré profundo y me senté frente a su escritorio,
Gloria no me quitaba la vista de encima haciéndome sentir cada vez
más incómoda.
—Laura ya terminó las pasantías en la editorial —solté de golpe—,
estoy de nuevo a cargo de todo.
—Preferiría discutir sobre nombres de bebés en lugar de hablar algo
de ese maldito libro —renegó en voz baja—. Imagina cuanto me
estresa todo este asunto... Señorita Rincón, estoy teniendo un día
muy complicado ¿Cree que podamos dejar la cita para otro día?
—No, la cita fue hecha hace dos semanas, nos hemos ajustados a tu
tiempo, pero tenemos compromisos que cumplir.
Soltó una maldición en voz baja antes de alejar su vista de la
pantalla, le hizo un gesto a Gloria que pareció entender al instante, la
secretaria salió en silencio y algo apresurada, dejándome sola con su
sulfurado jefe.
—Creí que ya estaba todo listo, aprobaron las nuevas correcciones, le
di el visto bueno a la portada, incluso me pareció genial la idea del
seudónimo femenino ¿Qué más se necesita? —cuestionó irritado.
—¿Quieres un masaje?
—Por favor —respondió después de soltar un largo suspiro.
Me puse de pie para acercarme a su silla, le ayudé a quitarse el saco
que dejé sobre el escritorio y puse mis manos sobre sus hombros
tensos.
—Los distribuidores necesitan algunos ejemplares firmados, se va a
realizar una presentación y ya que no puedes estar presente, al
menos deberías escribir algunas palabras previas, como
agradecimiento o lo que quieras decirles a tus lectores.
—Un montón de niñitas de quince años.
—Que insoportable estás hoy —dije mientras ejercía más presión en
el masaje—. Hay muchas expectativas en el lanzamiento de ese libro,
estamos apostando todo, es el tiraje más grande que hemos lanzado
al mercado.
—¿Cómo harán un lanzamiento sin escritor?
—Un booktuber y un crítico tradicional estarán comentando el libro,
también hemos recibido ayuda del grupo de lectores, todos están
entusiasmados por tu libro, estoy segura que en la preventa nos irá
muy bien.
Continué presionando sus hombros sin poder liberarlo de la tensión,
a medida que los minutos pasaban me sentía más tranquila, su
reacción no fue como la imaginé, soltó un largo suspiro cuando
cambié la manera en la que mis manos lo masajeaban.
—¿Cuándo necesitan que firme los libros?
Sonreí victoriosa ante su buena disposición, continué con el masaje
hasta que Alicia entró de nuevo a la oficina, le mostró algo que
supuse era un contrato y la tensión se volvió a instalar en el
ambiente, su pobre asistente parecía cada vez más intimidada, el
tono que empleaba Santiago para hablar me estaba poniendo
nerviosa hasta mí.
—Licenciado, tiene una llamada de su hermana —anunció Gloria
desde la puerta, como si tuviera miedo de entrar.
—La llamaré después, estoy demasiado ocupado para lidiar con las
tonterías de Sandra.
Tanto Gloria como Alicia me miraban como si yo pudiera hacer algo
para controlar a Santiago, la presión sobre mí me obligó a actuar
rápidamente, le apunté la puerta a ambas sin que Santi lo notara, me
acerqué de nuevo a él que ocultaba su rostro con ambas manos.
—Santi deberíamos ir a tomar algo, salir unos minutos de esta
oficina.
—No puedo Valentina, tengo muchas cosas que resolver.
—¿Puedes resolverlas tú solo y ahora mismo? —Levantó la vista
poniendo atención a lo que le decía— Si no puedes resolverlo o no
depende solo de ti, no haces nada quedándote aquí enojándote por
cosas que no están en tus manos, vamos a tomar algo —le ofrecí mi
mano—, a caminar un poco, a conversar, a lo que quieras.
—¿Lo que yo quiera? —preguntó en un tono provocador.
—Lo que quieras —respondí sin dejarme intimidar, se puso de pie
para tomar mi mano y atraerme contra su cuerpo con atrevimiento,
mantenía mi pose de aparente tranquilidad, aunque por dentro mi
cuerpo estaba en alerta, a pesar del tiempo juntos Santiago seguía
provocando mi estremecimiento en cada roce—. Vamos por un café —
susurré sobre sus labios antes de darle un beso.
Alicia y Gloria sonrieron al vernos salir de la oficina, Santi se dejaba
guiar de mi mano, pero parecía estar ajeno a su entorno, cuando
entramos al elevador lo acorralé para besarlo en un intento
desesperado por mejorar su humor, correspondió con más intensidad
mi beso, encerrándome entre sus brazos con fuerza.
—Tengo una grandiosa idea —dijo entre besos.
Su entusiasmo repentino me tomó por sorpresa, tomó mi mano y la
entrelazó con la suya antes que saliéramos del elevador, miraba el
pasillo por donde nos movíamos con curiosidad, pensé
inocentemente que me llevaría a la tienda de plantas de la que me
había hablado, pero Santi no tardó en mostrarme que me equivocaba,
cruzamos otro pasillo que nos llevó a varias tiendas de lencerías.
—Debí imaginarlo —susurré conteniendo la risa—, no voy a entrar ahí
contigo, aún me queda algo de pudor, me sentiría incómoda con
todos viéndonos.
—Pediré que la cierren, solo seremos tú y yo.
—¿Eso cambiará tu humor?
—Juro que sí —respondió con una sonrisita perversa en los labios que
me convenció al instante.
Apenas cruzamos la puerta la encargada de la tienda salió a
saludarlo, río a carcajadas al ver mi gesto de exagerada sorpresa y
me explicó en voz baja, que todos los regalos que me había hecho
venían de ese lugar, solo le bastó un par de segundos conversando
con la gerente para que las puertas fuesen cerradas, solo una de las
chicas que trabajan en la tienda se quedó con nosotros, para
ayudarnos en lo que fuera necesario. La mujer miraba fascinada
como Santiago escogía cada pieza que debía probarme, me sonrojaba
solo de suponer lo que estaba pensando de nosotros.
El humor de Santiago era espléndido, después de escoger un par de
cosas y dejar que yo escogiera otras, se sentó muy cómodamente
fuera del vestidor, aquello me generaba una emoción diferente a
cualquiera que hubiese sentido antes, la expectativa ante su reacción
me hacía percibir cosquillas por todo el cuerpo.
—Valentina no tengo mucha paciencia, sal de ahí.
Sonreí viéndome en el espejo, estratégicamente me até el pelo y
acomodé mis senos antes de abrir la puerta, le hice un gesto para que
no se moviera al ver sus intenciones de abalanzarse sobre mí.
—No estamos del todo solos —expliqué en susurros.
—Quiero verte mejor.
Reí por los nervios mientras me exponía para él sin ningún pudor,
me miró de pies a cabeza de esa forma tan intensa que me ponía a
temblar las piernas, la expresión de seriedad que adquirió su rostro
me dio a entender que le encantaba lo que estaba viendo. Lo dejé
inspirarse todo lo que quiso mostrándole cada una de las prendas que
habíamos elegidos.
Sin darnos cuenta el tiempo se nos fue dentro de esa tienda, cuando
el teléfono de Santi comenzó a sonar con insistencia, entendí que el
juego había acabado, me ponía mi ropa cuando la puerta del vestidor
se abrió de repente, Santiago sostenía el teléfono en la mano pero
aun así se pegó por completo a mí que no supe cómo reaccionar, dejé
que me acorralara y que me apretara contra su cuerpo a como se le
dio la gana, le ofrecí mis labios que tomó al instante dejando a la
persona al otro lado de la línea hablando sola.
Las circunstancias que nos rodeaban no me permitían concentrarme
del todo en la intensidad del beso que me daba, fue hasta que sentí
sus manos bajando por mis caderas que me dejé llevar por la
emoción del momento, entrelacé las manos en su cuello atrayéndolo
mucho más a mí, contoneaba mi cuerpo contra el suyo desesperada
por profundizar nuestros roces.
—Valen, Valen —sostuvo mis hombros para poder separarse de mi
agarre—. Mira donde estamos —dijo en medio de un jadeo.
—Tú empezaste —respondí riendo.
Abotonó rápidamente su camisa que yo había abierto casi sin darme
cuenta, y salió rápido del vestidor, mientras me terminaba de vestir
podía escucharlo hablar con Alicia, la tensión volvió a su rostro
después de unos largos minutos al teléfono, la chica que nos atendió
nos sonreía a ambos, mi agitación delataba un poco de lo que
estuvimos haciendo adentro, asumí que por eso nos miraba de esa
forma.
Santiago solo soltó el teléfono al momento de entregar la tarjeta de
crédito, tomé un par de bolsas y dejé que él se encargara del resto, su
teléfono volvió a sonar, pero con agilidad se lo arrebaté de las
manos.
—Nadie va a morir si no atiendes... ¿Cuándo se supone que debo usar
esto? —pregunté levantando una de las bolsas, me sabía su respuesta
de memoria, pero necesitaba desenfocarlo de los asuntos que lo
tenían preocupado.
—Sorpréndeme —respondió con un tono pícaro.
Lo obligué a detenerse en medio del pasillo, para darle un beso corto
que le sacó una sonrisa, subimos hasta el piso donde estaba su
oficina en donde seguí procurando que se mantuviera un poco más
tranquilo, las miradas de algunas secretarias se posaron en nosotros
que reíamos a carcajadas a causa de un tropiezo que casi me dejó en
el piso.
—Deja de burlarte de mí.
—Eres un desastre Valentina —dijo negando con una sonrisa, me
detuve frente a él y sostuve su rostro entre mis manos, me miraba
fijamente mientras me acercaba para besarlo, tan relajado y sereno
que parecía ser otro tipo, rocé su nariz con la mía y me alejé
sonriendo, me detuvo entre sus brazos riendo al ver mis intentos de
huir, las bolsas cayeron al piso al momento que uso más fuerza para
retenerme pegada a él.
—Santiago —ambos nos separamos al escuchar ese tono de voz tan
severo, volteé adoptando una actitud seria para saludar a Saúl Sada
que nos miraba como si estuviéramos haciendo algo muy malo—,
tengo media hora esperándote en tu oficina ¿Dónde estabas?
—De compras —respondió conteniendo una risa que no entendía,
miré hacia abajo, un sostén se había salido de una de las bolsas que
estaba en el piso, él mismo se encargó de ponerlo en su sitio.
—¿De compras en medio de una emergencia? ¡Te acaban de estafar!
—A mí no, al administrador de rentas —respondió al mismo tiempo
que recogía las bolsas.
—Da lo mismo es tu responsabilidad.
—No lo es papá, he intentado resolver algo que yo no dañé lo más
rápido posible, que él se encargué de hablar con la policía o con
quién se tenga que hablar, le di un día para que me diera resultados.
—Santiago estás descuidando los negocios.
—Si crees eso lo mejor es que renuncie —respondió confrontativo.
—Quiero que hablemos en tu oficina —pidió en un tono más
tranquilo—. Perdona mi mala educación, no te había saludo
Valentina.
Santiago sujetó mi cintura al verlo acercarse a mí, Saúl inclinó su
rostro para besar mi mejilla y luego se alejó con una expresión de
seriedad.
—Esto tardará, le pediré al chofer que te llevé —susurró Santi a mi
oído, asentí nerviosa por la tensión que se percibía entre mi novio y
su papá.
—Espero que Santiago te haya hablado de la cena de mañana, es
importante para mí que asistan.
—Sí, sí... estaremos ahí.
La mano de Santiago haciendo presión en mi cintura atrajo mi
atención, había llamado a Kathy, la recepcionista, para que me
ayudara con las bolsas, Saúl no me quitaba la vista de encima
haciéndome sentir cada vez más torpe.
—Prometo no llegar tan tarde, nos vemos en mi departamento. —dijo
Santi girándome hacia él, asentí y acepté el beso corto que dejó sobre
mis labios.
—Un placer verte Valentina —se despidió Saúl con falsedad.
—Igualmente señor Sada, nos vemos mañana.
Me alejé lo más rápido que mis piernas lo permitieron, mi intuición
me obligaba a huir de la presencia de Saúl que desde siempre me hizo
sentir que se convertiría en un problema para mi relación con su
hijo.

***
Polly saltó a la cama provocando que abriera los ojos sobresaltada, se
acomodó a mi lado donde se suponía que Santiago debía estar
dormido, miré el reloj en la mesa de noche, eran las nueve de la
mañana, me puse de pie para correr las cortinas permitiendo que la
luz del sol iluminara la habitación, mi ropa estaba en el piso, la de
Santiago doblada al pie de la cama, tropecé con mi zapato mientras
caminaba hacia el baño, estaba desnuda, despeinada y con la cara
hinchada por haber dormido tanto.
Tomé una corta ducha que sirvió para terminar de despertarme,
asumí que estaba sola, Santiago la noche anterior mientras
cenábamos, mencionó que tenía que ir a su oficina muy temprano.
Media hora después salí de la habitación con Polly siguiéndome los
pasos, escuché unos jadeos que llamaron mi atención, me apresuré
por llegar a la sala de estar donde encontré a Santi sobre una
bicicleta estacionaria pedaleando con rapidez.
—Pensé que estabas en el centro comercial —dije conteniendo un
suspiro al verlo sudado, agitado y con el rostro enrojecido, un breve
recuerdo de la noche anterior me estremeció, cosa que pareció notar
por la sonrisa que se pintó en sus labios.
—Buenos días preciosa.
El suspiro no tardó en salir de mis labios, hice el intento de decir
algo, pero solo pude sonreír como idiota, Polly pasó entre mis
piernas para acercarse hasta la bicicleta en busca de las caricias de
Santi.
—¿Por qué no fuiste al Primé? —cuestioné intentando sonar inmune a
él y esa aura sexual que lo rodeaba.
—Preferí quedarme contigo, no todos los días amaneces en mi cama...
Valen estás siendo muy obvia —dijo viendo mis pezones erguidos bajo
la tela de la camisa.
—¿Dejaste a tu novia por mí? ¿Debería sentirme especial?
—La más especial —respondió mientras bajaba de la bicicleta.
Quería evitar que el corazón me latiera de esa forma cada vez que él
decía algo así, estaba tan involucrada en lo nuestro que sentía que no
había manera de frenar mis emociones.
—Preparé el desayuno, solo tengo que terminar con esto y luego
podemos comer juntos —dijo a la vez que se sentaba sobre el piso.
—Puedes dejar a tu novia, pero a tu amante no.
—En tres semanas comienzan las competencias de nuevo, necesito
mantener las piernas fuertes... Ven acá —pidió con la mano
extendida— ¿Confías en mí?
—A veces —respondí extrañada al darme cuenta que se quitaba los
zapatos—. Está bien, si confío —rectifiqué al ver como arrugó el
entrecejo.
—¿Me pasas eso? —Apuntó un cojín que no tardé en alcanzarle, lo
puso sobre el piso antes de recostar la cabeza en él.
—¿Me levantarás con tus piernas? —cuestioné con miedo y ganas de
intentarlo.
—Sí, no pongas esa cara, no te dejaré caer.
—¿Seguro?
—¿Crees que dejaría que te lastimaras?
Quise decirle que sí, que algo en mi me decía que me iba a terminar
lastimando en muchos sentidos, pero me limité a negar con una
sonrisa en los labios, acomodó los pies sobre mis muslos y estiró los
brazos buscando los míos, me lanzó un beso cuando entrelazamos las
manos que hizo que me concentrara en él mientras mi cuerpo se
inclinaba hacia delante, cuando levantó las piernas solté un pequeño
gritó al sentirme en el aire, percibí que temblaba y pensé que me
dejaría caer en cualquier momento, pero se estabilizó rápidamente.
—No tengas miedo —susurró cuando aún estaba arriba, asentí sin
querer moverme, incluso reteniendo el aire—, respira.
Lo hice lentamente, bajó las piernas de forma brusca provocando que
soltara otro grito.
—Santi ten cuidado.
—Vamos de nuevo Valen —contuve la respiración y apreté con más
fuerza sus manos cuando levantó las piernas, miré de reojo la mesa
en la que estaba segura que iba a ir a parar si me dejaba caer —abre
los ojos —pidió en tono de orden.
—No, tengo miedo de ver con que iré a estrellarme si las piernas te
fallan.
—Valen confía en mí, soltaré tus manos.
—¡No! —dije al instante.
—Bromeaba ya no aguanto más —bajó las piernas con poco cuidado,
riendo a carcajadas por mis gritos de terror, aterricé sobre su pecho
llevándome un leve golpe en la mejilla.
—Auch —me quejé sin levantar el rostro.
—¿Valentina estás bien? ¿Valen? —insistió, contuve la risa al percibir
la preocupación en su voz, me removí quejándome aún más, sin
mostrarle la cara que intentaba ocultar apoyándola en su pecho.
—Creo que me rompí el labio —mentí con la voz entrecortada—. Sí,
está sangrando.
—Lo siento, lo siento —repitió mientras intentaba que levantara la
cara, mi cuerpo temblaba por la risa contenida preocupándolo aún
más—, Valentina deja que mire tu labio —pidió con insistencia—. ¿Mi
amor estás bien?
Mi risa se cortó al instante de escuchar ese: "mi amor", busqué sus
ojos y asentí haciendo un esfuerzo enorme por sonreír, estaba segura
que él podía sentir como mi corazón había cambiado la velocidad de
sus latidos, aquella frase me alteraba demasiado, me hacía
experimentar una mezcla de emociones, la tristeza me golpeaba y al
mismo tiempo una ola de mínima felicidad me invadía con
intensidad.
—Estoy bien, solo bromeaba.
—Tus bromas son tan malas... Uff, esto no se va a quedar así —
advirtió alzando una ceja.
Lo contemplé fijamente, grabándome cada detalle de su rostro
varonil en la cabeza, sus labios se curvaron y de un momento a otro
me hizo girar bruscamente, mi cabeza se apoyó en el cojín que yo
misma le había alcanzado, respiré profundo al sentir el peso de su
cuerpo sobre el mío, y cerré los ojos porque estaba segura que si lo
miraba iba a terminar diciéndole de nuevo, lo mucho que lo quería.
—¿Qué me vas hacer? —pregunté con tono de burla.
—Todo lo que te escribo.
—Sabía que ibas a decir eso —me removí en vano, sujeto mis muñecas
con fuerza acabando con todo intento de huir.
Me besó ardientemente, con una profundidad que me hizo sentirlo en
cada parte de mi cuerpo, separé las piernas dejando que se
acomodara entre estas, poco a poco libero mis brazos,
permitiéndome explorar su espalda con las palmas de mis manos, le
devolvía el beso con más hambre de la que él me transmitía, yo
quería más que eso que me ofrecía, yo quería que me quisiera, que se
involucrara como yo en lo que teníamos, apreté los labios y eche la
cabeza hacía atrás al percibir sus besos en mi cuello, enredé los
dedos en su pelo tirando un poco de este, a medida que la intensidad
de sus caricias aumentaban.
El rastro de sus besos llegó hasta mis clavículas y sus manos a mis
pechos, levanté las caderas en busca del roce que tanto ansiaba,
percatándome que su respiración cambiaba, arrastré las manos por
su espalda hasta colarlas dentro del pantalón deportivo que usaba,
apreté su trasero con todo el descaro hacía mí, permitiendo que el
descontrol se apoderara de la situación.
Me quitó la camisa de forma apresurada, para luego lanzarla hacia
atrás, sonrió de forma seductora antes inclinar de nuevo el rostro
sobre mi cuello, una de sus manos se deslizaba por la curva de mi
cintura mientras me devoraba a besos húmedos y apasionados.
—Mmm —gemí sobre sus labios al percibir su aliento sobre mis
pechos semi cubiertos.
Yo misma me encargué de bajar los tirantes y tirar de las copas hacia
abajo, desesperada por dejarlos al descubierto, escuché a Polly
maullar y luego la vi saltar sobre nosotros, Santiago se quejó
levantándose del piso al instante, se apoyó sobre las rodillas para
lanzarle un cojín a mi gata que esquivó con eficiencia.
—¿Te lastimó?
—Me clavo las uñas en la espalda, estoy seguro que me rompió la
piel.
Dando un largo suspiro me senté sobre el piso, lo obligué a girarse
para ver su espalda, que en efecto tenía pintadas las garras de mi
gata.
—Vamos hay que lavar esa herida —lo alenté a ponerse de pie.
—No es para tanto.
—Si lo es, en serio hay que lavarla.
—Iba a comprar un castillo para ti, incluso estuve a punto de pedirlo,
ahora puedes olvidarte de toda gata arisca —Polly hizo un sonido
extraño al escucharlo dirigirse a ella, tomé la mano de Santiago para
guiarlo hasta el baño.
Me burlaba de sus quejas cuando el agua y el jabón hacían contacto
con el arañazo, mi risa se silenció al verlo salir de la ducha desnudo y
mojado, las pulsaciones Enmedio de las piernas me recordó que Polly
nos había interrumpido cuando las cosas se estaban calentando
demasiado, le ofrecí una toalla que tomó para enrollarla en su
cintura, tomé otra para secar con cuidado su espalda. Polly había
arañado a Manu, aprendí gracias a mi vecino los pasos para cuidar
una herida así.
—Mi cariño por Polly acaba de terminar —dijo mientras se observaba
en el espejo.
—No es para tanto, a Manu le fue peor hace dos semanas.
—Será Nefertiti para mí, dejaré de consentirla, no permitiré que se
recueste en mis sillones. ¿Valen qué haces?
—Es un antibiótico, lo encontré en tu botiquín —respondí sin dejar de
aplicar el ungüento en la herida—, listo campeón, estarás como nuevo
en un par de días.
—No me digas campeón —pidió riendo, sabía que aquel apodo
cariñoso que usaba su papá no era de su grado y disfrutaba
contradiciéndolo.
—¿Por qué no campeón?
Se giró para tomarme de la cintura, con un solo movimiento me sentó
sobre el tocador del baño, se escurrió entre mis piernas y acercó sus
labios a mi cuello.
—Si lo vuelves hacer buscaré la forma de hacerte enojar de verdad —
asentí anestesiada por sus labios que se deslizaron por mi pecho—.
Deberías mudarte aquí —susurró apartando el rostro.
Me tomó desprevenida escucharlo decir eso, relamí mis labios
nerviosa sin poder huir de su mirada que estaba fija en la mía, como
queriendo adivinar que se cruzaba por mi cabeza.
—¿Así serán todas mis mañanas? —pregunté aparentando
tranquilidad.
—Tengo que ser honesto, salgo de casa a la cinco de la mañana, al
menos que despiertes a la cuatro no podremos desayunar juntos.
Pero prometo compensarlo los fines de semana, a Polly le gusta estar
aquí se siente tan cómoda que se atrevió atacarme —su sonrisa me
aceleraba el pulso, asentí sujetando su rostro para darle un beso que
no dejó profundizar mucho.
—¿Tú sabes porque me llamó Sandra?
Sus gestos delataron lo mal que le sentó que hubiera cambiado el
tema así, me ofreció otro beso antes de ayudarme a bajar y salió del
baño.
—Quiere se arreglen juntas para la cena esa, ya hizo cita en un sitio
para que las maquillen o eso fue lo que me dijo.
—La voy a llamar mientras pongo la mesa ¿Está bien?
—Sí —respondió dándome la espalda.
No podía responderle cuando no estaba segura si estaba lista para
algo así, parecía estúpido, pero por mucho que lo quería, sentía
miedo de no poder con un compromiso de ese tamaño, antes de él no
era capaz de mantener una relación por un par de meses, no era
temor al compromiso, era sencillo, no podía lidiar ni con mis propios
problemas no me creía capaz de lidiar con los de otra persona.
Salió de la habitación con otra actitud, sonriente y conversador,
comimos entre risas y sus quejas entorno a Polly que maullaba cerca
de la mesa, Santi había dejado de hablar de sus problemas del centro
comercial conmigo, y no sabía cómo me hacía sentir aquello, me
ayudó a recoger la mesa para luego leer un rato juntos.
Cuando llegó el momento de ir a la cita con Sandy, Santiago me
ofreció su carro viejo, el mismo que cuidaba como si se tratase de
uno último modelo, aquel gesto me confianza no solo me sorprendió,
me hizo quererlo mucho más, me lo comí a besos antes de salir del
departamento, dejándolo con un libro sobre las manos y Polly que
buscaba su cariño al lado.

***

—¿Ya conocías este lugar? —Preguntó Sandy cuando entramos.


—Sí, he venido con mi hermana un par de veces.
—¿Cómo es tener una hermana? Siempre quise tener una, vivo
rodeada de hombres que no me entienden.
Nos llevaron de una sola vez a las sillas donde nos iban a lavar el
pelo, pensaba en la pregunta de Sandra mientras me acomodaba con
paciencia.
—Hay hermanas que se llevan muy bien, no es mi caso, pero con todo
y lo mal que nos llevamos tener una hermana es genial, puedes usar
su ropa —reí—, conversar de vez en cuando, ir de compras.
—Venir a un salón de bellezas juntas —agregó pensativa, sonrió para
luego estirar su brazo y ofrecerme su mano—, gracias por haber
aceptado y venir.
—No agradezcas, me gusta pasar tiempo contigo —no mentí del todo,
cuando no hacía dramas era muy agradable.
—Ojalá Santi y tú pasen mucho tiempo juntos, que dentro de muchos
muchísimos años se casen.
—No pensemos en eso aún —dije al ver su cara de desagrado.
Ambas reímos aún con las manos entrelazadas, que solo soltamos
cuando las estilistas llegaron hacia nosotras. Mientras nos
arreglaban me ponía al tanto de esa cena, Saúl aprovechaba de ese
tipo de eventos para presumir de su familia perfecta, cosa que le
ayudaba mucho a esa imagen de empresario exitoso y comprometido
con su familia.
También respondí todas las preguntas que hizo acerca del libro, el
entusiasmo que mostraba era tan contagiante que mi lengua se soltó
e incluso le comenté que existía la gran posibilidad de sacar una
segunda edición, debido a la demanda que existía antes del
lanzamiento, hablamos de Fernando el tipo con el que finalmente no
se acostó y me contó del nuevo chico que estaba conociendo.
Salí del salón de belleza no solo con un peinado y un maquillaje lindo,
formé un lazo más fuerte con Sandra con apenas un par de horas
compartidas, nos despedimos con un abrazo cariñoso. La vi subir a su
auto para luego avanzar a donde tenía estacionada la carcacha de
Santi, encendí el auto y lo puse en marcha con extremo cuidado.
Conduje tan despacio que me tomó casi el doble de tiempo llegar al
departamento, a pesar de que esa cena no me animaba nada, estaba
sonriente, de buen humor, estúpidamente feliz.
—Santi ya estoy aquí —grité mientras cerraba la puerta— ¿Dónde
estás?
—En el baño, tenemos solo una hora —respondió.
Fui directo al baño dejando mis cosas en el sillón, abrí la puerta
corrediza sobresaltándolo en el acto.
—¿Qué? —preguntó entre risas nerviosas.
—Nada, solo estoy inspirándome —respondí con seriedad, quería
intimidarlo tal y como él lo hacía conmigo.
—No hay tiempo para que te inspires, llegaremos tarde.
—No puedes soportar mi mirada.
—Claro que sí... ¡Vuelve aquí! —gritó al ver cómo me alejaba—.
Valentina puedes verme todo lo que quieras.
Me recosté sobre la cama teniendo cuidado de no dañar mi pelo,
cerré los ojos dispuesta a dormir un par de minutos lográndolo al
instante, desperté gracias a Santiago y sus: Se nos va a hacer tarde,
constantes. Nunca me había divertido tanto vistiéndome, solo por
molestarlo tardé más de la cuenta escogiendo la ropa interior que iba
a usar, luego me puse los zapatos con toda la paciencia que no tenía
observando de reojo como miraba su reloj mientras abotonaba su
camisa.
—Valen tienes quince minutos.
—Si me apresuras tardaré más.
Sonrió negando con la vista clavada en mí, le di la espalda para
buscar mi vestido que colgaba en la puerta del clóset, escuché sus
pasos y sonreí intuyendo lo que estaba a punto de hacer, cerré los
ojos al sentir la palma de su mano estrellándose en mi trasero.
—Se nos va a hacer tarde —repetí cuando sus brazos rodearon mi
cintura.
—Tienes razón, tenemos toda la noche y luego mañana todo el día, y
estoy pensando en faltar al trabajo el lunes.
—¿Dejarás a tu novia por mí?
—Tú eres mi única novia tonta —respondió riendo.
Asentía a todo lo que decía Santiago mientras conducía, estaba algo
nerviosa por compartir tiempo con Saúl, ocuparíamos la misma mesa
y eso me hacía sentir más incómoda, Sandra me escribió un mensaje
para saber dónde estábamos, le respondí mientras Santi apagaba el
auto, estaba desesperada por estar sola con su papá.
—Sebastián aún no llega, Sandra está sola con tu papá.
—Me imagino que nos está apresurando.
—Algo así —respondí quitándome el cinturón de seguridad.
—Valen tranquila, solo es una cena —susurró sosteniendo mi rostro
entre sus manos, asentí aceptando su beso que me calmó solo un
poco.
De su mano avancé por todo el elegante lugar, la cena se llevaba a
cabo en el segundo piso de uno de los restaurantes más exclusivos de
la ciudad, respiré profundo al entrar en el elevador deseando que no
estuviéramos mucho tiempo en el sitio.
—Basta —dije dando un paso atrás, con la yema de los dedos
acariciaba la ligera parte de mis pechos que estaba expuesta a través
del escote.
—¿No puedo inspirarme?
—Tengo náuseas —respondí bajando la vista.
—¿Segura qué no estás embarazada?
—¡Si! —reí a carcajadas—, basta con preguntar eso, estás atrayéndolo,
cuando estoy nerviosa me dan muchas ganas de vomitar eso es todo.
Estaba riendo conmigo, pero un mensaje en su teléfono cambió su
expresión, al salir Sandra nos esperaba en medio de un pasillo, nos
abrazó con alegría contándonos lo mal que la había pasado sola en
ese lugar, Santiago estaba distraído, buscando con la vista a alguien,
caminamos a la mesa los tres juntos, no nos habíamos terminado de
acercar cuando Saúl me presentaba con sus amigos, me llené de
paciencia para soportar el rato incómodo.
—Serás la novedad de la noche —susurró Santi acercando mi silla a la
suya.
—¿Por qué?
—Mi papá necesita asegurarse que todos sepan que tengo una novia,
tiene miedo que todos crean que soy gay como mi hermano.
Aquello no debió darme risa, pero no lo pude evitar, pasé la mano por
su barbilla cariñosamente para luego besar su mejilla.
—Vamos a dejarle claro a todos que tienes una novia.
—Le vas a caer aún mejor a mi papá.
Sandra estaba aburrida, podía notarlo en cada gesto que hacía su
rostro, comencé a conversar con ella incluyendo a Santi en nuestra
charla, Saúl de vez en cuando intervenía, pero permanecía poco
tiempo en la mesa.
—¿Pasa algo? —pregunté a Santi en susurros.
—Sebastián aún no llega.
—¡Va a venir! Él lo prometió —dijo Sandra que estaba pendiente de
nosotros, Santi asintió respirando profundo, visiblemente
preocupado por su hermano.
Santiago se movía como pez en el agua en esos eventos, conversaba
con un grupo de hombres al lado de su padre, se mostraba seguro,
sonriente y arrogante como siempre, estaba aburrida, pero Sandra
fue la mejor de las compañías, ambas giramos el rostro cuando
Sebastián entró al lugar, Sandy se puso de pie para ir directo a él,
estaba guapísimo vestido con un traje oscuro que le quedaba
perfecto, su rostro recién afeitado lucía afligido como pocas veces.
Clavé mi mirada en cada movimiento que hizo, se acercó a su
hermano que lo saludo abrazándolo por más tiempo de lo normal, le
decía cosas al oído a las cuales Sebas asentía, verlos juntos seguía
siendo igual de tentador para mí, los dos eran demasiado atractivos,
en definitiva, Manu y yo teníamos mucha suerte.
—Estás hermosa Valen —dijo al momento de besar mi mejilla.
—Tú estás más hermoso.
Se sentó a mi lado mientras Santi seguía conversando con un tipo
regordete, planeábamos con Sandra donde ir luego de esa cena
cuando Saúl se acercó a la mesa acompañado de una mujer bonita.
—Hijo, ella es Marisol, la hija de Joseph, mi socio en el negocio de
bienes raíces.
Sebastián como todo un caballero se pusieron de pie para saludar a la
chica, besó su mejilla y se presentó con mucha amabilidad.
—Marisol te dejo en buenas manos, Sebastián estará encantado de
acompañarte el resto de la noche.
Saúl se fue dejándonos a todos en un silencio incómodo, la chica
sonrió mientras tomaba asiento al lado de Sebastián esquivando la
mirada asesina que le lanzaba Sandra.
—¿Quieres algo de tomar? —ofreció Sebas.
Le sugerí ir al baño a Sandra, cosa que aceptó al instante, quería
llevármela de la mesa la manera en la que miraba a Marisol, era
demasiado agresiva.
—Sebastián solo está siendo amable.
—Lo sé —respondió empujando la puerta para que entráramos—. No
entiendo como esa tipa se presta a las cosas de mi papá, no notaste
como se lanzó a mi hermano, ella parecía estar de acuerdo.
—No lo creo, tal vez tu papá solo sugirió presentarle a Sebas.
—Mi papá es un fastidio.
Estaba de acuerdo con ella, pero por prudencia no dije nada, retoqué
mis labios observando de reojo como Sandy se sacaba fotos a mi lado,
esperé con paciencia que terminara de arreglarse para luego salir
juntas, nos topamos con un chico que le sonrió a Sandy, se detuvo a
saludarlo, aproveché la oportunidad para buscar a Santiago.
—¿Dónde estabas? —me estrechó entre sus brazos con calidez.
—En el baño con tu hermana, no me dejes sola, recuerda lo de mi
poca habilidad social, me cuesta trabajo sonreírle a alguien.
Asintió con la sonrisa a flor de piel, se acercó dispuesto a besarme,
pero algo atrajo su atención.
—Ven conmigo —pidió sujetando mi mano derecha, nos dirigimos
hacia un pasillo cerca de donde estaba la barra del lugar—.
¡Sebastián! —llamó a su hermano que caminaba rápido.
Sebastián no se detuvo, incluso aceleró el paso, cuando nos
acercamos más pude ver a Saúl caminar hacia Sebas, en una actitud
confrontativa que me causó temor.
—Jamás me vuelvas hacer algo así —advirtió Sebastián a su padre.
—¿Hacer qué? ¿Qué diablos hiciste con Marisol?
—Bajen la voz —Exigió Santiago con la voz cargada de autoridad.
—La dejé en su mesa después de que intentara que la llevara a otro
lado, le dijiste que me gustaba y que solo era tímido y por eso no me
acercaba.
—Si lo hice —reconoció Saúl con una sonrisa molesta en los labios.
—¿Qué pasa? —preguntó Sandra acercándose a nosotros.
—Quiso meter la mano en mi pantalón ¿Te das cuenta que me pones
en situaciones en extremo incómodas? No sabes lo mal que me sentí
rechazándola.
—¿Por qué diablos la rechazaste? —Reclamó Saúl levantando la voz.
—Jamás en la vida vuelvas a intentar jugar a cupido conmigo.
—Sebastián cálmate —susurró Santi palmeando la espalda de su
hermano—. Papá ya para esta discusión, estamos en una fiesta.
—¡Malagradecido! Lo hice porque no me gusta verte solo, siempre
tienes esa expresión de fastidio que un par de piernas bonitas puede
cambiar.
—Si no quieres verme solo, deja que yo me encargue de traer a quién
me puede cambiar el humor.
—No juegues con eso —soltó entre dientes, Santiago soltó mi mano
para acercarse a su papá que se había recostado en una pared.
—¡Nada es suficientemente bueno para ti! Hiciste que dejara de vivir
libremente y ahora me quieres obligar fingir lo que no soy, a
Santiago le reprochabas que nunca lo vieran con una mujer cuando
no tenía tiempo ni para respirar por tu culpa, ahora que tiene novia
lo presionas para que se case y tenga hijos, estás muy mal papá, muy
mal... A Sandra la minimizas y la crees incapaz de decidir por ella
misma, ninguno de los tres somos lo suficientemente buenos para ti.
Oír aquello me tomó por sorpresa, sin perder tiempo busqué mi
teléfono para crear más recordatorios y alarmas para mis píldoras,
no le iba a dar el gusto al viejo de verme embarazada. Sandra suspiró
cabizbaja a mi lado, para luego apoyar la cabeza en mi hombro.
—Tú eres el que no es suficiente para mí.
Sebastián hizo el intento de irse, pero el viejo terco sostuvo su brazo
deteniéndolo.
—No me gustan las mujeres, y no importa lo que hagas jamás me
gustaran. Quieres verme con alguien, deja que pueda estar con mi
novio y te juro que también siempre me verás de buen humor.
—No vuelvas a repetir eso, yo no tengo un hijo maricón.
—¡Papá no lo llames así! —Gritó Sandra alterada.
—Santiago controla a tus hermanos.
—Sandra cálmate —ordenó Santi, lo miré frunciendo el ceño, molesta
por su actitud pasiva ante el ataque a Sebas.
—No me voy a calmar, es mi hermano y no voy a dejar que lo insulte,
mi mamá nunca lo hubiera permitido.
—¡Cálmense todos maldita sea! Estamos en una fiesta.
—Me importa una mierda esta fiesta —respondió Sebastián con la
mirada fija en su hermano —Si llamarme maricón te hace sentir
mejor hazlo todo lo que quieras, me da lástima que seas así papá.
—Me da vergüenza que tú seas mi hijo.
—Papá cállate —la voz de Sandy se quebró—. No puedes avergonzarte
de tu hijo, mi hermano es muy valioso no puedes decirle estas cosas.
—Princesa no llores —rogó Sebas conmovido, Sandra saltó a sus
brazos ante la mirada incrédula de Saúl.
—Santiago encárgate de esta mierda, controla a tus hermanos, hazlos
entrar en razón, ninguno de los dos puede irrespetarme de esta
forma.
—Lo voy hacer, pero cálmate tú también, estás sudoroso.
—Es la culpa de ellos, Sebastián vas a volver a la fiesta, irás por
Marisol y la llevarás a nuestra mesa.
—No, yo me voy de aquí, no quiero seguir avergonzándote —dijo
decidido, besó la frente de Sandra y se alejó a paso rápido.
—Yo me voy contigo —gritó Sandy caminando tras él.
—Encárgate de ellos hijo —palmeó con suavidad la mejilla de
Santiago y se alejó a paso rápido directo a la barra.
Miré como Santiago intentaba calmarse, con la vista fija en el piso
respiraba profundo una y otra vez, pasó las manos por su pelo
despeinándose un poco en el proceso.
—Valentina siento que tengas que presenciar algo así, lo lamento,
pero así es mi familia —sonrió con amargura—, debo ir por mis
hermanos.
Lo seguí cuando se alejó en la misma dirección que caminaron Sebas
y Sandra, esperó por mí en el elevador para luego bajar juntos,
intenté decirle algo, pero mantenía el teléfono pegado a la oreja.
Salió tan apresurado que ni siquiera notó que tropecé a causa de mis
tacones, tomé su brazo justo al llegar al estacionamiento, el estrés
que manifestaba era más evidente que nunca.
—Santi espera ¿Qué estás haciendo?
—Iré por mis hermanos, los tengo que convencer de volver a la fiesta
—respondió alterado.
—¿Por qué? No quieren estar ahí, Santiago tu papá le gritó a
Sebastián que estaba avergonzado de él, eso está mal.
—¡Lo sé! ¡No soy estúpido! —gritó.
—Entonces ¿Por qué quieres ir por él?
—Mi papá espera que lleve a los dos de nuevo a la fiesta.
—¿Y eso qué?... Santi —me acerqué a él para sujetar sus mejillas—. Sé
lo agradecido que te sientes con tu papá, pero tienes que entender
que él decidió cuidarte y quererte como un hijo, tú no tienes por qué
pagar por ello con esa lealtad ciega.
—Valentina no me digas algo así —se alejó apartando mis manos con
suavidad—, no me presiones tú también, no sé qué hacer maldita sea,
no pongas más peso sobre mis hombros, tú no.
—No, no quiero hacer eso —me acerqué de nuevo—, quiero que te
quites ese peso que cargas, tú sabes que hacer, eres capaz de
distinguir que es correcto y que no, tú decides si quieres buscar a tus
hermanos para convencerlos o irte con ellos y no volver a la fiesta,
cualesquiera cosas que elijas la apoyaré, si quieres regresar allá
arriba, te prometo que me quedaré sonriente a tu lado, seré el dulce
bocadillo perfecto como me llamó tu papá.
Negó apretando los labios, con la desesperación brillando en la
mirada, cruzó los brazos y tomó una gran bocanada de aire, era
extraño para mí verlo así, Santiago siempre se mostraba seguro,
autoritario, fuerte, notarlo indeciso y vulnerable era poco común.
—No sé qué hacer —admitió levantando la vista—. No quiero fallarle a
mi papá.
—Es más importante que no te falles a ti, haz lo que te diga esto —
dije presionando mi dedo en su pecho.
—¿No crees que es mejor analizar las cosas con la cabeza fría?
—No, déjate llevar por lo que sientes, eso es lo mejor.
—Vamos a buscar a mis hermanos, nos iremos con ellos.
Lo abracé efusivamente sonriendo con el rostro oculto en su cuello.
—Debemos de darnos prisa, Sebastián quería ir a un club nocturno,
no recuerdo el nombre —le decía mientras tiraba de su mano.
—Valentina espera.
—¿Ahora qué? —cuestioné con fastidio.
—Dijiste que hiciera lo que me saliera de aquí —dijo apuntando su
pecho, asentí nerviosa con la vista fija en sus labios—. Quiero que te
mudes conmigo, Sandra se irá a la universidad, nada me unirá a esa
casa cuando eso ocurra, quiero volver a mi departamento, pero
contigo.
—Santi si es por lo que quiere tu papá debes buscarte otra candidata,
no estoy lista para nada de eso, ni siquiera sé si algún día tendré
hijos.
—No, no es por eso —respondió riendo a carcajadas.
—¿Entonces?
—Mi trabajo no me permite pasar tiempo contigo, cada vez siento
más necesidad de verte, de compartir cosas... Quiero conocerte mejor
Valentina, ver a dónde nos lleva esto, ser un poco más obvios —
sonrió nervioso acelerando mi corazón con ese simple gesto.
—Nunca he vivido con nadie, salí de casa y renté un apartamento
donde cabíamos mi desastre y yo solamente, a mi paso dejo un caos
tú lo sabes bien.
—Lo sé, es lo que más me gusta de ti.
—Santi —susurré derretida—. Seré honesta, esto de las relaciones es
nuevo para mí, no puedo ni lidiar conmigo, nunca había tenido una
relación tan larga.
—Yo tampoco.
—No sé qué decirte.
—Solo sigue el consejo que me diste... Yo sé el porqué de tus dudas y
te prometo que van a desaparecer, voy a arreglar todo pronto lo
prometo.
—¿Arreglar qué? —cuestioné percibiendo una sensación extraña en
mi estómago.
—No me hagas caso, estoy nervioso, estoy diciendo estupideces.
—Puse nervioso al arrogante de mierda, estoy triunfando —bromeé.
El ruido de unas llantas deteniéndose de forma brusca nos
sorprendió a ambos.
—Vamos a una fiesta de verdad —gritó Sandra asomando la cabeza
desde la ventana de la camioneta de Sebastián.
—Ya los alcanzamos —le respondí a gritos.
La camioneta arrancó y Santi tomó mis manos, me acercó a él
despacio, rodeándome de la calidez que desprendía esa noche.
—Sí —susurré con los ojos cerrados mientras me abrazaba— pero no
me pidas que despierte temprano para desayunar contigo.
El corazón de los dos latía igual de acelerado, me abrazó con más
fuerza embriagándome con el olor de su perfume que me encantaba,
estaba muerta de miedo, pero tan contenta, que tuve que morder mi
lengua para no soltar otro te quiero.
—Eres un desastre Valen.
—¿Qué hice? —pregunté riendo y sin soltarlo.
—Ponerme de cabeza la vida.
w w

El humo del cigarrillo me hizo toser, Manu se río en mi cara


llevándose de nuevo el cigarro a los labios, me abaniqué con las
manos apartando el humo que me rodeaba con un gesto de exagerado
fastidio.
—¿Vas a contarme todo o seguirás haciendo caras?
—Apágalo, en serio —pedí haciendo pucheros.
Estábamos en el área de fumadores del club nocturno con el fin de
poder hablar sin Sandra cerca, Manu apagó el cigarro y pasó el brazo
por mi cintura para abrazarme.
—Te ves mortificada.
—Siento que lo estoy, no sé cómo explicarlo... Manu le dije ¡Sí!
¡Viviremos juntos! Dormiré con él todos los días, y no me molesta,
pero diablos... Me gusta despertarme tarde, y amo dormir con mis
pijamas viejas y ridículas, Santiago está acostumbrado a verme con
cosas sexis, y... Duermo tarde, él se va a la cama a las nueve treinta
porque despierta a las cuatro de la mañana ¿Quién diablos despierta
a esa hora?
—Santiago Alejandro Sada.
—¿Qué? ¿Se llama así? Ni siquiera se su nombre completo y me voy a
vivir con él, bien Valentina bien —aplaudí como tarada.
—Deja el drama Sandra Valentina —río Manu—, Santiago A. Sada,
nunca se te ocurrió que tenía un segundo nombre.
—Manuel, no sé cómo fui capaz de decir sí, me encanta el tipo, lo
quiero muchísimo, estoy enamorada ... ¡Mierda! Estoy enamorada —
repetí en un tono más bajo.
—¡Chicos! —gritó Sandra apareciendo tras nosotros— Voy por algo a
la barra ¿Qué quieren tomar?
—Algo fuerte Sandy, lo más fuerte que encuentres.
—Espera —intervino Manu—, no te van a vender nada de alcohol, van
a pedirte identificación.
—Me vieron entrar con tu hombre, que es cliente VIP de este sitio,
obvio me venderán.
Se alejó sacudiendo su bonito pelo que llevaba suelto, dejándonos
solos de nuevo.
—Me voy a enamorar más lo sé, pasar tiempo con él solo va a
provocar que lo quiera mucho más.
—Valen deja el miedo, asume que estás en una relación formal y deja
de pensar solo en lo malo que puede pasar, aunque enamorarse más
no está mal.
—Lo es cuando la otra persona no te corresponde.
—¿De qué hablas? ¡Te está pidiendo que te mudes con él! Ese tipo que
seguro olvidaba los nombres de sus otras novias, está comprometido
en lo de ustedes, eso dice Sebas, y mi amor no miente. ¿Por qué le
dijiste que sí, si no estabas segura?
—No lo sé Manuel, no lo sé, me dejé llevar, vi sus ojos y la manera en
la que me sonrió y ...
—¿Tenía puesto los lentes?
—¿Qué? —Pregunté desconcertada.
—Me estoy imaginando la escenita.
—Manu ponte serio —muerta de risa golpeé su hombro con mi puño—
, lleva lentes de contacto estúpido —agregué sin dejar de reír.
—¿Y cuánto tienen sexo los usa?
—¿Los lentes?
—Sí tonta.
—¿Por qué preguntas esas cosas?
—Santi es medio ciego, seguro alguna vez lo ha intentado meter por
el agujero equivocado.
Estallé en risas, captando la atención de una pareja que teníamos
muy cerca, sostuve mi estómago sin dejar de reír, viendo a Manuel
que tuvo que inclinarse por la carcajada.
—Eres tan idiota.
—Niégamelo Valentina —dijo hipeando de risa.
—Lo niego, lo hacemos con la luz encendida.
Solo Sandra pudo hacer que nos controláramos un poco, se acercó
sosteniendo dos tragos, sonriente y bailando como si minutos atrás
no hubiese tenido una pelea con su padre.
—¡Fondo! ¡Fondo! ¡Fondo! —gritaba alentándome.
Tomé de golpe el contenido del vaso que me ofreció, la sensación de
ardor en la garganta me provocó un breve ataque de tos, ella se tomó
el otro trago como si se tratase de agua, para luego alejarse de nuevo
rumbo a la barra.
—Al menos te hice reír un poco ¿no? —dijo Manu en tono de broma al
quedarnos solos.
—Mucho en realidad —admití pensativa.
—¿Cuándo te vas a su departamento?
—Cuando termine mi contrato en el mío, y Sandra se vaya la
universidad, en un par de meses.
—Pero quita esa cara, si dijiste que sí fue por algo, lo sentiste
Valentina y dejarse guiar por eso es lo mejor, Santiago está medio
chiflado con algunas cosas, pero es un buen partido.
—Lo es —reconocí girando para verlo, estaba a unos metros de
nosotros sentado con su hermano, conversando con mucha
concentración—, ¿Sabes que lava mi ropa cuando estoy en su
departamento? Y no solo eso, me ayudó a organizar mi clóset, y
prepara el desayuno, aunque no le quede tan bien. Y es guapo Manu,
guapísimo, y desnudo... No lo imaginas, es... mira cómo se eriza la
piel —dije mostrándole mi brazo—, no ronca, me abraza cuando estoy
dormida, es un amargado con el resto del mundo, pero yo siempre le
saco sonrisas, todo con él es tan bueno que tengo miedo.
—¿Tienes miedo de no merecerlo y por eso esperas que pase algo
malo? Típico pensamiento de persona negativa y que no sabe lo que
vale, Valentina eres linda, una de las mujeres más bonitas que
conozco, eres fuerte, leal, divertida, lista, has demostrado hasta ser
tenaz, te mereces un sujeto guapo, que sepa coger, cocinar, abrazar,
que te quiera, te mereces lo mejor, no te asustes porque algo te
parezca muy bueno, disfrútalo, si no es él indicado al menos lo
gozaste.
No sabía que necesitaba escuchar esas palabras para tranquilizarme
hasta que las dijo mi amigo, lo abracé en la emoción del momento
sintiéndome afortunada por tener a alguien como él en mi vida.
—Te quiero —dije en voz alta.
—Yo también.
—Se siente raro que alguien te responda esa frase.
Nos reímos juntos de mi chiste cruel, hasta que llegó Sandra de
nuevo con un tipo al lado que no había visto, me dio otro trago que
me hizo tomar de golpe, luego tomó mi mano y me llevó a la pista
moviendo las caderas con ritmo. Sin dejar de bailar con la dramática
Sandy, miraba de reojo a Sebastián y a Santiago, tenían casi media
hora hablando, desde que llegamos al sitio mi novio buscó a su
hermano para tener una charla que decía que era necesaria.
El amigo de Sandra la tomó por la cintura, moviéndose con confianza
tras ella, Manu llegó a mi rescate, tomó mi mano y se alejó solo un
poco de los chicos, cuando Sandra giró al ritmo de la música le hizo
un gesto a su amigo que me hizo reír mucho.
—¿Tú también serás celoso con ella?
—Yo también sé oler sucias intenciones, y ese las tiene.
Manu se movía de una forma asombrosa, me obligaba a seguirle el
ritmo con esos movimientos de caderas que me parecían atrevidos,
mi cuerpo entraba poco a poco en ambiente, bailaba con los brazos al
aire riendo y dejándome alentar por mi amigo. Quería seguir
bailando, pero Manu tomó mi mano y me guio hasta la barra donde
estaba Sandy.
—Sandra te estás pasando —advirtió serio.
—Manu no seas amargado.
—Yo quiero uno —intervine sonriendo.
Dejé que ella se encargara de acercarse a la barra, pidió los tragos
para luego ofrecerme uno.
—¡Fondo! ¡Fondo!
Lo tomé de golpe animada por los gritos de los chicos, Sandra se alejó
de nuevo, luchaba por perdernos de vista sin disimularlo, me volteé
hacia Manu y noté su rostro serio y apagado, miraba hacia la mesa
donde estaban los hermanos Sada hablando cerca el uno del otro.
—¿Qué te pasa Manu?
—Cuando Sebas me llamó para que lo esperara aquí lo noté triste, no
me quiso decir nada, pero intuyo lo que pasa, apenas me vio me
abrazó fuerte y me besó en plena calle, eso solo lo hace cuando se
pelea con su papá por mi culpa.
—Manu no te pongas triste, lo van a resolver todo juntos, deberían
irse lejos y vivir libres, adopten a un par de bebitos quiero ser tía —di
pequeños saltos emocionada, lo que provocó que me viera frunciendo
el ceño.
—Estás ebria, ya no tomes más.
Decidí no hacerle caso a mi amigo, buscaba a Sandra constantemente
para llevarle tragos y tomarlos con ella, era más divertido cuando las
dos competíamos por terminar más rápido. Reconocí que el alcohol
comenzaba hacer efecto cuando me animé a bailar sola en un rincón
de la pista, Manu me miraba de lejos riendo casi a carcajadas, me
detuve cuando vi a la pequeña Sandra atragantarse con la lengua del
fulano con el que había estado toda la noche, lo besaba
completamente desinhibida dejándome pasmada por la impresión.
Me sobresalté al sentir como sujetaban mi cintura, quise girarme
para encarar al atrevido, pero me quedé quieta al sentir el olor de
Santiago, se pegó a mí que comencé a mover el trasero a propósito,
se río a mi oído antes de dejar un beso inocente en mi cuello.
—Ya hablé con mi hermano, le hice saber que cuenta conmigo, que yo
apoyo todo lo que haga, incluso me referí a Manuel como mi cuñado.
Me reí sin dejar de bailar, feliz por lo que me acababa de contar,
tomé sus manos y las aparté de mi cintura para girarme y verlo a los
ojos, sin darle tiempo de decir algo sujeté sus mejillas y lo atraje
para besarlo, la idea inicial era distraerlo para que no viera a su
pequeña hermana besar a un desconocido, pero apenas tuve contacto
con su boca me olvidé hasta del sitio donde estábamos.
De un momento a otro quiso romper el beso, mis brazos se cruzaron
en su cuello pegándolo mucho más a mí, no le daba oportunidad de
separar sus labios de los míos, estaba sedienta y en ese momento él
era mi agua.
—Santi —susurré su nombre extasiada, me mordió el labio inferior
antes de romper finalmente el beso, abrí los ojos notándolo muy
sonriente.
—Sabes a tequila, vodka, ron ¿Qué tanto has tomado?
—Mucho, mucho —respondí llevando las manos a su pecho—. Tienes
que quitarte esto —me miró con ese gesto de seriedad que conocía
bien, así le sacaba la ropa cuando me lo pedía, despacio, sin dejar de
verlo a los ojos.
Doble el saco y lo lancé hacia la mesa donde estaba Sebas con Manu,
tiré de la mano de Santiago para llevarlo a la pista, ignoré su
resistencia, solo pensé en alejarlo de Sandra que estaba cerca de
nosotros.
—Valentina no quiero bailar.
—Yo sí —dije pegándome a él con total descaro, arqueó una ceja y me
siguió el juego, dejándose llevar por mi ritmo, la música sonaba alto,
estaba demasiado contenta y desinhibida, lo besé en un arranque,
pero él supo mantener el control.
De repente sus manos dejaron de tocarme, tomó mi brazo y me llevó
hasta el otro extremo de la pista, cuando noté que nos acercábamos a
Sandra me asombré, Manuel estaba muy equivocado, Santi no era
medio ciego, había visto a Sandra de lejos.
—¿Qué pasa contigo? ¿Por qué estás bailando así con este tipo? Es
menor de edad ¿Lo sabías? —le gritó al pobre chico.
—Él también lo es —lo encaró Sandra—, solo bailamos Santiago,
relájate por favor, tuve una noche de mierda no me arruines este
momento, me estoy divirtiendo.
Santiago permaneció viendo por largos segundos al chico que se
mostraba valiente, para nada intimidado con esa cara de amargado
que tenía mi novio, le hizo un gesto para que se acercara, y así lo
hizo.
—Pueden bailar, hablar, incluso intercambiar números, no puedes
tocarla, ni abrazarla, ni bailar muy cerca de ella, te estaré vigilando
muy de cerca.
Solté una carcajada al oírlo, era tan tonto que lo amenazara de esa
forma cuando ya le había tocado hasta las amígdalas con la lengua a
Sandra.
—Eres un ridículo —soltó Sandy antes de tomar la mano del chico y
alejarse hacia la pista.
—¿Escuchaste cómo me habló esa mocosa?
—Es la verdad, eres un ridículo.
Me tomó de la cintura riendo, escondió el rostro en mi cuello
provocando cosquillas que no me permitían dejar de reír, Sebastián
nos llamó a ambos, nos separamos para caminar a la mesa donde
Manu bailaba para su novio riendo. Nos tomamos un par de fotos los
cuatro juntos, y tomamos un par de copas de la botella que estaba
sobre la mesa.
Me levanté de mi silla para sentarme sobre las piernas de Santi,
pellizco mi cintura cuando acerqué mis labios a su oído en un
jugueteó que tenía como objetivo descontrolarlo. Me alejaba riendo,
sin poner mucho esfuerzo en hacerlo, estábamos jugueteando como
dos estúpidos hasta que Manu comenzó a tomarnos fotos.
Sebastián y Santi comenzaron hablar de competencias, aburrida le
sugerí a Manu ir a buscar a Sandra, ni siquiera notaron cuando nos
alejamos, encontré a Sandy en la barra, tomamos un par de shots y
fuimos a la pista para bailar. Reía eufórica al ver a Manu bailando
con Sandra, estaban dando un espectáculo, de repente mi visión
borrosa se enfocó en nuestra mesa, había una mujer con Santiago y
Sebastián.
Froté mis ojos como si el efecto del alcohol iba a desaparecer con ese
gesto simple, toqué el hombro de Sandra y le apunté hacia los chicos,
levantó las cejas y me miró de inmediato.
—Es la ex novia de Santi —gritó a mi oído—, es Esther —tomó mi
mano y me obligó a acercarnos más, Manuel nos seguía con el otro
chico al lado —sí, es ella.
—Solo los está saludando —dijo Manu colocándose a mi lado.
—Lo está tocando —apuntó Sandra hacia ellos, la tipa tenía la mano
sobre el hombro derecho de Santiago.
—¿Por qué toca a mi novio?
—¿Valentina que es ese tono? —cuestionó Manu.
—Ponla en su lugar, enséñale a esa zorra que no puede tocar a novios
ajenos.
—No escuches a Sandra —exigió Manu poniéndose frente a mí—,
Sandra es dramática, conflictiva y loca, no le sigas corriente —
susurró solo para mí.
Estaba a punto de hacerle caso a mi amigo cuando vi a la tipa
sentarse al lado de Santi, la mano que tenía en el hombro se deslizó
hacia el otro, tenía la sangre caliente por el alcohol, pero de un
momento a otro sentí hervir.
—¿Y todavía lo abraza? —dijo Sandra indignada—, Valen ve y dile: No
toques a mi hombre.
—No hagas eso por nada del mundo —susurró Manu.
El amigo de Sandra se reía a carcajadas por la situación, yo era la
única que estaba seria, y molesta por lo que estaba ocurriendo.
—¿Quieres que me quede aquí como si nada?
—No vas a montar una escena, estás borracha Valentina mañana lo
lamentarás.
—Le dijo algo al oído —soltó más cizaña Sandy.
Estiré el cuello para ver mejor lo que hacían, ella reía a carcajadas
con los dos idiotas, estaba hasta molesta con Sebas por mostrarse
amistoso, Esther se acercó mucho a Santiago, no pude ver bien, pero
estaba casi segura que había besado su mejilla muerta de risa.
—Le dio un beso en el cuello.
—Sandra cállate —pidió Manu poniendo gesto de fastidio.
—Voy a poner a esa perra en su lugar.
—¡Esa es mi Valen! —Sandy me animó riendo.
Caminé decidida, con ella al lado y los otros dos idiotas siguiéndonos,
Sandra me decía que le iba a lanzar el trago que llevaba en la mano,
me reí y le dije que era buena idea, justo antes de llegar a la mesa
Manuel sostuvo mi brazo con fuerza.
—Estás ebria Valentina, no hagas el ridículo, Sandra está más
borracha que tú, seguro no vio bien y dijo eso para provocarte, a ella
le encanta el drama.
—Yo los estoy viendo.
—Están conversando —me explicó.
Me zafé de su agarre y avancé hasta la mesa, Santiago dejó de sonreír
al verme, seguramente tenía una cara de loca que le ocasionó temor,
la tipa no se había percatado de mi presencia, me quedó claro cuando
sin dejar de hablar con Sebas puso una mano en la pierna de mi
novio, Santi apartó la mano, pero el daño estaba hecho, estaba
demasiado enojada como para quedarme callada.
—Preciosa ven acá siéntate conmigo.
Ella me miró con un poco de asombro, le sonreí con falsedad para
luego fijar mi vista en el tonto de Santiago, me molestó muchísimo
que me llamase preciosa en ese momento.
—Esther recuerdas a Valentina.
—No, ¿Es amiga de tu hermana? —su tono irónico no pasó
desapercibido.
—Soy su novia —aclaré en un tono muy enérgico— Y ...—Me quedé
callada cuando Manuel tomó mi cintura y me alejó un par de pasos.
—No hagas un escándalo.
—Es una perra.
Me giré dispuesta a continuar, pero lo que encontré me hizo reír a
carcajadas, Sandra le había echado el trago encima directamente
sobre su cabeza, la tipa intentó irse sobre ella, pero Santiago se puso
Enmedio de las dos.
—Nunca te soporté —le gritó a Sandy. Manuel intentó sujetarme, pero
fui más rápida que él, avancé hasta ella que gracias a Sebas se había
alejado de la mesa.
—¡No le hables así a Sandra, es una niña!
—Igual que tú —respondió confrontativa.
La empujé en un acto reflejo a su actitud, ni siquiera pensé un poco
en lo que estaba haciendo, solo me dejé llevar por esa sensación de
enojo que me recorría, Sebastián intervino a tiempo evitando que las
dos siguiéramos con esa agresión, tomó mi brazo para arrastrarme
lejos de Esther que gritaba cosas que la música no me dejaba
escuchar con claridad.
—Suéltame Sebastián —lo empujé sin lograr quitármelo de encima.
—¿Qué pasa? —preguntó Santiago cuando se acercó a nosotros.
—Tú a mí no me hables, y no me llames preciosa cuando tengas a otra
encima.... ¡Manu sácame de aquí!
—Preciosa, cálmate —pidió el maldito riendo.
—¡Manuel! Quiero irme de aquí.
Podía escuchar a Sandy gritándole a Sebas mientras yo me alejaba de
Santiago que insistía en abrazarme. Manuel se reía como si fuese
chistoso todo lo que estaba ocurriendo.
—No quiero que me toques entiende.
—Valentina el tonito.
—No voy a cambiar mi tono, jodete si no te gusta.
Se río a carcajadas al oírme tan enojada, eso me molestó mucho más,
le di la espalda para buscar mi bolso que había dejado sobre la mesa,
me iba a ir antes de montar un espectáculo verdadero, me mareé con
el movimiento así que tuve que sentarme para esperar que el
malestar pasara. A mi alrededor todo daba vueltas, cubrí mi cara en
un intento desesperado por frenar ese montón de molestias que me
aquejaban.
—Necesito que te calmes, sé que estás molesta por lo de Esther
hablémoslo.
—¿Qué vamos hablar? ¡La tenías encima! Se reían como estúpidos.
—Valen no la tenía encima, el alcohol te hace tener una percepción
diferente de lo que ocurrió, se sentó a mi lado sí, pero de manera
casual, cuando me tocó la alejé.
—No quiero oírte, ahórrate todo el numerito de hablar.
Comencé a quejarme sin parar de todo lo que pasó, Santiago me
escuchaba paciente asintiendo a todo lo que le gritaba, solté un par
de insultos envalentonada por el alcohol, lloré como idiota sin
entender con claridad porque lo hacía, simplemente estaba enojada y
necesitaba sacar todo lo que tenía dentro. Sandra se acercó a
nosotros para consolarme y decirle una que otra cosa a Santiago que
nos observaba sosteniendo su barbilla con una sola mano.
El lapso que transcurrió desde que salimos del club y llegamos al
departamento, simplemente se borró de mi mente, un poco aturdida
miraba a mi alrededor, estaba en el baño de Santiago siendo
desvestida pacientemente por él, cubrí mi boca con ambas manos
cuando sentí que todo lo que tomé subía por mi garganta a una
velocidad increíble.
Lo aparté usando la poca fuerza que sentía para poder llegar al
retrete y vomitar con una pizca de dignidad, me las arreglé sola para
atar mi pelo porque no permití que se me acercara, asqueada y
completamente avergonzada me puse de pie a como pude, tomé el
cepillo dental que me ofreció sin mirarlo a la cara, quería que saliera
del baño, que me dejase sola lidiando con las consecuencias de mis
actos, pero comprendí que aquello no iba ocurrir cuando comenzó a
desvestirse, pretendía entrar a la ducha conmigo y yo no tenía
energías para evitarlo.
El agua estaba malditamente helada, pero a él no pareció importarle,
en cambio yo me quejaba en voz baja, maldiciendo una y otra vez sin
prestarle atención a Santiago que no dejaba de mirarme, salí del
baño antes que él, sin ánimos de nada, tomé una de sus camisetas y
me metí a la cama, no quería hablar y sabía que eso exactamente
planeaba Santiago.
—No estás dormida —afirmó, escuchaba sus pasos por la habitación
dándole la espalda, entre el aturdimiento, la vergüenza y el enojo no
era capaz de encararlo—. Está no era mi idea de un fin de semana
contigo.
—Perdón por decepcionarte, tal vez si no hubieses estado
coqueteando con tu exnovia en mi cara todo sería diferente. —Solté
con mucha rabia.
—Si no hubieses tomado tanto como lo hiciste, te habrías dado cuenta
que solo nos saludamos, cuando pasó algo que cruzó la línea de la
cordialidad la detuve, Esther también estaba tomada.
—Ahora la justificas —me senté sobre la cama y crucé los brazos
fijando mi vista en él que estaba completamente desnudo frente a mí.
—No la justifico solo intento que tomes en cuenta todos los factores
que influyeron a la situación que se presentó.
—¿La situación? Ahora así se le llama a un coqueteo descarado,
incluso la muy idiota quiso insultarme al decirme que me miraba
como una amiga de tu hermana.
—Debiste sentirte halagada, aparentas menos años de los que tienes.
—¡Púdrete Santiago!
—Valen —sonrió acercándose—. Te miras muy guapa hoy, incluso así
furiosa a cómo estás, déjame tomarte una foto, no quiero olvidar esa
cara que tienes ahora.
Le mostré el dedo de Enmedio de mi mano derecha cuando el flash
iluminó mi rostro, su carcajada sonora me desconcertaba, el tipo no
tenía paciencia, quién lo conocía sabía bien que Santiago Sada no
solía mantener la calma en situaciones complicadas, verlo tan
divertido me resultaba extraño.
—No estoy de humor para tu palabrería, quiero dormir, si quieres
hablar hazlo solo.
—¿Palabrería?
—Sí, primero me ablandas con algún piropo, luego me pides disculpas
y todo olvidado, esta vez no Santiago.
—No te iba a pedir disculpas.
—¿No?
—No —respondió con un tono juguetón mientras se metía a la cama,
me arrastré hasta la orilla del colchón, cuando puso una mano sobre
mis piernas.
—Quieres arreglar las cosas con sexo —afirmé más molesta.
—No Valen, no quiero tener sexo, quiero
—¿Hacerme el amor? ¡Ja! y dices que no sirven de nada las reseñas
que leo de los libros de romance, me sé las frasecitas de memoria y...
—No te iba a decir eso —respondió riendo—, quiero convencerte que
no tienes por qué molestarte de esa forma cuando Esther o alguien
más se acerque a mí. Valen a mí me encantas tú solamente, en todas
tus facetas, hasta en la borracha, esa es la más divertida.
—No te hagas el lindo conmigo.
—No me hago, lo soy.
Su estúpida arrogancia me hizo reír a carcajadas, torcí los ojos
queriendo mostrarme indiferente mientras él se acercaba, puso las
manos en mis tobillos para separarlos sutilmente, no tenía nada
puesto bajo la camiseta grande que estaba usando, resistirme era mi
única opción.
Al percibir mi negativa comenzó a besar mis piernas, besos cortos y
con un toque inocente, que en teoría no tenían por qué debilitarme
tanto, pero como siempre mi hipersensibilidad se hacía presente,
mantuve mi pose de seriedad, semisentada sobre la cama miraba
hacia la pared con los brazos cruzados según yo mostrándome
indiferente, pero él sabía lo que estaba logrando, Santiago tenía esa
capacidad de leerme, de intuir que era lo que deseaba.
Finalmente abrí las piernas, permitiendo que se acomodara en medio
de mis muslos, apoyó la barbilla sobre mi estómago, con la mirada
puesta en mi rostro.
—Valen mírame —obedecí su petición al instante, intercambiamos
miradas por cortos segundos antes que él sonriera con esa malicia
que sabía reconocer— ¿Puedo darte un beso?
Me mordí el interior de la mejilla para mantener el semblante
inexpresivo, estaba enojada, alcoholizada y demasiado susceptible al
cabrón arrogante que me miraba de lo más divertido. Negué para
luego asentir completamente doblegada por esa mirada perversa.
—Solo un beso —susurré tratando de sonar inmune a todo lo que
pasaba, sonrió antes de acomodarse sobre mí para tener acceso a mi
boca.
Solté un suspiro de frustración al no obtener lo que esperaba, aunque
estaba molesta con Santiago quería esas dosis de la placer que solo él
me proporcionaba, había deseado que abriera mis piernas y llevara
su lengua justo a donde tanto me gustaba, en lugar de eso me ofreció
un beso que comenzó dulce y se volvió sensual en cosa de segundos,
me arrastró con cuidado hasta dejarme recostada por completo sobre
la cama, mis manos se aferraron a las sábanas para no tocarlo, su
lengua dentro de mi boca me estaba desarmando.
Separó su rostro del mío provocando que abriera los ojos de
inmediato, me encontré con su sonrisa, esa que me resultaba
irresistible cuando lo tenía sobre mí, entre abrí los labios con la
intención de hablar, pero ni siquiera pude soltar una palabra, volvió
a besarme cambiando totalmente la tónica del beso, la sensualidad
fue sustituida por una pasión salvaje que me hizo encoger los dedos
de los pies por el ramalazo de placer.
Con avidez arrastró las manos dentro de la camiseta, quemándome
con el roce ardiente que dejaba su piel sobre la mía, a pesar de que
me comía la boca en un beso que me asfixiaba, sus manos mantenían
la calma, la yema de sus dedos apenas rozaban el costado de mis
senos, me desesperaba aquel roce tan estudiado, su intención era
agitarme, hacerme desear más de lo que ofrecía y lo lograba con
facilidad. Su respiración agitada chocaba contra mi cuello mientras
su lengua se deslizaba por mis clavículas.
Gemí en respuesta a la palma de su mano sobre mis senos, cerré los
ojos deseando que los apretara a su antojo, que perdiera el control y
dejara ese juego que yo había perdido apenas comenzó. Un ligero
temblor me recorrió de los pies a la cabeza cuando rozó mis pezones
erguidos con la yema de los dedos. Sin poder contenerme más llevé
mis manos hasta su espalda, enterraba los dedos en su piel mientras
balanceaba las caderas buscando un poco de fricción para aliviar esa
punzada en mi entrepierna.
Atento a mis necesidades hizo lo que había estado esperando, apretó
mis pechos, a la misma vez que empujó la pelvis refregando su
erección entre mis muslos. Aquel roce casi violento aumentó la densa
humedad que se concentraba en mi entrepierna, el contacto directo
piel con piel me hizo rogar, abrí mis piernas mucho más, queriendo
consumirme en el fuego que se desataba en mi vientre.
En respuesta cortó aquel roce delicioso que me tenía temblando,
estaba dispuesta a exigirle que dejara de jugar de esa forma, estaba
sobre estimulada y esa sensación se estaba volviendo dolorosa, pero
no pude decir algo, me quedé muda cuando me arrancó del cuerpo
con poco cuidado la camiseta que me cubría, se llevó uno de mis
pechos a la boca con una expresión de deleite que me cortaba la
respiración. El nivel de excitación que había alcanzado mi cuerpo me
tenía temblando, metí la mano entre los dos para estimularlo de la
misma forma cruel que él lo hacía conmigo, pero sujetó mi muñeca
con fuerza evitando cualquier contacto.
Me removí ansiosa cuando se arrastró hacia abajo, con besos
húmedos llegó hasta mi vientre, sonrió al levantar la vista y
encontrarme tan descontrolada, verlo así entre mis piernas y con ese
destello malicioso en los ojos me hizo gemir antes de tiempo. Crucé
los tobillos sobre su espalda al experimentar el choque de su aliento
cálido con mi humedad, ese era el beso que estaba esperando... Mi
espalda se arqueaba, mis manos se sujetaban de su pelo, la sensación
de su lengua paseándose por mis labios me tensaba el cuerpo entero,
ardía a fuego lento embriagada en el placer.
No pude retenerlo más, tomé una almohada que usé para cubrir mi
rostro cuando la tensión en vientre llegó a su máximo y un orgasmo
me sacudió con intensidad. Santi me arrebató la almohada sin
importarle que los sonidos que salían de mi boca fuesen un poco
escandalosos.
Los escalofríos que desembocaban en mi intimidad no paraban,
recuperarme resultaba complicado cuando me había abandonado por
completo en el cúmulo de sensaciones orgásmicas, flotando en esa
neblina lujuriosa lo dejé hacer lo que se le antojó, manejándome con
la misma facilidad de siempre, se puso de rodillas sobre la cama para
arrastrarme alineando mis caderas y hundirse en mi interior con una
agresividad que casi nunca usaba.
Mis músculos internos se contrajeron ante esa invasión placentera,
mi respuesta lo alentaba a no cambiar aquel ritmo vertiginoso que
me estaba robando gemidos que no podía callar, el cabecero de la
cama golpeaba la pared por la intensidad de aquellos movimientos, el
descontrol de aquella noche iba a dejar consecuencias, estaba segura
de eso, pero no podía pensar en ellas, solo me dejaba llevar por la
satisfacción que recorría cada centímetro de mi cuerpo.

***

Estaba tan sedienta que no pude continuar en la cama, reuniendo


mucha fuerza empujé a Santi que estaba casi sobre mí y me levanté
sin hacer ruido. Tomé mi teléfono para iluminar mi camino, solo di
un par de pasos cuando el escozor Enmedio de mis piernas comenzó a
molestarme, miré al piso y descubrí aquella no era la única
consecuencia, el despertador estaba tirado en el suelo, al igual que el
reloj de pulsera de Santiago, después de recogerlos los dejé sobre la
mesa de noche de donde supuse había caído, mi plan de escabullirme
sin hacer mucho ruido, falló al pisar con mis pies descalzos algo que
hizo un crujido, me recosté en la pared quejándome en susurros,
mientras con mi teléfono iluminaba el piso.
Había roto la pata de los lentes de Santiago, estaba segura que por
esa vez mi desastre no le iba a parecer encantador, aturdida por los
diferentes malestares que acataban mi cuerpo me apresuré por salir
del cuarto. El sol apenas había salido, me asombré por haber
despertado tan temprano, la resaca usualmente me dejaba tirada en
la cama por un día completo, tomé toda el agua que pude para luego
mirar mi teléfono lleno de notificaciones.
Sandra había subido muchas fotografías de la noche anterior, un
boomerang de las dos con unas botellas que nos llevábamos a la boca,
otro video de las dos bailando como un par de locas, reí negando aún
aturdida sin poder creer del todo que era yo la de esos videos. Manu
también había compartido la foto de los cuatro juntos, donde me
miraba sonriente y a Santi muy pegado a mí, sonreía como estúpida
hasta que recordé lo que sucedió después. Entré a la conversación
con Manu, habían más de treinta mensajes que no había visto y me
tomé el tiempo de leer uno a uno.
En los primeros me reclamaba mi comportamiento, me llamaba tonta
por haberme dejado influenciar por Sandra, llegué hasta el final y me
encontré con dos audios donde explotaba enojado, estaba molesto
conmigo por haber arruinado la noche por nada, me aseguraba que la
tipa solo se había acercado a saludar, que mi reacción exagerada
estuvo de más.
A medida que los minutos pasaban mi mente se despejaba más, la
resaca moral comenzó a pesar más que la física al aceptar que Manu
tenía algo de razón, desesperada por conseguir un poco de alivio me
metí a la ducha por casi una hora, no hice el intento de dormir un
poco más a pesar del agotamiento que sentía, tomé un vestido ligero,
ropa interior, un poco de maquillaje y fui a la otra habitación para
poder vestirme tranquila, sin el temor de despertar a Santiago a
quién no quería enfrentar.
Para resarcirme con Santi por todo lo que había soportado, decidí
preparar el desayuno, me estaba esforzando de verdad a tal punto
que llamé a Constanza para preguntarle los ingredientes del batido
proteico que tomaba todas las mañanas, entendí que aquello fue un
error cuando comenzó a darme una receta tras otra, la cabeza me iba
a explotar con tanta información que no podía procesar gracias a la
resaca que estaba padeciendo.
Le colgué después que me explicara por quinta vez lo importante que
era el balance de su primera comida, Santiago era quisquilloso con el
asunto y ella lo complacía demasiado. Opté por el batido de
remolacha, manzana y jengibre y el balance lo mandé al diablo
preparando lo que a mí me gustaba comer, mi teléfono vibrando
constantemente desviaba mi atención de la cocina, Sebastián había
creado un grupo llamado Alcohólicas y fabulosas, dónde envió todas
las fotos que nos había tomado a mí y a Sandra la noche anterior,
cuando Manuel comenzó a burlarse de nosotras dejé el teléfono a un
lado.
Me comía un sándwich entretenida con Polly cuando el ruido de los
pasos de Santi me alertaron, me erguí sobre el asiento acomodando
un poco mi pelo, sonrió al verme mientras se frotaba los ojos aún
soñolientos. Hizo un gesto de sorpresa al ver la mesa puesta, gesto
que exageró cuando me puse de pie y lo abracé cariñosa.
—Siento mucho lo de ayer —me disculpé sin poder soltarlo, su piel
helada le daba alivio a la mía caliente a causa del alcohol que aún
recorría mi torrente sanguíneo.
—¿Qué es exactamente lo que sientes, los insultos o la parte donde
vomitaste frente a mí? —respiré profundo pegada a su cuello, riendo
avergonzada por haber vomitado de nuevo con él presente.
—Lo de los insultos, lo del vomito ya no importa, tú mismo dijiste que
pasamos a otro nivel la noche que
—Vomitaste sobre mí —me interrumpió mientras me rodeaba con sus
brazos—, ayer fue una noche muy loca, la próxima vez que salgamos
tendré que vigilarte para que no te metas en problemas.
—No me recuerdes nada de lo que pasó, la resaca moral me está
atormentando.
—Tu lado posesivo salió a flote de nuevo.
—Santi no quiero hablar de esto —lo empujé mientras reía, sabía que
no iba a lograr callarlo.
—Ayer querías hablar mucho, me obligaste a decir que era tuyo, si no
lo hacía amenazaste con bajarte del auto.
—Deja de reírte —pedí en una actitud de derrota.
—Al menos la dominatrix que vive en ti no se apoderó de tu cuerpo,
estoy traumado desde la vez que abusaste de mí.
Dejé de insistir que olvidara todo lo que había pasado, comimos entre
risas y mi vergüenza que no me dejaba tranquila, me pregunté
mientras lo observaba tomarse una taza de café, en qué momento
nuestra relación había avanzado tanto, cuando pasamos de la
atracción sexual a compartir momentos cotidianos que me sabían
diferentes por el simple hecho de estar juntos.
—Estás muy guapa hoy —dijo al verme callada.
—Me imagino, estoy hecha un desastre y es cuando te gusto más.
Asintió sonriendo, para después lanzarme un beso que me logró
sonrojarme.
—Estás siendo tan obvia hoy.
—Yo no soy la que te estoy mirando con cara de tonta.
—Tampoco eres la que acaba de dejar plantado a su padre para pasar
el día completo con alguien que te llama tonta.
—¿Tienes una cita con tu papá?
—Tenía, ayer en la cena me dijo que quería comer conmigo, le cancelé
apenas desperté... Es tu oportunidad de burlarte por lo obvio que soy.
Negué al mismo tiempo que me ponía de pie, asumí que el alcohol
que aún recorría mi cuerpo sacaba a flote esa necesidad de contacto
físico que no podía controlar, hizo la silla hacia atrás dejándome un
espacio para acomodar mis piernas y sentarme sobre su regazo, lo
abracé fuerte disfrutando del bienestar que me invadía tan solo con
tenerlo cerca, suspiré con los ojos cerrados lo llené de besos dulces
mientras él acariciaba mi pelo.
La obvia era yo, la que no podía ni disimular un poco lo mucho que lo
quería, intenté levantarme, pero sostuvo mi cintura deteniéndome,
susurró un —quédate aquí —, a mi oído que me enterneció en el acto,
enternecimiento que acabó al sentir sus manos apretando mi trasero
guiándome hacia su pelvis buscando un roce indecente.
—Estúpido —reí alejando sus manos de mi cuerpo.
—No te vayas Valen... quiero comer contigo a donde estabas.
—Tú no quieres comer, quieres comerme que es distinto.
—Hablando de comerte, te escribí algo, quiero leerlo ¿No sabes dónde
están mis lentes?
—¿Qué tan ciego eres en realidad?
—¿Qué hiciste? —preguntó serio.
—¿Recuerdas que soy lo más importante para ti? y te encanta el caos
que dejo a mi paso.
—Valentina, Valentina —repitió mi nombre sonriendo.
***
Miré a Rodrigo sin entender con claridad lo que me estaba diciendo,
los ojos de todas las personas presentes en esa sala de juntas estaban
sobre mí, haber interrumpido al jefe me puso en el foco de atención.
—Es una estrategia publicitaria —repitió
—Retrasar un lanzamiento no me parece buena idea —me arrepentí
apenas dije eso, cada vez que los nervios me traicionaban decía lo
primero que se me cruzaba por la mente—, es decir, hemos adquirido
compromisos con los distribuidores, quedaríamos como poco
profesionales.
—Licenciada Rincón usted es nueva en esto y se nota —respondió muy
serio.
—Con todo respeto, pero el mundo editorial ha cambiado mucho,
retrasar un lanzamiento no crea expectativa, más bien desesperación
y enojo de quienes están esperando la publicación, todos los días
respondo muchas quejas al respecto, dos meses más me parece una
exageración. Para Eva con amor es uno de los libros más pedido en
todas nuestras redes.
—La decisión está tomado, octubre es un mes excelente para la venta
de libros, estudié las estadísticas de la editorial del año pasado,
comuníquese con los distribuidores, el autor, y con quién sea
necesario, vamos a preparar mejor todo el lanzamiento, le prometo
que va a valer la pena la espera.
Me quedé callada, muy molesta al sentir que no todo mi esfuerzo se
estaba yendo a la basura, no se me antojaba retrasar el lanzamiento,
no solo por los distribuidores, Rodrigo había escogido el peor mes de
todos, mi cumpleaños, la boda de mi hermana, iba a tener poco
tiempo instalada en el departamento de Santi, estaba convencida que
todo se me iba a complicar.
Salí de la sala de juntas antes que nadie, malhumorada fui directo a
mi oficina quería contarle a Laura lo que estaba pasando, la
extrañaba y era la única persona que entendía todo lo que había
luchado por ese libro, cerré la puerta buscando el número de Lau en
mi teléfono, estaba a punto de marcarle cuando entró una llamada.
—Necesitaba hablar contigo —dije antes de saludar.
—¿Por qué ese tono?
—Te cuento cuando nos miremos. ¿Vendrás por mí o quieres que
nos miremos en el restaurante?... Santi —susurré su nombre con
fastidio intuyendo lo que diría.
—Lo siento, te juro que surgió algo de repente que no puedo
retrasar, el contador solo en este momento tiene tiempo.
Cenemos juntos —propuso tratando de quedar bien conmigo.
—Sabes que no puedo, Valeria quiere verme.
—Cenemos los tres juntos entonces.
—No te haría pasar por esto, pero debes aprender a no cambiarme
los planes, así que acepto tu propuesta, pasa por mí antes de las
ocho.
—¿No te cansas de dar órdenes? —preguntó juguetón.
—No le hables así a tu ama.
Colgué el teléfono con una sonrisa en los labios que duró muy poco,
Anita se encargó de borrarla al abrir la puerta sin tocarla, dijo que
alguien me estaba buscando, un señor que parecía demasiado
importante como para hacerlo esperar.
No había salido de mi oficina cuando Saúl Sada entró con confianza,
Anita sonrió nerviosa y se apresuró por cruzar la puerta, dejándome
sola con ese hombre que me resultaba intimidante.
—Que sorpresa —lo saludé conteniendo los nervios.
—Perdón por presentarme así, pero hablar contigo ya era algo que
tenía demasiado pendiente.
—Siéntese, ¿Le puedo ofrecer algo?
—No es necesario, seré breve Valentina, siéntate tú y deja el miedo,
no vengo a hacerte algo malo.
Su sonrisa me desconcertaba además de desagradarme, me odie por
no poder ocultar mis emociones y ser tan transparente, no quería que
el viejo notase cuanto me intimidaba.
—Nunca había estado en una editorial, no me imaginé algo así —hizo
un gesto despectivo que quiso disfrazar—, me da mucha curiosidad
saber cómo te conoció Santiago.
—Ya lo sabe —respondí rezando por recordar cuál era la mentira que
habíamos dicho.
—Sí, pero no creo esa historia —sonrió con la vista fija en mí, como
queriendo leer mi mente con esos ojos profundos—, pero, en fin, no
vine hasta aquí para hablar de esto, hay algo más importante.
—Lo escucho.
—¿Recuerdas nuestra charla del aperitivo y el plato principal?
De la incomodidad pasé al disgusto, asentí sin ocultar lo mucho que
molestaba su tono al hablarme, no bajé la mirada, sostuve la suya
ocultando el temor que me hacía sentir.
—Valentina, eres una mujer muy linda, y más inteligente de lo que
pensé, estás logrando cosas que no imaginé, admito que me toma por
sorpresa ese poder que tienes sobre mi hijo.
—Perdón, pero yo no tengo ningún poder sobre Sa
—Si lo tienes —me interrumpió—. Nadie conoce más a Santiago que
yo, está entusiasmado de verdad contigo, y no lo culpo por ello, todos
en algún momento nos perdemos por un par de piernas bonitas.
—Santiago no me ve como un par de piernas bonitas.
—Lo sé, por eso me estás resultando peligrosa —el viejo descarado
sonrió al ver mi cara de rabia—. No me veas así que yo soy el más
interesado en que tu relación con mi hijo avance, me estoy haciendo
viejo, quiero verlo estable con una mujer, casado y con hijos.
—Esta conversación me parece fuera de lugar.
—Tal vez sí, pero no me importa ser políticamente incorrecto por el
bienestar de mis hijos. Valentina deja de entretener a Santiago, estás
a su lado para alentarlo, no para inducirlo a comportarse como un
adolescente rebelde, Santiago es un hombre con metas que cumplir,
no un niño que tiene tiempo para juguetear, no acapares su tiempo,
no les generes problemas, debes facilitarle la vida, no complicársela,
no midas fuerza conmigo que saldrás perdiendo, puedes ser el plato
principal, se lista y no pierdas esa oportunidad.
—Usted es un cretino.
—Lo soy, tienes razón.
—No puede venir a decirme estas cosas, no respeta a Santiago en lo
más mínimo.
—Lo amo que es más importante, no pretendo discutir contigo, tengo
que irme hay muchas cosas esperando por mí, sabes lo que tienes que
hacer, espero no me decepciones, me gustas como nuera, entiendo
porque Santiago está tan entusiasmado. En lugar de preocuparte por
lo mucho que trabaja, deberías estar buscando la forma de acelerar
las cosas, si te embarazaras antes de que termine el año podríamos
estar anunciando la llegada de mi nieto en la próxima subasta.
Lo miré con rabia, con repulsión y lastima, estaba segura que él solo
terminaría alejando a sus hijos, su actitud tan déspota acabaría con
su familia si no se controlaba, me mordí la lengua para no
responderle nada, yo si respetaba a Santiago y no iba a insultar al
hombre que quería tanto, me levanté de mi silla y avancé hasta la
puerta, abrí señalando el pasillo, deseosa que desapareciera de mi
vista de una sola vez, siempre supe que terminaría generándome
problemas con Santi, pero jamás imaginé que fuesen a ser tan
graves.
w w

Mi vista estaba fija en las velas que iluminaban nuestra mesa, la voz
de mi mamá la escuchaba cada vez más lejana, me era imposible
actuar como si nada hubiese ocurrido, por más que me esforzara por
dejar de pensar en las palabras de Saúl, las seguía recordando una y
otra vez.
—¿Valen la misma ensalada que yo pedí, cierto? —preguntó mi mamá
haciéndome notar con un gesto, que el mesero esperaba por mí
orden.
—Sí, la ensalada está bien.
Miré de reojo a Santi que leía el menú con el ceño fruncido, habló
dirigiéndose al amable joven que nos atendía y anotaba todo
sonriente, noté que mi novio volvió a frotar uno de sus ojos, era la
tercera vez que lo hacía en lo que iba de la noche y esa no era una de
sus manías.
—¿Estás bien? —pregunté en voz baja, llevé mi mano derecha hasta
su mejilla acariciándolo con el pulgar justo detrás de la oreja.
—No me acostumbro a los lentes de contacto, después de tanto
tiempo sin usarlos me siento incómodo, pero todo está bien.
Besó el dorso de mi mano para luego tomarla y entrelaza con la suya,
mamá nos hablaba de lo deliciosa que era la comida en ese
restaurante que ella había escogido, se mostraba tan contenta con
nosotros que me sentí mal por estar tan distraída.
Tomé solo un sorbo de la copa de vino y me dediqué a comer mi
ensalada que realmente sabía muy bien, mi mamá y Santiago se
encargaron de animar la cena con sus charlas ligeras y divertidas,
Valeria tenía el don de establecer conversaciones fluidas con
cualquier persona. La mano de Santiago sobre mi pierna me
sobresaltó, lo miré sin obtener su atención, él fingía escuchar a mi
mamá realmente estaba más distraído que yo.
—La boda me tiene tan estresada que no puedo parar de comer —
comentaba Valeria mientras pellizcaba de mi plato—, Probablemente
no me entiendas y has de pensar que estoy loca, las mujeres nos
emocionamos con las bodas —dijo viendo a Santi—en realidad no es
la boda, es la operación.
—Mamá no hables de eso con Santi por favor —supliqué.
—Valen deja el prejuicio, es normal que una mujer quiera hacerse
uno que otro retoque. Yo tenía los pechos como los de mi hija —dijo
apuntándome.
Santi apretó los labios para no reír mientras yo negaba cabizbaja y
suspirando avergonzada.
—-Mamá no hables de tus pechos ni de los míos.
—¿Por qué no? mira que heredaste lo mejor de mí. Así de bonitos
como los de Valen eran los míos, pero alimenté a mis dos hijas, los
años también han hecho lo suyo.
—Mamá estás incomodando a Santiago. Él no quiere saber cómo son
tus senos, ahora cada vez que mire los míos va a recordar los tuyos.
Santí escupió el vino que tenía en la boca a causa de la risa, le
alcancé una servilleta sin dejar de ver a mi mamá, le hacía gestos
para que dejara de hablar de ese asunto, pero ella también reía
contagiada por la risa de mi novio. Cuando el ataque de risa cesó por
parte de los dos, mi mamá cambió el tema inteligentemente, Santi se
esforzaba por incluirme en la charla, se había percatado que algo que
me pasaba y eso solo me preocupaba más, no quería decirle nada de
la visita de Saúl a la editorial.
Nos tomamos un par de copas más antes de salir del restaurante,
abracé a mi madre buscando un poco del confort que tanto
necesitaba, a pesar de los problemas que solía tener con ella, sus
brazos tenían el poder de hacerme sentir que todo estaba bien. Cerré
los ojos aferrándome a ella y aspirando el aroma dulce de su
perfume, antes de que preguntara si me pasaba algo, decidí alejarme
con una sonrisa falsa en mis labios.
Se despidió de Santi bromeando de nuevo con el asunto de su
operación, aunque él respondió igual de juguetón y sonriente, intuí
que algo había cambiado su humor, extendí la mano pidiéndole las
llaves del auto, tenía la vista irritada por la falta de costumbre a los
lentes de contacto, podía notarlo cada vez más incómodo.
—Sé que te pasa algo, también sé que no quieres decírmelo, pero
insistiré igual, te ves preocupada así que asumo que es un problema,
si me cuentas quizás juntos podamos encontrarle una solución.
Respiré profundo conteniendo esa necesidad absurda de llorar que
me embargaba, me conmovía toda la situación, me dolía porque sabía
que la relación que mantenía con su padre era muy importante para
él, la delicadeza del asunto me daba pánico, simplemente no sabía
cómo abordar esa conversación que él buscaba propiciar.
—No quiero hablar de ello, no me siento preparada aún —respondí
después de aclarar la garganta.
—Valen me estás preocupando, lo que sea que te esté pasando dímelo,
por favor. Los problemas los resolvemos juntos, yo soy bueno
buscando soluciones.
—¿Dime con qué no eres bueno? —intenté aligerar el ambiente con
una broma que no funcionó, Santiago me miraba fijamente
visiblemente preocupado, puso una mano sobre mi muslo
acariciándome con suavidad, a pesar de lo íntimo de su toque percibí
cariño y no lujuria en él, intentaba relajarme.
—¿El problema nos involucra a los dos? —asentí suspirando mientras
aceleraba para aprovechar el semáforo con la luz verde.
A pesar de no decir nada en todo el camino podía sentir que me
presionaba por hablar, me concentré en la autopista despejada, en la
melodía que sonaba dentro del auto a volumen muy bajo y en la
calidez de esa noche, sentí alivio al visualizar el viejo edificio donde
estaba mi departamento, disminuí la velocidad cuando entré al
estacionamiento evitando los ojos de Santi que no dejan de
escrutarme.
—¿Estás embarazada? —preguntó cuando apagué el motor, harta de
esa pregunta asentí, giré el rostro para verlo a los ojos y asentí de
nuevo.
—Sí, estoy embarazada, no me sentía lista para decírtelo, pero ya que
preguntaste... ¿Qué haremos? —hice el asiento hacia atrás a la vez
que soltaba un suspiro forzado.
Santiago me miraba fijamente totalmente inexpresivo, noté que abría
y cerraba la mano izquierda constantemente, estaba pálido e incluso
parecía no poder respirar bien.
—Encuéntrale solución a este problema —seguí provocando.
Asintió para luego negar, se rascó la ceja izquierda y pasó las manos
por su cabeza, a pesar de la preocupación real que me tenía
completamente desanimada, en ese momento tuve un deseo intenso
de reír a carcajadas, Santiago estaba al borde de un infarto.
—Tengo ganas de vomitar —susurró bajando la cabeza.
—La embarazada soy yo, no eres tú, déjame las náuseas a mí —fijé la
vista en la ventanilla, evitando que notase como contenía la risa.
—¿Estás segura? —cuestionó con voz débil.
—Sí, fui al doctor me hice una ecografía, es un bebé tan lindo —dejé
que la carcajada que tanto había contenido saliera al fin, me recosté
sobre el asiento muerta de risa, mis ojos lagrimeaban el estómago me
dolía por reírme tanto—. Tu cara es un poema —dije hipeando por la
risa.
—Tienes el peor sentido del humor del mundo, bájate de mi carro, no
quiero verte.
—Soy la madre de tu hijo, no puedes tratarme así —la risa ni siquiera
me dejaba respirar, tomaba bocanadas de aire que se veían
interrumpidas por más carcajadas.
—Me comenzó a doler el brazo izquierdo, sentí una punzada fuerte en
la cabeza y me ardía el pecho, Valentina casi me provocas un infarto
¿Y te ríes?
—Tú también te estás riendo.
—Por los nervios, pasó toda mi vida frente a mis ojos en segundos.
Estoy sudando.
—Respira profundo —sugerí preocupada al notar que de verdad tenía
la frente perlada por el sudor, me quité el cinturón para acercarme
un poco más, desabroché los primeros botones de su camisa para
luego limpiar su frente con la palma de mi mano—. Me has
preguntado tantas veces lo mismo que pensé que querías escuchar un
sí.
—Mi papá me tiene tan harto con el tema que —se quedó callado
repentinamente, supuse que al notar como mi risa se cortó al
instante que mencionó a su papá.
—No estoy embarazada y no planeo estarlo hasta dentro de muchos
años, tengo tres alarmas que me recuerdan tomar las píldoras
diariamente, a pesar de lo distraída que soy, nunca he olvidado
alguna así que puedes estar tranquilo, no te daré esa noticia jamás.
—No digas jamás Valen —dijo después de unos segundos.
Lo miré y asentí, quería bajar del auto antes de que el susto pasara,
estaba segura que Santiago iba a volver a insistir por saber que
ocurría.
—Mis manos aún tiemblan —susurró mostrándome como lo hacían.
—Sandra te quedó corta... dramático, descansa —me acerqué con el
fin de darle un beso, Santi sostuvo mi rostro evitando el contacto de
nuestros labios, se detuvo en mis ojos que observaba fijamente.
—A ti te pasa algo, hemos hablado de esto montones de veces, no te
voy a presionar para que me lo digas, pero tampoco voy a dejar que
te calles algo que te está afectando, por favor dime que pasa ¿Tienes
problemas en la editorial o con tu hermana?
—Tu papá llegó a buscarme —solté sin más, sentía una tensión
extraña en el estómago que solo incrementaba al ver la cara de
Santi—. Me pidió que dejara de entretenerte, que dejara de
acapararte...
—¿Cuándo pasó eso?
—Hoy —respondí en voz baja—. Me sugirió que en lugar de insistir
con el asunto que trabajas demasiado, acelere las cosas entre
nosotros, dijo que quiere anunciar la llegada de un nieto en la
próxima subasta.
—Es un... Le pedí de mil formas distintas que no se metiera contigo,
no puedo creer que haya sido capaz —decía cosas en voz baja que no
lograba entender, estaba concentrada en lo que hacía con las manos,
parecía marcar un número.
—Santiago no —le quité el teléfono y corté la llamada antes de que
Saúl respondiera—, no quiero esto, no quiero un problema más
grande.
—¿Crees que dejaré las cosas así? Valentina mi papá se mete en mi
vida porque siempre me he quedado callado, le he permitido todo,
pero esto no, se lo pedí encarecidamente que contigo no, tú no...
Dame el teléfono.
—No por favor, es tu papá no quiero que tengas más problemas con él
de los que ya tienes.
—¡Llegó a intimidarte! Él se buscó los problemas.
—No, no me intimidó, de hecho, fue... Fue como de esa forma que
tiene de bromear —mentí de forma apresurada—, solo que me
desconcertó, pero no me sentí intimidada o algo parecido.
—No le voy a permitir esto, siempre bajo la cabeza cada vez que
ordena algo, solo obedezco, pocas veces lo contradigo, le he dedicado
todo mi tiempo a todos sus negocios ¿Qué más quiere de mí?
—No quiero ser la causante de un problema entre ustedes, él es tu
papá, que peleen por mi culpa solo me hará sentir incómoda siempre,
afectará nuestra relación y...
—¿Entonces qué quieres que haga? No puedo llegar a casa y besar su
mejilla como si nada ha pasado, está invadiendo la poca vida privada
que tengo, te está irrespetando a ti. Fui claro con él, le dije lo
importante que eras para mí y aun sabiendo eso se atrevió a ir a
buscarte.
—Sólo te pido que lo manejes con calmas, no es necesario que
discutas, no hagas que me arrepienta de habértelo dicho.
—Está bien, lo intentaré —dijo segundos después.
—Eso no es suficiente.
—Lo prometo.
—Eso está mejor, ahora bajemos del auto, ha sido un día muy largo,
muero del sueño —intentaba aligerar el ambiente a como diera lugar,
Santi solo fingía estar medio tranquilo.
—Mañana tengo una reunión muy muy temprano.
—Estás alterado, no dejaré que te vayas así.
—Si quieres dormir conmigo solo pídelo, las excusas no son
necesarias.
Reí con soltura, olvidando por un segundo lo mal que me había
sentido, bajé del auto esperando que me siguiera y así lo hizo,
caminaba a mi lado ofreciéndome su mano que yo me negaba a
aceptar, era un juego tonto que lo hacía enfadar y a mi reír mucho,
finalmente me abrazó por la espalda obligándome a detener mis pies,
dejé que esa energía que me envolvía cuando me estrechaba entre
sus brazos hiciera su efecto, me regocijé en su cercanía que tanto
bien me hacía, aferrándome a la idea de que todo iba a estar bien.
Idea que se disipó a medida que pasaban las semanas, aunque
Santiago aseguró haber cumplido su promesa, las cosas con su papá
estaban muy tensas, las discusiones eran constantes, las
responsabilidades que le asignaba, más fuertes, el estrés estaba
afectándolo, aunque él se negara a aceptarlo.
Intentaba reconfortarlo mientras lidiaba con mis propios problemas,
iniciar a trabajar en mi tesis había sido una pésima idea, teniendo en
cuenta la cantidad de trabajo a mi cargo en la editorial, buscaba
nuevos libros que publicar a la vez que cuidaba de cada detalle de los
nuevos lanzamientos que teníamos, el poco tiempo libre que me
quedaba era absorbido por mis estúpidas obligaciones de dama de
honor, mi vida se estaba convirtiendo en un caos.
Caos al que me comencé a adaptar con el transcurso de los días,
Santiago me ayudaba a mantener el balance, nuestros encuentros
habían disminuido su frecuencia, pero la intensidad de ellos solo
crecía en todos los sentidos, el apego que desarrollaba por él parecía
no tener límites. Cuando lo extrañaba demasiado solía aparecerme en
su oficina sin previa cita, con una espresso en la mano y una sonrisa
en los labios que él decía le alegraba el día.
A pesar de lo difíciles que eran nuestros horarios acordamos
tomarnos un día para ambos, usualmente eran los jueves, salía
temprano de la editorial entusiasmada porque él me estaba
esperando, cenábamos en algún sitio lindo y luego pasábamos la
noche juntos en su departamento o en el mío. Los fines de semana
continuaban siendo ajetreados, entre las competencias y las salidas
con sus hermanos, evitaba a toda costa pisar su casa, no había vuelto
a toparme con Saúl Sada y pretendía que ese encuentro no se diera
con proximidad.

***

—¿Se puede? —gritaron desde afuera.


—Manu es un mal momento —respondí con la voz agitada, intentaba
levantar la pesada maleta que estaba tirada sobre el piso.
—Ábreme la puerta mala madre —insistió tocando el timbre.
—Eres tan molesto e inoportuno, tengo solo cuarenta minutos para
llegar a la cita con el tutor, tengo una junta en la tarde con un nuevo
escritor y como si fuera poco también deb... ¡Polly! —Dije después de
abrir la puerta— ¿Qué haces con ella?
No le di tiempo de responder, le quité a mi gata de los brazos y me
hice a un lado para dejarlo pasar, la pobre Polly maullaba asustada
enterrando las uñas en mi ropa.
—Gracias Manu por ser un gran amigo y rescatar a mi gata, pasa
estás en tu casa, nunca voy a poder pagarte lo que haces por Polly —
decía irónico mientras caminaba por el pequeño espacio de la sala de
estar— ¿Qué es esto? —cuestionó mirando a su alrededor.
—De verdad muchas gracias, no sabía que se había salido ¿En qué
momento lo hizo?
—La encontré ayer en la madrugada en el pasillo, eres tan mala
madre que durmió fuera de casa y no te enteraste.
—Manu no me digas eso que me siento peor... Lo siento mi amor —
besé su cabeza sin poder soltarla, el corazón me comenzó a latir
rápido al imaginarla sola, hambrienta y asustada—, seguro se salió
cuando llegué, fue el único momento en el que abrí la puerta.
—¿Qué dirá su padre cuando se enteré?
—No me hables de él —puse a Polly en el piso para continuar con lo
que hacía—. Se suponía que iba a venir por mí a la siete treinta, me
dejó plantada de nuevo.
—¿Dónde iban a esas horas de la madrugada? Valentina me estás
preocupando.
—A dejar estas cosas en su departamento y luego a desayunar juntos,
me estoy mudando poco a poco, es menos impactante para mí que
hacerlo de una sola vez.
—¿Cuándo entregas las llaves?
—El Martes ¿Puedes creerlo? falta tan poco para que me vaya
definitivamente, esta es una de mis últimas maletas, luego vendré
por lo poco que queda, mis plantas serán lo último que me llevé, aún
no decido cuál será su sitio en mi nuevo hogar —solté un suspiro
viendo ese pequeño espacio que a mí me gustaba tanto. Me aterraba
lo que venía de una forma que no podía explicarlo.
—¿Quieres que te ayude?
—Por favor —respondí, me dejé caer sobre el sillón mientras él
levantaba del piso la valija—. Tengo que llevarla al auto, solo espera
que me cepille los dientes y bajamos.
—¿Aún tienes el auto de Santi?
—Sí, se suponía que hoy se lo llevaría, pero como siempre no se
puede planear nada con Santiago.
—Valentina ese hombre te ama, cuida de esa carcacha más de lo que
cuida a Sandra, no puedo creer que te haya dejado usarlo por tanto
tiempo.
—Ojalá me amara, seguro si lo hiciera no me dejaría plantada...
Tampoco creas que está tranquilo, siempre me ofrece otro auto,
incluso el que le asignó su papá, solo que no he aceptado, me estoy
encariñando con el carro viejo.
Escuchando la risa de mi amigo entré apresurada al baño, mientras
me cepillaba los dientes rechacé por tercera vez una llamada de
Santiago, estaba tan molesta que no me apetecía hablar con él, me
conocía de memoria sus disculpas y pretextos.
—Ya estoy lista —anuncié mientras observaba como mi amigo se
ponía de pie.
—Responde ese teléfono, no soporto escucharlo más.
—No, es Santi, debe estar furioso por un mensaje que le escribí
temprano... Ayúdame con esto por favor, no tengo mucho tiempo.
Me despedí de Polly para luego salir detrás de Manu, arrastró mi
maleta hasta el estacionamiento, mientras me contaba lo mucho que
se había divertido con Sebastián en un evento de motocicletas al que
habían asistido, subió la pesada valija en el maletero y besó mi
mejilla antes de alejarse tan sonriente como siempre.
Miraba en mi teléfono cuál era la autopista menos congestionada
para no perder tiempo en el tráfico, puse el carro en marcha con
sumo cuidado, tenía miedo de ocasionarle el más mínimo daño, había
avanzado apenas unos cuantos metros cuando entró una llamada a
mi teléfono, estuve a punto de rechazarla hasta que vi el nombre de
Sandy en la pantalla.
Tenía días sin verla porque estaba demasiado entusiasmada con sus
múltiples fiestas de despedida, recibir su llamada me resultó extraño
más no dude en responder de inmediato.
—Hola Sandy —saludé mientras disminuía la velocidad.
—Valen ¿Dónde estás? —preguntó con la voz entrecortada.
—¿Estás llorando? Voy de camino a la universidad, ¿Te pasó algo?
—No, a mí no... ¿Estás conduciendo?
—Sí... ¿Le pasó algo a Santi? —sentí mis manos ponerse heladas en
cuestión de segundos, mientras esperaba su respuesta— ¡Sandra!
—Si... Pero nada grave, no te preocupes —pidió en vano, detuve el
auto de forma repentina provocando que el conductor que venía tras
de mí se estrellara en la parte trasera de la carcacha—, Valentina
háblame.
—¿Qué le pasó? —cuestioné con la voz temblorosa.
—Conduce con cuidado y aquí hablamos, te envío la ubicación.
—Sandy no me cuelgues.
Tiré el teléfono en el asiento de copiloto, observé por el retrovisor
como se acercaba un señor robusto al auto, seguro me iba a reclamar
por mi descuido y lo tenía merecido, pero no había tiempo para eso,
aceleré ante su mirada incrédula, desesperada por llegar de una vez
con Sandra.
Esa mañana rompí varias leyes de tráfico, además de huir de la
escena de un accidente, no respeté ni un solo semáforo, llegué a la
clínica cuya dirección había enviado Sandra, en cuestión de quince
minutos, bajé del auto apresurada con el corazón latiéndome con
celeridad, le eché un vistazo a la zona donde impactó el otro carro,
tenía una pequeña abolladura que seguro haría enojar mucho a
Santiago, pero en la que no pude pensar en ese momento.
Le marqué a Sandra mientras caminaba por esos pasillos
sintiéndome perdida, el ruido de mis pasos resonaban en mi cabeza y
se mezclaban con el sonido de mi corazón latiendo desbocado,
estaban en el segundo piso, al cual llegué subiendo las escaleras de
dos en dos, miré a Sandra caminando de un lado a otro en un pasillo
corto que no estaba muy lejos, quise gritar su nombre pero mi voz no
salió, sentía que me movía con lentitud a pesar del esfuerzo que
ponía para acortar la distancia con velocidad.
—¡Valen! —exclamó Sandra al verme, salió a mi encuentro para
lanzarse a mis brazos, estaba temblando, podía percibir hasta su
respiración entrecortada—, no tardaste, te necesitaba.
Al verla así de frágil tuve que tragarme todas las emociones que me
tensaban la garganta, la estreché entre mis brazos intentando
calmarla en vano, sin soltar examiné con la vista el pasillo, Sebastián
estaba recostado sobre una pared con una actitud más
despreocupada.
—¿Qué pasó? —le pregunté cuando finalmente pude hablar.
—Se salió del camino, y chocó contra un árbol, pero dicen los
doctores que está bien, no le pasó nada grave, pero estoy muy
asustada Valen, mi papá y Sebastián no dejan de pelear, a Santi le
estaban haciendo exámenes importantes y ellos se estaban gritando
como si nada estuviera ocurriendo.
—Tranquila, todo va a estar bien —intenté sonar convincente porque
me angustiaba verla así.
Sebastián se acercó a nosotras segundos después, le ofreció un vaso
de agua a su hermana que tomó enseguida.
—Está muy alterada, a ella le avisaron y ya sabes cómo es de sensible
—explicó en voz baja cuando Sandra se alejó un poco para atender
una llamada.
—¿Qué fue exactamente lo que pasó? Santiago conduce con mucha
precaución.
—Se quedó dormido Valentina —respondió con un gesto de enojo en el
rostro—. Constanza dice que llegó a casa a las nueve de la noche, mi
papá le pidió que le diera el visto bueno a un balance que le acababan
de enviar, terminó a las dos de la mañana, salió de casa a las cinco de
para ir entrenar y camino al club se quedó dormido. Al fin Santiago le
mostró a mi papá que es un humano y no un robot.
—¿Ya pudieron verlo?
—No, mi papá está con él, no dejó que Sandy entrara a pesar de lo
alterada que estaba. La culpa lo está matando y por eso está actuando
como un buen padre.
Lo abracé buscando mi propio consuelo, me sentí mal por haberme
enojado con Santi cuando no llegó a buscarme, por haberle escrito
que estaba harta de él, por haber rechazado todas sus llamadas.
Comencé a sollozar sin poder contener el llanto, Sebastián me abrazó
con más fuerza susurrándome al oído que todo estaba bien.
—¿Sandy me estaba llamando del teléfono de Santi? —pregunté
separándome poco a poco.
—No, seguro fue mi hermano, desde que abrió los ojos preguntó por
ti y por Sandra.
Escuchar su respuesta me hizo sentir peor, busqué a Sandy con la
vista que aún hablaba por teléfono recostada a una pared, me
concentré tanto en ella que no noté que la puerta de la habitación
frente a nosotros había sido abierta. Sebas irguió su cuerpo
adoptando una postura más desafiante, Saúl salió con la mirada fija
en mí, se acercó a pasos rápidos, besó mi mejilla para luego alejarse
en busca de su hija.
—Entra Valen, él quiere verte.
Obedecí la petición de Sebastián de inmediato, caminé directo a la
puerta que empujé para abrir sin tocar antes, lo encontré con el
teléfono en la mano, sentado sobre la cama como si nada le hubiese
ocurrido, lo observé sin parpadear buscando algún golpe o rasguño,
sentí alivio al no encontrar ni una sola señal de lo que le había
ocurrido, aunque los nervios no mermaban, seguía teniendo el pulso
acelerado y esa extraña opresión en el pecho que asumí era la culpa.
—¿Cómo haces para verte siempre perfecto? —cuestioné llamando su
atención, estaba perfectamente peinado.
Alzó la vista al escucharme esbozando una sonrisa que me resultó
inquietante, dejó el teléfono sobre la mesa auxiliar al lado de la
camilla y encogió los hombros.
—Es un don —respondió en tono juguetón, estiró el brazo
ofreciéndome su mano sin quitar esa sonrisa de sus labios—, sé que
estás harta de mí, pero acércate por favor.
—No, no lo estoy —dije con la voz temblorosa.
—Valentina no llores —pidió riendo como si fuese chistoso lo que
estaba sintiendo—, no pasó nada ven acá.
—Yo no quise decirte eso, estaba muy enojada, pero sabes que no es
así, no estoy harta de ti —acepté su mano mientras limpiaba mis
lágrimas, me acerqué por completo para abrazarlo intentando
controlar la angustia que me invadía—. ¿Te sientes bien? ¿Te duele
algo? Cuando salgas de aquí te voy a encerrar en mi departamento y
te obligare a dormir por tres días seguidos.
—Estoy bien, soy listo hasta dormido, al parecer bajé la velocidad
unos cuantos metros antes de salirme del camino, ni siquiera el auto
sufrió daños.
—Es increíble como nunca dejas de ser arrogante —sostuve su rostro
entre mis manos para darle un beso que sentía necesitar—. ¿Te das
cuenta que te pusiste en peligro por tu falta de descanso? Te exiges
demasiado Santi y no digas que estás bien, estuviste inconsciente,
algo debió ocurrirte.
—No estaba inconsciente, estaba dormido con tanta profundidad que
ni el golpe me despertó. Valentina todavía tengo que lidiar con
Sandra, tranquila por favor —pidió un tanto impaciente, pasó las
manos por mi espalda una y otra vez, hasta relajarme.
—Campeón ya hablé con Gloria.
Solté a Santi al escuchar la voz áspera de Saúl, supuse que había
dejado la puerta abierta y él aprovechó la situación.
—Todo está listo, Mendoza se va encargar de todo, los asuntos más
importantes los asumirá Alicia.
—Gracias papá —respondió serio, continué dándole la espalda a Saúl
incapaz de enfrentarme con su mirada que me parecía desagradable.
—Sebastián se hará cargo de lo del consorcio, yo me comprometo a
supervisar personalmente lo de Sandra, puedes irte tranquilo, espero
que Valentina pueda acompañarte.
Ladeé el rostro y le sonreí hipócritamente, no tenía idea de lo que
hablaba, solo quería que se diera prisa por terminar y saliera de una
vez del cuarto.
—No molesto más, descansa campeón, por favor no te olvides de
llamarme.
—No molestas papá y lo sabes, prometo llamarte.
Me levanté de la cama para darle espacio de despedirse, era obvio
que habían discutido la tensión era palpable, aunque la actitud tan
extraña de Saúl no me parecía auténtica, se notaba que el viejo
estaba preocupado. Minutos después Sandy entró al lado de
Sebastián, se lanzó a los brazos de Santiago llorando desconsolada,
mientras él torcía los ojos y la abrazaba sin quitar esa expresión de
fastidio que tenía en el rostro.
—Santiago necesita descansar de verdad, deberías amarrarlo a la
cama eres la única que tiene ese poder —susurró Sebas.
—No repitas esto frente a Santiago, puede retomar la idea y
convertirla en algo retorcido.
—Valentina —dijo mi nombre riendo—, eres muy espontánea.
—Esta vez fui solo sincera, créeme tu hermano tiene el don de
sexualizar cualquier situación —río a carcajadas captando la atención
de Sandra que hablaba en voz baja abrazada a Santi—. Olvida lo que
te dije, estoy nerviosa y suelo decir un montón de tonterías.
—Sueles ser sincera que es distinto.
—¿Dónde irá Santi? Tú papá dijo puedes irte tranquilo.
—Se tomará unos días, el doctor recomendó que de verdad
descansara, así que supongo que estos días serás una especie de
enfermera.
—Tampoco repitas eso en su presencia, ya me vi con un ligero blanco
y un traje de enfermera puesto.
—-Yo que pensé que mi hermano era el sujeto más aburrido del
mundo —dijo entre risas.
—¿Cómo diablos se pueden estar riendo cuando mi hermano está en
la camilla de un hospital? —Chilló Sandra alterada.
—Princesa estoy bien —repetía Santi, pero ella nos seguía viendo con
cara de querer insultarnos, contuve la risa cuando Sebastián comenzó
a reír oculto tras mi espalda—. Tranquila.
Tuvimos que salir y dejarlos solos para que se calmara, hasta que
estaba sentada con Sebas a unos cuantos pasos del cuarto, recordé
que había chocado el preciado auto de Santiago, se lo confesé guiada
por la necesidad de desahogarme sin esperar encontrar la ayuda me
ofreció. Se iba a encargar de la carcacha ese mismo día, así le evitaba
una molestia a su hermano y un gran problema a mí.
Casi media hora después Sandra salió con los ojos llorosos y
cabizbaja, esperó paciente por Sebastián que entró a hablar con su
hermano, y luego juntos fueron a la cafetería que quedaba en el
primer piso. Cuando llegué a la habitación una enfermera joven y
risueña le tomaba la tensión arterial, mientras él hacía una llamada.
—¿Todo está bien?
—Perfecto, el doctor solo quiere que se quede unas horas más para
observación, hoy mismo podrán irse.
Santi colgó cuando estuvimos solos, me observaba fijamente
poniéndome nerviosa, tenía miedo que se diera cuenta que le estaba
ocultando algo.
—Los doctores dicen que debo descansar un poco, me tomaré unos
días.
—¡Al fin! — Exclamé sentándome a un lado de la cama.
—Regresaré al trabajo en lunes, pensé en descansar lo que queda del
día y mañana a su totalidad.
—Santi esos no son unos días... ¿No entiendes que lo que pasó fue
una señal que estás haciendo las cosas mal?
—Lo entiendo, pero no puedo tomar más tiempo, el viernes es la
última cena de despedida de Sandra, prometí acompañarte el sábado
a lo de la casa de tu abuela, el domingo terminamos al fin con la
mudanza más larga de la historia, y el jueves tengo que llevar a
Sandy a que se instale en su departamento, no hay espacio para el
descanso.
—Sí lo hay.
—Prometo que el próximo fin de semana nos vamos a la casa de
campo, o donde tú quieras, sé que tengo que tomarme unos días lejos
de todo para recargar energías.
—¿Iremos sin tu novia y sin tu amante?
—No tengo amante.
—Reformularé mi pregunta ¿Sin trabajo que atender a distancia y sin
la bicicleta?
—Serán días solo con lo que es indispensable para mí... Tú —susurró
acercando sus labios a los míos—. Y la bicicleta— agregó riendo.
—Acabas de arruinarme un momento lindo —su risa y la mía
resonaban en esas cuatros paredes, hacía el intento de atraerme
contra su pecho mientras lo empujaba con suavidad, hasta que me
rendí y dejé que sus brazos rodearan mi cuerpo. —¿Por qué me ves
así? —pregunté un poco intimidada, me miraba fijamente a solo
centímetros de distancia.
—¿Irás conmigo?
—Sabes que sí —respondí atrapada en la calidez que desprendía su
mirada—. Siempre accedo a casi todo lo que pides.
—Dame un beso.
—Claro —susurré acortando la distancia entre los dos, sonrió sobre
mis labios negando divertido al ver mi ceño fruncido.
—No te dije dónde —dijo seguido de una sonrisa maliciosa.
—Pondré el seguro de la puerta —me puse de pie rápidamente ante su
mirada expectante.
—¿De verdad? —preguntó con los ojos brillantes.
—¡No! —reí a carcajadas mientras me sentaba de nuevo.
—Tienes un pésimo sentido del humor —me empujaba de la cama
riendo mientras yo luchaba por abrazarlo.

***

Miré la fachada de la casa sintiéndome muy incómoda, tenía tiempo


evitando pisar ese sitio que estar esa noche ahí me era un tanto
difícil, ladeé el rostro para ver a Santi que sostenía la puerta
esperando que saliera de una vez del carro. Acomodé el escote de mi
vestido mientras salía, estaba deseando no toparme a Saúl, pero era
imposible que no estuviera en la cena de despedida de su hija.
—Estás muy guapa —dijo Santi mientras nos adentrábamos a uno de
los salones, sonreí sin ganas, sin molestarme en ocultar lo poco que
me gustaba estar ahí—. Lo dije en serio Valen, estás preciosa hoy.
Me adelante un par de pasos para ponerme frente a él y darle un beso
de esos que siempre me dejaban con ganas de más. —Tú estás muy
guapo también —dije después de darle otro beso fugaz.
—Lo dijiste al fin.
—Te dije que el día que menos lo esperaras.
Sonrió acelerando el paso sin soltar mi mano, acrecentar el ego de
Santi no era necesario, pero esa noche no pude callarlo, se miraba
guapísimo luciendo completamente descansado, ese día y medio que
había pasado en cama le cambió el semblante por completo. Me guiñó
el ojo sin dejar de avanzar al notar la forma en la que lo miraba, me
gustaba verlo así de relajado, había permito que yo eligiera la camisa
que llevaba puesta, me esperó con paciencia mientras me maquillaba
y me ayudó a escoger los zapatos perfectos. Santi estaba siendo
perfecto esa noche.
—Nunca había estado aquí —dije mientras barría con la mirada la
terraza.
—Estaba cerrada, hace dos años mi papá se encargó que nadie
subiera aquí... Mi mamá solía hacer las cenas especiales al aire libre,
decoraba así —dijo señalando las mesas con velas y llenas de flores, y
las pequeñas luces doradas que alumbraban desde el aire—, le
gustaba amenizar con música en vivo, aquel bar —señaló un rincón—,
fue de lo último que le agregó a este lugar.
Apreté su mano al percibir la melancolía en el tono de su voz para
luego recostar la cabeza sobre su hombro, nunca habíamos hablado a
profundidad de su madre, pero evidente que esa herida aún dolía
demasiado, por ello buscaba desesperadamente la manera de
reconfortarlo.
—Solo Sandra logró que papá aceptara hacer otra cena aquí.
—Pero no lo veo aquí —dije buscándolo con la mirada.
—Sandra quería algo intimo con amigos, mañana tendrá una cena con
papá y mis dos tíos.
—¿Mañana? Pero si
—Lo sé, no te preocupes, iremos juntos a la cena de ensayo —dijo
intentando ocultar el fastidio que le generaba todo el asunto de la
boda de mi hermana.
Ignoré su tono y lo guie hasta la mesa donde estaba Sandra, sonreía
radiante mientras conversaba con sus amigas, al vernos se lanzó a
los brazos de Santi que la envolvió con una ternura que nunca antes
había presenciado entre ellos. Me derretí cuando la llamó princesa
mientras besaba su pelo, mi novio estaba sufriendo por dejar ir a su
hermanita, aunque él no se atreviera a reconocerlo en voz alta.
Sebastián, él y yo éramos los únicos adultos en esa cena, nos
sentamos juntos para intentar animar a Sebas que estaba triste por
no poder estar acompañado de Manu en ese tipo de ocasiones, Sandy
se movía de una mesa a otra atendiendo a todos sus invitados, se
mostraba contenta, disfrutando de toda la atención que estaba
recibiendo, me impresionaba que no se cansara de tanta celebración,
su cumpleaños el mes anterior, había sido todo un gran evento, tuvo
dos fiestas, de las cuales solo asistí a una, bailó y río toda la noche
como si el mundo se fuese acabar a la mañana siguiente, y todavía
tuvo energías para seguir preparando cada una de sus fiestas de
despedida.
Cuando la charla entre Sebas y Santi se tornó aburrida, me levanté de
la mesa para admirar un poco la vista, recosté los brazos sobre los
pequeños pilares que conformaban una especie de barandal, fijando
la vista en el bonito jardín que se podía apreciar mucho mejor desde
esa altura, por un momento imaginé a Santi siendo un niño
montando su tonta bicicleta por todo ese gran espacio, era de lo que
siempre me hablaba, de lo que más recordaba de esa etapa de su
vida.
—¿Estás aburrida?
—¡Ay! —me quejé al sentir algo helado en mi espalda semi
descubierta, Santiago había apoyado una copa en mi piel.
—Toma, pero solo una, mañana tienes que comportarte como la
perfecta dama de honor que eres —dijo ofreciéndome la copa.
—Tonto.
—¿Qué haces aquí?
—Estoy aburrida —admití haciéndolo reír, se puso a mi lado fijando la
vista hacia el cielo, pensativo, melancólico— ¿No quieres que se vaya
Sandra, cierto?
—Puede ser... es decir, quiero que se enfrenté al mundo, salga de esta
burbuja en la que la mantenemos, pero siento miedo, la veo y todavía
observo a la niñita llorona que me seguía todo el día e imitaba todo lo
que hacía. Ella quiere parecer toda una mujer, pero en el fondo sigue
siendo una mocosa.
—La quieres mucho.
—La adoro, aunque te confieso —se acercó un poco más a mí y miró
hacia atrás, como para asegurarse que no estuviera cerca—, siento un
poco de alivio, me la quitaré de encima por unos años, estoy seguro
que va a volver y seguirá siendo igual de demandante.
—Estoy segura que le irá bien, es lista, dramática pero lista...
—Siento que lo último que me quedaba de mamá se va con ella —
enmudecí al escucharlo mencionar aquello, llevó la copa hasta sus
labios tomando de golpe todo el contenido de esta, lo noté tenso,
invadido por una tristeza profunda—. Sandy se parece mucho a ella,
físicamente porque mi mamá no estaba loca, Sebastián dice que la
personalidad de mi hermana viene de la familia de papá, todos son
anormales.
Me reía a carcajadas hasta que observé como tragaba con dificultad,
me acerqué un poco, con mucha cautela porque ese era terreno
desconocido para mí, no tenía idea de que decirle.
—Este mes está siendo complicado para mí, mi hermana se va, en una
semana es el segundo aniversario de la muerte de mi mamá,
Sebastián y papá se están odiando cada día un poco más.
—Me mudo contigo en un par de días —lo ayudé a enumerar
acontecimientos.
—Eso es difícil para ti, no para mí, tú eres la que tienes miedo, yo no.
—Te lo dicho muchas veces, no es miedo...Tú y yo somos muy
distintos, en algún momento vamos a tener roces.
—Tengo la firme intención de que tengamos roces todos los días —su
sonrisa me resultaba contagiante, fingí estar enojado solo para que
me estrechara entre sus brazos, se reía pegado a mi oreja mientras
yo le daba pequeños golpes en la espalda.
—Eres tan tonto, estaba hablando en serio.
—Valentina ya nos enojamos seguido, mientras sepamos arreglar
nuestras diferencias todo va a estar bien.
—Eso espero —susurré dejando un beso en su pecho, sentí como su
abrazo se volvió más intenso, me pegó tanto a su cuerpo que podía
sentir como latía su corazón casi en mi oído.
—A mi mamá le habría gustado mucho conocerte —soltó de repente,
me aferré a sus hombros percibiendo como mi pulso cambiaba su
ritmo, escuchar eso me había derretido y al mismo tiempo
entristecido terriblemente, quería calmar ese dolor que sentía, pero
no estaba segura de tener ese tipo de poder, en segundos mi garganta
se tensó y lo único que pude hacer fue suspirar una y otra vez para
dejar ir el llanto que amenazaba con desbordarse.
Los dedos de Santi estaban aferrados a mi cintura, su agarre me
hacía daño, pero comprendía lo que estaba pasando, susurró algo a
mi oído que no pude entender, y fue entonces que percibí como su
cuerpo temblaba pegado al mío. Pasé las manos por su espalda una y
otra vez hasta que suspiró más tranquilo, dejé muchos besos cortos
sobre su pecho para luego romper el abrazo poco a poco.
—Tú sabes que te quiero mucho —dije sin importar que no
respondiera nada, necesitaba que lo supiera, me vi impulsada a
abrirme de nuevo frente a él, sin darle tiempo de decir algo llevé las
manos hasta la parte trasera de su cuello para atraerlo hacia mí, le di
un beso largo y cargado de sentimientos que respondió con la misma
intensidad, con un poco de conciencia corté el beso al recordar donde
estábamos—. Deberíamos irnos a tener roces en otro lado.
Asintió soltando una risa contagiante que no fue capaz de borrar la
tristeza de sus ojos llorosos, tomé su mano y caminé arrastrándolo
hacia la mesa donde Sebas estaba siendo casi acosado, por dos
amigas de Sandra.
—¿Se van? —preguntó preocupado.
—Sí —respondió Santiago mientras recogía mi bolso de la mesa—,
vamos a tener roces en otro lado.
—¿A tener roces? —cuestionó frunciendo el ceño.
—A leer —contesté sujetando la mano que me ofrecía Santi.
Sandra palmeó un par de veces poniendo esa cara de loca que le salía
bien, sus amigas se fueron al instante y ella se sentó al lado de su
hermano.
—¿Quién se va de una fiesta para ir a leer?
—Nosotros —dijo Santi, le dio un beso a Sandra y otro en la mejilla a
su hermano.
—¿En serio?
—¡Si! —respondimos a la vez.
—Sexo, leer es sexo en el idioma de estos dos —comentó Sandra
después de darle un sorbo a su trago—. Lo aprendí después de pasar
tiempo con ellos.
Le lancé un beso a los dos antes de alejarme de la mesa guiada por la
mano de Santi, bajamos las escaleras riendo, por la cara que puso
Sebas cuando Sandra despejó su duda, antes de salir de casa nos
topamos con Constanza a la que saludamos rápidamente sin ocultar
nuestra urgencia por largarnos.
Nos tardamos quince minutos en llegar al departamento, tiempo en
el que no dejé de pensar lo feliz que me sentía por tenerlo conmigo,
lo quería tanto que tenía la absurda necesidad de gritarlo, me
regocijaba en ese amor que tanto trabajo me había costado admitir,
tomados de la mano entramos al que unos días también iba a ser mi
único hogar. La felicidad que me recorría acabó apenas la luz se
encendió.
Al ver mis cosas en esas cajas, algunos portarretratos sobre una mesa
y a mi gata recostada cómodamente en un sillón, percibí una punzada
en mi pecho sumamente extraña, mi intuición estaba ahí,
susurrándome al oído que algo estaba mal. Miré a mi alrededor sin
parpadear, contemplando el lugar donde se suponía iba a empezar
una de las mejores etapas de mi vida, mis brazos se erizaron y mi
estómago se contrajo.
—Toda tu ropa está en el closet ya, Constanza se encargó de eso,
espero no te molesté, pero se lo pedí porque estaba seguro que tú
dejarías un mes o dos, las cosas dentro de la maleta.
—Solo faltan mis libros, mis plantas y las cosas pinturas que me
regaló mi abuelo.
—Esas están en aquella caja, puedes ponerlas donde quieras.
Asentí a la vez que tomaba aire, asumí que aquella sensación
inquietante era mi temor a lo que venía, Santi sin perder mucho
tiempo se acercó a mí por completo, y me besó... ese gesto fue
suficiente para dejar ir todo miedo, toda preocupación, me enredé en
sus brazos, en esa pasión sofocante que quemaba cada vez que
estábamos así de juntos.
Esa noche en su cama, nos comimos a besos mutuamente, nos
saciamos de un placer diferente, uno tierno y arrasador que nos hizo
acabar completamente agotados y sudorosos.

***

Me odié por despertar tarde sabiendo del día tan difícil que tenía que
enfrentar, me metí a la ducha renegando por mi mala suerte e
intentando apresurarme de una buena vez, mi teléfono sonaba
aumentando la presión que sentía sobre mí, salí del baño casi
corriendo para atender la maldita llamada.
Era Valeria, quería recordarme por quinta vez que tenía que pasar
por la floristería verificando que los arreglos ya estuvieran en
camino a la casa de la abuela. Santiago entró a la habitación en el
justo momento en el que me quitaba la toalla, miró su reloj para
luego sentarse sobre la cama a observarme con total confianza.
—Dijiste que hoy no ibas a trabajar —dije ignorando su mirada, me
puse el sostén tan rápido que él alzó las cejas con sorpresa.
—Sebastián me está esperando en el centro comercial, mi papá dejó
que se encargara de algo que solo he manejado yo, debo explicarle
con calma.
—Recuerda no llegar tarde a la cena de ensayo, no me dejes sola con
ese montón de personas.
—Pensé que nos iríamos juntos —dijo sin ocultar la decepción en su
voz.
—Lo sé, pero la idiota de Vanne me envió hacer mil cosas, tengo que
ir a la floristería, luego a supervisar lo de la decoración, mi mamá
quiere que nos peine y maquille el mismo tipo, en fin... tendré un día
horrible. Seré feliz hasta que llegues y me alejes de todos.
—¿Podemos quedarnos solo poco tiempo?
—Es lo que más deseo, podemos esperar que hagan el brindis y nos
vamos —sugerí mientras me ponía perfume.
Me solté el pelo, guardé el labial rojo en mi bolso para después tomar
el vestido que colgaba de una percha, caminé rápidamente hacia la
puerta intentando recordar dónde estaban las llaves de la carcacha.
—¡Preciosa! —gritó obligándome a detenerme— Valentina ni siquiera
te despides.
Giré dispuesta a entrar a la habitación y buscarlo, pero él caminaba a
mi encuentro, me disculpé antes de besarlo mordisqueando sus labios
y ofrecerle un cálido abrazo.
—Llévate el otro auto —dijo entregándome las llaves.
Asentí de manera automática, intentando no mostrarme tan nerviosa
como me sentía, aunque Sebastián se había encargado de arreglar la
carcacha tenía miedo que notase el golpe que le había dado. Le di
otro beso y corrí hacia la salida, tenía una hora de retraso, mi mamá
estaba histérica.
Nunca había tenido tanta mala suerte como ese día, los arreglos no
estaban listos, la decoradora no respondía mis llamadas, y mi mamá
y Vannesa no dejaban de gritarme al teléfono. Saliéndome por
completo del plan inicial que tenía, busqué otra floristería que se
encargara de hacer los veinte centros de mesas que necesitaba.
Le pedí a una de las amigas de Vanne que se encargara de localizar a
la decoradora mientras compraba un sándwich para tener algo de
comida en mi estómago. Maldecí en silencio cuando comenzó a
llover, la cena de ensayo se iba a llevar a cabo al aire libre, imaginé a
mi hermana gritando, y a mi mamá culpándome por el clima, en esos
últimos días yo era la culpable de todo.
Tomé la iniciativa de trasladar yo misma los arreglos florales, no
quería arriesgarme a que no llegasen a tiempo a la fiesta, mientras
tanto mi papá me marcaba una y otra vez para saber dónde diablos
estaba, harta de todo y de todos apagué el maldito teléfono y terminé
de acomodar todo dentro del auto de Santi.
Intenté relajarme antes de llegar a la casa de mi abuela, puse música
que me animó un montón mientras conducía, disfruté de ese
momento de paz, agradeciendo tener una sola hermana, jamás quería
pasar por algo igual, era estresante cada detalle de esa boda. Mi
hermana tenía tanta buena suerte, que la lluvia se debilitó en
minutos, a medida que me acercaba a la propiedad notaba como el
camino estaba cada vez más seco, y el cielo más despejado.
La casa tenía un jardín frontal muy bonito, los autos estacionados
frente a él me privaron de esa bonita vista, bajé del carro rápido
pidiendo ayuda para poder bajar todos los arreglos.
—Tu hermana tuvo que ir a buscarte, estaba segura que nos decías
mentiras, creyó que estabas en tu departamento dormida y no
resolviendo lo de las flores.
—Es una estúpida —le comenté a mamá ignorando la mala mirada
que me ofreció. — Si me comprometí en ayudar, lo voy hacer mamá.
—Mi amor contigo nunca se sabe.
Torcí los ojos y me alejé de ella para continuar con mi labor, la
decoradora se apareció cuando yo misma me encargaba de poner
cada arreglo sobre las mesas, dijo muchas excusas mientras ponía
otros elementos de decoración por todo el espacio.
—Valen intenta llamar a tu hermana, no le responde a nadie, debe de
estar buscándote por todos lados.
Le obedecí a Valeria solo para evitar otro regaño, intenté
comunicarme con ella mientras entraba a la casa para darme una
ducha, pretendía estar lista a tiempo y ser la primera en ser peinada
y maquillada.
—No responde —grité al mismo tiempo que entraba al cuarto donde
me iba a arreglar.
—Valen ya se tardó mucho ¿Y si le pasó algo?
—Mami no seas tan pesimista, mejor comienza a prepararte que tú te
tardas más que yo.
La dejé sobre mi cama refunfuñando como siempre, decidí que iba a
relajarme, porque me lo merecía, tomé un baño largo ignorando todo
lo que pasaba allá afuera, cuando salí de la ducha pude escuchar
como mi mamá se quejaba desde los pasillos, me vestí con paciencia
entre tanto leía los mensajes del grupo familiar, Vannesa no le
respondía a nadie y no había llegado, todos estaban enojados, pero
conmigo por haber hecho que mi hermana saliera a buscarme.
—¡Mami! —grité desde la puerta del cuarto, se apareció por el pasillo
al instante con el teléfono en la mano—. Está bien, me acaba de
enviar un mensaje, dice que quiere hablar conmigo y desde ya te
advierto que, si quiere pelear, esta vez no me pienso dejar, ella se
retrasó porque quiso.
—No vas a pelear, hoy es su día... Gracias a Dios apareció —murmuró
alejándose.
Me volví encerrar para huir del estrés que se respiraba afuera, me
contemplaba en el espejo cuando tocaron la puerta, estaba segura
que era el chico que iba a peinarme, me puse los zapatos sentada
sobre la cama para poder abrir la puerta.
—¿Valen mi amor estás ahí?
Escuchar la voz de Santiago me tomó por sorpresa, corrí hacía la
puerta sintiendo que las piernas me temblaban, asumí ingenuamente
que había sido en respuesta a ese "mi amor", cuando en realidad era
mi intuición, esa que había ignorado tanto tiempo.
—¿Qué haces aquí? —pregunté sosteniendo la puerta.
Tomó mi cintura para abrazarme con fuerza, me empujó suavemente
y luego cerró con seguro, estaba con la misma ropa con la que lo
había visto esa mañana, era evidente que no había llegado para
disfrutar de la fiesta.
—Escúchame, necesito hablar contigo —sostuvo mi rostro entre sus
manos con una perceptible desesperación.
Me guio hasta la cama donde me senté muerta de miedo, comencé a
sentir náuseas cuando se inclinó frente a mí, sus ojos estaban llenos
de preocupación y de otra cosa que en ese momento no pude
identificar.
—¿Santi qué tienes?
—Quiero que me escuches con atención, que intentes entenderme
preciosa, promételo.
—¿Qué quieres que prometa? —mi voz se quebró.
—Que vas a intentar entenderme.
—Lo haré —respondí.
—¡Valentina abre la puerta! —gritó mi hermana golpeando como
histérica.
—Dame unos minutos —respondí fijándome en Santi que negaba
apretando los ojos—. Santi mírame.
—Es urgente y necesario que hable contigo— insistió Vanne.
—Está conmigo maldita sea —respondió Santi a gritos—. Yo se lo voy
a decir, lárgate de aquí.
—¿Decirme qué? —pregunté aterrada— Santiago habla.
—Valen...
—Dime —exigí.
—No puedo, no quiero perderte.
w w

A pesar de que la puerta estaba siendo tocada con insistencia, y mi


hermana gritaba desde afuera, lo único que podía escuchar con
claridad era el sonido de mi respiración forzada, tomé aire con
dificultad sin despegar la vista del hombre que tenía frente a mí.
Santiago hizo el intento fallido de hablar, mientras sus manos
buscaban las mías con una desesperación palpable, cerré los ojos al
sentir que todo se movía a mi alrededor, nunca había sido tan
consciente de las reacciones de mi cuerpo como esa tarde. El corazón
me latía desbocado, mientras mi garganta parecía cerrarse cada
segundo más, las manos me sudaban y un temor que no terminaba de
comprender, me congelaba.
—Valentina sí no abres iré por las llaves —advirtió Vannesa gritando
más fuerte.
—Santiago habla por favor —supliqué, parpadeé varias veces para
contener las lágrimas que inundaban mis ojos, la opresión en el
pecho crecía por cada segundo de silencio que transcurría—¿Qué
hiciste?
—Cometí un error —habló al fin, se incorporó para sentarse a mi
lado, con la mirada fija en el piso, y una actitud de derrota tan
atípica en él—. Me callé algo que debí haber dicho hace mucho
tiempo, pero no tenía idea de cómo hacerlo.
—Santiago dilo —exigí con los ojos cerrados, ver la culpa en su
mirada me estaba aniquilando— ¿Me engañaste? ¿Mi hermana te
descubrió y por eso está así?
La expresión en su rostro me conmocionó, la sola posibilidad de que
algo así ocurriera me tensó la garganta hasta el punto que fue
doloroso contener las lágrimas, con los brazos apoyados en las
rodillas escondió el rostro entre sus manos, huyendo como un
cobarde, de mi mirada. Me mordí el labio inferior evitando sollozar,
sintiendo que mi vida se tambaleaba ante su silencio cruel.
—No... Te oculté algo de mi pasado por miedo a lo que fuese a
suceder —tomó aire fijando al fin su mirada en la mía, sus manos se
aferraron a las mías con fuerza mientras soltaba un largo suspiro.
—Dime lo que tengas que decir.
—Hace años conocí a una amiga de Sebastián, llegó a mi vida en un
momento complicado por ello se volvió como una especie de
—¿Por qué me estás hablando de Eva? —reclamé interrumpiéndolo, la
sensación de caída al vacío comenzó a generarme más náuseas que
me estaban costando trabajo controlar— ¿Ella apareció de nuevo en
tu vida?
Asintió rehuyendo de nuevo de mis ojos llorosos, los golpes ruidosos
en la puerta me hicieron enfocarme en quién estaba tras ella, con la
respiración entrecortada miré a Santiago fijamente, quería sostener
su cara para obligarlo a verme, pero en ese justo momento su rostro
se levantó. La mirada que encontré me debilitó aún más. No me había
dado cuenta que estaba llorando hasta que las lágrimas se deslizaron
entre mis labios, llevé la mano hacia mi pecho como un acto reflejo a
mi corazón acelerado.
—Quiero que me dejes hablar, quiero explicarte todo con calma... Mi
amor no llores —pidió a la vez que apretaba mis manos.
—¡Valentina voy abrir! —la voz de mi hermana me causó escalofríos.
Me levanté de la cama dispuesta a abrir, había entendido que lo que
fuera que Santiago iba a decir tenía que ver con Vannesa, intentó
sujetar mi brazo, cosa que no permití al alejarme apresurada.
—No lo hagas, escúchame no abras la puerta sin oírme a mí.
Sujeté el picaporte con fuerza, esa sensación espantosa en mi pecho
comenzaba a extenderse por todo mi cuerpo, mi hermana seguía
golpeando la puerta con desesperación, mientras Santiago respiraba
con tanto esfuerzo que podía escucharlo a pasos de distancia.
—Habla entonces —supliqué con temor.
—Conozco a Vannesa desde hace años... Ella es Eva
Mis pensamientos, mis latidos, mi mundo entero se silenciaron en
ese instante, giré para verlo, esperando estúpidamente que estuviera
sonriendo, vengándose de mí y mi sentido del humor pésimo, me
recosté en la puerta al percatarme de sus intenciones de acercarse,
Santiago no sonreía, no era una broma, me miraba con los ojos
vidriosos, los labios apretados y una expresión de culpa que se quedó
grabada en mi mente.
—Valentina mírame —exigió, quise huir de sus manos, de esa
cercanía que había impuesto en segundos—, mírame por favor —
suplicó, su frente se apoyó sobre la mía en un acto de desesperación,
negaba sin alejarse, mientras limpiaba sin éxito las lágrimas que
recorrían mis mejillas, los sollozos se escapaban de mi garganta por
más que intentase detenerlos—. No llores, me mata que lo hagas por
mi culpa... Perdóname por no haberlo dicho antes, no sabía cómo
hacerlo, no quería esto, no quería verte llorar así.
Cubrí mis labios con mis manos, mientras inútilmente luchaba por
alejarlo de mí, sus brazos se aferraron a mi cintura dejándome sin
escapatoria, entre la debilidad, el dolor, y la falta de aire a causa del
llanto, sentía que estaba a punto de desvanecerme.
—Suéltame por favor —rogué en medio del llanto—, no me toques
más.
Caminé hacia la cama apenas liberó mi cuerpo de su control, las
rodillas me temblaban tanto que sentía que no podía sostenerme,
apoyó las manos en mis rodillas antes de inclinarse frente a mí,
insistía en limpiar mis lágrimas que no dejaban de salir, el
desconcierto que sentía solo aumentaba con su mirada, esa que me
lastimaba como nunca antes. No concebía la idea de mi hermana y
Santiago juntos, todo era tan irreal, tan lejano.
—¡Es mi hermana! —solté con rabia, rabia con ambos, conmigo, con
mi mala suerte por ponerme en esa situación— Mi hermana es tu
exnovia y nunca me lo dijiste.
—Lo iba hacer lo juro, lo iba hacer —repitió—. Pasé noches sin dormir
buscándole una solución a esto, me daba miedo perderte, no podía
simplemente decírtelo.
—¿Solución a esto? ¡Esto no tiene una maldita solución! —lo empujé
recogiendo fuerza en la ira que sentí repentinamente—. Mi hermana
es tu Eva... Vannesa y tú... ¿Por qué te acercaste a mí? ¿Por qué? ¿Por
qué te involucraste conmigo sabiendo que mi hermana y tú tienen
pasado?
—A mí no me importa ese pasado, me arrepiento mil veces de alguna
vez haber puesto mis ojos en ella, no me iba alejar de ti por ella.
—¡A mí me importa! Jamás me habría involucrado contigo. Nunca te
hubiera permitido acercarte tanto a mí. ¿No ves la gravedad en todo
esto? —mi garganta ardió por el llanto, los gritos, el dolor
contenido—. ¿Por qué Santiago?
—Cuando supe que era tu hermana quise frenar todo Valentina, ni
siquiera había empezado algo realmente entre nosotros y me fue
imposible dejar de verte, no pude poner distancia, estas cosas no se
controlan, entre nosotros todo pasó rápido, con intensidad, en poco
tiempo había demasiado de por medio, sentimientos, expectativas,
planes, no es justo acabar con todo por un tropiezo de años atrás.
—¿Tropiezo? —pregunté asqueada por todo lo que estaba pasando.
—Eso es Vannesa en mi vida, un tropiezo, que sea tu hermana es una
cruel coincidencia.
—¿Cuándo lo supiste? ¡Quiero saber toda la verdad Santiago! —mi voz
salió temblorosa por más esfuerzo que hice por contenerme, la
frustración que me causaba verlo cabizbajo, como un cobarde incapaz
de enfrentarme, solo acrecentaba el dolor.
—Me enteré el día que nos ayudaste a encontrar a Milki, la noche de
navidad, después de llevarte a tu casa regresé a la mía a buscar
información sobre ti... Antes de eso no lo imaginaba, pensé que era
una pésima coincidencia que tuvieras el mismo apellido de Nesa, ella
me dijo que era hija única, jamás iba a imaginar que también en eso
mintió —se quedó callado, viéndome fijamente, con una mueca lo
animé a seguir a pesar de que temer por todo lo que podía decir—. Yo
conocía el nombre de tus padres, escuchar a tu mamá decir que se
llama Valeria fue lo que me hizo pensar en la posibilidad que tú y
ella... pensé que eran primas, no lo sé, nunca se me cruzó por la
cabeza la idea de que fuesen hermanas.
—¡Pudiste frenar todo en ese momento! ¡Pudiste decirme la verdad!
—No pude Valentina, lo intenté... te cité temprano la mañana
siguiente con la firme intención de decirte que olvidáramos lo del
libro, quise alejarme, pero no pude, yo te vi Valen y no pensé en más
nada que lo bien que me sentía con tenerte cerca, cruzaste la puerta
de mi oficina y me quitaste todo el peso que cargaba encima. Cuando
quise hablar me sonreíste y me ofreciste un café.
—No —negué sonriendo entre lágrimas, con una amargura instalada
en mi pecho—, no quieras tomar ese camino, yo no te quité peso de
encima, tú te calentaste conmigo, pensaste con las bolas y no con la
cabeza, esa mañana acordamos tener sexo, te acababas de enterar
que era la hermana de tu exnovia y aun así insististe en propiciar
algo entre nosotros.
—Me enloqueciste en muchos sentidos lo acepto, pero no desvirtúes
lo nuestro, mi interés por ti no era solo por sexo, hay mucho más
entre nosotros y surgió rápido, la primera vez que salimos juntos
supe que eras alguien especial, te lo he dicho muchas veces Valen, yo
hice click contigo rápido, fue mutuo lo que pasó entre los dos, no
puedes negarlo.
Ambos fijamos la vista a la puerta cuando unas llaves comenzaron a
sonar, cerré los ojos al ver a mi hermana cumplir su amenaza y por
fin entrar, la actitud de Santiago cambió con la presencia de Vannesa
en esa habitación, se puso de pie adquiriendo una expresión
confrontativa, rayando en lo agresivo, parecía estar listo para lo que
viniera, como si hubiese sido capaz de intuir todo el veneno que
estaba a punto de lanzar la mejor amiga que me dio la vida.
—¿Ya lo sabe? —cerró la puerta y se plantó en medio de los dos— ¿Ya
le dijiste quién soy yo en tu vida?
—No eres nadie —escupió con rabia.
—¡Ahora dilo sin llorar! —se mofó mi hermana.
Me daba la espalda, como si no le importara lo que me estaba
pasando, cuando ladeó el rostro la pude ver sonreír, sonreía viendo
mis lágrimas, sonreía presenciando un momento dolorosísimo para
mí, en cuestión de segundos mi atención total se centró en ella, en lo
que éramos, en nuestro lazo, el llanto comenzó a emerger con más
fuerza al ser consciente que mi hermana mayor, quién debió
protegerme se calló todo.
—¡¿Por qué no me lo dijiste tú?! —la empujé al verla reír.
—¿Todavía me reclamas a mí? —soltó indignada.
—Eres a la que más le debo reclamar, eres mi hermana... Vannesa nos
cuidamos entre nosotras, ¿No recuerdas todo lo que decía mamá?
Sabías que me estaban haciendo daño y no dijiste nada.
—¡No te victimices Valentina! Pensé que ya lo sabías.
—¿Cómo se te ocurre que voy a saber algo así y seguir con Santiago
como si nada?
—¿Por qué no? Te encantaba usar mi ropa, tomabas mi maquillaje, no
miré nada fuera de lo común en que te fijaras en un tipo con el que
me involucré, siempre te gustó ir tras todo lo que tenía.
—¡No le hables así! —exigió Santiago, la tomó del brazo con
agresividad intentando alejarla de mí.
—No te metas en esto, es algo entre ella y yo... Tú tienes la culpa de
esto, ella está llorando por tu culpa no por la mía, estás tan
obsesionado conmigo que buscaste a mi hermana como consuelo,
nunca superaste mi rechazo, la usaste como segunda opción.
—¡No es así maldita víbora y lo sabes! La estás lastimando a
propósito, Te arde que lo que digas no sea verdad, ella es todo para
mí y eso te molesta más, eso es lo que te tiene así rabiando.
—Valentina es una niña Santiago, estás con ella para fastidiarme a
mí, te conozco ¿se te olvida? Eso de que es todo para mí no te lo crees
ni tú.
—No tienes idea de lo que tenemos.
Dejé de escucharlos gritar, dejé de verlos porque las lágrimas
nublaban mi visión, sentía que aquello no me estaba sucediendo a mí,
era demasiado como para poder procesarlo, los dos parecían querer
matarse con las miradas, los dos me resultaban igual de repulsivos.
Con la poca fuerza que recorría mi cuerpo, recogí mis cosas sin que
ellos se percataran de lo que hacía, Vannesa se puso frente a mí al
notar mis intenciones de marcharme de ese cuarto.
—Tu rabia dirígela sólo a él, quién te mintió fue Santiago. Nosotras
vamos a superar esto —dijo poniendo sus manos sobre mi cara.
—¡No me toques! —la empujé con tanta fuerza hacia la pared que casi
logré tirarla al piso.
—Valentina estoy embarazada —gritó al ver mi intención de irme
sobre ella.
Completamente debilitada di un paso hacia atrás, un dolor
indescriptible me recorría el cuerpo entero, respirar se hacía cada
vez más difícil por el llanto, sentía que estaba a punto de perder
totalmente el control, tomé aire antes de girar hacia la puerta, sin
dejar de sollozar avancé desesperada por salir.
—Espera, espera —decía Santiago mientras me retenía por la fuerza,
me acorralo contra la pared buscando un contacto visual que yo era
incapaz de mantener—. Quiero que entiendas que eres lo más
importante para mí, nunca quise lastimarte de esta forma, nunca
Valen —sus labios se aplastaron en mis mejillas húmedas, sus brazos
me encerraban con más fuerza—, mi amor mírame.
—Solo suéltame.
—Déjala, no quieres que la toques.
—No te metas en esto, sal de aquí... ¡Vete! —abrió la puerta con un
solo brazo, con el otro me seguía reteniendo con tanta fuerza que
comenzaba hacerme daño.
—El que sobra aquí eres tú.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó mi mamá mientras entraba al
cuarto— Valen mi amor ¿Qué tienes?
Aprovechando la confusión del momento empujé a Santiago, recogí
mi bolso del piso y salí caminando lo más rápido que mis pies me lo
permitían, escuchaba a mi mamá gritar mi nombre, podía sentir a
Santiago caminando tras de mí, pero detenerme no era opción, mis
tías y las amigas de Vannesa que estaban en el jardín donde sería la
cena, me miraban con una cara de desconcierto que no podían
ocultar.
—¡Valentina vuelve acá, no puedes irte de mí cena de ensayo! —gritó
Vannesa, minimizando los gritos de mi madre llamándome. — Eres
mi dama de honor ¿Se te olvida? —dijo cuando me detuve y giré para
enfrentarla.
Temblaba por el llanto, mientras ella me observaba serena, sin
ninguna pizca de arrepentimiento, empujó a Santiago que se había
detenido a unos pasos de mí, y se acercó por completo.
—Mis tías están viendo, contrólate Valentina, después de la cena
podemos hablar de esto, no hagas un escándalo —dijo en voz baja.
Contuve mi deseo de empujarla y alejarla de mí con violencia, y le
sonreí, con ironía, con rabia, con ganas de lastimarla como ella lo
había hecho conmigo.
—Me importa una mierda, mis tías, tus amigas, la maldita fiesta.
Me alejé de ella caminando con decisión hacia las mesas que yo
misma había decorado, abrí los brazos mientras pasaba por estas
tirando al piso los arreglos florales que me habían costado tanto
trabajo conseguir.
—¡Valentina qué haces! —mi mamá se acercó corriendo a mí, con la
intención de detenerme.
Seguí mi camino dejando atrás un caos a mi paso, dejando que la
adrenalina que recorría mi cuerpo manejase mis actos, los pasos de
Santiago cada vez se escuchaban más cerca, no tenía salida, no había
forma de irme de ahí sin enfrentarlo.
—Valentina detente, estás muy alterada para conducir.
—¿Quién dice que voy a conducir? —metí las manos en mi bolso
buscando desesperada las llaves de su carro, se deslizaron un par de
veces de mis manos antes de sacarlas al fin—. Iré por mis cosas a tu
departamento y espero no encontrarte ahí.
Lancé las llaves justo a su rostro, y le di la espalda de nuevo, no tenía
idea de a donde iba, solo caminaba con la mente en blanco y una
tormenta en mi pecho que no parecía apaciguarse, había avanzado
varios metros cuando el ruido de un motor se comenzó a sentir más
fuerte.
—Sube Valen, no puedo dejar que te vayas así, te llevaré donde
quieras, te dejaré sola, pero sube por favor.
Ignorando sus súplicas aceleré el ritmo de mis pasos, miré hacia
abajo percatándome de los zapatos que estaba usando, estaba
decidida a no detenerme, aunque mis pies se hincharan por el
esfuerzo, crucé la calle pasando frente a su auto que era conducido
casi a la misma velocidad de mis pasos, pensé en Manuel justo
cuando el llanto comenzó a salir de nuevo, estaba a punto de sacar mi
teléfono y marcarle cuando miré un auto que reconocí, aunque una
sola vez lo había visto.
Levanté el brazo haciéndole un gesto para que se detuviera, dentro
de la confusión que estaba viviendo, sentí un poco de alivio cuando el
chirrido de las llantas resonó, me acerqué desesperada hacia el auto
observando de reojo como Santiago salía del suyo.
—¿Qué te pasó? ¿Estás bien?
—Alonso sácame de aquí —pedí haciendo un gran esfuerzo porque mi
voz sonase firme.
—¡Valentina! —gritó Santiago a unos pasos de nosotros.
—¿Estás bien? Tu hermana me está esperando, en un rato comienza
la cena —respondió tomando mis manos.
—No va haber cena, solo... —el llanto impidió que continuara
hablando, Alonso tomó mi brazo para guiarme al interior de su auto,
ignorando a Santiago que exigía se detuviera—. No le hagas caso, solo
arranca por favor —pedí al verlo dudar.
Aceleró el auto como se lo pedí, sin hacer preguntas solo alejándose
del que era su destino, me recosté sobre el asiento sintiéndome
exhausta, el cúmulo de emociones dentro de mi pecho me mantenían
en un estado de confusión que resultaba agotador mentalmente.
Cerré los ojos un instante intentado controlarme, Alonso tocó mi
brazo atrayendo mi atención, lo miré parpadeando varias veces para
contener las lágrimas, jamás pensé que el tipo que más daño me
había hecho, me iba a ayudar a alejarme del que le quitó el puesto de
nocivo.
—¿Qué te pasó? —la serenidad que había en su voz me reconfortó
brevemente, había escuchado tantos gritos, insultos y llanto que esa
tranquilidad me resultó necesaria.
—Tuve una pelea con mi hermana, y con el que era mi novio —
susurré lo último con la voz entrecortada—, no creo que la cena se
lleve a cabo, pero entiendo que debas presentarte, solo llévame a mi
casa por favor.
Aparté mi vista de él y me concentré en el equipo fotográfico que
ocupaba los asientos traseros de su auto, mi momento de histeria
había arruinado la cena de Vannesa, estúpidamente a pesar de lo
herida que me sentía, una parte de mí se arrepentía de lo que había
hecho, pensaba en mi mamá que se había esforzado tanto para que
todo saliera bien esa noche.
—Si necesitas hablar, o solamente compañía cuenta conmigo por
favor... Sé que las cosas no terminaron bien entre nosotros, y tal vez
pienses que soy un desgraciado.
—Estoy segura que lo eres... pero gracias por lo que estás haciendo —
agregué mientras limpiaba mis lágrimas.
Se quedó callado al notar mi incomodidad, no estaba bien, mi mente
mi corazón todo era un caos, no quería hablar lo único que
necesitaba era refugiarme en mi cama y dormir, dormir hasta que
ese dolor que me apretaba el pecho desapareciera, llorar hasta que
Santiago se me saliera de la cabeza.
A pesar de mi estado emocional lamentable, era consciente que
Santiago estaba tras nosotros, podía ver su auto cada que vez que
posaba los ojos en los espejos del auto. No tenía fuerza para
enfrentarlo, me dolía más verlo a los ojos, que me tocara, que
intentara consolarme. Con las manos temblorosas limpié mi cara,
comencé a respirar profundo una y otra vez, hasta que las
pulsaciones de mi corazón se acompasaron.
—¿Quieres que te acompañe a tu departamento? —preguntó después
de apagar el auto, él también había notado que Santiago estaba tras
nosotros.
—No te preocupes, estaré bien, gracias por traerme. —Bajé del auto
sin mirar hacia atrás, sin esperar que respondiera algo, con la
urgencia de alejarme de Santiago que me pisaba los pasos.
No tenía claro lo que hacía, huir era estúpido e inútil, Santiago tenía
llaves de mi departamento, estaba acorralada; El elevador estaba
ocupado y esperar no era opción, caminé más rápido hasta las
escaleras escuchando los pasos de Santiago cada vez más cerca.
—Valentina... Valen —me llamó una vez más.
—Dijiste que me ibas a dejar sola, déjame en paz, no te bastó todo el
daño ¿necesitas hacerme sentir peor? —Reclamé sin dejar de
caminar, subiendo las escaleras lo más rápido que podía.
Sentí su mano sobre mi cintura y el llanto volvió a salir de forma
descontrolada, me sentí ridícula por llorar de esa forma, jamás me
había sentido tan lastimada, rodeó mi cintura con un solo brazo para
luego abrazarme por la espalda, sus labios helados se posaron sobre
mi rostro que besó una y otra vez mientras respiraba profundo.
—Mi amor no huyas, habla conmigo por favor.
Me soltó apenas comencé a removerme, puse distancia entre los dos
sin pensarlo demasiado, avancé hasta mi puerta que no podía abrir
por el estado nervioso en el que me encontraba.
—Cometí un error, jamás debí callarme lo de Vannesa, pero lo de
nosotros Valentina es más fuerte que esto. —lo escuché sin
reaccionar a sus palabras, solo observando como su brazo se apoyó
sobre el umbral de mi puerta, recordé nuestro primer beso en ese
mismo sitio, las cosquillas en mi estómago cuando volteé y lo
encontré tan cerca de mí—. No llores más por favor.
Giré y pasó exactamente lo que esperaba, lo tenía pegado a mí, frente
a frente respirando el mismo aire, inclinó el rostro buscando mis
labios que por primera vez ansiaba negarles, mi fuerza de voluntad
resquebrajada no sacó la cara por mí, lo dejé hacer, permití que su
boca se fundiera con la mía en el beso más triste que había recibido
en mi vida, me pegó tanto a su pecho que el latido de su corazón
vibraba sobre el mío, con los brazos caídos a los lados, solo le permití
que me estrujara contra su cuerpo, porque en el fondo a pesar de
todo la confusión y el dolor que me rodeaba, yo necesitaba de eso, de
su calor que me hacía sentir en casa, de sus brazos que me habían
dado tanta seguridad, de él.
—Solo vete —susurré sobre sus labios.
—No quiero dejarte así, Valen ella no significa nada, lo que haya
pasado hace años no tiene por qué afectar lo nuestro.
—¡Santiago vete! ¡Verte me hace más mal!... No quiero tenerte cerca,
vete, vete —lo empujaba con la poca fuerza que tenía en medio del
llanto.
Sujetó mis hombros con cuidado para alejarme de la puerta, cubrí mi
rostro odiando mostrarme así, escuché unas llaves y supuse que
estaba abriendo con las suyas, con delicadeza tomó mi mano para
guiarme hasta dentro, miré con tristeza mi hogar medio vacío, solo
con los muebles con los que contaba el departamento al ser rentado.
La realidad me golpeó al ser consciente que ni siquiera tenía una
casa, yo había dejado todo para mudarme con Santiago.
—Necesitas tomar agua, algún té que te tranquilice un poco.
—Necesito que te vayas, que te vayas y no vuelvas hasta que yo te lo
pida, necesito que te alejes... Santiago yo no soy plato de segunda
mesa de nadie, ni tu consuelo, ni la copia de Vannesa.
—¡Lo sé!, tu hermana te quiere hacer creer eso solo para fastidiar,
pero tú en el fondo sabes que todo lo que dijo es falso.
—No sé nada... Yo solo sé que me iba a ir a vivir con un tipo que me
miente, me lastima, ni siquiera me quieres soy tan imbécil.
—¿Cómo se te ocurre pensar que no lo hago? —gritó exaltado—. Casi
te rogué que vinieras a vivir conmigo, hemos hecho planes a largo
plazo juntos, hemos
—Eso no significa que sientas algo por mí, eso significa que estás
cómodo conmigo, nunca lo vi y siempre me lo dijiste, contigo me
siento cómodo conmigo mismo, contigo estoy bien. ¡No! ¡No hables
más! solo vete.
Manuel y Sebastián entraron a la vez a mi departamento, Santiago
había dejado la puerta abierta supuse que nuestros gritos se
escuchaban desde el pasillo, Manu corrió hacia mí al verme llorando
mientras Sebastián tomó el brazo de su hermano instándole a salir.
—Manu no me dejes sola —supliqué aferrándome a sus hombros—,
quiero que se vaya, dile que lo haga.
Podía escuchar como Sebastián luchaba por convencer a su hermano
para que saliera de mi casa, pero Santiago se negaba, estaba alterado
y buscaba la forma de acercarse por más que Manuel le pedía que
guardara la distancia, finalmente mi amigo tomó mi mano y mi bolso
y me sacó sin permitir que nos detuvieran.
—Estarás segura aquí —aseguró mientras me guiaba hasta su
habitación, me senté sobre su cama para tomarme el agua que me
ofrecía, estaba preocupado las expresiones en su rostro hablaban por
él, se inclinó para ver mi rostro y sonrió con tristeza mientras
limpiaba una lágrima solitaria—. Tienes los ojos muy hinchados,
seguro tienes horas llorando.
—Manu el libro que escribió era sobre mi hermana, sobre Vannesa.
—Valen cálmate un poco, toma más agua y después hablamos —dijo
sentándose a mi lado.

***

Abrí los ojos en medio de la oscuridad, se percibía un olor a quemado


con tanta intensidad que salté de la cama aterrorizada, quise
encender la luz, pero me di cuenta después de dos tropiezos que no
estaba en mi cuarto, a ciegas tanteé la pared hasta encontrar el
interruptor y por fin iluminar el cuarto de mi amigo.
—¿Se está quemando algo?
—El pan —respondió con el rostro mortificado—, quería hacerte un
sándwich, no has comido nada desde ayer.
—¿Qué hora es? —pregunté confusa, me miré de pies a cabeza
asustándome al encontrarme vestida con una camiseta grande con el
rostro de Homero Simpson en ella— ¿Y esto?
—Es de Sebas, te ayudé a cambiarte estabas medio muerta después
del somnífero que te tomaste.
Tomé asiento frente a la barra de la cocina, mientras los pocos
recuerdos de la noche anterior comenzaban aparecer en mi memoria,
Manu me había escuchado pacientemente, me abrazó tan fuerte que
de repente el llanto cesó, aunque el dolor seguía igual de persistente.
Recordé a Sebas entrando preocupado a la habitación de Manuel, sus
palabras de cariño, su insistencia para que comiera y las disculpas
que me pidió que no entendí su procedencia hasta que él mismo
confesó haber sabido que Nesa era mi hermana.
Mi corazón comenzó a latir más rápido solo de recordar cómo me
sentí, mi único consuelo fue que Manuel no sabía nada, si él me
hubiera ocultado algo así me habría sentido muy traicionada.
—Se que es estúpido que pregunté esto, pero ¿Te sientes mejor? —se
sentó a mi lado, ofreciéndome una taza de lo que supuse era leche
caliente—. Ayer lloraste mucho, incluso dormida.
—Me duele mucho la cabeza, siento que dormí una eternidad.
—Apenas las diez de la mañana—dijo viendo su reloj—. No dormiste
mucho, te duele por todo lo que has llorado.
—Manu me siento perdida, no sé qué hacer, debería ir hoy mismo por
mis cosas y mi gata, pero no tengo un sitio para mí, debo entregar las
llaves de mi departamento el martes.
—Espera que las cosas se calmen un poco para tomar una decisión
con respecto a lo que harás, todo está reciente, espera pensar con la
cabeza fría las cosas.
—¿De qué hablas? —cuestioné indignada, apartando su mano que
hacía caricias en mi cabello—. Santiago me engañó, me ocultó algo
que no podía callarse, mi hermana es su Eva, la del libro ¿Entiendes
eso?
—Cometió una canallada al no decírtelo, estoy de acuerdo contigo,
incluso entiendo tu postura con lo de Sebastián, aunque el pobre se
fue abatido Valen, te quiero mucho y de verdad no era él quién debía
decírtelo.
—No quiero hablar —hice el intento de ponerme de pie, pero me
mareé en el acto.
—Estás débil, no has comido nada desde hace horas, tómate la leche,
luego podemos pedir algo porque la cocina y yo no nos llevamos bien
—sonrió con esa calidez tan propia en él.
—No puedo comer nada, lo único que quiero hacer es tomar mis cosas
y poner distancia entre Santiago y yo, mi gata está con él la necesito
conmigo.
—¿No tiene arreglo de ustedes? Piensa un poco mejor las cosas, a
veces debemos aprender a perdonar a quién amamos, Santiago
estaba como un loco ayer, no quería irse, la única manera de alejarlo
de mi puerta fue decirle que estabas dormida.
—Yo no lo amo Manu.
Escuché su breve risa antes de sentir su mano sobre mi barbilla,
levanté la vista para enfrentarme con sus ojos, que yo sabía me iban
a escudriñar a profundidad. Mis ojos expresivos como Santiago los
llamaba me iban a delatar, lo sabía y por eso rehuí después de unos
segundos.
—Se aman, eso es mutuo —aseguró lleno de convicción—. Se
enamoraron Valentina y eso es más fuerte que la terrible
coincidencia que tú y tu hermana se involucraran con él en diferentes
momentos.
—Vannesa dice que Santiago miró en mí un consuelo, y ahora tengo
dudas, y ahora no hay certeza de nada, estoy aquí sintiéndome más
perdida que nunca, el día que se suponía comenzaría mi nueva vida,
hoy me iba a mudar definitivamente con él, hoy —no pude hablar
más, el llanto se atravesó en mi garganta, el dolor se instaló con
agudeza en mi pecho.
—Ella no parece tu hermana, no deberías escucharla, me tomé el
atrevimiento de decirle un par de cosas cuando se atrevió a llamar.
—¿Llamó? —pregunté asombrada.
—Sí, también tus papás, tu madre está tranquila, le dije que estabas
bien aquí conmigo, y le dije la verdad, porque tu hermana le había
dado otra versión, no me mires así Valentina ella sola me contó lo
que le había dicho la tal Vannesa.
—Está embarazada... Está embarazada y estuve a punto de golpearla
—reflexioné en voz baja.
—Valen tu reacción es la más normal del mundo, no te atormentes,
necesitas descansar, pasar un rato contigo misma, calmarte. No te
preocupes por nadie, ni por nada, llama a la editorial, pide unos días
y nos vamos donde tú quieras, a la playa, a un lago, a una cabaña en
medio de la nada.
—¿Qué dijo mi papá? —cuestioné ignorando la linda propuesta de
Manu.
—Es un hombre de pocas palabras, solo quería saber cómo estabas,
pero se escuchaba preocupado.
—Prometo que pensaré lo de los días de descanso, ahora solo me
quiero dar una ducha, llamar a mi papá y ... huir, irme a un lugar
donde Santiago no pueda buscarme, al menos por un par de días,
necesito recomponerme, me siento rota Manu.
—Llora todo lo que tengas que llorar mi Valen —susurró
abrazándome.

***

Bajé del taxi cargando el bolso con los dos únicos cambios de ropa
que tenía en mi departamento, miré la casa frente a mí y sonreí
intentando darme ánimo, lo que vivía no se percibía como la
realidad, me daba la impresión de estar en medio de un sueño, de
una pesadilla, jamás me había sentido tan desolada, tan perdida.
Mi teléfono sonó de nuevo, por quinta vez en esa tarde. Ni siquiera
miré quién llamaba, sabía que era él, recordé a Manu y su discurso
antes de dejarme salir de su departamento, tenía que enfrentar a
Santiago para que me dejara tranquila, aunque me doliera el solo
escucharle.
Deslicé el dedo por la pantalla de mi teléfono y lo llevé hasta mi oreja
sintiendo como mis latidos se aceleraron de golpe.
—Valentina —dijo después de unos segundos de silencio—. Me
respondiste.
—Solo lo hice para decirte que me dejes tranquila, Santiago no
puedo hablar en este momento, no tienes idea de todo lo que se
pasa por mi cabeza, no sabes todo lo que tengo dentro.
—Quiero saber cómo estás, dónde...
—Estaré unos días en un lugar donde me siento segura, por favor
no me llames más, no puedo apagar mi teléfono porque debo
atender cosas de trabajo, de mi parte lo habría lanzado por el
caño porque no quiero que intentes contactarme.
—No me digas esto... Aquí estás segura en tu casa, conmigo.
—¿Como te atreves después de lo que hiciste? Voy a colgarte y no
vas a llamarme, cuando deba hablar contigo yo te llamaré a ti.
—Preciosa no cuelgues —rogó apresurado—. Solo déjame saber que
estás bien, quiero saber de ti no voy a poder estar tranquilo si no
lo hago.
—Te aseguro que lejos de ti voy a estar bien —fue lo último que dije
antes de colgar.
Limpié mis lágrimas sintiéndome muy tonta, me juré a mí misma
mientras me duchaba que no iba a volver a llorar por el resto del día,
necesitaba mostrarme entera frente a mi papá, necesitaba
refugiarme en él sin mostrarle que tanto daño me habían hecho, no
quería otro problema y estaba segura que se iba a formar una grande
si mi papá se enteraba de la verdad.
La puerta se abrió antes de que tocara, me estaba esperando y eso me
hizo sentir conmovida, sin mediar palabras me lancé a abrazarlo me
mordí la lengua conteniendo el llanto, me sentía chiquita entre sus
brazos, segura y al mismo tiempo vulnerable a mostrarme sin
contención.
—Salí temprano del trabajo para estar en casa cuando vinieras. Dime
que te hicieron y a quién debo despellejar.
Solté una risa triste para después besar su mejilla, él me miró con
detenimiento, sosteniendo mis manos como lo hacía cuando era una
niña pequeña y llegaba corriendo buscando consuelo cuando lloraba,
besó mis manos y me abrazó una vez más.
—Te conozco tanto, no me dirás nada, no confías en mí. Tu mamá
solo dice que saliste como loca de la casa de tu abuela, Vannesa dice
que la lastimaste, no sé qué creer de todo esto.
—Siempre le has creído todo a ella papi, ella es tu hija perfecta —
renegué con amargura.
—No Valen, no es así... Ella ha dado menos problemas tal vez, por eso
mi relación con ella ha sido más estable, pero a las dos las quiero
igual, aunque tú te la pases enojada conmigo por meterme en tu vida,
yo te amo, sé que a veces no soy capaz de demostrarlo incluso sé que
te presiono para que salgas adelante sin estancarte. Pero todo lo he
hecho pensando en tu bien.
—Papá no quiero hablar de nada de esto, solo quiero pasar unos días
contigo, no tengo dónde quedarme y mientras busco una solución
pensé que podía quedarme contigo. A como te lo dije por teléfono
estoy pasando por algo difícil.
—¿Por qué no me habías dicho que te ibas a mudar con ese sujeto?
—Porque sabía que te ibas a molestar, supongo que mi mamá te contó
su versión de lo que pasó.
—No, solo me dijo que hay un malentendido entre tú y tu hermana
por él... Entiendo que no quieras hablar —dijo al ver como mi rostro
cambió—. Esta es tu casa, hay una habitación disponible para ti, no
haré preguntas dejaré que tú solas acudas a mí cuando quieras
hablar.
Sonreí cabizbaja recordando lo mucho que criticaba mi mamá el
hecho de que mi papá fuese un hombre reservado, entendí en ese
momento que mi forma de ser tenía mucho de ese señor que me
sonreía y me miraba con tanto cariño.
—Tendrás que avisarles a tus novias que estoy en tu casa, te imaginas
que vengan y me encuentren aquí, pensaran que las estás engañando
conmigo, creo que todas tienen mí misma edad.
Reímos a la vez como si no se sintiera una atmósfera triste
rondándonos. Me llevó hasta la habitación que tenía disponible,
había una pequeña cama al lado de una ventana y una mesa con una
silla al otro extremo de la pared, besó mi pelo antes de dejarme sola
para que intentase sentirme cómoda en ese lugar.
Quería que mi mente dejase evocar recuerdos, quería evitar pensar
en los dos, en lo que hubiéramos estado haciendo si nada hubiese
pasado, me recosté sobre la cama sintiendo el peso del dolor
extenderse por mi cuerpo, no podía sacarlo de mi cabeza, ese
domingo yo iba a estar con él desempacando mis cosas, sonriendo
juntos, haciendo más planes a futuro. Cerré los ojos sin lograr
dormir, pérdida en el limbo de lo que no fue y tal vez no sería.
No salí del cuarto hasta horas después cuando la noche ya había
llegado, mi papá insistió en que comiera algo, ignorando mis deseos
de seguir refugiada en una cama. Sirvió cereal con leche por qué no
había nada más en su alacena, me acompañó en silencio hasta que
una hora después su teléfono sonó, por lo que escuché entendí que se
iba a ver con alguien, por ello en cuanto colgó lo animé a hacerlo, no
me costó trabajo lograrlo, le prometí que iba a estar bien y lo observé
preparase entusiasmado.
Volví a la cama apenas salió de casa, sentía la urgencia de seguir
torturándome en silencio, arropada en aquel desconsuelo que me
aniquilaba lentamente, me estaba quedando dormida cuando el
timbre comenzó a sonar con insistencia, asumiendo que mi papá
había olvidado algo además de las llaves, salí de la habitación
apresurada, abrí la puerta sin preguntar quién tocaba, llevándome la
desagradable sorpresa de ver a mi hermana frente a mí.
—Sabía que ibas a estar aquí —me empujó levemente para entrar a la
casa—. Arruinaste mi cena de ensayo.
—Me has arruinado la vida desde que tengo uso de razón, supongo
que tengo derecho a cobrármelo.
Caminó hacia la sala ignorando lo que había dicho, dejó el bolso
sobre una mesa y se sentó de piernas cruzadas observándome
fijamente.
—Vete de aquí.
—No me puedes echar de casa de mi papá.
—Si puedo, porque también es mía.
—Y mía por supuesto. Viste como estamos destinadas a compartir
todo —se río con soltura sin despegarme la vista—, Valen es humor
negro.
—Lárgate tú y tu humor negros lejos de aquí, Vannesa te voy a sacar
a la fuerza si no lo haces.
—Lo que te dije ayer es cierto, estoy embarazada, ni siquiera Eduardo
lo sabe pienso decírselo el día de la boda, serás tía.
—Vete.
—Vine a decirte todo, te enojaste solo conmigo como si Santiago no
hubiera hecho algo mal.
—¡De él no tengo que esperar algo, de ti todo! —grité harta—. No
quiero alterarme, por favor vete, ya lo sé todo, créeme conozco tu
historia con él, se cómo se dieron las cosas, porque lo dejaste y como
lo rechazaste. vete, él me lo dijo todo.
—¿Te lo dijo todo? ¿También te dijo que hace dos años me buscó de
nuevo? ¿Te dijo que durmió conmigo?
—¡Mentira! Lo tuyo y lo de él acabó hace mucho, eran unos
adolescentes, el mismo Sebastián me lo contó.
—Veo que el dañado también te habló de mí, pasé meses intentando
engancharme con él y resultó niña, en fin, sabía que no ibas a
creerme. Hace dos años tuve una breve aventura con tu Santi, si no
me crees puedo darte detalles que tu debes conocer bien.
—No te voy a escuchar —tomé su brazo decidida a sacarla así fuese
arrastrándola.
—Quiero que lo sepas por mí para que después no me reclames más,
Valentina para. Es verdad Valen, te estoy diciendo la verdad— la vi a
los ojos y dejé de moverme.
La solté de golpe sintiendo que no podía respirar con normalidad, mi
hermana caminó de nuevo hacia el sillón, me miró y palmeó este
invitándome a sentarme.
—Te voy a decir toda la verdad, toda.
w w

Hice acopio de mi fuerza de voluntad para poder sentarme frente a


ella, aunque luché por mostrarme indiferente sentía que temblaba
por dentro, tenía miedo de escuchar lo que estaba a punto de salir de
su boca, me atemorizaba que todo lo que dijera resultara siendo
cierto.
—Quita esa cara Valentina, te estoy haciendo un favor deja de verme
como si quisieras golpearme.
—Quiero hacerlo, lo único que me lo impide es el bebé que esperas,
en otras circunstancias no pudiera contenerme.
Cerré los ojos por largos segundos mientras trataba de controlar mi
respiración, necesitaba manejar mis emociones que estaban a nada
de desbordarse, quería verme fuerte, aunque estuviera rota por
dentro.
—¿Te contó cómo nos conocimos? —preguntó en un tono más
conciliador, negué puesto quería escuchar que tenía por decirme—.
Gané una beca, no debes de recordarlo porque en ese tiempo estabas
demasiado ocupada repitiendo un año escolar por tus pésimas
calificaciones. En ese colegio conocí a Sebastián Sada, fue la primera
persona que se acercó a mí, todos me miraban raro, era la que
llegaba en un auto convencional y no en esas máquinas
impresionantes en las que llegaban ellos, yo no tenía membresía al
club donde iban y tampoco esos viajes asombrosos.
—¿Y si dejas tu papel de víctima y me cuentas lo que me interesa
escuchar?
—Quiero que entiendas como se dieron las cosas —respondió
altanera—. Me encantó Sebastián, me esmeré por amoldarme a él, sus
gustos, me ayudó a convertirme en alguien dentro de ese círculo,
pero resultó gay, lo descubrí abrazado de un tipo de otro salón, no
haberle dicho a nadie me hizo ganarme su confianza, y así me
convertí en una de sus grandes amigas, frecuentaba su casa, esa
impresionante casa —sonrió de forma extraña—. En una fiesta nos
presentó a su hermano mayor, Santiago Alejandro, confieso que me
gustó, tenía un no sé qué, que lo hacía interesante, era calladito y
tenía una manera de verte que... No puedo describirlo, le faltaba un
poco más de masa muscular para haberme encantado por completo y
—¡Vannesa! —dije en voz alta, harta de escucharla divagar.
—Comenzamos a salir y en la segunda cita descubrí que el tipo era un
raro, estaba traumado Valentina, tenía una crisis familiar muy fuerte
que lo dejó más retraído, idiota... extraño, ese tipo es extraño, me
aburría, pero nos fuimos acercando, recuerdo que tenía un auto rojo
descapotado en el que llegaba por mí a la escuela —se sonreía
mientras me hablaba—, no te imaginas como me miraban todas,
porque Santiago ya era un universitario, seguro pensaban que me la
pasaba genial, pero la realidad era otra, solo me buscaba para hablar
de sus problemas y yo no tenía ganas de escuchar lo mucho que le
dolía lo que estaba viviendo.
—Eres la persona más cruel que conozco, mi papá se muriera si te
escuchara hablar así.
—Tal vez sí —respondió encogiendo los hombros—, en fin, cuando me
hartó lo dejé de ver y fue cuando todo se puso más denso, comenzó a
buscarme, a rogarme, me escribió una carta declarándome su amor
¿No es tierno?
Me tragué el nudo en mi garganta al escuchar aquello, que le hablara
de amor a Vannesa me hizo sentir peor de lo que ya me sentía, pasé
meses a su lado dándole lo mejor de mí, y nunca logré algo así.
—Obviamente lo rechacé, y para que me dejara en paz le tuve que dar
una lección y hacerlo sentir mal... Pero no funcionó porque siempre
estaba buscándome, aunque él lo negara, Valentina, Santiago buscó
conquistar a mi mejor amiga para hacerme sentir mal, está
perturbado.
—¿Santiago buscó a tu mejor amiga? —pregunté sin poder creerlo.
—Sí... Pero eso no es de lo que te quiero hablar —suspiró fijando su
vista en mí, dejé de respirar por breves segundos al notar la
satisfacción que brillaba en sus ojos, mi hermana estaba disfrutando
de ese momento, se notaba en cada expresión de su rostro—. Hace
dos años la empresa en la que trabajaba realizó un evento, el
lanzamiento de un vino para el cual se hizo una super fiesta, ya sabes
la gente importante en el mundo empresarial fue invitada, y ahí nos
encontramos, Santiago llegó con el señor que lo crio, porque no es su
papá de verdad, seguro no lo sabías —dijo restándole importancia al
asunto—, apenas nos vimos nos acercamos, sabes habían pasado ya
tantos años, yo no lo recordaba así, se miraba tan. tan ¿Por qué
lloras? Quieres que pare.
Empuñé las manos tragándome el llanto, la crueldad de Vannesa
superó cualquier límite aquella noche, decidida a no darle el gusto de
verme afectada, negué. Limpié mis lágrimas con disimulo y con un
gesto la alenté a continuar.
—Supongo que la atracción seguía existiendo y por eso nos acercamos
el uno al otro, hablamos con tranquilidad como si nada hubiera
ocurrido entre los dos, una cosa llevó a la otra y terminamos en su
departamento, nos acostamos Valen, tuvimos sexo dos veces.
Apreté los labios, pero fue imposible tragarme los sollozos, al
escucharme se puso de pie rápidamente, cubrí mi rostro con ambas
manos limpiando mis lágrimas sin parar hasta que ella regresó a mi
lado, con un vaso de agua en las manos y una mirada de falsa
compasión que aumentaba mi enojo hacia ella.
—Santiago te odia —dije hipeando.
—¿Por qué crees que lo hace? Luego de esa noche salí con él dos
veces, seguía siendo el mismo tipo extraño y obviamente perdí el
interés, no me perdona que lo haya rechazado dos veces, y es ahí
cuando entras tú... Valen mírame —pidió en voz baja— sé que esto te
duele, pero es mejor que lo entiendas de una vez, te buscó para
vengarse de mí, acostarse con mi hermanita menor fue su venganza
perfecta, lo único que quiere es hacerme sentir mal, no le importa
pasar por encima de quién sea.
—No lo creo —negué sin pensarlo.
—Cuando te vi con él lo supe, se notaba que quería que yo me
enterara que estaba contigo, no te dije nada porque pensé que no era
serio, quiero decir, tú siempre sales solo un par de veces con los
tipos.
—No te creo nada, si fuese verdad, me lo hubieras dicho desde que lo
viste a mi lado ¿Por qué hasta ahora?
—¡Porque su jueguito llegó demasiado lejos! Es mejor detener esto
ahora y no más adelante cuando te duela más... Valen eres linda, si
bajas un poquito más de peso estarás perfecta, conocerás a un
hombre, a uno de tu edad, que tenga tiempo para ti y tengan los
mismos intereses.
Me recosté sobre el sillón y la dejé hablar todo lo que quiso, no podía
prestarle atención cuando intentaba analizar todo a profundidad,
aunque no confiaba en mi hermana la duda estaba sembrada, me
levanté del sillón cuando se sentó a mi lado, no soportaba tenerla
cerca no podía contener mi deseo de hacerle daño, de provocarle solo
un poco del dolor que estaba sintiendo.
—No me crees ¿cierto?
—¡No lo hago! —respondí exaltada.
—Me mostró un libro, un libro donde me escribía cosas, ya sabes...
cosas sexuales— agregó alzando una ceja—, lo inspiraba a escribir
cosas así.
El vaso que tenía en las manos se deslizó y cayó al piso, Vannesa se
inclinó a recoger los pequeños trozos de vidrios desperdigados en la
alfombra.
—¿No me digas que contigo hacía lo mismo? Es un desgraciado —
escupió con fingida indignación.
—Vannesa vete —supliqué rompiendo en llanto—. No digas nada más
y solo vete por favor.
—¿Te vas a enojar conmigo?
—¡Vete!
—¿Ahora yo soy la culpable? Debiste sospechar que Santiago escondía
algo, no eres su tipo, el desgraciado es listo Valen, con educación y
tú, a ti se te dan mejor otras cosas y
—¡Que te vayas! —la interrumpí, sonrió viéndome fijamente y ese fue
el detonante, la gota que derramó el vaso de mi tolerancia, me
acerqué a ella tan rápido que no le di oportunidad de huir, levanté la
mano y sin pensarlo la estrellé con fuerza sobre su mejilla derecha.
Di un paso hacia atrás al ver como su cuerpo se tambaleó, mi mano
estaba pintada en su cara y la rabia se reflejaba en sus ojos, me
quedé quieta cuando se abalanzó sobre mí, me empujó un par de
veces hasta que logró tirarme al piso, no reaccioné porque si lo hacía
me iba a terminar arrepintiendo, después de todo estaba esperando
un bebé que no tenía la culpa de nada de lo que estaba sucediendo.
Las dos nos quedamos en el piso solo mirándonos, tuve el absurdo
deseo de preguntarle que le había hecho para que me odiara tanto,
pero no tenía sentido, yo sabía que no había hecho nada, no entendía
la raíz de su problema conmigo, lo único que tenía claro es que no me
lo merecía, porque a pesar de todas nuestras diferencias siempre
procure su bienestar, como se suponía debían hacerlo las hermanas.
La tomé del brazo obligándola a levantarse, no crucé palabras con
ella mientras la arrastré hacia la puerta, la empujé con suavidad
hasta que estuvo fuera y cerré sin importar la forma en la que
gritaba. Sintiéndome completamente indefensa me refugié de nuevo
en la cama, sin contención dejé salir todo lo que tenía en el pecho, ni
siquiera sentía que estaba llorando, permanecía con la mirada fija en
la pared, repasando mentalmente cada cosa que viví con Santiago,
buscando sin cesar alguna señal que me hubiera alertado de que
aquello era falso.
Pero no encontré nada, la manera en la que me miraba la hallé
genuina, sus abrazos honestos, y esa manera de decirme preciosa que
me aceleraba el corazón, le salía tan real que me hacía sentir así,
preciosa. Las lágrimas que derramaba parecían no agotarse, me
quedé dormida con el rostro húmedo y el corazón lacerado.

***

Abrí la ventana sin esperar que el aire frío se colara tan rápido por la
habitación, el cielo estaba nublado todo parecía indicar que estaba a
punto de llover, contagiada por aquella atmósfera gris me recosté de
nuevo en la cama, arropándome de pies a cabeza, sentía los párpados
pesados a pesar de haber dormido casi catorce horas consecutivas,
estaba lista para dormir de nuevo cuando la puerta chirrió al ser
abierta.
—Valentina sal de la cama, no hagas que llame a Valeria.
Descubrí mi rostro para ver a mi papá, le ofrecí una de mis miradas
tiernas intentando convencerlo de no cumplir con su advertencia,
pero lo conocía mi actitud lo estaba hartando, me quitó las sábanas
con poco cuidado, para luego sujetar mis tobillos y arrastrarme por
la cama.
—Papá basta.
—Basta tú, tienes tres días encerrada en este cuarto, medio comes y
solo quieres dormir ¿Valentina no te has duchado? —preguntó cuando
me senté sobre la cama.
—¿Para qué?
—¿Cómo qué para qué? —comenzó a reír a carcajadas para luego
sentarse a mi lado, pasó el brazo por mis hombros atrayéndome con
cariño hacia él—. Valen el mundo no se acaba porque una relación
salió mal, tienes un trabajo que cuidar, además de tu tesis, tienes que
terminarla. Una vida por delante, en meses aparece otro Octavio y
listo.
—Primero tendría que comenzar la tesis —dije en voz baja.
—No bromees con eso —apretó mi hombro con fuerza hasta que
asentí—. Vanne volvió a llamarte, necesita ayuda con lo de su boda.
—Que se vaya al diablo ella y su boda.
—¿Por qué pelean? —cuestionó preocupado.
Me vi tentada a decirle la verdad, a contarle todos los detalles de esa
terrible pelea, pero asumí que no me iba a creer, que le daría el
beneficio de la duda a Vannesa y aquello me iba a lastimar más, por
eso preferí callar.
—No quiero hablar de eso, si vuelve a llamar dile que ya no estoy
aquí.
—¿Dónde puedo encontrarlo?
—¿A quién? —me removí incómoda mientras intentaba hacerme la
desentendida.
—A Santiago, sé que es dueño de un centro comercial, solo dime el
nombre.
—No papá —negué poniéndome de pie, inquietándome ante la
posibilidad que mi papá fuese a buscarlo de verdad—. No quiero
hablar de él.
—Te hizo algo y lo proteges.
—Papá no puedes estar buscando una pelea.
—¿Por qué no? ¿No me crees capaz de darle su merecido? La tendría
fácil, solo le quitaría los lentes antes de soltarle un par de golpes.
Reí sin ganas volviendo a sentarme a su lado, recosté la cabeza en su
hombro sintiéndome conmovida por su protección, suspiré cuando
besó mi pelo y me abrazó con más fuerza.
—Voy a estar bien —aseguré sin estar segura de ello, no tenía idea de
cómo salir de ese hoyo en el que me encontraba, no tenía las fuerzas
para enfrentar todo lo que me estaba tocando vivir—. Terminaré la
tesis, conseguiré grandes contratos para la editorial, te vas a sentir
muy orgulloso de mí.
—Ya lo estoy —dijo sonriente—, todavía no termino de creer que ya
terminaste al fin el último semestre.
—Iré a comer algo y luego al trabajo.
—Primero a la ducha Valentina, no puedo creer que tengas tres días
sin bañarte.
—No me he ensuciado —respondí riendo.
Soltó una carcajada de esas que tenía mucho tiempo de no escuchar
de sus labios, negó poniéndose de pie con los ojos brillantes a causa
de la risa.
—Acabo de recordarte con tres años, corriendo por toda la casa para
evitar que tu mamá te metiera a la tina, repetías lo mismo: No me he
ensuciado, era tu excusa favorita para no bañarte.
La sonrisa que permanecía en mis labios desapareció apenas cruzó la
puerta, había accedido a salir solo por él, no tenía el coraje para
retomar mi vida, me sentía perdida, sin tener una sola idea de cómo
sería todo con él fuera de mi mundo y presente en mi pecho.
La perspectiva de mi día no cambió con la larga ducha que tomé,
como lo había previsto, aunque después de salir del baño mi
estómago al fin gruñó por comida, encendí mi teléfono con mucho
temor, me había desconectado de todo y aunque quería permanecer
en ese aislamiento que me había impuesto, debía abandonarlo por
cuestiones de trabajo, cada mensaje que entraba me ponía más
nerviosa, el teléfono no dejaba de vibrar entre mis manos
aumentando la tensión que sentía.
—¡Valentina!
Salí de la habitación apresurada para llegar a la cocina donde me
esperaba papá, había adornado la mesa con unas flores coloridas,
tenía puesto un delantal y sonreía mientras le daba vueltas al
pancake que preparaba.
—¿Llamaste a tu trabajo?
—Sí, hace dos días hablé con mi jefe, no me van a despedir tranquilo
—sonreí, tomé asiento para revisar mi teléfono que seguía vibrando.
—¿Quieres jugo?
—Por favor —respondí desbloqueando la pantalla.
Ignoré todas las llamadas perdidas que eran más de las que esperé,
fui directo a los mensajes para borrar de una sola vez todos los de mi
hermana, le respondí a Manu que se mostraba preocupado por no
saber de mí, pasé por alto el resto para leer los más de cincuenta
mensajes que me había enviado Santiago. Tomé aire después de leer
los primeros, no quería llorar de nuevo menos frente a papá, los
borré por mi paz mental tragando el nudo que se formó en mi
garganta, actuando como si nada pasaba cuando papá se sentó frente
a mí.

***

Caminaba despacio por el estrecho pasillo que llevaba a recepción,


miré a Anita que parecía estar demasiado ocupada escribiendo algo
en su computadora, intenté no hacer ruido para que no se diera
cuenta de mi presencia, mi oficina estaba a unos cuantos pasos por
ello pensé que sería falso lograrlo, pero no tuve en cuenta mi mala
suerte, o más bien mi torpeza. Tropecé con una mesa donde estaban
los libros del catálogo renovado, levantó el rostro de inmediato
cambiando la expresión al verme.
—Licenciada Rincón pensé que seguía enferma.
—Hola Anita, ya estoy mejor —respondí acelerando mis pasos, no
recordaba que le había dicho exactamente a Rodrigo por eso evitaba
las preguntas de la entrometida de Ana.
—Le dejé una nota sobre su escritorio, respondí algunos de sus
correos, pero tiene llamadas pendientes con dos autores, y Martín
quería que le aprobara la última portada.
—Gracias —abrí la puerta y me encerré rápidamente, no tenía
energías para trabajar, mi cabeza estaba en otro lado, pero hubo una
pequeña luz en medio de todo mi caos cuando vi mi escritorio, luz
que se apagó al notar los cinco ramos de rosas colocados por toda mi
oficina.
Me tomó varios minutos moverme, dejé de sentirme a salvo en esos
cuatros paredes, tenía miedo que tocara la puerta en cualquier
momento, que se presentara de forma inesperada afuera del edificio
para abordarme en cuanto tuviera la oportunidad. Me senté en mi
silla ignorando los ramos que olían delicioso, el que tenía más cerca
tenía una tarjeta más grande que el resto, me resistí a leerla, la tiré a
la papelera apagando toda mi curiosidad.
Me relajé respirando una y otra vez antes de hacer las llamadas a los
dos autores que tenía pendiente, no pude responder ni una sola de
sus dudas, estaba tan distraída que comprendí que haberme
presentado a la editorial había sido un error, estaba a punto de
ponerme de pie para irme cuando la puerta se abrió, Martín asomó la
cabeza sonriente antes de entrar por completo, me mostró
entusiasmado la portada que había realizado unos días atrás, hablaba
de los colores, la tipografía y demás sin lograr captar mi atención.
Asentía a todo lo que decía y lo anotaba con letra que seguramente no
iba a poder entender después, cuando salió de mi oficina decidí
quedarme, no podía irme a esconder a casa de papá de nuevo, me
obligué a centrarme en lo que tenía que hacer, aunque tuve que parar
varias veces y darme cinco minutos para tomar fuerzas y avanzar.
Estaba concentrada leyendo una reseña acerca de la última historia
de fantasía que habíamos publicado, me generaba una emoción
extraña leer las buenas críticas hacia el autor, me costaba trabajo
reconocer que yo había encontrado a ese chico talentoso al que
llamaban toda una revelación, por breves segundos dejé a un lado el
caos que llevaba por dentro, y permití que la satisfacción que sentía
por ese pequeño logro laboral me hiciera sonreír.
Cuando salí de mi oficina quedaban pocas personas en el piso,
suspiré tranquila mientras avanzaba hacia el elevador, ocupaba mi
mente pensando en lo que iba a comer en la cafetería de abajo, tenía
hambre debía aprovechar a mi apetito que me había abandonado días
atrás, mi teléfono repicó dentro de mi bolso, al leer el nombre de mi
hermana en la pantalla lo apagué de inmediato, contemplé cambiar
mi número, Vannesa no era la única que iba a insistir en hablarme.
—¡Valentina! —cerré los ojos deseando quedarme dentro del elevador,
di un par de pasos hacia afuera asombrada por ver a Sandra casi
frente a mí— Estaba a punto de ir a buscarte.
—Sandy yo...
—Te invito a un café ¿Quieres? —preguntó acortando toda distancia
entre las dos.
Negué un poco desconcertada, buscando con la vista a Santiago,
temiendo que estuviera escondido por ahí, Sandy sonrió a la vez que
pasó la mano por mi pelo para apartarlo de mi cara, besó mi mejilla y
me ofreció un abrazo fuerte del que no pude huir.
—Vine sola, ni siquiera sabe que estoy aquí —susurró mientras me
apretujaba.
La solté despacio para luego tomar la mano que me ofrecía, con ella
nunca sabía cómo actuar, sus cambios de humor solían confundirme,
pero esa tarde había algo en la forma en la que me miraba que me
hizo sentir tranquila, entramos juntas a la cafetería que
extrañamente estaba llena.
—¿Supongo que tienes hambre?
—¿Se nota en mi cara? —intenté sonreír.
—No, lo digo porque tú siempre tienes hambre.
Las dos reímos mientras nos acomodábamos en la única mesa que
encontramos, tenía una sensación extraña en la boca del estómago,
los nervios se manifestaban en mi cuerpo con extrema facilidad. El
mesero llegó rápidamente, mientras Sandy pedía por las dos
aproveché para encender el teléfono y ponerle un mensaje a papá,
supuse que esa charla con Sandra no sería breve.
—Ayer quise hablar contigo, pero tenías el teléfono apagado.
—Me desconecté un poco, necesitaba pensar... En realidad, necesitaba
llorar tranquila, supongo que ya sabes todo lo que pasó.
—Lo sé.
—Espero que no estés aquí para convencerme de
—No —dijo de inmediato—. Solo quería saber cómo estabas, Sebas
dice que te vio muy mal, muy afectada.
—Destruida, pero viva —respondí con una sonrisa falsa—. Jamás
imaginé que la Eva de la que tanto hablamos fuese mi hermana.
—Que asco —murmuró.
—Se acostó con las dos, eso sí es asqueroso —me quedé callada
cuando el mesero nos llevó un par de sodas.
—Valen me sé de memoria el libro, no se acostó con ella nunca, y sé
que, aunque él lo niegue todo lo que escribió fue lo que vivió con ella,
cambió escenarios y nombres solamente.
—Se acostó con ella hace poco, hace dos años según Vannesa.
—Valen sé que lo que hizo Santiago fue una estupidez, pero considero
que debes darle el beneficio de la duda, tu hermana es toda una
fichita, me cae mal y ni siquiera la conozco, no puedes creer todo lo
que salga de su boca.
—Sandra, me dijo algo que —tomé aire intentando no quebrarme—,
que me hace estar casi segura que de verdad se acostó con él.
—Aun así, no puedes creerle del todo, tal vez te mintió astutamente.
—No, en eso no pudo mentirme.
—Valentina pudo mentirte en todo, ¿Sabes que puedes descubrir
cómo la tiene un sujeto viendo algunos detalles del rostro? Seguro
vio las cejas tupidas de mi hermano y dedujo que la tenía grande.
—¡Sandra! —escupí la soda riendo— ¿De dónde sacas esas cosas? —
apoyé la cabeza en la mesa para reírme a mi antojo, agradecí que no
fuese solamente dramática, su lado ocurrente era único.
—De internet —respondió encogiendo los hombros—. Y lo comprobé
con Adrián el chico de la fiesta, hemos estado hablando, hace unos
días fuimos al cine juntos.
—¿Y cómo lo comprobaste? —cuestioné curiosa.
—No puedes contarle esto a nadie.
—Lo prometo.
—Cuando me llevó a casa, nos besamos dentro de su auto, ya sabes el
tipo es mano larga, así que yo también lo toqué, metí la mano dentro
de su pantalón y me llevé una decepción —soltó una carcajada tan
fuerte que logró contagiarme—. Recordé lo que había leído, y en
efecto Adrián tiene las cejas muy delgadas, en cambio Fer —suspiró
hablando del tóxico de nuevo—. Las tiene pobladas y también tiene
aquello grande.
Tuve que cubrir mis labios para dejar de reír forma escandalosa, el
mesero nos miró de forma extraña cuando llegó a la mesa con las
hamburguesas dobles y las ensaladas dietéticas que habíamos
ordenado, Sandy tenía los ojos llorosos por tanto reír, mientras yo
sostenía mi estómago.
—Hablando completamente en serio, creo que deberías preguntarle
esto a Santiago directamente, después de lo que pasó no creo que te
vuelva a mentir.
—No quiero verlo —dije adquiriendo una actitud seria de forma
brusca.
—Tienes que hacerlo, tus cosas están en tu departamento, Manu se
las pidió a mi hermano, pero él dijo que solo te las entregaba a ti.
—Es un idiota egoísta, no quiero verlo, me siento mal solo de
pensarlo y me quiere hacer pasar por eso.
—Tal vez está desesperado porque lo oigas. Te diré algo que tienes
que tomar en cuenta que viniendo de mí debes tomarlo en serio.
—Habla —pedí antes de darle un enorme mordisco a mi
hamburguesa.
—Si que tenías hambre —sonrió—. Nunca antes se había tomado algo
tan en serio como lo de ustedes, no creo que estuviera jugando
contigo, mintió Valen, entiendo que estés enojada, yo estaría furiosa
no me quiero poner en tu lugar... Pero, que lo que pasó no borré todo
lo que vivieron juntos, te quiere mucho.
—Nunca me lo dijo —susurré sintiendo como una lágrima rodaba por
mi rostro—. Jamás, ni siquiera respondía cuando yo le decía te
quiero.
—¿En serio?
—Sí —respondí, le di un largo trago a mi soda para tragarme el llanto.
—A mí siempre me decía que no peleara contigo porque te quería
mucho, juro que me lo dijo muchas veces.
—Ya no sé qué pensar —me sentí cansada de todo, de mis problemas,
de quererlo, de las dudas—. Solo quiero ir por mis cosas, por Polly y
poner distancia entre los dos. Siento que todos estos meses fueron
una mentira, pensé que tenía todo en orden, una relación fuerte y
bonita, un trabajo que me gustaba, un
—Valen para —me interrumpió—, terminaste tu plan de estudios, solo
tienes pendiente la tesis, tu trabajo es genial, estás cumpliendo
sueños, descubriendo talento que estaba oculto por ahí y nadie se
animaba a mirar, todos los amigos que hice escribiendo quieren que
Águila los firme, y es por ti... En cuanto a tu relación, no sé qué
decirte, entiendo que estás pasando por algo duro, pero no todo está
perdido.
—Para mí lo está.
—Habla con Santi, escucha lo que tenga por decirte y, sobre todo, no
creas en lo que te dice tu hermana. Me alegra mucho verte bien
dentro de lo que cabe, te imaginé peor.
—Estoy destruida de verdad —dije en voz baja—. Yo estoy muy
enamorada de Santiago, me va a costar mucho trabajo olvidarlo.
—Me gustaría que todo fuera distinto —tomó mi mano de forma
repentina, mientras sonreía con calidez—. Prefiero a mi hermano
eternamente soltero, pero como sé que es posible, me gustaría que
estuviera contigo, Constanza dice que lo rejuveneciste, sonreía más,
trabajaba menos, estaba contento Valen.
—Estaba mintiendo todo el tiempo.
—Seguramente por miedo, no quiero justificarlo, pero debió haber
sido muy difícil esto para él, no imagino lo que vivió por callarse algo
así.
—Ya no quiero hablar de esto.
—Está bien, pero... Solo considera darle una oportunidad de hablar.

***

Extrañaba a Polly, jamás pensé que iba a necesitar de mi gata arisca


maullando cerca de mí, miraba sus fotos asombrándome por lo
mucho que había crecido, recordé la noche que Santiago la llevó a mi
departamento, empapada y tan pequeña que tuve miedo de no poder
cuidarla bien, solté un suspiro sosteniendo el teléfono con un poco
más de fuerza, cada vez que me sentía débil intentaba controlar mi
respiración para suprimir emociones.
—¿Valen?
—Estoy aquí —respondí a gritos, no me moví del sillón, continué
recostada en la misma posición sintiéndome extraña, quería estar en
mi casa.
—Pensé que no te encontraría en casa —saludó besando mi frente
para luego sentarse frente a mí—. Tu mamá me llamó hoy ¿Es cierto
que vuelves a tu departamento?
—¿Cómo se entera de todos mis pasos? —cuestioné irritada.
—Dice que tú misma le dijiste.
—Le dije que me iba de tu casa solamente, tengo una semana aquí y
no quiero seguir incomodando.
—No lo haces hija, esta es tu casa.
—Me conoce tan bien que asumió que iría a mi departamento —pensé
en voz alta, me arrepentí de haberle respondido sus llamadas, Valeria
era una especie de adivina.
—¿Me escuchaste? No incomodas, no te vayas.
—Gracias papá, pero es lo mejor para mí. Hablé con mi casera, fue
incómodo, pero accedió a renovar el contrato... De hecho, te estaba
esperando para poder irme, quedé de verme con ella en un rato.
—¿Sí?
—Sí... Debo poner en orden mi vida de una vez, recargue energías
contigo, ya es hora de volar.
—¿En serio te vas ya? —preguntó al ver que me puse de pie.
—Sí.
—No puedes irte hasta que no dejes en orden ese cuarto, parece que
pasó un ciclón por él.
—Exageras —dije riendo.
Le había mentido tanto a papá que verlo a la cara se me hizo
imposible, besé su mejilla antes de correr hasta la habitación donde
había llorado tanto, encargarme de dejar todo en su sitio era la
excusa perfecta para intentar controlar el cúmulo de sentimientos
aglomerados en mi pecho, tenía dudas por lo que estaba a punto de
hacer, pero a la vez ansias por tener aquella conversación de la que
había estado huyendo tanto2.
Recogí las almohadas que estaban sobre el piso, ignorando mi
teléfono que vibraba sobre la mesa de noche, tendí la cama con
cuidado, para luego recoger las botellas de agua vacías que dejé sobre
el piso, me senté sobre la cama cuando regresé de la cocina, miré mi
teléfono y percibiendo esas cosquillas en la garganta lo desbloqueé.
Ya estoy en casa ¿Quieres que vaya por ti?
Tiré el teléfono sobre el colchón de forma apresurada, mi corazón
latía rápido y mis manos temblaban ligeramente. Después de mi
charla con Sandra había decidido enfrentar a Santiago, dos días atrás
en plena madrugada le escribí un mensaje para acordar vernos lo
más pronto posible, para mi sorpresa me respondió de inmediato,
estaba fuera de la ciudad por trabajo así que nuestro encuentro tuvo
que esperar solo un poco más.
Aunque tuve dos días completos para procesarlo los nervios no me
dejaban tranquila, a medida que se acercaba la hora que pactamos
para vernos sentía que mis emociones se descontrolaban, evitando
pensar mucho en el asunto seguí recogiendo mis cosas, solo tenía dos
cambios que los había combinado para que no se notase que estaba
usando lo mismo, no quería que Santiago me viera a como estaba,
planeé primero ir a mi departamento, recordé que en el clóset se
habían quedado un par de vestidos casuales que combinaban perfecto
con el único par de zapatos que tenía conmigo.
—¿Te vas? —preguntó papá que me miraba desde la mesa de la
cocina.
—Voy a pedir un taxi.
—Olvídalo, yo te llevo.
Disfruté mucho de su compañía mientras me llevaba a mi edificio,
riendo por sus constantes chistes dejé de pensar un poco en cómo se
iba a desarrollar esa charla que me ponía arrítmica. Le agradecí con
un fuerte abrazo todo lo que hizo por mí en esos días, bajé rápido del
auto sonriendo con falsedad para no preocuparlo más, antes de
entrar a mi departamento respiré profundo, esperando que no me
afectara ver el lugar vacío y sin Polly.
Sin perder tiempo pedí un taxi mientras me cambiaba apresurada,
necesitaba calmar esa sensación de caída al vacío que ocasionaba la
expectativa de verlo, aunque no estaba para nada preparada para
hablar con él sentía la urgencia por hacerlo.
Me solté el pelo en el elevador, la tarde estaba fría parecía que estaba
a punto de llover, froté mis brazos al salir del edificio los nervios o el
clima me tenían casi tiritando, avancé hasta el taxi que esperaba por
mí desde minutos atrás, le sonreí al chofer para luego darle esa
dirección que quería olvidar.
Para mi mala suerte el camino estaba despejado, en menos de lo que
esperé el taxi se estaba deteniendo frente a ese edificio en el que
hasta unos días atrás pensaba vivir, el conductor me vio fijamente
para luego señalar la puerta, debía salir, pero el temor me congeló
por breves segundos, me disculpé y le sonreí mientras me bajé con
lentitud.
Percibí una debilidad extraña en las rodillas cuando dio un par de
pasos para adentrarme al edificio, los nervios me atacaron
agresivamente, las náuseas se hicieron presente al igual que el
entumecimiento en la lengua, tuve que detenerme en medio del
vestíbulo porque sentí que no podía avanzar más, dudé tanto de
seguir mi camino, quería ser fuerte pero no encontraba la forma de
reunir valor y verlo a la cara.
Froté mis manos heladas antes de presionar los botones del elevador,
las cosquillas en mi estómago se extendieron por todo mi cuerpo, me
movía por inercia mientras mi mente debatía si estaba haciendo lo
correcto. Toqué la puerta con los nudillos sintiendo mi pulso
acelerado, cerré los ojos cuando abrió la puerta, no me dio tiempo de
procesar nada, Santiago me estrechó entre sus brazos con tanta
fuerza que me costó trabajo respirar.
El olor de su perfume seguía teniendo el mismo efecto, adormecía mi
sentido común, me embriagaba de esa atracción desmedida que mi
cuerpo sentía por el suyo, lo rodeé con mis brazos sintiendo como
temblamos a la vez, apoyé el oído en su pecho para escuchar su
corazón latiendo casi tan rápido como el mío, me negaba a creer que
estábamos viviendo lo mismo, que a él le dolía tanto como a mí estar
entre sus brazos después de lo dañado que estaba lo nuestro.
—Tardaste tanto, tenía miedo que no vinieras —susurró entre besos
cortos que dejó en mi pelo.
Polly comenzó a maullar capturando la atención de ambos, Santiago
me soltó para tomarla entre los brazos, incapaz de verlo a los ojos me
centré en su pecho, en lo poco que quedaba expuesto a través del
cuello de la camisa azul que usaba, mi gata se miraba tan cómoda
ahí... se la quité de los brazos de forma brusca, estaba decidida a
llevarla conmigo.
—¿Quieres algo de tomar?
—No —respondí con voz débil, le di la espalda de inmediato para
encaminarme hacia la habitación— ¿Dónde están mis cosas?
—Valen espera... Pensé que querías hablar —puso una mano en mi
hombro deteniendo cualquier intento de avance de mi cuerpo.
—Si, pero antes quiero sacar mis cosas.
—Escúchame por favor, tal vez puedas pensar con más calma las
cosas y
—¿Y me quedé aquí contigo? —giré para enfrentarlo, quería verlo a
los ojos, necesité hacerlo en ese momento.
—¿Sería muy estúpido de mi parte desearlo? Sé que lo que pasó fue
algo muy fuerte, pero todo se puede arreglar, hay solución para todo,
vamos a terapia de parejas, busquemos una solución.
—¿Terapia de parejas? —reí con ironía alejándome de él, me
encaminé de nuevo hacia la sala sintiendo como el enojo desplazaba
la tristeza que sentía— ¿En serio crees que un terapeuta puede
arreglar el hecho de que te acostaste con mi hermana y también te lo
callaste? Hay cosas que no tienen solución, lo de nosotros es una de
esas.
—¡No me acosté con tu hermana! Vannesa era una niña nunca
llegamos a tanto —dijo con mucha seguridad—. Valentina mírame a
los ojos.
—¡No! Es muy enfermo lo que hiciste ¿Era una especie de fantasía
retorcida cogerte a dos hermanas?
—¡No! ¿Valentina de dónde sacas eso?
—¡Crees que Vannesa no me iba a contar nada! Está disfrutando esto,
no sé iba a callar nada.
—Te mintió.
—Hace dos años se encontraron en un evento, se fueron juntos, la
trajiste aquí.
—¡No! Juro que no fue así, mírame —sujetó mi rostro entre sus manos
obligándome a clavar la mirada en la suya—. Te mintió, tú crees que
después de todo lo que pasó yo me iba a acercar a ella, tu hermana
me da asco y lo sabes.
—Supongo que querías quitarte el mal sabor de la boca, a ti no te
gusta perder nunca, y acostarte con ella es una especie de victoria
tardía.
—No, no, no... Es cierto que nos encontramos, hablamos ella se
acercó con otras intenciones, me invitó a su departamento y le dije
que no, su mejor amiga estaba con ella y sabe lo que pasó. La buscaré
para que hable contigo si no me crees a mí.
—¿Por qué me iba a mentir Vannesa? —grité enojada.
—Porque te tiene envidia Valentina, no te das cuenta que tu hermana
es un ser mezquino y egoísta, no soporta que te esté yendo bien a ti,
te ataca porque se siente menos que tú. ¿No te das cuenta cómo te ha
dañado siempre? Eres lista y dudas de tus capacidades porque toda la
vida ella ha dicho que no eres tan inteligente como ella, tú misma me
lo has contado, eres tan bonita Valentina y te muestras insegura con
cada comentario mal intencionado que lanza esa víbora.
—No mezcles las cosas —pedí afectada por lo que decía.
Lo aparté de mi lado para sentarme en el sillón donde siempre
leíamos juntos y terminábamos desnudos.
—Esa noche solo hablamos, ella estaba un poco pasada de copas, me
pidió perdón por lo desagradable que fue la última vez que nos
vimos, esa noche mi papá me presentó como el nuevo socio de su
consorcio de empresas, ella no se acercó a mí así por así, tu hermana
es una interesada, calculadora de lo peor.
—A esa interesada de lo peor le escribías cosas como las que me
escribiste a mí, no niegues que te acostaste con ella.
Se levantó del sillón donde se había sentido minutos atrás, lo observé
alejarse apresurado, entró a su cuarto de donde salió segundos
después, extendía su agenda hacia mí mientras me miraba fijamente.
—Vannesa tenía esto —dijo señalando el cuaderno de pasta negra—, lo
dejé en tu departamento, el día de la cena de ensayo me lo tiró en la
cara, evidentemente lo leyó e inventó que alguna vez le escribí algo
así con ella.
—No tiene sentido, no hay manera que ella tuviera tu agenda.
—Entró a tu departamento Valen y la tomó, no te ciegues a esto, ella
es capaz de mentir así, mira como arrugó las páginas, estaba furiosa,
me gritó histérica que no nos íbamos a ir a vivir juntos, que se iba a
encargar de eso. Está celosa ¿No lo ves?
—¿Celosa?
—Muerta de envidia... Mientras me insultaba una y otra vez me
preguntó por qué tú y no ella.
—Ella no te quiere, no tiene por qué estar celosa.
—No, pero tú a mí sí, y eso es suficiente motivo para actuar así, date
cuenta, abre los ojos mira lo que es tu hermana realmente.
Cubrí mi rostro con ambas manos orillada por la desesperación que
sentía, Santiago tenía razón, pero tampoco podía confiar del todo en
él. solté un sollozo al percibir sus manos sobre mis brazos, insistía en
verme a los ojos cuando lo único que quería hacer era esconderme de
todo lo que estaba pasando.
—Nunca tuve un contacto así con ella, jamás, ni hace años ni hace
poco.
—¿Soy una venganza? ¿Te involucraste conmigo para hacerla sentir
mal a ella?
—¡No! ¿Por qué crees eso? Valen no dudes de todo lo que tenemos, no
le creas a ella, lo único que quiere es esto, que tú llores, que yo no
esté contigo.
—¿Entonces por qué fue todo esto, por qué seguiste con una relación
la hermana de la tipa que tanto mal te hizo antes? —pregunté al
borde del llanto, por más que quería contenerme no lo lograba.
—Me enamoré de ti, no me importa de quién seas hermana, no me
importa más nada que tú, dejé de pensar en todo y me centré en lo
que teníamos.
—No sé qué creer —confesé limpiando mis lágrimas—. Tú querías a
mi hermana.
—A esa edad y viviendo las circunstancias que vivía no tenía idea de
lo que era querer. El libro lo escribí en un ataque de rabia hace
muchos años, ni siquiera la recordaría de no ser por Sandy que lo
publicó. Te juro que todo es solo una horrible coincidencia.
Se sentó a mi lado haciéndome sentir débil, quería abrazarlo y al
mismo tiempo golpearlo por mentirme, apartó mi pelo que caía por
mi hombro y escondió su rostro en mi cuello, tenerlo cerca dolía y al
mismo tiempo me reconfortaba, sintiéndome la más estúpida lo
abracé en silencio acariciando su pelo mientras él suspiraba pegado a
mí.
—Esto no es comodidad, te juro que te quiero conmigo y no es por
comodidad, te necesito, nunca te lo he dicho directamente, pero he
intentado demostrarlo, yo te
—No lo digas —lo interrumpí alejándolo de mí—. No digas que me
quieres solo para retenerme, tuviste la oportunidad de hacerlo antes
y ni siquiera me respondías un gracias todas las veces que yo te lo
dije.
—Sabía que cuando descubrieras todo ibas a dudar de mi en todos los
sentidos, no quería que lo que siento por ti estuviera en tela de
juicio. No necesito decirte algo así para retenerte, tú sabes que
—¡Yo no sé nada Santiago! —grité harta—. Iré por mis cosas, me llevo
a Polly de una vez.
—Espera Valentina —sostuvo mis manos evitando que me moviera—.
No te vayas, haré todo lo que pueda por arreglar nuestros problemas,
que nuestros planes no cambien por nadie.
—Cambiaron por ti —respondí mirándolo— Tú me llevaste a esto, no
confío en ti, una relación así simplemente no funciona, no hay
manera de arreglarlo.
—Si hay manera, vamos a necesitar tiempo, pero saldremos de esto.
—Lo que necesito es alejarme, verte me duele mucho.
Sin cruzar palabras me acercó bruscamente a él que permanecía
sentado, se aferró a mi cintura apresándome entre sus brazos, me
esforcé por no corresponder a aquel gesto que se sentía tan
necesario, pero mi fuerza de voluntad falló una vez más, lo rodeé con
los brazos con timidez, acariciando su pelo mientras las lágrimas que
no pude contener salían de mis ojos sin cesar.
Permanecimos así por largos minutos, en una calma extraña en
medio de la tormenta que vivíamos, levantó la vista y me sonrió con
la mirada llena de una profunda tristeza, tomando mi mano me instó
a sentarme con él, se recostó sobre el sillón por completo
atrayéndome para que apoyara la cabeza en su pecho. Cedi, cedi a ese
amor que insistía en doblegarme, cerré los ojos al sentirlo así de
cerca, comencé a extrañarlo, aunque estuviera entre sus brazos, él en
cambio suspiraba sin dejar de estrecharme con aquella desesperación
palpable, me daba la impresión que quería fundirme en él, la fuerza
de su agarre comenzaba a lastimarme.
Levanté el rostro y me encontré con el suyo a escasos centímetros del
mío, su vista estaba fija en mis labios que temblaban por el llanto,
negué y él asintió tragando con dificultad.
—Aunque te bese me voy a ir.
—Lo sé —respondió con voz firme—. Pero lo necesito, aunque no lo
merezca.
Sin pensarlo y a pesar de la rabia que sentía hacia él, lo besé con la
misma necesidad de siempre, sintiéndolo en cada parte de mi cuerpo
necesitándolo con más intensidad, un beso largo y tortuoso que sabía
a melancolía anticipada, a amor de verdad.
—Quédate, aunque sea solo esta noche, no te vayas por favor, hoy no.
Asentí en silencio mientras lo contemplaba, grabándome cada detalle
de su rostro abatido.
—Gracias mi amor —susurró antes de besarme de nuevo.
w w

—¿Tienes frío? —Santi rompió aquel silencio triste en el que


estábamos sumergidos, negué sin levantar la cabeza de su pecho, el
cansancio emocional me mantenía inmóvil—. Estás helada por eso lo
pregunto.
—No quiero hablar —dije en un tono apenas audible, escondí el rostro
en su cuello, cerrando los ojos, absorbiendo ese olor que iba a
extrañar tanto.
Era tan contradictorio lo que sentía al estar entre sus brazos, no
quería irme, pero tenía la necesidad de hacerlo, moría por escuchar
un te quiero de sus labios, pero estaba convencida que lo iba a odiar
si lo decía, la confusión que habitaba en mí era tan grande como el
dolor que me habían provocado él y mi hermana.
Soltó un largo suspiro a la vez que frotaba mis brazos, sentía
adormecido la mitad del cuerpo por la posición en la que estábamos,
pero me resultó imposible moverme, estaba siendo masoquista al
ceder a ese deseo irracional por sentirlo cerca. Clavé la vista en la
puerta de la terraza abierta, el cielo relampagueaba mientras el aire
helado se colaba dentro de todo el departamento, el sonido
estruendoso de un trueno provocó que Santiago se removiera, intenté
levantarme, pero sus brazos me sujetaron usando mucha fuerza.
—Las últimas veinte páginas de mi agenda están llenas de cosas que
he escrito por ti, no quiero que te vayas de aquí sin leerlas.
—Creo que me iré ya mismo —recogí toda mi fuerza voluntad para
romper aquel contacto sin sentido, aparté sus manos cuando quise
sujetarme notando como las expresiones de su rostro cambiaba.
—No, no te vayas, dijiste que te quedarías esta noche.
—También dije que no quería hablar, no quiero que intentes
convencerme de nada, mi decisión está tomada ¿No entiendes que
esto es doloroso para mí? Quiero creerte, pero no puedo, quiero
perdonar tu silencio, pero tampoco me resulta posible.
—Lo único que estoy intentando es que, aunque esto acabe, no haya
duda alguna de lo que fue. No quiero que se distorsione la naturaleza
de nuestra relación, fue sincero lo que surgió entre los dos, no
pongas en duda eso.
—Ese es el problema, dudo de todo lo nuestro, no sé si te acercaste a
mí por ser hermana de ella, o porque de verdad te interesé yo, y ni
mil páginas llenas de palabras bonitas van a acabar con mi
desconfianza. No quiero leer nada Santiago.
—¿Qué hago Valentina? ¿Qué tengo que hacer para que
—Esto no tiene arreglo —lo interrumpí—. Pensé que ya te había
quedado claro.
Negó permitiendo que pusiera un poco de distancia, distancia que en
ese momento sentía necesaria, me senté en otro sillón solo
observando cómo se ponía de pie, caminó de un lado a otro en un
pequeño espacio mostrándose contrariado.
—No quiero que me odies, o que me recuerdes como algo terrible.
—No podría odiarte Santiago, no se odia a quién se quiere tanto —
confesé con amargura—, no obstante, no recordarte como algo
terrible será muy difícil... Esto no es bueno para ninguno de los dos
—me puse de pie dispuesta a irme a ver como reaccionó ante mis
palabras.
—No te vayas por favor, Valen no lo hagas. Te estoy pidiendo una
noche solamente, por los buenos momentos quédate.
—No tiene sentido —susurré sintiendo que estaba a punto de perder
la compostura.
—Nada de lo que está pasando lo tiene, tú y yo deberíamos estar aquí
en otras circunstancias, adaptándonos a nuestros primeros días
juntos, planeando el fin de semana del que habíamos hablado, tú
estarías celosa de mi trabajo y yo debería estar tratando de hacerte
ver que no hay competencia, que tú vas primero siempre.
—No te hagas el lindo conmigo —pedí entre lágrimas.
—Sabes que lo soy, no me hago... Ven —me ofrecía su mano, esa mano
que nunca dude en tomar, estaba temblando y no era el maldito frío
que se sentía esa noche triste, temblaba ante esa despedida, porque
eso era todo, una despedida.
Sonrió con alivio presionando mi mano que estaba sobre la suya, me
perdí en su mirada buscando en ella algo de certeza sin tener éxito
alguno, me dolía verlo e imaginarlo con Vannesa.
—No pienses en eso —dijo como si fuese capaz de leer mi mente—.
Tus ojos expresivos te están delatando.
Sintiéndome muy estúpida lo abracé con todas mis fuerzas, respiraba
rápido a causa del momento tan intenso que estaba atravesando, la
fragilidad que mostraba era un reflejo de mi interior abatido, jamás
había experimentado un dolor como ese.
—¿Te la recordaba?
—¡Jamás! Tú no tienes comparación con nadie. Valentina lo de Nesa
fue una estupidez, una cosa que olvidé dos días después que terminó.
No quiero que creas las muchas mentiras que dice ella.
—¿Tienes hambre? —pregunté cambiando el tema sin nada de tacto,
soltó una risa ronca a la vez que me liberaba de la presión de sus
brazos.
—Tú y tu poca habilidad social —río mientras negaba—. No sé qué voy
hacer mañana que te vayas, tengo programada mi vida entera, tú te
apareciste y dejé de hacer planes, luego comencé a incluirte en ellos,
ahora te vas y no tengo una puta idea de lo que viene.
—Seguro estarás bien.
Le di la espalda completamente afectada por lo que acababa de decir,
mi vista se quedó fija en esa puerta abierta, la lluvia caía con fuerza
llenando la noche de una nostalgia y tristeza que no podía manejar,
atraída por la vista que me ofrecía el cielo lluvioso caminé despacio
hasta detenerme en el umbral de la puerta, percibía todo tan
diferente, las noches frías con él solían ser la excusa perfecta para
meternos a la cama antes de tiempo.
Escuché sus pasos y contuve el aliento al asumir que se acercaría a
mí, pero en lugar de eso se dejó caer en el sillón reclinable en el que
solía dormir cortas siestas mientras fingía leer un libro, lo miré por
encima del hombro sintiendo como el corazón se me aceleraba
cuando sonrió.
—Aquí alcanzamos los dos —dijo con voz ronca, asentí para después
cerrar la puerta y arrastrar los pies hacia él.
Me acomodé a su lado, dejándome arropar por sus brazos cálidos,
respiré profundo apretando los labios para no decir alguna tontería,
de esas que salían de mi boca cada vez que estaba nerviosa. Me limité
a abrazarlo, a permitir que me abrazara, a disfrutar de sus manos
acariciándome con ternura, de ese largo momento que una parte de
mí no quería que acabara.
El sonido de su corazón me relajó casi por completo, respirando esa
falsa calma, comencé a delinear con mis dedos sus manos, para luego
subir por sus brazos, sonrió al ver como la yema de mis dedos se
paseaba por su cuello, quería grabarme cada detalle de él, estaba
convencida que después de Santiago nada iba a ser igual, dejó marcas
que nadie iba a poder borrar.
—Quiero ir a la cama —dije después de haber permanecido callada
por casi una hora.
—¿Tienes sueño ya? —preguntó frotando sus ojos para luego ver el
reloj.
—No —respondí con firmeza.
Impulsada por una necesidad asfixiante, me levanté del sillón
abandonando el calor de su abrazo, avancé hasta la habitación sin
dudar, sin ver atrás, evitando a toda costa que mi realidad me
detuviera y me hiciera entrar en razón, quería actuar a como lo
estaba haciendo, dejándome llevar sin pensar en lo que venía
después. Al cruzar la puerta mis ojos vagaron por toda la estancia,
sonreí con tristeza al ver las fotos en la repisa de sus trofeos, mi
sonrisa y mi mirada en la fotografía donde lo estaba abrazando
hicieron que mi garganta se tensara, quería volver a sentirme así de
feliz, pero sabía que me esperaba un largo período oscuro.
Solo tomé aire y seguí caminando hasta detenerme al pie de la cama,
el corazón me bombeaba con celeridad mientras lo esperaba sin
moverme, suspiré cuando finalmente entró a la habitación, su mirada
que me intimidaba tanto estaba ahí, carcomiéndome por dentro de
tantas maneras.
—Antes que esto comience quiero dejarte claro —dije nerviosa, la
adrenalina que me recorría me hacía hablar sin filtro—, debajo de mi
vestido no hay un lindo conjunto de lencería como los que tanto te
gustan, ni siquiera llevo puesto un sostén, en mi departamento no
tenía casi nada de ropa, lo único que encontraras son unas aburridas
panties de algodón.
Soltó una carcajada tan fuerte que se quedó resonando en mi cabeza,
era contagioso verlo reír así, sus ojos brillaban por la risa, negó
acortando la distancia entre nosotros, observándome de una forma
extraña.
—Eres un desastre Valentina —afirmó entre risas—. Sin importar lo
que uses siempre despierta mi inspiración.
Asentí sonriendo, percibiendo como mi piel se erizaba sin necesidad
de contacto alguno, respiró profundo sin quitarme la mirada de
encima, me estaba analizando, leyéndome con la misma facilidad de
siempre.
—¿Quieres que me quite la ropa yo, o me la quitas tú?
—¿La dominatrix está aquí? —preguntó inclinándose para quitarse los
zapatos, lo miré fijamente conteniendo una risa, mi mente estaba
solo en él, en lo que fuimos, era fácil dejarme llevar sintiéndome así.
—No respondiste lo que pregunté.
—Te la quito yo —contesto irguiéndose por completo, me saqué los
tacones con facilidad, para luego dar un paso al frente y quedar
pegada totalmente a él.
Nos vimos a los ojos por largos segundos, a esa distancia casi
inexistente, sonrió seductoramente antes de rozar mis piernas en el
momento que recogió la tela que caía suelta, levanté los brazos
cuando llegó hasta mi cintura, permitiendo que sacara el vestido de
mi cuerpo, sentí un ligero temblor en el cuerpo al quedar expuesta
casi a la totalidad para él, mis pechos se endurecieron, mi vientre se
tensó.
—Son lindos —dijo viendo directamente lo único que aún llevaba
puesto, reí nerviosa por breves segundos hasta que percibí sus dedos
engancharse de la cinturilla de las pantis rosas que estaba usando.
Bajó estás con un solo movimiento, haciendo jadear por la sorpresa
de aquel acto casi violento, crucé los brazos como acto reflejo ante mi
desnudez, negó sonriendo con un gesto que me pareció hermoso en
su rostro, con suavidad apartó mis brazos para observarme a su
antojo, como solía hacer desde que nos conocimos, sin ocultar nada.
—Te la quito yo —dije al ver como intentó despojarse de la camisa, al
pasar las manos por su pecho arrastrando la tela, recordé la
curiosidad que sentía por verlo desnudo, como disfrutaba
imaginando que se escondía debajo de sus trajes costosos, sonreí
cuando a mi mente llegaron todas las veces que lo ayudaba a
quitarse el saco, lo hacía despacio con el propósito de ponerlo
nervioso, cosa que nunca pareció funcionar— ¿Nervioso? —cuestioné
cuando su abdomen se contrajo por la cercanía de mis manos al
cierre del jeans que estaba usando.
Negó con la mirada apagada, con un semblante de tristeza que me
proporcionó una dosis de realidad que yo no quería recibir, di un
paso atrás dejando inconcluso lo que hacía, le di la espalda
sintiéndome incapaz de continuar, en ese momento me pregunté qué
estaba haciendo, me iba a acostar con el tipo que esperó tanto tiempo
para decirme que mi hermana era su ex, ni siquiera confiaba del todo
en él y estaba dispuesta a desnudarlo y dejarlo hacer lo que quisiera.
—Me tiemblan las manos por tocarte, es la misma necesidad de
siempre —susurró a mi espalda, cerré los ojos y dejé que me
empujara contra su pecho, percibiendo la presión que ejercía su
erección en mi trasero—. Valentina.
Apreté los muslos al escuchar mi nombre en sus labios, me relajé al
instante que apartó mi pelo para dejar expuesto completamente mi
cuello, sonrió a mi oído a la vez que sujetó mi muñeca con delicadeza
para retirar la liga que llevaba puesta como una pulsera.
—Tu cuello es demasiado bonito para que lo escondas —dijo con voz
suave, asentí permitiendo que reuniera mi pelo sin nada de cuidado,
y lo sujetara en un moño alto.
Jadeé al percibir su aliento tras mi oreja, y luego sus labios
aplastarse con una suavidad excitante en la curva de mi cuello,
incliné el rostro permitiendo que su lengua se paseara a su antojo,
que mordiera mi piel como quisiera, mojé mis labios cuando sus
manos se arrastraron por mi abdomen, se paseaban con suavidad por
el contorno de mis senos, para luego de forma inesperada sujetar
ambos con fuerza, gemí en respuesta, sobresaltada, estimulada y
deseosa de sus caricias más bruscas.
Levanté los brazos para acariciarlo, mis manos tocaban su cuello
mientras me derretía con sus besos y sus manos sobre mí, la palma
de su mano deslizándose por mi vientre bajo me instó a besarlo,
ladeé la cabeza buscando desesperada sus labios, sonrió con malicia a
escasos centímetros de mi boca antes de cortar totalmente la
distancia.
Su lengua y la mía hicieron contacto a la vez que sentí la presión de
sus dedos habilidosos en mi entrepierna húmeda, di un pequeño
respingo ante aquella estimulación que me debilitó las piernas,
embriagada de placer lo dejé hacer lo que quiso, manejable como
siempre entre sus brazos solo reaccionaba a todas las sensaciones
que me provocaban sus caricias escandalosas. De un momento a otro
me giró con un movimiento brusco, frente a frente nos seguimos
besando como si no pudiéramos resistir unir nuestros labios.
Se inclinó solo un poco para sujetar mis piernas y levantarme del
piso, mis manos se enredaron en su pelo tirando un poco de este
mientras les devoraba a besos el cuello, cuando me lanzó sin nada de
cuidado a la cama tuve deseos de llorar, nunca me acosté con él
pensando que sería la última vez, estaba sobre analizando cada cosa
que hacía, intentando grabarla en mi memoria para recordarlo
cuando me fuese necesario. Me observó por largos segundos mientras
yo no hacía nada más que estar inmóvil sobre el colchón, con
delicadeza separó mis tobillos instándome a abrir las piernas. Sonrió
cuando lo hice, cuando me expuse sin ningún pudor ante él, quise
imaginar que me estaba viendo así para inspirarse de verdad, que
escribiría mil cosas lujuriosas con tan solo verme a como lo estaba
haciendo.
Mi respiración se cortó cuando sus rodillas se apoyaron en el
colchón, inclinó el rostro lentamente sin quitarme la vista de encima,
sin importarle que me removiera ansiosa.
—Dame el maldito beso —exigí desesperada—. Sí, a eso me refería —
murmuré extasiada al percibir su lengua recorrer mis labios, me dejé
llevar por la adrenalina que me recorría, por el placer que se
apoderaba por completo de mí, aquella dulce tortura fue lenta y
estudiada, quería exactamente lo que estaba provocando, mis
gemidos, las frases sin sentidos, mi piel erizada, mis pezones
erguidos.
Me sujeté de las sábanas cuando no pude más, cuando la tensión en
mi vientre explotó esparciendo placer en cada célula de mi cuerpo,
jadeando aún por el subidón de adrenalina arqueé la espalda
elevando mis senos que reclamaban su atención, sonrió viéndome a
los ojos antes de ceñir la boca en mis pechos, en su rostro se reflejó
aquel deleite que me excitaba más, parecía estar disfrutando más que
yo de esa caricia tan exquisita.
Alzó mis brazos a la altura de mi cabeza cuando intenté tocarlo,
aquello me parecía injusto, pero no podía reclamar nada cuando la
voz no salía de mi garganta, dejé que me torturara para luego
tomarlo desprevenido y obligarlo a girar. Me grabé esa imagen suya,
agitado, con el rostro enrojecido y los labios bañados de mi humedad.
—Quiero besarte —dije con la voz entrecortada.
—Hazlo —respondió con esa carita de seriedad que me encantaba.
Sin pensarlo dos veces me entregué a un beso salvaje, sin control ni
contención, entre mordiscos leves y jadeos constantes, corté el beso
por la falta de aire observando un hilo de saliva que pendía de
nuestros labios, llené de besos su pecho escuchándolo jadear con
sutileza, a medida que mi boca descendía las palabras de mi hermana
estaban más presente en mi mente.
Jamás iba a estar tranquila con él, nada iba a ser igual, quise
detenerme, mandar todo al diablo tomar mis cosas y huir de ahí, tuve
la intención de hacerlo, entonces vi sus ojos y comprendí que al
menos esa noche no valía la pena pensar tanto. Leyendo las dudas en
mi mirada me dio un leve empujón para que continuara, puso una
mano en mi cuello guiando mi boca justo a donde la quería, reí
victoriosa al darme cuenta como se contraían los músculos de su
abdomen con el breve acercamiento de mi lengua con su glande,
apreté con fuerza la base de su erección disfrutando de aquel
momento donde yo intimidaba.
Aquellos gemidos que me gustaban tanto comenzaron a sonar apenas
abrí la boca para cubrirlo hasta donde mi garganta lo permitió,
susurró algo que no entendí, pero me hizo reír, me resultaba
gratificante estar del otro lado, obsérvalo doblegarse como siempre
lo hacía yo, disfruté muchísimo de la expresión de placer pintada en
su cara, de su mirada cargada de una lujuria densa, repetí el
movimiento una y otra vez, respirando profundo para relajar mi
garganta y controlar las arcadas.
Fijé mi vista en la suya sintiéndome muy malvada de verdad,
decidida a hacerlo perder el control, ejercí más presión con mis
labios saboreando de aquel momento que me sabía a gloria. Aceleré
la manera en la que mi boca se deslizaba alentada por la respuesta
que recibía, noté como las venas en sus brazos se hacían más
visibles, como cada músculo se le tensaba.
—Para Valentina —pidió jadeando— ¡Para! —ordenó descontrolado,
estaba claro que no quería terminar en mi boca, por ello disfruté
mucho más desafiarlo, con poca delicadeza me obligó a levantar el
rostro tirando de mi cabello.
Respiraba rápido, agitado y con los ojos entrecerrados... Relamí mis
labios para después sonreírle, él negó aun jadeando antes de llevar
su dedo pulgar al contorno de mis labios para limpiarlo con suavidad.
Me desconcertó la manera en la que me estaba viendo, con ternura,
esperaba una frase de esas subiditas de tono que siempre solía
decirme, en lugar de eso recibí un: preciosa que salió cargado de
melancolía, colocó las manos sobre mi cintura haciéndome girar con
cuidado.
Evité pensar que sería la última vez que lo iba a ver así, desnudo,
sobre mí, cerré los ojos queriendo imaginar otra circunstancia, en
una de nuestras noches comunes donde teníamos sexo después de
leer un libro, o una charla divertida.
—Mi amor mírame —pidió en susurros.
Abrí los ojos observando con atención su rostro a pocos centímetros
del mío, separé las piernas permitiendo que se acomodara entre
estas, sus manos presionando mi cintura me recordaban la
intensidad que surgía entre los dos, el agarre era posesivo y
demandante, nada que ver con la manera dulce en la que me miraba.
Gemí con los labios apretados al sentirlo dentro de mí, sostuve su
mirada todo el tiempo, acariciando sus brazos, mordiendo con
levedad sus hombros, besándolo de vez en cuando, siendo consciente
de que tal vez aquello no se iba a volver a repetir jamás. Nuestras
narices se rozaban, los suspiros chocaban, los jadeos parecían estar
sincronizados, sentí eterno el momento y breve a la vez, era tan
contradictorio todo que nada parecía tener sentido.
—Yo te
—Shhh —siseé poniendo mi dedo índice sobre sus labios—. No.
Nos besamos de nuevo hasta que sentí como se enterró con más
ímpetu entre mis muslos, sus frases que tanto necesitaba
comenzaron a sonar con un tono ronco a mi oído, me entregué a ese
montón de sensaciones que no sabía manejar y solo me hacían flotar,
su respiración forzada se escuchaba cada vez más fuerte, hasta que
se desplomó sobre mí, con los brazos temblorosos y la espalda
sudorosa.
—Quiero seguir —susurré luego de que apoyara la cabeza en el inicio
de mis senos—. Por favor haz que no piense en más nada, solo en
esto, solo en los dos —supliqué con la voz rota.
Nos abrazamos por un largo rato en un silencio cruel que solo se
rompía por mis sollozos débiles. Tenía el propósito de dejarlo tan
agotado que dormir profundamente fuese inevitable, quería irme sin
que se diera cuenta, sin más palabras de despedidas. Lo hicimos dos
veces más, cada una más intensa que la otra, finalmente se recostó a
mi lado abrazándome con fuerza, con una sonrisa en los labios que
solo se desdibujó cuando cerró los ojos y se durmió.
Lo llené de besos y muchos te quiero, antes de tomar todo el valor
que no tenía y levantarme de esa cama.
Jamás había sido tan silenciosa como esa madrugada, saqué las
maletas del clóset conteniendo el llanto que amenazaba con salir,
guardé todo con extremo cuidado alternando la vista constantemente
hacia la cama, comprobando que seguía dormido con la misma
profundidad, me tomó dos horas tener listo todo, estaba a punto de
amanecer cuando el taxi que había pedido llegó al fin, bajé con las
dos maletas para luego subir por Polly, justo antes de cerrar la
puerta me quebré hasta el punto de no poder respirar por el llanto.
Haber abandonado ese edificio, había sido lo más doloroso a lo que
me enfrenté en mi vida, pero sabía que era lo mejor para mí, aunque
ni eso me daba algo de consuelo, lloré todo el camino estrechando a
Polly entre mis brazos, que me consolaba con tiernos ronroneos
mientras refregaba su dulce carita en mi vestido.

***

Taconeaba sobre el piso ansiosa mientras esperaba que mi teléfono


nuevo encendiera, moví el mouse de la computadora para ver la hora,
tenía una reunión de esas que me ponían nerviosa y a la cual no
deseaba llegar tarde, Anita asomó la cabeza por mi puerta
señalándome su reloj de pulsera.
—Ya sé —dije de mala gana, estaba de pésimo humor, tenía una
semana de medio dormir, medio comer, medio vivir. No necesitaba a
nadie presionándome.
Suspiré aliviada cuando cerró la puerta, centré de nuevo mi atención
en mi teléfono, decidí cambiarlo después de recibir llamadas
constantes de Santiago y mi hermana, deseché el antiguo aparato y el
número sin importar perder mis fotografías, mis contactos, estaba
decidida a empezar de nuevo, aunque botarlo me fue imposible, lo
dejé escondido en una gaveta de una de las mesas de mi
departamento.
Le escribí un mensaje al tutor de mi tesis, solicitando una nueva cita
para esa semana, ya había elegido el tema y planteado los objetivos,
quería avanzar a pasos rápidos, quería graduarme en tiempo récord.
Tomé las carpetas que estaban sobre mi escritorio y salí apresurada
hacia la sala de junta donde estaba segura que solo yo faltaba.
—Buenos días —saludé sonriente.
—Mi editora estrella —dijo Rodrigo refiriéndose a mí, noté que había
dos señores que nunca antes había visto en la editorial, los dos se
pusieron de pie para saludarme con mucha educación, mientras yo
solo era capaz de mirarlos confusa—. Licenciada Rincón, ellos son los
nuevos socios de Águila, se vienen muchos cambios buenos para la
editorial.
Sin saber cómo reaccionar solo tomé asiento en el sitio donde lo
hacía siempre, escuché atenta cada palabra de Rodrigo que se
mostraba contento, orgullo, ilusionado. Una editorial nueva, pero con
más capital se estaba asociando con Águila, el control creativo
seguiría estando en manos de nosotros, la búsqueda de contenido
sería liderada por mí, dijeron tantas cosas, pero ninguna estaba clara
en mi mente, lo único que sabía es que la pequeña editorial en la que
trabajaba estaba a punto de dejar de serlo, estaba creciendo de un
momento a otro aumentando la responsabilidad sobre mis hombros.
—Nuestro primer gran lanzamiento en conjunto será Para Eva con
Amor, nuestros socios tienen más distribuidores, lo que significa que
probablemente necesitemos una segunda edición.
Asentí sintiendo que caía al vacío, Rodrigo me explicaba muy
contento todos los planes que se tenían en cuanto al lanzamiento, la
promoción en medios, los recursos a mi disposición para hacer de
aquello algo grandioso.
—¿Ya hay una fecha establecida para el lanzamiento? —pregunté en
tono bajo.
—Tres de Octubre —respondió Rodrigo viendo su agenda—. Estamos
contra el reloj, nos quedan apenas unas semanas.
Asentí dándole la razón, sintiendo que el destino era muy cruel
conmigo, el libro se iba a lanzar el día de mi cumpleaños
veinticuatro, dos semanas antes de cumplir un año de haberlo
conocido... Ni siquiera entendí que la reunión se había dado por
terminada, hasta que vi a todos poniéndose de pie comprendí que
debía salir de la sala de juntas.
Camino a mi diminuta oficina recordé todo lo que estaba pasando en
mi vida casi un año atrás, estaba a nada de quedarme sin un techo
para vivir, sin tener una idea de si iba a poder terminar el maldito
semestre pendiente, sin el trabajo que tanto necesitaba, sin imaginar
que iba a toparme con Santiago Sada. En definitiva, no me sentía
lista para encargarme de su libro, había ignorado sus mensajes, sus
constantes llamadas porque no me sentía lista para lidiar con él.
Tratar de forma solo profesional con él, me iba a resultar muy difícil,
pero entendía que era mi proyecto por el que trabajé tanto, el más
ambicioso del editorial entero, en medio de esa disyuntiva tenía que
lidiar con mi mamá que no dejaba de marcar directamente a la
editorial al no obtener respuesta en mi celular.
—Valentina —dijo Martín entrando a mi oficina.
—Si pasa como si estás en tu casa —ironicé al verlo entrar como si
fuese su oficina.
—Perdón por ser maleducado —respondió poniendo una cara de niño
regañado, se sentó frente a mi escritorio extendiendo la mano para
tomar la mía—, jefa guapa estoy aquí por lo del puesto.
—¿El puesto? —pregunté riendo al verlo besar mi mano.
—Dice Anita que tendrás un asistente, con un pago excelente y hasta
micro oficina.
—¿Qué? ¿Le van a pagar mejor que a mí?
—¿No estabas en la misma reunión que Anita? Valentina tendrás otra
oficina, un aumento y una asistente.
—¿Qué?
Me reí como tonta hasta que él presionó mi mano para llamar mi
atención, resultaba que mi distracción no me dejó comprender todo
aquello de lo que se habló, según Martín la editorial se iba a trasladar
a un edificio frente al que estaba, en un local más grande, más
moderno, con personal nuevo y un equipo editorial más sólido.
—No entiendo... ¿Quieres ser mi asistente?
—No, no tengo una idea de lo que haces, pero Laura sí.
—¿Y sus clases?
—Trabajaría a medio tiempo ya que su jefa es muy comprensiva y
sabe que Lau es buena en lo que hace.
Me quedé un rato más conversando con él, haciéndole muchas
preguntas con respecto a Laura y riéndome con sus ocurrencias,
pasadas las cinco de la tarde abandoné mi oficina, le sonreí a Anita
que me miraba muy seria y salí tarareando una canción que me había
enviado Sandy, le escribí un mensaje al recordarla para hacerle saber
mi nuevo número, con ella seguía manteniendo contacto, me había
enviado incluso fotos de su departamento y de sus días en esa nueva
ciudad, parecía tan contenta que me dio mucho gusto por ella, eso de
irse meses antes que sus clases iniciaran para aclimatarse a su nueva
vida, había sido una excelente idea.
Miré el cielo nublado antes de salir por completo del edificio, tenía
que pasar por un supermercado antes de llegar a mi departamento,
por ello caminé hasta la orilla de la banqueta para esperar un taxi.
—Valen hija —apreté los ojos al escuchar la voz de mi mamá, giré
tomando un poco de aire para luego darle un beso en la mejilla—.
Tengo días queriendo comunicarme contigo.
Tomé su mano para alejarla del sitio donde estábamos, entramos a la
cafetería que estaba casi vacía, le señalé una mesa y la guie hasta
está sin decir una sola palabra.
—Tengo semanas sin verte y mucho de qué hablar —dijo con un tono
serio, se sentó frente a mí viéndome directamente— ¿Por qué no
respondes el teléfono?
—Mamá —suspiré—. La última vez que hablamos todo acabó mal, tú
me gritaste al teléfono, me llamaste loca por haberme ido a como lo
hice de la cena de ensayo, ni siquiera me escuchaste.
—No quiero que hablemos de eso, desde luego tuviste un problema
muy grande con tu hermana, pero creo que deben dejarlo a un lado.
—¿Mamá ni siquiera quieres saber que me hizo? —cuestioné dolida.
—Valen ustedes pelean por cosas sin sentido, se ofenden y luego
están como si nada.
—¡Me lastimó mamá! —levanté la voz muy molesta—. Ella y Santiago
eran novios antes y nunca me lo dijo, no solo eso —agregué al ver la
sorpresa en su rostro—. Gozó dándome detalles de cómo fue su
relación con él, con el fin de lastimarme, debiste ver su cara mientras
me decía que yo era una venganza, que Santi solo quería hacerla
sentir mal a ella.
—¿Qué dices Valentina?
—Lo que escuchaste, mi hermana hace años fue novia de Santiago, y
ni siquiera por interés genuino, Vannesa estaba interesada en el
dinero de los Sadas.
—¿Cuándo te enteraste de esto?
—El día de la cena de ensayo —respondí más tranquila—, el día que te
dijo que todo había sido un malentendido por una tontería, ese día
me gritó que no me había dicho nada porque pensó que yo sabía y no
me importaba porque estaba acostumbrada a ir tras todo lo que era
suyo. Después de eso fue a buscarme a casa de papá solo para
decirme que ella y Santiago se habían acostado hace dos años.
—Valen
—No mamá, déjame hablar. También me quiso lastimar, lo noté en su
mirada y en la forma en la que sonreía cuando lo dijo.
—¿Eso pasó realmente? ¿Ella y tu novio? —preguntó después de un
breve silencio.
—No lo sé —confesé con amargura—, ella dice que sí, él dice que no,
no puedo creerlo a ninguno de los dos, porque ambos me mintieron,
mi relación con Santiago se acabó, y pretendo que con mi hermana
también se acabe, podemos ser familiares por el lazo de sangre que
compartimos, pero ella no es más mi familia.
—¡Es tu hermana! —exclamó escandalizada.
—No se comporta como si lo fuera, me odia sin merecerlo, siempre he
sido una tonta con ella, siempre dispuesta a ayudarla cuando me
necesitaba.
—Valentina no digas que te odia, has crecido con ella, han llorado
juntas y reído también —se mostró muy afectada por mis palabras
haciéndome sentir un poco de pena.
—Mami debes despertar de ese sueño en el que vives, nunca ha sido
así, siempre nos hemos llevado mal, siempre me ha hecho sentir
menos, siempre se burla de mí.
—Voy a hablar con ella ya mismo, tiene que arreglar esto juntas y no
dejar pasar más días sin hablarse, la boda está a la vuelta de la
esquina.
—¿Solo eso te importa? —pregunté sintiendo que mis ojos se
cargaban de lágrimas.
—No mi amor, me importas tú y ella, son hermanas, solo se tienen la
una a la otro, ni siquiera un hombre como Santiago merece que
ambas peleen por él.
—No estás entendiendo nada —dije negando cabizbaja, el mesero se
acercó obligándome a hacer un gesto para que se retirara—, no es por
Santiago, tu hija perfecta me hizo daño. No quiero discutir contigo
por ella, será mejor que me vaya.
—Valentina no dejes a tu madre hablando sola.
—Te amo mami, te llamo cuando esté un poco más tranquila —le
lancé un beso mientras me ponía de pie—. Por cierto, está
embarazada por eso es la prisa por casarse, quién lo iba a decir tú
jurabas que era yo la que te iba hacer abuela antes de tiempo.
—Valentina no te vayas.
—Adiós mamá —le di un beso en la mejilla y salí de la cafetería sin
ver atrás, ignorando la voz de mi madre llamándome, sintiendo un
peso menos encima.

***

Polly maulló observándome desde el respaldar del sillón donde


estaba recostada, decidí no prestarle atención y continuar intentando
redactar la introducción de mi tesis, leía el ejemplo que me había
enviado el tutor haciendo anotaciones que consideraba importante,
me sorprendí cuando mi gata saltó de forma repentina hacía mí,
estaba buscando atención, mimos, cariño y comida.
Me puse de pie y me desplacé hasta la cocina, con ella maullando
detrás de mí, le serví comida en su tazón y la observé como idiota
mientras comía desesperada. Contagiada por su apetito busqué algo
de comer en mi refrigerador, saqué la leche para luego buscar una
taza y ponerla a calentar, me topé con la taza que había comprado
para Santi, con el agarradero en forma de llanta de bicicleta y los
dibujos alusivos al ciclismo.
Sentí náuseas y un deseo absurdo de llorar que pude controlar, la
dejé en su sitio queriendo tirarla al basurero, pero percibiendo mi
falta de valor para hacerlo, se me antojó un sándwich con mucha
mayonesa que me preparé de inmediato, me disponía a comer sobre
el piso de mi sala de estar para seguir leyendo los avances en mi
laptop, cuando la puerta sonó un par de veces.
—¿Quién? —grité asumiendo que era Manu.
—Manuel —respondió con voz ronca.
Abrí la puerta y lo abracé como si hubiese tenido días sin verlo,
sonrió apretándome contra su cuerpo, besó mi pelo y me miró con los
ojos entrecerrados cuando arrugué la nariz.
—¿Qué pasa?
—Te pusiste todo el perfume.
—Jamás, me pongo lo justo y necesario —respondió avanzando como
Pedro por su casa—. Sebas quiere invitarte a cenar mañana.
—Paso —respondí sentándome a su lado en el sillón.
—¿Nunca lo vas a perdonar? —cuestionó irritado.
—Ya hablé con él, no estoy enojada, simplemente creo que es
prudente mantener algo de distancia, no me siento bien viéndolo
ahora mismo.
—¿Sigues llorando todas las mañanas? —el tono íntimo que uso me
hizo sentir en confianza, asentí a la vez que suspiraba tomando mi
sándwich.
—Las mañanas, las noches, cada vez que algo me lo recuerda, lloro
sin lágrimas... no sé cuánto tiempo me va a llevar salir de esto.
—Supongo que mucho... si te sirve de consuelo el cabrón de mierda
está igual que tú, dice Sebas que nunca lo había visto tan perdido, tan
distante. Estoy seguro que te ama.
—Manu ya hablamos de esto —me irrité de inmediato, me puse de pie
para prepararme otro sándwich sin esperar que mi amigo me
siguiera—. Me molesta mucho que me hables de él y más cuando
dices esas cosas.
—Perdón, solo... Olvídalo. Solo te diré algo más.
—Dilo.
—Hace dos días me preguntó por ti, le dije que estabas bien y te envió
un beso.
—Da igual —respondí poniendo más mayonesa a mi pan.
—Dijo esto: Dile a mi preciosa que le envío un beso.
—¡Cállate Manu!
—Está bien... Lo siento. Pero, así como estás mandando al diablo a
Santiago debes mandar al diablo a tu hermana.
—Ya lo hice —respondí dándole la espalda.
—Me parece injusto que consiguió salirse con la suya, no estás con
Santiago, la estás pasando mal, y ella bien contenta.
—Manu en serio no quiero seguir hablando de esto, la herida está
abierta entiendes.
—No quiero hacerte sentir mal, me preocupas Valen, no me gusta
verte triste, estás sufriendo y siento que algo que no vale la pena ¿Y
si olvidas todo y regresas con Santi? No puedes creerle a tu hermana.
—No puedo olvidar todo, no le creo a ella, tampoco a él, nuestra
relación sería un infierno, simplemente no puedo. Pensé que ya
habíamos hablado de esto que habías entendido que esto es doloroso
para mí.
—Lo siento Valen —susurró abriendo los brazos hacia mí—. Solo no
me gusta verte sufrir, estás un poco más delgada y pálida, siempre
estás triste y ni siquiera has querido celebrar tu aumento.
—No puedo ni disfrutar de eso —rompí el abrazo sonriendo solo para
que Manu quitara esa cara de angustia—, tengo que hacerme cargo
del lanzamiento del libro de Santiago, o sea que tengo que verlo,
aunque no quiera, he intentado prepararme psicológicamente para lo
que viene, pero ya entendí que haga lo que haga no voy a estar lista,
dijiste lo del beso y sentí una punzada en el pecho.
—Valen...
—Voy a salir de esto lo sé —dije dándome ánimos sola—. Me va a
tomar tiempo, pero todo estará bien, aunque siento que siempre
tendré algo de él conmigo.
—Mientras no sea una bendición —río a carcajadas de su propia
broma, dejé la taza a un lado observándolo distraída— ¿Valentina?
—¿Qué?
—Te quedaste callada y pálida. ¡No jodas Valentina! ¿Por qué te
quedaste así?
—Manu, no recuerdo... no lo sé... Manu
—¿Qué? Respira por favor —dijo abanicándome con sus manos—
¿Cuándo viene tu periodo?
—Tenía que haber venido hace una semana —respondí sintiendo un
ligero temblor en todo mi cuerpo, bajé la vista percibiendo un sudor
frío recorrer mi espalda, estaba siendo consciente de todo lo que
había hecho—. Manu dejé las píldoras cuando pasó todo, me acosté
con Santi hace dos semanas.
—Tranquila —sostuvo mis manos que estaban heladas—, Valen no
asumas nada aún.
—Tengo miedo, nunca había sentido miedo por algo así ¿Cómo fui
capaz de olvidar que no estaba tomando las malditas pastillas?
—¡Valen calma! solo quería hacerte reír con una broma no que te
pusieras así... Tampoco es tan grave —agregó unos segundos después,
lo miré indignada con su respuesta haciéndolo reír—. Puedes estar
gestando al heredero de los Sadas.
—Manu basta.
—Tienes que hacerte una prueba, iré por ella —anunció
encaminándose hacia la puerta.
w w

Miré a Manu que leía una y otra vez el pequeño papel que contenía
las indicaciones, apreté los labios en un acto reflejo a los nervios que
invadían mi cuerpo, con las manos sudorosas y el corazón latiéndome
con una fuerza impresionante, evité pensar en todo lo que estaba
ocurriendo, miraba la prueba sin terminar de aceptar que era mía,
que aquel resultado reflejado estaba cambiando mi existencia.
—Pero deja de morderte las uñas, que me pones más nervioso.
—Eso significa positivo —dije con la voz entrecortada, me senté al
sentir las piernas débiles y el departamento dando vueltas.
—No.
—¡Hay dos malditas rayas!
—Ninguna de las dos claras —me mostró un dibujo en el papel que
sostenía, que no pude verlo bien a causa de las lágrimas que se
acumularon en mis ojos en cuestión de segundos—. Si ninguna de las
dos está clara la prueba falló, tendrías que hacerte otra —explicó
manteniendo la calma.
Solté un largo suspiro mientras Manu se ponía de pie para dirigirse a
la cocina, el miedo que se adueñó de mí no me permitía ni moverme,
tomé la prueba para comprobar que los colores no hubieran
cambiado, noté que mis manos temblaban al igual que mi voz cuando
susurré el nombre de mi amigo.
—Toma agua por favor, te ves mortificada.
—Lo estoy —respondí aceptando el vaso que extendía hacia mí— ¿Por
qué diablos solo compraste una prueba?
—Porque estaba nervioso, ya te expliqué Valentina... Tal vez estamos
exagerando —agregó segundos después, ladeó el rostro para verme a
la cara, tomó mi mano con una sonrisa falsa cuando mis ojos se
quedaron fijos en los suyos—. Una semana de retraso no es nada.
—Quiero creer eso, pero siento algo aquí —respondí tocando mi
pecho.
—Bueno, preocúpate cuando sientas algo aquí —puso una mano sobre
mi estómago haciéndome reír—. Si estás embarazada tampoco es
como para morirse, me das al bebé en adopción, su tío y yo lo
criamos juntos.
Quería reír ante sus comentarios, pero la preocupación le ganaba
terreno a su grandioso sentido del humor, cerré los ojos por unos
segundos deseando retroceder el tiempo, solo de pensar en la
posibilidad de estar embarazada sentía mi mundo entero
derrumbarse.
—Tengo miedo.
—No temas antes de tiempo, guarda la angustia y los miedos si acaso
se confirmara nuestras sospechas.
—¿Qué le voy a decir a Santiago?
—Que van a tener un bebé —respondió divertido—. Ya... No me hagas
esa cara, si estuvieras embarazada le dices y ya, Santiago es un
hombre hecho y derecho, tiene la capacidad para asumir una
responsabilidad así, si tú no quieres quedarte con el bebé en serio
puedes darlo en adopción, Sebas y yo seremos excelentes papás.
—A Sebastián no le gustan los niños siempre dices eso.
—Este si le va a gustar, va a tener su sangre.
—Manu deja de tocar mi panza como si estuviera embarazada —
aparté su mano de una forma brusca, provocando que riera a
carcajadas—. La situación no está como para hacer chistes, no quiero
estar embarazada, no puedo con algo así, menos estar de alguna
forma atada a Santiago, él tampoco quiere bebés, una vez le dije que
estaba embarazada y casi lo mato de un infarto.
—¿Por qué le dijiste que eso?
—Porque siempre me preguntaba si estaba embarazada, quería
asustarlo y funcionó, desde esa noche nunca más me volvió a
preguntar lo mismo.
—¿Sabes que debemos de hacer?
—No.
—Dejar de hablar de esto, tengo la teoría que todo pasa por algo, si la
prueba terminó siendo invalida su razón debe existir.
—Sí, la hice mal.
—Valen, pensemos en positivo, espera unos días más o mañana
mismo vamos a un laboratorio y que te hagan una prueba de sangre,
mientras tanto enfoquémonos en otra cosa, salgamos de este
departamento, vamos al cine o a tomar algo.
—No voy a poder dormir.
—No te sugestiones, si vas a poder, levanta el trasero de ese sillón y
ponte linda, te voy a llevar a un sitio elegante como nosotros a cenar.
—¿Y mi tesis?
—Tu tesis lleva tiempo esperando, ya está acostumbrada no te
preocupes.
No me quedó más remedio que ceder a la propuesta de mi amigo, me
vestí rapidísimo ante su insistencia fastidiosa para que me
apresurara, mientras me maquillaba él jugaba con Polly que estaba
más arisca que nunca, le comenté a Manu que tal vez extrañaba a
Santiago intentando justificar el mal humor de mi gata, para mi
sorpresa secundó mi idea, estaba convencido que Polly quería más a
Santiago que a mí, cosa que no me hizo gracia y por ello decidí dar
por terminado el tema.
—¿No nos iremos en tu moto, cierto?
—Su majestad yo no poseo una flota de autos, aún no me caso con
Sebastián para ser un Sada y nadar en dinero.
—Estoy usando un vestido —dije señalándome.
—¿Y? Solo te va a recoger un poco, tienes unas bonitas piernas
lúcelas —me guiño el ojo de lo más divertido ignorando la cara de
pocos amigos que le ofrecía.
Intenté de muchas formas disfrutar de la cena con Manu, pero era
imposible sacarme de la cabeza todos los problemas que tenía
encima, de un momento a otro mi vida se había convertido en una
tragicomedia. La comida estaba deliciosa pero las náuseas no me
dejaron tranquila toda la velada. Harto de mi silencio y mi poca
disposición para disfrutar la noche, Manuel se apresuró en pedir la
cuenta, asumiendo que estaba molesto por mi desaire le pedí
disculpas a penas salimos del restaurante. Mi amigo en respuesta me
estrechó entre sus brazos susurrando a mi oído que no me disculpara
por sentirme triste, soltó un chiste de esos que le salían tan bien a él,
además de darme cariño me sacó una carcajada que hizo del
ambiente menos deprimente.
—Baja la velocidad es en serio.
—Vamos despacio.
—¡Manu!
—Sujétate bien Valen, tenemos que aprovechar la luz verde.
Me aferré a su abdomen conteniendo el aliento por el temor que me
causaba la bendita motocicleta, el viento helado jugaba con mi pelo
mientras Manu reía por las cosquillas que le causaban mis manos,
por un segundo dejé de pensar en todo lo que me atormentaba,
incluso esa sensación de vacío en mi pecho dejó de percibirse
mientras disfrutaba de la vista del cielo, de la risa de mi amigo
sonando, de esa falsa sensación de ligereza.
—Debimos probar uno de esos postres —dijo Manu a la vez que
disminuía la velocidad.
—No creo poder ser capaz de comer algo más... ¿Esa moto es la de
Sebastián? —cuestioné con la vista fija hacia el sitio donde Manu se
estacionaba siempre, no tuvo oportunidad de responder, Sebastián
salió del edificio despejando cualquier duda. —No quiero que esto sea
algo incómodo, por favor no intentes retenerme para que hable con él
—advertí muy seria.
Manu detuvo la motocicleta con cuidado, no dijo nada hasta que bajé
de ella, pidió en tono muy bajo que al menos lo saludara, al ver mis
cejas ceñidas me explicó que Sebastián estaba bastante preocupado
por lo que estaba pasando.
—¿Cómo estás? —saludó besando mi mejilla, le sonreí y le ofrecí un
medio abrazo para después intentar entrar al edificio—. Valen espera
¿Podemos hablar?
—No me lo tomes a mal, pero he tenido un día horrible, estoy agotada
mentalmente, lo dejamos para otro día.
—Lo lamento, de verdad que lo lamento, pero es algo que no me
correspondía a mí decir, te aprecio mucho, hiciste muchas cosas por
mi familia, mi relación con mi hermano cambió a penas apareciste,
no quiero perder tu amistad, porque yo te considero una amiga.
Giré con lentitud para verlo frente a frente, su rostro abatido me
conmovió hasta el punto de abrir los brazos y ofrecerle un abrazo
sincero, me resultaba imposible hablarle como si nada hubiera
ocurrido, estaba dolida y todo demasiado reciente, pero no era tan
fuerte como para no darle el cariño que él siempre me había
transmitido.
—No me gusta verte así, ni tú ni mi hermano se merecen esto que
están pasando.
—No quiero hablar de él —susurré con los ojos cerrados, apoyé la
mejilla en su hombro a la vez que respiraba profundo suprimiendo el
llanto, estar entre sus brazos era extraño, su parecido físico con
Santiago jugaba con mi mente traicionera.
—Sé que es poco inteligente de mi parte hacer esto, pero debo
decírtelo, Nesa le advirtió a Santiago que iba a lograr esto, estoy
consciente de lo que pasó, se lo difícil que debe ser para ti, pero no
les des gusto a ella, no la dejes salirse con la suya.
—Sebastián no te metas en esto —rompí el abrazo con una actitud de
incomodidad que no me molesté en ocultar, le di la espalda dispuesta
a entrar al fin.
—Valentina espera —pidió sosteniendo una de mis muñecas.
—Sebas no la hagas enojar, puede hacerle mal.
—¡Manuel! —grité su nombre muy enojada por su indiscreción, le hice
un gesto para que no dijera una palabra más, mientras tanto
Sebastián nos observaba con mucha curiosidad— Estoy cansada nos
vemos luego.
Me alejé a paso rápido mientras le escribía un mensaje a Manuel
advirtiéndole que no se le ocurriera decirle algo de nuestras
sospechas a su novio, si hacía algo así no iba a poder perdonarlo
jamás.
Respiré profundo tomando un poco de valor antes de abrir la puerta
de mi departamento, la noche era mi peor enemiga a la melancolía le
gustaba visitarme cuando el sol se ocultaba, se respiraba un
ambiente triste entre esas paredes en la que vivimos tanto. Sonreí al
ver a Polly dormida sobre el sillón, en el mismo sitio donde se
sentaba en medio de nosotros ronroneando en busca de mimos.
Busqué mi cama sintiéndome débil ante ese dolor que se anidaba en
mi pecho, que me torturaba con lentitud, quise frenar mis
pensamientos, esos que se empeñaban en recordarme la gran
cantidad de problemas sobre mí, sentía no poder más entre tanto
caos, el lanzamiento del libro, un posible embarazo, mis problemas
familiares, y la ausencia de Santiago, sostenerme en medio de tanto
me era tan difícil que llorar era todo lo que podía hacer. Me quedé
dormida entre sollozos, agotada física y mentalmente de la tormenta
en la que sobrevivía.

***

Salí del taxi corriendo para evitar mojarme con la lluvia que caía con
fuerza desde temprano, me torcí el pie justo antes de cruzar la puerta
del edificio, maldije en silencio mientras caminaba despacio hacia el
elevador, mi día había empezado horrible desde que desperté a causa
de una pesadilla que me dejó con una sensación extraña en el
estómago. Jamás me imaginé que soñar con un bebé entre mis brazos
me iba aterrorizar tanto.
¿Compraste la prueba?
Leí el mensaje de Manu mientras avanzaba despacio por el pasillo de
la editorial, le sonreí a Anita que como siempre me observó de mala
manera para luego apuntarme el reloj, sin prestarle atención
continué mi camino tecleando la respuesta para el mensaje.
Se me hizo tarde para llegar a la editorial, saldré temprano para pasar
por una farmacia.
—Valen... Valen —sonreí al escuchar la voz de Lau tras de mí—. Sabía
que vendrías a esta hora —me abrazó con cariño transmitiendo esa
energía que desbordaba.
—Este es un milagro ¿Qué haces aquí? Nunca vienes a visitarme.
—Estoy aquí por la entrevista para el puesto de asistente —respondió
mientras tomaba mi mano guiándome hacia mi oficina.
—¿Qué? ¿Es hoy?
—jefa, jefa, nunca cambias —sonrió tomando asiento—. Ayer lanzaron
la convocatoria, envié mi currículum, pero Anita pensó que era mejor
que viniera de una vez.
—¿Anita? Espera, espera... ¿Desde cuándo Ana la amargada es amable
contigo?
—Yo también me sorprendí, pero sus razones me parecen un poco
lógicas, dice que no quiere a otra muchachita irresponsable en el
puesto, por eso me llamó a mí para darme una que otra ayuda.
—¿Quién te va a entrevistar? —pregunté curiosa puesto yo desconocía
todos los detalles de las nuevas contrataciones.
—Tú y Rodrigo, revisa tu correo —dijo al ver mi cara—. ¿Valentina
sigues olvidando revisarlo a diario?
—No, te juro que estoy siendo un poco más organizada, tuve que
aprender a serlo, lo que pasa es que no sé dónde tengo la cabeza.
—Dice Anita que la otra semana comienzan con el traslado al nuevo
local, está entusiasmada, y aunque no me lo creas me aseguró que
estos meses te la has arreglado sola muy bien.
—¿La otra semana? —cuestioné completamente desconcertada, en
medio del caos de mi vida personal mi trabajo se estaba volviendo
más exigente.
Escuché con paciencia a Laura mientras me contaba todo lo que sabía
de la nueva etapa de Águila, estaba entusiasmada por volver a
trabajar en la editorial, aunque entendía que sus horarios le iban a
poner un tanto difíciles las cosas. Efectivamente había recibido un
correo notificándome acerca de las entrevistas, Rodrigo fue breve
pero preciso, necesitaba de toda mi disposición por las siguientes
cuatro semanas, esperaba mucho del lanzamiento de Para Eva con
amor, y de los nuevos proyectos que aún tenía en revisión.
—No deberías estar nerviosa, tienes todas las ventajas —intenté
calmar a Lau que jugaba con sus manos mientras caminábamos a la
sala de juntas donde se iban a llevar a cabo las entrevistas.
—Yo sé que de tu parte sí, pero el señor Rodrigo sabe que no estaré
disponible siempre, él quiere lo mejor para su editorial.
—Lo mejor eres tú, te necesito de verdad no creo poder lidiar con el
lanzamiento de Eva —confesé con la voz temblorosa.
—¿Sigues peleando con Santiago por los detalles del libro?
Su pregunta me resultó cruel, pero me las arreglé para que mi rostro
no reflejara lo mucho que me dolía hablar del tema, negué sin dejar
de caminar hasta detenerme frente a la puerta.
—Santiago y yo terminamos —dije sosteniendo su mirada.
—Valen perdón, yo no sabía, yo pensé ...
—No te preocupes todo está bien, controla los nervios ya sabes que
estás entre amigos, hasta Rodrigo te tiene cariño.
No le di tiempo de comentar nada más, desesperada por poner
distancia para evitar hablar de Santi entré a la sala de junta donde
Rodrigo me esperaba sonriente, no esperó a que tomara asiento para
comenzar a darme indicaciones, estaba entusiasmado, decidido a
encontrar el personal adecuado para el mejor funcionamiento de la
editorial, mientras organizaba algunas carpetas comenzó con las
preguntas con respecto a lo del lanzamiento, hablar de aquello
acababa conmigo, pero no me quedó más remedio que hacerle frente
a la situación, agradecí en silencio cuando comenzamos con las
entrevistas, que se mantuviera enfocado en otra cosa me proporcionó
un poco de paz.
Laura fue la primera en entrar, aquello parecía más una conversación
casual que una entrevista laboral, conocía perfectamente el
funcionamiento de la editorial y aunque las cosas iban a cambiar con
la nueva sociedad que había establecido Rodrigo estaba convencida
que Laura se iba adaptar a la perfección, cuando salió puse una
estrella sobre su nombre y un corazón al lado para después
mostrárselo a Rodrigo que sonrió negando.
Pasé gran parte del día tras esa mesa presenciando cada una de las
entrevistas, el equipo editorial iba a crecer y según Rodrigo las
personas preseleccionadas eran buenos elementos, cuando salí de la
sala de juntas Anita se acercó para sugerirme que bajara a la
cafetería a comer algo, era consciente que aún me quedaban muchas
cosas por hacer, le agradecí su preocupación que me pareció extraña,
con una sonrisa y avancé hasta mi oficina, no podía comer nada
cuando el estómago se me revolvía solo de pensar en comida.
Mientras hice las llamadas pertinentes con los distribuidores,
buscaba el mejor sitio para el lanzamiento, por primera vez contaba
con un presupuesto decente, y con el apoyo incluso de medios de
comunicación dirigidos al mundo editorial, cualquier autor hubiese
estado feliz con todos los esfuerzos realizados por parte de la
editorial, cualquier menos él, que se escondía tras un seudónimo y
una actitud de rechazo ante todo lo que tenía que ver con el libro.
Le escribí un correo para hacerle saber de todos los avances del
proceso de lanzamiento, le pedí su colaboración en cuanto a los
ejemplares firmados y una cita pactada dentro de una semana, mis
manos temblaron cuando leí Enviado en la pantalla de mi
computadora, aunque utilicé la cuenta de correo electrónico de la
editorial, él sabía que yo estaba tras eso, me recosté sobre la silla
deseando que Laura fuese contratada lo más pronto posible, estaba
convencida que no podría asistir a esa cita.
Hacía planes mentales de todo lo que iba hacer cuando llegara al
departamento, además de cansada tenía una sensación de
incomodidad en todo el cuerpo que no me dejaba tranquila, me
apresuré por llegar al elevador, me parecía terrorífico estar sola en
el piso, miré la hora en mi teléfono comprobando que estaba saliendo
mucho más tarde de lo acostumbrado, leí el mensaje de Manu donde
me recordaba pasar una farmacia, le respondí rápidamente mientras
caminaba distraída hacia la salida del edificio.
—Señorita Valentina.
Levanté la mirada lentamente al escuchar esa voz, quise sonreírle
porque siempre fue amable conmigo, pero me producía mucha
incomodidad verlo ahí, aguardando por mí, porque estaba segura que
me estaba esperando.
—Hola Raúl ¿Qué haces aquí?
—Me da mucho gusto verla —me ofreció su mano que desde luego
estreché rápidamente—. Traje algo para usted.
La sonrisa que se había pintado en mis labios desapareció apenas
extendió una pequeña caja negra para mí, negué y le di la espalda sin
decirle una sola palabra, quería subir a un taxi de una vez y alejarme
de él y el maldito regalo.
—Santiago no debió enviarte a dejarme nada, siento ser grosera, pero
estoy cansada y me esperan en casa —dije al sentir que caminaba tras
de mí.
—Me pidió que viniera yo para no incomodarla con su presencia.
—¿Te dijo eso? —pregunté deteniéndose en medio de la banqueta—.
Ahora se victimiza —solté enojada al verlo asentir—, dile que no
quiero nada, no voy aceptar su regalo, llévatelo y lánzaselo encima de
mi parte.
—Es medio complicado hacerlo —respondió sonriente—. Lanzarle un
auto en la cara es imposible.
Lo miré sin poder creer lo que decía, sin pensarlo dos veces le
arrebaté la caja de las manos para abrirla, dentro de ella había una
llave que conocía muy bien, dirigí de nuevo mi mirada a Raúl que
parecía muy divertido con la situación, se encogió de hombros
cuando puse frente a él las llaves, y luego me apunto hacía un lado de
la calle donde estaba estacionada la carcacha.
—¿Me envió su amado carro?
—Así es, se irá de viaje y no confía en más nadie que usted, no quiere
dejarlo tirando en el garaje de su casa piensa que usted cuidará muy
bien de él.
—Dile que gracias, pero no, su carcacha no me gusta, y de paso
cuéntale que una vez lo choqué.
—¿Carcacha? —preguntó irónico—. Es un Ferrari daytona de los 70s,
un verdadero clásico, todas sus piezas son originales, cuesta mucho
dinero la carcacha —agregó con un tono de indignación.
—¿La carcacha un auto clásico?
—Sí señorita, acepte las llaves que no quiero volver a conducirlo,
cada vez que subo a él tengo miedo de que pase algo.
—No, no puedo aceptarlo... Dile a Santiago que me negué
rotundamente a su regalo, no quiero nada suyo suficiente con lo que
creo que me dejó —dije sin pensarlo, al notar la mirada de Raúl
aparté la palma de las manos de mi estómago y sonreí nerviosa—. Me
dio mucho gusto verte, cuídate.
Levanté el brazo haciéndole un gesto al taxi que se acercaba, miré
como Raúl intentó acercarse y me apresuré por subir, quería sacar a
Santiago de mi vida, borrarlo y olvidarlo de una vez, pero las
circunstancias y él mismo insistían en ponerlo en mi camino.
Cuando bajé del taxi en lugar de ir directo a mi departamento fui a
buscar a Manu, necesitaba oírlo hablar, que me entretuviera con su
parloteo, quería engañar a mi mente, detener a mi mente que se
encaprichaba por recordármelo.

***

El dolor en el vientre no me dejaba levantarme de la cama, estaba


helada y sudoroso sintiendo que moría lentamente con ese malestar
que solo crecía, le marqué a Manu deseando que aún estuviera en el
edificio, no quería estar sola temía que me pasara algo y no tenía a
nadie a quién recurrir.
Me levanté con el teléfono en la mano para llamar a la editorial, no
iba a poder llegar, me resultaba imposible hacer algo sintiéndome así
de mal. Buscaba entre los gabinetes los sobres de té que no recordaba
donde los había guardado, cuando tocaron la puerta.
—Valen soy yo.
Caminé rápido hasta la puerta para abrirle a Manuel que sonaba
impaciente, besó mi frente antes de entrar con largos pasos hasta la
diminuta sala de estar.
—¿Qué tienes?
—Cólicos menstruales.
—¡Te bajó! —exclamó emocionado, emoción que se apagó al verme
negar.
—Aún no, me duele mucho el vientre, la espalda, y una pierna, sé que
suena extraño, pero antes de comenzar a tomar las píldoras todos
esos síntomas me indicaban que estaba a nada de menstruar.
—¿No piensas ir a un médico?
—¿Por lo que supongo es el síndrome premenstrual?
—Ya pensaste que puedes estar embarazada y ese dolor signifique
otra cosa —respondió serio—. Date una ducha yo te llevo a un médico.
—No, no es para tanto, solo son cólicos Manuel.
—Valentina muévete, te llevaré a un médico, si es para tanto, estás
actuando como una tonta, no quieres comprar la prueba, no quieres
hablar de esto, no quieres ir a un doctor, el hecho de que evites tocar
el tema no significa que el problema va a desaparecer, si estás
embarazada un bebé va crecer dentro de tu cuerpo, aunque te
niegues a creerlo.
—Tengo miedo Manu, mucho miedo, no dejó de soñar con un bebé
que me mira mientras lo sostengo, el temor me congela, prefiero no
saberlo ahora mismo que sufrir desde ya —confesé con honestidad—.
Quiero creer que es mi mente que está jugando conmigo, quiero creer
que de un momento a otro mi periodo va a llegar y ya. Entiéndeme
un poco, estoy pasando por mucho.
—Pero puedes estarte pasando otra cosa, no me quiero ir a trabajar y
dejarte sola sintiéndote mal —dijo al mismo tiempo que me abrazaba
con cariño.
—No estoy sola.
—Polly no cuenta, ella no puede hacer nada por ti si te pones peor.
—Quédate tú conmigo entonces —pedí de manera egoísta, río sin
soltarme para luego explicarme que tenía demasiadas cosas
pendientes como para faltar al trabajo, pero me prometió que
llegaría para que almorzáramos juntos.
Cuando se fue me tomé un analgésico, un té y me di un baño caliente,
tenía la intención de dormir un poco, pero ni el dolor ni mi teléfono
sonando constantemente me lo permitieron, cuando Manu llegó unas
horas después con comida entre las manos, lo recibí contenta, el
dolor había mermado gracias a la medicación, pero la incomodidad
seguía presente.
—¿Quién te llama tanto? —preguntó mientras servía la comida.
—No tengo el número registrado y nadie tiene mi nuevo número, así
que estoy casi segura que es de la editorial, quiero de esa salsa —dije
apuntándola.
—Es tuya, me alegra verte con apetito.
—A mí también, tengo días sin poder comer tranquila.
—Valen voy a responder —dijo de forma repentina cuando mi teléfono
volvió a sonar.
Lo observé alejarse mientras doblaba las mangas de su camisa
evitando así ensuciarte con la comida, tomó mi teléfono que estaba
sobre la cama y lo llevó hacia su oreja haciéndome un gesto para que
no dijera nada. Abrió los ojos de una forma chistosa y luego colgó
apresurado.
—¿Por qué esa cara? —pregunté riendo.
—Alguien le dio tu número a Vannesa.
—¿Qué? —sentí que la comida se quedó atorada en mi garganta al
escuchar ese nombre.
—Era su voz, no dejé que dijera mucho le colgué en cuanto la
reconocí ¿Cómo tiene tu número?
Me levanté a toda prisa del sillón y corrí hacia al baño donde vomité
lo poco que había comido, sintiéndome débil me levanté del piso con
cuidado para cepillarme los dientes, mientras Manu insistía con lo
del doctor.
—Me estoy poniendo cada vez más helada —susurré mientras me
sentaba.
—No creo que debamos dejar pasar un día más, mira cómo estás.
—Estoy intoxicada de tanta mierda que está ocurriendo en mi vida,
Manu mi cuerpo solo reacciona a lo que estoy viviendo.
—O te está diciendo: Hola hay un mini Santiago aquí adentro.
—¡Manuel! te prometo que vamos mañana, hoy no tengo el valor para
esto, ni siquiera para tocar ese tema, tengo mucha hambre, pero
tengo miedo de vomitar una vez más, no quiero pensar en cómo
Vannesa consiguió mi número, quiero desconectarme de todo —
confesé con honestidad.
—Come sin miedo y no hablemos de cosas asquerosas para que no
tengas nauseas de nuevo.
Se sentó a mi lado ofreciéndome un vaso repleto de soda que no
rechacé, justo cuando me puse triste de nuevo comenzó a hablarme
de cómo iban las cosas con su trabajo y lo bien que se llevaba con una
de las chicas que trabajaba con él, solo lo observaba sin poner nada
de atención en lo que estaba diciendo, agradecí con todo el corazón
poder contar con él, tenía la vida de cabeza, estaba débil y
vulnerable, tener a alguien a mi lado ofreciéndome una amistad
sincera era una bendición.
Cuando salió de mi departamento una hora después, volví a caer en
mi deplorable estado de ánimo, evitaba reflexionar en lo que pasaba,
pero me resultaba imposible lograrlo, estaba enfrentando una
especie de doble pérdida, ya no tenía a Santi conmigo y tampoco
podía a recurrir al calor de mi familia para curar las heridas,
entender eso provocaba que la opresión en mi pecho se hiciera cada
vez más aguda, más difícil de enfrentar, estaba harta de sentirme así
y aquello parecía no tener fin.
Mi teléfono sonó mientras le daba de comer a Polly, Vannesa había
llenado mis notificaciones con una cantidad exagerada de mensajes,
que leí uno a uno, aunque no tuviera paciencia para lidiar con ella,
agotada emocionalmente y harta de no responder a sus ofensas, tomé
la llave, mi bolso y mi teléfono. Ni siquiera tomé unos minutos para
cambiarme, salí con los pants negros y cómodos que había utilizado
todo el día, sin maquillaje y con el pelo alborotado por haber estado
acostada tanto tiempo.
Subí al primer taxi que encontré disponible, segura que estaba en su
departamento di su dirección, no intenté tranquilizarme mientras el
auto avanzaba rápido por la autopista, instaba a mi mente a recordar
cada altercado que viví con mi hermana mayor, necesitaba fuerzas
para enfrentarla y frenarla de una vez, reuní valor en cada momento
difícil que me hizo pasar.
Para cuando llegamos a mi destino el enojo se había convertido en
rabia, al bajar del taxi azoté la puerta con demasiada fuerza,
ganándome una mala mirada del conductor, miré al edificio al que
había entrado pocas veces, y sin perder tiempo entré a paso rápido.
Vannesa vivía en un sitio grande y lujoso, estaba muy orgullosa de
poder rentar un departamento en un lugar así, no dejaba de
presumirlo en cada oportunidad, cosa a la que nunca le tomé
importancia hasta que entendí que el interés de mi hermana por las
cosas materiales rayaba en lo obsesivo.
Tapé mi nariz al entrar al elevador, conteniendo el deseo de vomitar
que se manifestó de repente, culpé a mis nervios de todos esos
malestares que aparecieron a medida que se acercaba el momento de
ver a Vannesa, no le temía a ella, si no al dolor que me podía
provocar con facilidad, toqué el timbre con impaciencia, apretando el
dedo una y otra para desesperarla con el sonido, mi corazón se
aceleró cuando escuché su voz gritando para que dejara de tocar,
abrió la puerta con una mirada colérica que fijó en mí.
—¡Vaya! Al fin recapacitaste.
La empujé al pasar a su lado para poder entrar de una vez, me planté
en medio de su sala de estar, con los brazos cruzados y viéndola de la
misma forma en la que ella siempre lo hacía conmigo, con enojo, de
mala manera.
—¿Vienes a ayudarme con lo de la despedida?
—Vengo a exigirte que me dejes en paz de una vez, vengo a dejarte
claro que no quiero tener ninguna relación contigo, quiero que
entiendas que no puedes llamarme, ni enviar mensajes, Vannesa no
quiero saber nada de ti, de tu boda, de todo lo que tenga que ver
contigo.
—¡Soy tu hermana estúpida! No puedes simplemente desligarte de mí
—respondió con cinismo.
—Si puedo, si puedo alejar de mi vida a cualquier persona que atente
contra mi paz, el hecho de que compartamos sangre no significa que
tengo que soportar toda la mierda que sale de ti.
—¿Qué crees que he hecho yo durante los últimos veintitrés años?
Soportarte a ti.
—¿Soportarme? Cínica, yo nunca me he metido contigo, jamás me he
ensañado con hacerte daño como tú lo has hecho conmigo, estoy lejos
de ser perfecta pero siempre te he ofrecido un cariño sincero, cariño
del que has abusado desde siempre. ¡Pero ya no más Vannesa! Se
acabó la estúpida a la que dominabas, siempre termino haciendo lo
que pides, siempre me manipulas, me menosprecias ¡Me lastimas! —
grité dejando que todo lo que había guardado saliera a flote— Yo
reniego de ti, no te quiero cerca de mí, ya no te considero mi
hermana.
—¿Cómo eres capaz de decirle eso a tu hermana? —me sobresalté al
escuchar la voz de mi madre, ladeé el rostro observándola salir de la
cocina, me miró horrorizada, con los ojos vidriosos y los labios
entreabiertos— ¿No la consideras tu hermana? —preguntó con
incredulidad e indignación— Aunque no te guste toda la vida lo va a
ser, nacieron de mí ambas, Valentina ella es tu sangre, estás
peleando con tu única hermana por un hombre, un hombre que se
puede cansar de ti en cualquier momento.
—No sabes nada —dije con la voz quebrada, cubrí mis labios con
ambas manos sintiendo otro golpe en el pecho al sentir esa mirada
cruel que me dedicaba mi madre— ¡No es por Santiago! Esto solo fue
la gota que derramó el vaso, yo no la soporto más mamá, ella me
hace daño y nunca has hecho nada.
—Es normal que peleen ¡Son hermanas!
—¡No es normal que me humille! Que me menosprecie, no es normal
que use mis fallas como pretexto para hacer chistes, no es normal
que tú te rías mamá —mi voz se quebró sin que lo pudiera evitar,
Valeria soltó una lágrima sin apartar la mirada de la mía.
—La víctima, pobre Valentina —ironizó Vannesa—. Acusas a mamá de
no defenderte, pero no dices nada acerca de lo disponible que
estaban todos para ti, desde que naciste todo lo que tenía que ver
conmigo pasó a segundo plano, la atención estaba en ti, en la torpe
Valentina que se metía en mil problemas y todos tenían que
resolvérselos. No importaba lo bien que hiciera yo las cosas, mis
papás solo hablaban de ti, me robaste cada triunfo con uno de tus
caos, el día de mi maldita graduación se te ocurrió darles la noticias
a mis papás que habías reprobado un año nuevamente, toda la
maldita cena se trató de ti, siempre fue así, siempre me opacaste.
Mi mamá se sentó en un sillón visiblemente afectada por todo lo que
estaba ocurriendo, Vannesa lloraba de rabia, conocía hasta la forma
en la que se desahogaba, di un paso sintiéndome mareada mientras
ella me miraba como si estaba a punto de lanzarse sobre mí.
—La envidia es mala Vannesa, te envenena el alma.
—¿Qué te voy a envidiar yo a ti? Valentina eres una fracasada, no
sabes tomar decisiones, eres tan estúpida que se enamoró de un tipo
que lo único que quería era usarte porque te pareces a mí.
—Vannesa no le hables así —exigió mi mamá con tono enérgico.
—Déjala, deja que suelte su veneno si eso la hace sentir bien que lo
haga, me da lástima tu hija mamá, está vacía por dentro, es
superficial y frívola, tiene una envidia irracional hacia mí.
—No eres mejor que yo Valentina, te has salido con la tuya usando
esa carita bonita que tienes y esa voz de estúpida con la que hablas.
Pero estás lejos de ser lista, audaz, no eres lo que mis papás
esperaban.
—No estoy aquí para llenar las expectativas de nadie Vannesa, di y
piensa lo que quieras, a pesar de todas las malas decisiones que he
tomado estoy saliendo adelante, sola, sin recurrir a papá y sus
contactos, así fue como conseguiste el puesto del que tanto presumes.
Si te molesta todo lo que estoy logrando, jódete, porque pienso ir por
más —con las piernas temblorosas me acerqué a mamá que lloraba en
silencio—. Está es tu hija, así ha sido siempre, desde que recuerdo me
habla como si fuese su enemiga, no me llames más tu tampoco mamá
—bajó el rostro al escucharme, aunque me dolía alejarme de ella
estaba consciente que era lo mejor para mí—. Me duele pedirte esto,
pero ya no puedo más, cuando quieras saber cómo estoy, cuando te
interese yo y no la dama de honor de Vannesa, búscame.
—Estás alejándote de tu familia por el retardado de Santiago. No te
quiere Valentina, se acercó a ti porque le recordabas a mí.
—Valentina está embarazada —gritó mi mamá cuando empujé a
Vannesa.
—Por eso me contengo, tengo muchas ganas de arrastrarla por toda
esta linda alfombra... Solo quiero aclararte —dije viendo a Vannesa—.
Esto no es por Santiago, es por todo lo que me has hecho, y para ser
honesta no creo que él quiera recordarte, le das asco.
—Quieras o no irás a mi boda, no me vas a robar este momento
también, fingirás que todo está bien.
—Tú y la boda se pueden ir a la mierda... Te quiero mucho mamá —
dije viéndola, no dijo nada, solo limpiaba las lágrimas que parecían
no querer parar, estaba a punto de abrir la puerta cuando Eduardo, el
novio de Vannesa, entró alarmado, supuse que por los gritos.
—¿Están bien? —preguntó preocupado.
—Todo bien —respondí limpiando mi rostro humedecido por el
llanto—. Edu te voy a enviar un libro ahora mismo, espero puedas
leerlo, es la historia de mi hermana y mi exnovio, creo que necesitas
conocer mejor a la mujer con la que vas a casarte.
—¡Valentina! —gritó Valeria, la miré por encima del hombro
sintiéndome más triste que nunca y atravesé el umbral de la puerta,
sin ver atrás decidida a alejarme de todos, incluso de mi papá si
respondía de la misma forma que mi madre.
Estaba lejos de mi departamento, pero decidí caminar, estaba
destrozada por dentro, sin fuerzas para recoger los pedazos e
intentar continuar, el dolor en el pecho no me dejaba respirar en paz,
no pude contener el llanto más y sin importar las miradas curiosas
dejé de contenerme; tomé un taxi cuando tuve un poco de calma, me
costó trabajo hablar para indicarle mi dirección al chofer, mi voz
sonaba temblorosa a pesar de haber dejado de llorar varios minutos
atrás.
Contemplé en silencio el trayecto que recorríamos, las mismas calles
de siempre que se notaban tan diferente, estar sumida en esa tristeza
hacía que las cosas se percibieran diferentes, al llegar al
estacionamiento de mi edificio sentí un poco de alivio, bajé del auto
rápidamente sin poder responder las buenas noches que me había
deseado el conductor puesto el llanto de nuevo se había atravesado
en mi garganta.
—Señorita Rincón, está muy guapa hoy.
Temblé al escuchar esa voz a mi espalda, incapaz de moverme apreté
mis labios que se entreabrían a causa del llanto, podía sentir mi
pulso acelerado, los latidos de mi corazón resonando en mis oídos.
—Se supone que ahora tú dices, estoy hecha un desastre, y entonces
yo respondo que así me pareces más bonita— dijo sonando cada vez
más cerca, hablaba con un tono de voz relajado, como si entre
nosotros no existiera una enorme brecha que crecía con el paso de
los días y la concientización de lo vivido—. ¿Valen?... ¿Mi amor que
tienes? —preguntó cuando estuvo frente a mí, en cuestión de
segundos me encontraba entre sus brazos sintiéndome más débil que
nunca.
—No me toques —supliqué llorosa.
—¿Qué te pasó? ¿Por qué estás así?
—¡Todavía lo preguntas cínico! Me pasó todo ¿No te das cuenta de
todo el daño que me han hecho?
—Valen lo siento muchísimo, te juro que me arrepiento de lo que
pasó, de no habértelo dicho antes. Mírame, pensé que te había
quedado claro que no quise lastimarte nunca que
—¿Qué haces aquí? —lo empujé sin encontrar resistencia de su parte,
se alejó de mí con una actitud de derrota nada típica en él, se arrancó
la corbata del cuello y la guardó en el bolsillo de su pantalón sin
levantar la mirada, evitando verme como el cobarde que era. — No
quiero que me busques, si me fui así de tu departamento fue para
evitar una despedida, unas palabras más, para mí ya está todo dicho,
—Estás siendo cruel preciosa.
—Tú lo fuiste conmigo, lo eres al aparecer como si nada. ¿Qué haces
aquí?
—Matando el deseo de verte.
—Yo no quiero verte a ti.
—Quiero pasar a ver a Polly ¿tampoco puedo?
—No, no puedes.
—¿Me vas a dejar aquí afuera? —cuestionó cuando hice el intento de
irme.
—¡Santiago déjame en paz!
—Está bien, me iré... Solo acepta mi auto por favor, Raúl me contó
que te negaste a aceptar las llaves, quiero que te quedes con él, no
puedo dejárselo a nadie más.
—No quiero tu maldito carro, no quiero nada de ti suficiente con lo
que creo que me dejaste.
—¿Qué? —preguntó.
—Olvídalo y llévate la carcacha, ya sé que vale una fortuna y nunca te
molestaste en decírmelo, lo choqué para que lo sepas.
—Lo sé, me enteré el mismo día Valentina.
—¿Y aun así quieres dejarlo conmigo? En el estacionamiento de tu
casa estará bien mientras tú estás de viaje, quiero subir lo lamento,
pero no puedo seguir escuchándote.
—Valentina me voy, no planeo regresar, no al menos dentro de un par
de años —dijo sin saber lo mucho que me dolió escuchar eso.
w w

—¿Te vas? ¿Por qué? —pregunté de inmediato, sin poder restringir mi


curiosidad, giré de forma apresurada mareándome con el
movimiento, ignorando mi malestar enfrenté su mirada, sus ojos
tristes que siempre me parecieron intimidantes. — ¡Responde!
—Voy a estudiar un doctorado en negocios internacionales, algo que
he tenido pendiente por mucho tiempo, voy a dejar a un lado todo y
centrarme en eso, necesito estar preparado algún día voy asumir por
completo el consorcio de papá y...
—¿Por qué? —formulé de nuevo la pregunta esperando con
impaciencia que hablara, me observó sólo por breves segundos, como
si no fuese capaz de sostener mi mirada, negó a la vez que pasaba
una mano por su pelo perfectamente peinado en un gesto de
nerviosismo— ¡Santiago!
—Mi papá cree que es una buena idea, en este momento disponemos
de personal calificado que puede quedarse al frente de las cosas que
yo manejo, el hijo de un socio se encargará de la cadena de centro
comerciales, el Prime queda en buenas manos.
—¿Te vas porque a tu papá le parece buena idea? —solté con un tono
de reclamo que no pude ocultar.
—¿Por qué no irme Valentina? No hay nada que me ate aquí, Sandra
ya no vive en casa, los negocios sobrevivirán sin mí, tú no
—No, no hagas eso —lo interrumpí molesta—. Si pretendes
manipularme con esto no voy a caer, si vas a decir que te vas por mí
no me voy a conmover, no me uses como excusa —levanté la voz
frustrada, odiaba esa situación en la que estaba, no podía tolerar
verlo así, sentirme así.
Apretó los labios y bajó de nuevo la cabeza, pensativo, extraño, lo
percibía tan distinto.
—Por favor acepta mi auto, no puedo dejarlo en manos de cualquier
persona, yo sé que te parece tonto, pero tiene un significado para mí.
Sin procesar lo que dijo giré y avancé hacia el interior del edificio,
me molestó mucho que cambiara el tema de esa forma, que no fuese
capaz de hablarme viendo mis ojos, rechiné los dientes al percatarme
que el elevador estaba ocupado, caminé directo a las escaleras
sabiendo que él seguía mis pasos, subí de dos en dos los escalones
mientras debatía internamente, sabía que Santiago no se iría
fácilmente y lo estaba guiando a mi departamento, no quería estar
sola con él, pero tampoco quería que dejara de seguirme, las
contradicciones me aturdieron hasta el punto de obligarme a
detenerme en medio de las escaleras, Santiago Sada me estaba
volviendo loca, en el peor de los sentidos.
—Valentina no huyas de mí.
Sus manos fueron directo a mi cintura apenas estuvimos frente a
frente, mi cuerpo tembló por aquel acto tan común entre los dos, me
dolían sus manos sobre mi piel, pero al mismo tiempo sentía
necesitarlas, acorralada por su presencia, su tacto y su olor, dejé que
mi poca habilidad social saliera.
—¿Y el libro? El lanzamiento es en unas semanas y ahora te vas ¿Y
todo lo que has escrito? ¿La historia de suspenso que una vez me
comentaste?
—¿Me escuchaste? —preguntó con asombro.
—Claro Santiago, siempre lo hice, cada vez que hablaste de algo que
te apasionaba centré toda mi atención en ti. Porque escribir te
apasiona por más que te niegues en aceptarlo ¿Vas a dejar todo para
ir a estudiar un doctorado? —contuve el aire justo después de hablar,
quería preguntarle si yo formaba parte de lo que iba a dejar de lado,
pero el solo pensamiento estaba fuera de lugar, era incongruente a lo
que yo misma pedía, distancia entre ambos.
—Tal vez sea lo mejor.
—¿Para quién? ¿Para tu papá? —di un paso adelante en una actitud
confrontativa que no podía dominar.
—Para mí Valentina, escribir en este momento no es una prioridad.
—¡Mientes! —lo acusé, continué subiendo los escalones sin detenerme
hasta llegar a mi piso, buscaba las llaves apresurada mientras mis
pies se movían rápidamente por el pasillo.
Me detuve frente a mí puerta la falta de aire no obedecía a mi pésima
condición física, estaba conteniendo el llanto y esa sensación era
agotadora, mi cuerpo quería doblegarse, mi orgullo no me lo
permitía, miré por encima del hombro para comprobar que aún
estaba siguiéndome, una parte de mi rogaba porque así fuera.
—Entiendo tu enojo, la rabia que sientes por mí, pero dices quererme
por ello te pido que no me trates así, tu indiferencia me afecta, eres
la única persona a la que quiero siempre importarle, cada vez que
huyes de mí me haces sentir miserable— dijo tras mi espalda.
—¡Lo eres! un miserable mentiroso y encima de todo cobarde, estás
huyendo, te estás escondiendo tras la "sugerencia" de tu papá para
no enfrentar lo que hiciste, te vas porque no quieres enfrentarlo y
decirle que quieres otra vida y no ser su esclavo, te vas porque no
eres capaz de verme a los ojos después de lo que me hiciste.
—Tienes razón —admitió pasando la mano por su barbilla—. No puedo
verte a los ojos después de todo lo que has llorado por mi culpa, mi
intención nunca fue hacerte algún mal a ti, tenlo claro siempre.
—Eso no me sirve de consuelo, por favor vete —pedí hipócritamente,
quería que se quedara un momento más, que propiciara un abrazo
que yo necesitaba tanto, sentí caer al vacío cuando giró sobre sus
talones, se detuvo apenas dio un paso y de nuevo puso su vista en
mí— ¿Qué?
—Tienes mucho más por decirme, lo puedo ver en tus ojos, te estás
conteniendo, sácalo todo si eso te va hacer sentir mejor.
Envalentonada por su sugerencia, di un paso hacia adelante hasta
quedar frente a frente, casi rozándonos como una mínima parte de
mí anhelaba, se quitó los lentes, apretó los labios como si él también
se estuviera tragando demasiado, como si los dos estuviéramos en
igualdad de condiciones, como si ambos padeciéramos el mismo
dolor.
—Ya acepté que me mentiste, no comparto tus razones de hecho me
parecen estúpidas, porque lo primero que tenías que hacer si sentías
un interés genuino por mí era decirme la verdad, te creo que no te
hayas acostado con Vannesa más dudo de todo lo nuestro, de cómo
comenzó de cómo se desarrolló, siento que viví en una mentira por
meses, siento que me involucré tanto con alguien que nunca se
terminó de abrir de verdad conmigo... Pero —le hice un gesto con la
mano para que no acortara la distancia del todo entre los dos, se
notaba que quería abrazarme cuando me quedé callada afectada por
las emociones—. Santiago además de todo lo mencionado ahora me
dices que te vas, que dejas un proyecto en el que trabajé mucho, en el
que me exigí demasiado, te vas y quieres hacer a un lado otras cosas
que son importantes para ti, te vas porque es más fácil huir, es más
fácil dejarle a tu papá el rumbo de tu vida, todo me decepciona tanto
Santi —cubrí mis labios cuando el llanto se desbordó— ¿Este eres tú?
¿Siempre fue así?
—Me voy porque es lo mejor para mí.
—¿Dejar de escribir es lo mejor para ti? ¿Abandonar algo que te
encanta es lo mejor? Sé que no me corresponde decirte esto, ni
siquiera debería importarme lo que hagas, pero no me voy a callar
más, detrás de esa imagen autoritaria que tienes se esconde un
hombre que no asume las riendas de su propia vida, detrás del
profesional eficiente, del robot que hace todo bien, está un Santiago
frustrado ¿Por qué no puedes hacer lo que deseas? ¿Por qué no te
sueltas de esos hilos que te atan a tu papá? Por cobarde.
—No, no Valentina, por primera vez estoy siendo valiente, estoy
asumiendo que no puedo lidiar con algo y prefiero irme, exponer
debilidades no es de cobardes, me tomó mucho coraje aceptar que no
puedo manejar todo lo que está ocurriendo en mi vida, y en cuanto a
escribir, no puedo hacerlo porque cada cosa que escribo tiene que ver
contigo y me hunde más. Esa es la verdad.
Lo observé fijamente desesperada por encontrar honestidad en su
mirada, pero el daño era tan grande que no podía tener certezas de
nada, dudaba hasta de su forma de contemplarme.
—¿Cuándo tienes que irte? —cuestioné tragándome el llanto—. El
lanzamiento está programado para el tres de octubre, se suponía que
ibas a estar ahí, aunque no te presentaras como el autor.
—Tú cumpleaños —susurró con la mirada perdida.
—Eso no debería importarte a ti, estamos hablando del lanzamiento.
—No podré estar ahí —respondió con seriedad.
Irguió los hombros dejando atrás la actitud de derrota que mostraba,
con seguridad alargó el brazo para atraerme contra su pecho, como si
supiera que muy en el fondo yo estaba deseando eso, cerré los ojos
incapaz de oponer a su cercanía, sumida en las emociones que
desataba estar entre sus brazos, sentirlo entre los míos.
—No me alejes Valentina —susurró a mi oído intuyendo mis
intenciones de romper el abrazo—, no tengo derecho a pedirte esto,
pero no me desprecies así, todo se hace más difícil cuando lo haces,
puedo lidiar con que la desconfianza no te permita estar conmigo,
pero no con tu rechazo. Quiero guardar el recuerdo de lo que siempre
has sido, de la manera en la que ríes y me miras intentando no ser
obvia.
—Cállate por favor —supliqué doblegada por ese dolor agudo en mi
pecho—. Cuando te vayas olvídate de lo que fui, porque no seré esa
persona jamás, no volveré a verte de la misma manera, me estás
decepcionando de todas las formas posibles.
—Un minuto más —susurró cuando me removí entre sus brazos,
negué sin despegar la cabeza de su pecho, sin tener la fuerza para
soltarlo—. De verdad estás muy guapa hoy.
—Estoy hecha un desastre —respondí entre sollozos.
—Es cuando más bonita me pareces.
Lo abracé fuerte, aferrándome a eso que sentía y parecía no tener fin,
guardando suspiros que siempre solté al escuchar esa frase que
tantas veces me había dicho, dejé un beso en su pecho antes de
apartar un poco el rostro, nos miramos en silencio con los ojos
nublados por las emociones, sin saber cómo reaccionar permití que
sus labios se posaran suavemente sobre los míos, para después
empujarlo y entrar de una vez a mi departamento, queriendo huir de
un amor que me lastimaba sin medida.

***
Tomé el cepillo para peinarme desesperada por verme mínimamente
presentable, noté como mi rostro estaba hinchado después de una
larga noche en la que me quedé dormida agotada por el llanto, me
sentía terriblemente mal de todas las maneras posibles, emocional,
física y mentalmente pero no había tiempo para seguir
lamentándome, tenía responsabilidades que asumir esperando por
mí.
Mientras me tomaba una taza de café bien cargado, le envié por
WhatsApp la versión editada de Eva a Eduardo, el repentino
encuentro con Santiago la noche anterior, me había dejado tan
agotada que no pude hacer eso que había advertido, sin esperar
alguna respuesta dejé el teléfono sobre la mesa para cepillarme los
dientes.
Evité pensar si aquello era correcto o no, pero me resultaba muy
difícil, sentía que estaba cayendo tan bajo como Vannesa al hacer
algo así, incluso estuve a punto de borrar el mensaje que no había
sido visto por Eduardo, me odié por tener escrúpulos, por sentirme
así de mal solo de pensar que estaba provocando mal de alguna
manera.
Abordé un taxi ignorando mi consciencia, archivé la conversación con
Eduardo para no verla y evitar el remordimiento y me concentré en
resolver uno de mis tantos pendientes, enfocarme en el trabajo era lo
único que silenciaba el caos que se tejía en mi interior, necesitaba
dejar de flotar en dudas y de consumirme en el dolor que me
producía su ausencia.
El lanzamiento de Eva no era lo único que estaba en agenda, había
una expo de libros programada para la tercera semana de Octubre
que requería también de mucho esfuerzo, durante el tardío trayecto
hacia la editorial, aproveché para enviar correos a los distribuidores
que se encargaban de cubrir una parte del gasto que generaba
movilizar a nuestros autores, noté que las cosas se habían vuelto un
poco más fáciles para mí, del temor que me generaba desenvolverme
entre personas con mucha más experiencia que yo, no quedaba casi
nada, por primera vez en mi vida me sentía apta para lo que estaba
haciendo, aunque era consciente que aún tenía muchísimo que
aprender.
—Buenos días —saludé a Anita que en respuesta solo sonrió, noté más
movimiento en los pasillos, pero decidí no prestar atención, avancé
por el pasillo que llevaba hasta mi oficina sorprendiéndome al
toparme con Laura saliendo de esta.
—Buenos días soy Laura tu nueva asistente, oficialmente eres mi jefa
—su sonrisa radiante me resultó contagiosa, le di un beso en la
mejilla antes de entrar a mi oficina con ella pisando mis pasos. —¿No
dices nada, no te emocionas?
—Como no tienes idea, nadie mejor que tú para el puesto, perdona mi
inexpresividad, solo estoy en uno de esos días extraños.
—¿Todo bien? —preguntó con un tono de preocupación que me
pareció auténtico.
Cansada de responder con una mentira cada vez que alguien
preguntaba lo mismo, decidí ser honesta, de una manera atropellada
dejé que saliera todo lo que me preocupaba de mi boca, confesé por
primera vez lo mucho que me dolía preparar el lanzamiento de un
libro que de alguna u otra manera era el culpable de todo lo que pasó,
revelándole el nombre real de Eva, le relaté uno que otro detalle de
mi ruptura con Santiago, solo para que entendiera un poco más lo
difícil que me resultaba todo lo que estaba viviendo.
La reacción de Laura me hizo entender que no esperaba nada de lo
que dije, se limitó a mirarme por largos segundos, sin poder camuflar
la sorpresa y la confusión que le generó escucharme, pensé que me
había equivocado al contar algo que consideraba tan íntimo, era
demasiado torpe con las relaciones humanas, asumí que la incomodé
y casi me disculpaba cuando ella se puso de pie, se acercó cautelosa a
mí para luego ofrecerme un abrazo, abrazo que sentí sincero y
reconfortante.
—Cuenta con mi ayuda en todo lo que sea posible, haré que las cosas
sean más fáciles, ya sabes, puedo encargarme de ser el puente entre
el autor y tú.
—Gracias de verdad, aunque creo que lo de ser puente no va a ser
necesario —dije luego de aclarar la garganta—. Santiago no va a estar
involucrado en nada, ni siquiera asistirá como parte del público a
como lo habíamos previsto, a pesar de eso quiero que todo salga a
como lo habíamos planeado. Rodrigo quiere que sea un evento en
grande.
—¿Hay presupuesto? —preguntó riendo.
—Sí, imagina que ironía, el libro que mi exnovio le escribió a su
exnovia será lanzado por todo lo alto, que lindo ¿no?
—Un libro que habla de lo mala persona que es la tipa, que no se te
olvide ese detalle, es una sátira, una burla, un manifiesto de
indignación. Debería darte gusto el proceso solo por el simple de
hecho de saber que ella es ridiculizada —dijo con la mandíbula tensa.
—No puedo sentir gusto de todo esto, pero prometo que pondré mi
mejor cara, hay muchas cosas que quiero mejorar Lau, necesito
sentirme cómoda conmigo, creer más en mí, voy hacer esto bien y no
desistiré de terminar mi tesis, mi tutor va aprobar el tema que
escogí, quiero ser positiva. Y para que todo eso sea posible tenemos
que ponernos a trabajar de una vez.
—Tienes toda la razón, hay un par de cosas que quería consultar
contigo antes de comenzar de lleno, iba a hacer las llamadas para lo
de la expo, pero primero quería proponerte que sugirieras solicitar
un stand más grande, revisé el movimiento de los últimos dos libros,
ambos con segunda edición, es sorprendente Valen, estamos en toda
la capacidad para ponernos un poquito más exigentes —dijo con ese
tono tan simpático que utilizaba cuando estaba entusiasmada.
—Ya lo hice, de hecho, los distribuidores se encargarán de
conseguirnos un mejor sitio además de grande.
—Licenciada Rincón, usted me sorprende.
Fue fácil mantenerme tranquila con la mente tan ocupada, sin tener
tiempo para divagar en mis pensamientos masoquistas, dediqué mis
horas exclusivamente a Águila, Laura y yo decidimos adelantar
cuanto fuera posible, el cambio de instalaciones de la editorial
retrasaría un poco nuestros avances.
Esa tarde salí del edificio sintiéndome tranquila, ligeramente
recompuesta, sin pensar en el suplicio que me suponía llegar a la
soledad de mi departamento, opté por caminar dado que había un
clima agradable, cuando había avanzado un par de calles saqué mi
teléfono de mi bolso para ver la hora, sorprendiéndome al encontrar
un mensaje de mi papá que había enviado a media tarde.
Me gustaría mucho invitarte a cenar un día de estos, aunque no te he
visto ni llamado he estado pensando mucho en cómo estás, te quise dar
un espacio que creí necesario, pero creo que ya es hora que charles con
este viejo aburrido.
Me detuve para leer un par de veces el mensaje, el corazón me latía
rápido gracias a la incertidumbre que me provocaba mi desastrosa
vida familiar, en ese momento sentí miedo, miedo que mi papá
tomara partido, miedo de que no supiera de mi discusión con
Vannesa y Valeria, pánico de que intentara convencerme de arreglar
las cosas con ellas. Sin pensarlo más deslicé mi dedo por la pantalla
para desplegar el teclado y tipear mi respuesta.
Papá tuve una discusión con Vannesa, espero no quieras hablar de eso,
tampoco de mi decisión de alejarme de ella.
De lo único que quiero hablar es de ti, ya conozco lo que sucedió y te
aseguro que no se me ha pasado por la cabeza intervenir, te amo
mucho Valentina, sé que desde creciste dejé de repetirlo, se hace un
poco más difícil con el paso de los años, pero quiero que lo sepas, no
soy perfecto como papá, pero cuenta conmigo, no quiero que te aísles y
te sientas sola, siempre voy a estar ahí para recordarte que debes
terminar la tesis y espantarte a cualquier Octavio que se aparezca.
Reí entre lágrimas leyendo el mismo mensaje un par de veces, me
conmovió a profundidad saber que contaba con él, no sabía que
necesitaba tanto tener esa certeza hasta que leí las palabras de papá,
palabras que consideré honestas por ello significaron mucho más, sin
saber qué responder solo escribí: te amo también, con una serie de
corazones rojos adornando la frase.
Saboreé de aquel instante que me sabía tan bien, me enfoqué en lo
bueno que había sucedido, ignorando todo lo que guardaba y me
hería tanto, aquel maravilloso humor desapareció cuando llegué
hasta mi edificio, ver la carcacha ocupando uno de los lugares del
estacionamiento acabó con mi paz, sintiéndome harta por ese vaivén
de emociones, miré hacia los lados esperando encontrar al dueño y
ponerlo en su lugar, pero en lugar de toparme con Santiago, me
encontré con Raúl que me observaba con una sonrisa temerosa en los
labios.
—Señorita Valentina —saludó a la vez que se acercó cuidadosamente
a mí.
—Dile que no me encontraste —respondí sin detenerme, era
consciente que solo estaba cumpliendo con su trabajo, pero me era
inevitable demostrarle con los gestos de mi cara lo mucho que me
molestaba verlo ahí, esperando por mí.
—No me creerá usted lo conoce, es listo.
—Raúl no me sigas —pedí con un tono enérgico.
—Valentina nunca lo había visto así. —Me detuve al escuchar aquello,
sintiéndome muy tonta por querer saber más de Santiago—. Me está
llamando —dijo mostrándome su teléfono.
En un acto espontáneo le arrebaté el teléfono de las manos, lo llevé a
mi oído temerosa por escucharlo, pero muerta de curiosidad.
—¿Aceptó el carro? ¿Te dijo algo? —preguntó sonando ansioso.
—No voy aceptar nada, ayer pensé que te lo había dejado claro —
dije haciendo uso de todo mi autocontrol para sonar segura.
—Valentina... ¿Así van a ser las cosas entre nosotros?
—Serán peores si no dejas de insistir, no sé qué quieres de esto,
no entiendo y tampoco me interesa hacerlo, estaba de muy buen
humor parece que olfateas cuando estoy bien y te esmeras por
arruinarlo.
—Preciosa yo no quiero esto, no quiero arruinarte nada, te juro
que lo único que deseo es que estés bien porque asumo que no lo
estás.
—No lo estoy —respondí a la defensiva, que me llamase preciosa me
molestó muchísimo—. Y si sigues con esto estaré peor, me
decepcionaste no una, sino dos veces, ve a tu viaje, se feliz y
olvídate de mí.
—¿Qué hago Valentina? No me quieres contigo, pero tampoco
quieres que me vaya, estoy confundido, jodido mentalmente, por
primera vez no puedo intuir lo que quieres, no te muestras más
como antes y eso me desconcierta.
—Deja de vivir para complacer a tu papá, deja el miedo y has lo
que de verdad deseas, te gusta escribir asúmelo y no te escondas
tras un seudónimo, quieres renunciar, hazlo. Esto no se trata de
nosotros y lo que pasó entre ambos, me decepciona verte así. No
vuelvas a enviar a Raúl, solo déjame tranquila.
Sin darle oportunidad de replicar algo colgué el teléfono, se lo
entregué a Raúl con poca delicadeza antes de entrar con pasos firmes
al edificio, el enojo que emergía de mí solo crecía a medida que los
segundos transcurrían, sin darme cuenta hacía sonar mis zapatos de
forma exagerada mientras me desplazaba por el pasillo, las llaves se
resbalaron de mis manos cuando intenté abrir la puerta provocando
que una maldición en voz alta saliera de mis labios, por más que
quisiera esconder y minimizar lo mucho que me dolía que Santiago se
fuera, me resultaba imposible lograrlo.
—Valen —escuché la voz de Manu que gritaba desde el umbral de su
puerta.
—Manu vengo muerta —mentí para que no se diera cuenta que estaba
a punto de llorar—. Voy a darme un baño y te marco después para
que cenemos juntos —sugerí a la vez que abría la puerta de mi
departamento, cerré los ojos al escuchar pasos acercándose, quería
esconder mis emociones y solo sonreírle.
—Sebas pidió sushi y estamos viendo una película —comentó mi
amigo, miré por encima del hombro a Sebas que sonreía a su lado.
—Lo siento chicos, solo quiero dormir.
—¿Ni siquiera vas a preguntar cuál es la película?
—Seguro una donde hay sangre, muertes y fin del mundo, solo cosas
así ven ustedes —respondí empujando la puerta para entrar.
Giré hacia ellos sonriéndole a ambos que permanecían pegados
hombro a hombro.
—Tienes algo en el trasero —susurró Sebastián un poco avergonzado
—¿Algo?
—Una mancha.
Corrí hacia el interior de mi casa en busca del espejo grande que
estaba en mi cuarto, me invadió una súbita alegría al contemplar mi
reflejo, el pantalón beige que estaba usando, tenía una mancha
rojiza.
—¡Me bajó!
—¿Segura? —preguntó Manu acercándose a toda prisa, asentí riendo
para luego abrazarnos eufóricos.
—Gracias Dios, gracias Dios —susurré con los ojos cerrados, corrí
hacia el baño ignorando a Sebastián que me miraba con expectación.
Emocionada a más no poder tomé un corto baño de agua caliente, que
servía para aliviar un poco los cólicos y despejar mi mente, pensé
que los dos se habían ido de mi departamento, pero lo encontré
sentados en los sillones de mi sala, conversando en voz muy baja.
—¿Estás segura que estás menstruando?
Le hice un gesto con los ojos a Manuel para que se callara, además de
imprudente me pareció indiscreto, Sebastián parecía estar
sospechando todo.
—Lo estoy —respondí con seguridad.
—¿Pero y la prueba? Te sentías mal.
—¡Manuel!
—Lo obligué a que me lo dijera —respondió Sebastián—. Ustedes
reaccionaron extraño, quería saber que pasaba.
—Manu no debiste.
—No dirá nada, lo prometió —agregó confiado.
—Aún no puedo creer que sospecharas un embarazo y mi hermano no
lo supiera —comentó Sebastián muy serio— ¿Qué pensabas hacer?
—Dárnoslo a nosotros —contestó Manu con tranquilidad—. ¿No
quieres ser papá?
—Manu no bromees así —dijo riendo, me contagie con su risa al verlo
llevarse una mano al pecho, en un gesto dramático que me recordó
demasiado a Sandra.
—Creo que es mejor que vayas a un médico, después de un susto así
es lo menos que puedes hacer. —Comentó Manu acabando con las
risas y dándole paso a la seriedad.
—Ay Manu goza conmigo de este momento, luego hablamos de
médicos y todo lo que quieras.
Tuve que visitar a un médico unos días después, jamás había sufrido
tanto por los malestares propios de mi ciclo menstrual, el doctor me
aseguró que todo estaba en orden, que mi retraso pudo haber sido
causado por estrés, me sentí tonta por no haber acudido antes, por
permitir que el temor hiciera que me preocupara en vano.

***

Los últimos días de septiembre transcurrían demasiado rápido, mis


emociones cambiantes hacían de mis horas un infierno, estar en la
editorial lograba que me relajara un poco, contradictoriamente
trabajar en el libro me hacía sentir medianamente bien, pero al llegar
a casa mi estabilidad emocional se tambaleaba, me esforzaba tanto
por no extrañar a Santiago, que terminaba agotada, más frustrada
con todo lo que pasó, que parecía no poder superar.
Sentía rabia hacia mi cada vez que sentía ese vacío en el pecho al
pensarlo, estaba cansada de rodar por mi cama toda la noche sin
lograr dormir más de tres horas seguidas, mi cuerpo estaba
resintiendo el mal de amores, mi voluntad flaqueaba cada vez que
terminaba llorando sobre el sillón con un libro entre las manos, mi
vida se volvió una triste rutina que me apagaba con lentitud.
Entre los últimos preparativos del lanzamiento y la mudanza de la
editorial, dejé de luchar con mi mente traicionera y mi corazón
masoquista, sucumbí al dolor en el que me negaba arrastrarme; me
bastó con analizar un poco la situación, ser consciente que la vida era
de ciclos, y estaba cerrando varios al mismo tiempo.
Aquella certeza me resultó dolorosa, había algo que a pesar de todo
yo no quería cerrar, me aferraba a Santiago en silencio, mintiéndome
de una forma tonta, resistiendo a la férrea necesidad de llorarle, de
extrañarlo como se extrañaba un gran amor, me di permiso de ser
débil, de no sentirme tonta por quererlo. De llorar con una sonrisa en
los labios por todo lo que viví y lo mucho que dolía.
Una noche antes del gran evento, me refugié en mi cama
cobijándome con el recuerdo de lo que fuimos, haciendo una larga
introspección que me dejó con la certeza de que lo que sentía por
Santiago, era amor verdadero, en el silencio de aquella madrugada
acepté que amaba cada cosa que me hizo sentir, lo que despertó, lo
que me enseñó.
Amaba la forma en la que me miraba, la sonrisa arrogante que
siempre me dedicaba, amaba hasta su obstinación por la puntualidad,
lloré al recordar sus manos sujetando las mías, la sensación de
calidez que me embargaba cada vez que me abrazaba, entendí que
tenía la capacidad de hacerme sentir amor y deseo en un beso, y que
probablemente nunca iba a vivir algo igual.
Entre lágrimas me dormí recordando la última noche que pasamos
juntos en mi cama, lo segura que me sentí envuelta en el calor que
desprendíamos juntos y pensando en lo difícil que iba a resultar
enfrentar la mañana siguiente. Porque estaba decidida a doblar la
página después del lanzamiento de ese libro.
El timbre de mi departamento sonaba con insistencia, gritaba desde
el baño intentando que la persona tras la puerta me escuchara y así
evitar que despertara a mis vecinos. Me envolví en la toalla sin tener
oportunidad de secarme, tropecé con una mesa al llegar a la sala de
estar y maldije entre dientes hasta llegar al fin a la puerta.
—Sabía que se te iba hacer tarde.
—¿Laura qué haces aquí? —cuestioné confundida, me mostró la hora
en su teléfono antes de empujar mis hombros levemente para poder
entrar— No es tan tarde.
—Lo es cuando no está tu firma en las autorizaciones para sacar el
material de la bodega, ya están llevando todo a la librería.
—¡Mierda! Olvidé por completo firmarlos ayer —tomé la carpeta que
cargaba Laura entre las manos y estampé mi firma en cada una de las
autorizaciones—. Lau siento que hayas tenido que venir hasta aquí,
me hubieras llamado y
—Lo intenté —me interrumpió sonriendo—. Tienes el teléfono
apagado desde ayer.
—Lo siento —me disculpé de nuevo suspirando con pesadez—. No sé
dónde tengo la cabeza.
—Yo sí sé —respondió, sonrió comprensiva antes de acercarse y
sujetar mi mano— arréglate tranquila, duerme un poco si es
necesario, ya te has encargado de todo, lo único que queda pendiente
es coordinar unas cosas en la librería, yo me encargo de ellas no te
preocupes.
—Lau no, tengo que hacer esto, dame unos minutos me arreglo rápido
y te alcanzo en la editorial.
—¿No confías en mí?
—Claro que sí.
—Deja que me encargue entonces, se nota que necesitas de un poco
más de soledad para recomponerte, hoy es el gran día Valen, después
de esto te esperan muchas cosas más.
—Si me quedo aquí lloraré y me sentiré miserable —confesé con
amargura.
—Si eso necesitas para llegar fuerte a cumplir con tu trabajo, hazlo.
Me voy jefa, ponte linda que tendrás que responder las preguntas de
la prensa invitada, no llegues tarde.
Observé como salió de mi departamento dejando en el ambiente esa
energía que desbordaba. Era consciente de lo afortunada que era por
contar con su apoyo y su comprensión, quise sentirme diferente,
quise sonreír por lo bueno que había en mi vida, pero no fue posible
cuando la pena que habitaba en mi corazón se sentía más fuerte que
nunca.
Siguiendo su consejo intenté descansar, dormí solo un poco y lo
extrañé mucho más, mientras me arreglaba me sonreí frente al
espejo al darme cuenta que miraba el reloj que llevaba en mi muñeca
izquierda, aquella manía tan suya de la que siempre me quejé, me
pinté los labios recordando lo mucho que le gustaba el labial rojo,
que según él me hacía lucir misteriosa y sensual.
Me puse perfume mientras Polly maullaba a mi alrededor, sin
importar que llenase mi ropa de pelo, me incliné para abrazarla
deseando que no huyera de mí como lo hacía siempre, besé su cabeza
y salí de mi departamento respirando profundo, deseando volver
entera y con una sonrisa en los labios.
El taxi avanzaba lentamente en medio del tráfico haciendo que
sintiera un poco de alivio, por primera vez en el último año no me
importaba llegar a mi destino con un poco de retraso, en realidad no
sabía si quería llegar, fijé la vista en el camino, las calles húmedas,
las personas caminando de un lado a otro con sus paraguas.
Esa tarde había caído un aguacero del que solo quedaban pequeñas
gotas deslizándose por los tejados, era patético lo cliché que era
aquello, estaba malditamente melancólica y todo a mi alrededor me
hundía cada vez más en ese estado de ánimo.
Había esperado tanto ese día, tenía tantas expectativas y estaba ahí,
queriendo que nada estuviera ocurriendo, deseando con todas mis
fuerzas estar en mi cama, acurrucada con Polly, a salvo de todas esas
emociones que solo me lastimaban.
Con más dudas que nunca bajé del auto, mis nervios estaban
controlados a pesar de la tormenta que pasé precisamente por este
lanzamiento, mis pasos se detuvieron frente a la puerta automática
de la librería, tomar aire y valor parecía ser lo que más necesitaba.
Era la librería más grande la ciudad, la más moderna, la que nos
ofrecía las mejores comodidades para el lanzamiento del libro que
muchos esperaban y que yo en el fondo odiaba, después de todo fue
el único causante de haberlo conocido.
Mis ojos barrieron todo el lugar apenas entré, todo estaba tal y como
lo había previsto, solo faltaba él... y no llegaría. El nudo que subía
por mi garganta me obligó a refugiarme en el baño, no podía ser
débil, no podía arruinar ese día, me vi en el espejo sin poder
reconocerme del todo, pasé las manos por mi pelo lacio intentando
que estuviera peinado a la perfección, retoqué mi labial y de nuevo
me perdí en mi reflejo.
De la Valentina que él conoció no quedaba casi nada, me sacudí los
recuerdos a la vez que alisaba mi falda y ajustaba un poco el escote
discreto en mis pechos. Bloqueaba todo lo que sentía, incluso lo que
pensaba, era lo única forma de poder continuar con mi vida de una
forma medianamente normal.
Al guardar el maquillaje dentro de mi bolso me topé con algo que no
debí seguir guardando, con las manos temblorosas saqué el
manuscrito del libro que él me había obsequiado, el que leímos
juntos, el que nos acercó tanto, desafiando mi sentido común decidí
abrirlo solo para leer nuevamente lo que me había escrito en la
primera página, después de aquella noche.
El éxtasis sigue latiendo, el dulce sabor de tu piel
está clavado en mis recuerdos,
mi lengua cosquillea por el deseo de saborear
el néctar adictivo que produce tu cuerpo.
Mis manos arden por la necesidad de tocarte,
mis piernas tiemblan al imaginarme mojado en ti,
frotándonos en el silencio de la noche,
quemándonos las ganas.
Quiero tus manos mimosas seduciendo mi espalda,
quiero llenarte de mí y que me empapes de ti,
sueño con tus uñas clavadas mientras agitada respiras,
que el aire nos falte embriagados de placer,
que caigamos en el abismo latiendo a la vez,
tu carne y la mía en la misma sintonía.
Me miras...
Me llamas...
Me agitas...
S.S

Santiago Sada repite mi mente al leer sus iniciales, quería borrar su


nombre mi memoria, pero me resultaba malditamente imposible, ni
siquiera podía borrar las huellas de sus manos en mi cuerpo que
ardía al recordarlo.
Santiago le hizo el amor a mi mente antes de tirarse mi cuerpo, lo
tenía grabado a fuego en cada espacio de mi ser y borrarlo estaba
siendo el desafío más grande que había enfrentado en la vida.
Cerré el libro al darme cuenta que mis lágrimas mojaron la primera
página, debía mantener la compostura a como diera lugar, sin
importar tragarme todo lo que sentía, limpié mis lágrimas y tomé
aire antes de girar dispuesta a salir de ese sitio.
Me sentí llena de valor y decisión hasta que abrí la puerta y lo vi
frente a mí.
—Estoy aquí Valentina, no puedo perderte a ti. — Su voz sonó
apagada, sin ese tono de arrogancia que lo caracterizaba.
Temblando por dentro solo podía verlo atónita, sin poder creer que
estaba frente a mí, deslicé la vista por todo él, sus ojos que siempre
me observaban con profundidad estaban tristes, carentes de vida, su
barbilla cubierta ligeramente por una barba que recién crecía, por
primera vez desde que lo conocí vi al perfecto y correcto Santiago
luciendo mínimamente desaliñado.
—Valen, a la mierda todo, haré esto, lo haré por ti.
Mi voz no salía, mi cerebro parecía estar adormecido ante su
presencia, sentí sus manos tocar las mías y por instinto cerré los
ojos, su tacto era mi agua en medio del desierto, pero prefería
deshidratarme antes de caer en lo mismo.
Con mi fuerza de voluntad sacando la cara por mí me solté de su
agarre, solo pude dar unos cuantos pasos antes de que me detuviera
de nuevo.
—¡Estoy aquí! voy hacer lo que me pedías ¿Por qué te vas?
—Creo que ya es muy tarde. — Susurré con voz temblorosa. —Estás
aquí por las razones equivocadas, esto no lo tienes que hacer por mí,
es por ti.
—¡Espera! — Pidió cuando le di la espalda nuevamente.
—No puedo Santi, ya esperé mucho por ti... sí me disculpas tengo que
hacerme cargo del lanzamiento de tu libro.
Decidida a que nada me iba a detener seguí mi camino, pisando el
piso con más fuerza, ansiosa por mostrar aplomo en mis acciones.
—Valentina te amo. — Mi corazón se detuvo por un segundo, mis
pasos también lo hicieron ante esa confesión, de pie Enmedio de ese
lugar sentía que mi vida se desordenaría de nuevo sin que pudiera
hacer algo para evitarlo.
w w

Me quedé inmóvil, completamente paralizada en medio del ancho


pasillo de la librería, a pesar de que era consciente de la manera en
la que respiraba y de los latidos acelerados de mi corazón, sentí
morir después de haber oído esa frase.
Escuchar el sonido de sus pasos acercándose provocó que mi
respiración se detuviera por un par de segundos, abstraída en lo que
había dicho, no era capaz de enfocarme en lo que estaba sucediendo a
mi alrededor, solo el calor de sus manos sobre mis hombros rompió
con aquel momento tan extraño.
—Valentina —mi corazón se aceleró aún más al escuchar la forma en
la que susurró mi nombre—, mírame por favor.
No pude ceder a su petición, mi cuerpo no obedecía las órdenes que
mi cerebro enviaba, tan manejable entre sus manos como siempre,
permití que me girara con un rápido movimiento que me hizo sentir
más aturdida.
—Te amo —repitió viéndome directamente a los ojos, como lo hacía
siempre que me hablaba con honestidad, hice el patético intento de
dar un paso hacia atrás, pero no pude moverme, estaba atrapada en
su mirada—. Perdón por decirlo hasta ahora, mi temor de que
dudaras hizo que me callase muchas cosas, también tengo problemas
con exteriorizar las cosas que siento, se me da mejor escribirlas, es lo
que he hecho desde que te conocí, escribir, escribir por ti Valentina.
—Licenciada Rincón, la estábamos esperando.
Giré el rostro para ver a la gerente de la librería que nos observaba
con una sonrisa en los labios, mi mente nublada por las emociones,
no recordó el nombre de la mujer con la que había pasado hablando
por semanas, asentí nerviosa sonriendo falsamente, buscando dentro
de tanta confusión las palabras para dirigirme a ella.
—Mucho gusto soy Santiago Sada, el autor del libro que van a
presentar, estamos aclarando algunas cosas antes de que comience
todo —observé atónita como estrecharon sus manos, ella dijo algo
que no fui capaz de escuchar, Santiago había dicho en voz alta que
era el autor del libro, no podía creerlo.
—¿Valentina todo está bien? —susurró Laura a mi lado.
—¿De dónde saliste? —pregunté llevándome las manos al pecho, sin
responderme me abrazó, mientras Santiago seguía conversando con
la gerente— Santiago tiene una hora esperándote, perdón por no
avisarte que estaba aquí, sigues con el teléfono apagado, si quieres
que se vaya lo hago sacar con alguien de seguridad.
—No —susurré aferrándome a sus hombros, estaba temblando del
miedo, o la impresión, no tenía claro nada de lo que sentía.
—Iré a encargarme de ella, lo que sea que necesites dímelo, si estoy
lejos grita.
Reí inevitablemente al escucharla, sin querer hacerlo aflojé los
brazos permitiendo que se alejara a pasos rápidos, de pie en el
mismo sitio solo observé como Santiago se acercaba a mí, tomó mi
mano para guiarme a una zona llena de estantes y vacía de personas,
estaba helado, quizás hasta más que yo, pero en su mirada había una
calma que yo deseaba, mi interior era un caos, un torbellino de
pensamientos contradictorios.
—¿No me crees, cierto? Sé que debes estar pensando que esto es un
intento desesperado por retenerte conmigo, pero te juro que nunca
había tenido tanta certeza de algo, te amo Valentina, estoy seguro de
ello desde hace meses, quiero que leas esto —dijo a la vez que metía
una mano en su saco, soltó una risa corta cuando se cayó al piso una
pequeña caja dorada que parecía guardar en el mismo sitio—. Según
los psicólogos, las parejas adquieren rasgos de la personalidad del
otro a medida que pasan tiempo juntos y la conexión emocional va
creciendo, últimamente soy un desastre, se supone que esto te lo iba
a dar después —explicó al recoger la caja—. Es todo lo que he escrito,
todo Valentina, encontrarás muchas cosas que tal vez te harán pensar
que me acerqué a ti movido por una calentura irracional, pero si
avanzas en la lectura, te vas a dar cuenta que me bastaron un par de
semanas para darme cuenta que estaba conectando contigo de una
forma profunda y diferente, léelo por favor —suplicó poniendo su
agenda negra en mis manos.
—¿Santiago que estás haciendo? —cuestioné desesperada por salir de
ese aturdimiento, mi garganta se tensó al ver la tristeza que se
asomó en sus ojos y no pudo ocultar cuando no acepté su agenda.
—Explicándote a mi manera lo mucho que siento por ti, necesito que
sepas que te amo, que no tengas una sola duda de ello.
Incapaz de hablar o pensar con claridad, di un paso atrás, no estaba
preparada para escuchar semejante cosa, no sabía cómo reaccionar
ante una declaración así, recargué mi cuerpo en la pared sintiéndome
completamente debilitada por lo que estaba ocurriendo, por todas las
palabras que salieron de su boca.
—Valen...
—No digas nada más —supliqué con los ojos cerrados, sujeté sus
brazos buscando estabilidad en medio de un repentino mareo, las
emociones aglomeradas en mi pecho se manifestaban con malestares
que evidenciaban lo frágil que era ante él—. No puedes aparecerte así
y decirme todo esto.
—Lo que no puedo es perderte —frotó la punta de la nariz en mi
mejilla antes de darme un beso sumamente tierno, que logró que
suspirara inevitablemente—. Sé que las cosas están muy mal por lo
que hice, pero podemos salir de estos juntos, no quiero estar sin ti,
yo te quiero conmigo siempre.
—No puedo Santi —respondí comenzando a sollozar—, tú me has
hecho mucho daño.
—Lo sé, pero te juro que lo voy arreglar, yo puedo hacerlo Valen.
Lo noté desesperado, sin la contención de nuestros últimos
encuentros, verlo así aumentó la dosis de dolor que estaba
experimentando en ese momento confuso. A pesar de lo mucho que él
me había lastimado, me martirizaba causarle algún daño.
—Debo... Debo estar al frente de todo, no puedo hablar ahora mismo,
estoy trabajando, necesito que me dejes ir, ya deben estar los
invitados llegando, los lectores están haciendo fila afuera.
—Preséntame como el autor, estaré sentado al lado tuyo en esa mesa,
responderé las preguntas de todos, firmaré libros, haré...
—No, no, no puedes hacer esto en un arranque, tenemos un contrato
de confidencialidad y tú no estás seguro de nada.
—Estoy seguro que quiero estar contigo —respondió listo como
siempre, percibí su aliento demasiado cerca y mis alertas se
encendieron, a pesar de la neblina que me rodeaba fui consciente del
sitio donde estábamos, y sobre todo lo que yo estaba haciendo ahí, lo
empujé levemente asegurándome de mantener un poco de distancia—
. No me rechaces Valen.
—Estoy trabajando, he preparado esto por meses, me parece injusto
que me pongas en esta situación justo en este preciso momento,
¡mierda Santi! No me mires así que yo soy una tonta contigo.
—No digas eso —pidió afligido.
—Es la verdad, maldita sea es la verdad... Intuía que algo malo había
contigo, pero nunca se llegaba a concretar la idea en mi cabeza,
porque tú me adormeces hasta el sentido común, me atontas
Santiago.
Respiré profundo intentando controlarme, me estaba alterando
demasiado rápido, las cosas entre nosotros seguían estando
demasiado turbias, yo seguía igual de lastimada, dolida.
—Valen comenzamos en diez minutos —gritó Laura a unos pasos de
nosotros, asentí suspirando, sintiéndome demasiado exaltada como
para estar enfrente de muchas personas.
—Voy a presentar tu libro.
—Estaré en primera fila a como lo prometí hace tiempo.
Rehuyendo de su mirada avancé un par de pasos, hasta que de
manera inesperada sujetó mi muñeca con suavidad, obligándome así
a detenerme.
—Mi amor espera —cerré los ojos al escucharlo llamarme así, giré
despacio para estar de nuevo frente a él, tragándome el miedo que
sentía por no saber cómo reaccionar, que decir o simplemente
pensar—. Feliz cumpleaños —dijo con una sonrisa triste en los labios.
Hice el intento de sonreír, pero no pude, mi mirada se quedó fija en
la pequeña caja dorada que se le había caído unos minutos atrás, la
acercó a mi mano como si supiera que no podía tomarla, mi cuerpo
seguía ignorando las ordenes de mi cerebro. La abrí con los dedos
temblorosos, observando con curiosidad lo que había en su interior,
Laura volvió a llamarme, pero no pude concentrarme en ella, estaba
admirando la piedra color verde que pendía de la fina cadena dorada,
que sostenía entre los dedos.
—Es linda, es... gracias... ¿Esto es una piedra...
Me quedé callada cuando sujetó mis hombros instándome a girar
sobre mis talones, me quitó la cadena de las manos para ponerla con
delicadeza sobre mi cuello, esa parte de mi cuerpo que le gustaba
tanto.
—Sí, es una piedra preciosa, como tú —susurró a mi oído,
respondiendo la pregunta que no terminé de formular—. Ve con
Laura, yo te espero para que podamos hablar con calma.
Con las piernas temblorosas llegué hasta Laura que estaba
esperándome con impaciencia, sostenía una Tablet entre las manos
que me entregó apenas estuve cerca de ella, hablaba rápido dándome
detalles del programa del pequeño evento, por más que me esforzaba
en concentrarme me resultó imposible, aún no procesaba todo lo que
estaba ocurriendo, no podía lidiar con Santiago sentado allí, a unos
pasos de mí, esperando para que pudiéramos hablar.
—No puedo hacer esto —murmuré pensando en voz alta.
—Claro que puedes, recuerda que Rodrigo confía en ti, vamos Valen
no te apaniques en este momento.
—Laura, dijo que me amaba —dije saciando la necesidad de contarle
alguien lo que estaba viviendo—. Yo soñaba con que me respondiera
yo también cuando le decía te quiero, y él soltó de la nada un te amo,
y eso no es todo Laura, soy tan estúpida que le creo. Lo siento en la
forma en la que me miró, en su voz.
—Valentina no te quiebres ahora, levanta el rostro y enfócate en esto.
—Ni siquiera puedo respirar con normalidad —confesé con amargura.
—Tranquilízate, yo sé que puedes hacerlo. Esto está a punto de iniciar
y estás hecha un manojo de nervios, respira profundo y vuelca tu
atención solo en el libro.
Tuve que sentarme y tomarme una botella completa de agua para
poder calmarme, podía sentir la mirada de Santiago sobre mí,
estudiándome, haciéndome sentir incómoda por mostrarme tan
vulnerable ante él.
Laura se sentó a mi lado cuando la persona encargada de fungir como
moderador de la presentación, dio inicio al evento, buscó mi mano
bajó la mesa y la entrelazó con la suya para luego sonreírme, no
importaba el ánimo que intentara inyectarme, me sentía cada vez
más ausente, más perdida en mis contradicciones y mis sentimientos
confusos.
Cuando llegó el turno de mi intervención, hice acopio de todo el
profesionalismo que había adquirido en poco tiempo, leí las notas
que Laura había escrito esa misma tarde, con voz clara y
aparentando una tranquilidad fingida. Complaciendo a mi jefe que
me observaba con los brazos cruzados, de pie tras la última fila de
sillas, sentí alivio al ceder la palabra a un crítico que se encargó de
realizar una breve reseña de la obra.
Mientras tanto Santiago permanecía sentado en primera fila, rodeado
de ese montón de jovencitas entusiastas, que no se imaginaban que el
autor del libro que tanto querían, estaba entre ellas. Escuchaba a lo
lejos como hablaban de los detalles del libro mientras mi mente
traicionera se encargaba de recordarme que todo lo que estaba
plasmado ahí, él lo vivió, que la tipa que lo hirió y lo usó, era mi
hermana. Presioné la mano de Laura cuando sentí que no podía más,
el llanto estaba atascado en mi garganta, haciendo que respirar fuese
doloroso.
En esos minutos que sentí eternos, comprendí que, aunque él hubiera
dicho que me amaba, y yo le creyera, las dudas no me dejarían
tranquila, jamás íbamos a estar del todo bien porque no confiaba en
él, porque por más que me esforzara en dejar de pensarlo con mi
hermana, no podía lograrlo.
Retomé la compostura en el momento de atender a los blogueros
literarios que habíamos invitado, a pesar de asumir con éxito mi rol
en esa presentación, estaba contando los minutos para que todo
acabara, sentía no poder seguir fingiendo más, no estaba bien y
temía no volver a estarlo en mucho tiempo.
—Respira, ya todo acabó —susurró Laura que permanecía a mi lado,
miré a Rodrigo que sonreía complacido al ver la larga fila de
personas con libros en las manos, todo había salido bien, yo debía
estar feliz y no sintiéndome tan mala como me sentía —. Iré a saludar
a Claudia —dijo apuntando a una de las booktubers más populares
que habíamos logrado tener en la presentación.
La observé irse sin poder moverme, tenía el cuerpo adormecido y las
manos extremadamente heladas, los nervios me estaban matando
lentamente, me obligué a sonreírle a Rodrigo que inesperadamente
me ofreció un caluroso abrazo, no dejaba de decirme que todo había
salido grandioso, estaba asombrado por la cantidad de personas que
hacían fila en las cajas de la librería.
—Todo lo que viene es aún mejor, los nuevos socios quieren que nos
expandamos, que hagamos más alianzas con nuevos distribuidores,
exportar nuestros libros, conseguir posicionarnos como una de las
mejores editoriales igual que antes.
—Espero poder estar preparada para algo así, sabe que... He
aprendido en el camino y para ser honesta hay muchas cosas en las
que aún debo mejorar y
—Tranquila —dijo interrumpiéndome—. Valentina sé que hay mucho
esfuerzo tras todo lo que hemos logrado, con un personal joven y con
poca experiencia hemos avanzado, vamos a mejorar juntos, de hecho,
estaba pensando en que te prepares un poco más, hay talleres,
seminarios y un montón de opciones que nos brinden herramientas a
todos para mejorar... Anita no va a poder creer cuando le cuente esto,
no tiene fe en ninguno de nosotros —dijo sonriente.
—Rodrigo —detuve su intento de alejarse sujetando con discreción la
manga de su camisa—. Muchas gracias por la oportunidad.
Me sonrió antes de abrazarme una vez más, para luego alejarse hacia
donde estaba Laura conversando con los invitados, la pizca de alegría
que me brindaron las palabras de Rodrigo, se acabó cuando Santiago
se levantó de la silla con el firme propósito de buscarme, miré hacia
los lados incapaz de sostenerle la mirada, contrariada por necesitarlo
cerca a pesar de los muchos temores que esto me generaba.
—Eso estuvo muy bueno —dijo mientras acortaba la distancia—. Hizo
un gran trabajo señorita Rincón, esperemos que las ventas sean
buenas.
—Santiago yo no sé qué decirte, no sé ni siquiera que sentir, me
tiembla el cuerpo entero, me afectas demasiado —confesé sin filtro,
como cada vez que estaba nerviosa y decía lo primero que se me
cruzaba por la cabeza.
—Dame tu mano —pidió en un tono suave y sereno, cerré los ojos por
breves segundos al sentir el calor de su mano sobre la mía, sin
romper el contacto visual llevó mi mano hasta su pecho, en donde
pude sentir su corazón latiendo casi tan rápido como el mío—. Me
afectas igual, te tengo en la cabeza, en el pecho, en mi vida entera, si
tú me pudieras perdonar yo me esforzaría muchísimo Valentina, para
arreglar nuestros problemas... No te pongas así, es tu cumpleaños,
vamos hablar a otro sitio, donde tú quieras.
—No sé si quiero hablar contigo.
Al darse cuenta que estaba a nada de romper en llanto, tomó mi
mano y con cuidado me guio a un sitio más apartado, acarició mi
cabello suelto con una sonrisa en los labios que me pareció linda,
besó mi frente y me ofreció agua que no acepté porque
contradictoriamente no quería que se alejara.
—Valentina sé lo que sientes.
—No lo sabes, no sabes cómo me duele esto, estoy rota Santiago, con
dudas, con temores, envuelta en una confusión que no me deja ni
respirar en paz, no sé qué es cierto, no sé qué pasó de verdad. La
única certeza que tengo es que me mentiste, me ocultaste algo que no
debiste callar nunca.
—Me arrepiento no sabes cuanto de no haberte dicho de lo Vannesa,
actué guiado por el miedo, tenía miedo de perderte incluso antes de
tenerte, sé que no hay justificación para lo que pasó. Pero podemos
superarlo.
—Yo no estoy bien, no puedo superarlo aún... Verte me ha hecho
daño, me siento peor que antes. Santiago la desconfianza no
permitiría que tuviéramos una relación normal, sería un infierno
para mí vivir con la angustia que me generan las dudas.
—Me voy a encargar que no haya más dudas, jamás volveré a
ocultarte algo, Valen dejaré de trabajar tanto, voy a dedicarte tiempo,
dejaré las competencias, voy a
—No Santiago —lo interrumpí— No tienes que dejar cosas que te
apasionan por alguien más, ese no es nuestro problema, yo no confió
más en ti y para eso no hay solución, por lo menos no ahora que mi
mente es un caos, que no estoy entera. Puede ser verdad que me
amas, pero no sé la verdadera razón de que te acercaras a mí, pudiste
haberlo hecho para vengarte de mi hermana, no lo sé.
—No puede ser verdad, es verdad, te amo... Preciosa ven conmigo,
vamos a celebrar tu cumpleaños, te llevaré a cenar, luego iremos de
fiesta con mi hermano y Manuel, quiero hacerte feliz, que la pases
bien conmigo, que rías a carcajadas como siempre.
—Eso suena fácil, pero no lo es... Me atormenta negarme a todo lo
que dices, el daño es demasiado fuerte.
—Dime que hago Valentina, haré lo que sea, lo que pidas.
Lo miré a los ojos sintiendo que me ahogaba en ese dolor que no
podía dejar de salir, estaba convencida que lo que pasó no tenía
solución, pero mi corazón insistía en doblegarme ante esa mirada
llena de tristeza, Santiago me leía muy bien, él sabía que yo no iba a
ceder.
—Déjame sanar, verte mal hace que el dolor sea más profundo,
quiero olvidar lo que pasó, quiero dejar de sentir que soy una
estúpida a la que pueden engañar con facilidad.
—¿Me estás pidiendo que desista? ¿Me estás pidiendo que deje de
buscarte?
—Sí —respondí con la voz rota, cubrí mis labios para contener los
sollozos que insistían en salir. —Santiago no tengo claro nada, porque
no quisiera que te alejaras, pero es lo mejor, quiero sanar.
—¿Y conmigo no puedes hacerlo? —lo noté desolado, perdido y
vulnerable, se me arrugó el corazón y tuve deseos de abrazarlo, pero
me contuve, por mi bien y el suyo.
—No.
—Valentina aquí estás, tengo unos minutos buscándote —sonó la voz
de Rodrigo a mi espalda.
Respiré profundo y limpié mi rostro antes de girar y sonreírle, quería
presentarme con una crítica de literatura con la que tenía una gran
amistad, cuando miré por encima del hombro esperando encontrar a
Santiago, me di cuenta que se había ido, volteé del todo para buscarlo
sin obtener éxito, entre tanto mi jefe me guiaba hasta la zona donde
Laura conversaba animadamente con un montón de personas.
Fue un verdadero suplicio permanecer en esa librería, estaba tan
deseosa de irme que rechacé sin sutileza a Laura que me invitó a
celebrar nuestro éxito, me despedí de manera apresurada, temía que
recordara que era mi cumpleaños e insistiera en una salida. Estaba
segura que el estrés al que habíamos estado sometida fue el causante
de que lo olvidara.
Busqué a Santiago con la vista mientras avanzaba hacia la salida, la
sensación en mi pecho se agudizaba a medida que los segundos
pasaban, sentía una desesperación espantosa causada por un
sufrimiento que parecía interminable, ni siquiera podía explicar lo
que estaba padeciendo, solo sabía que dolía de manera desmedida.
Antes de cruzar la puerta de ese lugar, me detuve para encender mi
teléfono, no quería hacerlo, lo había apagado desde la noche anterior
para evitar las felicitaciones falsas de mi familia, pero asumí que mi
papá podría estar preocupado, miré hacia el cielo que estaba rojizo,
la brisa del viento golpeó mi rostro cuando salí, iba a caer un
aguacero mis planes de caminar para pensar un poco tuvieron que
cambiar. Mi teléfono vibraba mientras caminaba hacia la orilla de la
banqueta para esperar un taxi, le respondí a Manu que quería saber
dónde estaba, le mentí deliberadamente, le escribí que aún estaba en
la presentación del libro y que seguramente iba a terminar tarde, no
quería ver a nadie, necesitaba estar sola, sin fingir estar bien para
complacer a alguien más.
Giré el rostro de un lado a otro esperando encontrar un taxi antes
que la lluvia comenzara a caer, mi respiración se cortó al instante
que vi el carro de Santiago acercarse, bajó el vidrio de la ventanilla y
me invitó a subir con un leve movimiento de cabeza.
—Pensé que te habías ido.
—Me iré lo prometo, pero no puedo dejarte aquí, te llevo a donde
quieras ir. Valentina por favor —suplicó al verme negar, presionada
por su mirada, y el ruido de los autos que esperaban tras el suyo,
subí finalmente.
—Voy a mi departamento —indiqué con la voz entrecortada.
Puso el auto en marcha en un silencio que solo se rompía por el
sonido de las respiraciones alteradas de ambos, la tensión entre los
dos era insostenible, nunca había vivido algo igual, con Santiago todo
siempre fue novedoso.
—No me fui en la fecha prevista, porque pensé que no querías que lo
hiciera, no lo sé, estoy tan desesperado que vi en tu actitud algo que
me hizo tener esperanza. No debí haber aparecido en la librería, mira
cómo estás.
—Mal y lo estaré mucho tiempo, por eso mismo no puedo estar
contigo, aunque una parte de mi se muera por intentarlo —limpié un
par de lágrimas que salieron de nuevo y fijé la vista en las calles que
estaban vacías por la lluvia que comenzaba a caer.
—Aunque sé que dudas de todo lo que digo, necesito decirte que en la
lista de prioridades siempre vas y fuiste primero, contemplé un
futuro contigo porque te quiero en mi vida siempre, no tienes
comparación con nada, yo a ti te amo de verdad por eso te dejaré
tranquila.
Apoyé la cabeza por completo en el asiento dejando que las
emociones que contenían salieran, no podía verlo a los ojos eso iba a
acabar de matarme, asentí escuchándolo, luchando por no pedirle
que se detuviera y me abrazara con fuerza.
—¿Te irás a estudiar el doctorado? —pregunté después de aclarar la
garganta.
—Creo que sí, realmente no hay nada que me detenga, es lo mejor
también para darte tu espacio, si me quedo no sé si podré
mantenerme alejado.
—No dejes de escribir nunca, a ti te hace feliz hacerlo.
Miré de reojo como asintió mientras se quitaba los lentes, pasó el
brazo por su rostro limpiando sus mejillas, quise bajar del auto al
verlo así, pero en lugar de eso tomé la agenda negra que estaba sobre
el tablero del auto, la misma que me había dado y yo me había
negado a aceptar, la guardé en mi bolso sintiendo como me miraba y
suprimiendo mi deseo de consolarlo.
—Voy a leerlo cuando esté lista para hacerlo, lo prometo.
—También promete que me vas a llamar cuando estés bien, o
simplemente cuando tengas la necesidad de hablar conmigo.
—Lo prometo —respondí después de un largo suspiro.
La lluvia cada vez más fuerte hizo que tardáramos un poco más en
llegar a mi edificio, sentí no poder respirar al mirar a lo lejos el
estacionamiento, no quería despedirme esa noche, estaba demasiado
débil para hacerlo. Aparcó el auto en el mismo lugar de siempre,
miró hacia mi edificio en la dirección donde estaba mi ventana y
sonrió.
—Me da la impresión que Polly está ahí como siempre mirando hacia
afuera.
—No le gusta la lluvia, seguramente está dormida en el sillón...—
toqué mi pecho siendo consciente lo que colgaba de mi cuello, sin
pensarlo llevé las manos hacia atrás, ante la mirada llena de
confusión de Santiago que se había girado para verme—. Es muy
lindo, pero no puedo aceptarlo, es demasiado
—Tú eres demasiado para mí, acéptalo —dijo interrumpiéndome—. Lo
escogí para ti, el color de la esmeralda no les hace justicia a tus ojos,
pero al menos hace el intento. Quédate con él por favor.
Asentí en silencio a la vez que me quitaba el cinturón de seguridad,
evité que nuestras miradas se encontraran abrazándolo apresurada,
escondiendo el rostro en la curva de su cuello, llorando en silencio
mientras escuchaba su corazón latiendo con celeridad.
—Valentina yo
—No digas nada más por favor, solo cuídate mucho —dije tragándome
el llanto para poder hablar, besé su pecho, luego su mentón hasta
llegar a sus labios que temblaban.
—Te amo —repitió una vez más haciendo de ese momento aún más
difícil, lo besé con toda la intensidad de lo que sentía, saboreando sus
labios, deleitándome con su lengua deslizándose con la mía, me
guardé en el pecho esos largos segundos que estuve así entre sus
brazos, rodeada por su calor, sintiéndome viva en medio de la
tormenta emocional que atravesaba.
Rompimos el beso buscando un poco de aire para poder respirar,
acaricié su barbilla a como la hacía siempre, me sonrió con tristeza
antes de cerrar los ojos cuando hice el intento de abrir la puerta,
comprobando que la lluvia había disminuido, bajé sin ver atrás, sin
pensar en lo que estaba dejando y solo buscando un bienestar que se
miraba lejano.
Caminé despacio ignorando el agua que me caía encima, me adentré
en el edificio observando mis zapatos, los rojos de la suerte,
completamente empapados. Al entrar al elevador y contemplar mi
reflejo en las paredes, me asombré por mi aspecto, el maquillaje se
había corrido de mi rostro, mis ojos que no dejaban de llorar estaban
hinchados, intenté recomponerme en vano, no había poder humano
que me sacara de ese estado de tristeza profunda en el que me
encontraba.
Recorrí el pasillo vacío a prisa, sentía que estaba a nada de
desplomarme, mi poca fortaleza se desvanecía a medida que era
consciente que ahí abajo, había dejado al amor de mi vida, tal vez
sintiéndose igual que yo, llegué hasta la puerta limpiando mis
lágrimas, mientras buscaba las llaves respiraba profundo en un
intento desesperado de controlar el llanto.
—¡Polly! —llamé a mi gata con la voz débil, a la vez que tanteaba la
pared buscando el interruptor para poder encender la luz.
—¡Sorpresa! —gritaron muchas voces, parpadeé varias veces viendo a
mi papá, Manu, Sebastián, Laura y Martín que me sonreían
radiantes.
—¿De verdad creías que olvidé tu cumpleaños? —gritó Lau
entusiasmada, llevaba un gorrito en la cabeza y otro en la mano que
me puso rápidamente —Feliz cumpleaños para la mejor jefa del
mundo— dijo abrazándome.
Dejé que todos se acercaran a felicitarme, sonreía recibiendo sus
muestras de afecto mientras por dentro luchaba por mantener la
compostura, cuando llegó el turno de papá no pude más, lo abracé
con fuerza aferrándome al bienestar que me producían sus brazos.
—¿Qué te hicieron mi amor? —preguntó cuando comencé a temblar
por el llanto.
—Voy a estar bien —respondí sorbiendo la nariz—. Solo necesito estar
rodeada de todos los que me quieren... Esta ha sido una sorpresa muy
linda.
—Fue idea de tu amigo, porque espero sea tu amigo y no otro Octavio,
creo que debes esperar un tiempo para
—Papá —dije riendo entre lágrimas, lo solté poco a poco sintiéndome
afortunada por tenerlo conmigo—, Manu es gay y él —dije señalando
con discreción a Sebas—, es su novio.
—Me dejas más tranquilo —respondió con ese tono jocoso tan suyo.
Lo abracé de nuevo intentando contagiarme de la alegría que siempre
desbordaba, a pesar de mi deplorable estado emocional decidí
disfrutar de esas pocas personas que estaban ahí porque tenían un
cariño sincero hacia mí, a pesar de estar rota y sufriendo como no lo
había hecho antes, no estaba sola, estaba rodeada de personas que
me hacían sentir bien y alejada de quienes, a pesar de tener mi
sangre, me habían lastimado.

***

Abrí la ventana buscando que la luz del sol entrara mejor, miré a
Polly por encima del hombro que ronroneaba mientras se pasaba por
las piernas de Manu, tomé la maceta rosa y le puse agua con cuidado,
mi suculenta favorita crecía conservando su hermosa forma.
—¿Y ya sabes que ponerte? —preguntó Manu con la vista fija en la
pantalla de mi Tablet.
Me reí al observar los gestos que hacía mientras hablaba por video
llamada con Sandra, dejé la pequeña regadera a un lado y me senté
en el sillón, justo a su lado.
—¿Valentina por qué estás tan delgada? —cuestionó Sandy cuando me
miró— Necesito que me pases la dieta.
—Mal de amores —respondí intentando sonar chistosa, Manu negó
observándome con seriedad y Sandy cubrió su rostro con ambas
manos en un gesto claro de desesperación—. Estás linda, me gusta tu
pelo— dije intentando cambiar el tema.
—Santi se va mañana, aún tienes tiempo.
—Ya hablamos de esto —solté sintiéndome un poco irritada, Manu me
dio la Tablet y se puso de pie, escuché como caminaba hacia la cocina
con Polly maullando tras él—. Sandy no me lo tomes a mal, pero
apenas ayer pude salir de mi cama, pasé todo el fin de semana
sintiéndome miserable, ya no quiero hablar de esto.
—Lo entiendo Valen, y sé qué crees que soy dramática, exagerada y
metiche —enumeró sus singulares características sonriendo—, pero
estoy muy preocupada, por ti, por mi hermano, mira que no me gusta
a nadie cerca de él, pero lo prefiero contigo que pasándola mal.
—Los dos vamos a estar a bien.
—¿Sabes lo que significan las esmeraldas? —preguntó de repente.
—No.
—Esperanza, sé que Santi tiene esperanzas de recuperar lo de
ustedes.
—No quiero hablar de él, por favor —supliqué.
Asintió con una seriedad que no era común en ella, sin decir nada se
puso de pie y levantó ligeramente su camisa para mostrarme algo
que no vi bien de inmediato, tuve que acercarme la Tablet para
observar mejor el pequeño tatuaje que se había hecho al costado de
su seno izquierdo.
—¡Te van a matar!
—Al menos Sebastián no, ya lo vio, pero mi papá y Santiago seguro se
infartan.
—Sandy ¿Cuándo lo hiciste?
—Hace dos semanas, tenía muchas ganas de hacerlo, mi mamá se
llamaba Ángela por eso las alas.
—Es muy lindo —dije enternecida—. Me encanta verte libre, pero
espero estés haciendo las cosas.
—Todavía soy virgen y eso que Fernando ha venido a visitarme.
—Eres toda una niña juiciosa ¿Quién lo iba a decir?
—Estaba en mis días, si no la historia sería otra.
Reí con la misma soltura con la que ella lo hacía, me gustaba
conversar con ella a pesar de lo extraña que había sido siempre
nuestra relación, cuando Manu se acercó con una taza de palomitas
recién hechas entre las manos, volvió a ser el foco de atención de
Sandra, comenzaron a charlar acerca de una fiesta a la que ella tenía
planeada ir el fin de semana.
Me levanté del sillón sintiéndome un poco emotiva, me estaba
fortaleciendo a ritmo lento, ponerme triste de vez en cuando era algo
muy común, para evitar caer en el juego de mi mente que me
castigaba con recuerdos, tomé mi computadora para revisar por
tercera vez en el día mi correo, estaba esperando con ansias recibir
la aprobación de mi tutor en los avances de la tesis, golpeé mi frente
con suavidad con la palma de las manos, el correo no había llegado,
mi tesis continuaba estancada.
—Sandra está loca —dijo Manu después de dejar mi Tablet en el
sillón.
—Siempre lo ha estado, eso no es novedad.
—Pero es parte de su encanto debes reconocerlo.
—Lo sé —sonreí sin mucho ánimo, aceptando las palomitas que me
ofrecía—. Creo que debí haber ido a la editorial, me siento bien.
—Señorita usted tiene una cita conmigo, no puede echarse para atrás.
—Solo una cena tranquila, nada de: la noche está como para un par
de cervezas ¿no?, ni de: Tengo una sed que solo se me quita con un
trago de vodka.
—Lo prometo, solo una cena doña Valentina. No tienes ni una semana
con 24 años y actúas como de 50.
—¡Déjame tranquila! —dije riendo, se acercó dispuesto a hacerme
cosquillas de las cuales no pude escapar.
A pesar de los días grises que vivía él buscaba la forma para hacerme
sonreír a como diera lugar, decidimos ir caminando a un restaurante
que estaba cerca de nuestro edificio, la noche estaba agradable y mi
humor un poco más estable que los días anteriores, evité perderme
en mis cavilaciones y me concentré en mi amigo, en sus locuras y los
gestos chistosos que hacía mientras intentaba imitarme.
Mientras comíamos me contó que Sebastián y él estaban hablando de
mudarse juntos, su novio había renunciado al empleo que le había
dado su padre, tenía planeado encontrar uno que no estuviera
vinculado al señor Sada y las muchas empresas que tenía, externe el
gusto que me dio que las cosas estuvieran encaminándose entre los
dos, yo más que nadie sabía lo mucho que les dolía a ambos tener que
esconder lo suyo y lo mucho que querían estar juntos sin
restricciones.
Al salir del restaurante decidimos buscar un taxi, después de comer a
como lo hicimos no podíamos ni queríamos caminar, nos reíamos
juntos mientras me contaba su última aventura en un club nocturno
con Sebastián. Me propuso ver una película sin disimular su
intención de no dejarme sola, acepté puesto no quería darles vueltas
a las muchas cosas que había en mi cabeza, bajamos del carro
mientras discutíamos que película veríamos.
—¿Pero ¿qué tiene de malo John wick?
—Todo, la sangre, la violencia.
—No veré Como perder a un hombre en diez días.
—Estaba pensando en realidad en El diario de Bridget Jones.
—Está bien, siempre termino cediendo contigo —dijo mientras me
abrazaba.
—A como debe ser —respondí riendo.
Manu dejó de caminar de forma repentina, me detuve junto a él que
miraba fijamente hacia el vestíbulo del edificio, suspiré con fastidio
aceptando su mano que se entrelazó con la mía.
—No te dejaré sola, le pediré que se vaya.
—No te preocupes por ella, estaba esperando que viniera a buscarme,
e necesita insultarme para sentirse bien con su vida miserable.
Ambos caminamos a paso lento, como si ella no estuviera ahí, con los
brazos cruzados viéndome como si estuviera lista para atacarme.
—Quiero hablar contigo —dijo apenas estuve frente a ella.
—No tienes dignidad, te dije que no quería verte —respondí
avanzando, tiré de la mano de Manu para obligarlo a acelerar el paso.
—Eduardo suspendió la boda por tu culpa, no sé qué tanto le dijiste,
pero tienes que retractarte, en una pelea entre hermanas no se
involucra a nadie más.
—Lo iré a buscar, pero no para retractarme, le diré más cosas que
seguro le interesan saber.
—Valentina no puedes ser tan mala, soy tu hermana —gritó al verme
esperando el elevador.
Manu tomó mi brazo cuando hice el intento de acercarme a ella, lo
miré intentando decirle que todo estaba bien, a pesar de todo el
enojo que sentía por ella, mi ira estaba controlada, no iba a
lastimarla cuando podía apreciar los ligeros cambios que su cuerpo
estaba sufriendo.
—Vannesa lo que te está pasando es fruto de la cosecha que tú
sembraste, todo lo que hacemos se devuelve, no quiero seguir
discutiendo contigo, prefiero que no nos miremos, no te quiero en mi
vida y no me importa nada de lo que digas, siento mucha pena por ti,
vivir con tanta envidia debe ser horrible, yo no lo diré nada a
Eduardo, tarde o temprano se iba a enterar de quién eres en realidad.
—¿Te crees muy lista no? De igual forma voy a encontrar la forma de
casarme con Eduardo, tengo justo aquí la garantía de ello —dijo
tocando su abdomen aún plano—. Nada de lo que hiciste sirvió.
—Estoy demasiado ocupada con mi vida como para preocuparme con
lo que pase con la tuya, vete que si me vuelves a buscar soltaré mi
lengua con Edu, y con papá. Ahógate en tu veneno, pero lejos de mí,
maldita víbora.
Le di la espalda ignorando sus chillidos, choqué las manos con Manu
y juntos entramos al elevador, al contrario de lo que seguramente
ella imaginó, me sentí mal por lo de su boda, aunque entendía que
solo Vannesa tenía la culpa de lo que estaba viviendo.
—¿Te sientes bien? —preguntó mi amigo cuando estuvimos frente a la
puerta.
—No del todo, pero voy a estarlo.
Y sí que lo estuve, al menos esa noche. Mientras Manu buscaba una
película yo leía ese correo que tanto había esperado, los avances de
mi tesis habían sido aprobados, sin poder creerlo del todo le escribí
un mensaje a mi papá que era la persona más interesada en que me
graduara.

***

El tutor me miraba con el ceño fruncido y apuntando el reloj de pared


que estaba en su oficina, le sonreí queriendo desaparecer su molestia
a causa de mi pequeño retraso, me senté frente a él escuchando lo
importante que era acudir a las citas a tiempo, no se cansó de
repetirme que no era la única estudiante que atendía, que habían
más esperando su turno para las asesorías.
Su rostro de pocos amigos cambió cuando le mostré en lo que había
trabajado toda la noche, me decidí a poner todo de mi parte para
terminar con aquel proceso lo más rápido que fuese posible, no solo
por mi papá, yo necesitaba creer un poco más en mí, así que
presionarme para esforzarme fue mi primer paso.
Salí del campus una hora después, con una serie de anotaciones y
recomendaciones en las cuales debía trabajar en la siguiente semana,
miré la hora en mi teléfono intentando llenar mi tiempo con
obligaciones para huir de recordar lo inevitable.
Tomé un taxi para ir a la editorial aunque fuese un poco tarde, me
entretuve con mi teléfono sin esperar encontrarme en la galería de
este una foto que no supe cómo llegó ahí, estaba sonriendo al lado de
Santi que sostenía una medalla en la mano mientras besaba mi
mejilla, se me contrajo el estómago con el recuerdo de ese momento
que quise bloquear en vano, dejé el teléfono en mi bolso y entonces
me topé con lo que supuse era un cuaderno, solté un suspiro al
sacarlo y darme cuenta que era la agenda negra, esa que me había
dado diciendo que tenía que leerla.
Mi teléfono vibró distrayéndome del intento de abrir el cuaderno,
desbloqueé la pantalla para leer el mensaje que me había enviado
Sandy, eran solo emojis, un avión, un corazón roto, y una carita
llorando Frustrada y harta de que todo lo me lo recordara apagué el
teléfono, tiré la agenda dentro del bolso y cerré los ojos cubriéndolos
con mis manos, respiraba profundo buscando que esa exaltación que
sentía repentinamente desapareciera, el taxi frenó de repente, el
chofer se quejó levantando la voz del ciclista que apareció de la nada.
—Es el colmo —murmuré renegando de mi mala suerte, las señales
estaban siendo clara, pero sentía que no debía exponerme de esa
forma de nuevo.
—Señorita no se preocupe, no hay mucho tráfico y no estamos lejos.
—Me temo que si vamos a tardar un poco más ¿me puede llevar al
aeropuerto por favor? —me miró a través del retrovisor y asintió
sonriendo.
Seguí un impulso guiada por las claras señales que se me cruzaron en
el camino, no tenía idea de que iba a decirle o cuanto me iba afectar
verlo, confié en mi habilidad de pensar mejor bajo presión, confié en
esa punzada en el pecho que sentía y no dejaba pensar en más nada
que no fuera lo que estaba a punto de hacer, sin prever las
consecuencias.
Nos tomó veinte minutos llegar al aeropuerto, minutos que conté
ansiosa por llegar a tiempo, estuve a punto de escribirle a Sandra
para preguntarle a qué hora exacta salía su vuelo, pero desistí
temerosa de lo que pudiera dejar involucrarla mínimamente en algo,
bajé del taxi sintiendo como mi corazón latía con desenfreno, por un
momento recordé todas las sensaciones que me atravesaban el
cuerpo entero antes de nuestros primeros encuentros, la expectativa
de ver al hombre ocupado y malhumorado que me hacía sonrojar con
las cosas que leía para mí.
Sin saber hacia dónde ir avancé buscando mi teléfono, cuando
levanté la vista miré a lo lejos a Sebastián caminando por uno de los
pasillos, esquivando a las personas que caminaban arrastrando sus
maletas lo seguí apresurada, se detuvo justo frente a las puertas de
una sala de espera, mi respiración se cortó al observar a Santiago
abrazando a su hermano, comprendí que se estaban despidiendo y
opté por respetar ese momento, Sebastián lo soltó para luego besar
su mejilla y alejarse de nuevo con el teléfono en la mano, cuando se
alejó lo suficiente y sintiendo más miedo que nunca, me acerqué
hacia él que estaba sentado con un libro en la mano.
Hice un ruido con la garganta que lo alertó al instante, no parecía
sorprendido de verme, pero sí demasiado contento, cerró el libro sin
quitar de sus labios esa deslumbrante sonrisa y se puso de pie de
inmediato.
—Estás leyendo muchas novelas románticas, es super cliché que
hayas esperado que estuviera aquí para buscarme —dijo en tono de
broma, él me leía a la perfección, él sabía lo que estaba haciendo.
—Las románticas no son de mi estilo, a mí me gustan las eróticas —
respondí siguiendo su juego.
—Un género interesante ¿tienes a un autor favorito?
—Sí, de hecho —dije acercándome un poco más—, mi autor favorito
escribía especialmente para mí.
Sonreímos a la vez como dos tontos que se estaban guardando
muchas cosas, suspiré triste al quedarme perdida en su mirada por
largos segundos.
—¿Sabías que iba a venir? ¿Te sigues metiendo en mi mente a la
distancia? —bromeé.
—Solo deseé mucho que vinieras, no quería irme sin despedirme de ti
—susurró evadiendo mi mirada.
—Estoy trabajando en mi tesis, es muy probable que me gradué antes
de lo que había esperado.
—Estoy muy orgulloso de ti, espero que me invites a la ceremonia.
—¿Vendrías?
—Claro, yo soy el que voy a aplaudir más fuerte... En realidad, no
creo que nadie le gané a tu papá, debe estar muy contento.
—Lo está —respondí conteniendo la tristeza que comenzaba a
atormentarme—... También te amo, no quería que te fueras sin que lo
supieras, perdón por cambiar así del tema, pero sabes que... mierda,
estoy muy nerviosa y
—Eres un desastre Valentina —dijo sonriendo al escuchar mis
titubeos y las cosas que lograba decir, hablando rápido.
Me estrechó entre sus brazos respirando profundamente una y otra
vez, seguramente tragándose muchas cosas que iban a doler más si
las decía, permanecimos así por largos minutos, pegados el uno al
otro en un silencio triste pero necesario.
—Espero que algún día me perdones, y sobre todo que nadie más
nunca te haga daño —susurró a mi oído, sin disminuir la fuerza con la
que sus brazos me atraían contra su pecho—. Te amo preciosa.
—Yo también te amo —respondí con honestidad, instintivamente
busqué sus labios que se amoldaron de inmediato con los míos, un
escalofrío me recorrió de los pies a la cabeza al sentir su aliento
mezclado con el mío, al entregarme en un beso que sabía a
melancolía y emanaba tristeza, me grabé en la mente el sonido que
hacían nuestros labios uniéndose, el olor de su perfume, la calidez de
sus brazos y el palpitar acelerado de su corazón latiendo contra el
mío.
Sacando a flote toda mi fuerza, le sonreí antes de que cruzara la
puerta de abordaje, se despidió moviendo una de sus manos y
lanzando un beso que me hizo sonrojar, giré en busca de la salida
deseosa por salir de ese sitio, evitando pensar en lo que acababa de
pasar tomé mi teléfono y desbloqueé la pantalla para llamar a Manu,
me sorprendió el mensaje que me acababan de enviar, de un número
que me sabía de memoria.
Olvidé decirte que estás muy guapa hoy
No supe quién le dio mi número, tampoco me molestó que lo tuviera,
sonreí entre lágrimas aceptando que así lo iba a recordar siempre,
con una sonrisa en los labios y con el corazón acelerado por el amor
que me hizo conocer y jamás imaginé vivir.

y y
—Vamos a leer un rato.
Apreté su mano sin quererlo, notando como mi cuerpo reaccionaba a
una simple frase, asentí sonriendo y me senté a su lado cruzando las
piernas por puro instinto.
—No, ven acá, tú te sientas aquí —palmeó sus piernas sin dejar de
verme con actitud intimidante.
Me dejé guiar por su mano, conteniendo un gemido cuando me senté
en su regazo, me sobresalte al sentir su mano sobre una de mis
piernas provocando que el cabrón arrogante se riera al verme tan
susceptible. Dejó un beso sobre uno de mis hombros antes de tomar
el cuaderno de pasta negra que tenía al lado. Recosté la espalda en su
pecho disfrutando de la calidez que me proporcionaban sus brazos
fuertes.
El corazón me latió desbocado en respuesta al nerviosismo que
estaba experimentando. Puse todo mi esfuerzo en controlar mi
respiración, verlo me agitaba irremediablemente. Alargó el brazo y
me quitó la botella de agua que llevaba en las manos, para darle un
largo trago. Aclaró la garganta mientras hojeaba el libro,
mostrándose cada vez más serio. Sentía que cada cosa que hacía
tenía la intención de provocarme, sus jueguitos estudiados aún
seguían funcionando.
—¿Escribiste algo? —pregunté titubeante.
—Sí, mientras dormías —dejó un beso suave en mi hombro izquierdo
que hizo que me agitara por dentro. Sujetó el cuaderno con una sola
mano y comenzó la lectura—: Mis ojos destellan por el deseo crudo
que me recorre completo, frente a mí. La imagen de su cuerpo desnudo
me atormenta con insistencia, mis ojos vagan por su espina dorsal y se
detienen en su trasero redondo y respingón.
Cerré los ojos al escuchar el tono sugerente en su voz y la suavidad
con la que pronunció las primeras frases. El calor que desprendía su
cuerpo resultaba adictivo, me removí entre sus brazos buscando el
acomodo perfecto entre ellos. Cada vez más expectante de todos sus
movimientos
—Continúa —pedí con voz débil cuando se quedó callado.
—Las ganas de tocarla no me caben en las manos, mis intenciones de
contagiarla de la misma necesidad, sobrepasan mis deseos más
primitivos. Contengo las ganas y me limito a observarla con hambre.
Me pierdo en sus curvas rabiando por dentro, me provoca lanzarme
hacia ella y devorarla con todas el deseo que despierta sin
preocuparme por hacerle daño.
Perdía el hilo de la lectura al sentir su aliento cálido chocando contra
la piel de mi cuello. Su voz sonaba de fondo en mi cabeza mientras
me sumergía en un estado de excitación que se hacía cada vez más
evidente. Bajé la vista hacia la mano que mantenía sobre mi pierna,
era casi imperceptible la forma lenta en la que la arrastraba hacia
arriba, dejaba mi piel erizada con su rastro y mi respiración
acelerada por el calor que desprendía su tacto.
—Y ver la imagen de su pecho subiendo y bajando a causa de la
respiración forzada, y sus pezones erguidos llamando a mi boca que
solo quiere saborearlos, hasta que gima cada vez más alto, pidiendo
que continúe sin cansancio.
Temblé cuando con la punta de la nariz me acarició la oreja bajando
por la curva de mi cuello. Mantenía ese tonito que lograba
calentarme, sin detener su mano que seguía ascendiendo despacio
por mis muslos. La estimulación a la que estaba siendo sometida era
tan intensa que, sentía sus manos de verdad tocándome de la forma
que lo describía su voz.
Apreté las piernas buscando un poco de alivio al dolor que me
provocaba cada punzada entre los muslos. El constante movimiento
involuntario de mi cuerpo también lo estaba afectando. Santiago
sabía controlarse, pero su erección haciendo presión en mi trasero
delataba lo mucho que lo calentaba la situación. Incitada por esas
líneas perversas que leía para mí, comencé a mover las caderas de
forma sutil, si él me provocaba yo no podía dejar de intentarlo.
Me bastó con repetir el movimiento dos veces para hacerlo titubear.
La mano que estaba en mis piernas fue directo a mi cintura. Hizo
presión en esta como queriendo detener mi acción. Estaba
convencida de que, si seguía iba a terminar sacándolo de esa faceta
de hombre controlado.
—Su respiración entrecortada choca con la mía que cada vez es más
forzosa. Evito ver su cara porque encontrarme con sus ojos sería lo
único que frenaría mis intenciones, mis intenciones de cogérmela sin
piedad, con todo el ímpetu que guardo para ella. Mis manos viajan
directo a sus pechos...
Con la cabeza recostada en su pecho y los ojos cerrados, gemí cuando
la lectura se volvió más descriptiva. Escuché su risita en mi oído
mientras contenía el deseo de apretarme los senos sola, tal y como él
lo estaba leyendo. De un momento a otro sentí un pellizco en uno de
mis pezones que envió una corriente a todo mi cuerpo. Abrí los ojos
sobresaltada, esperando encontrar las manos de Santi sobre mi
cuerpo, pero él continuaba sosteniendo el libro y sujetándome la
cintura. Eran mis manos, ambas, las que estaban dentro de mi camisa
tocándome los pechos.
Las frases que salían de los labios de Santi eran cada vez más
explícitas. Había escuchado a ese hombre decirme muchas cosas
subidas de tono cuando teníamos sexo, pero nada así de intenso como
lo que leía esa noche. Quería escapar de ese estado donde mi mente
no dominaba a mis instintos, pero la neblina de lujuria que me
rodeaba no me lo permitía.
Leyó un par de líneas más antes de hacer otra pausa. Sentí sus labios
húmedos en mi cuello dejando besos y breves mordiscos que me
hacían encoger los dedos en un acto reflejo del placer. Con la palma
de la mano me rozaba el contorno de la cintura, deteniéndose justo
debajo de mis senos. La punta de su lengua recorría uno de mis
hombros, mientras yo movía el trasero sintiendo la presión de su
erección cada vez más fuerte.
Retomó la lectura de forma repentina privándome de la deliciosa
sensación de sus labios en mi piel, un temblor me recorrió el cuerpo
cuando comenzó a describir con aquellos términos que sabía utilizar
muy bien, el placer que experimentaba al deslizar los dedos en mi
entrepierna empapada. Seducida por su voz y cayendo con facilidad
en su juego, arrastré mi mano derecha por mi vientre, lo escuché
jadear, lo sentí apretando mi cintura, presionándome hacia su pelvis.
Y entonces cerró el libro. Como si se tratase de algún truco de
hipnosis el sonido que hizo este, me hizo reaccionar. Con la
respiración acelerada dejé de mover mi mano y alejé la otra de mi
pecho, quería hablar, pero el aire no llegaba a mis pulmones. Incluso
sentía que estaba sudando a pesar de que la temperatura era fría esa
noche.
—¿Por qué te detuviste Valentina?
Escuchar el susurro de Santi me hizo jadear, hice el intento de
levantarme, pero como era de esperarse él no lo permitió. Con un
brazo rodeó mi cintura manteniéndome pegada a su cuerpo.
—Yo... Yo nunca había hecho algo así —dije entre balbuceos, odiaba
sentirme así de tímida, pero tampoco podía evitarlo, Santi me
descolocaba demasiado.
—¿Nunca te habías tocado? —cuestionó sin ocultar el asombro.
—No frente a alguien.
—Conmigo vas a hacer de todo, sigue —ordenó.
Lo miré por encima del hombro estremeciéndome con el brillo de sus
ojos, y esa expresión de seriedad plasmada en todo su rostro. Asentí
dudosa y, él sonrió satisfecho. Arrastró la tela de la camisa de mi
pijama hasta sacarla por mi cuello. Recosté la espalda una vez más en
su pecho disfrutando de sus manos que se movían por mi cintura de
forma ascendente.
Ambos gemimos a la vez cuando comenzó jugar con mis senos, con
movimientos lentos y luego más intensos. Pellizcó mis pezones a la
vez que comencé a restregar mi trasero sobre su erección con más
ímpetu. Sus labios en mi cuello aumentaban las sensaciones
placenteras que me recorrían y me hacían jadear y suspirar con
mucha más frecuencia. La mezcla de dolor y placer aumentaba la
humedad que se concentraba entre mis muslos. Cerré los ojos cuando
guio mi mano hacia mi vientre bajo, me instaba a tocarme con esas
frases cargadas de erotismo que susurraba a mi oído.
Embriagada en ese placer apabullante dejé que me desnudara y se
desnudara a totalidad en fracción de segundos. La respiración de
Santi sonaba más alterada que la mía, lo que me indicaba que su
control estaba a punto de esfumarse.
—Sigue, Valen, no te detengas —susurró con voz perversa a mi oído.
Puso su mano sobre la mía arrastrándola hacia abajo—, separa más
las piernas —indicó en el mismo tonito que me erizaba la piel. Cerré
los ojos al percibir la humedad que bañó la yema de mis dedos, y
gemí en un tono más fuerte en respuesta a la mano de Santi sobre la
mía.
Abría los labios con movimientos sutiles mientras yo completamente
desinhibida dejaba que mis dedos se deslizaran guiados por mis
instintos. Lo sentía gemir contra mi cuello, me retozaba con el tacto
de una de sus manos en mis senos. Hundí un dedo en mi interior sin
esperar que él hiciera lo mismo. El deleite fue instantáneo, la
exquisita fricción me tenía trepidando.
Apreté los labios para contener mis gemidos. El placer me colmaba,
se expandía por cada célula de mi cuerpo cortándome la respiración,
robándome la voluntad. El deseo crispó con intensidad cuando
presionó mi clítoris con su pulgar, la humedad que solo crecía
goteaba entre mis muslos, estaba casi fuera de mí sin procesar las
cosas que decía Santiago con voz ronca y entre jadeos.
—No te contengas, córrete —dijo en tono de súplica.
Mis paredes se contraían en torno a sus dedos y los míos, la tensión
en mi vientre estaba a punto de explotar cuando dejó de tocarme.
Presa del descontrol dejé que me manejase a su antojo, me hizo girar
para estar frente a frente. Sonreí al verlo así con esa carita de
seriecito que me había grabado en la cabeza. Apretó mi cintura
atrayéndome contra sí de forma apresurada, en la desesperación del
momento enterraba sus dedos sobre mis curvas mientras me ayudaba
a alinear nuestros cuerpos.
Se me cortó el aliento al sentir como se adentraba en mi cuerpo,
quería mantener ese ritmo lento, gozando centímetro a centímetro de
aquella invasión placentera, pero él, muy impaciente, con un solo
movimiento guio mis caderas hacia abajo, enterrándose en mí con
profundidad. Apretaba mi trasero mientras me movía sobre él al
ritmo que se me antojaba, los espasmos en mi vientre comenzaron a
hacerse más frecuentes cuando su boca buscó mis pechos que
saltaban frente a su rostro. La adrenalina que segregaba aceleraba la
percepción de placer que recibía en cada movimiento. Aquella
posición acababa rápido conmigo, quería resistirme, pero cada vez
estaba más perdida en la neblina lujuriosa que nos rodeaba.
Tuve que besarlo para no gritar como quería cuando llegué a mi
límite, dejé de moverme aun flotando en el placer embriagante que
me sobrepasaba. Me esforzaba por respirar mientras Santi mordía el
inicio de uno de mis pechos, me giró sobre el sillón sin salirse de mi
interior, lo rodeé con las piernas dándole más profundidad a sus
movimientos acelerados. Las venas en sus brazos se resaltaban a la
vez que sus gemidos eran más fuertes. Estaba a punto de correrse, lo
percibía en cada bocanada de aire que tomaba descontrolado.
Bastaron unos segundos para que dejara de moverse y mordiera
suavemente mis labios, pasé las manos por su espalda sudada cuando
dejó caer casi todo su peso sobre mí. Mantuve los ojos cerrados
esperando recuperarme de aquel montón de sensaciones que
parecían no dejar de recorrerme.
—Valentina —susurró mi nombre en medio de un jadeo—, Valen —
insistió moviendo uno de mis brazos—. Mi amor, mírame.
Tuve otro orgasmo al escucharlo llamarme así, abrí los ojos al
instante, encontrándome con su mirada que parecía consumirme.
Sonrió, supuse que, por la expresión que seguramente tenía en el
rostro y se acercó para darme un beso breve en los labios.
—¿Sí? —respondí aturdida.
—Solo quería ver tus ojos.
Salió de mí luego de darme otro beso corto. Me ayudó a levantarme,
como si fuera capaz de intuir que no podía hacerlo sola. Las piernas
me temblaban y por más que quisiera recuperar el aliento no lo
lograba, en cuanto mis pulsaciones se estabilizaron un poco, hui a su
habitación. Aquel mi amor que salió de sus labios me dejó una
sensación extraña recorriéndome.

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