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Rendición

Relato de San Valentín

Los Angeles, enero de 2014

Una vez más la mansión de Gary Reynolds derrochaba glamour,


se había vestido de gala para celebrar las diez nominaciones que
había recibido Rendición a las categorías principales de los
premios de la academia. La cinta estuvo a punto de no lograr
postularse para ese año, ya que fue una de las últimas en
estrenarse, pero el empeño del dueño de la productora y de
todo el equipo que trabajó en la misma, lograron convertirla en
una de las que cerrara el año.
Así fue como el diez de diciembre, la adaptación de la obra
de Samantha inundó las salas de cines, en un estreno que se
realizó de manera simultánea en millones de salas a nivel
mundial.
A los esposos Bonanzierri no solo la felicidad les había
sonreído en el plano amoroso, sino también en el profesional,
ambos habían logrado las mejores críticas por sus trabajos y a
consecuencia de eso, también los premios en reconocimiento,
convirtiéndose de esa manera en la pareja del momento. Su luna
de miel apenas había durado veintitrés días, que transcurrieron
entre Varese, Venecia y las hermosas y cálidas playas de
Centroamérica, a donde escaparon del implacable frío que se
apoderaba de Europa a finales de año; pero sus compromisos
con The Planet los obligaron a regresar a Los Angeles para
participar en la postproducción y el estreno de la cinta.
En medio de todo el bullicio que reinaba en el salón
principal, ya pasada la medianoche Alessandro y Samantha
lograron escaparse, pero no para abandonar la fiesta, sino para
revivir un momento que había sido muy especial para ambos.
Samantha le pidió que la acompañara a la terraza donde se
reencontraron hacía menos de un año, en una fiesta igual;
parecía que había pasado mucho tiempo desde que estuvieron
en ese lugar que vio caer las primeras murallas, cuando se
fundieron en ese beso que les dejó claro lo que seguían
sintiendo el uno por el otro.
—Espera aquí —esbozó Samantha, deteniéndose frente a la
puerta de cristal y madera lacada.
—¿Qué sucede? —preguntó Alessandro desconcertado,
imaginando que quizás ella había escuchado algo o visto que los
seguían.
—No es nada —contestó sonriendo para aliviar su tensión y
le acarició el rostro—. Solo deseo que sea idéntico a la última
vez que estuvimos aquí… entraré yo primero y después lo haces
tú —indicó mirándolo a los ojos, tenía planes y ella siempre
seguía sus planes.
—Ok —contestó él asintiendo mientras sonreía e intentó
besarla.
—No hagas trampa —mencionó apoyando su mano en el
pecho de Alessandro para evitar que la besara, y elevó una ceja
advirtiéndole que le siguiera la corriente.
Él negó con la cabeza mientras sonreía y elevó sus manos en
un gesto que le dejaba claro a Samantha que ella tenía el control,
la vio entrar a la terraza y cerrar la puerta; miró su reloj de
pulsera para calcular un minuto, después de eso entró y la
encontró justo como meses atrás. Aunque en ese momento ella
no llevaba un vestido blanco, sino uno negro, con un escote
más discreto, pero la caída de la tela se amoldaba perfectamente
a sus sensuales curvas.
Alessandro quiso llegar esta vez como había imaginado en
aquel entonces, acercándose a ella para abrazarla por la espalda
y pegarla a su cuerpo, sentir su calidez, la suavidad de sus
formas, deseaba hacer todo eso; sin embargo, su instinto le
decía que Samantha planeaba algo más y se propuso
complacerla. No esbozó las mismas palabras que aquella vez,
solo adoptó la postura, quedando de espaldas al jardín mientras
la miraba con la misma intensidad, como si hubiera pasado años
sin hacerlo, justo como en aquel entonces.
Samantha se deleitó en la imagen de su esposo que siempre
lucía apuesto, pero esa noche en especial la felicidad lo hacía ver
radiante, sabía que estaba feliz por todo lo conseguido hasta ese
momento, por fin había logrado lo que muchas veces deseó y
ella se sentía tan orgullosa de él, que le era imposible disimular
su propia dicha. Se acercó a Alessandro mientras le sonreía y
cuando vio que estaba a punto de hablar para llenar el silencio,
lo calló posando sus labios sobre los de él y de inmediato sus
deseos se desataron.
Alessandro se sorprendió ante ese gesto de Samantha, la
verdad era que con tanto misterio, no se esperaba que ella
reaccionara de esa manera, aunque gustoso se dejó envolver por
el mismo, llevó una mano al cuello de su mujer y con la otra
acarició la estrecha cintura, gimiendo al sentir el suave roce de
sus labios y ese exquisito masaje que le daba con su lengua.
—Esto… fue lo que deseé hacer en aquel momento —
susurró Samantha, abriendo sus ojos para clavar su mirada en la
azul intensa de Alessandro, mientras sus labios se seguían
rozando.
Él dejó ver una hermosa sonrisa y cerró los ojos mientras
negaba con la cabeza, mordiéndose el labio inferior al recordar
ese instante; el mismo deseo de meses atrás lo recorrió y sin
tener que verla, atrajo a Samantha de nuevo hacia él y comenzó
a besarla con toda la pasión que ella despertaba dentro de su ser.
—Cómo te gustaba hacernos sufrir Samantha… yo me
estaba muriendo por hacerlo también, me estaba muriendo por
hacer mucho más que eso —murmuró acariciando la curva de
su trasero.
—Teníamos que hablar… —intentó excusarse.
—Siempre se nos han dado mejor las caricias que las
palabras —esbozó él sonriendo y la pegó a su cuerpo.
Ella asintió en silencio mientras sonreía acariciándole la
espalda, él la miraba con tal intensidad que Samantha sentía que
se derretía por dentro, se aproximó para besarlo de nuevo
cuando recordó algo.
—¿Qué te morías por hacer? —preguntó llena de curiosidad
y él la miró extrañado, así que se explicó mejor—. Me acabas de
decir que te morías por hacer mucho más que besarme… —
decía y Alessandro la detuvo para responderle.
—¿En serio tengo que responder esa pregunta? —inquirió
mostrando una sonrisa ladeada, deleitándose con el sonrojo que
cubrió las mejillas de su esposa, aún a esas alturas él la
intimidaba.
—Bésame.
Le pidió Samantha acercándole los labios, mientras su mirada
se posaba en los de su esposo que la tentaban como nada más
en el mundo, sintiendo que podía pasar su vida besándolos.
Alessandro sentía que el deseo lo dominaba, hasta el punto
de tenerlo delirando y anhelando a Samantha con tanta
intensidad que lo sorprendía. Apenas esa madrugada habían
hecho el amor con la misma pasión de siempre, pero solo
bastaba que ella lo besara de esa manera para que la necesidad
se despertara dentro de él, siempre tenía sed de sus besos,
urgencia de sentirse dentro de ella.
—¿Qué me das Samantha? ¿Qué tienes para ponerme de esta
manera, para ponerme a tus pies? —preguntaba sin dejar de
besarla y acariciarla—. Mujer me has hecho adicto a ti, cada vez
te deseo más… cada vez te amo más —susurraba contra la
delicada piel del cuello femenino y bajó hasta los senos,
hundiendo su rostro en el escote, para embriagarse con el
perfume que brotaba de su piel.
—Tú me has hecho necesitarte de igual manera…
Alessandro me vuelves loca… —expresó con los ojos cerrados
mientras temblaba, él la pegó más a su cuerpo y ella pudo sentir
la prueba de su deseo, jadeó aferrándose a la espalda de su
esposo—. Alessandro… mírame. —Él lo hizo y ella le dedicó
una sonrisa—. Hazme el amor… te morías por hacerlo en aquel
entonces ¿no? —preguntó con una seductora sonrisa, al ver la
sorpresa en la mirada azul.
—Tanto como me estoy muriendo por hacerlo en este
momento —contestó dándole toques de labios—. Vámonos…
salgamos de aquí Samantha —indicó tomándola de las manos.
—Espera… yo cumplí mi fantasía de hacer lo que deseaba
—pronunció acercando sus labios al oído de él, mientras
deslizaba su mano por el elegante pantalón, sintiendo bajo la
tela la tensa erección.
—Samantha… —esbozó él cerrando los ojos al sentir la
caricia, consciente que no tenía la fuerza de voluntad para
detenerse.
—Hazme el amor aquí Alessandro… yo también lo deseaba,
yo también me moría por sentirte —dijo mirándolo a los ojos.
—Dame un segundo —señaló él y casi corrió hasta la puerta,
la aseguró con el pestillo para después regresar a ella—. No
quiero ningún entrometido esta vez —agregó con una gran
sonrisa.
Samantha también dejó ver una y liberó un jadeo cuando lo
vio recoger la suave tela de su vestido con rapidez,
amontonándola en su cintura, a la vez que la elevó para dejarla
sentada en el balaustre.
Ella disfrutó de la expresión en el rostro de Alessandro
cuando vio la prenda de lencería que llevaba, una exquisita pieza
diseñada en satín y encajes, que era más lo que revela que lo que
escondía, se apoyó en los hombros de él para que pudiera
quitársela.
—Voy a demandar a estos diseñadores… harán que me dé
un infarto un día de estos —comentó extendiéndola ante sus
ojos.
—Es una lástima, porque tenía pensado comprarme varios
conjuntos de su nueva colección para San Valentín —acotó con
un tono inocente mientras batía sus pestañas.
—Me retracto en este preciso instante —mencionó con una
gran sonrisa y se acercó para besarla, gimiendo al sentir como la
mano de Samantha liberaba su erección y la llevaba hasta su
entrada húmeda y cálida, él empujó hundiéndose en ella—. Eres
perfecta Samantha.
Ella tembló al sentir la lenta y profunda invasión, mientras
sus propias caderas salían al encuentro de Alessandro, se sujetó
a él por los hombros para mantener el equilibrio. Ese lugar no
era el más cómodo, pero poco le importaba, lo único que quería
era sentirlo de esa manera porque el placer que le daba era tan
inmenso que lo abarcaba todo y no le interesaba el lugar donde
estaba, ni la posición, ni la dureza o lo frío del concreto.
—Alessandro… mi vida… Aless —susurraba con la voz
trémula, mientras sentía que el torbellino de emociones en su
interior cada vez giraba más rápido y comenzaba a elevarla.
—Mi preciosa Samantha… mía… —decía él con esfuerzo,
cada vez que empujaba dentro de ella y buscó la mirada de su
mujer, pegando sus frentes—. Mírame… mírame —dijo
tomándole el labio inferior que temblaba entre los dientes y lo
mordió con suavidad.
Samantha sintió que una corriente de placer la atravesaba
entera y desembocaba directa en su intimidad, que se contrajo
entorno al miembro erecto de Alessandro, le jaló el cabello para
soportar el orgasmo que amenazaba con desbordarla y liberó
una secuencia de jadeos cuando lo sintió apurar el ritmo de sus
caderas.
Alessandro no le permitió que abandonara su mirada un solo
instante, sujetándola por la nuca mantuvo la frente de Samantha
apoyada en la suya, mientras sus alientos tibios se mezclaban
entre roces de labios y toques de lenguas.
—Me voy… Alessandro… ¡Dios que maravilloso! —
exclamó sin poder contenerse, cuando sintió el primer azote del
orgasmo muy profundo dentro de ella, todo su cuerpo tembló y
su centro se llenó de una húmeda calidez allí donde su marido
se hundía con poderío.
Él dejó que fuera su cuerpo quien le respondiera cuando se
descargó en su interior, después de una secuencia rápida de
penetraciones se quedó quieto dentro de ella, mientras gemidos
guturales escapaban de su garganta, acompañando cada
contracción que expulsaba su simiente dentro de esposa.
La encerró entre sus brazos para sostenerla, al notar que su
hermoso cuerpo había quedado flojo y al mismo tiempo buscó
un soporte, porque sus rodillas seguían temblando después de
ese exquisito orgasmo que lo barrió de pies a cabeza. Entre
miradas y sonrisas cómplices se fueron recuperando,
manteniendo aún la unión de sus cuerpos y de pronto se
sobresaltaron, al escuchar un fuerte estruendo que dio paso a
una lluvia de luces blancas, que estalló en el firmamento sobre
ellos.
Samantha comenzó a reír llena de felicidad y alivio, al
comprobar que eran los fuegos artificiales y no alguien que
había tumbado la puerta, acarició el hermoso rostro de su
esposo, mientras veía como las luces que colmaban el cielo se
reflejaban en la mirada azul que tanto adoraba. Le dio un beso
en la mejilla y se movió para bajar de la barandilla al ser
consciente de lo entumecida que tenía las nalgas y las caderas,
por haber permanecido allí tanto tiempo.
—Déjame ayudarte —esbozó él, tomando su pañuelo del
bolsillo para secarla y evitar que su pantalón se humedeciera,
dejándolos en evidencia cuando regresaran a la fiesta.
La confianza que tenían como marido y mujer los hacía
desenvolverse con naturalidad, ella lo dejó ayudarla pues no era
la primera vez que lo hacía, cuando hicieron el amor en el
Maserati él también actuó de esa manera. Le dedicó una sonrisa
agradeciéndole y se encargó de su pañuelo, guardándolo en su
cartera estilo sobre, mientras Alessandro le ponía el panty de
nuevo, mostrando una sonrisa cargada de malicia y cuando sus
ojos se encontraron, la sorprendió dejándole caer dos sonoros
besos en cada seno.
—Señor Bonanzierri, compórtese. —Le reprochó, pero no
podía dejar de sonreír, arregló su vestido y luego lo ayudó a él.
Minutos después se encontraban de nuevo en la fiesta junto
a los demás invitados, que si bien habían notado su ausencia,
solo se limitaron a entregarles sonrisas y miradas que decían
más que mil palabras. Eso no les afectaron en nada, a fin de
cuentas podían hacer lo que quisieran porque eran esposos, ante
los hombres y ante Dios, así que disfrutar de su amor no era
algo que debía avergonzarlos.
—Se perdieron los fuegos artificiales —esbozó Jaqueline,
mientras miraba a su amiga mostrando una sonrisa radiante.
—En realidad… estábamos disfrutando de otros fuegos
artificiales —respondió con naturalidad, emulando el gesto de
ella.
—¡Descarada! —exclamó por lo bajo, para que los demás en
la mesa no se enteraran, al tiempo que la veía con fingido
asombro.
—Bueno, una vez una gran amiga me dijo que «Había deseos
en la vida que debíamos satisfacer o de lo contrario, viviríamos
lamentándonos por no haberlos cumplidos» … así que solo
estoy siguiendo sus consejos —dijo de manera casual mirando a
Jaqueline y su mano acariciaba la pierna de su esposo.
—Bueno… en ese caso hiciste bien, tu amiga es una mujer
muy inteligente —acotó con una sonrisa que iluminaba sus ojos
verdes.
Samantha asintió con la cabeza y sonreía sintiéndose tan
feliz, porque aún seguía pareciéndole un sueño que tuviera una
vida junto a Alessandro y que ésta fuera para siempre. Buscó esa
mirada azul que la hechizaba, encontrándola de inmediato, se
acercó a él y le dio un suave beso en los labios al cual su esposo
respondió enseguida.

Dos horas después abandonaron la elegante mansión de


Gary Reynolds, para dirigirse hasta su casa en esa ciudad. La
limosina que había puesto a su disposición la productora, los
dejó frente a la hermosa construcción ubicada en una de las
mejores zonas de las colinas de Hollywood.
Samantha era muy exigente cuando se trataba de encontrar
un espacio para vivir y aunque fuera por temporadas, deseaba
que su casa en Los Angeles fuera perfecta, así que pasó dos
semanas junto a su apuesto esposo recorriendo propiedades en
venta. Cuando llegó hasta esa quedó completamente fascinada,
era un sueño y no desistió hasta que tuvo en sus manos la
propiedad que acreditaba al matrimonio Bonanzierri como los
nuevos dueños.
Alessandro marcó el código de seguridad girando después la
llave, de inmediato toda la casa se iluminó gracias al sistema que
tenía instalado, abrió la puerta e invitó a entrar a Samantha con
una sonrisa.
—Estoy tan cansada… creo que voy a dormir dos días
seguidos —comentó, quitándose los zapatos y doblándose para
recogerlos.
—Señora Bonanzierri, no debería adoptar esa posición…
casi me hace caer —mencionó Alessandro en un tono que
desbordaba inocencia, después de hacer que su cuerpo chocara
contra el de Samantha en un acto aparentemente espontáneo,
pero la manera en la cual la sujetó por las caderas decía todo lo
contrario—. Le pueden poner una multa por esto, debería tener
más cuidado.
—Señor Bonanzierri, no crea que no me doy cuenta que lo
hizo con toda la intensión del mundo —respondió mirándolo
por encima del hombro y se irguió de inmediato—. Lo conozco
demasiado bien para no adivinar lo que desea y será mejor que
lo olvide, porque yo apenas puedo mantenerme en pie —agregó
liberando un bostezo.
—¡Perfecto! No necesito que estés de pie para hacer lo que
deseo —contestó con una sonrisa pícara, mientras le rodeaba la
cintura con los brazos pegándola a él y le daba un beso en el
hombro.
—Alessandro… —susurró ella, dejando caer su cabeza en el
hombro de su esposo, le acarició los brazos admirando la
piscina con borde infinito y las luces de la ciudad, a través de la
pared de cristal que la dividía de la sala de estar.
Le encantaba esa casa, era tan elegante y sencilla a la vez,
aunque en realidad era un inmenso cajón dividido en varios
espacios, cada uno adecuado para cumplir las diferentes
funciones que les asignara. Aún no la habían decorado por falta
de tiempo y tan solo tenían dos semanas allí, así que estaba vacía
en su mayoría. Dejó ver una sonrisa al imaginarla con muebles,
pinturas y alfombras. Quería que fuese un lugar especial, pues a
pesar de no estar equipada, ya habían estrenado algunos de sus
espacios, como por ejemplo la piscina y la cocina.
—Estoy comenzando a sentir celos de esta casa. —Le hizo
saber Alessandro al verla tan embelesada con la vista.
No le pasaba desapercibida la emoción que mostraba
Samantha cada vez que su mirada se paseaba por ese lugar y,
aunque él también se encontraba a gusto en la casa, ciertamente
su mujer lo estaba mucho más y no lo disimulaba, le dio un
beso en la mejilla para después sonreír al escucharla suspirar con
ensoñación.
Sentía a Alessandro mecer su cuerpo, como si se tratase de
una niña a la que pretendía dormir, eso la hizo sonreír y buscó
su boca para besarlo, solo tibios roces de labios.
—¿Dónde está maquinando esa hermosa cabecita que te
haga el amor esta vez? —preguntó en un susurro, al oído de
Samantha.
Su mujer se había vuelto muy creativa a la hora de entregarse
a él últimamente, ya no se cohibía como antes, ni le preocupaba
andar desnuda por la casa y eso era algo realmente asombroso,
tomando en cuenta que la mayoría de las paredes eran de cristal.
Una vez más había adivinado sus pensamientos, porque ella
comenzó a reír y después de otro suspiro, le respondió.
—Esta vez te equivocas… amor, de verdad estoy muy
cansada —indicó mirándolo a los ojos, al tiempo que le
acariciaba los brazos.
—¿Y qué tal si te propongo preparar la bañera y darte un
masaje que te ayude a relajarte? —preguntó moviéndola para
ponerla frente a él, mientras sonreía y le acariciaba la mejilla.
—Alessandro Bonanzierri… ¿Conseguiré algún día decirte
que no? —cuestionó mirándolo a los ojos.
—Eso no sucederá jamás Samantha Bonanzierri —contestó
mostrando una sonrisa arrogante y al ver que su esposa se
disponía a protestar, la calló atrapando su boca en un beso.
Solo le llevó segundos lograr que Samantha se rindiera ante
él, la tomó en brazos para llevarla al dormitorio principal, y el
más grande de los cinco con los cuales contaba la casa.
—En un minuto estoy de regreso, no te quites nada —
mencionó dejándola sobre la cama y corrió hasta el baño.
Samantha se quedó allí tendida obligándose a mantener los
párpados abiertos, deleitándose con la hermosa vista de la
ciudad y cuando él regresó, lo recibió con una sonrisa.
Tal como le había prometido, Alessandro se encargó de
todo, la desvistió entre besos y caricias, después la llevó a la tina
y le dio un relajante masaje, para terminar, haciéndole el amor.

Los Angeles, 14 de febrero de 2014.

Alessandro había hecho una y mil cosas para mantener en


secreto la sorpresa que deseaba darle a Samantha, sobre todo
para hacerla realidad, no había sido sencillo conseguirlo, pero
desde que la idea se le metió en la cabeza movió cielo y tierra
para lograrlo, incluso tuvo que recurrir a una conversación con
su muy «estimada» suegra, para que ella le ayudara y, aunque le
hubiera gustado que fuera en un lugar como el que Samantha
merecía, no le quedó más remedio que trabajar con lo que tenía.
Mientras preparaba la sorpresa, sus pensamientos volaron a
ese día tres meses atrás, cuando tuvo que dejar de lado el
resentimiento que aún sentía por Susan Steinberg y acudió a
ella, comprendiendo que nadie más podía ayudarlo, al menos
no, con la prontitud que deseaba.

FLASH BACK

Había viajado hasta Chicago junto a Samantha para estar


presentes en el nacimiento de la hija de Linda y Walter, que
estaba programado mediante cesárea para el primero de
diciembre, solo estarían en la ciudad por un fin de semana
porque su presencia en Los Angeles era indispensable. Su
esposa le dijo en aquel momento que no era necesario que la
acompañara, pero él insistió, pues sabía que no podía perder la
oportunidad de recuperar algo que era de los dos.
Actuando con absoluta discreción, acordó tener una reunión
con su suegra, sabía que quizás no estaba haciendo bien en
ocultarle lo que sucedía a Samantha, pero no quería arruinar su
felicidad por algo que él podía manejar sin tener que
preocuparla a ella. Llegó hasta la mansión en Glencoe a la hora
señalada y la mujer lo recibió en su despacho, se le veía más
sorprendida que curiosa.
—Buenas tardes señora Steinberg. —La saludó de manera
formal.
—Buenas tardes Alessandro, creo que ya debería comenzar a
llamarme Susan, después de todo, ahora es el esposo de mi hija
—comentó ella abriendo una brecha en el muro que la rodeaba,
pero su voz debía dejarle claro al actor que era solo un pequeño
avance.
—Bien, gracias por recibirme Susan —esbozó tomando
asiento como ella le indicaba, pero sin confiarse del todo, era
evidente que ella aún mantenía ciertas reservas para con él.
—No hay problema… y bien, ¿dime qué es eso que te tiene
tan preocupado y te hizo acudir a mí? —inquirió intentando ser
amable.
—Seré directo porque no deseo hacerle perder mucho de su
tiempo —dijo tanteando el terreno y la vio asentir con la
cabeza, indicándole que continuara—. Necesito un gran favor
de usted, necesito que me asesore como abogada Susan —
pronunció con su mirada fija en ella, quien no pudo ocultar su
sorpresa.
Susan se quedó en silencio analizando las palabras del
italiano, la verdad era que no esperaba que él acudiera a ella con
ese motivo, mientras lo observaba intentaba descubrir lo que
podía haber detrás de esa petición, y dio inicio a su
interrogatorio.
—Antes que continuemos quisiera preguntarle. ¿Por qué
vino a verme a mí en lugar de pedirle asesoría a su padre? Hasta
donde sé, es un excelente abogado —indicó manteniéndole la
mirada.
—Porque tan solo hace dos días me enteré del asunto en el
cual deseo que me ayude, y porque el mismo tendría como
jurisprudencia este país… mi padre es uno de los mejores
abogados de Italia, pero yo necesito a una de las mejores de
América —respondió con sinceridad, no hablaba por hablar,
aunque le pesase reconocerlo.
—¿Me considera una de las mejores abogadas de América?
Es un tanto extraño cuando apenas me conoce Alessandro —
pronunció con desconfianza mientras su mirada analizaba al
actor.
—Samantha siempre me dijo que usted era una gran
abogada, de las mejores de este país y yo creo en las palabras de
mi esposa —contestó sin titubear para que ella viera que no
mentía.
De nuevo el silencio se apoderó del lugar, mientras Susan
procesaba las palabras de su yerno, sabía de la admiración que
su hija sentía por ella, pero no pensaba que podía llegar al grado
de decir que era la mejor, eso la llenó de orgullo y felicidad sin
poder evitarlo.
—De acuerdo, pero antes de entrar en el tema respóndame
otra pregunta… ¿Por qué me pidió que no le dijera nada a
Samantha sobre esta reunión? ¿Qué pretende ocultarle? —
inquirió y esta vez no disimuló su desconfianza; por el
contrario, la expuso abiertamente.
—Cuando me casé con su hija, prometí amarla y respetarla,
así como cuidar de ella y es lo que pretendo, no quiero tener
que preocuparla por un asunto que yo puedo manejar
perfectamente —respondió con su mirada anclada en la gris de
su suegra.
—Entiendo… bueno, soy toda oídos —anunció para que él
diera inicio a su explicación.
—Necesito recuperar un vídeo que grabó el asistente de
Gary Reynolds… —decía, pero la mujer no lo dejó continuar.
—¿Qué tipo de vídeo? —Lo interrogó Susan palideciendo, al
tiempo que sentía como los latidos de su corazón se
desbocaban.
El pánico estuvo a punto de adueñarse de ella, al imaginar a
Samantha involucrada en un escándalo de tal magnitud,
mientras se negaba a dejar siquiera que sus pensamientos
esbozaran esa palabra, eso sería algo que estaba segura no
lograría soportar, su familia quedaría arruinada para siempre.
Alessandro vio la turbación en el semblante de la madre de
Samantha y no tardó en llegar a la conclusión de lo que ella
estaba pensando, él también se sintió aterrado ante la sola
suposición que algo como eso hubiera ocurrido. Siempre se
había cuidado de ello porque sabía lo que significaría para su
carrera, pero tratándose de Samantha su temor era mucho
mayor porque ella no era una aventura casual, era la mujer que
amaba y solo imaginar que su intimidad pudiera quedar
expuesta de esa manera, le helaba la sangre.
—No es… no es un vídeo de esos. —Se apresuró a
responder cuando encontró su voz y mantenía el ceño fruncido,
vio que la mujer suspiraba aliviada y continuó—. Susan…
Samantha y yo mantuvimos nuestra antigua relación oculta de la
mayor parte del equipo con el cual trabajamos, no queríamos
suscitar comentarios que pudieran perjudicarnos de algún
modo, así que llegamos al acuerdo que les haríamos creer a
todos que nuestra relación se iría dando durante las grabaciones
—explicaba y notando que tenía toda la atención de la mujer se
decidió a proseguir.
Le hizo un resumen de lo que fue la relación de los dos,
porque necesitaba que la mujer estuviera de su lado y terminara
de comprender, de una vez por todas, que él en verdad amaba a
Samantha y estaba dispuesto a todo por ella.
El rostro impasible de Susan no dejaba ver los sentimientos
que se movían dentro de ella, pero debía admitir que lo que
expresaban las palabras y los gestos de Alessandro Bonanzierri,
cada vez la hacía considerarlo mejor persona y el hombre
adecuado para Samantha. No era que los demás no lo fueran,
pero su hija lo había escogido a él y le alegraba saber que a pesar
de todo no se había equivocado, aunque lo primero que la
impresionó fue la casa que le compró en Italia para vivir junto a
ella, eso fue algo que en verdad no se esperaba.
Alessandro continuó relatando a su suegra como su hermano
Lisandro lo había puesto al tanto sobre la existencia del vídeo y
en manos de quién estaba, también de que él se había acercado
hasta el asistente de Gary Reynolds. Pero el hombre negó todo
y cuando él lo amedrentó por la fuerza, le dijo que ese vídeo en
realidad sí existía, pero que lo tenía su jefe, eso no lo cohibió y
fue a ver al mismo dueño de la productora.
—Me dijo que hoy en día la privacidad no existía y que así
como su asistente lo había hecho cualquier pudo haberlo hecho,
en resumen, me dijo que no me daría nada y que le agradeciera
que lo había mantenido en secreto a la espera de las reacciones
del público y la crítica por la película, pero que si algo salía mal
él tomaría eso como un seguro y quizás hasta le daría las
ganancias que esperaba por haber invertido tanto en el proyecto
—dijo mirándola a los ojos.
—¿Todo eso te dijo? —inquirió Susan realmente molesta.
—Lo he citado textualmente, tengo buena memoria —
contestó él, sintiendo que había conseguido atrapar la atención
de su suegra.
—¿Cuándo deben regresar a L.A?
—Debemos estar el martes a primera hora en las
instalaciones de The Planet, la premier de la película es el
próximo viernes y debemos asistir a varias entrevistas y eventos
sociales antes —respondió.
—Perfecto, yo iré con ustedes… después de todo, la familia
de Samantha debería estar presente en un evento tan importante
para ella, le pediré a Joseph que nos acompañe, sé que estará
encantado de hablar también con el señor Reynolds y su
asistente —esbozó dejando ver una sonrisa de satisfacción.
La misma que mostraba cuando sabía que tenía todas las
armas para ganar un caso, desde hacía mucho no ejercía como
tal, pero siempre asistía a juicios. Así que práctica no había
perdido y las leyes eran una pasión para ella, su más grande
pasión, por lo que jamás olvidaría como poner contra la pared a
alguien.
—Susan… de verdad le agradezco todo esto, en ese vídeo no
hay nada que nos avergüence a Samantha y a mí, pero temo que
vaya a ser utilizado para montar un circo; y nadie tiene derecho
a ello porque es nuestra vida, sin importar que ambos seamos
unos personajes reconocidos. Un hombre como Gary Reynolds
debe entender que existen límites y que no todo es un negocio
del cual pueda lucrarse —expuso con seriedad mientras la
miraba a los ojos.
—No tiene nada que agradecer, no hemos conseguido
recuperar el vídeo todavía Alessandro, pero le puedo asegurar
que lo haremos… además, recuerde que Samantha también es
mi hija y yo impediré a cualquier precio que alguien la lastime…
así que puede contar conmigo —indicó poniéndose de pie
frente a él.
—Le doy las gracias por escucharme y brindarme su ayuda,
eso es muy importante para mí… Susan, yo en verdad amo a
Samantha y estoy dispuesto a hacer lo que sea para que ella sea
feliz. —Le confirmó con la voz ronca por las emociones que
sentía dentro del pecho, que la madre de Samantha lo aceptara
era un avance muy importante para él.
—Eso espero Alessandro, mi hija es una joven maravillosa…
—expresó con sinceridad, siempre había sentido que Samantha
era una chica especial, pero desde que comenzó a acercarse más
a ella, había descubierto a una mujer extraordinaria. Se aclaró la
garganta y retomó su postura, después de todo seguía siendo
una mujer práctica—. Por lo pronto, necesito que me haga
llegar el contrato que le hicieron firmar cuando aceptó el papel
en la película, allí debe existir una cláusula que les impide al
personal de la productora filmar con sus aparatos móviles o
algo por el estilo… tome este es mi correo, envíelo allí —agregó
extendiéndole una de sus elegantes tarjetas de presentación, las
mismas que había dejado de usar hacía mucho tiempo, pero que
aún conservaba.
—En cuanto llegue al apartamento de Samantha, se lo
enviaré —decía cuando la mujer lo interrumpió.
—¿Al departamento de Samantha? ¿No debería decir a mi
casa o nuestra casa? Hasta donde sé, ustedes lo comparten todo,
no hicieron ningún acuerdo de separación de bienes y las
propiedades que usted tiene en Italia, como las que ella tiene
aquí, son de los dos, ¿acaso estoy equivocada? —preguntó
mirándolo fijamente.
—No señora, no se equivoca… quizás es la costumbre, pero
tal como mencionó, ambos decidimos compartir nuestros
bienes —respondió un tanto incómodo, pues aún le costaba
hacerse a la idea de que el lujoso pent-house, había pasado a ser
su hogar en esa ciudad.
—Comprendo, bueno ya se acostumbrará… fue grato verlo
de nuevo Alessandro, quedo a la espera de su respuesta —
pronunció extendiéndole la mano para despedirlo.
—Para mí también fue un placer verla Susan, cuente con
ello… que tenga buenas tardes —mencionó recibiendo la mano
con una sonrisa, en verdad estaba agradecido, pero sobre todo
sorprendido.
—Igual para usted —dijo y lo vio caminar hasta la puerta,
pero antes de que saliera lo detuvo para decirle algo más—.
Alessandro, otra cosa. En un matrimonio no deben existir
secretos, mi hija no es de las mujeres que perdonan las
traiciones o que le oculten cosas… así que le aconsejo que una
vez resolvamos todo este asunto, hable con ella y le cuente lo
que sucedió o tendrá graves problemas —indicó mirándolo con
mesura, para que supiera que hablaba en serio.
—Así lo haré Susan, gracias por el consejo —mencionó y
salió del lugar sintiéndose verdaderamente feliz.
No solo había conseguido que su suegra lo ayudara, sino que
también estuviera junto al coronel Steinberg en la premier de la
película. Sabía que Samantha no esperaba que algo como eso
sucediera, así que disfrutaría de su sorpresa cuando se enterase;
lamentablemente no podía decirle nada porque eso significaría
decirle el motivo de esa reunión, y hasta que no estuviera
solucionado el problema no lo haría, ella debía estar libre de
tensiones para disfrutar de su momento.

FIN DE FLASH BACK


El sonido del microondas anunciando que las palomitas de
maíz estaban listas lo regresó de sus recuerdos, las sacó del
aparato y con cuidado de no quemarse abrió el empaque para
depositarlo en un gran tazón. Silbaba la melodía que había
usado para musicalizar el final de la cinta, había estado
ensayando en las madrugadas con su nuevo saxofón, mientras
ella dormía, la verdad era que estaba muy emocionado y lleno de
expectativas, ante la reacción que tendría su esposa cuando viera
la sorpresa que le había preparado.
—Alessandro… ¿Qué estás tramando? —preguntó
Samantha llegando hasta la cocina y sonrió cuando él se
sobresaltó.
—Nada, solo hago palomitas para ver la película —contestó
dándole un toque de labios y caminó hasta la nevera.
—¿Qué es todo esto? —inquirió de nuevo viendo las
palomitas y también que vaciaba dos latas de refresco en vasos
con hielo.
—Me estoy preparando para nuestra velada de San Valentín
—respondió con una sonrisa, poniéndole las tapas a los vasos
desechables que había comprado.
—Cómo que va muy en serio esto de la película que deseas
que veamos hoy —dijo dándole un sorbo a la bebida helada, no
era muy fanática de las gaseosas, pero en ocasiones como esa
tomaba una.
—Tú fuiste la que compró una casa con sala de cine, yo solo
me preparo para ver una buena película —indicó sin darle más
detalles.
Podía ver que Samantha se moría de la curiosidad, pero se
estaba cohibiendo, consciente que no lograría sonsacarle nada;
él le había propuesto pasar ese día en casa, evitar las largas colas
en las salas de cines o los restaurantes a reventar. Samantha
aceptó encantada pues no era muy dada a pasar ese día como la
mayoría de las parejas, así que se quedaron a disfrutar de una
velada que aparentemente sería común y corriente, sin mucha
preparación.
—Trae las bebidas por favor, mientras yo llevo esto… ya el
salón está listo —mencionó dedicándole una sonrisa.
Bajaron las escaleras que los llevaron hasta la sala de cine, ese
era el único espacio que estaba a desnivel de la casa, Alessandro
tomó los portavasos para colocar las bebidas y evitar que
mojaran la alfombra o los sillones. Ya tenía todo listo, incluso
su saxofón se hallaba escondido detrás de los últimos asientos,
donde lo había guardado siempre que practicaba en ese lugar
para evitar que ella lo escuchara.
—Sentémonos en estos… se ven más cómodos —dijo
Samantha señalando los de la segunda fila.
Sería la primera vez que verían una película en ese lugar,
hasta el momento no había logrado disfrutar de un tiempo para
compartir de esa manera, siempre estaban cumpliendo con
compromisos de trabajo; su fama se había multiplicado no solo
por el estreno de la cinta sino también por su repentino
matrimonio. Nadie se esperaba que fueran a casarse tan pronto,
y en las entrevistas no perdían la oportunidad para intentar
saber un poco más de su vida privada.
—Como desees, está noche tú eres mi invitada de honor. —
Mostró una gran sonrisa y deslizó su mano por la espalda de su
esposa, para acompañarla a los sillones en terciopelo gris humo.
—Me encantas cuando te muestras tan caballeroso —
susurró ella dándole un suave beso en los labios.
—Siempre soy un caballero, señora mía —indicó con esa
frase del siglo XVIII, y la vio sonreír—. Ahora ponte cómoda y
disfruta de la función —agregó haciendo su sonrisa más efusiva.
—Gracias, pero a todas estas aún no me has dicho lo que
vamos a ver —dijo mirándolo antes de llevarse un pequeño
puñado de palomitas a la boca—. Están deliciosas —acotó
tomando más.
—Todo lo que yo hago es delicioso Samantha —pronunció
con picardía y dejó libre una carcajada cuando ella rodó los ojos.
—¡Ya! Dime lo que vamos a ver Alessandro que me has
estado torturando toda la semana, no creas que no he notado
que estás muy misterioso —señaló arqueando una ceja mientras
lo miraba fijamente.
—Bueno, es que también soy un hombre misterioso… —
decía y se detuvo al ver que ella resoplaba—. Se cree muy
graciosa señora Bonanzierri —esbozó alejándole el tazón de
palomitas.
—¡Alessandro! —le reprochó y se puso de rodillas sobre el
mueble para alcanzarlo—. No seas infantil... ¡Está bien! Eres
misterioso, eres un caballero, eres apuesto… ¿Tengo que seguir?
—preguntó con tono sarcástico mientras lo miraba.
—Por supuesto me encantaría —contestó con una gran
sonrisa, pero al ver que ella se cruzaba de brazos y fruncía los
labios mostrándose molesta decidió ceder—. Ok, lo haré yo…
tú eres una mujer hermosa, eres valiente, misteriosa… sensual y
me vuelves loco con solo mirarme —mencionó disfrutando de
la reacción de Samantha, su hermosa mirada miel se había
iluminado, se acercó y comenzó a besarla para borrar ese
gracioso gesto de sus labios.
—Estás intentando distraerme… —Quiso mostrarse seria,
pero respondió de igual manera a sus besos.
—Tienes razón, la película —indicó alejándose de ella y al
ver que se quedaba dando besos en el aire dejó ver una sonrisa.
—¿Cuál veremos? —preguntó recomponiéndose, era
increíble como él podía dominarla y que olvidara todo, eso la
hizo sonreír.
—El estreno más esperado por muchos… —decía
Alessandro cuando ella lo interrumpió.
—¿Veremos Rendición? —inquirió desconcertada.
—Sí, pero no la versión que tú conoces, veremos la
verdadera.
Samantha quiso decir algo más, pero su curiosidad la rebasó
y prefirió guardar silencio para que él colocara la película de una
vez por todas. Sentía que la ansiedad la torturaba mientras veía a
Alessandro tomar con toda la calma del mundo, el control de
mando.
Él estaba intentando mostrarse relajado ante Samantha, pero
la verdad era que su expectativa se había convertido en nervios;
suponía que a ella le gustaría porque él se sintió feliz cuando la
vio terminada. Y aunque no era nada del otro mundo, más que
una edición de imágenes, vídeos y música como los millones
que se podían encontrar en YouTube, para ambos tenía un
significado especial.
—¿Lista señora Bonanzierri? —preguntó mostrándole una
sonrisa.
—Sí, ponla ya por favor —pidió mirándolo a los ojos.
La sonrisa de Alessandro se hizo más amplia, se acercó para
darle un beso en la mejilla y después manejó el control para
encender el sistema de cine, subió el volumen para que ella
pudiera escuchar la primera canción. Sabía que Samantha había
estudiado español y era muy buena en ello, la escuchó hablar
con los medios mexicanos en su idioma cuando visitaron la
capital azteca, así que supo que entendería.
Samantha vio la pantalla iluminarse acompañada por una
suave melodía y las palabras escrita en la misma la hicieron
sonreía, sintió como Alessandro buscaba su mano para
entrelazar sus dedos; ella se volvió a mirarlo un instante y le
dedicó una sonrisa, pero enseguida regresó a la pantalla no
quería perderse nada. Se sorprendió al ver varias fotografías de
ella, justo como lucía antes de conocerlo.
—¿De dónde la sacaste? —Se giró para preguntarle
sintiéndose intrigada, la sonrisa y el brillo en la mirada de su
esposo le dieron la respuesta de inmediato—. Diana —señaló
riendo.
—Es una maravillosa cómplice —contestó apartando apenas
la mirada de la pantalla, y esta vez fue su turno de ver imágenes
del antiguo Alessandro, ese del cual no se sentía muy orgulloso,
pero que ya había superado por completo.
Ella suspiró al verlo tan guapo en esas imágenes, recordando
como la había dejado sin habla cuando lo vio la primera vez;
después siguieron algunas imágenes de Chicago, Roma y al final
los hermosos paisajes de la Toscana, pero no cualquiera, era un
vídeo de la villa. Las notas de un pino llenaron el espacio y ella
sintió que conocía esa melodía, la había escuchado no hacía
mucho; así que se concentró en ella, su corazón se estremeció
cuando la voz de Pablo Alborán llenó el espacio y aún más por el
significado que tenían esas palabras.
—Alessandro —susurró con la voz ronca, por las lágrimas
que se agolparon en su garganta en cuestión de segundos.
Él acarició con su pulgar el dorso de la mano de Samantha
mientras le dedicaba una sonrisa, sintiéndose feliz al ver la
mirada de ella iluminarse como si tuviera millones de estrellas,
como los cielos de Varese; los dos suspiraron después de un
roce de labios y miraron de nuevo la pantalla mientras la música
continuaba.

Por fin lo puedo sentir


Te conozco y te reconozco que por fin
Sé lo que es vivir
Con un suspiro en el pecho
Con cosquillas por dentro
Y por fin sé por qué estoy así
Tú me has hecho mejor, mejor de lo que era.

Una secuencia de imágenes de los dos en Varese y la


Toscana se dejó ver, teniendo de fondo la hermosa melodía Por
fin.

Y entregaría mi voz a cambio de una vida entera


Tú me has hecho entender
Que aquí nada es eterno
Pero tu piel y mi piel
Pueden detener el tiempo.

La letra de la canción era tan hermosa y se parecía tanto a ese


amor que vivieron tiempo atrás que sus corazones latían
desbocados y sus ojos apenas podían contener las lágrimas que
los inundaban; la felicidad que sentía dentro del pecho era tan
grande que no les cabía, sus cuerpos eran pequeños para
contenerla.
Llegaron las imágenes del casting, de la fiesta donde
anunciaron a Alessandro como el protagonista de Rendición y
después de ello muchas más de los sets de grabación. En
algunas se veían tan enamorados que Samantha se sonrojó al
imaginar lo que pensaría el resto del equipo, era como Diana,
Jaqueline y Kimberly le decían, el amor no se puede disimular y
menos uno tan hermoso como ese que ellos compartían, apoyó
su cabeza en el hombro de Alessandro al tiempo que suspiraba
sintiéndose demasiado feliz.
—¿Tan aburrida está que te quedarás dormida? —preguntó
él sonriendo al sentir el gesto de ella, su voz estaba más ronca
que de costumbre por ese torbellino de emociones que lo
rebasaban.
—Es usted un hombre muy romántico señor Bonanzierri…
La verdad es que me tienes fascinada —contestó sonriendo y le
dio un suave beso en la mejilla mientras en la pantalla seguían
mostrándose imágenes de los dos, acompañadas por la
maravillosa melodía de Difendimi per sempre.

Difendimi per sempre, amore mio, almeno tu


in questi angoli del mondo agonizzante di bugie
E rimane la ferita
E rimane la mia vita.

Samantha pensaba que no podía existir una canción más


adecuada para ese momento que se plasmaba en el vídeo, era
fotografías de su viaje a Puglia, cuando ellos comenzaron a
mostrarse con mayor libertad sin importarles la presencia del
equipo de producción, o de los periodistas que siempre los
seguían para capturar alguna imagen que fuera la portada de los
diarios de espectáculos.

Difendimi per sempre in questo mondo in tempesta


in cui l'amore è il solo grido di protesta di noi uomini
Riesco a non arrendermi
Se ci sei tu a difendermi.
La pantalla se quedó en negro y Samantha pensó que el
vídeo había terminado, aunque se sintió un tanto decepcionada
pues esperaban que hubiera fotografías de su matrimonio, pero
de pronto todo cambio y ya no eran imágenes, sino un vídeo
que estaba un poco movido, pero se podía apreciar
perfectamente.
—Alessandro… eso… ¿Ese vídeo es? —Ella apenas podía
ordenar sus palabras mientras veía y escuchaba a Alessandro,
confesarle lo que decía la nota que le escribiera la primera vez
que dejó la Toscana.
—Es nuestro final… y debo decir que me gustó más que el
que escribiste para el libro —contestó él que al igual que ella no
pudo contener sus lágrimas y bajaron por sus mejillas.
—Es… hermoso, Alessandro es hermoso —dijo en medio
de sollozos, al ver como él la montaba sobre Misterio para
escapar de ese lugar, hacia su refugio en el campo de girasoles.
Se movió para sentarse sobre las piernas de su esposo y
comenzó a besarlo con emoción, agradeciéndole con gestos en
lugar de palabras, por ese regalo maravilloso que le había
entregado y que ni en sueños se hubiera esperado, era
demasiado extraordinario.
Alessandro respondió a los besos de Samantha con la misma
emoción, sentía que el pecho le iba estallar de tanta felicidad y
aunque esperaba sorprenderla, nunca pensó que fuera a tal
grado, ni que ella se emocionaran hasta llorar y temblar de esa
manera.
—¿Te gustó? —consiguió preguntar en medio de los toques
de labios que le daba su mujer, al tiempo que la acariciaba la
cintura.
—Me encantó, es tan hermosa… es mucho más hermosa
que la que yo escribí… gracias por hacerla realidad Alessandro
—expresó mientras le acariciaba el rostro con ternura.
—Pero aún no termina… nuestra historia no tuvo un final
ese día Samantha; por el contrario, fue el principio de todo…
mira —pronunció y señaló hacía la pantalla invitándola a que
siguieran viendo el vídeo, mientras la mantuvo sentada en sus
piernas.
Samantha veía la locura que fue preparar su boda en tiempo
récord, algunos titulares de prensa que aseguraban que
esperaban un hijo y por eso la rapidez del matrimonio; de nuevo
un vídeo de ella entrando a la iglesia y después cuando cada uno
entregó sus votos.
La fiesta de matrimonio la resumieron en imágenes de ellos
juntos, con sus familiares, amigos e incluso una donde
Samantha salía junto a Dylan que la sorprendió mucho a ella,
pero entendió que esa era la manera en que Alessandro le decía
que confiaba en ella. Lo besó en agradecimiento y después
continuó viendo las fotos de su luna de miel, las de la premier
de la película, hasta llegar a una que se habían tomado tres días
atrás con el teléfono móvil de él, mientras la llevaba cargada
sobre su espalda y ambos reían llenos de felicidad, acompañada
por la palabra: “Continuará”
—Gracias… gracias… gracias —esbozaba Samantha
dándole suaves y húmedos besos, mientras le acariciaba la
espalda.
—Aún no hemos terminado… —mencionó tomándola por
la cintura para sentarla a su lado y se puso de pie.
Alessandro salió antes que Samantha pudiera decir algo, se
llevó con los refrescos y el tazón de palomitas, caminó hasta la
cocina y abrió la nevera para sacar de una gaveta las fresas con
chocolate que había pedido a una pastelería, no se arriesgó a
hacerlas él para que Samantha no descubriera su sorpresa,
también tomó una de las dos botellas de Berlucchi que había
comprado para esa ocasión.
Lo preparó todo con rapidez para regresar hasta la sala de
cine, encontró a Samantha mirando el vídeo de nuevo y eso lo
hizo sentir feliz, aunque había sido algo sencillo; incluso, cursi
como le había mencionado Lisandro, a ella le gustó y eso era la
importante.
—Ahora sí señora Bonanzierri, comencemos a celebrar
nuestro primer San Valentín juntos —mencionó con una
sonrisa mientras servía una copa de champagne para ella.
—¿De dónde has sacado todo esto? —preguntó sintiéndose
emocionada por cada gesto de él, pensaba que de verdad
pasarían una velada como cualquiera, pero su esposo no dejaba
de sorprenderla.
—Tú lo has dicho Samantha, soy un hombre romántico…
aunque solo lo haya descubierto cuando te conocí a ti —
contestó sirviéndose una copa él también—. Brindo por la
mujer más hermosa y especial que existe en el mundo, por mi
amiga y mi amante… brindo por ti Samantha —esbozó
acercando la copa a la de ella.
—Alessandro… sabes que soy muy mala con las palabras…
—¡Oh, por favor! Vamos haz tu mejor esfuerzo. —La animó
dedicándole una sonrisa que llegaba a su mirada.
—Ok, veamos… brindo por mi esposo que es un hombre
extraordinario, que tuvo la paciencia de enseñarme a amar… y
me liberó de mí misma, gracias por ayudarme a descubrir quien
realmente era… gracias por todo lo que me has dado
Alessandro —mencionó.
—Siempre terminas haciéndolo mejor que yo… —dijo él
colmado de orgullo, de alegría—. Brindemos por los dos.
Chocaron sus copas y antes de beber de las mismas se
besaron, compartiendo sonrisas disfrutaron de las primeras
fresas, Samantha se sentía tan complacida que no dudó en
probarlas tal como hicieron aquella noche en Varese y
Alessandro la complació, pero antes que pudieran dejarse llevar
por la pasión él se alejó para hacerle entrega de su último
presente de esa noche.
Había seleccionado una lista de vídeos para bailar con su
esposa esa noche y la primera de todas sería la que interpretaría
con su saxofón, esperó a que las primeras notas se dejaran
escuchar y caminó para sacarlo de su escondite. Lo puso a un
lado ante la mirada sorprendida de Samantha y le dedicó una
sonrisa, mientras le extendía la mano para invitarla a bailar.

I can only give you country walks in springtime


And a hand to hold when leaves begin to fall
And a love whose burning light
Will warm the winter's night
That's all
That's all

Sus cuerpos se movían con cadencia al ritmo de la hermosa


melodía de Michael Buble, mientras sus miradas brillantes se
fundían la una en la otra y los latidos de su corazón parecían ir
acompasados, brindándose suaves caricias llegaron hasta el
momento en el cual Alessandro tomó su instrumento, y
comenzó a entonar ese solo de saxo que mostraba la canción,
siguiendo las mismas notas con una perfección que lo hizo
sentirse orgulloso.
Samantha lo observaba embelesada al tiempo que dejaba
libre una secuencia de suspiros que acompañaban la dulce y
sensual melodía del saxofón, le entregó una de sus mejores
sonrisas demostrándole cuán cautivada se sentía por ese gesto
tan hermoso. Lo vio dejar el instrumento de lado y regresar a
ella para seguir bailando, mientras le acariciaba la espalda
dejando caer suaves besos tibios en su cuello y su hombro
desnudo que la hacían suspirar.
A esa canción siguieron muchas otras, hermosas melodías
que Samantha también se animó a cantar para él, deseando
hacerle sentir a través de ellas cuanto lo amaba.
Los besos y las caricias iban avivando esa llama que latía
perpetuamente dentro de ellos y los invitaba a entregarse al
placer. Ella sentía que se elevaba ante cada roce de las manos de
él en su cuerpo y cada uno de esos besos profundos que la
dejaban sin aliento y deseando más. Pensó en lo maravillosa que
era su vida y en lo quería desde ese instante junto a él y supo
que lo próximo que deseaba tener junto a Alessandro era un
bebé, ese sería su regalo de San Valentín para él, le pediría que
tuvieran un hijo.
Mientras Alessandro la besaba comenzaba a sentir que solo
quería vivir abrazado a Samantha, vivir en sus labios, en sus
manos, sintiendo que ella sería completamente suya hasta el
final de sus días. Ella era su vida y en ese instante la certeza la
golpeó con la fuerza de un rayo, allí estaba ese instante perfecto
del cual su padre le hablaba siempre: “Cuando encuentres a la mujer
de tu vida lo sabrás porque tu corazón te dirá que ella lo es todo para ti”.
—Ti amo Samantha, tu sei il mio cielo... il mio mundo... la mia vita
—expresó dejando que las emociones lo rebasaran.
—Dame un hijo… —esbozó ella con el corazón latiéndole a
mil.
—¿Qué? —preguntó él desconcertado y sonriente.
—Quiero tener un hijo contigo Alessandro… quiero que me
hagas madre —pidió de nuevo, mientras dejaba que sus
lágrimas rodaran por sus mejillas.
—¿Ahora? —inquirió él y los latidos de su corazón se
aceleraban cada vez más.
—No… no en este precioso momento —mencionó riendo
en medio del llanto—. Todavía me estoy cuidando, pero…
puedo dejar de ponerme la inyección en la próxima cita que es
el lunes —aclaró.
—Pensé que deseabas esperar —dijo mirándola a los ojos.
—Tenemos planeado tomarnos un año sabático… creo que
sería el tiempo perfecto —esbozó manteniéndole la mirada,
rogando por no haberse apresurado en tomar una decisión tan
importante de esa manera, pero sintió que debía hacerlo en ese
instante.
—¿Desea tener un bebé entonces, señora Bonanzierri? —
preguntó con una gran sonrisa mientras la miraba.
—Sí… deseo tener un bebé —confirmó moviendo también
su cabeza en un gesto afirmativo, sin dejar de reír.
—Yo prometí cumplir todos tus deseos Samantha, y juro
que lo haré preciosa… así que, tengamos un bebé —sentenció
mirándola con todo el amor que llevaba dentro del pecho.
Con esa promesa se aferraron en un abrazo que juraba que
eso sería para siempre, que ellos se amarían para toda la vida.

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