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Formación, libertad de cátedra, autonomía y legitimidad

Introducción

Este artículo se centra en la autonomía universitaria en su dimensión académica, dejando


por fuera aspectos de vital importancia pero que se han abordado con mayor frecuencia
como, por ejemplo, gobierno o financiación. Me centrare en el sentido de la formación
universitaria, en sus transformaciones y relaciones con la investigación y la extensión, en
la libertad de cátedra, y en las relaciones entre estos aspectos y la legitimidad
institucional. Abordare los hitos de la universidad moderna liberal, así, como las recientes
transformaciones de la libertad de cátedra.

La universidad, libertad de catedra, autonomía y legitimidad

Desde el siglo XVI se intensificaron las críticas al modelo escolástico, iniciadas por los
reformadores, pero también por la influencia de las ideas del Renacimiento, desde donde
se abogaba por una enseñanza más práctica, útil y que se refiriera a problemas menos
especulativos o basados en experiencias de tipo empírico. En la Ilustración se fortaleció
“el rechazo de los métodos escolástico-metafísicos para volverse hacia los estudios
pragmáticos y saberes útiles”. Desde finales del XVIII se consolida un nuevo fundamento
para la libertad de cátedra: las libertades individuales liberales y el “uso público de la
razón”. Estas nuevas propuestas van a incorporarse en los dos nuevos modelos
universitarios que surgirían en el siglo XIX, en el marco de la formación impulsada por los
recién creados Estados nación y los imperios coloniales. El primer modelo, heredero de
una tradición más autoritaria como la de París, va a ser la Universidad Napoleónica
(1806), al servicio del Imperio y orientada a formar sus cuadros y funcionarios
(profesiones); la educación va a ser una función del Estado. El segundo modelo va a ser
la universidad alemana o humboldtiana de investigación (Universidad de Berlín, 1810)
que, si bien incorpora también las profesiones e igualmente es estatal, se orienta mucho
más hacia la investigación y la producción de conocimiento. Los saber-hacer (gremios,
talleres, laboratorios, escuelas de arte, conservatorios) van a ser incorporados a las
nuevas universidades.
La UNAM, en su estatuto, fundamenta la libertad de cátedra en la autonomía institucional
y la conciben de forma colectiva; es decir, en el marco de la tradición alemana: “No somos
herederos de la otra tradición de autonomía, la que es propia más del mundo anglosajón y
que tiene que ver fundamentalmente con la libertad académica; cuando hablo de
autonomía se entiende sobre todo a esta distancia de las universidades con respecto a
los poderes del Estado fundamentalmente. Estudiantes y profesores vinculan
radicalmente la libertad de cátedra a la autonomía institucional en una forma integral; es
decir, en su gobierno, en lo financiero, etc., y especialmente en relación con el Estado.

Es importante reflexionar sobre el carácter histórico de la autonomía universitaria. Sobra


decir que la autonomía que Portes Gil se vio obligado a otorgar con la promulgación de la
Ley Orgánica de 1929 tras la movilización estudiantil, no es la misma que la consignada
en 1933 como resultado de un profundo enfrentamiento entre dos formas antagónicas de
entender el conocimiento y la educación, y no se parece tampoco a la autonomía de la
época del rector Caso y la ley orgánica del 45. Y qué decir de la afrenta, el agravio que
significó aquel año de 1968, cuando la autonomía universitaria fue severamente
vulnerada. Como observamos, cada momento histórico, cada coyuntura política, cada
situación social condicionan las posibilidades y las características de la autonomía
universitaria.

La autonomía se concibe no como algo formal y estatutario sino como un campo en


disputa, dinámico y con una historia concreta. La autonomía es una forma de libertad que
conquistan las universidades modernas y en las cuales se basa su poder de darse sus
propias reglas, de tener libertad de cátedra, libertad de pensamiento, libertad de
investigación. «El personal docente de la enseñanza superior tiene derecho al
mantenimiento de la libertad académica, es decir, la libertad de enseñar y debatir sin
verse limitado por doctrinas instituidas, la libertad de llevar a cabo investigaciones y
difundir y publicar los resultados de las mismas, la libertad de expresar libremente su
opinión sobre la institución o el sistema en que trabaja, la libertad ante la censura
institucional y la libertad de participar en órganos profesionales u organizaciones
académicas representativas». En nuestro país es una garantía que está explícitamente
referida en la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos que expresa que «las
universidades y las demás instituciones de educación superior a las que la ley otorgue
autonomía, tendrán la facultad y la responsabilidad de gobernarse a sí mismas; realizarán
sus fines de educar, investigar y difundirla cultura, respetando la libertad de cátedra e
investigación y de libre examen y discusión de las ideas».

La legitimidad universitaria se fundamenta en construir un tipo de sujeto político que


pueda construir la utopía en el mundo posfordista. Se está viendo que desde hace mucho
tiempo las políticas del Estado central necesitan transformar la Universidad Nacional para
que sea legítima con esa forma de desarrollo de las políticas. La libertad de cátedra
constituye un derecho de las instituciones de educación superior para establecer sus
planes y programas de estudio sin injerencia del Estado o de intereses ajenos a la
Universidad.

Es importante seguir trabajando por una Universidad fuerte, plural, comprometida con el
desarrollo social y la difusión del conocimiento; para lograrlo es ineludible reconocer la
experiencia histórica de nuestra institución, en particular la experiencia práctica de su
autonomía. Y cuando hablamos de experiencia, nos referimos a una compleja
multiplicidad de procesos económicos, políticos, sociales y culturales que hoy son un
referente, una guía de inspiración para defender y fortalecer nuestra alma mater en su
carácter autónomo.

En el marco de la profunda transformación en los modelos de producción y difusión del


conocimiento, nuestra Universidad se ve ineludiblemente convocada a la reflexión sobre
dichos temas, por tanto, nuestra autonomía debe pensarse también en el marco de la
llamada revolución del conocimiento. La autonomía, evidentemente, es un concepto
relacional, es decir se es o no autónomo respecto a algo o alguien. Como es bien sabido,
la concreción histórica es particular para cada caso, incluso se habla de diversos grados
de autonomía frente a instancias diferenciadas.

En ocasiones, se piensa que la autonomía es un elemento que conviene únicamente a la


Universidad Nacional, sin embargo, es necesario señalar que la autonomía universitaria
es fundamental para el fortalecimiento de todo el país. En el complejo momento que
vivimos en México, es preciso contar con instituciones que garanticen la libertad de
pensamiento, de investigación y de construcción de conocimiento; y es la Universidad
Nacional el espacio idóneo para ello, es el espacio de disenso, crítica, reflexividad,
creatividad, imaginación y compromiso social. Son tres las dimensiones que constituyen a
la autonomía: académica, gubernamental y administrativa. Contamos con nueve décadas
de experiencia que sin duda seguirán nutriendo la reflexión sobre cómo operar cada una
de estas dimensiones. Defender la autonomía requiere de una comunidad comprometida
con el trabajo. La autonomía no sólo se decreta, sobre todo se practica, se ejerce día a
día en todas las actividades desarrolladas en este espacio virtuoso de conocimiento y
compromiso social. Nuestro quehacer cotidiano debe seguir apuntalando a nuestra
institución como una de las entidades más fuertes del país. La autonomía hacia el futuro
debe pensarse de la mano de otro concepto fundamental en el quehacer universitario: la
responsabilidad. Éste debe ser un valor alimentado día a día por todo miembro de nuestra
comunidad; actuar responsablemente dignifica a cualquier persona o entidad. Nuestra
casa de estudios, en su fecunda historia, ha acumulado un invaluable reconocimiento
social vinculado justamente a esa responsabilidad social.

Conclusiones

La autonomía es un atributo fundamental para las instituciones de educación superior,


entidades cuyos objetivos primordiales son la enseñanza y la producción y transmisión de
conocimiento científico. En el caso específico de la UNAM la autonomía es motivo de
orgullo y uno de sus pilares identitarios. No obstante, es preciso considerar en todo
momento el carácter contingente de dicha autonomía, incluso en instituciones
consolidadas como la nuestra. En otras palabras, no debemos dar por sentado el carácter
autónomo de la UNAM, porque la autonomía es una construcción constante, es una
conquista permanente que se alcanza con el trabajo cotidiano y la actitud ética de toda la
comunidad. Recordemos que no son pocos los momentos en la historia de la Universidad
Nacional en los que se ha trabajado, discutido y luchado por alcanzarla, ampliarla,
adecuarla o mantenerla.

Y los días que corren no son la excepción; el contexto político y social incide e incidirá en
el futuro inmediato de la UNAM, por ello, es indispensable que los universitarios
planteemos preguntas pertinentes: ¿cómo entendemos hoy en día la autonomía
universitaria? ¿existe un consenso sobre su significado? ¿frente a qué instancias se
ejerce? ¿cuáles son los espacios institucionales en los que se observa? ¿qué rostro debe
adquirir en los próximos años? son solo algunas de las interrogantes que debemos
plantearnos.

Referencias
Aguilar-Tamayo, R., Sánchez-Mendiola, M., Fortoul, T. (2015). La libertad de cátedra:
¿una libertad malentendida? Investigación en Educación Médica, Facultad de Medicina,
Universidad Nacional Autónoma de México, México. 4(15):170-174

ASIS ROIG, A. (1990). La autonomía universitaria y derechos fundamentales. En Anuario


de Derechos Humanos, Instituto de Derechos Humanos, Facultad de derecho de la
Universidad Complutense, Madrid, Nº 7.

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