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VÍCTOR GARCÍA TOMA

TEORÍA DEL ESTADO


Y
DERECHO CONSTITUCIONAL

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CAPÍTULO PRIMERO

EL HOMBRE Y LA SOCIEDAD POLÍTICA

SUMARIO:
1. LOS FUNDAMENTOS DE LA VIDA HUMANA. 2. LA SOCIEDAD. 2.1.
El proceso de la vida social. 2.1.1. La cultura. 2.1.2. La civilización. 2.1.3. El
progreso. 2.1.4. Las castas. 2.1.5. Los estamentos. 2.1.6. Las clases. 2.1.7.
El status. 2.1.8. Los roles. 3. LA TIPOLOGÍA SOCIAL. 3.1. Las sociedades
prepolíticas. 3.2. Las sociedades políticas. 3.2.1. La formación de las sociedades
políticas. 3.2.2. Los componentes de las sociedades políticas. 3.2.3. Los factores,
requisitos y tipología de las sociedades políticas. 3.3. Las sociedades políticas
iniciales. 3.4. La sociedad política estatal. 3.5. La definición del concepto de Es-
tado. 3.6. Las formas de institucionalización histórica del Estado. 3.7. El principio
de continuidad estatal. 3.8. La extinción estatal. 3.9. La naturaleza del Estado.
3.10. El estudio del Estado.

Es indiscutible que el hombre, concebido como unidad corporal,


racional y espiritual, posee una naturaleza sui géneris. Esta fue defi-
nida por Aristóteles [La política. Madrid: Espasa-Calpe, 1943] como
“aquella esencia por la cual los seres poseen en sí mismos y en cuanto
tales, los principios que animan su obrar”. Esta conduce a la consecu-
ción de los fines propios de cada ser; por ende, de manera connatural,
el hombre tiene dignidad.
La dignidad es la categoría objetiva de un ser humano que recla-
ma, ante sí y ante otros, estima, custodia y realización; de allí que
aspire a la plasmación de sus propósitos y anhelos más íntimos.
El ser humano tiene como características esenciales y fundamen-
tales el concebirse como un fin en sí mismo y el poder realizarse ple-
namente como persona. Este posee dignidad no por libre determina-
ción, sino por serle connatural a su esencia creada.
De allí que Juan Pablo II [Enseñanzas al pueblo de Dios. Madrid: Li-
brería Vaticana, 1980] expusiese que “Hay que afirmar al hombre por

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él mismo, y no por ningún otro motivo o razón […] sin subterfugios,


sin otro pretexto y por la sola razón […] que posee una dignidad úni-
ca y merece ser estimado por sí mismo”.
Este respeto a la persona humana en sí, obliga a la consagración de
dos reglas básicas:
- La sociedad y el Estado existen para el ser humano.
- La sociedad y el Estado encuentran su justificación organizacional
a través de la defensa del ser humano y la búsqueda de su
promoción y bienestar.
Tal como plantea Rafael Domingo Osle [¿Qué es el derecho global?
Lima: Universidad de Lima, 2009] persona y dignidad son dos rea-
lidades inseparables, ella deviene en el origen, sujeto y fin de toda
organización política o social.
Por ende, es preexistente, subordinante y legitimadora de su cons-
titución y forma de actuación.
Alberto Oehling de los Reyes [“Algunas reflexiones sobre la sig-
nificación constitucional de la noción de dignidad humana”. En: Pen-
samiento Constitucional, Nº 12. Lima: Fondo Editorial de la Pontificia
universidad católica del Perú, 2007] consigna que la dignidad con-
lleva al respeto de los derechos derivados de la propia calidad de
persona, así como el desenvolvimiento de todas sus potencias físicas,
intelectuales y espirituales.
Ahora bien, el hombre es un ser cuya peculiar naturaleza se dife-
rencia de los demás seres por el goce y ejercicio de la razón, la espi-
ritualidad, la voluntad libre y la inexorabilidad de su sociabilidad.
Ocupa así la más alta jerarquía sobre los demás seres vivos.
La razón es aquella facultad por medio de la cual el hombre puede
discurrir y juzgar. Se trata de una capacidad inherente al ser humano,
que permite ajustar conscientemente su pensamiento a las exigencias
diarias de la existencia y coexistencia social.
Por medio de ella se reconoce como ser y conoce además el mun-
do de los objetos. A través de su ejercicio llega a saber lo que él es. El
hombre, al reconocerse y conocerse, hace que su existencia sea cuali-
tativamente distinta a las otras especies.
El hombre, a través de la razón, está en condiciones de discernir
entre los aspectos éticos de la sociedad y los físicos del orden univer-

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sal; así, se encuentra en condiciones de saber como actuar.


La racionalidad implica poseer la capacidad de abstracción y de
formación de conceptos y juicios. Ello, por la aplicación de las normas
del obrar a las concretas situaciones en las que el hombre se encuentra
o pueda encontrarse, le permite obtener la regulación precisa para
cada caso concreto.
La formulación de juicios permite un encuentro con la verdad
lógica, lo que significa la adecuación del pensamiento al mundo de
los objetos, amén de la correspondencia entre la idea concebida en la
mente humana y la realidad que esta quiere captar.
En suma, la racionalidad humana permite realizar una serie de
funciones complejas, como analizar, deliberar, exponer conclusiones,
reflexionar sobre sí mismo y los demás, e internalizar intelectualmen-
te sobre el sentido y destino de la existencia. Asimismo, le permite
percibir valores como la justicia,y alcanzar la plenitud de conciencia
moral para aforar la bondad o perversidad de las acciones coexisten-
ciales del hombre.
La espiritualidad hace que en el ser humano se encuentre siempre
presente el objeto y el sujeto de la conciencia de sí que apunta a su
vivificación. Esta le confiere el aliento finalista y le abre la facultad del
sentimiento; lo que le permite participar sensitivamente en todas las
actividades de la vida existencial y coexistencial.
El ser humano se aferra a su conciencia, para de la reflexión inte-
rior intuir y sentir las bondades de las producciones éticas, intelectua-
les y artísticas.
La voluntad libre es entendida como el pleno albedrío y la posibili-
dad de proceder según la propia determinación: consiste en disponer
de sí mismo. En ningún caso expresa una especie de propiedad adju-
dicada al hombre, sino que este es inobjetablemente, per se, libertad.
Como afirmara Jean Paúl Sartre [Citado por Víctor Quintanilla Young
y Vilma Cuba de Quintanilla. Pensamientos y refranes seleccionados y
clasificados. Lima, 1989], “el hombre es libertad”.
La libertad es constitutiva. Por ende, José Faustino Sánchez Carrión
[Citado por Víctor Quintanilla Young y Vilma Cuba de Quintanilla. ob.
cit.] señalaba que “ella nace desde el momento en que uno se pertenece
a sí mismo; por ello, para ser dueño de sí o ser libre es indispensable
obedecer las leyes que custodian las preeminencias propias”.

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Se trata de una facultad inherente que conduce a elegir lo conve-


niente a nuestro propósito, y es consecuencia de un bien que es
propio de los que gozan de razón. Ella otorga al hombre la digni-
dad de estar en manos de su propio consejo y de tener la potestad
de sus acciones.
Esta capacidad de autodeterminación y de elección entre opcio-
nes diversas, presupone el goce de la racionalidad. En ese sentido,
toda decisión libre comporta un conocimiento previo de lo que se
elige o se excluye.
La naturaleza humana es abierta. La vida del ser humano no se
encuentra totalmente “hecha”, sino que sobre algunas coordenadas
inmutables al ser, este la construye diariamente a través de una serie
de decisiones que la van haciendo y la van desarrollando.
Debe advertirse que la libertad del hombre se expresa incluso en
las situaciones más adversas; es decir, el hombre siempre poseerá el
albedrío para elegir la manera de reaccionar ante aquellas.
A diferencia del instinto animal, la conducta humana siempre
será la consecuencia de la propia volición. Como bien afirma Carlos
Fernández Sessarego [Protección jurídica de la persona. Lima: Facultad
de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de Lima, 1992], el
hombre es libre para “ser”, para crear, para vivir; es decir, es el artífice
y alarife de su propio proyecto de vida, aun cuando no llegue a tener
plena conciencia de ese atributo innato.
1.- LOS FUNDAMENTOS DE LA VIDA HUMANA
El hombre necesita crear su propia vida, y para esta tarea tiene fa-
cultades y posibilidades que no aparecen en los animales. Los alcan-
ces de la existencia humana no están ni pueden ser predeterminados;
esto implica que el hombre elige, decide y actúa sobre su propia vida.
El ejercicio de su razón, libertad y sociabilidad le permite construir,
reformar o destruir su propio mundo, algo imposible para los anima-
les, por más especializados y perfectos que sean sus instintos.
El hombre cumple libremente y de modo singular su quehacer en
la vida. Erige su ámbito espiritual y se dirige hacia los valores que
prefiere. Toma sus decisiones y es el responsable de su existencia éti-
ca. Por ende, orienta su acción hacia nuevos rumbos o rectifica su con-
ducta; regresa sobre sus propios actos y asume sus responsabilidades.

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El ser humano tiene la capacidad de superarse y perfeccionarse.


Como afirma José Ortega y Gasset [Citado por Aftalión, García Ola-
no, Vilanova. Introducción al derecho. Buenos Aires: El Ateneo, 1960],
“es una realidad de libertad, y, a la fuerza, libre”.
La posibilidad humana de la libre elección es necesariamente
ética. Las opciones que se le presentan al hombre suponen una op-
ción o preferencia. Su decisión reclama una justificación (el hom-
bre debe darle sentido y valor a su determinación); por tanto, es
una necesidad, y lo es porque debe ocurrir obligatoriamente dadas
ciertas condiciones.
La libertad no es una potencia psicológica o una energía, sino
aquello que ante la relación del hombre y sus circunstancias, le pre-
senta a este una pluralidad de posibilidades y le impele a la necesidad
de elegir por sí mismo y con responsabilidad. Así, su existencia devie-
ne en vida biológica más biografía; el hombre es aquello que hace, es
lo que ocurre; en suma, lo que es.
Su contorno psíquico, biográfico, geográfico y social promue-
ve, para él, su ámbito de vida y el catálogo de posibilidades que
esta le depara.
La libertad hace que el hombre se constituya en un ente que es sin-
gular respecto de los demás y, por ende, irrepetible. Como diría Juan
Donoso Cortés [Citado por Víctor Quintanilla Young y Vilma Cuba
de Quintanilla. ob. cit.]:
“Dios hizo a la sociedad para el hombre, y el hombre para sí”.
Ahora bien, es evidente que el hombre es solo individuo en la ins-
tancia en que es gobernado por sus instintos; en cambio, deviene en
persona cuando su inteligencia y voluntad se apegan a lo que es la
vida del espíritu, es decir, en el momento que somete su cuerpo a los
dictados de los valores del que es naturalmente portador.
Es evidente que lo que distingue al hombre es su espíritu, el cual
tiene la aptitud suficiente para contrariar la línea del instinto. La es-
piritualidad es aquella libre fuerza que es vida y es amor. Por ende,
no se trata de la manifestación física del devenir humano, sino de la
inserción del espíritu en el mundo.
Por ello, no encontramos “personalidad” más destacada que la del
santo o la del héroe, porque en ellos se da el más potente triunfo del
espíritu sobre el instinto. El santo ha vencido la complacencia de los

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sentidos; el héroe ha derrotado al instinto de conservación.


La subordinación del hombre hacia los valores no lo sojuzga, sino,
por el contrario, lo hace libre, ya que lo exonera de los condiciona-
mientos de la materia, permitiéndole encaminarse hacia la realización
de su más íntima vocación: el infinito. Así, mientras el individuo es
atraído por el interés de las cosas, la persona depende de elementos
supremos, bajo cuya influencia crea y actúa. Tales elementos son los
valores (lo bueno, lo justo, lo bello).
La dignidad de cada persona le confiere la capacidad de realizarse
por medio de la espiritualidad y la razón, siendo esta la que le indica
qué acción debe plasmar para conseguir lo que se propone y, por me-
dio de la libertad, elegir el camino por el que quiere optar.
El hombre, durante su existencia, tiende a la consecución de deter-
minados fines, a saber:
- La conservación y generación de la vida.
- El perfeccionamiento físico, espiritual e intelectual.
- La participación en el bien común y la afirmación del sentido de
seguridad.

2.- LA SOCIEDAD
Para la consecución de los fines antes citados, el ser humano tiene
la necesidad de un “medio” que haga posible un verdadero encuen-
tro con sus congéneres, ya que de estos depende, en gran medida, su
propia esencia. Ese “medio” es conocido con el nombre de sociedad.
La persona humana es un ser gregario de manera inevitable, dado
que no puede prescindir de la sociedad, pues siempre requiere del
concurso y del apoyo de los demás para ser genuinamente un ser hu-
mano. La sociedad viene a ser la unión de una pluralidad de hombres
que aúnan sus esfuerzos de modo estable para la realización de fi-
nes individuales y comunes [Gustavo Palacios Pimentel. Elementos de
derecho civil. Lima, 1971]. Ella existe por “mandato” de la naturaleza
humana. Ergo, plantea la trama de las relaciones intersubjetivas en un
mismo espacio y tiempo.
Alfredo Poviñe [Sociología. Córdova: Assendri, 1954] expone que
la sociedad alude a la reunión de individuos que obran en consuno
dentro de formaciones colectivas relativamente permanentes, con el

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propósito de alcanzar fines predeterminados. Ello significa convivir


por y para algo; esto es, existir y vivir con otros en pro de alcanzar
algo comúnmente útil.
La noción de sociedad apunta a revelar conductas humanas li-
bres pero mutuamente interferidas entre sí en razón a algo común.
Asimismo, estas acciones conllevan a la existencia y praxis de nor-
mas e instituciones que generan una dinámica en el tiempo y que
crean una historia.
Esta plantea la existencia de un grupo humano orgánico e histó-
rico, constituido sistemáticamente por elementos materiales y espi-
rituales, por cuya interacción se desenvuelve la existencia humana;
que por tal tiene carácter gregario. En ese contexto la determinación
de roles, status, etc., apunta a la consecución de los fines de la vida.
Al respecto, Robert M. Mac Iver y Charles H. Page [Sociología. Ma-
drid: Tecnos, 1958] señalan que en la sociedad existen reglas y proce-
dimientos que correlacionan la conducta de los individuos a efectos
de regular las relaciones interpersonales. Por su parte, Henry Pratt
Fairchild [Diccionario de sociología. México: Fondo de Cultura Econó-
mica, 1960] expone que las conductas orientadas por reglas e institu-
ciones expelen fuerzas vitales articuladas tras actividades colectivas
tendientes a satisfacer intereses compartidos.
La sociedad debe ser entendida como un conjunto de relaciones
sociales en las que cada acción social se encuentra inspirada en la
unión o enlace de intereses consolidados por su racionalidad y albe-
drío. Implica toda forma de convivencia entre los hombres. Aquellos
intereses coexistenciales se expresan a través de fines y valores, ya
sean de carácter material o inmaterial.
El cuerpo social se cohesiona sobre la base de los tres factores si-
guientes:
a) Interacción social con arreglo a valores (creencia en la necesidad
de consolidar y acrecentar la vinculación interpersonal).
b) Interacción social con arreglo a fines (metas que solo se pueden
alcanzar en comunión con los congéneres).
c) Interacción social con arreglo a sentimientos de afecto recíproco
(lealtad, solidaridad, amor, etc.).

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No puede concebirse a la persona humana fuera de la sociedad, ni


mucho menos en contra de ella, pues es a través de las relaciones so-
ciales que este complementa su condición de indigencia biológica (ne-
cesidades), establece comunicación (lenguaje), desarrolla su ética (fra-
ternidad) y obtiene seguridad y bienestar (justicia). Debe recordarse
que Aristóteles señalaba que la existencia de un ser aislado y solitario
llevaba a la conclusión de que se trataba de un dios o de una bestia.
La persona humana no conforma una unidad cerrada; se trata más
bien de un “todo” abierto; no es un pequeño dios; no es un ídolo que
no ve, no oye, ni habla; por el contrario, tiende por su propia natu-
raleza a la vida social, a la comunicación, a la solidaridad y al amor.
Como bien dijera el poeta francés Paul Valery (1871-1945) [Citado por
Alberto Ruiz Eldredge. La Constitución comentada de 1979. Lima, 1980]:
“Ser humano es sentir vagamente que hay de todos en cada uno y de
cada uno en todos”.
La actividad humana no se realiza en un mundo de abstracciones;
se verifica en un ámbito concreto donde la acción propia de la persona
humana alcanza su desarrollo. El “hacerse hombre” se inscribe en las
coordenadas del tiempo y del espacio; en un “ahora” y en un “aquí”.
El ser humano, de consuno con sus congéneres, asume la tarea de
la correalización de sus posibilidades internas y externas.
En resumen, no se es persona humana, sino en cuanto se es con
otro semejante; es decir, uno junto a los otros. La personalidad no se
determina desde dentro, por ser el hombre un agregado de células,
sino desde fuera, por ser un innato portador de relaciones. Como se-
ñala Giorgio del Vecchio [Estudios de filosofía del derecho. Barcelona:
Bosch, 1971]:
“El hombre pertenece a ella (la sociedad) desde su nacimiento, y cuando
adquiere conciencia de sí, ya se encuentra precedido de una red múltiple
de relaciones sociales. Se manifiestan en sociedad todos sus instintos,
tanto los egoístas como los altruistas, desde el de la propia conservación
de la especie. Y con el progresivo desarrollo de sus facultades añade
nuevos motivos y encuentra la integración de su vida, en sus variadas
manifestaciones, y la posibilidad de alcanzar sus fines, de los más
elementales a los más altos”.
Existe un factor que hace comprender la vivencia social del ser
humano: la incapacidad de satisfacer por sí mismo todas sus necesidades. En

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ese aspecto Carlos Trinidad García [Apuntes de introducción al estudio


del derecho. México: Porrúa, 1986] señala:
“Normalmente la vida del hombre se desarrolla en sociedad, por-
que así lo imponen las leyes de la naturaleza a que está sujeta nuestra
especie. La vida humana es una vida de relación; las actividades de
los hombres se desenvuelven las unas al lado de las otras, tendiendo
a alcanzar propósitos dependientes entre sí, o en común objeto, o bien
persiguiendo por medios encontrados fines opuestos y dando naci-
miento a inevitables conflictos”.
Queda claro entonces que el ser humano requiere de la sociedad
por una mera necesidad de supervivencia, entendida esta en su senti-
do lato (física, moral, espiritual, etc.).
La necesidad de supervivencia que la sola existencia del hombre
impone, produce la obvia dependencia respecto de los otros.
Señálese además que la coexistencia social se ve impulsada por la
inevitabilidad humana de proponerse fines no incubados por el mero
instinto de vivir, sino de existir para “algo”. Como se ha afirmado an-
tes, la idea de sociedad implica una colaboración continua y orientada
a fines comunes, por lo que esta unión tiene irremediablemente que
regularse, convirtiéndose el derecho en la expresión reglamentadora
de la convivencia y la acción común.
Es dable consignar que cuando una sociedad articula orgánica y
estructuralmente una interacción de mando y obediencia, a efectos de
asegurar de manera consciente y deliberada determinados propósitos
convivenciales, ello indica que le ha abierto paso al Estado. A nuestro
modo de ver, en ese contexto la sociedad queda “engarzada” en la
trama de la vida política a través del derecho.
Los fundamentos de las normas jurídicas se encuentran en la na-
turaleza humana, en razón de que:
a) Los hombres se relacionan entre sí conforme a tendencias natu-
rales de realización.
b) Las referidas tendencias necesitan, para desarrollarse, de un orden
que fije límites éticos y que permita dicha realización coexistencial
de manera justa entre los miembros de la especie humana.
c) Los hombres conocen naturalmente, mediante la razón, los pri-
meros principios jurídicos generales necesarios para ordenar la
convivencia y el bien común.

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Las normas jurídicas representan a aquel conjunto de preceptos


que, fundados en la naturaleza humana, configuran el orden social.
Así, las tareas básicas del derecho serían las cuatro siguientes:
a) Definir las relaciones generales de comportamiento.
b) Designar las autoridades para el ejercicio del poder y su encau-
zamiento dentro de los fines y valores socialmente deseados.
c) Descubrir las cosas que perturban la vida normal de la sociedad,
permitiendo el restablecimiento de la armonía y la convivencia.
d) Reorganizar y reedificar las relaciones entre las personas y los
grupos cuando cambian o se alteran las formas de vida.

2.1.- El proceso de la vida social


Dicho íter consiste en la multitud de acciones e interacciones de los
seres humanos, actuando en forma individual o colectiva. Del referi-
do proceso se desprenden algunos conceptos de particular significa-
ción para la sociedad y el Estado: la cultura, la civilización, el progre-
so, las castas, los estamentos, las clases, el rol y el status. En atención a
su señalada importancia, los describiremos de manera breve.
2.1.1.- La cultura
Como afirma E.B. Taylor [Cultura primitiva. Buenos Aires: Edicio-
nes Sudamericana, 1986], la cultura “es ese todo complejo que incluye
el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, las costum-
bres y otras acciones adquiridas por el hombre como miembro de una
sociedad”. Comprende productos inmateriales como el lenguaje, la
música, la poesía y todos los productos del pensamiento. Asimismo,
incluye productos materiales como el teléfono, el automóvil, el fax, la
computadora, etc.
En suma, es la ronda de la vida en su ciclo entero, transmitida,
aprendida y comprendida. Es, simultáneamente, producto y factor de
las interacciones e interrelaciones humanas.
Fernando Silva Santisteban [Antropología. Lima: Universidad de
Lima, 1986] refiere que la cultura “es una abstracción del comporta-
miento humano; por ende, no puede observársela directamente, sino
a través de las manifestaciones sociales; es decir, en ligazón con lo que
los hombres hacen y refieren, los hábitos y las costumbres, los proce-

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dimientos y las técnicas que emplean, etc.


[…] El comportamiento humano es muy diverso y se encuentra
comprendido en un sinnúmero de actitudes y actividades que cons-
tituyen las formas de vida social. De allí que la cultura comprenda la
manera total de vivir de las sociedades y de cómo estas se adaptan al
ambiente geográfico y logran transformarlo”.
Cada sociedad humana tiene una “cultura” diferente, es decir, un
sistema de modelos de vida históricamente derivado.
Ahora bien, los términos cultura y sociedad deben ser precisados en
tres campos:
a) La sociedad expresa un conjunto orgánico de personas adscri-
tas a un entorno geográfico, en tanto que la cultura manifiesta
el comportamiento social de dicho grupo. Esta última es el resu-
men o síntesis de los sistemas normativos que orientan la forma
de vida de las personas.
b) Las necesidades humanas son las que fomentan el dinamismo de
la cultura.
c) La cultura es el resultado de la interacción entre los hombres y
el medio ambiente. Es el conjunto organizado de actitudes me-
diante las cuales la sociedad se enfrenta a la naturaleza exterior,
a efectos de transformarla y asegurar la adaptación y supervi-
vencia de los miembros de la sociedad.
Es evidente que el entorno geográfico y las personas que se adscri-
ben a él no expresan aspectos separados de la realidad, sino que entre
ambos existe una interacción constante.
El ser humano observa y reflexiona sobre su sociedad y el mundo,
con las “anteojeras” de su cultura, y los entiende a través de un de-
terminado contexto de valores, juicios, criterios, etc. El hombre carece
de imparcialidad; así, aquello que le resulta extraño o desagradable
deviene casi causalmente en carente de significado ético o valor.
Fernando Silva Santisteban [ob. cit.] estima que “la vida de un de-
terminado individuo [...] es un proceso de acomodación a las normas
y pautas tradicionalmente transmitidas; por lo que la cultura se con-
vierte en la lente a través de la cual se mira la realidad”. Señala que
existen pueblos que consideran algunas de las costumbres occiden-
tales como verdaderamente repugnantes (es el caso de los nativos de

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una comunidad africana, quienes al ver por primera vez besarse a


una pareja de europeos, se escandalizaron y se refirieron a ellos como
“los que comen las salivas de los otros”).
Debido a ese carácter de la cultura, el etnocentrismo es conceptua-
do como una visión de las cosas en la que el propio grupo es el centro
de “todo”. Esta unidad cultural –llamada etnia– refleja a un grupo
humano en el que todos los que lo conforman comparten las mismas
propiedades culturales en todas sus formas de vida.
El origen del hecho étnico parte de circunstancias concurrentes
como el ámbito geográfico, la acumulación de experiencias históricas,
etc. Cada etnia se encuentra situada en un tiempo y en un punto del
espacio determinado.
A través del etnocentrismo se quiere manifestar que los valores
–entre ellos los relativos al derecho– son la resultante del modo de
vida de un pueblo, al cual no se le puede comprender aislado de esta
visión. De allí que la realidad muestra la variedad de formas en que
los hombres se han comportado y se comportan en amplias zonas de
la vida social.
Es frecuente encontrar que determinado comportamiento o con-
ducta puede ser aprobado por una cultura y condenado por otra; o
que, con el transcurso del tiempo, su autorización o prohibición varíe.
Empero, en todas ellas existen ciertas uniformidades culturales sur-
gidas de la identidad de necesidades a las que todos tenemos que ha-
cer frente (seguridad, organización familiar, relación con los muertos,
etc.), amén de que ninguna cultura se ha desarrollado en completo
aislamiento, libre e incontaminada de los vientos y tormentas de doc-
trinas y prácticas ajenas.
Por lo tanto, los denominados patrones universales de cultura
expresan básicamente las respuestas generales a comunes necesi-
dades esenciales y no aluden de ningún modo a las formas de esas
respuestas; asimismo, incluyen las prácticas asimiladas por el en-
cuentro entre dos culturas, dentro de una relación política usual-
mente de dominación.
2.1.2.- La civilización
Alude al calificado avance de la vida material de un pueblo.
Expresa los “resultados” de la cultura, en la medida en que se re-

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fiere a las cosas de orden utilitario sujetas a los criterios de eficacia,


es decir, aquellos objetos que pueden medirse y perfeccionarse conti-
nuamente. Así, de la cultura que expone el reino de los valores y las
ligaduras emocionales y aventuras intelectuales, se materializan los
bienes, servicios, técnicas, etc.
Entre la civilización y la cultura existe una diferencia en el pro-
ceso de transferencia. La adquisición de elementos utilitarios difiere,
en aspectos muy significativos, de la adquisición de ideas, valores
y religiones.
La civilización se refiere al grado de adelanto de la vida de un
pueblo, así como al control y la mutación provechosa sobre el me-
dio ambiente. Ello implica una aplicación compleja y utilitaria de los
avances del hombre en el campo de la especialización del trabajo, la
organización social, las ciencias, las armas, la vida política, etc.
2.1.3.- El progreso
Esta noción encierra un rasgo específico de la civilización: el mejo-
ramiento creciente y general de todos los planos de la vida coexisten-
cial. Este se halla ligado estrechamente al desarrollo de la ciencia mo-
derna, a la lucha y el reconocimiento de los derechos fundamentales
y a la rápida transformación industrial y comercial.
Esta idea está íntimamente asociada con el avance de la cien-
cia moderna y del capitalismo, debido a que por primera vez en
la historia fue posible que el ser humano se convirtiese en due-
ño y señor de la naturaleza, la misma que durante largo tiempo
lo había sometido.
Dicha noción percibe a la historia como el terreno de una em-
presa humana que, bajo la egida de la razón, incrementa el acervo
de las sociedades.
El progreso depende de los esfuerzos y de la voluntad del hom-
bre; no es un mero proceso mecánico o automático. Debe confor-
marse con los criterios éticos imperantes (moral y derecho). Como
acertadamente señalan Jay Rumney y J. Maier [Sociología. Buenos
Aires: Paidós, 1966]:
“El progreso es, en última instancia, una cuestión ética; una interrogante
de lo que los hombres piensan que deben ser en lugar de lo que son”.

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2.1.4.- Las castas


Aluden a un tipo de estratificación social con connotación en la
vida política; la misma que sobre la base de una estructura jerarquiza-
da separa a los miembros de una colectividad en capas o estratos im-
permeables al ingreso de los individuos de una casta a otra. En puri-
dad, se trata de una población dividida irremisiblemente por barreras
sociales, en unidades endogámicas y por peculiaridades culturales.
Desde una perspectiva histórica son citables los casos del imperio
egipcio, el imperio incaico y el imperio bizantino. Actualmente exis-
ten en la India y en la Polinesia.
2.1.5.- Los estamentos
Aluden a un tipo de estratificación social establecido en función
a la propiedad o no propiedad de la tierra. Dicha modalidad fue
propia de la Edad Media; y a pesar de su rigidez no impidió en tér-
minos relativos el desarrollo individual de procesos de movilidad
social vertical.
2.1.6.- Las clases
Aluden a un tipo de estratificación social sustentada en la acu-
mulación de riqueza, ingresos económicos o prestigio gregario; y
que dentro de ese marco se estimulan ciertas formas de educación,
consumo, patrones de comportamiento, etc. Dicha modalidad es
propia de las sociedades industriales y a diferencia de los casos
anteriores carece de rigidez para los procesos individuales de mo-
vilidad social.
2.1.7.- El status
Alude a la situación, posición, nivel o grado de prestigio social
que una persona alcanza entre los distintos grupos que constituyen la
sociedad. Por consiguiente, cada ser humano tiene, en principio, dife-
rentes status, ya que participa en muy diferentes aspectos de la vida
en relación, alcanzando en cada uno posiciones disímiles.
Así, una persona tiene un status económico que es consecuencia
de su nivel de ingresos o de la riqueza que ha acumulado o heredado,
empero también tiene un status intelectual que es resultado de su re-
conocido talento o conocimientos, y así sucesivamente.

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El status general significa la suma total de todas las posiciones que


una persona ocupa en el seno de la sociedad.
2.1.8.- Los roles
El status implica la asunción de roles. Estos son las formas o pau-
tas de conducta que el derecho, como instrumento de la regulación
social, exige por razón de la existencia y ostentación de la tenencia de
un determinado status.
El rol permite aseverar que el hombre, es una identidad indisolu-
ble de materia y espíritu. Su actuación en la sociedad se manifiesta a
través de pautas de conducta intersubjetivas que ejecuta en su calidad
de miembro de determinados grupos de la sociedad, bajo la mirada
tuitiva o fiscalizadora del derecho.
La sociedad se presenta como una interacción recíproca de roles
específicos, en tanto que el derecho se revela como la expresión com-
pulsiva que exige o ampara la verificación de una conducta predeter-
minada.
En razón de lo expuesto, es evidente que los seres humanos se
distinguen no solo por sus peculiares caracteres y condiciones físicas,
sino adicionalmente por las condiciones sociales: bienes materiales,
posición que ocupan en la escala social, cultural, etc.
Ahora bien, aun cuando la sociedad ha mantenido invariable su
esencia –la necesidad de vivir, y vivir para algo–, ha cambiado cualitativa
y cuantitativamente de acuerdo con las diferentes circunstancias de
espacio y tiempo. Con sujeción a los condicionamientos surgidos de
la ubicación de los grupos humanos en un lugar y tiempo determina-
dos, se han ido estableciendo y transformando las formas de asocia-
ción humana, hasta llegar hoy al Estado.
En ese sentido, tal proceso puede ser estudiado en función del
carácter estrictamente social, o con el componente político de dicho
común histórico.
3.- LA TIPOLOGÍA SOCIAL
La sociedad puede ser observada desde el punto de vista del po-
der político, a través de la siguiente clasificación: sociedades prepolí-
ticas y sociedades políticas iniciales o estatales.
Al respecto, veamos lo siguiente:

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3.1.- Las sociedades prepolíticas


Se trata de colectividades humanas que carecieron de una organi-
zación política. Ello implicó la inexistencia de una articulación orgá-
nica y estructural entre quien mandaba y quienes obedecían.
En puridad dichas sociedades adolecieron de un proceso ordena-
dor y funcional tendente a asegurar de manera consciente y delibera-
da determinados propósitos convivenciales. Dicha omisión originó
que no se definiera el “lugar público” que debía ocupar cada uno de
los miembros del grupo social, así como tampoco se les estableciese el
papel asignable en la empresa de coexistir para “algo”.
En suma, se les denomina prepolíticas porque la actividad de dis-
posición y limitación conductual fue débil y careció de autonomía
institucional.
Estas sociedades se caracterizaron por lo siguiente:
a) Existencia del ejercicio de la autoridad integralmente social en-
cargada del aseguramiento conductual de la defensa común, el
culto, la regulación coexistencial, etc.
b) La acción coactiva no estuvo reservada a “alguien” en particular.
c) Ubicación cambiante o poco definida, en relación con el asenta-
miento territorial.
d) Interrelación por vínculos de parentesco, amén de presentar ho-
mogeneidad social y escaso número de integrantes.
e) Desarrollo de actividades económicas de subsistencia. Ello en
razón de que las personas productivamente hábiles de la colec-
tividad laboraban única y exclusivamente para la satisfacción de
sus necesidades personales básicas y elementales o, a lo sumo, en
favor del grupo familiar inmediato al que pertenecían.
En casi todas las sociedades prepolíticas se crearon lazos locales
entre quienes compartían –aun cuando fuere transitoriamente– un
área territorial común que hacía posible la cooperación coexistencial.
No existió en ellas la división formal y rígida entre gobernantes y
gobernados, es decir, entre aquel grupo con funciones de mando de-
finidas y desempeñadas generalmente de modo exclusivo, y el resto
de la sociedad. Tampoco se dio un monopolio de la autoridad, amén
de que esta se ejerció de manera relativa y circunstancial.

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José Mejía Valera [Introducción a las ciencias sociales. Lima: Univer-


sidad Nacional Federico Villarreal, 1973] consigna que en las socieda-
des prepolíticas existió una autoridad, más en modo alguno esta tuvo
connotaciones políticas en razón a que se trataba del ejercicio de un
poder simplemente social.
En esa perspectiva, Fernando Silva Santisteban [Introducción a
la antropología jurídica. Lima: Universidad de Lima, 2000] hace refe-
rencia a las jefaturas. Expone que “estas son de hecho, las primeras
personalidades que emergen de la masa social. Su situación excep-
cional, que las coloca por encima de las demás, les proporciona
una fisonomía y, en consecuencia, les confiere individualidad”. A
lo anotado agrega que “en las sociedades de jefatura no existían
instancias ni cuerpos especializados para gobernar y hacer cum-
plir las leyes. Estas funciones se combinaban con las de naturaleza
económica, militar, e incluso religiosa”.
Es evidente que las sociedades de jefaturas no se constituyeron
en instituciones independientes, habida cuenta que se encontraban
estrechamente vinculadas a la familia, a la hoy denominada sociedad
civil y hasta con las tareas religiosas.
Asimismo, carecían de un sistema de normas jurídicas explícitas a
cuyo cumplimiento quedara obligado el grupo (bajo coerción).
Las sociedades prepolíticas abarcaron cuatro tipos de expresiones:
la horda, el clan, la tribu y la confederación tribal.
Al respecto, veamos lo siguiente:
a) La horda
Alude a un pequeño número de personas de vida trashumante,
carentes de regulación político-jurídica articulada y fija, amén de ha-
berse encontrado sometidos a la promiscuidad sexual más abierta po-
sible (la existente entre sus miembros, obligó a establecer la relación
parental tomando como referencia a la mujer).
Desde una perspectiva histórica la horda aparece como el primer
aglutinamiento social.
Su conformación inorgánica a la par de espontánea surgió de
la necesidad de la conservación de la especie mediante la defensa
gregaria nómada y la consecución asociada de medios de subsis-
tencia básicos.

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El mando del grupo provenía, fundamentalmente, de la exhibición


de fuerza física, valentía o habilidades para alcanzar obediencia dentro
del grupo. La variopinta como cicatera normatividad coexistencial era
la expresión de la mera voluntad o ánimo del jefe del grupo.
El desconocimiento de las técnicas de laboreo de la tierra obligó
al nomadismo en pro de la satisfacción de las necesidades básicas; en
ese sentido, la caza, la pesca y la recolección de los frutos silvestres se
constituyeron en las principales fuentes de abastecimiento de estas
sociedades. La filiación como noción constructiva del grupo social,
tomaba como referencia a la mujer. Ello en razón a la abierta promis-
cuidad sexual entre sus miembros y la convergente improbabilidad
de identificación del progenitor paterno.
Como afirma Pitirim Sorokin [Sociedad, cultura y personalidad. Nue-
va York, 1928], “se trataba de cavernarios erráticos, devenidos en tro-
pas armadas que tenían un jefe y que se procuraban para sí sus pro-
pios suministros”.
b) El clan
Alude a un grupo de personas unidas por el vínculo de sangre y de
filiación unilineal, basado en la descendencia común y tradicional.
El parentesco implicaba la existencia de un lazo de sangre en-
tre los miembros del clan, el cual se graficaba en la tenencia de
un tótem común.
En un lento proceso social las hordas convergen en un clan, grupo
más numeroso y con una jefatura más nítida.
El clan es consecuencia de la evolución de los hábitos y costumbres
del grupo social y la consolidación de la necesidad de ser solidarios.
Dicha sociedad poseía un tótem considerado progenitor de la mis-
ma; y que se “personificaba” transitoriamente en la figura del jefe.
El tótem era aquel ser animado o inanimado –usualmente un ani-
mal, planta u objeto material– que servía de emblema e identifica-
ción colectiva. En ese contexto aquello que ataba y solidarizaba a los
miembros del clan era el parentesco de sangre y el tótem era lo que
generaba que recíprocamente se atribuyesen como descendientes de
un antepasado común.
Horacio Sanguinetti [Curso de derecho político. Buenos Aires: As-
trea, 2000] señala que “el factor religioso y mitológico afirmaba la au-

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toridad del jefe del clan, identificado como un tótem protector –un
animal, planta, objeto o elemento–, propio del anclaje, que caracteri-
zaba al grupo y era una especie de deidad protectora”.
Dentro del clan casi no existieron diferencias de rango. Entre las
excepciones aparecía la figura del varón más anciano, el mismo que
supuestamente sabio y experimentado ejercía la autoridad.
La autoridad desempeñaba actividades indiferenciadas (tareas reli-
giosas, militares, políticas, etc.), siendo su capacidad de aseguramiento
de la defensa del grupo, cuestión vital para la preservación del poder.
El clan tuvo una tendencia firme a la vida sedentaria, por lo que
podía ubicársele fijado a un área geográfica. Su actividad económica
se caracterizó por el laboreo de la tierra y la domesticación y crianza
de animales.
La filiación tomaba como referencia a la mujer; ello se explica por
la práctica de la sexualidad abierta y la consiguiente imposibilidad de
la identificación del progenitor paterno.
c) La tribu
Alude a aquel grupo social que abarcaba un gran número de cla-
nes. Se caracterizó por la posesión de un territorio delimitado y cier-
tamente más extendido que en las manifestaciones sociales anterior-
mente señaladas.
Dicha sociedad se caracterizó por la división de la tierra y el tra-
bajo. Implicó una forma de asociación más estructurada y piramidal-
mente organizada.
La tribu expresó la particularidad del uso de un dialecto común, la
pertenencia a una cultura homogénea, así como el establecimiento del
ejercicio de una autoridad colegiada.
Al respecto, José Mejía Valera [ob. cit.] señala que su conducción
estaba a cargo de un consejo integrado por los jefes de cada clan, de
entre los cuales se designaba a uno de ellos para su representación.
Este cuerpo colegiado deliberaba en forma pública y se ocupaba fun-
damentalmente de regular las relaciones con las tribus vecinas, de-
clarar la guerra o la paz, etc. Esta actividad estuvo dotada de algunos
rasgos específicos de juridicidad.
La regulación social se enraizó en la costumbre. Con la tribu nace
la denominada economía agraria.

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d) La confederación tribal
Alude a una liga o unión de varias tribus, una suerte de alianza
que surgió de la similitud de poderío bélico y de la vocación conjunta
para una defensa eficaz o para actos de conquista. Esta coalición tribal
–exigida para el éxito de empresas bélicas– creó diferencias significa-
tivas de rango y autoridad con los pueblos sometidos.
La confederación conservará gran parte de las características de la
vida tribal; empero debilitará el vínculo de sangre, emergiendo en su
reemplazo el vínculo de suelo.
El gobierno de la confederación también descansó sobre un cuer-
po colegiado, pero dotado de mayores atribuciones que en el caso
de la tribu. Asimismo, el dominio territorial se acrecentó de manera
significativa.
Señálese adicionalmente que los factores económicos promovie-
ron su consolidación: las transacciones, los cambios y los incipientes
mercados influyeron grandemente.
Esta modalidad de sociedad presentó una mayor evolución cul-
tural que las anteriores, amén de haberse convertido en la “puerta de
ingreso” a las denominadas sociedades políticas.
3.2.- Las sociedades políticas
Se trata de colectividades que aparecen como consecuencia del
proceso de una mayor y mejor delimitación territorial y poblacional,
así como de la aparición de dos grupos sociales: el primero encar-
gado de las funciones de organización y control de las actividades
socio-económicas mediante el uso de una energía social denomina-
da poder; y el segundo responsable de ejercitar per se las actividades
productivas. Por ende, la necesidad de institucionalizar el sistema de
producción, propiedad, reciprocidad, redistribución, intercambio de
los bienes económicos y el aseguramiento de la paz y el orden público
inspiró fuertemente su creación.
En estas colectividades emergieron tres instituciones básicas: el
fisco, la fuerza armada y el fomento de las obras públicas.
Fruto de lo anteriormente expuesto surgirán conflictos in-
ternos que obligarán a la institucionalización política de los roles:
unos se auparán como titulares de la autoridad, y los otros se
subordinarán a ella.

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Esta institucionalización del fenómeno político permitirá la pro-


ducción y la distribución de decisiones dirigenciales y la formulación
de acciones públicas.
Debe quedar claro que las sociedades políticas no surgen por ge-
neración espontánea, ni son creadas porque “uno” o “algunos” for-
malicen su existencia mediante un acto ritual.
José Mejía Valera [ob. cit.] precisa que las sociedades políticas
no se formarán simultáneamente en todos los sistemas sociales,
porque para ello se requería de ciertas condiciones favorables no
siempre existentes.
En puridad aluden al conjunto de núcleos humanos en donde el
comportamiento coexistencial se proyecta como influencia o acción
de una energía social (poder) que decide, define, defiende o transfor-
ma la forma o el orden de la convivencia.
Andrés Serra Rojas [Diccionario de ciencia política. México: Fondo
de Cultura Económica, 1998] señala que en las sociedades políticas
existen dos planos, a saber:
a) El primero con contenido subjetivo está referido a las decisiones
y ordenes que afectan las conductas de los demás miembros del
grupo social.
b) El segundo con contenido objetivo está referido a las reglas y
formas de organización que se imponen como pautas de com-
portamiento coexistencial.
En suma, se trata de colectividades que aparecieron como conse-
cuencia del proceso de conexión entre la demarcación del espacio pro-
pio y el asentamiento poblacional; así como de la diferenciación de un
grupo dirigente encargado de la dirección y control de las actividades
de interés general y de otro dirigido encargado personalmente de la
realización de las actividades productivas, de defensa, etc.
3.2.1.- La formación de las sociedades políticas
Desde nuestro punto de vista, la formación de las sociedades po-
líticas puede explicarse por alguna de estas tres teorías: la formación
consensuada, la formación determinista y la formación binaria.
Al respecto, veamos lo siguiente:

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a) La formación consensuada
Esta teoría plantea que la aparición de la sociedad política es el
resultado de una convención nacida –en mayor o menor medida– del
albedrío de los seres humanos, quienes deciden asociarse política-
mente para la consecución de fines compartidos y permanentes. Este
consenso parte de una voluntad colectiva basada en el reconocimien-
to de experiencias coexistenciales que justifican la convivencia aso-
ciada de signo político; la misma que permite la satisfacción de un
conjunto de necesidades de interés general.
Dentro de esta tesis pueden ser incluidas las consideraciones de
Tomás Hobbes (1588-1679) y Juan Jacobo Rousseau (1712-1867).
Tomás Hobbes –en su obra El leviatan– plantea la aparición del
cuerpo político como respuesta a la necesidad de someter y refrenar
los instintos arbitrarios de los hombres, lo cual consagra una amenaza
contra la integración y supervivencia de la sociedad.
Juan Jacobo Rousseau –en su obra El contrato social– plantea la apa-
rición del cuerpo político como expresión de voluntad libre de los
hombres de ceder parte de su soberanía personal, a efectos de concre-
tar democráticamente las expectativas comunes de bienestar, autode-
terminación en sociedad, seguridad y justicia.
b) La formación determinista
Esta teoría plantea que el instinto gregario y el paulatino proceso
de evolución en las relaciones coexistenciales, genera inevitablemente
la constitución de la sociedad política.
Así, se sostiene que siendo inherente a la persona humana la inte-
rrelación coexistencial con sus congéneres, la aparición del cuerpo po-
lítico es fruto de la progresiva, imprescindible e irremediable fuerza
del mero hecho de coexistir. En resumen, la libertad y el albedrío de
los seres humanos carecen de relevancia sustancial para el estableci-
miento de la sociedad política.
Dentro de esta tesis pueden ser incluidas las formulaciones de
Herbert Spencer (1820-1903) y las en consuno formuladas por Carlos
Marx (1818-1883) y Federico Engels (1820-1895).
Herbert Spencer –en su obra Principios de sociología– plantea la apa-
rición del cuerpo político como respuesta organicista o evolucionista
de un proceso natural y propio; el cual es análogo a lo que acontece

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en el mundo animal y vegetal, en donde se nace, se crece y se perece.


Carlos Marx y Federico Engels –en el conjunto de todas sus obras–
plantean la aparición del cuerpo político como respuesta al control de
una clase social dominante, en aras de disponer la organización de la
sociedad y la actividad económica, de conformidad con sus específi-
cos y concretos intereses.
c) La formación binaria
Esta teoría plantea que la aparición de la sociedad política es la
consecuencia de la conjunción de dos factores:
- Un factor de naturaleza política surgido del instinto gregario y de
la irremisibilidad de la necesidad de la presencia de una autori-
dad política en el seno de la colectividad.
- Un factor de naturaleza cultural consecuencia de las experiencias
de coexistencia social que promueven una forma superior de or-
ganización político-jurídica.
Es evidente que la entidad o ser de la sociedad política deriva de
la confluencia, por un lado, de la sociabilidad humana –es decir, parte
de un hecho material vinculado al instinto gregario–, y por el otro, del
reforzamiento del aprendizaje colectivo en el arte de coexistir.
Por ende, como consecuencia de la conjunción de ambos factores,
se elige aquella forma de vida organizada en donde se tejen las rela-
ciones, competencias y derechos derivados de la condición de gober-
nantes y gobernados.
3.2.2.- Los componentes de las sociedades políticas
La formación de una sociedad política requiere necesariamente de
tres componentes: el pueblo, el poder y el territorio.
Al respecto, veamos lo siguiente:
a) El pueblo
Indica la presencia de un grupo humano vinculado y compene-
trado con la realización y verificación práctica de intereses comunes,
entre los que figura de modo invariable su propio mantenimiento y
preservación.
La sociedad comprende la continuidad y permanencia de relaciones

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coexistenciales complejas y entremezcladas con elementos diferencia-


dos como la edad, el sexo, etc.
b) El poder político
Indica la presencia de un aparato de gobierno que canaliza la
energía social en pro de la realización y verificación práctica de
intereses comunes.
c) El territorio
Indica la presencia del asentamiento humano y su capacidad
de disposición privativa dentro de un área geográfica más o me-
nos precisa.
3.2.3.- Los factores, requisitos y tipología de las sociedades políticas
Entre los factores y requisitos que intervienen de manera impres-
cindible en la formación y mantenimiento de la sociedad política,
pueden mencionarse los cinco siguientes:
a) Internalización del poder político; es decir, el establecimiento
permanente y constante de la relación gobernante-gobernados.
Ello incluye la creación de aparatos de represión social y de de-
fensa militar.
b) Establecimiento de un específico y diferenciado sistema de
normas jurídicas; ello en relación a las restantes conformantes
de la constelación normativa (morales, religiosas y reglas de
trato social).
c) Establecimiento de un equipo burocrático y la adopción de siste-
mas elementales de contabilidad, registro y estadística.
d) Legitimación ideológica del ejercicio del poder (mitología, reli-
giosidad, ritualidad, etc.).
e) Control de los excedentes de producción a través del reparto
de la riqueza, la organización laboral, el manejo de la tecno-
logía, etc.
En lo que se refiere a la tipología de las sociedades políticas, cierto
sector de la doctrina los clasifica en sociedades políticas iniciales y
sociedades políticas estaduales.

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3.3.- Las sociedades políticas iniciales


Dichas sociedades reciben esta denominación a efectos de dis-
tinguirlas académicamente de aquellas surgidas después del Re-
nacimiento (siglo XVI) y que son conocidas con la denominación
de estados.
Se trata de conjuntos humanos que lograron establecer una es-
tructura y organización de mando y obediencia, a la par de crear y
sostener una pluralidad de instituciones jurídicas y administrativas
tendentes a la consecución de determinados fines coexistenciales.
Dicho poder político a diferencia de la voluntad estadual, solo se
ejerció residualmente sobre el territorio; o sea, solo operó sobre los
centros poblados.
En las sociedades políticas iniciales el poder fue ejercido en fun-
ción de las características personales del gobernante, y usualmente las
reglas se establecían y cambiaban en razón de los atributos de este.
El poder sobre el territorio era materialmente limitado (centros
poblados), además de que las poblaciones vivían en muchos aspectos
al margen de la acción política. Ellas desarrollaban gran parte de sus
actividades sociales de conformidad con las reglas consuetudinarias,
es decir, coexistían mediante la creación de sus propias normas.
Mario de la Cueva [La idea del Estado. México: Fondo de Cultura
Económica, 1996] señala que para dicho tipo de sociedades “el terri-
torio no era sino la tierra sobre la que se eleva la casa, la aldea y la
ciudad, este era la porción de tierra que hacía sedentaria la vida de la
comunidad [...] el territorio era una condición para la vida sedentaria,
pero no era un elemento integrante de la comunidad humana”.
El entroncamiento de los pueblos con el poder político se sujetaba
a los aspectos tributarios y las cargas milicianas (levas, campañas bé-
licas de defensa o ataque, etc.).
Al respecto, Marcial Rubio Correa [El sistema jurídico. Introducción
al derecho. Colección de Textos jurídicos. Lima: Pontificia universidad
Católica del Perú, 1993] señala:
“Podemos así distinguir entre gobierno y Estado. Gobierno hubo siempre,
hasta en las sociedades menos evolucionadas, pero esa capacidad de mando
(normalmente basada en la simple fuerza y por tanto volátil) no es equiva-
lente al Estado contemporáneo, donde, por más defectos y debilidades que

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existan, hay ciertos órganos, principios y normas que trascienden a cada go-
bierno y, muchas veces, a cada época”.
Señálese adicionalmente que este tipo de sociedades carecieron
de la concepción de ser unidades políticas soberanas; es decir, inde-
pendientes ante sus homólogos en el marco de las relaciones interna-
cionales y supra y centrípetas en el ejercicio del poder político en lo
relativo hacia el interior de sus propios dominios territoriales.
Como bien refiere Héctor Rodolfo Orlandini [Principios de ciencia
política y teoría del Estado. Buenos Aires: Plus Ultra, 1985], el Estado a
diferencia de las demás expresiones de sociedad política se caracteri-
za por ser una forma de poder político ordenado e institucionalizado
en coordinación con el territorio y el pueblo adscrito a él.
Entre las principales sociedades políticas iniciales destacan el im-
perio egipcio, la polis griega y el imperio romano. Dicho período
arranca en el año 3000 a.C. con la aparición de Menes como faraón de
Egipto y se extiende hasta el siglo XVI.
La relación cronológicamente anotada –como bien advierte Raúl
Ferrero Rebagliati [Ciencia política. Lima: Studium, 1975]– no tiene
necesariamente un carácter mecánicamente evolutivo; es decir, no es
un punto incontrovertible el que una sociedad anterior en el tiempo
constituya el presupuesto de otra posterior.
Prueba de ello fue la involución desde la perspectiva del poder
político, producido durante el período del medioevo.
a) El imperio egipcio
Alude a una organización política constituida alrededor del año
3000 a.C. gracias a Menes primer faraón de Egipto. Esta alcanzó su
mayor esplendor durante la conducción de Ramsés II (1290-1223 a.C.).
Entre sus principales características aparecen las cuatro siguientes:
- Existencia de un fundamento de organización despótica y teo-
crática. El faraón era considerado una divinidad; esta legitimi-
dad justificaba su poder, por lo cual el orden se vinculaba a su
mera voluntad.
- Existencia de cierto grado de estructuración jurídico-política en
lo relativo a la regulación de los intereses públicos.
- Presencia de una administración estatal profesionalizada. Desta-

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case la labor emprendida por los visires, quienes se encargaban


del control de la hacienda pública y la administración de los gra-
nos y del ganado. Cabe resaltar el establecimiento de servicios
públicos esenciales (régimen de irrigaciones, granos públicos,
comercio exterior, etc.).
- Inexistencia absoluta de regulación jurídica de la relación gober-
nante-gobernados.

b) La polis griega
Alude a la organización política que se constituye, en sus rasgos
más significativos, entre los años 584-404 a.C. con el auge de Atenas y
Esparta. Esta alcanzó su mayor esplendor bajo la égida de Alejandro
Magno, quien a partir del año 336 a.C. emprendió sus famosas gue-
rras de conquista en Asia y África.
La expresión polis equivale a ciudad-Estado, e indica el área geo-
gráfica, social y cultural en el que se desenvolvía la vida de los grie-
gos. Entre estos no existió un sentimiento nacional, pues aún no apa-
recía en la historia la idea de Nación, por lo que la unión se forjaba de
la relación hombre-ciudad.
Entre sus principales características aparecen las siete siguientes:
- Extensión territorial exigua, hasta el extremo que Luis Sánchez
Agesta [Principios de teoría política. Madrid: Nacional, 1983] la ca-
lifica como una “aldea fortificada”. Esta modalidad política se
componía territorialmente de un centro poblado y una zona ale-
daña o tierra de nadie.
- Presencia de una minúscula población.
- Existencia de una cierta idea de limitar el ejercicio del poder po-
lítico a los cánones del derecho. Cabe aquí destacar al legislador
ateniense Dracón, quien inició la cancelación de la denominada
justicia privada, por el monopolio jurisdiccional del cuerpo polí-
tico, interpósito entre victimarios y víctimas.
- Existencia de un aparato político predominante, más no mono-
polizador del mando y la coacción.
- Posesión de una estructura administrativa integral y orientada
por personal especializado.
- Presencia de un gobierno sustentado en las costumbres sociales,

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que funcionaban gracias a la extrema cohesión moral y la inter-


cambiabilidad de los integrantes de la sociedad. Bajo el influjo de
las ideas de Platón y Aristóteles la polis existe para la realización
de la virtud: la ética y la acción política devienen en aspectos de
una misma actividad. El gobierno se considera un arte.
- Existencia frágil, canija y segmentada de una esfera de liber-
tad personal frente al poder político. Empero, a pesar de ello,
a Grecia se le considera como la gestante del concepto jurídi-
co de libertad individual, amén de promotora del nacimiento
del sentimiento cívico. En este aspecto el “buen griego” no
era aquel que buscaba el progreso solo para provecho propio,
sino aquel que con ese objetivo buscaba además ser útil a sus
congéneres y a su patria.

c) El imperio romano
Alude a una organización política que se constituyó en sus rasgos
más significativos con la ascensión de Augusto en el año 27 a.C. Este
alcanzó su mayor esplendor bajo la égida de Diocleciano (gobernante
del 284 al 305 d.C.), el mismo que para impedir la anarquía militar
organizó la tetrarquía política.
Entre las principales características aparecen las seis siguientes:
- Existencia de un gobierno observado como res pública, es decir,
como cosa de todos. En ninguna etapa del proceso político roma-
no el ejerciente de la autoridad dejó de ser un mandatario, ya que
asumió el poder en nombre del conjunto de la sociedad política
y no por derecho propio (como sí fue el caso de los entes despó-
ticos orientales).
- Creación de la idea de la personalidad jurídica del cuerpo polí-
tico, así como de la delegación funcional como fundamento del
poder. Esta obligación funcional creó una compleja burocracia
con atribuciones político-administrativas.
- Establecimiento de un trípode orgánico: la potestad tribunicia, el
imperio proconsular y el sumo pontificado.
- Existencia de un vínculo nacional a consecuencia de la aplicación
del principio jurídico del ius sanguinis. Este derecho de sangre
consistía en que la nacionalidad y los derechos de una persona
se regían por la ley de su patria familiar de origen.

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- Aplicación de los conceptos embrionarios de soberanía e impe-


rio. En este sentido el poder se ejercía como un atributo inherente
al cuerpo político: este se presentaba como una potestad de la
organización política en sí misma, la cual se ejercía solo en nom-
bre de ella, cualquiera que fuera el criterio de legitimidad para
designar a quien dirigía la sociedad política.
- Consolidación de ciertas estructuras jurídicas e interrelación re-
glada entre gobernante y gobernados. Al respecto, se empieza a
verificar la existencia de órganos de control del poder como el
Tribuno de la Plebe.

d) El caso de la Edad Media


En dicho período de la historia el contenido del poder político es-
taba muy limitado, es decir, poseía reducidas competencias; amén de
la existencia de un grado muy grande de reparto del poder.
En puridad, fue la expresión de una sociedad poliárquica; vale de-
cir, con una pluralidad de fuentes de mando.
Los estratos sociales –nobleza y clero–, los municipios, los mo-
nasterios, los señoríos no solo consiguen controlar buena parte de las
actividades de los monarcas gobernantes, sino que incluso llegan a
ejercer “cuotas” de poder, al extremo que en los señoríos apareció la
facultad de acuñar moneda propia.
Álvaro Echeverri Uruburu [Teoría constitucional y ciencia polí-
tica. Bogotá: Ediciones Librería del Profesional, 2002] señala que
“Dicha modalidad se caracterizó por una pirámide trunca; con su-
cesivos encadenamientos de lealtades, pero que no encuentran un
vértice de confluencia”.
El cuerpo político solo aparece con nitidez cuando declara la gue-
rra, recauda impuestos o dirime en los conflictos interindividuales de
naturaleza jurídica.
Entre sus principales características aparecen las tres siguientes:
a) Existencia de un poder político disperso y fragmentado.
b) Existencia de una influencia política determinante por parte de
la Iglesia Católica.
c) Existencia de una nobleza con capacidad de acción política; por la
cual incluso podía expresarse a través de entes representativos.

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A modo de reflexión, Álvaro Echeverri Uruburu [ob. cit.] recuerda


que en dicho período el Papa Inocencio III fue calificado como “el más
grande monarca de su época”.
3.4.- La sociedad política estatal
La palabra Estado fue acuñada por el político e historiador italia-
no Nicolás de Maquiavelo [Citado por Walter Theimer. Historia de las
ideas políticas. Barcelona: Ariel, 1969] (1469-1527) en su obra capital El
Príncipe (1513), en donde manifestó lo siguiente:
“Cuantos estados, cuantas denominaciones ejercieron y ejercen control
soberano sobre los hombres, fueron y son repúblicas y principados”.
Así, unas y otros se configuraban en conceptos y reglas que po-
dían aplicárseles indistintamente.
La reflexión sobre su realidad circundante llevó a Nicolás de Ma-
quiavelo a entender que las organizaciones políticas de su época po-
dían resumirse en dicho vocablo.
Es conveniente indicar que la expresión surgió dentro del con-
texto histórico del proceso de unificación política italiana después
del Medioevo, y que se irá divulgando lentamente en los siglos
XVI y XVII hasta hacerse de uso universal. Con esta expresión con-
cluye un largo proceso de evolución conceptual de lo que hoy se
define como Estado.
Como bien afirma Mario de la Cueva [ob. cit.] el término Estado
fue ajeno a la Antigüedad, época en la que se usaron las denominacio-
nes de polis, civitas, res pública e imperium.
Tal como expone, “el cambio terminológico no fue un mero acci-
dente: Maquiavelo se encontró con una Europa nueva, cuyas nacio-
nes o pueblos firmemente asentados sobre territorios determinados,
habían formado comunidades plenamente unidas, independientes
unas de otras y con un poder político que había logrado centralizar
todos los poderes públicos. Estas nuevas unidades habían roto la je-
rarquía medieval y destruido el sistema feudal; eran comunidades
con un poder político unitario”.
La acepción acuñada por Nicolás de Maquiavelo (stato) deriva de
la no utilizada voz latina status, que aludía a la constitución o condi-
ción de algo resguardado por una autoridad unívoca. Dentro de su
marco de referencia histórica el florentino lo insertó como un término

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Teoría del Estado y Derecho Constitucional

genérico y comprensivo a las distintas formas de gobierno de una


comunidad política (reino, imperio, república, etc.). En suma, aparece
como la definición de un orden político resguardado por una autoridad señe-
ra que comprende una pluralidad de formas de gobierno.
La definición anotada reitera su importancia histórica para ubi-
car cronológicamente su utilización; empero, tiene el grave defecto
de su imprecisión.
A nuestro modo de ver, el Estado o sociedad política moderna es
el resultado de los tres acontecimientos siguientes:
a) Las pugnas políticas entre los poderes externos existentes en el
medioevo; esto es, entre la Iglesia y el imperio o la monarquía.
b) Las pugnas internas entre el emperador o el rey y los señores
feudales.
c) La formación de las comunidades nacionales asentadas firme-
mente sobre porciones específicas del territorio.
Al respecto, debe señalarse que ya en 1214 el rey francés Felipe
II Augusto (r. 1180-1214) tras derrotar al emperador germano Oton
IV en la batalla de Beuvives, consiguió adicionalmente afirmar la
tesis de que el rey era política y jurídicamente par e igual a un
emperador; por ende, dentro de su territorio no reconocía ninguna
autoridad superior a él.
Asimismo, es citable que cuando en 1301, el Papa Bonifacio VIII
emite su famosa bula Ausculta fili (escucha hijo), en la que insiste en
la supremacía del poder espiritual sobre el poder temporal de los
emperadores y monarcas, aparecerá la figura del rey francés Felipe
IV El Hermoso (r.1285-1314) convocando a los Estados Generales en
1302; los cuales concluirán declarando el poder supremo y absoluto
de dicho monarca dentro de sus dominios, así como su independen-
cia política frente al Papado. Ante los mismos hechos, el Parlamento
británico expresará que “merced a su condición real y apoyada en
una costumbre cuidadosamente observada, los reyes de Inglaterra –
gobernaba a la sazón Eduardo I- nunca han admitido un juez o una
sentencia ni espiritual ni temporal”.
Debe advertirse que desde el siglo X se había instaurado el deno-
minado Sacro Imperio Románico Germánico, el cual había sido es-
tablecido por acuerdo entre la Iglesia y los monarcas europeos. Ello

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Víctor García Toma

planteó un pacto entre el poder espiritual y el poder temporal.


Dicho pacto se inicia con el rey alemán Oton I El Grande (r. 936-
973) quien se hace coronar por el Papa Juan XII como emperador; esto
es, se le adjudicó el título de mayor dignidad y, por ende, con capaci-
dad para ejercer vasallaje sobre los reyes y príncipes.
La formación de las nacionalidades española, francesa e inglesa
respectivamente afirmó la trocha hacia una nueva modalidad de es-
tructuración política de la sociedad. Así, Inglaterra expondrá el prin-
cipio del reconocimiento y protección de las libertades, la noción del
órgano parlamentario, etc. Francia incluirá el desarrollo de la tesis de
Montesquieu en lo relativo a la separación de funciones del poder y
los conceptos de nación y representación política.
Joseph M Valles [Ciencia política. Barcelona: Ariel, 2000] señala que
tras los referidos hechos políticos aparecerá la necesidad de la cons-
trucción intelectual del concepto Estado. Así, en ese papel destacan
Nicolás de Maquiavelo, Jean Bodin y Thomas Hobbes.
Nicolás de Maquiavelo (1496-1527) en el contexto del proceso
de unificación italiana aquilata la importancia de la concentra-
ción del poder.
Jean Bodin (1530-1596) en el contexto de la lucha político-religiosa
entre católicos y hugonates en Francia, estima que la subsistencia de
una comunidad política solo es posible con un poder soberano.
Thomas Hobbes (1588-1679) en el contexto de la guerra civil y
posterior caída del rey inglés Carlos I, considera que la seguridad
de la comunidad solo es viable mediante la consensuada renuncia
de sus miembros a gobernarse a si mismos, a efectos de otorgarle
el poder al soberano.
Ignacio Sotelo [“La cuestión del Estado. Estado de la cuestión des-
de una perspectiva latinoamericana”. En: Encuentro, Nº 35. s.l., 1956]
justifica su institucionalización global, en el reconocimiento a una
“situación anómala de crisis generalizada de las estructuras sociales,
políticas e ideológicas, que se pone de manifiesto en un aumento con-
tinuo de las discordias civiles. Las nuevas clases sociales –burguesía,
comerciantes y menestrales– que han crecido al amparo de las ciuda-
des, exigen el establecimiento de un nuevo orden que facilite su desa-
rrollo; hasta la población rural se siente con fuerza para cuestionar los
derechos señoriales que la oprimen”.

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Teoría del Estado y Derecho Constitucional

En el marco de graves conflagraciones sociales y religiosas como


consecuencia de la división entre los cristianos, se generará una crisis
de “guerra de todos contra todos”, lo que obligará a reformular el mo-
delo de sociedad política. Aúnase a ello el hecho de que en la Euro-
pa renacentista los pueblos afirmaron sus peculiaridades en materia
cultural, idiomática y económica y tendieron a la conformación de la
determinación de las identidades. Todo ello coadyuvó a reforzar las
condiciones para la institucionalización de la sociedad política estatal.
El Renacimiento formalizará una sociedad política que irrumpirá
contra una modalidad estructural y organizativa débil y limitada, y
contra un ejercicio del poder repartido. Como bien sabemos hasta an-
tes de la aparición del Estado no era tarea política esencial el procurar
el bienestar del pueblo; amén de que las funciones estatales se encon-
traban diseminadas entre el rey, los señores feudales, las ciudades, los
municipios y las corporaciones de artesanos.
A partir del Renacimiento irán desapareciendo las expresiones de
poder compartido para abrir paso a las unidades de poder unívoco,
orgánico y estructurado. En virtud de una entidad política con una
energía y competencia centrípeta aparecerá una actuación autónoma
e independiente. Los instrumentos de dicho poder serán las milicias
permanentes y profesionalizadas, la burocracia piramidal y extendi-
da a lo largo y ancho del territorio, así como la existencia de un orden
jurídico absorbente y plenario.
Tras la expresión acuñada por Nicolás de Maquiavelo se superaría
la atomización del poder, se alcanzaría la centralización de los pode-
res públicos y se afirmaría conceptualmente la autonomía e indepen-
dencia entre los cuerpos políticos homólogos.
Se sostiene que una sociedad política alcanza la calidad de “esta-
dual” cuando es observada en un territorio relativamente grande y
con límites estables, cuyos habitantes se encontraban vinculados por
lazos políticos centrípetos e intrincados y con identidad de pertenen-
cia distintiva en relación a otras colectividades.
El proceso de consolidación de dicha modalidad política será con-
firmado por la vorágine de la actividad política y militar de Napoleón
Bonaparte de 1800 a 1815, a lo largo de casi toda Europa.
Desde nuestro punto de vista, el Estado es una forma de sociedad
política evolucionada.

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Víctor García Toma

El rasgo común entre el Estado y todos sus antecedentes históri-


cos (como el imperio egipcio, la polis griega, etc.) es que son formas
organizativas de una comunidad de hombres vinculados por la ne-
cesidad de supervivencia, para lo cual se valen de mecanismos de
regulación de las conductas coexistenciales a través de un sistema
normativo-coactivo centralizado. Más aún, existe confluencia de sus
elementos básicos: poder político, pueblo y territorio. Ahora bien,
la noción Estado –entendida, reiteramos, como la expresión evolu-
cionada y desarrollada de las sociedades políticas– está reservada
a aquella forma de organización surgida en Occidente después del
Renacimiento (siglo XVI).
La diferencia con sus antecedentes históricos radica en que en
el Estado, los elementos anteriormente citados se “presentan” de
una manera distinta. La claridad y delimitación de sus respectivas
conceptualizaciones, así como su racional armonización, le dan un
rasgo distintivo.
Al respecto, Joseph M. Valles [ob. cit.] expone que la construcción
del Estado equivale a la monopolización del poder político; ergo, a la
elaboración de la ley, la impartición de justicia, la recaudación fiscal,
la defensa militar, las relaciones internacionales. Así, consigna que se
trata de recursos que en las formas políticas preestatales se hallaban
dispersas entre diversos agentes –señores feudales, corporaciones, je-
rarquías eclesiásticas– y que ahora tenderían a ser confiscadas por la
autoridad del estado y atribuidas a su personificación: el soberano.
El Estado aparece cuando se precisa y determina con rotundidad
que se trata de una unidad política independiente en lo interior y ex-
terior, que actúa de modo continuo y de forma activa, a través de
medios de poder propios y claramente delimitados en lo poblacional
y territorial. Su institucionalización se concibe como un intento para
organizar “racionalmente” la relación entre gobernantes y goberna-
dos, impersonalizando, estabilizando y dotando de lógica al ejercicio
del mando y a la dirección de una comunidad política.
Cabe señalar que la primera comunidad política que adoptó di-
cha denominación fue Países Bajos (Holanda) en el siglo XVII. Es de
verse, que habiendo pertenecido a la corona española desde Carlos V,
tras la Paz de Westfalia (1648), esta estableció su independencia como
Estado de las provincias unidas.

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Teoría del Estado y Derecho Constitucional

Entre las principales características del Estado aparecerán las tres


siguientes:
a) La unificación y centralización del ejercicio del poder
En esa idea se concretiza a un gobernante supremo y soberano,
que no admite jefatura o mando político sobre él.
b) La secularización del ejercicio del poder
En esa idea se concretiza una clara distancia entre los fines tem-
porales a cargo de la sociedad política y los fines transcendentes
a cuenta de los entes religiosos.
c) La determinación territorial y poblacional
En esa idea se concretiza que el poder fluye y actúa sobre todas
las personas que viven dentro de su territorio.

3.5.- La definición del concepto Estado


Guido I. Risso [Curso de derecho constitucional. Tucumán: La Ley,
2001] sostiene que “el término Estado es uno de esos conceptos que
posibilitan tantas acepciones como personas dispuestas a darlas
haya”. Más aún, con sorna Frederic Bastiart en un opúsculo publica-
do en 1848 y denominado El Estado, decía que debía premiarse con
un millón de francos, coronas, cruces y hasta cintas a quién llegase a
formular una buena, simple e inteligible definición de Estado.
En puridad, su conceptualización se ha visto afectada por las dis-
tintas connotaciones existentes, en el ámbito político, sociológico, his-
tórico y jurídico.
Dentro de ese complejo contexto, debe señalarse que la existen-
cia del Estado está condicionada a la interconexión de un grupo hu-
mano asentado sobre un territorio determinado en donde opera con
suficiencia un poder político. Ahora bien, ello no implica que tenga
una existencia material, ya que en verdad es una abstracción que se
sustenta en la necesidad de cohesionar las relaciones de convivencia
e interacción.
Al respecto, Fernando Silva Santisteban [ob. cit.] percibe que “el
Estado a través de una organización política asume el mantenimiento
del orden social dentro del marco territorial que tiene soberanía por
el ejercicio de la autoridad coercitiva […] mediante el uso o la posi-

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Víctor García Toma

bilidad del uso de la fuerza física […] y un sistema compartido de


los valores expresados en un conjunto de normas […] definidas, que
regulan el comportamiento y garantizan a los individuos aquellos be-
neficios y privilegios que se estima deben recibir de la sociedad […]”.
Ante la existencia de una multiplicidad de definiciones, Luis Sán-
chez Agesta [ob. cit.] señala que el concepto Estado puede ser obser-
vado desde tres perspectivas –las mismas que han sido utilizadas de
manera excluyente y omisivas entre sí en lo referente a sus respecti-
vos aportes doctrinarios–: deontológica, sociológica y jurídica.
Al respecto, veamos lo siguiente:
a) La perspectiva deontológica (fines)
Radica en explicar la noción Estado en atención a los fines o metas
que este persigue alcanzar, entre las cuales se puede mencionar la
libertad, el bienestar común, la seguridad, etc. Se considera, en gran
medida, la connotación de los fines y metas estatales como factores de
cohesión y criterios legitimadores para la existencia y pervivencia de
una sociedad política.
b) La perspectiva sociológica (naturaleza)
Radica en explicar la noción Estado en atención a las propiedades
y cualidades propias del tipo de poder de que goza y ejerce el Estado.
c) La perspectiva jurídica (orden coactivo)
Radica en explicar la noción Estado en atención a la función nor-
mativo-compulsiva que necesaria e irremediablemente emana y pro-
yecta de su seno el Estado.
En puridad, estas perspectivas no son totalmente excluyentes
ni antagónicas entre sí, sino que, por el contrario, de su fusión y
complementariedad surgen las connotaciones y propiedades que
dan sentido a la noción Estado. En ese contexto, esta acepción alu-
de a una sociedad política autónoma y organizada para estructu-
rar la convivencia que ejerce un poder soberano desde una titulari-
dad abstracta y permanente, la cual, para legitimar su presencia y
cumplir la realización de los fines de la vida comunitaria, establece
un orden jurídico coactivo.
Como sociedad política opera sobre un núcleo humano en donde

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Teoría del Estado y Derecho Constitucional

el comportamiento coexistencial se proyecta por la influencia o acción


de una energía social (poder) que decide, define, defiende o transfor-
ma el orden de la convivencia.
Dicha sociedad es organizada en la medida en que cuenta con
un conjunto de instituciones, normas, métodos y planes destinados
a asegurar la aplicación de una acción política tendente a alcanzar
determinados objetivos comunitarios (la supervivencia, el progreso
común, la libertad, etc.).
El Estado es una sociedad política autónoma y organizada para es-
tructurar la convivencia, en razón de que se trata de un conjunto per-
manente de personas que se relacionan por la necesidad de satisfacer
imperativos afines de supervivencia y progreso común. Para ello re-
quiere de un sistema de relaciones coexistenciales dotado de fuerza
social y basado en una relación jerárquica: gobernantes y gobernados.
Dicha organización se caracteriza por no ser dependiente, sujeta ni
tutelada por ninguna otra colectividad homóloga.
El ejercicio de un poder soberano atinente a una relación jerar-
quizada y sujeta a una titularidad abstracta, despersonalizada y per-
manente, se entiende por la necesaria presencia de una potestad de
mando que se hace inexcusable, plena e irresistible dentro de los
límites de un determinado territorio. Esta potestad de mando su-
premo se manifiesta de manera indeterminada en el tiempo y con
exclusión de una titularidad particular, permanente y específica, ya
que dicha potestad, en suma, corresponde a toda la comunidad en
su conjunto, la cual simplemente encarga transitoriamente su ejer-
cicio histórico a determinados miembros del cuerpo político, a los
cuales califica como autoridades.
3.6.- Las formas de institucionalización histórica del Estado
La doctrina establece como tales las ocho siguientes: inmemoriali-
dad, establecimiento de una población en un territorio no sometido a
ninguna soberanía estatal, emancipación, secesión, fusión, absorción,
acto político y acuerdo internacional.
Al respecto, veamos lo siguiente:
a) Por inmemorialidad
Esta hace referencia a aquellos estados que se originaron lenta-

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mente en el tiempo.
Al respecto, son citables las experiencias históricas de Inglaterra,
Francia, Rusia, Irán, etc.
En el caso de Inglaterra, los primeros habitantes de origen romano
y anglosajón datan del siglo III a.C.; posteriormente la presencia nor-
manda se ubica en el siglo IX d.C.
En el caso de Francia la paulatina integración entre hellstatts, tenes
y celtas dio origen en el siglo I a.C. al pueblo galo.
En el caso de Rusia, la paulatina integración de escitas, sarmatas y
eslavos en el siglo V, dio origen al pueblo ruso.
En el caso de Irán, la paulatina integración de medos y persas, dio
origen en el siglo VII a. C. al pueblo iraní.
Cabe señalar –en relación a lo anteriormente expuesto– que la re-
lación y entroncamiento entre dominio territorial, población y poder
se produce desde períodos remotos de la historia universal.
b) Por el establecimiento de una población en un territorio no some-
tido a ninguna soberanía estatal
Al respecto, pueden citarse los casos de Liberia (1821) y Transvaal (1837).
En relación al caso de Liberia debe señalarse que en 1817 se fundó
en los Estados Unidos la denominada Sociedad Colonizadora Norte-
americana con el objetivo de devolverles a los negros afroamericanos
una parte de su originaria patria. Ello en razón al “franco reconoci-
miento” de que estos –fueran libres o esclavos– no tenían cabida en
dicha joven sociedad.
Para tal efecto la referida institución adquirió vastos terrenos a lo
largo de la denominada “Costa de la Pimienta” en África Occidental
(Costa de Guinea).
El primer contingente de negros “americanos” fue desembar-
cado en 1821.
El historiador Samuel Eliot Morrison [En: Breve historia de los Es-
tados Unidos. México: Fondo de Cultura Económica, 1997] señala que
“ya para 1847 varios millones [...] habían sido trasladados allí, en
donde organizaron la República de Liberia con una capital llamada
Monrovia en homenaje al presidente James Monroe (1817-1825)”, y
dictaron una Constitución basada en la aprobada por los insurrectos

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colonos de América del Norte en 1787.


Transvaal es actualmente una provincia de la República de Sudá-
frica. En su oportunidad fue fundada como Estado por los colonos
holandeses asentados primicialmente en la ciudad de El Cabo. Dicha
acción se conoce históricamente como “La Gran Migración”.
El caso de la creación ex novo de un Estado es hoy poco probable.
c) Por emancipación
Esta se refiere al acto político de liberación frente a una organi-
zación político-jurídica; ello con el fin de fundar un nuevo Estado.
Al respecto, pueden citarse los casos de Estados Unidos en 1776 con
relación a Inglaterra; y Argelia en 1962 con relación a Francia.
d) Por secesión
Esta se refiere al desmembramiento de un Estado para dar lugar
a la conformación de otro. Al respecto, pueden citarse los casos del
Imperio Austro-Húngaro en 1918, lo que dio lugar a la creación de los
estados de Hungría, Austria, Checoslovaquia y Yugoslavia.
También es invocable el caso de la Gran Colombia en 1830, lo que
originó la creación de Venezuela, Panamá y Ecuador.
Asimismo, son pertinentes los casos de Bielorrusia, Letonia, Mol-
davia, Estonia, Kazajstán, Kirguizistán, Tayikistán, Turkmenistán y
Ucrania en 1991, con relación a la extinta URSS. Finalmente, también
son mencionables los casos de Bosnia-Herzegovina, Croacia, Mace-
donia y Eslovenia en 1991, con relación a la extinta República Socia-
lista Federal de Yugoslavia.
e) Por fusión
Esta se produce como consecuencia de la unión de dos o más es-
tados a efectos de constituir uno nuevo. Al respecto, son citables los
casos de los estados germanos que en 1871 constituyeron el Imperio
Alemán y el de la República Democrática Alemana y la República
Federal Alemana que desde 1990 conforman Alemania.
f) Por absorción
Esta se refiere a la adscripción de un cuerpo político por otro do-
tado de mayor energía política. Tal el caso del reino de Italia en 1861.

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Es de verse que el soberano piamontés –reino ubicado al norte de


Italia– Víctor Manuel II consiguió la unificación del Piamonte, la Italia
Central y del reino de Nápoles conquistado por Giuseppe Garibaldi.
Tras dicho suceso se proclamó el reino de Italia con Víctor Manuel
II como soberano y Florencia como capital.
g) Por acto político
Este se configura como la decisión soberana de un Estado de
crear otro ente homólogo. Para tal efecto formaliza jurídicamente
dicha decisión soberana y desgaja de su dominio una parte de su
otrora territorio.
Tal el caso de Inglaterra y su famosa acta de la América Británica
del Norte de 1867, que crea la Confederación Canadiense; el Acta de
1901 que crea el Commonwealth de Australia; y el Acta de Sudáfrica
1909 que crea dicha colectividad.
h) Por acuerdo internacional
Este hace referencia a la concertación de voluntades de varios es-
tados dentro del ámbito del derecho internacional público, con el ob-
jetivo de constituir un nuevo cuerpo político.
Tal el caso de Israel, en razón a que mediante una Resolución
de la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas
de fecha 29 de noviembre de 1947 se “partió” a favor de la nación
hebrea una parte de la región Palestina. Asimismo, es invocable el
caso de Albania en virtud a la Conferencia de Londres de fecha 17
de diciembre de 1912.
3.7.- El principio de continuidad estatal
José Pastor Ridruejo [Curso de derecho internacional público. Ma-
drid: Tecnos, 1986] plantea que cuando entre los elementos del
Estado se experimentan transformaciones, surge el problema de
determinar si este sigue siendo el mismo –o sea idéntico– desde la
perspectiva de los derechos y obligaciones ante sus homólogos y la
Comunidad Internacional.
El principio de continuidad estatal aparecerá en el siglo XIX, con
ocasión del nacimiento del Reino de Italia entre 1861 y 1870 y el del
Imperio Alemán en 1871.

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Teoría del Estado y Derecho Constitucional

Asimismo, en el siglo XX dicho principio será esgrimido con oca-


sión de la victoria bolchevique en la ex Rusia zarista (1917); amén de
la disolución del imperio austriaco y del otomano luego de la Primera
Guerra Mundial.
Al respecto, es consignable que los cambios en la titularidad de
los órganos de poder vía los golpes de estado o revoluciones, se en-
cuentran adscritos a dicho principio. En ese sentido, debe recordar-
se que mediante sentencia arbitral de fecha 18 de octubre de 1923, el
ex presidente norteamericano William Howard Taft (g. 1909-1913)
en el asunto de las reclamaciones británicas contra el gobierno cos-
tarricense por las deudas contraídas en su momento, por el general
golpista Federico Tinoco (1917-1919), consideró que un cambio de
gobierno no produce efecto alguno en cuanto a las obligaciones in-
ternacionales del Estado.
Desde 1991 la actual república de la Federación Rusa es considera-
da como continuadora estatal de la extinta URSS.
3.8.- La extinción estatal
Se produce el perecimiento estatal cuando un Estado pierde su
independencia política. Fue el caso, en su momento, del tercer reparto
de Polonia a fines del siglo XVIII, así como la anexión de los Estados
Bálticos (Bélgica y Noruega) durante la Segunda Guerra Mundial.
3.9.- La naturaleza del Estado
Alude a la esencia que configura el cuerpo político en sí mismo y
que establece los principios de su obrar. Hace referencia a aquello que
describe sus cualidades y propiedades intrínsecas.
Es evidente que tal naturaleza deriva de la sociabilidad humana.
Desde esa perspectiva, Estado y sociedad son indesligables en la prácti-
ca, aun cuando por razones metodológicas se hace oportuna su sepa-
ración conceptual.
El Estado es el producto de una abstracción y de una síntesis inte-
lectual; por consiguiente, en ese contexto posee su propia e innegable
“particular” realidad. Como tal, no puede ser identificado con ninguno
de los miembros de su población, ni con la suma de todos ellos, así como
tampoco con la mera extensión territorial sobre la cual ejerce soberanía.
Cabe advertir que la abstracción permite consolidar el cuerpo po-

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lítico de forma especulativamente independiente y desgajada de la


sociedad, y que en síntesis hace referencia a un método que permite
unificar los elementos del Estado (pueblo, territorio y poder).
En razón a lo expuesto, al Estado no se le advierte en forma corpó-
rea, sino a través de sus manifestaciones para con sus pobladores; es
decir, mediante acciones como la legislación, los servicios públicos,
la fuerza armada, etc. En virtud de ello, su naturaleza aparece im-
perceptible a los sentidos, y es que el Estado es como ya hemos afir-
mado fundamentalmente un concepto. Su “realidad” se concreta o
materializa intelectivamente en la sociedad. En suma, el Estado es una
expresión no sensible, más sí inteligible: manifiesta un tejido de compor-
tamientos humanos en torno a la existencia del poder ejercitado sobre
un territorio.
Jorge Sarmiento García [Derecho público. Buenos Aires: Edicio-
nes Ciudad Argentina, 1998] en clara referencia a lo anteriormente
expuesto, sostiene que el Estado tiene una “existencia” distinta a la
suma de los miembros de una colectividad política; la cual permanece
en el tiempo no obstante la sucesión de generaciones humanas vincu-
ladas a esa acción.
El propio Jorge Sarmiento García [ob. cit.] expone lo siguiente:
“La sociedad política nace de los hombres, vive por los hombres y
para los hombres, pero es algo distinto a ellos; no es solamente una
cohesión de personas individuales sino una realidad nueva, una co-
munidad de hombres dominada por la idea de un fin supremo que es
la suma de su unión”.
En puridad se trata de una realidad accidental que existe en la ra-
zón de los hombres y para la seguridad, libertad y bienestar de estos.
El Estado surge de la inherente inclinación del hombre hacia la
unión por objetivos con sus semejantes. En ese sentido la naturaleza
humana estimula y la razón perfecciona la concientización de dicha
modalidad de organización coexistencial.
Es evidente que el Estado no existe y subsiste per se, sino que se
constituye y pervive en el ser de los individuos que lo conforman
como pueblo políticamente organizado. El Estado no se “constituye”
a partir de lo real, sino de un concepto, ya que su peculiar “existencia”
radica específicamente en el espíritu del pueblo que lo conforma.

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Teoría del Estado y Derecho Constitucional

La naturaleza del Estado implica una relación social y una instan-


cia política que articula un sistema de dominación. Su manifestación
material se expone en un conjunto interdependiente de instituciones
de carácter político-jurídico que conforman el aparato en que se con-
densa el poder.
La especificidad del Estado se distingue a través de los dos atribu-
tos siguientes:
a) La externalización del elemento poder político.
b) La institucionalización de lo impersonal de la autoridad.
La externalización del elemento poder político se vincula con la presen-
cia de una unidad política soberana dentro de un sistema de relación
intraorganizacional.
La institucionalización de lo impersonal de la autoridad implica la im-
posición de una estructura de relaciones de poder, capaz de ejercer
un monopolio sobre los medios organizados de creación normativa.
Ahora bien, debe quedar claro que el concepto sociedad es más ex-
tenso y pleno que la noción Estado; el primero representa el género y
el segundo la especie. Como bien definiera José Ortega y Gasset [Ci-
tado por Aftalión, García Olano, Vilanova. ob. cit.], el Estado es tam-
bién sociedad, pero no toda ella sino una de sus modalidades; en todo
caso, expresa la forma más elevada de la organización social, superior
incluso a las sociedades políticas iniciales, en lo relativo a la desperso-
nalización del ejercicio del mando y la racional armonización con sus
elementos constitutivos; vale decir, el pueblo, el territorio y el poder.
El concepto sociedad es más general que el Estado, pues este –
aunque muy importante– es solo un aspecto de lo social: únicamente
implica una racionalización de la dominación político-jurídica y la re-
lación entre gobernantes y gobernados.
3.10.- El estudio del Estado
En los tiempos modernos se ha hecho notorio que el ordenamiento
jurídico y la estructura del Estado sean las resultantes de la actividad
política. En ese sentido, el derecho se limita a expresar en normas los
efectos y consecuencias de dicha actividad.
En el pasado, con equívoco mayúsculo, se había planteado el co-
nocimiento del Estado desde un mero perfil jurídico, sin advertirse

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con certeza ni claridad que las instituciones estatales reposan sobre la


base fluida de fuerzas sociales y cambios políticos.
En la actualidad, el estudio del Estado se plantea desde tres dis-
ciplinas básicas: la teoría del Estado, el derecho constitucional y la
ciencia política.
Es decir, se estudia al Estado desde una óptica pluridisciplinaria.
Con ello se tiene en cuenta el conocimiento global de la organización
política, por sus principios, causas y efectos.
Cada una de las referidas disciplinas enfoca el conocimiento del
Estado, pero desde un centro de interés distinto.
Al respecto, veamos lo siguiente:
a) La teoría del Estado
Esta disciplina se encarga de estudiar mediante un conocimiento
especulativo o teórico el fenómeno estatal. Ello implica la acción de
elaborar ideas, con prescindencia de los datos empíricos que pueda
ofrecer la actividad estatal.
La teoría del Estado hace mención a un conjunto de proposicio-
nes coherentes entre sí, con las cuales se pretende explicar discrecio-
nalmente el “hecho” estatal; se propone investigar y valorar la ne-
cesidad de la vida estatal. Así, aspira a comprender al Estado en su
esencialidad, naturaleza, razón estructural, funcionamiento y fines de
su institucionalización; amén de advertir acerca de su explicitación
especulativo-doctrinaria, su devenir histórico y la tendencia teórica
que explicaría su proceso de evolución.
En suma, esta disciplina pretende reflexionar con asiduidad acer-
ca de las siguientes seis interrogantes, que pueden distribuirse en los
planos gnoseológico y axiológico:
- Plano gnoseológico (conocimiento)
¿Qué es el Estado?
¿Cómo surgió el Estado?
¿Hacia dónde evoluciona el Estado?
- Plano axiológico (valores)
¿Para qué existe el Estado?
¿Por qué manda el Estado?

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Teoría del Estado y Derecho Constitucional

¿Por qué obedecen los gobernados?


Planteada en dichos términos se trata de una disciplina filosófica
que se encarga de investigar la esencia, naturaleza y finalidad del Es-
tado. Su meta –como hemos señalado– es evidentemente cognosciti-
va y axiológica.
La teoría del Estado no se preocupa por la investigación de he-
chos concretos o particulares; plantea más bien postulados especu-
lativos de carácter general. “Aprehende” al Estado como un orden
en sí mismo y tiene como objeto de conocimiento su existencia en
sus caracteres inmanentes, intrínsecos y esenciales, por encima de
las diversas formas –concretadas en el tiempo y en el espacio– que
pudiera haber alcanzado. Es decir, observa al Estado en un proce-
so de especulación abstracta.
Así, dicha disciplina se propone desentrañar al Estado en lo
que este tiene de permanente e indeleble y que, por tal, le confie-
re su identidad.
b) El derecho constitucional
Esta disciplina se encarga de estudiar las instituciones políticas de
un Estado determinado, desde un ángulo jurídico. Promueve el co-
nocimiento y valoración de todas las reglas jurídicas relativas a los
órganos e instituciones esenciales de un Estado.
Según André Hauriou [Derecho constitucional e instituciones políti-
cas. Barcelona: Ariel, 1980], busca el encuadramiento de los fenóme-
nos y manifestaciones de la vida política. Equivale a la expresión de
una visión doctrinaria relativa a la relación entre el orden y la libertad
dentro de un Estado, y su manifestación a través de determinadas
categorías jurídicas; es decir, a la relación entre las competencias y
responsabilidades de una autoridad gubernamental y los derechos y
deberes de los gobernados.
En puridad, el derecho constitucional se presenta como una disci-
plina positiva, ya que describe el derecho establecido en un tiempo y
lugar preciso para organizar el Estado. En ese aspecto, cabe consignar
lo que Juan Helio Zarina [Derecho constitucional. Buenos Aires: Astrea,
1992] señala:
“Todo grupo humano organizado en forma estable, origina la consoli-
dación de instituciones y órganos que derivan formalmente del ordena-

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miento jurídico, y que operan en forma continua para dar vida y acción
al Estado”.
El propio Zarini expone que el derecho constitucional hace re-
ferencia a la organización del Estado, a las instituciones básicas del
ordenamiento y funcionamiento estatal, así como a la forma de go-
bierno desde una visión estrictamente jurídica; amén de ordenar las
relaciones recíprocas de los habitantes con el Estado y la de esos ha-
bitantes entre sí, para lo cual se determinan sus principales derechos,
obligaciones y garantías constitucionales.
Ahora bien, debe advertirse que el derecho constitucional no
solamente encara la investigación y valoración en el ámbito teóri-
co, sino que también considera la dinámica de la “vivencia” de las
instituciones políticas. El derecho constitucional no se agota en el
estudio de la Constitución Política de un Estado, ya que los proce-
sos históricos pueden originar la deformación del texto fundamen-
tal (gobiernos de facto, mutaciones constitucionales, habilitaciones
normativas, inaplicabilidad político-administrativa, etc.). Ello obli-
ga a ampliar el estudio a los aspectos reales de la organización y
funcionamiento del cuerpo político.
Esta disciplina intenta responder a las cinco interrogantes siguientes:
- ¿Cuáles son los fines específicos señalados en una Constitución?
- ¿Cuál es la estructura y organización estatal que permite cumplir
con los fines que persigue alcanzar el Estado, de conformidad
con lo establecido en una Constitución?
- ¿Cuáles son los mecanismos de designación o elección para es-
tablecer a los que ejercen el poder, así como sus competencias y
responsabilidades?
- ¿Cuáles son los derechos, obligaciones y garantías ciudadanas
establecidos en una Constitución?
- ¿Cuál es la relación existente entre el texto fundamental del Estado
y la realidad político-social que se desarrolla en el cuerpo político?

c) La ciencia política
Esta disciplina se encarga de estudiar la naturaleza y ejercicio de
la autoridad política. Prevé el conocimiento y valoración de una rela-
ción política dentro de la sociedad: la relación mando-obediencia.

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Teoría del Estado y Derecho Constitucional

En puridad, abarca la producción y distribución de decisiones


emanadas de una autoridad, así como la formulación y ejecución de
acciones vinculadas con los asuntos públicos. Implica un sistema o
conjunto de elementos y componentes recíprocos, estrechamente
relacionados con la obtención de fines macrocoexistenciales. En ese
contexto, la ciencia política plantea nociones sobre el gobierno como
un “hecho”, así como sobre el origen y la formación de las decisiones
políticas. Como afirma Raúl Ferrero Rebagliati [ob. cit.] implica el co-
nocimiento de la vida política y particularmente del comportamiento
humano en relación con la actuación del poder.
La ciencia política examina los hechos y las realidades que ofrece
la vida social, en medio de los cuales funcionan las instituciones polí-
ticas. Trata de establecer y evaluar la influencia de las condiciones de
la vida social sobre la acción de las instituciones políticas y su proceso
de evolución. Expresa desde una perspectiva sociológica la investi-
gación acerca del poder, desde el punto de vista de los hechos y no
desde el punto de vista de los principios.
El conocimiento de los fenómenos políticos carece de algún tipo
de preocupación normativa; la ciencia política estudia la realidad de la
“cosa política” y no muestra necesariamente su preocupación por el
debe ser. Su ámbito es, stricto sensu, el poder copito o desarropado, es
decir, sin encuadramientos jurídicos de ninguna especie.
Grosso modo, la ciencia política comprende tópicos como teoría po-
lítica, historia de las ideas políticas, instituciones políticas (Constitu-
ción, gobierno, administración pública, etc.), partidos políticos, movi-
mientos y alianzas políticas, opinión pública, política interestatal, etc.
Esta disciplina pretende absolver, entre otras, las cuatro interro-
gantes siguientes:
- ¿Cuáles son los mecanismos de poder que se ejercen a través del
Estado?
- ¿Cuáles son las relaciones de conflicto entre gobernantes y go-
bernados?
- ¿Cuáles son los problemas ideológicos, económicos, sociales,
etc., que crea o resuelve el ejercicio del poder?
- ¿Cuál es el papel y presencia de la sociedad civil en las decisio-
nes de poder?

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En suma, la ciencia política constituye un estudio ordenado, racio-


nal y metódico de la realidad política, de la organización social, del
gobierno y del poder público. Se ocupa de conocer cómo es la realidad
política, así como de comprenderla y valorarla.
Esta pluralidad de disciplinas que atañen de alguna manera al Es-
tado (plano filosófico, jurídico y sociológico) se conectan plenamente,
por lo que es imposible demarcarlas con nitidez excluyente. Su estu-
dio separado responde a una metodología académica, en aras de una
mayor comprensión del fenómeno estatal.

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