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Filosofía
La filosofía es una predisposición que acompaña al ser humano en cuanto tal, ya que tiene una
tendencia “natural” a la reflexión, a la pregunta, tanto de su entorno como de su mundo interior y
las condiciones de existencia que lo determinan. Es decir, todos podemos encarar nuestra mismidad
y el mundo que nos rodea desde un punto de vista filosófico. Entonces, ¿cómo comprender que
surja, en un determinado lugar y momento de la historia, la filosofía como una disciplina? Para
entender esto, hay que explicitar algunas cuestiones fundamentales. El pensamiento griego es una
especie de marca que se imprime sobre el pensamiento posterior de la tradición occidental
Si nos situamos en el contexto griego de los siglos anteriores, el s. VIII o VII, vemos que
hay una especial relación de los griegos con lo sagrado. Nosotros tendemos a pensar, desde
nuestra perspectiva, que lo sagrado o las garantías divinas tendrían que darle al sujeto que
ingresa en la sociedad una especie de “cuerpo de normas básicas” que digan lo que está
bien y lo que está mal, lo que es usual en esta cultura y lo que no. Decimos que el caso
griego es especial, porque para ellos, esto no existe. Si ustedes se acercan al ámbito de esta
especie de compleja relación entre el hombre y el ámbito de lo divino, no hay normas
preestablecidas que le permitan a un sujeto que las contempla y que las escucha, que las
aprende, hacerse una especie de “decálogo” de cosas que están bien y cosas que hay que
evitar. Es una imagen recurrente la de los dioses griegos jugando con el destino de los
mortales, o la tensión que hay entre los mismos dioses. Zeus, que se ubica en la jerarquía
del panteón griego, muchas veces se encuentra en disputa con otras divinidades. Los
mismos dioses muestran características humanas como el tener que decidir, la
incertidumbre de lo que pueda pasar, o verse embargados por pasiones violentas como el
amor, los celos, la desdicha, etc. Por eso, el sujeto griego no tiene como orientar su vida
siguiendo unos preceptos religiosos claros. Era muy probable que alguna decisión que
tomara se acomodara a lo que un determinado dios estimaba conveniente, a la vez que
contrariara a otra deidad. Por eso, en la religión griega no hay dogma.
Los mitos y narraciones que encontramos en la cultura griega son una expresión de la
cosmovisión de una cultura y cómo se relaciona con aquello que considera sagrado. La falta
de un criterio único y estable para decir qué es lo bueno y lo malo, cuál es el límite entre lo
real y lo onírico, se expresa en el pensamiento que llamamos propiamente filosofía. Las
variantes de un mismo mito, por ejemplo, la guerra de Troya y el rapto de Helena, dan
cuenta de que no hay una autoridad que diga qué narración es válida y cuál no. Hay
tragedias que retoman toda la saga troyana, pero también tenemos una versión en Eurípides
donde Helena no llegó nunca a Troya, donde lo que se llevó Paris fue una especie de
holograma extraño, y Helena estaba muerta de risa en Egipto.
La primera definición de filosofía es la de un saber sin supuestos, o sea, sin verdades que no puedan
ser discutidas. Por eso, la verdad en la filosofía se entiende como una construcción, un ensamblaje
que los propios filósofos realizan.
En matemática, 2+2 va a ser siempre 4; esto no es así en filosofía. Por eso, su tarea es discutir,
analizar y cuestionar distintas verdades.
Ahora bien, para comenzar a pensar, discutir, y meditar, es necesario que nos pase algo; que suceda
un evento que nos movilice, nos haga detenernos, y nos impulse a ver las cosas de otra manera.
Tradicionalmente, se ha pensado que existen cuatro orígenes para el filosofar, es decir, cuatro
situaciones que disparan la reflexión filosófica según el filósofo existencialista Karl Jaspers:
1) La duda. Es una actitud que pone entre paréntesis lo que se nos da como obvio, y
repregunta sobre cosas que, normalmente, nos parecen que no necesitan ser interrogadas.
Por ejemplo: sólo cuando se empezó a dudar de que el sol giraba alrededor de la tierra,
las personas pudieron descubrir que en realidad siempre había sido al revés, ¡y que era la
tierra la que giraba alrededor del sol!
2) La situación límite. Es un momento que nos saca de la rutina, nos corta nuestra
cotidianeidad, nos saca de la comodidad. Es un momento que no se da muchas veces en
la vida, y nos moviliza interna y externamente. Por ejemplo, tener una situación cercana a
la muerte, o tener un hijo.
Los Presocráticos:
La filosofía griega surgió a partir de las primeras reflexiones de los presocráticos, centradas en la
naturaleza, y en el proceso conocido como el “Pasaje” del mithos al logos, es decir al pensar
racional y lógico. El objetivo de los filósofos presocráticos era encontrar el arché, o elemento
primero de todas las cosas, origen, sustrato y causa de la realidad o cosmos. La búsqueda de una
sustancia permanente frente al cambio, de la esencia frente a la apariencia, de lo universal frente a
lo particular será lo que sentaría las bases de las posteriores explicaciones filosóficas.
Los primeros filósofos de este período fueron monistas, en tantos buscaban un único principio o
fundamento material de la realidad.
Para Tales de Mileto, el llamado primer filósofo según Aristóteles, el agua era esta «materia
primordial», basado en el descubrimiento de fósiles de animales marinos tierra adentro2 y en que el
agua es fundamental para la nutrición y el crecimiento de cualquier ser vivo.
Anaximandro, por su parte, consideró que era lo ilimitado o indeterminado (ápeiron), a partir de lo
cual se van produciendo los opuestos de la naturaleza (en primer lugar lo frío y lo caliente),
mientras que para
Anaxímenes, la materia primordial era el aire, un principio neutral como el ápeiron pero sin carecer
de propiedades.
Por otra parte, Pitágoras, el matemático y místico, sostuvo la tesis de que «todas las cosas son
números», lo que significa que la esencia y estructura de todas las cosas puede ser determinada
encontrando las relaciones numéricas que expresan.
Pitágoras se inscribió además en la tradición órfica y sostuvo la novedosa idea de la inmortalidad
del alma y de la posibilidad de la transmigración del alma humana después de su muerte a otras
formas animales.
Heráclito: Dio cuenta del devenir sensible del universo y postuló la razón (Logos) como principio
regulador de este devenir, por cuanto unifica los opuestos. La realidad está en perpetuo cambio,
cada opuesto tiende hacia su contrario, en un proceso con orden y medida, según el Logos. Al modo
de sus predecesores, concibió al fuego «siempre vivo» como principio o fundamento del universo,
aunque entendiéndolo como una imagen del perpetuo devenir, más que como elemento material
constitutivo de todas las cosas.
Por el contrario, para Parménides: La realidad es una e inmutable. Existe el Ser, mientras que no
existe el no-Ser. Establecido esto, el cambio o devenir resulta imposible si no existe el no-Ser (cuya
imposibilidad es lógica). Sus argumentos a favor de esta tesis fueron retomados por Platón para
justificar su división de la realidad en dos ámbitos: el ámbito ilusorio del cambio y el ámbito real de
la permanencia. También Aristóteles rescatará de sus argumentos los tres principios fundamentales
de la lógica, el arte de los razonamientos. Parménides entendía la razón como la facultad humana de
pensar o razonar, medio para descubrir las propiedades esenciales del Ser (que es uno, inmutable,
indivisible, increado, imperecedero, homogéneo), a diferencia de Heráclito que la concebía como
orden del universo. Si este último se valía de los sentidos para afirmar cómo es la realidad, para
Parménides confiar en ellos nos conduce por la vía del engaño y del error, la vía de la opinión
(doxa). Lo que verdaderamente es (el Ser) y cómo es, sólo nos puede ser revelado por medio de la
razón.
Empédocles: Éste fundó la doctrina de los cuatro elementos, que perdurará en la filosofía de la
naturaleza hasta el siglo XVIII: agua, fuego, tierra y aire, a partir de los cuales los principios
movientes «amor» y «odio» componen todas las cosas.
Anaxágoras: Por su parte, sostuvo que todo está compuesto de diminutas partes (homeomerías),
ordenadas por una inteligencia (Nôus).
Los atomistas: Constituyeron la escuela pluralista más importante, con gran influencia en la física
post-aristotélica. Sus fundadores, Leucipo y Demócrito, y tal vez algunas ideas de Epicuro, ellos
concibieron la realidad compuesta de dos tipos de espacios: uno vacío y una lleno (la materia). Este
último está compuesto de átomos, que, como su nombre lo indica, son partículas indivisibles. Todas
las cosas visibles están compuestas de átomos unidos entre sí debido a sus distintas formas (esferas
o garfios). Pero estas uniones no se producen sino al chocar según movimientos azarosos en el
espacio vacío.
La filosofía como disciplina se instituye entonces en la antigua Grecia, hace más de 2500 años. En
principio las explicaciones –como ocurre en todas las culturas- venían dadas desde la religión y
también desde el arte y los mitos colectivos, que intentaban explicar y dar sentido a la vida y al
mundo. Luego se va organizando el saber más en relación al conocimiento, un conocimiento más
organizado y que se pudiera debatir, dónde fuera posible encontrar respuestas.
En la antigua Grecia distinguimos dos períodos: uno Cosmológico, que se preguntó por el orden
total del universo, y las cosas que hay en él, y un segundo período, el Antropológico, que se
preguntó por el ser humano y su vida en sociedad.
Los primero filósofos creían que entendiendo la composición de las cosas se entendía la existencia
toda, se hallaban respuestas a múltiples preguntas, y se conocían las esencias del ser humano, y su
propia naturaleza. Inventaron así el término Physis, que significa “naturaleza” y viene a referir al
orden total que rige todas las cosas. También se postularon componentes primordiales que formaban
a esa realidad, al universo y a las personas mismas. Estos principios de los que procederían las
cosas fueron denominados los “arché” de los que proceden los fenómenos de la realidad que
percibimos. Por cada filósofo importante, o más bien por cada escuela de filosofía importante en la
antigüedad se estableció un “arché” diferente. Para algunos el agua era el origen de todo, para otros
el fuego, o la tierra misma. Para Parménides, uno de estos filósofos, el origen de las todas las cosas
es la quietud, la permanencia, las cosas son y no pueden dejar de ser. Para Heráclito, al contrario, es
al revés: el origen de todas las cosas es el cambio, la transformación. Todo es movimiento, fluidez,
el “cambia, todo cambia”- “todo se transforma” y “nadie se baña dos veces en el mismo rio”. En
este sentido podemos considerar entonces una etapa de esta filosofía antigua donde el interés está
puesto principalmente en el origen y en el orden de las cosas, de la vida y del universo. Podemos
llamarla una etapa más Cosmológica en la filosofía. En esta etapa la Physis, la naturaleza, estaba en
concordancia y correspondencia con un orden cósmico general, que lo regía todo. Las explicaciones
trataban de dar cuenta en cómo se conformaba todo lo existente, todo lo que es, la totalidad de lo
real. Reglas que ordenan al mundo y a las ciudades y su funcionamiento. Incluso este orden regía,
abarcaba y respaldaba la estructura social, económica y cultural de la sociedad, en este caso las
sociedades estado de las polis griegas. Con lo cual –tenemos que decir también- mediante estas
explicaciones acerca del cosmos y lo real se buscaba justificar en ciertos modos de funcionamiento,
como la forma de gobierno, la esclavitud, la explotación, la diferencia y privilegios del hombre
frente a la mujer, entre otras. Por contraste veremos luego otro periodo que podemos llamar
Antropológico dónde las preguntas y las posibles verdades se articulan más en lo que refiere a las
características y esencias de los seres humanos, en sí mismos, como se desempeña el ser humano en
sociedad, cómo siente, cómo piensa, etc..
La escuela sofística primero, y en especial Sócrates después, centrará sus reflexiones en la ética y la
política, así como en la naturaleza del lenguaje, las normas, las leyes, la ética, y la sociedad. Su
interés se separa de la cosmología para centrarse en los asuntos humanos.
*Período ontológico-metodológico o Clásico Helenístico
Sócrates
(Atenas, 470 a.C. - id., 399 A.C.) Filósofo griego. Pese a que no dejó ninguna obra escrita y son
escasas las ideas que pueden atribuírsele con seguridad, Sócrates es una figura capital del
pensamiento antiguo, hasta el punto de ser llamados presocráticos los filósofos anteriores a él.
Rompiendo con las orientaciones predominantes anteriores, su reflexión se centró en el ser humano,
particularmente en la ética, y sus ideas pasaron a los dos grandes pilares sobre los que se asienta la
historia de la filosofía occidental: Platón, que fue discípulo directo suyo, y Aristóteles, que lo fue a
su vez de Platón.
"No puede enseñarse algo a quien ya cree saberlo. El primer paso para llegar a la sabiduría es
saber que no se sabe nada, o, dicho de otro modo, tomar conciencia de nuestro desconocimiento.
Una vez admitida la propia ignorancia, comenzaba la mayéutica propiamente dicha: por medio
del diálogo, con nuevas preguntas y razonamientos, Sócrates iba conduciendo a sus
interlocutores al descubrimiento (o alumbramiento) de una respuesta precisa a la cuestión
planteada, de modo tan sutil que la verdad parecía surgir de su mismo interior, como un
descubrimiento propio".
La parresia, el hablar franco [...] es una palabra libre, no sometida a reglas, liberada de los
procedimientos retóricos, en la medida en que debe de adaptarse a la ocasión y a la particularidad
del auditor. Es una palabra que, por parte de quien la pronuncia, significa compromiso y
constituye un cierto pacto entre el sujeto de enunciación y el sujeto de conducta. El sujeto que
habla se compromete, en el momento mismo en el que dice la verdad, a hacer lo que dice y a ser
sujeto de una conducta que une punto por punto el sujeto con la verdad que formula.
Sócrates –“ Mi arte de partear tiene las mismas características que el de ellas, pero se diferencia
en el hecho de que asiste a los hombres y no a las mujeres, y examina las almas de los que dan a
luz, pero no sus cuerpos. Ahora bien, lo más grande que hay en mi arte es la capacidad que tiene
de poner a prueba por todos los medios si lo que engendra el pensamiento del joven es algo
imaginario y falso o fecundo y verdadero. Eso es así porque tengo, igualmente, en común con las
parteras esta característica: que soy estéril en sabiduría. Muchos, en efecto, me reprochan que
siempre pregunto a otros y yo mismo nunca doy ninguna respuesta acerca de nada por mi falta de
sabiduría, y es, efectivamente, un justo reproche. La causa de ello es que el dios me obliga a asistir
a otros pero a mí me impide engendrar. Así es que no soy sabio en modo alguno, ni he logrado
ningún descubrimiento que hayasido engendrado por mi propia alma. Sin embargo, los que tienen
trato conmigo, aunque parecen algunos muy ignorantes al principio, en cuanto avanza nuestra
relación, todos hacen admirables progresos, si el dios se lo concede, como ellos mismos y
cualquier otra persona puede ver. Y es evidente que no aprenden nunca nada de mí, pues son ellos
mismos y por sí mismos los que descubren y engendran muchos bellos pensamientos. No obstante,
los responsables del parto somos el dios y yo. […] Ahora bien, los que tienen relación conmigo
experimentan lo mismo que les pasa a las que dan a luz, pues sufren los dolores del parto y se
llenan de perplejidades de día y de noche, con lo cual lo pasan mucho peor que ellas. Pero mi arte
puede suscitar este dolor o hacer que llegue a su fin. Esto es lo que ocurre por lo que respecta a
ellos”...
Para Platón el hombre está formado por dos elementos (cuerpo y alma). El cuerpo es una
entidad puramente sensible, ha sido formado por el Demiurgo que es un pequeño dios de origen
pitagórico. Según el pitagorismo, el Demiurgo creó el mundo sensible y le dio formas
geométricas. El Demiurgo creó el mundo con materia y por lo tanto lo hizo imperfecto,
cambiante, mudable,... En cambio la ψυχή (psyché, alma) no es material, sino una fuerza o un
principio vital gracias al cual los seres pueden moverse.
EL Dualismo antropológico
Las Ideas no son inmanentes en las cosas sensibles. Estas las imitan o participan de ellas. Las ideas
son una realidad "separada" del Mundo Sensible, por eso, el verdadero conocimiento no lo
obtenemos de la percepción de las cosas sensibles. De la percepción del Mundo Sensible sólo
podemos lograr opinión (dóxa) sobre las cosas que están en un permanente devenir (entre el Ser -
Idea, esencia- y la Nada). Ahora bien, no llegaremos a conocer las Ideas despreciando los sentidos
y dedicándonos a la pura contemplación (intuición) sino usándolos y descubriendo lo que nos
sugieren. Platón dice que la percepción del Mundo Sensible le hará recordar al alma (psique) lo
que ya sabía, las Ideas. Estas las ha contemplado en su estancia en el Mundo Inteligible. Pero, al
introducirse dentro de un cuerpo todo lo olvidó. El conocimiento sensible (dóxa) le sirve para
recordar. Un recuerdo "se produce a partir de cosas parecidas, o cosas diferentes". Y dado que las
cosas sensibles "imitan" las Ideas, el conocimiento sensible sirve para recordar y el recuerdo,
para reducir a la unidad de la Idea la multiplicidad de las sensaciones.
Aristóteles
La filosofía de Aristóteles
Como autor de un sistema filosófico y científico que se convertiría en base y vehículo del
cristianismo medieval y de la escolástica islámica y judaica, Aristóteles ha determinado, más que
cualquier otro filósofo, la orientación y los contenidos de la historia del pensamiento occidental.
Sus obras ejercerían una notable influencia sobre innumerables pensadores durante cerca de dos
mil años, y continúan siendo objeto de estudio por parte de múltiples especialistas en nuestros
días. La filosofía de Aristóteles constituye, junto a la de su maestro Platón, el legado más
importante del pensamiento de la Grecia antigua.
Pese a ser discípulo de Platón, Aristóteles se distanció de las posiciones idealistas para elaborar un
pensamiento de carácter naturalista y realista. Frente a la separación radical entre el mundo
sensible y el mundo inteligible planteada por las doctrinas platónicas, defendió la posibilidad de
aprehender la realidad a partir de la experiencia. Así pues, en contra de las tesis de su maestro,
consideró que las ideas o conceptos universales no deben separarse de las cosas, sino que están
inmersos en ellas como principios informantes de la materia.
*La metafísica Aristóteles rechaza la teoría platónica de las Ideas separadas de los entes de este
mundo. Lo verdaderamente existente no son los "reflejos" de las Ideas, sino los entes individuales,
captados por la inteligencia y en los que reside el aspecto universal. En todo ser se da
la sustancia (ousìa, esencia de cada ente individual subsistente en sí mismo) y
el accidente (cualidad que no existe en sí misma sino en la sustancia). La sustancia permanece más
allá de todos los cambios accidentales que experimente. Por ejemplo, el árbol sigue siendo un
árbol aunque pierda sus hojas en otoño; si el árbol muere, experimenta un cambio sustancial, y
deja de ser un árbol.
*El hilemorfismo
Las sustancias sensibles se hallan constituidas por dos principios: materia, que dice de qué está
hecha una cosa, y forma, disposición o estructura de la misma. Esta doctrina se denomina
hilemorfismo o teoría hilemórfica (de híle, materia, y morfé, forma). La materia es el substrato
general de toda sustancia corpórea, y de ella derivan las propiedades físicas comunes a todos los
cuerpos, pero, por si sola, ni siquiera es cognoscible: es imposible experimentar una materia no
determinada, no incardinada en una forma. La materia es un principio indeterminado que
adquiere su determinación gracias a la forma; la forma es el principio determinante que hace que
la materia sea lo que es. Ambos principios son inseparables.
*Potencia y acto
Existen, como ya se ha indicado, dos tipos de cambio: el cambio sustancial y el cambio accidental.
En el cambio sustancial, un ser se convierte en otro, lo que implica un doble proceso simultáneo
de corrupción del primero y de generación del segundo. En el cambio accidental, la sustancia
permanece; sólo se modifican las cualidades accidentales. Los cambios accidentales pueden ser de
tres tipos. En el cambio cuantitativo se altera la cantidad (el árbol que crece gana en altura, pero
sigue siendo un árbol). En el cambio cualitativo se modifica la cualidad (las lentejas se hacen
blandas tras una prolongada cocción). El cambio local es simplemente el cambio o movimiento de
un lugar a otro.
*Clases de causas Con las nociones de potencia y acto sabemos cómo suceden los cambios o
movimientos. Ahora bien, el paso de potencia a acto no ocurre espontáneamente; es precisa la
acción de un agente externo, de una causa. Para Aristóteles, las razones o causas del cambio son
cuatro: causa material, causa formal, causa eficiente y causa final (o teleológica). El propio filósofo
las ilustra con la realización de una escultura. La causa eficiente de la transformación del bloque de
mármol en estatua es la acción del escultor, que modela y cincela el mármol hasta completar una
representación de, por ejemplo, la diosa Afrodita.
*Ética y Política
La ética de Aristóteles tiene un fin que se resume en la búsqueda de la felicidad. Para algunos, la
felicidad consiste en los placeres; para otros, en las riquezas; pero el hombre sabio la busca en el
ejercicio de la actividad que le es propia al hombre, es decir, en la vida intelectiva. Ello no excluye
el goce moderado de los placeres sensibles y de los demás bienes, con tal de que no impida la
contemplación de la verdad.
Sobre esta base desarrolla Aristóteles el concepto de virtud. La virtud consiste en el justo medio;
así, la valentía es la virtud que se sitúa entre dos extremos igualmente viciosos, la cobardía
(carencia de valor) y la temeridad (exceso de valor que lleva a correr riesgos innecesarios). Lo que
quiere dar a entender es que el actuar del hombre debe estar regido por la prudencia o regla
recta. Hay dos modalidades de virtud: las dianoéticas (que se refieren al ejercicio de la
inteligencia) y las éticas (que se refieren a la sensibilidad y los afectos). Todas las virtudes son
hábitos que se adquieren por medio de la repetición. La virtud por excelencia es la justicia, la cual
consiste en el acatamiento de las leyes y en el respeto a los demás ciudadanos.
Para Aristóteles el hombre es un "animal político" por naturaleza; esta célebre expresión ha de
entenderse como "animal social", ya que "político" deriva de polis, la ciudad-estado griega, que es
la forma más avanzada de sociedad. Sólo los animales y los dioses pueden vivir aislados. La fuerza
natural hacia la reproducción y la conservación inclina a los hombres a vivir unidos, primero en la
familia, luego en la aldea (unión de varias familias) y finalmente en la ciudad-estado (ni muy pocos,
ni demasiados habitantes). El buen funcionamiento de una ciudad-estado no se asegura solamente
por aunar voluntades hacia un mismo fin; se requiere también de leyes sensatas y apropiadas que
respeten las diferencias y eduquen a los ciudadanos para la responsabilidad civil dentro de la
libertad (Aristóteles, en su mentalidad clasista griega, no concibe el derecho de ciudadanía ni para
las mujeres ni para los esclavos).
Aristóteles
La Academia – fresco de Rafael (Platón y Aristóteles)
Luego de largos siglos de dominio religioso incluso en esferas no religiosas como la ciencia y las
artes (lo que se conoce como el Medioevo), los pensadores comienzan a inquietarse por cuestiones
de conocimiento y método. Esto queda muy bien expresado en la obra que escribe Bertold Brecht,
Galileo Galilei, semejando cómo este astrónomo se enfrenta con un pensamiento que se hace viejo,
proponiendo todo un sistema que va a cambiar el esquema y la cosmovisión de aquella época:
Desde hace dos mil años, Andrea1, la Humanidad cree que el Sol y todos los astros del
Cielo giran alrededor de la Tierra. Pontífices y cardenales, príncipes y eruditos, militares y
comerciantes, alfareros y artesanos, todos creen estar parados inmóviles, sujetos a una
esfera de cristal. Pero ahora nosotros vamos a terminar con todo eso. Se acerca una nueva
era, amiguito, y a mí me gusta pensar que todo empezó con los barcos. Desde que el
hombre tiene memoria, los barcos se
arrastraron a lo largo de la costa. Pero
un día decidieron lanzarse mar adentro.
En nuestro viejo continente se empieza a
escuchar el rumor de que hay otros
continentes y el hombre descubre
alborozado que el inmenso océano tan
temido no es más que un modesto
estanque. Surge entonces el deseo de
investigar la causa de todas las cosas: por qué la piedra cae cuando la soltamos y por qué
se eleva cuando la arrojamos hacia arriba. Todos los días se descubre algo nuevo y si bien
ya se han explicado muchas cosas, lo que queda por explicar es muchísimo más todavía.
Por eso, una gran tarea les espera a las nuevas generaciones. Una vez, cuando era joven,
vi a dos albañiles que, luego de cambiar ideas tan sólo cinco minutos sustituyeron la
costumbre milenaria de mover los bloques de granito por una nueva y más razonable
manera de disponer las cuerdas y las poleas. En ese momento me di cuenta de que el
tiempo viejo había terminado y que estábamos ante una nueva época. Pronto la humanidad
entera sabrá exactamente dónde habita, en qué clase de cuerpo celeste le ha tocado vivir.
Al hombre ya no le alcanza con lo que dicen los viejos textos y donde la fe reinó mil años,
hoy reina la duda. “Sí, los libros dicen eso, pero ahora yo quiero mirar con mis propios
1
Andrea es en el diálogo referido un aprendiz de Galileo
ojos”, piensa. Hasta las verdades más respetadas son puestas en tela de juicio y ha
empezado a soplar un viento que levanta las doradas vestiduras de príncipes y prelados,
dejando al desnudo piernas más gordas o más flacas, pero exactamente iguales a las
nuestras. Yo te aseguro, Andrea, que antes de morirnos vamos a oír hablar de astronomía
hasta en los mercados. (Bertold Brecht, Galileo Galilei)
Este momento transitorio de duda radical de todo tiene su límite cuando Descartes
encuentra algo de lo que ya no puede dudar: mientras piensa, o es engañado, o lo que sea que le
ocurra, no puede dejar de ser. “Pienso, entonces existo” es a la certeza a la que llega Descartes y
que servirá de ese principio que buscaba para construir el edificio del conocimiento y la ciencia.
Una vez que Descartes descubre la certeza de que “el sujeto es” lo que no se puede dudar, tiene que
comprender qué es este sujeto, qué es lo que lo caracteriza, para luego hacer ciencia desde ahí.
El descubrimiento de Descartes asienta las bases de la filosofía moderna porque su certeza
es el sujeto como fundamento del conocimiento. Para conocer a la naturaleza y el mundo,
primero hay que pasar por el sujeto, y para sostener esto es necesario descubrir antes el sujeto,
que éste nos fuera dado como efecto de un proceso de pensamiento (que parte con la dudad de
todo). La puerta que abre Descartes es la posibilidad de que el sujeto se vuelva objeto de su
propio conocimiento. El sujeto puede acceder directamente a sí mismo, y lo que primero que
encuentra en él como capacidad principal es la razón humana (pues los sentidos ya fueron excluidos
como medio legítimo de conocimiento)
Después de la época del oscurantismo de la edad media comienza a resurgir lentamente el interés
por las temáticas referentes al ser humano, y a su quehacer en el mundo, vuelven nuevamente a
surgir, quizás con otra curiosidad nueva, las preguntas por el ser y por la naturaleza humana.
Varias disciplinas, artes y ciencias producen considerables desarrollos acerca de lo humano, en lo
que se conoce como el período del Renacimiento, donde interés comienza a girar en torno a la
humanidad y ya no exclusivamente en las cuestiones divinas como tenía lugar en la edad media.
Aquellas viejas preguntas y búsquedas de las verdades de la vida que tanto buscaban con énfasis
los antiguos, en especial como vimos los filósofos de Grecia, volvieron a emerger en esta nueva
época del renacer del ser humano como centro de interés. Varios hechos fueron marcando un
acontecer y un paso de época, una modernidad que fue llegando con nuevos desafíos e
interrogantes. Tanto es así que hasta podemos hablar de Revolución en el campo del saber, en la
ciencia, la filosofía, el arte en general, la organización social y económica de los pueblos, etc.
Surgieron nuevas formas de gobierno y organización de los países en estados. Comenzó a emerger
un nuevo sistema social y económico que transformó la vida el capitalismo. Acontecieron cambios
en relación a la industria, las ciudades, el espacio demográfico, las actividades de las personas, etc.
En suma en la época moderna salió a luz una ruptura con todo lo anterior, una revolución
científica-filosófica que hacía dudar de la fiabilidad y veracidad de los sentidos para obtener
respuestas y construir conocimiento del mundo. También además de ser descartados los sentidos,
fueron descartados las emociones y todo lo que tuviera que ver con ciertas clases de sensibilidades
humanas. Se decía que los sentidos fallaban, o no eran suficientes, o brindaban información errónea
e incompleta. Así por ejemplo, el telescopio mostraba que los sentidos eran insuficientes para
mostrar la realidad del universo amplio tal y como es, lo mismo se aplicó luego al microscopio que
reveló un nuevo y pequeño mundo. El uso de instrumentos tecnológicos y de herramientas más
complejas permitió cambios en el conocimiento y el dominio de los objetos de la realidad en todos
los niveles. El uso de las herramientas científicas, sumadas al uso de la razón garantizaba, o al
menos eso se sostenía en ese momento, conocer la realidad tal y como es. Hacer comparecer a la
naturaleza y al mundo frente a la inteligencia del hombre, que todo lo iba a poder aprender, conocer
y conquistar El proceder científico se empieza a basar en la experimentación y demostración, en la
lógica, en la razón, y por el uso de un método, el método científico. Lo que se pretende es
desentrañar las leyes de lo real que hasta entonces estaban ocultas. La racionalidad técnica todo lo
pretendía explicar y manejar. El ser humano mismo paso a ser un objeto mensurable, medible,
explicable.
Descartes fue un filósofo francés que nació en 1596. Desde pequeño le fue impuesta una erudita
educación, parte de ella facilitada por los jesuitas. Descartes es el filósofo conocido como el
“fundador de la modernidad”, puesto que estaba interesado en enmarcar a lo humano en un
principio firme e indubitable, el de la razón. Así como un edificio se levanta sobre sus cimientos, y
es sostenido por estos, también en las cuestiones de conocimiento humano se pudiese construir toda
la arquitectónica de la ciencia y la filosofía sobre pilares firmes y estables. En especial con ideas
racionales. Descartes inaugura un pensar racional, acorde a los tiempos históricos que ya
describimos. Lleva a cabo un proceso exhaustivo de reflexión y pensamiento cuyo punto de
partida para pensar es dudar. La duda es el principio del método. Todo ha de someterse a la duda,
hasta lo máximo, una radicalidad del dudar para producir luego conocimiento racional. Pero
primero había que dudar, hasta de la existencia misma. “He advertido hace ya algún tiempo que,
desde mi más temprana edad, había admitido como verdaderas muchas opiniones falsas, y que lo
edificado después sobre cimientos tan poco sólidos tenía que ser por fuerza muy dudoso e incierto;
de suerte que me era preciso emprender seriamente, una vez en la vida, la tarea de deshacerme de
todas las opiniones a las que hasta entonces había dado crédito, y empezar todo de nuevo desde
los fundamentos, si quería establecer algo firme y constante en las ciencias.” (Meditaciones
Metafísicas).
“Nada hay en el mundo; ni cielo, ni tierra, ni espíritus, ni cuerpos, ¿y no estoy asimismo
persuadido de que yo tampoco existo? Pues no: si yo estoy persuadido de algo, o meramente si
pienso algo, es porque yo soy. […] no cabe duda de que, si me engaña, es que yo soy; y, engáñeme
cuanto quiera, nunca podrá hacer que yo no sea nada, mientras yo esté pensando que soy algo.”
“esta seguridad en los datos sensibles inmediatos también puede ser puesta en duda, dado que ni
siquiera podemos distinguir con claridad la vigilia del sueño, (lo que nos ocurre cuando creemos
estar despiertos o cuando estamos dormidos). ¿Cuántas veces he soñado situaciones muy reales
que, al despertarme, he comprendido que eran un sueño? Esta incapacidad de distinguir el sueño
de la vigilia, por exagerado que me parezca, ha de conducirme no sólo a extender la duda a todo lo
sensible, sino también al ámbito de mis pensamientos, comprendiendo las operaciones más
intelectuales, que en absoluto parecen derivar de los sentidos. La indistinción entre el sueño y la
vigilia me lleva a ampliar la duda de lo sensible a lo inteligible, de modo que todos mis
conocimientos me parecen ahora muy inciertos”… (Meditaciones Metafísicas)
A pesar de toda esta incertidumbre Descartes se da cuenta de algo, que para ser engañado ha de
existir. Aun aunque seamos engañados y llenados por información falsa algo se mantendrá seguro
en el mar de incertezas, el hecho que se es y se existe, el pensar va a conducir a la existencia. Con
lo cual plantea la proposición, conocida como la máxima cartesiana: "Pienso, luego existo", "cogito,
ergo sum"… “Luego de haberlo pensado y haber examinado cuidadosamente todas las cosas, hay
que concluir, y tener por seguro, que esta proposición: pienso, existo, es necesariamente verdadera,
cada vez que la pronuncio o la concibo en mi espíritu". (Meditaciones Metafísicas) Mientras piensa,
o es engañado, o lo que sea que le ocurra, Descartes no puede dejar de ser. El gran Cogito
Cartesiano médula de la modernidad: “Pienso, luego existo” es la certeza que Descartes llega a lo
largo de su vida y servirá para construir el edificio de todo el conocimiento moderno, la ciencia y
la filosofía. Su vida se apagó en Suecia, en un día del crudo invierno de 1650, día en que cesaron
sus dudas y meditaciones.
El legado del racionalismo entonces es que para conocer a la naturaleza y el mundo, primero hay
que pasar por el sujeto que piense y exista. El Sujeto Racional como fuente de todo conocimiento.
El sujeto puede acceder incluso directamente a sí mismo, y lo que primero que encuentra en él
como fundamento es la capacidad principal que le da existencia, la razón humana.
Immanuel Kant (1724-1804) – El idealismo trascendental
Kant sostiene que el conocimiento se produce porque el sujeto pone a funcionar una
serie de facultades que vienen con él, con su estructura, y que permiten hacerse una
REPRESENTACIÓN de la realidad, es decir, del objeto
Kant dice que sólo lo que nos podemos representar es lo que podemos conocer, es
decir, sólo que lo el sujeto es capaz de ubicar dentro de una coordenada espacio-
temporal y bajo las categorías. Lo que escapa a esa capacidad del sujeto ya no puede
ser conocido. Por eso Kant distingue entre “cosa en sí” y fenómeno. La “cosa en sí”
es lo que no puede ser representado, como “Dios”, “la libertad”, etc. El fenómeno es
lo que ingresa a nuestra “maquinaria” de conocimiento, como la representación de
“puerta”, “vaso”, “cuerpo”, etc.
Algo muy importante es que Kant plantea que hay un “yo pienso” que acompaña
todas las representaciones que se hace el sujeto de la realidad (los fenómenos). Es
decir, la experiencia es diversa y múltiple, y así también son diversas las
representaciones de esa realidad. Pero hay algo que debe permanecer siempre “igual
a sí mismo”, y ese es el sujeto, el “yo pienso”: sus estructuras no cambian ante la
variedad de la experiencia sensible, sino que la organizan, la ordenan. Son como
una malla que ordena la variedad de la realidad.
A lo largo de la historia de la
filosofía occidental, se ha pensado al
sujeto como el fundamento de todo
conocimiento. Es decir, que al
menos desde el siglo XVI se tiende a
pensar que el conocimiento avanza
apoyándose en la estructura racional
de un sujeto que conoce, y que es
universal. Así, el gran edificio del
conocimiento humano se erigía en
base a los cimientos de un sujeto
omnipotente, cuya racionalidad se
desplegaba por sobre otras dimensiones del sujeto, como la sensibilidad, la afectividad e incluso lo
instintivo. La llamada época Moderna se caracteriza por pensar al sujeto como núcleo central
de todo conocimiento, en el que se asienta además la posibilidad de la verdad.
Pero podemos preguntarnos ¿puede ser el sujeto el fundamento de una verdad universal y
eterna, como la que se buscaba en la modernidad? ¿Es la estructura racional del sujeto algo
universal, que se encuentra de antemano dado para todos por igual? Dos autores muy importantes
del siglo XIX y XX responden críticamente a estas preguntas. Hablamos de Nietzsche y Foucault
respectivamente. Para ellos, es más viable pensar que el sujeto visto como fundamento de la verdad
es en realidad una constitución histórica, y que incluso la verdad a la que se lanza la búsqueda del
conocimiento es también una forma histórica que ha emergido como efecto de las estrategias del ser
humano para vivir en sociedad y para ponerse al resguardo de sus propias debilidades, como diría
Nietzsche, y como efecto de prácticas sociales de control de los sujetos en las sociedades
capitalistas, como pensaría Foucault.
En un texto de Nietzsche llamado “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral” (1873) nos
dice: “En algún punto perdido del universo, cuyo resplandor se extiende a innumerables sistemas
solares, hubo una vez un astro en el que unos animales inteligentes inventaron el conocimiento.
Fue aquél el instante más mentiroso y arrogante de la historia universal”. Foucault, asiduo lector
de Nietzsche, nos hace poner la atención en la palabra invención. En efecto, para Nietzsche el
conocimiento es algo inventado, que no viene dado de antemano. Y cuando ocupa la palabra
“invención” está evitando ocupar la palabra “origen”, porque justamente la primera se refiere al
carácter artificioso del conocimiento: en algún momento dado ocurrió algo que lo hizo aparecer. Por
el contrario, hablar del “origen” del conocimiento (hablar del ‘origen’ de cualquier cosa) sería
remitir a una fuente pura, atemporal y solemne de la que emerge el conocimiento. A eso se
dedicaron los filósofos por mucho tiempo, a buscar ese origen trascendental. Pero Nietzsche
arremete contra ellos, y habla de “invención”. Y aquí, según Foucault, Nietzsche está diciendo lo
siguiente: “el conocimiento no está en absoluto inscrito en la naturaleza humana. […] Dice
Nietzsche que el conocimiento está de hecho relacionado con los instintos, pero no puede estar
presente en ellos ni ser siquiera un instinto entre otros; el conocimiento es simplemente el
resultado del juego, el enfrentamiento, la confluencia, la lucha y el compromiso entre los instintos.
Es debido a que los instintos chocan entre sí, baten y llegan finalmente al término de sus batallas,
que hay un compromiso y algo se produce. Este algo es el conocimiento”. [“La verdad y sus formas
jurídicas”, Conferencia I, 1973]
La visión de que el conocimiento no es algo inherente a una estructura racional del sujeto, sino que
más bien es un efecto del enfrentamiento de los instintos entre sí, supone que en la base de la lucha
de estos instintos hay cierto temor y rechazo por lo distinto del objeto exterior al sujeto, del mundo
y su diversidad. Para Nietzsche estos mecanismos instintivos se resumen en tres: reír, deplorar
y detestar. Los tres tienen por finalidad mantener el objeto a distancia: “de protegerse de él por
la risa, desvalorizarlo por la deploración, alejarlo y finalmente destruirlo por el odio”. La base del
conocimiento sería esta oscura estrategia del sujeto por mantener a distancia al objeto y luego
dominarlo. O sea, la tesis que se juegan tanto Nietzsche como Foucault aquí es que el
conocimiento no es una relación de asimilación o adecuación del objeto, sino una relación de
dominación. Es un “sistema precario de poder”.
Desde Nietzsche y Foucault podemos concluir entonces que el conocimiento es un efecto, una
invención: es cada vez el resultado histórico y puntual de condiciones que no son del orden del
conocimiento. Y así, esta visión se extiende a la consideración de lo que sea la verdad. Ya no
correspondería la verdad a una adecuación con la realidad, o una piedra sagrada a la que el
conocimiento intenta llegar con sus estrategias.
La verdad es también histórica, contextuada, ficcional y narrativa, al igual que el sujeto y la
subjetividad discursiva que la fundamenta. La verdad, el discurso, las ideas hegemónicas y los
imaginarios sociales se hallan atravesados por el poder y la biopolítica.
Friedrich Nietzsche
Michel Foucault