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13- Afuerismos, el catálogo de las fronteras

Antes que nada, les pido disculpas por la demora en la presentación del escrito de esta
semana. Pero sucede que entre las actividades virtuales y presenciales que se van sumando,
más el agotamiento (sé que entenderán), se hace cada vez más difícil y hasta materialmente
imposible cumplir con todo y estar en todos lados a la vez.

Como saben, esta semana, estaremos abocados a la mesa especial para los alumnos de última
materia. Sin embargo, me gustaría aclararles que no son los horarios de consulta, ni el tiempo
que disponemos para los exámenes, sino las interminables reuniones y coordinaciones, más las
horas destinadas a aprender a manejar recursos y herramientas que nos son extrañas, lo que
termina ocupándonos los días que preferiríamos dedicar a escribir para ustedes.

De igual modo, como ya les he dicho en otras oportunidades, no considero que estemos
atrasados. Y quizás esta sea una buena oportunidad para darnos un respiro. Así que he
decidido, para que ustedes puedan avanzar en lo que van leyendo y hacer las preguntas que
crean necesarias, que la próxima semana hagamos un alto en la continuidad de las clases. Es
decir, en la semana del 24, decidí no presentar un nuevo escrito.

Vamos a aprovechar, entonces, para ponernos al día con las preguntas de ustedes. Que son
demasiado interesantes como para darles una respuesta de compromiso.

Por eso, la semana próxima me dedicaré a contestar sus preguntas (las que ya están, más las
que deseen agregar). Desacelerando un poco la continuidad de nuestra marcha.

Luego si, la semana siguiente, retomaremos para continuar con las dos clases que siguen, las
últimas de la tercera parte del seminario. Donde se expresan las principales conclusiones sobre
la erótica analítica. Y que merecen ser destacadas, abordándolas con más energías de las que
encuentro hoy en día.

Obviamente, sé que entenderán, porque les supongo también un cansancio semejante. Y, por
eso, así como este año se han modificado las condiciones de regularidad, porque no puede
exigirse a los y las estudiantes más allá de las posibilidades y limitaciones que la situación
concreta les impone. Del mismo modo, tampoco puede desconocerse un grado de excepciones
similares para los y las docentes. Salvo que creamos que ambos viven en dos mundos distintos.

Por lo tanto, en la convicción de que viajamos todes en el mismo barco, tomémonos un


descanso. Y mientras tanto ustedes pueden aprovechar el tiempo para explorar mejor esta
playa a la que arribamos hoy, o alguna de las anteriores. Después, el primero de septiembre,
volveremos a levantar anclas para seguir hasta nuestro próximo destino: La mujer, más
verdadera y más real. De forma tal, que para la llegada de la primavera, ya habremos dejado
atrás Un asunto de macho. Y, tal vez, podamos entonces ver con otros ojos a qué se refiere en
última instancia el problema del deseo, entendido desde la perspectiva del eros del analista.
XIII. Aforismos sobre el amor

La sesión del 13 de marzo comienza con una nueva queja de Lacan. Esta vez debida a la
decepción producida por la ausencia del auxilio solicitado para saldar un problema que él
llama de traducción. Todos los términos que pueden convocarse para designar nuestros
sentimientos o emociones –como el temor, el miedo, la angustia o el terror-, evidentemente,
más que cualquier otros, nos plantean problemas imposibles de resolver. “Es un poco, se me
ocurre ahora, como los colores, cuya connotación no coincide entre una lengua y otra.”

La comparación, en definitiva, no resulta del todo extravagante. Ya que ambos remiten al


registro imaginario, en el que se expresa para el sujeto lo que el significante introduce en lo
real, sin poder de ningún modo agotarlo. Sobre todo en términos de sentido y significación.

De modo tal, que partiendo de estas diferencias, de lo que puede surgir en la simbolización
como un real inasimilable al sentido, nos introducimos a lo que podría ser el objeto de la
angustia. Por eso, oportunamente, el ejemplo de Chéjov le sirve a Lacan para cuestionar lo que
podríamos creer de lo establecido del objeto en el miedo.

Es decir, ahí tampoco podríamos acercarnos tan fácilmente a lo que este sentimiento podría
representar. No es del objeto de lo que se tiene miedo, sino de algo que ubica a ese objeto
como un peligro para el sistema de las representaciones del sujeto. “Pero es evidente que eso
no agota la cuestión de lo que son los miedos, o pavores, designados en los ejemplos de
Chejov.” Ni tampoco su distinción respecto de la angustia, para la que faltaría que el sujeto se
sintiera implicado más directamente. Aquello que es nombrado por Freud como peligro
interno. Ese del que el sujeto no podría escapar, por supuesto.

Pienso que no sería una obviedad, en este momento, tener presente que para escapar es
necesario, mínimamente, que la distinción entre adentro y afuera esté establecida de alguna
manera. Por ejemplo, cuando se trata de escapar de alguien que nos resulta pesado.

Está muy claro que si uno dice: Yo creo que él no viene. Es porque lo que se teme es que venga.
Y, por lo tanto, bajo este modo de la negación que se denomina expletivo, donde no hay
concordancia con aquello que pareciera expresarse, porque no aporta un valor negativo real;
en dicha expresión, encontramos la forma más simple de ubicar al sujeto de la enunciación.
“Por mi parte –dice Lacan-, no encuentro aquí nada menos que la huella significante de lo que
llamo el sujeto de la enunciación, distinto del enunciado.”

Y, por eso mismo, no estamos aún en la angustia. Porque todavía nos queda esa posibilidad de
huida que aporta el engaño. Aunque, finalmente, dicho engaño no engaña a nadie. Pero la
división del sujeto aún se conserva.

Entonces, “Y ahora –se pregunta Lacan-, ¿cómo voy a entrar en materia?” Fíjense el gesto que
hace, es del todo sugerente. Va a entrar en materia partiendo de una pregunta que le hizo un
analizante, interrogándolo acerca de su propio deseo.

El paciente le pregunta, y se pregunta, -evidentemente, él también asiste al seminario-: “¿Qué


puede llevarlo a usted a tomarse todas estas molestias para contarles eso?”
“Me dije que no era un camino equivocado, para introducir el deseo del analista, recordar que
está la cuestión del deseo del enseñante.”

No es un camino equivocado, porque nos recuerda que ese deseo, justamente, es algo que lo
implica a Lacan, muy particularmente. Lo implica en su posición de analista, e incluso le causa
todo tipo de molestias que podría haber evitado. “No estaría aquí enseñando si no se hubiera
producido la escisión de 1953.”

En otras palabras, el deseo, en sí mismo, ya supone algo del orden de la escisión. En este caso,
no de las asociaciones psicoanalíticas, aunque puede ser que las provoque, sino entre lo que se
dice y lo que se cree saber.

Esta hiancia, cuando se produce, es manifiesta. Es lo que le pasó a Lacan. Él terminó cayendo
en ese hueco de la enunciación, al percatarse de que lo que Freud decía no tenía finalmente
nada que ver con lo que se creía saber sobre él.

Entonces, cuando esto se produce, “es señal de que hay una enseñanza.” “Allí donde el
problema no se plantea, es que hay un profesor.”

Esto es también, por supuesto, lo que intentamos sostener con Lacan. Que en nuestra facultad
haya enseñanza y no solamente profesores que “den” psicoanálisis.

Por esto es que Lacan prefería que las cosas que él decía no se redujeran rápidamente a un
saber. Porque eso sería el fin de su enseñanza.

Hoy en día vemos muchos intentos en esa dirección. Y por eso parece que nosotros vamos a
contramano. Sin embargo, intentamos ser lo más fieles posible, no a Lacan, sino a la
posibilidad que él abrió con su enseñanza, conservando la dimensión del decir.

Entonces, retomando, el profesor se define de este modo como alguien que enseña sobre las
enseñanzas: “se trata –dice Lacan- de algo análogo al Collage.”

Sin embargo, “Si hicieran su collage preocupándose menos de que todo encajara, de un modo
menos temperado, tendrían alguna oportunidad de alcanzar el mismo resultado al que apunta
el collage, o sea, evocar la falta que constituye todo el valor de la propia obra figurativa, por
supuesto cuando es una obra lograda. Y por esta vía llegarían a alcanzar, pues, el efecto propio
de lo que es precisamente una enseñanza.”

De esta forma, luego de su introducción, en un repentino ataque de amabilidad, Lacan se


convertirá por un instante en profesor de su propia enseñanza. Bajo el pretexto de que hay
entre la asistencia algunos que sólo concurren intermitentemente.

Por mi parte, creo que en realidad lo hace para poder situarse mejor, él mismo, dentro de su
recorrido y su propósito. Una oportunidad para alcanzar lo que él llama el valor de la obra
figurativa. Es decir, en el collage de sus propios dichos intentará evocar, de nueva forma, la
función de la falta, motor de su enseñanza.

No es un mal método, Freud se lo recomendaba siempre a los analistas. Cuando el material


aportado por un paciente, tras el relato de un sueño y sus asociaciones, aún continuaba siendo
demasiado oscuro para el análisis, no pudiendo encontrar la pista sobre el deseo inconsciente,
lo mejor sería pedir al analizante que lo relate nuevamente. Y, entonces, en las diferencias del
relato, sometido nuevamente a la censura, encontraríamos las señales para orientarnos en lo
que estábamos buscando.

Del mismo modo, Lacan retomará paso por paso todo lo dicho en la sesión anterior, para
recuperar el empuje de lo que no deja de seguir faltando en su enunciación.

Tenemos entonces, en primer lugar, la distinción entre el miedo y la angustia. Donde se


intentó invertir la oposición admitida por todo el mundo. Sin implicar, de todos modos, una
transición entre ambos.

Luego, en segundo lugar, la referencia freudiana de que la angustia es, sin dudas, vor etwas
(angustia ante algo). Aunque no para reducirla a ser otra forma del miedo, “puesto que
subrayamos ya la distinción esencial de la proveniencia de aquello que provoca la angustia y el
miedo.” Es decir, el miedo no podría aislarse de ningún modo por una acentuación de lo que se
pone por delante.

Y, por último, -en tercer lugar- la distinción radical que debería buscarse: “En la angustia, por
el contrario, el sujeto se ve oprimido, concernido, interesado, en lo más íntimo de sí mismo.” A
diferencia de lo que ocurre en el miedo.

Por lo tanto, “es ciertamente por el lado de lo real –en una primera aproximación- donde
debemos buscar en la angustia aquello que no engaña.”

Sin embargo, por supuesto, “Esto no significa que lo real agote la noción de aquello a lo que
apunta la angustia.” Porque, en definitiva, necesitamos ser más precisos en el manejo de la
noción de real. Para que no se convierta en una suerte de contraseña entre los lacanianos.

¿A qué apunta la angustia en lo real? ¿En relación a qué se presenta como señal?

“Es lo que traté de mostrarles –dirá Lacan- mediante el cuadro, si puedo expresarme así, de la
división significante del sujeto. Esta les presenta la x de un sujeto primitivo que se dirige a su
advenimiento como sujeto, de acuerdo con la figura de una división del sujeto S respecto a la A
del Otro, ya que como el sujeto tiene que realizarse es por la vía del Otro.”

Hasta aquí, entonces, pareciera ser un mero repaso del profesor Lacan, dando una clase de
lacanismo. Pero es tiempo de retomar lo que pudiera implicar de insuficiente este discurso.

Debemos recordar, por lo tanto, que en una primera posición este sujeto ha quedado
indeterminado en cuanto a su denominación. Aunque, de todos modos, –según Lacan- la
continuidad de su discurso nos permite reconocer cómo podría ser nombrado “en este plano
mítico, previo a todo juego de la operación.” Es –nos dice- “el sujeto del goce.” En la medida
que esta expresión tenga algún sentido. Porque, precisamente, “no podemos de ningún modo
aislarlo como sujeto, salvo míticamente.”
Entonces, ¿se capta lo que esto implica? El goce supuesto en el Otro no podría pensarse más
que en un orden estrictamente mítico. Al modo de un paraíso imaginario de total plenitud. Del
cual el sujeto habría caído por el pecado introducido con la pregunta por el deseo.

A S Goce
a Ⱥ Angustia
$ Deseo

La angustia entre el goce y el deseo

Por lo tanto, los tres pisos del esquema, respectivamente, se corresponden a los tres tiempos
de la operación. Pero para poder avanzar en su distinción, será necesario mostrar la función
“no mediadora sino media, de la angustia entre el goce y el deseo.”

¿Se entiende de dónde surge la señal de angustia? “¿Cómo podríamos seguir comentando este
momento importante de nuestra exposición, salvo diciéndoles lo siguiente, que les pido tomen
dando su pleno sentido a los diversos términos –que el goce no conocerá al Otro, sino por
intermedio de este resto, a?”

Por eso es que el sujeto tachado aparece recién en el piso inferior, adviniendo al final de la
operación, “sujeto en tanto que está implicado en el fantasma, donde es uno de los términos
que constituyen el soporte del deseo.”

Debido a ello, en el fantasma “sería la relación de a con S lo que estaría implicado en $.”
“Porque a es irreductible, es un resto, y no hay ninguna forma de operar con él.” Y la
polivalencia del losange, precisamente, en la función que cumple en el fantasma, por su
carácter compuesto, nos muestra que cualquier tipo de proporción que quisiera establecerse
entre los términos quedaría absolutamente excluida. ¿Es mayor? ¿Es menor? ¿Es una
conjunción? ¿Una disyunción?

De este modo, el losange, en su función polivalente, puede representar cualquiera de estas


posibilidades; justamente en la medida en que ninguna de ellas dará cuenta exhaustivamente
de qué representa el $ respeto de la relación de .

¿Y qué significa todo esto? Significa que el “a adopta la metáfora del sujeto del goce.” Pero eso
sólo sería posible si “a fuera asimilable a un significante.” Y bien, precisamente, se trata de
aquello que resiste a toda asimilación de la función significante; y por ello “simboliza lo que en
la esfera del significante, se presenta siempre como perdido, como lo que se pierde con la
significantización.”

“Pero precisamente este desecho, esta caída, esto que resiste a la significantización, es lo que
acaba constituyendo el fundamento en cuanto tal del sujeto deseante [entiéndase bien] –no ya
del sujeto del goce, sino el sujeto en tanto que se encuentra en la vía de su búsqueda.” Y,
justamente, “en la medida en que quiere hacer entrar dicho goce en el lugar del Otro como
lugar del significante el sujeto se precipita, se anticipa como deseante.”
Y, por esta razón, si hay precipitación, anticipación, no es en el sentido de que el sujeto iría
más rápido que sus propias etapas. “Sino en el sentido en que aborda, más acá de su
realización, la hiancia entre el goce y el deseo. Es ahí donde se sitúa la angustia.”

Debido a ello, la angustia es término medio (no mediador) entre goce y deseo “en la medida en
que es una vez franqueada la angustia, fundado en el tiempo de la angustia, como el deseo se
constituye.”

En otros términos, sólo podemos hablar de sujeto deseante en la medida en que a (metáfora
del sujeto del goce), cae y se constituye como radicalmente perdido. “Tanto es así, que el
tiempo de la angustia no está ausente en la constitución del deseo, aunque esté elidido,
aunque no sea perceptible en lo concreto.”

Entonces, podemos preguntarnos ahora, bajo esta perspectiva: “a qué responde el complejo de
castración.”

Aquí nos encontramos -volviendo a su rol docente- con aquello que Lacan articula como la
continuación de su sesión anterior: nos encontramos con “el valor que adquiere el falo en
estado abatido.” Este “elemento sincrónico”, para decirlo claramente, “Está ahí para
recordarnos que, esencialmente, el objeto cae del sujeto en su relación con el deseo.” Y esa es
la dimensión que conviene acentuar, que el objeto está en esa caída. Porque es a partir de este
paso decisivo que podremos entender “Bajo qué forma se encarna el objeto a del fantasma,
soporte del deseo.”

“Esos objetos se presentan ahí bajo una forma positiva.” En la forma de esos ojos y esos senos
que Lacan traía como ejemplo la semana anterior (en las bandejas exhibidas por Santa Ágata y
Santa Lucía, o tirados por el suelo en el que Edipo camina).

Esos objetos, justamente, “aparecen con un signo distinto” del que se pone en juego a
propósito del falo, “especificado por el hecho de que en cierto nivel del orden animal, el goce
coincide con la detumescencia, sin que haya ahí nada necesario, ni ligado a la Wesenheit del
organismo en el sentido goldsteiniano.”

En definitiva, “Si el falo se presenta en su función de a con el signo menos, es porque funciona
en la copulación humana, no sólo como instrumento del deseo, sino también como su
negativo.”

Y, por eso mismo, mientras más se prioriza la dimensión instrumental del a, por el lugar que
ocupa en el fantasma, a nivel de una equivalencia con el deseo del Otro, al mismo tiempo, más
se ignora también su funcionamiento en tanto que puramente negativo, como resto, como
caída, como residuo del goce perdido. Y, además, más difícil aún se hace diferenciar “la
angustia de castración respecto de lo que se mantiene en el sujeto al final de un análisis, y que
Freud designa como amenaza de castración.”

“Este es un punto que se puede superar. No es en absoluto necesario que el sujeto permanezca
suspendido, cuando es macho, de la amenaza de castración, y cuando es del otro sexo, del
Penisneid. Para saber cómo podríamos franquear este punto límite, es preciso saber por qué el
análisis, llevado en una determinada dirección, conduce a ese callejón sin salida por el que lo
negativo que marca al funcionamiento fisiológico de la copulación en el ser humano resulta
promovido en el sujeto bajo la forma de una falta irreductible.”

En síntesis, “En el corazón, afirmo yo, de la experiencia del deseo, se encuentra lo que queda
cuando el deseo es, digamos, satisfecho, lo que queda al final del deseo, final que es siempre un
falso final, final que es siempre el resultado de una equivocación.”

Entonces, luego de dar este paso necesario e imprescindible, para avanzar sobre lo que
podemos esperar del franqueamiento de la angustia y del encuentro con la castración
necesaria (la caída del objeto imaginario en el que se sostiene cierta promesa de goce); Lacan
continuará, por un instante más, en la confección de su collage, haciendo el repaso de su
seminario anterior.

“Luego aporté –continúa- la articulación de dos puntos relativos al sadismo y al masoquismo,


cuyos puntos esenciales resumí.” Pero que constituyen, nos dice, un “capital que debemos
conservar.” Porque, precisamente, es lo que nos permitirá dar su pleno sentido “a todo
aquello, más elaborado, que se ha dicho a este respecto en el estado actual de las cosas.”

El masoquista, creen, apuntaría al goce del Otro. Sin embargo, lo que no ven en la meta del
masoquista, es que en realidad “se dirige a la angustia del Otro.” Y, entonces, “Esto es lo que
permitirá [si lo tenemos en cuenta] desbaratar la maniobra.” Y, por eso, es esencial que uno
no esté tan implicado directamente en ese objeto que el masoquista nos ofrece. Porque allí
nos encontramos con lo que sucede del otro lado. “Del lado sádico, observación análoga. Lo
patente es que el sádico busca la angustia del Otro. Lo que aquí se enmascara de este modo es
el goce del Otro.”

En otros términos, “Lo que en cada uno de ellos está en segundo nivel, velado, oculto, aparece
en el otro como meta. Hay ocultación de la angustia en el primer caso, del objeto en el otro.”

¿Se entiende entonces la importancia que esto puede tener para nosotros? La maniobra
masoquista en la transferencia sólo conseguiría su objetivo en la medida en que su
identificación al objeto hiciera surgir en mí la dimensión de ese objeto desconocido para mí
mismo (mi propio lugar en el a del deseo, como objeto del fantasma en tanto que sería la
imagen equivalente de la falta en el Otro). De modo que al suscitar su deseo, me vería
amenazado de ofrecerme para colmar su goce. Apareciendo la angustia en el lugar del
cortocircuito del sistema.

En esto, también, es que podemos confirmar por qué Lacan ha dicho anteriormente que
identificarse al objeto del deseo es siempre una posición masoquista. ¿Se entiende? Es un
problema. ¿Cómo suscitar en el Otro la dimensión del deseo sin quedar identificado al objeto
que lo causa? ¿Ven cuál es el problema para lo que sucede en el amor y en la transferencia?

Evidentemente, de ello resulta que no podemos verlos como “una pareja reversible.” “Se trata
de una función de cuatro términos, una función cuadrática.” Donde –por ejemplo- “tras la
búsqueda de la angustia del otro” ($), lo que se persigue es hacer surgir en A el fragmento
faltante (a), como correlato del goce (S).

En este sentido, el mérito del masoquista no es ser la inversión del sadismo, sino el hecho de
hacer intervenir el Ⱥ en lugar del sujeto dividido que aparece en el fantasma.

Razón por la cual, en no pocas ocasiones, se presta a confundirse con la posición femenina y/o
del/la analista.

En las dos siguientes sesiones del seminario, Lacan nos mostrará cómo es que lo entiende.

Mientras tanto, para terminar, vuelve sobre lo que pudo acentuar de cierta conjunción del
objeto con la anatomía, “a propósito de la cual Freud se equivoca cuando dice sin otra precisión
que es el destino.” Resaltando la caducidad de este objeto, por su lugar en la causa del deseo, y
por la imposibilidad de que el sujeto se sostenga allí.

“La limitación a la que está sometido en el hombre el destino de su deseo se origina en la


conjunción de cierta anatomía, la que traté de caracterizarles la última vez mediante la
existencia de lo que llamé las caducas, que sólo existen en el nivel mamífero de los organismos,
con lo que es efectivamente el destino, a saber, la Ananké por la que el goce debe confrontarse
con el significante. El deseo está condenado a reencontrar el objeto en una cierta función que
se localiza y precipita en las caducas y todo lo que puede servir como esas caducas.”

En conclusión, “Este término nos servirá para explorar mejor los momentos de corte en que
puede esperarse la angustia, confirmar que es ahí donde emerge y dar un catálogo exhaustivo
de esas fronteras.”

Y debido a ello, veremos que existe entre el orgasmo y la angustia una conexión mucho menos
accidental de lo que se cree. Por su relación al objeto caduco, en su función de a para el sujeto.
“En la medida en que tanto el primero como la segunda pueden ser definidos en base a una
situación ejemplar, la de la espera del Otro.”

Terminando este repaso, y evocada la falta que nos queda por definir (la del objeto en su
estatuto caído, caduco), finalmente, la sesión del 13 de marzo va a concluir con un cierre que
podría parecerles extraño. Aunque, pensándolo bien, cómo podría haber terminado de otra
manera.

En definitiva, tratándose de esclarecer la función del objeto en tanto que caduco, por su lugar
en la angustia y el orgasmo, ¿no nos llama la atención lo que podría esperarse de dicho
estatuto por el lado de lo femenino?

“A propósito de la contratransferencia, les hice la observación de hasta qué punto las mujeres
parecen moverse en ella con más comodidad.”
“Se trata, evidentemente, de abordar en este punto algo del orden de la relación del deseo con
el goce. Si nos remitimos a los trabajos [de las mujeres analistas], parece que la mujer
comprende muy, muy bien qué es el deseo del analista.”

“¿cómo es eso?” –Se pregunta Lacan-. Ustedes saben que él decía que nunca se hacía una
pregunta si no tenía la respuesta. Evidentemente, la relación de la mujer con la caducidad del
objeto que hace las veces de falo, no es la misma que para el hombre. ¿No es esto una ventaja
sensible para moverse mejor en el terreno del deseo? Una ventaja que por otra parte no
sabríamos muy bien dónde situar. Porque, de todos modos, no es tan fácilmente reconocible.

Sin embargo, la relación de la mujer con el instrumento del deseo, el -φ, no es un nudo
necesario. Por lo menos, no en la misma medida en que lo es para el hombre. En eso, su
relación con la falta del Otro, es mucho más directa y más real. Sin que eso implique, por
supuesto, y más adelante veremos por qué, ninguna posición masoquista.

“Para captarlo –dirá Lacan-, tenemos que retomar las cosas en el punto en que las dejé en este
cuadro, diciéndoles que la angustia hace de médium entre el deseo y el goce.”

Sin embargo, al referirnos a “un tema tan delicado como el de las relaciones entre el hombre y
la mujer,” hablar de “la permanencia de un malentendido obligado,” podría resultar confuso.
En la seguridad de que “este malentendido es estructural,” no por ello habría que pensar que
hablar de malentendido equivaldría a decir “fracaso necesario.”

“Si lo real siempre se da por supuesto, no se ve por qué motivo el goce más eficaz no podría
alcanzarse por las propias vías del malentendido.”

Ahora bien, ¿cuál sería ese goce más eficaz que podría alcanzarse por las propias vías del
malentendido? Evidentemente, no es tan fácil decirlo. Por lo tanto, en este momento tan
delicado y problemático, Lacan va a optar por una vía aforística. Dejando que cada cual se sitúe
de acuerdo a su experiencia. Sin necesidad de tener que partir de un orden preconcebido.

Entonces, en primer lugar, comienza con este aforismo: “Sólo el amor permite al goce
condescender al deseo.”

Es claro que si nos quedamos ahí, como en cualquier discurso que se interrumpe
abruptamente, adquiere un carácter totalmente extravagante y por demás de enigmático.
Pero luego siguen otros aforismos, que se deducen más directamente del esquema de la
división que él propone, y forman un circuito dialéctico, que sólo al final podrá ser
comprendido.

Segundo aforismo, “El a, en cuanto tal, y ninguna otra cosa, es el acceso, no al goce, sino al
Otro. Es todo lo que queda de él a partir del momento en que el sujeto quiere hacer su entrada
en ese Otro.”

“Así pues, desear al Otro, A mayúscula, nunca es más que desear a.” Es decir que “cuando S
vuelve a salir de este acceso al Otro, éste es el inconsciente, o sea, el Otro tachado”, y sólo le
queda hacer de este A algo cuya función estará en relación con la caída en que él mismo se
encuentra respecto de a.
Y esta aclaración es muy importante. Porque el A aparece, él mismo, en situación de caída
respecto del a. En otras palabras, es un resto de A lo que viene a alojarse y representarse
como caído en el objeto de nuestro deseo. Y allí se ubica nuestra dimensión inconsciente más
radical.

Por otra parte, por esta razón es que podemos considerar al amor como una sublimación del
deseo. Y por ello mismo no podemos valernos del amor como primero ni último término. El
amor es un hecho cultural. Y debemos situar de otro modo aquello que podemos decir sobre la
conjunción del hombre y la mujer.

Entonces, prosiguiendo en la vía aforística: “Proponerme como deseante, eron, es proponerme


como falta de a, y por esta vía abro la puerta al goce de mi ser.”

El carácter aporético de esta posición, nos muestra que aún hay, por supuesto, algunos pasos
más que tendremos que dar.

Más allá de la fatuidad de esta posición, demuestra que algo anda errado en el asunto. “Si es
en el lugar del eron, donde estoy y donde abro la puerta al goce de mi ser, está claro que la
declinación más al alcance de esta empresa es que yo sea apreciado como erómenos, amable.”

“Toda exigencia de a en la vía de esa empresa del encuentro con la mujer –ya que he adoptado
la perspectiva androcéntrica- no puede sino desencadenar la angustia del Otro, precisamente
porque no hago de él más que a, porque mi deseo lo aíza, por así decir. Es ciertamente por eso
por lo que el amor-sublimación permite al goce condescender al deseo.” Y aquí el circuito de los
aforismos se muerde la cola.

Esto tiene, sin duda, un cierto aire de prédica. Y a Lacan no se le escapa. Cuando se avanza en
esta vía “no se deja de correr tal riesgo.” Pero va a pedirnos que nos tomemos aunque sea un
momento antes de reírnos.

“Esta misma vía (…), podemos tomarla en la dirección contraria, y entonces veremos surgir
algo que quizás les parezca de un tono menos conquistador.”

“En la vía que condesciende a mí deseo, lo que el otro quiere, lo que quiere aunque no sepa en
absoluto que lo quiere, es sin embargo necesariamente mi angustia.”

Es decir, si bien -por un lado- decimos que el deseo del hombre confronta a la mujer con lo que
ella es en tanto que a (causa de dicho deseo); esto sólo es posible -por otro lado- en la medida
en que dicha posición de a, a su vez, confronta al hombre con lo que falta de A en dicho objeto
(Ⱥ). -Nivel de la angustia-.

Obviamente, no podemos saber en un comienzo cómo se definen los partenaires. Es decir, no


podremos saberlo con certeza. “El orden de las cosas en el que nos desplazamos siempre
implica que vayamos tomando las cosas por el camino y a veces, incluso, a la llegada, porque
no podemos tomarlas en el punto de partida.”

Lo cual quiere decir que al momento del acto nadie puede estar seguro de cuál es su posición.
Porque la misma dependerá de lo que quede como resto de nuestra relación con la angustia,
en el momento culminante del encuentro con el otro, por lo que puede tener de enigmático…
¿Su goce? ¿Su deseo? ¿Cómo podríamos saber qué es lo que pretende?

“Sea como sea, si la mujer suscita mi angustia, es en la medida en que quiere mí goce, o sea
gozar de mí. Esto, por la muy simple razón, inscripta desde hace tiempo en nuestra teoría, de
que no hay deseo realizable que no implique castración. En la medida en que se trata de goce,
o sea, que ella va por mi ser, la mujer sólo puede alcanzarlo castrándome.” Es decir, llevando
las cosas hasta el punto que mencionamos recién (Ⱥ). -Nivel de la angustia-

“En relación con lo que constituye la clave de la función del objeto del deseo, lo que salta a la
vista es que a la mujer no le falta nada.” “sería un error considerar que el Penisneid es un
último término.” “En este punto ella no tiene nada que desear.”

Sin embargo, “El hecho de no tener nada que desear en el camino del goce no soluciona en
absoluto para ellas la cuestión del deseo, precisamente en la medida en que la función del a
desempeña en ellas todo su papel, tanto como en nosotros.” “Pero en fin, interesarse en el
objeto como objeto de nuestro deseo les plantea muchas menos complicaciones.”

Y así quedarán planteadas las cosas, por esta sesión, hasta retomarlas la próxima vez.
Ubicando esta ventaja de la posición femenina entre las claves del manejo del deseo por parte
del analista en la transferencia.

“Para aportarles algunas de sus premisas, les diré que, si puede darse un título a lo que
enunciaré la próxima vez, sería algo así como -De las relaciones de la mujer, como
psicoanalista, con la posición de Don Juan.”

¿Acaso Don Juan no es aquel que se interesa por el objeto como objeto del deseo del otro?
¿Acaso no se ha dicho de él que su función mítica es arrebatarle mujeres al padre? ¿No es del
todo evidente que su astucia consiste en poner en juego el deseo de su partenaire y no el
suyo? ¿Es posible no percibir que es la aparición de un deseo dirigido hacia un objeto
inhallable lo que termina dejando a los maridos sin la posesión de sus mujeres? ¿No se ve que
el recurso más simple para la conquista es hacerse pasar por quien no se es?

Es cierto que Moliere, a mi gusto la mejor de las versiones existentes, para tranquilidad de los
espectadores, le brindó a la pieza un final de relámpago. Donde Don Juan desaparece, se lo
traga la tierra, y cada uno se reencuentra con su cada una. Y así el universo volvería a su orden
natural. Pero está claro, también, que eso está ahí sólo para hacer más profunda la ironía. El
espectro de Don Juan siempre será más frecuentado que el del Comendador.

Así como hay una función hamlética, hay también una función donjuanica. Pero la diferencia
es que Don Juan es un sueño femenino, y por ello puede darnos la clave del lugar del analista.
Quizás desaparezca como un rayo en el final, pero lo hará dejando sobre la escena del mundo
la marca de la cicatriz de la castración.

https://www.youtube.com/watch?v=74xruIGmku0

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