Jacques-Alain Miller1 SOBRE LA INTERPRETACIÓN El reverso de Lacan
Si tuviera que dar un título a lo que voy a
presentar hoy podría ser “El reverso de Lacan”. Sólo con yuxtaponer dichos afirmativos tomados de su enseñanza me parece que, a condición de elegirlos como es preciso, nadie dudará de que haya un Lacan y su reverso. Basta tomar esos dichos en momentos suficientemente alejados unos de otros para que, continuamente, se haga el pasaje al reverso. No podemos señalar un giro como se hace con Heidegger, por ejemplo, lo ha hecho él mismo al señalar que una vez acabada su gran obra El ser y el tiempo, poco después del lanzamiento del trabajo, reconsideró su posición y en particular, al contextualizar, abandonó su referencia al Dasein como algo todavía antropológico, para desprender más puramente la cuestión del ser y, también, para hacer de ese giro un tema de reflexión, de meditación, para que no se lo reduzca a una simple revisión. No hay nada parecido en Lacan salvo mencionar que, retroactivamente, de todos modos tenía que completar lo que había sido el primer resultado de su retorno a Freud. Eso no impide que a partir de nuestra perspectiva haya una inversión fundamental de posición que no se nos escapa. Esto es lo que quería disponer hoy cuidadosamente. Aunque no en todos los detalles, mejor dar una cartografía o tal vez los mojones donde inscribimos nuestro punto de partida. El modo de goce y la palabra
La primera dificultad a la que se dirige
nuestro cuestionamiento de este año es, para decirlo así, la relación del decir al goce. Esta dificultad comporta el cuestionamiento de lo que sería la impotencia del decir en cuanto al goce. Es casi como decir que lo que está puesto en cuestión es lo que podría ser la impotencia del psicoanálisis mismo, su impotencia en cuanto al goce. No es una pregunta que nos aísle en un registro teórico. Al contrario, está comprometida en la práctica cotidiana del psicoanálisis. Se trata de saber qué se puede pretender con esta operación y si los obstáculos que se puedan encontrar tienen esencialmente en su modus operandi, en su modo de operar, a sus medios para operar o si esos medios son susceptibles de mejoría. ¿Qué puede cambiar la palabra sobre el modo de goce de un sujeto? Formulo la pregunta. Me parece que no hago más que dar forma explícita a una preocupación, una inquietud actual. ¿Es por haber tenido demasiado en cuenta al psicoanálisis que emerge esta inquietud? ¿Es una práctica desfalleciente? Lo examinaremos. Ese límite se encuentra a veces muy rápido. Se torna manifiesto muy rápidamente cuando, Por ejemplo, un sujeto homosexual, especialmente varón, se compromete en un análisis donde, tal vez muy pronto, su modo de goce aparece suficientemente vinculado como para que no se pueda admitir como meta del tratamiento, como objetivo de la cura analítica modificar su modo de goce acostumbrado para invertirlo en heterosexualidad. Esa es una promesa que el practicante, en la regla, se abstiene de dar a entender. Entonces este límite es familiar. Consecuencias técnicas
La semana pasada mencioné la tercera
parte del Discurso de Roma de Lacan -su texto “Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis”- y esta tercera parte puede darnos una referencia sobre la dificultad que nos ocupa y, para decirlo enseguida, en el extraordinario rodeo que hace ese texto sobre esta dificultad, rodeo que se acompaña -cuando la cuestión parece surgir- de un “límite inferior”. Entonces tomo esta referencia como un paso en nuestro camino. Esta tercera y última parte trata de especificar cuáles son las incidencias técnicas, prácticas, de la doctrina de la palabra y el lenguaje expuesta en las dos primeras partes. La tercera parte intenta sacar las conclusiones prácticas de la innovación teórica producida en la primera; es una voluntad de completitud en este sentido. Se puede exigir, en efecto, de alguien que trae algo nuevo en el psicoanálisis una traducción práctica, eventualmente es incluso una piedra de toque de la validez de su aporte. No es suficiente con la coherencia interna de su discurso. Digamos al respecto que tal vez es lo que le ha faltado a Freud en cierto momento de su elaboración. Porque en El yo y el ello de Freud hay revisión de su primera tópica - inconsciente, preconsciente, consciente- para adoptar la segunda, la estructural que distingue Yo, Ello y Superyo. Pero Freud no dio, al menos de modo evidente, las consecuencias prácticas de esa innovación teórica. Más tarde y de modo alusivo, tenemos algunas muestras pero nada como lo del texto de Lacan, algo que diga en qué está modificada de fondo la técnica de la interpretación resituada por esta nueva tópica. Eso ha faltado en la historia del psicoanálisis. Sus discípulos, sus colegas, se vieron envueltos por esta ausencia para poder elaborar una técnica modificada del análisis ellos mismos. Por otro lado, es a ese movimiento que se deben cierto número de textos, no de los post-freudianos, sino de los contemporáneos de Freud. Hay cierto número de escritos técnicos que se pueden recordar, en particular aquellos que fueron emitidos en el Congreso de Salzburgo en 1924, y luego, en la misma línea reforzada por Melanie Klein, el gran texto de James Strachey sobre “La naturaleza de la acción terapéutica del psicoanálisis”. Pero en el Discurso de Roma hay una doctrina y ella comporta un capítulo técnico que es el tercero. Por otro lado, el texto mismo es un recorrido de indicaciones técnicas reunidas en esa parte. Si trato de resumir en un principio -y en los términos que son los nuestros para este año- lo que se deduce, diré que allí se trata del goce, no hay para el analista nada para decir. Me parece que es la traducción práctica de esa oposición famosa, que hoy parece gastada, entre la palabra vacía y la palabra plena. No podemos dejar de concluir que esta oposición: motus para el analista, se trata del goce del sujeto en análisis. Esta oposición de Lacan, se deja leer -en un movimiento retroactivo- a partir del esquema cruzado que planteará un poco más tarde y que escribo aquí.
Es mi modo de simplificar el esquema que
Lacan llama L, el esquema en Z cuya base está dada por el entrecruzamiento de dos ejes, uno simbólico y el otro imaginario, que se interponen. Dejo por el momento el tiempo en que se introduce el pequeño (a). ¿Hay que ponerlo en donde se trata del otro o donde se trata del yo? Ya sabéis que en los Escritos se lo encuentra en las dos versiones. La primera versión supone que el otro imaginario es segundo en relación al yo, como la imagen en el espejo puede ser dicha segunda en relación a aquel que se mira; y la segunda versión, por lo contrario, más sorprendente, más a distancia de la experiencia, pone la primera allí donde está el yo y acentúa la dependencia de ese instante. Elijo la segunda versión aquí
Este esquema se presta a que se sitúen las
categorías opuestas de la palabra vacía y de la palabra plena. Nadie, que tenga un poco de familiaridad con estos términos (es el caso de algunos entre vosotros) nadie dudará en poner a la palabra vacía sobre el eje imaginario y a la palabra plena sobre el eje simbólico. La palabra vacía es la que soporta y comenta lo que simplemente se puede llamar narcisismo, mientras que la palabra plena es la que merece la calificación que ha dado lugar a la intersubjetividad. Superpongamos a esas dos categorías de vacío y pleno el punto de vista de la palabra: narcisismo e intersubjetividad. Pero también es entre a y a’, donde se encuentra la relación narcisista que es cuestión de goce. Lo que es conforme -lo he remarcado- a lo que formula Freud en un giro de su obra, cuando hace del Yo el reservorio de la libido. Él preferirá seguidamente subrayar que es el Ello el reservorio de la libido y se arreglará esta aparente contradicción haciendo valer que lo que se llama Yo es una diferenciación interna del Ello. Pero, en ese punto inicial de la elaboración de Lacan, es cuestión del goce sobre el eje imaginario allí, donde hay, donde se multiplican los impases del narcisismo. Mientras que sobre el otro eje, no es cuestión de goce sino cuestión de verdad.
Principio técnico de interpretación
Allí donde la palabra se esfuerza para
acompañar el goce es precisamente cuando ella dice menos, cuando vale menos. Es allí precisamente que reina la frustración, esa frustración inherente al yo imaginario en su relación con el otro simétrico que está condenado a esconder su goce. De tal modo que si la palabra se esfuerza por comentar los avatares del goce oprimidos por la frustración, ello no hace más que transmitir una fundamental frustración del ser. El sujeto -Lacan lo detalla con cierta delicia- se compromete “en una desposesión siempre mas grande de su ser” imaginario. Siempre es el otro, en definitiva, el que goza en su lugar y es entonces sobre este eje que se multiplican las agresiones a medida que su goce se hace siempre más alienado, alienado al otro. Allí, cuando el sujeto habla en ese nivel en el que intenta comentar, acompañar, ceñir, recuperar el goce que se escapa cuando habla, en ese nivel – principio técnico-: nada a decir para el analista. Saber callarse. Como lo formula explícitamente Lacan “no hay respuesta adecuada a ese discurso. El sujeto apreciará como un desprecio toda palabra que se comprometa en su desprecio”. Nada sirve, incluso aprobar, apoyar. Cuando el sujeto comente su frustración, incluso sus éxitos, de nada vale apoyar; toda respuesta será aún más frustrante que el silencio. La noción aquí en juego es que allí donde hay goce siempre hay narcisismo, y allí donde hay narcisismo no hay más que espejismos. Lo que orienta a Lacan en ese principio muy firme de interpretación es la idea de que el goce está especialmente relacionado al ver, al campo escópico, a la imagen. Por ejemplo, en el caso Schreber, se ve desprenderse muy puro, en esa catástrofe que es la suya, emerger como una referencia, el goce de la imagen narcisista en relación a lo que él recompone, una de las zonas de estabilización que contribuyen a la reorganización de su mundo. El nivel del goce en la neurosis siempre está desprovisto de certeza a diferencia de lo que se encuentra en el psicótico; la palabra siempre estará defraudada. Es por lo que se impone el silencio del analista. Esa es la crítica que Lacan hace a todo lo que fue la práctica anterior: el fallo de los analistas fue querer hablar en ese nivel y ser defraudados; y por eso mismo, según él, haber desconocido los poderes de la palabra por haberlo intentado precisamente en un registro en el que la palabra está vacía de toda certeza. Simplemente han demostrado, en ese nivel, la resistencia que el eje imaginario opone a la palabra plena y es por eso que hicieron análisis de las resistencias, el esfuerzo -es por lo menos la dirección del movimiento- para obtener un franqueamiento en el sentido de la palabra plena. El resultado previsible de querer operar por la palabra en el nivel en el que hay goce es la aparición del desencadenamiento de la agresividad. De allí el desarrollo teórico sobre el lugar central de la agresividad en el ser humano. El punto técnico que plantea Lacan, entonces, consiste en subrayar que el decir cuenta, que está en su lugar allí donde no se trata del goce. Entonces ¿dónde se trata de qué? Podemos decir, allí donde se trata del ser, del ser verdaderamente, allí donde se trata de la verdad del ser y no de su goce. La voluntad de goce, la intención de gozar estará siempre frustrada. Es la lección inmediata de la referencia al paradigma del estadio del espejo. La voluntad de goce no transmite más que un falso ser siempre alienado al otro imaginario. Es solamente -¿por qué no llamarlo así?-la voluntad de verdad, como decía Michel Foucault, es solamente la voluntad de verdad la que es susceptible de transmitir un ser que aguante. Dos ejes: verdad y goce
Esa voluntad de verdad se designa con una
expresión desconocida en Freud, que está importada directamente de Hegel vía Kojeve, y que Lacan llama: “deseo de reconocimiento” Verdaderamente es allí que llega como un aerolito y entra en el psicoanálisis, para hacer algunos estragos y operar cierto número de reajustes absolutamente esenciales, pero que Lacan remitirá luego, una vez operadas sus reestructuraciones, a la tienda de accesorios. Ese deseo de reconocimiento supone que el primer objeto del sujeto no es gozar sino ser reconocido como sujeto por otro sujeto; esto es muy conocido. Aún es preciso ver que eso implica, de algún modo, la exclusión del goce de la verdad en el análisis. Es en lo que Lacan puede definir el psicoanálisis propiamente dicho a partir -y exclusivamente a partir- del eje simbólico cuando lo define como una práctica, “una práctica que se funda sobre la intersubjetividad” -cito una frase de Variantes de la cura-tipo. Creo que no es excesivo retomar los dos ejes que comento hoy para hacer dos vectores de sentido inverso
El movimiento de la cura analítica está
realizado -tal como se dibuja-, por una parte sobre su vector inferior, por una descomposición de la estructura del yo. Progresivamente los objetos que han retenido al sujeto en su historia se evacuan, las experiencias de impotencia o de satisfacción o de insatisfacción llegan para partir y así se pela de algún modo el yo: regresión. Pero como subraya, en la página 276, esta regresión implica la “dimensión progresiva de la historia del sujeto”. A medida que la regresión comúnmente destacada por los analistas se despliega, se opera en sentido contrario esta progresión que Lacan nombra como “la realización psicoanalítica del sujeto”. De un lado descomposición regrediente, regresiva del yo, y por el otro, realización progresiva del sujeto. Del hecho, propiamente hablando, poco hay del modo de goce. Tal vez se puede encontrar una mención en ese escrito, desde esta perspectiva, pero no obstante está reducida a lo que Lacan llama los “factores fisiopsicológicos individuales” y de los que dice genialmente que “quedan excluidos de la dialéctica” del análisis. Es por lo que no es abusivo forzar las cosas hacia ese esquema. Hay una inercia de los factores psicofisiológicos con los que no tenemos nada que hacer allí donde opera el psicoanálisis. He ahí que reduce toda nuestra inquietud, nuestra preocupación, si nos podemos suscribir a esta posición; no se puede plantear, afirma él, como finalidad del análisis “modificar la inercia propia”. Dicho de otro modo, toma partido por que la dialéctica de la verdad se pague con una inercia definitiva de factores psicofisiológicos. Una vez cumplida la descomposición de la estructura del ego, pues bien, es preciso hacerse a lo que reste y no demandéis al psicoanálisis que cambie eso. Se rehúsa que el análisis, definido como una práctica fundada en la intersubjetividad, sea confrontada a sus dones iniciales que son designados de un modo que son, en efecto, a rechazar, de “factores psicofisiológicos”. El análisis de las resistencias es una práctica del psicoanálisis que se acomoda al nivel en que juega esta inercia propia, aunque la interpretación, el modo de interpretación que se recomienda, debe situarse en el nivel propiamente dialéctico de la verdad. Es decir, en el nivel en el que no se trata del desarrollo sino de la historia, es decir donde se trata de resubjetivar lo que ha sido, y donde la palabra plena pueda, a posteriori, dar sentido. Dicho de otro modo, el objetivo, la finalidad que se le puede dar al psicoanálisis en esas condiciones es el de restablecer la continuidad del discurso inconsciente; el de recuperar la materia en la que el inconsciente no tiene otra definición que la de hacer agujero, de ser una solución de continuidad, una interrupción, un capítulo censurado en la continuidad del discurso consciente. Pero, en la medida en que el inconsciente no es otra cosa que una solución de continuidad en el discurso consciente no tiene otra definición que ser discurso. Es la tesis que comenta el Discurso de Roma: el inconsciente es discurso, el que es mensaje es el síntoma, mensaje a descifrar. De hecho, se puede decir que el síntoma no es otra cosa que un modo de decir y Lacan ha ido muy lejos en ese sentido, y es sin duda lo que explica que haya podido pasar al reverso; un modo inconsciente del decir. Función constituyente de la palabra
Retomado el término freudiano conflicto, lo
define como no siendo más que las “peripecias de la subjetividad”. Lo que supone, en efecto, relegar fuera de su consideración la teoría entera de las pulsiones. Por cierto aparecen aquí o allí algunas definiciones pero nada lo lleva de cara a esta declaración extraordinaria, pág. 253: Freud pone “la teoría de los instintos - traducción admitida en la época en lugar de pulsión- Freud pone la teoría de los instintos en un “rango secundario e hipotético”. Eso tiene consecuencias muy perceptibles concernientes a los casos clínicos, por ejemplo el del Hombre de Lobos que trae allí como referencia. El caso del Hombre de los Lobos se distribuye sobre las dos vertientes. La operación de Lacan, es como la de Moisés que llega y divide las aguas: de un lado las del goce, del otro la verdad y lo que es verdaderamente de orden simbólico. Es así que puede, por un lado, poner lo que llama la “captura homosexualizante que ha experimentado el Yo reducido a la matriz imaginaria de la escena primitiva. Dicho de otro modo todo lo que es la búsqueda anhelante sobre la escena primitiva para Lacan está claramente situada sobre el eje imaginario como lo indican los términos’ captura’, ‘yo’, ‘matriz imaginaria”’. Todo está en la elección de los términos. Y por el otro lado, “el aislamiento simbólico del ‘yo no estoy castrado’ que explica la “forma compulsiva en la que queda fijada su elección heterosexual”. Una partición: heterosexual en lo simbólico, homosexual en lo imaginario. Entonces la noción implícita que es preciso hacer es sobre la fórmula simbólica en la que la heterosexualidad del Hombre de los Lobos está arraigada. La noción práctica que entonces aporta Lacan es que el síntoma del que se trata de aliviar al paciente, el síntoma está estructurado como un lenguaje, que es “un lenguaje en el que la palabra debe ser liberada” y el tema a la vez de las resonancias de la palabra como la del manejo del tiempo, el de la sesión corta - sesión variable pero sesión corta- se inscribe, para él, en ese contexto. No hay que sorprenderse que la segunda parte del Discurso de Roma comente texto tras texto los tres primeros escritos de Freud asociados sucesivamente a su descubrimiento: La Interpretación de los sueños, La Psicopatología de la vida cotidiana y El Chiste y su relación con el inconsciente que son la referencia técnica a partir de la cual Lacan elabora sus consecuencias técnicas. La consecuencia técnica es que se trata de devolver a la palabra -y esa debería ser la acción del psicoanalista- su función constituyente para el sujeto, es decir que el sujeto debe ser intimado en la medida de fundarse en la palabra. Entonces, fundarse en la palabra, eso implica que uno no se funda en el goce. El goce no funda nada, el goce captura. Se podría decir que Lacan allí opone constantemente la fundación en la palabra y la captura por el goce en el sentido en que se puede estar cautivo, capturado por una imagen que nos hace llevar una marca. Pero no hay fundación en el goce, el término mismo fundación sólo tiene sentido en la palabra. No hay un “yo gozo” constituyente, no hay más que un “yo soy” o “yo no soy” (…) constituyente”. Principio de la interpretación simbólica
Se observa que Lacan dio mucho vigor a su
crítica del análisis de las resistencias. Cuando se llega a entender los abusos que, sin duda, comporta esta práctica, no se le puede quitar razón. Eso no impide que cuando Lacan dice “No interpretéis la resistencia”, eso quiera decir “No interpretéis el goce”. El da ejemplos prácticos, precisos, recogidos en el texto de Freud. Por ejemplo, tratándose del Hombre de las Ratas, Freud se da cuenta -la nota ya es célebre- que en el punto en que el sujeto narra la anécdota del capitán cruel, su rostro deja traslucir un goce por él mismo ignorado. Freud se da muy bien cuenta que el sujeto, en ese momento, lo identifica con el capitán cruel. Como se diría a lo neo-kleiniano, él proyecta su objeto malo, su superyoico objeto interno malo sobre el analista. Y Lacan destaca que Freud no interpreta eso, pero que eso no pasa inadvertido para Freud, pero que él se guarda muy bien de analizar la resistencia que es precisamente patente en esta evidencia de goce. Al contrario, dice Lacan, Freud parece “entrar en el juego” porque comienza a adoctrinar al paciente e introduce en su pensamiento un cierto número de enunciados psicoanalíticos que sabe, por otro lado, que serán apresadas en ese goce y en esa disposición fantasmática. El no le dice: “Escuche Ud. me toma por el capitán cruel, yo no tengo nada de un capitán cruel, se lo puedo asegurar, etc.” Se calla y después de eso, y por lo contrario, se podría decir que sigue con su adoctrinamiento. ¡Cómo se criticó a Freud! En la época del análisis de las resistencias y en el momento de la psicología del yo, se dijo que Freud, verdaderamente, no sabía que hacer con eso por no haber empezado ya a desmontar este dispositivo patente. Por lo contrario, es allí que Lacan saca una lección de interpretación, del lugar justo de la interpretación: Freud utiliza esta resistencia misma para hacer resonar otra cosa. No se pierde en los entresijos del goce, trata de hacer vibrar las resonancias de la palabra. Y es eso lo que Lacan llama su “renovada técnica de interpretación”. Eso consiste en dirigirse al síntoma “no perdáis tiempo con los equívocos del yo, dirigíos al síntoma haciendo vibrar la palabra”. Eso es lo que podríamos llamar el principio de la interpretación simbólica;jugar con el poder de lo simbólico al evocar “las resonancias semánticas de las palabras” ,jugar sobre las resonancias del sentido” de un modo calculado”. Por cierto, vosotros remarcaréis lo que figura en el texto de Lacan la expresión “un modo calculado” porque en la época, en efecto, hay la idea de un cálculo preciso de la interpretación por el cual se puede escuchar el síntoma por resonancia semántica. El síntoma que sólo demanda ser escuchado, que es simplemente un mensaje inconsciente y no consciente, un mensaje que sólo demanda ser escuchado como una “palabra congelada”, referencia que Lacan remarcará. Por tanto, eso supone saber saltar sobre el eje simbólico si puedo decirlo así. Pero para saltar sobre el eje simbólico es preciso hacer un gran esfuerzo. No es para decir: “Mi pequeño, gozáis con eso y me tomáis por otro”. Para saltar sobre el eje simbólico (y es preciso decir que es en esa polémica misma mucho más somático que el otro modo de hacer) para saltar sobre el eje simbólico y para dar la interpretación justa, en el sentido del Lacan de Roma, es preciso (llamémoslo así) un compromiso del analista en tanto sujeto. La condición de la interpretación analítica, en el sentido del Discurso de Roma, es que el analista sea sujeto y que la palabra que transmita al otro se dirija al síntoma, que esa palabra misma se funde en ella. Ese es el resorte que Lacan hace de la lectura de los casos de Freud. Esa es su doctrina de la interpretación en esta fecha. La interpretación no lleva más que a la condición que el analista como sujeto se funde en esa interpretación. Podéis creer que invento y yo mismo he tenido la misma impresión de pasar por debajo de ese texto tan recorrido, pero cito a Lacan. Freud se fundó a sí mismo en la interpretación que daba. Para que la interpretación simbólica tenga posibilidad es preciso que la palabra dicha sea una palabra verdadera, una palabra de reconocimiento, pero esencialmente mutua o recíproca. Entonces se puede incluso hasta decir que es preciso que esa interpretación sea una palabra verdadera tanto para uno como para el otro. No se puede negar que en efecto algo pasa de lo que es la práctica de Freud, en ese momento mismo del descubrimiento del inconsciente, pero como principio técnico mismo de la interpretación ¡hay que decir que es extraordinario! Es sobre la vía que conduce, que ha conducido a otros a explicar cómo continúan sus análisis en los de sus pacientes. Yo he escuchado eso, no soy tan viejo … Bueno. Por ejemplo, allí aún, como pieza de apoyo, Lacan retoma el Hombre de las Ratas donde -ya conocéis la interpretación de Freud- el sujeto confiesa que su madre le aconseja dejar caer a su amiga pobre para casarse con una heredera, Freud genialmente apunta a la generación anterior y dice: “esto fue así para su padre”. Extraordinario, cae justo. Eso hincha el caso individual hasta una atribución transgeneracional pero Lacan agrega: si Freud pudo dar esta interpretación, si ha conseguido darla es porque él mismo fue objeto de una sugestión parecida de parte de su familia. Este no es un apunte al pasar, es decir: opera con lo que es como sujeto en su búsqueda de la verdad. Entonces la interpretación sin duda es para el otro pero, en cierto sentido, ella también es para él. No la desarrolla, por otra parte, eso no está desarrollado en el texto, el tema de la transformación del sujeto que comporta una interpretación acertada. De tal modo que si se busca un paradigma de la interpretación constituyente del sentido en Lacan el paradigma más claro se encuentra en “Tú eres mi mujer” en su texto del discurso de Roma. Es la palabra por la que, por la mediación del otro, el sujeto se constituye como esposo. El no dice “Yo soy”, dice, “Tú eres”, es decir, reconoce al otro en su calidad para que le vuelva en retorno lo que es su ser. Es el modelo mismo, la matriz misma de la mediación simbólica. Se puede decir que en definitiva, todo lo que Lacan explica sobre las interpretaciones de Freud es “Tú eres mi mujer”. No deja de decir algo de ese orden. En todo caso, es el paradigma más claro que se da en el discurso de Roma de lo que es la interpretación. Evacuación del tema de la intersubjetividad
Por cierto, no satisface del todo a Lacan.
Eso es lo que lo conducirá a la tesis (extrema, pero bueno … ) que consiste en poner no que el sujeto sólo se realiza en el reconocimiento de otro sujeto por el que el otro sujeto lo reconoce, no que el sujeto lo es por otro sujeto sino, mas radicalmente, al “acefalizar” el significante, si puedo decir, el significante, que el sujeto es un efecto del significante. En el lugar de la teoría del reconocimiento, pues bien, hay una teoría que pone al sujeto en el sentido analítico en el lugar del significante. Elaborando a partir de Saussure la teoría según la cual el significado es el efecto del significante Lacan vendrá en un salto, por un “Fiat” a identificar el sujeto y el significado, ponerlos en el mismo lugar para poder decir que el sujeto es el efecto del significante. Con esta fórmula se puede decir que el tema mismo de la intersubjetividad desaparecerá, se evacuará progresivamente de su enseñanza. Y entonces, vendrá en el lugar de ese extremismo de la intersubjetividad, la transformación del esquema del significante sobre el significado en el esquema que hace que ponga al sujeto barrado bajo el significante, es decir, que hace del sujeto analítico un sujeto vacío.
y allí, el vacío perderá su connotación
peyorativa para por lo contrario ser valorizado. El sujeto vacío, de no ser más que una variable del significante -es decir, una variable que toma sus valores según la acuñación de los significantes- le conducirá, en efecto, a completar el S por el par significante y entonces indicar que el sujeto, su valor es continuamente dado por la relación de un significante a otro.
En efecto, con eso tenemos una teoría de la
interpretación que deja de lado ese compromiso subjetivo del analista. Pero ese esquema trata de rendir cuenta de la mutación subjetiva esperada de la interpretación; el término “mutación” está empleado por James Strachey en 1943. Toda esta doctrina de la interpretación que he resumido separa el decir y el goce. Es una migración progresiva que indicará que el goce no está solamente sobre el eje imaginario sino que compromete al sujeto del decir. Es así que Lacan inventará movilizar al sujeto del decir tanto en el fantasma como en la pulsión. Lo que supone precisamente traer, fuera del eje imaginario, los términos que en Freud reparten el goce como el fantasma y la pulsión. Y Lacan llegará a esta escritura que conocéis. Para el fantasma:
el Sujeto barrado, el sujeto del decir en su
relación con el pequeño a; y para la pulsión
Sujeto barrado en su relación a la demanda.
Retenemos por un instante eso, que el
sujeto del decir se encuentra comprometido en las categorías que, decía, reparten el goce. Y pequeño a -que tendrá un gran porvenir- es precisamente el goce pero recortado por el lenguaje, un goce, si hiciese falta situarlo, que está en relación con el eje simbólico, que no está sistemáticamente rechazado fuera de ese registro. El reverso de la construcción
Veinte años más tarde … veinte años más
tarde es totalmente otro el panorama que se descubre. Tomemos como referencia el Seminario Aún. ¿Cuál es el eje que Lacan sigue allí? ¿Cuál es el eje de ese Seminario que ha deducido una cierta cantidad de temas, entre ellos el de la sexualidad femenina que fue allí renovado, pero finalmente cuál es el eje de ese Seminario? El eje de ese Seminario es el de asociar de un modo totalmente nuevo el decir y el gozar; incluso al proponer una nueva significación para la proposición que parece clave del Discurso de Roma: “el inconsciente está estructurado como un lenguaje”. Es una proposición que parece hecha para separar, como lo he indicado, el decir y el gozar. Pues bien, de ningún modo. En Aún, Lacan explica lo que dice cuando señala que el inconsciente está estructurado como un lenguaje. y lo que afirma, al revés de lo que parece, es que inconsciente quiere decir que el ser goza hablando. Es lo que explica en la página 71 de Aún donde propone una nueva definición del principio del placer freudiano. Lo defino, dice “que se satisface con el blablablá. Eso es lo que digo cuando digo que el inconsciente está estructurado como un lenguaje”. Eso no se había percibido en 1953. Entonces, el eje del Seminario es el de marcar que la significación del inconsciente, lo que el inconsciente quiere decir, es que al hablar se goza. Entonces, lejos de oponer - incluso es un sentido contrario- lo que se elabora en la palabra propiamente dicha y el goce, al contrario, allí se consuma la identidad de la palabra y el goce. Entonces, en Aún que está consagrado a ese tema es cuestión de un montón de goces. Es la cuestión del goce del cuerpo e incluso, el goce aparece grapado al cuerpo, al cuerpo en tanto que se goza. Lo que deja de lado al sujeto parece y por lo demás Lacan formula en la ocasión que sujeto “como ese” no tiene gran cosa que hacer con el goce. Hay el goce del cuerpo del otro, el goce sexuado. Hay el goce fálico. Hay el goce suplementario reconocido a las mujeres. Pero el corazón de la demostración de Lacan, es el que llama “el Otro goce”, este Otro goce que se soporta del lenguaje es “lo que se satisface a nivel del inconsciente”; lo cito: “Por lo tanto, que algo se diga o no se diga, si es verdad que el inconsciente está estructurado como un lenguaje”. Podemos decir que estamos en el reverso de la construcción que puse en evidencia en el Discurso de Roma y que todo se empareja de modo distinto. Así, es en el contexto de una teoría de la interpretación que separa rigurosamente el goce y el decir que Lacan justifica tanto el uso de las resonancias de la palabra como su especial manejo del tiempo de la sesión. Sin embargo, se encuentra evocado en el Discurso de Roma -al pasar- una cierta relación del goce y del decir y la nota - reforzada rápidamente- que el lenguaje es “cuerpo” ya ese título puede, dice él, estar “capturada en las imágenes corporales”. De hecho, lo que se puntúa aquí, es lo que se puede percibir del goce en su relación a la palabra. Migraciones de la pulsión oral
Hace, entonces, referencia a un artículo de
un autor que sigue de vez en cuando, Robert Fliess -hijo- del que utiliza algunos comentarios en su Seminario La relación de objeto. En 1949, Robert Fliess escribió un artículo, que Lacan señala, sobre “Silencio y verbalización”. El mismo Fliess -subraya Lacan- echa mano de un artículo de Abraham, que es una conferencia de 1924, que actualmente figura en el Tomo II de las Obras de Abraham, página 245, y que se titula “Contribución del erotismo oral a la formación del carácter”. No se si tendré tiempo de ir un poco más lejos hoy pero no quiero dejar pasar esto. Es una referencia un poco obligada para este año. Avanzamos. Es un estudio delicioso del investimiento libidinal de la boca, como se podía hacer en 1924. Abraham -es todo lo que será explotado por Melanie Klein y sus alumnos-, subraya el valor esencial del placer del acto de succión y las migraciones de las que es capaz ese placer al punto de considerar, finalmente, que se valoriza tal vez demasiado el estadio anal y su goce, mientras que precedentemente se plantean las condiciones por el modo en que el sujeto ha experimentado, no suficientemente o demasiado, el placer oral. Entonces las migraciones … La más simple es el pasaje a la mordida, pero no voy a desarrollar las diferentes consideraciones. Paso a los sujetos que Abraham ha podido aislar como habiendo tenido una insatisfacción primaria en su período de amamantamiento. Recompone eso en el análisis … Está bien! Describe un carácter construido alrededor de esta insatisfacción oral que marca al conjunto de su personalidad. En efecto, eso concierne a la boca y entonces, naturalmente, pasa a la palabra. “En el curso del trabajo psicoanalítico (…) observamos sujetos que arrastran toda su vida las consecuencias de una insatisfacción en el período de amamantamiento.” “En su conducta social parecen siempre demandar algo, sea bajo forma de sencillo pedido, sea bajo la forma de agresiva exigencia. El modo en que formulan sus deseos viene de la succión obstinada y permanente; los hechos brutales y los argumentos razonables son igualmente impotentes para disuadirlos, persisten por el contrario en la súplica y la insistencia. Casi se podría decir que ‘se prenden a los otros como sanguijuelas’. Tienen un horror particular a la soledad (…). La impaciencia es un rasgo característico (…) también se encuentra un elemento de crueldad (Ah sí!, parece que el estadio sádico-oral regresa al estadio de la succión, se mezclan ambos yeso da un elemento de crueldad) que dispone algo de vampírico a su posición en relación al otro”. “Su ardiente deseo de satisfacción por la succión (se trasforma voluntariamente) en una necesidad de dar por medio de la boca, si bien descubrimos en ellos, un deseo permanente de obtener todo, una necesidad constante de comunicarse oralmente con los otros. Tiene como resultado una logorrea ligada en la mayoría de los casos a un sentimiento de exceso. Estos sujetos tienen la impresión que la riqueza de sus pensamientos es inagotable y atribuyen a sus palabras un poder particular o un valor excepcional. Lo esencial de su contacto con los otros se efectúa bajo forma de la descarga oral (…). He podido constatar en tales individuos que fuera de su dominio verbal no pueden retenerse. Es así que no es raro encontrar en ellos una necesidad neurótica y exagerada de orinar que puede aparecer al mismo tiempo que un raudal de palabras o inmediatamente después”. “En las expresiones del carácter perteneciente al estadio sádico-oral, la palabra toma igualmente a su cargo la representación de las pulsiones reprimidas. En algunos neuróticos, la intención hostil del discurso es particularmente sorprendente. En esos casos sirve al deseo inconsciente de matar al adversario (…). Tal vez la palabra expresa todas las tendencias pulsionales (…) La necesidad de hablar significa desear también atacar, matar o destruir y al mismo tiempo toda suerte de evacuaciones corporales, incluso la fecundación. Por la actividad fantasmática de esos sujetos la palabra sufre una valorización narcisística idéntica a la que, en el inconsciente, es atribuida a las producciones corporales y psíquicas.” Esas son las deducciones, se puede decir, de la pulsión oral de los sujetos que están en estado de demanda permanente. Noten que la palabra puede hacerse cargo de la representación de las pulsiones reprimidas y se puede decir que es el punto de partida de lo que será la valorización de la pulsión en el kleinismo. Se puede decir que la pulsión se presentifica especialmente en el análisis del hecho que no se ven los significantes reprimidos de la demanda pero lo que está allí presente como órgano, es la boca por donde sale toda demanda. Y allí tenemos una relación hecha sobre un modo que parece un poco antiguo, en efecto -el análisis del carácter a partir de la pulsión-, pero tenemos la emergencia de lo que en Lacan será el lugar central, dado en cierto momento, a la demanda. Robert Fliess estudia en el análisis la relación del acto de hablar, del “acto físico de hablar” como él se expresa, con lo que nosotros podemos llamar el goce, con la erogeneidad. Constata, bueno dice, que se puede rendir cuenta, en sus términos, de “efecto erotogénicos” -efectos de goce digamos- que implica la propia regla fundamental del análisis. Es marcar que la invitación a hablar -que es constitutiva del discurso analítico- tiene consecuencias de goce y es interesante que ello note, en efecto, en momentos determinados de la relación analítica. Es eso lo que Lacan señala. Señala este artículo porque dice: “el discurso (…) puede ser objeto de una erotización siguiendo los desplazamientos de la erogeneidad en la imagen corporal”. Acompaña a la imagen para estar tranquila con el goce, pero está allí al mismo tiempo que aflora la conexión de la palabra y el goce. Otra referencia de Robert Fliess, además de Abraham, es un artículo de Ella Sharpe sobre los problemas psicofísicos revelados en el lenguaje. Ella Sharpe notando que la adquisición de la palabra en el desarrollo es contemporánea al control de los esfínteres - ano y uretra- indica que por las tensiones que se encuentran restringidas, en las que la descarga no es posible por otros orificios del cuerpo, esta descarga puede producirse por la palabra. Singularmente, lo que Robert Fliess estudia en su artículo (ya termino) son, al revés, los silencios. Y Lacan dice que es notable que finalmente es por el silencio que toma el tema. Para Lacan eso quiere decir: “Ved, ensayad abordar la conexión de la palabra y el goce pero como el goce finalmente no es verdaderamente del mismo orden seréis conducidos a tomar la cuestión por el silencio”. Comprenderéis … Para reafirmar el paréntesis Lacan dice; “Todo eso es una revocación de la función del lenguaje”. Y dice: "Lo ponemos (…) en el paréntesis de la resistencia que ella manifiesta” y continúa sobre el advenimiento de la verdad, etc. En la página 289. Entonces, los tres tipos de silencio son muy divertidos. Distingue tres tipos de silencio en análisis: el pequeño silencio, como eso, gentil, normal, que conduce al analista a decir “Bien, en qué piensa Ud.” y el paciente dice “Oh, bueno, pensaba simplemente en …. “Y luego él dice: “Pues bien, ese es el silencio uretral”. Es decir, se interrumpe el fluir de las palabras como se interrumpe el fluir urinario. Por otro lado, se puede observar sujetos que se callan pero que tienen el aire de sufrir mucho mientras se callan, de estar sujetos a una inhibición, un cierto desarrollo de un momento, y luego parecen sufrir. En fin, no sé como observa todo eso si el paciente está sobre el diván … Pero en fin … bueno … parece luchar. Entonces dice: ese es un silencio anal. El peor es el silencio oral, en el que el sujeto se interrumpe durante un largo tiempo: es un mutismo, no se trata de ningún afecto particular sino de una impotencia de hablar. Y entonces, eso quiere decir que ha regresado verdaderamente y que temporariamente, por una regresión fulminante ha devenido un niño antes del uso de la palabra. Pero, se puede decir que a través de esta tipología de los silencios se dibuja esta prevalencia de la pulsión oral que será presente en el kleinismo y que a través de esta teoría de la boca como órgano interesado en el análisis dibuja una conexión entre palabra y goce. Seguiré la semana próxima. jam@lacanian.net
Traducción de Alicia Calderón de la Barca
Notas
1 Traducción, establecimiento de texto y
notas de Alicia Calderón de la Barca de la lección del 30-11-1994 del Curso de Jacques-Alain Miller Silet; enseñanza del departamento de psicoanálisis de la Universidad París VIII. No revisado por el autor y publicado con su amable autorización.