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- VII -

¿QUÉ SON LOS INFIERNOS


TRIBUTARIOS?

Orígenes y evolución de los infiernos tributarios

Cuando uno analiza cualquier situación, siempre es bueno


remontarse a los orígenes.

En el caso de la presión fiscal, es importante recordar que estamos


ante un fenómeno moderno.

En la antigüedad, no había dudas de que el único objetivo de los


impuestos era el pago de los gastos de infraestructura y funcionamiento
de los Estados, que eran obviamente más pequeños que los actuales.

En algunos casos, como sucedió en la Antigua Grecia, los


ciudadanos ricos asumían los gastos de la ciudad por cuestiones más
bien vinculadas a la tradición, el sentimiento de pertenencia y la ética,
sin que existiera una ley que los obligase a hacerlo. Se hablaba por
entonces época de liturgia y no de impuestos. La beneficencia era
voluntaria (como debe ser) y desde ya, muy bien vista. De hecho, si bien
inicialmente sólo los guerreros podían convertirse en héroes, más acá en
el tiempo también pudieron optar por dicho estatus los liturgos. El
resultado de esto fue que muchos individuos comenzaron a donar más de
lo que se esperaba de ellos.

El término “liturgia” proviene del griego λειτουργία (leitourguía),


que significaba “servicio público”. En el mundo helénico, este término
no tenía connotaciones religiosas, sino que hacía referencia a las obras
que los ciudadanos llevaban a cabo en favor del pueblo.
El Imperio Romano copió este sistema, al cual denominó
“Patronatus”.

Varios historiadores marcan el origen de la caída de ambos imperios


a esta costumbre de esperar que los más ricos se hicieran cargo del
financiamiento del Estado.

Siguiendo con lo que acontecía en Roma, hay que decir que los
romanos tenían bien en claro que pagar impuestos era algo negativo para
los ciudadanos del imperio y que los “paraísos fiscales” eran algo bueno.

¿A que nos referimos exactamente?

A la práctica del gobierno romano consistente en otorgar exenciones


fiscales como premio a aquellas ciudades que eran fieles a Roma, las
cuales recibían el estatuto de puertos libres de impuestos; en tanto que –
quienes no lo eran tanto –eran penalizadas con mayores tributos.

Pero la voracidad fiscal ni siquiera era un tema cien años atrás.

En 1920, por ejemplo, solo dos países en el mundo cobraban


impuestos sobre las ganancias de los individuos. Se trataba del Reino
Unido y de Estados Unidos y las tasas eran realmente bajas en
comparación con las actuales.

¿Qué paso después?

Simplemente los Estados comenzaron a agregar más “servicios” y a


ser más ineficientes en el uso de los recursos públicos. Impuestos que se
habían establecido para solventar guerras se quedaron en el tiempo en
nombre de la “redistribución de la riqueza”.

El caso de Argentina es desde luego extraordinario. No solo es uno


de los países con la presión fiscal más alta del mundo (la cual excede el
100% en el caso de los impuestos a las empresas), sino que es además el
país con mayor cantidad de impuestos que se conozca (más de 160).
Adicionalmente, prácticamente cada acto que uno realiza tiene un
componente tributario y la forma de liquidar los tributos es
absolutamente demente. Del otro lado, casi no hay penas a quienes
evaden y el gobierno lanza una moratoria o amnistía por año, lo cual no
ayuda en absoluto.

En otras palabras, Argentina cuenta con todas y cada una de las


características que solemos identificar en los infiernos tributarios y todas
ellas llevadas a su máxima expresión.

El país precisa en forma urgente una reforma tributaria que


simplifique el sistema, reduciendo impuestos y alícuotas. Ningún país
decente tiene más de diez gravámenes diferentes.

Por otro lado, se precisa también eliminar construcciones artificiales


como son el régimen de coparticipación, el monotributo e impuestos tan
ridículos como la renta presunta e ingresos brutos.

El país necesita un sistema normal que sirva para solventar sus


gastos de funcionamiento y poco más. Y si se busca fomentar
actividades o conductas, fomentemos el ahorro y la inversión, no el
consumo.

La buena noticia para los políticos de turno es que, teniendo en


cuenta la gigantesca presión fiscal que existe hoy en día, es
prácticamente un hecho que bajando impuestos la recaudación va a
aumentar. Con dicho aumento ellos podrán seguir dando cosas “gratis” a
cambio de votos.

Ojalá esto no fuera así, pero uno sabe los bueyes con los cuales ara.

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