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Pero, en Hungría, los poderes de las Dietas centrales y de condado, lejos de romperse
habían sido aumentados y ampliados por el apoyo de la nobleza magiar salvo la mo-
narquía austríaca de 1741. María Teresa había aceptado como ley fundamental la
exención de impuestos de las tierras de los nobles. Después, convocó dos dietas
(1751 y 1764) pero no pudo convencer a los nobles para que diesen su consentimiento
para la imposición de impuestos y la mejora de la condición de los siervos.
Tras esto, las demás reformas de Haugwitz y Kaunitz eran totalmente inviables. Aun-
que se acabase con la Dieta central, siempre quedaban las dietas de condado en don-
de la resistencia pasiva a las órdenes de Viena era suficiente para hacerlas impractica-
bles. Así pues, los campesinos no pudieron beneficiarse de las mejoras sociales de su
clase, de la fijación legal de sus obligaciones, etc.
María Teresa estuvo siempre en contra de los manejos que condujeron a la partición
de Polonia (1772). José y Kaunitz tuvieron tanta culpa como Federico II y Catalina II,
pero José estaba dispuesto a obtener un buen bocado del reparto (Galitzia) y María
Teresa tuvo que ceder.
Dos años más tarde se opuso sin éxito a la política de partición de Turquía y también
participó a la fuerza en la Guerra de Sucesión bávara. La idea de una anexión de Ba-
viera había estado siempre en la mente de los Habsburgo, pero José no desaprovechó
la ocasión en 1777 a la muerte del elector Maximiliano José, sin herederos legítimos.
Tropas austríacas invadieron Baviera. La oposición a tal medida la organizó Federico II
de Prusia, cuyas tropas invadieron Bohemia y obligaron a José a renunciar a sus aspi-
raciones territoriales.
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En noviembre de 1780 murió María Teresa y con ella desapareció el freno de José.
Ella había salvado a la monarquía de la disolución y, aunque no pudo solucionar el
problema húngaro, y efectuó pocos cambios en Milán y Bélgica, sus reformas adminis-
trativas en Austria-Bohemia proporcionaron los fundamentos sólidos de un avance so-
cioeconómico que continuó hasta 1918.
José sólo intentó llevar a la práctica toda la filosofía absolutista que había producido el
siglo, desde Luis XIV a Federico el Grande, pero fracasó ante un intento tan
ambicioso.
Las reformas, bajo la filosofía de la Ilustración, fueron una mayor intensificación de los
esfuerzos del reinado anterior. Su ambición era extender más el aparato del
absolutismo centralista. Sus burócratas estaban encargados de eliminar las barreras:
idioma, religión, gobierno local, clase social, costumbre… que separaban a unos
súbditos de otros. Así pensaba poder recuperar su posición dominante en Europa –
que constituía su objetivo final –.
Y José había aprendido que las mejoras no llegarían nunca si no se imponían desde
arriba. Creía, como Federico el Grande, que la autoridad política no era un don divino,
sino una delegación del pueblo; que el monarca era el primer servidor del Estado y
que el bienestar de este constituía su primer deber. De estas premisas, aprendidas en
Locke, derivaba un poder bastante más absoluto que el de Luis XIV se pudo atribuir
como representante de Dios en la tierra.
En el siglo XVII, cuando el Estado era el monarca y el poder absoluto era la gloria
personal, el despotismo estaba frenado por los límites que se imponían los propios
reyes. En el siglo XVIII, cuando se separó al estado del monarca y le sobrepasó en
importancia, no había ningún límite teórico al absolutismo; pues los reyes en el bien
hacer por el estado podían incluso transgredir la ley moral. Es una tiranía mucho más
opresiva. José II creía en esto y en otro conjunto de doctrinas que apoyaban al
absolutismo: creía en la ley natural que gobernaba a las relaciones humanas lo mismo
que al mundo físico. La naturaleza era el tirano, no el rey. Y lo mismo que el monarca
obedecía a la ley natural, así sus súbditos debían obedecerle a él. La salvación y el
empuje lo proporcionaría un servicio público disciplinado que compensase la falta de
un patriotismo panaustríaco. Sentimiento difícil de difundir en una confederación tan
diversa de lenguas, razas y credos.
Así, José se encontró con dos enemigos diferentes en su contra, ambos en apoyo de
intereses diferentes: la nobleza y el clero defendiendo instituciones del pasado, y el
pueblo que demandaba una sociedad más justa para el futuro. Ambos exigían una
monarquía limitada y José, al final de su reinado, tuvo que escoger entre los dos
grupos, inclinándose, como otros monarcas de su tiempo, ante la tradición, pues los
acontecimientos de 1784 en Francia fueron una advertencia terrible para los gobiernos
que permitían la libre especulación.
Este cambio operado al final de su reinado no anula los sinceros cambios que había
hecho antes para eliminar las injusticias intolerables de la sociedad austríaca. Llevó
mucho más adelante los proyectos hechos durante el reinado de su madre para
mejorar el procedimiento judicial y racionalizar las leyes. A este respecto, el Código de
Procedimiento civil, de 1781, amplió grandemente los poderes del Estado. Y, con el
Código Penal, de 1781, y el Código de Procedimiento criminal, de 1788, se
protegieron más los derechos del ciudadano hacia una justicia eficaz y se abolieron las
distinciones de clase, ante la ley.
Los cambios descritos hasta ahora afectan solo a los territorios de Austria y Bohemia.
En otras zonas del Imperio, como Lombardía, Bélgica o Hungría, habían sido
respectadas sus instituciones tradicionales de gobierno autónomo, principalmente en
el reinado precedente. En Lombardía, el poder estaba en manos de oligarquías
privilegiadas como el Consejo de los Sesenta de la ciudad de Milán y el Senado del
Ducado de Lombardía.
Así pues, a José sólo le quedaba el recurso de legislar por decreto real para imponer
la modernización que había llevado a otras zonas del Imperio y pasar por encima los
privilegios.
Leopoldo era también un ilustrado, pero con más sentido práctico para el gobierno
que su predecesor. Instalado en el poder, separó la administración de las finanzas;
restauró los diezmos, suprimió el impuesto sobre la tierra y restauró el robot. Los
campesinos tuvieron que retardar su emancipación hasta 1848. También abandonó el
segundo objetivo de José: el intento de unificación de la monarquía. Restableció las
libertades nacionales y los órganos de la administración tradicional en Lombardía,
Bélgica y Hungría.
Los proyectos de José hubieran fracasado, aunque su muerte no hubiera sido tan
prematura. Los tiempos de la Revolución francesa hicieron a los monarcas absolutos
dar marcha atrás para salvar sus privilegios y sus coronas y eso es lo que hizo
Leopoldo.