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Final reformas económicas. Reinado María Teresa de Austria

Las reformas mencionadas hasta ahora – revolución en el gobierno e intervención de


la monarquía en la vida social, económica o religiosa – habían afectado solamente a
Austria y Bohemia. Hungría quedó excluida. Había sólo una zona donde la burocracia
vienesa podía practicar con libertad los preceptos del racionalismo ilustrado: la frontera
militar con Turquía. Ignorando a la Dieta húngara y, por tanto, actuando inconstitucio-
nalmente, la monarquía colonizó estas zonas avanzadas con veteranos de la Guerra
de los Siete años.

Pero, en Hungría, los poderes de las Dietas centrales y de condado, lejos de romperse
habían sido aumentados y ampliados por el apoyo de la nobleza magiar salvo la mo-
narquía austríaca de 1741. María Teresa había aceptado como ley fundamental la
exención de impuestos de las tierras de los nobles. Después, convocó dos dietas
(1751 y 1764) pero no pudo convencer a los nobles para que diesen su consentimiento
para la imposición de impuestos y la mejora de la condición de los siervos.

Tras esto, las demás reformas de Haugwitz y Kaunitz eran totalmente inviables. Aun-
que se acabase con la Dieta central, siempre quedaban las dietas de condado en don-
de la resistencia pasiva a las órdenes de Viena era suficiente para hacerlas impractica-
bles. Así pues, los campesinos no pudieron beneficiarse de las mejoras sociales de su
clase, de la fijación legal de sus obligaciones, etc.

Tampoco podía mejorar la condición de los húngaros mientras su economía no entra-


se a formar parte de la comunidad mercantil Habsburgo, como miembro de pleno dere-
cho; por el contrario, era explotada como si se tratase de unas colonias. Hungría fue
excluida de los beneficios del mercado austro-bohemio por negarse a pagar su parte
proporcional de impuestos.

Por supuesto, el retraso húngaro no se debía únicamente a la política austríaca. La


ocupación turca, las guerras de liberación, las rebeliones y las pacificaciones tenían su
parte de culpa también. Asimismo, hay que culpar a la anticuada mentalidad magiar en
cuanto a la actividad económica, que dejó la industria a los colonos alemanes y el co-
mercio a los griegos y serbios y ocasionó una falta de interés en proveer el capital ne-
cesario para desecar los pantanos, construir carreteras y canalizar los ríos.

Hungría quedó excluida del sistema económico y político austro-bohemio aunque la


emperatriz intentara ganarse el afecto de los magiares. El dualismo austro-húngaro es-
taba firmemente establecido.

En el pensamiento de Kaunitz y de José I todos los cambios descritos estaban pensa-


dos en última instancia, para obtener mayores ingresos y disponer de ejércitos más
poderosos para la consecución de una política exterior agresiva.

María Teresa estuvo siempre en contra de los manejos que condujeron a la partición
de Polonia (1772). José y Kaunitz tuvieron tanta culpa como Federico II y Catalina II,
pero José estaba dispuesto a obtener un buen bocado del reparto (Galitzia) y María
Teresa tuvo que ceder.

Dos años más tarde se opuso sin éxito a la política de partición de Turquía y también
participó a la fuerza en la Guerra de Sucesión bávara. La idea de una anexión de Ba-
viera había estado siempre en la mente de los Habsburgo, pero José no desaprovechó
la ocasión en 1777 a la muerte del elector Maximiliano José, sin herederos legítimos.
Tropas austríacas invadieron Baviera. La oposición a tal medida la organizó Federico II
de Prusia, cuyas tropas invadieron Bohemia y obligaron a José a renunciar a sus aspi-
raciones territoriales.
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En noviembre de 1780 murió María Teresa y con ella desapareció el freno de José.
Ella había salvado a la monarquía de la disolución y, aunque no pudo solucionar el
problema húngaro, y efectuó pocos cambios en Milán y Bélgica, sus reformas adminis-
trativas en Austria-Bohemia proporcionaron los fundamentos sólidos de un avance so-
cioeconómico que continuó hasta 1918.

AUSTRIA BAJO JOSÉ II (1780-1790)

José sólo intentó llevar a la práctica toda la filosofía absolutista que había producido el
siglo, desde Luis XIV a Federico el Grande, pero fracasó ante un intento tan
ambicioso.

Las reformas, bajo la filosofía de la Ilustración, fueron una mayor intensificación de los
esfuerzos del reinado anterior. Su ambición era extender más el aparato del
absolutismo centralista. Sus burócratas estaban encargados de eliminar las barreras:
idioma, religión, gobierno local, clase social, costumbre… que separaban a unos
súbditos de otros. Así pensaba poder recuperar su posición dominante en Europa –
que constituía su objetivo final –.

Y José había aprendido que las mejoras no llegarían nunca si no se imponían desde
arriba. Creía, como Federico el Grande, que la autoridad política no era un don divino,
sino una delegación del pueblo; que el monarca era el primer servidor del Estado y
que el bienestar de este constituía su primer deber. De estas premisas, aprendidas en
Locke, derivaba un poder bastante más absoluto que el de Luis XIV se pudo atribuir
como representante de Dios en la tierra.

En el siglo XVII, cuando el Estado era el monarca y el poder absoluto era la gloria
personal, el despotismo estaba frenado por los límites que se imponían los propios
reyes. En el siglo XVIII, cuando se separó al estado del monarca y le sobrepasó en
importancia, no había ningún límite teórico al absolutismo; pues los reyes en el bien
hacer por el estado podían incluso transgredir la ley moral. Es una tiranía mucho más
opresiva. José II creía en esto y en otro conjunto de doctrinas que apoyaban al
absolutismo: creía en la ley natural que gobernaba a las relaciones humanas lo mismo
que al mundo físico. La naturaleza era el tirano, no el rey. Y lo mismo que el monarca
obedecía a la ley natural, así sus súbditos debían obedecerle a él. La salvación y el
empuje lo proporcionaría un servicio público disciplinado que compensase la falta de
un patriotismo panaustríaco. Sentimiento difícil de difundir en una confederación tan
diversa de lenguas, razas y credos.

Los cambios que introdujo en la administración de Austria-Bohemia estaban


pensados para proporcionar mayor unidad, uniformidad, simplicidad y economía. Se
redujeron oficinas y salarios y se exigió mayor productividad. Los asuntos internos se
concentraron en un despacho supremo con trece departamentos. A nivel provincial, se
redujeron los Gubernia, de 12 a 6. A partir de 1783, se suspendieron los comités
permanentes de las Dietas – nuevo golpe contra las instituciones tradicionales –. Se
eliminó, donde la había, la autogestión municipal.

La policía controlaba y espiaba a la administración informando a Viena en caso de


mala conducta. Estos cambios en la burocracia permitieron al emperador manipular
con más efectividad a la sociedad austríaca: modernizarla, estimular su actividad
económica, enriquecerla.

Su política hacia la Iglesia, el derecho, la educación y bienestar social, la


emancipación de los siervos y la promoción del desarrollo económico se redujo a la
activación de los proyectos que había iniciado durante la co-regencia.
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La patente de tolerancia de 1781 revolucionó la vida religiosa y al otorgar igualdad


civil y de culto a luteranos, calvinistas y ortodoxos estaba guiado principalmente por
motivos económicos.

El sistema educacional, continuación del reinado previo, le permitió establecer un


control de la voluntad austríaca y su adaptación a los fines del Estado. Este control no
concluía al dejar la escuela o la universidad, sino que se convertía en una
investigación vitalicia por medio de la policía secreta y la censura de la literatura.

Llamó en su ayuda a los intelectuales de clase media, llevando imprudentemente a la


escena política a lo que se llamó en Austria cuarto estado. Imprudentemente digo,
porque a medida que se endureció la política en el transcurso de la década de los
ochenta, los que se oponían al poder absoluto encontraron “munición” en los escritos
de los mismos hombres que el monarca había elegido. Se dio cuenta de que la
Ilustración podía utilizarse a favor de los privilegios de los nobles y el clero, lo mismo
que del poder de los reyes.

Así, José se encontró con dos enemigos diferentes en su contra, ambos en apoyo de
intereses diferentes: la nobleza y el clero defendiendo instituciones del pasado, y el
pueblo que demandaba una sociedad más justa para el futuro. Ambos exigían una
monarquía limitada y José, al final de su reinado, tuvo que escoger entre los dos
grupos, inclinándose, como otros monarcas de su tiempo, ante la tradición, pues los
acontecimientos de 1784 en Francia fueron una advertencia terrible para los gobiernos
que permitían la libre especulación.

Este cambio operado al final de su reinado no anula los sinceros cambios que había
hecho antes para eliminar las injusticias intolerables de la sociedad austríaca. Llevó
mucho más adelante los proyectos hechos durante el reinado de su madre para
mejorar el procedimiento judicial y racionalizar las leyes. A este respecto, el Código de
Procedimiento civil, de 1781, amplió grandemente los poderes del Estado. Y, con el
Código Penal, de 1781, y el Código de Procedimiento criminal, de 1788, se
protegieron más los derechos del ciudadano hacia una justicia eficaz y se abolieron las
distinciones de clase, ante la ley.

Las medidas de mejora alcanzaron al campesinado en el sentido de mejoras


económicas y legales. Dichas medidas culminaron con la abolición del trabajo que el
siervo debía al señor en virtud de las contraprestaciones señoriales. Después de 1789,
se promulgó la Reglamentación agraria y de impuestos que abarcaba los impuestos
pagados al estado y las cuotas pagadas al señor. Esta medida revolucionaria impuesta
en un momento inoportuno, cuando las ideas de la Revolución francesa se extendían
por Europa, trajo como resultado un rechazo de campesinos y de siervos. Los nobles
se hicieron fuertes en sus propiedades y se manifestaron en las Dietas.

Los campesinos tampoco agradecieron estas medidas tendentes a la liberación


señorial de los siervos. Se quejaban de tener que pagar en metálico al abolirse en
“robot” o trabajo señorial.

Al obligar por la fuerza a su pueblo a someterse a este programa de bienestar, José es


un ejemplo de ambivalencia producida por el choque de la Ilustración con el
Absolutismo. Luchaba por emancipar a los campesinos pero con similar tenacidad
buscaba mejorar su capacidad para pagar impuestos.

En la práctica, su política económica produjo un liberalismo en el interior y el


proteccionismo frente al exterior con tarifas protectoras en las fronteras (medidas de
1784) prohibiendo la importación de productos que pudieran fabricarse en el país. Los
gremios perdieron sus controles restrictivos del progreso industrial y se dio impulso a
la industria en gran escala, libre de supervisión o ayuda financiera del Estado. El
resultado fue un aumento impresionante de la producción industrial en Bohemia y
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suburbios de Viena y también un aumento de población, síntoma de expansión


económica.

Los cambios descritos hasta ahora afectan solo a los territorios de Austria y Bohemia.
En otras zonas del Imperio, como Lombardía, Bélgica o Hungría, habían sido
respectadas sus instituciones tradicionales de gobierno autónomo, principalmente en
el reinado precedente. En Lombardía, el poder estaba en manos de oligarquías
privilegiadas como el Consejo de los Sesenta de la ciudad de Milán y el Senado del
Ducado de Lombardía.

No existía servidumbre pero José quería llevar a cabo muchas reformas:


modernización de la Iglesia, reforma del derecho y sistema judicial y, sobre todo,
mejora de los ingresos estatales por medio de la reducción de exenciones tributarias
de los privilegiados. Pero José II descubrió que las reformas económicas o sociales
eran imposibles sin un previo cambio constitucional. Por tanto, estableció nuevos
tribunales legales, dividió el ducado en nuevos distritos administrativos dirigidos por
intendentes responsables ante Viena y, en 1786, abolió el Senado y el Consejo de los
Sesenta.

En Bélgica, era mucho más difícil la modernización, pues la maquinaria tradicional de


gobierno había quedado parada durante los reinados de Carlos VI y María Teresa. Las
10 provincias estaban separadas entre sí, gobernadas cada una por una débil
Constitución. Los grupos privilegiados en cada provincia mantenían al país en un
estado de inmovilismo.

Así pues, a José sólo le quedaba el recurso de legislar por decreto real para imponer
la modernización que había llevado a otras zonas del Imperio y pasar por encima los
privilegios.

A partir de 1781, creó a gran escala un sistema judicial y administrativo racional


dependiente de Viena. Los aristócratas comenzaron a sentir temor por sus
propiedades y privilegios (disfrutaban de la carga tributaria más ligera – a excepción
de Polonia – y, hacia 1789, se produjeron manifestaciones y mítines y cada provincia
emitió por separado su propia declaración de independencia.

Con respecto a Hungría, José II no estaba dispuesto a tolerar la independencia de


gobierno y la autonomía magiar y, para no tener que jurar ambas, renunció a la
ceremonia de coronación y trasladó la Corona de San Esteban de Budapest a Viena
(1784). Pensaba extender su programa de modernización a Hungría por la fuerza, si
era necesario.

Se aplicaron las Patentes de tolerancia, de abolición de la servidumbre y la reforma y


reorganización de la Iglesia. En 1784, comenzó un censo de población; pero las
reformas encargadas a las autoridades provinciales magiares eran saboteadas, por lo
que se procedió al desmantelamiento de las formas tradicionales de gobierno,
reemplazadas por la jerarquía administrativa impuesta por Kaunitz en Austria y
Bohemia. En el vértice de la pirámide administrativa, la Cancillería Unida de Hungría y
Transilvania. Hungría, Croacia y Transilvania se unieron en un gran Gubernium,
dividido en distritos. Se suprimieron la Dieta nacional y las Dietas de los condados. Se
asentaron burócratas austríacos en lugar de los funcionarios locales.

Montado el edificio del sistema administrativo, se creó un sistema tributario basado en


la capacidad económica. La aristocracia y la nobleza fueron las más atacadas. La
reforma lingüística que sustituyó al latín por el alemán como lengua de gobierno y
arrinconó al magiar como vehículo educativo, lo que fue un nuevo motivo para la
rebelión nacionalista que estaba preparada para estallar en 1789.
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Su política exterior se caracterizaba por la ambición territorial, pero careció para


llevarla a cabo de la habilidad diplomática y de capacidad militar.

Sus proyectos de agresión a Turquía, en los Balcanes, y a Prusia y Alemania, en


Europa, contaban con el apoyo francés y ruso, pero ambos le fallaron y cayó derrotado
ante Turquía a la que se enfrentó sólo en la catastrófica campaña de 1788. Esta
derrota produjo el abandono de su programa reformista, porque además se añadía el
hecho de que los años finales de su reinado (1789 y 1790) fueron años de malas
cosechas y de depresión económica.

Sus sueños, articulados en un doble programa:

- intento de emancipar a las masas a expensas del clero, la nobleza y los


patricios urbanos.
- El propósito de unificar los diversos pueblos de la monarquía con instituciones
comunes y uniformes, inspiradas en un patriotismo panaustríaco, tuvieron que
ser completamente abandonados. Y, además, se encontró con la oposición de
todos los sectores de la sociedad austríaca. Tuvo que dar marcha atrás, Pero
la reacción comenzó después de su muerte (febrero de 1790), dirigida por su
hermano Leopoldo II.

Leopoldo era también un ilustrado, pero con más sentido práctico para el gobierno
que su predecesor. Instalado en el poder, separó la administración de las finanzas;
restauró los diezmos, suprimió el impuesto sobre la tierra y restauró el robot. Los
campesinos tuvieron que retardar su emancipación hasta 1848. También abandonó el
segundo objetivo de José: el intento de unificación de la monarquía. Restableció las
libertades nacionales y los órganos de la administración tradicional en Lombardía,
Bélgica y Hungría.

Los proyectos de José hubieran fracasado, aunque su muerte no hubiera sido tan
prematura. Los tiempos de la Revolución francesa hicieron a los monarcas absolutos
dar marcha atrás para salvar sus privilegios y sus coronas y eso es lo que hizo
Leopoldo.

Su programa de germanización contribuyó al renacimiento cultural y resurgir


nacionalista de checos y magiares, más conscientes que nunca de su peculiaridad
lingüística y cultural. Si José estimuló el nacionalismo, también abrió la puerta al
liberalismo que, en definitiva, sería el causante de la muerte de la monarquía como
forma absoluta de gobierno.

José había llevado a Austria hacia la Ilustración progresiva, puso en práctica la


tolerancia religiosa y había dominado a la Iglesia, modernizado la educación, abolido
la servidumbre, dado a los campesinos la protección de la ley y había lanzado a la
monarquía hacia la industrialización, el desarrollo económico y el cambio social.

Durante el pánico de 1789-1790, la nobleza fue capaz de afirmarse y obligar a la


monarquía a colaborar. Ambas en colaboración demostraron ser una fuerza muy
poderosa que permitió a Austria afrontar el ataque napoleónico y resistir, sin
desmoronarse, cien años más

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