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EL DESPOTISMO ILUSTRADO

Esta expresión la acuñaron los historiadores alemanes a mediados del siglo XIX, en
oposición a la expresión despotismo de corte, con la que se definía al gobierno de Luis
XIV, para designar la práctica gubernamental de varios soberanos y ministros europeos
en la segunda mitad del siglo XVIII.

En un primer momento, apareció como encuentro entre política y filosofía. Salvo raras
excepciones, como Rousseau, los pensadores de Las luces que vivieron en el seno de
una sociedad monárquica creyeron que no podía haber bienestar para un pueblo si este
no venía del trono. No existe oposición a las monarquías, a condición de que los reyes
trabajen para el pueblo, para el bien común y que respeten las libertades. En 1769,
Voltaire escribió: No se trata de hacer una revolución, como la del tiempo de Lutero, sino
de realizarla en el espíritu de los que están destinados a gobernar.

Por otra parte, la mayoría de los príncipes descubrió el valor de la propaganda y se


preocupó por controlar la naciente opinión pública, en cuyo origen se sitúan muchos
escritores y pensadores de toda Europa, unidos entre sí por una amplia correspondencia.
Los soberanos mantuvieron con ellos relaciones muy cordiales. Federico II llamó a
Voltaire a Postdam en dos ocasiones, en 1750 y 1753, y Catalina II invitó a Diderot a San
Petersburgo, en 1773-1774.

La filosofía dio a los soberanos ilustrados un vocabulario y un estilo. Sobre todo, les
proporcionó nuevos principios y, en especial, un estado de espíritu laico. Las
monarquías fueron tolerantes, se laicizaron: ya no basaban la autoridad en el derecho
divino, sino en un contrato, en una necesidad racional.

No está muy claro que haya una diferencia fundamental entre el absolutismo de los
príncipes y el despotismo ilustrado. Los soberanos del XVIII tienen como modelo a Luis
XIV, monarca absoluto por excelencia y no a los filósofos. Como él, muestran una gran
dedicación al trabajo; toman las decisiones personalmente y llegan a ser verdaderos
expertos en el ejercicio del poder. La influencia de los filósofos y del racionalismo francés
contribuye no a la liberación del régimen, sino a su reforzamiento, dando al Estado una
organización más racional. Esta es una de las pruebas de la ambigüedad del
despotismo ilustrado (utilizar las nuevas ideas para hacer triunfar el absolutismo).

Los príncipes ilustrados mantienen la concepción francesa de la monarquía: incluso


refuerzan la autoridad del Estado, separándolo de la persona del soberano. Aparece la
noción de un interés superior al interés dinástico y cercano al interés general; es el
comienzo de la exaltación de la función pública, en cuya cima se sitúa el monarca.

Contemporáneamente a la práctica absolutista de Federico II, se había difundido por toda


Europa una obra que encarnaría la doctrina del despotismo legal El orden natural y
esencial de las sociedades políticas (1767) de MERCIER DE LA RIVIÈRE, un fisiócrata
francés, partidario como Turgot de la administración ilustrada. Esta obra está considerada
como la formulación teórica del despotismo ilustrado, pero, en realidad, es algo muy
distinto. Para Mercier de la Rivière, que no confía en absoluto en el Estado, el orden
social debe basarse en la propiedad individual y en la libertad económica que el soberano
debe mantener, de manera que El Rey reina y la ley gobierna. Esta fórmula está muy lejos
de la antigua monarquía, que subordinaba el derecho individual al derecho social, y lejos
del despotismo ilustrado, tutelador y legislador de la economía.

1. Despotismo Ilustrado y Subdesarrollo


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1.1. El campo de la monarquía absoluta había sido la Europa occidental, vuelta al


Atlántico y al resto del mundo. El Despotismo Ilustrado se sitúa en los países
menos desarrollados e incluso atrasados, en las penínsulas mediterráneas o en
la Europa central y oriental, es decir, la Europa terrateniente; la de los grandes
dominios, donde aún subsistía el poder de la aristocracia territorial. Esto no es
una simple coincidencia, sino una señal de la función histórica que amplió el
despotismo ilustrado.

Para los soberanos de los estados inacabados (Rusia, Prusia), heterogéneos


(Austria)) o dormidos (España, Italia) cuyo aparato administrativo era aún
embrionario y cuyos medios fiscales y militares eran aún insuficientes, el
despotismo fue un medio que permitió recuperar el retraso. El poder público
suplió la ausencia de burguesía, miró a Francia, pero también a Inglaterra, que
enseñó a los gobernantes cómo crear riqueza y utilizar el crédito. La economía
se pone al servicio de la guerra victoriosa, la principal preocupación del reino; el
desarrollo del derecho de propiedad que tuvo lugar en Occidente en detrimento
del soberano se realizó aquí en beneficio del Estado. El rey de Prusia no sólo
se hizo cargo de la agricultura, fue también el principal industrial, comerciante y
banquero del país, a fin de que no disminuyera la actividad de los grandes
centros alemanes, demasiado inclinados al liberalismo.

1.2. Así se explica la falta de legislación social para llevar a cabo sus reformas; el
déspota ilustrado que no es un filántropo y además actúa en países atrasados,
solo tiene una posibilidad: intentar atraerse a la aristocracia, a expensas del
tercer estado. La carta de nobleza, promulgada por Catalina II, en 1785, prueba
hasta qué punto el sistema ruso se había convertido en una “autarquía apoyada
en la aristocracia”.

Tres personalidades poderosas dominaron entonces Europa y tendieron a eclipsar a los


demás jefes de Estado: Federico II de Prusia, quien declaró El monarca no es el dueño
absoluto, sino únicamente el primer servidor del Estado; Catalina II, de Rusia, la más rusa
de todas las emperatrices, a pesar de su origen alemán; y otro alemán contemporáneo
suyo, José II, emperador de Austria, y quien, mediante la aplicación despótica de sus
ideas, intentó modernizar los dominios de los Habsburgo.

A tan relevantes personalidades, habríamos de añadir Carlos III de España, el más


genuino de todos, o su vecino José I, de Portugal, ayudado por su ministro Pombal,
filósofo ilustrado y hábil estadista. Estados italianos, como Parma, Cerdeña, Sicilia o
Toscana tienen al frente a un déspota ilustrado y también los reinos del norte de Europa,
como Dinamarca o Suecia.

Las personalidades de estos déspotas fueron muy variadas; pero sus políticas
presentaron aspectos comunes. Casi todos se ordenaron alrededor de tres centros de
intereses: el religioso – el más característico y el que mejor reflejó el espíritu del siglo –, el
económico y el social. Sin embargo, la acción de todos tuvo siempre el mismo objetivo
final: no hacer dichosos a los hombres (gobernar para el pueblo, pero sin el pueblo), pues
esto no eran más que declaraciones para el uso de los filósofos franceses y sus lectores,
sino el de robustecer el poderío financiero y militar de su propio estado.

2. Política religiosa
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En general, la mayoría de los soberanos de los países católicos se esforzó más en


favorecer las doctrinas hostiles a la autoridad del Papa que en favorecer una filosofía
irreligiosa. Se favoreció el jansenismo que tendía a convertir a los príncipes en jefes de
las iglesias nacionales.

Los déspotas ilustrados actuaron más en el campo institucional que en el doctrinal. En


España, donde sus poderes estaban disminuidos, y en Toscana, en donde fue suprimida,
arremetieron contra la Inquisición. Pero contra la que fueron más hostiles fue contra la
Compañía de Jesús, aquella milicia eclesiástica que escapaba a toda autoridad episcopal
o secular, que era incondicionalmente devota al Papa y que sólo dependía de él.

Pombal dio el primer asalto contra ella: acusó a los jesuitas de complicidad en el atentado
contra José I y los hizo expulsar de Portugal y de sus colonias. Luis XV y, tras él, todos los
Borbones, tomaron la misma medida. El propio Clemente XIV fue elegido a cambio de una
promesa de supresión de la Compañía, en 1769, que cumplió en 1773. Parecía que el
partido filósofo había obtenido una gran victoria.

Pero no sólo se actuó contra los jesuitas. Hubo otros regulares exentos de la jurisdicción
del ordinario que se encontraron siendo objeto de los ataques ilustrados. Cierto número
de conventos fue cerrado. En Toscana, se les quitó a los eclesiásticos la censura de los
libros. En España, perdieron parte de la asistencia pública y de la enseñanza, poderosas
instituciones de influencia. Pero aquellas medidas tomadas en los países latinos no se
integraron en un conjunto.

José II fue el único príncipe que tuvo una política sistemática. Toda su acción tendió a
convertir el clero católico de sus estados en un cuerpo que estuviera más sometido a él
que al Papa.

En los países no católicos, las relaciones entre el Estado y las Iglesias plantearon pocos
problemas, por estar los cleros ortodoxo y luterano sometidos al poder civil. En Dinamarca
o Suecia, donde todos eran luteranos, la tolerancia religiosa fue una práctica fácil de
cumplir. Pero también triunfó cuando se produjo la anexión de Silesia a Prusia. Federico II
se mostró muy tolerante y, hombre práctico, ante todo, aquel príncipe filósofo acogió
liberalmente a los jesuitas expulsados de los países mediterráneos, pues apreciaba su
cultura y su talento pedagógico y los destinó a sus súbditos católicos.

3. Política económica

Los déspotas ilustrados entendieron que, en el campo económico, las estructuras


antiguas no impedían a sus súbditos aprovechar la coyuntura favorable. Las corrigieron y
a veces las suprimieron. El aumento demográfico exigía mayor producción agrícola. En
los países católicos, la autoridad atacó así a aquellos conventos que no estaban poblados
como consecuencia de la crisis de vocaciones, que disponían de inmensos bienes de
manos muertas, pero que no tenían capital para realizar las innovaciones indispensables.

El movimiento fue general, se secularizaron los bienes de la Iglesia en Portugal, en


España, en Lombardía, en Parma, en la república de Venecia, e incluso – lo que
demuestra que se trataba más bien de imperativos económicos, que de la aplicación de
una ideología anticlerical – en los Estados Pontificios y en Francia, en donde funcionó una
comisión de reforma del clero regular.

Además, por los medios más diversos, se alentó la producción. En España, Carlos III, por
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una pragmática de 1773, hizo proclamar la dignidad del trabajo artesano e impulsó a la
nobleza a participar en actividades económicas; y favoreció la creación de sociedades
económicas y patrióticas para ello. Redujo prácticamente a la nada los viejos privilegios
ganaderos trashumantes de la Mesta, y, mientras, autorizaba a los propietarios a cercar
sus tierras con el fin de protegerlas de sus rebaños. Favoreció la colonización exterior:
seis mil inmigrantes bávaros fueron instalados en Sierra Morena.

José II llevó una política semejante en el sudeste de Hungría; y Catalina, en el sur de


Ucrania, en donde 600 000 colonos, a veces de origen alemán, fueron instalados en unas
tierras hasta entonces desiertas. Federico II continuó la obra familiar haciendo venir
colonos de otros países alemanes, del Mecklemburgo, de Suabia, otorgándoles
préstamos, exenciones temporales de impuestos, proporcionándoles material agrícola,
semillas y ganado y comprometiendo a los grandes señores a que lo imitasen.

La expansión demográfica significó igualmente un aumento en la demanda de tejidos, por


lo que los déspotas estimularon la producción, primero prosiguiendo una política
mercantilista, y, luego, aliándose, poco a poco, con la libertad industrial.

Otorgaron menos cuidados al desarrollo del comercio que al de la agricultura y al de las


manufacturas. Sin embargo, desarrollaron los puertos y las comunicaciones e hicieron
construir carreteras y canales. Además de estas medidas, hicieron un notable esfuerzo
para desarrollar la circulación fiduciaria y el crédito. La Banca de Berlín fue fundada en
1765 con un capital suministrado por el tesoro real 1.

4. Las realidades sociales

No se puede negar la existencia de ciertos aspectos humanitarios por lo demás


extremadamente limitados y que solo contribuían a enmascarar muy duras realidades. Se
hicieron esfuerzos por dulcificar la justicia y Gustavo III, rey de Sicilia, y Luis XVI, de
Francia abolieron la tortura. En Prusia, todo quedó en el papel y la justicia rusa se
mantuvo muy cruel, arbitraria y venal.

Un único soberano se mostró eficaz a este respecto: Pedro Leopoldo de Toscana, que no
sólo abolió la tortura, sino también la pena de muerte y la confiscación de los bienes de
los condenados. Estableció la igualdad de todos ante la justicia, suprimiendo tribunales
particulares de cada estamento. Hacia 1780, Toscana se halló dotada de una legislación
de un asombroso modernismo, reforma que demuestra hasta qué punto había
evolucionado la sociedad en el ducado.

Por otra parte, las estructuras sociales, en su conjunto, fueron poco modificadas por la
acción de aquellos déspotas llamados ilustrados. Federico no varió nada en el pacto
fundamental que le valía la fidelidad de sus junkers2. En Rusia, y bajo Catalina, la
servidumbre se extendió más que nunca.

Sin embargo, algunos de los soberanos y de los ministros de entonces no se limitaron a


mantener las condiciones sociales existentes. Pombal favoreció a los burgueses, en

1 Pero el logro más notable en este campo fue el de Catalina II. Su Banca de Estado funcionó con un
encaje metálico muy escaso. Sus billetes no tuvieron así valor más que por la confianza que se le otorgaba
a la zarina. Ahora bien, no solo no padecieron más que una depreciación mínima, sino que llegaron a tener
prima sobre la moneda de cobre. Allí donde Francia había fracasado y en donde iba a fracasar España, con
el Banco de San Carlos, Catalina parece haber triunfado por la única virtud de la autocracia.

2 Terratenientes.
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contra de los nobles, al facilitar a todos los portugueses el acceso a la función pública.
Carlos III se esforzó por someter al impuesto a la nobleza. Gustavo III gobernó contra la
suya. Struensee, primer ministro de Cristian VII de Dinamarca, quiso abolir la servidumbre
y enajenó así a la aristocracia agrícola de Jutlandia. Por fin, José II, sin menoscabar la
posición preponderante de su nobleza en la sociedad y el Estado, se esforzó por mejorar
la condición campesina.

5. Las realidades políticas

No obstante, aquellos estadistas siguieron siendo unos déspotas o al menos unos jefes
muy celosos de una autoridad que no querían compartir. La instauración de la libertad de
prensa por Struensee no deja de ser un hecho aislado. Como lo fue, por otra parte, el
proyecto de constitución que hizo preparar Pedro Leopoldo, que preveía el
establecimiento de asambleas provinciales y de una asamblea legislativa elegidas por
sufragio muy amplio 3.

Además, el poder no siempre estaba fundado sobre una irreprochable legitimidad.


Catalina se había convertido en zarina tras haber destronado a su marido; Gustavo III
estableció su poder por el golpe de Estado de 1772, que puso fin al tiempo de libertad y
desembocó en una constitución que reducía en beneficio del rey los poderes de la dieta y
del Senado.

Por todas partes, se fortalecía el Estado; se centralizaba más la administración y la


fiscalidad era más razonable y rentable. Como señal evidente del fortalecimiento del
Estado, en la mayoría de los países las fuerzas armadas se hicieron aún más poderosas.
Mirabeau escribió en 1788 Prusia no es un Estado que posee un ejército, sino un ejército
que ocupa un Estado.

6. Oposiciones, fracasos y límites.

Federico II fue el soberano que encontró menor cantidad de oposición interior y que
conoció los éxitos más clamorosos. Todos los demás conocieron graves dificultades y a
veces hasta un fin trágico.

La política del ministro de hacienda italiano de Carlos III, Leopoldo de Gregorio, marqués
de Esquilache, dio lugar a los motines de 1766: el rey tuvo que salir de Madrid y exonerar
al marqués; desde entonces, sus ministros ya no fueron más que españoles (Aranda y
Floridablanca). Carlos III no llegó a liberar a España de las gravosas importaciones
extranjeras de productos fabricados, a pesar de sus esfuerzos, ni a realizar la justicia
fiscal y, a su muerte, el reino se hallaba en plena crisis financiera.

En Portugal, después de la muerte de José I (1777), Pombal fue desterrado y aunque la


reina María I respetó su obra, no la continuó.

En Dinamarca, Struensee y Cristian VII habían apostado por la burguesía de los puertos
contra la nobleza agrícola, pero, en 1772, esta última consiguió del rey la orden de
detención del ministro que fue condenado pronto a muerte y su obra quedó destruida. No
obstante, en 1778 se logró la liberación del campesinado.

En Suecia, Gustavo III disgustó a los campesinos por la elevación de los impuestos y
como tampoco logró reconciliarse con su nobleza, murió asesinado en 1792.

3 Texto tan audaz que, aunque no trataba en absoluto de atenuar el poder del príncipe, el hermano mayor
de Pedro se opuso a su promulgación.
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En Rusia, las insurrecciones de campesinos fueron numerosas y Catalina tuvo que hacer
frente a la revuelta dirigida por Pugachev, cosaco que trató de hacerse pasar por Pedro III
el incapaz marido que la zarina había destronado en 1762. Constituyó una especie de
Corte y tuvo tanto éxito popular que pronto se elevó el precio puesto a su cabeza: de 500
rublos, en octubre de 1773, se pasó a 28.000 a fines de noviembre. Al comienzo de 1774,
los principales puntos estratégicos del Volga y del Ural estaban en manos rebeldes.
Mantuvo Pugachev largo tiempo a las tropas imperiales en jaque gracias a los apoyos de
las masas rurales. El éxito provisional de la sublevación se explica por el encuadramiento
militar de los insurrectos por los cosacos y por la debilidad del encuadramiento
administrativo en aquellas regiones marginales. Además, había prometido la supresión de
las levas de hombres, de los impuestos y de las prestaciones de trabajo y la distribución
de tierras, bosques y ganado a los campesinos.

La sublevación fue por fin sofocada y el falso zar, entregado por los suyos, fue ejecutado
en Moscú, en 1775. No obstante, aún acaecieron graves levantamientos durante los
últimos años del siglo. Y, al comienzo del siglo siguiente, la multiplicación de los disturbios
campesinos de carácter disperso pero continuo demostraría la imposibilidad de mantener
un régimen social que una amplia fracción de la opinión estimaría entonces dañina para el
interés nacional.

7. Prestigio del Despotismo Ilustrado.

A pesar de los movimientos insurreccionales – motín urbano en España; movimientos


campesinos, en Bohemia y Rusia – disturbios que, por otra parte, no constituyeron de
ningún modo una novedad en la historia de Europa, los déspotas ilustrados conocieron un
auténtico prestigio. Habían sido bien servidos por los escritores a quienes supieron atraer
a su propio juego. Y fueron numerosos los pequeños príncipes alemanes que se
inspiraron en sus prácticas en el gobierno de sus Estados. Así Carlos Federico de Baden;
el joven duque Carlos Augusto de Sajonia-Weimar que hizo del joven Goethe su
consejero privado y de su capital uno de los centros de las letras europeas. Y Jorge III, de
Gran Bretaña, elector de Hannover, dejó gobernar en su electorado a un ministro que se
inspiró en el despotismo ilustrado: Gerlach Adolfo de Münchausen.

Sin embargo, existió una fracción bastante amplia de Europa en donde los ambientes
ilustrados estimaron que las reformas debían tener como fin no ya al Estado sino al
hombre: Francia, Inglaterra, Suiza y las PP UU.

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