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EL DESPOTISMO ILUSTRADO
Esta expresión la acuñaron los historiadores alemanes a mediados del siglo XIX, en
oposición a la expresión despotismo de corte, con la que se definía al gobierno de Luis
XIV, para designar la práctica gubernamental de varios soberanos y ministros europeos
en la segunda mitad del siglo XVIII.
En un primer momento, apareció como encuentro entre política y filosofía. Salvo raras
excepciones, como Rousseau, los pensadores de Las luces que vivieron en el seno de
una sociedad monárquica creyeron que no podía haber bienestar para un pueblo si este
no venía del trono. No existe oposición a las monarquías, a condición de que los reyes
trabajen para el pueblo, para el bien común y que respeten las libertades. En 1769,
Voltaire escribió: No se trata de hacer una revolución, como la del tiempo de Lutero, sino
de realizarla en el espíritu de los que están destinados a gobernar.
La filosofía dio a los soberanos ilustrados un vocabulario y un estilo. Sobre todo, les
proporcionó nuevos principios y, en especial, un estado de espíritu laico. Las
monarquías fueron tolerantes, se laicizaron: ya no basaban la autoridad en el derecho
divino, sino en un contrato, en una necesidad racional.
No está muy claro que haya una diferencia fundamental entre el absolutismo de los
príncipes y el despotismo ilustrado. Los soberanos del XVIII tienen como modelo a Luis
XIV, monarca absoluto por excelencia y no a los filósofos. Como él, muestran una gran
dedicación al trabajo; toman las decisiones personalmente y llegan a ser verdaderos
expertos en el ejercicio del poder. La influencia de los filósofos y del racionalismo francés
contribuye no a la liberación del régimen, sino a su reforzamiento, dando al Estado una
organización más racional. Esta es una de las pruebas de la ambigüedad del
despotismo ilustrado (utilizar las nuevas ideas para hacer triunfar el absolutismo).
1.2. Así se explica la falta de legislación social para llevar a cabo sus reformas; el
déspota ilustrado que no es un filántropo y además actúa en países atrasados,
solo tiene una posibilidad: intentar atraerse a la aristocracia, a expensas del
tercer estado. La carta de nobleza, promulgada por Catalina II, en 1785, prueba
hasta qué punto el sistema ruso se había convertido en una “autarquía apoyada
en la aristocracia”.
Las personalidades de estos déspotas fueron muy variadas; pero sus políticas
presentaron aspectos comunes. Casi todos se ordenaron alrededor de tres centros de
intereses: el religioso – el más característico y el que mejor reflejó el espíritu del siglo –, el
económico y el social. Sin embargo, la acción de todos tuvo siempre el mismo objetivo
final: no hacer dichosos a los hombres (gobernar para el pueblo, pero sin el pueblo), pues
esto no eran más que declaraciones para el uso de los filósofos franceses y sus lectores,
sino el de robustecer el poderío financiero y militar de su propio estado.
2. Política religiosa
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Pombal dio el primer asalto contra ella: acusó a los jesuitas de complicidad en el atentado
contra José I y los hizo expulsar de Portugal y de sus colonias. Luis XV y, tras él, todos los
Borbones, tomaron la misma medida. El propio Clemente XIV fue elegido a cambio de una
promesa de supresión de la Compañía, en 1769, que cumplió en 1773. Parecía que el
partido filósofo había obtenido una gran victoria.
Pero no sólo se actuó contra los jesuitas. Hubo otros regulares exentos de la jurisdicción
del ordinario que se encontraron siendo objeto de los ataques ilustrados. Cierto número
de conventos fue cerrado. En Toscana, se les quitó a los eclesiásticos la censura de los
libros. En España, perdieron parte de la asistencia pública y de la enseñanza, poderosas
instituciones de influencia. Pero aquellas medidas tomadas en los países latinos no se
integraron en un conjunto.
José II fue el único príncipe que tuvo una política sistemática. Toda su acción tendió a
convertir el clero católico de sus estados en un cuerpo que estuviera más sometido a él
que al Papa.
En los países no católicos, las relaciones entre el Estado y las Iglesias plantearon pocos
problemas, por estar los cleros ortodoxo y luterano sometidos al poder civil. En Dinamarca
o Suecia, donde todos eran luteranos, la tolerancia religiosa fue una práctica fácil de
cumplir. Pero también triunfó cuando se produjo la anexión de Silesia a Prusia. Federico II
se mostró muy tolerante y, hombre práctico, ante todo, aquel príncipe filósofo acogió
liberalmente a los jesuitas expulsados de los países mediterráneos, pues apreciaba su
cultura y su talento pedagógico y los destinó a sus súbditos católicos.
3. Política económica
Además, por los medios más diversos, se alentó la producción. En España, Carlos III, por
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una pragmática de 1773, hizo proclamar la dignidad del trabajo artesano e impulsó a la
nobleza a participar en actividades económicas; y favoreció la creación de sociedades
económicas y patrióticas para ello. Redujo prácticamente a la nada los viejos privilegios
ganaderos trashumantes de la Mesta, y, mientras, autorizaba a los propietarios a cercar
sus tierras con el fin de protegerlas de sus rebaños. Favoreció la colonización exterior:
seis mil inmigrantes bávaros fueron instalados en Sierra Morena.
Un único soberano se mostró eficaz a este respecto: Pedro Leopoldo de Toscana, que no
sólo abolió la tortura, sino también la pena de muerte y la confiscación de los bienes de
los condenados. Estableció la igualdad de todos ante la justicia, suprimiendo tribunales
particulares de cada estamento. Hacia 1780, Toscana se halló dotada de una legislación
de un asombroso modernismo, reforma que demuestra hasta qué punto había
evolucionado la sociedad en el ducado.
Por otra parte, las estructuras sociales, en su conjunto, fueron poco modificadas por la
acción de aquellos déspotas llamados ilustrados. Federico no varió nada en el pacto
fundamental que le valía la fidelidad de sus junkers2. En Rusia, y bajo Catalina, la
servidumbre se extendió más que nunca.
1 Pero el logro más notable en este campo fue el de Catalina II. Su Banca de Estado funcionó con un
encaje metálico muy escaso. Sus billetes no tuvieron así valor más que por la confianza que se le otorgaba
a la zarina. Ahora bien, no solo no padecieron más que una depreciación mínima, sino que llegaron a tener
prima sobre la moneda de cobre. Allí donde Francia había fracasado y en donde iba a fracasar España, con
el Banco de San Carlos, Catalina parece haber triunfado por la única virtud de la autocracia.
2 Terratenientes.
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contra de los nobles, al facilitar a todos los portugueses el acceso a la función pública.
Carlos III se esforzó por someter al impuesto a la nobleza. Gustavo III gobernó contra la
suya. Struensee, primer ministro de Cristian VII de Dinamarca, quiso abolir la servidumbre
y enajenó así a la aristocracia agrícola de Jutlandia. Por fin, José II, sin menoscabar la
posición preponderante de su nobleza en la sociedad y el Estado, se esforzó por mejorar
la condición campesina.
No obstante, aquellos estadistas siguieron siendo unos déspotas o al menos unos jefes
muy celosos de una autoridad que no querían compartir. La instauración de la libertad de
prensa por Struensee no deja de ser un hecho aislado. Como lo fue, por otra parte, el
proyecto de constitución que hizo preparar Pedro Leopoldo, que preveía el
establecimiento de asambleas provinciales y de una asamblea legislativa elegidas por
sufragio muy amplio 3.
Federico II fue el soberano que encontró menor cantidad de oposición interior y que
conoció los éxitos más clamorosos. Todos los demás conocieron graves dificultades y a
veces hasta un fin trágico.
La política del ministro de hacienda italiano de Carlos III, Leopoldo de Gregorio, marqués
de Esquilache, dio lugar a los motines de 1766: el rey tuvo que salir de Madrid y exonerar
al marqués; desde entonces, sus ministros ya no fueron más que españoles (Aranda y
Floridablanca). Carlos III no llegó a liberar a España de las gravosas importaciones
extranjeras de productos fabricados, a pesar de sus esfuerzos, ni a realizar la justicia
fiscal y, a su muerte, el reino se hallaba en plena crisis financiera.
En Dinamarca, Struensee y Cristian VII habían apostado por la burguesía de los puertos
contra la nobleza agrícola, pero, en 1772, esta última consiguió del rey la orden de
detención del ministro que fue condenado pronto a muerte y su obra quedó destruida. No
obstante, en 1778 se logró la liberación del campesinado.
En Suecia, Gustavo III disgustó a los campesinos por la elevación de los impuestos y
como tampoco logró reconciliarse con su nobleza, murió asesinado en 1792.
3 Texto tan audaz que, aunque no trataba en absoluto de atenuar el poder del príncipe, el hermano mayor
de Pedro se opuso a su promulgación.
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En Rusia, las insurrecciones de campesinos fueron numerosas y Catalina tuvo que hacer
frente a la revuelta dirigida por Pugachev, cosaco que trató de hacerse pasar por Pedro III
el incapaz marido que la zarina había destronado en 1762. Constituyó una especie de
Corte y tuvo tanto éxito popular que pronto se elevó el precio puesto a su cabeza: de 500
rublos, en octubre de 1773, se pasó a 28.000 a fines de noviembre. Al comienzo de 1774,
los principales puntos estratégicos del Volga y del Ural estaban en manos rebeldes.
Mantuvo Pugachev largo tiempo a las tropas imperiales en jaque gracias a los apoyos de
las masas rurales. El éxito provisional de la sublevación se explica por el encuadramiento
militar de los insurrectos por los cosacos y por la debilidad del encuadramiento
administrativo en aquellas regiones marginales. Además, había prometido la supresión de
las levas de hombres, de los impuestos y de las prestaciones de trabajo y la distribución
de tierras, bosques y ganado a los campesinos.
La sublevación fue por fin sofocada y el falso zar, entregado por los suyos, fue ejecutado
en Moscú, en 1775. No obstante, aún acaecieron graves levantamientos durante los
últimos años del siglo. Y, al comienzo del siglo siguiente, la multiplicación de los disturbios
campesinos de carácter disperso pero continuo demostraría la imposibilidad de mantener
un régimen social que una amplia fracción de la opinión estimaría entonces dañina para el
interés nacional.
Sin embargo, existió una fracción bastante amplia de Europa en donde los ambientes
ilustrados estimaron que las reformas debían tener como fin no ya al Estado sino al
hombre: Francia, Inglaterra, Suiza y las PP UU.