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Clase 1
Introducción al libro
El objetivo, en primer lugar, es sentar una base común de conocimiento para equilibrar
los diferentes horizontes de formación y de experiencia que trae cada unx de ustedes.
En segundo lugar, se trata de cuestionar las ideas preconcebidas que cada unx de
nosotros tiene sobre estos conceptos, recorriendo diferentes visiones alternativas, sin
pretender ser exhaustivos ni llegar a una posición concluyente.
Ahora bien, sin poner en cuestión esta afirmación, puede resultar productivo dar un
paso atrás y preguntarnos: ¿todos hablamos de lo mismo cuando decimos “libro”? ¿Es
todavía una categoría útil, o puede designar cosas radicalmente diferentes? ¿Es lo
mismo un libro hoy, que hace 5, o 50 o 500 años? ¿Qué implicancias tiene la
desmaterialización del libro para esa dualidad que mencionamos?
Volviendo a nuestra época, hace ya muchos años que la revolución digital hace
tambalear las bases de lo que conocíamos y suponíamos respecto al libro. Mucha agua
ha pasado —y sigue pasando— bajo el puente, de la visión apocalíptica a la negación,
de la despreocupación al entusiasmo precipitado.
En palabras del editor argentino Alejandro Katz, “hay dos reacciones típicas ante los
cambios que el entorno digital provocará en el mundo del libro. La de quienes
consideran que el libro, tal como lo hemos conocido, está suficientemente establecido
en nuestra cultura y que por tanto no se verá afectado por los cambios tecnológicos; y
la de quienes creen que, por el contrario, ese libro es un artefacto obsoleto, que no
puede dar respuestas satisfactorias a las necesidades de los usuarios del presente y,
mucho menos, del futuro” (2009).
Asistimos por otra parte a la reformulación de las figuras del autor, del lector y del
editor. ¿Hay un límite tras el cual se debería comenzar a usar otras categorías? ¿Cómo
incide la tarea del editor en la identidad del libro?
Comencemos por una visión clásica (y bastante desdramatizadora) sobre este debate:
la de Umberto Eco:
“El libro es como la cuchara, el martillo, la rueda, las tijeras. Una vez se han inventado, no se
puede hacer nada mejor. El libro ha superado sus pruebas (…). Quizá evolucionen sus
componentes, quizá sus páginas dejen de ser de papel, pero seguirá siendo lo que es.” (Eco, 2012:
18-19)
“Al romper el antiguo lazo anudado entre los textos y los objetos, entre los discursos y su
materialidad, la revolución digital obliga a una radical revisión de los gestos y las nociones que
asociamos con lo escrito. (…)
Las mutaciones de nuestro presente modifican todo a la vez, los soportes de la escritura, la
técnica de su reproducción y diseminación, y las maneras de leer. Tal simultaneidad resulta
inédita en la historia de la humanidad.” (Chartier, 2008)
Volviendo a Darnton, es interesante ver cómo en uno de sus trabajos se corre del eje y
nos previene de ahogarnos en un vaso de agua, ya que no se centra en la aparente
discontinuidad de los soportes, sino en la continuidad de lo que él llama el “paisaje de
“En alguna parte, alrededor del 4000 a.C., los seres humanos empezaron a escribir. Los
jeroglíficos egipcios pertenecen al 3200 a.C., la escritura alfabética se data en el 1000 a.C. Según
dicen algunos estudiosos, como Jack Goody, la invención de la escritura fue el avance tecnológico
más importante de la historia de la humanidad. Transformó la relación de la gente con su pasado
y abrió una vía para que el libro emergiera con fuerza en la historia.
La historia de los libros condujo a un segundo cambio tecnológico cuando el códice substituyó al
rollo en algún momento de las primeras décadas de la era cristiana. Durante el siglo III, el códice
―es decir, libros con páginas que uno podía pasar, a diferencia de los rollos que se tenían que
desenvolver― devino crucial para la propagación del cristianismo. Transformó la experiencia de
la lectura: la página emergió como una unidad de percepción, y los lectores podían hojear a
través de un texto claramente articulado, uno que eventualmente incluía palabras diferenciadas
(es decir, palabras separadas por espacios), párrafos y capítulos, además de índices y otras
ayudas para el lector.
A su vez, el códice fue transformado por la invención de la imprenta de tipos móviles en la década
de 1450. A decir verdad, fueron los chinos quienes lo idearon en torno a 1045, y los coreanos
utilizaron caracteres de metal sustituyendo a los bloques de madera alrededor del 1230. Pero la
invención de Gutenberg, a diferencia de lo ocurrido en el Extremo Oriente, se extendió como un
reguero de pólvora, haciendo que el libro estuviera al alcance de círculos cada vez más amplios
de lectores. Durante casi cuatro siglos la tecnología de la imprenta no cambió, pero el público
lector creció cada vez más, gracias a las mejoras en la instrucción, la educación y el acceso a la
palabra impresa. Los folletos y los periódicos, impresos por prensas movidas a vapor sobre papel
hecho de pulpa de madera y no de trapos, ampliaron el proceso de democratización hasta el
punto de que apareció un público lector masivo durante la segunda mitad del siglo XIX.
El cuarto gran cambio, la comunicación electrónica, sucedió ayer, o anteayer, según cómo lo
midamos. Internet se fecha a partir de 1974, al menos como término. Se desarrolló a partir de
ARPANET, que es de 1969, y de experimentos anteriores en la comunicación entre redes de
ordenadores. La Web comenzó como un medio de comunicación entre físicos en 1981. Los sitios
web y los motores de búsqueda llegaron a ser comunes a mediados de los noventa. Y a partir de
aquí todos sabemos la sucesión de nombres que han hecho de la comunicación electrónica una
experiencia diaria: navegadores tales como Netscape, Internet Explorer y Safari, así como
motores de la búsqueda del tipo de Yahoo y Google, este último fundado en 1998.
Si reordenamos los acontecimientos es posible obtener un dibujo distinto, uno que acentúe la
continuidad en vez del cambio. (…) En lugar de la mirada a largo plazo de las transformaciones
tecnológicas, que subyace a la extendida opinión de que acabamos de entrar en una nueva era,
la de la información, quiero sostener que cada edad fue una edad de la información, cada una a
su modo, y que la información ha sido siempre inestable.” (Darnton, 2009: 21-23)
Fuente: theawkwardyeti.com
Del lado de los que abrazaron la causa digital con particular entusiasmo desde temprano
desde una perspectiva editorial, podemos mencionar a Sara Lloyd (2008) quien, con un
tono por momentos alarmista y por otros admonitorio, afirma en su “Manifiesto de una
editora para el siglo XXI”:
(…)
Mientras los límites del libro se van volviendo más porosos, el concepto de ‘libro como una
unidad’ desaparece lentamente en la historia y empiezan a surgir nuevos modelos de negocio. El
valor de la cadena se desplaza desde un modelo que entremezcla contenido y distribución hacia
un modelo que valora simplemente el contenido.”
Según la misma autora, el libro tradicional es puesto en cuestión por un nuevo tipo de
lector, el prosumidor:
“En la progresión lineal de un texto del autor al lector hay dos campos de actividad que hasta
ahora han permanecido ocultos al lector: el desarrollo del texto en sí, es decir el proceso de
escritura y edición, y la comercialización, distribución y venta del texto. Tradicionalmente, los
lectores no han desempeñado ninguna función en el primero y solo una función muy limitada en
el segundo, con recomendaciones de “boca a oreja” o marketing viral. Es probable que los nativos
digitales de hoy, que se han convertido en prosumidores (productores/consumidores) con
alarmante velocidad y, aún más alarmante, con distintos grados de aptitud, esperen participar
en mucho mayor medida en esos dos campos de actividad si se pretende que se interesen en los
textos.”
Siempre según Lloyd, aún habría un lugar marginal para el libro tradicional, el “libro isla”,
pero esto no es un consuelo ni mucho menos. Lo verdaderamente importante es el
“libro en red”, y será responsabilidad de los editores tener una presencia relevante o no
en su deriva:
“No todos los libros tienen por qué ser libros en red. En el futuro siempre habrá lugar para esa
experiencia de sumergirse profundamente en la lectura solitaria, o eso espero. Pero, aun así, más
les vale a los editores que sean ellos quienes definan cuál ha de ser la forma de un libro en red,
porque si no lo hacen pueden estar bien seguros de que otros lo harán.”
El planteo es provocador, y aún vigente a pesar de que fue hecho hace varios años. Sin
embargo, cabe preguntarse si la posición de Lloyd es sincera y desinteresada, o bien si
esta es funcional a determinados intereses económicos y sectoriales. Como mínimo, lo
es de modo involuntario. Después de todo, ya desde su presentación, el texto no se
presenta con una perspectiva neutral sino como una expresión de deseo programática,
como lo hace todo manifiesto que se precie de tal. De todas maneras, cabe tener la
misma reserva con respecto a todos lxs autorxs ya citadxs.
Como plantea Katz (2009), quizás sea necesario revisar la categoría “libro” de vez en
cuando y ver cómo funciona:
“Desde hace ya mucho tiempo el concepto libro designa, bajo materialidades analogizables,
objetos radicalmente diferentes, sea por los modos de producción del contenido textual, por el
modo de circulación o por las prácticas de lectura puestas en juego. Sin embargo, la industria no
ha diferenciado suficientemente los diversos segmentos de la actividad editorial, que han
seguido siendo percibidos como subespecies de una categoría universal (el libro) y no como
categorías independientes entre sí.”
Hace ya varios años, el artículo “La memoria vegetal resiste”, escrito por la periodista
Silvina Friera (2015) y aparecido en el diario argentino Página/12, informaba en su
bajada: “En Argentina la venta de libros digitales crece lentamente, mientras que en
Estados Unidos se estancó. El libro en papel, en tanto, sigue creciendo. Esto contradice
todos los pronósticos de la industria” 1.
“El año 2020 fue un año excepcional que conllevó un crecimiento de la lectura digital nunca visto
en la última década (un 37 % en el caso del libro digital en lengua española en todo el mundo y
un 43 % en España)”. (Libranda, 2021)
1
Ver en http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/17-34746-2015-02-18.html.
2
Ver en https://www.infobae.com/cultura/2018/04/14/sigue-creciendo-la-venta-de-libros-digitales-en-
argentina/.
3
Ver en https://www.lanacion.com.ar/1901578-por-que-el-consumo-de-libros-electronicos-es-tan-bajo-
en-la-argentina.
No obstante esto, fue un año de gran crecimiento para una de las modalidades de
consumo del libro digital que venía rezagada: las plataformas de suscripción de libros
electrónicos 4. En la figura siguiente del mismo informe de Libranda, puede observarse
el crecimiento que estas han experimentado en 2021 (22%), consolidando así la
tendencia al alza puesta de manifiesto en los años anteriores.
4
Las plataformas de suscripción de libros electrónicos (Nextory —anteriormente Nubico—, Kindle
Unlimited, 24Symbols, Scribd y Skoobe, entre otras) proponen un modelo similar al de los modelos de
suscripción de otros contenidos digitales, como la música (Spotify, Deezer, etc.) o las películas y series
(Netflix, Amazon Prime, Mobi, etc.): los usuarios pagan una cuota mensual para acceder a la lectura de
un amplio catálogo de libros digitales (Libranda, 2021).
Estas y otras son las preguntas que nos iremos respondiendo en el curso de la materia.
Bibliografía
Abdala, Verónica (2019). “Los libros electrónicos ya cuestan hasta 10 veces menos que
sus versiones en papel” en Clarín, 14-01, disponible en
<https://www.clarin.com/cultura/libros-digitales-cuestan-80-versiones-
papel_0_nmyQxkbbv.html>.
Balmaceda, Tomás (2016). “¿Por qué el consumo de libros electrónicos es tan bajo en
la Argentina?” en La Nación (Buenos Aires), 26-05, disponible en
https://www.lanacion.com.ar/1901578-por-que-el-consumo-de-libros-
electronicos-es-tan-bajo-en-la-argentina.