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CRITICAR UN RÍO ES
CONSTRUIR UN PUENTE
La lectura y las bibliotecas como
instrumentos de transformación social
027.4 Castrillón Zapata, Silvia, 1942-
C35 Criticar un río es construir un puente : la lectura y las bibliotecas
como instrumentos de transformación social / Silvia Castrillón.--
1a ed.-- Lima : Biblioteca Nacional del Perú, 2020 (Lima :
Asociación Tarea Gráfica).
127, [4] p. ; 18 cm.-- (Lectura, biblioteca y comunidad)
Compilación de seis conferencias dictadas entre 1999 y 2010
que "abordan la fundamental relación entre las políticas públicas
de acceso a la lectura y a la escritura, la inclusión social y la
construcción de una ciudadanía participativa, reflexiva y crítica".
Incluye bibliografías.
D.L. 2020-05076
ISBN 978-612-4045-48-6
1. Bibliotecas públicas - Aspectos sociales - Ensayos, conferencias, etc.
2. Bibliotecas y comunidad 3. Lectura - Aspectos sociales 4. Promoción
de la lectura I. Biblioteca Nacional del Perú II. Título III. Serie
BNP: 2020-028 BNP-DGC
9
de llevar a la inercia, nos empujen a erigir, a fabricar
las soluciones, a «construir los puentes», que es precisa-
mente lo que caracteriza el quehacer de Castrillón.
«Una conferencia podría ser una bibliografía
sugerente para profundizar en un tema complejo», dice
en uno de sus escritos; elaborarlas supone «un largo
trayecto por reflexiones y lecturas que no puede agotarse
en el corto tiempo de un seminario», subraya en otro.
Un espacio para plantear preguntas, podríamos añadir,
pero no desde la certeza de contar con las respuestas,
sino desde la voluntad de pensarlas juntos.
Las bibliotecas públicas, en tanto espacios democrá-
ticos del acceso a la información, «deben convocar y
crear comunidad», deben ser instrumentos de un cam-
bio social tan necesario «en países con tantas deudas y
tantas transformaciones pendientes», como Colombia o
el Perú. No los únicos, por supuesto, pero sí unos de los
más importantes.
Las reflexiones de Castrillón, en este sentido, apun-
tan a resaltar y a recuperar el carácter político de la
educación y de las diferentes estrategias de promoción
de la lectura y la escritura, objetivo que implica princi-
palmente una transformación en cuanto a la formación
de docentes, al rol que debería cumplir una verdadera
biblioteca pública, a la concepción sobre la importancia
real de la lectura y la escritura, entre otras cuestiones.
10
Castrillón hace este llamado desde la sencillez del
lector «que lee porque no es dueño de las respuestas»,
desde una apertura al diálogo y al debate, consciente de
la necesidad de «examinar a diario sus acciones» con la
finalidad de replantearlas. La autora nos habla aquí con
esta humildad que les exige a las bibliotecas públicas y
que es necesaria para que las comunidades en las que se
insertan las vean como instituciones necesarias, como
ese «lujo de primera necesidad» que hoy no son, pero
que deberían llegar a ser.
11
Lectura: educación y democracia2
13
lectura entre nosotros y sobre las mejores formas para
contribuir a que grandes sectores de la población no se
vean privados de esta necesaria herramienta del pensa-
miento.
Es innegable que en las últimas décadas se han reali-
zado esfuerzos sobresalientes para mejorar la formación
de lectores y ampliar las posibilidades de acceso a la cul-
tura escrita en buena parte de la región. Esfuerzos que,
con diversos intereses, provienen tanto del sector públi-
co como del privado. Pero también es indiscutible que,
tanto en medios académicos como en los sectores que
se ocupan de la producción y la circulación del libro,
se percibe que los avances han sido pocos o que, por lo
menos, no corresponden a los esfuerzos invertidos.
Sin entrar en consideraciones acerca de la bondad y
la pertinencia de estos proyectos y sin pretender evaluar-
los ni mucho menos descalificarlos, me permito plan-
tear algunas hipótesis que solo intentan poner sobre la
mesa puntos para el debate y que no se presentan de
manera concluyente.
Pienso que uno de los problemas fundamentales ra-
dica en que la lectura se ha estado promoviendo como
algo de lo que fácilmente puede prescindirse, como un
lujo de élites que se quiere expandir, como lectura «re-
creativa» y, por lo tanto, superflua. Esto, en una socie-
dad en la que el 60% de la población se encuentra por
14
debajo de los niveles de pobreza y más del 30% de los
de pobreza absoluta, población a la que, para recrearse,
le basta y le sobra con la televisión, que no exige ningún
esfuerzo para quien ya ha hecho demasiados en lograr
su supervivencia.
En este contexto, la moda de campañas y programas
de lectura basadas en lo lúdico, en el placer, en la re-
creación, en la diversión, con la consigna de que leer es
fácil y con lemas del estilo es «rico leer», que se instaló
por oposición al deber, al esfuerzo, a la dificultad y a la
obligación asociados a la escuela, tuvo intenciones po-
sitivas, pero ingenuas, pues creó, por una parte, falsas
expectativas y, por otra, asoció la lectura a algo inútil y
prescindible.
El carácter asistencialista de estas campañas refuerza
esa sensación pues algo sospechoso debe ocultarse de-
trás de un bien que se otorga de manera tan gratuita y
como un favor, especialmente cuando hay tanto interés
por parte de quienes nunca han manifestado ninguna
preocupación por el bienestar de los más pobres3. Las
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oligarquías latinoamericanas nunca permitieron que los
beneficios de la modernización alcanzaran a las grandes
mayorías. No hay que buscar en otra parte el origen de
nuestros grandes conflictos.
Es absolutamente contradictorio que la promoción
de instrumentos para la reflexión y el pensamiento,
como lo son el libro y la lectura, se realice mediante
campañas y programas antidemocráticos, paternalistas
y, en suma, sectarios, que solo invitan al consumo acríti-
co y que no conducen, como dice Jesús Martín Barbero,
«a despertar lo que hay de ciudadano en el consumi-
dor», que no dan la opción de elegir y no permiten la
autonomía4.
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En el intento de resolver esta contradicción, es decir,
en el momento en que se pretende fomentar la lectu-
ra sin intenciones de crear verdaderos lectores críticos
y autónomos, promoviendo el libro como un bien de
fácil consumo, se lo pone a competir en desventaja con
otros medios a los que es difícil discutirles el monopolio
de la recreación fácil e intrascendente. Con lo cual el
libro pierde su verdadero valor.
El segundo problema radica, en mi opinión, en ha-
berles dado la espalda a la escuela y a la educación. En
el discurso de planificadores técnicos y políticos, y en
general de la opinión pública, se plantea como priori-
dad impostergable para nuestros países la necesidad de
mejorar la calidad de la educación, deteriorada por los
planes de expansión y de universalización —que a pesar
de todo no se ha cumplido—, como único medio para
lograr la modernización. Sin embargo, no se toman me-
didas acordes con este clamor.
Independientemente de que la modernización —por
lo menos de la manera como es entendida por las
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políticas neoliberales— sea o no una prioridad, la cali-
dad de la educación sí lo es. Un ejemplo dramático de
que la educación y la lectura no constituyen juegos de
niños, pero sí prioridades impostergables, puede darse
con los siguientes datos: en Colombia, la tasa de mor-
talidad en niños menores de cinco años es de 336,8 por
cada 100 000, de la cual 61,7% corresponde a enfer-
medades diarreicas y respiratorias5. Sin embargo, Co-
lombia tiene un sistema de salud que, en teoría, cubre
a todos los colombianos y tiene también tradición de
desarrollo de estrategias de selección y producción de
medicamentos esenciales genéricos; estrategias que, su-
puestamente, deberían contribuir a mejorar el acceso.
Pese a esto, cada año mueren 87 278 niños por enferme-
dades cuyo tratamiento habría requerido medicamentos
existentes en el mercado a bajo costo. Es decir, mueren
87 278 niños por la ignorancia y el analfabetismo de sus
padres (Latorre, 2001).
A pesar de estas cifras, la respuesta a la necesidad de
mejorar la educación pretende darse mediante el salto
hacia la tecnología pasando por alto la importancia de
la lectura y de la escritura que, según algunos, segura-
mente serán superadas por la tecnología. Se pretende
18
resolver un problema de fondo, de carácter conceptual,
con soluciones técnicas. No es mi intención entrar en
este momento en el debate que enfrenta al libro con las
nuevas tecnologías. Lo único que desearía plantear es la
urgencia de que los gobiernos de nuestros países tomen
la decisión de invertir sus más importantes esfuerzos en
mejorar la calidad de la educación y ofrezcan soluciones
de fondo, y que inscribamos nuestros proyectos de lec-
tura en este objetivo.
De todas maneras, debo aclarar que plantear que la
tecnología no resuelve los principales problemas que
aquejan a la educación no es una posición en contra de
esta. Estoy de acuerdo con Emilia Ferreiro en que:
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Antes que nada, la educación debe permitir la re-
flexión, el autoconocimiento y el conocimiento y la acep-
tación del otro. Debe ser una educación para el diálogo y
la comunicación. Una educación para el descubrimiento
y desarrollo de las potencialidades de cada individuo.
Una educación que forme y respete la autonomía. Que
permita descubrirnos como ciudadanos de un país sin
renunciar a ser ciudadanos del mundo. Una educación
apasionada por la ciencia y no por eso menos alegre. Una
educación que retome sus principios humanísticos. Que
coloque al ser humano en el centro de las preocupacio-
nes y que lo trate como sujeto. Y en todo esto la lectura
y la escritura tendrán que ser protagonistas.
En definitiva, pienso que se ha negado el carácter po-
lítico que deben tener la educación y cualquier intento
de promover la lectura, por lo menos en sociedades que,
como la colombiana, requieren urgentes cambios para
los cuales la lectura es un instrumento necesario. Negar
este carácter político impide darle a la promoción de
la lectura la dimensión que le permitiría la aceptación
de las mayorías como un instrumento necesario que
les posibilite mejorar sus condiciones de vida. Es tam-
bién negar lo que de político hay en lo supuestamente
apolítico.
La brasileña Regina Zilbermann afirma que es la po-
lítica la que vuelve vigente a la lectura:
20
La política pedagógica se confunde con una pedago-
gía política, y esta comienza y termina con el tipo de
relación que establece con el libro. Erigido este en la
posición de receptáculo por excelencia de la cultura
en el desarrollo de la civilización contemporánea, se
vuelve accesible a todos y es el punto de partida de
una acción cultural renovadora. En cuanto al punto
de llegada, este parte de su empeño en el sentido de
discusión y de crítica del libro y con el libro. Es lo que
conduce a una comprensión más amplia y segura del
ambiente circundante, liberándose el lector del auto-
matismo al que puede obligarlo el consumo mecánico
de textos escritos. En consecuencia, tratándose de una
vocación democrática, en la medida en que esta afir-
mación traduce tanto una ampliación de la oferta de
bienes culturales como una apertura de horizontes, la
lectura —y el libro que le sirve de soporte y motiva-
ción— será efectivamente propulsora de un cambio
en la sociedad, si fuera extraída de ella la inclinación
política que la vuelve vigente (1999).
21
de la lectura y la escritura en proyectos políticos de cam-
bio social, de participación, de democratización, para
los cuales el mejoramiento de la educación es una con-
dición básica. Algunas de estas razones son el enorme
deseo de las clases populares de nuestros países de su-
perar su situación, de mejorar sus condiciones de vida,
sus ganas de aprender y de saber; la manera como es-
tas clases se organizan para resolver sus problemas más
inmediatos; los lazos de solidaridad que se establecen
para, por ejemplo, organizar bibliotecas populares, con
la intuición de que en estas puede encontrarse un ins-
trumento que les permita mejorar, al menos, la vida de
sus hijos —«salir adelante», según expresión corriente
entre los sectores populares—.
También constituye razón de optimismo el que sea-
mos un continente con enormes contradicciones, es
cierto, pero cuya vitalidad se expresa de mil maneras.
Un continente con más de quinientos años de encuen-
tros, de síntesis, de sincretismos, de mestizajes, de hibri-
daciones que, a juicio de algunos, constituyen uno de
los mejores patrimonios para asumir el futuro. Además,
está el hecho de que seamos diecinueve países geográfi-
camente unidos que hablemos la misma lengua, así sea
la lengua de los pobres. «El peor enemigo del castella-
no es la pobreza», se dijo en el Segundo Simposio so-
bre la lengua. Y una razón más de optimismo es el que
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tengamos como vecino a otro país, Brasil, que por sí
solo es un continente y en donde pensadores como Frei-
re, desde hace varias décadas, impulsaron la reflexión so-
bre la lectura y su relación con la política; un país con el
que empezamos, hace poco, un mutuo descubrimiento.
Los nuevos espacios para la lectura, en países con tan-
tas deudas y tantas transformaciones pendientes, deben
ser los espacios en donde la sociedad civil se organiza.
Los proyectos de lectura deben tomar de la mano estos
procesos de organización, acompañarlos, demostrar que
la lectura no es un adorno ni un pasatiempo y que su va-
lor no radica en ofrecer algunos momentos placenteros
pero intrascendentes, sino es un instrumento extrema-
damente útil a su organización y a sus vidas.
Pero lo anterior implica serios cambios en nuestras
concepciones sobre la educación y sobre la lectura, e
implica, además, que reconozcamos el papel político
que siempre han tenido a favor de unos pocos. Implica
reconocer que, en algún momento, tanto escuela como
lectura deben tomar partido por una transformación so-
cial que acabe con desequilibrios e inequidades. Implica
también aceptar que la lectura, y en especial la lectura
de la literatura, no son un medio de recreación pasiva,
sino que tienen un profundo sentido y valor. Que la
literatura es «un lujo de primera necesidad», según pala-
bras de Antonio Muñoz Molina.
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Pero, ante todo, implica, a mi modo de ver, dos co-
sas: una, regresar a la escuela, recuperar el tiempo per-
dido en intentos erráticos, en modas importadas, en
tecnología educativa, en acuerdos con Microsoft6, en
fórmulas impuestas por el Banco Mundial, en compras
masivas e indiscriminadas de textos que no responden
a las verdaderas necesidades de la formación de lecto-
res y que, de paso, comprometen, a largo plazo y con
altos intereses, los escasos recursos. Es preciso apostar
por la formación de los docentes, abandonada ahora
al tallerismo y a la educación no formal con la que se
pretende llenar los vacíos que deja su formación básica,
y que los dotan con técnicas de carácter instrumental
que ofrecen la vana ilusión que se puede enseñar a leer
sin ser lector.
Implica también apostar por una verdadera biblio-
teca pública, comprometida con la comunidad, que se
constituya en espacio para el encuentro real y significa-
tivo con la lectura, y no en un lugar para hacer tareas e
«investigaciones» escolares. Una biblioteca real que no
sea suplantada por la moda de las virtuales, en donde
sean posibles la participación, la negociación, el diálogo,
6 Acuerdos que pretenden dotar a todas las escuelas del país con
computadoras sin tomar en cuenta que muchas carecen de las
condiciones mínimas no solo para tenerlas, sino para ser consi-
deradas escuelas.
24
el debate y la reflexión a partir de la lectura de textos. En
donde los ciudadanos puedan informarse bien. Una bi-
blioteca con bibliotecarios conscientes de su papel ético
y político. Una biblioteca y una escuela que nos puedan
ayudar a conseguir el país que desea William Ospina,
cuando dice:
25
de la civilización europea aprendamos con respeto su
saber profundo de armonía con el cosmos y de conser-
vación de la naturaleza (1999).
Referencias bibliográficas
26
Ospina, William (1999). ¿Dónde está la franja amarilla?
Bogotá: Norma.
Zilbermann, Regina (1999). Sociedade e democrati-
zação da leitura. En Valdir Heitor Barzotto (ed.),
Estado de leitura. Campinas: Mercado de Letras y
Associação de Leitura do Brasil.
27
Biblioteca pública: funciones política y
cívica, educativa y cultural7
29
Biblioteca y lectura
30
No creo, entonces, necesario seguir insistiendo en
algo de lo que estamos convencidos: en que la incapaci-
dad para leer —en el mundo actual— restringe el acceso
al conocimiento, a la información y a la cultura, y limita
el pensamiento y el ejercicio de la democracia. En que
el débil desarrollo de la lectura retrasa los propósitos de
modernización económica y social, afecta negativamen-
te los procesos de generación de conocimiento e impide
enfrentar adecuadamente los procesos de transferencia
de tecnología.
La autora Nadine Gordimer, escritora sudafricana,
Premio Nobel de Literatura, dice que el analfabetismo
debería considerarse crimen de lesa humanidad. Sin
embargo, iniciamos el siglo XXI sin que se cumpliera
el objetivo de la Unesco de pasar al nuevo milenio sin
analfabetismo.
Por ello, es preciso que el propósito de formar lecto-
res, de ofrecer a todos la posibilidad de acceso a la cultu-
ra escrita, deje de ser una reivindicación de educadores
y una moda entre editores, para convertirse en un com-
promiso de primer orden del país. Debe constituirse en
una política que garantice acciones a largo plazo y que
permita crear bibliotecas y modernizar las existentes,
y especialmente sostenerlas, de tal forma que puedan
cumplir con la misión fundamental para la sociedad de
garantizar el acceso a la escritura.
31
Biblioteca y participación
32
se otorga graciosamente. Se puede alegar que la biblio-
teca está abierta a todos, que todos se pueden beneficiar
de ella, que a nadie se le niega el ingreso y nada se gana
en cuanto a la verdadera democratización de esta ins-
titución. La biblioteca tiene que invitar a todos y cada
uno para que descubran la lectura como instrumento
de participación, de reflexión, de crítica y de cuestio-
namiento de la sociedad. En este sentido, la biblioteca
es una institución política al servicio de la política. No
hay que tenerle miedo a la palabra; recordemos que ha
sido estigmatizada por personas que se han apropiado
de ella para sus propios y mezquinos beneficios. Solo
mediante un proceso que permita que todos podamos
tener acceso a la información y a la lectura que propicie
la reflexión, podremos pensar en un legítimo cambio.
Lo que hace a la biblioteca no es el edificio, ni siquie-
ra los libros que posee ni su sofisticada sistematización.
En estos aspectos se puede ser muy ostentoso, pero lo
que la hace verdaderamente pública es su capacidad de
convocatoria para que todos descubran el valor de la
lectura y su importancia para los individuos y la comu-
nidad, y esto se da mediante un programa de activida-
des variado, que atienda a las necesidades de un público
muy diverso y en el que estén representados los intereses
y las necesidades de toda la comunidad.
33
Yo me permitiría afirmar que no hay otra institución
que, desde su definición, sea más democrática que la bi-
blioteca pública. Tendríamos que recurrir al Manifiesto
de la Unesco para constatarlo. El ya citado González nos
recuerda que:
34
que no se otorgan por otros medios. Los libros en la
biblioteca deben responder a su necesidad de sentido
y esta necesidad puede ser diferente para cada cual8.
35
siga siendo privilegio de una minoría y, de esta mane-
ra, se sigan garantizando sus privilegios.
Biblioteca y ciudad
36
de la ciudad a las que solo acceden los iniciados y los
conocedores.
El concepto de ciudad que tenemos es bastante po-
bre. Vemos con impotencia cómo nuestras ciudades de
países del tercer mundo se deconstruyen. En ellas los
edificios públicos pierden solidez e importancia, los
centros comerciales con su oferta cultural de cine y he-
ladería reemplazan a los espacios que la comunidad usa
para su encuentro y recreación, y los parques públicos
desaparecen para dar lugar a las zonas verdes que de-
penden de la generosidad de los urbanizadores. La bi-
blioteca, al ser una institución urbana, sufre con este
debilitamiento creciente de nuestras ciudades.
La biblioteca es necesaria para la ciudad y permite
construir ciudad. Sin biblioteca pública para uso de la
comunidad —incluidos los niños en edad, pero no en
función escolar, y los maestros en su condición de ciu-
dadanos—, abierta sin discriminación, es muy difícil la
participación, el ejercicio de la democracia, el acceso a la
información, al conocimiento, la comunicación, entre
tantas otras cosas.
Las bibliotecas son espacios públicos que permiten
rescatar el sentido de ciudad, contribuyen a armar tejido
social, aglutinan, centralizan, arman ciudad. En ellas se
da lugar al encuentro entre ciudadanos con diferentes in-
tereses, diferentes culturas, diferentes estratos, diferentes
37
edades. La paz necesita de estos espacios, espacios para
la tolerancia y para el ejercicio de la democracia.
Acceder a la lectura escrita es, por otra parte, requisi-
to para ser ciudadanos. Ya no es posible vivir en ciudad,
aprovecharla en toda su potencialidad, formar parte de
ella, obtener mejores condiciones de trabajo y recrea-
ción si no se tiene la posibilidad de, por lo menos, hacer
un uso instrumental de la lengua escrita.
Biblioteca y educación
38
el axioma de la educación para el nuevo milenio debe
ser el siguiente: mientras más educada sea una perso-
na más educación seguirá necesitando a lo largo de
su vida. Ningún participante en la vida del siglo XXI
debe quedarse atrás (1999).
39
Biblioteca y cultura
40
como tales; la cultura industrial o de masas, homoge-
neizadora, que ofrece la ilusión de proporcionar cultura,
que motiva el conformismo y el enclaustramiento, y que
desalienta el uso de la ciudad, no pueden considerarse
alternativas culturales.
Son las bibliotecas públicas las instituciones que po-
drían constituirse en espacios para este encuentro de
culturas, para la expresión y la creación, y para la diver-
sidad cultural. Sin embargo, en este punto, me permito
expresar que cualquier programación cultural de la bi-
blioteca debe tener en cuenta la de otras instituciones
como museos, salas de música, etcétera, y no pretender
competir con ellas. Nadie compite con la biblioteca en
su función central de proporcionar acceso a la cultura
escrita.
Aparte de lo anterior quiero referirme a otra función
que toca de cerca una de las condiciones más preciadas
de toda democracia, como es la libertad de expresión y
que de alguna manera tiene que ver con lo que hemos
hablado al comienzo sobre la biblioteca y la democracia.
Se trata de la discusión en torno a si el mercado del libro
está perfilando o no tendencias en la literatura, si los
intereses económicos y extraliterarios implicados en este
negocio están orientando la creación y cómo se relacio-
na esto con las bibliotecas.
41
Algún día habrá que escribir la historia de la narrativa
española de los últimos quince años ateniéndonos a
criterios de mercado y cómo esos criterios forjan un
estilo de corte tradicional, conservador en los plan-
teamientos estéticos de los escritores. Creo que esa
inflexión, esa ruptura entre un modo vanguardista de
narrar y otro conservador se produce a principios de
los años ochenta cuando el mercado interior se am-
plía y surge lo que se llama la «nueva narrativa espa-
ñola». Es entonces cuando aquellos que no reniegan
en buscar nuevas vías de expresión quedan relegados
a editoriales de poca solvencia económica, cuando no
condenados a publicarse ellos mismos. Mientras en el
otro extremo, los escritores se profesionalizan hasta el
punto de repetir fórmulas ya gastadas hasta la saciedad
(Juristo, 1994).
42
piensan que es «una postura purista y sacralizadora del
escritor...y romántica» (1998). De lo que sí estamos se-
guros es de la pérdida de terreno de la producción edi-
torial alternativa en favor de las editoriales que, cada vez
más, quedan en manos de grandes grupos económicos.
«Que entre el consumidor y el productor se instale
una instancia de legitimación, que legitime el qué, el
cómo y el para qué», dijo Graciela Montes en el simpo-
sio ya citado. Esa instancia de legitimación bien puede
ser la biblioteca, además de la necesaria, pero escasa crí-
tica seria en los medios. El problema es que los medios
también han quedado en manos de los mismos grupos
económicos.
A riesgo de pasar por ilusa, me atrevo a decir que el
futuro del libro y de la literatura depende, en parte, del
futuro de las bibliotecas públicas. El editor norteame-
ricano André Schiffrin (1997), fundador de la editorial
The New Press, reflexiona acerca de cómo la tendencia
actual de la industria editorial en los países del primer
mundo es la concentración basada en el desarrollo de
grandes multinacionales en donde el negocio editorial
es apenas uno (el menos rentable) dentro del negocio
de las comunicaciones; y cómo esta tendencia está con-
duciendo a que solo los best sellers con posibilidades de
ventas millonarias en número de ejemplares sobrevivan
y a que se imponga una «censura del mercado» que saca
43
de competencia a autores y a libros con pocas posibili-
dades de ofrecer enormes beneficios a sus editores. Se
trata de autores que generalmente se mueven tanto en
el campo de la literatura como en el de la política y de
la ideología, con lo cual el futuro de una condición de
la democracia como lo es la libre expresión queda en
manos de los grandes capitales que controlan los medios
masivos.
Y yo no traería a colación la afirmación anterior si
este editor no mencionara en su reflexión a las biblio-
tecas públicas como instituciones capaces de cubrir con
sus adquisiciones los costos de pequeñas ediciones al-
ternativas de literatura de calidad. Tenemos aquí otra
forma de cómo la biblioteca pública contribuye a la de-
mocracia en un campo tan importante para ella como es
la libertad de expresión amenazada ya no por gobiernos
totalitarios sino por los capitales multinacionales.
Al respecto, la biblioteca tiene una doble función: la
de ejercer el papel de legitimadora de la producción lite-
raria —aun cuando esto tendría que mirarse con cuida-
do debido al peligro de que la censura pase del mercado
a la biblioteca— y la de salvar con sus adquisiciones la
pequeña edición alternativa en peligro.
Por otra parte, las librerías están cediendo terreno a
las grandes superficies: un buen porcentaje de los libros
se compran en almacenes de cadena en donde los libros
44
se exhiben como un producto más, sin el librero que
asesora e invita al comprador y está al tanto de sus inte-
reses. Hasta cierto punto el librero estaba haciendo las
veces de bibliotecario en esta tarea, por lo menos para
quienes tienen el poder adquisitivo para comprar uno
o dos libros mensualmente. El bibliotecario, entonces,
recupera esta función.
Las razones anteriores, y seguramente muchas más,
son suficientes para defender a la biblioteca pública
como institución fundamental de la sociedad, para que
se abran nuevas bibliotecas, para que las pocas que exis-
ten en el país se mantengan como tales y se mejoren,
para que las que dicen llamarse públicas racionalicen la
atención a escolares si no quieren que el resto de la po-
blación prescinda de ellas, para que quienes administran
la cultura piensen que cada vez que una biblioteca cierra
sus puertas, estas se le cierran a la paz, pues la paz se
construye en espacios de participación.
En tiempos de crisis es muy fácil caer en el terrible
error de pensar que la cultura es un lujo que podemos
aplazar, cuando es justamente esta, y en este caso la bi-
blioteca como una de sus instituciones, la que nos per-
mitiría una salida y un futuro.
45
Referencias bibliográficas
46
Ong, Walter (1994). Oralidad y escritura: tecnologías de
la palabra. Bogotá: Fondo de Cultura Económica.
Schiffrin, André (1997). ¿El final del editor? La Gaceta
del Fondo de Cultura Económica, 322, 3-7.
47
La biblioteca y la construcción
de lo público9
49
de los municipios del país cuente con una biblioteca al
servicio de todos sus ciudadanos. La primera es del poe-
ta portugués Fernando Pessoa:
50
mediante la palabra escrita, los libros y, por supuesto,
las bibliotecas.
Ahora bien, para el desarrollo del tema parto de un
análisis muy somero de dos planteamientos: en primer
lugar, la «cultura escrita» como bien público y como
medio para la construcción individual y colectiva de lo
público; y, en segundo término, la «biblioteca», en tanto
espacio social complejo sostenido por una red de rela-
ciones, con especificidades técnicas, como bien público
y como espacio para su construcción.
La cultura escrita
51
En esta línea, quisiera proponer dos preguntas. La
primera: ¿por qué la cultura escrita es un bien público
y por tanto el acceso a ella debe ser materia de preocu-
pación del Estado? Y la segunda, ¿por qué la sociedad
civil debería incluir este acceso en la lista de sus reivin-
dicaciones fundamentales como un derecho de todas las
personas?
Empezaré por establecer a qué lectura y a qué prácti-
cas de lectura me refiero cuando hablo de lectura como
derecho y como bien público pues, en mi opinión, no
cualquier lectura —dentro de las muchas prácticas que
existen y que pueden ser válidas— tendría que mere-
cer la inversión de esfuerzos y recursos públicos en su
promoción. Quisiera precisar, de acuerdo con lo que el
profesor brasileño Luiz Percival Leme Britto manifiesta
en diversas oportunidades, que hablo de lectura y escri-
tura de la palabra y no de las múltiples metáforas con
que se designan otras prácticas: la lectura de la mano, la
lectura del rostro, la lectura del mundo, la lectura de la
imagen, etcétera. Me atrevo a plantear que las prácticas
de lectura que necesitamos garantizar como derecho y
que, por consiguiente, merecen la inversión de recursos
del Estado son las prácticas que asocian la lectura con
el pensamiento y las que, según Didier Álvarez, «habi-
litan a las personas para la comprensión y la transfor-
mación de [sí mismos] y de la sociedad» (2010, notas
52
personales) y que además «se constituyen en herramien-
tas del ser humano para vivir una vida que merezca ser
vivida» (Percival, 2009, notas personales).
Entonces, podríamos llegar a una primera afirma-
ción: cuando se habla de la obligación del Estado de
ofrecer las condiciones de acceso real a la cultura escrita
debemos estar conscientes de que no cualquier forma de
lectura merece ser promovida. De hecho, hay prácticas
y materiales de lectura que no precisan su promoción,
porque ya el mercado y los medios de comunicación lo
hacen cuando promueven al libro y a otros impresos
como mercancías producidas por las industrias del en-
tretenimiento, y a la lectura como diversión. La lectura
que la sociedad requiere para su transformación es aque-
lla que da ocasión a la reflexión, al cuestionamiento, a la
toma de distancia frente al lenguaje y, por consiguiente,
frente al mundo y frente a sí mismo; la que ofrece di-
versidad de miradas y alternativas para estar e intervenir
en el mundo. La lectura que, en palabras de Pedro Laín
Entralgo, presentadas en una conferencia en el Congre-
so de la Unión Internacional de Editores en México en
1984, otorga libertad, pues ofrece alternativas, alterna-
tivas de ver el mundo; la lectura que contribuye a la
formación del juicio crítico, la que, en síntesis, nos per-
mitiría fortalecer nuestra débil democracia, débil justa-
mente por la ausencia de reflexión y de crítica. Y para
53
que la lectura tenga esta condición, debe promoverse
como tal. Freire en alguna ocasión dijo: «la lectura es un
acto de emancipación, pero se promueve como un acto
de sometimiento».
Sin embargo, es preciso aclararlo, pues con estas afir-
maciones también se crean malentendidos, pues no creo
que la lectura por sí sola ofrezca las herramientas para
la construcción de una ciudadanía crítica con capacidad
de discernir, con posibilidades de disentir y de pensar y
de transformar su futuro —como lo he repetido en mis
escritos—. Es solo una condición entre otras, pero una
condición necesaria en la sociedad actual.
Aunque este tema de la cultura escrita como con-
dición para el pensamiento y como derecho está aquí
esbozado de manera muy esquemática, debo pasar al
tema de lo público, pues mi propósito es asociar estos
dos conceptos.
Lo público
54
la dependencia colonialista y el capitalismo neoliberal,
y no ha estado presidida por una burguesía nacionalista
capaz de expresar los intereses del conjunto social y no
solamente los de unas pocas capas excluyentes. Burgue-
sía que, primero, no consolidó los proyectos culturales
e ideológicos de la Ilustración ni se preocupó luego por
erigir la sociedad de bienestar. Todo ello no nos per-
mitió construir un concepto sólido de lo público. Sería
apropiado en este momento invitarlos a leer el excelente
ensayo de William Ospina ¿Dónde está la franja amari-
lla?, a mi modo de ver, uno de los más sencillos y lúcidos
intentos de explicar el origen de nuestros problemas y
conflictos.
La ausencia de estos proyectos de la burguesía, pro-
yectos que sí fueron asegurados en otros países y, sobre
todo, en otras latitudes —pues este destino negativo lo
compartimos con buena parte de los países america-
nos—, no nos permitió tener la experiencia, por ejem-
plo, de una educación pública sólida y prestigiada. No
tuvimos tampoco una inmigración europea como la
que tuvo lugar primero en América del Norte y luego
en Argentina, Chile y buena parte de Brasil, además de
México, que trajera con las ideas liberales esta educación
y creara bibliotecas públicas y populares como ocurrió
en Norteamérica y en Argentina.
55
Recordemos que el concepto de lo «público», cuya
raíz latina es la misma para «pueblo», fue una de las
grandes consignas y de las más importantes realizacio-
nes históricas de la burguesía y de la Ilustración. Veamos
algunos aportes de lo que dice L'Encyclopédie ou Dic-
tionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers de
Diderot y D’Alembert sobre lo público:
56
debilidad de la educación pública, la ausencia de una
escuela en la que no solamente se formaran las capas
más pobres de la población, sino también quienes han
dirigido el país. En el transcurso de nuestra historia las
personas que han manejado los destinos de la nación
han asistido a colegios privados del país y, en muchos
casos, del exterior. Tal vez no sea arriesgado afirmar que
se pueden contar con los dedos de la mano los nombres
de quienes como Marco Fidel Suárez10 o Jorge Eliécer
Gaitán11, a quien no se le dio la oportunidad de cam-
biar esta situación, son justamente las excepciones que
confirman la regla. Muy precarias deben ser las convic-
ciones acerca de lo público, y sobre todo de lo público
en Colombia, de quienes se formaron en instituciones
financiadas y orientadas por el sector privado, y todavía
más pobres cuando lo hicieron en el extranjero. «Re-
cuerdo con profunda perplejidad —dice William Os-
pina en el texto citado— el día en que uno de los hijos
57
de un expresidente de la república me confesó que la
primera canción en español la había oído a los veinte
años» (1997).
No se puede negar que la relación entre la matrí-
cula oficial y la privada se ha estado revirtiendo en los
últimos años y que ahora tenemos un porcentaje lige-
ramente mayor de matrícula oficial12. Sin embargo, la
proporción de niños y niñas de clases medias y altas que
hicieron y siguen haciendo su educación básica en los
colegios privados no se modifica. Estas cifras tampoco
revelan qué porcentaje de la matrícula oficial está siendo
«operado» en algunas partes del país por el sector priva-
do, con criterios asociados a su propio interés, según la
modalidad de privatización de la educación de colegios
en concesión.
Me parece que para asociar el concepto de lo públi-
co con el tema de las bibliotecas tendríamos, además,
que hablar de lo público como espacio y de lo público
como bien, en el entendido de que, en ambos casos, nos
58
referimos a nociones asociadas con los intereses sociales
de la mayoría de la población.
La estudiosa de lo público Nora Rabotnikof plantea
que «lo público» hace referencia a apertura, a debate,
a discusión colectiva, a pluralidad de opiniones a in-
formación ampliada. También afirma que «los rasgos
centrales de este espacio público son, entre otros: plura-
lidad, espacio de la acción y del discurso, [...] lugar de la
lucha por el reconocimiento» (2002, p. 143).
Por ello, podríamos hablar de la biblioteca como un
espacio público en la medida en que se den en ella los
rasgos que menciona Rabotnikof y que se constituya
en espacio para la expresión de la pluralidad y para la
construcción de proyectos sociales que fortalezcan la
democracia; asimismo, podríamos hablar de la cultura
escrita como un bien público cuando esté al servicio de
estos intereses. Y podemos también hablar de la biblio-
teca como bien, en la medida en que alberga y pone a
disposición el patrimonio de la humanidad constituido
por su pensamiento acumulado y, para nuestro caso, por
lo mejor de la creación intelectual y literaria del patri-
monio nacional.
Veamos entonces si en Colombia se dan o no estas
condiciones en la biblioteca y cuáles serían los impedi-
mentos para su cumplimiento.
59
La tarea que las administraciones municipales, en
particular, y la sociedad, en general, le asignan a la bi-
blioteca pública es la de prestar apoyo eficaz al sistema
educativo para que contribuya al éxito escolar de niños
y niñas, lo que corresponde a un concepto utilitario y
bastante limitado de la consulta y la lectura. Este apoyo
es más eficiente mientras más se apropie la biblioteca
del modelo educativo imperante, cuya prioridad es la de
formar técnicos y profesionales eficientes, y ciudadanos
adaptados. De ahí que la mayoría piense que se debe
apostar por esta lectura útil, incluso por los caminos de
la lectura intrascendente. Y de ahí también el énfasis en
las llamadas «nuevas tecnologías» y la importancia que
se le concede a la información científica y técnica y a la
mal llamada «alfabetización digital».
Adicionalmente, se le encarga a la biblioteca la tarea
de promover la lectura como una forma de recreación
y para un «uso creativo del tiempo libre» o como una
práctica cultural, de la misma manera en que se conci-
ben en general todas las prácticas culturales: como es-
pectáculo, como diversión, como consumo de uno de
los productos de la industria cultural. En el entendido
de que, a la larga, y como consecuencia espontánea, se
tendrá el beneficio de un lector que sabrá hacer uso de
la lectura con fines pragmáticos.
60
Estos dos usos de la biblioteca —el del apoyo a la
educación y el uso del tiempo libre— refuerzan la exclu-
sión y la inequidad porque dan la ilusión de ofrecer un
acceso a la información y al conocimiento, acceso muy
restringido en la sociedad actual en la que estos —in-
formación y conocimiento—, como cualquier otro bien
que genera riqueza y poder, ya tienen los propietarios
que lucran con ellos. Y porque la lectura como diver-
sión no convence a una población que dispone de posi-
bilidades de recreación que exigen menores esfuerzos y
garantizan mayor descanso para reponer las fuerzas que
se requieren para el trabajo13.
Por otra parte, el modelo neoliberal exige de la biblio-
teca un contrasentido: su sostenibilidad. Y como todos
sabemos que es imposible que las bibliotecas se sostengan
a sí mismas, se acude a dos figuras que menoscaban su
61
condición de bien público: la primera, tratar de que al-
gunas de sus actividades y espacios se vuelvan rentables,
lo cual genera conflicto entre los intereses públicos y
los privados. Estacionamientos, auditorios y otros espa-
cios se privatizan, por lo general, en detrimento de una
programación con énfasis en lo público. La segunda,
permitir las donaciones particulares que, en la mayoría
de los casos, exigen contraprestaciones que contradicen
el carácter público de la biblioteca y la debilitan como
espacio para la construcción de la democracia. Estas
donaciones eventualmente convierten a las bibliotecas
en lujosos escenarios para una programación elitista que
excluye, de muchas maneras —algunas no tan sublimi-
nales— a la mayoría de la población.
Quiero detenerme en este punto porque considero
que constituye uno de los mayores asaltos a lo público
por parte de los intereses privados, pues de esta manera
se les da el poder de decidir sobre lo público a quie-
nes, además, se benefician con exenciones de impues-
tos que terminan convirtiendo a este instrumento de
lucha contra la desigualdad —los impuestos— en todo
lo contrario, es decir, en una forma de mantener privi-
legios particulares. La cultura del «favor», que también
es una herencia del colonialismo, está muy arraigada en
nuestras conciencias como paliativo a la pobreza, em-
pequeñece a quien lo recibe y da grandeza a quien lo
62
otorga. Como dice el mexicano Néstor García Canclini:
«El favor es tan antimoderno como la esclavitud, pero
“más simpático”» (1999).
Además, estas donaciones exigen por lo general con-
trapartidas públicas para su dotación y mantenimiento
que se ponen al servicio de proyectos culturales dise-
ñados con criterios privados. En estos casos, se renun-
cia a ejercer el tercer principio liberal planteado por
la Enciclopedia de la Ilustración sobre el manejo de lo
público por parte del Estado, el de que la salvaguarda
del bien público está a cargo del Estado, con el control
ciudadano.
Peor aún es cuando se consideran favores y se agra-
decen y reconocen como tales los aportes realizados con
recursos públicos que se manejan como privados y que
pasan por alto los requisitos exigidos para licitaciones y
contrataciones estatales.
Cuando la dotación de las bibliotecas, el diseño ar-
quitectónico y su construcción, o la programación de
actividades se realiza con recursos privados o con recur-
sos públicos camuflados, están sujetos a intereses par-
ticulares, a compromisos onerosos, a obediencia, sin
control social, sin auditoría pública, con lo cual se pri-
vilegia el interés particular. Por ende, impiden que sea el
Estado el que decida, con los criterios establecidos por
la Constitución y las leyes. No hay que olvidar que estos
63
recursos hubieran podido ser impuestos manejados por
el Estado al servicio de lo público.
Lo mismo ocurre cuando las bibliotecas se entregan
en concesión a gestores privados que juegan en ambas
canchas. O, mejor, juegan simultáneamente de visitante
y de local.
En definitiva, el sentido de lo público no es mate-
ria de reflexión por parte de la biblioteca ni de quienes
se ocupan de ella desde diferentes espacios e instancias.
La biblioteca, como institución social de nuestro país,
considera que su condición de pública se cumple cuan-
do supuestamente abre las puertas a toda la población.
Digo supuestamente, pues mientras se mantengan los
imaginarios de que las funciones básicas de la biblioteca
son apoyar a la escuela y promover la lectura recreativa,
buena parte de la población no se sentirá incluida en
estos propósitos y no traspasará estas puertas; además,
la biblioteca no hace grandes esfuerzos por transformar
estas ideas y estas representaciones.
El carácter público de la biblioteca es algo que ame-
ritaría mayor debate y reflexión. Alfonso González afir-
maba en un evento en España que «Lo público es lo co-
mún, lo compartido por todos, no solo por la mayoría.
Y en el ámbito de la biblioteca lo público debe respon-
der a los principios de equidad y universalidad» (1998).
64
Sin embargo, creo que «criticar un río es construir
un puente», como dijo el dramaturgo alemán Bertolt
Brecht, y por lo tanto, trataré de hacer mi contribución
a la construcción de este puente.
Me parece que hay dos tareas centrales: la primera
tiene que ver con la democratización de la biblioteca
como espacio y como bien público; y la segunda se re-
fiere a su contribución a la formación de una ciudadanía
crítica, con conciencia de la necesidad de llevar a cabo
importantes transformaciones en la sociedad.
Para cumplir la primera gran tarea de la sociedad
frente a la biblioteca pública es necesario dotarla de los
rasgos de los que habla Rabotnikof, es decir: «apertu-
ra al debate, a la discusión colectiva, a la pluralidad de
opiniones, a la información ampliada» y hacer de ella
un «espacio de la acción y del discurso y lugar de la lu-
cha por el reconocimiento». Es preciso estar convencido
de que el concepto de lo público no se garantiza con
la apertura de las puertas ni con la mera financiación
del Estado, sino con una organización democrática que
garantice la inclusión de los intereses de la comunidad
no solo en su uso sino también en toda la cadena de
gestión, y sin populismos.
Sería necesario introducir ahora un nuevo tema de
discusión: el que tiene que ver con lo que consideramos
los «intereses de la comunidad» y preguntarnos sobre el
65
lugar desde donde nos adjudicamos el derecho de deter-
minar estos intereses. También, sobre la manera en que
los discursos acerca de las culturas y la multiculturali-
dad silencian las desigualdades económicas y políticas
y fragmentan la sociedad y el ejercicio de la ciudadanía.
Respecto al reconocimiento que actualmente se hace de
las diferencias étnicas y poblacionales, y que determina
el carácter de los programas culturales, no puede negar-
se que sea necesario y que parta de una lucha de estas
poblaciones, pero oculta las diferencias económicas, so-
ciales y políticas y, con ello, el ejercicio de una ciudada-
nía crítica e incluyente.
Por otro lado, para que sea posible la democratiza-
ción de la biblioteca es preciso que se reglamenten las
donaciones del sector privado para que se cumplan esos
principios burgueses planteados por los enciclopedistas
ilustrados: que el bien público prevalece sobre el priva-
do y que la salvaguarda de los intereses públicos corres-
ponde al Estado. En este sentido, en primer lugar, se
debe tener la claridad de que lo que se recibe a cambio
de impuestos se convierte inmediatamente en bien pú-
blico; y, en segundo lugar, que los organismos públicos
no renuncien al diseño, la orientación, la organización,
la administración y la programación de las actividades
que se realizan con estos bienes.
66
Igualmente, si se reconoce que los intereses públicos
no pueden ser determinados hegemónica y centraliza-
damente, desde posiciones autoritarias que pretenden
saber lo que los demás necesitan, sería necesario convo-
car a la sociedad civil para que establezca de qué manera
las bibliotecas se pueden constituir en espacio público y
adecuado para la construcción colectiva de lo público,
para lo cual la lectura y la escritura, el debate, el diálogo,
la conversación son los instrumentos idóneos. Esta par-
ticipación de la sociedad civil tendría, además, el doble
propósito de generar en toda la sociedad transformacio-
nes de sus representaciones, así como imaginarios sobre
la cultura escrita y sobre la necesidad de hacerla propia.
Por ello, corresponde a la biblioteca generar espacios
para la organización de la sociedad civil alrededor de
proyectos que garanticen el acceso a la cultura escrita,
ofrecer posibilidades de participación real y vinculante,
y no solamente crear grupos que colaboren con un pro-
yecto ya configurado y predeterminado.
La segunda gran tarea tiene que ver con la formación
de la ciudadanía. Cuando digo que la biblioteca le pres-
ta un flaco servicio a la educación al apoyar a los estu-
diantes en sus deberes y tareas que refuerzan un modelo
educativo que pretende formar trabajadores eficientes y
ciudadanos conformes, o que reduce la formación de
lectores al desarrollo de las competencias comunicativas,
67
no pienso que biblioteca y escuela no puedan y no de-
ban asumir un proyecto común, proyecto que además
considero inaplazable si queremos sacar de la postración
a nuestra frágil democracia: contribuir a la formación de
ciudadanía crítica.
Para ello podríamos adoptar algunos de los fines que
se han propuesto para la escuela y que la biblioteca pue-
de hacer suyos; por ejemplo, los Siete saberes necesarios
para la educación que plantea Edgar Morin (1999), so-
ciólogo y director emérito del prestigioso Centro Na-
cional para la Investigación Científica de Francia, y que
se refieren, entre otros, al conocimiento pertinente, a la
condición humana, a la identidad terrenal, a la capaci-
dad de enfrentar las incertidumbres y a la comprensión
y a la ética del género humano. O las tesis que propuso
Paulo Freire y que han sido expuestas por Ana do Vale
en su aporte a la Agenda de la educación latinoamericana
del siglo XXI y que yo sintetizaría como la formación de
seres humanos con: 1) disposiciones mentales, críticas y
permeables con las que puedan superar la fuerza de su
«inexperiencia democrática»; 2) que existan como seres
eminentemente relacionales, seres abiertos que puedan
discernir, conocer y proyectarse; como seres históricos;
3) que puedan relacionarse con la sociedad, con el me-
dio ambiente, insertarse en el mundo de la naturale-
za y colocarse en la cultura como creadores y no como
68
objetos; y 4) seres con capacidad de reflexionar sobre sí
mismos y que se sepan viviendo en el mundo.
Todo esto no se construye de la noche a la mañana.
Implica un largo camino que deben asumir la biblioteca
y la escuela de manera conjunta, con el compromiso de
toda la sociedad, en la cual una herramienta importante
es la lectura y la escritura de la palabra, que nos permite
una lectura y una escritura crítica del mundo, acompa-
ñada del debate y de la reflexión. Tenemos las bibliote-
cas, que son una primera condición necesaria, pero no
suficiente. Deberíamos usarlas para «encabalgarnos en
los hombros de gigantes» y así poder mirar más allá de
nuestra aldea.
Referencias bibliográficas
69
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nes y prácticas de la lectura en perspectiva ciudada-
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70
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nando de Quesada (ed), Filosofía política I: Ideas
políticas y movimientos sociales. Madrid: Trotta.
71
¿La biblioteca crea ciudadanos mejor
informados?14
73
Esta reflexión partirá del significado de los conceptos
«información», «local» y «comunidad». Mi propósito
con este análisis es invitarlos a un debate, cuya necesi-
dad no se pone en duda, sobre el papel de la biblioteca
en la circulación de la información, en su legitimación
y en la misión de hacer de la lectura del texto escrito
un instrumento que permita la recepción crítica de la
información que se propaga en la sociedad.
La información
74
pero sí deseo anotar que por la red se transmite, en volú-
menes importantes, información de los tres grupos que
describo a continuación.
En el primer grupo podemos ubicar a la información
científica y técnica, que se produce y circula en medios
académicos, científicos e industriales. En el segundo
grupo podría situarse la información que, por lo gene-
ral, se presenta en forma de datos y que es la que le sirve
al ciudadano de manera individual y utilitaria para in-
sertarse en la sociedad, usar lo que la comunidad le ofre-
ce, ejercer sus derechos y cumplir sus deberes. De esta
información se ocupan las bibliotecas públicas y otros
centros de información. Por último, un tercer grupo es-
taría constituido por las noticias de toda índole, inclui-
das las científicas y técnicas. También forman parte de
este grupo las noticias económicas, culturales, sociales y,
75
especialmente, los acontecimientos cotidianos que son
elevados a la categoría de noticia, así como los sucesos,
las anécdotas y las crónicas. Esta información circula a
través de los medios masivos como la televisión, la radio
y la prensa escrita, entre los cuales predomina la televi-
sión. Esta, además, goza de la publicidad que la financia
y, por consiguiente, la determina gracias a la tiranía del
rating. Podría decirse que este tercer grupo de informa-
ción constituye el patrimonio de los medios. Estos la
crean, la condicionan, la difunden y lucran con ella. Al
respecto, Pierre Bourdieu afirma:
76
a la existencia social y política», en lo que él llama «la
circulación circular de la información».
77
tienen el mismo peso. De esta manera se presentan con-
clusiones muchas veces contrarias a los intereses de la
sociedad.
Esta información circula sin que la biblioteca haga
algo por acompañar al ciudadano en una práctica de lec-
tura crítica, sin que la biblioteca ofrezca posibilidades de
debate sobre los temas que son tratados superficialmente
por los medios y que son manipulados por la prensa o
sencillamente negados por ella a la discusión pública. A
menos que se reflexione seriamente sobre esto, y se plan-
teen acciones trascendentes, como sugieren Adriana Be-
tancur y Didier Álvarez: «Con todo, el trabajo debe ir
más allá, puesto que los sujetos tienden a ser dominados
por los medios masivos de comunicación» (2001).
Hoy en día la biblioteca pública solo se ocupa de una
porción muy pequeña de la información que circula en la
sociedad y que está representada fundamentalmente en
el segundo grupo que aquí se ha mencionado: los datos
que permiten al ciudadano satisfacer directamente una
necesidad concreta y cotidiana. Sin embargo, la biblio-
teca tendría mucho que hacer para facilitar el acceso de
la población a la información científica, cultural, artísti-
ca con la que el ciudadano solo tiene contacto mediante
la simplificación trivial que de ella hacen los medios.
Por ello, la biblioteca debe comprometerse a una divul-
gación respetuosa de aquella información. Asimismo,
78
también debe brindar la posibilidad, mediante el deba-
te de los temas de actualidad que los medios tratan o
niegan, de efectuar una mirada menos superficial de la
realidad individual y colectiva, local y universal.
En definitiva, la biblioteca debe contribuir a solu-
cionar el problema de la desinformación originado en
el manejo que los medios hacen de la información. Es
decir, la biblioteca tiene frente a ella un reto social. Por
ello, se requieren instancias de legitimación de la infor-
mación. De la misma manera que la sociedad civil se
organiza para conseguir el mejoramiento de la calidad
de otros productos y servicios, podría hacerlo para exigir
mejor información, y en ello le corresponde un papel a
la biblioteca.
Lo local y lo global
79
de países desarrollados no encuentran fronteras nacio-
nales para su circulación, se produce un fenómeno de
fragmentación cultural, de revalorización de lo local y
de inmediatez de la información. Contrariamente a lo
que se pudiera pensar, la televisión ha jugado un pa-
pel importante en esta fragmentación debido, por una
parte, a que transmite la información por medio de la
imagen y esta no soporta conceptos universales; y, por
otra, a que la capacidad de movilización de la televisión
está constreñida por los costos, lo que privilegia las no-
ticias que pueden ser capturadas por los camarógrafos
locales. De ahí que la televisión haya creado audiencias
que solo se interesan por lo local.
No obstante, en el presente, no es posible pensar en
un acontecimiento que tenga lugar en cualquier rincón
del planeta que no conlleve repercusiones universales.
Un ejemplo patético es el de Colombia. Pocas solucio-
nes a los problemas que nos afectan, especialmente los
que tienen que ver con el narcotráfico, pueden darse
desde el interior del país, sin medidas concertadas a es-
cala mundial17.
80
Las bibliotecas tienen entonces otro papel importan-
te que desempeñar: el de contribuir a recuperar la «uni-
versalidad» como valor, el de crear la conciencia de que
los beneficios de la globalización no pueden, de ningu-
na manera, limitarse al capital transnacional. Para países
pobres como los nuestros, la revolución tecnológica que
permite el establecimiento de diferentes tipos de redes
que se cruzan en el ámbito mundial constituye en este
caso una ventaja, especialmente porque los costos de co-
municación son ahora infinitamente menores.
Por lo anteriormente mencionado, es que la deno-
minación de «local» en el nombre de los centros de in-
formación debe referirse solo a su descentralización, a
su capacidad de llegar a la periferia, a la facultad de al-
canzar a todos los ciudadanos, pero considerados estos
como ciudadanos del mundo que deben participar de
redes amplias e interdependientes y en decisiones que,
a pesar de que se toman a distancia, los afectan pro-
fundamente. El Informe sobre Desarrollo Humano de las
Naciones Unidas, del año 2000, afirma que: «… para
las sociedades abiertas e integradas a escala mundial
del siglo XXI necesitamos compromisos más decididos
con el universalismo combinados con el respeto por la
81
diversidad cultural». La biblioteca, en mi opinión, pue-
de y debe colaborar con este propósito.
La sociedad civil
82
de la biblioteca pública en sus servicios de información
deben ser las organizaciones de la comunidad.
Si bien es cierto que el individuo necesita informa-
ción puntual para satisfacer necesidades particulares,
también lo es que el servicio que la biblioteca pública
preste a la sociedad civil organizada podría tener más
repercusiones en cuanto a la búsqueda de soluciones
democráticas diversas de las que se puedan beneficiar
sectores más amplios de la comunidad. Las diferentes
redes de ciudadanos deben poder contar con la bibliote-
ca como una institución auxiliar de su trabajo.
83
el pensamiento lento, el «pensamiento pensante» que se
opone al fast thinking del que habla Bourdieu (1996).
Sin duda, el mejor antídoto contra este último es la lec-
tura de la palabra escrita.
En definitiva, mi propuesta es que la biblioteca pú-
blica asuma de manera más comprometida y activa un
acompañamiento al individuo y a la comunidad orga-
nizada en una lectura crítica de la realidad, mediante el
debate público sobre los temas que la afectan, con miras
a una participación consciente en su transformación. Es
decir, que contribuya a crear ciudadanos mejor forma-
dos e informados.
Referencias bibliográficas
84
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llo-PNUD (2000). Informe sobre desarrollo huma-
no 2000. Nueva York: PNUD.
Sartori, Giovanni (1998). Homo videns: la sociedad tele-
dirigida. Madrid: Taurus.
85
Derecho a la cultura escrita y políticas
públicas. Aprendizajes y experiencias
desde la construcción colectiva18
87
Parto de la convicción de que la lectura es un hecho
histórico y cultural y, por lo tanto, político, que debe
ubicarse en el contexto en el que ella se da. Que histó-
ricamente la lectura ha sido un instrumento de poder y
de exclusión social.
Soy consciente de que alrededor de la lectura se mue-
ven diferentes intereses, que la necesidad de su demo-
cratización obedece a diversos propósitos y que esto es
causa, en buena medida, de que sectores excluidos, no
solo de la lectura sino de otras manifestaciones de la cul-
tura y de la economía, no se apropien de esta práctica.
Considero que solo cuando leer y escribir constitu-
yan necesidades sentidas por grandes sectores de la po-
blación, y que cuando esta población esté convencida
de que la lectura y la escritura pueden ser instrumentos
para su beneficio y, por consiguiente, sea de su interés
apropiarse de la cultura escrita, podremos pensar en su
real democratización.
Pero nos encontramos aquí con una contradicción.
Esta circunstancia solo podría producirse en la medida
en que se mejoren los niveles de desarrollo y, al mismo
tiempo, disminuyan las desigualdades. Infortunada-
mente esto no parece ser lo que está ocurriendo. Nume-
rosos informes sobre los países de la región indican que,
a pesar de que se pueden constatar leves crecimientos en
88
sus economías, los modelos de desarrollo humano son
excluyentes e injustos:
89
obstáculos para el desarrollo y el empleo en Colombia».
Ello quiere decir que, a más lectura, más desarrollo,
cuando en realidad se trata de lo contrario: a más de-
sarrollo, más lectura o, mejor dicho, más consumo de
libros; lo mismo que, a más desarrollo, más consumo
de otros bienes culturales y no culturales. Este periódico
planteaba también que: «el problema debe ser encarado
y resuelto mediante un desafío de educadores, padres
de familia y estudiantes». Por supuesto que estamos en
desacuerdo con estos análisis y creemos que el desafío
no es para «los educadores, padres de familia y los es-
tudiantes», sino, en primer lugar, para la Estado, y que
el problema de la lectura solo puede ser «encarado y re-
suelto» mediante cambios dirigidos a una distribución
de la riqueza más justa y equitativa.
Por otra parte, cuando se habla exclusivamente de
consumo, en este caso de libros, se olvida que posible-
mente esta relación, entre países pobres y países ricos,
no se da de manera tan directa cuando se trata de pro-
ducción o, mejor, de creación. Es decir, no necesaria-
mente a mayor desarrollo, mayor o mejor cultura. Afor-
tunadamente para nosotros la riqueza de bienes mate-
riales no necesariamente corresponde a la riqueza y a la
diversidad cultural. Por el contrario, estas últimas son
frecuentemente arrasadas por quienes poseen el poder y
los medios económicos.
90
La lectura, cito nuevamente a Emilia Ferreiro, es un
derecho; no es un lujo de élites que pueda asociarse con
el placer y la recreación ni una obligación impuesta por
la escuela. Es un derecho que, además, permite un ejer-
cicio mayor de la democracia y, por consiguiente, de
otros derechos.
Y cuando hablo de derecho me refiero a un derecho
universal, a un derecho de todos y no solamente de gru-
pos vulnerables por diversas circunstancias, entre ellas,
la edad. En la jerga actual de quienes diseñan políticas y
programas que pretenden luchar contra la pobreza y la
inequidad se habla del «enfoque social de riesgo» y de la
«focalización». Estos enfoques son contradictorios con
un enfoque universal de derechos y olvidan que los de-
rechos de unos dependen de los derechos de otros. Un
ejemplo: actualmente, la sociedad, en general, y los fun-
cionarios de los organismos de planeación del Estado,
en particular, son sensibles, por lo menos en teoría, a
los derechos de los niños, y olvidan que estos dependen
de los adultos y que no es posible pensar en el bienestar
de unos y olvidarse de los otros. Al respecto, Graciela
Montes plantea:
91
ellos y que es casi imposible proponer el bien de los
niños sin ocuparse también del de sus padres (2001).
92
Una política pública de lectura y escritura es el pro-
ducto de una interrelación dinámica entre la sociedad
que inquiere, se compromete y propone, y el Estado
que trabaja en la búsqueda del pleno reconocimiento
y promoción de la lectura y la escritura como derechos
esenciales de las personas en el mundo contemporá-
neo. Desde esta perspectiva, el Estado ayuda a mol-
dear, conducir y proyectar la sociedad, cumpliendo
con el fin último para el cual existe: promover el bien
común y el pleno desarrollo de todos. Y la sociedad
actúa como instancia básica que imprime al Estado su
dinamismo pero también la legitimidad y la pertinen-
cia necesarias para la acción pública. Por ello permite
tanto orientar las tareas estatales, como fortalecer la
participación social, generando una cultura política
que acerque al ciudadano al ejercicio político y haga
sensible la política a las necesidades sociales [...]. Una
política pública la construyen todos aquellos que, con
su actuación, sus saberes y decisiones pueden analizar,
proponer y modificar los modos de pensar, sentir y
hacer de una comunidad (municipio, departamento
o nación) frente a la lectura y la escritura. Para poder
actuar como constructores de la política se necesita
informarse, formarse, movilizarse, hacer seguimiento,
evaluar y corregir la marcha de una política (Asolectu-
ra, 2002)19.
93
Antes de contarles cómo nos hemos organizado en
Colombia alrededor del propósito de impulsar la for-
mulación de políticas públicas que respondan al dere-
cho de todos a la lectura y la escritura, y comprometer
la participación ciudadana en esta tarea, quisiera hacer
algunas precisiones:
94
y de la sociedad en su calidad de sujetos de derecho
de la cultura escrita y de los garantes de estos dere-
chos (familias, instituciones de orden social y redes
sociales). El libro y otros materiales de lectura y escri-
tura son medios, importantísimos, imprescindibles,
pero no son los fines últimos de la política.
95
El enemigo, en este caso, no es por supuesto el
libro sino la economía de mercado que impone sus
propias reglas.
96
condiciones de acceso a la cultura escrita, se consti-
tuyen en voces calificadas.
97
la constitución de Consejos Locales y los Encuentros
Ciudadanos.
Los Consejos Municipales y los Consejos Locales
de Lectura y Escritura son espacios de participación
ciudadana por el derecho a la lectura y a la escritura,
que tienen un carácter más o menos permanente. Los
Encuentros Ciudadanos son foros que reúnen duran-
te dos o tres días a un número importante de personas
comprometidas con diversos tipos de comunidades y
que participan en proyectos que permiten crear mejores
condiciones de acceso a la cultura escrita para quienes
están excluidos de ella, especialmente maestros, biblio-
tecarios y líderes comunitarios.
En la actualidad se han creado más de trescientos
Consejos Municipales en poblaciones pequeñas y apro-
ximadamente quince Consejos Locales en ciudades
grandes, al interior de instituciones educativas, bibliote-
cas, universidades o grupos de ellas. La mayoría de estos
consejos se constituyeron al amparo del Plan Nacional
de Lectura y Bibliotecas que ejecuta el Ministerio de
Cultura. Estos consejos trabajan en sus municipios, o
al interior de sus instituciones, con cuatro propósitos:
98
lectura y la escritura. (Lo cual, reconocemos, es algo
inalcanzable, por lo menos en el corto plazo).
99
las bibliotecas, las cuales se consignaron en documentos
que han tenido amplia difusión y que han servido de
base para el proceso de formulación de políticas en los
municipios en los que trabaja la Asociación Colombia-
na de Lectura y Escritura (Asolectura). En Bogotá, la
política pública de lectura ya fue formalizada mediante
Decreto de la Alcaldía. Asolectura es la entidad que ha
liderado la apertura de estos espacios de participación
ciudadana.
Ahora quisiera referirme de manera más directa a
otro punto que es materia de controversia y discusión.
Se trata del tipo de acciones o, mejor dicho, de las líneas
generales que en nuestro concepto deberían ser los ejes
centrales de una política de lectura y escritura y de los
planes nacionales y locales.
Por lo general, los planes de lectura se han orientado
hacia campañas promocionales y planes de dotación de
libros para escuelas y bibliotecas. No negamos la impor-
tancia de estas acciones, especialmente de las segundas,
que pueden garantizar el acceso a libros a poblaciones
que de otra manera no los tendrían, siempre y cuando la
selección sea hecha con criterios de calidad y pertinen-
cia, puesto que se trata de recursos y de bienes públicos.
Pero muchas veces estos planes desvían la atención
del verdadero problema, pues este se debería ubicar en
una educación de calidad para todos y en las posibili-
100
dades reales de acceso democrático —acompañado de
formación— a la lectura y a la escritura mediante las
bibliotecas públicas. De la atención que se ponga en
ambos, formación y acceso —en el sentido en el que
lo plantea Judith Kalman cuando habla de la diferencia
entre disponibilidad y acceso—, depende que podamos
registrar cambios significativos y no elevar las cifras en
estadísticas que encubren la realidad.
En primer lugar, es a la educación adonde debe diri-
girse la mayor parte de los esfuerzos y, segundo, son las
bibliotecas públicas los medios para la democratización
del acceso, siempre y cuando en ellas también se pro-
duzcan importantes transformaciones y las acciones no
se limiten a mejorar sus acervos.
Esto significaría reorientar todas las acciones hacia
estas dos instituciones, es decir, darle prioridad a pro-
gramas que contribuyan en el largo plazo a un mejora-
miento de la escuela y de la biblioteca, frente a campa-
ñas y planes de sensibilización que resultan superfluas
si no se producen transformaciones en estas instancias.
Reorientar la mayoría de esfuerzos hacia la escuela y
la biblioteca también debería significar favorecer lo que
en términos del mercado se llama la «demanda» y eva-
luar si los estímulos a la oferta —es decir, a la produc-
ción del libro— han contribuido de verdad a una mejor
redistribución de la cultura escrita y a una lucha contra
101
la desigualdad o si, por el contrario, se han aumentado,
sin pretenderlo, los privilegios con la bien intencionada
pero tal vez equivocada decisión de buscar democratizar
la lectura con estímulos a la oferta.
Una vez ubicadas las prioridades, para lo cual la so-
ciedad civil debe hacer un aporte importante, debería
iniciarse, también con la participación pública, un am-
plio debate acerca de la naturaleza de las acciones que
podrían conducir a una transformación de la escuela y
de la biblioteca, transformación que habilite a la pri-
mera a alfabetizar, en el sentido pleno del término, y
a la segunda, a garantizar el acceso gratuito a los mate-
riales escritos y a otras formas en las que se presenta la
escritura.
En los Encuentros Regionales de Lectura y Escritura
ya mencionados se han planteado como principales las
siguientes acciones:
102
que les permita romper con la tradición de enseñar
como aprendieron. Los maestros, formados como
lectores y escritores, son una condición necesaria
para enseñar a leer y a escribir.
103
4. En cuanto a la biblioteca pública, la consulta ciuda-
dana efectuada en los mencionados encuentros tam-
bién planteó la necesidad de que estas se construyan
a partir de proyectos de las comunidades, que sirvan
a sus propósitos, que se conviertan en los verdaderos
mecanismos de acceso a la cultura escrita y, por lo
tanto, permitan democratizar este acceso, lo cual sig-
nifica llegar a toda la población y no de manera casi
exclusiva a la escolarizada.
104
En conclusión, para universalizar el acceso a la cul-
tura escrita se requieren cambios económicos, políticos
y sociales que garanticen una mayor equidad en la dis-
tribución de la riqueza y de los avances del desarrollo,
cambios que incluyen los que tienen que ver con la
transformación y el mejoramiento de la escuela y que
permiten a la población el acceso a los bienes que son
producto de la escritura. En suma, cambios que dan
contenido real a la lucha contra la inequidad que tanto
se menciona como prioridad del Estado.
Referencias bibliográficas
105
Lerner, Delia (2001). Leer y escribir en la escuela: lo real,
lo posible y lo necesario. Ciudad de México: Fondo
de Cultura Económica.
Montes, Graciela (1997). Ilusiones en conflicto. La
Mancha, 3, 4-8.
Montes, Graciela (2001). La infancia y los responsables.
En: El corral de la infancia. Ciudad de México:
Fondo de Cultura Económica.
106
La Biblioteca de Babel. Algunos
planteamientos sobre la biblioteca y
la construcción de la identidad21
107
pensadores que se han acercado a él con honestidad y
no desde la sabiduría, la seguridad y la autoridad, y que
no puede agotarse en el corto tiempo de un seminario.
Hablar de identidad en momentos actuales presenta
múltiples dificultades. La complejidad radica en que el
concepto de identidad ha explotado, ha reventado por
los medios masivos de comunicación, los desplazamien-
tos, la desterritorialización, las migraciones, el mercado,
los múltiples rompimientos, el debilitamiento o, por lo
menos, la transformación del concepto de nación.
Para comenzar, quiero hacer una aclaración: trata-
ré este tema, que podría ser abordado desde múltiples
disciplinas —la filosofía, la psicología, la sociología, la
antropología o la política— solo desde y para la biblio-
teca. Es decir, intentaré que mis planteamientos puedan
ser de alguna utilidad para la bibliotecología, aunque
acudiendo, con limitaciones, a esas disciplinas.
Cuando se me invitó como conferencista a este even-
to sobre las bibliotecas y la identidad me propuse ac-
tualizar algunas reflexiones y releer algunos textos sobre
una materia que ha sido de mi preocupación desde hace
más de una década, cuando se desató la moda de la mul-
ticulturalidad y se organizaron numerosos congresos,
seminarios y encuentros de literatura infantil y juvenil
alrededor de aquella.
108
Mi interés por el tema surgió especialmente desde la
desconfianza y la sospecha que nacen de constatar que
los mayores abanderados de la causa de la multicultu-
ralidad son quienes históricamente no se han caracteri-
zado especialmente por su tolerancia. Es precisamente
en la sociedad norteamericana en donde el tema de la
multiculturalidad condujo a los excesos de lo «políti-
camente correcto», que llevó a censurar a Mark Twain
en las bibliotecas públicas por su lenguaje —además de
considerarlo apologético del delito— y a La cabaña del
Tío Tom, de Harriet Beecher Stowe, con el pretexto de
que podría ser ofensiva para los negros, como si con ello
se pudiera ocultar un pasado y un presente violentos
e inhumanos, de atropellos a la comunidad afroameri-
cana, que siguió a las expropiaciones sangrientas a los
indígenas y que se actualiza con torturas y violaciones a
los habitantes del Medio Oriente.
La moda del multiculturalismo y de lo «políticamen-
te correcto» se convirtió, dentro de la literatura infantil
y juvenil, en una forma de promover exclusiones y fal-
sas aceptaciones de la diversidad. Hoy, por ejemplo, se
promueve la lectura de los autores chicanos, pero en las
comunidades hispanohablantes.
Por ese entonces, una de mis lecturas fue La condi-
ción humana (1993), de Hannah Arendt, uno de cu-
yos planteamientos centrales es que el mundo no está
109
habitado por «El Hombre» sino por hombres: «La plu-
ralidad —dice Arendt— es la condición de la acción
humana debido a que todos somos lo mismo, es decir,
humanos, y por tanto nadie es igual a cualquier otro que
haya vivido, viva o vivirá». Jorge Larrosa parte de este
planteamiento de Arendt para decir:
110
Hace un tiempo estaba leyendo dos libros que me
parece oportuno añadir a esta bibliografía: Identidades
asesinas, de Amin Maalouf (1998), al que me referiré
más adelante; y Contra el fanatismo (2003), de Amos
Oz. Al respecto, dice Oz:
111
se propone desarrollar un argumento que, resumido al
máximo, puede ser expresado en [un] verso de Baude-
laire: [que plantea que] la vida moderna cambia más
de prisa que el corazón de la gente. [... y que] existe
una clara oposición entre la voluntad de sobrevivir y
los cambios acelerados que la presente modernidad
(globalización, nueva economía, revolución digital,
etcétera) genera a nuestro alrededor [... pero] que, sin
embargo, pese a ello, la gente se las ingenia para adap-
tarse y cambiar, guardando intacta, al mismo tiempo,
su propia identidad.
112
identidades se construyen o, por lo menos, de reconoci-
miento de la necesidad de esta transformación, de toma
de conciencia.
Gil Calvo, al referirse a esos dos ejes de la construc-
ción de las biografías —el amor y el trabajo— dice que
estos «ya no existen en la actualidad» debido a la llama-
da «flexibilidad laboral» que destruye cualquier sentido
de pertenencia frente al trabajo y a la inexistencia de una
familia indisoluble. Pero, además, el mercado y los me-
dios masivos de comunicación son también poderosos
instrumentos de creación de identidades.
El brasileño Renato Ortiz (1998), autor que estaba
esperando a ser leído en mi biblioteca, hasta que se me
pidió colaboración para contactarlo para este evento,
dice:
113
Trabajo, amor, mercado y medios masivos entran a
constituir ese entramado de condiciones que forman y
deforman las biografías, especialmente las de los jóve-
nes, a quienes quiero referirme muy especialmente por
tratarse de un grupo de edad «vulnerable» de acuerdo
con la actual jerga burocrática y, como tal, un objetivo
de los programas de lectura de las bibliotecas. Examine-
mos un poco más de cerca lo que tiene que ver con la
economía y con el trabajo, en especial con los jóvenes.
Hace pocos días, con motivo de la celebración, el 11
de julio, del Día Mundial de la Población, la Oficina de
México del Fondo de Población de las Naciones Uni-
das divulgó unas cifras que no pueden ser ignoradas por
las bibliotecas cuando programan y realizan actividades
para estos grupos: 58 millones de jóvenes latinoamerica-
nos y caribeños viven hoy en situación de pobreza y de
ellos 21 millones son indigentes. Poco más de 1 millón
de ellos viven con menos de 1 dólar diario y 27 millo-
nes, con menos de 2. La tasa de desempleo para 160 mi-
llones de jóvenes entre 10 y 24 años oscila entre el 17,9
y el 23,2% (tres veces más alta que la tasa promedio
para los adultos en América Latina). Asimismo, 10,8
millones de jóvenes entre 15 y 19 años son analfabetos
funcionales y un 27% de los que tienen entre 20 y 24
años no estudian ni trabajan. También sabemos que sus
conocimientos sobre la salud sexual y reproductiva son
114
muy precarios y que los índices de violencia, violencia
sexual y embarazos prematuros son mucho más que pre-
ocupantes.
Estas condiciones, al igual que la invasión que de sus
vidas privadas realizan los medios masivos, han hecho
de la evasión un refugio para la mayoría de los jóvenes.
Mediante toda clase de artefactos (TV, computadora,
walkman, iPod), que mantienen a los adolescentes des-
conectados del mundo, se opera una alienación y una
huida que los desconecta también de sí mismos y les
impide no solo la interiorización, sino la relación con
el otro, condición primera de la construcción de su
identidad.
Pero esto no afecta solo a los jóvenes; parece ser ca-
racterística de la Modernidad. Dice Arendt que es pre-
ciso «rastrear la alienación del Mundo Moderno, su do-
ble huida de la Tierra al universo y del mundo al yo»
(1993), refiriéndose con este yo al individualismo y no
a la posibilidad de interiorización e introspección de la
que hablé antes. Por su parte, Manuel Cruz, en la intro-
ducción que hace a este libro de Arendt dice que:
115
respecto del mundo, a la anulación de su sentido de
pertenencia al mundo. A la profundización en la expe-
riencia de la soledad.
116
darle un sentido a la propia existencia, un sentido a la
propia vida, para darle voz a su sufrimiento, forma a
los deseos, a los sueños propios (1999).
117
neutralidad [...] como si la manera humana de estar en
el mundo fuera o pudiera ser una manera neutra».
Los programas de promoción de lectura, con los que
se pretende contribuir a solucionar la exclusión de la
cultura escrita, deberían, de alguna manera, plantearse
reflexiones asociadas a esta construcción de identidad,
si se piensa que, por una parte, no se trata de formar al
otro a imagen de lo que los bibliotecarios consideramos
como correcto, es decir, a integrar e imponer concep-
ciones y maneras de ver el mundo homogeneizadoras y
unánimes, haciendo un doble eco a los medios de co-
municación; y por otra, si realmente se desea que la bi-
blioteca tenga una función útil y necesaria a la sociedad,
y no sea simplemente un espacio para pasar el tiempo
y para una diversión intranscendente o para reforzar las
intervenciones negativas que la sociedad realiza con una
oferta pseudocultural alienante.
Y cuando hablo de identidades no me refiero exclu-
sivamente a la pluralidad de individuos, sino también a
las diferentes identidades que se tejen dentro de un solo
individuo.
Ya no es posible pensar en una sola identidad de-
finida desde un solo ámbito. Las identidades se cons-
truyen desde la nacionalidad, la religión, la raza o las
etnias, el sexo, las clases sociales, la edad, los espacios
en donde vivimos, el trabajo, la lengua y la forma como
118
la hablamos y la habitamos, las creencias que profesa-
mos, lo que pensamos acerca del mundo, desde todo
esto al mismo tiempo. Pretender la construcción de una
identidad a partir de, y alrededor de, la nacionalidad,
por ejemplo, lleva a posiciones totalitarias que se plan-
tean cuando hay necesidad de establecer unanimidades
como falsas soluciones a crisis surgidas por causas que
poco o nada tienen que ver con una nacionalidad. Dice
el escritor franco-libanés Amin Maalouf:
119
lectores, tomados de la mano, a una especie de viaje de
turismo por el resto del mundo.
Tampoco hay que olvidar que nuestras fronteras
han sido traspasadas por la globalización. Renato Ortiz
dice: «Los diversos grupos sociales comparten incluso
un imaginario colectivo común, compuesto por signos
comerciales, imágenes de cine y televisión, afiches de
artistas, cantantes de música pop, etcétera» (1998).
El mundo exterior se ha instalado en nuestras repre-
sentaciones y en nuestros imaginarios para darnos la ilu-
sión de que somos ciudadanos del mundo, pero solo de
un mundo virtual, pues entre tanto las fronteras físicas,
geográficas, se cierran para contener a las grandes ma-
yorías que, abatidas por la pobreza o deslumbradas por
los espejismos de un mercado y de un consumo sin lími-
tes que ofrece el primer mundo, intentan emigrar hacia
países que cada día endurecen más sus leyes migratorias.
Ortiz agrega: «Somos ciudadanos mundiales porque
el mundo penetró en nuestra vida cotidiana. Esto altera
nuestra comprensión de la proximidad y la distancia».
No es fácil para las bibliotecas afrontar estas nuevas
realidades, duales y contradictorias, que se presentan
gracias a las nuevas tecnologías de la comunicación, sin
caer en posiciones que refuercen la homogenización de
las identidades y la unanimidad de pensamientos. Las
nuevas tecnologías también podrían abrir perspectivas
120
para oponer la mundialización a la globalización, de
acuerdo con la diferencia que entre estos dos conceptos
establece Renato Ortiz, y permitir una apertura de las
miradas sobre el mundo, lo que en definitiva podría ha-
cer de la biblioteca un lugar de entrecruzamiento de lo
local, lo nacional, lo internacional, pero también de lo
comunitario. Lo que definitivamente no puede hacer la
biblioteca es actuar como si estas nuevas realidades no se
estuvieran dando o como si en ellas no se confrontaran
grandes intereses económicos particulares y deshuma-
nizadores.
Una de estas perspectivas podría consistir en intentar
una mirada a lo latinoamericano, mirada que se nos ha
negado desde la conquista y la colonización de Améri-
ca, y que nos empeñamos en desdeñar. El poeta y ensa-
yista William Ospina, un colombiano que ha pensado
nuestra historia desde una perspectiva diferente de la
del poder, en su libro América mestiza: el país del fu-
turo (2004), texto que me parece fundamental en esta
propuesta bibliográfica que vengo haciendo, presenta al
mestizaje como una de nuestras mayores riquezas:
121
tra América es menos una homogeneidad geográfica
que una conjunción histórica y cultural, pero el des-
tino común de sus habitantes terminó convirtiéndola
en un mundo al que es preciso pensar y abarcar en
conjunto, como al pensar en el continente europeo
la mente incluye automáticamente a Escandinavia y a
Islandia, porque la historia compartida termina influ-
yendo sobre la geografía.
122
instalar un lenguaje universal, una única forma «correc-
ta» de hablar y de escribir. No existe un Lenguaje con
mayúsculas, así como no existe un solo modo de hablar.
La diversidad se da también al interior de las lenguas. Y
sobre este punto, propongo nuevamente la lectura de
Larrosa.
Por otra parte, deberían ser también materia de re-
flexión las formas en que se promueven las supuestas
identidades indígenas y afrocolombianas con actitudes
paternalistas, programas asistencialistas, en donde la ca-
ridad y el favor sustituyen a la justicia, y que dan razón a
los planteamientos de Fernando González Placer (2001)
cuando dice que se figura y configura al «Otro»,
123
sobre la cultura, ha desarrollado un pensamiento sobre
las identidades y el carácter político de su construcción.
Según Said, las identidades se construyen afirmando la
diferencia y mediante la negociación.
Insiste también en la necesidad que tienen los inte-
lectuales —y por consiguiente las bibliotecas como ins-
tituciones que tienen una función intelectual dentro de
la sociedad— de asumir una actitud de desarraigo, de
exilio, de distanciamiento de la realidad que permita una
mirada despojada de compromisos inmediatistas, nece-
saria para una aceptación del «Otro» sin intenciones co-
lonizadoras, lo que constituye una mirada babélica.
Entonces, propongo que las bibliotecas adopten esta
mirada babélica, es decir, desde la riqueza y las posibi-
lidades que otorgan la confusión y el asombro, menos
segura de que lo que ofrecen es lo que el «Otro» nece-
sita para construir su identidad, con menos certezas y
más inseguridades. Una mirada que se realice desde la
perplejidad, desde el enigma y no de la consigna, como
diría Graciela Montes. Es decir, una verdadera mirada
de lector, que lee porque no es dueño de las respuestas.
Más abierta al diálogo, a la reflexión y al debate; más
consciente de la necesidad de examinar a diario sus ac-
ciones con miras a replanteamientos que, en últimas,
la constituyan como una institución necesaria para las
personas y para las comunidades que las conforman y
124
no como un pasatiempo divertido, un lujo innecesario
o una obligación pasajera.
Referencias bibliográficas
125
Montes, Graciela (1999). De la consigna al enigma.
Recuperado de http://www.gracielamontes.com/
escritos/consigna.htm
Ortiz, Renato (1998). Otro territorio. Bogotá: Convenio
Andrés Bello.
Ospina, William (2004). América mestiza: el país del fu-
turo. Madrid: Aguilar.
Oz, Amos (2003). Contra el fanatismo. Madrid: Siruela.
Petit, Michèle (1999). Nuevos acercamientos a los jóvenes
y a la lectura. Ciudad de México: Fondo de Cul-
tura Económica.
126
Todorov, Tzvetan (1999). La conquista de América: El
problema del otro. Ciudad de México: Siglo XXI.
Weil, Simone (1996). Echar raíces. Madrid: Trotta.
127
Sobre la autora
129
Entre 1977 y 1979, se desempeñó como presidenta
de la Asociación Colombiana de Bibliotecólogos. Desde
su creación hasta el año 2012, fue parte del Consejo Na-
cional del Libro y la Lectura de Colombia. Desde 2008,
es miembro del Grupo de Expertos en Lectura y Biblio-
tecas escolares de la OEI. También ha participado en
los consejos directivos de organizaciones internacionales
como la Asociación Internacional de Lectura y la Orga-
nización Mundial de Libros para niños y jóvenes-IBBY.
Es autora de más de una veintena de publicaciones
entre las que destacan: Modelo Flexible para un Sistema
de Bibliotecas Escolares (Bogotá: OEA, 1982); El derecho
a leer y a escribir (México: Conaculta, 2004 y 2015 y
Buenos Aires, Argentina, 2005 y Brasil, 2011); Una
mirada (Bogotá: Asolectura, 2010); La animación a
la lectura: mucho ruido y pocas nueces (Madrid, 2001);
Estrategias para la formación de lectores (Bogotá, 2001);
Las bibliotecas públicas y escolares y la lectura (Bogotá,
1999); Políticas y campañas de promoción del libro infantil
y la lectura (Córdova, 1997); ¿Leen los maestros? (Bogotá,
1997); Nunca antes se lee como ahora (Santiago de Chile,
1993); Guía para la organización y funcionamiento de la
biblioteca comunitaria (Bogotá, 1991); entre otros. Sus
libros, Investigaciones y conferencias se han publicado
en países como Francia, México, Brasil, Argentina,
España, Ecuador, Colombia y Venezuela, países en los
130
que ha impartido también numerosos seminarios y
conferencias.
En reconocimiento a su trayectoria, en 1992, la
Asociación de Egresados de la Escuela Interamericana
de Bibliotecología, le otorgó el Premio “Luis Florén
Lozano” por su significativo aporte a la bibliotecología
colombiana.
131