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La primera vez que escuché la palabra interculturalidad, fue en el colegio, recuerdo que el profesor del
curso de matemáticas, comentando un artículo del periódico de un diario local, que decía: “al Perú le
hace falta un ejercicio de interculturalidad”, no dudó en hacer un sesudo análisis de la realidad
nacional. El profesor detuvo su clase con el diario en mano, y dijo fuertemente: “bueno alumnos este
comentario del periódico que tengo en la mano, representa la intolerancia de cómo nos vemos los
peruanos, unos a otros, porque hablar de interculturalidad es hablar de algo que solo entiende la gente
culta, porque interculturalidad viene de las palabras latinas: ¿inter (que es entre) y de cultural (que es
culto), es decir interculturalidad es una cosa entre personas cultas… alguna pregunta? concluyó.
Obviamente, ante tales argumentos y ante un público que estaba dejando de ser adolescente, el
silencio fue interpretado como señal de aplauso. Desde ese entonces me quedó claro que la ignorancia
es atrevida, solo así se explica que el profesor de matemáticas durante el recreo, no dudaba en
vociferar entre sus colegas su tremenda hazaña semántica, haciendo los siguientes comentarios: “les
he dado una cátedra a los alumnos, sinceramente creo que los he iluminado, debían ser conscientes
que gracias a mi, ellos ahora son más inteligentes”. La única conclusión que pude sacar con el tiempo
no fue que en el reino de los ciegos el tuerto es rey; sino que, en el mundo de los ciegos, los ciegos
menores siempre escuchan atentos al ciego mayor, más aún si esta alza la voz.
Una última forma de entender la interculturalidad, la escuché de un dirigente awajun, bastante joven,
muy vivaz, su apodo awajun era katip, que significa rata en el idioma awajun. A él lo conocí por la
frontera con Ecuador de manera circunstancial, unos años más tarde pudimos trabajar juntos por el
valle del Alto Mayo. Allá en la frontera con el Ecuador, por el río Marañón, son muy comunes los
pongos en los ríos, los cuales son zonas caudalosas, torrentosas y muchas veces con remolinos. Me
instalé en una comunidad cerca al Pongo de Manseriche, ahí Katip solo durante algunas noches me
decía: “escucha como silba el pongo, es la boa que vive en el pongo, el silbido anuncia que tiene
hambre, mañana va a comer gente, es mejor no navegar por esa parte del río”. Para sorpresa mía, al
día siguiente, las dos únicas embarcaciones que navegaron por esa zona del río (una canoa y un bote
de carga), fueron sorprendidas por la embestida del agua, naufragaron, se hundieron y nunca
encontraron a los cuerpos. Al ver mi desconcierto y preocupación por lo ocurrido con las
embarcaciones, katip me dijo: “si hicieras un ejercicio de interculturalidad, entenderías mejor, que allá
en el pongo de Manseriche cada vez que se escucha el silbido, por la noche sabes que al día siguiente
van aparecer remolinos gigantes, porque en ese pongo vive una boa gigante, un día te voy a enseñar la
relación que existe entre el remolino de agua en forma de ronda, y la presencia de la boa”. Por cosas
del destino ese día llegó, fue unos años después, por el valle del Alto Mayo, donde junto con Katip y un
equipo de catastro tuvimos que internarnos en la selva por varios días para georreferenciar unos
límites de tierras de dos comunidades en conflicto. Recuerdo, que mientras íbamos en la lancha todos
queríamos pescar, pero extrañamente había bastantes grupos dispersos de espumas de agua que se
movían en círculo alrededor de la lancha. “no pesques por ahí Javier”, exclamó Katip,” tienes que
acordarte de la imagen del remolino, ahí viven boas, no las fastidies, pesca por otro lado”, concluyó.
Días después, cuando estábamos en medio de una quebrada después de caminar tres días, yo buscaba
una pequeña fuente de agua, y en eso encontré como un ojo de agua, en una pequeña gruta natural
con una estanque adentro, me llamó la atención ver dentro de la gruta, a unos diez pequeños peces
haciendo un círculo nadando como si hicieran un ronda infantil, cuando ya me estaba acercando a los
peces que estaban en ronda, sentí que un machete frio tocaba mi cuello, era Katip que me hacia una
señal de silencio con la mano, y luego me decía en voz muy baja, “a eso que usted quiere acercarse, es
la danza de la muerte de los peces, la boa los hipnotiza y los obliga a bailar en círculo, antes de
comérselos, o hasta que alguna presa más grande por curiosa, se acerque a la ronda de peces, sino me
cree, haga un ejercicio de interculturalidad y aléjese”, concluyó Katip.