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CUALIDADES DE UN DISCIPULADOR

La clave no está en la técnica sino en el amor.


¿Quién ha tenido suficiente influencia en su caminar con Cristo? ¿Qué cualidades tenía esa
persona que hicieron posible que tuviera esa influencia en usted?
Cuando los discípulos escucharon decir a Jesús: “Id y haced discípulos” (Mateo 28:19), ellos
respondieron: “Sí, Señor”, y lo hicieron. Hoy en día, cuando escuchamos este mismo mandamiento,
respondemos: “¿Quién? ¿Yo? No soy elocuente. No he sido capacitado. Nadie jamás me enseño a
hacer eso”. No obstante, las cualidades de un discipulador están al alcance de todos nosotros.
Para enfatizar esta verdad, nuestro Señor pareció enfocarse intencionalmente en capacitar a
aquellos que eran “hombres sin letras e indoctos” (Hechos 4:13) y dejar su obra en manos de ellos.
He descubierto tres cualidades esenciales en un discipulador. Dios espera que estén presentes
en todos los cristianos. Si usted las tiene, entonces podrá estar seguro de que Dios lo va a usar para
ayudar a otros a que crezcan.

1. Caminar por Fe. Cuando Dios se apareció a Moisés por medio de la zarza ardiente, Él le dijo que
había visto la aflicción de Israel y quería que Moisés regresara y los sacara de Egipto. La respuesta
inmediata de Moisés fue cuestionar la sabiduría de Dios al haberlo escogido (Éxodo 3:11). Cuarenta
años antes, Moisés había intentado ayudar a los israelitas y fracaso rotundamente. Él había huido de
Egipto con la pregunta de un israelita retumbando en los oídos: “Quién te ha puesto a ti por jefe y
juez sobre nosotros”. (Éxodo 2:14).
La mayoría de nosotros, al igual que Moisés, hemos intentado ayudar a gente con la que nos
hemos encontrado y hemos fracasado. La segunda persona que traté de discipular me escribió una
nota después de varios de habernos reunido regularmente: “No quiero saber nada de ti o de Dios”.
Quise hacer lo que hizo Moisés: correr al desierto y pastorear ovejas. Me fue difícil entusiasmarme
con la idea de discipular a la siguiente persona que necesitaba mi ayuda.
¿Dónde encontramos el valor para involucrarnos en la vida de otras personas después que
hemos fallado? ¿Y qué del valor para ayudar a la primera persona?
La respuesta se encuentra en lo que le dijo Dios a Moisés. Le dio la promesa: “Yo estaré
contigo” (Éxodo 3:12).
Dios no trató de animar a Moisés a que dependiera de sus destrezas y capacitación. Él
simplemente le aseguro a Moisés que iba a estar presente. Jesús hizo la misma promesa cuando
comisionó a los apóstoles a que vayan y hagan discípulos. Jesús respaldó el encargo de hacer
discípulos con dos declaraciones: “Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra” y “He
aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:18,20).
Si Jesucristo estuviera aquí físicamente y saliera con nosotros a ayudar a alguien, nosotros
iríamos con plena confianza de que esa persona iba a recibir lo que necesitaba. Eso es exactamente lo
que ha prometido hacer. Fe es la capacidad de creer que lo que Dios dice es más real que lo que ven
nuestros ojos. Podemos depender de la promesa de su presencia.
Las personas que confían en Dios llegan a ser discipuladores excelentes. Debido a que saben
que sólo Dios puede cambiar vidas, se convierten en gente de oración. Dios recibe la gloria sólo
cuando nuestros ministerios van más allá de lo que podemos hacer por nuestra cuenta.

2. Amor por la gente. Un discipulador debe amar a los que quiere ayudar. Además, el amor ve a la
gente como es, y luego les sirve.
La meta del discipulado es edificar a la gente de Cristo. El apóstol Pablo dijo: “El conocimiento
envanece, pero el amor edifica” (1 Corintios 8:1). Fue el amor de Pablo, más que su conocimiento y
habilidades, lo que estableció a cientos de cristianos por toda Asia Menor y Europa. Fue capaz de
escribir a los tesalonicenses: (veamos 1 Tesalonicenses 2:6-8).
El amor, así como la fe, se expresa por medio de la acción. Por eso Pablo prosiguió a decirle a
los tesalonicenses: “Porque os acordáis, hermanos, de nuestro arduo trabajo fatiga, que trabajando
de día y de noche para no ser gravosos a ninguno de vosotros, os predicamos el evangelio de Dios ” (1
Tesalonicenses 2:9). Pablo se hacía llamar servidor (1 Corintios 4:1). Servir es amor en acción.
Tenemos una imagen hermosa de servir en la vida de Jesús. “Venid a mí, todos los que estáis
fatigados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28).
El amor nos da capacidad de servir a otros, incluso cuando nuestras cargas son pesadas. Eso
nos capacita a que pongamos a un lado nuestras preocupaciones en ese momento y nos entregarnos
a otro. Sin amor, jamás vamos a discipular verdaderamente a otros.

3. Una vida moldeada de acuerdo a Jesús. Un discípulo sigue a Jesucristo con la intención de llegar a
ser como él. Esto implica dos cosas: Que su enfoque es Cristo y que es un aprendiz.

UN ENFOQUE EN JESÚS. Imagínese lo que hubiera pasado si Jesús hubiera llamado a Pedro y a Andrés
diciéndoles: “Dejen su barca y sus redes y vengan a mi estudio bíblico”, y tres años después hubiera
dicho: “id a todas las naciones y promuevan mi discipulado de tres años”. Nadie daría su vida por una
clase o un programa. Estas cosas no ameritan nuestras vidas. Pero Jesucristo sí. Todo en la vida
encuentra significado cuando lo relacionamos apropiadamente con él. Él guía, nosotros seguimos.
Una vez le pregunté a J.I. Packer cuál le parecía que era la mayor necesidad de la iglesia en el
mundo occidental. Su respuesta fue que debemos regresar a la centralidad de Jesucristo. Pablo dijo a
los corintios: “Pero me temo que… vuestros pensamientos se hayan extraviado de la sencillez y la
pureza que debéis a Cristo” (2 Corintios 11:3). Una de las principales razones de que muchos cristianos
evitan discipular a otros es que han perdido esa devoción pura a Cristo. Se entregan a actividades,
clases y programas, y eso es todo lo que tienen que ofrecer a otros.

UN ESPÍRITU QUE ACEPTA LA ENSEÑANZA. El discipulador es un aprendiz. Está abierto al cambio. Para
él el mundo entero es un salón de clases. No sólo enseña al que esta discipulando, sino que también
aprende de él. El hombre más sabio del mundo dijo: “Mejor es un muchacho pobre y sabio que un
viejo e insensato que ya no sabe ser precavido” (Eclesiastés 4:13).
Roberto y David tienen juntos un ministerio que alcanza a varias regiones estadounidenses.
Ambos son hombres bien educados y maduros. Saben lo suficiente del Señor, su palabra y técnicas
ministeriales como para dejarnos con la boca abierta. No obstante, cuando he viajado con ellos, los he
visto ponerse constantemente en la posición de aprendices en lugar de personas que tienen
respuestas. Como resultado, siempre tienen gente que les hace preguntas.

Tres hechos sobresalen en nosotros como pueblo de Cristo:


1. El Señor quiere que hagamos discípulos. Él nos los encargó cuando dijo: “Id y haced discípulos a
todas las naciones” (Mateo 28:19).
2. Mucha gente necesita ser discipulada. “La mies es mucha, pero los obreros son pocos” (Mat 9:37).
3. Cualquiera de nosotros puede discipular a otros si creemos en Dios, amamos a la gente y seguimos
a Cristo con la intención de llegar a ser como él.

No espere hasta sentirse capaz. El corazón del discipulador es su carácter, no sus habilidades. Salga en
fe, invierta su vida en la de otro y obtenga las habilidades mientras sigue adelante.

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