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Ética y Derechos Humanos

Podemos definir la ética como la doctrina de las costumbres, es decir, que la


ética tiene un significado fundamentado en las costumbres sociales. Aristóteles
hacía una doble distinción al respecto, en el sentido objetivo trataba de saber si una
acción, una cualidad, una virtud o un modo de ser era o no ético. Para Aristóteles,
las virtudes éticas son aquellas que se desenvuelven en la práctica y que van
encaminadas a la consecución de un fin. Por otro lado, afirmaba que la dianoética
son aquellas virtudes propiamente intelectuales. En ese sentido, lo ético, que se
originaba en las costumbres y los hábitos, estaba estrechamente relacionado a las
virtudes que sirven para la realización del orden en el funcionamiento del Estado (la
justicia, la amistad, el valor, etc.) y lo dianoético pertenece a las virtudes
fundamentales como la razón, la inteligencia, la sabiduría o la prudencia.

Lo ético se ha venido identificando más con la moral, ha llegado a significar


propiamente la ciencia que se ocupa de los problemas morales. Kant critica todas
las concepciones de ética que le antepusieron, por considerarlas materiales y no
formales. Afirma que una ética material indica cuál es el fin y los medios que los
seres humanos deben perseguir: la felicidad, la perfección, el placer, el dinero, lo
útil, entre otros. En cambio, la ética formal está vacía de contenido, no delinea lo
que se debe perseguir ni la forma de perseguirlo. Se trata de formalizar las
características que debe cumplir una acción para considerarla ética. La ética formal
se fundamenta en la forma y no en el contenido y debe ser válidamente universal y
necesaria.

Nietzsche critica la tradición occidental: su moral, filosofía, ciencia y política.


Afirma que la moral y la ética es el resultado de la imposición del idealismo,
fundamentalmente del idealismo judeo-cristiano. El idealismo hace de la razón la
facultad humana más importante y olvida el elemento pasional de la vida. Considera
al idealismo antivital. El idealismo judeo-cristiano hace de “la vida en el más allá” la
aspiración más importante y reduce en valor a “la vida en el más acá”. Es decir, se
renuncia a vivir porque se aspira a morir para vivir; se considera, desde el punto de
vista ético, todo lo vital un pecado y se renuncia a los placeres y a la pasión. En ese
sentido, Nietzsche afirma la necesidad de vitalizar al hombre, de vitalizar su
voluntad de poder, su moral de señor para garantizar su eterno retorno. Afirma “la
muerte de Dios”, es decir, al ser liberado de la religión, el ser capaz de crear sus
propios valores: el superhombre. Un ser con una moral de señor que no sea
humilde, obediente, resignado; sino por el contrario, lleno de vitalidad terrenal,
creador de valores, moral, generosidad, orgullo, fortaleza, creatividad. Con voluntad
de poder, que haga de su existencia algo pleno, intenso y desbordante. Afirma que
es necesario vivir como si cada instante se repitiese eternamente para vivirlo con
mayor intensidad sin torturarnos ni lamentarnos.
Sartre y los existencialistas reivindican el papel de la libertad, plantean que al
vivir vamos ejerciendo nuestra libertad y vamos construyendo nuestro código ético.
Afirman que el ser humano es un proyecto que se va haciendo, se va realizando y
se afirma como lo que hace y decida hacer. Sartre plantea que es el mismo ser
humano quien crea su ética, sus valores y que Dios nada tiene que ver. La idea de
libertad individual y solitaria se complementa con la necesidad de convivir con los
demás. Debemos ser auténticos y coherentes, no actuar de modo contrario a lo que
pensamos. Los existencialistas, desde el punto de vista ético, critican la falsedad y
la hipocresía. La ética moderna, sobre todo la de los intelectuales de la Escuela de
Frankfurt, es propuesta de modo formal, al plantear que no es la persona la que
tiene que comprobar si una conducta es ética o no; sino que la comunidad social
afectada por esa conducta o por esa norma es la que debe decidir. La nueva ética
plantea el cómo proceder para establecer normas que consideren actuaciones
justas y que sean establecidas válidamente universales. Haberman, en esta misma
corriente, propone la ética dialógica. Cree que el diálogo es la mejor forma de llegar
a acuerdos, que debe existir verdadera voluntad de comunicación y racionalidad.
Propone que el diálogo tiene sentido si busca la justicia.

Por otro lado, existe una estrecha relación entre la concepción de ética actual y
la función que cumple el Estado frente a las garantías y la preservación de los
Derechos Humanos (DDHH). Por otro lado, los Derechos Humanos han sido
definidos como aquellos derechos inherentes a la persona, es decir, aquellos que
son irrevocables, inalienables, intrasmisibles e irrenunciables. Derechos universales
e igualitarios que se constituyen en garantes de las libertades democráticas y que
certifican una vida digna sin distinción de raza, credo, religión, etnia, color, sexo,
idioma, opinión política, nacionalidad, posición económica o de cualquier otra índole.
Están plenamente determinados en tratados, leyes, estatutos y normativas
internacionales tales como Los Pactos Internacionales de los DDHH, la Declaración
Universal de los DDHH, Segundo Protocolo Facultativo del Pacto Internacional de
Derechos Civiles y Políticos, entre otros. Estos derechos son una idea de fuerza
moral, se extienden más allá del derecho y conforman una base ética y moral que
fundamenta y regula el orden geopolítico contemporáneo. Podría afirmarse que los
DDHH son la afirmación progresiva de las individualidades: en la Grecia antigua no
se logró conceptualizar una noción de dignidad humana que pudiera expresarse en
forma de derecho y que abarcara al conjunto de la sociedad; por otro lado, la
sociedad Romana consideraba la razón humana dentro de la divinidad, lo que
permitía concebir al hombre en el marco lógico de una concepción universal que
superaba las barreras de la polis. El Cristianismo medieval consideraba que la
igualdad teológica era compatible con la desigualdad social, no existía una
concepción explícita referente a los DDHH, aunque se reconocían las exigencias de
justicia como concepción judía. Si se presentaba un conflicto entre lo social y lo
individual en este mundo material, debería prevalecer el interés común; si el
conflicto afectaba la fe humana y, por ende, su salvación, debería prevalecer el bien
individual frente al interés social. Esta concepción, diseñada por Tomás de Aquino,
perduró más allá de toda la Edad Media y ratificó el concepto de dos reinos, el
material y el espiritual.

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