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Trabajo presentado en las Jornadas de Debate: “Drogas, mitos y realidades”, organizadas por la Dirección de
la Carrera de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Septiembre
2006.
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El signo de la época es la incertidumbre frente al futuro, incertidumbre que
podríamos relacionarla con la idea de desencanto weberiano, la idea de no
estar, de no pertenecer. El lazo social se ha debilitado. En suma, vastos
sectores de la sociedad, ya no saben muy bien quienes son, a qué conjunto de
clase pertenecen, qué es lo que los relaciona con los otros. Estamos ante una
crisis del sujeto, una crisis de las identidades individuales y colectivas.
Esta lectura de algunos elementos del contexto, no tiene como finalidad
establecer una correlación lineal con el consumo de drogas, sino que nos
proporciona el marco para analizar las nuevas formas de padecimiento
subjetivo, que se expresa, por ejemplo en el consumo problemático de
sustancias, o en los cada vez más altos índices de suicidio (especialmente en la
población joven) o en el aumento de las consultas en salud mental en los
últimos tiempos.
Estas manifestaciones del malestar son producto de la inserción del modelo
neoliberal en las relaciones sociales. El mercado se ha metido en nuestras
vidas y le impone su lógica a la sociedad. Una lógica que se ha desregulado
de las formas tradicionales de consumo, para dar paso a formas que enaltecen
la aceleración, el recambio de objetos, de sensaciones, la búsqueda inmediata
del placer, que se extiende más allá de los límites impuestos por las
necesidades naturales o adquiridas del consumidor. El homo economicos y el
homo consumens, definen y conforman la sociedad de mercado.
Para ilustrar las características que ha asumido la figura del consumidor,
gestado en la sociedad de consumo, quiero compartir la descripción que
realiza John Carroll, inspirado en la caricatura nietzcheana del “último
hombre”
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dado que – cuando el consumo se torna problemático – es disfuncional al
proyecto moderno de productividad progresiva. La droga encarna la tensión
producto de las contradicciones de la nueva modernidad.
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sociabilidad, las drogas son una especie de “mediación social”, que se utiliza
como un elemento de interacción. Por ejemplo: juntarse a consumir
marihuana, cocaína o éxtasis en rituales colectivizados.
Otro grupo, está representado, por los jóvenes que comienzan a tener
problemas en las áreas productivas y sociales, que ven o sienten censuradas
sus expectativas laborales, con problemas de acceso al mundo educativo, etc.
Para estos grupos, las drogas pierden el sentido de “mediación social”, y
funcionan más como una “prótesis” frente al descontento, a la soledad, son
una especie de muleta para evadir la depresión, en suma, para soportar mejor
la forma en que nos ha sido impuesta la vida.
Y un tercer grupo, representado por las zonas más pauperizadas, marginales y
excluidas, dónde el consumo de sustancias, como la cocaína, la marihuana o el
paco – menos las drogas de diseño como el éxtasis – pierde su carácter de
mediación social y de prótesis y se transfigura en moneda corriente de
intercambio, es decir, donde las redes sociales se han cortado se ha metido la
sustancia, se ha incorporado en el modo de relacionarse, en suma, la droga se
hace piel.
Por supuesto, que las diferencias que acabo de marcar no siempre aparecen tan
claramente en el horizonte social, sino que existen zonas de mayor
permeabilidad dónde los límites se tornan más difusos. Esto se produce,
principalmente entre aquellos grupos donde el consumo de drogas comienza a
agotar su sentido de “ser prótesis” para transformarse en un modo de vivir, en
una forma de estar en el mundo.
Quisiera aquí , traer un elemento del contexto, mencionado al inicio de la
presentación, que se vincula con la cuestión que estamos trabajando de los
territorios. Desde hace ya unos años se verifica en casi todos los países de
América Latina, cada vez, mayor distancia, mayor desigualdad entre sectores
poblacionales, cuya expresión es la introducción de una tajante línea divisoria
entre: las condiciones de existencia de poblaciones enteras y los diversos
segmentos de la misma. Esta situación dual, imprime una lógica polar cuyo
más visible efecto es la coexistencia de zonas abiertas a la economía mundial,
adaptadas a las pautas que impone el mundo globalizado, con zonas cerradas,
locales, cuyo mayor riesgo es el de convertirse en irrelevantes desde la lógica
del sistema. Ser local e un mundo globalizado es una señal de penuria y de
degradación social progresiva.
Voy a introducir, ahora, las coordenadas centrales del segundo tópico del
trabajo, vinculado a la sobre – carga simbólica del objeto droga. ¿por qué
sobre – carga? , porque la droga parece conjurar todos los males de la
sociedad, en una asociación perversa con la violencia y la inseguridad. Ahora
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bien, a mi entender, esta sobre – dimensionalzación es efecto de ciertos
factores que atraviesan a la sociedad, me refiero a los problemas de
integración social y a los cambios en la subjetividad por efecto de la
globalización – temas que hemos mencionado en este trabajo –
La pregunta sería, ¿qué es lo que hace, que en la mayoría de los países de la
región se hable más de drogas, que de otros factores, como ser: la
precarización de las condiciones de vida, el agotamiento del sistema público
de salud, la fragilización de las condiciones laborales, etc. Pareciera que se
han proyectado en las sustancias problemas que tienen otro origen, se ha
producido una transferencia imaginaria de un ámbito de problemas a otro.
Si bien esto, no es más que una conjetura, de carácter provisional, es
significativo analizar la escasa incidencia estadística que tiene el consumo
potencialmente problemático de drogas en la población (1%) – según fuentes
de la CEPAL – en contraste, con por ejemplo el uso de bebidas alcohólicas
(46%). Esta diferencia, ¿puede explicarse solamente por el carácter legal del
alcohol?, es difícil saberlo, pero el espacio que las drogas ocupan en el
discurso político, en los medios de comunicación, en el fomento de
instituciones específicas para su tratamiento, en jornadas científicas, etc
hablan – por lo menos – de un desajuste entre la magnitud del problema y su
resonancia simbólica.
Con esto, no estoy quitándole la importancia que el consumo problemático de
drogas tiene, sino intento tener una visión comprensiva del fenómeno en su
dimensión actual. La propuesta es leer en la droga, lo que está más allá de ella,
y que la amplifica. Para ilustrar esta idea, quiero mencionar algunas
correlaciones, producto de la reflexión y no de la estadística:
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- La sensación de vacío, de sinsentido y de incertidumbre, que padecen
vastos sectores de la población parecen conjurarse en la droga. En este
sentido, las sustancias se constituyen en la vía regia para canalizar
temores que tienen un origen distinto. Origen que queda diluido por la
instalación y resonancia que el consumo concentra.
Bibliografía: