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Las personas,
los consumos
y la comunidad
Clase 1
Abordaje comunitario e integral
de los consumos problemáticos
de sustancias.

Clase 1: Las personas, los consumos


y la comunidad

Les damos la bienvenida a esta primera clase, donde presentaremos los contenidos relacionados
con el abordaje integral y comunitario de los consumos problemáticos de sustancias.

Las problemáticas vinculadas al consumo forman parte de una realidad compleja y cambiante
que nos interpela, desafía y compromete como sociedad. No alcanza una sola mirada para
comprenderla porque los factores que se ven involucrados en ella son múltiples.

En esta primera clase, analizaremos brevemente la relación de las personas con los consumos
desde una perspectiva histórica en el marco de la sociedad de consumo en la que
vivimos. Luego, profundizaremos sobre qué entendemos por consumos problemáticos
de sustancias, y pondremos el foco en las personas, en la relación que establecen con las
sustancias y en sus trayectorias de vida, su constitución subjetiva y la importancia del
lazo social. Finalmente, nos adentraremos tanto en la propuesta como en los aspectos
centrales del Modelo de abordaje integral comunitario como una forma de introducción a
lo que desarrollaremos en las siguientes clases.

Las y los invitamos a explorar los materiales propuestos, en la búsqueda de que los conceptos
dialoguen con las herramientas teórico prácticas que ustedes fueron construyendo en su
recorrido cotidiano territorial.

Las personas y los consumos

Para comenzar a desarrollar los ejes temáticos de esta clase, es necesario partir de la idea de
que los consumos problemáticos de sustancias nos enfrentan con la complejidad del campo
social. En ese sentido, uno de los aspectos que debemos tener en cuenta, es la caracterización
de las sustancias psicoactivas y su relación con las personas, según las épocas.

Las sustancias psicoactivas han sido utilizadas por las personas desde la antigüedad, y
a lo largo de la historia dentro del contexto de prácticas bien definidas y socialmente
integradas al orden cultural. La mayoría de los pueblos, y muchos de los que actualmente
se asientan en regiones en contacto con la naturaleza, poseen una concepción de éstas
totalmente diferente a la de las sociedades urbanas. A través de la naturaleza, estos
pueblos dan lugar a la dimensión religiosa y cultural que los lleva a simbolizar realidades

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que trascienden la experiencia humana. Las plantas, la vegetación y los animales tienen
una estrecha vinculación con lo sagrado. Existe documentación que da cuenta de la
utilización de sustancias, hoy comúnmente denominadas “drogas”, a lo largo de la historia
de la humanidad. Sin embargo, a pesar de su utilización en todas las épocas, es notable
que mientras el consumo se mantuvo asociado a sustancias naturales y utilizadas para
prácticas culturales relacionadas con el trabajo y la religión, no hubo signos claros, como
ahora, de haberse convertido en una problemática social.

En el siglo XIX, las sustancias psicoactivas dejaron de ser naturales y comenzaron a


industrializarse, es decir, esas plantas sagradas fueron transformadas en medicamentos.
Con el correr del tiempo y a medida que avanzaba la introducción de sustancias psicoactivas
por parte de la medicina y la industria farmacéutica en general, el uso de las drogas se fue
extendiendo bajo la lógica capitalista, llegando a introducirse en el ámbito del mercado.
De esta manera, las drogas, involucradas ahora en el circuito de la compraventa, se
convirtieron en mercancía. La instalación creciente del valor de cambio fue introduciendo
sensibles modificaciones en su valor de uso1.

Si bien en la modernidad los efectos psicofísicos de las drogas no variaron, se alteró su


modo de uso en la sociedad. El sistema de producción capitalista, al introducir al dinero
como mediador material y simbólico entre las personas, produjo, en este caso, una trágica
disociación entre valor social y vida humana. De este modo, los fines empresariales se
vuelven indiferentes a los efectos y consecuencias de sus desarrollos productivos. Estas
consideraciones sobre la economía política de uso, abuso y dependencia de las drogas
encierran una particular importancia dado que en ella se basa uno de los determinantes
fundamentales de la persistencia social de la misma. Pero no es el único. Para comprender
la complejidad actual del consumo de sustancias se requiere conocer los aspectos sociales,
culturales, políticos y económicos ya mencionados. Además, es importante entender cómo
las creencias de los diferentes grupos e individuos componentes de la sociedad llegan a
crear un imaginario social y complejizar aún más el tema que nos ocupa.

Las creencias instaladas en la sociedad tienen una función clave en el momento de enfocar
el tema de las sustancias psicoactivas. Así, el análisis del consumo de drogas y la respuesta
social a este, depende fundamentalmente de la instalación de esas creencias.

La sociedad de consumo

Si definimos la problemática como un proceso multidimensional, en este se encuentran


las personas (con su posición en relación con las sustancias), las sustancias (como elementos
materiales) y los contextos en los que este vínculo particular se produce.

Otro aspecto que tiene que ver con la complejidad es que los consumos problemáticos son
heterogéneos debido a que se manifiestan de múltiples modos, y son dinámicos porque
van cambiando a lo largo del tiempo.

Como ya hemos mencionado, los consumos están siempre situados en una época y en
un territorio. Entonces, si empezamos analizando la época, nos encontramos con una
sociedad basada en relaciones de consumo, es decir, una sociedad de consumo. En este
marco, la lógica que rige al consumo de sustancias se enraíza y se nutre de las formas
en que funciona nuestra sociedad de consumo en general, de los hábitos que fomenta,
de los valores que prioriza, de las maneras de vincularse que propone, de los modos de
circulación de los afectos que promueve y de los tiempos que exige.

El sociólogo y filósofo Zygmunt Bauman, en su libro “Vida de consumo”, afirma que vivimos
en una sociedad de consumo, en una no atenta en cumplir nuestras exigencias básicas

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e inalienables, sino una que promueve la incesante búsqueda de satisfacción de deseos,
que ella misma crea y estimula para mantenerse en funcionamiento. Una sociedad que a
través de la publicidad promete una “vida feliz” -satisfacción máxima aquí y ahora de todos los
deseos- pero, a la vez, frustra sistemáticamente su cumplimiento definitivo para garantizar
un deseo en constante movimiento. El secreto mejor guardado que tiene la sociedad de
consumidores es la promesa de recompensa a toda persona que participe de su lógica
consumista de la inclusión social.

¿Qué contiene en su matriz la sociedad de consumo? Podemos decir que en esta matriz no
son los ideales los que organizan la vida de los sujetos, sino las leyes que dicta el mercado,
con una premisa central: “Para ser hay que tener”. Entonces el reconocimiento y valor de
cada persona dependerá de los bienes que exhiba. El imperativo ordena que se deben tener
los objetos que vende el mercado, algo que se puede observar también en los consumos
de zapatillas de marcas, de celulares último modelo, etc. En la lógica de consumo hay una
incesante sustitución de objetos: el objeto nuevo desaloja al anterior por la presión que
genera el mercado. Pertenencia, identidad y deseo están atravesados por el consumo.
Parece ser que no podemos pensarnos sin la dimensión del consumo como un elemento
que atraviesa nuestra constitución personal. La sociedad de consumo, con su lógica,
rechaza y excluye a aquellos que no cumplen con las expectativas de consumo. En
ese sentido, los consumos son también un modo de pertenencia y de generación
de identidad y distinción ante los demás. Es decir que, por ejemplo, si me visto de un
determinado modo con tal marca de ropa pertenezco a un grupo social determinado; si
me visto de otro modo, pertenezco a otro grupo. La mirada de los otros también mira en
este sentido en la sociedad en la que vivimos.

Para reflexionar

Podemos preguntarnos ¿En qué momento surge el consumo de sustancias psicoactivas


como una problemática social tal como la entendemos hoy? Graciela Touzé, en “Prácticas
y saberes sobre drogas” refiere que la práctica del uso de drogas comenzó a ser definida
como anormal y como problema recién en la segunda mitad del siglo XIX, donde los
Estados empiezan a intervenir en los consumos y se acuña el término toxicomanía
para designar a aquellos que abusaban de drogas no tradicionales en Occidente. A su
vez, este momento histórico coincide con el gran desarrollo de los procesos industriales
y el consecuente aumento de comercialización de todo tipo de productos (Touzé, 2006).

En este sentido es que también hablamos de la transversalidad de los consumos:


los consumos atraviesan todas las clases sociales y todas las edades, por lo tanto, los consumos
problemáticos se constituyen en el emergente de un sistema que impone consumo constante
y que, a la vez, estigmatiza y señala a ciertos sectores.

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Representaciones sociales sobre el “problema de las drogas”

¿Cómo empezar un camino para comprender la problemática de los consumos de drogas


tal como la entendemos hoy? Para avanzar en este recorrido proponemos un concepto
clave que es el de representaciones sociales.

Conceptos clave

La teoría de las representaciones sociales ha sido objeto de innumerables desarrollos e


investigación desde que Moscovici introdujo el término en ocasión de la publicación de su
libro “El psicoanálisis, su imagen y su público” en 1961. Para este autor “las representaciones
sociales son entidades casi tangibles. Circulan, se cruzan y se cristalizan sin cesar en
nuestro universo cotidiano a través de una palabra, un gesto, un encuentro. La mayor
parte de las relaciones sociales estrechas, de los objetos producidos o consumidos, de las
comunicaciones intercambiadas están impregnadas de ellas”.
De acuerdo con Moscovici, las representaciones sociales constituyen un fenómeno específico
relacionado con una manera particular de comprender y comunicar, una manera que al
mismo tiempo crea la realidad y el sentido común (2000:33). Están constituidas por
creencias, ideas ante determinadas situaciones y son compartidas por un colectivo social,
como construcción del sentido común. En tanto proceso social, las representaciones
sociales construyen significaciones comunes que conforman discursos a través de los
cuales se legitiman y naturalizan concepciones, miradas y posicionamientos frente a la
realidad. Se trata de discursos que explican esa realidad y le dan un sentido. Esto quiere
decir que lo que circula discursivamente como “sentido común” o imaginarios sociales, es
una explicación e interpretación de una realidad, sobre la cual podemos hacernos
preguntas respecto de si es o no así, y qué otras formas de comprensión y explicación de
esa realidad pueden existir, que den lugar a nuevas formas de narrar y entenderla. En
definitiva, son, en nuestra sociedad, el equivalente de los mitos y creencias en las sociedades
primitivas. Un ejemplo claro de estos fenómenos es cuando un rumor circula socialmente,
y en tanto circula, puede crecer tanto que es posible que adquiera valor de verdad en el
conjunto social.

En el espacio social y público, circulan representaciones sociales que pueden atribuirse a


diferentes fuentes. Entre ellas: la difusión a través de los medios de comunicación masiva,
los marcos impuestos por los funcionamientos institucionales, las presiones ideológicas, las
imposiciones ejercidas por la estructuración de las relaciones sociales y de poder, entre otras.

¿Por qué consideramos tan importante analizar y problematizar las representaciones sociales?
Porque cuanto más plural, diversa y compleja sea la mirada que tengamos respecto de los
consumos, las personas y los contextos, mejores serán las respuestas y las estrategias de
cuidado que podamos pensar en nuestra comunidad.

¿Qué implicancias tienen los prejuicios, los estigmas y los estereotipos en relación
a la problemática?

Es innegable que para comprender el denominado problema de las drogas no podemos


dejar de lado ciertos conceptos, y relacionados con las representaciones sociales por los
efectos que tienen sobre quienes consumen drogas (sea o no un consumo problemático):
los prejuicios, los estigmas y los estereotipos.

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En cada momento histórico existen determinados grupos que son objeto de prejuicio.
El prejuicio produce efectos psicológicos sobre las personas o grupos hacia quienes
está dirigido. Uno de los efectos psicológicos que produce el prejuicio, sobre quienes lo
padecen, es que estas personas pueden terminar asumiendo e incorporando la imagen
negativa que se tiene de ellas.

El concepto de estereotipo hace alusión a un conjunto de creencias acerca de las características


de las personas de un grupo determinado que es generalizado a casi todos los miembros de
ese grupo. Los estereotipos son previos a los prejuicios, pues éstos se basan en aquéllos.
Si bien no siempre los estereotipos son negativos, los que se convierten en prejuicios, más
adelante darán lugar a comportamientos discriminatorios.

Podemos decir que los estereotipos pertenecen al ámbito de la creencia y juegan un papel
muy importante en las relaciones entre mayorías y minorías o, mejor dicho, entre grupos
dominantes y grupos dominados.

Existen diferentes grados de llevar a la práctica los estereotipos. En su forma más extrema
tienen la función de identificar con rapidez a un grupo minoritario cuando la mayoría busca
un chivo expiatorio para traspasar la responsabilidad de sus desgracias y frustraciones a
otros. De esta manera, un determinado estereotipo justifica el prejuicio y la discriminación
de una sociedad hacia un grupo minoritario a quien se le atribuye un estigma.

Estudiar el concepto de estigma es indispensable para entender el proceso de exclusión


social de las personas que atraviesan un consumo problemático. El concepto de estigma
se refiere a “cualquier característica, rasgo o trastorno que etiquete a una persona como
diferente respecto a una “normal”, provocando una intolerancia o incluso un castigo hacia
ella por parte de la comunidad.”

De esta manera, creando diferentes categorías, la sociedad se protege a sí misma de las personas
que entiende que son diferentes, es decir, personas no consideradas “normales”. Es probable
que el estigmatizado sea quien, por lo general, debe realizar el mayor esfuerzo de adaptación.
En respuesta a esto, el individuo estigmatizado puede responder a ese señalamiento con
actitudes desafiantes, agresivas y provocadoras, lo que lleva como respuesta, que el otro
grupo justifique su actitud discriminadora.

¿Qué representaciones sociales existen sobre el concepto “drogas”?

Entonces, ¿qué sucede con las representaciones sociales sobre el “problema droga”?
¿Qué discursos se construyen y qué cosas se naturalizan y legitiman con esos discursos?
Graciela Touzé sostiene que las representaciones sociales sobre esta problemática no se
corresponden necesariamente con las características objetivas del fenómeno en sí, sino
que reproducen sentidos, imágenes, prácticas, afectos, y tienen una lógica diferente a los
conocimientos científicos, porque en los fenómenos sociales, tan importante es lo que en
realidad pasa, como lo que las personas creen que pasa.

Analicemos el concepto de “droga”. Existen algunas representaciones sociales donde la


droga aparece como un producto “mortalmente dañino”, lo que justificaría la prohibición
de su uso. Por ello, sólo considera como drogas a algunas sustancias (cocaína, cannabis,
opiáceos) y no reconoce como tales a las sustancias permitidas (alcohol, tabaco,
psicofármacos) o, en todo caso, estima que su nocividad es mucho menor. Lo real es que,
en la actualidad, el alcohol es la sustancia más consumida en todo el mundo y su consumo
es la causa directa o indirecta de más cantidad de muertes.

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Otra cuestión a destacar es que en ciertos discursos que circulan escuchamos hablar de
“la droga”, y no de “las drogas”. En este sentido es importante considerar que no todas las
drogas son iguales. La realidad es que existen diferencias en relación a sus características,
sus efectos, sus modalidades de consumo, sus circuitos de distribución, etc. Hay drogas
de uso legal, como ya mencionamos, el alcohol, el tabaco o los psicofármacos, con las
que se generan vínculos problemáticos al igual que con la marihuana, la cocaína o las
drogas sintéticas, por mencionar algunas drogas ilegales. Por eso es preferible hablar de
las drogas en plural, dado que en todos los casos se trata de sustancias psicoactivas con
las que se pueden establecer vínculos problemáticos.

Para reflexionar

¿Qué pasa por ejemplo cuando hablamos del alcohol? En algún momento, todas y todos
hemos visto alguna publicidad de alguna bebida alcohólica. ¿Qué representaciones sociales
identificamos en esas publicidades?

Conceptos clave

La Organización Mundial de la Salud (OMS) define droga como “toda sustancia que,
introducida en el organismo por cualquier vía de administración, produce una alteración
de algún modo, del natural funcionamiento del sistema nervioso central de la persona”.

A veces nos encontramos con la representación social de “la droga como flagelo”.
Sucede que al hacer foco en esta afirmación, el elemento droga queda representado
como un objeto autónomo y externo que, al modo de un virus, “infecta” a un cuerpo
social sano. Sabemos que la complejidad de la problemática tiene mucho más que
ver con la trayectoria de vida de cada persona en su relación con las sustancias y los
contextos, que con las sustancias mismas y sus características. En cuanto al imaginario
sobre las personas que consumen drogas, en el caso de las sustancias ilegales, no suelen
diferenciarse las distintas formas de consumir. Es decir que a la persona que consume
–cualquiera sea la dosis, frecuencia y ámbito donde lo hace– se la asocia con un patrón
único de uso de drogas y con escasos vínculos sociales e institucionales. En palabras de
Touzé, se lo considera un “adicto”, término que queda asociado con la idea de alguien
peligroso “para sí” o “para otros”, violento, con una personalidad autodestructiva y una
actitud despreocupada respecto de su salud (Touzé, 2006). Esto hace que muchas veces
los consumos de esas personas se asocien con la idea de alguien que no acepta normas
sociales, culpabilizando individualmente a quienes tienen un problema, sin situarlo en un
contexto social más amplio.

Con relación a las personas, otra representación social recurrente es la que asocia
situaciones de violencia al consumo de alcohol u otras drogas. Es importante entender
que el consumo de sustancias no justifica ni explica las situaciones de violencia entre
las personas. Las causas de violencia (peleas callejeras, agresiones, lesiones, abusos,
violaciones, etc.) exceden los consumos y suelen estar vinculadas con relaciones de poder
históricamente naturalizadas en nuestra sociedad. El culto a la fuerza física y las agresiones
racistas, clasistas, machistas son algunas de las características que se producen por fuera
de las situaciones de consumo, y se ven reflejadas tanto en violencias hacia otras personas
(cuando se ataca a mujeres o al colectivo LGTBI+, a personas migrantes, entre otras)

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como dentro de los propios grupos de pertenencia. En varias ocasiones los efectos de
los consumos desinhiben algunas conductas y facilitan que estas violencias tengan otra
magnitud, pero no es el consumo el que origina la violencia. Si hablamos solo del consumo
perdemos la posibilidad de complejizar las dimensiones de esas violencias.

Existen también representaciones sociales que visualizan las prácticas de consumo únicamente
asociadas a jóvenes. Seguramente alguna vez escuchamos frases como: “los que más
se drogan son los jóvenes”, pero ¿nos preguntamos qué se visibiliza y qué se oculta en
esa afirmación? Muchas veces el foco en los jóvenes invisibiliza una problemática que
atraviesa a toda la sociedad, sin importar edades ni clases sociales. Las juventudes, y más
cuando se trata de sectores populares, son señaladas como un sujeto problemático. En
la construcción de estas representaciones hacia las y los jóvenes, los medios masivos de
comunicación tienen un rol importante.

¿Sabías qué?

Los determinantes sociales de la salud son las circunstancias en que las personas nacen,
crecen, viven, trabajan y envejecen, incluido el sistema de salud. Esas circunstancias
son el resultado de la distribución del dinero, el poder y los recursos a nivel mundial,
nacional y local, que depende a su vez de las políticas adoptadas.
Los determinantes sociales de la salud explican la mayor parte de las inequidades sanitarias,
esto es, de las diferencias injustas y evitables observadas en y entre los países en lo
que respecta a la situación sanitaria.
En respuesta a la creciente preocupación suscitada por esas inequidades persistentes y
cada vez mayores, la Organización Mundial de la Salud estableció en 2005 la Comisión
sobre Determinantes Sociales de la Salud, para que ofreciera asesoramiento respecto a
la manera de mitigarlas. En el informe final de la Comisión, publicado en agosto de
2008, se proponen tres recomendaciones generales:
• 1. Mejorar las condiciones de vida cotidianas.
• 2. Luchar contra la distribución desigual del poder, el dinero y los recursos.
• 3. Medición y análisis del problema.

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¿A qué llamamos consumos problemáticos?

Retomando los ejes que fuimos recorriendo, para comprender las prácticas y representaciones
sociales vinculadas a los consumos problemáticos de drogas, es necesario situarlas en un
contexto histórico, cultural, social y económico determinado. Por lo tanto, el consumo
de drogas en la actualidad no puede ser aislado de la lógica que impone la sociedad
de consumo, en la cual todos y todas somos consumidores pero no todos somos
consumidores problemáticos.

Domingo Comas Arnau y Javier Arza Porras proponen que en cualquier uso de drogas
se produce siempre una interacción entre tres subsistemas: la sustancia como elemento
material; los procesos individuales de la persona que toma posición ante la sustancia; la
organización social, incluso los componentes políticos y culturales, como marco en el que
se produce la relación.

“Podemos observar cómo los efectos de una sustancia no tendrán que ver
únicamente con sus características farmacológicas, sino también con las
características del sujeto que la consume, el contexto en el que se produce
esta relación entre el sujeto y la sustancia y el momento histórico en el que
acontece la interacción” (Comas y Arza, 2000:238).

Es decir, es importante considerar:

¿Qué se consume? procedencia de las drogas, composición química, efectos sobre el sistema
nervioso central, calidad, pureza, estatuto legal, uso clínico y farmacológico, modo de
presentación y preparación.

¿Quién consume? diferencias por edad, género, sector social. El sentido que tiene el consumo
de sustancias para una persona se inscribe en su historia singular.

¿Cómo se consume? dosis, frecuencia de consumo, vía de administración, si se utiliza una


única sustancia o varias combinadas, intencionalidad.

¿Cuándo y dónde se consume? los escenarios condicionan material y simbólicamente


los consumos. Sus sentidos y las formas de vincularse con otros varían según el tiempo y
espacio. Es necesario considerar las leyes, normas, valores, el contexto social y económico
en el que se dan los consumos.

Es por esto que es necesario considerar a los consumos en el marco de una problemática
social compleja, multicausal, dinámica y heterogénea. Otra consideración importante es
que el consumo no se convierte en problemático de modo repentino sino que es producto
de un proceso en donde a partir de la trayectoria de vida de una persona, el consumo
comienza a convertirse en un recurso cada vez más significativo. Entonces, los consumos
se vuelven problemáticos cuando comienzan a afectar la salud, los vínculos y los proyectos
de vida de las personas.

Considerando estos elementos de análisis, es importante tener en cuenta que las personas
podemos mantener diferentes vínculos con las sustancias. A estos tipos de vínculos
podemos clasificarlos como uso, abuso o adicción.

Cuando hablamos de uso nos referimos a un consumo generalmente ocasional, aislado,


que no es una presencia significativa en la vida de la persona que consume. El consumo
experimental es uno de los modos en que puede manifestarse el patrón de uso.

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Con abuso nos referimos a una situación en donde no sólo aumenta la frecuencia y la cantidad
de lo que se consume en la mayoría de las situaciones, sino que ese consumo cumple una
función para la persona, ya sea estar de mejor ánimo, perder la timidez, producir más, etc.

Consideremos algunas situaciones en las cuales el consumo puede convertirse en problemático:

Por ejemplo, no es lo mismo tomar ansiolíticos recetados por un médico, en un período


determinado de tiempo, con un seguimiento y acompañamiento respecto de sus efectos
en el marco de un tratamiento, que aumentar la cantidad y la frecuencia de consumo, sin
indicación médica ni acompañamiento profesional.

¿Podemos considerar que el consumo de alcohol puede convertirse en problemático si


decido conducir un auto u otro vehículo, después de haber consumido alcohol, por ejemplo
en una cena? ¿Y si lo hago en el ámbito laboral y conduzco alguna maquinaria?

Continuando con la caracterización de los diferentes vínculos que establecemos con las
sustancias, hablamos de adicción cuando la vida de una persona gira exclusivamente en
torno de un consumo problemático. Esto es: se experimenta la sensación de que no puede
vivir sin determinada sustancia, hace todo lo posible para conseguirla y consumirla. La
adicción es un problema de salud recurrente, en el que la persona perdió la capacidad de
controlar su consumo, a pesar de las consecuencias adversas que puede reconocer en sí
misma (ya sea en su estado de salud general, o en el cumplimiento de sus responsabilidades
o en los vínculos interpersonales). La persona sustituye progresivamente sus vínculos por
el consumo de drogas, lo que la deja cada vez más aislada y con muchas dificultades para
construir un proyecto de vida alternativo.

Entonces, sucede que la persona empieza a necesitar de alguna sustancia para enfrentar
la vida, para estar contenta en una fiesta, o para no ponerse nerviosa en la reunión de
trabajo, hasta que deviene en un consumo problemático donde ante cualquier situación de
la vida se hace necesaria esa sustancia. Es una adicción cuando toda la vida de la persona
está organizada para eso: conseguir, consumir, conseguir, consumir, es decir que la persona
entabla una relación de dependencia con el consumo.

Cuando se establece una relación de adicción con las sustancias, está presente la compulsión
lo que significa que la persona vuelve a consumir más allá de su propia intención de no
volver hacerlo. En esta instancia el consumo no siempre responde a la obtención de placer
sino que muchas veces responde a evitar los malestares físicos y psíquicos que produce la
ausencia de la sustancia en el cuerpo.

Como menciona Graciela Touzé en “Las adicciones desde una perspectiva relacional’’, es
clave que tengamos en cuenta que la diferencia entre uso, abuso y dependencia es más
una diferencia cualitativa respecto de las motivaciones y el contexto del consumo
que una diferencia cuantitativa con relación a la cantidad y la frecuencia de drogas
consumidas. Estas diferencias dependen mucho más de las características de la persona
y de su entorno que del tipo de droga que se consume.

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¿Sabías qué?

Hablar de un vínculo problemático con las sustancias, no sólo incluye situaciones de


consumo sostenido en el tiempo, sino también consumos de una sola vez, e incluso
de una primera vez. Con frecuencia, los y las adolescentes preguntan: “¿puedo tener
un coma alcohólico la primera vez que tome alcohol? Y la respuesta es que sí, porque
la frecuencia y la trayectoria de uso de una sustancia no es la única variable a tener
en cuenta. El Consumo Episódico Excesivo de Alcohol (CEEA)9 es un ejemplo de esto,
donde especialmente los fines de semana, y en espacios vinculados a la nocturnidad,
se consumen grandes cantidades de alcohol, en una sola ocasión, o en un periodo
corto de tiempo (horas), siendo la principal motivación, la búsqueda del estado de
embriaguez.
Por ende, si bien el CEEA puede ser un consumo de una única vez, esto no quita que
sea una práctica que conlleva sus riesgos. Y en este sentido, resulta indispensable
acompañar a las personas con prácticas de cuidado en todos los niveles de consumo.

Hemos mencionado que los consumos de sustancias son dinámicos. ¿Eso qué significa? Esta
idea rompe con cierta representación social de las trayectorias de consumo como “carreras
adictivas” por la cual “se considera que las personas que usan drogas se inician con alcohol
(donde esta sustancia se presenta como la puerta de entrada)”, luego pasan necesariamente
a otra sustancia, para seguir después con el uso de cocaína, en una espiral creciente que
termina con la muerte. O sea, esta representación social, ubica el pasaje del uso al abuso de
sustancias como algo irreversible, como un “camino de ida’’. Esta idea constituye una metáfora
que oculta la heterogeneidad de las prácticas y señala un patrón universal que invisibiliza el
atravesamiento de condiciones históricas, sociales y económicas”10.

Una lectura lineal de los consumos de sustancias invisibiliza que existen distintas modalidades
de uso. A su vez, oculta las diferencias en los consumos, las personas y los contextos, y
simplifica una realidad compleja, heterogénea y cambiante, impactando directamente en el
tipo de estrategias a diseñar.

En síntesis, para que un consumo se transforme en problemático, lo primero que hay


que analizar es qué tipo de vínculo establece la persona con la sustancia. Siempre
en clave del contexto social que ocupa esa persona con respecto a su clase social,
su edad, su identidad de género, el territorio en el que habita, las instituciones por
las que circula, el acceso a la salud, la noción de cuidado, propio y colectivo. Es decir,
siempre teniendo en cuenta la trayectoria de vida de la persona.

El Modelo de Abordaje Integral Comunitario

Para comenzar a hablar de este modelo de abordaje, es importante referirnos al concepto


de comunidad. Podemos decir que la comunidad no es solamente un grupo de personas
que viven en un mismo territorio, sino que es también el conjunto de lazos y redes existentes
entre las personas de ese lugar y la idea de identidad común que hace que todos y todas
puedan sentirse parte de ella. Sin embargo, hay que tener en cuenta que hay tantos conceptos
respecto de lo que es una comunidad como personas la componen.

El modelo de abordaje integral comunitario pone a la comunidad en el centro de la escena


como un actor fundamental en la construcción de estrategias de acompañamiento y cuidado.
Este modelo es un conjunto de acciones, estrategias, intervenciones y procesos que
buscan como objetivo acompañar, transformar y mejorar la vida de las personas que se
encuentran en una situación de alta vulnerabilidad en esa comunidad.

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Entendemos, entonces, por comunitario al sistema de interrelaciones que se establece entre un
sujeto individual –dimensión subjetiva–, el grupo –dimensión intersubjetiva, redes informales–
y las instituciones –dimensión intersubjetiva, redes formales– que están incluidas en un
territorio (Efrem Milanese, 2012).

El enfoque comunitario implica diseñar estrategias que tomen en consideración la voz y la


experiencia de la comunidad contemplando la diversidad. En este sentido, se diseñan acciones
concretas que respetan y acompañan las diferencias culturales; de este modo, se recuperan y
se valorizan prácticas y saberes de la vida cotidiana de la comunidad. Es necesario y prioritario
considerar las realidades de cada comunidad, los sentidos atribuidos a sus prácticas, para
construir los diagnósticos y las estrategias de acompañamiento desde un modelo participativo
y comunitario, que tome en consideración y respete las particularidades de cada contexto.
Atender a la complejidad y la heterogeneidad de una comunidad implica una revisión de los
encuadres de las propuestas teniendo en cuenta la historia, la modalidad de vinculación, los
sentidos diversos de las acciones cotidianas y los lazos construidos en comunidades específicas
dentro de un mismo territorio, de un mismo barrio.

Si entendemos que los consumos problemáticos de sustancias son un problema social y


económico en el marco de una sociedad de consumo, como ya mencionamos, entonces la
propuesta del abordaje comunitario supone pensar posibles salidas que consideren otras
dinámicas relacionales basadas en la organización colectiva y el diálogo con la comunidad y el
territorio como protagonistas. Esto implica desafiar la mirada del problema de los consumos
que señala y estigmatiza a las personas de forma individual, sin contemplar cómo la comunidad
en relación con un Estado presente pueden operar en el proceso de contención, cuidado y
acompañamiento de las personas.

Este abordaje ubica en el centro a las personas con sus trayectorias de vida, con sus
historias personales y también colectivas, desde un enfoque de derechos donde el
consumo problemático de drogas es puesto en relación con el contexto económico,
político y cultural en el cual se da.

Cuando nos referimos a un modelo de abordaje integral, diremos que la integralidad como
concepto supone abordar a la persona y a la problemática desde sus múltiples dimensiones,
es decir, no se centra exclusivamente en la problemática de consumo de sustancias. El
trabajo interdisciplinario busca abordar de manera simultánea diversos ejes y elementos
que componen el acompañamiento y cuidado de la vida de las personas: la atención, los
espacios terapéuticos individuales y grupales, el cuidado de la salud y el cuerpo, la identidad,
organización comunitaria y territorial, educación, trabajo, construcción y fortalecimiento
de lazos afectivos, lo legal, lo habitacional, entre otras. Este enfoque implica entender que
las vidas de las personas no son algo fragmentado, sino que, para que una estrategia de
acompañamiento se convierta en una posible respuesta, deben contemplar la integralidad
y complejidad de la vida de una persona y su comunidad. Así mismo, el carácter dinámico
implica que todos estas dimensiones y aspectos deben abordarse en situación, en un
contexto particular.

Por otro lado, es importante reforzar la importancia del territorio en este abordaje.
El término territorio, cuando pensamos en las intervenciones comunitarias, significa
mucho más que un espacio o porción de tierra delimitada, incluye la identidad cultural
de quienes lo habitan y un sinnúmero de formas en que esta identidad se desdobla, se
tensiona o se fusiona. Intentar conocer el territorio en su complejidad, sin idealizaciones
ni prejuicios es una actividad de primer nivel de importancia para los equipos que trabajan
en el mismo; permite pensar estrategias de prevención e intervención más adecuadas
y eficaces. Asimismo, conocer las relaciones de poder de colaboración y de prestigio en
el territorio es fundamental para el armado de redes y para el acompañamiento de las
personas que se encuentran atravesando problemáticas de consumo. Muchas veces las

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personas atravesadas por la problemática de consumos de sustancias recorren diferentes
dispositivos, espacios de atención y acompañamiento en su proceso, otras tantas son
sostenidas por redes informales que pueden tener un alto grado de densidad y complejidad;
entender las dinámicas de estas relaciones en el territorio se vuelve entonces fundamental
a la hora de acompañar a quienes están atravesados por la problemática.

Este modelo de abordaje integral comunitario considera los consumos como una problemática
social con procesos complejos en los que el sentido que tiene el consumo de sustancias
para cada persona se inscribe en lo singular de su historia de vida, enlazado con su contexto
sociocultural y en el marco de una cultura del consumo. Por lo tanto, este modelo apunta
a las interrelaciones dinámicas que se producen entre las características individuales, las
del nivel primario -familias, entorno afectivo, grupo de pares- y las del nivel secundario
o macrosocial. Dicho de otro modo, y retomando aspectos que fuimos abordando en
el transcurso de la clase: qué se consume, quién, cómo, cuándo y dónde son variables
contempladas en el modelo de abordaje integral comunitario.

Los contextos condicionan material y simbólicamente el uso, los sentidos y las formas de
vincularse con los consumos, y estos a su vez varían según el tiempo y el espacio donde
se desarrollan. Considerar la variable temporal es importante teniendo en cuenta que no
hablamos de un tiempo lineal fijo, sino que contemplando a los consumos problemáticos
en el marco de un proceso que puede detenerse, avanzar, retroceder, etc. Si consideramos
el dinamismo de este proceso podemos pensar en estrategias que no se construyen de
una vez y para siempre, sino que se van repensando a partir de las diferentes condiciones
que presentan las personas con consumos problemáticos y sus trayectorias de vida.

La temporalidad nos lleva a repensar una representación social muy frecuente en relación a
las personas con problemáticas de consumos que es la idea de la cronicidad. Esta creencia
entiende a la persona que consume en un proceso que avanza de modo inevitable hacia un
estado de enfermedad crónica en una trayectoria lineal, ascendente e irreversible.

Conceptos clave

Un posicionamiento diferente a este es pensar que los consumos expresan un momento


particular en la vida de las personas que puede superarse y que su duración es variable.
Para esto es imprescindible abordar el acompañamiento de las personas desde el intercambio
de saberes, lo que incluye la voz de las personas que consumen drogas, su red subjetiva,
el aporte interdisciplinario e intersectorial, las redes territoriales y todos los actores
de la comunidad desde una dimensión colectiva implicados y comprometidos en la
elaboración de respuestas en relación a la prevención, al cuidado, a la atención y al
acompañamiento. Este modelo concibe la cultura de los cuidados como la base del
abordaje integral.

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Como mencionan Camarotti y Kornblit en “Abordaje integral comunitario de los consumos
problemáticos de drogas: construyendo un modelo” (2015):

“Desde esta perspectiva del cuidado se debe partir del trabajo territorial,
es decir, se debe entender que son todos los actores sociales que forman
parte del espacio comunitario quienes reciben y llevan a cabo prácticas de
cuidado consigo mismos y con los otros. El cuidado no puede entenderse
sino a partir de las relaciones que se establecen entre las personas. Por ello,
es importante visibilizar el trabajo que se viene haciendo en este sentido.
Los sujetos construyen y establecen prácticas de cuidado más allá de los
centros de salud, lo que muchas veces se traduce en una mayor efectividad
en las formas de cuidar y en los resultados alcanzados. Esto se explica por
el hecho de que este tipo de prácticas generan una mayor sensibilidad,
confianza, pertenencia y horizontalidad, lo que se traduce en un mayor
bienestar de las personas”.

Por otra parte, este abordaje interpela otro supuesto que es la homogeneización de los
consumos. Por el contrario, comprende la heterogeneidad de las prácticas en torno a
los consumos y sus significados. Frente a la complejidad de las presentaciones actuales
resulta indispensable la necesidad de cambiar el modelo de una única intervención por el
de una estrategia de acompañamiento que contempla acciones específicas según las
necesidades. Como hemos planteado anteriormente no todas las personas mantienen
relaciones problemáticas con las sustancias pero las que necesitan un acompañamiento
específico requieren que la propuesta sea acorde a las posibilidades de sostenerlo teniendo
en cuenta su trayecto de vida.

Si bien en el transcurso de las siguientes clases, trabajaremos respecto de la atención,


el acompañamiento y la intervención comunitaria en el abordaje de los consumos problemáticos,
nos parece importante adelantar algunas nociones generales.

En primer lugar, considerar que no existe un dispositivo único o un tratamiento que sea
adecuado para todas las personas, entre otras cosas, porque un tratamiento efectivo debe
responder a las múltiples necesidades del sujeto, y no sólo a la problemática de consumo
de drogas.

Otro aspecto importante es el que tiene que ver con la accesibilidad y la permanencia de
las personas en los posibles tratamientos. En este sentido, el acceso al tratamiento debe ser
sencillo, y las distintas estrategias de acompañamiento deben garantizar la permanencia
de las personas, siempre en función de sus necesidades. A su vez, este modelo de abordaje
le otorga un carácter central al trabajo en red, entendiendo que no hay una sola institución
que pueda dar respuesta en todos los planos, sino que es necesario armar un entramado
complejo de acompañamiento.

Este modo de intervenir la problemática está íntimamente relacionado a la idea de


corresponsabilidad e invita a coordinar los recursos del territorio y las áreas gubernamentales
de la salud, desarrollo social, trabajo y educación de manera que se implementen acciones
que tiendan a la inclusión social de los sujetos. El abordaje de los consumos problemáticos
desde una perspectiva comunitaria propone pensar con otros, reconociendo y aportando
saberes profesionales y experiencias territoriales.

La recuperación de una persona con consumo problemático puede ser un proceso largo
y puede requerir múltiples episodios de tratamiento. Un plan de tratamiento debe ser
continuamente evaluado y modificado cuando se considere necesario para asegurarse que
la propuesta atienda a las necesidades de cambio de las personas.

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En síntesis, podemos considerar que el modelo de abordaje integral comunitario propone
ubicar las problemáticas asociadas al consumo de drogas desde la complejidad que implica
el territorio, las personas y sus trayectorias de vida.

Aspectos centrales del Modelo de Abordaje Integral Comunitario

Enfoque de Derechos Humanos

Como ya mencionamos, los consumos son prácticas complejas, en las cuales interactúan la
sustancia, los procesos individuales del sujeto y el contexto en que se produce el vínculo entre
estos dos últimos, incluyendo las dimensiones socio-económicas, culturales y políticas.
En este sentido, se puede decir que no todas las personas tienen la misma relación con
las sustancias y muchas veces sucede que el consumo problemático es un emergente de
una situación angustiante y/o vinculada a una vulneración de derechos por la que está
atravesando la persona.

Pensar el abordaje de los consumos de sustancias psicoactivas desde el paradigma de derechos


humanos implica romper con los procesos de estigmatización para comprender a los sujetos
en sus potencialidades, como titulares de derechos civiles, políticos, económicos, sociales y
culturales. El marco normativo que abordaremos en la tercera clase, desarrolla el sustento
jurídico en donde se encuentran contenidos dichos derechos. En esa clase trabajaremos
sobre leyes como la Ley de Salud Mental N°26.657, la Ley Plan IACOP N°26.934, el nuevo
Código Civil y Comercial de la Nación N° 26.994, la Ley de Protección Integral a las Mujeres
N° 26.485 y la Ley de Promoción y Protección de Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes
N°26.061 dejando atrás concepciones que ubican a las personas que consumen sustancias
psicoactivas como incapaces y carentes, enfermos o delincuentes.

Universalidad de derechos

El marco de la universalidad de derechos implica la construcción de modelos de abordaje


integrales que ofrecen oportunidades para la inclusión comunitaria. El marco normativo
vigente orienta las prácticas hacia la construcción de proyectos personales y comunitarios
que transformen la vida de las personas acompañadas.

Los espacios de abordaje comunitario tienen como objetivo crear escenarios que contemplen
actividades de promoción y acceso a derechos, como la salud, la educación, la cultura, el
deporte y el trabajo, entre otros, para construir propuestas a las que puedan acceder todos los
ciudadanos y ciudadanas en tanto sujetos de derechos. En este sentido, se busca diseñar e
implementar intervenciones que incluyan a todos y todas, enfocadas principalmente a aquellos
sectores de la población atravesados por la desigualdad social en el acceso a derechos.

Integralidad

La integralidad constituye un rasgo distintivo del abordaje comunitario. Implica considerar


que la problemática del consumo se encuentra vinculada con otros aspectos de la vida de
una persona: trabajo, salud, vivienda, educación, identidad, cuidado del cuerpo, vínculos
afectivos, entre otros. Por lo tanto, trabajar desde una perspectiva integral significa entender la
problemática de los consumos como un efecto de históricas vulneraciones de derechos que
causan mayores daños que el consumo en sí mismo, y que obstaculizan la construcción de
proyectos de vida personales y colectivos. Asimismo, el concepto de integralidad refiere a
la articulación de diversas áreas, de índole personal como las que se inscriben en el contexto
de la comunidad, por ejemplo, las condiciones sociales, económicas, ambientales y culturales
de las personas que consumen drogas; los diferentes saberes provenientes de distintas

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disciplinas para el abordaje de la problemática (sociales, psicológicas, jurídicas, biológicas,
etcétera) y la multiplicidad de actores que intervienen en el acompañamiento de la persona
(instituciones, organizaciones, referentes barriales). En consecuencia, se trata de comprender
las especificidades de las personas según la lógica del caso a caso, que tiene en cuenta el
contexto posible para las intervenciones. Es preciso destacar que el consumo problemático
de drogas afecta diversas áreas de la vida de las personas. La integralidad remite a la mirada del
problema y a sus posibles respuestas, conformadas por una multiplicidad de estrategias
y actores que –desde diversos lugares– podrían aportar herramientas y dinámicas que
transformen la vida de esas personas.

Acompañamiento de las trayectorias de vida

Uno de los principales objetivos del abordaje comunitario integral es acompañar la vida
de las personas, no solo en función de sus carencias, sino también de sus potencialidades.
Esto implica orientar las estrategias de intervención y acompañamiento para incidir en las
condiciones de vida de las personas y las comunidades, y generar condiciones de posibilidad
para el acceso y la restitución de los derechos. La vulnerabilidad es entendida como un
conjunto de aspectos individuales y colectivos vinculados con una mayor susceptibilidad
de individuos y comunidades de padecer perjuicios y una menor disponibilidad de recursos
para su protección (Ayres, Paiva y França, 2018). Esta perspectiva busca superar la noción
de “riesgo individual”, para contemplar tres dimensiones en el abordaje territorial:
vulnerabilidades individuales –intersubjetivas–, sociales –contextos de interacción– y
programáticas. En función de lo expuesto, el abordaje territorial implica conocer el contexto
local y las redes institucionales, así como también el ámbito en el que las personas desarrollan
su sociabilidad y sus redes afectivas.

Intersectorialidad y trabajo en red

La complejidad de la temática del uso de sustancias psicoactivas y la diversidad de realidades


del territorio nacional demandan una mirada y un abordaje territorial que sea a la vez
intersectorial e interdisciplinar para brindar respuestas que se adecuen a las particularidades
de cada territorio y de cada persona. Al mismo tiempo, es necesario concebir a las personas
que atraviesan situaciones de consumo problemático no como sujetos aislados, sino
vinculadas en diversas redes personales y comunitarias –enmarcadas en contextos sociales
más amplios– que condicionan y habilitan cierto tipo de prácticas y no otras.

Cada intervención que aborde los consumos adquiere características particulares en cada
territorio, por lo que la intersectorialidad y el trabajo en red resultan fundamentales para
adaptar de la mejor manera posible los lineamientos generales a las realidades locales. La
intersectorialidad hace referencia a la integración del trabajo de actores provenientes de
distintos sectores (salud, educación, género, niñez, vivienda, cultura, entre otros) en un
objetivo común: el abordaje integral de los consumos problemáticos. De esta forma, se
busca que los distintos actores puedan realizar un trabajo en red.

En el marco de un abordaje integral de los consumos problemáticos, trabajar desde la


perspectiva de redes implica pensar una estrategia de intervención que no esté centrada
únicamente en el individuo sino más bien enfocada “desde el equipo con las personas
e instituciones que son o deben ser parte de la respuesta integral” frente a múltiples
vulneraciones de derechos (Barros y otros, 2018). Además, la perspectiva de redes permite
al equipo visibilizar situaciones de vulnerabilidad y tener información fehaciente de las
dinámicas comunitarias y su desarrollo. La construcción de redes de trama mixta (Estado-
organizaciones de la sociedad civil- comunidad) son fundamentales para el trabajo en
relación a este modelo de abordaje. Asimismo, posibilita establecer contactos y relaciones
más fluidas con redes para dar mejores respuestas a las demandas comunitarias.

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Accesibilidad y bajo umbral

El bajo umbral remite a la idea de espacios que tienen bajas exigencias a la hora de acceder a
ellos. El bajo umbral propone, entonces, entender los momentos subjetivos y contextuales
de las personas en términos comunitarios, procurando la promoción de prácticas de cuidado
hacia las otras personas y hacia sí mismas.

Esta modalidad no exige condiciones ni requisitos de acceso a la persona que llega al dispositivo,
sino que, por el contrario, se busca llevar adelante estrategias de acompañamiento diversas que
contengan a la persona según sus necesidades. Por ejemplo: al espacio puede acercarse
una persona que solo demande comida y una ducha, pero quizás esas dos demandas,
pueden generar una posibilidad de diálogo con esa persona por parte del equipo de trabajo
de ese dispositivo; y una conexión que quizás le permita a la persona volver a ese mismo
espacio y entonces, ir complejizando la estrategia de acompañamiento de esta.

La exigencia mínima para transitar los espacios implica un trabajo progresivo en el registro
de la problemática para que pueda generarse en las personas la decisión de resolverlo,
atendiendo a los tiempos singulares de cada sujeto. En la mayoría de los casos, requiere
un acompañamiento de cada caso que posibilite crear condiciones de posibilidad para la
restitución de los derechos. En este sentido, el umbral mínimo de exigencia no plantea
la abstinencia obligatoria de sustancias como punto de partida para el tratamiento, sino
que contempla la perspectiva de cuidados desde un proceso dialéctico y dinámico para
garantizar el acompañamiento que requiera cada persona.

Perspectiva de género y diversidad

Es central realizar un abordaje de los consumos de drogas desde una perspectiva de género y
diversidad, en tanto permite visibilizar las desigualdades existentes en el acceso a los espacios
de atención y acompañamiento entre varones, mujeres y población LGTBI+, así como
diseñar estrategias que permitan un abordaje más igualitario. Como ha sido ampliamente
estudiado (Arana y otros, 2012; Camarotti y Kornblit, 2010; Camarotti y Touris, 2010; Romo
Avilés y Camarotti, 2015), en virtud de los roles y estereotipos de género, las mujeres
sufren mayor estigmatización social por consumir drogas, lo que dificulta muchas veces
su acercamiento a espacios de tratamiento y atención que contemplen las condiciones
particulares que asume el trabajo con mujeres (embarazos, hijas e hijos a cargo, situaciones
de violencia de género, estigmatización, etcétera). En este sentido, las situaciones de
violencia de género impactan en las problemáticas de consumo, aumentando los riesgos
y daños asociados a las prácticas y agravando el padecimiento en ambos sentidos. Por
otro lado, trabajar desde una perspectiva de género implica tener en consideración las
consecuencias de las intervenciones realizadas con varones, ya que muchas veces se delega
en las mujeres (madres, esposas, hermanas) las tareas de acompañamiento y cuidado,
reforzando así la sobrecarga laboral que recae sobre ellas.

Trabajar desde la perspectiva de género significa, también, contemplar los modelos de


masculinidad existentes, así como desarrollar un trabajo inclusivo con las poblaciones de
la diversidad de género y sexual, que no refuerce prejuicios heteronormativos. Para ello,
resulta importante identificar, en cada territorio, la situación de exclusión del colectivo
LGTBI+, crear condiciones para la accesibilidad a los servicios de acuerdo con la realidad
local y promover miradas inclusivas en la comunidad. A su vez, requiere del armado de
redes, tanto institucionales como comunitarias, para dar respuestas en situaciones de
urgencia, pero también en procesos de restitución de derechos.

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Reflexiones finales

El modelo de abordaje integral y comunitario de los consumos problemáticos trasciende


las individualidades y construye estrategias de cuidado con la comunidad. El diálogo, los
vínculos afectivos, la construcción colectiva, las estrategias articuladas, el trabajo en red y
las prácticas de cuidado son las herramientas fundamentales de este modelo de abordaje.

Lejos de ser una mirada artesanal e improvisada, el abordaje comunitario e integral se


constituye desde una estrategia planificada por los equipos de trabajo de cada dispositivo
con la comunidad donde se inserta. Se trata de pensar y construir salidas creativas pero en
estrecho diálogo con la comunidad y el territorio al que se acompaña.

El acompañamiento que proponemos contempla una mirada integral y no fragmentada


de las personas. Cuando una persona demanda acompañamiento no puede pensarse en
abordar únicamente un área o una parte de su persona. Por ejemplo, si la persona dice
tener un problema de consumo de sustancias pero también se encuentra en situación
de calle y además no accede al sistema de salud hace más de cinco años; entonces, bajo
esta mirada que proponemos, el equipo de trabajo del dispositivo que acompañe deberá
pensar una estrategia que le permita a la persona encontrar respuestas a su situación
de vulnerabilidad que no solo es consecuencia del consumo problemático de sustancias.
El equipo de trabajo deberá poder proponerle a la persona el acompañamiento a un
centro de salud para realizarse un chequeo general, ver la posibilidad de gestionar el
acceso a un centro de integración para personas en situación de calle y además, empezar
a problematizar su consumo en un encuadre terapéutico específico. Con este ejemplo,
vemos la importancia del armado de redes de trama mixta que contemplen la complejidad
de la problemática: un solo espacio no puede tener la respuesta a todas las problemáticas,
pero una red puede pensar estrategias de acompañamiento complejas de las personas.

Abordar la problemática del consumo de sustancias psicoactivas desde esta mirada supone
desplazar el eje de la responsabilidad individual hacia la corresponsabilidad social. El trabajo
conjunto entre Estado, comunidad y organizaciones de la sociedad civil es fundamental
para construir estrategias colectivas de cuidado como posible respuesta a las problemáticas
que acompañamos en cada uno de los espacios y territorios.

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