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I. Generalidades.
§ 1. Concepto de Derecho de Familia. Considerado como rama del ordenamiento jurídico positivo –y
tomando como base la definición de Ferrara 1- puede definirse al Derecho de Familia como “el conjunto de
principios y normas jurídicas que regulan las relaciones personales y patrimoniales de los pertenecientes a la
§ 2. Contenido del Derecho de Familia. Los dos temas principales que son objeto de regulación por parte
del Derecho de Familia –así como de su estudio por la disciplina académica del mismo nombre- son, de una
parte, el matrimonio (tanto en lo que concierne a su constitución y extinción como en lo que hace a sus
efectos personales y patrimoniales); y de otra, la filiación (cualquiera sea la fuente de ésta: biológica, por
técnica de reproducción asistida o bien por adopción). A ello se ha añadido, progresivamente, el examen de
la regulación legal de las uniones personales no matrimoniales, lo que a partir de este año supondrá entre
nosotros el estudio del recientemente regulado acuerdo de unión civil. Por último, corresponde también a
esta rama jurídica la regulación y estudio de instituciones específicamente enderezadas a la protección tanto
del grupo familiar como de los individuos que los constituyen, instituciones tales como los bienes familiares
considerado al Derecho de Familia como un área particular del Derecho Civil, y por tanto, parte del Derecho
Privado. Debe señalarse, con todo, que en más de un aspecto, el carácter iusprivado o exclusivamente
1
Citada por Ramos Pazos en su Derecho de Familia, tomo I, 5ª edición.
1
El carácter supraindividual de los intereses tutelados por el Derecho de Familia, las fuertes limitaciones a la
autonomía que éste comporta, a menudo expresadas en el carácter heterónomo e indisponible de sus
muchas de las obligaciones que a su amparo se contraen, son algunos de los aspectos que sugieren la
necesidad de establecer una clara diferencia entre el Derecho de Familia y el Derecho Civil de contenido
estrictamente patrimonial.
Incluso las normas que forman la legislación de familia, cuya generación es mucho más deliberada que
espontánea (en los términos de Hayek) 2, aproxima esta área del Derecho a una lógica que resulta más
En este sentido, no le falta razón al destacado civilista español Manuel Albadalejo cuando observa que, en su
conjunto, la enorme construcción civilizatoria que llamamos Derecho Civil, constituye una aglomeración de
normas e instituciones relativas a la vida humana, cuya reunión final obedece, en un sentido último, a
En efecto, no es difícil discernir una racionalidad subyacente, y hasta cierto punto común, a los contratos, la
propiedad o las obligaciones indemnizatorias, pero la pretensión de encontrar a su turno una lógica todavía
más amplia, a cuya luz todas esas instituciones resulten a su vez vinculadas a realidades tales como la
convivencia de los esposos o la responsabilidad parental y filial, realidades éstas cuya naturaleza obedece a
una lógica distinta de –cuando no opuesta a- la de aquéllas, es algo que parece menos plausible.
2
Hayek, Friedrich. Derecho, legislación y libertad. Madrid: Unión Editorial, 1994. Muy gruesamente: los órdenes
espontáneos -cuyo paradigma es el mercado- surgen de la interacción entre agentes racionales que no necesariamente
persiguen un fin común o de utilidad común, lo que por otra parte no es obstáculo para que tales formas de ordenación
de la vida social puedan propiciar la utilidad o el interés general incluso en mejor forma que las regulaciones que son
fruto de las decisiones adoptadas por un legislador central que adopta, ex ante, los fines o metas globales a los que ha
de propenderse y los medios para perseguir tales fines. En este último caso estamos más bien en presencia de un orden
deliberado. La tesis general que cabría sugerir entonces a partir de Hayek es que mientras el Derecho Privado de
contenido patrimonial responde a las características de los órdenes espontáneos, el Derecho Público se acerca más a la
naturaleza de los órdenes deliberados. Y es bajo una perspectiva como esta, que el Derecho de Familia se asemeja más
al Derecho Público que al Derecho Privado.
2
Por comparación con el Derecho propiamente patrimonial, el Derecho de Familia parece imponer la
necesidad de reconocer, al interior del Derecho Civil, áreas o esferas de sentido cuya distinta racionalidad,
expresa una pluralidad de fines y de principios no necesariamente susceptibles de unificación bajo una
lógica común. No otra cosa expresa, en una mayor escala, la distinción, tan antigua como controvertida,
Y es que al menos en los asuntos de índole propiamente humana o espiritual, la pretensión reduccionista de
explicarlo todo bajo una sola lógica general –al modo en que las ciencias naturales buscan hoy día una
explicación unificada del funcionamiento del universo- es algo que no solo ofrece dudas en cuanto a su
factibilidad sino asimismo en cuanto a su conveniencia. Es lo que sugiriera, entre otros, el gran filósofo e
En los hechos, esta relativa especificidad del Derecho de Familia en frente del resto del Derecho Civil queda
de manifiesto en la creciente autonomía que ha ido experimentando el primero durante el último medio
siglo, al menos en el plano legislativo e institucional. Desde un punto de vista comparado, cabría poner de
resalto, entre otros aspectos, la aparición de profusa legislación especial bajo la forma de estatutos des-
Si bien un examen detenido de la cuestión requeriría de nuevos matices, en lo esencial estimamos acertada
la afirmación del civilista español Carlos Lasarte cuando afirma que la tensión público-privado que
3
Para esta distinción véase los criterios expuestos al inicio del curso de Introducción al Derecho Civil. Entre otros
criterios mencionados en esa oportunidad se incluyen: el del interés, el de los sujetos intervinientes en la relación, el del
tipo de relación jurídica, el de las potestades y el de las fuentes específicas.
4
Véase de Berlin: JohnStuart Mill y los fines de la vida. Incluido en la edición aniversario de la editorial Alianza del clásico
de Mill Sobre la libertad. Madrid: Alianza, 1997.
5
Puede considerarse, por vía de ejemplo, lo que sucede en materia de infancia. En la actualidad, varios países
latinoamericanos cuentan con un Código de la Niñez y Adolescencia. Es el caso, entre otros, de Ecuador, Perú, Bolivia,
Honduras, Costa Rica, Nicaragua, Uruguay y Paraguay. Colombia posee un Código del Menor. México y Argentina poseen
leyes de protección integral de niños y adolescentes. En tanto que Brasil cuenta con un Estatuto del Niño y del
Adolescente.
3
inevitablemente se suscita en torno del Derecho de Familia deriva de la dificultad para determinar con
certeza:
“si el grupo al que se viene denominando familia se ha de adscribir al núcleo de la esfera de poder de la
Hechas las conjeturas que anteceden, y volviendo ahora sobre la tradición, conviene señalar que para ésta la
pertenencia del Derecho de Familia al Derecho Civil, y su comprensión, por tanto, como parte esencial de
éste, es algo que no admite dudas. De todos es conocido que una de las más clásicas y recurrentes
definiciones del Derecho Civil es aquella que lo describe como “conjunto de normas jurídicas que se ocupan
En este orden de ideas, Joaquín Costa, quien fuera un reconocido jurista español del siglo XIX, recogía en
una de sus obras la tesis de que el Derecho Privado habría nacido de la absorción por parte del Estado o de
las primeras organizaciones de tipo estatal, de aquel ámbito de cuestiones cuya regulación hasta entonces
resultaba privativa de la familia, o más precisamente, de aquel conjunto de familias o colectividad cerrada y
fundada en las relaciones de parentesco que era la gens. Esto habría ocurrido durante la formación del
Derecho Romano, y según acaba de decirse, en el curso de los procesos históricos por los que la ordenación
jurídica de tipo estatal fue absorbiendo o reclamando para sí la regulación del vasto conjunto de materias y
De guisa que, teniendo su origen en la intimidad de la gens, la regulación de estas relaciones por el poder
común de la ciudad habría empezado a conocerse por medio de una serie de denominaciones, entre otras,
la específica de ius privatum. Se trata de un orden y un ordenamiento distintos de aquel que es atingente a
lo público y a la ciudadanía o ius publicum7. Vistas las cosas bajo esta luz, el derecho de los asuntos
6
Lasarte Álvarez, Carlos. Principios de Derecho Civil. Tomo I. Madrid: Trivium, 1992, p. 33.
7
Costa, Joaquín. Teoría del hecho jurídico individual y social. Granada: Comares, 1999.
4
familiares o derecho de familia se nos antoja entonces no como aquella porción más excéntrica del Derecho
4.1. Trasfondo ético de sus normas e instituciones. Es sólita entre los tratadistas de Derecho Civil la alusión
a un “trasfondo ético” de las normas e instituciones del Derecho de Familia, trasfondo que explicaría, a juicio
de éstos, el “carácter incoercible” que exhibe un buen número de las dichas normas e instituciones. Con
“carácter incoercible” se refieren a aspectos tales como la imposibilidad de compeler por la fuerza a un
Pero al razonar de este modo, los civilistas incurren en un manifiesto error. La razón es la siguiente. Es una
evidencia que las normas del Derecho de Familia –o muchas de ellas- poseen una fuerte conexión con las
ideas morales que prevalecen en la sociedad o en cierto sector de ésta en una época determinada ( moral
social o positiva que de este modo viene a positivizarse en los términos de Habermas). No obstante, lo
mismo podría afirmarse de muchas otras normas del ordenamiento jurídico, y por lo pronto, de casi todas
las del Derecho Penal, algo así como el epítome de la imposición coercitiva de las conductas. De manera que
falsa.
¿Qué quisieran señalar, empero, los autores, cuando asocian esta característica imposibilidad de obtener el
cumplimiento forzado de determinados deberes u obligaciones regidos por el Derecho de Familia con el
Al parecer, lo que se busca señalar es el fenómeno, hasta cierto punto paradójico pero extremadamente
frecuente en las relaciones humanas, en que forzar una conducta implica desquiciarla, donde desquiciarla
quiere decir privar a la dicha conducta de su significado específico al margen de su ejecución material. Si en
5
general carece de sentido forzar a un individuo a vivir con otro, ello no es por una imposibilidad de orden
material (después de todo, siempre se lo podría encerrar al modo sugerido en Átame, la hermosa película de
Pedro Almodovar, y esperar enfermizamente, como hace el protagonista, que el encierro surta sus efectos:
“algún día me querrás…”), ni tampoco por una imposibilidad lógica derivada del contenido ético de las
normas involucradas.
Se trata, es verdad, de una imposibilidad lógica, pero no derivada de la ética, ni tampoco del empleo de la
fuerza, sino, como acaba de señalarse, de que en cierto orden de cosas, forzar una conducta implica
Quizá si el mejor ejemplo de lo que venimos comentando sea el que nos ofrece el artículo 98 del Código Civil
al definir el cumplimiento de los esponsales –esto es, la promesa de matrimonio mutuamente aceptada-
como un hecho privado que la ley entrega a la sola conciencia de las partes. Por cierto que hay una
dimensión ética o moral en el hecho de cumplir o traicionar los esponsales, después de todo, cumplir las
promesas constituye un precepto moral de amplia aceptación. No obstante, la razón crucial que desaconseja
el que se fuerce a los esposos a respetar su pacto casándose, no es de orden estrictamente ético sino más
bien psicológico y en cualquier caso lógico. Y es que casarse obligado no es –al menos en el Occidente
contemporáneo8- un modo serio de honrar los esponsales, o lo que es lo mismo, un modo efectivo de
cumplir la promesa matrimonial. El mismo contrato de matrimonio que en tales condiciones se celebrara
carecería de una voluntad seria que le sirva de fundamento (affectio maritalis). Obsérvese que, a diferencia
de los contratos de promesa de índole patrimonial, que en general nunca resultarán frustrados por su
ejecución forzada, la promesa matrimonial sí resulta defraudada al imponerse su cumplimiento por medio
de la fuerza. Esto muestra que la promesa matrimonial compromete nuestra libertad –si es que en efecto lo
8
Giddens, Anthony. La transformación de la intimidad. Madrid: Cátedra, 1998.
6
4.2. En las relaciones jurídicas de carácter estrictamente patrimonial se parte del supuesto de la igualdad
de las partes, mientras que en el Derecho de Familia no es así. Existen en el Derecho de Familia relaciones
de jerarquía y dependencia, reflejadas hoy en instituciones tales como la autoridad paterna y la patria
4.3. Claro predominio del interés social o supra-individual por sobre el interés individual. Ello se refleja,
a. La mayoría de las normas del Derecho de Familia son de orden público, inderogables, e inalterables por la
b. Los derechos de familia son incomerciables, se hallan fuera del comercio humano, por lo que son
intransferibles, intransmisibles, imprescriptibles y por regla general irrenunciables. Porque no miran solo al
interés individual del titular sino al interés social o de terceros (cfr. artículo 12 del Código Civil).
c. Los actos y contratos de familia suelen otorgarse con una fuerte intervención de la autoridad pública (así
en el matrimonio y en la adopción).
d. Los actos jurídicos de familia suelen ser solemnes. Contra la regla general del Derecho Civil patrimonial
que es la consensualidad. Así, v.gr., el contrato de matrimonio, el reconocimiento de hijo, el pacto del
e. Las sentencias judiciales que recaen sobre materias propias del Derecho de Familia suelen tener efecto
erga omnes (así, artículos 315 y 1246 del Código Civil), lo que constituye una excepción al principio general
4.4. Vigencia limitada de la autonomía de la voluntad. Como ha escrito Luigi Ferri9, el principio de
autonomía privada puede caracterizarse negativamente, y por contraste con los principios que gobiernan el
Derecho Público, por la ausencia de una obligación de perseguir algún fin o interés determinado de
antemano por el propio ordenamiento jurídico. El individuo aparece así –en el Derecho Privado- como
soberano de sus propios intereses y asuntos. Si bien la autonomía de la voluntad es un principio transversal,
9
Ferri, Luigi. La autonomía privada. Granada: Comares, 2001.
7
que gobierna la totalidad del Derecho Civil, su fuerza decae considerablemente conforme se transita desde
el ámbito del Derecho Civil Patrimonial hacia el ámbito del Derecho Civil extrapatrimonial y particularmente
a. En los actos o contratos de familia, los sujetos que los otorgan poseen una facultad de configuración
normativa limitada. Desde este puntos de vista, los actos jurídicos de familia se corresponden
Como se sabe, entre las muchas clasificaciones propuestas por la doctrina en relación con los actos jurídicos,
se encuentra aquella que distingue entre actos jurídicos simples y actos jurídicos condición. Tal clasificación
atiende a si los sujetos poseen libertad tanto para decidir si otorgan o no el acto jurídico como para definir el
contenido del mismo, o si sólo poseen libertad para lo primero y no en cambio para lo segundo. En el primer
caso, la doctrina ha hablado de actos jurídicos simples, por comparación con el segundo, en que se utiliza la
Mientras los actos jurídicos simples –que desde el punto de vista del Derecho Privado en general
constituyen la regla- se caracterizan porque los individuos poseen plena libertad, tanto en lo que respecta a
la conclusión u otorgamiento del acto como en lo que respecta a su configuración normativa, los
denominados actos jurídicos condición se caracterizan por disponer los sujetos de libertad de otorgamiento,
Pues bien, los actos jurídicos de familia suelen ser actos jurídicos condición, toda vez que en el ámbito
extrapatrimonial del Derecho de Familia, y como ha observado Albadalejo 10, es frecuente que el legislador se
“negocios preestablecidos, dotados de efectos inalterables en todo o en parte (…) Es posible casarse o no, y
los efectos del matrimonio –que libremente se elige- se producen porque queridos; pero en este campo, no
10
Albadalejo, Manuel. Derecho Civil, t. I. Barcelona: Bosch, 2002, p. 566.
8
hay más tipo posible de unión (se entiende, que no sea de mero hecho) que el matrimonio, cuyos efectos
personales no pueden pactarse libremente. La autonomía de la voluntad llega en estos casos a su grado
mínimo”.
Debe observarse, sin embargo, que en décadas recientes la doctrina comparada ha observado una cierta
autonomización del Derecho de Familia, lo que equivale a afirmar una cierta tendencia en las legislaciones
configuración de sus relaciones familiares. Esto se expresa no solo en una mayor receptividad hacia
formatos de familia distintos de los tradicionales, sino incluso al interior de las regulaciones propias de la
familia matrimonial. Un buen ejemplo de esta tendencia lo proporciona, entre nosotros, la reciente
aprobación de la Ley 20.680 que permite a los padres en caso de separación, acordar la forma en que se
organizará el cuidado personal de los hijos y la relación directa y regular de cada uno de los padres con ellos.
De algún modo, la antedicha tendencia hacia una mayor autonomía que viene experimentando el Derecho
de Familia a nivel comparado puede contrastarse con aquella tendencia a la heteronomización del Derecho
Civil patrimonial, que ha venido acentuándose a todo lo largo del siglo XX a través de fenómenos tales como
la regulación de los actos de consumo (en atención a la diferencia de fuerzas que a menudo se da entre
relaciones entre privados. Fenómenos todos que no estuvieron en la mente de la codificación clásica.
b. En general, los derechos y obligaciones de familia no admiten modalidades. Tal como se vio al estudiar
el Derecho de Obligaciones, las modalidades son elementos o cláusulas de carácter accidental cuya función
es alterar el régimen legal, supletorio y disponible, que gobierna la existencia, exigibilidad o extinción de la
obligación. Por regla absolutamente general, éstas no son admitidas en los actos propios del Derecho de
Familia, en algunos de ellos esta inadmisibilidad llega a señalarse expresamente por el legislador (el caso
más obvio es el matrimonio). Las modalidades sólo excepcionalmente se admiten (así, v.gr., artículos 166 y
9
§ 5. Derechos subjetivos y deberes de familia. Como se sabe, los derechos subjetivos privados se clasifican
en derechos patrimoniales y derechos extra-patrimoniales. Unos y otros se diferencian porque mientras los
primeros poseen un contenido económico inmediato, no es el caso de los segundos. Por cierto ello no
significa que los derechos extra-patrimoniales deban carecer constantemente de toda significación
económica, pueden adquirirla, pero lo decisivo es que tal significación no constituye su objeto inmediato.
A su turno, y centrados ahora exclusivamente en los derechos extra-patrimoniales, encontramos dos clases
de ellos: de una parte los derechos de la personalidad y de otra los derechos de familia11.
5.1. Tipos o clases de derechos de familia. Al interior de la clase de los derechos de familia, se distingue
todavía dos especies de ellos: de un lado, los que pueden llamarse derechos de familia propiamente tales o
puros de familia, que son ajenos a todo interés pecuniario, y de otro, los derechos patrimoniales de familia,
Un ejemplo de derechos de familia propiamente tales o puros, lo constituye el derecho de que es titular cada
cónyuge a ser respetado por el otro. Este derecho nace para cada cónyuge del deber de respeto recíproco
que sobre ambos recae a la luz del artículo 131 del Código Civil. Otro ejemplo es el derecho de los padres a
ser respetados y obedecidos por sus hijos, de acuerdo con el artículo 222 del Código Civil.
En cambio, son ejemplos de derechos patrimoniales de familia, el derecho de alimentos (artículo 321), el
derecho de goce que tienen el padre y la madre –que ejercen la patria potestad- sobre los bienes del hijo
(artículo 250), los derechos propios de los regímenes de bienes del matrimonio, etc.
11
Por cierto que una y otra clase de derechos subjetivos –de la personalidad y de familia- se complementan
estrechamente. Entre nosotros, el caso de Karen Atala, que concluyó con una condena al Estado de Chile por parte de la
Corte Interamericana de Justicia, parece un ejemplo suficientemente claro de un conflicto que convoca derechos de
familia y derechos de la personalidad, y donde la forma en que los primeros fueron interpretados supuso una violación
de los segundos. Otro ejemplo, que tomamos también de la jurisdicción internacional, se ha dado en aquellos casos en
los que la legislación interna de un país viola derechos fundamentales, y más concretamente, establece una
discriminación de género, al imponer a la mujer el apellido del marido. Dos casos seminales en la jurisprudencia del
Tribunal Europeo de Derechos Humanos son: Hagmann-Hüssler v. Switzerland (1977), y X v. The Netherlands (1983).
10
La relevancia práctica de lo anterior es que mientras los derechos de familia propiamente tales son de orden
público, y por tanto irrenunciables bajo toda circunstancia, los derechos patrimoniales de familia serán
En efecto, hay algunos casos, en los que el hecho de atender la norma a la conservación de la familia, a la
protección de incapaces o al interés de terceros, impide que el titular del derecho patrimonial de familia
pueda renunciarlo lícitamente (así, p. ej., el derecho que la ley le concede a la mujer para pedir la separación
de bienes, no podrá renunciarse por ésta en las capitulaciones matrimoniales, según lo dispone el artículo
153 del Código Civil). Pero hay otros casos, en los que, por atenderse estrictamente al interés individual, los
derechos patrimoniales de familia sí podrán renunciarse (así, p. ej., el artículo 1782 en cuanto permite a la
mujer renunciar a los gananciales mientras no haya entrado en su poder ninguna parte del haber social).
a) No es raro, en el Derecho de Familia, la presencia de derechos subjetivos que si bien poseen como
correlato una obligación o deber por parte de otro, tal obligación o deber no es estrictamente coercible, lo
que implica que no es posible obtener un cumplimiento forzado e in natura de la conducta debida o
prestación. En su sentido más estricto, las obligaciones de respeto a que aludíamos más arriba constituyen
un claro ejemplo.
Es importante precisar que el hecho de que no se pueda obtener, mediante la coerción, el cumplimiento in
natura de lo debido, no implica que estos deberes de familia sean puramente morales o que formen parte
de lo que el gran jurista alemán Karl Larenz llamaría el espacio libre de derecho. En algunas pocas
situaciones, tal será efectivamente el caso (vimos ya el ejemplo de los esponsales cuyo carácter extrajurídico
se deriva no de la ética sino de la naturaleza de lo debido). Pero en la mayor parte de los casos, los llamados
deberes de familia, lo son en un sentido propiamente jurídico, toda vez que si bien no es posible obtener un
11
b) Tampoco es infrecuente, en el Derecho de Familia, la presencia de derechos subjetivos de aquellos que la
teoría jurídica denomina derechos potestativos, y que equivalen a facultades que el titular es libre de
ejercer o no pero que no tienen como correlato ninguna obligación o deber por parte de nadie. Así, por
ejemplo, la mujer casada bajo el régimen de sociedad conyugal y que a la vez ha formado un patrimonio
reservado, tiene el derecho de renunciar, si así lo desea, a los gananciales que son fruto de la gestión
realizada por el marido administrando la sociedad, de forma de conservar lo obtenido por sí misma con la
c) Más aun, algunos derechos subjetivos de familia se han constituido en una dura prueba para las teorías
tradicionales sobre la naturaleza de los derechos subjetivos. El caso más importante es probablemente el de
los derechos de los niños. Como es evidente, los derechos de los niños son derechos que tienen como
correlato deberes u obligaciones correlativas cuyos titulares no pueden ser relevados o exonerados por el
titular del derecho –el niño- ni tampoco por los representantes naturales de éste, sus padres, por cuanto ello
implicaría la facultad de estos últimos de eximirse a sí mismos de sus deberes para con el hijo 12. Lo anterior
sugiere la conveniencia de considerar esta clase de relaciones jurídicas más a la luz de los deberes que de los
derechos. En otras palabras, cuando pensamos en los “derechos de los niños”, pareciera cobrar sentido la
idea de actuar inversamente a como hacíamos recién con los derechos potestativos, y en lugar de hablar de
derechos sin deber correlativo, hablar en este caso de deberes sin un derecho que les sirva de correlato.
d) Por último, es también común en el Derecho de Familia, la existencia de deberes recíprocos. Pero como
bien observan los profesores Barrientos y Novales, al tratar de los deberes personales de los cónyuges, que
sean recíprocos no implica que sean sinalagmáticos, con lo que quiere decirse que, en el ámbito de los
derechos de familia de carácter recíproco, nunca podría invocarse la falta de cumplimiento de los deberes
que el otro tiene para con uno como justificación del propio incumplimiento de esos mismos deberes
respecto del otro. Por otra parte, ni que decir tiene que no todos los deberes familiares son recíprocos,
12
MacCormick, Neil. Los derechos de los niños: Una prueba para las teorías del derecho. En la compilación de trabajos
del autor Derecho legal y socialdemocracia. Ensayos sobre filosofía jurídica y política. Madrid: Tecnos, 1990, pp. 129-137.
MacCormick cita un párrafo de Hart -Are there any natural rights? (1955)- en el que éste afirma que atribuir derechos a
los bebés o a los animales es quizá “emplear con excesiva ligereza el término ‘un derecho’”.
12
también los hay, e importantes, de índole asimétrica o unilateral, como ocurre de ordinario con los derechos
Este carácter recíproco -pero no sinalagmático- que exhiben muchos de los deberes propios del Derecho de
de los estrictamente debido, sin que ello signifique ausencia de remedios jurídicos que pueden estimarse
una consecuencia del incumplimiento, son dos de las circunstancias que permiten explicarse por qué la
doctrina a menudo prefiere referirse a ellos como “deberes” antes que como “obligaciones”. En otras áreas
del Derecho esta preferencia hacia la expresión “deberes” obedece a una razón distinta que en general dice
relación con el carácter abstracto o indeterminado del sujeto pasivo de la relación jurídico. Así sucede, v.gr.,
6.1. Concepto general de familia. Tradicionalmente se define la familia como un grupo de personas unidas
por vínculos fundados en el matrimonio o el parentesco, sea éste sanguíneo o de adopción, los cuales
constituyen una comunidad de vida, interactuando entre sí, cada uno desde sus respectivos roles sociales,
Desde una perspectiva sociológica y antropológica, expresa Giddens 13 que “Una familia es un grupo de
personas directamente ligadas por nexos de parentesco, cuyos miembros adultos asumen la responsabilidad
del cuidado de los hijos. (…) En la práctica totalidad de las sociedades podemos identificar lo que los
sociólogos y antropólogos denominan familia nuclear, que consiste en dos adultos que viven juntos en un
hogar con hijos propios o adoptados. En la mayoría de las sociedades tradicionales la familia nuclear
pertenecía a una red de parentesco más amplia. Cuando, además de la pareja casada y sus hijos, conviven
otros parientes, bien en el mismo hogar bien en contacto íntimo y continuo hablamos de familia extensa”.
13
Giddens, Anthony. Sociología. Madrid: Alianza, 2009 (5a ed.), p. 219.
13
Como se advierte, la noción general de familia integra tanto elementos institucionales –el matrimonio y el
estado civil de casado- como elementos de orden biológico, asociados a la reproducción y la consanguinidad.
Debe observarse, sin embargo, que en las sociedades actuales una y otra clase de elementos requieren de
familia, existen también otros pactos o acuerdos –como nuestro reciente acuerdo de unión civil- los cuales,
siendo institucionales y jurídicos, difieren del matrimonio. Por otro lado, el Derecho contemporáneo se ha
En un sentido jurídico y tradicional, Somarriva –que escribió en la década de 1960- define la familia como
“conjunto de personas unidas por el vínculo de matrimonio, del parentesco o de la adopción” 14.
A la pregunta por la naturaleza jurídica de la familia, nos referiremos en el acápite 6.5 infra.
6.2. La (s) familia (s) y el Derecho. Tal como sucede con la mayoría de las instituciones fundamentales que
articulan la vida social, la institución familiar ve mutar su significado y características de acuerdo con las
evoluciones materiales y espirituales que experimenta la sociedad. En principio, cabría suponer que el
sistema jurídico es sensible a tales mutaciones, con lo que sus regulaciones de la vida familiar irán
adaptándose constantemente a los nuevos perfiles de la realidad que se regula. Debiera resultar obvio, no
obstante, que esta descripción de las relaciones entre el Derecho y la realidad social es demasiado sencilla
para ser correcta. Y en efecto no lo es. El Derecho no es ni pretende ser un mero espejo de los
acontecimientos sociales, que se limite a reflejar lo que de hecho existe. El Derecho se define por la
pretensión de inducir comportamientos e influir en la realidad social, modificándola (lo mismo que la
realidad natural) ahí donde se juzgue ética o políticamente necesario. A diferencia de un espejo, que carece
sea para reformarla o para preservar su estado actual. Ello obliga a hacer, en el tema que nos ocupa, una
14
Somarriva, Manuel. Derecho de Familia. Santiago: Nascimento, 1963.
14
clara distinción entre la familia empírica –susceptible de descripción sociológica- y la familia normativa –
arquetipo que sólo en parte refleja lo realmente existente al tiempo que procura modificarlo-.
En sociedades como la nuestra, caracterizadas por un notable desfase entre el Derecho y la vida real,
fenómeno que se acentúa especialmente en cuestiones ligadas a la familia y la vida personal, es difícil
exagerar la relevancia que posee esta distinción entre la familia normativa y la familia empírica. En
“Uno de los rasgos que nuestra sociedad ha mantenido a partir de la conformación del Estado republicano
hasta el presente, ha sido la visible distancia entre los principios normativos inscritos en la legislación y los
Quisiéramos insistir en que lo que en un principio muta no es directamente la familia, o la idea que tenemos
de ella, sino sus condiciones de existencia. Factores de la más diversa índole, como la industrialización, las
guerras, las políticas asistenciales o de seguridad social, la anticoncepción, la división sexual del trabajo, el
ingreso familiar más igualitario y de doble entrada, la reproducción asistida, etc., inciden en la vida de las
Aun si limitamos nuestra atención a los últimos doscientos o ciento cincuenta años –lo que grosso modo
coincide a nivel mundial con el período de Derecho Civil codificado- podemos distinguir la evolución entre
dos formatos de familia. La evolución experimentada por la familia en Chile ha sido descrita en términos de
religiosa- hacia la familia nuclear –restringida, más igualitaria y de base no necesariamente matrimonial ni
su punto de consolidación en la década del cincuenta. A ello se añade, a partir de los ochenta, un fenómeno
considerar las familias al margen de su formalización jurídica. Y a esa mayor valoración por parte de la
15
Valdés, Ximena. Notas sobre la metamorfosis de la familia en Chile. Santiago: CEPAL, 2007.
15
sociedad de las familias de hecho o no formalizadas, viene a unirse, con su proverbial retraso, el Derecho,
que empieza a regular la asignación de derechos a las familias al margen de que tengan o no un estatus
matrimonial: igualación de los hijos habidos fuera del matrimonio, uniones no conyugales reconocidas por el
sistema jurídico y capaces de originar en conformidad con éste un nuevo estado civil, así como un cierto
nivel de protección de las simples uniones de hecho o concubinato. Se incrementa asimismo la preocupación
por los diversos tipos de familia que coexisten en la mayor parte de las sociedades contemporáneas
hace reflexionar a algún autor, a nuestro juicio sin demasiado acierto, sobre la pertinencia de hablar más
que de un Derecho de Familia, en singular, de un Derecho de las Familias, en plural, resaltando con ello la
En un trabajo de 1998, Paulina Veloso hacía un interesante ejercicio a fin de constatar la forma en que la
doctrina jurídica modifica sus percepciones en materias de familia 16. Comparó la citada autora la definición
de familia que Henri y Jean Mazeaud, dos reconocidos civilistas franceses, proporcionaban en dos ediciones
de su libro dedicado a la familia, ediciones entre las que no alcanzan a mediar veinte años. Mientras la
edición de 1959 definía la familia como “la colectividad formada por las personas que, a causa de sus
vínculos de parentesco o de su calidad de cónyuges, están sometidas a la misma autoridad: la del cabeza
de familia”, diecisiete años más tarde, la edición de 1976, la define como “el grupo formado por las
personas que, en razón de sus vínculos de parentesco o de su calidad de cónyuges, están sometidas a la
misma comunidad de vida, y en la cual los cónyuges, aseguran en conjunto la dirección moral y material”.
Descontada la genérica alusión que la Constitución Política hace a la familia, al referirse a ella, con palabras
16
Veloso, Paulina. Nuevos principios del Derecho de Familia en función, principalmente, de la normativa internacional
que emana de los tratados de derechos humanos. Revista de Derecho de la Universidad Católica de Valparaíso, XIX
(Valparaíso, Chile, 1998).
16
que nuestro ordenamiento jurídico no contiene ninguna definición general de familia. Tanto el Código Civil
como otras leyes especiales y posteriores definen la familia sólo a ciertos efectos específicos que el
respectivo cuerpo legal especifica. Cabe que revisemos los términos en que aparece concebida la familia en
a) La familia en la Constitución Política. Nuestra Constitución Política, que a nivel comparado no es de las
más ricas en referencias a materias propias del Derecho de Familia, sí contiene, con todo, algunas
disposiciones relevantes. Es así que el artículo 1 inciso segundo del texto constitucional contempla una
disposición a cuyo tenor “La familia es el núcleo fundamental de la sociedad”, disposición que el
constituyente nacional tomó de la Declaración Universal de Derechos Humanos 17 cuyo artículo 16.3
establece que “La familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la
protección de la sociedad y del Estado”. Añade la norma constitucional un mandato conforme al cual “Es
Siendo ésta la más importante de las alusiones expresas que hace el texto constitucional a la familia, no
puede extrañarnos que sus escuetos términos hayan sido invocados, ya sea a favor o en contra, de todas y
cada una de las trascendentes reformas legales adoptadas en materias de familia en los últimos treinta años
constitucional del artículo 1 había de entenderse como un mandato al legislador y demás órganos estatales
Así por ejemplo, en las discusiones que antecedieron a la Ley de Matrimonio Civil de 2004 (Ley 19.947), y
puntualmente a su introducción del divorcio, los detractores de esta institución sostuvieron que su
establecimiento por ley significaría una absoluta desprotección del único formato de familia protegido por el
constituyente, esto es, la familia matrimonial. Desde luego que no fue ese el único argumento que se
ofreció, esgrimiéndose también la garantía constitucional de la igualdad ante la ley (artículo 19 número 2),
17
Así se hizo constar en la sesión 190 de la Comisión de Estudio para una nueva Constitución.
17
para sostener que, al no contemplar el proyecto legal dos clases de matrimonio –uno disoluble por medio
del divorcio y otro estrictamente indisoluble- se establecía una discriminación arbitraria en perjuicio de
todas aquellas personas que querían contraer un vínculo indisoluble o que lo habían contraído ya en esos
Un segundo debate que giró en torno al concepto de familia empleado por el constituyente en el artículo 1
de la carta fundamental –y que citamos en segundo lugar únicamente por razones expositivas ya que en
filiativo igualitario, reforma que efectivamente se materializó en 1998 con la dictación de la Ley 19.585. Una
vez más, los sectores refractarios a la reforma habían esgrimido el artículo 1 constitucional para alegar que
equiparar los derechos de los hijos legítimos e ilegítimos, era una forma de echar tierra sobre la Constitución
“familia” en el lenguaje de la Constitución es sinónimo de “familia matrimonial”. Una vez más se sumó como
argumento la cláusula de la igualdad ante la ley del artículo 19 número 2, pero esta vez por los defensores
de la reforma legal, para sostener, aplastantemente, que difícilmente podría encontrarse un ejemplo más
claro de discriminación arbitraria que la que se establece entre dos hijos de un mismo individuo en razón de
las circunstancias en que uno y otro fueron concebidos. Huelga señalar que los partidarios de establecer un
estatuto filiativo igualitario esgrimieron una concepción amplia de familia, comprensiva de las uniones
matrimoniales y no matrimoniales18.
No obstante, la discusión sobre bases constitucionales en torno a los formatos de familia que deben ser
reconocidos y protegidos por el Derecho, está lejos de extinguirse. Así lo hemos visto recientemente en la
férrea oposición a legislar en favor del matrimonio entre personas del mismo sexo, y en la aprobación de lo
que algunos consideran su antesala, la ley que introduce el denominado acuerdo de unión civil. No obstante
18
Que por lo demás es el concepto que había adoptado expresamente la Comisión Nacional de la Familia, establecida por el
Presidente Aylwin en 1992, en cuyo Informe se lee que familia es “un grupo humano y social, constituido por la unión de un
hombre y una mujer, con voluntad de permanencia o estabilidad en el tiempo, constituido por la unión de un hombre y una
mujer con aptitud legal para comprometerse a compartir la vida y, sobre esta base, crear un hogar, con o sin hijos propios o
adoptivos" (sic).
18
sus serias limitaciones, el nuevo cuerpo legal constituye un hito legislativo en cuanto supone el
reconocimiento y regulación jurídica formal de dos tipos de familia que hasta el momento nuestro sistema
jurídico, o sólo veía de reojo -los convivientes de hecho-, o simplemente fingía no ver, -las familias
homoparentales-.
Tal como lo muestran los ejemplos que anteceden, la discusión constitucional sobre materias propias del
Derecho de Familia, no sólo ha recurrido al artículo 1 con su expresa alusión a la familia. También ha sido
frecuente el recurso a otras cláusulas constitucionales. Además del precitado artículo 19 número 2, un
importante papel ha desempeñado el artículo 5 inciso segundo en cuanto dota de obligatoriedad a los
tratados internacionales sobre derechos humanos ratificados por Chile. Como se sabe, esta disposición sirve
de base a un auténtico “bloque de constitucionalidad” formado por una serie de derechos a cuya luz ha sido
familia.
Uno de los ejemplos más claros y a la vez actuales lo proporciona el alto consenso que se ha desarrollado en
la doctrina civil en punto a la inconstitucionalidad del régimen de sociedad conyugal, en particular en lo que
atinge a las normas que gobiernan la administración por parte del marido de los bienes propios de la mujer,
y habida cuenta de que la mujer, desde 1989, goza en nuestro Derecho de plena capacidad jurídica, sin
importar el régimen de bienes que rija su matrimonio. Pues bien, una de las normas clave que se invocan en
defensa de la inconstitucionalidad del régimen de sociedad conyugal, proviene, entre otros cuerpos menos
específicos, de la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer,
cuyo artículo 15 establece como contraria a su articulado toda discriminación que se establezca entre
El caso de Karen Atala, y la condena impuesta en febrero de 2012 al Estado de Chile por la Corte
19
tratados internaciones que han sido suscritos y ratificados por Chile y que de conformidad con el artículo 5
b) Concepto de familia del artículo 815 del Código Civil. Si bien el Código Civil chileno emplea la voz
“familia” en alrededor de sesenta oportunidades, lo más cercano a una definición del concepto se encuentra
en la norma del artículo 815, norma que se incluye entre las que regulan el derecho real de uso (Título X del
Libro II). Cabe precisar por lo mismo, y de acuerdo con la regla interpretativa del artículo 20 del Código Civil,
que la definición de familia que proporciona el artículo 815 es aplicable únicamente a la regulación del
Interesa destacar, entonces, que ni el Código Civil ni el conjunto de la legislación vigente, establecen un
criterio unitario en cuanto a la extensión de la familia (los miembros que la integran). El criterio varía, tanto
al interior del Código como fuera de éste, de acuerdo con las necesidades que imponga la específica materia
que se regula. De forma no convincente, el profesor Court 19 extrae, como consecuencia de lo anterior, que:
en materia de sucesión intestada la familia se extiende hasta los colaterales en el sexto grado; en materia de
legítimas, sólo a ascendientes y descendientes; en materia de alimentos, a los hermanos; y en cuanto a los
Cabe que nos refiramos ahora al artículo 815 del Código Civil. Su texto es como sigue:
“El uso y la habitación se limitan a las necesidades personales del usuario o del habitador.
En las necesidades personales del usuario o del habitador se comprenden las de su familia.
La familia comprende al cónyuge y los hijos; tanto los que existen al momento de la constitución, como los
que sobrevienen después, y esto aun cuando el usuario o el habitador no esté casado, ni haya reconocido
Comprende, además, las personas que a la misma fecha vivían con el habitador o usuario y a costa de éstos;
19
Court Murasso, Eduardo. Curso de Derecho de Familia. Santiago: Legal Publishing, 2009.
20
Es bueno recordar que la actual redacción de esta norma no se corresponde con la original. Hasta fecha tan
reciente como 1989, el inciso tercero rezaba: “La familia comprende la mujer y los hijos legítimos y
naturales (…)”. La Ley 18.802, de ese año, sustituyó “La familia comprende la mujer y los hijos legítimos y
naturales (…)” por "La familia comprende al cónyuge y los hijos legítimos y naturales”. Y habría que esperar
todavía otra década para que la Ley 19.585, de 1998, terminando con la distinción entre hijos legítimos e
ilegítimos, sustituyera esa último redacción por la actual, reemplazando “hijos legítimos y naturales (…)” por
“hijos”.
c) Concepto de familia en otras leyes. Únicamente por vía de ejemplo, podemos citar el caso de la ley de
violencia intrafamiliar vigente –Ley 20.066 de 2005- cuyo artículo 2 establece que “Es deber del Estado
adoptar las medidas conducentes para garantizar la vida, integridad personal y seguridad de los miembros
de la familia”, al paso que su artículo 5, al precisar la conducta que se reprocha, establece: “Será constitutivo
de violencia intrafamiliar todo maltrato que afecte la vida o la integridad física o psíquica de quien tenga o
haya tenido la calidad de cónyuge del ofensor o una relación de convivencia con él; o sea pariente por
consanguinidad o por afinidad en toda la línea recta o en la colateral hasta el tercer grado inclusive, del
ofensor o de su cónyuge o de su actual conviviente”, añadiendo todavía que, “También habrá violencia
intrafamiliar cuando la conducta referida en el inciso precedente ocurra entre los padres de un hijo común,
o recaiga sobre persona menor de edad, adulto mayor o discapacitada que se encuentre bajo el cuidado o
dependencia de cualquiera de los integrantes del grupo familiar”. Otro caso que puede citarse por vía de
ejemplo es el DL 3500, de 1980, sobre Sistema de Pensiones, cuyo artículo 5 establece que “Serán
beneficiarios de pensión de sobrevivencia, los componentes del grupo familiar del causante, entendiéndose
por tal él o la cónyuge sobreviviente, los hijos de filiación matrimonial, de filiación no matrimonial o
adoptivos, los padres y la madre o el padre de los hijos de filiación no matrimonial del causante”.
6.5. Naturaleza jurídica de la familia. Es tema controvertido entre los autores el de la naturaleza que quepa
atribuirle a la familia desde el punto de vista del Derecho. En franca minoría, puede citarse hoy día la opinión
21
que propone entenderla como una persona jurídica (como lo son las asociaciones o las sociedades). Si bien
el Derecho reconoce al grupo familiar intereses autónomos y no necesariamente coincidentes con los
intereses de cada uno de sus miembros, la familia no es una persona en sentido jurídico, toda vez que el
sistema jurídico no hace de ella un centro de imputación de derechos y obligaciones. De ahí que la
concepción actualmente mayoritaria conciba a la familia como algo distinto de una persona o de un sujeto
de derechos, reconociendo en ella una forma característica de agrupación humana, dotada de fines
específicos que el Derecho ampara, los cuales coexisten con los intereses individuales de cada uno de su
integrantes, y cuya regulación y organización sólo parcialmente queda entregada a la autonomía privada de
éstos. Reaparece aquí la idea resaltada más arriba por Lasarte y por Costa, este último en perspectiva
histórica, de la familia como una realidad sobre la que confluyen dos esferas proyectivas y de poder: la de la
persona y la del grupo social. Tanto desde un punto de vista sociológico como jurídico, la familia no es un
constructo unilateral del individuo ni de la sociedad, es un hecho social, lo que supone confluencia de
Careciendo la familia de derechos propios, proteger a la familia es en gran medida una forma oblicua de
proteger los derechos individuales de quienes la integran. De ahí lo sugerente, a nuestro juicio, del título
dado por Gonzalo Ruz al tomo quinto de sus Explicaciones de Derecho Civil: Derecho de las personas en
familia20.
Con todo, y al margen de carecer de derechos, aquel hecho social o realidad socialmente reconocible que es
la familia sí constituye una base de significado desde la cual la legislación: (a) impone límites a los derechos
individuales tanto de quienes la forman como de terceros (piénsese, por ejemplo, en las limitaciones a la
facultad de disposición de los cónyuges que se siguen de una institución como los bienes familiares, o en
otra escala y en clave penal, los denominados delitos contra el orden de las familia); (b) establece criterios
20
Ruz Lártiga, Gonzalo. Explicaciones de Derecho Civil. Tomo V: Derecho de las personas en familia. Santiago: Legal
Publishing, 2012.
22
para la ponderación de los intereses de sus integrantes, asignándole primacía a algunos de esos intereses
por sobre otros (no otra cosa expresa el concepto, hoy absolutamente consolidado en el Derecho
comparado, de “interés superior del niño”).; y a ello se suma, en tercer lugar, (c) la incidencia que tiene la
perspectiva de familia, en la ordenación legal de las relaciones económicas de los cónyuges o convivientes,
algo que se aprecia por ejemplo en el carácter social que, en los regímenes de comunidad de ganancias, se
atribuye a aquellos gastos que se realizan, no en interés de un cónyuge o del otro, sino para el sustento de la
familia.
Sin perjuicio de lo expuesto, no podemos cerrarnos a la posibilidad de que la familia, que hasta ahora no es
considerada como una persona en el sentido tradicional de sujeto de derechos, se personifique, en el sentido
personal en los términos de Ferrajoli 21, es decir, un ente titular de derechos subjetivos que carece empero
de personalidad (como lo sería, a juicio de algunos, el ser humano en gestación, en aquellos ordenamientos
que al mismo tiempo que niegan la personalidad jurídica del nasciturus, le atribuyen a éste ciertos derechos
básicos). Sólo el tiempo puede decirlo. Por el momento, y en la medida en que la red de significados que la
distinto de la persona de sus integrantes –al modo en que sucede en el orden patrimonial con las personas
6.6. El parentesco.
Concepto. Se lo define habitualmente como la relación de familia que existe entre dos personas.
a) Parentesco por consanguinidad o natural. Es el que existe entre dos personas cuando una desciende de
21
Ferrajoli, Luigi. Principia Iuris, t. I. Madrid: Trotta, 2011, p. 328.
23
b) Parentesco por afinidad o legal. Es el que existe entre una persona que está o ha estado casada y los
Resulta, de los dos conceptos legales que se acaba de citar, que los cónyuges no son parientes entre sí, y
también que el parentesco por afinidad subsiste aun después de la muerte de uno de los cónyuges.
Línea y grado de parentesco. Se llama línea de parentesco a la serie de parientes que descienden unos de
otros (línea recta) o de un tronco común (línea colateral, transversal u oblicua). Es así que, mientras abuelo,
padre e hijo están en la línea recta, los hermanos, se encuentran en la línea colateral, lo mismo que los
Grado, por otra parte, es la distancia que existe entre dos parientes
En la línea recta, el grado se cuenta por el número de generaciones. De forma que padre e hijo son
parientes, por consanguinidad, en la línea recta y en primer grado; en tanto que abuelo y nieto, lo son en
segundo grado. En la línea colateral es diferente, ya que en este caso, para determinar el grado, será
necesario subir hasta el tronco común y luego bajar al pariente cuyo grado se desea determinar. Es así que
los hermanos se encuentran en el segundo grado en la línea colateral. Por lo mismo, no existen parientes
colaterales en primer grado, en la línea colateral, el grado más próximo será el segundo.
Respecto del parentesco por afinidad se aplican las mismas reglas que se acaba de expresar. De manera tal
que un hombre se encuentra en primer grado de afinidad, en la línea recta, con los hijos habidos por su
mujer en anterior matrimonio, y en segundo grado de afinidad, en la línea transversal, con los hermanos de
22
La Ley 20.830, aún no en vigor, que crea el acuerdo de unión civil, establece en su artículo 4° que: “Entre un
conviviente civil y los consanguíneos de la persona con la que está unida por un acuerdo de unión civil existirá, mientras
éste se encuentre vigente, parentesco por afinidad. La línea y grado de afinidad de una persona con un consanguíneo de
su conviviente civil se califica por la línea o grado de consanguinidad de dicho conviviente civil”.
24
Concepto. El Código Civil chileno define el estado civil en su artículo 304, pero lo hace en forma deficiente,
confundiendo el estado civil con la capacidad. Entiende el artículo 304 por estado civil: La calidad de un
individuo, en cuanto le habilita para ejercer ciertos derechos o contraer ciertas obligaciones civiles.
Es más propio definir el estado civil como “el lugar permanente de una persona dentro de la sociedad que
depende de sus relaciones de familia y que le habilita para ejercitar ciertos derechos o contraer ciertas
obligaciones civiles”.
Fuentes del estado civil. En cuanto a su origen, el estado civil puede ser resultado ya sea de un acto jurídico
voluntario (como el matrimonio: que trae el estado civil de casado) o bien de un hecho jurídico
independiente de la voluntad de las personas como la muerte de un cónyuge: que hace que el otro adquiera
el estado civil de viudo). Pero el estado civil puede también originarse en una sentencia judicial (caso del
Enumeración de los estados civiles. En nuestra legislación existen actualmente ocho estados civiles: casado,
viudo, divorciado, separado judicialmente, soltero, hijo, padre o madre. A partir de octubre próximo a ellos
se añadirá un noveno estado civil toda vez que de acuerdo con el artículo 1 inciso segundo de la Ley 20.830
que crea el acuerdo de unión civil, la celebración de este acuerdo “conferirá el estado civil de conviviente
civil”, añadiendo que el término del acuerdo restituirá a los contrayentes el estado civil que tenía antes de
celebrarlo.
Características del estado civil. Es un atributo de la personalidad y sus características no son sino
a) Todo individuo por ser tal debe tener forzosamente un estado civil, que es inherente al individuo mismo,
b) El estado civil es uno e indivisible. Un mismo individuo no puede tener dos o más estados civiles que
emanen de un mismo hecho (así, por ejemplo, no se puede ser a la vez soltero y casado), pero no hay
inconveniente para que se tenga dos o más estados civiles que tengan su origen en hechos diferentes
25
(casado e hijo). De esta característica emanan diversas consecuencias, entre las cuales cabe destacar el que
las sentencias que se dictan en materia de estado civil producen efectos absolutos (artículo 315: excepción
c) Es incomerciable: está fuera del comercio humano y luego no se puede renunciar, no es lícito transigir
d) Además, las causas en que se discute el estado civil no pueden someterse al juzgamiento de los árbitros
e) Es permanente: en el sentido de que no se pierde mientras no se adquiera un estado civil diferente. Así,
Efectos del estado civil. Sus principales efectos son los siguientes:
a) Da origen al parentesco: es decir, la relación de familia que existe entre personas unidas por vínculos de
consanguinidad y afinidad.
b) Es fuente de derechos y obligaciones: así, el estado civil de casado conlleva derechos y obligaciones entre
Capacidad y estado civil. No deben confundirse ambas nociones por cuanto la capacidad depende del
individuo considerado en sí mismo, mientras que el estado civil depende de sus relaciones de familia; en ese
sentido, el estado civil es un vínculo que une al individuo con la familia en tanto que la capacidad no supone
ningún vínculo. De lo anterior se desprende que todas las personas tienen estado civil, pero no todas son
El Servicio del Registro Civil e Identificación. Existen tres hechos en la vida de las personas que revisten
primordial importancia en relación con su estado civil: nacimiento, matrimonio y muerte. En atención a esta
importancia es que el legislador ha ideado una institución cuyo objeto es dejar constancia fidedigna de estos
hechos, tal es el Registro Civil. De modo que, como su nombre indica, la función principal del Servicio del
26
Registro Civil consiste en llevar un registro de los principales hechos constitutivos del estado civil de una
persona.
Tal servicio fue creado por una ley de 17 de junio de 1884, que comenzó a regir el 1° de enero de 1885. Con
anterioridad, todo lo relacionado con el estado civil corría a cargo de la Iglesia Católica, por lo que las
partidas de los libros parroquiales continúan sirviendo como instrumentos probatorios para acreditar los
nacimientos, matrimonios y defunciones ocurridos antes del 1 de enero de 1885. La ley de Registro Civil fue
reemplazada por la Ley 4.808, de 1930, que, con algunas modificaciones, es la que rige hoy día.
De acuerdo al artículo 2 de la Ley 4.808, "El Registro Civil se llevará por duplicado y se dividirá en tres libros,
que se denominarán:
1° De los nacimientos;
2° De los matrimonios; y
3° De las defunciones".
Prueba del estado civil. El legislador sujeta la prueba del estado civil a reglas especiales, contenidas en el
título XVII del Libro I del Código Civil (artículos 304 a 313), que se aplican con preferencia al título XXI del
Libro IV, que trata "De la prueba de las obligaciones". Luego de entrar en vigencia las leyes 19.585 y 19.947,
la regulación de la prueba del estado civil puede describirse como sigue. Existen, por una parte, medios de
prueba principales, constituidos por las partidas del Registro Civil (artículo 305); y a falta de partidas, cabe
recurrir a medios de prueba supletorios, los cuales obligan a distinguir entre la prueba supletoria del
matrimonio y la de la filiación.
De modo que la forma principal de probar el estado civil es a través de las partidas del Registro Civil. Así se
sigue de la sola lectura del artículo 305 inciso 1, el cual expresa que “el estado civil de casado, separado
judicialmente, divorciado y viudo, y de padre, madre o hijo se acreditará frente a terceros y se probará por
las respectivas partidas de matrimonio, de muerte, de nacimiento o bautismo”. El actual inciso segundo del
artículo 305 se ocupa de la filiación extramatrimonial, al añadir todavía que: “El estado civil de padre, madre
27
o hijo se acreditará o probará también por la correspondiente inscripción o subinscripción del acto de
Al ser instrumentos públicos, las partidas del Registro Civil constituyen plena prueba sobre los hechos de que
dan constancia. Pero ello no obsta a que su valor probatorio pueda impugnarse: ya sea por falta de
autenticidad (caso de falsificación), por nulidad (así, por ejemplo, en caso de incompetencia de la autoridad
que la otorga), por falsedad en las declaraciones (ya que el oficial civil puede dar fe de que tales o cuales
personas hicieron tales o cuales declaraciones, pero no puede dar fe de la veracidad de las declaraciones
efectuadas, pues ello no le consta), o por falta de identidad (cuando no exista coincidencia entre la persona
a la que el documento se refiere y aquella a la que éste se pretende aplicar, véase artículo 307).
En lo que respecta a los medios de prueba supletorios, dijimos que éstos obligan a distinguir entre la prueba
supletoria del matrimonio y la de la filiación. En lo que al matrimonio se refiere, su prueba supletoria está
regulada por el artículo 309 inciso 1: “La falta de la partida de matrimonio podrá suplirse por otros
documentos auténticos, por declaraciones de testigos que hayan presenciado la celebración del matrimonio
y, en defecto de estas pruebas, por la notoria posesión del estado civil”. En cuanto a esta última forma de
probar el matrimonio, o sea, la posesión notoria del estado civil, cabe señalar que “Se entiende por poseer
un estado civil, su goce público, sin protesta ni reclamo de nadie. Tres elementos constituyen la posesión
notoria de un estado civil: el nombre, el trato y la fama” 23. Para que se configure la posesión notoria del
estado civil de casado, es menester que los supuestos cónyuges se hayan tratado como marido y mujer en
sus relaciones domésticas y sociales, en forma continua y por un lapso no inferior a 10 años.
Por otra parte, tratándose de la prueba supletoria del estado civil de madre, padre o hijo, a falta de partida o
subinscripción, la filiación sólo podrá acreditarse o probarse por los instrumentos auténticos por los que ésta
se hubiere determinado legalmente, y a falta de éstos, el estado de padre, madre o hijo deberá probarse en
23
Ramos Pazos, René. Derecho de Familia, tomo II. Quinta edición. Santiago: Editorial Jurídica de Chile, 2005, p. 513.
28
§ 7. Evolución del Derecho de Familia en Chile. Como observa Paulina Veloso, en el trabajo antes citado, a
la entrada en vigencia del Código Civil chileno las ideas base o fundamentales del Derecho de Familia eran
las siguientes:
7.1. Matrimonio religioso e indisoluble. El Código Civil original reconoció como único matrimonio válido el
impedimentos y jurisdicción para conocer su nulidad. Incluso los no católicos debían celebrar su matrimonio
ante un sacerdote católico, pero que actuaba en ese caso como ministro de fe. Conviene recordar que
Francia había secularizado el matrimonio medio siglo antes. En el caso chileno, la secularización institucional
del matrimonio se produciría con la primera Ley de Matrimonio Civil, de 1884, la cual puso la celebración del
matrimonio así como su registro a cargo de un órgano estatal, el Servicio de Registro Civil e Identificación,
entregando al mismo tiempo el conocimiento de las cuestiones relativas a su validez a los tribunales de
justicia. Veremos que la nueva ley de Matrimonio Civil, de 2004, admite la celebración del matrimonio ante
un ministro de culto de una entidad religiosa que goce de personalidad jurídica de derecho público (artículo
20 LMC), sometiendo los efectos de tales matrimonios a los requisitos que la propia ley contempla y que se
estudiarán en su momento.
En cuanto a la indisolubilidad del matrimonio, el Código Civil en su texto original estableció como única
causa de disolución del matrimonio la muerte de uno de los cónyuges, estableciendo que en los demás
aspectos relativos a la validez del matrimonio tocaba a la autoridad eclesiástica decidir. Expresó Bello a este
respecto en el Mensaje:
“Se conserva a la autoridad eclesiástica el derecho de decisión sobre la validez del matrimonio y se reconocen
como impedimentos para contraerlo los que han sido declarados tales por la Iglesia Católica. El matrimonio
que es válido a los ojos de la Iglesia, lo es también ante la ley civil; sin que por eso saliese de sus límites
racionales el poder temporal cuando negase los efectos civiles a un matrimonio que le pareciese de
perniciosas consecuencias sociales y domésticas, aunque la autoridad eclesiástica hubiese tenido a bien
29
permitirlo, por consideraciones de otro orden, relajando a su pesar las reglas ordinarias en circunstancias
excepcionales”.
A su turno, la primera Ley de Matrimonio Civil, de 1884, contempló como causales de disolución del
matrimonio la muerte –real o presunta- de alguno de los cónyuges y la declaración de nulidad. Esa misma
ley estableció una forma de divorcio que no suponía la disolución del vínculo matrimonial sino únicamente
la separación de cuerpos. Cabe observar que ya al discutirse la dicha Ley de Matrimonio Civil, don Manuel
Novoa, diputado radical de la época, propuso una indicación para permitir que el matrimonio se disolviese.
Con posterioridad y a todo lo largo del siglo XX un buen número de proyectos de ley se sucedieron
proponiendo la incorporación del divorcio a la legislación nacional (1914, 1927, 1934, 1964, 1969). Finalizada
la dictadura militar, todavía se presentarían tres nuevos proyectos legislativos, el primero en 1991, el
segundo en 1993 y el tercero en 1995. Este último es el que, nueve años más tarde, se convertiría en la
nueva Ley de Matrimonio Civil de 2004 en actual vigencia. De esa forma, y con la sola excepción de Malta, se
Es bien sabido, sin embargo, que ya desde la década de 1920, se había venido desarrollado
sistemáticamente y con concurso de la jurisprudencia, una práctica que hizo las veces de divorcio a través de
la declaración de nulidades matrimoniales fundadas en una falsa incompetencia del oficial del Registro Civil.
Difícilmente se encontrará, a nuestro juicio, un mejor ejemplo de aquel “divorcio” (nunca mejor dicho) entre
7.2. Incapacidad relativa de la mujer casada. En el Código original la mujer casada era relativamente
incapaz. Se argumentó siempre que tal incapacidad era una exigencia del único régimen de bienes del
matrimonio que contemplaba el Código primitivo, y que era la sociedad conyugal, la cual entregaba, sobre
todo en un inicio, una libertad casi ilimitada al marido en cuanto a la administración de los bienes de ambos
cónyuges. La Ley 18.802 de 1989 otorgó la plena capacidad a la mujer sin importar el régimen de bienes de
su matrimonio.
30
7.3. Existencia de la potestad marital y consiguiente subordinación de la mujer al marido. Esta
subordinación de la mujer al marido es propia de las ideas que prevalecían, no solo en nuestro país, a la
época de la codificación. Las palabras de Napoleón ante el Consejo de Estado son un buen reflejo de lo que
decimos: “La naturaleza ha hecho de nuestras mujeres nuestras esclavas (…) el marido tiene el derecho de
decir a su mujer: señora usted no saldrá. Señora, usted no irá a la comedia. Señora, usted no verá a tal o cual
persona. Es decir: señora, usted me pertenece en cuerpo y alma”. Bastante más desalentador es que –como
muestra Veloso- doscientos años más tarde esta misma ideología pudiere habitar en las mentes de quienes
redactaron la Constitución chilena vigente. Es así que en la misma sesión en que el Comisionado Jaime
Guzmán señalaba como “evidente que la cabeza de la familia debe ser el hombre, el padre o el marido”, el
Comisionado Ortúzar consideraba “evidente que la igualdad no puede ser absoluta, ya que en toda
organización, en toda célula familiar tiene que haber un jefe que no puede ser otro que el marido o el padre.
La autoridad marital, la autoridad paternal, la patria potestad deben mantenerse” (sesión 93, 5 de diciembre
de 1974). “La mujer –expresaba este último en la sesión siguiente- es un ser naturalmente débil y debe
apoyarse en la autoridad del marido”. La potestad marital sólo se lograría abolir en Chile en 1994.
7.4. Inmutabilidad del régimen de bienes del matrimonio. En el Código Civil original no existió otro régimen
matrimonial que el que hasta hoy consagra el artículo 135, es decir, la sociedad conyugal. Una reforma legal
de 1925 permitió pactar separación de bienes en las capitulaciones matrimoniales, con lo que desde ese
momento la sociedad conyugal pasó a convertirse en el régimen legal supletorio (llamado a operar en el
silencio de las partes en las capitulaciones). Una modificación posterior, de 1943, permitió a los cónyuges
sustituir el régimen de sociedad conyugal bajo el que se habían casado por la separación total de bienes. Por
último, la Ley 19.335, de 1994, incorporó a nuestro sistema civil, como régimen alternativo, el régimen de
7.5. Preponderancia casi irrestricta del marido en la administración de los bienes. Como se indicó, el único
régimen de bienes del matrimonio que contempló el Código Civil en su texto original fue la sociedad
conyugal, y se caracterizó además este régimen por entregarle al marido, en cuanto jefe de la sociedad
conyugal, la administración tanto de los bienes sociales como de los propios de cada cónyuge, y por
31
facultarlo para ejercer dicha administración con una libertad prácticamente irrestricta. Diversas reformas
legales fueron atemperando progresivamente esta libertad administrativa del marido, sea por la vía de
permitir a aquellas mujeres que ejercieren un trabajo o labor profesional separadamente de su marido que
administren el producto de dicha labor, o como se le llamó, el patrimonio reservado de la mujer casada,
(reforma de 1925), sea por la vía de establecer limitaciones –representadas básicamente por la necesidad de
autorización de la mujer- a los actos de disposición y administración que el marido haga de los bienes
sociales así como de los propios de la mujer (reformas de 1952 y 1989). Con todo, y pese a las limitaciones
que se han ido estableciendo, el régimen de sociedad conyugal subsiste en el Código Civil como uno que
radica la administración y disposición de los bienes de ambos cónyuges en el marido. Veremos que esto ha
7.6. Patria potestad exclusiva del padre y con poderes absolutos. El principio básico de la organización
familiar de tipo patriarcal, la subordinación al pater. Bello se separó de lo que era la tendencia universal en
materia de patria potestad –incluir en ella tanto lo relativo a la persona como a los bienes del hijo- y la limitó
únicamente a los bienes. Legislación de 1925 y 1934 vino a reparar muy parcialmente esta situación al
permitir la patria potestad de la madre pero sólo a falta del padre legítimo. La evolución en esta materia
concluye con la Ley 19.585, que dio al artículo 244 del Código Civil la siguiente redacción: “La patria potestad
será ejercida por el padre o la madre o ambos conjuntamente, según convengan en acuerdo suscrito por
escritura pública o acta extendida ante cualquier oficial del Registro Civil”.
7.7. Filiación matrimonial fuertemente favorecida. Atendiendo a las circunstancias bajo las cuales fueron
concebidos –si dentro o fuera del matrimonio- el Código Civil original contempló dos clases fundamentales
de hijos: legítimos e ilegítimos. Estos últimos, a su turno, podían serlo de tres clases: naturales, simplemente
ilegítimos y de dañado ayuntamiento. La clase de relación en que había tenido la desgracia de ser concebido
este tercer tipo de ilegítimo llevaba al Código, en su infinita bondad y sabiduría, a prohibir su
reconocimiento. Una ley de 1935 vino a acabar con la categoría de los hijos de dañado ayuntamiento (lo
32
mismo que sus prejuiciosas subespecies: adulterinos, incestuosos y sacrílegos)24, con lo que la clase de los
ilegítimos quedó desde entonces formada únicamente por los naturales y los simplemente ilegítimos. A la
condición de natural se accedía por el reconocimiento. Señalemos de paso que el Código original no
aceptaba la filiación adoptiva, que sólo vino a establecerse por una Ley de 1934 (la primera de tantas que
La Ley 10.271 de 1952 mejoró sustancialmente la situación de los hijos naturales pero sin llegar a igualarlos
en derechos a los legítimos. Habría que esperar hasta fecha tan reciente como 1998 para que se produjera la
Otra característica del Código original en materia de filiación es que no admitió la investigación de la filiación
no matrimonial, no obstante que a la fecha en que se dictó el Código chileno varios códigos ya la admitían,
dejando el reconocimiento a la entera voluntad del padre. En el Mensaje, Bello ejercita su elocuencia sobre
el punto:
“La calidad de hijo legítimo es una de las más importantes que el derecho civil ha creado. ¿Cómo, pues,
dejarla a la merced de pruebas testimoniales, tan fáciles de fraguar, si no en la vida de los padres, a lo
menos después de sus días? ¿Penetrará la ley en las tinieblas de esas conexiones clandestinas, y les conferirá
el derecho de constituir por sí solas la presunción de paternidad, que es el privilegio del matrimonio? Un
comercio carnal, vago, incierto, en que nada garantiza la fidelidad de una mujer que se ha degradado, ¿será
un principio de legitimidad, aunque no lo corrobore el juicio del padre? Y suponiendo que éste crea suya la
prole ilegítima, ¿será obligado a legitimar un hijo o hija de malas costumbres, y se le pondrá en la alternativa
¿irá contra su voluntad a participar del envilecimiento ajeno, y a poner la administración de sus bienes en
manos de un hombre perdido? El derecho canónico relajó en esta parte los principios del romano; pero a la
potestad temporal es a la que toca prescribir las condiciones necesarias para el goce de los derechos civiles”.
24
Claro Solar, Luis. Explicaciones de Derecho Civil chileno y comparado. Vol. I, t. II, p. 254. Santiago: Editorial Jurídica,
2013.
33
Habría que esperar todavía ochenta años, para que una ley de 1935 abriera la puerta a la investigación de la
paternidad y la maternidad ilegítimas, únicamente para fines alimenticios. Tal investigación no importaba el
reconocimiento forzado, algo que sólo se establecería por reforma legal de 1952.
Sólo la Ley 19.585, de 1998, puso definitivamente término a la discriminación legal de los hijos, asignándoles
los mismos derechos sin importar que provengan de filiación matrimonial o no matrimonial.
7.8. No reconocimiento jurídico de las familias de hecho. Parece una evidencia, de acuerdo con lo
expuesto, que en su concepción original del Código Civil, Bello no consideró la realidad social de las uniones
de hecho sino para reprochar, oblicuamente y en la persona de quienes tuvieran la desgracia de nacer fruto
Lentamente, sin embargo, el sistema jurídico irá haciéndose a la idea de regular las uniones no
matrimoniales y la familia que pudiere surgir de éstas. Es así que, por una parte, la jurisprudencia nacional
fue desarrollando una cierta disciplina o forma de abordar los problemas, sobre todo de orden patrimonial,
que pudieren surgir entre los convivientes o bien a la muerte de uno de estos. Para ello la jurisprudencia
recurrió a las nociones y principios generales del derecho patrimonial (cuasicontrato de comunidad,
repudiación del enriquecimiento sin causa, posesión, etc.). Algunos precedentes interesantes se dieron
también al otorgar indemnizaciones por daño moral. A ello se sumó la legislación, que sobre todo desde la
segunda mitad del siglo XX, comenzó a contemplar entre sus regulaciones algunas a favor de los
previsionales y subsidios, violencia intrafamiliar, además de algunas disposiciones de orden procesal y penal.
Esta consideración progresiva, pero más bien inorgánica, describe relativamente bien la situación con que el
siglo XX tocó a su fin. No obstante, el curso de los acontecimientos a comienzos de este nuevo siglo –unido
al ejemplo de numerosas naciones- ha llevado a la reciente aprobación de la Ley 20.830, que consagra y
regula el denominado acuerdo de unión civil, arreglo formal, distinto del matrimonio, por el que podrán
optar, a partir de octubre próximo, parejas de distinto o del mismo sexo, como forma de organizar su vida
34
en común. De guisa que tal vez debiéramos homenajear las dotes predictivas del profesor Barrientos, quien
en un trabajo de 2007, conjeturaba que muy probablemente llegaríamos a una trilogía formada por:
“a) estatuto jurídico matrimonial: para quienes quieran casarse y de hecho lo hagan; b) estatuto jurídico de
las ‘uniones legales de hecho’ (¡): para quienes no quieran casarse y ‘acuerden’ una ‘unión de hecho’; y c)
estatuto jurídico jurisprudencial: para quienes ni contraigan matrimonio, ni convengan una ‘unión legal de
hecho’ (¡)”25
Evocando el título de un conocido cuento de José Luis Rosasco, tendríamos que responder a esta cita
diferenciado de la violencia intrafamiliar fue completamente ajeno no sólo al Código Civil chileno sino al
conjunto de nuestra legislación hasta fecha muy reciente. Es sólo desde mediados de los noventa que,
inscribiéndose en una tendencia mundial, el legislador democrático decide emitir legislación especial en la
materia. En este corto plazo nuestro sistema jurídico ha conocido dos leyes de violencia intrafamiliar:
primeramente la 19.325 de 1994, la cual fue derogada en 2005 por la Ley 20.066 que desde entonces
permanece vigente.
7.10. Adulterio como ilícito penal y civil tipificado discriminatoriamente contra la mujer. De forma
abiertamente discriminatoria, la Ley de Matrimonio Civil de 1884 –previo a su reforma por la Ley 19.335 de
1994- prohibía a la mujer contraer matrimonio con su co-reo en el delito de adulterio. Pues bien, junto con
despenalizar el adulterio –mediante derogación de los artículos 375 a 381 del Código Penal- la citada Ley
19.335 modificó en este punto la Ley de Matrimonio Civil entonces vigente estableciendo que “No podrá
contraer matrimonio el que haya cometido adulterio con su participe en esa infracción, durante el plazo de
cinco años contado desde la sentencia que así lo establezca”. Con ello, la anterior Ley de Matrimonio Civil
25
Barrientos Grandón, Javier. De las uniones de hecho. Legislación, doctrina y jurisprudencia. Santiago: Legal Publishing,
2009.
35
hacía del adulterio un impedimento para contraer matrimonio que era aplicable tanto al hombre como a la
mujer. La nueva Ley de Matrimonio Civil de 2004 vino a derogar este impedimento con lo que el adulterio no
constituye actualmente un impedimento para casarse. Cabe observar, con todo, que el adulterio sigue
siendo un ilícito civil, el cual, de conformidad con el artículo 132 del Código Civil “constituye una grave
infracción al deber de fidelidad que impone el matrimonio y da origen a las sanciones que la ley prevé”. La
misma disposición describe en su inciso segunda la conducta que se reprocha, señalando que “Cometen
adulterio la mujer casada que yace con varón que no sea su marido y el varón casado que yace con mujer
que no sea su cónyuge”. De acuerdo con los artículos 26 y 54 de la Ley de Matrimonio Civil vigente, el
adulterio puede configurar causal de separación judicial, y en la medida en que fuere reiterado, configura
CUADRO SINÓPTICO
36
193 Ley 5.343 Ley de Adopción.
4
199
37
4 Introdujo el régimen de participación en los gananciales
y los bienes familiares.
Ley 19.335
Puso término al distinto trato del adulterio cometido por
hombres o mujeres.
201 Ley 20.680 Sobre cuidado personal de los hijos en caso de separación
3 de los padres.
Descontado el hito secularizador de la primera Ley de Matrimonio Civil de 1884, el cuadro permite observar
que si bien existió, a todo lo largo del siglo XX (con la considerable excepción del período de la dictadura
militar) una tendencia sostenida a morigerar los rudos perfiles iniciales del Código Civil en materia de
familia, sólo a partir de la década de 1990 se inicia en Chile un proceso de auténtica renovación del Derecho
38
DERECHO MATRIMONIAL
directamente con él: Los esponsales y las capitulaciones matrimoniales. En cuanto al matrimonio mismo, se
examinará, primero, su concepto, su naturaleza jurídica y sus características más salientes, para continuar
con el análisis de sus requisitos de existencia y validez, lo que implica detenerse en las formalidades que la
ley exige para su celebración. Seguidamente, pasaremos a estudiar los remedios institucionales que la
legislación prevé para las situaciones de crisis de la vida en común: la separación de hecho, la separación
judicial y la eventual reanudación de la vida en común; para estudiar después, como formas de término o
disolución del matrimonio, además de la muerte de uno de los cónyuges, el divorcio y la nulidad. En una
tercera etapa, se examinarán los efectos del matrimonio, tanto personales como patrimoniales. En relación
a los últimos, y luego de revisar los principales regímenes económicos del matrimonio que conoce el
Derecho comparado, nos detendremos en el análisis de los tres regímenes que contempla actualmente
gananciales. Si bien reservaremos para la siguiente unidad el estudio de las uniones de hecho y del recién
creado acuerdo de unión civil 26, serán inevitables a lo largo de la presente unidad, las constantes referencias
a este último.
Bibliografía mínima: Barrientos Grandón, Javier y Novales Alquezar, Aránzazu, El Nuevo Derecho
Matrimonial chileno. Ramos Pazos, René, Derecho de Familia, tomo I (5ª edición). Santiago: Editorial Jurídica
de Chile, 2005. Ruz Lártiga, Gonzalo. Explicaciones de Derecho Civil. Tomo V: Derecho de las personas en
familia. Santiago: Legal Publishing, 2012. Court Murasso, Eduardo. Curso de Derecho de Familia (2 edición).
Santiago: Legal Publishing, 2009; Del mismo autor: Nueva Ley de Matrimonio Civil. Santiago: UAI - Legis,
2004.
26
Cuya regulación legal debe entrar en vigor el segundo semestre del presente año.
39
I. ACTOS JURÍDICOS PRE-MATRIMONIALES.
§ 1. LOS ESPONSALES.
1.1. Concepto. Equivalen estos, según lo declara expresamente el artículo 98 del Código Civil, a la promesa
Conceptualmente, los esponsales requieren diferencia de sexos de quienes los celebran, dado que se trata
de una promesa de matrimonio, y hasta la fecha el contrato matrimonial en nuestra legislación supone
diferencia de sexo de los contrayentes. En la misma línea, los esponsales se distinguen de cualquiera otra
En cuanto a la naturaleza jurídica de los esponsales, tradicionalmente la doctrina trata los esponsales como
un contrato, opinión que se apoya, entre otras cosas, en que el propio Código Civil, en el artículo 101, se
refiere al “contrato de esponsales”. Con todo, se ha argumentado por algunos que, tratándose, en concepto
del propio Código Civil, de un “hecho privado” cuyo cumplimiento queda entregado enteramente a la
conciencia de quienes lo realizan, mal puede calificárselo de contrato. De acuerdo con esta segunda opinión,
un mero hecho privado que no genera obligaciones civiles ni naturales no puede ser un contrato, al margen
1.2. Efectos de los esponsales. Dispone el artículo 98 que “los esponsales o desposorio, o sea la promesa de
matrimonio mutuamente aceptada, es un hecho privado, que las leyes someten enteramente al honor y
conciencia del individuo, y que no produce obligación alguna ante la ley civil”. Agrega el inciso segundo que
“No se podrá alegar esta promesa ni para pedir que se lleve a efecto el matrimonio, ni para demandar
indemnización de perjuicios”.
De manera que, como regla general, los esponsales o desposorio carecen de todo efecto obligacional, algo
que por lo demás ya anticipaba Bello desde el mismo Mensaje, al observar allí que “La promesa de
40
matrimonio mutuamente aceptada, es en este proyecto un hecho que se somete enteramente al honor y
conciencia de cada una de las partes, y no produce obligación alguna ante la ley civil”. Acertadamente
observa Ruz que la razón por la que el legislador se abstiene de otorgar una acción para exigir el
cumplir el desposorio, el matrimonio carecería de affectio maritalis, sería fruto de la fuerza, y no habría un
los esponsales. El artículo 99 señala que si las partes hubieren pactado una multa para el caso de incumplirse
la promesa matrimonial, la parte defraudada no dispondrá de acción para exigir su pago, pero añade que si
la multa se hubiere pagado, la parte que recibió el pago podrá retenerlo. Como se sabe, si bien hay quien ha
querido ver en esta hipótesis un caso de obligación natural, no es esa la tesis mayoritaria. A juicio de la
mayoría, una pena o multa civil es una forma de caución y por tanto una obligación accesoria a otra
principal, lo que aquí no sucede, toda vez que los esponsales no producen obligaciones civiles ni naturales
toda vez que el cumplimiento de los deberes que engendra quedan entregados por la ley “enteramente” a la
conciencia de las partes. Bajo esta perspectiva, la imposibilidad de recobrar la multa pagada tiende a
entenderse como una pura sanción civil. Ambas tesis son discutibles.
¿Qué ocurre con las donaciones por causa de matrimonio que puedan haberse efectuado una vez que los
esponsales se incumplen? El artículo 100 del Código Civil precisa que, en el evento de ruptura de los
esponsales, podrá demandarse la restitución de lo donado. Esto no porque las donaciones por causa de
matrimonio sean negocios accesorios a los esponsales sino porque, como su nombre lo indica, tales
donaciones tienen por causa el matrimonio, mismo que ya no se celebrará. (Relacionar con artículo 1787).
Finalmente, el artículo 101 admite la prueba de los esponsales como agravante del delito de rapto de
seducción. En la antigua Ley de Matrimonio Civil, se contemplaba el rapto como vicio del contrato
matrimonial. El rapto, que podía serlo de fuerza o de seducción, era un delito que sólo podía tener como
41
víctima a una mujer. Y se llamaba rapto de seducción al que se perpetraba abusando de la inexperiencia o
inocencia de la mujer. La figura fue derogada, desapareciendo de la nueva Ley de Matrimonio Civil del año
2004.
§ 2. CAPITULACIONES MATRIMONIALES.
2.1. Definición legal. El artículo 1715 inciso primero define las capitulaciones matrimoniales como
“Convenciones de carácter patrimonial que celebran los esposos antes de contraer matrimonio o en el acto
de celebrarlo”.
2.2. Características.
a) Convención. Las capitulaciones matrimoniales son actos jurídicos bilaterales, esto es, convenciones. Y es
en razón de este carácter convencional que, una vez perfeccionadas, no podrán alterarse o dejarse sin
efecto por la voluntad unilateral de ninguna de las partes, sólo por el acuerdo de ambas. Interesa precisar,
además, que una vez que el matrimonio se celebra, las capitulaciones se vuelven inmutables, con lo que ni
siquiera los cónyuges de común acuerdo podrán alterarlas o dejarlas sin efecto. La única excepción a dicha
inmutabilidad radica en la posibilidad que asiste a los cónyuges de sustituir el régimen de bienes del
matrimonio (artículo 1716). Por cierto, este pacto de sustitución del régimen de bienes ya no equivale a
capitulaciones, puesto que estas sólo pueden celebrarse antes del matrimonio o en el momento de su
celebración, pero nunca durante el matrimonio. Dicho de otro modo, las capitulaciones matrimoniales sólo
pueden celebrarse por los esposos pero nunca por los cónyuges.
b) Se trata de un acto jurídico dependiente. Las capitulaciones subordinan sus efectos a que otro acto
jurídico -el matrimonio- en efecto se celebre. Eso le confiere a las capitulaciones matrimoniales el carácter
de actos jurídicos dependientes. Tal como ha advertido la doctrina, hay dos sentidos en los que un acto
jurídico puede decirse accesorio a otro: el primero es la dependencia, e implica que un acto jurídico requiere
para subsistir y producir sus efectos de otro acto jurídico que se dice principal; el segundo sentido es la
42
garantía y supone que el acto jurídico asegura la celebración del acto principal o el cumplimiento de las
obligaciones. Es claro que las capitulaciones sólo son accesorias al contrato de matrimonio en el primer
c) Tienen una oportunidad o época señalada por la ley en la que pueden convenirse. En efecto, y tal como
lo expresa el artículo 1715, las capitulaciones matrimoniales pueden celebrarse en dos oportunidades: antes
relevancia práctica ya que mientras las primeras –previas al matrimonio- pueden tener cualquier contenido
patrimonial con tal que no sea contrario a las buenas costumbres ni las leyes, en las segundas –coetáneas a
la celebración del matrimonio- sólo pueden tener por objeto la estipulación del régimen de separación total
d) Por regla general, son inmutables. Como se explicó, las capitulaciones sólo pueden alterarse, por las
mismas personas que las celebraron, con las mismas solemnidades requeridas para su otorgamiento, y hasta
antes de la celebración del matrimonio. Una vez celebrado el matrimonio se vuelven inmutables con la sola
e) Se trata de un acto jurídico solemne. Las capitulaciones matrimoniales son siempre solemnes, pero a
efecto de determinar cuál es la específica solemnidad que deben cumplir, es preciso distinguir: de una parte,
las capitulaciones celebradas antes del matrimonio, y de otra, las capitulaciones que se otorgan en el
momento mismo de la celebración del matrimonio. Mientras las primeras –o sea las anteriores al
matrimonio, inscripción que deberá practicarse dentro de los 30 días siguientes a la celebración del
matrimonio; las segundas –es decir las que se otorgan al momento de celebrarse el matrimonio- se
2.3. Capacidad para celebrarlas. Para celebrar las capitulaciones matrimoniales se requiere la misma
capacidad que para contraer matrimonio. Ahora bien, y atendido que se puede poseer capacidad nupcial
aun siendo menor de edad (por ejemplo, un muchacho de 17 años), si este fuere el caso, se requerirá
43
autorización de las mismas personas llamadas a consentir en el matrimonio o bien del curador respectivo
Cabe precisar, con todo, que el artículo 1721 consigna un conjunto de materias cuya inclusión entre las
capitulaciones matrimoniales por parte de un sujeto que siendo menor de edad sea hábil para casarse,
requerirá necesariamente de autorización judicial (tales materias son: renunciar gananciales, enajenar
2.4. Objeto o contenido de las capitulaciones matrimoniales. Las capitulaciones matrimoniales pueden
versar sobre cualquier materia de tipo patrimonial, sin otro límite que el de no contener estipulaciones
De manera que la regla básica es la permisión, lo que por lo demás es propio del Derecho Privado. Pero es
importante recordar aquí, que el artículo 1715 inciso segundo limita el objeto y contenido de las
capitulaciones matrimoniales que se celebren en el acto mismo del matrimonio, al disponer que, en éstas,
sólo podrá pactarse el régimen de separación total de bienes o el de participación en los gananciales.
Fuera de esa restricción, volvamos a insistir en que las capitulaciones matrimoniales pueden tener cualquier
contenido que no sea contrario a las buenas costumbres ni a las leyes. En particular, aunque sólo por vía
a) Determinación del régimen de bienes del matrimonio (artículos 1715, 1718 y 1720).
44
En cambio, deberán tenerse por ilícitas las estipulaciones:
b) Expresamente excluidas por una norma legal (así, por ejemplo, el artículo 1721 inciso tercero dispone que
“No se podrá pactar que la sociedad conyugal tenga principio antes o después de contraerse el
matrimonio”).
c) Expresamente prohibidas por una norma legal (así, v.gr., la renuncia de los esposos a la acción de divorcio
o de separación judicial).
d) Que vayan en detrimento de deberes indisponibles de los cónyuges entre sí o respecto de los
descendientes comunes.
2.5. Efectos de las capitulaciones matrimoniales. Se indicó antes que las capitulaciones matrimoniales
equivalen a actos jurídicos dependientes, en la medida en que sus efectos se subordinan a la efectiva
celebración del matrimonio, y toda vez que se cumplan los demás requisitos establecidos por la ley en
II. EL MATRIMONIO.
§ 1. Definición legal. Es célebre la definición del artículo 102 del Código Civil, en cuanto establece que el
matrimonio es “un contrato solemne por el cual un hombre y una mujer se unen actual e indisolublemente,
y por toda la vida, con el fin de vivir juntos, de procrear y de auxiliarse mutuamente”.
§ 2. Observaciones a la definición legal con especial énfasis en las características del matrimonio que se
siguen de ella. Fluyen de la definición que se acaba de transcribir las siguientes notas que caracterizan al
2.1. El matrimonio es “un contrato”. Al Importar el matrimonio un acuerdo de voluntades libres, generador
para quienes lo concluyen de derechos y obligaciones, el Código Civil chileno lo define como un contrato.
45
Con ello, nuestro legislador civil adoptó una posición, que en doctrina está lejos de ser unánime, en punto a
la naturaleza jurídica del matrimonio. Frente a esta tesis de naturaleza convencionalista, que en principio
sugiere la idea de un acto de naturaleza estrictamente privada y de cara al cual los cónyuges se encontrarían
investidos de una fuerte libertad de configuración normativa, otras doctrinas tienden a resaltar las fuertes
limitaciones que impone el orden jurídico al matrimonio, haciendo de éste más bien una institución, con una
estructura preestablecida, por la que los cónyuges optan y a la que libremente deciden adherir. En la misma
línea, los partidarios de la tesis del matrimonio como institución, observan que el rol que la función que le
cabe al oficial del Registro Civil es ciertamente distinta de aquella que desempeña un mero ministro de fe -
como podría serlo un notario en un contrato ordinario. Por otra parte, y en el extremo opuesto a la tesis del
2.2. Contrato solemne. Veremos que el contrato matrimonial tiene como solemnidades la presencia del
2.3. Carácter heterosexual y monógamo. Al definir la norma legal al matrimonio como un contrato que se
celebra entre “un hombre y una mujer” excluye, a un tiempo, la posibilidad del matrimonio homosexual o
entre personas del mismo sexo –hoy jocosamente llamado matrimonio igualitario- y la posibilidad de
2.4. Se unen actual e indisolublemente y por toda la vida. Probablemente sea este el rasgo de la definición
que más observaciones suscita en la actualidad. La idea fundamental es que, así definido, el matrimonio es
un acto que por su esencia es puro y simple y no admite modalidades, como plazo, condición o modo. No
obstante, diversos comentaristas han señalado que, a partir de la entrada en vigencia de la Ley de
Matrimonio Civil de 2004, la definición del artículo 102 del Código Civil ya no se condice con la realidad de
nuestra legislación, toda vez que la citada Ley de 2004 vino a introducir el divorcio como una nueva forma
de disolución del vínculo matrimonial. Luego, mal puede seguirse definiendo el matrimonio como un
contrato indisoluble. La opinión nos parece acertada. Y contra lo sostenido, entre otros por el profesor
46
Hernán Corral, quien sostuvo la pertinencia de mantener la definición del artículo 102 tal como la concibió
Bello sobre la base de que las instituciones legales deben definirse atendiendo a su uso general, y nadie se
casa para divorciarse, nos parece que el carácter disoluble o indisoluble de una relación jurídica no dice
relación con la voluntad subjetiva con que las personas la utilizan sino con el hecho objetivo de que la
2.5. Un conjunto de fines. Por último, es llamativo en la definición del artículo 102 del Código Civil, el que el
matrimonio aparece como una institución fuertemente finalizada. Los esposos se unen, de acuerdo con la
definición, con el fin de vivir juntos, de procrear y de auxiliarse mutuamente. Algunos de estos fines parecen
claramente excesivos. Es el caso de la procreación, atendido que se reconoce la licitud del matrimonio in
articulo mortis, y que nadie objeta la licitud del matrimonio entre ancianos o entre personas que no pueden
procrear. Además, veremos que la Ley de Matrimonio Civil de 2004, eliminó la impotencia perpetua e
incurable como un impedimento para contraer matrimonio. Por su parte, el auxiliarse mutuamente, más
que un fin o causa del matrimonio, equivale a un efecto del mismo, concretamente a uno de los deberes
esenciales que de él nacen para los cónyuges. Otra razón para haber modificado la definición cuando hubo
ocasión de hacerlo.
§ 3. Requisitos del contrato matrimonial. El examen de los requisitos del matrimonio supone distinguir dos
3.1. Requisitos de existencia del matrimonio. Son estos: la diversidad de sexo de los contrayentes, su
consentimiento, y la presencia del oficial del Registro Civil. A falta de alguno de ellos, la consecuencia es la
inexistencia no la nulidad. Y dado que la inexistencia opera de pleno derecho, al juez sólo le cabe
constatarla. Cabe precisar, con todo, que algunas veces, debiendo declararse la inexistencia –por omisión de
alguno de los requisitos mencionados (por ejemplo, porque el matrimonio se contrajo ante un funcionario
diplomático)- los tribunales declaran la nulidad. Ello obedece –como se verá oportunamente- a que el
matrimonio nulo todavía puede ser putativo con lo que surtirá los mismos efectos que el válido (artículo 51
47
LMC), lo que puede ser relevante a fin de aminorar los efectos negativos de la ineficacia. Pero lo que en rigor
sobre el valor que cabría atribuirle a un matrimonio celebrado entre dos personas del mismo sexo, habida
cuenta de que la legislación no contemplaba como causa de nulidad la igualdad de sexos y que la nulidad
sólo procede habiendo texto expreso que la establezca (pas de nullite sans texte).
En relación con el consentimiento como requisito de existencia, conviene señalar que el Código Civil admite
expresamente en su artículo 103 el matrimonio por poder, esto es, el mandato para contraer matrimonio.
De acuerdo con esa misma disposición legal este mandato debe ser especial, solemne (la solemnidad es el
otorgamiento por escritura pública) y determinado por cuanto debe indicar el nombre, apellido, profesión y
3.2. Requisitos de validez del matrimonio. Los requisitos de validez del contrato matrimonial son tres:
3.2.3. Cumplimiento de las formalidades legales. En este mismo orden los examinaremos, señalando en
Este requisito supone la ausencia de vicios que afecten el consentimiento matrimonial. Un consentimiento
libre y espontáneo es un consentimiento exento de vicios. Y de conformidad con el artículo 8 de la LMC, los
vicios de que puede adolecer el consentimiento en el contrato de matrimonio son dos: Error y fuerza 27.
27
Como se observó en otra sección, la anterior Ley de Matrimonio Civil contemplaba además el rapto, pero esta causa
fue excluida en la LMC de 2004.
48
El dolo no es un vicio del consentimiento en materia matrimonial, ya que tradicionalmente se ha entendido
como normal el que los pretendientes exageren sus cualidades con antelación al matrimonio, lo que
a.2. Error acerca de alguna de las cualidades del otro contrayente que atendida la naturaleza de los fines del
En lo que hace al primer tipo de error, o sea, el error acerca de la identidad del otro contrayente, mutatis
mutandis, resultan aplicables a esta materia las consideraciones hechas al tratar del error en la persona del
otro contratante como forma de error que afecta a la generalidad de los actos o negocios jurídicos que
tienen el carácter de intuito persona. Fundamentalmente se trata de que no cualquier error acerca de la
identidad del otro contrayente, poseerá entidad o gravedad suficiente para causar la nulidad del acto, en
este caso del matrimonio, un puro error en el nombre o en un dato de la identidad civil, desde luego no la
produce. Debe tratarse de una equivocación que supondría resultar casado con una persona distinta de
aquella con la que se pretendía contraer nupcias (por ejemplo, un hermano gemelo y del mismo nombre).
Comentando, por otra parte, la segunda forma de error que se enunció, señalemos que de la sola lectura del
artículo 8 queda claro que no es el error sobre cualquiera cualidad del otro contrayente la que vicia el
consentimiento matrimonial. Debe tratarse de alguna cualidad que atendida la naturaleza o fines del
matrimonio (o para ser todavía más fieles a la redacción de la norma: la naturaleza de los fines del
matrimonio) deba estimarse como determinante para otorgar el consentimiento nupcial. De esa forma, en
su vaguedad, la alusión a la naturaleza de los fines del matrimonio, ayuda a objetivar el carácter
determinante para unos bien puede no serlo para otros. Pero de ese extenso universo de cualidades
subjetivamente determinantes, habrá que considerar únicamente las que, a la luz de la naturaleza de los
fines del matrimonio, puedan seguir estimándose determinantes. Se menciona el caso de quien se casa
49
ignorando que la persona con quien contrae matrimonio es impotente o estéril. Atendida la definición de
matrimonio del artículo 102 del Código Civil, es claro que si bien la reproducción no es el único fin del
matrimonio, sí es uno de sus fines. El punto reviste hoy importancia, al menos desde un punto de vista
argumentativo, toda vez que la LMC de 2004 eliminó la impotencia perpetua e incurable como impedimento
a.2) La fuerza. El artículo 8 de la LMC establece que también falta el consentimiento libre y espontáneo
cuando ha habido fuerza según los términos de los artículos 1456 y 1457 del Código Civil, ocasionada por
una persona o por una circunstancia externa, y que hubiere sido determinante para contraer el vínculo.
Es posible que la alusión a los artículos 1456 y 1457 –reguladores en el Código Civil de la fuerza como vicio
general del consentimiento en los actos jurídicos- torne redundantes los demás elementos que menciona el
artículo 8 LMC. Y es que de conformidad con los precitados artículos del Código Civil, para viciar el
Como se sabe, la fuerza será grave, en los términos del artículo 1456 del Código Civil, toda vez que sea capaz
de producir una impresión fuerte en una persona de sano juicio, tomando en cuenta su edad, sexo y
condición. Y añade seguidamente la disposición codificada que “Se mira como una fuerza de este género
todo acto que infunde a una persona un justo temor de verse expuesta ella, su consorte o alguno de sus
La remisión de la Ley de Matrimonio Civil a los artículos 1456 y 1457 obliga a entender que el
consentimiento matrimonial tampoco resulta viciado por el temor reverencial, es decir, el solo temor de
desagradar a las personas a quienes se debe sumisión y respeto. Si se tiene en cuenta que en materias
matrimoniales el temor reverencial puede desempeñar una influencia importante, conviene recordar que lo
que en rigor expresa el artículo 1456 del Código Civil es que “el solo” temor reverencial no vicia el
consentimiento, lo que implica que éste sí puede viciar el consentimiento cuando aparece sumado a otras
circunstancias.
50
A su turno, el carácter injusto o antijurídico de la fuerza, es presupuesto por la doctrina asumiendo que mal
podría esgrimirse como causa de invalidez del acto jurídico una fuerza que fuese legítima y pertinente de
En fin, la fuerza es determinante, esta vez en los términos del artículo 1457 del Código Civil, toda vez que
Un punto de diferencia entre la norma codificada y la de la Ley de Matrimonio Civil dice relación con el
origen o fuente de la que puede provenir la fuerza. Una y otra regulaciones admiten que la fuerza provenga
de un tercero, y no necesariamente de las partes que convienen, pero la Ley de Matrimonio Civil, va más allá
y admite además que la fuerza pueda provenir de “una circunstancia externa”, lo que de algún modo
permite extender el vicio a situaciones como el matrimonio para ocultar el embarazo o aun a hipótesis
Al igual que acontece en materia patrimonial, tratándose del específico acto jurídico que es el matrimonio,
la regla general es también la capacidad. En consecuencia, por regla general, todas las personas están
dotadas de capacidad nupcial, y sólo carecen de ella, las personas que expresamente la ley declara
civil contempla dos clases de ellos: los dirimentes y los impedientes. Mientras los primeros –o sea los
dirimentes- inciden en la validez del contrato matrimonial, por lo que acarrean la nulidad del vínculo
matrimonial, los segundos no producen la nulidad del matrimonio sino otro tipo de sanciones o
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Es interesante observar que mientras que al tratar la fuerza el artículo 1457 hace depender el carácter determinante
de ésta de la psicología de quien la ejerce (“con el objeto de…”), distinto acontece en el caso del dolo. A la luz del
artículo 1458, el dolo debe tenerse por determinante –y en este caso la expresión es de la doctrina y no de la norma-
según un criterio objetivo (que aparezca “claramente que sin él no hubieran contratado”). Esto se explica porque la
capacidad objetiva de la fuerza para inducir el consentimiento depende de su gravedad. Bien es verdad que este último
requisito es, en su determinación, parte objetivo y parte subjetivo. Pero esta subjetividad es la de la víctima y no la de
quien ejerce la fuerza.
51
Mientras los impedimentos dirimentes se contienen en la Ley de Matrimonio Civil, los impedimentos
impedientes se encuentran previstos por el Código Civil, y no bajo esa denominación, sino como
a) Impedimentos dirimentes. De nuevo es necesario precisar que los impedimentos dirimentes pueden ser
de dos clases: absolutos –que impiden contraer matrimonio con cualquier persona- o relativos –que impiden
a.1. Impedimentos dirimentes absolutos. De acuerdo con el artículo 5 de la Ley de Matrimonio Civil, estos
a.1.3) Hallarse privado de razón o padecer algún trastorno o anomalía psíquica, fehacientemente
diagnosticada, que incapacite absolutamente para formar la comunidad de vida que el matrimonio
implica.
a.1.4) Carecer de suficiente juicio o discernimiento para comprender y comprometerse con los derechos y
Observaciones:
a.1.1) Hallarse unido por vínculo matrimonial no disuelto. Este impedimento no sólo produce, como
consecuencia civil, la nulidad del segundo matrimonio, también configura, en el orden penal, el delito de
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El artículo 42 transitorio de la Ley 20.830, aún no vigente, que crea el acuerdo de unión civil, introduce en el artículo
5 de la Ley de Matrimonio Civil un nuevo numeral 2° conforme al cual “No podrán contraer matrimonio: 2° Los que se
hallaren ligados por un acuerdo de unión civil vigente, a menos que el matrimonio lo celebre con su conviviente
civil;". Recíprocamente, el artículo 9 del nuevo cuerpo legal contempla como impedimento para otorgar dicho
acuerdo la existencia de vínculo matrimonial no disuelto o de otro acuerdo de unión civil vigente.
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Cabe preguntarse qué sucede si al contraerse el segundo matrimonio se estaba tramitando la nulidad del
anterior. En principio, debiéramos suponer que el impedimento se verifica y que el segundo matrimonio es
nulo, ya que mientras no se encuentre ejecutoriada la sentencia de nulidad del primer matrimonio, concurre
respecto del segundo el impedimento de vínculo matrimonial no disuelto. No obstante, la nulidad del primer
matrimonio surte, como toda nulidad, sus efectos retroactivamente, con lo que las partes son restituidas al
estado de solteros, lo que elimina –retroactivamente – el impedimento de vínculo no disuelto que afectaba
al segundo matrimonio. De ahí que tanto para conocer de la nulidad del segundo matrimonio como conocer,
en sede penal, del eventual delito de bigamia interese primero conocer las resultas del primer juicio de
nulidad. Tanto más cuanto que en caso de declararse el primer matrimonio nulo pero putativo, al surtir
iguales efectos que el matrimonio válido, el impedimento de vínculo no disuelto sí se verificará, en tanto que
a.1.2) Ser menor de 16 años. La actual Ley de Matrimonio Civil fijó como edad mínima para contraer
matrimonio los 16 años, modificando así el criterio de la ley anterior que atendía a la pubertad (mujer mayor
de 12 años y varón mayor de 14). De infringirse este impedimento, la consecuencia es la nulidad del
matrimonio, y la acción para impetrar la nulidad corresponde a cualquiera de los cónyuges o sus
ascendientes, pero alcanzados los 16 años por parte de ambos cónyuges, la acción se radica únicamente en
el o los que hubieren contraído matrimonio sin tener esa edad. En este caso la acción de nulidad prescribe
en un año contado desde la fecha en que el cónyuge inhábil llegue a la mayoría de edad.
Debe precisarse que los mayores de 16 años pero menores de 18, si bien tienen capacidad nupcial,
requieren de la autorización de determinadas personas que la ley señala. Veremos, sin embargo, que la
a.1.3) Hallarse privado de razón o padecer algún trastorno o anomalía psíquica, fehacientemente
diagnosticada, que incapacite absolutamente para formar la comunidad de vida que el matrimonio
implica. De la sola lectura de esta disposición –contenida en el número 3 del artículo 5 LMC- se advierte que
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ella en rigor contempla dos hipótesis diferentes: de una parte, la privación de razón; y de otra, el
En relación con la primera de estas hipótesis, privación de razón (demencia), procede señalar que no es
necesaria la interdicción para que se configure el impedimento. La doctrina discute si, en el caso de haberse
declarado la interdicción del privado de razón, podría alegarse con fruto el haber actuado en intervalo
lúcido.
Bastante más intrigante resulta la segunda hipótesis: padecimiento de un trastorno o anomalía psíquicos,
fehacientemente diagnosticados, que incapacite absolutamente para formar la comunidad de vida que el
matrimonio implica. Se trata de una hipótesis que tiene su origen en normas del Derecho Canónico (Canon
1095 número 3). Si bien aquí no se trata de una privación de razón, aun así, el trastorno o anomalía psíquica
debe incapacitar absolutamente a la persona para formar la comunidad de vida que el matrimonio implica.
Las conjeturas doctrinarias se distribuyen en un espectro que cubre desde perversiones sexuales incurables
hasta el Síndrome de Down en un grado suficientemente profundo como para incapacitar para el
matrimonio.
a.1.4) Carecer de suficiente juicio o discernimiento para comprender y comprometerse con los derechos y
deberes esenciales del matrimonio. Hablando de normas extrañas, aquí tenemos este impedimento, que no
se contenía en la anterior Ley de Matrimonio Civil. Como el anterior impedimento, también éste fue tomado
de las normas del Derecho Canónico (Canon 1095 número 2). ¿De qué se trata? Indudablemente quedan
excluidas de esta hipótesis las enfermedades psiquiátricas (subsumidas por el número anterior), lo que lleva
a pensar en una falta de la madurez necesaria para comprender y comprometerse con los derechos y
deberes esenciales del matrimonio. A día de hoy, bien podría ser este el caso de buena parte de la
a.1.5) No poder expresar claramente la propia voluntad por ningún medio. El impedimento actual supone
imposibilidad de expresarse por cualquier medio. Esto es consonante con las reformas introducidas en años
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anteriores a las reglas de capacidad, en cuanto abre la posibilidad de que personas que sin poder expresarse
de palabra ni por escrito, contraigan matrimonio expresándose por medio del lenguaje de señas.
Reiteremos finalmente que bajo la actual Ley de Matrimonio Civil la impotencia perpetua e incurable no
constituye un impedimento para contraer matrimonio, lo que no impide, según vimos, argumentar sobre la
a.2. Impedimentos dirimentes relativos. Estos impedimentos se contemplan en los artículos 6 y 7 de la Ley
a.2.1) Parentesco.
a.2.2) Prohibición de casarse con el imputado contra quien se hubiere formalizado investigación por el
a.2.1) Parentesco. Establece el artículo de la LMC que “No podrán contraer matrimonio entre sí los
ascendientes y descendientes por consanguinidad o por afinidad, ni los colaterales por consanguinidad n el
segundo grado”. De la sola lectura de la norma resulta claro que tratándose de ascendientes y
descendientes el impedimento opera tanto en el parentesco por consanguinidad como por afinidad. En
¿Qué ocurre entre adoptantes y adoptados? Es nulo el matrimonio que contraiga el adoptante con el
adoptado o éste con el viudo o viuda del adoptante. Es lo que disponen –ultractivamente- las dos leyes de
a.2.2) Prohibición de casarse con el imputado contra quien se hubiere formalizado investigación por el
diferencia de la ley anterior, que requería condena, la nueva ley establece como suficiente para que se
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Señalemos finalmente que la actual Ley de Matrimonio Civil eliminó el impedimento de adulterio que
impedientes es doctrinaria y que el Código Civil los regula, bajo el nombre prohibiciones, entre sus artículos
105 a 116 y 124 a 129. Lo propio de estos impedimentos o prohibiciones –que por cierto la ley no define- es
que su infracción no afecta la validez del contrato matrimonial, por lo que no acarrean su nulidad, sino que
producen sanciones o consecuencias de distinta naturaleza y que la ley determina. Estos impedimentos son
tres:
b.1) Falta del consentimiento de ciertas personas para contraer matrimonio. Como se expuso, los menores
de dieciocho años están obligados a obtener el consentimiento de determinadas personas para poder
casarse (aun si no se trata de su primer matrimonio, ya que la ley no distingue). A esta autorización, el
artículo 105 del Código Civil la denomina asenso o licencia (cabe relacionar este artículo 105 del Código Civil
con el artículo 9 de la LMC en cuanto prescribe este último que al momento de la manifestación, que es un
primer trámite legal exigido por el matrimonio, deberá indicarse los nombres y apellidos “de las personas
Interesa precisar qué personas deben prestar su asenso o licencia, y para establecerlo, es preciso distinguir
En el primer caso, o sea, tratándose de hijos de filiación determinada, la autorización para contraer
matrimonio debe ser dada por: a) Los padres y si faltare uno de ellos, por el otro; b) a falta de ambos padres,
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curador general; y d) a falta de curador general, el consentimiento debe darlo el oficial del Registro Civil que
En el segundo caso, o sea, tratándose de hijos de filiación indeterminada, la autorización deberá darla el
curador general si lo tuviere, o en caso contrario, el oficial del Registro Civil que deba celebrar el
matrimonio.
En cuanto al hijo menor de edad adoptado, y si nos atenemos únicamente a la ley 19.620, se aplican las
mismas reglas que para el hijo de filiación determinada, toda vez que de acuerdo con el citado cuerpo legal,
el adoptado pasa a tener el estado civil de hijo del adoptante, quedando desligado de su filiación anterior.
De acuerdo con el artículo 12 LMC, la autorización podrá otorgarse por escrito o bien en forma oral ante el
oficial del Registro Civil. El consentimiento debe ser especial y determinado, con lo que no es suficiente que
se autorice al menor a casarse sino que es necesario identificar a la persona con quien contraerá
matrimonio.
Se denomina disenso a la negativa de quien debe autorizar. Si de acuerdo con la ley el consentimiento debía
prestarse por el padre, la madre o los ascendientes, éstos no necesitan justificar su disenso. En cambio,
cuando la autorización debe prestarse por el curador general o el oficial del Registro Civil, uno y otro han de
expresar la causa de su disenso, y en tal caso el menor tendrá derecho a ocurrir al tribunal para que califique
el disenso. De hecho, el artículo 113 del Código Civil explicita las razones que justifican el disenso (existencia
de cualquier impedimento legal, el no haberse practicado alguna de las diligencias prescritas en el título “De
las segundas nupcias”, grave peligro para la salud del menor o de la prole, vida licenciosa, pasión
inmoderada al juego, embriaguez habitual de la persona con quien el menor desea casarse, haber sido
condenada esa persona por delito que merezca pena aflictiva, no tener ninguno de los esposos medios
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Cabe preguntarse cuál es la consecuencia o sanción que la ley asigna a la omisión del consentimiento o
nulidad del matrimonio. La sanción dependerá de qué persona debía prestar el consentimiento que se
omitió. Es así que: Si el consentimiento debía prestarlo un ascendiente, el menor podrá ser desheredado, no
solo por el ascendiente que debía autorizarlo sino por todos sus ascendientes. Además, el menor pierde la
mitad de lo que le hubiere correspondido en la sucesión intestada de los mismos ascendientes. En fin, el
ascendiente cuyo consentimiento se hubiese omitido –en este caso sólo él y no los demás ascendientes-
puede revocar las donaciones que antes del matrimonio le hubiere hecho al menor.
En lo que respecta al oficial del Registro Civil que autorice o inscriba un matrimonio prohibido, se expone a
b.2) Impedimento de guardas. Se trata en este caso de que la ley impide al menor de 18 años casarse con el
tutor o curador que administrare o hubiere administrado sus bienes sin que la cuenta haya sido aprobada
por el juez. Impedimento que se extiende a los descendientes del tutor o curador.
Este impedimento no se aplica si el matrimonio fuese autorizado por los ascendientes del menor.
La sanción de infringirse este impedimento consiste en la pérdida de su remuneración por parte del tutor o
curador.
b.3) Impedimento de segundas nupcias. Este impedimento afecta al que teniendo hijos de precedente
matrimonio bajo su patria potestad, o bajo su tutela o curaduría, desea volver a casarse. La ley establece
como requisito la confección de inventario solemne de los bienes que la persona estuviere administrando y
le pertenezcan como heredero de su cónyuge difunto o a cualquier otro título. Además, se dispone la
La sanción contemplada para la infracción de este impedimento es que la persona que contrae segundas
nupcias sin haber cumplido los trámites precedentemente expuestos, pierde el derecho a suceder como
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Impedimento especial de la mujer embarazada. Cabe aludir, por último, a un impedimento especial, que
está establecido en relación con la viuda o mujer cuyo matrimonio se ha disuelto o declarado nulo. El
artículo 128 del Código Civil establece que “cuando un matrimonio haya sido disuelto o declarado nulo, la
mujer que está embarazada no podrá pasar a otras nupcias antes del parto, o (no habiendo señales de
preñez) antes de cumplirse los doscientos setenta días subsiguientes a la disolución o declaración de
nulidad”. No obstante, prosigue la norma, “se podrán rebajar de este plazo todos los días que hayan
precedido inmediatamente a dicha disolución o declaración, y en los cuales haya sido absolutamente
Como es obvio, este impedimento tiene como fundamento evitar la confusión de paternidades. El oficial del
Registro Civil no permitirá el matrimonio de la mujer sin que por parte de ésta se justifique no estar
La sanción que la ley prevé para la infracción de este impedimento consiste en que la mujer y su nuevo
marido serán obligados solidariamente a la infracción de todos los perjuicios y costas ocasionados a terceros
El último de los requisitos de validez del contrato matrimonial radica en el cumplimiento de determinadas
A fin de examinar cuáles son estas formalidades es preciso distinguir según se trate de matrimonios
obliga todavía a distinguir entre matrimonios celebrados ante Oficial del Registro Civil y matrimonios
celebrados ante entidad religiosa que goce de personalidad jurídica de derecho público.
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El artículo 11 de la Ley 20.830, aún no vigente, que crea el acuerdo de unión civil, extiende este mismo impedimento a
la mujer embarazada que suscribió dicho acuerdo.
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3.2.3.1. FORMALIDADES DE LOS MATRIMONIOS CELEBRADOS EN CHILE.
A. Formalidades previas o diligencias preliminares. Son formalidades previas al acto mismo de celebración
a) La manifestación. Consiste en el acto por el que los contrayentes dan a conocer al oficial del Registro Civil
su intención de contraer matrimonio ante él. Puede hacerse por escrito, verbalmente o por medio del
lenguaje de señas. En estos dos últimos casos el oficial levantará acta que será firmada por los contrayentes.
Es en esta oportunidad que podrá prestarse también la autorización del matrimonio por parte de ciertas
Hoy en día la manifestación puede realizarse ante cualquier oficial del Registro Civil, ya que actualmente
todo oficial del Registro Civil es competente para celebrar el matrimonio de cualesquiera personas sin
importar el domicilio de éstas. El artículo 10 de la LMC establece que al momento de comunicar los
interesados su intención de celebrar el matrimonio -esto es, al momento de la manifestación- el oficial del
Registro Civil deberá proporcionarles información suficiente acerca de: los fines del matrimonio, los
derechos y deberes recíprocos que éste origina y los distintos regímenes patrimoniales existentes. Al tiempo
que deberá prevenirlos acerca de la necesidad de que el consentimiento sea libre y espontáneo y de la
existencia de cursos de preparación para el matrimonio, si no acreditan que los han realizado.
En relación con estos cursos de preparación, cabe hacer presente que los contrayentes, de común acuerdo,
podrán eximirse de realizarlos declarando que conocen suficientemente los fines, derechos y obligaciones
del matrimonio. Se trata de cursos que pueden dictarse ya sea por el propio Servicio de Registro Civil, por
entidades religiosas con personalidad jurídica de derecho público, por instituciones de educación públicas o
privadas reconocidas por el Estado, o en fin, por personas jurídicas sin fines de lucro.
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b) La información de testigos. Se trata de un acto de comprobación, mediante dos testigos, del hecho que
los futuros contrayentes no están afectados por impedimento o prohibición alguna para contraer
matrimonio.
B. Formalidades coetáneas a la celebración del matrimonio. Ante todo el artículo 15 de la LMC establece un
primer requisito de carácter temporal: el matrimonio deberá celebrarse dentro de los noventa días
siguientes a la información de testigos, transcurrido dicho plazo, será necesario repetir las formalidades
precedentes. Se indicó ya que bajo la actual LMC todo oficial del Registro Civil es competente para celebrar
el matrimonio; y el lugar en que éste se llevará a cabo, podrá ser el local del Registro Civil o bien en el lugar
Además de celebrarse en presencia de oficial del Registro Civil -requisito de existencia del contrato
matrimonial- es formalidad del mismo el que se lleve a cabo en presencia de dos testigos hábiles, los cuales
pueden tener o no parentesco con los contrayentes. Son inhábiles para actuar como testigos de un
El artículo 45 de la LMC señala expresamente, como causal de nulidad del matrimonio, el no haberse
La ritualidad del acto de celebración es como sigue: Delante de los contrayentes y testigos el Oficial del
Registro Civil dará primero lectura al acta de información de los testigos y reiterará la necesidad de que el
consentimiento sea libre y espontáneo. El oficial leerá entonces las disposiciones del Código Civil relativas a
los derechos y deberes del matrimonio (artículos 131, 133 y 134). Acto seguido, preguntará a los
contrayentes si consienten en recibirse el uno al otro como marido y mujer, y con la respuesta afirmativa,
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C. Formalidades posteriores a la celebración del matrimonio. Con la declaración del oficial, el matrimonio
ha quedado perfecto como acto y como institución jurídica. No obstante, la LMC todavía contempla algunas
diligencias posteriores: ante todo, el oficial levantará acta de todo lo obrado, la que será firmada por él, los
contrayentes y los testigos, y procederá a hacer la inscripción del matrimonio en los libros correspondientes
El artículo 37 de la Ley del Registro Civil establece que el oficial de Registro Civil no practicará la inscripción
del matrimonio sin haber manifestado privadamente a los contrayentes que pueden reconocer los hijos
comunes nacidos antes del matrimonio. Del mismo modo, la celebración del matrimonio es también
oportunidad para que los contrayentes declaren si desean regirse por un régimen de separación de bienes o
3.2.3.2. Matrimonios celebrados ante entidad religiosa que goce de personalidad jurídica de derecho
público. La actual LMC estableció que el matrimonio celebrado ante entidad religiosa que goce de
personalidad jurídica de derecho público producirá los mismos efectos que el matrimonio civil toda vez que
cumpla con los requisitos que la misma ley establece, concretamente, que el acta que da cuenta de la
celebración del matrimonio sea presentada, por los mismos contrayentes, dentro del plazo de ocho días,
ante oficial del Registro Civil para su inscripción. A nuestro juicio, cualquier imprevisto que suceda antes de
la inscripción por el oficial civil, como si uno de los que contrajeron matrimonio ante entidad religiosa fallece
en el ínterin que separa dicho acto de la inscripción por el oficial civil, o el arrepentimiento de uno de los
encuentra regulada en el artículo 80 de la LMC. Su examen sistemático exige distinguir los aspectos
estrictamente formales del contrato matrimonial que se celebra en país extranjero (como los relativos al
número de testigos, la necesidad de escrituración u otros) de sus aspectos de fondo (tales como capacidad y
consentimiento) y de los efectos que dicho contrato pueda producir en nuestro país.
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Respecto de lo primero, o sea, los aspectos estrictamente formales, éstos se regirán íntegramente por la ley
foránea, vale decir, la ley del país en que el matrimonio se celebró, lo cual es estricta aplicación del principio
A su turno, y en lo que concierne a los aspectos de fondo del contrato matrimonial, establece el artículo 80
de la LMC que éstos también se regirán por la ley del país en el que el matrimonio se celebró, pero toda vez
que no infrinjan las normas de los artículos 5, 6 y 7 de la propia LMC, es decir, toda vez que no se violen las
Por último, y en lo que hace al efecto que hayan de producir en Chile los matrimonios celebrados en el
extranjero, dispone el citado artículo 80 que el matrimonio válidamente celebrado en país extranjero
producirá en Chile los mismos efectos que si se hubiere celebrado aquí, con la única limitación o requisito de
§ 4. SEPARACIONES CONYUGALES.
1. Presentación. La Ley de Matrimonio Civil reconoce la realidad de las crisis matrimoniales las cuales no
siempre son insuperables. Ello da origen al fenómeno de la separación conyugal, del que se ocupa en su
capítulo III. De tal manera la ley contempla vías por las cuales los efectos de la separación, tanto entre los
mismos cónyuges como respecto de los hijos, puedan ser regulados. Esta es la principal preocupación del
legislador: que los efectos de la separación puedan regularse en la mejor forma posible, y para ello,
reconoce en primer lugar el derecho de los mismos cónyuges a efectuar tal regulación de común acuerdo, y
sólo en el caso y medida en que lo anterior no fuese posible, concede acción para solicitar al órgano
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2. Concepto. Si bien la Ley de Matrimonio Civil no define lo que deba entenderse por separación conyugal,
es claro en doctrina que se trata de aquel cese de la vida en común de los cónyuges que no pone fin al
vínculo matrimonial, por lo que subsisten entre los cónyuges aquellos derechos y obligaciones que sean
3. Tipos de separación. A fin de regular los efectos de la separación, la Ley de Matrimonio Civil distingue dos
3.1.1. Concepto. Se la puede definir como el cese de la vida en común de los cónyuges, que no supone
disolución del vínculo matrimonial ni da origen a un estado civil particular, y que se produce sin una
3.1.2. Regulación de común acuerdo de los efectos de la separación de hecho. Contempla esta posibilidad
el artículo 21 de la Ley de Matrimonio Civil, al disponer que “Si los cónyuges de separaren de hecho, podrán,
de común acuerdo, regular sus relaciones mutuas, especialmente los alimentos que se deban y las materias
Y prosigue la norma: “En todo caso, si hubiere hijos, dicho acuerdo deberá regular también, a lo menos, el
régimen aplicable a los alimentos, al cuidado personal y a la relación directa y regular que mantendrá con los
En fin, y sólo a partir de la reforma introducida en 2013 por la Ley 20.680, la disposición añade todavía que
“En este mismo acuerdo, los padres podrán convenir un régimen de cuidado personal compartido”.
64
La Ley de Matrimonio Civil no exige expresamente ninguna solemnidad especial para este acuerdo por lo
que podría otorgarse aun de forma verbal, salvo que la materia regulada requiriera de instrumento público y
sin perjuicio de las limitaciones a la admisibilidad de la prueba testimonial como forma de acreditar el
Además de su importancia evidente, en cuanto permite a los cónyuges ordenar y regular las consecuencias
que su separación de hecho tendrá tanto para ellos como para sus hijos, el acuerdo que nos ocupa reviste
también importancia ya que, en la medida en que satisfaga los requisitos que establece la Ley de
Matrimonio Civil en su artículo 22, dará fecha cierta al cese de la convivencia entre los cónyuges, lo que a su
vez y como se verá, es de crucial importancia a efectos de una eventual demanda de divorcio.
De conformidad con el citado artículo 22 de la LMC, para que el acuerdo por el que los cónyuges regulan los
efectos de su separación de hecho adquiera fecha cierta, es menester que dicho acuerdo conste por escrito
Adicionalmente, “si el cumplimiento del acuerdo requiriese una inscripción, subinscripción o anotación en
un registro público, se tendrá por fecha del cese de la convivencia aquella en que se cumpla tal formalidad”.
Es el caso, por ejemplo, del acuerdo en que se contiene la constitución de un usufructo sobre un bien raíz
La declaración de nulidad de alguna de las cláusulas del acuerdo que ha sido otorgado de cualquiera de las
formas previstas por el artículo 22 de la LMC, no privará al mismo de su virtud de dar fecha cierta al cese de
65
la convivencia. Este es un aspecto, entre varios otros, en que la nulidad en los actos de familia, hace
excepción o se distancia de las reglas de la nulidad en los actos jurídicos de índole patrimonial.
3.1.3. Regulación judicial de los efectos de la separación de hecho. Si no hubiere acuerdo entre los
cónyuges que se separan de hecho en relación con las materias mencionadas por el artículo 21 de la LMC
(esto es, en relación con sus relaciones mutuas, y especialmente los alimentos que se deban y las materias
vinculadas al régimen de bienes del matrimonio, y para el caso de que tuvieren hijos, el régimen aplicable a
los alimentos, al cuidado personal y a la relación directa y regular que mantendrá con los hijos aquel de los
padres que nos los tuviere a su cuidado, o eventualmente, un régimen de cuidado personal compartido),
dispone el artículo 23 de la misma ley, que cualquiera de los cónyuges podrá solicitar la regulación judicial
de tales extremos.
La redacción del artículo 23 de la LMC, sin ser la más afortunada, deja ver una cuestión de enorme
relevancia práctica: La regulación de todas las materias aludidas por el artículo 21 podrá solicitarse en el
procedimiento que se hubiere iniciado en relación con cualquiera de ellas. La economía procesal y el
consiguiente beneficio para las partes, es evidente. El órgano jurisdiccional competente es el respectivo
Tribunal de Familia, y el procedimiento aplicable será el contemplado por la Ley de Tribunales de Familia en
su Título III.
En este caso, o sea, cuando la regulación de los efectos de la separación de hecho se hiciere judicialmente, el
Amén de todo lo expuesto, y de acuerdo a lo que establece el artículo 25 inciso segundo de la LMC, tendrá
también fecha cierta el cese de la convivencia, cuando no habiendo entre los cónyuges acuerdo ni demanda
judicial, manifestare uno de ellos su voluntad de poner fin a la convivencia a través de cualquiera de los
instrumentos indicados en el artículo 22, o dejare constancia de dicha intención ante el juzgado
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Resumen. Lo señalado nos permite presentar un resumen de los casos que confieren fecha cierta al cese de
la convivencia conyugal:
a) Cuando el acuerdo de separación conste por escrito en alguno de los instrumentos mencionados por el
artículo 22 de la LMC, caso en el cual, la fecha cierta del cese de la convivencia será la de dicho instrumento,
o bien, y para el caso de que el acuerdo contuviere algún acto que requiera de inscripción, subinscripción o
b) Cuando, a falta de acuerdo, se demande judicialmente alguna de las materias indicadas por el artículo 23,
caso en que la fecha cierta del cese de la convivencia será la de la notificación de la demanda.
c) Cuando, habiendo uno de los cónyuges expresado su voluntad de poner fin a la convivencia a través de
cualquiera de los instrumentos indicados en el artículo 22, o dejado constancia de dicha intención ante el
3.2.1. Concepto. Al igual que sucede con la separación de hecho, la Ley de Matrimonio Civil no define la
separación judicial. No obstante, se la puede definir como el cese de la vida en común de los cónyuges,
generado por decisión común o unilateral, pero declarado judicialmente, que origina un estado civil
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a) Por uno de los cónyuges, si mediare falta imputable al otro, siempre que constituya una violación grave
de los deberes y obligaciones que les impone el matrimonio, o de los deberes y obligaciones para con los
El adulterio, que por expresa declaración del artículo 132 del Código Civil 31, constituye una infracción grave
del deber de fidelidad, no es causal de separación judicial cuando exista previa separación de hecho
En este caso, si la solicitud de separación judicial fuese conjunta, la ley exige que los cónyuges acompañen
un acuerdo que regule en forma completa y suficiente sus relaciones entre sí y respecto de sus hijos.
¿Qué significa, en este contexto, que el acuerdo sea completo y suficiente? La propia ley proporciona
indicaciones para concretar tales conceptos. El acuerdo será completo –expresa el artículo 27 de la LMC- si
regula todas y cada una de las materias mencionadas en el artículo 21; y será suficiente si resguarda el
interés superior de los hijos, procura aminorar el menoscabo económico que pudo causar la ruptura y
establece relaciones equitativas, hacia el futuro, entre los cónyuges cuya separación se solicita.
Es evidente que el estándar legal para definir la suficiencia del acuerdo es mucho más vago que el que se
La tesis sostenida en su día por Hernán Corral, para quien el cónyuge que optare, de común acuerdo con el
otro, por la separación judicial, elaborando el correspondiente acuerdo regulador, no podría después
demandar el divorcio, pues se lo impediría la doctrina de los actos propios (non venire contra factum
31
El mismo artículo 132 describe la conducta que se reprocha al declarar en su inciso segundo que “Cometen adulterio
la mujer casada que yace con varón que no sea su marido y el varón casado que yace con mujer que no sea su cónyuge”.
El artículo 132 fue incorporado en 1994 por la Ley 19.335; con anterioridad dicho artículo consagraba la denominada
potestad marital, estableciendo que “La potestad marital es el conjunto de derechos que las leyes conceden al marido
sobre la persona y bienes de la mujer”. A su turno, el inciso segundo del artículo 132 fue modificado en 1995, siendo la
Ley 19.422 la que le dio su actual redacción.
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Más sensato parece en este punto Ramos Pazos quien, con adiestrada cortesía, recuerda que separación y
divorcio son dos instituciones diferentes, por lo que el acuerdo regulador realizado al solicitar la separación
judicial no debiera inhabilitar a las partes para demandar más adelante, si así lo creyeren necesario, el
3.2.3. Aspectos procesales. La separación judicial se tramita ante los Tribunales de Familia de acuerdo con el
procedimiento previsto para tal efecto por la Ley de Tribunales de Familia. La acción para solicitarla es
irrenunciable (artículo 28 LMC), y no solo se la puede ejercer de forma autónoma y separada, sino además,
en el procedimiento a que dé lugar alguna de las acciones a que se refiere el artículo 23 de la LMC, o bien,
una denuncia por violencia intrafamiliar producida entre los cónyuges o entre alguno de éstos y los hijos.
Por otra parte, y si los cónyuges se encontraren casados bajo el régimen de sociedad conyugal, “cualquiera
de ellos podrá solicitar al tribunal la adopción de las medidas provisorias que se estimen conducentes para la
protección del patrimonio familiar y el bienestar de cada uno de los miembros que la integran” ( sic, artículo
30 LMC). Y ello sin perjuicio del derecho de las partes para demandar alimentos o pedir la declaración de
bienes familiares de acuerdo a las reglas generales (artículo 30 inciso segundo de la LMC en relación con los
a) Desde que se subinscribe la separación judicial, los cónyuges adquieren el estado civil de separados
judicialmente. Y la prueba de este nuevo estado civil deberá efectuarse con la correspondiente partida de
matrimonio.
b) La separación judicial deja subsistentes los derechos y obligaciones personales de los cónyuges, a
excepción de aquellos cuyo ejercicio sea incompatible con la vida de separados, como los deberes de
cohabitación y fidelidad.
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c) Se disuelve la sociedad conyugal o el régimen de participación en los gananciales que hubiere existido
entre los cónyuges, sin perjuicio de que se pueda constituir prudencialmente a favor de uno de ellos, un
d) En principio, los cónyuges separados conservan su derecho a sucederse por causa de muerte, excepto si
uno de ellos hubiere dado lugar culpablemente a la separación, pues en este caso el juez efectuará en la
del Código Civil dispone que “El cónyuge separado judicialmente, que hubiere dado motivo a la separación
e) El cónyuge que dio lugar a la separación judicial pierde el beneficio de competencia a que podría tener
f) En materia de alimentos, dispone el artículo 175 del Código Civil que si bien el cónyuge que haya dado
causa a la separación judicial por su culpa, tendrá derecho para que el otro cónyuge lo provea de lo que
necesite para su modesta sustentación, el juez reglará en ese caso la contribución teniendo en especial
consideración la conducta que haya observado el alimentario antes del juicio respectivo, durante su
g) Una vez separados, ambos cónyuges deben proveer a las necesidades de la familia común en proporción a
sus facultades, debiendo el juez hacer la regulación en caso necesario (artículo 178 del Código Civil).
h) El hijo concebido durante la separación no goza de la presunción del artículo 184 del Código Civil de tener
por padre al marido de la madre. No obstante, siempre podrá el hijo ser inscrito como hijo de los cónyuges,
i) La sentencia firme de separación judicial autoriza a revocar todas las donaciones por causa de matrimonio
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j) Los cónyuges separados judicialmente pueden celebrar contratos de compraventa entre sí, pues no les
afecta la incapacidad particular del artículo 1796 del Código Civil (“es nulo el contrato de compraventa
favorece la suspensión que el artículo 2509 inciso segundo del Código Civil contempla respecto de la mujer
l) No podrá concederse la adopción a los cónyuges mientras dure la separación. No obstante, dispone la Ley.
19.620, que si hubieren los cónyuges iniciado los trámites de adopción antes de separarse, podrán solicitar
que ésta se conceda aún después de declarada judicialmente su separación o divorcio, si ello conviniere al
3.3.1. Explicación. Dado que la separación no disuelve el vínculo matrimonial, los cónyuges podrán en
cualquier momento reconciliarse y reanudar su vida en común. El artículo 38 de la Ley de Matrimonio Civil
dispone en este sentido que “La reanudación de la vida en común de los cónyuges, con ánimo de
Señalemos de inmediato que no parece afortunada la frase final del artículo 38 (“y, en este último caso,
restablece el estado civil de casados”). Al decir “restablece”, la disposición sugiere que al haberse decretado
la separación judicial, los cónyuges habrían perdido su estado civil de casados, sustituyéndolo por el de
“separados judicialmente” (estado civil que se reconoce expresamente en el artículo 305 del Código Civil),
toda vez que sólo puede restablecerse aquello que se ha perdido. No obstante, la doctrina entiende que
ninguna separación –tampoco la judicialmente decretada- hace perder a los cónyuges su calidad de tales, en
cuanto no disuelve el matrimonio. Se sostiene, en tal sentido, que lo que sucede durante el estado de
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separación y sólo en el caso de la separación judicial, que es la única que origina el estado civil de
“judicialmente separado”, es que los cónyuges, al mismo tiempo que poseen el estado civil de casados,
poseen el estado civil de “judicialmente separado”, y que ello no se opondría al principio general ya
estudiado conforme al cual ninguna persona puede tener más de un estado civil en razón de un mismo
hecho, ya que los estados civiles de casado y judicialmente separado, si bien confluyen en un mismo sujeto
de derecho, tienen su origen en hechos diferentes, el matrimonio en el primer caso, y el cese de la vida en
común en el segundo.
Interpretadas así las cosas, habría que entender que cuando el artículo 38 in fine de la LMC alude a que se
restablece el estado civil de casados quiere decir que se restablece, esto es, que vuelve a existir, aquella
situación en la que los cónyuges, en relación al vínculo marital que los liga, no poseían sino un solo estado
civil, el de casados.
Más de alguna duda práctica, de índole procesal, han planteado los artículos 38 y siguientes, de la Ley de
Matrimonio Civil. Es claro, desde luego, que deberá distinguirse si la reconciliación o reanudación de la vida
en común se produjere mientras está tramitándose el juicio de separación o bien una vez decretada la
separación judicial. En el primer caso, existe consenso en que deberá dejarse constancia del hecho de la
Por otra parte, si la reconciliación o reanudación de la vida en común se produjere una vez decretada la
separación judicial, será necesario revocar la sentencia que decretó la separación, a petición de ambos
3.3.2. Oponibilidad a terceros de la reanudación de la vida en común. A fin de determinar las condiciones
separación judicial se decretó en virtud del artículo 26 (falta imputable de uno de los cónyuges) ó 27
(solicitud unilateral o conjunta por cese de la convivencia) del mismo cuerpo legal.
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En el primer caso, la reanudación de la vida en común sólo será oponible frente a terceros una vez que se
decretado en virtud del artículo 27 de la LMC, para que la reanudación de la vida en común sea oponible a
terceros, será suficiente que ambos cónyuges dejen constancia de ella en acta extendida ante oficial del
3.3.3. Efecto de la reanudación en cuanto al régimen de bienes del matrimonio. La reanudación de la vida
gananciales, pero los cónyuges podrán pactar este último régimen de conformidad con el artículo 1723 del
Código Civil.
Una vez reanudada la vida en común ¿pueden los cónyuges volver a solicitar la separación? El artículo 41 de
la LMC responde afirmativamente pero condicionado a que la nueva solicitud se funde en hechos posteriores
El artículo 42 de la Ley de Matrimonio Civil establece claramente las circunstancias que ponen término al
b) Por la muerte presunta, cumplidos que sean los requisitos que especifica el artículo siguiente.
No es difícil advertir que las causales de extinción del matrimonio contempladas por la ley son de naturaleza
bien disímil. Tanto la muerte como el divorcio, suponen circunstancias extrínsecas, que no dicen relación
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con la estructura de validez del contrato matrimonial. Distinto es el caso de la nulidad matrimonial,
ineficacia de base intrínseca, cuya finalidad consiste en eliminar los efectos de un matrimonio que si bien el
Derecho reconoce como existente, adolece sin embargo de graves defectos en su estructura de validez.
Tal como se explica en los primeros cursos de Derecho Civil, si bien desde un punto de vista expositivo o
regulatorio es sólito distinguir entre dos clases de muerte (real y presunta), lo cierto es que la muerte es
siempre una sola. Cosa distinta es que la ocurrencia de la muerte no siempre conste de modo fehaciente
(caso de la llamada muerte real), de donde resulta la necesidad de presumirla (caso de la llamada muerte
presunta) o aun de darla por establecida por constar su ocurrencia aun a falta del cadáver u otra
circunstancia material que permita refrendarlo empíricamente (caso contemplado por las nuevas normas
para la comprobación judicial de la muerte introducidas al Código Civil, artículos 95 a 97, por reforma legal
La muerte, ya sea de uno o de ambos cónyuges, pone fin al matrimonio. La Ley de Matrimonio Civil, en su
artículo 43, regula expresamente el caso de la muerte presunta, y establece al efecto que la muerte
presunta pone fin al matrimonio, transcurridos 10 años desde la fecha de las últimas noticias, o bien, cinco
años desde igual fecha, si se probare que han transcurrido más de setenta desde el nacimiento del
desaparecido.
Igual plazo –esto es, cinco años desde las últimas noticias- se establece para el caso en que la muerte
presunta se declare por herida grave en guerra u otro peligro semejante, en tanto que el plazo se reduce a
un año, y además contado desde la fecha presuntiva de muerte, para el caso de pérdida de nave o aeronave
y de sismo o catástrofe que produzca o haya podido producir la muerte de numerosas personas en
determinada localidad.
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El inciso final del artículo 43 concluye precisando que “El posterior matrimonio que haya contraído el
cónyuge del desaparecido con un tercero, conservará su validez, aun cuando llegare a probarse que el
1. Marco regulador. La nulidad del contrato matrimonial posee normas específicas que la regulan en el
Capítulo V de la Ley de Matrimonio Civil. Se plantea así la duda de si las normas generales previstas por el
Código Civil, en el Título XX del Libro IV, para la nulidad de los actos jurídicos en general, son o no aplicables
al contrato de matrimonio. A ello debe responderse que, hallándose prevista la materia por las normas de la
Ley de Matrimonio Civil, debe preferirse éstas, por estricta aplicación del principio de especialidad (artículo
13 del Código Civil), sin perjuicio de lo cual, no es inconcebible la aplicación de las reglas de nulidad del
Código Civil, en lo no previsto por la Ley de Matrimonio Civil y toda vez que la aplicación de las reglas
generales no resulte incompatible con el sentido general de la legislación especial o con la naturaleza de las
materias matrimoniales.
2. Comparación de la nulidad del matrimonio y la nulidad en los actos jurídicos de carácter patrimonial.
a) Las causales de nulidad del matrimonio son específicas y no genéricas. En efecto, no se encontrará en
materia de nulidad matrimonial, causales del tipo “el matrimonio contrario a la ley” o “el matrimonio al que
faltaren requisitos exigidos por las leyes en atención…”. Tal como se aprecia en el artículo 44 de la LMC, las
b) Unicidad de la nulidad matrimonial. La mayor parte de la doctrina está de acuerdo en que la nulidad
matrimonial no admite su subclasificación en absoluta y relativa, como sucede con la nulidad general. No
obstante, reconocidos civilistas, como Luis Claro Solar, Alfredo Barros Errázuriz y José Clemente Fabres, y
también más de algún fallo, han sostenido lo contrario. En la práctica, y al menos en principio, la
extrapolación de las categorías de nulidad absoluta y relativa al ámbito de la nulidad del matrimonio, es algo
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que no reviste mayor interés, toda vez que la Ley de Matrimonio Civil contiene una regulación específica en
todos aquellos aspectos en los que el estatuto de la nulidad absoluta y el de la nulidad relativa difieren.
c) Limitado efecto retroactivo de la nulidad matrimonial. La nulidad general de tipo patrimonial tiene por
efecto que las partes vuelven a la situación anterior a la celebración del acto o contrato. Esto es algo que no
necesariamente sucederá con la nulidad del contrato matrimonial, como lo revela la institución del
matrimonio putativo, hoy contemplada por los artículos 51 y 52 de la LMC, y a la que pronto nos
referiremos. Como se verá, el matrimonio putativo opera respecto del cónyuge que celebró el matrimonio
de buena fe y con justa causa de error, para el caso en que el matrimonio deba declararse nulo, y
d) General improcedencia de la regla nemo auditur del artículo 1683 del Código Civil. Esta disposición del
Código Civil impide demandar la nulidad absoluta a quien celebró el acto sabiendo o debiendo saber el vicio
que lo invalidaba. En materia de nulidad de matrimonio, en cambio, se entiende generalmente que no cabría
esgrimir esta inhabilidad respecto de quien se casó sabiendo o debiendo saber el vicio que invalidaba el
matrimonio (tal como sucede, por ejemplo, con la persona que se casa no obstante encontrarse unido por
un vínculo matrimonial anterior no disuelto). Ello porque los intereses a que atienden las causales de
nulidad matrimonial, no solo suelen rebasar el estricto interés individual de las partes, sino que a menudo
poseen peso suficiente para contrapesar el interés del Derecho en reprochar la mala fe o negligencia del
cónyuge que contrajo matrimonio sabiendo o debiendo saber el vicio que invalidaba dicho contrato (así, por
d) Carácter generalmente imprescriptible de la acción de nulidad del matrimonio. Veremos que esta acción
es, por regla general imprescriptible, y que además, aunque siempre como regla general, debe ejercerse
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3. Causales de nulidad del contrato matrimonial. El uso que el artículo 44 de la Ley de Matrimonio Civil
hace de la expresión “sólo” es concluyente en cuanto al carácter taxativo de las causales que el mismo
enumera. De forma poco feliz, a renglón seguido, el artículo 45 añade otra, por lo que debemos entender
que al expresar el artículo 44 que el matrimonio “sólo podrá ser declarado nulo por alguna de las siguientes
causales…” se refiere, no meramente a las que él mismo enuncia, sino a todas las causales contempladas por
Sumadas entonces las causales previstas por los artículos 44 y 45 de la LMC, son estas:
c) No haberse celebrado el matrimonio ante el número de testigos hábiles determinados en el artículo 17 (es
decir, dos).
4. La acción de nulidad de matrimonio. Tal como sucede con la nulidad en general, la nulidad del contrato
matrimonial sólo surte efectos una vez que ha sido declarada mediante sentencia judicial firme o
ejecutoriada. Algunas características particulares de la acción de nulidad de matrimonio son las siguientes:
b) Por regla general la titularidad de la acción corresponde únicamente a los cónyuges, aunque veremos de
d) Por regla general sólo puede ejercerse durante la vida de los cónyuges.
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5. Titulares de la acción de nulidad. Por regla general, son titulares de la acción de nulidad únicamente los
cónyuges. No obstante, la protección del interés de terceros, de la sociedad en algún caso, y aun de los
propios cónyuges, ha llevado al legislador a contemplar las siguientes excepciones. Se trata de cinco casos
en los que la acción de nulidad puede ser ejercida por sujetos distintos de los cónyuges o bien sólo por uno
de ellos.
a) Nulidad del matrimonio celebrado por un menor de 16 años. En este caso la acción de nulidad pertenece
a los cónyuges y también a sus ascendientes. Con todo, la ley precisa que desde que los cónyuges alcanzan
b) Nulidad del matrimonio por falta de consentimiento libre y espontáneo. En este caso la acción de
nulidad corresponde, no a cualquiera de los cónyuges, sino únicamente a aquel que hubiere sufrido el hecho
que produjo la falta de consentimiento libre y espontáneo, es decir, únicamente aquel cónyuge que hubiere
c) Nulidad del matrimonio por vínculo matrimonial no disuelto. En este caso la acción de nulidad
corresponde, además de los cónyuges (con la eventual y discutida inhabilidad del que celebró el matrimonio
d) Nulidad del matrimonio que se celebró en artículo de muerte. En este caso la acción de nulidad
corresponde al cónyuge sobreviviente, y también, a los demás herederos del cónyuge difunto.
e) Nulidad del matrimonio por existencia de impedimento dirimente relativo. En este caso la acción de
nulidad corresponde, además de los cónyuges, a cualquier persona, pero sólo en el interés de la moral o de
la ley.
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6. Tiempo en que ha de ejercerse la acción de nulidad. Se indicó más arriba que la acción de nulidad del
matrimonio es, por regla general, imprescriptible, aunque sólo puede hacerse valer mientras vivan los
cónyuges. Tal es la regla general. No obstante, la ley contempla ciertos casos excepcionales en los que la
a) En caso de nulidad por menor edad de los cónyuges, la acción prescribe en el lapso de un año contado
b) En caso de nulidad por vicio del consentimiento, la acción prescribe en el plazo de tres años contados
c) En caso de nulidad del matrimonio celebrado en artículo de muerte, la acción prescribe en el plazo de un
d) En caso de nulidad por vínculo matrimonial no disuelto, la acción prescribe en el plazo de un año, contado
e) En caso de nulidad por falta de testigos hábiles, la acción prescribe en el plazo de un año desde la
Mencionamos también que la acción de nulidad del matrimonio, como regla general, sólo puede intentarse
en vida de los cónyuges. Esta regla reconoce dos excepciones que tienen lugar en el caso de artículo
celebrado en artículo de muerte y de nulidad por vínculo matrimonial no disuelto. Como se indicó, en ambos
casos la acción de nulidad prescribe en el lapso de un año, el cual se cuenta desde el fallecimiento del
Conviene precisar de entrada que si bien el artículo 50 inciso segundo de la Ley de Matrimonio Civil dispone
que la sentencia que declara la nulidad del matrimonio debe subinscribirse al margen de la inscripción de
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matrimonio, dicha subinscripción constituye nada más un requisito de publicidad y oponibilidad frente a
terceros, por lo que la sentencia de nulidad empieza a surtir sus efectos entre los cónyuges desde que se
La regla básica que gobierna los efectos de la nulidad de matrimonio judicialmente declarada es, en
principio, la misma que rige a cualquiera otra nulidad, es decir, que las partes que celebraron el contrato que
se declara nulo –en este caso el matrimonio- se retrotraen a la situación jurídica en que se hallaban antes de
b) Si con posterioridad a la declaración de nulidad uno de los cónyuges, si no ambos, deciden volver a
casarse, este nuevo matrimonio es perfectamente válido, ya que no lo afecta el impedimento dirimente de
vínculo matrimonial no disuelto. Por idéntica razón, tampoco se comete el delito de bigamia.
c) Se entiende que nunca ha existido parentesco por afinidad entre cada cónyuge y los parientes
e) Se entiende que nunca existió sociedad conyugal, y en lugar de ello, se asume que existe una comunidad
entre los cónyuges, que ahora debe liquidarse de acuerdo con las reglas generales para liquidación de las
gananciales.
f) Se entiende que la mujer no ha tenido el privilegio de la cuarta clase que le otorga a la mujer casada en
g) En principio, los hijos habidos dentro del matrimonio que se declara nulo debieran tener filiación no
matrimonial.
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8. El matrimonio putativo. Las graves consecuencias que se siguen –y mucho más las que se seguían antaño-
de la nulidad del matrimonio para los cónyuges, y en particular para los hijos, llevaron a idear la institución
del matrimonio putativo, institución que hasta antes del año 2004 se encontraba contemplada en el artículo
122 del Código Civil y de la que actualmente se ocupan los artículos 51 y 52 de la Ley de Matrimonio Civil.
8.1. Concepto. El matrimonio putativo es una institución por virtud de la cual “El matrimonio nulo, que ha
sido celebrado ante oficial del Registro Civil produce los mismos efectos civiles que el válido respecto del
cónyuge que, de buena fe, y con justa causa de error, lo contrajo; pero dejará de producir efectos civiles
desde que falte la buena fe por parte de ambos cónyuges” (artículo 51 LMC).
8.2. Requisitos. Brotan de la sola definición legal que se acaba de citar los requisitos que deben concurrir
a) Matrimonio nulo. En efecto, sólo puede considerarse putativo el matrimonio que ha sido declarado nulo,
el matrimonio inexistente nunca podría tener carácter putativo. Esta es la razón por la que en no pocas
ocasiones, no obstante procedería en derecho que el tribunal se limite a constatar la inexistencia del
matrimonio (en razón de falencias medulares en sus requisitos de existencia que en principio impiden que
éste nazca a la vida del derecho), se opte por declarar la nulidad del matrimonio, permitiendo con ello que
se reconozca a éste carácter putativo, y evitando las consecuencias que se seguirían de reconocerse que el
b) Celebrado o ratificado ante un oficial del Registro Civil. El artículo 51 de la LMC recoge expresamente
este requisito, y al hacerlo, emplea las voces celebrado o ratificado, de forma de comprender los
matrimonios que puedan haberse celebrado ante entidad religiosa que goce de personalidad jurídica de
derecho público.
c) Buena fe, al menos de parte de uno de los cónyuges. Este es el requisito esencial del matrimonio
putativo, pues la putatividad se reconoce en atención a esta buena fe con que deben haber actuado los
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Si bien la norma legal no precisa qué deba entenderse por buena fe en este contexto, parece evidente que
se trata de una buena fe de tipo subjetivo, constituida por la conciencia de actuar conforme a derecho, y en
concreto, por la conciencia de haber contraído un matrimonio libre de todo vicio que lo invalide.
El artículo 52 de la LMC evita toda discusión relativa a la necesidad de probar dicha buena fe, al establecer
que “Se presume que los cónyuges han contraído matrimonio de buena fe y con justa causa de error, salvo
Cabe precisar que la putatividad del matrimonio se mantiene hasta que desaparece la buena fe. Lo que nos
hace preguntarnos: ¿Qué ocurre si ambos cónyuges estaban de buena fe al celebrarse el matrimonio y
después sólo uno de ellos la pierde? A juicio de la mayoría de la doctrina, en ese caso el matrimonio subsiste
como putativo, pero sólo respecto del cónyuge de buena fe (y pueden invocarse a favor de esta
interpretación las palabras del artículo 51 de la LMC “…respecto del cónyuge que,…”). No obstante,
Fernando Fueyo fue de opinión que subsiste como putativo para ambos cónyuges, puesto que, de
conformidad con el mismo artículo 51, para cesar los efectos del matrimonio putativo, es preciso que “falte
De modo tal que, vistas las cosas al modo de Fueyo -que parece ser también el sentido literal de la norma-,
mientras para que el matrimonio adquiera carácter putativo es suficiente la buena fe de uno solo de los
d) Justa causa de error. Si se lee con detención el artículo 51 de la LMC se advierte que el requisito subjetivo
para que el matrimonio resulte putativo es doble puesto que se requiere, al menos de parte de uno de los
cónyuges, buena fe y justa causa de error. Como vimos, el artículo 52 hace innecesario probar uno y otro,
pues ambos se presumen. Mas ¿en qué consiste la justa causa de error? Se trata de que el error en que han
incurrido uno o ambos cónyuges, con respecto a la validez del matrimonio tal como lo celebraron, debe ser
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Podemos preguntarnos si sólo el error de hecho puede ser excusable o si también podría serlo el error de
derecho. El punto no es pacífico. Manuel Somarriva fue de opinión que podía excusarse también el error de
derecho. Pero la mayor parte de la doctrina tiende a excluirlo, invocando de una parte la presunción de
conocimiento de la ley y la regla ignorantia legis non excusat, contenidas en los artículos 7 y 8 del Código
Civil respectivamente; y observando de otra parte que el artículo 706 del Código Civil, que contiene una
presunción de buena fe a la que suele reconocerse un alcance general, junto con dicha presunción contiene
la regla de que “el error en materia de derecho constituye una presunción de mala fe, que no admite prueba
en contrario”.
¿Es necesaria la declaración judicial? Parece claro, de la redacción del artículo 51 de la LMC, que la
declaración judicial no es necesaria, ya que al presumirse la buena fe y la justa causa de error, ambos
requisitos medulares del matrimonio putativo, todo matrimonio que sea declarado nulo debe tenerse, en
principio, por putativo. El carácter no putativo o simplemente nulo del matrimonio nulo sólo podrá
afirmarse cuando así resultare de lo probado en el juicio de nulidad y además “así se declarare en la
sentencia de nulidad”.
8.3. Efectos del matrimonio putativo. La regla básica en punto a los efectos del matrimonio putativo es la
que establece el artículo 51 de la LMC al disponer que éste “produce los mismos efectos civiles que el válido,
respecto del cónyuge que, de buena fe y con justa causa de error, lo contrajo”. No obstante, es sólito
distinguir según se trate de los efectos en relación con los hijos o bien de los efectos entre los cónyuges.
8.3.1. Efectos en relación con los hijos. La institución del matrimonio putativo, que nació como forma de
evitar a los hijos habidos durante el matrimonio nulo la condición de ilegítimos, ha visto desaparecer su
relevancia en esta materia. Y ello obedece a que bajo la actual legislación, tanto da si el matrimonio que se
declara nulo lo es putativo o simplemente nulo, en cualquier caso la filiación determinada como matrimonial
subsistirá de forma permanente y respecto de ambos padres. Y menos puede importar, para el caso que el
matrimonio resultare putativo, que lo sea respecto de uno de los cónyuges o de ambos, toda vez que los
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8.3.2. Efectos entre los cónyuges. El matrimonio putativo implica que un matrimonio que es declarado nulo
produce los mismos efectos que el válido, situación que perdurará hasta que ambos cónyuges pierdan la
buena fe. Respecto del cónyuge que demanda la nulidad se entiende que éste pierde la buena fe al
interponerla, y respecto del otro cónyuge, se entiende que éste la pierde al contestar la demanda. Sólo en
ese momento –esto es, cuando ambos han dejado de estar de buena fe- el matrimonio putativo deja de
producir sus efectos. Pero antes de que eso suceda, el matrimonio putativo surte los mismos efectos que el
válido, tanto personales como patrimoniales. De ello se extraen las siguientes consecuencias prácticas:
a) El hecho que una persona casada contraiga un nuevo matrimonio permite declarar la nulidad del
segundo, por concurrir el impedimento dirimente de vínculo matrimonial no disuelto, y ello es así aun
cuando el primer matrimonio se declare nulo, puesto que si nada más se expresa en la sentencia de nulidad,
b) En lo que respecta al régimen de bienes, declarada que sea la nulidad de un matrimonio, éste debe
entenderse putativo, lo que implica que habrá existido sociedad conyugal, y que ésta deberá disolverse y
liquidarse. No sucede lo mismo si al declararse nulo el matrimonio la sentencia expresa que se lo declara
simplemente nulo, puesto que en ese caso habrá que entender que nunca hubo sociedad conyugal que
ahora pudiera disolverse y liquidarse, únicamente habrá existido una comunidad la cual deberá disolverse y
c) Siempre en relación con el régimen de bienes, si fuere el caso que sólo uno de los cónyuges celebró el
matrimonio de buena fe, dispone el artículo 51 inciso 2 de la LMC, que el cónyuge de buena fe “podrá optar
entre reclamar la disolución y liquidación del régimen de bienes que hubiere tenido hasta ese momento, o
d) Finalmente, y en lo que hace a las donaciones o promesas por causa de matrimonio, dispone el artículo 51
inciso final de la LMC que el cónyuge que se casó de buena fe podrá retenerlas, de donde se sigue, a
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3. EL DIVORCIO.
3.1. Concepto. De forma muy lacónica podemos decir que, al lado de la muerte y la nulidad del matrimonio, el
divorcio es la tercera forma de extinción del contrato matrimonial reconocida por nuestra legislación. Tal como
explican Barrientos y Novales, “El divorcio es una institución que presupone la existencia de un matrimonio
válido y que ha producido todos sus efectos, pero que, por la concurrencia de ciertas causas sobrevenidas a su
3.2. Clases o tipos de divorcio. En la doctrina ha sido tradicional distinguir dos clases o tipos de divorcio, a los
que se denomina respectivamente divorcio sanción (por falta o culpa de los cónyuges) y divorcio remedio.
Mientras el primero será siempre unilateral (demandado por uno de los cónyuges), el segundo podría ser tanto
Esta clasificación del divorcio, que distingue el divorcio sanción del divorcio remedio, ha suscitado dudas y
críticas entre los autores. Entre otros aspectos, se ha propuesto aceptarla pero como parte de una
clasificación más amplia, que distinga entre el divorcio contencioso y el no contencioso, según que exista o
no acuerdo entre los cónyuges en punto a la decisión de divorciarse. Bajo esta perspectiva, se ha sostenido
que el divorcio contencioso podría revestir el carácter de divorcio sanción o divorcio remedio, en tanto que
el divorcio no contencioso, al ser de común acuerdo, tendría siempre el carácter de divorcio remedio.
Siguiendo aquí la sistematización de Ruz, podemos distinguir, al interior de la Ley de Matrimonio Civil, tres
3.2.1. Divorcio unilateral por falta o unilateral - sanción. Tiene éste por fundamento la falta o
incumplimiento imputable al menos a culpa que comete uno de los cónyuges, falta o incumplimiento que
supone una infracción grave de las obligaciones familiares. Por cierto que la existencia de faltas o
incumplimientos recíprocos no inhabilita a ninguno de los cónyuges para solicitar esta forma de divorcio. Se
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3.2.2. Divorcio unilateral por cese de la convivencia o unilateral – remedio. Tiene por fundamento el cese
de la convivencia o cese de la vida en común que habilita a cualquiera de los cónyuges para solicitar esta
3.2.3. Divorcio de común acuerdo por cese de la convivencia o bilateral – remedio. Tiene por fundamento
la voluntad concorde de los cónyuges, siendo el cese de la convivencia un requisito o presupuesto del
3.3.1. Causales del divorcio unilateral por falta o divorcio unilateral - sanción. Se enuncian en el artículo 54
a) Causal genérica de divorcio sanción. Dispone el artículo 54 de la LMC: “El divorcio podrá ser demandado
por uno de los cónyuges, por falta imputable al otro, siempre que constituya una violación grave de los
deberes y obligaciones que les impone el matrimonio o de los deberes y obligaciones para con los hijos, que
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b) Causales específicas de divorcio sanción que la ley contempla por vía ejemplar. Una vez que el artículo
54 de la LMC ha establecido en su inciso primero la causal genérica a que acabamos de referirnos, procede a
enunciar, en su inciso segundo, seis “hechos”, que, “entre otros”, entiende el legislador que configuran la
causal genérica del inciso primero. El carácter meramente ejemplar de los seis supuestos que se enumeran
aparece de manifiesto de la expresión “entre otros” con lo que en ningún caso la enumeración podría
b.1) Atentado contra la vida o malos tratamientos graves contra la integridad física o psíquica del cónyuge o
b.2) Transgresión grave y reiterada de los deberes de convivencia, socorro y fidelidad propios del
matrimonio. El abandono continuo o reiterado del hogar común, es una forma de transgresión grave de los
b.3) Condena ejecutoriada por la ejecución de los crímenes o simples delitos contra el orden de las familias y
contra la moralidad pública, o contra las personas, previstos en el Libro II, Títulos VII y VIII del Código Penal,
b.5) Alcoholismo o drogadicción que constituya un impedimento grave para la convivencia armoniosa entre
Más de alguno de los casos con que ejemplifica el legislador ha despertado el recelo de la doctrina. Así, por
ejemplo, se ha visto una incoherencia entre el quinto de ellos -alcoholismo o drogadicción- y los fines
generales que la misma legislación atribuye al matrimonio, uno de los cuales es, en palabras del artículo 102
del Código Civil, auxiliarse mutuamente. El mismo deber de socorro, de cuya transgresión reiterada el
segundo de los casos enumerados hace una causal de divorcio – sanción, parece oponerse a la permisión
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que se otorga a cualquiera de los cónyuges para divorciarse del otro si éste cae en un estado de alcoholismo
o drogadicción siempre que éste constituya un impedimento grave para la convivencia armoniosa entre los
cónyuges o entre éstos y los hijos. Pensamos que esta última parte de la hipótesis legal es la más relevante,
en la medida en que permite argumentar que si bien el auxilio del cónyuge enfermo o desgraciado forma
parte de los deberes que el matrimonio impone, de ello no se sigue la exigibilidad de conductas
Derecho. Allende su exigibilidad jurídica, la perseverancia en el auxilio, sólo puede ser objeto de nuestro
reconocimiento moral.
Conviene reiterar que la forma de divorcio de que nos venimos ocupando (unilateral-sanción) no requiere
cese de la convivencia.
3.2. Causales del divorcio unilateral por cese de la convivencia o divorcio unilateral – remedio. Dispone el
artículo 55 de la LMC que habrá lugar también al divorcio cuando se verifique un cese efectivo de la
convivencia conyugal de, a lo menos, tres años, salvo que, a solicitud de la parte demandada, el juez
obligación de alimentos respecto del cónyuge demandado y de los hijos comunes, pudiendo hacerlo.
Como se aprecia, esta segunda forma de divorcio (unilateral-remedio) tiene por fundamento el cese de la
convivencia. Se trata de un cese asaz prolongado –no menos de tres años- el cual debe ser rigurosamente
acreditado por la parte solicitante. Y debe acreditarse únicamente por alguna de las formas que la propia
Ley de Matrimonio Civil contempla y que estudiamos a propósito de la separación conyugal. Como se dijo en
a) Cuando el acuerdo de separación conste, por escrito, en alguno de los instrumentos mencionados por el
artículo 22 de la LMC, caso en que la fecha cierta del cese de la convivencia será la de dicho instrumento, o bien,
y para el caso de que el acuerdo contuviere algún acto que requiera de inscripción, subinscripción o anotación,
88
b) Cuando, a falta de acuerdo, se demande judicialmente alguna de las materias indicadas por el artículo 23,
caso en que la fecha cierta del cese de la convivencia será la de la notificación de la demanda.
c) Cuando, habiendo uno de los cónyuges expresado su voluntad de poner fin a la convivencia a través de
cualquiera de los instrumentos indicados en el artículo 22, o dejado constancia de dicha intención ante el
De manera que el lapso mínimo de tres años de cese de la convivencia que la causal requiere se cuenta desde
que dicho cese se produjo de conformidad con alguno de los medios de acreditación mencionados. Con todo,
debe señalarse, en relación con los matrimonios celebrados antes de la entrada en vigencia de la Ley de
Matrimonio Civil de 2004, que a su respecto ésta es menos rigurosa, permitiendo que en tales matrimonios el
cese de la convivencia se acredite por cualquiera de los medios de prueba que la ley contempla (artículo 8 inciso
Nemo auditur. Tal como se aprecia en el artículo 55 de la LMC, la ley contempla un límite a la causal del divorcio
remedio fundado en el cese de la convivencia, y esta dice relación con el cumplimiento de sus obligaciones
alimenticias por parte del cónyuge que demanda el divorcio. En efecto, establece la norma en comento que la
demanda no será acogida si, a solicitud de la parte demandada, el juez verifica que el demandante, durante el
cese de la convivencia, no ha dado cumplimiento, reiterado, a su obligación de alimentos respecto del cónyuge
Todo indica que no se trata de un requisito de admisibilidad de la acción pero sí es un requisito para que la
pretensión sea acogida el que durante el cese de la convivencia el cónyuge demandante de divorcio no hubiere
incurrido en incumplimiento reiterado de su obligación de alimentos respecto del cónyuge demandado y de los
Establecido lo anterior, procede señalar que son varias las precisiones interpretativas que el precepto suscita: lo
primero es que no basta con un incumplimiento único o esporádico de las obligaciones alimenticias, debe
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tratarse de un incumplimiento reiterado, por señalarlo así expresamente la norma. Es de resorte del tribunal
En segundo lugar, es también claro, porque brota con nitidez de la sola lectura de la norma, que el dato objetivo
del incumplimiento, por reiterado que sea, tampoco basta para que la pretensión del demandante de divorcio
sea desechada. Es imprescindible que se acredite que el cónyuge incumplidor estaba en condiciones de cumplir
Una cuestión algo más sutil es la de si el incumplimiento de las obligaciones alimenticias con respecto al
cónyuge demandado y con respecto a los hijos comunes debe estimarse copulativo para que el impedimento se
verifique, o si en cambio es suficiente con que el incumplimiento se haya producido en relación con alguno de
ellos (el cónyuge demandado “o” los hijos). A nuestro juicio, la última interpretación es la correcta, por mucho
que suponga efectuar una interpretación extensiva de la norma que rebasa su solo tenor literal (“cónyuge
Por último, ha de precisarse qué es lo que debe entenderse por “incumplimiento”. ¿Lo constituye el
cumplimiento parcial? De nuevo es el tribunal el llamado a definir, sin perjuicio de lo cual, nos parece que sería
excesivo no dar lugar a una demanda de divorcio fundado en que se dejaron impagos unos reajustes o
intereses.
3.3. Causales de divorcio de común acuerdo por cese de la convivencia o divorcio bilateral – remedio.
Previsto por el artículo 55 inciso primero de la LMC, esta forma de divorcio se caracteriza porque ambos
cónyuges, de común acuerdo, lo solicitan, acreditando que ha cesado la convivencia entre ellos durante un
lapso mayor de un año, y debiendo acompañar un acuerdo que regule sus relaciones recíprocas y las
relaciones con sus hijos, acuerdo que debe ser completo y suficiente.
acuerdo. El carácter ”completo y suficiente” del acuerdo se aprecia de conformidad con los parámetros que
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proporciona la propia Ley de Matrimonio Civil y que estudiamos en su momento a propósito de la separación
judicial. Como se vio en esa ocasión, el artículo 27 de la LMC expresa que el acuerdo será completo si regula
todas y cada una de las materias mencionadas en el artículo 21; y será suficiente si resguarda el interés superior
de los hijos, procura aminorar el menoscabo económico que pudo causar la ruptura y establece relaciones
equitativas, hacia el futuro, entre los cónyuges cuya separación se solicita. Los mismos criterios se utilizan en el
caso que nos ocupa –divorcio de común acuerdo- por expresa remisión del artículo 55 inciso segundo de la Ley
de Matrimonio Civil.
3.4. La acción de divorcio. Se trata de una acción que reúne las siguientes características fundamentales:
a) Es una acción personal, cuya titularidad corresponde exclusivamente a los cónyuges, pudiendo ejercerla
cualquiera de ellos, salvo en el caso del artículo 54 de la LMC (divorcio por falta o culpa de uno de los cónyuges).
El artículo 58 de la misma ley precisa que el menor de edad y el interdicto por disipación son hábiles para
c) Es imprescriptible. Puede ejercerse en cualquier tiempo, rasgo común en las acciones del derecho de familia.
3.5. Efectos del divorcio. Una vez declarado judicialmente, mediante sentencia firme o ejecutoriada, el
a) El divorcio extingue el matrimonio (artículo 53 LMC), pone fin al estado civil de casados y hace nacer el
estado civil de divorciados, quedando éstos habilitados para volver a casarse. El estado civil de divorciado se
prueba de conformidad con las reglas del artículo 305 del Código Civil.
La redacción del artículo 59 de la LMC, que estamos siguiendo en esta parte, es claramente desafortunada.
Mientras el inciso primero de dicha norma dispone que “El divorcio producirá efectos entre los cónyuges
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desde que quede ejecutoriada la sentencia que lo declare”, el inciso segundo prescribe a renglón seguido
que “Sin perjuicio de ello, la sentencia ejecutoriada en que se declare el divorcio deberá subinscribirse al
terceros y los cónyuges adquirirán el estado civil de divorciados, con lo que podrán volver a contraer
matrimonio”.
Observa a ese respecto Ramos Pazos que, si como expresa el inciso primero, el divorcio produce efectos
entre los cónyuges desde que queda ejecutoriada la sentencia que lo declara, entonces es desde ese
momento que adquieren el estado civil de divorciados y pueden volver a casarse. Pero eso resulta
abiertamente contradictorio con lo que expresa la segunda parte del inciso segundo, esto es, que sólo desde
la subinscripción, los cónyuges adquieren el estado civil de divorciados, con lo que pueden volver a contraer
matrimonio.
Con su silencio, puesto que no añade nada más, el profesor Ramos parece partidario de entender que los
cónyuges adquieren su nuevo estado civil de divorciados desde que la sentencia queda firme (contra el texto
expreso de la segunda parte del inciso segundo del artículo 59, pero atendido que éste a su vez parece
hacerse fuego con el inciso primero). Otros autores, como Court, guardan completo silencio sobre el punto.
Por su parte, Barrientos y Novales33, entienden que sólo desde la subinscripción se adquiere el estado civil
habilitados los ex cónyuges para contraer nuevo matrimonio. En la misma línea se pronuncia Gonzalo Ruz,
quien añade que idéntico criterio ha de aplicarse a la adquisición del estado civil de separados judicialmente
en el caso de tal separación, esto es, se adquiere desde la subinscripción de la sentencia y no antes.
De lo que no cabe duda es que mientras se sigue el procedimiento de divorcio, los cónyuges siguen siéndolo
plenamente, con todos sus deberes y obligaciones, por lo que, de infringirse durante el juicio alguno de esos
deberes, bien podría el divorcio que se inició remedio transformarse en un divorcio culpable.
33
Nuevo Derecho Matrimonial Chileno, cit. p. 396.
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b) El divorcio no afecta la filiación ya determinada de los hijos comunes, como tampoco los derechos y
c) El divorcio extingue los derechos patrimoniales de los cónyuges cuya fuente sea el matrimonio, así, v.gr.,
e) El divorcio culpable, autoriza a revocar las donaciones por causa de matrimonio que se hubieren hecho al
f) El divorcio autoriza al ex cónyuge propietario de un bien declarado familiar para pedir su desafectación
g) ¿Procede la reparación de los daños causados con ocasión y/o a consecuencia del divorcio? La cuestión es
objeto de discusión entre nosotros. Algunas legislaciones, como la francesa a partir de 2004, ya lo han
6. Divorcio obtenido en el extranjero. De conformidad con el artículo 83 de la Ley de Matrimonio Civil, “El
divorcio estará sujeto a la ley aplicable a la relación matrimonial al momento de interponerse la acción”. Por
cierto que al aludir a “la ley aplicable a la relación matrimonial” la norma en comento no hace sino remitirse
a los principios del Derecho Internacional Privado puesto que siempre habremos de preguntarnos cuál sea
“la ley aplicable a la relación matrimonial”. Con todo, de los incisos segundo a cuarto del artículo 83, se
extrae una regla importante: Las sentencias de divorcio y nulidad de matrimonio dictadas por tribunales
extranjeros serán reconocidas en Chile conforme a las reglas generales del Código de Procedimiento Civil (lo
que supondrá que se expida el correspondiente exequátur por la Corte Suprema). Por lo mismo, no será
reconocido en Chile el divorcio o la nulidad de matrimonio que no hayan sido declarados por resolución
judicial, ni tampoco el que se oponga al orden público chileno o se ha obtenido con fraude a la ley. A nuestro
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entender, esta es, a día de hoy, la única disposición de la legislación civil chilena que utiliza en forma expresa
el concepto de “fraude a la ley”. Por lo mismo, el inciso cuarto la pone en contexto, al establecer que “se
entenderá que se ha actuado en fraude a la ley cuando el divorcio ha sido declarado bajo una jurisdicción
distinta a la chilena, a pesar de que los cónyuges hubieren tenido domicilio en Chile durante cualquiera de
los tres años anteriores a la sentencia que se pretende ejecutar, si ambos cónyuges aceptan que su
convivencia ha cesado a lo menos ese lapso, o durante cualquiera de los cinco años anteriores a la
sentencia, si discrepan acerca del plazo de cese de la convivencia. A juicio de Ramos Pazos se configura en
este inciso cuarto una presunción de derecho de fraude a la ley, cuya finalidad –al margen de su redacción
harto confusa- parece clara: evitar que chilenos viajen al extranjero para divorciarse evitando el plazo de
§ 6. LA COMPENSACIÓN ECONÓMICA.
Ley de Matrimonio Civil, entre los artículos 61 a 66. Señalemos de inmediato que originalmente el capítulo
VII de la Ley se destinó a la regulación de tres instituciones, las cuales son, hasta cierto punto, comunes al
(párrafo 1°), la conciliación (párrafo 2°) y la mediación (párrafo 3°). No obstante, la Ley 20.286 (de 2008), que
modificó la Ley de Tribunales de Familia, suprimió de la Ley de Matrimonio Civil todas las normas relativas a
la mediación, que se contenían entre los artículos 71 y 79. De manera que las reglas que contenía la Ley de
Matrimonio Civil en relación con la mediación fueron eliminadas de ésta por lo que la regulación de la
Familia.
Decíamos que las tres instituciones aludidas -compensación económica, conciliación y mediación- son
comunes al divorcio, la nulidad de matrimonio y la separación judicial, pero sólo hasta cierto punto, y ello es
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así porque, mientras la compensación económica es común únicamente al divorcio y la nulidad del
2. Concepto. Puede definirse la compensación económica como una institución que opera a favor del
cónyuge que como consecuencia de haberse dedicado al cuidado de los hijos o a las labores propias del
hogar común, no pudo desarrollar una actividad remunerada o lucrativa durante el matrimonio, o lo hizo en
menor medida de lo que podía y quería, y que lo habilita para demandar del otro cónyuge el pago de una
compensación en la medida del menoscabo que padece como resultado del divorcio o de la declaración de
3. Características.
3.1. La compensación económica posee un carácter estrictamente post-matrimonial. Sólo cabe establecerla
ad post, en el respectivo convenio regulador, o bien, en la sentencia por la que el juez declara la nulidad o el
divorcio.
3.2. La compensación económica no opera de pleno derecho. El juez la declara y fija su monto toda vez que
3.3. Una vez fijada por el juez, la compensación económica da lugar a un crédito o derecho personal.
La primera es que la compensación, o más bien el crédito que ella origina una vez declarada por el juez, es
renunciable, ésta no puede renunciarse al inicio del matrimonio o durante su transcurso, pues ello
contradiría la protección que la compensación económica intenta proporcionar y que es de orden público.
Esta es una de las razones por las que la compensación económica posee un carácter estrictamente post-
matrimonial y sólo puede solicitarse al inicio del divorcio o de la nulidad. Por cierto, el que no se pueda
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renunciar anticipadamente a la compensación no implica que la deuda que ella origina no sea susceptible de
condonación.
La segunda observación es que si bien la compensación económica hace nacer un crédito, que generalmente
se traducirá en la fijación de una suma de dinero a pagarse en forma única o periódica, también puede dar
lugar a la constitución de derechos reales de usufructo, uso o habitación en bienes del cónyuge deudor.
3.4. Una vez establecida por el juez la compensación económica, ella no admite revisión. Clara diferencia con
las pensiones alimenticia cuyo monto está sujeto a aumento o rebaja según varíen las circunstancias.
3.5. Si bien veremos que es cuestión muy discutida en la doctrina cuál sea la naturaleza jurídica de la
compensación económica, las posiciones actuales tienden a asignarle una función resarcitoria más que
alimenticia.
Cabe observar, no obstante, que la forma en que la Ley de Matrimonio Civil ha contemplado la
compensación económica entre nosotros extiende las funciones de ésta incluso al ámbito punitivo, toda vez
que se faculta al juez para denegar la compensación o reducirla prudencialmente en caso que el cónyuge
3.6. La compensación económica no está afecta al impuesto a la renta. Se había generado duda en la
doctrina, en particular a raíz de una interpretación del Servicio de Impuestos Internos que la consideró
afecta al impuesto a la rente. Pero la Ley 20.239 vino a zanjar la cuestión al eximirla expresamente de tal
impuesto.
4.1. La tesis alimenticia: Una primera opinión reconoce en la compensación económica características
asistenciales que tienden a asimilarla al derecho de alimentos. A primera vista, la propia Ley de Matrimonio
Civil pareciera abonar esta interpretación, al contemplar en su artículo 62 inciso primero la posibilidad de
que los propios cónyuges o el juez determinen que el pago de la compensación económica se hará mediante
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cuotas o pensiones periódicas, y que a igual efecto podrán constituirse derechos reales de usufructo, uso o
habitación sobre bienes que sean propiedad del cónyuge deudor, posibilidades todas que son propias, según
se sabe, del pago de las pensiones alimenticias. En igual sentido podría interpretarse el espíritu del artículo
66 inciso segundo cuando dispone que en los casos en que el pago de la compensación económica se fije en
cantidades periódicas, esta se asimilará, para los efectos de su cumplimiento, al pago de alimentos.
No obstante, son varios los aspectos en que la compensación económica y el derecho de alimentos difieren,
Ante todo, la obligación alimenticia entre cónyuges tiene por fundamento el deber de socorro, que es uno
de los efectos personales esenciales del matrimonio. Pero mal podría invocarse como fundamento de la
compensación económica el deber de socorro habida cuenta de que la compensación sólo puede otorgarse
una vez declarado el divorcio o la nulidad del matrimonio. El artículo 174 del Código Civil pareciera dar pie
para conjeturar sobre un posible efecto ultra-marital del deber de socorro que rige entre los cónyuges, y
algún autor, Ruz concretamente, así lo hace. Más sensato parece, sin embargo, entender, como hace Ramos
Pazos, que tal disposición hacía referencia al divorcio tal como éste era contemplado por la antigua
legislación, es decir, sin disolución del vínculo matrimonial, pero que carece de aplicación bajo la legislación
de divorcio actualmente vigente (hay que tener presente que el artículo 6 transitorio de la Ley de
Matrimonio Civil vigente confiere a las personas que se hubieren divorciado bajo la ley anterior el carácter
Por otra parte, la compensación económica se fija una sola vez y no admite posteriores aumentos o rebajas,
algo que como sabemos es admitido por la ley en el caso de los alimentos, que además se deberán mientras
En fin, y desde el punto de vista de la historia fidedigna del establecimiento de la ley, existe constancia de un
cambio de parecer entre los miembros de la comisión legislativa que conoció del respectivo proyecto de ley
97
comisionados razonaron en general sobre la base de un carácter asistencial y alimenticio, pronto variaron en
Por lo demás, las mismas normas que citamos más arriba -en particular el artículo 66 de la LMC- pueden
citarse no solo en abono de un supuesto carácter alimenticio de la compensación económica sino también
para negar ese carácter, bastando para ello que se precise que si el artículo 66 asimila, al solo efecto de
alimentos, ello obedece precisamente a que la ley reconoce que la compensación económica es una
4.2. La tesis indemnizatoria o resarcitoria: Con matices, no son pocos los especialistas que se han inclinado
por reconocerle a la compensación económica una naturaleza indemnizatoria o resarcitoria, algo que
también viene reflejado tanto por la misma denominación legal de esta institución -"compensación"- como
por el requisito fundamental para que ella opere: el "menoscabo". Bajo esta perspectiva, la compensación
económica no es sino la indemnización o resarcimiento por el menoscabo que sufre uno de los cónyuges,
aquel que por dedicarse al cuidado de los hijos y el hogar común no pudo desarrollar una actividad
algunos han querido ver en la ruptura matrimonial, un ilícito civil, que permitiría fundar la responsabilidad
afirmado con razón que en principio no existe razón para ver, ni en la ruptura del matrimonio (salvo quizá en
las hipótesis de divorcio culpable) ni tampoco en el hecho de haberse dedicado en su día alguno de los
cónyuges al cuidado de los hijos o del hogar común, un ilícito civil propiamente dicho. El mismo hecho de
que una y otra opciones normalmente se hayan tomado con el acuerdo real o tácito de ambos cónyuges,
impide hablar resueltamente de un ilícito civil, aunque sólo sea por aplicación del principio conforme al cual
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el daño voluntario no constituye daño (volenti non fit iniuria). La propia naturaleza de la empresa
4.3. Otras tesis. Mejor encaminados parecen quienes proponen situar el fundamento de la compensación
económica ora en una responsabilidad extracontractual más bien de tipo objetivo ora en una evitación del
enriquecimiento sin causa de uno de los cónyuges, aquel que como consecuencia de no haberse dedicado al
cuidado de los hijos y del hogar común pudo desarrollar una actividad profesional o lucrativa que al término
del matrimonio lo pone en una posición económica aventajada respecto del otro cónyuge.
A partir de ahí, surgen posturas doctrinarias variadas, que consideran la compensación económica como una
institución jurídica de naturaleza mixta (que combina aspectos asistenciales o alimenticios con aspectos
indemnizatorios), ecléctica (en el sentido de que no sería única sino variable, subordinada al tipo de
(variable también pero dependiendo del tipo de relación que el matrimonio que vino a disolverse
4.4. Determinación de su procedencia y monto. Dos son las formas contempladas por la Ley de Matrimonio
Civil para determinar la procedencia y monto de la compensación económica: Una es de común acuerdo por
los cónyuges al solicitar se declare su divorcio, la otra es la determinación judicial, que como es obvio opera
a) Determinación de común acuerdo. Esta la efectúan los mismos cónyuges que buscan divorciarse,
bastando para ello que ambos sean mayores de edad, y que hagan constar su acuerdo, ya sea en escritura
pública o bien en un acta de avenimiento, ambos sometidos a la aprobación del juez de familia (artículo 63
de la LMC).
b) Determinación judicial. Procede a falta de acuerdo entre las partes y supone una actuación más decisiva
del juez quien se pronunciará tanto sobre la procedencia como sobre el quantum o monto de la
compensación. El o los cónyuges solicitarán que se fije la compensación económica como parte de la
99
demanda (también de la reconvencional), y en caso de no hacerlo, el juez les informará en la audiencia de
conciliación, que les asiste ese derecho. De forma que el juez de familia deberá pronunciarse en la sentencia
62 inciso segundo en los casos de divorcio culpable puede limitar su monto o aun denegarla, amén de que
también puede limitarla o incluso no dar lugar a ella si no concurren los antecedentes que la ameriten),
4.5. El "menoscabo". La noción de menoscabo constituye el requisito sine qua non al que la ley subordina la
procedencia de la compensación económica. El solo hecho de haberse dedicado uno de los cónyuges al
cuidado de los hijos o del hogar común, no da derecho, por sí solo, a obtener la compensación económica.
Precisando este concepto, doctrina y jurisprudencia tienen entendido que debe tratarse de un menoscabo
menoscabo, resulta el conjunto de criterios, que por vía ejemplar, enuncia el artículo 62 de la Ley de
a) Duración del matrimonio y de la vida en común. Es evidente que se trata de dos criterios diferentes
puesto que la duración del matrimonio no necesariamente ha de coincidir con la duración de la vida común.
c) Buena o mala fe de los cónyuges. A falta de una definición legal de lo que deba entenderse a estos
efectos y en este contexto por buena o mala fe, he aquí, sin duda, el más oscuro de los criterios
mencionados por el legislador, en cualquiera de los sentidos que admite la palabra "oscuro".
d) Edad y estado de salud del cónyuge beneficiario. Se ha objetado a este criterio el referirse únicamente al
cónyuge beneficiario y no en cambio a la edad y estado de salud del cónyuge deudor. Pero la crítica no es de
gran peso. El legislador tiene derecho a suponer que legisla para personas de intelecto normal, capaces de
sostener una fidelidad inteligente a sus normas. Es evidente que la ley alude al cónyuge beneficiario en
100
comparación con las circunstancias del otro cónyuge, entre ellas su edad, por tanto, a la luz de las
comprende, se trata de un aspecto de gran relevancia, crucial para la subsistencia del cónyuge de posición
menos aventajada, particularmente en aquellos casos en que la disolución del matrimonio sobreviene luego
de un largo camino en común. Se reproduce aquí la objeción examinada más arriba a propósito de la
exclusiva alusión al cónyuge beneficiario por lo que puede reiterarse lo dicho anteriormente.
g) Colaboración que hubiere prestado el cónyuge beneficiario a las actividades lucrativas del otro cónyuge.
4.6. Prueba del "menoscabo". Siendo la existencia de menoscabo el requisito fundamental para la
nulidad, y corresponderá probarlo al cónyuge que lo alegue. Con todo, y atendida la naturaleza
particularmente difusa del concepto de menoscabo -al mismo tiempo que se concreta en una situación
actual desmejorada o insegura, se remite causalmente a opciones biográficas adoptadas en el pasado más o
4.7. Forma de pago de la compensación económica. A este importante extremo se refieren los artículos 65
a) En dinero, acciones u otros bienes del cónyuge deudor. Tratándose de dinero, la ley admite que el pago se
estipule en una o más cuotas reajustables, caso este último en que el juez fijará además seguridades o
garantías de pago.
101
b) Por medio de la constitución de derechos de usufructo, uso o habitación sobre bienes de propiedad del
cónyuge deudor. Dispone el artículo 65 de la LMC que la constitución de estos derechos no perjudicará a los
acreedores que el cónyuge propietario hubiere tenido a la fecha de la constitución, ni aprovechará a los
7.9. Compensación económica y demanda por daño moral. Sin entrar en la controversia sobre el derecho a
demandar indemnización por el daño moral en materias matrimoniales, derecho que podemos dar por
bueno, se sostiene la improcedencia de hacer de dicha reparación parte de la compensación económica. Así
lo ha defendido, por ejemplo, el profesor Rodrigo Barcia, con opinión que compartimos. Y la clave puede
hallarse en las reflexiones que hiciéramos sobre la nación de menoscabo. Bajo ningún respecto puede
tenerse a éste por un puro daño o perjuicio que uno de los cónyuges le infligiera al otro durante el
matrimonio. Se trata, antes bien, de la situación desventajosa en que uno de los cónyuges se ve puesto a
resultas de decisiones que ambos cónyuges consensuaron como parte del proyecto de vida común que
formaron, y cuyos costos debieran distribuirse de manera equitativa. Tal es la función de la compensación
económica.
8. De la conciliación y la mediación.
Señalábamos al inicio de esta sección que, originalmente, el capítulo VII de la Ley de Matrimonio Civil se
destinó a la regulación de tres instituciones: la compensación económica (párrafo 1°), la conciliación (párrafo
2°) y la mediación (párrafo 3°). Y advertimos en esa oportunidad que la Ley 20.286 (de 2008), que modificó
la Ley de Tribunales de Familia, suprimió de la Ley de Matrimonio Civil todas las normas relativas a la
mediación, que se contenían entre los artículos 71 y 79, pasando la regulación de la mediación en materias
Observamos también que compensación económica, conciliación y mediación, son tres instituciones que
sólo hasta cierto punto pueden decirse comunes a la separación judicial, la nulidad y el divorcio. Y eso es así,
agregamos, porque mientras la compensación económica es común únicamente al divorcio y la nulidad del
102
Habiéndonos ocupado, en los acápites que anteceden, de la compensación económica, corresponde ahora
que dediquemos algunas consideraciones, más procesales que civiles, a la conciliación y la mediación.
jurídicos, pero vinculado al procedimiento judicial, en el que las partes alcanzan un acuerdo que resuelve el
conflicto a partir de las bases de arreglo que propone el juez. Sabido es también que la legislación contempla
esta instancia alternativa al proceso a propósito de varios órdenes de materias (principalmente, laborales,
de salud y de familia).
En la materia que nos ocupa, a la conciliación se refieren los artículos 67 a 70 de la Ley de Matrimonio Civil.
Dispone el artículo 67 de la LMC que “Solicitada la separación, sea que la demanda se presente
deberá instar a las partes a una conciliación, examinando las condiciones que contribuirían a superar el
conflicto de la convivencia conyugal y verificar la disposición de las partes para hacer posible la conservación
del vínculo matrimonial”. Y prosigue la norma estableciendo en su inciso segundo que “El llamado a
conciliación tendrá por objetivo, además, cuando proceda, acordar las medidas que regularán lo
concerniente a los alimentos entre los cónyuges y para los hijos, su cuidado personal, la relación directa y
regular que mantendrá con ellos el padre o la madre que no los tenga bajo su cuidado, y el ejercicio de la
patria potestad”.
De manera entonces que la audiencia de conciliación tiene dos objetivos, uno principal y el otro subsidiario.
El principal es instar a la superación del conflicto y preservar el matrimonio. Y sólo si se fracasa en dicho
objetivo, la audiencia se orientará a establecer las bases que regularán las materias de alimentos, cuidado
Es obligatorio para el juez de familia efectuar este llamado a conciliación en la audiencia preparatoria de
manera que los cónyuges, personalmente o acompañados por sus representantes judiciales, y aun, en algún
caso sólo representados por éstos (divorcio de común acuerdo, artículo 68 LMC), discutir las bases de
103
arreglo propuestas por el juez. Por cierto que si la conciliación no se alcanza, el procedimiento seguirá su
curso, pasándose al conocimiento del fondo, y será el juez quien deberá resolver el conflicto de forma
dispone el artículo 70 que el juez deberá pronunciarse sobre las medidas que se adoptarán en forma
provisional, respecto de las materias del artículo 67 inciso segundo, mientras dure el juicio.
8.2. Mediación.
cuya utilización ha sido prevista, para ciertas materias de forma previa y obligatoria, por la legislación de
familia. El artículo 103 de la Ley de Tribunales de Familia define la mediación, a los efectos de la aplicación
de ese mismo cuerpo legal, como “aquel sistema de resolución de conflictos en el que un tercero imparcial,
sin poder decisorio, llamado mediador, ayuda a las partes a buscar por sí mismas una solución al conflicto y
8.2.1. Materias de mediación obligatoria. Luego de su modificación por la Ley 20.286, la Ley de Tribunales
de Familia vino a establecer la mediación previa y obligatoria para un conjunto de materias. En conformidad
con los artículos 106 y 57 de dicho cuerpo legal, están sujetas obligatoriamente al trámite previo de
mediación, las causas que allí se mencionan. Dispone en efecto la norma citada: “Las causas relativas al
derecho de alimentos, cuidado personal, y al derechos de los padres e hijos que vivan separados a mantener
una relación directa y regular, aun cuando se deban tratar en el marco de una acción de divorcio o de
El inciso segundo añade que “lo dispuesto en el inciso anterior no se aplicará a los casos del artículo 54 de la
Ley de Matrimonio Civil”, lo cual en principio parece de toda lógica ya que el artículo 54 consigna los casos
de divorcio culpable. No obstante, y como observa certeramente Ruz, si bien algunas de las causales hacen
comprensible que se renuncie a buscar toda capacidad de entendimiento (así, v.gr., la tentativa de prostituir
104
al otro cónyuge o a los hijos”), no todas las causas allí previstas excluyen con la misma fuerza la posibilidad
de mediación (así, vgr., la infracción del deber de fidelidad o la atribución de conducta homosexual).
Siempre de acuerdo con el artículo 106, las partes quedarán exentas del cumplimiento de este requisito en
dos situaciones:
a) Cuando acreditaren que antes del inicio de la causa sometieron el mismo conflicto ante mediadores
b) Cuando hubieren alcanzado un acuerdo privado sobre estas materias (entiéndase, las materias de
mediación obligatoria).
8.2.2. Materias de mediación prohibida. Los últimos dos incisos del artículo 106 enuncian un conjunto de
a) Asuntos relativos al estado civil de las personas, salvo en los casos contemplados por la LMC.
8.2.3. Materias de mediación voluntaria. Finalmente, el inciso cuarto del artículo 106 establece que todas
las demás materias que no sean de mediación previa y obligatoria, que a la vez no estén consignadas como
de mediación prohibida, y que sean competencia de los tribunales de familia, podrán ser sometidas a
8.2.4. Algunas generalidades mínimas sobre el proceso de mediación. Como se señaló, la mediación
prevista por la Ley de Tribunales de Familia sólo podrá conducirse por mediadores inscritos en el Registro de
Mediadores del Ministerio de Justicia. No obstante, el artículo 104 establece que “las partes podrán designar
de común acuerdo una persona que ejerza entre ellas sus buenos oficios para alcanzar avenimientos en las
105
materias en que sea procedente de acuerdo a la ley”. De manera que, debidamente acreditados, tales
avenimientos también tendrán valor ante el Tribunal. El proceso de mediación no podrá durar más de
sesenta días contados desde que se comunica al mediador su designación por el juzgado de familia. Con
todo, los participantes podrán solicitar, de común acuerdo, la ampliación de este plazo hasta por sesenta
días más. Sea que concluya o no con éxito, el mediador levantará la respectiva acta de mediación, la cual
deberá firmarse por las partes, conservando cada una copia de ella. El mediador remitirá dicha acta al
tribunal de familia para que éste la apruebe en todo aquello que no fuere contrario a derecho. Una vez
aprobada u homologada por el juez, el acta de mediación tendrá valor de sentencia ejecutoriada.
El matrimonio es una institución –entre nosotros un contrato- que produce dos clases de efectos: personales y
patrimoniales. Mientras los primeros poseen, en general aunque no siempre, un contenido no económico, y se
extienden únicamente a las relaciones de los cónyuges entre sí, los segundos atingen a la organización
económica del matrimonio y regulan las relaciones de orden patrimonial que se producen tanto entre los
1.1. Concepto. Se entiende por efectos personales del matrimonio el conjunto de deberes y derechos, hoy
recíprocos, que el contrato de matrimonio hace nacer para los cónyuges y que se entienden coherentes con
Estos se encuentran regulados en el Título VI del Libro I del Código Civil, bajo el epígrafe “Obligaciones y
106
Decimos que se trata de deberes y derechos que hoy son recíprocos, para recordar que no siempre lo
fueron. Más aun, hasta no hace mucho, era preciso distinguir, por una parte, aquellos deberes y derechos
recíprocos (fidelidad, socorro y ayuda mutua), y por otra, los de carácter individual (la protección del marido
a la mujer, la obediencia de ésta a aquél, la obligación de la mujer de seguir a su marido y el derecho de ésta
a que el marido la recibiera). Esta asimétrica situación sólo cambiaría con la Ley 18.802 de 1989, conforme a
Señalamos en su momento –con Barrientos y Novales- que el hecho de ser recíprocos estos derechos y
deberes no implica que ellos sean sinalagmáticos, por lo que nunca podría invocarse por uno de los
cónyuges el incumplimiento de uno de ellos por parte del otro cónyuge como excusa o justificación de su
propio incumplimiento.
a) En general son deberes positivos, con lo que quiere decirse que por lo común los deberes personales
imponen a los cónyuges la ejecución de conductas activas. Con obvias excepciones como es el caso del
deber de fidelidad.
107
c) Poseen un carácter “ético”, con lo que quiere decirse que pocas veces admiten un cumplimiento forzado e
in natura de la prestación originalmente debida. Por cierto eso no significa que el Derecho no contemple
consecuencias o “remedios” para el caso de infringírselos, sólo que esta consecuencia, en muchos casos, no
puede ser el cumplimiento forzado e in natura. Haciendo un pequeño cuadro resumen de estos otros
Consiste, en los términos del artículo 131 del Código Civil, en el recíproco deber que tienen los cónyuges de
“guardarse fe”. Interpretativamente se concreta este deber conyugal en la obligación de abstenerse los
La infracción de este deber se materializa por el adulterio, conducta que el artículo 132 define como aquella
que comete “la mujer casada que yace con varón que no sea su marido y el varón casado que yace con
mujer que no sea su cónyuge”. Es así claro que, al menos desde un punto de vista literal, la conducta
adulterina requiere que alguno de los cónyuges yazca con un tercero de distinto sexo.
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Parece posible, por otra parte, concebir dos formas de entender la conducta adulterina y a su través el
deber de fidelidad. Mientras la primera es objetiva y heterónoma -en la medida en que asume la irrelevancia
del consentimiento del cónyuge “inocente”-, la segunda es subjetiva y autónoma –en cuanto hace depender
la ilicitud de la conducta que se reprocha de la falta de consentimiento del cónyuge “inocente”. Una
conducta como la que cotidianamente ejecutan los llamados swingers, por ejemplo, infringe el deber de
El precitado artículo 132 establece que el adulterio –que como se sabe no constituye entre nosotros un
ilícito penal- “constituye una grave infracción al deber de fidelidad que impone el matrimonio y da origen a
a) En la medida en que torne intolerable la vida en común, constituye una causal de separación judicial
(artículo 26 inciso primero de la LMC), aunque no puede alegarse cuando existiere una previa separación de
gananciales, puede demandar la separación de bienes (artículo 155 del Código Civil).
d) En caso de separación judicial, la ley da un trato distinto al cónyuge culpable –que entre otras causas
puede serlo por adulterio- en cuanto a los alimentos (artículos 174 y 175 del Código Civil).
e) Se autoriza al cónyuge inocente para revocar las donaciones que hubiere hecho al cónyuge culpable
siempre que la conducta de éste último que hubiere dado lugar a la separación judicial o al divorcio fuese
alguna de las que la propia norma enumera y entre las que figura el adulterio (artículo 172 del Código Civil).
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Cabe recordar, finalmente, que bajo la actual Ley de Matrimonio Civil, el adulterio no constituye un
correlativo a demandarlos. Algún autor –Court concretamente- hace distinción entre el deber de socorro y la
obligación propiamente alimenticia, señalando que mientras el primero rige mientras dura la vida en común,
vínculo matrimonial).
a) Si los cónyuges están casados en sociedad conyugal, la sociedad es obligada al pago de los alimentos.
b) Si los cónyuges se encuentran separados de bienes, ambos deben proveer a las necesidades de la familia
c) Si los ex cónyuges están divorciados, el deber de socorro cesa y también la obligación de proporcionar
alimentos.
d) Si los cónyuges se encuentran separados judicialmente, el cónyuge que con su conducta causó la
separación mantiene un derecho de alimentos pero limitado. Dispone en efecto el artículo 175: “El cónyuge
que haya dado causa a la separación judicial por su culpa, tendrá derecho para que el otro cónyuge lo
provea de lo que necesite para su modesta sustentación” y añade además la misma norma que “en este
caso, el juez reglará la contribución teniendo en especial consideración la conducta que haya observado el
alimentario antes del juicio respectivo, durante su desarrollo o con posterioridad a él”. En cambio, expresa el
artículo 174, “El cónyuge que no haya dado causa a la separación judicial tendrá derecho a que el otro
110
e) Por último, si el matrimonio se declarare nulo, ningún deber de socorro u obligación alimenticia existe.
Se trata en este caso de los cuidados que los cónyuges deben prestarse, en especial en las circunstancias
adversas de la vida, en el infortunio y la desgracia. Como observa Meza Barros, en este deber más que el
aspecto económico –que es propio del deber de socorro- predominan el afecto y la solidaridad conyugal.
Con enorme acierto, el profesor Ramos Pazos cita un pasaje de Las Partidas en el que se describe el
“Si alguno de los que fueren casados cegase o se ficiese sordo, o contrahecho, o
perdiere sus miembros por dolores, aunque se ficiese gafo, non deve el uno desamparar
al otro (…) antes deven vivir todos en uno, e servir el sano al otro e proveerle de cosas
La infracción del deber de ayuda mutua por parte del marido habilita a la mujer casada en régimen de
sociedad conyugal o de participación en los gananciales a demandar la separación de bienes (artículo 155
1.4.4. Deberes de respeto y protección recíprocos. Estos deberes se desprenden del artículo 131 in fine del
Con anterioridad a la Ley 18.802 de 1989, el marido debía protección a la mujer la que a su vez debía
obediencia al marido, ello en el contexto de la denominada potestad marital entonces existente. La reforma
legal derogó la potestad marital lo mismo que el deber de obediencia de la mujer, estableciendo, con
redacción poco feliz, este par de deberes, los cuales, como observa Court son recíprocos no porque lo sean
En la medida en que la infracción a los deberes de respeto y protección sea grave y torne intolerable la vida
111
1.4.5. Derecho y deber de vivir en el hogar común.
Se refiere a este deber el artículo 133 del Código Civil: “Ambos cónyuges tienen el derecho y el deber de vivir
en el hogar común”.
La misma norma contempla una excepción genérica al agregar “salvo que a alguno de ellos le asistan
razones graves para no hacerlo”. El legislador no proporciona ejemplos que ilustren lo que deba entenderse
en este contexto por “razones graves”. De ahí que si bien no es difícil imaginar hipótesis más bien extremas
en las que la excepción concurre –el maltrato físico por ejemplo- las situaciones marginales quedan
entregadas a la discrecionalidad del juez. No obstante, pensamos que en general debiera de tratarse de
Fuera de la excepción que se acaba de comentar, el deber de vivir en el hogar común cesa si el matrimonio
termina por nulidad o divorcio (artículo 60 LMC), pero también puede suspenderse, aun vigente el
En doctrina es frecuente que como parte de este deber de vivir juntos se contemple el denominado deber de
cohabitación o débito conyugal, entendido éste como el deber de los cónyuges de mantener relaciones
De acuerdo con los artículos 26 y 54 número 2 de la Ley de Matrimonio Civil, la infracción de este deber, en
la medida en que sea grave y reiterada, haciendo intolerable la vida en común, puede configurar una causal
1.4.6. Deber de suministrar auxilio y expensas para la litis. La redacción del artículo 136 del Código Civil,
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a) Marido y mujer se encuentran obligados a suministrarse los auxilios que necesiten para sus acciones o
defensas judiciales. Estos auxilios pueden ser de carácter económico o bien de otra naturaleza (consejos,
b) El marido debe proveer a la mujer de las expensas para la litis que ésta siga en su contra.
En relación con este segundo deber, conviene hacer presente que éste opera únicamente si los cónyuges
están casados en régimen de sociedad conyugal, puesto que, como se estudiará, sólo en este régimen la
administración de los bienes de los cónyuges se radica en el marido. De manera que el deber en comento no
tendrá lugar cuando los cónyuges se encuentren casados con separación de bienes o en régimen de
participación en los gananciales. E incluso estando casados bajo sociedad conyugal, la obligación no existirá
si la mujer administrare alguno de los patrimonios reservados o especiales a que se refieren los artículos
Por otro lado, y satisfechos los anteriores requisitos, lleva razón Ramos Pazos cuando afirma que el mismo
deber de suministrarle a la mujer expensas para la litis recae sobre el marido cuando fuere él quien
accionare contra su mujer. Lo contrario importaría admitir una indefensión de base económica de la mujer,
A primera vista, este deber particular del marido de suministrarle a su mujer expensas para la litis, pareciera
ser el único deber del matrimonio que subsistiría como individual y no recíproco. No obstante, pensamos
que no existe tal excepción, toda vez que la asimetría de deberes obedece en este caso exclusivamente a
sociedad conyugal. De ello se sigue que, lejos de imponerse una asimetría de derechos, lo que en rigor se
hace es remediar otra como es la que afectaría a los cónyuges casados en dicho régimen en cuanto al
efectivo ejercicio de sus derechos, por lo demás idénticos, de no mediar la antedicha obligación marital.
113
2. Efectos patrimoniales del matrimonio.
2.1. Presentación. La comunidad de vida que el matrimonio supone necesariamente se trasunta en los
aspectos patrimoniales o pecuniarios. Aun haciendo abstracción del caso más evidente, en que los cónyuges
administran juntos un negocio o empresa familiar, resulta inevitable que, en mayor o menor medida, la
comunión matrimonial se exprese en lo material y alcance a los aspectos patrimoniales. De ahí que
tradicionalmente las legislaciones civiles comparadas hayan contemplado un estatuto regulador de las
relaciones patrimoniales de los cónyuges, cuya índole protectora, tanto de los cónyuges como de terceros,
exigió reconocerle a tal estatuto el carácter de normas de orden público. Con el tiempo, las legislaciones
fueron abriéndose a la posibilidad de que los cónyuges establecieran algunas alteraciones convencionales al
régimen legal o incluso optaren por otros regímenes patrimoniales que la propia legislación vino a
ofrecerles.
Si bien todavía hoy son muchas las personas para las cuales un matrimonio en que los cónyuges actúen con
el esmerado recelo de los socios comerciales, velando en todo momento por la integridad y beneficio de su
propio patrimonio, no es, propiamente, un matrimonio, no es menos cierto que ese modo de entender la
vida conyugal en gran medida proliferó al alero de una concepción patriarcal y machista de la familia, y que
en la medida en que la autonomía social y económica de la mujer, así como la familia de doble ingreso
fueron consolidándose, cada vez más personas parecen abrazar el no muy auspicioso pero quizá prudente
2.2. Concepto de régimen de bienes del matrimonio. Se lo puede definir como un estatuto, o sea, un
conjunto de principios y reglas jurídicas que regulan las relaciones patrimoniales de los cónyuges entre sí y
frente a terceros. La civilística comparada emplea denominaciones diversas para referirse a él: “régimen
matrimonial”, “régimen económico del matrimonio”, “régimen de bienes del matrimonio”, etc.
Bien es verdad que no todas las regulaciones jurídicas que convergen sobre el matrimonio o sobre la familia
matrimonial, forman parte de este estatuto que es el régimen de bienes del matrimonio. Así, por ejemplo,
114
las normas sucesorias que llaman a los cónyuges a heredarse mutuamente o bien aquellas que permiten a
éstos administrar bienes de sus hijos e incluso gozar de ellos, conceptualmente, no integran el régimen de
bienes del matrimonio, por lo que se circunscriben, tanto en lo que hace a su regulación como a su estudio,
al ámbito normativo del que provienen, sucesorio en el primer caso y filiativo en el segundo. Incluso los
cónyuges pueden ser titulares de derechos que les son asignados por normas de Derecho Público, como
sucede con ciertos derechos previsionales o de seguridad social. Es claro que tampoco estas regulaciones
integran el específico estatuto de Derecho Privado que comúnmente designamos como régimen de bienes
del matrimonio.
Como institución social, el régimen de bienes del matrimonio plantea una variedad de preguntas. Entre ellas,
la más radical de todas es la que cuestiona la necesidad misma de que el ordenamiento jurídico contemple
uno o más regímenes de bienes del matrimonio. Y admitida que sea tal necesidad, todavía puede discutirse
el papel que deba reconocérsele a la autonomía privada de los cónyuges, no solo para optar por alguno de
esos regímenes (caso de que la legislación ofrezca más de uno) sino, aun después de adoptado, alterarlo,
modificarlo, sustituirlo o limitar su vigencia. Un ejemplo bastante notable es el del Código Civil español, cuyo
actual artículo 1315, permite a los esposos pactar en las capitulaciones matrimoniales, con absoluta libertad,
la manera como regirán sus relaciones patrimoniales durante el matrimonio, sin más límite que el orden
público, las buenas costumbres y la moral. Una tercera pregunta, subordinada a las anteriores, se refiere a
cuál de los varios regímenes de bienes que a la fecha han sido concebidos por la doctrina civil, debiera regir
como régimen legal supletorio, vale decir, en el silencio de los esposos. De nuevo, el Derecho comparado
arroja algunas observaciones, entre otras, que mientras los países anglosajones y pertenecientes a la
tradición jurídica del Common Law han solido contemplar como régimen supletorio el de separación de
bienes (lo que equivale a decir la ausencia de régimen), en los países europeos continentales ligados a la
tradición del Derecho Continental resulta más frecuente la adopción, como régimen legal supletorio, de
115
2.3. Tipos de regímenes de bienes del matrimonio.
a. Régimen de comunidad de bienes. Los cónyuges aportan al matrimonio la totalidad de sus bienes, tanto
los que tenían de solteros como los que adquieran durante el matrimonio. El conjunto de sus bienes forma
Definido el modelo en puridad, cabe señalar que éste admite diversas variantes, distinguiéndose así entre
estrictamente el modelo de comunidad de bienes, lo que implica que durante el matrimonio existe un solo
patrimonio que se divide por mitades al término de la comunidad, la segunda limita los bienes que se ponen
en común, siendo habitual que se distinga en doctrina entre la comunidad restringida de muebles y
ganancias y la comunidad restringida sólo de ganancias. Estas últimas denominaciones son engañosas
porque mueven a suponer que los bienes inmuebles nunca ingresan al patrimonio común, y eso no es así. Lo
propio de la comunidad restringida de muebles y ganancias es que ingresan al patrimonio común los
muebles que los cónyuges tenían de solteros y los que adquieran, a cualquier título, durante el matrimonio,
además de las ganancias que obtengan durante éste. Pero lo cierto es que también ingresan al haber común
los inmuebles que los cónyuges adquieren durante el matrimonio a título oneroso. De manera que bajo el
régimen de comunidad restringida de muebles y ganancias sólo resultan excluidos del haber común los
inmuebles que los cónyuges tuvieren de solteros o que adquieran durante el matrimonio a título gratuito.
Por su parte, en la comunidad restringida sólo de ganancias, ingresan al patrimonio común todos los bienes,
muebles o inmuebles, que los cónyuges adquieran durante el matrimonio a título oneroso, así como los
frutos producidos tanto por esos bienes como por los suyos propios. Los demás bienes no ingresan al
patrimonio común.
En Chile existe, con calidad de régimen legal supletorio, un régimen de comunidad restringida sólo de
ganancias. Se trata del denominado régimen de sociedad conyugal. A primera vista, podría pensarse que no
116
es así, ya que, como se estudiará, bajo el régimen de sociedad conyugal, los bienes muebles que los
cónyuges tenían de solteros y los que adquieren durante el matrimonio a título gratuito sí ingresan al
patrimonio común o haber social, pero veremos que lo hacen generando una recompensa a favor del
cónyuge aportante o adquirente. Esta recompensa no es otra cosa que un derecho personal o crédito que el
b. Régimen de separación de bienes. Este régimen equivale más bien a la ausencia de régimen de bienes del
matrimonio. Como el nombre lo indica, bajo este régimen no existe ningún patrimonio en común, cada
cónyuge tiene su propio patrimonio y lo administra con entera libertad. Como se indicó, no son pocas las
legislaciones que han hecho de este régimen el régimen legal supletorio, particularmente en la tradición del
Common Law (así, Inglaterra, la mayoría de los estados norteamericanos, Australia, Escocia, Irlanda, etc.).
c. Régimen sin comunidad. Se trata en este caso de un modelo intermedio entre los dos anteriores.
Comparte con el régimen de separación de bienes el que cada cónyuge conserva su propio patrimonio, pero
al mismo tiempo comparte con el régimen de comunidad el que todos los bienes, a excepción de algunos
que la ley denomina reservados y cuya administración compete a la mujer, son administrados por el marido.
d. Régimen dotal. Este régimen, que tiene sus orígenes en Roma, se caracteriza por la existencia de dos
clases de bienes: de una parte los llamados bienes dotales, que son aportados al matrimonio por la mujer,
quien los entrega al marido para que éste haga frente a las necesidades familiares; y de otra, los bienes
llamados parafernales, que la mujer conserva en su poder y administra. La legislación italiana todavía
contempla este régimen de bienes como una alternativa entre otras que los cónyuges pueden adoptar
convencionalmente.
e. Régimen de participación en los gananciales. Lo propio de este régimen es que, durante su vigencia,
cada cónyuge tiene su propio patrimonio, que administra libremente. Pero al término del régimen, el
cónyuge que ha adquirido bienes por un mayor valor, debe compensarle al que ha adquirido menos. El
régimen de participación en los gananciales puede revestir dos modalidades. La primera es la participación
117
en los gananciales con comunidad diferida, y en ella se produce, al término del régimen, de pleno derecho,
una comunidad, la cual integra todos los bienes que los cónyuges adquirieron, a título oneroso, durante la
vigencia del régimen. La comunidad se divide, repartiéndose los bienes a partes iguales entre los cónyuges,
sin que importe cuánto hubiere aportado cada uno. La segunda variante es la participación en los
gananciales en modalidad crediticia, que fue la adoptada por nuestra legislación en 1994, a través de la
reforma introducida al Código Civil por la Ley 19.335. Bajo esta variante, los cónyuges se miran durante el
matrimonio, o más bien durante la vigencia del régimen, como separados de bienes. Pero al término del
mismo, el cónyuge que ha adquirido bienes a título oneroso por menor valor, tiene un crédito contra el otro
cónyuge (crédito de participación), con el objeto de que en definitiva ambos cónyuges adquieran lo mismo a
2.4.1. Concepto e historia. En términos tan dogmáticos como poco descriptivos, suele definirse a la sociedad
conyugal como la sociedad de bienes que se forma entre los cónyuges por el hecho del matrimonio toda
A esta definición, que se ciñe estrictamente a lo establecido por el artículo 135 inciso primero del Código
Civil, debe precisarse que no siempre la sociedad conyugal opera como régimen legal supletorio. En el caso
de los matrimonios celebrados en el extranjero, los cónyuges se mirarán en Chile como separados de bienes,
a menos que inscriban su matrimonio en el Registro de la Primera Comuna de Santiago y pacten en ese acto
Entre los antecedentes históricos de la sociedad conyugal deben mencionarse la legislación española vigente
En el texto original del Código Civil, la sociedad conyugal era el único régimen de bienes del matrimonio, el
cual se iniciaba, de pleno derecho, por el solo hecho del matrimonio. Sólo setenta años más tarde, y en la
118
medida en que una reforma legal de 1925 permitió pactar la separación de bienes en las capitulaciones
matrimoniales, la sociedad conyugal se convirtió en el régimen legal supletorio, como sigue siéndolo hoy.
En rigor, puede afirmarse que durante la mayor parte del siglo XX la sociedad conyugal fue objeto
únicamente de reformas complementarias o parciales, las cuales vinieron a limitar o morigerar sus
casada, y otro, la serie de actos administrativos del marido para los que se estableció como requisito la
autorización de la mujer.
Sólo proyectos de reforma posteriores a la dictadura militar vinieron a proponer modificaciones más
radicales. El punto más álgido en este impulso modificador lo representa sin duda el proyecto de 1995, en
participación en los gananciales. Hay que tener presente que un año antes acababa de incorporarse a
nuestra legislación este último régimen de bienes, aunque únicamente como régimen alternativo. Como
observa Gonzalo Ruz, fue ese un período en que muchos pensaron que la sociedad conyugal “tenía los días
contados”. No obstante, bajo la reciente administración del Presidente Piñera, el Ejecutivo presentó un
nuevo proyecto de 2011, que manteniendo la sociedad conyugal, continúa el camino de reformas parciales,
No existe gran consenso entre los autores con respecto a la naturaleza jurídica de la sociedad conyugal. En lo
a) La sociedad conyugal no es una sociedad. Pese a su nombre –sociedad- la sociedad conyugal no solo no
obedece a las características propias del contrato de sociedad sino que posee múltiples diferencias con
119
respecto a éste. Basándonos, con unas pocas modificaciones, en el cuadro esquemático ofrecido por el
Emana de la ley a resultas de la celebración de un Es –y emana directamente de- un contrato, no de otro del
contrato. cual dependa.
No constituye una persona jurídica distinta de los Constituye una persona jurídica distinta de los socios.
cónyuges.
Se rige por normas que en gran medida son de orden Se rige por las estipulaciones de las partes.
público.
Se origina por el solo hecho del matrimonio, por más que No hay sociedad sin aportes. Todo socio debe hacer su
alguno de los cónyuges, o ambos, carezcan de bienes. aporte.
Las ganancias se reparten en partes iguales. Los beneficios se reparten a prorrata de los aportes.
La mujer responde de las deudas sociales sólo hasta En la sociedad colectiva, los socios responden en forma
concurrencia de su mitad de gananciales. ilimitada de las deudas de la sociedad, y si se trata de una
sociedad colectiva comercial, además solidariamente.
120
b) La sociedad conyugal no es una comunidad. Tampoco responde la sociedad conyugal al perfil de la
comunidad, que nuestro Código Civil considera un cuasicontrato. En efecto, mientras dura la sociedad
conyugal, la mujer no tiene ningún derecho sobre los bienes sociales (artículos 1750 y 1752 del Código Civil),
algo que evidentemente no sucede con los condóminos. Por otra parte, tampoco puede asimilarse la
nace una comunidad entre los cónyuges o entre el cónyuge sobreviviente y los herederos del difunto.
2.4.3. Estructura y mecánica de la sociedad conyugal. El régimen de sociedad conyugal supone la existencia
en el matrimonio de al menos tres patrimonios distintos, el patrimonio social y el patrimonio de cada uno de
los cónyuges. Veremos en su momento que a ello se añaden otras instituciones que, eventualmente, van a
configurar, al menos desde el punto de vista administrativo, otros patrimonios diferenciados, anexos o
especiales, es el caso de las instituciones contempladas por los artículos 150 (patrimonio reservado de la
mujer casada), 166 (donaciones, herencias y legados hechos a la mujer con la condición de que su
la administración del marido sobre ciertos bienes de la mujer), todos del Código Civil, además del caso
establecido por el artículo 11 de la Ley 16.392 (exclusión de la sociedad conyugal de la vivienda social
Como todo patrimonio, tanto el patrimonio social como el patrimonio propio de cada cónyuge, poseen un
activo y un pasivo. Para referirse al activo de cualquiera de estos patrimonios se emplea la expresión haber,
de suerte que existe de una parte el haber social y de otra el haber propio de cada uno de los cónyuges. Por
otro lado, y en lo que respecta a la dimensión pasiva de cada patrimonio, en el caso del patrimonio social se
utiliza la expresión pasivo social, en tanto que en el caso del pasivo de cada cónyuge se habla simplemente
de deudas personales.
Una vez que iniciemos el estudio detenido de esta materia, examinaremos por separado, primeramente el
aspecto activo de la sociedad conyugal, es decir, el haber social y el haber propio de los cónyuges, y a
121
continuación su aspecto pasivo, deteniéndonos básicamente en el examen del pasivo social, y a partir suyo
En lo que hace a la dimensión activa del patrimonio social, o estudio de los haberes sociales, veremos que es
característico del haber social, el que los bienes y derechos que ingresan a él pueden hacerlo ya sea en
forma definitiva o transitoria. De ahí que se distinga entre un haber social absoluto y un haber social
relativo. Conviene aclarar desde ya que esta terminología –absoluto y relativo- es doctrinaria, no la emplea
expresamente la ley, sin embargo, la doctrina ha encontrado en ella la forma más adecuada de explicar y
sistematizar el funcionamiento del haber social. Los bienes que ingresan en forma definitiva al haber social,
integran el haber social absoluto, en tanto que los bienes que ingresan al haber social sólo de forma
transitoria –en la medida en que originan a favor del cónyuge que los aporta o adquiere un derecho de
recompensa que éste hará valer en contra de la sociedad al término del régimen a fin de que el respectivo
De igual forma, y en lo que hace ahora a la dimensión pasiva del patrimonio social, las deudas que son
soportadas definitivamente por la sociedad integran el pasivo social absoluto, en tanto que las deudas que la
sociedad soporta sólo de forma transitoria –en la medida en que se trata de deudas personales de los
cónyuges que sólo momentáneamente se pagan con fondos sociales pero generándose a favor de la
sociedad un derecho de recompensa que ésta hará valer en contra del respectivo cónyuge al término del
En lo que dice relación, por otra parte, con el patrimonio propio de cada cónyuge, procede observar que su
haber, el llamado haber propio, se compone de bienes excluidos de la comunidad, ya sea por la ley, por la
voluntad de los cónyuges, o por la voluntad del tercero que los transfiere a título gratuito a alguno de ellos.
Interesa elucidar, al menos en términos generales, la lógica general que gobierna las distintas dimensiones
de la sociedad conyugal. Esto debiera proporcionarnos cierta orientación al ir avanzando, en las páginas que
122
Comenzando por el haber social absoluto, el criterio básico que lo rige es el de dar expresión patrimonial a la
comunidad de vida que el matrimonio supone, de ahí que ingresen a dicho haber todos los ingresos que los
cónyuges adquieren durante el matrimonio producto de su trabajo. De esa manera se asegura que el fruto
del esfuerzo de ambos cónyuges sea puesto en común. Es por la misma razón que, según se verá, los bienes
que durante el régimen los cónyuges adquieran a título oneroso ingresan a ese mismo haber, al haber social
absoluto, porque se presume que fueron adquiridos con fondos sociales, los cuales, como se dijo, son a su
vez fruto del esfuerzo que se quiere poner en común. Incluso veremos que los frutos de los bienes propios
de los cónyuges ingresan también al haber social absoluto. ¿Cómo se explica esto? Sencillamente porque se
asume que, si bien en ese caso se trata de bienes propios del cónyuge, la producción de sus frutos se ha
obtenido con ingresos de los cónyuges, y por tanto, con fondos sociales. En términos generales, tal es la
En principio, uno pudiera pensar que el denominado patrimonio reservado de la mujer casada constituiría
una obvia excepción a las reglas del haber social absoluto, en la medida en que se trata de ingresos y bienes
que la mujer casada en sociedad conyugal pero que trabaja separada de su marido adquiere de su trabajo y
administra con entera libertad. No obstante, veremos que no existe tal excepción, ya que el denominado
patrimonio reservado se constituye con fines puramente administrativos, y al término del régimen la mujer
deberá optar entre renunciar a los gananciales que son fruto de la administración del marido o bien
renunciar a su patrimonio reservado. Si elige lo último, los bienes que forman su patrimonio reservado se
sumarán a los gananciales, y eso es así, porque desde el punto de vista de los principios que gobiernan la
sociedad conyugal, los bienes del patrimonio reservado de la mujer casada han sido siempre bienes de
vocación social.
En cuanto dice relación, por otra parte, con el haber social relativo, observamos ya que éste lo integran
aquellos bienes aportados o adquiridos por los cónyuges, que si bien ingresan al haber social, lo hacen sólo
de forma transitoria, esto es, generando a favor del cónyuge aportante o adquirente un crédito de
recompensa que éste podrá hacer valer al término del régimen en contra de la sociedad a fin de que el bien
123
en cuestión le sea restituido en valor o en especie. Como se verá, en términos generales integran este haber
aquellos bienes que los cónyuges aportan al matrimonio –el término aportan quiere decir que los tenían de
solteros- o adquieren a título gratuito durante la vigencia del régimen. La lógica general que gobierna el
haber social relativo atiende a la ausencia de desembolso de fondos sociales en la adquisición del respectivo
bien. Si fueron aportados porque los cónyuges los tenían de solteros, o se los adquirió a título gratuito, es
evidente que ningún desembolso de fondos sociales ha mediado en su adquisición, de donde resultaría
injusto que ingresaran al haber social absoluto (porque, de ser así, al término del régimen, uno de los
cónyuges tendría derecho a la mitad del valor de dicho bien en circunstancias que éste fue aportado o
adquirido a título gratuito por el otro cónyuge), de ahí que ingresen al haber social relativo, es decir,
Sólo una regla adicional debe mencionarse a propósito del haber social relativo. Se trata de una regla de
exclusión que opera con respecto a los bienes inmuebles. Nunca ingresan éstos al haber social relativo. Si se
adquieren a título oneroso durante la vigencia del régimen, ingresan al haber social absoluto. Por otro lado,
si se tenían de soltero, ingresan al haber propio del respectivo cónyuge, e igual cosa sucede si se adquieren a
título gratuito durante la vigencia del régimen. Debemos atribuir esta regla a la conocida sobrevaloración de
la propiedad raíz que es característica de nuestro Código Civil como de todos los de su época.
De manera entonces que si uno de los cónyuges tiene de soltero un automóvil, o le regalan uno durante la
vigencia de la sociedad conyugal, éste ingresa al haber social relativo, mientras que si lo adquiere a título
oneroso durante la vigencia del régimen, el coche ingresa al haber social absoluto. De otra parte, si el
cónyuge es dueño de soltero de una flota de aviones Airbus A 320, estos ingresan al haber social relativo,
mientras que si lo era de una modesta parcela campestre, ésta permanece en su haber propio.
mecánica o funcionamiento de la sociedad conyugal. De momento nos queda claro que, al menos desde un
punto de vista técnico, esta institución distingue al haber social relativo en frente del absoluto. Veremos que
124
lo propio sucede, aunque en dirección contraria, al tratarse del pasivo social relativo. Y veremos que incluso
En tercer lugar, y en cuanto atinge al haber propio de cada cónyuge, es suficiente por ahora que digamos
que éste se compone de bienes que son excluidos de la comunidad, ya sea por la ley, por la voluntad de los
cónyuges, o por la voluntad del tercero que los transfiere a título gratuito a alguno de ellos. De manera que
no cabe ahondar mayormente en una lógica subyacente. En algunos casos –como el que se acaba de
mencionar de los inmuebles- se trata de una especial –aunque anacrónica- valoración que mueve al propio
legislador a hacer la exclusión, pero en otros casos se trata de la pura decisión discrecional de los cónyuges
dona un bien bajo la expresa condición de que éste permanezca en el haber propio del cónyuge donatario.
Cabe reparar, sin embargo, en que la exclusión de las adquisiciones, alude siempre a adquisiciones a título
gratuito.
Otra institución importante en la mecánica de los activos o haberes de la sociedad conyugal es el concepto
de subrogación. Como se estudiará, se denomina subrogación en el contexto que nos ocupa, al fenómeno
por virtud del cual un determinado bien pasa a ocupar la misma posición jurídica que otro en los activos de
la sociedad conyugal (se trata obviamente de una subrogación real). De esta forma, el principio básico es
que, si con bienes propios de un cónyuge se adquiere otro bien, el bien que se adquiere ingrese al mismo
haber del que salieron los fondos con que se lo adquirió. Nuevamente aparece aquí la sobrevaloración de la
propiedad raíz que caracteriza a nuestra legislación codificada, pues veremos que el Código Civil contempló
necesariamente a título oneroso, es obvio que esta institución –la subrogación- configura una excepción a la
regla general de que los bienes adquiridos a título oneroso, no importa si muebles o inmuebles, ingresan al
haber social absoluto. En este caso, por virtud de la subrogación, no sucede así.
Por último, y siempre en relación con la dimensión activa de la sociedad conyugal, conviene destacar el
papel que le cabe a un conjunto de presunciones que apoyan el funcionamiento de este régimen.
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En efecto, la ley, y más concretamente el artículo 1739 del Código Civil, presume que toda cantidad de
dinero y cosas fungibles, especies, créditos, derechos y acciones que existan en poder de los cónyuges
durante la sociedad conyugal o al tiempo de su disolución, pertenecen a ésta, salvo prueba en contrario.
Del mismo modo, se presume que todo bien adquirido a título oneroso por cualquiera de los cónyuges
después de disuelta la sociedad conyugal pero antes de su liquidación, se ha adquirido con bienes sociales,
por lo que el cónyuge adquirente deberá recompensa a la sociedad a menos que pruebe que los adquirió
Coherente con lo anterior, todas las cosas muebles o inmuebles adquiridas a cualquier título después de
liquidada la sociedad conyugal son consideradas propias de cada cónyuge, pues los dineros que ellos
Todas estas presunciones previstas por el artículo 1739 del Código Civil tienen como objeto evidente la
protección de los terceros que contratan con los cónyuges, al relevarlos de la carga de probar que los bienes
sobre los que pretenden hacer valer sus créditos son sociales. Como se advierte, son todas presunciones
simplemente legales, por lo que admiten prueba en contrario de parte del cónyuge. No obstante, se
contempla una limitación a los medios probatorios de que pueden valerse éstos. Dispone en efecto el
artículo 1739 en su inciso segundo: “ni la declaración de ser suya, ni la confesión del otro, ni ambas juntas,
se estiman suficiente prueba, aunque se haga bajo juramento. Pero la confesión se mirará como donación
revocable, que se hará efectiva en los gananciales o bienes propios del donante”. Además, y sólo en relación
con los bienes muebles, los terceros que contraten a título oneroso con cualquiera de los cónyuges
quedarán a cubierto de toda reclamación que éstos pudieren intentar fundada en que el bien es social o del
otro cónyuge, siempre que el cónyuge contratante haya hecho al tercero de buena fe la entrega o la
tradición del bien respectivo, añadiéndose que “No se presumirá la buena fe del tercero cuando el bien
objeto del contrato figure inscrito a nombre del otro cónyuge en un registro abierto al público, como en el
caso de automóviles, acciones de sociedades anónimas, naves, aeronaves, etc.” (artículo 1739).
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Ahora bien, y en lo que respecta a la dimensión pasiva de la sociedad conyugal. De nuevo tendríamos que
observar que atendido que el régimen de sociedad conyugal supone la coexistencia de al menos tres
patrimonios, el número de pasivos que en él encontraremos nunca será inferior a esa cifra. Y es que en
efecto, de una parte encontramos el pasivo social, que al igual que el activo social, requiere descomponerse
en un pasivo social absoluto y uno relativo, y además, el pasivo correspondiente al haber de cada uno de los
La existencia, al interior del pasivo social, de un pasivo social absoluto y un pasivo social relativo, obliga a
advertir que nos encontraremos, al entrar en el examen del pasivo social, con una distinción muy semejante
a aquella que conocimos en el curso dedicado al Derecho de Obligaciones entre obligación a la deuda y
contribución a la deuda. Eso es así, porque veremos que el pasivo social absoluto lo integra el conjunto de
deudas de las que responde la sociedad en forma definitiva, es decir, sin generarse recompensa a favor de la
sociedad y en contra de los cónyuges. En cambio, el pasivo social relativo, lo integran precisamente aquellas
deudas que paga la sociedad pero generándose a su favor un derecho a recompensa que ejercerá en contra
del cónyuge beneficiario. Como se advierte, de nuevo el concepto de recompensa aparece como crucial para
En otras palabras, mientras las deudas que integran el pasivo social absoluto son deudas que pueden decirse
sociales tanto desde el punto de vista de la obligación a la deuda como de la contribución a ésta, las deudas
que integran el pasivo social relativo, son sociales desde el punto de vista de la obligación a la deuda pero no
Al examinar el pasivo social absoluto, se advertirá que las categorías de deudas que en él se incluyen, son en
gran medida coherentes con las categorías de bienes que forman el haber social absoluto. Sólo para poner
un ejemplo: mientras al haber social absoluto ingresan, según se estudiará, “Los salarios y emolumentos de
todo género de empleos y oficios, devengados durante el matrimonio” por los cónyuges (artículo 1725
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número 1), integran el pasivo social absoluto, entre otros gastos y deudas, los gastos de mantenimiento de
los cónyuges (artículo 1740 número 5). La coherencia es absoluta: si el producto del trabajo de los cónyuges
ingresa a ese fondo común que es el haber social absoluto, es justo que con cargo a ese mismo fondo se
costeen los gastos de mantenimiento de los cónyuges. Lo propio se observará en materia de frutos: tal como
los frutos de todo tipo de bienes, incluidos los propios de los cónyuges, ingresan al haber social absoluto
(artículo 1725 número 2), las pensiones e intereses que corran, sea contra la sociedad, sea contra cualquiera
de los cónyuges y que se devenguen durante la sociedad, forman parte del pasivo social absoluto. Lo cual es
lógico por cuanto los dichos “pensiones e intereses” no son otra cosa que frutos civiles, pero que en este
caso corren contra la sociedad o el cónyuge (artículo 1740 número 1). Etcétera.
conjunto de patrimonios, al menos tres, de donde se sigue que los activos de la sociedad conyugal, sus
haberes, también son por lo menos tres: el haber social y el haber propio de cada cónyuge. Precisamos
asimismo, en relación esta vez únicamente con el haber social, que éste posee la particularidad de que
admite su descomposición en dos haberes, a los que la doctrina denomina respectivamente como haber
social absoluto y haber social relativo. Mientras el primero lo integran aquellos bienes que ingresan en
forma definitiva al haber social y que por tanto formarán parte de los gananciales partibles al término del
régimen, el segundo lo conforman aquellos bienes que aunque ingresan al haber social, lo hacen sólo
transitoriamente, y originando a favor del cónyuge que los adquirió o aportó, una recompensa que hará
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A. Concepto. Es aquel haber constituido por todos los bienes que constituyen en definitiva los gananciales
del régimen, y que no generan recompensa a favor del cónyuge que los aporta o adquiere durante el
régimen.
B. Composición del haber social absoluto. Para una mayor claridad expositiva, en primer lugar,
enunciaremos los bienes que ingresan al haber social absoluto y seguidamente formularemos las
1. Los salarios y emolumentos de todo género de empleos y oficios, devengados durante el matrimonio (art.
2. Todos los bienes que cualquiera de los cónyuges adquiera durante el matrimonio a título oneroso (art.
3. Todos los frutos, réditos, pensiones, intereses y lucros de cualquiera naturaleza, que provengan, sea de
los bienes sociales o de bienes propios de los cónyuges, y que se devenguen durante el matrimonio (art.
4. La parte del tesoro que se encuentre en un terreno de la sociedad conyugal (art. 1731).
1. Los salarios y emolumentos de todo género de empleos y oficios, devengados durante el matrimonio
(art. 1725 número 1), incluidas las donaciones remuneratorias en los casos y medida que va a expresarse.
Como se advierte, esta primera categoría se integra básicamente por el producto del trabajo de los
cónyuges, aun en el caso de las llamadas donaciones remuneratorias, pues, como expresa el artículo 1433
del Código Civil, tales donaciones son las que se hacen expresamente en remuneración de servicios de los
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que suelen pagarse. Veremos, sin embargo, que en rigor, no todas las donaciones de esta índole, ni tampoco
El fundamento general de este primer ítem ya se conoce: los salarios y remuneraciones son producto del
esfuerzo individual de cada uno de los cónyuges, y la comunidad de vida que el matrimonio comporta
sugiere la conveniencia de poner el producto de tales esfuerzos en común. De ahí el ingreso al haber social
Es crucial, para que los salarios o emolumentos ingresen al haber social absoluto que éstos “ se devenguen”
durante el matrimonio, lo que significa que los dichos salarios o emolumentos deben haberse hecho
casarse, éstos, caso de que se le paguen, no ingresarán al haber social absoluto, toda vez que se le
adeudaban ya desde antes de casarse, lo que significa que se devengaron con anterioridad al matrimonio.
Cabe también que reiteremos lo dicho anteriormente en relación con el denominado patrimonio reservado
de la mujer casada, previsto por el artículo 150 del Código Civil. De acuerdo con esta disposición legal, “La
mujer casada, que desempeñe algún empleo o que ejerza una profesión, oficio o industria, separados de los
de su marido, se considerará separada de bienes respecto del ejercicio de ese empleo, oficio, profesión o
industria y de lo que con ellos obtenga, no obstante cualquiera estipulación en contrario;…”. Teniendo en
mente la lógica propia del régimen de sociedad conyugal, debe observarse que los bienes reservados de la
mujer casada poseen una naturaleza o vocación social. Y se observa que la mejor prueba de lo anterior es
que, si bien la ley le entrega a la mujer la administración privativa de estos bienes, al término del régimen, la
mujer deberá optar entre hacer suya su mitad de gananciales y renunciar a su patrimonio reservado (que
pasa a confundirse con la masa de gananciales) o bien renunciar a su mitad de gananciales y conservar su
patrimonio reservado.
Un tercer comentario dice relación con los servicios cuya prestación supone un tiempo prolongado, que
comenzaron a prestarse antes del matrimonio y que se finalizan durante éste. La remuneración que por
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tales servicios ha de pagarse ¿ingresa al haber social absoluto? Se distingue a este respecto según que los
servicios sean divisibles o indivisibles. Si son divisibles, no se divisa problema en que aquella parte de los
servicios cuya remuneración alcanzó a devengarse, o simplemente se remuneró, antes de la celebración del
matrimonio, no ingresen al haber social absoluto, en tanto que la que se devengó o remuneró con
posterioridad a la celebración del matrimonio sí lo haga. Más complejo es el caso en que los servicios son
indivisibles (como un libro, cuya redacción puedo iniciarse mucho antes del matrimonio y sólo concluirse
durante éste). En este caso, la doctrina aparece dividida, aunque la opinión mayoritaria parece inclinarse por
el ingreso de estas remuneraciones al haber social absoluto, atendida la naturaleza de los servicios.
Una cuarta observación, se refiere a las donaciones remuneratorias. De acuerdo con el espíritu que gobierna
el haber social absoluto, es claro que tales donaciones sólo debieran incorporarse al haber social absoluto
hasta el límite del valor del servicio prestado, pues sólo hasta dicho límite puede estimarse que lo donado es
rigurosamente fruto del trabajo de uno de los cónyuges o de ambos. Esto es coherente con lo que dispone el
artículo 1738 del Código Civil, al margen de su difícil intelección (dificultad que subsiste aún luego de ser
En efecto, si uno lee con cuidado el precitado artículo 1738, advierte la necesidad de distinguir cuatro
hipótesis, de las cuales sólo dos equivalen a bienes que ingresan al haber social absoluto. Las cuatro
a) Si lo donado es un inmueble y corresponde a servicios que sí dan acción para cobrarlos, tal donación
b) Si lo donado es un inmueble y corresponde a servicios que no dan acción para cobrarlos, tal donación
c) Si lo donado es un mueble y corresponde a servicios que sí dan acción para cobrarlos, tal donación ingresa
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d) Si lo donado es un mueble y corresponde a servicios que no dan acción para cobrarlos, tal donación
De acuerdo con lo anterior, en materia de donaciones remuneratorias, lo donado sólo ingresa al haber social
absoluto en las hipótesis de las letras a y c, esto es, cuando lo donado, sea mueble o inmueble, corresponde
2. Todos los bienes que cualquiera de los cónyuges adquiera durante el matrimonio a título oneroso (1725
número 5). No se distingue aquí entre bienes muebles e inmuebles. Todo bien que se adquiera durante el
matrimonio, o más rigurosamente, durante la vigencia del régimen, a título oneroso, ingresa al haber social
absoluto. Veremos que la única excepción posible se configura por virtud de la subrogación, institución que
De nuevo resulta crucial definir bajo qué circunstancias puede decirse que la adquisición del bien tuvo lugar
durante el matrimonio. Se atiende a estos efectos a la causa o título de la adquisición (la compraventa, la
permuta, etc.), es esta causa o título el que debe haberse otorgado durante el matrimonio, o más
propiamente, durante la vigencia del régimen de sociedad conyugal. Un bien adquirido a título oneroso,
cuyo título se perfeccionó antes del matrimonio, no ingresa al haber social absoluto, por mucho que la
tradición del bien se efectúe durante el mismo. El artículo 1736 del Código Civil enumera, por vía de
ejemplo, siete hipótesis de bienes que no ingresan al haber social absoluto precisamente en razón de este
criterio. Entre ellos, figura el del cónyuge que poseía un bien de soltero pero que sólo viene a adquirirlo por
prescripción vigente la sociedad, el del cónyuge que poseía un bien por un título vicioso, y cuyo vicio viene a
sanearse por ratificación o remedio durante el matrimonio, el del bien que, vigente la sociedad, retorna a
El artículo 1727 del Código Civil consigna tres casos de bienes que no ingresan al haber social. De ellos, los
dos primeros son claramente excepcionales a las reglas que venimos comentando, toda vez que en ambos
casos, no obstante adquirirse un bien inmueble a título oneroso y durante la vigencia del régimen de
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sociedad conyugal, éste no ingresa al haber social absoluto. Y no ingresa por virtud de la institución conocida
como subrogación y a la que pronto nos referiremos. La tercera situación, en tanto, se refiere a los
aumentos materiales de bienes propios, y es más una aplicación del principio según el cual lo accesorio sigue
la suerte de lo principal.
A su turno, los artículos 1728 y 1729 del Código Civil, se refieren a dos situaciones peculiares en las que la
adquisición de un bien por uno de los cónyuges puede dar lugar a una comunidad entre el dicho cónyuge y la
sociedad.
Cabe preguntarse, en fin, por las ganancias obtenidas en el juego. Siendo el contrato de juego un contrato
oneroso y aleatorio, la adquisición de ese dinero (el premio caso de que toque) es onerosa, por lo que la
suma montante del premio ingresa al haber social absoluto. Distinto es el caso, según veremos, en que el
título se adquiere de forma gratuita –como si un amigo le regala a otro un billete de Lotería- pues en este
caso, la adquisición se ha hecho a título gratuito, por lo que boleto y premio ingresan al haber social relativo.
3. Todos los frutos, réditos, pensiones, intereses y lucros de cualquiera naturaleza, que provengan, sea de
los bienes sociales o de bienes propios de los cónyuges, y que se devenguen durante el matrimonio (art.
1725 número 2). Como se verá al estudiar el pasivo social, esta categoría es estrictamente coherente con el
hecho de que el artículo 1740 haga de las pensiones e intereses que corran contra la sociedad o un cónyuge,
La lógica que subyace a este ítem es que los frutos, réditos, pensiones, y demás, aun si provienen de bienes
propios de los cónyuges, no se generan espontáneamente, sino que es necesario producirlos, o más bien,
hacer que las cosas de que ellos emanan los produzcan, y esto supone gastos, inversiones de fondos que se
presumen sociales. De ahí que estos frutos, réditos y demás, ingresen al haber social absoluto.
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De nuevo resulta decisivo que los frutos se devenguen, esto es, que se hagan exigibles durante el
matrimonio.
Podemos preguntarnos finalmente a qué título se hace dueña la sociedad de estos frutos. Si la cosa que los
produce es un bien social, la sociedad se hace dueña de los frutos como una simple manifestación de su
dominio sobre el respectivo bien social, o en todo caso, por accesión. Por otra parte, si la cosa que produce
los frutos es un bien propio de uno de los cónyuges, se sostiene que la sociedad se hace dueña de los frutos
como manifestación de las facultades de administración que ejerce el marido (derecho legal de goce, mal
4. La parte del tesoro que se encuentre en un terreno de la sociedad conyugal (art. 1731). Siendo el
terreno de la sociedad conyugal, el tesoro accede al terreno. De ahí que si quien descubre el tesoro es uno
de los cónyuges, el tesoro pertenece íntegramente a la sociedad (se radica en el haber social absoluto). En
cambio, si el terreno fue descubierto por un tercero, pero en terreno de la sociedad conyugal, lo que
pertenece a ésta es la mitad del tesoro. La otra mitad corresponde al descubridor. Una tercera posibilidad es
que el tesoro sea descubierto por uno de los cónyuges pero en un terreno ajeno, en este caso, la parte del
tesoro correspondiente al descubridor, en este caso, al cónyuge descubridor, ingresa al haber social relativo,
5. Las minas denunciadas por uno de los cónyuges (art. 1730). Esto se explica porque normalmente el
descubrimiento de una mina no es fruto del azar sino producto del trabajo de quien la denuncia. De ahí que
la mina denunciada ingrese al haber social absoluto. Con todo, téngase presente que si la mina fue
descubierta por la mujer en el desempeño de su profesión, profesión que además ella ejerce separada de su
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A. Concepto. Es aquel haber compuesto por los bienes que si bien ingresan a la sociedad conyugal, generan
un crédito o recompensa a favor del cónyuge que los aporta o adquiere, de manera que al término del
régimen dicho cónyuge podrá hacer efectivo dicha recompensa contra la sociedad conyugal a fin que le sea
B. Lógica subyacente. La lógica que subyace a la operatividad del haber social relativo es que se trata de
bienes que o son aportados por los cónyuges al momento del matrimonio o son adquiridos por éstos a título
gratuito durante el matrimonio, por lo que su aporte o adquisición no ha supuesto desembolso para la
sociedad. Es por eso que si bien ingresan al haber social -dando con ello expresión patrimonial a la
comunidad de vida que el matrimonio comporta-, sólo lo hacen temporalmente, pues originan recompensa
a favor del cónyuge aportante o adquirente, lo que implica que al término del régimen, le serán devueltos
C. Composición del haber social relativo. Al igual que hicimos en el caso del haber social absoluto,
enunciaremos primeramente los bienes que ingresan al haber social relativo y seguidamente formularemos
los comentarios que cada categoría amerite. No obstante, obsérvese desde ya una característica que de
inmediato llamará la atención al revisar la composición del haber social relativo: la total exclusión de los
inmuebles.
2. Las cosas fungibles o especies muebles aportadas al matrimonio o adquiridas a título gratuito durante él
3. Las donaciones remuneratorias, en toda la parte que exceda al valor del servicio prestado.
4. La parte del tesoro que corresponde al cónyuge que lo encuentra o que corresponda al cónyuge dueño
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1. El dinero aportado al matrimonio o adquirido durante él (art. 1725 número 3).
Es claro que se trata de dineros adquiridos por los cónyuges a título gratuito durante el matrimonio, o bien
de dinero adquirido como fruto de su trabajo, pero de solteros, y que aportaron a la sociedad al casarse. Ello
porque, como vimos, el dinero que es fruto del trabajo de los cónyuges (remuneraciones y demás) y que se
2. Las cosas fungibles o especies muebles aportadas al matrimonio o adquiridas a título gratuito durante
Atendido el carácter mueble y fungible del dinero (objeto del numeral anterior) es evidente que la regla
debe entenderse dirigida en este caso a otras cosas muebles y fungibles, distintas del dinero, que los
Interpretando a contrario sensu la regla que nos ocupa, es claro que las cosas fungibles y muebles que se
adquieran durante el matrimonio, pero a título oneroso, sí ingresan al haber social, pero absoluto.
Asimismo, conviene recordar que los cónyuges pueden disponer en las capitulaciones matrimoniales que
Recuérdese, finalmente, lo examinado en la sección anterior con respecto a dineros obtenidos en juegos de
azar. Siendo el contrato de juego un contrato oneroso y aleatorio, la adquisición de ese dinero (el premio
caso de que toque) es onerosa, por lo que la suma montante del premio ingresa al haber social absoluto.
Distinta es la situación si la adquisición del título que permite cobrar el premio fuere gratuita, como ocurriría
si un amigo le hubiere regalado a otro, casado en régimen de sociedad conyugal, un boleto de la lotería,
3. Las donaciones remuneratorias, pero sólo en la parte que exceda al valor del servicio prestado.
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Vimos que el artículo 1433 del Código Civil dispone que “Se entenderán por donaciones remuneratorias las
que expresamente se hicieren en remuneración de servicios específicos, siempre que éstos sean de los que
suelen pagarse”. Y señalamos también, pero esta vez en consonancia con lo dispuesto por el artículo 1738,
que tales donaciones, hasta el monto del servicio así remunerado, ingresan al haber social absoluto, lo que
es coherente con la lógica que gobierna dicho haber, toda vez que sólo hasta ese momento debemos
entender que lo donado ha sido estrictamente producto del trabajo del respectivo cónyuge.
Pues bien, siguiendo esa misma lógica, debemos añadir ahora que las donaciones remuneratorias en todo
cuanto exceda el valor del servicio prestado, ingresan al haber social relativo, vale decir, generando
recompensa a favor del cónyuge remunerado. Y esto es así –ahora desde el espíritu que gobierna el haber
social relativo- porque se trata de una adquisición que no sólo no es producto del trabajo de los cónyuges (lo
que la excluye dela haber social absoluto) sino que tampoco supuso desembolso social (lo que obliga a
Como vimos, si se lee con cuidado el artículo 1738 del Código Civil, se advierte que la norma obliga a
a) Si lo donado es un inmueble y corresponde a servicios que sí dan acción para cobrarlos, tal donación
b) Si lo donado es un inmueble y corresponde a servicios que no dan acción para cobrarlos, tal donación
c) Si lo donado es un mueble y corresponde a servicios que sí dan acción para cobrarlos, tal donación ingresa
d) Si lo donado es un mueble y corresponde a servicios que no dan acción para cobrarlos, tal donación
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De acuerdo con lo expuesto, las donaciones remuneratorias sólo ingresan al haber social relativo en un caso,
a saber, cuando lo donado es un mueble y corresponde a servicios que no dan acción para cobrarlos. Ello
responde a la lógica de que sólo debe ingresar al haber social absoluto el producto del trabajo de los
cónyuges (es decir, remuneraciones propiamente dichas o donaciones remuneratorias en lo que tengan de
además, la regla obedece a un criterio de exclusión de los inmuebles adquiridos a título gratuito del haber
social, criterio que tiene como telón de fondo la sobrevaloración de la propiedad raíz en frente de la
propiedad mueble.
4. La parte del tesoro que corresponde al cónyuge que lo encuentra o que corresponda al cónyuge dueño
del terreno en que se encuentra. En efecto, si el tesoro es descubierto por uno de los cónyuges en terreno
ajeno (entiéndase de un tercero distinto de los cónyuges), debidamente autorizado, la parte del tesoro que
corresponde al descubridor –y que asciende a la mitad- ingresa al haber social relativo, es decir que origina
recompensa a favor del cónyuge descubridor, pero claro, eso siempre que el descubrimiento haya sido
tesoro en terreno perteneciente a alguno de los cónyuges, la mitad que corresponde al cónyuge dueño del
A. Concepto. Haber propio de cada cónyuge es aquel que se compone de bienes excluidos de la comunidad,
ya sea por la ley, por la voluntad de los cónyuges, o por la voluntad del tercero que los transfiere a título
B. Lógica o fundamento del haber propio. Como se verá de inmediato, al revisar el listado de bienes que
forman el haber propio de cada cónyuge, este haber puede caracterizarse como uno que resulta de la
exclusión de determinados bienes en atención a la concurrencia copulativa de dos criterios: gratuidad del
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C. Composición del haber propio de cada cónyuge.
2. Los inmuebles adquiridos durante el matrimonio a título gratuito o donados, heredados, legados o
4. Los aumentos materiales que acrecen y forman un cuerpo con una especie del cónyuge (1727 núm. 3).
5. Los frutos de las cosas donadas, heredadas o legadas, siempre que la donación, herencia o legado se haya
hecho bajo la condición de que ellos no pertenezcan a la sociedad conyugal. Cabe advertir, sin embargo, que
los frutos de los bienes heredados como legitimario sí ingresan a la sociedad conyugal, y lo hacen en todo
caso, ya que la legítima rigorosa no admite condición, plazo, modo o gravamen alguno (art. 1192).
6. Los bienes donados o heredados a la mujer con la condición expresa de que no sean administrados por el
marido.
7. Los bienes debidamente subrogados por otro bien del cónyuge, ya sea de inmueble a inmueble (art. 1727
Se aprecia entonces lo observado más arriba en punto a que es característico del haber propio que su
dos criterios: gratuidad del título de la adquisición y voluntad, sea de la ley, de los futuros cónyuges o de
terceros.
En ciertos casos, la exclusión es impuesta por la voluntad del legislador (así, los inmuebles que cada cónyuge
tenía de soltero, los inmuebles adquiridos a título gratuito durante la sociedad, o los inmuebles que
subrogan a los anteriores, lo mismo que los aumentos que éstos experimentan); pero en otros, la exclusión
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tiene su origen en la voluntad de los futuros cónyuges, quienes en las capitulaciones previas al matrimonio,
excluyen los muebles adquiridos de solteros de la comunidad que el matrimonio vendrá a producir; en fin,
hay casos en que es la voluntad de terceros la que excluye determinados bienes de la comunión, así sucede
cuando una o más personas transfieren a título gratuito bienes a los cónyuges con la expresa condición de
que éstos no ingresen a la sociedad o no sean administrados por el marido. En este caso, aun los frutos de
De las siete categorías de bienes que enunciamos más arriba como integrantes del haber propio,
posiblemente sea la séptima, o sea, aquella formada por los bienes debidamente subrogados por otro bien
del cónyuge, la que mayores complejidades técnicas ofrece. De ahí que nos ocupemos, seguidamente, de la
subrogación, como institución que opera en el contexto del régimen de sociedad conyugal.
2.4.4.4. LA SUBROGACIÓN.
En el contexto de la sociedad conyugal, se denomina subrogación, al fenómeno por virtud del cual un
determinado bien pasa a ocupar la misma posición jurídica que otro en el activo de la sociedad conyugal. Se
Dos son los casos de subrogación que la ley contempla en relación con el activo de la sociedad conyugal: una
es la subrogación de inmueble a inmueble; la otra es la subrogación de inmueble a valores. Tales son las
formas de subrogación expresamente previstas por la legislación, no obstante lo cual, parte de la doctrina se
muestra proclive a aceptar otros casos de subrogación, atendido que no se ve razón que lo desaconseje.
La subrogación reviste notable importancia toda vez que, como se verá, es la única forma en que puede
adquirirse un bien a título oneroso sin que éste ingrese al haber social absoluto.
Cabe que examinemos a continuación los dos casos de subrogación que la ley admite expresamente:
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a) Subrogación de inmueble a inmueble. Comencemos precisando que esta primera forma de subrogación,
de inmueble a inmueble, puede ser, a su turno, de dos tipos, según que se la efectúe por medio de un
a.1. Subrogación de inmueble a inmueble por permuta. Es el caso más sencillo y consiste en que, durante la
vigencia de la sociedad conyugal, un inmueble de propiedad de uno de los cónyuges es permutado por otro
inmueble. Satisfechos los requisitos que establece la ley, lo que ocurre en este caso es que el segundo
inmueble subroga al primero, por lo que pasa a ocupar la misma posición jurídica que ocupaba éste,
alojándose así en el haber propio del cónyuge propietario del primer inmueble.
Los requisitos para que tenga lugar esta forma de subrogación son los siguientes: a) Inmueble de propiedad
de uno de los cónyuges; b) Vigencia de la sociedad conyugal; c) Que en la escritura pública de permuta se
exprese el ánimo de subrogar; d) Que exista una cierta proporcionalidad entre los valores de ambos
inmuebles; e) Si el inmueble que se subroga es propiedad de la mujer, que ésta preste su consentimiento.
Entre los requisitos enumerados, el más necesitado de precisión es, sin duda, el cuarto, o sea, la cierta
proporcionalidad que ha de verificarse entre los valores de los inmuebles permutados. El artículo 1733 en su
inciso sexto, precisa lo que ha de entenderse a estos efectos por “cierta proporcionalidad”, estableciendo
que no habrá subrogación cuando el saldo a favor o en contra de la sociedad excediere a la mitad del precio
de la finca que se recibe, la cual pertenecerá entonces al haber social, generándose una recompensa a favor
del cónyuge por el precio de la finca enajenada (…), y conservando éste el derecho a llevar a efecto la
Aplicando la anterior regla, si el cónyuge es dueño de un inmueble que vale 2 millones y lo permuta por otro
que vale 6 millones, no habrá subrogación, ya que la mitad del valor del inmueble que se adquiere es 3
millones, y el saldo en este caso favorable a la sociedad es de 4 millones, por lo que supera a la mitad del
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De acuerdo con la regla precitada, la permuta de nuestro ejemplo es plenamente válida y eficaz, pero el
inmueble que se adquiere no subroga al del cónyuge, por lo que no ingresa a su haber propio, sino al haber
social. Aquí interviene además la regla de exclusión de inmuebles en el haber social relativo, lo que obliga a
hacer una excepción a las reglas generales sobre la generación de recompensas, de suerte tal que, al
fracasar la subrogación, el inmueble adquirido ingresa al haber social absoluto, aun cuando genera una
recompensa a favor del cónyuge por el valor del inmueble que enajenó.
Como se comprende, distinto sería el caso si el valor del inmueble del cónyuge ascendiere a 3 millones y se
permutara por uno cuyo valor fuere 5 millones. En este caso sí habría subrogación (ya que el saldo a favor es
en este caso de dos millones y no supera a la mitad del valor del inmueble que se adquiere, que equivale a
2.5 millones) por lo que el inmueble adquirido ingresaría al mismo haber de donde salió el inmueble
a.2. Subrogación inmueble a inmueble por compra. Se trata en este caso de que uno de los cónyuges vende
un inmueble de su propiedad y con lo obtenido en la venta procede a comprar otro inmueble. Satisfechos
los requisitos legales, el nuevo inmueble subrogará, en el haber propio del respectivo cónyuge, a aquel
inmueble cuya venta produjo los fondos con los que se adquirió el nuevo inmueble.
Los requisitos para que tenga lugar esta forma de subrogación son los siguientes: a) Inmueble de propiedad
de uno de los cónyuges; b) Vigencia de la sociedad conyugal; c) Que el dicho inmueble se venda y que con el
producto de la venta se compre otro inmueble; d) Que en las escrituras públicas de venta y de compra
(adviértase que en este caso se requiere de dos contratos diferentes) se exprese el ánimo de subrogar; e)
Que exista una cierta proporcionalidad entre el precio del inmueble que se vende y el precio del que se
compra; f) Si el inmueble que se subroga es propiedad de la mujer, que ésta preste su consentimiento.
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La doctrina ha discutido la procedencia de las denominadas subrogaciones por anticipación o por antelación.
Se trata de la hipótesis –no prevista por el legislador- en la cual, en lugar de venderse un inmueble y con el
producto de la venta comprar otro, se empieza por comprar el nuevo inmueble (por ejemplo, con dineros
obtenidos mediante préstamo) y sólo posteriormente se vende el otro inmueble. Como decimos, en
b) Subrogación de inmueble a valores. Distinto de los dos anteriores es el caso en que un inmueble es
adquirido, mediante compra, empleando para ello valores propios de uno de los cónyuges, destinados a ese
De acuerdo con lo expuesto, son requisitos para que tenga lugar esta forma de subrogación los siguientes: a)
Que se compre un inmueble con valores propios de uno de los cónyuges, destinados a ello en las
capitulaciones matrimoniales o en una donación por causa de matrimonio; b) Que se deje constancia en la
escritura de compra que tal adquisición se hace con el dinero proveniente de esos valores así como del
ánimo de subrogar; c) Que exista una cierta proporcionalidad entre los valores y el inmueble que se
adquiere; d) Si la subrogación se hace en bienes propios de la mujer , que ésta preste su autorización.
examinadas, qué ocurre en aquellos casos en que los valores del bien subrogado y el bien subrogante
difieren, pero sin que la diferencia sea tal que impida la subrogación. La respuesta es la siguiente:
Si, produciéndose la subrogación, el bien que se adquiere es de menor valor que el inmueble o valores que
se enajenan, el cónyuge dueño de tales bienes adquiere una recompensa en contra de la sociedad conyugal.
En cambio, si, produciéndose la subrogación, el bien que se adquiere es de mayor valor que el inmueble o
valores que se enajenan, la sociedad conyugal adquiere una recompensa en contra del cónyuge en cuyo
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2.4.5. DIMENSIÓN PASIVA DE LA SOCIEDAD CONYUGAL.
Decíamos, al inicio del estudio del activo de la sociedad conyugal, que al interior de este régimen es posible
advertir diversos activos, o como expresa la ley, haberes. Desde luego el haber social, en seguida el haber
propio de cada cónyuge, y a ellos podía agregarse todavía el llamado patrimonio reservado de la mujer
casada entre otros posibles haberes anexos o especiales. Incluso más, en el caso del haber social debimos
distinguir un haber social absoluto o definitivo de uno relativo o aparente. Pues bien, análoga observación
debemos hacer ahora, al momento de iniciar el análisis del régimen de sociedad conyugal desde un punto de
vista inverso del anterior, es decir, desde el punto de vista pasivo o de las deudas. También son variados los
pasivos que integran la sociedad conyugal. Por lo pronto, el pasivo social, que también requiere
seguidamente el pasivo propio de cada uno de los cónyuges, a todo lo cual puede agregarse siempre el
A. Concepto. Es el conjunto de deudas de las que responde la sociedad en forma definitiva, es decir, sin
generarse recompensa a favor de la sociedad y en contra de los cónyuges. En otras palabras, se denomina
pasivo social absoluto al conjunto de deudas que son sociales tanto desde el punto de vista de la obligación
1. Pensiones e intereses que corran, sea contra la sociedad, sea contra cualquiera de los cónyuges y que se
2. Deudas y obligaciones contraídas durante el matrimonio por el marido, o la mujer con autorización del
marido, o de la justicia en subsidio, y que no fueren personales de aquél o de ésta (1740 número 2 inciso 1).
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3. Pago de deudas generadas por contratos accesorios cuando las obligaciones garantizadas por ellos no
4. Todas las cargas y reparaciones usufructuarias de los bienes sociales o de cada cónyuge (1740 número 4).
6. Dineros pagados a la mujer en virtud de haberse consignado en las capitulaciones matrimoniales tal
obligación, a menos que se haya establecido que el pago sería de cargo del marido (1740 inciso final).
1. Pensiones e intereses que corran, sea contra la sociedad, sea contra cualquiera de los cónyuges y que se
Si bien se mira, esta categoría constituye el anverso de la prevista, a propósito del haber social absoluto, por
el artículo 1725 número 2. En efecto, el mismo principio que explicaba a luz de esta última disposición el
ingreso al haber social absoluto de “Todos los frutos, réditos, pensiones, intereses y lucros de cualquiera
naturaleza, que provengan, sea de los bienes sociales o de bienes propios de los cónyuges, y que se
devenguen durante el matrimonio”, dicta ahora la procedencia de que las pensiones e intereses que corran
contra la sociedad o contra cualquiera de los cónyuges sean soportadas por la sociedad conyugal y en forma
absoluta o definitiva. Dicho principio es, ya lo sabemos, la expresión patrimonial de la comunidad de vida
Desde el punto de vista temporal, el criterio lo señala la expresión “devenguen”, dejando en claro que lo
crucial a este efecto es que las pensiones o intereses se hagan exigibles durante la existencia de la sociedad.
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2. Deudas y obligaciones contraídas durante el matrimonio por el marido, o la mujer con autorización del
marido, o de la justicia en subsidio, y que no fueren personales de aquél o de ésta (1740 N° 2 inciso 1).
La norma contempla varios supuestos todos los cuales se caracterizan por referencia a dos circunstancias:
deben haberse contraído durante el matrimonio y no han de ser personales del marido o de la mujer.
De los tres supuestos que la norma contempla, el más común es sin duda el primero, esto es, que se trate de
una deuda u obligación contraída por el marido, toda vez que el marido es el administrador de la sociedad
conyugal.
Pero la norma consigna todavía otras dos situaciones, a saber, que la deuda u obligación fuere contraída,
durante el matrimonio, pero por la mujer, sea que lo haga con autorización del marido o bien de la justicia.
En lo que hace a la primera de estas situaciones -deuda contraída por la mujer con autorización del marido-
el profesor Ramos Pazos entiende que ha de entenderse que existe un mandato, de suerte que la mujer
actúa en este caso como mandataria del marido. Respecto de la segunda situación, en tanto, procede
recordar que, de conformidad con el artículo 138 del Código Civil, si el marido fuere afectado por un
impedimento que no fuere de larga o indefinida duración, la mujer podrá actuar respecto de los bienes del
marido, de los sociales y de los suyos que administre el marido, previa autorización del juez con
conocimiento de causa.
La lógica que subyace a esta segunda categoría de deudas también debe resultarnos conocida. En la medida
en que se trata de deudas que no son personales de cada cónyuge, y que se contraen durante el
matrimonio, la ley las trata como deudas asumidas en beneficio común o de la familia, de donde resulta
El profesor Ramos Pazos se pregunta por otros tres casos, a fin de examinar si y en qué medida puede
subsumirse en la regla que venimos considerando. Son estos: a) Deudas contraídas por la mujer pero con
mandato del marido; b) Deudas contraídas por los cónyuges conjunta, solidaria o subsidiariamente; y, c)
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Deudas provenientes de compras al fiado que haya realizado la mujer de bienes muebles, destinados al
Tratándose del primer caso, o sea, de deudas contraídas por la mujer con mandato del marido, el artículo
1751 del Código Civil es claro al señalar que “Toda deuda contraída por la mujer con mandato general o
especial del marido, es, respecto de terceros, deuda del marido y por consiguiente de la sociedad (…)”. La
norma no parece dejar margen a ninguna duda. No obstante, conviene recordar lo que establece el artículo
2151 al tratar del mandato, esto es, que el mandato tanto puede serlo con representación como a nombre
propio. Y cuando el mandatario contrata a nombre propio no obliga respecto de terceros al mandante. De
ahí que el inciso segundo del artículo 1751 estableciera que “Si la mujer mandataria contrata a su propio
nombre, regirá lo dispuesto en el artículo 2151”, lo que significa que en ese caso la deuda contraída por la
mujer no integra el pasivo social absoluto, por lo que no se podrá hacer efectiva en bienes sociales, y sólo se
podrá hacer efectiva en el patrimonio reservado de la mujer o en los bienes que ella administre de
En lo que hace, por otra parte, al segundo caso, o sea, deudas contraídas por los cónyuges conjunta,
solidaria o subsidiariamente, de acuerdo con el inciso final del artículo 1751, tales deudas deberán cobrarse
a la sociedad conyugal, salvo en cuanto se probare que el contrato cedió en utilidad personal de la mujer
Por último, y en lo que dice relación con el tercer caso mencionado, esto es, deudas provenientes de
compras al fiado que haya realizado la mujer de bienes muebles, destinados al consumo ordinario de la
familia, se trata de una clara excepción a la regla general de que los contratos celebrados por la mujer no
obligan los bienes sociales sino exclusivamente los que ella administre de conformidad con los artículos 150,
166 ó 167. Y dicho carácter excepcional hace necesaria, para la aplicación de la norma, la concurrencia
copulativa de los tres requisitos que ella menciona, es decir, que se trate de compra al fiado, que lo sea de
bienes muebles, y que tales bienes estén destinados naturalmente al consumo ordinario de la familia.
147
3. Pago de deudas generadas por contratos accesorios cuando las obligaciones garantizadas por ellos no
Este sería al caso, por ejemplo, en que el marido, actuando como jefe y administrador de la sociedad
conyugal, garantizare con prenda, hipoteca o fianza una obligación de la sociedad conyugal. Dado que la
deuda es social, y que lo accesorio sigue la suerte de lo principal, es lógico que la sociedad pague y soporte
la obligación accesoria. Distinta sería la situación si el marido garantizare con prenda, fianza o hipoteca una
obligación propia suya o de la mujer, pues en este caso, si bien la sociedad resultará obligada al pago de la
deuda, lo hará con un derecho de recompensa a su favor, lo que significa que no quedará obligada a
soportar dicho pago en definitiva, o lo que es lo mismo, que se aloja en el pasivo social pero relativo. Y es
lícito preguntarse también qué sucedería si la deuda caucionada por el marido fuere una deuda ajena,
entendiéndose por tal una deuda que no solo no es social sino que tampoco se contrajo por ninguno de los
cónyuges, sino por un tercero. En este caso será necesario distinguir si la caución la otorgó el marido con o
sin el permiso de la mujer (artículo 1749). En el primer caso, el pago de la caución no generará recompensa,
por lo que corresponderá al haber social absoluto; mientras que en el segundo, el marido obligará
4. Todas las cargas y reparaciones usufructuarias de los bienes sociales o de cada cónyuge (1740 N°. 4).
Dispone el artículo 795 del Código Civil –al tratar del usufructo- que corresponden al usufructuario todas las
expensas ordinarias de conservación y cultivo. Y el artículo siguiente agrega que también serán de cargo del
usufructuario las pensiones, cánones y en general las cargas con que de antemano haya sido gravada la cosa
Estas disposiciones permiten dotar de contenido a la expresión “cargas y reparaciones fructuarias” que
utiliza el precitado artículo 1740 número 4. Así, por ejemplo, el pago de las contribuciones de un bien raíz
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Esta categoría es la contrapartida de la establecida en el artículo 1725 número 2 como integrante del haber
social absoluto “Todos los frutos, réditos, pensiones, intereses y lucros de cualquiera naturaleza, que
provengan, sea de los bienes sociales o de bienes propios de los cónyuges, y que se devenguen durante el
matrimonio”.
De nuevo el principio de comunidad de vida parece gobernar la lógica de esta categoría: Si las
remuneraciones que obtienen los cónyuges ingresan al activo social absoluto, parece lógico que el
mantenimiento de los cónyuges sea también de cargo de la sociedad conyugal. A su turno, que los gastos de
algo que ya venía establecido por el artículo 230 del Código Civil, el cual es también coherente con el artículo
224, conforme al cual, “toca de consuno a los padres (…) el cuidado personal de los hijos”.
Conviene añadir en este punto lo que precisa el artículo 1740 número 5 en su inciso segundo, esto es, que
los alimentos legales que un cónyuge debe pagar a sus descendientes o ascendientes, aunque no lo sean de
ambos cónyuges (p. ej. hijos de un matrimonio anterior) se mirarán como carga de familia, lo que significa
que serán de cargo de la sociedad, salvo en el exceso, que deberá ser determinado por el juez, el cual será
de cargo del respectivo cónyuge, lo que implica que si los pagare la sociedad, se cargarán al pasivo relativo,
generando recompensa que la sociedad podrá hacer valer contra el cónyuge respectivo.
6. Dineros pagados a la mujer en virtud de haberse consignado en las capitulaciones matrimoniales tal
obligación, a menos que se haya establecido que el pago sería de cargo del marido (1740 inciso final).
Entre las diversas cosas que pueden pactarse en las capitulaciones matrimoniales, una de ellas es que la
mujer disponga libremente de una determinada suma de dinero, o de una pensión periódica. Si así se
estipulare, las sumas que se paguen a la mujer en virtud de la capitulación se imputarán al pasivo social
absoluto, salvo que en las mismas capitulaciones se hubiere previsto que sean de cargo del marido.
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2.4.5.2. PASIVO SOCIAL RELATIVO O PROVISORIO.
A. Concepto. Es el pasivo formado por todas las deudas que paga la sociedad conyugal pero generándose a
su favor un derecho a recompensa que ejercerá en contra del cónyuge beneficiario. En otras palabras, se
trata de aquellas deudas que son sociales desde el punto de vista de la obligación a la deuda pero no desde
B. Composición del pasivo social relativo. La regla o principio general que rige el pasivo social relativo o
provisorio es que lo integran todas aquellas deudas personales de los cónyuges que son, sin embargo,
pagadas por la sociedad (artículo 1740 número 3: “La sociedad es obligada al pago: 3° De las deudas
personales de cada uno de los cónyuges, quedando el deudor obligado a compensar lo que la sociedad
invierta en ello”).
Si bien “deudas personales de cada uno de los cónyuges” es un criterio bastante amplio y vago, que la ley no
b) Deudas contraídas durante el matrimonio y que ceden en beneficio exclusivo de uno de los cónyuges
(como las que se contraen para establecer a los hijos de un matrimonio anterior).
c) Deudas provenientes de multas o reparaciones pecuniarias (indemnizaciones) a que fuere condenado uno
d) Deudas hereditarias o testamentarias provenientes de una herencia adquirida por uno de los cónyuges.
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A todo lo largo de nuestro estudio de la sociedad conyugal, tanto en lo que toca a su activo como a su
pasivo, hemos hecho constante uso del concepto de “recompensa”, en particular al distinguir, de una parte,
el haber social absoluto del relativo, y de otra, el pasivo social absoluto del relativo o provisorio. Es
momento de hacer algunas observaciones y precisiones más detenidas en relación con esta importante
institución.
A. Concepto. No son otra cosa las recompensas que un derecho personal o crédito que, en razón de diversas
situaciones propias de la mecánica u operatividad del régimen de sociedad conyugal, se genera, sea a favor
de esta y en contra de uno de los cónyuges, sea a favor de uno de los cónyuges y en contra de la sociedad,
Conviene reiterar que estas recompensas se hacen valer al término del régimen de sociedad conyugal, vale
decir, al tiempo de su liquidación, a fin de que cada cónyuge aproveche los aumentos y soporte en definitiva
B. Fundamento o razón de ser de las recompensas. Suele reconocerse como principal fundamento de esta
institución, la evitación del enriquecimiento sin causa. Impedir que de forma injustificada –y a menudo
involuntaria- un patrimonio se enriquezca a expensas del otro. A ello puede añadirse que las recompensas
actúan también en protección de los acreedores de los cónyuges casados bajo este régimen, así como de sus
legitimarios. Toda vez que evitan que los cónyuges se hagan donaciones disimuladas en perjuicio de estos.
En tercer lugar –y desde la mecánica interna del régimen- las recompensas permiten resguardar la
inmutabilidad del régimen de sociedad conyugal: el régimen, lo mismo que la composición de sus distintos
haberes, han sido establecidos por la ley o bien por las capitulaciones matrimoniales, y no puede ser
modificado durante el matrimonio (como no sea abandonando el régimen y sustituyéndolo por otro en la
forma que hace posible el pacto del artículo 1723). De ahí que cada vez que un bien sale de uno de esos
haberes para ingresar a otro, debe ser reemplazado por un crédito de valor equivalente. Tal es la función de
las recompensas. Por último, se señala también que las recompensas contribuyen a evitar los posibles
abusos en que pudiere incurrir el marido, administrando la sociedad conyugal, en perjuicio de la mujer. No
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hay que olvidar que bajo el régimen de sociedad conyugal el marido administra no solo los bienes sociales
C. Clases de recompensas y enunciación de las mismas. De acuerdo con lo que venimos exponiendo, las
recompensas pueden ser de tres clases: a) recompensas adeudadas por uno de los cónyuges a la sociedad;
b) recompensas debidas por la sociedad a uno de los cónyuges; c) recompensas debidas entre cónyuges.
a.1. Cuando la sociedad pagó una deuda personal suya (relacionar con pasivo social relativo, art. 1740 n° 3).
a.2. Cuando, durante la sociedad, el cónyuge adquirió un bien raíz subrogándolo a valores o a otro inmueble
propio, y el valor del bien adquirido es superior al del bien que subrogó (artículo 1733 inciso tercero
relacionar con haber propio y con haber social absoluto, 1725 número 5).
a.3. Cuando, durante la sociedad, se hicieron mejoras no usufructuarias en un bien propio, que aumentaron
el valor de la cosa (recuérdese que las cargas usufructuarias son de cargo del pasivo social absoluto, artículo
1740 número 4; en este caso se trata de cargas no usufructuarias que aumentan el valor de la cosa, artículo
1746, como si en una finca propia de uno de los cónyuges se construyere una casa).
a.4. Cuando el cónyuge recibió una herencia y la sociedad pagó las deudas hereditarias o testamentarias
(artículo 1745; relacionar con pasivo social relativo, artículo 1740 número 3).
a.5. Cuando el cónyuge hizo una erogación gratuita y cuantiosa a favor de un tercero que no sea
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a.6. Cuando la sociedad pagó una multa o indemnización generada por un delito o cuasidelito de uno de los
cónyuges (artículo 1748, relacionar con pasivo social relativo, artículo 1740 número 3).
a.7. Cuando un cónyuge, con dolo o culpa grave, causó perjuicios a la sociedad (artículo 1748).
a.8. Cuando la adquisición o cobro de los bienes o derechos pertenecientes a un cónyuge importó precios,
saldos, costas judiciales o expensas de toda clase (relacionar con pasivo social relativo, artículo 1740 n° 3).
a.9. Cuando, disuelta la sociedad conyugal pero antes de su liquidación, se adquirió un bien a título oneroso.
En este caso se adeuda recompensa a la sociedad por el precio de adquisición del bien, a menos que se
pruebe que fue adquirido con bienes propios o provenientes de la sola actividad personal (artículo 1739
inciso final; relacionar con haber social absoluto, 1725 número 5).
b.1. Por las especies muebles o dineros que el cónyuge aportó a la sociedad o adquirió a título gratuito
durante ésta (relacionar con haber social relativo, artículo 1725 números 3 y 4).
b.2. Cuando, durante la sociedad conyugal, se enajenó un bien propio de uno de los cónyuges, a menos que
con esos dineros se haya adquirido otro bien que se haya subrogado al primero o se haya pagado una deuda
b.3. Cuando, durante la sociedad conyugal, operó la subrogación de inmueble a inmueble o a valores y el
bien adquirido era de menor valor que el bien subrogado (artículo 1733).
b.4. Cuando las expensas ordinarias y extraordinarias de educación de un descendiente común o las
necesarias para establecerle o casarle se sacaren de los bienes propios de un cónyuge, sin que aparezca
c. Recompensas que pueden deberse los cónyuges entre sí. Sólo ejemplos pueden ofrecerse:
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c.1. Cuando con bienes de un cónyuge se paga una deuda personal de otro.
c.2. Cuando con bienes de un cónyuge se efectuaren reparaciones o mejoras en un bien del otro.
c.3. Cuando un cónyuge, con dolo o culpa grave, causare daños a los bienes del otro (art. 1771).
D. Forma de pagarse las recompensas. Establece el artículo 1734 del Código Civil –desde su reforma por la
Ley 18.802- algo que para la doctrina y la jurisprudencia siempre fue una evidencia, esto es, que las
recompensas se pagan en dinero (lo que no impide, por cierto, que las partes acuerden otra forma de
pagarlas). La propia disposición añade algo absolutamente fundamental: la obligatoriedad de pagar las
recompensas debidamente reajustadas. El legislador se permite hacer incluso una referencia a la equidad
natural al disponer: “El partidor aplicará esta norma de acuerdo a la equidad natural”.
Conviene recordar, asimismo, que las recompensas no son de orden público, de donde se siguen
trascendentes consecuencias prácticas, entre otras, que ellas pueden renunciarse, aunque el principio
general que rige en esta materia es que sólo puedan renunciarse en las capitulaciones matrimoniales y no
durante el matrimonio, y a que esto último permitiría alterar el régimen de bienes, algo que el legislador no
admite. Precisamente por no ser de orden público es que resulta lícito pactar una forma de cálculo o de
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