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Servir 

a la familia
El punto principal de controversia feminista dentro de toda esta
diná mica ambiental se encuentra en el cuestionamiento de la capacidad
intelectual de la mujer. Para los má s fieles seguidores del humanismo
erasmista, como es el caso de Juan Luis Vives (1492-1540), la mujer tiene
todas las cualidades necesarias para poder instruirse, si bien su sabiduría
debe estar al servicio de la familia, principalmente de los hijos.
Dentro de esta tendencia, la obra que llegará a consolidar este servir a la
familia es, sin lugar a dudas, La perfecta casada, de Fray Luis de Leó n
(1528-1591 ). Las ideas fundamentales del libro -procedentes del De
institutione foeminae christianae, de Vives- se basan en la relació n tan
tó pica y típica mujer/origen del pecado; por tanto, el mensaje aleccionador
gira en torno a la misió n didá ctica que el hombre debe llevar a cabo para
que la mujer actú e y obre como es debido. Su lugar se halla en la vida
privada, en el hogar; es allí donde las enseñ anzas recibidas desde su
infancia van a poder desarrollarse en beneficio de los intereses familiares,
que a gran escala son los intereses nacionales. La esfera pú blica queda
fuera del alcance de la mujer y su capacidad intelectual le es negada de
forma contundente a finales del siglo XVI.
Vemos, pues, có mo el péndulo se inclina a favor de la defensa de los
valores tradicionales, perfectamente asumidos por el ascetismo-
misticismo postrentista. Como muy bien señ ala Carmen Martín Gaite, la
metá fora del amor como cá rcel va a estar presente en toda la literatura
universal desde el Renacimiento y la voz auténtica siempre surge, cuando
surge, tarada por el pudor a hablar de los propios sentimientos -los de la
mujer-, que sus carceleros le han venido inyectando desde tiempo
inmemorial, junto con el menosprecio hacia sus capacidades
intelectuales (2).
En el siglo XVII, Miguel de Cervantes (1547-1616) es quien irrumpe con
gran fuerza en la mentalidad castiza de la Contrarreforma y plan-tea en la
literatura un tema candente en la sociedad de la época: el derecho de la
mujer a elegir esposo. En novelas y entremeses tan apropiados para
nuestro tema como El celoso extremeño y El viejo celoso no duda en
criticar, a través del relato de la ficció n, los matrimonios impuestos a la
fuerza, dando soluciones triunfantes a los amores libremente escogidos.
En cuanto al tema del adulterio, también se aparta del casticismo hispano
al dar soluciones muy alejadas de las convencionales. La ya citada
novela El celoso extremeño, es una prueba bien tangible de tal afirmació n:
el marido engañ ado no castiga a su mujer adú ltera, sino que la perdona e
intenta tratar el problema a partir de una racionalizació n del mismo,
evitando así la solució n tradicional que equipara la honra con la limpieza
de sangre. Cervantes es, en gran medida, aquella secuela renacentista que
lucha por sobrevivir dentro de las normas opresoras de la Españ a
contrarreformista. Su mundo -a pesar de la distancia cronoló gica- se
acerca má s a una concepció n de vida de corte erasmista que al
irracionalismo barroco.
En el llamado Siglo de Oro ya no quedan ambigü edades ni situaciones a
medias. Lope de Vega, Gó ngora, Quevedo, Graciá n, Tirso de Molina,
Calderó n, por citar los má s conocidos, no dudará n en ser portavoces de un
sistema ideoló gico en el que los marginados, en general, y la mujer, en
particular, son objetos indiscriminablemente conquistables. En el caso de
esta ú ltima, el discurso literario se presenta como un fiel reflejo de una
realidad jurídica que da constancia expresa de la potestad paterna para
casar a las hijas al margen de su propia opinió n ya la desigualdad de la
mujer en el matrimonio, donde el marido puede llegar al asesinato en caso
de adulterio.
En lo que respecta al teatro de Lope de Vega (1562-1635) cabe destacar
como constantes su antisemitismo, antiintelectualismo y
antifeminismo. La dama boba es un vivo ejemplo del cará cter misó gino de
la cultura del barroco. Casadla y veréisla estar ocupada y divertida en el
parir y el criar, o bien, siempre alabé la opinión de que la mujer prudente
con saber medianamente le sobra la discreción (3, son pá rrafos lo
suficientemente ilustrativos del pensamiento de toda una época. Francisco
de Quevedo ( 1580-1645) aprovecha su conceptismo satírico contra las
mujeres para tratar el tema de la infidelidad conyugal. La conclusió n final
ante dicha cuestió n puede resumirse de la siguiente manera: la mujer es
necesaria para el hombre al tiempo que le es sumamente peligrosa.
Por su parte, Baltasar Graciá n (1601-1658) no puede alejarse de su
condició n de clérigo a la hora de juzgar al sexo contrario. La mujer es la
fuente y el origen de todos los males: al no poder compartir su compañ ía
se la considera como la enemiga de su perfecció n espiritual. Quizá sea este
literato el que interioriza con má s rigor el discurso que ostentará la
hegemonía ideoló gica en la sociedad españ ola después del concilio de
Trento. Las dos constantes que simbolizará n al enemigo es la visió n de
mundo del barroco: el demonio y la carne, quedará n representadas bajo la
imagen femenina. El antifeminismo oriental junto al occidental de corte
clá sico y judaico-cristiano llegan a una simbiosis conceptual que queda
perfectamente canalizada a través de la ficció n. La misoginia y el
antifeminismo má s feroz alcanzan la cota má xima en la Españ a de los
Austrias, en la Españ a que justifica cualquier acto discriminatorio en aras
a alcanzar el gran objetivo metafísico del sistema bajo el que se construye
el Estado moderno: la limpieza de sangre.
 
El derecho a elegir
El siglo X\lll se inaugura con una nueva dinastía moná rquica de origen
francés. Felipe V sube al trono españ ol tras una guerra de sucesió n con el
objetivo de unificar el espectro socio-cultural de este país. Bajo el esquema
centralista del modelo francés se va institucionalizando en la mentalidad
de la época un cosmos con pretensiones racionales y científicas,
denominado historiográ ficamente despotismo ilustrado, dispuesto a
potenciar el bienestar de aquellos que, en principio, son las fuerzas
productivas del país. Conocido este proceso como revolución desde
arriba o, si se quiere en términos coloquiales, todo para el pueblo pero sin
el pueblo, servirá para marcar, desde esa centuria, las coordenadas
ideoló gicas en las que finalmente se asentará la mentalidad burguesa. Los
valores del Antiguo Régimen van a ir mezclá ndose con las aspiraciones
materialistas de la incipiente burguesía comercial, produciéndose má s una
labor de simbiosis que de ruptura.
Tal proceso va a mostrar una vez má s las contradicciones ideoló gicas por
las que atraviesa la transició n de un modo de producció n feudal-señ orial a
otro capitalista-burgués, liderado por una clase social que lucha por
construir un sistema político-econó mico que permita la libertad de
comercio, la abolició n de las tasas y dignifique el concepto social del
trabajo, relegando de su rol hegemó nico a la nobleza y al clero.
 
Dentro de este ambiente, la literatura del denominado Siglo de las Luces
tiene como má ximo objetivo presentar un mundo má s racional y menos
sectario; de ahí el énfasis en textos dedicados al estudio de las ciencias
econó micas y sociales. Las mujeres de las clases dominantes van a
participar -siempre dentro de unos límites- en este proceso ilustrador. El
propio monarca Carlos III facilita su admisió n en las sociedades
econó micas y en la Academia de la Lengua, donde ingresó solamente una
mujer: María Isidra de Guzmá n, hija de los condes de Oñ ate.
En lo que respecta a la imagen femenina en la literatura, también puede
apreciarse un cambio que merece ser destacado en comparació n con la
anterior centuria. El benedictino Benito Jeró nimo Feijoo (1676-1764) -
calificado por María del Pilar Oñ ate de campeón feminista en su clá sica
obra El feminismo en la literatura española- va a aprovechar su Teatro
crítico universal para escribir uno de sus má s largos discursos del tomo I
en Defensa de las mujeres. En términos generales apunta hacia la igualdad
intelectual entre hombres y mujeres y culpa al marido de muchos casos de
adulterio femenino porque busca en su esposa un objeto hermoso en lugar
de reconocer su inteligencia como ser humano. Al ignorarla como tal, la
mujer sufre las consecuencias del desprecio y su propia soledad, lo que
ayuda a sentirse sensible ante las gentilezas de otro hombre.
Referente al tema literario del derecho de la mujer a elegir compañ ero.
tenemos que esperar la llegada de los ú ltimos añ os del siglo XVIII y
primeros del XIX, momento en que Leandro Ferná ndez de Moratín (1760-
1828) presenta un teatro que, como él mismo lo define, está al servicio de
la ilustración y la moral, donde quedan bien planteadas las injusticias
humanas y sociales de los matrimonios convenidos. El viejo y la niña y El sí
de las niñas muestran có mo la educació n que reciben las mujeres las
convierte en un ser esclavizado cuya ú nica misió n es la de servir a Dios, a
los padres y al marido. Si tuvieran acceso a una formació n que la
instruyera y fueran libres de escoger en el matrimonio, su psicología y
comportamiento socia! cambiaría; dejarían de ser hipó critas, frívolas y
banales porque serían má s felices.
El siglo XIX inicia su andadura españ ola con conflictos bélicos, tanto de
cará cter internacional como doméstico. Mientras se lucha contra la
invasió n francesa y se institucionaliza un absolutismo feroz, en la mayoría
de los demá s países europeos el liberalismo penetra en el mundo de la
estética con una concepció n distinta del discurso literario, acompañ ado
todo ello de un nuevo vocablo: el romanticismo. Los intelectuales
españ oles exilados o emigrados a Inglaterra, Francia e incluso América
Latina, después del fracaso del Trienio Liberal, van a ser quienes desde sus
nuevas residencias y posteriores retornos introducirá n esos nuevos aires
a la sociedad españ ola.
La añ oranza de un pasado medieval mitificado los conectará a un có digo
trovadoresco donde las mujeres será n musas, heroínas o vírgenes. El neo-
romanticismo del cambio de siglo -de raíces simbolistas y prerrafaelisas-,
unido a la esencia nacionalista de las literaturas catalana y gallega,
recogerá el mensaje de esa primera presentació n de los añ os veinte y
treinta para simbolizar sus proyectos de cultura nacional, a través de una
figura femenina (la metá fora de la mujer-madre y mujer-patria).
Volviendo a la primera irrupció n romá ntica y recogiendo la herencia de
los trovadores, poetas pastoriles y libros de caballerías, nos encontramos
ante una mujer-objeto-Iiterario con matices nuevos. Es evidente que la
sociedad de la primera mitad del XIX no es la del mundo medieval, por
tanto habrá retoques y puestas a punto en ese recuerdo histó rico. Quizá la
característica má s importante sea la pasió n desatada con la que quiere
cambiarse la realidad. La mujer se presenta como luchadora-heroína
contra una tradició n que la oprime y que, finalmente, la convierte en
má rtir. Espronceda, Zorrilla y Bécquer, con sus diferentes matices
estilísticos, Iideran ese romanticismo fogoso e, incluso, rebelde de la
primera época.
Tras un período pseudocientífico en el que el positivismo frenará esos impulsos
individualistas y subjetivos en favor de un equilibrio objetivo que otorgará el
protagonismo a las masas, llegamos a la novela de la Restauració n. Clarín, Galdó s,
Pereda y Palacio Valdés presentará n en su ficció n los ideales, metas y fracasos de
mujeres de la burguesía provinciana y de las clases populares que, como dice
Guadalupe Gó mez-Ferrer (4), responden a un patró n tradicional, todavía
preindustrial. La Regente, de Leopoldo Alas (1852-1901 ), y Fortunata, de Benito
Pérez Galdó s (1843-1920), son, cada una dentro de su especificidad como personaje,
un vivo ejemplo de la asfixia ambiental de una hipó crita sociedad positivista y
burguesa, con una religiosidad institucionalizada, donde se existe pero no se es.
 
La mujer, sujeto activo
A las postrimerías del siglo XIX, el Modernismo, con sus mujeres sensuales, la
Generació n del 98, con las suyas victimizadas por la discriminació n social, y el neo-
romanticismo, inspirador de mujeres vírgenes -símbolos de culturas nacionales
oprimidas-, van a dar paso a una nueva centuria.
Españ a entra en la diná mica estético-social europea de los ismos (futurismo,
surrealismo, dadaismo, etcétera) con graves problemas políticos que desembocará n
en dos dictaduras intercaladas por una corta experiencia republicana y una guerra
civil. Quizá , má s que nunca, la literatura será para unos un instrumento de
compromiso social y para otros una expresió n artística y formal desprovista de
mensaje político. Tanto en un caso como en otro, los filó sofos de la generació n del 14,
así como los poetas de la del 27, está n má s preocupados en problemas existenciales,
en los que el hombre es el protagonista -por algo son temas calificados
de elitistas-, que en introducir en sus textos problemá ticas sociales que afectan al otro
50 por 100 de la humanidad, como es la lucha por la obtenció n del derecho al voto.
Queda, pues, para las feministas españ olas de la época la discusió n sobre este tema;
sus colegas masculinos a lo má ximo que alcanzan es a discutir el tema de la igualdad
bajo presupuestos biologistas, con los que llegan a afirmar que hay trabajos en los que
la mujer puede estar má s preparada que el hombre debido a
sus peculiaridades físicas. En términos ideoló gicos los argumentos son los de siempre:
la mujer, sinó nimo de madre, y el hombre, sinó nimo de inteligencia. Gregorio Marañ ó n
(1887-1960) es contundente al respecto en sus Tres ensayos sobre la vida sexual: ...el
varó n será siempre el que haga la Historia. La mujer tiene reservado el destino, aú n
má s trascendental, de hacer al hombre.
 
Terminada la guerra civil, el régimen franquista institucionaliza premios literarios,
como el Eugenio Nadal, en los que se presenta una narrativa que empieza a romper el
esquema típico de la novelita rosa. A mi modo de ver, el mensaje es otro, porque el
emisor también es otro: empieza a ser un emisor-mujer. Ya no son aquellas escritoras
aisladas de las clases altas de la Ilustració n y el siglo XIX las que alcanzan la categoría
de autoras, sino que es un grupo de mujeres, ciertamente consolidado, el que marca
cambios en el tradicional papel que les ha otorgado la literatura. No quiero
extenderme en este punto porque, como he indicado al principio, ya hay un trabajo
dedicado a la mujer como sujeto literario. Unicamente he querido dejar constancia de
un dato que considero decisivo para resquebrajar los tó picos de siempre: la
participació n de las mujeres en la elaboració n de ideologías.
 
Para terminar, y siempre lamentando la esquematizació n de este artículo, quisiera
señ alar que en la década de los setenta, gracias a los nuevos aires políticos, al
movimiento feminista organizado y a la existencia de mujeres creadoras, podemos
vislumbrar un discurso literario que, si bien es ficció n, no deja de tener relació n con la
Historia, entendida como realidad transformable. Ya no son los varones los ú nicos que
modelan a la mujer en los textos con el fin de influir a su pú blico-receptor, sino que
son ellas mismas las que hablan. Nos encontramos ante una literatura testimonial que,
a través de la experiencia propia, busca unas señ as de identidad para, ademá s
de estar y existir, se consiga ser.

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