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El libro que ahora tienen en sus manos, es el resultado del trabajo final de

varias personas que, sin ningún motivo de lucro, han dedicado su tiempo a
traducir y corregir los capítulos del libro.
El motivo por el cual hacemos esto es porque queremos que todos tengan la
oportunidad de leer esta maravillosa historiarlo más pronto posible, sin que
el idioma sea una barrera.
Como ya se ha mencionado, hemos realizado la traducción sin ningún motivo
de lucro, es por eso que se podrá descargar de forma gratuita y sin
problemas.
También les invitamos a que en cuanto este libro salga a la venta en sus
países, lo compren. Recuerden que esto ayuda a la escritora a seguir
publicando más libros para
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CONTENIDO
Sinopsis
Dedicatoria
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Epilogo
Agradecimientos
Sobre la Autora
Sinopsis
Cruel North trata de una angustiosa segunda oportunidad, un romance entre enemigos y
amantes donde el hombre más odiado de los North finalmente se pone de rodillas.

Una adolescente con mis ojos y una mirada familiar entra en mi vida y me llama papá.

Vanessa era mi novia de la secundaria y la persona más inteligente que conocí.


Tenía un plan, un futuro y juró que nada se interpondría en su camino. Hasta
que quedó embarazada. Pensé que estábamos de acuerdo con nuestro plan. Le
envié el dinero. Luego ella desapareció.

Sus padres me dijeron que estuvo en Sudamérica durante un año. Me dijeron


que necesitaba espacio. Ya no volví a escuchar de ella.

Diecisiete años después ella está de regreso. Estoy mirando esos ojos verdes
que solían tentarme y provocarme. Pero ya no se trata solo de nosotros,
tenemos una hija.

Queriendo conocerla, las convenzo de que se muden conmigo por un mes.


Estoy tan enojado con Vanessa y ella parce estar igualmente molesta. Cada
insulto de su boca inteligente me invita a participar. La química brutal entre
nosotros enciende viejas brasas. Ojalá pudiera odiara. En cambio, la sigo
queriendo.

Pero ha pasado demasiado tiempo y temo que algunas heridas sean demasiado
profundas para sanar.
Prólogo

AP Física 1

—Vamos, gente, repasamos esto ayer. —La voz del Sr. Lewis rebota en la pared en la
esquina trasera del salón de clases, despertándome de un golpe.
Finalmente encontré una posición lo suficientemente cómoda, la frente en mi
mano, la cara apuntando hacia el cuaderno abierto en mi escritorio. Incluso me las había
arreglado para mantener mi lápiz en posición vertical en mi mano libre para que
pareciera estar profundamente concentrado en lugar de entrar y salir del sueño.
Ofendido por el brusco despertar, frunzo el ceño hacia el frente de la clase a nuestro
maestro mientras empuja sus anteojos hasta el puente de su nariz. Larguirucho y pálido,
el Sr. Lewis es la definición ambulante de la virginidad después de los cuarenta. Con la
boca en una línea apretada y los ojos agrandados a través de lentes, su mirada se lanza a
través de un mar de estudiantes encorvados.
—Nadie, ¿huh? ¿Ni siquiera una suposición? —Debe sentir que lo fulmino con la
mirada porque sus ojos saltones se posan en mí.
—Mierda —murmuro para mí mismo.
—Sr. North. —Se las arregla para mirarme por encima de la nariz desde seis
metros de distancia. Puede que gane un dinero decente enseñando en Burton Prep, pero
nunca se acercará al patrimonio neto de todos los estudiantes de su clase, salvo los niños
becados—. ¿Cuál es la energía cinética de la pregunta en la pizarra?
Dawson, el extremo izquierdo de mi equipo de hockey, se ríe a mi lado. Estúpido.
—Ochenta y dos. —La respuesta es incorrecta, pero lo digo con la confianza
suficiente para que el Sr. Lewis revise sus notas antes de suspirar derrotado. Mi papá
siempre me dijo que, si alguna vez no estoy seguro, finja.
—Ochenta y dos —murmura el profesor con un tono de tienes que estar jodidamente
bromeando—. Eso es incor...
—Seis punto cincuenta y siete metros por segundo. —La confiada voz femenina
proviene de la primera fila. Otra nerd hablando nerdñol.
—Sí, Srta. Osbourne, bien hecho. Es agradable ver que al menos una persona está
prestando atención en clase hoy.
Por supuesto, él me está mirando directamente a mí.
Pongo los ojos en blanco y me desplomo en mi silla encogiéndome de hombros.
Lo mejor de pagar la matrícula de una escuela privada es que es casi imposible que
te echen por algo tan insignificante como las calificaciones. Los salarios de los maestros
deben ser pagados por alguien. Cada culo en una silla representa al año cuarenta de los
grandes en matrícula. No se puede matar a la vaca lechera.
—Gracias, Sr. Lewis, —responde la besadora de culos en la primera fila.
—Nerd —toso ruidosamente en mi puño. La clase se ríe. Bueno, no toda la clase. La
pequeña Miss Osbourne gira en su asiento, enviando un arco de cabello largo, brillante y
casi negro al espacio personal de la persona sentada detrás de ella. Sus ojos son claros,
creo. Es difícil decir a través de la mirada vete a la mierda dirigida en mi dirección.
—Está bien, sigamos… —continúa el Sr. Lewis, pero lo ignoro a favor de mirar hacia
abajo a la pequeña señorita sabelotodo.
Conozco a esta chica. No personalmente, pero tiene una reputación. Vanessa
Osbourne, hija única del alcalde Nicolas Osbourne. El hombre gana campañas
promocionando los valores familiares y mantiene a su única hija con la correa apretada.
No va a fiestas ni a juegos, y se burlan de ella por dar vueltas por el campus con la nariz
metida en un libro. Ella es una estudiante de tercer año tomando física de nivel superior.
Como dije…nerd.
Como si leyera mis pensamientos, pasa el brazo por el respaldo de la silla para
mirarme más de cerca. —¡Prefiero ser una nerd que un deportista holgazán!
La habitación estalla con una carcajada que se interrumpe abruptamente
cuando examino la habitación para notar quién diablos se está riendo de mí. Nadie
quiere estar en mi lista negra.
—¡Eso es suficiente! —La voz del Sr. Lewis se eleva por encima de las risitas y la
tensión.
—¿Holgazán? —Me río por la incomodidad de que me llamen la atención en
público. Solo hay dos personas que tienen derecho a hablarme así: mi papá y mi
entrenador. No la pequeña Suzy Trasero Inteligente, que ni siquiera debería estar en esta
clase. No soy un holgazán. Soy un jugador de hockey. Y sí, la educación viene en segundo
lugar, pero saco buenas notas. Puedo pagar por ayuda aquí y allá, pero ella no lo sabe—.
Sé amable, cariño. Es posible que necesites que te contrate algún día, y tengo muy buena
memoria.
—¡Sr. North!
Su mirada se vuelve imposiblemente más estrecha. —Prefiero lamer aceras que
degradarme trabajando para ti.
Me inclino hacia adelante y sonrío. — Te daré algo para lamer…
Ella jadea, horrorizada.
—Eso es todo. ¡Sr. North y Srta. Osbourne, a la dirección, ahora!
Bien por mí. No existe un castigo que me haga arrepentirme de ese pequeño
intercambio. Mierda, mi corazón incluso está latiendo un poco más fuerte, algo que
nunca siento fuera del hielo.
Tiro mi basura en mi mochila mientras ella discute con el maestro. Estoy fuera de
mi silla cuando ella pierde la batalla y recoge sus cosas. Golpeamos la puerta al mismo
tiempo, y su antebrazo roza el mío. No me muevo. Ella salta un pie hacia atrás.
—Por favor. — Dejo la puerta abierta y le hago señas con un movimiento de mi
brazo para que siga adelante—. Las tontas primero —susurro.
Se mete debajo la gruesa correa de una cartera de cuero y luego pisotea sus altos
Docs mientras cruza la puerta. — Muchas gracias, cerebro de mierda — dice lo
suficientemente suave para que solo yo la escuche.
Mi mandíbula se abre, y me quedo estupefacto por un segundo antes de seguirla
por la puerta. Esta chica tiene bolas para hablarme así.
Considérame intrigado.
La sigo detrás, disfrutando de la vista de la falda de su uniforme a cuadros hasta la
rodilla, que se completa bastante bien en la parte de atrás. Su chaqueta se estrecha en la
cintura, lo que me da una idea de las curvas que se encuentran debajo. Su cabello largo es
lacio, sin una pizca de rizo u onda, y las puntas se balancean en la parte baja de su espalda.
No puede medir más de uno metro sesenta y siete, ya que mi altura es de un metro
ochenta y ocho, mis largas piernas me ayudan a alcanzarla rápidamente.
Mantengo su ritmo con facilidad, aunque me doy cuenta de que está tratando de
adelantarme. Tendría que correr para hacer eso, pero puedo decir que tiene demasiado
orgullo para huir de mí. No querría que yo pensara que está asustada. —Claramente, no
sabes quién soy.
Ella hace un sonido como el que harías cuando tu perro se orina en el suelo:
molesto, decepcionado y ofendido. —Por supuesto, que pensarías eso —dice secamente.
—¿Puedo darte un consejo?
Sus pies se detienen de golpe y se gira para mirarme de frente. Sus brazos se cruzan
en su pecho, y su barbilla está rígida mientras se inclina hacia mí. Verde. Sus ojos son
verdes.
—Tú eres una paria aquí.
Ella trata de enmascarar el destello de dolor que causan mis palabras, pero no es lo
suficientemente rápida para detener su mueca.
—No hagas las cosas más difíciles para ti. Mantente oculta, guarda tus opiniones
para ti misma y mantente fuera de mi camino.
Ella parpadea y, por un segundo, me preocupa que pueda llorar. Eso es hasta que las
comisuras de sus labios carnosos y rosados saltan y hacen un viaje lento hacia arriba.
Capto su sonrisa, mueve los labios entre los dientes y niega. —Wow.
Arrugo la frente.
Junta sus manos en posición de oración. —Muchas gracias por tus útiles consejos.
¿Cómo he llegado tan lejos en la vida sin ti?
Creo que ella está siendo sarcástica, pero...
Ella camina audazmente hacia mi cara. —Vamos a cortar la mierda. Sabes
exactamente quién soy y me ves como un blanco fácil. Pero noticia de última hora, cara de
imbécil…
—Whoa, tranquila con el nombre...
—Tú. —Ella me empuja en el pecho—. Fuera de mi camino. —Ella parece crecer
más alta al instante, pero eso es imposible.
Compruebo para asegurarme de que no está de puntillas. Nop. Extraño.
—Sí, soy inteligente. Tengo un GPA1 de cuatro coma cinco y planes. Planes
universitarios. Planes de estudios. Y nadie, ni siquiera un gran…
Está bien, ella debe estar puntillas ahora. Compruebo. No. ¿Qué diablos?
—Imbécil…
¿Me estoy encogiendo?
—Un atleta obsesionado consigo mismo se interpondrá en mi camino.
Estamos prácticamente nariz con nariz ahora. Me aclaro la garganta, enderezo los
hombros y recupero la ventaja de mi altura.
—Me tratas como una mierda porque soy una de las pocas chicas en esta escuela a
la que no quieres meterle el pene.
Jadeo ofendido.
—Y si me envían a la oficina porque me defendí de tu abuso…
—¿Abuso? Por favor.
—...y arruinas mis posibilidades de ser aceptada en Stanford —Aspira aire entre
dientes. Sus ojos son diminutos fragmentos de fuego esmeralda—. Entonces te
perseguiré, destruiré todo lo que alguna vez has amado, y nada impedirá que arruine tu
vida. ¿Estamos claros?
—Maldita sea… —Observo sus hombros rígidos, su mandíbula rígida y sus mejillas
sonrojadas. En ese momento, creo que es capaz de cumplir su amenaza—. ¿Qué se te
metió en el culo?
—Tú. —Me golpea con fuerza con una uña blanca en mi pecho—. Tú lo hiciste.
Se da la vuelta y me deja allí, frotando mi pecho, que todavía hormiguea por su
toque.

1
Grade point average: promedio de calificaciones (GPA) es la suma de todas sus calificaciones a lo largo de
su carrera en la escuela secundaria dividida por el número total de créditos. La mayoría de las escuelas
secundarias (y universidades) reportan calificaciones en una escala de 4.0. El grado superior, un A, equivale a
un 4.0.
La taza aislada para llevar se coloca frente a mí al mismo tiempo que siento que me
quitan el cabello del cuello. Una mezcla de instinto y agotamiento hace que mi cabeza
caiga hacia un lado para exponer mi garganta, donde sus labios cálidos y húmedos
aterrizan y provocan.
—Mmm, hola, sexy —gruñe Hayes contra mi piel, enviando un escalofrío a través de
mí—. Hueles muy bien. —Pasa su nariz por mi cuello hasta el cuello de la camisa de mi
uniforme. Empuja la tela almidonada a un lado y me muerde el hombro.
Hayes North.
¿Quién sabría que el idiota completamente odioso de física terminaría siendo el
amor de mi vida? Está bien, bueno, no hemos estado saliendo por mucho tiempo, y no
hemos intercambiado esas dos pequeñas palabras, pero nada en mi vida se ha sentido
tan bien. Tan intenso.
El día que nos enviaron a la oficina del director, Hayes se hizo responsable de todo.
Dijo que me incitó a propósito, y cuando el director Jardin preguntó si yo asumía alguna
responsabilidad, Hayes le preguntó a Jardin cómo debería responder una mujer cuando
se enfrenta a la misoginia. Ese día tuve que levantar la mandíbula del suelo. Hayes aceptó
la detención de una semana con una sonrisa y yo estaba libre.
Después de que salimos de la oficina del director, le pregunté por qué lo hizo. ¿Por
qué no dejarme tomar la culpa, o al menos parte de ella?
¿Su respuesta?
—Tú tienes grandes planes —dijo—. Yo no.
Mi corazón feminista odio admitirlo, pero Hayes North abrió una fisura en la pared
sólida que había erigido para mantenerme concentrada en la escuela y evitar las
trampas sociales. Una semana posterior, después de que me agotara con su persistencia,
tuvimos nuestra primera cita.
Hemos sido inseparables desde entonces.
Resulta que Hayes North no es un deportista tonto. Es inteligente cuando presta
atención y es motivado. Un atleta y líder increíblemente talentoso como capitán de su
equipo. Es divertido de una manera no intencional. Sorprendentemente leal. Y parece
que realmente le gusto.
Él es extrovertido. Yo introvertida. Pero de alguna manera, funciona.
Nuestra relación fue una sorpresa para nosotros y para toda la escuela. Fuimos
votados como la "pareja más improbable" en el anuario, junto al lado de Roland Rochester
como los que tenían más probabilidades de convertirnos en presidente.
Sobre el papel no tenemos sentido, pero juntos… somos fuego.
—Detente —gimo suavemente mientras inclino la cabeza hacia atrás y cierro los
ojos—. Todavía tengo tres monarcas europeos más que memorizar antes de poder
renunciar.
El calor de su boca desaparece. —Bien. —Se deja caer en el asiento a mi lado en la
mesa—. Esperaré. Pero no con paciencia. —Su sonrisa es perezosa y muy tentadora. Es
el hombre más hermoso que he visto en mi vida, en competencia sólo con su hermano
gemelo idéntico, que es igualmente guapo, pero carece de la ventaja y el peligro que
Hayes usa como una segunda piel.
Frunzo el ceño, deseando poder dejar de estudiar para volver a la casa de Hayes y
pasar el resto de la noche besándonos. Estuvimos tan cerca de tener sexo, pero le dije que
solo lo haría con alguien a quien amara, y como ninguno de los dos lo había dicho,
bueno... nada de sexo.
Pero creo que lo amo. Amo su corazón, algo que solo a mí me deja ver. Me encanta
su impulso y determinación porque comparto lo mismo. Pero, sobre todo, me encanta la
forma en que me mira cuando lo atrapo desprevenido. Como si mirarme reparará algo
en su alma. Trajera curación a algo roto.
—Gracias por el... ¿té? —Agarro la taza con ambas manos para evitar que rodeen
su cuello y se suban a su regazo.
—Té verde con miel. —Se inclina y desliza una mano por mi muslo—. Sé que es
tarde para el día, lo que normalmente significaría manzanilla lavanda, pero estás
estudiando, así que tomé una decisión ejecutiva y compré la cafeína. —Su sonrisa está
llena de un encanto juvenil que derrite mi corazón.
—Buena elección. —Dejo un beso en sus suaves labios—. Gracias.
—Diría por nada, pero sabes que te traigo té porque soy un bastardo egoísta que
odia compartirte con los libros. —Agarra mi muslo posesivamente, algo que nunca
imaginé que me haría sentir blanda por dentro, pero lamentablemente lo hace. Me hundo
en la calidez de sus ojos color avellana y me estremezco.
Él frunce el ceño. —¿Tienes frío?
No. A. Todo.
Ya se está quitando la sudadera de hockey de Burton Prep por la cabeza. Coloca los
brazos sobre mis hombros y los ata a mi pecho. Acaricio el algodón suave y gastado,
respiro hondo y luego suspiro.
—Esto huele a ti. —Hay una aspereza en mi voz.
Un gruñido suave retumba en su garganta. —Joder, Ness. Estamos en la
biblioteca. Tengo práctica en diez minutos y me miras como si fuera un bocadillo.
Lo beso de nuevo, pero esta vez tiro de su labio inferior con mis dientes.
Otro gruñido delicioso.
—Déjame estudiar —susurro contra su boca.
Todo su cuerpo se desinfla como una vela que pierde el viento. Me mira através del
largo cabello castaño aclarado por el sol que cae sobre su frente. —Después de la
práctica, sesión de estudio en mi casa.
Una risita vergonzosamente juvenil burbujea en mi garganta. —¿Es así como lo
llamamos?
Sus mejillas brillan de color rosa, y no hay nada más sexy que un hombre tan duro
comoHayes North sonrojándose. —Sí.
—Oye, Hayes —llama uno de sus compañeros de equipo detrás de mí—. Tenemos
que irnos.
Se inclina y presiona sus labios en mi oído. —Anatomía humana, bebé. —Besa mi
mandíbula—. Te amo.
Eso es todo. Así lo dice. Esas dos palabras.
Te amo.
Dicho como el más simple adiós, y luego se va. Alejándose.
¡Dejó caer la BOMBA y luego se fue!
Me levanto de la silla y corro por la biblioteca antes de que mi mente pueda pensar
mejor.
Hayes y su amigo están casi en la puerta. Pasea como el dios de la preparatoria que
es; como si todo comenzara solo cuando él llega y se toma su tiempo.
—¡Hayes!
Una chica me hace callar.
Se detiene y gira, con el ceño fruncido por la preocupación mientras observa mi
forma de correr. Si tuviera más tiempo para pensar en ello, me preocuparía lo estúpida
que me veo corriendo. Hay una razón por la que soy una académico y no una atleta. Yo no
corro. Muevo mis brazos, empujo mis piernas, y cuando estoy lo suficientemente cerca,
me lanzo a sus brazos.
Me atrapa sobre la marcha. Brazos grandes y fuertes forman bandas a mi
alrededor.—Whoa, Ness. ¿Qué ocurre? —Su voz se quiebra por la preocupación, que sólo
hace que lo ame más.
Entierro mi cara en su cuello, mi corazón en mi garganta. —Yo también te amo.
Sus brazos se vuelven más apretados y tararea suavemente como si mi confesión
liberara una válvula de presión en sus pulmones. —Feliz de escucharlo, bebé. —Un fuerte
apretón.Un suave gemido—. Tan jodidamente feliz. —Me pone de pie, manteniendo un
agarre alrededor de mi cintura. Sus ojos bailan con... ¿Qué es eso? ¿Alegría?
Debería estar preocupada. Ser espontanea no es algo que hago. Tenemos mucho
que considerar, como que Hayes se irá en unos meses a Harvard, donde conocerá a otras
mujeres, y yo me quedaré aquí un año más. Y si todo va según lo planeado, me graduaré y
me mudaré al otro lado del país para ir a Stanford. Estaremos en costas opuestas. Las
cosas nunca funcionarán a larga distancia y, sin embargo, no puedo encontrar en mí que
me importe nada de eso. Porque yo amo a Hayes North, y él me ama.
Y por ahora, eso es suficiente.
UNO

En la actualidad…
La gente dice que no hay nada mejor que despertar al lado de la persona que amas.
La gente es mentirosa.
O, supongo, no lo estoy haciendo bien.
Mi cráneo palpitante, mi boca seca y mi cuerpo adolorido podrían no estar
ayudando. Y no me estoy despertando con un hombre guapo de agonía pacífica del sueño,
sino con un pie masculino completo de vello hasta los nudillos.
Le pellizco un par de vellos y tiro...
El pie se mete debajo de la manta de lana demasiado pequeña y sigue un largo
gemido.
—Es oficial. Nunca volverás a elegir la película. —Me pongo boca arriba y entre
cierro los ojos para protegerme del sol que brilla a través de las cortinas de encaje blanco.
Debería haber ido por el algodón.
—¿Mmm? —Tag se mueve y se estira, su pie reaparece en mi cara. Le hago
cosquillas en el fondo—. Detente —gime.
—Deja de poner tu pie en mi cara.
Lo escucho cambiar de nuevo. —¿Qué estás haciendo ahí abajo?
—No lo sé. —Me froto los ojos—. Creo que nos desmayamos, oh, Dios mío, mi
cabeza tiene su propio pulso.
—¿Por qué no te fuiste a tu cama?
—¿Te perdiste la parte donde dije que nos desmayamos?
—Estábamos celebrando las buenas noticias. No es oficialmente una celebración a
menos que te despiertes con resaca.
—Sí, y nada dice que estemos de fiesta como mirar Fault in Our Stars2. La estúpida
película que me hizo emborracharme. —Froto mis sienes.
—Eso explica por qué mis ojos están hinchados y adoloridos.

2
En español, Bajo la Misma Estrella (2014).
—Lloraste durante los créditos. —Una cosa sobre Tag, por mucho que parezca ser
un hombre de montaña con su barba poblada, hombros anchos y afición por los cuadros
escoceses, no es alguien que se avergüence de sus emociones.
—Ojalá pudiera decir que no recuerdo eso. —Se mueve lentamente, pero logra
plantar los pies en el suelo—. Prepararé té.
—Sí buena idea. Estaré aquí, ya sabes, hasta que la habitación deje de moverse.
Se pone de pie y veo que lleva los mismos vaqueros y camiseta que llevaba
anoche. Yo también sigo usando mis leggins y mi sudadera. Ninguna cantidad de alcohol
podría hacer que me acostara con Tag de nuevo. Lo intentamos hace años, y no funcionó
en absoluto. Lo necesito como amigo más que como amante.
Se arrastra a la cocina y cierro los ojos, esperando que me ayude a la cabeza. Sin
suerte.
Necesito un analgésico. Agua. Una ducha caliente.
Logro llegar al baño para hacer los tres en ese orden. Vestida con pantalones de
chándal y una camiseta sin mangas, con el cabello mojado suelto por la espalda porque
atarlo no es una opción hasta que el dolor de cabeza sordo desaparezca, me reúno con
Tag en mi cocina. Está inclinado sobre un iPad, desplazándose por las noticias en línea.
Tiene el cabello mojado y lleva ropa limpia que tengo a mano sólo para él.
—Gracias por dejarme quedar aquí —dice mientras me sirvo agua caliente en una
taza.
Un paquete de edulcorante artificial se encuentra al lado de la tetera. Tag siempre
se las arregla para hacer estas pequeñas cosas para hacerme saber que le importo.
—Sí, por supuesto. Haven está en casa de un amigo. —Revuelvo mi té, me giro y
apoyo en el mostrador. La energía líquida y caliente me quita el letargo con cada sorbo.
—Sabes —dice, apartando el iPad—, incluso si Haven estuviera en casa, a ella no le
importaría que me quedara.
Él tiene razón. He estado usando a mi hija como excusa, y él lo sabe.
Por supuesto, que él lo sabe. A veces creo que me conoce mejor que yo misma.
Si hubiera dejado mi vida amorosa en manos de Haven, Tag y yo nos habríamos
casado hace años.
—Probablemente tengas razón, pero no quiero que se haga una idea equivocada.
—Sobre todo, no quiero que se haga ilusiones. Me escondo detrás de mí taza, fingiendo
que no veo el destello de dolor en la expresión de Tag.
No soy estúpida. Sé lo que siente por mí. Me lo recuerda con bastante frecuencia.
Pero es mi mejor amigo. Mi único sistema de apoyo. Ha sido el contacto de
emergencia de mi hija desde el jardín de niños. Un niñero. Y un compañero de copas, lo
cual queda claro a medida que nos alimentamos de regreso a la tierra de los vivos. Es lo
más parecido a una familia que tengo.
Es curioso cómo la soledad cambia con el tiempo. Pasé de estar desesperada por un
compañero a contentarme con mi soltería porque ya no vale el riesgo de involucrarme
solo para que la relación termine mal. No por mí, mi corazón está acorazado, sino porque
ahora también tengo que considerar el corazón de Haven.
Perder a Tag sería insoportable, tanto para Haven como para mí.
El sexo es una cosa. Es biología. Una función humana. Como estornudar.
Pero el amor. Solo tengo espacio en el órgano magullado y roto para amar a una
persona, y esa siempre será mi hija.
Me aclaro la garganta. —Tag, escucha...
—No, Vany —Sacude la cabeza y se levanta del taburete—. No vamos a tener
esta conversación de nuevo, ¿de acuerdo? —Envuelve sus brazos alrededor de mí en un
abrazo fraternal y, como siempre, me derrito contra él, tomando todo el consuelo que
puedo.
Tarde o temprano, conocerá a alguien más. Alguien que pueda amarlo como se
merece. Entonces no habrá más abrazos para mí. Así que, por ahora, los tomo
egoístamente.
—Siempre estaré aquí para ti y Haven. Nada en el mundo va a cambiar eso jamás.
Él dice eso ahora, pero lo sé mejor.
Sus manos frotan mi espalda antes de soltarme. Sus ojos azules son siempre tan
suaves y acogedores. Seguros. Dios, ojalá pudiera amarlo como se merece. El infierno que
lo abarca todo, que ignora la precaución y nos consume por completo a ambos. Él es el
hombre perfecto.
He estado rota durante dieciocho años. Y no importa cuánto tiempo pase, parece
que no puedo reconstruirme.
Al sentir mi inquietud, Tag me da un apretón más y luego retrocede. —Debería
irme.
—Sí. Tengo algunas cosas que quiero hacer por aquí antes de que Haven llegue a
casa y se encierre en su habitación por el resto del fin de semana. Adolescentes.
Cuando era una niña, yo era todo su mundo. Ahora recibo mensajes de texto de su
habitación pidiéndome que le lleve comida.
—Ella no volverá a salir con Lia, ¿verdad? —El tono de Tag está bordeado por la
preocupación. La última vez que Haven y Lia salieron, Tag terminó llevándoselas
borrachas de una fiesta.
—No. Pasó la noche con Meg. Algo sobre un maratón de películas de miedo. —
Lleno mi agua caliente, agradecida por el alivio que finalmente estoy sintiendo en mi
cabeza.
—¿Meg Porter?
Asiento y bebo.
Las cejas de Tag se juntan. —Los Porter están fuera de la ciudad. Llevan ya unos
días. Visitan a la familia de Duncan todos los veranos.
No me sorprende que Tag sepa esto.
El pequeño pueblo de Manitou Springs, Colorado, tiene una población de poco más
de cinco mil. Tag creció aquí y ahora es guardabosques. Él interrumpe fiestas en el
bosque y lleva a los niños con sus padres, con quienes festejaba en el bosque años antes.
—Tal vez Meg no fue.
—Mierda. —Dejo mi taza y alcanzo mi teléfono. Abro la aplicación de seguimiento
que tengo para el teléfono de Haven, o, como ella lo llama, mi aplicación de acosadora.
Está en casa de Meg. Me desplazo a la marca de tiempo—. Parece que ha estado allí desde
ayer por la mañana, lo cual es correcto.
—Huh. —Se encoge de hombros.
—¿Crees que los padres de Meg están fuera de la ciudad, y ellas solas en casa?
Podríanhaber organizado una fiesta furiosa. —Mi estómago se retuerce de preocupación.
—No me sorprendería. Todos los adolescentes tienen fiestas cuando sus padres
estánfuera de la ciudad.
—Yo no lo hice —murmuro mientras presiono el número de Haven.
Estaba amamantando a un bebé a los diecisiete años. Me salté las bebidas, las
drogas y la exploración sexual en favor de pañales, toallitas húmedas y noches de
insomnio.
—Mensaje de voz. —Dejo mi teléfono porque la preocupación o el envenenamiento
por alcohol me agrian el estómago—. Maldita sea, Haven.
—¿Quieres que pase por donde los Porter de camino a casa y verifique cómo
está?
—No. Ella ya piensa que soy una madre helicóptero. —Me froto los ojos hasta que
veo estrellas—. Hablaré con ella cuando llegue a casa.
Él empuja su cabello demasiado largo detrás de su oreja. —Tal vez cancelaron el
viaje. Podría no ser nada de qué preocuparse en absoluto.
Asiento, incluso mientras se me revuelve el estómago.
Criar a mi hija en Manitou Springs fue una elección deliberada. Quería que se
sintiera vigilada por buenas personas. Quería limitar su exposición a la fealdad del gran
mundo. Me temo que pude haber sido ingenua al pensar que tenía el poder para hacer
algo de eso. No hay protección contra el crecimiento.
—Debería irme. —Tag enjuaga su taza y la pone en el lavavajillas. Observo cómo se
mueven sus grandes hombros debajo de su camiseta roja desteñida y recuerdo un
momento en el que me pregunté si podríamos ser más.
Salto ante el sonido de mi teléfono llamando.
Un número con un código del área de Nueva York se ilumina en la pantalla.
—¿Vas a conseguir eso? —dice Tag con curiosidad mientras miro el dispositivo en
mi mano con el aliento en la garganta.
Corté todos mis lazos con Nueva York hace casi dieciocho años. Trago saliva. —
Probablemente solo es un vendedor telefónico.
El teléfono sigue sonando, vibrando y encendiéndose en mi palma.
—¿En sábado? —Se acerca, quitando mi atención del teléfono y centrándome en
él—. Oye, ¿estás bien? —Me toma la cara y pasa el pulgar por mi mejilla sudorosa.
—Me duele el estómago. —Aparto mi té.
El teléfono sigue sonando entre nosotros, de alguna manera cada vez más fuerte
con cada repetición.
Desliza el teléfono de mi mano y lo levanta. —¿Puedo?
—No sé...
—¿Hola? —dice, respondiendo a la estupidez. Su mirada se lanza a la mía y se
estrecha—. ¿Quién llama?
Hudson North me susurra.
Tengo una experiencia-fuera-del-cuerpo. Como si mi alma flotara en la puerta de la
cocina, mirando de mí y a Tag desde una distancia segura. Apartada de la carne y los
huesos que sujetan mi corazón y no pueden soportar otro golpe.
Sus ojos se agrandan entonces, la conexión se hace. —Sí. —Su voz es hueca.
Fantasmal. Sostiene el teléfono frente a mí—. Contesta.
Me muevo, probablemente porque la parte de mí que controla la actividad
cerebral se ha disociado por completo.
—Haven.
Su nombre, mi corazón, me regresa a mí misma. Parpadeo cuando el miedo y la
preocupación me golpean en el estómago, y toda mi sangre corre por mis venas.
Tag ofrece el teléfono de nuevo. —Ella está en Nueva York.
Llego al fregadero justo a tiempo para vomitar.

Las personas son tan jodidamente raras.


Toda la mierda de TGIF3 es para perdedores. Nunca he entendido por qué una
persona elegiría trabajar cinco días a la semana cuando podría trabajar siete. ¿Por qué
trabajar cuarenta horas a la semana cuando podrían trabajar sesenta?

3 Thank God it's Friday – Gracias a Dios es viernes.


Fútbol, barbacoas, paseos por el parque, y siestas: esos son los placeres de los
cobardes.
August nos crio para quedarnos con hambre. Nunca estar satisfechos con el éxito
cuando podríamos esforzarnos por ser los mejores. Las palabras suficientemente bueno no
se decían en nuestra casa. Bueno no era aceptable. Se esperaba genial. No había tal cosa
como suficiente dinero. Uno siempre podría hacer más. La familia no era suficiente para
hacer feliz a una persona. Vimos como August lo tenía todo y exigía más. Más niños. Más
mujeres. Más, más, más.
Que es exactamente por lo yo que me levanto a las cinco cada mañana. Los sábados
no son una excepción.
Estoy trabajando en una revisión de un contrato para un gran acuerdo de diseño
cuando suena mi teléfono. Observo el dispositivo con la esperanza de que entre en
combustión espontáneamente para no tener que contestar. El único inconveniente de
trabajar en casa los fines de semana es que no tengo una secretaria para atender las
interrupciones. El nombre de mi hermano Hudson parpadea en la pantalla.
¿Qué diablos quiere?
Respondo a su llamada en el altavoz. —Qué.
Se aclara la garganta. —Hayes.
Hay algo en su voz que suena mal. Solo que no puedo señalar exactamente qué. —
¿Qué sucedió?
—Nosotros eh… —Otro incómodo segundo de carraspeo—. Necesitamos hablar. Es
importante.
—De acuerdo. —Cierro mi computadora portátil y me recuesto en la silla de mi
oficina. La vista desde la ventana de mi oficina en casa es un pintoresco horizonte de
Nueva York que incluye el edificio Empire State. La vista fue el punto de venta que exigía
un precio tan alto del condominio. No lo compré por la vista. Lo compré porque es el
mejor—. Entonces habla.
—En persona...
—¿Estás susurrando?
Un aclaramiento de garganta más. —Tal vez deberías pasar por aquí.
—Estoy en medio de algo. Tú vienes a mí.
—Hayes.
Mi columna se pone rígida ante su tono.
—Esto de verdad es importante.
Ese parpadeo en mis entrañas se convierte en una llama. —¿Que está pasando?
Él suspira largo y fuerte—. Solo... prométeme que vendrás.
—Si, seguro. Estaré allí en una hora.
—En serio…
Escucho arrastrar los pies y el clic silencioso de una puerta como si estuviera
moviéndose, tratando de encontrar un lugar seguro para hablar. Si no hubiera escuchado
la alegre voz de Lillian en el fondo, me preocuparía que mi gemelo hubiera sido tomado
como rehén y retenido para pedir rescate.
—Ven a las tres.
—Bien.
—Nos vemos entonces.
—Estás seguro de que estás bien... —Miro la pantalla de mi teléfono y veo que se
desconectó hace unos segundos. Dejo mi teléfono e intento volver al trabajo, pero mi
cabeza se niega a cooperar.
Mi intuición de gemelo me dice que algo anda muy mal. Hudson rara vez tiene
problemas y, en las raras ocasiones en que los tiene, son menores. Y la última persona a la
que acudiría en busca de apoyo soy yo.
Claro, mi compañero de cuarto y yo compartimos ADN idéntico, pero ahí es donde
termina nuestra confianza fraternal. Es más probable que llame a Kingston o Alex si él
necesita ayuda.
Entonces, ¿por qué yo?
¿Por qué ahora?
Mi curiosidad se apodera de mí, haciéndome imposible concentrarme en el
trabajo.
El camino desde mi oficina hasta la sala de estar en el lado opuesto del penthouse es
un cambio total de vista. Del paisaje urbano al Central Park en la distancia.
Compruebo la hora.
Diez de la mañana.
Me ducho y me tomo un batido de proteínas y, al mediodía, termino de esperar.
Negándome a dejar que Hudson arruine todo mi día haciéndome imposible
concentrarme y trabajar, decido ir temprano a su casa y terminar con esta mierda.
Cuanto antes derrame lo que sea que tenga sobre su pecho, antes podré dejar de
obsesionarme y volver a mi vida.
Detengo mi auto hasta el valet frente al edificio de Hudson y le tiro las llaves al
chico.
—Sr. North, bienvenido de nuevo a…
—Déjalo afuera —le grito—. No tardaré mucho.
—Sí, señor.
Paso junto al portero, el conserje y el de seguridad. Me reconocen y deben sentir
las vibraciones de irritación saliendo de mí porque me evitan e incluso presionan el botón
de llamada del ascensor por mí. En el tiempo que me tomó conducir hasta aquí, logré
enfadarme aún más de lo que ya estaba. Será mejor que esto sea jodidamente
importante.
El ascensor tarda demasiado, y me pregunto si Hudson alguna vez consideró exigir
que mejoraran el pedazo de mierda. Probablemente no. El idiota no diría una mierda
incluso si tuviera la boca llena.
Lo que se siente como un millón de años después, llego a su piso. Golpeo la puerta,
luego retrocedo y espero.
Escucho a Lillian y Hudson hablando a toda prisa.
—Puedo oírte —Pongo los ojos en blanco—. Solo abre la jodida puerta.
¿Es nuestro cumpleaños o algo así, y planearon una sorpresa que mi llegada
anticipada lo está arruinando? Pero nuestro cumpleaños no es hasta dentro de unos
meses.
Vuelvo a golpear la puerta, esta vez con más fuerza. La puerta se abre a medio
golpe.
Hudson me recibe usando jeans y una camiseta, sin cinturón y sin zapatos, lo cual es
casual incluso para él. Incluso un sábado.
Se inclina hacia la puerta entreabierta. —Se suponía que vendrías a las tres.
—Sí, bueno, estoy aquí ahora, entonces, ¿qué pasa?
Su mirada se lanza a un lado. —Ahora no es realmente un buen momento...
—Qué carajos. —Aprieto los dientes—. No manejé hasta aquí para ser enviado lejos
porque tú no estás listo para mí. ¿Todos detrás de esa puerta están vestidos?
—Por supuesto... espera...
Demasiado tarde. Ya estoy empujando la puerta para abrirla y entrando. Él no trata
de detenerme.
Sin embargo, se mueve torpemente hacia un lado para pararse en la entrada del
pasillo. —Realmente deberías haber llamado primero...
—¿Qué jodidos está pasando? —Lanzo mis manos a un lado y hago un escaneo rápido
de su lugar, medio esperando ver un cadáver que debe necesitar ayuda para enterrar o
bolsas gigantes de dinero en efectivo que necesita que yo lave. No veo nada. Solo sus
aburridos muebles de mierda en su aburrido lugar de mierda.
—Hayes, primero cálmate...
—¿Calmarme? —Noto que está un poco pálido. Tiene bolsas debajo de los ojos como
si no hubiera dormido en dos días. La mirada debería preocuparme, pero solo tengo dos
emociones disponibles. Enojo y más enojo—. Habla. Ahora.
Extiende las manos como si tratara de calmar a un animal salvaje. —Por supuesto.
Bueno. Sentémonos y hablemos como…
—¡No, detente! —La voz apagada de Lillian proviene del pasillo—. No salgas...
Una puerta se cierra de golpe y miro hacia el pasillo, esperando ver a Lillian.
Una mujer camina cautelosamente hacia mí. Lleva pantalones cortos de mezclilla
recortados y una blusa corta, y su cabello largo cae sobre sus hombros hasta su cintura.
Mi mente trata de asimilar qué mierda estoy viendo. Hudson está actuando raro, y
esta chica-mujer me está mirando como si fuera a estallar en cualquier momento.
Gracias a Dios por Lillian, que sale corriendo detrás de la chica. —Heaven, espera.
Heaven. El nombre no es familiar. No significa nada para mí y, sin embargo, la forma
en que todos están actuando, la tensión espesa en el aire y la sensación de que todos
estamos en equilibrio sobre un gatillo de horquilla dicen lo contrario.
—Tú eres él —señala la chica, Haven, que parece tener unos veinte años. Sus ojos se
estrechan de una manera familiar. Una visión que recoge un recuerdo tan lejano al que
no puedo aferrarme—. H. North.
Miro a Hudson en busca de una aclaración. Quiero decir, ambos somos H. North.
Aunque no he firmado mi nombre así desde mis días de hockey cuando pensé que sería
el próximo ídolo de la NHL4.
—¿Te conozco? —preguntó a la mujer.
Lillian niega con la cabeza con desaprobación, y puedo oírla llamándome imbécil,
aunque no lo dice en voz alta.
—Hayes —dice Hudson con calma—. Ella es Heaven. Ella es tu hija...
La barbilla de Haven se levanta un par de pulgadas y cruza los brazos a la altura del
pecho, y esa mirada se intensifica.
Resoplo.
Duro.
Que se convierte en un ladrido de risa.
Nadie más se ríe conmigo.
—Hija. Correcto. —Estoy un poco sobrio, todavía sonriendo porque, como, ¡¿qué
diablos?!— Estoy confundido. Me llamaste aquí para conocer a una chica que piensa...
—¡Soy tu hija, imbécil! —Jesús, sus ojos podrían hacer un agujero a través de una
pared de concreto por la forma en que me mira.
—Escucha, Heaven, ¿es así? —Doy un paso más cerca, pero no demasiado, ya que
me gustaría mantener mi piel libre de marcas de garras ensangrentadas.
—Hayes —murmura Hudson—. No.
—No sé qué mujer delirante te contó esta historia, pero te aseguro que mintió.

4 Liga Nacional de Hockey.


Haven cruza los brazos a la altura del pecho e inclina la cabeza como para seguirme
la corriente al escuchar lo que tengo que decir.
—Esta no es la primera vez que alguien miente sobre paternidad para sacarme
dinero…
—Imbécil —susurra Lillian.
La ignoro porque tengo cosas más importantes que hacer en este momento, como
romperle el corazón a esta niña.
—¿Dinero? —Haven ahoga una carcajada—. ¿Eso es lo que crees que quiero?
Me encojo de hombros porque, bueno, sí.
—Mi mamá no quiere nada de ti —Ella levanta una ceja, la expresión de sabelotodo
y, de nuevo, tan jodidamente familiar—. Me dijo que mi padre murió de sífilis.
Lillian se ríe rápido y fuerte y luego se pone roja tratando de detenerse, mientras
queHudson simplemente niega con la cabeza. Pero, espera, ¿él está sonriendo?
—Bueno, ahí tienes. Mira, no soy tu padre. Todavía vivo y felizmente libre de ETS5.
—Miro a Hudson—. Muy divertido, cara de gallo. No puedo creer que me hayas llamado
aquí para esto. —Bien jugado, sin embargo, debo decir—. Ya sabes lo que dicen sobre las
retribuciones. —Le doy un empujón juguetón a su hombro.
—Vanessa. Osbourne. —Haven observa de cerca cómo los dos nombres golpean
mis oídos.
Y así, todo mi mundo se derrumba a mi alrededor.
Ella sonríe. —No estás tan seguro ahora, verdad, Papi.
Mi cabeza se ilumina, y mi visión nada. Retrocedo hasta que encuentro algo que
sostenga mi peso, luego me desplomo contra él. —¿Cómo sabes ese nombre? —Jesús,
¿por qué estoy susurrando?
—Creo que tú lo sabes.
Ella está en lo correcto. Lo sé.
Las visiones vienen corriendo a tamaño completo y en color. Cabello oscuro
brillante, labios carnosos y rosados, y un ceño fruncido que juro que tenía colmillos. La
única mujer que estuvo cara a cara conmigo y ganó. Era una cosa diminuta, inteligente
como el infierno, tan jodidamente hermosa. Y yo la amaba. Jodidamente la amaba...
Oh, Dios, me voy a enfermar.
Me agarro el estómago y lucho contra una ola de náuseas.
La chica... mi… no me atrevo a decir eso, ni siquiera en mi cabeza, con mis pasos
hacia la isla de la cocina que evita que me caiga al suelo. Apoyo un codo en el granito y
apoyo la barbilla en la mano. —Recuerdos dolorosos, ¿eh? —Ella frunce el ceño
burlonamente.

5
Enfermedades de transmisión sexual.
Sus ojos son color avellana como los míos, pero con la forma de los de Vanessa,
cuyos párpados besaba mientras dormía. Me alejo de la chica, con la esperanza de librar
mi mente de los recuerdos, pero sin suerte. Parpadean en el ojo de mi mente con
perfecta claridad. Nuestros cuerpos desnudos entrelazados en mi cama. Estábamos tan
desesperados el uno por el otro que pasamos más noches haciendo el amor que
durmiendo.
Mi Vanessa.
—Dime, Papi, ¿Qué tan rápido te olvidaste de mí? ¿Fueron días? ¿Semanas?
Cada palabra es una puñalada en el pecho.
—Hm, tal vez una pregunta más fácil... ¿Te olvidaste de mí antes o después de que le
pagaras a mi madre para que me matara! —Ella se empuja fuera de la isla.
Me estremezco lejos de sus palabras.
Esta chica es jodidamente brutal. Cada sílaba asesta un golpe de castigo.
Ella es…
Santa mierda...
Me obligo a mirarla a los ojos.
Ella es como yo.
DOS

—¿Ya casi llegamos? ¿Es más rápido caminar? —Lanzo más preguntas a mi taxista,
que actualmente está atrapado en el tráfico de camino a Manhattan.
Cuando el avión descendió a La Guardia, mi ansiedad pasó de un zumbido constante
a un doloroso dolor. Habría vomitado si mi estómago no estuviera vacío. No he podido
hacer mucho más que beber agua desde que recibí la llamada.
Desde el asiento trasero del taxi, observo cómo nos acercamos a los rascacielos de
Manhattan que llegan hasta el cielo, y vuelvo a sentirme de dieciséis. Recuerdo vivir con
mis padres en una casa de piedra rojiza de Chelsea, asistir a la escuela preparatoria más
prestigiosa y tener un plan férreo para mi futuro.
Hacer una vida
De alguna manera, estar aquí de nuevo hace que parezca que fue ayer. Quince
minutos y un millón de preguntas más a mi taxista después, finalmente nos detenemos en
un condominio de gran altura. Compruebo la dirección que me envió Hudson. —Es aquí.
—Sí, lo sé —dice el taxista con un fuerte acento de Jersey—. Es por eso que me
detuve.
—Correcto —Salgo del auto y agarro mi pequeño equipaje de mano. Solo traje lo
suficiente para pasar la noche. El tiempo suficiente para sacar a Haven de Nueva York y
regresar a Manitou Springs, donde pertenece.
Le tiro al conductor algo de dinero, pago demasiado de más. Pero estoy demasiado
emocional como para concentrarme durante el tiempo suficiente para contar.
Solo quiero a mi hija de vuelta.
Hudson me aseguró que mantendría a Haven a salvo hasta que yo llegara. Por lo
que recuerdo, es un tipo honesto y digno de confianza.
Más de lo que puedo decir sobre su gemelo.
Mi estómago se contrae de nuevo, lo cual es un sentimiento con el que me estoy
sintiendo demasiado cómoda.
—Hola, estoy aquí para ver a Hudson North. —Le digo a la conserje, quien me
saluda cuando entro—. Soy Vanessa.
—Sí, la está esperando. —La mujer asiente hacia los ascensores—. Nuestro
asistente le mostrará.
Una de las muchas cosas que no extraño de la vida en la ciudad son los guardianes
de los ricos. En Manitou Springs, puede pedir prestado azúcar a tu vecino. Demonios,
podrías entrar y agarrarla tú mismo si no estuvieran en casa porque nadie cierra sus
puertas.
—Bonito día estamos teniendo —platica el ascensorista mientras subimos.
—Um, seguro. —Ni siquiera puedo comenzar a comprender algo tan inofensivo
como el clima. Gracioso, no recuerdo haber sentido nada de frío o caliente desde la
llamada telefónica. Mierda, ¿eso fue solo esta mañana?
El ascensor suena, y salgo corriendo antes de que las puertas estén completamente
abiertas.
Las puertas dobles de Hudson son una de las dos únicas en este piso. Toco fuerte.
Cuando la puerta se abre, casi tropiezo con el hombre que está frente a mí. Es
Hudson. Lo sé de inmediato. La forma en que sostiene su mandíbula, la forma casual de
sus hombros y la absoluta amabilidad que se derrite en sus ojos. Incluso sabiendo todo
eso, mi respuesta de lucha o huida toma el control, y doy un paso atrás. Porque Hudson
es lo más parecido a Hayes, el hombre que me dejó sola con dos mil dólares en efectivo y
una carta.
—Vanessa —dice Hudson con una ternura que siento en mi pecho—. Adelante.
—¿Dónde está Haven? —exijo mientras paso corriendo junto a él hacia el
condominio. Mis ojos buscan en el espacio a mi hija, y si no estuviera tan desesperada por
verla, probablemente me tomaría el tiempo para apreciar el hermoso penthouse, los
muebles y la decoración.
Haven salta del sofá. —¿Tú llamaste a mi mamá?
Dejo caer mis cosas y la atraigo hacia mis brazos. —Oh, gracias a Dios —le digo y la
abrazo, notando que no me está deteniendo—. Estas bien.
Ella se pone rígida y trata de liberarse. —Sí, estoy bien. —Su tono es apagado y
molesto.
Retrocedo lo suficiente para comprobar si hay moretones, cortes o signos de
incomodidad. Cuando no encuentro ninguno, la atraigo hacia mí. —¿Por qué cariño? ¿Por
qué no hablaste conmigo primero?
Ella se empuja fuera de mis brazos. —Porque eres una mentirosa.
—Haven, eso no es...
—Hola, Ness —Ese apodo. Esta voz.
Oh, Dios, por favor, no.
Cierro mis ojos. Haz que se vaya. no puedo hacer esto. No puedo manejar esto. No
ahora. Nunca. No puedo... me balanceo sobre mis pies.
—Mierda. —Grandes manos agarran mis hombros.
Mis ojos se abren con pánico. No lo miro, pero sé que es Hayes quien tiene sus
manos sobre mí. Mi cuerpo recuerda lo que he obligado a mi corazón y mente a olvidar.
Golpeo sus manos y me escapo de su agarre. —¡No me toques!
—Vanessa, ¿estás bien? —dice Hudson con calma—. Parece que te vas a desmayar.
—Estoy bien. —Me niego a mirar en la dirección de Hayes—. Solo estoy un poco
mareada.
—Se pone así cuando no come, —exclama Haven, sonando aburrida.
—Estoy bien.
Siento que Hayes se acerca. —Déjame llevarte...
—No. —Extiendo un brazo entre nosotros, todavía negándome a mirarlo—. No
quiero nada de ti.
—Hayes —dice Hudson en voz baja—. Tal vez deberías irte.
—Sí, vete a la mierda. Aléjate de mí y de mi hija.
—Tenemos que hablar, Ness...
—¡No me llames así! —Cierro los ojos y hago retroceder la avalancha de
recuerdos—. Nos vamos. —El anuncio sale en un susurro. Soy fuerte. Soy capaz. Nonecesito a
nadie. Mientras el mantra se repite en mi mente, mi columna se pone rígida. Respiro
hondo, echo los hombros hacia atrás y encuentro la cara más segura de la habitación.
Mis ojos se posan en una mujer con cabello rubio y ojos que reflejan dolor. Es una
especie de dolor que sé que mis ojos no reflejan. Y lo sé porque he practicado en ocultar
las partes más rotas de mí bajo una máscara de indiferencia.
—Nos vamos. —Encuentro mi bolso junto a la puerta—. Haven, toma tus cosas.
Estoy segura de que podemos tomar un vuelo para salir de aquí…
—No me voy a ir.
Mi mano se congela en el pomo de la puerta.
—Y no puedes obligarme.
Me giro con calma, aunque mi interior se enfurece. Mi corazón y mi mente me piden
a gritos que saque a mi bebé de esta ciudad olvidada de Dios, lejos de estos extraños, y de
regreso a casa donde somos amadas. Donde estamos a salvo. Podemos olvidarnos de todo
esto. Dejar todo atrás. Retomarlo justo donde lo dejamos. Pero la traición lenta y latente
en el hermoso rostro de Haven me dice lo contrario.
—Escucha, podemos hablar en casa. —Sueno como si estuviera tratando de atraer
a ungatito asustado—. Te lo contaré todo y responderé a tus preguntas. Con la verdad. Lo
prometo.
Ella cruza los brazos a la altura del pecho.
Aprieto los dientes.
—El tío Hudson dijo que puedo quedarme con él todo el tiempo que quiera.
—Jesús —se queja Hayes desde algún lugar de la habitación.
Hudson se estremece cuando vuelvo mi atención hacia él. —¿Él lo hizo? —Mis
manos se cierran en puños—. Bueno, yo soy tu madre, y digo agarra tu mierda. Nos vamos.
¡Ahora!
Ella suelta una carcajada, luego sonríe y, oh diablos, esa sonrisa siempre me ha
recordado a Hay... el donante de esperma. —Si quieres llevarme a casa, vas a tener que
arrastrarme allí, y patearé y gritaré todo el camino.
Tacones clavados. Morir en la montaña. Absolutamente inamovible. Ahora, esto lo
obtiene de mí.
—Dale un beso de despedida a tu coche —digo con los dientes apretados—. Y tú
teléfono. Estás castigada por el resto de tu vida.
—Sí, excepto que tendré dieciocho años pronto, así que…
Esta conversación no nos está llevando a ninguna parte, y está lejos de ser ideal
tener esta charla frente a personas que realmente esperaba no volver a ver nunca más.
—Bien, Haven. —Todo el aire escapa de mis pulmones, pero me niego a
desplomarme derrotada frente a una audiencia—. Estaré en el Marconi cuando estés lista
para hablar.
—Por favor, no te vayas —dice la mujer rubia—. Eres bienvenida a quedarte...
—No. —Tengo que irme. Necesito pensar. Estoy a punto de quebrarme, y preferiría
morir antes que hacerlo frente a Hayes—. Pero… —Le hablo solo a la mujer, quien asumo
por la forma en que Hudson tiene en un brazo protector alrededor de ella es su esposa—.
Si algo le pasa a mi hija.
Ella ya está asintiendo. —Ella estará a salvo con nosotros.
—Haven —le digo, incluso mientras continúa mirándome—. Todo lo que he hecho
ha sido por ti.
Ella se ríe con tristeza.
—¿Lo que sea que estés buscando aquí? Espero que lo encuentres. —Con eso, me
alejo de mi bebé, dejándola con el hombre que no la quería.

Maldición, Vanessa Jodida Osbourne.


Ella no ha cambiado ni un poco. Claro, ya no es la chica de apariencia inocente con la
que salí en la preparatoria. Ella es mayor. Más sexy en la forma en que las mujeres se
vuelven sexys cuando crecen en su belleza y confianza. Su cabello todavía es castaño
oscuro y elegante, pero en lugar de los largos mechones que le besarían la cintura, usa un
sexy y poderoso bob que, combinado con su actitud inquebrantable, la hace intimidante
como la mierda.
Y no me siento intimidado a menudo. Como, nunca.
Sus ojos verdes todavía brillan con fuego, y sus labios rosados son tan fáciles de
morder como cuando éramos adolescentes.
Adolescentes.
Santa mierda… tenemos una hija.
Siento que mi cerebro va a empezar a gotear por mis ojos y oídos, y el latido es tan
intenso que pongo mi cabeza entre mis manos y gimo.
—Um, entonces Haven —dice Lillian—. ¿Qué tal si vamos a tomar un bagel o una
rebanada de pizza...
—Yo no como carbohidratos —menciona como una adolescente snob.
Le lanzo una mirada y retrocedo cuando me encuentro cara a cara con una mirada
aún más feroz. Buen Dios, debería haber conocido a Ness y sería una niña feroz como la
mierda.
—Está bien, ¿qué tal si tomamos una malteada y te mostraré Central Park? —Lillian
no le da a Haven la oportunidad de decir que no mientras saca a la niña del condominio—.
Estoy segura de que tu... um... Hayes tiene mucho en qué pensar.
—Lo que sea.
La puerta se cierra detrás de ellas, y finalmente respiro profundamente. La
habitación está en silencio excepto por el sonido de los pies Hudson arrastrándose
mientras se ocupa de la cocina. Eventualmente, saca un taburete a mi lado y deja una
copa de cóctel llena hasta la mitad con un líquido ámbar.
¿Whisky, scoch, tequila, ron? La respuesta no me importa.
Me tomo la mitad del vaso de un gran sorbo.
—Tequila. —La palabra sale de mi garganta destrozada.
Hudson me da un trago mucho más pequeño. —Parecía apropiado. —Nos sirve dos
más. Arrojo el mío hacia atrás, luego hago girar el vaso vacío sobre la mesa—. ¿Lo sabías?
El hecho de que esté sirviendo un tercer trago debería haber delatado su
respuesta.
Tira el trago hacia atrás y se chasquea los labios una vez antes de murmurar, —Sí.
No te enfades. Golpear hasta la mierda a mi gemelo no me servirá de nada. Aunque,
puede sentirse bien.
—¿Desde cuándo? —Esta vez, hago un puño en caso de que tenga que golpearlo.
—Hayes, ¿de verdad quieres tener esta conversación ahora mismo?
Inclino mi cabeza lo suficiente para atrapar sus ojos. —Desde. Cuándo.
Su expresión se tuerce con arrepentimiento. —Todo el tiempo.
Aprieto los dientes con tanta fuerza que un rayo de dolor me atraviesa la
mandíbula. —Tú sabías que yo tenía una hija —Él no responde. Él no necesita hacerlo. Su
expresión lo dice todo—. Y no pensaste en decírmelo.
—Vanessa me hizo prometer...
Mi vaso se hace añicos contra la pared más cercana. La botella de tequila es la
siguiente. Estoy de pie. Lanzo el taburete y escucho un estrépito donde aterrizó. —¡Tú
eres mi hermano! ¡Mi carne y mi puta sangre! —Lanzo su vaso a continuación, pero el
estallido no quita el borde.
—Hayes...
—¡No me hables! —Me muevo hacia la puerta, tirando todo lo que se interpone en
mi camino—. ¡Déjame jodidamente en paz!
Cierro la puerta de su casa con un chasquido satisfactorio, pulso el botón del
ascensor hasta que me sangran los nudillos y me paso las manos por el cabello, esperando
que la cosa me lleve al nivel del suelo para poder alejarme de todos estos... sentimientos.

Después de dejar el departamento de Hudson, tomé un taxi a mi hotel, donde me


registré, pedí pasta y una botella de vino a mi habitación, y consumí ambos hasta que la
sensación de temblor en mi pecho se calmó. Solo entonces me sentí lo suficientemente
fuerte como para llamar a Tag y contarle lo que sucedió. Apoyada contra la cabecera, con
una botella de vino en la mano y la televisión en silencio, derramo todo.
—Lo siento mucho —dice, y la compasión que brota de su voz amenaza con
desestabilizarme por dentro—. Sé que esperabas no tener que contarle nunca sobre el
donante de esperma.
Tiro del dobladillo de mi camiseta demasiado corta, tratando de cubrir mi ombligo.
En mi prisa por hacer las maletas para llegar a Nueva York, me las arreglé para poner
una camisa de dormir, pero no pantalones. —Ella siempre ha sido tan inteligente y
curiosa. Debería haber sabido que indagaría en su paternidad. Pero ¿cómo se enteró? —
Tomo un trago de vino—. Ella ha estado tan distante últimamente. Pensé que era solo
una mierda de adolescente, pero creo que ella lo sabe desde hace un tiempo. Ugh. —Dejo
caer mi cabeza hacia atrás y me estremezco cuando mi cráneo golpea contra la
madera—. Soy tan estúpida.
—Esto no es tu culpa, cariño. —Oigo correr el agua de fondo y me imagino que Tag
está lavando los platos de la cena que preparó él mismo y que ahora está limpiando—.
Siempre has sido suficiente para Haven. ¿Cómo pudiste saber que ella querría más?
Cuando no respondo porque estoy bebiendo vino, continúa—: ¿Cuánto tiempo se
quedarán ustedes dos en Nueva York?
—No lo sé. Ella no parece lista para hablar conmigo. No me iré a menos que ella
esté conmigo.
—Usé la llave de repuesto de Haven para llevar tu auto de vuelta a tu casa.
—Gracias, Tag. Realmente eres mi mejor amigo.
Su risa es suave, y puedo escuchar el ceño fruncido en ella. —Siempre estoy aquí
para ti. Avísame si hay algo más que pueda hacer. Y mantenme informado.
—Lo haré.
—Dale un abrazo a mi niña de mi parte.
—Lo intentaré, pero ella no me deja acercarme lo suficiente.
—Ella lo hará. Dale algo de tiempo. Ella está lidiando con mucha información en
este momento.
—Sí. —Mierda, esto jodidamente apesta—. Te llamare mañana.
—Que duermas bien.
Tan pronto como se desconecta la llamada, le envió un mensaje de texto a Hudson.

¿Cómo está ella?


Las burbujas de texto aparecen inmediatamente.

Bien. Está viendo una película y comiendo palomitas de maíz.


Froto el dolor en mi pecho que proviene de desear estar allí con ella. Quiero
agradecerle por vigilarla, decirle cuánto aprecio que tenga un lugar seguro para
quedarse, pero no me atrevo a escribir las palabras. En su lugar, envió un mensaje de
texto...

Dile que me llame por la mañana.

Lo haré.
TRES

Es lunes. Regresé al trabajo y soy un maldito rayo de sol.


Después de una noche de ahogarme en licor y destrozar todo lo que se podía
romper en mi condominio, me desmayé. Me desperté a las cuatro de la mañana,
sintiendo que me había lavado la boca con arena y saltado frente a un camión. Por una
fracción de segundo, me olvidé de cómo todo mi mundo se fue a la mierda el día anterior.
Pero abrir mis ojos parpadeando ante la devastación de mierda rota en mi dormitorio
hizo que la realidad volviera rápidamente con dolorosa claridad.
Cada minuto desde entonces ha ayudado a avivar una furia lenta.
—¡Srta. Newton! —Me pellizco el puente de la nariz, con la esperanza de mantener
mi mierda unida para no convertirme en Hulk en mi oficina—. ¿Por qué recién ahora
escucho que no se ha recibido el contrato de Freedman?
Mi secretaria entra corriendo en mi oficina, su iPad sujetada con fuerza en su
estómago como un escudo. Me pregunto brevemente cómo sonaría romperse contra el
suelo de mármol. —Sr. North, le envié un correo electrónico sobre el contrato de
Freedman el sábado, señor.
—No. No lo hiciste —escupo a través de mi dolorida mandíbula.
Ella parpadea rápidamente, sus ojos están enrojecidos.
Pongo los ojos en blanco ante su debilidad. —Fuera.
—Señor, yo...
—Dije ¡fuera!
Salta con un chillido y corre de regreso a su escritorio y, afortunadamente, fuera de
mi línea de visión.
—Estoy rodeado de incompetencia —me quejo conmigo mismo—. Inaceptable.
¿Qué tan difícil es hacer su trabajo?
—Toc, toc. —Hudson se para en la puerta. Es inteligente en mantener una distancia
segura.
La sensación de caer, como cuando solíamos saltar desde la piscina del club de
campo cuando éramos niños, tira de mi estómago al verlo. ¿Ella está con él? ¿Haven? ¿Ha
hablado con Vanessa? ¿Está aquí para decirme que se fueron de Nueva York?
—¿Puedo entrar? —Levanta las cejas.
—Nunca has preguntado antes. ¿Por qué empezar ahora? —Finjo encontrar el
documento en la pantalla de mi computadora como lo más interesante de la habitación.
Cierra la puerta detrás de él, luego se sienta al otro lado del escritorio frente a mí,
dejándose caer en él de manera casual. ¿Está cansado porque estuvo despierto toda la
noche con Vanessa y Haven? ¿Estaban molestas?
Inclina la barbilla hacia la puerta. —Hiciste llorar a la Sra. Newton.
—Mierda —siseo suavemente.
—Me imagine que de todos los días para andar con cuidado contigo, hoy era el día.
—Mmm. —Sigo mirando ciegamente a mi computadora—. ¿Estás aquí por una
razón?
—¿Te refieres a una razón además de la niña que engendraste, que se queda en mi
casa?
Entonces me mira a los ojos.
—Mira, Hayes… Lamento mucho no haberte hablado de ella antes. Yo
honestamente… —Su rostro se arruga con incomodidad—. Pensé que no querrías saber
nada de ella. Vanesa dijo...
—Estoy seguro de que sé lo que dijo Vanessa. —No necesito el recordatorio. No si
quiero mantener los muebles de mi oficina en una sola pieza—. ¿Te mantuviste en
contacto con ella?
Él agacha la barbilla. —He enviado dinero.
—Jesús, Hudson...
—Era tan joven, y su familia...
—¿Su familia qué?
Sus cejas caen y niega con la cabeza. —Nada. De todos modos, Vanessa nunca cobró
los cheques.
Ella no lo necesitaría con la ayuda financiera de sus padres.
—Pero estoy aquí por Haven.
—¿Qué hay de ella? —Odio el tono entrecortado de mi voz que me hace sonar
como un imbécil sin corazón. Simplemente no sé cómo sonar de otra manera.
Se encoge de hombros. —Pensé que te gustaría una actualización.
Tomo una respiración entrecortada y me recuesto en mi asiento, actuando mucho
más frío de lo que siento. —Habla.
—Le gustan las películas de terror, las palomitas de maíz con mantequilla extra y le
encanta el gin rummy.
Atrapo mi labio temblando y lo obligo a quedarse quieto.
—Le encanta el inglés, odia las matemáticas y disfruta coser, algo que su mamá le
enseñó a hacer para que pueda hacer su propia ropa.
Me duele el pecho, pero me niego a frotarlo frente a Hudson y delatarme.
—Y eso es lo que me trae aquí. A Lillian le gustaría llevar a Haven a trabajar con ella
mañana para mostrarle el estudio de diseño de Kingston.
—¿Cómo explicará exactamente Lillian quién es Haven a Kingston?
Hudson se inclina hacia delante y coloca los codos sobre las rodillas. —Eso es lo que
quería decirte. No mentiremos. Ella ya se siente traicionada por su mamá. La niña
necesita honestidad.
Estrecho los ojos. —Planeas llevarla a Kingston y presentarla como su... s-su...
—Sobrina, sí. Tu hija.
—No.
—Hay...
—Absoluta jodidamente no.
Se ríe sin humor y niega. —Ella es una persona, Hayes. Una persona viva, que
respira, casi adulta. No puedes esconderla en un armario y fingir que no existe.
—Vete a la mierda.
Exhala como lo hace cuando está decepcionado, luego se golpea los muslos con las
palmas de las manos y se pone de pie. —Ella está en nuestras vidas ahora, hermano.
Puedes encerrarte en tu oficina y negarlo, o puedes madurar, asumir la responsabilidad y
ser parte de su vida. De cualquier manera, el tren ya salió de la estación. Si yo fuera tú, me
subiría a bordo.
—¿Qué… de qué diablos estás hablando? ¿Trenes y estaciones? No puedes ir
exhibiendo a mí... mi...
—Hija.
Mi mente se queda en blanco, y todas las palabras que estaban preparadas en mi
lengua se disuelven, así que me quedo sentado allí, mirándolo en silencio.
—Lillian llevará a Haven a encontrarse con Kingston mañana. No necesitamos tu
permiso. Es una cortesía fraternal hacértelo saber. Si quieres que se maneje de manera
diferente, entonces hazlo tú mismo. —Sale y cierra la puerta detrás de él.
—Mierda. ¡Maldita sea, jodida mierda! —Agarro lo más cercano a mí y levanto mi
brazopara lanzarlo, solo me congelo cuando me doy cuenta de que es mi teléfono.
Lo único que podría empeorar mi día sería tener que pedirme un teléfono nuevo.
Dejo la cosa y miro la pantalla.
Hudson me está poniendo en una posición imposible.
Oh, oye, tienes una hija. Aquí hay veinticuatro horas para llegar a un acuerdo con
eso antes de presentarla a la familia. Y diablos, ¿por qué no la ponemos en el consejo de
administración de Industrias North ya que estamos en eso? Estoy seguro de que a
August le encantará incluirla en su testamento en vida. Joder.
***
—¿HAYES? —La voz de Ellie llama desde mi entrada, y segundos después, la veo
doblar con cautela la esquina hacia la sala de estar—. ¿Qué diablos pasó aquí? —Estudia
el espacio abierto, observando los muebles rotos, los vidrios y el caos—. ¿Tuviste un
robo? — Cruza lentamente hacia mí, donde me siento desplomado sobre mis piernas en
el comedor con un vaso de whisky colgando de mi mano—. ¿Por qué está tan oscuro
aquí?
Las luces del techo brillan intensamente y me aparto del resplandor mientras el
dolor me atraviesa el cráneo.
—Lo siento —dice y vuelve a apagar las luces.
Sus tacones altos repiquetean contra el piso de concreto y chirrían sobre los vidrios
rotos. Le da la vuelta a una silla del comedor y la coloca directamente frente a mí. Inclina
la cabeza para captar mis ojos y frunce el ceño. —Oye.
Tiro lo que queda en mi vaso por mi garganta a modo de respuesta.
—¿Mal día? —Ella lanza su mirada alrededor de la habitación, sacando la conclusión
equivocada.
—Yo lo hice. —Mi voz es áspera, como si no la hubiera usado en años.
Sus cejas perfectamente esculpidas se levantan con sorpresa. —¿Tu hiciste esto?
—Mmm. —Me sirvo otro vaso lleno—. ¿Bebes? —Se lo ofrezco.
—Gracias. —Ella toma un sorbo del licor—. Supongo que es por eso que me
llamaste.
Ella está en lo correcto.
Ellie es mi única verdadera amiga. Lo que comenzó como una relación comercial,
ella siendo una prostituta y yo necesitando compañía de bajo mantenimiento, se
convirtió en una verdadera amistad que insisto en pagar. Su tiempo es valioso, y ya sea
que me esté dando ese tiempo como amiga o como alguien a joder, le pago.
Ella toma un largo trago de whisky, luego se estira para dejar el vaso sobre la mesa.
Sus ojos oscuros buscan los míos. —¿Qué puedo hacer?
Cuelgo la cabeza entre mis hombros.
Su mano suave ahueca mi mejilla y lleva mi cara al nivel de la suya. —Oye. —Su
pulgar roza mi labio inferior.
La agarro por la muñeca y quito su toque. —Eso no.
Sus cejas se juntan. —¿No?
Niego con la cabeza.
—¿Entonces qué?
Me paso las dos manos por el cabello y tiro de los mechones. Estoy borracho.
Cansado.Lastimando. Y confundido. Tan jodidamente confundido. —¿Puedo contarte una
historia?
—Por supuesto.
Alcanzo el vaso de whisky escocés, tomo un trago y luego le paso el vaso. —Vas a
necesitar eso.
Ella lo toma y asiente, acomodándose, esperando a que derrame mis secretos más
profundos y oscuros, la historia que nadie conoce excepto yo.
Y así, le cuento a ella.
Todo.

***
LA BOTELLA de whisky casi se ha ido. Antes de comenzar con la historia, pasamos
de la mesa del comedor al sofá que logré voltear y volver a armar. Le conté a Ellie toda la
historia de Vanessa y Haven.
—No sé qué hacer ahora. —Froto mis ojos, haciendo retroceder mi dolor de cabeza
palpitante—. No puedo ser el padre de alguien.
—Ella no es una niña pequeña, Hayes. —Ellie me escuchó hablar toda la noche sin
una pizca de juicio en sus ojos—. Ella ha crecido y no necesita un padre. Tal vez podrías
intentar ser su amigo.
Dejo de frotarme los ojos y parpadeo para despejar el borrón. —Nunca he sido un
muy buen amigo, ¿cierto? —En todas las veces que Ellie ha estado allí para mí, rara vez
me pide ayuda a cambio.
Se ríe suavemente como si lo que dije fuera la cosa más tonta que jamás había
escuchado. —Nuestra relación es única. Tú me pagas, así que eso no cuenta.
—Para mí sí.
Su sonrisa es triste.
—No sientas pena por mí. —Odio la piedad que veo en sus ojos.
—No puedo evitarlo. ¿Sabes lo que pienso? —Ella no espera a que yo responda—
. Esta joven tiene toda una familia de la que no sabe nada. Dijiste que Hudson y Lillian ya
la aman. Kingston también lo hará. No tienes que hacer nada más que estar allí mientras
su mundo se abre a toda esta rama de su árbol genealógico. Quién sabe, es posible que la
conozcas y te des cuenta de que tienen mucho en común.
La comisura de mi boca se eleva un poco cuando pienso en lo que Hudson
compartió conmigo. —A ella le gustan las películas de terror.
—¿Oh, sí? —Sus ojos se iluminan de emoción—. Me recuerda la vez que me hiciste
ir contigo a ver El Exorcista y pasé toda la noche escondida en mi suéter.
—Hudson dice que le gusta la moda o el diseño… —Frunzo el ceño porque eso no se
parece en nada a Vanessa o a mí, que yo sepa. Ness era un cerebrito. Ciencias,
matemáticas, literatura europea. Estaba fijada en Stanford. Arrugo la frente. ¿Cómo se las
arregló para Stanford con un bebé?
—Ahh, entonces ella recogió algo del ADN de Kingston, tal vez.
—¿Es eso posible? —¿Por qué me siento tan estúpido?
Ella se encoge de hombros. —Ni idea.
—Ellos la llevarán mañana al estudio de Kingston. Les pedí que no lo hicieran, pero
Hudson básicamente me dijo que me uniera a ellos o me fuera a la mierda.
—Entonces, ¿qué va a ser?
—¿Huh?
—¿Te unes a ellos o te vas a la mierda? ¿Tú tienes curiosidad por conocer a esta
joven o no?
Me pregunto qué tipo de música le gusta. ¿Le gusta el hockey? ¿Y a su mamá? Me di
cuenta de que no llevaba un anillo de bodas. ¿Terminó siendo ingeniera informática
como había soñado?
—Tengo tantas preguntas —digo.
—Sólo hay una forma de obtener respuestas. Creo que sabes lo que tienes que
hacer.
Ellie tiene razón.
—Joder —gimo—. Supongo que estoy a bordo.
—¡Sí! —Ella me choca los cinco.
CUATRO

Cuando Hudson me dijo que llevaría a Haven a conocer a Kingston, insistí en


acompañarlos. Puede que Haven no quiera tener nada que ver conmigo en este
momento, pero sigo siendo su madre, y que me torturen si me quedo sentada
mientras la familia North la estudia y disecciona. Todavía es una niña y se encuentra en
un lugar emocionalmente vulnerable con toda la información nueva que se le presenta.
Le aseguré a Haven que solo la apoyaría si me necesitaba, que me mantendría en
un segundo plano y dejaría que conociera a su tío biológico sin intervenir. No agregué la
parte sobre mí de mamá osa desencadenada que derribaría a cualquiera que lastimara
a mi bebé y me lo comería vivo.
Tomo un taxi y le doy al conductor la dirección que me dio Hudson. Después de dos
días en la ciudad, me di cuenta de que la ropa que había traído no iba a ser suficiente, así
que me vi obligada a comprar. La terapia de compras hizo maravillas en mi cabeza, y
espero que después de hoy, Haven se sienta lo suficientemente satisfecha como para
finalmente irse a casa.
Según Hudson, Hayes no ha estado con Haven desde su primera reunión. Estoy en
parte aliviada y en parte furiosa por eso. ¿Cómo podía Hayes mantenerse alejado? Me
digo a mí misma que esto es lo que quería, que Hayes le muestre a Haven el imbécil sin
corazón que es realmente para que ella pueda descartarlo por completo y volver a
nuestra vida en Manitou Springs.
Me aprieto el bolso contra el estómago mientras el taxi dobla la esquina hacia la
tienda de Kingston, Bee Inspired Designs. Mi respiración se congela en mis pulmones
cuando veo a un hombre alto y bien vestido parado solo afuera de la puerta.
Por favor, sé Hudson. Por favor, sé Hudson.
El mismo cabello castaño medio, cortado ceñidamente a los lados, un traje
perfectamente entallado que abraza los hombros anchos y la cintura estrecha. Incluso a la
distancia, puedo decir que mis oraciones no han sido respondidas. Puedo decirlo por la
forma en que sostiene su cuerpo, la firmeza de su mandíbula y el ceño fruncido que
apunta a absolutamente nada como si estuviera jugando una batalla en su mente.
Hayes.
Mierda.
¿Por qué lo invitaría Hudson?
Pienso en pedirle al taxista que continúe. Podría pasar junto a él y regresar al hotel
y decir intoxicación alimentaria.
Me inclino hacia adelante para decirle al taxista que haga exactamente eso, luego
pienso en Haven. Caminaría a través del fuego por ella, tomaría ejércitos por ella,
quemaría el mundo hasta los cimientos por ella. Seguramente, puedo enfrentar a Hayes
North por ella.
Es solo un hombre. De carne y hueso como el resto de nosotros.
Con un propósito renovado y los grandes ojos color avellana de Haven y un corazón
impresionable aún más grande al frente de mis pensamientos, empujo todos los
sentimientos a la parte más lejana de mi mente justo cuando el taxi se detiene frente a él.
La fría expresión de Hayes se rompe cuando salgo del taxi. Me niego a mirar a otra
parte que no sea directamente a sus ojos. Una extraña oleada de familiaridadsurge detrás
de mi pecho, así que me concentro en su nariz. —Hayes —saludo con frialdad—. No sabía
que estarías aquí.
—Vanessa. —Sin sobrenombre. Bien. Mete las manos en los bolsillos—. Puedo
decir lo mismo de ti.
—¿Planeaste venir aquí y tenderle una emboscada a mi hija sin mí aquí?
Da un par de pasos hacia mí, planta los pies e inclina la cabeza. —¿Estás diciendo
que ella no es mía?
Levanto la barbilla con orgullo. —No de ninguna manera que cuente.
Él sonríe, pero la mirada no es coqueta ni linda. —Biológicamente es la única
manera que cuenta, Ness. —Su expresión se vuelve dura—. ¿Por qué no me dijiste que
tenía una hija?
Ahora soy yo poniéndome en su cara. —Te lo dije. Tú no la quisiste.
Retrocede como si mis palabras fueran una bofetada en la cara. —No me diste
una oportunidad.
—Te dije que estaba embarazada. Me dijiste que abortara. Qué otra oportunidad
esperabas…
—¡Pensé que eso era lo que querías! —La piel a lo largo de sus molestos pómulos
perfectos se sonroja y sus ojos hierven de ira—. Tú y tu jodido plan.
—Tú nunca me preguntaste qué quería. ¡Si lo hubieras hecho, sabrías que te quería
a ti y a nuestra bebé más!
Da unos pasos hacia atrás, sacudiendo la cabeza. Me mira como si nunca me
hubiera visto antes. Como si fuera una extraña.
Cierro los ojos, inhalo, lo contengo, exhalo y repito hasta que me calmo. Cuando
vuelvo a abrir los ojos, la expresión de sorpresa de Hayes no ha cambiado. —Mira, no voy
a pelear contigo por esto, ¿de acuerdo? Te he perdonado...
—Perdonado. —Sus cejas se juntan y el fuego ilumina sus ojos—. ¿Por qué?
Mis manos se cierran en puños a mis costados. —Por...
—¿Tú has tenido a mi hija durante diecisiete años, y nunca pensaste en decírmelo?
—Tú no querías...
—¿Cómo diablos sabes lo que yo quería? Nunca me diste una oportunidad.
Desapareciste. —Él niega con la cabeza—. Bien, tú me has perdonado, estupendo. Pero
vete a la mierda, Vanessa. Yo no te perdono.
Mi respiración se queda atrapada en mis pulmones. El calor corre hacia mi cara y
amenaza mis ojos, pero me niego a dejar que ese sentimiento persista. Lo empujo hacia
atrás. Lo empujo todo hacia atrás y me aferro a la fuerza.
—No puedo hacer esto. —Él se va por la acera—. Voy a dar un paseo —Cruzo los
brazos a la altura del pecho y observo su silueta alejándose. Solo que él se da vuelta
abruptamente y pisotea hacia mí—. No, ¿sabes qué? Tu ve a dar un paseo.
—¿Disculpa? —Lo observo desde su cabello perfectamente revuelto hasta sus
brillantes zapatos de cuero.
—Me quedaré. —Reclama su lugar junto a la puerta—. Tú caminas. Es lo que mejor
haces.
—Tú, pedazo de mierda insensible...
—¿Qué está pasando aquí? —Un hombre apuesto, que lleva una camisa tan
transparente que puedo verle los pezones, está de pie en la puerta abierta. Observa a
Hayes con cautela.
Por extraño que parezca, los pezones del hombre me distraen tanto que
momentáneamente olvido por qué estábamos peleando.
—Hayes, hermano. ¿Estás bien? —Kingston North es un ser humano
impresionante. Caminando en la línea entre la sexualidad masculina y la belleza femenina,
no se parece a nada que yo haya visto y es alguien a quien no olvidaría fácilmente. Se
mudó con la familia North justo antes de que Hayes se fuera a la universidad. Recuerdo la
primera vez que lo conocí, estaba bronceado, cabello teñido de rubio por el sol, y una
sonrisa misteriosa que hizo que todas las chicas se desmayaran. Según recuerdo, Hayes
no era fanático de su nuevo hermano.
Hayes gruñe su respuesta. No estoy segura si es un gruñido afirmativo, pero parece
tranquilizar a Kingston porque su mirada se dirige hacia mí, sus ojos son del mismo color
que los de su hermano, y sonríe.
—¿Vanessa?
—Hola, Kingston, —digo y nerviosamente paso mis manos por la parte delantera
de mi vestido—. Es bueno tu...
Me envuelve en un abrazo que me roba el aliento. Huele a productos caros para el
cabello.
—No pensé que me recordarías —menciono contra su pezón.
Me suelta, pero mantiene un agarre en mis hombros mientras me mira de arriba
abajo con una sonrisa tan brillante como el sol. —¿Estás bromeando? ¿Cómo podría
olvidar al amor de la vida de Hayes? Mírate…
Todo mi cuerpo está sonrojado, ya sea por la lectura abierta de Kingston o por la
palabra atómica con A que Kingston lanzó entre nosotros.
—Ralph Lauren. —Sus cejas se levantan en señal de aprobación—. Vestido
camisero midi de manga abullonada. Lo amo. —Levanta mi mano para que gire.
Me siento tan estúpida, pero no veo que tenga muchas opciones, así que doy
vueltas.
—Preciosa.
Un estruendo proviene de la dirección de Hayes, y me pregunto si acaba de decir
algo desagradable en voz baja, llamándome perra o algo peor. Lo miro por si acaso.
—Entra. Mi Bee se muere por conocerte. —Me arrastra hacia la puerta.
—¿Bee?
—Mi prometida. Oh, y ella sabe todo sobre Haven. Estamos muy emocionados de
conocerla. Hudson y Lillian no pueden decir suficiente sobre ella. ¿Es verdad que le gusta
coser? Me encantaría verla trabajar…
La voz de Kingston se desvanece en el fondo, y observo a Hayes mientras está
paralizado por las divagaciones de su hermano pequeño. Parece fascinado con cada
palabra que dice Kingston sobre Haven. Entonces, de repente, el dolor atraviesa sus
rasgos de una manera tan visceral que se forma un dolor en mi pecho.
Dios mío, ¿tiene razón Hayes?
¿Debería haberle dado otra oportunidad de conocer a su hija?
¿Soy yo quien debería estar pidiendo perdón?

—¿Hudson dijo que su equipo de voleibol llegó a las finales estatales? —Kingston
sigue sacando a la luz todos los pequeños datos sobre Haven, y cada uno se siente como
un cuchillo que se clava más en mi pecho.
Capitana de su equipo de voleibol. Sé que ella no obtuvo eso de su madre. La niña es
una atleta. Mi chica es una atleta.
Una extraña sensación de ingravidez expande mi pecho. ¿Quizás el precursor de un
ataque al corazón? Dios sabe que tengo más que ganado uno. Pero ¿los ataques al corazón
se sienten... bien? Lo más parecido a esto que he sentido antes es justo después de que un
cliente firma un contrato multimillonario, pero ni siquiera eso es tan bueno como lo que
siento ahora.
Estoy atrapado en mi propia cabeza y parado a la distancia mientras Kingston le
presenta a Vanessa a Gabriella. Jesús, Ness parece una puta diosa. Gotea en clase y
confianza, usando una máscara de educada indiferencia y una mirada afilada que no se
pierde nada. Me pregunto si es la política en su sangre.
La familia de su padre ha estado en la política desde la Guerra Revolucionaria. Cada
generación cuenta con uno o dos funcionarios gubernamentales, desde concejales hasta
gobernadores, hasta el Senado. El lado de su madre estaba inmerso en el Cinturón de la
Biblia, produciendo líderes de la iglesia con cada generación. El matrimonio de sus
padres fue la unión definitiva de la iglesia y el estado, lo que condujo a una exitosa
campaña de valores familiares que le valió un escaño en el Senado. El nombre de
Osbourne gotea con dinero antiguo y reputación.
Pero Ness nunca actuó como la niña de la preparatoria con título de cuchara de
plata que era... que todos éramos. Trabajó duro y exigió sólo lo mejor de sí misma. Era una
fuerza a los quince años, convirtiéndose en la primera estudiante de Burton Prep en
aprobar la mitad de su plan de estudios de preparatoria.
Me hace preguntarme si los últimos diecisiete años la han cambiado en algo.
Algo me dice que nunca me acercaré lo suficiente para averiguarlo.
Me mantiene a distancia mientras sigue a Kingston por su tienda, asegurándose de
no pararse demasiado cerca o mirar en mi dirección. No hay duda de que está molesta
conmigo, pero que se joda. Yo tampoco estoy contento con ella ahora mismo.
Kingston señala paredes revestidas con tela, muestras de madera, vidrio y una
estatua gigante de Buda que actualmente sostiene un animal de peluche de un
unicornio en color púrpura brillante. Él la pasea por las mesas de veinte pies esparcidas
por un caos de colores y texturas. El espacio podría ser utilizado como método de tortura
por sobreestimulación. No sé cómo la gente que trabaja aquí no vive con una migraña
constante.
—Lamento que lleguemos tarde —anuncia la voz de Lillian detrás de mí.
Me giro para verla entrar al almacén con Haven pisándole los talones. Mi cerebro
registra a Hudson con ellos, pero no puedo apartar los ojos de la chica. La observo
mientras se da cuenta de que su madre levanta un poco el labio superior. Puedo decir
que ella no está feliz de ver a Vanessa, pero lo está ocultando. O eso cree ella.
Cuando su mirada se balancea hacia la mía, sus hombros se elevan como si
estuviera tomando una gran bocanada de aire en sus pulmones.
—Me alegro de que pudieras venir —dice Hudson en voz baja, habiéndose
acercado sin que me diera cuenta.
—Sí. —No le digo que Ellie me convenció o que he estado dudando de estar aquí
desde el momento en que llegué.
Vanessa atrae a Haven para darle un abrazo. Haven no le devuelve el abrazo y pone
los ojos en blanco por encima del hombro de su madre. —¿Estás bien, cariño? —Vanessa
ahueca el rostro de la niña, pero Haven se libera del agarre de su madre. Parece que Ness
está en nuestras dos listas negras.
Kingston rompe el incómodo abrazo. Se presenta él mismo con un abrazo y Haven
no solo sonríe, sino que también le devuelve el abrazo.
Vanessa se da cuenta y siente cortes de dolor en la cara.
Joder, si no siento esa mierda junto con ella.
¿Pero por qué? Ella mintió. A mí, a su hija. Le robó a Haven una familia. Todo esto es
su culpa. No mía. No de Haven. Nosotros somos las víctimas aquí.
Incluso cuando las palabras retumban en mi grueso cráneo, una oleada de náuseas
me dice que soy un maldito imbécil. El enredo emocional es demasiado para resolver
ahora.
Cuando Kingston le presenta a Haven a Gabriella, contengo la respiración con la
esperanza de que las cicatrices que cortan la cara de Gabby no sean demasiado
impactantes. Vanessa no se inmutó cuando los vio. Y para mi sorpresa, Haven hace lo
mismo. Mis pulmones se llenan de aire cuando mi futura cuñada atrae a Haven muy
ansiosa a sus brazos para abrazarla. Diecisiete y es más madura que mis jodidos padres, a
quienes les repugnan abiertamente las cicatrices de Gabby.
No debería sorprenderme. Después de todo, Vanessa la crio.
Me quedo atrás mientras Kingston, Gabby y Lillian le muestran a Haven el lugar.
Los ojos de Haven están muy abiertos y brillantes mientras asimila todo. Hace preguntas
inteligentes sobre la inspiración y cómo superar los bloqueos creativos. Ella es tan
parecida a su mamá.
Cuando Vanessa levantaba la mano en la escuela, toda la clase gemía al unísono por
retrasar la clase, pero la mierda que salía de su boca era fascinante. Ella veía todo desde
una perspectiva diferente, como si su cerebro estuviera conectado de manera diferente.
—¿Cuánto de lo que haces es diseño versus rediseño? —Haven pregunta mientras
frota una muestra de tela entre sus dedos.
Cada rostro en la habitación tiene una sensación de asombro cuando Haven, sin
saberlo, nos sorprende a todos con su curiosidad. Pero mi mirada encuentra con la de
Vanessa, que se muestra tranquilamente orgullosa.
—Gran pregunta —exclama Kingston y divaga sobre eliminar el ego del diseño
para que se sostenga por sí mismo o algo así. Realmente no le estoy prestando atención.
No puedo quitar mis ojos de Haven.
Lillian sostiene una muestra de tela amarillo mostaza y habla de un cliente que
encargó todos los muebles de su oficina de ese color. Entonces, después de que ellos lo
consiguieron todo, cambiaron de opinión.
—¿Lo hiciste tú? —pregunta Haven.
Lillian asiente. —Tuvimos que hacerlo.
—Al diablo con eso —Haven niega con la cabeza—. Yo les diría que se lo metieran
por el culo.
Kingston y Hudson me miran a los ojos con las cejas levantadas como si dijeran
¿suena familiar?
Me muerdo el labio para no sonreír.
—El cliente siempre tiene la razón —dice Lillian.
Haven resopla. —No si son unos idiotas.
Me aclaro la garganta para disimular el estallido de risa que brota. Todos los ojos en
la habitación vienen a mí en una mezcla de confusión y sorpresa mientras trato de
borrar la sonrisa de mi expresión.
Kingston sonríe. —Ella es la hija de su padre. —Él no parece notar o preocuparse
por el jadeo colectivo en la habitación. Lanza un brazo sobre los hombros de Haven—.
Vamos a imprimir algo en 3D.
Haven prácticamente chilla mientras se alejan, dejándonos a todos un poco
atónitos. Vanessa sale de su estupor y corre tras ellos, y Hudson se mece en mi hombro.
—Vamos. —Me indica que siga a Vanessa—. Conócela. Se parece tanto a ti,
hermano.
Meto mis manos más profundamente en mis bolsillos y me muevo incómodamente
en mis zapatos. —Lo dices como si fuera un cumplido.
—Las mejores partes de ti.
Arrugo la cara porque qué montón de mierda. —¿Tengo de esas?
Hudson suspira y mira alrededor de la habitación que parece un arcoíris vomitado y
un bosque explotado en su interior. —Vanessa te amó una vez. Ella es una mujer brillante.
Así que sí, tienes las mejores partes.
Levanto mis cejas.
—Esa parte no, maldito cerdo.
Me encojo de hombros, sintiéndome tan fuera de lugar en esta conversación. —Si la
memoria no me falla, le gustaba mucho esa parte.
Se ríe y niega con la cabeza.
—Esto es jodidamente raro digo —sin dar un paso adelante.
Su cara se gira preocupada, lo que usualmente me hace querer golpearlo. No tanto
en este momento, por alguna razón. —Puedo imaginarlo. Ustedes dos tienen mucho de
qué hablar.
—Ni siquiera sabría por dónde empezar.
—La niña merece respuestas. —Se rasca la mandíbula—. ¿Recuerdas cuando
Kingston vino a vivir con nosotros? ¿O Alexander? Imagina que de repente te das cuenta
de que tienes un padre.
Frunzo el ceño y una enfermedad se revuelve en mis entrañas. —Jesús, no soy mejor
que August.
Es curioso cómo algunas personas crecen para ser exactamente como la persona
que más odian en el mundo. No es que no respete a August. Es un hombre de negocios
astuto y exitoso. Ha dedicado toda su vida a Industrias North. Pero puedo respetar al
hombre y aun así no gustarme. Seguro como la mierda que no lo amo.
—Tal vez —dice Hudson encogiéndose de hombros.
—Vete a la mierda.
Él me ignora. —Nunca es demasiado tarde para hacer las cosas bien. No mientras
estés respirando.
—¿Y si ella me odia? —La forma en que odiamos August.
—El odio es una emoción fuerte. Al menos es algo. Me preocuparía más si fuera
indiferente contigo. —Aparta mi mano de mi boca con una expresión de horror—. ¿Qué
mierda? ¿Mordiéndote las uñas? No te he visto hacer eso desde que teníamos ocho años.
Miro mi mano como si fuera una parte fantasma de mi cuerpo y me pregunto cómo
llegó a mi cara sin que me diera cuenta. —Yo tampoco.
Que me jodan. Soy un maldito desastre.
Cinco

—Fue genial —dice Vanessa a Kingston, Bee y Lillian—. Gracias por recibirnos.
Se despiden y se dicen gusto-de-conocerte y regresa-cuando-quieras.
Vanessa se inclina y le dice algo suavemente a Haven.
—No —responde Haven en una voz lo suficientemente alta para que todos la
escuchen—. Quiero que el Tío Hudson me lleve a casa. —La comisura de su boca se
levanta cuando la cara de su madre se amarga.
Listilla. Yo habría hecho lo mismo a su edad.
—Cariño —dice Vanessa en un tono halagador—. ¿Por qué no le das un descanso a
Hudson y Lillian y te quedas conmigo en el hotel? Podemos pedir servicio de habitación
y…
—No. —Ella mira a Hudson para que venga a rescatarla, y él parece realmente
dividido entre la madre y la hija.
Hago contacto visual con mi gemelo, le envío telepatía gemela y él asiente.
—Escucha, niña, tengo algunas cosas que hacer en la oficina, así que, si no quieres ir
al hotel, ¿por qué no dejas que Hayes te lleve a mi casa? Puedes pasar el rato junto a la
piscina hasta que Lillian y yo salgamos del trabajo. Si a tu madre le parece bien.
Vanessa parece nerviosa, pero parece saber que no debe discutir con su hija. —Lo
que quieras, Haven —dice, con una fuerza que no estoy seguro de lo que esté sintiendo.
Haven se muerde el interior de la boca, pensando en las cosas. Si es como yo,
probablemente esté considerando la forma más fácil de torturarme. —De acuerdo.
Sabe que me hará más daño si me deja llevarla a casa. Es difícil estar orgulloso
cuando seré objeto de su abuso y, sin embargo, me encuentro escondiendo una sonrisa.
—Gracias —le digo en voz baja a Vanessa, que parece disgustada, por decir lo
menos—. Vamos. —Abro la puerta del lado del pasajero de mi auto, y cuando Haven se
sube, levanto la barbilla a Hudson, agradeciéndole por apoyarme.
Él asiente con una mirada que dice que será mejor que sea amable.
Jódeme. Mi propio gemelo actúa como si yo fuera el enemigo aquí. ¿Como si yo
lastimara a mi propia hija?
Me pongo al volante y enciendo el motor, agradecido por el zumbido constante del
V8 sobrealimentado que atraviesa un silencio incómodo.
—Bonito coche —dice Haven y toca todos los botones y perillas—. ¿Esto es cuero
real? —Pasa las manos por los asientos y me doy cuenta de que tiene unos dedos largos y
elegantes, exactamente como los de Vanessa.
—Sí. —Fuerzo mis ojos a la carretera, sintiéndome extrañamente incómodo con
unacarga tan preciosa.
—Yo tengo un Jeep —dice ella—. Es un pedazo de mierda.
No soy bueno para conversar en un buen día, así que gruño como un maldito
hombre de las cavernas.
—Entonces, ¿cómo es?
Veo por mi periferia que ella está frente a mí. —¿Cómo es qué?
—Ser millonario.
Pierdo la batalla con mis globos oculares, y se precipitan hacia ella antes de que los
devuelva a la carretera. La familia de Vanessa tiene un patrimonio neto igual al mío. No
puedo imaginar que Haven haya crecido sin él.
Aclaro el malestar de mi garganta. —Escuché que eras una atleta bastante buena —
Mi tono suena como si la estuviera acusando de algo, y no sé por qué. Tal vez debería
haber dejado que Hudson la llevara a casa. Apesto en esto.
—Lo soy. Soy buena en muchas cosas.
Segura, como su mamá. Bien.
—¿Oh sí?
—Mm-hm. —Ella no da más detalles.
Muerdo el anzuelo. —¿Cómo qué?
Se encoge de hombros y mira casualmente por la ventana delantera. —¿Quieres la
versión condensada de mi vida para que no tengas que invertir en ella?
—No —digo secamente y agarro el volante con más fuerza.
El incómodo silencio ha vuelto y dura tanto que empiezo a sudar. Enciendo el aire
acondicionado y apunto el aire directamente a mi cara.
—Escucha, eh… Haven… yo… —Sueno como un idiota que no puede unir dos
palabras—. He estado pensando...
—¿Sobre cómo querías que mi mamá me abortara?
Jodido infierno. —No.
—Sobre cómo la abandonaste y la dejaste tener un bebé sola en...
—Jesús, no.
—Sobre cómo eres un idiota rico y egoísta que ni siquiera se molestó en buscar a la
mujer que cargó tu no deseada niña para ver si tal vez necesitaba algo como dinero para
comida o ropa o un lugar seguro para vivir o…
—Heaven, detente.
—...o dinero para que esta niña pudiera practicar deportes y comprar equipo para
que no se burlaran de ella por usar los zapatos o los pantalones de chándal equivocados
para los juegos.
—¿De qué estás hablando? La familia de tu madre es rica.
—Sí, bueno, gracias a ti y a tu poderoso esperma, la repudiaron —Ella inclina la
cabeza, al igual que su madre antes de dar un brutal latigazo con la lengua—. Ohh, no lo
sabías, ¿verdad? —Ella hace un sonido de chasquido—. Lo habrías sabido si nos hubieras
buscado. ¿Alguna vez has escuchado hablar de Google, imbécil?
—Eso es suficiente.
—Oye, tú eres el que quería que viajara contigo…
—Lo entiendo. Quieres lastimarme. Yo haría lo mismo en tus zapatos.
Ella cierra la boca de golpe sin respuesta. Ella mira hacia adelante y cruza los
brazos a la altura del pecho. —Como sea.
—Necesitamos… llegar a conocernos. Los tres tenemos mucho de qué hablar.
—No tengo nada que decirte.
Toso una carcajada. —Podrías haberme engañado.
—¿Ya casi llegamos a la casa del Tío Hudson?
Él llega a ser el tío Hudson, y yo soy ¿Imbécil? Mi mandíbula hace tics. —Sí.
Uso el resto del tiempo en el auto para inhalar y exhalar y tratar de calmar mi
temperamento. Los padres de Vanessa la repudiaron. No debería sorprenderme y, sin
embargo, lo estoy. Ella es su única hija, por el amor de Dios.
Tengo un millón de preguntas y me preocupa no tener la oportunidad de
preguntarle a Vanessa si ni siquiera podemos estar en la misma habitación sin pelear. El
tiempo se siente como si se me estuviera escapando, y no sé cómo agarrarlo. Pero sé que
tengo que intentarlo.
Me detengo en el edificio de Hudson. Haven intenta alcanzar su cinturón de
seguridad.
—Tengo una propuesta para ti.
Su mano se congela en la hebilla y entrecierra los ojos.
Dios mío, es como mirarse en un espejo. —Un mes en Nueva York. Renta gratis,
todos los gastos pagados, tú y tu mamá.
Ella me mira con cautela. —¿Cuál es el truco?
Aquí es donde podría perderla. —Tu vives conmigo.
—Sí, claro. —Ella resopla—. Mamá nunca estará de acuerdo con eso. Estoy
bastante segura de que ella te odia.
Ella tampoco es exactamente mi persona favorita en este momento. —Déjame
convencerla a mí.
Su sonrisa es un poco malvada. —O eres muy valiente o muy estúpido.
—No soy estúpido.
Sus cejas se levantan en lo alto de su frente. —Claramente no conoces a mi mamá.
No respondo porque tiene razón. Pero ella también está equivocada. Conseguí que
la ardiente Vanessa Osbourne se preocupara por mí una vez. Un mes en Nueva York no
debería ser demasiado difícil.
Endulzo el trato. —Tendrás tu propia habitación, tu propio dinero...
—¿Un coche?
—Un conductor.
Ella frunce el ceño. —¿Cómo, un chofer?
—Sí. Las calles de Nueva York son difíciles de transitar. Me sentiría mejor sabiendo
que estás con alguien que está familiarizado con ellas.
—Necesitaría un teléfono nuevo.
—Hecho.
Sus ojos se estrechan. —Y ropa.
—Lo que quieras.
—De acuerdo. —Ella pone su mano hacia adelante.
Dudo en estrecharla, pensando que esta será la primera vez que toque a mi propia
carne y sangre. De alguna manera estúpida, tocarla hace que todo esto se sienta más real.
Tomo una respiración profunda, luego tomo su frágil mano en la mía. —Hecho.
Hablaré con tu mamá esta noche. Si ella está de acuerdo, te mudas mañana.
Aparta su mano y la dejo ir, preguntándome si habría sostenido mi mano cuando
era una niña pequeña. ¿Habríamos caminado por los senderos de Central Park tomados
de la mano mientras ella señalaba pájaros? Hubiera sido padre a los diecinueve años. En
ese entonces, bebía en las casas de las hermandades y vomitaba en los callejones. ¿Qué
clase de padre habría sido? No del tipo que cualquiera se merece.
—Espera, ¿dónde vives?
Señalo hacia mi edificio, que no está a más de unas pocas cuadras al norte. —El
rascacielos plateado. Arriba.
Se inclina hacia delante para mirar por el parabrisas. —¿La parte superior? ¿Cuál?
—Todo ello.
Sus ojos se agrandan, y una sonrisa lenta tira de sus labios. —¿Penthouse?
La mirada de emoción en sus ojos y la felicidad en su rostro tienen todo tipo de
cosas raras dentro de mí. Ella es feliz. Y algo que dije la hizo sentir de esa manera. Una
cosa aparentemente trivial que se siente como todo. —Sí.
—¡Dulce! —Haven abre la puerta del auto y sale—. Buena suerte convenciendo a
mamá. —Su risa histérica se corta cuando da un portazo.
—Gracias, niña. Lo voy a necesitar. —La veo entrar saltando al edificio, el portero la
saluda con una sonrisa amistosa que ella le devuelve, y estoy celoso de que él sea el
receptor de su alegría.

—Trago doble vodka martini, con tres aceitunas.


—¿Un día de mierda, entonces? —Tag dice a través del teléfono.
En el momento en que llegué a mi hotel, lo llamé y fui al bar del hotel en lugar de
subir a mi habitación y revivir las últimas horas, viendo a Haven con toda esta nueva
familia. Una familia que la abrazó como una más sin prueba de paternidad. No es que
necesitaran una. Esos ojos, esa sonrisa y su temperamento: es una North de principio a fin.
Y todo el tiempo, Hayes permaneció en segundo plano, conociendo a su hija desde la
distancia. En un momento, arriesgué una mirada en su dirección y casi rompí en la
fascinación de sus ojos mientras observaba a Haven hacer un millón de preguntas. Sentí
que estaba espiando un momento privado mientras él se aferraba a cada palabra. No
volví a mirarlo después de eso. No podía soportar la culpa por mantenerlos separados. Y
cuando lo miré, sentí una ira abrasadora porque él podía mirarla con tanta emoción
cuando no la quería en primer lugar.
Para cuando nos fuimos, estaba emocionalmente magullada, como si hubiera
pasado treinta rondas jugando al saco de boxeo con mi corazón.
Fue la culpa lo que habló cuando Hudson sugirió que Hayes la llevara a casa.
—Hoy fue… —Exhalo el aliento que sentí como si hubiera estado conteniendo todo
el día—. Mucho.
—Suenas exhausta.
—Emocionalmente.
—Lo siento. ¿Cómo está nuestra chica?
—Gracias, —le digo al cantinero y agarro mi bebida. Tomo una gran parte de ella
de un solo trago—. No lo sé. Parece bien, pero no me habla mucho. No sé cuánto finge y
cuánto es real. Estoy preocupada por ella.
—¿Está ella más cerca de querer volver a casa?
—Creo que está disfrutando tener una familia.
—Ella siempre ha tenido una familia en Manitou Springs —dice Tag.
—Tú sabes lo que quiero decir. —Familia de sangre.
Quiero eso para Haven.
Cuando descubrí que estaba embarazada, mi papá se postulaba para senador y
promovía valores familiares conservadores. Mis padres estaban preocupados de que mi
embarazo perjudicara la campaña de mi papá. Siendo partidarios estrictos de la vida, la
única opción obvia era enviarme lejos durante nueve meses, donde tendría al bebé y lo
daría en adopción. Le dirían al mundo que estaba haciendo trabajo de misionera en
algún país del tercer mundo sin electricidad, y que podía regresar sin un bebé y
mantener su campaña libre de manchas.
Estuve de acuerdo. Hasta que sentí a Haven patear por primera vez.
Sabía que nunca sería capaz de dejarla ir. Así que me mudé de las instalaciones en
Denver, donde me enviaron mis padres, a Manitou Springs.
La gente de Manitou Springs se convirtió en la única familia que tuve. Y aunque
estoy agradecida con ellos, siempre quise más para Haven.
Perdí a Hayes y a mi familia con meses de diferencia, y aunque me dolió, convertí
ese dolor en un fuego que me hizo decidirme a hacer una vida para Haven y para mí.
—Suficiente sobre mi drama. ¿Qué está pasando en casa?
Tag me pone al corriente de los últimos chismes pueblerinos. Respondo en todos los
lugares correctos, pero mi mente está atrapada en el pasado, observando la respuesta de
Haven y la familia North. Sus ojos brillaban con orgullo, asombro y humor por las muchas
formas en que ella se parece a Hayes.
La primera vez que Haven sonrió, casi me desmayo por lo mucho que se parecía a
Hayes. Con semanas de vida, y el pequeño bulto de piel rosada y cabello oscuro tenía el
poder de aplastar mi corazón con una sola mirada. Rompí en llanto ese día. Luego me
endurecí y prometí no volver a llorar por Hayes North nunca más.
—... porque la entrega de cerveza se retrasó.
—Mmm. —Mastico mis aceitunas, lo máximo que he comido desde el yogurt que
desayuné esta mañana.
—Vanessa. —Tag suena exasperado—. Ven a casa. No suenas como tú misma.
—Lo siento. Lo sé. Aunque estoy bien. Lo prometo.
—Te extraño.
Mierda.
—A ambas —aclara.
¿Qué digo a eso? Lo extraño, supongo. En que extraño tener con quien pasar el rato,
cenar, beber, compañía. Pero sé que no lo extraño de la misma manera que él me
extraña a mí.
—Hablaré con Haven mañana y veré si podemos tomar algunas decisiones sobre
cuándo volveremos a casa.
—¿Me extrañas?
¿Por qué me está haciendo esto ahora?
—Eres el mejor amigo que he tenido. —Agito mi palillo y las últimas dos aceitunas
en mi vaso—. Por supuesto, te extraño...
—Ness.
Salto ante el sonido de la voz de Hayes sobre mi hombro. Giro mi taburete y sí, no
me lo imaginaba.
Hayes está parado allí con las manos en los bolsillos y una expresión aterradora en
su estúpido y hermoso rostro.
—Tag —digo al teléfono sin dejar de mirar a Hayes—. Te llamo después.
—¿Está todo bien?
—Bien, sí. Adiós.
—Van...
Cuelgo el teléfono y vuelvo a la barra, donde dejo el dispositivo con la pantalla hacia
abajo junto a mi bebida.
Hayes se sienta a mi lado, y su voz profunda hace vibrar el aire entre nosotros
mientras pide un whisky escocés.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Vine a hablar contigo.
—¿Cómo supiste que estaría en el bar?
Acepta su whisky asintiendo. —Conjetura afortunada. —Toma un trago, lo que
atrae mis ojos hacia su nuez de Adán.
Besé ese cuello. Una vez le hice un chupetón como broma. A ese mismo cuello.
—¿Cómo están tus padres? —Es una pregunta tonta, pero es terreno neutral. Era a
la única persona a la que le contaba sobre la complicada relación con su padre y cómo su
madre siempre ponía su calendario social antes que a sus hijos.
Ambos nos quedamos mirando hacia el frente, hombro con hombro, sin mirarnos.
—August es más grande que nunca, y Leslie está en su tercera cirugía de
levantamiento corporal.
—Wow —digo y tomo un sorbo de mi martini—. ¿Cuánto se puede levantar un
cuerpo antes de que sus senos se conviertan en hombreras?
Lo siento mirarme y oler el whisky en su dulce aliento mientras se ríe. —Pensé que
su entrenador personal ayudó a agregar ese músculo a su hombro, pero tu teoría tiene
más sentido.
—Es bueno ver a tus hermanos tan felices.
Él tararea en su bebida.
—¿Y Alexander?
—El hombre está irreconocible. Hace tiempo que no rompe nada. Su esposa,
Jordan, ella es... bueno, ella es su milagro.
—Me alegro por él. —Lo estoy, pero no puedo ignorar la punzada de envidia. Pude
ver el amor hoy entre Kingston y Gabby, entre Hudson y Lillian, y me pregunté cómo se
sentiría ser el milagro de alguien.
Disfrutando de mi propia pequeña fiesta de lástima, me acuerdo de Haven. Ella es
mi milagro. Y prometí pasar el resto de mi vida sola si eso significaba mantenerla a salvo
y feliz. El sacrificio de mi propia felicidad parece insignificante en comparación con la de
ella. Ella siempre ha sido primero, y ningún hombre jamás tomará ese lugar.
Risas estridentes provienen del otro lado de la barra, donde una pareja baila al
ritmo de la música instrumental que proviene de las bocinas ocultos.
—Se están divirtiendo —digo sin convicción.
—¿Recuerdas cuando bailamos así? —Hayes me está mirando, y siento su mirada
como un cálido toque en mi mejilla.
—¿El baile de graduación?
—El baile de graduación no. En el estacionamiento de Maggie's Diner.
—Oh, Dios mío, sí. —Me río cuando los recuerdos me inundan. Abrió las puertas de
su auto y bailamos lentamente al ritmo de "Bewitched, Bothered, and Bewildered" de Ella
Fitzgerald sonando en el estéreo de su auto. Bailamos en el asfalto como si fuéramos las
únicas personas en el mundo. Cuando empezó a llover, se negó a dejarme ir y nos
balanceamos juntos bajo el aguacero—. Eso fue embarazoso.
Mece su hombro contra el mío. —Te encantó.
Mis pulmones se paralizan con su toque.
Debe darse cuenta porque murmura una disculpa.
Éramos tan jóvenes y despreocupados en ese entonces, antes de que la vida
mostrara sus colmillos. El amor era todo lo que importaba, y teníamos tanto que nos
sentíamos intocables. Que tontos fuimos. Qué tontos, ciegos e ingenuos. Un peso invisible
presiona mis hombros. Estoy preocupada por mi hija. Miedo de que el daño hecho a
nuestra relación nunca se repare.
Un agotamiento sofocante se apodera de mí. Apoyo mi cabeza en mi mano.
—¿Tienes planes de ver a tu familia mientras estás aquí?
Otro tema para el que no tengo energía. —¿Qué quieres, Hayes? ¿Por qué estás
realmente aquí?
Él asiente y no niega que está aquí por una razón específica. —Tengo una
propuesta para ti y Haven.
Escucharlo decir su nombre envía una conmoción a través de mi sistema nervioso.
Él continúa explicando un plan para que las dos nos quedemos en Nueva York
durante un mes. Vivir en Nueva York. Con él.
—Haven está de vacaciones de verano. Si tú tienes que volver a casa por trabajo, te
llevaré en avión los fines de semana o…
—Yo trabajo desde casa. —Me estoy frotando las sienes ahora, arrepintiéndome
del vodka doble.
—Haven dijo que le gustaría. Creo que es justo que tenga la oportunidad de conocer
a mi hija.
—Eso es un golpe bajo.
No se disculpa por eso.
—Voy a tener que pensar en esto. Hoy ha sido… Estoy cansada. Hambrienta. —
Empujo mi copa de martini vacía hacia la barra—. No debería haberme terminado eso.
Saca una tarjeta de crédito negra y se la entrega al cantinero, señalando mi bebida.
—No. —Saco dinero en efectivo y lo pongo en la barra—. Puedo pagar mi propia
bebida.
El cantinero mira a Hayes pidiendo permiso para tomar mi dinero.
Esa mierda me empuja al límite. Straw, conoce la espalda del camello.
—¿Por qué lo miras a él? —Hago un gesto a Hayes con el pulgar—. Me serviste una
bebida que ordené por mi propia voluntad y capacidad, ¿no?
—S-sí, señora.
—Entonces, ¿por qué lo miras? ¿No se me permite hablar por mí misma cuando se
trata de quién paga la bebida que pedí y consumí? ¿Le estás dando a este hombre a mi
lado una voz sobre mi voz sólo porque tiene pene y pelotas? —Agarro mi teléfono y mi
bolso, luego me pongo de pie—. Este es el siglo XX, ¿no es así? —Me alejo del bar—. ¡A la
mierda el patriarcado!
Dos mujeres en el bar me animan.
Siento los ojos de Hayes en mi espalda mientras me alejo. En mi prisa por largarme,
mi talón resbala en los muy pulidos pisos y me tambaleo. Maldigo mi horrible suerte, pero
mantengo la cabeza en alto hasta que llego detrás de las puertas cerradas del ascensor.
Solo entonces permito que la mortificación sangre fuego en mis mejillas.
Siempre imaginé cómo sería si volviera a ver a Hayes. Esperaba que, si alguna vez
sucedía, estaría vestida con un sexy vestido rojo sin tirantes con una abertura que me
subiría por el muslo. Vería lo imperturbable que estoy por su presencia, y le dolería saber
que jamás pienso en él. Que él me dejara atrás con nada más que un fajo de billetes y una
nota fue lo mejor que pudo haber hecho por mí. Sería encantador y divertido, y cuando
caminara a la distancia, me mirara con lágrimas en los ojos, pensando en cómo había
jodido lo mejor que había tenido.
Desafortunadamente, como la mayor parte de la vida, nuestra reunión en la vida
real fue una decepción paralizante.
Llego a mi habitación, me cambio de ropa y me lavo la cara, que todavía está
caliente por la humillación y sonrojada por el alcohol. Tirada en la cama, le envió un
mensaje de texto a Hudson para decirle buenas noches a Haven y que la amo. Luego
busco el número de Tag, pero llaman a mi puerta antes de presionar llamar.
—¿Quién es? —Digo mientras me dirijo a la mirilla.
—Servicio a la habitación.
¿Qué? Un hombre con uniforme de hotel con un carrito rodante espera
pacientemente en el pasillo.
Abro la puerta. —Lo siento. No pedí nada.
—¿Vanessa Osbourne?
—Sí. —Me entrega un pedazo de papel doblado con una tarjeta de presentación
adentro. Tarjeta de negocios de Hayes. En la nota, escrita con una letra que logra ser bella
y masculina al mismo tiempo, se lee…

Dijiste que tenías hambre.


-Hayes
PD: Piensa en mí oferta.
Avísame cuando te decidas.
El camarero rueda la comida. Tres cúpulas plateadas y lo que parece un juego de té.
Mi estómago gruñe cuando el aroma de pasteles dulces, tocino y papas asadas llena el
aire. Debajo de las cúpulas hay gofres belgas, tocino, salchichas, una tortilla, papas asadas
y una variedad de productos de panadería. Y té caliente. Manzanilla lavanda. Miel. Él lo
recordó.
—Desayuno. —Sonrío ampliamente. Me digo a mí misma que la sonrisa es solo
porque tengo hambre y no porque Hayes lo haya recordado. O que pensó en mí.
Mi estúpido y patético corazón se aprieta.
No es algo que un corazón de piedra debería poder hacer.
Maldición.
Seis

Cuatro millones de personas en Manhattan. Cuatro millones de jodidas personas.


Miro por la ventana de mi oficina todos los días y nunca me detuve a ver realmente.
Un océano de edificios, cada uno salpicado de ventanas. Tantas ventanas y cada
ventana representa al menos una persona. Pero últimamente solo dos personas han
estado en mi mente, y no importa cuánto me concentre en el trabajo, cuánto intente
dormir o cuánto beba, no puedo dejar de pensar en ellas.
Mi mirada roza los tejados de los edificios históricos empequeñecidos por las
nuevas construcciones de acero que parpadean ante el resplandor del cristal reflectante
iluminado por el sol, y me pregunto si estoy teniendo una crisis existencial. Esta ciudad ha
estado a mi alrededor todo este tiempo, y apenas me he dado cuenta, nunca pensé
realmente en la humanidad de ella, al igual que tuve una hija durante diecisiete años y
nunca lo supe. Ella creció y tuvo una vida de primicias: palabras, pasos, escuela, tal vez
amor. Me lo perdí todo.
Vanessa debería haberse acercado y decirme que se había quedado con el bebé.
Tal vez lo intentó.
¿La habría escuchado en ese entonces? ¿A un yo de diecinueve años le habría
importado una mierda un bebé?
—Um… Sr. Um North, señor, uh…
—Buen Dios, Newton. —Me giro en mi silla para mirar a mi secretaria, que
permanece en mi puerta como un animal asustado—. Palabras. Por favor.
—Oh, bueno, es solo que...
Gimo con impaciencia.
—Sr. North, su hermano, dijo que no contesta su celular.
Levanto las cejas, esperando que llegue al punto de su historia que realmente me
importa.
—Um, se suponía que se reunirían en su oficina hace treinta minutos para repasar
el...
—Mierda. —Me levanto de la silla y agarro mi abrigo—. Podrías habérmelo
recordado, Newton. Es parte de tu trabajo.
Ella sale corriendo hacia atrás por la puerta para dejarme espacio para pasar. —Lo
hice, señor. Dos veces.
¿Lo hizo? Supongo que recuerdo haber escuchado su voz un par de veces y gruñir
distraídamente que había registrado lo que había dicho. He estado tan preocupado
preguntándome si Haven y Vanessa están hablando de mi propuesta y preguntándome
si hay una manera de endulzar el trato. En el mundo de los negocios, todo está en juego
si el precio es el adecuado. Si la recompensa justifica el riesgo. Hice la oferta. Necesito
prepararme para su contraoferta. ¿Qué puedo ofrecer que no puedan decir que no?
¿Qué tipo de ROI6 justificaría el tiempo que estoy pidiendo?
Cuando llego a la oficina de Alexander, él está sentado en su escritorio, hojeando las
páginas de una revista como si cada una lo ofendiera.
—Llego tarde, lo sé. No me des una mierda. Han sido unos días largos, jodidos.
Cierra la revista y la empuja lejos de él como si la cosa fuera contagiosa.
—¿Por qué las compras si los odias tanto?
Alexander es alérgico a las revistas de arquitectura. Su ego, aunque bien ganado, se
eriza ante lo que la mayoría de la gente alaba como arquitectura de vanguardia.
—No lo hago. La señora Jones me las consigue.
—Dile que se detenga. —Su secretaria siempre ha tratado a Alex como si fuera uno
de sus hijos.
—Lo intenté. Ella insiste.
—Bueno, no tienes que mirarlas.
—Me siento mal si no lo hago.
Lo que sea. No tengo tiempo para tratar de arreglar los problemas de mi hermano
con mi propio burbujeo en un segundo plano.
—Terminemos con esto. Muéstrame los cambios en el contrato…
—Tú eres padre.
Me ahogo con mis palabras. Literalmente. Me doblo, tosiendo y tratando de
despejar la quemazón de mi garganta, donde respiré saliva y tragué aire.
Un vaso de agua entra en mi marco de visión. Se lo arrebato con demasiada fuerza,
dejando manchas oscuras de agua en mis pantalones. Genial, me estoy ahogando, y ahora
parece que mi pene está goteando.
El agua ayuda a calmar el dolor de mi garganta.
—¿Haven es su nombre? —Alexander sigue con los golpes en la garganta—.
Recuerdo a Vanesa. Siempre me agradó.
Me quedo en silencio, dejo que él y su extraño cerebro trabajen en cualquier rastro
que esté siguiendo para que podamos dejarlo atrás y ponernos a trabajar.
—Haven. —Mira un espacio vacío justo detrás de mí—. Hayes. Vanessa.

6
Retorno de la inversión.
Interesante.
Santa mierda. ¿Vanessa, la mujer que supongo que me odia a muerte, nombró a
nuestra hija como yo? ¿O más bien, como nosotros?
Me propongo preguntarle sobre eso la próxima vez que la vea.
—Hudson me dijo que es inteligente.
Me ajusto la corbata y cambio para tratar de ponerme cómodo en mi asiento, que se
siente como si estuviera haciendo más calor por segundos. —Agradable de parte de
Hudson compartir mi vida personal con toda la maldita familia. —Espero que mi gemelo
sea lo suficiente inteligente para guardar esta mierda de August. Lo último que necesito
es su opinión sobre mis errores.
Errores. ¿Eso es Haven?
Todo mi cuerpo se revela contra la idea.
—¿Cuándo podemos conocerla?
Me paso una mano por el cabello hasta la nuca, donde cada músculo está tan tenso
que se siente como si tuviera pelotas de golf debajo de la piel. —Estoy tratando de que
acepten quedarse en Nueva York por un tiempo.
—¿Por qué?
Lo miro. ¿Qué clase de pregunta es esa? ¿Por qué? —Para conocerla. A Haven. —
Aclaro para que Alex no se haga una idea equivocada de que estoy tratando de reavivar
algo con Vanessa.
—¿Por qué?
—¿Eres jodidamente estúpido? —El calor se agita en mi intestino—. Porque no la
conozco. Tiene diecisiete años y Hudson y Kingston tienen una mejor relación con ella
que yo.
Él frunce el ceño. —¿Por qué?
Mi temperamento ruge. —¡Porqué! ¡Ella es mi hija! Mi carne y sangre. Merezco
conocerla, ¿no?
Su boca se inclina hacia un lado. —Síp.
Con mi trasero en el borde del asiento, como si tuviera planes de lanzarme sobre el
escritorio hacia él, respiro con dificultad. —Tú lo hiciste a propósito.
Su expresión está en blanco.
Me río y me relajo, aunque mi sangre todavía corre un poco caliente. —Lo dije.
¿Feliz ahora?
—Tienes una hija. —Los labios de Alex se contraen en lo que constituye una sonrisa
para él—. Felicidades.
Gruño y me froto las sienes. —No te emociones demasiado. Hay una buena
posibilidad de que joda todo esto, y ella nunca querrá tener nada que ver conmigo.
—No hagas eso.
—Trataré de no hacerlo. Tiendo a joder cualquier cosa buena en mi vida.
—Cierto.
Miro al imbécil. —¿Podemos volver al trabajo, por favor? Tu charla motivacional
me está volviendo suicida.
Él no responde, pero afortunadamente busca una carpeta en su escritorio.
Tengo una hija. Tengo una hija. Tengo una hija.
Repito la frase corta, dejando que se asiente.
Ahora, tengo que hacer lo que sea necesario para que se quede el tiempo suficiente
para convencerla de que no soy un imbécil sin corazón: aunque eso es exactamente lo que
soy.
Hablando de perder-perder.
Mierda.

Mi teléfono suena en lo que parece ser la mitad de la noche, pero el sol que se
asoma por los bordes de las cortinas opacas me dice que debe ser de mañana. Dormí
como los muertos. Llenar mi estómago con un rico y delicioso desayuno de cerdo y masa
dulce me puso en un coma de comida reconfortante. Justo lo que necesitaba mi sistema
nervioso destrozado después del día que tuve ayer.
—¿Hola? —Respondo, esperando que sea Haven, lista para volver acasa.
—Vanessa, hola —dice Tag—. ¿Te desperté?
—Mmm. —Ruedo sobre mi espalda y estiro los músculos adoloridos en mi cuello y
hombros—. Estoy despierta.
—No tuve noticias tuyas anoche. Me preocupé.
—Lo siento. Terminé pidiendo servicio a la habitación y me desmayé. —Froto una
mancha pegajosa de jarabe en mi mejilla.
—Eso está bien. Estoy feliz de que estés bien. Odio la idea de que deambules sola
por la ciudad de Nueva York.
—Olvidas que crecí aquí. No es tan intimidante como crees.
—¿Cuál es el plan para hoy?
Mi mente vuelve a la propuesta de Hayes. Seguido de su gran gesto de servicio a la
habitación. El hombre es un maestro en la manipulación. Aunque me di cuenta de que no
usó su encanto para obtener lo que quería como lo hizo en la preparatoria. En cambio,
gano con la intimidación y el engaño. Y engatusándome con carbohidratos. Genio
malvado.
Una ola enloquecedora de vergüenza me tiene sentada en la cama. Mis ojos se
posan en el carrito de comida de anoche. El té. ¡Soy una tonta! Devoré su intento de
ganarme a su lado. Cada bocado
Espera que acepte quedarme en Nueva York por un mes. De hecho, espera que
renuncie a mi vida durante un mes entero solo porque él me lo pide.
—No lo creo —murmuro para mis adentros.
—¿No crees qué? —dice Tag.
—Nada —digo mientras empujo el carrito de comida hacia la puerta. Con mi
teléfono atrapado entre mi hombro y mi oreja, logro abrir la puerta y sostenerla con un
pie mientras empujo el carrito hacia el pasillo—. Lo he decidido. —Gruño, empujando la
evidencia ofensiva de la manipulación de Hayes y mi posterior debilidad lo más lejos
posible—. Nos vamos a casa.
—¡Eso es genial! —Hay una sonrisa en la voz de Tag—. Las recogeré en el
aeropuerto. ¿A qué hora?
Estoy respirando como si subiera un tramo de escaleras. Realmente necesito
moverme más. —Todavía no lo sé. Reservaré nuestros boletos y te lo haré saber. —Saco
mi ropa del armario y la tiro toda sobre la cama. Tendré que comprar una maleta para
llevar todo esto a casa.
—Vanessa, si te sirve de algo, creo que estás haciendo lo correcto.
—Sí, yo también. —No evitaré que Haven tenga una relación con la familia North si
eso es lo que ella quiere, pero que me torturen si voy a dar más de mi vida por Hayes.
—¡Sí! ¡Mis chicas vuelven a casa! —Tag grita con tanta alegría que vuelvo a
preguntarme por qué el amor es tan cruel.
Si pudiera amarlo, las cosas serían mucho más fáciles.
Con la promesa de enviar la información de mi vuelo tan pronto como la tenga,
cuelgo y hago planes para irnos a casa.

***
Dejo mis maletas en el taxi y corro al condominio de Hudson para recoger a Haven.
Lo llamé y le dije que iba a venir a buscarla y que por favor le dijera que empaque lo que
sea que lleve a casa. Le agradecí por cuidar tan bien de ella, no soy un completo
monstruo. Pero estoy ansiosa por dejar todo esto atrás y retomar la vida donde la
dejamos.
Hudson está esperando en la puerta de su casa cuando salgo del ascensor.
—Vanessa, hola —dice con tristeza.
Significa algo para mí que no esté feliz de que Haven se vaya. Si nada más surge de
todo esto, al menos Haven conoció a su tío biológico y se fue con una experiencia
positiva.
—Perdón por la breve notificación —digo y veo tres maletas grandes a sus pies.
Definitivamente regresará a casa con más de lo que vino—. Gracias por tenerla lista. Y me
gustaría devolverte el dinero que gastaste…
—No por favor. Nos divertimos mucho mimándola. No te aceptaré ni un dólar.
—Si estás seguro...
—Estoy seguro. —Baja la barbilla y hay preocupación en su mirada—.Vanessa, hay
algo…
—¿Él está el aquí? —Haven llama desde algún lugar en el interior de la casa.
Hudson frunce el ceño y se mira los pies.
—¡Estoy aquí cariño! —Vuelvo a decir—. Tenemos que ponernos en marcha si
vamos a tomar...
Haven viene por el pasillo, luciendo más decepcionada que cuando hice una
donación en su nombre a un fondo de vida silvestre como uno de sus regalos de Navidad.
Ella siempre estaba cuidando de las ardillas y los mapaches en nuestra propiedad, y
realmente pensé que le encantaría el gesto. Estaba muy equivocada.
Según su rostro, lo que sea que haya hecho esta vez es aún peor.
—¿Qué estás haciendo tú aquí? —dice ella con un desagradable énfasis en el tú.
Observo a Hudson, que se niega a mirarme a los ojos. —Estoy aquí para recogerte.
Estamos yendo a casa.
—No me voy a casa.
—Por supuesto que lo harás. Mira, no estoy diciendo que no puedan mantenerse en
contacto...
La puerta del ascensor suena y todos los ojos se dirigen al hombre que emerge por
las puertas dobles corredizas.
Hayes.
¿Qué mierda está haciendo él aquí? ¿Hudson lo llamó y le dijo que nos íbamos?
¿Vino por un último esfuerzo para que nos quedáramos?
Reúno cada gramo de fuerza bien afinada que he perfeccionado en los últimos años
y me mantengo erguida. Imperturbable. Innegociable. Inmanipulable.
—Ness, qué… —Un destello de algo que se parece mucho a la esperanza pasa por su
expresión.
—Nos vamos a casa —apunto con firmeza.
—Estoy lista —dice Haven, pero no me habla a mí. Le está hablando a Hayes.
Miro entre mi hija y mi ex. —¿Alguien por favor me dirá qué mierda está pasando?
Hudson da un paso adelante. —Debería haber llamado, pero no estaba seguro de
que ella…
—Tengo esto, Hudson. —La mirada de Hayes envía a Hudson de regreso a la casa,
donde Haven espera con un bolso colgado en el hombro y sus lentes de sol puestos—. Un
minuto. Por favor.
—Seguro —acepta Hudson y cierra la puerta, dejándonos a Hayes y a mí en la
pequeña área de recepción entre el elevador y la puerta.
—La llevaré a su casa…
—Ella no irá —dice con firmeza.
—Ella se irá. Haré que se vaya. Todavía no es adulta.
Mete las manos en los bolsillos y asiente como para aplacarme. —¿Y cómo crees
que te resultará eso, Ness?
Cierro mis ojos. —No me llames así...
—¿Cuánto tiempo hasta que tome otro vuelo de regreso aquí sola? La conoces
mejor que nadie. ¿Crees que volverá a un pueblo de un solo caballo y estará satisfecha
con su vida?
Sus palabras suenan como un ataque a mis elecciones en lugar de una pregunta
real. —Sí. Lo es. Porque es amada y apoyada y joder querida en una ciudad de un solo
caballo es mejor que ser rechazada y abandonada aquí.
—Aquí la quieren.
Me río fuerte, incluso mientras las lágrimas brotan de mis ojos. —Oh, qué
conveniente. La quieres ahora.
Sus cejas se juntan. —¡No sabía que ella existía hasta ahora!
—¿Y qué, Hayes? ¿Vas a mudarla contigo y jugar al padre cariñoso? ¿Tienes si
quiera la primera idea de lo que es criar a un ser humano? ¿Una adolescente? ¿Tienes
siquiera la primera idea de lo que podría estar sintiendo acerca de su historia? ¿Cómo
llegó aquí? ¿Estás preparado para responder todas esas preguntas sólo?
—No. Es por eso que necesito que te quedes.
—De ninguna jodida manera.
Su mandíbula se mueve de un lado a otro bajo la sombra de las cinco, aunque solo
son las diez de la mañana. —Por favor, Vanesa.
Niego con la cabeza y siento que mi determinación se hace añicos.
—Esto está sucediendo contigo o sin ti. Sería mejor para Haven que sucediera
contigo. Ella necesita tu apoyo en este momento. —Sus ojos implorando en los míos como
diciendo ambos lo necesitamos.
Niego con la cabeza, tratando de decirle a mi corazón que no caiga en esta mierda.
Soy su mamá. Puedo decidir lo que ella hace o deja de hacer.
Pero Hayes tiene razón. Simplemente se escapará a Nueva York otra vez.
Puta maldición.
Entrando en el espacio de Hayes, sobre salgo mi barbilla. —Aclaremos una cosa. Si
el corazón de mi hija no estuviera en juego, ya me habría ido.
Él asiente una vez. Corto y rápido.
—Me quedaré por Haven. No por ti.
—Anotado.
No puedo creer que esté haciendo esto.
Hayes entra para ayudar a Haven con sus cosas, y yo me quedo en la entrada,
entumecida e inútil. Lillian le da un abrazo a Haven y escucho algo sobre una promesa de
hacer una noche de cine este fin de semana.
Todos nos amontonamos en el ascensor, y me siento encerrada con la tensión
sofocante.
—¿Cuándo puedo obtener un nuevo teléfono?
—Tendré uno para ti al final del día, —dice Hayes con poco sentimiento.
—¡Dulce! No he hablado con mis amigas en una eternidad. ¿Tienes comida en tu
casa? Estoy hambrienta. ¿O podemos comprar comida en el camino? Espera, ¿tienes un
chef privado? Lillian dice que no te limpiarías el culo si pudieras pagarle a alguien para
que lo hiciera.
—Haven. —Niego, incluso mientras Hudson se ríe histéricamente.
La expresión de Hayes es sorprendentemente inexpresiva.
Suena el ascensor y sigo a los dos hombres y a mi hija a la calle, donde mi taxista
está fumando y hablando con grandes movimientos con el valet. Los gemelos se dirigen
hacia la SUV negra de Hayes, que tiene vidrios polarizados tan oscuros que podría
haber toda una familia de payasos adentro y nadie se enteraría.
—Nos vemos allí. —No tengo la dirección, pero le diré al taxista que siga la SUV.
Hayes no responde con palabras, pero camina hacia el taxista y le da algo de dinero,
luego le exige que abra el maletero.
—¿Qué estás haciendo?
—Consiguiendo tu mierda.
—Puedo cuidar de mí misma, muchas gracias. —Cierro el maletero y le hago señas
al taxista—. Puedes devolverle el dinero. Te pagaré para que me lleves a…
El taxista se ríe. —Señora, me dio tres billetes. Estoy fuera de servicio.
—Excelente. —El maletero se abre de nuevo. Malditos hombres.
Agarro mis maletas, y cuando Hayes se inclina para ayudar, le doy una mirada que
lo hace retirar las manos. Desafortunadamente, también tiene los labios contraídos.
Llevo mis dos bolsos al SUV oscuro y me niego a dejar que Hudson me ayude a
ponerlos en la parte trasera. ¿Estoy siendo mezquina? Quizás. Pero la única manera de
evitar perder completamente mi mierda es controlar lo poco que puedo.
Me dirijo al asiento trasero de la camioneta, solo para que Haven me cierre la
puerta en la cara.
Eso deja el asiento delantero con Hayes.
La puerta se abre para mí. Hayes desvía la mirada, esperando a que suba.
—Sé cómo abrir mis puertas, lo sabes.
Se muerde el interior de la boca como si tratara de no reírse.
¿Cuál es su jodido problema?
Me subo enojada al asiento y miro al frente, negándome a prestarle mi atención.
Ahora, todo lo que necesito hacer es mantener mi desapego helado durante un mes.
Siete

Haven no deja de hacer preguntas durante el viaje a mi edificio. El parloteo


incesante suele ponerme nervioso, pero esta vez aprecio la distracción.
Vanessa está emitiendo algunos vibras serias de no jodas conmigo. La entiendo. Está
enfadada. Ella no quiere quedarse en Nueva York conmigo, pero no veo otra forma de
evitarlo. Necesito su ayuda con Haven, y la niña necesita a su mamá. Estamos en una
posición de mierda, pero al menos estamos todos juntos.
—¿Tienes Netflix? ¿HBO? ¿Tendremos una criada? —Haven ni siquiera espera a que
responda, así que no lo hago. La dejo divagar y me pregunto si estas son preguntas reales
o una forma de que ella expulse la energía nerviosa.
Joe, el portero, se cuadra en cuanto nos detenemos en mi edificio. Él abre las
puertas para Vanessa y Haven. Abro la parte trasera de mi SUV y los tipos
uniformados salen corriendo para ayudar con las bolsas. Lanzo mis llaves al valet, me
dirijo a la parte trasera del auto para encontrar a Vanessa reclamando sus maletas e
insistiendo en que las sube ella misma.
Aprieto los puños para resistir el impulso de arrancarle las bolsas de las manos y
obligarla a dejar que los jodidos hombres hagan su trabajo, pero en lugar de eso, doy un
ligero respingo.
Sacudo mi cabeza para decirles a los chicos que retrocedan. Si la mujer insiste en
llevar sus propias bolsas, déjenla.
Haven camina a mi lado por el vestíbulo mientras Vanessa carga sus maletas detrás
de nosotros.
—Whoa, este lugar es incluso mejor que el de Hudson. —Haven inclina la cabeza
hacia atrás, observando el vestíbulo de tres pisos que está lleno de accesorios de
iluminación modernos del tamaño de los sedan.
Nos dirigimos a los bancos de los ascensores, donde hay dos a cada lado, pero
camino más allá de ellos hasta una sola puerta de ascensor al otro lado. Presiono la punta
de mi dedo en una almohadilla que inmediatamente abre la puerta.
Ambas mujeres dudan en seguirme, pero finalmente lo hacen. Vanessa se esfuerza
por meter sus maletas adentro y suena una alarma cuando las puertas golpean sumaleta
mientras intenta cerrarse.
—Maldita sea. —Retrocede ella aún más en el ascensor, arrastrando sus maletas.
Las ruedas de una se atascan—. Mierda.
Me acerco para ayudarla y jalo la estúpida cosa adentro.
—Lo tengo —dice y se tambalea con todo su cuerpo hacia atrás, llevándose la
maleta con ella. Ella cae en mi pecho, luego rápidamente se apresura a recuperar el
equilibrio. Siento un olor de su cabello, me digo a mí misma que huele como el cabello de
cualquier otra mujer. Resisto el impulso de inclinarme y olerla.
Haven pone los ojos en blanco como si su madre fuera la persona más
vergonzosa del planeta. Un impulso irracional de saltar en defensa de Vanessa me hace
abrir la boca, pero rápidamente la cierro. ¿Quién diablos soy yo para involucrarme en
su complicada dinámica relacional?
Para que la cosa se mueva, tengo que inclinarme sobre Vanessa para presionar con
la punta del dedo el teclado electrónico. Mi cuerpo reconoce instantáneamente la presión
de su cuerpo contra el mío. La forma en que salta para poner distancia entre nosotros
hace que me pregunte si su cuerpo también lo reconoce.
La puerta se cierra y el ascensor sube rápidamente, ganando velocidad.
No hay botones de piso en este ascensor porque es mi ascensor privado, que
conduce directamente al interior de mi casa.
La puerta se abre a un vestíbulo circular con pisos de concreto tratado, paredes de
color gris oscuro y pinturas en blanco y negro.
Haven y Vanessa parecen atrapadas en su lugar. Me pregunto si estarán esperando
una invitación para entrar.
—Santa mierda —susurra Haven.
Vanessa no la regaña por el lenguaje, y ahora me pregunto si ella era la madre
genial en su ciudad. La que dejaba que su hija maldijera, viera películas clasificadas R y
bebiera de su botella de cerveza cuando era adolescente.
Aunque, a juzgar por la forma en que la cabeza de Vanessa gira alrededor de su
cuello, es posible que esté demasiado concentrada en revisar el lugar para notar la
respuesta de Haven. Me digo a mí mismo que no noto la larga columna del cuello de Ness
o la forma en que sus jeans ceñidos abrazan cada curva. Y absolutamente no me detengo
en su blusa blanca y la pequeña franja de encaje color canela que ahueca sus pechos, que
se puede ver desde mi altura.
Fuerzo mi mirada a vistas menos estimulantes y trato de imaginar mi hogar a
través de sus ojos. Es tan raro que tengo gente nueva en mi espacio. Es oscuro.
Misterioso. Tal vez incluso deprimente. Mi perfil de diseño de interiores es minimalista,
me importa un carajo con acentos de elegancia utilitaria. Si la maldita cosa no sirve para
nada, no la quiero en mi lugar.
Nunca antes me preocupé por lo que los demás pensaran de mi casa. No tengo
gente visitándome. Nunca organizo cenas o cócteles. Mi espacio es una guarida para un
lobo solitario. Y está diseñada para verse así.
—Ustedes dos estarán aquí abajo. —Abro las puertas del granero de vidrio con
marco de acero que conducen a las habitaciones de invitados de mi casa de casi
quinientos metros cuadrados. Hago un gesto hacia tres dormitorios con baños en suite,
sus propias salas de estar y vistas de la ciudad desde el suelo hasta el techo—. Tú eliges.
Haven entra y sale corriendo de cada habitación hasta que finalmente grita—: Esta
es mía.
En silencio, Vanessa arrastra sus maletas a través de la puerta más cercana.
—Yo estoy ahí abajo. —Señalo en la dirección de dónde venimos—. Al otro lado de
la casa. Mi dormitorio y mi oficina están allí. La cocina, el comedor y la sala multimedia
están en el medio.
—¡Esto es genial! —La voz de Haven resuena desde su baño.
No sé qué podría ser tan emocionante sobre una bañera y un inodoro, pero, de
nuevo, no he estado dentro de estas habitaciones desde que hice mi primer recorrido por
el lugar antes de comprarlo. Podría haber un bar completo allí, por lo que sé. Arrugo la
frente. Tal vez debería comprobarlo. Parece que una adolescente no debe quedarse sola
con el alcohol disponible.
Haven sale de la habitación y vuelve al pasillo con los ojos muy abiertos. —¡Hay un
televisor junto a la bañera!
Vanessa sale de su habitación sin sus maletas, pero luciendo... incómoda.
Sus manos están apretadas. Se mueve sobre sus pies, haciéndome preguntar si
está a un paso de cambiar de opinión.
—Necesito ir a la oficina. Ambas se pueden instalar. Si necesitan algo, marquen cero
en cualquier teléfono y David las ayudará.
Sin otra palabra, dejo a mi hija y a mi ex en mi casa. Solas.
Jódeme. ¿Cómo es esta mi vida?

El lado positivo, Haven y yo estamos en Nueva York y bajo el mismo techo. El lado
negativo, estamos viviendo con mi ex-novio de preparatoria, también conocido como el
padre biológico de Haven.
No es así como vi que se estaba desarrollando mi misión de rescate en Nueva York.
La habitación en la que me quedaré es el doble del tamaño de mi habitación en Manitou
Springs. Tiene una cama tamaño king en una plataforma baja, un pequeño sofá y una
estantería con libros cuyas cubiertas son únicamente azules, negras y marrones, libros
elegidos claramente por razones estéticas. Hay un escritorio junto a los ventanales que
dan a la ciudad, y un televisor de pantalla plana está montado en la pared de una manera
que parece flotar. Arrastro mis maletas al vestidor que huele a cedro fresco. El baño me
recuerda a una cueva con sus azulejos oscuros, iluminación tenue y decoración de roca.
Una gruta de setenta y ocho pisos en el cielo.
Encuentro a Haven en su habitación elegida. Ella está de espaldas con un control
remoto de televisión en la mano. Su habitación es casi idéntica a la mía.
—¿Quieres comer algo?
—No tengo hambre. —Ella ni siquiera me mira.
Me dejo caer para sentarme en el borde de su cama, pero la plataforma es tan baja
que caigo sobre ella sin gracia. —¿Hay algo de lo que quieras hablar?
—No. —Cambia de canal. Y otro.
—Sé que tiene preguntas.
—Quiero esperar hasta que mi papá vuelva a casa.
—¡Él no es tu papá!
Sus ojos finalmente se encuentran con los míos y el dolor destella detrás de sus
profundidades color avellana.
—Lo siento. Lo que quiero decir es que sí, es tu… padre biológico. Pero se necesita
mucho más que eso para ser padre.
—Lo que sea. —Ella rueda los ojos.
Está bien, ella no está lista para hacer preguntas, pero yo sí. —¿Como lo
descubriste?
—Encontré la carta que te escribió.
Esa carta estaba escondida en una caja de zapatos en el fondo de mi armario detrás
de ropa que nunca uso y zapatos que pasaron de moda hace mucho tiempo. Nunca quise
deshacerme de ella porque necesitaba el recordatorio de por qué tenía que irme.
Necesitaba aferrarse a la pequeña brasa ardiente que podría encender el fuego y
mantenerme enojada con Hayes y mis padres. Nunca imaginé que ella la encontraría. O
incluso buscarla. —¿Por qué revisaste mis cosas?
—Porque no me dijiste la verdad. Y cada vez que preguntaba por él, inventabas
alguna historia sobre que se fue en la guerra y no regresó o murió de una ETS…
—Yo nunca dije eso.
—En la fiesta de cumpleaños de Tag hace dos años. —Ella levanta una ceja.
Parpadeo cuando el recuerdo de desmayarme en un sillón en el patio trasero me
inunda. —No estaba en mi sano juicio esa noche.
—No me importa. Me mentiste, y yo quería saber quién es mi papá.
—Ojalá hubieras hablado conmigo en lugar de venirte sola a Nueva York.
—¿Por qué? ¿Entonces podrías decirme más mentiras?
—¿Por qué estás más enojada conmigo que con él? Yo no soy la que... que... —Me
muerdo la lengua.
—¿Me quería muerta?
—Yo no dije eso.
—No tenías que hacerlo. —Presiona el botón de encendido de la televisión, luego
se da la vuelta y me da la espalda.
Regreso a mi habitación y veo que tengo un mensaje de texto de Tag.

¿Cómo suena Murray's para la cena de esta noche?


¡No puedo esperar a verte!
Presiono su número y pongo el teléfono contra mi oreja. Mensaje de voz.
—Hola, Tag, soy yo. Lo siento, pero parece que nos vamos a quedar en Nueva York
un tiempo más. —Suspiro y odio sentir que lo estoy defraudando. Parece que no importa
lo que decida, siempre hay alguien que está decepcionado—. Tenía muchas ganas de ir a
casa. De todos modos, lo siento mucho. Llámame. Adiós.
Llamo a la aerolínea y cancelo nuestra reservación. Luego sigo el ejemplo de mi
hija, me doy la vuelta y tomo una siesta.

***
Existen ciertos sonidos que una madre puede distinguir de una habitación llena de
gente: el sonido del llanto de su hijo y el sonido de su risa.
La risa continua de Haven es lo que me despierta de una siesta intermitente. Mi
mente tarda unos segundos en ponerse al día con mi ubicación. El lugar de Hayes. Lo que
hace quela risa histérica de Haven sea aún más sospechosa.
No la había oído reír así en años. Una parte de mí quiere quedarse quieta y
disfrutar del sonido porque sé que una vez que me vea, perderá su buen humor. Es difícil
reírse cuando estás deslumbrante. Lo sé porque lo he probado.
El profundo estruendo de la voz de un hombre llena el espacio vacío entre sus
risitas. El tenor y el tono no coinciden con el tono arrogante de Hayes. Me escabullo de la
cama y sigo las voces por el pasillo, a través de las puertas de vidrio, alrededor de una
enorme mesa de comedor y dentro de una amplia cocina moderna con
electrodomésticos negros y encimeras.
Allí, al final de una enorme isla de mármol blanco y negro, encuentro a un hombre...
un extraño. Está vestido con el uniforme del personal del edificio, pero la forma en que
mira a Haven, o peor aún, la forma en que ella lo mira me dice que no está aquí por un
asunto oficial.
—¿Puedo ayudarte con algo? —Digo con mi voz de mamá más firme. Los ojos del
hombre giran hacia mí. Orbes azules brillantes contra la piel bronceada. Sonríe
ampliamente con dos filas de blancos dientes, rectos y hoyuelos. Esto explica todas las
risas. Maldigo interiormente.
—Usted debe ser la Sra. Osbourne —dice cortésmente con un ligero acento
francés.
Juro que puedo escuchar a Haven desmayarse audiblemente.
—Srta. Osbourne. ¿Y quién eres tú?
—Mamá, este es David —dice Haven, pronunciando su nombre Daveed—. Él trajo
una tonelada de comestibles para nosotras. —Abre lo que pensé que era un armario alto
y ancho, pero en realidad es un refrigerador disfrazado.
La nevera está llena hasta los topes, lo cual es decir algo porque el
electrodoméstico debe ser el doble de grande que uno estándar.
—¿Tu trabajas aquí? —Observo al apuesto chico, buscando algún tipo de defecto,
algo que pueda señalarle a Haven más tarde. ¿Uñas sucias? ¿Olor corporal? ¿Un moco
en la nariz? Nop. El hombre realmente es así de bonito y brillante. Aunque, "hombre" es
una exageración. No puede tener más de veinte años.
—Sí, señora —Mira a Haven y parece tan ilusionado como ella.
—¿No deberías volver a tú trabajo entonces?
—Mamá —sisea Haven.
Daveed toma la indirecta. —Sí, debería. —No deja de mirar a Haven—. ¿Te veré por
ahí?
—Sí, fue un placer conocerte.
La forma en que sostiene sus ojos me hace rodar los míos. La lujuria joven es tan
poderosa y tan jodidamente inútil.
Asiente la cabeza al pasar y me desea un buen día.
Tan pronto como oigo cerrarse la puerta, me vuelvo hacia Haven. —¿Qué fue eso?
Tal como predije que mi presencia lo haría, su sonrisa se funde en un ceño fruncido.
—Eso era yo haciendo un nuevo amigo.
—Bueno, no lo hagas.
—Pensé que querías que hiciera nuevos amigos.
—No en Nueva York. No estaremos aquí el tiempo suficiente para la amistad.
Ella pisotea a mi lado y regresa por el pasillo. Una puerta se cierra de golpe.
Pensando que tendré que preparar algo para la cena, reviso el contenido del
refrigerador y la despensa cercana, que es sorprendentemente más grande que la
mayoría de los apartamentos de una habitación en Nueva York.
Industrias North obviamente paga bien.
Me sorprende que Hayes decidiera trabajar para su padre. Solía despreciar al
hombre. Asumí que Hayes terminaría jugando hockey profesional. Podría haber hojeado
los nombres de cada lista de jugadores de la NHL durante años, buscando su nombre, y
nunca lo encontré. Supuse que probablemente habría sufrido una lesión que arruinó su
carrera en el hockey. Me pregunto cuál es la historia allí.
Mientras me doy un recorrido autodirigido por el resto de la casa, me doy cuenta
de que apenas hay muebles. O lleva el minimalismo a un nivel completamente nuevo, o
está en medio de una redecoración. Cada habitación se abre a una enorme extensión de
hormigón frío y oscuro y piedra natural. El comedor es una pecera de cristal con vistas
panorámicas de la ciudad y una mesa de piedra de aspecto pesado que parece tener
capacidad para veinte personas. Eso sí, sólo dos sillas.
El patio parece ser el único lugar con muchos asientos: un sofá de dos plazas, una
mesa de café y dos sillas mullidas. En general, no tengo miedo a las alturas, pero caminar
hacia el nido en el cielo, incluso rodeado de una combinación de plexiglás y hierro, me
pone un poco nerviosa. Se siente antinatural para un ser humano estar tan alto sin estar
en algo con motor y alas.
Los lujosos muebles de patio y la iluminación me hacen imaginar reuniones íntimas
con buen vino y buena conversación. No tengo que preguntarme si Hayes alguna vez se
entrega a tales cosas. Los muebles parecen como si nunca se hubieran sentado.
Sigo explorando su espacio: una sala de estar completa con una chimenea de gas
que es más grande que yo y una sala multimedia con una pantalla de cine y asientos
reclinables. Llego al otro lado del penthouse, donde hay otro juego de puertas de granero
de acero y vidrio que asumo conducen a su dormitorio.
Me doy la vuelta. Tendré que dejar esas habitaciones a mi imaginación.
Si voy a quedarme aquí un mes, ambos tendremos que aprender a respetar los
límites del otro.
Mantenerse alejados de las habitaciones de los demás es un buen lugar para
comenzar.
Ocho

Son más de las siete cuando salgo del ascensor a mi casa. Podría haber trabajado
hasta tarde y haberme mantenido ocupado durante horas en la oficina, pero no había
tenido noticias de las invitadas en mi casa en todo el día y comencé a preocuparme de que
se hubieran ido de la ciudad.
Envié a David a hacer un encargo para llenar el lugar con víveres. Cuando me
preguntó si tenía una lista, recité los tés favoritos de Vanessa. ¿En cuanto a todo lo
demás? Le dije que para eso le estaba pagando y le lancé un puñado de billetes de cien
dólares.
Como soltero, rara vez como en casa, y si lo hago, generalmente es algo que pido
fuera. Ir de compras no es algo que haga. A juzgar por el olor a ajo, mantequilla y vino
blanco que viene de la cocina, supongo que David hizo un buen trabajo.
Cuando doy la vuelta a la esquina de la cocina, Vanessa está en la estufa mezclando
una combinación chisporroteante en la estufa. Se sirvió una copa de vino blanco y lleva
unos pantalones grises sueltos y una camiseta sin mangas lo suficientemente ajustada
para distinguir las curvas de sus senos, pero lo suficientemente holgada para no revelar
demasiados detalles. Su cabello oscuro está recogido hacia atrás en la base de su cráneo
para hacer una cola rechoncha que parece un pincel, y el maquillaje que usó antes está
limpio.
Esta es Vanessa en su forma más pura y natural. Mi versión favorita, por lo que
puedo recordar. No es que no estuviera caliente cuando se arregla, pero siempre ha
habido algo en su belleza natural que me deja sin aliento.
—¡Oh, dios mío! —ella se sobresalta con un jadeo—. Me asustaste como la mierda.
¿Cuánto tiempo llevas allí parado?
Me encojo de hombros porque no quiero responder honestamente y admitir que la
he estado observando durante demasiado tiempo.
—Estás en casa.
—Perceptiva. —Tiro un vaso bajo y me sirvo dos dedos de whisky escocés.
Vanessa se remueve incómodamente en su lugar junto a la estufa. —Espero que
esté bien, hice la cena. Estaba tan harta de comer fuera.
—Está bien. —La única razón por la que conseguí comida fue para que ella y
Haven la comieran. Cuelgo la chaqueta de mi traje sobre el respaldo de una silla, seguida
de mi corbata. Entonces, abro los botones en mi garganta. Coloca un montón de fideos
gruesos en un plato y luego los cubre con camarones salteados y vegetales. —¿Dónde
está Haven?
—Dijo que no tenía hambre —dice secamente mientras espolvorea queso
parmesano en su comida. Toma un tenedor, su vino y una servilleta y se dirige hacia las
puertas de vidrio que dan al patio—. Sírvete tú mismo. Hay mucho si tienes hambre.
Estoy hambriento. No me di cuenta de cuánto hasta que el olor me golpeó cuando
entré.
Tomo el resto de mi trago, me sirvo una porción saludable de pasta y camarones, y
me sirvo otra bebida.
Haven dobla la esquina, viste jeans ajustados y una blusa sin tirantes. Su cabello es
largo y brillante, y sus ojos están bordeados de negro, mientras que sus labios están
pintados de rosa.
—Estás en casa.
—Sí. —Observo su atuendo, preguntándome por qué no está vestida con pijamas
como su mamá—. Tengo algo para ti. —Saco el nuevo iPhone del bolsillo de mi abrigo y
se lo entrego—. Como lo prometí.
—¡Sí! ¡Gracias! —Levanta la tapa de la caja y saca el dispositivo para encenderlo—.
¿La última versión también?
—Tu número está escrito en la caja. Programé mi número para ti. Agrega el de tu
mamá. —No puedo decir si me escuchó ya que me ignora por completo a favor de su
teléfono—. ¿Vas a algún lugar?
—Me encontraré con David en la piscina para pasar el rato.
—¿David?
—Daveed. De conserjería. Lo conocí hoy cuando trajo los comestibles. Me invitó a
pasar el rato después de su turno.
David tiene veintitrés años. Lo sé porque todos los años se invita a los residentes a
donar dinero en efectivo para los bonos de cumpleaños de los empleados.
—¿No es un poco viejo para ti?
—Nop. —Ella levanta el teléfono—. Gracias por esto. No tengo acceso al ascensor
personal. —Ella levanta un dedo, lo que asumo se refiere al acceso sin llave en el ascensor
privado—. Entonces, ¿puedo obtener una llave para la puerta principal?
No es así como vi todo este mes de duración para conocernos. Imaginé que todos
finalmente nos sentaríamos y recibiríamos respuestas a todas nuestras preguntas
mientras construíamos algún tipo de… amistad. O tal vez solo respeto mutuo.
—Claro, sí. —Saco una llave de la puerta principal de un cajón donde guardo una de
repuesto para el personal de mantenimiento—. ¿Sabes cómo usar los ascensores
públicos? —Deslizo la llave a través de la encimera hacia ella.
Su boca se aprieta hacia arriba en un lado. —Tengo diecisiete, no siete. He tomado
ascensores públicos antes. —Se ríe como si se estuviera riendo de mí—. ¡No me esperes
despierto!
La veo alejarse, pensando en lo mucho que me recuerda a su madre a esa edad.
Demonios, Vanessa era en realidad un año más joven la última vez que la vi.
Cuando tenía la edad de Haven, ella tenía un bebé.
Tengo treinta y seis años y tengo que pagarle a la gente para mantener viva una
planta. No me puedo imaginar tener que mantener viva a una pequeña e indefensa
humana de dieciséis años.
Llevo mi plato al patio y veo a Vanessa allí, acurrucada en el sofá con su copa de vino
entre las manos y su plato casi vacío en la mesa frente a ella. Su mirada se dirige hacia
Central Park.
Tomo asiento en uno de los sillones para darle espacio. Para darme espacio,
también. Encuentro que estar cerca de ella hace que sea muy fácil caer en viejas rutinas.Y
las viejas rutinas conducen a viejos sentimientos.
Su cuerpo se pone tenso, su único reconocimiento de mi presencia.
Ella agarra su plato y se mueve para ponerse de pie.
—Debería ver cómo está Haven.
—Ella se ha ido.
—¿Qué? —El dolor y la decepción trabajan en sus rasgos—. ¿Desde cuándo?
Mastico, trago y luego lo lavo con alcohol. —¿Ahora?
—¿Ella se fue?
—Me dijo que se iba a encontrar Daveed. —Digo el nombre con una floritura.
—¿Encontrarse con él dónde?
Dejo el tenedor y agarro el vaso con los nudillos blancos. —¿Ella no te lo dijo?
—No.
—Supongo que la invitó a pasar el rato en la piscina.
Sus ojos se hacen más grandes. —¿Hay una piscina aquí?
—Y un gimnasio, spa y centro nutricional.
Maldita sea, dice con la boca.
—Ella estará bien. —Intento tranquilizarla—. Está en el edificio, así que no estará
demasiado lejos.
—No me gustó la forma en que el niño David la miró.
—¿Cómo la miró?
—No lo sé —dice ella y se sopla un mechón de cabello que se le ha caído de la cola
de caballo fuera de su ojo—. Como si él se sintiera atraído por ella.
—Claro que lo está. —Ella es jodidamente impresionante.
No es que me sorprenda. Siempre supe que lo sería un hijo mío y de Vanessa. Es alta
para ser una niña, tal vez un metro ochenta. Espeso cabello castaño con ondas que debe
obtener de mí, y grandes ojos color avellana con una nariz de botón que obtuvo de su
madre. La niña tiene la perfección en su ADN.
—Hablaré con David. Le diré que retroceda.
Vanesa niega con la cabeza. —No, no lo hagas. Ella nunca me perdonará por
involucrarme.
No puedo discutir. ¿Qué sé yo acerca de criar a una adolescente? Ni una maldita
cosa, eso es. Pero sé lo que piensan los jóvenes a la edad de David, así que tomo nota
mental de vigilarlo.
—Esto es bueno. —La felicito la comida porque es realmente bueno. Me sorprende
que pudiera inventar algo tan fácilmente. La Vanessa que conocí no podía calentar ni
una pizza.
Con cautela me observa tomar un bocado. —Debería ir a limpiar. —Está de pie y
corriendo hacia la puerta.
—No, no lo hagas. —Agarro su antebrazo para detenerla.
El plato se le resbala de la mano y se hace añicos en el suelo.
—¡Maldita sea! —Me inclino para recoger el desorden.
Ella se pone en cuclillas para hacer lo mismo.
—Detente. —Intento que me deje hacer la limpieza—. ¡Lo tengo!
—¡No me grites! Tú eres el que me agarró. —Ella agarra los fragmentos rotos.
—¡Dije que lo tengo!
—¿Por qué estás tan enojado?
—¡No estoy enojado! —espeto.
Ella no se inmuta ni retrocede. Ella se inclina aún más cerca de mi cara. —Para. ¡Deja
de gritarme!
—¡No estoy gritando! —Cuando mi voz resuena en el plexiglás, me doy cuenta de
que estoy gritando mucho—. Solo deja de tocarlo. Te cortarás.
Ella me ignora por completo. —No me digas qué hacer. —Con las piezas del plato
recogidas en sus manos, ella entra.
Me paso ambas manos por el cabello y tiro. Jesús, esta mujer siempre me ha
golpeado cada nervio que tengo. Estar cerca de Vanessa es como conectar mi sistema
nervioso central a una fuente de energía atómica. Estimulante es un eufemismo.
Con mi plato y vaso en la mano, me reúno con ella en la cocina, donde está
colocando platos en el fregadero. Tengo que empujarla un poco para agregar mi plato, y
ella se mantiene firme en lugar de esquivarme.
—¿Por qué no decimos los dos lo que realmente queremos decir y acabamos con
esta conversación? —Dejo caer mi plato con un ruido metálico.
Mirando al frente, cierra el grifo y se seca las manos, y solo entonces se gira y me
mira de frente.
—Creo que tienes razón.
—Tal vez deberíamos sentarnos en el comedor...
—Quién mierda —puntúa su maldición con un dedo en mi pecho—, crees que vas a
entrar en nuestras vidas y hacer demandas, ¿eh? No te ganaste el derecho de estar
aquí. Cuando descubriste que estaba embarazada, quisiste que hiciera que ella
desapareciera. ¡Querías que ambas desapareciéramos!
La hago retroceder con un paso empujando mi altura en su espacio, y maldita sea, la
mujer no se mueve. —Eso es una mierda, y lo sabes. Te dices a ti misma que así fue como
sucedió para que no tengas que asumir la responsabilidad por el hecho de que corriste
asustada en lugar de enfrentarme. Me enviaste una jodida carta, Ness. Una carta que
decía que estabas embarazada. Te llamé durante días, y nunca respondiste. Siempre
estabas hablando de tu plan, así que hice mi conjetura. Una suposición de que querías
interrumpir el embarazo. Lo siento, jodidamente me equivoqué.
—¡Ja! ¿Como si hubieras dejado todo para venir y apoyar a la madre adolescente?
¡Por favor! Tú también tenías un plan.
—Lo hice. Y todo se vino abajo después de que desapareciste.
Por primera vez, ella retrocede un paso. La confusión tuerce sus rasgos. —¿Qué
significa eso?
—Olvídalo. —Me alejo de ella para servirme otro trago y agarrar el Patrón. Joder,
tal vez me quede con la botella entera.
—No, querías acabar con esta mierda. Vamos a hacerlo. ¿Qué quieres decir con que
tu plan se fue a la mierda?
Me sirvo un trago de tequila. —No puedo hacer esto contigo en este momento. —
Camino hacia mi habitación con una botella de tequila en la mano, estoy decidido a poner
distancia entre nosotros. Quiero que ella y Haven se queden, y si no puedo mantener las
cosas en paz durante las primeras veinticuatro horas que ella está aquí, no tengo ninguna
esperanza de mantenerlas aquí durante un mes.
—Ahora, ¿quién está corriendo?
Mis pies se detienen de golpe. —No estoy corriendo.
—Qué raro porque todo lo que puedo ver es tu espalda.
Me giro y entro en su espacio. —¿Quieres hacer esto ahora? Bien.
Ella levanta una ceja desafiante.
—Llegué a casa tan pronto como pude. Dos, tal vez tres semanas después de que te
envié el dinero y no obtuve nada. ¡Tus padres me dijeron que las cosas estaban resueltas y
que estabas haciendo trabajo de misionera en la puta América del Sur!
Ella retrocede.
—Dijeron que pasarías tu último año en el extranjero y que estarías en contacto si
querías.
—Ellos me enviaron lejos para que no perjudicara la campaña de mi papá.
El peso en mi pecho cae en picado hacia mi estómago. Asumí que sus padres, tan
ricos como eran, por sus valores familiares que fueran, se habría ocupado de ella. Debería
haber sabido que su dedicación a la familia tenía más que ver con el beneficio político. La
madre de Vanessa siempre delegó las tareas de crianza al personal de su casa. Envió al
cocinero de la familia a la feria de ciencias de Vanessa en su lugar.
Nada de eso me parecía extraño en ese entonces. Después de todo, mi mamá estuvo
mínimamente involucrada en nuestra crianza. Pero pensar en Vanessa como una joven
adolescente asustada y embarazada que necesita apoyo y en la que sus padres la
enviaron lejos me hace desear cosas que no puedo tener. Como máquinas del tiempo y
repeticiones.
—Lo siento —digo tan suavemente que apenas puedo escuchar mi propia voz—. Yo
no sabía eso.
—¿De verdad te sorprende que mis padres te hayan mentido? Harían cualquier
cosa para salvar su preciosa reputación.
Me encojo de hombros. —Les creí. Esperé a que llamaras. Tu teléfono ya no
funcionaba y jodi todo un semestre preocupándome por ti. Perdí mi lugar en el equipo.
Fue entonces cuando decidí dejar el hockey y trabajar para Industrias North.
Una decisión que me ha costado estar orgulloso desde el día que la tomé. Me lo
guardo para mí.
Sus hombros se desploman y deja caer la barbilla con un movimiento de cabeza. —
Dios, Hayes. No tenía ni idea.
—Por supuesto que no lo sabias. ¿Como podrías? ¡Jodidamente desapareciste!
En lugar de reprenderme por gritar, se pasa una mano por la cara. —Sí.
—¿A dónde fuiste? Asumo que no diste a luz a Haven en América del Sur mientras
construías escuelas.
Ella niega con la cabeza. —Me enviaron a un hogar para madres solteras en
Denver. Su plan era que diera a Haven en adopción y luego regresara a Nueva York y
terminar la escuela. —Ella exhala, y luego sus brillantes ojos verdes encuentran los
míos—. No pude hacerlo. No podía renunciar a ella. Tomé el dinero que me disté y me
mudé a Manitou Springs con Haven. Nunca miré hacia atrás.
—¿Y tú plan? ¿Qué tal la escuela?
—Haven se convirtió en mi nuevo plan.
—Nunca terminaste —Joder, eso duele. La preparatoria. Ella nunca tuvo la
oportunidad de terminar la preparatoria.
—No.
Ella era la persona más inteligente que conocía. Dios, habría llegado tan lejos si
hubiera tenido la oportunidad. Ella renunció a todo por Haven. Mientras tanto, yo fui a la
facultad de derecho y me gradué sin nada que me detuviera.
—Lo siento.
—No lo hagas. —Ella levanta la barbilla con orgullo—. No me arrepiento de nada.
—¿Alguna vez te casaste? —No sé por qué, pero me encuentro conteniendo la
respiración, esperando su respuesta.
—No. ¿Y tú?
Sacudo la cabeza mientras libero todo el aire de mis pulmones. —¿En qué
trabajas?
—Hice trabajos extraños la mayor parte de la infancia de Haven. Ya sabes, camarera,
venta al por menor…
Me estremezco. —Qué desperdicio de tu inteligencia y talento.
Inclina la cabeza como lo hace cuando está preparando un chiste. —Qué jodido
derecho tienes, Hayes. No hay vergüenza en el trabajo duro en cualquier nivel. Dios,
suenas como mi familia.
—Sí, bueno, también sueno como mi familia.
—Es gracioso, no obtuve la vibra elitista de Hudson o Kingston. Debe ser un regalo
otorgado solo a ti.
La sensación más extraña comienza en mi estómago y se expande en mi caja
torácica. Una oleada de energía hace que mi corazón lata más fuerte con la fuerza de algo
extraño que no puedo contener. Sin previo aviso, un estallido de risa me golpea
desprevenido.
El sonido asusta a Vanessa y la sobresalta.
Levanto una mano a modo de disculpa, pero no puedo detener la cascada de risas.
—¿Qué es tan gracioso? —pregunta con un dejo de frustración en su voz. Pero sigo
riéndome. Ella finalmente sonríe—. ¿Qué?
—Lo siento, —suspiro, tratando desesperadamente de recuperar el aliento—. Está
bien. Realmente es un regalo solo para mí. —Sigo riéndome y jodiéndome, se siente tan
raro, y no puedo decir que sea bueno. Me siento expuesto. Roto abierto—. Maldita sea,
Ness, eres la única que me ha llamado la atención por mi mierda. —Ahora solo me estoy
riendo. Me aclaro la voz y la armonizo—. Supongo que ese es tu regalo.
—Más como una maldición —dice sin humor.
Me froto los ojos, preguntándome por qué los siento húmedos, y finalmente me
calmo lo suficiente como para hablar con claridad. —Entonces, eres una camarera. —No
puedo creerlo. Sus padres deben estar cagándose encima.
—En realidad, soy la CEO y desarrolladora de una aplicación bastante exitosa.
Ahora, eso no me sorprende. —En serio.
—La que he estado trabajando más tiempo acaba de recibir una oferta de compra.
Están enviando una propuesta de contrato.
—¿En serio? —Jódanme. La pequeña Ness, sin-diploma-de-preparatoria, es una
emprendedora en tecnología.
—Sí, en serio. —Ella se muerde el labio—. Probablemente debería traer mi
computadora aquí.
—Le echaré un vistazo al contrato por ti.
Ahora es su turno de reír. —No, gracias. Encontraré un abogado para eso.
—Yo soy abogado. Un abogado corporativo con años de experiencia en acuerdos
contractuales.
Ella dobla el paño de cocina que ha agarrado en sus manos. —No puedo pagarte.
—No quiero tu dinero.
—Lo tengo.
—¿Por qué no me dejas ayudarte?
—He sobrevivido mucho tiempo sin ti, Hayes, y he estado bien. No hay motivo para
creer que necesito tu ayuda ahora.
—Eso es una estupidez.
—Dios, eres tan elocuente. —Arroja el paño de cocina a mi pecho y se da vuelta
para alejarse—. Me voy a la cama.
—Espera, Vanessa.
Ella se congela, pero no se da la vuelta.
—Déjame darte el nuevo número de teléfono de Haven. —Alcanzo mi teléfono—.
¿Cuál es tú número? Te lo enviaré por mensaje de texto.
Divaga diez dígitos y le envío el número por mensaje de texto, luego guardo el de
Vanessa en mis contactos. —No puedo creer que tenga que pedirte el número de mi hija.
—Ella camina rápidamente hacia su habitación.
—Nuestra hija —susurro.
Dejo los platos sucios para el servicio de limpieza y me llevo la botella de Patrón a la
cama.
El hombre es irritante.
Por otra parte, siempre lo ha sido.
Después de diecisiete años, volvimos a discutir como si fuera nuestro primer
idioma. Hayes empuja, yo empujo con más fuerza, y damos vueltas y vueltas hasta que
caemos juntos en la cama. Era en la cama donde toda esa energía ardiente se
fusionaba en una química sexual explosiva.
Esos días han quedado atrás.
La intensidad que nos hace discutir se quedará dónde está. No importa cuánto
pueda extrañarlo mirándome como si fuera un animal hambriento y yo soy su próxima
comida.
Olvidé cómo sus ojos color avellana brillaban dorados cuando íbamos y veníamos
así. Cómo un hombre puede hacerme enojar tanto y, a la vez sentir la misma curiosidad
que está más allá de mí.
Estoy segura de que un terapeuta estaría encantado de analizar eso. Algo sobre mis
padres estrictos que controlan la imagen y nunca ser capaz de tener una voz. Con Hayes,
siempre he tenido la libertad de decir lo que pienso, sin importar lo feo que sea. Y me
respeta por ello.
—Soy un desastre —me digo en la intimidad de este dormitorio prestado.
Reviso mi teléfono y veo que tengo nueve llamadas perdidas de Tag y tres nuevos
mensajes de texto. La culpa tira de mi pecho incluso antes de que los haya leído.
Primero, busco el nuevo número de Haven y presiono Llamar. Sin respuesta. Envío
un mensaje de texto.

Comunícate conmigo lo antes posible. Necesito saber tu plan para la noche.

Por cierto, esta es mamá.

Te amo.
Leo los mensajes de texto de Tag y todos son exactamente lo que esperaba. En lugar
de enviarle un mensaje de texto, lo llamo.
—Hola —responde con tristeza.
—Sé que estás decepcionado.
—Lo estoy, pero lo entiendo.
Él está haciendo pucheros. Puedo oírlo.
—Odio tener que pedirte algo más. Ya has hecho mucho, pero voy a necesitar mi
computadora para poder trabajar. —Sonrío con todos los dientes, aunque él no puede
verme—. ¿Crees que podrías enviármela? Te enviare un Venmo7.
—Sí, seguro. ¿Hay algo más que necesites?
Recito algunas cosas que necesito de mi escritorio y le recuerdo que incluya el cable
de alimentación.
—¿Adónde quieres que se envíe todo?
—Oh, um… —Esa es una buena pregunta—. Espera.
Llevo el teléfono conmigo por el pasillo hasta la cocina, buscando a Hayes. Él no está
allí. Compruebo el patio. Vacío. Las puertas del granero que conducen a su lado del
penthouse están abiertas. Espero que esté en su oficina.
—¡Hayes! —Llamo antes de doblar la esquina hacia una oficina que está
amueblada de la misma manera que todas las demás habitaciones: oscura, fría,
deprimente.
La puerta al final del pasillo está abierta de par en par. Quizá también tenga un
gimnasio aquí atrás.
—¿Hayes? —Llamo suavemente y asomo mi cabeza en la habitación justo cuando él
entra, empapado y desnudo—. ¡Oh, dios mío! —Cierro los ojos de golpe y me doy la
vuelta—. ¡Lo siento mucho! La puerta estaba abierta, y yo… ¡Yo no vi nada! Lo juro. Yo...
—Jesús, Ness —gruñe—. ¿Alguna vez has oído hablar de tocar?
—¡Llamé a la puerta! —Digo en tono agudo de ofensa—. ¡Y grité tu nombre!
—Deja de chillar. No es como si no lo hubieras visto antes.
El sólo tenía que recordármelo.
—¿Qué quieres? Y abre los ojos, por el amor de Dios.
Miro a través de una rendija en mis ojos para asegurarme de que ya no está
desnudo y afortunadamente veo su mitad inferior cubierta. —Sabes, las puertas tienen
cerraduras por una razón.
Su mirada dice un millón de palabras.
Él tiene razón. Me equivoqué. Esto es mi culpa.
—Necesito la dirección de aquí. —Me aclaro la garganta y refuerzo mi confianza, a
pesar de que acabo de ver el pene de Hayes, y ese pene ahora está cubierto por un
delgado par de pantalones de dormir gris jaspeado.
Dios mío, el hombre ha crecido.
Siempre fue grande: alto, musculoso, con mucha fuerza. Pero él se ha llenado en
todas las formas en la que lo hacen los hombres, desde un delgado joven de dieciocho
años con un poco de vello en el pecho hasta un hombre sólido con vello oscuro en el
pecho y una estela feliz. No necesito imaginar a dónde lleva ese rastro después del

7
Es una plataforma de pagos entre iguales que es propiedad del gigante financiero estadounidense PayPal.
reciente recordatorio. Me limpio la frente con el dorso de la mano. ¿Hace calor aquí?
—¿Vas a escribir eso? —Él sonríe.
Oh no, ¿qué me perdí?
—Sí, o yo… —¿Por qué estoy aquí otra vez? El peso de mi teléfono en mi mano me
devuelve al presente—. Mierda. —Presiono el dispositivo contra mi oído—. Oye, eh,
¿tienes un bolígrafo?
—Sí —dice Tag, sonando completamente molesto.
¿Cuáles son las posibilidades de que no haya escuchado todo este intercambio con
Hayes? Cero, digo. Las posibilidades son cero.
Hayes recita la dirección de nuevo, mirando fijamente el teléfono en mi mejilla.
—Genial —le digo—. Y eh... buenas noches. —Me giro rápidamente y cierro la
puerta detrás de mí.
Vuelvo directamente a mi habitación y cierro la puerta. Mi corazón está latiendo un
poco más rápido y culpo a mi falta de cardio. Prometo dar un largo paseo por el parque
mañana. Tal vez alquilar una bicicleta.
—¿Estás bien? —dice Tag.
—Si, ¿por qué? —Cierro los ojos, esperando que no pueda escuchar el ligero
temblor en mi voz.
—Supongo que acabas de ver a tu ex desnudo.
Gimo y dejo caer mi cara en la almohada. —Escuchaste eso.
—Lo hice. ¿Estás bien?
—Estoy bien. Simplemente avergonzada.
—¿Estás segura de que quedarte en Nueva York es lo mejor para ti?
Doy la vuelta sobre mi espalda en la cama y miro hacia el techo. —No. Pero ahora
mismo, necesito seguir el ejemplo de Haven. Ella realmente quiere quedarse.
—Puedes cambiar de opinión en cualquier momento, ya sabes.
—Lo sé. —Me froto los ojos con una mano—. Gracias por estar ahí para mí.
—Siempre —dice en voz baja, y escucho el primer atisbo de una sonrisa desde que
hablamos por teléfono—. Te enviaré tus cosas mañana.
—Gracias, Tag. Realmente eres el… —El mejor amigo que una chica podría pedir. Tag
siempre se pone nervioso cuando me refiero a él como mi amigo, así que lo dejo como
"mejor".
—Buenas noches, Vany.
Cuelgo, luego agrego el nuevo número de teléfono de Haven a mi aplicación de
acosadora. Compruebo y veo que todavía está en el edificio. Dejo mi timbre encendido y
mantengo el teléfono en mi mano en caso de que me llame y me necesite. Me quedo
dormida con visiones de un Hayes desnudo en mi cabeza.
Nueve

Estoy en la mesa de la cocina, revisando los últimos números de la bola de valores


con una taza de café, cuando Vanessa entra arrastrando los pies. Bosteza y se pasa una
mano por el cabello mientras abre los armarios. Sus pantalones cortos holgados
cuelgan bajo sus caderas esbeltas, y cuando llega a un estante, veo los dos hoyuelos de
picadura de abeja en la parte baja de su espalda que solía disfrutar besando. Mis labios
prácticamente zumban con el recuerdo como si fuera ayer que probé su piel y no hace
más de diecisiete años.
Yo estaba enamorado de ella en la preparatoria. Ella sacó a relucir una necesidad
primaria en mí como ninguna otra mujer podría hacerlo. Ella me tentaba y se burlaba de
mí hasta que chocábamos en una masa de manos necesitadas y cuerpos hambrientos. El
recuerdo acelera mi pulso y calienta mi sangre.
—Uno más a la izquierda.
—¡Mierda! —Ella gira alrededor con su mano en su pecho—. ¡Maldita sea, Hayes!
Sonrío casualmente en mi café.
—¿Te teletransportaste o algo así?
—Yo he estado aquí. No es mi culpa que no seas consciente de tu entorno. —Cierro
la aplicación del mercado de valores en mi teléfono y la miro—. La vida de un pueblo
pequeño te está volviendo perezosa.
—No soy perezosa. —Ella va al armario de la izquierda, murmurando algo acerca
de que yo soy un idiota astuto.
Dios, la he extrañado.
Saca tres cajas de té. —Verde, manzanilla lavanda, y chai.
Me ve por encima del hombro. —Tú lo recordaste.
¿Cómo podría olvidarlo? Recuerdo todo sobre ella.
Ella revisa alrededor, en busca de una tetera, supongo.
—Hay agua caliente filtrada en el fregadero.
—Por supuesto que la hay. —Lleva su taza al caño más pequeño y la llena con agua
hirviendo—. Bien, ahora eso está bien. —Echa una bolsita de té verde y la veo sumergirla
tres veces, girarla y sumergirla tres veces más—una rutina que la vi hacer un millón de
veces antes y nunca pasa de moda. Podría pasar todo el día viéndola moverse por mi
cocina, moverse por mi casa, usar mis cosas—joder. No puedo creer que ella esté aquí.
Anoche, cuando me atrapó recién salida de la ducha, no me perdí la apreciación
femenina que brillaba en sus ojos. Sus mejillas sonrojadas, labios entreabiertos y la forma
en que su respiración se aceleraba. Mi sangre se aceleró y se acumuló entre mis piernas
al darme cuenta de que la había afectado de esta manera. Por mucho que nos hayamos
perdido los últimos diecisiete años, nuestra atracción mutua parece viva y bien.
Apoya los codos en la encimera, dándome una mirada de suave escote en el que
podría ahogarme. —Pensé que ya te habrías ido.
Debería hacerlo, pero no le digo eso.
—Primeros gusanos y todo eso. —Ella da un sorbo a su té, y el pensamiento que
pasa por mi cabeza es que sus labios están en una de mis tazas.
Nada en esta interacción debería ser sexual y, sin embargo, mi cuerpo responde
como si estuviera viendo mi propio porno personal de Vanessa: sus labios fruncidos y
soplando en su té, su culo afuera y alto en el perfecta invitación. ¡Sería tan fácil pararse
detrás de ella y deslizarse hasta el fondo! Necesito alejarme de ella.
—Me estaba yendo. —Me pongo de pie, guardo mi teléfono en el bolsillo y agarro
el saco de mi traje—. Llámame si necesitas algo hoy. Tengo una agenda ocupada, así que,
si no puedes contactarme por teléfono, llama a David y… —Me detengo, dándome cuenta
de que podría necesitar apartar al niño y tener un poco de sinceridad sobre respetar
lo que es mío—. ¿A qué hora regreso Haven anoche?
—Ella se trajo a sí misma a la medianoche. Su toque de queda.
Frunzo el ceño, preguntándome qué dije que hizo que Vanessa respondiera con
toda esa actitud. ¿A quién estoy engañando? Ness nunca ha necesitado una razón lógica
para mostrarme su actitud. El simple hecho de estar cerca de ella parece ser razón
suficiente.
—Correcto. No te metas en ningún problema. Volveré tarde. Reunión.
—Entonces…
Estoy a mitad de la habitación cuando su voz me detiene.
—¿Es así como va a ser? ¿Es por eso qué querías que nos quedáramos? ¿Para qué
nos dejaras en tu grande y lujosa torre de marfil mientras tú sales y eres productivo
durante diez horas al día?
Me rasco la mandíbula, sintiendo picazón e irritación y mucha excitación. —¿Crees
que podríamos pasar un maldito segundo sin que empieces una mierda?
Ella retrocede sorprendida. —Oh, ¿yo estoy empezando una mierda?
—No tengo tiempo para esto. —Paso junto a ella, en dirección al ascensor, solo
para escuchar sus pies descalzos golpeando el suelo detrás de mí.
—¿Crees que nosotras lo tenemos? Estamos renunciando a todo para estar aquí.
¿Para qué? ¿Para que podamos decir ooh y ah sobre todas tus cosas elegantes? Lo cual,
por cierto, ¿has considerado traer una decoradora aquí? Es como vivir en un almacén
vacío.
Aprieto los dientes, recordando cómo rompí la mayoría de mis muebles por ella. —
Estoy en una transición decorativa. Y no puedo simplemente dejar de trabajar y quedarme
en casa todo el día. —No sé en qué estaba pensando cuando les pedí que se quedaran.
Supongo que asumí que compartiríamos algunas cenas, tal vez un almuerzo de fin de
semana. No pensé mucho más allá de eso.
—Eso es genial, Hayes. —Mueve un brazo hacia el pasillo—. Haven ha pasado más
tiempo con Daveed de lo que ha pasado con cualquiera de nosotros desde que llegamos
aquí.
—¡No sé qué esperas que haga al respecto!
Sus ojos se estrechan. —¡No me grites!
—¡Tú me estás gritando! —Joder, ahora estoy mirando su boca. Quiero besarla.
Quiero agarrarla por la nuca y golpear mis labios contra los suyos para que se calle.
Quiero llenar su boca con mi lengua hasta que ella gima y se quede sin fuerzas en mis
brazos. Luego le arrancaría esos malditos pantalones cortos y la tomaría contra la pared.
Mi corazón está palpitando. Mi pene está creciendo dolorosamente duro. Y ella me
mira como si pudiera leer cada pensamiento sucio en mi mente y me reta a intentarlo.
Mis labios arden con necesidad, y mis dedos hormiguean para tocar, provocar, y
reclamar... maldita sea, esto es malo. Esto es muy malo.
—Me voy, —mi voz se quiebra, y antes de que pueda actuar sobre la tentación,
lanzo mi cuerpo hacia el ascensor. Me meto adentro y me niego a mirar hacia atrás hasta
que la puerta se cierra firmemente porque es probable que haga algo estúpido y arruine
todo este arreglo.
La puerta comienza a cerrarse.
Vanessa lanza el último golpe. —Ahora, ¿quién está corriendo?

***
DE VUELTA A LA PREPARATORIA, Vanessa me regaló un búho que hizo en la clase
de cerámica para mi cumpleaños. Ella odiaba la cerámica, odiaba todo lo relacionado con
el arte. Era brillante y siempre decía que no tenía células cerebrales de repuesto para
actividades artísticas. Su consejero le sugirió que tomara la clase, ya que haría una
solicitud universitaria más completa.
Abrí el regalo que estaba envuelto en papel de seda blanco. Parecía una papa con
enormes ojos amarillos. —Gracias por la... patata. —Nunca olvidaré la mirada en su
rostro. Pasó de fruncir el ceño confundida a darse cuenta de que tenía razón, parecía una
patata, y luego se rio histéricamente.
Seguí disculpándome, pidiéndole que por favor me dijera qué se suponía que era.
No pudo pronunciar ninguna palabra. Ella se estaba riendo tan fuerte. Finalmente
recuperó el aliento y me dijo que era un búho, lo que nos hizo reír a ambos.
Entonces me preguntó si la patata de ojos saltones fuera nuestro bebé, aún me
encantaría. Una pregunta tan inocente en ese momento. ¿Me encantaría nuestro bebé?
Claro que sí.
Y, sin embargo, cuando me dijo que estaba embarazada durante mi primer año en
la universidad, supuse que no querría conservarlo. Si tan solo hubiera pensado en ese
estúpido búho de cerámica, si hubiera captado las señales, cuán diferente sería mi vida.
Es curioso, no he pensado en ese búho de cerámica en mucho tiempo y, sin embargo,
me pregunto si ese ataque de risa con Vanessa no fue el último regalo más grande que
alguien me ha dado.
—…¡saca tu cabeza de tu trasero y presta atención!
El tono elevado de August me saca de mis pensamientos, y miro al idiota por
arruinar mi paseo por el carril de la memoria. Levanta las cejas como si esperara algo de
mí.
Veo a Alex, que lleva su típica mirada en blanco. Luego Hudson, quien me mira de
una manera que me hace pensar que está a punto de arrojar su cuerpo frente al peligro
que se acerca rápidamente.
—Lo siento, no estaba prestando atención, —confieso.
—¿No, mierda? —August se recuesta en su silla en la cabecera de la mesa de
conferencias.
Otros cinco ejecutivos se mueven incómodos en sus asientos y no se fijan en el
papeleo que tienen delante.
—Le informaré después de la reunión, —dice Hudson, tratando de calmar a
August—. ¿Estabas hablando del edificio Paloma?
August lo ignora. —Hayes, ¿quieres contarnos qué es lo que te tiene tan
preocupado?
—Nada especial.
Tom de Ventas se aclara la garganta mientras se le escapa una risita.
—Oh, vamos, todos nos morimos por saber qué podría ser más importante que el
trato de catorce millones de dólares que estamos discutiendo.
Este imbécil. Está decidido a presionarme. Y esta mañana, de todas las mañanas, no
estoy de humor para su mierda.
—En serio, —me rasco la mandíbula—. Tal vez podrías ayudarme.
Hudson niega con la cabeza muy levemente como si dijera no lo enfrentes. Aléjate.
No hoy, hermano.
Apoyo los codos en la mesa de conferencias. —¿Tú siempre supiste de la existencia
de Alexander y Kingston, o no te enteraste de su existencia hasta mucho después de que
nacieran?
Todos en la mesa se vuelven mortalmente silenciosos mientras la cara de August se
llena de sangre.
—¿Y qué te hace pensar que no hay más Norths biológicos por ahí, ya que
claramente tú no eres fanático del control de la natalidad? Cuando regresaron a tu vida,
¿fuiste tú quien quiso meterlos en el negocio familiar, o sus madres, a quienes jodiste, las
que insistieron? La razón por la que pregunto…
—Cuida tu jodida boca, —gruñe.
—...resulta, —digo, sin cuidar mi jodida boca—, en que tengo una hija.
Toda la sangre se drena de su rostro. La sala de conferencias está tan silenciosa que
me pegunto si alguien está siquiera respirando.
—Su nombre es Haven. Ella tiene diecisiete. Y la conocí por primera vez hace unos
días. Así que discúlpame si estoy un poco jodidamente preocupado.
August se aclara la garganta y revuelve los papeles que tiene delante sin que
parezca tener ningún propósito real. —Haré que mi asistente les envíe el resto de la
información en un correo electrónico. Pueden retirase todos.
Todos en la mesa saltan y salen corriendo de la habitación. Me muevo lentamente
como si mis pies estuvieran llenos de cemento.
—Hayes, espera, —dice August.
Alex y Hudson también se quedan atrás. Tengo muchas rencillas con mis hermanos,
pero una cosa que puedo decir sobre ellos es que son jodidamente leales. Especialmente
contra August.
—Explícate, —espeta.
—No hay nada más que decir.
Rechina los dientes. —¿Quién es la madre?
—Vanessa Osbourne.
Sus ojos se abren, reconociendo el apellido de inmediato. La hija del senador
Osbourne.
Aclaro de todos modos. —Mi novia de la preparatoria.
—¿Cuál diablos es el punto? —Mueve la mandíbula como si buscara las palabras
adecuadas—. ¿Publicidad? ¿Está lanzando un libro revelador? Ella quiere algo ¿Qué es?
—Nada. —Vanessa ni siquiera quiere estar aquí.
—Dinero. —Escupe la palabra con disgusto.
—No es eso.
August se ríe burlonamente. —Todos estos años, no has sabido nada, ¿y ahora ella
quiere una parte de ti? Confía en mí. Conozco la forma en que operan estas perras.
Me lanzo, y Alexander extiende un brazo para detenerme.
—Probablemente leyó sobre ti en línea, buscó tu valor neto y ahora está buscando
un pago. —Él hace un sonido de chasquido—. Hazte un favor y págale. Lo último que
necesitas es una fea batalla judicial y nuestro nombre arrastrado por el barro.
—Ella no quiere mi dinero, —escupo con los dientes apretados.
—Tan ingenuo en los caminos de las mujeres. Noticia de última hora, ella
absolutamente quiere tu dinero. Este tipo de mujeres son las más fáciles de tratar. Hazle
una oferta en efectivo que no pueda rechazar, haz que firme un acuerdo de
confidencialidad y podrás seguir con tu vida.
—Dices eso como si lo hubieras hecho antes. —Alexander suena menos que
complacido cuando le da a August su característica mirada fría.
—Lo he hecho. —Se encoge de hombros como, duh, ¿qué esperabas?
—¿Tenemos más hermanos? —pregunta Hudson.
—No parezcas tan sorprendido, —dice August con una sonrisa—. Todos quieren un
pedazo de mí.
—Ugh, me voy a enfermar, —exclama Hudson en voz baja.
Me sorprende que esto sea una noticia para mis hermanos. Siempre supuse que
August estaba sobrepoblando el mundo, una vagina a la vez. Puto narcisista.
—¿Quién? —Alex hace la pregunta de una sola palabra cuya respuesta todos nos
morimos por saber.
August entrecierra los ojos por un segundo, pensándolo, luego niega con la cabeza.
—Nadie de importancia. Como sea, hazme caso. Págale. Valdrá más que la pena el dolor
de cabeza.
Sale de la sala de conferencias, dejándonos a mis hermanos y a mí mirando
aturdidos al vacío.
Más hermanos. ¿Cuántos de ellos son niñas... mujeres ahora? Pensar que Haven
tiene más tíos y tías. Familia más grande.
—Yo… —Hudson deja escapar un suspiro—. Estoy sin palabras.
Me dejo caer en mi asiento y pongo mi cabeza en mis manos.
—No puedo creer que compartamos ADN con ese maldito imbécil, —añade
Hudson.
—Tú se lo dijiste, —dice Alexander con severidad—. ¿Por qué?
Sé lo que está insinuando. Que contarle a August lo de Haven sólo la convierte en
blanco de su crueldad.
—No quería que lo escuchara de nadie más, —me quejo y luego miro a mi hermano
mayor—. Y ella no es un sucio secreto que quiera ocultar. Pero si se mete con mi hija, lo
mataré.
Diez

Muffins de arándanos, galletas de mantequilla, pastel de manzana y un asado en el


horno, y me siento como Martha Stewart.
Cuando estoy aburrida, como. Y dado que la cocina de Hayes está más abastecida
para un cocinero que para un acceso rápido a los refrigerios, horneo. Todo el día. Ahora,
tengo más comida de la que sé qué hacer con ella, y estoy llena hasta el tope con todas las
muestras que comí en el proceso.
Limpio mi desorden y me doy un baño extralargo en el jacuzzi de mi habitación,
pero nada de eso hace que deje de pensar en ver a Hayes desnudo.
Recito la lista de razones por las que lo odio. Luchamos constantemente. Es
completamente irrazonable. Arrogante. ¡Y hola! Él no quería tener nada que ver con el
bebé que hicimos juntos. Esas cosas por sí solas deberían ser suficientes para que lo
considere completamente repugnante, desnudo o no. Estúpidas hormonas. Impulso
sexual estúpido. Hayes North es Viagra femenina. Creo que por eso Dios lo hizo un imbécil
tan insufrible. Si no, probablemente sería atacado por mujeres cachondas en la calle.
Estoy sentada en la cocina, cambiando de canal, buscando algo que ver, cuando
escucho la puerta del ascensor privado. Papi está en casa, digo sarcásticamente en mi
cabeza.
—¿Qué diablos pasó aquí? —dice mientras entra en la cocina, observando la
variedad de productos horneados.
—Estoy aburrida. —Mantengo mis ojos en la pantalla del televisor.
Lo veo por el rabillo del ojo, examinando la selección de productos de panadería y
deteniéndose abruptamente en el horno. —¿Me hiciste la cena?
—No te halagues a ti mismo. —Cambio de canal de nuevo. Una vez más. Aterrizo en
Family Feud—. Como dije, estaba aburrida.
Ignora mi tono y abre la puerta del horno. —Huele bien.
En la televisión, Steve Harvey anuncia una nueva categoría.
“Nombra algo que te mantenga despierta por la noche”.
Recuerdos de Hayes.
Visiones de Hayes desnudo.
Discusiones con Hayes.
—No me di cuenta de que eras tan hogareña —dice, con una pequeña sonrisa
jugando en sus labios.
Arrugo la frente. —Es gracioso, las cosas a las que te lanzas cuando eres una madre
adolescente soltera.
Se encoge un poco.
Bien.
Se quita el abrigo y lo pone sobre el respaldo de una silla, luego se afloja la corbata y
se abre el botón superior de la camisa. —¿Está Haven por aquí?
—Ella está en la cama.
Sus cejas se juntan. —¿Está enferma?
—No. —Tomo un sorbo de mi té caliente que ahora está tibio—. Ella es una
adolescente —le digo con poco sentimiento.
Se sienta a mi lado, pero se aleja bastante. Se sienta con las piernas estiradas y los
tobillos cruzados, los brazos cruzados sobre el pecho. —¿Qué significa eso?
¿Por qué tengo que ser yo quien eduque a un hombre de treinta y seis años sobre
cómo son los adolescentes?
—¿Alguna vez has oído hablar de Google?
Segundos silenciosos y llenos de tensión pasan entre nosotros. Tengo la sensación
de que uno de nosotros tendrá que salir de la habitación. Esta es su casa, así que debería
ser yo.
Se pone de pie antes de que yo lo haga. —Voy abajo.
—¿Abajo?
Él me mira desde mis caderas hasta mi cara. —El gimnasio. ¿Quieres que te
muestre dónde está? —dice y recoge su abrigo.
—Quiero decir… —Por alguna razón inmadura, no quiero parecer demasiado
ansiosa—. Supongo.
—¿Crees que Haven querría ir?
Ver a Hayes nervioso es un sitio para ver. Sin un buen ojo agudo, el tic podría pasar
desapercibido. Está en la forma en que mueve los hombros ligeramente, como si la
vulnerabilidad fuera una prenda demasiado pequeña y hecha de lana cruda sobre la piel
desnuda.
—No, no creo que ella esté interesada.
Su mirada se mueve hacia el pasillo que conduce a nuestros dormitorios. —
¿Debería preguntarle?
—Puedes si quieres, pero le enviaría un mensaje de texto.
Él mete la barbilla. —Enviarle un mensaje de texto. Desde la cocina.
—Sé que suena loco. Los adolescentes son como osos pardos: bastante inofensivos
hasta que apareces inesperadamente en su territorio. Estás expuesto a perder una
extremidad o, ya sabes, que te arranquen la cara.
—¿Mi cara arrancada? —Él no me cree.
Levanto mis manos. —Oye, procede bajo tu propio riesgo si no me crees, pero no
digas que no te lo advertí.
Parece reflexionar sobre mi consejo por un momento, luego saca su teléfono y
envía un mensaje de texto.
—Elegiste sabiamente.
Pensaría que se estaba riendo si no fuera por la falta de confirmación visual. Ver
sonreír a Hayes es un evento raro en estos días. Él no solía ser así.
Cuando era adolescente, siempre estaba haciendo bromas. De acuerdo, eran
bromas a expensas de los demás, pero él no era alérgico a la risa o la alegría como parece
serlo ahora.
Su teléfono vibra en sus manos. —Ella quiere venir.
—Qué carajo… —me digo en voz baja con incredulidad.
Le pregunté a Haven, respetuosamente por mensaje de texto, si quería ir a
almorzar, hacerse la manicura y la pedicura, ver una película, ir de compras, hacer
turismo, cualquier cosa que nos sacara a las dos. Rechazó todas las ofertas y esperé una
hora por su respuesta. Ella responde a Hayes en segundos con un sí de que quiere ir a ver
¿el gimnasio?
Tragándome los sentimientos heridos y la pequeña irritación, espero a que Hayes se
cambie y me reúna con él en el ascensor. Haven sale de su guarida con un lindo par de
leggings de talle alto color bígaro y un sostén deportivo a juego con unos Nike negros
nuevos en los pies.
—¿De dónde sacaste ese atuendo? —digo, justo cuando escucho los pasos furtivos
deHayes uniéndose a nosotras—. ¿Y dónde está tu camiseta?
Ella frunce el labio y pone los ojos en blanco como si mi pregunta fuera tan molesta.
—La tía Lillian me lo compró. —Ve a Hayes y le sonríe. Le sonríe. A él—. Hola papá —dice
ella de una manera demasiado afectuosa.
Tal vez esa sonrisa era más de serpiente que dulce.
Hayes no le responde verbalmente, pero parece como si pudiera hacer un agujero
en el acero con los ojos. Sonrío para mis adentros ante su mirada brutal, que apunta al
suelo a solo unos metros delante de él como si estuviera tratando de abrir mentalmente
un portal en el que pueda entrar y desaparecer.
El viaje en ascensor es tenso, y mi instinto me empuja a llenar el incómodo silencio
con una charla sin sentido.
Haven se me adelanta.
—Entonces... ¿eran ustedes, como, una pareja, o se acostaron una vez y tah-dah! —
Ella enmarca su rostro con manos de jazz—. Aquí estoy.
Juro que escucho a Hayes gruñir Jesús en voz baja, o tal vez la sola palabra vino de mi
propia mente. Miro boquiabierta a mi hija. —Haven.
Ella se encoge de hombros. —¿Qué? —Una pequeña sonrisa inclina sus labios—.
Me lo he estado preguntando, mamá. No seas tan mojigata.
Salvados por el ping del ascensor, seguimos a Hayes por un pasillo que conduce a
un espacio abierto que huele a productos de limpieza caros y ropa recién lavada. Vemos
un gimnasio de servicio completo, con pesas libres, máquinas y una fila de cintas para
correr, todo frente a una ventana que da al Upper West Side. Los refrigeradores con el
frente de vidrio están llenos de bebidas deportivas y agua embotellada, y un asistente
vestido con el uniforme del edificio nos sonríe desde lo que parece ser una barra de
malteadas.
—Esto es increíble —digo, sobre todo para mí.
—Vestidores —señala Hayes en una dirección, luego en otra—. Sauna, Spa. Piscina.
—¿Y está abierto para nosotros? —Se siente como un robo aceptar este tipo de
acceso y usar este lugar sin pagar.
Gruñe afirmativamente.
—¿Me enseñas a hacer funcionar la cinta de correr? —Haven le dice aHayes.
—Uh… —Hayes me mira con impotencia en sus ojos.
No tengo ropa deportiva, y no creo que a nadie le guste que haga ejercicio con mi
vestido de verano y mis sandalias. —Sí, chicos, adelante. —Lanzo un pulgar sobre mi
hombro en la dirección general de los ascensores—. Tengo que subir y revisar el asado.
—Ya estoy retrocediendo y sintiéndome un poco culpable por dejar a Hayes a solas con
Haven, pero esto es lo que pidió. Es la única razón por la que quería que nos
quedáramos.
Nadie tomó mi mano cuando me adentré en las aguas de la maternidad. Me tiraron
sin un dispositivo de flotación. Hundirse o nadar. Ahora, es su turno.
Se arrastra incómodo hacia las cintas de correr, y la visión de los dos juntos hace
que me duela el pecho. Nunca pensé que vería este día. Y ahora que él está aquí, me
preocupa que debería haber hecho más para protegerla. Una cosa es no conocer a tu
padre biológico. Otra es conocerlo y ser abandonada por él nuevamente.
Hayes bien podría terminar siendo su primer corazón roto. Al igual que él fue el
mío.

Entrar en la cocina esta noche y ver a Vanessa instalada en mi espacio, rodeada de


comida de olor dulce, fue mi perdición.
No soy un hombre fácil de manipular. Veo a través de las tonterías de la mayoría de
la gente antes de que ellos mismos se den cuenta. Es una de las razones por las que nunca
tuve ninguna relación romántica seria. Observé la forma en que las mujeres
reaccionaban ante mi hermano y yo, la forma en que notaban un reloj de pulsera o el
corte fino de un traje y de repente parecían interesadas. O la forma en que nos adulaban
con cumplidos sobre nuestra apariencia. Nadie quiere ser amado simplemente por su
estructura ósea o el saldo de tu cuenta bancaria. Y, francamente, nunca me interesó el
amor de todos modos.
La relación de mis padres era una pesadilla, y si ellos eran un ejemplo para el
matrimonio, no quería tener nada que ver con eso.
No fue hasta que Alexander y Jordan cambiaron mi opinión sobre las relaciones.
Luego, Kingston y Gabriella. Ahora, Hudson y Lillian. Estoy empezando a preguntarme si
tal vez me equivoqué desde el principio.
Le muestro a Haven cómo hacer que la cinta de correr se mueva, luego vacilo antes
de reclamar una máquina propia. Había planeado hacer ejercicios de sprit para quemar
toda la mierda que me hacía sentir ver a Ness en mi espacio, pero hacer ejercicio con mi...
con mi hija... bueno, se siente demasiado pronto. Demasiado íntimo. En su lugar, golpeo
las pesas libres y la dejo con su cardio.
Me pongo los auriculares y abro mi lista de reproducción del gimnasio cuando el
dispositivo vibra con una llamada entrante. El nombre de mi cuñada ilumina la pantalla.
—Qué.
—Hola a ti también, cielo —dice Jordan secamente.
—¿Qué quieres?
—Saber por qué eres un insufrible saco de penes.
Siento mis labios contraerse, y estoy agradecido de que ella no pueda verlo. —¿Es
eso?
—No, en realidad, quería invitarte a ti, a Vanessa y a Haven a cenar el jueves en el
restaurante.
Maldita sea, me gusta el sonido de los tres juntos en una oración como esa. Me
aclaro la garganta. —¿Alex te puso en esto?
—Um... ¿Conoces a Grizzly?
Buen punto. Mi hermano mayor no es una mariposa social.
—A pesar de su personalidad de mierda y su completa falta de sentido del humor,
tenemos muchas ganas de conocer a Vanessa y Haven. Supuse que el restaurante sería
terreno neutral. No quiero asustarlas.
Vanessa y Haven no se asustan. Eso es lo que he aprendido. Las chicas (las mujeres),
son férreas. Las respeto muchísimo a ambas por eso. —Les preguntaré y te lo haré saber.
—Genial. Creo que más temprano que tarde. El restaurante se llena después de las
siete. ¡Oh! ¿Y alguna de ellas tiene alguna restricción dietética?
Observo a Haven mientras trota y me doy cuenta de que un hombre ha tomado
la caminadora justo a su lado. De todas las máquinas disponibles, él llena su espacio. Mi
mandíbula se flexiona. —¿Restricciones?
—¿Alergias a los alimentos? ¿Intolerancias?
El tipo de la caminadora intenta entablar una conversación con Haven, y mi sangre
hierve instantáneamente. —¿Cómo jodidos voy a saber?
—Vaya, no lo sé, ¿tal vez porque estás viviendo con ellas?
—Les preguntaré —gruño—. ¿Algo más? —Necesito colgar el teléfono y acabar
con la pequeña fiesta de la caminadora lo antes posible.
—Sí, ¿es cierto que no puedes estar en la misma habitación que una Biblia o
estallarás en llamas?
—Adiós, Jordan.
—Adióooooos.
Dejo mi teléfono en el banco de pesas y cruzo el gimnasio hacia las cintas de correr.
Haven se está riendo de algo que dijo este tipo justo cuando paso entre las máquinas. De
espaldas a Haven, miro fijamente al tipo. Joder, es mayor que yo. No es que el Botox, los
rellenos y el tinte para el cabello lo delaten. Son las canas que captan la luz en su vello
facial lo que me avisan.
—Diez máquinas. Tú eliges esta.
El tipo me evalúa y luego revisa mis brazos, probablemente preguntándose si
podría tomarme si las cosas llegan a las manos. Él no puede Me encantaría mostrárselo de
la manera difícil.
—Tranquilo, grandote —dice como si yo fuera un niño. Lo cual, supongo, es
indicativo de nuestra diferencia de edad—. La dama aquí y yo solo estamos hablando.
—Ella es una niña.
—¡No soy una niña!
Sr. Plastico finalmente parece inquieto. —Mira, hombre, solo estaba hablando con
ella.
Me giro hacia Haven, que tiene la cara roja y me mira. —Terminaste aquí.
Su columna se pone rígida junto con su mandíbula, y parpadeo un par de veces ante
mi jodida mente de ver tanto de Vanessa y de mí en su expresión. —Acabo de empezar.
Me invade una oleada de ira, pero me esfuerzo por controlarla. Lo último que
quiero es que Haven me tenga miedo. —Puedes salir de aquí conmigo ahora —digo con
los dientes apretados—. O te llevaré en brazos.
—Ugh. —Ella lanza su cuerpo fuera de la máquina de una manera tan dramática
que cualquier duda qua tuviera Sr. Plástico sobre su edad quedó aclarada. Ella se marcha
en dirección a los ascensores.
Me inclino hacia Sr. Plástico. —Aléjate de las chicas jóvenes. No estás engañando a
nadie, viejo.
Su boca se abre como si estuviera tratando de enderezar las palabras para una
respuesta, pero me alejo para dejarlo reflexionar sobre la verdad.
Haven no me está esperando en el ascensor privado. Debe haber subido por
público.
Tomando la entrada privada, entro en la casa justo a tiempo para escuchar a Haven
gritándole a Vanessa desde el dormitorio. Dudo sobre qué dirección tomar. ¿Dejo que
Vanessa se ocupe de las cosas? ¿Debería involucrarme?
—…¡no soy una zorra como tú! —grita Haven.
Sin pensar en moverme, estoy por el pasillo y entrando en la habitación en la que se
aloja Vanessa. Está sentada a los pies de la cama mientras Haven se eleva sobre ella.
—¿Qué mierda acabas de decir? —Le pregunto a Haven con la voz más tranquila
que puedo reunir.
—Oh, sí, por favor sermonéame, papá, sobre por qué una chica de diecisiete años no
debería salir con un hombre mayor. —Sus cejas aparecen en su frente.
—Porque es violación de menores.
Por el rabillo del ojo, veo que Vanessa deja caer su cabeza en su mano.
La sonrisa de Haven se vuelve francamente salvaje. —Entonces admites que
violaste a mi madre.
Mi respiración se atrapa en mi garganta. Joder, no consideré ese ángulo. —Eso fue
diferente.
Cruza los brazos a la altura del pecho e inclina la cabeza. —¿En serio? Cómo es eso.
—Tenía dieciocho años, no cuarenta.
—Hmm... adulto legal y una niña.
—Estábamos comprometidos en una relación.
—Hayes —dice Vanessa en voz baja como para dar a entender que mi argumento
no tiene sentido.
Haven entrecierra los ojos. —¿Y se supone que eso lo hace menos ofensivo?
—¡La amaba!
Vanessa se queda sin aliento.
Paso una mano frustrada por mi cabello. —Tu mamá y yo estábamos
enamorados. Éramos dos niños, profundamente enamorados. No es lo mismo que un
viejo caliente te mire las tetas mientras corres en la cinta. ¡Dime jodidamente que
entiendes eso!
Su mirada se aprieta, y mueve su mandíbula de un lado a otro antes de salir
corriendo de la habitación. Juro que escucho crujir la madera cuando ella da un portazo en
la puerta de su dormitorio.
Vanessa está de pie frente a mí. —¿Estás bien?
—¿Ella siempre ha sido así?
Ella suelta un suspiro y asiente. —Sí, ella lo ha sido. —Sus cejas oscuras se levantan
sobre unos ojos del color de la hierba primaveral—. ¿Estás realmente sorprendido? Ella
es nuestra hija.
La tensión en mi pecho se desinfla con el sonido de Vanessa llamando a Haven
nuestra.
—Creo que no manejé bien mi primer momento como padre —me quejo, porque
¿qué tan difícil puede ser esta mierda? Yo hablo. La niña escucha. ¿No es así como
funciona?
—Lo hiciste bien. —Vanessa se acerca y agarra mi antebrazo. El punto de conexión
se siente como si mil vatios golpearan mi cuerpo—. Gracias por ayudarla. —Ella aprieta
mi antebrazo. Otra sacudida—. Ella no se da cuenta del problema en el que podría
meterse siendo tan ingenua. Una chica de un pueblo pequeño en la gran ciudad, ¿ya
sabes?
No puedo dejar de mirar donde descansa su mano en mi antebrazo. Dedos largos
y elegantes, uñas cortas y rojas y piel pálida contra mi piel oscura. Siempre me
encantaron sus manos. Recuerdo vívidamente verlas tocar otras partes de mí, clavándome
sus uñas, tomándome con sus manos y trabajándome bruscamente. Siempre me
sorprendió la cantidad de poder que tenían esas delicadas manos.
Ella suelta su agarre y me tambaleo un poco, como si su toque fuera lo único que me
mantuviera en pie.
—La cena está lista. ¿Quieres unirte a mí? Tengo el presentimiento de que Haven
permanecerá oculta por el resto de la noche.
—Sí. —Soy un idiota. De todos los momentos en que podría decir algo ingenioso,
encantador o coqueto, me quedo con un sí.
Estoy fuera de práctica.
Me doy la vuelta y me dirijo a la ducha. Si me voy a sentar al otro lado de la mesa
con Vanessa y compartir una comida que preparó con esas hermosas manos suyas,
primero tengo algunos asuntos prácticos de los que ocuparme. Si no lo hago, puedo
terminar cediendo a mis impulsos e intentar besarla, tocarla y arruinarlo todo.
Once

—¿Soy sólo yo, o en realidad hace más frío aquí arriba? —pregunto desde mi
posición plegada en el sofá de dos plazas del patio de Hayes.
Los veranos en la ciudad de Nueva York traen consigo una especie de calor
balsámico que se pega a la piel, pero a esta altura, y con el manto de la noche, una leve
brisa logra cortar la alta temperatura que parece impenetrable a pie de calle. Otro
beneficio de ser asquerosamente rico, supongo.
—Mmm-hmm. —Hayes mastica lo último de la carne asada, papas y verduras, luego
empuja su plato unos centímetros para indicar que ha terminado—. ¿Dónde aprendiste
a cocinar así?
¿Está mal que su cumplido sobre mi cocina me llene de orgullo? La feminista que
hay en mí se enfurece porque soy buena en muchas cosas y resulta que cocinar es una de
ellas. —Cocinar es como las matemáticas. Una vez que aprendes la fórmula, es difícil
estropearlo.
Me mira atentamente como si lo que digo importara, aunque no estoy diciendo
nada de importancia. Siempre ha tenido esta habilidad de hacerme sentir vista y conocida.
Era una de las muchas cosas que amaba de él. Si yo estaba en la habitación, no existía
nadie más. Cuando hablaba, era como si el resto del mundo se quedara mudo. Es gracioso,
nunca recordé nada de eso hasta ahora.
—¿Le pusiste a Haven nuestro nombre?
El cambio de tema es tan brusco que tartamudeo un poco cuando respondo.—Sí. —
Agradecida por la tenue luz para que no pueda verme sonrojarme, meto la barbilla y me
giro para mirar la ciudad de abajo.
No quiero que piense que todavía estaba enamorada de él cuando di a luz a Haven.
O que tenía alguna esperanza de que él viniera a buscarnos para que pudiera disculparse
y arrastrarse hasta que lo dejara entrar de nuevo en nuestras vidas.
—¿Por qué?
Me obligo a mirarlo ahora, sin importar lo mucho que sus ojos inquisitivos me
hagan sentir cruda y expuesta. —Porque ella fue lo único que hicimos bien.
Sus cejas se juntan con confusión.
—Y, supongo, quería recordar que lo que teníamos, sin importar lo doloroso que
fuera, cumplía un propósito más grande y maravilloso. Que el dolor no fue en vano.
Se frota la mandíbula y se aclara la garganta. —¿Es eso lo que recuerdas de
nosotros? ¿Dolor?
—Mayormente sí. Porque tenía que aferrarme a él para hacerme más fuerte.
Cuanto más enojada estaba, más quería demostrar que podía criarla por mi cuenta.
—Jesús, Ness. —Se pasa ambas manos por la cara, presionando sus ojos y
apretando tanto su cabello que cuando deja caer los brazos, su cabello se levanta por
todos lados.
Su apariencia infantil y desordenada me trae gratos recuerdos que me he
esforzado tanto en olvidar. Los que no son tan dolorosos.
Sus ojos color avellana son oscuros y parpadean bajo la luz tenue. —Lamento tanto
que tuvieras que hacer esto sola.
Todo el aire de mis pulmones se escapa y prácticamente me desplomo de alivio.
Son palabras que tanto deseaba escuchar, pero creía que nunca lo haría.
—No puedo imaginar cómo fue criarla sola. Hoy probé un poco y lo arruiné todo.
Me encuentro sonriendo. —Estoy segura de que es aterrador darse cuenta de
que no eres el mejor en algo, pero debes saber que la crianza de los hijos no es algo que se
pueda medir cuantitativamente. Es un esfuerzo de por vida volar-por-el-asiento-de-tus-
pantalones en el que esperas continuamente solo no estar jodiendo completamente a un
ser humano.
Él gruñe y toma un sorbo de su bebida.
—Hiciste lo correcto hoy. Haven ha convertido los límites en un arte.
Él se ríe. —¿Me pregunto de dónde saca eso?
—¿Verdad? —Me río hasta que me doy cuenta de que está levantando las cejas
hacia mí—, Espera, ¿crees que obtuvo esta actitud rebelde de mí?
Él frunce el ceño. —¿Quién más? Ella no lo obtuvo de mí.
—¿Fue otra persona quien puso jabón para lavar platos en la fuente
conmemorativa de Henry D. Penrose en el campus después de que el director dijera
específicamente que no lo hicieran porque arruinarían las bombas de agua? ¿Y también
fue alguien más quien robó la llave de la cafetería de la escuela y fue con todo el equipo
de hockey en medio de la noche a asaltar los refrigeradores? Ah, y también fue alguien
más quien irrumpió en ellaboratorio de biología para liberar a todas las mariposas…
—Eso fue por ti —dice, sonriendo muy levemente—. Me dijiste que hiciera eso.
—Buen intento. No puedes culparme por eso.
—¿De verdad crees que me importaban una mierda las mariposas?
—¿No es así?
—No. Me importabas tú.
Todo mi cuerpo se calienta.
—Odiabas todo ese estudio de la oruga a la mariposa.
Él tiene razón. Lo hacía. Verlas trabajar tan duro para liberarse de sus capullos, solo
para extender las alas y estrellarse contra las paredes de red de sus recintos, era una
tortura. —No puedo creer que recuerdas eso.
—Lo recuerdo todo. —Su mirada cae en mis manos, que están envueltas alrededor
de una taza de té ahora fría. Una brisa se arremolina como si el universo estuviera
creando un bolsillo de espacio solo para nosotros.
—¡Me voy!
La voz de Haven rompe el hechizo.
Está de pie en la puerta del patio. Cambió su ropa del gimnasio por un vestido sin
mangas muy corto y ajustado. Su cabello ha sido planchado y está maquillada.
—¿A dónde vas? —gruñe Hayes.
—No es asunto tuyo —responde ella con una sonrisa demasiado dulce.
—Te ves hermosa, cariño —digo, con la esperanza de reducir un poco la tensión—.
¿Estás saliendo con David? —Supongo que lo es, ya que él es el único amigo que ha hecho
aquí fuera de los miembros de la familia de Hayes.
—Sí. —Ella responde fácilmente—. Me está llevando al cine.
—¡Son casi las nueve de la noche! —Hayes le dice a nadie en particular.
Haven gira hacia él. —Tengo diecisiete años. A meses de ser un adulto por definición
de la Constitución de los Estados Unidos.
Me aclaro la garganta. —Eso no es exactamente verdad...
—Mi toque de queda es la medianoche durante las vacaciones de verano.
La expresión de asombro de Hayes gira en mi dirección.
—Regresaré antes del toque de queda —afirma, luego se aleja y sale del penthouse.
—¿No vas a detenerla? —Hayes se ha deslizado hasta el borde de su asiento como
si estuviera contemplando ir tras ella.
—No. —Recojo mi plato para llevarlo adentro, y él me sigue, haciendo lo mismo—.
Aprendí hace mucho tiempo a escoger mis batallas. Esta es una que no ganaré.
Está en silencio mientras nos movemos uno alrededor del otro en la cocina,
guardando las sobras y enjuagando los platos.
—El servicio de limpieza hará eso —dice mientras cargo los platos en uno de los dos
lavaplatos.
¿Qué tipo de cenas planeaba tener Hayes cuando compró este lugar?
—Estoy feliz de hacerlo.
Me ayuda trayendo la sartén sucia del asado y llevando la basura en el tiro de la
basura.
Limpio las encimeras y cuelgo el paño de cocina para que se seque.
—¿Cuándo nació ella?
—16 de julio. Diez horas de trabajo de parto, y justo después de la medianoche,
estaba en mis brazos.
—¿Nadie estaba contigo? ¿Un amigo o un miembro de tu familia?
—Haven estaba conmigo. Ella es todo lo que necesitaba entonces y cada día desde
entonces.
—¿Te sentiste sola?
—No sé si soledad es la forma en que lo describiría. Recuerdo sentirme hambrienta
de algo... cariño tal vez. Cuando pasas cada minuto de vigilia y sueño abrazando a un
pequeño bebé, te das cuenta de lo mucho que desearías que alguien también estuviera
ahí para abrazarte.
Cruza hacia mí en tres zancadas con sus largas piernas y me atrae hacia su pecho.
En el momento en que sus grandes brazos me envuelven, me congelo. Mis brazos
permanecen a mis costados, pero a él no parece importarle. —Odio escuchar esta mierda
—dice bruscamente contra la parte superior de mi cabeza.
—Tu preguntaste.
—Lo sé, y quiero escucharlo todo. Solo digo que no es una puta fiesta escuchar por
primera vez todas las formas en que te fallé y ni siquiera lo sabía. —Su voz se quiebra,
aunque no puedo decir si es por enojo o tristeza. Él toma una respiración estremecida, y
determino que es tristeza.
Me duele el corazón por la niña de diecisiete años asustada que está sola, así como
por el hombre que quiere arreglar todo y no puede. Mis músculos finalmente se relajan y
envuelvo mis brazos alrededor de él.
—Eres una mamá fenomenal, Ness. Haven tiene suerte de tenerte.
Dios, ¿cuánto necesitaba escuchar eso de él? Claramente, mucho porque me hundo
más profundamente en él, lo abrazo un poco más fuerte y cierro los ojos mientras me
sumerjo en su aprobación.
—Lo digo en serio —dice y se aleja lo suficiente para ver mi cara.
Estamos tan cerca que puedo sentir su aliento contra mi mejilla, su pulso palpitante
detrás de sus costillas. Desliza sus manos para ahuecar mi rostro, y de repente soy esa
adolescente enferma de amor que no podía creer que Hayes North me quisiera.
En ese momento, ese sentimiento fue lo único que estuvo cerca de descarrilar los
planes que tenía para mi vida. Nadie más tenía el poder de disuadirme de mi objetivo de ir
a Stanford. Ni mis padres ni sus ofertas de dinero y libertad financiera si elegía la escuela
adecuada y me dedicaba a la política. Ni mis consejeros escolares que me decían que "las
chicas como yo deberían apuntar más bajo" y los maestros que me dijeron que tenía que
ser "razonable".
La única persona que me hizo cuestionar dejar Nueva York para asistir a
Stanford fue Hayes. Lo habría seguido a Harvard. Demonios, me hubiera quedado en
Nueva York he ido a la Universidad de Nueva York solo para poder pasar unos días con
él aquí y allá y en las vacaciones.
Habría dejado todo para estar con él.
Y ese solo pensamiento me emocionaba tanto como me aterrorizaba.
Así que, nunca le hablé de Haven. No tenía ni idea hace tantos años que, si quería
que me quedara con nuestro bebé, me habría quedado en Nueva York y lo habría
esperado. Por el tiempo que fuera necesario.
—Ness —susurra—. ¿Puedes perdonarme?

Sostener a Vanessa en mis brazos es como sostener un mundo que deja de girar. El
tiempo se detiene. Sus ojos bailan y sus labios se abren, y en este momento, no hay lugar
para la ira o la frustración. No hay espacio para quién tiene razón y quién se equivocó.
Todas las razones por las que he estado molesto desde que descubrí lo de Haven se me
olvidan, y solo estamos nosotros.
Deslizo mis manos por su espalda hasta sus hombros y alrededor de su cara. Dios
mío, ella es impresionante. ¿Es posible que se haya vuelto aún más hermosa? ¿O mis ojos
están tan desesperados y mi mente tan privada de ella que hace desaparecer todas las
expectativas y los recuerdos lejanos?
—Hayes —dice en voz baja—. Ya lo he hecho. —Ella agarra mis muñecas y aplica
presión.
Una sacudida de deseo inunda mis venas.
—No podemos.
Parpadeo a través de la niebla y dejo caer mis manos de ella. Ella se retira de mi
espacio personal y yo me tambaleo por el esfuerzo que requiere evitar perseguirla.
—Lo siento —dice en voz baja.
—No lo hagas. —Trago a través de una garganta repentinamente seca—. No
debería haberte… —Tocado. Porque sentirla contra mí solo me recordaba cuánto la había
extrañado. Mi cuerpo reconoció la sensación de ella, y ese conocimiento trajo de
vuelta el hambre.
—Está bien —dice ella, con una sonrisa en su voz—. Creo que necesitaba ese abrazo
más de lo que estoy dispuesta a admitir.
—Yo… —Un imbécil. Un idiota egoísta. Tengo mal genio. Soy imposible de
acercarme y aún más difícil de querer, y mucho menos de amar—. No soy bueno en esto.
—Eres mejor de lo que crees. —Ella sonríe con tristeza, y quiero borrar esa tristeza
de su rostro con un beso. ¿Es demasiado pedir una noche juntos, en la que cedamos a la
química sexual y dejemos que nos consuma? ¿Una noche en la que no estamos
pensando en todos los errores? Podríamos canalizar toda esta mierda emocional en el
sexo, y una vez que estemos gastados e inútiles, tal vez finalmente podamos abordar las
cosas difíciles.
—Buenas noches, Hayes.
—Buenas noches. —La veo desaparecer por la esquina y luego me voy a la cama,
donde miro al techo, sintiéndome demasiado cargado para dormir.
Doce

Mis fines de semana generalmente los paso en la oficina. Si no es en mi oficina de


Industrias North, es aquí en casa. Después de un entrenamiento más largo de lo habitual
esta mañana, son casi las nueve de la mañana cuando llego a casa.
La casa está en silencio, pero las luces de la cocina están encendidas, lo que me
indica que Vanessa está despierta. Estuve tan cerca de besarla anoche. Si ella no me
hubiera detenido, habría ido a por ella. No estoy listo para enfrentarla después de esa
vergüenza colosal, así que me meto en mi oficina como si no tuviera a mi ex-novia y mi
hija en la casa conmigo.
—¿Qué demonios se supone que debo hacer? —me digo a mí mismo. No sé lo que
estoy haciendo.
No tengo ni una sola herramienta en mi caja de herramientas para manejar este
tipo de situaciones. Busco viejos recuerdos de cuando vivía en casa de mis padres. Veía a
mi papá tal vez una vez durante la semana. Él siempre estaba fuera. Y mi mamá estaba en
eventos sociales o tomando pastillas detrás de la puerta de su dormitorio. Fuimos criados
por chefs y empleadas domésticas, y honestamente… entre nosotros.
Mi familia es una horrible fuente de consejos para padres. Pienso en lo buenos que
fueron Hudson y Lillian con Haven, lo fácil que parecía ser con ella. ¿Cómo supo Hudson
qué hacer? ¿Quizás las cosas fueron diferentes porque Haven no es su hija? Tal vez Lillian
ayudó con...
—Toc-toc —oigo decir a Vanessa desde el pasillo fuera de mi oficina—. Me quedaré
aquí con los ojos cerrados hasta que me digas que estás completamente vestido.
Curioso, me levanto de un salto de mi escritorio y asomo la cabeza hacia el pasillo.
Efectivamente, Vanessa está allí con las manos sobre sus ojos.
—Tú puedes...
Ella chilla.
—...abrir los ojos.
—¡Maldita sea, lo hiciste de nuevo! —Ella se dobla con las manos en las rodillas—.
Necesito atar una campana alrededor de tu cuello. ¿Cómo alguien de tu tamaño no hace
ningún sonido cuando caminas?
Joder, ella es tan malditamente linda. Quiero besarla. Yo me conformaría con un
abrazo. Demonios, un apretón de manos sería suficiente mientras pudiera tocarla.
Meto las manos en los bolsillos de mis pantalones.
—Mucha práctica escabulléndome de la casa de mis padres, supongo.
—Supongo. —Ella recupera la compostura—. Quería preguntarte... espero que me
entreguen mi computadora hoy. ¿Alguien de abajo podrá recibirla si no estoy aquí?
Asiento. —Llamaré y me aseguraré de que lo sepan. —Me doy cuenta entonces de
que está vestida con pantalones anchos color avena y una camisa ajustada de manga
corta del color de sus ojos. Y ella está usando zapatos para caminar sin cordones—. ¿Vas a
algún lugar?
—Haven debe haber tenido una buena noche porque accedió a hacer algunas
compras y hacer turismo conmigo hoy.
Parte de la tensión en mi pecho se libera, sabiendo que Haven se está
reconciliando con su madre. Después de la forma en que la adolescente le habló a su
madre ayer, me preocupaba que mi interferencia en el gimnasio hubiera causado una
ruptura permanente en su relación.
—Estás… —Se inclina a mi alrededor para mirar dentro de mi oficina, donde mi
computadora portátil está abierta en mi escritorio—. ¿Trabajando? ¿En domingo?
Apoyo un hombro en el marco de la puerta. —Trabajo todos los días.
Su rostro se arruga. —¿Por qué?
Porque no tengo nada mejor que hacer. —¿Por qué no?
—Um... porque es patético.
Me muerdo los labios para evitar sonreír de lleno. Realmente extrañé estar cerca de
una mujer que no tenía miedo de enfrentarse a mí, nunca tenía miedo de decirme lo que
realmente pensaba. Entonces me doy cuenta de que no asusto a Vanessa como a la
mayoría de la gente. Nunca lo he hecho.
—Ven con nosotras. Será bueno salir y podrás mostrarle a Haven todas tus partes
favoritas de Nueva York.
Una sensación que solo puedo describir como pánico chisporrotea a través de mí.
—¿Crees que ella querría eso?
—No veo por qué no. Y no he estado en Nueva York desde… desde…
Asiento, comprendiendo que no ha estado aquí desde que se fue, sola y
embarazada. —Puedes mostrarme todo lo que ha cambiado.
—Sí, déjame eh... —Me giro hacia mi habitación como si de alguna manera la
puerta me diera las palabras que mi cerebro nervioso está buscando.
—Toma tu tiempo. —Vanessa gira sobre unos zapatos deportivos.
—Ness.
Se da la vuelta, y su cabello oscuro y brillante se agita tanto alrededor de su cara
que se lo mete detrás de la oreja. Recuerdo cuando solía ser capaz de hacer eso por ella.
—Gracias.
Ella sonríe, asiente y me deja al borde de un precipicio.
He dado discursos a las personas más ricas y poderosas del mundo. Me he sentado
a cenar con personas que tienen suficiente dinero para comprar países enteros, y nunca
he sentido un atisbo de nervios. Pero pasar el día con Vanessa y Haven me ha hecho
temblar en mis calcetines de mezcla de algodón y lana.

***
—¡YO NO LO HICE! —Vanessa dice a través de una ola de risa estomacal mientras
nos sentamos en el patio de un Café en la 5th Avenue.
—Espera. ¿Estás diciendo que mi madre, esta mujer de aquí, corrió en topless por
Broadway? ¿A los dieciséis años? —Ella dirige su atención a su mamá—. Y me das una
mierda por bañarme desnuda en el embalse de North Catamount.
—En primer lugar, la memoria de Hayes está un poco mal. Estábamos en una
limusina la noche del baile de graduación y salté por el techo corredizo. El borde se
enganchó en mi vestido sin tirantes al mismo tiempo que levanté las manos y boom.
Boobies en Broadway.
—Así no es en absoluto como lo recuerdo —digo con una sonrisa. En algún lugar
entre ir de compras y caminar por Central Park, me encontré sonriendo sin darme
cuenta. Ya sea en respuesta al comentario de Haven cuando pasamos junto a la anciana
alimentando palomas o viendo a Ness y Haven bromear entre sí, cuanto más avanza el
día, más fácil se vuelve sonreír.
Vanessa resopla. —Demasiados palos de hockey en la cabeza.
—¿Por qué dejaste de jugar? —Haven pregunta mientras come un trozo de tarta
de queso.
Comparto un prolongado momento de intenso contacto visual con Ness,
preguntándome qué tan honesto debería ser con Haven. —Ya no me gustaba, supongo.
—No es mentira. Cuando los padres de Vanessa me dijeron que estaba haciendo su
último año en el extranjero y ni siquiera se despidió, perdí interés en todas las cosas que
solía disfrutar. Empecé a beber más, a divertirme más, en una búsqueda de llenar el
agujero dentro de mí que ella había dejado atrás. Eventualmente, mi estilo de vida afectó
mi juego. Y un año después, me echaron del equipo.
—Lo entiendo —dice Haven—. Yo soy buena en el voleibol.
—Excelente en el voleibol —interviene su madre con orgullo.
—Pero... —hace una pausa mientras empuja las migas en su plato—, Creo que ya
no me gusta.
La expresión de Vanessa cae. —¿Desde cuándo?
Ella empuja su tarta de queso y se encoge de hombros. —Hace un tiempo.
—Podrías habérmelo dicho.
Ella niega con la cabeza. —Seguro. Bien. Como si no estuvieras completamente
decepcionada de mí.
—Por supuesto que no.
Haven me mira. —Ella está mintiendo. Ella se habría sentido decepcionada.
Me encojo de hombros. —No me parece. Por lo que puedo decir, tu mamá solo
quiere que seas feliz. Si tu deporte ya no hace eso, ella te respaldará.
—Sí, bueno, no la conoces como yo.
No puedo discutir eso. Pero la conozco de una manera diferente. Vanessa nunca
cedió a la insistencia de su familia de que estudiara ciencias políticas y trabajara para las
campañas de su padre. Cuando intentaron negociar con ella con la promesa de dinero y
prestigio, ella se negó sin pensarlo dos veces.
—Tu mamá nunca ha hecho nada que no quisiera, Haven. ¿Crees que ella esperaría
algo diferente de ti?
Haven se muerde el labio inferior y luego niega con la cabeza. —Supongo que no.
Vanessa gesticula gracias con la boca.
Simplemente asiento, pero por dentro me pregunto si esa es la primera verdadera
mierda real de padre que he hecho.
Trece

—¿Podemos pedir una pizza para la cena? —Los ojos de Haven se iluminan.
—¿Pensé que no estabas comiendo pan? —Vanessa dice con una ceja levantada.
—Cambié de opinión. Lillian me dijo que la pizza de Nueva York es tan buena por
los minerales adicionales en el agua del grifo o algo así. Quiero intentarlo.
No hemos estado dentro del penthouse por más de unos minutos cuando Haven
pregunta por la cena. Después de pasar el día caminando y comprando, me vendría
bien cenar temprano.
—Por mí está bien —dice Vanessa mientras levanta la vista de sus bolsas que acaba
de traer el valet—. ¿Quieres pizza? —ella me pregunta—. Si no, puedo calentar las sobras
de carne asada.
Míranos, discutiendo la cena como una verdadera familia. ¿Es correcto siquiera
pensarlo? ¿Que los tres, sin importar lo poco convencional, de alguna manera formemos
una familia? En el poco tiempo que he pasado con ellas, lo que tenemos se siente mucho
más como una familia que cualquier cosa que haya compartido con mis propios padres.
No recuerdo una sola vez en la que acordáramos la cena entre nosotros. Por lo general, el
personal de la cocina tomaba esas decisiones.
—Suena genial. —Y ni siquiera me gusta la pizza.
Haven saca su teléfono. —¿Qué es lo que quieren ustedes chicos?
Ella dice "ustedes" tan casualmente. Y estar agrupado con Vanessa de esa manera
me hace sentir ligero y, Dios mío, ¿cuándo me convertí en una flor tan tierna?
—Lo que decidas está bien. Voy a ir a cambiarme. —Me dirijo a mi habitación y me
dejo caer en el sillón de cuero mientras trato de resolver todos los mensajes
contradictorios que mi cuerpo le envía a mi cerebro.
Mi intención original de que Vanessa y Haven se quedaran conmigo era conocer a
Haven. En algún lugar entre esa elección y ahora, las cosas han cambiado. No puedo decir
exactamente qué, pero me pregunto cuándo se acabará nuestro tiempo aquí. ¿Cómo las
voy a dejar ir?
¿Ellas estarían dispuestas a quedarse en Nueva York? ¿Hay alguna cantidad de
dinero que pueda ofrecer que las convenza de quedarse?
Ya puedo ver la expresión de horror en el rostro de Vanessa si le ofreciera pagarle
para mudarse aquí. ¿Qué otras opciones tengo?
Mi teléfono suena con un tono de llamada que me dice que es un miembro del
personal del edificio.
—Sí —respondo bruscamente.
—Sr. North, tiene una entrega aquí…
—Bien. Súbelo.
—Señor, este es el segundo intento de entrega del mensajero. Afirma que necesita
lafirma de Vanessa Osbourne para entregar el paquete.
Supongo que no correrá ningún riesgo con su portátil.
—Envíalo arriba.
Presiono Finalizar y voy a buscar a Vanessa para hacerle saber que se requiere su
firma.
La puerta de su dormitorio está entreabierta y llamo suavemente. —¿Ness? Tu
portátil está aquí. Supongo que tienes que firmar por ello.
—Oh, ¿de verdad? —Ella sale, vistiendo un atuendo más informal que el que tenía
antes. Pantalones de salón holgados pero elegantes y una camiseta sin mangas suave que
cuelga lo suficientemente bajo en el cuello para lucir una parte superior de sujetador de
encaje con tiras.
Sus pies descalzos golpean contra el suelo, y la sigo hasta la entrada justo cuando
suena un golpe en la puerta.
Sabiendo que solo me quitará la mano de un golpe si intento abrirle la puerta, me
quedo atrás mientras ella la abre.
—¡Ay, dios mío! —El sonido que sale de ella a continuación, solo puedo describirlo
como una mezcla entre un chillido y una risita. Se lanza hacia el repartidor, que ahora veo
es un hombre alto con barba poblada que lleva un año de retraso con el corte de cabello.
—¿Qué está pasando? —Haven dice detrás de mí, pero tan pronto como ve al
hombre, hace lo mismo que Vanessa, lanzándose a sus brazos.
Él se las arregla para sostener a ambas mujeres con un brazo alrededor de cada
una, su cabeza entre las de ellas. Sus ojos se cierran brevemente como si realmente
estuviera empapándose de sus abrazos. —Mis chicas.
¿Sus chicas?
Presiona su rostro barbudo para besar la cabeza de Vanessa, luego se vuelve y hace
lo mismo con Haven. —Dios, las extrañé a ustedes dos.
No soy típicamente un hombre posesivo. Mi relación romántica más seria ha sido
con una prostituta. Y, sin embargo, me encuentro con ganas de arrancar los brazos de
este imbécil de su cuerpo y golpearlo con ellos.
—No puedo creer que estés aquí —exclama Vanessa y se quita de sus garras.
Su sonrisa es arrogante, pero la jodida chispa en sus ojos parece sincera. Él sostiene
una bolsa al hombro. —No iba a confiarle tus cosas a cualquiera.
Vanessa lo toma y aprieta contra su pecho. —¿Viniste hasta aquí para traerme mi
computadora?
—¿Es tan difícil de creer? —Se gira hacia Haven—. Y también traje algo para ti.
Haven salta sobre los dedos de los pies.
Saca un teléfono celular en un estuche rosa brillante. —Me imagino que
probablemente te faltaba esto.
—¡Gracias, T-Man! —Ella lo abraza de nuevo, y él le devuelve el abrazo,
levantándola.
—De nada, corazón.
¿T-Man? ¿Corazón?
Él me mira por encima del hombro, y lo que sea que ve allí lo hace encogerse un
poco.
—Tag —dice Vanessa con un dejo de nerviosismo en la voz—, quiero que conozcas a
Hayes.
Libera a Haven y extiende una mano.
Observo su palma como si hubiera excremento de perro mojado y gigante en el
centro. —¿Tu nombre es Tag? —me oigo decir.
Él mira a Vanessa como diciendo que pasa con este chico.
—Taggart Dalton. —Sus ojos se estrechan.
Haven envuelve su brazo alrededor de la cintura del chico. —Tag es mi padrino...
bueno, en realidad es el único padre que he tenido.
Vanessa se estremece y Tag muestra una sonrisa secreta.
Frunzo el ceño y me duelen los dientes de tanto rechinar. —¿Eso es cierto?
—¡Sí! Me enseñó a pescar, andar en bicicleta, cambiar una llanta ponchada,
disparar un arma...
—Disparar un arma. En serio. —¿Qué clase de mierda campesina es esta?
Haven mira al tipo con adoración. —¡En serio! Le disparé mi primer pavo cuando
tenía doce años.
—Comí esa belleza durante semanas —dice Tag con orgullo.
—Encantador. —La expresión de mi rostro debe ser horrible. Trato de sonreír, pero
no obtengo nada excepto los labios curvados sobre los dientes. Se siente como si el sol
estuviera brillando directamente en mis ojos, quemando mis retinas. Y un dolor de
cabeza brota de la tensión de mi mirada.
—Wow, entonces… —Vanessa debe sentir la tensión cuando se interpone entre
nosotros—. Tag, ¿cuánto tiempo llevas en Nueva York?
Odio la forma en que sus ojos prácticamente brillan cuando la mira. —Mi vuelo sale
mañana por la noche. Me tomé la mañana libre, pero necesito volver al trabajo el martes.
—¡Sí! —Haven parece más feliz de ver a este tipo de lo que nunca ha estado de ver
a su mamá o a mí. Quiero decir, me estoy basando en información de algunos días, pero
ciertamente nunca nos ha dado a ninguno de los dos una mirada como la que le está
dando a su rostro en este momento—. ¡Deberías quedarte aquí con nosotras!
—Oh, no. —Su mirada viene a la mía, y tengo que darle crédito al tipo por mantener
el contacto visual, considerando la cantidad ilógica de irritación que siento—. Conseguí
una habitación en el Holiday Inn.
—No —Haven arrastra la palabra y deja caer su cuerpo dramáticamente—. Aquí
hay un dormitorio libre. A Hayes no le importa. —Se gira hacia mí con ojos color avellana
suplicantes—. ¿Y a ti?
Soy Hayes ahora. No papá, lanzo lleno de sarcasmo.
Me encojo de hombros. —No me importa.
—No podríamos hacer eso. —Vanessa interviene, siempre diplomática, suavizando
las aguas—. Hayes ha sido lo suficientemente generoso con nosotras. No podríamos
pedirle más…
—Está bien, Ness. —Es más fácil para mí vigilarlo si está bajo mi techo—. Eres
bienvenido a quedarte, Maggot.
Los ojos de Vanessa se agrandan. —Es Taggart.
—¿No es eso lo que dije?
—¡Vamos, T-Man! —Haven agarra la mano del hombre y lo arrastra por el pasillo—
. ¡Te mostraré tu habitación!
—¿En serio, Hayes? —Vanessa sisea en el segundo en que están fuera del alcance
del oído—. ¿Tienes que ser tan difícil?
Empujo hacia arriba desde mi posición apoyada contra la pared. —No sé a qué te
refieres.
—¿Maggot? —Levanta las cejas, y cuando no respondo ni me disculpo, suspira—.
Al menos deja de mirarlo como si acabara de orinar en tu pasillo.
Divertida analogía, ya que él abiertamente reclamó tanto a mi hija como a su madre
justo en frente de mí. Bien podría haberlas frotado con sus glándulas odoríferas.
—¿Estás seguro de que esto está bien? Tiene una habitación de hotel. Él no
necesita quedarse aquí.
—Haven lo quiere cerca. —¿Y por qué eso hace que mi estómago se sienta como si
estuviera lleno de rocas fangosas?
—Son muy cercanos. Ha sido como un…
—Padre. Lo entiendo. ¿Y qué ha sido él para ti? —La pregunta suena más como
una acusación que como una pregunta honesta. Tal vez pretendo que lo sea. Tal vez no me
siento como un jodido globo y un arcoíris por el hecho de que este extraño pudo ver
crecer a mi hija mientras yo estaba aquí en Nueva York, completamente ajeno al
hecho de que ella existía.
Sus labios se adelgazan y sus hombros se tiran hacia atrás. —¿Qué es exactamente
lo que me estás preguntando?
Entro en su espacio y me elevo sobre ella.
Ella se acerca, con un desafiante levantamiento de barbilla.
—¿Te estás acostando con ese tipo?
La comisura de su boca se inclina hacia arriba. —¿No te gustaría saberlo?
—¿Es eso lo que es esto? ¿Él es tu hombre?
Ella se pone de puntillas. —Eso no es de tu interés.
—No crees que lo es, ¿eh?
—Sé que no lo es.
Agarro su barbilla entre mis dedos. —Entonces no estás prestando suficiente
atención, bebé.
Ella sacude su cabeza lejos de mi agarre.
—Disfruta tu noche. Me voy a la cama.
—¿Qué pasa con la pizza?
—Perdí el apetito —grito por encima del hombro y cierro la puerta de mi habitación
un poco demasiado fuerte detrás de mí.

Contemplo saltar sobre la espalda de Hayes y hacerle una llave de


estrangulamiento, pero el sonido de su puerta cerrándose me devuelve a mis sentidos. Es
interesante cómo nada sobre Hayes y yo es lo mismo que hace diecisiete años y, aun así,
nos las arreglamos para discutir de un lado a otro como si nada hubiera cambiado.
Hayes North ha sido capaz de empujar a la gente toda su vida. Cuando nos
conocimos, tomé una decisión muy consciente de que no sería una de esas personas.
Regreso a nuestro lado del penthouse y encuentro a Haven y Tag en el tercer
dormitorio de invitados que, sorpresa, se parece a los otros dos. Es como si Hayes se
hubiera dado por vencido con la decoración a la mitad y hubiera dicho "ídem".
—Vany. —Tag se cruza hacia mí y me da un abrazo—. Realmente no necesito
quedarme aquí si te causa problemas.
—¿Qué? —Haven gorjea desde su posición de piernas cruzadas en la cama—. ¿Por
qué causaría un problema?
—No lo hace —le respondo, luego me dirijo a Tag—. Es bueno tenerte aquí.
Él sonríe, dejando al descubierto los dientes blancos y rectos que normalmente se
esconden detrás de su barba oscura. —Déjenme llevarlas a cenar chicas. Pueden
mostrarme los alrededores.
—Hemos estado caminando todo el día —dice Haven—. Ya pedimos una pizza.
—Una verdadera pizza de Nueva York, ¿eh? —Muestra una sonrisa vacilante como
si no se sintiera tan cómodo quedándose, y mucho menos comiendo bajo el techo de
Hayes—. No puedo esperar.

***
—DIOS MÍO, ESTA VISTA ES INCREÍBLE — suspira Tag desde su posición en la
barandilla del patio con vista a la ciudad. Tiene una cerveza en una mano, algo que
agradecí al encontrar que Hayes había almacenado en el refrigerador del bar, y su otra
mano cuelga del pulgar en el bolsillo de sus desgastados jeans—. No sabía que la gente
realmente vivía así.
—¿En serio? —Le entrego un plato con dos rebanadas de pizza. Tag no sabe que
vengo de una familia rica. Nunca hablé de mis padres o de cómo me criaron, aparte de
decirle que crecí en Nueva York.
—Háblame de este tal David. —Se une a mí en la mesa del patio—. ¿Nos agrada?
Haven se disculpó hace cinco minutos porque David llamó.
—Él trabaja abajo. Parece un buen chico. Aunque un poco mayor que ella.
—Esto es delicioso, —dice a través de un bocado que se pasa con cerveza—.
Supongo que es bueno que no esté aquí mucho tiempo entonces.
No me he permitido pensar demasiado en llevar a Haven de regreso a Manitou
Springs. Sobre todo, porque parece muy feliz aquí. Estoy tratando de salvar la poca
confianza y relación que tenemos, así que me he mantenido alejada de los temas difíciles
por ahora.
—¿Cómo van las cosas contigo y el cara fruncida? —Él hace una burla de mueca y
ceño fruncido, luego gruñe incoherentemente.
Sonrío. —Él no es tan malo.
Él retrocede. —Dime que estás bromeando. El tipo tiene un resplandor
permanente.
Supongo que eso no está muy lejos de la verdad. Aunque, hoy, cuando los tres
salimos de compras y paseamos, no parecía enfadado en absoluto. En todo caso, parecía
feliz. Y no fue el único.
Cuando los tres estábamos juntos, traté de controlar mis pensamientos, pero era
difícil no imaginarnos como una verdadera familia. ¿Es esto lo que hubiera sido como si
nunca me hubiera ido? Si Hayes me hubiera enviado una carta diferente ese día,
¿habríamos terminado todos aquí? ¿Juntos? ¿O estaría resentido conmigo por todo lo
que tuvo que renunciar? ¿Yo estaría resentida con él por su resentimiento?
—Hayes es temperamental.
—¿Siempre lo fue?
—Un poco, pero recuerdo que tenía más sentido del humor al respecto. Parece...
endurecido o algo así. No puedo precisarlo.
Toma otro bocado de pizza. —Apuesto a que no puedes esperar para salir de su
camino entonces.
Me meto un bocado de pizza en la boca para darme unos segundos más para pensar
en cómo responder. La verdad es que estoy disfrutando nuestro tiempo aquí. No es que
cada minuto hayan sido vacaciones, hay muchas preguntas que responder y traumas que
sanar, pero estar cerca de Hayes nuevamente no ha sido del todo malo. Tag no necesita
saber todo eso, así que asiento y sigo comiendo.
—Mira quién está aquí —menciono cuando veo a David y Haven acercándose a la
puerta del patio con pizza en la mano.
Tag lo observa con los ojos de un padre protector. —Jesús, el tipo parece tener
veintisiete años.
—Te lo dije... ¡hola, a ustedes dos! —contesto mientras se unen a nosotros.
Mientras Haven hace las presentaciones, noto algo que me deja sin aliento.
No la había visto tan feliz en años.

Realmente no me gusta la gente.


Cuando compré el penthouse en este edificio, lo hice con la expectativa de que
setenta y ocho pisos fuera de la calle me distanciarían de la raza humana. Compra
inteligente, también. Durante todos los años que he vivido aquí, mi hogar ha sido el único
lugar al que puedo escapar para estar un poco solo.
Hasta ahora.
Una de las características del penthouse son las cámaras de seguridad tanto en el
exterior de la puerta principal como en el patio. Nunca pensé mucho acerca de por qué
tendría que haber una cámara en un patio que se encuentra en las nubes, pero supongo
que fue una forma de seguridad para el propietario. Si alguien desaparecía del patio, la
cámara podía demostrar su culpabilidad o inocencia.
Ahora, mientras estoy sentado en mi habitación con las luces tenues, miro las
imágenes de la cámara de seguridad en mi teléfono. Ojalá hubiera arrancado el dispositivo
antes de hoy.
No he visto a Ness poner la cabeza hacia atrás y reírse así desde la preparatoria. Lo
que sea que este tipo Taggart esté diciendo debe ser la mierda más divertida jamás dicha
porque Ness se seca los ojos con una servilleta. Haven se ve más cómoda con este imbécil
de lo que nunca ha estado conmigo. No me di cuenta de cuánta tensión tenía en sus
hombros y cuán calculadas eran sus expresiones faciales a mi alrededor hasta que la vi
interactuar con este maldito tipo. Incluso David se ve como si estuviera descansando en
su propia maldita sala de estar en lugar de la habitual formalidad de asaltante que me
muestra.
Las imágenes que se reproducen en la pantalla de mi teléfono encienden un fuego
en mi interior que amenaza con quemarme. ¿Por qué no dejo de torturarme y apago la
cosa? Porque la ira amarga se siente como un viejo amigo. Un compañero familiar. Algo
mucho más cómodo que la inestabilidad que me ha estado atormentando desde que
Haven y Ness aparecieron en mi vida.
Tomo nota de cada toque casual entre Ness y este montañés de cabello
desgreñado. Cada mirada cálida de Haven y su mirada igualmente cariñosa sobre ella.
De repente, la escena cambia, agarran sus platos y desaparecen del cuadro. Exhalo
con alivio al mismo tiempo que mi mente les grita que regresen. Porque la tortura de
verlos felices sin mí es exactamente lo que necesita mi masoquista interior.
Dejo de espiar y tiro mi teléfono sobre la cama. Desplomado en mi silla, miro a la
puerta del dormitorio como si pudiera ver a través de ella. A la distancia voces que
murmuran vienen del otro lado, y me imagino a esta... familia... los tres más David,
moviéndose alrededor de mi cocina y disfrutando de la compañía del otro.
—¿Que esperabas? —me gruño a mí mismo.
Ness hizo una vida para ella y nuestra hija. Sin mí.
August siempre me decía que los hombres como nosotros nunca se contentarán con
una vida ordinaria. Somos demasiado impulsivos. Demasiado ambiciosos. Demasiado
hambrientos.
Odio que el hombre me conozca tan bien. También odio que la razón por la que lo
hace es porque me parezco mucho a él.
El odio a mí mismo reemplaza la ira que el veo...
Un doble golpe en mi puerta me saca de mis pensamientos.
—Soy yo —dice Ness en voz baja desde el otro lado—. ¿Puedo entrar?
Debería decir que no. Debería despedirla, decirle que estoy durmiendo o
duchándome. Pero la tormenta de mierda que se arremolina dentro de mí está
desesperada por escapar.
—Sí. —No estoy seguro de que me haya oído hasta que el pestillo de la puerta hace
clicy la luz del pasillo atraviesa la habitación y me da directamente en los ojos.
Ella duda cuando me ve. A contraluz, no puedo distinguir su expresión, pero a
juzgar por su lenguaje corporal, tiene miedo de entrar en la guarida de un león
hambriento. Realmente es una mujer inteligente.
Aléjate. Le pido que se dé la vuelta en mi mente.
Ella da un paso más profundo en el interior. —¿Por qué estás sentado en la
oscuridad?
No le respondo.
Cruza la habitación hasta la mesita de noche y deja algo antes de encender la luz. —
Te traje una porción de pizza. —Cruza el espacio entre nosotros y sostiene un vaso de
whisky frente a mis ojos—. Y esto.
Tomo el vaso sin dar las gracias y lo bebo de un trago, luego se lo devuelvo.
—De acuerdo —dice, luego da un par de pasos hacia atrás y se sienta en mi cama—.
¿Qué está pasando, Hayes?
Lamo el whisky escocés de mis labios y mastico cómo responder exactamente.
—Estas molesto. —Bella y observadora.
—Te dije que no tengo hambre —espeto—. Vete ahora.
La mayoría de las personas que conozco saldrían de la habitación temblando.
—Mmm. —Cruza las piernas, acomodándose—. Esto es sobre Tag, ¿no es así?
—Vanessa —gruño. Escucharla decir su nombre me da ganas de romper algo—.
Vete a la mierda.
Ella ríe. Se ríe de verdad. Aunque no del tipo despreocupado en el que echa la
cabeza hacia atrás y se limpia las lágrimas de los ojos. Esta risa tiene sonido más de idiota
patético. Ella no está equivocada. —Sigues siendo tan predecible. —Apoya el codo en las
rodillas cruzadas y se inclina más cerca—. ¿Sabes cuál es tu problema?
—¿El hombre extraño que hace de papá para mi hija?
—No. Tu problema es que no hablas de tus sentimientos.
—Pura mierda. —me burlo. Ruidosamente—. Ni siquiera los confrontas de
manera honesta.
—¿Y sabes esto de mí por las dos horas que hemos pasado juntos durante los
últimos diecisiete jodidos años?
—Sí. Lo sé. Porque te criaron en una familia donde los sentimientos equivalen a
debilidad. Las únicas características que se reforzaron fueron el éxito y la perfección.
—Muchas gracias por el análisis, Dr. Phil. Puedes salir ahora.
—No te mataría hablar de lo que sientes, Hayes.
Me inclino hacia delante para acercarme a ella y medio espero que retroceda. Ella
no lo hace. —¿Quieres saber cómo me siento?
—Prefiero saberlo que seguir adivinando.
—¡Me jodiste!
—¿Qué? —Finalmente, ella retrocede.
—Me escuchaste. Me robaste cualquier posibilidad de tener una relación con
nuestra hija.
—¿Vamos a tener esta conversación de nuevo? —Ella golpea sus manos en sus
muslos—. Sí, Hayes. Lo hice. Porque tú eres muy bueno en las relaciones.
—¿Qué diablos se supone que significa eso?
—Significa que eres un imbécil.
—Sí, bueno, al menos no me estoy lanzando al primer hombre capaz que me ayude
a criar a mi hija huérfana…
Su mano vuela demasiado rápido para que yo la esquive. El escozor en mi mejilla es
terrible y me duele la mandíbula por la fuerza de la bofetada.
—Eres un hombre pequeño y patético. —Ella se pone de pie para irse.
—Llévate la pizza contigo. ¡Apesta!
—Métetela por el culo —dice, y luego cierra la puerta.
Caigo de nuevo en mi silla haciendo pucheros y me froto la mejilla sintiéndome...
extrañamente satisfecho. El nerviosismo inquieto se ha suavizado un poco y me siento
más relajado. Más tranquilo. Tuve la pelea que tanto necesitaba. Y por eso quiero
arrojarme a sus pies y agradecerle. ¿Qué clase de jodida mierda dice eso sobre mí?
Nada bueno, eso seguro.
Catorce

Al día siguiente, Haven y yo llevamos a Tag a un pequeño recorrido por Nueva York,
mostrándole todo lo que podemos incluir antes de su vuelo. Comemos bagels en Central
Park, visitamos Times Square y luego caminamos por Highline. Haven está unos metros
por delante de nosotros, Facetiming con Lia. Tag y yo caminamos en un agradable silencio
mientras vigilamos con cautela a Haven como padres protectores.
—Entonces —Tag finalmente habla—. Hayes. —pronuncia el nombre como si fuera
un mal olor—. No sé qué esperaba, pero no era... esto.
Me eriza su referencia a Hayes como una cosa en lugar de una persona.
—¿Siempre fue tan frío?
Pienso en mi discusión con Hayes anoche. Cómo trató desesperadamente de
lastimarme y, sin embargo, todo lo que sentí fue lástima por él. Mis padres me fastidiaron,
sin duda, pero los padres de Hayes lo hicieron mucho peor. Creo que por eso nunca me
molestan sus arrebatos. El hombre lleva una tormenta dentro de sí, una que fue plantada
allí desde que era un niño, y a veces cuando la vida lo frota en carne viva, vislumbramos
relámpagos.
—Hayes siempre ha sido complicado.
Tag encuentra eso divertido por alguna razón. Se me erizan los vellos.
—Lo siento, pero no es complicado. Él simplemente no es agradable.
—Es agradable —lo defiendo, incluso mientras escucho una voz interior que me
recuerda que Hayes no es nada agradable—. Él está lidiando con mucho.
—También lo hacen todos los demás —dice Tag—. Qué hacer con todo ese dinero
debe ser una verdadera dificultad.
El dinero compra muchas cosas. Un corazón irrompible no es una de ellas. Lo sé por
experiencia. En lugar de compartir eso con Tag, simplemente asiento.
—¿Tú y él se llevan bien? Ya sabes, como en los viejos tiempos.
Miro boquiabierta a Tag.
—¿Qué? —Levanta las manos para defenderse, pero sonríe mientras lo hace.
—¿Me estás preguntando si me estoy acostando con el padre de Haven?
Se mete las manos en los bolsillos y se encoge de hombros. —No lo diría de esa
manera, pero... sí, supongo que lo hago.
—No, no lo hago. Y tampoco es asunto tuyo.
Él se ríe y envuelve un brazo sobre mis hombros. —Lo sé. Solo estoy cuidando de ti.
Sostengo la mano que ha caído sobre mi hombro. Grande, áspera y callosa, tan
diferente a la de ‘Hayes’.
Tag mira a su alrededor y entrecierra los ojos por debajo de la visera de su gorra
del parque estatal de Manitou Springs. —Está tan lleno de gente aquí.
—Es un lugar turístico popular.
—Me refiero a Nueva York en general. Se siente como si no pudieras dar un paso
sin pisar a alguien más.
—Mmm…
Él tiene razón. Realmente nunca lo pensé así. Tal vez porque crecí en la ciudad. Tan
grande y bullicioso como es, todavía transmite la sensación de hogar.
—¿Extrañas las montañas? —pregunta.
—Lo hago. —Extraño el aire limpio y el sonido del viento soplando entre los pinos.
Extraño ver la vida silvestre durante el día y las estrellas por la noche. Aunque, vivir en la
ciudad tiene sus ventajas. La libertad que viene junto con ser solo una en un millón de
personas. Nunca toparse con una cara familiar. Todo el mundo sin saber cada detalle de
mi negocio personal.
Tag me aprieta contra sus costillas en un abrazo que hace que deje de caminar. —
Cuando hayas terminado aquí, vuelve a casa y te estaré esperando, ¿de acuerdo?
Hay esperanza en la forma en que expresa la oración como una pregunta, lo que me
hace pensar que estoy de acuerdo con algo. Entonces, en lugar de aceptar, me quedo
callada.
—¡Ustedes!
La voz de Haven me saca del abrazo de Tag.
—¡Lia y Meg dijeron que pueden venir a Nueva York a visitarme! —Sus ojos son
brillantes, y ella salta sobre las puntas de sus pies.
—Oh, eso es...
—¿Estás segura de que es una buena idea? —interrumpe Tag—. No sé cómo me
siento acerca de ustedes tres chicas corriendo por la ciudad.
Lo miro, preguntándome por qué cree que tiene algo que decir en esto. —Tag,
puedo manejar...
—Nosotras estaríamos seguras. Y ahora conozco perfectamente mi camino. —Ella
pone sus manos en forma de súplica y le da a Tag sus mejores ojos de cachorrito—. Por
favor…
—Espera —le digo, interrumpiendo porque desde cuándo necesita el permiso de
Tag para...
Mis pensamientos se cortan cuando las visiones de los últimos diez años se
reproducen en mi cabeza como videos caseros. Tag recogiéndola de la escuela,
entrenando a su equipo de fútbol, corriendo a medianoche a la farmacia abierta las
veinticuatro horas dos pueblos más allá para conseguir su medicina cuando está
enferma.
¿Hayes tenía razón?
¿Me aferré al primer hombre capaz que me ayudó a criar a Haven?
—...prometes estar a salvo, no tengo ningún problema con eso.
Haven se lanza sobre Tag y lo envuelve en un abrazo. —Te lo prometo con el dedo
meñique. Gracias.
Estoy a punto de lanzarme a darle un sermón sobre cómo yo soy su madre y, por
mucho que aprecie que Tag sea tan útil, él no puede darle permiso para hacer nada. Sólo
yo puedo. Pero en realidad, Hayes debería estar dando su permiso. Es su casa, después
de todo.
—Antes de que te emociones demasiado, tendrás que aclarar esto con tu pa... con
Hayes. —Mis mejillas arden ante el casi desliz.
Tag se ve horrorizado y Haven se ve engreída, lo que me dice que tampoco se les
pasó por alto mi desliz.
—Se está poniendo caliente. —Me pongo en marcha, liderando el camino—.
Sigamos caminando.
—Hola, soy yo, Haven. —La oigo decir detrás de mí. La inquietud en su voz delata a
quién está llamando.
No he visto a Hayes desde nuestra discusión de anoche en su habitación. Se había
ido cuando me desperté, y espero que planee irse hasta que se calme, lo que, si no me
falla la memoria, podría llevar un tiempo.
Me tenso, pensando en él desatando esa personalidad ganadora suya en Haven y
sólo puedo rezar para que él no sea tan idiota. Sin embargo, no estoy conteniendo la
respiración.
—Me preguntaba —dice Haven, pronunciando la última palabra—. ¿Estaría bien si
dos de mis amigas vinieran a quedarse conmigo un fin de semana?
Contengo la respiración, pero me niego a darme la vuelta y revelar que estoy
escuchando a escondidas.
—¿En serio? —grita emocionada—. De acuerdo. ¡Sí! ¡Oh, dios mío, gracias! —chilla,
y me imagino a Hayes sosteniendo el teléfono lejos de su oído—. ¡Eres el mejor! ¡Adiós!
¡Él dijo que sí!
Dejo escapar un suspiro, agradecida de que la situación haya terminado bien para
ella. Me pregunto si Hayes sabe lo afortunado que es por no haberla atacado. Porque si lo
hubiera hecho, habría tenido que aparecer en su oficina y empezar a tirar sus cosas.
—¡Voy a llamar a Meg y Lia ahora mismo!
Me doy la vuelta para encontrar que se ha hecho a un lado para llamar a sus
amigas. Tag me mira a los ojos y veo un destello de preocupación, seguido de una
sonrisa triste.
Él debe sentir que ella se le escapa.
Él no es el único.

La llamada de Haven me trajo el primer atisbo de felicidad que he sentido en todo el


día.
Dormí como una mierda anoche. Vanessa dijo la última palabra, y di vueltas y
vueltas, pensando en todas las formas en que debería haberle respondido. Casi me
levanto de la cama y bajo a toda prisa a la habitación de Vanessa para continuar donde lo
habíamos dejado, pero decidí que no necesitaba darle a su admirador no tan secreto
otra razón para convencer a Ness de que se fuera de Nueva York. Dejé de dormir y vine a
la oficina tan temprano que encendí las alarmas del edificio. Y tener que explicarle a la
compañía de seguridad que mi puto nombre está en el edificio fue desagradable para
todos los involucrados.
Haven me ha animado porque quiere traer a sus amigas a nuestro mundo aquí en
Nueva York. Me ha dado una pequeña pizca de esperanza de que tal vez no estoy
jodiendo completamente las cosas con mi hija.
Ella me llamó el mejor.
Como en, mejor que el otro tipo.
Como en, mejor que.
Yo gano.
Y sí, soy así de mezquino.
—Oye, lo siento herma... whoa. —Hudson entra a trompicones en mi oficina,
mirándome como si fuera una aparición flotante de mi antiguo yo.
Es entonces cuando siento la tensión alrededor de mi boca.
—¿Estás sonriendo?
—Vete a la mierda. —Fuerzo un ceño fruncido que se siente como una traición.
—Hermano —dice, sonando lo suficientemente feliz como para golpear—. Estás
sonriendo. Como una sonrisa de verdad. —Mira alrededor de mi oficina como si pudiera
encontrar una desnudo mujer o un mensajero de Cartier dejando un reloj—. Sólo. Estás
sólo y sonriendo. —Sus cejas se juntan—. ¿Estas muriendo?
—¿Crees que sonreiría si me estuviera muriendo?
—Honestamente, no puedo pensar en una puta cosa que te hiciera sonreír así. —Él
sonríe—. A menos que... tú y Vane...
—No. —Para nada. La mujer me llamó diminuto y patético.
—Ah. —Su sonrisa se vuelve blanda de una manera que me avergüenzo por él—.
Haven.
—¿Qué quieres? —Señalo la pila de trabajo que ocupa mi escritorio—. Estoy en
medio de algo.
—En medio de una sonri...
—Hudson.
—Bien, bien. —Él levanta las manos—. Lo dejaré pasar. —Él se sienta—. Por ahora.
Lo juro por Dios, si me guiña un ojo, le tiro la engrapadora a la cara.
Él guiña un ojo.
Recojo la engrapadora, y él se mueve rápidamente para esquivarla.
—Demasiado lento. Como siempre.
—¿Qué. Quieres?
—Acabo de recibir noticias del equipo de Empire Eleven. Quieren reunirse.
—Joder, sí. —Hemos estado tratando de reunirnos con ellos desde el año pasado
cuando descubrimos que estaban abriendo una nueva base de operaciones en Cleveland
y buscando un diseño de construcción.
—Creo que debemos ir informales. Que sea más una cena para construir relaciones
que nosotros salivando por un trato.
—De acuerdo.
—Bien. The Cellar tiene una reservación para las siete en punto dentro de dos
semanas a partir del viernes.
Escribo la información para agregarla a mi horario. —¿Algo más?
—Sí. Deberías traer a Vanessa…
—No. —Niego con la cabeza—. De ninguna manera.
—¿Por qué no?
—¿Cómo explicaría mi relación con ella? Oiga, Sr. Lovekin, esta es la adolescente que dejé
embarazada y dejé sola para criar una niña de la que no sabía nada.
—Um, o podrías presentarla como una vieja amiga.
—Absolutamente no. ¿Y por qué querría ir ella de todos modos? Ella estaría
aburrida como una cabra.
—Empire Eleven es una de las empresas de tecnología más grandes del mundo.
Vanessa quería ser ingeniera informática, ¿no? —Levanta las cejas, esperando que
responda.
El repentino recordatorio de su gran plan de vida cuando estaba en la preparatoria
me deja un sentimiento amargo en el estómago. Obtuve la libertad de vivir mi vida como
quisiera. Vanessa tenía la capacidad de hacer realidad todos sus sueños profesionales,
pero no lo consiguió.
—Tienes mucho tiempo para pensar en ello. —Hudson finalmente se pone de pie, y
quiero aplaudir con júbilo porque finalmente se va—. Sin embargo, creo que deberías
traer una cita. Voy a llevar a Lillian.
Ellie es la persona perfecta para llevar a cenas sociales o de negocios. Es hermosa,
encantadora y dice todas las cosas correctas. Se siente completamente cómoda con las
élites de alto poder. Vanessa, por otro lado, tiene opiniones fuertes, puntos de vista que
nunca tiene miedo de compartir y una baja tolerancia para los imbéciles con derecho. La
cena podría ser desastrosa con ella allí.
Al menos, eso es lo que me digo a mí mismo mientras veo a Hudson salir de mi
oficina.
—¡Newton!
Mi secretaria asoma la cabeza en mi oficina.
—¿Hay algo en mi horario de la tarde esta semana?
—Solo una cena el jueves por la noche con Jordan y su hermano.
—Reprogramarla.
—¿Para cuándo?
—En dos semanas.
Ella asiente bruscamente, luego sale de la habitación.
Me las arreglo para mantenerme ocupado durante el almuerzo, solo tomando
descansos para beber agua y estirar el cuello. Me adormezco en un tipo de concentración
tranquila que hace que el resto del mundo se escape. Es por eso que casi salto de mi
asiento cuando la puerta de mi oficina se abre como si hubiera sido pateada.
Miro hacia arriba esperando ver al equipo SWAT con un ariete, pero en cambio
encuentro a Jordan, con la cara roja y furiosa.
—Tienes que estar jodidamente bromeando —murmuro mientras ella entra
pisando fuerte en mi oficina con mi hermano Alexander pisándole los talones.
—¡Hayes, hijo de puta de un mono! —Apoya los brazos en el lado opuesto de mi
escritorio y se inclina hasta el nivel de los ojos—. ¿Dos semanas?¡Dos semanas!
Me recuesto en mi asiento, contando este pequeño evento como la segunda chispa
de alegría de mi día. Por qué enojar a mi cuñada es tan divertido, no lo sé. —Sí, lo siento
por eso. Surgió algo.
—Claro. Y yo lamento el agua de inodoro que te sirvieron en mi restaurante.
—No me sirvieron agua del inodoro.
Ella entrecierra sus ojos grises tormentosos e inclina la cabeza. —¿No te la
sirvieron?
—No es personal. Simplemente no va a funcionar.
—¿Por qué no?
—Porque…
Jordan espera, y Alex frunce el ceño como diciendo ‘mejor que me gusta tu respuesta, o
te voy a dar un puñetazo en la nariz’.
Suspiro. —Las cosas entre Vanessa y yo son complicadas en este momento.
La mirada de Jordan se aprieta. —¿Qué hiciste esta vez?
—¿Qué te hace pensar que fui yo?
Sus cejas se elevan más.
—Estamos luchando con algunos problemas de comunicación que no creo que se
resuelvan esta semana, eso es todo.
—Hazlo bien, Hayes. Queremos conocer a nuestra sobrina.
Joder, si eso no me golpea en el pecho.
—No es así de fácil...
—Lo es. Asume tu responsabilidad, discúlpate y tráelas a cenar.
—Eres de verdad jodidamente insistente.
—Tú eres realmente un pedazo de mierda.
Sonrío, lo que la desconcierta por completo. Ella se pone de pie con los ojos muy
abiertos. —Oh, Dios mío —ella respira—. ¿Estas muriendo?
Arrugo la frente. —¿Por qué todo el mundo me pregunta eso?
—Jueves. En la noche. —Señala mi cara, luego mueve su largo cabello mientras
sale de mi oficina.
Alexander se detiene y me mira. —Estarás allí.
Pongo los ojos en blanco, a pesar de que su tono amenazador me hace sudar un
poco. Mi hermano mayor es un cañón suelto. Siempre lo ha sido. —Bien.
Él gruñe y va tras su esposa.
Mi familia está jodidamente loca.
Son casi las nueve cuando escucho la puerta del ascensor privado sonar en el
pasillo. Estoy en la cama leyendo, y Haven está abajo, haciéndole compañía a David en su
turno.
Tomo un tembloroso respiro de alivio, sabiendo que Hayes finalmente está en casa.
Aunque sé que es un adulto totalmente capaz, me preguntaba en qué momento
debería empezar a llamar a los hospitales, lo cual es ridículo. Él no es mío para seguirle la
pista. No quiero suponer que estuvo fuera todo el día por nuestra pelea. Pero no puedo
evitar sentir que lo perseguí, lo que me hace sentir peor por quedarme en su casa.
Mi corazón late más rápido cuando escucho el sonido rítmico de sus zapatos de
vestir que bajan por el pasillo y se acercan a mi habitación. Cuando están tan cerca que
espero que aparezca en mi puerta, se detienen y él no entra. Está parado justo afuera.
¿Por qué?
—¿Hayes?
Vacilante, se asoma a la habitación.
—¿Por qué estás parado afuera de la habitación?
Da un paso adentro pero no avanza más. Su camisa está abierta en el cuello, su
corbata está floja y tiene círculos oscuros debajo de sus ojos.
—¿Está todo bien?
Él tararea. —Alex y Jordan quieren que llevemos a Haven a una cena.
—¿Cuándo?
—El jueves. —Se pasa una mano por el cabello.
Me siento y cruzo las piernas debajo de mí. —¿Es por eso qué estabas merodeando
fuera de la habitación?
Ambas manos se meten en los bolsillos y parece mirar a todas partes menos a mí.
—No estaba seguro de que quisieras verme.
—¿Y por qué es eso?
—Tienes un montón de jodidas preguntas.
—Evitas un montón de jodidas preguntas.
Su inhalación es tan profunda que todo su pecho sube y baja. —Después de
anoche…
Espero con las cejas levantadas.
—No debí haber dicho lo que dije.
—En eso, estamos de acuerdo.
Su mirada oscura finalmente se encuentra con la mía. —No soy bueno en esto.
Asumo que quiere pedir disculpas. —Solías serlo. ¿Recuerdas cuando obtuve una B
más en mi examen de física e hiciste un comentario sobre que yo no era tan inteligente
como pensaba? Estabas bromeando, pero lloré. ¿Te acuerdas?
Él gruñe y asiente.
—Tomaste el megáfono del director y te subiste a una mesa en la cafetería y dijiste
a toda la escuela que yo era la mujer más inteligente de Nueva York y que tú eras el
imbécil más afortunado del mundo por ser mío.
La comisura de su boca se contrae.
—Esa fue una disculpa increíble.
—Me dieron una semana de detención por eso.
—¿Y recuerdas la vez que te hice galletas? Me dijiste que te las comiste todas
cuando en realidad te vi tirarlas.
—No eran comestibles.
—Eso no viene al caso. Mentiste.
—No quería herir tus sentimientos.
—Te arrodillaste en el estacionamiento y te envolviste alrededor de mis piernas,
disculpándote y jurando que comerías cualquier cosa que hiciera a partir de ese
momento, incluso si te mataba. —Sonrío ante el recuerdo.
—Y lo hice.
—Lo hiciste —digo en voz baja.
—Me rompí un diente con esos brownies que hiciste…
La almohada que le arrojo a la cabeza lo deja en silencio.
—¡Te rompiste un diente en la práctica de hockey!
Se encoge de hombros. —Sí, quizás... puede que haya mentido sobre eso.
—¡Oh, Dios mío, Hayes! ¿Eso fue por los brownies?
—Te prometí que comería cualquier cosa que hicieras, no que nunca más te
volvería a mentir.
—¿Sobre qué más mentiste?
Su expresión cae. —¿Importa ahora?
—No, supongo que no. Pero todavía quiero saber.
Se rasca la mandíbula y vuelve a mirar al suelo. —En ese caso, eh… ¿recuerdas
cuando me hiciste vigilar a Sir Reginald B. Fins cuando fuiste al campamento por una
semana?
Hace años que no escucho ese nombre. Hayes me ganó ese pez dorado en nuestra
segunda cita en Coney Island. —Sí, me encantaba ese pez.
—Él murió. Lo reemplacé antes de que regresaras.
—¿Y no me di cuenta?
Él niega con su cabeza. —Lo llevé a la tienda de mascotas para asegurarme de
encontrar uno como él.
—¿Tú mataste a Sir Reginald?
Sus párpados bajan. —Era un pez de carnaval. No creo que tengan fama de vivir
una vida larga y feliz, Ness.
Cruzo los brazos sobre mi pecho, sintiéndome un poco vulnerable al escuchar lo
fácil que me manipuló. —¿Qué otra cosa?
Él se encoge.
—Hayes, oh, Dios mío, ¿qué?
—No es nada... —Agarra la almohada que le tiro con fuerza a la cabeza—. Esto es
tonto. Por qué estamos hablando de…
—¡Hayes!
Agarra la almohada contra su pecho, y tengo que preguntarme si está sintiendo la
necesidad de protegerse. —¿La vez que te diste cuenta de que habías ido a dos clases
diferentes con la falda metida accidentalmente en las mallas?
Jadeo y tapo mi boca. —Dijiste que nadie vio mi trasero —susurro detrás de mis
manos.
Él toma aire entre dientes.
—¿Quién vio mi trasero, Hayes?
Agarra la almohada con más fuerza. —¿Quieres nombres?
—¡Oh, dios mío! —Caigo de cara al colchón primero.
—No podía decirte la verdad. Nunca volverías a mostrar tu rostro en la escuela.
—¡Todos vieron mi trasero! ¡Y yo estaba usando una tanga!
—Sí, lo sé —dice con humor en su voz.
Lanzo otra almohada hacia él, esta vez lo sorprendo por completo.
—Hice correr la voz de que si cualquiera, y me refiero a cualquiera, se burlaba de ti o
decía que te había visto el trasero, les haría la vida tan miserable que preferirían ser
educados en su casa.
Lo miro desde mi posición boca abajo en la cama. —¿Tu hiciste eso?
Un destello de simpatía suaviza sus facciones. —Por supuesto que lo hice.
—Nunca nadie dijo nada.
—¿Ves? —Arroja la almohada a los pies de la cama—. Funcionó.
Me muerdo el labio, pensando en lo ridícula que debí haberme visto, yendo de clase
en clase con el trasero al aire. Le creí cuando me dijo que nadie lo vio porque nadie me
miró raro ni dijo nada. —Gracias.
—No todas las mentiras son malas.
Frunzo el ceño, no estoy exactamente segura de cómo me siento al respecto, pero
en este momento, no puedo discutir.
Da un par de pasos vacilantes más cerca. —Sobre la cena con Alex y Jordan, si no
quieres ir, lo entiendo.
—Haven realmente ha disfrutado conocer a tu familia… —Frunzo el ceño—. Su
familia. Pero ustedes dos pueden ir sin mí. No veo por qué tengo que estar allí. Solo
complicará las cosas.
Su mirada cae al suelo y asiente. El silencio se extiende entre nosotros, y me
pregunto si tiene algo más que decir. Estoy a punto de preguntarle lo mismo cuando
finalmente habla—: Buenas noches, Ness. —Sale de la habitación antes de que pueda
responder.
Quince

Durante los últimos tres días, Hayes se ha ido antes de las seis de la mañana y
regresa tarde a casa. He llegado a tener un poco de rutina, lo que ayuda a pasar los días
sin que me aburra demasiado. Después de una larga caminata y una ducha, me
acomodo en mi computadora portátil para trabajar durante unas horas y luego, por la
tarde, abro el contrato para la venta de mi aplicación. Pensé que leería todo lo que
pudiera cada día y resaltaría las cosas que no entiendo y que necesito aclarar.
Hoy, mis ojos casi se cruzan con toda la terminología legal. Me pregunto si hacen
que estos contratos sean confusos a propósito para que las personas firmen más de lo
que quieren. ¿Por qué no decir estas cosas en términos sencillos? Estamos comprando su
aplicación por cien mil dólares, y eso significa que podemos hacer lo que queramos.
Como cuando vendes un coche. Firma aquí.
He resaltado casi todos los párrafos y tengo dos páginas de preguntas. Una parte
de mí quiere firmarlo y cobrar el dinero, pero la otra parte de mí se pregunta si todo esto
vale la pena. Gano suficiente dinero para mantenerme a mí y a Haven con la publicidad
en la aplicación. También hay que tener en cuenta la naturaleza sensible de la aplicación.
¿Puedo confiar en que una corporación haga lo mismo que yo para que los usuarios se
sientan seguros?
Tag me llama al mediodía para registrarse y darme la información de un contacto
abogado muy recomendado por la comunidad agrícola de Manitou Springs. Haven entra
a la cocina a la una de la tarde en pijama.
—¿Altas horas de la noche? —Ha estado pasando mucho tiempo con David, y
aunque sé que no salió después de su toque de queda, también sé que una vez que entra,
se queda en su teléfono hasta Dios-sabe-cuándo.
Se sirve un vaso de jugo de naranja. —Estuve despierta hasta tarde enviando
mensajes de texto a Lia y Meg.
—Asegúrate de consultar las fechas con Hayes, ¿de acuerdo? Esta es su casa, y
tenemos que respetar eso.
Sus ojos giran hacia el techo antes de que sus pies en pantuflas se arrastren hacia la
dirección de su habitación.
—¿Te habló Hayes de la cena de esta noche? —grito.
Oigo cerrarse la puerta del dormitorio y, segundos después, mi teléfono suena con
un nuevo mensaje de texto de Haven.
Sí.

¿Y te sientes cómoda yendo sola con Hayes?

Sí.
Ella añade un emoji que pone los ojos en blanco.
Con eso arreglado, decido que, en lugar de pasar otro minuto aquí sola, voy a salir a
cenar. A Chinatown para un delicioso vino de arroz y un buen cantonés. Habiéndome
saltado el almuerzo, me decido por una cena temprana. Lo que también significa estar
fuera cuando Hayes y Haven se vayan a cenar en familia. No es en absolutamente mi
intención, sino un subproducto bienvenido.

—Sr. North, bienvenido a casa —me saluda el valet cuando salgo de mi auto.
Suena sorprendido de que esté aquí antes del atardecer.
—Lava el auto. Me iré a las seis y media a cenar. —Le tiro las llaves.
—Sí, señor. Lo tendré listo.
—Sin aromatizante esta vez. La mierda me da dolor de cabeza.
Inclina la barbilla. —Anotado.
La garganta de una mujer se aclara. —No pretendo sonar criticona…
Mi cabeza gira hacia la voz de Vanessa. En dos rápidos segundos, me doy cuenta de
lo que lleva puesto: un vestido negro ajustado que cubre todo, desde la clavícula hasta las
rodillas y, sin embargo, de alguna manera me hace pensar en ella desnuda. Tacones altos
negros con tiras que acentúan sus pantorrillas tonificadas y, carajo, ella siempre tuvo los
pies más sexys. La punta de mi zapato se engancha en el borde y tropiezo para evitar caer
de bruces.
—Sr. North, señor. —Un chico del valet se me pone delante y cortándome la vista.
Se estira como si fuera a ayudarme a caminar—. Se encuentra bien...
—Bien —gruño y le doy una mirada que promete que perderá una mano si me
toca.
Vanessa se esfuerza por no reírse y falla miserablemente.
Mi cuerpo se sonroja de vergüenza. —¿Podemos olvidar que viste eso?
Finalmente se ríe, y no es del tipo de echar la cabeza hacia atrás, pero lo aceptaré.
Demonios, tiraría mi propia cara al suelo ahora mismo para sacarle una de esos.
—Nunca. —Jesús, ella es preciosa. El negro alrededor de sus ojos hace que el verde
sea tan vívido que apenas parecen reales. Y esos labios rojos. Siempre he sido un fanático
de sus labios rojos. Verlos moverse me hace sentir todo tipo de mierda en mi cuerpo.
—Lo que estaba diciendo antes de que hicieras una reverencia tan amable a mis
pies es que no quiero ser criticona, pero podrías ser un poco más amable con el personal
aquí. —Esos labios sonríen, y yo lamo los míos, imaginando que el lápiz labial está en mi
garganta. Y más abajo. Mucho más bajo.
—¿Más agradable?
—Un simple agradecimiento es muy útil.
—Mmm.
—Hayes.
Mi mirada se dirige a sus ojos entrecerrados. —¿Tengo lápiz labial en mis dientes o
algo así? —Se frota los dientes con el dedo.
—No. ¿A dónde vas…? —Vestida como una jodida diosa.
Ella mantiene la cabeza en alto. —Voy a salir a cenar. De hecho, estoy esperando un
taxi ahora.
—¿Sola?
—Sí.
—¿Estás segura de que no quieres venir con nosotros a cenar? —Por favor, ven
con nosotros.
He estado pensando demasiado en la cena de esta noche todo el día. Estar a solas
con Haven sin Vanessa allí para amortiguar la conversación me tiene ansioso. No quiero
estropear las cosas, pero no puedo imaginar cómo irá bien esta noche, considerando que
no sé qué diablos estoy haciendo.
—Estoy segura. A ustedes dos les vendría bien un tiempo a solas, y yo estoy
deseando pasar un rato a solas. La maternidad no proporciona mucho de eso.
Pienso en todos los solos que he tenido en los últimos diecisiete años. Mientras que,
Vanessa ha sido una madre soltera de tiempo completo. Ni siquiera puedo mantener viva
una planta, mucho menos un humano. Un sentimiento de gratitud tan pesado que hace
que mis rodillas se tambaleen surge a través de mí.
—Ness, yo no...
—Sra. Osbourne, su taxi ha llegado —dice el chico del valet y abre la puerta trasera
del llamativo sedán amarillo.
—Ustedes diviértanse esta noche. —Ella baja de la acera con el tipo de confianza
sexy que atrae la atención de todos los amantes de las mujeres en los alrededores—. Te
veré en la mañana. —Le entrega al valet un billete doblado y anuncia en voz alta su
gratitud.
Como eso, ella gesticula, luego se mete en el coche. Observo cómo se aleja el taxi y
me golpea.
Dijo que me vería por la mañana.
Ella se queda hasta tarde.
¿Sola?
Me digo a mí mismo que no es asunto mío mientras entro al edificio. Subo al
ascensor, repitiendo las palabras. Una vez dentro, todavía me digo a mí mismo que me
vaya a la mierda por preocuparme siquiera de con quién se reunirá o no para cenar
Vanessa y quedarse fuera hasta la mañana.
Me encuentro en la puerta de Haven, llamando.
Ella lo abre. —Oh, hola.
—Um… ¿sabes con quién va a cenar tu mamá esta noche?
Se muerde el labio inferior, pensando mientras parece estudiar mi rostro.
—Pensé que estaba cenando sola.
—La vi abajo, y parecía que… estaba vestida como si fuera a una cita.
Sus cejas se juntan. —Ella va a una cita consigo misma —dice lentamente como si el
español no fuera mi primer idioma—. Las mujeres no solo se visten para los chicos, ya
sabes.
—Cierto —Cambio mi peso, sintiendo el juicio de los ojos de una chica de diecisiete
años—. ¿Pero ella dijo algo acerca de estar en casa hasta mañana? O que me verá por la
mañana...
—¡Oh, Dios mío, estás celoso!
—¿Qué? —Retrocedo ante la acusación chillona y aguda—. No estoy celoso. Me
preocupa tu madre, que está sola en Nueva York por la noche.
—Hashtag celoso. —Ella cruza los brazos sobre su pecho, sonriendo.
—Qué significa eso… no. ¿Qué? Me voy a duchar. Debemos salir de aquí a las seis. —
Me doy la vuelta y me dirijo a mi habitación—. ¡Media! Las seis y media.
Su risa me sigue por el pasillo.
¡Contrólate, North!
Dieciséis

Haven me envía un mensaje de texto diciéndome que se encontrará conmigo abajo


en el vestíbulo. Supongo que se arregló temprano y quería pasar un rato con David antes
de que nos fuéramos. Que es exactamente donde la encuentro a las seis y media,
apoyando los codos en el escritorio de la conserjería de David, con la barbilla entre las
manos mientras lo mira.
¿Qué diablos hace que ese niño sea tan especial, como sea? Tiene que ser el acento
francés.
—El coche está esperando —digo a modo de saludo.
—Sr. North —responde David nervioso—. Buenas tardes...
—¿Estás lista? —pregunto a Haven.
—Sí. Adiós, Daveed. —Ella da vueltas alrededor de su escritorio y se levanta de
puntillas, ofreciéndole sus labios.
David duda como si no quisiera besarla delante de mí. Se inclina y presiona un beso
al estilo europeo en cada una de sus mejillas. —Nos vemos a tu regreso.
Ella parece confundida, como si estuviera procesando su interruptor más frío. —
Um, está bien.
Le hago un gesto para que camine delante de mí y atrapo a David mirándole el
trasero con admiración.
—Jesús —gruño y la sigo. ¿Cómo hace esto Vanesa? Haven aparenta veinticinco
años, no diecisiete. Y lleva puesto un jumpsuit de diseñador que deja su espalda abierta y
a la vista. Se parece mucho a su madre, pero mi ADN le dio una altura adicional, cabello
más claro y, por supuesto, los característicos ojos color avellana.
Ella es maravillosa.
Surge un conflicto dentro de mí cuando aprecio su belleza y quiero compartirla con
el mundo al mismo tiempo que quiero esconderla. Esto es algo que no imaginé que
sentiría alguna vez.
El valet espera con la puerta de mi SUV abierta para ella.
—¿Qué demonios fue eso?
Apenas tengo la puerta cerrada, así que me tomo un minuto para averiguar a qué
serefiere exactamente.
—Me besó en la mejilla como si fuera su hermana pequeña o algo así.
Escribo en el auto la dirección de Jordan y rezo como el demonio para que haya
poco tráfico porque no tengo ni puta idea de cómo tener esta conversación.
—No lo entiendo —continúa—. No parecía tener problemas para poner su lengua
en mi boca anoche, pero...
—Realmente no necesito escuchar...
—...él ni siquiera me besó en la boca.
—...los detalles.
Ella resopla algunas respiraciones en su palma. Menta fresca. Baja el espejo de la
visera y se mira la cara. Sus dientes. Ella cierra la cosa de golpe. —Imbécil. Nunca voy a
dejar que me toque de nu...
—Heaven, por favor. —Agarro el volante con tanta fuerza que se me entumecen los
nudillos.
—¡Qué! —ella chasquea.
—Él estaba tratando de ser respetuoso. —Con suerte, eso será suficiente para
evitar que comparta detalles íntimos.
—Eso no tiene ningún sentido. Estamos totalmente enganchados.
¡Ves! Por eso necesito a Vanessa aquí. Jodida mierda.
—Frente a mí —rechinó con los dientes apretados—. Él quería ser respetuoso
porque yo estaba parada allí.
—Entonces... él tiene mucho respeto por ti.
—Sí.
—¿Por qué eres…?
—Su jefe y tu... padre. —Me aclaro la garganta—. Pero principalmente por la
segunda cosa.
—Déjame entenderlo. Me besará y me tocará…
—No necesito los detalles.
—Bien. Nos conectamos totalmente. Un montón. Pero su respeto es para ti. ¿En la
medida en que honré lo que tú quieres sobre lo que yo quiero?
Abro la boca para responder. La cierro. Abro de nuevo. Entonces decido que no
tengo una respuesta suficiente para eso.
—Wow —exclama y se ríe sin humor—. Supongo que estamos de vuelta en el siglo
dieciocho. Has estado en mi vida cuánto, ¿cómo un segundo? Y él te da a ti su respeto. —
Ella niega y mira por la ventana antes de girarse hacia mí—. ¿Puedo hacerte una
pregunta?
No. No sin tu madre aquí. Absolutamente no.
—¿Cómo es recibir todo este respeto sólo porque naciste con pene y pelotas? Tengo
mucha curiosidad por saber cómo se siente ese tipo de derecho. —Ella levanta las cejas,
esperando una respuesta.
—Yo, uh... nunca antes lo había pensado en esos términos. —Quiero decir, ella tiene
un punto. Ella es a quien debería mostrar su máxima deferencia. No a mí. O a cualquier
otra persona—. Estás bien. Él lo jodió.
Como si sacara el enchufe de una toma de luz, todo su cuerpo se relaja. —Gracias. Él
lo jodió.
—Si significa algo, creo que él estaba tratando de…
—No lo defiendas.
Asiento una vez y siento una oleada de orgullo. Vanessa siempre ha sido la mujer
más fuerte que he conocido. Pienso en cómo vertió esa fuerza en nuestra hija y le dio el
poder y la confianza para reconocer cuándo ella está recibiendo menos de lo que merecía.
¿Hay mayor regalo que una madre pueda darle a su hija?
—Sabes, me recuerdas mucho a tu mamá.
—Oh, gracias —dice con sarcasmo.
—Tu mamá es una mujer increíble. Es inteligente, valiente y autosuficiente hasta el
extremo.
La siento estudiando mi perfil. —La amabas.
No confirmo la afirmación porque ella ya sabe que lo hago. Lo hice.
—Si tanto la amabas, ¿por qué no nos buscaste?
—No lo sé.
—Esa es una respuesta bastante pobre —se queja.
—Eso lo sé.
Nos detenemos en Jordan's on the River, y la anfitriona nos lleva a una sala
privada, donde Jordan y Alexander ya están sentados esperando.
Como era de esperar, Jordan adula todo de Haven. En una forma rara, Alexander no
está frunciendo el ceño, sino que tiene un toque de asombro en su expresión
generalmente fría mientras escucha a Haven divagar sobre su tiempo hasta ahora en la
ciudad.
—...he visto los sistemas de metro de Nueva York en un millón de películas —señala
Haven—. Lo que nunca esperé fue el olor. —Su nariz se arruga de una manera que es tan
Vanessa que me hace sonreír.
Alexander frunce el ceño. —¿Olor?
—Disculpa a mi esposo. —Jordan pone los ojos en blanco, pero le sonríe con amor
antes de girarse hacia Haven—. Él nunca ha estado en el metro antes.
—¿Es eso cierto? —pregunta Haven, luego me mira en busca de una respuesta.
La vergüenza calienta mi cuello.
Sus ojos se abren. —De ninguna manera. ¿Tú tampoco?
—Nosotros uh... siempre tuvimos nuestro propio transporte. —Espero que sea una
forma sutil de explicar que siempre hemos sido extremadamente ricos sin tener que
decirlo abiertamente.
—Lo que quiere decir es —explica Jordan—. Que son asquerosamente ricos, así que
siempre tenían choferes.
—¿A qué huele? —Las cejas de Alexander están juntas como si no hubiera dejado
de pensar en el olor desde que Haven lo mencionó.
—Orina, Grizzly. —Jordan le da una palmadita tranquilizadora en el hombro—.
Huele a orina.
Haven se ríe y el sonido es nuevo, diferente, y también dolorosamente familiar.
La expresión de Alexander pasa de enfadada a disgustada. —¿No tienen
instalaciones en el metro?
Jordan suspira y vuelve hacia Haven. —Se lo explicaré más tarde. No queremos
arruinar nuestro apetito antes de la cena. —Ella se ofrece a darle a Haven un recorrido
por la cocina, y desaparecen detrás de una puerta de Sólo Personal.
La mayor parte de la tensión que tenía mi pecho completamente cerrado desde que
salimos de casa se disuelve, y puedo relajarme lo suficiente como para tomar una
respiración completa.
—Ella se parece a ti —dice Alex en voz baja.
—¿Lo crees? —Bebo mi whisky. El único whisky escocés que tomaré esta noche ya
que llevaré a mi hija. Mi hija. Eso es cada vez más fácil de escuchar en mi cabeza—. Creo
que se parece a Ness.
—Tus ojos. Tu sonrisa.
—¿Cómo sabrías cómo es mi sonrisa?
Ahora, su ceño fruncido está de vuelta. —Hudson.
De acuerdo, eso realmente me abrió un poco la boca. —Buen punto.
—Vanessa no quiso venir. —No lo formula como una pregunta porque no lo es. Él
está haciendo una observación de Alexander.
—Ella pensó que sería una distracción. —Aunque realmente, creo que quería
darnos a Haven y a mí un tiempo a solas.
—¿Ella es buena?
Suelto un suspiro. —Ella es jodidamente hermosa. Más de lo que recuerdo, que es,
bueno, mucho. Ella es una buena madre. Sabe cuándo involucrarse y cuándo dar un paso
atrás, cuándo hablar y cuándo escuchar. No creo que Haven tenga idea de lo afortunada
que es de tener a Ness como madre. ¿Y pensar que hizo todo esto a los diecisiete años?
—Buena mujer.
—Sí. —¿Dónde está ella ahora? ¿Sentada al otro lado de la mesa de una cita de
Tinder? ¿Se ríe de todos sus chistes sin gracia? ¿O está realmente sola? ¿Mirando por la
ventana de algún restaurante mientras empuja la comida alrededor de su plato y cuenta
los días hasta que finalmente pueda dejar la ciudad y volver a su vida en Manitou
Springs?
La cena fue genial. Jordan y Haven dominaron las conversaciones, mientras que
Alex y yo contribuimos cuando correspondía. Ver Haven con mi familia me hace desear
cosas que nunca tendré. Ha pasado demasiado tiempo. Me he perdido demasiado.
Pero desearía que Haven viviera más cerca. Ojalá se quedara en la ciudad. Mi
familia, su familia, la ama. Ella es una North.
Jordan y Haven se abrazan por enésima vez en el auto. Intercambiaron números e
hicieron planes para almorzar pronto.
—Jordan me ofreció un trabajo como anfitriona —menciona Haven de camino a
casa.
—¿Ella lo hizo? Ellas ganan mucho dinero. —Dudo en decir lo que tengo en mente, y
me pregunto si Haven está pensando lo mismo.
—Sabes, planeé asistir a la universidad comunitaria en Denver esta primavera,
pero… —Ella se muerde las uñas—. ¿Y si me quedo aquí? Podría trabajar y ahorrar
dinero.
—¿Qué tal la escuela?
—No necesito ir a la universidad. Quiero decir, mamá nunca fue y tiene éxito.
El recordatorio envía una puñalada aguda a través de mí. Estaba bebiendo hasta
morir en Harvard, y Vanessa estaba criando a un ser humano completo.
—Creo que es importante para tu mamá que vayas.
—De acuerdo —arrastra la palabra—. Pero esta es mi vida. No la de ella. Si ella
quiere volver a la universidad, debe hacerlo. ¿Por qué yo debería tener que vivir su
sueño?
Abro la boca La cierro. La abro de nuevo. Entonces decido que no tengo una
respuesta adecuada, así que mantengo la boca cerrada.
—Podría tomarme un año sabático. Trabajar, ahorrar dinero.
—Sé que tu mamá quiere llevarte de regreso a Manitou Springs.
Se encoge de hombros, con la mirada fija en la ventana. —Tal vez es hora de que
empiece a considerar lo que yo quiero
—¿Y qué quieres?
—Quiero quedarme contigo. —Se gira hacia mí como para medir mi respuesta.
Lo juego de manera casual y sin afectación, incluso cuando mi estómago se revuelve
por la inquietud.
No entraré en un tira y afloja con Vanessa por Haven. Y, sin embargo, siento que se
avecina una tormenta inevitable.
Diecisiete

Me toma tres intentos meter la llave en la puerta mientras sostengo mis tacones
en la misma mano. Tuve el buen sentido de quitarme los zapatos en el ascensor para no
despertar a nadie.
El condominio está oscuro excepto por el vestíbulo, y me pregunto si Hayes me dejó
esa luz encendida. Incluso con un gravemente zumbido, tomo nota del considerado gesto.
Voy de puntillas a la cocina por un vaso de agua, usando mi mano libre para sentir
mi camino en la oscuridad. La luz de los electrodomésticos de la cocina me basta para
encontrar el frigorífico sin chocar contra...
—Estás en casa.
Un grito de terror se aloja en mi garganta. Mis zapatos salen volando hacia algún
lugar en la oscuridad, y cuando me doy la vuelta, golpeo mi cadera contra la encimera.
—¡Ouch, joder!
—Mierda, lo siento. —Hayes aparece desde donde se escondía—. Pensé que me
habías visto.
Estoy doblada, frotándome la cadera, sorprendida de que pueda sentirlo tan
borracha como estoy. Esto dolerá mucho más por la mañana. —¿Verte? No soy un reno,
por el amor de Dios.
—¿Reno?
—Sí. Como Splitzen y Shonner y Bison... renos. —El dolor disminuye un poco, lo que
me permite estar de pie—. Tienen una excelente visión.
Toda la habitación explota con una luz brillante. Entrecierro los ojos y mantengo un
ojo mayormente cerrado para bloquear la mitad de la luz. Una vez que mis ojos se
enfocan y mi cerebro se pone al día, veo claramente a Hayes. Mi mandíbula se abre al
verlo usando nada más que un par de pantalones de dormir. Se acerca a la nevera y,
como si fuera en cámara lenta, observo cómo cada poderoso músculo de su abdomen,
hombros y brazos capta la luz mientras se flexionan y sueltan. Saca una botella de vidrio
con agua, gira la tapa y me la entrega. —Bebe.
Cuando no tomo la botella de inmediato—porque, oh, Dios mío, sus abdominales—
se aclara la garganta. —Pareces sedienta.
—Oh, lo estoy, —digo y sigo la franja de cabello oscuro debajo de su ombligo hasta...
—Ness.
Mi mirada se dispara hacia arriba.
—Agua. —Me da la botella de nuevo.
—Sí, gracias. —Agarro la botella con tal fuerza que el líquido frío se derrama por el
borde.
Me mira con una chispa de humor en los ojos mientras bebo. —Cuidado,
obtendrás...
—¡Ugh! —Agarro mi frente mientras el dolor se dispara a través de mi lóbulo
frontal.
—...cerebro congelado.
—Sí. Muy útil. Gracias.
Se ocupa de un armario detrás de mí mientras tomo pequeños sorbos de agua.
—¿Cómo estuvo la cena? —Pregunto—. ¿Está bien Haven? No recibí ningún texto.
Asumo que ninguna noticia es una buena noticia.
Agarra mi mano y deja caer dos analgésicos en mi palma. —Tómalos.
—Sabes, he bebido alcohol antes. —Arrugo la nariz—. Bebí. ¿Bebido? ¿Por qué
ninguno de esos suena bien?
Él está frunciendo el ceño, pero no de una manera enojada, más como su ceño
fruncido normal y cotidiano. —Lo sé. Estuve contigo la primera vez que tu bebiste.
El recuerdo vuelve a inundarme con tanta claridad como si hubiera sucedido ayer.
Y también lo hacen todos los sentimientos que lo acompañaron. —Así es. La fiesta en casa
de Raymond Keller.
—Te dije que te lo tomaras con calma.
—¡Sabía a ponche de frutas!
Se ríe suavemente. —Me pediste que me casara contigo esa noche.
Sonrío con tristeza ante el recuerdo. Me sentí tan enferma que pensé que iba a
vomitar sobre su auto. Me llevó a casa, se escabulló en mi habitación y me abrazó hasta
que me quedé dormida. —Dijiste que sí.
—No pensé que lo recordarías.
Levanto una ceja. —Esperabas que no lo recordara.
Con las manos en el borde del mostrador de la isla, sostiene su peso, haciendo que
todos los músculos redondos en sus hombros y pecho se flexionen. —Lo había planeado,
tú sabes. Tan pronto como salieras de la universidad, planeaba casarme contigo.
Me lo dijo en ese entonces, antes de que me faltara un período. Cuando pensé que
me apoyaría en cualquier cosa, incluso en el embarazo y el nacimiento de nuestro hija. —
Creo que hay un dicho sobre los planes mejor hechos.
Minutos de silencio se extienden entre nosotros. No un silencio incómodo sino como
uno doloroso. Como si estuviéramos de luto por la pérdida de lo que podría haber sido.
Cometo el error de cerrar los ojos por un segundo y me tambaleo. Necesito irme a la
cama, pero hay algo... oh, la cena.
—No respondiste mi pregunta sobre cómo estuvo la cena.
Su expresión se suaviza. —Fue genial. Jordan y Alex amaron a Haven. Creo que las
chicas tienen planes para almorzar pronto.
Asiento, agradecida por Haven y Hayes, pero si soy honesto, también estoy un poco
triste. Por mucho que quiera esto para Haven, siento que la estoy perdiendo, pequeñas
piezas a la vez.
—¿Tú que tal?
—¿Yo?
—Tú… —Él me mira desde mis pies descalzos hasta la parte superior de mi
cabeza—. ¿Cita?
—Estuvo bien.
Su mandíbula se endurece y sus labios se vuelven una línea delgada.
—Mi cita fue una buena compañía, en realidad. Mejor de lo que pensaba. Nos gusta
la misma comida y bebimos demasiado vino de arroz. Fui a un club de jazz en un sótano en
Greenwich Village y perdí por completo la noción del tiempo.
—¿Dónde lo conociste? —gruñe
—Cuidado, Hayes. —Muevo mi dedo hacia él—. Suenas como un ex-novio celoso. Y
mi cita no era él. Mi cita era ella, y esa ella soy yo. Tuve una cita conmigo misma, y fue... —
suspiro—. Maravillosa.
Sus hombros se relajan visiblemente. —¿Pasaste toda la noche sola?
—A menos que no cuentes a una encantadora mujer de ochenta y tres años en el
club de jazz que se unió a mi mesa de primera fila, fumó cigarros y bebió Hennessy toda
la noche, entonces sí.
—Me alegro por ti, Ness. —Sus ojos se vuelven cálidos como un caramelo
mantecoso, y su mirada cae en mis labios.
Conozco esa mirada. Es exactamente de la misma forma que me dejó embarazada.
Sería inteligente si recordara lo que nos separó porque el ligero zumbido que se filtra a
través de mi cuerpo me hace olvidar por qué no debería saltar sobre Hayes aquí mismo
en su cocina.
El sexo era lo único en lo que éramos geniales. Lo único en lo que siempre podíamos
confiar para poner fin a las discusiones y calmar nuestra ira.
Me pregunto si todavía tenemos esa química. Esa magia a la que recurrimos cada
vez que estábamos desnudos juntos.
¿Estaría mal tener una aventura con mi ex? La gente lo hace todo el tiempo. Sería
sólo sexo. Físico, sin la complicación añadida de la emoción. Eso es posible. Eso es una
cosa. ¿No es así?
—Hayes, —mi voz suena baja, y descubro que, de alguna manera, me he acercado
más a él—. Estaba pensando…
Se inclina hacia adelante para agarrar un mechón de mi cabello entre sus dedos,
frotando el mechón antes de enrollarlo alrededor de sus nudillos y acercándome más. —
¿Sobre qué?
Dios, su voz es terciopelo puro rastrillado sobre grava.
—Sexo.
Sus cejas se levantan, junto con la comisura de su boca. —¿Qué pasa con eso?
Estamos tan cerca ahora que tengo que inclinar la cabeza hacia atrás para ver su
rostro. Pongo mis palmas en los músculos acanalados de su estómago y me muerdo el
labio para no gemir. Es tan suave, considerando lo masculino que es. Debe ser un gel de
baño caro. Paso mis nudillos sobre cada bulto hasta su pezón, luego vuelvo a bajar,
patinando mis uñas sobre su ombligo y bajando por el sedoso y feliz sendero...
—Vas a tener que decirlo, —gruñe—. No quiero mal interpretar lo que me estás
pidiendo.
Puedo decirlo. Estoy zumbado. Somos adultos, y no es que no estemos íntimamente
familiarizados con cada centímetro del cuerpo del otro. Aunque supongo que el mío ha
cambiado un poco con respecto a lo que él recuerda. Agregué rayas plateadas en mis
caderas y senos. ¿Se decepcionaría si las viera? ¿Apagado en el recordatorio de mi
embarazo?
Tal vez podamos mantener las luces apagadas.
—Creo que deberíamos tener sexo. —Observo su expresión atentamente en busca
de algún signo de desinterés.
Me toma la cara con ambas manos y nos acerca tanto que su erección presiona
firmemente contra mi estómago. —Me gusta la forma en que piensas. Sin embargo, una
cosa.
—Sí, —digo sin aliento y espero no apestar a alcohol.
—Voy a querer besarte primero.
—Estoy bien con eso.
Roza sus labios contra los míos, enviando deliciosas sacudidas de placer hacia mi
centro. —Voy a querer besarte mucho. —Otro roce apenas visible de sus labios.
Mi cabeza cae hacia atrás y en el apoyo de sus grandes manos.
Él baja su barbilla y coloca un beso contra mi garganta, luego arrastra su boca a mi
oído. —Y en todas partes.
—Mmm-hmm, —chillo.
Él se aparta lo suficiente para ver mis ojos. —¿Estás adentro?
—Estoy muy adentro.
Y con eso, finalmente me besa.

Fuego.
La única palabra que puede acercarse a lo que sucede cuando los labios de Vanessa
y los míos se tocan. Una explosión de cruda necesidad me atraviesa cuando me recibe en
su boca. ¿Fue siempre así de terrenal, así de básico y primitivo entre nosotros? Todas las
demás experiencias sexuales que he tenido se desvanecen en el fondo de mi mente,
insignificantes y olvidables.
Sus cortas uñas se clavan en mis bíceps mientras me abraza a ella o, mejor dicho, se
abraza a mí. El sabor de ella inunda mi boca: vino dulce teñido con un rico cigarro
mezclado con una delicia tan familiar y toda de Ness. Mi pene está tan duro que tiene su
propio pulso. Deslizo mis manos por sus esbeltas caderas y tiro de la falda de su vestido.
Su trasero encaja perfectamente en mis manos, y lo aprieto como si nunca más fuera a
tener la oportunidad. Ella gime en mi boca, y el sonido patea mis caderas en un
movimiento hacia adelante en busca de fricción.
Podría levantarla, apoyar su trasero en el mostrador y deslizarme dentro de ella
ahora mismo. La jodería sin sentido hasta que gritara mi nombre, con su cuerpo tenso
mientras múltiples orgasmos la desgarran uno tras otro.
Pero recuerdo que no estamos solos. Y no tengo que ser un psicólogo infantil para
saber que los niños que escuchan a sus padres teniendo sexo como almas en pena es
traumatizante.
Con su trasero todavía en mis manos, la levanto y ella envuelve sus piernas a mi
alrededor. El calor de su sexo presiona contra la punta de mi pene, haciendo que mis
piernas casi se rindan. Su boca en la mía hace que sea difícil ver a dónde voy, pero
afortunadamente, no hay una tonelada de muebles en mi camino. Golpeo mi hombro
contra una pared y corro por el pasillo hasta que finalmente llego a mi habitación.
Cierro la puerta de una patada y cambio mi agarre para liberar una mano y poder
cerrar la puerta detrás de mí. Besa mi cuello, tira de mi lóbulo de la oreja con sus dientes y
muerde mi hombro.
Agarro su cabello y tiro de su cabeza hacia atrás. —Me estás haciendo creer que lo
quieres duro.
Sus párpados están pesados, su boca entreabierta, y la sonrisa arrogante que tira
de sus labios casi me hace llegar al orgasmo allí mismo. —No sabía que lo hiciéramos de
otra manera.
Ella no está equivocada. Por mucho que intentara hacer el amor con Vanessa, las
cosas entre nosotros siempre se intensificaban hasta convertirse en una necesidad
enloquecida e insaciable de destruir al otro de la mejor manera posible.
La lanzo a la cama y aterriza con un gruñido poco femenino. La agarro por los
tobillos y tiro de ella hacia el borde del colchón, observo cómo su falda se eleva más y se
enrolla debajo de sus senos.
Sus caderas son más redondas de lo que recuerdo, y sus muslos están mejor
formados. La joven que recuerdo ahora es completamente una mujer y sexy como la
mierda.
Se empuja hasta los codos y tira de su falda más abajo para cubrir su estómago. —
Puedes apagar la luz si quieres.
Me arrodillo entre sus pies y deslizo mis palmas por sus muslos. —¿Por qué querría
eso? —Observo el camino que toman mis manos, empujando su vestido más arriba hasta
que mis manos ahuecan sus pechos. Beso su vientre, le sigue el ombligo con mi lengua, y
tiro de sus bragas color carne con mis dientes.
—Um… porque… uh… —Sus palabras terminan en un gemido mientras pellizco la
tierna carne entre sus piernas sobre su ropa interior.
—¿Por qué…? —Gruño contra su palpitante centro.
—Yo... mis estrías.
Me congelo y miro su cuerpo. Ella tiene un brazo alojado sobre su cara.
Me siento sobre mis talones y observo su hermosa forma. ¿De verdad pensó que
unas cuantas putas estrías me apagarían?
Poniéndome de pie otra vez, me inclino sobre ella y la siento lo suficiente como
paradesabrochar la parte trasera de su vestido. Saco la tela negra y la tiro a un lado, luego
desabrocho el sostén. Se desliza por sus brazos y ella lo deja caer sobre la cama, pero
rápidamente cubre sus senos.
Odio la inseguridad que veo brillar en esos ojos verdes.
Cubro su boca con la mía, y con una rodilla en la cama, me arrastro sobre ella,
besándola hasta que sus manos terminan en mi cabello. Me dejo caer a su lado y observo
sus pechos mientras suben y bajan con respiraciones agitadas.
—Siempre me han gustado estos labios, —digo y paso la yema de mi dedo a lo
largo de su labio inferior entreabierto—. Recuerdo querer besarlos la primera vez que
me llamaste imbécil. —Arrastro mi toque sobre su barbilla, bajo al centro de su garganta y
entre sus senos—. Y estos… —Lentamente rodeo un pezón. Luego el siguiente—. ¿Sabes
cuántas veces pensé en esto? —La piel de gallina brota y aprieta sus pezones—. Años,
Ness. Años. —Mi dedo continúa el viaje hacia el sur hasta su vientre. Extiendo mi mano y
un sutil dolor se forma en mi garganta—. Desearía haberte visto embarazada.
Se muerde el labio inferior, y no puedo decir si son los nervios o las emociones lo
que lahacen hacerlo.
Muevo mi mano a su cadera y siento las estrías pálidas. —Tu cuerpo es una jodida
máquina milagrosa, Ness. Tuviste un bebé aquí. —Presiono mi frente contra su hombro y
murmuro las palabras que tanto deseo decir—. Nuestro bebé.
Ella presiona sus labios en la parte superior de mi cabeza. La tensión en sus
músculos se desvanece lentamente.
—No tienes nada de qué avergonzarte. —Me acerco más y beso su mandíbula,
pidiendo en silencio su boca—. Siempre has sido mi ideal.
Ella me ofrece sus labios, y la beso suavemente tanto como nuestros cuerpos lo
permitan. Ella rueda hacia mí y engancha su pierna sobre mi cadera. Meto la mano en la
parte delantera de sus bragas y gimo por lo excitada que la encuentro. Su respiración se
entrecorta cuando dos de mis dedos se deslizan fácilmente adentro. Ella monta mis dedos
y gira sus caderas. Recuerdo lo sexy que es que ella busque su propio placer. Retrocedo y
miro, lo que envía mi propia excitación a alturas vertiginosas.
Palabras sucias caen de mis labios, cada una acercándola más, hasta que se
tambalea al borde. Su respiración es desigual, el sonido es más animal que humano, y se
aprieta alrededor de mis dedos.
—Espera. —Libero mi mano y me deslizo por su cuerpo. De espaldas, agarro sus
caderas y la hago rodar sobre mi cara.
Ella empuja hacia arriba en cuatro patas. Rasgo su ropa interior por sus muslos y la
acerco a mi boca.
Ella grita mientras la devoro. Entonces ella detona. Con las caderas flexionadas, los
muslos temblando, tomo todo lo que me da y la trago, tomándola dentro de mí. Sostengo
sus caderas inmóviles con una mano y me agarro con la otra para no perderla.
El sexo era el plan. Es lo que ella quería. Y se lo voy a dar como se merece.
No me detengo hasta que he bebido demasiado y se deja caer a mi lado. Con los
brazos por encima de la cabeza, las bragas alrededor de las rodillas, parece el sueño
húmedo más dulce.
Agarro el borde de mi edredón y lo coloco sobre ella para mantenerla caliente. —
Vuelvo enseguida.
Sus ojos están cerrados, y cuando presiono mis labios contra los suyos, casi espero
que se aleje cuando se pruebe a sí misma en mis labios. Debería haberlo sabido mejor.
Desliza una mano perezosa detrás de mi cuello, inclina la cabeza y besa el sabor de sí
misma de mi lengua y labios, lamiendo y chupando.
—Necesito ir a buscar un condón, —susurro contra su boca.
—Mmm... —ella tararea, con los ojos aún cerrados.
—No vayas a ningún lado. —Presiono un beso en su nariz, luego salto de la cama.
En mi vestidor, tomo un condón de mi escondite secreto. Siempre pensé que era un
cliché ponerlos en la mesita de noche, pero ahora estoy enojado porque están tan lejos
que tuve que dejar el calor del cuerpo de Vanessa para tomar uno. Dejo caer mis
pantalones y los tiro en el cesto, y el peso entre mis piernas es tan intenso que tengo que
sostenerlo cuando camino, o me duele.
Llego a la cama y voy a rasgar el condón cuando piso las bragas de Vanessa en el
suelo. Entonces oigo el pequeño ronquido que sale de debajo del edredón.
Se quitó las bragas y luego se desmayó.
Me tomo un minuto para verla dormir. Espeluznante, lo sé, pero todo con Vanessa se
siente tan fugaz. Como si al pestañear, podría perdérmelo. Así que lo absorbo todo como
si fuera mi última oportunidad. Cuando el dolor entre mis piernas se vuelve insoportable,
me dirijo al baño para darme una ducha fría.
Cierro la puerta suavemente detrás de mí para no despertarla. Luego tomo la
ducha humanamente más rápida posible y me subo a la cama con Vanessa y la atraigo
hacia mis brazos para dormir.
Bueno, entonces no es el final de la noche que esperaba.
Pero en muchos sentidos, es incluso mejor.
Dieciocho

Me despierto acalorada y sudorosa, y… ¿por qué huele a bar?


Con la boca seca y dolor de cabeza, abro los ojos. Como siempre, me toma un minuto
orientarme. No estoy en casa. Estoy en casa de Hayes en su cama de invitados...
La noche vuelve en destellos. Hayes sobre mí, a mi lado, debajo de mí—oh mi dios—
¡estaba a cuatro patas sobre su rostro! El calor corre a través de mi cuerpo, y me esfuerzo
por sentarme, solo para sentir una banda de hierro alrededor de mi cintura.
—Demasiado pronto, —se queja en la parte posterior de mi cabeza.
¡Joder, joder, joder!
¡Tuvimos sexo! Pero espera, no recuerdo el sexo, oh, Dios mío,
¡Tuve sexo con Hayes y no lo recuerdo! No, no, no, no. ¿Qué dije? ¿Qué hicimos?
Ruego al Dios de los penthouses en el cielo que abra un portal y me saque de esta
situación.
—No hagas eso, —dice con severidad—. Puedo sentir que estás pensando
demasiado.
—No lo hago... —Me aclaro la garganta para eliminar la aspereza de mi voz—. No
estoy pensando demasiado. —Nop, la escofina sigue ahí. Y mi boca sabe a humo. Como de
cigarros Helen—. Estoy tratando de recordar.
Su cuerpo se tensa en mi espalda. —No recuerdas.
Lamo los labios resecos. —Yo me acuerdo. Solo estoy tratando de recordar todo.
—Sé que no te olvidaste de mí inclinándote sobre la silla de allí y jodiéndote por
detrás.
Miro con los ojos muy abiertos la silla de cuero marrón que se encuentra a unos
metros de la cama y trato de imaginar lo que está describiendo. Trato de recuperar algo
de memoria. —Sí. —Trago saliva—. Recuerdo eso.
—Y yo cogiéndote contra la pared en el baño.
Oh. Mi. ¡Mierda! —Mmm-hmm.
—Pensé que me habías dejado seco hasta que nos metimos en la cama, y me
montaste tan fuerte que tengo moretones en las caderas.
Me llevo las manos a la cara, me pongo boca abajo y grito. Ah, ahora sé de dónde
viene el olor a licor del día anterior. Que asco.
Lo que comienza como un pequeño temblor a mi lado se convierte en un terremoto
cuando Hayes se echa a reír.
—Deja de reírte, —le digo a mis manos. Pensando que puedo emborracharme con
mi propio aliento, aparto la cabeza de ellas—. ¡No es gracioso!
—Ness, bebé. —Me pone de espaldas y apoya su cabeza en su mano.
Maldición... Olvidé lo sexy que es Hayes recién levantado. Hay algo en las mañanas,
antes de que las responsabilidades del día pesen en su mente, cuando todavía está
abriéndose paso del país de los sueños a la realidad. Se ve más juvenil, juguetón y
absolutamente impresionante. Recupero el aliento.
—No tuvimos sexo anoche. —Él alisa mi cabello hacia atrás, que debe verse muy
atractivo ahora mismo—. Lo prometo.
—Pero nosotros… —Me muerdo el labio inferior, recordando su beso, sus dedos,
esa boca malvada.
Él sonríe. —Definitivamente hicimos eso.
Dejo escapar un suspiro y luego me tapo la boca con una mano. —Oh Dios, lo siento.
Mi boca huele a un club de jazz.
Aparta mi mano y me besa, con la boca cerrada, por supuesto. —Me divertí anoche.
Divertido. Correcto. Divertido. Porque no estamos saliendo. No estamos juntos.
Jodimos por ahí. Ni siquiera tuve sexo, gracias a Dios. Todo lo que necesito es tener sexo
con el padre de mi hija.
—Yo también. —Me deslizo hacia un lado con la mayor gracia posible, considerando
la incomodidad, y llego al borde de la cama—. Probablemente debería regresar a mi
habitación antes de que Haven se despierte.
Sus ojos se estrechan como si quisiera decir algo, pero no lo hace. Llevo el edredón
conmigo hasta donde puedo, pero cuando golpeo el borde de la cama, sale volando de mis
manos.
De pie desnuda a la luz del día mientras Hayes observa, apoyado sobre sus codos
con una expresión ilegible, encuentro mi vestido y mis bragas y salgo corriendo a la
habitación más cercana con una puerta. Termina siendo el armario. Suficientemente
bien.
Me pongo el vestido y, en lugar de ponerme una tanga sucia, lo enrollo en mi mano.
Cuando doy un paso atrás en el dormitorio, Hayes está allí apoyado en la silla de
cuero marrón, con un par de joggers grises. El bulto entre sus caderas es imposible de
ignorar.
—Ness, mis ojos están aquí arriba.
Mi mirada se lanza a la suya. Sus cejas se levantan de esa manera arrogante que
dice no trates de negar que estabas mirando. Ignoro su orden no verbal. —Estaba
apreciando la... tela. ¿Es eso algodón egipcio? Lo que sea, debería irme.
Me dirijo a la puerta con una cara roja llameante. —Te, uh, te veré. —Me escabullo,
por el pasillo, hacia la entrada y luego hacia nuestro pasillo. Me meto en mi habitación y
cierro la puerta con un suspiro de alivio.
—¿Mamá? —Haven sale de mi baño con un rímel en la mano. Su mirada cae a mi
vestido, mis pies descalzos, y luego a lo que estoy segura es maquillaje corrido y un nido
de ratas en mi cabeza—. Espera, ¿acabas de llegar a casa? —Una sonrisa lenta y cómplice
tira de sus mejillas—. ¿Te estoy alcanzando en la última milla de tu paseo de la
vergüenza?
—¿Qué? No.
—Entonces... no te enredaste con alguien anoche, y estás ahora llegando a casa.
—Yo…
—Porque tu cama no ha sido tocada. Pensé que te habías levantado temprano y
fuiste al gimnasio o algo así. —Su voz es cada vez más fuerte—. ¡No puedo creer que te
hayas enredado con un tipo! ¿Dónde lo conociste? ¿Es un viejo amigo o algo así?
No sé si es mejor hacerle creer que me junté con un tipo al azar o que fue su padre.
—¡Así que por eso no quisiste venir con nosotros anoche! —Se ve genuinamente
feliz por mí. Otra cosa sobre la que tendré que procesar mis sentimientos una vez que mi
dolor de cabeza desaparezca—. Pequeña mentirosa. —Ella sostiene el rímel—. Tomo
prestado esto. Y a ti parece que te vendría bien una ducha y tal vez una siesta, así que… —
Abre la puerta—. Te dejaré con eso.
La puerta se cierra con un chasquido que me hace saltar. Mis nervios están
disparados. ¡Mi hija está actuando más como una amiga, y yo me conecté con Hayes!
Sí, una ducha y una siesta son exactamente lo que necesito.
Si tengo suerte, nunca me despertaré.

***
LA DUCHA HACE maravillas para borrar el recuerdo de la noche anterior en mi
piel, pero hace una mierda para atenuar las imágenes en tecnicolor que siguen
destellando en mi cabeza. Los labios, la lengua y las manos de Hayes sobre mí. Mis dedos
en su cabello, contra su cuerpo duro. Una cosa es segura, cualquier química sexual que
teníamos cuando éramos adolescentes solo ha madurado e intensificado desde entonces.
Trabajo. Necesito trabajar para dejar de pensar en las sábanas de Hayes.
Camino de puntillas por el pasillo hasta la cocina para tomar el vaso de agua más
grande del mundo y algo con almidón para mi estómago. Afortunadamente, no escucho
ninguna voz, así que salgo corriendo. Solo que, cuando doy vuelta en la esquina, me
encuentro con dos pares de ojos color avellana a juego.
Hayes está de pie en el borde de la isla, con una camiseta sin mangas empapada de
sudor en forma de V sobre el pecho. Las venas sobresalen de sus bíceps bajo la piel
húmeda y reluciente. ¡Yum... no! No yum. Está sosteniendo su teléfono como si estuviera
mirando la pantalla antes de que lo interrumpiera. Su mirada se desliza de mis ojos a mis
labios y baja por mi garganta hasta los botones abiertos de mi blusa.
—Buenos días, —canto y me estremezco internamente por lo obviamente nerviosa
que sueno.
—Pensé que ibas a volver a la cama, —dice Haven a mi espalda mientras busco un
vaso grande—. Mamá tuvo una cita caliente anoche.
Me giro hacia mi hija. —¡Haven!
—¿Qué? —Ella ríe—. Esa es una buena noticia, mamá. Prácticamente vives como
un monje.
Hayes deja su teléfono y apoya sus manos en el mostrador, lo que de alguna
manera hace que los músculos de sus hombros se vean aún más grandes. —Cita caliente,
¿eh?
Observo la diversión en su estúpido rostro sexy.
—Síp. —Con un codo en el mostrador, Haven pone su barbilla en su mano— Creo
que su generación lo llama wham-bam-gracias-señora.
—Está bien, —le digo, teniendo que trazar la línea en alguna parte—. No tengo
sesenta.
—¿No me digas? —Los labios de Hayes se contraen y sus ojos bailan con humor—.
¿Quién es este hombre misterioso que te tuvo despierta toda la noche?
Les doy la espalda para llenar mi agua.
—Sí, mamá. Cuéntanos.
—Nadie. No se preocupen por eso.
—No me digas que solo estuviste conectada con alguien al azar, —señala Haven,
sonando un poco preocupada.
—No lo hice, —Los enfrento ahora, pero trago agua, con la esperanza de que la
demora en la respuesta haga que toda la conversación desaparezca.
La diversión en la expresión de Hayes me dice que no tengo tanta suerte. —
¿Alguien de la preparatoria entonces?
—Mmm-hmm. Y eso es todo lo que voy a decir sobre…
—¿Cómo es él? —Haven parece emocionada de escuchar más, y una parte de mí
desea poder tener este momento de madre e hija con ella. Se equivoca al decir que vivo
como un monje. Salía en citas, y traté de tener más con Tag hace años, pero nunca le conté
nada de eso. Sé que ella anhelaba tener una relación del tipo de hablar sobre chicos
conmigo, pero nunca quise que pensara que sería segunda después de algún chico. No
quería preocuparla, dejar que se encariñara con un novio con el que terminaría
rompiendo o, peor aún, que algún tipo en mi vida comenzara a decirle qué hacer.
—Sí, Ness, —dice Hayes—. Háblanos de él.
Le lanzo una mirada feroz y me aclaro la garganta. —Bueno, él es extremadamente
guapo...
Hayes asiente como si dijera que continúa.
—Inteligente, exitoso, casi todo lo que una mujer podría desear. —Me encojo de
hombros.
Parte del humor cae de su rostro. —¿Casi?
—Oh, no… —interviene Haven—. ¿Tiene alguna manía extraña? ¿Cómo los pies? ¿O
el juego de la caca?
—¡Haven!
—Dios bueno.
Hayes y yo respondemos simultáneamente.
—¿Qué? —Ella se encoge de hombros como si no fuera gran cosa—. Lia me lo
contó. Eso es totalmente una cosa.
—¿Estamos seguros de que deberías estar con esta Lia? —menciona Hayes,
sonando como un padre.
—No, no es nada de eso. —Tuerzo la boca, pensando—. Aunque realmente no lo
conozco lo suficientemente bien como para decir con certeza que no tiene un problema
con los juegos de caca...
—Estoy seguro de que no, —exclama rápidamente.
Levanto una ceja. —Él podría.
—Él totalmente podría. —Haven hace una mueca de disgusto—. Lia una vez salió
con un chico que le preguntó si podía orinar sobre ella.
Gimo porque ¿qué diablos está pasando? ¿Desde cuándo mi bebé tuvo la edad
suficiente para aprender sobre estas cosas? Demasiado para pensar que un pequeño
pueblo la ayudaría a crecer lentamente.
—No. —Él niega—. Démosle a este tipo el beneficio de la duda y digamos que no
tiene torceduras en el baño. Tengo más curiosidad por saber por qué crees que este
apuesto y exitoso caballero que suena como un tipo increíble es casi todo lo que una
mujer puede desear.
No puedo creer que me esté obligando a hacer esto. Pero bueno, él quiere jugar
duro, yo jugaré. —Es orgulloso. Realmente acomplejado.
Levanta una ceja como diciendo desafío aceptado.
—Y es un poco grosero con el personal del valet.
—Oh, sí, —afirma Haven—. Eso es un desvío.
—Está bien, espera aquí, —responde Hayes—. Tal vez no es grosero. Tal vez es
directo. Y orgulloso podría ser solo confianza. Aunque tengo curiosidad. ¿Dices que es
egoísta como si solo se preocupara por sus propias necesidades? —Levanta una ceja
desafiante como si me desafiara a decir que lo de anoche no fue solo por mi placer.
Mis ojos se abren y mis mejillas arden. Bebo más agua, con la esperanza de que
refresque mi cara y mis entrañas, que se están calentando con el recuerdo de la boca de
Hayes entre mis piernas.
Se aclara la garganta y, cuando pasa junto a mí de camino al refrigerador, murmura,
—Eso es lo que pensé.
—Como sea, —digo en voz alta—. No importa. No volverá a suceder.
Siento más que ver el gran cuerpo de Hayes tenso a mi lado.
—Regresaremos a Manitou Springs en un par de semanas…
—Ugh, —exclama Haven—. No me lo recuerdes.
—Lo último que necesito es enredarme en algo aquí.
La puerta del refrigerador se cierra. Camina detrás de mí para salir de la cocina,
pero se detiene antes de hacerlo—. Ness, tus zapatos y tu bolso de anoche están aquí en el
suelo.
Se me corta la respiración y los ojos de Haven se estrechan. —Oh, debo haberlos
dejado caer cuando llegué esta mañana.
Haven mira entre mis cosas, yo y Hayes. Atenta como siempre, observo cómo giran
las ruedas en su cabeza y rezo para que esta sea la única vez que no sume dos y dos.
Hayes sale de la habitación, riéndose por lo bajo. Resisto el impulso de arrojarle mi
vaso de agua a la cabeza.
—Tengo mucho trabajo que hacer hoy. —Recojo mis zapatos, bolso y agua—. Muy
ocupada. Te veré más tarde, ¿de acuerdo? —Sigo llenando el espacio con palabras sin
sentido, con la esperanza de que sea suficiente para sacarla del rastro de migas de pan
que dejé aquí en el suelo. Todas ellas conducen a la conclusión muy real de que me
enganché con Hayes y dormí en sus brazos anoche.
¡Maldita sea!

Paso la tarde en la oficina de mi casa trabajando y tratando de no pensar en el


hecho de que Ness está a un corto paseo por el pasillo.
Tenerla entre mis brazos anoche fue una fantasía que nunca imaginé que tendría la
oportunidad de vivir. La energía sexual explosiva que siempre ha zumbado entre nosotros
era diez veces mayor de lo que recuerdo, lo que apenas parece posible. Casi esperaba que
dejáramos marcas de quemaduras en mi cama. Mi pequeña Ness en todo a crecida, y,
Dios mío, en qué mujer se ha convertido. Me quita el puto aliento con una mirada. Esa
boca atrevida produce los gemidos más sexys cuando mi boca está sobre ella. Ella es
suave, valiente, fuerte y luchadora como la mierda. Ni siquiera la tuve completamente
anoche, y nuestra conexión fue el sexo más caliente que he tenido.
Mis jeans se vuelven dolorosamente apretados entre mis piernas mientras me
hincho y me endurezco con los recuerdos. Apenas soy capaz de quedarme en mi asiento,
luchando contra el impulso de correr a su habitación y seducirla hasta la saciedad. No una
mierda literal. No me gustan los juegos de caca. Asqueroso.
Haven se fue hace quince minutos para almorzar con David. Eso significa que
estamos solos. Y cada segundo que pasa me deja con dolor por ella.
Dijo que lo que hicimos anoche nunca volvería a suceder. ¿Como si alguno de
nosotros tuviera tanto autocontrol? El pensamiento me hace querer probar su teoría. A
ver si, a diferencia de mí, es capaz de negar la atracción entre nosotros.
—A la mierda. —Me alejo de mi escritorio, me acomodo en mis jeans para no
parecer una basura, y me dirijo por el pasillo. Me detengo cuando la veo en la mesa del
comedor, inclinada sobre su computadora portátil con los ojos entrecerrados y los labios
fruncidos—. ¿Estás bien?
Su mirada salta y capto un atisbo de aprobación femenina mientras me observa. En
segundos, es como si me estuviera quitándome la camiseta y los jeans. Observo cómo su
determinación de ignorar la atracción se esfuma.
—Ness, —gruño en advertencia porque lo último que quiero hacer es marcar a
Haven de por vida cuando regrese y me encuentre teniendo sexo con su madre en la
mesa del comedor.
Vanessa parpadea, y el momento se esfuma, y su expresión pellizcada regresa. —
Estoy bien. Solo trato de entender este contrato.
—¿Te importa si le doy un vistazo?
Ella parece masticar eso por un momento antes de girar la computadora portátil
hacia mí y dejarse caer en su asiento—. Lo tienes.
Tomo el asiento frente a ella para evitar estar lo suficientemente cerca como para
tocarla. Me acusó de ser egoísta. Esta es mi oportunidad de probar que ella está
equivocada.
—Estas son las preguntas que tengo. —Gira un bloc de notas amarillo en mi
dirección. En su delicada letra manuscrita, tiene páginas de notas.
—Tus preguntas son más largas que el contrato.
Se ríe con cansancio y sin humor, —Probablemente.
Me desplazo hasta la parte superior del contrato y leo los primeros párrafos. —
¿Cambiar fuente?
—Sí. Es una aplicación que desarrollé para artesanos locales, personas que cultivan
alimentos, para intercambiar productos. Digamos que John tiene algunas docenas de
pollos. Puede intercambiar huevos con Jane, que cultiva maíz, para alimentar a sus pollos.
O Sara puede intercambiar su mermelada de fresa con Mike, que cultiva lechuga. Cosas
como esas.
—Esta empresa, Sustain USA, es una empresa nacional.
—Mmm-hmm.
—Ellos te están ofreciendo cien mil. —Me deslizo hasta el final del contrato—.
Propiedad total del diseño, la codificación... ¿Cuánto ganas anualmente con esta
aplicación?
Ella frunce el ceño y garabatea un número en el bloc de notas.
Silbo y niego con la cabeza. —Te están subestimando, a lo grande.
Ella se sienta derecha. —¿Lo están?
—Ness, tú podrías obtener mucho más por esta aplicación. Te están tratando como
a una madre de un pueblo pequeño que no conoce la mina de oro en la que está sentada.
Se muerde el labio y luego lo suelta. —Me temo que no están equivocados...
—Déjame armar una contraoferta.
Sus cejas caen. —¿Tú harías eso?
—Sería negligente no hacerlo. ¿Puedo reenviarme este contrato?
Ella asiente.
—Esto es una mierda. —Hago clic en el icono de correo electrónico y me envío el
contrato—. ¿Es esta aplicación el trabajo de tu vida?
—Um… no realmente. Quiero decir, tengo otras tres a los que les va muy bien. —
Ellainclina la cabeza—. No parezcas tan sorprendido. Es insultante.
—Lo siento, yo solo… pensé que siendo madre soltera…
—La necesidad es la madre de la invención. ¿No es así como dice el dicho?
Ella continúa contándome acerca de la primera aplicación que diseñó llamada Sister
Wife: un lugar donde las nuevas madres pueden acudir para hacer preguntas y recibir
apoyo de otras madres. Cup o' Sugar: es la fuente para que las familias locales apoyen a
las madres solteras necesitadas con donaciones de alimentos y ropa. Y Kiddo Sit: es una
fuente de cuidado de niños para adolescentes que incluye un curso de capacitación
médica de emergencia, respiración cardiopulmonar y seguridad general.
Parpadeo rápidamente, asimilando todo. Vanessa había planeado ir a la
universidad para convertirse en ingeniera informática y, en cambio, puso todo su esfuerzo
en el diseño y la codificación para ayudar a las madres solteras jóvenes como ella.
El orgullo se hincha en mi pecho, pero es perseguido por una culpa sofocante.
Debería haber estado allí para apoyarla. Nunca debería haberse sentido sola o
necesitada de alimentos o fuentes de cuidado de niños. Ella me necesitaba... pero
entonces, ella realmente no me necesitaba en absoluto. Es extraño sentirse necesario y
completamente inútil al mismo tiempo.
Paso una mano por mi cabello y suspiro. —Ness, lamento tanto que tuvieras que
hacer todo esto. Pero también estoy jodidamente impresionado por todo lo que has
hecho.
Ella se sonroja un poco, pero se encoge de hombros como si no fuera gran cosa. —
Gracias, pero no tienes que arrepentirte. Yo me arrepiento, Hayes. Pero Haven y la vida
que hice para nosotras no es una de ellas.
—¿Me dejarás ayudarte con este contrato? Es lo menos que puedo hacer.
Se muerde el labio, el mismo labio que tenía en la boca anoche. Quiero besarla de
nuevo, mucho.
Paso el bloc de notas legal a una nueva página y agarro su bolígrafo. —Déjame
obtener algo de información primero.
Nos sentamos en la mesa del comedor y trabajamos juntos con facilidad mientras
obtengo las fechas, los costos y las cifras de ingresos de todas las aplicaciones de Vanessa.
No me sorprende que ella tenga todo en un programa de computadora que simplifica la
obtención de detalles. Hacemos bromas, nos reímos con facilidad y me pregunto cuándo
fue la última vez que realmente disfruté mi trabajo de esta manera.
Cuando la puerta se abre, ambos levantamos la vista de la mesa para ver a David y
Haven entrar tomados de la mano. El humor desaparece de mi rostro mientras miro sus
dedos entre lazados.
—¿Que están haciendo, chicos? —Haven pregunta como si encontrarnos
trabajando juntos fuera tan escandaloso como encontrarnos desnudos.
—Hayes me está ayudando con una contraoferta al acuerdo de Sustain USA.
—¿Por qué te ves tan contento? —Las palabras de Haven destilan sospechas.
Siento que Vanessa me mira y luego se vuelve hacia nuestra hija. —Hayes parece
pensar que podemos obtener mucho más dinero por ello.
Haven parece sospechoso. —Bueno, David salió temprano, así que vamos a pasar
el rato en mi habitación.
—Está bien, —tararea Vanessa.
La pareja se aleja por el pasillo.
—¿No deberíamos decirle que deje la puerta abierta o algo así? Siento que escuché
que eso es algo que hacen los padres.
—Tendrá dieciocho años dentro de unos meses. Ese barco ha zarpado.
—Me perdí de todo, —digo, sintiendo un peso en el estómago.
Vanessa vuelve a tomar notas.
Hago un poco de cálculo mental contando hacia atrás nueve meses hasta... —la
azotea.
—¿Qué?
Apoyo un codo en la mesa y me inclino más cerca. —Esa noche en la azotea. ¿Fue
entonces cuando concebimos a Haven?
La noche estuvo llena de calor y hambre, pero la recuerdo como la experiencia
más romántica que jamás hayamos compartido. Comimos pizza en elpatio de la azotea de
la casa de sus padres. Sobre una manta bajo las nubes, buscábamos estrellas y hablábamos
de nuestro futuro. Fue la noche antes de irme para la universidad y le preocupaba que
nos fuéramos a separar. Traté de demostrarle con mis palabras y luego con mi cuerpo
que estaba con ella a largo plazo. Que ninguna mujer podría tentarme como ella lo hizo.
Palabras susurradas de amor y devoción llenaron el aire mientras me deslizaba dentro
de ella lento, profundo y con toda la intención de un hombre completamente entregado
a una chica para siempre.
—Sí. Fue esa la noche.
No fue nuestra última noche juntos. Regresé a casa dos semanas después y
volvimos a estar uno encima del otro, pero de alguna manera supe que esa noche iba a
significar algo. Sabía que cualquier cosa que estuviéramos haciendo, cualquier cosa que
prometiéramos, se mantendría para toda la vida.
—¿Puedo preguntarte algo? —ella dice—. ¿Hubo alguna vez una parte de ti que se
preguntó si yo había tenido el bebé?
Le doy honestidad porque es lo que se merece. —Ni una sola parte de mí creyó que
no lo terminarías. Realmente pensé que estabas casada con tu plan para Stanford.
—Si hubieras sabido que la mantuve…
Jesús, ¿qué se supone que debo decir? Yo era un chico de veinte años que sentía
que tenía el mundo entero al alcance de su mano. No creo que me hubiera ido de
Harvard para volver a casa y jugar a ser un padre. Amaba a Vanessa tanto como podía en
ese entonces, pero no estaba listo para dar mi vida por nadie.
—Está bien. No tienes que responder eso. —El tono frío de su voz me dice que
interpretó correctamente mi silencio.
—Lo siento.
—Gracias, —dice ella, sus ojos suaves y su sonrisa un poco triste—. Creo que
necesitaba escuchar eso.
Jódeme Sus palabras son un puño en mi pecho.
—¿Si te sirve de algo? Yo también lo siento. Probablemente debería haberte
hablado de Haven. Simplemente no quería que me hirieran. Yo no quería que a ella la
lastimaran otra vez. —Ella agacha la barbilla y se muerde los labios.
Todo detrás de mis costillas se aprieta dolorosamente.
¿Habría respondido de manera diferente si Haven hubiera llegado a mi vida hace
diez años? ¿Les habría roto el corazón a ambas? No quiero responder a eso.
—Tú hiciste lo correcto.
Ella frunce el ceño y vuelve a sus notas.
—Creo que probablemente deberíamos hablar sobre lo que sucedió anoche. —Esta
mañana dijo que no volvería a suceder. ¿Era esa la verdad o lo estaba diciendo en
beneficio de Haven? Porque la idea de tener a Vanessa tan cerca y no poder tocarla,
besarla, sería el peor tipo de tortura y una prueba de mi autocontrol, algo que no se me
conoce por tener mucho.
—Bebí demasiado, —dice a modo de excusa—. No estaba pensando con claridad.
—Lo estabas. —Observo cómo la verdad se asienta en su rostro.
—Hayes, —dice en voz baja—. Lo admito, anoche fue... —Ella suelta un suspiro, y
juro que veo sus hombros temblar.
—Nada comparado con lo que podría haber sido, —termino por ella.
Sus ojos se abren. —No podemos simplemente perder el tiempo de esa manera.
—¿Por qué no?
Se está mintiendo a sí misma si piensa que lo que hicimos anoche fue solo perder el
tiempo, pero esa es una conversación para otro día.
—Um, porque somos adultos responsables.
Inclino mi cabeza, entrecerrando mis ojos en ella. —Los adultos responsables
absolutamente deberían perder el tiempo. —Se ve tan jodidamente hermosa en este
momento. Rostro fresco y sonrojado, el pulso palpitante en su cuello como si está sola
conversación la estuviera excitando. Presionaría mi lengua contra su garganta y lamería
su boca ahora mismo si pensara que me dejaría—. Renunciar al monacato por un par de
semanas.
—Yo no vivo como un monje.
Levanto mis cejas.
—He tenido mucho sexo con gente...
Niego con la cabeza, interrumpiéndola. —Ahórrame los detalles.
—Todo lo que digo es que quiero hacer lo mejor para Haven. Y lo mejor para ella es
que mantengo la cabeza sobre mí misma…
—Lo mejor para ella es que tú te cuides, y eso incluye aceptar una oferta de
orgasmos ilimitados.
Sus labios se separan en una exhalación. —¿Ilimitados?
Siento que la comisura de mi boca se levanta.
Ella traga y sus ojos se posan en mis labios. Ella parpadea. —No. No. Yo... no puedo.
Yo... no.
Ella está pensando en eso. Nerviosa. Sí, ella quiere decir que sí. Voy a jugar su juego.
—De acuerdo. —Regreso al contrato en la pantalla de la portátil—. Como quieras.
De una cosa estoy seguro, tendré a Vanessa gritando mi nombre para el fin de
semana.
Diecinueve

—¿Qué quieres decir con que te está ayudando con el contrato?


El tono severo de Tag en mi oído me hace querer pulsar Finalizar Llamada y fingir
que nos desconectamos. ¿Cómo si no pudiera tomar mis propias decisiones sobre quién
me ayuda? Y no es que Hayes no sepa lo que está haciendo. Es un abogado corporativo de
una compañía Fortune 500, quise gritar en voz alta.
Suspiro en el teléfono. —Está preparando una contraoferta. Pensé que esto sería
una buena noticia. ¿Porque estas molesto?
El taxista me mira por el espejo retrovisor, y le disparo una mirada furiosa para
meterse en sus propios asuntos.
—¿Por qué él? Te hablé del abogado de Manitou Springs.
—Es un abogado agrícola.
—Y tu aplicación es para la comunidad agrícola. No veo por qué este tipo necesita
involucrarse en tu vida profesional.
No le digo a Tag que Hayes se ha ofrecido a involucrarse en mucho más que mi vida
profesional. ¿Realmente él se ofreció a dejarme usarlo para tener sexo mientras estoy
aquí? Con toda nuestra historia, no hay forma posible de que una relación sexual casual
entre nosotros sea una buena idea. Aunque no puedo negar que su oferta era tentadora.
De verdad, de verdad tentadora.
—Lo siento. Tengo que irme —le digo a Tag, pensando que la mejor manera de
evitar esta conversación es terminarla—. Te dejaré saber cómo va la contra oferta.
—Vany, espera…
—¡Hablaremos pronto! —Pulso Fin y me desplomo en el asiento trasero que huele
a mal aliento, orina y ambientador de especias de manzana.
Cuando nos detenemos en el rascacielos con Industrias North estampado en vidrio,
se me hace un nudo en el estómago. No es que esté nerviosa por ver a Hayes. Estoy
inquieta porque no he estado en un edificio profesional de esta magnitud desde que era
una niña.
Le pago al taxista y tomo mi bolso. Puertas corredizas de vidrio del tamaño de un
edificio de dos pisos se abren ante mí y entro en el vestíbulo, que se ve y se siente más
como un museo moderno. Las voces resuenan en los techos altos y mis tacones resuenan
en el piso pulido. Me dirijo al escritorio circular que se encuentra frente a un enorme
banco de ascensores.
—Estoy aquí para ver a Hayes North —le digo a la hermosa joven.
Ella presiona algunos botones en un iPad, luego me sonríe brillantemente. —¿Sra.
Osbourne? El Sr. North la está esperando. —Me da breves instrucciones sobre cómo
llegar a su oficina, y las repito mientras entro al elevador que sube a la parte superior.
Varios trajes se amontonan en el ascensor conmigo, pero me niego a encogerme y
hacerme pequeña en un rincón, sin importar cuánto lo desee.
Salgo al nivel ejecutivo y giro a la izquierda. Otra mujer joven y bonita me dirige a la
oficina de Hayes. Me pregunto si ser modelo es un requisito previo para trabajar aquí.
Industrias North es un edificio moderno con paredes de vidrio que hacen que la
mayoría de las oficinas parezcan peceras. Algunas están esmeriladas para mayor
privacidad. Cuando doy la última vuelta a la oficina de Hayes, veo que sus paredes están
escarchadas.
—Hola. Soy Vanessa, estoy aquí para ver a Hay... el Sr. North. —le digo a su
ayudante.
Ella parece una Cameron Diaz joven. Rubia, ojos azules brillantes y una gran
sonrisa. Sin anillo de bodas. Una voz enferma dentro de mi cabeza me dice que ella y
Hayes definitivamente han tenido sexo. Quiero decir, tendría que estar ciego él para no
querer ver a esta mujer desnuda. Hayes y su buena apariencia divina son imposibles de
ignorar. Noches de trabajo hasta tarde, necesidad de aliviar el estrés...
Su altavoz suena, cortando mi línea de pensamiento.
—¡Newton! —Hayes espeta—. Si no estás demasiado ocupada haciendo lo que sea
por lo que te pago...
—¿Disculpa? —pregunto sin pensar—. ¿Quién demonios te crees que eres?
—¿Ness?
—Puede entrar —afirma la Srta. Newton con una pizca de terror en los ojos.
—Déjame decirte algo sobre este hombre —digo, sin estar segura de que Hayes
todavía pueda escucharme a través del teléfono o no. Espero que pueda—. Si te
acuestas, te pisotea. La próxima vez que te hable así, dile que se coma su pene y vete. Ve a
ver una película, consigue todos los bocadillos que quieras y ponlo en la tarjeta de crédito
de la empresa. Lo pensará mucho en volver a faltarte al respeto.
Ella parece mortificada por la idea de enfrentarse a él. —Probablemente me
despediría.
—No lo hará. —Trato de darle una sonrisa tranquilizadora—. Confía en mí.
Me giro para entrar a su oficina, murmurando que él es un imbécil. Cuando entro,
está parado al borde de su escritorio, luciendo un poco inquieto. —¿Estás bromeando?
—Tú no entiendes...
—No hay nada que entender, Hayes. No puedes hablarle a la gente así. Es
mezquino, poco profesional, y poco atractivo. No seas tan matón.
Él frunce el ceño. —¿Poco atractivo?
—¡Sí!
Él gruñe. —Está bien, bien. Trataré de ser más amable.
—No puedes empujar a nadie que no te mande a la mierda. Y, por cierto, ¿en
nombre de la Srta. Newton de ahí afuera? Vete a la mierda. —Me dejo caer en el asiento
frente a su escritorio y cruzo las piernas.
Él gime, y cuando se gira para volver a la silla de su escritorio, juro que lo atrapo
ajustando su pene en sus pantalones. Supongo que eso responde a mi pregunta sobre si
él y su asistente han tenido relaciones sexuales. Aparentemente, él necesitaría que ella se
defendiera para que él se sintiera remotamente atraído.
—Realmente tienes un problema.
—Sólo contigo, cariño. —Él guiña un ojo—. ¿Sería inapropiado como tu abogado
decirte que te ves deslumbrante hoy?
Mantengo mi barbilla en alto, sintiendo la calidez de su cumplido inundarme. —Sí,
lo sería.
Se pasa el dedo por el labio inferior, mirando mi boca. —Entonces sería realmente
imperdonable para mí decirte lo mucho que quiero joderte en mi escritorio.
—¡Hayes! —Casi me ahogo con su nombre, revelando el efecto que sus palabras
tienen en mí.
Maldita sea esta atracción sexual irresistible entre nosotros.
—Bien, bien... —Aparta la mirada—. Me comportaré.
—Gracias —digo, aunque extraño sus ojos en mí, la forma en que me calientan y me
desnudan. Me aclaro la garganta.
—Preparé una contraoferta con lo que creo es más que un precio que justo. —
Abre una carpeta y la extiende hacia mí.
Lo alcanzo, y él agarra mi muñeca. —Si la privacidad es el problema, podría joderte
en el baño.
La proposición inesperada me hace reír. —Voy a pasar, pero gracias por la oferta.
Se encoge de hombros. —Por supuesto. —Suelta mi muñeca, pero no antes de
frotar un par de círculos suaves en la parte inferior con la yema de su pulgar—.
Notarás que también hice enmiendas indicando que venderás el producto terminado,
pero no el código fuente. Dado que usas un código similar para sus otras aplicaciones,
querrás conservarlo. También te protegerá de los competidores que usen el código.
—Sí, eso tiene sentido. —Hojeo el contrato, notando todos los ajustes resaltados
cuando un número me golpea en la cara. Un número que tiene seis ceros después de
él—. Hayes, estás pidiendo un millón de dólares.
—Lo hago. —Viene alrededor de su escritorio y apoya su trasero en la parte
superior frente a mí—. Es una buena cantidad, Ness. Las proyecciones muestran que
ganarías tanto con esta aplicación. En el peor de los casos, ellos pasan la compra y
terminas ganando esa cantidad con el tiempo. Ganar-ganar para ti.
—Esto es una locura, ¿de verdad crees que podría conseguir un millón?
Él sonríe. —No lo habría puesto allí si no lo estuviera.
—Hayes, esto es… —No tengo palabras.
Me levanto de mi asiento y me arrojo en sus brazos. Envolviendo los míos
alrededor de su cuello, lo aprieto con fuerza. —No puedo creer esto. Muchas gracias.
Sus brazos se deslizan alrededor de mi cintura como miel espesa, y entierra su
rostro en mi cabello. —De nada. —Lo escucho inhalar profundamente y sentir que sus
músculos se relajan—. Haría cualquier cosa por ti. ¿Lo sabes bien?
Mis entrañas se vuelven blandas y me hundo contra su pecho. ¿Qué pasa si me
rindo? Dejarme caer en sus brazos, en su cama y perderme en la magia que
experimentamos cuando estamos juntos.
Como un chorro de agua fría de la nada, un destello de la carta que me envió con los
dos mil dólares en efectivo aparece en mi mente. La misma carta que encontró Haven.
Palabras frías escritas en papelería cara.

Vanessa,
Deshazte de él y podemos seguir adelante como si nada hubiera pasado.
Con Amor,
H. North
Me separo de sus brazos. Sus cejas se juntan en duda, pero no pregunta. Me aliso el
vestido y mantengo la barbilla en alto. —¿Cómo hacemos esto? Apruebo los cambios y…
Estudia mi lenguaje corporal, mis hombros rígidos, los brazos cruzados sobre mi
pecho. —Se lo enviaré a tu contacto como tu representante. —Sus ojos estrechos se
posan en mis manos que están cerradas bajo mis bíceps—. Si te parece bien.
—Bien, sí. Está bien. —Me giro y agarro mi bolso—. ¿Eso es todo?
Él no responde.
—Además, no estaré en el condominio esta noche. —No hay ninguna razón en
particular aparte de que creo que es mejor que Hayes y yo evitemos estar a solas tanto
como sea posible—. Tus cuñadas van a llevar a Haven a ver un espectáculo de
Broadway, así que ella también se irá.
—¿No querías ir con ellas?
Me invitaron, pero lo rechacé. —No, no soy fanática de los musicales. —Cuando me
giro para mirarlo, su expresión se tuerce en confusión. La chica que recuerda había
memorizado todas las canciones del Fantasma de la Ópera, Cats, y Los Miserables—. Y creo
que Haven debería construir estas relaciones sin mí. Después de todo, ella las va a llevar
adelante sin mí.
Él parece estar intentando zambullirse en mi cerebro a través de mis ojos con su
mirada fija.
—Supongo que te veré mañana. Avíseme si recibes noticias de la gente de Sustain
USA. —Abro la puerta y encuentro a un hombre mayor con traje que se inclina mucho en
el espacio personal de la Srta. Newton tanto que ella se balancea hacia atrás en su silla
para mantener la distancia. Si ella se resbala y se inclina hacia adelante, sus labios
chocarían con los de él—. ¿Todo bien aquí? —pregunto.
Su mirada se desliza hacia la mía, el pánico es obvio. —Bien, gracias. —Su voz
tiembla.
El hombre, sin prisa, gira lentamente, y contengo el aliento cuando veo esos ojos
calculadores.
—Sr. North. —Es August, el padre de Hayes—. Ha pasado un largo tiempo.
Él mira descaradamente mis pechos, y aunque se siente como si un millón de
insectos estuvieran arrastrándose sobre mi piel, me niego a cubrirme frente a él. —¿Nos
conocemos?
Por supuesto, él no me recordaría. Lo conocí varias veces en la preparatoria, pero
Hayes siempre trató de mantenernos separados. Nunca se llevó bien con su padre, y por
las historias que contaba, August North es un pedazo de mierda del grado A.
—August —retumba Hayes desde algún lugar detrás de mí—. ¿Qué necesitas?
Su padre parece entretenido mientras se endereza desde su posición frente a la cara
de la Srta. Newton. Ella da un gran suspiro de alivio una vez que su atención está en mí. —
Quise pasar y recoger el contrato de Steiner.
—Adelante. Lo tomaré por ti. —Hayes parece querer atraer a August dentro de su
oficina.
August sonríe como una serpiente. —Lo siento, no te recuerdo. —Toma mi mano y
la lleva a sus labios, pero me las arreglo para apartar mi mano antes de que sus labios
la toquen. Él frunce el ceño—. No te enfades, cariño. Conozco a muchas mujeres. No se
puede esperar que recuerde a cada una de ellas.
—Vanessa Osbourne. Nos conocimos hace unos dieciocho años. No esperaría que
me recordaras.
Su expresión se vuelve dura y enojada como si estuviera preocupado de que esté
aquí para acusarlo de estupro o algo así. No gracias, imbécil.
—Salí con Hayes.
Todo su comportamiento se ilumina. —Oh, debes ser la mujer con su hijo.
Mis cejas se juntan. —Él te lo dijo.
—Por supuesto que lo hizo. Soy su padre.
Ninguno con el que haya tenido una relación real. Aunque, tal vez reconciliaron su
relación durante los últimos dieciocho años.
—Vanessa se estaba yendo. —Siento y escucho a Hayes mucho más cerca de lo que
estaba antes.
—No hay necesidad de salir corriendo —exclama August y pone su brazo sobre mis
hombros—. Me gustaría llegar a conocerte mejor. —Comienza a llevarme de regreso a la
oficina de Hayes.
—Realmente necesito irme. —Intento escaparme de su agarre, pero el agarre
sobre mis hombros se aprieta.
—August —gruñe Hayes en advertencia—. Ella dijo que no.
—Sólo un minuto o dos. —August hace pucheros, y el sitio de un hombre adulto
sacando su labio inferior me dan ganas de golpearlo—. Seguramente le puedes dedicar
uno o dos minutos al abuelo de tu hijo.
—Hija —aclaro con un toque de vete a la mierda en mi tono.
—Hija, eso es correcto. —Me guía a un sofá en la oficina de Hayes y se sienta a mi
lado, tan cerca que nuestros muslos se tocan. Intento escabullirme, llegar al otro lado del
sofá de dos plazas, pero me tiene atrapada entre él y el brazo del sofá.
—Dime, ¿cuál es su nombre de nuevo?
—Haven —responde Hayes por mí. Su cuerpo está tenso, su rostro sin emociones, y
me pregunto de qué lado está, si del mío o del de August. No es que deba haber
bandos y, sin embargo, siento que la presencia de August está dibujando una línea en la
arena.
—Haven. Supongo que mi hijo te ha hecho una oferta en efectivo más que generosa.
Parpadeo y niego con la cabeza. —Dinero. Oferta... ¿qué?
—August, no necesito tu ayuda con esto —se queja Hayes.
¿Ayuda con esto? ¿Ayuda con qué?
—Hayes y yo discutimos esto recientemente, y él está dispuesto a hacer una oferta
en efectivo para que toda esta noticia inesperada no sea demasiado perturbadora.
—¿Oferta en efectivo? ¿Perturbadora? —El tono de mi voz se eleva más y más, y la
ira y la irritación recorren mis entrañas—. No sabía que nuestra presencia era
perturbadora. Él es quien insistió en que nos mudáramos con él y nos quedáramos en
Nueva York por un mes. —Mi mandíbula se aprieta tan fuerte que juro que veo estrellas.
—No le hagas caso —dice Hayes, sonando más aburrido que enojado.
—Creo que todos podemos estar de acuerdo en que no hay un final de cuento de
hadas aquí para ustedes dos. Lo más que podemos hacer es despedirte con suficiente
dinero para comprar una buena casa, mandar a la pequeña Maven a la universidad…
—Haven —espeta Hayes.
—Y el dinero debe cuidar de ella hasta que se case y se convierta en el problema de
otra persona, si sabes a lo que me refiero —dice con una risa forzada.
¿Él simplemente se refirió a Haven como un problema? Este tipo tiene un maldito
descaro. Lucho por el deseo de lanzarme a su garganta como una mamá osa enojada y
arrancarle la cabeza de los hombros. —No sé a qué te refieres.
—Mujeres. —Levanta las cejas como si su respuesta se explicara por sí misma.
Agrega misógino a la lista de atributos repugnantes de August North. —Sr. North...
—Por favor, cariño, llámame, August.
—Soy Vanessa. No, cariño —digo mi nombre lentamente y con demasiada
pronunciación—. Como estaba diciendo, Sr. North, crie a nuestra hija sin la ayuda de nadie
durante diecisiete años, y no necesite la ayuda de un North, ni ahora ni nunca.
Se inclina tanto que tengo que apartarme, al igual que la Srta. Newton estaba
haciendo en su escritorio. —Este no es mi primer rodeo. Sé lo que les gusta a las mujeres
como tú...
—¿Mujeres como yo? Por favor, dime qué tipo de mujer soy, ya que claramente me
conoces muy bien.
Él sonríe, y es todo dientes. —Tengo cuatro hijos. ¿Crees que eres la primera mujer
en quedar embarazada y reaparecer de la nada?
—Te das cuenta de que se necesitan dos personas para quedar embarazada,
¿cierto? En realidad, no hacemos eso por nuestra cuenta. Aunque —me río entre
dientes—, hablar con hombres como tú me hace desear que pudiéramos hacerlo.
—Basta de esto. —Sus ojos se entrecierran, y cualquier encanto que trató de usar
en mí se ha ido—. No haré esto de ida y vuelta.
Me encojo de hombros. —Tú empezaste.
—¿Cuánto quieres?
—Hmm... ahora que me estás ofreciendo. —Toco mi barbilla—. Quiero una isla
privada, dos millones de dólares, uno de esos lindos monos capuchinos y un unicornio.
Escucho la risa de Hayes.
—¡Oh! Y un jet privado. Porque, ¿de qué otra manera saldré de mi isla? ¡Duh!
—¿Piensas que esto es una broma? —se queja.
—¿Si te estoy siendo honesta? Sí, lo creo.
Gira la cabeza hacia Hayes, que parece totalmente entretenido desde su punto de
vista a unos metros de distancia. —Intenta hablar con ella.
Hayes se encoge de hombros. —No necesito hacerlo. Creo que fue clara en sus
demandas.
El anciano se pone de pie tan rápido que le crujen las rodillas, y hay una pequeña
parte de mí que espera que eso duela. —Si ella corre a la prensa...
—¿Y les dice que tengo una hija? —Hayes frunce el ceño—. ¿Crees que eso es algo
que quiero ocultar?
—La reputación lo es todo.
Ahí es cuando sucede. La sonrisa de Hayes es un recordatorio de tiempos más
sencillos. Antes, cuando nuestras mayores preocupaciones eran que nos descubrieran
besándonos en el armario del conserje de la escuela o aprobar el siguiente examen de
física. Dientes blancos y rectos, la insinuación de un hoyuelo y esos labios muy abiertos,
Dios mío, sigue siendo el hombre más guapo que he visto en mi vida. —Vanessa y Haven
son las únicas cosas buenas en mi vida. Yo mismo le diría a la prensa si pensara que ellas
están realmente interesadas.
August apunta con un dedo despiadado a la cara de Hayes. —No sé qué te pasa,
chico, pero tienes que salir de eso.
—¿Chico? —La sonrisa se disuelve en una mandíbula dura y labios finos—. Creo
que es hora de que te vayas.
August tira de las solapas de su saco, toma un expediente de Hayes y se dirige a la
puerta.
—Una cosa más. —Hayes permanece donde está, apoyado en una estantería, con
los brazos cruzados sobre el pecho. Solo gira su barbilla ligeramente en dirección a
August, pero mantiene sus ojos en mí—. Háblale a Vanessa así otra vez, y te golpearé,
viejo.
—Te vas a arrepentir de haberme amenazado. —Sale corriendo de la habitación.
—¡Lo dudo! —grita Hayes, luego vuelve su atención hacia mí.
Me pongo de pie y cruzo hacia él. —Podrías haber saltado antes.
Se gira hacia mí, solo uno o dos pies entre nosotros. —¿Estás bromeando? ¿Y
perderme verte rasgar a August de nuevo? Eso es lo más divertido que he tenido en años.
—Sus ojos brillan en mis labios—. Esa boca. —Él gime.
Ahora es mi turno de sonreír. —Cuidado, tu perversión se está mostrando.
—No lo niego. Tu fuerza siempre ha sido una gran excitación.
—Feliz de escuchar que mis cosas todavía funcionen.
Él se agarra entre sus piernas, y yo debería sentir repulsión, ¿verdad? Debería
encontrar vulgar que maneje su erección. ¿verdad? —Oh, eso funciona.
Mi estómago da vueltas y el calor florece entre mis caderas, luego gotea más abajo.
Desliza una mano detrás de mí cuello y me acerca más. —Tú también lo sientes, ¿sí?
Esta mierda entre nosotros es jodidamente intensa. —Su pulgar se acerca al frente de mi
garganta y me sostiene con una suave presión—. Si te besara ahora mismo…
—Terminaríamos en el sofá.
Él sonríe. —No creo que llegase tan lejos.
Estoy casi jadeando. ¿Mi cuerpo ha estado tan hambriento de placer que estoy
dispuesta a meterme en la cama con mi ex-novio y confundir aún más una situación ya
complicada?
—Tu dijiste nuestra hija —dice suavemente. El calor mentolado de su aliento roza
mis labios—. Con August, te referiste a Haven como nuestra hija. —Sus labios se contraen.
—Eso es porque ella lo es.
Sus labios chocan contra los míos sin previo aviso. Su lengua invade mi boca,
arrancando el aliento de mis pulmones. Con una mano en mi cabello, la otra alrededor de
mi cuello, me mantiene cautiva y en completo control. Mis piernas se tambalean y mi
cabeza se nubla con el deseo de desnudarme y entregarme a la atracción.
Arqueo la espalda, me aferro a sus brazos y le devuelvo el beso. Oh, cómo echaba de
menos esto. La necesidad que todo lo consume y los relámpagos de pura lujuria. La
seguridad de desmoronarse en sus hábiles manos.
Suenan tres rápidos golpes en la puerta, seguidos de un clic en la manija.
—Sr. North, ¡oh, Dios mío, lo siento mucho! —exclama la Sra. Newton.
Rompo el beso, respirando con dificultad, y miro hacia los ojos lujuriosos, pesados
enojados de Hayes. —¡Newton!
Levanto una ceja, esperando que su promesa de esforzarse más con su asistente
entre en acción.
Mueve la mandíbula y rechina los dientes. —Srta. Newton. —Suena un poco más
tranquilo, pero su voz tiembla de rabia—. ¿Le importaría darme un poco de privacidad?
—Sí, por supuesto, señor, es solo que hay una mujer al teléfono. ¿Dice que es su
hija?
Hayes se da la vuelta y, en tres zancadas largas, está frente al teléfono de su
escritorio. —¿Haven? ¿Estás bien?
Corro a mi bolso y busco mi teléfono y veo que no tengo una sola llamada perdida o
mensaje de texto de ella.
Me mira a los ojos mientras escucha lo que dice Haven. Mi corazón late en mi
pecho. —¿Qué es?
Finalmente, su expresión concentrada se suaviza. Se ve confundido pero divertido.
¿Qué? gesticulo.
Él levanta un dedo. Si estuviera más cerca, lo agarraría y lo rompería.
—Veré qué puedo hacer —dice. Otra serie de mm-hmms, y se despide.
—¿Qué es? ¿Se encuentra ella bien?
—Ella está bien. —Da la vuelta a su escritorio y se sienta a mi lado en el sofá de dos
plazas. Atrae mi mano hacia la suya y traza distraídamente las líneas de mis dedos—. La
invitaron a un festival de música en Lake George. Aparentemente, ella piensa que tendrá
más posibilidad de ir si yo te pido permiso a ti.
—¡De ninguna manera! Eso es más de tres horas de distancia. ¿Con quién se iría?
—Supongo que David se ofreció a llevarla a ella y a sus amigas cuando vengan a la
ciudad. Dijo que acamparían…
—¿Acampar? ¿En un festival de música? —Ya estoy sacudiendo la cabeza—. ¿Sabes
lo que pasa en esas cosas?
El asiente. Mirando mi mano, la voltea entre las suyas y pasa la yema de un dedo
desde mi palma hasta mi muñeca, haciéndome temblar. —Sé lo que pasó cuando fuimos a
un festival de música en Camden.
Mis mejillas se calientan ante el recordatorio. Habíamos estado allí todo el día.
Hayes se las arregló para comprar cerveza con su identificación falsa, y cuando cayó la
noche, yo estaba ebria y sudorosa por bailar. Sus manos estaban sobre mí, y nos besamos
en un grupo de miles de personas. Con las manos en los pantalones del otro, los dos
anónimos en un mar de extraños. Fue voyeurista y lo más sexy que recuerdo haber
hecho.
Él frunce el ceño. —Está bien, veo tu punto.

Veinte

Termino las cosas temprano por hoy. Ni siquiera son las cinco y estoy agarrando mis
llaves y mi teléfono. Haven irá a cenar y a un espectáculo, y Vanessa debe pensar que soy
estúpido si cree que no entiendo sus planes de estar fuera de casa esta noche. Ella no
confía en sí misma a solas conmigo. Eso es obvio.
La química entre nosotros se ha vuelto insoportable. Respeto la lucha que está
dando, pero solo hay una forma que conozco de apagar un incendio, e ignorarlo no lo es.
Agarro mi abrigo para ponérmelo justo cuando Hudson entra vacilante por la
puerta abierta de mi oficina. Se vuelve hacia el escritorio de la Srta. Newton, luego me
mira como si estuviera sumando algo, y el resultado no tiene sentido.
—La envié temprano a casa —respondo a su pregunta tácita.
Sus cejas se abren. —¿Qué sucedió?
—Nada. —Deslizo mis brazos en mi abrigo.
Inclina la cabeza, estudiándome. —¿Que hizo ella?
—Yo no dije nada. Me voy de aquí temprano. Pensé que no la necesito aquí si yo no
estoy.
Él frunce el ceño. —Pensaste.
—Hudson, ¿tienes algo que decir? Tengo muchas ganas de llegar a casa. —Y
atrapar a Vanessa antes de que se escape de la casa.
—La única vez que enviaste a una empleada a casa temprano fue porque la
despediste en el acto.
—Yo no la despedí.
—Estoy confundido.
—Ya lo veo. —Lo empujo y me dirijo a los ascensores.
Él me sigue. —O te han dado dos semanas de vida, o estás teniendo un cambio de
opinión legítimo.
Golpeo con el puño el botón del ascensor, deseando que se dé prisa. —¿Por qué
todos siempre asumen que me estoy muriendo?
—Ahh, está bien. Ya veo de que se trata esto. —Se ríe, y el sonido me hace querer
empujarlo.
Decido que ignorarlo es lo mejor.
Claramente, mi gemelo no puede entender una jodida indirecta.
—Ellas se abrieron paso.
Finjo aburrimiento en su terapia de ascensor, aunque sé exactamente lo que quiere
decir, y probablemente tenga razón.
—Vanessa y Haven te han convertido en un ser humano.
—Vete a la mierda —gruño. ¿Dónde está el ascensor?
Se encoge de hombros. —Tal vez mitad humano.
—¿Hay algo que pueda hacer por ti?
—Todas las damas van a salir esta noche, así que pensé que te gustaría reunirte con
nosotros en casa de Alex para un juego de póquer fraternal. Con una entrada de mil
dólares.
—Eso no suena fraternal.
Se encoge de hombros.
—No puedo. Tengo planes. —Finalmente, las puertas del ascensor se abren—. Nos
vemos mañana...
Se sube al ascensor conmigo. —¿Qué planes?
—¿Me perdí el intercambio en el que te di acceso a mi itinerario hora por hora?
—Sólo me pregunto con quién tienes planes. ¿Ellie?
—No, imbécil. Vanessa.
Él entrecierra los ojos. —Ella va a ir al espectáculo de esta noche.
—Ella no va.
—¿Por qué no?
—No lo sé, maldita sea, Hudson. Pregúntale.
Está frunciendo el ceño. —Huh, pensé que seguro ella querría ir.
El ascensor se detiene más veces de las que me gustaría, recogiendo personas en
diferentes pisos en su camino hacia el vestíbulo y el estacionamiento del sótano. El éxodo
masivo me recuerda que la mayoría de la gente sale de la oficina a las cinco y me hace
preguntarme qué demonios hacen durante las siete horas que transcurren entre ese
momento y el sueño.
—Tú y Vanessa, ¿eh?
Observo mi reflejo vivo y respirando. —¿Qué?
—Ustedes dos están haciendo un intento.
—No sé lo que eso significa.
—Están juntos. O tratando de estarlo. Ya sabes, una relación…
—No creo que eso sea lo que estamos haciendo.
Sus cejas se juntan. —Entonces, qué están haciendo...
—No lo sé. Engancharme, darle orgasmos, besarla tan a menudo como ella me lo
permita.
Una voz profunda se aclara desde la esquina trasera del ascensor, recordándome
queno estamos solos.
—Wow, está bien —dice Hudson justo cuando la última parada en el vestíbulo deja
salir a todos menos a nosotros. Próxima parada, estacionamiento en el sótano—. Pensé
que habías crecido un poco desde que llegaron aquí. Supongo que estaba equivocado.
—¿Qué jodidos se supone que significa eso?
—Significa que Vanessa se merece algo mejor. Es la madre de tu hija, Hayes, y muy
buena. Un millón de veces mejor que la nuestra. Ella se merece ser amada por un adulto.
No un idiota cachondo con la capacidad emocional de un adolescente.
Las puertas se abren justo a tiempo porque pasar incluso un segundo más en este
pequeño espacio significaría que los puños volarían. —No sabes una mierda de mierda.
Me bajo y me dirijo a mi auto, negándome a hablar con Hudson por otro minuto.
—¡Te conozco! —él grita—. Si no lo logras, las vas a perder. ¡Otra vez!
Doy vuelta. —¡Vete a la mierda! —Pero es muy tarde. Las puertas ya están
cerradas.
Una mujer corre hacia su auto y escucho el clic de las cerraduras.
Hudson ha tenido a Lillian durante medio segundo y cree que sabe todo sobre las
relaciones. Pero él no conoce a Vanessa. No sabe lo que compartimos ni cómo nos
sentimos cuando estamos juntos.
No sé lo que trae el futuro, y me niego a pasar un segundo preocupándome por eso.
En este momento, todo lo que sé es que quiero a Vanessa. Quiero sus sonrisas, sus
ceños fruncidos, su maldita boca inteligente. La quiero debajo de mí, a mi alrededor,
sobre mí.
Por ahora, eso es todo con lo que puedo lidiar.

***
Salgo del ascensor privado para encontrar la casa tranquila. Maldita sea, espero que
Vanessa no se me haya escapado. El aroma del perfume impregna el aire desde la
dirección de su habitación y la de Haven, y mi corazón se hunde.
—¿Vanessa? —grito.
—¡Estoy aquí! —su voz viene de la cocina. Cada músculo de mi cuerpo se relaja.
Encuentro a Vanessa sentada con las piernas cruzadas en un taburete en la isla, la
abertura en su vestido llega casi hasta la cadera y una copa de vino tinto en la mano. El
perfume que percibí desde el pasillo no es el mismo que huelo en ella. Ese era más dulce,
afrutado. El de Vanessa es algo más sutil y orgánico.
—¿Heaven se fue?
—Sí, las tías, como ella las llama, la recogieron hace unos treinta minutos. —Gira su
teléfono hacia mí y muestra una foto de Jordan, Lillian, Gabriella y Haven paradas frente
al Escalade negro de Alexander. Haven es tan alta como Jordan y luce igual de adulta con
un pequeño vestido negro—. Tienen chófer y todo.
Me quito el abrigo, dejo caer mis cosas y bajo un vaso para servirme un whisky. —
¿Y tú a dónde vas?
Ella toma un sorbo de su vino. —Tengo una reservación en The Cellar.
Abro la tapa de la botella y apoyo mi trasero contra el mostrador. —¿Reservación
para uno?
—¿Me estás preguntando si voy a tener una cita?
No respondo, sólo tomo un sorbo de mi bebida.
—Sí, para uno. Disfruto comiendo sola.
—¿Tú? —No le creo. Pero sí creo que preferirías comer sola que quedarse aquí
conmigo, luchando contra la atracción magnética entre nosotros—. Podría unirme a ti.
—¿Entendiste mal la parte donde dije que disfruto comiendo sola?
Niego. —No. Pero conozco al chef. Si voy contigo, conseguiremos la mejor mesa y
una lista de especiales privados.
—¿Me estás sobornando para entrar en mis planes de cena con promesas de
tratamiento VIP?
—Podrías decir que no.
—Los especiales privados suenan bien…
—Déjame darme una ducha. Saldré en diez.
—¡Si llegas tarde, me voy sin ti!
Enciendo un fuego bajo mis pies porque creo absolutamente que ella lo hará.

***
Salimos del coche y en la bochornosa noche de verano en Greenwich Village. The
Cellar siempre está lleno, sin importar la noche, y me pregunto cómo se las arregló
Vanessa para conseguir una reservación. Me encuentro con ella en la acera después
de entregar mis llaves, y le ofrezco mi brazo para entrar.
—Esto no es una cita —afirma antes de tomar mi codo.
Oculto una sonrisa. —No es una cita. Entiendo.
—Sr. North —me saluda la anfitriona, sorprendida—. No lo vi en las reservaciones
de esta noche. —Ella toca frenéticamente en su iPad.
—La reservación está a nombre de Annabella Osbourne.
Los ojos de la anfitriona se abren como platos. —Sra. Osbourne, por supuesto. —Su
mirada rebota entre nosotros, probablemente preguntándose cómo me las arreglé para
conseguir que la esposa del senador de Nueva York me tomara del brazo y saliera a
cenar—. Por aquí.
Nos guía a través del restaurante hasta una pequeña mesa para dos que está
escondida en un rincón con vista al bar Old-Word French.
Retiro la silla de Vanessa, luego reclamo la mía, asegurándome de acercarla un
poco más a la de ella. —¿Querías sentarte en otro lugar? Podría hacer que nos
cambien de sitio.
Está ocupada observando las paredes de yeso alisado a mano, el ladrillo visto y las
vigas de madera resistente. —No, esto es perfecto.
Coloco mi servilleta en mi regazo. —Me preguntaba cómo pudiste conseguir una
reservación.
—El nombre Osbourne abre puertas. —Dobla y vuelve a doblar la servilleta en su
regazo—. No por su propia hija y nieta, pero —suspira—, detalles.
Quiero compartir su decepción y rabia por la forma en que sus padres la trataron a
ella y a Haven, pero ¿realmente soy alguien para hablar? Mantengo la boca cerrada
sobre el tema.
Pedimos una botella de vino y el chef hace una aparición en nuestra mesa y nos
habla de una serie de platos pequeños que le gustaría compartir con nosotros esta noche.
Ness se ve tan emocionada como nunca la he visto. Su amplia sonrisa y entusiasmo roban
el corazón del Chef Jacques, y no lo culpo. Un hombre está indefenso contra su tipo de
celo.
—Nunca antes había visto a alguien entusiasmarse tanto con el foie gras y la
mantequilla de trufa.
Ella sonríe y un ligero rubor besa sus mejillas. —Dos cosas que nunca encontrarías
en Manitou Springs.
—¿Extrañas la ciudad? —Me recuesto en mi silla, frotando casualmente mi pulgar a
lo largo del pie de mi copa de vino, esperando que no pueda sentir lo ansioso que estoy
por su respuesta.
—No.
Mierda.
Para evitar que me vea fruncir el ceño, tomo un sorbo de vino.
—Echo de menos algunos aspectos. —Ella inclina la cabeza hacia atrás, mirando
hacia una lámpara ingeniosamente oxidada—. Hay tantas culturas para experimentar
aquí. En Manitou Springs, no tanto. Pero no echo de menos las aglomeraciones ni la falta
de sol y naturaleza. Me alegro de haber podido criar a Haven alrededor de árboles y vida
silvestre en lugar de taxis y concreto.
Me encuentro sonriendo. Me alegro de que Haven también tuviera eso.
—Supongo que has venido aquí mucho. —Ella hace girar su vino en su copa—. La
anfitriona parecía estar familiarizada contigo.
Asiento. —Lo hago. Me gusta la buena comida. Dios, ella es bonita. La forma en que
la luz de las velas ilumina su piel y arroja motas doradas de sus ojos. Su cabello brilla como
cristal pulido...
Mi teléfono vibra en mi bolsillo. Normalmente no sacaría mi celular mientras estoy
con Vanessa, pero pienso en Haven y echo un vistazo.
Un texto.
De Ellie.

¡Oh, Dios mío! ¿Es ella?


Todavía estoy tratando de averiguar de qué diablos está hablando cuando llega
otro mensaje suyo.

¡Estoy en el bar!
Deslizo mi mirada hacia la barra y veo a Ellie sonriendo entusiasmadamente con
Mitchell Goldberg sentada, uno de sus clientes. Ella saluda discretamente.
—¿Alguien que conoces? —dice Vanessa con voz fría. Siguió mi mirada a Ellie y vio
su saludo.
—No —murmuro y guardo mi teléfono en mi bolsillo.
Con hombros rígidos, Ness se sirve el vino.
Mi cuello está tenso, y froto los músculos adoloridos, preguntándome cómo puedo
volver a encarrilar la noche.
—¿Tienes alguna foto de bebé de Haven? —No creo que un restaurante sea el
mejor lugar para preguntar, pero sé que la manera segura de devolverle la calidez a los
ojos deVanessa es hablar sobre Haven—. Me encantaría verlas.
Mi plan funciona a las mil maravillas. Me acerco a Vanessa, y ella revisa su teléfono,
mostrándome fotos de Haven cuando era bebé, niña pequeña y niña. Ella me cuenta
historias sobre muchas de las primeras veces de Haven, y la alegría que le producen esas
historias me hacen sentir celoso de que yo no estuve allí también. Pero lo siguiente
mejor es verla a ella revivirlas. Solo deseo que todas las demás fotos y todas las demás
historias no involucren a ese leñador ladrón de familias por el que ambas están tan locas.
Nuestra conversación se mantiene ligera. La comida es excepcional, y cuando se
limpia el último plato vacío, ambos estamos disfrutando de un vino tinto tibio y
mantequilla francesa.
—No veo la hora de ponerme el pijama.
Me pongo de pie y me acerco a su silla. —Me encanta cuando hablas sucio.
Ella me mira. —Todavía no recibimos la cuenta.
—Ya está pagada.
—¿Cómo?
—Tengo una cuenta.
Deja caer la servilleta sobre la mesa y se pone de pie. —¿Qué tan seguido vienes
aquí?
—Mucho. —Le ofrezco mi codo—. Ahora vamos. Necesito llevar a mi cita a casa y a
ponerse su pijama.
Ella toma mi codo con un giro de sus ojos. —No es una cita.
—Bien, mi-no cita necesita su pijama.
Atravesamos el restaurante y pasamos junto a la mesa de Mitchell y Ellie. Ella me
mira con una sonrisa, y casi espero que me dé un pulgar hacia arriba. Tal vez lo haga. No
lo sé. Me niego a que Ness me atrape mirándola.
Le digo por favor y gracias al valet, sabiendo que Vanessa está escuchando, y en el
camino a casa, presiona todos los botones de la radio, luego aterriza en una vieja estación
de rock y le sube. Sacude su cabeza y canta, y recuerdo lo libre que siempre ha sido Ness
para ser ella misma: cantar en voz alta, decir lo que piensa, defender lo que es correcto.
No es hasta que estamos en el ascensor privado de camino a mi casa que una gran
tensión se asienta a nuestro alrededor. La expectativa se mezcla con los nervios, y se
niega a mirarme a los ojos.
Una vez que se abre el ascensor, se va corriendo a su habitación. —¿Nos vemos en
la cocina para tomar una copa?
—Um... está bien. Voy a cambiarme. —Esta indecisa. Eso es obvio. Si está indecisa
porque no me quiere o si está indecisa porque sí, no puedo decirlo.
Me quito los pantalones y me pongo un par de pantalones de chándal, pero me dejo
la camiseta porque hace calor, y pensé que podríamos sentarnos en el patio. No tiene nada
que ver con el hecho de que Vanessa siempre se traba un poco la lengua cuando estoy sin
camisa.
Cuando regreso a la cocina, saco dos copas y una botella de coñac.
El sonido de sandalias arrastrándose hace que se me acelere el pulso, y cuando
Vanessa entra en la cocina, me muerdo el labio para no reírme.
—¿Qué? —dice inocentemente como si su juego no fuera totalmente obvio.
Yo me vestí para encenderla. Claramente ella se vistió para apagarme.
Viste pantalones holgados negros y una camisa holgada abotonada a juego, se
aseguró de cubrir cada centímetro de piel hasta el cuello y dejar todo a la imaginación. Ni
un solo centímetro de tela abraza su forma. Todo parece dos tallas más grande. Su cara
está lavada y su cabello está recogido hacia atrás. ¿Y ella piensa que esta ropa y su
apariencia informal son suficientes para rechazarme?
Ella solo me está dando más para desenvolver.
Le ofrezco un vaso y ella lo toma con las dos manos. No paso por alto el ligero
temblor en sus dedos. —¿Patio?
Se ha ido la chica que estaba cantando a Billy Joel en el coche de camino a casa. Se
queda callada mientras me sigue afuera. Odio que esté nerviosa a mi alrededor. Ella nunca
ha tenido problemas para hablar antes. —¿Por qué ahora?
Nos acomodamos en el sofá de afuera, y dejo más de un pie de espacio entre
nosotros. La dejo tomar un par de sorbos antes de señalar lo obvio.
—Ness, soy yo. No tienes que estar nerviosa.
—No estoy nerviosa. —Se sienta sobre su mano, probablemente para que no la vea
temblar.
—Háblame.
—No es nada.
—Hey —digo en voz baja y finalmente consigo sus ojos—. Háblame.
—Ugh, bien, está bien. —Ella arruga la nariz—. Llevas pantalones de chándal.
No es lo que esperaba.
—Y… —su mirada se lanza entre mis piernas antes de saltar hacia el horizonte—. No
sé si los hombres saben lo que hacen los pantalones de chándal a sus… sus…
—Penes.
—Sí.
—Lo sabemos.
Ella sacude su cabeza alrededor. —¿Tú lo sabes?
Sonrío.
Sus ojos se estrechan. —Eso es simplemente mezquino.
—¿Mezquino? O efectivo.
Su mirada cae sobre mi bulto. —Ugh. ¡Es como un imán para mi retina!
—Está bien que me mires, Vanessa. Me gustan tus ojos en mí.
—No, no está bien. —Toma un trago de licor y se estremece—. Demasiado
tentador. No puedo pensar con claridad.
Gracias a Dios. —Entonces supongo que este es un buen momento para decirte que
tu pijama no está emitiendo la vibra que esperabas.
—¿Vibra? Por favor. —Ella se burla—. No tengo ni idea de lo que estás hablando.
Inclino la cabeza, tomo un sorbo de mi bebida y observo cómo sus mejillas se
inundan de color. —Está bien.
Ella gira la cabeza. —¿Por qué lo dices así?
—Dije que está bien.
—Sé lo que dijiste, pero ¿por qué lo dijiste así?
Me lamo los labios, sintiendo el aleteo de la frustración erótica. —Estás buscando
pelear.
—¡Tú estás buscando pelear! —Se inclina hacia adelante para dejar su copa sobre la
mesa de café—. Tienes un tono. Simplemente te pido que me expliques lo que quieres
decir cuando lo usas.
—Vanessa. —Le advierto que deje de tentarme con esa boca, o la muerdo.
Gira todo su cuerpo hacia mí, con la rodilla y el muslo doblados apoyados en el sofá.
—¿Sabes cuál es tu problema?
—No, pero apuesto a que me lo vas a decir. —Y mi pene se pone duro por la
anticipación.
—Tú crees que sabes...
—Si me quieres, ¿por qué no dejas de hablar y vienes por mí?
Se queda sin aliento y se tambalea hacia atrás unos centímetros, pero sus ojos bajan
a mi pecho y se deslizan hasta el bulto creciente en mis pantalones de chándal, y se
muerde el labio cuando levanta los ojos hacia mi boca. —Sí, a la mierda.
Ella se lanza. Atrapo sus caderas y la coloco sobre mi regazo. La contengo, evitando
su boca para poder ver mientras me meto entre sus piernas abiertas.
—Oh, Dios mío —ella respira, y sus músculos se vuelven gelatina en mis manos—.
No deberíamos.
—¿Por qué no? —Muevo mis caderas de nuevo, provocando un largo y delicioso
gemido de su garganta—. Nuestros cuerpos saben lo que quieren, Ness. Démosles a
nuestros cerebros la noche libre. —Uso mi agarre en sus caderas para moverla arriba y
abajo de mi gruesa longitud hasta que prácticamente vibra de necesidad.
Ella deja caer sus labios sobre los míos, y jalo su labio inferior entre mis dientes.
—Nada de besos hasta que estemos de acuerdo.
Deja caer su boca en mi cuello y me besa allí. Deslizo mis manos alrededor para
agarrar su trasero, y su espalda se arquea mientras choca contra mi pene.
Inclino mi cabeza contra el sofá mientras ella me chupa y muerde mi garganta, la
clavícula y el hombro. Si ella decide que esto es todo lo que haremos en toda la noche,
moriría feliz. Mueve sus caderas en oleadas, rollos profundos y embestidas provocativas,
dándose placer contra mí. Yo me quedo ahí, un mero objeto para su satisfacción hasta
que me dé permiso para tomar el control. Cuando ella lo haga, si ella lo hace, mejor que se
agarre porque voy a aniquilar cada zona erótica de su cuerpo y encontraré otras que ni
siquiera sabía que existían.
Cierro los ojos y me hundo en la sensación de ella contra mí. Nunca pensé que
volvería a experimentar esto. Mi Vanessa, la única mujer que he amado, o al menos pensé
que lo hice. Me pregunto si soy capaz. Sus labios son húmedos y firmes, suaves como
pétalos de rosa, mientras los arrastra por mi garganta. Sus dientes chatos muerden y su
lengua resbaladiza alivia el dolor. Una parte enferma de mí quiere que ella me haga
sangrar. Quiere que ella deje una marca en mí que nunca desaparezca. ¿Qué demonios
es lo que me pasa?
—Hayes. —Una súplica temblorosa de sus labios—. Por favor.
—Estoy aquí. —Pongo una mano en su cadera y deslizo la otra en el cabello de su
nuca, empujando más allá de la banda elástica y agarrando la raíz—. Dime lo que quieres,
y es tuyo.
Ella responde presionando sus caderas más profundamente contra las mías. —Más.
Tarareo mi aprobación. —¿Estás segura? Porque una vez que empecemos esto,
ninguno de los dos querrá parar.
—Me estoy quemando —dice en un susurro de dolor.
—¿Quieres que arregle eso?
Cuando no me responde con palabras, sino que acelera el empuje hacia debajo de
sus caderas, agarro su cabello con más fuerza y tiro su cabeza hacia atrás. Sus ojos verdes
brillan con una mezcla de deseo y agresión. Esta es la Vanessa que recuerdo. Desinhibida.
Impulsada por el deseo.
—Voy a necesitar oírte decirlo —gruño.
—Imbécil —ella muerde.
Sonrío. —Eso no es agradable. —Me inclino y lamo el centro de su garganta
hasta sus labios, donde susurro—, ¿Qué quieres? —Dejo una lluvia de besos a lo largo de
su mandíbula.
Sus labios encuentran mi oído. —Quiero que me folles.
Me levanto del sofá. Ella envuelve sus piernas alrededor de mis caderas. Casi
arranco la puerta corrediza de vidrio de su riel y atravieso el comedor, la sala de estar, y
pasillo en cuestión de segundos. Cierro la puerta de mi habitación de una patada, luego
me doy la vuelta y golpeo su espalda contra ella. La fuerza de nuestra colisión nos hace
gemir a ambos.
Nuestras bocas se fusionan. Deslizo mi mano por su camisa y ahueco su pecho
desnudo. Ella se arquea ante mi toque, sus pezones ásperos contra mi palma. Su cuerpo
está excitado, ardiendo en un fuego que me ruega apague. Tomo la tela delgada y, de un
tirón, escucho los botones rebotar en el suelo. La parte superior se abre, y me inclino hacia
atrás para contemplar la belleza de su parte superior cayendo sobre sus brazos y su
pecho agitado.
—Maldita sea. —Me muerdo el labio para apagar el ardor de querer morderla. No
quiero lastimarla, pero tengo muchas ganas de sentir su carne entre mis dientes.
Entierro mi cara entre sus pechos y paso mi mano dentro de sus pantalones,
alrededor de su cadera y entre sus piernas abiertas.
—Joder —gimo cuando mis dedos la encuentran mojada y lista.
Chupo un pezón en mi boca, golpeo la punta con mi lengua, y luego pierdo la batalla
de control y muerdo la carne pedregosa.
Ella jadea y monta mis dedos tanto como puede mientras está clavada a la puerta.
—Hayes —gime ella.
Tanto se comunica en el sonido de mi nombre.
Ella quiere más. Tendré que dejar el juego para otro momento.
La llevo a mi cama y la acuesto sobre las almohadas. Su top cuelga de un brazo, y lo
sacude para soltarlo. De un solo golpe, le quito los pantalones y los tiro a un lado.
Mierda. Un condón.
—Espera. —Me inclino sobre ella y presiono un beso en su boca húmeda e
hinchada—.No te duermas esta vez.
Me lanzo al armario y tomo un condón, luego lo pienso de nuevo y tomo tres más.
Cuando camino de regreso a la cama, me encuentro con una vista que me hace tropezar.
Vanessa, completamente desnuda y apoyada sobre sus codos. Sus muslos abiertos,
las rodillas dobladas y el paraíso entre sus piernas a plena vista. Me agarro mi corazón
acelerado, preguntándome si es posible que la anticipación te provoque un ataque al
corazón.
—Eres una obra de arte. —Mi voz suena como un cristal roto arrastrado sobre
grava mojada.
—¿A qué tipo de museos vas? —dice, su voz tan áspera como la mía.
Su mirada está fija en el espacio entre mis caderas, la tienda obvia en mis
pantalones de chándal y la mancha húmeda que crece rápidamente. Debería estar
avergonzado por la evidencia de mi falta de control, pero con Vanessa, nunca hay lugar
para la vergüenza. Siempre fuimos un espacio seguro para la experimentación, la
exploración y la vulnerabilidad sexual.
Sumerjo mi pulgar en el elástico de mis pantalones de chándal y lentamente
empujo la tela hacia abajo, revelando mi erección en pulgadas, desde la punta hasta la
base.
Se lame los labios entreabiertos, sus ojos muy abiertos y salvajes por lo que imagino
que son ideas muy sucias de lo que le gustaría hacer conmigo. Mis pantalones todavía se
aferran a mis caderas, solo mi sexo expuesto.
Le lanzo un condón envuelto en papel de aluminio y cae sobre su vientre. —Cuando
estés lista, me avisas. —Dejándome caer de rodillas al final de la cama, agarro sus tobillos
y tiro de ella hacia adelante hasta que su trasero cae en mis manos. Me sumerjo entre sus
piernas como un hombre hambriento.
Recuerdo la primera vez que Vanessa empujó mi cabeza hacia abajo, pidiéndome
en silencio que la besara entre sus piernas. La primera vez que la probé, supe que sería
adicto. Y nada ha cambiado. La beso como si estuviera besando su boca, labios, lengua y
dientes, profundo y duro, ligero y superficial hasta que se retuerce. Sus manos cierran el
edredón y sus talones presionan contra mi espalda, sosteniéndome cerca,
persuadiéndome a profundizar.
Su espalda se arquea fuera de la cama, y detona. Gimo en palpitaciones rítmicas
contra mi lengua mientras bebo cada pulso. Saboreo cada aleteo. Es jodidamente
perfecto.
El sonido del papel de aluminio rasgándose atrae mis ojos hacia ella, sacando el
condón de su paquete. Como un cachorro ansioso, me pongo de pie y me bajo los
pantalones de chándal.
—Acuéstate —ordena y se sienta en la cama. Su cabello es un desastre y sus ojos
están entrecerrados, y mi corazón se aprieta en el sitio.
Me acuesto boca arriba y ella se sienta a horcajadas sobre mis muslos. Enrolla el
condón lentamente, y tengo que agarrar la base con fuerza para evitar que explote en el
látex que espera.
Arrastrándose sobre mí, apoya las palmas de sus manos sobre mis pectorales y
luego secoloca lentamente sobre mí.
—Santa mierda —grito con los dientes apretados. Su cuerpo es fuego líquido, y
maldigo la barrera entre nosotros que me impide experimentarla por completo.
—Te sientes tan bien —gime mientras mueve sus caderas hacia adelante y hacia
atrás, llevándome más profundo. Siento cada centímetro de mí dentro de ella—. Hayes.
La forma en que dice mi nombre hace que mis abdominales se flexionen para
empujar hacia arriba y dividirla en dos. —Tómame —gruño.
Su cabeza cae hacia atrás. —Sí.
Y entonces, ella se mueve.
Veintiuno

Tres condones.
Esa es la cantidad que se necesitó para aliviar la tensión sexual que se había estado
acumulando entre nosotros.
Estoy empapada en sudor, respirando con dificultad por mi cuarto orgasmo,
¿quinto? perdí la cuenta. Me giro sobre la almohada para ver el pie de Hayes sobre la
almohada a mi lado. Destruimos la cama. No quedó nada más que la sábana ajustable y la
sábana encimera, que Hayes colocó sobre mis caderas hace unos segundos.
—Tienes pies sexys —digo, todavía temblando por la réplica orgásmica.
Mueve los dedos de los pies. —¿Todavía están unidos a mi cuerpo? —Suena como
si estuviera sonriendo—. No puedo sentirlos.
Me río, el sonido es bajo y sexy, lo que me sorprende incluso a mí. —Creo que sí. Mi
visión sigue siendo borrosa después del número cuatro.
—Cinco —me corrige.
—Cierto.
La habitación está en silencio excepto por el sonido de nuestras respiraciones. El
sueño me alcanza, y quiero correr a sus brazos y caer, pero no quiero despertar pegajosa y
desnuda en la cama de Hayes.
—Debería tomar una ducha. —bostezo.
Gruñe como si él ya estuviera medio dormido.
Contemplo darme cinco minutos más, pero si mi historial con un botón de
repetición sirve de algo, sé cómo resultará.
Ahora o nunca.
Empujo mi cuerpo adolorido, pero deliciosamente saciado del colchón y gimo
cuando mis músculos protestan.
—Espera. —Hayes salta de la cama y se tambalea para ponerse de pie como un
borracho. Desaparece en el baño y oigo abrir la ducha.
Regresa a la cama con una toalla envuelta alrededor de su cintura y alcanza mis
manos. —Vamos.
—Quise decir que necesito tomar una ducha en mi habitación. —Le doy mis manos
de todos modos, y él tira de mí para ponerme de pie, luego me levanta y me toma en sus
brazos.
—No. Todavía no estoy listo para dejarte ir. —Me lleva fácilmente al baño y trato de
no darme cuenta de lo bien que nos vemos en el reflejo del espejo. Qué pequeña me veo
en sus brazos grandes y fuertes.
Su ducha es lo suficientemente grande para cuatro personas, con el agua
proveniente de un cabezal de ducha de lluvia en el techo. Nos lleva a los dos al puesto de
vidrio, y cuando me pone de pie, me doy cuenta de que de alguna manera perdió su toalla
en el camino.
—No creo que pueda volver hacerlo hasta que haya dormido un poco.
Me hace retroceder dos pasos hasta que el cálido rocío cae sobre mi cabeza y baja
por mi cuerpo. Levanto la barbilla y dejo que el agua me bañe la cara. —No estoy aquí
para hacerlo, Ness. Estoy aquí para cuidarte.
Aprieta una cantidad generosa de gel de baño en sus manos y las frota. Empezando
por mis hombros, me lava suavemente. Sus cejas caen mientras se concentra en la tarea.
Nada en su toque es sexual, pero tampoco sin sentimiento.Pasa más tiempo amasando los
músculos tensos de mi cuello y hombros, se arrodilla para lavarme los muslos y las
pantorrillas y me sienta en el banco incorporado para frotarme los pies con círculos
firmes. me desplomo contra la pared de azulejos y observo cómo este hombre grande,
guapo y exitoso, que no tiene que arrodillarse ante nadie, y mucho menos servir a nadie,
se arrodilla ante mí para hacer precisamente eso.
Cuando está satisfecho de que estoy limpia, se lava rápidamente y luego me
envuelve en una toalla antes de hacer lo mismo.
—Debería volver a mi habitación ahora.
Él frunce el ceño, sus ojos se cierran, y desearía saber lo que estaba pensando.
Aunque no hace falta leer su mente para saber que no quiere que vaya. ¿Qué hombre no
querría tener la oportunidad de tener sexo durmiendo a un pie de distancia de él todas
las noches?
—Deberíamos hacer esto de nuevo en algún momento —le digo en broma,
tratando detranquilizarlo.
Su ceño se profundiza. —Correcto, sí. —Se dirige a su armario y, mientras se va,
encuentro mi pijama y me lo pongo. Sin botones en la camisa, sostengo las dos mitades
juntas y trato de hacer su cama.
—No tienes que hacer eso —dice, sin calidez en su voz.
—¿Estás seguro? Puedo cambiar las sábanas si tú…
—No toques las sábanas.
Retrocedo un poco ante su tono.
Probablemente esté cansado y me quiera fuera de su espacio para poder dormir.
—Yo, eh... te veré en la mañana. —Salgo de su habitación y corro por el pasillo,
agradecida de volver a mi habitación antes de que Haven llegue a casa.
Tomo una pijama limpia y me lavo los dientes. Me miro en el espejo. Mejillas rojas,
labios hinchados y rímel corrido. Gracias a Dios que Haven no me vio así. Me inclino más
cerca y veo una mancha roja en mi cuello debajo de mi oreja. Me estremezco al recordar
la sensación de los dientes de Hayes. Tengo un moretón en la parte interna del muslo
que, por alguna razón, me hace sonreír.
Ese fue el mejor sexo de toda mi vida.
Y conociendo a Hayes, tendré la oportunidad de hacerlo nuevamente. Es
irresponsable, por supuesto, pero no es como si me estuviera enredando con un extraño.
Nadie conoce mi cuerpo como Hayes. Él fue el primero en introducirme al sexo, y creo
que al hacerlo, sin saberlo, programó nuestros cuerpos el uno para el otro. No hay otra
explicación de por qué encajamos tan bien, cómo nosotros sabemos instintivamente lo
que quiere el otro. Si hay alguien con quien debería estar teniendo sexo sin culpa, es
Hayes.
Mareada por las mariposas, pero también muerta de cansancio, me meto en la
cama y compruebo la aplicación de acosadora en mi teléfono. Haven todavía está en el
espectáculo y está en buenas manos con su extendida familia.
Con ese pensamiento, me quedo dormida con una paz que no había sentido en años.

***
Pudo contar con una mano en número de veces que he dormido hasta tarde. Y todas
las veces fue porque estaba enferma: una vez por gripe, la otra por intoxicación
alimentaria. La maternidad le hace eso a una persona. Si no me levantaba temprano con
un bebé, me levantaba temprano preocupada.
Lo que hace que levantarse de la cama a las nueve de la mañana no solo sea
sorprendente sino también preocupante. Y el dolor sordo en mis músculos me preocupa
doblemente. Me pongo ropa para caminar, pensando que algo de ejercicio me hará
bien y ahuyentará cualquier virus que pueda estar invadiendo mi cuerpo. Cuando salgo al
pasillo, escucho dos voces muy distintas en la cocina: Hayes y Haven.
¿Qué está haciendo él todavía aquí? Por lo general, se va temprano.
Un pánico nervioso se desliza a través de mí. Sabía que eventualmente tendría que
enfrentarlo después de todo lo que hicimos anoche, pero esperaba tener el día para
prepararme.
Actúa de manera informal, me digo a mí misma mientras tomo una respiración
fortificante. —Buenos días —digo mientras me uno a ellos—. ¿Todos durmieron bien?
—Maldita sea —refunfuña Haven y golpea un billete de veinte dólares en la palma
de Hayes.
—Te lo dije. —Lleva un traje azul oscuro, una camisa blanca impecable y una
corbata dorada. Su cabello está peinado a la perfección, con ese pequeño caos en la parte
superior que le da a su aspecto profesional, un toque peligroso. Está bien afeitado y se ve
tan descansado como nunca lo he visto. Todo el paquete hace que mi estómago se agite.
—¿Cuál fue la apuesta? —pregunto, no tan feliz de que hagan apuestas sobre mí a
mis espaldas.
—Le dije que debes estar enferma porque nunca duermes hasta tarde. Dijo que
estaba seguro de que no estabas enferma pero que solo estabas exhausta después de toda
la actividad física que has estado haciendo.
Mi rostro arde y mi mandíbula golpea el suelo.
Miro a Hayes, quien está convenientemente rascándose la mandíbula.
—Pensé que vendrías aquí en pijama luciendo como la muerte. Hayes me aposto a
que estarías bien despierta y descansada.
—Para tu información, me siento un poco mal.
—¡Ajá!
Haven le quita los veinte a Hayes.
Sus cejas se juntan con preocupación. —¿Qué ocurre?
Me encojo de hombros. —No lo sé.
Se separa de su posición en la isla y comienza a moverse detrás de mí.
—Nunca duermo tanto tiempo, y me siento un poco adolorida.
Coloca una taza de agua caliente humeante frente a mí y deja caer dos bolsitas de té
verde. —¿Adolorida? —dice, y juro que lo escucho sonreír.
—Gracias —le digo mientras me entrega el té y lo tomo entre mis manos—. Tienes
un termómetro por ahí... oh…
Su gran cuerpo se presiona contra mí desde atrás. Una mano agarra mi cadera y la
otra se desliza hasta descansar sobre mi frente.
Miro a Haven para ver si se da cuenta de lo familiar que está siendo Hayes, pero
con mi cadera debajo de la encimera, no puede ver su agarre posesivo.
—Hmm… —respira contra mi sien, el aroma de su colonia mezclado con aliento
mentolado me hace temblar.
Haven baja la mirada a su teléfono, enviando mensajes de texto.
—¿Estás adolorida? ¿Dónde? —Su mano se desliza desde mi cadera hasta la parte
inferior de mi vientre. Sus yemas de los dedos rozan mi hueso púbico. Me sobresalto y
sacudo mis caderas hacia atrás. Mi trasero se presiona firmemente contra él y deja
escapar un gemido gutural. Me muerdo el labio para no reírme.
—Te sientes muy bien para mí —dice con voz profunda contra mi cabello.
—¿No tienes fiebre entonces?
De repente, se ha ido, y me tambaleo por la pérdida del equilibrio. —Nop.
Sintiéndome demasiado orgullosa de mi pequeña victoria, tomo un sorbo de mi té,
manteniendo una sonrisa secreta.
—Probablemente estés adolorida por todo el ah…turismo que has estado haciendo
últimamente. —Hayes recupera su lugar a una distancia respetable, pero me guiña un ojo
sin que Haven lo vea.
Me sonrojo un poco, recordando cómo mis ojos recorrieron su cuerpo desnudo
anoche. Mis manos exploraron. Probando y experimentando con Hayes North hasta que
recuerdo cada inmersión y curva. No estoy enferma. Tengo resaca de sexo.
—Está bien —le dice Haven a Hayes—. Lia y Meg dijeron que sus padres están de
acuerdo con eso.
—¿Bien con qué? —Interrumpo porque, hola, ¿no soy yo la mamá aquí?
—Oh, Hayes dijo que nos dejaría ir al festival de música si accedíamos a…
—Espera. ¿Desde cuándo da permisos Hayes?
—En primer lugar, no di permiso. —Levanta una ceja hacia Haven—. Dije que la
única forma en que me sentiría cómodo contigo es si James te lleva y se queda contigo en
tu campamento.
Disculpa. —¿Quién jodidos es James?
—También dije que tendrías que obtener el permiso de tu mamá. No el mío.
Haven pone los ojos en blanco. —A eso me refería.
—James —continúa Hayes, ahora dirigiéndose a mí—, es un ex SEAL. Conduce,
vuela y se encarga de la seguridad de nuestra familia.
—¿Y ahora lo envías de niñera?
El sonido del taburete de Haven deslizándose sobre las rejillas de cemento chilla
contra mis oídos. —¡No soy un bebé!
—Eso no es lo que quise decir.
—¡Haven! —Hayes llama a su espalda en retirada, pero es demasiado tarde. Ella se
ha ido.
—Yay, adolescentes —susurro y sorbo mi té.
—¿Siempre es así?
—Sí. Desde que tenía nueve años.
—No le dije que podía ir. Me preguntó si lo había pensado y le dije que con James es
la única forma en que me sentiría cómodo, pero que en última instancia era tu decisión.
—Lo sé. Ella escucha lo que quiso escuchar.
Él entrecierra los ojos. —De tal madre tal hija.
—¿Qué significa eso?
Él parpadea. —Nada. Necesito ir a trabajar.
Eso ni siquiera tiene sentido.

—Sr. North. —Mi secretaria se para en su escritorio cuando me ve llegar—. Se


perdió su conferencia telefónica matutina y la reunión con el departamento legal. —Me
entrega una pila de mensajes cuando la alcanzo.
Los agarro y me dirijo a mi oficina. —Café.
—Una cosa más...
Lanzo los mensajes sobre mi escritorio... —¡Qué mierda! —Me sobresalto cuando
veo a mi hermano, Kingston, tirado en mi sofá, con la cabeza en uno de los descansabrazos
y los pies colgando del otro.
Newton se aclara la garganta. —Tiene una visita, señor.
—¿Qué estás haciendo aquí? —Le pregunto a mi hermano pequeño, un poco
molestode que apareciera de la nada como un puto fantasma—. ¡Newton! ¡Café!
—Te llamé tres veces para decirte que vendría. —Levanta la barbilla y cierra los
ojos—. —Nunca contestas tu teléfono.
—Eso no responde a mi...
Mi secretaria todavía está de pie en mi puerta con una determinación de acero en
sus ojos.
—¿Qué es? —espeto.
—Quiere café.
Mi mandíbula se tensa. ¿Se está haciendo la tonta o realmente es así de cabeza
hueca?—¿Tienes problemas de audición, Newton?
—No dijo la palabra mágica. —Su voz tiembla.
Los ojos de Kingston se abren y se sienta como si estuviera preparándose para
saltar entre nosotros para protegerla. O tal vez simplemente no quiere perderse el
espectáculo.
¿La palabra mágica? —¿Que somos? ¿Diez? La palabra mágica es ahora.
Su sonrisa es temblorosa. —No, no lo es. Es por favor.
Maldita Vanesa. Me encuentro luchando contra una sonrisa. Ella es la culpable de la
columna vertebral recién desarrollada de mi secretaria.
—Por favor, Srta. Newton, ¿podría traernos una taza de café para mi hermano y
para mí?
—Me encantaría, Sr. North. —Con la barbilla en alto, gira sobre un talón y cierra la
puerta detrás de ella.
—Jódanme —me quejo y froto dos manos sobre mi cara sonriente.
—¿Qué mierda acaba de pasar allí? —Los ojos de Kingston están muy abiertos por
la sorpresa—. Espera, estoy soñando, ¿verdad? Estoy durmiendo en tu sofá y aún no me
he despertado.
—Tú eres hilarante. —Me quito el saco y la coloco sobre una silla.
—Oh, ya entiendo. Se acabó la broma. —Kingston se ríe—. ¿Todavía están sacando
la farsa de los gemelos? ¿A su edad? Necesito hablar con Hayes. ¿Dónde está él? Es muy
serio.
—Soy Hayes, maldito idiota.
Kingston parpadea y niega con la cabeza.
—Vanessa le dio a Newton una charla de ánimo sobre cómo defenderse. También
me dijo que no debería ser tan imbécil.
Los labios de mi hermano se separan.
—No parezcas tan sorprendido. —El calor que comenzó en mi cuello parece
sangrar hacia arriba—. No es para tanto, de acuerdo.
—Acabas de decir por favor —dice Kingston—. A tu asistente.
Lo miró fijamente. —Estás aquí por una razón, ¿verdad?
—Wow. —Se sienta en la silla frente a mi escritorio—. Necesito sentarme. Me
siento mareado.
—Escucha, reina del drama, tengo trabajo que hacer…
Dos golpes en mi puerta y la Srta. Newton entra con dos tazas de café caliente. Ella
le da uno a mi hermano, luego uno a mí.
—Gracias.
Newton tropieza un poco, como si su tacón se hubiera enganchado en la alfombra,
excepto que no usa tacones y el piso es de mármol. —De nada. —Ella sale corriendo de la
habitación.
Kingston sonríe en su café. —¿Has visto? Y no te convertiste en un troll.
Lo ignoro porque si no lo hago, nunca se callará. Abro mi computadora portátil y
ordeno mi correo electrónico. Eventualmente, Kingston me dirá por qué está aquí, o se
irá, ambas opciones necesarias para que yo regrese a mi lista de cosas por hacer.
No era mi intención comenzar mi día tan tarde, pero cuando mi alarma sonó a las
cuatro de la mañana, estaba inconsciente. Agotado por la noche anterior e inquieto por
los recuerdos de mi cuerpo enredado con el de Vanessa.
El cansancio es la debilidad de un hombre común, algo que siempre he podido
superar. Lo que sentí esta mañana fue un tipo completamente diferente de cansancio.
—No es que esto sea asunto mío —comienza. Finalmente—. Pero pensé que
deberías saber…
Deslizo mi computadora portátil a un lado para hacerle saber que tiene mi atención.
—Bee podría castrarme por compartir esto, por cierto. —Se recuesta en la silla y
cruza las piernas, haciendo que la tira de lentejuelas a lo largo de la costura exterior de sus
pantalones capte la luz y prácticamente me ciegue—. Haven les dijo a las chicas anoche
que no planea irse a casa con su mamá.
—Ella me lo insinuó a mí también. —Me recuesto en mi silla, sintiendo emoción y
preocupación a partes iguales. Por un lado, me encantaría que Haven se quedara
conmigo. Daría cualquier cosa por tener una relación con ella. Por otro lado, Vanessa
estaría destrozada por volver a Manitou Springs sin ella. Le rompería el corazón.
—Hay más. —Su boca se tuerce con lo que sea que esté a punto de decir.
Mi estómago cae en picado.
—Le dijo a Gabby que el chico con el que sale, ¿Daveed? Dijo que podía vivir con él.
Me balanceo hacia adelante con toda mi atención. —¿Qué jodidos?
—Sí.
—¿Por qué ella no iba a vivir conmigo?
Él levanta las manos. —Eso es todo lo que sé, hombre. Como un tío preocupado,
pensé en decírtelo. Quiero decir, ¿quién diablos es este tipo de todos modos? ¿Y cuánto
tiempo hace que la conoce? ¿Una semana? ¿Qué clase de escoria intenta persuadir a
una chica de diecisiete años que apenas conoce para que se mude con él? Sabe que
Haven es una North. Y si busca dinero o…
—Suenas tan paranoico como August.
Retrocede como si lo hubiera abofeteado. —Golpe bajo, hombre. —Pellizca sus
cejas—.Espera, ¿August te está dando una mierda por Haven?
—No Haven. Vanessa Él cree que ella va tras el dinero.
Tose, luego se ríe y niega. —Típico August.
—Vanessa no busca dinero.
—Eso es obvio. —Sus ojos se estrechan—. ¿Qué está pasando entre ustedes dos de
todos modos? Haven dijo que su madre se enredó con un viejo amigo o algo así.
—¿No hay nada privado?
—En una noche de chicas, no lo es. —Apoya un codo en sus rodillas cruzadas—.
¿Realmente sabes tan poco sobre cómo operan las mujeres?
—Conozco a las mujeres, —digo con confianza.
—Claramente.
—Ese viejo amigo era yo.
Él sonríe. —Que bien. ¿Así que están juntos de nuevo o qué?
Si esa no es la pregunta del año... —Solo nos estamos conectando.
—Espera, entonces... te estás juntando con la madre de tu hija.
Me encojo de hombros.
—Entonces, ¿estás usando a la madre de tu hijo para tener relaciones sexuales?
—No la estoy usando. Nos estamos usando mutuamente. —En el momento en que
las palabras salen de mi boca, siento una ola de náuseas al escucharlas en voz alta.
—¿Estás seguro de eso?
—Si te soy sincero, no es que sea de tu puta incumbencia…
Él asiente.
—Creo que ella me está usando. —Me paso una mano por la cara mientras los
pensamientos con los que luché toda la noche vuelven a inundarme—. Después de que
nosotros…
—Mierda.
Lo miro. —Fácilmente.
Me hace un gesto con la mano para que continúe.
—No quiso tener nada que ver conmigo. Corrió de vuelta a su habitación para
dormir. Al día siguiente, actúa como si nada hubiera pasado.
Una sonrisa lenta inclina sus labios. —Me gusta mucho esta mujer para ti.
Sí, también me gusta ella para mí. Desafortunadamente, me temo que he roto
cualquier posibilidad de que vuelva a confiar en mí después de que la abandoné
embarazada. Dios, si tuviera la oportunidad de hacerlo todo de nuevo...
—¿Quieres mi consejo? —él dice.
—No.
—Dile a ella cómo te sientes.
Ese es el problema. no sé cómo me siento. Fui yo quien le ofreció sexo sin ataduras.
Ella me aceptó, ¿y ahora me duele que no se esté perdidamente enamorada de mí?
—Puedo ver por el estreñimiento emocional en tu rostro que este es un
territorio desconocido para ti. ¿Hablando como alguien que vivió durante años sin la
mujer que amaba y ahora la tengo entre mis brazos todas las noches? Vale lapena. —Deja
su taza en mi escritorio y se pone de pie—. Ahora, si me disculpas, —revisa la esfera de su
reloj Vacheron Constantin—, tengo un facial de caracol en treinta.
—Eso es jodidamente asqueroso.
—No lo juzgues hasta que lo pruebes. —Sale de mi oficina y le da a la Srta. Newton
unsaludo de despedida como si fuera la reina de un desfile.
Haven quiere quedarse en Nueva York.
Vanessa está contando los días hasta que pueda volver a su vida pueblerina.
Quiero que ambas se queden.
Solo que no creo que sea justo pedirle a Vanessa que renuncie a más de lo que ya ha
hecho.
Ha hecho una vida para ella y nuestra hija. Una de la que está orgullosa. Una que
ella ama. Pedirle que renuncie a eso... me niego.
No, lo que sea que Vanessa decida hacer depende de ella. No quiero influenciarla
de ninguna manera.
Y si ella se va, tendré que vivir con eso.
Veintidós

No hay nada como los gritos de emoción de las adolescentes.


El recordatorio llega mientras estoy parado afuera del control de seguridad en La
Guardia con Haven mientras espera a sus amigas. En el momento en que ve a Meg y Lia,
tres gritos agudos parecen multiplicarse en mil mientras los ensordecedores gritos de
guerra resuenan en las paredes.
Una vez estuve en la terminal VIP cuando Justin Bieber llegó en un jet privado con
una multitud de admiradoras. Esas chicas no tienen nada que ver con la emoción de
Haven y sus amigas.
Se abrazan como si no se hubieran visto en años en lugar de semanas. Están
hablando rápido y todas al mismo tiempo. Una ráfaga de oh mi dios y felicitaciones y más
abrazos.
—Emocionante, ¿no? —dice Vanessa suavemente a mi lado.
—Realmente lo es. —¿Cómo pueden entender lo que dicen las demás cuando
todas están agitando las encías al mismo tiempo?
—Chicas, este es mi papá, Hayes —dice Haven y hace un gesto hacia mí.
La más alta con el cabello rubio me ofrece su mano. —Encantada de conocerte,
papá de Haven —exclama con un tono coqueto que hace que Vanessa se ría a mi lado.
Realmente no quiero tocar a estas chicas. Algo al respecto se siente mal.
Especialmente la forma en que me miran como si estuviera en su grupo de citas. Pero
tampoco quiero ser grosero, así que le doy la mano rápidamente. —Encantado de
conocerte.
—Soy Meg. —La morena me ofrece su mano como si fuera a besarla.
Sacudo sus dedos. —Hayes.
—Está bien, chicas —espeta Vanessa, sonando como un sargento de instrucción—.
Tomen sus maletas y pongámonos en camino.
Presto atención y me uno a Vanessa mientras llevamos a las chicas al auto. —Tu
papá es un DILF8 total —dice Lia lo suficientemente alto como para que yo la escuche.
—Creo que a ellas les gustas —susurra Vanessa.
—Curioso —contesto en voz baja—. ¿Todas las chicas de los pueblos pequeños son

8
Dad I'd Like to Fuck – Papa que me gustaría follar.
así de atrevidas?
Ness se ríe y el sonido va directo a mi estómago. Quiero envolver mi brazo
alrededor de ella y tirar de ella junto a mí. O deslizar mi mano en la suya y sentir su palma
contra la mía. Mantengo mis manos para mí.
Las tres adolescentes no paran de hablar el tiempo suficiente para tomar un
respiro. No cuando llegamos al coche, no de camino a casa. De repente me siento mal por
James.
Vanessa terminó aceptando el festival de música en los términos que establecí,
ncluyendo a James como chaperón. Los llevará, las mantendrá a salvo y las recuperará a
todas en una sola pieza.
Decido duplicar su salario ahora que sé lo que tendrá que escuchar todo el tiempo.
En cuanto a David, dejé en claro que tendrá que encontrar su propio camino allí. No
puedo controlar si él y Haven pasan tiempo juntos en el festival, pero después de hablar
con Kingston, creo que David necesita algunos límites.
Es tarde y nos saltamos la cena para buscar a las chicas en el aeropuerto, así que tan
pronto como llegamos a casa, Vanessa comienza a sacar cosas para preparar la comida.
—¿Puedo ayudarte?
—Santa mierda, —exclama una de las dos chicas desde la otra habitación—. ¡Este
lugar es mejor que el de Jay-Z y Beyonce.
Ella tiene razón, pero me lo guardo para mí.
—No puedo creer que vivas aquí, —contesta otra chica.
Haven las lleva de vuelta a su dormitorio, donde sus voces se convierten en
murmullos, gracias a Dios.
—¿Alguna vez dejan de hablar? —Pregunto mientras tomo una cabeza de lechuga
de sus manos.
—Solo cuando duermen, —responde ella.
—Dime que duermen mucho. —Tomo la carne envuelta en papel estraza que me
entrega.
—Nop. —Ella sonríe dulcemente, y quiero tanto besarla. Imagina una vida en la
que vivamos aquí juntos, preparando la cena y yo tenga la libertad de besarla y tocarla
cuando quiera.
—¿Que puedo hacer para ayudar? —Pregunto mientras saca una tabla de cortar y
uncuchillo.
—Abre una botella de vino. La vamos a necesitar.
Hago algo mejor y pongo algo de música también. Me siento en el bar y observo
cómo rebana las verduras y prepara el pollo a la parrilla.
—¿Estás segura de que no puedo hacer otra cosa?
—¿Traer tortillas de la despensa?
Me levanto y agarro el paquete de tortillas. Luego me pasa un bloque de queso y un
rallador.
A los veinte minutos de estar en casa, prepara una bandeja de quesadillas de
verduras y pollo y llama a las chicas para preguntarles si tienen hambre.
Todos salen corriendo, cada una vestida con lo que solo puede describirse como
hilos con pequeños triángulos de tela. Se acurrucan alrededor de la comida y se las
arreglan para hablar con la boca llena de comida.
—David y algunos de sus amigos se reunirán con nosotras en la piscina más tarde,
—le dice Haven a Vanessa.
—Genial, diviértete. —Vanessa me indica que la siga, y lo hago con mucho gusto—.
Hay demasiado estrógeno casi desnudo allí.
—Esto es una locura, —digo, siguiéndola al patio—. Estoy cansado de estar cerca de
ellas.
—Son una raza única, eso es seguro. —Se deja caer en el sofá de dos plazas del patio
y yo me aprieto para sentarme a su lado. Tal vez demasiado cerca, pero ya no hay vuelta
atrás.
—Eres una buena madre, Ness.
Ella sonríe suavemente. —Gracias.
—¡Oh, Dios mío, pequeña zorra! —Una de las chicas grita desde la cocina, haciendo
que las tres se rían a carcajadas.
—¡Perra, no tienes idea! —Más risas.
No puedo decir de quién es la voz de quién, y una parte de mí está agradecido por
eso.
—Ignóralo, —menciona Vanessa—. Así es como hablan las chicas.
Mi pulso está acelerado y me siento menos que cómodo. Por primera vez desde que
consideré que Haven viviera conmigo, tengo serias dudas. No hay forma de que pueda
hacer esto sin Vanessa.

—Cuídate, ¿de acuerdo? —Beso la mejilla de Haven—. Toma buenas decisiones. —


La abrazo—. Llámame si me necesitas. —Otro apretón.
—Mamá, relájate. Tenemos al Chico Comando aquí para cuidarnos.
Las tres chicas, vestidas con blusas diminutas y pantalones cortos de mezclilla
demasiado cortos, se amontonan en un todoterreno negro con vidrios polarizados tan
oscuros que el interior parece una cueva.
James, el hombre que los conduce, viste un polo blanco y pantalones cargo negros
con botas de montaña. Probablemente tenga cuarenta y tantos años, pero el tamaño de
su pecho y bíceps le dan más el aspecto de un marine de veintiocho años. Es todo
negocios, no demasiado hablador y tiene un aire de autoridad que me hace sentir un poco
mejor acerca de dejar a Haven con él.
Hayes parece incómodo. Desde que las chicas salieron de la habitación esta mañana
luciendo como, bueno, luciendo como tres mujeres jóvenes y hermosas que van a un
festival de música. —Estarán a salvo con él.
—¿Estás tratando de convencerme a mí o a ti?
—Manténgase en contacto, —le grita Hayes a James mientras el hombre rodea el
vehículo hacia el lado del conductor.
La parte trasera de la camioneta está llena de tiendas de campaña, sacos de dormir,
agua y comida. Si ocurriera algo, tendrían suficiente para sobrevivir en el desierto durante
una semana. Dos días no deberían ser nada.
Saludo la parte trasera del vehículo mientras se aleja.
—Segura que estás de acuerdo con esto, —pregunta Hayes como si casi esperara
que dijera que no para que podamos devolverles la llamada.
—Lo estoy. Haven merece extender sus alas un poco.
Volvemos adentro y entramos en el ascensor privado.
—¿Cuáles son tus planes para el fin de semana? —Le pregunto, tratando de hacer
una pequeña charla.
Su mirada se desliza hacia la mía. —Depende.
—¿De?
—Sobre si quieres o no aprovechar el hecho de tener la casa para nosotros solos.
Mi estómago se tropieza y da vueltas con calidez y anticipación. Dormir con Hayes
es absolutamente un error. No debería haber dejado que las cosas llegaran tan lejos, pero
estaba indefensa contra el tirón.
—¿Aprovecharlo cómo? —Levanto una ceja, preguntándome si es lo suficientemente
valiente como para decir lo que realmente está pensando.
Da dos pasos en el pequeño espacio, inmovilizándome en la esquina mientras se
eleva sobre mí. —Podría ir a la oficina y trabajar todo el fin de semana. Darte tu espacio. O
podría quedarme contigo.
Presiono mi palma contra su pecho cubierto por una camiseta. Su corazón late bajo
misdedos. —¿Estás seguro de que es la mejor idea?
—Dime por qué no lo es, y retrocederé.
—No lo es porque…
Su pecho es tan ancho. Tan cálido. La idea de acurrucarse contra él todo el fin de
semana suena muy bien. También suena peligroso.
—¿Por qué? —Su voz es tan profunda, tan seductora.
—Yo eh… —No puedo pensar con claridad. ¿Una razón lógica para no tener sexo
con Hayes en todo el fin de semana? Sé que tiene que haber una. ¿Cierto?
—Vamos, Ness. Dame algo. Me muero por la oportunidad de besarte de nuevo, y mi
autocontrol se está agotando.
La puerta del ascensor suena y se abre al penthouse. Pero él no se mueve. Me
mantiene cautiva con su gran cuerpo. —Te estás quedando sin fuerzas, ¿eh? Perdóname
por causarte tanta angustia. —Lo empujo y entro en la casa, dirigiéndome
directamente a mi dormitorio. Mi estómago se llena de mariposas, mi piel se calienta,
pero al mismo tiempo, una advertencia salta en mi mente de que estoy jugando con
fuego.
Cierro la puerta de un tiro solo para escuchar cómo golpea contra algo duro. Hayes
está parado en mi puerta, su barbilla metida e inclinada, y una sonrisa maliciosa en sus
labios. —Angustia es un eufemismo.
—No es realmente mi problema. —Me dejo caer en la cama, de espaldas a la
cabecera, y agarro mi teléfono. Mis dedos tiemblan mientras me desplazo por los correos
electrónicos, y espero que no se dé cuenta.
Se agarra a la parte superior de la puerta y yo finjo no darme cuenta de la astilla
de abdominales de tabla de lavar que se asoma por encima de sus vaqueros. —Tengo una
idea.
—Bien por ti. —Hago clic en un correo electrónico no deseado sobre parrillas para
barbacoa a la venta y lo leo como si fuera la forma de correo electrónico más valiosa que
he recibido.
Ponte unos zapatos y unos calcetines.
Lo miro. —No.
—Tienes tres opciones, Ness, y te juro por mi vida que respetaré lo que decidas.
Dejo el teléfono y espero a que continúe.
—Uno, te pones zapatos y calcetines y vienes conmigo. —Da un paso dentro de mi
habitación y más cerca de la cama—. Dos, me dices que me vaya a la mierda y te dejo en
paz por el resto del fin de semana. —Ahora está junto a mi cama. Se inclina sobre mí,
colocando sus manos a cada lado de mis caderas, su boca a solo unos centímetros de la
mía. Sus ojos se sumergen en mis labios y brillan—. Tres. Sigues buscando pelear y
terminamos teniendo sexo hasta que ninguno de los dos pueda caminar. —No se mueve
de mi espacio—. Decide.
Mi corazón late tan rápido que puedo sentirlo en mi cuello. Huele tan bien, como
hojas de tabaco frescas y cuero. Y sus labios tan cerca son una tentación que nadie en la
tierra podría negar.
Trago. —Tomaré los zapatos y calcetines, —chillo.
Un lado de su boca se levanta. —Buena elección.
Con eso, se levanta de mi cama y se va.
Me dejo caer a mi lado y exhalo una respiración tranquilizadora. ¿Qué demonios es
lo que me pasa? Hayes es la droga más adictiva, y después de diecisiete años de
sobriedad, me he caído del vagón con fuerza.
Veintitrés

—¿Patinaje sobre hielo? —dice Ness cuando nos detenemos en la pista de hielo de
última generación en Brooklyn—. No tengo patines de hielo.
—No te preocupes por eso. Vamos.
Se reúne conmigo en la acera frente a la enorme estructura de acero y mortero.
La pista se usa para prácticas de la NHL9 y está abierta al público en algunos días
seleccionados.
Le abro la puerta y el olor a hielo y combustible de Zamboni se mezcla con el olor a
alfombra de goma y palomitas de maíz.
—Sr. North. —El gerente de la arena nos recibe en el vestíbulo—. Qué gusto verte
de nuevo. Ha pasado tiempo.
—Paul. —Estrecho su mano. Llamé al hombre ayer y le pregunté si podía
conseguirme la pista durante una hora. No estaba seguro de traer a Vanessa, pero me
alegra que haya elegido venir—. Esta es Vanessa.
Se saludan educadamente.
Solo estar en este espacio me ayuda a respirar un poco más profundamente en mi
propia piel, mis músculos se desenroscan lentamente alrededor de mis hombros.
—Todo está listo para ti.
—Gracias. —Tomo la mano de Vanessa y la llevo a la pista de patinaje que está
rodeada de filas de bancos para los espectadores—. Por aquí.
A través de las puertas de los vestidores, el aire es más cálido. Tengo un casillero
privado donde guardo mi equipo, y en el banco frente a él hay un par de patines de
hockey talla siete y medio para mujeres.
—Estos son para ti. —Señalo los patines—. Y esto… —Abro mi casillero y saco una
micro chaqueta acolchada de plumas de ganso.
—¿Qué te pondrás? —Se pone la chaqueta por encima de su camiseta de manga
corta, que le queda lo bastante ajustada como para distraerla.
Yo me puse una camiseta térmica debajo de mi camiseta antes de salir. —Estoy

9 Liga Nacional de Hockey.


bien.
Palmeo el banco a mi lado, nos sentamos y comenzamos con el asunto de atarnos
los patines.
—Este lugar es increíble. —Inclina la cabeza hacia atrás para estudiar las diferentes
camisetas de la NHL que cuelgan de las paredes, junto con tomas de acción en blanco y
negro de gran tamaño de diferentes jugadas de hockey—. No sabía que todavía estabas
patinando.
—Sí, bueno… —Tiro con fuerza de mis cordones—. Nadie realmente lo sabe.
—¿Nadie?
Termino la última corbata y me pongo de pie. —Solo tú. —Le ofrezco mi mano—.
¿Estás lista para ir a patinar?
Ella toma mi mano y se tambalea una vez que está de pie. —Espero recordar cómo.
No he estado patinando sobre hielo desde, —sacude su cabeza—, ni siquiera lo recuerdo.
No suelto su mano. —Recuerdo la primera vez que fuiste a patinar.
—Apuesto que lo haces. —Ella rueda los ojos—. Esa fue una primera cita
memorable.
—¿Cómo se supone que iba a saber que nunca habías patinado? —Me río,
recordando cómo se aferraba a mi cuerpo, con tanto miedo de caerse al hielo. La
sensación de ella contra mí, sus manos apretando mi ropa, hacía imposible seguir siendo
un caballero. Y las palabras que salían de esos labios cada vez que se caía, cada vez que
perdía el equilibrio, maldecía todo en existencia, incluyéndome a mí—. Hasta el día de
hoy todavía el mejor juego previo que he experimentado.
Ella hace la cabeza hacia atrás y la risa se escapa de su garganta. Miro fijamente,
aturdido por su belleza mientras el sonido me envuelve. —Estás enferma.
Meto el cabello oscuro hasta la mandíbula detrás de su oreja y me pregunto cómo
es posible que se vuelva aún más hermosa después de todos estos años. —Según
recuerdo, fuiste tú quien me atacó una vez que volvimos a mi auto.
—¡Eso no es tan cierto! Fuiste tú quien… —Ella parpadea, y sus ojos se desenfocan.
Espero que el recuerdo de nuestra primera cita vuelva a ella por completo.
Ella frunce el ceño. —Golpeé la palanca de cambios y me hice un moretón en el
muslo.
—Golpeaste la palanca de cambios saltando la consola central para montarte a
horcajadas sobre mí.
Su rostro se sonroja y se tapa la boca. —Oh, Dios, tienes razón.
Le doy un guiño. —La mejor cita de todas. —La guío hacia la puerta que conduce al
hielo, asegurándome de caminar despacio hasta que sienta los patines.
—Esta, sin embargo, no es una cita, —dice, su voz nivelada y firme.
Oculto una sonrisa secreta. —Por supuesto que no.

***
—HE MEJORADO, ¿CIERTO?
Mi camiseta está estirada con marcas permanentes de puños, y el escozor en la piel
de mi espalda y vientre de sus uñas es la prueba de que, en los años transcurridos desde
nuestra primera cita de patinaje sobre hielo, ciertamente no ha mejorado.
—¿Quieres la verdad? —Digo a través de una sonrisa, todavía feliz como el infierno
de tenerla en mis brazos, tal como lo estaba hace tantos años.
Ella me mira, su barbilla prácticamente apoyada en mi esternón. —No.
—Mucho mejor.
Ella gruñe y trata de nuevo de ponerse de pie.
—Supuse que habías estado patinando sobre hielo una o dos veces desde que
saliste conmigo. ¿Pensé que tal vez habías llevado a Haven?
—¿Por qué... —gruñe, luchando con sus pies—, ...haría eso?
Me empujo del hielo y me deslizo fácilmente hacia un lado de la pista, donde ella
puede agarrarse a la pared. Ella se sujeta eso. Un pie tiene voluntad propia y se le
escapa.
—Mierda. —Deslizo mi brazo alrededor de su cintura y, de nuevo, ella está pegada
a mi frente—. Vamos a intentar algo. Date la vuelta.
Con el apoyo de mis brazos y la pared, logra darse la vuelta sin que su trasero
golpee el suelo.
Entro por detrás de ella, envuelvo un brazo alrededor de su caja torácica y la
sostengo contra mí. Ella agarra mi antebrazo, que descansa justo debajo de sus senos.
Siempre me ha encantado lo bien que encaja conmigo. Sostengo su cadera con mi mano
libre y sumerjo mi boca en su oreja. —Solo mantén los pies juntos, ¿de acuerdo? Yo haré
el resto.
Empujo y empiezo lento, dejando que se acostumbre a la sensación de las cuchillas
en el hielo, el ritmo constante de mi patinaje.
—¿Estás bien?
Ella asiente.
Acelero el ritmo. Su cabello golpea mi cuello y mandíbula, y tomo las curvas con
cuidado mientras damos dos, tres, luego cuatro vueltas alrededor de la pista.
—Ahí tienes. Divertido, ¿verdad?
—Sí, es mucho más fácil de esta manera.
Me muevo un poco, acercándola más a mi lado. Ella entra en pánico y casi se cae,
pero la agarro para que se mantenga erguida. —Recuerda, mantén tus pies debajo de ti.
Yo haré el resto.
Se muerde el labio, concentrándose mientras nos doy vueltas y vueltas. Con cada
rotación, la suelto un poco hasta que estamos tomados de la mano. No mueve los pies,
pero sigue dejándome llevarla mientras se ríe con alegría.
Ese sonido va directo a mi pene.
La deseo.
La única razón por la que la traje aquí fue para alejarnos a los dos de las camas
porque sabía que, si nos quedábamos en esa casa, terminaríamos teniendo sexo. Y aunque
lo deseo tanto, quiero más tiempo con ella así.
—¡Lo estás haciendo! —Digo, dejándola salir un poco más.
—¡Lo hago! —Ella empuja con un pie. La acción la hace perder el equilibrio, pero lo
recupera y se las arregla para empujar de nuevo con más control.
Otra rotación y la dejo ir. Ella se tambalea, pero se mantiene erguida. Patino hacia
atrás frente a ella, animándola.
La confianza se instala y ella realmente comienza a patinar. Todavía se ve como una
niña de diez años en patines por primera vez, pero es un progreso, considerando dónde
comenzó. Se acerca a mí como si estuviera viendo si puede pasarme.
Lindo.
Cuando se acerca, pierde el equilibrio.
Ella me agarra justo cuando sus patines salen de debajo de ella.
Envuelvo mis brazos alrededor de ella, pero el impulso es demasiado. Estamos
cayendo. Ruedo, soportando la peor parte del hielo en mi espalda mientras ella cae sobre
mí.
—Ouch. —Gimo, me duele la cabeza donde golpeó el hielo—. No pensé que
necesitaríamos cascos, pero me pregunto si debería haber tomado un par.
—Lo siento mucho. —Ella ahueca mi cara con ambas manos—. ¿Estás bien?
Todo su cuerpo se estira a lo largo del mío, sus caderas están alineadas en el lugar
correcto. Sus pechos están llenos y redondos contra mi pecho, y juro que puedo sentir sus
duros pezones a través de la fina capa. O tal vez me lo estoy imaginando.
—No te muevas, —gimo, fingiendo una herida.
—Oh Dios. ¿Estás herido? —Ella se mueve para apartarse de mí, pero mantengo
sus caderas en su lugar sobre mi erección que se endurece rápidamente.
—Mmm.
Ella levanta la mano y ahueca la parte posterior de mi cabeza, la acción provoca
fricción entre nosotros que me hace morderme el labio. —Tu cabeza no tiene un bulto.
—¿No? —Muevo mis caderas debajo de ella.
—¡Hayes! ¡Eres horrible! —Ella rueda hacia el hielo a mi lado.
Estoy sonriendo a lo grande.
—¡Sinvergüenza! —Se está riendo y, de nuevo, me pregunto si alguna vez ha habido
un sonido más dulce en el mundo—. Necesitas una ducha fría.
—Odio decírtelo, pero estoy acostado sobre hielo y no me está haciendo una
mierda.
Ella lucha por ponerse de pie. —Estoy tan fuera de aquí, —dice, todavía riendo. Ella
resbala y cae sobre su trasero.
Me pongo de la lado y apoyo mi cabeza en mis manos. —Creo que estás atascada.
—No, me arrastraré. ¿Ves? —Ella está sobre sus manos y rodillas, deslizándose
lentamente hacia la pared de la pista.
Me levante sobre mis patines y me acerco por detrás. —¿Estás segura de que no
quieres ayuda?
—Puedo hacer esto yo misma.
—Déjame saber si cambias de parecer. Estaré aquí. Disfrutando de la vista.
Ella suelta una carcajada. —Eres de lo peor.
—No sería tan malo pedir ayuda.
—¡Nunca! —Finalmente llega a la pared y logra levantarse. Está sonrojada y
jadeando, pero sacude la cabeza con una sonrisa—. Siento las piernas como gelatina.
—Deberíamos parar mientras podemos.
Usando la pared, se empuja a sí misma a lo largo del hielo, una mano sobre la otra,
hacia la salida del hielo. —Se me abrió el apetito.
—Podría comer. — Le ofrezco mi brazo, y ella parece debatir si quiere tomarlo o
no—. Te prometo que me portaré bien.
—¿Dónde está la diversión en eso?
Maldita sea, esta mujer.
Me toma del codo y la saco del hielo, pensando que esto es lo más divertido que he
tenido en toda mi vida.
Veinticuatro

—Esas margaritas de veinte dólares valieron cada centavo, —balbucea Ness desde
elasiento del pasajero de mi auto.
Fuimos a un restaurante de fusión mexicana-asiática que ha estado en los titulares
desde que abrió el año pasado. Revivir viejas historias con tacos de carne coreana se
sintió tan natural como respirar. Como si no estuviera pasando la tarde con una mujer
sino con la otra mitad de mí mismo. Perdí la noción del tiempo mientras escuchaba viejas
historias sobre Haven, e hizo que un almuerzo de una hora se convirtiera en una hora
feliz.
Estamos atrapados en el tráfico en el puente de regreso a Manhattan. Ness tiene la
ventana baja, su mano colgando para sentir la humedad en el aire. El sol está bajo detrás
de las nubes grises, y la luz dorada hace que su piel brille. Nunca deseé que el tráfico se
detuviera para siempre hasta ahora.
Ella gira la cabeza en mi dirección, con una mirada soñadora en sus ojos. —Me
divertí mucho hoy.
—Me alegra escucharlo. —Me pregunto si se está tragando todo el acto casual o si
puede sentir cómo mi corazón golpea detrás de mis costillas.
—No eres tan malo, lo sabes.
—¿Gracias? —Sonrío a su manera.
—Cara estúpida y guapo, —murmura y se aleja de mí.
Hago un puñetazo interno. Ella me llamó guapo.
—Quiero ir a nadar cuando regresemos. —Ella está mirando por la ventana—. No
tengo traje de baño. Podría pedirle prestado uno a Haven.
—No tengo ningún problema con que vayas sin traje.
Ella se gira hacia mí con las cejas levantadas. —No creo que tus vecinos lo aprecien.
—Oh, creo que lo apreciarán mucho. Pero les sacaría los ojos antes de darles una
oportunidad.
Ella se sonroja y niega con la cabeza. —No has cambiado.
—Tú tampoco.
Eso no es cierto. Ambos hemos cambiado en un millón de formas: hemos crecido y
tenemos años de experiencia en la vida. Pero ¿en los aspectos que importan? ¿En lo que
siento por ella? Nada ha cambiado en absoluto. Todavía estoy loco por Vanessa. Cada día
que ella está en mi casa, espero que los sentimientos se desvanezcan. Que aprenderé algo
sobre ella que confirmará que han pasado demasiadas cosas entre nosotros, que hay
demasiada agua debajo del puente. Está sucediendo lo contrario. Y eso me asusta como la
mierda.
—¿Recuerdas la vez que manejamos a Washington, DC para la reunión de jóvenes
en el gobierno? —ella pregunta con una sonrisa.
—¿Yo? Um, sí, lo recuerdo. ¿Estás bromeando? Ese viaje por carretera todavía
protagoniza algunos de mis sueños más eróticos. —Le guiño un ojo.
Su mirada cae en mi regazo y se lame sus labios.
—Vanessa. —Gimo.
—¿Qué?
—No actúes inocente como si no supieras lo que estás haciendo cuando me miras
así.
—Oh, —dice ella, acomodándose en su asiento—. Sé exactamente lo que estoy
haciendo. —Se acerca a la consola central y mete su mano entre mis piernas—. Yo sólo
pensé, ya que revivimos nuestra primera cita, ¿por qué no revivir otra de las primeras?
—Joder. —Mis caderas se sacuden, y me desvío lo suficiente como para que la mujer
que está a nuestro lado en el tráfico me toque la bocina y me haga una voltereta.
Ella presiona sus labios en mi cuello. —Si crees que no puedes llevarnos de manera
segura mientras hago esto, entonces tal vez debería...
—¡No! No estoy bien. Estoy bien. —Estoy asintiendo con tanta fuerza que me duele
el cuello.
Con una sonrisita sexy, abre el botón de mis jeans y baja la cremallera. Mi erección
salta a la atención, y ella la desliza de los confines de mis bóxer.
Me dejo caer contra el reposacabezas y trato de concentrarme en la carretera
cuando la boca dulce, caliente y húmeda de Vanessa me envuelve.
Mi visión se nubla. Mi pulso late tan fuerte que parece que va a explotar fuera de mi
pecho. Un hormigueo que comienza entre mis caderas baja por ambas piernas hasta que
no puedo sentir mis pies. Mis manos incluso se entumecen. ¿Qué diablos me está
haciendo? Deslizo una mano en su cabello, sosteniéndola mientras la siento subir y bajar,
subir y bajar. Su trasero en el aire en el asiento del pasajero es suficiente para hacerme
tambalear.
Ella hace una especie de magia vudú con la lengua y los dientes, y el coche se desvía
de nuevo.
—¡¡¡Vete a la mierda, imbécil!!! —El chico a mi lado toca la bocina.
Se ríe con la boca llena y le agarro el cabello con tanta fuerza que gime.
La vibración me envía al límite.
Los músculos de mis piernas se tensan tanto que patean, y freno de golpe antes de
chocar contra la minivan frente a mí.
—Lo siento, —digo mientras mi orgasmo golpea dentro de mí con un rugido.
Aprieto los dientes a través de la euforia blanca cegadora que estalla a través de mí. Ola
tras ola, dejo correr la liberación contra su lengua y espero como el infierno que ella esté
bien con esto.
Eventualmente, el mundo comienza a girar de nuevo y regreso a mi cuerpo.
Todavía al volante, atrapado en el tráfico del puente, con una Vanessa de aspecto
muy orgulloso levantando sus labios hacia los míos.
—¿Dijiste, ‘lo siento'?
Agarro la parte de atrás de su cabeza y la beso. Profundamente, lamiendo su boca y
saboreándome en su lengua. Joder, ella es perfecta. Ella siempre ha sido jodidamente
perfecta. Y hemos perdido tanto tiempo.
Esas tres pequeñas palabras se deslizan de la nada y permanecen en mi lengua. No
puedo decirlas ahora, no después de que me vine en su boca, y ella lo tomó todo con una
sonrisa. Ella pensará que solo lo dije porque estoy montando en lo alto de un orgasmo. Y
tal vez lo estoy.
Gimo en su boca mientras lamo y chupo su lengua, amando el sabor de nosotros
mezclados.
Suena una bocina y me doy cuenta de que estoy deteniendo el tráfico.
—Eres increíble, —digo mientras levanto mi pie del freno para rodar hacia
adelante.
Se recuesta en su asiento con orgullo.
—¿Y sólo para que sepas? Planeo devolver el favor tan pronto como lleguemos a
casa.
La emoción brilla en sus ojos. —De acuerdo.

—No quiero arruinar el momento, —dice Hayes, un poco sin aliento.


Estamos tirados desnudos en su cama. Cumplió su promesa de devolver el favor, lo
que llevó al sexo y a dónde estamos ahora.
—Eso es lo que dice la gente justo antes de arruinar un momento. —Todo mi
cuerpozumba, mis músculos se vuelven papilla y trato de mantenerme despierta.
Su risa baja y sensual es sexy y me despierta un poco. —Espero que eso no sea
cierto, pero aquí va… —Se apoya en un codo, con la cabeza en la mano.
Su cabello es un desorden atractivo, su mirada y su sonrisa perezosas, y me
pregunto si es demasiado pronto para golpearlo en la segunda ronda. ¿O serían tres
después del auto? —Solo te enredas conmigo cuando bebes.
Su observación funciona como un chorro de agua fría. —Eso no puede ser cierto.
No dice nada, solo me mantiene prisionera con sus ojos mientras descubro la
verdad en mi cabeza.
Sintiéndome expuesta, tiro de la sábana hasta mi cuello. —Tal vez eso es cierto.
Sus ojos se estrechan. —¿Por qué?
Cambio nerviosamente en la dirección de nuestra conversación. —No lo sé, Hayes.
¿Por qué alguien se engancha después de haber estado bebiendo? ¿Baja las
inhibiciones, tal vez? —Me siento y me deslizo fuera de la cama, buscando mi ropa—. No
es ningún misterio. Es solo biología humana.
Se queda quieto, mirándome con curiosidad mientras evito su mirada y me visto.
Se me cae el teléfono del bolsillo y veo que tengo un nuevo mensaje de Haven.
—Haven envió un mensaje de texto. Ella está allí a salvo. —Abro la foto que envió.
Ella, las niñas y David están frente a una tienda de campaña de primera línea.
—Lo sé, —dice, su voz es fría—. James me envió un mensaje de texto. —No hace
ningún movimiento para cubrirse cuando se pone de pie, su cuerpo grande y alto en
plena exhibición cuando me pasa al baño.
Y esa es mi señal para irme.
Regreso a mi propia habitación, sintiéndome sobria y sedienta. Son más de las seis
de la tarde y no sé qué hacer conmigo misma. Las cosas se sienten incómodas entre Hayes
y yo. ¿Me quedo en mi habitación el resto de la noche? ¿Debería irme y darle su casa por
unas horas?
Estoy pensando en mis opciones cuando llama a mi puerta.
—¿Sí? —Digo desde mi lugar sentada con las piernas cruzadas en mi cama.
—Vamos a sentarnos en el jacuzzi.
—¿En este momento?
Lo escucho suspirar a través de la puerta. —No, mañana. Si en este momento.
—No tengo traje de baño.
—Ya se te ocurrirá algo. Vamos.
Me muerdo el labio, pensando en cómo actuó cuando salí de la habitación. Está
ofreciendo una rama de olivo. Las cosas no tienen que ser raras entre nosotros si yo no lo
permito.
—Está bien, dame un minuto.
Busco entre mi ropa, encontrando un par de bragas negras muy cortas y un
sostén deportivo negro con tiras. Suficientemente bien. Me los pongo y tomo un vestido
de verano, sobre todo. Cuando abro la puerta, Hayes está allí esperándome, recargado
contra la pared, vistiendo nada más que un par de shorts de baño verde bosque y
chanclas de cuero. El tipo parece sacado de un anuncio de colonia cara.
Sus ojos me recorren desde los dedos de mis pies hasta la parte superior de mi
cabeza, pero hay poco calor en su mirada. —¿Lista?
Lo sigo hasta el ascensor privado que nos lleva al nivel del gimnasio. No vi una
piscina aquí antes, pero sé que hay una. El gimnasio está tranquilo. Supongo que la
mayoría de la gente está teniendo una vida un sábado por la noche en Nueva York. Me
lleva por un par de puertas a un patio en la azotea, donde una piscina infinita se extiende
hasta el horizonte y el vapor sale de una bañera de hidromasaje burbujeante.
Agarra dos toallas grandes y esponjosas y las deja caer en una cama de la piscina
circular cercana para los dos. Sin una palabra, se quita las sandalias y se sumerge en el
agua caliente.
Miro a mi alrededor para asegurarme de que no hay nadie cerca. Estoy segura de
que lo que llevo puesto parece un traje de baño, pero algo sobre saber que estoy usando
ropa interior me hace pensar que todos los demás también lo sabrán.
Hayes me observa quitarme el vestido y su mirada se desliza por mis piernas
mientras entro en el agua junto a él. Tomo el extremo opuesto del espacio circular. La
sana distancia parece la opción más segura en este momento.
Sus cejas se juntan, pero no dice nada y no hace ningún movimiento para acercarse.
En su lugar, extiende los brazos en la cubierta de la piscina a su lado, y el agua rueda por
sus hombros y bíceps.
—Esto es agradable, —digo sin convicción.
Inclina la cabeza, mirándome de una manera que me hace sentir como si estuviera
bajo un microscopio.
—Mis músculos están un poco tensos por el patinaje sobre hielo. —Froto mis
manos por mis muslos debajo de las burbujas—. El agua tibia se siente bien.
Él permanece quieto.
Respiro y trato de mirar a todo menos a él, lo cual es difícil de hacer ya que mis ojos
se vuelven continuamente a su impresionante pecho y brazos.
—¿Vienes aquí a menudo? ¿Después del trabajo o…?
Sin respuesta. Sólo esos ojos que parecen mirar a través de mí.
Está bien, no hablar, así es. Me desplomo para descansar la parte posterior de mi
cabeza contra la cubierta. Inclino mi cabeza hacia atrás y miro al cielo oscuro, extrañando
los mantos de estrellas que tenemos en Manitou Springs. Cierro los ojos y pienso en lo que
me preguntó Hayes.
¿Por qué necesito coraje líquido para intimar con él?
Yo sé por qué.
Con los ojos cerrados, lo confieso. —Te tengo miedo.
Él no responde, pero hay una sensación de sorpresa que electrifica el aire entre
nosotros. O tal vez solo lo imagino.
—Miedo de lo que sucedería si te dejo entrar de nuevo.
El aire se mueve como si hubiera dejado caer los brazos de nuevo en el agua.
—Sé que suena loco porque lo que estamos haciendo es solo sexo. —Suelto un
suspiro—. Pero creo que necesito el alcohol para poner mi corazón a dormir, para que el
estúpido no tenga una idea equivocada.
Mantengo los ojos cerrados. Temiendo lo que voy a ver si los abro.
—No tendría ningún problema en tener sexo sin ataduras con otra persona. Pero
tú... —Me trago la oleada de emoción que obstruye mi garganta—. Eres diferente.
Ahí. Lo dije. Lo puse ahí.
Me arriesgo a echar un vistazo a través del jacuzzi y lo encuentro mirándome con
un enfoque nítido. No puedo decir si está enojado, decepcionado o a la defensiva, y no
saberlo me hace temblar.
Mi teléfono suena desde la pila de ropa detrás de mí. El sonido me saca de mis
pensamientos. Haven podría estar llamando. Me doy la vuelta y tengo que apoyar el
torso en la cubierta de la piscina para alcanzar el teléfono. Presiono aceptar antes incluso
de mirar el identificador de llamadas.
—¿Hola?
—¡Vany, hola!
Tag. Mis hombros se desinflan y mi pulso toma una cadencia más normal.
—Hola, ¿cómo estás?
—Estoy bien. ¿Haven llegó bien al festival?
De espaldas a Hayes, le cuento a Tag sobre Haven y que ella y sus amigos llegaron
bien al festival. También le hablo de James.
—Eso es un poco extremo, ¿no crees? —él pregunta—. Es una buena chica. Ella no
necesita un guardaespaldas.
Me enojo por su tono. —Es una gran chica que hizo un pequeño viaje a Nueva York
sin decirme una palabra, Tag. El hecho de que sea una gran niña no significa que todavía
no tome decisiones inseguras.
—Supongo, pero me parece que el padre biológico se está divirtiendo tirando su
dinero.
Nunca antes había visto el lado celoso de Tag. Probablemente porque nunca ha
habido otro hombre o mujer que haya amenazado su lugar en mi vida y la de Haven.
Entiendo su preocupación, pero no hace que sus pequeños disparos al azar estén bien.
—No me voy a meter en esto contigo. —Especialmente porque Hayes está justo
aquí—. Te llamaré mañana después de saber de Haven.
—No te preocupes por eso, —dice, haciendo un puchero—. Le enviaré un mensaje
de texto yo mismo.
No sé por qué, pero sus palabras tienen un toque de amenaza. Como si quisiera
probar que su relación con Haven no requiere de mí y que él está más cerca de Haven
que Hayes.
—Buenas noches, Ta... —Aparto el teléfono y reviso la pantalla.
¿Me colgó? Qué bebé.
Irritada por mi conversación con Tag y todavía tambaleándome por mi confesión a
Hayes, me deslizo de nuevo en el jacuzzi con los nervios de punta.
—¿Conversación dura? —Hayes observa correctamente.
—Está bien. —Es la última persona con la que quiero hablar de Tag.
—Me parece que necesitas establecer algunos límites.
—Si quisiera tu consejo, lo habría pedido.
La comisura de su boca se levanta. —Nunca te identifiqué como una pusilánime.
Mis manos se cierran bajo el agua y me siento un poco más alto.
—Lo siento, ¿me perdí el RSVP10 de la invitación a mi negocio?
Sus ojos brillan con calor. —Tenía mi lengua dentro de tu cuerpo hace una hora. Es
seguro decir que ya estoy bien metido en tu negocio, bebé.
El aire que nos rodea se carga de energía sexual. Su mirada es perezosa cuando se
posa en mis labios.
Entonces, él se mueve. Como si fuera uno con el agua, gravitando a través de la
bañera hasta que está lo suficientemente cerca como para tocarlo y, sin embargo, se
contiene. Flotando a centímetros de mi cuerpo, me mantiene cautiva por su tamaño y
proximidad. Si muevo la pierna, levanto la mano o inhalo demasiado, lo rozaría.
—Esa jodida boca, —gime. Su barbilla se hunde, sus labios tan cerca. Me va a besar.
¿Quiero eso? Mi cuerpo grita que sí mientras mi corazón se congela en la respuesta
de lucha o huida.
Justo cuando esperaba sentir la presión de sus labios contra los míos, se aparta para
estirarse por encima de mi hombro. Agarra algo que hace el sonido de hielo cayendo en
el agua. Una botella de agua fría aparece a la vista.
—Toma. —Él sonríe—. Parece que te vendría bien refrescarte un poco.
Arranco la botella de su mano. —Eres un imbécil.
Su gran cuerpo crea una cascada cuando se pone de pie y sale del jacuzzi. Sacude

10
Abreviatura para decir en francés: répondez s'il vous plait
una toalla y se seca. —¿Soy un imbécil por darte agua? —dice inocentemente.
Lo miró fijamente. —Tú sabes lo que hiciste.
Envuelve la toalla alrededor de su cintura y su expresión se vuelve seria. —La
próxima vez que te bese, Ness, será porque estás sobria y lo deseas. Incluso podría hacerte
rogar. —Él se aleja—. Buenas noches.
La puerta se cierra detrás de él, abro el agua y bebo la mitad. No estaba equivocado.
Necesito enfriarme.
Rogar. Sí claro.
Uno de nosotros estará rogando, pero no seré yo.
Veinticinco

Esperaba que Ness se colara en mi cama anoche. Después de dejarla jadeando en


el jacuzzi, estaba convencido de que se rendiría y vendría a buscarme. Había planeado
dejar que me sedujera, y me haría el difícil de conseguir. Pero debería haberlo sabido
mejor. Vanessa no es débil y nunca retrocede ante un desafío. Ella nunca me buscó.
Así que pasé toda la noche luchando contra el impulso de ir con ella. Si tuviera una
forma de encadenarme a mi cama, lo habría hecho. Cada vez que pensaba en ella, que fue
toda la noche, quería tirar estos estúpidos juegos por la ventana y meterme en su cama,
aunque solo fuera para abrazarla mientras dormía.
Y esa mierda es totalmente diferente a mí.
Me gusta mi espacio y mi sueño. Yo tampoco me comprometería por una mujer.
Pero Vanessa no es una mujer cualquiera, ¿verdad? Y esa es la pregunta que memantuvo
despierto durante la segunda mitad de la noche.
¿Qué estamos haciendo exactamente aquí? Porque se siente mucho más pesado
que los ex-amantes viviendo juntos por los viejos tiempos.
—¡James es el peor!
Escucho la voz distante de Haven a través del altavoz de Vanessa en la cocina.
Me levanté temprano y fui al gimnasio, me duché, hice algo de trabajo en la oficina
de mi casa y ahora, casi a las once, salí a comer algo.
Encuentro a Vanessa inclinada sobre su teléfono, sus codos en la encimera de la isla
y su trasero apoyado como una ofrenda. Lleva diminutos pantalones cortos recortados y
que me jodan, bien podría estar desnuda por todo lo que los pantalones cortos están
haciendo para cubrirla.
—Tomé una cerveza. —La voz de Haven me llama desde la fantasía de deslizarme
dentro de Vanessa por detrás—. ¡Una!
—Cariño, —dice Ness, sonando exhausta por la conversación. ¿O tal vez estuvo
despierta toda la noche teniendo el mismo conflicto que yo?— Él hizo lo correcto. Tienes
diecisiete.
—Casi dieciocho.
Ella deja caer su frente en su mano. —Bien, de acuerdo. Tienes dieciocho. Todavía
no es la edad legal para beber, la última vez que lo comprobé.
—A nadie le importa aquí, mamá. Todo el mundo está bebiendo. No entiendo por
qué no puedo tomarme una cerveza.
—Adelante. Toma una. Pero le ordenaré a James que te traiga directamente a casa
si lo haces. La elección es tuya.
Sonrío ante la técnica de Vanessa.
—¡No es justo!
—Tienes una noche más. No la arruines enfocándote en la cosa estúpida y muy
ilegal que te gustaría tener.
—Bien, —se queja ella.
—Entonces, ¿qué será? ¿James te traerá a casa hoy o mañana por la noche?
Ella suspira, y ahora que conozco el sonido lo suficientemente bien como para
saber que está acompañado por un giro de los ojos. —Mañana por la noche.
Vanessa dobla ligeramente una rodilla, lo que hace que sus caderas se muevan
hacia un lado. Su culo se mueve tentadoramente.
Gimo.
Se pone de pie y gira para verme de pie en la entrada, donde he estado escuchando
a escondidas.
Sus cejas caen. —Creo que esa es la elección inteligente. Te amo.
—Te amo, adiós. —El teléfono se desconecta.
Ella frunce el ceño. —¿Cuánto tiempo has estado parado allí?
La observo, desde sus pies descalzos hasta su rostro sonrojado, sintiendo el calor de
mi sangre. —No mucho. —Me deslizo junto a ella hacia el refrigerador, y mientras estoy
escondido detrás de la puerta abierta, ajusto mi erección detrás de mis pantalones—.
¿Cómo está ella?
—Bien. Creo que James merece un aumento.
Abro la parte superior de un agua mineral. —Hecho.
Ella sonríe dulcemente. —¿Cómo has dormido?
—Fantástico. ¿Y tú?
—Mejor que nunca.
Los dos somos unos mentirosos.
—¿Tienes planes para el almuerzo?
Sus cejas se juntan como si mi simple pregunta no fuera del todo simple. —¿Por
qué lo preguntas?
Una excusa para pasar tiempo juntos. —Hay un lugar en NOHO que tiene el mejor
brunch de Nueva York.
—¿NOHO? —Ella levanta la nariz—. Sólo las personas más pretenciosas pasan el
rato en NOHO.
—Y vas con el tipo más pretencioso de Nueva York. —guiño—. Encajaremos
perfectamente.

______________________________
EL RESTAURANTE ESTÁ LLENO. Hombres con trajes de lino blanco y camisas de
colores pastel se combinan con mujeres con gafas de sol gigantes. El sol está en lo alto y
con una ligera brisa, es un día más fresco de lo habitual, lo que provoca que todos los
neoyorquinos que pasan la mayor parte del tiempo a la sombra de los rascacielos o bajo
luces fluorescentes salgan para obtener la vitamina D que tanto necesitan.
Pongo mi mano en la espalda de Vanessa para guiarla a través de la multitud hasta
el puesto de anfitriones.
—Sr. North, gusto en verlo de nuevo. —Mira a Vanessa con curiosidad.
—Hayes, —digo, aclarando la pregunta que sus ojos parecen estar haciendo—.
Estás pensando en Hudson.
Presiona su mano contra su pecho. —Oh, gracias a Dios. Pensé que estaba aquí con
otra mujer.
—Nop. —Esto sólo se ha convertido en un problema recientemente, ahora que
Hudson finalmente a sentado cabeza. Hasta Lillian, Hudson apenas se veía a con una
mujer. Rara vez había una razón para confundirse.
—Estamos bastante apretados, pero déjeme ver si puedo encontrar una mesa para
usted. —El anfitrión, Jake, según su etiqueta, solía trabajar en el restaurante de Jordan
antes de tomar un puesto de gestión aquí. Ha colocado a nuestra familia con mesas desde
entonces—. Por aquí. —Nos indica que lo sigamos. Nos lleva a una mesa del patio bajo
una sombrilla mientras otros clientes parecen mirar, preguntándose cómo entramos y
nos sentamos tan rápido y en una mesa de primera—. ¿Está bien aquí?
—Perfecto. —Deslizo un billete de cien dólares en un apretón de manos—. Gracias.
—Saco la silla de Vanessa y luego la mía.
La verdad es que, con dinero en efectivo, no hay un restaurante en la ciudad al que
nopodamos entrar.
—¿Gofres belgas con ricota de limón? —Los ojos de Vanessa están muy abiertos
mientras observa el menú—. ¿Sándwich de pera y queso manouri? No sé qué es el queso
manouri, pero quiero un poco.
Apoyo un codo en la mesa. —Tratar con la gente vale la pena por la comida. Confía
en mí.
Ella echa un vistazo rápido a su alrededor y tiene un pequeño parpadeo nervioso en
sus ojos. —El valor neto de la gente combinada aquí es probablemente suficiente para
comprar Norteamérica.
Mi pecho se afloja a medida que Vanessa se pone más cómoda. Yo pido un Bloody
Mary y ella una mimosa.
Sonrío mientras la veo llevar la bebida a sus labios. —No te hagas ilusiones, —dice
entre sorbos.
—No dije nada.
—Pero lo estás pensando. —Levanta su menú y su barbilla se levanta una
pulgada—. Nadie tendrá suerte hoy. He aprendido mi lección.
—Ya veremos, —murmuro en mi bebida.
Ella niega con la cabeza, pero la esquina de su boca hace tics.
Platicamos sobre los últimos desarrollos en el área y recordamos los pasteles
dulces que obtendríamos del carrito de comida en Mulberry y Canal. Le habló de nuestra
pizzería favorita que cerró después de que el anciano que volteaba la masa muriera. Entre
tema y tema de conversación, observamos a la gente. Todos los que son alguien en Nueva
York están aquí, por lo que es tanto un lugar para ser visto como un lugar para comer.
—No puedo creer cuánto ha cambiado la ciudad, —dice—. Y cuánto se ha
mantenido igual. —Ella sonríe tristemente en su copa de champán.
No puedo evitar preguntarme si solo está hablando de la ciudad o si también está
hablando de nosotros. Porque mucho ha cambiado entre nosotros. Hemos crecido en
todas las formas que importan y, sin embargo, nada ha cambiado en absoluto. Ella sigue
siendo la mujer hermosa y luchadora de la que me enamoré.
—Sin embargo, —dice con un tono más ligero—. Sigo pensando que…
—¿Vanessa? —El sonido entrecortado de sorpresa que acompaña al nombre de
Vanessa nos hace dar la vuelta a la mesa detrás de nosotros.
Oh, mierda.
Sentados en una mesa para cuatro están Annabella y el senador Nicholas Osbourne.
Los padres de Vanessa. Y no están solos. Comparten mesa con ellos el alcalde Charles
Torres y su esposa, Cheryl.
—Eres tú, ¿verdad? —Annabella deja caer sus gafas de sol Dolce hasta la punta de
la nariz. La mujer tiene que tener sesenta y tantos años, pero no parece tener más de
treinta.
—Hola, mamá, —dice Vanessa secamente—. Papá.
Nicholas Osbourne me recuerda a August. Su cabello canoso está cortado con un
estilo destinado a hacerlo lucir más joven, y la piel bronceada me dice que está pasando
mucho tiempo en el campo de golf o en su yate privado. —Vanessa, ¿qué diablos estás
haciendo aquí?
Me eriza la falta de calidez en su voz.
—Comiendo. —Ella se ríe como si su pregunta fuera la más estúpida jamás
formulada—.Igual que tú, supongo.
—No, ¿qué haces en Nueva York? —Los ojos de Annabella han estado rebotando
entre Vanessa y yo como si estuviera tratando de ponerse al día con lo que está viendo.
—Bueno… —Vanessa agarra su mimosa, pero está vacía—. Um… Realmente no sé
cómo...
—Mi hija vino a buscarme, —digo sin rodeos, luego hago señas al mesero para que
traiga otra mimosa para Vanessa. Ella la va a necesitar.
Los labios de Annabella se separan, y si pudiera ver sus ojos detrás de esas gafas,
apostaría que son enormes.
—¿Haven está aquí? —Nicholas dice y mira alrededor del restaurante. La forma en
que lo hace es como si estuviera buscando una amenaza en lugar de buscar a su propia
nieta. Mis palmas pican por golpear su mejilla manchada por el sol.
—No, ella no está aquí. —Los ojos de Vanessa son rendijas apretadas como si
estuviera captando la misma vibra imperdonable de su padre—. Está en un festival de
música con unos amigos.
—Sr. North, —dice el alcalde—. No sabía que estaba casado.
—No lo estoy.
Siento que escucho más el gemido colectivo de los Osbourne. Demasiado para la
mayoría moral y la política de valores familiares, ¿eh Osbournes?
Disfrutando de su incomodidad, coloco más leña al fuego. —Dejé a Vanessa
embarazada en la prepa....
Annabella tose como si se estuviera ahogando con su lengua y la esposa del alcalde
jadea.
Me estoy divirtiendo demasiado como para parar ahora. —Acabo de conocer a
Haven hace unas semanas por primera vez.
Vanessa acepta su mimosa fresca del camarero y se bebe la mitad antes de que
toque la mesa.
—Me alegro mucho de verte, —dice Annabella, su tono y su expresión fija goteando
falsedad política—. Deberíamos ponernos al día mientras estás en la ciudad. ¿Quizás la
próxima semana antes de regresar a DC? Llámame y veré si puedo hacer algo de
tiempo…
Ness aspira aire a través de los dientes. —No lo sé. Estamos bastante ocupadas
mientras estamos aquí. Tendré que revisar y ver si podemos hacer una visita.
Su madre frunce el ceño como si le avergonzara que su propia hija la desprecie
públicamente. Los labios del senador Osbourne son delgados y su mandíbula tensa.
—Sin embargo, me alegro verte, —dice Vanessa feliz—. Disfruta tu almuerzo. —Ella
les da la espalda y se encorva un poco hacia adelante. Su boca apretada y la tensión en su
cuello me dicen que está sintiendo muchas cosas, y ninguna de ellas es buena.
—¿Quieres irte? —Preguntó en voz baja.
—De ninguna manera. No voy a renunciar a mi ricota de limón por ellos. No esta
vez. —Su hombro se endereza y saca la barbilla.
El orgullo brota en mi pecho ante su demostración de fuerza.
Porque cuando se trata de padres tóxicos, que se jodan.

Sinceramente, es difícil disfrutar de mis waffles de ricota y limón con el zumbido de


mi padre explicando las propiedades del buen té helado y mi madre aumentando su ego
con respuestas demasiado dramáticas.
Intento desconectarlos. Para centrarme en lo que dice Hayes, y honestamente, en
este momento, nunca he estado más agradecida por el hombre. No solo sigue hablando,
aunque tiene que saber que no estoy escuchando ni una palabra, sino que mantiene las
mimosas en re-orden.
Hemos limpiado nuestros platos, y he decidido que ya he tenido suficiente de la
incomodidad de mantenerme firme, y ahora quiero largarme de aquí.
Hayes deja caer una cantidad obscena de dinero en efectivo sobre la mesa para que
podamos levantarnos e irnos. Tomo el camino largo que sale al patio para evitar tener
que pasar junto a la mesa de mis padres.
No es hasta que estamos en la privacidad del auto de Hayes que finalmente dejo
que la tensión en mi cuerpo desaparezca y me desplome hacia adelante.
La mano de Hayes cae sobre mi espalda. —¿Estás bien?
—Estoy bien. ¿Puedes imaginarlo? Uno punto seis millones de personas en
Manhattan, y nos encontramos con ellos. —Niego, asombrada por las probabilidades y, sin
embargo, de alguna manera también siento que, por supuesto, nos encontraremos con
ellos mientras estemos aquí.
Él asiente con un gruñido.
Me recuesto en mi asiento. —La mejor parte de todo eso fue que los avergonzamos
frente a sus amigos.
—El alcalde.
Mi cabeza se da vuelta para ver a Hayes peleando con una sonrisa. —Cierra. La.
Boca.
—No puedo. Eran el alcalde Torres y su esposa.
Una ola incontrolable de risa brota de mi garganta. Su hija soltera, madre
adolescente, ahora madre soltera, expuso sus secretos familiares al alcalde mientras
tomaban té helado y panecillos de salmón ahumado. La noticia es exactamente lo que
necesitaba para liberar el tipo de risa enloquecida que hace que se me salten las
lágrimas.
No es hasta que mi risa se calma que limpio las lágrimas de mis mejillas.
—Mierda, —se queja Hayes cuando me ve limpiarme los ojos—. Lo siento, Ness.
—Estas no son lágrimas de tristeza. —Al menos, no creo que lo sean—. Estoy
realmente aliviada de habernos topado con ellos. Yo necesitaba eso.
—¿Cuándo fue la última vez que hablaste con ellos?
—Me acerqué un par de veces después de que nació Haven. Por lo general, en
Navidad, cuando me sentía nostálgica. Por lo general, me llábana su asistente, que me
dejaba plantada. Dejé de comunicarme hace unos diez años.
—Estás mejor sin ellos.
—Mmm. —Veo la ciudad volar por la ventana. Apenas recuerdo un momento de mi
vida en el que tuve una relación con mis padres—. Nunca quisieron tener hijos, ya sabes.
Siento que aumenta la tensión en el auto, pero su respuesta es tranquila, —No sabía
eso.
—Cuando mi papá vio una oportunidad para asegurar su lugar en la política, se casó
con mi mamá porque ella era de una conocida familia religiosa conservadora. Ella nunca
quiso hijos. Realmente no. Pero creo que ella pensaba que no era una verdadera mujer sin
no tenía hijos. Así que me tuvieron. Es mucho más fácil llevar a cabo una campaña de
valores familiares con un niña.
—Jesús, ¿cómo sabes eso?
Me encojo de hombros al recordar las noches después de la cena cuando mi mamá
estaba harta y mi papá demasiado estresado. Ellos peleaban y yo escuchaba.
—Por eso me esforcé tan duro en la escuela. Solo quería salir. Sentí que me estaba
criando una corporación en lugar de mis padres.
—Es por eso, —dice Hayes con un toque de asombro en su voz—. ¿Por eso
renunciaste a tus grandes planes para tener a Haven? —En un semáforo, él me mira—.
No querías que Haven se sintiera como tú. Como si los planes de sus padres fueran
primero. Querías que supiera que ella era tu prioridad por encima de todo.
—Huh. —Me muevo para mirar por la ventana—. Nunca lo pensé así, pero lo que
dices tiene sentido.
El semáforo se pone verde y su atención vuelve a la carretera. El silencio crece
entre nosotros a medida que cada cuadra de la ciudad avanza lentamente.
—Gracias.
Me giro hacia él. —¿Por qué?
Agarra mi mano y la lleva a sus labios, depositando un casto beso en mi muñeca. —
Por ser la única en vio lo que realmente importa cuando más importaba.
Respiro con dificultad.
—Pones a Haven primero. Tus padres no lo hicieron. Yo no lo hice. Pero tú lo
hiciste. Nunca podré agradecerte adecuadamente lo que hiciste por nuestra hija. Toda
una vida con mi gratitud no sería suficiente.
—Diría que, de nada, pero me estás agradeciendo por algo que era tan elemental
como respirar.
—Veo eso ahora. —Se ve obligado a volver a la carretera cuando cambia el
semáforo—. Tengo una idea.
—Suena siniestro.
Él sonríe. —¿Quieres volver al condominio o estás listo para una aventura?
—He tomado cuatro mimosas, lo que, según tú, significa que no estamos seguros en
ningún lugar cerca de una cama.
Levanta una ceja. —Te lo dije, la próxima vez que te toqué, será porque tienes la
mente clara y me ruegues.
Ambos sabemos que ninguno de nosotros tiene ese tipo de control sobre el otro,
pero le dejaré creer eso si quiere. —Elijo la aventura.
Se desvía hacia el lado de la carretera y estaciona el auto. Estamos a una calle al
norte de Chinatown. —Odio reventar tu burbuja, pero cené en Chinatown la otra noche.
Está ocupado escribiendo algo en su teléfono. —No vamos a Chinatown.
—¿Un museo?
—No puedes soportar las sorpresas, ¿verdad? —Satisfecho con lo que sea que esté
haciendo en su teléfono, lo deja y regresa a la calle.
—Puedo. Solo estoy tratando de prepararme para lo que me espera.
—Espera una aventura.
Pongo los ojos en blanco y miro por la ventana para que no pueda verme sonreír.
Veintiséis

El puerto deportivo de North Cove está tan ocupado como esperaba en un día tan
agradable.
Vanessa estuvo a punto de salir corriendo del coche cuando vio la hilera de barcos
atracados rodando perezosamente en el agua.
—Sr. North. —Edmond, el dueño de la marina, nos saluda en lo alto de la
pasarela—. Me alegra ver que finalmente aceptaste mi oferta. —Me estrecha la mano con
una sonrisa.
—Edmond, esta es Vanessa. —Se dan la mano, pero a Vanessa le cuesta apartar la
vista de los barcos—. Edmond y yo fuimos juntos a Harvard.
—Fuimos compañeros de cuarto en el primer año. —Me da una palmada en el
hombro—. Le debo a este tipo el haberme sacado sin ayuda del análisis estadístico y por
ayudarme a salir de un negocio horrible años después.
—¿De verdad? —Vanessa parece impresionada por la idea de que ayudara
desinteresadamente a alguien.
Me encojo de hombros. —Tengo un don para las estadísticas y las lagunas en los
contratos.
—Vamos. Tengo el barco perfecto esperándote.
Seguimos a Edmond hasta el muelle y bajamos fila tras fila de veleros, yates y
atracaderos vacíos. Le pregunto por el negocios y me explica que esta mejor que nunca
Termina deteniéndose en la popa de un pequeño yate con el nombre Seaduction
escrito en la parte trasera. —Ella es toda tuya.
Vanessa agarra mi antebrazo. —¿Sabes cómo conducir un bote?
Arrugo la frente. —No. El capitán viene con él.
—Gracias a Dios, —murmura.
Edmond nos dirige a bordo, donde un joven vestido completamente de blanco se
cuadra. —Este es el Capitán Harris. Se ha asegurado de que haya suficiente comida y
bebida a bordo.
El joven capitán hace un breve pero profesional asentimiento.
—Puedes decirle a dónde te gustaría ir o dejar que él haga lo suyo, y ustedes dos
disfrutan del paisaje.
—Esto es increíble. —Vanessa observa los lujosos muebles y el reluciente piso
pulido—. Nunca había estado en algo como esto.
Edmundo sonríe. —Muy pocas personas lo han hecho. El fabricante de yates
italiano, Sprezzatura, fabricó menos de una docena de estos yates a motor de lujo estilo
sedán. Tengo la suerte de tener uno.
—Y nosotros tenemos la suerte de aprovecharlo. —Ofrezco mi mano a Edmond de
nuevo—. Gracias de nuevo por la conexión.
—Como dije, hombre. Te debo. —Asiente hacia Vanessa y el Capitán—. Tómate tu
tiempo ahí fuera.
El capitán nos da un breve recorrido y nos deja en la proa de la terraza mientras él
zarpa y se adentra en la bahía. Nos quitamos los zapatos y nos recostamos mientras el sol
golpea nuestras piernas con una brisa suave en nuestras caras.
Señalamos puntos de referencia: Battery, Liberty State Park y, por supuesto, la
Estatua de la Libertad. Aparte de eso, hay muy poca conversación y, sin embargo, siento
que nos unimos sin palabras. Viviendo la misma experiencia, lado a lado.
Navegando a lo largo de la costa de Staten Island, nos sentamos en un silencio
agradable.
Vanessa se sienta, dobla las rodillas y se rodea las piernas con los brazos. —Ojalá
Haven pudiera estar aquí para esto. —Inclina su cara hacia el sol, y puedo ver que sus
ojos están cerrados detrás de sus gafas de sol—. Ella nunca ha estado en un barco.
—Estás bromeando.
—Pequeñas lanchas para pescar en el lago, pero nada como esto.
Pienso en todas las primeras cosas que me perdí en la vida de Haven. La idea de que
pudiera proporcionarle una de las primeras a mi hija me hace querer comprar un yate
hoy. Tomaré nota para preguntarle a Edmond cuando regresemos. Seguro que tiene
información privilegiada sobre el mercado de yates.
—Me encantaría llevarla alguna vez. —Mi voz es un poco áspera, probablemente
por falta de uso—. Llevarlas a las dos.
Ella me mira rápidamente, luego se recuesta. —¿Puedo preguntarte algo?
—Cualquier cosa.
Se muerde el labio e imagino que está pensando las palabras en su cabeza, lo que
hace que mi estómago se tense. —¿Hacia dónde ves que van las cosas desde aquí? Como,
¿qué crees que está pasando…
Respiro nerviosamente.
—…entre tú y Haven?
Yo y Haven. Por supuesto, ella quiere saber cuál es mi plan y cuáles son mis
intenciones ahora que mi hija está de vuelta en mi vida. Mis pensamientos giran a un
millón de millas por minuto mientras considero una docena de escenarios diferentes,
pero me decido por el más seguro porque no tengo ni idea de dónde está la cabeza de
Vanessa en este momento, y no quiero asustarla.
—Supongo que eso depende de ti y de Haven. Me encantaría que pudiera venir a
quedarse conmigo de vez en cuando. ¿Quizás durante las vacaciones o durante los
veranos?
Ella asiente, pero no dice más.
—Estoy feliz de llevarla en avión cuando quiera visitarme.
—¿Y si quiere mudarse a Nueva York? —Entonces se gira hacia mí y, aunque no
puedo ver sus ojos, la firmeza de su mandíbula me dice que no le gusta esa posibilidad.
—Haría todo lo posible por cuidarla.
Sus cejas caen por debajo de sus gafas de sol. —¿Y cuál es tú mejor escenario?
Prácticamente hablando.
Estrecho la mirada, preguntándome si el tono que capto en su voz es ella buscando
pelea. Un zumbido de mimosa y una pelea apasionada por nuestra hija es la receta para
acabar tras la puerta más cercana. —Yo cuidaría de ella, Ness.
—Correcto, escuché eso. Pero ¿cómo?
—Refugio, comida, atención médica…
—No es una cachorra, Hayes.
—¿Qué es exactamente lo que me estás preguntando?
—Estoy preguntando si crees que eres capaz de estar ahí emocionalmente para
ella, de ayudarla, guiarla y enseñarla, mientras también la respaldas lo suficiente para que
pueda cometer sus propios errores. Te pregunto si te despertarás en medio de la noche
para recogerla si ha estado bebiendo. Si vas a correr a la farmacia por tampones. Si te
quedarás despierto toda la noche con ella mientras se desahoga sobre la amiga que la
traicionó o el tipo que le rompió el corazón. Te pregunto, Hayes, si puedes poner tu vida
en espera si es necesario. Si estás dispuesto a dejar cualquier cosa importante que esté
sucediendo en el trabajo si ella te necesita.
No me asusto mucho.
¿Pero esa mierda? ¿Esa lista de expectativas básicas para criar a una mujer joven?
Lo admito. Estoy jodidamente asustado.
—Supongo que tendré que tomar cada desafío como venga...
—Eso no es lo suficientemente bueno, —dice con naturalidad y se gira hacia la
vista.
¿No es suficiente? —No entiendo. Estoy siendo honesto contigo. Sé que puedo ser
lo que ella necesita si me lo permite.
—Esa es la cosa, Hayes. Ellos no te dejan. Tienes que saber instintivamente cuándo
empujar y cuándo retroceder. Cuando arreglar y cuándo escuchar. Cuando tomar las
armas y cuándo llorar con ella.
—Yo no… —Suelto un suspiro—. Sé si seré bueno en eso.
—Por supuesto, no lo sabes. Porque no tienes experiencia en ser padre.
Me estremezco lejos de sus palabras. No porque no sean ciertas, sino porque
duelen.
Vanessa toma algunas respiraciones para calmarse. —Eso es lo que pienso.
Me preparo internamente, no estoy seguro de estar listo para lo que ella piensa. —
No tienes el conocimiento o el estómago para ser un padre de tiempo completo. Si Haven
quiere quedarse en Nueva York o si quiere visitarte, creo que deberías inventar una
excusa de por qué no puede venir. Eso no significa que ustedes dos no puedan
mantenerse en contacto por teléfono o que ella no pueda venir a visitarte una vez al año
para Navidad, pero te digo ahora que he trabajado demasiado duro para criar a una
mujer fuerte, resistente y autosuficiente, y no sacrificaré todo mi arduo trabajo para que
ella pueda volverse dependiente de ti.
—De acuerdo.
Su mirada se dirige hacia mí. —¿Qué dijiste?
—Bien. De acuerdo. Lo entiendo. —Haven es y siempre estará mejor sin mí.
Sus ojos se estrechan.
—No, Vanessa. No quiero pelear contigo.
—No estoy peleando.
—Díselo a tu cara.
Ella se ríe sin humor.
—Vamos a disfrutar de la última hora de luz solar.
El silencio vuelve a descender sobre nosotros, pero esta vez es mucho menos
placentero que la primera vez. Estoy sonrojado; mi piel está caliente, pero mis entrañas
están frías. Bronceadas quizás.
Cierro los ojos y disfruto del resto del crucero alrededor de la bahía, y cuando el
capitán pregunta si nos gustaría quedarnos afuera hasta el atardecer, Vanessa dice que,
sin una chaqueta, preferiría regresar.
El barco se mece suavemente en el agua mientras el sol se pone detrás de Staten
Island. Trato de mirar más allá de la tensión entre nosotros, no enfocarme en lo rápido
que Vanessa saltó de la calma a la hostilidad, y estar presente en el momento. Amo y odio
la forma en que levanta un muro protector entre Haven y yo. Por un lado, la entiendo e
incluso la aprecio por mantener a nuestra hija a una distancia segura de cualquier cosa
que pueda lastimarla. Por otro lado, odio que piense que haría cualquier cosa para
lastimar a nuestro hija.
No es que haya hecho un gran trabajo demostrando lo contrario.
Un mes juntos no es tiempo suficiente para demostrarle a Vanessa que no
lastimaré a Haven. Pero después de que termine el mes, parece que no tendré más
tiempo para probarme a mí mismo.
Y realmente no tengo a nadie a quien culpar por eso más que a mí.
—¿Ness?
Se gira hacia mí con cautela en su mirada, como si estuviera preparada para una
discusión.
Me cuesta no darme cuenta de cómo la luz anaranjada del atardecer mezclada con el
leve color de sus mejillas intensifica el verde de sus ojos. —Entiendo.
Sus cejas se juntan.
—Desde el momento en que te enteraste de Haven, la protegiste de aquellos que te
hicieron daño. Fue tan lejos como para criarla al otro lado del país para mantenerla a
salvo. —Sonrío con tristeza, pensando en ella en una ciudad nueva, sola con un bebé—.
Has construido toda una vida a su alrededor. Y, Dios mío, ¿ella se da cuenta de lo
afortunada que es de tener una madre dispuesta a hacer eso?
Ella parpadea y sus ojos se llenan de lágrimas.
—Lo entiendo, ¿de acuerdo? —Me acerco y jalo su mano hacia la mía—. El tiempo
que me perdí con nuestra hija corre de mi cuenta. No puedo volver atrás en el tiempo y
ser un hombre mejor. Peroquiero que sepas que estoy muy agradecido de haber tenido la
oportunidad de conocer a nuestra hija. Aunque solo sea por unas pocas semanas, es más
tiempo del que merezco.
—Hayes, —dice antes de romper en llanto.
La atraigo hacia mis brazos y contra mi pecho. —Shh... está bien. —El sol
desaparece del cielo mientras Vanessa está desconsolada en mis brazos.
En el pasado, cuando ella lloraba, yo hacía lo que fuera necesario para que dejara
de hacerlo. Odiaba verla molesta. Aún lo hago. Pero esta vez, la dejo llorar. Hasta que mi
camisa esté empapada y hasta que su cuerpo se agote y se hunda en mis brazos. La dejo
llorar por todo el apoyo que no recibió. Por los planes que abandonó. Por las familias que
perdió. Y la dejo llorar por mí. Por todas las formas en que le fallé.
Poco antes de llegar al muelle, sus gritos ahogados se silencian.
Beso la parte superior de su cabeza. —Vamos a casa.
Nos calzamos en silencio y ella mantiene la cabeza agachada, supongo que para
ocultar sus ojos hinchados y las mejillas manchadas de rímel.
Cuando veo a Edmond esperándonos en el muelle, le entregó las llaves del auto a
Vanessa. —Te veré en el coche.
Ella resopla y se pasa las manos por el cabello alborotado por el viento. —Debería
agradecerle a Edmond.
—Le agradeceré por los dos.
Eso parece relajar un poco sus hombros. —Gracias.
Se las arregla para escabullirse hasta el auto sin ser vista mientras Edmond ayuda a
amarrar el bote.
Cuando me reúno con él en el muelle, gira la cabeza mientras la observa por la
pasarela.
—¿Qué hiciste? —dice con un toque de alegría en su voz.
—¿Cuánto tiempo tienes?
Se ríe y se gira hacia mí. Su expresión se vuelve seria. —Es ella, ¿verdad?
—Sí, —suspiro—. Es ella.
No debería sorprenderme que Edmond recuerde. Después de que Vanessa
desapareció, caí en espiral. Él me arrastró lejos de las peleas de borrachos y me puso de
costado para que no me ahogara con el vómito después de desmayarme. Dios sabe las
cosas que me escuchó decir. Sin duda, fue lo más bajo en lo que jamás había estado, y él
tenía un asiento en primera fila.
—Recuerdo la foto que tenías en el dormitorio. —Vuelve a mirarla—. Supongo que
obtuviste las respuestas de por qué te dejó.
—Las tuve. En la forma de una chica inteligente, talentosa y hermosa de diecisiete
años con mis ojos y mi actitud.
La mandíbula de Edmond se abre. —No me jodas.
Me río. —Sí.
—Entonces… —Parpadea y niega—. Demonios, hombre. ¿Ahora qué?
Meto las manos en los bolsillos y miro el muelle entre nuestros pies. —Ahora solo
estoy tratando de aferrarme a ellas.
—Parece que tenemos que reunirnos para tomar una copa pronto, —dice
Edmond.
Me acerco y le doy la mano. —Me gustaría eso.
Le agradezco por hoy y me dirijo al auto.
Vanessa está en el asiento del pasajero con la cabeza inclinada hacia su teléfono.
—¿Todo bien? —Pregunto cuando me pongo al volante.
—Bien. Acabo de recibir un par de llamadas perdidas de Haven, pero no dejó
ningún mensaje.
—¿Intentaste llamarla?
Ness me da una mirada que dice ¿tú que crees?
Dios, ella es divertida.
—Recibí su correo de voz, así que le envié un mensaje de texto.
Saco mi teléfono y presiono el contacto de James. El sonido del timbre del teléfono
entra por los parlantes del auto.
—Hayes, —responde James en voz alta, con el sonido de una guitarra eléctrica
aullando de fondo.
—Sólo registrándome, —digo—. ¿Cómo va todo?
—Bueno.Todos están en su mejor comportamiento.
Vanessa suelta un suspiro de alivio.
—Haven llamó a su mamá, pero no dejó ningún mensaje. ¿Está ella cerca?
Está a unos veinte metros bailando con sus amigos. ¿Quieres que la agarre?
Miro a Vanessa, que niega con la cabeza. —No. Está bien. Déjala que se divierta.
—Planea salir mañana a las mil trescientas.
—Suena bien. Gracias, James. —Cuelgo y Vanessa parece visiblemente más
relajada—. ¿Te sientes mejor?
—Si, gracias.
El camino a casa es tranquilo, pero no desagradable. Todo ese tiempo bajo el sol me
hadejado cansado y hambriento. Estoy seguro de que Vanessa siente lo mismo.
De vuelta en el condominio, dice que va a tomar una ducha y ponerse ropa cómoda.
Decido tomar una ducha rápida y sorprenderla con algo que nunca antes había visto de
mí.
No puedo ganar más tiempo con ella y Haven, pero puedo usar el tiempo que nos
quedepara demostrar que soy digno de su confianza nuevamente.
Veintisiete

Tag me dijo una vez que había notado que nunca lloro.
Películas tristes, comerciales desgarradores, historias horribles en las noticias, mis
ojos permanecen secos. Yo bromeaba diciendo que mi incapacidad para llorar estaba en
mi ADN. Que mis padres emocionalmente desapegados transmitieron ese gen.
Eso, por supuesto, es una mentira.
Nunca lloré porque sabía que, si lo hacía, nunca me detendría.
El encuentro con mis padres esta mañana me empujó más allá de mis límites
emocionales, pero me mantuve unida. El recordatorio de que mis padres no quieren tener
nada que ver conmigo fue bastante difícil, pero el hecho de que no tienen ningún interés
en su nieta, su única nieta, provocó un torrente de ira que descargué en Hayes mientras
estaba en el bote.
Pero su respuesta. En lugar de pelear conmigo, me rompió. No pude contener la
avalancha de diecisiete años de emociones reprimidas. Y él lo tomó. Cargó con ese peso
mientras yo derramaba mi alma contra su pecho.
Después de una larga ducha, me pongo pantalones de salón y una camiseta sin
mangas. Arrastré los pies hacia la cocina, sintiéndome más ligera después del llanto, pero
al mismo tiempo más pesado por el agotamiento.
Hayes está sacando un cartón de leche de la nevera cuando me ve. —¿Te sientes
mejor? —Lleva vaqueros y una camiseta. Nada de pantalones de chándal seductores ni
pecho descubierto.
—Lo estoy, gracias. —Sonrío, un poco avergonzada por lo mal que la pase antes.
Sirve dos vasos de leche. —Espero que tengas hambre.
No veo bolsas de comida para llevar ni cajas de pizza. —¿Ordenaste la cena?
Me pasa un vaso de leche. —Vamos.
Lo sigo hasta el patio, donde tiene velas encendidas en la mesa de café y dos platos y
servilletas. —¿Sándwiches de queso a la parrilla y papas fritas a la parrilla?
—Solía ser tu combinación favorita en el pasado. —Espera a que me siente antes de
tomar asiento a mi lado—. Espero que aún lo sea.
—Tú lo recordaste. —Incluso recordó la leche. Recojo la mitad del sándwich—. Esto
es...
—Pan de masa madre, —responde con una sonrisa.
—¿Tú hiciste esto?
Él rueda los ojos. —No soy completamente inútil.
Profundizamos en nuestras comidas en silencio. Me pregunto si la comida es lo
único en la tierra que puede sanar y nutrir el cuerpo y el alma. Porque la comida
reconfortante es algo real, y a medida que mi estómago se llena de queso cheddar, pan
con mantequilla y papas fritas saladas, mi estado de ánimo mejora.
Tal vez sea el hecho de que Hayes preparó una comida para mí o que recordó mi
comida favorita, pero de cualquier manera, con cada bocado, me siento... vista.
—Quién te enseñó a hacer esto? —Me meto el último bocado en la boca y gimo—.
Perfección, —digo con la mejilla llena de sándwich.
—¿Como si fuera difícil?
—Pero obtener la cantidad perfecta de tostado por fuera y muy caliente y
derretido por dentro sin quemarse requiere habilidad.
—Tuve mucha práctica en la universidad.
—Entonces, ¿no hay chefs privados en Harvard?
Con el plato limpio y el vaso de leche vacío, se recuesta con un suspiro de
satisfacción. —Nop.
Trago el resto de mi leche. —Yo necesitaba eso.
Su cabeza cuelga hacia un lado para mirarme. —Me lo imaginaba.
—Gracias por lo que has hecho hoy por mí hoy. Estoy un poco avergonzada de
haber dejado que el encuentro con mis padres me afectara de esa manera.
—No necesitas disculparte, Ness. Estoy feliz de haber podido estar ahí para ti
cuando me necesitaste. —Él me observa de cerca—. Supongo que no planeas
presentarles a su nieta, entonces.
—No si puedo evitarlo.
Sus labios se contraen con una sonrisa. —Bien. No la merecen.
—De acuerdo.
Nos sentamos en silencio mientras la ciudad bulle abajo y las luces distantes
centelleancomo estrellas artificiales.
Desearía poder expresar adecuadamente cuánto necesitaba a Hayes hoy, cuánto
significó para mí que él estuviera allí. No recuerdo la última vez que me sentí tan cómoda
con otra persona. Con Tag, siempre estoy en guardia para asegurarme de no darle una
impresión equivocada. Pero con Hayes, siento que puedo ser. Tal vez sea nuestra historia.
Los fuertes lazos nunca se rompen realmente. De cualquier manera, no sé qué hubiera
hecho sin él hoy.
—Voy a limpiar esto. —Él apila los platos y los vasos, y cuando está listo para
ponerse de pie, lo agarro de la muñeca.
—Espera.
Sus cejas caen con preocupación, pero recupera su asiento a mi lado.
Me giro para enfrentarlo. —Quiero probar algo. —Mi mirada cae a sus labios.
Sus ojos brillan con conocimiento y asiente.
Lentamente, me acerco hasta que mis labios flotan a solo unos centímetros de los
suyos. El calor de su aliento se desliza por mis labios. Miro sus ojos para asegurarme de
que esto es lo que él quiere. Todo lo que veo allí es hambre anticipada.
Presiono mi boca contra la suya. Una caricia lenta y suave. Luego me retiro.
—¿Bien? —dice, su voz baja y sus párpados pesados.
—Besarte sobria es sorprendentemente emocionante.
—No puedo decir que estoy feliz de escuchar la parte sorprendente. —Él sonríe—.
Dale otra oportunidad, y veamos si puedo ser menos sorprendente.
Le doy otro beso. Permanece quieto, con las manos a los costados, mientras beso y
lamo sus labios. Se abre para mí con un gemido y me hundo más profundamente en él. Mi
mano se desliza por su pecho y alrededor de su cuello para descansar en su nuca. Es todo
músculo poderoso y piel cálida y suave. Su lengua se desliza contra la mía en una
provocación erótica. Mi espalda se arquea. Mi cuerpo vibra. Cerca. Más. Me subo a su
regazo, me siento a horcajadas sobre sus caderas y sostengo su rostro entre mis manos. El
beso se convierte en una pasión salvaje que me hace abrir las piernas y deslizarme por
sus muslos hasta que no hay ni un centímetro de espacio entre nosotros. Mis manos
rasgan su cabello. Mis senos son sensibles hasta el punto de que cada roce contra su
pecho se siente como una descarga eléctrica. No puedo tener suficiente. Y, sin embargo,
sus manos permanecen a sus costados.
—Tócame, —gimo contra su boca.
Él sonríe contra mis labios. —Lo siento. ¿Dijiste algo?
La próxima vez que te bese, Ness, será porque estás sobria y lo deseas. Incluso podría hacerte
rogar.
Recuerdo sus palabras de esa noche en el jacuzzi.
Me hago hacia atrás y lo miró fijamente. —No voy a rogar.
—Lo harás.
Gracioso, es como si no me conociera en absoluto.
Me bajo de su regazo y retrocedo hasta que mi trasero golpea el plexiglás. Alcanzo
el dobladillo de mi camiseta y me la saco por la cabeza, luego la tiro a un lado.
Se sienta bruscamente. Sus ojos brillan en mis pechos desnudos. —¿Qué estás
haciendo, Ness? —Hay un fuerte tono de advertencia en sus palabras.
—Hace calor aquí. —Engancho mis dedos en la cintura elástica de mi pijama y los
deslizo hasta mis tobillos antes de apartarlos de una patada—. ¿No crees? —Estar frente
a él completamente desnuda es desconcertante. No he superado mi inseguridad sobre mi
cuerpo, pero algunas cosas son más importantes que los problemas de mi cuerpo.
Como ganar. Ganar es más importante.
Un grito de batalla victorioso resuena en mi cabeza cuando veo sus ojos muy
abiertos viajar a lo largo de mi cuerpo. Está apoyado en el borde de su asiento, los
músculos de su muslo se contraen como si estuviera listo para saltar, pero sus manos se
aferran al cojín.
Es hora de entrar a matar.
Me doy la vuelta para mirar a la ciudad y apoyo los codos en la barandilla. —Esta
vista es realmente otra cosa.
—Vanessa. —La forma gutural en que dice mi nombre casi garantiza mi victoria.
Miro por encima de mi hombro para verlo mirar directamente a mi trasero. Se
lame los labios.
—Lo siento, —le digo con una sonrisa—. ¿Dijiste algo?
Inclina la cabeza, y juro que sus ojos brillan como depredadores. —Cuidado.
—¿Ah sí? ¿O qué?
Él salta.
Con un chillido, salgo corriendo. A través de las puertas de vidrio, corro a través de
la sala de estar, agradecida ahora por la falta de muebles, mientras me dirijo
directamente a mi habitación.
Casi atravieso el comedor cuando una banda de acero me envuelve por detrás. Una
risa histérica brota de mis labios.
Su boca está en mi oído. —Buen intento, hermosa. —Me lleva hacia adelante hasta
que mi vientre golpea la mesa del comedor.
—¿Supongo que estás listo para rogar entonces? —digo sin aliento.
Sus labios caen a mi cuello, y besa y chupa la piel sensible allí. —Veremos quién
termina rogando. —Con un brazo aun sosteniéndome contra él, su otra mano se desliza
entre mis piernas. Un gruñido bajo vibra contra mi hombro cuando desliza su dedo
dentro—. Sabía que estarías lista para mí.
Mi cabeza cae hacia atrás contra su hombro. —Haz lo que quieras, pero nunca
rogaré.
—Tanta lucha en ti, —dice y me muerde suavemente. Su pie se introduce entre los
míos, y poco a poco me abre más las piernas.
Se me corta la respiración cuando añade otro dedo. —Creo que te gusta mi pelea.
Empuja sus caderas contra mi espalda baja, su erección como un bate de acero
contra mí. —Ahora, ¿qué te haría pensar eso?
Una risita ridícula sale a la superficie, pero desaparece rápidamente cuando me
inmoviliza contra la mesa con sus caderas. El brazo que me sostiene contra él se afloja,
pero su gran cuerpo me mantiene inmóvil.
Intento balancearme contra su mano. Encontrar la liberación que viaja tan cerca
de la superficie. Pero me tiene inmóvil de la cintura para abajo.
La palma de su mano libre presiona entre mis omoplatos. Mis manos se apoyan
contra la mesa mientras él me inclina firmemente hacia adelante. Mis pezones se
endurecen cuando entran en contacto con la fría mesa de mármol.
Estoy clavada. Pecho abajo. Culo fuera. Su mano haciendo magia entre mis piernas.
No puedo moverme. No puedo balancearme contra él. Y tan cerca como estoy del
orgasmo, todavía me siento demasiado vacía. Demasiado lejos.
Gimo. Jadeo. Me muerdo el labio, pero no ruego.
Hayes se dobla sobre mí, su pecho cubierto de algodón en mi espalda. Labios a mi
oído. —¿Qué es? ¿Parece que quieres decir algo? —El humor en su voz me dan ganas
de gritar—. Creo que sé cuál es el problema. —Se burla de mí con esos dedos
malvados—. Estás desesperada por liberarte, pero sabes que te mantendré aquí, así,
colgando del borde, hasta que supliques.
—Está bien, bien, —le digo—. Quieres que te suplique...Oh mi… —mis palabras se
disuelven en un gemido mientras me recompensa con un movimiento firme y profundo
de sus dedos.
—Estoy esperando. —Todavía está encima de mí, su peso sobre mí, sus caderas
sosteniéndome con fuerza contra la mesa, y su mano levantándome, luego
retrocediendo.
Un gruñido salvaje brota de mi pecho. —¡Vete a la mierda!
Todo su cuerpo se congela. Incluso su respiración. Sus labios encuentran mi oído.
—Suficientemente bueno.
Su peso deja mi espalda en un instante. En el mismo segundo, escucho la liberación
de su cremallera, pierdo su mano y estoy instantáneamente llena. De la base a la punta.
Hayes golpea dentro de mí por detrás.
Jadeo ante la fuerza contundente y deliciosa de todo esto. Su agarre contundente
aterriza en mis caderas. Me levanto con las manos y me balanceo contra él. Quiero
sentirlo en todas partes, muy dentro de mi cuerpo y manchando mi alma.
Como si pudiera leer mi mente, agarra mi pierna y tira de ella para descansar mi
rodilla doblada sobre la mesa. El nuevo ángulo lo atrae más completamente hasta que no
siento nada más que él.
Con cada golpe de castigo de sus caderas, me acerco más al borde de la liberación
hasta que estoy tambaleándome. Y ahí es donde me mantiene. Justo en la cúspide del
orgasmo, tan cerca pero no al alcance. ¿Cómo diablos lo hace?
Lo he llamado con todos los nombres sucios del libro. Finalmente, decido tomar el
asunto en mis propias manos. Me alcanzo entre mis piernas. Él agarra mis muñecas y
presiona mis palmas contra la mesa, sus grandes manos sobre las mías, manteniéndolas
en su lugar.
—Imbécil, —gimo mientras él continúa trabajando en mí hasta el frenesí.
—Te gusta, —dice con vehemencia en mi oído—. Te encanta el desafío. La pelea. No
lo olvides, te conozco.
Él tiene razón. Lo hago. Lo hace.
Es parte de la razón por la que nunca podría enamorarme de Tag. Rara vez me
desafía. Nunca pelea conmigo. Las cosas entre nosotros son demasiado mansas.
Nunca una chispa y mucho menos un fuego. Pero con Hayes, podríamos quemar
todo este edificio con el infierno que ruge entre nosotros.
—Hayes… —su nombre se desliza de mis labios en un gemido.
—Eso es todo. —Él escucha la desesperación en mi voz.
Muerdo mi labio. Negándome.
Me suelta las manos. Su palma llega a mi garganta, y tira de mí hacia arriba y
hacia atrás. Su otra mano agarra mi pecho, y se burla y tira de mi pezón. Nuestra
diferencia de altura, combinada con mi rodilla sobre la mesa, su agarre posesivo en mi
garganta y el dolor-placer de su atención en mi pezón hace que mi mente se desplome.
Nada más existe excepto el placer. Lo quiero. Lo necesito. Y finalmente… le ruego.
—Por favor, —jadeo con lágrimas formándose en mis ojos—. Te necesito.
—Me tienes, —dice, luego deja caer su mano entre mis piernas.
Un roce de su dedo, y me voy. Él me envía a navegar por el borde. Mi orgasmo me
atraviesa. Su agarre en mi garganta, sus embestidas cegadoramente poderosas y su boca
en la mía son todo mi mundo. Grito mi liberación contra su lengua, y él la toma. Lo toma
todo y no se detiene. Sus movimientos se vuelven más salvajes. Su respiración irregular.
Me desplomo contra él y solo entonces me dobla suavemente hacia adelante para
descansar mi mejilla sobre la mesa. Sus manos agarran mis caderas con tanta fuerza que
juro que me lastimarán.
Entonces, de repente, él se ha ido. Él gime cuando un líquido caliente brota en mi
espalda.
Su orgasmo parece no tener fin. Sonrío para mis adentros mientras él gruñe
mientras una ola tras otra de placer lo recorre.
Su palma cae sobre la mesa a mi lado. —Eres una jodida diosa.
Me muevo hacia la derecha, pero él me detiene.
—Espera.
La sensación de tela suave, probablemente su camiseta, se desliza contra mi
espalda,limpiando el desastre que dejó allí.
—Me siento como un idiota, —dice cuando termina el trabajo.
Lentamente me levanto de la mesa y me duelen los músculos mientras me
enderezo. Está con el torso desnudo, con la camisa enrollada en las manos. Sus jeans
están abiertos, y aunque está escondido, puedo distinguir claramente el bulto aún
hinchado detrás de sus calzoncillos. —No debería haberte tomado sin condón. —Él se
encoge.
—Está bien. Te retiraste.
—Aun así. —Su expresión está grabada con culpa—. Eso no estuvo bien.
—No creo que ninguno de los dos tuviéramos la paciencia de esperar por un
condón. Además, no creo que esté ovulando.
Frunce el ceño un poco, y me pregunto qué estará pensando. —Bien.
Después de un par de latidos de silencio, me doy cuenta de que estoy parado aquí,
desnuda. Cruzo los brazos sobre mi pecho. —Debería vestirme... ¡whoa!
Hayes me toma en sus brazos y se dirige a su dormitorio. —Sin ropa. No todavía.
No debería. El sexo borracho es una cosa, pero esto es sexo sobria, que se siente
como un territorio peligroso. Pero no puedo negar el magnetismo entre nosotros.
Incluso después de todo lo que acabamos de hacer, siento que aún no me he saciado.
—Bien, pero esta vez, serás tú quien ruegue.
Me besa en los labios y luego me arroja sobre su cama. Sus manos están en el
cierre de sus jeans, y los está bajando por sus piernas. Su erección cae pesadamente
desde sus confines, ya caliente para la segunda ronda. —Ya veremos.

—Por favor. Oh, mi… —Ahogo una respiración desesperada—. No lo soporto más.
Solo... por favor... —Miro hacia abajo a Vanessa, que está doblada sobre sus rodillas entre
mis piernas, con su boca malvada envolviéndome.
Ha estado burlándose de mí durante lo que parecen horas, negándose a sacarme de
mi miseria hasta que le suplicara.
¡He estado rogando! ¡Todavía está jugando a la bruja!
Saca su boca de mí y apoya un codo en mi muslo. —¿Puedes hablar un poco más
alto? No puedo escucharte a través de todos los gemidos y jadeos.
Estoy palpitante, dolorosamente duro y desesperado. Cuando llego a terminar el
trabajo yo mismo, me aparta la mano de un golpe.
—Ah, ah, ah. No tocar.
—¿Qué quieres de mí? ¡Te estoy rogando! ¡Por favor, siento que voy amorir! —Eso
es posible, ¿verdad? Muerte por orgasmo retenido.
—De acuerdo. —Se sube a mi cuerpo y saca el condón de mi mano sudorosa y
apretada—. Pero solo porque no quiero que mueras.
Cuando enrolla el condón a lo largo de mi longitud, aspiro aire entre mis dientes
apretados. Estoy tan jodidamente sensible. Tan listo para explotar. Por primera vez, estoy
realmente agradecido por el condón que ayudará a desensibilizar las cosas, o toda esta
diversión podría terminar muy rápidamente.
Se sienta a horcajadas sobre mis caderas preparándose para tomarme, pero ya he
tenido suficiente de su tortura. Con un talón en el colchón, empujo fuerte y ruedo sobre
ella.
—¿Muy ansioso? —ella dice a través de su risa.
—No tienes idea.
Pasa sus manos por mi cabello y acerca mis labios a los suyos. —En realidad, lo sé.
Mi lengua se hunde entre sus labios justo cuando mis caderas presionan
firmemente entre sus piernas, entrando en ella de dos maneras simultáneamente.
Gemimos en las bocas expectantes del otro, y empiezo a moverme lentamente.
Lo que hicimos antes en el comedor fue crudo y apasionado. Esto de aquí se siente
como algo más. Algo más grande. Nuestro beso es pausado. Más que una carrera hacia el
éxtasis, en un lento rodar. Arrastro mis caderas de un lado a otro en movimientos
perezosos, sintiendo cada cresta mientras hace fricción contra su suave calor.
Mi corazón late más fuerte. No más rápido, pero de alguna manera más fuerte. Con
cada subida y bajada deliberada, las puntas apretadas de sus pechos rozan mi piel y dejan
mi piel de gallina a su paso.
Esto es lo que significa hacer el amor con una mujer.
Algo con lo que tengo poca o ninguna experiencia.
Por mucho que pensara que estaba haciendo el amor con Vanessa en el pasado, era
tan joven y estúpido que no tenía idea de lo que significaba o se sentía el amor. Pero
mientras miro sus vibrantes ojos verdes, nuestros cuerpos se conectan de la manera más
íntima, y creo que finalmente lo entiendo.
El amor es más que atracción física y conexión. El amor es querer estar en la misma
habitación con alguien, incluso si no están hablando. El amor no es solo querer estar ahí
para las victorias sino también para los fracasos. No solo por las risas sino sobre todo por
las lágrimas. El amor es sentirse honrado de que empape mi camisa en lágrimas. Querer
cambiar la forma en que hablo con otras personas si eso la hace feliz. El amor no es solo
ver un futuro con ella. El amor es estar dispuesto a dejar ir mis propios sueños de un
futuro si es lo mejor para ella.
Esa es realmente la clave, ¿no?
El amor es renunciar a todo lo que es importante para mí si es lo mejor para ella.
Eso es lo que hizo Vanessa por Haven.
¿Y qué mejor ejemplo de amor ahí que el sacrificio?
Beso a Vanessa como si nunca más fuera a tener la oportunidad. Memorizando la
sensación de sus labios, el sabor de su lengua, los suaves sonidos que hace.
Esos suaves sonidos se vuelven desesperados.
Descanso mi frente contra la de ella. —Vanessa. —Respiro y cierro los ojos. No
puedo soportar ver el shock, o peor aún, la decepción por lo que estoy a punto de decir—.
Siempre te he amado. —Sigo moviendo mis caderas, incluso cuando su calor revolotea
contra mí—. Siempre te amaré.
Su espalda se inclina fuera de la cama. La beso mientras su cuerpo estalla a mi
alrededor. El mío responde de inmediato a ella, mi liberación persiguiendo la de ella de
modo que ambos palpitamos y caemos juntos.
Tomo su mejilla. Beso sus párpados, la punta de su nariz, sus labios.
Parpadea hacia mí, y sus ojos están llenos de emoción. Me pregunto si debería
retirar lo que dije. Si el sentimiento fue demasiado pronto o en el momento
equivocado. Espero su rechazo.
—Yo también te amaré siempre, —dice ella.
Caigo contra ella, asfixiándola con mi peso. Envuelve sus piernas a mi alrededor y
bloquea sus tobillos en mi trasero y sus brazos alrededor de mis hombros.
Nos quedamos así por un rato, nuestros corazones latiendo el uno contra el otro.
No sé qué acaba de pasar aquí, pero se siente significativo. Como después de sobrevivir a
una experiencia cercana a la muerte, una persona simplemente sabe que nunca volverá a
ver la vida igual.
No tengo ni idea de lo que nos depara el futuro a Vanessa y a mí. Pero sé que
después de esta noche, las cosas nunca volverán a ser las mismas.

Veintiocho

Es bien pasada la medianoche y sostengo a Vanessa contra mi pecho mientras me


cuenta historias sobre Haven. Desde cavar hoyos en la cancha de fútbol durante los
juegos hasta traer a casa todos los "bichos sin hogar" que encontraba en el bosque. Con
cada historia se me ensancha el pecho y me duelen las mejillas de tanto sonreír.
—La maestra me entregó la escultura de arcilla y su rostro estaba en un rojo
brillante. Haven dijo que era un dinosaurio saliendo del cascarón, pero parecía un pene
grande y pelotas. —El cuerpo cálido y muy desnudo de Vanessa se estremece de risa—.
No pude mantener la compostura y las dos nos echamos a reír.
Paso mis dedos a lo largo de la suave piel de su espalda y su cabello.
—¿Aun lo tienes?
—Lo tengo. Lo guardé con todos sus viejos proyectos de arte. —Su dedo se
arremolina alrededor de mi ombligo—. Ella es realmente talentosa.
—Me encantaría verlos alguna vez. —Dejo la frase flotando en el aire y espero a
que sus músculos se tensen o su pulso se acelere.
Ella exhala, envuelve su brazo alrededor de mi cintura y acaricia más
profundamente mi costado. —Si alguna vez te encuentras en Manitou Springs, estaré
feliz de mostrártelo.
Trato de no dejar que su respuesta desinfle el buen lugar en el que hemos estado
esta noche. Pero es difícil no sentirse un poco desanimado cada vez que me recuerda que
regresará a Colorado. ¿Es eso lo que nos depara el futuro? ¿Visitas en las vacaciones o en
la casualidad de que puedo salir de la oficina? Tal vez en esas visitas tengamos sexo, es
decir, hasta que ella entable una relación, que eventualmente lo hará. Y luego tendré la
alegría de verla formar una familia con un hombre que nunca se preocupará por ella y
Haven como yo. Si eso es lo mejor que puedo conseguir, lo tomaré.
—¿Haven dijo que irá a la universidad en Colorado Springs en otoño?
—Así es. No parece emocionada por eso, pero creo que es un buen paso para ella
mientras reduce sus intereses.
—¿Dónde vivirá?
—En el campus. La escuela está cerca. A sólo seis millas de casa.
Puedo ver por qué Haven quiere mudarse a Nueva York. Ha vivido en el mismo
pueblito toda su vida, y ahora su gran oportunidad de extender sus alas está a solo seis
millas de donde creció.
Abro la boca para mencionar que Haven se muda a Nueva York, no para vivir con
David sino conmigo, pero decido que nos daré un poco más de tiempo antes de sacar el
tema.
—Ya sabes, —dice Vanessa—. Yo estaba pensando. Y si Haven…
El sonido de la puerta principal del condominio abriéndose y cerrando con fuerza
contra la pared nos hace sentarnos a ambos en la cama.
—¡Duerman en las calles por lo que a mí respecta! —grita Haven—. ¡Eres una
maldita perra!
Otra puerta se cierra de golpe.
Vanessa y yo nos levantamos y nos apresuramos a vestirnos. Le lanzo una camiseta
y unos bóxers y busco mis vaqueros. Me estoy poniendo una camiseta mientras corro por
el pasillo, Vanessa me pisa los talones.
James está de pie en el vestíbulo, la expresión tensa en su rostro contrasta con su
postura militar profesional. Lia y Meg están con él. Lia mira enfadada. Meg se muerde las
uñas.
—¿Qué diablos está pasando? —Espeto mientras salimos a tropezones del pasillo.
James, siempre profesional, ni siquiera se inmuta al vernos salir del dormitorio
principal con el cabello revuelto. —Hubo un incidente.
—¿Qué tipo de incidente? —Vanessa dice y se coloca frente a mí.
Quiero pasar un brazo alrededor de sus hombros y tirar de ella contra mi pecho,
pero me resisto a la tentación.
Ella mira abiertamente entre Meg y Lia. —¿Están bien chicas? ¿Qué sucedió?
—¡Te diré lo que pasó! —Haven dice y marcha hacia nosotros desde su lado del
condominio—. Esa puta, justo de ahí. —Ella empuja un dedo acusador a Lia.
—¡Haven! —Vanessa regaña.
Haven se frota las mejillas. Sus ojos están hinchados y su cara roja, y la mirada
enloquecida en sus ojos es algo que he visto antes en su madre. Furia pura y
desenfrenada. —¡Tuvo sexo con David!
—Oh, no, —dice Vanessa en voz baja y deja caer la barbilla sobre el pecho.
—¡Dijiste que lo de ustedes no era serio! —Lía grita.
Levanto una mano hacia Lia y niego.
—¡Íbamos lo suficientemente serios! —Haven se precipita hacia Lia.
La agarro por la cintura. Me empuja y se lanza, pero soy más fuerte y la mantengo
apretada contra mí.
—¡Ella es una puta perra! —Haven grita y continúa peleando conmigo—. ¡La odio!
—Está bien, —le digo con firmeza en la parte superior de su cabeza—. Tú estas bien.
—¡No lo estoy! —Lo que comienza como un grito se disuelve en un torrente de
lágrimas.
—Shhh. Lo sé. Estoy aquí.
Su cuerpo se dobla hacia adelante y se sacude con la fuerza de su sollozo.
Mi corazón se rompe instantáneamente con el sonido.
La tomo en mis brazos. Ella cierra sus brazos alrededor de mi cuello y llora en mi
hombro. La llevo a otra habitación, necesitando una pared entre ella y Lia. Mi dormitorio
es el más cercano, y me muevo para dejarla en la silla de cuero, pero ella agarra mi cuello
con más fuerza mientras los sollozos desgarradores salen de su garganta.
Estoy en un territorio desconocido aquí.
La única mujer que me ha llorado sobre mí es Vanessa.
Tomo el asiento de cuero con Haven todavía acunada en mis brazos. El sonido de
sus lágrimas me da ganas de incendiar la tierra entera para que nadie quede con vida
para lastimarla de nuevo. Ahora entiendo por qué Vanessa es tan protectora con nuestra
hija. Verla sufrir es peor que cualquier tortura que pueda imaginar.
Continúo abrazándola mientras llora. Le digo que estará bien. Le recuerdo que
estoy aquí. Y le aseguro que el karma siempre regresa.
Eventualmente, se calma lo suficiente como para decir algo. —Pensé que era mi
amiga, —dice con hipo.
—¿Qué sucedió?
Ella resopla y se sienta lo suficientemente lejos para darse cuenta de dónde está. En
mis brazos, en mi regazo. Salgo de debajo de ella y me siento a los pies de mi cama. Ella se
frota las mejillas. —Lo vi tocarla mientras bailábamos. Le pregunté al respecto y me dijo
que estaba imaginando cosas, que no veía lo que sabía que veía. Llamé a mamá para
decirle y ver qué pensaba, pero no respondió.
Esas deben haber sido las llamadas que perdió en el barco.
—Estábamos en el último show del festival, y Lia dijo que tenía que ir al baño y se
fue. James no podía estar en dos lugares a la vez, así que se quedó conmigo, Meg y David.
Pero luego David dijo que debía ir a ver si Lia estaba bien.
Ya puedo ver a dónde va esto.
—Cuando regresamos a las tiendas, estaban desnudos juntos en el saco de dormir
de David. —Una nueva ola de lágrimas brota de sus ojos—. ¿Quién hace eso? ¿Cómo
caben dos personas en un saco de dormir?
—Lamento que tuvieras que ver eso.
—Él lo hizo porque yo no me quería acostarme con él. ¡Sé que fue por eso!
La sangre en mis venas se enciende.
—¡Me está castigando por ser tan mojigata!
Aprieto los dientes. —¿Él te dijo eso?
—¡Bien podría haberlo hecho! Dios, ¿por qué los chicos son tan asquerosos?
Respiro hondo. Cuento hasta diez. Luego cuento hasta diez de nuevo hasta que estoy
lo suficientemente calmado para hablar sin romper algo en mi habitación antes de cazar
a David para romperle el cuello.
—Déjame decirte algo sobre los chicos. —Mirándola a los ojos inyectados en
sangre, apenas puedo evitar el temblor de la ira en mi voz—. Ellos son miedosos.
Inseguros. Y buscan el camino más fácil hacia lo que quieren. Y entonces, un día, conocen
a una chica que no les pone las cosas fáciles. Ahora, un chico débil se acobardará. Te dará
la espalda y seguirá buscando el camino fácil. Pero un hombre, un hombre de verdad,
estará a la altura de las circunstancias. Porque sabe que para sacar lo mejor de alguien,
primero hay que dar lo mejor de uno. David es un niño. Él ha demostrado que es incapaz
de poner la energía que tú te mereces. La única pregunta ahora es ¿si vas a escuchar lo
que te está mostrando?
Ella se muerde el labio. —Pensé que lo amaba.
Frunzo el ceño en lugar de curvar el labio con disgusto. —Amaste a la persona que
él quería que pensaras que era. Pero te ha mostrado quién es en realidad.
—¿Sabías que ni siquiera es de Francia? —Ella se burla y se frota los ojos—. Es
jodidamente canadiense. ¡Ni siquiera ha estado en Francia! Es un mentiroso. Debería
dejar que Lia lo tenga.
—Ella ha sido bastante clara sobre dónde están sus lealtades.
La mandíbula de Haven se endurece.
—La pelota está en tu cancha. ¿Qué vas a hacer?
Parece pensar en eso cuando algo en el rabillo del ojo llama su atención. Me giro
para ver a Vanessa en la puerta, con el hombro apoyado contra el marco. La suave y
acuosa sonrisa en su rostro me dice que ha estado escuchando a escondidas.
—Mamá, —dice Haven y se deshace en lágrimas de nuevo.
—Oh, cariño. —Vanessa corre hacia ella y toma a nuestra hija en sus brazos—. Lo
siento mucho.
Observo a las dos mujeres abrazándose y una extraña sensación de estar en lo
correcto me golpea de lleno en el pecho. Una voz en mi cabeza susurra que estas dos
mujeres son todo mi mundo, lo cual no tiene sentido. Mi mundo son los negocios. Éxito.
Dinero. Mi mundo es el derecho corporativo y hacer crecer mi cartera.
—¿Mamá? —La voz de Haven se quiebra—. Quiero ir a casa.
Sus palabras son como un rayo en mi pecho.
—¿Estás segura? —Vanessa dice suavemente.
—Sí. No quiero quedarme en Nueva York ni un día más.
Contengo la respiración, esperando su respuesta. Ellas no pueden irse. Todavía nos
queda una semana. No pueden quitarnos los últimos siete días que tenemos juntos
porque un imbécil le metió el pene a otra persona.
Mi mandíbula hace ticks Mis manos en puño.
Vanessa se aleja y acaricia el rostro de Haven.
Todavía estoy conteniendo la respiración.
Ella besa la frente de Haven. —De acuerdo. Lo que sea que necesites.
Todo el aire sale de mi cuerpo en un instante. Mi cabeza se siente ligera. Me pongo
de pie demasiado bruscamente y tengo que apoyarme contra la pared hasta que
recupero el equilibrio.
¿Eso es todo?
¿Ella se van?
No, no puedo tener eso. No puedo dejarlas ir.
Salgo de mi habitación y encuentro a James todavía de pie en posición firme en el
vestíbulo.
—Hayes, —dice—. Lo siento mucho. No tenía ni idea.
—No es tu culpa. Gracias por traerlas a casa sanas y salvas.
Él asiente una vez.
—Te puedes ir. Nosotros nos encargamos desde aquí.
Otro asentimiento y desaparece por la puerta. Me dirijo a mi oficina y busco el
número del administrador del edificio en turno.
Contesta al segundo timbre.
No puedo borrar lo que le pasó a Haven o arreglar el dolor que siente. Pero debido
a David, estoy perdiendo tiempo con mi hija. Y por eso, merece quedarse sin trabajo sin
recomendación.
—Sr. North, ¿qué puedo hacer por usted?
—Ese chico de la conserjería. David. Si vuelvo a ver su rostro en este edificio, los
enterraré en violaciones al código de construcción y los código de salud tan profundo que
tendrá más sentido hacer una demolición del lugar que arreglarlo.
—¿Señor?
—Ha estado saliendo con mi hija. Se acostó con su mejor amiga. Quiero que se vaya.
Se aclara la garganta. —Ese tipo de comportamiento no refleja nuestras políticas
de conducta. Le aseguro que no lo volverá a ver por aquí.
Cuelgo el teléfono y respiro un poco de alivio, sabiendo que, aunque no pude
golpear la cara de David como quería, al menos le di un golpe sólido a su vida
profesional.
Buh-bye, Daveed.

¡Esa comadreja hijo de puta!


Si David estuviera parado aquí ahora, le daría un pedazo de mi mente tan feroz que
lo haría llorar. Y luego bailaría sobre sus lágrimas y me reía en su patético rostro.
—Lo odio, —dice Haven, su voz ahogada por estar enterrada en mi pecho.
—Yo también lo odio.
Ella se aparta y se limpia los ojos. —¿Lía todavía está aquí?
Asiento con la cabeza. —¿Por qué no duermes conmigo esta noche?
—Sí, —frunce el ceño—. Lo haré.
Estamos a punto de salir de la habitación de Hayes cuando se detiene y se da cuenta
de la cama. El edredón y la sábana son un montón enredado a los pies, y las almohadas
parecen recién despeinadas.
—¿Que pasó aquí?
—¿Eh? —digo, haciéndome la tonta—. ¿Cómo puedo saber?
Me observa desde mis pies descalzos hasta la camiseta y los calzoncillos de Hayes.
—Vamos, —le digo en un apuro repentino por salir de la habitación de Hayes—.
Necesitas dormir un poco.
Corro con ella por el pasillo, agradecida de ver que James se ha ido. Voces femeninas
detrás de la puerta de Haven me dicen que Lia y Meg están a salvo.
Cuando enciendo las luces de mi habitación, me dirijo directamente a la cómoda
para encontrar una pijama para que Haven se ponga.
—¿Mamá? ¿Qué hora es?
—No lo sé. —Saco unos pantalones y una camiseta—. Mi teléfono está en la mesita
de noche si quieres comprobarlo.
—Mamá. —Su tono esta vez es firme.
Me giro para ver sus brazos cruzados sobre su pecho mientras mira la pantalla del
teléfono boca arriba en la mesita de noche.
—Tienes cinco llamadas perdidas mías, —dice ella.
—Lo siento. Debo haber estado durmiendo cuando me llamaste. —Mi corazón late
atronadoramente ante la calma constante de su tono.
—Durmiendo. —Toma la pijama que le ofrezco, pero sus ojos están en la cama. La
cama prístinamente hecha, como, no durmiendo—. ¿Dónde estabas durmiendo?
—Haven, podemos hablar de esto en la mañana. En este momento, necesitas
descansar un poco y…
—¿Cuánto tiempo has estado teniendo sexo con mi papá?
En circunstancias normales, esta sería una pregunta tonta. Nuestras
circunstancias, sin embargo, están lejos de ser normales.
Suelto un suspiro. —Hayes y yo somos complicados, ¿de acuerdo?
Su mirada se estrecha. —Oh, Dios mío, —susurra—. La aventura de una noche con
un viejo amigo. ¡Me has estado mintiendo todo este tiempo!
—Estás molesta por lo de Lia y David en este momento, y lo siento por ti. Lo hago.
Pero esto entre Hayes y yo no es realmente lo que te enfada.
—¡No me digas cómo me siento!
Paso una mano por mi cabello. La feroz actitud de lucha de Haven es un rasgo que
siempre me ha gustado de ella. Eso es hasta que se dirige en mi dirección.
—No te estoy diciendo cómo sentirte. Pero recuerda, yo soy el adulto aquí. Hayes y
yo tenemos una historia, y hay muchos sentimientos sin resolver que…
El ladrido de risa que sale de sus labios me hiere el corazón. —Eres una mentirosa.
Al igual que Lia —marca los nombres con sus dedos—, y David. No eres mejor que ellos.
Ella sale corriendo de la habitación y yo la sigo.
—Haven, detente… —La puerta de la habitación de invitados vacía se cierra de
golpe en mi cara. Descanso mi frente contra ella.
—¿Todo bien?
Me giro para ver a Hayes de pie en la entrada del pasillo. Sus ojos están puestos en
un ceño fruncido.
—Simplemente lindo. —Me alejo de la puerta y me encuentro con él frente a mi
habitación—. Ella descubrió que hemos estado durmiendo juntos. Ahora me está
llamando mentirosa. —Me froto la cara y gimo—. Esto es un desastre.
—¿Quieres que hable con ella?
—Creo que es mejor darle una noche para que se calme. Le han arrojado muchas
cosas y aún no ha salido el sol.
Él gruñe como si estuviera de acuerdo.
—Creo que quedarme aquí podría haber sido un error.
—No digas eso —dice, y sus brazos saltan como si quisiera alcanzarme. En cambio,
cruza las manos debajo de los bíceps—. David y Lia jodieron esto. No nosotros.
—No lo sé, Hayes. Mi cabeza está por todas partes. Haven está lista para irse a casa
y creo que eso sería lo mejor.
—Ness, por favor. Dale algo de tiempo para pensar bien las cosas. Mañana llevaré a
las chicas al aeropuerto y, una vez que se hayan ido, dale algo de tiempo a Haven para que
se asiente.
—Si, bien. —No le digo que la mirada en los ojos de Haven esta noche cuando
dijo que estaba lista para irse a casa fue lo más resuelta que jamás la había visto—. Me
voy a dormir.
Su expresión se vuelve fría y preocupada.
—Buenas noches, Hayes.
Él no trata de detenerme o decir mi nombre.
Cuando me meto en la cama, sé una cosa con certeza. Si Haven y yo tenemos alguna
posibilidad de sobrevivir a esto con el corazón intacto, tenemos que largarnos de Nueva
York.
Veintinueve

Dormir no fue fácil. En algún momento alrededor de las cuatro de la mañana, logré
finalmente desmayarme. Cuando me despierto, el condominio está en silencio. Las chicas
todavía deben estar durmiendo, o estoy segura de que escucharía más gritos. Camino de
puntillas por el pasillo, y la puerta de Haven está cerrada. Ella está dormida. Bien.
Asomo la cabeza en la habitación de Lia y Meg y encuentro a las chicas empacando
sus cosas. Se supone que su vuelo no saldrá hasta esta tarde. —¿Se van chicas?
Lia mantiene la cabeza agachada, metiendo cosas en su bolso.
—El papá de Haven nos reservó un vuelo más temprano —dice Meg con una
sonrisa de disculpa.
¿Hayes hizo eso?
Asiento y las dejo con su equipaje. Encuentro a Hayes en la cocina, vestido con una
camiseta negra y jeans. Su cabello está mojado, como si estuviera recién salido de una
ducha.
Levanta la vista de su teléfono y su expresión se vuelve cálida. —Estas despierta.
—¿Tienen un vuelo más temprano?
Frunce el ceño como si no le gustara el cambio de tema. —Lo hice. Quiero que se
hayan ido cuando Haven se despierte.
Mi pecho florece con calidez.
—¿Puedo hacerte un poco de té? —Cruza hacia el armario como si fuera a hacerlo
de todos modos.
—No aún no. Voy a ducharme y tengo que hacer algunas llamadas telefónicas.
Deja caer la cabeza entre los hombros y luego inclina la mandíbula hacia mí, aunque
estoy de pie detrás de él. —¿Reservarás vuelos para ti y Haven?
Trago la tensión en mi garganta. No puedo responder en voz alta, pero la verdad es
que sí. Ese era mi plan.
—¿Puedes retrasar eso hasta que yo mismo hable con ella?
—¿Cuál es el punto? Ella lo dejó en claro anoche. —Y honestamente, creo que irme
es lo mejor. Estuve demasiado cerca de enamorarme de este hombre otra vez, algo que
prometí nunca hacer. Necesito la distancia para recuperar mis emociones.
Golpea la palma de su mano contra la encimera. —¡Jesús, Vanessa, dame la
oportunidad de hablar con ella antes de que la arranques de mi vida otra vez!
Respiro hondo, aturdida y sin respuesta.
Sus brazos se apoyan en la encimera y se las arregla para hundirse más en sí
mismo. —Me lo debes.
Completamente perdida, giro sobre mis talones y vuelvo a mi habitación. Y
siguiendo el ejemplo de Haven, cierro la puerta para marcar mi partida.

De camino a casa después de dejar a Meg y Lia en el aeropuerto, desearía haberle


pagado a James para que lo hiciera. No solo es el viaje con las dos adolescentes
jodidamente incómodo, sino que tuve dificultades en ser cortés con Lia porque la veo
como la razón por la que estoy perdiendo a Vanessa y Haven. Si ella nunca hubiera venido
de visita, estaría en mi casa con mi hija y estaríamos discutiendo dónde almorzar.
Estoy rompiendo todos los límites de velocidad donde puedo y estoy medio loco
mientras estoy atrapado en el tráfico, pensando que podría llegar a casa y ellas se habrán
ido.
Vanessa parece dispuesta a irse, y después de lo que compartimos anoche, no
entiendo por qué. Pensé que habíamos construido algo. Un puente sobre algunos
problemas jodidos del pasado. Pero se apresuró ante la idea de irse de Nueva York como
si no pudiera alejarse de mí lo suficientemente rápido.
Necesito hablar con Haven. Ella es la única oportunidad que tengo de convencerlas
de que se queden un poco más.
Cuando finalmente regreso a mi edificio, le tiro las llaves al valet y corro hacia el
ascensor. Los segundos se sienten como minutos largos y dolorosos hasta quefinalmente
estoy en mi casa y busco a Haven y Vanessa. No están en sus habitaciones ni en la
cocina. Mi pulso late en mis oídos mientras voy de habitación en habitación, buscándolas.
Respiro aliviado cuando las veo en el patio.
Están frente a la ciudad, una al lado de la otra, sin hablar.
Salgo para unirme a ellas e inmediatamente me pregunto si debo hacerlo cuando
siento la tensión entre ellas. Es demasiado tarde para dar marcha atrás sin que me den
cuenta, así que me arriesgo y tomo asiento.
Vanessa parece tensa, pero al menos me mira. La mandíbula de Haven palpita y sus
manos están apretadas en su regazo. Ella no me mira.
—¿Qué está pasando? —digo suavemente.
—¿Llevaste a las chicas al aeropuerto, bien? —pregunta Vanessa.
Asiento. —Fue un viaje tranquilo.
—Menos mal que esa puta se ha ido —espeta Haven y finalmente me mira con el
ceño fruncido muy al estilo Hayes—. Probablemente ella también intentaría tener sexo
contigo.
Me rasco la nuca, sintiéndome jodidamente incómodo. —No creo...
—Oh, es cierto. ¡Ya estas teniendo sexo con mi mamá!
Vanessa gime y deja caer su frente entre sus manos.
Me siento como un idiota inútil con la mandíbula abierta porque... qué... cómo... no
sé cómo responder a eso.
Haven inclina la cabeza y su mirada se agudiza. —Entonces no lo niegas.
—No.
Sus cejas se asoman sobre sus ojos. —No más mentiras, ¿eh?
—Nunca te he mentido.
Se inclina hacia delante como si quisiera arrancarme los ojos. —¡Has estado
durmiendo con mi mamá todo este tiempo!
—No todo el tiempo.
—¡Y mentiste al respecto!
—No lo hice. Tú nunca preguntaste. Dormir con tu mamá no es algo que
escondería de nadie.
Parpadea como si mis palabras la desconcertaran.
—¿Honestamente? —Me inclino hacia adelante en mi asiento, con mis codos en mis
muslos—. Si mis padres me hubieran dicho a los diecisiete que ellos todavía tenían sexo,
habría vomitado. No imaginé que tú querrías saber qué estábamos haciendo tu madre y
yo.
Su rostro se arruga. —Ew. No quiero.
Me encojo de hombros. —Ahí tienes.
Los ojos de Vanessa están muy abiertos mientras rebotan entre Haven y yo. Si no
me equivoco, creo que ella aprecia lo que dije.
—Haven. —Trato de suavizar mi voz—. Lo que hicieron David y Lia es
imperdonable. Tienes todo el derecho de estar enojada y querer irte de NuevaYork. Pero
¿puedo pedirte que te tomes un día para pensarlo?
Ella todavía me está mirando. —Dame una buena razón por la que debería
quedarme.
Eso es fácil. —Porque nos acabamos de conocer. Perdimos diecisiete años. Acabo
de recuperarte, y sé que eventualmente tendré que dejarte ir de nuevo, pero... esperaba
tener un poco más de tiempo.
Su expresión se suaviza. —No puedo quedarme aquí y ver a David todos los días.
—No lo harás. Ha sido despedido desde anoche.
Vanessa parece tan sorprendida como Haven.
Sonrío. —Confía en mí. Él está mejor. Si lo vuelvo a ver, no creo que pueda evitar
lastimarlo.
La boca de Haven se tuerce. —Tendrás que hacer fila detrás de mí.
—Y de mí —interviene Vanessa.
—Me parece bien.
Haven deja escapar un suspiro. —Tengo planes con Jordan mañana. Supongo que
podríamos quedarnos. —Ella mira a su mamá.
Vanessa se muerde el interior de la boca y se encoge de hombros. —Lo que tú
quieras.
Cada onza de fuerza y respiración que había estado conteniendo se desvanece con
esas pocas palabras. Ellas se quedan. —Gracias a Dios. —Dejo caer mi cara en mis manos.
Cuando vuelvo a mirar hacia arriba, Vanessa ha tirado de Haven a su lado. Su boca está
presionada contra el cabello de Haven y sus ojos están cerrados.
Podría vivir viendo este tipo de cosas todos los días y morir satisfecho. Ver a mi
Vanessa consolar a nuestra hija, nuestra hija casi adulta, como si la chica aún fuera una
niña pequeña. La edad no parece importar cuando se trata del vínculo que tiene una
madre con una hija. Es como si Haven siempre fuera su bebé, sin importar la edad que
tenga.
—¿Entonces esto está arreglado? —Verifico dos veces, asegurándome de no haber
entendido mal en alguna parte del camino.
—Por ahora —dice Haven con una sonrisa.
Listilla, al igual que su madre.
Me encanta.
Mi teléfono vibra en mi bolsillo. El nombre de mi cuñada aparece en la pantalla. Mi
dedo se mueve para enviar la llamada al correo de voz, pero por alguna razón, cedo y
respondo la llamada.
—¿Qué?
—Escucha —dice ella—. Sé que no enseñan compasión en la Escuela para los
Malditos adonde fuiste, así que, por el bien de mi preciosa sobrina, pensé en darte un
pequeño consejo.
Vanessa y Haven permanecen acurrucadas juntas en el sofá de dos plazas, y me
disculpo para tomar la llamada adentro. Cierro la puerta del patio detrás de mí. —¿De
qué estás hablando?
—James me contó lo que pasó.
Tiene sentido. James está mucho más cerca de Alex y Jordan que de cualquier otra
persona. Supuse que estaría durmiendo en casa después de un fin de semana de cuidar
adolescentes y conducir toda la noche. Supongo que fue directo a trabajar con Alex.
—Las dos cosas más importantes que una chica necesita después de este nivel de
traición. ¿Sabes cuáles son?
Me encojo de hombros. —¿Joyas y unas vacaciones?
Ella gime. —Tienes mucho que aprender.
Aprieto los dientes. —Llega al punto.
—Necesita estar rodeada de su tribu y mucho helado.
—¿Tribu?
—Amigos, Einstein. Para un hombre que puede convertir a la gente en piedra con
una sola mirada, eres sorprendentemente denso. —Ella suspira—. Teniendo en cuenta
que fue traicionada por un miembro de su tribu, tendremos que sacar las armas
pesadas.
—Ni siquiera voy a preguntar porque sé que me lo vas a decir.
—Muy amable de tu parte unirte a la conversación, —dice secamente—. Tías. —
Deja caer la palabra como un micrófono—. Columbus y ochenta y cinco. Scooper-Dooper.
Lo antes posible.
—Scooper Doop...
—¡Hayes! ¡Contrólate! Esta es una situación de crisis.
—Bien. Adiós.
Ella cuelga sin despedirse. Niego con la cabeza, pero la comisura de mi boca se
contrae.
Asomo mi cabeza hacia el patio. —Oigan, ah… —Esto parece algo extraño para
preguntar a la mitad del día, pero sin ninguna otra dirección, tomo ciegamente el consejo
de Jordan—. ¿Estarían ustedes dos interesadas en tomar un poco de helado?
—Oh, Dios mío, sí —gime Haven de una manera que me hace pensar que ha
necesitado helado todo este tiempo y solo estaba esperando la oportunidad.
Los ojos de Vanessa se iluminan por primera vez desde que Haven está en casa. —
¡Genial idea!
Ambas se levantaron y se dirigieron adentro para agarrar sus zapatos.
Huh... helado. ¿Quién lo iba a decir?

***
Jordan hizo que sonara importante llegar a Scooper Dooper rápidamente, así que
tengo un conductor en mi edificio que nos deja en frente. La pequeña heladería se
destaca como un chicle rosado sobre el asfalto, su exterior pintado de color caramelo es
un faro para los golosos entre los edificios de concreto insignificante a ambos lados.
Cuando abro la puerta, suena una campana anunciando nuestra llegada, pero el
sonido es ahogado por una explosión de voces que vienen de la esquina.
—¡Haven! —Escucho decir al unísono, y pronto mi hija está rodeada de brazos.
Jordan, Gabriella, Lillian e incluso Kingston ahogan a Haven en amor y aliento.
—¡A la mierda con ese tipo!
—¡Oye, deberíamos lanzarle huevos a su auto!
—Él no te merece.
—¡Esa chica Lia suena como una verdadera perra!
—Deja que lo tenga. El karma los hará pagar.
La guían a una mesa, donde reciben a Haven con un helado que ocupa la mitad de
la mesa. En él hay una sola cuchara.
—Este es para ti, cariño. —Lillian saca la silla para Haven, quien la toma y se
sumerge en el helado con entusiasmo.
Jordan, satisfecha con la satisfacción de Haven, rodea la mesa hacia nosotros.
Vanessa se tensa a mi lado. Me pregunto de qué se trata. Hago una nota mental para
preguntar más tarde.
—Lamento que nos volvamos a ver en circunstancias tan horribles —Jordan le
sonríe cálidamente a Vanessa—. Es bueno verte otra vez. No tuvimos la oportunidad de
hablar mucho cuando recogimos a Haven para el programa la semana pasada.
—No, no lo hicimos —es todo lo que dice Vanessa. Para alguien que suele ser más
extrovertida, no puedo evitar sentir que se está conteniendo frente a Jordan.
Gabriela se une a nosotros. Saluda a Ness con un abrazo que apenas es devuelto. —
¿Cómo está ella?
—Ella estará bien. —Vanessa observa a Kingston y Lillian adulando por todo
Haven.
—Menos mal que no se mudó con el asqueroso —dice Gabby, y los ojos de Jordan
se abren como platos ante lo que supongo fue un desliz de información—. Voy a
conseguir un helado. —Gabby sale corriendo.
Jordan sonríe incómoda. —Yo también. —Ella la sigue.
—¿Estás bien? —le pregunto a Vanesa—. Pareces un poco tensa.
Ella me mira, y capto el destello de inquietud en sus ojos verdes. —Estoy bien.
Estoy sorprendida. No sabía que habría tanta gente.
Me pateo por no decírselo. Supongo que estaba demasiado ocupado disfrutando de
la victoria de la recomendación del helado que no pensé que a ella le importaría tener a mi
familia aquí. —¿Te hacen sentir incómoda?
—¡No! —Ella niega con la cabeza—. No claro que no. Está bien. Yo estoy bien.
Su respuesta es tan inflexible, tan exagerada, que me pregunto si lo que quiere decir
es todo lo contrario.
—¿Por qué no te sientas y te traigo un poco de helado? —La observo juguetear
con sus manos—. Galletas y crema en un cono de azúcar.
Sus ojos se lanzan a los míos. —¿Recuerdas mi pedido de helado?
Lucho contra el rubor que siento calentarse detrás de mi piel. La sujeto por la
cintura, la atraigo hacia mí y presiono mis labios en su cabello. —Te lo dije, Ness. Lo
recuerdo todo.
Se desploma contra mí y siento que sus manos agarran la parte de atrás de mi
camisa. Definitivamente algo está pasando, pero no puedo imaginar lo que puede ser. Si
pensara, la arrastraría afuera y le exigiría que me lo dijera. Pero sé que no lo compartirá
hasta que esté lista.
—Quieres sentarte, y yo...
—No. —Sus manos se aprietan en mi camisa—. Te acompaño.
Libero su cuerpo, pero agarro su mano. Cuando miro hacia arriba, cada par de ojos
está sobre nosotros. Incluso Haven parece obsesionada con su madre y conmigo mientras
se mete un sorbo de helado de chocolate en la boca.
Le pido a Ness su helado y yo me preparo una taza de café solo. Se pega a mi lado
cuando llegamos a la mesa y reclamamos dos asientos juntos en el extremo opuesto.
—Deberíamos haberlo visto venir, por el amor de Dios. —Kingston está recostado
en su silla con un brazo sobre el respaldo de Gabriella—. El tipo usa Tevas.
—Esto viene de un hombre que lleva una boa rosa. —Gabby se aparta de la cara
algunas de las plumas de color algodón de azúcar.
Kingston la atrae y le da varios besos en la mejilla, la boa le entra en la nariz y los
ojos. —Te encanta, hermosa mujer loca. —Su atención está de vuelta en Haven—. Y para
que lo sepas —dirige un mano con uñas pulidas con destellos plateados en las plumas—.
Este fabuloso accesorio también se puede usar como arma para estrangular a mentirosos
que llevan Teva si es necesario.
La tensión en mi pecho se relaja cuando veo a Haven reír mientras disfruta del
amor y el apoyo de mi... su familia.
Pero no puedo relajarme del todo sabiendo que Vanessa está molesta por algo.
Simplemente no puedo entender qué.

Terminamos dejando a Haven con sus "tías", como se llaman a sí mismas, para una
tarde de terapia de compras. Me invitaron, casi insistieron en que me uniera a ellas, pero
dije que no, gracias y cité que estaba exhausta.
No es que nadie pareciera creer mi mentira.
Pensé que me las había arreglado para salirme con la mía, pero de regreso en casa
de Hayes, estoy en la cocina, agarrando un vaso de agua cuando él sale y me pregunta—:
¿Por qué estar cerca de mi familia te hace sentir tan incómoda?
Estoy de pie en la isla, frotando mi pulgar hacia arriba y hacia abajo en mi vaso y
viendo cómo se acumula la condensación mientras considero cómo responderle.
—No lo sé. —La verdad es que todavía estoy tratando de averiguarlo yo misma. Lo
que sí sé es que las relaciones cercanas me aterrorizan. Estoy segura de que tengo
problemas de abandono y no quiero que mis problemas se filtren y afecten a Haven. Por
eso es libre de hacer todas las relaciones que quiera. Simplemente no puedo ser parte de
eso.
Hayes frunce el ceño, claramente no le gusta mi respuesta.
—Escucha, um… he estado pensando. Tenemos una semana antes de volver a casa.
Creo que probablemente sea mejor si nos separamos ahora.
Su ceño se convierte en una mirada mordaz. —¿Tener una ruptura?
Me lamo los labios y me muevo nerviosamente porque sé que su respuesta no va
a ser lo que quiero escuchar. —No creo que debamos tener sexo ni nada más.
Su expresión cae. —Ness, si hubiera sabido que anoche iba a ser la última vez que te
tocaría, habría… —Sus palabras se disuelven con un trago pesado.
—Ambos sabemos lo que ha estado pasando aquí.
—No creo que lo sepamos. —Se pasa una mano frustrada por la cara—. Eliges
creer lo que quieres sin escuchar realmente lo que yo digo.
Retrocedo, ofendida por su acusación. —¡Eso no es cierto!
—Te dije anoche que siempre te amaría.
—Lo recuerdo.
Y me dijiste que siempre me amarías. —Lo hice, y lo dije en serio.
Se pasa las manos por el cabello. —Entonces, ¿qué diablos estamos haciendo?
—Estamos haciendo lo que es mejor para nosotros, Hayes. —Mi mano agarra el
vaso con tanta fuerza que temo que se rompa—. Siempre nos amaremos porque
compartimos una hija. Pero tu vida está aquí en Nueva York, y nuestras vidas están a dos
mil millas de distancia. El amor es genial, pero ambos sabemos que no es suficiente. —Se
me quiebra la voz y quiero darme un puñetazo por ello—. El amor nunca ha sido
suficiente.
Parpadea rápidamente, pero revela poco de lo que está sintiendo. —No me doy
por vencido. Ustedes dos pueden venir y visitarme, y si tengo uno o dos días libres,
puedo…
Un estallido de risa triste surge de mi pecho. —¿Puedes qué? ¿Pasar por un día o
dos? Vamos, Hayes, todos merecemos algo mejor que eso. ¿No lo ves? Ha pasado
demasiado tiempo. Hemos construido vidas enteras separadas uno del otro. Tú no vas a
deja tu vida. Yo no voy a dejar la mía. Creo que amarnos el uno al otro significa que lo
aceptamos y lo respetamos.
—No puedo. —Levanta una barbilla arrogante—. No lo haré.
—Tienes que. No tienes otra opción.
Sus cejas se juntan.
—Nunca me interpondré entre tú y Haven. Tiene casi dieciocho años y tiene la
libertad de verte cuantas veces quiera. Pero mi corazón ha pasado por suficiente, Hayes.
No sobrevivirá a otro golpe.
—¿De eso se trata? ¿Tienes miedo de que las cosas no funcionen entre nosotros por
segunda vez?
—Sé que no lo hará. No quiero vivir en la ciudad, y toda tu vida y tu carrera están
aquí. —Me encojo de hombros—. No hay forma de evitar eso.
—Estás siendo irrazonable. Si estuvieras dispuesta a...
—¿Dispuesta a qué? ¿A renunciar a mi vida en Colorado? ¿Mi hogar? ¿A cuántas
cosas más debería renunciar?
Abre la boca, luego la cierra de golpe.
Suspiro, repentinamente agotada. —Me voy a ir a acostar. —No tengo energía
para discutir. Y en el fondo sabe que todo lo que le explico es verdad. Una vez que lo
acepte, podremos volver a disfrutar de estos últimos días junto con Haven.
Entonces mi parte aquí estará hecha, y el resto quedará entre ellos.
La única forma en que puede ser.
Treinta

Han pasado tres días desde mi conversación con Hayes. Ha estado yendo a la oficia
más tarde para poder desayunar con Haven, y regresa todas las noches a tiempo para
cenar con nosotras. Su trabajo es exigente, y sé que ha estado recuperando las horas que
ha perdido trabajando en la oficina de su casa mucho más allá de la hora en que Haven y
yo nos vamos a dormir.
Hemos compartido viejas historias con nuestra hija y nos reímos y bromeamos
fácilmente como si no hubiera un hilo de tensión entre nosotros. Atrape a Haven
mirándonos de vez en cuando como si estuviera tratando de entender nuestra relación.
Si está prestando atención, se dará cuenta de que hemos convertido el amor
romántico en platónico.
Reservé nuestros vuelos a casa, haciendo oficial nuestra última salida, pero
ninguno de nosotros habla de eso. Hemos creado nuevos recuerdos de cocinar la cena
juntos, enseñarle a Hayes cómo hacer un pastel de manzana y ayudarlo a elegir muebles
nuevos para su condominio.
Ahora es jueves y Hayes nos informa que no estará en casa para cenar. Tiene una
cena de negocios que tiene el potencial de ser el mayor negocio para Industrias North
este año. Nos hace jurar que lo esperaremos para comer la tarta de manzana hasta que
llegue a casa. Le prometo que lo haremos.
Decido invitar a Haven a una elegante cita madre-hija y hago reservas en The Cellar,
otra vez a nombre de mi madre.
El restaurante está ocupado como antes, pero afortunadamente, el nombre de
Annabella Osbourne nos lleva directamente a la puerta. Estamos sentadas en la parte de
atrás en lugar de al frente de la barra como la última vez, lo que nos coloca más en medio
del ajetreo y el bullicio.
—Oh, Dios mío, creo que es Kelly Graham —me susurra Haven a través de la mesa.
Veo a una mujer que parece tener veintitantos años, que lleva un blazer negro y
pantalones sin top. Lo único que se interpone entre los ojos de la habitación y su amplio
escote es una serie de collares de oro. Su largo cabello rubio teñido cuelga suelto
alrededor de sus hombros. —Nunca la he visto antes.
Haven pone los ojos en blanco. —¿Ella estaba en el reality show donde sales con tu
compañero de cuarto? Lo que sea. De todos modos, ahora ella es una influencer. Acaba de
salir con una línea de maquillaje.
—Wow, —digo, tratando de sonar impresionada.
La mirada de Haven se mueve entre su menú y la habitación, claramente buscando
celebridades más notables. —¿Ese es el chico de Saturday Night Live?
—No tengo ni idea.
El resto de la cena transcurre de manera similar. Hablamos un poco sobre el hogar y
cómo Haven se las arreglará para volver a ver a Lia. Me habla de los famosos influencers
que viven en Nueva York, y toda conversación muere cuando conseguimos nuestra
comida.
Compartimos bocados, comemos despacio y saboreamos la deliciosa comida. No
puedopensar en una sola cosa que podría mejorar la noche.
—¿Postre? —Nuestra camarera nos ofrece a cada una carta de postres.
—No podemos —dice Haven y le devuelve el menú—. Tarta de manzana,
¿recuerdas? —ella me dice.
—Sólo la cuenta. Gracias.
Tomo un sorbo de lo que queda en mi copa de vino y observo a la mujer adulta
sentada frente de mí. La gente siempre me dice que disfrute cada minuto porque crecen
rápido. Nunca supe exactamente qué tan rápido hasta ahora, cuando miro hacia atrás
diecisiete años y me pregunto a dónde diablos se fue el tiempo.
Un repique de risas femeninas proviene del otro lado de la habitación, y ambas,
naturalmente, volvemos los ojos entrometidos hacia el sonido. El elegante brazo de una
mujer se arroja sobre el respaldo de la silla de un hombre. Sus uñas color granate
recorren suavemente la parte de atrás de su cabello mientras ella mira amorosamente su
perfil. Hay algo familiar en ella. Sus pómulos altos, cabello oscuro y sedoso en grandes
rizos, sujetado libremente en su nuca. Me pregunto si ella ha estado en un programa que
he visto antes...
—Mamá.
Cuando me dirijo a Haven, su rostro está pálido y su expresión pétrea. Sus ojos
también están fijos en la dirección de la hermosa mujer. Sigo su mirada, y el tiempo se
vuelve lento.
La mujer ahora está cara a cara con el hombre al que había estado adulando. Él la
mira directamente a los ojos, con una sonrisa perezosa en su rostro. Su mano se extiende
hacia adelante y empuja suavemente un mechón de cabello de su rostro.
Hayes.
El hombre es Hayes, y la mujer... ahora la recuerdo. Es la mujer del bar la última vez
que estuve aquí. Una que no dejaba de mirar en el bar.
Podrían ser solo amigos.
Entonces me doy cuenta de que no están solos. Están en una mesa con otras dos
parejas. Uno de ellos nunca lo había visto antes, pero el otro es Hudson y Lillian.
Ellos no pestañean cuando la mujer le da a Hayes un bocado de su comida mientras
luce una sonrisa seductora.
Me doy la vuelta, sintiendo que estoy espiando un momento íntimo entre amantes.
—Está en una cita —la voz de Haven irrumpe en mis pensamientos—. ¿Por qué
Hudson y Lillian están con él? —El dolor en su pregunta me hace querer prender fuego a
toda la tierra.
—Está bien, cariño. Es un hombre adulto. Se le permite hacer lo que quiera. —No
puedo controlar el temblor en mi voz.
—Pero pensé —Haven mira hacia Hayes—. Él está sosteniendo su mano debajo de
la mesa.
Oh, Dios, me voy a enfermar.
Cuento mi efectivo tres veces para pagar la cuenta y finalmente me doy por vencida,
con la esperanza de haber dejado una propina adecuada. Si no, al menos culparán a mi
mamá por ser tacaña, no a mí.
—Deberíamos irnos —digo y me levanto rápidamente.
—¿No vas a enfrentarlo? —Haven pregunta, pero me sigue.
—¡Nosotros no estamos juntos, Haven!
Ella se estremece ante la fiereza en mi voz.
—Además, nos vamos en un par de días. Él tiene una vida aquí. Eso no cambia solo
por nosotras.
El conductor del edificio de Hayes está esperando justo afuera, por lo que podemos
salir y entrar de inmediato en el automóvil. El viaje de regreso al condominio es
silencioso, y cuando miro para ver cómo está Haven, veo lágrimas en sus ojos.
—¿Mamá? —resopla—. Estoy harta de Nueva York. Estoy lista para irme a casa.
Pongo su mano en mi regazo, mi pecho se contrae mientras obligo a mis
sentimientos a permanecer fuerte por ella. —Yo también.

—¡Lo logramos, hombre! —Hudson me da la mano y tira de mí para darme un


fuerte abrazo—. ¡Le vendiste el diseño para construir!
—No sé nada de eso. —Lo libero del abrazo para aceptar el vaso corto de whisky
escocés que me entrega el cantinero—. Tu discurso sobre las turbinas eólicas
sustentables para la energía lo cerró.
El Sr. Lovekin salió del restaurante hace minutos y decidimos tomar una copa de
celebración en el bar.
—Sigo pensando que se trataba de diseñar el edificio en torno a la luz natural.
Lillian bebe una copa de champán con un meñique altivo en el aire.
Ellie le ofrece su champán para brindar. —Por una convergencia de todas las
mejores ideas que acaba de conseguir que Industrias North obtenga el trato del año.
Brindamos y bebemos, y siento que gran parte de mi vida está cayendo de su lugar.
Si tan solo pudiera convencer a Vanessa y Haven para que se queden, entonces todo
estaría justo donde pertenece.
—Gracias por venir —le digo a mi amiga—. Hiciste que la Sra. Lovekin se sintiera
cómoda con toda esa charla sobre contribuciones caritativas. ¿Cómo sabías que ella es la
presidenta de Nature Conservancy?
Ella me guiña un ojo, luego se mece en mi cadera. —Me pagas para hacer mi tarea.
—Chocamos las copas y me bebo todo lo que puedo. Le prometí a Haven y Vanessa que
estaría en casa para comer tarta de manzana.
Hudson levanta la barbilla en mi dirección. —Pensé que íbamos a perder el trato
cuando no hablaste sobre los permisos de construcción en terrenos privados.
—Lo sé —dice Ellie—. Tomé su mano debajo de la mesa y la apreté tan fuerte que
pensé que le había roto el dedo.
—Gracias por eso —le digo—. Mi mente estaba divagando un poco. —Estaba
pensando en lo mucho que deseaba tener a Vanessa a mi lado. Ellie y yo estamos tan
acostumbrados a interpretar a una pareja que es una segunda naturaleza, pero esta
noche, todo se sintió mal. No podía encajar en el papel tan fácilmente como lo he hecho
en el pasado.
Todo por culpa de Vanesa.
Miro la hora y me estremezco. Son casi las once. Le envió un mensaje de texto
rápido a Vanessa.

Lo siento. La reunión se retrasó. ¿Pay de manzana para el desayuno?


Asumiendo que está dormida, guardo mi teléfono en mi bolsillo y planeo
despertarme temprano para servirles a mis dos chicas un desayuno de pastel de
manzana en la cama.
Esta noche, celebramos una gran victoria de las Industria North.
Treinta y Uno

Reviso la hora por millonésima vez esta mañana.


Son casi las ocho, y Vanessa y Haven no han hecho ni pío. Cuando llegué a casa
anoche, el condominio estaba en completo silencio. Un poco ebrio después de los cócteles
de celebración, estuve tentado de colarme en la habitación de Vanessa y meterme en la
cama con ella. Pero hacerlo violaría los sentimientos que dejó en claro la otra noche.
Ella todavía me ama, pero no es suficiente.
No tuve el corazón para decirle entonces que debería saber mejor que soy el tipo
de hombre que se da por vencido en lo que quiere.
Sé que no podemos vivir como una familia tradicional, pero eso no significa que
estédispuesta a renunciar a cambiar de opinión.
Superando mi pequeña resaca, me desperté, me duché y llamé de llegar tarde al
trabajo para poder desayunar con Vanessa y Haven y contarles todo sobre el gran trato
que hicimos anoche.
Por eso estoy sentado en la isla de la cocina, mirando dos platos de tarta de
manzana y una bola de helado de vainilla lista. Sirvo jugo de naranja, pongo dos bolsitas
de té en una taza y preparo chocolate caliente para Haven.
Vacilé entre dejarlas dormir hasta tarde o simplemente despertarlas, y cuando se
acercan las nueve, me rindo y me dirijo a la habitación de Vanessa.
Con mi oído pegado a la puerta, no escucho nada más que el leve zumbido de las
rejillas de ventilación del aire acondicionado. Si está tan cansada, debería dejarla dormir.
Me alejo de la puerta y tomo mi computadora portátil, luego continúo esperando a que se
levanten mientras ordeno los correos electrónicos.
Tengo que estar en la oficina a las once para una reunión con August para discutir
el trato de anoche. No puedo esperar a ver la mirada en su rostro.
Las nueve van y vienen. Nueve y media. A las nueve cuarenta y cinco, empiezo a
preocuparme de que tal vez una o ambas estén enfermas.
Llamo suavemente a la puerta de Vanessa. —Ness, soy yo. ¿Puedo entrar? —
Asomo la barbilla y espero el permiso. Nada. Llamo—. ¿Estás despierta?
Aún nada.
Abro la puerta y...
Mi corazón cae en mi estómago. —¿Qué carajo?
La cama está hecha. La habitación está vacía.
Abro las puertas del armario y todo lo que hay son perchas vacías. El baño está
limpio y no hay ni rastro de que alguien haya vivido aquí. Ni una mancha en el espejo ni
un poco de pasta de dientes en el lavabo.
Corro hacia la puerta de Haven y la abro.
—Se ha ido. —Oh, Dios, me voy a enfermar.
¡Es como si nunca hubieran estado aquí!
Agarro mi teléfono y llamo al 911.
—Me gustaría denunciar la desaparición de dos mujeres.
—Señor, ¿quiénes son estas mujeres?
—Mi hija y su madre. Haven y Vanessa Osbourne. Algo está mal. Se han ido y… —
Veo el celular de Haven en su mesita de noche. Al lado hay una nota.
—¿Cuándo fue la última vez que vio a las mujeres?

Estimado Hayes,
Nosotras nos fuimos a casa. Sabía que mamá no te lo diría.
Gracias por todo.
Si nada más, me alegra que finalmente conseguí conocer a mi papá.
Con amor, Haven
Una ola de tristeza me golpea en el pecho.
—¿Señor? ¿Está ahí?
—Lo siento. —Mi voz se quiebra—. Están bien. Cometí un error.
—¿Un error? ¿Está seguro?
—Estoy seguro.
Di por sentado que estaban aquí.
Ahora se han ido.
Me dejo caer en la cama y leo la nota tantas veces como sea necesario para que la
realidad se asiente. ¿Se fueron anoche? ¿Se escabulleron esta mañana? ¿Por qué se irían
y ni siquiera se despedirían?
Jodí las cosas. Otra vez.
No hay forma de arreglar las cosas cuando no estoy completamente seguro de
dónde me equivoqué.
Haven y yo logramos tomar un vuelo a la medianoche de Nueva York a Denver.
Tag, tan aliviado de saber que íbamos a casa, se reunió con nosotras en el aeropuerto para
llevarnos a casa. No llegamos a la casa hasta casi las cuatro de la mañana. Sabía que, con
la diferencia de horario, Hayes se despertaría pronto.
Esperaba tener cien llamadas telefónicas o mensajes de texto perdidos para
cuando bajáramos del avión en Denver. Pero él no se había puesto en contacto en
absoluto. No desde su mensaje sobre desayunar pastel de manzana, pero obtuve uno en
el taxi de camino al aeropuerto.
O Hayes estuvo fuera toda la noche con su cita, o no se había dado cuenta de que
habíamos ido.
Me quede en la cama más tiempo de lo normal, recuperando el tiempo perdido. No
sé qué hora es, sólo que ha salido el sol. Me despertó el sonido del agua corriendo,
aunque no sabía si era de Haven o de Tag.
Insistió en dormirse en el sofá anoche, alegando que estaba demasiado cansado
para conducir las cinco millas hasta su casa. Sé que solo quería quedarse para estar cerca
de nosotras después de la larga ausencia, y tal vez protegernos en caso de que Hayes
apareciera exigiendo respuestas.
Entro y salgo del sueño, pero cada vez que cierro los ojos, veo a Hayes con la mujer
en el restaurante. Ella era todo lo que esperaba de una mujer de la que Hayes se
enamoraría: impresionante, ojos amables, atenta y cautivadora.
¿Por qué no me dijo que estaba saliendo con alguien?
Nunca lo hubiera besado, mucho menos tenido sexo con él, si hubiera sabido que
estaba comprometido con otra persona.
Él me hizo la otra mujer sin decírmelo, y eso es jodido.
Si estuve tentada a sentirme mal por irme sin decir una palabra, ya no lo estoy. Él
primero guardó los secretos.
Cuando mi mente no deja de dar vueltas, me levanto de la cama y me ducho.
Tengo que ir al mercado y quiero pasar por el vivero por unas flores. Mantenerme
ocupada es el trabajo número uno para hoy.
Entro en la sala de estar y veo a Tag sentado en el sofá, vestido con su camisa caqui
y su uniforme verde de guardabosques.
—Buenos días dormilona. —Se pone de pie y viene hacia mí.
No quiero que me abrace, pero tampoco quiero la conversación que surge después
de que rechace su abrazo, así que me quedo quieta mientras él me rodea con sus brazos.
Su cuerpo se siente extraño contra el mío. Cálido, seguro, pero mi cara golpea
torpemente su garganta, y su barba está erizada, lo que me hace girar la cabeza tanto
como puedo para evitar rasguños. Sus manos se cierran detrás de mí en lugar de
descansar en mis caderas, y huele a agujas de pino y fogatas. No es un mal olor,
simplemente es un error.
—¿Cómo has dormido?
Aprovecho la oportunidad para escaparme de sus brazos. —Como los muertos. ¿Ya
fuiste a trabajar?
Su bigote salta con una sonrisa. —Lo hice. Son las doce y media. Estoy en mi hora
del almuerzo.
—¿Las doce y media? —Casi se me salen los ojos de la cabeza.
—Te revisé varias veces para asegurarme de que aún respirabas. —Él se ríe.
Giro hacia la cocina, sin saber cómo me siento acerca de Tag entrando en mi
habitación mientras estoy durmiendo. —Estoy segura de que Haven todavía está
inconsciente.
—Nop.
Me doy la vuelta. —¿Ella está despierta?
—Despierta y afuera. Supongo que Meg llamó y quería desayunar con ella. Hablar
sobre lo que pasó con ese tal Daveed.
—Entonces, ¿escuchaste?
Aspira aire a través de los dientes. —Oh, sí.
¿Está sonriendo?
Estoy a punto de acusarlo de estar feliz por el corazón roto de Haven porque
finalmente ayudó a llevarnos a casa, pero su teléfono suena.
—Mierda. Nido de mapache debajo de las escaleras de la señora Truman. —Él
golpea un texto rápido—. Será mejor que me vaya antes de que queme toda su casa. Ella
odia los roedores. —Él tira de mí para otro abrazo—. Lamento haberle dado mi número
de celular personal.
—Tiene ochenta años, Tag. Dale un respiro.
Me suelta y se dirige a la puerta. —¿Cena esta noche?
—No esta noche.
Él frunce el ceño.
—Tengo mucho que hacer después de haber estado fuera durante casi un mes.
—Traeré comida para llevar...
—No, no lo hagas. Iré a la tienda y probablemente me duerma temprano de todos
modos.
Suelta la manija de la puerta. —Vany, ¿estás bien? Porque si hay algo de lo que
quieras hablar, sabes que estoy aquí para escuchar.
—Lo sé. Gracias. —Confía en mí, Tag, no quieres oír hablar de esto.
Él sonríe con tristeza y luego se va.
Preparo té y me siento en el patio, cierro los ojos y escucho los sonidos del bosque.
Él viento a través de los pinos, el canto de los pájaros, las lagartijas que se dispersan sobre
las hojas secas. Sin motores de automóviles, sin olor a combustible y basura, sin
bocinazos ni voces gritando.
Solo paz.
Realmente me encanta estar aquí.
Recuerdo cuando Hayes me preguntó si extrañaba la ciudad y le dije que no. Nunca
había sentido esa respuesta más que ahora.
—Es bueno estar en casa —me digo a mí misma y a la abundante naturaleza que
me rodea.
Y, sin embargo, hay un agujero en mi corazón que no puedo explicar.

***
FINALMENTE SUCEDIÓ cuando volteé mi teléfono por primera vez.
Después de terminar mi té, agarré mi teléfono para llamar a Haven y hacerle saber
que estaba corriendo al mercado, y los vi.
Treinta y dos mensajes de texto.
Doce llamadas perdidas.
Ocho mensajes.
Todo de Hayes.
Ah, y uno de Hudson.
Decido hojear los mensajes de texto e inmediatamente me arrepiento.

¿Eso es todo? ¿Te vas sin decir una palabra? Escabullirse en medio de la ¿noche?

¿Qué carajo? ¿Ni siquiera pude despedirme de mi hija?

¿Qué diablos pasó?

Pensé que las cosas estaban bien ¿Pensé que ambas estaban felices de quedarse
hasta el final de la semana?

Háblame por favor.

¿Por qué no me respondes?


¿Estás bien?

¡Vanessa, hazme saber que estás bien! No puedo llamar a Haven porque dejo el
puto teléfono que le compré.

Tu número de Colorado no figura en la lista.

¡Maldita sea, Ness!


Hago clic para leer el de Hudson.

Hola, Vanesa. ¿Hazme saber que tú y Haven llegaron con bien a casa para que yo
pueda llamar a Hayes? Está explotando mi teléfono, así que sé que está
explotando el tuyo. Lamento todo esto.
¿Hudson lo lamenta? ¿Acerca de qué? ¿El hecho de que ayudó a encubrir que Hayes
está muy involucrado con una mujer? Decido devolverle el mensaje a Hayes e ignorar el
mensaje de Hudson.

Llegamos a casa sanas y salvas.


El segundo después de presionar Enviar suena mi teléfono. Es Hayes. Apago el
dispositivo, tomo mis llaves y me dirijo al mercado.
Treinta y dos

Ha pasado una semana desde que llegamos a casa desde Nueva York. Hayes
finalmente captó la indirecta y dejó de llamarme y enviarme mensajes de texto hace un
par de días, por lo que ahora es seguro encender mi teléfono y llevarlo conmigo. No
escuché un solo mensaje y borré todos los textos. Una pequeña parte de mí se siente
mezquina por irme como lo hice, por no darle la oportunidad de explicarse. Pero una
parte más grande de mí, la parte que está empeñada en sobrevivir, no me da otra opción.
Haven y Meg se reconciliaron y son más unidas que nunca. Han estado en Denver
un par de veces para comprar artículos para el regreso a clases, y Haven ha renunciado a
las citas y parece entusiasmada con sus clases.
He pasado mi tiempo trabajando en mis aplicaciones y pasando mucho tiempo en el
jardín. Nunca me di cuenta de cuánto calmaba mi alma tener las manos en la tierra. Hasta
Nueva York.
Afortunadamente, Tag ha estado ocupado con una serie de campistas que fueron
robados. Creo que también me está dando espacio, o más bien, respetando mi pedido de
espacio.
Estoy tratando de conocer nuevas personas. No es justo seguir apoyándome en Tag
como lo he hecho. Sin querer, lo induje o, al menos, monopolicé tanto de su tiempo que le
hice difícil conocer a alguien más.
Donna Meyers, propietaria de la guardería local, me ha estado invitando a almorzar
durante años. Ayer, cuando me estaba ayudando a decidir entre la juncia rosada y las
falsas no me olvides para plantar en mi porche delantero, la invité.
Limpio todo lo que necesito, dado que estamos en Manitou Springs, lo que significa
lavarme la tierra de las manos y ponerme desodorante. Cuando llego a la cafetería, hay
cinco autos en el estacionamiento durante la hora pico del almuerzo. ¿Podrían las cosas
aquí ser más diferentes de lo que son en Nueva York?
—¡Hola, Donna! —La saludo con la mano cuando la veo en una cabina justo al lado
de la cabeza de bisonte disecada en la pared.
—Estoy tan contenta de que me hayas invitado a almorzar. —La piel alrededor de
sus ojos se arruga cuando sonríe. Es unos diez años mayor que yo, y ha estado trabajando
y jugando al aire libre desde que la conozco, lo que la hace parecer mayor. Algo que
nunca conseguiría en Nueva York. Pero aquí en Colorado, su piel es evidencia de una
vida bien vivida. Espero tener el mismo aspecto a su edad. Que la gente me mire y diga,
‘Qué no daría yo por haber vivido las mismas aventuras que ella’, en lugar de, ‘Vaya,
tiene un buen cirujano’.
Donna comienza con: —No puedo encontrar muchas personas en la ciudad a las
que les guste hablar de plantas tanto como a ti.
—Debería haberlo hecho antes. —Dejo la servilleta de papel en mi regazo—. Estoy
aprendiendo que he estado manteniendo a la gente a distancia debido a algunas
relaciones difíciles que he tenido en el pasado. —Mis mejillas se calientan por lo honesta
que estoy siendo. Ella va a pensar que soy rara por derramar mis sentimientos más
oscuros sobre sándwiches de ensalada de huevo.
—¿No lo sé? ¿Por qué crees que estoy tan cerca de las plantas? Después de que mi
esposo me dejó, las plantas eran las únicas cosas a las que no tenía miedo de acercarme.
Dios, se siente bien saber que no estoy sola.
Pedimos té helado y pasamos a temas más ligeros. Como cuando los Johnson,
dueños de la cafetería, llamaron a la policía sobre los Murphy, dueños de la pizzería de al
lado, debido a un problema de estacionamiento compartido. The Whitney Estate
finalmente se vendió por mucho más del precio de venta, y el Viejo Harvey se quedó
dormido en un semáforo después de tomar demasiado whisky. El toro de Henson salió y
embarazó a una de las vacas de Kathy Troy, y la familia Stoker tuvo una exitosa cacería de
berrendos, y están compartiendo la carne si estoy interesada.
Con una rebanada de pastel de bayas mixtas, hablamos sobre las plantas y lo que le
emociona tener en el vivero este otoño. Hacemos planes para volver a almorzar
pronto.
Caminando de regreso a mi camión, me siento más ligera. Más yo mismo que desde
antes de Nueva York. Y, sin embargo, de alguna manera, todavía hay un pequeño dolor en
mi pecho. Me imagino una radiografía de mi cuerpo y todo lo que veo es una mancha
negra sobre mi corazón.
No todas las historias de amor tienen finales felices.
Por eso se llaman finales.

***
HEMOS ESTADO EN CASA durante dieciocho días, y las cosas finalmente comienzan
a sentirse como si estuvieran volviendo a la normalidad. Mudaré a Haven a los
dormitorios el próximo fin de semana y finalmente puedo decir que estoy lista para verla
extender sus alas, aunque nunca estaré completamente lista para verla irse.
—¿Te dije que el dormitorio de Meg está en el mismo piso que el mío? —No ha
dejado de hablar de su mudanza a Denver en todo el día. Siento la excitación nerviosa en
su voz, y por mucho que sea un ajuste para ella, pasar de un pueblo pequeño a una gran
ciudad, siento que Nueva York la ayudó a prepararse un poco—.Su compañera de cuarto
es de Irlanda. ¿Cuán genial es eso?
—Muy genial.
—Las hamburguesas están listas. —Tag entra desde el patio trasero, con una
fuente de pan tostado y carne de vaca chisporroteante.
—Oh, ¿les dije que los padres de Lia la enviaron a vivir con su tía y su tío en San
Antonio? —Haven dice sonriendo.
Tag coloca la comida frente a mí mientras me pongo a trabajar en agregar queso. —
Dustin Lawry estaba hablando de eso en la ferretería. Supongo que la atraparon con el Sr.
Michaelson. —Levanta las cejas.
—¿Sr. Michaelson? —digo, con los ojos muy abiertos—. ¿Como el propietario de
Buckhorn Tavern y muy casado, señor Michaelson?
—Ese mismo.
—Eww —dice Haven con una mueca—. Tiene como sesenta años.
—Tiene treinta y cuatro años —señala Tag—. Fuimos a la secundaria juntos. Pero,
aun así, sí. Eww.
—Esa pobre chica —murmuro, sobre todo para mí misma.
—¿Pobre chica? —espeta Haven—. No me digas que realmente sientes pena por
ella.
Entrecierra los ojos y pretendo no darme cuenta de lo mucho que se parece a su
padre cuando hace eso.
Me encojo de hombros. —Me siento mal por ella. Tienes que preguntarte por qué
está tan desesperada que está dispuesta a romper amistades o matrimonios para
conseguirlo.
—Penes, mamá. Tiene hambre de penes.
—¡Haven! —espeto
La risa brota de Tag, y pronto todos estamos riendo.
—No deberíamos encontrar esto divertido. Lia podría ser una adulta legal, pero
sólo apenas. Darryl Michaelson es un bastardo enfermo. Vio crecer a Lia. ¿No son viejos
amigos de la familia?
Seguimos disfrutando de los chismes de la ciudad mientras preparamos nuestros
platos. Comemos afuera bajo el cielo rosado mientras el sol se pone y el aire refresca. La
vida es buena. Tenemos nuestra salud y amigos y buena comida y risas. Y eso es
suficiente.
Y sigo diciéndome eso cada vez que empiezo a extrañar a Hayes.

***
MUDÉ a Haven a su dormitorio hace dos días.
Han pasado veintisiete días desde Nueva York.
Desearía poder decir que no he estado contando los días. Desearía poder decir que
he sido estoica en mi nido vacío. No puedo decir ninguna de las dos cosas.
Con Haven fuera y sin nadie por quien ser fuerte más que yo, he llorado. Mucho.
Dieciocho años de lágrimas acumuladas y lo que parece no tener fin a la vista.
Lo mejor que puedo hacer es mantenerme distraída. Mantenerme tan ocupada
como pueda. Así que hice planes para reunirme con Donna para almorzar mañana y Tag
me trajo la cena anoche. Me trata como a una inválida, lo cual no está muy lejos de cómo
me siento ahora que Haven se ha ido. No es que nunca se lo vaya a decir a nadie.
No es responsabilidad de Haven hacerme feliz. Tampoco es de Tag. Por primera vez
en mi vida, me comprometo a estar bien sola. Lo hice durante mis nueve meses de
embarazo. Puedo hacerlo otra vez.
Treinta y tres

Cuatro días desde que lloré. Y he perdido la cuenta de cuánto tiempo ha pasado
desde Nueva York. Pero las estaciones están cambiando y he cambiado mis camisetas por
suéteres. A Haven le encanta la universidad. Consiguió un trabajo en una cafetería cerca
del campus y realmente le gustan sus clases.
Tag me dijo anoche que conoció a una mujer y estaba pensando en invitarla a salir.
Me preguntó si había alguna posibilidad de que cambiara de opinión sobre nosotros. La
parte desesperada y solitaria de mí quería aferrarse a él, pero la parte más grande, la
parte que se preocupa por Tag, eligió la honestidad.
Hayes North puso el listón para el amor.
Nunca sentiré por Tag lo que siento por Hayes.
Y no me conformaré con menos.
La triste realidad de que estoy perdiendo a mi amigo más cercano se ve
atenuada por la bondad de liberar a Tag. De permitirle encontrar el tipo de amor que sé
que es posible.
Un relámpago entra por las ventanas, seguido por un trueno que sacude las
paredes. La lluvia comenzó hace una hora y, según los pronósticos, durará toda la noche.
Atrapada en el interior sin ningún trabajo para ponerme al día y sin ropa que lavar, me
veo obligada a contar con mi desarrollo más reciente.
Perdí mi período.
Al principio, pensé que era todo el estrés de Nueva York y luego la mudanza de
Haven. Hace dos semanas, podía soportar el olor a vino, y después de que Tag se fue
anoche, vomité después de comer un bocado de bistec.
Estoy embarazada. En algún lugar alrededor de cinco semanas es mi mejor
suposición. Me hice una prueba, pero no era necesaria. Lo siento en mis huesos.
Especialmente los de mis caderas, que me duelen y se ensanchan meses antes que
con Haven.
Sostengo mi teléfono en mi mano y contemplo llamar a Hayes y terminar con la
confesión. Tal vez debería ir al médico primero. O espere hasta la marca de las ocho
semanas, por si acaso.
Una cosa es segura. No voy a cometer los mismos errores que cometí con Haven.
Hayes merece tener un papel en la vida de este niño.
Lanzo mi teléfono sobre la mesa de café y agarro el control remoto. Acurrucada
debajo de una manta, enciendo el televisor para la Rueda de la Fortuna. Cualquier cosa
para distraerme de mi situación actual.
¿Qué pensará Haven? ¿Aceptará la idea de tener un hermano dieciocho años
menor que ella? Preocuparse por eso ahora es una pérdida de tiempo. Si estoy
embarazada, no hay vuelta atrás.
—Otra pluma en tu gorra —respondo al acertijo de la Rueda de la Fortuna mientras
los concursantes en la pantalla luchan por adivinar.
Daría cualquier cosa por poder digerir algo más fuerte que el té de manzanilla, pero
la broma es mía. Embarazada, sola y deprimida, tomo un té de hierbas.
Suena mi celular, y es Haven.
—¡Hola, cariño!
—Hola, escuché que la tormenta es bastante fuerte allí. ¿Estás bien?
—Yo soy la mamá. Se supone que debo preocuparme por ti, no al revés.
Ella suspira. —Lo sé. Odio que estés sola en esa casa.
—¿Estás bromeando?
Me tiro de la manta hasta el cuello. —Me encanta. Puedo caminar desnuda y ver lo
que quiero en la televisión y poner mi música tan fuerte como quiero. —Mis ojos se
llenan de lágrimas, pero las empujo hacia atrás—. ¡Es impresionante!
Ella se ríe, comprando mi falsa alegría. —Por favor, dime que en realidad no estás
caminando desnuda por la casa.
—Estoy desnuda en este momento.
—Está bien, bueno, mantente caliente y cierra las cortinas. Los chismes de los
pueblos pequeños corren rápido y no necesito estar defendiendo las nuevas tendencias
nudistas de mi madre.
Me río, y maldita sea, se siente bien. —¿Que estás haciendo ahora?
—Estoy en un descanso en el trabajo y escuché a alguien hablar sobre la tormenta
en Colorado Springs. Debería regresar a la caja registradora. Estamos recibiendo la fiebre
post-sesión de estudio.
Frunzo el ceño, deseando poder hablar con ella más tiempo. —Sí, no debo privar a
esos universitarios de la cafeína. Te amo cariño.
—Mantente a salvo, mamá.
—Lo haré.
Nos desconectamos y coloco el teléfono en mi pecho como si pudiera abrazarla de
esa manera. Lo cual es tonto y sentimental. Hasta aquí mi racha de tres días sin llorar.
Las lágrimas pinchan mis ojos y la pantalla del televisor se vuelve borrosa.
Entonces se vuelve negro.
Junto con todo lo demás en la casa.
Me dejo caer sobre mi espalda y gimo. Sin electricidad. Grandioso.
Ahora solo enojada, me tiro la manta y me pongo a buscar velas. Si puedo hacer que
brille lo suficiente aquí, podría leer o tejer. Rebusco en el almacén navideño y encuentro
muchas velas, luego las coloco alrededor de la casa mientras la tormenta golpea mi
techo.
Va a ser una noche larga.
Una vez que enciendo suficientes velas, me acomodo debajo de mi manta con mis
agujas de tejer y una madeja de hilo azul pálido. Estoy inmersa en mi proyecto cuando
una luz brillante entra por mi ventana.
Al principio, creo que es otro relámpago, pero la luz permanece demasiado tiempo
para ser la madre naturaleza.
Entrecierro los ojos por la luz y me doy cuenta de que son los faros.
Tag.
Probablemente comprobando que estoy bien.
Empujo la manta y el tejido a un lado y me dirijo a la puerta. Tirando de las mangas
de mi suéter de gran tamaño hacia abajo sobre mis manos para prepararme para la fría
ráfaga de viento y agua, abro la puerta justo cuando los faros se apagan.
Esa no es la camioneta de Tag.
Una figura sombría vestida de negro viene corriendo hacia mí. Están sosteniendo
algo en sus manos.
Doy un paso atrás y cierro la puerta para que solo se escuche un crujido...
Mi respiración se queda atrapada en mi garganta. —¿Hayes?
Se detiene en el umbral de mi puerta. No puedo distinguir su expresión en la
oscuridad total. Solo puedo ver agua goteando de su cabeza y empapada su ropa.
—Pasa. —Doy un paso atrás, y en un largo paso, está dentro.
Hayes North. Dentro de mi casa. En Manitou Springs.
Esperaba que se viera diferente si alguna vez lo volvía a ver. Que la imagen de él
que conservaba en mi mente no podía ser tan buena como la real. Su mandíbula
cuadrada tiene la sombra de un día sin afeitarse, y su cabello mojado se ve más oscuro
cuando cae sobre su frente y gotea agua sobre sus labios carnosos. Pero este es el Hayes
de mis recuerdos: ojos color avellana resplandecientes, pestañas oscuras, cejas que
graban irritación en su expresión.
Corro al pasillo y agarro una pila de toallas. Le lanzo una, pongo la otra en el suelo a
sus pies y luego le entrego el tercero.
—Hayes, ¿qué estás haciendo aquí?
Todavía no ha hablado y, a la luz de las velas, puedo distinguir la tensión en su
expresión. Deja un maletín en el suelo y luego se pasa la toalla por el cabello.
—¿Vas a responderme, o viniste hasta aquí para permanecer en silencio en mi
presencia?
Saca la toalla de detrás de su cabeza con tanta fuerza que rompe el aire. —Me estoy
esforzando mucho por no decir una jodida cosa equivocada aquí, Vanessa.
Vanessa Whoa, él está enfadado.
Dejo escapar un suspiro, preguntándome si tengo la fuerza para discutir con un
Hayes enardecido.
Silenciosamente, tomo las toallas mojadas y lo invito a pasar a la cocina. Incluso en
la oscuridad, puedo sentir sus ojos en mí, y recuerdo, dolorosamente, los pantalones de
chándal de gran tamaño con manchas de lejía que están metidos en los calcetines que no
combinan y llevo puestos. Hace dos días que no me lavo el cabello y mi suéter es cómodo
porque el cuello y los brazos están estirados.
—Podrías haber llamado —murmuro, luego salto al escuchar golpear su maletín
contra la encimera.
—¿De verdad vas a decirme eso ahora mismo? ¿Podría haber llamado? —Su
mandíbula está dura, y sus ojos color avellana prácticamente brillan con ira en la
penumbra—. Estoy un poco harto de tus mensajes de voz.
Eso es justo.
Uso un encendedor para encender un mechero y pongo el hervidor de agua para
hacer té. Aunque, en este punto, podría querer algo más fuerte. —No tengo whisky, pero
tengo una botella de tinto y creo que hay una cerveza aquí.
Él no responde, y cuando me doy la vuelta, me mira con tanta fuerza que retrocedo.
—¿Por qué me has estado evitando?
—Hayes, tú…
—Mejor aún —dice, levantando la voz para gritar—, ¿Por qué te escapaste de mi
casa en medio de la noche como si no significáramos nada el uno para el otro?
Me estremezco y siento el ardor de las lágrimas formándose en mis ojos. —Yo... —
Mi voz se quiebra, y la aclaro—. Lo lamento...
—¿Tú lo lamentas? ¡¿Tú jodidamente lo lamentas?! —Golpea su palma abierta
contra su pecho con tanta fuerza que hace un golpe hueco—. ¡Me arrancaste a mi hija sin
decir una palabra!
Tengo hipo.
Su mirada se aprieta. —¡Dos veces ahora, tú me la has quitado!
—Lo siento —Lloro—. ¡Deja de gritarme! —Mi control emocional se rompe. Me
doblo enun sollozo que me estremece el alma.
En segundos, sus brazos están a mi alrededor, levantándome y golpeándome con
fuerza contra su pecho. Su suéter está mojado, pero el calor irradia desde abajo y contra
mi mejilla. —Maldita sea, Ness. —Sus labios están contra mi cabello, y siento el calor de
sus palabras en mi piel—. Estoy tan jodidamente enojado contigo. —Los músculos de sus
bíceps se contraen mientras me sostiene como si la rabia dentro de él estuviera pateando
y luchando por liberarse.
—Lo siento. —La disculpa es entre cortada y dicha entre respiraciones—. Te vi con
otra mujer, y yo…
Cada músculo de su cuerpo se tensa: su pecho contra mi mejilla, sus brazos a mi
alrededor. Incluso sus pulmones dejan de bombear. —¿Qué?
Lucho por encontrar mi voz a través del torrente de lágrimas. —Ella. La mujer con
la que estás saliendo. Los vi a los dos en The Cellar.
De repente, como si se llenara de aire y alguien sacara el enchufe, su gran cuerpo
se derrite y cae a mi alrededor. Su cabeza hacia adelante sobre mi hombro, sus manos
agarrando sus codos doblados en mi espalda, y me aprieta tan fuerte que me quedo sin
aliento.
—Me viste. —No es una pregunta, así que no respondo—. Y Haven también lo hizo.
Está juntando las piezas, y mientras lo hace, se derrite más a mi alrededor hasta que
estoy casi fuera de mis pies, siendo su fuerte cuerpo lo único que me mantiene erguida.
No puedo dejar de llorar. Hormonas, con los sentimientos heridos y el darme cuenta
de que amo a Hayes, más que cualquier dolor que él pueda infligir, hacen añicos los muros
que tanto he tratado de erigir alrededor de mi corazón.
—Todo esto por nada —dice enojado—. Qué puto desperdicio.
Me sostiene un poco más, probablemente planeando mantenerme cerca hasta que
deje de llorar. Aunque, en este punto, parece que nunca sucederá.
La tetera de agua caliente grita, haciendo que me suelte. Cierra el gas y mueve la
tetera. Se gira hacia mí, y ahora estamos a medio metro de distancia. Reanudar mi
posición en sus brazos parece inapropiado, sin importar cuánto deseo estar allí.
—Ellie. La mujer con la que me viste.
—Hayes, no tienes que explicar...
—Lastima. Lo haré
—¡No quiero saber! —Una nueva ola de emoción se mueve a través de mí—. Por
favor, no me hables de la mujer que va a tenerte, ¿de acuerdo? Ahórrame eso.
Deja caer la barbilla y niega, y una risa cae fácilmente de sus labios.
El sonido me ayuda a cambiar mis lágrimas por ira. —¿Crees que es gracioso?
La risa muere, y sus ojos son puro fuego cuando los trae de vuelta a los míos. —La
mujer más inteligente que conozco, y no puedes verlo.
—No sé lo que eso significa o lo que estás haciendo aquí…
—¿La mujer con la que me viste? Su nombre es Ellie. Es una prostituta. Y una muy
buena.
Levanto mi mano. —Ya he oído suficiente.
Agarra mi muñeca en el aire y presiona mi palma contra su corazón. Cubre mi mano
con la suya. —Ella ha sido mi mejor amiga durante años. Ella es como una socio de
negocios. Ella me acompaña a cenas y fiestas corporativas.
Me trago los nervios y pongo voz a la pregunta en mi cabeza. —¿Así que ustedes
dos no han dormido juntos?
Presiona más fuerte mi mano. —Sí. Lo hicimos.
Trato de apartar mi mano, pero él no la suelta.
—Siente mi corazón latir, Ness. Es estable, ¿verdad? Calmado. No te estoy
mintiendo.
—No estoy tan segura de querer la verdad. —Chupo mi labio tembloroso en mi
boca.
—La vas a tener de todos modos. Ellie y yo no hemos dormido juntos en algunos
meses. No he tenido una relación sentimental desde hace mucho tiempo. Y cada vez que
estuvimos en el pasado, pagué por ello. No hay sentimientos entre nosotros fuera del
respeto y la amistad, y esa es la verdad.
—Te vi, Hayes. La forma en que se miraban el uno al otro. Amorosamente apartaste
el cabello de su frente y tomaste su mano debajo de la mesa…
—Empujé el cabello fuera de su ojo. Y ella me apretó la mano por debajo de la mesa
para recordarme que le prestara atención al cliente porque mi cerebro estaba en las
nubes pensando en ti.
—Estás mintiendo.
—Concéntrate, Ness. —Él se acerca. Torres sobre mí—. Mi corazón. Siéntelo. Cierra
los ojos y siéntelo.
Cierro los ojos y una lágrima cae por el rabillo del ojo.
—Lo que viste fue a dos personas en una relación profesional que se supone debe
parecer romántica. Llevamos trabajando juntos el tiempo suficiente para venderla, Ness.
Nunca he amado a Ellie. Está con docenas de otros hombres, y nunca he estado celoso ni
me ha importado. —Él traga—. Estoy enamorado de ti. Siempre he estado enamorado de
ti.
Me concentro en los latidos de su corazón. El ritmo constante aumenta en
intensidad, pero no en ritmo.
—Debería haberte pedido a ti que vinieras a la cena conmigo. Pero estaba
planeado antes de que volvieras a aparecer en mi vida, y no pensé que te gustaría ir de
mi brazo a una reunión de negocios. Debería haberte hablado de Ellie. Ese es un error del
que me arrepentiré durante mucho tiempo.
Abro los ojos y me doy cuenta de que estamos más cerca que cuando empezamos, y
su mano se ha deslizado alrededor de mi espalda baja. Dijo que está enamorado de mí. No
que me amaba, sino que me ama a mí.
Él aún no lo sabe todo.
Me quito de su agarre y me limpio los ojos con la manga de mi suéter. —¿Cómo me
has encontrado aquí?
Él cierra sus manos debajo de sus bíceps. —Contraté a un investigador privado.
—¿Y condujiste todo el camino hasta aquí desde Nueva York porque no atendí tu
llamada?
—No, James condujo hasta aquí. Yo llegue volando.
—¿En esta tormenta? —Eso parece arriesgado.
Él mira más allá de mí y se mueve sobre sus pies. —No exactamente.
—¿Por qué viniste aquí?
Se dirige a su maletín y saca una carpeta. —Tengo noticias sobre nuestra
contraoferta. —Deja la carpeta y la abre.
—¿Viniste hasta aquí para mostrarme el contrato?
—Tú no. Contestas. Mis jodidas llamadas.
Espero que no pueda ver el rubor de vergüenza florecer en mis mejillas.
Él arroja unas cuantas páginas delante de mí.
Entrecierro los ojos en la penumbra para tratar de leer el documento.
—Ellos aceptaron nuestra oferta, Ness.
—Ellos aceptaron nuestra oferta —repito aturdida porque espero que decir las
palabras en voz alta puedan ayudar a mi cerebro a calcular lo que estoy escuchando.
Debería sentir algo. Emoción o… cualquier cosa que no sea un extraño desapego.
—Si todavía estás interesada en vender, todo lo que tiene que hacer es firmar. —
Cierra la carpeta, luego la desliza una pulgada más cerca de mí. —Piénsalo. Tenemos
treinta días para responder.
Recojo el contrato y lo presiono contra mi pecho como si lo usara como un escudo.
—¿Estás aquí por un asunto oficial, entonces? ¿Cómo mi abogado?
—¿Es eso lo que quieres, Ness? ¿Qué yo sea tu abogado?
Me aclaro la garganta. —Nada ha cambiado. Tu carrera, tu familia, todos están en
Nueva York y mi vida está aquí.
Él asiente solemnemente. —¿Y si las cosas hubieran cambiado?
Ya estoy sacudiendo la cabeza. —No puedo irme de Colorado. Me quedo aquí, cerca
de Haven. Eventualmente, tendrás que ir a casa, al trabajo y…
—No. —Se acerca. Quita la carpeta de mi pecho y la deja sobre el mostrador antes
de tomar mis manos entre las suyas—. ¿Qué pasaría si el trabajo ya no fuera un
problema y el hogar estuviera más cerca que Nueva York?
—¿Cerca…? ¿Cuánto más cerca?
Él encoge un gran hombro. —Tres millas y media.
Mis dedos se convulsionan en su agarre. Mi corazón golpea frenéticamente contra
miscostillas. —¿Trescientas cincuenta millas?
—Tres millas, nena. —Su mirada se oscurece—. Cuando Haven y tú regresaron a mi
vida, me dije a mí mismo que no había forma de que las dejaría ir de mí otra vez.
—Otra vez… —Mis pensamientos corren por todas partes para ponerme al día—.
Tu trabajo, tú...
—Renuncie.
—¡¿Tú renunciaste?!
—¿Vas a seguir repitiendo todo lo que digo?
—Espera. —Tropiezo hasta el lugar más cercano para sentarme. La tormenta sigue
rugiendo afuera, con relámpagos que atraviesan la casa y truenos que sacuden las
paredes, de forma similar a como las palabras de Hayes sacuden las mías—. ¿Dejaste tu
trabajo para mudarte aquí?
—Eso es lo que estoy diciendo —dice lentamente como si hacerlo me ayudara a
entender.
—¿Dejaste Industrias North y te mudaste a Manitou Springs, Colorado?
—Esto se está volviendo tedioso, Ness.
—Santa mierda. —Me doblo, respirando—. Santa jodida mierda. —Hayes. Mi
Hayes. Él está aquí. Para bien. Se mudó a este pequeño pueblo para estar más cerca de
Haven y de mí—. Oh, Dios mío —respiro. Lo miro, y su expresión es a la vez preocupada y
desconfiada—. La finca de Whitney.
Él gruñe.
—Tú la compraste.
—Mi agente de bienes raíces dijo que era el mejor lugar de la ciudad.
Arrugo la frente. —Pero, ese lugar se vendió hace semanas. —Donna me contó que
se vendió en nuestra primera cita para almorzar.
—Sí, bueno, habría estado aquí antes, pero había que trabajar para que el lugar
fuera habitable. ¿Sabías que no tenía ascensor? ¿Quién diablos quiere subir tres tramos
de escaleras para ir a la cama todas las noches?
—Oh, mierda —lloro mientras una ola de lágrimas frescas caen impotentes de mis
ojos. No hay forma de detenerlas. Caen sin vergüenza y completamente incontrolables.
Hayes me tira a sus brazos. —Por favor, dime que estas son lágrimas de felicidad.
—Su voz es suave y tierna. Cuando el llanto no disminuye, me levanta y me lleva a la sala
de estar.
Se sienta en el sofá y me acomoda en su regazo, besa mi cabello y mi frente y me
abraza. —Shh, está bien. Estoy aquí. Nunca más te daré una razón para huir de mí. Lo juro
por mi vida. Te amo. Estoy aquí ahora. Para siempre, si me aceptas.
—Tú... no tienes... un trabajo... —digo con la respiración entrecortada.
—No todavía. Estaba pensando que a Manitou Springs realmente le vendría bien
una pista de hockey.
—¿Renunciaste a todo, a tu hogar, al legado de tu familia, para estar aquí con
nosotras?
Me engancha la barbilla con dos dedos y lleva mi mirada a la suya.
—Dejé todo hace dieciocho años. Estoy aquí rogando por todo de vuelta. El legado
de mi familia eres tú y Haven. Nunca he querido nada en toda mi vida. Desde que tengo
memoria, si alguna vez deseé algo, estaba ahí para tomarlo. Pero por primera vez en mi
vida, aquí y ahora, siento que tengo mucho más de lo que merezco.
—¿Quieres decir qué? ¿Estás realmente aquí? ¿Conmigo?
Él se ríe. —Déjame ser claro… quiero casarme contigo, Ness. Quiero prepararte el té
de la mañana y sacar la basura. Quiero pelear contigo por lo que cenaremos y besarte
cuando estés enojada. Quiero sentarme en un porche contigo y... y —sus cejas se juntan—,
no lo sé, hacer lo que hace la gente en los porches.
Me río un poco y él me abraza con más fuerza.
—Quiero escuchar mucho más de esta risa. Sobre todo, solo quiero una vida
contigo. ¿Y si algo de eso no suena bien? ¿Si sólo quieres ser mi amiga? Todavía estoy
aquí, en esta ciudad, contigo.
—Mirar las puestas de sol y los ciervos pastando y las flores florecen y las tormentas
rodando. Beber vino y cenar y jugar o no hablar en absoluto. Escuchar música o planear
el futuro o mirar el manto de estrellas en el cielo.
—¿Qué?
—Eso es lo que haríamos. Y quiero eso. Todo ello, contigo.
Treinta y cuatro

Sostengo a Vanessa en mi regazo hasta que mis piernas se entumecen y la tormenta


se convierte en una lluvia suave. Todavía no hay electricidad en su casa, pero la luz de las
velas crea la atmósfera perfecta y me pregunto si la electricidad está sobre valorada.
Estaba nervioso de que me rechazara. Que me dijera que el dolor que le he causado
es demasiado para perdonarlo. Pero no estaba bromeando cuando le dije que me quedaría
aquí de todos modos. Lo que no le dije es que, si rechazaba un futuro conmigo, no iba a
dejar de intentarlo.
Solo he estado en Manitou Springs por un día, pero hace una semana llevé a un
puñado de empleados de Nueva York para que me ayudaran a instalar la nueva casa, o
mejor dicho... muy antigua casa.
Los propietarios originales, la familia Whitney, emigraron de Inglaterra después de
la Guerra Civil y se involucraron en el desarrollo ferroviario. Se establecieron en el
pequeño pueblo y construyeron una casa de estilo provincial francés de varios niveles.
Construida con piedra y ladrillo, la casa tiene tres pisos con techos inclinados y más
chimeneas que baños. Es más, de lo que necesito, con ocho dormitorios y nueve baños,
pero el jardín es perfecto. Rodeado por una puerta de hierro ornamentada, parece
sacado de una de las revistas que Alexander odia leer.
Hice que un diseñador amueblara el lugar, mi personal lo abasteció y un equipo
arregló el paisaje. Realmente no hice instalar un ascensor, aunque lo consideré. Nunca he
tenido una casa en la planta baja, y nunca he tenido un patio. No lo admitiré en voz alta,
pero en realidad estoy emocionado de aprender a cortar el césped y recortar mierda.
Mientras mi mente imagina una vida en la casa con Vanessa, mis ojos recorren su
diminuta sala de estar. El espacio es solo una fracción más grande que mi armario en
Nueva York. Aunque es pequeña y un poco estrecha, la mesa de centro seccional y las
cortinas de encaje emiten un ambiente cómodo. Desde las fotos enmarcadas en un
estante hasta el cuenco lleno de piñas, que sin duda se recolectaron localmente, no se
compraron en una tienda de decoración cara, todo en el espacio tiene un toque
personal.
¿Y si Vanessa no quiere salir de su casa? ¿Y si ella quiere quedarse aquí? Dejo que
las preguntas se asienten en mi pecho y espero a que entre el pánico. Lo que aparece en
cambio es una paz profunda. No me importa si vivimos en un agujero mientras la tenga.
—¿Hayes? —Su voz es tranquila, áspera por el llanto y exhausta.
—¿Mmm?
—¿Nosotros podemos ir a la cama?
Descanso mi mejilla contra su cabeza y sonrío en la oscuridad. Ella dijo nosotros. —
Por supuesto. —Me paro fácilmente con ella en mis brazos—. ¿A dónde?
Toma una vela encendida y me dirige por el corto pasillo, y entrecierro los ojos
hacia todas las fotos enmarcadas que se alinean en las paredes. Es difícil distinguir cada
detalle en la oscuridad, pero puedo ver que todas son fotos de Haven a lo largo de los
años.
Gracioso, mis padres nunca colgaron una sola foto nuestra en las paredes. Ni
siquiera una instantánea en el refrigerador. Mi mamá siempre dijo que parecía de mal
gusto. Pero no hay nada desagradable en mostrar fotos de tu hijo. Hago una nota mental
para echar otro vistazo cuando haya luz.
Por lo que puedo ver, la habitación de Vanessa es como el resto de su casa,
pequeña, cómoda y llena de toques personales. La dejó en la cama. Ella deja la vela en su
mesa auxiliar, luego alcanza la cintura de mis jeans.
Pongo una mano sobre sus dedos, que están trabajando en el botón superior. —
Ness, esto no tiene que ser sobre sexo. Dormir contigo en mis brazos es más de lo que
esperaba al venir aquí esta noche.
La luz de las velas se refleja en sus ojos verdes, e incluso enrojecidos e hinchados por
el llanto, nunca se ha visto tan hermosa como cuando me mira. —Yo quiero. Te he
extrañado mucho. —Vuelve a desabrochar los botones de mis jeans.
Me quito el suéter y me estiro para liberarla del suyo. Su sostén se une a su top
justo cuando empuja mis jeans por mis muslos. El bulto cautivo detrás de mis calzoncillos
es vergonzosamente obvio, ya que se alza con orgullo entre nosotros. Mi sangre late con
fuerza y mi estómago se revuelve con anticipación cuando ella agarra mis caderas y tira
de mí para pararme entre sus muslos abiertos. Mientras mis ojos están sobre ella, su
mirada está fija al frente. Ella se lame los labios y yo gimo ante la provocación brutal.
—No tienes que... —Me muerdo el labio inferior mientras me agarra con un puño
apretado.
Me acerco a ella, mi mano deslizándose en su cabello en la parte posterior de su
cabeza, acercándola más.
Ella se desliza hacia adelante, sus rodillas se abren más, sus tetas casi rozan mis
muslos, y quiero llorar por la belleza de eso. La primera lamida de su lengua envía una
lanza de placer por mi columna. Siento su sonrisa contra mi piel hipersensible antes
de que me lleve completamente a su boca.
Mi mandíbula se abre en un rugido silencioso cuando me lleva a la parte posterior
de su garganta. —Espera, espera, espera, espera, espera... —Salgo de su boca y casi me
caigo de culo—. Estoy demasiado cerca. No puedo. Déjame... espera. —¡Vamos, Hayes!
Consíguelo. Estoy actuando como un hombre que nunca ha sido tocado antes. Este
tiempo con Vanessa se siente como el primero. Se siente importante. Como el principio
de siempre. Y por eso, no puedo terminar en su boca en dos minutos.
Recuperando la compostura, pongo una rodilla en la cama entre sus piernas y
presiono su espalda contra el colchón. La beso profundamente y me pruebo en su lengua.
Deslizo mi mano fácilmente en la cinturilla de sus pantalones de chándal, y ella gime mi
nombre contra mis labios.
El sonido se dispara directamente entre mis piernas.
—No voy a durar —digo, sintiendo cómo se acumula mi liberación.
Ella se balancea contra mi mano, caliente, goteando y codiciosa. —Yo tampoco.
Tomo su pezón en mi boca. Muevo la punta hasta que se convierta en guijarros,
luego cambie al otro.
Ella agarra mi erección y me guía entre sus piernas.
—No tengo protección. —La liberación no será exactamente lo que quiero, pero
cada orgasmo con ella es increíble.
—No me importa. —Se retuerce debajo de mí, arquea la espalda y suplica sin
palabras.
Descanso mi frente en su hombro y casi me desmayo cuando ella me empuña el
pene. —No creo que tenga la fuerza para retirarme.
—Bien —gime y gira sus caderas, presionándose contra mis dedos—. Por favor.
Cierro los ojos y busco una razón, pero todo pensamiento racional ha abandonado
el edificio.
Retrocediendo, tiro bruscamente de sus pantalones y los dejo caer, luego empujo
mis jeans más abajo. Sin un segundo que perder me deshago de mis botas, caigo encima
de ella con fuerza. Me apoyo en un brazo y luego me lanzo hacia adelante con el poder de
un hombre obsesionado.
Ella jadea en mi boca mientras la lleno por completo. Me digo a mí mismo que
disminuya la velocidad. Intento controlar mi ritmo. Pero la ira por su partida, el miedo de
que nunca la volvería a ver y el alivio de que todavía me quiere crea una necesidad
imperiosa de castigar, complacer y dejar una mancha permanente en su alma.
La penetro sin piedad sobre el colchón. Sus uñas se clavan en mi espalda, y siseo al
sentir como marca. Ella muerde mi labio. Chupo la tierna piel de su hombro, dejando una
marca morada detrás. Mi ritmo furioso nunca se detiene. Y ella me encuentra con cada
embestida.
Su fuerte agarre me hace ver estrellas, y en el primer aleteo de sus músculos a mi
alrededor, retrocedo para mirarla.
Nuestras miradas se encuentran, apoyo mi peso en ambas palmas y luego exploto.
El rayo de placer se dispara por mi espina dorsal, y en el momento en que lo siente, grita
mi nombre y cae por el borde conmigo.
El éxtasis palpitante me quita el aliento y la cabeza me da vueltas. No nos quitamos
los ojos de encima mientras el latido de nuestra conexión se hace más lento. Me muevo
suavemente dentro y fuera de ella y la veo flotar lentamente de regreso a la tierra.
Me planto profundamente dentro de ella y me congelo. —Te amo.
Su sonrisa perezosa y sus párpados pesados hacen que mi pecho se hinche de
orgullo. —Te amo.
Esas dos palabras absorben toda la fuerza de mi cuerpo más que el alucinante
orgasmo, y caigo contra ella. Envolviendo mis brazos debajo de sus hombros y
completamente alrededor de ella, la aplasto con mi peso.
A ella no parece importarle y me abraza de vuelta.
—No puedo creer que tenga esta segunda oportunidad. —No pretendo decir las
palabras en voz alta, pero cuando me aprieta con más fuerza, me alegro de haberlo
hecho—. No voy a joder esto de nuevo.
—Para ser justos —gruñe como si mi peso fuera demasiado.
Salgo de ella y ambos jadeamos ante la ruptura de nuestra conexión íntima. Apoyo
mi cabeza en mi codo y tiernamente empujo el cabello lejos de sus ojos. —¿Qué estabas
diciendo?
—Para ser justos, la última cagada fue culpa mía.
—Debería haberte hablado de Ellie. —Me inclino y presiono un beso en sus labios.
No pretendo demorarme, pero la tentación de su boca es demasiado y me sumerjo en el
beso—. Creo que tenemos que trabajar en nuestra comunicación, —digo dentro de
nuestro beso.
Ella sonríe y me besa de nuevo. —Yo empezare.
Retrocedo un poco, preguntándome qué quiere decir.
Se muerde el labio, luego se encoge de hombros. Ella suelta un suspiro. Cierra los
ojos. —Estoy embarazada.
—¿En serio? —No, eso es imposible. ¿Qué... está diciendo ella?
Un resoplido muy poco femenino es seguido por una carcajada que sacude toda la
cama. —Lo siento. Es solo que te ves realmente asustado en este momento.
—¿Eso es gracioso para ti?
—Un poco, —dice ella, su risa muriendo en un suspiro—. Sí.
Me inclino sobre ella, nuestros pechos se tocan, y aunque la sensación de los pechos
desnudos de Vanessa contra mi piel por lo general me haría desear entrar en su cuerpo,
no puedo concentrarme en otra cosa que no sea esa palabra. Embarazada.
Miro su cuerpo hasta la suave piel debajo de su ombligo e imagino una pequeña
vida creciendo dentro de ella. —¿Te lastimé? Fui demasiado rudo…
Su cálida palma presiona mi mejilla, y trae mis ojos a los suyos. —No, Hayes.
Estuviste perfecto.
—¿Cómo pasó esto? Siempre usamos protección.
Ella levanta una ceja. —No todo el tiempo.
—Me salí... —Mis palabras se disuelven cuando pienso en cada charla de educación
sexual que he tenido.
—¿Quieres esto, Hayes? —El tono serio de su voz coincide con su expresión—. No
te exigiré nada de lo que discutimos antes si tú...
Cubro su boca con la mía y la beso hasta la mierda.
Ella empieza a reírse. —¡Bien, bien!
—¿Eso responde tu pregunta? —Joder, no puedo dejar de sonreír—. Vamos a
tener otro bebé.
—Sí, —dice ella, y una lágrima rueda de su ojo—. Aquí vamos de nuevo con el
llanto.
La deslizo con la punta de mi dedo y lo llevo a mis labios.
Su mirada se enciende.
—Estoy aquí. Quiero experimentar cada segundo de esto contigo. —Beso una
segunda lágrima—. Estoy aquí contigo, Vanessa. Por nuestra hija y… —Dudo porque no
sé nada sobre mujeres embarazadas o bebés. En cambio, coloco mi mano sobre su bajo
vientre.
Ella coloca mi mano donde crece nuestro bebé.
—Yo… —mi voz se quiebra, y mis ojos arden. Santa mierda, ¿voy a llorar? Me aclaro
la garganta, parpadeo con fuerza y trato de calmarme—. Voy a amar la mierda de
ustedes tres.
Ella se ríe y suspira. —Eso es todo lo que necesitaba escuchar.
Treinta y cinco

—¿Vanessa? —Digo contra la puerta cerrada del baño que ha estado ella detrás
durante diez minutos—. ¿Todo bien? ¿Haven debería estar aquí en cualquier momento?
—Estoy bien, —dice, y las dos palabras resuenan como si las hubiera dicho en una
cueva, o mejor dicho, en la taza del inodoro.
He hablado con Haven todos los días desde que Vanessa y yo decidimos intentarlo.
Le expliqué lo de Ellie y le dije a Haven que soy residente oficial de Colorado. La invitamos
a su casa el fin de semana para mostrarle mi casa y contarle sobre el bebé.
Ness y yo estábamos en la cocina, y estaba ayudando a preparar la cena cuando ella
sacó la carne molida para las albóndigas y fue corriendo al baño con la mano sobre la
boca.
En el libro que estoy leyendo sobre el embarazo, dice que es común que las mujeres
experimenten aversión a la comida durante el primer trimestre. Quería golpear la carne y
prenderle fuego por enfermar a Vanessa. Que es algo en lo que me he dado cuenta de que
necesito trabajar. Al igual que está mal visto acusar a una mesera de intentar asesinar a
mi bebé porque le trajo a Vanessa un sandwich atún derretido en lugar del sándwich de
ensalada de pollo que ordenó.
Pelear con Vanessa se ha vuelto mucho más apasionante. Las hormonas del
embarazo la vuelven un poco loca. Y caliente como la mierda. Todo eso, combinado con
mi sobreprotección, termina con orgasmos estremecedores, de los que ninguno de los
dos nos quejamos.
La puerta del baño se abre y Vanessa sale, luciendo un poco pálida.
—Si te hace sentir mejor, —le digo y la atraigo contra mi pecho—, patearé el
trasero de esa carne por hacerte esto.
Ella se ríe, luego eructa. —Oh, Dios, no digas la palabra con c.
Beso la parte superior de su cabeza. —Tal vez deberías acostarte.
—Estoy bien. Sin embargo, creo que te dejaré terminar la cena. —Ella debe sentir
mi vacilación porque me mira con las cejas levantadas—. Te enviaré una receta por
mensaje de texto. Estarás bien.
—¿Me enviarás una receta por mensaje de texto?
—No voy a regresar allí. —Sus mejillas se hinchan—. El olor…
—No hables de eso. —Mantengo una mano alrededor de su cintura y la acompaño
a la sala de estar.
Todavía no ha decidido si quiere dejar su casa por lo que llama “la mansión”. Ella
crio a Haven en esta casa, y está llena de recuerdos, lo cual entiendo. Tengo planes de
convertir la mansión en una cama y desayuno si ella no quiere vivir allí, pero aún no he
apretado el gatillo mientras espero que se decida.
—¿Hola? —La voz de Haven llama desde el frente de la casa.
Vanessa y yo nos miramos a los ojos y sonreímos. Como dos padres emocionados
de saber que su hija está en casa.

Hayes sale de mi camino y salgo corriendo hacia la puerta. Haven está dejando una
bolsa de lona mientras camino rápidamente hacia ella, mis brazos desesperados por
rodearla.
—¡Estás en casa! —La rodeo con los brazos y la abrazo con tanta fuerza que finge
asfixia—. Te extrañé. —Me alejo, y los ojos de Haven están en Hayes.
La suelto, y ella salta a sus brazos.
Esta es la primera vez que lo ve desde que salimos de Nueva York. Hayes la sostiene
con los pies fuera del suelo, y mi corazón se derrite cuando noto que sus ojos están
cerrados.
—Papá, —dice Haven en voz baja.
—Sí, bebé, —susurra.
—Oh, Dios. —Me abanico la cara cuando una nueva ola de emoción me golpea, y las
lágrimas siguen rápidamente.
Los ojos de Hayes se abren y brillan con preocupación segundos antes de que se
relaje y sonría. Cualesquiera que sean las hormonas del embarazo con las que estoy
lidiando, él está lidiando igualmente con las hormonas neandertales. Este embarazo lo ha
convertido en un bruto reaccionario.
Libera a Haven y ella se gira hacia mí. —Esto es una locura… ¿mamá? ¿Estás
llorando?
—Sí. —Me golpeo la mejilla.
La sonrisa de Hayes es cálida y blanda mientras me ve desmoronarme. Si Haven no
estuviera aquí, lo arrastraría hasta el sofá y haría lo que quisiera con él. Este lado tierno
de él es uno que no había visto antes, y lo amo aún más por eso.
—¿Que hay para cenar? —Ella entra en la cocina—. Hace mucho que no como una
comida casera y me muero de hambre.
Hayes viene a mi lado y toma mi mano. —¿Estás bien? —dice, lo suficientemente
bajo para que solo yo lo escuche.
—Estas son lágrimas de felicidad. —Me apoyo en su bíceps y él sostiene mi mejilla
con su mano libre y me besa en la frente.
—Amo jodidamente a nuestra hija, Ness.
Le sonrío. —Sí, ella es bastante buena.
—Me has hecho el hombre más feliz del mundo. ¿Lo sabes bien?
Me encojo de hombros. —Todo en un día de trabajo.
—¿Qué se supone que es esto? —Haven sostiene un plato de carne cruda, que
parece disparar el olor hasta mis fosas nasales como si fuera lanzada por una pistola de
aire comprimido.
El ataque conjunto de náuseas y ácido estomacal hace que me cubra la boca. —Oh,
mi… —Salgo corriendo hacia el baño y afortunadamente llego a tiempo.

Finalmente respiro cuando escucho cerrarse la puerta del baño. Haven está de pie
en la entrada del pasillo con la preocupación grabada en su frente.
—Ella está bien. —Me acerco a la isla de la cocina, donde están dispuestos todos
los ingredientes para las albóndigas frente a mí—. Pero yo no. ¿Sabes cómo hacer
albóndigas?
Haven se une a mí, pero la tensión en su cuerpo cada vez que gira hacia el pasillo
me dice que no está convencida de que su madre esté bien. —¿Está ella enferma?
—No. —Me rasco la mandíbula, preguntándome si debería tirar toda esta mierda
en eltazón.
—Es tan raro verte aquí. —Haven se sienta frente a mí en la isla. Ella inclina la
cabeza—. ¿Este lugar se encogió? Porque parece mucho más pequeño contigo dentro.
—Es pequeño. Tengo moretones en las piernas para probarlo.
Ella se ríe y luego señala un huevo y me indica que lo rompa en la carne. —No
puedo esperar para ver tu casa. Siempre me he preguntado cómo es el interior.
—¿Oh sí? Tu mamá no está segura de querer vivir allí.
Sus ojos se abren. —¿Está loca? —Mide el pan rallado en una taza y me lo da—. Ese
lugar es una locura.
¿Es normal sentir una oleada de orgullo cuando tu hija adolescente aprueba tu
gusto en algo?
—¿Ustedes se van a casar?
Echo el pan rallado. —Creo que deberíamos esperar a que tu mamá...
—Eso es un sí. —Me da queso parmesano con una sonrisa maliciosa.
—Hola, ya regresé, —dice Vanessa, alejándose de la cocina para ir a la sala de estar.
—¿Estás enferma? —pregunta Haven, y observo a Vanessa para ver su reacción.
Sus ojos se abren. —Eh...
—Aquí, sé lo que ayudará. —Haven se dirige a los armarios y saca una copa de vino,
luego busca una botella de vino. Ella no encontrará ninguna. Descargué hasta la última
gota de alcohol en la casa y juré dejarlo yo mismo. Hasta que Vanessa pueda volver a
beber con seguridad, mi cuerpo es una zona libre de alcohol.
Vanessa y yo compartimos una sonrisa privada.
—¿Dónde está el vino?
Me aclaro la garganta y empiezo a picar una cebolla.
—No hay vino, cariño.
Haven mira con cautela entre nosotros y deja la copa. —Sin vino. —Observo cómo
sus ojos se abren lentamente y su mandíbula se abre. Entonces, todo su rostro se
ilumina—. ¡Estas embarazada! —El chillido que sale de su cuerpo podría romper las
barreras del sonido.
Ella corre hacia el sofá y se sumerge en los brazos de su mamá.
—Oh, um... ten cuidado.
—¡Voy a ser una hermana! —Haven y Vanessa vuelven a caer en el sofá, riéndose. Y
joder… mi pecho.
La insoportable opresión dificulta mi respiración.
—Espero que sea una niña, —dice Haven entre risas—. ¡No, un niño! Espera… no,
¡una niña! Uf, no me importa. ¡Voy a ser una hermana!
Vanessa está llorando. Otra vez.
Haven está aplaudiendo.
Y yo, bueno… me froto las mejillas.
Estas jodidas cebollas.
epílogo

—¡Ay, joder, dulce11!


Me tapo la boca para no reírme cuando Hayes se dobla y se agarra la rodilla que
acaba de golpearse en nuestro cambiador italiano hecho a medida.
Cuando falta un mes para la fecha de parto de nuestro bebé, esta casa de 140 metros
cuadrados se ha convertido a una de casi 46 metros cuadrados de espacio para
caminar.
Decir que Hayes se ha vuelto loco comprando artículos para bebés es quedarse
corto. Ha convertido nuestra casa en un Babies R Us para multimillonarios. Desde el
babero de Gucci, la bolsa de pañales de Prada y los botines de Burberry hasta un tafetán
de bebé de ocho mil dólares y un moisés de tres mil dólares. Ah, y no puedo olvidarme del
chupón de Armani. Luego, está la cuna importada hecha a mano, la silla alta de lujo y las
mecedoras para bebés de la era espacial, una para cada habitación.
—Sabes, no tienes que cuidar tu idioma todavía. —Froto mi vientre muy
embarazado sobre mi overol.
La expresión de dolor de Hayes se aclara y sus ojos se suavizan. —Ella puede oírme.
—Ella no sabe lo que significa joder.
Sus ojos se abren. —Su primera palabra será la palabra j ahora.
Me río y me abro paso a través de cajas de pañales orgánicos, hipoalergénicos y
sustentables. Ni siquiera quiero saber cuánto cuestan. —Te preocupas demasiado. —Lo
estrecho entre mis brazos para darle un abrazo.
Me rodea con un brazo y lleva el otro a mi vientre. —No hay tal cosa cuando se
trata de mis chicas, —gruñe contra mi cuello. El tejido suave de su camisa de franela y el
calor de su cuerpo me dan ganas de meterme dentro de él y tomar una siesta. Hayes en
un traje de poder era una vista que haría que cualquier hombre o mujer se derritiera,
pero él con franela a cuadros, jeans y botas con cordones es un disparo inmediato al
libido.
—Sabes, he estado pensando, —le digo mientras besa una línea desde mi cuello
hasta mi oreja.
—¿Sí? —susurra acaloradamente.
El embarazo ha amplificado nuestra vida sexual a niveles que no creía posibles.

11
En el texto original usa fudge, para evitar decir fuck.
No pasa un día sin que tengamos hambre el uno del otro, y tratamos de satisfacer
esa hambre con la mayor frecuencia posible.
—Deberíamos mudarnos a la mansión.
Sus labios se congelan contra mi garganta y levanta la cabeza para mirarme a los
ojos. —Hablas en serio.
Sonrío, un poco avergonzada por lo mucho que he estado insistiendo en que nos
quedemos en esta casa. Nunca insiste en el tema y afirma que no importa dónde vivamos.
—Durante los últimos dos meses, he sentido que hemos superado este lugar. Y aunque
amo y aprecio todos los recuerdos de criar a Haven aquí, estoy lista para seguir adelante y
crear nuevos recuerdos. —Lo sorprendo sonriendo antes de que sus labios estén sobre
los míos y me esté besando sin aliento.
Me levanta como si no pesara nada y me carga como si fuera de cristal.
Recostándome suavemente en el sofá, me cubre con su cuerpo mientras mantiene su peso
fuera de mi vientre. —Imagínate la Navidad allí. Podríamos tener a mis hermanos y sus
familias para que se queden. Haven estará allí. —Su mirada recorre mi cuerpo y luego
regresa a mis ojos—. Y Aviana.
Quería que Hayes le diera el nombre a nuestra hija como yo nombre a Haven. Le
encantó la idea de unir dos nombres, por lo que combinó los dos nombres de las
personas que más ama en el mundo y al mismo tiempo le dio a ella algo que sería
exclusivamente suyo.
Haven y Vanessa.
Aviana.
Me besa de nuevo, más profundo, más fuerte hasta que estoy desesperada y agarro
su cremallera.
La risita oscura y arenosa que sale de su garganta añade urgencia a mi deseo. —Te
voy a extrañar así de codiciosa después de que nazca Aviana. —Me permite liberarlo de
sus jeans, y cuando lo agarro con un puño apretado, deja caer su frente sobre mi hombro
con un siseo.
—Entonces será mejor que te sacies mientras puedas.
Abre las hebillas de mi overol, tira el babero, y tira de mi camiseta térmica para
exponer mis pechos desnudos. El cambio por el que ha pasado mi cuerpo con cada etapa
del embarazo parece excitarlo. Manos, lengua, dientes y labios, adora mi cuerpo en
crecimiento y cambiante como si fuera un altar.
Me desnuda y yo rasgo su ropa hasta que ambos estamos desnudos. Se acuesta
boca arriba y me tira encima de él, mis muslos se abren alrededor de sus caderas. —Eres
tan jodidamente sexy. —Grandes palmas se deslizan por mi vientre para rodar y tirar de
mis pezones.
Arqueo la espalda, la sensibilidad dispara flechas de placer a mi centro. —Te amo.
—Lo sé.
Lo miró fijamente.
Se muerde el labio para evitar que vea su sonrisa y falla. Luego, flexiona las caderas
con un suave movimiento.
—¿Lo sabes?
Se encoge de hombros. —Sí.
Aparto su mano de mi pecho. —¿Estás tratando de pelear conmigo?
Sus manos están en mis caderas ahora, y se mueve de tal manera que tengo que
obligarme a no gemir de placer. —Yo no busco pelear, Ness. Tú lo haces.
—¡Yo no!
—Estás eligiendo una ahora mismo.
—Tú empezaste... ¡oh, Dios mío! —Mis palmas golpean contra sus pectorales, y
gimo cuando me penetra con fuerza.
—¿Qué decías? —dice, con su voz cargada de lujuria, pero teñida de humor.
Mi cabeza cae hacia adelante, y tomo un respiro ante la sensación de estar
completamente llena. Lo siento tan profundamente, tan completamente, y quiero más.
Mucho más. Empiezo a moverme.
—Sí, eso es todo, —susurra—. Dios, mírate. Tan jodidamente hermosa.
Pasé toda mi vida pensando que no era suficiente. Que no era digna de amor a
menos que encajara en el molde que tenía delante. Hayes tenía razón cuando me acusó
de huir. Corrí para evitar lastimarme. El dolor era menor si me iba primero. Por eso evité
acercarme a su familia en Nueva York, y por eso evité acercarme a él. Dejarme enamorar
de él nuevamente solo podría haber terminado en un corazón roto.
Pero ese es el riesgo en la vida. Para experimentar toda nuestra humanidad,
tenemos que estar dispuestos a salir heridos.
Así que salté. Dos pies, de todo corazón, salté a la posibilidad.
Y Hayes estaba allí para atraparme.

—¿Quieres sostenerla? —Sostengo el pequeño bulto de una niña envuelta.


Aviana nació hoy hace tres semanas. Me tomó tanto tiempo sentirme cómodo
con la idea de que alguien la tocara, pero ahora toda mi familia ha volado para
quedarse con nosotros un fin de semana y conocer a nuestra nueva hija. Todos estamos
reunidos a su alrededor en la espaciosa sala de estar llena de mesas de madera
recuperada, sofás mullidos y alfombras gruesas.
Mi hermano Alex tiene los brazos cruzados con tanta fuerza sobre el pecho que no
hay manera de que esas cosas estén recibiendo flujo de sangre. —No quiero tocarla.
—Esto va a causar algunos problemas cuando llegue nuestro bebé, —dice Jordan,
mirando a su esposo. Está embarazada de dos meses y Alex está teniendo dificultades para
adaptarse a la idea de tener a un ser humano tan frágil bajo su cuidado.
—Parece frágil, —gruñe Alex.
—Dame a esa pequeña diva. —Kingston extiende sus manos—. Creo que es hora de
que aprenda la diferencia entre alta costura y prêt à porter.
Con una mirada que dice que será mejor que sea jodidamente cuidadoso, dejo a mi
pequeña hija en sus brazos.
—Se parece a Vanessa, —señala Hudson, sonriendo tontamente a la carita rosada
de Aviana, ya que es la única parte expuesta de ella bajo las mantas bien envueltas.
Kingston inclina la cabeza. —Creo que se parece a mí.
Gabby se acurruca contra su brazo y mira al bebé. —Quiero uno.
Los ojos de mi hermano menor se lanzan hacia su prometida. —¿Ahora?
Ella se encoge de hombros. —Sí, ¿por qué no?
Kingston me devuelve a Aviana y agarra la mano de Gabby.
Ella se aleja riendo. —Ahora mismo no.
—Dijiste 'por qué no'. No puedo pensar en una razón para no empezar. —Él la
levanta en sus brazos y la lleva a la escalera principal que conduce a la habitación en la
que se hospedan. La cual, afortunadamente, está en el lado más alejado de la casa.
Haven salta fuera del camino de mi ansioso hermano mientras baja los escalones.
—Mamá está dormida.
—Bien. —Vanessa ha estado amamantando a la bebé a todas horas en la noche. La
pediatra dijo que es porque Aviana está teniendo un crecimiento acelerado. Tengo a la
mujer en marcación rápida y le ofrecí una cantidad obscena de dinero para tenerla a la
mano. Supongo que los profesionales médicos no hacen eso.
Haven sostiene dos biberones de leche materna. —Se saco leche, así que espero
que pueda dormir durante la próxima alimentación de Avi. Hola, hermanita, —dice
mientras viene a mi lado.
Yo tomo las botellas de leche y ella toma al bebé.
Ver a Haven con su hermana pequeña es una tortura en el mejor de los sentidos.
Todavía tengo que verlas juntas sin sentir el calor de la emoción picando en mis ojos.
Siempre pensé que el mayor honor y elogio que un hombre podía recibir era el
éxito profesional. Después de todo, el mundo respeta el dinero y el poder por encima de
todo.
Hace poco me enteré de que eso es una puta mentira.
Porque he conquistado el mundo de los negocios. Tengo suficiente dinero para vivir
cómodamente durante cuatro vidas. Y nada de eso se acerca al orgullo que siento cuando
veo a mis hijas juntas o cuando veo a la mujer que más amo en el mundo acurrucada en la
cama con nuestras dos hijas en brazos.
El verdadero legado no es la marca que dejas en este mundo.
El verdadero legado es la marca que dejas en el corazón de los que amas.
—¿Estás… llorando? —Los ojos de Alex son tan grandes como nunca los había visto.
—¿Qué? —Me limpio los ojos—. No.
—Está totalmente llorando, —dice Hudson mientras mira entre mis hijas y yo.
—¡No lo hago!
Haven niega. —Lo hace todo el tiempo.
Mi boca se abre para defenderme, pero la verdad es que ella no está mintiendo. Así
que la cierro de golpe.
—No sabía que los demonios tenían lágrimas, —dice Jordan.
Lillian tose, pero no extraño la risa que cubre.
—Está bien, de acuerdo, entonces lloro. —Lágrimas de felicidad. Sólo lágrimas de
felicidad.
—No puedo creerlo, —dice Lillian, apoyándose en Hudson—. Él tiene corazón
después de todo.
—Lo tengo. —Observo a Haven dar suaves besos en la cabeza de Aviana, y mi pecho
se contrae ante la vista—. Pero pertenecía a Vanessa, y finalmente me lo devolvió.
La habitación queda en silencio y nadie se mueve excepto Haven, que está
meciendo lentamente a su hermana pequeña.
Hudson parpadea. —Esto es demasiado raro, —murmura.
—¿Qué es raro?
Me giro hacia el sonido de la voz de Vanessa cuando entra en la habitación. Los
músculos de mis piernas se contraen para ir a ayudarla de alguna manera, pero los obligo
a quedarse quietos porque ella odia cuando estoy flotando. Oh, eso es algo en lo que he
aprendido que soy genial. Flotando sobreprotectoramente.
—Todo el mundo le está haciendo pasar un mal rato a papá por su llanto, —
responde Haven, y mis ojos se llenan de lágrimas de nuevo al escucharla llamarme papá.
Los labios perfectos en forma de arco de Vanessa se inclinan hacia arriba en las
esquinas mientras se acomoda contra mí. Dedos delicados deslizan el espacio debajo de
mi ojo. —Es adorable. —Se pone de puntillas y bajo la cabeza para alcanzar sus labios.
Podría besarla durante horas. Por el resto de nuestras vidas.
—Suficiente, ustedes dos. —Hay una sonrisa en la voz de Haven—. Jesús.
Me alejo de la boca de Vanessa y coloco un mechón de su cabello oscuro detrás de
su oreja. —Esperaba que pudieras dormir más.
—No con gente de aquí. No quiero perderme nada. —Mira alrededor de la sala de
estar, que está decorada con muebles de colores neutros que invita a una persona a
ponerse cómoda y quedarse un rato—. ¿Dónde están Kingston y Gabby?
—No quieres saber. —Le doy un beso más antes de que ella, Lillian, Jordan, Haven y
la bebé desaparezcan en la sala de lectura para sentarse junto al fuego.
—Nunca pensé en ti como un hombre de familia, —dice mi gemelo y aparta la
mirada de la habitación a la que entraron las mujeres—. Pero estás aquí. Matándolo.
—Ellas lo hacen fácil. —Me encojo de hombros—. Todo lo que tengo que hacer es
amarlas.
Alexander gruñe. —¿Ustedes se van a casar?
—Eventualmente, pero no tengo prisa. Sé a dónde pertenezco y es aquí, con ellas. Si
y cuando Vanessa quiera legalizarlo, lo haremos. No voy a ninguna parte.
Kingston vuelve a entrar tranquilamente en la habitación, con la camisa abierta.
—Eso fue rápido, —dice Hudson con una sonrisa.
Las cejas de nuestro hermano pequeño se levantan. —Sí, bueno, ¿han visto a mi
mujer?
Todos asentimos con la cabeza, dándonos cuenta de una verdad muy real. Todos
estamos vendidos, atados, azotados y entregados a las mujeres en nuestras vidas. Las que
no vimos venir. Las que se abalanzaron y robaron nuestros corazones.
Las mujeres que nos demostraron que la vida vale muy poco sin el amor de una
gran mujer.
Agradecimientos
Lanzando todos los agradecimientos a Natalie Piper. Una vez más, me salvó con su
memoria de elefante y su atención precisa a los detalles. No podría hacer esto sin ella.
Muchas gracias a la extraordinaria correctora, Rose Holub de Read by
RoseProofreading . ¡Ella es la receptora de todas las cosas perdidas!
Gracias a Joy por seguir con la serie North Brothers como editora. Su perspicacia,
ajustes, ediciones y comentarios ayudan a esculpir este libro-bebé.
El mayor de los agradecimientos a Dia, también conocida como Claudia Connor,
que se quedó conmigo sobre mi recuento de palabras y me animó a seguir adelante. ¡No
sé qué haría sin ti!
Amanda en Pixel Mischief Desingn—mi CCO, eres el latido visual de mi marca. No
hay suficientes agradecimientos en el mundo para mostrar mi gratitud por sus
impresionantes portadas y gráficos.
Gracias al equipo de relaciones públicas de Social Butterfly por trabajar tan duro
paraayudarme a poner Cruel North frente a nuevos ojos.
Muchas gracias a todos los bloggers, Bookstagrammers y revisores que
compartieron Cruel North y leyeron temprano. Mantienen unido nuestro frágil mundo
de los libros. Gracias.
A mis hijas. Su belleza, inteligencia, humor, perspicacia y visión única del mundo me
han abierto los ojos y se han convertido en una fuente inagotable de inspiración. Nunca
pierdas la voz en un mundo que preferiría mantenerte callada. Te amo.
Sobre la Autora
JB Salsbury es una autora de superventas del New York Times y el USA Today. Vive
en Phoenix, Arizona con su esposo, dos hijas atrevidas, un perro boxer y un conejillo de
indias.
Su amor por la buena narración la llevó a obtener una licenciatura en Medios de
Comunicación. Con su formación periodística, la escritura siempre ha estado a la
vanguardia, y su amor por el romance impulsó sucarrera como autora.
Pasa la mayor parte de su día detrás de la computadora, donde un mundo de
alfas que luchan, romance en ciernes y obstáculos imposibles araña su subconsciente y
ruega que la liberen a la página.

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