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Sinopsis
Me enamoré de BECKETT cuando tenía 7 años.

Me rompió el corazón cuando tenía 15.

Cuando tenía 18, me prometí a mí misma que me olvidaría de él.

Y lo hice. Durante una docena de años.

Pero ahora ha vuelto a casa. Aquí. En Darling Lake. Y no sé si debería


ceder a la tentación que se arremolina entre nosotros o huir en la
dirección contraria.

Ella estaba enamorada de mí cuando era niña, pero era LA HERMANA


MENOR DEL MEJOR AMIGO DE MI HERMANO. Yo no la veía así, y
aunque lo hubiera hecho, era demasiado joven. Nuestra diferencia de
edad era demasiado grande.

Pero ahora estoy de vuelta en casa, y ella está aquí, y ya ha


crecido.

No habría funcionado entonces, pero que me condenen si no la pruebo


ahora.

Darling, libro 1.
Este libro está dedicado a mis Banshees.

Ustedes sabes quiénes son.

Y hacen mi vida mejor.


7 años

―¡Muévanse, Lou está arriba! ―La burla de Brandon va directo a mi


pecho, pero no voy a dejar que me asuste. Hoy no.
Apretando los puños a los costados, me acerco al contorno de tiza del
plato de home.
Los otros niños se ríen mientras todos dan grandes pasos hacia
adelante.
Patea la pelota. Simplemente patea la pelota apestosa y finge que es la cara
estúpida de Brandon.
Respiro profundamente y exhalo con las mejillas hinchadas.
Enfócate.
Brandon se ríe mientras comparte una mirada con el niño que protege
la primera base.
Aprieto mis puños con más fuerza. Voy a llegar a esa maldita base.
―¡Solo lanza la maldita pelota! ―grito las palabras, sorprendiéndonos
a ambos.
Él entrecierra los ojos.
―Lo que tú digas.
Brandon hace girar la pelota una vez más antes de sostenerla en su
mano derecha, tira su brazo hacia atrás y luego envía la pelota volando
por el asfalto hacia mí.
Doy un par de pasos tartamudos hacia adelante, tratando de
cronometrar mis pasos perfectamente.
Cerca.
Cerca.
Un paso más y pateo con todas mis fuerzas, mi dedo del pie conecta
con la superficie redondeada de goma.
Excepto que la pelota no se levanta del suelo. En lugar de eso, se desliza
por el asfalto, directamente hacia Brandon.
¡Mierda!
Los niños ya están gritando que estoy fuera, pero no puedo dejar de
hacerlo. Hoy no. No para mí. Entonces corro.
Mis piernas bombean, moviéndome lo más rápido que puedo hacia la
tapa de alcantarilla que marca la primera base.
Brandon grita algo, pero no lo escucho. Sigo corriendo.
Se oyen pasos detrás de mí y sé que Brandon me está persiguiendo para
poder alcanzarme, pero no le ha lanzado la pelota al chico de primera
base, así que tengo una oportunidad.
La distancia entre mi objetivo y yo se está acortando.
¡Lo voy a lograr!
Un empujón repentino en mi espalda me hace volar hacia adelante.
Las puntas de mis zapatos rozan la calle mientras intento (y no logro)
recuperar el equilibrio. En lugar de gritar, siento que el aire se congela en
mis pulmones mientras me preparo para el impacto.
Tengo el tiempo justo para extender los brazos y cerrar los ojos antes de
que mis palmas, luego mis rodillas, golpeen contra la calle implacable.
Hay un segundo de shock antes de que el dolor punzante golpee mi
sistema.
No llores. ¡No te atrevas a llorar!
Estoy rodeada de silencio. Todos esperando a ver qué haré.
―¡Oye, imbécil! ―El grito enojado de mi hermano rompe el silencio.
Mis ojos todavía están cerrados, pero puedo escuchar el sonido de
pasos dispersándose en todas direcciones. Todos corriendo por sus vidas.
Brandon podría pensar que es genial porque está en quinto grado, pero
mi hermano está en preparatoria.
Quiero verlos a todos huir como los cobardes que son, pero tengo
miedo de moverme. Si no me muevo, tal vez el dolor desaparezca.
Todavía tratando de recuperar el aliento, concentro mi atención en el
suave rebotar del balón en el suelo.
James se agacha a mi lado.
―¿Estás bien, Lou?
Abriendo los ojos, asiento, sin estar segura de no llorar si intento hablar
en voz alta.
Escucho más pasos acercarse y estoy segura de que es Tony, el mejor
amigo de mi hermano. Siempre están juntos.
―James, tírame esa pelota.
Todavía sobre mis manos y rodillas, mi columna se pone rígida. Esa no
es la voz de Tony. Es demasiado profunda. Es... Dios, es Beckett. El
hermano mayor de Tony.
Con cuidado, giro la cabeza para ver a James levantar la pelota y
dirigirla hacia la voz.
Una sombra pasa sobre mí y tengo que seguir girando la cabeza para
ver hasta el rostro de la persona.
Mi ritmo cardíaco comienza a latir salvajemente de nuevo.
Definitivamente es Beckett.
Excepto que él no me está viendo. No, está viendo calle abajo.
―¡Brandon! ―brama.
Su grito es tan fuerte que juro que resuena en las casas que bordean la
calle.
Otra voz susurra un “oh, mierda” y sé que Tony también se unió al
grupo.
Siguiendo la línea de visión de Beckett, veo a Brandon corriendo por un
patio dos casas más abajo.
Beckett deja escapar un gruñido de esfuerzo, un momento antes de que
Brandon desacelere para ver a quien lo llamó.
La pelota ya silba en el aire y mi boca se abre.
De ninguna manera.
¡De ninguna manera lo golpeará desde tan lejos!
El momento es perfecto. Jodidamente. Per. Fec. To.
Brandon acaba de darse la vuelta cuando la pelota lo golpea justo en la
cara. Ni siquiera tuvo tiempo de estremecerse.
Y el sonido de una persona encontrándose con la goma es lo más
satisfactorio que he escuchado en mi vida.
Los brazos de Brandon vuelan hacia los costados y cae de espaldas,
aterrizando como un árbol derribado.
James y Tony sueltan fuertes carcajadas, pero yo sigo viendo en silencio
atónito. Sin creer lo que acaba de pasar.
Cuando pasa otro segundo y Brandon no se mueve, me escucho
susurrar:
―¿Está muerto?
Beckett resopla y luego sacude la cabeza:
―No, solo se quedó sin aire. Se lo merece el imbécil.
Entonces Beckett me ve y me olvido de cómo respirar.
Él es un sueño, con su cabello castaño chocolate, sus ojos dorados, su…
¡Espera! ¡Se está acercando!
―Ven, vamos a levantarte.
Las grandes manos de Beckett se deslizan debajo de mis axilas y me
levanta del suelo como si fuera una especie de muñeca. Su tono es tan
amable que casi olvido que acabo de verlo aplastar a otro niño en la cara
con una pelota.
Espera hasta que mis pies estén firmemente plantados debajo de mí
antes de soltarme.
En este momento James y Tony están parados frente a mí, revisando las
rodillas rotas de mis jeans y las pocas manchas de sangre en mis manos.
―No es tan malo ―sonríe James, pero sé que solo está tratando de
hacerme sentir mejor, porque vi su mueca de dolor.
Asiento con la cabeza hacia mi hermano, luego hago acopio del resto
de mi coraje para ver a Beckett a los ojos.
―Gracias.
Mi voz es tranquila y temblorosa, pero Beckett simplemente se encoge
de hombros.
―No hay problema, Elouise. ―Luego se gira hacia nuestros
hermanos―. ¿Ustedes se encargan desde aquí?
Los chicos dicen algo en respuesta, pero no lo escucho.
Elouise. Dijo mi nombre. ¡Mi nombre completo!
Claro, nuestros hermanos han sido mejores amigos desde siempre, y lo
he visto varias veces a lo largo de los años, pero no sabía que él sabía mi
nombre. Mi nombre real también, no solo Lou, como me llama la mayoría
de la gente.
Y esa noche, acostada en mi cama, con tiritas de color verde neón en
ambas rodillas, decido que estoy enamorada de Beckett Stoleman.
―¡Oye! ―Maddie se deja caer a mi lado en el suelo, sus rizos negros
rebotan con el movimiento.
La saludo con la mano libre mientras con la otra sigo trazando las letras
en la tierra con un palo.
―¿Viste la cara de Brandon esta mañana? ―me pregunta.
Pero en realidad no es una pregunta, ya que viajamos en el mismo
autobús y es difícil pasar por alto sus dos ojos negros y su nariz hinchada.
Maddie y yo hemos sido mejores amigas desde que nos sentamos juntas
en primer grado el año pasado. Desearía que volviéramos a estar en la
misma clase este año, pero terminamos con maestros diferentes, por lo
que ahora solo nos vemos durante el almuerzo y el recreo. Es una mierda
total.
―Le ha estado diciendo a todos que se peleó y que deberían ver al otro
tipo ―Maddie pone los ojos en blanco―, pero Samantha J. escuchó de su
hermano, quien a su vez escuchó de su vecino, que Brandon fue golpeado
por una pelota, y es por eso que su rostro está todo hecho un desastre hoy.
Sinceramente me sorprendió un poco que no se me acercara esta
mañana para exigirme que mantuviera la boca cerrada, pero no es que yo
fuera el único testigo, y tal vez la amenaza de Beckett sea suficiente para
mantenerlo alejado de mí para siempre.
Beckett.
Suspiro su nombre en mi mente y trazo la letra B nuevamente,
haciéndola más pronunciada.
Maddie se apoya en mi hombro para ver qué estoy haciendo.
―¿E más B? ¡Oooooh! ¡Estás enamorada! ―Ella mueve sus hombros y
aplaude como siempre lo hace cuando está emocionada―. ¿De qué es la
B?
―Beckett. ―Se lo digo porque le cuento todo.
―¿Beckett? ―Su rostro se arruga―. ¿Quién es Beckett? ―Maddie gira
la cabeza y examina el patio de recreo al otro lado del pequeño campo.
―Él no va aquí.
―¿Quieres decir que va a una escuela diferente? ―Ella se gira hacia
mí―. ¿Cómo lo conociste?
Es una pregunta justa, considerando que nos sentamos aquí el día
anterior y no dije nada sobre él, pero en mi defensa, ayer no sabía que me
iba a enamorar de Beckett Stoleman.
―No es de otra ciudad ni nada parecido. ―Cambio mi atención de la
B y arrastro el extremo de mi palo sobre la E―. Simplemente es mayor
que nosotras.
―¿Cuánto mayor? ―pregunta Maddie lentamente.
Mis mejillas se calientan porque anoche me hice la misma pregunta.
Siempre lo he conocido simplemente como el hermano mayor de Tony,
pero la repentina necesidad de saber más fue abrumadora. Entonces,
esperé hasta que James fuera a su habitación después de cenar y luego me
acerqué a mi mamá.
No le había contado que Brandon me derribó, solo dije que tropecé
durante el kickball. No quería que ella se asustara y lo convirtiera en algo
tan importante.
Sentada junto a mamá en el sofá, hice lo mejor que pude para actuar de
la manera más natural posible.
―¿Sabes cuántos años tiene el hermano de Tony? ―Ella me miró por
encima de su libro y comencé a entrar en pánico, así que agregué―: Él
estaba por aquí después de la escuela y uno de los niños me preguntó,
pero no supe la respuesta.
Me sentí mal mintiendo, pero no quería que me hiciera un montón de
preguntas.
Ella me respondió, pero lo dijo de una manera que me indicó que
sospechaba de mis motivos. Afortunadamente, antes de que pudiera
interrogarme, sonó el teléfono. Levantó un dedo mientras se dirigía a la
cocina para contestar, pero tras dos segundos de escuchar supe que era
mi tía al otro lado de la línea y que estarían hablando por teléfono el resto
de la noche. Que lo hicieron.
Entonces, cuando mamá vino a acostarme en la cama, se olvidó de que
pregunté por Beckett.
Rascando la letra más, respondo a la pregunta de Maddie.
―Quince.
―¿¡Quince!? ―ella grita, luego se dobla en carcajadas.
―¿Qué? ¡No es tan viejo! ―argumento. Aunque sea así de viejo. Él
prácticamente es un adulto comparado con nosotras.
―¡¿Es un maldito estudiante de preparatoria?! ―Maddie sacude la
cabeza y se sienta de nuevo―. ¿Es lindo?
Asiento y me muerdo el labio.
Ella me empuja con el hombro.
―¡Vamos! ¿Cómo es?
Usando la punta del palo, dibujo un gran corazón alrededor de las
iniciales. La tierra es dura, por lo que el contorno es difícil de ver, pero
sigo trazándolo una y otra vez.
―Él es tan lindo, y alto. Tiene que ser el chico más alto de la
preparatoria. ―No tengo idea si eso es cierto, pero se siente cierto―. Y su
cabello es de este perfecto tono castaño. Como... no sé. Como ese chocolate
caliente que siempre toma tu mamá, y su voz. ―Dejo caer el palo y caigo
de nuevo al suelo―. Maddie, solo tienes que verlo.
Ella se recuesta a mi lado.
―¿Cómo lo conociste?
Yo suspiro, luego, acostada una al lado de la otra, le cuento toda la
historia a mi mejor amiga. Cuando llego a la parte en la que la pelota
golpea a Brandon en la cara, me preocupa que Maddie se muera de risa,
pero sale adelante.
Cuando termino, me da un codazo.
―Bueno, ¿ahora qué?
―¿Qué quieres decir? ―Giramos nuestras caras la una hacia la otra.
Ella levanta una mano para hacer un gesto salvaje.
―Quiero decir, ¿qué vas a hacer al respecto?
―Nada ―me quejo.
―¡¿Qué?!
―Maddie, tiene quince años. Ni siquiera voy a cumplir ocho hasta
dentro de un mes y siete días.
Ella resopla:
―¿Y qué? Según mi prima, los hombres mayores son mejores. Algo
acerca de que tienen más experiencia.
―¿En qué?
Ella se encoge de hombros.
―No sé, pero ella hace que parezca algo bueno. Entonces, creo que está
bien que él sea… ―hace una pausa y veo que sus labios se mueven
mientras cuenta―, ocho años mayor que tú.
―Mmm. ―No había oído nada sobre hombres mayores antes, pero su
prima ha tenido muchos novios, así que debe saber de lo que está
hablando―. Está bien. Entonces supongo que tengo que encontrar una
manera de hacer que yo también le guste.
―¿Cómo vas a hacer eso?
―No tengo idea ―volteo mi mirada hacia el cielo―, pero pensaré en
algo.
1 mes y 7 días después

―¡Lou, asegúrate de que tu papá no se haya olvidado de poner la


cerveza de raíz en el refrigerador! ―grita mamá desde el pasillo.
―¡Okey! ―le grito de vuelta, luego empiezo a buscar a papá en la casa.
Lo encuentro en el garaje, inclinado sobre el cortacésped, murmurando
para sí mismo.
Me detengo a su lado y veo hacia abajo para ver cuál es el problema,
pero a mí simplemente me parece una cortadora de césped.
―¿Qué estás haciendo?
Papá gime mientras se endereza y coloca un brazo pesado sobre mis
hombros:
―Una herramienta de jardinería me está pateando el trasero.
Me río. Papá siempre actúa como si no supiera lo que está haciendo,
pero mañana lo tendrá solucionado.
―¿Necesitas algo? ¿O te estás escondiendo de la locura previa a la fiesta
de mamá? ―Levanta las cejas porque ambos sabemos cómo se pone
mamá cuando tenemos visita.
―Mamá quería que viera si pusiste el refresco en el refrigerador.
Papá inclina la cabeza hacia atrás y se golpea la frente con la palma,
haciéndome sonreír.
―Todavía está en el auto ―admite―. ¿Quieres ser una muñeca y
moverla por mí?
Pongo los ojos en blanco. Por supuesto que no quiero hacerlo. Soy la
que cumple años hoy y por lo tanto no debería tener que hacer ningún
trabajo manual, pero me mantendrá fuera de casa durante unos minutos,
así que no me molesto en señalarlo.
El auto de papá todavía está estacionado en el camino de entrada, pero
la puerta del garaje está abierta, así que camino unos pasos y abro el
maletero. Las cajas se han deslizado hacia atrás, alejándose de la puerta
del maletero, lo que significa que tengo que estirarme tanto para
agarrarlas que mis pies levantan el suelo.
Después de mucho moverme, muevo todas las cajas a un lugar donde
pueda alcanzarlas y levanto la primera y la llevo a mis brazos. Puedo
sentir que todavía están frías, por lo que esta extraña ola de calor de otoño
aún no las ha afectado.
Cambio el peso y camino con dificultad alrededor del auto por el
camino de entrada. Una ráfaga de viento pasa, haciendo que los globos
atados al porche delantero reboten por todos lados.
En mi tercer viaje de regreso al auto, me siento tentada a decirle a papá
que compró demasiado refresco, ya que solo vienen cuatro personas, pero
es una pijamada, así que tal vez mamá nos deje beber todo lo que
queramos.
Saco la última caja, la dejo en el suelo y levanto la mano para cerrar el
maletero cuando un auto se detiene en la calle al final del camino de
entrada.
Tony sale del lado del copiloto y recuerdo que mamá le dijo a James
que también podía invitar a un amigo a quedarse a dormir esta noche.
―Hola, Lou. ¡Feliz cumpleaños! ―grita Tony, caminando por el
camino de entrada.
Estoy a punto de responder, cuando mis ojos regresan al auto y todo mi
cuerpo se congela.
Beckett. Beckett conduce el auto.
Se me seca la boca y las palmas de las manos empiezan a sudar. ¡Y Dios,
no puedo creer que sea él!
Por mucho que lo intenté, ni siquiera lo he visto desde ese día en que
defendió mi honor, me ayudó a levantarme y me llamó por mi nombre.
Obligándome a salir de mi aturdimiento, levanto una mano en un gesto
tembloroso, pero está ocupado haciendo algo con su radio, así que no me
ve.
―Eh, ¿cómo va la planificación de la fiesta?
La pregunta desvía mi atención del perfil de Beckett y encuentro a Tony
mirándome con una expresión realmente extraña.
―Eh. Oh, mmm, bien. ―Okey, esta es mi oportunidad―. ¿Sabes?
Mmm, si quisieras, quiero decir, si él quisiera, Beckett podría quedarse
para la fiesta.
Tony abre la boca, pero la vuelve a cerrar sin decir nada, luego sus ojos
se dirigen a algo por encima de mi hombro.
―Oh, Lou, ¿acabas de invitar a Beckett a tu fiesta de cumpleaños? ―La
voz de James suena justo detrás de mí, y por su tono, puedo decir que me
delaté.
Cuadro mis hombros.
―Es un gesto amable.
Él se acerca a mí.
―¿Desde cuándo has sido amable? ―bromea.
―Cállate. ―Me cruzo de brazos.
―Entonces… ―sonríe como idiota―, quieres celebrar tu cumpleaños
con Beckett, ¿eh?
―¿Qué? No es tan loco.
―Oh, claro, estoy seguro de que los chicos de 16 años van a pijamadas
de cumpleaños con niños de 8 años todo el tiempo.
Frunzo los labios, tratando de alejar mi vergüenza. No es que no sepa
lo ridículo que es mi enamoramiento, pero valía la pena intentar
preguntar.
James se recuesta contra el auto.
―De hecho, creo que es una gran idea. Quiero decir, piensa ―le da una
palmada a Tony en el brazo―, si mi hermana y tu hermano se casaran
entonces seríamos hermanos.
Mis ojos van y vienen entre James y Tony. Estoy bastante segura de que
se está burlando de mí, pero son mejores amigos, así que tal vez realmente
le guste la idea.
Espera.
―¿Dieciséis? ―pregunto, mirando hacia la calle, solo para ver a Beckett
alejándose.
Mis brazos se cruzan y doy un paso adelante. Su cumpleaños debe ser
cerca del mío si ahora tiene dieciséis años.
Dejo escapar un gran suspiro. Beckett ahora puede conducir, lo que lo
hace un millón de veces más genial, y hace mucho más obvio que está
fuera de mi liga.
Una mano aterriza sobre mi cabeza.
―Puedo ver que estás enamorada, pero eres demasiado joven para un
tatuaje. Entonces, si quieres que escriba su nombre en tu frente con
Sharpie, todo lo que tienes que hacer es pedírmelo. ―James me revuelve
el cabello mientras Tony se ríe.
Aparto su brazo.
―No estoy enamorada, tonto. ―Me vuelvo a cruzar de brazos y
empiezo a caminar hacia la casa―. Mamá quiere que traigas ese refresco.
―digo por encima del hombro y me doy cuenta de que dejé el último en
el suelo, pero no quiero volver a enfrentar a James y Tony. No ahora.
Sabía que mi hermano me daría una mierda si descubría mis
sentimientos por Beckett. Es por eso que he tenido cuidado de ni siquiera
mencionarlo en presencia de James, y quiero decir, Tony solo ha sido
amable conmigo, pero no sé si le contará a Beckett sobre esto.
Por favor, por favor, no dejes que Tony le diga a Beckett que lo amo.
15 años

Lavándome las manos, inhalo el jabón con aroma a menta. La señora


Stoleman realmente hizo todo lo posible con sus adornos navideños,
incluso el jabón de manos en el pequeño baño está inspirado en la
temporada.
Dejando escapar un suspiro, cierro el agua y me seco las manos,
mirándome al espejo.
Mi reflejo me devuelve la mirada. Juzgándome.
No sé por qué me esforcé tanto. Pasé horas arreglándome hoy. Horas
planeando mi vestido de terciopelo rojo. Mis medias blancas. Mi sombra
de ojos con brillo. Mis clips de mariposa rojos y blancos brillantes sujetan
cada pequeña trenza en su lugar para mi media cola de caballo. Cuando
salí de casa, pensé que me veía increíble. Madura. Adulta.
Pero mi brillo de labios se ha desgastado. Mi cabello está empezando a
encresparse, a pesar de las capas de laca para el cabello, y la maldita
entrepierna de estas medias se baja hasta mis rodillas.
Gruñendo, me levanto las medias una vez más antes de rendirme por
completo.
Se suponía que este sería mi gran debut frente a Beckett. Mi revelación.
Mi momento.
Pero en lugar de sorprenderlo con lo mayor que me he vuelto; apenas
me ha echado un vistazo.
Por supuesto, aquí hay como un millón de malditas personas. No
esperaba eso. Asumí erróneamente que solo serían mi familia y la suya.
Una especie de reencuentro para James y Tony después de su primer año
de universidad en escuelas separadas.
Oh, qué equivocada estaba.
Beckett saludó cuando llegamos aquí.
Pero eso es todo. Hola.
Sin doble toma. Ninguna apreciación con los ojos muy abiertos. Solo
hola.
Paso mis manos por la parte delantera de mi vestido, alisando las
arrugas de la tela.
No me desanimaré ahora. No después de todo este tiempo. No después
de llenar cuaderno tras cuaderno con nuestras iniciales. No después de
todas las lágrimas que lloré cuando él se fue a la universidad hace cinco
años. No después de las lágrimas que lloré de nuevo cuando James se fue
a la universidad el año pasado. Mis papás pensaban que estaba
angustiada por perder a mi hermano, y quiero decir, estaba triste porque
él se fue, pero en realidad estaba triste porque con James y Tony fuera del
pueblo nunca tendría la oportunidad de ver a Beckett. Quizás alguna vez.
Entonces, cuando mis papás me dijeron que vendríamos a esta fiesta de
Navidad en casa de los Stoleman, supe que esta era mi oportunidad.
Cuadrando los hombros, abro la puerta y salgo a la ruidosa casa.
¡Puedo hacerlo!
Excepto que diez minutos después, aquí estoy, sentada sola en el
pequeño desayunador en la esquina de la cocina.
Golpeando mi frente contra la mesa, acepto la derrota.
¿Cómo soy la persona más joven de toda esta casa? En serio, ¿ya nadie
tiene sobrinas o sobrinos? ¿O toda la noche es una conspiración para hacer
evidente que todavía soy una bebé?
James está ocupado con Tony y su grupo de amigos de la preparatoria.
Mamá y papá están charlando con los otros papás del vecindario, y la
última vez que vi a Beckett estaba conversando con el papá de alguien.
Levanto la cabeza y la dejo caer con un ruido sordo sobre la mesa.
¿Por qué Beckett tiene que verse tan increíblemente guapo? ¿Tan
jodidamente adulto?
Su cabello es más corto que la última vez que lo vi y su rostro muestra
signos de barba, realmente no sé qué es una sombra de las 5 en punto,
pero creo que la que tiene podría calificar, y su vestimenta. ¡Ah! Lleva
unos pantalones caqui que hacen que su trasero se vea súper lindo y una
camisa con botones de color rojo oscuro que resalta el color dorado de sus
ojos, y si cierro los ojos con fuerza, puedo fingir que estamos vestidos para
combinar.
Para rematar el look, y la peor parte, está la copa de vino que tiene en
la mano. Lo hace parecer mucho más sofisticado y es un claro recordatorio
de que tiene 23 años y está mucho más fuera de mi alcance.
―¿No la estás pasando bien?
La voz profunda me sobresalta tanto que dejo escapar un pequeño grito
mientras me pongo en posición vertical.
Para mi absoluto horror, encuentro a Beckett parado a medio metro de
distancia, riéndose.
Mi boca se abre, pero mi corazón se acelera y no se me ocurre nada
inteligente que decir.
Hace una mirada de disculpa mientras acerca la silla frente a mí.
―Perdón por asustarte.
Abro la boca de nuevo, pero… palabras… ¿qué son las palabras?
La sonrisa torcida que me da me hace sentir como si tuviera un montón
de saltamontes en el estómago, luego se señala a sí mismo y dice:
―Soy Beckett.
Antes de que pueda detenerlo, sale un pequeño resoplido y digo:
―Sé quién eres.
Mis ojos se abren. Dios, ¿por qué lo dije así?
Se encoge de hombros.
―Parecía que tal vez te estabas quedando en blanco.
Tratando de mostrarme indiferente, me encojo de hombros, luego
inmediatamente me arrepiento de la decisión. No quiero que parezca que
lo estoy copiando.
Beckett toma un sorbo de vino, sus ojos permanecen fijos en mí y quiero
gritar. El objetivo de que yo estuviera aquí esta noche era impresionarlo,
pero en vez de eso, me encuentra sentada aquí como una perdedora,
sorprendiéndome por todo lo que dice.
¡Vuelve a encarrilar esto, Lou!
―Entonces ―empiezo―, ¿Qué tal está Chicago?
Sus cejas se levantan con sorpresa, como si tal vez no supiera a qué
ciudad fue a la escuela y en cuál se quedó después, pero nuestros
hermanos son amigos, así que no es del todo improbable que lo hubiera
escuchado a través de ellos. No necesita saber que he pasado los últimos
años intentando averiguar todo lo que pude sobre él.
―Está bien. Ocupado. ¿Cómo te va en la preparatoria?
¡Él sabe que ahora estoy en la preparatoria!
Calor. Tanto calor llena mi pecho.
―Está bien ―trabajo para mantener el nivel de mi voz―. Lo mismo de
siempre, ya sabes.
Él tararea:
―¿Te gusta la escuela?
Su pregunta me toma por sorpresa. ¿Le digo que amo la escuela? ¿Trato
de ser tímida?
Decidiendo que quiero que se enamore de mi verdadero yo, le doy una
respuesta honesta.
―Sí, no soy muy buena en eso, pero quiero ser maestra algún día.
Hace una mueca pensativa y un sonido de aprobación.
―Creo que serías buena en eso.
¡Él piensa que sería buena enseñando!
Él asiente, como si reconfirmara lo que acaba de decir:
―Bien por ti, sabiendo lo que quieres hacer cuando seas grande.
―Cuando sea grande. Ouch―. La mayoría de las personas no lo saben hasta
que están en la mitad de la universidad estudiando la especialidad
equivocada. Algunos nunca se dan cuenta.
Haciendo caso omiso del comentario de grande, me concentro en lo que
acaba de decir.
―¿Tú lo hiciste? ―pregunto―. Descubrirlo, quiero decir.
―Eso espero. ―Él sonríe.
Su sonrisa es tan reconfortante que siento que me relajo en la
conversación. Es el tipo de sonrisa que le das a un amigo, o a alguien que
te guste.
―Beck, bebé ―mi cuerpo salta ante la repentina voz chirriante―, ¡ahí
estás!
Si yo fuera un perro, mis oídos se habrían quedado quietos ante el
sonido de alguien llamando a Beckett como algo tan estúpido.
Juro que veo algo parecido a la molestia parpadear en su rostro, pero
antes de que pueda parpadear, desaparece.
―¿Kira? ―El tono de Beckett muestra su confusión.
Ya sintiéndome mal del estómago, giro la cabeza para ver a una chica
delgada (lo siento, mujer) con un vestido rojo ajustado que se acerca a
nosotros. Su vestido es la versión adulta más corta del mío. Su cabello es
rubio brillante, peinado en grandes rizos alrededor de su rostro. Tiene una
bonita gargantilla negra alrededor del cuello y zapatos de tacón brillantes.
Completo con las piernas desnudas.
Beckett desliza su silla hacia atrás, como si fuera a levantarse, pero antes
de que pueda, ella se sienta en su regazo.
Ese sentimiento de malestar dentro de mí crece. Gira y gira,
enroscándose desde mi estómago y deslizándose directamente a mi
corazón.
―No pensé que vendrías hasta mañana ―le dice Beckett a la mujer,
encaramada sobre sus muslos.
―Simplemente no podía esperar tanto ―ella responde, con una voz
que suena como algo que escucharía en la clase de teatro.
Sus ojos se dirigen hacia mí antes de tomar su rostro entre sus manos y
acercar su boca a la suya.
Lágrimas calientes llenan mis ojos mientras me alejo de la mesa.
Nadie intenta detenerme.
Nadie dice mi nombre.
Nadie dice nada.
Corriendo con mis pies descalzos y cubiertos de nailon, huyo de la
cocina.
¿Cómo pudo? ¡Como se atreve! ¿¡Justo en frente de mí!?
La humillación y la tristeza golpean una contra otra dentro de mi pecho.
Empujo a través de grupos de cuerpos hasta llegar a la entrada.
Cayendo de rodillas, busco en la pila de calzado hasta que encuentro
mis zapatos. No son zapatos. No son tacones sexys y brillantes. Son botas
de nieve grandes. Botas de nieve negras, grandes y feas porque afuera es
invierno y porque mi mamá me obligaba a usarlas. Porque todavía soy
solo una niña jugando a disfrazarse. Porque nadie me verá nunca más que
como una niña.
Metiendo violentamente mis pies en las botas, encuentro mi chaqueta
hinchada de color púrpura brillante que contrasta con mi vestido, y me la
pongo sobre mi traje navideño cuidadosamente elaborado.
No estoy siendo cuidadosa ni silenciosa ni sutil, pero nadie se da
cuenta. Todo el mundo se divierte demasiado con todos sus amigos como
para darse cuenta de que una niña está enojada.
Abro la puerta de golpe y salgo a la fría noche.
Mi aliento se nubla ante mí, borrando mi visión del cielo.
El aire está en calma, el frío me rodea y enfría las lágrimas que se
deslizan por mis mejillas.
A Beckett no le importo.
Tomo una inhalación profunda.
Beckett no me ama.
Observo que mi exhalación espesa el aire.
Beckett ama a otra persona.
Otra inhalación profunda.
Beckett nunca pensará en mí así.
Parpadeo para contener más lágrimas mientras dejo escapar el aliento.
Necesito dejar de amar a Beckett.
Una última inhalación.
No puedo seguir amando a Beckett.
Un último suspiro.
Lo veo flotar hacia las estrellas titilantes.
Voy a olvidarme por completo de Beckett Stoleman.

Y lo hago.
Por otros tres años.
18 años

―Mierda, ¿en serio ya avanzaste tanto?


La pregunta de Maddie rompe mi concentración. Miro hacia arriba y la
encuentro tratando de ver por encima de mi hombro, pero es demasiado
baja para ver algo.
Bromeando, golpeo con la mano la tarea que tengo en el mostrador
frente a mí.
―Sin trampas, tú… ¡tramposa!
―Buena ―ella pone los ojos en blanco―, pero en serio, ¿cómo casi
terminas?
Me encojo de hombros.
―No es que hayamos estado ocupadas.
Ambas vemos alrededor de la cafetería vacía, como para confirmar que
las cosas no han cambiado repentinamente.
Maddie suspira:
―Sí, qué día tan aburrido. Pensé que la gente saldría de compras hoy.
Es mi turno de poner los ojos en blanco:
―Ese es el día después del Día de Acción de Gracias, no el día anterior.
Además, no es que la gente venga a Darling Lake a comprar. Incluso la
gente que vive aquí va a The Cities. ―Hago una pausa y señalo la calle
vacía fuera de la tienda―. Y dudo que las tiendas de antigüedades de por
aquí hagan rebajas del Black Friday.
―Touché ―resopla, antes de soltar un gemido exagerado―. Bien. Si
vas a ser productiva y toda esa mierda, supongo que también haré mi
tarea de Psicología. ―Maddie se aleja del mostrador con una sonrisa y un
gesto hacia la puerta―. Supongo que eso significa que tendrás que ayudar
al bombón que está a punto de entrar.
Mis mejillas comienzan a calentarse solo con la mención de bombón.
Estamos a la mitad de nuestro último año y todavía me siento muy
incómoda cuando se trata de chicos, a este paso moriré virgen. Por
fortuna, Maddie está igual de mal, si no peor, así que no moriré sola.
Estoy deslizando mi tarea hasta el estante de abajo cuando la puerta
principal se abre y el palo de lluvia adjunto se voltea, llenando el espacio
con el suave sonido de los granos de café cayendo a través del tubo de
madera.
―Buenas... ―Empiezo a formar el saludo estándar -con mis pulmones
llenos del aire necesario para formar las palabras-, pero mis ojos se fijan
en el rostro que se acerca a mí y mi cerebro se detiene.
El sol del atardecer entra a través de la pared de ventanas frente a mí,
enmarcando al tipo -al hombre-, como un ángel saliendo de las nubes.
Alto. Ancho. Con mechones de cabello rebeldes. Mirada penetrante.
Oh.
¡Oh, mierda!
Beckett.
En todo su esplendor adulto.
Su barbilla baja, solo una pulgada, en el gesto más genial que he visto
en mi vida.
―Hola ―su voz es… profunda.
¿Es posible que se haya vuelto aún más profunda? ¿Eso pasa?
Hay un brillo en sus ojos y sé que es reconocimiento.
―¡Hola! ―mi palabra se quiebra a mitad de camino, sonando más
como un chillido que como inglés.
Se detiene justo enfrente del mostrador, con una sonrisa dibujando en
sus perfectos labios.
No puedo mantener mis ojos en los suyos. Es demasiado. Demasiado
directo. Así que los dejo saltar, observando su altura y la forma de sus
hombros.
¿Cuántos músculos tiene? ¿Se hizo más alto?
Yo dejé de crecer cuando tenía 14 años, pero tal vez los chicos sean
diferentes.
Recordando que soy yo quien realmente trabaja aquí, me aclaro la
garganta y lo intento de nuevo.
―Hola, mmm, ¿puedo, quiero decir, qué puedo ofrecerte?
Dios, sueno ridícula.
Fuerzo mis ojos hacia arriba y lo atrapo mirándome a la cara. Lo que
por supuesto hace que mis mejillas se ruboricen aún más.
Esto está demasiado cerca.
¡Hace horas que no reviso mi maquillaje! Y tengo ese grano. ¡Oh, mierda,
el grano!
Mi sonrisa comienza a flaquear, pero haré que permanezca en su lugar.
Luzco bien. Okey, al menos luzco decente. Han pasado tres años desde que me
vio y sé que parezco mayor. He aprendido a domar mi cabello. He atenuado el
brillo corporal. Yo... bueno, todavía tengo ese peso adolescente alrededor de mis
caderas, y muslos, y trasero, y probablemente ni siquiera sea el peso de una
adolescente, sino solo el peso normal, pero me veo bien. Al menos BeanBag no nos
obliga a usar uniformes, y hoy llevo mis buenos jeans.
Beckett cambia su peso y saca la billetera de sus jeans.
―Tomaré un café negro grande.
Uf, incluso su orden de bebidas es genial.
―¡Suena bien! ―Toco las teclas correctas en la caja registradora y le
digo el total, pero él ya tiene un billete de cinco en la mano.
Mis dedos tiemblan un poco y tengo que hacer dos intentos antes de
abrir la caja registradora.
Contrólate, Lou. Me regaño a mí misma, antes de extender la mano y
devolverle el cambio. Orgullosa de que el billete no revolotee entre mis
manos.
―Solo un segundo mientras te lo preparo.
Hace un sonido que tomo como comprensivo y lo veo poniendo el
cambio en el frasco de propinas mientras me alejo.
Por el rabillo del ojo veo a Maddie arrastrándose en la puerta de la
trastienda, sin duda disfrutando del espectáculo que he estado montando
hasta ahora. Ni siquiera puedo verla cuando tomo la taza del tamaño
equivocado y tengo que guardarla de nuevo y luego tomar la grande.
Al alcanzar la salida del café, me doy cuenta de que no le pregunté qué
tipo de café quería. Hay un momento de parálisis antes de que decida
elegirlo.
Conozco a Beckett. Solía estar enamorada de él.
Solía hacerlo. Ya no. Eso sería una locura.
Mis ojos se mueven entre las opciones antes de decidirme por el tostado
oscuro. Rico, atrevido, robusto. La combinación perfecta para Beckett.
Bajo la palanca y observo cómo el líquido oscuro se vierte en la taza.
―Oye, ¿vamos a cenar esta noche? ―La voz de Beckett hace vibrar el
aire y el tiempo se ralentiza mientras su pregunta me envuelve como la
magia de la varita de un Hada Madrina.
Después de todo este tiempo…
Girándome para verlo, exhalo la única respuesta que podría dar.
―¡Sí! ―Mi voz está llena de emoción entrecortada y mi boca se dibuja
en una amplia sonrisa.
¡Él me preguntó! Beckett acaba de preguntar…
El hechizo desaparece cuando suceden varias cosas a la vez.
Mi giro se detiene y estoy frente a Beckett. Beckett, que tiene un
pequeño celular plateado pegado a la oreja.
Mi corazón también se detiene.
Pero lo que no se detiene es el café increíblemente caliente dentro de la
taza sin tapa que tengo en la mano.
El líquido caliente salpica mis nudillos.
Mi boca se abre en estado de shock. Ya sea por el ardor de mi piel o por
la abrasadora vergüenza, nunca lo sabré.
Con un pequeño ruido de dolor, rápidamente cambio de mano y dejo
el café en la encimera, sacudiendo mi mano derecha.
Los pies de Maddie golpean el suelo mientras corre hacia mí.
―¡Elouise!
Beckett cierra su teléfono y se lo guarda en el bolsillo cuando Maddie
dice mi nombre, y justo cuando pensé que mi vida no podía empeorar,
veo sus ojos abrirse antes de caer a la etiqueta con mi nombre pegada a
mi camisa.
Mi mano late mientras mi corazón se desinfla.
Él no se acuerda de mí.
―¿Elouise? ―pregunta, mientras la comprensión se refleja en su
expresión, luego vuelve a ver la mano que estoy apretando contra mi
pecho―. ¿Estás bien?
Ríe o llora, perra. Es hora de reír o llorar.
Una risa ligeramente maníaca brota de mí:
―Estoy bien. No es la primera vez que lo derramo sobre mí.
―Ella no está mintiendo ―coincide Maddie, entregándome una toalla
mojada y fría para envolverla alrededor de mis dedos.
Estoy segura de que está lista para reírse de mí, pero como es una
verdadera mejor amiga, espera.
Maddie hace un trabajo rápido sirviendo el café de Beckett en una taza
limpia y tapándola antes de entregársela.
Beckett lo toma, pero mantiene su mirada preocupada en mí.
―¿Estás segura de que estás bien?
Me muerdo el labio y asiento, porque la línea entre reír y llorar aún es
muy delgada.
―¡Muchas gracias por venir! ―dice Maddie, moviéndose ligeramente
delante de mí.
Y el premio a la mejor amiga es para...
Beckett parece querer decir más, pero lo piensa mejor y da un paso
atrás, luego, con otro movimiento de su barbilla, se va.
Espero hasta que la puerta se cierra detrás de él, luego dejo escapar un
grito ahogado y me siento en el suelo.
Mi cabeza cae contra los armarios y cierro los ojos.
Puedo sentir a Maddie deslizarse hacia abajo para sentarse a mi lado.
―Entonces... ―comienza―, ¿está realmente bien tu mano?
―Ya se siente mejor. ―La levanto―. Gracias por la toalla.
―Bien. ―El humor entra en su tono―, Mmm, ¡¿quieres decirme por
qué pensaste que ese hombre adulto te estaba invitando a salir?! ―Apenas
pronuncia la pregunta antes de doblarse sobre sus rodillas histérica.
Abriendo los ojos, aviento la toalla sobre su nuca, dejando que gotas de
agua fría caigan sobre su piel expuesta.
Ella grita, pero se sigue riendo.
―En serio Lou, ese tipo era muy mayor. Quiero decir que era sexy, pero
viejo.
―Solo tiene 26 años.
Ella me levanta una ceja.
―Uno, son básicamente 30 y todos saben que para entonces tu vida
prácticamente ha terminado, y dos, ¿cómo sabes su edad exacta?
Cuando suspiro, Maddie se endereza.
―Espera... ¿conoces a ese tipo? ―me pregunta.
Asiento lentamente.
Maddie mira hacia atrás por encima del hombro, como si pudiera ver a
través del mostrador el lugar donde él estuvo hace unos minutos.
―Era Beckett.
―¿Beckett? ―su cabeza se gira hacia enfrente para verme―. ¡¿EL
BECKETT?! ―grita―. ¿Como el hombre con el que has estado planeando
casarte desde segundo grado?
Esta reacción exagerada es exactamente lo que necesito para volver a
reírme.
Sacudiendo la cabeza hacia mí misma, confirmo:
―El mismo.
Maddie se abanica.
―Okey, ahora lo entiendo. La obsesión tiene mucho sentido.
Riendo, le doy un empujón.
―No estoy obsesionada. ―Ella se burla―. Okey, está bien. Ya no estoy
obsesionada.
Maddie recoge la toalla mojada de donde la dejé en el suelo y la arroja
hacia el fregadero, fallando por completo.
―Bueno… ahora tienes 18 años. Técnicamente, podrías salir con él si
quisieras.
Cierro los ojos y apoyo la cabeza contra la dura superficie.
―Nunca sucederá.
30 años

―¿Recuérdame otra vez por qué acepté hacer esto? ―le pregunto a
Maddie.
―Bueno, para empezar, porque eres una completa idiota.
Una risa brota de mí, resonando en el pequeño espacio.
―Tienes razón.
―Y dos ―su voz llega claramente a través de los parlantes de mi
auto―, amas la naturaleza.
Gimo y enciendo la señal de giro, viendo la señal del parque estatal más
adelante.
―Me encanta la jardinería, y sentarme en mi porche a observar pájaros.
Estoy empezando a pensar que quizá no me guste acampar.
―Bien. ¿Pero no ibas todo el tiempo cuando éramos niñas?
―Sí ―estoy de acuerdo―, pero esa es la mitad del problema. La mayor
parte de mi mierda es de cuando éramos niñas.
Maddie se ríe.
―No me digas que llevas tu saco de dormir de My Little Pony.
―No, era demasiado pequeño. Traje el bolso del saco de mi hermano.
―Por favor, dime, ¿qué tema tenía el de James?
No puedo evitar reírme de mí misma.
―Tortugas Ninja Adolescentes Mutantes.
Ella resopla:
―Esos pobres niños ni siquiera sabrán qué hacer contigo.
Aunque ella no puede verme, me encojo de hombros.
―Están acostumbrados a mis tonterías.
―Bueno, eso es verdad.
Realmente es verdad. Una parte de los niños que vendrán a este
campamento infernal son estudiantes de mi clase de cuarto grado, pero
no soy la única profesora aquí. Está el señor Olson, que enseña a la otra
clase de 4º grado., el señor Bob, el profesor de deportes, y luego un grupo
de papás voluntarios. No leí el correo electrónico con atención, pero si la
memoria no me falla, los estudiantes son todos de 3º, 4º y 5º grado.
Como si pudiera escuchar mis pensamientos, Maddie pregunta:
―¿El señor Olson todavía intenta ser tu mejor amigo?
―Más o menos, me pidió que lo llamara Richard otra vez, pero
simplemente no puedo ―suspiro y sigo las señales hacia el campamento
que hemos reservado―. Siento que estoy siendo una perra, pero cuando
me preguntó si estaría dispuesta a ayudar con esta mierda del fin de
semana en la naturaleza en spring break, pensé que era una pregunta que
le estaba haciendo a todos porque nadie quería hacerlo, o algo así, pero cuando
dije que sí, actuó demasiado feliz. Como si hubiera dicho que sí a una cita,
no a un fin de semana durmiendo en la tierra mientras cuidamos a una
manada de niños.
―Sí, eso es incómodo ―se compadece Maddie―. ¿Qué le dirías si
alguna vez intentara invitarte a salir?
―Uf, espero que eso nunca suceda ―al ver el grupo de autos, reduzco
aún más la velocidad, retrasando lo inevitable―. Quiero decir que es
agradable, y es bastante lindo, pero simplemente no siento esa chispa, ¿ya
sabes? No hay emoción cuando lo veo. Además, escuché que él fue quien
arruinó nuestra reservación. ―Maddie se ríe―. ¡Lo digo en serio! Cuando
acepté esto, ¡me dijeron que dormiríamos en cabañas! Pero no, ahora
tengo que dormir mi trasero de 30 años en el suelo duro. En marzo. En el
jodido Minnesota. ―Su risa aumenta―. ¡Esto no es gracioso! ―grito,
sabiendo muy bien que es gracioso―. ¿Tienes idea del frío que se supone
que hará durante los próximos tres días?
Maddie deja de reír el tiempo suficiente para responder:
―Jodidamente demasiado frío.
―Jodidamente demasiado frío ―me quejo en voz alta, deteniendo mi
auto en un lugar de estacionamiento abierto.
―Por favor, dime que empacaste algo más que el saco de dormir de tu
hermano de los años 90.
―Traje un montón de mantas que planeo usar como colchón.
―Eso es algo ―su voz está llena de falsa alegría.
―Oh, vete a la mierda. ―Dejo caer mi cabeza contra el volante―. Ya
estoy aquí.
―¡Puedes hacerlo! Son solo tres noches, y dijiste que te alojarías con esa
mamá que te cae bien.
―Sí, sí.
Ella se ríe de nuevo.
―Muy bien, te dejaré ir a hacer tu madriguera. ¡Envíame un mensaje
de texto mañana para contarme cómo te va!
―Si no tienes noticias mías a la hora de cenar, envía un grupo de rescate
―cuelgo y me obligo a salir del auto.
Abro el maletero y empiezo a llenar mis brazos con una variedad de
bolsos. Un bolso lleno de ropa y artículos de tocador. Una mochila llena
de bocadillos y una botella pequeña de vodka. Una bolsa de playa
rebosante y llena de media docena de mantas, y por último mi pequeño y
triste saco de dormir envuelto alrededor de una almohada.
Cargada como un maldito burro, camino con dificultad por el sendero,
siguiendo los carteles hechos a mano que me dirigen al sitio del grupo de
la primaria Darling.
Quince minutos después, finalmente llego a mi destino.
Me tiemblan los brazos y estoy sudando a pesar de las temperaturas
casi heladas. Estoy bastante segura de que esa no es una buena señal de
cómo serán los próximos días.
Cuando finalmente llego, dejo caer los brazos y dejo que todo caiga al
suelo a mi alrededor. Necesito encontrar a Rebecca y averiguar qué tienda
es la nuestra para saber dónde poner mis cosas.
Con las manos en las caderas, recupero el aliento mientras contemplo
el campamento. Realmente no es lo que esperaba. Me lo imaginé como un
gran claro, tal vez cerca del bosque, con todas las tiendas en un círculo,
pero eso no es lo que es.
Un denso bosque me ha rodeado desde que salí de la carretera y los
árboles solo se han hecho más grandes a medida que me adentré en el
parque, y parada aquí, viendo hacia arriba, se siente como el centro de la
nada, en lugar de estar a una hora fuera de The Cities.
El bosque bloquea cualquier viento que pueda estar soplando y el aire
tranquilo lleva las voces de las personas que ya están aquí instalándose.
En lugar de un claro grande, hay un par de docenas de claros pequeños.
En cada pequeño círculo de tierra apisonada se ha levantado una tienda
de campaña, formando una comunidad de campistas. Cada carpa es de
un color y tamaño diferente, lo que crea una especie de sensación de circo
que no combina, y en el centro del grupo de sitios para acampar hay una
gran fogata, rodeada de troncos de árboles talados que supongo se usarán
como asiento. También hay una docena de mesas de picnic que ya han
sido cubiertas con hieleras, recipientes de plástico sellados y pequeñas
estufas para acampar.
―Oh ―me digo a mí misma. Mi temor disminuye un poco a medida
que lo absorbo todo, luego mis ojos se dirigen al camino de grava que se
aleja del sitio. Mi mirada sigue el sendero hasta un edificio de ladrillo
achaparrado y el gran letrero que dice “Baños” sobre el par de puertas.
Maldita sea. Me olvidé de los baños y duchas comunitarios.
Un lado positivo es que hay plomería, y hay un lado separado para los
hombres, así que no tengo que preocuparme por encontrarme con el señor
Olson o con cualquiera de los otros hombres en las duchas.
Dejo escapar un suspiro y me concentro nuevamente en la búsqueda de
mi compañera de tienda.
Solo me toma un momento antes de verla al otro lado del sitio. Su
cabello rubio resalta contra su chaqueta acolchada de color rojo brillante.
Dejando todas mis cosas donde están, me dirijo hacia ella, saludando a
los otros papás y estudiantes que están alrededor.
―¡Elouise! ―me saluda Rebecca al verme acercarme―. Oh, lo siento,
señorita Hall.
Pongo los ojos en blanco.
―Hola, Rebecca. ¿O debería llamarte mamá de Cody?
Ella se ríe, luego me mira.
―¿Dónde están todas tus cosas?
―Las dejé ahí. ―Hago un gesto detrás de mí―. No quería cargarlas
más allá de lo necesario.
―Para eso están todos estos hombres ―parpadea y yo resoplo.
Conocí a Rebecca al comienzo del año escolar cuando trajo a su hijo a
la noche de Conoce a tu profesor antes de que comenzaran las clases. Ella es
soltera. Una gran mamá, y siempre al acecho de su próximo esposo. Sus
palabras, no las mías.
―Supongo que puedo ayudarte a llevar tu mierda ―suspira
dramáticamente―. Por cierto, esa es la nuestra.
Mis ojos se mueven hacia la linda tienda gris que ella señala.
―Wow ―hago una pausa para asimilarla―. Se ve muy bien.
―Mi ex insistió en gastar una pequeña fortuna en eso. Entonces, insistí
en quedármela durante el divorcio. ―Ella se encoge de hombros―. Pero
seamos realistas, sigue siendo dormir en una maldita tienda de campaña.
Me río, pero no puedo discutir, porque tiene razón.
No soy una persona alta y puedo ver directamente a través de la parte
superior de la tienda, por lo que no habrá nadie que se ponga de pie una
vez dentro, pero parece nueva, lo que con suerte significa que es resistente
al agua, y me gustan las cremalleras de color verde azulado.
Incluso hay un pequeño saliente encima de la entrada, lo que le da a los
pocos pies de tierra frente a la tienda una sensación casi de porche.
―Bueno ―levanto mis brazos y luego los dejo golpear contra mis
costados―, ¿vamos?
Fiel a su palabra, Rebecca me ayuda a llevar mis cosas a la tienda, pero
luego desaparece y dice algo sobre perseguir al profesor de deportes.
Ahora, una hora más tarde, mis meriendas están organizadas en un
rincón, mis mantas están dispuestas (formando el colchón más triste de la
historia de los colchones) y mi bolsa de ropa está medio explotada en un
rincón.
La mitad de la tienda de Rebecca está mucho más armada que la mía.
Tiene una delgada colchoneta inflable debajo de un costoso saco de
dormir, con una manta de piel sintética muy bien doblada en la parte
superior. Me acerco y toco su almohada, y sí, es espuma viscoelástica.
Sentada con las piernas cruzadas sobre mis colchas llenas de bultos y
mi chaqueta de invierno con la cremallera completamente subida,
maldigo mi falta de preparación. Spring break mi trasero. Esto apesta.
Estoy viendo la bolsa que esconde mi vodka cuando suena un silbido
en algún lugar fuera de la tienda.
Arrastrándome, abro la cremallera y asomo la cabeza.
El señor Olson está parado cerca del fogón principal, con un silbato
colgando de una cuerda alrededor de su cuello y un portapapeles en la
mano. Está vestido con una versión exterior de su atuendo habitual.
Pantalones cargo color canela en lugar de pantalones caqui, chaqueta de
invierno sobre su polo de la primaria Darling y tenis verdes en lugar de
mocasines. Creo que es casi de mi edad, pero siempre viste una o dos
décadas mayor.
Él levanta una mano.
―Reúnanse todos.
―Reúnanse ―repito, moviéndome para que mis pies sobresalgan de la
tienda y pueda ponerme las botas. No recuerdo mucho sobre acampar,
pero sí recuerdo que los zapatos se quedan afuera. La única manera de
empeorar el sueño en una tienda de campaña es dormir en una tienda de
campaña llena de barro.
Con más lucha de la que me gustaría reflexionar, me pongo de pie y me
dirijo hacia el señor Olson.
―¡Hola, señorita Hall! ―un trío de mis alumnos pasa de largo y siento
la primera sonrisa real en mi rostro desde que llegué aquí.
Puede que esté un poco resentida con toda esta experiencia, pero amo
a mis niños y será divertido pasar tiempo con ellos fuera de las
limitaciones del aula.
Uniéndome a la multitud, escucho al señor Olson mientras explica el
resumen para los próximos días. Esta noche es una cena de sándwiches,
traídos por uno de los papás, pero el resto de la noche es solo para que
nos instalemos y nos pongamos cómodos.
Casi resoplo ante ese comentario.
Realmente cómoda.
Mañana nos reuniremos libremente para desayunar y luego vendrá un
experto en actividades al aire libre para enseñarnos diferentes técnicas de
supervivencia. Claramente soy la única que no leyó el itinerario porque
nadie más parece sorprendido por esto. No estoy segura de qué es un
experto en actividades al aire libre, pero podría resultar interesante, luego
cenaremos alrededor de una fogata… Y -lavar, enjuagar, repetir-, el
mismo plan para el día siguiente.
Y entonces, si Dios quiere, saldremos vivos de aquí.
No me preparé adecuadamente para la mayor parte de esto, pero traje
un cargador de respaldo para el teléfono, por lo que podría morir
congelada por la noche, pero aún podré enviarle un mensaje de texto a
Maddie para decirle que borre el historial del navegador en mi
computadora portátil.
―Hola.
Una voz profunda me sobresalta tanto que brinco.
Tratando de mantener mi corazón dentro de mi caja torácica, mi mano
presiona mi pecho. Al girar la cabeza en la dirección de la voz, encuentro
a un hombre parado demasiado cerca.
Da un pequeño paso atrás y levanta las manos:
―Lo siento, no quise asustarte.
Lo reconozco vagamente. Es unos centímetros más alto que yo. Cabello
negro corto. Cara limpia y afeitada, y ojos azules que son un poco…
salvajes.
Su sonrisa es amistosa, pero algo me cosquillea en los brazos.
Sacudo la cabeza. No puedo estar tan nerviosa o me provocaré un
infarto antes de que termine el viaje.
―Está bien, simplemente estaba distraída.
―Me di cuenta. ―Él extiende su mano―. Soy Adam, el papá de Ross.
―¡Oh, claro! ―Le estrecho la mano y mi memoria regresa―. Encantada
de verte de nuevo.
Ross fue estudiante de mi clase el año pasado. Era un buen chico, un
poco callado y muy inteligente.
El agarre de Adam se aprieta alrededor de mis dedos durante medio
segundo antes de soltarme.
―Entonces, ¿cómo has estado?
―Oh, mmm... bien. ―Resisto la repentina necesidad de limpiarme la
palma y meter las manos en los bolsillos de mi abrigo. Lo único que podría
hacerme disfrutar menos esta noche es una pequeña charla, pero todavía
me obligo a hacerlo―: ¿Y tú?
Estoy segura de que es una buena persona, pero realmente no me
importa. Lo que sí me importa es meterme de cabeza en mi saco de dormir
y fingir que no estoy aquí.
―Bien. Bien. ―Engancha los pulgares en las presillas del cinturón y se
balancea sobre los talones―. Estoy bien. Me divorcié el verano pasado.
Mi boca se abre y luego se cierra.
¿Qué diablos se supone que debo decir a eso?
―Oh, mmm, siento escuchar eso ―veo a mi alrededor, esperando un
rescate.
―No es necesario, fue lo mejor ―la sonrisa no ha abandonado su rostro
y me hace sentir muy rara.
―Okey, bueno… ―pongo mi mejor sonrisa―. ¡Te veré mañana!
Mi salida es jodidamente incómoda, pero no estoy en el espacio mental
adecuado en este momento para hablar con algún chico sobre su divorcio.
Sin esperar respuesta, me doy la vuelta y me dirijo al camino que
conduce a los baños. Realmente no necesito irme, pero sí necesitaba
alejarme de lo que sea que fuera eso.
Tres personas más me detienen antes de salir del campamento, luego
hago una parada rápida en mi tienda para tomar mi cepillo de dientes y
hacer mis abluciones lo más rápido posible.
Afortunadamente, cuando me encuentro encerrada en mi tienda, estoy
bostezando y lista para dormir. Normalmente no tengo problemas para
dormir, pero me preocupaba que el cambio drástico de ambiente me
mantuviera completamente despierta.
No he visto a Rebecca desde que el señor Olson nos reunió a todos, pero
definitivamente hizo una parada aquí porque dejó encendida una linterna
que funciona con baterías, llenando la tienda de luz.
Es un poco extraño no tener una forma de cerrar la puerta de entrada,
pero las delgadas paredes de la tienda hacen que sea fácil escuchar si
alguien se acerca. Al no escuchar ningún paso cerca, me desvisto
rápidamente y me pongo pantalones deportivos, calcetines peludos y una
camisa de manga larga de algodón suave que me servirá como pijama
durante las próximas noches.
Una vez que me meto en mi saco de dormir, extiendo la mano y apago
la lámpara.
La oscuridad consume el espacio a mi alrededor.
Parpadeando en la oscuridad, obligo a mi cuerpo a relajarse.
Diez minutos más tarde, libero un brazo de mi pequeño saco de dormir
y alargo la mano a través de la tienda para tomar la manta peluda de
Rebecca.
Con el menor número de movimientos posible, la extiendo sobre mí. La
capa extra añade inmediatamente un poco de calidez y ya no quiero
devolvérsela.
Intento girar los hombros. Mi pequeño y triste colchón de manta no
hace nada para ablandar el suelo casi helado debajo de mí.
Okey, ya duérmete.
Cierro los ojos y me concentro en mi respiración.
Una hora después de temblar, cuando está claro que Rebecca pasará la
noche en otro lugar, agarro su saco de dormir vacío, lo abro y lo coloco
sobre mi cuerpo boca abajo, tirando del borde completamente hacia arriba
y sobre mi nariz.
Espero dos segundos, luego saco mi brazo de debajo de la pila, saco mi
botella de vodka de mi bolso y me siento lo suficiente para tomar el trago
más rápido del mundo.
Haciendo una mueca, vuelvo a enroscar la tapa, la meto de nuevo en la
bolsa y luego vuelvo a taparme la cara con las mantas.
A la mierda este terreno duro.
A la mierda este frío.
A la mierda todo lo relacionado con este viaje.
Cerrando los ojos con fuerza, me obligo a dormir.
Me sobresalto con la alarma de mi teléfono que suena a cinco
centímetros de mi oreja.
A ciegas, alzo la mano para apagar el horrible ruido, pero mi brazo se
detiene y golpea una barrera.
Mi cuerpo entra en modo de pánico, la sensación de estar atrapada de
repente es abrumadora, pero agitarme solo sirve para hacerme sentir más
encerrada. Mi cerebro tarda demasiado en recordar que estoy envuelta en
un saco de dormir demasiado pequeño.
La tela se retuerce y se aprieta a mi alrededor mientras intento darme
la vuelta, y la poca razón que me queda huye.
¡Oh, Dios! ¡Sáquenme de este ataúd de algodón!
La alarma de mi teléfono suena cada vez más fuerte.
¡Haz que se calle!
La tienda de campaña más cercana está a más de seis metros de
distancia, pero no quiero ser la idiota que despierta a un grupo de niños
antes de lo necesario en lo que se supone que será un divertido viaje de
spring break.
Reprimiendo una maldición, me pongo boca arriba y trato de obligarme
a calmarme.
Deseando haberme quedado con esos malditos videos de ejercicios
abdominales que me prometí a mí misma que haría, uso cada resto de
fuerza central que tengo, y me siento.
El saco de dormir se sienta conmigo y el sonido de la alarma se
amortigua cuando el teléfono se desliza por el tobogán improvisado que
acabo de crear.
―¡¿En serio?!
Alejando el borde superior del saco de dormir de mi pecho, veo hacia
abajo y veo un brillo apagado proveniente de algún lugar cerca de mis
rodillas.
No puedo alcanzarlo.
Doblo las rodillas con la esperanza de que el teléfono se deslice hacia
mi trasero, solo para sentir el ruido sordo del teléfono contra mis pies, en
el puto fondo del saco de dormir.
Es como si pudiera sentir que mi presión arterial aumenta. Una
combinación de rabia, fastidio y somnolencia burbujea en mis venas.
Respiro lentamente para calmarme.
El volumen del teléfono sube un poco y necesito cada gramo de mi
control para no gritar.
Lentamente, alcanzo la cremallera de mi claustrofóbico saco de dormir
de 25 años.
Manteniendo la calma, la arrastro hacia abajo.
No dejaré que este día me venza antes de las 7 a.m.
La cremallera se atasca.
Si esto fuera una caricatura, mi rostro se pondría rojo brillante y nubes
de vapor silbarían en mis oídos.
Tomo otra respiración lenta.
―Tienes que estar bromeando.
Muevo la cremallera.
Nada.
Intento volver a subirla.
Nada.
Intento jalarla hacia abajo tan fuerte como puedo, pero la pequeña y
estúpida lengüeta de metal simplemente se clava en mis dedos.
―¡Pedazo de mierda! ―le gruño a la tortuga que me sonríe.
Sin importarme las consecuencias, agarro los dos lados justo por
encima de la cremallera atascada y los rompo como Hulk.
Excepto que la tela aguanta. No se rompe ni un solo hilo.
―¡¿Qué?!
Tiro más fuerte, encorvándome.
¡Pero no se rompe!
Rodando sobre mi estómago, con el saco de dormir girando alrededor
de mi cuerpo, presiono mi rostro firmemente contra la almohada y dejo
escapar un grito estridente mientras pateo con los pies.
Mi dedo descalzo choca con una superficie fría y dura y la alarma se
silencia.
Levanto la cabeza de la almohada.
¿Realmente acabo de posponer la alarma con mi rabieta?
El silencio devuelve un nivel de calma a mi pequeña habitación de
poliéster.
Después de una inhalación más, apoyo mi peso sobre los codos y me
arrastro hacia adelante, sacándome del saco de dormir.
Finalmente libre, ignoro la pérdida de calor y tomo mi saco de dormir
de la maraña de mantas. Sosteniéndolo boca abajo, lo sacudo y mi teléfono
finalmente se desliza hacia afuera, la pantalla muestra la cuenta regresiva
hasta que la alarma vuelva a sonar.
Para mí no habrá cinco minutos más. Uno, porque quiero darme prisa
y darme una ducha antes de que todos los demás estén ahí, y dos, porque
no hay ninguna cantidad de dinero que me permita volver a caer en esa
trampa mortal de los Adolescentes Mutantes en este momento.
Me siento y dejo escapar un pequeño gemido de dolor. Me duele todo
el cuerpo. Me siento como si hubiera dormido sobre un lecho de clavos.
¡¿Qué adulto elige vacacionar así?!
Me froto un punto particularmente adolorido en mi cadera.
Dos noches más. Solo dos noches más.
Ya ordené mi ropa para hoy y la puse en mi mochila. Todos mis
conjuntos van a ser más o menos iguales. Un par de leggins negros.
Calcetines gruesos. Una tanga. Un sujetador deportivo de cobertura total.
Una camiseta sin mangas. Una camisa de manga larga, y una sudadera
con cremallera. No muy elegante, pero funcional, y esa es la parte
importante.
Me pongo la chaqueta sobre el pijama, me aseguro de que mis cosas de
ducha también estén en la bolsa y abro la cremallera de la tienda.
Un puñado de otros adultos ya están dando vueltas, pero todos parecen
tan agotados como yo, así que todos simplemente asentimos con la cabeza
y lo dejamos así.
Al entrar al baño, oigo correr el agua, pero descubro que solo una de
las cuatro duchas está en uso.
Elijo una, entro en el pequeño espacio y cierro la puerta detrás de mí.
Ha pasado mucho tiempo desde que estuve en una ducha de
campamento, pero esto parece estar a la par con mi memoria, quizás
incluso un poco mejor de lo que esperaba. La cabina de ducha se divide
en dos secciones. La primera tiene aproximadamente la mitad del tamaño
de un inodoro típico. Con la puerta a mi espalda, hay un pequeño banco
a mi izquierda y un par de ganchos para toallas a mi derecha, luego, justo
frente a mí hay una fina cortina de baño blanca que se detiene a unos
treinta centímetros del suelo.
Con más acrobacias de las que me interesa hacer esta mañana,
finalmente me desnudo y me pongo un par de chanclas baratas. Bajo
ninguna circunstancia estaré aquí descalza.
Temblando, tiro de la cortina de la ducha hacia atrás y entro.
Haciendo todo lo posible para realizar mi rutina de ducha rápidamente,
mantengo la temperatura del agua justo por encima de tibia. No sé cómo
funcionan las tuberías en este edificio, pero no quiero ser la persona que
consuma toda el agua caliente. Aunque, después del comienzo de mi día,
no estoy dispuesta a martirizarme bajo agua completamente helada.
Cuando termino de enjuagarme, giro la manija y detengo el chorro de
agua. Exprimo el exceso de agua de mi cabello, abro la cortina y veo los
ganchos de toallas vacíos.
―Oh, mierda.
Vuelven las ganas de gritar de nuevo.
―¿Todo bien ahí dentro? ―pregunta una voz desde algún lugar del
baño.
―¡Todo bien! ―respondo, esperando parecer una persona cuerda―.
Saldré en un momento si estás esperando.
De pie, desnuda, el aire enfría rápidamente el agua que gotea de mi
cuerpo, y veo mi mochila, sabiendo que no tiene lo que necesito.
No empaqué una toalla, sé que no lo hice. Ni siquiera empaqué una
toallita, tuve que usar mis manos desnudas para enjabonar mi cuerpo con
el jabón.
¡Mierdaaa!
Al no ver otra opción, saco mi camiseta de dormir de mi montón de
ropa desechada y lo uso como toalla improvisada. Improvisar es la
palabra clave, porque no todas las telas son iguales. No sé de qué está
hecha esta camiseta, pero parece que deja de absorber cuando mi cuerpo
solo está seco en un 80%.
Me rindo, dejo la camiseta mojada en el banco y empiezo a vestirme.
Me pongo la tanga. Ningún problema, luego empiezo con los leggins.
Los leggins son geniales porque cuando se confeccionan correctamente
pueden mantener todo en su lugar. Nunca he tenido una estatura
pequeña y mis curvas extra redondeadas necesitan todo el control
adicional posible, pero ponerse unos leggins ajustados cuando el cuerpo
todavía está un 20% húmedo equivale a verse obligada a ver el vídeo
sexual de sus papás. Algo que ningún ser humano debería tener que
soportar.
Tiro, y jalo, y meneo, y siento que todo se sacude.
Salto y maldigo en silencio mientras jalo un poco más.
Centímetro a centímetro, suben por mis muslos.
La habitación todavía está fría, pero ahora está mezclada con un nivel
incómodo de humedad, y toda esta lucha me hace empezar a sudar. ¡Lo
cual, Dios, ¡solo agrava el problema!
Apretando los dientes, gritando en mi cabeza, doy un último tirón, al
mismo tiempo que salto, y mis leggins se deslizan en su lugar.
Me hago una promesa silenciosa de que no beberé nada hoy, así no
tendré que orinar y, por lo tanto, no tendré que quitármelos.
Luego tomo mi sostén deportivo y casi lloro.
―Estoy bien. ―Susurro el mantra para mis adentros, mientras paso mis
brazos y me pongo el sostén.
La tela hace ese truco especial del sujetador deportivo en el que el
material se enrolla formando un giro apretado, encajando en mis axilas y
encima de mis senos.
―Estoy bien. Estoy bien. Estoy bien.
Se forma más sudor en mi espalda y me contorsiono, doblando mis
brazos en formas que ellos no quieren doblar, agarrando la banda inferior
pegada a lo alto de mi espalda.
―Estoy bien. ―No estoy tan callada esta vez, pero ya ni siquiera me
importa si alguien me escucha.
Mis dedos atrapan la banda e ignorando el calambre que comienza en
mi brazo, agarro la tela y jalo.
Me giro, me doblo y aprieto los dientes.
Una eternidad después, con un último chasquido del elástico, ya está
en su lugar.
Pasando una mano por la parte delantera del sujetador, levanto cada
seno para que queden bien encajados en su jaula de spandex.
Sintiéndome como una salchicha demasiado rellena, me pongo un poco
de desodorante, me pongo varias capas de camisas y escapo de la ducha.
Al regresar directamente a mi tienda, puedo evitar el contacto visual y
entrar sin incidentes.
Feliz de que Rebecca todavía no esté a la vista, me desplomo en el suelo.
Necesito un momento a solas para trabajar en la búsqueda de mi Zen.
Me permito dos minutos de revolcarme, luego me peino y me hago dos
trenzas largas, colocando una sobre cada hombro. Sabiendo que no puedo
caminar con este clima con el cabello húmedo y descubierto, busco mi
gorro de punto morado y me lo pongo.
Usando mi teléfono en lugar de un espejo, aplico un poco de corrector
sobre las manchas oscuras debajo de mis ojos. No estoy tratando de
impresionar a nadie; simplemente no quiero parecer un desastre total. Me
pongo un poco de rímel y decido que es lo mejor que puedo conseguir.
Estoy tentada a acostarme, pero sé que si me vuelvo a dormir, me odiaré
por eso cuando el maldito silbido del señor Olson me obligue a despertar.
De regreso afuera, me dirijo hacia el pozo de fuego. No hay ninguna
fogata encendida, pero...
Oh, dulce niño Jesús, ¿huelo café?
Siguiendo mi olfato, encuentro a uno de los papás con una olla de agua
caliente, tazas de metal y café instantáneo.
Con pocas palabras, afortunadamente, me sirve una taza del jugo de la
vida y la llevo a una mesa de picnic vacía.
Mientras sorbo el café, siento que el estrés de la mañana se desvanece.
Esto está bastante bueno.
El sol ha salido y ya me está calentando lo suficiente como para dejarme
la chaqueta abierta. Hay pájaros cantando en los árboles que nos rodean
y todos los niños ven con los ojos muy abiertos, listos para ver lo que nos
deparará el día de hoy.
Sonrío en mi taza. Puede que esto no sea tan malo en realidad.
Un cuerpo se sienta a mi lado.
―Hola, compañera de cuarto.
Le sonrío a Rebecca:
―Bueno, buenos días. ¿Tuviste una buena noche?
Ella sonríe:
―Oh, tuve una muy agradable noche. Puede que no parezca gran cosa,
pero el entrenador tiene talentos ocultos.
Me ahogo. Primero, nunca había escuchado a nadie referirse al profesor
de deportes Bob como entrenador. En segundo lugar, esa es la última
persona con la que habría supuesto que estaría.
―Pero ya basta de mí ―Rebecca inclina la cabeza, indicándome que
mire al otro lado del camino―. ¿Ya viste al tipo de supervivencia?
Sacudo la cabeza, bien con el cambio de tema.
―¿Por qué, es sexy?
Ella deja escapar un gemido:
―Jodidamente sexy. Ese hombre podría sobrevivirme cualquier día de
la semana.
―¿Qué significa eso? ―Me río, y disimuladamente veo a mi alrededor
en busca de este hombre misterioso―. ¿Sabes dónde lo encontraron?
Ella se encoge de hombros.
―Escuché a alguien decir que es de Darling Lake. Pero quién sabe si
eso es cierto.
Entre dos grupos de personas, vislumbro una figura alta que lleva una
mochila, pero no puedo decir si es el recién llegado del que habla Rebecca
o simplemente uno de los papás.
El sonido de un silbido anuncia el comienzo del día y nos levantamos
para reunirnos alrededor de la fogata vacía donde está el señor Olson.
Espera a que todos nos tranquilicemos, haciendo callar a algunos de los
niños, antes de comenzar:
―¡Buenos días!
Hay un coro murmurado de “buenos días” en respuesta.
―Me alegro mucho de que todos hayamos sobrevivido a nuestra
primer noche en el bosque ―se ríe, y nunca he querido golpear más a
alguien en la garganta en mi vida―. Si aún no desayunaron, tenemos
barras de granola ahí ―señala una mesa―, pueden comer mientras
nuestro invitado especial nos cuenta lo que nos tiene reservado hoy. ―El
señor Olson junta las manos―. Entonces, sin más preámbulos,
permítanme presentarles al señor Stoleman.
¿Stoleman?
La mirada colectiva de la multitud se gira hacia mí y una punzada de
inquietud sube por mi cuello.
Lentamente, me doy la vuelta y veo fijamente el perfil de un hombre
que pasa junto a mí, hacia el frente del grupo.
No.
El sol se cuela entre los árboles, resaltando los mechones color chocolate
revueltos alrededor de la cabeza del hombre.
No puede ser.
Su vello facial es del mismo color intenso que su cabello y es casi lo
suficientemente grueso como para ser considerado barba. Tal vez se la
afeitó ayer, o el día anterior.
Al llegar al lado del señor Olson, el hombre se detiene y se gira hacia
todos.
―Por favor ―su voz es clara y profunda, y la siento resonar en mis
huesos―, llámenme Beckett.
No puede ser.
Absolutamente no puede ser.
Yo… ni siquiera sé qué pensar en este momento.
La última vez que vi a Beckett él... ¡Dios, no se veía así! ¿Cómo se está
poniendo más sexy? Hago los cálculos en mi cabeza, 38 años, este hijo de
puta tiene 38 años y se ve mejor que nunca.
Mientras me quedo boquiabierta ante su rostro estúpidamente
hermoso, capto fragmentos de lo que está diciendo.
―Crecí en Darling Lake... fui a la misma escuela... me encantaba
acampar...
Esto no puede estar pasando.
No puede estar pasando.
El universo la tiene contra mí cuando se trata de Beckett Stoleman. Cada
vez que lo veo, hago el ridículo. Cada vez peor que el anterior.
Al menos esta vez no tengo acné, que es lo mejor que puedo decir sobre
mi situación actual.
La multitud se ríe de algo que dice y yo obligo a mis oídos a escuchar.
―... porque algún día podrías encontrarte en una situación en la que
solo estés tú y la Madre Naturaleza. ―Los ojos de Beckett exploran la
multitud y luego se detienen directamente en los míos―. Y si cuidamos
de ella, ella podría cuidar de nosotros.
Mi pulso se acelera y juro por Dios que mi vagina acaba de convertirse
de un almacén en un tobogán de agua, pero eso es una lástima porque no
me quitaré estos malditos leggins para cambiarme las bragas.
Cuando la mirada de Beckett se aleja de mí, respiro profundamente.
Rebecca ahoga una risa a mi lado:
―¿Estás bien?
Empiezo a asentir automáticamente, pero rápidamente cambio y
sacudo la cabeza:
―Ni siquiera un poco.
Ella me da un codazo.
―¿Qué pasa?
Manteniendo mis ojos en Beckett, le susurro:
―Lo conozco. O, bueno, lo conocía.
La voz de Rebecca es igual de callada, lo cual es bueno porque
simplemente lo intenta:
―¿Solían follar?
Su pregunta es tan absurda que una risa me sube a la garganta. Me tapo
la boca con la mano y trato de atraparla, pero solo sale un fuerte resoplido
de tos.
Varios pares de ojos se giran hacia mí, así que deslizo mi mano hacia
mi pecho, como si estuviera aclarando mi garganta.
Cuando la atención de la gente vuelve a Beckett, lo veo con la esperanza
de que no me haya escuchado, pero él está mirándome fijamente, o mejor
dicho, está viendo la mano que tengo en mi pecho.
Dejo caer mi mano y él ve hacia otro lado.
―¡Oh, cariño! ―Rebecca se ríe disimuladamente―, ya puedo sentir la
tensión sexual. Será divertido verlo.
―¡Dios, cállate! ―siseo tan silenciosamente como puedo.
―No hasta que prometas contarme toda la historia.
―Bien. Lo prometo. ―Tomo el resto de mi café, deseando que sea algo
más fuerte.
Probablemente será bueno contarle a Rebecca sobre mi pasado no tan
sórdido con Beckett. Hablar siempre me ayuda a solucionar una situación,
y una vez que lo haya dicho, Rebecca verá que está equivocada con su
comentario sobre tensión sexual. Para que eso sea posible, ambas partes
deben estar interesadas. Este es solo un caso de amor adolescente no
correspondido convertido en vergüenza adulta.
Sinceramente, apostaría mi dinero a que ni siquiera me reconoce.
Mucho menos piensa en mí así.
La Pequeña Elouise Hall. Ya de mayor.
Mis ojos la beben por centésima vez.
Crecida por completo.
Cometí el error de no reconocerla una vez, pero no lo volveré a hacer.
No, ahora tengo su contorno grabado en mi cerebro.
Una mirada, una sola mirada, fue todo lo que necesité para darme
cuenta de que se trataba de Elouise adulta.
Incluso envuelta en capas de ropa, no puede ocultar la forma de su
hermoso cuerpo.
De espaldas a mí, mis ojos comienzan en sus pies y suben. Botines
salpicados de barro que de alguna manera lucen lindos. Muslos gruesos
y fuertes, envueltos en ajustados leggins negros que son un maldito regalo
para la humanidad, y ese trasero. Jesús Camping Cristo, ese puto trasero.
Quiero tenerlo en mis manos. Quiero apretarlo. Lamerlo. Azotarlo.
Sintiendo mi sangre calentarse, levanto los ojos.
Ver fijamente su espalda significa que no tengo una vista de su pecho,
pero si coincide con el resto de sus curvas, sé dónde quiero recostar mi
cabeza esta noche, y no puedo ver sus ojos, pero puedo imaginármelos
perfectamente. Orbes brillantes, aturdidos, de color marrón oscuro,
mirándome en estado de shock mientras me presentaba antes. Labios
entreabiertos… mierda. Ella está vestida para acampar y yo estoy aquí casi
jadeando. Viéndola fijamente…
Quiero mis manos sobre ella.
Lleva un sombrero bordado sobre la cabeza, pero no oculta sus bonitas
trenzas marrones, y eso no me impide imaginarme agarrando esas trenzas
y enseñarle cómo me gusta. Un poco áspero. Un poco duro. Un poco…
―Hola, señor Beckett ―hay un tirón en mi manga.
Veo al niño que jala mi chaqueta y me aclaro la garganta. Nada en el
mundo mata una erección como un niño sorpresa.
―¿Qué pasa, hombrecito?
No parpadea y pregunta:
―¿Alguna vez has peleado con un oso?
Tengo que morderme el interior de la mejilla para no reírme, porque se
ve muy serio. En vez de eso, respondo con la misma seriedad:
―Todavía no.
Él asiente, como si ésta fuera una respuesta perfectamente razonable.
―Okey. ―Entonces parece pensar―: ¿Hay osos aquí?
―No es probable.
Sus cejas se fruncen.
―¿Hay osos en algún lugar de Minnesota?
―Los hay ―toda mi perorata de introducción fue sobre la importancia
de recibir educación, así que no quiero mentir la primera vez que alguien
me haga una pregunta―, pero la mayoría de ellos están en el norte.
―Pero podrían caminar hasta aquí, ¿verdad?
―Podrían, pero no lo hacen a menudo.
―¿Con qué frecuencia? ―Las cejas de este niño siguen bajando con
cada pregunta y siento que estoy en el lado equivocado de un
interrogatorio.
―No sé el número exacto de veces que ha sucedido, pero si quieres
saber más, hay un sitio web donde puedes realizar un seguimiento de los
avistamientos de osos.
Sus cejas se alzan esta vez.
―¿¡De verdad!?
―De verdad ―en realidad no tengo ni puta idea, pero hay un sitio web
para todo, así que debe haberlo.
El niño se da vuelta y sale corriendo.
―¡Mamá! Mamá, ¿puedo usar tu teléfono?
Mentalmente cruzo los dedos para que mi suposición sea correcta.
La distracción se va y mis ojos vuelven a Elouise. Ella está parada en el
mismo lugar, hablando con una rubia, agita las manos y le cuenta
animadamente una historia a su amiga. Elouise hace otro gesto salvaje y
la amiga tiene que agacharse de tanto reírse.
Ojalá pudiera ver la cara de Lou, siempre ha sido expresiva y daría mi
nuez izquierda por saber de qué está hablando en este momento.
Entonces, ve a descubrirlo.
Doy un paso adelante cuando de repente el señor Olson bloquea mi
camino.
Sus rasgos están tensos y no sé si está enojado porque veo a Elouise o si
de alguna manera arruiné su preciosa línea de tiempo, pero sea cual sea
esa mirada que me está dando, no está funcionando.
No voy a dejarme intimidar por un imbécil vestido con polo y con un
portapapeles, así que continúo sosteniendo su mirada hasta que se mueve
incómodo y me mira.
―Todos están listos, si usted lo está, señor Stoleman.
―Está bien ―observo mientras se mueve a mi lado, y sus ojos van hacia
la espalda de Elouise, al igual que los míos.
Oh, ¿así es como va a ser?
Soy un poco más alto. No me importa un poco de competencia porque
nunca pierdo.
―Entonces, me doy la vuelta y digo SÍ, ¡solo para encontrarlo hablando
por su celular!
Rebecca se dobla, riendo con tanta fuerza que las lágrimas corren por
sus mejillas.
―¡No lo hiciste! ―jadea.
―Lo hice ―ha pasado suficiente tiempo como para poder reírme de
eso ahora, pero la siguiente parte siempre le dolerá a mi pobre corazón
adolescente―. Entonces mi amiga, que fue testigo de todo, sale corriendo
gritando mi nombre. ¿Y sabes lo que hace Beckett?
Ella me ve, con las manos todavía en las rodillas.
―¿Qué?
―Ve la etiqueta con mi nombre.
Su boca se abre y puedo ver sus rasgos divididos entre el humor y la
indignación.
―¡No lo hizo!
―Lo hizo.
Se endereza y vuelve a ver por encima de mi hombro.
―Bueno, si la cantidad de tiempo que pasó mirándote significa algo,
diría que ese hombre no te ha olvidado esta vez.
Mis ojos se abren y lucho contra el impulso de ver detrás de mí.
―No lo hizo.
Ella sonríe.
―Lo hizo.
Mi cerebro está tratando de encontrarle sentido a esto, cuando la voz
de Beckett resuena:
―¡Muy bien, campistas, síganme!
Recomponiéndonos, nos unimos al grupo siguiendo a Beckett mientras
él nos guía por el sendero, pasando por los baños y luego por un sendero
que no había notado antes.
Todos los niños han migrado al frente del grupo, por lo que, en su
mayor parte, están escuchando lo que dice Beckett. Mientras que yo he
caído al final del grupo, sin siquiera intentar escuchar lo que se dice.
Beckett jodido Stoleman.
Simplemente ni siquiera puedo entenderlo. Como… ¡¿Qué diablos está
pasando?!
Puede que le haya perdido la pista después de ir a la universidad, pero
Beckett fue a la escuela en Chicago por negocios -o algo así-, así que estoy
bastante segura de que no es una especie de guardabosques.
Pero aquí está.
El sendero cruza un tramo baldío de carretera asfaltada y cruzamos al
otro lado. Mis ojos han estado bajos, observando dónde paso, así que
cuando finalmente los levanto, casi tropiezo.
Los árboles han caído repentinamente para revelar un pequeño y
hermoso lago escondido en un parche de árboles de hoja perenne. El agua
parece tranquila y hay una capa de hielo en el centro del agua.
Es hermoso y tranquilo y puede que acabe de encontrar mi nuevo lugar
feliz.
Cuando todos nos detenemos, miro alrededor del área que rodea el lago
y veo una maraña de senderos que se entrecruzan por todo el lugar.
Alrededor del lago, a través del bosque, una serie de soportes en forma
de podio salpican los caminos de grava.
―Muy bien ―la voz de Beckett se escucha entre la multitud y todos
guardan silencio―, una de las cosas más importantes que hay que
aprender para sobrevivir es qué es comestible. Es decir, qué plantas
puedes comer y cuáles no. Lo ideal sería ayudarles a encontrar ejemplares
vivos de estas plantas, pero como todavía estamos a principios de
primavera y las cosas están a punto de brotar, tendremos que descubrirlas
de otra manera. ―Se inclina hacia la mochila en sus pies, saca algunas
hojas de trabajo y se las entrega al niño más cercano a él―: Hazme un
favor y asegúrate de que todos reciban una.
―¿Incluso los adultos? ―pregunta el niño, claramente dudoso.
Beckett asiente:
―Sí. Los adultos también se pierden en el bosque.
―Jesús, ¿no es una idea encantadora? ―le murmuro a Rebecca, quien
ha encontrado el camino de regreso a mi lado.
Beckett saca una bolsa transparente de su mochila y solo me toma un
momento reconocer el color amarillo de los clásicos lápices número 2 que
contiene. Le entrega la bolsa a otra estudiante y le pide que los reparta.
Rebecca suspira a mi lado:
―Puede que sea sexy, pero está actuando como un verdadero
aguafiestas. Es spring break ―dice las dos últimas palabras con énfasis.
Pongo los ojos en blanco.
―Sí, excepto que este spring break no tiene margaritas heladas en
México, solo tiene un grupo de niños en la tundra helada.
Ella resopla:
―Debería haber traído alcohol.
Cuando pasa un minuto y no respondo, ella se gira para verme
completamente.
―Elouise, ¿me estás ocultando algo?
―Bueno, si realmente hubieras dormido en nuestra tienda anoche,
sabrías la respuesta.
Rebecca sonríe:
―Bueno, mírate, eres una infractora de reglas. Pero es toda tuya, tengo
a Bob para mantenerme caliente.
Intento no hacer muecas.
Al sentir mis pensamientos, mueve las cejas.
―Movimientos, Elouise. Tiene muuuchos movimientos.
―Oh, Dios. ―Me tapo la cara con las manos. No necesito esa imagen
mental grabada en mi cerebro.
―Hablando de eso ―susurra Rebecca, y dejo caer mis manos a tiempo
para ver al profesor de deportes Bob acercarse.
Una ráfaga de viento azota el pequeño claro, así que levanto la mano
libre y me jalo el sombrero hasta las orejas.
―Señoritas ―nos saluda a ambas, pero solo tiene ojos para Rebecca―.
¿Te importaría formar equipo?
Rebecca asiente y Bob me entrega una hoja de trabajo y un lápiz antes
de irse con la única amiga que tengo aquí.
Resisto la tentación de suspirar.
Un par de niños de mi clase pasan junto a mí, así que me inserto en su
grupo y avanzamos por el sendero que rodea el lago. Cada dos minutos
nos topamos con uno de esos carteles montados que muestran una
fotografía de una planta, explicando su apariencia, olor y dónde crece
comúnmente, luego hay una segunda solapa que debes levantar y que te
indica si es seguro comer o no, y la marcamos en nuestras hojas de trabajo.
Hasta ahora, he aprendido que probablemente prefiero morir de
hambre antes que arriesgarme a comer algo equivocado.
Los niños se ríen y bromean cuando empezamos a tomar otro camino,
por eso no noto al papá espeluznante Adam hasta que está justo a mi lado.
Él simplemente me sonríe, mientras intenta igualar su paso con el mío.
Levanto una mano en el saludo más incómodo, pero sigo caminando,
esperando que pueda captar una indirecta.
―¿Dormiste bien?
Su pregunta es tan inesperada que no sé cómo responder.
Parece inapropiado preguntar, pero en realidad, probablemente sea
perfectamente aceptable considerando que, después de todo, somos un
grupo de adultos durmiendo en el suelo. Estoy segura de que dormir mal
fue la norma anoche.
Pero hay algo en él que me pone nerviosa, por eso que me pregunte
cómo dormí se siente muy acosador.
―Dormí bien ―me encojo de hombros.
Él se ríe y golpea su hombro contra el mío, provocando que se me
pongan los pelos de punta.
Doy un paso hacia un lado, poniendo algo de distancia entre nosotros,
y si él se da cuenta, finge no hacerlo.
Veo a mi alrededor, buscando a su hijo.
―¿Dónde está Ross?
Él rechaza la pregunta:
―Fuera con sus amigos. No quería obstaculizar su estilo.
Oh, entonces es mi estilo.
Hago un sonido de comprensión y acelero el paso para quedarme con
el grupo de niños que tenemos delante. Este momento improvisado a
solas me hace sentir muy incómoda.
―Entonces… ―comienza.
Y su tono me hace acelerar aún más el paso. Parece que está a punto de
invitarme a salir y, santo infierno, por favor no dejes que haga eso. La
respuesta seria no. Por supuesto que sería no, pero no puedo ser grosera
al respecto. ¡Estaremos aquí por otras dos noches!
―Me preguntaba…
Sus palabras son interrumpidas por un coro de voces jóvenes que gritan
“¡Beckett!”, y nunca he estado más agradecida por una interrupción en mi
vida. Incluso si eso significa estar muy cerca de la persona que me gusta
de la infancia.
―¿Cómo les va por aquí? ―le pregunta a los estudiantes, y ellos
responden con entusiasmo con vítores ininteligibles.
Está parado frente al grupo de niños, pero sus ojos están entrecerrados
en Adam.
Extraño.
Aprovechando la distracción como oportunidad, doy unos pasos más,
colocando a la mitad de los niños entre Adam y yo, e ignoro
deliberadamente el hecho de que eso me acerca a Beckett.
―Señor Beckett, ¿alguna vez comiste algo malo cuando estabas en el
bosque? ―pregunta una chica y todo el grupo se queda en silencio.
Beckett sonríe mientras sus ojos se mueven para encontrarse con los
míos.
―Yo no, pero Lou... quiero decir, la señorita Hall sí. ―Él espera un
momento―. Es la señorita Hall, ¿verdad? No señora…
Oh. Mi. Dios.
¡Oh, Dios!
Él me recuerda.
El calor llena mi cuerpo, desde la punta de los dedos helados de mis
pies hasta la punta de mi nariz sonrojada.
Me muerdo el labio, sin estar segura si estoy a punto de sonreír como
una tonta o vomitar mi café.
―Es señorita ―grita amablemente uno de los niños.
―Bien ―responde Beckett.
Espera. ¿Qué? ¿Bien? ¡¿Qué significa eso?!
Siento varios pares de ojos sobre mí.
―¿Qué comiste? ―me pregunta alguien.
―Mmm ―mi cerebro se da un impulso mental y me obligo a ver
nuevamente a Beckett―. Yo, eh, en realidad no sé de qué está hablando.
Con sus ojos fijos en los míos, la boca de Beckett forma esa adorable y
torcida sonrisa, de la que me enamoré hace décadas.
―Setas, señorita Hall. Me refiero a la vez que comiste los hongos que
encontraste en tu jardín.
Mis ojos se abren.
―Wow... me olvidé de todo eso.
―¿Qué pasó? ―pregunta alguien.
―Mmm... ―Tratando de recordar, me muerdo la punta del dedo. Veo
a Beckett, ya que lo recuerda claramente, pero encuentro su atención
centrada en mi boca.
Dejo caer mi mano. Mi sonrojo se hace más profundo.
―Recuerdo que mi mamá se asustó ―admito, todavía sin estar segura
de los detalles―, y recuerdo haber ido al hospital... ―Me detengo,
realmente habiéndome olvidado por completo del evento.
―Después de comer un puñado de hongos podridos ―comienza
Beckett―, la señorita Hall empezó a vomitar. ―Todos los niños hacen un
sonido ante esa revelación―. Su hermano estaba con ella, así que corrió y
buscó a su mamá, y luego su mamá tuvo que llamar al centro de
intoxicaciones. Como la señorita Hall no podía recordar cómo eran los
hongos, su mamá la llevó al hospital para asegurarse de que estaba bien.
―¿Y lo estuvo? ―pregunta uno de mis alumnos.
―Claro ―responde una niña―, si ella hubiera muerto, no estaría aquí.
―¿Cómo sabes todo eso? ―pregunta el único otro adulto. Su voz suena
demasiado tensa para la conversación.
Todos nos giramos para ver a Adam, que está de pie con los brazos
cruzados y el ceño fruncido.
Juro que Beckett se endereza:
―La señorita Hall y yo nos conocemos desde hace mucho.
La mandíbula de Adam se aprieta, pero todo lo que puedo hacer es
concentrarme en Beckett.
¿Qué está pasando?
Los niños ven de un lado a otro entre los dos machos en postura.
―Crecimos juntos ―digo, para romper la creciente tensión―. Más o
menos.
Técnicamente, nos conocíamos cuando éramos niños, pero crecer juntos
puede ser un poco exagerado.
―Genial ―dice uno de los niños más pequeños.
―Entonces, ¿conociste a la señorita Hall cuando era niña? ¿Como
nosotros? ―pregunta otro, sonando absolutamente sorprendido. Como si
nunca se le hubiera ocurrido la idea de que yo hubiera sido niña.
Beckett asiente:
―Claro que sí.
Esto provoca una avalancha de preguntas, pero Beckett logra que el
grupo vuelva a concentrarse y les dice que compartirá historias esta noche
después de la cena.
No puedo imaginar qué tipo de historias tiene sobre mí.
Él no… siento que parte del calor desaparece de mi rostro. No les contó
todas las veces que me avergoncé delante de él. ¿Lo haría?
Cuando el grupo comienza a moverse, automáticamente caigo en mi
lugar anterior al final del grupo. Recuerdo que no quiero terminar
caminando con Adam, así que veo disimuladamente a mi alrededor, y me
siento aliviada cuando veo su espalda mientras camina por el sendero al
frente del grupo.
Realmente no sé qué estaba pasando entre él y Beckett, pero me alegro
de que lo haya asustado.
Medio escuchando mientras los niños acosan a Beckett con preguntas,
observo la belleza que me rodea.
Sí, hace frío y mi situación para dormir es miserable, pero es imposible
negar el atractivo de The Great Outdoors.
La vida apenas comienza a liberarse del congelamiento, y se forman
pequeños brotes en las ramas desnudas de los árboles. Un contraste con
los poderosos árboles de hoja perenne, que hacen alarde de sus tupidas
agujas de un verde intenso. No es la época más bonita del año en el
sentido tradicional de la palabra, pero resalta el cambio de estaciones. Un
nuevo ciclo de vida. Una oportunidad para volver a intentarlo. Un nuevo
comienzo.
Nos detenemos en otra placa y después de leer la tarjeta informativa,
todos los niños se apresuran a escribir sus respuestas.
Escucho un chasquido silencioso seguido de un grito ahogado:
―¡Se me rompió el lápiz!
Me acerco al niño para darle el mío, pero Beckett se me adelanta.
Él extiende su mano.
―Déjame ver.
El niño coloca el lápiz en la palma abierta. Puedo ver que la punta de
plomo se ha roto.
Beckett mete la mano en su bolsillo y espero que saque otro lápiz, pero
su mano cubre la longitud del artículo, que parece muy corto y ancho.
Con un movimiento de muñeca, una hoja afilada aparece de la nada y
encaja en su lugar.
Es un cuchillo. Una navaja, creo que se llaman, o algo así.
Con demasiada fascinación, observo cómo Beckett hace movimientos
rápidos y precisos con su navaja, cortando el extremo romo del lápiz.
No puedo apartar la mirada.
Su agarre es controlado y la mano se flexiona alrededor del mango. Su
enfoque es inquebrantable, y su postura es ligeramente encorvada,
estirando la tela de su chaqueta sobre su amplia espalda.
En segundos tiene el lápiz afilado en la punta, y respiro más fuerte que
antes.
Después del incidente del lápiz, logré evitar a Beckett durante todo el
almuerzo. Rebecca probablemente me habría dado una mierda por
esconderme, pero estaba demasiado ocupada mirando a Bob con ojos
saltones.
Finalmente, por primera vez en todo el día, puedo relajarme.
Encontré una mesa llena de chicas tranquilas y sus mamás, quienes
felizmente me dejaron unirme a ellas para almorzar, y no parece
importarles que me quede sentada con mis pensamientos en lugar de
unirme a la conversación.
Bonificación doble: cuando termina el almuerzo, en lugar de dividirnos
en grupos para la siguiente actividad, Beckett simplemente nos hizo
quedarnos con nuestros compañeros de mesa.
Entonces, sintiéndome entusiasmada por el indulto de los hombres,
salgo con mi grupo de chicas mientras aprendemos técnicas simples de
primeros auxilios. Vendamos dedos falsos torcidos. Busco palos que
sirvan como férulas para huesos rotos, y aprendo las mejores formas de
tratar una quemadura en la naturaleza.
Beckett mantiene la cabeza fría, caminando entre los grupos, elogiando
los esfuerzos, dando consejos y derritiendo las bragas.
Intento concentrarme en nuestras tareas, pero es difícil evitar que mi
mente dé vueltas en torno a Beckett.
¿Dónde aprendió todo esto?
¿Cómo supo de los hongos?
¿Dónde vive ahora?
¿Volvió? ¿Es por eso que está aquí?
Lo último que supe fue que vivía en La Ciudad del Viento, pero
después de esa desafortunada fiesta de Navidad en la que mi corazón
adolescente fue aplastado por la realidad de nuestras diferencias, dejé de
preguntar por él.
Y luego, por supuesto, unos años más tarde ocurrió el Incidente del
Café. Maddie fue testigo de esa tragedia, pero nunca le dije una palabra a
mi familia.
Y menos de un año después me fui a la universidad.
Hubo algunas veces que pensé en buscar en Google el nombre de
Beckett, buscarlo en MySpace, encontrarlo en Facebook, pero siempre me
acobardé. Estaba demasiado preocupada de que de alguna manera se
enterara, y no es que le hubiera enviado una solicitud de amistad.
Un pequeño resoplido se me escapa ante el recuerdo. Qué tonta fui.
―Perdón, ¿qué fue eso? ―me pregunta una de las mamás.
Lo descarto con la mano.
―Solo una tos.
Parece escéptica pero la voz de Beckett llama su atención.
―Muy bien, todos, nos reuniremos para esto último...
Un silbido agudo hace que todo el campamento se estremezca.
Beckett se gira lentamente para ver al señor Olson, cuyo silbato todavía
está presionado contra sus labios.
―Gracias. ―La voz de Beckett es tan seca que tengo que taparme la
boca con una mano para evitar resoplar de nuevo.
Finalmente regresamos al campamento principal y parece que Beckett
tiene algo más planeado para nosotros.
Todos se acercan y yo veo discretamente a Adam, asegurándome de
mantener varios cuerpos entre nosotros.
―Bajitos al frente. ―Beckett hace un gesto a algunos de los niños para
que avancen―. Voy a mostrarles lo que guardo en mi kit de emergencia.
―Sostiene un paquete con cremallera que se parece mucho a una lonchera
de lados blandos―. Los conceptos básicos serán los mismos donde quiera
que vayan, pero dependiendo de su situación es posible que deseen
ajustar lo que tengan a mano.
Todos los niños se acercan más mientras Beckett abre el kit y saca los
artículos.
Me sorprende que estén tan interesados en algo tan mundano, pero
también me inclino más hacia la acción. Probablemente sea solo Beckett,
su magnetismo debe funcionar en todos, no solo en las mujeres solteras y
cachondas.
Sacando una gran bolsa Ziplock, Beckett se dirige al grupo:
―Para la próxima, necesitaré un ayudante para mi demostración.
Entrecierro los ojos, pero ha bajado la bolsa hasta su cintura para que
no pueda ver lo que hay dentro.
―Señorita Hall.
Mis ojos se levantan para encontrarse con los suyos, mientras mis
mejillas se sonrojan. De nuevo.
Había estado tratando de ver qué había en la bolsa, pero probablemente
parecía que estaba viendo su basura.
―¿Sí? ―grazno.
―Ven aquí ―sus ojos sostienen los míos mientras espera un
momento―, por favor.
Un escalofrío recorre mi cuerpo.
¿Beckett Stoleman dándome órdenes? Sí, jodidamente, por favor.
―¡Voy! ―grito, y juro que escucho a Rebecca ahogarse en una
carcajada.
Me abro paso entre los niños sentados, rezando para que mi rostro no
parezca un tomate cuando llegue al lado de Beckett.
―Gracias por ofrecerte como voluntaria ―bromea Beckett, haciendo
reír a algunos de los papás.
Haciendo acopio de valor, me acerco a él y le doy mi mejor sonrisa.
―Feliz de ayudar.
―Tuve un presentimiento ―sonríe.
Un brazo pesado cae sobre mis hombros y me obligo a quedarme
quieta, en lugar de inclinarme hacia su costado.
―La señorita Hall me ayudará a mostrarles cómo tratar
adecuadamente una laceración. ―Cuando los niños continúan
mirándolo, él aclara―: Un corte. ―Usando su agarre sobre mi hombro,
me gira hacia él―. ¿Podrías por favor subirte la manga de tu sudadera?
Me suelta y luego me golpea el antebrazo derecho.
―Oh, mmm, okey. ―balbuceo, sin saber qué decir mejor.
El sol salió más temprano, calentando el día, así que me quité la
chaqueta hace un rato.
Un momento después tengo ambas capas de mangas de camisa
arrugadas alrededor de mi codo.
―Perfecto.
Beckett se inclina hacia su mochila y uno de los chicos más jóvenes deja
escapar un grito.
―¡La va a cortar! ―Y lo reconozco como uno de los niños que
presenciaron a Beckett usar la navaja en el lápiz.
Puede que no conozca bien a Beckett, pero estoy bastante segura de que
no me cortará el brazo.
Beckett sostiene un marcador morado en su mano.
―Prometo que no voy a lastimar a su señorita Hall. ―Me tiende la otra
mano―. Confía en mí.
No sé si es una pregunta o una afirmación, pero respondo mientras
coloco mi palma en la suya.
―Lo hago.
Es algo sencillo, y de fácil admisión, pero algo en este momento parece
grande. Más grande que una demostración de primeros auxilios.
Se siente como... un nuevo capítulo.
Oh, diablos. No debería haber hecho eso.
Sentir la mano de Elouise en la mía es más de lo que esperaba. Es un
acto tan inocente. Casi ni siquiera nos tocamos, pero se siente
increíblemente íntimo. Como los juegos previos.
Su palma parece tan pequeña en comparación con la mía más grande,
y sin pensar, mis dedos se cierran con más fuerza alrededor de los suyos.
Mi deseo subconsciente de consumirla está saliendo a la superficie y
manifestándose en acción.
Suavemente la atraigo hacia mí y ella da un paso más hacia adelante.
―Así ―le digo, mi voz suena más profunda en mis propios oídos.
Coloco mi otra mano sobre su codo, manteniéndola quieta mientras uso
mi mano para bajarla y girarla hacia afuera, exponiendo su antebrazo a
los campistas.
Los campistas que observan cada uno de nuestros movimientos, me
recuerdo.
Pero incluso sabiendo que tenemos audiencia, no puedo apartar la
mirada del rostro de Lou. Sus mejillas han tenido un bonito tono rosado
la mayor parte del día, y es jodidamente adorable.
Hay algo en ella, en esto, que me hace sentir como en casa.
Mi pecho se expande.
Ha pasado tanto tiempo desde que nos vimos. Más de una década, pero
en el momento en que la vi, supe quién era. Justo como supe que ella
estaba enamorada de mí cuando éramos niños.
Siempre fue una chica agradable, simpática y amable. No vi ningún
daño en su pequeño enamoramiento infantil. Era lindo, pero la diferencia
de edad entre nosotros en aquel entonces significaba que solo la veía como
a una niña. Ambos éramos muy jóvenes.
¿Pero ahora? Mierda. Ahora quiero echar su cuerpecito suave sobre mi
hombro y mostrarle lo que soy capaz de hacer en este bosque.
Mis dedos se flexionan contra la piel cálida justo debajo de su codo y
siento el ligero escalofrío que recorre su brazo. Un escalofrío que sube por
mi propio brazo, baja por mi pecho hasta...
Mierda.
Apretando los dientes, fuerzo a mis pensamientos a volver al cuidado
de las heridas, porque explotar una erección frente a un grupo de niños
es una forma segura de acabar con cualquier oportunidad que pueda
tener con esta mujer.
―Quédate quieta ―le ordeno, y ella escucha.
Me llevo el marcador a la boca, muerdo la tapa, la libero y luego la dejo
caer en mi palma. El movimiento atrae su mirada y mi lengua se desliza
por mi labio inferior por impulso.
Ella se mueve sobre sus pies y trago un gruñido.
Proyecto mi voz para la multitud mientras veo el brazo desnudo de
Elouise:
―Voy a simular un corte grande.
Presionando la punta fría del marcador sobre su piel, trazo una línea
violeta brillante desde la mitad de su antebrazo hasta su muñeca.
Un niño jadea cómicamente y Elouise sonríe:
―No me dolió ni un poco.
Ella es tan buena con estos niños, incluso cuando me evitaba, estaba
presente para los estudiantes. Ella claramente los respeta y ellos a su vez
la respetan.
Una sonrisa se dibuja en un lado de mi boca.
Puede que Elouise haya crecido, pero no perdió quién era, sigue siendo
esa humana generosa y dulce, solo que ahora es toda curvas, mejillas
sonrojadas y descaro velado.
Y maldita sea, quiero tenerla a solas, así puedo desnudarla y hundirle los
dientes en cada parte suave que tiene.
¡Jodidamente enfócate, Beckett!
Saco los diferentes artículos de primeros auxilios, les muestro cómo
limpiar y vendar una herida, y me recuerdan los veranos en The
Boundary Waters.
Cuando dejé Minnesota para ir a la universidad en Chicago, no
esperaba pasar los veranos en mi estado natal, en la frontera con Canadá,
para trabajar como guía de campamento, pero tenía un amigo que tenía
un amigo y me encontré haciendo el viaje de 9 horas cada mes de junio.
Las primeras semanas fueron difíciles, aprendiendo a navegar por los
más de un millón de acres de naturaleza salvaje. Sin electricidad. Sin agua
corriente. Sin motores. Solo una canoa, un remo y una mochila.
Pero rápidamente aprendí a dominar mi entorno y terminé amándolo.
Así que seguí adelante, y una vez al año, durante tres meses, escapaba
de la ajetreada vida de la ciudad y vivía bajo las estrellas.
Cuando me gradué, dejé de ir al norte. El trabajo y la vida se
interpusieron en mi camino y no mucho después lo olvidé por completo.
Olvidé lo mucho que amo estar al aire libre. Cuánto me encanta inhalar
ese aire fresco del bosque. Cuánto amo estar aquí, en Minnesota.
Y maldita sea, ahora le debo un agradecimiento a mi papá. Él es la razón
por la que estoy aquí en primer lugar. Aparentemente, está en el mismo
equipo de bolos que la directora de la primaria Darling, y cuando canceló
el guía de supervivencia original, mi papá me ofreció como voluntario en
su lugar.
Entonces, mientras aseguro el vendaje elástico alrededor del “corte” de
Elouise, le envío un agradecimiento silencioso a papá. Porque si no fuera
porque él me metió en esto, no estoy seguro de haberme topado con ella
en absoluto, y poner nerviosa a Elouise se ha convertido en mi nuevo
pasatiempo favorito.
Le doy un ligero apretón en el brazo.
―Ahora que hemos detenido el sangrado y vendado la herida, está lo
suficientemente estable como para que podamos llevarla al hospital.
La risa que suelta suena un poco forzada.
―Mi día de suerte.
―No solo tu día de suerte ―escondo mi sonrisa y hago un gesto hacia
el kit de emergencia a mis pies―. Todos aquí recibirán uno de estos kits
de emergencia para llevar a casa ―la mayoría de los niños aplauden,
como si acabaran de ganar algo mucho más genial que las tiritas―, pero
no los recibirán hasta el último día.
Un mar de hombros se hunde en señal de derrota.
Sintiendo la oportunidad, el señor Olson da un rápido toque de silbato
y comienza a indicarle a todos lo que sigue. Mi trabajo ha terminado por
hoy, así que mientras lo escucho repasar los planes para la cena al aire
libre, descubro que mi atención vuelve a Elouise.
Ella todavía está cerca de mí y el hecho de que no se haya alejado me
llena de una extraña sensación de logro. Como si hubiera ganado algo.
Su mano roza la mía.
―Mmm ―ella susurra―, ¿quieres sacármelo?
Mi cabeza gira tan rápido que la asusto.
―¿Qué dijiste? ―pregunto.
―Dije, ¿quieres sacármelo… ―sus palabras se desvanecen mientras
sus ojos se abren al darse cuenta de lo que dijo.
Parece que va a estallar en llamas, pero en lugar de eso se tapa la boca
con una mano, tratando de amortiguar la risa.
―Dios ―sacude la cabeza y levanta el brazo vendado―. Quise decir,
¿quieres recuperar estas cosas?
Esta vez no reprimo mi sonrisa.
―¿Estás segura de que tuviste tiempo suficiente para sanar?
Elouise pone los ojos en blanco y puedo sentir su timidez desaparecer
entre los dos, pero esa barrera que cae solo hace que la tensión entre
nosotros se sienta más viva.
Quiero acercarme para ver qué pasa cuando la toco, así que eso es
exactamente lo que hago.
Las manos de Beckett rodean mi muñeca y es como un cable con
corriente.
Solo han pasado unos minutos desde que hizo exactamente lo mismo
para vendarme, pero de repente esto se siente como un momento privado.
Tal vez sea porque se siente como si me estuviera desnudando, o tal vez
sea el hecho de que todos los demás se han girado para ver al señor Olson
y ya no tenemos la audiencia que teníamos antes.
Mantengo los ojos bajos y observo sus largos dedos bailar sobre mi
brazo.
Beckett no se está moviendo rápidamente, solo con precisión.
Hábilmente.
Su experiencia es clara y no puedo evitar preguntarme en qué más
tendrá experiencia. Apuesto a que sabría exactamente cómo tocarme.
Cómo hacer que me excite. Quiero decir que sus dedos son muy largos.
Mis pulmones se llenan, repentinamente faltos de aire.
¡Dios, necesito tener sexo!
Beckett me está enseñando primeros auxilios y yo estoy a un paso de
follarle la pierna.
Di algo, Lou. Cualquier cosa.
―Entonces…
Mierda, debería haberlo pensado bien.
―¿Entonces? ―repite, todavía desenrollando la larga venda elástica.
―Cosas de la naturaleza, ¿eh?
―Sí, cosas de la naturaleza. ―Puedo escuchar la sonrisa en su voz, pero
no soy lo suficientemente valiente como para ver hacia arriba.
Me mojo los labios.
―No es exactamente lo que pensé que terminarías haciendo.
Deja escapar un zumbido bajo que va directo a mi centro, haciéndome
apretar las piernas.
―¿Qué pensaste que terminaría haciendo, Elouise? ―Sus palabras son
bajas y otro temblor recorre mi columna mientras me llama por mi
nombre.
Me aclaro la garganta.
―Realmente no lo sé. Supongo que pensé que fuiste a la escuela por
negocios, o algo así.
―Lo hice.
Mis ojos ven hacia arriba y se fijan en los de Beckett. Está tan cerca. A
centímetros de distancia.
―Oh.
Gran respuesta, Lou.
Las esquinas de sus ojos se tensan, permitiéndome sentir la sonrisa sin
ver su boca.
―Pasé mis veranos trabajando en Boundary Waters.
Mis ojos se abren.
―Oh, bueno, eso explica muchas cosas.
Él levanta una ceja.
―¿Lo hace?
―Quiero decir, sí. ―Me encojo de hombros―. Tiene sentido que hayas
aprendido toda esta basura... eh, cosas... ahí arriba, y luego aún podrías
hacer tus cosas de negocios. ―Agito mi mano en las tres últimas palabras
porque no sé realmente a lo que me refiero con “negocios”.
―¿Y que hay de ti? Me parece recordar que querías ser profesora
cuando éramos niños. ―Sus dedos rozan mi piel desnuda, haciendo que
mi respiración se corte, mientras desenrolla la última capa entre
nosotros―. ¿Siempre planeaste trabajar en una primaria?
¿Se acuerda de eso?
Mi cabeza asiente temblorosamente.
―Casi siempre. Cambié de grado varias veces, pero estoy feliz con mi
elección.
―¿Y eso por qué?
―Bueno… los estudiantes de 4º grado tienen edad suficiente para
seguir instrucciones y trabajar de forma independiente, pero todavía son
lo suficientemente jóvenes como para no ser pequeños idiotas hastiados.
―Hago una pausa―. En su mayor parte.
La risa fuerte y profunda brota de Beckett, y es el sonido del que están
hechos los sueños húmedos, pero también es tan inesperado que me
estremezco. El movimiento me hace perder el equilibrio y extiendo la
mano libre para estabilizarme en lo único que tengo a mi alcance. Beckett.
Mi mano está plana contra su cuerpo, colocada firmemente contra su
estómago. A solo unos centímetros por encima de la parte superior de sus
jeans.
Los músculos se contraen bajo mi toque.
Oh, Dios. Oh, Dios, es sólido como una roca.
Su risa se corta y no sé qué hacer con su mirada, pero no puedo apartar
mis ojos de los suyos. Ambos estamos atrapados en esta estasis.
Sintiendo una mayor quietud a nuestro alrededor, lentamente giro la
cabeza y encuentro a toda la multitud de campistas mirándome. A
nosotros. La risa de Beckett aparentemente llamó la atención de todos los
que estaban al alcance del oído.
Aparto mi mano del estómago de Beckett, pero él todavía me agarra la
otra muñeca y no la suelta.
Su agarre sobre mí se aprieta durante un segundo antes de aflojarlo,
dejándome ir lentamente.
Un silbido estridente me hace saltar de nuevo.
―¡Hora de cenar! ―El señor Olson se dirige al grupo, lanzándonos una
mirada entrecerrada.
Creo que escucho a Beckett murmurar algo sobre “hacer que ese imbécil
se coma su silbato” pero no puedo estar segura porque ya estoy huyendo
por el campamento. Desesperada por unos momentos a solas en mi tienda
para recomponerme, no para frotarme nada. Definitivamente no.
―Luego fuimos al río Yellowstone…
Asiento, como si estuviera escuchando, pero no es así.
No sé por qué este hijo de puta piensa que me importan una mierda los
lugares donde han pescado. Solo porque sepa pescar no significa que
quiera hablar de eso durante 45 minutos seguidos, o nunca.
―Oh, eso lo hicimos hace unos años ―interviene uno de los otros
papás.
No necesito estar aquí para esta conversación. No he mostrado ningún
interés, pero siguen hablando de todos modos. Me meto el último bocado
de la cena en la boca y sigo ignorándolos, pero al menos sentarme aquí
me da una excusa para ver a Elouise. Las llamas de la fogata bailan entre
nosotros, con suerte distorsionando su visión de mí para que no parezca
un acosador total al verme.
La señorita Hall ha estado rodeada de estudiantes desde que todos se
reunieron con sus salchichas ensartadas. Está claro que incluso a los niños
que no están en su clase les gusta estar cerca de ella, y como los niños
saben juzgar bien el carácter, estoy aún más seguro de que ella es la buena
persona que recuerdo.
―¿Verdad? ―el chico a mi izquierda me golpea el hombro.
Asiento, fingiendo saber de qué está hablando.
―Beckett, ¿cuál es tu forma preferida? ―pregunta otro papá.
Oh, mierda.
¿Cuál es la manera agradable de decir que no estaba prestando la más
mínima atención a tu aburrida conversación?
Un grito femenino me salva de responder y todos nos giramos al mismo
tiempo hacia el sonido.
Divertido, observo a Elouise saltar de la fogata, con la salchicha al final
de su brocheta completamente envuelta en llamas.
―¡Oh, no! ¡Oh, no! ―Intenta apagar el fuego, pero la brocheta para asar
es demasiado larga y no puede acercarla lo suficiente a su rostro. No es
que ella pudiera apagar esa cantidad de fuego―. ¡Mierda! ―grita,
haciendo reír a los niños―. Quiero decir, ¡basura! ―se corrige.
Empiezo a levantarme de mi asiento y los papás a ambos lados de mí
se mueven para levantarse al mismo tiempo. Pongo mis manos sobre sus
hombros, levantándome mientras los mantengo sentados.
―Yo me encargo.
―¡Basura! ¡Basura! ―Los cánticos de Elouise se están volviendo más
frenéticos, la salchicha caliente claramente está condenada por la cantidad
de fuego que todavía está produciendo.
Mientras me muevo por el hoyo, ella comienza a agitar la salchicha en
llamas, probablemente esperando que el viento ayude, pero no es así. En
vez de eso, la salchicha, que ha aguantado todo el tiempo que pudo, se
libera de la brocheta. Tras las llamas, trozos de carne quemada salen
volando de la salchicha mientras se eleva por el aire. Hay una cacofonía
de gritos, algunos de los niños, la mayoría de Elouise, y todos vemos a la
pobre salchicha maltratada aterrizar en una pila de palitos y musgo seco
que recogí antes y apilé a un lado. Es mi montón para iniciar el fuego y
hace bien su trabajo.
De repente, la pila se enciende.
Esta vez Elouise evita las maldiciones y deja escapar un chillido.
Casi me pongo a reír, pero entonces ella empieza a saltar.
Elouise está saltando y sus tetas rebotan, y ya no me importa que haya
fuego. ¿Qué fuego? Tetas. Todo lo que veo son tetas.
Su sudadera está desabrochada, la delgada tela de su camisa no hace
nada para ocultar el movimiento con cada pequeño salto que da.
Quiero recrear ese movimiento, estrellando mi polla en ella.
Elouise deja escapar otro grito y vuelvo a la realidad.
Sigo avanzando hacia ella y veo que no soy el único hombre que la ha
notado dando saltitos. Ese hijo de puta de Adam básicamente tiene la
lengua en el suelo, y el señor parece estar a punto de sufrir un maldito
ataque al corazón.
―¡Lou! ―digo su nombre con más fuerza de lo que pretendía, pero
funciona para llamar la atención de los otros hombres también.
Ella no parece ofendida por mi tono; en vez de eso, se aleja de la
pequeña pila de fuego y junta las manos frente a su pecho.
―¡Beckett! Oh, Dios… ¡Por favor!
Reprimo un gemido.
Agrega esa frase a la lista de cosas que quiero escuchar mientras estoy enterrado
dentro de su dulce...
―Te tengo. ―Mi voz sale como un gruñido.
Tomando la pala que dejé cerca, recojo la pequeña pila de fuego y con
manos firmes, rápidamente avanzo unos pocos pasos hacia la fogata. Hay
una pequeña llamarada cuando las ramitas se incineran, pero el gran
incendio continúa como estaba.
Mañana hablaremos de la seguridad contra incendios.
Hay algunas risas antes de que todos vuelvan a lo que estaban haciendo
antes de la feroz interrupción.
―Gracias ―la voz de Elouise está llena de vergüenza, así que no me
sorprende cuando me doy la vuelta y encuentro sus mejillas de un tono
rosado brillante.
―No te preocupes, Smoky, yo cuidaré de ti.
Es difícil saberlo a la luz parpadeante del fuego, pero juro que veo su
pulso saltar en su garganta.
Así es, bebé. Cuidaré de ti todo lo que necesites.
Manteniendo una mano sobre mi boca, trato de amortiguar mi tos.
¿Por qué traje vodka? Debería haber traído una botella de vino, o unas
latas de sidra fuerte, o literalmente cualquier otra cosa que no sea vodka
puro, pero me pareció la opción más compacta y discreta a la hora de
hacer la maleta.
Me tapo la nariz y tomo otro sorbo.
―No lo bebas. Trágalo.
La voz de Rebecca me asusta tanto que termino inhalando medio
bocado.
―¡Cristo, mujer! ―Toso―. ¿Qué demonios?
Ella se ríe y se arrastra hacia donde estoy sentada.
―Dame.
Le entrego la botella y observo cómo toma un trago del líquido
transparente como una profesional.
―Gracias. ―Me lo devuelve.
―De nada ―vuelvo a enroscar la tapa y la guardo en mi bolso―. ¿Ya
estás harta de los movimientos de Bob?
Rebecca niega con la cabeza:
―Todavía no. Solo vine por mis mantas. Anoche hacía mucho frío ahí.
―Apuesto a qué sí ―me quejo.
Ella me ve mientras envuelve las mantas en sus brazos, percibiendo mi
disgusto.
―¿Estás bien aquí? ¿Querías que me quedara?
―No, no. ―Le hago un gesto para restarle importancia―. Estoy bien.
―¿Estás segura?
―Totalmente segura ―asiento―. Ha pasado solo un día y estoy lista
para dormir.
Ella sonríe:
―Yo estaré lista para dormir en unos 30 minutos.
Arrugo la nariz.
―Ew.
Rebecca se ríe y regresa.
―Ya sabes lo que dicen... si la tienda está rockeando...
―¡Dios, lárgate! ―Busco algo que arrojarle, pero ella está cerrando la
tienda antes de que pueda encontrar algo.
A medida que el silencio se instala a mi alrededor, también lo hace el
frío.
Veo la bolsa con el vodka, preguntándome cuánto necesitaría para no
sentirlo cuando me muera congelada esta noche, pero en caso de que
sobreviva, no quiero beber tanto como para tener que levantarme y orinar.
Sin nada más que hacer, me acerco y apago la linterna, permitiendo que
la oscuridad descienda sobre mí.
Sé que no soy la última en quedarme dormida, pero el espacio entre las
tiendas debe actuar como un amortiguador de sonido porque el
inquietante silencio me hace sentir como si estuviera completamente sola
en este bosque.
Después de intentar ponerme cómoda durante varios minutos,
finalmente acepto la derrota y me vuelvo a sentar.
Como tuve que usar mi camiseta de dormir como toalla esta mañana,
solo me quedó mi delgada camiseta sin mangas para dormir. Así que
pensé en ponerme una capa de sudadera para abrigarme, pero por más
que lo intenté, simplemente me siento demasiado restringida para
sentirme cómoda. Agrega eso al saco de dormir de tamaño pequeño y
estoy a punto de gritar hasta quedarme dormida.
Con un esfuerzo mínimo, me quito la sudadera, me enderezo la
camiseta y me meto de nuevo en mi saco de dormir, luego, sintiéndome
como un genio, coloco la sudadera sobre mi saco de dormir como si fuera
una mini manta.
Listo. Mejor.
El silencio me responde.
Ya duérmete, Lou.
Mis ojos permanecen abiertos, viendo al techo de la tienda.
Dormir. Quieres dormir.
Siguen abiertos. Todavía viendo.
Vamos, Lou. No es que nada vaya a venir a buscarte.
Casi me río de mí misma.
Por supuesto que nada me atrapará. Esta no es una película de terror, o
cualquier tipo de película. Soy solo yo, sola, pero rodeada de decenas de
personas.
Duerme, Lou.
Finalmente me obligo a cerrar los ojos, cuando un suave sonido los hace
volver a abrirse.
¿Qué fue eso?
El sonido vuelve y esta vez es inconfundible. Es una cremallera.
¡Mi cremallera!
¡Alguien está abriendo mi tienda!
Me levanto de un salto y me apresuro a alcanzar la linterna.
―¿Rebecca? ―susurro, mientras mis dedos rozan la base de la luz―.
¿Eres tú?
Ella no responde.
Mis dedos tiemblan y me digo que es por el frío y no por el miedo.
Finalmente, encuentro el botón correcto y lo presiono.
La luz ilumina el espacio.
Parpadeo ante el cambio repentino y encuentro unos brillantes ojos
masculinos azules mirándome.
No es Rebecca.
Respiro hondo para gritar.
Cambiando mi peso, cruzo los pies a la altura de los tobillos y me
recuesto contra el árbol detrás de mí. El fuego se ha apagado y los árboles
filtran la mayor parte de la luz de la luna, por lo que estoy envuelto en
sombras. Solo otra forma en la noche.
No estoy tratando de esconderme, solo intento mantenerme fuera del
camino. No todos están dormidos todavía, y hasta que eso suceda, estaré
aquí. Viendo.
No sé por qué me siento tan inquieto, he hecho este baile de
campamento cientos de veces antes. No es la nueva ubicación ni la gente
nueva. Si soy honesto conmigo mismo, es ella.
Elouise Hall.
No sé qué esperaba que pasara cuando la vi, pero esta gruesa capa de
tensión sexual no era eso, y en tan solo una tarde ha conseguido escalar
todas mis defensas. Ahora no puedo pensar en nada más que en Elouise.
No volví a casa para encontrar una mujer, pero si algo me ha enseñado
la vida es que al universo le importa una mierda lo que hayas planeado.
Mis ojos recorren el mar de tiendas de campaña.
Sigo diciéndome que estoy cuidando a todo el campamento, pero eso
es mentira. Estoy cuidando de ella.
Vi a Rebecca ir y venir de su tienda compartida. Vi las sombras de
Elouise bailar a través de la delgada pared. La vi apagar la linterna, y vi
cómo, una por una, más tiendas se apagaban.
Pero aún así me quedo. Esperando. Necesitando asegurarme de que
todo está bien.
Una ramita cruje a unos pasos de distancia.
No reacciono. La quietud y el silencio me mantienen invisible.
Un cuerpo emerge del bosque, caminando lentamente, girando la
cabeza de un lado a otro. No necesariamente es un mal comportamiento,
pero tampoco es exactamente normal.
Manteniendo mi cuerpo en su lugar, mis ojos siguen al cuerpo. La
oscuridad me hace imposible ver quién es la persona, pero cuando se gira
hacia la tienda de Elouise, me enderezo.
Se acerca a mi Elouise y yo me alejo del árbol.
Quien quiera que sea esta persona, voy a tener una conversación con
ella.
La luz de la luna se asoma entre algunas nubes, iluminando su rostro.
Este idiota.
El hijo de puta se detiene y se agacha justo en frente de su tienda y yo
alargo el paso.
Este jodido idiota está muerto.
Cuando lo alcancé, tenía la solapa de la tienda abierta y la mitad de su
cuerpo en la tienda de mi chica.
Agachándome, le agarro los tobillos y, con un movimiento violento, lo
jalo hacia atrás.
La resistencia cede cuando le quitan el peso de las manos y oigo el
satisfactorio golpe de su rostro al golpear la tierra apisonada.
Antes de que mis pulmones puedan exhalar un grito, mi intruso se
sacude hacia atrás. Sus brazos intentan agarrarse una fracción de segundo
antes de que su rostro se estrelle contra el suelo.
Mi posible grito de miedo se convierte en un chillido de sorpresa y mis
manos vuelan para presionar mi corazón.
No tengo ni idea de qué hacer, o decir, pero antes de que pueda decidir,
todo su cuerpo desaparece, empujado hacia atrás a través de la abertura.
Mi boca se abre y se cierra.
¡¿Qué demonios está pasando?!
Un paso cruje fuera de mi tienda y luego otra cara llena el hueco.
Los ojos de Beckett se encuentran con los míos antes de recorrer mi
cuerpo.
―Un momento.
Luego se va.
Agarro a Adam por la parte de atrás de su camisa y lo levanto del suelo.
El cuello de su chaqueta le aprieta la garganta y me deleito con el ligero
sonido de arcadas que le provoca.
Quiero romperle las piernas.
Cuando vuelve a ponerse de pie debajo de él, lo suelto.
Quiero arrancarle los brazos.
Tropieza un momento mientras sus manos se acercan a su nariz.
Está sangrando, pero no parece rota. Qué lástima.
Quiero acabar con este hombre, pero no puedo. Aquí no.
―Lo siento hombre ―le digo en un tono que no suena en absoluto
arrepentido―. Pensé que podrías ser un pervertido. ―Le doy una
palmada en la espalda. Dura―. Debes haberte dado la vuelta. Tu tienda
está por ahí.
El empujón que le doy lo hace alejarse tambaleándose.
―Sí, lo siento ―no me ve a los ojos―, me di la vuelta.
Sin decir más, se marcha apresuradamente.
Mis manos se cierran en puños.
Este imbécil no estaba perdido, y la idea de que pusiera sus manos
sucias sobre Elouise hace que una sensación protectora fluya por mi
cuerpo. Si este campamento no estuviera lleno de niños, le arrancaría la
puta cabeza.
―¿Beckett? ―el susurro de Elouise llena mis pulmones de aire.
Agachándome, veo hacia su tienda.
Esa primera mirada que recibí no fue suficiente. Elouise, sentada, con
las mejillas sonrojadas, el cabello suelto y las tetas a la vista en su camiseta
delgada y casi transparente.
Debería haberle arrancado los ojos a Adam.
Maldita sea, ella es hermosa. Cada centímetro de ella, y… puedo ver
sus pezones. Sus pezones perfectos se tensan contra la tela, pidiendo
atención.
Sus brazos se mueven para bloquear mi vista mientras los cruza sobre
su pecho, y aparto la mirada de su pecho hacia el resto de ella. Un
escalofrío recorre su cuerpo y veo los pequeños picores de piel de gallina
que cubren su piel.
Temblando.
Observo la escena completa frente a mí. Aire helado. Camiseta sin
mangas. Los pezones alertas por el frío, y un saco de dormir demasiado
pequeño y viejo.
Inclino la cabeza, como si eso me ayudara a darle sentido a lo que estoy
viendo.
―¿Ese es... ―Levanto una ceja, esperando a que Elouise me vea a los
ojos―, ¿ese es el viejo saco de dormir de las Tortugas de tu hermano?
Solo tengo tiempo de asentir en respuesta antes de que Beckett salga de
mi tienda. Con un rápido tirón cierra la cremallera y luego se va.
Así nada más.
Enterrando mi rostro entre mis manos dejo escapar un gemido. ¿Qué es
peor, la vergüenza o la mortificación? Tiene que ser mortificación,
¿verdad? Eso debe ser lo que estoy sintiendo.
¡¿Qué diablos está pasando esta noche?!
Primero, papá espeluznante Adam irrumpe en mi tienda. Escuché lo
que Beckett le dijo, pero eso tuvo que ser un montón de mierda, ¿verdad?
Nadie confunde una tienda con otra. No sobrio.
Un escalofrío recorre mis brazos y le lanzo una mirada furiosa a mi
bolso con el vodka.
Cruzando mis brazos sobre mis pezones turgentes, maldigo en silencio
la pequeña botella de alcohol.
¡¿No se suponía que debías mantenerme caliente?!
Levanto los brazos y veo hacia abajo, confirmando mi estado actual.
Sí. Los pezones estaban a la vista de Beckett.
El único lado positivo es que creo que Beckett interrumpió a Adam
antes de que viera mis pechos casi desnudos. El propio Beckett es una
historia diferente. Me echó dos miradas, y ni siquiera estaba siendo sutil
al ver.
Pero luego se fue y no estoy segura de qué lo ofendió más, si mis
pezones o mi saco de dormir.
La cremallera de la tienda comienza a subir de nuevo, pero la voz de
Beckett se filtra a través de la tela antes de que tenga tiempo de asustarme:
―Soy yo.
―Oh, mmm, pasa ―murmuro, sin saber por qué ha vuelto.
Cuando se abre la solapa, espero ver a Beckett, pero en lugar de eso,
arroja un montón de mantas adentro.
―Eh...
¿Qué está pasando?
Beckett atraviesa la abertura, ignorando mi pregunta no formulada y
cerrando la tienda detrás de él, dejando sus botas afuera.
Está encorvado en el espacio bajo y literalmente no tengo nada
inteligente que decir sobre este nuevo y extraño desarrollo.
Beckett agarra la esquina inferior de mi saco de dormir.
―Sal.
―¿Qué?
La jala de nuevo.
―Tienes que salir de esta bolsa de mierda, Smoky.
Smoky.
Me niego a pensar demasiado en el hecho de que me ha puesto un
apodo.
―Elouise ―su mirada es de pura exasperación―, sal.
Viendo la pila de mantas, me imagino que lo que sea que haya planeado
será mucho más cálido que mi situación actual, así que me desabrocho y
salgo. Me tomo solo un segundo para pensar en qué demonios cuando mi
cremallera vuelve a funcionar mágicamente.
Maniobrando a su alrededor, me deslizo hacia un rincón y observo con
fascinación cómo Beckett crea una cama de verdad. No sé en qué tipo de
tienda mágica para acampar compra, pero tiene una almohadilla grande
que pasa de ser plana a dos pulgadas de grosor en un abrir y cerrar de
ojos, luego pone un par de mantas que había traído para suavizar aún más
la cama, luego, con unas cuantas cremalleras rápidas, conecta dos sacos
de dormir grandes para formar uno gigante, dejando un lado abierto,
supuestamente para facilitar la entrada, y por último extiende dos gruesas
mantas de lana sobre todo el montón.
Actualmente estoy temblando y parece el paraíso.
Sentándose sobre sus talones, Beckett levanta la esquina abierta.
―Entra.
Sin necesidad de que me lo diga dos veces, pretendo que mis pechos no
se mueven por todos lados mientras paso junto a él hacia el glorioso
capullo.
Después de algunos ajustes, termino de lado, frente a él, con los lados
sellados en mi espalda y pies. Mis músculos inmediatamente comienzan
a relajarse, sintiéndose ya cien veces más calientes.
―Gracias por... ―Mis palabras se desvanecen cuando Beckett vuelve a
ponerse en cuclillas y comienza a desabrocharse los jeans.
Dulces sueños de campamento de cachondas, ¿esto realmente está sucediendo?
―¿Qué estás haciendo? ―pregunto, mi voz sube una octava.
―No puedo dormir con jeans, bebé.
¿Bebé?
Me quito eso de encima.
―Pero… quiero decir… no puedes…
Se baja los jeans por los muslos y todas las sinapsis de mi cerebro fallan.
Muslos de hombre gruesos, musculosos y peludos. Querido Dios, son
perfectos.
Haciendo caso omiso de mi ataque al corazón, se quita los jeans por
completo y… santo infierno … su… ¡Dios, no puedo creer que esté viendo esto!
Su polla presiona contra el frente de sus bóxers rojo oscuro, creando el
contorno perfecto.
No está duro. No completamente, pero está ahí. Está jodidamente ahí,
y es... grande. Es grande y grueso y pide atención.
El sonido de su garganta aclarándose hace que mis mejillas ardan.
Rodando, me apoyo de cara en mi almohada.
Beckett me acaba de atrapar viendo su... basura.
La almohadilla acolchada se mueve debajo de mí cuando él se sube a la
pequeña cama.
Nuestra cama.
¿Esto realmente está sucediendo?
Esperando hasta saber que está cubierto por las mantas, me pongo de
lado y abro un ojo para verlo.
―Entonces, ¿vas a dormir aquí?
Beckett se acomoda boca arriba y gira la cabeza para verme.
―Bueno, es aquí o en el suelo desnudo de mi tienda. ―Sus ojos nunca
dejan los míos―. ¿Te parece bien, Lou?
Mi pecho se expande ante el uso de mi apodo de infancia. Solo mi
familia y amigos cercanos todavía me llaman así.
―Estoy bien con eso.
Él sigue viendo.
―Nada va a suceder.
Su declaración parece nada más que la verdad y debería ser
tranquilizadora, pero duele. Solo un poco.
Intento estar de acuerdo:
―Oh, sé que tú nunca...
―¿Crees que yo nunca…? ―Arquea una ceja.
Tengo que tragar y ver hacia otro lado, obligándome a no pensar en
todas las cosas que ha hecho antes.
―Yo solo... quiero decir, no conmigo.
―No. Nunca he estado contigo ―su voz es baja. Profunda.
¿Hace calor aquí? ¿Se incendió algo? ¿Aparte de mis bragas?
―Elouise.
―¿Sí? ―Vuelvo a levantar la mirada para encontrar la suya.
―Ya duérmete.
Cierro los ojos.
―Okey.
No abro los ojos ante la risa de Beckett.
No abro los ojos cuando lo siento moverse.
Ni siquiera abro los ojos cuando siento el calor de su cuerpo presionar
contra el mío.
Y definitivamente no abro los ojos cuando él pone un brazo alrededor
de mis hombros y me atrae firmemente hacia su costado.
Mi cuerpo se mueve hacia el suyo como si esta no fuera la primera vez
que hemos estado tan cerca.
Mi respiración se ralentiza como si cada terminación nerviosa que
tengo no estuviera ardiendo.
Mi cabeza se acurruca en ese lugar perfecto en su hombro como si
estuviera ahí todas las noches.
Mis ojos no se abren hasta que escucho el clic de la linterna. Solo cuando
la oscuridad llena la tienda, abro los ojos. Solo para asegurarme de que
esto sea real.
Espero que ella discuta, para resistir esta atracción entre nosotros, pero
sin decir una palabra ella se funde a mi lado.
No hay tensión.
No hay incomodidad.
Solo… consuelo.
Cada momento con Elouise me hace sentir cada vez más como en casa,
y siento que debería sorprenderme, pero hay algo en nosotros que tiene
sentido.
Su cuerpo se suaviza aún más contra mí y su respiración cambia, y así
como así, ella se queda dormida en mis brazos.
Veo fijamente el techo de la tienda, preguntándome cuál debería ser mi
próximo paso. Realmente no tenía un plan cuando regresé a Darling Lake
la semana pasada, pero ahora… mierda, ahora no sé si estoy pensando
con mi cerebro o con mi pene. ¿Estoy simplemente tomando decisiones
sobre mi futuro porque quiero estar enterrado en el dulce y pequeño coño
de Elouise?
Mis dedos se tensan alrededor de la suave piel de su brazo y mi polla
se endurece.
Me muevo. No podré quedarme dormido con una erección furiosa, y
no puedo exactamente masturbarme acostado aquí junto a Elouise.
Piensa en cosas poco atractivas.
Erupciones por hiedra venenosa.
Ataques de osos.
Técnicas de primeros auxilios.
Elouise.
Mis dedos rozan su suave piel.
Ella pidiéndome que “se lo saque”.
―Maldita sea ―me quejo en la oscuridad mientras el pequeño Beckett
se esfuerza por atravesar el saco de dormir.
¿Cuándo fue la última vez que estuve así de excitado? ¿Así de duro por
unos cuantos toques y miradas inocentes? ¿Por unos jodidos abrazos?
Probablemente cuando era un jodido adolescente. Casi me río, a eso me
ha reducido la pequeña descarada en mis brazos. Un adolescente
hormonal.
Encaja.
La acerco aún más.
Sea lo que sea, aún no he terminado.
―Entonces... ―Rebecca prolonga la palabra mientras camina a mi lado.
Puedo sentir mis mejillas sonrojarse y ella ni siquiera ha hecho una
pregunta.
―Entonces ¿qué? ―Me hago la tonta aunque sé lo que viene.
―Entonces ―golpea su hombro contra el mío―, me desperté súper
temprano y tenía que orinar.
―Esa es demasiada información.
Ella me ignora.
―Y mientras caminaba de regreso a la tienda de Bob, vi a alguien
saliendo de la tuya. ―Hace una pausa, siendo dramática―. Pero no eras
tú.
Me muerdo el labio.
Eso responde a la pregunta de cuándo se fue Beckett. Lo único que sé
es que dormí como un muerto y luego me desperté sola, pero
sorprendentemente cálida, y no estoy segura si debería atribuir ese último
hecho a los costosos sacos de dormir, al calor corporal de Beckett o al
hecho de que mi sangre estuvo chisporroteando toda la noche al saber que
él estaba ahí.
Jodidamente. Ahí.
―¡Oh, vamos! ―Rebecca me sisea―, ¡tienes que darme detalles! ―Ella
ve a su alrededor, asegurándose de que nadie esté lo suficientemente
cerca como para escucharnos―. Ese hombre es tan sexy que me duelen
los ojos. Por favor, dime que su polla es igual de bonita.
No puedo detener la risa que sale de mí. Está llena de culpa y
vergüenza, aunque solo vi la silueta.
Rebecca gime:
―Lo es, ¿no?
Sacudo la cabeza.
―No lo sé. ―Levanto la mano para detenerla―. Nosotros no… ―veo
a mi alrededor esta vez―, tuvimos sexo. ―Las dos últimas palabras son
un susurro.
Estamos en medio de una caminata, dirigida por el propio señor
Demasiado Sexy, pero afortunadamente todos parecen estar perdidos en
sus propias conversaciones.
Después de otra experiencia desgarradora en la ducha, usando esa
misma maldita camiseta como toalla, llevé mi café a mi tienda e hice todo
lo posible por ponerme presentable. Lo cual no tiene sentido, ya que pasé
todo el día evitando a Beckett.
Ni siquiera podía decir qué estábamos aprendiendo durante la primera
parte del día, porque mi cerebro constantemente regresaba a mi noche con
Beckett.
Mi noche con Beckett. Solo pensar en eso me hace sonrojarme desde la
cara hasta los pies. Lo cual es ridículo porque lo único que hicimos fue
dormir, y quiero decir, claro, estábamos abrazados, pero eso no significa
necesariamente nada. Puedes abrazarte con amigos. Puedes abrazarte
cuando estás atrapado al aire libre y estás tratando de mantenerte con
vida a través del calor corporal unido. Podría haber sido totalmente
inocente para él.
Pero… ¿Y si babeé sobre él? ¿O hablé en sueños? O, Oh, Dios, ¿y si me
tiré un pedo mientras dormía, pero él todavía estaba despierto y lo
escuchó? ¿Y si por eso se fue sin despertarme?
―Elouise ―Rebecca me golpea con el codo―, suelta la sopa.
¡Ahora no puedo dejar de preocuparme por eso!
Mantengo la voz baja y me inclino más hacia Rebecca:
―¿A los hombres les importa si las mujeres se tiran pedos?
La risa que brota de ella es tan fuerte que casi tropiezo en el siguiente
paso.
Todos, y me refiero a todos, se giran a vernos.
Pongo mi mayor sonrisa.
―¡Está bien! ¡Nada que ver aqui! ¡Sigan adelante! ―No me atrevo a ver
en dirección a Beckett porque estoy segura de que él está viendo junto con
todos los demás.
Rebecca se detiene, encorvada, con las manos en las rodillas, jadeando,
así que les hago un gesto a los campistas detrás de nosotros para que
pasen:
―¡Adelántense, los alcanzaremos!
Mantengo la sonrisa falsa pegada en mi rostro hasta que pasa la última
persona.
Mis mejillas arden cuando golpeo a Rebecca en el costado.
―¿Ya terminaste?
Ella me ve y se echa a reír de nuevo. Es molesto, pero contagioso, y esta
vez siento que sonrío de verdad.
―Lo siento, lo siento. ―Rebecca se limpia las lágrimas de la cara―,
okey, dame contexto. ¿Fue cuando te la estaba chupando o fue durante el
sexo?
Me toma un segundo darme cuenta de lo que está preguntando.
―¡¿Qué?! ¡Dios! ―empiezo a reír, ella cree que le tiré un pedo durante
el sexo―. Eso no es... ―Al darme cuenta de lo malo que podría haber
sido, me río aún más fuerte.
Se siente como si hubieran transcurrido varios minutos cuando
recuperamos el aliento.
Rebecca me sonríe:
―Chica, necesitaba eso.
Pongo los ojos en blanco con un bufido.
―Me alegro de poder ser de utilidad.
―Pero en serio, ¿por qué me preguntaste… eso? ―ella abre mucho los
ojos.
―No lo sé ―dejo escapar un gran suspiro―. Mencionaste haberlo visto
escabulléndose de la tienda y entonces mi cerebro comenzó a repasar
todas las cosas posibles que podría haber hecho mientras dormía para
asustarlo.
―¿Y tirarse pedos durante el sueño fue lo mejor que se te ocurrió?
―Rebecca se ríe de nuevo―, es la mañana siguiente, por supuesto que se
escapó. Eso es lo que hacen después... sea lo que sea lo que hicieron.
―No fue nada. ―Cuando ella levanta una ceja, levanto mis manos―.
Lo digo en serio, no hicimos nada.
―Pero pasó la noche contigo, ¿verdad?
―Sí.
Ella levanta una ceja.
―¿Y él simplemente llamó a la puerta de la tienda y preguntó si podía
venir a hablar toda la noche?
―Eh, no. Él… ―De repente, la primera parte de la noche vuelve a mi
cerebro. ¡No puedo creer que me haya olvidado por completo de esa
parte!―. Atrapó a Adam, uno de los papás, tratando de entrar a nuestra
tienda.
Ella retrocede.
―¿Qué?
―Sí… ―Le cuento toda la historia. Sobre pensar que era ella quien
regresaba. Sobre Adam abriendo la tienda y Beckett sacándolo a rastras.
Sobre Beckett regresando con todas las mantas, y hacer la cama, y
haciéndome meterme en la cama, y quitarse los jeans y yo viendo el
contorno de su polla en ropa interior.
―¡Lo sabía! ―Rebecca levanta el puño.
―No lo vi ―argumento―, y no es como si estuviera erecto.
Nos vemos fijamente por un momento antes de que ambas nos riamos
disimuladamente. No puedo creer que acabo de usar esa palabra.
―¿Y en serio me estás diciendo que no hiciste nada? ¿Que tenías a Big
Beckett en el mismo saco de dormir contigo y ni siquiera lo besaste?
Me encojo de hombros.
―Nos abrazamos.
Sus cejas se alzan y desaparecen bajo el borde de su sombrero.
―¿Ese semental se acurruca?
Mordiéndome el labio, asiento.
―Bueno, que me condenen.
―Pero él ya no estaba cuando desperté ―le recuerdo.
Ella ignora eso.
―No le des importancia a eso. Probablemente tuvo que levantarse
temprano para encender el fuego y prepararse para el día.
―Supongo. ―Lo reflexiono y me doy cuenta de que probablemente
tenga razón.
―O... ―su cabeza se inclina―, tal vez lo sacaste de la tienda con un
pedo.
Ella se ríe cuando salta fuera de mi alcance y corre por el sendero.
El sonido de la risa de Elouise vibra por mi columna y necesito toda mi
fuerza de voluntad para fingir que estoy escuchando al chico que está a
mi lado. Probablemente se presentó en algún momento, pero Elouise ha
consumido mi cerebro todo el día.
Cuando me desperté duro como el infierno en las primeras horas de la
mañana, supe que tenía que salir de la situación. Porque si no lo hiciera,
la estaría despertando con mi lengua entre sus muslos, y aunque estoy
razonablemente seguro de que ella estaría de acuerdo con eso, no quería
tentar mi suerte.
El hombre a mi lado hace una pausa en su divagación, así que asiento
con la cabeza y hago un sonido de acuerdo. Debe ser lo que estaba
buscando porque comienza a hablar de nuevo.
Probablemente debería agradecerle porque si no estuviera fingiendo
interés en esta conversación, regresaría a donde están Elouise y Rebecca,
exigiendo saber de qué están hablando, pero hay muchas posibilidades
de que estén hablando de mí, así que será mejor que me quede aquí.
Vi a Rebecca cuando salí de la tienda de Elouise esta mañana, así que
estoy segura de que la está interrogando sobre lo que pasó entre nosotros,
pero no puedo imaginar qué podría estar diciendo para hacer reír tanto a
Rebecca.
Otra voz suena a mi lado, y me doy cuenta de que más personas se han
sumado a nuestra pequeña “conversación”. A éste lo reconozco como el
profesor de deportes.
―Oh, sí, mis vecinos pusieron ese modelo en su casa ―le dice al primer
chico.
¿Modelo? No tengo ni idea de qué demonios están hablando.
―Oye Adam ―grita el primer chico―, estás en seguridad, ¿verdad?
Adam.
Mis dientes rechinan solo con la mención de su nombre.
―Eh, sí. ―El tono de Adam suena un poco preocupado.
Miro por encima del hombro y veo que se ha movido hacia arriba, por
lo que está a solo unos pasos detrás de mí.
El hijo de puta debería estar preocupado.
Ni una sola parte de mí cree que anoche entró arrastrándose en la tienda
de Elouise por accidente, pero no puedo probarlo, y por mucho que
merezca que le hunda la cara, su hijo de 10 años está en este viaje de
campamento, y no puedo hacer eso delante de su hijo.
Me siento un poco reconfortado al ver su rostro. Lamentablemente,
anoche no se rompió la nariz cuando cayó de cara al suelo, pero tiene un
aspecto hinchado, amoratado y doloroso.
Durante el desayuno, escuché a alguien preguntarle qué pasó. Sus ojos
se dirigieron a los míos antes de mentir y decir que tropezó en la
oscuridad. Una señal más de que es un pedazo de mierda. Si realmente
hubiera estado perdido, habría admitido la verdad.
Puede que no pueda impartir la justicia que quiero, pero Adam se ha
puesto en mi radar y no dejaré que ese bastardo se acerque a Elouise.
―Trabajas para Mazzanti, ¿verdad? ―pregunta el profesor de
deportes.
―Solía hacerlo, ahora estoy en Nero’s. ―responde Adam.
Sintiendo que se me ponen los pelos de punta ante su cercanía, vuelvo
a desconectarme de la conversación.
Solo necesito pasar el día de hoy sin matar a nadie, para no encontrarme
arrestado antes de esta noche. Porque esta noche me quedaré otra vez en
la tienda de Elouise, y esta noche haremos más que abrazarnos.
Estoy tan nerviosa que estoy a punto de salir de mi piel.
Estaba tan excitada durante la cena que tuve la tentación de empujarlo
todo fuera de la mesa de picnic y ofrecerme como comida para Beckett.
No lo hice. Obviamente, pero ese hombre sabe exactamente lo que me
hace y me torturó con su cercanía toda la noche.
Primero cocinó, y no me refiero a que echara latas de estofado en una
olla y las calentara en una estufa de campamento. No. Primero, encendió
un fuego. Con sus propias manos, luego suspendió una gran olla, que
parecía más bien un caldero medieval, llena de agua sobre ese fuego, y
luego usó un cuchillo de carnicero grande e intimidante para cortar
verduras, carne y hierbas y, Dios, era como vivir un romance montañés.
Cuando terminó de prepararlo, solo le quedaba una capa. Una camisa
fina de manga larga que se pegaba a cada uno de sus abultados músculos.
Músculos contra los que dormí anoche.
Pero su tormento no terminó ahí.
Después de dejar que todo hirviera a fuego lento, él personalmente
sirvió la cena para todo el campamento. Un sexy leñador, iluminado por
la luz del fuego, alimentando a un enjambre de niños... no tengo sueños
de tener un montón de niños, pero ver su exhibición hizo que mis ovarios
se chocaran los cinco entre sí.
Finalmente, cuando tuve mi propio cuenco, pensé que estaría libre de
él. Excepto que no lo estaba.
No sé si logró poner un cartel invisible de “asiento ocupado” en el lugar
junto a mí, pero permaneció libre hasta que el hombre mismo se sentó a
mi lado. Solo que en realidad no era un espacio del tamaño de Beckett, así
que pasé toda la cena con su muslo presionado contra el mío. Su brazo se
presionó contra mi hombro. Sus nudillos rozaron el dorso de mi mano.
No quería que fuera obvio que mi sangre ardía, así que me resistí. Fingí
que no me afectaba. Actué como si mi cuerpo no le rogara que me sentara
en su regazo.
Pero en cuanto la gente empezó a levantarse, lista para ir a dormir, salí
corriendo.
Solo que eso no resolvió mi problema. Porque ahora estoy aquí, en mi
tienda de campaña, con mis pantalones de dormir y mi camiseta
transparente, acurrucada dentro del saco de dormir extragrande,
esperando.
Esperando a Beckett.
No estaba segura esta mañana, pero ahora estoy casi segura de que
volverá esta noche.
Las miradas. Los toques. Me dijeron exactamente lo que estaba
pensando, y él estaba pensando en mí.
Me acurruco debajo de las sábanas.
Beckett Stoleman estaba pensando en mí.
Justo así, y es nuestra última noche, así que si realmente está interesado,
necesita actuar.
Todavía no puedo superar esta extraña situación.
No es que tenga una autoestima terrible. No. Sé que tengo mucho que
ofrecer. Claro, puede que no sea la chica soñada de todos, pero sé que lo
soy para algunos chicos. A algunos chicos les gustan las curvas, el cerebro
y la boca sucia. Simplemente no estaba segura de si Beckett era uno de
esos tipos.
Honestamente, cuando trato de imaginarme con quién creo que él
terminaría, recuerdo esa maldita fiesta de Navidad de hace quince años.
A la rubia alegre y delgada que entró y me robó su atención.
Parpadeo para alejar el recuerdo. No necesito estar pensando en esa
noche. Sentirme insegura no ayudará a mi estado mental actual.
Independientemente de lo que haya pensado en el pasado, Beckett está
aquí ahora, y él está interesado en mí.
Se oyen pasos que se acercan a mi tienda y contengo la respiración.
Eso es todo.
Los pasos pasan.
Esto no es todo.
Exhalo.
Tranquila, Lou.
Cierro los ojos y trabajo para calmar mi pulso acelerado.
Maddie siempre me habla de cómo encontrar mi lugar feliz. Está
convencida de que si puedo visualizar esa paz, entonces podré
experimentarla en la vida real.
Probablemente debería haber escuchado más atentamente cuando ella
explicó el proceso.
Inspiro y dejo que el aroma del aire amaderado llene mis sentidos.
Calma. Puedo estar en calma.
Concentrándome en mi respiración, no escucho los pasos que se
detienen afuera de mi tienda.
Calma.
El sonido de la entrada al abrirse hace que mis ojos se abran de golpe.
―¿Beckett? ―susurro su nombre, de repente preocupada de que pueda
ser Adam otra vez.
―Soy yo, Smoky ―su tranquila respuesta me tranquiliza, al mismo
tiempo que me acelera el pulso.
Es extraño simplemente darle la bienvenida a mi tienda, considerando
que lo he estado evitando todo el día, pero tenerlo aquí me da una extraña
mezcla de consuelo y emoción, y mi pobre corazón apenas sabe cómo
manejarlo.
Dejé la linterna encendida, así que, viendo por encima de las mantas
que todavía tengo en las manos, observo cómo Beckett se agacha dentro.
Guarda silencio mientras cierra la puerta detrás de él.
Está en silencio mientras me ve, mientras avanza hacia la tienda.
Él guarda silencio mientras se quita la camisa.
La humedad sale de mi boca y se dirige directamente a mi centro.
Este hombre… Cristo. Tiene la misma constitución que mis fantasías de
Highlander. Alto, ancho, músculos y grosor y… se está desabrochando
los jeans.
En serio, ¿qué está pasando? ¿Se va a desnudar por completo? ¿Estamos
haciendo esto? ¿Eso? ¡¿Ahora?!
Los ojos de Beckett están puestos en mí mientras se quita los jeans de
las caderas, y tengo que morderme el labio para no rogarle que vaya más
rápido.
No hay manera de confundir lo que tengo frente a mí. Contra sus bóxers
negros hay una polla dura. Una polla grande, gorda y dura.
La silueta que vi anoche no le hizo justicia.
Un pequeño gemido se escapa de mis labios antes de que pueda volver
a cerrarlos.
Sabía que volvería esta noche. Quiero decir, tengo sus mantas, y
esperaba que algo pudiera pasar entre nosotros, pero no me esperaba esto.
Que él simplemente se desnudara y que mi cuerpo reaccionara como si
estuviera rociado con una poción de lujuria.
Mi pecho casi se agita y me alegro de estar acostada boca arriba porque
si hubiera estado de pie, me habría caído.
Es tan... varonil.
―¿Elouise? ―La voz de Beckett llena la tienda, deslizándose por mis
nervios.
Mis ojos se toman su tiempo para encontrarse con los suyos.
―¿Sí? ―suspiro la pregunta.
Beckett se arrodilla y se inclina hacia adelante hasta apoyar su peso en
las manos.
―¿Vas a estar callada por mí? ¿O tengo que irme?
Santa. Mierda.
―Voy a estar callada ―susurro.
Utiliza una mano para levantar las mantas.
Las suelto y se doblan a la altura de mi cintura, dejando la mitad
superior expuesta al aire fresco.
No necesito ver hacia abajo para saber que mis pezones piden atención
a gritos. La delgada tela de mi camiseta sin mangas se siente como una
cota de malla.
Cuando él no se mueve, mi espalda se arquea.
―Lo prometo.
Sus ojos siguen el movimiento y se fijan en mi pecho.
―Elouise ―la forma en que dice mi nombre suena como un gruñido.
No puedo creer que esto esté sucediendo. Sin preámbulo. No bailar
sobre el tema. Solo Beckett desnudándose y diciéndome que me calle.
Otro temblor recorre mi cuerpo y en cuestión de segundos estaré
vergonzosamente mojada.
―Beckett ―digo su nombre como una súplica.
Sus ojos permanecen fijos en mi pecho mientras exhala, luego se echa
hacia atrás y apaga la linterna. La oscuridad se instala entre nosotros.
―Nadie más te verá ―susurra Beckett―. Ni siquiera una silueta.
Mis ojos no han tenido tiempo de adaptarse al cambio repentino, así
que no puedo verlo, pero puedo escucharlo mientras se acerca.
El fino colchón debajo de mí se mueve cuando se sube a él.
―Y nadie te oirá ―sus palabras rozan mi piel.
Está tan cerca ahora.
La manta que cubre mi mitad inferior se aparta y uno de los muslos de
Beckett se presiona entre los míos.
Abro mis piernas para él. Su calor se filtra en cada uno de mis poros.
―Ni un solo sonido. ―Sus labios rozan mi mejilla y cierro los ojos con
fuerza―. Ni un solo gemido. ―Su aliento recorre mi cuello―. Ni siquiera
el más mínimo jadeo. ―Su boca abierta presiona justo debajo de mi
oreja―. Ni un pío, Elouise.
Entonces, como si pudiera ver en la oscuridad, sus dedos de repente
agarran uno de mis pezones.
El sonido que sale de mi boca es todo contra lo que me acaba de
advertir.
Chasquea la lengua y suelta mi pezón.
―Chica mala.
Temiendo que se aleje, extiendo mis manos para detenerlo.
Piel. Su piel caliente al tacto toca mis palmas porque Beckett no lleva
camiseta.
Tengo que contenerme antes de volver a gemir, porque se siente muy
bien. Tan perfecto.
―¿Quieres otra oportunidad para estar en silencio, bebé? ―Asiento
con la cabeza, sin querer hablar en voz alta y confiando en que él verá el
movimiento―. Bien. ―Sus dientes raspan la curva de mi hombro―.
Compórtate esta vez, o tendré que encontrar otra manera de mantener tu
boca ocupada.
Más calor me recorre.
No sé si alguna vez me he sentido tan excitada. Este dolor.
Mis piernas se cierran alrededor de su muslo, buscando fricción, pero
su pierna está demasiado baja y no puedo ejercer la presión donde la
necesito.
Estoy dividida entre querer saborear cada segundo y gritarle que se dé
prisa.
Un dedo recorre mi labio inferior.
―Qué chica tan bonita.
El dedo traza una línea por mi barbilla. Mi cuello. Entre mis pechos.
Bajando la parte delantera de mi camiseta sin mangas. Beckett sigue
jalando la tela con el dedo, moviéndola a un lado y luego al otro, hasta
que mis dos senos quedan libres. La banda superior de mi camiseta se
ajustaba debajo de ellos.
Los escalofríos recorren cada centímetro de mi cuerpo. El aire frío. Su
toque caliente. Estoy tan excitada que temo correrme sin ningún contacto.
Algo flota sobre la punta de mi pezón y me esfuerzo en él.
―Paciencia.
Abro mis labios para maldecirlo, pero su boca presiona la mía. Al
mismo tiempo, una mano grande envuelve mi pecho.
Mis sentidos se sobrecargan instantáneamente. Nuestro primer beso. El
calor de su palma presionando contra mi pezón. Sus dedos apretando mi
suave carne. La sensación de su boca moviéndose contra la mía.
Sus labios. Su lengua.
Su boca se inclina hacia un lado y yo muevo hacia el otro,
profundizando el beso.
Un beso con el que soñé tantas veces cuando era niña, pero ni siquiera
mis sueños se acercaron.
Mis manos se levantan y agarran su cabello. Sus mechones color
chocolate son suaves, contrastando la sensación de su barba áspera
rozando la piel sensible al lado de mi boca.
Este no es el Beckett del que me encapriché cuando era niña. Este es el
Beckett hombre y es mucho mejor.
Cuando su lengua vuelve a deslizarse dentro de mi boca, dejo que mis
labios se cierren alrededor de ella, chupándola en mi boca.
Puedo sentir el rugido de aprobación dando vueltas en su pecho.
Alejándose de nuestro beso, Beckett baja la cabeza y chupa uno de mis
pezones con su boca, mordisqueándolo con los dientes, moviéndolo con
su lengua.
Puedo sentirlo todo, y estoy a punto de estallar.
Cambia de seno y se lleva mi otro pezón a la boca, pero cuando usa sus
dedos para pellizcar mi otro pico, no puedo detener el gemido que me
deja.
Él se detiene. Se despega de mí por completo.
―¡No! ¡Beckett, espera! ―Estoy jadeando, pero no puedo dejar que se
detenga ahora. Podría morir.
Quita su muslo de entre los míos, pero no llega muy lejos.
Arrodillándose a mi lado, Becket me pone de lado, de espaldas a él.
Antes de que pueda preguntarle qué está haciendo, se acuesta detrás
de mí y me rodea la cintura con un brazo, empujándome hacia atrás hasta
que estoy pegada a su frente. Él es el grande para mi cuchara pequeña.
Con algunos ajustes, coloca un brazo debajo de mi cabeza como una
almohada y el otro se extiende sobre mi estómago.
Mi camiseta todavía está arrugada debajo de mis pechos, así que lo
único que nos separa son sus bóxers y mis finos pantalones de dormir.
Me arqueo hacia él y su agarre en mi cintura se aprieta.
―Mantén ese trasero quieto, Smoky, o lo voy a follar.
No puedo evitarlo, sus palabras me están prendiendo fuego, y nos
vamos por la mañana, y ni siquiera sé si lo volveré a ver después de esto,
y ni siquiera sé si está hablando de estilo perrito o de follarme por el
trasero, pero descubro que no me importa. Estoy tan perdida que podría
convencerme de intentar cualquier cosa en este momento.
Haciendo caso omiso de su advertencia, me muevo contra él.
Esta vez es él quien gime.
―¿Sabes lo que estás haciendo? ―mueve sus caderas y siento toda su
longitud presionándose contra mí―. ¿Entiendes hacia dónde va esto?
―Entiendo ―mi espalda se arquea―. Ya no soy una pequeña virgen,
Beckett.
El brazo debajo de mi cabeza se dobla y me empuja hacia su pecho. Su
mano agarra la parte delantera de mi cuello. No duro, pero lo suficiente
para demostrar quién tiene el control.
―¿Quién se la llevó? ―muerde.
―¿Qué... ―Intento girar la cabeza hacia atrás para verlo, pero su agarre
se aprieta, manteniéndome en el lugar.
―¿Quién me quitó esta dulce cereza que era mía? ―La mano alrededor
de mi cintura está de repente entre mis piernas, ahuecando mi coño sobre
la tela de mis pantalones.
Sus caderas se flexionan y empuja su polla contra mi trasero.
Mis pensamientos arden, pero siguen centelleando con las mismas
palabras.
―¿Tu cereza?
―Mía. ―En un instante su mano está dentro de mis pantalones,
encontrándome desnuda.
Él gime en mi cabello, sus dedos se deslizan contra mi abertura, y mi
humedad cubre instantáneamente su mano.
Un dedo me penetra, solo unos centímetros, y contengo la respiración.
―Siempre fuiste demasiado joven para mí. Demasiado inocente.
―Saca el dedo y luego lo empuja de nuevo―. Demasiado jodidamente
joven, pero ya no. ―Agrega un segundo dedo en este momento―. Ahora
dame un nombre.
Levanto mi pierna superior y la engancho sobre su cadera, abriéndome
para que me use.
―¿Nombre? ―Estoy completamente perdida en el clímax que se está
construyendo rápidamente dentro de mí.
―Un nombre, bebé. Ahora. ―Sus dedos entran y salen. Entran y salen.
―T-Tim. Era Tim. ―tartamudeo, retorciéndome ante su toque.
Sus dientes raspan contra el lóbulo de mi oreja.
―Esa es la última vez que dices ese nombre. ―La mano en mi garganta
se desliza lentamente hacia arriba por mi cuello―. Ahora recuerda,
prometiste quedarte callada para mí.
Su mano cubre mi boca mientras tres dedos se introducen
profundamente en mi coño.
Grito, el sonido es amortiguado en una palma mientras me aprieto
contra la otra. La amplia extensión de su mano presiona contra mi clítoris,
firme e insistente.
―Eso es, Lou ―sus palabras son roncas contra mi oído―, trabaja en mi
mano. Fóllame los dedos.
No puedo dejar de gemir. No puedo dejar de frotarme. No puedo dejar
de apretar sus dedos. Sus dedos largos y gruesos. El estiramiento en mi
coño. El calor de su cuerpo. La mano sobre mi boca. La presión de su dura
polla contra mi trasero. El aire frío contra mis pezones.
Beckett gira su muñeca, deslizando sus dedos aún más profundamente,
presionando con más fuerza mi clítoris con la palma.
―Ahora, bebé. Córrete por mí ahora antes de que te meta esta polla en
la garganta.
Implosiono. Me corro con tanta fuerza, que puntos brillantes de luz
salpican mi visión.
―Eso es. ―No deja de empujar sus caderas contra mí―. Esa es mi
chica. ¿Eso te gustó? ―Todo mi cuerpo se estremece.
Asiento mientras giro mis caderas contra su mano por última vez, mis
palabras mueren contra su palma.
Su pecho sube y baja contra mi espalda, su polla todavía está dura
contra mi trasero. Me presiono contra él.
Sus dedos se deslizan lentamente fuera de mi coño.
―¿Quieres chuparme la polla, bebé? ¿Quieres tragarme?
Asiento de nuevo, sabiendo que no estaré completamente saciada hasta
que él se una a mí en el límite.
―Mierda. ―Sus movimientos se vuelven frenéticos mientras se
desenreda de mí―. Ven aquí. ―Los dedos mojados agarran mi hombro y
me hacen rodar sobre mi espalda. Mis ojos se han acostumbrado a la
oscuridad, así que sé lo que viene cuando él baja la cabeza y lame mis
pezones.
Mis manos arañan sus costados, pero su polla está fuera de su alcance.
Beckett levanta la cabeza para verme a los ojos.
―Mierda, Smoky, ¿estás segura?
―Lo quiero ―mi voz aún tiembla por mi liberación, pero puedo
escuchar la certeza.
Intento levantarme sobre mis codos, pero él aplana su mano en la parte
inferior de mi cuello y me empuja hacia abajo.
―Quédate ahí.
Se arrastra, se quita los bóxers y luego se arrastra sobre mí. A horcajadas
sobre mi pecho.
―Abre, bebé.
La punta de su polla presiona contra mis labios y los abro, aceptándola
con entusiasmo.
―¡Mierda! ―susurra.
Mis dedos agarran la parte exterior de sus muslos.
Manteniendo mis labios cerrados alrededor de su polla, paso mi lengua
arriba y abajo por la parte inferior de su cabeza, golpeando ese punto
sensible.
―Maldita sea. ―Sus caderas comienzan a moverse.
Tarareo, llevándolo más profundamente.
Beckett deja escapar otra suave maldición, luego se inclina hacia
adelante colocando sus manos en el suelo sobre mi cabeza.
A cuatro patas, mueve sus caderas, enterrándose más profundamente
en mi garganta.
―Mierda ―otra embestida―. Mierda, bebé. Estoy tan cerca.
Entra y sale.
Inclino mi cabeza hacia atrás tanto como puedo, sus caderas se mueven
sobre mí mientras me folla la boca.
Sus palabras son aceleradas:
―Estoy tan jodidamente cerca.
Utilizo mi lengua para recorrerla a lo largo de su polla. Es mucha la
satisfacción que siento por ser quien lo complace.
―Voy a correrme ―susurra advirtiéndome.
Pero no me alejo, lo chupo más fuerte.
―Prepárate, bebé ―una mano agarra el cabello en la parte superior de
mi cabeza, manteniéndome quieta, mientras bombea dentro de mí por
última vez, explotando.
Abrumada por la lujuria, trago alrededor de su longitud, tomando todo
lo que me da.
Las luces brillantes bailan en el borde de mi visión mientras muevo mis
caderas hacia adelante por última vez.
―Maldición. ―La palabra es más una oración que una maldición,
porque esta mujer es un puto regalo.
Parpadeando para alejar la neblina, y miro hacia la vista debajo de mí.
Elouise, con la boca abierta alrededor de mi polla, las lágrimas
recorriendo sus mejillas y un brillo perverso en sus ojos.
Mis extremidades están a punto de temblar y por mucho que quiera
quedarme así, no quiero colapsar y ahogarla con mi polla.
Con cuidado, me alejo de ella. Los labios de Elouise hacen un pequeño
chasquido cuando mi polla se libera.
Una vez que estoy libre, me dejo caer de espaldas a su lado.
Hay algo en tratar de estar en silencio que añade una capa extra de
intensidad, y mi corazón todavía late salvajemente en mi pecho, pero
mientras mi sangre se calma y el zumbido en mis oídos cesa, me pregunto
si no fracasamos estrepitosamente en mantenernos en silencio.
Nos quedamos en silencio por un momento más, y me imagino que
como no escucho gritos de papás indignados, debimos haberlo logrado.
―Wow... eso fue... wow ―Elouise suena aturdida y no puedo detener
la sonrisa que se dibuja en mi rostro.
Giro la cabeza hacia un lado para poder verla.
―Puedes decir eso de nuevo.
Sosteniendo mi mirada, dice wow una vez más.
Sonrío más fuerte y la imito, pronunciando la palabra en respuesta.
Ella comienza a sonreír, pero es interrumpida por un escalofrío en todo
el cuerpo.
Al darme cuenta de que ambos estamos acostados, expuestos al aire
gélido, me siento y rápidamente reorganizo las mantas hasta que estamos
enterrados bajo una pila de tela.
Lamentablemente, Elouise se toma el tiempo para volver a meter sus
fabulosas tetas en su camiseta sin mangas, así que engancho mis bóxers y
los subo por mis piernas. No me importa dormir desnudo, pero si hay una
emergencia repentina fuera de la tienda a la que necesito correr, prefiero
tener ropa interior que nada en absoluto.
Volviendo a acostarme, me doy unas palmaditas en el pecho:
―Ven aquí.
Sin dudarlo, Elouise se acerca hasta que se acurruca a mi lado, con su
brazo alrededor de mi cintura, y su pierna sobre la mía: el ajuste perfecto.
Quiero decir algo, pero no se me ocurre nada mejor que wow, así que
simplemente le doy un beso en la frente.
Elouise deja escapar un sonido de satisfacción y frota su mejilla contra
mi pecho.
―Buenas noches, Beckett Stoleman.
Sonrío en la oscuridad.
―Dulces sueños, Smoky Darling.
Al igual que anoche, se queda dormida directamente.
Mis dedos suben y bajan por su brazo, la sensación de su suave piel
calma mi mente.
Mientras mis ojos se vuelven pesados, la abrazo aún más fuerte.
Ella podría pensar que esto fue algo de una sola vez, pero aún no he
terminado. Ni siquiera estoy cerca de terminar con Elouise Hall.
Una vez con el pedido, la mesera toma nuestros menús y se marcha.
―Bueno... ―Maddie hace girar uno de sus largos rizos negros
alrededor de un dedo.
―Bueno, ¿qué? ―respondo, luchando con fuerza contra el impulso de
sonreír.
Ella pone los ojos en blanco.
―Me has estado evitando desde que regresaste de ese pequeño viaje de
campamento. ―Deja que el rizo se libere para poder señalarme con el
dedo―. Un viaje, debo añadir, que temías, y dijiste que me enviarías
mensajes de texto todas las noches. Cosa que no hiciste. ―Abro la boca,
pero ella mueve el dedo para detenerme―. Lo que hiciste fue dejarme un
mensaje de voz frenético acerca de haber visto a tu antiguo amor
platónico, Beckett. Lo cual, todavía no entiendo cómo es posible, y luego
procediste a ignorar mis llamadas, dejándome sin nada.
Espero un momento para asegurarme de que haya terminado.
―¿Quieres que hablemos ahora?
Maddie se cruza de brazos.
―Todavía no. ―Entrecerrando los ojos, me hace su mejor intento de
fulminarme con la mirada, pero en su bonito rostro en forma de corazón
es lo más alejado de intimidar. Al darse por vencida, ella resopla―: Ugh,
está bien. He terminado. Ahora dime.
La mesera regresa y deja nuestras bebidas. Una sidra fuerte para
Maddie y agua para mí ya que las clases comienzan mañana.
Tomo un sorbo de agua y me doy otro momento para ordenar mis
pensamientos.
El restaurante, Darling Bites, es ruidoso, pero es un elemento básico en
este pequeño pueblo y ha estado aquí desde que tengo uso de razón.
Durante el día es el lugar perfecto para desayunar y almorzar, pero una
vez que llega la noche, las luces se apagan, las voces aumentan y el bar
abre.
Suelto mi vaso y retuerzo la servilleta entre mis dedos.
―No te llamé esas otras noches porque no estaba sola en la tienda.
―Sí, pero ¿no dijiste que la señora Rebecca era genial? No puedo
imaginar que a ella le importe que hagas una llamada telefónica ―frunce
el ceño mientras toma un sorbo de su bebida.
―Bien. Bueno… ―cómo digo esto―, no estaba Rebecca en mi tienda.
Era Beckett.
Maddie inclina la cabeza hacia adelante y deja que el trago de alcohol
se derrame nuevamente en el vaso.
―Con clase ―me río.
Ella me ignora.
―Disculpa ¡¿que?! ¿¡Me estás diciendo que te acostaste con tu Beckett
y ni siquiera me lo dijiste!?
La forma en que dice tu Beckett hace que una cálida posesividad fluya
por mi cuerpo, pero la aparto. Él no es mío.
―Bueno, no hicimos... ya sabes.
Ella niega con la cabeza.
―No, no lo sé.
Veo a mi alrededor, asegurándome de que nadie pueda oírnos, pero
hemos conseguido una mesa alta en la esquina trasera del área del bar, y
todos los demás están inmersos en sus propias conversaciones.
Acercándome más, susurro:
―No tuvimos relaciones sexuales.
Maddie parpadea.
―Okey… pero hiciste algo.
Casi le pregunto cómo lo sabe, pero es mi mejor amiga, lo ha sido desde
que me copió la tarea de matemáticas en primer grado. Si alguien pudiera
notar algo diferente conmigo, sería ella.
Mi barbilla baja.
―Hicimos algo.
Los recuerdos de Beckett -detrás de mí, tocándome, encima de mí-,
parpadean en mi mente.
―Dios ―Maddie se pasa una mano por delante de la cara―, puedo
sentir la lujuria desde aquí.
Pongo los ojos en blanco, pero no trato de corregirla. Porque ella tiene
razón. Solo pensar en él me pone muy caliente y excitada.
―Okey ―toma un sorbo, esta vez sin escupirlo―, habla. Quiero todos
los detalles.
Teniendo en cuenta que compartimos todo entre nosotras, esto no
debería ser difícil de hacer, pero todavía me acerco a la mesa, agarro su
vaso y tomo un gran trago de sidra.
Maddie escucha en silencio mientras le cuento los acontecimientos día
a día, pero le da un ataque porque el papá espeluznante intentó meterse
en mi tienda y pierde el control como debería hacerlo cualquier mejor
amiga, luego le explico que Beckett llegó a rescatarme y Maddie se
desmaya.
Para cuando termino mi historia, que termina con cómo me desperté
sola en la tienda la última mañana, Maddie pidió una segunda bebida y
casi hemos terminado nuestras hamburguesas.
―Estoy tan celosa ―se queja.
Se me escapa una risa:
―Deberías estarlo.
Me siento mucho más ligera, como si me hubieran quitado algún tipo
de carga de encima solo por contarle a Maddie sobre Beckett. Sabía que
había estado consumiendo mis pensamientos, pero no me había dado
cuenta de cuánto me había estado agobiando.
Maddie se hunde contra el respaldo de su silla.
―En serio, no he tenido relaciones sexuales desde... ―y tamborilea sus
dedos en su barbilla―, ni siquiera sé cuánto tiempo ha pasado.
―Técnicamente yo tampoco tuve sexo.
Ella se burla:
―-No, solo acabas de tener una sesión de sexo con los dedos calientes
como el infierno, y un oral con el hombre por el que llevas 23 años
suspirando.
Sonrío.
―Bueno, si lo dices así.
―Eres la peor.
Agarro la botella de ketchup y exprimo más en mi plato.
―No voy a negar que fue un buen momento. ―Me meto una fritura en
la boca―. Pero tú también podrías conseguir algo si te tomas el tiempo
para empezar a tener citas.
―No todo el mundo tiene un enamoramiento infantil que simplemente
regresa a su vida y la hace perder la cabeza ―señala por la habitación―.
¿Cómo se supone que voy a conocer a alguien nuevo mientras vivo en
este pequeño pueblo y trabajo todo el maldito tiempo?
Cuando levanto una ceja, ella me hace un gesto con la mano, sabiendo
lo que diré.
Hemos tenido la discusión sobre citas en línea demasiadas veces para
contarlas. Es cierto que tampoco he usado nunca una aplicación de citas,
pero tampoco soy yo quien se ha quejado durante años de querer un
novio.
―Entonces... ―comienza Maddie, cambiando de tema―, ¿hicieron
planes para volver a verse?
―No ―suspiro y es mi turno de hundirme en mi asiento―. No sé si
tenía algo urgente que hacer, pero ya no estaba en el campamento cuando
desperté. Como si se hubiera ido del todo. Ni siquiera se quedó para
buscar sus sacos de dormir.
―Pues eso podría ser bueno... ―Maddie tamborilea sus dedos contra
la mesa―. Dijiste que eran cosas de alta gama, así que probablemente
querrá recuperarlas.
―Tal vez ―me encojo de hombros―, pero no intercambiamos
números ni nada así, así que no estoy segura de cómo lo haría.
Maddie frunce los labios y tararea.
Me deshago de ese pensamiento y me enderezo.
―Ojalá supiera lo que estaba pensando.
Maddie se ríe:
―Claro. Como si los hombres tuvieran alguna puta idea de lo que ellos
mismos están pensando.
―Tienes razón.
Una mirada diabólica aparece en sus rasgos:
―Está bien, ahora que sé las cosas buenas, necesito que me recuerdes
cómo es. Recuerdo cuando entró en la cafetería esa vez, pero eso fue hace
mucho tiempo y solo recuerdo que era sexy, y recuerdo que hiciste el
ridículo.
―Ja, ja ―finjo reír y luego exhalo un suspiro―, no lo sé. Él simplemente
es sexy. No soy buena para describir personas. ―Dejo que mi mirada
recorra a la gente en el restaurante, como si de repente pudiera encontrar
al doble de Beckett―. Él se ve como…
Mis ojos siguen saltando alrededor, nadie en apariencia está lo
suficientemente cerca como para siquiera señalarlo.
Hasta que un movimiento cerca de la puerta me llama la atención.
Mi estómago se aprieta y una oleada de náuseas me recorre.
―Se ve así ―susurro, viendo a Beckett mientras pasa por el bar y se
dirige al comedor principal. No viene solo.
Al darse cuenta del cambio en mi tono, Maddie se inclina hacia la mesa
y baja la voz:
―Espera, ¿él está aquí?
Asiento y observo cómo la mesera lleva a Beckett, a una mujer atractiva
y a un niño a una mesa. Están justo en el límite de mi línea de visión, pero
cuando la mesera se detiene para colocar el trío de menús sobre la mesa,
Beckett pasa su brazo sobre los hombros de la mujer.
Solo pude verla cuando pasó, pero parecía tener más o menos la edad
de Beckett, y es bonita. Su cabello castaño claro y sus rasgos se reflejan en
el pequeño niño que está justo al lado de ellos. Parece tener unos 8 años y
algo en él me resulta vagamente familiar, pero no puedo concentrarme en
él en este momento. Estoy demasiado concentrada en la mujer apoyada
contra el pecho de Beckett. En la sonrisa en su rostro mientras mira el de
ella.
Cuando la mesera se mueve, permitiéndoles sentarse, rápidamente veo
hacia Maddie.
Sus ojos están muy abiertos mientras me ve fijamente:
―Puede que no sea lo que parece.
Suelto una risa poco divertida:
―No creo que tenga la suerte de que ese cliché sea cierto.
―¿Vas a enfrentarlo? ―Su rostro palidece mientras hace la pregunta.
Maddie odia la confrontación más que a las arañas.
El movimiento de mi cabeza hace que ella se relaje visiblemente, pero
todavía me siento a punto de vomitar.
La sensación de traición es tan espesa sobre mi piel que se siente física.
¿Cómo pudo haberme ocultado esto? Y estar aquí, en este restaurante tan
concurrido, en el pueblo en el que vivo… ¿de verdad cree que nadie se
enterará?
―Quiero irme ―susurro.
Maddie extiende la mano y la coloca sobre la mesa:
―Ve. Yo me haré cargo de la cuenta.
―¿Estás segura? ―pregunto, sintiéndome mal por dejarla con mi
comida, pero sabiendo que no puedo quedarme aquí ni un momento más.
―Estoy segura.
Miro a mi alrededor.
―No crees que me verá, ¿verdad?
Su boca se tuerce:
―Puedo pasar junto a su mesa y montar una escena. Desviar la atención
de la puerta.
Casi sonrío.
―¿Cómo harías eso?
―Podría arrojar accidentalmente una jarra de cerveza sobre su fea
cabeza.
―Me encanta tu cara ―le digo, en serio más que nunca―. Pero creo
que simplemente me pondré la capucha y me escabulliré.
―También me encanta tu cara ―la mirada que me da Maddie está tan
llena de simpatía que casi me rompo.
Sin darme tiempo para comenzar un colapso mental, me deslizo de la
silla, me pongo la chaqueta y me pongo la capucha sobre la cabeza. Puede
parecer un poco raro, pero no está tan fuera de lugar como para llamar la
atención.
Saco las llaves de mi bolso y las aprieto con fuerza mientras camino
entre las mesas, apuntando a la puerta, dejando que el frío metal atraiga
mi atención.
No es hasta que salgo que mi disciplina falla.
Cuando la puerta se cierra detrás de mí, veo al otro lado del restaurante
y veo a Beckett.
Mierda.
Gruñendo, le doy un tirón extra fuerte a la puerta del armario.
No debería enojarme con el armario, no es que este sea un
comportamiento nuevo. Esta misma puerta se ha estado atascando desde
que fui lo suficientemente alta para alcanzarla.
Tomando mi taza de viaje de la primaria Darling del estante, la coloco
en el lugar designado para la taza y presiono preparar en mi cafetera. No
siempre llevo café a clase, normalmente las dos tazas que tomo mientras
me preparo para el día son suficientes, pero esta mañana necesito toda la
cafeína que pueda conseguir.
Después de captar la mirada de Beckett anoche, literalmente corrí hacia
mi auto. Realmente no sé por qué. Supongo que una parte de mí estaba
preocupada de que pudiera levantarse de su cómoda mesa y perseguirme.
No lo hizo.
Incluso miré por el espejo retrovisor durante los cinco minutos de viaje
a casa, pero nadie me siguió.
Me tomó horas de caminar, preocuparme y sentirme mal del estómago,
para darme cuenta de que Beckett no aparecería mágicamente. Porque no
sabe dónde vivo. O, bueno, no sabe que vuelvo a vivir aquí.
Después de la universidad, regresé a Twin Cities y trabajé en un par de
escuelas, pero hace cuatro años, vi una vacante en Darling Lake y presenté
mi solicitud.
No estaba segura de querer regresar al pequeño pueblo en el que crecí,
pero al regresar a mi antigua escuela para la entrevista sentí la conexión
que siempre había estado buscando. Entonces acepté el trabajo, y cuando,
dos años después, mis papás decidieron vender su casa para vivir el estilo
de vida de una casa rodante, decidí comprárselas.
Sé todo lo que hay que saber sobre esta casa. Está cerca del trabajo, y
ahora es mía.
Viendo alrededor de la cocina, veo todos los proyectos que he querido
hacer desde que me mudé, pero eso no hace que me guste menos.
La casa de tres dormitorios y dos baños fue construida a mediados de
los años 80 y aún conserva todos los acabados originales. Gabinetes,
puertas y molduras de roble anaranjado en todas partes. Pisos de madera
desgastados. Aburridas encimeras laminadas de color blanquecino, y
ventanas que necesitan ser reemplazadas pero que aún dejan entrar
toneladas de luz natural.
Me tomó un poco de adaptación acostumbrarme a dormir en el
dormitorio principal, pero de ninguna manera iba a dejarlo vacío. Toda
mi vida soñé con tener un baño privado y ahora por fin es mío.
Mi cafetera suena, avisándome que ya está lista.
Levantando mi bolso sobre mi hombro me dirijo hacia la puerta,
pensando -no por primera vez-, que debería tener una mascota. Alguien
de quien despedirme cuando salgo a trabajar.
Diez minutos. Tengo diez minutos hasta llegar a la escuela y luego es
hora de jugar. Si entro a mi salón de clases todavía deprimida por Beckett,
mis niños se darán cuenta de inmediato.
Agarro el volante con más fuerza mientras salgo del camino de entrada.
Beckett ya me ha consumido demasiado tiempo. No dejaré que me
arruine el día de hoy también.
La imagen de él con su brazo rodeando a esa mujer pasa por mi mente,
y la aplasto mientras empiezo a avanzar por mi calle.
Hay dos opciones para lo que vi anoche.
Primero, no era lo que parecía. Que hay algún tipo de explicación
razonable. No sé cuál demonios podría ser esa explicación, pero supongo
que el mundo de las probabilidades dice que existe una posibilidad.
El segundo escenario, y más probable, es que él sea un pedazo de
mierda infiel y yo fui cómplice de su adulterio.
Es la última parte la que me da ganas de vomitar.
―Estoy bien. ―Lo digo en voz alta, pero mis palabras son temblorosas,
así que lo digo de nuevo―. Estoy bien.
Me detengo ante una señal de alto, tomo mi teléfono y selecciono la lista
de reproducción “A la mierda” en mi teléfono.
GAYLE suena fuerte a través de los parlantes y yo canto con sus letras,
casi gritándolas en el interior de mi auto, pero mi mente todavía no deja
ir los recuerdos.
Beckett envolviéndose a mi alrededor.
Beckett susurrándome al oído. Lamiendo mi cuello.
Beck sobre mí. Empujándose en mi boca.
Me acerco y subo el volumen.
Es hora de que este hombre deje mis pensamientos de una vez por
todas.
Cuando suena la última campana del día, me siento aliviada.
Decir que hoy fue agotador sería quedarse muy corto. La combinación
de mi mal humor, mi falta de sueño y la falta de atención general de los
niños después de una semana fuera de clases era todo lo que podía
soportar.
Pero aún no hemos terminado.
―Muy bien, niños, tomen sus proyectos y formen fila en la puerta.
Los niños eligen una variedad de proyectos de ciencias y hacen lo que
les pido. Cuando todos están listos, los conduzco por el pasillo hacia la
cafetería, que también funciona como nuestro gimnasio.
Afortunadamente, ya hay un puñado de papás voluntarios y otros
maestros listos para ayudar a los niños a instalarse en las mesas
adecuadas.
No sé de quién fue la brillante idea de tener una Feria de Ciencias el
primer día después de spring break, pero sorprendentemente todos mis
estudiantes tenían algo preparado. Algunos obviamente mejores que
otros, pero bueno, no estoy juzgando.
Con los niños en buenas manos, me dirijo de regreso a mi salón de
clases.
Treinta minutos.
Tengo treinta minutos para sentarme y relajarme antes de que comience
la feria.
Entro a mi ahora tranquilo salón, cierro la puerta detrás de mí y camino
unos pasos hasta mi escritorio. No es una silla demasiado cómoda, pero
aun así me dejo caer en ella como si fuera un trono ergonómico.
Realmente debería aprovechar este tiempo para avanzar en la lección
de mañana. Tal vez escriba algunas cosas en la pizarra, pero no lo haré.
Solo quiero un poco de paz y tranquilidad antes de tener que deambular
por la cafetería, escuchando explicaciones demasiado elaboradas sobre las
pilas de papas.
Cruzando los brazos sobre mi escritorio, bajo mi mejilla contra mi
muñeca y cierro los ojos.
Inspirando, intento que mi mente se aclare, pero en lugar de oscuridad,
me saludan un cabello color chocolate y ojos dorados.
Aprieto mis ojos con más fuerza.
¡Vete!
El Beckett de mi meditación flota más cerca.
¡Basta, idiota!
Inhalando, me concentro nuevamente en la oscuridad, en sacar su
hermoso rostro de mi mente.
Justo cuando su rostro comienza a desvanecerse, el sonido de la puerta
de mi salón de clases al abrirse rompe lo último de mi concentración.
Abriendo los ojos, levanto la cabeza y encuentro al señor Olson
entrando a mi salón.
Resisto la tentación de apretar los dientes ante esta interrupción no
deseada y me siento.
―Hola, señor Olson ―intento sonreír.
Utiliza una mano para cerrar la puerta detrás de él y la otra sostiene
una botella de agua.
Su sonrisa es genuina:
―Realmente no tienes que llamarme así cuando los estudiantes no
están presentes. Richard está bien.
Esta no es la primera vez que menciona esto y desearía que captara la
indirecta y lo olvidara. Él nunca ha sido nada más que amigable conmigo,
pero simplemente no me siento cómoda teniendo ese nivel de
familiaridad entre nosotros.
Dejo que mi sonrisa se relaje y se convierta en algo más real.
―Claro. No lo digo en serio―. Entonces... ―él es el que acaba de entrar
a mi salón, pero el silencio es incómodo y siento la necesidad de
llenarlo―. ¿Cómo estuvo tu primer día de regreso?
Su respuesta es tan rígida como esperaba. Está feliz de estar de
regreso… Bla, bla, y así sucesivamente.
Quiero decir, yo también amo a mis alumnos, pero el pobre no debe
tener vida social si tiene tantas ganas de volver a trabajar.
Asiento con la cabeza, pero quiero silbar cuando me pregunta sobre mi
día.
Hablar con el señor Olson no es lo que quiero gastar -veo el reloj-, mis
dieciocho minutos de libertad, pero sé que eso no va a suceder. Entonces,
suspiro y le cuento todo el brillo derramado que ocurrió durante nuestra
Hora del Arte.
Con toda la conmoción de la Feria de Ciencias, nadie me detiene
cuando entro a la primaria Darling.
Llegué temprano. La feria no comienza hasta dentro de quince minutos
aproximadamente, pero tengo algo de lo que debo ocuparme primero.
No hay ningún mapa en la pared que me diga qué maestro está dónde,
y han pasado décadas desde que puse un pie dentro de estas paredes,
pero sé que las clases de cuarto grado están en la esquina opuesta del
edificio a la entrada principal.
El edificio en sí es solo un gran rectángulo. La gran cafetería está justo
dentro de las puertas principales a la izquierda, al otro lado del pasillo la
oficina de la directora. De frente se encuentra uno de los dos pasillos
perpendiculares que componen el resto de la escuela. Con las aulas en el
exterior, el centro del edificio está ocupado por las salas de arte, la sala de
música y el almacén de conserjería. Con un par de pasillos
perpendiculares que conectan los dos lados.
Al pasar por delante del ruidoso montaje de la feria, cruzo hacia el
pasillo que necesito.
Mis pasos resuenan contra las paredes de bloques de concreto y siento
una extraña opresión en el centro de mi pecho.
No sé qué me llamó la atención sobre la figura encapuchada que se
escabullía del restaurante anoche, pero cuando mis ojos se posaron en los
de Elouise supe que estaba en problemas. Sabía cómo era.
Cada parte de mi ser quería levantarse y correr tras ella, perseguirla
para explicarle.
Pero no lo hice.
No quería hacer una escena.
No quería correr el riesgo de correr entre la multitud solo para perderla.
Y, malvadamente, una parte de mí no quería corregirla. Una parte de
mí estaba disfrutando la expresión de su rostro.
No el dolor. No, me siento fatal por eso, pero los celos… demonios, los
celos en sus ojos eran hermosos. Asegurándome que no estaba solo en esta
nueva y repentina obsesión que sentía entre nosotros.
Al acercarme a la primera de las dos aulas de cuarto grado, veo que la
puerta está abierta y el salón está vacío. Un pequeño plato al lado de la
puerta me dice que este salón pertenece al señor Olson.
Entonces, mi chica tiene el salón al final del pasillo, uno debajo del señor Silbato
de mierda.
A medida que me acerco, puedo ver que su puerta está cerrada y
empiezo a preocuparme de que tal vez me la perdí. Supuse que se habría
quedado a caminar por la Feria de Ciencias, pero tal vez no lo hizo y ya
se fue.
Entonces escucho risas. Su risa.
Es distinta. Dulce, ligera y perfecta.
Pero ella no está sola, y la otra voz que se filtra por la puerta pertenece
a un hombre.
Manteniendo mis pasos ligeros, miro por la pequeña ventana y veo la
espalda de un hombre parado justo dentro de la puerta. No puedo ver su
rostro, pero reconozco su estúpido corte de pelo rubio. Como si no fuera
suficiente que trabaje en el salón al lado de Elouise, tiene que estar aquí.
Después de horas, charlando con ella. Riéndose.
Mis manos se aprietan en puños.
Sintiendo la ligeramente irrazonable necesidad de ser violento, respiro
y exhalo lentamente.
No hay nada de malo en que dos amigos hablen.
La voz del señor Olson suena apagada contra la puerta, así que me
inclino más para oírla.
―¡Realmente eres la mejor! ―dice, sacudiendo la cabeza, pero puedo
escuchar la jodida sonrisa molesta que está pegada en su rostro.
Inclinando la cabeza, veo a Elouise en su escritorio, y ella está
sonriendo.
Okey, basta de esta mierda.
El señor Olson se lleva una botella de agua a la boca y yo tomo la
apertura.
En un solo movimiento, lo suficientemente suave como para que
parezca que no había visto a través del cristal, giro la manija y abro la
puerta. Duro.
El borde de la puerta choca con el hombro del señor Olson, lo sacude
hacia adelante y hace que su mano se apriete alrededor de la botella,
enviando un torrente de agua por el pico, bajando por su garganta,
subiendo por su nariz y por todo su rostro.
Me detengo a su lado y le doy una palmada brusca en la espalda.
―Ups.
En un momento, estoy hablando y riendo con el señor Olson. Al
siguiente, me quedo viendo con la boca abierta cómo el señor Olson
aparentemente intenta ahogarse con su botella de agua.
Y entonces Beckett está ahí.
Mi cerebro tarda un momento en alcanzar mis ojos.
Beckett.
Aquí.
En mi salón.
Mirándome como... como si fuera mi dueño.
Planto mis manos sobre mi escritorio, como si fuera a levantarme, pero
mis piernas no cooperan. Estoy demasiado aturdida.
Beckett mantiene sus ojos en mí mientras se dirige al señor Olson:
―Escuché a uno de los papás al frente preguntando por ti.
En lugar de responder, el señor Olson simplemente continúa tosiendo.
Su rostro está rojo y parece que está tratando de ver a Beckett, pero es
difícil saberlo. Sin duda el agua inhalada inesperadamente le dificulta
hablar.
Sin estar segura de qué decir, levanto una mano en un pequeño gesto
mientras el señor Olson sale de mi salón.
En el momento en que despeja la puerta, Beckett usa su pie para cerrar
la puerta, y con eso, estamos solos.
Pero eso no importa.
No importa que seamos solo nosotros dos.
No importa que la última vez que estuvimos solos me hizo correrme
sobre sus dedos.
No importa que solo verlo me recuerde su sabor.
No importa porque es un idiota mentiroso, infiel.
Él no es mío.
Con ese recordatorio, obligo a calmar el aleteo de mi vientre.
―¿Qué estás haciendo aquí, Beckett? ―Mantengo el nivel de mi voz,
tratando de ocultar el dolor que todavía siento.
Se adentra más en el salón, mira a su alrededor y lo asimila.
No me gusta.
Siento que él ya ha visto mucho más de mí de lo que yo he visto de él,
y esta es solo una capa más que puede quitar. Otro recordatorio de que
no sé nada sobre Beckett El Hombre.
Aunque no quiero, no puedo evitar absorberlo.
Botas de trabajo negras gastadas. Jeans oscuros descoloridos y
perfectamente ajustados, y una camisa de algodón gris, cubierta con una
pesada chaqueta de cuero negro.
Debería verse como un tipo común y corriente, pero parece que acaba
de salir de una sesión de fotos del calendario. Hijo de puta.
Deteniéndose a solo un pie delante de mi escritorio, su mirada
finalmente se posa en mí.
―Hola, Lou.
Su tono es cálido y amable, y me dan ganas de darle un golpe en las
pelotas.
―¿Por qué estás aquí? ―respondo esta vez.
La comisura de su boca se mueve y mi ira estalla.
Me levanto y camino alrededor del escritorio para enfrentarlo. Todavía
es mucho más alto que yo, pero al menos de esta manera no me domina.
―Te vi ―le meto el dedo en el pecho―. Y sé que me viste.
Beckett no retrocede. Se inclina, aumentando la presión sobre la punta
de mi dedo.
―¿Y qué viste?
Este idiota.
―¡Te vi! ¡Con ella! ―mi voz se quiebra y cierro la boca de golpe.
Empiezo a alejar mi mano, pero Beckett la atrapa con la suya y aplana
mi palma contra su pecho.
Baja el volumen de su voz.
―¿Y eso te enoja?
Su comportamiento tranquilo está empeorando todo esto. Está
actuando como si no fuera gran cosa, como si nada de esto importara, y
yo… no puedo fingir que no importa. Lo he intentado, pero no puedo.
El calor se acumula detrás de mis ojos y parpadeo.
Sin querer ni necesitar dar explicaciones, le pregunto de nuevo:
―¿Qué estás haciendo aquí?
Odio que la pelea haya dejado mi tono, dejando nada más que
decepción y tristeza a su paso.
―Estoy aquí para la Feria de Ciencias ―su gran mano aprieta la mía―.
Mi sobrino está aquí en tercer grado y está muy emocionado de
mostrarme sus gusanos de harina.
¿Sobrino?
Beckett asiente ante mi pregunta tácita:
―La mujer con la que me viste es mi prima, Natasha. Y ese era su hijo,
Clint. Lo llamo mi sobrino, porque en realidad no sé cómo se supone que
debes llamar al hijo de tu prima.
―¿Es tu prima? ―repito, necesitando escucharlo de nuevo.
Él asiente y extiende su mano libre para tocarme la nuca.
―Prima. Familia.
Ella era su prima.
¿Realmente podría ser tan fácil?
―¿Estás soltero? ―pregunto.
Beckett asiente:
―Estoy soltero.
¿Tengo tanta suerte? ¿Honestamente, anoche fue uno de esos
momentos que no son lo que parecen?
―¿Sin novia?
El borde de su boca se dibuja en una sonrisa.
―No.
Quiero creerle. Tengo tantas ganas de creerle.
―¿Esposa?
Él niega con la cabeza:
―Sin esposa.
―¿Sales con alguien? ―susurro.
Parece que me está diciendo la verdad, pero no puedo dejar ninguna
pregunta sin hacer. No podré volver a lidiar con este tipo de dolor de
corazón.
―No estoy saliendo con nadie. ―Se inclina más cerca, sus dedos se
flexionan alrededor de mi cuello―. ¿Y tú, Smoky Girl? ¿Hay más tipos a
los que tenga que ahuyentar?
―No hay nadie. ―Una vez que las palabras salen, me siento aún más
tonta. No estoy tratando de parecer tan desesperada, solo pasamos una
noche juntos. No debería estar tan destrozada por pensar que había
engañado a alguien conmigo. Sí, eso sería malo. Terrible incluso, pero
debería haberme enojado, no haberme roto el corazón.
Entonces sus palabras se registran:
―Espera, ¿qué quieres decir con ahuyentar a más tipos?
―Bebé, lo que pasó anoche fue un malentendido, pero tú ―me acerca
más―, ya he tenido que lidiar con dos imbéciles. ¿Cuántos más hay por
ahí intentando quitarme lo que es mío?
Normalmente no me quedo sin palabras, pero toda esta conversación
me pone a la defensiva.
―¿Dos? ―Una vez que lo pienso, asumo que se refiere a la noche en
que Adam intentó meterse en mi tienda, pero… veo la puerta ahora
cerrada―. ¿No quieres decir…
Juro que su mandíbula se tensa.
―El Señor Parado En Tu Salón De Clases Tratando De Coquetear
Contigo. Sí, estoy hablando de él.
Su tono es tan serio que casi me hace reír. Casi.
―El señor Olson no estaba coqueteando conmigo ―le digo, sin estar
segura de creerlo.
―Tienes que convencerte de eso antes de que puedas convencerme a
mí ―inclina la cabeza hacia abajo, apenas quedan unos centímetros que
nos separan―. Ahora, ¿vas a dejarme besarte o quieres interrogarme un
poco más?
Utilizo mi mano libre para presionar un dedo contra su barbilla,
manteniendo su rostro donde está.
―Una pregunta más.
Él levanta las cejas, animándome a continuar.
―Sabías que te vi anoche, así que tenías que saber lo que asumí.
―Incluso sabiendo la verdad, una sensación desagradable me revuelve el
estómago―. ¿Por qué no me detuviste? ¿O me corregiste?
Su sonrisa no es lo que esperaba.
―¿Prometes no pegarme?
Frunzo el ceño.
―No.
Él deja escapar un suspiro de risa, antes de que su rostro se ponga serio.
―Me gustó ver tus celos.
Mis cejas se fruncen.
Por un instante suelta mi mano, agarrando la otra, y antes de que pueda
reaccionar, tiene mis dos manos presionadas contra su cuerpo.
Todavía estamos de pie, él acaricia mi cuello mientras mantiene mis
manos atrapadas entre nuestros pechos, y se siente más íntimo que
cualquier otra cosa que hayamos hecho antes.
―Pensamientos sobre ti han plagado mi mente desde el momento en
que salí de esa maldita tienda. ―Se inclina hacia mí―. No iba a irme así.
Eso no iba a pasar. Tarde o temprano iba a terminar aquí, persiguiéndote
hasta tu salón de clases. El único lugar donde sabía dónde encontrarte.
Solo que no estaba seguro de que quisieras que te encontrara. ―Su aliento
se agita sobre mis labios―. Pero luego te vi anoche y supe exactamente lo
que habrías asumido, y parecías dolida, enojada y maravillosamente
celosa, y aunque odio poner esas emociones en tu cara, disfruté de su
significado. ―Inclina la cabeza y pone sus labios al lado de mi oreja―.
Significaba que tú también me querías.
Los escalofríos recorren mi columna mientras sus palabras recorren mi
piel.
Realmente debería golpearlo. Desearía querer pegarle.
―Eres un idiota ―le susurro, sin verdadera ira.
―Lo soy, pero no soy un mentiroso, y no soy un infiel.
Lo último de mi tensión se filtra de mis huesos. Yo le creo, y por más
que me enoje, lo entiendo.
―Okey ―le digo en voz baja.
―¿Okey? ―cuestiona.
Mi cabeza se inclina en un leve movimiento de cabeza:
―Okey, puedes besarme ahora.
Como imanes finalmente liberados, gravitamos uno hacia el otro.
Sus labios se presionan contra los míos, cálidos y firmes, como una
caricia.
Es lento. Más lento que antes entre nosotros. Como si nos estuviéramos
tomando nuestro tiempo para saborearnos el uno al otro, y sabe...
decadente.
Me inclino, necesitando el calor de su cuerpo contra el mío. De repente
me congelé sin él.
Beckett inclina aún más la cabeza. El roce de su barba contra la piel
sensible al costado de mi boca es el contraste perfecto mientras su suave
lengua busca entrar.
Lo dejo entrar.
Buzz.
La mano en la parte posterior de mi cuello se desliza hacia mi cabello
suelto y gimo.
Buzz.
Mis manos todavía están atrapadas entre nosotros, el agarre de Beckett
nunca se afloja.
Buzz.
Buzz.
Buzz.
Rompiendo el beso, Beckett apoya su frente contra la mía.
―Maldita sea.
Soltando mis manos, pero no mi cuello, mete la mano en el bolsillo para
sacar su teléfono vibrante.
―La feria ha comenzado ―la exhalación de Beckett está llena de
frustración sexual―. Clint se está asegurando de que no lo haya olvidado.
―¡Oh! ―y luego recuerdo dónde estamos―. ¡Oh!
Una puerta se cierra de golpe en algún lugar del pasillo, solidificando
el hecho de que estamos parados en mi salón de clases, besándonos, en
camino a hacer mucho más.
Me aclaro la garganta:
―Deberíamos irnos.
―Sí ―Beckett cierra los ojos―, dame un momento.
Ahora que tengo las manos libres, veo hacia la parte delantera de sus
pantalones, o más específicamente el bulto prominente en la parte
delantera de sus pantalones.
Me muerdo el labio:
―Tómate tu tiempo, campeón.
Abre un ojo.
―¿Campeón?
―Probando un apodo. ―Me río―. ¿No te gusta?
―No.
Tomándome un momento, me paso las manos por el cabello y me aliso
la ropa.
No esperaba ver a Beckett aquí hoy, pero me siento bastante linda con
mis jeans ajustados oscuros deslavados y mi suéter de punto grueso azul
pálido. Enseñar en un salón lleno de estudiantes ruidosos de cuarto grado
significa que la funcionalidad tiene prioridad sobre el estilo, pero logré
pasar el día sin derramarme café, comida o pintura, así que eso es una
victoria.
Al ver que Beckett parece listo para irse, tomo mi bolso del escritorio y
me dirijo hacia la puerta.
―No tan rápido.
Me detengo.
―¿Qué?
―Necesito tu número.
Cuando no respondo de inmediato, Beckett me muestra la pantalla de
su teléfono con un nuevo contacto abierto.
―Número, bebé.
Mi pulso se acelera.
Quiero darle mi número. Quiero que me llame, pero…
―¿Es una buena idea? ―Mis dedos se entrelazan en un esfuerzo por
evitar que jale mi suéter.
Beckett entrecierra los ojos:
―Sí, Smoky. Esto ―usa un dedo para señalar desde mi pecho hasta el
suyo―, es una buena idea.
El pulso entre mis piernas dice que sí, que es una buena idea, pero mi
cerebro todavía está en juego y estoy tratando de escucharlo.
―¿Qué quieres decir con esto? ―es mi turno de hacer un gesto―. No
estoy pidiendo un compromiso, ni nada por el estilo, solo… ―Resoplo―.
Ni siquiera sé dónde vives. ¿Solo vienes de visita? ¿Te irás pronto? ―Mis
manos golpean mis costados―. Está bien si eso es lo que es, pero quiero
asegurarme de que tengamos las mismas expectativas.
Beckett se acerca un paso más:
―Si dijera que solo volví por una semana, ¿estarías bien con pasar
algunas noches juntos?
Mi lengua se desliza contra mi labio inferior.
―No diría que no ―admito.
Y es verdad.
No me opongo a una aventura, amigos con beneficios, amigos de sexo,
como quiera que lo llames, pero sé cómo trabaja, y si eso es lo que es,
necesito saberlo de antemano, o de lo contrario mi corazón se involucrará
demasiado.
Dicho corazón tose discretamente y pone los ojos en blanco.
Recordándome que ya estoy más que involucrada.
Beckett sostiene mi mirada.
―¿Y si te dijera que he vuelto para siempre?
Un aleteo se mueve detrás de mi caja torácica.
―¿Ah, sí?
Él asiente.
―No sé exactamente dónde voy a vivir, aquí o más cerca del centro,
pero estoy en Minnesota para quedarme.
La mirada en sus ojos es muy seria.
―¿En serio? ―La esperanza de mi yo más joven se filtra en mis
palabras.
―En serio. Me quedaré en Darling Lake, en casa de mi prima por ahora.
Puedo pasar tiempo con Clint y usarlo como excusa para no compartir
techo con mis papás. ―Parpadea como si solo pensarlo lo asustara―.
¿Vives en el pueblo?
Sonrío:
―Compré la casa de mis papás.
La sorpresa cubre el rostro de Beckett, y la sensación de tomarlo con la
guardia baja hace que mi boca forme una sonrisa.
Él le devuelve la sonrisa:
―Entonces, ¿me vas a dar tu número ahora?
Tomo el teléfono de su mano y marco mi número, notando que ha
etiquetado el contacto como Smoky Hall.
Beckett toma su teléfono y escribe un mensaje de texto a mi número
antes de presionar enviar.
―Listo ―se mete el teléfono en el bolsillo y luego extiende el codo hacia
el costado―, ¿vamos?
Pasando mi brazo por el suyo, sacudo la cabeza:
―Una primera cita en la Feria de Ciencias de 3º a 5º grado. ¿Cómo vas
a superar esto?
Abre la puerta y la sostiene para que podamos pasar.
―Estoy seguro de que pensaré en algo.
Elouise me sonríe desde el otro lado de la cafetería y, por enésima vez,
me recuerdo a mí mismo que estamos en público, rodeados de niños y
que no puedo hacer nada con respecto a mi deseo de reclamarla por
completo.
Nuestra charla en el aula fue mejor de lo que esperaba, pero debería
haberlo sabido. Elouise es una persona inteligente y razonable y todo lo
que le dije era verdad.
Lamento haberle causado dolor, pero no me arrepiento de haber
expuesto nuestros sentimientos. Ella me gusta, yo le gusto, y me estoy
haciendo demasiado viejo para seguir tonteando. No sé si quiero que sea
para siempre. Ya no estoy del todo seguro de creer que eso sea algo real,
pero sea lo que sea que esto termine siendo, no voy a dejar que se me
escape de las manos incluso antes de que comience.
―¡Tío Beckett! ―El grito innecesariamente fuerte de Clint va
acompañado de un tirón en mi camisa.
―Cristo, chico, estoy aquí ―me golpeo el costado de la cabeza con la
palma, como si estuviera tratando de devolver mi audición a su lugar.
―Se supone que no debes decir eso ―levanta las cejas y se parece tanto
a su mamá que casi me estremezco.
El mismo cabello castaño claro, los mismos ojos castaños claros, la
misma postura crítica. Es extraño.
―Sí, sí, podrás delatarme más tarde.
―¿Podemos irnos? ―Él jala mi camisa de nuevo y le aparto la mano.
―Mmm ―veo a mi alrededor, a todas las mesas del almuerzo todavía
cubiertas con cartulinas y experimentos. Todos los niños parados junto a
sus exhibidores―. No lo creo.
―Por qué no. Estoy aburrido. ―Su suspiro es profundo.
Normalmente estoy de acuerdo con él, pero ver a Elouise caminar por
los pasillos mientras escucha a los niños describir sus proyectos ha sido
inmensamente entretenido.
Antes de entrar a la habitación, ella desenredó su brazo del mío. Sentí
la pérdida de su calidez inmediatamente, pero no dije nada. Este es su
lugar de trabajo, así que entiendo que quiera seguir siendo profesional.
Incluso si lo profesional en este caso incluye volcanes de poliestireno
mediocres y placas de Petri que muestran la cantidad de bacterias en el
pico del bebedero.
Pero Elouise no me abandonó, caminó conmigo hasta la mesa de Clint
y se presentó como la señorita Hall, una de las maestras de cuarto grado.
Clint se enamoró instantáneamente de ella, realmente no puedo
culparlo ya que yo siento lo mismo, pero me molestó un poco que pasara
los primeros cinco minutos contándole sobre sus tontos gusanos de harina
sin dedicarme una sola mirada. Yo soy su tío, es a mí a quien debería
querer impresionar.
Cuando ella se disculpó elegantemente para pasar a la mesa de al lado,
Clint se giró hacia mí y me dijo que la quería como su maestra el próximo
año. Asentí, entendiendo. Yo también la querría como profesora, y no solo
porque sea buena. Ella es paciente, exactamente el tipo de cosas que yo
necesitaba cuando tenía la edad de Clint, realmente el tipo de cosas que
todo niño necesita.
El pequeño humano a mi lado se deja caer en la silla de plástico adjunta
a la mesa y se funde en la superficie con un gemido dramático.
―¿A qué hora se supone que terminará esto? ―le pregunto.
―No lo sé. Para siempre ―gime.
Le dejo ver cómo pongo los ojos en blanco:
―Vigila tus gusanos. Iré a averiguar cuándo podemos irnos.
El cuerpo inerte de Clint se anima.
―¡Okey!
Abriéndome paso entre los grupos de papás, me dirijo hacia Elouise.
Ella no está aquí como acompañante oficial, pero sabrá a qué hora se
supone que terminará esto.
Cuando me giro para dirigirme al siguiente pasillo de mesas, mis ojos
se dirigen a un hombre que sale de la cafetería hacia al pasillo. Su cabello
oscuro y rizado provoca un recuerdo.
Hijo de puta.
Cambiando mi trayectoria, camino hacia la puerta.
Este imbécil me está entendiendo.
Al salir al pasillo, miro a ambos lados, pero no lo veo.
Mierda.
Estaba solo unos segundos detrás de él, no podría haber llegado muy
lejos.
Doy un paso más hacia el pasillo, miro por las puertas de entrada y no
veo nada, me doy la vuelta y noto que la puerta del baño de niños se
cierra.
Lo tengo.
Unos pasos más tarde, entro al baño.
Es pequeño, solo dos cubículos con ambas puertas abiertas, dos
urinarios y dos lavabos.
Adam está de espaldas a mí, encorvado sobre el urinario más corto de
lo habitual, haciendo sus necesidades.
No hay cerradura en la puerta, pero está bien. Solo necesito un minuto.
No me ha oído entrar, así que me acerco unos pasos en silencio y espero
a que termine. No quiero asustar a un hombre mientras todavía está
orinando y terminar con orina en mis zapatos.
Finalmente, se endereza hasta alcanzar toda su estatura, que todavía
está muy por debajo de la mía, y se sube la cremallera.
No me sorprende que el imbécil no presione la palanca para descargar.
Se da vuelta y deja escapar lo que solo puede describirse como un grito
cuando me ve, pero el recuerdo de él entrando arrastrándose en la tienda
de Elouise me impide sentir humor.
Sus manos sucias vuelan hasta su pecho.
―¡Mierda, hombre, me asustaste! No te oí entrar.
Manteniendo mis ojos en él, doy un paso más cerca, por lo que tiene
que inclinar un poco la cabeza hacia atrás para mantener el contacto
visual.
―¿Tu hijo está ahí afuera? ―pregunto, mirándolo a los ojos.
Mi pregunta claramente no es lo que él esperaba, y da un paso atrás.
―S-sí. ―Da otro paso atrás―. ¿Por qué preguntas eso?
Con un paso, vuelvo a cerrar la distancia entre nosotros.
―Porque ningún niño debería ver a alguien darle una paliza a su papá.
Los ojos de Adam se abren y levanta las manos en un gesto
apaciguador:
―Amigo, tranquilo.
―¿Tranquilo? ―dejé que mi agresión se filtrara en mi tono―, deberías
estar agradeciéndome. Porque esta es tu única advertencia.
Su voz sube una octava.
―¿Qué hice?
Ante mi expresión, da otro paso atrás, golpeándose la parte posterior
de las rodillas contra la taza del urinario, haciéndole perder el equilibrio.
Sus brazos se agitan, pero no tiene a dónde ir. Sus rodillas se doblan
mientras se inclina hacia atrás, presionando su trasero contra la pared
vertical del sucio urinario.
Avanzando por última vez, no me detengo hasta que las puntas de mis
zapatos se presionan contra las suyas. Fijándolo en su lugar.
―Mantente alejado de Elouise Hall. No hables con ella. No la mires. Ni
siquiera pienses en ella. ―Aprieto mis puños con más fuerza, luchando
contra el impulso de golpearlo―. No entraste accidentalmente en su
tienda esa noche, y si me haces pensar demasiado en cuáles podrían haber
sido tus intenciones, te arrancaré la columna por la boca. Así que no me
presiones. ―Su respiración se ha acelerado y sus ojos están muy
abiertos―. Si escucho que la estás acosando, si te escucho siquiera respirar
sobre ella, acabaré contigo, y me enteraré, porque ella es mía. ¿Me
escuchas? Elouise es mía.
Su movimiento de cabeza es frenético.
Me inclino un poco más cerca.
―Y si intentas esa mierda con cualquier otra mujer, lo descubriré y te
hundiré en el fondo del lago Darling. Porque he vuelto, y al igual que
Elouise, este pueblo es mío.
La boca de Adam se abre y se cierra, pero no sale ningún sonido.
―Me alegro de que nos entendamos ―muestro los dientes y extiendo
la mano. Se aleja de mí, pero no lo golpeo. Presiono la palanca para
descargar el urinario, haciendo que el agua corra por su espalda.
Satisfecho, me dirijo hacia la puerta.
―Y lávate las malditas manos.
Cuando me sorprendo mirándome el cabello por el espejo retrovisor
por tercera vez, cierro los ojos con fuerza y apago el auto.
―Solo sal. ―Me digo a mí misma―. Está bien.
Meto mi teléfono en mi bolso, salgo y cruzo la calle.
Es viernes por la noche en el centro de Darling Lake y, como era de
esperar, la cuadra está tranquila.
Beckett me envió un mensaje de texto el lunes por la noche después de
irse en la Feria de Ciencias, invitándome a salir. Dije si. Por supuesto, dije
que sí, y aunque hemos... hecho cosas, todavía estoy nerviosa.
El hecho de que haya tenido su mano en mis pantalones y su boca en
mis tetas no me hace sentir más segura acerca de esta noche.
Honestamente, hay una parte de mí que apenas cree que esa noche en la
tienda sucedió. Como si tal vez lo inventé todo.
Lo cual es una tontería, pero así son los cerebros. Son tontos.
Mi reflejo me ve mientras me acerco al escaparate de cristal, con mi
cabello cuidadosamente alisado ondeando con la brisa fresca.
Como decidimos reunirnos en BeanBag para tomar un café, opté por
algo informal. Casual, pero aun así me tomó dos horas y docenas de
combinaciones encontrar algo con lo que me sintiera cómoda.
Terminé con un par de jeans desgastados que abrazan mi trasero de una
manera que mantiene el movimiento al mínimo, una blusa negra escotada
(y algo ajustada) y un cárdigan grueso multicolor. Es lo suficientemente
discreto como para usarlo con amigos, y la blusa sin mangas es más
reveladora que algo que usaría para trabajar. Considerándolo todo, me
siento bonita, y cuando la vocecita en el fondo de mi cabeza me recuerda
lo sexy que es Beckett, guardo esa voz en una caja y la guardo en un rincón
oscuro de mi mente. Porque parece desearme tanto como yo lo deseo a él.
Al abrir la puerta, me saluda el suave tintineo de un palo de lluvia lleno
de granos de café y los aromas del café y del pan de canela.
Se espera que la tienda esté tranquila. Hay una chica universitaria
sentada en una de las mesas con el portátil abierto y los auriculares
puestos, y hay un señor mayor sentado cerca de la chimenea crepitante,
con un periódico en su regazo.
Antes de dirigirme hacia una mesa, veo una cabeza familiar de rizos
negros.
―¡Maddie! ―silbo su nombre.
Desde su lugar cerca de la caja registradora, su cabeza gira en mi
dirección.
―Oye ―levanta la mano en un pequeño gesto.
Al menos tiene la gracia de parecer culpable, encorvando los hombros
y encogiéndose.
Me apresuro al mostrador y veo por encima del hombro para
asegurarme de que Beckett no esté a punto de entrar.
―¿Qué estás haciendo aquí? ―pregunto, manteniendo la voz baja para
que la empleada que apila las tazas a un lado en el mostrador no escuche,
no es que nos esté prestando atención.
Maddie se inclina sobre el mostrador hacia mí y permanece igual de
silenciosa:
―Necesitaba entrar para hacer algunos trámites. ¡No te estoy espiando!
Pongo los ojos en blanco.
―Eso es mentira, sé tan bien como tú que puedes hacer tus trámites
desde tu computadora portátil en casa.
Después de haber trabajado aquí desde que teníamos 15 años, Maddie
se convirtió en la orgullosa propietaria de este lugar hace unos años,
después de que BeanBag decidiera seguir la ruta de la franquicia. Lo cual
es otra historia, pero la cuestión es que sé cómo dirige este negocio, y sé
que ella no estaría aquí a menos que quisiera estarlo.
―¡Okey, está bien! ―Maddie resopla―, quiero ver a Beckett. Entonces,
¡dispárame!
―¡Lo viste en el restaurante! ―le recuerdo.
Ella niega con la cabeza.
―Eso no cuenta. Solo pude vislumbrarlo. Él estaba demasiado lejos y
yo fui demasiado cobarde para intentar pasar junto a su mesa cuando me
fui. Además ―levanta un dedo―. Estaba planeando estar en mi auto
antes de que llegaras, solo iba a verlo entrar.
Resoplo.
―Espeluznante.
Nos vemos fijamente por un momento y luego ambas esbozamos una
sonrisa.
Maddie ve su reloj.
―Lo cual, debo agregar, nunca sabrías si no hubieras llegado tan
temprano.
Me contengo un momento antes de frotarme la cara con las palmas de
las manos y estropearme el maquillaje, dejo caer las manos a los costados.
―Me he estado muriendo de nervios todo el maldito día y no quería
llegar tarde.
Maddie resopla:
―¿Así que saliste media hora antes para un viaje de tres minutos?
―Básicamente.
Su sonrisa se vuelve suave.
―No te pongas nerviosa. ―Puede que parezca una primera cita, pero
ustedes dos ya se conocen. Piensa en qué es más bien como ponerse al día.
Me muerdo el labio.
―Lo sé. Tienes razón.
―Y, quiero decir, ya acarició tu gatita. Entonces…
Nos quedamos en silencio, parpadeando la una a la otra antes de que
ambas nos echemos a reír.
Puedo sentir la tensión abandonar mi cuerpo con cada movimiento de
mis hombros. Aunque elegí este momento porque sabía que Maddie no
estaría aquí para vernos, hablar con ella es exactamente lo que necesitaba
para relajarme.
―¿Qué es tan gracioso?
La voz profunda me sobresalta con un grito.
La gran mano de Beckett presiona suavemente mi espalda baja y puedo
sentir el calor incluso a través de mi grueso suéter.
Mis ojos captan la mirada de asombro en el rostro de Maddie antes de
ver a Beckett, y entiendo completamente la mirada con los ojos muy
abiertos que mi mejor amiga le está lanzando.
Con una camiseta negra, una sudadera con capucha negra con
cremallera y los mismos jeans desgastados que le vi el lunes, Beckett luce
tan sexy como siempre.
Ni siquiera entiendo cómo alguien puede verse tan bien todo el tiempo,
pero no puedo apartar la mirada.
Junto mis manos para evitar estirarme y acariciar la ligera barba que
cubre su hermoso rostro. Sé cómo se sienten sus manos, pero me muero
por experimentar esa barba entre mis muslos.
Se aclara la garganta:
―Buenas noches, Smoky.
―Hola, Beckett ―mi voz sale entrecortada, y si Maddie no estuviera
tan hipnotizada por Beckett, probablemente se burlaría de mí.
La sonrisa que me da envía un zarcillo de calidez por todo mi cuerpo
mientras su mano se desliza por mi espalda, hasta que toca mi cadera y
me acerca a su costado.
Buen Dios, ¿por qué estamos aquí? Debería haberlo invitado
directamente a mi habitación.
El pecho de Beckett se expande.
―Te ves bien.
Generalmente “Bien” no sería una palabra que me gustara, pero la
forma en que la dice...
Bien, eso es todo. Un minuto después y mis bragas ya están tostadas.
―Gracias ―me inclino un poco más hacia su costado―. Tú no te ves
tan mal.
La sonrisa en su rostro es tan arrogante que estoy tentada a pellizcarlo.
―Mmm, ¿quieren un poco de café? ―La tímida voz de Maddie me
recuerda que no estamos solos.
―Oh, eh, Beckett, ella es...
―Maddie, ¿verdad? ―me interrumpe, extendiendo su mano.
Las mejillas de Maddie arden de un rojo más brillante que lo que le he
visto en años. Su boca se abre, pero en lugar de responder, la cierra de
nuevo y le estrecha la mano con un rápido movimiento de cabeza.
La fácil sonrisa de Beckett me dice que esta no es la primera vez que su
apariencia deja a una mujer sin palabras.
―Encantado de verte de nuevo ―no sé si se refiere al restaurante el fin
de semana pasado, o si la recuerda de hace tantos años, pero a Maddie no
parece importarle, simplemente sigue viéndolo.
Veo a Beckett:
―Sé lo que me gustaría, si estás listo para hacer el pedido.
Él baja la barbilla.
―Tú primero.
Me enderezo para ver a Maddie y le pido un latte con caramelo y
Beckett pide un café solo.
Maddie se muerde el labio con tanta fuerza cuando toma su tarjeta de
crédito que me preocupa que empiece a sangrar en cualquier momento.
Cuando se la devuelve, reúne el coraje para volver a hablar.
―Adelante, siéntense. Se los llevaré cuando estén listos.
La mirada de Maddie con los ojos muy abiertos está sobre mí, pero veo
a Beckett deslizando un billete de veinte en el frasco de propinas sobre el
mostrador. Es un bonito gesto y no se me escapa que lo hizo cuando
pensaba que nadie lo vería. No importa el hecho de que Maddie envíe
todo el dinero a la casa de la otra empleada.
Liderando el camino, me deslizo entre un puñado de mesas hacia la
esquina privada trasera. La mesa redonda está desgastada, es pequeña y
es mi asiento favorito del lugar.
Estoy alcanzando una de las sillas cuando la mano de Beckett aprieta la
tela de mi cárdigan en mi espalda.
Obligada a detenerme, me quedo quieta mientras Beckett pasa a mi
lado y saca la silla de la mesa:
―Permíteme.
Tomando el asiento ofrecido, no puedo evitar que la sonrisa se difunda
en mi rostro.
―Bueno, gracias.
Beckett se sienta frente a mí y apoya los codos en la mesa:
―Puede que algunas veces sea un imbécil, pero sé cómo comportarme
en una cita.
―Me aseguraré de decirle a tu mamá que ella te crio bien.
Beckett se ríe.
―Diablos ―niega con la cabeza―, se la pasará en grande cuando se
entere de esto.
Mis cejas se levantan.
―¿Le vas a decir?
Pone los ojos en blanco.
―Si no lo hago, estoy seguro de que mi prima lo hará.
La idea de que la familia femenina de Beckett le haga pasar un mal rato
me llena de alegría.
―¿Todavía viven por aquí? ¿Tus papás? ―pregunto.
Él asiente:
―Sí. Sé que se acerca el día en que eventualmente tendrán que mudarse
de esa casa a un lugar de residencia para personas mayores, pero ambos
siguen tan activos como siempre.
Yo sonrío. No conozco bien a sus papás, pero gracias a la amistad de
nuestros hermanos, los he visto muchas veces.
El acercamiento de Maddie detiene nuestra conversación e
intercambiamos un coro de agradecimientos mientras ella deja nuestras
bebidas.
Después de prometer que no necesitamos nada más, Maddie se aleja de
nuestra mesa y se coloca detrás de Beckett para que solo yo pueda verla.
Con los ojos muy abiertos, se abanica la cara y finge jadear.
Hago lo mejor que puedo para ignorarla, envolviendo mis manos
alrededor del latte caliente frente a mí.
―¿Qué pasa con tus papás? ―Beckett golpea el costado de su café con
las yemas de los dedos―. ¿Dijiste que compraste tu antigua casa?
Maddie se para detrás de él y finge desmayarse, luego finalmente gira
y se aleja.
―Lo hice ―fruncí los labios para evitar reírme de mi amiga―. Creo
que ya pasaron... dos años. ―Sacudo la cabeza―. Eso parece una locura.
―¿Simplemente querían reducir su tamaño o qué los impulsó a
mudarse?
―Oh, sí que redujeron el tamaño. ―Pongo los ojos en blanco―.
Compraron una casa rodante y han estado aterrorizando a todo el campo
con sus travesuras desde entonces.
―¿Supongo que se están divirtiendo, entonces? ―pregunta Beckett con
una sonrisa torcida.
―Así es ―asiento―. Se dirigen a los estados del sur durante el invierno
y luego regresan al norte en el verano. Los mantiene fuera de mi alcance
durante al menos la mitad del año.
―Eso es ―coincide Beckett.
Hay un momento de silencio mientras ambos bebemos nuestras
bebidas.
―Entonces, ¿qué hay de James? ¿Qué está haciendo?
Mi boca se levanta en una media sonrisa, pensando en mi hermano.
―Él es exactamente el mismo.
Beckett se ríe:
―No es de extrañar.
―Tiene un apartamento bastante bonito en el centro de Saint Paul, a
poca distancia del banco que administra, y como James nunca deja de
quejarse de eso, sé que Tony todavía vive en Seattle y que nunca llegan a
verse.
Beckett sonríe:
―Escucho esas mismas quejas de mi mamá. Por cómo actúa, uno
pensaría que Tony se mudó a otro planeta.
―Las mamás siempre serán así ―lentamente hago girar mi taza de café
entre mis manos. Beckett debe sentir que estoy a punto de hacer una
pregunta, así que se queda callado, esperando que continúe―. Dijiste que
te quedarías con tu prima y ayudarías con Clint... ―no hay una buena
manera de preguntar esto, y no es que realmente importe, pero tengo
curiosidad―. ¿Estás, mmm, estás trabajando en algún lugar?
Cuando Beckett no responde de inmediato, levanto los ojos de la mesa
y lo encuentro sonriendo.
―¿Qué? ―pregunto exasperada ante su mirada.
―Smoky, ¿me preguntas si tengo trabajo?
La sonrisa en su rostro me hace pensar que debe tenerlo, pero todavía
no ha respondido la pregunta.
Me recuesto en mi silla.
―Es una pregunta justa.
―Lo es ―el tonto sigue sonriendo.
Me cruzo de brazos.
―Solo quiero saber si debería sentirme culpable por dejarte pagar mi
café.
Mi comentario debe tomarlo desprevenido porque deja escapar una
carcajada.
―Porque puedo, ya sabes, pagar mis propias cosas. Puede que a los
profesores les paguen una mierda, pero no necesito que me pagues cosas.
Su tono se suaviza:
―Lo sé, Elouise.
Elouise.
Las sílabas se sienten como satén en mi piel.
Mis brazos se cruzan y me inclino hacia adelante, apoyando mis manos
sobre la mesa.
Siguiendo mi movimiento, Beckett se acerca y coloca sus grandes
palmas sobre el dorso de mis manos.
―Me encanta el hecho de que no me necesitas. ―Su pulgar frota la piel
sensible de mi muñeca―. Significa que estás aquí conmigo porque quieres
estarlo.
Levanto uno de mis hombros.
―Estoy al día con mis programas. Y no eres terrible a la vista.
Entrecierra los ojos.
―Lindo. ―Sus dedos rodean mis muñecas, manteniendo mis manos en
su lugar―. Y para responder a tu pregunta, sí, tengo un empleo
remunerado. De hecho, me mudé de regreso a Minnesota por motivos de
trabajo. Estaba listo para terminar con Chicago y parecía que era el
momento adecuado.
Hablamos un poco sobre esto en mi salón de clases, pero claramente
necesitaba esta seguridad adicional de que él ha regresado para quedarse.
No me considero una flor frágil, pero puedo sentir que ya estoy cayendo
bajo su hechizo y estoy feliz de que no desaparezca.
―¿Tu trabajo está cerca de aquí?
Él hace un sonido evasivo:
―Mi oficina principal está en Minneapolis, así que no muy lejos. Nos
dedicamos a la administración de propiedades, por lo que, a menos que
me necesiten en un lugar de trabajo, normalmente puedo trabajar desde
cualquier lugar. La gloria de las computadoras portátiles, las reuniones
virtuales y todo eso.
Yo suspiro.
―Debe ser agradable.
Él se ríe entre dientes:
―Lo es. Desafortunadamente para ti, ser profesor es una especie de
carrera presencial.
―Cierto, ni siquiera puedo imaginarme intentando enseñar en línea a
un grupo de niños de 9 y 10 años, pero tengo los veranos libres, así que
está bien.
Los ojos de Beckett sostienen los míos.
―Dormir hasta tarde. Desayuno en la cama. Tardes descansando al sol.
Puedo imaginármelo ahora.
Afuera ya está oscuro, pero juro que puedo sentir el calor del sol en mi
piel mientras habla. Porque en esta imagen que está pintando, suena como
si estuviera ahí conmigo, como si ya lo estuviera planeando, aunque faltan
meses para el verano.
Necesitando tocarlo, como él me está tocando a mí, giro mis manos
hasta que están con las palmas hacia arriba.
Su control sobre mí se intensifica:
―No quiero apresurarte.
―No lo haces ―lo interrumpo antes de que intente poner excusas por
esta atracción entre nosotros.
―Bien. Porque todas las noches, cuando cierro los ojos, te veo. ―Se
inclina más cerca―. Te veo, debajo de mí, con mi polla enterrada en tu
garganta. ―Ese calor se acumula entre mis piernas y se irradia hacia el
resto de mi cuerpo―. Te veo retorcerte, gemir y tragarme. ―Estoy
jadeando. Creo que estoy jadeando―. Y necesito ver eso otra vez. Solo que
esta vez ―tira de mis manos, inclinándome sobre la mesa hacia él―, lo
haré con mi polla hundida profundamente dentro de tu coño.
Beckett suelta una de mis manos y toma un costado de mi rostro,
manteniéndome quieta mientras acorta la distancia entre nosotros.
Es solo por un instante, pero cuando sus labios presionan contra los
míos, cada terminación nerviosa que tengo se enciende de placer.
―Dime que tú también quieres eso ―sus palabras flotan en mi boca.
―También quiero eso ―le susurro.
―Esa es mi chica, ahora invítame.
Sin darme cuenta de que mis ojos se habían cerrado, los abro y
encuentro la mirada dorada de Beckett mirándome:
―¿Vendrás a casa conmigo, Beckett Stoleman?
―Pensé que nunca lo preguntarías.
Esperando junto a mi auto en el garaje oscuro, observo cómo Beckett
sale de su camioneta, sus largas zancadas acortan la distancia entre
nosotros por el camino de entrada.
El viaje hasta aquí fueron los tres minutos más largos de mi vida. El
tiempo suficiente para enloquecer, recuperar el control y volver a
enloquecer.
Sus pasos suenan como el ritmo de un tambor reverberando en el
tranquilo vecindario.
Respira, Elouise. Solo respira.
Beckett no interrumpe el paso cuando llega hasta mí, simplemente me
rodea la cintura con un brazo y me impulsa a través de la puerta que
conduce a la casa. Escucho el sonido de él golpeando ciegamente el botón
de la puerta del garaje y el correspondiente ruido de la puerta al bajar, y
un segundo después de que la puerta de la casa se cierra detrás de
nosotros, escucho el suave ruido de él al girar el cerrojo.
Nos tomamos un momento para quitarnos los zapatos y luego Beckett
vuelve a guiarme hacia adelante. Atraviesa la sala de estar, pasa la cocina
y sube las escaleras.
No sé si ha estado aquí antes o si simplemente es bueno adivinando,
porque pasamos por mi antigua habitación, un baño, la antigua
habitación de James, y luego estamos ahí, en la puerta abierta que conduce
a la suite principal. Mi habitación.
Fotos enmarcadas de vacaciones familiares se alinean en mis paredes
de color azul pálido. Mi cama tamaño queen, mis mesitas de noche y mi
cómoda están hechos de madera maciza pintada de gris plateado, y las
cortinas blancas combinan con mi ropa de cama blanca. Ropa de cama
deshecha. Las mantas todavía están apartadas desde que me levanté para
ir a trabajar esta mañana, y eso de alguna manera hace que este momento
se sienta aún más íntimo. Porque esto es todo, mi verdadero yo, y Beckett
está aquí de todos modos.
El pecho de Beckett se expande contra mi hombro mientras inhala.
―Es perfecto. Exactamente como lo imaginé ―su voz es un estruendo
bajo que siento en todas partes.
Antes de que pueda responder, Beckett cruza la habitación hacia la
puerta que conduce al baño principal. Al llegar al interior de la puerta,
enciende la luz, lo que provoca que la iluminación atraviese la habitación.
Al otro lado de la cama.
Desde el otro lado de la habitación, Beckett me ve:
―Necesito verte toda esta vez.
Mi garganta se mueve, pero no se me ocurre nada inteligible que decir.
En lugar de eso, me quito el cárdigan.
Una prenda de vestir, eso es todo lo que me he quitado, pero él me ve
como si acabara de desnudarme.
Mierda.
La distancia entre nosotros me da la confianza que necesito para
desnudarme. Entonces, manteniendo mis ojos en los suyos, agarro la
parte inferior de mi blusa y me paso la tela sobre mi cabeza.
No se acerca, pero al mismo tiempo deja caer su sudadera al suelo.
Gracias, yo pasado, por usar ropa interior linda hoy.
Con dedos temblorosos, me desabrocho los pantalones y lentamente los
arrastro por mis piernas.
El pecho de Beckett está agitado y, mientras me pongo de pie, él
extiende una mano hacia atrás y se quita la camiseta por encima de su
cabeza.
Mientras su camiseta cubre su rostro, me desabrocho el sostén y lo dejo
caer lejos de mi cuerpo.
Un sonido ahogado sale de Beckett cuando su visión se aclara y ve que
estoy con nada más que mi tanga.
Mientras él trabaja para desabrocharse el cinturón y los jeans, engancho
mis dedos en la parte superior de mis bragas y las descarto en una pila
con el resto de mi ropa.
―Maldita sea ―Beckett se humedece los labios y da un paso,
moviéndose para rodear los pies de la cama hacia mí.
Pero me hago a un lado y pongo la cama entre nosotros.
Se detiene y un brillo perverso llena sus ojos.
―Bebé ―lo dice como una reprimenda mientras acaricia la erección
que tensa el frente de sus bóxers.
Inclino mi cabeza hacia su mano.
―Quítatelos.
La mirada en sus ojos es depredadora, pero no duda, y antes de que
pueda parpadear, está completamente desnudo.
Jesús.
Mis ojos no apartarán la mirada. No puedo apartar la mirada. Lo tenía
en mi boca, en mi garganta, pero no pude verlo. Así no, y querido dios, él
es perfecto.
Beckett usa una mano para apretar la base de su pene.
―¿Esto es lo que quieres, Smoky? ―Su otra mano agarra su longitud,
acariciando hacia arriba y hacia abajo.
No puedo hacer nada más que asentir.
―En la cama. ―Es el turno de Beckett de mandar.
Y es mi turno de obedecer.
Sin pensar en nada más que el placer, me subo a la cama y me recuesto
contra las almohadas.
Beckett se acerca a los pies de la cama y el resplandor del baño lo
ilumina en luces y sombras.
Estoy esperando que me diga qué hacer a continuación, pero no lo hace.
En vez de eso, se suelta y lanza sus manos hacia adelante, agarrándome
por los tobillos.
Con un movimiento rápido, me jala hacia abajo en la cama hasta que mi
trasero está justo en la orilla.
Se me escapa un grito ahogado, que se convierte en un gemido cuando
levanta mis pies en el aire y afloja su agarre para poder deslizar sus manos
hasta mis rodillas y luego al interior de mis muslos.
Abriéndome ampliamente, Beckett gime:
―Mierda, bebé.
Sin nada más a qué agarrarme, levanto la mano para agarrar mis
propias tetas. Apretándolas, pellizcando mis pezones.
Los ojos de Beckett van y vienen desde entre mis piernas hasta mi
pecho, y deja escapar un gemido aún más fuerte.
―Beckett ―su nombre es una súplica. Necesito más. Nunca he estado
más excitada en mi vida y necesito más.
En lugar de responder, se arrodilla y cierra la boca sobre mi coño.
Mi espalda se arquea fuera de la cama, la sensación repentina me hace
soltar un grito ahogado.
―Oh, Dios. Beckett. Oh, Dios.
Su lengua me lame. Sobre mí. Dentro de mí.
Y cuando sus labios se cierran alrededor de mi clítoris, mis ojos se
cierran de golpe.
―¡Beckett!
Perdida, estoy completamente perdida en el sentimiento de él.
Su aliento es cálido, sus labios son suaves, su lengua talentosa. Sus
dedos presionan la piel sensible de la parte interna de mis muslos.
Estoy cerca. Tan cerca.
Luego se detiene y un gemido sale de mi garganta.
Cuando abro los ojos, veo a Beckett de pie otra vez.
―¿Tienes condones?
Parpadeo un par de veces.
Ah, sí, condones. Porque somos adultos inteligentes.
―Cajón ―jadeo mientras estiro un brazo, señalando mi mesa de noche.
Casi lo detengo, queriendo decirle que estoy tomando anticonceptivos
y que no puedo esperar un segundo más antes de que él esté dentro de
mí, pero no lo hago. Es mejor dejar esa decisión para cuando ambos
estemos pensando con claridad y cuando pueda formar oraciones
completas.
Beckett abre el cajón y su suave maldición me recuerda que hay una
pequeña pila de vibradores esperando para saludarlo.
―Oh, mmm…
―En otra ocasión ―me interrumpe, luego busca hasta que encuentra la
caja de condones sin abrir.
Girándose hacia mí, lo sostiene en alto y hace como si rompiera el sello.
―Has sido una buena chica, y eso me hace muy feliz.
Sus ojos son pura lujuria y siento sus palabras hormiguear sobre mi
piel. Los elogios de Beckett son el afrodisíaco que no sabía que necesitaba
en mi vida.
Observo cómo retrocede entre mis muslos abiertos y hace rodar
lentamente el condón a lo largo de su longitud.
Sosteniendo la base, presiona su punta contra mi clítoris y mi espalda
se arquea, mi cabeza presiona contra el colchón y mis ojos se cierran
automáticamente.
―Te lo dije antes, Smoky. Ojos abiertos.
Sus palmas suben y bajan por la parte exterior de mis muslos,
finalmente se curvan alrededor de la parte superior y me agarran.
―¿Puedes hacer eso por mí? ―Me acerca más a él, deslizando mi
trasero más lejos de la orilla de la cama―. ¿Puedes ver lo que sucede
después?
―Sí. ―Asiento con la cabeza, mis manos se enredan en las mantas a
mis costados―. Sí.
Siento su polla chocar con mi entrada.
―Mírame.
Mi boca se abre para prometerle que lo haré, pero él se empuja hacia
adelante, enterrando toda su polla dentro de mí, y en lugar de hacerle una
promesa, le lanzo un grito de puro placer.
Tan bueno.
Tan grande.
Tan demasiado.
No hay espera ni pausa, Beckett retrocede casi por completo y luego se
empuja hacia adelante nuevamente. Sus gemidos se mezclan con los míos.
Una y otra vez.
Su mano me agarra, acercándome más, manteniéndome quieta.
Cada vez que nuestras caderas se encuentran, puedo sentir la vibración
recorrer mi cuerpo. Mis pechos se sacuden con cada golpe.
Justo cuando mis ojos comienzan a cerrarse, un pellizco en mi pezón
los hace volver a abrirse.
―Si quieres correrte, mantendrás esos bonitos ojos abiertos.
Mierda.
Ella es demasiado.
Es perfecta.
Ver sus tetas rebotar con cada embestida me acerca cada vez más al
clímax, pero aún no estoy listo para terminar. Esta era la posición perfecta
para verla, a toda ella, pero aún no es suficiente, necesito sentirla
rodeándome.
―Maldita sea, bebé. Te sientes tan bien ―pronuncio las palabras.
Sentándome tan profundamente como puedo, presiono hacia adelante,
empujándola hacia atrás en la cama, y cuando el borde del colchón me
detiene, pongo una rodilla y luego la siguiente en la orilla de la cama.
Sin alejarme nunca de su calor húmedo, paso un brazo por debajo de
su cintura.
―Agárrate a mí.
Sabiendo exactamente lo que quiero, Elouise me rodea con sus brazos
y piernas y nos arrastro a ambos hasta la cama.
Aprieta sus músculos a mi alrededor y mi polla se contrae dentro de
ella, es lo mejor que he sentido jamás.
Al llegar al centro de la cama, primero bajo mis caderas, presiono su
trasero contra el colchón y empujo mi polla lo más profundo posible. Mis
ojos quieren ponerse en blanco, pero no dejaré que me pierda ni una sola
expresión que cruza su rostro, porque a ella le encanta esto, le encanta
esto tanto como a mí.
Elouise ajusta sus piernas hasta que sus talones se clavan en la parte
posterior de mis muslos. Instándome a permanecer dentro de ella.
Mis brazos se doblan y dejo caer mi peso sobre mis codos, nuestros
pechos se presionan.
Con mis labios presionados contra su oreja, jalo mis caderas hacia atrás
hasta que solo queda un centímetro dentro de ella.
―¿Quieres más?
Ella asiente.
Presiono otra pulgada hacia adentro.
―¿Necesitas más?
―Sí. ―Su voz es ahogada―. Sí, Beckett. Por favor.
Agarrando su lóbulo entre mis dientes, me hundo en ella y ambos
gemimos.
Nuestros cuerpos se mueven juntos de una manera que no debería ser
posible.
Balanceándonos, moviéndonos, como si hubiéramos hecho esto cientos
de veces antes.
Elouise me agarra el cabello con una mano y la otra me araña la espalda,
manteniéndome cerca.
―Oh… mierda … Beckett…
Sus pezones están pegados a mi pecho. Su cuerpo se agita debajo del
mío.
Cuanto más frenética se pone, más me arrastra hacia ella.
―¿Necesitas correrte? ―gruño entre dientes apretados.
―¡Sí! ¡Por favor, sí!
Puedo sentirla mover sus caderas contra mí, su clítoris se frota contra
la base de mi polla.
Me acerco a ella, coincidiendo con su movimiento, presionando más
fuerte.
Su respiración es errática. Sus movimientos son bruscos, y su
intensidad me tiene al límite.
―Córrete, Elouise. ―Recorro mis labios contra su cálida piel,
presionando mis caderas hacia abajo, moliendo justo donde ella me
necesita―. Córrete para mí.
Como si estuviera esperando mi permiso, su cuerpo se tensa,
implosionando a mi alrededor, y yo la sigo.

Siento que estoy aturdido. Ni siquiera recuerdo haberme alejado de


Elouise. Por no hablar de limpiarme y volver a la cama, pero ahora que
estoy aquí, acostado boca arriba, con mi mujer satisfecha medio encima
de mí, no hay manera de que me vaya.
―Me quedaré a dormir. ―Le digo a Elouise, jugando con las puntas de
su cabello.
Ella tararea una respuesta, frotando su mejilla contra mi pecho y lo
tomo como un acuerdo.
Sonriendo en la oscuridad, siento que una sensación de paz llena la
habitación.
Antes no pensaba que fuera infeliz, o incompleto, pero ahora... bueno,
ahora estoy empezando a preguntarme si sabía algo.
La luz que se filtra a través de un hueco en las cortinas parpadea en mis
ojos cerrados.
Es de mañana.
La costumbre me hace intentar levantarme de la cama, pero el brazo
que rodea mi cintura se aprieta, manteniéndome asegurada al cálido
cuerpo detrás de mí.
Sus dedos se frotan contra el suave algodón que cubre mi cuerpo.
―¿Cuándo te pusiste esto?
La voz de Beckett es áspera por el sueño, lo que me hace sonreír. Suena
adorable así.
Relajándome, le respondo:
―Cuando me levanté para ir al baño.
―Mmm ―lo siento acariciar la parte posterior de mi cabeza―, te
prefiero desnuda.
Mi boca se dibuja en una sonrisa.
―¿Ah, sí?
Un sonido bajo sale de Beckett antes de deslizar su mano por mi camisa,
ahuecando mi pecho, mientras presiona su erección contra mi trasero.
Automáticamente me arqueo ante la presión, gimiendo en respuesta.
―Maldita sea, Smoky. No sé qué me gusta más. ―Su mano se desliza
hacia abajo hasta que sus dedos se hunden debajo de la banda de los
delgados pantalones de dormir que me puse―. La forma en que te sientes.
―Un dedo se desliza entre mis pliegues, rozando mi clítoris―. O los
sonidos que haces.
Justo en el momento justo, gimo ante su toque.
Sus dientes se arrastran por el costado de mi cuello.
―Sí, justo así.
Mi mano se extiende hacia atrás, buscando piel, queriendo sentirlo
como él me siente a mí.
Aparta mi mano y mueve sus caderas hacia atrás lo suficiente como
para agarrar la parte superior de mis pantalones y bajarlos debajo de mi
trasero.
―Necesito follarte.
Es como si cada palabra que dijera fuera una flecha directa a mi núcleo.
―Estoy lista.
Sus dedos se deslizan sobre mi abertura, probando la veracidad de mi
afirmación y deja escapar su propio gemido. El ruido es profundo contra
mi espalda.
Pero luego el ruido continúa...
Mis ojos se vuelven a abrir.
El sonido viene del exterior y… y se hace más fuerte a medida que se
acerca.
Y más cerca.
Oh, no.
Las alarmas empiezan a sonar en el fondo de mi cerebro.
Oh, diablos, no.
Mi cuerpo se tensa.
La mano de Beckett se aleja de mi coño mientras empuja hacia arriba
un brazo.
―¿Qué pasa?
El ruido se detiene y una sensación enfermiza de “oh, por favor, no” llena
mis entrañas.
Frenéticamente, salgo de la cama y me subo los pantalones mientras
corro hacia la ventana.
―Oh, no, oh, no, oh no…
Efectivamente, cuando levanto la orilla de la cortina, veo exactamente
lo que temía.
La casa rodante de mis papás, estacionada en mi camino de entrada.
―¿Bebé? ―Puedo escuchar a Beckett levantarse de la cama detrás de
mí.
Pero no puedo responderle. Estoy demasiado ocupada enloqueciendo.
―Lou, ¿qué pasa?
Girándome rápidamente, coloco mis manos contra su pecho para
mantenerlo alejado de la ventana.
El golpe de mis manos contra su piel me recuerda que está desnudo.
Espontáneamente, mis ojos bajan a su polla y un pulso late a través de mi
cuerpo.
Está completamente desnudo y todavía duro.
¡No hay tiempo! Le grito mentalmente a mi libido.
Sacudo la cabeza y fuerzo a mis ojos a volver a verlo.
―Tienes que irte.
―¿Irme? ―el sonido de un portazo se filtra dentro de la casa y sus ojos
se entrecierran―. Elouise, ¿quién está afuera? ―su tono ha pasado de la
preocupación a la ira, y me doy cuenta de que debe pensar que lo estoy
ocultando de otro hombre.
Solo que es peor. Mucho peor que eso.
―¡Mis papás están aquí! ―siseo, dándole un empujón―. ¡Ponte la
ropa!
―¿Tus papás? ―Las cejas de Beckett se disparan.
―¡Sí!
Me quedo congelada durante medio segundo, observando a Beckett
levantar sus pantalones del suelo, antes de lanzarse a mi armario y
arrancarme el pijama mientras avanzo.
En un tiempo récord, me pongo unos leggins, un sostén deportivo y
una vieja sudadera universitaria. No parezco estar lista para el día, pero
espero no parecer como si acabara de levantarme de la cama con Beckett.
¡Beckett!
Saliendo corriendo del armario, lo encuentro poniéndose la camisa.
Una mirada al reloj me dice que ni siquiera son las 8:00, pero años de
ser maestra significan que mis papás saben que no duermo hasta tarde.
Y entonces empiezan los golpes.
¡Mierda! ¡Mierda!
―¡Vete! ―Casi le grito a Beckett, luego bajo la voz―. ¡Tienes que irte!
Otra ronda de golpes.
Gimo y brevemente finjo que estoy en un mundo donde todavía estoy
profundamente dormida, envuelta cálidamente en los brazos de Beckett.
Claramente después de tocar, el timbre suena en toda la casa.
Afortunadamente, mis papás insistieron en que cambiara las
cerraduras cuando compré la casa. Su razonamiento fue que eso les
impediría llegar sin previo aviso, pero eso obviamente no se tradujo en
que no aparecieran sin previo aviso.
Beckett se pone delante de mí y me agarra por los brazos,
manteniéndome quieta:
―Elouise, necesitas relajarte. Conocí a tus papás antes.
Un pequeño sonido ahogado sale de mi garganta.
―¡Así no! ―Muevo mi mano por la habitación.
Oh, Dios, estoy entrando en pánico.
El timbre vuelve a sonar.
―¿Tal vez puedas esconderte?
Beckett sonríe.
―No, creo que simplemente los dejaré entrar.
Antes de que pueda registrar sus ridículas palabras, él sale de mi
habitación.
―¿¡Qué!? ―Lo persigo―. ¡Beckett, no puedes hacer eso!
―¿Por qué no? ―No disminuye la velocidad, lanzando la pregunta por
encima del hombro mientras baja las escaleras.
Me apresuro a alcanzarlo.
―¡Porque no entiendes cómo son! ¡Se harán una idea equivocada!
Se detiene al pie de las escaleras y se gira para verme; mi impulso me
hace estrellarme contra su pecho. Afortunadamente, está arraigado en su
lugar y ni siquiera se mueve con el impacto.
La seriedad en sus ojos me hace sentir como si estuviera a punto de ser
regañada:
―Bebé, se harán la idea correcta.
Luego se inclina, presiona sus labios contra mi frente y camina hacia la
puerta.
Un hormigueo por su estúpido beso recorre mi piel y me distrae.
Pero él no lo entiende, él cree que pensarán que estamos saliendo, lo
cual creo que es así, pero en realidad, mi mamá se lanzará directamente a
la idea de “Dios, se van a casar”.
Saliendo de mi aturdimiento, corro los últimos metros entre Beckett y
yo.
―¡Espera! ―pero antes de llegar a él, llega a la puerta principal y la
abre.
―Elouise, ¿qué te tomó...? ―La voz de la señora Hall se apaga cuando
sus ojos se abren como platos al verme.
Ha pasado al menos una década desde que vi a los papás de Lou, pero
los reconozco de inmediato. Un poco más canosos, pero lucen casi
exactamente iguales.
―Buenos días, señora Hall ―extiendo mi mano y ella busca a tientas
un poco para tomarla, moviendo la cabeza como si estuviera tratando de
ubicarme. Inclinando la cabeza hacia abajo, le doy mi sonrisa más
encantadora―: Soy yo, Beckett Stoleman.
Su boca se abre de golpe y su mirada de sorpresa me recuerda tanto a
Elouise que mi sonrisa se hace más grande.
Sé que probablemente debería sentirme muy incómodo en este
momento, pero no lo estoy.
La señora Hall entrelaza su mano libre alrededor del dorso de la mía y
no la suelta.
―¡Beckett Stoleman! ¡No puedo creerlo! ¡Eres tan grande! ―Casi
resoplo. A los 38, eso espero. La mamá de Lou me ve y niega con la
cabeza―. ¡Dulce niño Jesús, qué bien creciste!
―¡Mamá! ―El grito ahogado de Smoky hace que mi risa se libere.
El señor Hall le da una palmada en el hombro a su esposa:
―Deja ir al pobre muchacho, cariño.
En lugar de dejarme ir, la señora Hall me abraza y me aprieta. Solo que
ella es incluso más baja que Elouise, así que tengo que agacharme para
devolverle el abrazo.
Lou está refunfuñando algo desde donde todavía está atrapada detrás
de mí, ya que estoy bloqueando la puerta.
El señor Hall simplemente pone los ojos en blanco ante el
comportamiento de su esposa:
―Es mejor que la dejes, hijo.
Parece tremendamente tranquilo al encontrarme en la casa de su hija
tan temprano en la mañana. No estoy seguro si aún no lo ha armado o si
simplemente está manejando esto de una manera muy madura.
―Okey, mamá ―Elouise me agarra del hombro, haciéndome
retroceder un paso y rompiendo el abrazo―, será mejor que entres antes
de que esto se convierta en un espectáculo mayor.
―¿Siempre ha sido tan puritana? ―le pregunto a la señora Hall,
mientras todos nos mudamos a la casa.
Ella suspira:
―De hecho, sí.
Creo que Elouise dice algo como “Voy a matarte”, pero sus palabras son
sofocadas por el abrazo de su mamá. El señor Hall me estrecha la mano
antes de entrar a la casa con el resto de nosotros y cerrar la puerta detrás
de él.
Se necesita un minuto para que terminen todos los saludos, pero
cuando lo hacen, observo a Elouise mientras se retuerce los dedos,
claramente tratando de descubrir cómo tocar esto.
El humor crece dentro de mí, mientras veo sus mejillas ponerse aún más
rosadas.
―Supongo que haré un poco de café.
Siguiendo a la familia Hall, los acompaño hasta la cocina, donde Elouise
se ocupa midiendo el agua y los posos del café.
El señor Hall me pregunta cómo les va a mis papás y yo observo a Lou
y a su mamá mientras hablan de cómo se llevan sus alumnos, y todo esto
se siente tan bien como se sintió Elouise en mis brazos esta mañana.
Puede que el momento no sea el que habíamos planeado, pero no me
arrepiento de este giro de los acontecimientos.
Puedo sentir la vacilación de Elouise a la hora de continuar con esta
relación. No sé si es nuestra breve historia, la amistad de nuestros
hermanos o el pequeño pueblo lo que la tiene tan recelosa. Entonces,
podría haber sido una mierda de mi parte forzar el problema abriendo la
puerta principal, pero no quería que Elouise me empujara por la puerta
trasera, o me escondiera en un armario, porque quería que ella enfrentara
esto entre nosotros, y ya no hay forma de esconderse de esto. De una
forma u otra, Elouise y yo estamos juntos en esto hasta que descubramos
qué es.
Para cuando se sirve el café, el señor Hall se ha puesto un delantal y
está sumergido en harina hasta los codos, preparando una tanda de
panqueques caseros.
―Ven y siéntate ―la señora Hall me hace un gesto para que me acerque
y saca dos de las sillas alrededor de la mesa del comedor.
Nos sentamos al mismo tiempo, luego gira su silla para que quede
frente a mí.
Elouise se pellizca el puente de la nariz, como si quisiera cambiar su
café por un cóctel.
―Mamá.
―¿Qué? ―su mamá la ve con fingida inocencia.
―Ni siquiera hemos desayunado todavía.
Me ahogo un poco con el café. Sé lo que quiso decir Lou, pero es el
recordatorio perfecto de lo que hicimos anoche para abrir el apetito.
Al darse cuenta de cómo sonó, Elouise se pasa una mano por la cara.
―Solo quiero decir que es demasiado temprano para el interrogatorio.
Sinceramente, me alegro de que Elouise interrumpiera. Solo puedo
imaginar el tipo de preguntas que haría mi propia mamá en esta situación,
y supongo que la señora Hall sería igual de directa.
Y no es que esté tratando de ocultarle secretos a Lou, pero hay algunos
temas, como nuestras historias románticas, que se discuten mejor cuando
estemos solo nosotros dos, y no hemos tenido suficiente tiempo a solas
para compartir todo lo que aún queda por decir.
Lou y su mamá todavía están debatiendo los méritos de los
interrogatorios matutinos cuando oigo que se abre la puerta principal.
Maldita sea, soy mejor que esto. Me reprendo cuando me doy cuenta de
que no me aseguré de que la puerta se volviera a cerrar después de que
entraron los Hall.
Me alejo silenciosamente de la mesa, cerrando mis manos en puños
mientras me muevo para interceptar al intruso.
―¿A dónde vas? ―Elouise interrumpe la conversación con su mamá
para llamarme.
Puedo escuchar pasos pesados incluso antes de salir de la cocina. Quien
acaba de entrar a la casa ni siquiera intenta guardar silencio.
Esta casa de estilo antiguo tiene un pequeño umbral entre la cocina y la
sala, y ahí es donde lo encuentro.
Al verme, el hombre unos años más joven que yo se detiene.
Cuando sigo acercándome, él da un paso atrás, la sorpresa cubre sus
rasgos, y es esa expresión la que hace que todo encaje.
Me detengo, quedan unos metros entre nosotros y libero la tensión en
mis manos.
―James ―no digo su nombre muy amablemente, todavía me siento
nervioso por escuchar a alguien entrar a la casa de mi chica sin previo
aviso.
Sus cejas se levantan hasta que se funden con su desgreñado cabello
castaño, del mismo tono que el de Elouise.
―¿Beckett? ―Sus cejas se mueven hacia abajo, frunciendo el ceño―.
¿Qué demonios estás haciendo aquí?
Esa actitud me hace retroceder 20 años. James tenía una tendencia a ser
un poco mierda cuando sentía que tenía algo que demostrar.
Una sonrisa se dibuja en mi boca.
―Te dejaré adivinar.
No debería incitarlo. Realmente no debería. No cuando sus papás sin
duda están a segundos de aparecer, pero no puedo evitarlo, y cuando veo
que hace clic para él, mi rostro se convierte en una sonrisa.
―Hijo de puta.
―Beckett, ¿qué…? ―Mis ojos pasan más allá de los anchos hombros de
Beckett y se fijan en mi hermano. No oculto mi gemido de molestia―:
Tienes que estar bromeando.
―Hola, hermana ―el tono de James es tan descontento como yo me
siento, pero no sé de qué tiene que quejarse. Soy yo a la que su mañana
está siendo interrumpida por toda mi maldita familia.
―Hola, hermano ―le digo con falsa alegría―. ¿Por qué estás aquí?
―¿Por qué está este hijo de puta en tu casa? ―Asiente hacia Beckett.
―¿Hijo de puta? ―Beckett imita las palabras, y no tengo que verlo para
saber que está sonriendo―. Antes te caía muy bien.
James resopla.
―Eso fue antes de que te follaras a mi hermana.
Me tenso.
Quiero decir, tiene razón, pero la forma en que lo dice suena muy
degradante. Como si Beckett se estuviera aprovechando de mí, en lugar
de que fuera una decisión mutua entre adultos.
A Beckett no le deben gustar las palabras de James más que a mí porque
da un paso hacia James.
―Podemos ser adultos acerca de esto, o podemos salir y hablar.
―Muerde el verbo y tengo la clara impresión de que en realidad no se
refiere a hablar―. De cualquier manera, no le dirás cosas así a Elouise.
La tensión hierve entre ellos y James parece querer darle un golpe a
Beckett.
―Chicos ―pongo mi mano en el antebrazo de Beckett, con mis dedos
presionando su piel desnuda―. Tranquilos.
Mamá llama desde la cocina preguntando a dónde fuimos y le lanzo
una mirada asesina a James, pero él solo está viendo hacia donde estoy
tocando el brazo de Beckett, y cuando miro a Beckett, veo que él también
está mirando a James.
Aprieto mi agarre.
―Por favor.
Los hombros de Beckett pierden algo de tensión y gira la cabeza hasta
verme:
―Muy bien, Smoky.
―Gracias ―mi sonrisa es genuina, porque incluso si toda esta situación
es inmensamente jodida, me gusta que él esté defendiéndome.
Lo veo inclinarse, sé lo que va a hacer y no hago ningún esfuerzo por
detenerlo mientras presiona su boca suavemente contra la mía.
―¡Agh, vamos! ―se queja James ante nuestra muestra de afecto.
Siento que los labios de Beckett se curvan en una sonrisa contra los
míos, y levanto un dedo medio hacia mi hermano.
Beckett rompe el beso y me pasa un brazo por los hombros.
Antes de que pueda darnos la vuelta, le sonrío a mi hermano:
―Eso te enseñará a no irrumpir en mi casa.
Riendo, Beckett nos guía de regreso a la cocina.
Mi papá levanta la vista de su actual lote de panqueques y se dirige a
Beckett:
―¿Todo bien, hijo?
―¿Hijo? ―James casi grita mientras entra detrás de nosotros―. Él no
es tu hijo, yo sí.
El sonido de sorpresa que hace mamá cuando entra James es toda la
confirmación que necesito para saber que no planearon esto. Ella es
terrible fingiendo.
―¿Qué estás haciendo aquí? ―mamá grita, acercando a James para
abrazarlo.
―Hola, mamá ―él le devuelve el abrazo y, aunque estoy molesta con
todos por aparecer, es agradable verlos a todos juntos―. Me dijiste que
vendrías a la ciudad y pensé que te daría una sorpresa. ―Sus ojos se
elevan por encima de la cabeza de mamá y se estrechan hacia mí―. Creo
que todos nos llevamos una sorpresa hoy.
Poniendo los ojos en blanco, saco una silla y me siento en la mesa junto
a Beckett.
Terminé de poner la mesa antes de ir a ver a Beckett en el pasillo, así
que ahora solo estamos esperando a que papá termine.
―Siéntate, siéntate ―mamá le indica a James que se dirija a la mesa
mientras toma otro lugar para él.
James pisa fuerte los pocos pasos hacia la mesa y se detiene
directamente frente a Beckett. Con los ojos fijos en mi invitado, James
arrastra ruidosamente la silla lejos de la mesa.
Los dos se miran fijamente hasta que mi papá deja la gran pila de
panqueques y nos dice que comamos.
Con los carbohidratos y el café repartidos en la mesa, es fácil fingir que
esto no es un desastre total mientras se ponen a conversar.
James sigue haciéndole preguntas a Beckett sobre su tiempo en
Chicago, pero Beckett lo ignora o responde con sus propias preguntas. No
sé por qué mi hermano está siendo tan idiota. Siempre ha sido un poco
protector, pero honestamente no pensé que le molestaría tanto que yo
estuviera con Beckett.
Forzando a los niños a comer los últimos panqueques, mamá se recuesta
en su silla con una gran sonrisa en su rostro:
―Esto es tan lindo, como en los viejos tiempos.
James resopla:
―No exactamente como en los viejos tiempos. En aquel entonces, lo
que estos dos están haciendo sería ilegal.
Papá se ríe, pero mamá le lanza a James una mirada que lo hace callarse,
luego se gira hacia Beckett:
―Solo planeamos quedarnos unos días, pero ¿tal vez podríamos
almorzar con tus papás? Ha pasado tanto tiempo desde que vi los vi.
Beckett baja la barbilla:
―Creo que eso les gustaría mucho.
Mamá sonríe y lentamente deslizo mi mano para descansar sobre el
muslo de Beckett. Realmente está recibiendo más de lo que esperaba esta
mañana.
―¡Perfecto! Íbamos a quedarnos aquí en el camino de entrada ―ve a
papá―, pero tal vez deberíamos buscar otro lugar donde quedarnos.
Por mucho que quiera que hagan precisamente eso, sacudo la cabeza:
―No, no hagan eso. Pueden quedarse aquí.
Lo han hecho antes y sé que, en su mayor parte, se apegarán a su propio
espacio.
―¿Estás segura? ―pregunta papá y yo asiento.
Beckett coloca su mano sobre la mía y entrelaza nuestros dedos.
Nada como saltar directamente al fondo.
Beckett usa su mano libre para sacar su teléfono y observo mientras le
envía un mensaje de texto a su mamá preguntándole si podemos quedar
juntos. Según la cantidad de signos de exclamación, creo que es seguro
decir que la señora Stoleman está tan entusiasmada con esto como mi
mamá.
Espera una pausa en la conversación:
―Mi mamá dijo que el próximo domingo por la tarde estaría bien y que
le encantaría ser la anfitriona, si pueden quedarse tanto tiempo.
Mamá ni siquiera habla con papá antes de aceptar, y por eso sé que,
para empezar, su afirmación de quedarse solo unos días fue una tontería.
―Solo avísanos qué llevamos.
Beckett inclina la cabeza:
―Lo haré, señora Hall.
―Oh, por favor ―agita una mano en señal de despido―, llámame
mamá.
Me ahogo con el café, pero el sonido es ahogado por la maldición de
James.
―Buenas noches, mamá.
Dejé que me diera un último abrazo antes de cerrar la puerta principal.
Papá ya la está esperando en la casa rodante, ya que la conectó al agua y
la electricidad ese mismo día.
Fue un poco extraño la primera vez que se quedaron en mi camino de
entrada, pero insisten en que están bien ahí y ya no me importa lo que
piensen los vecinos.
Apago las luces mientras avanzo, tomo mi copa de vino a medio
terminar y subo las escaleras.
Mamá y yo nos terminamos la mayor parte de una botella de vino
mientras veíamos Second Bite, nuestra competencia de repostería
favorita, pero no voy a dejar que los últimos sorbos se desperdicien.
Beckett se fue poco después del desayuno y pude escabullirme el
tiempo suficiente para darme una ducha y arreglarme, luego pasé el día
poniéndome al día con mis papás y evitando preguntas sobre el estado de
mi relación.
Sola en mi habitación, me aseguro de que las cortinas estén
completamente cerradas antes de desnudarme y ponerme el mismo
pijama que me cambié frenéticamente esta mañana. Como anoche solo
usé este pijama durante unas horas, no me sentiré mal por volver a
ponérmelo. Además, el conocimiento de que los estaba usando cuando
desperté con Beckett envuelto a mi alrededor me hace sentir cerca de él.
Wow, Lou, suenas como una adolescente enamorada otra vez.
Tomándome lo último de mi vino, me dejo caer en la cama boca abajo.
Necesito frenar mis emociones antes de que mi corazón se enamore
completamente de Beckett otra vez.
Mis papás acampando en mi camino de entrada deberían hacer un buen
trabajo al menos durante la próxima semana.
Un suave zumbido emana de mi mesa de noche y levanto la cabeza lo
suficiente para alcanzar mi teléfono.
Espero que sea Maddie, ya que le envié un mensaje de texto sobre la
debacle del desayuno hoy, pero mi ritmo cardíaco se acelera cuando veo
que quien me llama es otra persona.
Rodando sobre mi espalda, presiono aceptar.
―Hola.
Mi voz sale un poco entrecortada y me pregunto si tal vez el vino me
ha afectado más de lo que pensaba.
―Hola, bebé ―el tono de Beckett es igual de ronco―. ¿Cómo estuvo el
resto de tu día?
Sonrío hacia el techo.
―Sin incidentes. Afortunadamente.
Él se ríe.
―Me alegra escuchar eso.
Mi aliento se escapa.
―Lamento mucho lo de esta mañana. Eso fue... ―Dejo caer una mano
contra mi frente―. ¡Ni siquiera sé cómo terminar esa frase!
―No te disculpes, no fue tan malo.
Resoplo porque si lo fue. Fue malo. Apenas hemos tenido una cita y mi
mamá ya le dijo que la llamara mamá.
―Smoky ―su voz se arrastra a través del teléfono y envuelve mi
cuerpo―, no pienses en eso ni un momento más.
―Okey ―acepto, sabiendo que diría que sí a casi cualquier cosa cuando
él suena así.
―¿Estás sola?
Es una pregunta inocente, pero me hace sonrojar el cuello:
―Sí.
Deja escapar un murmullo de aprobación:
―Bien.
Siento que me retuerzo contra la colcha.
―¿Por qué está bien?
―Porque no puedo dejar de pensar en lo que estaba a punto de suceder
antes de que nos interrumpieran esta mañana, y si estoy atrapado
pensando en eso, tú también deberías estarlo. ―Como si pudiera olvidar―.
Y no puedo esperar hasta el próximo fin de semana para escuchar esos
dulces sonidos que haces.
Calor. Un calor abrasador llena mi cuerpo.
―Puedo colarte alguna noche después de que mis papás se vayan a
dormir.
―Si pudiera, lo haría, pero tengo que irme por unos días.
Mis ojos, que se habían cerrado ante el sonido de su voz, se abren de
golpe.
―¿Irte? ¿A dónde vas?
Cerrando los ojos con fuerza, desearía poder quitar la preocupación del
tono de Elouise:
―Tengo que volver corriendo a Chicago para ocuparme de algunas
cosas, pero es solo por unos días. Una semana como máximo.
Su suspiro flota a través del teléfono y llega directamente a mi pecho.
―Eso apesta.
Sonrío ante su voluntad de ser honesta:
―Apesta. ―Veo hacia la puerta de mi habitación prestada,
asegurándome de que la manija esté cerrada―. Es por eso que necesito tu
atención ahora.
―¿Qué quieres decir?
Aprieto mi polla ya dura a través de la delgada tela de mis pantalones
cortos.
―Voy a pasar algunas noches hasta tarde y tú te levantarás temprano
para ir a clase, así que esta podría ser la última oportunidad que tenga de
escucharte gemir por un tiempo. ―Su respiración contenida solo me pone
más duro―. ¿Me entiendes, bebé?
―S-sí, ¿qué quieres que haga?
Muerdo el gemido que intenta salir de mi pecho:
―Ponme en el altavoz.
Solo porque estoy tratando de estar callado no significa que ella tenga
que estarlo.
Hay un suave movimiento de pies mientras deja el teléfono.
―Okey, lo hice.
―Esa es mi chica. ―Aprieto mi polla con más fuerza―. Ahora quiero
que uses ambas manos para jugar con esas gloriosas tetas. ―Le doy un
segundo para hacer lo que le digo―: Quítate la blusa para que puedas
sentir esa piel suave contra tus palmas. Quiero que las aprietes. Siente su
peso. ―Su respiración se está acelerando, así que sé que está haciendo lo
que le pido―. Frota tus pezones con las yemas de tus pulgares. ―Ella
gime y estoy increíblemente celoso de sus manos―. ¿Se siente bien, Lou?
¿Tus tetas se sienten bien?
―Sí.
Su respuesta de una sola palabra es un susurro, pero es tan efectiva
como si lo gritara.
Suelto mi polla el tiempo suficiente para bajarme los pantalones cortos,
antes de envolver mis dedos alrededor de mi longitud.
―Quiero que te lamas las puntas de los dedos índice y pulgar. En
ambas manos. ―Me acaricio lentamente de arriba a abajo―. ¿Lo hiciste?
Ella deja escapar un sonido ahogado que tomo como una confirmación.
―Usa esos dedos para pellizcar ligeramente tus pezones, y gíralos.
―Mi respiración se acelera para igualar la suya―. ¿Tienes los pezones
duros? ¿Están listos para ser chupados?
―Sí, Beckett.
―Pellízcalos más fuerte. ―Aumento mi propio agarre―. Más fuerte
aún. ―Ella gime y yo me esfuerzo para hacer que mi voz sea autoritaria―.
Haz lo que te digo y pellízcalos más fuerte.
Elouise sigue mis instrucciones y su pequeño grito de placer resuena en
mi cráneo.
―Eso es, Smoky. No seas tímida. Déjame oírlo, déjame escuchar cómo
te estoy haciendo sentir.
―Mierda, Beckett ―está jadeando y si no tengo cuidado, me correré
antes que ella.
―¿Cómo te sientes? ―Necesito saber más, necesito detalles―. No dejes
de tocar esos bonitos pezones rosados. Sigue pellizcándolos y dime cómo
te sientes.
―Es… yo…―ella gime―. Oh, Beckett, estoy tan mojada.
―Mierda. ―Dejo de acariciarme y aprieto la base de la polla―. ¿Qué
tan mojada, bebé? Desliza una de esas manos dentro de tus bragas y dime
qué tan mojada estás.
Hay una pausa mientras contiene la respiración, luego regresa, más
entrecortada que antes.
―Dime. ―Le recuerdo―. Usa tus palabras.
―No puedo... Dios, ya casi llego.
―¿Estás goteando por mí? ¿Tu coño está listo para mi polla? Estoy
soltando las palabras con los dientes apretados.
―Sí, estoy empapada. ¿Puedo correrme? ―Su pregunta es la sumisión
que no sabía que necesitaba, y mis pelotas se aprietan anticipando la
liberación―. ¡Por favor, Beckett, déjame correrme!
Por encima del sonido de su respiración agitada, puedo escuchar el
sonido de sus dedos trabajando frenéticamente en el punto resbaladizo
entre sus piernas.
―Frótate ese clítoris, bebé. Frota ese clítoris y córrete por mí. ―No
puedo controlarme más, mi mano sigue su ritmo en la cabeza de mi
polla―. Córrete por mí ahora.
Hay un problema, luego su gemido llena cada centímetro de mi
conciencia.
Con un empujón de mis caderas, exploto, corriéndome por todo mi
estómago, mis manos y mi polla.
―Mierda, Smoky ―los latidos de mi corazón no disminuyen―,
realmente te voy a extrañar.
Detengo mi camioneta, salgo y veo la familiar fachada de ladrillo,
sorprendido por mi falta de emoción.
Esta hermosa casa de piedra fue mi hogar durante los últimos tres años
y, aunque me sirvió bien, a solo unas semanas de distancia, el lugar me
parece extraño, y así es como sé que estoy haciendo lo correcto. Mi
contador se enfureció cuando se enteró de que iba a vender, pero aunque
mi negocio es literalmente la administración de propiedades, me
especializo en grandes edificios comerciales, no en casas individuales.
Además, con un precio de unos pocos millones, una venta única vale la
pena.
Al acercarme a la puerta principal, la cerradura hace clic suavemente
cuando giro la llave y entro al vestíbulo preparándome para la semana de
mierda que se avecina.
Saqué la mayoría de mis cosas antes de irme, dejando solo suficientes
muebles y pertenencias personales para organizar la casa
adecuadamente, pero la llamada que recibí ayer de mi agente inmobiliario
significa que necesito sacar el resto de esta mierda de aquí y rápido
porque los nuevos propietarios quieren firmar antes de fin de semana, e
incluso son cosas mínimas cuando se trata de una casa de 7000 pies
cuadrados.
Por supuesto, podría pagarle a alguien para que haga esto por mí, pero
prefiero encargarme de las cosas yo mismo. Mi prima me llamaría tacaño,
pero a mí me gusta pensar que soy responsable con mi dinero.
Elouise todavía estará en la escuela, así que resisto la tentación de sacar
mi teléfono para llamarla y en lugar de eso comienzo a caminar por la
casa.
Anoche, después de que ambos bajáramos de nuestra pequeña euforia
de sexo telefónico, Elouise colgó rápidamente. Claramente avergonzada
por lo que habíamos hecho. Estuve tentado de pasar por ahí esta mañana
antes de irme de la ciudad, pero sabía que si iba a su casa, terminaría
follándomela, y no es que no quisiera hacer eso, pero tenía un viaje de seis
horas por delante y ella tenía que prepararse para enseñar a la juventud
de la nación.
Ser un adulto responsable apesta.
Camino a la cocina y encuentro un pequeño montón de correo sobre la
mesa del desayuno. Cambié mi dirección a la casa de mi prima en
Minnesota, pero siempre quedan algunos elementos pendientes.
Hojeando, veo una carta de mi abogado. Teniendo en cuenta que todos
los documentos han sido firmados y mi factura ha sido pagada, decido
ignorar el sobre. Ese es un tema que trataré otro día.
El teléfono solo suena una vez antes de que Maddie conteste mi
llamada.
―¿No se supone que deberías estar en esa parrillada en este momento?
―pregunta, con las cejas que estoy segura están arqueadas.
Gimo:
―Estamos a punto de irnos.
―Okey… ―deja que la palabra cuelgue.
Hemos hablado de esta estúpida reunión de las familias Stoleman -Hall
una docena de veces desde el incidente del desayuno el fin de semana
pasado, por lo que es justo que se pregunte cuál es el problema ahora.
―No sé qué ponerme ―admito.
Maddie emite un zumbido:
―Sí, lo entiendo. ¿Estás vestida actualmente?
―Sí.
―Dame el resumen.
Maddie sale incluso menos que yo, pero como cualquier mujer,
entiende la lucha que supone encontrar el conjunto perfecto.
Veo mi reflejo en el espejo de cuerpo entero detrás de la puerta de mi
armario.
―Estoy usando ese vestido cruzado negro que te gusta, pero siento que
es demasiado elegante.
―Ooooh, sí, ese está bien. ¡Hace que tus tetas se vean geniales!
―¡Maddie! ¡Nuestros papás estarán ahí! No voy por lo sexy.
Casi puedo oírla poner los ojos en blanco.
―Como sea, no seas tan puritana.
Resoplo:
―El comal le dijo a la olla.
Ella ignora mi comentario:
―Hace un poco de frío, así que podrías usar esa chaqueta de mezclilla
azul claro que tienes y tus zapatos planos amarillos. Entonces lucirás
como una perfecta Virgen de Primavera.
Una risa brota de mí, sacudiendo la sensación de pavor que ha estado
sobre mis hombros toda la mañana.
―Gracias, necesitaba eso.
―¡De nada! Ahora sube al auto con tus papás y tu hermano y conduce
hasta la casa de los papás de tu novio. ―Ella comienza a reírse, así que
me despido y cuelgo el teléfono.
Resignada a mi destino, sigo el consejo de Maddie, termino de vestirme
y salgo corriendo de la casa.
Todo el mundo ya está esperando en el llamativo todoterreno de mi
hermano. Intenté con todas mis fuerzas que se quedara en casa por esto,
ha estado conduciendo de ida y vuelta desde su casa para visitar a mamá
y papá, así que pensé que podría convencerlo de que se tomara un día
libre, pero no funcionó, y no importa lo que diga acerca de querer ver al
señor y la señora Stoleman, sé que solo quiere otra oportunidad para
interrogar a Beckett.
―Te ves maravillosa ―mamá junta las manos mientras me siento en el
asiento trasero junto a ella.
―Gracias, mamá ―suspiro.
Afortunadamente, papá y James ya están en medio de una
conversación, que continúan mientras nos dirigimos a la casa de los
Stoleman.
No está lejos, en línea recta, pero Darling Lake, el pueblo, fue
construido a lo largo de la costa del lago Darling, por lo que no hay rutas
rápidas alrededor de la extensa masa de agua.
Pero el lado positivo es que el sol brilla y el trayecto es bonito.
En cualquier situación normal, no conocería a la familia de un chico
después de una cita, pero esta no es una situación normal, y si soy honesta
conmigo misma, mis sentimientos hacia Beckett tampoco son normales.
Reconozco que estaba un poco obsesionada con el chico mientras crecía,
y que el hombre me sorprendió cuando entró en mi campamento hace un
par de semanas, pero este sentimiento anudado en mi pecho no es simple
enamoramiento, es más que un enamoramiento infantil. Sé cómo se
siente, es divertido y presente pero hueco, porque estaba suspirando por
la idea de él, pero este nuevo sentimiento... me consume mucho más de lo
que sé qué hacer con él, porque estos son sentimientos reales por el
verdadero Beckett.
Probablemente por eso hoy parece algo tan importante. Como si tuviera
una segunda oportunidad de presentarme a su familia, donde puedan
verme como algo más que la hermana menor de James.
La mano de mi mamá aterriza en mi rodilla y me da un apretón, pero
afortunadamente no intenta llenar mi cabeza con tópicos.
Cuando llegamos a la casa blanca de un piso, es exactamente como lo
recuerdo. Revestimiento pintado de blanco, contraventanas de color azul
oscuro y una cuidada valla de hierro que rodea el jardín.
James se estaciona frente a la casa y me aseguro de ser la primera en la
acera que conduce a la puerta principal. Puede que me sienta abrumada,
pero que me condenen si dejo que mi hermano toque a la puerta.
Mi pulso se acelera vergonzosamente cuando golpeo la superficie de
madera con los nudillos. Ha pasado casi una semana desde que vi a
Beckett y el estrés de extrañarlo está empezando a notarse en mis nervios.
No planeó estar en Chicago todo este tiempo, pero dijo que seguían
apareciendo cosas de las que tenía que ocuparse. Yo diría que lo entiendo,
pero aún no sé realmente qué estaba haciendo ahí, algo del trabajo, creo.
Hablamos un par de veces, nos enviamos mensajes de texto la mayoría
de los días, pero todo fue breve, muy rápido, y necesito más. Necesito más
de Beckett.
Mis ojos casi se cierran, pensando en todas las cosas que quiero hacerle
al hombre, cuando la puerta frente a mí se abre.
El recuerdo olfativo de esta casa me golpea como una ola y de repente
retrocedo 15 años. La sensación es tan extrema que tengo que luchar
contra el deseo de girar y correr.
Esperaba que Beckett abriera la puerta, pero no es él.
―¡Hola, querida! ―La señora Stoleman me acerca para darme un
abrazo rápido antes de sostenerme con el brazo extendido y sonreírme―.
¡Es tan agradable tener a las familias juntas otra vez! ¡Esto va a ser muy
divertido!
―Hola, señora Stoleman ―es imposible no devolverle la sonrisa―.
Muchas gracias por invitarnos.
Ella ignora mi agradecimiento y me hago a un lado, dejándola repetir
un saludo similar para el resto de mi familia antes de llevarnos adentro.
La señora Stoleman nos dice que su esposo está detrás de la parrilla,
luego ella y mi mamá empiezan a charlar. No sé cómo esperaba que
actuara la señora Stoleman, pero me sorprende un poco que no haya
hecho ningún comentario sobre que yo saliera con Beckett. Supongo que
se lo está tomando todo con la misma calma que mis papás.
Estamos a medio camino de la sala cuando mi mamá le da una palmada
en la espalda a su vieja amiga:
―Es muy amable de tu parte invitarnos.
La señora Stoleman le sonríe:
―¡Por supuesto! Cuando supimos que estabas en el pueblo, supimos
que teníamos que hacerlo.
Mamá asiente y luego decide dejar de hablar sutilmente:
―Quiero decir, fue un poco una sorpresa, pero me alegro de que estés
tan entusiasmada con que Beckett y Elouise salgan como nosotros.
La señora Stoleman tropieza cuando entramos en la gran sala de estar.
―Mmm, ¿qué?
La expresión de su rostro es una mezcla de conmoción y horror. Como
si acabara de escuchar la noticia más horrible.
Espera… ¿ella no sabía sobre Beckett y yo?
¿De qué cree que se trata todo esto? ¿Por qué Beckett no se lo dijo? ¿Cree que
será divertido contárselo juntos, en persona?
La señora Stoleman ha dejado de caminar.
―Pero...
Confundida y aturdida, paso junto a la pareja de mamás y entro en la
sala de estar abierta.
Un movimiento a través de la habitación llama mi atención y me giro
hacia él, preparada para preguntarle a Beckett qué diablos estaba
pensando, excepto que no es él. Es otra persona.
La figura se levanta del sofá, desdobla sus largas extremidades y se alisa
su ropa ya perfecta.
Nos vemos fijamente durante un largo momento, el zumbido en mis
oídos me distrae del recuerdo que intenta atravesar mi psique. Porque me
parece... familiar.
Su cabello rubio está rizado en suaves ondas y la sonrisa en su rostro es
gentil, pero hay una dureza en sus ojos que reconozco.
¿Pero de dónde?
―¿Quién eres? ―El tono de mi mamá es casi grosero, pero tengo la
misma pregunta.
La mujer ve a la mamá de Beckett, pero ella todavía está clavada en su
lugar cerca del pasillo.
Enderezando sus ya rígidos hombros, la rubia se acerca y me tiende una
mano.
Por reflejo, estamos palma con palma cuando ella se presenta.
―Hola, soy Kira. La esposa de Beckett.
¿Esposa?
Su agarre se suelta y mi mano baja lentamente hacia mi costado.
Esposa.
Doy un paso atrás tembloroso.
¡Esposa!
¿Beckett está casado?
Mi mamá maldice y mi papá murmura algo antes de salir corriendo por
las puertas hacia el patio trasero.
La señora Stoleman finalmente encuentra su voz:
―¡No entiendo lo que está pasando!
La esposa de Beckett … ya no parece tan engreída, pero ella todavía está
aquí, en la casa de los papás de Beckett. Una invitada bienvenida, y
entonces me doy cuenta. Como un ladrillo en la cara, las piezas chocan
entre sí.
Sentada en esta misma casa. Usando mi vestido de terciopelo rojo. Que Beckett
me hable a mí, de 15 años, como si realmente me viera, y entonces entra ella.
Kira. La perra sentada en el regazo que me roba su atención.
―¡¿Dónde está él?! ―la voz enojada de mi hermano corta el aire.
La señora Stoleman farfulla antes de responder:
―Fue por el pastel.
¿Pastel? ¿Se está perdiendo este desastre porque fue por pastel?
Una risa comienza a crecer en mi pecho, pero a medida que sube, se
transforma en algo mucho más triste y aprieto los labios para contenerla.
Esposa.
El dolor no desaparece en un solo momento. No es que esté ahí de
repente, pero hay algo en esto que parece inevitable. Como si estuviera
parada al final de un largo pasillo iluminado, viendo cómo las luces se
apagan, una a la vez, hasta que la oscuridad está justo frente a mí.
Mamá me dice algo, pero no puedo escuchar, necesito salir de aquí
antes de que se apague la última luz, antes de que las sombras me traguen
por completo.
―Elouise, cariño ―mamá se acerca a mí.
Doy un paso atrás.
―Tengo que irme ―susurro.
―Pero... ―ella comienza a discutir.
Pero niego con la cabeza:
―Es un malentendido.
No lo es, para nada lo es. Sea lo que sea esto, es malicia. Es horrible, y no puedo
estar aquí ni un segundo más.
―Por favor, quédate. ―Suplico, sabiendo que esa es la única manera
en que podré irme rápidamente.
―Sí, esto debe ser un malentendido ―repite la señora Stoleman,
aferrándose a un clavo hirviendo.
Una mezcla de ira y empatía llena los rasgos de mi mamá, pero ella
asiente y me deja pasar.
No es que crea que alguien tendrá un buen almuerzo después de esto,
es solo que necesito irme en este momento. Porque si espero, Beckett
podría regresar y no puedo enfrentarlo en este momento.
Ahora no.
Nunca.
Manteniendo la cabeza agachada, me apresuro por el pasillo.
Los pasos me siguen y sé que es mi hermano incluso antes de que hable.
―Lou… ―su tono suave me mata.
Manteniendo mis ojos en su pecho, puedo aferrarme a mi compostura
por otro latido.
―Estoy bien.
―¿Quieres que te lleve? ―Cuando sacudo la cabeza, él me tiende sus
preciosas llaves―: ¿Quieres tomar el auto?
Sacudo la cabeza de nuevo y meto los pies en los zapatos. Caminaré.
No sé a dónde, pero sé que necesito el espacio, el aire, para mantenerme
erguida.
Cuando no se mueve, le dirijo un vistazo.
Su mandíbula se mueve antes de volver a guardar las llaves en su
bolsillo.
―Es un maldito imbécil.
Me muerdo con fuerza el labio y asiento.
James solo duda un momento antes de mantener la puerta abierta,
dejándome pasar, y tan pronto como escucho que la puerta se cierra detrás
de mí, corro.
Subiendo los escalones de la puerta principal, balanceo la caja del pastel
en una mano.
Por supuesto, mamá pidió un pastel elaborado para la pequeña reunión
de hoy. Simplemente hubiera sido bueno para ella mencionarlo con
anticipación, no media hora antes de que Elouise y su familia aparecieran,
especialmente considerando que la panadería está a 20 minutos.
Me siento mal por no haber estado aquí cuando llegó Elouise, ya que
estoy tratando de causar una buena impresión a su familia, pero es más
que eso. La extraño, quiero verla, tocarla, olerla. Ha pasado demasiado
tiempo desde que la tuve cerca de mí y lo rectificaré ahora. A la mierda
con todo, si eso incomoda a nuestras familias, tocaré alguna parte de
Elouise desde ahora hasta el momento en que me entierre en su coño más
tarde esta noche.
Saco la llave del bolsillo y le recuerdo a mi cuerpo que debemos
mantenernos tranquilos durante unas horas más. No puedo entrar con
una erección.
Cuando abro la puerta principal, espero ser recibido por sonidos de
risas y conversaciones, pero no escucho… nada.
El vehículo de James está estacionado enfrente, así que sé que están
aquí, pero el lugar está tranquilo como un cementerio.
Cierro la puerta de una patada y camino por el pasillo hacia la cocina y
la sala de estar.
A medida que me acerco, escucho voces silenciosas.
Al salir a la gran sala, veo a mi mamá parada en un rincón hablando en
voz baja con la señora Hall. No me han visto todavía, así que las observo
por un momento y parece que mi mamá está consolando a la señora Hall,
pero… eso no tiene sentido. ¿Por qué estaría ella haciendo eso?
Y entonces me doy cuenta, le dije a mamá que Elouise y yo nos
habíamos reconectado, pero no le expliqué exactamente que estábamos
saliendo. Supuse que mi prima estaría encantada de completar esos
detalles, luego me fui por una semana y se me olvidó por completo
preparar a mis papás. No es que deba ser gran cosa, a mi familia le
encantan los Hall, no deberían estar actuando tan raro.
Viendo a través de las puertas cerradas del patio, veo a nuestros papás
parados junto a la parrilla, pero ni siquiera parece que estén hablando.
En serio, ¿qué diablos está pasando?
―¿Qué... ―empiezo a preguntar, pero antes de que pueda terminar de
preguntar, mi atención se dirige al otro lado de la habitación.
Me giro hacia el movimiento, esperando ver a Elouise, solo que no es
ella. El rostro que me ve me resulta familiar, pero no es la mujer que
quiero, y mi cerebro tarda un largo segundo en registrar a quién estoy
viendo.
―¿Qué demonios? ―Mis palabras son un susurro de incredulidad.
―Sí, ¿¡qué demonios!? ―El grito enojado de James me golpea al mismo
tiempo que sus palmas se conectan con mi pecho, empujándome hacia
atrás.
Demasiado aturdido para siquiera notar su acercamiento, tropiezo
hacia atrás, soltando el pastel. La caja cae al suelo mientras recupero el
equilibrio.
―¡Mentiroso, infiel, pedazo de mierda! ―James viene hacia mí de
nuevo, pero esta vez estoy listo, así que desvío sus manos.
Él extiende la mano una vez más y lo empujo lejos.
―¡Ya basta! ―le digo bruscamente―. ¿Qué…? ―Me giro para ver a
Kira―. ¿¡Qué demonios estás haciendo aquí!?
Tiene la sensatez de parecer avergonzada.
―Vine a verte. ―Ella mira hacia otro lado―. No sabía que ya estabas
saliendo con alguien.
James se burla:
―Tienes a tu esposa aquí disculpándose después de haberte atrapado
con otra mujer.
―¡Ex! ―Levanto las manos―. Mi exesposa. ¡Estamos divorciados!
―Veo a Kira―. ¿Y ya? ¿En serio? Llevamos más de un año separados,
creo que estoy en mi derecho de empezar a tener citas de nuevo.
Se oyen murmullos a nuestro alrededor y oigo que se abre la puerta
trasera. Perfecto, los papás también están escuchando.
―¿Divorciados? ―La mamá de Elouise repite la palabra.
Y mi mamá resopla y levanta las manos:
―¡Nadie me dice nada!
Mis dedos pellizcan la parte superior de mi nariz.
―Mamá, te dije que nos íbamos a divorciar.
―¡No sabía que ya estaba hecho! ―Se envuelve las manos en el delantal
y al instante me siento como un idiota―. Cuando Kira dijo que estaba
aquí para verte, supuse que se habían reconciliado, y que no había
entendido bien por qué habías invitado a Elouise.
La confusión en mi mente se congela, mis pensamientos fracturados se
suspenden mientras mi cerebro capta una palabra.
Elouise.
Al entrar dos pasos más en la sala, giro la cabeza. Me quedé tan atónito
al ver a Kira que ni siquiera me di cuenta de que Elouise había
desaparecido.
La comprensión sube por mi nuca y me giro hacia Kira.
―¿En serio entraste aquí y te presentaste como mi esposa?
Cuando ella aparta la mirada, tengo mi respuesta.
Las mejillas que alguna vez pensé que amaba se vuelven de un feo tono
rojo, pero no siento ninguna lástima por Kira. No es la pena lo que tiñe su
piel, es vergüenza de ser descubierta.
―¡Mierda! ―ladro―. ¿Qué estás haciendo aquí? ―Levanto una mano
antes de que ella responda y se me escapa una risa burlona―. ¿Sabes qué?
Apuesto a que puedo adivinarlo, pero no quiero oírlo. Si tienes algo que
decirme, dilo a través de los abogados.
Mi mamá jadea, probablemente por mi tono, pero no tengo tiempo para
esto.
Giro sobre mis talones y camino de regreso hacia la puerta principal.
Qué jodido desastre.
Unos pasos pesados me siguen por el pasillo y sé que es James.
―Solo han pasado un par de minutos ―dice.
Abro la puerta principal.
―¿Se fue conduciendo?
―No, ella quería caminar. ―Él deja escapar un suspiro mientras trato
de decidir en qué dirección se iría―. Mierda, hombre, lo siento. Debería
haber hecho preguntas.
Esto no es su culpa, pero no lo veo porque estoy tan enojado que podría
darle un puñetazo.
―Discúlpate sacando a mi codiciosa ex de la casa de mis papás.
Tan pronto como superé la sorpresa al verla, descubrí qué estaba
haciendo Kira aquí. Debe haber oído que vendí mi empresa en Chicago y
ahora quiere parte de ese dinero.
Qué lástima.
Sin esperar una respuesta de James, corro hacia la acera y confiando en
mis instintos, me adentro más en el vecindario. Si ella va a pie, yo también
lo haré.
Podría estar intentando caminar a casa o hasta la orilla del lago, o
simplemente podría estar deambulando por las calles, enojada y herida,
porque soy el idiota que no le dijo que estaba divorciado, que había estado
casado, y soy tan idiota que ni siquiera les dije a mis papás que el divorcio
había finalizado, simplemente porque no quería hablar de eso.
Mierda, debe pensar que soy un imbécil infiel. De nuevo.
Una cuerda invisible se ciñe alrededor de mi corazón y empiezo a
correr.
―Estúpida. ―Me reprendo en voz alta―. Estúpida. Estúpida. Estúpida.
No puedo creer que haya caído. El acto de mierda del Buen Chico. La
forma en que me hizo sentir especial. Me hizo sentir como… como si él
quisiera más de mí. Todo de mí.
¡¿Pero una esposa?! ¡Una maldita esposa! ¿Qué se supone que debo hacer
con eso?
Y ni siquiera puedo intentar fingir que es una mujer delirante, como si
estuviera mintiendo, ya que la propia mamá de Beckett la dejó entrar a su
casa, la dejó sentarse ahí mientras entramos, dejó que me estrechara la
mano, presentándose como la esposa de Beckett, como si no estuviera
arrancando mi corazón del pecho con sus palabras.
Mis nudillos se arrastran por mi barbilla, limpiando las lágrimas que
caen por mis mejillas.
Estoy tan decepcionada conmigo misma. ¿Cómo no lo vi? Un hombre
de 38 años que vive con su prima y su sobrino. Un hombre que ni siquiera
parece tener trabajo, quien realmente no me ha contado nada de su vida.
En serio, ¿qué sé sobre él? Como si realmente supiera de él.
¿Realmente regresó? ¿O fue simplemente una especie de visita
prolongada a casa y decidió tener una aventura?
Mi cerebro se defiende ante ese último pensamiento, porque ¿por qué
me invitaría a casa de sus papás si se suponía que esto sería una especie
de vacación de sexo secreto para él? ¿Y por qué no habría aprovechado la
oportunidad para esconderse cuando mis papás aparecieron ese día en su
maldita casa rodante?
Pero no puedo pensar en eso en este momento. No tiene sentido tratar
de razonarlo, esto no va a ser un incidente de “no es lo que parece” como
lo fue cuando lo vi con su prima en el restaurante. Esto está bastante
obvio, la evidencia es muy clara frente a mí.
Con movimientos enojados, deslizo mi teléfono y selecciono el nombre
de Maddie.
Ella responde al segundo timbre:
―¿Ya me llamas desde el baño?
Su tono de risa me toma por sorpresa y termino respondiendo con un
sonido ahogado.
―¡Oh, Dios! ―La alegría de Maddie se convierte instantáneamente en
preocupación―. ¿Qué pasó?
Me tomo un momento para respirar y calmarme, pero la falta de
respuesta hace que Maddie entre en pánico.
―¡Elouise! ¿Qué pasa? ¡Dios, háblame!
―Estoy bien ―mi voz es más baja de lo que me gustaría, pero es
firme―. Solo necesito que me recojas.
―Okey ―Ya puedo escuchar el sonido de ella agarrando sus llaves y
saliendo corriendo de su casa―. ¿Dónde estás?
Conociendo bien este barrio, le doy el nombre de un pequeño parque
que se encuentra a unas cuadras de ahí.
―¡Llego en cuatro! ―confirma Maddie antes de colgar.
Mis dedos se aprietan alrededor del teléfono y hago el siguiente giro a
la derecha, alejándome más de los pensamientos sobre Beckett y
acercándome a mi escape.
Respirando pesadamente, cruzo otra calle.
No puedo encontrarla.
Si ella se aleja de mí hoy… mierda. No sé qué hará falta para que ella me
escuche.
Mis botas truenan contra la acera, pero no reduzco la velocidad. No
puedo.
Si puedo encontrarla, puedo aclarar esto. Sé que la cagué, lo entiendo
totalmente, pero puedo arreglar esto. Puedo hacerle entender.
Ella tiene que entender.
Mis ojos exploran la calle delante de mí, pero aún no hay señales de
ella.
Al llegar al siguiente cruce, me detengo.
Ha pasado mucho tiempo, ha estado fuera demasiado tiempo.
Tomando aliento, giro hacia la derecha, y la veo.
Hay un parque entre nosotros: un campo pequeño, con una cancha de
baloncesto, un parche de árboles y un parque infantil que ocupa toda la
manzana. Los toboganes bloquean mi vista mientras ella camina, de
regreso hacia mí, al otro lado del parque, pero es ella. Sé que es ella.
Quiero gritarle, pero ahora que la tengo en la mira, necesito calmarme.
No puedo ser un desastre estresado cuando llegue a ella. Si lo soy, no diré
todo como hay que decirlo.
Caminando tranquilamente, cruzo la calle hacia el parque y observo a
Elouise, balanceando sus caderas con un bonito vestido negro. Se ve...
Maldita sea, se ve increíble. Se vistió elegante para hoy, y en lugar de que
yo estuviera ahí para saludarla, ella estaba sola para ser sorprendida por
mis secretos.
Levanta una mano para limpiarse la cara y otra daga de autodesprecio
se desliza entre mis costillas.
Ella está llorando. ¡Elouise está llorando!
Soy un idiota.
Maldiciéndome en mi cabeza, acelero mis pasos.
Pero con la misma rapidez, un movimiento en mi periferia capta mi
atención y mis pasos se ralentizan.
Hay un hombre.
Mis pasos se ralentizan aún más.
Está parado cerca de los árboles, viendo hacia Elouise. Tiene la capucha
puesta sobre su cabeza, bloqueando mi visión de su rostro.
¿Él es…?
Me detengo, dividido entre alcanzar a Elouise o descubrir por qué este
tipo tiene todos mis instintos al límite.
El hombre se aleja de los árboles y se dirige directamente hacia Elouise.
Oh, diablos, no.
Cambiando mi trayectoria, empiezo a correr hacia un punto entre ellos.
No sé qué diablos está planeando, pero voy a ponerle fin.
Él no está corriendo y no me ha visto, pero está mucho más cerca de
ella que yo, y no puedo arriesgarme a que llegue a ella primero.
Esforzándome por ir más rápido, grito el nombre de Elouise.
Sus hombros se ponen rígidos, pero no deja de caminar y no se da la
vuelta, pero el hombre sí.
Su cabeza gira en mi dirección, pero sus rasgos están borrosos, grandes
lentes de sol bloquean la mayor parte de su rostro de la vista de todos
modos, pero cualquier vista que tuvo de mí debe haber sido suficiente.
Volviendo por donde vino, el hombre echa a correr.
¿Voy tras Elouise o voy tras el hombre?
Desgarrado, aprieto los puños y doy un paso más hacia adelante.
Elouise. Siempre será Elouise.
Una vez más, cambio de dirección hacia mi chica, pero un momento
después, un pequeño auto blanco reduce la velocidad y se detiene junto a
la acera junto a Elouise. Tengo un instante para preocuparme de que sea
alguien más tratando de llevársela, pero entonces Elouise se lanza hacia
el vehículo y se sube voluntariamente.
―¡Elouise! ―digo de nuevo.
Pero su única respuesta es el portazo del auto, y entonces ella se va.
Giro en la dirección en la que se fue el hombre, pero ya está fuera de mi
vista.
―¡Mierda!
Por cuarta vez en los últimos diez minutos, mi mirada se dirige a la
vitrina de pan y mis ojos se detienen en el delicioso rollo de canela.
―No, Maddie. No lo necesitas. ―Lo digo en voz alta esta vez, como si
eso pudiera marcar la diferencia.
Excepto que no es así.
Solo recibo estas bellezas los viernes y este lote se ve muy esponjoso, y
es el último, y ya es media tarde, así que la multitud que desayunó ya
tomó el suyo, y no hay nadie aquí para presenciar, y ¡Dios, no me importa,
me lo voy a comer!
Tomada la decisión, me limpio las manos en el delantal y abro la puerta
de cristal dejando salir el aroma de la maravilla azucarada.
Mi boca ya está salivando, y cuando arranco el primer trozo de bondad
esponjosa y mantecosa, tengo miedo de ver hacia abajo, segura que estoy
babeando sobre mí misma.
―Mierda ―gimo, cuando el primer sabor llega a mi lengua.
Amo a Elouise, es mi mejor amiga en el mundo, pero compartir mi
apartamento de una habitación con ella durante los últimos días (mientras
se esconde de Beckett) ha sido agotador, y ni siquiera de mala manera. Me
encanta verla tanto, es solo que hemos pasado todas las noches bebiendo
una nueva botella de vino, viendo todas las películas de Drew Barrymore
que hemos podido conseguir y estoy más que un poco privada de sueño.
Elouise no es alta, pero considerando que yo apenas mido más del
metro cincuenta, insistí en ser yo quien durmiera en el sofá. Peleó
conmigo lo mejor que pudo, pero ella es la que está lidiando con la
angustia, y yo soy la que tiene el sueño demasiado ligero para compartir
un colchón con otro cuerpo.
Arranco otro trozo de mi pan y lo paso por el glaseado que se acumula
en el plato pequeño antes de llevármelo a la boca.
Sacando de mi mente el estrés de las calorías, me concentro nuevamente
en Elouise y su situación.
Hemos hablado de eso (de la supuesta esposa de Beckett) y cuanto más lo
pienso, más cosas no cuadran. Definitivamente hay algo sospechoso, pero
creo que hay mucho más en esta historia.
La mamá de Elouise le dijo que hablara con Beckett antes de tomar
cualquier decisión, insinuando que sabe más detalles sobre la situación.
Elouise estuvo de acuerdo en que lo haría, pero luego sus papás tomaron
su casa rodante y se fueron de la ciudad a la mañana siguiente y Elouise
todavía no ha atendido ninguna de las llamadas de Beckett.
Necesito convencerla para que hable con él, pero no estoy segura de
cómo hacerlo.
Tragando, me lamo los dedos y alcanzo el pan. Sé que debería saborear
este trozo lentamente, pero en lugar de eso, arranco la espiral central, la
mejor parte de un rollo de canela, y me la meto en la boca.
Es demasiado grande para comerla de una vez, pero ya no hay vuelta
atrás. Entonces, dejo que mis ojos se cierren mientras mastico.
Santo Cristo esto es asombroso.
El azúcar con canela comienza a volverse uno con mi alma cuando
escucho el tintineo de la puerta al abrirse.
Sintiendo como si me hubieran atrapado con la mano en el tarro de
galletas, abro los ojos de golpe, y luego me congelo. Porque es él. Es
Beckett, y él camina hacia mí, con una misión clara en sus rasgos.
Mis manos vuelan para cubrir mi boca, segura de que mis mejillas están
hinchadas como las de una ardilla.
Dios, esto no está pasando.
Empiezo a masticar lo más rápido que puedo, demasiado consciente de
que mi rostro se calienta.
Cuando se detiene frente a mí, levanto un dedo, luego me doy la vuelta
y le doy la espalda.
Muriendo de mortificación, trato de no morir por asfixia mientras
mastico y trago frenéticamente lo que tengo en la boca.
Limpiándome los labios con el dorso de la mano, me doy la vuelta y
pienso que tal vez morir hubiera sido la mejor opción.
No es de extrañar que Elouise esté huyendo de él, es tan estúpidamente
atractivo que ni siquiera quiero verlo a los ojos, pero me obligo a hacerlo
y descubro que su expresión seria se ha suavizado con diversión.
―¿Estás bien? ―me pregunta, y mi sonrojo alcanza un nivel
completamente nuevo.
Asiento con la cabeza, luego asiento de nuevo:
―Estoy bien. Mmm, ¿qué puedo ofrecerte?
Veo por encima del hombro, hacia el tablero del menú, pero ya sé que
él no está aquí para eso.
―Necesito hablar con ella ―afirma, confirmando mi suposición.
Cuando me obligo a verlo de nuevo, noto que ya no hay rastro de
humor.
Me muerdo el labio nerviosamente. Odio la confrontación. Totalmente.
En cualquier situación, y esto ya me está estresando.
Esto no es por mí. Es por Elouise.
Haciendo acopio de todo mi coraje, giro los hombros hacia atrás y miro
a Beckett de frente:
―Ella no quiere verte.
Los latidos de mi corazón se aceleran por todos lados, pero Beckett no
actúa enojado. No grita ni tira cosas ni me insulta, simplemente asiente.
―Está enojada ―agrego, sintiéndome fortalecida, luego me callo. He
leído antes sobre tácticas de negociación y me pregunto si está intentando
usar el silencio para hacerme hablar.
Pero Beckett solo vuelve a asentir.
―Yo también estaría enojado.
Okey, está siendo agradable. Realmente no sé qué hacer con esto.
Perdida, simplemente asiento en respuesta muy consciente de que
durante la mayor parte de esta conversación hemos movido la cabeza
hacia arriba y hacia abajo.
―Maddie ―suspira―, por favor, necesito hablar con ella.
Vuelvo a morderme el labio.
―Ella se está quedando contigo, ¿verdad? ―me pregunta―. ¿Puedes
al menos decirme eso? ¿Que ella está bien?
Mi movimiento de cabeza es más lento esta vez. No sé cuánto querría
Elouise que dijera.
Bueno, sé que ella me diría que no quiere tener nada que ver con él, pero
esa sería su cabeza testaruda la que hablaría, creo que su corazón podría
tener otras ideas.
Beckett se inclina, apoya los codos en el mostrador y deja caer la cabeza
en señal de derrota:
―No estoy casado.
―¡Lo sabía! ―las palabras salen casi en un grito, sobresaltándonos a
ambos―. Quiero decir ―continúo en un volumen más bajo―, estaba
bastante segura, saqué un... no importa. No importa. ¿Pero no estás
casado? ¿En absoluto?
Reforzado por mi emoción, Beckett se endereza en toda su altura.
―En absoluto.
Inclino la cabeza mientras lo veo.
―Entonces, ¿por qué esa chica se presentó como tu esposa?
Él deja escapar un suspiro:
―Ella es mi exesposa.
Mis cejas se levantan.
―Mmm, siento que Elouise lo habría mencionado si estuvieras casado
antes.
Beckett se pasa una mano por el cabello:
―No se lo dije.
Todavía estresada por todo el encuentro, canalizo mi P!nk interior y
cruzo los brazos sobre el pecho.
―Probablemente deberías haber mencionado eso, ¿no lo pensaste?
―Sí ―la forma en que la palabra sale de sus dientes apretados me dice
que probablemente ha tenido esta conversación una o veinte veces
consigo mismo―. Y me gustaría explicárselo a Elouise, pero no contesta
su teléfono y no ha estado en casa, y realmente no quiero irrumpir en su
salón de clases...
―Otra vez ―interrumpo.
―Otra vez ―repite―. Pero me estoy quedando sin opciones, y
paciencia, y odio que haya pasado toda esta semana pensando que soy un
bastardo infiel.
Dejo caer mis brazos a los costados.
―Si te digo dónde estará esta noche, tienes que encontrar una manera
de hacer que te escuche. Porque si hago esto y tú lo arruinas, será conmigo
con quien se desquitará.
―Por favor ―me suplica―. Prometo que no lo arruinaré.
Estoy indecisa, pero al ver sus intimidantes ojos, descubro que le creo.
Al ingresar a Darling High School, estoy un poco agradecido por la
multitud de cuerpos a mi alrededor que ralentizan mi progreso.
Estamos en la parte de Artes Escénicas del edificio, y aunque no pasé
mucho tiempo en este lado de la escuela cuando era estudiante aquí,
todavía me invade una ola de nostalgia. Solo que en lugar de calmarme,
esa nostalgia simplemente se mezcla con mis nervios provocando un lodo
de malestar.
Tenía confianza en mis habilidades de persuasión hasta que estacioné
mi camioneta hace unos minutos.
Acorralar a Elouise mientras vende entradas para la obra de esta noche
(una versión musical de Clueless) no es lo ideal, pero es todo lo que tengo.
Mis pasos se hacen más lentos y dejo pasar a un par de abuelos,
esperando el momento oportuno.
He tenido mucho tiempo para planificar lo que le iba a decir, pero ahora
no recuerdo ni una maldita palabra.
La multitud se mueve y, por primera vez en una semana, la veo, y ella
se ve jodidamente hermosa.
Algo se afloja alrededor de mi caja torácica y siento que finalmente
puedo respirar de nuevo.
No más esperas.
Eso es todo.
Voy a recuperarla.
Reclamando mi lugar en la fila, avanzo arrastrando los pies hasta que
solo hay dos parejas delante de mí.
Elouise está sentada detrás de una pequeña mesa, con una pila de
programas doblados frente a ella y una pequeña tableta con un lector de
tarjetas en la mano.
Tiene la mitad del cuerpo cubierto, pero no importa porque incluso
sentada en la dura silla de metal, brilla. Está jodidamente resplandeciente
con un suéter blanco que se ve tan suave como sé que es su piel.
La espectacular iluminación del vestíbulo del auditorio resalta su
ondulado cabello castaño, e incluso con la cabeza inclinada, puedo decir
que está sonriendo. La curva de sus mejillas, la ligera risa en el aire, y
cuando se pasa el cabello por los hombros, juro que puedo oler el aroma
floral cítrico de su champú desde aquí. Un aroma que me ha estado
atormentando mis sueños.
Ella levanta la cabeza y le devuelve la tarjeta de crédito al hombre que
tiene enfrente, luego la siguiente pareja se acerca.
Cuanto más me acerco, más tranquilo me siento.
Esto es correcto, todo en nosotros está bien, y es hora de que ella
entienda eso.
Al completar el pago, la pareja que está delante de mí toma un par de
programas y luego continúa, dirigiéndose al auditorio.
Ella está tocando algo en su pantalla, todavía viendo hacia abajo,
cuando le presento mi tarjeta de crédito.
―Un boleto, por favor.
La observo mientras se queda quieta, con el dedo índice todavía
presionado contra la pantalla.
Después de una eternidad de segundos, levanta la cabeza, sus ojos se
encuentran con los míos y el universo encaja en su lugar.
―Hola, Smoky ―mantengo mi mirada en la suya y veo un destello de
ira por el uso de su apodo.
Bien. Puedo lidiar con la ira. Es el dolor lo que me matará.
Su mandíbula se aprieta mientras extiende la mano para tomar mi
tarjeta, asegurándose de que nuestros dedos no se toquen
accidentalmente.
Mira hacia abajo mientras selecciona la cantidad de boletos y luego pasa
la tarjeta. La pantalla gira mientras procesa y luego indica que la
transacción se ha completado.
Pero ella no me devuelve mi tarjeta. En vez de eso, la mantiene en la
palma de su mano, en su regazo, y ve más allá de mí hacia la siguiente
persona en la fila.
―¿Cuántos boletos? ―pregunta a la familia que está detrás de mí.
Ella estira el cuello para verlos, así que me hago a un lado de la mesa y
los dejo acercarse.
El papá del grupo le sonríe a Elouise:
―Cuatro, por favor.
Ella le devuelve la sonrisa, pero en lugar de aceptar la tarjeta que le
ofrece, pasa la mía.
Él ve de un lado a otro entre Elouise y yo, pero ella no ofrece otra
explicación que:
―Está todo listo. ¡Disfruten!
El papá vuelve a vernos dos veces y luego empuja a su familia.
Sin hacer ningún movimiento para verme, Elouise saluda a la pareja de
ancianos que pasa a continuación. La mujer intenta entregarles el dinero,
pero Elouise los rechaza con un gesto:
―Sus boletos son gratis esta noche. ―Luego vuelve a deslizar mi
tarjeta.
Cuando el proceso se repite por tercera vez con un solo asistente, ya no
puedo ocultar mi sonrisa, y esta vez, cuando se va, soy yo quien grita:
―¡Disfruta el espectáculo!
La siguiente familia pasa al frente de la fila y cuento un total de ocho
personas.
Habiendo visto lo mismo, Elouise suspira y levanta mi tarjeta para que
la tome. A 12 dólares cada uno, esta familia costará casi 100 dólares y está
intentando devolverme mi tarjeta. Casi sonrío. Está enojada, obviamente,
pero no tanto como para intentar gastar todo mi dinero. Es lindo.
Pero en lugar de tomar la tarjeta, me cruzo de brazos.
Poniendo los ojos en blanco, se gira para saludarlos.
Mientras escribe la cantidad de los boletos, me acerco y bajo hasta que
estoy arrodillado sobre la áspera alfombra industrial junto a ella. Mis
articulaciones protestan por el movimiento, pero quiero estar cara a cara
cuando le diga esto, incluso si ella decide no verme.
―No estoy casado. ―Mantengo la voz baja, el zumbido de los cuerpos
arremolinándose en el gran vestíbulo impide que nadie más que ella me
escuche―. La mujer que conociste era mi exesposa. ―No reconoce que
estoy hablando, pero veo cómo agarra la tableta con más fuerza―.
Lamento no haberte hablado de ella. No estaba tratando de mantenerlo
en secreto, solo... ―Me acerco más sobre mis rodillas hasta que mi pecho
está casi contra su hombro―. No estoy orgulloso de mi matrimonio
fallido y no quería pasar el poco tiempo que hemos tenido juntos
hablando de eso. ―La imagen de Elouise secándose las lágrimas después
de huir de la casa de mis papás golpea mi cerebro y mi pecho vuelve a
doler―. Lo lamento. Lamento muchísimo que te hayas enterado de la
forma en que lo hiciste. No quise hacerte daño, no quiero lastimarte.
Una nueva familia se acerca a la mesa, pero no aparto los ojos del rostro
de Elouise.
―El divorcio finalizó unos días antes de que regresara, pero hemos
estado separados por mucho tiempo. No he vivido con Kira desde hace
más de un año.
Elouise todavía no me responde y no estoy seguro de cómo tomar eso.
Pongo una mano en su muslo, la mezclilla se siente caliente bajo mi
palma.
―Traje una foto de mis papeles de divorcio firmados si quieres verlos
―ofrezco, sintiéndome como un completo idiota.
Cuando Elouise vuelve a deslizar mi tarjeta por el lector, es un poco
más contundente que en ocasiones anteriores.
Hago una mueca.
―Realmente preferiría no llamar a mi ex, pero lo haré si necesitas
saberlo de ella.
Elouise le dice a la familia que sigan adelante, luego gira la cabeza lo
suficiente para verme:
―¿Por qué tu mamá pensaba que todavía estaban juntos?
―Porque soy un hijo de mierda ―admito, sabiendo que es verdad―.
Le dije cuando nos separamos que nos íbamos a divorciar, pero como dije,
eso fue hace un año, y por una vez en su vida, mi mamá no se entrometió
y no volví a mencionar el tema. Supuse que no preguntó porque sabía que
yo no querría hablar de eso, pero cuando Kira apareció en su puerta, en
el peor momento de la historia, mi mamá asumió que nos habíamos
reconciliado, y que tú y yo solo éramos amigos ―le digo, instándola a
creerme.
Ella me ve durante un largo momento:
―Tal vez eso es todo lo que deberíamos ser.
―¡No! ―Mis dedos se hunden en la suavidad de su muslo y respiro
para calmar mi tono―. No, eso no es lo que somos. Somos más que eso.
―Fue una vez ―está tratando con todas sus fuerzas de parecer no
afectada por la conversación, pero puedo sentir su muslo temblar bajo mi
agarre.
―Bebé, esa fue solo la primera vez.
La subida y bajada de su pecho se acelera y sé que está reviviendo los
mismos recuerdos que yo.
Me acerco aún más:
―Te juro que te estoy diciendo la verdad. Soy un imbécil. Un idiota. Un
completo pedazo de mierda por dejar que sucediera como sucedió, pero
te prometo que no te estoy mintiendo. No estoy casado. Ella y yo
terminamos, y si no fuera un hijo de mierda, le habría contado todo a mi
mamá. Sobre Kira. Sobre nosotros. ―Ella no dice nada y no sé cómo
tomarlo―. Lo siento mucho, bebé. No estaba tratando de guardarte
secretos ni de nadie más.
―Eh ―un extraño se aclara la garganta―, ¿dos boletos, por favor?
El flujo de gente que llega al vestíbulo se ha reducido, pero la cola sigue
siendo lo suficientemente larga como para que estas interrupciones no
cesen.
―Cóbrame el resto de los boletos ―le digo, apretando los dedos.
Elouise y el extraño se giran para verme, pero yo asiento con la cabeza
hacia la tableta.
―Mmm, ¿qué? ―se queda perpleja.
―Cóbrame por los boletos.
Ella ve la fila de personas.
―¿Cuántos?
Toco la pantalla.
―Todos ellos. Lo que quede para llenar el auditorio.
―No creo que los vayamos a vender.
―Lou.
―Okey. ―Sus ojos están muy abiertos, pero toca la pantalla―. Es...
inclina la pantalla en mi dirección―. Es mucho, Beckett.
―¿Quieres sentarte conmigo?
Mi mano no ha abandonado su muslo y la siento moverse mientras
piensa:
―No puedes hablar durante la obra.
―¿Pero me dejarás sentarme a tu lado? ―le pregunto de nuevo.
Su asentimiento es lento, pero sigue siendo un asentimiento.
Tomo mi tarjeta de su mano y la paso por el lector.
―Entonces vale la pena.
He perdido la maldita cabeza, o tal vez sea Beckett quien perdió la
cabeza al gastar 2.000 dólares en entradas para una obra que estoy segura
de que en realidad no quiere ver, pero mientras dejo que me guíe hacia el
fondo del auditorio, pienso en todo lo que dijo.
Quiero creerle. Suena genuino, y por mucho que no me guste admitirlo,
su historia es creíble, incluso si lo hace parecer un idiota. Porque,
sinceramente, pude ver a mi hermano haciendo lo mismo. Solo que
nuestra mamá nunca lo habría dejado pasar.
¿O ella lo haría?
Antes de que mis papás se fueran de la ciudad, mamá me hizo prometer
que hablaría con Beckett, y cuanto más lo pienso más me pregunto si no
se enteró de toda esta historia el día del Incidente. Lo que me hace querer
darme una patada. Si Beckett está diciendo la verdad, ¿me pasé toda la
semana escondida en casa de Maddie sufriendo por un corazón roto sin
ninguna razón?
No, no, no hay motivo. No importa la verdad, todavía me encontré en
la situación horriblemente humillante de que “su esposa” se presentara
ante mí frente a toda mi familia.
Cuando llegamos a una fila vacía, Beckett me hace un gesto para que
siga adelante y avanzo hasta que casi llegamos al otro lado. Quiero un
fácil acceso a un pasillo para salir de aquí si decido correr.
No hemos hablado desde que compró las entradas. Se quedó quieto en
silencio mientras yo creaba un pequeño cartel para que la gente supiera
que el resto de los asientos esta noche estaban libres.
Me tomé mi tiempo, así que cuando nos acomodamos en nuestros
asientos solo quedan unos momentos antes de que comience la obra.
Beckett se da vuelta en su asiento, pero justo a tiempo, las luces se
apagan y la obra comienza, silenciándolo.

Cuando las luces se encienden para el intermedio, me doy cuenta de


que no he prestado atención a ni una sola línea pronunciada por los
jóvenes actores. Mis pensamientos ya eran un desastre y luego, cinco
minutos después, Beckett pasó un brazo sobre mis hombros. Mi primera
reacción fue tensarme contra él, pero no se apartó. Esperó a que me
relajara, luego comenzó a pasar suavemente sus dedos por las puntas de
mi cabello, enviando un cosquilleo por mi columna y aplastando por
completo cualquier resto de concentración que me quedara.
Mi mente simplemente no puede encontrar una respuesta. Quiero a
Beckett. Quiero estar con él, ver en qué podría convertirse esta atracción
entre nosotros, pero no quiero ser esa mujer que cree cada mentira que le
dice su hombre. Apenas hemos salido y esta es ya la segunda vez que
sospecho que él estaba en otra relación. Claro, la primera vez llegué a una
conclusión equivocada cuando lo vi con su prima y su sobrino, pero todo
este asunto de la esposa es un juego diferente, y no se trata de que él haya
estado casado antes. No me importa eso. Muchos matrimonios fracasan,
al menos esto demuestra que él está dispuesto a intentarlo, pero…
Me muevo para ver a Beckett, haciendo que su postura se enderece
instantáneamente.
―Me gustaría verlo.
La expresión de su rostro está atrapada en algún lugar entre el
desconcierto y el humor mientras ve hacia su regazo.
Uso el dorso de mi mano para golpear su pecho.
―Eso no, idiota. Los papeles del divorcio.
―Ah ―su humor se le escapa.
Beckett quita su brazo de mis hombros para sacar su teléfono y revisar
sus correos electrónicos para encontrar el correcto.
Una vez hecha su selección, coloca el teléfono en mi mano.
Nunca había visto una sentencia de divorcio, pero cuando hago zoom,
los nombres y las fechas son bastante fáciles de leer, pero lo leo dos veces
para estar segura.
Devolviéndole el teléfono, le hago la pregunta de la que más necesito
respuesta:
―¿Todavía la amas?
Una mirada de culpa cruza su rostro incluso mientras niega con la
cabeza:
―No, no lo hago. ―Cuando entrecierro los ojos, suspira―: La relación
que tuvimos nunca fue... saludable.
Solo le doy una mirada y en silencio le sugiero que continúe.
Se pasa una mano por la cara.
―Éramos esa pareja. La pareja intermitente que va y viene. Finalmente
lo hicimos, cuando no deberíamos haberlo hecho, y el matrimonio duró
menos de dos años.
―¿Por qué te casaste con ella? ―No puedo evitar preguntar.
Él se encoge de hombros. El estúpido se encoge de hombros.
―Parecía que era lo correcto. Teníamos unos 30 años, demasiado
mayores para seguir yendo y viniendo. Ella quería que viviéramos juntos,
yo dije que deberíamos casarnos primero, ella dijo que estaba bien y luego
me encontré casado.
Suelto una carcajada:
―Todo eso suena terriblemente pasivo de tu parte.
El costado de su boca se levanta:
―Hay una razón por la que me esfuerzo por tener el control ahora.
Su mano sobre mi boca.
Sus palabras sucias en mi oído.
“¿Vas a estar callada por mí?”
No, no. No voy ahí. No ahora.
―Entonces ya no estás enamorado de ella. ―Le digo, y él niega con la
cabeza―. Y no quieres que vuelvan a estar juntos.
―Mierda, no.
―Entonces ¿por qué estaba ella en la casa de tus papás? ¿Ella todavía
te ama?
Él está negando con la cabeza incluso antes de que termine mi pregunta.
―Kira no me ama más de lo que yo la amo a ella, pero ama el dinero.
―¿Dinero? ―repito, como si la idea de que Beckett tuviera mucho
dinero fuera ridícula.
Él suelta una risa amarga:
―La ironía es que su papá insistió en que firmáramos un acuerdo
prenupcial.
Mis cejas se levantan.
―¿Ella es rica?
―No ella, su papá. Él valía, no sé, millones, y yo recién estaba
comenzando mi negocio. Supongo que le preocupaba que la usara para
canalizar todo su dinero hacia mi propio negocio, no lo sé. Pero el
resultado fue un acuerdo férreo en el que mantendríamos nuestras
finanzas separadas durante los primeros diez años. ―La sonrisa de
Beckett se convierte gradualmente en una mueca―. La mejor decisión que
tomamos, aunque Kira dirá lo contrario.
Inclino la cabeza, pensando en todas nuestras interacciones. Las veces
que dijo “mi empresa” cómo se reía cuando le preguntaba si tenía trabajo,
gastándose una pequeña fortuna en esas malditas entradas para la obra.
―¿Supongo que a tu empresa le fue bien? ―pregunto.
Él levanta un hombro.
―Después de vender la sucursal de Chicago, valgo más que el papá de
Kira, y eso no parece sentarle bien.
Millones.
Siento mi boca abrirse. Dijo que ese otro tipo valía millones.
No importa.
Me repito a mí misma. Dos veces.
No importa que realmente sea millonario. Como, estúpidamente
millonario. Porque no necesito su dinero. No quiero su dinero. Solo quiero
estar con alguien en quien pueda confiar, y eso significa no más secretos.
De cualquiera de los dos.
―La reconocí ―dejo escapar.
Es el turno de Beckett de parecer confundido.
―¿A Kira?
Asiento.
―Sí. ―Ya me estoy arrepintiendo de haber mencionado esto. No sé por
qué parece mucho peor ahora, sabiendo en qué se convirtió ella para él.
Incluso si él ya no la ama, o nunca, si se supone que debo creer eso―. De
la casa de tus papás, de hecho. ―Casi me río, dándome cuenta de que es
la verdad―. Ella estaba en esa fiesta de Navidad.
Veo cuando recuerda el instante del que estoy hablando. El instante que
significó tanto para mí en ese momento. El instante en que su futura
esposa me arruinó.
―Oh, diablos. ―Agarra una de mis manos entre las suyas―. Lo siento
muchísimo, Smoky. Por todo eso.
La sinceridad en su voz se abre paso entre mis costillas y se ata
alrededor de mi corazón.
Dice en serio cada palabra y de repente es difícil de tragar.
Una mano se suelta y se mueve para cubrir la parte posterior de mi
cabeza.
Beckett me acerca más, presionando sus labios en mi frente, susurrando
palabras sobre mi piel:
―Lo siento.
No tengo una respuesta para él, todavía no, y cuando las luces se
apagan, haciéndonos saber que el intermedio casi ha terminado,
agradezco el respiro.

Los aplausos llenan el auditorio mientras todos los actores suben al


escenario para hacer una reverencia y yo levanto la cabeza de su lugar
sobre el hombro de Beckett.
La segunda mitad de la obra fue aún más estresante que la primera,
porque le creo. Su explicación. Su disculpa. Todo.
Y ahora necesito decidir qué hacer a continuación. ¿Debería aceptar sus
disculpas y seguir adelante? ¿O debería simplemente terminar esto aquí?
No quiero dejar de ver a Beckett, pero ese es el punto. Si me sentí así de
mal después de solo un par de semanas, ¿cuánto peor me sentiría si
estuviera con él por más tiempo?
Cuando los aplausos disminuyen, nos saco de la fila de asientos.
Siguiendo a la multitud.
Sé que Beckett está justo detrás de mí porque su palma presiona mi
espalda baja, infundiendo calor directamente en mi sangre, y no puedo
pensar con él tan cerca, y ciertamente no se puede confiar en mí para
tomar una buena decisión si entro en ese estacionamiento oscuro con él a
mi lado.
Necesito distanciarme de su abrumadora presencia, para tener espacio
para pensar.
―¡Tengo que orinar! ―Inmediatamente me estremezco ante mi
exclamación, pero funciona y Beckett hace una pausa―. Quédate aquí.
Sin esperar su confirmación, me alejo y me abro un camino entre la
multitud hacia los baños.
Luego, sin ver atrás, dejo que el flujo de personas guíe mis pasos hasta
salir por la puerta principal en un mar de cuerpos.
Al ver a Elouise alejarse, meto las manos en los bolsillos tratando de
conservar el calor que todavía siento en la palma.
Esta noche pareció ir bien. Obviamente no lo he arreglado todo, eso no
se puede hacer con una disculpa, pero creo que ella me cree, lo cual es
solo el primer paso. Porque necesito que me perdone. Por varias cosas,
pero sobre todo por ser idiota.
Dejé que una inhalación profunda llenara mis pulmones.
Poder poner mis manos sobre ella esta noche me trajo una calma que
no había sentido en toda la semana.
Mis ojos siguen sus movimientos mientras se mueve entre los cuerpos
que avanzan hacia la salida. Se coloca detrás de un cuerpo alto y
desaparece de mi vista.
Pasa un segundo, luego otro, y al no verla reaparecer, doy un paso hacia
un lado. Finalmente, veo su suave cabello castaño, excepto que ella ha
cambiado de dirección.
Espera…
¿Ella está…?
Su ritmo se acelera y la observo estupefacto, mientras sale por la puerta
principal.
Maldita sea.
Sacudo la cabeza, mientras las ganas de gritar su nombre luchan con las
ganas de reír. Juro que esta descarada es una sorpresa todos los malditos
días.
Me lleva demasiado tiempo abrirme paso entre la multitud, así que
cuando salgo, la he perdido.
Mierda.
Si fuera un hombre inteligente, y claramente no lo soy, habría buscado
su auto justo cuando llegué aquí y me habría estacionado junto a él.
Sin estar dispuesto a rendirme, me abro paso entre las filas de autos,
pero el lote va en ambas direcciones, y las luces dispersas no hacen lo
suficiente para iluminar e identificar a todas las personas que se
arremolinan.
Deambulo durante unos minutos, pero al no ver señales de ella acepto
la derrota.
Dejando escapar un suspiro audible, me doy la vuelta y me dirijo hacia
mi camioneta. Atravesando el oscuro estacionamiento, dejo que mi mente
repita los acontecimientos de la noche y me siento orgulloso de Elouise.
Mi chica podría haberse escapado de mí hace un momento, pero también
me escuchó. Vine aquí pensando que había muchas posibilidades de que
me arrojara algo y me dijera que me fuera a la mierda, pero esa no es ella.
Es inteligente, amable y más madura de lo que yo seré jamás.
Luego pienso en la expresión de su rostro cuando pasó mi tarjeta por
primera vez para comprar los boletos de otra persona y se forma una
sonrisa en mis labios.
Pequeña mocosa inteligente.
Si aún fuera un estudiante universitario sin dinero, eso habría tenido el
efecto deseado, pero en lugar de parecer tortuosa, simplemente se mostró
linda.
Aún estoy sonriendo cuando salgo al último carril entre mi camioneta
y yo, y el sonido de un motor acelerando es la única advertencia que
tengo.
Mi cerebro registra el ruido y mi cuerpo reacciona por instinto, saltando
hacia atrás y aterrizando de espaldas entre dos vehículos.
La adrenalina es instantánea y tengo una fracción de segundo para
sentir que he exagerado antes de que el crujido del metal contra el metal
resuene en el aire.
Ya estoy retrocediendo sobre mis manos y mis talones cuando el auto a
mi izquierda comienza a deslizarse hacia mí. El sonido amenazador del
motor al acelerar se hace más fuerte.
―¡¿Qué demonios?! ―grito incluso mientras sigo moviéndome, el auto
de mi lado aún se acerca.
Se escuchan gritos desde algún lugar cercano, pero el ruido frente a mí
capta toda mi atención.
El motor da una última aceleración fuerte y la esquina delantera del
auto a mi izquierda golpea el auto a mi derecha.
―¡Mierda!
Llego a los parachoques traseros, la V creada entre los autos es lo
suficientemente ancha para mis hombros.
Se oye un fuerte crujido, seguido de un chirrido de neumáticos mientras
el auto que provocó el accidente se aleja a toda velocidad, pero con la
parte delantera de los autos apretujados delante de mí, no puedo ver
siquiera el vehículo.
Unos pasos ruidosos me alertan de los testigos que se acercan y, a
medida que llegan, noto los rayos de luz que rebotan provenientes de
varias linternas de teléfonos. Esto me hace darme cuenta de lo oscuro que
está esta parte del lote. Me levanto, miro a mi alrededor y veo que tres de
las luces del estacionamiento más cercano no funcionan.
Alguien me llama y me pregunta si estoy bien. Levanto una mano,
haciéndoles saber que lo estoy mientras doy un paso adelante y veo los
daños en los autos que casi me aplastan.
Si no hubiera escuchado las aceleraciones, o si me hubiera movido más
lento...
La oscuridad se siente más pesada cuando me doy cuenta de que el auto
que casi me golpea nunca encendió las luces. Definitivamente habría
notado las luces antes de salir de entre los autos.
En serio, ¿qué demonios?
Su aliento es cálido a lo largo de mi piel mientras sus labios rozan mi cuello,
enviando un hormigueo por mi columna.
―Beckett ―gruño su nombre, sin importarme nuestro entorno.
Una mano grande cubre mi boca, mientras su cuerpo se mueve hasta que está
encima de mí, presionándome contra el suelo.
―Silencio, Smoky ―sus dientes muerden la curva de mi pecho―. No quieres
que te atrapen, ¿verdad?
Mi cabeza tiembla incluso cuando intento pedirle más, pero su palma todavía
silencia mis palabras.
Me retuerzo, sin importarme la alfombra sucia debajo de mí, y cuando sus
dientes raspan mi pezón, extiendo la mano y agarro la base de la silla a mi lado.
Luego su boca se mueve más abajo… y más abajo… mi ritmo cardíaco aumenta
a medida que se acerca a donde lo quiero, donde lo necesito.
Unas manos fuertes separan mis muslos desnudos y gimo.
El silencio llena mis oídos... haciéndose más fuerte... hasta que es todo lo que
puedo oír.
Al abrir los ojos, veo hacia arriba y encuentro un auditorio entero lleno de gente
que se cierne sobre mí, con miradas críticas en los ojos y dedos delante de los
labios.
―Te dije que te callaras ―dice Beckett, antes de bajar la cara entre mis piernas.
Quiero decirle que pare. No deberíamos hacer esto. Aquí no, pero entonces su
lengua me lame y todo lo que puedo oír son los ruidos húmedos entre mis muslos.
Los golpes de su lengua suenan como los golpes de un martillo.
¿Martillo?
Mis ojos se abren de golpe.
Por un segundo, casi espero encontrarme con un grupo de adultos
mirándome con desaprobación, pero solo me toma unos parpadeos
volver a la realidad y reconozco el techo de mi habitación.
Dejo escapar un profundo suspiro.
Esta obsesión con Beckett está afectando mis sueños.
Pero después de unos cuantos parpadeos más me doy cuenta de que el
martilleo no terminó con mi sueño.
―¿Qué …?
Aparto las mantas y veo el reloj, sorprendida al ver que dormí después
de las 9:00.
Estoy apoyando los pies en el suelo cuando se detiene el martilleo. Mis
palmas se frotan sobre mis ojos, y tengo el tiempo justo para pensar que
estoy perdiendo el control cuando el inconfundible sonido de una sierra
eléctrica se filtra por mi ventana.
―¿En serio?
Con un gruñido nada femenino, me levanto y me acerco a mi ventana.
Al abrir las cortinas, veo que la camioneta de Beckett está estacionada en
mi camino de entrada. Todavía puedo oír los sonidos de una herramienta
eléctrica, pero no puedo verlo a él.
Medio despierta, camino con dificultad por el pasillo, bajo las escaleras
y cruzo la sala de estar, deteniéndome solo para quitar el cerrojo antes de
abrir la puerta principal.
Tenía una sospecha de lo que podría encontrar, pero eso no me preparó
para el sitio frente a mí. Porque no se trata solo de Beckett. Es Beckett con
un cinturón de herramientas. Con pedacitos de aserrín pegados al cabello
y una camiseta blanca empapada de sudor pegada a su ancha espalda.
De espaldas a mí, Beckett se inclina sobre un banco, mueve su sierra
sobre una tabla y, sin más, mis ovarios salen de mi cuerpo y ruedan por
el porche, en un esfuerzo por acercarme a la testosterona en exhibición.
La forma en que se inclina resalta el hecho de que sus jeans están
moldeados a su trasero. Y, mierda, incluso sus habituales botas de trabajo
de cuero negro lucen atractivas.
―Jesucristo ―murmuro―. No tengo ninguna posibilidad.
Beckett se endereza, pero antes de que pueda darse la vuelta, cierro la
puerta de golpe. Si voy a lidiar con él, con ese aspecto, necesito
cambiarme.
Y cepillarme los dientes.

Diez minutos después, abro la puerta principal nuevamente. Solo que


esta vez salgo al porche y cierro la puerta detrás de mí.
Beckett está de pie al final de los cortos escalones, todavía luciendo muy
sexy.
Él sonríe:
―Buenos días.
Levanto una ceja y le entrego una taza llena de café solo, llevando la
mía al banco de mimbre en la esquina del porche.
Con leggins, sujetador deportivo y sudadera, estoy lejos de estar bien
arreglada, pero todo se mantiene en su lugar, y después de recogerme el
cabello en un moño muy desordenado, me siento yo misma.
Beckett se sienta en el asiento y se mantiene firme mientras tomamos
sorbos de café iguales, con los ojos fijos en los bordes de nuestras tazas.
―Entonces ―me propongo ver a mi alrededor―, ¿qué está pasando
aquí afuera?
Beckett imita mi acción, viendo lentamente las herramientas y la
madera esparcidas por mi porche y mi jardín.
―Solo estoy reemplazando algunas de las tablas del piso.
Puedo ver las que ya ha hecho, su color es un poco más claro que las
demás.
―¿Ah? ―Infundo el por qué en mi tono.
Se encoge de hombros.
―Pasé mucho tiempo aquí esta semana ―golpea los escalones con el
pie―, y noté algunas tablas en mal estado.
―¿Pasaste mucho tiempo aquí?
Beckett asiente:
―Sí. Esperando por ti.
Oh.
¿En serio?
―¿Lo hiciste?
―Por supuesto que lo hice.
Su simple respuesta me golpea justo en el pecho.
―¿Cuándo?
Parece exasperado por mi pregunta.
―Todos los días, Elouise. Vine aquí todos los días desde el desastre en
la casa de mis papás porque necesitaba verte. Explicarte lo que pasó, y
mientras caminaba de un lado a otro por este maldito porche, no pude
evitar notar que había algunas cosas que debían arreglarse, y aquí estoy,
arreglándolo. ―Beckett deja su café en la barandilla y sube los escalones,
cruzando el piso recién reemplazado hasta estar justo frente a mí.
Se golpea el pecho con una mano.
―Yo. Yo lo arreglaré, porque la idea de que haya otro hombre aquí,
trabajando para hacer de tu casa un lugar más seguro, me hace hervir la
sangre. ―Se inclina, con las manos apoyadas a cada lado de mis hombros,
enjaulándome―. No creo que lo entiendas, aún no, pero eres mía, Smoky
Darling. Eres mía para tocarte, mimarte y mantenerte a salvo, y mientras
dejas que eso se asimile, yo haré lo que sea necesario. Porque lo único peor
que pensar en un hombre extraño arreglando tus tablas del piso podridas
es pensar que no estás segura y no lo permitiré, Elouise. Así que no me lo
pidas. La última vez que te vi herida casi me mata.
Mi pulso se acelera. Su intensidad contrasta enormemente con el
tranquilo Beckett de anoche, suplicándome que le creyera. Este Beckett...
mierda, este Beckett es tan sexy.
―¿Cuándo me viste herida? ―es la única pregunta que se me ocurre
hacer.
―¿Recuerdas ese juego de patear la pelota?
Mi corazón se salta un latido.
No puede... él no puede posiblemente...
―¿Cuando ese pequeño imbécil de la calle te derribó?
Asiento con la cabeza. Porque sé exactamente de qué día está hablando.
Es un recuerdo que ha formado mi existencia, es el momento que empezó
todo, uno que he revivido innumerables veces en los años posteriores.
Porque es el momento en que me enamoré de Beckett.
Pero estaba segura -sabía-, que eso no significó nada para él, que fue
solo un momento fugaz y aleatorio en su vida.
Pero… mis pulmones luchan por inflarse, pero estaba equivocada,
porque si lo que dice es verdad… Dios … eso significa que ese mismo
momento significó algo para él también.
Las manos de Beckett se mueven hacia mis hombros, arrastrando sus
palmas por mis brazos mientras se agacha.
Su mirada sostiene la mía, su tono se suaviza:
―Verte tirada en la calle ese día... rompió algo dentro de mí. O tal vez
lo arregló. ―Sus dedos aprietan los míos―. Siempre estuve consciente de
ti después de eso. Cada vez que te veía, escuchaba tu nombre o pensaba
en ti, me invadía un sentimiento de protección. No era como es ahora, no
estaba lleno de esta necesidad. En aquel entonces eras solo una niña. ―Su
pecho se expande―. Pero ya no eres una niña.
El aire entre nosotros se llena de una tensión que puedo sentir. Pasado
y presente chocan y forman algo nuevo.
¿Cómo es esto posible?
―Tú... ―Me detengo. No estoy segura de qué decir después de eso.
La comisura de su boca se mueve, pero no intenta llenar el silencio.
Simplemente me deja captar el significado de sus palabras.
Todavía estamos mirándonos cuando mi teléfono comienza a sonar y
no hago ningún movimiento para contestar.
Cuando sigue sonando, Beckett mete la mano en el bolsillo de mi
sudadera y saca mi teléfono.
―Responde. ―Él enfatiza su declaración volteando mi mano y
colocándola en mi palma.
―Beckett…
―Mejor aún ―me interrumpe y luego toca la pantalla―, ¿Maddie?
Hay una pausa al otro lado de la línea antes de que la voz de mi amiga
suene por el altavoz.
―Eh, ¿sí?
―¿Estás en casa o en BeanBag?
―Estoy en la tienda. ¿Todo está bien? ¿Dónde está Elouise? ―Suena
curiosa, pero no demasiado alarmada.
―Todo está bien, Elouise irá a pasar un rato.
―Beck…
Me interrumpe de nuevo, mientras le cuelga a Maddie.
―Ve, necesito terminar aquí, y si te quedas, solo me distraerás.
En lugar de discutir, dejo que me ayude a levantarme.
Él tiene razón, no es que me importe el porche delantero. Es más, si me
quedo, terminaré arrancándole la ropa en unos cinco minutos, y lo que
realmente necesito es tiempo para procesar la bomba emocional que acaba
de lanzar sobre mi infancia.
Beckett presiona sus labios contra mi frente y luego se gira hacia sus
herramientas.
Después de tomar mi bolso del mostrador, salgo al garaje y me voy sin
decirle nada más a Beckett.
El camino hacia BeanBag pasa borroso. Mi mente todavía está
concentrada en lo que admitió agachado ante mí en el porche.
Me alegro de haberme puesto ropa medianamente decente antes de ver
a Beckett porque ni siquiera pensé en revisar mi apariencia antes de irme.
Encontrando un lugar para estacionarme, salgo de mi auto y me dirijo
a la tienda de Maddie. Los aromas familiares de café y pasteles me
saludan cuando abro la puerta.
Después de que Beckett contestara mi teléfono, estoy segura de que ella
sabe que necesito el tratamiento completo de Mejor Amiga, lo que
significa privacidad, pero Maddie está ocupada atendiendo a un cliente,
así que me dirijo detrás del mostrador y saco el Freak Out Spot.
Es un cuadrado de tapete blando extra grueso que ha estado aquí
durante años y se ha colocado estratégicamente detrás de la sección más
alta del mostrador. Bajándome al suelo, coloco mi trasero en su lugar e
inclino mi cabeza hacia atrás contra el armario.
Maddie y yo descubrimos la privacidad de este lugar cuando ambas
trabajábamos aquí en la preparatoria, Maddie simplemente lo hizo un
poco más cómodo. Se usa principalmente para ataques de pánico y,
aunque puede que no esté del todo ahí, estoy cerca. Entonces, cierro los
ojos y escucho los movimientos de Maddie mientras prepara un par de
lattes, tratando de ordenar mis pensamientos.
Pasan unos minutos y mi ritmo cardíaco finalmente vuelve a la
normalidad cuando escucho que la puerta se abre y se cierra cuando los
clientes se van.
―Entonces... ―Maddie se calla y sus pasos se detienen a mi lado.
―Entonces…
―¿Supongo que el voluntariado de anoche estuvo bien?
La pregunta de Maddie hace que mis ojos se abran lentamente. La veo
solo por un segundo y veo la culpa escrita en sus rasgos.
―¿Tú fuiste quien le dijo dónde encontrarme? ―Sacudo la cabeza,
dándome cuenta de lo estúpida que fui al ni siquiera pensar en cómo me
encontró.
Maddie se deja caer y se sienta en el suelo frente a mí.
―¡Lo siento mucho! ¡Simplemente vino aquí buscándote y ya sabes
cómo soy con la confrontación! ―Sus ojos se abren―. ¡No es que él fuera
confrontativo ni nada por el estilo! Lo que quiero decir es, mierda, Lou...
¡Beckett es súper sexy!
Una fuerte carcajada surge de mí:
―Oh, créeme, lo entiendo.
―Lo siento mucho ―dice, esta vez más tranquila.
―Está bien. ―Dejo escapar un suspiro―. Honestamente, me alegro de
que lo hayas hecho.
―¿Sí? ―Maddie se anima, claramente aliviada―. ¿Quieres decirme
qué estaba haciendo todavía en tu casa esta mañana, contestando tu
teléfono?
―No fue así.
Sus cejas se levantan.
―¿Acabas de tener a un tipo sexy compartiendo tu cama toda la noche,
pero de alguna manera no fue así?
Pongo los ojos en blanco.
―Quiero decir que no se quedó a dormir.
Maddie arruga sus rasgos.
―¿Y entonces qué? ¿Fue a desayunar?
Con un suspiro, le cuento a Maddie todo lo que pasó. Sobre su aparición
en la preparatoria. Sobre las entradas y ver la obra juntos. Sobre que lo
abandoné y luego me desperté y él estaba arreglando mi porche.
―Eso es... ―Maddie niega con la cabeza―, wow.
―Eso es solo el comienzo. ―Me siento más derecha―. ¿Recuerdas ese
juego de kickball cuando teníamos como siete años? ¿En el que Beckett le
lanzó la pelota al chico que me golpeó?
―¿Que si lo recuerdo? ―ella resopla―. Hablaste de ese juego durante
semanas después. Fue el día en que te enamoraste de Beckett.
Trago.
―Él mencionó ese juego hoy.
El recuerdo de sus palabras me golpea directamente en el pecho y
apenas noto el grito ahogado de Maddie.
Sé que él no estaba tan enamorado de mí como yo de él. Entiendo que
fue diferente, pero si mi yo más joven lo hubiera sabido...
Pero eso ya no importa porque puede que la vida nos haya enviado por
caminos separados, pero logramos encontrarnos justo donde empezamos.
Mi garganta se aprieta y las lágrimas con las que he estado luchando
desde que me fui de mi casa finalmente ganan.
―¡Dios, no llores! ―Maddie se acerca, ya sollozando.
―¿Y tú por qué estás llorando? ―Empiezo a reírme, pero solo salen
más lágrimas.
―¡No sé! ¡Porque tú lo haces! ―Maddie toma una pila de servilletas de
un estante y me da la mitad antes de secarse las lágrimas de la cara―.
¿Por qué lloras?
―Es solo que… esto se siente como desamor y esperanza, todos juntos.
Y… ―cierro los ojos con fuerza―, y porque creo que todavía lo amo.
Maddie grita.
La reacción de Maddie me sorprende tanto que retrocedo y me golpeo
la cabeza contra el armario.
Sus manos vuelan sobre su boca.
―¡Dios, lo siento! ¿Estás bien? Lo siento mucho.
Froto mis dedos sobre el punto palpitante en la parte posterior de mi
cabeza.
―Creo que acabas de hacerme perder cinco años de mi vida.
―Lo siento. ―Maddie mantiene la boca tapada, pero puedo decir que
está sonriendo―. Pero, quiero decir, ¡vamos! ―ella vuelve a gritar―. ¡No
puedes simplemente decirme que estás enamorada y esperar que no
reaccione!
Ella tiene razón. Maddie es la romántica empedernida más grande de
todos los que conozco. Llorando a través de cada película romántica jamás
creada.
Justo cuando comienza a hacer una pregunta, una garganta se aclara
desde el otro lado del mostrador, asustándonos a ambas. Su reciente
arrebato debe haber tapado el sonido de alguien entrando a la cafetería.
Maddie se recupera y se sacude los pantalones mientras se apresura a
levantarse y saluda a los clientes como si no la hubieran atrapado sentada
en el suelo.
Es reconfortante escuchar su tono suave y su cadencia, así que cierro
los ojos y dejo que la familiaridad del espacio calme mi alma.
Sé lo que quiero hacer. Demonios, sé lo que voy a hacer. Voy a ver a
dónde va esto, voy a salir con Beckett Stoleman.
Solo quiero tomarme al menos unos minutos para pensarlo.
Asegurarme de no ser una tonta cegada por el amor. Porque por muy
improbable y ridículo que parezca, estoy enamorada de él, y no es el
mismo enamoramiento que tenía por él cuando era niña. Eso era…
adoración a los héroes, hormonas e inocencia. Se sentía como amor, pero
lo que sintió la adolescente Elouise no se compara con los sentimientos
que tengo por Beckett ahora. Este amor se basa en su amabilidad y
voluntad de ayudar. Su carácter protector. Su honestidad, y la forma en
que me folla, como si estuviera tratando de dejar su huella en mí durante
los próximos días.
El amor que siento ahora está lejos de ser inocente y es mucho más
divertido.
Antes de que Maddie pueda entregar las bebidas que está preparando
actualmente, el palo de lluvia en la puerta principal nos alerta de que está
entrando otro cliente.
Me siento culpable por no ayudar, ya que claramente ella está
trabajando sola hoy, pero ha pasado mucho tiempo desde que preparé un
latte real y estoy segura de que la retrasaría, así que me quedo quieta.
Escucho mientras Maddie entrega las bebidas y saluda al siguiente
cliente.
Empiezo a pensar en Beckett apareciendo aquí, preguntándole a
Maddie por mi paradero, y en lo incómodo que probablemente fue eso
para ambos.
Mis labios se dibujan en una sonrisa ante la idea y escucho al recién
llegado pedir un café solo para llevar.
La voz masculina suena algo familiar, pero no puedo concentrarme en
ella, mi mente está demasiado distraída por pensamientos repentinos
sobre Beckett. Beckett sentado en este mismo edificio conmigo bebiendo
su propio café solo. Beckett siguiéndome hasta mi habitación. Beckett
mirándome desnudarme. Beckett enterrando su rostro en mi coño.
El calor florece entre mis piernas.
Maddie se arrastra a mi alrededor, regresa al mostrador y entrega el
café.
Ni siquiera sé qué fue más sexy, que Beckett me comiera y me follara
por primera vez, o Beckett follándome por la garganta en el suelo del
bosque.
El calor se convierte en lava fundida.
Dios, ese hombre tiene talento.
Maddie le pregunta al cliente si necesita algo más, en un tono que
realmente significa por qué sigues aquí, pero no escucho su respuesta
porque ya no pienso más.
Sacando mi teléfono, busco el contacto de Beckett y escribo un mensaje
de texto. Antes de que pueda pensarlo demasiado, presiono enviar.

Yo: Creo que deberíamos tener una cita.

Esos tres puntitos bailan en la pantalla segundos después.


Entonces aparece su respuesta.

Beckett: Bien. Te recogeré a las 7:00.


Detengo mi camioneta en el estacionamiento, planeando tocar el
timbre, pero Elouise ya está saliendo por la puerta principal.
Por un momento, me quedo congelado en el lugar.
Ella es tan jodidamente hermosa.
Su cabello está recogido en una coleta alta, sus labios están pintados de
un rosa suave y lleva un vestido. Un maldito vestido. La tela gris revolotea
alrededor de sus pantorrillas, el cárdigan azul marino y los zapatitos a
juego la hacen lucir cada centímetro de la maestra que es. Y, que Dios me
ayude, nunca he querido follarme a una maestra con más ganas en mi
vida.
Apretando los dientes contra el impulso de arrastrarla hacia adentro
por el cabello y hacer precisamente eso, salgo y camino hacia la puerta del
copiloto, abriéndola un momento antes de que me alcance.
―Hola ―su voz es entrecortada y me pregunto si ella estará pensando
lo mismo que yo.
―Hola ―tomo el pequeño bolso de sus manos y lo coloco en el tablero.
Mi camioneta no es desagradablemente alta, pero aún así coloco mis
manos en su cintura con el pretexto de ayudarla a levantarse.
Afortunadamente, no me aparta las manos, dejándome mantenerlas
sobre ella mientras sube y se acomoda en el asiento.
―Gracias ―Elouise se muerde el labio mientras me ve.
No sé por qué está actuando tan tímida de repente, pero me gusta un
poco.
La falda de su vestido cae sobre el costado del asiento. En realidad no
corre peligro de que lo agarre con la puerta, pero quiero la excusa para
tocarla de nuevo. Agarrando suavemente la tela, deslizo mis dedos debajo
de su muslo, metiendo el dobladillo de su vestido. Es un movimiento
simple, pero aún así la hace inhalar. Lo que llama mi atención hacia su
pecho y envía un estruendo a través del mío.
Ahora que está de cerca, todo lo que puedo ver es el escote de su
vestido, y mierda, sus tetas se ven increíbles. Quiero enterrar mi cara en
ellas, y sentir esa piel cálida y suave contra mi mejilla.
―No es realmente justo ―las palabras de Elouise hacen que mis ojos
vuelvan a encontrarse con los suyos.
―¿Qué no es justo?
―Te di esto para que lo vieras ―baja la barbilla, señalando su escote―,
pero tú estás completamente cubierto. ―Presiona una mano contra mi
pecho.
Esta descarada.
Manteniendo la cara seria, le sostengo la mirada:
―La próxima vez usaré mi cuello redondo.
Elouise suelta una carcajada y cualquier incomodidad que hubiera
existido entre nosotros se desvanece.
Incapaz de resistirme, me inclino hacia la mano que ella ha presionado
contra mi pecho y beso ligeramente su sien.
Quiero quedarme, pero si no me alejo ahora, nunca saldremos de su
camino de entrada.
―Cuida tus manos ―le digo, dando un paso atrás.
Cuando las coloca en su regazo, cierro la puerta.
De nuevo en el asiento del conductor, agarro la palanca de cambios,
pero hago una pausa. No sé por qué no lo había hecho antes, pero
aprovecho este momento para intentar vernos objetivamente. Yo con mis
jeans habituales, botas de trabajo de cuero desgastadas y una camiseta de
algodón negra. Elouise luce jodidamente linda con un vestido y accesorios
coordinados. Yo en mi camioneta de doce años, viviendo con mi prima,
trabajando a tiempo parcial en mi propia empresa. Elouise es dueña de su
propia casa, trabaja a tiempo completo como maestra y cambia el futuro.
Al darse cuenta de mi retraso, Elouise se gira en su asiento para verme.
―¿En qué estás pensando?
Sin querer más secretos, decido responder honestamente:
―Estoy pensando que eres demasiado buena para mí.
La forma en que resopla y pone los ojos en blanco me molesta. Ella
piensa que estoy bromeando.
Quito la mano de la palanca de cambios, abro la puerta, salgo y rodeo
la parte delantera de la camioneta.
Sus ojos se dirigen hacia la cerradura de la puerta mientras me acerco a
ella.
―No te atrevas. ―Veo que ella considera hacerlo de todos modos, pero
algo en mi rostro la detiene.
Abro la puerta de un tirón y me inclino, ocupando su espacio.
Mi mano derecha aterriza en la consola central y uso la izquierda para
agarrar el costado de su cuello.
―No estaba bromeando ―le digo, con el pulgar presionado en el hueco
de su garganta―, eres demasiado buena para mí.
Sus ojos se abren.
―Pero tú tienes...
Mi agarre se aprieta, su piel cálida cede bajo la presión.
―Entonces, Dios, ayúdame, si dices algo sobre dinero en este momento,
te daré una paliza tan fuerte que no podrás sentarte mañana.
Un pequeño gemido vibra contra mis dedos y mi polla se tensa en
respuesta.
―Mierda, Smoky, solo estás demostrando mi punto. Ni siquiera es tu
hermoso rostro o tu cuerpo perfecto. ―Puedo sentir su garganta trabajar
al tragar―. Y no es solo la forma en que me respondes. Es todo lo que
eres, de adentro hacia afuera. Eres buena. Eres simplemente... buena.
Dejo que mi frente descanse contra la suya. No quería hacer esto tan
intenso, pero parece que no puedo controlar mis emociones cuando se
trata de esta mujer.
Su exhalación roza mis labios.
―Tú también eres bueno, Beckett. No estaría aquí si no lo fueras.
Mi pequeña iniciadora de fuego. Por supuesto, sentiría la necesidad de
decir algo agradable.
Sonrío.
―No soy tan bueno.
Para demostrar mi punto, cedo al deseo, dejo caer la cabeza y hundo los
dientes en la suave hinchazón de su pecho.
Con un grito de sorpresa, empujo a Beckett. Se ríe antes de dar un paso
atrás y cerrar la puerta, dándome unos preciosos segundos para
controlarme antes de que vuelva a subir a la camioneta, otra vez, y
finalmente nos saque del camino de entrada.
Beckett deja la radio apagada mientras sale de mi vecindario. Me envió
un mensaje de texto antes para decirme que estaba de servicio como tío y
que debería cenar antes de nuestra cita, pero que saldríamos a tomar una
copa. No me dijo a dónde íbamos y estoy tentada de preguntar, pero en
lugar de eso dejo que el silencio se instale a nuestro alrededor
cómodamente.
El sol ya se ha puesto pero, al mirar por la ventana, veo la luna
reflejándose en el lago, los últimos trozos de hielo en la superficie
finalmente se han derretido, dando paso a la primavera.
Gira hacia la única calle principal que atraviesa el pueblo, pero se aleja
de donde se encuentran la mayoría de los bares. Mi curiosidad aumenta,
pero la respuesta llega rápidamente cuando enciende la luz intermitente
y nos conduce hacia el estacionamiento de Dairy Queen.
Como es típico, hay algunos autos alineados en el drive-thru, por lo que
Beckett se detiene detrás del último auto.
Cuando se da vuelta para ver mi reacción, ni siquiera trato de ocultar
mi sonrisa.
Sus propios labios dibujan una sonrisa:
―¿Supongo que lo apruebas?
―Lo apruebo.
Quiero decir, ¿quién necesita un cóctel cuando puedes tomar helado?
La fila de autos avanza y Beckett baja la ventanilla anticipando ser el
siguiente. El aroma del chocolate llega y mi boca comienza a hacerse agua.
―¿Sabes lo que quieres?
Asiento.
―Cono bañado en chocolate, por favor.
Hace un sonido de aprobación, luego me sorprende cuando es nuestro
turno de ordenar y él pide lo mismo.
Mientras esperamos nuevamente nuestro turno, los sonidos de la noche
se filtran a través de la ventana abierta. Ninguno de los dos dice nada.
Esto se siente como un período de asentamiento, como si necesitáramos
la tranquilidad para regresar a algún tipo de equilibrio.
Han pasado muchas cosas en las últimas 24 horas. Beckett yendo a la
preparatoria y nuestra conversación ahí. Mi fuga. Él apareciendo en mi
casa y todo lo que expuso esta mañana. Admitir cosas que ni siquiera había
soñado esperar, y ahora… esto. Esta simple salida al DQ local debería
parecer una tontería, pero en realidad se siente perfecta.
Beckett se acerca a la ventana, entrega el dinero en efectivo y me entrega
uno de los conos de helado cubiertos de chocolate. El remolino perfecto
en la parte superior pide ser comido.
Es un establecimiento estrictamente de autoservicio, por lo que cuando
Beckett se aleja de la ventana, maniobra con una sola mano hacia un lugar
en el pequeño estacionamiento abierto. Algunos autos simplemente se
van, pero no somos el único vehículo aquí que se estaciona y come.
El auto que está a unos pocos lugares de nosotros tiene un grupo de
adolescentes dentro y al verlos me doy cuenta de por qué esto se siente
tan perfecto. Este es exactamente el tipo de cita que soñaba con Beckett
cuando era joven. Incluso recuerdo estar sentada en este estacionamiento,
con mi familia en el auto comiendo nuestras delicias y yo fingiendo que
era Beckett con quien estaba.
―Necesito decirte algo ―digo las palabras antes de que pueda
acobardarme.
―Está bien.
Al oírlo girar en su asiento, aparto la vista de los adolescentes y enfrento
a Beckett.
―Yo... ―Mis mejillas se llenan de aire, y exhalo lentamente, cerrando
los ojos―. Estuve enamorada de ti durante… tanto tiempo. Ese juego de
kickball, el que mencionaste esta mañana, fue el que inició mi... um,
enamoramiento por ti. Recuerdo contárselo a Maddie al día siguiente, y
probablemente todos los días siguientes durante varias semanas. ―Cierro
los ojos aún más fuerte―. Y no solo estaba obsesionada contigo durante
el verano. Fueron, Oh, Dios, fueron años. Como durante todo el camino
hasta esa maldita fiesta de Navidad, cuando finalmente juré dejar de lado
mis sentimientos por ti, pero ni siquiera eso detuvo mi estúpido corazón.
Porque cuando te vi en BeanBag aquella vez que estaba trabajando ahí en
la preparatoria y me derramé café caliente encima, me enamoré de nuevo,
y entonces esto… todo se siente un poco surrealista.
Lentamente abro los párpados, esperando lo peor ya que Beckett no
hizo ningún sonido durante mi admisión, pero en lugar de juzgarme,
encuentro a Beckett mirándome con una gran sonrisa tonta en su rostro.
Cuando todavía no dice nada, abro mucho los ojos.
―¿Y bien?
Su sonrisa permanece en su lugar mientras se encoge de hombros:
―¿Qué puedo decir? Soy jodidamente irresistible.
―Dios ―sacudo la cabeza―, estoy enamorada de un idiota.
Las palabras salen antes de que me dé cuenta de lo que estoy diciendo.
Pero en lugar de asustarse por mi declaración accidental, su sonrisa se
convierte en una sonrisa de satisfacción:
―Como dije, soy irresistible.
Luchando contra el sonrojo que intenta consumir todo mi cuerpo,
pongo los ojos en blanco.
―Ajá.
Manteniendo sus ojos en los míos, Beckett abre la boca y muerde la
mitad superior de su helado. Los dientes se deslizan por el postre helado.
Mi boca se abre.
―¡Ahh! ¿Qué estás haciendo?
Beckett mastica dos veces y luego traga todo el bocado y estoy segura
de que mi rostro refleja el disgusto que siento.
―¿Qué?
―¿No está frío? ―pregunto, sin estar segura de por qué tengo que
explicar mi reacción.
―Supongo ―le da otro mordisco enorme y tengo que apartar la
mirada.
―No puedo ver eso ―digo con un escalofrío.
―¿Cómo se supone que debes comerlo?
―No lo sé, como un humano ―respondo, mordiendo con cuidado un
trozo de la cobertura de chocolate.
Beckett se ríe:
―¿Y cómo lo como?
Le da otro mordisco, borrando el resto del helado amontonado en su
cono.
Lo veo.
―Como un pastor alemán.
Beckett comienza a reír, luego se congela mientras se esfuerza por
tragar lo que tiene en la boca y no escupirlo.
Le doy una mirada que dice “mira” y luego sigo comiendo en mi propio
cono.
Puedo sentir la mirada de Beckett sobre mí mientras atrapo el helado
que gotea con mi lengua. Lamiendo la vainilla con cuidado, una sección a
la vez.
―Habría dicho que necesitabas comerlo rápido para no ensuciar, pero
claramente dominas esta habilidad.
En respuesta, le sonrío mientras mis labios se cierran sobre el punto
superior.
Cuando finalmente termino, Beckett se ha movido en su asiento varias
veces y parece listo para regresar a mi lado de la camioneta.
Esta mujer está intentando matarme.
Primero, son esas tetas, luego admite que está enamorada de mí.
¡Jodidamente enamorada de mí! Y como si eso no fuera suficiente, verla
comerse ese maldito cono fue el último puñal en mi corazón. Aún no he
descubierto los detalles y hace 24 horas habría dicho que no estaba seguro,
pero ahora estoy seguro de que esta mujer es mi futuro.
―Nos llevaré de regreso a tu casa ―pongo el auto en marcha en el
momento en que ella se mete el último bocado de helado en su dulce boca.
Elouise no hace ningún comentario sobre mi forma de conducir algo
imprudente, ni tampoco comenta sobre mi determinación, pero no se me
escapa que está juntando las piernas, y si sigue retorciéndose así, no podré
llegar a los últimos dos minutos que me llevará llegar a su casa.
Agarrando el volante con mi mano izquierda, extiendo mi mano
derecha y presiono mi palma hacia abajo en la parte superior de su muslo.
Su pierna se detiene y luego siento el deslizamiento de sus dedos sobre
los míos. Ella no intenta soltar mi agarre, simplemente entrelaza sus
dedos entre los míos.
Reduzco la velocidad cuando nos acercamos a una señal de alto de 4
vías, pero al no ver a nadie más en la calle, conduzco.
Intenta reprimir su risita, pero la escucho.
―¿Estás bien? ―Su tono inocente es desmentido por sus dedos
recorriendo mis nudillos.
No estaba muy seguro de si se dio cuenta de lo bromista que estaba
siendo, pero ahora lo sé. Está absolutamente jugando conmigo.
Su camino de entrada aparece frente a nosotros y entro, deteniéndome
a unos metros de la puerta cerrada de su garaje.
Sintiendo que la tensión crece entre nosotros, Elouise se levanta de su
asiento y cierra de golpe la puerta de la camioneta, pero sus piernas más
cortas no son rival para las mías, así que estoy justo detrás de ella cuando
llega a la puerta principal.
No le doy espacio, ya hemos superado eso.
Apoyando mis manos en el marco de la puerta, presiono mi frente
contra su espalda. Mi dura excitación palpita contra la suave redondez de
su trasero.
Elouise arquea la espalda, empujándose hacia mí, pero mantiene la
cabeza inclinada mientras hurga en su pequeño bolso.
―Abre la puerta, bebé. ―Me inclino, inhalando contra la parte superior
de su cabeza―. Necesito estar dentro de ti.
Ella gime antes de soltar algunas maldiciones en voz baja:
―No tengo mis llaves. Olvidé cambiarlas cuando agarré esta bolsa.
―Mierda ―exhalo la palabra, moliéndola.
Prueba el mango, pero no cede. No estoy feliz de que se haya quedado
afuera, pero al menos ella no dejó su casa abierta.
De mala gana, doy un paso atrás:
―Necesitamos conseguirte un candado con una contraseña.
Elouise rechaza el comentario:
―Está bien, sígueme.
Se da la vuelta y baja corriendo las escaleras en dirección al garaje.
Espero que se detenga en la puerta del garaje y la abra con un teclado,
pero continúa y noto que tampoco hay un teclado para la puerta del
garaje. Necesitaré cambiar eso.
Me quedo detrás de ella y la sigo mientras gira hacia el costado del
garaje. Espero a que se detenga y recoja una de esas piedras falsas con una
llave escondida en ella, y estoy dispuesto a sermonearla porque eso no es
seguro. Los ladrones saben cómo detectarlas, pero no hace eso, sigue
caminando, por el costado del garaje y luego hacia la parte de atrás. Está
oscuro, y como los árboles bloquean la luz de la luna, apenas puedo ver
por dónde estoy pisando. Cualquiera que sea su plan, esto no es seguro.
Está demasiado oscuro y cualquiera podría estar escondido aquí.
Finalmente se detiene y veo que está parada frente a una puerta trasera
que conduce al garaje.
Todavía me pregunto dónde está la llave de esta puerta, cuando Elouise
agarra la manija, inclina su hombro hacia la puerta, tira de la manija y la
abre.
Entra y dice “vamos” por encima del hombro, y una neblina estática
comienza a nublar el borde de mi visión.
Siguiéndola hasta el garaje oscuro como boca de lobo, cierro la puerta
de una patada detrás de mí.
Sin seguro.
Dejó esta puerta abierta.
Aparentemente habiendo hecho esto antes, camina a través del garaje
oscuro como boca de lobo hasta la puerta que conduce a la casa, y sin el
sonido de una llave en una cerradura, ella también abre esa puerta.
Sin seguro.
Todo el camino hacia su casa estaba sin seguro.
Un suave resplandor llena la entrada, perfilando a Elouise mientras
entra a su casa, y la estática en mi cerebro ahora es un zumbido a todo
volumen.
Cierro la puerta y pongo el cerrojo en su lugar.
Elouise se ha quitado los zapatos y está descalza frente a mí. Luciendo
sexy, linda y extremadamente jodidamente vulnerable. La elección
perfecta para un depredador.
―¡Esto no es aceptable! ―Mi volumen es bajo, pero puedo sentir la
intensidad de mis palabras crujir en el aire entre nosotros.
Ella se congela, quedándose quieta mientras doy un paso más cerca.
―Pero pensé que querías...
Mi mandíbula se tensa cuando mi mano se lanza y agarra la base de su
cola de caballo.
―Lo que quiero es que estés a salvo. ―Gruño, toda la amplitud de mis
emociones se enfoca. Estoy enojado con ella por ser tan tonta, conmigo
mismo por no comprobar que todo estaba bajo llave, y tengo una amarga
mezcla de impotencia y preocupación porque ¿y si…?
La bruma se intensifica.
―¿De qué estás hablando? ―Elouise jadea, con los ojos muy abiertos.
―¡Estoy hablando de que vives en una casa con una puerta que no está
cerrada con llave!
Su boca forma una O cuando hace clic. Levanta la mano para colocarla
sobre mi bíceps. La expresión de su rostro me dice que sus siguientes
palabras están destinadas a tranquilizarme.
―Siempre ha sido así. ―Pero tan pronto como lo dice, se da cuenta de
su error.
―Siempre. ―Manteniendo mi agarre en su cola de caballo, la
acompaño de espaldas hacia la sala de estar―. ¿Siempre ha sido así? ―Ella
tropieza, pero paso mi otro brazo alrededor de su cintura para mantenerla
erguida. Sus pies se deslizan por el suelo mientras doy los últimos pasos
hacia el sofá.
―Beckett…
No espero cualquier excusa que ella vaya a intentar. Cambiando mi
agarre, la giro hacia un lado, de modo que su hombro esté contra mi pecho
y su cadera esté presionada contra mi polla. Engancho un antebrazo
alrededor de su estómago y uso mi otra mano para inclinarla.
―¿Qué estás…? ―sus palabras se convierten en un chillido cuando la
levanto en el aire, doblada por la mitad sobre mi brazo.
―Pies arriba ―espeto, y sus rodillas se doblan.
Con un paso hacia un lado, me siento en el brazo del sofá, con Elouise
perfectamente colocada sobre mi regazo. Está mirando a centímetros del
cojín del asiento, con los pies colgando en el aire.
―Beckett, ¿¡qué estás haciendo!?
―Enseñándote una jodida lección.
Recuperando mi agarre en su cola de caballo, la sostengo en su lugar
mientras mi otra mano levanta el dobladillo de su vestido hasta que se
revelan un par de bragas blancas de encaje.
La tela se detiene justo encima de la curva inferior de su trasero,
cubriendo la mayor parte de la mejilla. Eso no servirá. Jalo la tela hasta que
queda apretada en mi puño y le doy un tirón firme. El movimiento ajusta
la tela entre sus mejillas, y como estoy jalando desde atrás, se aprieta a lo
largo de su frente, ejerciendo presión sobre su coño.
Ella gime y jalo un poco más fuerte.
―Dios, Beckett... ―ella se mueve en mi agarre y las imágenes de esa
puerta abierta vuelven al frente de mi mente.
―Si sabes lo que es bueno para ti, cerrarás la boca y aceptarás el castigo
como una buena chica.
Libero sus bragas, la tela queda asegurada entre sus nalgas y fuera de
mi camino.
―¿Castigo?
En respuesta a su pregunta, dejo que mi mano caiga sobre su piel
desnuda.
Ella grita y froto mi mano sobre la picadura, solo por un momento,
luego le vuelvo a azotarla. El sonido de la piel sobre la piel va directo a mi
polla.
Elouise se retuerce y paso la mano por la piel rosada, ver mi marca en
ella me golpea directamente en el pecho y dejo que mi mano golpee su
otra mejilla.
Grita, pero no es dolor lo que llena su tono. Es deseo.
Su cabeza se tensa cuando agarro su cabello, pero cuando ajusto mi
mano para que no tire de su cuero cabelludo con tanta fuerza, ella se
inclina hacia adelante hasta que el tirón es tan fuerte como antes.
―Mierda. ―Gruño, jalando su cabello un poco más fuerte―. ¿Te gusta
eso?
Ella gime.
―Contéstame, Chica Sucia. ¿Te gusta esto? ¿Te gusta que te jale el
cabello y te azote el trasero?
Todo su cuerpo se estremece contra mi regazo.
―Sí. Beckett... Dios. Estoy tan mojada.
Mi mano vuelve a bajar sobre su piel desnuda, y otra vez.
―Mierda. Eres tan jodidamente perfecta.
Incapaz de soportarlo más, la agarro por la cintura y me levanto.
―Te follaré ahora. ―Le advierto, girando para que quede frente al
reposabrazos donde yo estaba sentado―. Espero que estés tomando
anticonceptivos porque te voy a follar sin protección y me vas a tomar.
Apoya las manos contra el borde del sofá y se dobla por la cintura.
―Lo estoy. Y estoy lista, lo quiero así.
Mis manos luchan al abrir mis jeans. Mis dedos finalmente abren el
botón y bajan la cremallera. Con unos cuantos movimientos más rápidos
mi polla se libera, dura como el acero, con el líquido preseminal brillando
en la punta.
Su vestido todavía está enrollado alrededor de su cintura, y me acaricio
dos veces antes de soltar mi polla y usar ambas manos para bajarle las
bragas hasta las rodillas. La evidencia de su propia excitación moja la tela.
La vista es demasiado tentadora.
Inclinándome, meto mi rostro en su centro, lamiendo desde su clítoris
hasta su pequeño trasero rosado.
Sus caderas se sacuden y sonrío. Esto va a ser divertido.
Todo mi cuerpo está en llamas, mi trasero está deliciosamente
adolorido, mi coño palpita de necesidad, apretándose alrededor de la
nada, y Beckett simplemente… maldita sea, simplemente lamió mi
trasero, y nunca había sentido algo así.
Apoyo mi cuerpo contra el reposabrazos y veo hacia abajo, mis pies
están descalzos contra el suelo de madera, y mi linda y probablemente
destrozada ropa interior alrededor de mis rodillas, evitando que mis
piernas se separaran más. Los pies de Beckett hacia adelante, una bota de
trabajo desgastada a cada lado de mis pies abiertos, están atrapándome,
rodeándome.
Sus jeans se sienten ásperos contra la piel sensible en la parte posterior
de mis muslos.
―¡Beckett, por favor! ―le ruego cuando no se mueve lo
suficientemente rápido.
Observo una mano grande serpentear alrededor de la parte delantera
de mi muslo, moviéndose hacia mi centro, luego, en un movimiento
borroso, su mano golpea mi coño expuesto.
Santa. Mierda.
Los primeros temblores que indican un orgasmo me recorren y gimo.
Siento su polla presionarse contra mi entrada y me arqueo hacia atrás,
tratando de empalarme en él.
Él se queda quieto y quiero llorar.
―Tsk tsk, bebé. Espera y toma lo que te doy.
Otra bofetada golpea directamente mi clítoris un segundo antes de que
él empuje toda su longitud dentro de mí, dividiéndome, y me hago añicos.
Beckett me penetra, una y otra vez, mientras mi coño se aferra a él. Mi
clímax es tan intenso que incluso se me aprieta la garganta y tengo que
luchar para respirar. Las olas de placer chocan sobre mí, pero puedo decir
que hay más. Hay un saliente dentro de mí y siento que estoy
tambaleándome en el límite, pero no puedo encontrarle sentido porque,
Oh, Dios, no creo haber sentido algo como esto.
Beckett gruñe con cada embestida, sus caderas se encuentran con mi
trasero cada vez.
Está llegando tan profundo. Tan jodidamente profundo.
Tengo que decírselo.
―Estás tan profundo.
No estoy segura de decirlo lo suficientemente alto como para que él lo
escuche, pero me responde con una fuerte palmada en el trasero y me
aprieto a su alrededor.
―Cierto, bebé, estoy llegando tan jodidamente profundo. ―Otro
empujón brusco―. Este coño es mío. Este trasero es mío.
Gimo en respuesta, las palabras ya no son posibles.
Sus caderas se ralentizan, solo un poquito, y mis ojos se abren de nuevo.
No me había dado cuenta de que se habían cerrado, pero su cambio de
ritmo tiene una luz de advertencia que se enciende dentro de mí.
Sus palmas frotan la piel de mis caderas. Deslizándose hacia arriba,
luego juntas, agarrando mi trasero con sus dos grandes manos. Siento sus
dedos clavarse en mi piel mientras gira sus manos, luego él... Oh, Dios,
está separando mis mejillas.
Su polla todavía se desliza dentro y fuera de mí. Hasta el final, casi
hasta el final.
Hay un sonido que no puedo entender y luego una humedad se desliza
por mi grieta.
¿Él hizo…? ¿Acaba de escupirme en el trasero?
Algo pasa por mi trasero y me sobresalto, pero los dedos que me
agarran se aprietan.
―Relájate. ―El propio Beckett suena todo menos relajado, pero trato
de obedecer.
Cierro los ojos y me imagino lo que me está haciendo. De pie detrás de
mí. Viendo. Abriéndome de par en par.
Lo que tiene que ser su pulgar se desliza sobre mí otra vez, ahí.
Es demasiado.
Pero lo necesito.
¿Cómo no supe que necesitaba esto?
Mi espalda se arquea y Beckett deja escapar una risa oscura.
―Mi chica perfecta.
Luego presiona su pulgar contra mí.
Toda mi conciencia se reduce a cada uno de sus movimientos. Su mano.
Su polla. Los movimientos duales dentro y fuera de mí. La forma en que
su polla se frota contra este lugar dentro de mí. Este lugar… Oh, Dios… Él
no se detiene, todo dentro de mí se está construyendo en torno a esta
necesidad de… liberarme. Su pulgar... maldita sea, ¿cómo hace eso?
―Se siente tan bien ―gimo en voz alta.
Él aumenta su velocidad.
―Eso es. Tómalo todo, bebé.
La mano que todavía agarraba mi trasero se suelta y se desliza hacia mi
clítoris, sus dedos fuertes presionan mi conjunto de nervios, frotando,
pellizcando. Sus caderas se mueven con más fuerza, su pulgar se
profundiza...
Y exploto.
Todo mi cuerpo se paraliza, pero él no se rinde. Sus dedos contra mi
clítoris se mueven más rápido, y no puedo hacer nada para detenerlo. Mis
piernas tiemblan, y escucho el sonido de la humedad goteando sobre el
suelo debajo de mí. Mis ojos se abren de golpe, pero estoy temblando
demasiado para entender lo que está pasando.
―¡Mierda! ―Beckett gruñe, dándole a mi clítoris un apretón final―,
chorreando como una chica tan buena.
Quiero sentirme avergonzada, pero el elogio en su voz supera el deseo
de hacerlo.
Beckett me penetra una vez más. Por segunda vez, luego ruge su
liberación manteniéndose tan profundo como puede durante un pulso.
Un segundo, luego se retira y siento el resto de su liberación salpicar mi
trasero.
Lucho por mantenerme de pie, mientras disfruto de la vista que tengo
ante mí.
Nunca ha habido una vista más perfecta que la de Elouise inclinada,
con el vestido levantado, cubierta de mi semen, y nuestro desastre
combinado goteando de ella al suelo. La parte cavernícola de mi cerebro
quiere golpearse el pecho y el resto de mi cerebro está de acuerdo. La vista
es sucia, y muy sexy.
Si esto no sella mi reclamo sobre ella, no sé qué lo hará.
Finalmente, dando un paso atrás, recuerdo que esto empezó como un
castigo. Entonces, en lugar de conseguir algo para limpiarla, deslizo sus
bragas hacia arriba por sus piernas, asegurándolas en su lugar, mojadas y
todo.
Ella se retuerce y estoy seguro de que hay un escalofrío en su rostro,
pero esto es lo mínimo que merece por ponerse en peligro.
Mantengo una mano en su espalda y me inclino para susurrarle al oído.
―De ahora en adelante, mantendrás todas las puertas cerradas con
llave, y mañana vendré a arreglar esa otra puerta. ―Mi mano se eleva
para darle un suave jalón a su despeinada cola de caballo―. Y lo juro por
Dios, si alguna vez vuelvo a encontrarte insegura, te ataré, haré todo esto
de nuevo, dos veces, solo que la próxima vez no te dejaré correrte. ―Mis
labios se presionan contra su oreja―. Asiente si entiendes.
Ella asiente.
Lamo el costado de su cuello y luego me obligo a alejarme de la vista
más hermosa del mundo.
Con Elouise todavía inclinada sobre el sofá, me voy.
Cuando finalmente abro los ojos, la necesidad de orinar es tan fuerte
que sé que he dormido más allá de mi hora habitual de despertarme.
En mi primer intento de levantarme de la cama, todos los músculos de
mi cuerpo cantan. El delicioso dolor se concentra principalmente entre
mis piernas, pero cada parte de mí tiene algún nivel de dolor. No tenía
idea de que el sexo podía hacerte sentir como si estuvieras haciendo un
entrenamiento estilo bootcamp.
Me tomo mi tiempo para pararme y arrastrar los pies hasta el baño, y
cuando finalmente me siento, mis nalgas dan un escozor de protesta, pero
me encuentro sonriendo a pesar de la incomodidad, porque anoche fue
una serie de experiencias nuevas para mí, y si el calor que hierve bajo mi
piel ante el recuerdo es una indicación, todas fueron experiencias que me
gustaría volver a vivir.
Terminando mi rutina matutina, me pongo un par de leggins cómodos
y un suéter y bajo las escaleras. Beckett dijo que vendría hoy en algún
momento para arreglar mi puerta, pero no dijo cuándo.
Al llegar al final de las escaleras, veo hacia el sofá y luego me giro hacia
la cocina.
Mis mejillas se calientan de nuevo ante el recuerdo de limpiar nuestro
desastre del suelo y me encuentro riendo. Me siento casi orgullosa de lo
que pasó, tal vez debería haberse sentido degradante que me dejara así,
pero no lo fue, fue un poco sexy.
Aunque la ropa interior empapada de semen no fue tan sexy. Cuando
llegué arriba estaba fría y pegajosa y las tiré a la basura mientras me
desnudaba camino a la ducha.
Cubro otro bostezo, mientras mi cafetera indica que ya terminó de
prepararse. Estoy sirviendo mi primera taza cuando escucho el ruido de
la camioneta de Beckett por el camino de entrada.
Con la taza en mi mano, abro la puerta principal y me sorprende ver el
lado del pasajero abierto, seguido por el sobrino de Beckett deslizándose
fuera de la camioneta.
Son antes de las 10:00 am de un domingo, así que entiendo la sensación.
Beckett me sonríe mientras se acerca para cerrar la puerta del niño.
―Buenos días, Smoky.
―Buenos días ―con mis pies en pantuflas, bajo unos pocos pasos desde
el porche hasta el camino principal.
―¿Te acuerdas de Clint? ―pregunta Beckett, usando una mano para
alborotar el cabello del niño.
―Sí ―mi corazón se calienta al verlos a los dos juntos―. Buenos días,
Clint.
Murmura algo como buenos días, dándome la mirada más rápida antes
de volver a ver al suelo.
―¿Te importaría abrirnos la puerta del garaje? Clint me ayudará a
arreglar tu puerta hoy y necesitamos medir algunas cosas. ―Beckett
coloca su mano en el hombro del niño.
―Puedo hacer eso ―levanto mi taza a mis labios en un intento de
cubrir mi rostro.
Solo verlo parado ahí me hace sonrojar, pero su sonrisa es la única
confirmación que necesito de que sabe exactamente en lo que estoy
pensando.
Caminando por la casa, abro la puerta del garaje y espero a que se unan
a mí. En el tiempo que lleva abrirlo, aparecen una libreta y un lápiz en las
manos de Clint y Beckett sostiene una cinta métrica.
―Gracias por hacer esto ―les digo a ambos, en serio. Realmente no
había pensado en esa estúpida puerta, ya que ha sido así desde que tengo
uso de razón, pero una vez que Beckett señaló -bastante drásticamente-,
lo insegura que era, me di cuenta de lo estúpida que había sido al dejarla.
Beckett le da un codazo a Clint.
―De nada ―dice el niño, raspando su zapato en el piso.
Beckett pone los ojos en blanco ante la timidez de Clint. No era tan
tímido cuando nos conocimos en la Feria de Ciencias, y lo he visto en los
pasillos de la escuela varias veces desde entonces, pero creo que estar en
mi casa lo hace sentir inseguro.
―No sé cuánto tiempo lleva arreglar una puerta, pero estaría feliz de
prepararles el almuerzo. ―Los ojos de Clint se dirigen hacia mí y luego
hacia Beckett―. O algo más… ―sigo hablando.
―Le prometí a este hombrecito que podríamos comprar comida rápida
para el almuerzo ―dice Beckett sacudiendo la cabeza―, pero esto
probablemente llevará un tiempo. Su mamá tiene un turno de 12 horas,
así que si quieres preparar la cena, podemos quedarnos.
―Puedo hacer eso. ―Pienso por un momento, antes de preguntar―,
Clint, ¿cuál es tu postre favorito?
―¡Brownies! ―su exclamación sale antes de que termine la pregunta.
―Okey ―me río―, puedo hacer unos brownies. ¿Alguna petición
sobre el plato principal?
Clint se encoge de hombros y luego parece considerarlo:
―¿Pasta?
Asiento.
―La pasta es buena. ¿Alguna preferencia sobre la salsa?
Él ve a Beckett.
―¿Cómo se llama esa cosa blanca?
Beckett se aclara la garganta antes de responder y tengo que morderme
los labios para no reírme.
―Alfredo.

Los chicos han estado así durante horas.


Fiel a su palabra, los dos se fueron un rato a la hora del almuerzo y
regresaron con bebidas para llevar y bolsas de papel blancas. Beckett se
ofreció a comprarme algo, pero me negué y opté por hacerme un
sándwich rápido antes de ir al supermercado a comprar cosas para
preparar la cena.
El cronómetro que me alerta para que cuele los fideos suena justo
cuando la puerta de la casa se abre y se cierra.
Al principio me sorprendió ver que Beckett compró una puerta
completamente nueva para reemplazar la defectuosa, pero luego, cuando
pensé en ello, me di cuenta de que no me sorprendía en absoluto. Al igual
que no me sorprendió mucho que comprara un teclado inalámbrico para
instalar en la puerta de mi garaje y un nuevo cerrojo con teclado para la
puerta principal. Se estaba asegurando de que nunca me quede encerrada,
incluso si todas las puertas están firmemente aseguradas.
―¡Huele delicioso! ―Beckett lleva a Clint a la cocina delante de él.
―Espero que también sepa bien ―levantando los fideos colados y los
arrojo en la olla con la salsa Alfredo, revolviéndolo todo con cuidado.
Después de insistir en que no necesito ayuda, los chicos se lavan las
manos en el fregadero y luego se sientan en la mesa.
Sirvo brócoli y pollo asado a un lado, pero me sorprende gratamente
cuando ambos lo mezclan todo y comienzan a comer con vigor.
Hago preguntas sobre otros proyectos que han realizado juntos y
ambos responden mientras limpian sus platos en un tiempo récord.
Cualquier incomodidad que Clint hubiera sentido antes parece haber sido
destrozada por un montón de pasta.
Apenas termina su último bocado cuando se gira hacia mí.
―¿Puedo comer más?
Beckett resopla:
―Este niño puede comer tanto como yo.
Sonrío:
―¿A ti también te gustaría más?
―Sabes que sí.
A propósito no lo veo mientras lleno sus platos, no sé si soy solo yo,
pero juro que escucho una insinuación en todo lo que dice.
Sintiéndose más conversador, Clint me cuenta todo sobre su maestro
actual, los niños de su clase y por qué cree que las matemáticas son la peor
materia que existe. Exteriormente le digo por qué las matemáticas son
importantes, pero interiormente estoy completamente de acuerdo.
Con la boca todavía llena de fideos, Clint me pregunta:
―¿De verdad también hiciste brownies?
―Dios ―se ríe Beckett―, ¿puedes al menos terminar de tragar antes de
pedir más?
Mis ojos se dirigen a los de Beckett y justo cuando creo que soy la única
que tiene la mente en la cuneta, Beckett levanta la vista y me guiña un ojo.
Este bastardo.
Clint termina su comida y saca la lengua como prueba:
―Listo. ¿Ahora puedo comer un brownie?
Beckett suspira:
―Amigo, no me preguntes a mí.
Clint me ve con esos ojos de cachorrito.
―Primero tenemos que cocinarlos.
Su mandíbula se abre.
―¡¿Qué?!
―Podría haberlos horneado antes, pero entonces no los estarías
comiendo directamente del horno. ¿Y realmente hay algo mejor que un
brownie caliente... con helado?
Los labios de Clint se presionan y luego cede:
―Supongo que no.
Después de encender el horno, Beckett hace que Clint lo ayude a lavar
los trastes de la cena, insistiendo en que me siente.
Cuando el horno suena que está precalentado, empiezo a levantarme,
pero Clint grita que pondrá la charola.
Se mostró escéptico cuando le mostré la charola lista para hornear
descansando en el refrigerador, pero estoy segura de que lo conquistaré.
Después de todo, es un truco que aprendí de Maddie, y ella es una genio
en la cocina.
Mientras se hornean, Clint me cuenta sobre la vez que estaba haciendo
pastelitos con su abuela y le prendieron fuego al horno. Beckett aclara que
su mamá se olvidó de poner un cronómetro y que había mucho humo,
pero Clint lo ignora y vuelve a entrar en detalles elaborados.
Afortunadamente no prendimos fuego a mi horno y, unos minutos más
tarde, nos abastecemos con tazones de helado y brownies de chocolate
calientes y nos dirigimos a la sala de estar.
Clint reclama uno de los acolchados sillones de lectura y agradezco en
silencio que no se haya sentado en el sofá con nosotros. En realidad, no
pasó nada desagradable en el sofá, pero se siente mal tener a alguien más
que a Beckett o a mí cerca del ahora famoso reposabrazos.
Dejo que Clint elija lo que veremos y decide una película animada de
superhéroes. No estoy familiarizada pero tampoco estoy prestando
atención. Renuncio a mi postre después de unos minutos llegando a mi
límite, y Beckett termina felizmente lo que me queda en cuestión de
bocados.
Dejando nuestros tazones en la mesa de café, Beckett se inclina hacia
atrás y me acerca a su lado. Su calidez y fuerza se convirtieron en mi
nueva versión de una manta de seguridad.
Me ha mostrado muchos lados de sí mismo, el superviviente y el
maestro, el carpintero y el tío, el hombre muy, muy sucio capaz de llevarme
a un nivel de felicidad del que ni siquiera era consciente y el tipo relajado
que quiere comer helado y acurrucarse en el sofá.
Es muy fácil estar cerca de él, e igualmente fácil de amar.
Apoyo mi cabeza en su pecho, su brazo se aprieta alrededor de mis
hombros y, sintiéndome más segura que nunca, dejo que mis ojos se
cierren.
Elouise deja escapar un pequeño resoplido, su cuerpo es suave y cálido
contra el mío.
Cuando me di cuenta de que tanto ella como Clint estaban
profundamente dormidos, bajé el volumen, pero dejé la televisión
encendida. Me estaba preparando mentalmente para irme, cuando
Natasha me envió un mensaje de texto hace treinta minutos para decirme
que vendría a recoger a Clint para que yo pudiera quedarme aquí. A mi
prima le gusta hacerme pasar un mal rato, pero me entiende bien.
Especialmente después del desastre en la casa de mis papás, del cual mi
mamá con mucho gusto le informó, Natasha ha estado en el team Elouise,
y me gusta pensar que ella se detiene aquí de camino a casa porque quiere
lo mejor para mí, y no solo porque quiere que me enamore y me mude de
su casa.
Los faros parpadean a través de la ventana delantera, alertándome de
la llegada de Natasha, así que me separo con cuidado de Elouise y la
acuesto suavemente en el sofá. Sabiendo que es imposible despertar a
Clint, simplemente lo levanto en mis brazos y, con algunos empujones
menores, salgo y bajo las escaleras.
Natasha está sonriendo cuando llego a su auto, probablemente porque
sabe lo pesado que es este maldito niño cuando se tiene que cargar sobre
su peso muerto, y solo necesito un poco de maniobra para dejar a Clint en
el asiento trasero, haciéndome a un lado para dejar que Natasha lo
asegure.
Al cerrar la puerta, mi prima se gira hacia mí, y luego simplemente se
queda viendo.
―¿Qué? ―pregunto, sintiéndome demasiado nervioso.
Espera un momento más antes de responder, pero luego asiente con la
cabeza hacia la casa.
―Ella me gusta.
Entrecierro los ojos, intuyendo algo:
―Ella también me gusta.
―¿Sí? ―Ella inclina la cabeza―. ¿O la amas?
No lucho contra la sonrisa que se dibuja en mis labios:
―La amo.
Ella parece sorprendida por mi fácil admisión:
―Oh. Bien.
Es mi turno de sorprenderme:
―¿Eso es todo? ¿Ningún sermón?
―Aquí está tu sermón: no lo arruines.
Sonrío más fuerte:
―Estoy haciendo lo mejor que puedo.
Ella pone los ojos en blanco.
―Eso es reconfortante. ―Mira hacia la casa―. ¿Se lo has dicho? ¿Que
la amas?
Mi rostro se pone serio.
―Todavía no. ―Natasha me da otra mirada, una que dice que eres un
jodido idiota―. Se lo diré mañana.
―Buen plan ―me golpea el hombro mientras comienza a girar hacia el
lado del conductor―. Con un poco de suerte, te mudarás de mi casa a esta
para el verano.
Al verla alejarse, pienso en la idea y decido que debería hacerlo realidad
antes.
El sonido de cristales rotos me saca de un sueño profundo.
―Qué... ―Me froto los ojos y veo que Beckett ya está de pie―. ¿Qué
fue eso?
―Voy a ir a ver ―se agacha y se pone los jeans―, quédate aquí.
―Empiezo a salir de la cama, pero él me apunta con un dedo―. Quédate
aquí, Elouise.
Hay otra ronda de cristales rotos y ahora que estoy despierta suena
como si viniera de afuera.
―Me quedaré ―estoy de acuerdo―. Pero no me quedaré en la cama
mientras tú vas a investigar.
Beckett se acerca a la ventana y retira la esquina de la cortina.
―Maldita sea.
―¿Qué? ¿Qué pasa? ―Me acerco a él y veo, sin estar segura de lo que
estoy buscando.
―Un imbécil rompió las ventanas de mi camioneta.
Mis ojos se dirigen al camino de entrada y, efectivamente, el parabrisas
está cubierto por una telaraña de grietas y la ventana del pasajero está
hecha añicos. Mientras ambos vemos fijamente, el brillo rojo de las luces
de freno brilla justo fuera de la vista, seguido por el sonido inconfundible
de un automóvil alejándose.
Beckett suspira:
―Bueno, eso apesta.
Apoyo una mano en su espalda, sintiéndome un poco conmocionada.
―¿Por qué alguien haría eso?
Se encoge de hombros y lo veo abrir el teclado de su teléfono y escribir
911:
―Quién sabe. Probablemente algunos chicos punk. Como no tengo una
descripción, dudo que atrapen a quien lo hizo, pero necesitaré un informe
para el seguro.
―Lo siento, Beckett. ―Me pego a su lado―. La gente es de lo peor.
―Gracias, bebé. ―Presiona un beso en la parte superior de mi cabeza
antes de presionar “llamar”―. Vuelve a la cama, tienes trabajo por la
mañana.
Dudo que pueda quedarme dormida ahora, pero no tengo nada útil que
agregar, así que vuelvo a la cama y escucho su versión de la conversación
mientras explica lo que pasó.
Me acerco la manta a la barbilla.
Esta es una comunidad tan pequeña, y sé que pueden suceder cosas
malas en cualquier lugar, pero romper las ventanillas del auto de alguien
al azar... es tan extraño, y sin sentido.
Recostada sobre las almohadas, cierro los ojos y dejo que la voz de
Beckett me envuelva.
Apenas recuerdo haberme acostado, solo hay un recuerdo confuso de
haber ido dando traspiés del sofá al dormitorio, pero sí recuerdo la
sensación de alivio que me invadió cuando Beckett dijo que se quedaría a
pasar la noche.
Una mano cálida se posa sobre la manta contra mi pecho y mis ojos se
abren.
Beckett me da un beso en la frente antes de darme una suave sonrisa.
―Duerme, volveré pronto para unirme a ti.
―Okey ―bostezo a mitad de la palabra, aceptando que tal vez estoy lo
suficientemente cansada como para hacer lo que me pide.
Mientras espero a que aparezca la policía, avanzo por el primer nivel
de la casa de Elouise y reviso cada puerta y ventana.
Estoy seguro de que esto es solo una tontería al azar, pero tener
cualquier tipo de violencia tan cerca de Elouise me está estresando.
Porque ¿y si yo no hubiera estado aquí? ¿O si no le hubiera arreglado la
puerta hace apenas unas horas? ¿Habrían encontrado el camino hasta su
garaje? ¿A su casa?
Me paso una mano por la cara.
―Mierda. Qué desastre.
Después de ponerme las botas, estoy saliendo por la puerta principal
cuando se detiene un auto patrulla. Así no es como quería que fuera mi
noche.
Levanto una mano a modo de saludo cuando el oficial me recibe en el
camino de entrada.
Le cuento lo que oímos y vimos cuando llega otro auto patrulla. Esto
no justifica dos policías, pero eso es lo que sucede en los pueblos pequeños
con poca criminalidad, a menudo terminas con excesos.
Cuando el chico nuevo se acerca, me ve y ladea la cabeza:
―Oye, ¿no eres el chico al que casi le dan una paliza en la preparatoria
hace un par de noches?
Asiento y lo reconozco.
―Sí, ese fui yo.
Un transeúnte llamó a la policía y tuve que hacer un informe completo
del incidente también, y ahora que lo pienso, me doy cuenta de que ni
siquiera se lo he mencionado a Elouise. Entonces ella todavía no tiene idea
de lo que pasó.
Elouise…
Los engranajes de mi cerebro avanzan y algo encaja en su lugar, con ese
último detalle finalmente alineándose.
El chico nuevo silba:
―Lo siento, hombre. Parece que realmente no le agradas a alguien.
Pero eso es todo, ¿no? ¿Qué pasa si esto no se trata de mí?
―Mierda. ―Mis manos se cierran en puños mientras veo por encima
del hombro hacia el dormitorio de Elouise.
―¿Qué pasa? ―pregunta el primer policía, sabiendo claramente sobre
el incidente en la preparatoria ya que no pide aclaraciones―. ¿Sabes quién
podría estar haciendo esto?
Sacudo la cabeza.
―No. No puedo pensar en nadie. Yo solo… mierda. No sé si es solo
mala suerte, o si se trata de mí. ―Respiro hondo, odiando lo que voy a
decir a continuación―, o podría ser sobre Elouise.
―¿Elouise? ―El primer policía ve sus notas―. ¿Es tu novia? ¿La dueña
de la casa?
¿Novia?
Asiento, pero la palabra está mal, no se siente lo suficientemente
grande.
Elouise. Mi Lou. Mi Smoky. Ella es mucho más que una simple novia.
―¿Tiene enemigos? ―pregunta el chico nuevo.
Casi me río ante la idea de que alguien odie a Elouise.
―No, ella es maestra de cuarto grado aquí en el pueblo. Tal vez haya
tenido un papá descontento o algo así, pero no ha habido nada…―Me
detengo, mi mente se dirige a ese Adam cabeza de mierda arrastrándose
hacia su tienda.
¿Podría ser él? ¿Es alguien que está obsesionado con Elouise y enojado
conmigo por estar con ella?
Los policías están hablando entre ellos y reprimo las ganas de contarles
sobre el tipo. No sé el apellido de Adam e incluso si lo supiera, no es
exactamente justo señalarlo con el dedo sin ninguna evidencia. Sin
mencionar el hecho de que probablemente podría presentar cargos de
agresión contra mí por lo que le hice en ese baño.
Sin saber qué más hacer, me paso las manos por el cabello.
―Bien ―el primer policía cierra su libreta y la guarda nuevamente en
su bolsillo―, escribiremos esto y te avisaremos si encontramos algo.
El chico nuevo asiente con la cabeza.
―He visto las imágenes de seguridad de la preparatoria, pero los
ángulos no eran buenos y estaba demasiado oscuro para distinguir algo
útil. ―Deja caer una mano sobre mi hombro―. Podría ser una gran
coincidencia, pero probablemente sea mejor mantener los ojos abiertos.
Quiero quitarle la mano de encima, pero sé que estoy de mal humor y
no necesito desquitarme con este tipo.
El primer policía se balancea sobre sus talones:
―Pasaré por aquí unas cuantas veces más antes de que termine mi
turno. Tenemos tu información de contacto si vemos algo sospechoso.
Les agradezco a ambos y espero a que se vayan antes de girarme hacia
mi camioneta.
El parabrisas está tan destrozado que tendré que llamar a una grúa, y
las ventanillas del conductor y del copiloto están rotas y pedazos de cristal
cubren todo el interior.
Normalmente no guardo cosas de valor en mi camioneta, pero como
hoy estábamos trabajando en las puertas de Elouise, tengo un montón de
herramientas en el asiento trasero. Estoy tentado a dejarlas, pero sé que
me enojaré si el perpetrador regresa y me roba mis cosas. Entonces,
maldiciendo en voz baja, meto la mano por la ventana rota, abro las
puertas y, haciendo uso del nuevo teclado que instalé, empiezo a arrastrar
toda mi mierda al garaje.
Cuando termino, vuelvo arriba y me desnudo para ir a la cama, son casi
las 4:00 am.
Elouise está profundamente dormida, acurrucada de lado, abrazada a
una almohada, y verla me llena el pecho con una mezcla de cansancio y
pánico. Esta mujer -esta persona-, significa muchísimo para mí, y si algo
le pasara...
Incapaz de terminar ese pensamiento, me meto en la cama y envuelvo
a Elouise. Ella se mueve ligeramente y aprieto mis brazos a su alrededor,
envolviéndola con mi cuerpo, y solo cuando estoy seguro de que no podrá
moverse sin despertarme, me permito seguirla y dormir.
Exprimo el exceso de agua de mi cabello, retiro la cortina de la ducha y
grito.
Beckett simplemente sonríe y me tiende la toalla.
―¡Jesús, Beckett! ―Agarro la toalla y la sostengo frente a mi cuerpo,
como si él no lo hubiera visto todo ya―. ¿Estás tratando de matarme de
un susto?
Se recuesta contra el tocador.
―Difícilmente, solo intento echar un vistazo. ―Entrecierra los ojos
mientras ve la ducha en la que todavía estoy parada―. Tendremos que
cambiar esa cortina por una puerta de vidrio.
Haciendo lo mejor que puedo para mantenerme tapada, empiezo a
secarme. Me encantaría tener una puerta de ducha de verdad, pero aún
así le pregunto:
―¿Por qué?
―Para poder verte ducharte ―Beckett deja el dah implícito.
―Mmm.
Pasando la toalla por mi rostro, finalmente dejo que mis ojos se centren
en Beckett. Está casi desnudo y no lleva nada más que un par de bóxers
negros, y la forma en que está recostado contra el mostrador hace que su
erección sea mucho más notoria. No es que esa sea la única parte de él en
exhibición. Tiene los brazos cruzados, arqueando sus bíceps y haciendo
que su pecho luzca mucho más definido, y luego ese rastro de vello,
guiando mis ojos hacia abajo...
―¿Siempre te levantas tan temprano? ―me pregunta Beckett, pero no
puedo apartar la mirada, y juro que su polla se contrae mientras sigo
mirándola―. ¿Smoky?
―¿Qué? ¿Eh? ―mis ojos vuelan para encontrarse con los suyos.
Él está sonriendo.
―¿Cuánto tiempo extra tienes ahora?
Me mojo los labios.
―Me levanté temprano para poder prepararnos el desayuno.
Se aleja del mostrador.
―Bien, pero no necesito que me prepares el desayuno.
―¿No?
―No. ―Da un paso adelante y me quita la toalla de las manos―.
Simplemente te comeré.
Jadeo, sintiéndome demasiado expuesta a las luces brillantes del baño,
pero la mirada de Beckett es abrasadora, diciéndome que no hay nada a
la vista que no le guste.
―A la cama ―exige Beckett.
Todo mi cuerpo comienza a palpitar de anticipación y paso junto a él
rápidamente hacia el dormitorio.
Tengo ambas manos y una rodilla sobre el colchón, lista para
arrastrarme hasta el centro, cuando las manos de Beckett agarran mis
caderas.
―Detente. Justo ahí.
Me congelo.
Una mano se desliza hacia abajo para tocar la parte posterior de mi
pierna que todavía está plantada en el suelo.
―Súbela.
Cambiando mi peso, llevo esa rodilla al colchón, dejándome desnuda,
a cuatro patas, en la orilla de la cama.
Las manos de Beckett se deslizan arriba y abajo por la parte posterior
de mis muslos, y la suave caricia hace que mis terminaciones nerviosas se
alboroten. Estoy tan abierta a él, tan expuesta.
Es como la última vez, excepto que es completamente diferente. Aquí
no hay nivel de castigo, este momento se siente como pura diversión.
Adoración.
―Abre más ―sus palabras son un susurro, sus manos se mueven hacia
el interior de mis rodillas, presionándolas más para separarlas―. Esa es
mi chica perfecta.
Mis brazos ya están temblando, cuando gimo.
―Beckett.
―Elouise ―su aliento recorre mi sexo y es la única advertencia que
tengo antes de que presione su rostro entre mis piernas.
Mi espalda se arquea, empujándome hacia la sensación, y dejo escapar
un grito de alivio cuando su lengua lame mi clítoris.
Beckett gime contra mi núcleo y lo siento por todas partes.
―Mierda, bebé. Sabes tan bien.
Me da otra caricia con su lengua antes de que su boca me deje y yo me
quejo en señal de protesta, pero entonces un dedo se empuja dentro de mí
y mi jadeo se convierte en un gemido.
Otro dedo se une al primero y mis manos aprietan las mantas bajo mis
palmas.
―Más. ―Veo hacia atrás por encima del hombro y lo veo agachado
detrás de mí―. Quiero más.
Con los dedos todavía dentro de mí, Beckett se levanta.
―Dime. ―Desliza los dedos hacia adentro y luego hacia afuera―.
Dime exactamente lo que quieres.
Mi rostro se calienta con el resto de mi cuerpo.
―Tu polla. Quiero tu polla dentro de mí.
Un tercer dedo se desliza y gimo.
―Nunca podré decirte que no. ―Sus dedos se liberan―. Sobre tu
espalda.
Con mis extremidades sin fuerzas, trepo hasta el centro de la cama,
dejando que mis muslos se abran cuando me dejo caer sobre mi espalda.
Beckett está de pie al lado de la cama, agarrando con la mano la base de
su dura longitud.
―Perfecta ―murmura, antes de gatear sobre mí.
Sus caderas bajan, la parte inferior de su polla se balancea a lo largo de
mi abertura, y ambos gemimos ante el contacto.
Sus caderas presionan las mías con más fuerza.
―¿Estás bien si te follo sin protección otra vez?
Me retuerzo, buscando la fricción que necesito.
―Sí. ―Engancho mis piernas alrededor de su cintura―. Por favor.
―En un momento ―su voz tranquila me enfurece.
―¡Beckett!
―Una cosa más ―mueve sus caderas, y la cabeza de su polla golpea mi
clítoris, enviando ondas de choque por mi columna.
―Una cosa más ―repito en un jadeo, viéndolo verme.
―Dímelo otra vez.
Mi cerebro está empezando a sufrir un cortocircuito.
―¿Decirte qué?
Cambia su peso para apoyarse en los codos, no en las manos. Nuestros
pechos están apretados ahora y juro que puedo sentir los latidos de su
corazón contra mi piel.
Beckett se acerca más y separa nuestros labios a solo unos centímetros:
―Dime que me amas.
Mi corazón se abre.
―Dime que me amas, Elouise. Te oí decirlo, y necesito oírlo de nuevo.
―Sus caderas se levantan hasta que la punta de su polla se presiona
contra mi entrada―. Necesito oírte decirlo. ―Él me penetra, solo una
pulgada―. Porque yo también te amo.
Un sentimiento de devoción me inunda ante su admisión y mis ojos se
llenan de emoción.
Me penetra otra pulgada:
―Te amo, Elouise.
Las lágrimas caen de las comisuras de mis ojos:
―Yo también te amo, Beckett.
Su pecho se agita y lentamente penetra el resto del camino dentro de
mí. Todo mi cuerpo hormiguea, la combinación de placer físico y
emocional es demasiada y las lágrimas siguen brotando de mis ojos.
―Te tengo ―me promete en voz baja, mientras besa la esquina de mis
ojos, atrapando las lágrimas que caen.
Sus caderas continúan moviéndose en movimientos lentos y
superficiales.
Abro más las piernas, queriendo tomar más de él. Todo él.
―Te amo ―le susurro de nuevo.
Hay un ruido sordo en el pecho de Beckett que se siente como un
ronroneo contra mi piel, y envuelvo mis brazos alrededor de su cuello.
Beckett me penetra tan profundo como puede, su pelvis presiona contra
mi clítoris y estoy muy cerca. Muy cerca.
―Soy tuyo, bebé. ―Sus caderas se flexionan, poniendo esa presión
justo donde la necesito―. Tanto como tú eres mía.
La verdad de sus palabras mezclada con otro movimiento de sus
caderas es todo lo que necesito para explotar.
De un latido al siguiente, mi orgasmo me atrapa, atrayéndome bajo la
ola de sensación.
Los movimientos de Beckett se vuelven más rápidos, más duros y más
profundos.
Mis dedos lo arañan, acercándolo lo más que puedo, sus brazos rodean
mi espalda, abrazándome fuerte, mientras su cuerpo se pone rígido y se
derrama profundamente dentro de mí.
Llevar a Elouise al trabajo y traerla estos últimos días se ha convertido
en una rutina que me gusta bastante. Eso y compartir su cama, y cenas, y
cada otro momento de vigilia juntos.
Desde que mi camioneta se quedó en el taller para que remplazaran las
ventanas, me he quedado en casa de Elouise, llevándola al trabajo por la
mañana, usando su auto durante el día y recogiéndola por la noche. Ella
no me ha pedido que regrese a casa de Natasha y yo no me he ofrecido.
Sé que no puedo simplemente mudarme. Aún no. Probablemente. Al
menos no sin preguntar, aunque es muy tentador.
Enciendo la señal de giro y entro en el estacionamiento de la primaria
Darling.
Teniendo suerte con un lugar en la esquina delantera, estaciono el auto
de Elouise y recuesto mi cabeza contra el reposacabezas.
Hay muchos detalles que no hemos discutido, como dónde ir en las
vacaciones perfectas, con quién pasaremos la Navidad o la mejor manera
de atormentar a Clint cuando empiece a tener citas, pero nada de eso me
importa. Estoy cerca de los 40 y no quiero desperdiciar ni un momento
más de mi vida esperando “el momento adecuado” para llevar nuestra
relación al siguiente nivel. Nos conocemos. Nos conocemos desde casi
toda la vida y unos meses más no van a cambiar lo que siento por ella.
Al apagar el auto, de repente no me siento tan deprimido por
devolverle el vehículo.
El tipo de Axel's Bodyshop llamó esta mañana temprano, justo después
de que dejé a Elouise en el trabajo, hace menos de 20 minutos, diciendo
que mi camioneta estaba lista para ser recogida. Una parte de mí estuvo
tentada de retrasar el cambio, pero hoy tengo que correr a mi oficina en el
centro y no quiero dejar a Elouise aquí si llego tarde, o peor aún, que tome
un Uber y que un extraño la lleve.
Al entrar al edificio, mi mano se aprieta alrededor de las llaves del auto.
Esta abrumadora necesidad de proteger a Elouise no ha hecho más que
crecer desde que admitimos abiertamente nuestro amor mutuo, y hasta
que descubra quién está detrás de mí, estoy seguro de que seguiré
sintiendo un nivel alto de paranoia.
Un puñado de niños están dando vueltas por los pasillos y una mirada
al reloj de gran tamaño sobre la puerta de la directora muestra que tengo
diez minutos antes de que comiencen las clases.
Hay un cartel que pide a todos los visitantes que se registren, pero la
propia directora me ve a través de la ventana de su oficina y me hace señas
para que pase. Ella ya me ha visto lo suficiente como para saber por qué
estoy aquí y su familiaridad es un impulso más para mi confianza.
Pertenezco aquí, a la vida de Elouise, y solo porque hoy le devuelva las
llaves del auto no significa que algo tenga que cambiar.
Pasos seguros me llevan por los pasillos hasta el salón de clases de
Elouise.
Está sentada detrás de su escritorio, escuchando a un niño hablar sobre
algo que yo no puedo oír. Sin querer interrumpir, me apoyo contra el
marco de la puerta. La sala está medio llena de estudiantes, pero Elouise
mantiene su atención en el niño frente a ella, asiente junto con la historia,
sonriendo y asintiendo, y finalmente termina con una carcajada cuando el
niño termina.
Su sonrisa es tan genuina como ella y, no por primera vez, pienso en la
suerte que tienen estos niños de tenerla.
Espero hasta que el niño regresa a su mesa y luego me aclaro la
garganta.
Elouise me escucha por encima de la plática de los estudiantes y su
mirada se desvía. Su sonrisa inmediatamente se transforma en algo
destinado solo a mí.
Todos los niños continúan mientras Elouise se levanta y camina hacia
mí:
―Hola.
―Buenos días, señorita Hall.
Ella niega con la cabeza y señala hacia el pasillo. Le hago espacio para
que pase y luego la sigo unos pasos desde la puerta.
―¿Qué estás haciendo aquí? ―me pregunta, con la sonrisa todavía en
su lugar.
Levanto las llaves de su auto y se las devuelvo. Ella abre la palma
automáticamente y las coloco.
―Acabo de recibir la llamada, mis ventanas están listas y necesito ir a
la oficina, así que conduciré mi camioneta.
―Supongo que eso significa que nuestros días de compartir el auto se
acabaron ―lo dice como si estuviera bromeando, pero hay un toque de
tristeza en su tono.
No quiero que ella esté triste nunca, pero me alivia un poco saber que
no soy el único al que le gusta nuestra reciente rutina.
Ella se dejó el cabello suelto hoy, así que levanto la mano y le paso un
mechón detrás de la oreja. Mi mano se detiene y ella apoya su mejilla
contra mi palma durante un segundo.
―Seré tu chofer cuando quieras, bebé.
Puedo sentir su sonrisa contra mi palma.
―Mi caballero con botas de trabajo.
Mis dedos pican por acercarla para poder sellar mi boca sobre la suya,
pero soy consciente de que estamos en su lugar de trabajo. Lleno de niños.
Dejo escapar un suspiro:
―Okey, debería dejarte volver a entrar antes de que tus niños derriben
las paredes.
―Supongo que tienes razón ―suspira mientras mi mano cae de su
rostro―. Recuerda, esta noche tengo junta de papás y maestros, así que
llegaré tarde a casa.
A casa.
Lo dice como si no hubiera duda de que volveré a quedarme ahí esta
noche, y quiero bombear el aire con el puño, pero no lo hago. Solo asiento,
recordando que ella me habló de la junta anoche.
―Puede que yo también llegue tarde. Te llamaré cuando regrese.
―Okey ―se muerde el labio, luego se pone de puntillas y me da el beso
más rápido―. Te amo.
―Yo también te amo.
Lo hemos dicho todos los días desde la primera vez, pero las mejillas
de Elouise todavía se vuelven de un adorable tono rosado cada vez que
lo digo.
―Vuelve al trabajo.
Ella pone los ojos en blanco, luego se aleja de mí y regresa a su salón de
clases.
Me río para mis adentros cuando me giro y choco con alguien.
―Woah, lo siento ―empiezo a decir, antes de darme cuenta de que es
alguien que conozco.
El hombre rubio baja la barbilla.
―Está bien, señor Stoleman.
Siento que debería disculparme por la última vez que me encontré con
el señor Olson, considerando que lo hice con una puerta, pero él ya se
alejó de mí, así que lo ignoro y dejo que mi mente se ponga a trabajar. Si
todo va bien, puedo terminar todo hoy y pasar mañana trabajando en
cómo hacer que vivir con Elouise sea permanente.
Después de acompañar a los niños a la cafetería para almorzar, me dejo
caer en la silla detrás de mi escritorio.
No sé por qué he estado tan deprimida hoy. Es como si cuando Beckett
apareció y me devolvió las llaves, un pequeño globo de tristeza se inflara
dentro de mi pecho.
Es estúpido, sé que lo es. No es como si estuviera rompiendo conmigo,
simplemente me estaba devolviendo mi auto ya que el suyo ya está
arreglado, pero…
Presiono mis dedos contra mis sienes, intentando calmar mi creciente
dolor de cabeza.
―Basta ―me reprendo. Beckett no irá a ninguna parte. Demonios, es
tan condenadamente terco que probablemente no podría echarlo de
dormir en mi cama si quisiera.
De repente, mi mente se llena con una imagen mía tratando de sacar a
un Beckett de la cama y casi me río.
Sabiendo que el tiempo corre, saco mi bolsa de almuerzo del cajón
inferior de mi escritorio.
Estoy a punto de cerrar el cajón de un golpe cuando un detalle me
molesta en la mente...
Llaves.
Dejo mi bolsa de almuerzo en mi escritorio, me agacho y hago a un lado
los otros artículos en el cajón. Juro que dejé las llaves del auto aquí
después de la visita de Beckett. Abriendo los otros cajones, doy un vistazo
superficial pero no las veo. Arrastrando mi bolso, lo abro y reviso el
interior, aunque estoy segura de que no las guardé ahí esta mañana.
―¿Qué demonios... ―Cierro los ojos con fuerza, tratando de recordar
dónde las puse.
Un crujido me sobresalta cuando el altavoz del intercomunicador
encima de mi puerta cobra vida:
―Señorita Hall, por favor venga a la oficina a recoger un paquete.
Mis cejas se levantan y rápidamente cierro todos mis cajones antes de
salir corriendo de mi salón de clases.
Por lo general, me enojaría porque las interrupciones ocuparan mi
precioso tiempo de almuerzo, pero nunca recibo paquetes, por lo que la
emoción gana a la molestia.
Cuando entro a la oficina principal, la subdirectora hace un arrullo
mientras me entrega el gran ramo de lirios blancos.
―¡Mira estas hermosas flores! ―Se inclina hacia adelante para oler una
mientras yo sostengo el pesado jarrón, atónita―. Tu novio seguro sabe
cómo elegirlas.
Una de las asistentes está almorzando en la oficina y ella se ríe
suavemente:
―Son bonitas, incluso si es un ramo funerario clásico.
La subdirectora la despide con un gesto:
―Oh, cállate, es un bonito gesto. No es necesario que todo tenga algún
tipo de significado oculto.
―¿Beckett las dejó? ―pregunto, pensando que ya debería estar en el
centro.
―Oh, no, fue un repartidor. ¡Lo programó muy bien durante la pausa
del almuerzo!
Ante ese recordatorio, me disculpo y me apresuro a regresar a mi salón
sabiendo que tendré unos cinco minutos para comer rápidamente mi
comida.
De vuelta en mi escritorio, con medio sándwich de mantequilla de maní
colgando de mi boca, ajusto el jarrón tratando de hacerlo bien. Queriendo
que el lirio más grande apunte hacia mi silla, le doy un giro más y un
pequeño sobre cae sobre el escritorio.
Ni siquiera lo había notado antes. Debe haber estado escondido debajo
de los grandes pétalos.
Me quito el polvo de las manos, abro la solapa y deslizo una pequeña
tarjeta. El frente está en blanco, pero el interior tiene un mensaje escrito a
mano. Siempre te amaré. Paso suavemente mi dedo sobre las letras. Creo
que nunca había visto los trazos de Beckett y quiero memorizar cada
pendiente.
Suena el timbre en el pasillo, indicando el final del almuerzo, y
rápidamente me meto el resto del sándwich en la boca antes de sacar mi
teléfono y enviarle un mensaje de texto rápido a Beckett.

Yo: Gracias por las flores.

Abro el cajón de mi escritorio y empiezo a guardar mi bolsa de


almuerzo, cuando noto que mis llaves están ahí, en el fondo.
Pongo los ojos en blanco. A veces puedo ser tan inconsciente.
Me ha costado todo mi libre albedrío mantenerme concentrado en mis
reuniones de hoy, en lugar de sacar mi teléfono para enviarle mensajes de
texto a mi novia.
Como paso gran parte de mi tiempo trabajando desde casa, soy
consciente de que aparecer en la oficina no se toma a la ligera y quiero
estar presente cuando esté aquí. También quiero que mis empleados me
vean accesible, así que hoy me propuse vestir informalmente, y funcionó,
pero puede que haya funcionado demasiado bien porque siento que he
tenido una conversación con todos y solo quiero irme. El gerente de mi
oficina incluso tenía la hora del almuerzo programada, así que con la
excepción de las veces que me paré al baño, no he tenido un momento a
solas desde que puse un pie en el edificio.
Con una última ronda de despedidas, me disculpo de la conversación
improvisada en el estacionamiento y trato de no correr mientras me dirijo
hacia mi camioneta.
El trabajo es jodidamente agotador.
Al abrir la puerta, admiro mis nuevas ventanas mientras me deslizo en
el asiento del conductor con un gemido. Tal vez también venda este lugar
y pueda ser el amo de casa de Elouise. Empacándole el almuerzo todas
las mañanas y lamiéndole el coño todas las noches.
Poniéndome en marcha, saco mi teléfono del bolsillo y sonrío ante el
mensaje de texto perdido que tengo de Elouise.
Al deslizar el dedo para leer el mensaje, la sonrisa se me escapa de la
cara.
¿Flores?
El hielo sube por mi columna. No le envié ninguna puta flor.
Presiono el ícono del teléfono al lado de su nombre y espero a que
suene, pero pasa directamente al correo de voz.
Cuelgo y lo intento de nuevo.
Mismo resultado.
―¡Mierda! ―grito la palabra, poniendo mi auto en marcha y saliendo
del estacionamiento.
Apenas evito el parachoques de un auto mientras atajo el tráfico,
buscando la ruta más rápida hacia la autopista.
Con una mano en el volante, vuelvo a tocar mi teléfono.
Silencio…
―Hola, siento haberme perdido tu…
Dejo que pase y respiro profundamente. Ella aún debería estar en la
junta con los papás, así que tal vez simplemente apagó su teléfono para
evitar interrupciones.
Fuerzo otra inhalación larga por la nariz. Podría tratarse de un simple
malentendido. Tal vez Maddie le envió flores, pero no incluyó una tarjeta
y Elouise simplemente asumió que eran mías, pero luego me vienen a la
mente imágenes de las ventanillas rotas de mi camioneta, de un hombre
que intenta entrar a su tienda y de autos chocando entre sí en un
estacionamiento.
―…te devolveré la llamada.
Espero el pitido, luego me esfuerzo para controlar mi tono.
―Bebé, estoy de camino a tu escuela ahora. Estaré ahí en… ―Presiono
el pedal del acelerador aún más―, veinte minutos. Por favor espérame
antes de irte. ―Dudo. No quiero asustarla, pero necesito que lo sepa―.
No te envié ninguna flor. Solo... llámame cuando escuches esto. ¿Okey?
Te amo.
Me tiemblan los dedos cuando cuelgo y presiono el acelerador aún más.
―¡Que tengas buenas noches! ―me dice uno de los maestros de quinto
grado, y yo le devuelvo el saludo antes de girar hacia el otro lado a la
puerta principal.
Mis pasos me llevan a donde pensé que Beckett dijo que dejó mi auto,
pero no lo veo. Me envió un mensaje de texto justo después de dejar mis
llaves y me dijo que lo estacionó en la esquina delantera, pero estoy en la
esquina delantera y aún así no lo veo.
Lentamente giro en círculo, pero mi auto no aparece mágicamente, así
que saco mis llaves y mantengo el control hacia arriba mientras hago clic
en el botón de bloqueo.
Nada.
Me giro ligeramente, hago clic de nuevo y escucho mi bocina sonar
desde la esquina opuesta del estacionamiento.
Suspirando, empiezo a atravesar los pasillos y trato de mantener al
mínimo mis quejas sobre los hombres. Supongo que si estuvieras viendo
la escuela desde la calle, podrías considerarla la esquina delantera, pero
la gente más razonable la llamaría la esquina trasera, y no es que sea floja
(que, para ser justos, lo soy), simplemente no me gusta esta parte del
estacionamiento porque siempre está muy oscura. Especialmente en estas
noches cuando me voy después de que se pone el sol.
Acercándome a mi auto, sonrío al ver que Beckett lo puso de frente. Es
un buen toque.
Al hacer clic en el control remoto para desbloquear mi auto, abro la
puerta del conductor.
Estoy a punto de tirar mi bolso al asiento del pasajero cuando recuerdo
que había apagado mi teléfono antes para no tener la tentación de navegar
por Instagram o enviar mensajes de texto a Beckett entre papás y papás.
Me tomo un segundo, saco mi teléfono de mi bolso, presiono el botón para
volver a encenderlo y luego lo guardo nuevamente.
Me deslizo en mi auto, pongo mi bolso en el asiento del copiloto y me
toma unos segundos darme cuenta de que la luz del techo no se encendió
cuando abrí la puerta. Beckett debe haber cambiado alguna configuración
mientras conducía mi auto esta semana y no tengo la energía para intentar
resolverlo ahora, haré que se ocupe de eso cuando llegue a casa esta
noche.
Casa.
Sonrío mientras enciendo mi auto. Nada suena mejor que estar en casa
con Beckett.
Mi pie golpea el freno mientras me acerco a la escuela.
Hay una manada de personas todavía saliendo del edificio y mi
esperanza se dispara. Quizás llegué justo a tiempo.
Quiero salir disparado directamente hacia la puerta principal, pero hay
demasiados autos saliendo del estacionamiento, bloqueando mi camino.
Pasando mi destino, entro en la zona de descenso de autobuses vacía.
Dejándolo en marcha, pongo el auto en parking y salgo, trotando hacia el
edificio.
Mis pies se ralentizan cuando paso por el lugar donde dejé el auto de
Elouise esta mañana. Su auto no está ahí, pero el lugar tampoco está vacío.
¿Qué demonios?
¿Ya se fue?
Saco mi teléfono de mi bolsillo. Intenté llamar media docena de veces
mientras conducía hasta aquí y las llamadas iban directamente al buzón
de voz, pero el último intento fue hace unos diez minutos.
Mi dedo está a punto de marcar su número cuando el cabello oscuro
me llama la atención.
Mi cabeza se levanta bruscamente y me atraviesan tsunamis furiosos.
―¡Oye! ―Mi grito está lleno de acusación y varias personas se giran
hacia mí, pero solo estoy centrado en uno.
Avanzando hacia el pedazo de mierda, sus ojos se abren mientras da
un par de pasos rápidos hacia atrás, chocando contra los cuerpos.
Las manos de Adam se levantan.
No puedo golpearlo con tantos testigos, así que simplemente le meto el
dedo en el pecho:
―¿Eres tú? ¿Eres tú el hijo de puta que se está metiendo con Elouise?
―¿¡Qué!? ―hay pánico en su voz―. ¡Yo no hice nada! ¡Lo juro!
―¡Eso es una mierda! ―grito, y él da otro paso atrás―. ¿¡Quién más
estaría haciendo esto!?
Mi propio pánico está aumentando porque por mucho que no quiera,
le creo.
―¡Mierda! ―Me alejo de él y presiono llamar nuevamente en mi
teléfono. Con una mano sosteniendo mi teléfono en mi oreja y la otra
jalando mi cabello, levanto la vista justo a tiempo para ver el auto de
Elouise saliendo del estacionamiento.
Esta vez suena el teléfono y el alivio hunde mis hombros.
Ella está bien.
Mi chica está bien.
Solo acabo de perder…
Luego pasa bajo una farola, iluminando el interior de su auto, y mi
corazón se detiene cuando veo un cuerpo levantarse en su asiento trasero.
Mi tono de llamada suena en el auto y sonrío cuando el nombre de
Beckett ilumina mi tablero.
―No respondas eso.
La voz susurrada detrás de mí me hace gritar.
―¡Elouise!
Doy tres zancadas tras su auto, antes de aceptar que nunca los alcanzaré
a pie.
Me doy vuelta y corro lo más rápido que puedo hacia mi camioneta, y
llamo al 911 mientras juego con la manija de la puerta.
La llamada se conecta:
―¿Cuál es la naturaleza de su emergencia?
―Alguien la tiene. ¡Están en el auto con ella! ―Ni siquiera reconozco
mi voz.
―Señor…
―Elouise Hall está siendo secuestrada ―mi corazón se hace trizas
cuando las palabras salen de mi boca.
Mi camioneta coletea mientras salgo de la zona de estacionamiento.
―No sé quién... ―Me ahogo al admitirlo.
No sé quién la tiene.
No sé quién tiene a mi Smoky.
Mi amor.
Giro el volante y me dirijo a la calle principal donde la vi por última
vez, y logro gritar una descripción de su auto.
―Los oficiales están en camino. Necesito que se quede…
―¡Al sur por Coastal Drive! ―grito, volviendo a ver el auto de Elouise
justo antes de que desaparezca en una curva.
La carretera por la que se encuentra ahora sale de la ciudad, el camino
es estrecho y sinuoso ya que sigue la orilla del lago y está apartado.
Paso por un semáforo en rojo.
No puedo verla.
Si se adelantan lo suficiente, quien la tenga podría hacerla girar por un
camino lateral y… y…
Mis respiraciones entran y salen de mi pecho.
No puedo verla.
―Señor, por favor no siga...
Cuelgo la llamada y le vuelvo a marcar a Elouise.
Me duele el pecho y trato de seguir respirando, pero el cuchillo sigue
cortando un costado de mi cuello.
―Por favor… ―mis palabras se cortan en un sollozo.
―¡Cállate! ―espeta el señor Olson, inclinando su cuerpo hacia adelante
entre los asientos delanteros―. ¡Solo conduce!
No sé qué hacer. Sé que se supone que no debes conducir a un segundo
lugar con un secuestrador. Lo sé, pero no sé cómo salir de esto. No sé cómo
detener mi auto y escapar mientras un loco tiene un cuchillo en mi
garganta.
Quito el pie del acelerador, con la esperanza de ganar algo de tiempo,
pero el señor Olson golpea mi piel con la punta de la hoja:
―¡Más rápido!
Todo mi cuerpo tiembla mientras agarro el volante con ambas manos.
―¿Por qué haces esto? ¿Qué te hice?
Su risa suena completamente desquiciada.
―¡No hiciste nada! ¡Ese es exactamente el punto! ―El cuchillo presiona
con más fuerza―. Te di tiempo, Elouise. Te di mucho tiempo para aceptar
la idea.
―¿Aceptar qué? ―grazno, sin estar segura de si mantenerlo hablando
es bueno o malo.
―¡Que te amo! ―grita―. Pero tenías que ser una putita estúpida.
¡Maldito Beckett! ―escupe el nombre―. ¡Dejarle tomar lo que debería
haber sido mío! ¡Eres como el resto de ellas!
―¡Ri-Richard, lo siento!
―¡No! ―su voz es un gemido―. ¡No! ¡No puedes llamarme así! ¡Ahora
no!
Las lágrimas corren por mis mejillas.
La última vez que lloré fue porque Beckett me hizo sentir tan amada.
Tan apreciada.
Me llamó perfecta.
El pánico de no volver a verlo nunca me atenaza la garganta,
haciéndome aún más difícil respirar.
La calle vuelve a girar, dejándonos enseguida en una corta recta. El
suelo cae a mi derecha, el agua debajo parece negra bajo el cielo nocturno.
Mi tono de llamada vibra en el aire mientras Beckett intenta llamarme
de nuevo.
―¡No respondas! ―chilla el señor Olson.
Parpadeando entre lágrimas, sé lo que tengo que hacer.
Dejando que el cuchillo me muerda el cuello, lanzo mi mano hacia
adelante y le doy una palmada en Aceptar llamada.
―¡Elouise! ―La voz aterrorizada de Beckett llena el auto.
Olson se lanza entre los asientos, golpea el tablero con su cuchillo y deja
escapar gritos inhumanos.
―¡Lu! ¡Bebé! ¡¿Puedes oírme?! ―La preocupación en el tono de Beckett
me desgarra el corazón.
―Yo... ―Mi agarre se aprieta con más fuerza en el volante―. Te amo,
Beckett.
Le digo mi verdad.
Luego giro el volante hacia un lado.
―¡NO! ―rujo.
La frialdad me invade mientras veo el auto de Elouise salirse del borde
de la carretera, sus luces iluminan mientras rueda hasta que desaparecen
en el agua.
―¡No! ¡No, no, no! ―Acelero los últimos cien metros y luego patino
hasta detenerme donde su auto desapareció.
Dejo mi camioneta en ángulo al otro lado de la carretera mientras corro
con las piernas entumecidas.
―¡Elouise! ―grito su nombre, patinando sobre la grava al borde del
camino.
El suelo da paso a una pendiente empinada y embarrada, y me resbalo,
cayendo sobre mi trasero mientras me deslizo hacia el lago. Me detengo
en la orilla del agua y me quito las botas frenéticamente.
Sus faros todavía están encendidos bajo el agua, diciéndome
exactamente a dónde debo ir, pero parece increíblemente lejano. El
impulso del giro la alejó aún más de mí.
Chapoteando en los primeros pasos, me sumerjo en el agua helada y el
fondo del lago cae debajo de mí.
Nado hasta estar justo encima del vehículo y mi corazón se detiene
cuando veo que el auto está al revés.
Respiro profundamente y me sumerjo bajo la superficie, justo cuando
se apagan los faros.
El agua se siente como una jaula. Manteniéndome suspendida en la
nada. El frío glacial es interminable a mi alrededor.
Mis dedos se tambalean de nuevo, tratando de desabrocharme el
cinturón de seguridad, pero no consigo hacer funcionar el botón, o tal vez
sean mis manos.
El agua está muy fría.
Una de las ventanas se hizo añicos durante el violento descenso colina
abajo. Quizás la mía. Quizás todas.
El agua fue inmediata, corriendo por las aberturas de las ventanas,
inundando mi existencia.
Mis pulmones gritan.
¿Cuánto tiempo ha pasado desde mi último aliento?
¿Segundos?
Debieron ser solo unos segundos.
Mi garganta se aferra a la nada.
Parpadeo a través de la tenue luz.
Necesito salir.
¡Necesito salir!
Y luego todo se vuelve negro.
La oscuridad pura me rodea.
Necesito inhalar.
Solo quiero inhalar.
Quema.
Mis dedos vuelven a probar el cinturón de seguridad.
¡No puedo!
Cierro los ojos con fuerza. Dejando de lado el horror de mi situación.
¡CONCÉNTRATE!
Mis dedos se resbalan y quiero gritar. ¡Quiero llorar!
¡Necesito respirar!
Click.
Mi cinturón de seguridad cede, pero apenas me muevo, mi cuerpo se
queda atrapado flotando en la misma posición.
Parpadeo, pero no hay nada que ver.
¿De qué manera?
¡Tengo que respirar!
¡¿Qué salida hay?!
¡NECESITO RESPIRAR!
Mis ojos arden junto con mis pulmones.
Estoy llorando.
Estoy llorando porque sé que…
Unas manos agarran las mías, liberándome.
Beckett.
Unos brazos fuertes se cierran a mi alrededor.
Sé que es Beckett.
Quiero sollozar.
Pero necesito respirar.
No puedo…
Mi boca se abre, mis pulmones me obligan a inhalar aire que sé que no
está ahí.
Mi mente intenta gritarle a mi cuerpo que se detenga, pero mi cuerpo
no escucha.
Mis pulmones se expanden, y el dolor explota a través de mi pecho
mientras...
Oxígeno.
El oxígeno llena mis pulmones.
―Está bien. Estás bien. ―Beckett suena como si estuviera llorando―.
Por favor, que estés bien.
Quiero decirle que lo estoy, que él me salvó, pero estoy tosiendo.
Intentando aprender a respirar de nuevo.
Mis manos se aferran a su cálido cuerpo.
―Elouise, háblame. Bebé, por favor háblame.
Mis dedos entumecidos lo agarran con más fuerza y puedo sentirlo
empujándome a través del agua. Entonces mis pies se arrastran contra
algo y hay suelo debajo de mí.
Nuestras piernas todavía están en el agua, pero Beckett nos lleva a la
orilla, nuestras extremidades están enredadas mientras me acuesta de
costado.
Sus manos me tocan por todas partes.
―Elouise. Bebé.
Trago, respirando con menos dolor.
―Estoy bien.
Beckett me atrae hacia él, su abrazo es casi demasiado fuerte.
―Elouise. ―Sigue susurrando mi nombre, puedo sentir su cuerpo
estremecerse.
―Gracias―susurro entre mis propios sollozos―. Me salvaste.
Sacude la cabeza mientras presiona su rostro contra el costado de mi
cuello.
―Ibas a salir. ―Su agarre se aprieta―. Habrías salido.
Ambos sabemos que sus palabras no son ciertas, pero aún así asiento
con la cabeza.
―Estoy bien ―dice de nuevo, sabiendo que necesito escucharlo.
Pero sigo abrazándola contra mí, necesitando sentir los latidos de su
corazón contra el mío.
Cubierto de barro y empapado con agua del lago, el frío aún no me ha
alcanzado del todo, la adrenalina todavía corre por mi sangre.
―Él... ―su voz se entrecorta―, él todavía está ahí.
―Bien ―le susurro de vuelta. Sabiendo exactamente lo que significa
que no ha salido a la superficie.
Lo vi lo suficiente a través de la ventana trasera mientras los perseguía
que pude reconocer al hombre como el señor Olson, y la furia truena por
mis venas.
Ella comienza a temblar:
―Tenía un cuchillo.
Me retiro lo suficiente para verla. Las luces intermitentes de los
vehículos de emergencia que llegan atraviesan la noche, pero no son
suficientes para iluminar su rostro por completo.
―¿Te lastimó?
Ella niega con la cabeza.
―Elouise.
Sus dedos temblorosos se estiran para tocar el costado de su cuello.
―Solo un poco.
Mis dientes rechinan y cuando ella comienza a llorar de nuevo, la
atraigo hacia mi pecho.
―Se terminó. ―Veo al lago―. Se terminó.
El hijo de puta ya estará muerto, y no me arrepiento en lo más mínimo.
Si saliera a la superficie del agua ahora, nadaría hasta ahí y lo ahogaría yo
mismo por lo que le hizo pasar a Elouise, por lo que fuera que estuviera
planeando hacer.
Presiono mis labios en la parte superior de su cabeza.
Las luces intermitentes están ahora justo encima de nosotros y alguien
nos llama desde la carretera. Después de meter la cabeza de Elouise en mi
cuerpo, para no gritarle al oído, grito para hacerles saber que estamos
bien.
La pendiente es demasiado pronunciada y estamos demasiado mojados
y embarrados para subir solos, así que envuelvo a mi mujer en mis brazos,
dándole todo el calor corporal que puedo, mientras esperamos ayuda.
Cuando los socorristas nos alcanzan, tengo que forzar mis brazos para
desbloquearse alrededor de Elouise para que puedan llevarla delante de
mí.
Intenta resistirse cuando le dicen que la subirán en camilla, pero cuando
se lo pido por favor, cede.
Los pocos minutos que está fuera de mi vista, mi ansiedad vuelve a la
vida.
Agarrando la cuerda de seguridad bajada con mis manos congeladas,
trepo frenéticamente por la orilla.
Pero no tengo que buscar a Elouise porque la testaruda mujer está de
pie, discutiendo con un paramédico que intenta meterla en la parte trasera
de una ambulancia.
―Bebé, necesitas que te revisen.
Elouise se gira al escuchar mi voz y la expresión de su rostro me rompe
el corazón nuevamente.
Abro los brazos y en dos pasos ella choca contra mi pecho.
―Quiero ir a casa ―sus palabras son bajas y la abrazo con más fuerza.
―Necesito que te revisen, no podré estar tranquilo hasta que lo hagas.
Su pecho se agita contra el mío y sé que estará de acuerdo porque se lo
pedí.
Veo al médico por encima de su cabeza:
―¿Puedes tratarla aquí?
Puedo decir que quiere discutir, pero asiente.
Tomando a Elouise en la mejilla, le doy un empujón hasta que ella me
ve.
―Él te revisará en la ambulancia. Pero si él dice que necesitas ir al
hospital, entonces iremos.
Ella parpadea hacia mí.
―Okey.
Alguien nos entrega una jarra de agua y con ella limpiamos lo peor del
barro. El líquido a temperatura ambiente se siente casi cálido atravesando
nuestro frío actual, y sé que necesitamos salir pronto del espacio abierto o
terminaremos con hipotermia.
Hay una conmoción en la colina que conduce al lago.
Elouise comienza a girarse hacia el sonido, pero la agarro por los
hombros y la giro hacia mí.
Su labio tiembla y no sé si es por el frío o por la emoción.
―¿Es él?
Deslizo mis manos hacia arriba hasta mantener su rostro quieto, luego
muevo mis ojos sobre su hombro.
Un puñado de socorristas llegan al borde de la carretera, arrastrando
una camilla con ellos. Una vez que están todos levantados, levantan la
camilla y la llevan a la parte trasera de la otra ambulancia. Se han
instalado algunos reflectores de emergencia, lo que permite ver
fácilmente la empuñadura del cuchillo que sobresale del pecho del
muerto.
Alguna parte de mi cerebro me dice que debería sentir repulsión por lo
que veo, pero el cuchillo que sobresale de su corazón es el mismo cuchillo
que amenazó la vida de Elouise, y si eso no me dejaría esposado, soltaría
ese cuchillo para apuñalarlo de nuevo.
Presiono mis labios contra su frente, manteniéndolos ahí hasta que las
puertas de la ambulancia se cierran sobre el cadáver del señor Olson.
―Está muerto.
Ella niega con la cabeza:
―No lo entiendo. Siempre pareció agradable...
La beso de nuevo.
―Más tarde.
La guio hacia la ambulancia, la sigo y me siento a su lado. El aire
caliente se arremolina a nuestro alrededor mientras el médico revisa los
signos vitales, le hace preguntas y le limpia los cortes en el cuello.
Sin signos de conmoción cerebral y sin necesidad de puntos, nos deja ir
de mala gana.
Por supuesto, la policía nos detiene porque necesita respuestas a sus
preguntas.
Con Elouise visiblemente temblando, puedo convencerlos de que nos
sigan a su casa para que podamos quitarnos el resto del barro y
calentarnos.
Ayudo a Elouise a subir a mi camioneta y me acerco para abrocharle el
cinturón de seguridad. Desearía que hubiera una manera de llevarla a
casa sin tener que volver a subirla a un vehículo, pero no hay otra opción.
Tiembla y ajusto las salidas de aire para que soplen aire caliente
directamente hacia ella.
―Lo siento bebé, desearía tener una manta aquí para ti.
Ella extiende su mano sobre la ventila.
―Está bien, vamos a... ―se interrumpe y ve hacia el lago―. ¡Tus sacos
de dormir!
―Eh ―Veo hacia donde apuntan sus ojos―. ¿Qué?
Sus ojos contienen demasiada tristeza cuando me ve:
―Tus sacos de dormir todavía están en mi maletero. ―Ella solloza―.
Quería devolvértelos. Lo siento mucho.
Sus lágrimas vuelven a brotar y casi me río de lo ridículo de todo esto.
―Smoky ―beso las líneas saladas de sus mejillas―. Puedo comprar
más sacos de dormir.
―Pero…
Sacudo la cabeza.
―Sin peros. ―Mi pulgar recorre su piel de nuevo y tengo tantas ganas
de verla sonreír―. Puedo comprar una tienda entera de sacos de dormir.
Soy rico. ¿Recuerdas, bebé?
En lugar de sonreír, ella simplemente asiente como si estuviera
hablando en serio:
―Lo recuerdo.
Presionando un suave beso en su boca, decido que solo pasaré el resto
de la noche si me concentro en una tarea a la vez.
Y en este momento, es llevarnos a casa.
Mis ojos parpadean y me acurruco más al lado de Beckett, absorbiendo
más de su fuerza constante.
Beckett me abrazó toda la noche.
Después de salvarme la vida, me trajo de regreso aquí. Quitándome la
ropa de mi cuerpo entumecido, me ayudó a entrar en la ducha,
siguiéndome y lavando cada centímetro de mi piel, luego nos quedamos
juntos bajo el chorro de agua caliente y me abrazó mientras yo lloraba, y
él también lloró.
Y cuando apareció la policía, me tomó de la mano mientras le contaba
cada detalle. Desde las flores hasta el auto que aparentemente fue movido
y las cosas que el señor Olson gritó antes de que yo finalmente terminara
con su vida.
Beckett se puso furioso cuando lo dije así, afirmó que el señor Olson se
mató a sí mismo con sus acciones y yo me salvé con las mías.
Él tiene razón, sé que tiene razón.
Luego, cuando la policía finalmente se fue, Beckett me llevó hasta la
cama. No estaba segura de que fuera capaz de hacerlo (no soy liviana y
era un tramo entero de escaleras), pero cuando le dije que podía caminar,
me dijo que dejara de hablar.
Sonrío contra su costado e inhalo su aroma, dejando que me calme aún
más.
Anoche fue realmente horrible. Lo peor, pero si tenía que pasar, no hay
nadie a quien preferiría tener a mi lado. Ni anoche. Ni ahora. Ni mañana.
La idea de que él se vaya, de que Beckett finalmente compre su propia
casa y comience a dormir ahí, hace que mis hombros se tensen de
preocupación.
―¿Qué pasa? ―Su voz retumba contra mi oído, y suena como si
hubiera estado despierto por un tiempo.
Inclino mi cabeza hacia atrás para poder verlo.
―No quiero que te vayas.
Sus cejas se juntan y el brazo alrededor de mi espalda se aprieta.
―No iré a ninguna parte.
―Lo sé. Yo… ―mis dedos trazan un patrón en su pecho y su mano
libre se cierra sobre la mía, presionando mi palma sobre su corazón.
―¿Qué pasa?
Considero dar marcha atrás pero luego decido simplemente
preguntarlo. La vida es demasiado corta.
―¿Te mudarías conmigo? ―Sus ojos sostienen los míos―. ¿Aquí?
El costado de su boca se levanta, en un atisbo de sonrisa.
―¿Estás segura de que estás bien con eso?
Asiento con la cabeza.
―Bien, porque ya lo estaba planeando.
Mis propios labios forman la sonrisa más pequeña, la primera que
siento desde antes de que todo se fuera al infierno anoche.
―Bueno, eso fue más fácil de lo que pensaba.
―Estar contigo es lo más fácil que he hecho en mi vida.
Mi corazón se hincha:
―Te amo tanto.
Esa sonrisa arrogante ha vuelto.
―Bien ―repite, y pongo los ojos en blanco―. Ahora es momento de
levantarse.
―¿Qué? ¿Por qué? ―gimo, sabiendo que no tengo que ir a trabajar.
Alguien se puso en contacto con la directora anoche y cancelaron todas
las clases de hoy en la primaria Darling, para darles a todos un fin de
semana largo para decidir cómo vamos a lidiar con la muerte del señor
Olson.
A través de una especie de cadena de llamadas telefónicas, la directora
llamó al teléfono de Beckett (cuando los policías todavía estaban aquí
haciendo preguntas) para asegurarse de que yo estaba bien, y cuando
Beckett colgó la llamada, me informó que yo también estaría fuera toda la
próxima semana, en una especie de licencia remunerada que realmente
no quería tomar, pero creo que él necesita tiempo juntos tanto como yo.
Además, aprovecharé ese tiempo para empezar la terapia. No hace falta
ser un genio para saber que la voy a necesitar después de todo esto.
―Tengo que ir a buscar algunas cosas. ―Es la razón que me da Beckett.
Ante su obvia vaguedad entrecierro los ojos.
―¿Qué tipo de cosas? ¿Y por qué necesito levantarme para eso?
―Ya lo verás, y no te dejaré sola en casa, no hoy, así que ni siquiera
preguntes. ―Suspiro, pero no discuto―. Además, necesitas levantarte y
moverte. Te dolerá y lo mejor para eso es el movimiento.
Sé que en eso también tiene razón, porque los pequeños movimientos
que he hecho desde que me desperté hacen que mis músculos se tensen
en señal de protesta.
―Bien... ―Alargo la palabra.
―Buena chica ―el brazo alrededor de mi espalda se afloja y me golpea
el trasero.
Incluso con el cuerpo adolorido, una ligereza se posa sobre mis
hombros y salgo de la cama y me meto en la ducha.
Hay café, tostadas y analgésicos esperándome en el borde del fregadero
cuando cierro el agua, y cuando Beckett me acompaña fuera de casa, me
siento mayormente humana.
No sé cuándo sacó el barro de su camioneta, pero los asientos están
limpios y aprovecho su ayuda para subir al vehículo.
―Toma ―Beckett extiende mi teléfono y mis ojos se abren como platos.
Toco la pantalla y me sorprendo cuando se ilumina.
Alguien rescató mi bolso del auto anoche y cuando Beckett se lo quitó
al policía que lo trajo, estaba segura de que nunca volvería a funcionar.
―Bueno, que me condenen ―susurro, revisando todas las
notificaciones perdidas. Sé que Beckett habló con mi mamá esta mañana
temprano y que regresarán a Darling Lake (llegarán en uno o dos días),
así que no tengo que preocuparme por devolverles la llamada.
Ignoro todo lo demás y guardo mi teléfono en mi bolsillo mientras
Beckett enciende la camioneta y comienza a conducir. Todavía no me ha
dicho el plan para hoy, así que me sorprendo cuando se detiene frente a
la pequeña casa de Maddie unos minutos más tarde.
―¿Qué estamos haciendo aquí? ―le pregunto, mientras él me ayuda a
subir a la acera.
―Tú pasarás tiempo con Maddie, yo regresaré en unas horas.
Mis labios se abren para hacer más preguntas, pero entonces la puerta
principal de Maddie se abre de golpe y ella baja corriendo las escaleras
hacia mí.
―¡Lou! ―Maddie ya está sollozando y así como así mis ojos se llenan
de lágrimas nuevamente.
Todavía está a unos metros de distancia cuando Beckett levanta una
mano:
―¡Cuidado!
Maddie instantáneamente disminuye la velocidad, la advertencia de
Beckett le recuerda que me duele todo el cuerpo.
Maddie y yo nos abrazamos durante un largo rato en la acera, antes de
que Beckett insista en que entremos y cerremos la puerta.
Las próximas horas pasan entre una confusión de calorías y llanto.
Pasar tiempo con mi mejor amiga era exactamente lo que necesitaba
hoy, pero aún así me siento feliz cuando Beckett me llama para decirme
que está aquí.
Bajo los escalones hasta la acera con cuidado y me detengo a unos
metros de donde está Beckett con una expresión seria en su rostro.
―¿Qué...? ―Miro detrás de él―. ¿Dónde está tu camioneta? ¿Cómo
llegaste aquí?
Estirándose hacia atrás, acaricia el capó de un enorme, nuevo y
jodidamente caro todoterreno:
―Conduje tu auto nuevo.
―Tú... ―Mis ojos se abren―. Lo siento, ¿qué dijiste?
―Tu auto nuevo ―inclina la cabeza hacia el vehículo, como si la
respuesta fuera obvia.
―¡No puedo aceptar eso! ¡Míralo!
Él realmente lo ve y yo pongo los ojos en blanco.
―Es solo un auto, Elouise. Necesitas un auto.
―Eso no es solo un auto. Es... es... ¡un maldito autobús! ¡Y es muy caro!
―¿Y? ―Beckett se aleja de la acera, acortando la distancia entre
nosotros.
―Y, no puedo aceptar ese tipo de regalo de mi... novio.
Él asiente y luego saca una pequeña caja de su bolsillo:
―¿Y qué hay de tu esposo?
Un pequeño chillido sale de mis labios cuando Beckett se arrodilla ante
mí.
―Elouise Hall, no eres solo mi novia. Eres mi todo. Mi felicidad. Mi
sanidad. Mi hogar, y no puedo soportar que pase otro maldito día sin mi
anillo en tu dedo. ―Abre suavemente la caja de terciopelo y saca un zafiro
gigante unido a un brillante anillo de diamantes―. Smoky Darling, te
amo con cada centímetro de mi alma, y necesito que estés a mi lado desde
ahora hasta siempre. ¿Quieres casarte conmigo, por favor?
Mi corazón se acelera y las lágrimas corren por mis mejillas, pero no
necesito ni un segundo para pensar en mi respuesta.
―Por supuesto que sí.
―¡Beckett! ―grita su mamá desde el otro lado del césped por segunda
vez, y yo me río disimuladamente.
Él deja escapar un suspiro.
―Ríete, Smoky, ella también será tu mamá pronto.
―Comparada con la mía, tu mamá es un paseo por el parque.
Beckett resopla, pero no niega mi afirmación, y como si fuera una señal,
la risa de mi mamá atraviesa la fiesta y ambos ponemos los ojos en blanco.
Al verlo alejarse, levanto mi botella de cerveza y la presiono contra mi
sien.
―¿Te estás refrescando de la vista o del clima? ―bromea Maddie, pero
hace lo mismo con su lata de sidra fuerte.
―Ambos ―me río, luego gimo―, hoy realmente hace un calor infernal.
¿De quién fue la idea de celebrar una fiesta de compromiso al aire libre en
junio?
Las clases terminaron la semana pasada y nuestro verano ya está lleno
de planes, sin mencionar una serie continua de proyectos de
remodelación en los que Beckett ha estado trabajando desde que se mudó
oficialmente el día en que nos comprometimos.
Fiel a su palabra, lo primero que Beckett cambió fue el baño privado.
No solo recubrió la ducha con vidrio transparente, sino que también logró
reorganizar todos los accesorios para que la ducha ahora sea lo
suficientemente grande como para acomodar fácilmente a dos.
Y aunque también actualizó los baños de visitas, mis papás me
sorprendieron muchísimo cuando dijeron que ya no estacionarían su casa
rodante en nuestra entrada. Afirmando que como ya no vivo sola,
necesitaba privacidad. Como si la privacidad de una sola persona fuera
innecesaria. Así que ahora, cuando mis papás vienen a la ciudad, se
estacionan en el camino de entrada de los papás de Beckett.
No me molesto en ver hacia el frente de la casa. Sé que está ahí.
Realmente no debería sorprendernos que nuestras mamás reavivaran
su amistad. Tampoco debería sorprendernos que las dos insistieran en
organizar una fiesta de compromiso para nosotros.
Realmente hicieron un buen trabajo coordinando a los invitados y la
comida, incluso si el calor no coopera. James ha superado su actitud
acerca de que Beckett y yo estemos juntos, y con Tony, el hermano de
Beckett, de regreso en la ciudad para la fiesta, no se sabe en qué tipo de
problemas se meterán esos dos antes de que termine el día. También
asistieron algunos profesores de mi escuela, algunos de los empleados de
Beckett y, por supuesto, un montón de amigas de nuestras mamás.
Desde el otro lado del patio, Beckett me saluda para llamar mi atención
y me levanto para unirme a él.
Con su brazo alrededor de mis hombros, levanta su bebida y la
multitud se calla.
―En primer lugar, gracias a todos por venir. Es muy agradable tener a
nuestros amigos y familiares en un solo lugar. ―La gente levanta sus
bebidas en señal de acuerdo―. Y gracias a nuestros papás por organizar
todo esto. ―Suena un pequeño aplauso y ambas mamás hacen pequeñas
reverencias. Beckett me da una rápida sonrisa antes de continuar―: Y
estamos ansiosos por verlos a todos nuevamente el próximo mes.
Hay un momento de silencio antes de que mi mamá pregunte:
―¿El próximo mes? ¿Qué será el próximo mes?
Copio la sonrisa de Beckett:
―Nuestra boda.
Beckett y yo chocamos botellas y luego tomamos tragos largos mientras
nuestras mamás pierden la cabeza.
Marca un punto para el Team Stoleman.

Fin
Tomando otro sorbo de mi moca helado, veo mi teléfono mientras está
en el mostrador burlándose de mí.
Otro sábado por la noche que paso trabajando solo porque parece que
cada uno de mis empleados tiene más vida que yo.
―¡Bien! ―Golpeo mi taza y levanto mi teléfono. Mi dedo se cierne
sobre la pantalla, pero dudo―. ¡Ah! ¡¿Qué estoy haciendo?! ―Dejo el
teléfono en el mostrador.
No voy a llorar. ¡No voy a llorar!
Cierro los ojos y respiro lentamente por la nariz, dejando que el aire con
aroma a café me calme.
Otra inhalación lenta. Encuentro mi lugar feliz.
Sé por qué estoy haciendo esto. Hago esto porque me siento sola.
Porque quiero tener a alguien especial en mi vida. Alguien que se
preocupe por mí, y me abrace, y tal vez incluso toque mi vagina. Con su
cara.
Y lo hago porque después de aquella fiesta de compromiso del pasado
fin de semana apenas tengo un mes para encontrar una cita para la boda
de mi mejor amiga.
Exhalando, abro los ojos y, antes de que pueda dudar, por centésima
vez, levanto mi teléfono y hago clic en el botón. Activando mi perfil de
citas.
El pánico me invade.
Oh, Dios. Oh, Dios.
Dejo el teléfono sobre el mostrador y empiezo a caminar.
¡¿En qué estaba pensando?! ¡No estoy preparada para aplicaciones de citas!
*Ding*
Con las manos apretadas frente a mi pecho, me inclino sobre el teléfono
y leo la notificación en la parte superior de la pantalla.
Tienes una coincidencia.

Fin… otra vez.


Siguiente libro
Tengo una vida agradable: vivo en mi pueblo
natal, soy propietaria de la cafetería en la que
trabajo desde los 16 años.
Es cómoda.
Sobre el papel.
Pero estoy cansada de hacerlo todo yo sola.
Cansada de estar a cargo de cada decisión de mi
vida.
Quiero a alguien en quien apoyarme. Alguien
con quien pasar el tiempo. Sentarme con él.
Abrazar.
Y no quiero ir sola a la boda de mi mejor amiga.
Así que me inscribí en una aplicación de citas y acepté quedar con el
primer chico que me mandó un mensaje.
Y ahora aquí estoy, en el bar.
Solo que no es mi cita que acaba de sentarse en la silla frente a mí. Es
su papá.
Y santo infierno, es la definición de Zorro Plateado. Si un Zorro
Plateado puede ser ancho como una casa, tener ojos azules penetrantes y
tatuajes desde el cuello hasta la punta de los dedos.
Me da vibraciones de Lobo Feroz. Solo que, en vez de correr, me
sonrojo, y él parece como si quisiera comerme entera.
Darling, libro 2.

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