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I.-Introducción
III.-Epílogo
Queda expuesta la finalidad política de los escritos de Rivera Indarte, como los
de José Mármol, el cual ya hemos tratado.
Como resume Oropeza, “En sus escasos treinta y uno años pasó de la
adulación extrema a la figura del Hombre Fuerte, Juan Manuel de Rosas, al
odio desmedido, instigando el magnicidio contra el Tirano Rosas. Incluso se
animó con una Máquina Infernal en 1841. Con su afán, e intolerancia, la misma
que Juan B. Alberdi o Florencio Varela, llegó a preferir que flamee la enseña
francesa sobre la celeste y blanca, antes que la barbarie ‘rosista’. Para
ellos, San Martín escribiría “viles traidores”. Y sin embargo hasta hace no
mucho el principal teatro de Córdoba llevaba su nombre, un calle porteña y
cordobesa aún lo conmemoran, al igual que un barrio en la Docta. Mientras que
ninguna en Buenos Aires lleva a Facundo Quiroga, quien bregó por una
Constitución federal mucho antes de 1853, ni a Juan Bautista Bustos, héroe de
las Invasiones Británicas, quien se negó a usar los ejércitos criollos en las
guerras civiles, en 1820. Pequeños/Grandes errores/horrores de la vida
argentina”.
Rivera Indarte es expresión viva de cierta idiosincrasia de los políticos
democráticos argentinos que actualmente se verifica con asiduidad: la de los
llamados ‘panqueques’ que sin sonrojarse y por cuestiones o causas pueriles –
o económicas- no tienen empacho en decir y hacer lo contrario hoy de lo que
decían y hacían ayer. Sinónimo explícito de cuanta mediocridad y traición nos
circunda desde tiempos de nuestra independencia.
La finalidad política, sin mayores méritos literarios, apunta a la des-
argentinización de nuestra patria, de auto-infravalorarnos, de subestimarnos en
nuestras capacidades y posibilidades de desarrollo, de provocar un
debilitamiento de conciencia nacional y de sostener fuertemente un complejo
de inferioridad frente a otras naciones. Es más, a una idea de que no
merecemos ni existir como patria, porque pertenecemos a la ‘humanidad’….
Ello ha sido fortalecido a través de los años en la concepción política que
ataca a quienes han intentado defender nuestra soberanía política y económica
provocada en nuestras escuelas, colegios, universidades y órganos de prensa
con supuestos educadores bien pagados por quienes nos sojuzgan también
mentalmente.
Esto lo supo ver claramente Ernesto Palacio el cual pone los puntos a tratar de
restaurar la verdad histórica, necesaria para nuestro posterior desenvolvimiento
independiente.
Restauración histórica de la verdad de nuestro pasado que se hace necesario
ante el torrente de mentiras y falsedades impuestas por los vencedores de
Caseros, como Sarmiento, Mitre, Vicente Fidel López, José María Paz, José
Mármol y el referido en este trabajo: José Rivera Indarte, que además, de
mentiroso, fue un inmoral resentido, ladrón sumado a su mediocridad
intelectual que pone sobre la mesa su enorme complejo de inferioridad:
Solo conociendo nuestro real pasado podremos extendernos a un futuro
venturoso y libre de dictados de quienes obran en desmedro de nuestros
intereses como sociedad.
Hasta aquí el hemos intentado describir la vida y conducta sinuosa de Rivera
Indarte, pero hemos de conocer que este personaje no es más que un eslabón
de la cadena de traidores a nuestra patria, aliándose con quienes intentaron –e
intentan- someternos sea militarmente o económicamente.
Un resumen de estos políticos, funcionarios funcionales a ese logro y que se
sostienen unos a otro, se premian unos a otros, se conceden loas unos a otros
de un supuesto patriotismo inexistente, de virtudes inexistentes.
De tal modo, hemos querido concluir este trabajo con un enjundioso artículo –o
epitafio- en cuestión de aquel preclaro historiador, Ernesto Quesada, publicado
en el año 1939, allá lejos y hace tiempo, que condensa todo lo transcripto en el
presente trabajo:
“Los profesores de historia argentina en los establecimientos oficiales advierten
desde hace años, un fenómeno perturbador: la indiferencia cada vez mayor de
los alumnos ante las nociones que se le imparten. Es inútil que aquellos
engolen la voz, es inútil que apelen al patriotismo y pretendan comunicar a sus
oyentes un entusiasmo que juzgan saludable por las virtudes de Rivadavia y de
Sarmiento: consiguen, a lo sumo, un "succés d'estime".
“La historia que dictan NO INTERESA, interesa cada vez menos a la población
escolar. Este es el hecho indiscutible, que suele atribuirse corrientemente a la
influencia de doctrinas exóticas o al origen extranjero de gran parte de los
estudiantes. "¡Hay que apretarles las clavijas a estos hijos de gringos!" he oído
clamar de buena fe a un pedagogo, mientras aplicaba la represalia del aplazo.
Esto no mejora las cosas. El fenómeno no sólo subsiste, sino que se agrava.
“Si se tiene en cuenta que los estudiantes de historia argentina cursan el cuarto
año y son ya adolescentes con capacidad de razonar; si se tiene en cuenta que
esa es la edad en que la personalidad se forma y se definen las vocaciones,
dicha indiferencia adquiere una importancia excepcional. La interpretación
xenófoba, con sus consecuencias de solapada guerra civil, no puede
satisfacernos. No es verdad que nuestros muchachos, cualquiera sea su
origen, se desinteresen por las cosas que atañen a la patria. Están, por el
contrario, ávidos de verdades útiles y son sensibles a todas las influencias
inteligentes y generosas. ¡Hay que ver la atención apasionada con que siguen,
por ejemplo, cualquier explicación leal sobre nuestros problemas vitales, como
las comunicaciones internas o las vicisitudes de nuestro comercio exterior!.
Aquí toda indiferencia desaparece y la preocupación Patriótica se advierte en
la expresión reconcentrada de los músculos, en los gestos nerviosos, alusivos
a la urgencia de los grandes remedios.
“Si dicha indiferencia no puede atribuirse a la causa alegada, es indudable que
debe achacarse a la materia misma, tal como hoy se dicta.
“Sabido es que, aparte de la guerra de la independencia, enseñada con acento
antie-español, los motivos de exaltación que ofrecen nuestros manuales son la
Asamblea del Año XIII, con sus reformas ¡liberales!, el gobierno de Martín
Rodríguez, la Asociación de Mayo ¡tan intelectual!, las campañas "libertadoras"
de Lavalle, Caseros y —gloriosa coronación— las presidencias de Sarmiento y
Avellaneda. Cuestiones de límites, no las hemos tenido: somos pacifistas.
Guerra con Bolivia; pero ¿hubo tal guerra? En cuanto a la frontera oriental, es
obvio que el Brasil sólo se ha ocupado de favorecernos, y que si alguna
dificultad tuvimos, fue por culpa del "bárbaro" Artigas... Los alumnos se aburren
mortalmente; no "le encuentran la vuelta a todo eso". La historia argentina,
"telle qu'on la parte", no conserva ningún elemento estimulante, ninguna
enseñanza actual. Los argumentos heredados para exaltar a unos y condenar
a otros han perdido toda eficacia. Nada nos dicen frente a los problemas
urgentes que la actualidad nos plantea.
“Historia convencional, escrita para servir propósitos políticos ya perimidos,
huele d cosa muerta para la inteligencia de las nuevas generaciones. El trabajo
de restauración de la verdad, proseguido con entusiasmo por un grupo cada
vez mayor de estudiosos, no ha llegado a conmover la versión oficial, que
pronto se solemnizará en una veintena de volúmenes bajo la dirección del
doctor Ricardo Levene. Será sin duda un monumento; pero un monumento
sepulcral que encerrará un cadáver. No es posible obstinarse contra el espíritu
de los tiempos. Ante el empeño de enseñar una historia dogmática, fundada en
dogmas que ya nadie acepta, las nuevas generaciones han resuelto no
estudiar historia, simplemente. Con lo que ya llevamos algo ganado. Nadie
sabe historia, ni la verdadera, ni la oficial. No hay un abogado, un médico, un
ingeniero que (salvo casos de vocación especial) sepan historia. Y esto es
porque, en las lecciones que recibieron, sospechan confusamente la existencia
de una enorme mistificación.
“No entraré a considerar las causas que dieron origen a lo que llamo la versión
oficial de nuestra historia, ni la legitimidad de la misma, porque ello nos llevaría
a enfrentarnos con los problemas fundamentales del conocimiento histórico.
Diré solamente que dicha versión no se ha independizado, que sigue siendo
tributaria de la escrita por los vencedores de Caseros, en una época en que se
creía que el mundo marchaba, sin perturbaciones, hacia la felicidad universal
bajo la égida del liberalismo y en que no se sospechaban los conflictos que
acarrearía la revolución industrial, ni la expansión del capitalismo, clases, ni el
fascismo, ni el comunismo, ni la lucha de a citado comunismo. Impuesta por
Mitre y por López, tiene ahora por paladín al arriba citado doctor Levene, lo
que, en mi entender, es altamente significativo..
“Fraguada para servir los intereses de un partido dentro del país, llenó la misión
a que se la destinaba; fue el antecedente y la justificación de la acción política
de nuestras oligarquías gobernantes, o sea el partido de la "civilización". No se
trataba de ser independientes, fuertes y dignos; se trataba de ser civilizados.
No se trataba de hacernos, en cualquier forma, dueños de nuestro destino, sino
de seguir dócilmente las huellas de Europa. No de imponernos, sino de
someternos. No de ser heroicos, sino de ser ricos. No de ser una gran nación,
sino una colonia próspera. No de crear una cultura propia, sino de copiar la
ajena. No de poseer nuestras industrias, nuestro comercio, nuestros navíos,
sino entregarlo todo al extranjero y fundar, en cambio, muchas escuelas
primarias donde se enseñara, precisamente, que había que recurrir a ese
expediente para suplir nuestra propia incapacidad. Y muchas Universidades,
donde se profesara como dogma que el capital es intangible y que el Estado
(sobre todo el argentino) es "mal administrador".
“Era natural que, para imponer esas doctrinas, no bastara con falsificar los
hechos históricos. Fue necesario subvertir también la jerarquía de los valores
morales y políticos. Se sostuvo, con Alberdi, que no precisábamos héroes, por
ser éstos un resabio de la barbarie, y que nos serían más útiles los industriales
y hasta los caballeros de industria; y que la libertad interna (¡sobre todo para el
comercio!) era un bien superior a la independencia con respecto al extranjero.
Se exaltó al prócer de levita frente al caudillo de lanza; al "civilizador" frente al
"bárbaro". Y todo esto se tradujo a la larga en la veneración del abogado como
tipo representativo, y en la dominación efectiva de quienes contrataban al
abogado.
“Con ese bagaje y sus consecuencias —un pacifismo sentimental y quimérico,
un acentuado complejo de inferioridad nacional— nos encontramos hoy ante un
mundo en que todos esos principios han fracasado. La solidaridad universal por
el intercambio, que postulaba el liberalismo, se ha roto definitivamente. Vivimos
tiempos duros. El imperialismo del soborno ha sido suplantado por el
imperialismo de presa. Hay que ser, o perecer. ¿Cómo no van a sonar a hueco
los dogmas oficiales? ¿Cómo pretender que nuestros jóvenes se entusiasmen
con una "enfiteusis" u otra genialidad por el estilo cuando les está golpeando a
los ojos la realidad política de una crisis mundial, con surgimiento y caída de
imperios?
“Es la angustia por nuestro destino inmediato lo que explica el actual
renacimiento de los estudios históricos en nuestro país, con su consecuencia
natural: la exaltación de Rosas. Frente a las doctrinas de descastamiento, un
anhelo de autenticidad; frente a las doctrinas de entrega, una voluntad de
autonomía; frente al escepticismo, que niega las propias virtudes para disimular
las ajenas una gran fe en nuestro pueblo y en sus posibilidades. Las
condiciones del mundo actual demuestran que Rosas tenía razón y que las
soluciones de nuestro futuro se encontrarán en los principios que él defendió
hasta el heroísmo, y no en los principios de sus adversarios que nos han traído
al pantano moral en que hoy estamos hundidos hasta el eje.
“Basta lo dicho para expresar que la nuestra no es una posición simplemente
"historiográfica" y que nos interesan muy poco los pleitos por galletita más o
menos que puede plantear un doctor Dellepiane. Los hechos son conocidos, y
en este terreno la batalla ha sido totalmente ganada con los trabajos de
Saldías, Quesada, lbarguren, Molinari, Font Ezcurra, etc., que han puesto en
descubierto la mistificación unitaria. Lo más importante reside hoy, a mi
entender, en la interpretación y valorización de los hechos ciertos, en la forma
realizada por algunos de los citados y, principalmente, por Julio Irazusta en su
breve pero admirable "Ensayo". Nadie niega que Rosas defendió la integridad y
la independencia de la República. Nadie niega que esa lucha fue una lucha
desigual y heroica y que terminó con un triunfo para la patria. Nadie niega que
durante las dos décadas de su dominación, debió resistir a la presión externa
aliada con la traición interna y que, cuando cayó, había ya una nación
argentina. Contra estos altos méritos sólo se invocan objeciones "ideológicas",
promovidas por los "speculatists" que, al decir de Burke, pretenden adecuar la
realidad a sus teorías y cuyas objeciones son tan válidas contra el peor como
contra el mejor gobierno, "porque no hacen cuestión de eficacia, sino de
competencia y de título" (“Reflexions on French Revolution2, pág. 164).
“Frente a tal actitud, que implica —repito— una subversión de valores, se
impone previamente una restauración de los valores menospreciados. Si fuera
mejor, como opinaba Alberdi, la libertad interna que la independencia nacional;
si fuera moral-mente más sana la codicia que el heroísmo; si fuera más
deseable la utilidad que el honor; si fuera más glorioso fundar escuelas que
fundar una patria, tendría razón la historia oficial. Pero la filosofía política y la
experiencia secular nos enseñan que los pueblos que pierden la independencia
pierden también las libertades; que los pueblos moralmente envilecidos se
empobrecen; que los pueblos que pierden el honor pierden también el
provecho: Esto lo sabemos bien los argentinos. ¿Cómo no habríamos de volver
los ojos angustiados al recuerdo del Restaurador?
“Rosas representa el honor, la unidad, la independencia de la patria. Mirada a
la luz de principios razonables, la historia argentina nos muestra tres fechas
cruciales: 1810; el año 20, que vio la reacción armada contra la tentativa
colonizadora a base del príncipe de Luca, y la resistencia de Rosas contra una
empresa análoga, pero más peligrosa.
“Si después del ‘53 seguimos siendo una nación, a Rosas se lo debemos, a la
unión que se remachó durante su dictadura y que la ulterior tentativa
secesionista no logró quebrar. Esto lo han reconocido hasta sus peores
enemigos, empezando por el mismo Sarmiento.
“Siendo así, ¿cómo no guardarle gratitud, cómo no admirar su grandeza? Yo
creo que ésta es evidente y que quienes no la perciben padecen de
incapacidad para percibir la grandeza en general y permanecerían igualmente
impasibles —un Bismark o un Cromwell.
“Prueba de ello es que no pasa inadvertida a los observado-- res extranjeros
que se asoman a nuestra historia, como ocurre con el mejicano Carlos Pereyra
y con el alemán Oswald Spengler.
“La grandeza de Rosas pertenece al mismo orden que la reconocida por
Carlyle a Federico II de Prusia, quien "ahorrando sus hombres y su pólvora,
defendió a una pequeña Prusia contra toda Europa, año tras año durante siete
años, hasta que Europa se cansó y abandonó la empresa como imposible"
(Frederik the Great, T. 1, pág. 21).
“Alemania le levanta estatuas a su héroe en todas las ciudades. Por eso es
grande Alemania. Nosotros lo proscribimos al nuestro y tratamos de proscribir
también su memoria, mientras les erigimos monumentos a quienes entregaron
fracciones del territorio nacional y nos impusieron un estatuto de factoría.
Porque era ¡un tirano!... Es decir, porque tuvo que sacrificar toda su energía y
desplegar el máximo de su autoridad para salvar a la patria en el momento más
crítico de su historia; porque persiguió como debía a quienes se empeñaban en
fraccionar el territorio y no obtuvo otro premio que la satisfacción de haber
cumplido con su deber. Era, como dice Goethe, "el que DEBIA mandar y que
en el mando mismo encuentra su felicidad (Fausto, 2da. parte, 49 acto).
“La primera obligación de la inteligencia argentina consiste hoy en la
glorificación —no ya rehabilitación— del gran caudillo que decidió nuestro
destino. Esta glorificación señalará el despertar definitivo de la conciencia
nacional. Los tiempos están maduros para la restauración de la verdad, que
será fecunda en consecuencias, porque entonces la historia volverá a
despertar un eco en las almas, explicará los nuevos problemas y comunicará al
corazón de nuestros adolescentes un legítimo orgullo patriótico. Esto es lo que
hoy, trágicamente, falta.
“Los próceres de la historia heredada, los próceres CIVILES representan y
hacen amar (cuando lo consiguen) conceptos abstractos: la civilización, la
instrucción pública, el régimen constitucional. Rosas, en cambio, nos hace
amar la patria misma, que podría prescindir de esas ventajas, pero no de su
integridad ni de su honor” .
Decía don Julio Irazusta, refiriéndose a Juan Bautista Alberdi pero cuyas
palabras son aplicables a todos sus coetáneos como José Rivera Indarte, el
que tratamos en este trabajo, José Mármol y toda esa pléyade de seres
abominables que combatieron a su patria con la pluma y la palabra:
“Por el afán de fomentar el desarrollo material de cualquier, manera, aunque
fuese en provecho ajeno, del país como entidad colectiva abstracta, se sometió
a sus hijos como individuos a un tratamiento de recua trasladable, expulsable,
explotable, mestizable y domesticable a discreción. Y hoy la evolución
preconizada por Alberdi ha cumplido su ciclo de tal manera que la constitución
Para cuyo establecimiento se sacrificaron varias provincias y regalías
nacionales, o no se cumple, o se cumple en lo que no es beneficiosa para el
pueblo argentino; que el pueblo argentino ha trabajado para acumular riqueza y
su fruto capitalizado está en manos de la finanza internacional, que exporta su
renta anual y pide gratitud por esa riqueza que dice haber traído al país que ha
sangrado durante ochenta años sin piedad; que el país tiene teléfonos,
ferrocarriles, y todo el etc. de que hablaba Alberdi en la década que precedió a
la caída de Rosas, pero nada de eso es riqueza nacional, sino, por el contrario,
elemento de opresión económica (cuando no política ) del país, pues las tarifas
diferenciales enteramente arbitrarías fomentan o matan la industria naciente,
según convenga a los intereses de la finanza internacional: que los conatos
creadores de industria nacional, si han pasado inadvertidos hasta lograr éxito,
son a posteriori saboteados miserablemente por la colaboración entre el Estado
colonial y los altos organismos financieros internacionales que dominan a
aquél, para acreditar la noción de que el criollo no sirvió, no sirve, ni servirá
jamás como administrador eficiente de un organismo técnico moderno, y
hacerlos volver al control de que habían escapado; y si son advertidos en el
comienzo, el sabotaje les entorpece la marcha antes que se afiancen; que en
suma, el pueblo argentino ha sido llevado a la opresión bajo la bandera de la
libertad”.
Esto fue escrito en 1939. Como se puede apreciar ‘nihil novum sub sole’.
Todavía el Revisionismo Histórico sigue lidiando, batalla tras batalla –de una
guerra cultural se trata- por hacer emerger toda la verdad de lo sucedido, hasta
hoy en nuestra patria, del barro putrefacto, del pozo oscuro de la falsedad y
mentira histórica que nos envuelve y nos corroe. Porque no debemos olvidar
que el estudio concienzudo y verídico del pasado es algo actuante y que
sustenta nuestro presente, como señalaba con acierto José Ortega y Gasset.
Toda responsabilidad de antaño y hogaño recae como un hilo conductor en los
vencedores en la Banda Oriental (1851), Caseros (1852), Pavón (1861),
Paysandú (1864/65), y la Guerra del Paraguay (1865/70): estertor y lápida final
de nuestra Patria Grande soberana...
Joaquín Díaz de Vivar, Abogado y profesor de derecho político, afirmaba con
verdad que "La historia del País Argentino aún no ha sido escrita; la que corre
corno oficial u oficiosa, no es sino un alegato realizado por hombres que fueron
autores del drama, antes de convertirse en autores de su historia. Y es así que
el juicio por ellos emitido se resiente por la pasión que resuman sus plumas,
esgrimidas como ardientes espadas flamígeras, con las que intentan impedir el
advenimiento al sitial de honor de sus adversarios del pasado, por justo que
ello fuera" .
Y nuestra historia de cartón con verdades axiomáticas, según Mitre, que es
quien le dice a Ernesto Quesada que aquellas no se rehacen, son definitivas.
Saldías menciona que con ello Mitre negaba la posibilidad de nuevas
investigaciones. Caso cerrado. Lo dicho era inmutable así como los próceres
erigidos bajo esos conceptos, entre ellos el inefable Rivera Indarte.
Así la mistificación de la historia en la que literariamente Rivera Indarte era un
hábil propugnador desde Montevideo, nos lleva a escuchar a Bartolomé Mitre
que le dice a otro falseador completo de nuestra historia Vicente F. López: “los
dos, usted y yo, hemos tenido la misma predilección por las grandes figuras, y
las mismas repulsiones contra los bárbaros desorganizadores como Artigas, a
quienes hemos enterrado históricamente”. Confesión que no ha hecho mella en
la hipocresía liberal que tiende a olvidar esas confesiones.,
Lamentamos decirle a Mitre que sus intenciones no se cumplieron; que a él, a
Vicente F. López, a Rivera Indarte, a Mármol, solo un grupúsculo de ‘galerudos’
hoy lo recuerdan, mientras que a Artigas, es recordado y rememorado por
todos los pueblos de América.
Del mismo modo Sarmiento en 1845 decía que su Facundo “era una obra
improvisada, llenas de inexactitudes, a designio a veces” [diríamos que
siempre] “y que no tiene otra importancia que la de ser uno de los tantos
medios tocados para ayudar a destruir a un gobierno absurdo”. ‘Ideología’ en
su más claro desarrollo. La mentira diáfana como medio de obtener la
colonización de nuestra patria.
Esta confesión –una más- fue la base de la historiografía enseñada y repetida
hasta el hartazgo como un mantra. en escuelas, colegios.
Sin tanto decoro y como un ‘sincericidio’, nuestro miembro de la Corte de
Justicia y Vicepresidente de la Nación, y asesino intelectual de Manuel
Dorrego, no tuvo empacho en declarar muy orondo que “Si apra llegar es
necesario envolver la impostura con los pasaportes de la verdad, se embrolla; y
si es necesario mentir a la posteridad se miente y se engaña a los vivos y a los
muertos”. Entiendo que pocas frases en resumidas palabras dan una definición
del concepto de’ ideología’ como la presente, tan a contramano de la realidad
histórica y del bien de nuestra patria. Por supuesto el liberalismo de hoy hace
silencio sobre esto configurando con ello un fraude más en el relato de nuestra
historia.
Como bien decía nuestro Julio Irazusta, (con sus sólidos argumentos,
señalando también las contradicciones perennes de los Unitarios devenidos
hoy en liberales), “los impugnadores del dogma religioso pretendieron, instaurar
un dogma histórico y político. Sacaban el dogmatismo de las materias en que
es viables, las de los universales, para aplicarlo a la de lo particular y
contingente”. Curiosa contradicción que el materialismo doctrinario ha intentado
ocultar y que no ha sabido salvar.
Pero de esa lápida que nos corroe, según hemos dicho arriba, como de toda
lápida, se puede resucitar cristianamente….que no se confíen aquellos a los
que les quepa el sayo.
Cuando “venga algún criollo en esta tierra a mandar” (José Hernández-‘ Martín
Fierro’- 358), será tiempo de la resurrección de nuestra patria, en lo político,
territorial y cultural, Dios mediante.
***
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