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Estudio preliminar

Olga Fernández Latour de Botas

Ubicación
Si lo consideramos de acuerdo con su intención inicial -como producción
periodística de un supuesto gaucho «metido a gacetero»- El Torito de los
Muchachos constituye una muestra más de ese fenómeno característico de la expresión
rioplatense que es el verso «gauchesco» de propaganda política. Por ello su presentación
en nuestra época no puede eludir un estudio preliminar en el que se consideren en sus
plurales dimensiones los dos términos de esa fórmula de tan vasta repercusión en la
cultura de esta parte de América: por una parte lo relativo a su condición de «verso
gauchesco» y por otra lo atinente a su función de «propaganda política».
Sin embargo, la revisión de la colección completa del periódico nos muestra que,
con frecuencia cada vez mayor a medida que avanzamos en ella, aparecen también
en El Torito de los Muchachos composiciones que se alejan completamente de las
características de lo «gauchesco» e incluso de lo «popular», como que son generalmente
sátiras donde se atribuyen a personas de extracción urbana -de conocida ilustración
muchas de ellas- y, en otros casos, a extranjeros, cartas, remitidos, testamentos, etc. Por
esta razón debemos distinguir, además, en el contenido de El Torito de los Muchachos,
esas piezas no gauchescas que, funcionalmente, buscaban los mismos fines que las
supuestamente escritas por gauchos: la exaltación de la causa federal «neta» y el
descrédito de todo lo que le fuera contrario.
Esta pluralidad de voces y entonaciones que advertimos en las páginas de El Torito
de los Muchachos nos obliga a reiterar aquí una aserción que hemos esbozado en otra
parte1 y a cuyo análisis pensamos destinar algunas páginas futuras: la génesis de la
«poesía gauchesca» está mucho más cerca del teatro que del libro. Y otra cosa aún: en
sus comienzos, los personajes «gauchos», reconocibles por su habla «campestre»,
diferenciada de la urbana, entablaban diálogos, dirigían o escuchaban «relaciones»,
enviaban cartas y postas, en resumen, compartían situaciones con otros personajes de
también diferenciada expresión lingüística: portugueses (americanos o peninsulares),
«gallegos» (es decir, españoles de cualquier región), «gringos» (o sea europeos en
general, no ibéricos), «cajetillas» urbanos, clérigos con sus latines y negros con su jerga
característica. Es que tanto era el teatro «espejo de la vida», según rezaba el lema de la
Casa de Comedias, como, a la inversa, la vida misma de los habitantes del Río de la
Plata era teatro colorido y permanente de una mezcla de razas y de culturas que no
llegaría a ser combinación sino tras haber pasado por el fuego de muchas luchas no
siempre incruentas, lamentablemente.
El carácter teatral del periodismo satírico fue admitido y confeso ya hacia 1822 por
el padre Francisco de Paula Castañeda y bien lo advierte su biógrafo Arturo Capdevila
cuando dice: «Así fue como levantó finalmente Castañeda, a la faz de Buenos Aires, el
teatro de su periodismo en llamas; verdadero teatro, según él mismo acabó por
entenderlo el día que sus periódicos llegaron a seis y lo dijo de este modo: 'Los seis
periódicos componen un poema épico, por consiguiente son periódicos de otro orden. O
más bien diré que son un poema de nueva invención, o una comedia en forma de
periódicos'»2.
En la época de El Torito de los Muchachos, el periodismo de combate, tanto federal
como unitario, recogió íntegra la tradición «gauchi-zumbona» ya patente en El amor de
la estanciera3 y consagrada por Bartolomé Hidalgo en sus diálogos y relaciones, le
agregó la vehemencia política del padre Castañeda y lo adornó con la colorida presencia
de cuanto tipo humano y socio-cultural pisaba las márgenes del Plata. Así surgió esa
producción desordenada e hiriente pero plena de fuerza testimonial, de la cual El Torito
de los Muchachos es una buena muestra. Por otra parte, es oportuno recordar, como lo
hace Raúl H. Castagnino4, que en la época del Directorio de Pueyrredón se había
fundado en Buenos Aires la Sociedad del Buen Gusto en el Teatro, entidad destinada
oficialmente a fomentar la creación dramática bajo el lema: «El teatro es instrumento de
gobierno».
Dicho ya que, a nuestro parecer, la «literatura gauchesca» nació como expresión
caracterizadora de uno de los «tipos» que actuaban en esa especie de «comedia del arte»
rioplatense (cuya escena era la calle y cuyos «papeles» eran distribuidos por el
periodismo de la época), y dicho también que, en el caso de El Torito de los
Muchachos, no importa tanto en cantidad y calidad lo estilísticamente gauchesco como
el carácter funcional de elemento de propaganda política que ello tenía, no es ocioso
acotar ahora una corta referencia a los antecedentes del verso de propaganda política en
la literatura popular rioplatense anterior a 1830.

El verso de propaganda política


El chispeante género satírico que heredamos de España encontró en las tierras de
América campo propicio para un florecer nuevo, alentada su musa juguetona -y a veces
terrible- por la rivalidad pronto perceptible entre los españoles peninsulares y los
«mancebos de la tierra».
Las invasiones inglesas dieron pie, así, a la producción de composiciones en verso
de factura no popular, pero de tanta mordacidad y gracia como las posteriores que
asumieron la peculiar expresión que llamamos «gauchesca». Muestra de ellas son
las Cuartillas al Marqués de Sobremonte por su fuga al interior durante las invasiones
inglesas y el soneto cuyo primer verso reza «Señor Marqués ¿Qué dice vuecelencia?»,
glosado en octavas, que hemos publicado antes de ahora y cuyo manuscrito se conserva
en el Archivo General de la Nación5.
Producción sin duda numerosa aunque lamentablemente no rescatada sino en
mínima parte, la de poesía satírica para el consumo popular inspirada por las guerras de
la Independencia ha dejado muestras tan aisladas como significativas. Tal es la famosa
glosa en décimas al tema: «Ahí te mando, primo, el sable / No va como yo quisiera / de
Tucumán es la vaina / y de Salta la contera»6, y otra glosa morfológicamente semejante
a la antedicha, que hallamos entre los manuscritos de la Colección Gutiérrez 7, sin
indicación de autor, cuyo tema se expresa en cuatro versos de corrección innegable: «De
San Martín valeroso / el coraje en la pendencia / y de nuestro Director / la conocida
prudencia», pero cuyas décimas glosadoras arden en humor criollo y oportunos, aunque
irreverentes eufemismos contra el General Osorio, aquel que «[...] en la disparada / iba
diciendo: -Oiga el diablo / y parecía retablo / con la casaca bordada».
Habituado el público de Buenos Aires y del interior a solazarse con este medio
eficaz y cautivante de la propaganda rimada, fácil es comprender que, finalizadas las
luchas por la emancipación nacional, los vaivenes políticos del país en trance de
organización dieron motivo y ocasión para asegurar la continuidad del género. Y aquí es
donde empieza a adquirir trascendencia la literatura que adopta la convención
«gauchesca», es decir, la que hace hablar o cantar a gauchos en un lenguaje que
intensifica las particularidades del de su conversación común. Ésta, por una parte daba
fe de la condición americana del autor, por otra resguardaba su anonimato tras las
arquetípicas figuras campesinas ya consagradas por un embrionario proceso de
tradicionalización, y por otra contrarrestaba -con la libertad de uso de formas tanto
arcaicas como nuevas, de léxico tanto rural como urbano, orillero o foráneo 8, de temas
tanto vigentes como históricos a que la autorizaba, en función de arma política, el
heterogéneo patrimonio cultural del habitante de las costas del Plata-, la mesurada y a
veces francamente desabrida producción de las élites intelectuales urbanas.
Sin embargo, fue entre esas mismas élites que se encendieron las llamas de una
literatura y especialmente de una poesía entregada de lleno al combate: tales las que
emanaban de El Argos de Buenos Aires (1820-1822), El Centinela (1822-1823), El
Espíritu de Buenos Aires (1822) y posteriormente El Duende de Buenos Aires (1826-
1827) y en particular El Tiempo (1828-1829) y El Pampero (1829), los periódicos del
grupo unitario compuesto por Juan Cruz, Jacobo, y Florencio Varela, y Manuel
Bonifacio Gallardo y Planchón sobre todo.
Entre el 19 de agosto y el 24 de octubre de 1830, fecha de la publicación de El
Torito de los Muchachos, la situación política interior y exterior daba buenos temas para
el verso de propaganda política, sobre todo si tenemos en cuenta que, pese a haber
desaparecido ya por entonces en Buenos Aires El Mártir o Libre, último periódico no
incondicionalmente gubernamental, El Corazero, en Mendoza, El Serrano y La Aurora,
en Córdoba y El Arriero Argentino, en Montevideo, todos de tendencia unitaria, no
escatimaban burlas ni invectivas contra el partido gobernante en Buenos Aires y sus
adeptos9.

Un momento de la historia argentina: de agosto a


octubre de 1830
Es imposible ubicar un momento histórico sin hacer referencia a los hechos que, a
veces desde mucho tiempo atrás han gravitado en la opinión de los hombres y de los
pueblos hasta desencadenar procesos incontenibles, escisiones y luchas cuya violencia
parece acumular todas las violencias sofocadas por años o por siglos.
El caso de este brevísimo lapso de la historia argentina que se centraliza en Buenos
Aires entre los meses de agosto a octubre de 1830 no constituye una excepción a dicha
regla y sería imprescindible tener cuenta detallada de todos los acontecimientos
mediatos e inmediatos que presionaban entonces a la dividida y convulsa población
porteña. Afortunadamente, una bibliografía historiográfica tan erudita como amplia se
halla a disposición del lector que desee ahondar en las circunstancias, los hechos y los
personajes que figuran en El Torito de los Muchachos.
Hemos dicho circunstancias, hechos y personajes porque en el periódico se
reflejan claramente los distintos grados de incidencia que en todo momento tenía cada
uno de estos elementos en el devenir de la sociedad donde gravitaban.
Las circunstancias constituyen el marco más general.
Por la ley del 18 de agosto de 1827 había desaparecido el Poder Ejecutivo ejercido
por un presidente y se había declarado disuelto el Congreso Nacional. La gestión de los
intereses generales pasaba así al gobernador de la Provincia de Buenos Aires, restaurada
en sus instituciones. El 12 del mismo mes la ya instalada Junta de Representantes había
elegido gobernador a Manuel Dorrego, el más brillante tribuno del partido federal. «La
época es terrible», dijo Dorrego al asumir el cargo. Efectivamente, las potencias
extranjeras acosaban los territorios del Río de la Plata: Brasil, con sus pretensiones
sobre la Banda Oriental; España, con sus intentos de reinstalar aquí su monarquía;
Francia e Inglaterra, en expectante y no desinteresada actitud. En el interior, los
caudillos provinciales exigían una política sumamente hábil para mantener la paz y en
Buenos Aires el partido unitario que había apoyado la gestión de Rivadavia, no
claudicaba en su intento de volver al poder. El regreso de las tropas tras el pacto
celebrado con el Brasil, por el cual se declaraba independiente a la provincia cisplatina,
fue un factor de descontento hacia el gobierno de Dorrego, pues aparentemente
quedaban así malogrados sus esfuerzos. Aprovechando ese momento, el 1.º de
diciembre de 1828 se llevó una revolución en la que los ex-colaboradores de Rivadavia
comprometieron al general Juan Lavalle.
Lo trágico del momento fue el posterior fusilamiento del coronel Dorrego en
Navarro, el 13 de diciembre, por orden de Lavalle, según sus conocidas palabras, pero
por instigación del grupo rivadaviano, en especial de Juan Cruz Varela y de Salvador
María del Carril.
La trascendencia de ese acto, triste desde el punto de vista humano y grave desde el
institucional, fue tan grande que signó toda la acción posterior de Lavalle, quien, electo
gobernador de Buenos Aires por sus partidarios, había asumido el cargo el mismo día de
la revolución abriendo el camino para la implantación de los actos dictatoriales que a
partir de ese momento se cometieron.
Ante las insuperables dificultades que debía vencer en el orden interno y externo,
Lavalle decidió pactar con Rosas. Así se hizo en la Convención de Cañuelas y el Pacto
de Barracas, el 16 de junio y el 24 de agosto de 1829, respectivamente. En este último
se decidió nombrar gobernador provisorio al general Juan José Viamonte, quien debía
reunir una nueva Junta de Representantes con diputados elegidos por Rosas y Lavalle.
Fue un momento de suma confusión y Lavalle, abandonado y hostilizado por sus
propios partidarios, además de depositario del odio de los federales, debió emigrar a
Montevideo.
Viamonte, por indicación de Rosas, resolvió restaurar la Junta de Representantes
que había elegido gobernador a Dorrego. Y este cuerpo, bajo la presidencia de Felipe
Arana, eligió gobernador de la provincia a Juan Manuel de Rosas, confiriéndole el
grado de brigadier, el título de Restaurador de las Leyes y otorgándole las «facultades
extraordinarias» que le daban libertad de acción para hacer frente a las circunstancias,
ciertamente extraordinarias, en que se encontraba el país.
La asunción del mando por parte de Rosas fue apoteósica. Representaba al pueblo
de la campaña, puesto que aun siendo un rico hacendado, se había «hecho gaucho»,
según sus palabras, y se había constituido en defensor de sus intereses. Para los
habitantes de la ciudad no comprometidos ideológicamente con el unitarismo, era una
esperanza de orden y lo aceptaron con alivio.
Sin embargo, en 1830 la situación no era todavía segura para Rosas. En el interior,
José María Paz había derrotado a Quiroga en La Tablada (23 de junio de 1829) y
Oncativo (25 de febrero de 1830) y logrado consolidar el movimiento unitario: las
provincias de Córdoba, Catamarca, Santiago del Estero, Salta, Tucumán, La Rioja,
Mendoza, San Luis y San Juan se unieron en una alianza defensiva y ofensiva denomina
da Liga Unitaria o Liga del Interior, cuyos convenios fueron firmados en la ciudad de
Córdoba el 31 de agosto de 1830.
Así las cosas, El Torito de los Muchachos no refleja en sus páginas tanto las
circunstancias del momento, que eran aún inciertas, como las del pasado, para mantener
latente en la memoria de sus lectores el recuerdo de los errores cometidos por los
unitarios, los males procedentes de España y las virtudes de Rosas, en torno de quien
incita de modo permanente a la unión.
El problema del interior era voluntariamente dejado de lado pues muy pocas veces
se menciona a Paz que, en esos momentos, se hallaba planificando su estrategia futura.
Así lo dice la cuarteta del n.º 10: «Mira que está Paz / En observación / Porque paz no
tenga / La Federación». No ocurre lo mismo en otros periódicos y hojas sueltas de Luis
Pérez, cuando ya Paz ha sido boleado y hecho prisionero, es decir, cuando se ve
disminuido el peligro. A pesar de que Facundo Quiroga fue recibido con calidez en
Buenos Aires por orden del gobernador, el 11 de marzo de 1830, el periódico no lo
menciona ni elogia en especial. Parece evidente que la adhesión de Pérez estaba
exclusivamente dedicada a Juan Manuel de Rosas, entre los vivos, y a Manuel Dorrego,
entre los muertos.
¿Cuáles son los hechos a que se hace referencia en El Torito? En homenaje a la
brevedad, podemos enumerar los más importantes: la revolución del 1.º de diciembre,
los fusilamientos de Dorrego y del sargento mayor Mesa, los antecedentes del tiempo de
Lavalle en cuanto a confinamiento de prisioneros en los buques de guerra, la
intervención del cónsul francés en lo referente al batallón de los Amigos del Orden, lo
cual guarda relación con la actitud del comandante de la Estación Naval Francesa en el
Río de la Plata, vizconde de Venancourt, y su acción contra buques leales al gobierno de
Lavalle, etc., entre los del pasado. Entre los hechos «del día» se encuentran los
confinamientos de personajes unitarios en el pontón Cacique, el exilio de otros, las
contiendas periodísticas con publicaciones unitarias del interior y exterior y con otras
federales de Buenos Aires, la sátira permanente referida a la manera de vestir, peinarse,
actuar, hablar y bailar de los unitarios, la cuestión de los moños y divisas, el episodio
del secuestro de la goleta Sarandí por parte de Leonardo Rosales en la noche del 15 al
16 de setiembre de 1830, y otros.
Lo más complejo ha sido tal vez la individualización de los personajes a los cuales
se refiere el periódico mediante apodos, ya que, lo que para el público de entonces sería
cosa familiar, para nosotros constituye en muchos casos un verdadero enigma. Pese a
ello y con el aporte de referencias de otros periódicos y documentos hemos podido
identificar algunos10.

Periodismo, periódicos e imprentas de la época


Como ya se ha dicho, el periodismo constituía una de las armas más poderosas con
que los jefes de partidos contaban en la lucha ideológica que signa este momento de la
historia argentina.
Sus características básicas, desde el punto de vista legal, están estipuladas en el
viejo Reglamento propuesto por el deán Gregorio Funes el 22 de abril de 1811 y
aprobado por la Junta. Allí se defendía la libertad de prensa, se abolían los juzgados de
imprenta y la censura de las obras políticas (artículo 2), mientras que sólo persistía la
censura eclesiástica (artículo 6). La anonimia característica de la mayor parte de estos
escritos estaba avalada por el cumplimiento parcial del párrafo que indica que «los
autores no están obligados a poner sus nombres en los escritos que publiquen, aunque
no por eso dejan de estar sujetos a la misma responsabilidad. Por tanto deberá constar el
impresor, quién sea el autor o editor de la obra, pues de lo contrario sufrirá la pena que
se impondría al autor o editor si fuesen conocidos» (artículo 7). Asimismo se
determinaba que debía constar en todo impreso el lugar y el nombre de la imprenta.
Muchas veces se consignaba también la dirección de la misma.
Esta cuestión de la anonimia de los papeles públicos (periódicos, folletos, hojas
sueltas, etc.) no sólo trajo el inconveniente de convertirlos en enigmas para estudiosos,
sino también el de suscitar sonadas querellas entre los interesados y quienes se sintieran
tocados por sus escritos11.
El Reglamento de 1811 tuvo larga vigencia. Constituyó la base del decreto sobre
«libertad de imprenta» dado por los triunviros Paso, Sarratea y Chiclana el 26 de
octubre de ese mismo año, fue mantenido por la Asamblea de 1813, por los Estatutos
Provisionales y por los Congresos de 1816 y 1819, y fue sostenido por Rivadavia en sus
principios fundamentales aun cuando durante su ministerio, con motivo de un artículo
de El Argos, considerado ofensivo contra su persona por el gobernador de Córdoba,
Juan Bautista Bustos, se acordó, por primera vez, que el ministro mandaría en proyecto
de ley a la Honorable Junta de Representantes la formación de un código completo de
imprenta «que no sólo fuese un ensayo protectorio como el que por el momento rige,
sino que también fuese extensivo a las leyes penales que se echan de menos en él».
Efectivamente, el 25 de setiembre de 1822 la Junta de Representantes dio un decreto en
el cual se fijaron normas para deducir acción contra cualquier abuso cometido por la
prensa.
¿Qué había pasado entonces para que se intentara poner coto a esa desenfrenada
libertad de expresión que parecían sostener las palabras de Manuel Belgrano cuando
expresó que sólo temían a la prensa libre «los déspotas, los tontos o los tímidos»?
Es que por esos años se había desatado una verdadera «guerra de papeles», con más
de veinte periódicos a favor del gobierno y otros tantos en contra, entre ellos las
terribles producciones del padre Castañeda.
La buscada «prensa libre», defensora de los ideales americanos de la emancipación
que quisieron los primeros gobiernos patrios, vio crecer a su lado, en pocos años, un
retoño punzante, de fuerte sabor regional, lo que podemos llamar la «prensa de
barricada», una prensa satírica que fue utilizada por unitarios y federales como poderoso
elemento de propaganda. Lo patriótico afloraba en ella toda vez que la Nación se veía
amenazada por enemigos extranjeros, como en el caso de la guerra con el Brasil, pero su
campo de acción más permanente se situaba en las luchas internas entre unitarios y
federales, los dos grandes partidos dominantes en la época.
El coronel Dorrego, editor de El Tribuno, uno de los periódicos «serios» más
violentamente opositores a la gestión del presidente Rivadavia, admitía claramente la
positiva acción debilitadora de la opinión pública que tales formas de periodismo podían
ejercer. Y por ello, electo gobernador de Buenos Aires, al ver arreciar contra su
gobierno la guerra periodística -que sistemáticamente encabezaban El Tiempo, de Juan
Cruz Varela, Florencio Varela y Manuel Bonifacio Gallardo, y la nutrida familia de El
Diablo Rosado, todos del francés Luis Laserre-, en el deseo de «mantener el orden»,
según expresa, dicta el 8 de mayo de 1828 la ley sobre libertad de imprenta, donde
reglamenta la de octubre de 1822. Allí, entre otros conceptos, se declara que «son
abusivos de la libertad de imprenta los impresos que exciten a sedición o a transformar
el orden público, a desobedecer las leyes o las autoridades del país, los que aparezcan
obcenos, extraños a la moral u ofensivos del decoro y de la decencia pública, los que
ofendan con sátiras e invectivas el honor y reputación de algún individuo o ridiculicen
su persona o publiquen defectos de su vida privada, designándole por su nombre y
apellido o por señales que induzcan a determinarlo, aun cuando el editor ofrezca probar
dichos defectos» (artículo 1). El artículo 2 establecía que no estaban comprendidos en el
artículo anterior los impresos que sólo se dirigieran «a denunciar o censurar actos u
omisiones de los funcionarios públicos en el desempeño de sus funciones».
Las penas aplicables a los infractores a dicha ley iban desde quinientos a dos mil
pesos de multa, prohibición de escribir durante cuatro meses y confinamiento desde
cuatro meses a un año en un lugar de la campaña.
Semejante severidad no sólo debería silenciar los excesos de los periodistas
unitarios sino también de los federales que con Causa célebre de Buenos Aires, de
Ramón Anchoris, La Espada Argentina, de José María Márquez, y otros periódicos,
equilibraba en su osadía la balanza de esta fogosa contienda entre papeles.
Rosas se sirvió tempranamente de la prensa como factor de su acción
propagandística. Tal vez la primera muestra de esto la tenemos en su carta a Estanislao
López escrita en la estancia de Rodríguez el 19 de diciembre de 1828, tras el
fusilamiento de Dorrego, en cuyo párrafo final dice: «Es conveniente que las prensas no
se ocupen en el día de otra cosa que de este suceso, y que manden fuerza de ejemplares
de lo que se trabaja para que corran en la campaña [...]. Esto no olvide usted, pues es
una de las cosas que más conviene».
Ya en el poder, no ocultó su actitud acerca de la prensa opositora a Dorrego y el 24
de diciembre de 1829 la Junta de Representantes resolvió mandar hacer una
demostración pública contra los periódicos dados a luz desde el 1.º de diciembre de
1828 hasta el 24 de junio de 1829. En su parte dispositiva se declaraban «libelos
infamatorios y ofensivos de la moral y decencia pública todos los papeles dados a luz
por las imprentas de esta ciudad, desde el 1.º de diciembre de 1828 hasta la convención
del 25 de junio último, que contengan expresiones infamantes o en algún modo
injuriosas a las personas del finado gobernador de la provincia, coronel don Juan
Manuel Dorrego, del comandante general de la campaña, coronel don Juan Manuel de
Rosas, de los gobernadores de las provincias, de los beneméritos patriotas que han
servido a la causa del orden, a los ministros de las naciones amigas, residentes en ésta, o
de cualquier otro ciudadano o habitante de la provincia».
Constituido el organismo clasificador, los papeles considerados culpables, entre los
que se encontraban algunos ejemplares de La Gaceta Mercantil, fueron quemados
públicamente, el 16 de abril, en el portal de la Cámara de Justicia.
Así las cosas, en la segunda mitad de 1830 no se publicaba en Buenos Aires ningún
periódico opositor al gobierno, lo que halla su explicación en las circunstancias de
excepción que vivía el país.
Fue entonces cuando, según lo recuerda Avelina Ibáñez 12, aparecieron, en los
números 1650, 1653 y 1657 de La Gaceta Mercantil, tres Diálogos de los muertos, de
Pedro de Angelis, donde se satirizaba a los periódicos que fueron surgiendo y muriendo
en el turbulento período de 1826 a 1829.
Naturalmente tiene importancia, en relación con el periodismo de la época, el
conocimiento de las imprentas y aun, en lo posible, del nombre de los impresores puesto
que ellos debían incluso, como se ha visto, afrontar la responsabilidad de los «juicios de
imprenta» en caso de no darse a conocer el nombre del autor o editor del impreso
sancionado.
Ricardo Piccirilli apunta que «en 1833 había cinco imprentas en Buenos Aires: la
del Estado, administrada por Pedro de Angelis, a cuyo cargo corría también la de la
Independencia, la de La Gaceta Mercantil de los señores Hallet y Cía., la Argentina, a
cargo de Pedro Ponce, la del Comercio de los señores Chapman y Cía., y la Litografía
de Bacle a cargo de José Álvarez por haber tenido que salir del país su dueño. Al año
siguiente se agregaron otras imprentas, como la Republicana, la de La Libertad y de
Compilación, que era de D. José María Arzac, y la de los Dos Amigos. Además de la
Litografía de Álvarez (Bacle) había otra, la Litografía Argentina. En 1833 y 1855 son
múltiples las imprentas que aparecen y a poco desaparecen, aunque las mencionadas
siguen subsistiendo, casi todas ellas. En el postrero de esos años había diez imprentas y
dos litografías»13. Entre las primeras cita luego a la Republicana, de Saturnino Martínez.
Pese a esta referencia, es indudable que la existencia de la Imprenta Republicana en
Buenos Aires no data de 1834 puesto que en ella se publican papeles anteriores a esa
fecha como El Clasificador o el Nuevo Tribuno, El Torito de los Muchachos, La
Argentina, etc.
En esa Imprenta Republicana, sita en la calle de Suipacha 19, se imprimía, pues, el
periódico que nos ocupa: El Torito de los Muchachos.
Según datos de Óscar Beltrán, en 1830 circulaban en Buenos Aires diversos
periódicos, trece de los cuales nacieron ese año. La lista, confeccionada con el aporte de
los mayores historiadores del periodismo rioplatense 14, es la siguiente: La Aljaba (1830-
1831), La Argentina15 (1830-1831), The British Packet (1828-1849), El Clasificador o
El Nuevo Tribuno (1830-1832), La Gaceta de los Enfermos, citado por Beltrán sin
datos, La Gaceta Mercantil (1823-1852), El Gaucho (1830), El Lucero (1829-1833), El
Mártir o Libre (1830), El Mercurio Bonaerense, citado por Beltrán sin datos, El Torito
de los Muchachos (1830), La Aurora Nacional (1830), El Arriero Argentino (1830), El
Corazero16 (1830-1831), El Serrano (1830).
Además de estos periódicos, gran cantidad de hojas sueltas con los mismos temas y
personajes que aquéllos, eran pasto espiritual del pueblo y, aunque en muchos casos
mayor era el veneno que el alimento, es indudable que todas esas manifestaciones
contribuyeron a afianzar expresiones lingüísticas sumamente dinámicas al llevar al
papel el habla coloquial de grupos socio-culturales cuya forma habitual de
comunicación era la oralidad.

El Torito de los Muchachos: una rareza hemerográfica


Cuando apareció El Torito de los Muchachos, en ese ambiente de Buenos Aires de
1830, su nacimiento fue anunciado, según costumbre de la época, por medio de un aviso
publicado, en este caso, el 17 de agosto de dicho año en el número 19 de El
Clasificador, el cual decía: «El Torito de los Muchachos, periódico nuevo escrito por un
aparcero de Contreras, mozo amargo del pago de la Magdalena. El primer número
saldrá el jueves próximo de la Imprenta Republicana, y continuará los jueves y
domingos. En la misma imprenta y en el despacho de papel sellado se reciben
suscripciones a dos pesos mensuales. En los mismos parajes se encontrará en venta».
El Torito de los Muchachos, publicado in folio, llevaba como epígrafe permanente
la frase: «Para decir que viene el Toro no hay que dar esos empujones», de expresión
más acorde con su estilo que la frase adoptada con los mismos fines por El Gaucho:
«Cada uno para sí y Dios para todos», simple traducción del adagio francés: «Chacun
pour soi et Dieu pour tous».
Los números del 1 al 5 tienen una viñeta que representa un laúd y una trompeta
cruzados, en el centro un papel pentagramado con notas musicales escritas, todo ello
orlado por una guirnalda de flores. Pero a partir del número 6, dicha viñeta
convencional es sustituida por la figura de un toro en actitud de embestir.
La colección completa consta de veinte números aparecidos, según lo anunciado,
los jueves y domingos a partir del jueves 19 de agosto y hasta el domingo 24 de octubre
de 1830. Está escrito íntegramente en verso, con la sola excepción de los Avisos que, a
semejanza de los acostumbrados en los periódicos formales de la época, pero con
intención satírica, se insertan en algunos de sus números. Su precio de suscripción,
como quedó señalado, era de dos pesos mensuales y el del número suelto de dos reales.
Tras la aparición de su vigésimo número, El Torito de los Muchachos dejó de
existir. Por intermedio de El Lucero, el editor hizo saber que suspendía sus trabajos
«dando gracias a los federales por la aceptación que le han dispensado, ofreciendo
emplear su débil pluma en sostén de la justa causa que defienden cuando se le
proporciona ocasión».
Aparentemente, luego de la desaparición de El Torito de los Muchachos alguien
trató de usurpar su título, pues, según lo indica Peña 17, en el número 324 de El
Lucero del 16 de noviembre de 1830 se inserta un Comunicado con el siguiente texto:
«Señor Editor del Lucero. Ha llegado a mis noticias que un impostor pretende dar un
periódico bajo el título de Torito de los Muchachos. Como yo he sido el autor del papel
que aquí se ha publicado bajo el mismo nombre, protesto perseguir ante la ley a
cualquiera que tuviese la osadía de apropiarse lo que exclusivamente me pertenece. Para
este caso ofrezco poner de manifiesto comprobantes inequívocos de mi aserto; y
descubrir los manejos rastreros de cierto individuo, que se ha apropiado de mi trabajo
para titularse editor, cuando no era sino conductor de las piezas que publicaba el que
ahora ofrece al público El Toro de Once».
El Toro de Once seguirá, por otra parte, esgrimiendo su condición de padre del
desaparecido Torito y así en El Clasificador18 pueden leerse diez estrofas donde se
insiste en el parentesco entre éste y El Torito de los Muchachos. Son las que comienzan:
«Mañana saldrá / del rodeo de Ponce / un nuevo campeón / que es el Toro de Once. /
Téngase entendido / que este animalito / es un Toro viejo / padre del Torito».
En El Lucero19 se publicó además la siguiente noticia: «Ayer se distribuyó el n.º 1
de un nuevo periódico titulado El Toro de Once. Según vemos en el prospecto, es el
padre del finado Torito de los Muchachos y será por esta razón que corneará con más
vigor y destreza». Y decía de Angelis en el final con aguda visión premonitoria: «Dios
nos libre de ser embestidos por animales tan bravos».
Si El Torito quiso reanudar sus embestidas a través de El Toro de Once,
los Muchachos también desearon adquirir vida propia, pues salieron a la palestra
periodística el 25 de junio de 1833 en un nuevo periódico que llevaba ese título, Los
Muchachos, el cual según El Látigo Republicano, era redactado en forma conjunta por
el autor del viejo El Torito de los Muchachos y por el napolitano Pedro de Angelis,
presuntamente.
Tal vez en memoria de los desaparecidos «Toritos» de los años 30, apareció aún en
Buenos Aires, el 3 de mayo de 1852 El Torito Colorado20, que dejó de publicarse el 23
de junio del mismo año. Recuérdese que en el n.º 5 de El Torito de los Muchachos,
cuando se presenta por primera vez la figura de un toro, que aún no reemplaza a la
viñeta, se comienza con la siguiente estrofa: «¿No querían conocer / El Torito
Colorado? / Pues vele hay en el prospecto / ya lo tienen imprentao».
Independientemente de su connotación política, la figura del Torito ha seguido
siendo uno de los símbolos de la bravura orillera de Buenos Aires y acaso por eso
Bartolomé Mitre, ya octogenario, escribió la letra de un tango así titulado, El Torito21.
El Torito de los Muchachos constituye hoy una rareza hemerográfica. Se
encuentran referencias a él en todas las obras históricas sobre periodismo argentino ya
citadas y en otras donde se ha considerado especialmente la obra y la personalidad del
autor a quien unánimemente se atribuye.

Luis Pérez y Juancho Barriales. El autor y sus


máscaras
¿Quién fue el autor de El Torito de los Muchachos? Si nos atenemos a las
referencias de sus textos diremos que fue Juancho Barriales, mozo amargo del pago de
la Magdalena y aparcero de Contreras, es decir, de Pancho Lugares Contreras, El
Gaucho, autor y protagonista del periódico homónimo a quien se debe la curiosa
biografía de Rosas escrita en versos aptos para cantar.
Si hemos de atender a las evidencias surgidas de las dispersas declaraciones y
cartas, ofensivas y defensivas, aparecidas en los periódicos porteños desde 1830 hasta
1844 por lo menos, y a las referencias dadas por todos los estudiosos del periodismo
local, su autor real es Luis Pérez. Luis Pérez, así, a secas, sin otro nombre o apellido
para facilitar su filiación.
Pese a que se hallan referencias a Pérez en numerosas obras sobre hemerografía y
literatura, su biografía detallada no fue dada a conocer hasta que Ricardo Rodríguez
Molas primero y Luis Soler Cañas después la enfocaron abiertamente en sus respectivos
trabajos22. No cabe reproducir aquí sus extensos estudios donde abundan las
transcripciones de periódicos de la época y sabrosas pesquisas acerca de las actividades
de Luis Pérez tras haberse eclipsado su musa periodística, pero tampoco puede eludirse
la referencia biográfica con algunos datos básicos para su ubicación.
No existen testimonios sobre la fecha de nacimiento de Luis Pérez. Antonio
Zinny23 y también José María Ramos Mejía, siguiéndolo, dicen que era natural de
Buenos Aires, pero Rodríguez Molas sostiene que «vio la luz en Tucumán». Se basa en
una manifestación realizada por el propio Pérez publicada en El Clasificador el 10 de
enero de 1831, donde, a raíz de haber sido acusado de «español» por dos individuos -O.
Apolinario y el Juez de Paz de San Nicolás, I. Pablo Hernández- se defiende diciendo:
«No dudo que dirán quién soy, y cuál es mi país, particularmente el primero que fue
condiscípulo mío en Tucumán». La frase es realmente algo vaga y sólo asevera que
Pérez estudió en aquella provincia y que Apolinario podía conocerlo de allí, pero
creemos muy posible que con ella haya querido establecer también el lugar de su
nacimiento.
Los datos que poseemos acerca de su vida proceden en general de sus propias
declaraciones y defensas y se hallan casi todos en las páginas de El Gaucho
Restaurador, el último de sus periódicos cíclicos, nacido y desaparecido en el año 1833.
Según ellos fue uno de los patriotas que ocuparon la plaza de la Victoria el 25 de
mayo de 1810. Cooperó en la formación de la primera compañía de cívicos de honor
que se presentó el 1.º de febrero de 1811, compañía a la cual perteneció desde su
creación, uniformado a su costa, como todos los de su clase. Anteriormente había
tomado parte, al parecer, en la defensa de Buenos Aires durante las invasiones inglesas
y después de la revolución emancipadora fue subteniente del batallón n.º 2 del Ejército
del Perú.
Abrazó ardientemente la causa de la Federación y a partir de 1830 comenzó a
publicar sus periódicos satírico-políticos. Es posible, sin embargo, que antes de esa
fecha haya incursionado en el verso «gauchesco» y nos atrevemos a decir que no sería
arriesgado señalarlo como uno de los probables autores de la Graciosa y divertida
conversación que tuvo Chano con señor Ramón Contreras con respecto a las fiestas
mayas de 182324 y de la Graciosa y divertida conversación que tuvo Chano con señor
Ramón Contreras en la que el primero detalla las batallas de Lima y Alto Perú, como
asimismo las de la Banda Oriental, habiendo estado cerca de ambos gobiernos en el
carácter de comisionado y ahora acaba de llegar de chasque del Sarandí 25, publicados
por la Imprenta de Expósitos y del Estado, respectivamente.
En apariencia, su actividad no se concretaba a escribir, editar y vender sus
periódicos, sino que también frecuentaba los ambientes de las orillas y allí,
posiblemente, sus cielitos se hicieron canto en las guitarras y sus diálogos se
enriquecieron con el decir de los hombres del pueblo.
Según Zinny26, «la casa de Pérez fue en 1833 el punto de reunión donde se preparó
la revolución de los Restauradores, el 11 de octubre. Tenía pagados cuatro correos que
circulaban por la campaña sus periódicos, los que contribuyeron no poco en los
progresos de la causa, especialmente en San Nicolás de los Arroyos, por medio del
coronel don Agustín Rabelo y teniente coronel don Facundo Borda».
Su existencia fue azarosa. Luchó a brazo partido contra los unitarios y contra los
federales. Su única sujeción fue la que tributaba a Juan Manuel de Rosas. Pese a ello,
durante el gobierno del Restaurador de las Leyes fue encarcelado dos veces: una en
1831 a raíz de un artículo publicado en El Toro de Once, situación en que fue socorrido
con dinero por medio de una suscripción en la que figuraron las personalidades más
notables del periodismo de la época y del Partido Federal y de la que fue liberado
gracias a la intervención personal de Rosas; y otra en 1834, en que sostuvo una violenta
polémica con Pedro de Angelis, entonces editor de El Monitor, y se presentó luego ante
la justicia para acusar al ministro Manuel José García de haberlo agraviado. En este
último caso se trata de lo ocurrido en la sesión de la Sala de Representantes del 17 de
marzo de 1834, en que el ministro García «descendió a manifestar» que acababa de
aparecer un periódico sedicioso que el gobierno temía, no por lo que era, sino por las
consecuencias que traía necesariamente aparejadas. Se refería a El Gaucho
Restaurador de Luis Pérez, y en la misma sesión de la Junta presentó un proyecto de
«artículos adicionales a la ley del 8 de mayo de 1828 que rige provisionalmente la
libertad de imprenta, hasta la sanción de la ley permanente». Allí se impedía utilizar la
sátira referida a los ciudadanos y autoridades por considerarla «chabacana», es decir, se
silenciaba la manera espontánea de expresión de este singular periodista que era Luis
Pérez.
Los artículos aparecidos en La Gaceta Mercantil acerca de esta querella, durante
varios días a partir del 19 de marzo, son interesantísimos. Pérez -no cabe duda de que de
él se trata- firma dos de ellos Un gaucho y anuncia que va «a escribir una Petipieza
(porque también los gauchos entendemos de Petipiezas) titulada No la hagas y no la
temas, y el que no tiene cola de paja no teme que se le queme»27. Hay también una carta
al editor de La Gaceta firmada por Agustín Garrigós, quien, tras señalar que no tiene
nada que ver con El Gaucho Restaurador, defiende la libertad de expresión y el libre
uso de la sátira: «El que tenga la habilidad para hacer uso de la sátira hará bien en
emplearla, siempre que respete la decencia y la ley del país».
Con todo Pérez debió abandonar su sátira y su último periódico. El n.º 7 de El
Gaucho Restaurador es sólo una hoja titulada Despedida del Editor del Gaucho
Restaurador, Buenos Aires, jueves 3 de abril de 183428.
Según datos aportados por Rodríguez Molas, el 21 de abril Luis Pérez había vuelto
a visitar las celdas de la prisión de Buenos Aires. A partir de esa fecha, los datos que
poseemos sobre Pérez fueron hallados por Soler Cañas en periódicos de 1843 a 1844.
Según ellos un Luis Pérez -que cree el mismo objeto de su estudio- se había establecido
en 1843 con un negocio cuya naturaleza exacta no resulta clara, aunque por el texto de
los avisos que toma El Diario de la Tarde, parece ser que por lo menos se dedicaba a la
venta de impresos. Posiblemente fue también autor de un folleto titulado Clamor
Argentino [...] firmado por Un Federal.
Tiempo después, Luis Pérez aparece al frente de un denominado Escritorio
Mercantil, cuyas mudanzas registran los avisos hasta que por fin se instala en «un local
cómodo y aparente; tal es la casa n.º 41 calle de la Catedral, altos del Sr. Escalada,
situada en la misma cuadra de la casa de Moneda última escalera antes de llegar a la
esquina que hace frente al café de la Armonía, conocido por el de Catalanes. Allí se lo
encontrará a toda hora del día hasta las 9 de la noche y en su defecto una persona
encargada de recibir órdenes».
Luis Pérez fue, en general, muy maltratado por sus contemporáneos, no tanto por
sus opositores políticos, en quienes no hemos hallado hasta ahora referencias directas a
él, como, lo que es curioso, por sus mismos correligionarios. Cavia, de Angelis, el
comisario Larrea, el ministro García, no tienen reparos en expresarse respecto de él con
desconsideración o con franco desprecio. «Este infeliz hombre», lo llama Larrea, y
motiva esta notable respuesta de Pérez: «la infelicidad que sólo proviene de disfavor de
la fortuna nunca fue un crimen»29. Orador de taberna, hombre perverso, hombre
malvado, hombre nacido para la ruina y perdición del país, hombre miserable, vulgar y
coplero, le llamó el ministro Manuel J. García, según Antonio Zinny, quien acota:
«Parece que Pérez fue incitado por Rosas a dirigir sus ataques al ministro García, a
quien siempre odió éste, hasta el punto de vejarle haciéndole cargar un fusil a una muy
avanzada edad, cuya circunstancia abrevió sus días»30.
Pese a todo ello, es indudable que Pérez no era ni iletrado ni necio. Era, sí, incisivo
y peligroso para todo aquel que no fuera Rosas mismo. Respecto de este último fue, en
cambio, consecuente. Posesionado de las intenciones del Restaurador, parecía ver por
sus ojos, oír por sus oídos, decir por su boca; por ello en sus versos se prefiguran
muchas veces resoluciones que sólo tiempo después fueron hechas públicas por el
gobierno.
No nos parece, sin embargo, que Pérez buscara primordialmente, con su actitud,
recompensa económica. Así, por ejemplo, cuando el 22 de febrero de 1834 el general
Mansilla, a la sazón Jefe de Policía, lo nombró veedor de calles y caminos, con un
sueldo de 150 pesos mensuales, con miras a que hiciera cumplir luego en ese aspecto el
Reglamento de Policía que se publicaría en marzo del mismo año, y Pérez no lo acepta
porque lo consideraba poco «por los servicios prestados a la causa federal», no parece
haber tras esa negativa tanto de interés pecuniario como de resentimiento afectivo.
La posteridad le brinda ahora, con juicio que el tiempo ha serenado, un homenaje
que él no esperaba ni deseaba, seguramente, pues, aplacada la circunstancial contienda
política, queda Luis Pérez junto a sus opositores, Juan Gualberto Godoy e Hilario
Ascasubi, como un autor insoslayable en los estudios de la expresión literaria
rioplatense de la primera mitad del siglo XIX.
Si el padre Castañeda fue capaz de crear innumerables fantasmas que hablaran por
él, Luis Pérez, como más tarde Ascasubi, no se quedó a la zaga en ese aspecto. Pancho
Lugares Contreras (llamado a veces Contreras solamente), Juana Contreras, Pedro
Lugares, Chano, Panta el nutriero, Chanonga, Sor. Chuta Gestos, Antuco Gramajo,
Ticucha, Don Cunino, Don Alifonso, Jacinto Lugares, Chingolo, Juancho Barriales,
Lucho Olivares, entre los blancos, Catalina, el tío Juan, Franchico, Juana y Pedro José,
Juana Peña, entre los negros, son algunas de las máscaras usadas por Pérez en su teatro
periodístico31.
La mención de Juancho Barriales, el supuesto autor de El Torito de los Muchachos,
domador «metido a escribinista», presenta un interés especial por haber terminado su
trayectoria literaria en este periódico y haber vuelto a surgir, años después, en versos
que han motivado ya páginas a importantes investigadores de la poesía gauchesca.
Efectivamente, el Juan Barriales que firmaba en 1859 Un cielito ateruterado
dirigido a Aniceto el Gallipavo y El cielito de la luz dedicado al Ejército que va a
invadir Güenos Aires, ambas composiciones publicadas en el diario El Uruguay, de
Concepción del Uruguay, ha dado pie a diversas hipótesis en cuanto a qué persona se
escondía bajo esa máscara dejada por Luis Pérez casi treinta años atrás. El primer cielito
era una réplica al Cielito del terutero de Aniceto el Gallo, publicado por Hilario
Ascasubi el 11 de abril de ese año en El Nacional, que comenzaba: «Con que el
tremendo Don Justo / ha dao término a la tregua / y por fin montao en yegua / viene a
matarnos de un susto?». Con referencia a esta composición, y después de otras
consideraciones, expresa Aniceto: «Después, a la cuenta mis versos llegaron a
Gualeguaychú aonde se agravió por ellos cierto Cantimpla llamao Virotica, quien, de
tapao bajo el poncho de un imaginao Barriales, me trucó a desvergüenzas; pero luego
supe que allá en Entre Ríos no había tal chimango coplero llamao Barriales, sino el
mesmo Virotica, secretario y tiernísimo yerno del Diretudo, a quien no se le despega
bailándole de pelao, o el pelao, que es idéntico a la gezuza». Sigue después su Retruco
a Virotica32.
Así pues, el Juan Barriales del Cielito ateruterado ha sido identificado por
Ascasubi como Benjamín Victorica, yerno de Urquiza, pues estaba casado con su hija
Ana, y colaborador en diversos periódicos entrerrianos de la época. En cuanto al Juan
Barriales de El cielito de la luz, bien podría ser el mismo Victorica, aunque sin otras
pruebas nunca es posible descartar de plano que su máscara no haya sido adoptada por
algún otro cultor del verso gauchipolítico33.
De todas maneras importa destacar, aunque el punto quede para desarrollarse en
otra ocasión, la condición receptiva y expansiva de personajes generadores de ciclos que
tuvo la obra de Luis Pérez. Receptiva porque supo aprovechar los viejos apellidos
elegidos por Hidalgo para ubicarlos, a veces con nombres distintos, en diversos papeles
de su mutante escena, y lo mismo hizo con doña María Retazos, la heroína del padre
Castañeda. Expansiva porque dio lugar a otros prototipos, como Chanonga y
especialmente Juancho Barriales, que perduraron durante décadas en el recuerdo de las
generaciones argentinas.
Es posible que no todo lo publicado por Luis Pérez en El Torito de los
Muchachos haya surgido de su pluma; sin embargo no queda constancia que permita
identificar a sus colaboradores.
Respecto de esto constituye una curiosidad la hipótesis formulada por Carlos
Correa Luna en su artículo titulado Versos de Rosas34, donde atribuye al mismo don
Juan Manuel unos versos cuyo estribillo es: «Viva el señor Lavalle / en la boca de un
cañón».
Si bien no es aún probable que Rosas haya aportado material poético al periódico,
sí es evidente la muy estrecha relación existente entre el Restaurador y su familia, en
especial su esposa y su madre, con el editor de El Torito, lo que se deduce de las
muchas composiciones dedicadas al uso de divisas entre las mujeres y también de la
inquina contra personajes de importancia secundaria históricamente, pero que habían
afectado en forma directa a su familia, como es el caso del comisario Piedracueva.

Observaciones sobre los textos El Torito de los


Muchachos
Desde el punto de vista histórico, tanto como desde el filológico, El Torito de los
Muchachos constituye un testimonio pleno de interés.
En el primer aspecto se hace necesario enfocar su estudio en todos los planos en
que se establece una relación entre el periódico y la sociedad. Esta relación plurifacética
exige y merece un tratamiento más detallado que el que corresponde a una noticia
preliminar, pero al menos, a través de un rápido comentario sobre cada uno de sus
números, podemos tratar de facilitar al lector la ubicación en algunas de
las circunstancias y algunos de los hechos a que se refiere el periódico o en los que
aparecen sus personajes.
Número 1. Barriales hace su presentación de El Torito de los Muchachos
relacionándolo con El Gaucho, de Contreras, que debía coexistir con él y superarlo en
dos meses de vida, pues finalizó en diciembre de 1830. Recibe los plácemes y consejos
de su aparcero Lucho Olivares (otro criollo) y se apresura a contestarle. En todas estas
piezas se exponen los motivos que inducen a Barriales a sacar El Torito: servir a la
Patria y a la Federación, «sin perjuicio, ya se sabe / de que me larguen los reales», según
sus propias palabras. Las circunstancias en que aparece se muestran difíciles -«que es
ver cómo está la Patria / que me quiebra el corazón»-, pero Barriales confía en el
gobierno y en que «ha de triunfar la opinión». El motivo de la muerte del coronel
Dorrego aparece ya en este primer número y también las amenazas de castigo para «los
del 1.º», sus opositores unitarios que, con Lavalle a la cabeza, lo hicieron fusilar.
Entre los avisos, uno recuerda la distinción ideológica por corte de pelo (barba y
patillas en forma de U de los unitarios) y finalmente en el teatro, entre las obras que se
anuncian, se encuentra El Boticario Fanfarrón, donde figura este personaje del boticario
que parece referido a un tal Piedracueva 35. Por esos años solían representarse sainetes
con títulos semejantes. Uno de ellos era El Brasileño Fanfarrón, imitación de otro
celebrado sainete, El Soldado Fanfarrón, a su vez imitación de El Valiente y la
Fantasma36.
Número 2. Continúa la carta de Barriales a Olivares. Se refiere a que, antes de la
ascensión de Rosas al poder, en época de Lavalle y los unitarios, ya se estableció
mandar a los presos políticos a los pontones o buques de guerra. Como ya se ha dicho,
el mismo Luis Pérez fue huésped de uno de ellos en 1831, como consecuencia de una
publicación. Se menciona a continuación el canto del «Trágala perro», pues, según El
Clasificador del 13 de junio de 1830, «en el reinado de los parricidas cantaron los
españoles el Trágala en la plaza de Monserrat con grande aplauso de los unitarios [...]»,
y a esto mismo se refiere El Torito. Lo que ocurre es que la canción del «trágala» era
utilizada por los liberales españoles precisamente para zaherir a los realistas diciendo:
«Trágala, trágala / tú servilón / tú que no quieres / Constitución». Es posible que con
estos versos estuvieran de acuerdo los unitarios que, en cambio, censuraban otros de los
realistas, que rezaban: «Vivan las cadenas / Viva la opresión, / Viva el rei Fernando /
Muera la nación»37. -XXI- El antagonismo con los españoles se manifiesta en El
Torito con toda su fuerza. Lo mismo ocurría en la Sala de Representantes como lo
atestiguan los alegatos de Santiago Figueredo, que recuerda los privilegios de que
gozan, mayores aún que los de los patricios, y hace un llamado para «salvar a la
Patria»38. Ya un mes antes se había seguido causa criminal al ciudadano Hugo Bulow
por sospecha de ser espía del gobierno de España39, y el 28 de julio se alborota la ciudad
por «haberse fijado en las puertas de calle de varias casas respetables entre ellas en la
del Gobernador, y en la del presidente de la Sala de Representantes, el retrato del rey de
España, estampado sobre género de seda, teniendo en la circunferencia la siguiente
inscripción: Fernando VII Rey de España y de las Indias, y al pie del retrato,
manuscrito, nuestro amo»40.
También se prefigura en este número la identificación ideológica por el atuendo,
que debía tomar tanto incremento en los años posteriores del gobierno de Rosas. Se
oponen chaqueta y fraque y aparece la palabra compadrito como denominación
despectiva del habitante de las orillas. La réplica a ella parecía ser pintor y cajetilla,
aplicables a los de fraque, naturalmente. Sobre ese tema versa también el Cielito del
Torito, donde aparece una cuarteta sumamente clara respecto de algo que indignaba al
hombre de la campaña de Buenos Aires, la que expresa: «Cielito cielo que sí / Cielito; y
es evidente / El hacendado es de plebe / y un tiendero hombre decente».
Número 3. El tema central es avivar el rencor y el desprecio hacia los decembristas
(los «diez y seis hembristas», como los llama), sin nombrarlos, pero con señas que si en
la mayor parte de los casos son reveladoras aun para nosotros, serían alusiones
clarísimas para el público de la época. Vuelve luego, en otra composición, al tema de las
patillas, que era una de las preocupaciones del momento 41. La mención de Jardón, en la
composición titulada Correspondencia, coincide con publicaciones hechas en La
Gaceta Mercantil por un escribano de ese apellido que había sido puesto preso en virtud
de las facultades extraordinarias de que estaba investido por entonces el gobernador
Juan Manuel de Rosas, pero que en julio de 1830, habiendo cesado dichas facultades,
continuaba preso y no sabía por qué42. Efectivamente, Rosas había sido investido de
facultades extraordinarias por la Sala de Representantes, y en su mensaje de 3 de mayo
de 1830, manifestaba a la misma que ese día terminaba el ejercicio de aquel «odioso
poder». Después de largos debates, el 2 de agosto del mismo año se sancionó acordarle
nuevas facultades extraordinarias sin término fijo.
Número 4. Comienza en este número el largo Testamento, atribuido en la ficción a
Bernardino Rivadavia, donde se menciona gran cantidad de personas comprometidas
con el gobierno unitario de la época en que este fuera ministro primero y presidente
después, y especialmente los que apoyaron a Lavalle después de la revolución del 1.º de
diciembre de 1828. Una carta de Olivares a Barriales lo alienta a seguir en su senda;
recuerda cómo los «trajinaron» a los federales en El Tiempo y El Pampero y confía
en El Torito para que los persiga. Hay una clara intención de unificar opiniones en favor
de Rosas en la cuarteta: «Que obedezcan al que manda / pues tenemos lo mejor / y no
hay más que apetecer / en nuestro Gobernador». Por fin mantiene jocosamente la
incógnita sobre la identidad de Barriales, ante quienes quieren saber quién es el editor
de El Torito.
Número 5. Aparece impresa la figura del torito pero en posición pacífica. No se ha
reemplazado aún la viñeta convencional de los números anteriores. Se nombra aquí al
torito como El Torito Colorado y sus primeras embestidas son contra los portugueses.
Sigue el Testamento «que quedó pendiente en el número anterior», con nuevas alusiones
identificables. En el Aviso. Se necesita, se hace referencia al batallón de los Amigos del
Orden que había sido formado con comerciantes extranjeros, de los que se excluía a los
ingleses. El cónsul de Francia presentó oportunamente reclamos por las diferencias que
se realizaban entre los súbditos de Inglaterra y Francia, pero debía tenerse en cuenta que
la primera ya había reconocido, en el momento de la formación del citado cuerpo -a
comienzos de 1829- la independencia de nuestro país.
Número 6. Al tiempo de la aparición de este número ya parecen haber surgido
quejas contra El Torito, puesto que él se ha puesto a la defensiva, desde la primera
composición. Continúa luego el Testamento iniciado en el n.º 4, con alusiones a nuevas
personalidades opositoras al gobierno federal.
Número 7. Comienza con un llamado a la unión de los federales, ya que al parecer
ha sido atacado de palabra y por escrito el mismo editor de El Torito. Sigue una relación
de Olivares, con más de gauchesco que de político. Lo más notable de este número es la
composición en décimas al «Ilustre Cónsul Francés». Se trataba de Mendeville,
personaje grato a Rosas por razones políticas y personales, como que estaba casado con
Mariquita Sánchez, hermana de leche del Restaurador.
Número 8. Concluye el Testamento que quedó pendiente en el n.º 6 y en él sigue la
nómina de personajes anatematizados. Como contrahechura 43 del molde poético de
los Gozos a la Santísima Trinidad aparecen los Gozos al Glorioso San Tristeza,
Abogado de los Mártires del Cacique, que desarrolla los mismos temas y en torno de
los mismos personajes que los precedentes. Comienza aquí la querella de los moños con
sendos avisos, a las federales y a las unitarias.
Número 9. El Torito reacciona ante la aparición de El Arriero Cordobés, publicado
en Montevideo por Hilario Ascasubi pero atribuido por Pérez al francés Luis Laserre,
ex-director de El Diablo Rosado, que había ya emigrado a esa ciudad. Refuta los
ataques de El Arriero Cordobés sobre los temas que ya hemos visto tratados en otros
números: el uso del pontón como prisión, y la estratificación social por la ropa, en este
caso por haber sido llamados «santos culotes» (sans culottes) en recuerdo de la
Revolución Francesa. Continúa luego la carta de Olivares comenzada en el número 6,
menos política que costumbrista y de muy buena factura «gauchesca». Hacia el final de
este número se incluye una curiosa glosa en décimas en la que habla el coronel Dorrego.
Lo más relevante de ella es la incredulidad del autor acerca de que puedan conciliarse
unitarios y federales, lo cual, puesto en boca de Dorrego, como mensaje de ultratumba,
estaba llamado a impresionar profundamente al público a que iba dirigido.
Número 10. Aquí comienzan ya abiertamente las disputas de El Torito de los
Muchachos con sus colegas periodistas. La piedra de escándalo es, en este caso, la
disidencia de opinión entre El Torito y La Gaceta Mercantil44 respecto de si las damas
debían llevar o no vestidos y moños negros y encarnados, obligatoriamente. El
Torito era en eso intransigente y calificaba con gran dureza a su oponente en esta
ocasión. La mayor parte del número está dedicada a este tema, en composiciones tanto
serias como satíricas. Se agrega a ello, entre otras, una contrahechura de «La Pola»,
canción procedente de Venezuela, que honraba a una patriota granadina, Policarpa
Salavarrieta, que «encerrada en prisiones por su espíritu libertario», fue condenada a
muerte por abrir la cárcel a los patriotas conversando al guardián 45. También hay
un Aviso referente a El Arriero Cordobés.
Número 11. Continúan las referencias al Comunicado de La Gaceta Mercantil.
Ahora es la carta de un lechero la que apoya a Barriales en su actitud. Hay en esta
composición una interesante referencia histórica, ya esbozada en la Contestación del
número anterior, novena estrofa. Aquí se amplía la idea y se dice concretamente que
«cuando la Patria empezó», las damas fueron las primeras que dijeron sus pareceres,
pues se peinaban con el pelo a la izquierda si eran «patriotas» y a la derecha si eran
«sarracenas». ¿Por qué no incitarlas, pues, a usar el moño punzó? Continúa luego con la
«carta que quedó pendiente en el n.º 9» que aun tras el n.º 10 seguirá inconclusa. Hay
una referencia al secuestro de la goleta Sarandí en el Aviso referente a Tutilimundi.
Número 12. La primera pieza es una Contestación del Torito al comunicado en
semi-verso inserto en El Clasificador el jueves 23 del corriente. Se trata de hacer frente
ahora a la nota titulada Fraterna al Torito de los Muchachos donde el periódico de
Cavia llamaba una vez más a la reflexión (ya lo había hecho en otras oportunidades), al
fogoso autor del papel que nos ocupa. La Contestación es más en serio que en broma.
Escrita en décimas, no hace sino recordar sucesos del pasado inmediato, especialmente
la muerte de Dorrego. Termina afirmando su adhesión a Rosas, «patriota el más leal» y,
dirigiéndose a él, le advierte que toda precaución es poca para llevar a buen puerto la
nave del Estado que corre un fuerte temporal. En versos hexasílabos y con genio más
alegre está la verdadera respuesta «a la fraterna», donde no se escatiman punzantes
dardos para su autor. Hay también una Carta dirigida al Torito por uno de los del
Pontón del estilo habitual en el periódico. Por primera vez aparecen en este número
observaciones astro nómicas y meteorológicas en broma.
Número 13. En esos días había arreciado la contienda periodística respecto del
tema de la divisa punzó46. En La Gaceta Mercantil aparecieron diversas notas, con
distintos títulos y firmantes, todos ellos escudados bajo pseudónimos como Un federal,
Los federales, Los no amigos de cubileteros y enmascarados, Unos patriotas del año
10, El independiente, Un enmascarado, Un oficial del ejército restaurador, etc. Unos
denunciaban que los empleados públicos no usaban la divisa punzó 47, otros sostenían
que no debía imponerse por la fuerza, y uno se dirigía directamente al señor editor de El
Torito para que «desista de la empresa temeraria que se ha propuesto, al anunciarnos
que dará sus embestidas a las señoras que en su sentir sean unitarias. El honor de
nuestro país así lo exige -continúa-. En el exterior nos creerían unos locos furiosos, si
los argentinos fuesen el objeto del ridículo»48. Es bueno recordar que el gobernador
delegado Balcarce -Rosas se encontraba por ese tiempo en el campamento de Pavón
preparando la campaña contra Paz- había decretado que junto con el distintivo de que
hicieran uso los defensores de las leyes contra los amotinados del 1.º de diciembre y a
fin de que el entusiasmo que produce la memoria de un triunfo tan glorioso no haga
olvidar el aprecio que todo argentino debe hacer de la escarapela nacional, también
debía llevarse en el sombrero o gorra dicha escarapela 49. Fatigada La Gaceta
Mercantil de tanta imposición de distintivos, negros (por la muerte de Dorrego),
colorados (por el triunfo de la Federación) y albicelestes, por aprecio al emblema de la
patria, publica un gracioso artículo titulado: ¡Dale con las divisas!, en el cual opina que
se deje como lo tiene el decreto del gobierno, al arbitrio de cada uno, el llevar divisa o
no50.
Pero no será El Torito el que se deje ven cer en esa lid. En sus páginas aparecen
nuevos cantos y versos puestos en boca de viejas y jóvenes que apoyan con argumentos
diversos el uso del moño punzó. Décimas, una Demanda de un español unitario, un
anuncio de una corrida de toros, una fábula y avisos, completan el número.
Número 14. Comienza con las observaciones astronómicas, que son graciosísimas
si consideramos que constituyen una sátira de las ingenuas publicaciones «científicas»
sobre esos temas que incluían los periódicos de la época. Se produce aquí una
reconciliación de El Torito con el autor de La Fraterna quien, evidentemente, se ha
arrepentido. Como segunda composición hay unos versos de seguidillas «para contarlos
con el Tabapuí», de sabor muy popular. Sigue una contestación a la carta remitida por
uno de los del pontón y otras piezas, en distintos metros, sobre los mismos temas: las
penurias presentes de los personajes unitarios y los motivos que, según el autor, los
condujeron a ellas y la propaganda dirigida a los propios federales. El tono del periódico
parece ir creciendo en agresividad al llegar a este punto.
Número 15. Concluye aquí la carta de Lucho Olivares que quedó pendiente en el
número 11. Tal como antes lo viéramos, es una pieza de poesía gauchesca de buena
factura. Nos recuerda la Graciosa y divertida conversación [...], de 1823, aunque en esta
última parte tiene más color político y menos costumbrismo que en la anterior. Como si
el mismo autor se hubiera acordado también de los viejos personajes cíclicos
consagrados por Hidalgo y retomados por el autor de las Graciosas y divertidas
conversaciones de 1823 y 1825, la siguiente composición está firmada por Chano.
También es de sabor gauchesco, y su intención es refutar las expresiones de La
Aurora y El Serrano, los dos periódicos unitarios de la provincia de Córdoba. Se
incluye también en este número un Aviso interesante en que se anuncia haber llegado a
manos de El Torito versos dedicados a las unitarias, «que se sabe circulan entre los
tenderitos», las cuales promete que en el próximo número «saldrán a la vergüenza [...]
con su correspondiente surribanda cual merecen». Pleno de humor el surtido de objetos
propios para los unitarios que, según se anuncia, se ha puesto a Remate.
Número 16. De acuerdo con lo prometido se transcribe una larga composición en
cuartetas hexasilábicas, que llega a hacernos dudar de si realmente fue compuesta por
un unitario o por el incansable Luis Pérez, para tener la oportunidad de retrucar cada
una de sus estrofas con otras adecuadas a su interés. Una pieza más y un aviso
completan el número.
Número 17. Es éste el único número en que se menciona directamente a Paz en dos
composiciones. En la primera hay también una alusión al Pindo -macizo montañoso de
Grecia, en el Olimpo, una de cuyas cimas estaba consagrada a Apolo y otra a las Musas-
que nos recuerda el título de la recopilación de poesías de Manuel de Araucho Un paso
en el Pindo (Montevideo, 1835). Sería muy interesante establecer claramente qué grado
de relación hubo entre Pérez y Araucho y el grado de colaboración que existió entre sus
periódicos. Araucho es también un muy importante poeta de su tiempo que dominaba la
expresión «gauchesca».
Es evidente por los nuevos ataques que se asestan al autor de los versos unitarios
transcriptos en el número 16, que se trata realmente de un contrincante de Pérez. Sigue
un Cielito Federal de corte tradicional, una Despedida del Gallego cambado, en la que
se hace mención del episodio de la goleta Sarandí, que había ocurrido un mes atrás.
Número 18. La primera composición se refiere Al de los versos consabidos, es
decir, al autor de los transcriptos en el número 16, según entendemos. Aunque se
proporcionan allí muchos indicios para la identificación de ese autor, no hemos tenido la
fortuna de interpretarlos. Comienza aquí la Carta de un pulpero Andaluz. Hay en ella
cantidad de referencias a costumbres y a pormenores del momento. Una de las cuartetas
recuerda la tradicional receta para preparar una buena ensalada que, dice, necesita de un
justo para la sal, un pródigo para el aceite, un avaro para el vinagre y un loco para
revolverla. Aquí se han cambiado los papeles a gusto del autor, como siempre, en esta
permanente broma en que se empeña Pérez, con ritmo mental a veces difícil de seguir.
Luego aparecen otros versos referentes a los del número 16, que quedan inconclusos.
Número 19. Comienza con una especie de fábula, con intervención de un ser
humano a quien se nombra como «un soldado de Lavalle» o «un coracero». Continúa
luego una composición hexasilábica ya comenzada en el número anterior, dirigida a las
unitarias y halagándolas para que varíen de opinión y luego otra, en el mismo metro,
especie de glosa irregular del tema: «¿Qué haremos paisanos / con tanto holgazán? /
Tocarles la marcha / Del pa-ran, tampran». La última composición en cuatro décimas
está referida a la convocatoria hecha por el rey de España a sus súbditos a fin de impedir
que se extienda «el mal ejemplo francés». No hay en ella rastros del gaucho, del negro
ni del compadrito. Está escrita sin duda por un hombre de ilustración.
Número 20. La primera composición de este número se refiere al mismo tema de
las niñas que guardan versos unitarios en sus costureros, ya abordado en el número 15 y
siguientes. Siguen unos versos en honor a los franceses y la eficacia de su acción sobre
España. En la composición posterior, continuación de la carta de un pulpero andaluz,
dos versos de la última estrofa nos hablan claramente del porqué de la agresividad de El
Torito y de las medidas represivas gubernamentales: «Y si al fin consigue Rosas /
afianzarse como espero». Eso era lo que realmente deseaba Luis Pérez, y a eso iba
dirigida toda su prédica. Por fin, la última composición es un Comunicado de un
muchacho de escuela, titulado Dones del Espíritu Santo, dedicados a los unitarios, que
firma Periquillo, tal vez para que no dejemos de ver en todo esto un reflejo americano
de la picaresca.
En cuanto a los aspectos filológicos, su análisis profundo excede los propósitos de
este trabajo. Sin embargo, señalaremos algunas características formales de sus textos y
esbozaremos algunos comentarios en cuanto a su léxico. De una manera general,
estamos convencidos de que El Torito de los Muchachos y, en su conjunto, todos los
periódicos que han sido atribuidos a Luis Pérez encierran una riqueza excepcional en
materia de voces y expresiones cuyo estudio no puede ser emprendido superficialmente
sino de manera sistemática y comparativa. En los aspectos poéticos puede decirse, es
verdad, que lo suyo más que poesía es versificación. En cuanto a léxico y expresiones,
en cambio, se halla no solamente una capacidad manifiesta de recoger voces y
expresiones características de su tiempo tanto en el interior de la República como en la
campaña de Buenos Aires y en las orillas de la ciudad, cuando no en la urbe misma,
sino también el empleo de una manera de expresión propia y original que le asigna un
lugar indiscutible dentro de la literatura argentina.
Desde el punto de vista formal, todas las composiciones son de arte menor, con
excepción de cuatro: el soneto del número 4, la contrahechura de La Pola, del número
11, la Fábula del número 13 y el Encomio al autor, del número 16.
En El Torito de los Muchachos se utilizan diversas formas métricas y estróficas con
artificios y sin ellos. Entre las primeras hay glosas, llamadas décimas 51, como se ha
hecho popularmente en nuestro país, con el tema dado en una estrofa, o bien glosas a
series predeterminadas de conceptos, como los Dones del Espíritu Santo del número 20,
por ejemplo. También hay glosas de pie constante y letrillas con estribillos de uno o dos
versos. Entre las piezas sin artificios formales se encuentran romances en cuartetas,
décimas sueltas (espinelas y otras), letrillas sin estribillo, cuartetas de distintos metros y
seguidillas con su correspondiente tríada.
Son frecuentes las contrahechuras de textos, es decir, el volcar en un molde poético
conocido y manteniendo incluso muchos de sus versos, un nuevo texto adecuado a las
circunstancias del momento. Esto se da en composiciones religiosas (los Gozos) o
profanas (La Pola). La composición que comienza «Fortuna ingrata, hasta cuándo [...]»,
referida a las relaciones con la República Oriental del Uruguay, recuerda en ese verso
las Amorosas quejas que da la Banda Occidental a la Oriental, que circularon en 1816.
Hay, pues, una mezcla de formas populares y cultas en los versos de El Torito,
mezcla que se acentúa al considerar no ya las formas sino el léxico y la expresión.
Como ya se ha dicho, parece que en El Torito hablaran distintos personajes de una
comedia. Tanto lo hace el hombre ilustrado como el orillero de Buenos Aires, tanto el
aldeano español como el paisano rioplatense, y a éste se le agregan expresiones de uso
frecuente en otros lugares del país. Voces como alfajor, aparcero, badana, bagual,
bolas, cajetilla, cangalla, carancharse, cielito, cimarrón, currutaco, chacuaco,
chafalote, chapetón, chuspa, desgraciao, ensilgada, fajar, gambetas, gamonal, garlito,
guaca, guacho, lagaña, mancarrón, mazamorra, morao, morrongo, morrudo, mulita,
musgar, onchar, pestañear, pintor, rajar, roncador, semitilla, sincha (cincha), sortún,
tabapuí, terne, y otras, como las acepciones que presentan en sus respectivos contextos,
permiten identificar, como bien lo ha dicho Soler Cañas, una estratificación cultural por
el habla, donde se distingue lo orillero y lo campesino.
Capítulo aparte merecería la grafía adoptada por Pérez para representar el habla
gauchesca, a veces, y la extranjera, otras, En el primer caso, de mayor interés a título
comparativo, tenemos múltiples ejemplos de ortografía imitativa del habla del paisano
rioplatense, como junción (por función), juere (por fuere), pros-peto (por
prospecto), hei (por he de), carauter (por carácter), güena (por buena), vela hai (por
vela ahí, en lugar de la contracción, más usada por los gauchescos, velay, semejante
al voilà francés), relos (por reloj), tenío (por tenido) y muchas otras. No faltan las
metátesis como peludrios (por preludios), inutarios (por unitarios), ni los arcaísmos
como truje (por traje, del verbo traer), o agora (por ahora).
Si son muchas las voces con interés lexicográfico, no son menos las expresiones
coloridas usadas por el periódico. Algunas ya han sido reconocidas y explicadas en
estudios de otros textos o autores de la literatura gauchesca, pero otras pertenecen a la
particular manera de escribir de Luis Pérez quien, sin inventarlas, naturalmente, ha sido
el único que las ha llevado al papel. Larga sería la lista de frases hechas, refranes y
expresiones usadas en el periódico. Algunas de ellas son: mozo amargo, como bolas sin
manija, bota juerte, sumir la boya, cara antigua (hace referencia a las «clasificaciones»
políticas), cáscara de novillo, los del cuellito parado, hacerse el chancho, perder la
chaveta, me atraca un chirlo, ver el desengaño, echar el resto, perder los estribos, al
hecho pecho, sosegate mancarrón, como matraca en Viernes Santo, negras minas,
aunque sea al ñudo o botón, ojo al Cristo (que es de plata, termina la expresión
tradicional), que les engaña la orina (referida al conocido sistema folklórico de
diagnóstico), ande jué el padre Padilla (Padillas, otra vez) mozo payo, plan del bajo,
dejar en el tintero, las Tres Marías, a la virlonga, etc.
Entre las expresiones que no hemos visto reproducidas por la literatura gauchesca
posterior están la muy repetida por Pérez donde jué el padre Padilla, que evoca un lugar
indeterminado no muy agradable seguramente, y la curiosa a la virlonga, por al
descuido, que aunque figura en el Diccionario de la Lengua Castellana de la Real
Academia Española («a la birlonga») no hemos visto impresa en otra ocasión. Quien
esto escribe, sin embargo, las ha oído muchas veces en boca de su abuela materna,
Ángela García Santillán de De Focatiis, de antigua familia tucumana, por lo que es
posible que procedieran del período en que Pérez estudió en aquella provincia.
Otras expresiones usadas por Pérez adquirieron resonancias ilustres como plan de
un bajo, utilizada por José Hernández en una de las más bellas estrofas del canto
primero de su Martín Fierro: «Me siento en el plan de un bajo / A cantar un argumento;
/ Como si soplara un viento / Hago tiritar los pastos / Con oros, copas y bastos / Juega
allí mi pensamiento».
El Torito de los Muchachos no inicia ni clausura una etapa en la producción de su
autor ni en el estilo de su tiempo. No es obra precursora ni decadente. Es una expresión
plena del periodismo satírico de propaganda política tal como se dio en el Buenos Aires
de 1830.
Olga Fernández Latour de Botas

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