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Si lo consideramos de acuerdo con su intención inicial -como producción
periodística de un supuesto gaucho «metido a gacetero»- El Torito de los
Muchachos constituye una muestra más de ese fenómeno característico de la expresión
rioplatense que es el verso «gauchesco» de propaganda política. Por ello su presentación
en nuestra época no puede eludir un estudio preliminar en el que se consideren en sus
plurales dimensiones los dos términos de esa fórmula de tan vasta repercusión en la
cultura de esta parte de América: por una parte lo relativo a su condición de «verso
gauchesco» y por otra lo atinente a su función de «propaganda política».
Sin embargo, la revisión de la colección completa del periódico nos muestra que,
con frecuencia cada vez mayor a medida que avanzamos en ella, aparecen también
en El Torito de los Muchachos composiciones que se alejan completamente de las
características de lo «gauchesco» e incluso de lo «popular», como que son generalmente
sátiras donde se atribuyen a personas de extracción urbana -de conocida ilustración
muchas de ellas- y, en otros casos, a extranjeros, cartas, remitidos, testamentos, etc. Por
esta razón debemos distinguir, además, en el contenido de El Torito de los Muchachos,
esas piezas no gauchescas que, funcionalmente, buscaban los mismos fines que las
supuestamente escritas por gauchos: la exaltación de la causa federal «neta» y el
descrédito de todo lo que le fuera contrario.
Esta pluralidad de voces y entonaciones que advertimos en las páginas de El Torito
de los Muchachos nos obliga a reiterar aquí una aserción que hemos esbozado en otra
parte1 y a cuyo análisis pensamos destinar algunas páginas futuras: la génesis de la
«poesía gauchesca» está mucho más cerca del teatro que del libro. Y otra cosa aún: en
sus comienzos, los personajes «gauchos», reconocibles por su habla «campestre»,
diferenciada de la urbana, entablaban diálogos, dirigían o escuchaban «relaciones»,
enviaban cartas y postas, en resumen, compartían situaciones con otros personajes de
también diferenciada expresión lingüística: portugueses (americanos o peninsulares),
«gallegos» (es decir, españoles de cualquier región), «gringos» (o sea europeos en
general, no ibéricos), «cajetillas» urbanos, clérigos con sus latines y negros con su jerga
característica. Es que tanto era el teatro «espejo de la vida», según rezaba el lema de la
Casa de Comedias, como, a la inversa, la vida misma de los habitantes del Río de la
Plata era teatro colorido y permanente de una mezcla de razas y de culturas que no
llegaría a ser combinación sino tras haber pasado por el fuego de muchas luchas no
siempre incruentas, lamentablemente.
El carácter teatral del periodismo satírico fue admitido y confeso ya hacia 1822 por
el padre Francisco de Paula Castañeda y bien lo advierte su biógrafo Arturo Capdevila
cuando dice: «Así fue como levantó finalmente Castañeda, a la faz de Buenos Aires, el
teatro de su periodismo en llamas; verdadero teatro, según él mismo acabó por
entenderlo el día que sus periódicos llegaron a seis y lo dijo de este modo: 'Los seis
periódicos componen un poema épico, por consiguiente son periódicos de otro orden. O
más bien diré que son un poema de nueva invención, o una comedia en forma de
periódicos'»2.
En la época de El Torito de los Muchachos, el periodismo de combate, tanto federal
como unitario, recogió íntegra la tradición «gauchi-zumbona» ya patente en El amor de
la estanciera3 y consagrada por Bartolomé Hidalgo en sus diálogos y relaciones, le
agregó la vehemencia política del padre Castañeda y lo adornó con la colorida presencia
de cuanto tipo humano y socio-cultural pisaba las márgenes del Plata. Así surgió esa
producción desordenada e hiriente pero plena de fuerza testimonial, de la cual El Torito
de los Muchachos es una buena muestra. Por otra parte, es oportuno recordar, como lo
hace Raúl H. Castagnino4, que en la época del Directorio de Pueyrredón se había
fundado en Buenos Aires la Sociedad del Buen Gusto en el Teatro, entidad destinada
oficialmente a fomentar la creación dramática bajo el lema: «El teatro es instrumento de
gobierno».
Dicho ya que, a nuestro parecer, la «literatura gauchesca» nació como expresión
caracterizadora de uno de los «tipos» que actuaban en esa especie de «comedia del arte»
rioplatense (cuya escena era la calle y cuyos «papeles» eran distribuidos por el
periodismo de la época), y dicho también que, en el caso de El Torito de los
Muchachos, no importa tanto en cantidad y calidad lo estilísticamente gauchesco como
el carácter funcional de elemento de propaganda política que ello tenía, no es ocioso
acotar ahora una corta referencia a los antecedentes del verso de propaganda política en
la literatura popular rioplatense anterior a 1830.