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Terrorismo: Un Término Definido por la

Emoción
Universidad Francisco Marroquín
Diego Alejandro Toledo Urrutia
Carné No. 20200306
21 de marzo, 2021

I. ÍNDICE

II. Terrorismo: Un Término Definido por la Emoción ..................................................................... 2


III. El Derecho Penal del enemigo................................................................................................. 2
I Concepto - Günther Jakobs ..................................................................................................... 2
i. Orígenes en Rousseau y Fichte............................................................................................ 3
ii. Orígenes en Thomas Hobbes .............................................................................................. 4
iii. Conclusión de Günther Jakobs ........................................................................................ 5
II Críticas al Derecho Penal del Enemigo .................................................................................... 6
i. Implicaciones jurídicas y políticas del Derecho Penal del Enemigo de Jakobs ................... 6
ii. La característica típica y fundamental del Derecho Penal del Enemigo ............................. 7
iii. La “autorreferencia” del Derecho Penal del Enemigo .................................................... 9
iv. La función jurisdiccional en el Derecho Penal del Enemigo .......................................... 10
III ¿Quién es el enemigo? ...................................................................................................... 12
IV. El Terrorismo ......................................................................................................................... 12
I Conceptos deficientes de “Terrorismo” ................................................................................ 12
i. Tratamiento doctrinario del terrorismo ............................................................................ 12
ii. Tratamiento internacional del terrorismo ........................................................................ 14
iii. Tratamiento Nacional de Terrorismo en Guatemala .................................................... 17
II Un Nuevo Tratamiento para el Término ............................................................................... 18
i. Convención Interamericana Contra el Terrorismo – Una nueva perspectiva involuntaria
18
ii. Definición de “status” ....................................................................................................... 19
V. Conclusión: El “Terrorismo” como “status jurídico” de enemigo ............................................ 20
i. Concepto del Terrorismo como “status” .......................................................................... 20
ii. Razón Primera – “Garantías del Debido Proceso” ............................................................ 21
iii. Razón Tercera – “Principio de Legalidad y Exclusión de la Analogía” ........................... 22
iv. Consideraciones Finales ................................................................................................ 22
VI. Bibliografía ............................................................................................................................ 22

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Terrorismo: Un Término Definido por la
Emoción
II. Terrorismo: Un Término Definido por la Emoción
Un cambio en las leyes, si bien no es necesariamente inmutable, está hecho por naturaleza para
perdurar por muchos años hasta que su cambio sea realizado por el soberano que las ha formulado,
sea éste un individuo o un grupo de individuos que podrían o no ser electos o designados
democráticamente. Es preferible pues, ante la gran importancia de cambios de naturaleza jurídica,
que cada uno de los cambios realizados en este ámbito gocen de la mayor reflexión posible y a la
luz del conocimiento científico, jurídico y filosófico acumulado por el hombre a lo largo de la historia.
Desafortunadamente no siempre es este el caso. Ejemplo de ello es el concepto de “Terrorismo”,
que a la luz de distintos hechos sociales ocurridos desde el siglo XX, y más aún a inicios del presente
siglo, han motivado a que la rabia y la indignación moral sean el principal motor para su formulación.
Esto es evidente incluso en el desarrollo histórico de su concepto y en las normas jurídicas vigentes
que tipifican al terrorismo como un delito.

Ante este claro error que ha dejado al mundo bajo un velo de inseguridad jurídica por un
término formulado de manera extremadamente vaga y sujeto a aplicación arbitraria, es preciso
esclarecer los problemas que las definiciones formuladas presentan. Para nuestra fortuna, no ha
sido muy necesaria la aplicación de este ineficiente concepto en los últimos años, pero es imperativa
su solución si se ha de obrar siempre bajo un principio de seguridad jurídica y Estado de Derecho.
Incluso frente a un enemigo como lo es el “Terrorista”, jamás ha de ignorarse su carácter como ser
humano y, por tanto, tampoco su personalidad jurídica, que amerita una mínima protección de los
últimos derechos que ni el mayor de los delitos puede arrebatarle, aun cuando su castigo final fuese
la muerte. Esto solo es posible mediante la reformulación del concepto actual de “Terrorismo”,
objeto de este escrito, a quienes concebimos como enemigos de nuestras sociedades.

Es evidente que esta percepción que se otorga a los individuos que actúan de manera
severamente reprochable se les considere como terroristas o enemigos, y esta consideración no se
mantiene de manera exclusiva en el ámbito de lo cotidiano ni de lo político. Incluso este reproche
de sujetos que obran fuera del orden legal de un Estado tiene sus consideraciones jurídicas que
esclarecen la razón de por qué existe este reproche, cuyo análisis permitirá a la vez un
entendimiento del motivo por el cual existe el concepto de “terrorismo”, como una variante de los
enemigos, de la manera en que actualmente en el Código Penal de la República de Guatemala y en
diversos tratados internacionales existe. Así pues, es preciso conocer quién es este enemigo, y cómo
ha de identificársele.

III. El Derecho Penal del enemigo


I Concepto - Günther Jakobs
El “Derecho Penal del Enemigo” es una doctrina que parte de la distinción entre ciudadanos de
un Estado y enemigos de este con relación a su consideración jurídico-penal. Algunas palabras que
podrían contextualizar de manera preliminar esta consideración pertenecen a Kant, quien expresa
que “El Derecho penal del ciudadano mantiene la vigencia de la norma, el Derecho penal del enemigo
combate peligros” (Kant, citado por Jakobs, 1999). La doctrina planteada más a profundidad por el
jurista alemán Günther Jakobs explica de forma histórica el motivo de esta distinción en el plano de
la filosofía política y del derecho, partiendo desde sus antecedentes en la filosofía política del
contractualismo. Jakobs enfatiza aquella distinción que existe en el tratamiento jurídico-penal que

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gozan los ciudadanos a diferencia de los enemigos, existiendo por una parte el Derecho Penal del
Ciudadano y el Derecho Penal del Enemigo como una consideración distinta y más severa. Quienes
analizan al pensamiento de Jakobs interpretarán que, al hablarse del Derecho Penal del Ciudadano,
Jakobs quiere decir que “El Derecho penal del ciudadano define y sanciona delitos, o infracciones de
normas, que llevan a cabo los ciudadanos de un modo incidental y que normalmente son la simple
expresión de un abuso por los mismos de las relaciones sociales en que participan desde su status de
ciudadano, es decir, en su condición de sujetos vinculados a y por el Derecho” (García Martin, 2005).

Los enemigos por otra parte difieren de los ciudadanos en cuanto a su vinculación por este
mismo Derecho, en cuanto a el respeto que éstos tienen para el orden jurídico de una sociedad.
Precisamente la descripción de la forma en que un enemigo actúa frente al ordenamiento jurídico
es la que permite comprender la peligrosidad del mismo, y el motivo que el autor tiene para
distinguirlos con dos tratamientos jurídicos distintos. El autor Luis García Martin resumiría las
generalidades de esta diferenciación de la siguiente manera: “Diferentes de los ciudadanos que han
cometido un hecho delictivo son los enemigos. Estos son individuos que en su actitud, en su vida
económica o mediante su incorporación a una organización, se han apartado del Derecho
presumiblemente de un modo duradero y no sólo de manera incidental, y por ello, no garantizan la
mínima seguridad cognitiva de un comportamiento personal y demuestran este déficit por medio de
su comportamiento” (Martín, 2005).

Así pues, bajo la consideración de la doctrina del Derecho Penal del Enemigo, un enemigo
consiste en aquel sujeto cuyas conductas no solo son subsumibles dentro de lo que un Estado pueda
considerar como delito, sino que la realización de esta conducta es realizada con tal gravedad y/o
reincidencia que se presume que tal sujeto se ha apartado de la vida en sociedad. Esto último implica
que deba considerarse su peligrosidad frente a la sociedad, puesto que se presume también que el
sujeto se ha apartado completamente del reconocimiento del ordenamiento jurídico al cual los
miembros de una sociedad se someten. Incluso, dicho sujeto llega a actuar en contra del
ordenamiento jurídico mismo de manera reiterada y profesional para su desconocimiento o
destrucción. Sin embargo, para el alcance de esta conclusión y para su mayor comprensión, Jakobs
expone principalmente algunas consideraciones filosóficas planteadas en siglos anteriores por
Rousseau, Fichte y Hobbes como orígenes del planteamiento de la existencia de enemigos en el
plano jurídico y político de un Estado.

i. Orígenes en Rousseau y Fichte

En su texto “Derecho Penal del Ciudadano y Derecho Penal del Enemigo”, Jakobs reconoce que
la comprensión de su doctrina radica principalmente en postulados afirmados por exponentes de la
filosofía política del contractualismo. Este pensamiento radica en la concepción del Estado como la
unión de los hombres en sociedad a través de un pacto o contrato social que constituye al Estado
por voluntad de los contratantes, quienes conformarán dicha sociedad. Considerando estos puntos
preliminares, enemigo es en general aquel sujeto que actúa en contra de o fuera del contrato
establecido, viviendo fuera de la relación jurídica pactada desde el momento en que infringe el
contrato. En palabras de Rousseau, “todo malhechor, al atacar el derecho social, se convierte por
sus delitos en rebelde y traidor a la patria; deja de ser miembro de ella al violar sus leyes, y hasta le
hace la guerra. Entonces, la conservación del Estado es incompatible con la suya; es preciso que uno

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de los dos perezca, y cuando se da muerte al culpable, es menos como ciudadano que como
enemigo.” (Rousseau, citado por Jakobs, 1999).

Así pues, habiéndose planteado la existencia de un pacto o contrato social vinculante entre sus
partes para su sometimiento al mismo, es claro que se parte del principio pacta sunt servanda para
la consideración de los enemigos en un Estado bajo la concepción contractualista. Puesto que un
contrato social que funda una estructura política y una sociedad ordenada implica un pacto de
evidente importancia para la seguridad y la vida misma de los particulares que forman parte de
dicho pacto. De manera que, una trasgresión al mismo supone que el sujeto que obra contra el
contrato que pretende garantizar la seguridad de sus contratantes, e implica entonces que el sujeto
actúa contra esa misma seguridad que pretendía garantizarse, por lo que es reputado como un
enemigo por no haberse obligado a lo pactado, intentando actuar fuera o contra de ello.

En un sentido similar a Rousseau, Fichte hace la siguiente consideración: “quien lesiona el


contrato ciudadano en un punto donde en el contrato se contaba con su prudencia, sea
voluntariamente o por imprevisión, pierde estrictamente de ese modo todos sus derechos como
ciudadano y como ser humano” (Fichte, citado por Jakobs, 1999). De esta afirmación, se extraen
dos consideraciones de gran importancia para el concepto moderno del Derecho Penal del Enemigo.
En primer lugar, es claro que un sujeto se vuelve enemigo respecto a aquellos que mantienen el
cumplimiento del pacto social precisamente por el reproche que éstos tendrán contra el sujeto por
obrar en contra del contrato ciudadano pactado. En segundo lugar, precisamente por este reproche,
al menos en el plano político y apartado de lo estrictamente jurídico, se llega a afirmar que pierde
total o parcialmente los derechos que de otra manera tendría si no hubiese violado el pacto social.

ii. Orígenes en Thomas Hobbes

Thomas Hobbes es uno más de los pensadores contractualistas que Jakobs y otros doctrinarios
utilizan para la comprensión del concepto de enemigo y el Derecho Penal que les es debido. A
manera de precompresión, es preciso recordar que para Hobbes, la idea de Derecho consiste en
“constituir un orden verdadero en la tierra, que, al menos, asegure la existencia de todos” (Hobbes,
citado por García Martin, 2005). Esta es una consideración muy importante para el planteamiento
del por qué se da la existencia del concepto de enemigo en un Estado, puesto que Hobbes parte de
la identificación de un interés particular y permanente del hombre que implica su deseo de proteger
el Estado que mediante el pacto social ha creado. Así pues, afirma Hobbes que “el bien supremo del
hombre es su propia existencia y en el estado de naturaleza no está asegurada, sino en permanente
peligro” (Hobbes, citado por García Martin, 2005). Así pues, ante este peligro permanente, existe el
deseo del hombre de construir un orden normativo mediante un pacto o contrato social, mediante
el cual cada hombre consiente ceder parte de su derecho natural a todo en virtud de garantizar la
seguridad propia y ajena que supone el seguimiento a las normas que limitan el comportamiento
de los particulares.

La forma en que se diferencian las concepciones de Hobbes con respecto a las de Rousseau y
Fichte, quienes consideran al simple criminal como un enemigo, radica en el nivel de ofensa que
deben realizar para ser considerados como tal. Bajo esa distinción, Jakobs expone cómo Hobbes
considera que “el ciudadano no puede eliminar por sí mismo su status. Sin embargo, la situación es
distinta cuando se trata de una rebelión, es decir, de alta traición: «Pues la naturaleza de este crimen

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está en la rescisión de la sumisión. lo que significa una recaída en el estado de naturaleza (…) Y,
aquellos que incurren en tal delito, no son castigados en cuanto súbditos, sino como enemigos”
(Hobbes, citado por Jakobs, 1999).

La materialización de esta traición es mejor comprendida cuando se contrapone en un mismo


plano al rebelde (y por tanto enemigo) frente al ciudadano. En este plano, el ciudadano es un sujeto
que mantendrá la vigencia de la ley y respetará sus garantías aún frente al enemigo, a diferencia de
este que precisamente pretende apartarse del contrato social suscrito, recayendo en el ejercicio
desmedido y descontrolado del derecho a todo. Así pues, una segunda consideración de Hobbes
expone que “aquél que tiene garantías suficientes de que los demás observarán las leyes naturales
para con él, y, no obstante, no está dispuesto a observarlas para con ellos, estará de hecho buscando
la guerra, y no la paz y, consecuentemente, estará buscando la destrucción de su naturaleza por la
violencia” (Hobbes, citado por García Martin, 2005). Esto último implica pues la transición del status
de ciudadano al status de enemigo a los ojos de Hobbes, quien ante esto concluirá que a estos
enemigos ya no puede juzgárseles según el Derecho Civil. Por tanto, quienes se apartan del contrato
social que los vincula para renunciar por sus conductas a su status como ciudadano, habrá de ser
juzgado “como a enemigos del Estado; y no por derecho de gobierno o de dominio, sino por derecho
de guerra” (Hobbes, citado por García Martin 2005).

iii. Conclusión de Günther Jakobs

Jakobs identifica en la doctrina del contractualismo el sentido de la existencia de un Derecho


Penal como tal, pues parte de las consideraciones de Thomas Hobbes quien identifica que en el
estado de naturaleza no se da la existencia de un orden normativo y vinculante que pueda ser
ignorado, pues no puede quebrantarse lo que no existe para ser quebrantado. En vez de ello, dicho
orden existe únicamente en las sociedades organizadas bajo pacto social. De ahí que Jakobs
concluya que la comisión de delitos solo puede existir en la realidad jurídica bajo una comunidad
ordenada, es decir, en el Estado. Y, si un enemigo es el que pretende atentar contra el pacto social,
o prolongada o permanentemente desconocerlo, de igual manera solo pueden existir enemigos
cuando existe una sociedad organizada políticamente por el contrato social.

La conclusión concreta de Jakobs es explicada por él mismo a través del planteamiento de un


ejemplo, el cual tiene la finalidad de esclarecer la percepción de un sujeto que podría ser por un
lado ciudadano, y por otro, enemigo. Jakobs sugiere lo siguiente:

“(…) El delito no aparece como principio del fin de la comunidad ordenada, sino sólo como
irritación de ésta, como desliz reparable. Para clarificar lo dicho imagínese que un sobrino mata a su
tío, a quien está llamado a suceder, para acelerar la herencia. Ningún Estado sucumbe por un caso
de estas características. Más aún, el hecho no se dirige contra la permanencia del Estado, y ni
siquiera contra la de sus instituciones: el malvado sobrino pretende acogerse a su vez a la protección
de la vida y de la propiedad dispensadas por el Estado. (…) Por ello, el Estado moderno ve en el autor
de un hecho normal, a diferencia de (…) un enemigo al que ha de destruirse.” (Jakobs, 1999)

Jakobs es claro en la característica esencial del enemigo al momento de plantear su conclusión


respecto a cómo se diferencian los ciudadanos de los enemigos. Acude pues al elemento interno o
motivación del actuar del criminal, quien mediante sus actos pretende apartarse de la conducta civil

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establecida por las normas de Derecho de un Estado, incluso pretendiendo su colapso al
desconocerlas y buscar su destrucción. El enemigo es entonces quien pretende la extinción de la
sociedad organizada, pero para ello, así como ocurre en las impugnaciones por nulidad o anulación,
el sujeto debe atacar al acto e institución misma en la que la sociedad organizada se funda. El sujeto
debe atacar al contrato social, y a la fuerza del orden jurídico mismo. Pero de nada serviría quemar
un libro llamado “Constitución Política de la República de Guatemala”, o en pisotear el pabellón
nacional y el Acta de Independencia de 1821. Claro es que estos son meros símbolos o
reproducciones de algo que va más allá de los actos materiales. Para la destrucción de dicha
corporación, el sujeto deberá atacar aquello a lo que Hans Kelsen llama “Norma Fundamental”, que
es el convencimiento y la confianza misma que los individuos que firman el contrato social tienen
respecto a sus Constituciones, banderas y Actas de independencia: El acuerdo social que hace a las
normas jurídicas obligatorias en su cumplimiento.

Es así como surge entonces la importancia para los juristas, pero más aún, para un órgano
legislativo, el tener en cuenta la posible consideración de normas jurídicas que se rijan bajo esta
distinción entre ciudadanos y enemigos. Esto debe ser así, no porque sea necesaria la separación de
la consideración jurídica entre ciudadanos y enemigos, pues esta misma se demostrará como
peligrosa en posteriores reflexiones, sino más bien precisamente por ese mismo peligro que implica
el tratamiento jurídico de los enemigos, quienes sufrirán de una apreciación hostil en su tratamiento
político y legal. De hecho, si bien no existe un cuerpo normativo separado para los enemigos que
sería lo ideal en la visión de Jakobs, sí existen en los ordenamientos jurídicos modernos normas que
parten de la distinción entre “nosotros” los ciudadanos y “ellos” los enemigos. En la República de
Guatemala, el delito de terrorismo es ejemplo de ello. Pero, antes de ahondar en el tema principal
de este escrito que es la peligrosa complejidad del delito de terrorismo, el cual se ha visto
influenciado por la concepción del derecho penal del enemigo, es preciso conocer las críticas en las
que se funda la existencia del peligro en esta doctrina jurídico-penal que ha llegado a escabullirse
dentro de cuerpos normativos “del ciudadano”.

II Críticas al Derecho Penal del Enemigo


i. Implicaciones jurídicas y políticas del Derecho Penal del Enemigo de Jakobs

Una característica distintiva de la doctrina del Derecho Penal del Enemigo, y la más peligrosa de
ellas, radica en la separación de los sujetos ciudadanos de los enemigos. No en todas, pero si en
algunas manifestaciones de esta doctrina, se llega a hablar de la consideración jurídica de los
enemigos como no-personas, quienes pierden la dignidad mínima para ser considerados como
ciudadanos de un Estado y que, por su peligrosidad, no deberían ser considerados como sujetos
protegidos por las garantías constitucionales y penales del debido proceso. Incluso, es posible hablar
de esta posición como una manifestación de la discriminación, jurídicamente hablando, puesto que
consiste en el menoscabo y restricción del ejercicio de los derechos de una persona por motivos de
su personalidad y sin existir condena judicial. Semanas antes de realizar este escrito, discutíamos en
clase con la cátedra auxiliar del curso de Argumentación e Interpretación Jurídica en la facultad de
Derecho de la Universidad Francisco Marroquín respecto a las garantías del debido proceso. Entre
ellas, fue mencionada la inviolabilidad de la correspondencia, respecto a cómo las pruebas
obtenidas ilícitamente por las autoridades no podían admitirse en juicio. Pero, luego de dicho esto,
una breve y espontánea mención de la misma cátedra indicó cómo esta garantía parecía tener una

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excepción, precisamente en el tratamiento del terrorismo. Tan común y tan conocidas son estas
prácticas que forman parte incluso de la cultura popular representada en la cinematografía.

No solo ocurre en la inviolabilidad de la correspondencia, sino que también en prácticas como


la tortura para la obtención de confesiones o información, en la negación del habeas corpus para
los sospechosos de terrorismo o crímenes de lesa humanidad, y peor aún, en la normalización de
acusar a opositores públicamente con la etiqueta de “terroristas”, sin recordar la gravedad penal
que implicaría la imputación de ese delito a una persona. La carga emotiva de este tipo de palabras
tuvo siempre su función en la historia. Es parte del conocimiento básico de nuestra historia el rol
que jugó la etiqueta del comunismo en las décadas de 1970 a 1990 en el continente americano, cuya
sola mención del término llegó a motivar a invasiones abiertas y encubiertas de múltiples Estados
latinoamericanos. Ejemplo de ello es el plan PB-Success, formulado por la Agencia Central de
Investigación de los Estados Unidos de América (CIA), cuyo éxito tuvo una célula inicial que le dio
vida: Designar a un gobierno bajo la etiqueta del comunismo.

En ese entonces, y quizá también actualmente, pero en menor medida, el comunista era el
enemigo público más notorio y repudiado. El combate político y militar que le dio frente existió
gracias al respaldo popular que repudiaba al enemigo comunista, y le parecía correcto utilizar la
fuerza pública para su extinción. Este discurso actualmente ya no genera la misma tracción, y no
motiva a la misma cólera pública del siglo XX. Pero el espacio no quedó vacante, sino que fue
reemplazado por una etiqueta distinta. Como lo describe en una breve frase el autor Luigi Ferrajoli,
“ayer el comunismo, hoy el terrorismo” (Ferrajoli, 2007). Es por ello que estas etiquetas son
utilizadas, puesto que permiten ignorar las garantías procesales en el tratamiento jurídico de los
sujetos señalados como comunistas en el siglo XX, y como terroristas en el siglo XXI, bajo la
protección de la opinión pública.

ii. La característica típica y fundamental del Derecho Penal del Enemigo

Una vez expuesta la doctrina del Derecho Penal del Enemigo, múltiples autores se dieron la
tarea de esclarecer algunos de los peligros que dicha doctrina tiene. Muchas de estas críticas
servirán para el entendimiento de la problemática de la regulación actual de conceptos como el
terrorismo, el cual se abordará una vez comprendidas las críticas más esenciales al Derecho Penal
del Enemigo. Así pues, para abarcar estas críticas, es necesario comprender cómo modernamente
se manifiesta el Derecho Penal del Enemigo en su expresión normativa para luego entender la
existencia de sus críticas más fundamentales. Este listado es abordado por el autor Luis García
Martin, quien identifica cuatro características de la siguiente manera:

“Para hacer frente a los enemigos se recurre en las sociedades modernas a regulaciones de
características tales que permitirían identificarlas como típicas de un Derecho Penal del
Enemigo: 1) Una primera manifestación de éste está representada por aquellos tipos penales
que anticipan la punibilidad a actos que sólo tienen el carácter de preparatorios de hechos
futuros. (…) 2) Una segunda característica del Derecho penal del enemigo sería la
desproporcionalidad de las penas. (…) 3) Para el caso alemán, Jakobs ve también una
manifestación típica del Derecho penal del enemigo en el hecho de que numerosas leyes
penales alemanas de los últimos años se autodenominen abierta y precisamente como ´leyes

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de lucha o de combate´, lo cual representaría, según él, un ´paso de la legislación penal a
una legislación de combate´” (García Martin, 2005).

No obstante, estas son características básicas del Derecho Penal del Enemigo que son
comúnmente aceptadas incluso dentro de la doctrina que critica a esta misma concepción del
derecho penal. Por ejemplo, la primera de las características identificadas abarca a aquellas normas
que identifican como elemento personal del delito la pertenencia a una organización criminal por
parte del autor, lo que implica la esfera preparativa del delito del enemigo. La segunda de las
características se refiere la presencia de penas que no pueden conmutarse además de un aumento
en las penas mínimas y máximas por la simple agravante de los vínculos con el enemigo. La tercera
de ellas se refiere a la identificación de cuerpos normativos bautizados con un nombre que alude al
conflicto o la guerra. Un ejemplo nacional que agrupa a todas estas características es el Decreto 21-
2006 del Congreso de la República de Guatemala, que contiene la “Ley Contra la Delincuencia
Organizada”. Ahora bien, aún abarcando las tres primeras características identificadas por García
Martin, este cuerpo normativo aún no abarca completamente a la doctrina del Derecho Penal del
Enemigo, precisamente por la ausencia de la última característica identificada por García Martin, y
la más relevante para las consideraciones de este escrito:

“4) Un signo especialmente relevante y significativo para la identificación del Derecho penal
del enemigo, y a la vez profundamente sensible es la considerable restricción de garantías y
derechos procesales de los imputados. Así, se pone en cuestión hasta la presunción de
inocencia, por ser opuesta a la exigencia de veracidad en el procedimiento. Se reducen
considerablemente las exigencias de licitud y admisibilidad de la prueba. Se introducen
medidas amplias de intervención de las comunicaciones de investigación secreta o
clandestina, de incomunicación, se prescinde del o se reinterpreta restrictivamente el
´principio nemo tenetur se ipsum accusare´ o, por citar sólo un exponente más, se amplían
los plazos de detención policial, para el cumplimiento de “fines investigadores” así como los
de prisión preventiva, y en el plano teórico se reivindica incluso la licitud de la tortura”
(García Martin, 2005).

Es aquí donde la doctrina del Derecho Penal del Enemigo muestra su verdadera luz y verdadero
peligro para el Estado de Derecho, poniendo en práctica su postulado principal: la distinción en el
tratamiento jurídico diferenciado para los ciudadanos y los enemigos. Es esta la característica típica
de cualquier auténtico Derecho Penal del Enemigo, pues mediante esta restricción de derechos y
garantías procesales ocurre la manifestación de ese espíritu de lucha en contra del enemigo, quien
no merece el mismo tratamiento protector mediante las garantías del debido proceso que goza el
ciudadano en el Estado de Derecho. Ahora bien, es preciso destacar desde aquí el inicio de las
críticas a esta doctrina mediante un severo problema.

Tomemos por ejemplo al Derecho Laboral, el cual es aplicable a ese vínculo jurídico existente
entre patrono y trabajador, quienes suscriben un contrato individual de trabajo o simplemente dan
inicio a la relación laboral, provocando que se presuma la existencia de dicho contrato. Es claro que
la aplicación de esta rama del Derecho y sus normas inicia desde la existencia del vínculo jurídico-
laboral, el cual se identifica con la existencia del contrato de trabajo y el inicio de la relación laboral.
En el Derecho Penal, ocurre algo similar, donde su aplicación inicia desde que alguien es acusado
por denuncia o querella de la comisión de un delito. Pero, ¿Cómo ocurre en el Derecho Penal? Claro

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es que esta rama del Derecho es aplicable a los enemigos, pero esta sola premisa lleva a la siguiente
cuestión planteada por el tratadista Muñoz Conde en su libro “El nuevo Derecho penal autoritario”:

“es casi un lugar común preguntarse quién y con qué legitimidad podría decidir el momento y
las circunstancias exactas en las que alguien traspasa la frontera de la delincuencia de ‘los
ciudadanos’ para internarse en el mundo sin reglas de los ‘enemigos’ sociales” (Muñoz Conde,
citado por García Martin, 2005).

Esta cuestión no debe tomarse a la ligera, y es aquí donde existe la primera y mayor crítica del
Derecho Penal del Enemigo, y que puede extraerse también para la consideración crítica del
concepto del terrorismo como un tipo de enemigo.

iii. La “autorreferencia” del Derecho Penal del Enemigo

Al conocer entonces las implicaciones políticas y jurídicas de la existencia de enemigos, y las


características del tratamiento jurídico de los mismos, es evidente el peligro que supone la
determinación de un sujeto bajo el status de enemigo. Una vez etiquetado como tal, la pérdida de
sus garantías del debido proceso es inminente, y se le da una persecución de lucha en su contra. Por
ello, no es extraño que tratadistas como Muñoz Conde se interesen por quién o como se tendría la
legitimidad para señalar a un ciudadano como enemigo, lo cual lo sometería al tratamiento jurídico
del enemigo. Esta reflexión la aborda el autor García Martin, cuyas palabras serán meditadas para
entender el peso que implican. Así pues, el autor expone lo siguiente:

“Una primera reflexión que sugiere el discurso del Derecho penal del enemigo lleva a interrogar
por si el mismo no conduce a un callejón sin salida, como lo muestra la siguiente argumentación
que desarrollo con un valor meramente dialéctico. En efecto, si el Derecho penal del enemigo se
construye a partir del reconocimiento de sus destinatarios como no-personas, entonces parece
que habría que partir de la existencia de esta especie de no-personas ya en la realidad previa del
Derecho penal del enemigo, pues de lo contrario sería el propio Derecho penal del enemigo el
que construiría dicho concepto de un modo completamente autorreferente y, por ello, circular”
(García Martin, 2005).

Así pues, realmente no existe una forma de determinación propia del Estado de Derecho para
someter a una persona al régimen jurídico propio del enemigo. No debería sorprender a cualquier
analista de esta doctrina que el discurso del Derecho Penal del Enemigo supone la identificación de
tales enemigos por procesos que implican en todas sus modalidades el menoscabo de las garantías
procesales en el Estado de Derecho de manera arbitraria. La única forma en que un sujeto ingresaría
al status de los enemigos es mediante la disposición arbitraria de un funcionario público, el cual no
se limita a aquellos que pertenecen al organismo judicial de un Estado, puesto que es preciso
recordar que el tratamiento del enemigo implica también la participación del organismo ejecutivo
desde la fase de investigación de posibles delitos cometidos.

Es así como cualquier norma del Derecho Penal del Enemigo supone que el sujeto al que se
someterá a dicha clase de cuerpo normativo o norma individual por una imputación que no se basa
en la ley, y que impone la pena del tratamiento como enemigo. Incluso aquellas normas penales
que aluden a elementos de esta doctrina, cuyas penas son prestablecidas, obligan al juez a observar

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excesivamente elementos subjetivos y personales del sujeto, tales como el delito de terrorismo
estipulado en el artículo 391 del Código Penal de la República de Guatemala, donde se depende de
sobremanera que el sujeto activo actúe con la motivación de “alterar el orden constitucional” o “el
orden público del Estado”. ¿Cómo puede válidamente determinarse tales circunstancias que
implicarán el tratamiento jurídico de los enemigos a quienes se les imputa este tipo de normas? El
peligro de estas consideraciones conforma incluso otra crítica fundamental de las normas del
Derecho Penal del Enemigo que deben ser consideradas con respecto a la función jurisdiccional.

iv. La función jurisdiccional en el Derecho Penal del Enemigo

Se ha señalado cómo el Derecho Penal del Enemigo basa su pensamiento desde la consideración
de los enemigos desde circunstancias mas o menos objetivas, tales como la pertenencia a
organizaciones ilícitas, o la habitualidad en su actuar antijurídico. No obstante, especial peligro se
encuentra en aquellos elementos subjetivos que componen parte esencial del tratamiento de los
enemigos, a quienes se les caracteriza precisamente por la valoración de su intención de apartarse
de la subordinación al ordenamiento jurídico, presumiblemente buscando su destrucción. El
carácter subjetivo y personal de tales elementos supone un problema para la función jurisdiccional
que deberá determinar en cada caso si existen en el sujeto dichas motivaciones que lo convierten
en terrorista, sometiéndolo al tratamiento jurídico del enemigo.

Para los ciudadanos, existen normas que los protegen de este tipo de valoraciones, como por
ejemplo el principio de legalidad, que obliga al legislador a prever con el mayor detalle posible los
tipos penales con una descripción razonable de las conductas que debe cometer el sujeto activo
para ser imputado como culpable de cometer el delito prestablecido. En efecto, para que pueda
tenerse por satisfecha esta tarea, la conducta debe ser determinada con sus respectivos verbos
rectores para que se conozca, libre de analogía y consideraciones subjetivas, la forma en que un
sujeto comete un delito. La Corte de Constitucionalidad de la República de Guatemala expresa esta
consideración al citar los expedientes 3753-2012, 1122-2005, 1553-2001 dentro del expediente
1258-2000, indicando lo siguiente:

“Respecto al principio de legalidad, esta Corte ha sostenido que: “(…) El artículo 17 de la


Constitución Política de la República de Guatemala expresa que (...) Este principio, que a su vez
constituye una garantía para un juzgamiento conforme al principio jurídico del debido
proceso, constituye uno de los elementos centrales de la persecución penal en una sociedad
democrática, e impone la obligación al legislador ordinario de definir en la forma más clara y
precisa posible (lex certa) cuáles son esas ‘acciones u omisiones’ que son consideradas
punibles mediante la determinación de tipos penales que contemplen una clara definición de la
conducta incriminada, concretizar sus elementos y permitir así deslindar conductas punibles de
aquellas que no lo son.” [El resaltado es propio.]

Juntamente con el principio de legalidad, el cumplimiento del deber antes descrito implica la
existencia de la seguridad jurídica como principio del ordenamiento jurídico, cuya importancia es
descrita por la Corte de Constitucionalidad en su expediente 1258-2000 de la siguiente manera:

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Terrorismo: Un Término Definido por la
Emoción
“La seguridad jurídica es generadora de certeza, y es un medio de defensa contra la
arbitrariedad, por lo que la estabilidad normativa y la determinación clara de las disposiciones
legales aplicables, son manifestaciones de ella.” [El resaltado es propio].

Así pues, claramente expone la Corte cómo la definición clara de las acciones y omisiones
punibles son un instrumento que impiden la aplicación arbitraria de la ley penal por parte de los
jueces al momento de evaluar las alegadas conductas del sujeto activo. Pero, al analizar
disposiciones que recaen predominantemente sobre la valoración del elemento interno o subjetivo
del sujeto, es inevitable llegar a la conclusión de la existencia de tales normas como leyes penales
en blanco. Es aquí donde se hace un primer acercamiento al concepto de terrorismo dentro de esta
parte preliminar del texto, acudiendo al Código Penal de la República de Guatemala. En su artículo
391, el delito de terrorismo se estipula de la siguiente manera:

“Comete el delito de terrorismo quien, con la finalidad de alterar el orden constitucional, el


orden público del Estado o coaccionar a una persona jurídica de Derecho Público, nacional o
internacional, ejecutare acto de violencia, atentare contra la vida o integridad humana,
propiedad o infraestructura, o quien con la misma finalidad ejecutare actos encaminados a
provocar incendio o a causar estragos o desastres ferroviarios, marítimos, fluviales o aéreos”.
[El resaltado es propio].

Así pues, con un análisis que no requiere de mucha profundidad, es claro que la aplicación de
este delito debe imperativamente implicar que el sujeto obra con la finalidad señalada en el
supuesto citado. De lo contrario, no podría imputársele dicho delito. Es aquí donde radica la crítica
planteada, puesto que una consideración de tal magnitud puede implicar únicamente una
valoración subjetiva y por tanto arbitraria del juez respecto a la existencia de dicha motivación tan
abstracta y poco delimitada, que radica en un golpe al principio de legalidad. Esta consideración la
expresa el autor Luigi Ferrajoli, indicando lo siguiente:

“La sustancia del principio de legalidad está en la previsión legal como punibles de ´tipos de
acción´ y no de ´tipos de autor´; en castigar ´por lo que se hace´ y no por ´lo que se es´; en
identificar las conductas dañosas y no, también, a los sujetos dañosos, más bien tutelados por
ese principio en sus diversas y específicas identidades, aunque sean desviadas; en dirigir el juicio
a la prueba de los hechos y no la inquisición sobre las personas” (Ferrajoli, 2007).

Al considerar cómo surge una transición en normas represivas de enemigos, las cuales buscan
fundamentalmente la valoración de elementos subjetivos, se da un paso de la consideración
empírica de los hechos, a la evaluación subjetiva de las motivaciones personales del sujeto. De ahí
que pueda señalarse el peligro que supone el Derecho Penal del Enemigo y las normas que motiva
(tales como el delito de terrorismo en la República de Guatemala y casi todos los países del mundo)
para el principio de legalidad y otras garantías del debido proceso que incrementan la seguridad
jurídica propia del Estado de Derecho. Concretamente, este tipo de normas implican simplemente
en el siguiente problema, el cual es muy preocupante.

“La consecuencia es una segunda deformación que trastoca la naturaleza del juicio penal. En
efecto, esta mutación sustancialista y subjetivista del modelo de legalidad bajo la enseña del
enemigo produce como resultado la quiebra de todas las garantías procesales. Si el delincuente

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Terrorismo: Un Término Definido por la
Emoción
y el imputado son enemigos, el juez a su vez se convierte en “enemigo del reo”, según las
palabras de Beccaria, y pierde inevitablemente toda su imparcialidad” (Ferrajoli, 2007).

III ¿Quién es el enemigo?


Así pues, volvemos nuevamente a la importante y complicada pregunta sobre ¿Quién es
realmente el enemigo, y quien tiene la potestad suficiente para otorgarle una calidad tan peligrosa
a otra persona? En definitiva, seguir la sugerencia propia del Derecho Penal del Enemigo implicaría
recaer tanto en la autorreferencia descrita por García Martin, como en la pérdida desmedida de la
parcialidad descrita por Ferrajoli. Por consiguiente, no puede hacerse realmente una imputación del
status de enemigo sin primero acudir al sistema penal ordinario, el cual sería el apropiado para
determinar la aplicabilidad de dicho status. Para ello, debería partirse de la siguiente afirmación
como principio general en la consideración de los enemigos en cualquiera de sus modalidades:

“hasta su conclusión mediante una sentencia condenatoria, el imputado no puede encontrarse


en ningún otro que no sea el de status ciudadano” (García Martin. 2005).

Partiendo de ello, no cabe más que comprender entonces que la transición del status de
ciudadano al status de enemigo debe darse bajo las reglas del debido proceso del Derecho Penal
dentro del Estado de Derecho. Esto mismo implica que deben evitarse las normas que se apartan
de la debida observancia de la lex certa descrita por la Corte de Constitucionalidad. La búsqueda de
estas normas y estos principios no implican la exigencia de un juez plenamente imparcial, pues claro
está que dicha circunstancia será imposible en tanto el juez sea (y debe ser) humano. Ahora, así
como lo sugiere la Biblia con respecto a los pecados, “Si tu mano te hace pecar, córtatela. Más te
vale entrar en la vida manco que ir con las dos manos al infierno”.

Así pues, debe prevalecer la búsqueda de eliminar aquella clase de normativas y disposiciones
motivadas por la notable ira y desprecio de los enemigos, visible en la doctrina del Derecho Penal
del Enemigo, cuya consideración es importante, pero cuyos postulados deben tratarse con cuidado
por el peligro que implican. El parche que requiere esta doctrina es subsanar la autorreferencia a la
que actualmente está condenada, así como el deber de apartarse de las imputaciones enteramente
parciales de la función jurisdiccional cuando el legislador permite e incluso obliga a la valoración de
elementos personales del acusado, apartándose de los hechos que merecen una mayor
consideración. En mi opinión, tal solución ya es posible, y no requiere de la formulación de un nuevo
tipo penal para los enemigos a través de normas ambiguas o vagas que obligan a valorar un
elemento enteramente subjetivo para la identificación de los enemigos. Para demostrarlo, he
optado por la consideración del delito de terrorismo como una modalidad de los enemigos, y quizá
el enemigo más temido y repudiado de la actualidad.

IV. El Terrorismo
I Conceptos deficientes de “Terrorismo”
i. Tratamiento doctrinario del terrorismo

El concepto del terrorista o terrorismo está fuertemente ligado al concepto de los enemigos,
precisamente porque son una modalidad de los mismos. Sujetos como las fuerzas armadas de un

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Terrorismo: Un Término Definido por la
Emoción
Estado al cual se le ha declarado la guerra, terroristas, o piratas son unas de las formas en que
pueden presentarse los enemigos frente a una sociedad. La mejor opción para considerar
preliminarmente a este concepto es acudir al autor que desarrolla a la doctrina del Derecho Penal
del Enemigo, quien indica que el término se utiliza para referirse a “denominando así a quien
rechaza por principio la legitimidad del ordenamiento jurídico y por ello persigue la destrucción de
ese orden” (Jakobs, 1999). Así pues, una primera consideración doctrinaria propia del Derecho Penal
del Enemigo concibe al terrorista como aquel sujeto que manifiesta un rechazo y persigue la
destrucción del orden jurídico de una sociedad. No se dispone realmente de alguna clase de actos,
sino que se dirige directamente el juicio del sujeto sobre un carácter personal, acudiendo al
elemento subjetivo o interno del actuar de la persona. Es aquí donde surge la problemática expuesta
por Luigi Ferrajoli, donde este tipo de supuestos penales no pueden ser considerados por admitir
un juicio que ya no predomina en la valoración de los actos como antijurídicos, sino de los sujetos
como amigos o enemigos. Está de más señalar el claro peligro que esto supone para el principio de
legalidad, bajo la jurisprudencia de la Corte de Constitucionalidad de la República de Guatemala y,
consecuentemente, el peligro que corre el sospechoso del delito de terrorismo bajo la concepción
de Jakobs.

Por otra parte, una consideración más política del término terrorismo surge a partir del estudio
del concepto formulado durante el siglo XX y principios del siglo XXI por parte de los organismos
internacionales. Es así como el autor López Calera expone su concepto de terrorismo de la siguiente
manera:

“Terrorismo es toda actividad violenta organizada por un grupo político (estatal o no estatal) y
dirigida contra los derechos fundamentales de la persona humana y contra el orden jurídico
propio de un Estado democrático de Derecho y contra la legalidad internacional, que trata de
producir un terror indiscriminado, porque, se ejerce no sólo contra los responsables o
representantes de unos grupos políticos (no estatales o estatales), sino también sobre una
población (violencia indiscriminada) de un Estado o de varios Estados, actividad que se realiza
por motivos políticos para la destrucción de un orden político o para la conquista del poder
político” (Calera, 2002).

Sin perjuicio de la dificultad que supone probar los elementos subjetivos y, por tanto, personales
del sujeto al actuar presuntamente de forma terrorista, cabe señalar que la sola redacción del
concepto de terrorista de esta forma supone ya múltiples problemas. El intento de abarcar el
concepto de terrorismo en unos enunciados es una falla recurrente no solo en múltiples conceptos
doctrinarios de carácter político, sino especialmente en los tratados y acuerdos internacionales. Su
formulación de esta manera implica dificultades visibles en el concepto antes citado, como por
ejemplo la poca certeza que se tendría sobre si el autor se refiere que den concurrir tanto el
menoscabo a los derechos fundamentales como el ataque al orden jurídico-democrático de Derecho
y la legalidad internacional al mismo tiempo. No es necesario mucho análisis para identificar la poca
o nula aplicabilidad que un supuesto de tal naturaleza tendría. Por otra parte, si cada uno de los
supuestos es independiente de otro, esto implica que el simple menoscabo de un derecho
fundamental cuando provoca terror y se hace, por ejemplo, con el fin de obtener poder político, se
estaría hablando de terrorismo. Pero en tal supuesto, el caso de un político que envía a sicarios a
secuestrar y luego de unas semanas asesinar a su opositor político en las elecciones para obtener la
alcaldía sería entonces un caso de terrorismo. Así pues, nuevamente se recae en un peligro para la

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Terrorismo: Un Término Definido por la
Emoción
seguridad jurídica, al no existir una lex certa que permita al juez e inclusive a la población en general
de saber en qué consiste el concepto del terrorismo, sin confusión con otros delitos comunes

Para la doctrina con mayor contenido jurídico, este tipo de concepciones del terrorismo
pertenecen a los modelos subjetivos de la consideración del término en cuestión y, en mi opinión,
son los más peligrosos de todos, y lamentablemente son los que la legislación internacional abarca.
El autor chileno Villegas Díaz conceptualiza a este modelo indicando que “El modelo subjetivo define
el terrorismo con referencia a la presencia de una determinada finalidad que debe estar presente en
el sujeto al momento de cometer la conducta. Tal finalidad puede ser: política, y causar terror o
intimidación (sea como finalidad del sujeto o como resultado de la actividad terrorista), y/o coactiva
(obligar al Estado u organismo internacional, o a la autoridad a hacer o dejar de hacer algo). Ellas
pueden aparecer alternativa o conjuntamente en los tipos penales. (Villegas Díaz, 2016).

Por otra parte, existe el modelo objetivo del planteamiento del concepto de terrorismo, el cual
es explicado por el autor antes citado, quien indica que “El modelo objetivo define el terrorismo a
partir de la organización terrorista, considerando que ella "es el concepto dogmático nuclear, la base
de toda la configuración de los tipos", pues "solo la organización está en condiciones de desplegar
los medios típicos y de plantear la proyección estratégica exigida por la definición típica" (Villegas
Díaz, 2016). Si bien, a este modelo no puede objetársele su mejora en cuanto a la presencia de una
circunstancia objetiva e identificable para la imputación del delito de terrorismo a un sujeto, el cual
radica en la pertenencia de una organización terrorista. Personalmente, considero que tales
modelos continúan siendo deficientes por dos motivos.

El primero de ellos, y el más simple, radica en que se elimina directamente la posibilidad de que
exista el terrorista que actúa individualmente, lo que supondría que el criminal individual se
sometería a la aplicación de otros delitos puesto que no existiría un delito que contemple su actuar
como individuo terrorista. La segunda objeción a este modelo radica en que inevitablemente ocurre
un círculo vicioso al referirse al concepto de “organización terrorista”, puesto que se partiría
entonces de la necesidad de determinar qué organizaciones serían terroristas. Si se hablase de que
toda asociación ilícita es una organización terrorista, existiría una clara colisión entre delitos ya
existentes en el orden jurídico-penal. Si se buscase definir por aparte lo que debe tomarse por
organización terrorista, inevitablemente se vuelve al modelo subjetivo, cuyos peligros ya se han
explicado anteriormente.

ii. Tratamiento internacional del terrorismo

En el ámbito diplomático y del Derecho internacional, desde inicios del siglo XX la comunidad
internacional se dio la tarea de intentar definir el concepto de terrorismo con el paso del tiempo.
No habría de sorprenderse cualquier analista de esta cadena de convenios y conferencias que a lo
largo de este siglo fueron incapaces de solidificar concretamente un concepto internacionalmente
aceptado para el término de terrorismo. Esto especialmente porque durante los últimos años del
siglo XX, los Estados involucrados en esta tarea formarían parte de múltiples acuerdos
internacionales que obligaban a los Estados miembros a tomar medidas de prevención y sanción de
la actividad terrorista, para lo cual, un concepto definido y aceptado internacionalmente era

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Terrorismo: Un Término Definido por la
Emoción
imperativo. Así pues, el primer vestigio oficial que da aparición a la primera definición del terrorismo
en la comunidad internacional surge entre los años 1927 y 1934, donde se llevaron múltiples
conferencias relativas al tema. “El principal propósito de estas conferencias consistió en la
unificación del Derecho Penal Internacional, en la cual se buscaba establecer una concepción única
para diversas figuras delictivas y así mejorar la cooperación entre países para tratar estos delitos. Al
definir los actos terroristas, se limitó a incluir elementos para condenar a ataques contra
representantes políticos, esto debido al desencadenamiento de diversos ataques en contra de jefes
de estado y funcionarios públicos importantes en Europa” (Vásquez y Toledo, 2020). La definición
preliminarmente acordada luego de estas conferencias fue posteriormente plasmada en la
Convención para la Prevención y Sanción del Terrorismo de 1937, la cual define al término de la
siguiente manera en su artículo primero, inciso segundo:

“En la presente Convención, por la expresión ‘actos de terrorismo’ se entienden los actos
criminales dirigidos contra un Estado y con la intención o calculados para crear un estado de
terror en la mente de individuos en particular, o de un grupo de personas o del público en
general.”

El concepto anterior pretendía se redefinido en posteriores convenciones, puesto que llegó a


plantearse la problemática de cómo la definición de los actos de terrorismo eventualmente los haría
susceptibles de la intervención de las extradiciones, pues no figuraban como delitos políticos sino
cualquier delito común (lo cual también presentaría problemas), siempre que en su comisión fuesen
orientados al miedo masivo del público o el terror de los particulares. No obstante, tal iniciativa fue
perdida dado el inicio de la Segunda Guerra Mundial, lo cual suspendió las conferencias que darían
vida a las modificaciones que se pretendían. No fue sino hasta la llegada de la Guerra Fría cuando
fueron reincorporadas las iniciativas con la finalidad de globalizar el término del terrorismo, y
describe el autor Laborías, “fueron aprobándose a lo largo de los años varios convenios que tienen
como objetivo regular la obligación de los Estados parte de prevenir y sancionar determinados actos
ilícitos, y colaborar internacionalmente para la persecución de sus autores” (Laborías, 2013).

Durante esta época, tanto los Estados de manera individual así como los distintos organismos
internacionales propusieron múltiples conceptos respecto al terrorismo, siendo el más influyente
de ellos el propuesto por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1994. A través de la
resolución 49/60, la Asamblea aprobó una declaración con distintas medidas dirigidas a erradicar el
terrorismo como un fenómeno de la sociedad internacional. En esta resolución, se refirió al término
terrorismo como “actos criminales con fines políticos concebidos o planeados para provocar un
estado de terror en la población en general, en un grupo de personas o en personas determinadas,
siendo estos actos injustificables en todas las circunstancias, cualesquiera sean las consideraciones
políticas, filosóficas, ideológicas, raciales, étnicas, religiosas o de cualquier otra índole que se hagan
valer para justificarlos”.

El año 2001 fue quizá uno de los más relevantes para la formulación de distintos conceptos del
terrorismo internacionalmente. Esto fue debido a la creciente notoriedad de grupos armados en
medio oriente quienes inclusive fueron eventualmente responsabilizados por la comisión de actos
criminales de escala masiva en este mismo año. Preliminarmente, el 5 de septiembre de 2001, el
Parlamento Europeo propuso una definición del terrorismo como “todo acto cometido por personas
o grupos de personas que utilizan la violencia o la amenaza de utilizar la violencia contra un país,
sus instituciones, su población en general o contra personas concretas, y que, por aspiraciones

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Terrorismo: Un Término Definido por la
Emoción
separatistas, concepciones ideológicas extremistas o fanatismo religioso, o inspirados por el afán de
lucro, tratan de someter a un clima de terror a los poderes públicos, a determinadas personas o
grupos de la sociedad, o bien a la población en general” (Calera, 2002).. No obstante, fue de mayor
peso la definición formulada luego de los atentados realizados en los Estados Unidos de América el
11 de septiembre de 2001, donde 8 días despues, “la Comisión de las Comunidades Europeas
argumentó ante el Consejo de la Unión Europea que es importante establecer una definición clara
de lo que es el término “terrorismo”, para que esta sea de uso común entre todos los Estados que
forman parte de los convenios, y con esto, puedan aplicar medidas más equiparables al estar
basadas en un mismo concepto, para también facilitar la cooperación entre estas naciones”
(Vásquez y Toledo. 2020).

Fue entonces como dicha comisión definió a los delitos terroristas, cosa que fue en principio una
nueva aproximación distinta a la habitual consideración fundamentalmente sobre los elementos
subjetivos o motivaciones del sujeto activo bajo otras definiciones. Para establecer su definición, la
comisión planteó que “la mayoría de los actos terroristas son delitos comunes que se convierten en
delitos terroristas por razón de la intencionalidad del delincuente. Si la motivación es alterar
gravemente o destruir los pilares y principios fundamentales del Estado, intimidando a los
ciudadanos, existe un delito terrorista”. Fue así como, partiendo de la consideración de los delitos
terroristas como delitos comunes que eran agravados por las intenciones del sujeto activo, las cuales
se dirigían de forma más apegada a atentar contra los “principios fundamentales de un Estado”, es
decir, su ordenamiento jurídico. Para ello, plantearon la siguiente definición:

“Los delitos terroristas pueden definirse como delitos cometidos intencionalmente por un
individuo o un grupo contra uno o más países, sus instituciones o ciudadanos, con el fin de
intimidarles y de alterar gravemente o destruir las estructuras políticas, económicas,
medioambientales o sociales de un país”

Fue así como ocurrió en la comunidad internacional una primera separación de la habitual
consideración del terrorista como quien pretendía, valga la redundancia, promover el miedo o terror
de la población. Más bien, se le abordó como lo sugirió en su momento la doctrina del Derecho
Penal del Enemigo, como sujetos que niegan y habitualmente buscan la destrucción del orden
jurídico de una sociedad. Esta separación de la habitual e insuficiente concepción del terrorista
como aquel que busca aterrorizar a una población se evidenció con una de las últimas propuestas
del concepto del terrorismo en la primer década del siglo XXI, donde en 2005 fue presentado un
nuevo concepto a la Asamblea General de las Naciones unidas por un grupo de expertos, el cual
definía al terrorismo como “Cualquier acto destinado a causar la muerte o lesiones a un civil o un no
combatiente cuando el propósito de dicho acto sea intimidar a una población u obligar a un gobierno
o a una organización internacional a realizar un acto o abstenerse de hacerlo".

Es así como las últimas concepciones del terrorismo formuladas por la comunidad internacional
s ajustan aún más a la doctrina del Derecho Penal del Enemigo al tomar a éstos como sujetos que
pretenden irrumpir en el orden jurídico o político de una sociedad mediante actos ilícitos.
Desafortunadamente, múltiples de estos conceptos fueron y continúan siendo insuficientes para
abarcar las consideraciones prácticas que supone su aplicación. Por ejemplo, en aquellos conceptos
formulados con anterioridad al siglo XX, y la definición del Parlamento Europeo en 2001 tienen la
falla de recaer en la crítica expuesta por Luigi Ferrajoli, en cuanto a que permiten e incluso obligan
al juez a analizar la existencia de una circunstancia personal bajo parámetros sumamente amplios

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Terrorismo: Un Término Definido por la
Emoción
y, por tanto, vagos para ser válidamente imputados. La intención de causar terror es algo que difícil
o imposiblemente pueda el juez identificar en una conducta, a menos que sea por vía de confesión.
Por ello, la consecuencia necesaria de estos conceptos es la pérdida de la imparcialidad del juez,
puesto que estas normas jurídicas golpean al principio de legalidad de conformidad con lo explicado
por la Corte de Constitucionalidad de la República de Guatemala y eliminan la certeza jurídica e su
aplicación.

Lo mismo ocurre con los últimos dos conceptos analizados, pero además de ello, cabe reconocer
como incluso se permite que cualquier conducta sea susceptible de considerarse como un acto
terrorista, aún cuando su conexión con el difícilmente identificable móvil de la destrucción del orden
político o jurídico. La deficiencia de esta clase de tipos penales para describir al terrorismo radica en
el error de los legisladores internacionales de intentar estipular esta clase de normativa en unos
pocos enunciados, con tal de hacerlos semejantes a otros tipos penales que funcionan de esta
manera. Sin embargo, esta opción no es solo poco práctica, sino que provoca implicaciones de
mucho peligro durante la función jurisdiccional, y peor aún, durante las fases de investigación
policiales que actualmente consideran procedente el menosprecio de las garantías procesales de
los sospechosos de delitos como el terrorismo.

iii. Tratamiento Nacional de Terrorismo en Guatemala

Dentro del ordenamiento jurídico nacional de la República de Guatemala existe también el


intento propio de nuestra nación de emitir su propia contribución para la consideración del
concepto del terrorismo. El concepto que nuestro orden jurídico delimita para el término de
terrorismo, como ya se ha mencionado antes en este escrito, se encuentra en el artículo 391 del
Código Penal de la República de Guatemala, el cual abarca el delito bajo la siguiente descripción:

“Comete el delito de terrorismo quien con la finalidad de alterar el orden constitucional, el


orden público del Estado o coaccionar a una persona jurídica de Derecho Público, nacional o
internacional, ejecutare acto de violencia, atentare contra la vida o integridad humana, propiedad
o infraestructura, o quien con la misma finalidad ejecutare actos encaminados a provocar incendio
o a causar estragos o desastres ferroviarios, marítimos, fluviales o aéreos”.

El concepto citado es, en mi opinión, uno de los mejores conceptos de terrorismo que existen
dentro del orden jurídico regional e inclusive mundial, una vez comparado con los conceptos
internacionales antes citados en este escrito. Esto no significa que haya dejado de ser deficiente,
pero es preciso identificar cuales son sus elementos que lo vuelven más exitoso. A diferencia de la
vaguedad que existe en los supuestos penales de tratados internacionales y conceptos meramente
políticos sobre el terrorismo, el delito estipulado en el Código Penal guatemalteco es capaz de
abarcar con mayor delimitación las conductas que pueden comprender el elemento material del
delito de terrorismo. Esto lo hace al realizar una especie de llamado a todos aquellos delitos
contenidos en los capítulos que menciona dentro de su supuesto. Desafortunadamente, muchos de
esos delitos implican que la mayoría de conductas lesivas como delitos comunes son capaces de
alcanzar un nivel de represión penal grave al encuadrarse dentro del delito de terrorismo. La forma
en que esto ocurre es al considerar el elemento subjetivo sumamente abstracto, el cual consiste en
“la finalidad de alterar el orden constitucional, el orden público del Estado o coaccionar a una
persona jurídica de Derecho Público, nacional o internacional”. Múltiples veces se ha reiterado ya

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Terrorismo: Un Término Definido por la
Emoción
los peligros que supone la obligación impuesta al juez para la evaluación de elementos
subjetivos/personales vagamente definidos, que implican el juicio sobre el sujeto, y no sobre los
hechos ocurridos.

Así pues, habiéndose manifestado las preocupantes consideraciones respecto a las deficiencias
y peligros dentro de los distintos modelos existentes para la definición del concepto de terrorismo,
así como el análisis de algunas disposiciones legales y resoluciones de organismos internacionales,
es preciso abordar una posible solución ante el problema planteado.

II Un Nuevo Tratamiento para el Término


i. Convención Interamericana Contra el Terrorismo – Una nueva perspectiva involuntaria

En el año 2002, la Organización de los Estados Americanos dio vida a la Convención


Interamericana Contra el Terrorismo, un cuerpo normativo que a diferencia de sus semejantes,
omitía la definición enunciativa del concepto de terrorismo. Lo más cercano a una definición del
término puede apreciarse en el artículo 2 de dicho instrumento, el cual recopila diez tratados
distintos que tienen un carácter de Ley Penal Especial, puesto que dentro de su contenido tipifican
delitos concretos de alto impacto, los cuales son abarcados por el artículo antes mencionado como
“delitos del terrorismo”. Es este un primer acercamiento no-intencional a lo que en este escrito se
considera como una forma correcta de plantear el concepto de terrorismo, evitando los peligros
antes descritos en este documento. Así pues, es preciso citar aquí el artículo antes mencionado,
pero además, posteriormente se citará una breve conclusión al respecto del uso que jurídicamente
puede dársele a este mismo artículo para la correcta definición del concepto de terrorismo. El
artículo indica lo siguiente:

““Artículo 2 - Instrumentos internacionales aplicables


1. Para los propósitos de esta Convención, se entiende por “delito” aquellos establecidos en los
instrumentos internacionales que se indican a continuación:
1. Convenio para la represión del apoderamiento ilícito de aeronaves, firmado en La Haya
el 16 de diciembre de 1970.
2. Convenio para la represión de actos ilícitos contra la seguridad de la aviación civil,
firmado en Montreal el 23 de septiembre de 1971.
3. Convención sobre la prevención y el castigo de delitos contra personas
internacionalmente protegidas, inclusive los agentes diplomáticos, aprobada por la
Asamblea General de las Naciones Unidas el 14 de diciembre de 1973.
4. Convención Internacional contra la toma de rehenes, aprobada por la Asamblea General
de las Naciones Unidas el 17 de diciembre de 1979.
5. Convenio sobre la protección física de los materiales nucleares, firmado en Viena el 3
de marzo de 1980.
6. Protocolo para la represión de actos ilícitos de violencia en los aeropuertos que prestan
servicios a la aviación civil internacional, complementario del Convenio para la
represión de actos ilícitos contra la seguridad de la aviación civil, firmado en Montreal
el 24 de febrero de 1988.
7. Convenio para la represión de actos ilícitos contra la seguridad de la navegación
marítima, hecho en Roma el 10 de marzo de 1988.

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Terrorismo: Un Término Definido por la
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8. Protocolo para la represión de actos ilícitos contra la seguridad de las plataformas fijas
emplazadas en la plataforma continental, hecho en Roma el 10 de marzo de 1988.
9. Convenio Internacional para la represión de los atentados terroristas cometidos con
bombas, aprobado por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 15 de diciembre
de 1997.
10. Convenio Internacional para la represión de la financiación del terrorismo, aprobado
por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 9 de diciembre de 1999.

Al depositar su instrumento de ratificación a la presente Convención, el Estado que no sea


parte de uno o más de los instrumentos internacionales enumerados en el párrafo 1 de este
artículo podrá declarar que, en la aplicación de esta Convención a ese Estado Parte, ese
instrumento no se considerará incluido en el referido párrafo. La declaración cesará en sus
efectos cuando dicho instrumento entre en vigor para ese Estado Parte, el cual notificará al
depositario de este hecho.””

El año pasado, dediqué unas semanas al estudio específicamente de este artículo junto con mi
compañera de estudios Diana Mayerly Vásquez Cabrera como una tarea asignada en el curso de
Historia Geopolítica, Mundial y Moderna en la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Al
analizar dicho artículo, concluimos que “Una parte fundamental de este artículo recae en su función
unificadora de instrumentos que señalan actividades terroristas. Dentro de el mismo artículo, la
Convención señala de forma indirecta que un Estado parte de la Convención ratifica indirectamente
también a los textos internacionales que ella misma menciona (…) Cabe destacar, sin embargo, que
existe otra razón fundamental del artículo segundo de esta convención, que radica en una postura
no mencionada por la misma Convención, sus entidades y sus informes. Esto radica en lo que aborda
a la definición del término o concepto del “terrorismo”, funcionado como una nueva perspectiva
para la definición compleja de este mismo ante la comunidad internacional y el Derecho”. (Vásquez
y Toledo, 2020). Cuando nos referimos a esta nueva concepción que posibilita una definición
apropiada para el término del terrorismo, nos referíamos a la creación de dicho concepto a base de
un status jurídico, al cual el sujeto sería ingresado por vía de la comisión de un hecho concreto y
delimitado bajo las reglas del principio de legalidad. Sería esta la solución a la crítica de la naturaleza
circular y autorreferente del Derecho Penal del Enemigo que desciende sobre el actualmente
considerado concepto de terrorismo, y a la vez, eliminaría el riesgo que supone la valoración de
elementos subjetivos como juicios sobre el sujeto y no sobre las conductas.

ii. Definición de “status”

Así pues, primero es necesario definir a qué se refiere el status o estatus en español. De
conformidad con el diccionario de la Real Academia Española, un estatus consiste en una “situación
relativa de algo dentro de un determinado marco de referencia”. La sola definición brinda ya una
percepción de las ventajas que supondría la consideración del terrorismo como un estatus, es decir,
como una “situación jurídica” a la que se ingresa bajo la delimitación de un “marco de referencia”
debidamente delimitado bajo las reglas del principio de legalidad. Considerando esto, es mi parecer
que la correcta definición del terrorismo no debe intentarse de manera enunciativa con algunas
breves oraciones, acoplándose al modelo objetivo y subjetivo antes descritos en este texto. Más
bien, debería darse una nueva a través de la delimitación del terrorismo como un estatus, como una
situación jurídica definida a través de la comisión de distintos supuestos dignos de reproche
suficiente para ameritar el tratamiento diferenciado de enemigo en la calidad de terrorista.

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Terrorismo: Un Término Definido por la
Emoción
Antes continuar abordando el término del terrorismo bajo esta consideración, es pertinente
apreciar una institución jurídica histórica que se asemeja a la propuesta del término del “terrorismo”
ahora planteado en cuanto a su consideración como status. En la antigua Roma, existía el status
llamado “infame”. Este status provocaba la pérdida de algunos derechos privados y públicos en
Roma, por lo que ser señalado con él era extremadamente perjudicial para una persona. En los
inicios del uso de este status, los individuos eran señalados como infames porque la definición que
se acostumbraba a utilizar en distintas provincias era aplicable a algunas personas. Ahora bien, la
misma definición se alteraba en distintas provincias de Roma, por lo que el término no pudo
unificarse. Luego de un periodo de legislación, un edicto declaró que cualquier persona que
desarrollara alguna de las acciones que el mismo edicto enlista, adquiere el status de infame y sus
consecuencias respectivas, de esta forma unificando y oficializando el término de “infame” de forma
indiscutible y aplicable en las distintas provincias de Roma. El autor Julio Iglesias Redondo explica
cómo funcionada dicha institución de la siguiente manera:

“En el Derecho justinianeo es infamis o infamia notatur a) el que se ejercita en artes deshonrosos
o practica oficios deshonestos; b) el que realiza ciertos actos que ofenden a la moralidad, y así,
p. ej., el bígamo, la mujer que pasa a segundas nupcias antes de que transcurra el alio de into, y
el que contrae dobles esponsales; c) el condenado en juicio público —prevaricación, calumnia—
; d) el condenado por Comisión de ciertos delitos privados — hurto, robo, injuria, dolo—, o por
violación de deberes inherentes a determinadas relaciones de confianza —depósito, sociedad,
mandato, tutela. Efectos de la infamia, en el Derecho justinianeo, son las incapacidades para
nombrar o ser nombrado procurador judicial," 3 desempeñar cargo público, testificar y ejercitar
una acción popular. La infamia dura toda la vida, a no ser que el senado o el príncipe concedan
al infame la in integrum restitutio”. (Iglesias Redondo, 2010)

Es así como puede preverse la consideración de la existencia de situaciones jurídicas de carácter


sancionatorio a las que se ingresa no por vía de una definición compleja y enunciativa, sino por la
comisión de conductas debidamente enlistadas que ameritaban la atribución de dicho status al
sujeto oficialmente condenado en uno de los supuestos. Lo mismo podría suceder si se tomarse al
artículo2 de la Convención Interamericana Contra el Terrorismo para una nueva concepción del
término de “terrorismo”. En vez de definir el terrorismo como a través de uno o más enunciados, el
CICTE aborda al “terrorismo” no como un concepto complejo, sino como un status que se adquiere
al cometer alguno de los 23 delitos establecidos en los tratados recopilados por el CICTE.

V. Conclusión: El “Terrorismo” como “status jurídico” de enemigo


i. Concepto del Terrorismo como “status”

Así pues, considerando las ideas anteriormente expuestas, lo más seguro para el cumplimiento
de las reglas del principio de legalidad en cuanto a la elaboración de una lex certa, que dote al
ordenamiento jurídico de certeza, es preciso definir al concepto de terrorismo a través de su
concepción como status jurídico. De manera qué, para ello puede inclusive utilizarse
preliminarmente la función recopiladora que ya ha realizado la Convención Interamericana Contra
el Terrorismo en su artículo segundo, identificando un listado de 23 delitos que podrían componer
este status de terrorista como una vez lo fue el status de infame en el Derecho Romano. Así pues,
una definición apropiada sería la siguiente:

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Terrorismo: Un Término Definido por la
Emoción
“Será señalado como terrorista, y partícipe del terrorismo a cualquier persona que accione
como autor, cómplice o quien satisfactoria o frustradamente cometa los siguientes delitos:

1. Delito de apoderamiento ilícito de aeronaves


2. delito de daño severo a aeronaves de la aviación civil
3. delito de destrucción de aeronaves de la aviación civil
4. delito contra la seguridad e integridad de los pasajeros de la aviación civil
5. delito de daño severo a las instalaciones de la aviación civil internacional
6. delito de destrucción de las instalaciones de la aviación civil internacional
7. delito contra la seguridad e integridad de los empleados de la aviación civil
internacional
8. delito de atentado contra la libertad e integridad física funcionarios públicos o
diplomáticos
9. delito de asesinato de funcionarios públicos o diplomáticos
10. delito de toma de rehenes
11. delito de uso ilícito de material nuclear
12. delito de posesión ilícita de material nuclear
13. delito de adquisición o transferencia ilícita de material nuclear
14. delito de daño severo a buques de la navegación civil
15. delito de destrucción de buques de la navegación civil
16. delito de daño severo a las plataformas fijas
17. delito de destrucción de las plataformas fijas
18. delito contra la seguridad e integridad de los tripulantes de las plataformas fijas
19. delito de violencia mediante el uso de explosivos
20. delito de homicidio mediante el uso de explosivos
21. delito de daño o destrucción de la propiedad pública mediante el uso de explosivos
22. delito de financiamiento del terrorismo
23. delito contra la seguridad e integridad de los pasajeros de la navegación civil”
(Vásquez y Toledo, 2020).

Es preciso identificar, a manera de un breve repaso y conclusión, las ventajas que supondría
identificar al terrorismo bajo su concepción como status o situación jurídica.
ii. Razón Primera – “Garantías del Debido Proceso”

Es claro que deben evitarse los dos principales defectos de la doctrina del Derecho Penal del
Enemigo, la cual abarca dentro de sí la consideración que actualmente se tiene del concepto de
terrorismo. Una de estas deficiencias es la crítica abordada por García Martin respecto a la
autorreferencia que existe en el Derecho Penal del Enemigo, donde al evitarse acudir al debido
proceso penal ordinario, se acude a que arbitrariamente pueda delimitársele como enemigo antes
de una condena en juicio. Esto se evitaría cuando previamente el terrorismo se aborda a manera de
status. En primer lugar, ocurre así puesto que las investigaciones sobre la correspondencia, la
detención prolongada, la incomunicación y demás prácticas serian solo procedentes para las
personas que oficialmente han sido sometidas al status de terrorista. En segundo lugar, la forma de
ingreso a ese status ocurriría bajo el ejercicio del derecho de defensa, donde primero el fiscal deberá
probar que el sospechoso ha cometido uno o más de los 23 delitos que ameritan el tratamiento de
terrorista, además de sus debidas penas. Durante este proceso, las garantías y derechos propios
“del ciudadano” serán conservadas por el sospechoso, hasta no ser vencido en el juicio.

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Terrorismo: Un Término Definido por la
Emoción
iii. Razón Tercera – “Principio de Legalidad y Exclusión de la Analogía”

Además de librarse del menoscabo de las garantías procesales previo a una condena judicial, el
tratamiento del concepto de terrorismo a través de un status permitirá el alcance de las reglas del
principio de legalidad descritas por la Corte de Constitucionalidad de la República de Guatemala en
cuanto a la existencia de una lex certa en el ordenamiento jurídico de carácter penal. Al atender a
la crítica formulada por Luigi Ferrajoli, el tratamiento del terrorismo como situación jurídica se
libraría de la consideración obligatoria de las intenciones o del elemento subjetivo del actual delito
de terrorismo para enfocarse en la verificación de hechos materiales con elementos subjetivos
menos vagos y susceptibles de una valoración más objetiva. Así pues, se regresaría a un juicio no de
las personas, sino de los hechos, y por tanto, sería un regreso al principio in dubio pro reo.

iv. Consideraciones Finales

Habiéndose librado este nuevo concepto jurídico de las críticas fundamentales que debilitaban
al Derecho Penal del Enemigo, el tratamiento de esta clase de enemigo a través de un status
permitirá cumplir los fines esenciales de esta doctrina del Derecho Penal en cuanto a la innegable
existencia de los enemigos. Es claro que, así como los terroristas, cualquier clase de enemigo busca
en realidad la destrucción del orden jurídico y político de una sociedad, lo que atenta contra el pacto
social formado por los miembros de un Estado, quienes se sienten amenazados por un sujeto o
múltiples sujetos que se rehúsan a su sometimiento a las reglas del orden jurídico acordado. Si bien
tal realidad es innegable, su uso para la producción legislativa no debe ser siquiera considerado,
pues supone los peligros que a lo largo de este texto se han abarcado. Así pues, es ideal e imperativo
que los actualmente vigentes conceptos penales e internacionales de terrorismo sean reformados
para librarse de estas deficiencias que suponen un severo peligro para los principios propios del
Estado de Derecho, abarcando mediante esta nueva concepción la misma finalidad, dentro de la
sujeción a la ley y las garantías del debido proceso.

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