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Como se ha visto, el campo natural del reglamento es la ejecución de las leyes (reglamento de
ejecución): toda ley puede ser reglamentada por el Presidente. Sin embargo, la CPR también
consagró una potestad reglamentaria propia del Presidente, que se ejerce en campos ajenos a la
competencia normativa del legislador (reglamento autónomo, en el sentido de no necesitado de una
ley previa); en este ámbito es el reglamento el que establece las reglas primarias.
Hay varias otras autoridades investidas de potestades normativas análogas a la del Presidente de la
República. La Constitución se las reconoce, por ejemplo, a los gobiernos regionales, las
municipalidades y al Banco Central. Finalmente, el Tribunal Constitucional ha zanjado la cuestión
de modo afirmativo: la atribución de potestades normativas a organismos distintos, típicamente
aquellos que intervienen en la regulación de actividades económicas –como las superintendencias–
es conforme a la Constitución.
Es necesario distinguir los reglamentos de las meras instrucciones, directivas o circulares (aunque
desde una perspectiva formal parezca difícil diferenciarlos). Todo jefe administrativo posee, por su
condición de superior jerárquico de su servicio, la potestad de impartir instrucciones de alcance
general a su dependencia; pero, según la doctrina, estos actos sólo tienen trascendencia intra
administrativa y no configuran auténticas fuentes normativas. El legislador no es muy riguroso con
la terminología, y a veces faculta a determinados organismos administrativos a dictar circulares o
instrucciones con eficacia ad extra, es decir, con fuerza vinculante respecto de terceros.
ii. Procedimiento administrativo de elaboración de reglamentos
Formalmente, un reglamento está contenido en un acto administrativo. Cuando el reglamento es
dictado por el Presidente de la República, necesariamente adopta la forma de un Decreto Supremo
y, por consiguiente, debe ser firmado por un Ministro de Estado (art. 35 CPR). La jurisprudencia ha
entendido –de manera discutible– que en la materia no cabe la delegación de firma, de modo que
todo acto administrativo de competencia presidencial que contenga normas generales debe ser
suscrito personalmente por el Presidente.
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El procedimiento de adopción de los reglamentos no está especificado por la ley, aunque ese texto
está concebido más bien pensando en los actos administrativos de efecto singular, contiene algunas
prescripciones aplicables a los actos de efecto general, que sin duda pueden aplicarse a los
reglamentos.
Los reglamentos dictados por el Presidente de la República, en cuanto no son susceptibles de
delegación de firma, requieren siempre y necesariamente de la toma de razón por parte de la
Contraloría General de la República.
c) La eficacia del reglamento frente a la administración
En circunstancias que los reglamentos pueden ser dejados sin efecto por la misma autoridad que los
dictó, su observancia suele justificarse en el principio de inderogabilidad singular de reglamentos,
que se expresa en la máxima tu patere legem quam ipse fecisti (padece la ley que tú mismo hiciste).
En virtud de este principio, pues, la administración no puede infringir una norma de jerarquía
reglamentaria con ocasión de un acto administrativo singular (en otras palabras, los actos
administrativos singulares deben respetar los reglamentos vigentes); si la administración está
interesada en modificar el criterio reglamentario, debe previamente modificar el reglamento o
introducir alguna excepción en él.
Por cierto, los distintos órganos administrativos deben respetar las competencias normativas de
otras autoridades. Así, por ejemplo, el gobierno central debe ser respetuoso de las competencias
municipales.
d) Control de los reglamentos
Por su importancia política y jurídica, los reglamentos dictados por el Presidente de la República
están sujetos a controles excepcionales. El más antiguo de todos es la toma de razón por la
Contraloría, que supone un control de legalidad previo a la vigencia del reglamento y que, de hecho,
puede demorar mucho su eficacia. Además, estos reglamentos son susceptibles de impugnación ante
el Tribunal Constitucional. La impugnación sólo puede ser provocada por parlamentarios (y no por
particulares) y sólo puede fundarse en la inconstitucionalidad del reglamento (y no en su mera
ilegalidad, materia sobre la cual el Tribunal es incompetente).
Sección 2. Actos administrativos singulares
Los actos administrativos singulares no contienen auténticas reglas de derecho, porque carecen de
generalidad y abstracción. En cambio, rigen una situación puntual, definiendo la posición respectiva
de su destinatario y de la administración. Los actos administrativos singulares también deben ser
respetados por la administración, dentro de ciertos límites.
La potestad revocatoria permite a la autoridad volver sobre sus actos antiguos y modificarlos o
extinguirlos por consideraciones de oportunidad (o mérito o conveniencia), es decir, por una
reevaluación del interés público que lo justificaba. En cambio, la potestad invalidatoria sólo
permite a la administración dejar sin efecto sus actos ilegales, es decir, se justifica en
consideraciones de legalidad; la revocación no procede contra actos que hayan conferido o
declarado derechos en favor de sus destinatarios, y la invalidación sólo puede disponerse dentro de
un plazo perentorio, que es de dos años contados desde la entrada en vigor del acto en cuestión.
PÁRRAFO 3. FUENTES DIFUSAS DE LA LEGALIDAD
a) La jurisprudencia
La jurisprudencia no tiene un estatus normativo oficial en la generalidad de las ramas del derecho
chileno. El Código Civil declara abiertamente que “las sentencias judiciales no tienen fuerza
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obligatoria sino respecto de las causas en que actualmente se pronunciaren” (art. 3), de modo que
pareciera desconocer a la jurisprudencia su carácter de fuente normativa.
En contraste, según la LOCCGR en su art 6, 9 y 19 habla sin rodeos de jurisprudencia, los
dictámenes de ese organismo son vinculantes para el caso concreto en que recaigan y, además,
configuran una jurisprudencia que debe ser conocida y respetada por los organismos
administrativos. En esas condiciones, parece razonable pensar que la observancia de la
jurisprudencia administrativa se impone a la administración.
Por último, debe tenerse presente que las sentencias judiciales pasadas en autoridad de cosa juzgada
son obligatorias también para la administración.
b) Principios generales del derecho
Dado el carácter fragmentario de las regulaciones aplicables a la administración del Estado, los
principios debieran tener una importancia mayor en el derecho administrativo; sin embargo, los
principios presentan dos déficits en su consideración como inequívocas fuentes de la legalidad:
- Déficit de cognoscibilidad: cuando no son reconocidos como tales por textos positivos, los
principios se presentan de manera muy difusa en el ordenamiento; su consagración parece
depender únicamente del juicio del órgano llamado a aplicar el derecho, que se encuentra
expuesto a error.
- Los principios se diferencian de las auténticas reglas de derecho en que no proveen
soluciones binarias frente a un caso, es decir, son normas que se pueden cumplir en la
mayor medida posible, y operan como mandatos de optimización que, en caso concreto,
deben ser ponderados junto con otros principios.
La práctica legal chilena no distingue entre los principios de jerarquía constitucional, legal o
infralegal, ni su compatibilidad con las reglas positivas. Por eso su observancia por la
administración suele ser fuente de incertezas.
Título II.
El acto administrativo
En el desempeño de la administración del Estado en la vida social cabe distinguir la actividad
estrictamente material de la actividad jurídica. La actividad jurídica se traduce en la “elaboración de
actos administrativos”, que son la actualización de las potestades o poderes jurídicos con que el
derecho habilita a la administración. La actividad material, en contraste, implica el cumplimiento de
las misiones públicas mediante simples operaciones de hecho.
El acto administrativo es el medio por el cual la administración modifica el mundo jurídico,
creando derechos u obligaciones, o atribuyendo ventajas o cargas reconocidas como
obligatorias o vinculantes. Este acto por excelencia es un acto jurídico unilateral, sin concurso de
la voluntad de sus destinatarios. En el derecho administrativo el contrato (acto bilateral) se
construye sobre la base de la teoría del acto administrativo unilateral.
Respecto al ejercicio de un poder jurídico, la teoría del acto administrativo constituye la aplicación
práctica más acabada del principio de legalidad de la administración (que se manifiesta en la
atribución de potestades públicas a la autoridad administrativa). En el derecho chileno, la
vinculación del acto administrativo al principio de legalidad se ha desplegado en una dirección
procedimental: el acto administrativo es fruto de un procedimiento administrativo tendiente a
asegurar una toma racional de decisiones.
Conceptualización del acto administrativo:
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