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La tasa de natalidad española estaba por encima de la media europea, debido a la pobreza y
desconocimiento de anticonceptivos de los campesinos. La tasa de mortalidad se mantuvo por
encima de la media europea, debido a las malas condiciones sanitarias, las crisis alimentarias, la
elevada mortalidad infantil y las epidemias.
España tenía un modelo demográfico típico del Antiguo Régimen, con ambas tasas elevadas.
La emigración estuvo prohibida hasta que en 1853 se autorizó a emigrar a América. Pero el
derecho a emigrar fue reconocido en la Constitución de 1869, por la consideración de la
población como un recurso. Además, muchos liberales, carlistas y republicanos tuvieron que
exiliarse por motivos políticos.
Las migraciones internas se produjeron del campo a las ciudades, hacia el litoral mediterráneo.
La zona central, salvo Madrid, perdió población.
El desarrollo urbano fue considerable durante el siglo XIX, donde España duplicó su nivel de
urbanización, manteniendo unos niveles en la media de los países mediterráneos.
El éxodo rural provocó un desfase entre población y estructuras urbanas. La expansión urbana
obligó a realizar un desarrollo de las infraestructuras: abastecimiento de agua y alcantarillado,
empedrado de calles, iluminación y transporte.
En los procesos de reorganización urbana, tuvo especial importancia los ensanches, como el
Cerdá (Barcelona), el de Carlos María de Castro (Madrid). Los ensanches impulsaron el negocio
inmobiliario, generando mano de obra que permitía absorber a los inmigrantes del mundo rural.
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Segunda Evaluación Carmen Ruiz-Jiménez
España no se industrializó al mismo ritmo, ya que su posición geográfica aumentaba los costes
de transporte, el limitado poder adquisitivo de los españoles, la absorción de capitales por la
Hacienda debido a la deuda pública, la escasa dotación energética y de materias primas, y la
inestabilidad política e institucional.
Durante el siglo XIX, el Estado aprobó medidas orientadas a la libertad de comercio, de empresa
y la suspensión de gremios. Se creó el Banco de España (1856), que monopolizó la emisión de la
moneda y reguló el mercado. Con la revolución de 1868 se estableció la peseta como moneda
nacional.
Se distinguen 3 etapas que permitieron una lenta evolución a una sociedad con características
industriales y capitalistas:
Desde 1800 hasta el final de la Primera Guerra Carlista, se mantuvo una economía tradicional
(agraria), dentro de una inestabilidad política y bélica. Durante la década de 1830 se aprobó la
libertad de comercio, de empresa, la suspensión de gremios y las desamortizaciones. La industria
no tenía peso debido a las guerras en España y en las colonias americanas.
A partir de 1844, con Isabel II, se adoptaron medidas para conseguir una industria textil potente,
pero España seguía siendo dependiente del sector agrario, salvo en Cataluña, donde se produjo
una revolución industrial (sector textil).
Demográficos: población lejos de ofrecer las cifras de aumento demográfico para garantizar
el crecimiento de la demanda. Esta población carecía del poder adquisitivo de otros países.
Económicos: ausencia de una burguesía emprendedora y falta de capital, lo que provocó
que la industria se sostuviera sobre la iniciativa del Estado y las inversiones extranjeras.
Técnicos: la falta de innovaciones técnicas propias, generó una profunda dependencia de
los técnicos extranjeros.
En la industria textil, el sector del algodón fue el centro de la actividad fabril en Cataluña, basada
en la introducción de máquinas de vapor o movidas por ruedas. A partir de 1868, se produjo una
demanda de Cuba y Puerto Rico. Su independencia en 1898 tuvo efectos demoledores sobre
esta industria, que estuvo estancada durante las primeras décadas del siglo XX.
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Segunda Evaluación Carmen Ruiz-Jiménez
La siderurgia era muy dependiente de las materias primas necesarias para su desarrollo: hierro
y carbón. La minería se mantuvo estancada por la falta de capitales y de tecnología para su
explotación, la ausencia de demanda por el atraso económico, y que el Estado frenaba la
inversión extranjera. La Ley de Minas de 1868 favoreció el auge de la minería, con la ayuda de
la inversión extranjera y la “desamortización” del subsuelo (venta de explotaciones a manos
privadas). Aunque España era el principal explotador de mineral de hierro, su producción era de
las más bajas, y se mostraba con una economía poco dinámica y atrasada. En el último cuarto
de siglo, la siderurgia vasca tuvo una gran expansión.
Otras actividades industriales que destacaron fueron los molinos y la producción de aceite de
oliva.
Las carreteras y caminos, comenzaron a reformarse en 1840, pero seguían siendo deficitarias.
El ferrocarril llegó con retraso, debido a las guerras carlistas, las dificultades de consolidación
de un Estado liberal, el atraso tecnológico y a la escasez de capitales. La primera línea se abrió
en 1848 (Barcelona-Mataró), y otra en 1851 (Madrid-Aranjuez). Durante el Bienio Progresista se
crearon las condiciones para el despegue del ferrocarril, en la Ley de Ferrocarriles (1855). Los
efectos causados fueron: la demanda de productos siderúrgicos y de extracción de mineral de
carbón y hierro incrementando la mano de obra, la consolidación de la estructura radial con
centro en Madrid. Pero, se fijaron unas vías muy anchas, por lo que se obstaculizaron los
intercambios con Europa. El ferrocarril dio a España un sistema de transporte masivo, barato y
rápido, aumentando la movilidad de personas y mercancías, favoreciendo el comercio interior.
España practicó una política proteccionista, pero los defensores del librecambismo querían
reducir la intervención del Estado, dejando el mercado libre. España pasó del proteccionismo a
una política relativamente librecambista (Arancel Figuerola 1869), volviendo al proteccionismo
en la Restauración.