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Las crisis de subsistencias provocaron hambrunas periódicas, al menos doce veces a lo largo del S. XIX. En
un país con una economía fundamentalmente agrícola, la falta de alimentos se debía tanto a factores
coyunturales (sequías, heladas), como a factores estructurales (agricultura de bajo rendimiento, escasa
capacidad de almacenamiento, deficiente red de transportes para distribuir los excedentes).
Enfermedades endémicas
Eran enfermedades con efectos prácticamente permanentes: tuberculosis, sarampión, difteria o
escarlatina, motivadas por la deficiente alimentación, las pésimas condiciones higiénicas y una atención
sanitaria deficiente.
Epidemias
Provocaron altos porcentajes de mortalidad. Aunque la peste bubónica tuvo escasa incidencia en Europa a
partir del siglo XVIII, otras enfermedades como el cólera, el tifus o la fiebre amarilla la sustituyeron.
Fueron terribles las epidemias de fiebre amarilla que afectaron a Andalucía a principios del S. XIX, y la
epidemia de cólera que afectó al área levantina en 1885.
La excepción catalana
Cataluña fue la excepción a estas características demográficas. Su despegue industrial desde principios del
siglo XIX, cambió sus parámetros demográficos asemejándose a los países europeos más adelantados. Su
población aumentó un 145% y el trasvase de población campesina a las ciudades y la reducción de la
mortalidad hizo que iniciase su propia transición al régimen demográfico moderno.
Los movimientos migratorios en el siglo XIX
Uno de los procesos que se van a acentuar en el siglo XIX son las descompensaciones en la distribución
territorial de la población española. Las ventajas económicas y un mejor acceso a las comunicaciones y al
comercio provocaron un desplazamiento continuo de las poblaciones del interior peninsular hacia las áreas
costeras. Ese flujo migratorio iniciado en el siglo XVIII tuvo dos corrientes: de norte a sur (a los puertos DE
Cádiz, Málaga y el valle del Guadalquivir) y de la meseta a Levante. En consecuencia, la población
meridional y levantina pasó de representar del 38% de la población española al inicio del siglo al 45% al
terminarlo. Mientras la del norte y la meseta descendía en igual proporción.
También se incrementaron los flujos migratorios tanto a ultramar (Argentina, Cuba, Venezuela) como del
campo hacia las ciudades. La industrialización, aunque lenta, atrajo población hacia las zonas urbanas más
industrializadas: Barcelona, Madrid o Bilbao.
El desarrollo urbano
En 1900 la mayor parte de la población española era rural. Casi el 90% de la población vivía en localidades
de menos de 100.000 habitantes. Únicamente Madrid y Barcelona estaban en torno al medio millón de
habitantes cuando en Europa las grandes capitales superaban el millón. La escasa y tardía industrialización
española, con la excepción catalana, aplazó el éxodo rural a las ciudades hasta casi finales de siglo.
No obstante, el aumento de la población urbana, aunque lento, supuso la transformación espacial de las
ciudades que derriban sus murallas y crean ensanches y barrios burgueses como el Ensanche de Barcelona
(iniciado en 1860 por Ildefonso Cerdá) o el barrio de Salamanca en Madrid (Plan Castro) al gusto de las
nuevas clases dirigentes: la burguesía empresarial y financiera y los altos cargos de la administración, con
edificios en manzana cerrada, anchas avenidas y jardines para pasear. Mientras, los suburbios periféricos
se llenaban de infraviviendas, viviendas comunales y corralas convertidas en barrios obreros.
La única industria pesada que se intentó desarrollar fue la industria siderúrgica aprovechando la
abundancia de hierro. Sin embargo, España carecía de carbón de buena calidad (coque) y de demanda de
productos siderúrgicos, por lo que la localización de las ferrerías y altos hornos fueron cambiando a lo largo
del S. XIX. A mediados de siglo se situaban en torno a Málaga, pero la falta de carbón mineral encarecía el
producto.
En los años ochenta del siglo XIX, la industria siderúrgica se trasladó al norte, primero a Asturias, por su
abundancia de carbón, y después a Vizcaya debido a sus minas de hierro. A finales de siglo la siderurgia
vizcaína favoreció el desarrollo industrial del País Vasco convirtiéndose en el núcleo de la industrialización
española. Además, se creó un importante eje comercial entre Bilbao y Gran Bretaña (eje Bilbao- Cardiff),
en el que había un intercambio de hierro por carbón.
La energía
La revolución industrial estuvo estrechamente vinculada al carbón como fuente de energía. Sin embargo, el
carbón español era escaso y de mala calidad. Además, durante gran parte del siglo XIX, en España se
siguieron utilizando fuentes de energía y de tracción tradicionales: leña, molinos de agua y de viento;
carros y barcos de vela. El consumo de carbón únicamente creció en la última mitad del siglo estimulado
por la aparición del ferrocarril, la navegación a vapor y la industrialización.
Conclusiones sobre la industrialización en España durante el S. XIX
a) La industrialización española fue muy escasa pese a los intentos de los gobiernos liberales por
incentivarla. En la práctica sólo se desarrollaron dos focos periféricos: la industria textil en Cataluña y la
siderúrgica en el País Vasco. Ambos sectores, aunque eran poco competitivos, se mantuvieron gracias a la
política proteccionista del gobierno que imponía fuertes aranceles para proteger a la industria nacional,
pero, a su vez, cerraba el mercado español al progreso.
b) Predominio de capital extranjero: La industria española tenía gran dependencia técnica, financiera y
energética del exterior.
c) Debilidad del mercado interno por la insuficiente demanda nacional debida a la escasa capacidad
adquisitiva de la mayor parte de la población española.
El sistema de comunicaciones
El primer banco español apareció en 1782, durante el reinado de Carlos III. Fue el Banco Nacional de San
Carlos. Tras su quiebra, se creó el Banco español de San Fernando, en 1829, y durante el reinado de Isabel
II, los bancos de Isabel II y de Barcelona, cuya función básica era comprar Deuda Pública. La rivalidad entre
el banco de San Fernando y el de Isabel II, llevó al gobierno a fusionarlos creando el Banco de España en
1856.
Con el deseo de unificar y modernizar el sistema monetario, se estableció en 1868, la peseta, como
unidad monetaria oficial. Con la nueva moneda se modernizó el sistema bancario que pasó a ser emisor de
moneda y receptor de ahorros y préstamos. Tras el desastre colonial de 1898 se repatriaron capitales de
Cuba y Puerto Rico, dando un nuevo impulso al sector bancario al fundarse el Banco Hispano Americano.