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TEMA 11.

TRANSFORMACIONES ECONÓMICAS Y SOCIALES EN EL SIGLO XIX

1. Evolución demográfica y movimientos migratorios en el siglo XIX. El desarrollo urbano.


2. La revolución industrial en la España del siglo XIX. El sistema de comunicaciones: el ferrocarril.
Proteccionismo y librecambismo. La aparición de la banca moderna

1.Evolución demográfica y movimientos migratorios en el siglo XIX. El desarrollo urbano.


 La evolución demográfica
Al comparar la evolución de la población española durante el siglo XIX con la de otros países europeos,
apreciamos un ritmo lento de crecimiento pues, en algo más de un siglo, la población de España no llegó a
duplicarse (de 10,5 millones de habitantes en 1797 a 18,5 millones en 1900), mientras países como
Alemania la duplicaron y la primera potencia de la época, Gran Bretaña, la cuadruplicó. Esto se debió a que
en la mayor parte de Europa se pasó de un modelo demográfico antiguo a otro moderno, por efecto de la
revolución industrial y la mejora en las condiciones de vida (lo que se conoce como modelo europeo de
transición demográfica).
La industrialización hizo aumentar la población al mantener altas tasas de natalidad, pero reduciendo la
mortalidad. En España, sin embargo, prevaleció el Régimen Demográfico Antiguo caracterizado por una
alta Tasa de Natalidad (34 por mil), pero contrarrestada por una Tasa de Mortalidad también muy elevada
(29 por mil), en especial la infantil, lo que limitaba el crecimiento natural de la población. Tampoco la
esperanza de vida era muy elevada, unos 35 años. Las causas de esta elevada mortalidad hay que
buscarlas en las duras condiciones de vida: hambrunas periódicas; enfermedades endémicas como el
paludismo o la tuberculosis y epidemias como la viruela y el cólera que mermaban a la población
periódicamente.
 Crisis de subsistencias

Las crisis de subsistencias provocaron hambrunas periódicas, al menos doce veces a lo largo del S. XIX. En
un país con una economía fundamentalmente agrícola, la falta de alimentos se debía tanto a factores
coyunturales (sequías, heladas), como a factores estructurales (agricultura de bajo rendimiento, escasa
capacidad de almacenamiento, deficiente red de transportes para distribuir los excedentes).
 Enfermedades endémicas
Eran enfermedades con efectos prácticamente permanentes: tuberculosis, sarampión, difteria o
escarlatina, motivadas por la deficiente alimentación, las pésimas condiciones higiénicas y una atención
sanitaria deficiente.
 Epidemias
Provocaron altos porcentajes de mortalidad. Aunque la peste bubónica tuvo escasa incidencia en Europa a
partir del siglo XVIII, otras enfermedades como el cólera, el tifus o la fiebre amarilla la sustituyeron.
Fueron terribles las epidemias de fiebre amarilla que afectaron a Andalucía a principios del S. XIX, y la
epidemia de cólera que afectó al área levantina en 1885.
 La excepción catalana
Cataluña fue la excepción a estas características demográficas. Su despegue industrial desde principios del
siglo XIX, cambió sus parámetros demográficos asemejándose a los países europeos más adelantados. Su
población aumentó un 145% y el trasvase de población campesina a las ciudades y la reducción de la
mortalidad hizo que iniciase su propia transición al régimen demográfico moderno.
 Los movimientos migratorios en el siglo XIX
Uno de los procesos que se van a acentuar en el siglo XIX son las descompensaciones en la distribución
territorial de la población española. Las ventajas económicas y un mejor acceso a las comunicaciones y al
comercio provocaron un desplazamiento continuo de las poblaciones del interior peninsular hacia las áreas
costeras. Ese flujo migratorio iniciado en el siglo XVIII tuvo dos corrientes: de norte a sur (a los puertos DE
Cádiz, Málaga y el valle del Guadalquivir) y de la meseta a Levante. En consecuencia, la población
meridional y levantina pasó de representar del 38% de la población española al inicio del siglo al 45% al
terminarlo. Mientras la del norte y la meseta descendía en igual proporción.
También se incrementaron los flujos migratorios tanto a ultramar (Argentina, Cuba, Venezuela) como del
campo hacia las ciudades. La industrialización, aunque lenta, atrajo población hacia las zonas urbanas más
industrializadas: Barcelona, Madrid o Bilbao.
 El desarrollo urbano

En 1900 la mayor parte de la población española era rural. Casi el 90% de la población vivía en localidades
de menos de 100.000 habitantes. Únicamente Madrid y Barcelona estaban en torno al medio millón de
habitantes cuando en Europa las grandes capitales superaban el millón. La escasa y tardía industrialización
española, con la excepción catalana, aplazó el éxodo rural a las ciudades hasta casi finales de siglo.
No obstante, el aumento de la población urbana, aunque lento, supuso la transformación espacial de las
ciudades que derriban sus murallas y crean ensanches y barrios burgueses como el Ensanche de Barcelona
(iniciado en 1860 por Ildefonso Cerdá) o el barrio de Salamanca en Madrid (Plan Castro) al gusto de las
nuevas clases dirigentes: la burguesía empresarial y financiera y los altos cargos de la administración, con
edificios en manzana cerrada, anchas avenidas y jardines para pasear. Mientras, los suburbios periféricos
se llenaban de infraviviendas, viviendas comunales y corralas convertidas en barrios obreros.

2. La Revolución Industrial en la España del siglo XIX. El sistema de comunicaciones: el ferrocarril.


Proteccionismo y librecambismo. La aparición de la banca moderna.
Durante el reinado de Isabel II los gobiernos liberales se propusieron como objetivo transformar la vieja
estructura económica de España basada en una agricultura latifundista de bajo rendimiento heredada del
Antiguo Régimen y fomentar el desarrollo de la industria y del comercio iniciando, aunque fuese
tardíamente con respecto a otros países europeos, un proceso de Revolución industrial y de modernización
de las comunicaciones creando nuevas infraestructuras como el ferrocarril.
Sin embargo, la excesiva dependencia del sector agrario, la falta de capital y la escasa iniciativa de las
clases dominantes (nobleza, alta burguesía), limitaron las expectativas del cambio y terminaron por
acentuar el retraso industrial y el subdesarrollo económico de la mayor parte del país con respecto a otros
países europeos de nuestro entorno.
 Las limitaciones de la Revolución Industrial
La industria textil de España carecía de una tradición industrial. La única actividad industrial de importancia
al iniciarse el S. XIX, era la industria textil catalana, mantenida por la iniciativa empresarial de su burguesía
y por los altos aranceles que la protegían de la competencia inglesa. El sector más dinámico era el
algodonero, pero sus empresas eran de tamaño pequeño y mediano y con poca capacidad para competir
en el exterior. En cuanto al sector lanero, que fue el más importante durante el Antiguo Régimen, pasó a
un segundo plano relegado por el algodón. Sus centros tradicionales situados en Castilla (Béjar, Segovia), se
desplazaron a la periferia de Barcelona (Sabadell, Tarrasa) donde se concentraba la industria textil y se
importaba la lana por el puerto de Barcelona.
 La minería
El país seguía siendo rico en materias primas minerales: hierro, plomo, cobre, mercurio…, y los yacimientos
se encontraban cerca de zonas portuarias. Sin embargo, no había en España ni capitales, ni conocimientos
técnicos, ni demanda para explotarlos. La situación cambió con la aprobación de la ley de Minas de 1868,
que pretendía atraer al capital extranjero dando facilidades para la adjudicación de concesiones. Los
principales yacimientos quedaron en manos de compañías extranjeras que exportaban los minerales a sus
países de origen por lo que España se convirtió en proveedora de materias primas sin que llegara a crearse
una industria transformadora. No obstante, la minería se convirtió en el sector más dinámico de la
economía nacional y era uno de los principales activos de la balanza comercial y de entrada de ingresos
por medio de las exportaciones.
 La siderurgia

La única industria pesada que se intentó desarrollar fue la industria siderúrgica aprovechando la
abundancia de hierro. Sin embargo, España carecía de carbón de buena calidad (coque) y de demanda de
productos siderúrgicos, por lo que la localización de las ferrerías y altos hornos fueron cambiando a lo largo
del S. XIX. A mediados de siglo se situaban en torno a Málaga, pero la falta de carbón mineral encarecía el
producto.
En los años ochenta del siglo XIX, la industria siderúrgica se trasladó al norte, primero a Asturias, por su
abundancia de carbón, y después a Vizcaya debido a sus minas de hierro. A finales de siglo la siderurgia
vizcaína favoreció el desarrollo industrial del País Vasco convirtiéndose en el núcleo de la industrialización
española. Además, se creó un importante eje comercial entre Bilbao y Gran Bretaña (eje Bilbao- Cardiff),
en el que había un intercambio de hierro por carbón.
 La energía
La revolución industrial estuvo estrechamente vinculada al carbón como fuente de energía. Sin embargo, el
carbón español era escaso y de mala calidad. Además, durante gran parte del siglo XIX, en España se
siguieron utilizando fuentes de energía y de tracción tradicionales: leña, molinos de agua y de viento;
carros y barcos de vela. El consumo de carbón únicamente creció en la última mitad del siglo estimulado
por la aparición del ferrocarril, la navegación a vapor y la industrialización.
 Conclusiones sobre la industrialización en España durante el S. XIX
a) La industrialización española fue muy escasa pese a los intentos de los gobiernos liberales por
incentivarla. En la práctica sólo se desarrollaron dos focos periféricos: la industria textil en Cataluña y la
siderúrgica en el País Vasco. Ambos sectores, aunque eran poco competitivos, se mantuvieron gracias a la
política proteccionista del gobierno que imponía fuertes aranceles para proteger a la industria nacional,
pero, a su vez, cerraba el mercado español al progreso.
b) Predominio de capital extranjero: La industria española tenía gran dependencia técnica, financiera y
energética del exterior.
c) Debilidad del mercado interno por la insuficiente demanda nacional debida a la escasa capacidad
adquisitiva de la mayor parte de la población española.
 El sistema de comunicaciones

La orografía española complicaba el transporte interior de mercancías y personas, lo que supuso un


elemento añadido al subdesarrollo económico. Tanto el transporte terrestre como el fluvial se vieron
obstaculizados por unos condicionantes poco favorables: sistemas montañosos que separan el interior
peninsular (la meseta) de las zonas periféricas y costeras; carencia de ríos navegables, con excepción del
último tramo del río Guadalquivir. Con estas circunstancias el transporte terrestre interior se limitaba; a
comienzos del siglo XIX, a los mercados locales o regionales y no había una auténtica red nacional de
transporte.
A partir de 1840, se emprendieron programas de construcción y mejora de caminos y carreteras. También
mejoraron los medios de transporte al sustituir bueyes y mulas por caballos. Para el transporte de viajeros
se crearon servicios de diligencias y postas que transportaban también el correo.
 El ferrocarril
Para potenciar a la industria siderometalúrgica y, a su vez, para estimular a la economía española en su
conjunto, se necesitaban unas infraestructuras de transporte con las que España no contaba. Siguiendo el
ejemplo inglés, francés y belga que habían empezado a desarrollar una red ferroviaria desde 1840, España
se sumó a esta iniciativa a finales de la década, pensando que, al crear un medio de transporte eficiente y
rápido, se facilitarían los intercambios y se animaría a la creación de industrias. La primera línea construida
en España fue la de Barcelona-Mataró en 1848, seguida de la de Madrid a Aranjuez.
Sin embargo, el auténtico impulso se desencadenó tras aprobarse la ley General de Ferrocarriles de 1855,
que fomentaba la creación de compañías privadas de construcción y explotación. El gobierno, por su parte,
destinó fondos económicos procedentes de la desamortización de Madoz, aunque la mayor parte del
capital era francés y belga. La ley de ferrocarriles tuvo como consecuencia un rápido impulso en la
construcción de líneas, creándose una red radial en torno Madrid.
Sin embargo, fracasó en los objetivos deseados de activar la industria española, pues las principales
concesiones se otorgaron a compañías extranjeras que importaban de sus países de origen el material
ferroviario; el diferente ancho de vía español limitó las interconexiones con Europa además de que su
distribución radial tampoco ayudaba a las conexiones regionales. Por último, su rentabilidad fue muy
escasa por lo que muchas compañías redujeron las inversiones o quebraron.
 Comercio: proteccionismo y librecambismo
En cuanto al comercio exterior, tras la pérdida de los territorios americanos en 1824, el volumen del
comercio exterior se centró en Europa. Gran Bretaña y Francia fueron los principales clientes y
proveedores de mercancías. España exportaba materias primas e importaba productos industriales y
manufacturados lo que provocó que la balanza comercial fuese deficitaria. Con la intención de equilibrar
ese déficit y de proteger a la industria nacional se recurrió a políticas proteccionistas imponiendo fuertes
aranceles o impuestos a los productos procedentes del exterior. Así se protegió a la industria textil catalana
de la competencia inglesa, a los productores cerealistas castellanos y a la industria siderúrgica vasca.
Frente al proteccionismo se posicionaron los librecambistas que defendían que el Estado debía intervenir
lo menos posible en la economía. Su influencia se manifestó en la Ley de Ferrocarriles y en la de Minas, con
las que se pretendía atraer capital extranjero y en la reducción de aranceles impulsado por Laureano
Figuerola en 1869.
 La aparición de la banca moderna

El primer banco español apareció en 1782, durante el reinado de Carlos III. Fue el Banco Nacional de San
Carlos. Tras su quiebra, se creó el Banco español de San Fernando, en 1829, y durante el reinado de Isabel
II, los bancos de Isabel II y de Barcelona, cuya función básica era comprar Deuda Pública. La rivalidad entre
el banco de San Fernando y el de Isabel II, llevó al gobierno a fusionarlos creando el Banco de España en
1856.
Con el deseo de unificar y modernizar el sistema monetario, se estableció en 1868, la peseta, como
unidad monetaria oficial. Con la nueva moneda se modernizó el sistema bancario que pasó a ser emisor de
moneda y receptor de ahorros y préstamos. Tras el desastre colonial de 1898 se repatriaron capitales de
Cuba y Puerto Rico, dando un nuevo impulso al sector bancario al fundarse el Banco Hispano Americano.

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