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Bitácora Marxista-Leninista

Perón, ¿El fascismo a la argentina?

4 de enero de 2021

Equipo de Bitácora (M-L)


EDITORES

Equipo de Bitácora Marxista-Leninista

Editado el 5 de enero de 2021

La presente edición, sin ánimo de lucro, no tiene más que un objetivo,


promover la comprensión de los fundamentos elementales del marxismo-
leninismo como fuente de las más avanzadas teorías de emancipación
proletaria:

«Henos aquí, construyendo los pilares de lo que ha de venir»


Contenido

Equipo de Bitácora (M-L) --------------------------------------------------------------- 6

Perón, ¿el fascismo a la argentina? ---------------------------------------------------- 6

Preámbulo -------------------------------------------------------------------------------- 6

Los reaccionarios orígenes del peronismo ------------------------------------ 8

El peronismo pese a su discurso revolucionario fue el gobierno de la


patronal --------------------------------------------------------------------------18

El peronismo como caballo de troya de la burguesía para desactivar el


movimiento obrero ------------------------------------------------------------- 31

El asistencialismo, demagogia y el culto al líder como pilares


fundamentales del régimen --------------------------------------------------- 33

¿En qué basaba el peronismo su pretendida superación del marxismo? 39

La base económica capitalista del sistema peronista y el mito de la


«planificación» económica --------------------------------------------------- 48

La Argentina de Perón, foco del anticomunismo y refugio para nazis en


América Latina ----------------------------------------------------------------- 63

La política de «no alineamiento» internacional como excusa para


colaborar con el imperialismo ------------------------------------------------ 65

Los grupos guerrilleros pequeño burgueses y sus vacilaciones hacia el


peronismo ----------------------------------------------------------------------- 72

La época de las «desapariciones» no empezaron con Videla, sino con Perón


----------------------------------------------------------------------------------- 80

¿Era Perón un representante del fascismo a la argentina?---------------- 88

La responsabilidad del Partido Comunista de Argentina en el ascenso del


peronismo ---------------------------------------------------------------------- 100

El Partido Comunista de Argentina (marxista-leninista) jamás superó sus


graves limitaciones ------------------------------------------------------------151

El papel del trotskismo, guevarismo y maoísmo es el mismo en Argentina


---------------------------------------------------------------------------------- 156
Equipo de Bitácora (M-L)

Perón, ¿el fascismo a la argentina?

Preámbulo

El estudio del peronismo es casi una asignatura obligada para todos los
revolucionarios, pues este constituyó la quintaesencia del populismo, el falso
antiimperialismo y el anticomunismo. Tarea verdaderamente hercúlea en
Argentina, dado que se trata de una cuestión todavía muy arraigada entre la
sociedad, aún dividida en peronistas y antiperonistas, una tarea que todavía está
pendiente gracias a las ilusiones y conciliaciones que los pretendidos
«revolucionarios» argentinos tuvieron hasta sus últimos coletazos –véase el caso
de Montoneros, FAR, PRT y otros– con su seguidismo hacia algunos sectores del
peronismo en diferentes etapas. Por supuesto, el problema del peronismo
también ha arraigado a causa de la ineficacia de los revolucionarios
antiperonistas a la hora enfrentarse al mismo, siendo incapaces de explicar
metódicamente su carácter de una forma comprensible para los trabajadores.
Todo esto fueron consecuencias «normales» –hablando objetivamente– dada la
ausencia de figuras y organizaciones marxista-leninistas de peso, como pasó –y
pasa actualmente– en otros tantos países que siguen afligidos por mitos de una
índole similar.

Tengamos en cuenta que el peronismo tuvo y sigue irradiando una influencia


directa en los movimientos latinoamericanos del siglo XXI. Hemos sido testigos
de cómo diversos líderes mundiales se dicen discípulos de esta corriente: desde
Cristina y Néstor Kirchner, Menem, Fidel Castro, Hugo Chávez hasta Macri;
todos ellos se han presentado como «peronistas» o simpatizantes, recogiendo de
él aspectos interesantes para su política reaccionaria. La base ecléctica y
demagógica del peronismo puede ser vista como una suerte de maoísmo: la
«izquierda» y «derecha» burguesa de Argentina –y otros tantos países– pueden
articular y emplear su discurso indistintamente. He aquí una anécdota que
explica el eclecticismo y, a la vez, la influencia del fenómeno peronista:

«Los 70 años del peronismo se dividen en dos partes exactas: 35 años en el


gobierno y 35 años en la oposición. De ellos, 18 años de proscripción y
resistencia y 7 en democracia. De los últimos 32 años de democracia, el
peronismo gobernó 23; de los seis últimos presidentes, cuatro fueron peronistas.
Pero, además, hubo siempre varios peronismos, que fueron sedimentando
década tras década. Hubo un peronismo «histórico» y tradicionalista, que se
combinó –y confrontó- con otro «revolucionario». En los años 60 y 70 esta
coexistencia estalló con violencia, con situaciones de verdadera guerra civil.
Hubo luego un peronismo «renovador», de tinte socialcristiano, y otro
populista que derivó con Menem en neoliberal. Finalmente, el componente

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populista viró hacia el nacionalismo estatalista con Néstor y Cristina Kirchner.
Cada uno de ellos engendró su propia oposición, dentro y fuera de sus amplios
perímetros. Hubo así, en cada etapa, un peronismo que se opuso a los
peronismos en el poder, de tal modo que ante cada declinación de unos siempre
hubo otros que se dispusieron a sucederlos disputando la representación del
«verdadero peronismo». Como lo señaló uno de sus principales historiadores,
Juan Carlos Torre, «en el peronismo hay un alma permanente y un corazón
contingente». De tal modo, el famoso apotegma de Perón, respondiendo a una
inquietud periodística mantiene su actualidad: «¿General, cómo se divide el
panorama político argentino? Mire, hay un 30% de radicales, lo que Uds.
entienden por liberales. Un 30% de conservadores y otro tanto de socialistas.
Pero, General, ¿y dónde están los peronistas? ¡Ah, no, peronistas son todos!».
(Fabián Bosoer; El 17 de octubre de 1945, 2015)

Nosotros pretendemos refutar el peronismo contraponiendo su discurso con la


práctica y, sobre todo, aclarando todas las cuestiones desde la óptica marxista.

Entre tanto, y en vistas al panorama, ¿qué servicio «internacionalista» nos brinda


en España el «Movimiento Político de Resistencia» respecto a esta cuestión tan
interesante y apremiante para el movimiento proletario? Pues, como no podía ser
de otro modo, el de hacer un seguidismo a la propaganda tercermundista de
turno, en este caso la peronista:

«Sin ninguna duda, el gobierno de Perón significó una auténtica revolución, y


la importancia de la misma quedó de resalto, cuando la delegación argentina
que viajó a la URSS. (...) Pero, ¿qué clase de revolución era esa? Era una
revolución burguesa que había desplazado a la vieja y parasitaria oligarquía
rural vinculada a los frigoríficos ingleses y al negocio de la carne. Esos
frigoríficos manejaban el principal renglón de la economía nacional, y fueron
nacionalizados, y en la provincia de Buenos Aires, se crearon los frigoríficos
regionales, que pertenecían al estado provincial, y que estaban gestionados por
el ministerio de asuntos agrarios como medida de protección a los pequeños
ganaderos. Pero, ¿dónde estaba la «izquierda» argentina durante los gobiernos
de Perón? Estaba enfrentada al gobierno peronista en un ejercicio de torpeza y
ceguera absoluta. La clase obrera estaba masivamente apoyando a Perón y su
gobierno y el Partido Comunista Argentino acusaba a Perón de fascista,
aplicando categorías impropias de un país dependiente como era Argentina en
esos tiempos. Mientras tanto, por la red ferroviaria nacional circulaban trenes
arrastrados por las locomotoras soviéticas que llevaban en su frente una
estrella roja, que era un emblema de la URSS. Ese era el gobierno fascista de
Perón». (Movimiento Político de Resistencia; El proyecto antimperialista de
Perón y sus relaciones con la URSS, 9 de enero de 2018)

Lo que nos quedaba por ver de estos señores «revolucionarios». De los creadores
de: «Rusia es un bastión antiimperialista» y «Putin no es nacionalista burgués»,
la nueva película producida por los restos del Partido Comunista de España

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(reconstituido) es seguir, en realidad, ¡una secuela! Sí, una secuela de aquella
cinta que rezaba que «Perón era antiimperialista» y su llegada al poder y sus
reformas suponían una aproximación hacia la «revolución» que solo debía ser
impulsada para, posteriormente, ser profundizada. ¡Claro que sí, señores! ¡La
«revolución justicialista», como decían los peronistas de izquierda más ilusos!
Ahora se entienden todas las vacilaciones que los restos del PCE (r) y sus
simpatizantes tienen sobre otras experiencias nacionalistas-burguesas y
tercermundistas, como el chavismo, el castrismo o el maoísmo, a los cuales
siempre han aplaudido sin el más mínimo criticismo, calificándolos de tendencias
«antiimperialistas» pese a su dependencia y sumisión a todos los imperialismos
habidos y por haber.

Con estas publicaciones peronistas, el PCE (r) y sus restos vuelven a demostrar
que son agentes de la burguesía. ¿Por qué hacen esto? No creemos ya que el PCE
(r) se vaya a la cama con los imperialismos y revisionismos por verse en la
necesidad de financiar sus restos, sino por mero vicio y lujuria revisionista.

Tipifican que Perón eran una esperanza progresista porque: a) se realizaron


nacionalizaciones bajo su mandato; b) la delegación argentina fue recibida por
Stalin y Argentina comerciaba con la URSS; c) el peronismo no podía ser un
movimiento fascista o filofascista porque Argentina no tenía un alto nivel de
desarrollo; d) gran parte de los trabajadores argentinos seguían a Perón.

Estos clásicos mitos del peronismo, sumados a otros nuevos que añade el PCE (r),
merecen una amplia explicación. Intentaremos que ésta sea lo más ordenada
posible, desglosando los temas en su íntima conexión.

Los reaccionarios orígenes del peronismo

«Su estilo de gobierno, muy a la manera del típico caudillo, con un sabor
añadido que recuerda a Italia o España, por lo que [a los trabajadores] no les
dio motivo de alivio. Sin embargo, los trabajadores encontraron en Perón un
campeón, y estaban dispuestos a perdonar su estilo dictatorial.

Perón añadió otro ingrediente: la veneración mística y casi religiosa de su


esposa Evita. Fue la Suma Sacerdotisa del peronismo durante su vida con
Perón, y se convirtió en santa en la religión del peronismo después de su muerte
en 1952. Si bien la imagen de Perón comenzó a desvanecerse en sus últimos años
de gobierno, la de ella permaneció intacta.

Para el momento de su derrocamiento en 1955, Perón había polarizado al pueblo


argentino. Muchos lo odiaban y lo injuriaban, otros lo adoraban. Una sucesión
de gobiernos que siguió, sufriendo en parte de sus errores económicos y
excluyendo sistemáticamente a sus seguidores de la política, hizo que la era de
Perón luciera cada vez más buena. Así, algunos se olvidaron poco a poco de los

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excesos de Perón en la nostalgia de los buenos tiempos de su gobierno y en la
veneración del hombre mismo.

Ha evolucionado desde sus inicios fascistas hasta convertirse en un movimiento


que encarna una variedad de filosofías, algunas de las cuales recuerdan a los
primeros días, pero la mayoría de naturaleza más izquierdista. (...) Una
ideología más pragmática que precisa. (...) Afirma ser anticomunista, pero
muchos de sus miembros jóvenes tienen cierto matiz marxista-leninista. Afirma
que no es fascista, sin embargo, entre los adherentes más antiguos hay una
corriente significativa de fanatismo ultranacionalista de derecha. Unido a esta
vaga filosofía política está el misticismo religioso del movimiento y la adulación
de Perón, que le otorga un cierto aura de infalibilidad». (CIA; Memorándum:
Peronismo en el poder, Washington, 21 de junio de 1973)

Antes que nada, empecemos por el principio. ¿De dónde proviene el peronismo?
Juan Domingo Perón, aún con el rango de capitán en el ejército argentino, había
colaborado con tesón en el golpe militar del 6 se septiembre de 1930, este que
vendría a derrocar el gobierno de la Unión Cívica Radical (UCR) de Hipólito
Yrigoyen. Para ser justos, este gobierno estaba inmerso en una recesión mundial,
era golpeado por los escándalos de corrupción y pese a las promesas de
«soberanía nacional», Argentina seguía anclada en una dependencia externa
cada vez mayor del imperialismo británico y estadounidense. Esto condujo al
desencantamiento progresivo de los trabajadores con el radicalismo, que además
tuvieron que sufrir la feroz represión cuando se atrevían a levantar la voz. Sobre
esto último, no solo nos estamos refiriendo a episodios conocidos mundialmente
como la Semana trágica de 1919, sino también a las milicias del radicalismo del
Klan, incluso la permisión del gobierno a la actuación de las milicias paramilitares
ultrarreacionarias, como la Liga patriótica, que causaban verdaderos estragos
entre comunistas, socialistas y anarquistas. Yrigoyen era la prueba palpable de la
bancarrota del reformismo de la «burguesía progresista».

A Perón, por su parte, le repugnaba Yrigoyen, ya que sus reformas en el ejército


en pro de construir una democracia burguesa al uso habían ido minando los
privilegios de la casta militar tradicional:

«No se hace presente un solo átomo de vergüenza ni de dignidad, porque solo


un anarquista falso y antipatriota puede atentar, como atenta hoy este canalla
contra las instituciones más sagradas del país, como es el Ejército, [ilegible] con
la política baja y rastrera, minando infamemente un organismo puro y
virilmente cimentado que ayer fuera la admiración de Sudamérica cuando
contaba con un presidente que era su jefe supremo y que tenía la talla moral de
un Mitre o un Sarmiento, cuando la disciplina era más fuerte y más dura que el
hierro, porque desde su generalísimo hasta el último soldado eran verdaderos
argentinos amantes de su honor, de la justicia y el deber». (Juan Domingo
Perón; Carta. Campo Mayo, 24 de marzo 1921)

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Él anhelaba los días dorados del ejército argentino, las décadas decimonónicas de
personajes como Domingo Faustino Sarmiento o Bartolomé Mitre, donde el
ejército dominaba indiscutiblemente los destinos de la confederación de forma
directa o indirecta. Si uno repasa los ideales de estos «padres de la nación»,
observará la catadura chovinista rioplatense. Sarmiento aconsejó a Mitre que el
destino de Argentina debía ser expandirse hacia Chile:

«Te aconsejo que sacudas el alma del pueblo argentino y lo hagas mirar hacia
Chile, en especial hacia su extremo sur. Allí, exactamente, está la llave maestra
que nos abrirá las puertas para presentarnos ante el concierto internacional
como una nación destinada a regir y no a ser regida». (Domingo Faustino
Sarmiento; Carta a Bartolomé Mitre, 1874)

Es más, ¿a quién tomaba Perón como máxima referencia en la historia reciente


del país? ¡Nada más y nada menos que al caudillo Juan Manuel de Rosas!

«Rosas con ser tirano, fue el más grande argentino de esos años y el mejor
diplomático de su época». (Juan Domingo Perón; Carta. Capital Federal, 26 de
noviembre de 1918)

Esto era toda una declaración de intenciones para el futuro modelo político
caudillista del peronismo. Rosas fue famoso por encabezar la Campaña del
Desierto de 1833-34, cuyo objetivo no era otro que la apropiación para el gobierno
argentino de las tierras de los indígenas mapuches –algo que sus homólogos en
Uruguay, Rivera-Oribe, habían llevado a cabo igualmente contra los indígenas
charrúas–. Su flamante mandato terminó bruscamente cuando pensó poder
aprovechar las divisiones internas uruguayas entre «blancos» –federales– y
«colorados» –unitarios– para incorporar dicha zona a sus dominios, poniendo
sitio a Montevideo. Este país era independiente de facto de España desde 1810,
sobreviviendo también a las pretensiones brasileñas y argentinas desde su
declaración de independencia en 1828. Como el lector imaginará, esta idea de
Rosas de romper el «equilibrio de fuerzas» en el mapa latinoamericano
queriendo anexionarse Uruguay le redundaría en la automática oposición de
todas las potencias europeas y americanas de la época, brindando de paso a sus
opositores internos unos aliados muy poderosos para crear un bloque contra él.
Todos ellos propiciarían su caída en 1852, tras la Batalla de Caseros.

Perón, como furibundo chovinista, interpretó la época de Rosas y sus aventuras


militares como una gran experiencia para construir un férreo gobierno nacional
que hiciese frente a los peligros internos –el separatismo de las provincias, el
problema indígena y el conflicto laboral con los trabajadores– y que quisiera
plantar cara a las amenazas externas –el expansionismo brasileño y los chantajes
comerciales de Francia o Gran Bretaña–. Aquí cabe anotar que el propio Rosas,
en su desempeño político, mostraría contradicciones en su discurso que
erosionaban su credibilidad, similares a las que luego ejercería Perón. Pese a

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declararse «defensor del pueblo argentino y las libertades civiles» intentó
gobernar sin control parlamentario alguno y no dudaba en utilizar el terrorismo
parapolicial –la Mazorca– contra sus detractores; aunque decía ser «defensor de
la soberanía nacional argentina frente a sus enemigos», ¡acabaría exiliado y
protegido por la propia Gran Bretaña!

Mismo puede decirse de su admiración por San Martín:

«En la lucha por la liberación, el Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas,
merece ser el arquetipo que nos inspire y que nos guíe, porque a lo largo de más
de un siglo y medio de colonialismo vergonzante, ha sido uno de los pocos que
supieron defender honradamente la soberanía nacional en que se debe asentar
la decencia de una Patria y, no en vano San Martín, que había luchado por esa
misma liberación, desde el exilio, al que lo habían condenado los enemigos de
afuera y de adentro, le hizo allegar su espada y su encomio, que era como
arrimarle un poco de su gloria de soldado y de su alma de ciudadano
excepcional». (Juan D. Perón; Conversión con Manuel de Anchorena, 8 enero
1970)

¿Puede considerarse a San Martín el paladín de los pueblos latinoamericanos?


Pues esto es cuanto menos motivo de carcajada, dada la documentación existente,
que lo presenta como un oportunista entre tantos que proliferaban en la época:

«Según las memorias del general García Gamba, San Martín le hizo una
propuesta que suponía la entrega total de su propio ejército. Textualmente,
según dichas memorias, San Martín planteó: «Que se nombrase una regencia
compuesta por tres individuos, cuyo presidente debía de ser el general La Serna,
con facultad de nombrar uno de sus corregentes y que el otro lo elegiría San
Martín; que esta regencia gobernaría independientemente el Perú hasta la
llegada de un príncipe de la familia real de España; y que para pedir a ese
príncipe, el mismo San Martín se embarcaría seguidamente para la Península,
dejando las tropas de su mando a las órdenes de la regencia». La Serna pidió
unos días para estudiar la propuesta con sus generales». (El Comercio; Fiestas
Patrias: La historia de cuando el Perú pudo convertirse en monarquía, Lima,
28 de julio de 2017)

Lo mismo podría decirse de proyectos desesperados como el de Gabriel García


Moreno en Ecuador, quien, en 1859, envió un proyecto oficial a Napoleón III para
incorporar al país colombino como protectorado del imperio francés que fue
finalmente rechazado con tal de evitar tensiones con el imperio británico en esta
región.

El «amor por la libertad republicana» y la «soberanía nacional» en boca de estos


líderes políticos hacía siglos que no tenían un ápice de sentido para la mayoría de
los pueblos latinoamericanos. La hipocresía de la política criolla en personajes

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como Rosas o San Martín son extrapolables a las descripciones jocosas que Marx
realizó sobre otros individuos coetáneos, como Bolívar en Venezuela:

«Se proclamó «Dictador y Libertador de las Provincias Occidentales de


Venezuela». (…) Formó un cuerpo de tropas escogidas a las que denominó
guardia de corps y se rodeó de la pompa propia de una corte. Pero, como la
mayoría de sus compatriotas, era incapaz de todo esfuerzo de largo aliento y su
dictadura degeneró pronto en una anarquía militar, en la cual asuntos más
importantes quedaban en manos de favoritos que arruinaban las finanzas
públicas y luego recurrían a medios odiosos para reorganizarlas. De este modo
el novel entusiasmo popular se transformó en descontento». (Karl Marx;
Bolívar y Ponte, 1858)

O de políticos populistas de corte militar, como O’Donnell o Espartero en España:

«Los movimientos de lo que acostumbramos a llamar el Estado afectaron tan


poco al pueblo español, que éste dejaba satisfecho ese restringido dominio a las
pasiones alternativas de favoritos de la Corte, soldados, aventureros y unos
pocos hombres llamados estadistas, y el pueblo ha tenido muy pocos motivos
para arrepentirse de su indiferencia». (Karl Marx; Notas de la insurrección en
Madrid, 1854)

En toda Latinoamérica se puede ver cuán hondo ha arraigado el nacionalismo


cuando la historiografía burguesa domina el relato oficial sobre estas
personalidades. Hasta los grupos revolucionarios ven en estas figuras criollas sus
«héroes a imitar», idealizándolas hasta extremos insospechados y ocultando sus
obvios aspectos reaccionarios. En Argentina, San Martín, Rosas o Perón son
emblemas en la iconografía de grupos pretendidamente «marxistas» junto a otros
conocidos revisionistas, como Castro o Guevara. Los burgueses, terratenientes,
caudillos militares e intelectuales nacionalistas del siglo XIX son la inspiración
para las luchas actuales del siglo XXI. ¿Por qué será? Porque no están en
capacidad de analizar su propio pasado desde un punto de vista progresista y
revolucionario, porque ignoran a los verdaderos héroes que ha tenido el pueblo,
porque predomina en ellos, por encima de todo, el nacionalismo más vulgar,
porque, en definitiva, van a remolque de su burguesía y sus mitos. Véase el
capítulo: «¿Qué pretenden los nacionalistas al reivindicar o manipular ciertos
personajes históricos?» (2021).

Volviendo al siglo XX, pese a la aversión de Perón hacia la corriente política del
radicalismo, décadas después confesaría sentir, de algún modo, admiración por
el carisma que llegó a alcanzar Yrigoyen entre las masas populares, fenómeno del
cual tomó nota astutamente. Además, destacaba positivamente a su gobierno
radical como un ejecutor político que, al menos, había servido de amortiguador
social:

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«El radicalismo era un movimiento que podía hacer de amortiguador. No era
socialista. Tampoco era oligarca, aunque contara en sus filas con muchos
parientes de la oligarquía. En sus comienzos fue revolucionario, pero ya no lo
era. Era nacionalista, pero no demasiado. En fin, no era nada. El ideal. Era
indudablemente popular, y eso era lo que se necesitaba. Por lo menos pondría
la cara contra el anarcosindicalismo. Y la verdad es que la puso». (Arturo Peña
Lillo; Así hablaba Juan Perón [Conversaciones grabadas en Madrid entre 1967
y 1970], 1980)

Para principios de la década de los años 30, el militar José Félix Uriburu aunó el
panorama político antiyrigoyen que, como no podía ser de otra forma, iba in
crescendo, para derrocar al Presidente y tratar de implantar un fascismo a la
argentina, llamándole a esto «revolución de septiembre». ¿Y Perón a qué se
dedicó entonces?

«Yo pensaba que el general Uriburu era el hombre que siempre conocí, un
perfecto caballero y hombre de bien, hasta conspirando. Veía en él a un hombre
puro, bien inspirado y decidido a jugarse en la última etapa, la cara más brava
de su vida. Pensé que era un hombre de los que necesitábamos, pero él solo no
representaba toda la acción que colectivamente iríamos a realizar. Era
necesario en mi concepto ver que los hombres más allegados a él fueran tan
puros y decentes como él. Y confieso que en mis tribulaciones, llegué a
convencerme de la necesidad de buscar a otros, pues los que estaban más junto
a él, no llenaban las condiciones que yo atribuía necesarias a esos
colaboradores». (Juan Domingo Perón; Tres revoluciones, 1963)

Como curiosidad, este cambio fue saludado por los confusos dirigentes
socialdemócratas –error del que nunca aprenderían y repetirían durante el resto
del siglo XX–. Los comunistas, que acaban de entrar hace poco en la escena
política y no apoyaban en absoluto a los radicales, obviamente también se
opusieron al golpe militar reaccionario. Pero comprobemos, en palabras de los
autores del golpe, sus modelos políticos y sus intenciones a seguir.

Un antiguo poeta socialista, ahora seducido por el pensamiento de Nietzsche, el


fascismo europeo y que apoyaba con entusiasmo a Uriburu, escribiría lo siguiente
para la posteridad:

«Así la masa de empadronados para votar está integrada por mestizos


irremediablemente inferiores. (...) Al pueblo no le interesa la Constitución,
máquina anglosajona que nunca ha entendido. (...) La mayoría desmiente los
postulados ideológicos de su buen sentido y su honradez. El comicio la revela
necia, envidiosa, concupiscente y anárquica. (...) Entre nosotros, el régimen
mayoritario es inadecuado para gobernar el país». (Leopoldo Lugones; La
grande Argentina, 1930)

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Ibarguren, el primo de Uriburu, un antiguo radicalista, ahora era uno de los
políticos en ejercicio de poder bajo el nuevo gobierno militar, y sería uno de los
ideólogos principales. Este también proclamaba sin esconderse lo siguiente:

«La experiencia italiana del Estado corporativo que cuenta con diez años de
aplicación y que ha asegurado la paz social, el orden y la prosperidad de aquel
gran pueblo, es objeto hoy en todas partes de la mayor atención y estudio. Este
considerable interés suscitado por el fascismo convierte el fenómeno italiano en
un hecho de posible aplicación mundial. (...) Se acentúa una corriente de índole
nacionalista en el sentido de implantar la democracia funcional y el Estado
corporativo, la que ha tomado mayor impulso después del triunfo en Alemania
de los nacionalsocialistas». (Carlos Ibarguren; La inquietud de esta hora, 1934)

Como nota, Ibarguren sería, en los años 40, un fervoroso peronista. Al final del
documento estamos seguro que esto no sorprenderá al lector.

«Estimamos indispensable para la defensa efectiva de los intereses reales del


pueblo, la organización de las profesiones y de los gremios y la modificación de
la estructura actual de los partidos políticos. (...) La agremiación corporativa
no es un descubrimiento del fascismo, sino la adaptación modernizada de un
sistema cuyos resultados durante una larga época de la historia justifican su
resurgimiento». (José Félix Uriburu; Discurso, 1932)

Otro interesante apunte: Uriburu marcaría el camino a seguir para Perón en el


futuro: reclamaba que lo suyo era una ideología original –¡pese a que sus ideas
eran, en realidad, muy viejas!–, clamaba contra el liberalismo, el comunismo y se
presentaba como un antiimperialista… ¡toda una supuesta «tercera vía» que el
pueblo argentino debía experimentar una vez tras otra con los mismos trágicos
resultados!

Tras la muerte de Uriburu en 1932, la reacción no solo había perdido a su líder,


sino que no había podido construir una base popular sobre la que implementar
todas las medidas prometidas de «reconfiguración corporativista» del país. La
«revolución de septiembre» fue, en realidad, un ensayo no concluido destinado a
implantar el fascismo con eficacia. Para entonces, el régimen bajo las ideas de
Agustín Pedro Justo tendería de ahora en adelante hacia la liberalización,
promoviendo una vuelta lenta pero segura a un conservadurismo democrático-
burgués más clásico. Esta pugna recuerda a los tiras y aflojas del propio régimen
fascista italiano en sus primeros comienzos, a la misma disyuntiva y debate entre
«legalizar» el régimen y llevar a cabo una ampliación del gobierno… o terminar
de aplastar a la oposición, liquidar los restos del liberalismo y emprender de una
vez por todas el corporativismo sin más dilación. El gobierno de Pedro Justo se
lo pondría difícil a la oposición como para creerse nada de lo prometido, pues el
nuevo régimen optó por mantener el poder bajo el autoritarismo y el fraude

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electoral. En esta nueva escenificación de la política argentina destaca también
otro conservador, Manuel Fresco, Gobernador de Buenos Aires, «casualmente»
otro ferviente admirador del fascismo europeo y del futurismo, encargado de
popularizar el eslogan «Dios, Patria y Hogar», incorporando una mediación
sindical como método predilecto del gobierno para calmar los ánimos, algo que
el peronismo luego adoptaría con gusto.

Hablamos ya de la Argentina de los diversos pucherazos electorales en la que es


conocida como «Década infame». Los sucesivos gobiernos, pese a su perorata
nacionalista, se dedicaron a firmar tratados humillantes, como el Pacto Roca-
Runciman de 1933, que garantizaba la venta de carne argentina al imperialismo
británico a un precio fijo inferior al del mercado internacional a cambio de
frigoríficos. Además, exigía al país importar desde Gran Bretaña todo su carbón,
la promesa de no aumentar los aranceles y delegar el transporte público de
Buenos Aires a las empresas británicas. Así se reforzó aún más el papel de
Argentina como una neocolonia británica.

Durante esta etapa inicial, Perón fue ascendiendo poco a poco en diversas
misiones del gobierno en Argentina y Europa, primero con Uriburu y luego con
su rival Pedro Justo, que como dijimos tendía más hacia un régimen de
despotismo «ilustrado». Este gobierno también sufriría, en 1935, un intento de
golpe de Estado por los uriburistas, que se sintieron traicionados por la tibieza de
los nuevos gobiernos. En los años 40, el aperturismo del gobierno del radical
Ortíz choca con su sucesor, el conservador Ramón Castillo, que ya había sufrido
varias intentonas militares de los radicales y del ejército y que se encontraba
aislado dentro del sistema corrupto y autoritario que habían contribuido a crear
años antes. Cuando solicitó la dimisión de su Ministro de Guerra, Pedro Pablo
Ramírez, esta se convirtió en el pretexto perfecto para que la oposición en el
ejército comenzase un golpe palaciego el 4 de junio de 1943, al cual también
llamaron «revolución», y es que en la Argentina del siglo XX, cualquier
pronunciamiento militar con algo de apoyo civil era calificado de «transcendente
revolución» y se santificaban a las figuras militar como «héroes del pueblo»
contra la «tiranía».

Este nuevo golpe respondía a los círculos encabezados por el Grupo de Oficiales
Unidos (GOU), una organización militar secreta que aspiraba a simples
cuestiones: propagar un nacionalismo militarista; mantener neutral a Argentina
en la Segunda Guerra Mundial aunque con simpatías proalemanas; un retorno en
la sociedad a los valores y costumbres antiguas; arrojar a los civiles del poder
político y dejarlo en manos de militares; y, por último, evitar que el movimiento
obrero fuese captado por corrientes comunistas o anarquistas que se habían
reactivado peligrosamente en los últimos años. He aquí donde veremos la
reaparición de Juan Domingo Perón en el panorama político tras volver de sus

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viejos europeos. Todas las aspiraciones anteriores se reflejaron en el manifiesto
del GOU redactado por Perón y Miguel A. Montes:

«Hoy, las naciones se unen para formar el Continente. Esa es la finalidad de


esta guerra. Alemania realiza un esfuerzo titánico para unificar el continente
europeo. La nación mayor y mejor equipada deberá regir los destinos del
continente. En Europa será Alemania. En América del Norte la nación monitora
por un tiempo será Estados Unidos. Pero en el sur no hay nación lo
suficientemente fuerte para que sin discusión se admita su tutoría. Sólo hay dos
que podrían tomarlas: Argentina y Brasil. Nuestra misión es hacer posible e
indiscutible nuestra tutoría. (...) En nuestro tiempo, Alemania ha dado a la vida
un sentido heroico. Esos serán nuestros ejemplos. Para realizar el paso que los
llevará a una Argentina grande y poderosa, debemos apoderarnos del poder.
Jamás un civil comprenderá la grandeza de nuestro ideal, habrá pues, que
eliminarlos del gobierno y darles la única misión que les corresponde: trabajo
y obediencia». (Manifiesto del Grupo Oficiales Unidos, 3 de mayo de 1943)

Hablando de sus inicios en dicho gobierno, años después repasaba como


claramente él había bebido de las ideas de aquel entonces, el fascismo:

«Cuando yo terminé esas conferencias la gente creía que yo era socialista o


comunista por las ideas que traía, pero eran ideas que había traído en Europa.
(…) Que había caracterizado el periodo de entreguerra. (…) Yo lo había vivido
en Europa, sabía que lo que pasa allí ocurre diez años después aquí». (Juan
Domingo Perón; Entrevista realizada en Madrid por Octavio Getino y
Fernando Solanas, 1971)

Y que había pactado con los otros militares su lugar en el nuevo gobierno, su
«revolución», donde si bien no pidió supuestamente tener cargos él iba a ser el
responsable máximo de orientarla:

«Nosotros tomamos el gobierno y usted se va a encargar de realizar la


revolución de la que nos ha hablado, es decir, pasaba a ser el ideólogo de la
revolución justicialista y realmente el realizador. Yo pedí que no me diesen
ningún cargo en el gobierno porque yo tenía que trabajar. (…) Una revolución
es una preparación técnica y humana que no se pueden improvisar. (…) Esa
revolución es el punto de partida, es el golpe de Estado que nos posibilitaba a
nosotros desde el gobierno la revolución». (Juan Domingo Perón; Entrevista
realizada en Madrid por Octavio Getino y Fernando Solanas, 1971)

En este nuevo gobierno, Perón tendría un enorme protagonismo, esta vez como
secretario general del reaccionario General Farrel, el cual se caracterizó, durante
la Segunda Guerra Mundial, por retrasar a toda costa la declaración de guerra
contra los países del Eje –principalmente Alemania, Italia, Japón–. Aunque

16
siempre contó con un gabinete de ideólogos claramente proalemanes, el gobierno
mantuvo una posición de falsa neutralidad. Primero, por miedo a no saber qué
bando ganaría y no arriesgar en vano y, después, cuando la URSS se incorporó y
cambió el curso de la guerra a favor del bando aliado –junto a los EE.UU., Gran
Bretaña y Francia–, por desconfianza hacia este por su profundo anticomunismo,
así como por el miedo a que sus barcos y bienes comerciales pudieran ser
afectados por los submarinos alemanes, que estaban causando estragos en el
Atlántico.

Eso no quitaba que Perón, sin complejo alguno, pusiera como referencia a seguir
a la Alemania de Hitler en el manejo de la política exterior. Veía en ella el
paradigma en cuanto a diplomacia y uso de la fuerza para lograr sus objetivos:

«La diplomacia debe actuar en forma similar a la conducción de una guerra.


Como ella, posee sus fuerzas, sus armas, y debe librar las batallas que sean
necesarias para conquistar las finalidades que la política le ha fijado.

Si la política logra que la diplomacia obtenga el objetivo trazado, su tarea se


reduce a ello; y termina allí, en lo que a ese objetivo se refiere.

Si la diplomacia no puede lograr el objetivo político fijado, entonces es


encargada de preparar las mejores condiciones para obtenerlo por la fuerza,
siempre que la situación haga ver como necesario el empleo de este medio
extremo.

El período político que precedió a la actual contienda, constituye un excelente


ejemplo que nos aclarará estos conceptos.

Desde el advenimiento del partido Nacionalsocialista al poder, en el año 1933,


el Gobierno alemán dio muestras de su intención de conseguir, por todos los
medios, el resurgimiento de la Alemania imperial de 1914 y aún sobrepasarla,
desestimando como fuera de lugar los puntos que aún subsistían en carácter de
obligaciones del Tratado de Versailles.

Fue su diplomacia la que sin contar en su respaldo con una suficiente potencia
militar, le permitió, en 1935, implantar el servicio militar obligatorio, ocupar
militarmente la Renania, y finalmente, concertar con Inglaterra el pacto naval
que le permitiría montar un tonelaje para su marina de guerra equivalente al
35 % del inglés, con lo cual sobrepasaba a la flota francesa. La reacción
francesa, que en esa época podía ser decisiva, fue perfectamente neutralizada
por la diplomacia alemana.

Luego, ya respaldada sin duda por la fuerza considerable que el Tercer Reich
había logrado montar, se produce, en marzo de 1938, la anexión lisa y llana de
Austria. A fines de septiembre de ese mismo año, el tratado de Munich le entrega

17
el territorio de los Sudetes, pertenecientes a Checoslovaquia, hasta terminar con
la total desaparición de este país el 15 de marzo de 1939. Y siete días más tarde,
el 22 de marzo, el jefe del gabinete lituano, el ministro Urbsys, entrega las llaves
de Memel en Berlín mismo». (Juan Domingo Perón; Cátedra de Defensa
Nacional, 10 de junio de 1944)

Y finalizaba así, dando a entender que esto debía servir de modelo para las
aspiraciones de los chovinistas argentinos:

«En los litigios entre naciones, sin tener un tribunal superior e imparcial a quien
recurrir, y sobre todo que esté provisto de la fuerza necesaria para hacer
respetar sus decisiones, la acción de la diplomacia será tanto más segura y
amplia, cuanto mayor sea el argumento de fuerza que en última instancia pueda
esgrimir. Así nuestra diplomacia, que tiene ante sí una constante tarea que
realizar, estrechando cada vez más las relaciones políticas, económicas,
comerciales, culturales y espirituales con los demás países del mundo, en
particular con los continentes, y, dentro de estos, con nuestros vecinos, cuenta
como argumento para esgrimir, además de la hidalguía y munificencia ya
tradicionales de nuestro espíritu, con el poder de nuestras fuerzas armadas, que
debe ser aumentado en concordancia con su importancia, para asegurarles el
respeto y la consideración que merecen en el concierto mundial y continental de
las naciones». (Juan Domingo Perón; Cátedra de Defensa Nacional, 10 de junio
de 1944)

Como se verá después, esto no era una referencia histórica casual, pues Perón
tomó como honda referencia el modelo fascista. Durante la creación de la
Organización de las Naciones Unidas en la Conferencia de San Francisco, el
ministro de Exterior de la URSS, Mólotov, daría un discurso en contra del
gobierno de Perón, considerándolo aliado del nazismo. Ese y no otro era el
panorama. Para aquel entonces, los partidos opositores –socialistas, radicales,
comunistas y anarquistas– y la prensa extranjera –incluida la estadounidense–
tachaban al gobierno como «filonazi»; y no sin razón, pues había permitido
desfiles en apoyo al nazismo antes y durante la contienda, mientras las
declaraciones públicas de los militares del gobierno en favor de Alemania eran
notorias. Finalmente, el gobierno argentino, presionado enormemente por los
aliados, declaró la guerra a Alemania y Japón en mayo de 1945, con la primera ya
derrotada y la segunda cercada por los Aliados –EE.UU. y la URSS–. Esto fue una
concesión de un gobierno pronazi hacia gobiernos como el estadounidense o
británico que controlaban su economía.

El peronismo pese a su discurso revolucionario fue el gobierno de la


patronal

18
En el ámbito interno, lo más llamativo fue que el gobierno reaccionario argentino,
surgido del golpe de Estado del 4 de junio de 1943, se atrevió a disolver los
sindicatos como el CGT Nº2 –dominado por socialistas y comunistas–,
permitiendo mantener a la sindical más afín a la patronal, la CGT N.º 1, y
estableciéndose los primeros nexos entre el régimen militar y una sindical única,
base de lo que luego sería el peronismo, caracterizado por el fuerte control del
sindicato único y la represión de las disidencias.

«El PC caracterizó el golpe, en el momento, como pro-fascista y reaccionario.


La embestida anticomunista del gobierno se evidenció de inmediato, a los días
se produjo el cierre del diario La Hora y luego de una reunión del ministro del
Interior con los dirigentes socialistas de la CGT Nº2, Francisco Pérez Leirós y
Ángel Borlenghi, con quienes compartían la dirección, se ordenó su disolución.
A ello sobrevino la detención de los principales dirigentes sindicales comunistas
entre los que se encontraron José Peter, Pedro Chiarante, Luis Fiori, Salvador
Dell´Aquila y Jorge Michellón. Las declaraciones del ministro del Interior
Gilbert sobre la destrucción de las organizaciones comunistas y el decreto de
reglamentación de las asociaciones profesionales posibilitaron por un lado, que
el gobierno se hiciera con el control de los sindicatos y, por otro lado, que la
ahora única CGT pudiese absorber a todo el gremialismo». (Diego Ceruso y
Silvana Staltari; El Partido Comunista argentino y su estrategia sindical entre
1943 y 1946, 2018)

El cargo más importante para Perón en este gobierno fue, sin duda, la Secretaría
de Trabajo de la Nación, desde la que impulsó alguna de las reivindicaciones
históricas del sindicalismo argentino para ganarse su confianza, configurando el
clásico discurso de que, más allá de las ideologías, hay que tratar de buscar el
equilibrio entre las partes para lograr un bienestar social de los ciudadanos de la
nación; es decir, basaba su discurso en el reformismo, en un cristianismo social
mezclado con el sindicalismo amarillo patronal:

«Pienso que el problema se resuelve de una sola manera: obrando


conscientemente para buscar una perfecta regulación entre las clases
trabajadoras, medias y capitalistas, procurando una armonización perfecta de
fuerzas, donde la riqueza no se vea perjudicada, propendiendo por todos los
medios a crear un bienestar social, sin el cual la fortuna es un verdadero
fenómeno de espejismo que puede romperse de un momento a otro. Una riqueza
sin estabilidad social puede ser poderosa, pero será siempre frágil, y ese es el
peligro que, viéndolo, trata de evitar por todos los medios la Secretaría de
Trabajo y Previsión. (...) Hasta ahora estos problemas han sido encarados por
una verdadera lucha. Yo no creo que la solución de los problemas sociales esté
en seguir la lucha entre el capital y el trabajo. Ya hace más de sesenta años,
cuando las teorías del sindicalismo socialista comenzaron a producir sus frutos
en esa lucha, opiniones extraordinariamente autorizadas, como la de Mazzini y
la de León XIII, proclamaron nuevas doctrinas, con las cuales debía
19
desaparecer esa lucha inútil». (Juan Domingo Perón; Discurso de la bolsa de
comercio, 25 de agosto de 1944)

En suma, aceptar ser peronista siendo asalariado suponía algo así como que la
burguesía peronista considerara a uno ampliamente conforme al servicio de los
proyectos del caudillo, siendo que el servidor no diría otra cosa que «amén» como
un esclavo. En otra ocasión dijo, sin miramientos, que su objetivo era:

«La armonía entre el capital y el trabajo, extremos inseparables del proceso de


la producción, es condición esencial para el desarrollo económico del país, para
el desenvolvimiento de sus fuerzas productivas y el afianzamiento de la paz
social. (...) Buscamos superar la lucha de clases, suplantándola por un acuerdo
justo entre obreros y patrones, al amparo de la justicia que emana del Estado».
(Juan Domingo Perón; Discurso, 1 de noviembre de 1943)

A su vez se arremetía contra cualquier discurso que fuese enfocado en mayor o


menor medida en promoción de la lucha de clases:

«En referencia a los elementos de «ideologías extrañas» como Perón


identificaba al socialismo y al comunismo y que denunciaba como «los falsos
apóstoles que se introducen en el gremialismo para medrar con el engaño y la
traición a las masas, y las fuerzas ocultas de perturbación del campo político
internacional». (Diego Ceruso y Silvana Staltari; El Partido Comunista
argentino y su estrategia sindical entre 1943 y 1946, 2018)

El ideario peronista, o también llamado justicialista, pese a sus peroratas


«revolucionarias» frente a los partidos conservadores, deslucía de inmediato
cuando era colocado frente a los movimientos más a su izquierda, mostrándose
en una posición intermedia y demagógica, la cual no satisfacía totalmente a nadie
pero que a la vez dejaba una puerta abierta para que todos simpatizasen con algo
de lo que decía. En realidad, su ideario se iba a parecer mucho a una concepción
político-social de lo que Marx denominó el «socialismo burgués o conservador».
Estos no eran ciegos ante los problemas sociales, pero su programa de reformas
no iba más allá del modelo actual como prometían una y otra vez. Se podía
resumir en aquello de «cambiar todo para que nada cambie», lo suyo, de poder
concretarse, iba a ser un lavado de cara al sistema muy insulso, pero eso sí, muy
bien decorado con la propaganda:

«La segunda categoría consta de partidarios de la sociedad actual, a los que los
males necesariamente provocados por ésta inspiran temores en cuanto a la
existencia de la misma. Ellos quieren, por consiguiente, conservar la sociedad
actual, pero suprimir los males ligados a ella. A tal objeto, unos proponen
medidas de simple beneficencia; otros, grandiosos planes de reformas que, so
pretexto de reorganización de la sociedad, se plantean el mantenimiento de las
bases de la sociedad actual y, con ello, la propia sociedad actual. Los comunistas
deberán igualmente combatir con energía contra estos socialistas burgueses,

20
puesto que éstos trabajan para los enemigos de los comunistas y defienden la
sociedad que los comunistas quieren destruir». (Karl Marx y Friedrich Engels;
Principios del comunismo, 1847)

Más ampliamente, el marxismo dijo de este tipo de corrientes:

«Una parte de la burguesía desea mitigar las injusticias sociales, para de este
modo garantizar la perduración de la sociedad burguesa. Se encuentran en este
bando los economistas, los filántropos, los humanitarios, los que aspiran a
mejorar la situación de las clases obreras, los organizadores de actos de
beneficencia, las sociedades protectoras de animales, los promotores de
campañas contra el alcoholismo, los predicadores y reformadores sociales de
toda laya. (...) Los burgueses socialistas considerarían ideales las condiciones
de vida de la sociedad moderna sin las luchas y los peligros que
encierran. (...) Es natural que la burguesía se represente el mundo en que
gobierna como el mejor de los mundos posibles. El socialismo burgués eleva esta
idea consoladora a sistema o semisistema. Y al invitar al proletariado a que lo
realice, tomando posesión de la nueva Jerusalén, lo que en realidad exige de él
es que se avenga para siempre al actual sistema de sociedad, pero desterrando
la deplorable idea que de él se forma. Una segunda modalidad, aunque menos
sistemática bastante más práctica, de socialismo, pretende ahuyentar a la clase
obrera de todo movimiento revolucionario haciéndole ver que lo que a ella le
interesa no son tales o cuales cambios políticos, sino simplemente determinadas
mejoras en las condiciones materiales, económicas, de su vida. Claro está que
este socialismo se cuida de no incluir entre los cambios que afectan a
las «condiciones materiales de vida» la abolición del régimen burgués de
producción, que sólo puede alcanzarse por la vía revolucionaria; sus
aspiraciones se contraen a esas reformas administrativas que son conciliables
con el actual régimen de producción y que, por tanto, no tocan para nada a las
relaciones entre el capital y el trabajo asalariado, sirviendo sólo –en el mejor de
los casos– para abaratar a la burguesía las costas de su reinado y sanearle el
presupuesto». (Karl Marx y Friedrich Engels; El Manifiesto Comunista, 1848)

La propia Eva Perón, esposa e icono sumamente importante del movimiento,


proclamaba:

«Pensamos también que precursores fueron, sin duda, otros hombres


extraordinarios de la jerarquía de los filósofos, de los creadores de religiones o
reformadores sociales, religiosos, políticos, y también de los conductores. Y yo
digo precursores del peronismo. (...) El Peronismo y el comunismo se
encontraron por primera vez el día en que Perón decidió que debía realizarse en
el país la Reforma Social, estableciendo al mismo tiempo que la Reforma Social
no podía realizarse según la forma comunista». (Eva Perón; Historia del
peronismo, 1952)

21
Históricamente, el marxismo ha demostrado que esto solo es un engaño que se
vierte sobre las masas explotadas para desviarlas de sus propósitos de
emancipación social:

«Los defensores burgueses y revisionistas del Estado capitalista presentan la


nacionalización de ciertos sectores económicos, del transporte, etc., como un
signo de «transformación» del sistema capitalista. Según ellos, este proceso de
«transformación» puede ir aún más lejos si el proletariado se vuelve
«razonable» y «moderado» en sus reivindicaciones, si obedece a los partidos
políticos traidores y a los sindicatos manipulados por éstos. Estos «teóricos»
son reformistas porque, a través de las reformas, pretenden transformar el
Estado capitalista en Estado socialista. El capital ha introducido reformas
estructurales en diversos países capitalistas, revisionistas imperialistas, pero
ellas no han conducido a la victoria de la revolución y de los revolucionarios, al
contrario, han creado precisamente la situación que ha salvado el capital de su
destrucción y ha protegido a la clase explotadora de sus sepultureros. (...)
Nuestra teoría marxista-leninista ha demostrado con la máxima claridad que
es imposible ir a la sociedad socialista no rompiendo los marcos del régimen
capitalista, que esa meta se alcanza destruyendo hasta sus fundamentos ese
régimen y sus instituciones, instaurando el poder del proletariado, dirigido por
su vanguardia, el partido comunista marxista-leninista». (Enver Hoxha; La
democracia proletaria es la democracia verdadera; Discurso pronunciado en la
reunión del Consejo General del Frente Democrático de Albania, 20 de
septiembre de 1978)

He aquí, resumida en breves palabras –aunque les duela a algunos– la base de la


demagogia politiquera del peronismo, un reformismo burgués que pretendía una
armonización de clases contrapuestas y antagónicas, como son la burguesía y el
proletariado. Aquí tenemos la razón del qué ridículo en que se tornaron todos los
movimientos de «izquierda» latinoamericanos –incluso los autodenominados
«marxistas»– que hacían del infame peronismo su bandera para la revolución y,
de Perón, su amado «líder y guía» hacia el ansiado «socialismo».

El discurso del peronismo no se diferencia, por tanto, del de cualquier politicastro


del sistema capitalista, aunque hace especial énfasis en tomar las organizaciones
de masas como los sindicatos, siendo estos la base para «arreglar» los fallos de la
sociedad capitalista, a diferencia de otras corrientes, que enfatizan su
organización en grandes partidos de masas, el manejo de las reglas electorales y
los arreglos parlamentarios, que en el caso del peronismo eran asumidos pero
vistos como algo secundario, un mal aceptado, incluso, un obstáculo a eliminar,
cumpliendo así con la visión fascista del sindicalismo y su rol en contraposición
con el partido burgués y el libre juego parlamentario liberal.

22
Perón reconocería que el sindicalismo era la base del peronismo, siendo el partido
peronista un defecto necesario dadas las reglas del sistema electoral
parlamentario que todavía no podía derrocar:

«En este sentido siempre hemos procedido así en el Movimiento Justicialista,


dentro del cual el movimiento sindical representa, sin duda alguna, su columna
vertebral. Es el movimiento sindical el que mantiene enhiesta nuestra
organización. Eso ha sido desde el primer día en que el Justicialismo puso
en marcha su ideología y su doctrina. De manera que esto no es nuevo para
nadie. (…) Hay que darse cuenta que nosotros no somos un partido político.
Nosotros somos un movimiento nacional que, por el contrario, tiende hacia la
universalización». (Juan Domingo Perón; Discurso, 8 de noviembre de 1973)

En sus inicios, explicaría así a las élites explotadoras el motivo por el que el
sindicalismo era el eje del peronismo/justicialismo y era positivo para sus
intereses:

«Todavía hay hombres que se asustan de la palabra sindicalismo. (...) Es un


grave error creer que el sindicalismo obrero es un perjuicio para el patrón. En
manera alguna es así. Por el contrario, es la forma de evitar que el patrón tenga
que luchar con sus obreros. (...) Es el medio para que lleguen a un acuerdo, no a
una lucha. (...) Así se suprimen las huelgas, los conflictos parciales, aunque,
indudablemente, las masas obreras pasan a tener el derecho de discutir sus
propios intereses, desde una misma altura con las fuerzas patronales, lo que,
analizado, es de una absoluta justicia». (Juan Domingo Perón; Discurso de la
bolsa de comercio, 25 de agosto de 1944)

¿A qué nos recuerda esto? A uno de los máximos teóricos del fascismo. Veamos
lo que decía uno de los más radicales líderes del fascismo español:

«La lucha de clases sólo puede desaparecer cuando un poder superior someta a
ambas a una articulación nueva, presentando unos fines distintos a los fines de
clase como los propios y característicos de la colectividad popular. (...) Las
corporaciones, los sindicatos, son fuentes de autoridad y crean autoridad,
aunque no la ejerzan por sí, tarea que corresponde a los poderes ejecutivos
robustos. Pues sobre los sindicatos o entidades colectivas, tanto
correspondientes a las industrias como a las explotaciones agrarias, se
encuentra la articulación suprema de la economía, en relación directa con todos
los demás altos intereses del pueblo». (Ramiro Ledesma; Frente al marxismo,
6-VI-1931)

Si leemos con atención a los teóricos o gobernantes fascistas –como a los


franquistas en España– veremos que esta concepción y función «corporativista»
de «acuerdos» entre el patrón y el proletario a través del sindicato único son, en
esencia, las mismas que preconizó después el peronismo:

23
«Este periodo de crecimiento. (...) Es la consecuencia de la paz social lograda
por el Movimiento Nacional, que se ha mantenido inconmovible pese a la
contumacia de un enemigo externo que no cesa en sus ataques, gracias a las
virtudes de un pueblo que se ha encontrado a sí mismo. (...) A una organización
sindical que, asociando a los tres elementos de la producción, empresarios,
técnicos y obreros, resuelve en su seno, al menos en primera instancia, los
conflictos laborales, sustituyendo la violencia por el diálogo». (Luis Carrero
Blanco; Discurso retransmitido en Televisión Española, 1 de abril de 1964)

Como apuntan algunos, pese a sus bandazos ideológicos, este fue uno de los vagos
principios del peronismo que nunca fueron alterados:

«Los militares, el ejército que cuida, los sindicatos, ejércitos que producen, y la
Iglesia, respetada durante los primeros años del gobierno como fuente de poder
moral, remplazaban de hecho al Parlamento como representantes de la
sociedad ante un Estado tutor. (...) La visión corporativista era uno de los pocos
rangos del pensamiento peronista que se mantendría inalterable para moldear
esa concepción del poder. Los azares de la carrera militar lo habían destinado
a Italia durante el apogeo de Mussolini, época en que los encantos del sistema
corporativista eran difíciles de resistir. En Turín, Perón había tomado cursos de
economía política fascista, que según él mismo admitiría mucho después,
forjaron su concepción del problema obrero». (Pablo Gerchunoff y Lucas
Llach; El ciclo de la ilusión y el desencanto: un siglo de políticas económicas
argentinas, 2003)

En ese intento de equidistancia entre los dos grandes bloques, los grupos
revolucionarios y progresistas y los grupos más tradicionales y conservadores, el
peronismo aparentaba no ser ni de «izquierdas» ni de «derechas», no ser ni
siquiera un partido, solo un «humilde servidor de la nación» que, precisamente,
permitiría «superar estas tristes divisiones partidistas o ideológicas», estos
cataclismos sociales tan característicos del país en su historia reciente:

«[El justicialismo] es un movimiento nacional, eso ha sido la concepción básica.


No somos, repito, un partido político, somos un movimiento, y como tal no
representamos intereses sectarios ni partidarios, presentamos sólo los intereses
nacionales». (Juan Domingo Perón; Discurso ante los representantes de la
Convención Constituyente, 1949)

¿A qué suena esta declaración? Al rancio falangismo. Ese que, con sus bonitas
promesas de «íntegra renovación nacional» y asegurar no ser «clasista»,
casualmente era financiado por banqueros y representado en el parlamento por
marqueses:

«El movimiento de hoy, que no es de partido, sino que es un movimiento, casi


podríamos decir un antipartido, sépase desde ahora, no es de derechas ni de

24
izquierdas. Porque en el fondo, la derecha es la aspiración a mantener una
organización económica, aunque sea injusta, y la izquierda es, en el fondo, el
deseo de subvertir una organización económica, aunque al subvertiría se
arrastren muchas cosas buenas. (…) Sepan todos los que nos escuchan de buena
fe que estas consideraciones espirituales caben todas en nuestro movimiento».
(José Antonio Primo de Rivera; Discurso pronunciado en el Teatro de la
Comedia de Madrid, el día 29 de octubre de 1933)

No por casualidad los falangistas hicieron gran publicidad a Perón. Emilio


Romero, director del diario Pueblo, diría en una entrevista sobre su amistad con
Perón:

«E.P.: Aseguran que Perón dijo alguna vez que Pueblo era el mejor diario
peronista que él había leído ¿Usted piensa lo mismo?

E.R.: No solamente es verdad que lo dijo Perón [véase la carta de P. a E. R. del


23 de agosto de 1965] sino que conservo la carta autógrafa del General en la que
dijo exactamente eso. Pero al referirse al peronismo del periódico Pueblo no
hace otra cosa que reconocer la identidad o proximidad de la línea ideológica
de este periódico bajo mi dirección. [...]

E.P.: ¿Qué similitud y qué diferencia encuentra usted entre el nacional-


sindicalismo y el justicialismo?

E.R.: El nacional-sindicalismo intentó ser una revolución desde arriba, y el


justicialismo quería ser una revolución desde abajo». (Esteban Peicovich: El
ocaso de Perón, Buenos Aires 2007)

Es decir, Perón consideraba que Pueblo, el periódico de Falange, era peronista, y


su director, más allá del mayor apoyo social del que gozaba el justicialismo, no
veía diferencias significativas entre falangismo y peronismo.

La retórica anticapitalista del fascismo nunca fue más allá de una promesa de
limitar los «excesos» y «abusos» de los grandes monopolios. Solo llegaban a
proclamar que se crearía una «economía nacional» que sería «armoniosa», pero
reconociendo que no se tenía la intención de eliminar la gran, mediana o pequeña
propiedad privada, ni dando mayores explicaciones de cuáles iban a ser las
formas mediante las que se limitaría el hambre voraz de los monopolios sin
eliminar los mecanismos que los hacían nacer, como la ley del valor:

«El fascismo es la forma política y social mediante la que la pequeña propiedad,


las clases medias y los proletarios más generosos y humanos luchan contra el
gran capitalismo en su grado último de evolución: el capitalismo financiero y
monopolista. Esa lucha no supone retroceso ni oposición a los avances técnicos,
que son la base de la economía moderna; es decir, no supone la atomización de

25
la economía frente al progreso técnico de los monopolios, como pudiera creerse.
Pues el fascismo supera a la vez esa defensa de las economías privadas más
modestas, con el descubrimiento de una categoría económica superior: la
economía nacional, que no es la suma de todas las economías privadas, ni
siquiera su resultante, sino, sencillamente, la economía entera organizada con
vistas a que la nación misma, el Estado nacional, realice y cumpla sus
fines». (Ramiro Ledesma; El fascismo, como hecho o fenómeno mundial,
noviembre de 1935)

Está claro que el discurso anticapitalista del fascismo no es sino un cuento, pues,
como hemos visto, el fascismo no ha limitado, sino desarrollado los monopolios:

«[Los fascistas] reforzaron los monopolios, es decir, el capitalismo monopolista,


hicieron de esto una política oficial y la impusieron con la brutalidad
característica del régimen. Pocos meses después de la toma de poder, el 15 de
julio de 1933, Hitler dictó la ley de organización forzosa de los cartels. Por
mandato de esta ley se constituyeron inmediatamente o se agrandaron los
siguientes cartels: de fabricación de relojes, de cigarros y tabaco, de papel y
cartón, del jabón, de los cristales, de redes metálicas, de acero estirado, del
transporte fluvial, de la cal y soluciones de cal, de tela de yute, de la sal, de las
llantas de los automóviles, de productos lácteos, de las fábricas de conservas de
pescado. Para todos estos cartels, nuevo unos y otros reforzados, se dictaron
disposiciones que prohibían la construcción de nuevas fábricas y la
incorporación inmediata de los industriales independientes. Se prohibieron
también la construcción de nuevas fábricas y el ensanchamiento de las
existentes en las ramas industriales ya cartelizadas: del zinc y del plomo
laminado, del nitrógeno sintético, del superfosfato, del arsénico, de los tintes, de
los cables eléctricos, de las bombillas eléctricas, de las lozas, de los botones, de
las cajas de puros, de los aparatos de radio, de las herraduras, de las medias,
de los guantes, de las piedras para la reconstrucción, de las fibras, etc. Las
nuevas leyes dictadas de 1934 a 1936, aceleraron la cartelización y el
reforzamiento de los carteles ya existentes. El resultado de esta política fue que
a finales de 1936 el conjunto de los cartels comprendían no menos de las 2/3
partes de la industrias de productos acabados, en comparación con el 40% del
total de la industria alemana, el 100% del total de la industria alemana, el 100%
de las materias primas de las industrias semifacturadas, y el 50% de la industria
de productos acabados, en comparación con el 40% existente a finales de 1933.
Mussolini cartelizó por la fuerza la marina mercante, la metalurgia, las
fábricas de automóviles, los combustibles líquidos. El 16 de junio de 1932 dictó
una ley de cartelización obligatoria en virtud de la que formaron los cárteles de
las industrias del algodón, cáñamo, seda y tintes. En España, nunca la
oligarquía financiera había sido tan omnipotente como bajo el régimen del
traidor Franco. (…) En el régimen nazi-fascista-falangista, o en el régimen
formalmente democrático, el capitalismo monopolista es quién dicta la ley.
Como decimos nosotros: ¿quién manda en casa? El monopolio está por encima

26
de la nación, del régimen político y «otras particularidades». Por ello con el
capitalismo monopolista no se trata ni se pacta. Tampoco se puede sustituir,
como acabamos de ver, con sistemas pasados para siempre a la historia. Sólo
se puede sustituir con un sistema socio-económico más elevado». (Joan
Comorera; La nación en una nueva etapa histórica, 15 de junio de 1944)

Hay gente a la que sorprende que, en ocasiones, el discurso reformista de la


socialdemocracia y el discurso reformista del fascismo tengan tantas similitudes.
Esto no es una exageración: tanto el fascismo como la socialdemocracia tienden
el mismo hilo político en sus discursos: «la conciliación y paz de clases» y la
apelación a la «economía nacional» mixta –estatal, privada y cooperativista–,
pero siempre bajo las leyes de producción capitalistas gracias a justificaciones
que vienen a decir que, de otra forma, la nación no podría prosperar. Véase la
relación entre las teorías políticas y económicas del keynesianismo y el
hitlerismo:

«El nazismo, como una forma de reformismo, junto con el keynesianismo y las
ideas reformistas de la regulación estatal del capitalismo, comparten la opinión
de que el Estado no tiene que poseer los medios de producción con el fin de
cumplir su misión. Uno siempre puede volver a la defensa de que Keynes no
parece abogar abiertamente la ideología fascista, y que él era un defensor de las
ideas liberales burguesas clásicas de la democracia burguesa. (...) Sin embargo,
si aceptáramos esto, estaríamos tomando el problema de una forma superficial
y no estaríamos afrontando las cuestiones fundamentales de la economía
política que relacionan el papel del Estado en la teoría económica del
reformismo en general, y del keynesianismo en particular. Lo cierto es que tanto
el keynesianismo como el nazismo conciben el Estado como un medio para
preservar el papel principal del capital monopolista respecto a la clase obrera
y las masas trabajadoras. También se puede volver al argumento y especular
con que el keynesianismo es una versión más artificiosa del reformismo en
comparación con el nazismo. (...) El keynesianismo y el reformismo moderno,
ya que se niegan a socavar la base económica del capital monopolista,
inevitablemente se convierten en instrumentos fundamentales para facilitar la
tendencia hacia el militarismo y la intervención extranjera». (Rafael
Martínez; El reformismo de Podemos y el renacimiento del keynesianismo,
2015)

¿Y no es el mensaje de «conciliación entre clases por el bien de la nación y su


prosperidad» la base de todo discurso burgués moderno, sea liberal, fascista,
socialdemócrata, neoliberal, agrarista, democrata-cristiano, anarco-capitalista,
centrista, posmoderno o apolítico?:

«Hay que elegir»: este es el argumento con que siempre han tratado y tratan de
justificarse los oportunistas. De golpe no pueden lograrse nunca nada
importante. Hay que luchar por cosas pequeñas pero asequibles. ¿Y cómo saber
que algo es asequible? Por la aprobación de la mayoría de los partidos políticos

27
o de los políticos más «influyentes». Cuanto mayor sea el número de políticos
que se muestren de acuerdo con una mejora, por pequeña que sea, más fácil será
lograrla, más asequible será. No debemos ser utopistas, ni aspirar a cosas
grandes. Debemos ser políticos prácticos, saber plegarnos a la demanda de
cosas pequeñas, las cuales facilitarán la lucha por las cosas grandes. Las cosas
pequeñas representan la etapa más segura en la lucha por las cosas grandes.
Así argumentan todos los oportunistas, todos los reformistas, a diferencia de los
revolucionarios. (...) Debemos elegir entre el mal presente y la mínima
corrección de este mal, por lo cual está la inmensa mayoría de quienes se sienten
descontentos con el mal presente. Conseguido lo pequeño, facilitaremos la lucha
por obtener lo grande. (...) Es este –repetimos– el argumento fundamental, el
argumento típico de todos los oportunistas en el mundo entero. Ahora bien, ¿qué
conclusión se desprende inevitablemente de él? La conclusión de que no hace
falta un programa revolucionario, un partido revolucionario ni una táctica
revolucionaria. Lo que se necesita son reformas, y asunto concluido. (...) ¿En
qué reside el error fundamental de todos estos argumentos oportunistas? En que
suplantan en realidad la teoría socialista de la lucha de clases, única fuerza
motriz verdadera de la historia, por la teoría burguesa del progreso
«solidario», «social». Según la teoría del socialismo, es decir, del marxismo –
hoy no puede hablarse en serio de un socialismo no marxista–, la fuerza motriz
verdadera de la historia es la lucha revolucionaria de clases; las reformas son
un producto accesorio de esta lucha; accesorio, por cuanto expresan el resultado
de los intentos frustrados por atenuar esta lucha, por debilitarla, etc». (Vladimir
Ilich Uliánov, Lenin; Otra vez el ministerio de la Duma, 1906)

¿Por qué es importante para los marxistas combatir estas ideas? ¿Cuál sería el
destino de los comunistas si siguiesen estas consignas y se limitasen
estrictamente a ellas? ¿Cómo han de entenderse las llamadas reformas desde el
punto de vista de la lucha de clases?

«Según la teoría de los filósofos burgueses, la fuerza motriz del progreso es la


solidaridad de todos los elementos de la sociedad, que comprenden el carácter
«imperfecto» de tal o cual institución. La primera teoría es materialista, la
segunda idealista. La primera es revolucionaria. La segunda, reformista. La
primera sirve de base a la táctica del proletariado en los países capitalistas
modernos. La segunda sirve de base a la táctica de la burguesía. De la segunda
teoría se deriva lógicamente la táctica de los progresistas burgueses comunes:
apoyar siempre y en todas partes «lo mejor»; elegir entre la reacción y la
extrema derecha de las fuerzas que se oponen a esa reacción. De la primera
teoría se deriva lógicamente la táctica revolucionaria independiente de la clase
avanzada. Nuestra tarea no se limita, en modo alguno, a apoyar las consignas
más difundidas de la burguesía reformista. Nosotros mantenemos una política
independiente y sólo proponemos reformas que interesan incuestionablemente
a la lucha revolucionaria, que incuestionablemente contribuyen a elevar la
independencia, la conciencia de clase y la combatividad del proletariado. Sólo

28
con esta táctica podemos tornar inocuas las reformas desde arriba, reformas
que son siempre mezquinas, siempre hipócritas, que encierran siempre alguna
trampa burguesa o policial. Más aún. Sólo con esta táctica impulsamos
realmente la lucha por reformas importantes. Puede parecer paradójico, pero
esta aparente paradoja es una verdad confirmada por toda la historia de la
socialdemocracia internacional; la táctica de los reformistas es la menos apta
para lograr reformas reales. El medio más efectivo para alcanzarlas es la
táctica de la lucha revolucionaria de clases. En la práctica las reformas son
arrancadas siempre por la lucha revolucionaria de clase, por su independencia,
su fuerza de masas, su tenacidad. Las reformas son siempre falsas, ambiguas.
(...) Sólo son reales en consonancia con la intensidad de la lucha de clases. Al
fundir nuestras propias consignas con las consignas de la burguesía reformista,
debilitamos la causa de la revolución y también, como consecuencia de ello, la
causa de las reformas, ya que con ello debilitamos la independencia, la firmeza
y la energía de las clases revolucionarias». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Otra
vez el ministerio de la Duma, 1906)

Perón, en 1944, también adoptó el cargo de ministro de Guerra y la


vicepresidencia, con las consecuencias que esto acarreaba para la represión
obrera. Posteriormente, como todos sabemos, la presión externa para que el
gobierno argentino declarase la guerra a la Alemania Nazi y las luchas intestinas –
a causa de arribismo, envidias y otros factores– en el seno del régimen militar
forzaron a Perón, en mayo de 1945, a proclamar la renuncia de todos sus cargo
tras un discurso que apelaba a la emotividad y la defensa de las medidas
reformistas adoptadas como una revolución –una interpretación dramática que
haría varias veces para instigar la reacción de sus seguidores, que no soportaban
la idea de verse descabezados de su líder–. Así, mientras Perón renunció y fue
detenido momentáneamente, el peronismo usó su influencia en los gremios,
como el sindicato mayoritario CGT, para organizar a las masas en su protesta para
la liberación de Perón ante el gobierno de Farrell. El desenlace es conocido por
todos: el 17 de octubre, tras una movilización masiva que se venía preparando por
los peronistas durante semanas, Perón acabó siendo liberado ante un gobierno
militar débil que tuvo que negociar, exigiendo la retirada de Perón del ejército a
cambio de darle la capacidad de pronunciarse desde el balcón para calmar a la
masa enfervorecida. Perón, por el contrario, se garantizó no solo su liberación,
sino la celebración de unas elecciones libres, presentándose, en un magistral
alarde de demagogia, como el liberador de la tiranía cuando, en realidad, había
sido uno de los principales cabecillas del gobierno militar desde el año 1943. Para
horror de los anarquistas, comunistas y otros, que los obreros, los
«descamisados», los habitantes de las villas, inundaran la Plaza de Mayo el 18 de
octubre de 1945 para exigir la vuelta de un militar que ya consideraban su héroe
suponía la confirmación del fracaso de su trabajo político. Perón, como los líderes
carismáticos que le precedieron, había dado al pueblo una de cal y otra de arena,
cuatro migajas para contentarse y un puñado de represión para que no sacasen

29
los pies del tiesto. Esto demostraba hasta qué punto el pueblo argentino era
manipulable, pero también hasta qué punto estaba hambriento de reformas.

Con la traición de sus antiguos «camaradas» militares, Perón planteó alzarse de


forma independiente como una opción política propia para las elecciones de 1946,
aunando un frente que tenía como alianza un sector disidente del radicalismo, los
Centros Cívicos Coronel Perón y hasta la Alianza Libertadora Nacionalista,
ganando con un 55% de los votos, en una campaña mítica por la famosa
financiación de la patronal a la Unión Democrática, partido opositor al
peronismo, hecho que venía a justificar para Perón el presentarse como el
defensor de los humildes, aunque a él también fuera financiado por la oligarquía.

El otro hecho decisivo fue que Braden, el embajador estadounidense en Argentina


durante 1945, acusó a Perón, como habían hecho tantos otros, de tener simpatías
fascistas, lo cual era un secreto a voces. Para ello hizo viral el famoso Libro Azul,
un recopilado de pruebas con la presunta vinculación de Perón con el nazismo
alemán. Esto, a su vez, se vendió desde la prensa peronista como un intento de
injerencia del Departamento de los Estados Unidos en los asuntos argentinos
para influenciar las elecciones, y así lo era puesto que el Tío Sam prefería un
candidato más fiable e hizo todo lo posible para apoyar a los partidos
tradicionales, siendo esta una de las razones que catapultaron la fama de Perón
como presunto antiimperialista. Esta es la razón por la que su eslogan de
campaña fue «O Braden o Perón», haciendo referencia a que votar por el frente
de los peronistas era votar por los patriotas, y que votar por los antiperonistas era
votar por los que siempre habían vendido a la patria. El frente antiperonista no
supo contrarrestar este reduccionismo ya que, efectivamente, había desde
proimperialistas hasta antiimperialistas. ¿Significa esto que Perón fuese
antiimperialista o, al menos, antiimperialista yanqui? Veremos más adelante que
esto no es cierto ni por asomo. Perón utilizó coyunturalmente la injerencia abierta
de la administración estadounidense para hacerse valer como paladín
antiimperialista durante los primeros años –hasta que se reconcilió con él poco
después–.

Históricamente, el imperialismo estadounidense ha obtenido mucho más siendo


sutil, con la política de grandes sonrisas, proporcionando ayudas económicas y
militares, que con la coacción, arrogancia y rigidez diplomática. Véase las
políticas de Nixon con los revisionistas rumanos o chinos atrayéndolos a su carro,
o al propio Eisenhower en su primer mandato, atrayéndose a Perón y Franco a su
órbita político-económica, alejando a dichos países de una política internacional
hostil hacia EE.UU. o de caer en el caos político abriendo la posibilidad de que
éste fuese aprovechado por fuerzas antiestadounidenses.

Ahora, ha de entenderse que esta política de sonrisas del imperialismo no excluye


la coacción, el chantaje y la intervención militar. También ha habido errores y
torpezas de la diplomacia estadounidense que se han reflejado en una
intransigencia y desconfianza hacia los movimientos o líderes que no creían que

30
fuesen sumisos al cien por cien, precipitándose «innecesariamente» o creando
complots contra sus viejos aliados. Véase el caso de Noriega en Panamá, de
Milosevic en Yugoslavia o de Gadafi en Libia. Incluso, y ya que hemos hablado de
Eisenhower, recordemos cómo negó, en su último mandato, haber otorgado
apoyo económico al movimiento guerrillero liberal del 26 de julio cuando Fidel
Castro acudió a Washington, en 1959, para solicitar créditos, declarándose
proestadounidense, cristiano y anticomunista. EE.UU., al negar dicha ayuda,
entregaría al barbudo oportunista a los brazos de la URSS de Jruschov, iniciando
su fingida reconversión al «antiimperialismo» del «marxismo»; eso sí, una
adhesión al «marxismo» y al «antiimperialismo» de los postulados de Jruschov,
es decir, al revisionismo puro y duro, al socialimperialismo, y todo bajo la
presentación más cínica.

El peronismo como caballo de troya de la burguesía para desactivar


el movimiento obrero

Como Perón reconocía, su objetivo económico y, por tanto, político no era otro
que desactivar las luchas del movimiento obrero que, en cierta medida, ya
empezaban a notar la influencia de los comunistas y otros grupos «subversivos»
del orden:

«Yo llamo a la reflexión a los señores para que piensen en manos de quien
estaban las masas obreras y cuál podía ser el porvenir de esas masas, que en un
crecido porcentaje estaban en manos de los comunistas. (...) Un objetivo
inmediato del gobierno ha de ser asegurar la tranquilidad social del país,
evitando por todos los medios un posible cataclismo de esta naturaleza [la
revolución], ya que si se produjera de nada valdrían las riquezas acumuladas,
los bienes poseídos, ni los campos, ni los ganados». (Juan Domingo Perón;
Discurso de la bolsa de comercio, 25 de agosto de 1944)

El «gran Coronel Perón» enseñó al público de la bolsa de comercio un inolvidable


manual sobre cómo ha de ganarse la oligarquía financiera a la clase obrera para
neutralizar sus inclinaciones revolucionarias:

«Se ha dicho señores, que soy un enemigo de los capitales y si ustedes observan
lo que les acabo de decir, no encontrarán ningún defensor, diríamos, más
decidido que yo, porque sé que la defensa de los intereses de los hombres de
negocios, de los industriales, de los comerciantes, es la defensa del mismo
Estado. No se asusten de mi sindicalismo, nunca mejor que ahora estará seguro
el capitalismo, ya que también lo soy, porque tengo estancia y en ella operarios.
(...) Lo que quiero es organizar estatalmente a los trabajadores para que el
Estado los dirija y les marque rumbos, de esa manera se neutralizarán en su
seno las corrientes ideológicas y revolucionarias que pueden poner en peligro
nuestra sociedad capitalista de posguerra. Por eso creo que si yo fuera dueño de
una fábrica no me costaría ganarme el afecto de mis obreros con una obra social
realizada con inteligencia. Muchas veces se logra con el médico que va a casa de

31
un obrero que tiene un hijo enfermo; con un pequeño regalo en un día
particular; o el patrón que pasa y palmea amablemente a sus hombres y les
habla de cuando en cuando, así como lo hacemos nosotros con nuestros
soldados». (Juan Domingo Perón; Discurso de la bolsa de comercio, 25 de
agosto de 1944)

¡Burgueses del mundo, aprendan! ¡Es más fácil manejar a los obreros y hacer que
no dejen de producir otorgándoles ciertos derechos, que cometer el torpe error
de despreciarlos en público, siendo tozudos y desatendiendo sus reivindicaciones
económicas! Con esto, Perón venía a decir a la burguesía, que si actuaba con
astucia, y gracias a unas cuantas migajas, podría obtener la paz social, pues el
proletariado estaría contento, sumiso, por lo que apoyaría su política e
incrementaría la producción, incluso querría a los líderes burgueses. Obviamente
estos cálculos no eran del todo correctos, puesto que como veremos más adelante,
otorgar dichas concesiones depende del contexto político-económico nacional e
internacional, crea tiranteces entre el gobierno y las capas de la burguesía que
siempre buscan el máximo beneficio, y además media el trabajo de los
revolucionarios para desmontar la insuficiencia e hipocresía de dichas reformas.
Pero, por el momento, el peronismo contaba con una coyuntura internacional
favorable, un superávit económico tras su papel de proveedor durante la guerra
y, además, podía contar con la tranquilidad de ver que ni los comunistas,
anarquistas o socialistas tenían intención o poder como para alterar la paz social
seriamente.

Como se sentenciaba, una vez lograda la unidad sindical y de los sectores


estratégicos de la economía y el ejército, el justicialismo también podría utilizar
la coacción cuando fuese necesario –es decir, si alguien pretendía abandonar el
«armonioso» justicialismo–:

«Le diremos a la CGT, hay que hacer tal cosa por tal gremio y ellos se
encargarán de hacerlo. Les garantizo que son disciplinados y tienen buena
voluntad de hacer las cosas. Eso sería seguro, la organización de las masas. (...)
Ya el Estado organizaría el reaseguro, que es la autoridad necesaria para que
cuando esté en su lugar, nadie pueda salirse de él, porque el organismo estatal
tiene el instrumento que, si es necesario por la fuerza, ponga las cosas en su
quicio y no permita que salgan de su curso». (Juan Domingo Perón; Discurso
de la bolsa de comercio, 25 de agosto de 1944)

Y así fue. Para tal fin, Perón lanzó, el 2 de octubre de 1945, el decreto 23.852/45
sobre asociaciones profesionales. Este decreto decía, entre otras cosas:

«Que en el actual período de evolución y desarrollo de las relaciones entre


empleadores y trabajadores, es innegable la importancia que reviste la
colaboración del Estado y de las asociaciones profesionales en todo lo
concerniente a la fijación de las condiciones de trabajo y a la necesaria
adaptación de las normas básicas de la legislación obrera a las distintas clases

32
de actividades. (...) En el caso de existir sindicato con personería gremial, sólo
podrá concederse esa personalidad a otro sindicato de la misma actividad,
cuando el número de afiliados cotizantes de este último, durante un período
mínimo y continuado de seis meses, inmediatamente anteriores a la solicitud,
fuera superior al de los pertenecientes a la asociación que goce de personalidad
gremial». (Decreto 23.852/45)

El decreto estaba destinado a establecer un único sindicato por cada rama


productiva. El peronista CGT contaba con la protección del Estado para no ser
disuelto. Ahora bien, en caso de querer establecer un nuevo sindicato, se
aplicaban estas trabas y, por lo tanto, su oficialidad no estaba garantizada. El
nuevo sindicato era considerado personalidad jurídica, pudiendo ser intervenido
legalmente por el Estado al no entrar dentro de los pactos entre este y la
personalidad gremial. A su vez, el CGT, aunque era considerado oficialmente una
«entidad libre de injerencias del Estado», recibió una purga de sus cabecillas más
autónomos en los años 50, asegurándose así el gobierno de que el peronismo
contase en su poder con la única legalidad posible dentro del sindicalismo. Este
decreto de 1945 se completó con la ley 14.250 de Convenciones Colectivas de
Trabajo de 1952, por la cual el sindicato con personería gremial era el único que
podía suscribir dichos convenios.

El asistencialismo, demagogia y el culto al líder como pilares


fundamentales del régimen

Un hito característico el peronismo fue el aprobar el voto femenino, pero


relegando a la mujer al hogar y a la devoción por Perón:

«El primer objetivo de un movimiento femenino que quiera hacer bien a la


mujer… que no aspire a cambiarlas en hombres, debe ser el hogar. Nacimos
para constituir hogares. No para la calle». (Eva Perón; La razón de mi vida,
1951)

Es curioso que el feminismo argentino contemporáneo reivindique la política del


justicialismo de Perón Evita, ya que, por ejemplo, en el último gobierno de Perón:

«A inicios de 1974 Perón puso importantes límites al acceso de la pastilla


anticonceptiva: pasó a regularse su comercialización, exigiendo para su venta
una receta por triplicado, y se suspendió su distribución. Los consultorios de
Planificación Familiar que funcionaban en los hospitales fueron cerrados,
prohibiendo las actividades vinculadas con el control de la natalidad en los
espacios públicos. Esto estaba en línea con la encíclica Humanae Vitae lanzada
en 1968 por el Papa Pablo VI que prohibía el uso de anticonceptivos. Incluso las
vertientes más «de izquierda» de la Iglesia como el movimiento de curas
tercermundistas que radicalizó su accionar en los 70, tuvieron una posición

33
conservadora en relación a los derechos de las mujeres». (Izquierda Diario;
Peronismo y feminismo en la historia: mitos y verdades, 4 de marzo de 2020)

Una de las claves para mantener el apoyo popular al peronismo fue la Fundación
Eva Perón. Fundada en 1948, ésta constituyó la base del asistencialismo en
Argentina –en el caso de Eva, bajo la falsa modestia tan típica del cristianismo,
en especial del jesuita–, siendo este uno de los puntos que unen al peronismo con
su populismo:

«¿Qué es el populismo? Si nos plegamos a sus raíces etimológicas tendríamos


que comprenderlo como relativo a pueblo; pero resulta evidente que los
términos evolucionan en su contenido y significado y se alejan de sus raíces.
Dicho esto, y a efectos de este espacio, populismo es aquella «estrategia» en el
marco del ejercicio del poder –como gobernante o como opositor– bajo la
dictadura de la burguesía ya sea en su forma democrático burguesa o en su
forma fascista que es indisoluble a la demagogia, el pragmatismo y el
oportunismo. Su función principal es enmascarar el verdadero sentido de las
políticas que tienen por objeto el fortalecimiento de la clase en el poder pero
justificadas en un «pretendido bien superior»; por ejemplo y el más común: «el
bien general del pueblo»; dicho de otro modo, su objetivo es la alienación de las
masas.

Vale decir que el populismo no es una característica exclusiva de la izquierda


burguesa –revisionista, reformista, etc.–, sino de todo el espectro político
burgués, su cara visible es el asistencialismo-caritativo; por ejemplo: el
ultraderechista Álvaro Uribe desarrolló en Colombia programas de asistencia
escolar, merienda escolar, programas de vivienda, etc., al tiempo que
profundizaba el vaciamiento de contenido de los derechos económico-políticos
a través de la extinción de los derechos laborales, etc. El mismo procedimiento
emplean los gobernantes de izquierda burguesa en Latinoamérica que engañan
a los pueblos diciendo que ese asistencialismo es un embrión del socialismo,
cuando se trata del capitalismo de siempre. Lo esencial a comprender es que
esta estrategia, allá donde se ejerce, tiene como finalidad aminorar las
«condiciones objetivas» que conduzcan a procesos revolucionarios proletarios;
al tiempo que con la propaganda reducen las «condiciones subjetivas». Es decir,
es un mecanismo destinado a prolongar artificialmente al capitalismo en crisis,
no obstante, a veces se desarrolla con objetivos meramente cosméticos, los
ejemplos más oportunos son los «programas sociales» de las entidades
empresariales monopólicas. El fascismo también ha utilizado de forma
constante el populismo, sobre todo desde la oposición política –a veces sirviendo
como trampolín al poder–. Lo ha hecho apoyándose en casos de corruptelas del
gobierno burgués de turno –jurando que ellos acabarían con esa corrupción–,
de humillaciones nacionales de la Patria por otras potencias –jurando
restablecer ante el pueblo el «honor nacional»–, pretendiendo sentir repulsa
por los «abusos de las clases altas» –clamando su fin– y queriéndose proclamar
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siempre como una «tercera vía» entre los «abusos de las clases altas» hacia el
pueblo y el radicalismo y ateísmo del marxismo que quiere destruir a las clases
altas como tal –hablamos de «clases altas» y no de clases explotadoras,
siguiendo el hilo de que los fascistas no reconocen los análisis marxistas sobre
la plusvalía y no ven explotación en el sistema capitalista–, elementos que
desembocan en engañar a las masas trabajadoras, distraerlas y desviarlas de
la revolución». (Equipo de Bitácora (M-L); Terminológico: Populismo, 2015)

¿Qué decir de la propaganda peronista? Es imposible no mencionar las frases


ridículas que formaban parte del temario impartido en las escuelas, como «Mama
y Papa nos aman, Perón y Evita nos aman», «¡La vida por Perón!» o el «¡Perón y
todos de pie, carajo!» que aún a día de hoy quedaron alojados en la «memoria
colectiva».

Repasemos las ideas principales que emanan de un texto que fue destinado a la
educación de los niños en Argentina.

El culto a la persona bajo alegatos idealistas y fanáticos:

«Inculcar la doctrina y querer a Perón. Pero pienso que esta Escuela Superior
no sólo habrá que enseñar lo que es el Justicialismo. Será necesario enseñar,
también, a sentirlo y a quererlo. (...) Cuando llegue el día de las luchas y tal vez
sea necesario morir, los mejores héroes no serán los que enfrenten a la muerte
diciendo: «La vida por el Justicialismo», sino los que griten: «¡La vida por
Perón!». (Eva Perón; Historia del peronismo, 1952)

Obediencia ciega al líder:

«En el corazón, antes que en la inteligencia Yo sé que es necesario y urgente que


el Justicialismo sea conocido, entendido y querido por todos, pero nadie se hará
justicialista si primero no es peronista de corazón, y para ser peronista, lo
primero es querer a Perón con toda el alma. (...) Yo le deseo a esta Escuela
Superior Peronista toda suerte de triunfos y una larga vida de fecunda tarea.
Las mujeres peronistas vendremos a ella para aprender cómo se puede servir
mejor a la causa de nuestro único y absoluto Líder, y pondremos, en el trabajo
de aprender, todo nuestro fervor y toda nuestra fe mística en los valores
extraordinarios del Justicialismo, pero nunca nos olvidaremos, jamás, de que
no se puede concebir el Justicialismo sin Perón». (Eva Perón; Historia del
peronismo, 1952)

Petición de sumisión patriarcal de las mujeres disfrazado de aprovechamiento de


las «virtudes» femeninas:

«La intuición no es para mí otra cosa que la inteligencia del corazón; por eso es
también facultad y virtud de las mujeres, porque nosotras vivimos guiadas más
bien por el corazón que por la inteligencia. Los hombres viven de acuerdo con lo
que razonan; nosotras vivimos de acuerdo con lo que sentimos; el amor nos

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domina el corazón, y todo lo vemos en la vida con los ojos del amor». (Eva
Perón; Historia del peronismo, 1952)

La teoría de los héroes y la muchedumbre:

«Para poder lograr ver la obra ciclópea del general Perón hay que buscar la luz
en otros factores: en el pueblo y en el Líder». (Eva Perón; Historia del
peronismo, 1952)

Delirios de grandeza sobre el líder:

«No vemos en ningún otro hombre, con la perfección con que las lleva a cabo
este hombre singular de los quilates del general Perón». (Eva Perón; Historia
del peronismo, 1952)

Seguir el peronismo es seguir los dogmas reaccionarios e idealistas del


cristianismo:

«Para tomar un poco la doctrina religiosa, vamos a tomar la doctrina cristiana


y el peronismo, pero sin pretender yo hacer aquí una comparación que escapa
a mis intenciones. Perón ha dicho que su doctrina es profundamente cristiana y
también ha dicho muchas veces que su doctrina no es una doctrina nueva; que
fue anunciada al mundo hace dos mil años, que muchos hombres han muerto
por ella, pero que quizá aún no ha sido realizada por los hombres». (Eva Perón;
Historia del peronismo, 1952)

En efecto, el peronismo necesita de fanáticos:

«La comparación de nuestro Líder con los genios de la humanidad siempre me


resultó interesante, y he llegado, tal vez por mi fanatismo por esta causa que he
tomado como bandera –y todas las causas grandes necesitan de fanáticos,
porque de lo contrario no tendríamos ni héroes ni santos–, a establecer un
paralelo entre los grandes hombres y el general Perón». (Eva Perón; Historia
del peronismo, 1952)

Este es uno de los puntos de encuentro del discurso peronista con el de los líderes
en Corea del Norte, el llamado «pensamiento Juche» –es decir, el revisionismo
nacionalista-religioso a la coreana–, el cual, para consolidar su horripilante
régimen, ha educado al pueblo sobre el que gobierna en un reaccionario
pensamiento idealista, patriarcal y místico que fomenta un enfermizo culto a la
personalidad. En sus propias palabras, para ser un buen militante [hijo], hay que
hacer caso al padre [Líder] y la madre [Partido], y para ser una buena esposa
[Partido], debe ser sumiso al padre [Líder]. Cualquiera diría que esto es toda una
guía del falangismo casposo de Pilar Primo de Rivera.

Veamos un comentario más de la ultrarreacionaria Eva Perón, tan catapultada


por los medios burgueses actuales como «una mujer de autonomía femenina», de

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«mujer hecha a sí misma», e incluso convertida en icono de la «emancipación de
las mujeres argentinas» por algunas feministas:

«Las mujeres no necesitamos pensar, el General lo hace por nosotras. (…)


Seremos implacables y fanáticas. No pediremos ni capacidad, ni inteligencia.
Aquí nadie es dueño de la verdad, nada más que Perón, y antes de apoyar a un
candidato –cualquiera sea su jerarquía– le exigiremos en blanco un cheque de
lealtad a Perón, que llenaremos con su exterminio cuando no sea lo suficiente
hombre como para cumplirlo. Y nosotras, mi General, en lo íntimo de nuestro
corazón de mujeres argentinas, peronistas, sabemos la responsabilidad que nos
toca en esta hora histórica vivir. Y ya estamos, nuestros ejércitos civiles de
mujeres, adiestradas y adoctrinadas para enseñarle e inculcarle al niño que el
alma de la patria, antes que en las escuelas, lo forman las madres argentinas en
la cuna, que les enseñamos a quererlo a Perón antes que a bendecir los nombres
propios». (Eva Perón; Discurso, 1951)

Los libros de la escuela pública publicitaban así a Perón. Si miramos el libro de


Elsa G. R. Cozzani de Gillone: «Mensaje de luz» de 1954, para niños de 9 años, se
les aleccionaba con:

«Patria mía: hija de esforzados varones. Patria mía: hija dilecta de mujeres de
excepción que armaron el brazo de los valientes y dieron generosamente sus
hijos, su trabajo y sus lágrimas». (Elsa G. R. Cozzani de Gillone; Mensaje de luz,
1954)

¿Han leído bien? ¡La mujer siempre del brazo del varón! Y si es con una estampita
del general Perón en la mesilla de noche y se le reza un rosario antes de irse a
acostarse, mejor que mejor. Parece que Evita era una buena cristiana, ya que
como decían los Padres de la Iglesia:

«Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino


estar en silencio». (Biblia; Timoteo 2:12)

He aquí, de nuevo, el componente clásico del fanatismo: la devoción fanática


hacia el líder; el culto a la irracionalidad donde se acepta que el sujeto debe
considerarse inferior y debe negar su capacidad de razonar por sí mismo;
adoctrinando para amar al líder por encima del concepto de ideología, patria,
amistad o familia; y colocando como piedra de toque para evaluar a cualquier
candidato político no su programa, sus virtudes o propuestas políticas, sino su
lealtad incuestionable al líder. Así, haga lo que haga, el líder siempre tiene razón,
como si fuese un dios en posesión eterna de la verdad.

«Un hombre digno de la apoteosis, aureolado con el resplandor que la historia


reserva a sus hijos predilectos, es hoy el conductor de los destinos de la Patria».
(Elsa G. R. Cozzani de Gillone; Mensaje de luz, 1954)

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Compárense estas afirmaciones con la modestia de los líderes verdaderamente
comunistas que condenaron enérgicamente este tipo de adulaciones que llevaban
de una u otra forma a crear en la mente de la gente la teoría de la infalibilidad de
los líderes, así como la creencia de que el devenir del país no está en manos de las
masas, sino de estos «líderes y héroes»:

«Estoy absolutamente en contra de la publicación de las «Historias de la niñez


de Stalin». El libro abunda en una masa de inexactitudes de hecho, de
alteraciones, de exageraciones y de alabanzas inmerecidas. (...) Pero lo
importante reside en el hecho de que el libro muestra una tendencia a grabar en
las mentes de los niños soviéticos –y de la gente en general– el culto a la
personalidad de los líderes, de los héroes infalibles. Esto es peligroso y
perjudicial. La teoría de los héroes y la «multitud» no es bolchevique, sino una
teoría socialrevolucionaria». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Carta
sobre las publicaciones para niños dirigida al Comité Central del Komsomol, 16
de febrero de 1938)

Para nosotros está claro que en la URSS o en Albania el culto a la personalidad


fue una práctica abominable que adormecía el nivel de conciencia general, que
convertía a la columna vertebral de la organización revolucionaria en un cuerpo
esclerótico, lo que a la postre facilitaría la tolerancia con los vicios y haría que
nadie moviese un dedo ante la regresión ideológica que se daría poco después de
la muerte de ese líder reverenciado. Stalin o Enver Hoxha, pese a oponerse a dicho
culto al líder, como así demuestra la abundante documentación, no hicieron lo
suficientemente, o, mejor dicho, con la debida eficacia. Consideramos que, al ser
dos figuras de máxima autoridad en sus respectivos partidos dirigentes, tenían
poder más que suficiente para promover el debate sobre las consecuencias
nocivas del culto a la personalidad, tomar medidas y, finalmente, aplicar
sanciones cuando fuera necesario para que las resoluciones no quedasen en papel
mojado.

Entiéndase que esta equivocación del modelo soviético sembró un precedente que
costó muy caro. Facilitó que los oportunistas a nivel local promoviesen el mismo
culto a la personalidad, el cual les serviría para acometer a nivel interno todo tipo
de arbitrariedades en nombre del «líder». A nivel global esto dio armas a los
populismos y revisionismos de tipo nacionalista como el peronismo en Argentina,
el suhartismo en Indonesia, el maoísmo en China o el juche en Corea del Norte,
para reproducir tales defectos con la excusa de que era algo intrínseco a todos
los «gobiernos fuertes a lo largo de la historia», que «el pueblo no puede
movilizarse sin estas figuras paternales» o incluso que simplemente era lo que
habían aprendido observando a los partidos comunistas y sus dinámicas –
aunque realmente todos estos gobiernos contaban en su cultura de América y Asia
con sobradas experiencias y modelos de caudillismos y «señores de la guerra»–.

38
Reivindicar a las figuras del marxismo-leninismo no significa defenderlos
formalmente sin analizar, esto solo sirve al enemigo para tropezarnos siempre
con lo mismo y no avanzar. Defender el legado de una figura o una doctrina no
significa tragar con todos y cada uno de sus actos, hasta los evidentemente
erróneos, como hacen algunos. Al final siempre son estos elementos los primeros
que no entienden la esencia positiva que guardan las figuras revolucionarias y
renuncian a la esencia de la doctrina.

¿Por qué los marxista-leninistas nos negamos a ejercer la devoción hacia una
persona a base de fe?

La devoción a una persona significa la devoción a la variabilidad de esa persona.


Dicho, en otros términos, si uno deposita fe ciega en una persona y solo es fiel a
ella y no a unos principios claros, concretos y objetivos, no sólo estará
abandonando el método científico para entender la realidad, sino que se estará
atando al destino de esa persona, que puede o no puede degenerar en un
contrarrevolucionario –si es que no lo es ya–. He aquí porqué los marxistas
rechazan el estúpido culto a las personas:

«Habla usted de su «devoción» hacia mí. Quizás se le haya escapado


casualmente esta frase. Quizás, pero si no es una frase casual, le aconsejaría que
desechara el «principio» de la devoción a las personas. Ese no es el camino
bolchevique. Sed únicamente devotos de la clase obrera, de su partido, de su
estado. Esta es una cosa buena y útil. Pero no la confundáis con la devoción a
las personas, esa fruslería vana e inútil propia de intelectuales de escasa
voluntad». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Carta al camarada
Shatunovsky, agosto de 1930)

¿En qué basaba el peronismo su pretendida superación del


marxismo?

Un simple vistazo a la propaganda anticomunista audiovisual de la época de


Perón –de cualquiera de sus tres mandatos– sirve para notar la ausencia de
cualquier diferencia con la propaganda emitida por la junta militar de 1976-83.

Perón no cesaba en agitar el espantapájaros de la revolución como un fenómeno


que supondría un cataclismo, el fin de la nación. ¡Cómo no, este filofascista no
ponía mejor ejemplo a las masas que el de España, reforzando la propaganda
franquista que justificaba el golpismo y el terror!:

«¿Cuál es el problema que a la República Argentina debe preocuparle sobre


todos los demás? Un cataclismo social en la República Argentina haría inútil
cualquier posesión de bienes, porque sabemos –y la experiencia de España es
concluyente– que con ese cataclismo social los valores se pierden totalmente y,
en el mejor de los casos, lo que cambia pasa a otras manos que las que eran
inicialmente poseedoras. (...) La Secretaría persigue el objetivo de evitar el

39
cataclismo social que es probable, no imposible». (Juan Domingo Perón;
Discurso de la bolsa de comercio, 25 de agosto de 1944)

Muy por el contrario, la España Republicana (1931-1936) y sus gobiernos


liberales y socialdemócratas habían demostrado la fuerte limitación que cargaba
sobre la «burguesía progresista» y la pequeña burguesía de la época, las cuales
pese a sus promesas de reformas para modernizar el país y dar satisfacción a las
demandas sociales de la calle, a la hora de la verdad estas se mostraron tardías o
insuficientes. Esto acabaría derivando en una agudización progresiva de las
masas en cuanto a sus reivindicaciones y acciones –huelgas, motines,
ocupaciones de tierras, eclosiones anticlericales, entre otras–. La razón estriba,
como ya se ha dicho, en que las reformas prometidas nunca terminaban de llegar,
ni siquiera aun cuando estaban aprobadas causando un hondo descontento
popular, o eran una nimiedad para lo que se necesitaba realmente. Esto también
causó una enérgica reacción y profundización de las posiciones conservaduristas
–y este anidaba en todas las clases sociales: desde el tendero, la ama de casa, el
empresario hasta el obrero de derechas–. Ante tal panorama de duda y confusión
en el bloque de la izquierda, las élites reaccionarias, temerosas de que una
revolución que terminase de desbordar la situación y acabase totalmente con sus
privilegios, siguió maquinando entre bastidores para urdir nuevos golpes de
Estado como la fallida «Sanjurada» de 1932. El fin era muy claro: acabar
militarmente no solo con todo conato de progreso de la República sino también
con ella propiamente como forma política de dominación, ya que, aunque todos,
muchos ahora la consideraban como el vehículo que había posibilitado abrir la
«caja de pandora» tanto del molesto reformismo como de la amenazante sombra
de la revolución. Véase el capítulo: «El republicanismo abstracto como bandera
reconocible del oportunismo de nuestra época» (2020).

Así el golpe fascista de verano de 1936 llevó al país a una cruenta guerra civil que
duraría tres años. Debe anotarse que, en ella, los comunistas, en medida de lo
posible, se pusieron al frente de la guerra antifascista, impulsando algunas de las
famosas medidas que no se habían llevado a cabo en los años anteriores –como
la famosa reforma agraria y el apoyo económico estatal a la formación de
cooperativas voluntarias–, demostrándose que el camino timorato y reformista
que habían defendido los republicanos de izquierda y los socialdemócratas solo
había servido para dar tiempo a la reacción para reorganizarse, además de perder
la confianza los trabajadores. Véase la obra de José Díaz «Lecciones de la guerra
del pueblo español» (1940).

¿Pero en qué basaba Perón su médula anticomunista?

«El imperialismo ruso defiende el comunismo, vale decir, la explotación del


hombre por el Estado. El otro grupo defiende el capitalismo, vale decir, la
explotación del hombre por otro hombre: no creo que para la humanidad
ninguno de los dos sistemas pueda subsistir en el porvenir. Es necesario ir a otro
sistema, donde no exista la explotación del hombre, donde seamos los

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colaboradores de una obra común para la felicidad común, vale decir, la
doctrina esencialmente cristiana, sin la cual el mundo no encontró solución ni
la encontrará tampoco en el futuro». (Juan Domingo Perón; Discurso, 5 de
octubre de 1948)

La labor internacionalista de la URSS, que llevaba años ayudando y financiado a


los movimientos de liberación nacional y comunistas es indiscutible, pese a los
titubeos de la Argentina «no alineada» de Perón, que pronto acabaría en el bloque
del Tío Sam junto a Franco y las dictaduras militares de América, desatando el
famoso Plan Cóndor. Pero, para Perón, el comunismo era otro «imperialismo»
explotador, como justamente aseguraba la propaganda nazi de Goebbels-Hitler o
la Belgrado de Tito, la cual también vivía de los dólares de Washington.

Partiendo de una concepción cristiana y nacionalista, el general argentino


pensaba que el uso del Estado por los comunistas no podría proporcionar la
«felicidad en la tierra»; como los soviéticos «no abrazaban a Dios» tampoco
podían establecer un «clima de convivencia» basado en el «amor al prójimo» por
encima del carácter de clase de cada uno. Por tanto, la URSS, por su apego al
marxismo ateo y la lucha de clases, solo podía ser un «régimen impío de odio
entre clases», y no uno humanista, como pretendía el justicialismo peronista. Así
de golpe y porrazo se concluía que el País de los Soviets era, una nueva versión de
la «explotación del hombre por el hombre». Sin embargo, Perón no daba
explicación al origen económico de ese «nuevo mecanismo» de «explotación» en
la Unión Soviética, teniendo en cuenta que esa «lucha de clases» impulsada por
los dirigentes soviéticos había hecho que en comparación con otras épocas
pretéritas fuesen desapareciendo las desigualdades socioeconómicas, que son las
que, en última instancia, causan «la falta de felicidad en la tierra». Obviamente,
estas desigualdades nunca desaparecieron completamente, ya que la URSS nunca
llegó al comunismo –que es la sociedad de clases–, incluso es lícito subrayar
críticamente que el régimen sufrió una burocratización durante los últimos años
de Stalin y que esta paralizó gran parte de la propia democracia proletaria, de otra
forma el «stalinismo» no hubiera colapsado como sistema tan rápidamente tras
su muerte de su icono, pero de ahí a teorizar bajo estas líneas simplonas que el
país era un «imperio» o que se mantenía la «explotación del hombre por el
hombre», no se sostiene porque no se presentan argumentos científicos.

En resumidas cuentas, Perón contraponía el sistema comunista al sistema


justicialista que, según él, era «la efectiva liberación de esa explotación». ¿Cómo
era eso posible? Dicho rápido y mal: porque él tenía a Dios de su parte. Gracias a
su médula cristiana esta ejercía una «transformación» en la conciencia de los
hombres y su forma de producir. Los jefes de este movimiento tenían en mente
que esa ideología justicialista penetraría en las relaciones de producción y las
leyes capitalistas y, mágicamente –o, mejor dicho, milagrosamente– borraría las
contradicciones entre patronos y obreros, la contradicción entre trabajo y capital,
funcionando a partir de entonces la sociedad y la economía como un todo

41
armonioso sin choques sociales, un «Reino de Dios» en la tierra, ¡gracias a la obra
y voluntad del profeta Perón! He aquí un ejemplo de cómo un idealista trata de
borrar la realidad material a través de discursos moralistas y utópicos. Huelga
comentar que el peronismo no era el primer –ni el último– gobierno que no pudo
resolver las contradicciones socio-económicas por medio del bondadoso
cristianismo.

¿Pero por qué Perón y su proyecto eran tan hondamente cristianos? Desde luego,
por mucho que Perón y Evita se esforzasen en propalar lo contrario, el
cristianismo como ideología no tenía a la historia reciente de su parte, no se había
comportado como un movimiento «progresista»:

«Los principios sociales del cristianismo han tenido ya dieciocho siglos para
desenvolverse, y no necesitan que un consejero municipal prusiano venga ahora
a desarrollarlos. Los príncipes sociales del cristianismo justificaron la
esclavitud en la antigüedad, glorificaron en la Edad Media la servidumbre de la
gleba y se disponen, si es necesario, aunque frunciendo un poco el ceño, a
defender la opresión moderna del proletariado. Los principios sociales del
cristianismo predican la necesidad de que exista una clase dominante y una
clase dominada, contentándose con formular el piadoso deseo de que aquella
sea lo más benéfica posible. Los principios sociales del cristianismo dejan la
desaparición de todas las infamias para el cielo, justificando con esto la
perpetuación de esas mismas infamias sobre la tierra. Los principios sociales
del cristianismo ven en todas las maldades de los opresores contra los oprimidos
el justo castigo del pecado original y de los demás pecados del hombre o la
prueba a que el Señor quiere someter, según sus designios inescrutables, a la
humanidad. Los principios sociales del cristianismo predican la cobardía, el
desprecio de la propia persona, el envilecimiento, el servilismo, la humildad,
todas las virtudes del canalla; el proletariado, que no quiere que se lo trate como
canalla, necesita mucho más de su valentía, de su sentimiento de propia estima,
de su orgullo y de su independencia, que del pan que se lleva a la boca. Los
principios sociales del cristianismo hacen al hombre miedoso y trapacero, y el
proletariado es revolucionario». (Karl Marx; El comunismo del Rheinischer
Beobachter, 12 de septiembre de 1847)

Por el contrario, el peronismo solo buscaba el coraje y la valentía cristiana si era


para defender el justicialismo en peligro, sino arengaba una y otra vez a la
humildad y resignación cristiana para aguantar las humillaciones, a la moral de
borrego frente a su pastor: Perón.

¿Y qué hay de la siempre poderosa Iglesia? ¿Qué pintaba en toda esta historia?:

«La Iglesia Católica Romana, representada por su jerarquía, es una fuerza


política importante cuya posición es aproximadamente no partidista. Esta
posición contrasta con evidencias anteriores de entendimiento con el
peronismo. Parece que la cooperación entre la Iglesia y el peronismo ha
42
disminuido, en gran parte como resultado de las diversas actividades de la
señora de Perón y de su Fundación de Ayuda Social». (CIA; Desarrollos
probables en Argentina, Washington, 13 de junio de 1952)

Recordemos que la Iglesia apoyó a Perón en las elecciones de 1946, porque el


gobierno militar de 1943, del que Perón, como ya hemos visto, fue parte,
implementó la religión como educación obligatoria. Una amistad fructífera que
solo se tornará en enemistad cuando Perón intente canonizar a Eva Perón y a sí
mismo sobre una imagen mesiánica, convirtiéndose en una especie de religión
que sustituía el culto a Dios, Jesús, la Virgen y los Santos por el de las dos figuras
del régimen y sus ministros, sobrepasando para la iglesia el pecado de la idolatría
y soberbia. Es más, uno de los ejemplos que denotan cómo el peronismo navegaba
entre aguas contradictorias fueron sus relaciones cambiantes con la Iglesia. Un
movimiento burgués y católico como el peronista, de extremada devoción
religiosa en sus inicios, no podía permitirse el lujo de perder el control de la
Iglesia como vehículo para manipular a la población. Cuando Perón interfirió en
los nombramientos de la Iglesia provocó la cólera de la institución. Más tarde
prohibiría las manifestaciones de religiosidad y promovería el culto hacia su
persona. De esta forma, el grueso de la Iglesia pasó a apoyar las intentonas
golpistas de los militares, como el bombardeo de la Plaza de Mayo de 1955. Por el
contrario, las bases peronistas más «impías» respondieron quemando iglesias.
¿Qué resultó de esto? El peronismo acabó perdiendo parte de su base peronista
cristiana, muy decepcionada por el rumbo de su líder, y, de paso, azuzó todavía
más el odio de la oposición católica hacia Perón.

La propia crítica que Eva Perón hizo del marxismo versaba en que era
materialista, ateo:

«La doctrina de Marx es, por otra parte, contraria a los sentimientos del pueblo,
sentimientos profundamente humanos. Niega el sentimiento religioso y la
existencia de Dios. Podrá el clericalismo ser impopular, pero nada es más
popular que el sentimiento religioso y la idea de Dios. El marxismo es, además,
materialista y esto también lo hace impopular. El marxismo es
extraordinariamente materialista». (Eva Perón; Historia del peronismo, 1952)

Efectivamente, y hay varias razones para ello:

«En oposición al idealismo, que considera el mundo como la encarnación de la


«idea absoluta», del «espíritu universal», de la «conciencia», el materialismo
filosófico de Marx parte del criterio de que el mundo es, por su naturaleza, algo
material; de que los múltiples y variados fenómenos del mundo constituyen
diversas formas y modalidades de la materia en movimiento; de que los vínculos
mutuos y las relaciones de interdependencia entre los fenómenos, que el método
dialéctico pone de relieve, son las leyes con arreglo a las cuales se desarrolla la
materia en movimiento; de que el mundo se desarrolla con arreglo a las leyes
que rigen el movimiento de la materia, sin necesidad de ningún «espíritu

43
universal». (...) En oposición al idealismo, el cual afirma que sólo nuestra
conciencia tiene una existencia real y que el mundo material, el ser, la
naturaleza, sólo existe en nuestra conciencia, en nuestras sensaciones, en
nuestras percepciones, en nuestros conceptos, el materialismo filosófico
marxista parte del criterio de que la materia, la naturaleza, el ser, es una
realidad objetiva, que existe fuera de nuestra conciencia e independientemente
de ella; de que la materia es lo primario, ya que constituye la fuente de la que se
derivan las sensaciones, las percepciones y la conciencia, y la conciencia lo
secundario, lo derivado, ya que es la imagen refleja de la materia, la imagen
refleja del ser; de que el pensamiento es un producto de la materia que ha
llegado a un alto grado de perfección en su desarrollo, y más concretamente, un
producto del cerebro, y éste el órgano del pensamiento, y de que, por tanto, no
cabe, a menos de caer en un craso error, separar el pensamiento de la materia.
(...) En oposición al idealismo, que discute la posibilidad de conocer el mundo y
las leyes por que se rige, que no cree en la veracidad de nuestros conocimientos,
que no reconoce la verdad objetiva y entiende que el mundo está lleno de «cosas
en sí», que jamás podrán ser conocidas por la ciencia, el materialismo filosófico
marxista parte del principio de que el mundo y las leyes por que se rige son
perfectamente cognoscibles, de que nuestros conocimientos acerca de las leyes
de la naturaleza, comprobados por la experiencia, por la práctica, son
conocimientos veraces, que tienen el valor de verdades objetivas, de que en el
mundo no hay cosas incognoscibles, sino simplemente aún no conocidas, pero
que la ciencia y la experiencia se encargarán de revelar y de dar a conocer».
(Iósif Vissariónovich Dzhugashvili; Stalin; Materialismo dialéctico y
materialismo histórico, 1938)

En cambio, Perón veía la evolución de la historia como una sucesión de ideas


ingeniosas engendradas por hombres hacedores de grandes hazañas:

«Esta evolución se produce bajo un signo idealista, cualquiera que sea su


realización práctica o su signo político, y en la elevada temperatura de la Fe
popular. El hombre tenía fe en sí, en sus destinos, y una fe inmarcesible en su
subordinación a lo Providencial. Tal fe justifica en parte las titánicas andanzas
de la época». (Juan Domingo Perón; Primer Congreso Nacional de Filosofía,
1949)

¿Qué decir del planteamiento peronista que iguala el capitalismo al comunismo


como sistemas que coartan el desarrollo de la personalidad, del individuo?:

«Pensamos que tanto el capitalismo como el comunismo son sistemas ya


superados por el tiempo. Consideramos al capitalismo como la explotación del
hombre por el capital y al comunismo como la explotación del individuo por el
Estado. Ambos «insectifican» a la persona mediante sistemas distintos». (Juan
Domingo Perón; La fuerza es el derecho de las bestias, 1956)

Este es un argumento muy típico y, a su vez, muy sencillo de refutar:

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«Nos acusan a nosotros, los comunistas, ¡de no respetar en nuestra sociedad la
personalidad humana! Esta acusación es una grosera calumnia tendente a
encubrir la cruel opresión del proletariado y del pueblo trabajador por el
capital. La existencia de las clases antagónicas es la base de la opresión de la
personalidad humana y de las masas trabajadoras. Por el contrario, si es que
existe un sistema social que libera verdaderamente al hombre de sus angustias,
de sus tormentos, de los sentimientos mezquinos, de las viejas supervivencias
idealistas, éste es el sistema social socialista, que realiza la supresión de las
clases explotadoras y de la propiedad y que pone fin a la explotación del hombre
por el hombre. (...) El socialismo coloca a la persona humana en una posición
que le permite ver y sentir que no está aislada del resto del mundo, sino que es
miembro de una sociedad nueva, la cual tiene por objetivo el progreso del
individuo en el marco del desarrollo de la sociedad. En esta sociedad el hombre
pasa a ocupar el lugar que le corresponde, sobre la base de sus capacidades y el
trabajo que realiza, siendo libre de trabajar y gozar los frutos de su trabajo. Ni
el burgués, ni el capitalista, ni el revisionista pueden concebir la libertad del
individuo en nuestra sociedad, porque miden la personalidad con su medida de
la estandarización y de la manipulación de los hombres. Aceptando la
independencia del individuo con respecto a la sociedad, las clases explotadoras
tendían a asegurar privilegios para la gente de su clase, dotarla de saber, de
libertad y competencias para dominar y dirigir a los otros. Nuestro régimen ha
cortado las raíces del individualismo burgués y ha creado al individuo y a la
sociedad posibilidades ilimitadas de todos los derechos y de todas las libertades
constitucionales». (Enver Hoxha; La democracia proletaria es la verdadera
democracia, 1978)

Eva Perón relataba, por ejemplo, que el comunismo era impopular por querer
suprimir la propiedad privada sobre los medios de producción:

«Además, es impopular porque suprime el derecho de propiedad tan


profundamente humano». (Eva Perón; Historia del peronismo, 1952)

Nadie salvo una ignorante como «Evita» puede decir que la propiedad privada es
una categoría eterna en la economía del ser humano. En lo tocante a los
propósitos del comunismo, las mentiras de la primera dama son especialmente
risibles:

«Así entendida, sí pueden los comunistas resumir su teoría en esa fórmula:


abolición de la propiedad privada.

Se nos reprocha que queremos destruir la propiedad personal bien adquirida,


fruto del trabajo y del esfuerzo humano, esa propiedad que es para el hombre la
base de toda libertad, el acicate de todas las actividades y la garantía de toda
independencia.

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¡La propiedad bien adquirida, fruto del trabajo y del esfuerzo humano! ¿Os
referís acaso a la propiedad del humilde artesano, del pequeño labriego,
precedente histórico de la propiedad burguesa? No, ésa no necesitamos
destruirla; el desarrollo de la industria lo ha hecho ya y lo está haciendo a todas
horas.

¿O queréis referimos a la moderna propiedad privada de la burguesía?

Decidnos: ¿es que el trabajo asalariado, el trabajo de proletario, le rinde


propiedad? No, ni mucho menos. Lo que rinde es capital, esa forma de
propiedad que se nutre de la explotación del trabajo asalariado, que sólo puede
crecer y multiplicarse a condición de engendrar nuevo trabajo asalariado para
hacerlo también objeto de su explotación. La propiedad, en la forma que hoy
presenta, no admite salida a este antagonismo del capital y el trabajo
asalariado. Detengámonos un momento a contemplar los dos términos de la
antítesis.

Ser capitalista es ocupar un puesto, no simplemente personal, sino social, en el


proceso de la producción. El capital es un producto colectivo y no puede ponerse
en marcha más que por la cooperación de muchos individuos, y aún cabría decir
que, en rigor, esta cooperación abarca la actividad común de todos los
individuos de la sociedad. El capital no es, pues, un patrimonio personal, sino
una potencia social.

Los que, por tanto, aspiramos a convertir el capital en propiedad colectiva,


común a todos los miembros de la sociedad, no aspiramos a convertir en
colectiva una riqueza personal. A lo único que aspiramos es a transformar el
carácter colectivo de la propiedad, a despojarla de su carácter de clase.

Hablemos ahora del trabajo asalariado.

El precio medio del trabajo asalariado es el mínimo del salario, es decir, la suma
de víveres necesaria para sostener al obrero como tal obrero. Todo lo que el
obrero asalariado adquiere con su trabajo es, pues, lo que estrictamente
necesita para seguir viviendo y trabajando. Nosotros no aspiramos en modo
alguno a destruir este régimen de apropiación personal de los productos de un
trabajo encaminado a crear medios de vida: régimen de apropiación que no
deja, como vemos, el menor margen de rendimiento líquido y, con él, la
posibilidad de ejercer influencia sobre los demás hombres. A lo que aspiramos
es a destruir el carácter oprobioso de este régimen de apropiación en que el
obrero sólo vive para multiplicar el capital, en que vive tan sólo en la medida en
que el interés de la clase dominante aconseja que viva.

En la sociedad burguesa, el trabajo vivo del hombre no es más que un medio de


incrementar el trabajo acumulado. En la sociedad comunista, el trabajo
acumulado será, por el contrario, un simple medio para dilatar, fomentar y
enriquecer la vida del obrero.

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En la sociedad burguesa es, pues, el pasado el que impera sobre el presente; en
la comunista, imperará el presente sobre el pasado. En la sociedad burguesa se
reserva al capital toda personalidad e iniciativa; el individuo trabajador carece
de iniciativa y personalidad.

¡Y a la abolición de estas condiciones, llama la burguesía abolición de la


personalidad y la libertad! Y, sin embargo, tiene razón. Aspiramos, en efecto, a
ver abolidas la personalidad, la independencia y la libertad burguesa.

Por libertad se entiende, dentro del régimen burgués de la producción, el


librecambio, la libertad de comprar y vender.

Desaparecido el tráfico, desaparecerá también, forzosamente el libre tráfico. La


apología del libre tráfico, como en general todos los ditirambos a la libertad que
entona nuestra burguesía, sólo tienen sentido y razón de ser en cuanto
significan la emancipación de las trabas y la servidumbre de la Edad Media,
pero palidecen ante la abolición comunista del tráfico, de las condiciones
burguesas de producción y de la propia burguesía.

Os aterráis de que queramos abolir la propiedad privada, ¡cómo si ya en el seno


de vuestra sociedad actual, la propiedad privada no estuviese abolida para
nueve décimas partes de la población, como si no existiese precisamente a costa
de no existir para esas nueve décimas partes! ¿Qué es, pues, lo que en rigor nos
reprocháis? Querer destruir un régimen de propiedad que tiene por necesaria
condición el despojo de la inmensa mayoría de la sociedad.

Nos reprocháis, para decirlo de una vez, querer abolir vuestra propiedad. Pues
sí, a eso es a lo que aspiramos.

Para vosotros, desde el momento en que el trabajo no pueda convertirse ya en


capital, en dinero, en renta, en un poder social monopolizable; desde el
momento en que la propiedad personal no pueda ya trocarse en propiedad
burguesa, la persona no existe.

Con eso confesáis que para vosotros no hay más persona que el burgués, el
capitalista. Pues bien, la personalidad así concebida es la que nosotros
aspiramos a destruir.

El comunismo no priva a nadie del poder de apropiarse productos sociales; lo


único que no admite es el poder de usurpar por medio de esta apropiación el
trabajo ajeno». (Karl Marx y Friedrich Engels; El Manifiesto Comunista, 1848)

Por otro lado, la afable Evita acusa al comunismo de apátrida a causa de su


internacionalismo proletario:

«Esto es más comprensible, porque no podemos olvidar que tanto los socialistas
como los comunistas son internacionales y no les puede interesar lo que para los

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argentinos y, sobre todo para los peronistas, es tan sagrado: la Patria». (Eva
Perón; Historia del peronismo, 1952)

¿Es esto cierto?:

«El internacionalismo proletario presupone la existencia de la nación. El


cosmopolitismo presupone el menosprecio de la nación. El internacionalismo es
la mejor arma de la clase obrera. El cosmopolitismo es la mejor arma del
capitalismo monopolista, la más potente y Aspira en consecuencia, a la
dominación mundial. El patriotismo es la expresión natural del
internacionalismo proletario. El nacionalismo es la expresión natural de los
monopolistas. Lenin ha dicho que un mal patriota no puede ser un buen
internacionalista. Los yankees como Foster Dulles afirman que los pueblos
europeos han de abandonar el concepto «anacrónico» de soberanía, ahora que
Estados Unidos ha acentuado el nacionalismo agresivo, exclusivista,
chovinista: he aquí la doble cara del cosmopolitismo». (Joan Comorera; El
internacionalismo proletario, 1952)

Es más, ¿qué dicen los comunistas sobre la cuestión de la patria y las clases
explotadoras y parasitarias?

«¿Qué España representan ellos? Sobre este asunto, hay que hacer claridad. (...)
No es posible que continúen engañando a estas masas, utilizando la bandera del
patriotismo, los que prostituyen a nuestro país, los que condenan al hambre al
pueblo, los que someten al yugo de la opresión al noventa por ciento de la
población, los que dominan por el terror. ¿Patriotas ellos? ¡No! Las masas
populares, vosotros, obreros y antifascistas en general, sois los patriotas, los
que queréis a vuestro país libre de parásitos y opresores; pero los que os
explotan no, ni son españoles, ni son defensores de los intereses del país, ni
tienen derecho a vivir en la España de la cultura y del trabajo». (La España
revolucionaria; Discurso pronunciado en el Salón Guerrero, de Madrid, 9 de
febrero de 1936)

Queda claro que el patriotismo que proclama el peronismo, el de la conciliación


de clases, el de las alianzas con los parásitos, el clero y elementos
proimperialistas, no puede ser un patriotismo sincero, sino un patrioterismo, un
nacionalismo plegado al imperialismo extranjero, un patriotismo especulativo
tan común entre la burguesía.

La base económica capitalista del sistema peronista y el mito de la


«planificación» económica

Para quien se inicia en el estudio económico e histórico desde el marxismo, el


caso de Perón puede resultarle complejo de entender, dado que ciertas medidas
económicas de este copiaron, nominalmente, a las del socialismo,
particularmente a la Unión Soviética. Estas medidas del peronismo fueron sus
«Planes Quinquenales» y nacionalizaciones, que si uno no atiende a los hechos
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reales que subyacen a tales medidas y sus consecuencias, podría confundirlas
fácilmente con medidas progresistas y racionales. Sin embargo, como veremos,
estas medidas no fueron más allá de los límites de la economía capitalista. En este
capítulo expondremos los mitos de la planificación económica peronista,
poniendo al desnudo su carácter de clase capitalista, y compararemos esta
«planificación» con las medidas socialistas en la Unión Soviética, de modo que
no quede lugar a dudas al lector sobre la diferencia entre los dos sistemas.

Por ejemplo, si seguimos el caso de las nacionalizaciones, lo cierto es que estas,


por sí mismas, no nos dicen nada de su carácter; pues este va a depender de los
intereses con los que se realiza dicha nacionalización. Es decir, ¿qué clase impulsa
y dirige la nacionalización? ¿Qué propósitos persigue la intervención estatal en la
economía? La historia está llena de ejemplos de cómo la nacionalización de
empresas y sectores económicos se realiza por los propios intereses de la
burguesía, y en esto el peronismo es uno de esos ejemplos cuyas políticas no
fueron en beneficio de la clase obrera, como se ha querido inducir a pensar, sino
todo lo contrario. De hecho, medidas como la nacionalización de empresas se
hicieron bajo la lógica de políticas burguesas ya planteadas de forma previa a la
llegada al poder del peronismo.

A principios del siglo XX, la burguesía argentina ya había intentado aprovechar


los años de bonanza y la buena coyuntura internacional para trazar planes que
pasaban por una cierta industrialización, creación de «viviendas populares» y
expansión de la educación. El objetivo de estos planes era aumentar su cuota de
mercado y reducir la dependencia de las mercancías procedentes de los
imperialismos occidentales, así como calmar y atraer a las capas trabajadoras más
empobrecidas, alejándolas del comunismo y asegurando la formación de la futura
mano de obra. Veamos algunos ejemplos de esto:

En primer lugar, estas intenciones se pudieron ver durante los años 20 con
algunos proyectos en época del presidente Hipólito Yrigoyen, «radical», quien
gobernó del 1916 al 1922. En 1922 se creó «Yacimientos Petrolíferos Fiscales»
(YPF), una empresa estatal que daría pie a una industria nacional petrolera, la
cual, en un principio había nacido íntimamente ligada al capital extranjero
−especialmente bajo la égida de la estadounidense Standard Oil−. ¿Cuál era el
objetivo según su protagonista y artífice?

«El Estado, como encarnación permanente de la colectividad, tiene el derecho


de obtener un beneficio directo sobre el descubrimiento de estas riquezas. A eso
responde la participación que se reserva el estado en el producido neto y bruto
de las explotaciones, en forma sin embargo que no reste estímulo al interés
privado; tanto más cuanto la mayor parte de dicha participación se destina a
servicios públicos, necesidades de la armada, de los transportes ferroviarios,
marítimos y fluviales, etc., que resultarán en beneficio inmediato para los
mismos y otra buena parte para fomentar el desarrollo de esta misma industria
minera». (Hipólito Yrigoyen; Mensaje enviado al Congreso Nacional, 1919)

49
En segundo lugar, en la década de los 30 tenemos como paradigma las medidas
implementadas por Manuel Fresco, gobernador de la provincia de Buenos Aires
entre 1936 y 1940, el cual fue un antiguo conservador que pronto se volvió un
ferviente simpatizante del fascismo europeo. Este se caracterizó por crear una
gran cantidad de obras públicas para frenar el desempleo y promover todo tipo
de eventos deportivos. A su vez, y no por casualidad, fueron muy famosas las
construcciones bonaerenses de corte religioso y bélico. Estas corrieron a cargo del
arquitecto Francisco Salamone, inspiradas, cómo no, en la corriente artística del
futurismo. Si hoy examinamos este «legado cultural» de Fresco observaremos
que este no dejó lugar a dudas sobre cuáles fueron sus influencias e intenciones:

«La exaltación del trabajo, del esfuerzo humano y sus virtudes, preocupación de
Fresco, se hacía evidente en las representaciones hechas en torno a la misma.
Así, el obrero en su puesto de trabajo deviene símbolo no sólo de la dinámica
expansiva de la acción estatal, sino también imagen de una sincronía «ideal» y
ejemplificadora de la relación Estado-Capital-Trabajo, vínculo que se pretendía
mostrar como armónico y alejado de conflictos. Por otro lado, las imágenes de
máquinas −en movimiento o no− parecen expresar la fuerza del progreso y el
afán modernizador de la gestión, elementos característicos del discurso del
gobernador». (Noelia Fernández; Cuatro años de gobierno, 1936- 1940.
Representaciones y difusión de la obra pública en la provincia de Buenos Aires,
2018)

En último lugar, en los años 40, tenemos como ejemplo el fallido «Plan de
Reactivación Económica», liderado por el Ministro de Hacienda, el socialista
independiente Federico Pinedo, de ahí que también fuera conocido popularmente
como el «Plan Pinedo». Este se fraguó en un momento en que el principal socio
comercial, Gran Bretaña, no podía abastecer al mercado argentino y causó la falta
de divisas para operar en los mercados internacionales. Este panorama desolador
fue considerado por los gobernantes como un buen momento para aumentar los
vínculos con los EE.UU. y alentar la industria nacional. Pinedo reconoció en una
ocasión que el modelo agroexportador de la Argentina debía ser superado,
aunque consideró que el gobierno aún no tenía tal capacidad:

«La vida económica del país gira alrededor de una gran rueda maestra que es
el comercio exportador. Nosotros no estamos en condiciones de reemplazar esa
rueda maestra por otra, pero estamos en condiciones de crear al lado de ese
mecanismo algunas ruedas menores que permitan cierta circulación de la
riqueza, cierta actividad económica, la suma de la cual mantenga el nivel de
vida de este pueblo a cierta altura». (La Prensa; Plan Pinedo de 1940, otra
reforma que fracasó por falta de apoyo político, 2017)

Entre esas «ruedas menores» se incluyó un plan estatal para controlar el


comercio exterior, comprar las cosechas y controlar los precios de los productos
agrícolas. Pero quizás la idea que más destacó fue la propuesta de nacionalizar los
ferrocarriles en manos británicas, dado que el país anglosajón no podía responder

50
al pago de la deuda a causa de la Segunda Guerra Mundial. Finalmente, en el
congreso los radicales no aprobaron la ejecución del plan.

Esto ya demuestra que el peronismo solo tuvo que mirar a los antiguos gobiernos
nacionales o provinciales del radicalismo, el socialismo y el conservadurismo
para imitar o terminar los planes previstos. En realidad, comprender la política
económica peronista antes y después de la toma del poder es un ejercicio
interesante, especialmente para entender los actuales regímenes de América
Latina que rezuman populismo antiimperialista. Véase la obra: «Algunas
reflexiones sobre los discursos en la VII Cumbre de las Américas» (2015).

En cualquier caso, veamos ahora en qué se basó la economía peronista.

Después de la Segunda Guerra Mundial (1939-45), el peronismo continuó con el


intervencionismo estatal de los gobiernos nacionalistas anteriores. ¿Pero cuál era
la meta de este? Debía contribuir paralelamente tanto a la conciliación de clases
como a la expansión de las fuerzas productivas de la nación:

«Procedemos a poner de acuerdo al capital y al trabajo, tutelados ambos por la


acción directiva del Estado. (...) Es indudable que no hay que olvidar que el
Estado, que representa a todos los demás habitantes, tiene allí su parte que
defender: el bien común, sin perjudicar ni a un bando ni a otro. (...) ¿En qué
consiste, entonces, la necesaria intervención estatal? En organizar, dar pautas
de entendimiento y concertar finalmente a los sectores en conflicto». (Juan
Domingo Perón; Discurso de la bolsa de comercio, 25 de agosto de 1944)

Entonces, ¿significa que la nacionalización es una medida revolucionaria o


socialista? En absoluto, como acabamos de comprobar, forma parte de todo
proyecto de la burguesía nacional, sobre todo en sus inicios:

«Las empresas nacionalizadas constituyen el sector económico del Estado. Este


sector incluye muchas otras empresas creadas bajo la dirección de estos nuevos
Estados.

El marxismo-leninismo nos enseña que el contenido del sector del Estado en la


economía depende directamente de la naturaleza del poder político. Este sector
sirve a los intereses de las fuerzas de clase en el poder. En los países donde
domina la burguesía nacional, el sector del Estado representa una forma de
ejercicio de la propiedad capitalista sobre los medios de producción. Vemos
actuar allí todas las leyes y todas las relaciones capitalistas de producción y de
reparto de los bienes materiales, de la opresión y de la explotación de las masas
trabajadoras. No puede aportar ningún cambio al lugar que ocupan las clases
en el sistema de la producción social. Al contrario, tiene por objetivo el
fortalecimiento de las posiciones de clase políticas y económicas de la burguesía.

El Estado burgués de los países excoloniales, en sus condiciones de profundo


retraso y de debilidad de la burguesía local, interviene como factor que ayuda

51
a acumular y concentrar los medios financieros necesarios y las reservas
materiales útiles para el desarrollo de las ramas de la economía que claman de
un porcentaje de capitales mayor, ramas que no pueden ser abastecidas por
capitalistas particulares. Ayuda a aumentar las inversiones, a intensificar la
explotación de la mano de obra y a obtener más beneficios. Esto también
aparece en el hecho de que el Estado efectúa inversiones en determinados
sectores, susceptibles de sostener y estimular el desarrollo del capital privado,
por ejemplo, en el ámbito energético, los productos químicos que sirven de
materias primas, de la metalurgia, los transportes, así como el dominio
bancario y el comercio exterior. De hecho, en todos los países donde existe el
sector del Estado vemos crecer las empresas y reforzarse el sector capitalista
privado que goza de derechos ilimitados.

Por otra parte, la élite local y los funcionarios de los partidos y del Estado se
enriquecen y se aseguran los recursos necesarios a costa del presupuesto y el
sector del Estado para crear diversas empresas. Ciertos autores occidentales,
tratando los problemas de las sociedades de los países excoloniales evocan así
la burguesía «burocrática», «administrativa» y de «Estado» que goza de una
situación privilegiada en sus relaciones con las masas trabajadoras, y realiza
así, gracias a su pertenencia al aparato del Estado, la acumulación privada de
capital necesaria para convertirse en una clase burguesa, y se distingue por sus
relaciones con el capital extranjero.

Con su demagogia sobre el sector del Estado, los revisionistas y los partidos
políticos burgueses locales tienen como objetivo disimular y ocultar la opresión
y la explotación de las masas trabajadoras, queriendo crear ilusiones sobre la
supuesta creación de una «nueva sociedad». (Llambro Filo; La «vía no
capitalista de desarrollo» y la «orientación socialista», «teorías», que sabotean
la revolución y abren las vías a la expansión neocolonialista, 1985)

En las distintas formas de dominación política que adopta la burguesía nacional,


luego reflejadas en sus expresiones ideológicas –progresista, reaccionaria,
socialdemócrata, neoliberal, nacionalista, fascista– la clase dominante se ha
valido de la nacionalización –también llamada «estatización»– para sanear las
empresas privadas, para acumular capital, para crear una industria propia, para
construir y asegurarse el control de las vías ferroviarias, controlar grandes
sectores de la sanidad e industria farmacéutica, para obtener superganancias,
para tener un mayor control de los sectores bélicos clave durante una guerra,
etcétera.

Consideramos que el lector no se sorprenderá –o conocerá– lo que describimos a


continuación, pero no está de más refrescar la memoria: el Imperio romano, el
Imperio bizantino o el Califato omeya se basaron en fuertes proyectos económicos
erigidos sobre empresas «estatales» para la extracción mineral, el comercio, el
transporte o el ejército y, por supuesto, nada de esto suponía la eliminación de las
relaciones de producción esclavistas o feudales. Ya en la era capitalista, en el siglo

52
XIX, grandes figuras como Napoleón lo pusieron en práctica. En Prusia, Otto von
Bismarck realizó grandes nacionalizaciones, creó un sistema de seguridad social,
estatalizó las vías ferroviarias, etc. Todo en un afán de industrializar Alemania,
incrementar la capacidad bélica y apaciguar el descontento obrero, mejorando el
«bienestar social», para poder ilegalizar a los socialistas. En el siglo XX, no solo
el peronismo, sino el gobierno laboralista de Inglaterra de los años 40, el gobierno
de Francia de Charles de Gaulle de los años 50-60 o el franquismo aplicaron
medidas intervencionistas para financiar los proyectos industriales, las obras
públicas, la industria armamentística, etc. Lo mismo cabe decir de los gobiernos
salidos del colonialismo, tal es el caso de la India, Egipto, Argelia o Indonesia,
entre otros tantos. El peronismo no había descubierto nada con el
llamado «intervencionismo» de los sectores estratégicos, porque este es una
máxima del capitalismo en cualquiera de sus etapas. Es más, es el clásico curso
de acción cuando la burguesía incipiente trata de formar su propio mercado,
reduciendo la injerencia externa de otra burguesía dominadora.

Sin embargo, este afán intervencionista del peronismo se esfumó rápido. Ya en


su segundo mandato Perón reconoció:

«Nosotros no somos intervencionistas ni antiintervencionistas, somos realistas.


El que se dice «intervencionista» no sabe lo que dice; hay que ubicarse de
acuerdo con lo que exigen las circunstancias. Las circunstancias imponen la
solución. No hay sistemas ni métodos ni reglas de economía en los tiempos
actuales». (Juan Domingo Perón; Discurso ante Ministros de Hacienda, 23 de
enero de 1953)

Por lo tanto, no podemos hablar de que las eventuales nacionalizaciones del


peronismo fuesen en ningún caso síntoma de una política progresista, es más, en
el campo económico, y lejos de los mitos de la «revolución» peronista, podemos
apreciar que su línea fue más bien conservadora, respetando ante todo el
«derecho a la propiedad»:

«En el último cuarto del siglo XIX, la economía argentina se había consagrado
a la producción agropecuaria destinada en su mayoría a los mercados externos,
las variaciones en los precios de productos rurales habían determinado en gran
medida la situación general del país. (...) Perón tuvo la suerte de asumir la
presidencia con los términos de intercambio más altos de todo el siglo. (...)
Dentro del esquema económico peronista, el campo tenía el importantísimo rol
de proveer de divisas necesarias para la importación de insumos y maquinarias
que la industria local aún no producía. Quizás esa fue la causa de la timidez de
los cambios en el régimen de tierras. (...) Muchos dirigentes dentro del partido
no se contentaban con el congelamiento de los arrendamientos, y proponían
una reforma agraria para acabar con la gran propiedad rural. Pero el gobierno
no quiso arriesgarse». (Pablo Gerchunoff y Lucas Llach; El ciclo de la ilusión y
el desencanto: un siglo de políticas económicas argentinas, 2003)

53
Con este tipo de estructura que tenía el campo de la Argentina era imposible
abastecer y ampliar la gran industria. Mientras tanto, en la URSS, Stalin ya había
criticado en obras como «En torno a las cuestiones de la política agraria de la
URSS» (1929) la «teoría del equilibrio», famosa entre la «oposición derechista»
liderada por Bujarin. En dicha obra Stalin preguntó: «¿Se puede impulsar con
ritmo acelerado nuestra industria socializada, teniendo una base agrícola como
la pequeña hacienda campesina, incapaz de la reproducción ampliada y que, por
si fuera poco, es la fuerza predominante de nuestra economía nacional? No, no
es posible». Por lo tanto, la solución al problema agrario debía venir mediante:
«ampliar las haciendas agrícolas, en hacer la agricultura apta para la
acumulación, para la reproducción ampliada, transformando de este modo la
base agrícola de la economía nacional». Téngase en cuenta que en la URSS existía
una industria socialista y un campo dominado todavía por pequeños propietarios
tras la revolución. Sin embargo, en países como Argentina ni siquiera existía un
monopolio estatal industrial, y las industrias estatales que encontrábamos se
regían por relaciones de producción capitalistas, es decir, un mero capitalismo de
Estado, en donde en ellas la ley del valor operaba libremente.

En consecuencia, repasemos la crítica del autor soviético frente a los autores que
sostuvieron teorías que pretendían que la industria sería capaz de abastecerse y
ampliarse con un campo de pequeños propietarios privados:

«¿Se puede impulsar con ritmo acelerado nuestra industria socializada,


teniendo una base agrícola como la pequeña hacienda campesina, incapaz de la
reproducción ampliada y que, por si fuera poco, es la fuerza predominante de
nuestra economía nacional? No, no es posible. (…) Tarde o temprano conduciría
necesariamente a un total derrumbamiento de toda la economía nacional.
¿Dónde está, pues, la solución? La solución está en ampliar las haciendas
agrícolas, en hacer la agricultura apta para la acumulación, para la
reproducción ampliada, transformando de este modo la base agrícola de la
economía nacional. Pero ¿cómo conseguirlo? Para ello hay dos caminos. Existe
el camino capitalista, que consiste en ampliar mediante su fusión las haciendas
agrícolas implantando en ellas el capitalismo, lo cual implica el
empobrecimiento del campesino y el desarrollo de empresas capitalistas en la
agricultura. Nosotros rechazamos ese método como incompatible con la
economía soviética. Pero hay otro camino, el camino socialista, el cual consiste
en organizar en la agricultura los koljoses y sovjoses [colectividades y granjas
estatales respectivamente] y que conduce a la agrupación de las pequeñas
haciendas campesinas en grandes haciendas colectivas, equipadas con los
elementos de la técnica y la ciencia y capaces de seguir progresando, puesto que
pueden ejercer la reproducción ampliada. Por tanto, la cuestión está planteada
así: o un camino, u otro; o marchamos hacia atrás, hacia el capitalismo, o hacia
adelante, hacia el socialismo. No hay ni puede haber un tercer camino». (Iósif
Vissariónovich Dzhugashvili; Stalin; En torno a las cuestiones de la política
agraria de la Unión Soviética, 1929)

54
La otra teoría que Stalin fustigó con razón fue la «teoría de la espontaneidad».
Esta proponía que, aunque el campo estuviera en manos de campesinos, es decir,
de pequeños propietarios individuales, este campo gradualmente se iría
integrando solo, por inercia, en el socialismo. Sin embargo, Stalin negaba que tal
impulso fuese a suceder de forma automática y pacífica, sino que en todo caso
sería fruto de una enconada lucha voluntaria de los actores políticos.

«Bajo el capitalismo, el campo seguía espontáneamente a la ciudad, porque la


economía capitalista de la ciudad y la pequeña economía mercantil del
campesino individual son, en el fondo, un solo tipo de economía. Naturalmente,
la pequeña economía mercantil del campesino no es aún una economía
capitalista. Pero, en el fondo, es el mismo tipo de economía que el capitalismo,
puesto que se apoya en la propiedad privada sobre los medios de producción.
Lenin tiene mil veces razón cuando, en sus notas relativas al folleto «La
economía del período de transición» de Bujarin, habla de la «tendencia
mercantil-capitalista de los campesinos» en contraste con la «tendencia
socialista del proletariado». Eso, precisamente, explica por qué «la pequeña
producción engendra capitalismo y burguesía constantemente, cada día, cada
hora, espontáneamente y en masa» como decía Lenin. ¿Puede afirmarse que la
pequeña economía mercantil campesina sea también, en esencia, un mismo tipo
de economía que la producción socialista de la ciudad? Es evidente que no puede
afirmarse tal cosa sin romper con el marxismo. (…) Por tanto, para que el
campo, con sus pequeñas haciendas campesinas, siga a la ciudad socialista,
hace falta, aparte de todo lo demás, una cosa: implantar en el campo grandes
haciendas socialistas, bajo la forma de sovjoses y koljoses, como base del
socialismo, capaces de arrastrar consigo, con la ciudad socialista a la cabeza, a
las grandes masas campesinas». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili; Stalin; En
torno a las cuestiones de la política agraria de la Unión Soviética, 1929)

Sin entender estas nociones básicas de economía, como efectivamente les ocurre
a todos los líderes nacionalistas, se acaba por llegar a posiciones desastrosas.
Estos intentos de reformar el sistema a base de idealismo y voluntarismo siempre
chocarán con un muro.

«Algunos camaradas niegan el carácter objetivo de las leyes de la ciencia,


principalmente de las leyes de la Economía Política. (...) El marxismo concibe
las leyes de la ciencia –lo mismo si se trata de las leyes de las Ciencias Naturales
que de las leyes de la Economía Política– como reflejo de procesos objetivos que
se operan independientemente de la voluntad de los hombres. Los hombres
pueden descubrir estas leyes, llegar a conocerlas, estudiarlas, tomarlas en
consideración al actuar y aprovecharlas en interés de la sociedad; pero no
pueden modificarlas ni abolirlas. (...) Lo mismo hay que decir de las leyes del
desarrollo económico, de las leyes de la Economía Política, tanto si se trata del
período del capitalismo, como del período del socialismo». (Iósif Vissariónovich

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Dzhugashvili, Stalin; Los problemas económicos del socialismo en la Unión
Soviética, 1952)

No creemos necesario ampliar demasiado esta parte, ya que el lector puede


consultar experiencias similares. Véase el capítulo: «El marco económico
capitalista del «socialismo del siglo XXI» (2013).

Por supuesto, si para organizaciones como el Partido Comunista de España


(reconstituido) los personajes reaccionarios como Putin son casi la reencarnación
de Lenin o Stalin, como podemos concluir de su propaganda, ¡suponemos que la
verborrea «autogestionaria» de algunas ramas del peronismo de los años 60 debe
excitar enormemente a sus seguidores!

«Más que del socialismo clásico, el peronismo en gestación adoptó ideas


fundamentales del anarcosindicalismo hispano-francés, el cual ya tenía una
tradición no despreciable en el gremialismo argentino. Se trata aquí de dos
exigencias: a) el directo protagonismo político del sindicato –no por mediación
del partido– sobre todo a través de la huelga general como instrumento de
acción; y b) el objetivo lejano de una administración de los medios de
producción por los sindicatos mismos». (Cristián Buchrucker; Nacionalismo y
Peronismo, 1987)

El autor del texto omite cómo Perón también se inspiró en un modelo que, hoy
sabemos, tanto admiraba, como lo era el nacionalsindicalismo falangista. Sobra
decir que, lejos de lo que proponían los peronistas más ilusos, el peronismo oficial
nunca llegó a acercarse a este cooperativismo descentralizador pequeño burgués
del anarco-sindicalismo. Y, aunque hubiera sido así, existen varias experiencias
históricas de la llamada «autogestión» del anarco-sindicalismo que no invitan,
precisamente, a adoptarla como modelo:

«En Yugoslavia cualquier empresa «autogestionaria» es una organización


encerrada en su propia actividad económica, mientras que la política de
administración se encuentra en manos de su grupo dirigente que, igual que en
cualquier otro país capitalista, manipula los fondos de acumulación, decide
respecto a las inversiones, los salarios, los precios y la distribución de la
producción. Se pretende que toda esta actividad económico-política es
aprobada por los obreros a través de sus delegados. Pero esto no pasa de ser un
fraude y un gran bluf. Estos supuestos delegados de los obreros hacen causa
común con la casta de burócratas y tecnócratas en el poder en detrimento de la
clase obrera y del resto de las masas trabajadoras. Son los administradores
profesionales los que hacen la ley y definen la política en la organización
«autogestionaria» desde la base hasta la cúspide de la república. El papel
dirigente, gestor, económico-social y político de los obreros, de su clase, se ha
reducido al mínimo, por no decir que ha desaparecido por completo.

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Estimulando el particularismo y el localismo, desde el republicano al regional y
hasta el nivel de la comuna, el sistema autogestionario ha liquidado la unidad
de la clase obrera, ha colocado a los obreros en lucha los unos contra los otros,
alimentando, como individuos, el egoísmo y estimulando, como colectivo, la
competencia entre las empresas. Sobre esta base ha sido minada la alianza de
la clase obrera con el campesinado, quien asimismo está disgregado en
pequeñas haciendas privadas y es explotado por la nueva burguesía en el poder.
Todo esto ha dado lugar a la autarquía en la economía, la anarquía en la
producción, en la distribución de los beneficios y de las inversiones, en el
mercado y en los precios, y ha conducido a la inflación y a un gran desempleo».
(Enver Hoxha; Informe en el VIIIº Congreso del Partido del Trabajo de Albania,
1981)

Uno de los puntos estrella del peronismo iba a ser la planificación estatal para
evitar los desajustes del mercado capitalista. Con sus llamados «Planes
Quinquenales», emulando el nombre de los famosos planes económicos que
convirtieron a la Unión Soviética en una potencia económica, Perón proclamó
que su economía no conocería la crisis; pero, a la vez, como se ha visto, reconocía
que no se atenía a ningún patrón en el ideario económico. Digamos, por tanto,
que la economía peronista caminaba por inercia según los bandazos y caprichos
del caudillo y carecía de una base científica del estudio de la economía política.

Para la tarea de la «planificación» peronista, no fue asignado otro


«revolucionario» que el empresario Miguel Miranda, logrando un famoso éxito
en los tres primeros años del plan de 1946-49 que tanto explotó la prensa
peronista. Fue entonces cuando se desarrolló la mejor época de la política
reformista del peronismo, que intentaba ganarse a los obreros a base de subidas
salariales, seguros, pensiones… presentando todo como un período de bonanza
ilimitado, algo que desató la euforia.

El alto nivel de producción y consumismo que antes se había promulgado como


rasgo eterno de la economía peronista era, en realidad, un efecto de la coyuntura
económica de la posguerra. Basta ver el nivel de crecimiento industrial de muchos
de los países latinoamericanos, sus cuotas generales de crecimiento económico y
compararlos con los países europeos en guerra, como Francia o Gran Bretaña,
con saldos de crecimiento negativos, algo perfectamente normal por el contexto.
En concreto, Argentina, durante la guerra, y lejos de lo que había solido pasar
tradicionalmente, cosechó un saldo favorable en la balanza de pagos comerciales
respecto al imperialismo británico. De hecho, la venta de los ferrocarriles
británicos y franceses de Argentina fue una política progresiva realizada durante
1945-48 que respondía a la debilidad del imperialismo británico y francés,
deseosos de ir desprendiéndose de aquellos sectores que no podían mantener o
de aquellos de los que querían recuperar el capital invertido para reinvertirlo a
toda prisa en otros más urgentes o rentables. Era, además, una política que la
dictadura militar de 1943-45 ya había negociado y acordado. Del mismo modo,

57
otros partidos burgueses de la oposición antiperonista, como la Unión Cívica
Radical (UCR), también postulaban lineamientos de nacionalización en sus
programas –véase la llamada Declaración de Avellaneda, de 1945–. Por un
momento, la cobarde oligarquía argentina parecía envalentonarse frente a su amo
natural británico.

Pero este periodo de bonanza para los países latinoamericanos finalizó, en


concreto, con la crisis producida por el derrumbe de los precios internacionales
que trajo el Plan Marshall, lo que aumentó la demanda de los productos que
manejaban el dólar ($) y obstruyó la salida a los productos argentinos que, por el
contrario, manejaban entonces el «peso moneda nacional» (m$n), reduciéndose
drásticamente la política de exportaciones. Mientras tanto, en el mercado interno
argentino, a partir de 1949, empezó a notarse una crisis inflacionaria, por lo que,
entre 1950-53, fue puesta en práctica una política de austeridad con una
reducción del gasto público de un 23%, con el consecuente desplome de los
salarios reales, consumándose estas políticas en el famoso «Plan de
Estabilización Económica». Los embistes de la crisis correspondían a los
bandazos de la economía mundial a los que la economía capitalista Argentina, al
estar integrada en la división internacional del trabajo, no podía escapar. Así, y a
una velocidad pasmosa, todo se fue a pique.

La división internacional del trabajo, viene de los ecos del economista burgués
David Ricardo y su obra «Principios de la economía política» de 1819, donde
popularizaba la noción del «crecimiento complementario», promulgando la idea
del liberalismo basada en que, si cada país se dedica a producir en una actividad
en la que tiene ventajas, por la razón que sea, se acabará por extinguir la
competencia, o esta será relativa, y todos ganarán al dedicarse a aquello para lo
que tienen facilidades naturales; creándose, de esta forma, una riqueza
internacional. Una teoría, tomada de Adam Smith, tan utópica como refutada por
la propia historia. Esta teoría económica condena a los países no industrializados
a ser países especializados en producción de materias primas o de la industria
ligera para surtir a los países imperialistas. Algo que, junto con la exportación de
capitales, lleva aparejado otro fenómeno muy conocido: el endeudamiento.

Entonces, se comprende que cuando los países capitalistas-imperialistas


hablaban a los países que maniataban económicamente, y les prometían la
búsqueda de un «nuevo orden económico», lo hacían para tranquilizar a los
pueblos de estos, cansados de su explotación en beneficio de las camarillas locales
y las naciones extranjeras; del mismo modo, cuando esos países capitalistas
dependientes de las grandes potencias imperialistas declaraban y abogaban por,
efectivamente, un «nuevo orden económico», como hacía Perón, comprendemos
que se referían a exigir a los imperialismos que aflojaran el nudo que les
subyugaba, implorando por un mejor reparto de los mercados, más ayudas
económicas, etcétera. Aunque también adoptaban esta postura de cara a la
galería, con tal de calmar los ánimos de las masas trabajadoras y posar como

58
antiimperialistas que buscaban soluciones a su crisis económica interna. Quizá,
simplemente, lanzaban tal consigna como representantes burgueses de un país
capitalista en alza, que buscaba convertirse en potencia directora del dichoso
«nuevo orden económico» en su región o a nivel mundial. Pero este eslogan era
falso, ya que, como los marxistas saben, el único «nuevo orden económico»
posible que dará solución a los problemas intrínsecos del capitalismo es el
sistema económico socialista.

Si en 1947 Perón presumía delante de Franco –y el mundo– vendiendo trigo y


carne a mansalva, ahora, en 1952, en Argentina, los precios de la carne o el pan
sufrían un nivel de inflación de más del 38,8% –la más alta desde 1890–,
superando los precios asequibles por la clase obrera, viéndose el gobierno forzado
a exportar estos productos y fabricar campañas propagandísticas que promovían
el consumo de productos sustitutivos, como el mijo o la patata. ¿No nos recuerda
esto a algo? En la actual Venezuela, los líderes del chavismo, como Nicolás
Maduro, promueven una campaña para concienciar del «cambio en los patrones
alimenticios», justificando así su incapacidad para abastecer al pueblo de carne
mientras se ve obligado a exportar enormes cantidades de reses para pagar la
deuda exterior. Una de ellas fue el famoso «Plan conejo» de 2017, que consistía
en recomendar a los venezolanos criar conejos para garantizar su ingesta de
proteínas mensual. Seguramente de aquí a unos años el chavismo oficialice el
veganismo. Adivine el lector por qué.

Volviendo al tema referido de la economía argentina peronista… pese al saldo


comercial positivo, Argentina tenía dificultades para obtener divisas y financiar
sus proyectos industriales más ambiciosos, debido a que la deuda que el
imperialismo británico tenía con ella era en libras esterlinas (£), algo que
dificultaba la obtención de productos bajo dicha moneda. Poco después este
problema fue «menor», pues el gobierno endureció los requisitos necesarios para
poder importar ante la crisis del momento. En el campo, las caídas en el sector
agropecuario se reflejaron en pérdidas de hasta un 6% de la producción durante
1947-50.

Así, la «providencia» que «Dios» había otorgado a Perón se fue al traste con la
crisis argentina de 1949-54. Esto demostraba que, como en tantos otros
regímenes burgueses, la economía peronista era tan frágil como una pompa de
jabón y estaba sometida a los designios de la anarquía de la producción, que
escapaban a la voluntad y deseos idealistas de Perón.

Todo esto pudo haber ido a mayores, pero para entonces los sindicatos estaban
fuertemente controlados por el peronismo como para que las protestas fueran lo
suficientemente efectivas. Pese a todo, anotar que, durante los años 40 y 50,
siguieron protagonizándose huelgas de importancia significativa,
demostrando que el peronismo no había controlado del todo el sindicalismo

59
como se pensaba. Véase la obra de Hugo Gambini: «Historia del Peronismo
Tomos I y II» (1999).

Durante la puesta en práctica del Segundo Plan Quinquenal (1952-1957), el


gobierno peronista logró estabilizar los precios, destinando inicialmente una
fuerte inversión a la agricultura por miedo a una nueva crisis de subsistencia
alimenticia que al final del plan sería corregida virando más hacia la industria.
Además, declaró al capital extranjero como algo necesario para el desarrollo del
país –yendo en contra de la propia Constitución Peronista de 1949–.

En el tercer mandato peronista la inflación tampoco llegó a controlarse. En 1975,


el año de fallecimiento de Perón, alcanzó un 182,8% –de nuevo los paralelismos
con la actualidad se suceden–. Por tanto, el mito de la economía peronista fue
eso, un mito elaborado por la propaganda.

El peronismo constituye otro de los innumerables casos en los que la burguesía


nacional cae presa de sus propias contradicciones a la hora de tratar de lograr una
soberanía económica. Volvió a demostrar que la industrialización del país era
algo incierto, pues un proceso así en manos de la burguesía nacional tiene lugar
dando primacía a la rentabilidad y no a las necesidades nacionales, pues la lógica
de la acción del mercado capitalista conducía a la burguesía a realizar tales
inversiones. Por otro lado, la industrialización tenía que ser congelada o abortada
por las continuas crisis internacionales del capitalismo, sin olvidar la destrucción
de las propias fuerzas productivas nacionales durante esta recesión. Esto que
debería de ser una lección general sobre el comportamiento de las burguesías en
cuanto a sus promesas de «emancipación económica de la nación» y las
«posibilidades del intercambio comercial y crediticio» con los imperialismos,
parece no haber sido comprendido –o no quererse entender más bien–, ya que
existen autores como José Antonio Egido, Néstor Kohan, Atilio Borón o Vincent
Gouysse que en nombre de «la revolución y el marxismo» acaban seducidos por
esta lógica «tercermundista» sobre el posibilismo de estos movimientos y
regímenes. Se llame peronismo, sandinismo o chavismo, sea su cooperación con
Estados Unidos, China, Rusia o quien sea.

En la Unión Soviética, en cambio los comunistas decidieron invertir este proceso


de industrialización dando primacía a la industria pesada que, aunque más cara,
era necesaria para producir la maquinaria capaz de mecanizar el campo y
aumentar el rendimiento sin depender de la importación de maquinaria
extranjera ni de la explotación de terceros países:

«Es también completamente errónea la afirmación de que en nuestro sistema


económico actual, en la primera fase de desarrollo de la sociedad comunista [la
etapa del socialismo], la ley del valor regula las «proporciones» de la
distribución del trabajo entre las distintas ramas de la producción. Si ello fuera
así, no se comprendería por qué en nuestro país no se desarrolla al máximo la
industria ligera, la más rentable, dándole preferencia frente a la industria

60
pesada, que con frecuencia es menos rentable y a veces no lo es en absoluto. Si
ello fuera así, no se comprendería por qué en nuestro país no se cierran las
empresas de la industria pesada que por el momento no son rentables y en las
que el trabajo de los obreros no da el «resultado debido» y no se abren nuevas
empresas de la industria ligera, indiscutiblemente rentables, en las que el
trabajo de los obreros podría dar «mayor resultado». Si eso fuera así, no se
comprendería por qué en nuestro país no se pasa a los obreros de las empresas
poco rentables, aunque muy necesarias para la economía nacional, a empresas
más rentables, como debería hacerse de acuerdo con la ley del valor, a la que se
atribuye el papel de regulador de las «proporciones» de la distribución del
trabajo entre las ramas de la producción. Es evidente que, de hacer caso a esos
camaradas, tendríamos que renunciar a la primacía de la producción de medios
de producción en favor de la producción de medios de consumo. ¿Y qué significa
renunciar a la primacía de la producción de medios de producción? Significa
suprimir la posibilidad de desarrollar ininterrumpidamente nuestra economía
nacional, pues es imposible desarrollarla ininterrumpidamente si no se da
preferencia a la producción de medios de producción. Esos camaradas olvidan
que la ley del valor sólo puede regular la producción bajo el capitalismo, cuando
existen la propiedad privada sobre los medios de producción, la concurrencia,
la anarquía de la producción y las crisis de superproducción. Olvidan que la
esfera de acción de la ley del valor está limitada en nuestro país por la existencia
de la propiedad social sobre los medios de producción, por la acción de la ley del
desarrollo armónico de la economía y, por consiguiente, también por nuestros
planes anuales y quinquenales, que son un reflejo aproximado de las exigencias
de esta última ley». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Los problemas
económicos del socialismo en la Unión Soviética, 1952)

Y es que la planificación económica centralizada constituye uno de los pilares de


la economía socialista:

«Bajo el capitalismo no es posible continuar la producción a una escala total de


la sociedad, allí hay competencia, allí hay propiedad privada. (...) Mientras que
en nuestro sistema las empresas están unidas sobre la base de la propiedad
socialista. La economía planificada no es algo que queramos, es una obligación,
de lo contrario todo se vendría abajo. (...) El capitalista no puede administrar
la industria, la agricultura y el transporte de acuerdo con un plan. Bajo el
capitalismo, la ciudad debe devorar el campo. La propiedad privada allí es un
obstáculo. (...) ¿Cuáles son los principales objetivos de la planificación?

El primer objetivo consiste en planificar de una manera que garantice la


independencia de la economía socialista del cerco capitalista. Esto es
obligatorio, y es lo más importante. Es una forma de las luchas contra el
capitalismo mundial. Debemos asegurarnos de tener metal y máquinas en
nuestras manos para no convertirnos en un apéndice del sistema capitalista.

61
Esta es la base de la planificación. Esto fue el Plan GOELRO y los planes
posteriores que se elaboraron sobre esta base.

¿Cómo organizar la planificación? En su sistema, el capital se distribuye


espontáneamente sobre las ramas de la economía, dependiendo de las
ganancias. Si tuviéramos que desarrollar varios sectores de acuerdo con su
rentabilidad, tendríamos un sector desarrollado de molienda de harina,
producción de juguetes –son caros y dan grandes ganancias–, textiles, pero no
habríamos tenido ninguna industria pesada. Exige grandes inversiones y es una
pérdida al principio. Abandonar el desarrollo de la industria pesada es el mismo
que el propuesto por rykovistas.

Hemos invertido las leyes del desarrollo de la economía capitalista, las hemos
puesto sobre sus cabezas o, más precisamente, de pie. Hemos comenzado con el
desarrollo de la industria pesada y la construcción de máquinas. Sin una
planificación de la economía, nada funcionaría.

¿Cómo suceden las cosas en su sistema? Algunos Estados roban a otros, saquean
las colonias y extraen préstamos forzados. Lo contrario, ocurre con nosotros.
Lo básico de la planificación es que no nos hemos convertido en un apéndice del
sistema capitalista mundial.

El segundo objetivo de la planificación consiste en el fortalecimiento de la


hegemonía absoluta del sistema económico socialista y en cerrar todas las
fuentes y cabos sueltos de donde surge el capitalismo. Rykov y Trotsky una vez
propusieron cerrar empresas avanzadas y líderes –como la Fábrica Putilov y
otras– por no ser rentables. Pasar por esto habría significado «cerrar» el
socialismo. Las inversiones se habrían invertido en la molienda de harina y la
producción de juguetes porque generarían ganancias. No podríamos haber
seguido este camino.

El tercer objetivo de la planificación es evitar las desproporciones. Pero como la


economía es enorme, las rupturas siempre pueden tener lugar. Por lo tanto,
necesitamos tener grandes reservas. No solo de fondos, sino también de fuerza
de trabajo». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Cinco conversaciones
con economistas soviéticos, 1941-1952)

Solo un necio es incapaz de ver la diferencia fundamental entre la economía


socialista planificada y la «planificación» que se pretende realizar en los países
capitalistas. Ya en los años 20, Stalin denunció la «pseudoplanificación» en los
países burgueses:

«A veces se alude a los organismos económicos estadounidenses y alemanes, que


según dicen, también dirigen la economía nacional planificadamente. No,
camaradas, eso no lo han conseguido aún allí, y no lo conseguirán mientras
exista el régimen capitalista. Para dirigir planificadamente, hace falta tener
otro sistema de industria, el sistema socialista, y no el capitalista; se precisa,

62
por lo menos una industria nacionalizada, un sistema de crédito nacionalizado,
se precisa que la tierra esté nacionalizada, que exista una ligazón socialista con
el campo, que exista el poder de la clase obrera, etc. Cierto, ellos tienen también
algo parecido a planes. Pero los suyos son planes-pronósticos, planes conjetura,
que no son obligatorios para nadie y sobre cuya base no puede dirigirse la
economía del país». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Informe en el
XVº Congreso del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética, 1927)

La Argentina de Perón, foco del anticomunismo y refugio para nazis


en América Latina

Una de las mayores estafas del peronismo fue su pretendida «tercera


vía» o «tercera posición» en lo internacional, una postura claramente calcada del
llamado «no alineamiento» o «tercermundismo»:

«En el orden político, la Tercera Posición implica poner la soberanía de las


naciones al servicio de la humanidad en un sistema cooperativo de gobierno
mundial. En el orden económico, la Tercera Posición es el abandono de la
economía libre y de la economía dirigida por un sistema de economía social al
que se llega poniendo el capital al servicio de la economía. En el orden social, la
Tercera Posición entre el individualismo y el colectivismo es la adopción de un
sistema intermedio cuyo instrumento básico es la justicia social. Ésta es nuestra
Tercera Posición, que ofrecemos al mundo como solución para la paz». (Juan
Domingo Perón; Mensaje al inaugurar las sesiones del Congreso Nacional, 1 de
mayo de 1950)

En la práctica, esto no era así. La «neutralidad» Argentina fue ficticia incluso


antes del acercamiento oficial argentino-estadounidense de 1952. Se puede ver el
posicionamiento proestadounidense de Perón en la lucha de liberación nacional
de la Guerra de Corea 1950-1953, así como el silencio en la invasión
estadounidense de Guatemala en 1954 para derrocar al presidente electo Jacobo
Arbenz tras nacionalizar la United Fruit Company, también bajo el pretexto de
«lucha contra el comunismo». En la Décima Conferencia Interamericana
celebrada en Caracas, del 1 al 28 de marzo de 1954 en la Venezuela del
proyanqui Marcos Pérez Jiménez, Argentina, lejos de tener una política propia y
valerosa, defendiendo sin ambages la soberanía nacional guatemalteca,
condenando la campaña de difamaciones y la invasión yankee, se abstuvo de un
discurso claro en lo tocante a la cuestión más allá de un vago apoyo a la «libre
determinación de los pueblos», enfatizando, como todos los presentes, la
necesidad de que EE.UU. invirtiese en sus países para evitar la propagación del
comunismo:

«En la Conferencia de Caracas, Estados Unidos logró establecer una


declaración anticomunista, que en su espíritu violaría el «principio de no
intervención» que se había introducido en el sistema interamericano en 1933 y
que había sido ratificado en ocasión de la fundación de la OEA. La escasa

63
resistencia de los países latinoamericanos frente a este avance del país del
norte se debió, en parte, a las renovadas expectativas que tenían de recibir
ayuda económica. Éstas, sin embargo, se vieron, una vez más, frustradas. El
apoyo que recibió Guatemala fue sumamente débil –fue la única en votar en
contra de la declaración propuesta por el gobierno de Washington, aunque
Argentina y México se abstuvieron en esa votación–. (...) Desde el punto de vista
diplomático, desde principios de 1953 y hasta la caída de Perón, se registró una
mejora en las relaciones argentino-estadounidenses. Según el Departamento
de Estado, era necesario implementar una política mucho más activa hacia
América Latina, para contrarrestar los movimientos nacionalistas que se
habían desarrollado, pero con un discurso que enfatizaba la necesidad de
combatir más fuertemente el comunismo. (...) Ni bien arribó a Caracas el
canciller [argentino] declaró: «Los precios bajos de las materias primas
implican y obligan a salarios reducidos, los cuales son incitaciones para la clase
trabajadora que la conducen muchas veces al borde de la miseria, y es ahí,
precisamente, cuando los pueblos abrazan ideas exóticas». (...) Argentina, al
igual que otros países latinoamericanos, volvió a poner el énfasis en la
necesidad de ayuda económica, por parte de Estados Unidos, para fomentar el
desarrollo de su atrasada economía. Se repetía, así, el tópico que había
planteado la delegación nacional en la Cuarta Reunión de Consulta de
Cancilleres, tres años atrás: la lucha contra el comunismo en América
requería un desarrollo de las condiciones económico-sociales, para lo cual la
ayuda económico-financiera». (Leandro Ariel Morgenfeld; Contemporánea:
historia y problemas del siglo XX, 2010)

Es más, por aquel entonces se escribía con los altos mandatarios


estadounidenses, a los que solicitaba una mayor coordinación –léase
intervención– en Latinoamérica contra la «infiltración comunista» –es decir,
contra cualquier líder o movimiento que pusiera en tela de juicio el mandato
estadounidense–:

«El 28 de junio Perón envió una extensa carta a Milton Eisenhower sugiriendo
que se realizara una reunión de consulta hemisférica sobre el problema del
comunismo, cualquiera fuera el resultado del conflicto en Guatemala y
ofreciendo Buenos Aires como sede de la misma. Perón expresaba su
preocupación por la infiltración comunista en América latina, particularmente
en países como Brasil, Chile, Uruguay, Ecuador, Colombia y México, y argüía
en favor de un enfoque hemisférico del problema, señalando que debían
coordinarse esfuerzos a través de reuniones secretas con funcionarios de cada
gobierno especialmente elegidos». (Carlos Rodríguez Mansilla; Perón y
Eisenhower, 19 de junio de 2003)

Las privatizaciones o el aumento de la inversión extranjera estadounidense


durante sus mandatos parecen no ser hechos relevantes para los zoquetes
Montoneros ni lo es hoy para los restos del PCE (r). Sus vínculos con la reacción

64
internacional, tampoco. El caso es que, pese a estas evidencias, muchos siguen
calificando ridículamente a Perón de «consecuente antiimperialista».

¡Seguro! No por casualidad, la Argentina en los años peronistas, junto a la España


de Franco, se convirtió en el mayor refugio de nazis alemanes tras la destrucción
del régimen de Hitler en Alemania en 1945. Véase la estancia de Adolf Eichmann,
Teniente Coronel de las SS en Argentina, clave en el plan de exterminio judío
llamado «Solución final»; el famoso médico sádico experimental de las SS Josef
Mengele, conocido como «El ángel de la muerte» por sus abominables crímenes
en Auschwitz; Eduardo Roshmann, capitán de las SS conocido como «El
carnicero de Riga»; Erich Priebke capitán de las SS culpable de la masacre de
Fosas Ardeantinas contra civiles y partisanos italianos; Josef Schwammberger,
miembro destacado de las SS conocido por su represión brutal en Polonia; Walter
Kutschmann, veterano militante nazi que participó en la guerra de España a
través de la Legión Cóndor con el dudoso honor de dedicarse a bombardear a la
población civil española, teniendo después un papel destacado en los comandos
especiales para asesinar a judíos; Otto Skorzeny, destacado Coronel de las SS que
planificó el rescate a Mussolini en 1943 en la llamada Operación Roble, acabó
siendo el guardaespaldas personal de Evita Perón.

Pero quizá debiéramos hablar de la famosa Operación Cóndor, un plan de


coordinación de acciones y apoyo mutuo diseñado entre los diferentes regímenes
proestadounidenses de Latinoamérica para desplegar una represión efectiva
hacia toda oposición gubernamental, en especial la comunista. Éste se configuró
en una reunión triangular entre EE.UU., Argentina y Chile el 25 de noviembre de
1975, concretamente en la base militar de Morón. Es decir, Argentina fue uno de
los miembros fundadores, mientras que otros se fueron incorporando después –
Uruguay, Paraguay, Bolivia, Brasil– o fueron miembros esporádicos –Colombia,
Venezuela, Perú–. Por si el lector no conoce lo que supuso este dispositivo, según
los llamados «Archivos del terror», nombre que hace referencia a los hallazgos de
1992 sobre los documentos redactados durante el mandato de Stroessner en
Paraguay –aliado e íntimo amigo de Perón–, con la actividad de la Operación
Cóndor, el saldo se cifra en 50.000 asesinados y en 30.000 desaparecidos según
las autoridades oficiales de la época, claro está.

La política de «no alineamiento» internacional como excusa para


colaborar con el imperialismo

¿Qué decir de las relaciones de Perón con el imperialismo y el capital extranjero?


Aquí nos frotamos las manos al entrar en materia. En este punto encontramos el
Talón de Aquiles de la demagogia antiimperialista de Perón que, incluso en su
Constitución de 1949, hablaba de «independencia nacional» y, en sus diversos
textos, se vanagloriaba de «combatir al capital extranjero», algo que tampoco
duró mucho. El Ministro de economía, un año después, decía lo siguiente:

65
«La Argentina de hoy, como la de ayer, necesita y desea el ingreso de capitales
extranjeros que, en un pie de igualdad con respecto a los capitales nacionales,
se sumen a éstos para colaborar en su engrandecimiento». (Ramón Cereijo;
Discurso, 1950)

Nótese cómo se dice aquí «en pie de igualdad», dando a entender las
prerrogativas y concesiones que serán otorgadas al capital extranjero y que harán
fácilmente la competencia al producto interno. Precisamente esta política sería –
en medidas desorbitadamente descaradas– la razón que causaría la ruina de la
industria nacional Argentina entre las décadas de 1970 y 1980.

Lejos de basarse en sus «propias fuerzas» o de apoyarse en los países


revolucionarios, a partir de 1952, Argentina empezó a establecer fuertes contactos
con los Estados Unidos para solicitar ayuda económica:

«Más discutible es su política hacia el sector agropecuario, en donde el accionar


del I.A.P.I, Instituto Argentino para la Promoción del Intercambio, condujo a
una descapitalización del agro y una fuerte caída en su productividad. También
generó polémicas su relación con los capitales extranjeros, particularmente de
los Estados Unidos, aunque en su segundo gobierno promovió la inversión
extranjera que llegó a materializarse antes de su derrocamiento. Algunas
misiones técnicas norteamericanas arribaron al país hacia 1954 con la idea de
establecer convenios para la exploración y explotación de los yacimientos
petrolíferos nacionales. En este sentido, se efectivizaron precontratos con la
California Argentina de Petróleo S. A., subsidiaria de Standard Oil de
California». (Alicia Estela Poderti; Perón: La construcción del mito político
(1943-1955), 2010)

Para ello, Perón pidió un crédito en 1950 a Eximbank y estableció la nueva ley de
inversiones extranjeras en agosto de 1953, una medida fuertemente criticada por
todo el espectro político de la oposición. Se destapaba así que el
«antiimperialismo» peronista era especialísimo: daba vía libre a las
multinacionales en el país, impulsaba empresas mixtas que eran una síntesis
entre las empresas estatales argentinas y las privadas extranjeras, o subsidiaba
directamente a las empresas extranjeras para su establecimiento en el país:

«Las necesidades económicas y el entramado de relaciones amistosas que,


principalmente Estados Unidos, se estaba tejiendo ameritaban una mayor
coordinación de la política frente a los inversores foráneos. La nueva ley
beneficiaba a los capitalistas extranjeros que dirigiesen a la industria y a la
minería, ya sea a través de la instalación de nuevas plantas o asociándose con
las ya existentes. Las ventajas más importantes consistían en la posibilidad de
remitir las utilidades a partir del segundo año de radicación por un equivalente
del 8% anual del capital, una pauta que superaba lo holgadamente permitido
hasta entonces. Luego de diez años podrían incluso repatriarse parte de las
inversiones realizadas. (...) Catorce empresas industriales, en su mayoría

66
estadounidenses, se radicaron en el país bajo el amparo de la nueva ley, entre
ellas las químicas Merck y Mosanto, y otras alemanas como Siemens y Bayer,
reingresaron luego de ser expropiadas durante la guerra. Entre las inversiones
autorizadas más importantes se encontraban las correspondientes a las
empresas productoras de tractores: las de las alemanas Hanomang, Deutz y
Fahr y especialmente la de FIAT. En 1954 la empresa italiana, que ya importaba
tractores desde 1951, ganó una licitación convocada por la IAME para, en
asociación con esa empresa estatal y con fuerte apoyo crediticio oficial,
comenzar la producción en Córdoba. (...) Otra inversión importante fue la de la
automotriz Mercedes Benz». (Marcelo Rougier, La economía del Peronismo:
Una perspectiva histórica, 2012)

Esto no es casual, se debía a la política pragmática del nuevo presidente


estadounidense, Eisenhower, que, a diferencia de su predecesor, Truman, sabía
manejarse en la esfera internacional por medio de la vía diplomática gracias a la
persuasión y el chantaje, unos métodos mucho más sutiles que luego también
haría suyos Richard Nixon. La amistad oficial de Perón y Eisenhower se
estableció en la misma época en que Franco y Eisenhower firmaban, al otro lado
del Atlántico, los Pactos de Madrid de 1953, que proveían al fascismo español de
una ayuda económica, militar y comercial a cambio del establecimiento de bases
militares en tierra hispana, significando una apertura al capital estadounidense y
sus multinacionales. Perón seguía la vía de Franco, alineándose junto a este, Tito,
Tsaldaris y todas las figuras proestadounidenses y reaccionarias del momento.

El pragmatismo de Perón con todos los líderes de la época fue enorme. Llegó a
manifestar abiertamente a Mao Zedong que él también era maoísta, que deseaba
su «modelo de lucha contra el imperialismo» y su «socialismo
especial» adaptado a las condiciones nacionales:

«Al Sr. Presidente Mao Zedong.

Mi querido Presidente y amigo:

Desde este difícil exilio, aprovecho la magnífica oportunidad que brinda el viaje
de los jóvenes dirigentes peronistas del MRP, gentilmente invitados por Uds,
para hacerle llegar junto con mi saludo más fraternal y amistoso, las
expresiones de nuestra admiración hacia Ud., su Gobierno y su Partido; que han
sabido llevar a la Nación China el logro de tantas e importantes victorias. (...)
El ejemplo de la China Popular, hoy base inconmovible de la Revolución
Mundial, permite a los hombres de las nuevas generaciones prepararse para la
larga lucha con más claridad. (...) La acción nefasta del Imperialismo, con la
complicidad de las clases traidoras, han impedido en 1955 que nosotros
cumpliéramos la etapa de la Revolución Democrática a fin de preparar a la
clase trabajadora para la plena y posterior realización de la Revolución
Socialista. (...) Nuestros objetivos son comunes, por eso me felicito de este

67
contacto de nuestros luchadores con esa gran realidad que son ustedes. En lo
fundamental somos coincidentes, y así lo he expresado muchas veces ante
nuestros compañeros, la clase trabajadora y peronista de Argentina. Quedan
los aspectos naturales y propios de nuestros países, que hacen a sus condiciones
socio-económicas, y que modifican en cierta forma la táctica de lucha». (Juan
Domingo Perón; Carta a Mao Zedong, Madrid, 15 de julio de 1965)

¡Imagínense! El «revolucionario» Perón escribiendo desde la Madrid fascista de


Franco al «revolucionario» Mao Zedong, el cual, según los informes tempranos
de la CIA, representaba al sector de los que deseaban apartarse del «marxismo
ortodoxo» de la URSS de Stalin y establecer para China «relaciones cordiales»
con EE.UU. para obtener créditos suyos, país al cual consideraba su verdadero
modelo a seguir, como también reconocerían periodistas, militares, políticos y
testigos de todo tipo. Hablamos del mismo gobierno chino que poco después no
solo reconocería al gobierno fascista de Franco, sino que en 1975 callaría
cobardemente ante los últimos fusilamientos del franquismo, o mandaría
condolencias públicas por la muerte del dictador. Véase el capítulo: «La teoría de
los «tres mundos» y la política exterior contrarrevolucionaria de Mao» (2017).

Uno entiende los resultados de las luchas populares de aquel entonces si conoce
que estos dos charlatanes eran la esperanza para muchos de los revolucionarios
del mundo que fueron presos de estos mitos nacionales e internacionales.

En sus conferencias públicas lanzadas desde la Madrid franquista, Perón


comentaba a sus fanáticos que el mundo había cambiado. El marxismo actual de
países como la China de Mao de 1971 no era ya el viejo marxismo de la URSS de
Stalin del año 1945, sino un «marxismo nacionalizado»:

«Miro el mundo de hoy y es tal cual lo imaginé hace 25 años. (…) En las dos
terceras partes del mundo se ha colocado en esa tercera posición. (…) Ha
cubierto al mundo con un socialismo nacional que es la última palabra y que es
la posición del tercer mundo. (…) Después veo Medio Oriente, las repúblicas
socialistas, veo el África, veo el Asia. Todas las repúblicas socialistas, algunas
marxistas como la China de Mao, pero veo un marxismo distinto es un
socialismo nacional». (Juan Domingo Perón; Entrevista realizada en Madrid
por Octavio Getino y Fernando Solanas, 1971)

¡Qué bien supo captar el «Presidente Perón» las intenciones y actos del
«Presidente Mao»! Esto es muy sencillo, igual que entre marxistas nos
reconocemos y entendemos rápido, entre nacionalistas burgueses ocurre igual…

Más tarde, en 1973, Perón tendría el valor de decir cínicamente:

«En la actualidad, muchos son los países que componen el núcleo de los No
Alineados y esta misma Asamblea demuestra que el Tercer Mundo está en

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acción positiva». (Juan Domingo Perón; Discurso en la IV Conferencia de Países
No Alineados, 7 de septiembre de 1973)

Un argumento fundamental para algunos el carácter «progresista» e


«antiimperialista» del peronismo es remarcar –muy torpemente– que una
delegación de la Argentina viajase a la URSS de 1953 –algo normal entre un
gobierno democrático-burgués y uno socialista– para pretender justificar así que
el peronismo estaba en el campo «revolucionario». Por esa regla de tres,
¿debemos calificar de «revolucionaria» a la República de Weimar por los
acuerdos comerciales con la URSS del Tratado de Rapallo de 1922? ¿Eran
automáticamente «revolucionarios» todos los países que mandaron delegaciones
para establecer relaciones diplomáticas y comerciales con la URSS de Stalin?
¿Incluimos a los Estados Unidos de Franklin D. Roosevelt? ¿Eran revolucionarios
todos los gobiernos del mundo que utilizasen tractores o maquinaria
soviética? La lógica de Darío Herchhoren y gente de este estilo es de indigencia
intelectual. Estos personajes deberían fijarse, más bien, en la admiración política
expresa de Perón por Mussolini y el fascismo italiano, o en el lugar de residencia
elegido por Perón para su exilio: ¡ni más ni menos que el Paraguay de Stroessner,
la Venezuela de Marcos Pérez Jiménez, la Nicaragua de Somoza o la España de
Franco!

La CIA lo tenía claro:

«Las percepciones argentinas de su relación con Estados Unidos han cambiado


notablemente en los últimos tres años. Durante el breve turno en la Presidencia
de Cámpora, Argentina se vio a sí misma como el rival de Estados Unidos y
Brasil por el liderazgo hemisférico. No era tan quijotesco, ni siquiera entonces,
como para creer que esta rivalidad podía articularse en términos militares o
económicos. (...) Con la destitución de Cámpora y la asunción de Perón a la
presidencia, este modelo de conflicto dio paso rápidamente a una política de
estrecha cooperación con Estados Unidos. Perón, y más aún su canciller, Vignes,
creía que, si bien Argentina debería mantener una línea política independiente,
incluida la pertenencia al Tercer Mundo, podría ganar mucho más con la
cooperación que con la confrontación con Estados Unidos». (CIA; Telegrama
660 de la Embajada en Argentina al Departamento de Estado, Buenos Aires, 30
de enero de 1976)

Incluso se describía así el espíritu aristocrático y chovinismo del peronista frente


a sus compatriotas sudamericanos:

«Por su parte, Argentina siempre ha visto a otras naciones de América Latina


como algo inferior. Cita a la población «mestiza» de Brasil, los indígenas de
otros países y la pureza racial de Argentina como razones de su superioridad
argentina. Así, los fracasos económicos de Argentina siempre se han quedado
atrapados en las garras argentinas cuando se trata de relaciones con otras

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naciones latinas. Argentina, bajo Cámpora, probablemente intentará ser más
agresiva en América Latina, oponiéndose a Brasil y Estados Unidos en foros
internacionales y buscando un mayor papel en la actividad económica regional.
Esto no les sentará bien a los demás Estados: podrían aceptar la igualdad
argentina, pero nunca su hegemonía». (CIA; Memorándum: Peronismo en el
poder, Washington, 21 de junio de 1973)

No debemos dejar de decir que, si en parte fue posible esa pose de


«antiimperialista» del peronismo entre la juventud fue porque ésta no conocía
los últimos años del peronismo en el poder, por lo que los jóvenes apoyaban el
relato idealizado de las generaciones anteriores, algo que lo líderes del peronismo
se encargaron de propalar y ésta aceptó sin investigar. Por otro lado, si parte del
revisionismo de tipo reformista o anarquista –tanto los que militaban dentro del
peronismo como fuera– aceptaba, en general, ese sello antiimperialista del
peronismo, fue también –y no cabe duda– porque por aquel entonces los líderes
de los movimientos tercermundistas, como Castro, Allende y tantos otros,
dotaron a Perón de esa inmerecida autoridad. Véase, por ejemplo, lo que decía
Guevara, con todo convencimiento, a su familia:

«Querida vieja:

Esta vez mis temores se han cumplido, al parecer, y cayó tu odiado enemigo de
tantos años. (...) Te confieso con toda sinceridad que la caída de Perón me
amargó profundamente, no por él, por lo que significa para toda América, pues
mal que te pese y a pesar de la claudicación forzosa de los últimos tiempos,
Argentina era el paladín de todos los que pensamos que el enemigo está en el
norte. (...) El Partido Comunista, con el tiempo, será puesto fuera de
circulación». (Ernesto Che Guevara; Carta a su madre, 24 de septiembre de
1955)

No olvidemos la asistencia y colaboración en cuestiones de «seguridad


interna» de la Argentina de Perón con los gobiernos más reaccionarios, así como
el nivel de represión interna tan característica del régimen. Esto da a entender
que el Che Guevara no quería ver la cruda represión que Perón había desatado
durante sus dos primeros gobiernos contra comunistas y progresistas. Tampoco
quiso ver los acuerdos con las empresas estadounidenses, ni los créditos del
gobierno estadounidense, ni que los gobiernos proestadounidenses constituyeran
los lugares de destino para Perón durante 1955-73. Pero esto es normal, pues él
mismo fue incapaz de atisbar el proceso contrarrevolucionario desatado por el
jruschovismo, el maoísmo y el titoísmo. Así que, como se suele decir, no se le
puede pedir peras al olmo. Todas estas figuras internacionales que avalaron de
una u otra forma al peronismo lo hicieron o bien por profunda ignorancia, o bien
por apoyar el mismo cuento oportunista del tercermundismo que ellos
practicaban –dicho de otro modo, al capitalismo–.

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El propio Perón no tenía ningún problema en identificarse con los líderes del
tercermundismo, incluso con aquellos que, de tanto en tanto, adoptaban un
discurso más radical o incluso una verborrea cercana al marxismo. Y se sentía
cómodo porque sabía perfectamente que sus poses «antiimperialista» no era
cierta, sino coyuntural, y que sus discursos variaban con una pasmosa frecuencia.
Por ello, Perón, ante los revisionistas cubanos, diría frente a las juventudes
peronistas:

«Estoy con Fidel Castro. (…) Ahora dicen que es comunista. (…) Fidel es tan
comunista como yo, más bien es justicialista». (Juan Domingo Perón; Discurso
ante las juventudes peronistas, 1968)

El lector se podrá dar cuenta de toda esta pantomima. Los marxista-leninistas


brasileños escribían sobre estos movimientos en los años 70:

«Era un momento en que este tercer mundo, mundo de los países no alineados
o de los países en vías de desarrollo –tres definiciones, que expresan el mismo
contenido– parecía estar unido y lograr éxitos considerables. Este «mundo» se
adelantó entre los años 1972-1973. (...). La elevación del precio del petróleo fue
aclamada como la liberación de los países oprimidos por el imperialismo y la
demanda de la evaluación de las materias primas del tercer mundo se señaló
como un nuevo camino para la liberación nacional. El tercer mundo se puso de
moda. Allende en Chile, Perón en Argentina, Velasco en Perú, Fidel Castro en
Cuba, todos se consideraban como pertenecientes al tercer mundo. De hecho,
incluso Geisel se enamoró de esta tendencia.

Precisamente en este momento determinados revolucionarios y círculos


socialistas comenzaron a cantar alabanzas al tercer mundo y se consideran
como una parte integrante de la misma, ocultando las diferencias de principio
entre el socialismo y el capitalismo. Nuestro partido nunca aceptó esta
asombrosa clasificación, este harapo como bandera del frente mundial
antiimperialista. Ya en 1973 se puso de manifiesto la incoherencia y oportunista
carácter implícito en esta teoría:

«La perspectiva de una tercera posición que se están dando el movimiento


antiimperialista es falsa, teórica y políticamente». (Publicado en un artículo de
A Classe Operaria, 1973)

Ahora, les guste a sus apologistas o no, el concepto del tercer mundo está en
crisis. La llamada independencia de la mayoría de estos países no fue más que
una ilusión pasajera. Los cambios han tenido lugar en casi todos ellos, lo que ha
puesto fin al supuesto antiimperialismo de sus gobiernos. Se han convertido aún
más en países dependiente del capital financiero internacional –incluyendo de
la Unión Soviética–. Según las cifras publicadas recientemente por la
Conferencia de Comercio y Desarrollo de la ONU, sobre la base de las cifras

71
dadas a conocer por el Banco Mundial, la deuda externa de estos países en 1974
fue de 80 mil millones de dólares, mientras que ahora han llegado a 240 mil
millones de dólares». (Partido Comunista de Brasil; Mantener en alto la
bandera invencible del marxismo-leninismo, 1977)

No por casualidad, más tarde, el propio Chávez, uno de los nuevos líderes
tercermundistas, diría en Argentina ante los que todavía alzan la bandera del
peronismo:

«Yo soy peronista de verdad». (Hugo Chávez Frías; Discurso ante el


parlamento argentino, 6 de marzo de 2008)

Los grupos guerrilleros pequeño burgueses y sus vacilaciones hacia


el peronismo

«Por eso, yo contesto a esta presencia popular con las mismas palabras del 45:
a la violencia le hemos de contestar con una violencia mayor. Con nuestra
tolerancia exagerada nos hemos ganado el derecho de reprimirlos
violentamente. Y desde ya, establecemos como una conducta permanente para
nuestro movimiento: aquel que en cualquier lugar intente alterar el orden en
contra de las autoridades constituidas, o en contra de la ley o de la Constitución,
puede ser muerto por cualquier argentino. Esta conducta que ha de seguir todo
peronista no solamente va dirigida contra los que ejecutan, sino también contra
los que conspiren o inciten. (...) La consigna para todo peronista, esté aislado o
dentro de una organización, es contestar a una acción violenta con otra más
violenta. Y cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de los de ellos». (Juan
Domingo Perón; Discurso, 31 de agosto de 1955)

El peronismo, desde sus inicios, había mostrado sin trampa ni cartón que no
deseaba nada que no fuese la sumisión a su proyecto. Sin embargo, el
espontaneísmo, empirismo y la formación basada directamente en gran parte de
autores pseudomarxistas fueron la tónica y consecuencia común de los grupos
que intentaban revolucionarizarse, como le ocurrió al peronismo de izquierda de
los años 60:

«El análisis que hace Luvecce deja la imagen de una actividad con un fuerte
carácter de formación teórica, dada principalmente por la influencia de Louis
Althusser y Marta Harnecker. (...) Si bien a partir de distintos testimonios se
advierte que la formación intelectual se nutrió de diversos autores y líneas de
pensamiento político –Marx, Lenin, Mao, Fanon, Luxemburgo, Potere Operaio,
Rossanda, Ho Chi Minh, Lúkacs, Pichón Riviere, Hernández Arregui y Cooke
entre otros–, «No había un manual. De orientación y de la búsqueda seguro (...)
pero no había lecturas oficiales de planteo teórico». En el PHPC se leyeron y
discutieron sobre todo documentos internos producidos por el grupo que lo
coordinó, muchos de los cuales se referían a la historia del peronismo. Este dato
resulta de interés a la hora de pensar cuál era la guía o desde qué concepciones
72
se elaboraba la propuesta para la nueva organización. Y he aquí el elemento
novedoso, desde el que buscaron diferenciarse del resto de las propuestas
políticas: «La fuente de la teoría está en la experiencia acumulada de los
trabajadores, y no en el saber científico». (Marcelo Raimundo; Izquierda
peronista, clase obrera y violencia armada: Una experiencia alternativa, 2004)

O sea, que los obreros argentinos debían «comprobar con su propia experiencia»,
una vez más, los «descubrimientos» de Marx y Lenin ya corroborados por la
historia. Según esta lógica, el proletariado podría ser el furgón de cola de la
burguesía y el reformismo serviría para abrir nuevos cauces de «progreso
nacional». Incluso aunque el movimiento obrero argentino ya lo hubiera
experimentado hace cinco o diez años en sus propias carnes con el radicalismo y
el propio peronismo. Esta gente proponía ir revisando segundo a segundo todo lo
ya confirmado por la ciencia... Una tomadura de pelo relativista. Estos
estafadores proclamaban esta treta para imponer cosas inaceptables, como que
un militar nacionalista, como Perón, fuese a conducir a la nación al combate
contra el imperialismo, a la «liberación nacional», al «socialismo» de tipo
marxista. Esta necesidad era considerada «una verdad aprendida por las propias
masas» en los primeros gobiernos del justicialismo pero, en realidad, solo
significaba la alineación de las mismas, su encantamiento por parte de un
demagogo, porque los hechos demostraban que Perón no estaba por un
socialismo revolucionario, marxista, y que la propia CIA se congraciaba de su giro
proestadounidense.

Los analistas estadounidenses leyeron mejor que la izquierda peronista el destino


que deparaba a Argentina:

«Los peronistas están en una posición envidiable: probablemente puedan


imponer un programa económico severo y austero y salirse con la suya por un
tiempo. Después de todo, serán el gobierno más popular que ha tenido
Argentina en veinte años. A menos que hagan algo realmente extremo, lo que
parece improbable por el momento, los peronistas probablemente pueden
contar con la mano de obra, las empresas y gran parte de la clase media para
alinearse. La juventud peronista, sin embargo, puede no ser tan fácil de
convencer. Se han ido con Perón porque representa el cambio. (...) [Porque él]
Ha estado diciendo cosas «revolucionarias». Han sido los más fervientes en su
aceptación de la «religión» peronista, y probablemente serán el primer grupo
en desencantarse. (...) Cámpora podría tener un problema grave, especialmente
si la frustración o la insatisfacción se convierten en revolución o terrorismo.
Algunos peronistas de la vieja guardia creen que los jóvenes no han comprado
en absoluto el peronismo y no son «verdaderos creyentes», pero que lo han visto
principalmente como una forma de derrocar a los militares y como un posible
vehículo para una política más revolucionaria. (...) El peronismo podría
disolverse, a la manera tradicional argentina, en una lucha fraccionada por el
poder. (...) Las fuerzas armadas aún mantienen el poder de tomar el control del
73
gobierno, en un sentido físico. Tienen los tanques y las armas. (...) Perón, el
peronismo y el gobierno de Cámpora podrían representar la última
oportunidad de Argentina para encontrar la paz política sin recurrir a los
extremos de la revolución de izquierda o la dictadura militar de derecha». (CIA;
Memorándum: Peronismo en el poder, Washington, 21 de junio de 1973)

El colmo de la necedad del llamado «ala izquierda» del peronismo fueron los
montoneros, quienes tampoco tuvieron precisamente unos orígenes muy
revolucionarios:

«Richard Gillespie expresa su perplejidad al comprobar que los antecedentes


ideológicos de los principales protagonistas de Montoneros indicaban que
habían iniciado su militancia en la tradicional y conservadora Acción Católica,
e incluso algunos pertenecieron a la organización Tacuara –está última con
cierta semejanza con la Falange española–. En función de estos antecedentes su
origen se debería más a la evolución del nacionalismo y catolicismo argentino,
que al pensamiento guevarista que después se incorporaría. (…) Si vamos a la
historia se verá que a principios de la década del 60 Tacuara sufriría una
escisión, apareciendo el «Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara»
(MNRT) el cual pretendía abrirse al peronismo, reconociéndole a esa fuerza
política un carácter «nacional». El objetivo de esta nueva organización era
lograr una base popular para la concreción de sus proyectos de tipo nacional-
sindicalista-falangista. Así es que «el Estado nacional Sindicalista, que
reemplazará el régimen liberal y los partidos políticos, y que será un auténtico
Estado vertebrado en los sindicatos» (Tacuara juega a la milicia
revolucionaria. Revista Che, nº 15. 2 de junio de 1961) La diferencia central con
la Tacuara original es que esta nueva organización era secular e identificaba al
nacionalismo con una postura pro-obrera –y por ende pro-peronista–. Pero
aún en este MNRT que carecía del carácter reaccionario y ultraconfesional del
original, existía una polémica entre lo que se podría llamar derecha e izquierda.
En efecto una facción dirigida brevemente por Alberto Ezcurra era contraria al
marxismo, mientras que la otra dirigida por José Luis Nell aceptaba al mismo
como método de análisis, abriendo así la puerta para la confluencia del
socialismo revolucionario con el nacionalismo popular». (Martín Leonadro
Cabrera; De mayo a mayo (1969-1973). Surgimiento y proyección de las
guerrillas en la Argentina, 2012)

Pero esto solo era un juego de Perón:

«La visión de Perón era radicalmente distinta a lo que estos jóvenes esperaban.
Pues el líder tenía una historia y cosmovisión propia donde la «comunidad
organizada» y la «tercera posición» poco tenían que ver con el socialismo tal
como lo entendían los jóvenes radicalizados. En todo caso Perón, ya desde
principio de la década del 60, había desarrollado un juego pendular: por un
lado, designaba a un peronista socialcristiano moderado como Matera para

74
conectarse con las otras fuerzas políticas, y simultáneamente apostaba por la
candidatura de Framini o tenía como delegado a John William Cooke». (Martín
Leonadro Cabrera; De mayo a mayo (1969-1973). Surgimiento y proyección de
las guerrillas en la Argentina, 2012)

Durante su largo exilio, tras haberse apoyado en la izquierda peronista y


promover las acciones guerrilleras y el terrorismo dentro de Argentina, Perón
decidió usar estos movimientos para mantener su halo revolucionario de cara a
la juventud. Una vez que fueron exprimidos hasta la última gota, los desechó
como un limón usado. A su vuelta a Argentina, los declaró personas non gratas,
humillándolos delante de todos:

«No me equivoqué ni en la apreciación de los días que venían ni en la calidad de


la organización sindical, que se mantuvo a través de veinte años, pese a estos
estúpidos que gritan. Decía que a través de estos veinte años, las organizaciones
sindicales se han mantenido inconmovibles, y hoy resulta que algunos imberbes
pretenden tener más méritos que los que lucharon durante veinte años. Por eso,
compañeros, quiero que esta primera reunión del Día del Trabajador sea para
rendir homenaje a esas organizaciones y a esos dirigentes sabios y prudentes
que han visto caer a sus dirigentes asesinados sin que todavía haya sonado el
escarmiento. (...) Ahora resulta que, después de veinte años, hay algunos que
todavía no están conformes de todo lo que hemos hecho. (...) [Yendo contra]
también de estos infiltrados que trabajan adentro, y que traidoramente son más
peligrosos que los que trabajan desde afuera, sin contar que la mayoría de ellos
son mercenarios al servicio del dinero extranjero». (Juan Domingo Perón;
Discurso en la Casa Rosada, 1 de mayo de 1974)

Así, tras estas palabras, el peronismo «de derecha», con sus milicias, acabó
expulsándolos de la concentración entre abucheos y balas, con un saldo final
aproximado de 13 muertos y 300 heridos. Los Montoneros, pese a la represión
que su líder desató contra ellos, seguían creyendo que Perón estaba secuestrado
o manipulado por las fuerzas de derecha del peronismo, como José López Rega,
alias «el brujo», apodado así, precisamente, por el supuesto influjo que ejercía
sobre Perón. ¡No hay más ciego que el que no quiere ver!

La táctica armada de los montoneros para tomar el poder estaba basada en el


clásico voluntarismo guevarista, sumado a la experiencia de guerrilla urbana
concreta de los tupamaros uruguayos:

«Desde su espectacular irrupción en la escena política argentina, a mediados de


1970 –secuestro y muerte del general Pedro Eugenio Aramburu, ex presidente
del Gobierno militar que se instauró tras el golpe de Estado de 1955, que derrocó
a Perón–, la trayectoria de los montoneros se convirtió en una sucesión de
acciones suicidas. Su crecimiento como supuesto brazo armado del peronismo
fue rápido y desmesurado. El propio Perón los toleró desde el exilio y alentó
como parte de su estrategia para recuperar el poder.

75
El regreso de Perón, al país y las elecciones de 1973, que el peronismo ganó con
el 60% de los votos, no sólo no resolvieron el conflicto ideológico, sino que, por
el contrario, lo hicieron estallar. Poco tiempo antes de morir, el 1 de mayo de-
1974 en la concentración del Día del Trabajador en la plaza de mayo, hablando
desde los balcones de la Casa Rosada, sede del Gobierno, Perón contestó a las
consignas que cantaban los montoneros llamándoles «jóvenes imberbes».
Cuando aún no había. concluido su discurso, miles de militantes abandonaron
el lugar.

Ese enfrentamiento público, incorporado a la historia como «el día que Perón
los echó de la plaza», llevó a la organización a un callejón sin salida., Aislados
del movimiento peronista, repudiados por el líder en nombre del cual
reivindicaban sus acciones, sin propuestas ni objetivos políticos claros, se
replegaron sobre sí mismos para continuar la lucha armada. El enemigo era
ahora «el entorno de Perón». Su secretario privado, José López Rega, armó
desde el poder a las bandas paramilitares autodenominadas Alianza
Anticomunista Argentina –Tres A–, que salieron a la caza de los subversivos
montoneros.

En el mes de julio de 1975, la dirigencia montonera decide pasar a la -


clandestinidad. Los militantes de base, que no habían sido alertados
previamente, quedaron desamparados, sin contactos ni protección. En
diciembre de ese mismo año, los Montoneros y el Ejército Revolucionario del
Pueblo (ERP) deciden, en una acción conjunta, copar un batallón del Ejército
cercano a Buenos Aires. Cuando llegan, los estaban esperando. Poco tiempo
después, el 24 de marzo de 1976, se produce el golpe de Estado. Una junta militar
que encabeza el general Jorge Videla voltea al Gobierno constitucional de María
Estela Martínez, viuda de Perón. Por entonces, los Montoneros habían pagado
sus errores con cientos de muertos, pero todavía cometerían más y ya los
muertos pasarían a ser miles. A Mario Eduardo Firmenich, uno de los tres
integrantes del grupo inicial que queda vivo, no pareció importarle demasiado.
Tiempo después, en el exilio, declararía que «estaba previsto que las bajas
afectaran al 70% de nuestros militantes».

En enero de 1979 la conducción nacional de los Montoneros decide desde el


exterior lanzar una contraofensiva contra la que ellos suponían «dictadura
militar acorralada». En un documento publicado en la revista clandestina Evita
montonera decían: «Ahora que los hemos frenado y desgastado, los tenemos
que atacar para empujarlos al abismo. Como en el boxeo, cuando se ha
desarmado la guardia del rival, hay que correrlo por todos los rincones,
descargando la máxima cantidad de golpes posibles antes de que suene la
campana y se vaya a su esquina a reponerse de la paliza recibida». Cientos de
jóvenes mueren en el intento. El boxeador acorralado responde con golpes

76
tremendos». (El País; Los montoneros, auge y caída del peronismo armado, 12
de agosto de 1984)

Durante la dictadura militar de 1976-83, los montoneros acabaron en


negociaciones y alianzas con el siguiente grupo armado igual de activo: el PRT-
ERP. Otro grupo de montoneros decidió buscar la legalización y reintegrarse en
los movimientos peronistas y el sistema durante los años 80. Algo bastante
normal en estos grupos de apariencia ultrarrevolucionaria. Véase el capítulo:
«Negociaciones para rendir el brazo armado y buscar la inclusión en el régimen»
(2017).

En los turbulentos 70, observaremos que la salida de la dictadura militar se dio


con unas elecciones en las que el peronista Héctor José Cámpora, en marzo de
1973, se erigía triunfante en parte al apoyo de otros partidos de izquierda, con
especial mención al guevarista Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT)
y a su guerrilla, el Ejército Revolucionario del pueblo (ERP). Uno puede hacerse
la idea de qué derroteros tomaría el partido viendo este tipo de declaraciones:

«Para nosotros desde la muerte de Lenin y posterior consolidación del


stalinismo, no hubo una sola corriente que mantuvo vivas las tradiciones y
concepciones marxistas-leninistas, sino dos. No fue sólo Trotski y el trotskismo
quien conservó, desarrolló el marxismo revolucionario frente a la degeneración
stalinista, como tradicionalmente se ha afirmado en nuestro partido y en
nuestra Internacional. Similar rol jugó Mao Zedong y el maoísmo. (...) En
realidad, el castrismo, sin la claridad teórica y la pureza de «método» de los
grandes marxistas revolucionarios del pasado –pero con muchísima más que
nuestros teóricos– desde hace años ha venido desarrollando una clara
estrategia mundial y continental para la lucha revolucionaria». (Carlos
Ramírez (Mario Roberto Santucho), Sergio Domecg, Oscar Demetrio Prada,
Juan Candela (Félix Helio Prieto); El único camino hasta el poder obrero y el
socialismo del IV Congreso del PRT, 1968)

Este partido que se divide en tres debido a la polémica sobre las elecciones de
1973: la primera tendencia oficial decide darle un apoyo crítico al peronismo; la
segunda, que acaba en la escisión del ERP-22 de agosto, tiende a apoyar al
peronismo de izquierda; y la tercera, el PRT-ERP (Fracción Roja) crítico con el
peronismo y reacio a seguirle el juego en las elecciones.

Los restos del PRT-ERP oficial dirían:

«El gobierno que el Dr. Cámpora presidirá representa la voluntad popular.


Respetuosos de esa voluntad, nuestra organización no atacará al nuevo
gobierno mientras éste no ataque al pueblo ni a la guerrilla. (...) Por lo antes
dicho, el ERP hace un llamado al Presidente Cámpora, a los miembros del nuevo

77
gobierno y a la clase obrera y el pueblo en general a no dar tregua al enemigo».
(Respuesta del ERP al gobierno de Cámpora, 1973)

Calificar de «voluntad popular» a un gobierno como el de Cámpora, elegido en


unas elecciones burguesas, en medio de una represión brutal, no era otra cosa
que una ilusión pequeño burguesa y una imperdonable concesión al peronismo
al que, además, otorgaba legitimidad. Luego, prometer no atacarlo y hacer un
llamamiento a no dar treguar al enemigo, era dar por hecho que el peronismo no
era el enemigo para los guevaristas argentinos demostrándose, a su vez, como
desmemoriados sobre la política del peronismo en cuanto a represión de la
izquierda y de su acercamiento a EE.UU..

Este era un mensaje contradictorio que el ERP pagaría caro, pues sería barrido
como el resto de organizaciones guerrilleras tan pronto como quisieron
reaccionar ante el peronismo en el poder. Esto no debe sorprender, pues el PRT-
ERP era una organización llena de facciones y líneas ideológicas de todo tipo
desde sus inicios, algo relativamente normal por sus influencias trotskistas de las
cuales nunca se desprendieron –llegaron, incluso, a reivindicar a Trotski pese a
su salida de la IV Internacional–. Solo hay que ver que uno de sus mayores aliados
internacionales era el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) de Chile,
otro grupo ecléctico a medio camino entre el trotskismo y el tercermundismo más
santurrón, repleto de un absoluto folclore ultrarrevolucionario que tendría el
mismo final que todas estas bandas armadas.

Estos grupos siempre son vacilantes ante los movimientos populistas como el
peronismo, y acaban siendo presos de las ilusiones y errores de apreciación de
sus líderes, algo que, en no pocas ocasiones, les ha costado la fulminación de su
militancia en tiempo récord. Véase el capítulo: «Un repaso a la metodología de
las bandas terroristas y sus resultados» (2017).

Otra vana ilusión del PRT-ERP fue creer que podía atraer al peronismo de
izquierda renunciando a Perón:

«A partir de su inevitable ruptura con el peronismo burgués y burocrático que


ha comenzado a concretarse definitivamente en las ultimas semanas,
Montoneros tiende y tendera cada vez más a retomar lazos con las
organizaciones progresistas y revolucionarias, entre ellas con nuestro partido.
Tiende y tendera cada vez más a reintegrarse a su puesto de combate, a
enfrentar con las armas en la mano al gobierno y las fuerzas policiales y
militares de la burguesía y el imperialismo. Pero ello no implica un cambio de
fondo en la concepción populista». (Roberto Santucho; Poder burgués y poder
revolucionario, 1974)

La estrategia militar de este grupo estaba inspirada en el foquismo guevarista:

«Guevara y su teoría del «foco» rompe con la concepción marxista-leninista de


la revolución y la toma de poder, condensando toda una serie de desviaciones

78
antimarxistas. En dicha teoría Guevara no considera las condiciones objetivas
y subjetivas para la revolución en su justa medida, sino que presenta las
condiciones objetivas como algo a no tener en cuenta y que de hecho pueden ser
reemplazadas por el «foco» –un pequeño grupo de guerrilleros– que las crearía
a la fuerza. Piensa que cualquier pequeña crisis es igual a una situación
revolucionaria, y que una «chispa puede prender la pradera». No comprende la
concepción marxista-leninista de la concienciación de las masas –basada en que
las masas se convenzan a través de su experiencia práctica–, apostando en
cambio por acciones espectaculares sin conexión con las masas que estimulen a
las mismas para tomar conciencia política –como si la realidad existente ya
fuera poco combustible para la revolución–. Niega el rol del proletariado tanto
en el control de cualquier expresión militar –como la guerrilla–, como también
en la concienciación de las masas, creyendo que ésta solamente avanza a través
de acciones militares. Se adhiere a la teoría de que el «pequeño motor» –los
guerrilleros foquistas–, a través de estas acciones ponen en marcha al «motor
grande» –las masas trabajadoras– para que el engranaje de la revolución se
ponga a funcionar. Tiene una afinidad con la creencia anarquista de que la
«historia la hacen los héroes», negando el papel de las masas en la revolución,
relegándolos a la pasividad o en el mejor caso a un papel secundario, de ahí las
tantas guerrillas foquistas y su desconexión con las masas. Así mismo se nota
un desprecio por el aprovechamiento del trabajo legal de masas bajo la excusa
de que es inservible y de que la burguesía tiende al establecimiento del fascismo.
El foquismo peca de la unilateralidad sobre dónde se debe actuar militarmente,
buscando las zonas más favorables para la guerrilla que según ellos es la
montaña, la selva o el campo, pues según la concepción del foco solamente así
podrá evitarse el ser delatados por el pueblo con el que apenas se tienen lazos o
evitar que éste sufra represión a causa de la guerrilla –aunque ha habido casos
de guerrillas guevaristas urbanas–, esto significaba por lo general una notable
desconfianza en las masas y una nula presencia en la zonas neurálgicas de las
masas, traducido en que en la práctica la ciudad y el proletariado fueran
espectadores o en el mejor de los casos el furgón de cola de los acontecimientos
en la teórica pugna por el poder entre el gobierno reaccionario y estos
intelectuales guerrilleros. La incapacidad organizativa de estos intelectuales
derivaría también en casos en que creían que el terrorismo individual y
espectacular serviría de método excitante para las masas». (Equipo de Bitácora
(M-L); Terminológico, 2019)

Es lógico y normal que grupos que no tienen una unidad de pensamiento y acción
acaben así. El propio peronismo se acabó autodestruyendo por su alto nivel de
fraccionalismo interno derivado de su eclecticismo ideológico. Al PRT le ocurriría
lo mismo, pues sus bandos internos y disparidad de ideas sobre el peronismo
acabarían por debilitándolo hasta el punto de impedir en los momentos críticos
un enfrentamiento eficaz tras años de dubitaciones, y no hablemos ya de resistir
los embistes de la represión posterior al golpe de Estado de 1976, momento en el
que el PRT carecía de una estructura de seguridad sólida en una situación en la

79
que, de nuevo, se desataría una pugna política entre fracciones por cómo afrontar
la situación. Para ese momento, ya era totalmente incapaz de maniobrar, por lo
que no pudo soportar la presión externa y acabó produciéndose una desbandada
al exilio con el pretexto de reorganización y discutir el plan de lucha para
reintegrarse –aunque la mayoría de los exiliados no volvieron al país–. En
resumen, el PRT-ERP acabó aún más atomizado, disuelto en diferentes sectas,
siendo refundado muy posteriormente como una extrema caricatura de lo que
fue. Así, ahora apoya sin ton ni son lo que arbitrariamente le place a la dirigencia,
eso sí, alzando la imagen de Roberto Santucho y el Che como emblemas
inamovibles, a pesar de las infinitas contradicciones que enunciaban a su paso.

Volviendo a los sucesos de 1973, el gobierno de Cámpora que asumió en mayo


efectivamente decretaría una liberación de los presos políticos tanto peronistas
como no peronistas a su llegada al poder. ¿Pero hizo esto porque el peronismo
fuese el salvador del pueblo o porque fuese revolucionario? No, se debe a una
coyuntura política muy específica: debido a la presión popular y a los intentos
espontáneos de asaltos a las cárceles de las masas, muchas veces, claro está, bajo
dirección de varias organizaciones. Presos, que, por otra parte, fueron
encarcelados por los militares como Onganía y sucesores de la junta militar de
1966, que habían decretado la ilegalidad de todos los partidos políticos, entre
ellos peronistas tanto de «derecha» como de «izquierda». Esto confirió al
peronismo un respiro y un lavado de cara temporal respecto a sus anteriores
políticas represivas. Ante esta situación, muchas organizaciones, como el PRT-
ERP, sus variadas fracciones y escisiones, así como Montoneros y FAR, creyeron
que estas liberaciones eran la prueba de que el peronismo en el poder podía ser
un aliado táctico. Pero solo era un espejismo del infernal destino que les
aguardaba.

La época de las «desapariciones» no empezaron con Videla, sino con


Perón

«Durante los últimos tres años, más de 2.000 argentinos han muerto como
resultado de la violencia política. El mayor número de estas muertes fueron
causadas por terroristas de izquierda y derecha. Los terroristas de izquierda en
particular hicieron de la policía, los oficiales del ejército y otros funcionarios del
gobierno uno de sus principales objetivos. Los terroristas de derecha, en cambio,
han dirigido su fuego contra estudiantes de izquierda, dirigentes sindicales,
congresistas y personas simpatizantes de las causas de izquierda en general.
Del lado del gobierno, hay evidencia que indica que, frente a la violencia
subversiva a gran escala, la policía y los oficiales del ejército han recurrido en
ocasiones a ejecuciones extralegales, detenciones y encarcelamientos durante
largos períodos y torturas a presuntos terroristas. (...) En cuanto a la libertad
de expresión, el gobierno federal ha cerrado en los últimos tres años casi una
veintena de publicaciones de extrema izquierda y derecha del espectro político».

80
(CIA; Aerograma A-32 de la Embajada en Argentina al Departamento de
Estado, Buenos Aires, 9 de marzo de 1976)

El gobierno peronista, en sus distintos mandatos, ya practicaba las


desapariciones con todo aquel que se dijera comunista o mínimamente contrario
a sus postulados. Véase el «caso Bravo», referido a Ernesto Mario Bravo, quién
fue secuestrado y torturado en 1951; el caso de Juan Ingalinella, secuestrado y
asesinado en 1955, o el abogado comunista Guillermo Kehoe, tiroteado por las
bandas peronistas en 1964; o la periodista peronista Ana Guzzetti en 1974,
secuestrada y asesinada solo dos semanas después de preguntarle a Perón
públicamente sobre las desapariciones y actuaciones de bandas parapoliciales. En
el primer gobierno peronista ya existía la llamada «Sección Especial», un cuerpo
encargado de la represión concreta del comunismo, como orgullosamente
proclamaban en sus discursos. Las campañas de propaganda anticomunista no
tenían nada que envidiar a las del maccarthysmo en EE.UU. o a las del
franquismo en España. Si al lector le interesa, recomendamos el visionado de los
vídeos anticomunistas de la época peronista recogidos en el documental de
Eduardo Meilij: «Permiso para pensar» (1989).

Sobre este tema incluso podríamos hablar de las sacudidas dirigidas hacia viejos
compañeros de política, como los intentos de asesinato hacia Cipriano Reyes en
1947, cuando se negó a disolver su organización sindical en el nuevo partido
peronista, siendo luego detenido en 1948 bajo la excusa de «conspirar para matar
a Perón». Con el advenimiento de Perón en Argentina en 1972, Cámpora, mano
derecha de Perón, renunciaría para que se celebrasen nuevas elecciones
presidenciales al año siguiente, donde el propio Perón sale elegido con un alto
porcentaje de votos –más del 62%–. Para aquel entonces parece decidido a tomar
medidas ante un país contra las cuerdas, en donde la coyuntura político-
económica es dificilísima para cualquier próximo gobierno y con su propio
movimiento cada vez más dividido en dos bandos:

«Este desacuerdo se confirma cuando llega Perón a Argentina [1973] y no puede


aterrizar donde estaba previsto, debido a que se había desatado una batalla
campal donde estaba programado aterrizar y porque los propios peronistas se
habían enfrentado entre ellos por el liderazgo del movimiento; se habla de que
hubo entre un centenar y dos centenares de muertos. La recepción a Perón
degeneró en un enfrentamiento entre la derecha y la izquierda del peronismo
por monopolizar la figura del líder y controlarlo durante su llegada. Y el
liderazgo, siguiendo sus patrones, tenía que dirimirse por la fuerza de las
armas. (...) Perón toma conciencia de que las cosas no le van a resultar tan
fáciles como él pensaba y que está juventud maravillosa de antes le iba a traer
problemas; tendría que tomar medidas para evitar que la situación se
desbordase y ya toma posiciones, considerando que estos jóvenes no eran tan
idealistas sino revolucionarios, claramente. (...) Hay un episodio que lo
conmueve a Perón, que es el atentado contra el dirigente gremial José Ignacio

81
Rucci. (...) Fue un acto doloroso y mostraba que Perón no dominaba todavía la
situación, mostrando a las claras que el oponente ya no tenía miramientos y
estaba dispuesto a llegar hasta el final. Perón, entonces, en una reunión secreta
con los dirigentes peronistas, en Los Olivos, da a entender a través de una
directiva que se acabaron los miramientos hacia estos actos y que había acabar
de una vez, incluso por la violencia, respondiendo a este tipo de acciones
violentas y terroristas. Esta decisión dio lugar a que se produjeran una serie de
acciones encubiertas». (Cambio 16; Entrevista a Jorge Videla, 2012)

En aquella tesitura, bajo la excusa de lograr la «unidad nacional», Perón busca la


alianza de los radicales para asegurar su gobernabilidad, sus viejos adversarios
desde 1946, a los que calificaba de representantes de la «casta oligárquica». Esto
termina de derrumbar la teoría que afirma que Perón era un firme opositor de las
viejas élites criollas. En ese 1973 se impulsó una nueva Ley de Asociaciones
Profesionales, como la emitida en los años 40 para garantizar la hegemonía del
sindicato peronista de masas, la CGT, pudiendo así reprimir legalmente las
huelgas organizadas por los sindicatos opositores, siendo algunos considerados
por esta ley como organizaciones ilegales. Pero descuiden, Perón seguía siendo el
padre de los obreros, lo hacía por su propio bienestar. El peronismo retornado al
poder no había cambiado de carácter: desplegó un gran plan operativo de
represión para barrer del mapa en el menor tiempo posible a toda «organización
subversiva de izquierda», fuese ella peronista o no. Para tal fin se dotaría de
organizaciones paramilitares que actuaban de forma encubierta, como la famosa
Alianza Anticomunista Argentina (AAA), grupo paramilitar que colaboraba
también con los jefes de la policía, ejército y demás. He aquí la interconexión
entre el poder gubernamental y las fuerzas represivas del Estado que se
«presuponen» neutrales, lo cual echa por la borda una vez más la supuesta
naturaleza neutral del Estado. Así lo relata el por entonces Comandante en Jefe
del Ejército Argentino, ni más ni menos que el propio Jorge Videla, exponiendo
cómo se formó y actuaba la mítica Triple A:

«La mano ejecutora de este grupo que operaba bajo las órdenes y el
consentimiento de Perón era el ministro de Bienestar Social, José López Rega,
que organiza la Triple A. (...) Un hombre de confianza del presidente que se
dedica a ejecutar las órdenes que le da el viejo general y que no siempre se
atienen a la legalidad. De esta manera, se van dando los primeros pasos y pone
orden en el país, pero, sin embargo, el líder ya no es el de antes y tiene la salud
muy desgastada. Hasta el último aliento da todos sus esfuerzos por normalizar
y por trabajar en su proyecto, que desde luego no era el de los
jóvenes «idealistas», sino el de normalizar el país de una vez por todas tras los
excesos cometidos. (...) Así llegamos a finales de agosto de 1975, en que soy
nombrado Comandante en Jefe del ejército argentino, y en los primeros días del
mes de octubre, a principios, somos invitados los comandantes de los tres
ejércitos a una reunión de gobierno presidida por Italo Luder, que ejercía como
presidente por enfermedad de María Estela, en las que se nos pide nuestra

82
opinión y qué hacer frente a la desmesura que había tomado el curso del país
frente a estas acciones terroristas». (Cambio 16; Entrevista a Jorge Videla,
2012)

Fueron altamente famosas las consecuencias de esta institución: el asesinato en


1974 del cura tercermundista Carlos Mugica, vinculado al peronismo de
izquierda, Rodolfo Ortega Peña, intelectual de la Juventud Peronista también
asesinado en 1974, o Silvio Frondizi, intelectual del trotsko-guevarista del PRT,
también liquidado en ese mismo año por el terrorismo de Estado peronista, por
citar algunos ejemplos de la represión contra los peronistas de izquierda o de los
movimientos simpatizantes del peronismo de izquierda. Imagínese el lector el
trato dado a los abiertos antiperonistas de entonces, como los pocos marxista-
leninistas. El resultado de aquella reunión entre los dirigentes del peronismo y
los militares era claro: el ejército debía entrar en acción. Videla, años después,
agradecería al peronismo su decisión de tomar cartas en el asunto:

«El empleo de las Fuerzas Armadas en 1975, para combatir contra el


terrorismo, no fue un acto improvisado y mucho menos novedoso. (...) Reflejo
también de ese estado de ánimo, proclive a llevar adelante una guerra sin
cuartel contra los grupos terroristas, son las palabras pronunciadas por el
Diputado Stecco, durante el homenaje que la Cámara de Diputados rindió a José
Rucci, con motivo del atentado que le costó su vida. (...) En el mes de enero de
1975, la señora de Perón, a cargo de la Presidencia de la Nación, dictó un
Decreto por medio del cual ordenaba el empleo de las Fuerzas Armadas para
combatir al terrorismo hasta su aniquilamiento. (...) En los primeros días del
mes de octubre de 1975, el Doctor Luder, provisionalmente a cargo de la
Presidencia de la Nación –la señora de Perón se hallaba en Ascochinga, en uso
de licencia por razones de salud– convocó a una reunión de gabinete para
determinar qué hacer frente a la dimensión que había cobrado el accionar
subversivo. A dicha reunión fuimos invitados los Comandantes Generales,
quienes debíamos exponer nuestros puntos de vista sobre el particular. (...)
Parecía llegado el momento de apelar, como último recurso, al empleo de las
Fuerzas Armadas a fin de combatir al terrorismo subversivo. Agregué que la
decisión de emplear a las Fuerzas Armadas para cumplir con ese cometido
implicaba, de hecho, reconocer un estado de guerra interna con sus
consiguientes secuelas. (...) En atención a ello, se propusieron cuatro cursos de
acción, en grado creciente de libertad de acción. El primero, muy pautado,
garantizaba que no se cometieran errores o excesos, pero hacía suponer una
prolongación sine die del conflicto. Entendíamos por excesos, delitos comunes
que pudiera cometer personal militar al amparo de la guerra a desarrollar. (...)
Los cursos de acción segundo y tercero, eran un gradiente mayor de libertad de
acción. El curso de acción cuarto –que resultó seleccionado– preveía el
despliegue de las Fuerzas Armadas, así como de las Policiales y las de Seguridad
–estas dos bajo el control operacional de las primeras– en la totalidad del
territorio nacional; y, a partir de ese despliegue disperso, nada fácil de

83
controlar, actuar simultáneamente en la búsqueda del enemigo para combatirlo
donde fuera hallado. Cabe destacar que el agresor actuaba en la clandestinidad,
dentro de una organización celular difícil de penetrar, que imponía una
paciente tarea de inteligencia para localizarlo. Debo rendir homenaje al coraje
cívico demostrado por el Doctor Luder en esa ocasión quien, sin hesitar,
seleccionó este curso de acción que era el más riesgoso en cuanto a la posibilidad
de que ocurrieran errores o excesos, pero que garantizaba la derrota del
terrorismo en no más de un año y medio de lucha. Es más, ante un pedido de
intervención por parte de uno de los ministros asistentes, el Doctor Luder
manifestó tener decidida su resolución y con ello cerró el debate». (Jorge
Videla; Declaración pública, 23 de diciembre de 2010)

También cabe mencionar que no solo la alta jefatura del ejército estaba al tanto
de estas prácticas, sino que el cuerpo eclesiástico del país tuvo un papel
fundamental para que estas «desapariciones» continuasen «con la bendición del
Altísimo». Así lo confirmó Adolfo Scilingo, destinado en la Escuela Superior de
Mecánica de la Armada (ESMA), quien pudo contabilizar entre 150 y 200 vuelos.
Este fue el primer oficial militar en reconocer públicamente el terrorismo de
Estado. Según su experiencia personal, los jefes del clero no solo dieron su
bendición a la «lucha contra la subversión» en abstracto, sino que se implicaron
directamente despejando dudas y remordimientos entre los militares que, cómo
él, llevaban a cabo estas ejecuciones, ¿de qué forma? Arguyendo que el país
atravesaba una «guerra santa» y que los «pecadores» no sufrían:

«Adolfo Scilingo: Todos estábamos convencidos que estábamos en una guerra


distinta, para la que no estábamos preparados, y se empleaban los elementos
que se tenían al alcance, el enemigo tenía permanentemente buena información
y había que negársela. Desde el punto de vista religioso, charlado con
capellanes, estaba aceptado. (…) Me hablaba de que era una muerte cristiana,
porque no sufrían, porque no era traumática, que había que eliminarlos, que la
guerra era la guerra, que incluso en la Biblia está prevista la eliminación del
yuyo del trigal Después del primer vuelo, pese a todo lo que le estoy diciendo,
me costó a nivel personal aceptarlo. Me dio cierto apoyo». (Horacio Verbitsky;
El vuelo, 1995)

¿Cuál era el motivo real para adoptar este y no otro procedimiento? La razón era
bastante obvia: por un lado, intentar no dejar rastros burocráticos sobre el
destino de los detenidos; por otro lado, intentar que nunca se hallasen los cuerpos
que confirmasen el delito −cosa que tampoco se logró, ya que cada cierto tiempo
aparecían en las costas y desembocaduras de los ríos las bolsas con los
cadáveres−:

«El mayor problema que se planteaba era el de la eliminación de los subversivos


de los que hubiera que deshacerse, dado haciendo referencia a los problemas
que había tenido Franco con las ejecuciones y se que había adoptado una
solución tras la consulta con las autoridades eclesiásticas, hablándose de subir

84
los subversivos en aviones que no llegaría a destino, lo que se había consultado
con las jerarquías eclesiásticas quienes habían dado su consentimiento dado que
se trataría de una muerte cristiana. A los afectados no se les iba a arrojar
conscientes sino que antes iba a ser anestesiados». (Sentencia de la Audiencia
Nacional (España), de 19 de abril de 2005, por el que se condena a Adolfo
Scilingo por delito de lesa humanidad, con causación de 30 muertes y
realización de detenciones ilegales y torturas, 1997)

Si repasamos las declaraciones de Videla en 2012, cuando llevaba años en prisión


y sin nada que perder, allí recalca que él y sus correligionarios militares dieron el
golpe de Estado de 1976 no porque necesariamente estuvieran en desacuerdo en
lo ideológico con el peronismo en el poder, puesto que en lo fundamental eran
afines a su anticomunismo, su cristianismo y a la pretensión de eliminar de los
grupos guerrilleros… el putsch militar fue contra la incapacidad del gobierno para
hacer frente a la «subversión» tras la muerte del General Perón. Llegados a ese
punto, la burguesía argentina llegó a la misma conclusión que la francesa en 1848:
«¡La legalidad nos mata!», por lo que puso en marcha los trámites para
deshacerse de algunos incómodos de ella:

«A mediados de la década del 70, los elementos terroristas habían proliferado


bajo distintas denominaciones, a los que se sumaban efectivos de custodia de los
dirigentes sindicales –verdaderas patotas armadas que, más que proteger
intimidaban– así como los integrantes de la Alianza Anticomunista Argentina
(AAA). (...) Dentro de esta especie de far west vernáculo, en el cual el Estado
había perdido el monopolio de la fuerza, se destacaban. (...) El Ejército
Revolucionario del Pueblo, encabezado por Santucho, brazo armado del Partido
Revolucionario de los Trabajadores, de tendencia trotskista; y Montoneros,
encabezado por Firmenich, brazo armado de la izquierda justicialista y, más
específicamente, representativo de la Juventud Peronista». (Jorge
Videla; Declaración pública, 23 de diciembre de 2010)

El golpe, según su visión, se tenía que dar porque, en aquel momento, tras la
muerte de Perón en 1974 y en conocimiento de la enfermedad de su segunda
esposa y sucesora, Isabel, se estimaba que dicho gobierno había llegado a un
punto extremo de debilidad, siendo incapaz de contrarrestar los problemas
económicos, sociales y militares de la oposición más izquierdista, con grupos que
estaban adquiriendo una actividad antigubernamental muy contundente –
sabotajes, guerrilla y acciones de terrorismo individual–.

Las declaraciones de Videla, incluso como jefe supremo, hacían énfasis en el


peligro de la subversión que amenazaba los valores que había hecho suyos el
peronismo:

«La Argentina sufrió la agresión del terrorista subversivo, que pretendía


mediante la intimidación pública cambiar nuestro tradicional sistema de vida,

85
inspirada en la visión cristiana del hombre, en la cultura occidental. En la
defensa de sus intereses, nos vimos obligamos frente a esa agresión, a aceptar
el reto de la misma, que era una guerra». (Jorge Videla; Entrevista, 1980)

Esta era la misma visión y prioridad que tenía Perón antes de morir:

«Quiero asimismo hacerles presente que esta lucha en la que estamos


empeñados es larga y requiere en consecuencia una estrategia sin tiempo. El
objetivo perseguido por estos grupos minoritarios es el pueblo argentino, y para
ello llevan a cabo una agresión integral. Por ello, sepan ustedes que en esta lucha
no están solos, sino que es todo el pueblo [el] que está empeñado en exterminar
este mal, y será el accionar de todos el que impedirá que ocurran más agresiones
y secuestros. La estrategia integral que conducimos desde el gobierno nos lleva
a actuar profundamente sobre las causas de la violencia y la subversión,
quedando la lucha contra los efectos a cargo de toda la población, fuerzas
policiales y de seguridad, y si es necesario de las Fuerzas Armadas. Teniendo en
nuestras manos las grandes banderas o causas que hasta el 25 de mayo de 1973
pudieron esgrimir, la decisión soberana de las grandes mayorías nacionales de
protagonizar una revolución en paz y el repudio unánime de la ciudadanía
harán que el reducido número de psicópatas que va quedando sea exterminado
uno a uno para el bien de la República». (Juan Domingo Perón; Carta a los
efectivos de la Guarnición de Azul, 22 de enero de 1974)

Se había llegado al punto en que, dentro del desorden y caos socio-político, las
asociaciones como el radicalismo oficial, también desesperadas, incitaron al
ejército a que pasase a dar un golpe para «poner orden», lo que demuestra que,
la burguesía, más allá de rivalidades y gustos con otras facciones de la misma,
siempre antepondrá el orden social y laboral para interés de su bolsillo:

«María Estela Martínez de Perón, tal como se preveía legalmente. La mujer de


Perón, desde luego, no estaba preparada para ser presidente y mucho menos en
las circunstancias en las que estaba viviendo el país. Para afrontar la situación
que vivíamos, se necesitaba carácter, conocimiento, capacidad para tomar
decisiones y prestigio, rasgos de los que carecía totalmente esta señora. El
gobierno de María Estela va perdiendo fuerza. Era una buena alumna de Perón,
eso sí, ya que desde el punto de vista ideológico se situaba en la extrema derecha
del peronismo y el marxismo le provoca un rechazo total. En un almuerzo con
varios generales, una treintena si mal no recuerdo, llegó a ser muy dura con el
marxismo, en ese sentido no quedaban dudas de que la dirección ideológica
estaba encaminada, pero le faltaban fuerzas y conocimientos para llevar a cabo
el combate, la lucha, y poner orden. Incluso para poner coto a las actividades
de López Rega, que mataba por razones ideológicas pero que también lo hacía
por otras razones para cobrarse algunas cuentas pendientes. La situación,
como ya he dicho antes, era muy difícil, reinaba un gran desorden. A Isabel se

86
le hizo saber este estado de cosas y destituye finalmente a López Rega, que lo
envía de embajador itinerante al exterior. Así se cumplía el deseo de muchos,
entre los que me encontraba, que no queríamos que este hombre siguiera al
frente de sus responsabilidades. (...) Luder, prácticamente, nos había dado una
licencia para matar, y se lo digo claramente. La realidad es que los decretos de
octubre de 1975 nos dan esa licencia para matar que ya he dicho y casi no
hubiera sido necesario dar el golpe de Estado. El golpe de Estado viene dado por
otras razones que ya explique antes, como el desgobierno y la anarquía a que
habíamos llegado. Podía desaparecer la nación argentina, estábamos en un
peligro real. (...) Llegamos así, ya en plena lucha contra el terrorismo, al mes de
marzo de 1976, en donde padecemos una situación alarmante desde el punto de
vista social, político y económico. Yo diría que en ineficacia la presidenta había
llegado al límite. Sumando a esto la ineficiencia general se había llegado a un
claro vacío de poder, una auténtica parálisis institucional, estábamos en un
claro riesgo de entrar en una anarquía inmediata. El máximo líder del
radicalismo, Ricardo Balbín, que era un hombre de bien, 42 días antes del
pronunciamiento militar del 24 de marzo, se me acercó a mí para preguntarme
si estábamos dispuestos a dar el golpe, ya que consideraba que la situación no
daba para más y el momento era de un deterioro total en todos los ámbitos de
la vida. «¿Van a dar el golpe o no?», me preguntaba Balbín, lo cual para un jefe
del ejército resultaba toda una invitación a llevar a cabo la acción que suponía
un quiebre en el orden institucional. Se trataba de una reunión privada y donde
se podía dar tal licencia; una vez utilice este argumento en un juicio y me valió
la dura crítica de algunos por haber incluido a Balbín como golpista. Los
radicales apoyaron el golpe, estaban con nosotros, como casi todo el país. Luego
algunos dirigentes radicales, como Alfonsín, lo han negado». (Cambio 16;
Entrevista a Jorge Videla, 2012)

Fue solo tras la toma de poder de los militares que Videla puso condiciones
políticas a su alianza con el peronismo, al cual pedía para compartir el poder
deshacerse de su demagogia y del seguidismo ciego hacia sus líderes. Cínicamente
pedía esto para adecuarse al «régimen democrático» de la junta militar. Véanse
las entrevistas y declaraciones de Videla entre 1976 y 1981. Como el lector puede
comprobar, tanto Videla como Perón se consideraban representantes del «orden
democrático» pese a que las disposiciones autoritarias de su pensamiento
dictaban exactamente lo contrario. Esta táctica fue copiada de Uriburu en su
ascenso durante los años 30 y la repitieron los presidentes de la «Década infame»
y el pucherazo. Al igual que en 1955, si el peronismo como movimiento político es
derrocado en 1976, no es porque los militares más reaccionarios discrepen en lo
fundamental de sus planteamientos políticos, sino porque consideraban que sus
jefes habían dejado al país desabordarse, que eran demasiado tibios, muy
personalistas y dados al populismo como para poner orden sin contemplaciones,
y la burguesía deseaba el fin de la agitación social a toda costa, cayese quien
cayese, pasando por delante de quien fuese, hasta de su viejo actual en 1976: el

87
peronismo. La nueva juntar militar contaba con el beneplácito de varios amigos,
unos antiguos y otros inesperados, por un lado, por razones obvias, el gobierno
estadounidense; por razones obvias, por el otro, los jefes revisionistas del Partido
Comunista de Argentina, pero centrémonos en los EE.UU.:

«Los intereses estadounidenses no se ven amenazados por el actual gobierno


militar. Los tres comandantes del servicio son conocidos por sus actitudes
anticomunistas y proestadounidenses y, de hecho, una de las primeras
declaraciones de la junta se refiere a la necesidad de Argentina de «alcanzar
una posición internacional en el mundo occidental y cristiano». Los problemas
de inversión serán minimizados por la actitud favorable de la junta hacia el
capital extranjero, mientras que la probable intención del gobierno de buscar
ayuda estadounidense, tangible y/o moral». (CIA; Telegrama 72468 del
Departamento de Estado a todos los puestos diplomáticos de la República
Americana y al Comandante en Jefe del Comando Sur, Washington, 25 de
marzo de 1976)

Pero, pese a lo anterior, Kissinger no andaba tampoco desencaminado cuando


teorizaba que, seguramente, la amenaza de la subversión y el terrorismo fuese
aplacada por Videla y compañía, pero que la nueva junta militar no podría
imponer con facilidad sobre las masas trabajadoras una política de reajuste y
austeridad económica, lo que sí o sí crearía una fuerte oposición y, tarde o
temprano, azuzaría las propias contradicciones internas en el nuevo gobierno:

«La amenaza terrorista probablemente pueda controlarse, si no erradicarse,


pero será difícil diseñar una estrategia económica que promueva la
recuperación sin provocar una oposición generalizada. Las medidas de
austeridad favorecidas por muchos expertos, así como por la propia junta, no
pueden aplicarse sin un sacrificio considerable por parte de una clase
trabajadora que no está dispuesta a pagar el precio. Los esfuerzos persistentes
para imponer la austeridad probablemente producirían una combinación de
resistencia popular y desacuerdos políticos dentro de los círculos militares que
socavarían la capacidad de la junta para gobernar. Entonces se abriría el
camino para otro cambio de gobierno, probablemente implicando el
surgimiento de una nueva facción militar con su propio enfoque». (CIA;
Telegrama 72468 del Departamento de Estado a todos los puestos diplomáticos
de la República Americana y al Comandante en Jefe del Comando Sur,
Washington, 25 de marzo de 1976)

La CIA dio en el clavo en temas fundamentales que los supuestos revolucionarios


no supieron ver…

¿Era Perón un representante del fascismo a la argentina?

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«El justicialismo y el falangismo son la misma cosa separados solo por el
espacio por eso me halagan sus palabras de falangista que, para nosotros,
suenan a camaradería». (Juan Domingo Perón; Carta a Rafael García Serrano,
21 de diciembre de 1963)

¿Era Perón fascista? Bueno, para empezar a desglosar la pregunta del millón
habría que responder antes a lo siguiente: ¿qué podemos considerar fascismo?
Para ello, el lector debe remitirse a otro artículo donde nos explayamos sobre el
tema. Véase el capítulo: «Aclaraciones sobre el fascismo desde un auténtico punto
de vista marxista-leninista» (2017).

En cualquier caso, Perón, en una autobiografía, no tendría ningún problema en


mostrar su admiración por las figuras y obras fascistas:

«No me hubiera perdonado nunca al llegar a viejo, el haber estado en Italia y


no haber conocido a un hombre tan grande como Mussolini. Me hizo la
impresión de un coloso cuando me recibió en el Palacio Venecia. No puede
decirse que fuera yo un bisoño y que sintiera timidez ante los grandes hombres.
Ya había conocido a muchos. Además, mi italiano era tan perfecto como mi
castellano. Entré directamente en su despacho donde estaba él escribiendo;
levantó la vista hacia mí con atención y vino a saludarme. Yo le dije que,
conocedor de su gigantesca obra, no me hubiera ido contento a mi país sin haber
estrechado su mano. (…) Hasta la ascensión de Mussolini al poder, la nación iba
por un lado y el trabajador por otro. (…). Yo ya conocía la doctrina del
nacionalsocialismo. Había leído muchos libros acerca de Hitler. Había leído no
solo en castellano, sino en italiano Mein Kampf». (Torcuato Luca de Tena, Juan
Domingo Perón, Luis Calvo, Estebán Peicovich; Yo, Juan Domingo Perón:
relato autobiográfico, 1976)

Como ya dijimos en otras entregas, Ibarguren, el ideólogo del golpe de Estado de


Uriburu, otro admirador confeso de Mussolini y Hitler, se adhirió tiempo después
al peronismo como propagandista. Véase la obra de Carlos Ibarguren: «El sistema
económico de la revolución» (1946). De las variadas dictaduras militares que
asolaron Argentina en el siglo XX, ninguna se acercaba remotamente a la
«pureza» de los esquemas de los movimientos fascistas de Europa, pero si hubo
un movimiento cercano a la idiosincrasia fascista este fue, sin duda, el peronismo.
La admiración de Perón hacia el fascismo no solo fue manifiesta ni quedó en una
simple simpatía, sino que su doctrina cumplía con varios de los rasgos
fundamentales del fascismo tanto en lo relativo al papel de los sindicatos, su
forma de concebir el pensamiento religioso, la relación entre masas y líder como
su admiración por la violencia irracional, su hondo anticomunismo, su orgulloso
chovinismo nacional, etcétera. Véase el capítulo: «Los reaccionarios orígenes del
peronismo» (2021).

Los peronistas de «izquierda» y otros «marxistas» han tratado de salvar a su


ídolo argumentando que Perón no podía ser fascista o amigo de estos, ¿por qué?
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Según ellos, porque era imposible que en Argentina hubiera fascismo, ya que esta
denominación no correspondía al nivel de desarrollo de las fuerzas productivas
del país sudamericano. Sin embargo, estos «grandes teóricos sobre el fascismo»
deberían revisar la propia historia del siglo XX, ya que no era necesario que un
país alcanzara una cuota máxima de concentración económica, de monopolismo,
para que una figura política fuese fascista y tomase el poder. Estos esquemáticos
y amantes de la teoría menchevique de las fuerzas productivas deberían observar
los gobiernos fascistas o semifascistas que se establecieron en España o en
cualquiera de los países de Europa del Este, como Polonia antes de la Segunda
Guerra Mundial, los cuales no solo dependían en parte del capital extranjero, sino
que incluso tenían rasgos semifeudales. Por lo demás, también harían bien en
saber que Argentina no era precisamente un país atrasado, sino uno de los países
con mayor auge económico a principios del siglo XX. Esto corrobora que los
conocimientos históricos y económicos de estos analistas son escasos cuando no
directamente nulos.

Otros aluden a que el peronismo no podía representar las aspiraciones del


fascismo en Argentina porque, por un lado, algunos sectores tradicionales no
fascistas se unieron a él, mientras otros se oponían directamente al fascismo,
haciendo al peronismo un movimiento heterogéneo e incluso antifascista.
Además, argumentan que el justicialismo o peronismo no se reconocía de forma
abierta como un movimiento fascista. Sin embargo, olvidan que precisamente la
mayoría de movimientos fascistas de la época también absorbieron a figuras y
escisiones de todo tipo: antiguos monárquicos, católicos, socialistas, radicales,
liberales o comunistas, del mismo modo que pasaron de la admiración al
progresivo distanciamiento del «fascio» italiano, no queriendo aparecer ante sus
huestes como una mera copia de un referente que, si bien admiraban, no dejaba
de ser un modelo extranjero. Ergo, dar este tipo de explicaciones es ignorar cómo
se ha configurado el fascismo y cómo se ha desarrollado para acceder –o
mantenerse– en el poder:

«En Italia en 1922, como en Alemania diez años más tarde, es la convergencia
entre el fascismo y las élites tradicionales, de orientación liberal y
conservadora, lo que está en el origen de la revolución legal que permite la
llegada al poder de Mussolini y Hitler. (...) Los fascismos instauraron, por tanto,
regímenes nuevos, destruyendo el Estado de Derecho, el parlamentarismo y la
democracia liberal, pero, a excepción de la España franquista, tomaron el poder
por vías legales y nunca alteraron la estructura económica de la sociedad. (...)
A diferencia de las revoluciones comunistas que modificaron radicalmente las
formas de propiedad, los fascismos siempre integraron en su sistema de poder
a las antiguas élites económicas, administrativas y militares. Dicho de otra
manera, el nacimiento de los regímenes fascistas implica siempre un cierto
grado de «ósmosis» entre fascismo, autoritarismo y conservadurismo. Ningún
movimiento fascista llegó al poder sin el apoyo, aunque sólo fuese tardío y

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resignado, por falta de soluciones alternativas, de las elites tradicionales. (…)
Mussolini acepta primero erigir su régimen a la sombra de la monarquía de
Víctor Manuel III y decide seguidamente lograr un compromiso con la Iglesia
católica. (...) Todo el nacionalismo y la extrema derecha franceses, desde el
conservadurismo maurrasiano hasta el fascismo, convergen, gracias a un
rechazo compartido del parlamentarismo, en el régimen de Vichy,
caracterizándolo como una mezcla de conservadurismo y de fascismo.
Representativo desde este punto de vista es el caso español, ignorado por
nuestros tres historiadores. En España, dos ejes coexisten en el seno del
franquismo: por un lado, el nacionalcatolicismo, la ideología conservadora de
las élites tradicionales, desde la gran propiedad territorial hasta la Iglesia; por
otro, un nacionalismo de orientación explícitamente fascista –secular,
modernista, imperialista, «revolucionario» y totalitario– encarnado por
Falange. (…) Si se piensa en la coexistencia de Mussolini y del liberal
conservador Giovanni Gentile en el fascismo italiano, de Joseph Goebbels y Carl
Schmitt en el nazismo o de los carlistas y falangistas en el primer franquismo.
Cuando se habla de revolución fascista, se deberían siempre poner grandes
comillas, si no corremos el riesgo de ser deslumbrados por el lenguaje y la
estética del propio fascismo, incapacitándonos para guardar la necesaria
distancia crítica. (…) Conflictos entre autoritarismo conservador y fascismo se
produjeron evidentemente en el curso de los años treinta y cuarenta, como lo
prueban la caída de Dollfus en Austria, en 1934, la eliminación de la Guardia de
Hierro rumana por el general Antonescu, en 1941, o la crisis entre el régimen
nazi y una gran parte de la elite militar prusiana revelada por el atentado
contra Hitler, en 1944. (…) Una «catolización» de Falange y de una
«desfascistización» del franquismo. (…) Estos conflictos no eclipsan los
momentos de coincidencia recordados más arriba». (Enzo Traverso;
Interpretar el fascismo. Notas sobre George L. Mosse, Zeev Sternhell y Emilio
Gentile, 2005)

Leyendo estas líneas, uno puede darse cuenta de la ignorancia que ha


predominado entre los presuntos marxistas a la hora de analizar el fascismo y su
evolución en sus diferentes expresiones. En realidad, el fascismo siempre se ha
valido de los partidos tradicionales en crisis para absorberlos o crear alianzas con
ellos y manejarlos a su antojo. Podríamos hablar, incluso, de cómo Mussolini
recuperó ideas de corrientes alejadas a la política tradicional, como el
«sindicalismo revolucionario» de Georges Sorel, algo que se asemeja a la
predominancia del discurso central nacional-sindical de los falangistas
españoles, herencia de la cual siempre estuvo tan agradecido Ramiro Ledesma.
En otras ocasiones, ya con un movimiento político fascista formado y más
compacto, incluso en el poder, las corrientes políticas consideradas por la
politología y la historiografía como «tradicionales» −por haber participado en la
política del país e incluso haber gobernado− se sumaron a este y, con el tiempo,
aprovecharían el momento oportuno para acabar imponiéndose a la facción más

91
«puramente fascista» del régimen sin que el gobierno cambiase demasiado su
esencia, como ocurrió con el franquismo.

En España, incluso tras la derrota del bloque del Eje y los intentos del franquismo
de cara al exterior de llevar a cabo una «renovación democrática» con proyectos
como el Fuero de los Españoles de 1945, lo cierto es que más allá de los intentos
de lavar la cara al régimen, el fascismo español, es decir, el llamado
«nacionalsindicalismo» de José Antonio Primo de Rivera, continuó siendo la
ideología fundamental adoptada por el régimen desde 1939 hasta 1975. Quien no
nos crea puede comparar la famosa Ley de Principios del Movimiento Nacional
de 1958, la cual era básicamente una adaptación de los 9 puntos de Falange
Española creados en 1933. Generalmente, quienes evitan exponer esto suelen ser
personajes filofranquistas que intentan embellecer a Franco separándolo de las
similitudes con las teorizaciones y prácticas de Primo de Rivera, Hitler o
Mussolini para intentar no crear antipatías hacia él. De ahí que se haya definido
el franquismo de mil maneras menos como es: un fascismo a la española. Véase
la obra: «El fascismo español, ¿una «tercera vía» entre capitalismo y
comunismo?» (2014).

El problema es que algunos no entienden que el fascismo puede tomar diversas


formas y caminos para abrirse paso y que, como es normal, en su seno se dirime
una lucha interna de tendencias y personalidades que van dando un toque
tradicional o particular a la fisonomía oficial de ese movimiento:

«El desarrollo del fascismo y la propia dictadura fascista revisten en los


distintos países formas diferentes, según las condiciones históricas, sociales y
económicas, las particularidades nacionales y la posición internacional de cada
país. En unos países, principalmente allí, donde el fascismo no cuenta con una
amplia base de masas y donde la lucha entre los distintos grupos en el campo de
la propia burguesía fascista es bastante dura, el fascismo no se decide
inmediatamente a acabar con el parlamento y permite a los demás partidos
burgueses, así como a la socialdemocracia, cierta legalidad. En otros países,
donde la burguesía dominante teme el próximo estallido de la revolución, el
fascismo establece el monopolio político ilimitado, bien de golpe y porrazo, bien
intensificando cada vez más el terror y el ajuste de cuentas con todos los
partidos y agrupaciones rivales, lo cual no excluye que el fascismo, en el
momento en que se agudice de un modo especial su situación, intente extender
su base para combinar sin alterar su carácter de clase la dictadura terrorista
abierta con una burda falsificación del parlamentarismo.

La subida del fascismo al poder no es un simple cambio de un gobierno burgués


por otro, sino la sustitución de una forma estatal de la dominación de clase de
la burguesía –la democracia burguesa– por otra, por la dictadura terrorista
abierta. Pasar por alto esta diferencia sería un error grave, que impediría al
proletariado revolucionario movilizar a las más amplias capas de los

92
trabajadores de la ciudad y del campo para luchar contra la amenaza de la
toma del poder por los fascistas, así como aprovechar las contradicciones
existentes en el campo de la propia burguesía. Sin embargo, no menos grave y
peligroso es el error de no apreciar suficientemente el significado que tienen
para la instauración de la dictadura fascista las medidas reaccionarias de la
burguesía que se intensifican actualmente en los países de democracia
burguesa, medidas que reprimen las libertades democráticas de los
trabajadores, restringen y falsean los derechos del parlamento y agravan las
medidas de represión contra el movimiento revolucionario.

Camaradas, no hay que representar la subida del fascismo al poder de una


forma tan simplista y llana, como si un comité cualquiera del capital financiero
tomase el acuerdo de implantar en tal o cual día la dictadura fascista. En
realidad, el fascismo llega generalmente al poder en lucha, a veces enconada,
con los viejos partidos burgueses o con determinada parte de éstos, en lucha
incluso en el seno del propio campo fascista, que muchas veces conduce a
choques armados, como hemos visto en Alemania, Austria y otros países. Todo
esto, sin embargo, no disminuye la significación del hecho de que, antes de la
instauración de la dictadura fascista, los gobiernos burgueses pasen
habitualmente por una serie de etapas preparatorias y realicen una serie de
medidas reaccionarias, que facilitan directamente el acceso del fascismo al
poder. Todo el que no luche en estas etapas preparatorias contra las medidas
reaccionarias de la burguesía y contra el creciente fascismo, no está en
condiciones de impedir la victoria del fascismo, sino que, por el contrario, la
facilitará». (Georgi Dimitrov; La clase obrera contra el fascismo; Informe en el
VIIº Congreso de la Internacional Comunista, 2 de agosto de 1935)

En el caso argentino, Juan Domingo Perón empieza a ser una figura política de
renombre a partir de 1943, pero fue en 1945 cuando comenzó a configurar su
propio ideario reconocible y finalmente en 1946 cuando, para júbilo de unos y
horror de otros, lanzó su candidatura presidencial. Es decir, el peronismo se va
fraguando justo en una época en que los movimientos fascistas, a excepción de
España, están siendo derrotados en todo el mundo por las armas:

«Franco, obligado por la nueva coyuntura de la segunda posguerra, intentó


mostrar una «cara amable» hacia Occidente, que a fin de cuentas sería su aliado
en la Guerra Fría. No es casual que el peronismo –nacido en 1945– tuviera en
el acatamiento a la formalidad democrática una de sus bases institucionales».
(Carolina Cerrano; El filo-peronismo falangista 1955-1956, 2013)

De todos modos, el peronismo tampoco podía escapar totalmente a sus


tradicionales, influencias e inspiraciones. En cualquier caso, si nos ubicamos en
una época en donde, como acabamos de comprobar, hasta el franquismo quiso
alejarse de su imagen más radical y tratar de pasar por alto la ayuda recibida de
Hitler y Mussolini, era prácticamente imposible que el peronismo no buscase

93
disimular también los vínculos fundacionales y las simpatías que había
manifestado hacia el fascismo europeo. Tampoco será extraño que, en otros
contextos políticos, con una política exterior más favorable y estable, Perón
vuelva a mostrar sus simpatías con el falangismo y otros movimientos de esta
índole.

En cualquier caso, veamos qué pensaban los falangistas españoles de los años 40
sobre el fenómeno del peronismo argentino:

«La identificación y simpatía falangista con el peronismo se remontaba a los


años de la campaña electoral de 1945-1946 y se mantuvo constante hasta el
retorno definitivo del viejo líder en 1973. (...) Los falangistas vieron al conductor
del país austral como un hombre providencial, un genial astro político, un rayo
de luz en un mundo en tinieblas, el predicador de la «buena nueva de una mejor
justicia», el «profeta joven de una historia recobrada», el «símbolo de la
Argentina moderna, romántica, tradicional y laboriosa» y «el símbolo de la
revolución –como empresa de redención social– de la Patria y de la Justicia».
(Federico De Urrutia: Perón, Madrid, Nos, 1946). (...) La obra de Perón era
equiparada al gran programa de la Falange, que había consistido en
«nacionalizar la izquierda española y calmar la tremenda sed de justicia social
que tenían los hombres del trabajo». (Emilio Romero: Argentina entre la espada
y la pared, Madrid, s.e., 1963) (...) Compartían los mismos enemigos, los que
daban la espalda a la dignidad de la nación, liberales, socialistas y comunistas,
adversarios englobados en la categoría de la antipatria. Indudablemente, los
tres lemas que auspiciaría el peronismo –la independencia económica, la
soberanía política y la justicia social– gozaron del respaldo de los amigos
falangistas». (Carolina Cerrano; El filo-peronismo falangista 1955-1956, 2013)

Sin rechazar al peronismo y considerándolo un «hermano ideológico», el


falangismo advertía, eso sí, que sus formas políticas no eran las más adecuadas,
y que su caída en 1955 demostraba los peligros que podía haber para el régimen
franquista si adoptaba la liberación y la permisión de varios partidos opositores:

«El vespertino sindical Pueblo alertó [el 20 y 24 de septiembre de 1955] sobre el


peligro del restablecimiento de la democracia inorgánica porque la historia de
los pueblos hispánicos demostraba su rotundo fracaso». (Carolina Cerrano; El
filo-peronismo falangista 1955-1956, 2013)

Pero aquí hay que anotar algo fundamental. En verdad, el peronismo no tuvo
nunca un control político, económico y cultural total, ya que fracasó en tal intento,
pero sus intenciones eran clarividentes. En 1955, el líder del movimiento dijo lo
siguiente:

«Nosotros podemos aplastar a nuestra oposición con la aplanadora peronista.


(…) Cuando me dicen que hay que ganar la calle y mantener la calle, yo me
acuerdo que con el sindicato de madereros hicimos preparar trescientos

94
garrotes grandes. (…) Con un clavo en la punta, y dije bueno, muchachos, ¡hoy
ganamos la calle! (…) Con quinientos hombres recorrimos Florida y rompimos
todas las cabezas que encontramos y todas las vidrieras». (Eduardo Meilij;
Permiso para pensar, 1989)

En otra ocasión, Perón comentó que en Argentina:

«No se necesita ninguna libertad política. Ahora se necesita libertad para


trabajar en el país. (...) En eso somos tiranos dictadores». (Eduardo Meilij;
Permiso para pensar, 1989)

En cualquier caso, pese al descrédito y el coste político que podría sufrir con estos
intentos de asimilación forzosa, el peronismo nunca se detuvo con la aspiración
a suprimir al resto de organizaciones políticas. De hecho, llegó al punto de
establecer al peronismo como doctrina oficial de todos los resortes del Estado
(sic):

«Nosotros tenemos en este momento casi 4 o 5 millones de estudiantes. Que si


no votan hoy, votan mañana. No hay que olvidarse. Tenemos que ir
convenciéndolos desde que van a la escuela primaria. Yo le agradezco mucho a
las madres que le enseñan a decir «Perón» antes que decir papá. (...) Esta
exigencia impone al personal de preceptores, maestros y profesores una
profunda identificación con los postulados de la doctrina». (Eduardo Meilij;
Permiso para pensar, 1989)

Esto no era nuevo. Perón ya había aprendido tal política durante los años como
vicepresidente, como se pudo comprobar durante las famosas huelgas del año
1944:

«A un mes de sucedido el golpe de Estado, el gobierno decretó la intervención de


la Universidad del Litoral. La medida, encabezada por el nacionalista católico
Jordán B. Genta, resultó fuertemente rechazada por las organizaciones
estudiantiles, iniciándose un proceso de protestas que se tradujo en la
persecución y suspensión de numerosos estudiantes y profesores. (...) El
gobierno respondió ordenando la cesantía de todos los profesores universitarios
que habían firmado (Bernardo Houssay de la UBA; Américo Ghioldi de La
Plata; Horacio Thedy de la Universidad del Litoral). Tras las cesantías
siguieron nuevas intervenciones y designaciones de notorios representantes de
la derecha católica en importantes puestos: entre ellos, G. Martínez Zubiría,
escritor católico y antisemita, es designado ministro de instrucción Pública. Al
mes siguiente Zubiría comunicó la intervención por decreto de todas las
universidades del país. La procedencia ideológica de muchos de los nuevos
interventores va a ser sintomática de aquel avance de sectores nacionalistas,
católicos y conservadores. En este contexto, la FUA fue ¡ilegalizada por

95
«comunista» y «subversiva», disolviendo y clausurando los cincuenta Centros
de Estudiantes y las cinco Federaciones adheridas». (Pis Diez Nayla; La política
universitaria peronista y el movimiento estudiantil reformista: actores,
conflictos y visiones opuestas (1946-1955), 2013)

¿Y de qué forma pretendió siempre el peronismo implantar sus valores en la


educación de la nación? Siguiendo el modelo nazi. En el manifiesto redactado por
Perón, se afirmaba sin miramientos lo siguiente:

«El ejemplo de Alemania: por la radio, y por la educación se inculcará al pueblo


el espíritu favorable para emprender el camino heroico que se le hará recorrer.
Sólo así llegará a renunciar a la vida cómoda que ahora lleva. Nuestra
generación será una generación sacrificada en aras de un bien más alto: la
Patria argentina». (Manifiesto del Grupo Oficiales Unidos, 3 de mayo de 1943)

Es más, Perón jamás ocultó su intención de obligar a los argentinos a aceptar su


doctrina so pena de ser declarados como «elementos antinacionales»:

«Ningún argentino bien nacido puede dejar de querer, sin renegar de su nombre
de argentino, lo que nosotros seremos. (…) Por eso afirmamos que nuestra
doctrina es la de todos los argentinos y que por la coincidencia de todos sus
principios esenciales ha de consolidarse definitivamente la unidad nacional».
(Juan Domingo Perón; Discurso el 1 de mayo de 1950)

La confianza y radicalidad del peronismo para imponerse era muy evidente en su


época de mayor apogeo:

«Pero no debemos ir a la lucha a menos en este momento hasta que no se dé la


orden; pero cada descamisado, cualquiera que hable mal de Perón, debe
romperle un botellazo en la cabeza o la cabeza, si es necesario». (Eva Perón;
Discurso, 30 de septiembre de 1948)

Efectivamente, el peronismo nunca logró instaurar en Argentina un Estado


fascista como tal, ya que sus gobiernos no dejaron de ser gobiernos de democracia
burguesa, aunque de un carácter sumamente autoritario. De hecho, esto es algo
que podemos encontrar a nivel generalizado en América Latina, donde el
autoritarismo y el militarismo no medra solo bajo gobiernos de corte fascista, sino
también liberales, socialdemócratas y conservadores. De ahí que durante los años
20 y 30 los comunistas confundieron con excesiva facilidad la calificación del
término «fascista» a casi cualquier grupo burgués, un error garrafal sin dudas.

Ahora, una vez aclarado esto, está más que claro que las ideas y las medidas que
trató de instaurar el peronismo en sus diferentes períodos sí iban encaminadas
hacia la constitución de un poder absoluto de los resortes del Estado. Esto se
percibe claramente desde el primer gobierno –1946-52– con declaraciones y
96
reformas osadas, pero es una tendencia que se agudiza mucho más desde el
segundo gobierno –1952-55– y el tercer gobierno –1973-76– a causa de las crisis
económicas y el acoso de la oposición, optando cada vez más por una solución
draconiana, viendo en dicha salida autoritaria la única posibilidad para
mantenerse en el poder dado el punto de no retorno entre peronistas y
antiperonistas, teniendo que acelerar el proceso de progresiva fascistización. Este
se reflejaba en lo siguiente: concentración del poder en el ejecutivo
−especialmente en el líder−, la eliminación de la toda oposición comunista y
liberal, el ajuste de cuentas extraoficial con la oposición y las propias facciones
del peronismo más a la izquierda del oficialismo, el progresivo control de los
medios de comunicación y los cuerpos culturales del Estado, la absoluta sumisión
de los sindicatos y su primacía en el sistema al estilo corporativista, la creación
de organizaciones paramilitares, etcétera.

Pero, como decíamos, una cosa son las intenciones del peronismo y algunas de
sus medidas, y otra muy diferente la capacidad real del movimiento para
implementar tal proyecto, cosa que nunca se logró debido a la fuerte oposición
con la que siempre se encontró Perón. A su vez, esto no excluye el marcado
carácter filofascista de su cúpula y su directa responsabilidad en la abierta
dictadura militar y terrorista que se estaba preparando y que, finalmente, se
desataría en el país tras el golpe militar de 1976. Esto es algo innegable, dado que
el oficialismo del peronismo colaboró con los elementos militares más
reaccionarios para configurar dicho modelo.

Paradójicamente, los miembros de la junta militar tenían una ideología mucho


menos concreta que el peronismo, e incluso tuvieron que declararse en contra de
algunas expresiones de este, por lo cual nunca lograron tener su mismo apoyo
social. Del mismo modo, Videla jamás alcanzó el carisma de Perón como caudillo
de las huestes. Ello no quita que la junta militar de 1976-83 fuese la culminación
de lo que Perón y la mayoría de la burguesía argentina buscaba ante todo: un
poder total, sin una oposición molesta para conformar esa «reorganización
nacional», algo para lo que Videla y otros llevaban trabajando años bajo las
órdenes de Perón. Podemos añadir más viendo las declaraciones de Videla a
posteriori, ya que no puede descartarse que, de haber vivido algo más, el propio
Perón hubiera encabezado un golpe similar, como en 1930 o 1943, del mismo
modo que tampoco puede descartarse que si hubiera triunfado tal golpe de
mando, más tarde el propio Perón fuese rechazado por otro sector de los militares
por su continuo juego de equilibrismo con la oposición, como ocurrió a varios de
los líderes del golpe de 1976.

Esto no es ninguna especulación, sino que como comprobamos en los capítulos


anteriores, toda la «energía» y «capacidad resolutiva» del «gran líder» no
impidió que Perón fuese víctima de sus circunstancias, es decir, no pudo ni
completar su proyecto político de suprimir a la oposición, ni lograr su prometida
«autonomía económica» frente a las potencias, ni completar su idea de «superar

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el capitalismo» a base de una nueva «ética» cristiana-peronista. A lo sumo,
readaptó como pudo su discurso demagógico a una situación que le superaba y
en donde no cumplió gran parte de lo prometido a sus votantes y fanáticos.

Desde el punto de vista de la estrategia política el punto débil del peronismo no


fue la persuasión de las clases populares, puesto que el apoyo hacia el peronismo
era amplio, incluso cada vez que era derrocado. Su talón de Aquiles fue, más bien,
su extremado eclecticismo ideológico, su discurso ampliamente interclasista, su
desafío a la Iglesia y sus cambios constantes en cuanto a alianzas políticas. Esto
le llevaba a no poder mantener una coherencia, a un choque de intereses entre
sus seguidores y aliados, cosa que no podía aplacar eternamente.

El problema tampoco fue el asegurarse una plataforma electoral competitiva y


unos votantes fieles, algo que logró afianzar aún más una vez tomados los resortes
del Estado, sino que el problema central que condenó al peronismo en dos
ocasiones fue la no neutralización de los militares enemigos del peronismo,
siendo el único sector que podía hacerle frente en esos momentos dada la
correlación de fuerzas electorales favorables para su causa. Algunos no eran
enemigos como tal del peronismo, pero sí desconfiaban de él, mientras otros eran
críticos con su «blandenguería» ante la «subversión», ya que recordaban sus
actuaciones previas, cuando el peronismo pendió de un hilo. ¿Y qué militar
burgués quiere al frente de un país de orden a quien no es capaz de poner firmes
a sus ciudadanos o incluso a sus propios militantes?

Perón creyó tener controladas a dichas facciones tras ver al ejército apoyarle en
el intento de golpe de Estado en junio de 1955. Craso error. Tiempo después,
cuando la oposición empezó a agudizar su fuerza en la calle y el ejército no cesaba
de conspirar, no tomó medidas serias para armar a sus seguidores ni tampoco
tomó medidas en el ejército para depurarlo a fondo. ¿Por qué? Por temor a
provocar una reacción inmediata de los militares más reaccionarios. Si armaba a
las bases peronistas, era sabedor de que quizás no podría controlar a sus
diferentes ramas, en especial a los seguidores más «izquierdistas» y a sus
demandas. Nunca dio ese paso de jugarse el todo por el todo por pavor a que ese
gesto fuese a desatar una guerra civil irreversible contra la oposición, que le
hiciera acabar colgado en la Plaza de Mayo como Mussolini. Y por miedo a que,
incluso una vez ganada esa lucha, después deviniese otra guerra entre peronistas
de «izquierda» y «derecha» y, finalmente, la «izquierda» le derrocase. Perón
vivió toda su vida con el mismo temor que Mao: no poder controlar el peligroso
juego de facciones que había construido en su movimiento con el objetivo de
parapetarse en el poder.

En esta carrera de supervivencia para el peronismo, entraron en juego varias


razones de peso que propiciaron su caída, pero lo que está claro es que esa
posición timorata fue clave y le costó a Perón un nuevo Golpe de Estado en
septiembre de 1955, el cual acabaría con su poder hasta recuperarlo en 1973. Este
grave error político le sucedería al peronismo tanto en el periodo de Evita-Perón

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de 1946-55, como en el peronismo de Perón-Isabel en 1973-76. La vacilación del
peronismo en los momentos críticos puede ser vista en los discursos
contradictorios de Perón. Un día pidiendo la renuncia a sus cargos en favor de la
«paz nacional», otro día azuzando a sus seguidores a perseguir a sus opositores
−recordemos la famosa frase: «¡Por uno de los nuestros caído caerán cinco de
ellos!»−, otro día tendiendo la mano a la oposición para formar un gobierno de
coalición «en aras de la convivencia nacional», en otra ocasión escribiendo al
ejército para pedirle ayuda contra la subversión de los guerrilleros, y así
cíclicamente. Visto desde la perspectiva del peronismo y su supervivencia, estos
alegatos desorientaban a sus seguidores y coartaban sus iniciativas para
contrarrestar posibles golpes militares, mientras la oposición veía estas
contradicciones como un signo de decadencia y debilidad, razón de más para
seguir presionando.

En los momentos internos de crisis, los movimientos fascistas o de tendencias


cercanas a él –es decir, con tintes autoritarios y militaristas–, si por algo se
caracterizaron es por las conspiraciones y choques armados entre facciones
dentro del mismo movimiento, por desatar pugnas sangrientas entre varios de los
movimientos que competían por acceder a las cuotas más grandes de poder. Así
sucedió en Austria, España, Alemania, Rumanía, Hungría… monárquicos contra
fascistas, militares contra fascistas, fascistas contra fascistas, etcétera. En este
caso valen como prueba los pleitos dentro del propio régimen argentino de 1976-
83 y las sucesivas pugnas para liberalizar –o no– el régimen. Véase el capítulo:
«La errónea creencia de que en la etapa monopolista la forma de dominación
política es el fascismo» (2017).

En el caso del peronismo es harto complicado, ya que se trataba, seguramente, de


un movimiento mucho más acomodaticio que cualquier otro movimiento político
hasta entonces conocido. Acabamos de ver que los movimientos fascistas
tampoco se formaron puros de una vez para siempre, sino que recibieron todo
tipo de afluencias, a veces engendrando o integrando en su seno a monárquicos,
republicanos de derecha y a tantos otros en momentos de necesidad o para cerrar
alianzas y futuras fusiones. Pero el caso del peronismo es sustancialmente
diferente al de cualquier movimiento fascista clásico, ya que, pese a su brutalidad
represiva, llegó a albergar en su seno desde elementos abiertamente fascistas,
militares de corte tradicional, elementos de ideología católica o republicana hasta
socialdemócratas, sindicalistas combativos, simpatizantes de la teología de la
liberación o «revolucionarios» cercanos al tercermundismo de izquierda. No
menos cierto es que estas alianzas no perduraron, ya que por un lado estos grupos
nunca tuvieron posibilidad de hegemonizar el peronismo, y por otro, en función
del contexto, fueron utilizados por el oficialismo peronista, unas veces
aupándolos y otras condenándolos. Por ello, como decimos, estas alianzas o
fusiones solo duraban hasta que intentaban poner en jaque la esencia
reaccionaria del peronismo. En muchos otros casos, disentir de los caprichos
irracionales del líder era sinónimo de quedarse fuera de los puestos de poder,

99
pese al derechismo y lealtad que se hubieran podido mostrar. Insistimos, ser
peronista no es ser fiel a una ideología muy concreta, sino a las opiniones
cambiantes de un líder populista.

En todo caso, y visto lo visto hasta aquí, consideramos una broma de mal gusto
que partidos maoístas como el PCE (r) en España y tantos otros, que tanta
monserga nos han dado con la «solidaridad contra la represión», salgan ahora a
apoyar a través de sus plataformas la figura y el ideario de un icono de la «guerra
sucia» y el terrorismo de Estado, que alaben el supuesto «antiimperialismo» de
la Argentina de Perón, el refugio y santuario de los nazis.

La responsabilidad del Partido Comunista de Argentina en el


ascenso del peronismo

«En lenguaje político, el término «izquierda» y «derecha» se utilizaban


respectivamente para mostrar una posición más progresista o conservadora
respecto a una ideología o postura concreta. Dentro del marxismo el binomio
«izquierda» o «derecha» también se ha utilizado, pero ha de saberse el qué se
está a la izquierda o derecha y respecto a qué, por ejemplo, la socialdemocracia
estaría más a la izquierda que el liberalismo, pero más a la derecha que el
anarquismo. Esto no son sino conceptos del lenguaje, herramientas que nos
ayudan a comprender mejor ciertas realidades. Así, cuando desde el marxismo,
por ejemplo, se habla de desviación de «izquierda» o de «derecha»,
normalmente se refiere a algo que se escora fuera del marxismo y su eje central.
Generalmente, cuando se habla de «desviaciones derechistas» nos referimos a
concesiones ideológicas hacia el enemigo, a su adaptación, a pecar de una
relajación de la disciplina individual o de grupo. Por contra, cuando hablamos
de «desviaciones izquierdistas» solemos referirnos a maximalismos de o todo o
nada, a cuando se intenta encajar mecánicamente una situación del pasado con
una actual que no tiene nada que ver, a no saber calibrar nuestras fuerzas y las
del contrario, etc. Es cierto que la primera se suele identificar con el reformismo
y el posibilismo político, mientras la segunda casa mejor con el anarquismo y el
aventurerismo. Pero huelga decir que quien conozca al anarquismo sabrá lo
poco disciplinado que es, así como cualquiera que sepa cómo se las gastan en las
filas reformistas reconocerá que el exceso de optimismo bien puede ser una de
sus señas perfectamente. Conclusión: ningún movimiento político es
plenamente de «izquierda» o «derecha» en lo ideológico; ningún grupo
pseudomarxista sufre solo de desviaciones «izquierdistas» o «derechistas»,
aunque, como en todo, se tiende más hacia uno u otro». (Equipo de Bitácora (M-
L); Fundamentos y propósitos, 2021)

Una vez analizado lo que ha sido y es el peronismo, ¿significa que debemos pasar
a apoyar y reivindicar automáticamente la línea conductora del Partido
Comunista de Argentina (PCA) en cualquiera de sus etapas? En absoluto.
Precisamente este es un partido que hay que examinar y «coger con pinzas»
observando sus posicionamientos históricos, que en muchas cuestiones son más
100
que cuestionables. Por mucho que profesase su adhesión a la Internacional
Comunista (IC) y jurase fidelidad a los principios del marxismo-leninismo, la
línea del PCA siempre fue de dudosa certeza, algo que, en ocasiones, porque no
reconocerlo, también puede decirse de la IC. Esto es precisamente lo que nos
diferencia a nosotros de los trotskistas, maoístas o peronistas. Nosotros no
creemos que la autocrítica personal o la objeción hacia el líder predilecto sea
como tirar piedras a nuestro propio tejado, un pecado que suponga la directa
excomunión, sino que, muy por el contrario, es una obligación innegociable si de
verdad deseamos hacer algo medianamente productivo para la causa.

En este documento no señalaremos los avances o retrocesos que supuso el PCA


en relación con las viejas organizaciones obreras de Argentina, sino que nos
centraremos en sus errores más manifiestos, sobre todo, en relación con el
peronismo. Esto debe ser así, pues debemos ser implacables con un partido como
este: uno que como podremos comprobar sin trampa ni cartón sufrió graves
deficiencias y nunca logró bolchevizarse. De hecho, a diferencia de otras secciones
de la IC, dudosamente se puede decir que haya un «periodo dorado» de este
partido argentino, lo que ya predice qué nos vamos a encontrar de aquí en
adelante. Asimismo, intentaremos no perder de vista el contexto internacional en
el movimiento comunista para intentar explicar al lector que lo que le ocurrió al
PCA lamentablemente fue más común de lo que se puede creer a priori.

El socialismo argentino y su eclecticismo ideológico

Uno puede hacerse una idea de la débil difusión de las ideas marxistas en
Argentina, cuando en 1896 durante la fundación del Partido Socialista Argentino
(PSA), su líder, Juan B. Justo, reconocía no tener un nivel ideológico apto, y
además se confesaba como más seguidor de las ideas positivistas que del
marxismo, al igual que su secretario, José Ingenieros, quien postuló no pocas
teorías racistas. El fundador del socialismo argentino era, pues, a lo sumo, un
progresista burgués:

«Hombre de vastas lecturas y que hablaba cuatro idiomas, declaró sin


embargo «me hice socialista sin haber leído a Marx». (...) Sostiene que el trabajo
humano no es una mercancía, al contrario de lo que se afirma reiteradamente
en El Capital. Esto tiene que decir Justo: «en la doctrina de Marx sobre el salario
hemos visto sólo una ingeniosa alegoría para patentizar la explotación del
proletariado por el capital, valiéndose del arsenal doctrinario de los mismos
economistas burgueses». Esta ficción se expresa en que el salario es un contrato
libre, pero en la realidad no es así, es una «esclavitud atenuada», y por eso
la fuerza de trabajo no es una mercancía. (...) Justo combina el marxismo con
la «ciencia nueva» de la sociología de Comte y el evolucionismo de Spencer,
autores muy influyentes entonces, y llega a un extremo empirismo positivista;
confiesa que Spencer sobresalía entre sus lecturas antes de Marx. (...) Rechazó,
igual que Bernstein, tanto la inevitabilidad de la concentración siempre

101
creciente de la propiedad no agrícola –su contraejemplo eran las sociedades
anónimas y los trabajadores accionistas– como el colapso violento del
capitalismo y la revolución. (...) Para Justo, que propugnaba un partido
socialista interclasista, la lucha de clases era «un principio político proclamado
en todo el mundo civilizado» y también «un proceso histórico en gran parte
inconsciente», que sólo convenía si no degeneraba en «una cruenta guerra
social», y que en realidad apuntaba a una «armonía inteligente entre los
hombres». (...) Sus peculiares lecturas de Marx y su notablemente acertado
prejuicio antirrevolucionario llevaron a Justo a enfrentarse con los
comunistas en la Internacional, donde abogó por el libre comercio y otras
consignas liberales, como el antimilitarismo. (...) Fue un entusiasta de las
cooperativas, el «colectivismo posible» bajo el capitalismo; así como admiró
a los socialistas alemanes por su acción política, apreció aún más a los belgas
por la difusión de las cooperativas en ese país». (Carlos Rodríguez Braun;
Orígenes del socialismo liberal. El caso de Juan B. Justo, 2000)

Diríamos que fue el primer líder argentino que revisó abiertamente el marxismo,
pero para ser honestos Justo nunca llegó a estar cerca de ser marxista, y siendo
sinceros el marxismo como tal era una doctrina desconocida en la Argentina de
principios del siglo XX, una donde por el contrario sí penetraría con fuerza el
anarquismo, imperando en gran parte del movimiento obrero.

Como curiosidad que nos parece rescatable e interesante, Justo reconocía en


Marx su talento, pero le reclamaba su excesiva complejidad con la que a veces
elaboró sus mejores escritos, lo que dificultaba la comprensión de las masas:

«Todos los que han sufrido intentando desentrañar el capítulo primero de El


Capital simpatizarán con sus críticas al «artificioso esfuerzo» del economista
alemán en su abstruso análisis de la forma del valor. Justo asevera que el
socialismo «no puede admitir en su seno una doctrina esotérica, oculta,
accesible sólo a ciertos privilegiados». (Carlos Rodríguez Braun; Orígenes del
socialismo liberal. El caso de Juan B. Justo, 2000)

Tengamos en cuenta que, en primer lugar, Marx no contaba con las facilidades
existentes para realizar, editar y distribuir su obra, y en segundo lugar, en la época
de Justo las traducciones de Marx y Engels no eran tan fieles a los manuscritos
originales como hoy. También recordemos que en el siglo XX la mayoría de
militantes de los partidos de la II Internacional se habían formado durante las
últimas décadas en base a Kautsky, Bebel, Bernstein, Millerand, Jaurés, Guesde
y compañía, pero en cuanto a conocimiento real de la obra de los padres del
socialismo científico este era escaso, cuando no habían recibido adrede versiones
adulteradas:

«En los años 90, cuando los círculos marxistas comenzaron a organizarse, la
gente estudió principalmente el primer volumen del Capital, éste, aunque con

102
gran dificultad, se pudo obtener. En cuanto a otras obras de Marx, las cosas
estaban muy mal. La mayoría de los miembros del círculo ni siquiera habían
leído el Manifiesto del Partido Comunista. Por ejemplo, yo lo leí por primera vez
solo en 1898 en alemán, ya en el exilio». (Nadezhda Krúpskaya; Aprendamos a
trabajar con Lenin, 1932)

El propio Engels denunció, antes de morir, la censura y manipulación de sus


textos en los órganos escritos de estas organizaciones. Ejemplo infame de esta
clase de tergiversación es el IV tomo de «El Capital» que publicó Karl Kautsky del
1905 al 1910, el cual manipuló ampliamente los borradores de Engels, y lo
expresado por Marx en los manuscritos del 62-63 de los que tomaba las tesis
sobre las que redactó. Otro escenario similar le sucedió a Engels poco antes de
morir, esta vez la socialdemocracia alemana intentó suprimir la introducción de
Engels a la obra de Marx «La lucha de clases en Francia» (1850), intentando
hacerle pasar como un partidario del legalismo burgués y la vía pacífica al
socialismo. Véase la obra de Friedrich Engels: «Carta a Paul Lafargue» (3 de abril
de 1895).

A día de hoy tenemos bastantes medios de fácil acceso para comprobar que las
ediciones que poseemos de los clásicos corresponden con los escritos originales
de los autores, y así evitarnos un disgusto. Dista decir que el militante medio de
principios del siglo XX no poseía esto, por lo que su formación se vio gravemente
manipulada.

Sea como sea, si dejamos a un lado los escritos matemáticos de Marx, existen
capítulos como «El proceso de acumulación del capital», «La jornada de trabajo»
o «Desarrollo de las contradicciones internas de la ley» de su obra a priori más
compleja «El Capital» (1867), que lejos de ser un mamotreto de párrafos
ininteligibles son totalmente accesibles incluso para alguien sin nociones
económicas, filosóficas o históricas. Uno también puede consultar obras como
«La doctrina económica de Karl Marx» (1886) de Karl Kautsky de su etapa
revolucionaria, la «Reseña del primer tomo de El Capital, de Karl Marx para el
Hebdomadario Democrático» (1868) de Friedrich Engels, o los capítulos «El
Valor» y «La Plusvalía» del «Karl Marx» (1914) de Lenin para bien, en el caso de
las dos últimas aprender cuales son las teorías fundamentales de la obra de
manera simple y resumida, o en el caso de la primera empezar a estudiar los
contenidos más complejos de la obra en profundidad de manera simplificada y
accesible. En todo caso, el valor de esa obra de Marx no solo se reduce al
contenido mismo sino a la forma tan amena y sencilla que tuvo a la hora de
condensar y explicar algo tan transcendente para comprender la historia reciente.
Por tanto, podemos entender las reticencias de Justo: en efecto, la obra de Marx
no siempre fue lo clara que pudo ser, sus «licencias hegelianas» en el lenguaje
como él mismo reconoció, pueden jugar una mala pasada a cualquier lector, pero
si Justo no llegó a especificar a qué partes de la obra de Marx se refiere y no
tenemos en cuenta todo lo anterior, no podemos discutir abiertamente esta

103
interesante cuestión que siempre sale a colación: la problemática entre una obra
producida por la «vanguardia teórica» del movimiento revolucionario y el nivel
de accesibilidad real para las masas.

La fundación del PCA y sus defectos izquierdistas (1918-34)

El Partido Comunista de Argentina (PCA) –creado en 1918 como escisión de los


socialistas– partía de los defectos clásicos de toda organización embrionaria o
inexperta:

«El PCA había hasta entonces realizado una penetración epidérmica entre la
clase obrera y contaba, en cambio, con una fuerte presencia de afiliados que
procedían de la clase media (59). A partir de 1925, se intentó, por medio de la
bolchevización dispuesta por la IC y aprobada por el PCA en su VIIº Congreso
del mes de diciembre, profundizar la inserción comunista en los lugares de
trabajo y lograr así una mayor incorporación en sus filas de sectores de la clase
obrera». (Víctor Augusto Piemonte; Lucha de facciones al interior del Partido
Comunista de la Argentina hacia fines de los años veinte: la «cuestión Penelón»
y el rol de la Tercera Internacional, 2015)

Si deberíamos quedarnos con un rasgo característico de esta época serían las


continuas trifulcas entre fracciones. Véase la escisión del grupo chipista en 1925
o la escisión de Penelón en 1928. Pero en honor a la verdad, los rasgos,
deficiencias y desviaciones del PCA fueron análogos a lo que mostraban otros
partidos jóvenes de aquel entonces, razón por la que recibió no pocas
reprimendas por parte de la IC:

«Codovilla proclamó irónicamente estar hablando «para la historia» y


denunció que Williams se había presentado a sí mismo como el salvador del PCA
y como el iniciador de la reorganización del trabajo partidario sobre la base de
células que demandaba el proceso de bolchevización. No obstante, el dirigente
del PCA afirmaba que esta reorganización había comenzado a tener lugar con
anterioridad a la llegada de Williams a la Argentina. Stepanov se oponía al
hecho de que Codovilla criticara el trabajo de Williams por enviar informes y
telegramas a Moscú sin consultarlo previamente con el CC del PCA, pues
entendía que Williams estaba en todo su derecho de hacerlo así, y afirmaba no
poder otorgar visos de verosimilitud a los reproches de Codovilla sobre la fuerte
influencia que aquel habría estado ejerciendo en el PCA: «No puedo entender
que un partido esté compuesto por una masa tan pasiva que un camarada, que
una persona pueda hacer que salga como mejor le parezca» (34). Stepanov
proclamaba incluso la mayor justeza de la línea política de Williams en
comparación con la línea propuesta por la dirección argentina». (Víctor
Augusto Piemonte; Lucha de facciones al interior del Partido Comunista de la
Argentina hacia fines de los años veinte: la «cuestión Penelón» y el rol de la
Tercera Internacional, 2015)

104
Paulino González Alberdi diría:

«González Alberdi: Sobre el chipismo, pesa la doble influencia del artesanado


anarco-sindicalista y del intelectualismo pequeño burgués. Izquierdismo en las
frases, derechismo en las acciones. Los chipistas no quieren la lucha por las
reivindicaciones inmediatas, porque para ellos, la revolución social argentina,
no será la consecuencia de la acción revolucionaria en el país. (…) Sino un
proceso que se producirá a consecuencia de la revolución europea,
mecánicamente. Para ellos, por tanto, no hay posibilidades revolucionarias
propias en la Argentina y todo ha de reducirse, en consecuencia, a una
propaganda de secta, tendiente especialmente a hacer conocer lo que ocurre en
Europa. Es, como decíamos, una pasividad pequeño burguesa escondida con un
lenguaje de pseudoizquierda. Nada puede hacerse en el país, porque cualquier
cosa que se haga es reformismo. (…) El penelonismo, se presenta más
claramente como tendencia pequeño burguesa. No quiere la lucha contra la
burguesía nacional, impidiendo el abastecimiento de los ejércitos que marchen
contra Rusia [en la futura guerra]; es capitulacionista en materia sindical;
sobrevalora la función parlamentaria del concejal, alrededor de la cual quiere
volcar al partido. (…) El partido ha reaccionado contra estas desviaciones,
venciéndolas. Evidentemente que ha fortalecido así su ideología. Mas no está
exento de deficiencias importantes. Así su nivel ideológico es relativamente bajo,
a pesar de los progresos realizados; es pobre de cuadros dirigentes; el trabajo
colectivo tampoco se realiza en la medida deseable. (…) Tenemos muy poca
influencia en la masa campesina y escasa en algunos centros industriales;
nuestros afiliados trabajan generalmente no en grandes establecimientos, sino
en pequeños talleres». (Internacional Comunista; El movimiento revolucionario
latinoamericano, 1929)

A finales de los años 20 y principios de los años 30 hubo varias divergencias con
los representantes de la IC, puesto que el partido argentino se caracterizó por un
exceso de optimismo, una falta de preparación y unos análisis irreales que lo
llevaron al aislacionismo y a sufrir fracasos muy sonados:

«Bajo esta política los comunistas impulsaron una serie de huelgas: la de


albañiles en 1929, la de la localidad cordobesa de San Francisco en 1929, la de
obreros madereros en 1930, la de petroleros en la ciudad de Comodoro
Rivadavia en 1932, la de los obreros frigoríficos del mismo año, entre otras. Se
pregonaba, en consonancia con lo señalado por la ISR, la idea que en cada
conflicto huelguístico se encontraba el embrión del proceso revolucionario
(Lozovsky, 1932). (...) El saldo de los conflictos lanzados durante el período fue
negativo. El PC no logró que las organizaciones sindicales no comunistas se
sumaran a las huelgas. La preparación de los conflictos se realizó en un corto
tiempo y con una escasa medición real de la capacidad de respuesta represiva
de las empresas en asociación con el Estado. (…) Debido a su propia estrategia
de «clase contra clase», se encontraban aislados y parecieron encarar las luchas

105
recalando más en el arrojo y compromiso de sus militantes que en la
organización y preparación de los conflictos». (Hernán Camarero; Las
estrategias en el lugar de trabajo del Partido Comunista en Argentina desde sus
orígenes hasta 1943: células, comités de fábricas y comisiones internas, 2014)

Pese a la pluma trotskista de este autor, ningún revolucionario honrado negará


estos hechos del PCA, reconocidos por ellos mismos poco tiempo después:

«Los izquierdistas se expresan especialmente como resistencia al trabajo de


masas y falta de organización de las luchas. El confusionismo táctico conduce
sobre todo a la espontaneidad, acariciada por derechistas e izquierdistas. Las
concepciones de espontaneidad llevarán el Partido a las derrotas. Es el gran
peligro táctico del partido. La huelga de Klokner, la «huelga de los tres»
(Rosario), la idea de que el Partido ya tiene suficiente arraigo en la masa, son
formas visibles de la concepción de la espontaneidad, que salta por sobre la
organización y el Partido. La espontaneidad corre pareja con un menosprecio
de la función del Partido. La reciente huelga contra las deportaciones,
declarada por el Comité Obrero y estudiantil, prueba hasta qué punto el peligro
de la espontaneidad es grave para el Partido. Sin preparación, sin
organización, sin ligazones serias con la masa obrera, se decreta desde arriba
una huelga de masas… sin masas, fiados simplemente en las declaraciones de
protesta publicadas en los diarios y en la indignación que producen las
deportaciones. (...) Esa es una forma aparentemente real de combatividad. Se
habla mucho de grandes luchas, pero no se organizan las más modestas luchas
cotidianas, y frecuentemente ni se participa en ellas. (...) Organizar las luchas
del proletariado por sus reivindicaciones inmediatas, y con el proletariado
realizar la lucha contra la reacción y contra la policía, esa debe ser nuestra
orientación. Para ello, hay que vencer las corrientes de espontaneidad, hay que
tomar contacto serio y orgánico con los obreros, hay que organizar las luchas,
por pequeñas que sean. Sin la participación y organización de las luchas
cotidianas del proletariado, la mera lucha antipolicial así aislada del
movimiento de masa, puede degenerar en forma ruidosa en la pasividad. El
trotskismo, que ignora absolutamente la función del partido, y el
luxemburguismo, se basan en la espontaneidad: no el leninismo, no la IC, que
enseñan que ni aun en las condiciones objetivas más favorables la situación se
tornará en provecho del proletariado sin la existencia de un PC de masas que
organiza las luchas de las masas y las dirige». (Partido Comunista de
Argentina; Resolución sobre la situación y las tareas del Partido Comunista de
Argentina, Registrado en Moscú, 25 de marzo 1932)

Solo a partir de mediados de los años 30 el PCA pudo subsanar esta falta de
influencia en los sindicatos, aunque esta se diera a cuentagotas.

106
Pero estos no fueron los únicos problemas, por aquel entonces Víctor Codovilla
adelantaba su desviación anarquista de jugar a calificar cualquier gobierno
reaccionario de turno como «fascista». Un vicio que practicó con ahínco tanto a
nivel regional:

«El imperialismo inglés va siendo desalojado de sus posiciones y el yanqui no


sólo va dominando económicamente a estos países, sino que crea gobiernos
reaccionarios nacional-fascistas». (Internacional Comunista; El movimiento
revolucionario latinoamericano, 1929)

Como dentro del ámbito nacional:

«De este modo, comienzan a ser vistos como fascistas, actores políticos que no
se reivindican como tales, e incluso niegan serlo. Uno de sus primeros usos fue
hecho por el Partido Comunista para acusar al presidente Hipólito Yrigoyen de
orientarse «hacia la dictadura nacional fascista», justamente una semana antes
de caer por un golpe militar en 1930». (Pablo Pizzorro; En torno a los orígenes
del antiperonismo: la Unión Democrática frente a la instauración del aguinaldo
(1945-1946), 2018)

La caracterización de Argentina a ojos de la IC

Para el VIº Congreso de la IC de 1928, en el informe del suizo Jules Humbert-


Droz sobre la cuestión de los países latinoamericanos, hablaba con felicidad del
avance de los partidos a nivel general, salvo de uno:

«Las secciones en América Latina se han desarrollado considerablemente. Con


la excepción del Partido Comunista de Argentina que ha estado inmerso en
diversas crisis». (International Press Correspondence; Vol.8, Nº72, 17 de
octubre de 1928)

Del VIº Congreso de la IC de 1928 y sus documentos hay uno que destaca para el
tema que nos interesa, nos referimos al informe del suizo Jules Humbert-Droz –
más tarde expulsado por sus posiciones bujarinistas– en torno a la cuestión de
los países latinoamericanos, como también la posterior resolución emitida –tras
las pertinentes intervenciones de cada delegación–. Esta información hoy
disponible –y pocas veces consultada– es sumamente importante para entender
el posicionamiento del organismo sobre América Latina.

Aquí se señalaba la creciente influencia del imperialismo estadounidense en esta


región, que estaba expulsando poco a poco al imperialismo británico. Si en 1918
era el responsable del 40% de las importaciones latinoamericanas, en 1928 ya
controlaba el 66% de las mismas. El capital invertido por el imperialismo
estadounidense en América Latina constituía más que el de Europa, y ascendía
en total a un 40% de todas las exportaciones de capital al mundo. Respecto a 1912,
la inversión de capital había crecido un 1025% en Argentina, un 676% en Brasil,
un 2906% en Chile, un 82% en Perú, un 5309% en Venezuela y un 6000% en

107
Colombia. Humbert-Droz señalaba que era falsa la teoría de que «el imperialismo
estadounidense apoyaba a las fuerzas liberales» mientras que «el imperialismo
británico representaba una fuerza conservadora que apoyaba a las fuerzas más
autoritarias». Lo cierto es que ambos países apoyaban una u otra tendencia
dependiendo del contexto. Asimismo, se comentaba que el problema social indio
seguía siendo un problema a tomar en cuenta en algunos países, mientras que el
«americanismo» como ideología era una idea abstracta y romántica de la cual se
aprovechaba el imperialismo estadounidense para mantener el statu quo.

En la cuestión agraria, estos países daban muestras de rasgos semifeudales, algo


muy importante, ya que en la mayoría de estos países la agricultura y la ganadería
seguían ostentando el papel principal en la economía. Esto es algo que también
se examinaría en la Primera conferencia comunista latinoamericana de 1929,
donde se expusieron las pruebas del feudalismo todavía existente –tanto por el
nivel técnico de las explotaciones, la prohibición del comercio, el modo de
retribución al trabajador y hasta la existencia del derecho de pernada–. Del
mismo modo, en lo económico, se señalaba que las inversiones de capital de las
potencias imperialistas y la balanza comercial demostraban que estos regímenes
latinoamericanos no eran independientes ni en lo político ni en lo económico.

A la burguesía de dichos países que había nacido bien ligada a los imperialistas
se la consideraba dentro del campo de la contrarrevolución. También se
subrayaba la inexistencia de una aguda lucha entre los capitalistas y los
propietarios de tierras, confundiéndose unos con otros, ya que ambos invertían
en los negocios del otro. Esto era un proceso similar al que ocurrió en España con
el sincretismo de la nobleza y la burguesía en el siglo XIX.

En el caso argentino, Paulino González Alberdi lo presentaba como un país de


diez millones de habitantes, solo dos de ellos concentrados ya en la capital de
Buenos Aires. Este nuevo país en expansión recibía una enorme emigración de
América y Europa. Si la población urbana era del 43% en 1895, alcanzó el 58% en
1914. En lo económico, estaba dominado por la producción agropecuaria que
suponía el 65% de la economía –bajo la forma predominante de la gran
propiedad, en torno a un 68%–. Aunque la burguesía industrial estaba en auge y
sus representantes ponían sobre la mesa la necesidad de un proteccionismo
económico, su debilidad política no le había permitido implementar tales
medidas. La poca industria estaba concentrada en una única zona y era poco
diversificada. En general, la economía argentina todavía dependía enormemente
de los vaivenes en los precios del mercado internacional. Sus principales socios,
británicos y estadounidenses, controlaban ferrocarriles, créditos, comercio de
cereal, extracción petrolífera y otros puntos clave. La deuda nacional pública
ascendía a 216.661.000 pesos. Las inversiones británicas alcanzaban cuotas de
4.958 millones y las estadounidenses de 1.053 millones.

Pero, por encima de todo, la IC hacía énfasis en que la cuestión más importante
para los comunistas en estos países –tuvieran mayor o menor desarrollo de las

108
fuerzas productivas– era lograr poder consolidar la alianza del proletariado con
el campesinado sin tierras, así como el resto de la pequeña burguesía. Un bloque
donde el partido comunista debía guardarse el derecho a criticar la influencia
negativa de los políticos pequeño burgueses que podían desviar al movimiento
revolucionario.

Este, y no otro esquema, era el requisito para resolver rápidamente las tareas
pendientes de la revolución democrático-burguesa y convertirla en una
revolución socialista, matizándose que esta celeridad dependía de la correlación
de las fuerzas internas y de la ayuda externa del proletariado mundial. Delegados
de la IC, como el ecuatoriano Ricardo Paredes, subrayaron que era menester
realizar incluso una distinción más clara entre países con cierto desarrollo
industrial y concentración de capital, entre los que incluía Argentina, Uruguay,
Brasil, México y Ecuador del resto de países, ya que podían tener como tarea
inmediata la revolución socialista, aunque no parece que tal matización se tuviera
demasiado en cuenta, algo que posteriormente pondría las cosas muy fáciles a las
teorizaciones que seguían insistiendo en el «atraso de las fuerzas productivas».
En todo caso, en la resolución final sobre los países coloniales y semicoloniales el
foco se centró en dejar claro que, en base a todo lo anterior descrito, era muy
posible que si los comunistas llegaban al poder en los países latinoamericanos no
sería necesario pasar por una fase de desarrollo capitalista, sino que podrían
transitar al socialismo, aunque fuese de una forma más lenta que en algunos
países europeos más desarrollados. Incluso refiriéndose a países más atrasados,
la IC ya había adelantado:

«En los países todavía más atrasados –como en algunas partes de África–, en
los cuales no existen apenas o no existen en general obreros asariados, en que
la mayoría de la población vive en las condiciones de existencia de las hordas y
se han conservado todavía los vestigios de las formas primitivas –en que no
existe casi una burguesía nacional y el imperialismo extranjero desempeña el
papel de ocupante militar que ha arrebatado la tierra–, en esos países la lucha
por la emancipación nacional tiene una importancia central. La insurrección
nacional y su triunfo pueden en este caso desbrozar el camino que conduce al
desarrollo socialista, sin pasar en general por el estadio capitalista si, en efecto,
los países de la dictadura del proletariado conceden su poderosa ayuda».
(Internacional Comunista; Programa y estatutos de la IC aprobados en el VIº
Congreso celebrado en Moscú; 1928)

¿Se comprendieron las características de Argentina, las fuerzas motrices y la


estrategia a seguir? Bueno mejor sigamos adelante y que el lector lo vaya
descubriendo por sí mismo.

Las críticas de la IC sobre la dirección argentina

Gerónimo Arnedo Álvarez, Rofoldo Ghioldi y Víctor Codovilla, estos últimos


representantes activos de la IC por parte de la sección argentina, fueron los

109
principales dirigentes a partir de mediados de los años 20, aunque no sin
dificultades. Ellos también sufrieron durante estos años críticas de otros
dirigentes de la IC sobre sus diversas actuaciones, lo que indica la complejidad
ideológica de estas disputas. Véase la obra de Victor L. Jeifets y Andrey A.
Schelchkov: «La internacional Comunista en América. En documentos del
archivo de Moscú» (2018).

Este nuevo núcleo no supuso ni el cese del fraccionalismo ni los bandazos


ideológicos en la máxima dirección. Pocos años después vendrían la crítica y
destitución de Luis Víctor Sommi en 1938 y la crítica y expulsión de Juan José
Real en 1952, por citar un par de casos destacados. En muchas ocasiones, las
figuras defenestradas solo eran la «cabeza de turco» para justificar los errores
colectivos del partido y, en especial, los malos cálculos y actuaciones desastrosas
de las figuras de autoridad, como Codovilla-Ghioldi.

«Rodolfo Puiggros se separó del partido oficial después de 1946 creyendo que
podrían asegurar mejor sus propios objetivos en cooperación con más que en
oposición a Perón. Al parecer, Perón está tratando de usar al grupo disidente
como cebo para que los opositores de izquierda, especialmente en el movimiento
obrero, se unan al peronismo. El grupo «disidente», a su vez, mantiene
relaciones consultivas con Perón, aunque el alcance exacto de su influencia no
se puede determinar con exactitud». (CIA; Desarrollos probables en Argentina,
Washington, 13 de junio de 1952)

Como ya se ha dejado claro, el fraccionalismo del PCA en cualquiera de sus etapas


era muy similar al de otras organizaciones de su tiempo, e indirectamente
suponía un signo de inmadurez ideológica y de falta de liderazgo:

«Vosotros sabéis que ambos grupos del Partido Comunista de los Estados
Unidos (PC de EE.UU.), compitiendo entre sí y persiguiéndose como caballos en
una carrera, están especulando febrilmente sobre las diferencias existentes y no
existentes dentro del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). ¿Por qué
hacen eso? ¿Lo exigen los intereses del PC de EE.UU.? No, claro que no. Lo hacen
para obtener alguna ventaja para su propia facción particular y para causar
daño a la otra facción. Foster y Bittleman no ven nada reprensible en declararse
«stalinistas» y demostrar así su lealtad al PCUS. Pero, mis queridos camaradas,
eso es una vergüenza. ¿No sabéis que no hay «stalinistas», que no debe haber
«estalinistas»? ¿Por qué la minoría actúa de esta manera indecorosa? Para
atrapar al grupo mayoritario, el grupo del camarada Lovestone, y demostrar
que el grupo Lovestone se opone al PCUS y, por tanto, al núcleo básico de la
Internacional Comunista (IC). Eso es, por supuesto, incorrecto. Es
irresponsable. (...) ¿Y cómo actúa el grupo Lovestone a este respecto? ¿Se
comporta de manera más correcta que el grupo minoritario? Lamentablemente
no. Desafortunadamente, su comportamiento es aún más vergonzoso que el del
grupo minoritario. (...) Pero, camaradas, la IC no es un mercado de valores. La

110
IC es el lugar santísimo de la clase obrera. (...) No puede haber lugar en nuestras
filas para las podridas intrigas diplomáticas. (...) Se debe poner fin a la
situación actual en el PC de EE.UU., en la que las cuestiones sobre el trabajo
positivo, las cuestiones de la lucha de la clase obrera contra los capitalistas, las
cuestiones de los salarios, las horas de trabajo, el trabajo en los sindicatos, la
lucha contra el reformismo, la lucha contra la desviación de derecha, cuando
todas estas cuestiones se mantienen en la sombra y son reemplazadas por
cuestiones insignificantes de la lucha de facciones entre el grupo Lovestone y el
grupo Foster». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Sobre el Partido
Comunista de los Estados Unidos, 1929)

Años después, la IC reflexionaría sobre los daños que este tipo de actitudes habían
causado, instando a una profunda autocrítica para salvar el prestigio y el trabajo
positivo de estos partidos:

«Debido a todos estos errores, no incurrimos en una debida autocrítica, y lo que


es más peligroso, en muchos casos hemos persistido y aún seguimos
persistiendo en estos errores, presentándolos como una línea que parecía ser
correcta. (…) Confirmamos que la oficina sudamericana ha sido formada
inicialmente a partir de los líderes sudamericanos más responsables, y en
particular, de los líderes de Argentina. (…) El trabajo general de la oficina
sudamericana merece un comentario estimativo: su línea principal estaba
equivocada, pero esto no significa que su trabajo fuese nulo o totalmente
perjudicial. (…) La presencia de delegados de la IC no disminuye, sino que
incluso agrava la responsabilidad de los líderes latinoamericanos que han
colaborado con ellos. (…) Los conceptos erróneos existentes en nuestros
partidos, nuestra falta de preparación teórica, nuestra debilidad organizativa,
nuestros errores del pasado, nuestra falta de autocrítica y falta de vigilancia.
(…) Esta ausencia de autocrítica proporciona a los elementos oportunistas plena
oportunidad para todo tipo de especulaciones, y desarma nuestras filas contra
el trotskismo». (Internacional Comunista; Conclusiones de la discusión de la
Internacional Comunista y los partidos sudamericanos, 1938)

Asimismo, en otro documento, se comentaba igualmente:

«Esto hace absolutamente indispensable plantear y esclarecer todas las


actividades pasadas, las posiciones adoptadas en época anterior, la táctica y los
métodos puestos en práctica entonces, fijando las responsabilidades
respectivas. Y esto, no solamente ante nosotros mismos, sino ante nuestros
Partidos y ante la masa de cada uno de nuestros países en general. Solo un
análisis estricto de nuestras actividades pasadas, solo un balance autocrítico
preciso de ellas y de las posiciones de los dirigentes que intervinieron en ellas,
pueden ayudarnos y ayudar a nuestros partidos a liquidar concepciones
erróneas, métodos falsos, procedimientos incorrectos; a reforzar nuestra
vigilancia de clase, rudamente debilitada en la actualidad; a armar e inmunizar

111
a nuestros partidos y a nuestros militantes contra el trotskismo». (Informe de
«Pérez» [Juan César Vilar Aguilar] a la Internacional Comunista; Sobre la
cuestión de la IC en los Partidos latinoamericanos, Confidencial, 1938)

Este autor iba más allá, puesto que planteaba que:

«Esta autocrítica no puede ser en forma alguna considerada como una cuestión
interna de nuestros partidos o simplemente de sus direcciones sino como una
cuestión amplia y públicamente debatida ante las masas. De acuerdo con las
decisiones del VIIº Congreso [de la IC de 1935]». (Informe de «Pérez» [Juan
César Vilar Aguilar] a la Internacional Comunista; Sobre la cuestión de la IC en
los Partidos latinoamericanos, Confidencial, 1938)

«La línea a la que se acoplaron nuestros partidos estaba generalmente en


desacuerdo con la línea trazada por la IC en el VIº Congreso [1928], lo que dio
origen al sectarismo, que todavía no ha sido subsanado y dificulta el trabajo.
(…) Impulsados a subestimar el peligro del fascismo, se interpretó el fin de la
estabilidad relativa del capitalismo como el inicio del fin del propio capitalismo.
(…) Se olvidó la importancia y el papel de los aliados. (…) Que buscar posibles
aliados temporales es algo en vano, perder el tiempo. (…) El legado golpista
invade toda Latinoamérica. Existe una tradición: cambiar los regímenes
políticos mediante golpes de Estado. Este curso de acción ha penetrado en los
conceptos y prácticas de nuestros partidos. (…) La transferencia mecánica de
prácticas y técnicas de nuestros partidos hermanos de los países capitalistas
avanzados y en algunos casos, la transferencia de etapas, formas y procesos de
la revolución rusa de 1905 y 1917 no viendo las condiciones específicas de
nuestros países. (…) Insuficiente formación teórica de nuestros líderes,
debilidad de nuestros cuadros, defectos en la formación de nuestros partidos».
(Internacional Comunista; Conclusiones de la discusión de la Internacional
Comunista y los partidos sudamericanos, 1938)

La sección americana también se quejó a la IC por aquellos días debido a la falta


de comunicación efectiva para recibir instrucciones o información:

«En general, recibimos de ustedes una o dos cartas por año, en las que desde
una distancia muy grande se nos critican nuestros errores, a menudo muy
serios. Considero que ello no basta para prestarnos una ayuda, tanto más que
debemos reaccionar diariamente frente a todos los problemas. Los partidos y
los sindicatos saben de sus discusiones cuatro o cinco meses antes que lleguen
los documentos elaborados por ustedes, y aún antes que nosotros tengamos la
menor información sobre esos asuntos –y es todavía más grave que estas
informaciones extraoficiales y semioficiales llegan a menudo bastante
desfiguradas y sirven perfectamente para que los descontentos, los que luchan
contra la línea de la I.C., se aprovechen de ellas–». (Internacional Comunista;

112
Conclusiones de la discusión de la Internacional Comunista y los partidos
sudamericanos, 1938)

Debido a estas tardanzas en la transmisión de órdenes, la IC afirmaba que, tras


su decisión –en el congreso 1935– de otorgar una mayor flexibilidad a las
secciones para reducir el tiempo de actuación, si los partidos latinoamericanos no
aumentaban el ritmo en su adquisición de nivel ideológico, esta medida tendría
efectos más negativos que positivos:

«De acuerdo con las decisiones del VIIº Congreso [de la IC de 1935], el trabajo
independiente y plenamente responsable de nuestro Partido y de sus direcciones
se ha reforzado. No será posible que esta independencia redunde en beneficio
del movimiento comunista y de la acción de masas, si no esclarecemos y
asumimos plenamente la responsabilidad de nuestros errores y nuestras fallas.
De otro lado, en las nuevas condiciones de trabajo que nos han sido planteadas,
es preciso adquirir la convicción profunda de que tal forma significa, no un
debilitamiento de nuestras relaciones con la IC, sino todo lo contrario, un
reforzamiento mucho más estrecho y más activo de esas relaciones». (Informe
de «Pérez» [Juan César Vilar Aguilar] a la Internacional Comunista; Sobre la
cuestión de la IC en los Partidos latinoamericanos, Confidencial, 1938)

Estos temores se confirmaron: los partidos comunistas no estaban preparados


para tener mayor libertad en sus atribuciones, pues carecían de una base
ideológica sólida. No podían hacerse milagros, las únicas alternativas eran o bien
reforzar el nivel ideológico, o bien aumentar los recursos y el tiempo que la IC
debía destinar para contribuir a superar estas deficiencias.

Sobre Argentina, se dijo más concretamente desde la IC que el liderazgo no había


estado a la altura:

«Hemos llegado a la conclusión que ni Orestes, ni Ghioldi, ni Torres, ni


Bernardo, ni Moretti pudieron unir al partido en los momentos de lucha contra
algunos elementos corruptos y eliminar la situación actual. (…) En nuestra
opinión el camarada Bernanard debe volver a trabajar inmediatamente en el
liderazgo de su partido». (Internacional Comunista; Conclusiones de la
discusión de la Internacional Comunista y los partidos sudamericanos, 1938)

En esos días Codovilla tampoco estuvo exento de recibir varias críticas de


importancia de los delegados de la IC. Así ocurrió, por ejemplo, durante la Guerra
Civil Española (1936-39), puesto que varios de ellos señalaron su característico
exceso de optimismo:

«Para Díaz, Luis [Codovilla]. Tu información es insuficiente, no suficientemente


concreta, y sentimental. Una vez más, nosotros te preguntamos para
proporcionarnos información seria sobre la situación actual. Te recomendamos
fuertemente. (…) Precaverse contra cualquier tendencia que exagere nuestras

113
fuerzas y nuestras fuerzas en el frente popular, y la subestimación de las
dificultades, así como los nuevos peligros». (Secretariado de la Internacional
Comunista, 24 de julio de 1936)

Esto volvería a repetirse casi una década después cuando el propio Partido
Comunista de España (PCE) reprodujo en su revista «Nuestra Bandera» –Nº12
de diciembre de 1944–, un documento recibido de Argentina que según los
dirigentes de esta revista –comandada por Santiago Carrillo– era una
«maravillosa pieza política». Esta era una carta abierta de Codovilla al pueblo
argentino escrita el mes anterior, en ella aseguraba que con la derrota de
Mussolini-Hitler el gobierno argentino favorable a las potencias fascistas estaba
a punto de caer, que era el momento de que se produjera un levantamiento
popular:

«Ya se puede plantear abiertamente la cuestión de la organización del


levantamiento popular para derrocar, cuanto antes, la dictadura militar-
fascista de Farrell-Perón-Peluffo». (Víctor Codovilla; ¡Hay que derrocar a la
camarilla del GOU!, 1944)

Al mismo tiempo aseguraba que en España:

«El régimen sanguinario de Franco y Falange se tambalea bajo los golpes que
le asesta el movimiento de resistencia interior y exterior. (…) Las acciones
armadas y las preparatorias para el levantamiento general ya han empezado
en España y nadie ni nada podrán impedir que se desarrollen y alcancen un
éxito completo». (Víctor Codovilla; ¡Hay que derrocar a la camarilla del GOU!,
1944)

¡Este fue Codovilla! ¡Un ser ante todo optimista! ¿¡Pero cómo es posible que este
vendehúmos siguiese al frente de cualquier puesto de poder!? Pues seguramente
porque muchos como él propinaban las mismas patochadas, pero ya se sabe:
«Mal de muchos, consuelo de tontos».

En otra ocasión, un compañero suyo de la IC le denunció por injerencia –en lugar


de asesoramiento– en los asuntos del PCE, por pretender dirigir y sustituir el
liderazgo del PCE, precisamente aquello de lo que había acusado a Williams años
antes:

«A mi llegada a Madrid me sorprendió extraordinariamente la actividad del


camarada Codo (126). No encuentro otra palabra que la de cacique. Lo hace
todo él mismo. (...) Era él quien hasta su salida en setiembre escribía muchos de
los artículos editoriales de «Mundo obrero». Tal actitud me parece
absolutamente contraria a las consignas del VIIº Congreso de la IC y del
camarada Dimitrov (128). Tiene como consecuencia transformar a los
miembros del Politburó en simples ejecutores, disminuir considerablemente sus
sentimientos de responsabilidad, y por último impedir la formación de cuadros.
(…) El camarada Codo considera el Partido como su propiedad. A su regreso

114
aquí, ha hecho un informe muy sucinto, y me doy cuenta ahora, muy incompleto.
No ha dicho nada en particular de las críticas aquí formuladas. Mi opinión es
que tal método es inadmisible. O bien se adscribe efectivamente al PCE, como
militante de ese partido, y en ese caso puede llegar a ser su secretario general,
y ese sería el cambio de método. O bien es siempre el representante de la IC, y
en ese caso no puede desempeñar el cargo de secretario general y debe actuar
mediante la persuasión, sin reemplazar nunca a la dirección del partido (129)».
(Documento 9º. André Marty; Notas sobre el PCE, 11 de octubre de 1936)

Este tipo de críticas propiciaron que fuese relevado de sus servicios en España en
1937. El que Codovilla hubiese tenido un puesto tan importante en la sección
americana de la IC durante los años 20, y que luego lo tuviese en los asuntos
españoles durante los años 30, así como luego, una vez más en los asuntos
americanos, interviniendo en Chile y México en los años 40, pese a las quejas
mostradas por varios de sus compañeros, demostraba la relativa permisión del
oportunismo de muchas figuras «veteranas» de la IC. Sus intentos de autocrítica
y eliminación de los elementos dudosos no fueron muy eficaces, de otro modo,
Codovilla habría pasado a ser un nombre más, no «el hombre», de la IC en
América Latina.

Lo mismo se puede decir de otras cabezas visibles:

«El camarada Ghioldi tiene el gran defecto de su tendencia a capitular, a rehuir


con gran cobardía política toda discusión seria, toda lucha ideológica, para
buscar el compromiso y favorecer la política de defensa de su respectiva
posición, practicada por algunos de los dirigentes argentinos. Ghioldi ha tenido
grandes debilidades ante la provocación y no ha realizado ninguna lucha contra
el espionaje. A esto se une su sectarismo y su incomprensión de la línea del VIIº
Congreso [de la IC de 1935], de la gravedad del peligro trotskista».
(Internacional Comunista; El informe sobre la situación del partido argentino.
Confidencial, 7 de abril de 1938)

Esto debe instarnos a quitarnos el velo de devoción e idealización hacia lo que fue
la IC, nos debe ayudar a ubicarla históricamente, sabiendo que no fue sino uno
de los primeros experimentos del movimiento revolucionario en materia de
organización internacional, con todos los fallos y equivocaciones típicas de
primerizos que esto acarreaba en sus representantes.

El VIIº Congreso de la IC (1935) y el giro hacia la derecha

Aunque el VIIº Congreso de la IC de 1935 sirvió para limpiar varias de las políticas
absurdamente izquierdistas, los comunistas de aquel entonces temían que
empezase a proliferar lo contario, un cándido posibilismo:

«Los comunistas deben incrementar su vigilancia y guardarse del peligro del


oportunismo de derecha, y deben continuar una determinada lucha contra

115
todas estas concretas manifestaciones, teniendo en cuenta que el peligro del
oportunismo de derecha crecerá donde las tácticas del frente único sean
aplicadas. La lucha por el establecimiento del frente único, de la acción conjunta
de la clase obrera, alza como necesario que los obreros socialdemócratas se
convenzan a través de las lecciones objetivas de la correcta política de los
comunistas y la incorrecta política reformista, y que cada partido comunista
prosiga una lucha irreconciliable contra cualquier tendencia que rebaje las
diferencias de principio entre el comunismo y el reformismo, contra rebajar la
crítica de la socialdemocracia como ideología y práctica de colaboración de
clases con la burguesía, contra la ilusión de que es posible transitar al socialismo
pacíficamente, por métodos legales, contra cualquier realización basada en el
automatismo y la espontaneidad, en la organización de la liquidación del
fascismo o en la realización del frente único, contra cualquier menosprecio del
rol del partido y contra la vacilación en los momentos de decisiva acción».
(Internacional Comunista; Resolución final emitida por el VIIº Congreso de la
IC respecto al informe de Georgi Dimitrov, 20 de agosto de agosto de 1935)

Y, efectivamente, se cayó en el extremo opuesto: del sectarismo se pasó al


liberalismo en la mayoría de partidos comunistas. Esto no fue tanto culpa del
congreso, sino que una vez más, y como ya había ocurrido con el VIº Congreso de
1928, las tesis del congreso de 1935 no eran, ni mucho menos, tan deficientes
como la interpretación sesgada de los comunistas latinoamericanos, en este caso
argentinos.

En verdad, esto no pasó desapercibido. En la IC hubo delegados que propusieron


comparar la letra y resoluciones de los congresos con la actividad luego
desarrollada para ver si realmente había un apego real:

«Al confrontar nuestras actividades en el período comprendido entre VIº y VIIº


Congresos de la IC, encontramos que, en muchos aspectos fundamentales, esas
actividades no solo no estuvieron de acuerdo con las tesis y resoluciones del VIº
Congreso [de la IC de 1928], sino que estuvieron contra ellas. En unos partidos,
esas contradicciones revisten mayor gravedad que en otros, y en los diversos
partidos la oposición aparece en algunas cuestiones con mayor intensidad que
en otras. Pero, el hecho irrefutable es que esa oposición existe. El análisis de los
errores que hemos cometido nosotros, que han cometido las direcciones de
nuestros Partidos y nuestros Partidos, tiene que partir, por consiguiente, de la
confrontación del VIº Congreso de la IC, con nuestras actividades ulteriores».
(Informe de «Pérez» [Juan César Vilar Aguilar] a la Internacional Comunista;
Sobre la cuestión de la IC en los Partidos latinoamericanos, Confidencial, 1938)

Cabe anotar que si bien el VIIº Congreso de 1935 tuvo informes notorios y de
elevado nivel –como las intervenciones de Dimitrov, Gottwald o Pieck–, el nivel
teórico generalizado del evento fue menor que los anteriores. La cuestión de los
países coloniales y semicoloniales se resolvió con un vago informe de Wang Ming

116
donde apenas esbozó un par de directrices y frases manidas. Los países
latinoamericanos fueron totalmente ignorados. En su informe Wang Ming
celebraba que el PCA estuviese llevando esfuerzos para la acción conjunta con los
socialistas y radicales contra los uriburistas. Además, como sabemos, hasta su
disolución en 1943, ¡la IC no volvió a realizar ningún otro congreso mundial! Esto
era simplemente inexplicable, ya que las protestas y quejas sobre la falta de
comunicación o errores continuos dentro de las secciones eran el pan de cada día.

En todo caso, lo importante a señalar de este periodo es que el viraje acabó


suponiendo que los comunistas cambiasen el discurso. Se pasó de la antigua
consideración que calificaba de «socialfascistas» a casi todos los socialistas de
forma indiscriminada durante 1928-34, de la negación a colaborar con sus bases
y eludir abiertamente el trabajo en su sindicato mayoritario, a que ahora, de la
noche a la mañana, se pasase a denominar a esta corriente de partido «obrero»,
a que para tratar de agradar a los jefes socialistas se disolviera su pequeño
sindicato comunista sin ninguna garantía de mantener un programa
revolucionario y se renunciase de facto a la crítica de la práctica reformista
cotidiana de los jefes sindicales. Todo en aras de una «unidad revolucionaria»
que nunca se concretaría, ya que la dirigencia del socialismo argentino no
modificaría un ápice de su línea pese a las concesiones comunistas:

«El Comité Central ordenó abandonar el discurso que distinguía a la dirección


socialista de sus bases: «Hoy mientras dure la situación determinada por este
documento valioso sobre el «Frente Popular» hay que cesar las críticas a la
dirección del PS y así laboraremos por el «Frente Popular». (La Internacional,
Buenos Aires, primera quincena diciembre de 1935). (...) Sin embargo, este
entusiasmo y disposición de la dirección comunista respondió más a su
expectativa y a la necesidad de reafirmar el cambio de rumbo que a una
correspondencia real con las intenciones del PS. La resolución del Comité
Ejecutivo del PS no solo era moderada, sino que anticipaba el rechazo a la
propuesta y ubicaba al PC como una fuerza menor, cuya única incidencia era
sobre los sectores «de izquierda» dentro del socialismo. (...) En síntesis, el giro
discursivo dado en 1935, denotó el carácter estratégico del cambio de
orientación, en tanto el conjunto de las opciones tácticas, desde la acción común
en el movimiento obrero, hasta el escenario electoral y el sistema de alianzas
para insertarse en él, se subordinaron a un nuevo objetivo. Este implicaba
luchar contra el fascismo en alianza con el resto de las «fuerzas democráticas»,
en este caso el PS, sin importar ya su política de clase, ni las rivalidades que los
comunistas habían tenido y continuaban teniendo con esta fuerza. El cambio
discursivo comenzó a tener una aplicación práctica durante 1935 cuya
expresión más concreta en el periodo posterior seria la incorporación de los
sindicatos comunistas en la CGT, tras la ruptura de esta a fines de 1935».
(Gabriel Omar Piro Mittelman; El Partido Comunista de Argentina y el Frente

117
Popular en 1935: el inicio de un cambio estratégico y la relación con socialistas
y radicales, 2020)

En el caso de los comunistas argentinos, durante la Década infame (1930-43)


sufrieron un acoso y persecución de sus locales, prensa y militantes. En
consecuencia, la cúpula consideró que la mejor estrategia era salvaguardar a
cualquier coste las libertades excepcionales de las que disfrutaban en la provincia
de Córdoba, donde gobernaba el socialista Sabattini. Su idea era, por tanto,
expandir este estatus al resto del país:

«En el debate legislativo, fue intensa la presión de la bancada demócrata para


forzar al gobierno de Sabattini a reprimir al PC. Se citaban en su favor el fallo
de la Corte Suprema de Justicia de la Nación que le había quitado la ciudadanía
a Ángel Rosenblat y el proyecto de represión al comunismo presentado en el
Senado nacional por Sánchez Sorondo (34). El Partido Comunista cordobés no
permaneció impasible. Presentó una nota que, pese a la oposición demócrata,
fue leída parcialmente en el recinto legislativo:

«Las actividades del Partido Comunista constituyen, hoy y aquí,


incuestionablemente, una de las garantías más eficientes, responsables y
permanentes de la paz pública y de la estabilidad de las instituciones (…) [Su
actividad] está inspirada en los ideales de la democracia liberal y republicana,
según puede demostrarse hasta la saciedad en los documentos, actos y
manifestaciones». (35)

Asimismo, el comité central del PC, en su declaración del 17 de julio de 1936,


señaló que su principal objetivo era defender las libertades públicas para
salvaguardar la ley Sáenz Peña y la constitución nacional». (36) (César Tcach;
Córdoba: Izquierda obrera y conflicto social durante el gobierno de Amadeo
Sabattini Sociohistórica, 2012)

En realidad, esta transformación doctrinal del PCA en una especie de


«liberalismo constitucionalista» que buscaba la «defensa de las instituciones
democráticas», no solo era una desviación derechista, socialdemócrata, sino que
como estrategia a nivel nacional era ridícula. En realidad, casi todas las elecciones
y gobiernos provinciales del país se sostenían a base del fraude electoral, el
soborno y la intervención militar, empezando por las elecciones presidenciales de
1931 o 1937.

La evaluación de la IC sobre la celebración del IXº Congreso del PCA en 1938 fue
descrita como sigue:

«El PCA acaba de celebrar su IXº Congreso. No disponemos de las resoluciones


del mismo, pero por los informes de Torres y Ghioldi, –cuyos textos están aquí–
así como por el informe verbal de éste, llegamos a la conclusión de que el
Congreso se ha desarrollado completamente fuera del espíritu del VIIº
118
Congreso [de 1935] y de la Resolución de Julio. El congreso fue mal preparado.
Los delegados protestaron por esto, pero sus protestas, así como sus
desacuerdos sobre otras cuestiones han sido acallados poniéndoles sordina,
para emplear el término del camarada Ghioldi. El congreso fue realizado por la
dirección con el criterio predominante de que era necesario hacer una gran
parada en el exterior, tratando de dar la sensación de que existe un partido
grande, fuerte y unido. La autocrítica se desarrolla, en forma abstracta y débil
sobre las cuestiones más antiguas y se silencia por completo al llegar al año
1932, sin poner el fuego en los hechos más recientes, en la consigna falsa «El
radicalismo al poder, Alvear a la Presidencia», se la critica como una impericia
de la dirección, como una actitud extemporánea, pero no como error político;
en este asunto, como en otros, se ha ocultado al Partido las críticas de la IC. (...)
Ambos informes, especialmente el de Torres, causaron en el Congreso una
impresión de desagrado. Los delegados, en particular los obreros, expresaron
que el Partido no quería marchar a la cola del imperialismo inglés ni hacer
«orticismo» y que, del informe de Torres, se desprende esto con absoluta
claridad. Según el informe de Torres, la lucha contra el fascismo no va a
ejecutarla el pueblo argentino, sino el imperialismo inglés y el presidente Ortiz,
si es que se inclina hacia la democracia. Y Torres, en su informe, en los
momentos en que los jefes del Partido Socialista declaran que se debe luchar en
defensa de la democracia en común y sin exclusiones –declaración hecha
también por Alvear, jefe del radicalismo, al referirse a la necesidad de defender
la Constitución– a pesar de que en los hechos tratan de impedir la inclusión de
los comunistas en cualquier tentativa de acción común, en esos momentos
Torres plantea la necesidad de que el Partido Comunista se elimine si es que
existen resistencias para aceptar su participación. (...) Las intervenciones en
este sentido, de los obreros Peters y Moretti no merecieron atención y fueron
ahogadas. (...) En la dirección del PC de Argentina los problemas no se discuten;
las divergencias no se esclarecen: se llega a compromisos sin principios entre
unos u otros dirigentes, entre unos y otros grupos. (...) El Congreso no ha
enfocado ni resuelto ningún problema y ha creado otros nuevos. La cuestión de
la unidad popular, de la unidad sindical, de la unidad política del proletariado,
de la orientación viva hacia el campo, de las dificultades internas del partido,
del trotskismo y de la provocación, permanecen como cuestiones por resolver.
(...) No hay ni siquiera la idea de la lucha contra el trotskismo. La disciplina
sufre un serio relajamiento y, lo que es más grave, la policía conoce todo lo que
sucede en el interior del partido, tanto técnica como políticamente. (...) La
policía conoce cuestiones internas del Partido que la dirección más estrecha no
ha podido comprender como las sabe». (Internacional Comunista; El informe
sobre la situación del partido argentino. Confidencial, 7 de abril de 1938)

En este período, la IC criticó varios fenómenos derechistas que se podían observar


en algunos partidos y que bien podría aplicarse a la línea argentina:

119
«Habiendo comprobado una serie de estos errores y defectos en la práctica de
nuestros partidos, hemos llegado, en el Secretariado del Comité Ejecutivo de la
IC, a la conclusión de que hay suficientes razones para discutir esta cuestión con
los representantes de los partidos. (…) Hoy día vemos que la mayor parte de los
Partidos Comunistas han seguido en este sentido la línea del menor esfuerzo. En
lugar de una política concreta del frente único, en la mayoría de los casos no se
hace sino una propaganda general del frente único. (...) Hay que partir de las
necesidades vitales de las masas, y segundo, del nivel de su capacidad de lucha
en la etapa actual del desarrollo. (...) Existen no pocos casos en que nuestros
camaradas evitan deliberadamente la crítica de los pasos reaccionarios de los
socialdemócratas de derecha, casos en que reaccionan débilmente o no
reaccionan del todo ante los actos de esos derechistas, o casos en que se limitan
a defenderse simplemente de los ataques más descarados de los
socialdemócratas reaccionarios. Durante los años pasados, muchos comunistas
substituían la crítica razonada de la socialdemocracia por una simple
estigmatización. Pero ahora suele suceder que la crítica seria, razonada, se
substituye por el silencio». (Otto Kuusinen; Informe sobre los defectos y errores
en la aplicación de la política de frente único establecida por el VIIº Congreso
Mundial de la Internacional Comunista; Presentado en la sesión celebrada por
el Presídium del C. E. de la I. C, juntamente con los representantes de los
Partidos Comunistas el, 20 de noviembre de 1935)

Pero esto no frenó el camino que llevaban muchos de ellos, ni era nada parecido
a lo que se avecinaba.

¿Fue el «posibilismo» un fenómeno exclusivamente argentino?

Demos un ejemplo rápido para mostrar hasta donde estaban llegando las cosas
en la IC. Lo cierto es que en el Partido Comunista de Perú (PCP) se daban
manifestaciones de un pesimismo liquidacionista muy preocupante. Si la
organización había tenido que luchar en sus inicios contra los prejuicios
premarxistas de Mariátegui y compañía para conformar un partido comunista,
ahora, la problemática versaba en torno a que dicho partido, pese a toda la
palabrería de años anteriores, no había llegado a la adopción de una fisonomía y
pensamiento bolchevique, un estilo de trabajo correcto con el que posibilitar
operar, popularizar la línea y crecer debidamente. Así pues, debido a su
incapacidad para penetrar en la población con un trabajo paciente y autónomo,
más la deserción de su líder Ravines al campo del anticomunismo, las voces que
reclamaban reintegrarse en el APRA iban in crescendo, un partido nacionalista-
socialdemócrata que incluso anteriormente se había llegado a atacar como
«socialfascista»:

«Sostener a un Partido endémico, desvinculado de las diferentes capas del país,


sin mayores probabilidades de aumentar sus fuerzas con una capacidad de
nuevos militantes, conduce simplemente a permanecer esperando y al fatal

120
empirismo de las polémicas inservibles, conducentes a conservar cada día más,
odios recalcitrantes, desvirtuando las realidades. (...) Como podemos ver se
cometen infinidad de errores; sin lugar a conseguir una rápida enmienda y un
sentido de táctica política; eso sí exigen forzosamente la propaganda extensiva
a favor de Ravines, dejando a un lado los problemas vivos que localizan los
apristas: esta consecuencia proviene de un puro fanatismo al no querer
reconocer, en los hechos, lo aplicable del Aprismo, los elementos que integran
determinadas sectas ravinistas, que en la realidad conducen ingenuamente a
los militantes nuestros, por falta de preparación ideológica y de un elevado nivel
de conceptos estalinistas, a presentarse abiertamente en una posición trotskista,
con caracteres complicados, procedentes a crecer en perjuicio de la fuerzas
populares del país, que en mayoría aplastante pertenece al Aprismo. (...) Las
condiciones de exigir un frente popular o alianza con el Apra, ha perdido su
efectividad prácticamente, por ser en estos momentos difíciles extemporáneas y
también por haber sido rechazada en pleno por el Apra y fuera de toda voluntad
popular. El viraje consiste en entrar en masa o individualmente al Apra».
(Carlos Contreras; Carta al PC de Chile del Perú, Lima 30 de diciembre de 1937)

Una vez más, los errores izquierdistas empujaban a un partido a soluciones


desesperadamente derechistas. Este espíritu aquí registrado por Carlos Contreras
recordaba en exceso a lo que Lenin denunció treinta años antes:

«Es la lógica de los intelectuales exaltados e histéricos, incapaces de realizar


una labor persistente y tenaz y que no saben aplicar los principios
fundamentales de la teoría y la táctica a las circunstancias que han cambiado,
no saben efectuar una labor de propaganda, agitación y organización en
condiciones que se diferencian mucho de las que hemos vivido hace poco. En vez
de centrar todos los esfuerzos en la lucha contra la desorganización filistea, que
penetra tanto en las clases altas como en las bajas; en lugar de unir más
estrechamente las fuerzas dispersas del partido para defender los principios
revolucionarios probados; en lugar de eso, gente desequilibrada, que carece de
todo sostén de clase en las masas, arroja por la borda todo lo que aprendió y
proclama la «revisión», es decir, el retorno a los trastos viejos, a los métodos
artesanales en la labor revolucionaria, a la actividad dispersa de pequeños
cenáculos. (…) Tiene extraordinaria importancia comprender la verdad –
confirmada por la experiencia de todos los países que han sufrido las derrotas
de la revolución– de que tanto el abatimiento del oportunista como la
desesperación del terrorista revelan la misma mentalidad, la misma
particularidad de clase, por ejemplo, de la pequeña burguesía. (...) Por eso
reniega con tanta facilidad, ante los primeros reveses de la revolución, de las
consignas adoptadas sin reflexionar, a ciegas. Pero si esa gente apreciase el
marxismo como la única teoría revolucionaria del siglo XX, si aprendiese de la
historia del movimiento revolucionario ruso, percibiría la diferencia que existe
entre la fraseología y el desarrollo de las consignas verdaderamente

121
revolucionarias». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Algunos rasgos de la
disgregación actual, 1908)

Pero hay un paradigma mucho mejor que ejemplifica todo esto, así que con el
permiso del lector nos vamos a detener a analizar rápidamente el caso del Partido
Comunista de Chile (PCCh), fundado en 1922, ya que es muy similar en algunos
puntos al argentino. Este inciso no es mera divagación, sino que nos ayudará a
entender posteriormente el contexto del PCA y del comunismo latinoamericano
de estas décadas.

Esta organización, el PCCh, ya arrastraba muestras evidentes de oportunismo de


derecha en sus primeros años:

«Los camaradas chilenos piensan que los errores y dificultades en su trabajo se


deben únicamente a no haber comprendido, analizado y clasificado hasta el
último detalle todo lo que pasa en el país. (...) Las fallas tácticas del Partido no
son producto de fallas circunstanciales, sino que son debidas principalmente a
la ausencia de perspectiva revolucionaria. (...) No se supera el colaboracionismo
tan arraigado en nuestras filas». (Fritz Glaubauf; Discusión en el Buró
Sudamericano de la IC, marzo de 1934)

¿Pero de donde provenían estos resquicios liberales? Algunos delegados


señalaron, al igual que ocurría con Mariátegui en Perú, que los chilenos no
realizaban una evaluación justa de su figura fundacional y fetiche: Recabarren,
motivo por el cual arrastraban sus defectos por sentimentalismo:

«El camino de la superación de los conceptos de Recabarren –posibilidad de la


conquista del poder por el sufragio, y como medio extremo, la huelga general;
colaboración con la avanzada de la burguesía contra la reacción; concepto del
papel progresivo del capital extranjero en el país; su idea del partido como
especie de sección política de la Federación Obrera de Chile, etc.– consiste en
demostrar a los obreros, que todavía crean en él, la inconsistencia de esas
teorías y la imposibilidad de llevar adelante nuestra lucha por tal camino, los
errores cometidos y característicos del Partido debido al predominio de tales
conceptos, basándonos en los hechos del desarrollo mismo del país.
(...) Recuerdo la resistencia que el año pasado, durante el aniversario de
Recabarren, se opuso a la introducción de una crítica a las posiciones falsas de
Recabarren. (...) En el folleto se cae en el extremo opuesto. Se critican las
posiciones de Recabarren, como si fuera hoy uno de nuestros militantes,
haciendo a un lado las condiciones históricas en las cuales él actuaba y sin tener
en cuenta sus méritos. (...) Se olvida su posición frente a la revolución rusa y al
socialpatriotismo. (...) Así se simplifica demasiado la tarea de superar el
recabarrenismo y, al fin no se lo superará. (...) Partidos tan formados como el
alemán o el polaco, han precisado años para superar la influencia
luxemburgista en sus filas –con mucho menos motivos puede un partido tan

122
escasamente desarrollado como el chileno superar de un plumazo la influencia
que tiene Recabarren sobre el movimiento obrero del país–. Por eso es malo
hacer demasiado a la ligera esa tarea». (Fritz Glaubauf; Discusión en el Buró
Sudamericano de la IC, marzo de 1934)

Si en 1933 el Buró Político latinoamericano de la IC detectaba en la cuestión


electoral que:

«En el PCCh están muy difundidas las ilusiones grovistas que aparecen bajo
distintas máscaras. En la discusión sobre la candidatura presidencial, una
buena parte de los miembros del Partido –sobre todo el Norte– propusieron
retirar la candidatura de Lafertte y sostener la de Grove». (Carta del Buró
Sudamericano al Secretariado Latinoamericano, 15 de noviembre, 1932)

Para 1938, con la excusa de formar un «frente popular contra la reacción», el


PCCh no solo proponía retirar su candidato en favor de un candidato de otro
partido, sino que además este era, nada más y nada menos, ¡que un antiguo
dictador militar! Y cuando estos contactos no fructificaron el PCCh optó por
expulsar a quienes siguieron empecinados con tal locura:

«Quizás el uso más controversial de esta estratagema se relacionaba con el ex


Presidente Ibáñez, el viejo archienemigo del PCCh. En los primeros meses de
1937, el PC comenzó a realizar gestiones conciliatorias con Ibáñez y luego, ese
mismo año, declaró públicamente que estaba preparado para apoyar a Ibáñez
en una eventual candidatura a la Presidencia, siempre que demostrara haber
aceptado el programa del Frente, rompiera sus vínculos con la reacción, y
demostrara ser aceptable para el resto de los partidos frentistas. (...) Algunos
comunistas se sintieron compelidos a protestar cuando la nueva estrategia fue
puesta en práctica. Así, a mediados de 1936, algunos comunistas se opusieron
cuando su Partido respaldó la candidatura parlamentaria por Cautín de
Cristóbal Sáenz, un latifundista radical de derecha. (...) Del mismo modo, a
principios de 1938, estudiantes universitarios comunistas y miembros de la FJC
en Santiago protestaron contra los acercamientos que el Partido estaba
teniendo con Ibáñez. Por el contrario, unos pocos comunistas fueron expulsados
por continuar trabajando para la candidatura presidencial de Ibáñez luego de
que se les ordenara que desistieran». (Andrew Barnard; El Partido Comunista
de Chile, 1922-1947, 2018)

El PCCh, pese a jurar que no renunciaba a la hegemonía, a dirigir el proceso


revolucionario que presuntamente se estaba abriendo en el país, se negó a
acaparar poder, dirigir y censurar a sus aliados del «frente popular» por temor a
la reacción de la derecha más conservadora, confiando en que el proceso lo
encauzasen los socialdemócratas y radicales. ¡Estrategia cuanto menos
sorprendente!

123
«Aún antes de las elecciones de octubre del 38, los comunistas habían dejado
claro que no jugarían un papel dominante en ningún gobierno proveniente de
una victoria frentista, ni aceptaría cargos de gabinete y cuando Aguirre los
invitó a ser parte de su gobierno en diciembre de 1938, el Partido se negó. Las
razones que dio el PCCh en esa ocasión fueron que, debido a las circunstancias
de que la derecha estaba haciendo uso de todos los medios disponibles para
bloquear la implementación del programa de Frente, y que Aguirre Cerda
necesitaba de todo el apoyo y simpatía internacionales que pudiera obtener, la
participación comunista en su gobierno sería poco recomendable. El PCCh
añadió que no tenía deseos de exacerbar los miedos y ansiedades de las fuerzas
armadas que, en el pasado reciente, los había llevado a intervenir directamente
en política». (Andrew Barnard; El Partido Comunista de Chile, 1922-1947,
2018)

Pero ni siquiera este fue el problema… sino que las concesiones del PCCh hacia
los partidos burgueses y pequeño burgueses del «frente popular» fueron
inadmisibles. Es más, la inclinación derechista de estos partidos estaba dando
munición propagandística al trotskismo:

«Frente a un hecho consumado –escriben en su periódico los trotskistas– no se


trata de esperar que las masas... se desengañen por sí solas de lo absurdo de
buscar la liberación de la burguesía colaborando con ella». Para ellos, pues, el
Frente Popular es un resultado de las ilusiones y del engaño de las masas, y no
la alianza de todo un pueblo que quiere salvarse del desastre económico y de la
opresión que caracterizan la política de los reaccionarios en el Gobierno. Su
tarea en el Frente Popular, no consiste, por lo tanto, en asegurar la alianza entre
el proletariado, la pequeña burguesía y parte muy importante de la burguesía
dispuesta a defender la independencia del país frente al imperialismo, sino que
consiste en desengañar a los obreros de lo «absurdo» de tal alianza». (Luis
Alberto Fierro; El trotskismo contrarrevolucionario contra el frente popular
chileno, 1936)

Obviamente, la absurdez o no del «frente popular» dependía de quienes lo


formaran y las metas que perseguía. Si el objetivo era adherirse a una ridícula
patriotera exaltación de los criollos liberales del siglo XIX, pues sí, francamente
era y es siempre un sin sentido. Qué decir de pedir la defensa de los industriales
y su desarrollo, tarea con la cual los comunistas le estaban quitando el trabajo a
la socialdemocracia:

«El Frente Popular debe pulverizar las calumnias de los traidores nacionales y
proclamar a la faz del país, que él cuida la herencia de O’Higgins y los Carrera
y quiere enriquecerla, impulsando el desarrollo progresivo de Chile, haciéndolo
realmente libre y feliz. Debe establecer que no se propone expropiar a los
industriales –como interesadamente lo propagan los reaccionarios– sino lejos

124
de eso, quiere proteger las industrias y desarrollarlas contra los monopolios
imperialistas, debe explicar como él toma en sus manos la defensa y el
desarrollo próspero de la agricultura y la ganadería». (Luis Alberto Fierro; El
trotskismo contrarrevolucionario contra el frente popular chileno, 1936)

¡Vaya! ¿A qué nos suena esto?

«El Partido Comunista es el continuador de Francia, el legítimo heredero de sus


mejores tradiciones, el auténtico representante de su cultura, un partido en el
linaje de espíritus poderosos que, desde Rabelais hasta Diderot y Romain
Rolland, lucharon por la emancipación del hombre. Así, reivindicando del
pasado cuyas conquistas ha asimilado, el Partido Comunista está conduciendo
al país hacia destinos superiores. (...) Amamos nuestra Francia, tierra clásica
de revoluciones, hogar del humanismo y las libertades». (Maurice Thorez; Hijo
del pueblo, 1960)

¿Qué tenían que ver los filósofos del materialismo mecánico del siglo XVIII con
un marxista del siglo XX? Pues poco o nada, porque ya existían filósofos
instruidos en el materialismo dialéctico que podían resolver mucho mejor cada
cuestión en comparación a los primeros –con sus evidentes limitaciones–.
¿Quién podría reivindicar a tales autores sin venir a cuento? ¡Pues un liberal
burgués! ¿Quién iba a soltar la perorata de Francia como «cuna de los derechos
humanos» burgueses? Un charlatán de primera. ¿Cuáles libertades, señor
Thorez? ¿La de la burguesía para expulsar a los comunistas del gobierno siendo
primera fuerza en las elecciones? ¿O quizás la de la Francia colonialista para
someter a otros pueblos, como el argelino o el vietnamita? Obviamente, el PCCh
recordaba en demasía al PCF, que tenía en Europa el espejo oportunista en el que
mirarse:

«Para conseguir dichos fines, y siguiendo el ejemplo del Partido Comunista


Francés (PCF), echó mano al recurso del patriotismo, intentando crear un
abismo de división entre las masas –que por definición serían democráticas y
progresistas–, y una oligarquía antinacional: las «cincuenta familias», que
venían gobernado Chile desde un largo tiempo y que habrían vendido el
patrimonio del país a los imperialistas. En agudo contraste con la década de
1920 y principios de la siguiente –cuando había tratado a las instituciones y a
los padres fundadores de la Republica con indiferencia o desprecio–, se
comenzaron a celebrar las fiestas patrias y a alabar a las fuerzas armadas. De
un modo similar, la actitud del PCCh ante los héroes y efemérides celebrados
por otros partidos políticos también cambió. Los diputados comunistas
rindieron homenaje a las personalidades liberales del siglo XIX, como José
Victorino Lastarria y, en el ámbito de la historia más reciente, incluso dedicó
algunas palabras de alabanza respecto de la República Socialista y sus líderes,
moderando sus críticas hacia ellos». (Andrew Barnard; El Partido Comunista
de Chile, 1922-1947, 2018)

125
André Marty notificaba el aislamiento del PCCh respecto al resto de secciones, la
falta de información de la IC sobre sus actuaciones:

«El PCCh se encuentra en una situación anormal ante la I.C., desde el punto de
vista de las relaciones. El P.C. no tiene representación asignada ante el Comité
Ejecutivo. Hace más de un año, las direcciones postales fueron anuladas y desde
entonces, no existen ninguna clase de ligazones con el partido. Aquí no se recibe
ningún informe ni materiales del partido, ni desde aquí se envía nada al
partido». (André Marty; Proposición de Chile, Confidencial, 2 de abril de 1937)

«Los errores sectarios del Frente Popular facilitaron la victoria electoral de la


derecha. (...) El P.C. acepta la permanencia de la «Izquierda Comunista» –
trotskistas– en el Frente Popular, y realiza frente a estos, una política de
conciliación». (André Marty; Proposición de Chile, Confidencial, 2 de abril de
1937)

En el PCCh no faltaba una lucha contra el trotskismo, como demuestran los


documentos públicos. En todo caso, era incapaz de refutarlo eficazmente,
acostumbrándose más a una ristra de insultos que a una exposición cabal de sus
defectos, traiciones y limitaciones. Un vicio que se volvería endémico. Es más,
una conclusión que se hizo recurrente en la IC durante estos años fue el pensar
que los errores e incapacidades de sus secciones se reducían en gran parte a un
desconocimiento del trotskismo o su debida exposición, algo que, pese a ser
verdad en cierto modo, era solo la punta del iceberg. Véase la obra: «El trotskismo
y el falso antitrotskismo» (2017).

A pesar de reconocer estar desinformado, Marty consideraba que la sonada


derrota electoral del «frente popular» en Chile era producto del «sectarismo» de
izquierda del PCCh, pero, como iremos viendo, si de algo se pecó fue de excesivas
ilusiones, de ser preso de un pensamiento liberal y cobarde. ¿No sería que más
bien que Marty no quería ver y denunciar lo mismo que el PCF estaba haciendo
con el «frente popular» en Francia? Nos referimos, por supuesto, a ir cediendo
palmo a palmo el terreno a los socialistas de Blum y los radicales de Daladier, y
con ello, ir llevando al descrédito a los comunistas. Es más, ya para entonces se
estaban levantando las primeras críticas dentro de la IC:

«En el apéndice les mando un artículo del camarada Thorez: «Sobre el camino
para un partido único». (...) Debemos afirmar que la lucha por la dictadura del
proletariado, por la dominación de los soviets en Francia no sólo ha caído en la
agitación del partido, sino que el partido ha abandonado la consigna de la
dictadura del proletariado, por lo menos, durante la duración de sus acciones
conjuntas. Esto se hace evidente en la siguiente sección de la proclamación: «Los
comunistas, acusados de luchar por una dictadura, declaran que sus planes
para derrocar el poder de los feudales modernos de la burguesía y la industria,

126
sus planes para establecer un gobierno obrero y campesino en Francia tienen
como objetivo conducir a las grandes masas de los trabajadores a una
verdadera democracia, privar a los chupasangres capitalistas que se han
enriquecido con el empobrecimiento de los trabajadores, la posibilidad de su
explotación, y las 200 familias todopoderosas que poseen la mayor parte de la
riqueza de Francia». (...) Una vez más, señalo el peligro de que el PCF está
distorsionando tácticas de frente unido en una vulgar [coalición] política, y
sugiero que esta distorsión de las tácticas del frente unido se refute
urgentemente con detallada justificación». (Carta de Béla Kun a los miembros
del Secretariado Político del Comité Ejecutivo de la IC con una propuesta para
condenar las posiciones de Maurice Thorez. Moscú, 14 de noviembre de 1934)

¿Por qué decía esto el delegado húngaro? Kun, ciertamente pecaría una y otra vez
de un «infantilismo izquierdista», como el propio Lenin mostró en más de una
ocasión desde las tribunas de la IC. ¿Pero estaba exagerando en esta ocasión el
jefe húngaro? Ni por asomo:

«Queremos a toda costa realizar la unidad de acción con los trabajadores


socialistas contra el fascismo. (...) Hemos dicho y repetimos: nosotros, el
Partido Comunista, estamos dispuestos a renunciar, durante la acción común,
a la crítica del Partido Socialista. (...) En el conjunto de nuestra prensa, no habrá
el menor ataque a las organizaciones y los líderes del Partido
Socialista». (Maurice Thorez; El frente único para derrotar al fascismo,
Discurso de clausura en la Conferencia Nacional del PCF, 26 de junio de 1934)

¿¡Cómo se va a lograr algo bajo tal política absurda!?

«Sería ingenuo pensar que la realización de la unidad de acción del proletariado


se puede conseguir tratando de ganar a los líderes reaccionarios por el camino
de la persuasión, las exhortaciones o los exorcismos. La unidad del proletariado
internacional no se puede lograr sin una lucha tenaz de todos sus partidarios
contra los enemigos declarados o encubiertos de dicha unidad.

A veces se escuchan en las filas de los socialdemócratas voces según las cuales
los comunistas, con su crítica abierta y franca respecto de la conducta de los
dirigentes de la II Internacional y de la Internacional de Ámsterdam, dificultan
la creación de un frente único. ¿Pero acaso puede lograr la creación de un frente
único si no se critica de la manera más decidida a quienes no escatiman sus
esfuerzos por obstaculizarlo? ¿Qué clase de dirigentes del movimiento obrero
seríamos, si no dijésemos abiertamente toda la verdad sobre una cuestión tan
importante para toda la clase obrera?

Quién pasa por alto u oculta los actos nocivos de los dirigentes reaccionarios en
las filas del movimiento obrero, no ayudan a la causa de la unidad de la clase
obrera. Quién renuncia –so pretexto de que ello redundaría en favor del frente

127
único proletario– a la lucha contra sus enemigos y a la crítica contra el
reformismo que subordina el movimiento obrero a los intereses de la burguesía,
presta un mal servicio a la clase obrera.

El VIIº Congreso de la Internacional Comunista de 1935 proclama la política del


frente único del proletariado y del frente popular, en su resolución del 20 de
agosto señala especialmente:

«Las acciones conjuntas con los partidos y las organizaciones socialdemócratas


no sólo no excluyen, sino que, por el contrario, hacen aún más necesaria la
crítica seria y razonada del reformismo, del socialdemocratismo, como
ideología y como práctica de la colaboración de clase con la burguesía y la
explicación paciente a los obreros socialdemócratas acerca de los principios del
programa del comunismo». (Internacional Comunista; Resolución final
emitida por el VIIº Congreso de la Internacional Comunista respecto al informe
de Georgi Dimitrov, 20 de agosto de 1935)

No es un buen luchador por la unidad de la clase obrera y por el frente popular


contra el fascismo quién no sigue esta directiva del VIIº Congreso de la
Internacional Comunista. Se equivoca profundamente quien piensa que la lucha
por el frente popular nos exime de la obligación de llevar a cabo una lucha por
una base de principios y por los intereses esenciales del movimiento obrero,
contra las teorías y conceptos hostiles a la clase obrera. Esta lucha no
perjudicaría a la causa del frente popular; al contrario, solo podría favorecerla.
Algo más. Esta lucha es la premisa necesaria para un despliegue y
fortalecimiento reales del frente popular contra el fascismo y la guerra».
(Georgi Dimitrov; La unidad del proletariado internacional, imperativo
supremo del momento actual, 1 de mayo de 1937)

¿Por qué la línea del PCF era contraria al congreso de la IC y siguió ahondando
su línea política oportunista? Lejos de ser remplazada su dirección, el PCF
siempre fue oficialmente aplaudido por su política desde Moscú. Véase el VIIº
Congreso de la IC de 1935, en el que Dimitrov pone como paradigma a seguir en
la lucha contra el fascismo al PCF:

«Francia es, como se sabe, el país cuya clase obrera da a todo el proletariado
internacional un ejemplo de cómo hay que luchar contra el fascismo. El Partido
Comunista Francés puede servir de ejemplo a todas las secciones de la
Internacional Comunista de cómo se debe llevar a cabo la táctica del frente
único y los obreros socialistas pueden servir de ejemplo de lo que deben hacer
hoy los obreros socialdemócratas de los demás países capitalistas en lucha
contra el fascismo». (Georgi Dimitrov; La clase obrera contra el fascismo;
Informe en el VIIº Congreso de la Internacional Comunista, 2 de agosto de 1935)

128
Tómese como otra prueba el informe de Dmitri Manuilski sobre política
internacional en el congreso del PCUS de 1939, donde, tras criticar los defectos
de varios partidos como el italiano, alaba en cambio al PCF pese al fiasco que
acaba de sufrir derivando de él la disolución del frente popular:

«En el desarrollo del movimiento antifascista el Partido Comunista Francés ha


invocado las mejores tradiciones de la clase obrera y su pueblo». (Dmitri
Manuilski; Informe de la delegación del Partido Comunista (bolchevique) de la
Unión Soviética en el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista en el
XVIII Congreso del PC (b) de la URSS, 11 de marzo de 1939)

Volviendo al informe de André Marty sobre Chile, reportaba la transcendencia de


que los comunistas tuviesen un sitio en el parlamento, ya que la mayoría de
comunistas en América Latina actuaban en una condición de semiilegalidad que,
de hecho, era el estatus del PCCh, puesto que no era legal, pero podía presentarse
bajo otras siglas. El delegado francés se remitía una y otra vez a las resoluciones
sobre el trabajo parlamentario de los primeros congresos para advertir de que la
fracción parlamentaria estuviera sujeta a los intereses del partido y la clase
obrera, y no al revés, los corchetes son nuestros:

«En las circunstancias actuales en que los Partidos Comunistas hermanos


poseen muy pocos elegidos legales, el papel internacional de las fracciones, en
la cámara y en el Senado, del P.C. chileno es excepcionalmente importante
siendo indispensable que cada discurso o intervención sobre la política exterior
o sobre la guerra actual esté bien preparado. (...) La fracción parlamentaria
puede prestar al partido una ayuda extraordinariamente fuerte; pero, así
mismo, puede convertirse en un foco de oportunismo e incluso de
descomposición. (...) Pueden caer en un oportunismo, que frene el movimiento
de masas y la acción del Partido. (...) El único medio de evitar estos peligros es
la aplicación firme de los principios enunciados por el IIº Congreso de la I.C. [de
1920][Se citan a continuación]». (André Marty; Sobre la fracción
parlamentaria y las minorías municipales de Chile, 1939)

En una reunión entre uno de los líderes chilenos y el líder de la IC, Dimitrov, se
aconsejó prestar atención a la selección de cuadros, y entender que el
parlamentarismo era una tribuna de propaganda, nada más:

«Es necesaria la educación militar y política en las filas del Partido y


particularmente entre sus cuadros. Al fin y al cabo, lo decidirán las armas y no
los discursos parlamentarios y las bonitas frases. (...) En los años 1937–1938,
habéis tenido 10.000 o 15.000 miembros del partido y actualmente tenéis
51.000. El partido creció mucho. Pero hay que ver qué es lo que representa, no
sólo numéricamente, sino también por su calidad». (Entrevista de Andrés
Escobar con Georgi Dimitrov, abril, 1941)

129
Incluso si nos retrotraemos más en el tiempo, un todavía revolucionario Karl
Kautsky advertía a todos los marxistas:

«Así pues, la conquista del poder del estado por parte del proletariado no
implica únicamente la toma de los ministerios gubernamentales, los cuales, sin
más, van a administrar los instrumentos de gobierno —una iglesia de estado
establecida, la burocracia y los cuerpos de oficiales— a la manera «socialista».
Más bien significa la disolución de estas instituciones. En la medida en que el
proletariado no sea lo bastante fuerte como para abolir estas instituciones de
poder, la toma de determinados ministerios o de gobiernos enteros será en vano.
Un ministerio socialista puede, en el mejor de los casos, subsistir de manera
temporal. La fútil lucha contra esas instituciones de poder lo va a erosionar sin
que tenga la posibilidad de crear nada que perdure». (Karl Kautsky; República,
1905)

Si el «frente popular» en España (1936-39), más allá de las equivocaciones y


concesiones de los comunistas en él, sirvió para catapultarles a su cenit de
popularidad y les permitió sostener una guerra contra el fascismo nacional e
internacional durante tres años. Sin embargo, el «frente popular» en Chile (1936-
41) o el «frente popular» en Francia (1936-38), pese al aumento de militantes y
los votos comunistas en las elecciones –tras aceptar concesión tras concesión
para satisfacer a los aliados de la coalición–, resultaron ser procesos que
finalmente culminaron en un fracaso estrepitoso, con más errores que aciertos
para el recuerdo. Acabaron por desdibujar totalmente la línea revolucionaria
hasta volverse un partido irreconocible para los más veteranos:

«A pesar de las evidencias de creciente fuerza y prosperidad que, en términos


relativos, comenzó a mostrar el PCCh en 1938, bien podría argumentarse que el
partido falló en lograr los objetivos más profundos que planteaba la estrategia
del Frente Popular. Según lo previsto originalmente, el Frente Popular estaba
destinado a ser un gran movimiento estructurado, el que atraería apoyos de
todas las clases sociales y de todos los partidos políticos, excepto los elementos
más intransigentes de la extrema derecha, y que avanzaría sin descanso hasta
lograr el objetivo de la liberación nacional. Sin embargo, pese a que el PC fue
capaz de crear una coalición electoral, un movimiento sindical unificado y una
serie de organizaciones frentistas auxiliares, falló en crear un movimiento de
Frente Popular, medido según las metas planteadas en sus concepciones
originales, ya sea en alcance o impulso. Las rivalidades y sospechas entre los
partidos retrasaron la estructuración formal del Frente Popular hasta
septiembre de 1937 e impidieron que se convirtiera en algo más que una
coalición electoral, como las que ya eran familiares en la política chilena y que
se mantenían unidas por la fuerza de las circunstancias externas y las
ambiciones políticas, antes que por algún compromiso común sobre reformas
fundamentales». (Andrew Barnard; El Partido Comunista de Chile, 1922-1947,
2018)
130
¿Y no reaccionó el PCCh? Sí, pero como acostumbra todo partido podrido por el
oportunismo, solo de manera formal y sin resultados visibles:

«En la novena sesión plenaria del CC, llevada a cabo a finales de septiembre y
principios de octubre de 1940, efectuó una autocrítica de su política de amplio
apoyo al gobierno, y por su fracaso al no conseguir la unidad de acción con sus
aliados, agregando a ello acusaciones de reformismo y oportunismo. El
gobierno, afirmó el PCCh, estaba dominado por elementos pro reaccionarios y
la única manera de avanzar era que los obreros y campesinos conquistaran la
dirección del movimiento popular, presionando por las transformaciones
fundamentales de la sociedad y la economía chilenas que el programa del Frente
Popular había prometido. En el futuro, declaró, la colectividad continuaría
apoyando al gobierno, pero solo en la medida en que siguiera persiguiendo
políticas antiimperialistas y antioligárquicas». (Andrew Barnard; El Partido
Comunista de Chile, 1922-1947, 2018)

En uno de los informes más críticos con el PCCh, Víctor Codovilla resumía de esta
forma las andanzas y equivocaciones del partido en la era del «frente popular»:

«Pasado ese primer periodo de entusiasmo, y al ver la clase obrera y el pueblo,


que el cumplimiento del Programa del F.P. se iba postergando indefinidamente
y que nuestro P. se pagaba también de promesas, se fue produciendo un
fenómeno inverso: la clase obrera y las masas populares manifestaban, de más
en más, su descontento con la política del Gobierno y se iban alejando del F.P
(...) A pedido del Gobierno, y bajo el pretexto de no malograr la obtención de
empréstitos americanos, el P. ha llegado hasta impedir o postergar huelgas por
aumento de salario, de obreros que trabajan en empresas yanquis. (...) Bajo el
pretexto de que la reforma agraria prometida por el Gobierno, resolvería los
problemas del campo, el P. frenó la lucha de los campesinos por la tierra y la
reforma agraria no fue realizada. (...) Durante la campaña electoral e
inmediatamente después del triunfo del F. Popular, eran los elementos pequeño-
burgueses frentistas quienes tenían la voz cantante en la dirección del P. y del
Gobierno; pero luego éstos fueron desplazados a la dirección del P. por los
elementos más reaccionarios que estaban en segundo plano. Nuestro P. no ha
sabido esclarecer estos cambios y sus causas entre la masa de los elementos
pequeño-burgueses y populares del P. Radical y ayudarles en la lucha contra los
elementos reaccionarios, los cuales más dichos y contando con los resortes del
Poder, los han quebrado, los han ido desmoralizando, haciéndoles perder la
confianza en el F. Popular. La consecuencia de esta política no justa de nuestro
P. con los aliados, ha sido que el F. Popular ha tenido una vida formal y por
arriba, sobre la base de continuas reuniones, de discusiones sin fin sobre la
actitud política de tal o cual partido, sobre cuestiones electorales, de empleo,
etc., pero no de discusión y de realizaciones constructivas para resolver los
problemas político-económicos del país, para desarrollar el movimiento
131
popular y empujar al Gobierno a cumplir las promeses hechas al Pueblo. A
causa de eso, el F. Popular se ha ida desvitalizado, las fuerzas políticas que están
en ellos. (...) Esa política fue favorecida por las desviaciones oportunistas de
nuestro P. en la aplicación de la línea política y táctica del F.P. Bajo el lema
de «no crear dificultades al Gobierno», el P. llegó a aprobar todo lo que hacía o
dejaba de hacer el Gobierno, y a prestarle a frenar las luchas económicas de los
obreros y de los campesinos por la tierra, y las demás reivindicaciones de las
masas. (...) En las elecciones internas del P. radical han triunfado
preferentemente los elementos de derechas, que sin abandonar aun el F.
Popular, buscan un compromiso con la oligarquía. Es en el cuadro de esta
situación general, cuando comencé la discusión con la dirección del P. planteé,
sobre todo, la necesidad de que los camaradas comprendiesen que por ese
camino, no solo el P. iba perdiendo influencia en las masas, sino que el F.
Popular iba hacia la ruptura, sin pena ni gloria, el Gobierno se iba deslizando a
la derecha y se terminaría. Con que el P. sería puesto en la ilegalidad y
perseguido por el propio gobierno, al cual venía apoyando. (...) En lugar de
exigir medidas drásticas contra la reacción, contra los patrones, saboteadores
de la producción, contra los hambreadores del pueblo, etc., llamando al pueblo
a unirse y a organizar Milicias y Comités de F.P., y a fiarse en su organización
y en su fuerza, pronunció un discurso flojo, vacío, sin contenido revolucionario,
de «viejo estilo». (Víctor Codovilla; Sobre la actuación de los partidos
comunistas latinoamericanos, 26 de octubre de 1940)

Pese a las promesas, el PCCh no cambió de rumbo. Era de esperar. Finalmente,


el frente popular se disolvió en 1941 no a iniciativa de los comunistas, sino de sus
antiguos aliados socialdemócratas. Normal, ¡tenían que pagar de alguna forma el
crédito que acababan de pedir a Washington!

El saldo de esta experiencia fue bastante evidente:

«El Frente Popular se había pensado como un medio para continuar e, incluso,
acelerar la lucha revolucionaria en Chile. Uno de sus objetivos principales era
la disminución, si es que no la liquidación, de la influencia de la «burguesía
nacional reformista» entre las masas. Tal como el CC lo expresó gráficamente
en febrero de 1936, «si la burguesía reformista nacional está dispuesta a dar un
paso con el proletariado, buscaremos la forma de que dé dos; si intenta
detenerse, pasaremos por encima suyo y de la masa a la que influencia». Sin
embargo, fue el PC el que terminó encontrándose en una posición muy similar
a la que había esperado colocar a la «burguesía reformista nacional» o, al
menos, a sectores de ella, representados por el PR. Fue el comunismo el que se
vio obligado a hacer las concesiones más significativas para crear y mantener
unida a la coalición. Finalmente, fue el «proletariado» –el PCCh y el PS– el que
fue utilizado para los planes políticos y las ambiciones de la «burguesía

132
reformista nacional», y no al revés». (Andrew Barnard; El Partido Comunista
de Chile, 1922-1947, 2018)

Aunque parezca extraño el PCCh no aprendió nada de la experiencia del «Frente


Popular» (1936-41) y volvió a cometer todos y cada uno de los errores en la era de
Allende y la «Unidad Popular» (1970-73), solo que en aquella ocasión costó un
baño de sangre. Pero esto es algo que se ha silenciado en el moderno «movimiento
comunista» bajo la idealización más absoluta. No es casualidad que hoy existan
multitud de partidos revisionistas, como los que por ejemplo se agrupan en la
Conferencia Internacional de Partidos y Organizaciones Marxista-Leninistas
(CIPOML), que centrados en el más puro folclore y dedicados en exclusividad a
la charlatanería, reivindican con los ojos cerrados las peores teorías y actuaciones
de las experiencias de los «frentes populares». Esto solo es el reflejo de su
ignorancia histórica o su pragmatismo consciente. Esto nos debe hacer
reflexionar en que, como diría Dimitrov:

«El mantenimiento del frente popular. (...) Este no significa que la clase obrera
tenga que apoyar el frente popular del presente gobierno a cualquier precio. La
composición del gobierno puede variar, pero el frente popular debe permanecer
y crecer fortaleciéndose todo el tiempo. Si por alguna razón u otra el gobierno
existente no llega a ser capaz de ejecutar el programa del frente popular, si toma
la línea de claudicar ante el enemigo de casa y del exterior, si su política conduce
al descrédito del frente popular y por lo tanto debilita la resistencia a la ofensiva
fascista, entonces la clase obrera, mientras sigue fortalecimiento los lazos del
frente popular, se deberá esforzar por llevar a cabo la sustitución del presente
gobierno por otro, a un gobierno que lleve firmemente a cabo el programa del
frente popular, que sea capaz de hacer frente al peligro fascista,
salvaguardando las libertades democráticas del pueblo. (...) Y asegurando su
defensa contra la agresión fascista». (Georgi Dimitrov; El frente popular, 1936)

¿Por qué no se tuvieron en cuenta estas palabras? ¿Por qué los comunistas de
aquel entonces no se retiraron a tiempo de estas coaliciones del «frente popular»
si estaban viendo que las demandas firmadas en el programa conjunto no se
cumplían? Parece ser que se pensaba –y temía– que al retirarse de la alianza o
proponer otra formación de gobierno más izquierdista donde entrasen los
comunistas, quedarían aislados y sería la excusa perfecta para ser golpeados por
la reacción sin ayuda posible. Pero era mucho peor para sus intereses a largo
plazo seguir siendo cómplice de un fraude de gobierno que había estafado al
pueblo y roto su confianza. Lo que tendrían que haber hecho era volver a las
formulaciones humildes, mejorar su trabajo de propaganda, revisar su política de
alianzas, buscar estas uniones por la base y no tanto por los acuerdos formales
«desde arriba», dado que muchos de estos jefes socialdemócratas, anarquistas y
liberales no estaban –ni se les esperaba– para la unidad popular, antifascista y
menos aún anticapitalista. Finalmente, la IC tuvo que reaccionar. Oficialmente
no se reconoció directamente el fracaso o la distorsión que los partidos
133
comunistas sufrieron durante estos años en cuanto a la aplicación de la estrategia
del «frente popular», y aunque se aludiese a «razones producidas por el cambio
de la situación» con el estallido de la guerra, lo cierto es que la IC se vería obligada
a rectificar la línea, recomendando, de nuevo, solo los acuerdos desde abajo y una
denuncia sin piedad a los líderes socialistas, radicales y otros. Véase el artículo de
Dimitrov: «La guerra y la clase obrera de los países capitalistas» de 1939.

Lamentablemente tampoco sirvió de nada este giro hacia la izquierda –en el


sentido positivo y no peyorativo–. Ya que, para aquel entonces, en Argentina,
Chile y otros países el papel de los comunistas se estaba convirtiendo, poco a
poco, en el de ser auxiliares de la burguesía nacional como denunciaban cada vez
más voces. Era una cuesta abajo sin frenos:

«Los comunistas han cometido graves errores de superestimación de la


burguesía nacional antiimperialista, organizada sobre todo en la Unión Cívica
Radical. Miembros de su CC han dedicado su tiempo y páginas enteras de la
revista teórica del Partido para el estudio del rol «progresista» de la UCR en el
país. En 1936-37, el Partido lanzó inclusive la consigna de «¡Alvear al poder!»
con respecto a la candidatura de ese jefe máximo de la UCR. Pero, en su último
pleno de enero de 1939, el PC ha corregido, en parte, ese error. El PC planteaba
hasta antes de la guerra actual la consigna de Unidad Nacional contra las
amenazas nazi-fascistas, por el desarrollo de la economía nacional, contra
los monopolios, por el bienestar del pueblo. El 10 de agosto último, un miembro
de su CC, el camarada Luis Sommi, declaraba en el órgano del Partido,
«Orientación»: «Somos y constituimos un partido obrero, pero nuestra lucha,
nuestro programa y nuestra vida están enteramente entregados a la gran tarea
de liberar nuestra patria de todas las trabas que lo estancan y detienen su
progreso económico». (Informe ¿de Fernando Lacerda?; Partidos comunistas
latinoamericanos y la unidad, 1939)

Esto, tristemente, se daría de forma generalizada en América:

«En general, todos los partidos plantean la unidad a toda costa por la defensa
de las reivindicaciones obreras, campesinas, de la democracia y la
independencia nacional. A mi parecer, se hacen muchas confusiones con
respecto al rol de la burguesía nacional en la etapa de liberación nacional de
nuestra revolución. Habiendo tendencias grandes en dar a la burguesía un rol
más grande que lo que ella pueda tener, de hecho, se capitula mucho ante los
líderes obreros del nacional reformismo burgués. (…) En general, aquí se hace
sentir con más evidencia las capitulaciones de la mayoría de los partidos
comunistas ante el movimiento nacional reformista burgués, antiimperialista.
Esas capitulaciones han llegado inclusive, en ciertos partidos, como el de Brasil,
de Argentina, de Colombia, al punto de considerar a la burguesía nacional como
una fuerza motriz de la revolución nacional, y aun como fuerza dirigente. Por
eso, no es raro plantearse en algunos casos la necesidad de evitar e impedir

134
huelgas contra patrones nacionales, que luchan contra el imperialismo. En el
Partido de México hay un evidente seguidismo frente a Cárdenas. Y hay noticias
de que el Partido de Cuba ha sustentado la candidatura del coronel Batista a la
presidencia de la República, al lado de otros partidos liberales burgueses».
(Informe ¿de Fernando Lacerda?; Partidos comunistas latinoamericano y la
unidad, 1939)

El ascenso del peronismo (1946-52) y la confusa posición del PCA

Volvamos por fin al tema que nos ocupa: el PCA respecto al desafío peronista.
Desde finales de los años 30 e inicios de los 40, el PCA fue perdiendo su
independencia e iniciativa. Veía con buenos ojos el posibilismo reformista, por lo
que estableció todo tipo de alianzas sin principios con los partidos tradicionales
y, lejos de tratarse de pactos trabajados con la base, lo que primaron fueron los
pactos entre las cúpulas partidistas:

«La línea política del PCA en este período era la de impulsar la «Unidad
Nacional» antifascista sin exclusión de ninguna «fuerza democrática», en plena
consonancia con la política de la U.R.S.S. de aliarse con las naciones
democráticas capitalistas para derrotar al nazifascismo. Esta convivencia entre
capitalismo y socialismo era promovida teóricamente por el PCA –lo que llevó
a distintos sectores a acusar a la dirigencia del partido de «browderismo»– y,
en última instancia, también servía para justificar la integración de la «Unión
Democrática» al lado de partidos conservadores y sectores de la burguesía y de
la oligarquía terrateniente». (Andrés Gurbanov y J. Sebastián Rodríguez; Los
comunistas frente al peronismo: 1943-1955, 2016)

Poco después se reconocería, entre otras cosas, que:

«La desviación fundamental [del período 1941-1946] consistió en el


debilitamiento de la lucha por las reivindicaciones económicas de los obreros y
trabajadores en general, determinado por el temor de perder aliados en el
campo de los sectores burgueses progresistas. (...) El debilitamiento de nuestras
posiciones en el campo obrero no tiene, pues, su explicación única en la
persecución tenaz de la reacción fascista, sino fundamentalmente en la
aplicación de una política no siempre acertada que nos impidió influenciar y
dirigir el movimiento obrero». (Gerónimo Arnedo Álvarez; Cinco años de lucha,
1946)

Pero ahí no acaba todo lo que fue esta línea política tan ruborizante. Ante el
fenómeno creciente del fascismo, en 1940 se declaró una línea de conciliación con
el mismo bajo la barata excusa de que si el pueblo era fascista, se debía estar con
el pueblo, incluso confiar en que él mismo sabría darse cuenta del error:

135
«Debemos comprender que las aspiraciones de las masas muchas veces se
encuentran por detrás de esa ideología fascista. Y, como ellas vienen del pueblo,
poco importa si su ideología es fascista o no. La rectificación política necesaria
puede ocurrir en el propio movimiento de masas». (Ernesto Giudicii;
Imperialismo y liberación nacional, 1940)

Esto suponía reconocer indirectamente que los comunistas no estaban ni se les


esperaba para combatir organizativa e ideológicamente al fascismo. Rebajar el
desenmascaramiento ideológico del fascismo bajo el optimismo místico en las
«masas» y el «pueblo», es algo que solo podía esgrimir un idiota o alguien en
nómina por el propio fascismo infiltrado en las filas antifascistas.

Deformando el concepto de las alianzas revolucionarias, Codovilla se había


acostumbrado durante estos años a hablar en términos abstractos de «libertad»,
«control estatal», «democracia» o «soberanía nacional» sin aclarar las
diferencias que estos conceptos tenían para los comunistas y el resto de fuerzas
políticas. Si comparamos sus declaraciones con cualquier jefe de los partidos
revisionistas modernos, concretamente aquellos que viran hacia el reformismo y
no tanto hacia el anarquismo, comprobaremos que Codovilla hoy podría pasar en
estas organizaciones como un «comunista» o «marxista» del siglo XXI.

Sin miedo a exagerar, podemos asegurar que durante esta etapa el PCA se
acostumbró a un lenguaje totalmente lacayo de la burguesía. Con la aparición del
peronismo, el contraproyecto que preparó el PCA era, en palabras de Codovilla,
asegurar un «régimen democrático y progresista» «apoyándose en todos los
partidos y sectores sociales» y siempre, claro, «bajo el imperio de la
Constitución» que tenía el parlamento como máxima representación. Se pedía
una «reforma agraria profunda», se declaraban partidarios de la «intervención
progresiva del Estado tendiente a orientar la inversión de capitales», lo que daría
pie a una «reorganización de la estructura industrial», para «llevar la industria a
las regiones donde se producen materias primas». También declaraba que «no
nos oponemos a que venga capital extranjero a nuestro país». ¿Qué diferencia
había con el peronismo, el liberalismo o el socialdemocratismo? ¡Prácticamente
ninguna! Véase la obra de Víctor Codovilla: «Batir al nazi-peronismo para abrir
una era de libertad y progreso» (1945).

Sabiéndose esto, es normal que se pronunciaran epítetos ridículos como el


siguiente:

«Obreros y trabajadores laboristas, radicales, socialistas, comunistas, sin


partido: ¡Unámonos! Es preciso que liquidemos las anteriores líneas divisorias
y juzguemos a los hombres y a los partidos no por lo que dicen, sino por lo que
hacen efectivamente para resolver los problemas políticos, económicos y
sociales del país en beneficio del pueblo, a favor de la paz y en defensa de la
soberanía nacional». (Víctor Codovilla; Discurso en el XIº Congreso del PCA,
1946)

136
Hasta se llegó a promover un apoyo a la teoría del «desarrollo de las fuerzas
productivas», considerándose la vinculación estadounidense con los gobiernos
latinoamericanos como un gran progreso para el destino e independencia de los
pueblos de la zona (sic):

«Estados Unidos e Inglaterra concordaron en cuanto a una política


economicista a ser seguida en América Latina que tiene como objetivo
contribuir con el desarrollo económico, político y social de una manera
progresiva. (…) Ese acuerdo debería basarse en la cooperación de esas dos
grandes potencias con los gobiernos democráticos y progresistas de América
Latina, para llevar a cabo un programa común, que al mismo tiempo que crea
un mercado para su capital que es diez o veinte veces mayor que el presente,
contribuirá para el desarrollo independiente de esos países y les permitirá, en
algunos años, eliminar el atraso en el cual estuvieron sumergidos». (Víctor
Codovilla; Marchando hacia un mundo mejor, 1944)

En realidad, Codovilla no hacía sino ir al unísono de las tesis más liquidacionistas


del líder estadounidense Earl Browder. Estas, sin exagerar, promovían la
sumisión absoluta al imperialismo, el abjurar definitivamente de los principios
ideológicos del marxismo en favor de un liberalismo:

«Los comunistas prevén que sus objetivos políticos prácticos serán por un largo
tiempo y en todas las cuestiones fundamentales, idénticos a los objetivos de una
mayor masa de no comunistas, por tanto, nuestros actos políticos se fundirán
en movimientos de mayor envergadura. Es por esto que la existencia de un
partido político específico de los comunistas ya no sirve a un objetivo práctico,
sino que por el contrario, podría convertirse en un obstáculo para conseguir una
más amplia unidad. Por eso, los comunistas disolverán su propio partido
político y encontrarán una forma organizativa diferente y nueva, y un nuevo
nombre que se adapte mejor a las tareas del día y a la estructura política a
través de la cual deben llevarse a cabo dichas tareas. (...) Nuestros objetivos
políticos, que son idénticos a los de la mayoría de los estadounidenses,
trataremos de presentarlos a través de la estructura existente de los partidos de
nuestro país, que es, en su conjunto, el «sistema bipartito» específicamente
estadounidense. (...) La asociación política comunista es una organización de
los estadounidenses que no tiene carácter de partido y que, apoyándose en la
clase obrera, lleva adelante las tradiciones de Washington, Jefferson, Payne,
Jackson y Lincoln, en las condiciones diferentes de la sociedad industrial
moderna»; que esta asociación «defiende la Declaración de Independencia, la
Constitución de los Estados Unidos y la Carta de Derechos, así como las
realizaciones de la democracia estadounidense contra todos los enemigos de las
libertades populares. (...) Si es que podemos enfrentar la realidad sin vacilar y
hacer renacer en el sentido moderno de la palabra las grandes tradiciones de
Jefferson, Payne y Lincoln, entonces los Estados Unidos podrá presentarse
137
unido ante el mundo, asumiendo un papel de guía para salvar a la humanidad.
(...) Lo que claramente demanda la situación es que Estados Unidos tome la
iniciativa en proponer un programa común de desarrollo económico de los
países latinoamericanos. Esto debería planificarse ahora y ponerse en marcha
inmediatamente después de la guerra en una escala enorme en cierto grado
acorde con las grandes reservas de tierra, materias primas y mano de obra de
América Latina, y con la capacidad angloamericana de proporcionar capital y
crear mercados para grandes empresas y los productos de la industria». (Earl
Browder; Teherán: nuestro camino en la guerra y la paz, 1944)

¿Por qué se decidió cargar todas las culpas a Browder y no pedir cuentas al
veterano comunista argentino? ¿Favoritismos? ¿Quizás porque Covodilla tuvo el
«mérito» de no llegar a pedir la propia disolución del partido como el
estadounidense?

La teoría de las fuerzas productivas ha sido utilizada por todos los famosos
oportunistas del siglo XX, es herencia de la II Internacional; de toda la
socialdemocracia europea, incluyendo desde kautskistas, mencheviques hasta
pasar por los trotskistas. Bajo esta formulación se ha inoculado la idea de que los
países semifeudales con poco desarrollo del capitalismo y de un bajo nivel de
desarrollo de fuerzas productivas y con escaso números de proletarios, los
comunistas no pueden políticamente hegemonizar la revolución ni
económicamente transitar al socialismo, con lo que necesitarían un desarrollo del
capitalismo mayor para lograr ambos propósitos. Sobra decir que esta teoría era
opuesta a Marx, Lenin, Stalin y Hoxha quienes defendían que los proletarios,
aunque escasos, pueden atraerse en alianza al gran número de pequeño
burgueses en estos países y resolver las tareas anticoloniales, antifeudales y pasar
luego a la construcción el socialismo sin pasar por el capitalismo plenamente
desarrollado. Lo acientífico de dicha idea oportunista, y la lógica del pensamiento
marxista-leninista, fue corroborado con las revoluciones en Rusia, Albania y otros
países.

Pero había cosas iguales o peores en otros partidos latinoamericanos durante esta
luna de miel con el «browderismo» –que como observamos también se podría
haber llamado «codovillismo»–. ¿Quieren ejemplos palpables? Bien. Los
comunistas mexicanos habían acabado proclamando que no necesitaban nada
más que su preciosa constitución para lograr el progreso nacional:

«Defendemos la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, que es


el resultado de todo el proceso de luchas que acaudillaron Hidalgo y Morelos,
Juárez y Ocampo, Madero y Zapata; y pugnamos por la consumación de los
derechos y libertades democráticas que nuestra Carta Magna consagra;
afirmamos que la Constitución Política es la base para la acción del pueblo
mexicano en aras del desarrollo general de México, que desde el punto de vista
económico está en la actualidad planteado por la vía capitalista: pugnamos este

138
desarrollo y luchamos porque vaya acompañado de la elevación del nivel de
vida general del pueblo mexicano». (Blas Manrique; Informe en el IXº Congreso
del Partido Comunista de México, 13 de mayo de 1944)

Y que los conflictos sociales y las huelgas eran negativas para el prosperar de la
nación:

«La táctica de lucha del Partido Comunista Mexicano se halla aplicada a las
condiciones de la unidad nacional; pugna por la solución de las diferencias
internas evitando choques o acciones que debiliten la unidad nacional. El
Partido Comunista Mexicano sostiene, como táctica para el movimiento
sindical, la necesidad de hallar solución a los conflictos obrero-patronales
mediante el avenimiento justo que reclama la actual situación, con el fin de no
acudir a la huelga que lesiona la producción y es aprovechada por las fuerzas
enemigas para debilitar la unidad nacional». (Partido Comunista de México;
La nueva organización del Partido Comunista de México, 1944)

No nos vamos a dignar a comentar esta aberración. ¿Alguien podía culpar a los
obreros mexicanos por desertar a las filas de alguna secta socializante antes que
prestarse a ser el tonto útil de la patronal bajo el nombre del «comunismo»?

Como en tantas otras cuestiones, la idea central del PCA siempre fue la de
presentar las diferencias entre comunistas y el resto de fuerzas como detalles
secundarios, algo que también se reflejaría en la cuestión religiosa. En la sintonía
de Thorez, Duclos, Togliatti, Longo, Ibárruri o Carrillo, en Argentina, Codovilla y
Álvarez consideraban que la religión no influía prácticamente en la mentalidad
de los obreros y sus posicionamientos políticos reaccionarios. Pensaban que,
entre católicos y comunistas «no existen incompatibilidades que les impida
marchar unidos», puesto que hay un «sentimiento humanitario en que se inspira
la religión cristiana». Véase la obra de Codovilla: «Los comunistas, los católicos
y la unión nacional» (1946).

Con este autoengaño, el PCA renunció a realizar una crítica científica y sosegada
de la corriente política en cuestión, la democracia cristiana, creyendo que esto le
garantizaba la unión con sus bases más progresistas e, incluso, su paso a las filas
del comunismo, un error que cometería a menudo con otras tendencias, como la
socialdemocracia o el peronismo. ¿Cómo lograrían convencer y hegemonizar a los
obreros democratacristianos, peronistas o socialdemócratas de la inutilidad de
sus doctrinas sin una crítica seria pero despiadada hacia su ideología y sus
líderes?

Desde el campo de la cultura la estrategia contracultural de Codovilla fue copiar


los pasos de Thorez:

139
«En el nuevo contexto desplegado con la llegada de Perón al gobierno, Giudici
repetiría la fórmula, advirtiendo que la única manera de oponerse a los intentos
corporativistas del general en la presidencia y al mismo tiempo desplegar una
acción cultural atenta a la nueva realidad social que vivía el país, era
desarrollar un «nuevo concepto» de cultura, al que definía «orgánico e
integral», como producto del trabajo conjunto de las distintas ramas de la
actividad intelectual en una organización nacional de nuevo tipo. (...) La
aspiración de generar un organismo nacional de intelectuales que agrupara en
una única organización las diversas «ramas» de la cultura y el trabajo
intelectual, al estilo de la Unión Nacional de Intelectuales francesa, fue
largamente acariciada por los comunistas durante todo el período aquí
estudiado, siempre con escaso o nulo éxito». (Adriana Petra; Intelectuales y
política en el comunismo argentino: estructura de participación y demandas
partidarias (1945-50), 2012)

Este ambiente tan laxo y liberal infectó a los cuadros más importantes, el fracaso
de esta estrategia solo profundizó las dudas y la desorientación generalizada de
la militancia. No fueron pocos los que comenzaron, en el sentido opuesto, a
albergar nociones posibilistas en relación al peronismo y la idea de una
conjunción con él. ¡Si no puedes vencerle únete a él!

«Más allá de las disidencias a propósito del peronismo con la dirección del
Partido Comunista Argentino (PCA) que llevaron a su expulsión en 1946, una
interpretación articulada del fenómeno cristalizó en Puiggrós con el correr de
la década del 50. Ya en el prólogo de la segunda edición de Rosas el pequeño
(1954) caracterizaba el proceso en curso como una «revolución nacional
antiimperialista» y «emancipadora», cuya trascendencia hacía irrelevantes las
divergencias historiográficas con los «rosistas militantes» en la medida que
éstos se solidarizaran con este «renacer del pueblo argentino». (Sergio
Friedemann; El marxismo peronista de Rodolfo Puiggrós: una aproximación a
la izquierda nacional, 2014)

Otras veces estas concesiones derechistas en materia de alianzas y religiosa se


combinaban, tras una serie de fracasos políticos sonados, con un lenguaje
exaltado de izquierda con el que calificaron al gobierno de Perón de «plenamente
fascista». Aunque el justicialismo no había derribado todos los resquicios del
sistema democrático-burgués, es cierto que el movimiento peronista había
entrado en una fase de ofensiva con la proclamación de la Constitución de 1949 y
la Nueva ley electoral de 1951, coartando las coaliciones electorales y dificultando
la obtención de votos para los partidos minoritarios. Además, había censurado
algunos periódicos de la prensa opositora mayoritaria, como «La Vanguardia» –
de los socialistas, que pese a todo eran anecdóticos– y, sobre todo, el periódico
«La Prensa» –de los radicales, verdaderos opositores en materia de influencia–.
Sin contar, claro está, con el terrorismo de Estado que ya venía desatándose hacia
los grupos más izquierdistas desde el minuto uno. Pero, aunque el peronismo no
140
hubiera «Cruzado el Rubicón» volando el sistema democrático-burgués, para el
PCA daba lo mismo porque no utilizaba las palabras según criterios científicos,
sino por el potencial emocional que calculaba que podían suscitar entre los
trabajadores:

«De hecho, Nueva Era sostiene en marzo de 1951 que el proceso de fascistización
del Estado, que en 1946 sólo estaba en germen, se encuentra terminado».
(Andrés Gurbanov y J. Sebastián Rodríguez; Los comunistas frente al
peronismo: 1943-1955, 2016)

Esto no fue impedimento para que, tras el intento de Golpe de Estado de


septiembre de 1951, el PCA y sus desvergonzados dirigentes pasasen en pocos
meses de calificar al gobierno de Perón de «camarilla nazi-fascista» a ofrecerle,
ahora, un posible apoyo:

«La política de nuestro partido debe tender a movilizar y a organizar la clase


obrera, las masas campesinas y la población laboriosa en general para
presionar sobre el Gobierno a fin de que se desprenda de las fuerzas
reaccionarias y pro-fascistas y apoyarlo en la realización de todas aquellas
medidas económicas y políticas beneficiosas a los intereses del pueblo y de la
Nación». (Partido Comunista de Argentina; Proyecto de tesis para discusión del
segundo punto del orden del día del XIº Congreso del Partido, 1952)

«La propuesta económica del gobierno era calificada de progresista, aunque


para concretarla debía enfrentarse a los intereses concentrados nacionales y
extranjeros. Sólo de esa forma – aconsejaba – se podría contra la desocupación,
contra la inflación y contra el desabastecimiento de productos de primera
necesidad». (Nuestra Palabra 9-12-1952). El Comité Ejecutivo saludaba al Plan,
no como un «partido opositor» sino como partido que lucha por la unidad de
las masas populares para impulsar el progreso del país. Defiende los objetivos
de la grandeza nacional, la soberanía política, la independencia económica y la
mejora de las condiciones de vida para trabajadores y demás sectores
populares». (A Contracorriente, North Carolina University, Vol. 9 No. 3 (2012):
Primavera de 2012)

Las declaraciones del PCA sobre el peronismo, la exoneración de su propia


política reaccionaria y su ilusión sobre un posible cambio del peronismo hacia
políticas más progresistas certificaban que la dirección del PCA era cándida y
cobarde a partes iguales:

«Resumiendo hasta aquí, durante el período que va entre el XIº Congreso [1946]
y finales del año 1948 constatamos –a nivel discursivo– que el PCA se mantuvo
consecuente en una línea de oposición no sistemática al gobierno peronista,
alternando entre algunas posturas críticas y otras más cercanas al peronismo;
denuncia que existe una doble presión reaccionaria –interna y externa– para

141
que la Argentina «capitule ante el imperialismo yanqui» y «reprima a las
masas populares», pero no descarga la culpa contra el gobierno, sino que hasta
se dispone a apoyarlo si Perón decide contrarrestar dicha embestida
«reaccionaria». (Andrés Gurbanov y J. Sebastián Rodríguez; Los comunistas
frente al peronismo: 1943-1955, 2016)

No olvidemos que estamos hablando de un gobierno como el peronista que


realizaba una sistemática propaganda anticomunista en los medios de
comunicación nacionales, así como en los foros internacionales, que perseguía a
sangre y fuego a los comunistas bajo la famosa Sección Especial. Llamar a esto
Síndrome de Estocolmo o, directamente, estupidez por parte de los comunistas
argentinos sería quedarse cortos.

Desde Europa comenzaron a llegar las resoluciones de las primeras conferencias


de la Kominform en 1947 y 1948 contra el legalismo burgués, las alianzas sin
principios y el cretinismo parlamentario, que estaban dirigidas precisamente
contra este tipo de actuaciones, lo que supuso poner algo de freno a la vorágine
de revisionismo que estaba desatándose en Latinoamérica; vaivenes y
descarrilamientos que, no nos engañemos, la propia dirección soviética había
aplaudido e incluso promovido en múltiples ocasiones. En Buenos Aires este
nuevo viraje del «oficialismo» soviético tuvo que ser acogido a regañadientes,
dado que había sido gran parte del camino que había seguido la formación
argentina con sumo placer, pero, una vez más, la cúpula dirigente si bien no creía
demasiado en los nuevos planteamientos oficiales, aceptaba verse forzada a
reformular su discurso para evitar ser acusada con la etiqueta con la que en ese
momento se identificaba a la corriente desviacionista de moda, en este caso de
«titoísta». Pero como era costumbre, raudo el PCA volvería a incurrir en los
mismos vicios y manías, por lo que en lo relativo al peronismo su postura
oportunista no cambiaría demasiado.

A la hora de la verdad existía una desconexión y autonomía muy grande. Aquí ya


se detectaba que:

«La situación actual de los partidos comunistas tiene sus deficiencias. Algunos
camaradas entendieron la disolución de la Internacional Comunista (IC) como
la eliminación de todos los vínculos y contactos entre los partidos comunistas
hermanos. Sin embargo, la experiencia ha demostrado que el aislamiento entre
los partidos comunistas es equivocado, nocivo y, de hecho, antinatural. El
movimiento comunista se desarrolla dentro de marcos nacionales, pero los
partidos de todos los países tienen tareas e intereses comunes. Tenemos ante
nosotros un curioso cuadro: los socialistas, que no se detuvieron ante nada para
demostrar que la IC dictaba directivas desde Moscú a los comunistas de todos
los países, han restaurado su Internacional; mientras que los comunistas
todavía se abstienen de reunirse unos con otros, y, menos aún, se consultan

142
entre sí sobre cuestiones de interés mutuo, por temor a las calumnias de sus
enemigos en relación con la «mano de Moscú». Los representantes de los más
diversos campos de actividad –científicos, cooperativistas, sindicalistas,
juventudes, estudiantes– consideran factible mantener contactos
internacionales, intercambiar experiencias y celebrar consultas sobre
cuestiones relativas a su trabajo, y organizar congresos y conferencias
internacionales; mientras que los comunistas, aún los que están unidos como
aliados, vacilan en establecer lazos de amistad entre ellos. No hay duda de que
si esta situación persiste puede tener graves consecuencias para el desarrollo
del trabajo de los partidos hermanos. La necesidad de consulta mutua y
coordinación voluntaria de la acción entre los partidos individuales se ha hecho
especialmente urgente en la actual coyuntura, en que la persistencia en el
aislamiento puede conducir a un debilitamiento del entendimiento mutuo y, a
veces, incluso a errores graves. La ausencia de enlaces, resulta en un mutuo
aislamiento que debilitan nuestras fuerzas». (Andréi Zhdánov; Sobre la
situación internacional; Informe en la Iº Conferencia de la Kominform, 22 de
septiembre de 1947)

Y si eso había permitido en Europa un aislamiento y la generación de revisiones


muy particulares del marxismo, como el thorezismo o el togliattismo, ¿¡qué no
pasaría en la alejada América Latina!? ¿Por qué no se criticaron de arriba abajo
las increíbles declaraciones que estuvieron circulando en los partidos comunistas
latinoamericanos y que, por entonces, todavía seguían reproduciendo? A causa
de falta de conocimientos o de mirar hacia otro lado. Para empezar, la sección
argentina no dejaba de ser anecdótica a nivel mundial, pero, en segundo lugar,
téngase que cuenta que la IC había sido disuelta en 1943 y el PCA no formaba
parte de la Kominform, organización fundada en 1947 e integrada solo por unos
cuantos partidos europeos.

En el ámbito cultural, el PCA se contagió totalmente del espíritu del peronismo y


de los sectores de la «izquierda nacionalista»:

«Aunque apoyado en una estructura internacional de notable proporciones, el


Movimiento por la Paz se dotó de un discurso de un marcado tono nacional que
vinculó la lucha por la paz con la defensa de las «mejores tradiciones
nacionales» y dio lugar a una compleja tarea de revalorización de las
expresiones culturales locales y una reconsideración de la herencia liberal que,
en el caso del comunismo argentino, constituía un elemento central de su cultura
política desde la década del 30. (...) En el marco de la condena al «formalismo»
artístico y de la exaltación de las tradiciones nacionales que caracterizaron el
periodo, términos como «nación» y «patria» adquirieron nuevas
significaciones y desplazaron los sentidos del internacionalismo». (Adriana
Petra; Intelectuales y política en el comunismo argentino: estructura de
participación y demandas partidarias (1945-50), 2012)

143
En 1952 los comunistas argentinos se atrevían a afirmar sin sonrojo que:

«El proceso de unidad que se desarrolla en nuestro país entre comunistas y


peronistas». (V. Marischi; La lucha por la unidad de la clase obrera en América
Latina, las tareas del movimiento sindical en argentina, 1952)

La cuestión que se alza aquí es: ¿cómo debían estar las fuerzas del comunismo
internacional como para que estas palabras del PCA pasasen como normales
durante tanto tiempo o, incluso, fuesen alabadas? En un estado de confusión y
abatimiento evidente, eso sin duda. Los propios partidos europeos no tuvieron
problemas en publicar algunas de las declaraciones de Browder y Codovilla
durante estos años, como ya hemos visto con las ediciones del Partido Comunista
de España (PCE). Encontramos otro ejemplo en su revista, «Nuestra Bandera»,
que publicó en ediciones como el Nº7 y Nº10 de 1944 el discurso liberal del
browderismo sobre «el fin del fascismo» y la «nueva etapa de la humanidad», que
incluiría una estrecha colaboración entre comunistas y capitalistas para
«reconstruir el mundo en paz». No nos olvidemos tampoco que la propia línea de
la Kominform estuvo supeditada a la conservación de la paz, no a la difusión y
ayuda de la lucha de clases como tal a nivel mundial:

«A partir de su tercera reunión celebrada en Matra, Hungría, en noviembre de


1949, la Cominform estableció que la «lucha por la paz» sería la estrategia
política dominante del movimiento comunista internacional. Con este objetivo,
prácticamente se transformó en el órgano directivo del Movimiento por la Paz,
ampliando su esfera de influencia hacia grandes sectores de la opinión pública,
en un doble esfuerzo por recuperar la influencia en las organizaciones de masas
y salir de su aislamiento». (Adriana Petra; Intelectuales y política en el
comunismo argentino: estructura de participación y demandas partidarias
(1945-50), 2012)

Desde las tribunas del XIXº Congreso del PCUS (1952), Malenkov parecía
conforme con declarar que este «movimiento interclasista» por la «paz» no
estaba dirigido ni siquiera por los comunistas, de que «no busque abolir el
capitalismo». Por su parte, la URSS ya no era «la cuna y apoyo de la revolución
mundial», sino que ahora tenía asignado como propósito principal
«autoprotegerse» y «asegurar la paz entre naciones»:

«La línea principal del Partido en el ámbito de la política exterior ha sido, y


sigue siendo, una política de paz entre las naciones y de garantizar la seguridad
de nuestra Patria socialista. (…) Ante el creciente peligro de guerra se está
desarrollando un movimiento popular en defensa de la paz; se están formando
coaliciones contra la guerra de diferentes clases y estratos sociales interesados
en aliviar la tensión internacional y evitar otra guerra mundial. Todos los

144
esfuerzos de los belicistas por pintar este movimiento democrático, pacífico y no
partidista como un movimiento de partido, como un movimiento comunista, son
en vano. (…) Este movimiento por la paz no se propone abolir el capitalismo,
porque no es un movimiento socialista, sino democrático de cientos de millones
de personas. Los partidarios de la paz presentan demandas y propuestas
diseñadas para facilitar el mantenimiento de la paz, la prevención de otra
guerra. (…) La actual relación de fuerzas entre el campo del imperialismo y la
guerra y el campo de la democracia y la paz hace que esta perspectiva sea
bastante real». (Gueorgui Malenkov; Informe principal en el XIXº Congreso del
Partido Comunista de la Unión Soviética, 1952)

No sabemos si el señor Malenkov leía los periódicos, ya que no parecía estar


informado de los conflictos en Grecia, Malasia, Corea, Vietnam y tantos otros
choques sociales y enfrentamientos nacionales que se venían dando alrededor del
mundo. Debido a la falta de investigación y a una idealización del pasado, hoy
muchos no saben que en aquellos días los partidos comunistas cometieron actos
y declaraciones muy vergonzosas que nada tendrían que envidiar a lo que luego
acostumbraría el jruschovismo. Nos referimos a cuestiones como la fe en la
permanente «coexistencia pacífica entre sistemas», la «utilización del
parlamento en un instrumento del pueblo» y el «tránsito relativamente pacífico»
para transitar al socialismo, entre otros.

El «oportunismo de derecha» no terminó en el movimiento marxista-leninista


con la condena o rectificación de algunas formulaciones emitidas previamente en
torno a la nueva situación mundial de la posguerra –como ocurrió con el
«browderismo en 1945»–, o sobre las leyes generales de la construcción del
socialismo – como ocurrió con el «titoísmo en 1948»–. Es cierto que hubo críticas
y presiones que pudieron hacer de catalizador para evitar la degeneración –como
las expresadas sobre el «thorezismo», el «maoísmo» o el «togliattismo»–
impulsando las tendencias más sanas que pudieron contener la hemorragia, pero
el revisionismo ya había plantado sus semillas en los aparatos de todos estos
partidos, por lo que solo evitaron retrasar temporalmente lo que luego se
mostraría como un revisionismo salvaje y desacomplejado.

El que gran parte de estas disputas mencionadas tuvieran que ser corregidas a
tiempo por intervención de Moscú o por una rectificación soviética respecto a su
antiguo parecer, evidenciaba el carácter pasivo y dependiente de los partidos
comunistas. Tampoco hay que olvidar que en la propia URSS se dieron
verdaderas luchas ideológicas en este sentido; así, por ejemplo, hubo una
exposición –aunque muy tardía– de las teorizaciones económicas heterodoxas de
Varga y Voznesenski, o en el campo de la historia se criticaron algunas ideas
extremadamente chovinistas como las mantenidas por Tarle y Yakovlev. Sin ir
más lejos, todas estas tardanzas en condenar lo que antes hubiera sido obvio, no
se pueden entender sin comprender en profundidad la evolución y en ocasiones

145
la posterior generación que hubo respecto a estos temas en suelo soviético. Véase
el capítulo: «El giro nacionalista en la evaluación soviética de las figuras
históricas» (2021).

Es por ello que no debe sorprendernos que posteriormente a 1948 volvieran a


alzarse en el movimiento comunista propuestas mencheviques que incluso eran
promocionadas bajo el sello de aprobación soviético y apoyadas por el propio
Stalin, como ocurrió con el famoso «Camino británico al socialismo» (1951), un
programa que sería emulado por varios partidos escandinavos como modelo a
seguir y que fue publicitado en el periódico de la Kominform «¡Por una paz
duradera! ¡Por una democracia popular!». Lo mismo cabe decir con el maoísmo
y algunas de las ideas del «modelo chino» que estaba infectando toda Asia y
tenían publicidad gratuita en estos medios, aunque pronto empezaron a verse las
reticencias soviéticas de no hacer de la receta china algo «universal», ni convertir
sus defectos en virtud. Véase la obra: «Las luchas de los marxista-leninistas
contra el maoísmo: el caballo de Troya del revisionismo» (2016).

Para aquel entonces, encontramos un campo socialista que, aunque se había


extendido enormemente, en su interior seguía careciendo de una formación
ideológica sólida en las direcciones de cada sección. Lo que primaba, en cambio,
eran los arribistas que bien podían comulgar con las tesis oficiales –aunque
fueran erróneas– o con las contrarias si así se terciaba, puesto que lo único que
les interesaba era mantener y ampliar las cuotas de poder y prestigio alcanzado,
su vida acomodada como funcionarios del movimiento comunista que ahora
dominaba medio mundo.

No podemos decir que fuese un periodo en que el revisionismo lo dominase todo


–o casi todo– como dijeron muchos revisionistas trotskistas, maoístas y
thälmannianos, porque los hechos demuestran lo contrario. Pero sí es verdad que
tampoco coincidimos con aquellos folclóricos que tratan de glorificar este periodo
y ocultan los fallos inadmisibles de esta etapa, incluso tratando de emularlos.
Tanto unos como otros aprecian las contradicciones, aciertos y errores de esta
época de forma unilateral, rescatando solamente lo que les interesa, y desechando
las evidencias que desmontan su discurso interesado.

La «desestalinización» del PCA y su apoyo al golpe militar de 1976

Aunque en 1953 el Partido Comunista de Argentina (PCA) promulgaba su congoja


por la muerte de Stalin, dedicándole todo tipo de dedicatorias, a partir de 1956 –
por no decir antes– se hicieron de notar por ser uno de los partidos más
fanáticamente jruschovistas del planeta tierra, llevando a cabo una
«desestalinización» en tiempo récord –seguramente porque no había nada muy
revolucionario y «stalinista» que purgar–:

146
«La sesión plenaria del CC del PCA del 16 y 17 de junio fue el momento para que
los delegados del PCA enviados al XX Congreso del PCUS, Rodolfo Ghioldi y
Víctor Larralde, hablaran de la necesidad de extraer conclusiones prácticas
para el trabajo cotidiano del PCA, pero no por ello desperdiciaron la ocasión de
manifestar su total acuerdo con el informe presentado por Codovilla.38 La
posición de este último se convirtió en la posición oficial de la dirección del PCA
tras ser dado a conocer en la sesión plenaria del CC y obtener allí su aprobación
por unanimidad. En esta recuperación de los principales tópicos a los que se
aludió en el XX Congreso del PCUS –entre los cuales la introducción de la
cuestión del culto a la personalidad fue deliberadamente demorada en su
exposición por Codovilla–, la urgencia de la coexistencia pacífica entre el bloque
socialista y el bloque capitalista aparecía como central. Un conflicto bélico entre
las dos mayores potencias mundiales no sólo era indeseable, sino que resultaba
totalmente evitable (39). La gran atracción ejercida por la Unión Soviética
en los países y regiones coloniales y dependientes cuyos movimientos de
liberación nacional y social buscaban derrotar la opresión imperialista,
constituía la garantía apropiada para la conformación de una zona de paz
encarnada por un mundo socialista en expansión (40). Este nuevo panorama
internacional suponía, según lo destacaba Codovilla, la posibilidad de que la
revolución socialista fuera la consecuencia –bajo determinadas condiciones
sociopolíticas en las cuales se registra una importante tradición democrática y
donde las masas trabajadoras toman parte activa en el juego electoral– de la
acción pacífica impulsada a través de medios parlamentarios (41)». (Víctor
Augusto Piemonte; El Informe Secreto al XX Congreso del Partido Comunista
de la Unión Soviética en la perspectiva oficial del Partido Comunista Argentino,
2013)

Frente al coloso peronista, el PCA nunca supo realizar un trabajo de masas para
desmontar su demagogia. El movimiento peronista siempre mantuvo una
influencia mucho mayor entre la clase obrera que los comunistas argentinos o
cualquier otra fuerza autodenominada revolucionaria, antiimperialista o de
izquierda. Ante este fenómeno, surgieron varias dudas sobre si plegarse al
peronismo, aliarse con él o combatirlo –de ahí las luchas internas y expulsiones
de los años 40 y 50– que evitaremos comentar por la ya de por sí larga extensión
de este documento.

Esta vacilación hacia el peronismo fue similar a la que ocurrió después con el
trotsko-guevarismo del PRT-ERP en los años 60-70. Desesperado, al PCA solo le
quedó utilizar un lenguaje radical contra el peronismo cuando este traicionaba
sus cándidas ilusiones, pero jamás movilizó a sus militantes para realizar un
trabajo concienzudo entre los trabajadores para desengañarse del justicialismo,
ni siquiera cuando en los años 60 la llamada «izquierda peronista» estaba
empezando a ser traicionada por su líder y existían conatos de un ímpetu
revolucionario e insubordinación entre sus bases.

147
Esto demuestra que el proletariado, hasta que no adquiera conciencia de la
necesidad de la independencia en lo ideológico y organizativo, será preso de
desilusiones, irá a la deriva en un mar de populismos y líderes farsantes que, de
tanto en tanto, aparecen en el devenir de la historia. Es tan necesario combatir a
estos cabecillas populistas de la «tercera vía» como a los jefes de las pretendidas
organizaciones «comunistas» que pretenden arrastrar a los trabajadores a ser el
furgón de cola de estos procesos timoratos en aras de la «unidad nacional», los
cuales, como bien sabemos por la historia, siempre acaban en fracaso, no logran
ni la emancipación social ni nacional. Ni que comentar de aquellos que solo
aspiran como jefes a tener un puesto que le garantice vivir bien viviendo del
cuento, como meros parásitos.

Si seguimos la estela del año 1976, llegamos a un momento donde un PCA


desesperado y absolutamente miope llegó a apoyar el golpe de Estado de Videla y
compañía:

«Ayer 24 de marzo, las FF.AA. depusieron a la presidenta María E. Martínez,


reemplazándola por una Junta Militar integrada por los comandantes de las
tres armas. No fue un suceso inesperado. La situación había llegado a un límite
extremo «que agravia a la Nación y compromete su futuro», como dice en uno
de los comunicados de las FF.AA. (...) El PC está convencido de que no ha sido el
golpe de estado del 24 el método más idóneo para resolver la profunda crisis
política y económica, cultural y moral. Pero estamos ante una nueva realidad.
Estamos ante el caso de juzgar los hechos como ellos son. Nos atendremos a los
hechos y a nuestra forma de juzgarlos; su confrontación con las palabras y
promesas. Los actores de los sucesos del 24 expusieron en sus primeros
documentos sus objetivos, que podríamos resumir de la siguiente manera:
«Fidelidad a la democracia representativa con justicia social; revitalización de
las instituciones constitucionales; reafirmación del papel del control del Estado
sobre aquellas ramas de la economía que hacen al desarrollo y a la defensa
nacional, defensa de la capacidad de decisión nacional». El P.C., aunque no
comparte todos los puntos de vista expresados en los documentos oficiales, no
podría estar en desacuerdo con tales enunciados, pues coinciden con puntos de
su programa, que se propone el desarrollo con independencia económica; la
seguridad con capacidad nacional de decisión, soberanía y justicia social».
(Partido Comunista de Argentina; Comunicado, 25 de marzo de 1976)

Esta traición es algo que ahora niegan o relativizan estos sinvergüenzas


revisionistas que, en la actualidad, son los perros falderos del kirchnerismo a la
par que ensucian la imagen de Lenin sacando retratos de él a todas partes como
si de un santo se tratara. Pero la documentación está ahí y la verdad histórica es
la que es:

«A los comunistas nos corresponde ayudar a esclarecer el camino de la


verdadera solución a la crisis argentina actual, como también hacer conocer a

148
las masas nuestro programa de la revolución democrática, agraria y
antiimperialista, en la perspectiva del socialismo. Hoy ese camino pasa por
asegurar un período de transición cívico-militar, en base a un Convenio
Nacional Democrático, acordado entre el conjunto de las fuerzas políticas y
civiles y los sectores patrióticos y progresistas de las Fuerzas Armadas».
(Patricio Echegaray; El aporte juvenil al Convenio Nacional Democrático, 1981)

La razón del apoyo del PCA a la junta militar de 1976, entre otras cosas, vino
porque tanto el brezhnevismo de la URSS, que era el amo real de la política del
PCA de entonces – y al cual no osaron nunca desafiar fuera por seguidismo o por
miedo–, como el castrismo de Cuba –país de enormes simpatías e influencias
para él–, apoyaron al señor Videla, bien directa o indirectamente. Centrémonos
en las actuaciones de este último, siempre muy alabado por el PCA por su
presunta «solidaridad internacional».

Los cables desclasificados muestran como ya el 20 de abril de 1977 Buenos Aires


respondió a la Habana para «solicitar un intercambio de votos» en vistas a la
reelección de Argentina en el Consejo Económico y Social de Naciones Unidas
(ECOSOC), todo, «en consideración al pedido de apoyo solicitado por Cuba para
su elección en el Consejo Ejecutivo de la Organización Mundial de la Salud,
autorízase [sic] a V.E. a solicitar en cancillería local un intercambio de votos en
favor de la postulación de nuestro país a la reelección en el ECOSOC y se servirá
informar resultados por esta misma vía». El 12 de septiembre de 1977 Argentina
«Oficializose [sic] apoyo cubano [para el] ECOSOC».

En el año 1979 el centro elegido para la VIº Conferencia del Movimiento de los
Países no Alineados (MPNA) fue la Cuba de Castro. Que justamente el país
americano más prosoviético de la zona fuese elegido como organizador oficial de
un movimiento que se jactaba de su «neutralidad ante las potencias», era cuanto
menos una prueba palpable de su hipocresía. ¿Y qué concepto de «solidaridad
internacional» tenía La Habana? Comprar las simpatías de terceros con dinero o
establecer tratos sin principios para intentar neutralizar a sus potenciales
enemigos. Así lo relataba el ex diplomático cubano Juan Antonio Blanco:

«Cuba intentaba insertarse en todos los países y establecer una hegemonía


ideológica, política. En ese sentido, no se dedicaba exclusivamente a los grupos
de extrema izquierda; trataba de influir en el grupo socialdemócrata, en los
social-cristianos, incluso en sectores de la derecha tradicional y empresarial.
Cada uno recibía de Cuba algún tipo de oferta o de colaboración. Por ejemplo,
en la época de la dictadura de Pinochet (1973-90), en Chile había partidos
contrarios a usar la violencia contra el régimen. A esa gente no se la llevaba a
un campo de entrenamiento de guerrilleros, pero se le ofrecía dinero,
posibilidades logísticas, pasajes y viáticos para ir a Naciones Unidas y hacer
lobby. Así, La Habana lograba gratitud de fuerzas muy diversas por su
generosidad». (Infobae; «En 1976 La Habana me dijo que había llegado a un

149
acuerdo con la junta militar argentina para no denunciarnos en DDHH», 3 de
junio de 2017)

La propia Argentina de Videla, uno de los países más proestadounidenses del


contiene, también era un miembro partícipe de este presunto movimiento
«antiimperialista» del MPNA. El 21 de marzo de 1979 La Habana envió un cable
a Buenos Aires donde dejaba patente su deseo para que «el excelentísimo señor
presidente de la República [Videla]» supiese de «la invitación de Castro para
asistir a la sexta conferencia de No Alineados». Cuba incluso dijo estar dispuesta
«recibir opiniones y criterios [de Argentina] sobre los temas a incluirse en la
declaración final y las resoluciones que adopte la conferencia».

Dentro de ese pacto de no agresión se incluyó un crédito de Argentina hacia Cuba:

«Yo en esa etapa, y hasta el 84, estaba en Nueva York como director del
Departamento Político No Alineado, por lo tanto, tuve mucho que ver también
con esta cuestión. Estando en Nueva York llegó una instrucción del gobierno
cubano de que se había llegado a un acuerdo de caballeros con la junta militar
argentina para que no nos denunciáramos recíprocamente en la Comisión de
Naciones Unidas que trata los problemas humanitarios y de derechos humanos.
(…) Se produce esta entente entre Cuba, Moscú y la junta militar argentina y le
dan alrededor de 4 mil millones de dólares en créditos a La Habana que los
aprovecha para comprar de la industria argentina y de las corporaciones
norteamericanas todos esos automóviles y demás. (…) Hay cosas que eran
públicas, los créditos eran públicos, la no condena (en la ONU) era evidente. Por
ejemplo, en la Comisión de Derechos Humanos, yo me presentaba cuando se
trataba de Pinochet, de la situación en El Salvador, pero me abstenía cuando
era de la Argentina porque realmente me resultaba repugnante eso de tener que
quedarse callado». (Infobae; «En 1976 La Habana me dijo que había llegado a
un acuerdo con la junta militar argentina para no denunciarnos en DDHH», 3
de junio de 2017)

Durante la Guerra de las Malvinas (1982) Cuba no solo dio un gran soporte
diplomático a Argentina pintando su maniobra como una «valiente lucha
antimperialista», sino que, en algunas entrevistas, como la del 10 de abril de 1982,
el embajador cubano Emilio Aragonés Navarro dijo que «este gesto» de Cuba se
podía «convertir en hechos», pues «está la voluntad de hacer lo que haya que
hacer…enviarle un submarino y hundirle un barco…cualquier cosa». No hay que
olvidar que durante el tiempo que duró este conflicto varios países como la URSS,
Libia, Nicaragua y Brasil también aprovecharon la coyuntura para querer vender
armas al régimen argentino, entonces dirigido por Galtieri. ¿Se imaginan a un
«país antimperialista» vendiendo armas a la España de Franco solo porque
Madrid hubiera intentado distraer la atención de la miseria, el desempleo y las
protestas tratando de invadir Gibraltar? ¿Acaso eso eliminaría, por ejemplo, las
vinculaciones económicas, militares y diplomáticas del régimen franquista con
los EE.UU., y anteriormente con Alemania e Italia? Como se puede comprobar,

150
este «antiimperialismo» hace aguas por todos los lados, y en la arena
internacional supone no tener una línea coherente e identificable, salvo el sálvese
quien pueda.

En los años 80, como vimos anteriormente en el capítulo referido al


socialimperialismo soviético, el PCA llegó a apoyar la línea política de la
Perestroika de Gorbachov y toda su demagogia sobre «un mundo sin armas» y la
«coexistencia pacífica internacional». Véanse los Materiales del XIº Congreso de
la FJC de 1988. El PCA nunca supo dónde estaba ni a dónde iba. Esa es la realidad.
Vivía del folclore de la Unión Soviética y de los hitos de las luchas obreras de
inicios del siglo XX. Pero hemos de rastrear ese problema, ¿qué ocurrió tras el
giro del partido bajo batuta de Codovilla? ¿Qué consecuencias tuvo desde el
primer momento que el partido quedase bajo su mando?

«Ha sido la desviación de derecha de hacer de la burguesía nacional la fuerza


motriz de la revolución nacional que ha dado las mejores armas al bando
trotskista para sus éxitos primeros. De la misma forma, el lenguaje actual, poco
clasista, muy influenciado del nacionalismo burgués reformista, del populismo
tan común en nuestros países; lenguaje que es en general el de todos los diarios
populares de masas e inclusive de algunos materiales internos de nuestros
Partidos, puede dar armas a las provocaciones trotskistas. Debilidad teórica
marxista leninista stalinista de nuestros cuadros. Este es el motivo principal y
la causa de todos los anteriores motivos que presenté». (Internacional
Comunista; Datos sobre el trotskismo en América Latina, 1940)

¡¿Y no se ha demostrado esto como algo cierto para la Argentina de hoy?! ¿Hay
acaso alguien que lo dude? Estas mismas políticas que vienen a aplaudir el
liberalismo ideológico han sido las responsables de que los presuntos «partidos
marxista-leninistas» hayan posibilitado el florecimiento del trotskismo hasta
convertir a Argentina en su bastión de confianza en América Latina. ¿No ha
acabado el propio PCA tomado completamente por las ideas y formas
organizativas trotskistas?

El Partido Comunista de Argentina (marxista-leninista) jamás


superó sus graves limitaciones

En aquella difícil época surgió el pequeño grupo Vanguardia Obrera, que no


surgió directamente del Partido Comunista de Argentina (PCA), sino de las ramas
más radicales de la socialdemocracia argentina. En su IIº Congreso, realizado en
1976, cambió su nombre a Partido Comunista de Argentina (marxista-leninista).
Dicha terminología se enfocaba en un camino ideológico muy claro, como tantos
otros partidos de la época, nació a medio camino, entre la influencia china y
albanesa, prevaleciendo en este caso claramente la primera, incluso en sus etapas
tardías.

151
Este grupo nunca pasó de ser una gota en el océano de partidos maoístas,
guevaristas y peronistas, con apenas transcendencia a nivel nacional y mucho
menos internacional. Pero sus postulados, en comparación con otros grupos
argentinos, sí eran de una clarividencia ideológica mayor.

El PCA (m-l) nació también como reacción al guevarismo de moda y sus fracasos:

«En lo que respecta al guerrillerismo, constituye, más que una actitud política
regida por una ideología, la exaltación empírica de una técnica de acción
postulada como apta para construir la vanguardia del proceso revolucionario.
Carente de una crítica teórica al revisionismo, el guerrillerismo se propone
llevar adelante su crítica práctica, que cubra el vacío histórico dejado a la
vanguardia de la revolución. Más que en la historia del marxismo-leninismo,
esta exaltación de un modo de acción al que se pretende subordinar el curso de
la lucha de clases, tiene su antecedente en actividades y teorías que precedieron
al triunfo del marxismo-leninismo como ideología del proletariado. (...) La
negación de los caminos incorrectos es un momento en la afirmación del camino
justo. La negación del guerrillerismo es un aspecto de la afirmación del
leninismo. Desenmascaramiento del carácter aventurero de la tesis que sostiene
la necesidad de iniciar el proceso revolucionario a partir de un destacamento
guerrillero, confirmará el carácter científico de la concepción del Partido
revolucionario surgido de la lucha de la clase obrera y conduciendo esta lucha
dialéctica relación». (Elías Seman; El Partido Marxista-Leninista y el
guerrillerismo, 1964)

En efecto, Elías Seman consideraba esta crítica necesaria a esta tendencia porque
también entre:

«La lucha por resolver la contradicción principal entre marxismo-leninismo y


revisionismo, implica denunciar las desviaciones de izquierda que conducen
erróneamente la lucha contra el revisionismo. La lucha por resolver las
contradicciones secundarias en el seno del antirevisionismo, forma parte de la
lucha general contra el revisionismo, y sirve al propósito de afirmar las bases
de la construcción del Partido marxista-leninista». (Elías Seman; El Partido
Marxista-Leninista y el guerrillerismo, 1964)

Esto era del todo correcto, aunque esta obra tiene críticas muy certeras hacia el
aventurerismo de los grupos guevaristas argentinos, el no hablar y refutar
directamente a su principal autor, Guevara, centrándose en sus compañeros y
discípulos, demostraba que, quiérase o no, había una cobardía a la hora de
enfrentar el mito y restablecer la verdad histórica:

«La ausencia en Seman a toda referencia al Che Guevara y a sus textos, que
para entonces ya se habían publicado profusamente, es por demás significativa,
e induce a pensar en que a falta de una identificación plena, tratará de evitar

152
una disputa política e ideológica con aquel». (Diego Cano; Estudio preliminar a
la orba: «El Partido Marxista-Leninista y el guerrillerismo» de Elías Seman,
2013)

Para el autor, esta tarea de exposición del «aventurerismo guerrillero» era algo
que no se podía delegar en los revisionistas de derecha, los reformistas, dado que:

«La dirección revisionista del partido comunista argentino, al carecer de una


ideología revolucionaria y una línea política sustentada en esa ideología, está
privada también de la capacidad de criticar revolucionariamente los errores y
desviaciones «izquierdistas». Dicha dirección, afectada de una incurable
desviación derechista, solo puede contestar las desviaciones de «izquierda»
desde la derecha, con los métodos y la ideología de la burguesía. Así su crítica a
la lucha armada librada por los compañeros de Salta, no es una crítica al
guerrillerismo, sino una defensa de la vía pacífica para la toma del poder y una
condena de la lucha armada para la toma revolucionaria del poder». (Elías
Seman; El Partido Marxista-Leninista y el guerrillerismo, 1964)

Lo que ignoraba Elías es que la crítica al foquismo del guevarismo tampoco se


podía realizar a través del revisionismo maoísta y la Guerra Popular Prolongada
(GPP):

«Por ejemplo, [en el Iº Congreso de 1969] se lee que la tarea era «preparar e
iniciar la guerra popular que se desarrollará desde el campo para rodear y
finalmente tomar las ciudades» (40)». (Brenda Rupar; El partido Vanguardia
Comunista: elementos para avanzar en una caracterización del maoísmo
argentino (1965-1971), 2017)

Expongamos algunos de los errores y evoluciones del partido, que intentó aplicar
la «nueva democracia» y la «GPP» a toda costa:

«El PCCh reconoció, a partir de allí, a VC como interlocutor válido en Argentina.


En ese año se difundió el discurso de Lin Piao (32), «Viva el triunfo de la Guerra
Popular», en el que generalizaba el camino recorrido por China (del campo a la
ciudad a través de la GPP), como el indicado para todos los países oprimidos.
(...) Con respecto a las teorizaciones acerca del tipo de revolución a ser realizada
en Argentina, VC adhirió a la concepción de una «revolución Nacional
Democrática y popular hacia el socialismo» (62). Es decir, «por etapas» y de
manera «ininterrumpida», diferenciándose de «las definiciones del trotskismo
y de la OLAS que le otorga carácter socialista» (63). Sin embargo, en relación
al punto anteriormente tratado, cabe una diferenciación. En todo este período,
el contenido de la Revolución de Nueva Democracia y la relación entre las
etapas no fue unívoco. Si antes de la conformación del partido, asignaban a que,
por el desarrollo capitalista y el peso del proletariado, la primera etapa tenía
características socializantes, por el contrario, hacia 1966 el análisis que

153
prácticamente lo asimilaba a una «semi-colonia» los fue llevando a teorizar una
«revolución nacional y social», en donde la burguesía nacional era parte «a
veces» o «por momentos del frente revolucionario.(...) Hacia 1968 iniciaron un
camino de crítica y revisión de dicha formulación, que acompasaba su creciente
inserción en el movimiento de masas y las luchas que se intensificaban día a día.
Así, caracterizaron desde entonces que Argentina era un país «neocolonial
dependiente del imperialismo yanqui» en donde «predominan» relaciones
capitalistas y «subsisten» relaciones precapitalistas. (...) Esa interpretación fue
virando hacia el Iº Congreso, en donde al calor de los sucesos se volvía a poner
el centro en el proletariado y más firmemente con el correr de la década de 1970
se produjo un abandono paulatino de la teoría de que la revolución tendría base
en el campo». (Brenda Rupar; El partido Vanguardia Comunista: elementos
para avanzar en una caracterización del maoísmo argentino (1965-1971), 2017)

En verdad, el recorrido del PCA (m-l) en algunos tramos es similar al del PCE (m-
l) en España o al PC (m-l) en Colombia, partidos que nacían con una alta carga y
dependencia del maoísmo, intentando exportar sus teorías tercermundistas a sus
respectivos países, pero que, finalmente, y a medida que evolucionaban, se veían
abocados a deshacerse o alterar sustancialmente parte de sus dogmas para ser
más eficaces –y ser fieles a la verdad–, incluso aunque no se declarasen todavía
como antimaoístas. No nos extenderemos de nuevo sobre estas cuestiones ya
abordadas en otros documentos.

Véase el capítulo: «El contexto de creación y degeneración del PC de C-ML/EPL»


(2016).

Véase la obra: «Ensayo sobre el auge y caída del Partido Comunista de España
(marxista-leninista)» (2020).

A diferencia de otros partidos latinoamericanos, el PCA (m-l) nunca pudo


deshacerse del lastre del maoísmo, cayendo hasta el último minuto en posiciones
ridículas que imposibilitaban recalar el apoyo del proletariado argentino y sus
aliados. Tras la ruptura oficial sino-albanesa de 1978, el PCA (m-l) se mantuvo en
el barco del revisionismo chino navegando irremediablemente hacia su perdición.
Junto a los maoístas estadounidenses proclamaría una de las afirmaciones más
ridículas y vergonzantes que pasaron a la posteridad:

«Ambas partes se adhieren resueltamente a la Teoría de los Tres Mundos, el


análisis científico de la situación internacional actual formulado por el
camarada Mao Zedong. Se trata de un análisis de clase marxista-leninista que
se ajusta completamente a las condiciones concretas de hoy y que orienta
tácticamente y estratégicamente la lucha mundial del proletariado y los pueblos
oprimidos». (Comunicado conjunto del Partido Comunista de Argentina
(marxista-leninista) y el Partido Comunista (marxista-leninista) de los Estados
Unidos, 1978)

154
La China de Mao y luego Deng se caracterizó en aquella década por una defensa
pública de los gobiernos de Nixon, Ford, Pinochet, Marcos, Mobutu o Franco.
Entiéndase lo ridículo que era que la supuesta «vanguardia del proletariado
argentino» se genuflexionase hacia una idea, la «teoría de los tres mundos», que
tanto en la teoría como en la práctica proponía la sumisión al imperialismo
yanqui en alianza con la burguesía nacional de cada respectivo país. Mantener en
Argentina esta teoría cuando eran los EE.UU. quienes instigaban a la junta militar
para perseguir la «amenaza marxista» era el colmo de lo ridículo, algo
incomprensible para las masas. En cambio, el PCA (m-l), en un ejercicio de
contorsionismo político sinigual, trataba de justificar esta línea desde una
posición «revolucionaria» de «crítica» a la dictadura militar de Videla. Pero hacer
ambas cosas simultáneamente era una empresa que no podía prosperar: no se
podía vender el «carácter revolucionario» del maoísmo y de su «necesidad», dado
que en el ámbito internacional China llevaba una política proestadounidense y
había traicionado las luchas los pueblos latinoamericanos. Era un suicidio
político. Pero los líderes del PCE (m-l) bien por ignorancia o como nosotros
creemos, por extremo oportunismo, no rectificaron.

Las desviaciones ideológicas en las que había incurrido el PCA (m-l) se hacen aún
más evidentes cuando continuamos leyendo aquel comunicado realizado de
forma conjunta con los maoístas estadounidenses:

«Ambos partidos saludan, en particular, las grandes victorias de la revolución


socialista en la República Popular China, especialmente el aplastamiento de la
«banda de los cuatro» contrarrevolucionaria, y la reciente conclusión exitosa
del Undécimo Congreso del Partido Comunista de China y el Quinto Congreso
Nacional del Pueblo, y el lanzamiento de la «Nueva Larga Marcha» de China
hacia la modernización socialista, que se están llevando a cabo bajo la dirección
del Presidente Hua Kuo-feng y el Partido Comunista de China. (...) Nuestros
partidos apoyan la justa lucha del pueblo de Kampuchea encabezada por el
Partido Comunista de Kampuchea y su líder, el camarada Pol Pot, por la
soberanía, la independencia nacional y el socialismo, y contra la agresión
vietnamita que se lleva a cabo por instigación de los socialimperialistas
soviéticos». (Comunicado conjunto del Partido Comunista de Argentina
(marxista-leninista) y el Partido Comunista (marxista-leninista) de los Estados
Unidos, 1978)

Su apoyo a la dirección de Hua Kuo-feng así como a la Kampuchea Democrática


liderada por Pol Pot, eran ya un claro indicio de que habían perdido el norte en
materia ideológica.

El PCA (m-l) también sufriría una represión brutal tanto del peronismo en el
poder 1973-76, como de la dictadura militar de 1976-83, desapareciendo, al igual
que otros grupos que no aguantaron el embiste de la represión. El número de
bajas en unos años fue enorme, la dirección fue descabezada… para 1978 sus

155
principales líderes, Elías Serma, Roberto Cristina, Rubén Kriscautzky, entre
muchos otros, ya habían sido «desaparecidos» por la junta militar. Para 1983, los
restos del partido intentaron fusionarse con los Montoneros y el PRT-ERP en el
Partido de la Liberación, demostrando la poca solidez ideológica del resto de jefes
que quedaban con vida.

El único partido que reivindica hoy su legado es el Partido Revolucionario


Marxista-Leninista (PRML), el cual es una mala copia y, en honor a la verdad, en
nada se parece al PCA (m-l). Lejos de avanzar y superar sus defectos, ha
involucionado, rehabilitando el mito del castro-guevarismo sin desprenderse
tampoco del maoísmo.

Esta es una de las razones por las que el movimiento obrero argentino se ha
mantenido seducido por el peronismo, el castro-guevarismo, el maoísmo y el
trotskismo. Esta, y no otra, es la razón por la que estas corrientes reaccionarias
siguen ocupando, en mayor o menor medida, una hegemonía casi indiscutible: no
existe una alternativa realmente marxista-leninista, sino un trotskismo, un
castrismo, un guevarismo, un maoísmo… camuflados todos ellos «como
marxismo-leninismo» cuando es menester.

El papel del trotskismo, guevarismo y maoísmo es el mismo en


Argentina

Ahora una cosa también es clara, el trotskismo no puede presumir de nada, ni


ayer ni hoy. A nivel internacional ni estaba ni se le esperaba durante el siglo XX.
En su favor podríamos decir que el número de militantes no es tan importante
como la justeza de la línea, pero esto tampoco les salvaría de lo que es su política.
A nivel nacional, en Argentina, corrientes como el posadismo o el morenismo
también relativizaban el carácter del peronismo y su potencial revolucionario, por
lo que realizaron un entrismo sistemático tanto en sus organizaciones como en
las de los partidos socialistas. Pero, adivinen, aunque esto jamás condujo a nada
de valor siguió siendo el paradigma organizativo a emular. Como era de esperar,
algunas ramas y organizaciones trotskistas se acabaron disolviendo dentro del
propio peronismo, mientras otras, tras años de sumisión a la disciplina que este
exigía, fueron expulsadas o se escindieron. Esto último le ocurrió al morenismo,
el cual, poco después, participaría en la fundación del Partido Revolucionario de
los Trabajadores (PRT) solo para acabar de nuevo escindidos de él, realizando
otra vez el desesperado entrismo en múltiples organizaciones sin tener muy claro
su propósito. Esta adhesión y adecuación externa cíclica para vivir en otro
«organismo», más que las andanzas de un ente revolucionario, recuerdan a la
vida y curso de un parásito. Pero esto no acaba aquí, sino que sus principales
líderes acabaron pregonando tesis «antidogmáticas» como las siguientes:

«Nosotros creemos que la clase explotada a la vanguardia de la revolución


latinoamericana cambia de país a país y de etapa a etapa. Hemos superado el
esquema trotskista de que sólo el proletariado es la vanguardia de la revolución,
156
pero no para caer en otro tan funesto como aquel. (...) Tomamos la realidad,
incluida la relación de las clases explotadas, tal como se da. Lo mismo hacemos
con los métodos revolucionarios y de lucha armada: adoptamos no uno solo,
sino aquel que se adecua a la clase de vanguardia y a su experiencia. (...) Son
sus dirigentes los líderes indiscutidos de la revolución cubana, Fidel Castro y el
«Che» Guevara. Este es el único que ha hecho esfuerzos por trasladar al campo
teórico, programático, las experiencias de esa nueva tendencia revolucionaria.
Lo mismo ha intentado hacer con otro aspecto del quehacer revolucionario, la
construcción de una economía socialista, al promover la discusión sobre la
aplicación de la ley del valor en la economía cubana. No podemos menos que
felicitarlo por ese magnífico ejemplo». (Nahuel Moreno; Dos métodos frente a
la revolución latinoamericana, 1964)

La demencia de algunos de sus jefes fue tal que llegaron a aseverar que no solo
existía vida en otros planetas, sino que esta era más avanzada, proponiendo un
frente intergaláctico antiimperialista y anticapitalista:

«Adhiriéndose muy pronto a la IV Internacional fundada por Trotski en


septiembre de 1938. Posadas, muy activo en las feroces luchas fraccionales y
sectarias que agitaron el trotskismo de los años sesenta y setenta, acabó
fundando (1962) su propia IV Internacional, a la que añadió sin ningún rubor
el calificativo de «posadista». (...) Supongo que lo que más ha interesado a su
autor han sido las extravagancias de la ideología posadista en su última fase,
cuando el dirigente trotskista latinoamericano, fascinado por los presuntos
«avistamientos» de ovnis, afirmó en su folleto –ojo al título– Los platillos
volantes, el proceso de la materia y la energía, la ciencia, la lucha de clases y
revolucionaria y el futuro socialista de la humanidad (1968) que los
extraterrestres que nos visitaban, sin duda mucho más evolucionados
tecnológica y políticamente que nosotros, podrían ser aliados en la lucha final
por el comunismo. Porque, aseguraba, habría un «ajuste final de cuentas» entre
el capitalismo y el socialismo que se resolvería en una «guerra atómica
inevitable» en la que los imperialistas serían definitivamente derrotados y sobre
cuyas ruinas florecería para siempre el socialismo. Por eso Posadas y los
posadistas, cuya fe en la revolución era solo comparable a la de algunas sectas
primitivas en la parusía o en el fin del mundo». (El País; El comunismo que
traerán los ovnis, 3 de abril de 2020)

Si el trotskismo siempre se valió de la «teoría de las fuerzas productivas» para


negar la posibilidad de la construcción del «socialismo en un solo país» –un
reflejo de su pesimismo en la clase obrera–, ahora parecía que eso no era
suficiente. El planeta Tierra necesitaba de la «revolución permanente»
extraplanetaria, y claro, la conclusión lógica para estos trotskistas era nada más
y nada menos… ¡que los alienígenas «exportasen la revolución»!

157
Incluso las ramas críticas con el neoperonismo no dejan de reproducir que el
trotskismo es una variante del menchevismo clásico. Esta es la razón por la que,
en su enconado «humanismo revolucionario», siempre acaban trayéndonos las
«recetas mágicas» del liberalismo ya refutadas por la historia:

«La consigna de la Asamblea Constituyente debe servir para ello, a partir de la


ventaja que tiene de presentarse como una alternativa de conjunto». (Jorge
Altamira; Más que nunca por una Asamblea Constituyente libre y soberana,
2000)

«Luchamos por un gobierno de los trabajadores y por terminar con esta


sociedad de explotación capitalista, y en ese camino proponemos realizar una
agitación de masas por una Asamblea Constituyente Libre y Soberana, electa
en todo el territorio nacional que debata los grandes problemas nacionales sin
ningún tipo de restricción. (...). Esta experiencia chocará con la resistencia del
gran capital, su estado y agentes políticos, y permitirá crear formas de
autoorganización de lxs explotadxs y oprimidxs y comprender la necesidad de
la lucha revolucionaria por un gobierno de los trabajadores». (Izquierda
Diario; Frente de Izquierda: propuesta del PTS al PO e IS ante la crisis nacional,
2018)

Haciendo a un lado por un momento el lenguaje inclusivo... el llamado Frente de


la Izquierda trotskista no hace sino repetir las propuestas del posibilismo
eurocomunista:

«–Incurre en la ilusión de creer que alguna vez la clase dominante en España


respeta las normas del juego democrático. La experiencia demuestra la falsedad
de esta ilusión ya que lo hacen sólo cuando les interesa.

–En segundo lugar, se basa en la deliberada ignorancia de que bajo el yugo de


la oligarquía, aún con formas «democráticas» de poder, las clases oprimidas no
tienen posibilidades de organización y de expresión ni remotamente
comparables a las de la oligarquía y de la burguesía en general; que las clases
populares sólo pueden acceder a los más amplios y mejores medios de
organización y de expresión a través de la lucha contra sus opresores.

–En tercer lugar, que es «lucha» parece desconocer el hecho de que, bajo el yugo
de la oligarquía, con no importa qué formas de poder, esa clase opresora y
antinacional, puede controlar y amañar totalmente cualquier elección o
referéndum, teniendo en sus manos el aparato estatal». (Partido Comunista de
España (marxista-leninista); Esbozo de la historia el PCE (m-l), 1985)

No nos detendremos sobre esta cuestión porque este eslogan sobre la «Asamblea
Nacional Constituyente» ha venido siendo el eslogan preferido de las
agrupaciones reformista en el último siglo. Véase el capítulo: «La tendencia a

158
centrar los esfuerzos en la canonizada Asamblea Constituyente como reflejo del
legalismo burgués» (2020).

Todo esto demuestra que a la hora de enfrentar al trotskismo ni siquiera tenemos


que hablar de sus históricas conexiones turbias, sino de lo que el tiempo ha
mostrado que es su filosofía y fisonomía reconocible. Véase la obra: «El
trotskismo y el falso antitrotskismo» (2017).

Su catadura podría resumirse en que:

«Por una parte la resurrección del trotskismo está conectada a la involucración,


en el movimiento actual del día de hoy, de estratos «intermedios», de la pequeña
burguesía urbana, como los pequeños comerciantes, trabajadores no manuales,
intelectuales, estudiantes, etc. quienes traen consigo en el movimiento la
vacilación típica de la pequeña burguesía. Precisamente estas vacilaciones, esta
inestabilidad pequeño burguesa, tiene inclinaciones que van de un extremo a
otro, desde el anarquismo y el aventurismo, a un desenfrenado oportunismo de
extrema derecha y el derrotismo. (...) Desde el punto de vista filosófico, el actual
trotskismo, al igual que el del pasado, se caracteriza por ser voluntarista, por
un subjetivismo. (...) Los conceptos trotskistas también se caracterizan por el
eclecticismo y el pragmatismo, la falta de principios estables, la confianza en
conceptos totalmente opuestos, el paso de un extremo a otro, uniéndose con las
más diversas tendencias en aras de una ventaja efímera, etc. (...) Las
vacilaciones sin principios a la «izquierda» y la derecha, la unidad a veces con
los oportunistas de extrema derecha y en otras ocasiones con los elementos
extremistas y aventureros de «izquierda», son también un rasgo característico
de los conceptos y actitudes de los trotskistas. Así, por ejemplo, por un lado, que
persiguen la política así llamada del «entrismo», es decir, la fusión de los grupos
trotskistas con otros partidos, entre ellos los partidos socialdemócratas de
derecha, mientras que, por otro lado, tiende, furiosamente a atacar la política
antifascista de los frentes populares, describiéndola como una «política
oportunista de colaboración de clases». Por un lado, los trotskistas ponen por
los cielos el uso de la violencia al azar, apoyan e incitan a los anarquistas y los
movimientos de «izquierda» que carecen de perspectiva y de un programa
revolucionario claro, trayendo una gran confusión y desilusión en el
movimiento revolucionario, como las revueltas caóticas de los grupos armados
o la guerra de guerrillas no basadas en un amplio movimiento de masas
organizado. Así, abogan por el aventurismo político y el golpismo, mientras que
también, por otro lado, recomiendan para el movimiento obrero unas
«estrategias» y «tácticas» en la lucha por el socialismo que son idénticas a la
línea reformista de los revisionistas de derecha. (...) Bajo el pretexto de
«democracia» y «libertad de pensamiento», ellos se oponen en particular al
principio de centralismo y unidad de pensamiento y acción, a la disciplina de
hierro en el partido, que, cuando carece de esto último, es algo amorfo y

159
desorganizado, un club de eternas discusiones incapaz de emprender cualquier
tipo de acciones revolucionarias, mientras la democracia interna se transforma
en un medio para desintegrar y liquidar el partido. El partido de tipo leninista
fue descrito por Trotski en sus tiempos como un «régimen cuartelero», y las
normas leninistas como burocráticas y dictatoriales. (...) Objetivamente, el
trotskismo de nuestros días puede ser descrito como un organismo especial en
el servicio de la burguesía para la división del movimiento obrero». (Agim
Popa; El movimiento revolucionario actual y el trotskismo, 1972)

En la Argentina actual, tanto los herederos del PCA de Codovilla, como las mil
tendencias del trotskismo que anidan en él, actúan como el furgón de cola de la
burguesía nacional. Casi todos están agrupados hoy bajo la coalición el Frente de
Todos, obviamente capitaneada por el neoperonismo –ayer con el kirchnerismo
y hoy bajo el albertismo–. Todas estas organizaciones se dan el lujo de criticar la
debilidad de los marxista-leninistas o de los intelectuales vendidos a la derecha
más tradicional y conservadora. ¿De qué se pueden reír si ellos también son parte
del compadreo con la patronal, si ellos también son parte del problema? A lo
máximo que aspira hoy este neotrotskismo es a hegemonizar el movimiento
feminista, el cual, mejor dicho, es ya indistinto del neoperonismo –que, aunque
no es tan autoritario como el original, conserva su demagogia intacta–. El
trotskismo solo puede soñar con seguir vegetando en los medios de comunicación
del país, vivir del cuento en el parlamento y alcaldías como pata de apoyo del
régimen, justo como sus homólogos trotskistas y posmodernos del otro lado del
Atlántico: Unidas Podemos. Si para eso se tiene que aplaudir a los bonzos
sindicales y obligar a sus miembros a ir a talleres de «desconstrucción de la
masculinidad» en Buenos Aires para contentar al oficialismo, así se hará. ¡Qué
importa! Si hoy algunos están tan alineados o son tan necios que hasta lo harán
convencidos.

El cenit de esta demencia colectiva se ha visto en las publicaciones de Clarín,


diario oficialista feminista, aunque, ante todo, peronista. El 20 de diciembre de
2020 –en mitad de una pandemia mundial–, este diario –sin atisbo de
vergüenza– mostraba los resultados de la convocatoria y macrofiesta realizada
para celebrar la nueva ley del aborto –insistimos, todo en un país con casi 2
millones de casos de COVID-19 y 50.000 fallecidos–. Parece ser que la
imprudente marcha del 8 de marzo de 2020 en España y otros lugares no ha
servido como escarmiento al feminismo internacional. No es momento de debatir
ahora el contenido de la nueva ley ni de ninguna de las otras reformas
introducidas por influjo del feminismo en Argentina en los últimos años –como
la Ley de violencia de género de 2009, publicada como inspiración y reflejo de la
ley española de 2004–. Simplemente queremos destacar que, entre el material
audiovisual registrado, se podía apreciar un nulo respeto a las medidas sanitarias.
¿En qué se diferencian de los ultraconservadores argentinos o de los miembros
de Vox que niegan el virus, saltándose las leyes de la lógica y poniendo en peligro

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a toda la población? Entre toda esta fauna de la convocatoria destacaron, sin
duda, las feministas, las cuales aparecieron en escena para poner la nota alta del
evento. ¿De qué forma llevaron la batuta del acto? Desnudas, drogadas y bailando
a ritmo de electrónica como zombis. Cuan nos recuerda esto a la
«profesionalidad», «disciplina» y «seriedad» que se respira en movimientos
como Unidas Podemos, Bildu o la CUP. Y esto, el feminismo, ¡dicen que hoy es el
verdadero movimiento «revolucionario» del cual todos, sin excepción, debemos
aprender!

Hace ya muchos años que el PCA se ha convertido en escoria ecléctica a medio


camino entre el castrismo-guevarismo, el juche de Corea del Norte y la
«heterodoxia» de Néstor Kohan y toda la caterva de trotskistas latinoamericanos.

«Atilio Borón: Lo primero que pude echar mano fue a la «Historia de la rusa»
de dos tomos, y bueno, fue un descubrimiento fascinante. (...) En un marxismo
argentino y latinoamericano es tan urgentemente empezar a debatir los
grandes temas. (…) Es fundamental traer a Trotski al centro del debate. (…)
Examinar lo que es su legado hoy, que para mí es valiosísimo. (…)
Lamentablemente fue derrotado en esa batalla con Stalin, eso fue una tragedia
para el futuro del socialismo». (Contraimagen; Trotsky en nuestro tiempo,
2018)

El PCA, haciendo honor a su maestro Codovilla, demuestra como ya decíamos


que no ha superado esa tendencia de ir detrás del peronismo, vendiendo su escasa
fuerza política, prestándose a jurar vasallaje hacia un señor de más alta alcurnia
que le proteja de grandes peligros:

«Que quede claro: el liderazgo de Cristina no está en discusión. (...) Será


necesario crear una suerte de Frente Amplio, como el uruguayo; o un
movimiento tan plural y heterogéneo como lo fuera el 26 de Julio en Cuba. Y el
liderazgo deberá enriquecerse del diálogo, la discusión, el debate de ideas. Ya
no hay lugares privilegiados de conducción porque todos, absolutamente todos,
hemos sido derrotados». (Atilio Borón; Macrismo recargado, y las tareas que
nos esperan, 2020)

Aunque hace décadas que el peronismo se ha mostrado como un fraude y


abiertamente represor de las fuerzas revolucionas, Borón, para convencernos de
apoyar la presidencia del próximo estafador peronista nos llamaba a reflexión:

«Todos de convicciones muy de izquierda y creen que no hay que embarrarse


las manos como se las embarró Trotsky cuando apoyó al gobierno de Lázaro
Cárdenas en México; no siendo un gobierno marxista leninista revolucionario,
pero sí un gobierno que se enfrentaba al imperialismo». (La raza cómica;
Entrevista a Atilio Borón, 16 de agosto de 2019)

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¡Por supuesto! Para Trotski apoyar a Cárdenas era lícito, ya que le resguardaba
en el exilio mexicano para desarrollar sus tejemanejes sin problemas. Ahora,
«embarrarse» para apoyar el gobierno antifascista del Frente Popular de España,
acosado por las potencias fascistas y la reacción española que habían provocado
una guerra contrarrevolucionaria, era motivo de «traición». ¡Qué bella la
dialéctica erística trotskista!

Lo mismo puede decirse de expresiones como el Partido Comunista


Revolucionario (PCR), fundado en 1968 como presunta reacción al jruschovismo
del PCA, pero el cual, en aplicación de las tesis maoístas, justifica todo tipo de
barbaridades.

«La Teoría de los Tres Mundos de Mao no sólo señala con nitidez la disputa
soviético-yanqui como el principal factor de guerra que ha de llevar al mundo,
más tarde o más temprano, a una confrontación bélica mundial. (...) El análisis
marxista de la situación del mundo actual con la consideración de los cambios
producidos después de la Segunda Guerra Mundial; del papel que juega el
movimiento revolucionario del Tercer Mundo como principal factor en la lucha
contra el imperialismo y por la revolución socialista». (El maoísmo en la
argentina. Conversaciones con Otto Vargas, 2017)

No dicen nada no propaguen otros tercermundistas del mundo. Véase el capítulo:


«La teoría de los «tres mundos» y la política exterior contrarrevolucionaria de
Mao» (2017).

Un tercermundista sabe hacer malabares, así que de esta forma excusaban su


actual apoyo al neoperonismo:

«Esto implica una política activa para ganar a un sector de la burguesía


nacional –los sectores patrióticos y democráticos–, neutralizar con concesiones
a otro sector, y atacar a la capa superior, al sector que se alía con el enemigo
(...) Así como, cuando traiciona, no debemos confundir a la burguesía nacional
con los enemigos estratégicos de la revolución, porque muy probablemente en
el futuro debamos unirnos nuevamente con ella». (Resolución del X Congreso
Nacional, Programa del Partido Comunista Revolucionario de Argentina,
2007)

El 19 de septiembre de 2018, la sección cordobesa del PCR homenajeaba a José


Manuel de la Sota, ex gobernador de la provincia de Córdoba, declarando:
«Acompañamos y respetamos en su dolor a cada uno de los compañeros
peronistas con los que compartimos un largo camino de lucha». Para quien no lo
sepa, Sota fue parte de los comandos civiles que desataron el terrorismo de
Estado durante el «Navarrazo», un golpe del gobierno central peronista para
deponer a los gobernadores opositores en la provincia de Córdoba. Tal operación,

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que se saldó con el control, tortura o desaparición de los revolucionarios de la
zona, fue dirigida bajo su supervisión:

«Sin embargo, en el marco del cuarto Juicio de Lesa Humanidad que se llevó a
cabo en Córdoba, el Fiscal federal Carlos Gonella recordó una vez la declaración
de una testigo, Patricia Trigueros, compañera de tres de las víctimas: en los
años 73 y 74, podía verse al difunto líder peronista con un brazalete de una
organización estudiantil de ultraderecha, realizando actividades en la
Universidad. El abogado de Derechos Humanos, Claudio Orosz, recordaba que
«a la primera manifestación que fui en mi vida, fue el 11 de septiembre de 1973,
para repudiar el golpe de Estado en Chile. Y José Manuel De la Sota estaba en
la puerta de la Facultad de Ciencias Exactas, con cadenas y representando a la
Juventud Peronista de López Rega. Y trataban con las cadenas de que la
manifestación no se realizara». Durante la dictadura, pasó seis meses en prisión
en los que, según sus propios dichos, fue torturado por el mismísimo Luciano
Benjamín Menéndez. Sin embargo, años después, ya en plena democracia, De
La Sota se mostró reacio a juzgar a los responsables del terrorismo de Estado y
hablando de la necesidad de «un baño de reconciliación». (La tinta; De La Sota,
señor de un feudo de sangre, 2018)

¡Imagínese el lector! Esto sería como si en España un partido revolucionario se


lamentase por la muerte de un ministro franquista, un pistolero falangista o un
mercenario del GAL.

En España, los representantes de la Escuela de Gustavo Bueno siempre han sido


admiradores de todo lo reaccionario habido y por haber, por lo que también
aconsejan a sus «hermanos latinoamericanos» que adopten esta conjunción entre
marxismo y nacionalismo, que rescaten sin complejo a sus figuras predilectas. El
buenismo siempre ha intentado sin mucho éxito ampliar su radio de influencia
en el continente americano, hoy así lo intenta con la presencia del caricaturesco
Santiago Armesilla. Por medio de diversos seminarios este ser se esfuerza por
promocionar sus libros imperialistas que venden al mundo las bondades que
tienen el someterse a los designios «hispanistas» del «gran maestro» chovinista
Gustavo Bueno. En una de sus revistas actuales los buenistas exigían a los
marxista-leninistas argentinos la unión con el peronismo para producir «un
cambio revolucionario».

«Para todo Marxista-Leninista argentino, que se precie de tal, hay que


comprender que la unidad con el peronismo es un eje central de la política
popular. Sin esa unidad, demostrada históricamente, defendida por los
Congresos históricos, y argumentada por los históricos líderes del Partido,
ningún cambio estructural ni revolucionario es posible en la República
Argentina». (La Razón Comunista; El comunismo argentino y el peronismo,
2021)

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Reclaman la alianza con un movimiento nacionalista dirigido históricamente por
un caudillo como Perón, el cual se identificaba con los principios del falangismo
español y que, por si fuera poco, se prodigó en reprimir al marxismo a sangre y
fuego en su país, ¡y ese es según ellos el vector para conseguir la deseada unión
revolucionaria! Pero la «unidad» del buenismo es tan poco monolítica como la
del peronismo, por eso encontramos de todo, gente que defiende una cosa y la
contraria.

Llegados a este punto de la lectura, hay algo que debe quedar más que claro por
mucho los revisionistas no lo entiendan: apoyar a Perón como referente es apoyar
el proyecto de un nacionalista burgués, filofascista, uno de los anticomunistas
más feroces que ha sufrido la clase obrera argentina en el siglo XX. Apoyar a sus
sucedáneos supone no tener memoria.

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