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4 de enero de 2021
Preámbulo -------------------------------------------------------------------------------- 6
Preámbulo
El estudio del peronismo es casi una asignatura obligada para todos los
revolucionarios, pues este constituyó la quintaesencia del populismo, el falso
antiimperialismo y el anticomunismo. Tarea verdaderamente hercúlea en
Argentina, dado que se trata de una cuestión todavía muy arraigada entre la
sociedad, aún dividida en peronistas y antiperonistas, una tarea que todavía está
pendiente gracias a las ilusiones y conciliaciones que los pretendidos
«revolucionarios» argentinos tuvieron hasta sus últimos coletazos –véase el caso
de Montoneros, FAR, PRT y otros– con su seguidismo hacia algunos sectores del
peronismo en diferentes etapas. Por supuesto, el problema del peronismo
también ha arraigado a causa de la ineficacia de los revolucionarios
antiperonistas a la hora enfrentarse al mismo, siendo incapaces de explicar
metódicamente su carácter de una forma comprensible para los trabajadores.
Todo esto fueron consecuencias «normales» –hablando objetivamente– dada la
ausencia de figuras y organizaciones marxista-leninistas de peso, como pasó –y
pasa actualmente– en otros tantos países que siguen afligidos por mitos de una
índole similar.
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populista viró hacia el nacionalismo estatalista con Néstor y Cristina Kirchner.
Cada uno de ellos engendró su propia oposición, dentro y fuera de sus amplios
perímetros. Hubo así, en cada etapa, un peronismo que se opuso a los
peronismos en el poder, de tal modo que ante cada declinación de unos siempre
hubo otros que se dispusieron a sucederlos disputando la representación del
«verdadero peronismo». Como lo señaló uno de sus principales historiadores,
Juan Carlos Torre, «en el peronismo hay un alma permanente y un corazón
contingente». De tal modo, el famoso apotegma de Perón, respondiendo a una
inquietud periodística mantiene su actualidad: «¿General, cómo se divide el
panorama político argentino? Mire, hay un 30% de radicales, lo que Uds.
entienden por liberales. Un 30% de conservadores y otro tanto de socialistas.
Pero, General, ¿y dónde están los peronistas? ¡Ah, no, peronistas son todos!».
(Fabián Bosoer; El 17 de octubre de 1945, 2015)
Lo que nos quedaba por ver de estos señores «revolucionarios». De los creadores
de: «Rusia es un bastión antiimperialista» y «Putin no es nacionalista burgués»,
la nueva película producida por los restos del Partido Comunista de España
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(reconstituido) es seguir, en realidad, ¡una secuela! Sí, una secuela de aquella
cinta que rezaba que «Perón era antiimperialista» y su llegada al poder y sus
reformas suponían una aproximación hacia la «revolución» que solo debía ser
impulsada para, posteriormente, ser profundizada. ¡Claro que sí, señores! ¡La
«revolución justicialista», como decían los peronistas de izquierda más ilusos!
Ahora se entienden todas las vacilaciones que los restos del PCE (r) y sus
simpatizantes tienen sobre otras experiencias nacionalistas-burguesas y
tercermundistas, como el chavismo, el castrismo o el maoísmo, a los cuales
siempre han aplaudido sin el más mínimo criticismo, calificándolos de tendencias
«antiimperialistas» pese a su dependencia y sumisión a todos los imperialismos
habidos y por haber.
Con estas publicaciones peronistas, el PCE (r) y sus restos vuelven a demostrar
que son agentes de la burguesía. ¿Por qué hacen esto? No creemos ya que el PCE
(r) se vaya a la cama con los imperialismos y revisionismos por verse en la
necesidad de financiar sus restos, sino por mero vicio y lujuria revisionista.
Estos clásicos mitos del peronismo, sumados a otros nuevos que añade el PCE (r),
merecen una amplia explicación. Intentaremos que ésta sea lo más ordenada
posible, desglosando los temas en su íntima conexión.
«Su estilo de gobierno, muy a la manera del típico caudillo, con un sabor
añadido que recuerda a Italia o España, por lo que [a los trabajadores] no les
dio motivo de alivio. Sin embargo, los trabajadores encontraron en Perón un
campeón, y estaban dispuestos a perdonar su estilo dictatorial.
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excesos de Perón en la nostalgia de los buenos tiempos de su gobierno y en la
veneración del hombre mismo.
Antes que nada, empecemos por el principio. ¿De dónde proviene el peronismo?
Juan Domingo Perón, aún con el rango de capitán en el ejército argentino, había
colaborado con tesón en el golpe militar del 6 se septiembre de 1930, este que
vendría a derrocar el gobierno de la Unión Cívica Radical (UCR) de Hipólito
Yrigoyen. Para ser justos, este gobierno estaba inmerso en una recesión mundial,
era golpeado por los escándalos de corrupción y pese a las promesas de
«soberanía nacional», Argentina seguía anclada en una dependencia externa
cada vez mayor del imperialismo británico y estadounidense. Esto condujo al
desencantamiento progresivo de los trabajadores con el radicalismo, que además
tuvieron que sufrir la feroz represión cuando se atrevían a levantar la voz. Sobre
esto último, no solo nos estamos refiriendo a episodios conocidos mundialmente
como la Semana trágica de 1919, sino también a las milicias del radicalismo del
Klan, incluso la permisión del gobierno a la actuación de las milicias paramilitares
ultrarreacionarias, como la Liga patriótica, que causaban verdaderos estragos
entre comunistas, socialistas y anarquistas. Yrigoyen era la prueba palpable de la
bancarrota del reformismo de la «burguesía progresista».
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Él anhelaba los días dorados del ejército argentino, las décadas decimonónicas de
personajes como Domingo Faustino Sarmiento o Bartolomé Mitre, donde el
ejército dominaba indiscutiblemente los destinos de la confederación de forma
directa o indirecta. Si uno repasa los ideales de estos «padres de la nación»,
observará la catadura chovinista rioplatense. Sarmiento aconsejó a Mitre que el
destino de Argentina debía ser expandirse hacia Chile:
«Te aconsejo que sacudas el alma del pueblo argentino y lo hagas mirar hacia
Chile, en especial hacia su extremo sur. Allí, exactamente, está la llave maestra
que nos abrirá las puertas para presentarnos ante el concierto internacional
como una nación destinada a regir y no a ser regida». (Domingo Faustino
Sarmiento; Carta a Bartolomé Mitre, 1874)
«Rosas con ser tirano, fue el más grande argentino de esos años y el mejor
diplomático de su época». (Juan Domingo Perón; Carta. Capital Federal, 26 de
noviembre de 1918)
Esto era toda una declaración de intenciones para el futuro modelo político
caudillista del peronismo. Rosas fue famoso por encabezar la Campaña del
Desierto de 1833-34, cuyo objetivo no era otro que la apropiación para el gobierno
argentino de las tierras de los indígenas mapuches –algo que sus homólogos en
Uruguay, Rivera-Oribe, habían llevado a cabo igualmente contra los indígenas
charrúas–. Su flamante mandato terminó bruscamente cuando pensó poder
aprovechar las divisiones internas uruguayas entre «blancos» –federales– y
«colorados» –unitarios– para incorporar dicha zona a sus dominios, poniendo
sitio a Montevideo. Este país era independiente de facto de España desde 1810,
sobreviviendo también a las pretensiones brasileñas y argentinas desde su
declaración de independencia en 1828. Como el lector imaginará, esta idea de
Rosas de romper el «equilibrio de fuerzas» en el mapa latinoamericano
queriendo anexionarse Uruguay le redundaría en la automática oposición de
todas las potencias europeas y americanas de la época, brindando de paso a sus
opositores internos unos aliados muy poderosos para crear un bloque contra él.
Todos ellos propiciarían su caída en 1852, tras la Batalla de Caseros.
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declararse «defensor del pueblo argentino y las libertades civiles» intentó
gobernar sin control parlamentario alguno y no dudaba en utilizar el terrorismo
parapolicial –la Mazorca– contra sus detractores; aunque decía ser «defensor de
la soberanía nacional argentina frente a sus enemigos», ¡acabaría exiliado y
protegido por la propia Gran Bretaña!
«En la lucha por la liberación, el Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas,
merece ser el arquetipo que nos inspire y que nos guíe, porque a lo largo de más
de un siglo y medio de colonialismo vergonzante, ha sido uno de los pocos que
supieron defender honradamente la soberanía nacional en que se debe asentar
la decencia de una Patria y, no en vano San Martín, que había luchado por esa
misma liberación, desde el exilio, al que lo habían condenado los enemigos de
afuera y de adentro, le hizo allegar su espada y su encomio, que era como
arrimarle un poco de su gloria de soldado y de su alma de ciudadano
excepcional». (Juan D. Perón; Conversión con Manuel de Anchorena, 8 enero
1970)
«Según las memorias del general García Gamba, San Martín le hizo una
propuesta que suponía la entrega total de su propio ejército. Textualmente,
según dichas memorias, San Martín planteó: «Que se nombrase una regencia
compuesta por tres individuos, cuyo presidente debía de ser el general La Serna,
con facultad de nombrar uno de sus corregentes y que el otro lo elegiría San
Martín; que esta regencia gobernaría independientemente el Perú hasta la
llegada de un príncipe de la familia real de España; y que para pedir a ese
príncipe, el mismo San Martín se embarcaría seguidamente para la Península,
dejando las tropas de su mando a las órdenes de la regencia». La Serna pidió
unos días para estudiar la propuesta con sus generales». (El Comercio; Fiestas
Patrias: La historia de cuando el Perú pudo convertirse en monarquía, Lima,
28 de julio de 2017)
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como Rosas o San Martín son extrapolables a las descripciones jocosas que Marx
realizó sobre otros individuos coetáneos, como Bolívar en Venezuela:
Volviendo al siglo XX, pese a la aversión de Perón hacia la corriente política del
radicalismo, décadas después confesaría sentir, de algún modo, admiración por
el carisma que llegó a alcanzar Yrigoyen entre las masas populares, fenómeno del
cual tomó nota astutamente. Además, destacaba positivamente a su gobierno
radical como un ejecutor político que, al menos, había servido de amortiguador
social:
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«El radicalismo era un movimiento que podía hacer de amortiguador. No era
socialista. Tampoco era oligarca, aunque contara en sus filas con muchos
parientes de la oligarquía. En sus comienzos fue revolucionario, pero ya no lo
era. Era nacionalista, pero no demasiado. En fin, no era nada. El ideal. Era
indudablemente popular, y eso era lo que se necesitaba. Por lo menos pondría
la cara contra el anarcosindicalismo. Y la verdad es que la puso». (Arturo Peña
Lillo; Así hablaba Juan Perón [Conversaciones grabadas en Madrid entre 1967
y 1970], 1980)
Para principios de la década de los años 30, el militar José Félix Uriburu aunó el
panorama político antiyrigoyen que, como no podía ser de otra forma, iba in
crescendo, para derrocar al Presidente y tratar de implantar un fascismo a la
argentina, llamándole a esto «revolución de septiembre». ¿Y Perón a qué se
dedicó entonces?
«Yo pensaba que el general Uriburu era el hombre que siempre conocí, un
perfecto caballero y hombre de bien, hasta conspirando. Veía en él a un hombre
puro, bien inspirado y decidido a jugarse en la última etapa, la cara más brava
de su vida. Pensé que era un hombre de los que necesitábamos, pero él solo no
representaba toda la acción que colectivamente iríamos a realizar. Era
necesario en mi concepto ver que los hombres más allegados a él fueran tan
puros y decentes como él. Y confieso que en mis tribulaciones, llegué a
convencerme de la necesidad de buscar a otros, pues los que estaban más junto
a él, no llenaban las condiciones que yo atribuía necesarias a esos
colaboradores». (Juan Domingo Perón; Tres revoluciones, 1963)
Como curiosidad, este cambio fue saludado por los confusos dirigentes
socialdemócratas –error del que nunca aprenderían y repetirían durante el resto
del siglo XX–. Los comunistas, que acaban de entrar hace poco en la escena
política y no apoyaban en absoluto a los radicales, obviamente también se
opusieron al golpe militar reaccionario. Pero comprobemos, en palabras de los
autores del golpe, sus modelos políticos y sus intenciones a seguir.
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Ibarguren, el primo de Uriburu, un antiguo radicalista, ahora era uno de los
políticos en ejercicio de poder bajo el nuevo gobierno militar, y sería uno de los
ideólogos principales. Este también proclamaba sin esconderse lo siguiente:
«La experiencia italiana del Estado corporativo que cuenta con diez años de
aplicación y que ha asegurado la paz social, el orden y la prosperidad de aquel
gran pueblo, es objeto hoy en todas partes de la mayor atención y estudio. Este
considerable interés suscitado por el fascismo convierte el fenómeno italiano en
un hecho de posible aplicación mundial. (...) Se acentúa una corriente de índole
nacionalista en el sentido de implantar la democracia funcional y el Estado
corporativo, la que ha tomado mayor impulso después del triunfo en Alemania
de los nacionalsocialistas». (Carlos Ibarguren; La inquietud de esta hora, 1934)
Como nota, Ibarguren sería, en los años 40, un fervoroso peronista. Al final del
documento estamos seguro que esto no sorprenderá al lector.
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electoral. En esta nueva escenificación de la política argentina destaca también
otro conservador, Manuel Fresco, Gobernador de Buenos Aires, «casualmente»
otro ferviente admirador del fascismo europeo y del futurismo, encargado de
popularizar el eslogan «Dios, Patria y Hogar», incorporando una mediación
sindical como método predilecto del gobierno para calmar los ánimos, algo que
el peronismo luego adoptaría con gusto.
Durante esta etapa inicial, Perón fue ascendiendo poco a poco en diversas
misiones del gobierno en Argentina y Europa, primero con Uriburu y luego con
su rival Pedro Justo, que como dijimos tendía más hacia un régimen de
despotismo «ilustrado». Este gobierno también sufriría, en 1935, un intento de
golpe de Estado por los uriburistas, que se sintieron traicionados por la tibieza de
los nuevos gobiernos. En los años 40, el aperturismo del gobierno del radical
Ortíz choca con su sucesor, el conservador Ramón Castillo, que ya había sufrido
varias intentonas militares de los radicales y del ejército y que se encontraba
aislado dentro del sistema corrupto y autoritario que habían contribuido a crear
años antes. Cuando solicitó la dimisión de su Ministro de Guerra, Pedro Pablo
Ramírez, esta se convirtió en el pretexto perfecto para que la oposición en el
ejército comenzase un golpe palaciego el 4 de junio de 1943, al cual también
llamaron «revolución», y es que en la Argentina del siglo XX, cualquier
pronunciamiento militar con algo de apoyo civil era calificado de «transcendente
revolución» y se santificaban a las figuras militar como «héroes del pueblo»
contra la «tiranía».
Este nuevo golpe respondía a los círculos encabezados por el Grupo de Oficiales
Unidos (GOU), una organización militar secreta que aspiraba a simples
cuestiones: propagar un nacionalismo militarista; mantener neutral a Argentina
en la Segunda Guerra Mundial aunque con simpatías proalemanas; un retorno en
la sociedad a los valores y costumbres antiguas; arrojar a los civiles del poder
político y dejarlo en manos de militares; y, por último, evitar que el movimiento
obrero fuese captado por corrientes comunistas o anarquistas que se habían
reactivado peligrosamente en los últimos años. He aquí donde veremos la
reaparición de Juan Domingo Perón en el panorama político tras volver de sus
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viejos europeos. Todas las aspiraciones anteriores se reflejaron en el manifiesto
del GOU redactado por Perón y Miguel A. Montes:
Y que había pactado con los otros militares su lugar en el nuevo gobierno, su
«revolución», donde si bien no pidió supuestamente tener cargos él iba a ser el
responsable máximo de orientarla:
En este nuevo gobierno, Perón tendría un enorme protagonismo, esta vez como
secretario general del reaccionario General Farrel, el cual se caracterizó, durante
la Segunda Guerra Mundial, por retrasar a toda costa la declaración de guerra
contra los países del Eje –principalmente Alemania, Italia, Japón–. Aunque
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siempre contó con un gabinete de ideólogos claramente proalemanes, el gobierno
mantuvo una posición de falsa neutralidad. Primero, por miedo a no saber qué
bando ganaría y no arriesgar en vano y, después, cuando la URSS se incorporó y
cambió el curso de la guerra a favor del bando aliado –junto a los EE.UU., Gran
Bretaña y Francia–, por desconfianza hacia este por su profundo anticomunismo,
así como por el miedo a que sus barcos y bienes comerciales pudieran ser
afectados por los submarinos alemanes, que estaban causando estragos en el
Atlántico.
Eso no quitaba que Perón, sin complejo alguno, pusiera como referencia a seguir
a la Alemania de Hitler en el manejo de la política exterior. Veía en ella el
paradigma en cuanto a diplomacia y uso de la fuerza para lograr sus objetivos:
Fue su diplomacia la que sin contar en su respaldo con una suficiente potencia
militar, le permitió, en 1935, implantar el servicio militar obligatorio, ocupar
militarmente la Renania, y finalmente, concertar con Inglaterra el pacto naval
que le permitiría montar un tonelaje para su marina de guerra equivalente al
35 % del inglés, con lo cual sobrepasaba a la flota francesa. La reacción
francesa, que en esa época podía ser decisiva, fue perfectamente neutralizada
por la diplomacia alemana.
Luego, ya respaldada sin duda por la fuerza considerable que el Tercer Reich
había logrado montar, se produce, en marzo de 1938, la anexión lisa y llana de
Austria. A fines de septiembre de ese mismo año, el tratado de Munich le entrega
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el territorio de los Sudetes, pertenecientes a Checoslovaquia, hasta terminar con
la total desaparición de este país el 15 de marzo de 1939. Y siete días más tarde,
el 22 de marzo, el jefe del gabinete lituano, el ministro Urbsys, entrega las llaves
de Memel en Berlín mismo». (Juan Domingo Perón; Cátedra de Defensa
Nacional, 10 de junio de 1944)
Y finalizaba así, dando a entender que esto debía servir de modelo para las
aspiraciones de los chovinistas argentinos:
«En los litigios entre naciones, sin tener un tribunal superior e imparcial a quien
recurrir, y sobre todo que esté provisto de la fuerza necesaria para hacer
respetar sus decisiones, la acción de la diplomacia será tanto más segura y
amplia, cuanto mayor sea el argumento de fuerza que en última instancia pueda
esgrimir. Así nuestra diplomacia, que tiene ante sí una constante tarea que
realizar, estrechando cada vez más las relaciones políticas, económicas,
comerciales, culturales y espirituales con los demás países del mundo, en
particular con los continentes, y, dentro de estos, con nuestros vecinos, cuenta
como argumento para esgrimir, además de la hidalguía y munificencia ya
tradicionales de nuestro espíritu, con el poder de nuestras fuerzas armadas, que
debe ser aumentado en concordancia con su importancia, para asegurarles el
respeto y la consideración que merecen en el concierto mundial y continental de
las naciones». (Juan Domingo Perón; Cátedra de Defensa Nacional, 10 de junio
de 1944)
Como se verá después, esto no era una referencia histórica casual, pues Perón
tomó como honda referencia el modelo fascista. Durante la creación de la
Organización de las Naciones Unidas en la Conferencia de San Francisco, el
ministro de Exterior de la URSS, Mólotov, daría un discurso en contra del
gobierno de Perón, considerándolo aliado del nazismo. Ese y no otro era el
panorama. Para aquel entonces, los partidos opositores –socialistas, radicales,
comunistas y anarquistas– y la prensa extranjera –incluida la estadounidense–
tachaban al gobierno como «filonazi»; y no sin razón, pues había permitido
desfiles en apoyo al nazismo antes y durante la contienda, mientras las
declaraciones públicas de los militares del gobierno en favor de Alemania eran
notorias. Finalmente, el gobierno argentino, presionado enormemente por los
aliados, declaró la guerra a Alemania y Japón en mayo de 1945, con la primera ya
derrotada y la segunda cercada por los Aliados –EE.UU. y la URSS–. Esto fue una
concesión de un gobierno pronazi hacia gobiernos como el estadounidense o
británico que controlaban su economía.
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En el ámbito interno, lo más llamativo fue que el gobierno reaccionario argentino,
surgido del golpe de Estado del 4 de junio de 1943, se atrevió a disolver los
sindicatos como el CGT Nº2 –dominado por socialistas y comunistas–,
permitiendo mantener a la sindical más afín a la patronal, la CGT N.º 1, y
estableciéndose los primeros nexos entre el régimen militar y una sindical única,
base de lo que luego sería el peronismo, caracterizado por el fuerte control del
sindicato único y la represión de las disidencias.
El cargo más importante para Perón en este gobierno fue, sin duda, la Secretaría
de Trabajo de la Nación, desde la que impulsó alguna de las reivindicaciones
históricas del sindicalismo argentino para ganarse su confianza, configurando el
clásico discurso de que, más allá de las ideologías, hay que tratar de buscar el
equilibrio entre las partes para lograr un bienestar social de los ciudadanos de la
nación; es decir, basaba su discurso en el reformismo, en un cristianismo social
mezclado con el sindicalismo amarillo patronal:
En suma, aceptar ser peronista siendo asalariado suponía algo así como que la
burguesía peronista considerara a uno ampliamente conforme al servicio de los
proyectos del caudillo, siendo que el servidor no diría otra cosa que «amén» como
un esclavo. En otra ocasión dijo, sin miramientos, que su objetivo era:
«La segunda categoría consta de partidarios de la sociedad actual, a los que los
males necesariamente provocados por ésta inspiran temores en cuanto a la
existencia de la misma. Ellos quieren, por consiguiente, conservar la sociedad
actual, pero suprimir los males ligados a ella. A tal objeto, unos proponen
medidas de simple beneficencia; otros, grandiosos planes de reformas que, so
pretexto de reorganización de la sociedad, se plantean el mantenimiento de las
bases de la sociedad actual y, con ello, la propia sociedad actual. Los comunistas
deberán igualmente combatir con energía contra estos socialistas burgueses,
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puesto que éstos trabajan para los enemigos de los comunistas y defienden la
sociedad que los comunistas quieren destruir». (Karl Marx y Friedrich Engels;
Principios del comunismo, 1847)
«Una parte de la burguesía desea mitigar las injusticias sociales, para de este
modo garantizar la perduración de la sociedad burguesa. Se encuentran en este
bando los economistas, los filántropos, los humanitarios, los que aspiran a
mejorar la situación de las clases obreras, los organizadores de actos de
beneficencia, las sociedades protectoras de animales, los promotores de
campañas contra el alcoholismo, los predicadores y reformadores sociales de
toda laya. (...) Los burgueses socialistas considerarían ideales las condiciones
de vida de la sociedad moderna sin las luchas y los peligros que
encierran. (...) Es natural que la burguesía se represente el mundo en que
gobierna como el mejor de los mundos posibles. El socialismo burgués eleva esta
idea consoladora a sistema o semisistema. Y al invitar al proletariado a que lo
realice, tomando posesión de la nueva Jerusalén, lo que en realidad exige de él
es que se avenga para siempre al actual sistema de sociedad, pero desterrando
la deplorable idea que de él se forma. Una segunda modalidad, aunque menos
sistemática bastante más práctica, de socialismo, pretende ahuyentar a la clase
obrera de todo movimiento revolucionario haciéndole ver que lo que a ella le
interesa no son tales o cuales cambios políticos, sino simplemente determinadas
mejoras en las condiciones materiales, económicas, de su vida. Claro está que
este socialismo se cuida de no incluir entre los cambios que afectan a
las «condiciones materiales de vida» la abolición del régimen burgués de
producción, que sólo puede alcanzarse por la vía revolucionaria; sus
aspiraciones se contraen a esas reformas administrativas que son conciliables
con el actual régimen de producción y que, por tanto, no tocan para nada a las
relaciones entre el capital y el trabajo asalariado, sirviendo sólo –en el mejor de
los casos– para abaratar a la burguesía las costas de su reinado y sanearle el
presupuesto». (Karl Marx y Friedrich Engels; El Manifiesto Comunista, 1848)
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Históricamente, el marxismo ha demostrado que esto solo es un engaño que se
vierte sobre las masas explotadas para desviarlas de sus propósitos de
emancipación social:
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Perón reconocería que el sindicalismo era la base del peronismo, siendo el partido
peronista un defecto necesario dadas las reglas del sistema electoral
parlamentario que todavía no podía derrocar:
En sus inicios, explicaría así a las élites explotadoras el motivo por el que el
sindicalismo era el eje del peronismo/justicialismo y era positivo para sus
intereses:
¿A qué nos recuerda esto? A uno de los máximos teóricos del fascismo. Veamos
lo que decía uno de los más radicales líderes del fascismo español:
«La lucha de clases sólo puede desaparecer cuando un poder superior someta a
ambas a una articulación nueva, presentando unos fines distintos a los fines de
clase como los propios y característicos de la colectividad popular. (...) Las
corporaciones, los sindicatos, son fuentes de autoridad y crean autoridad,
aunque no la ejerzan por sí, tarea que corresponde a los poderes ejecutivos
robustos. Pues sobre los sindicatos o entidades colectivas, tanto
correspondientes a las industrias como a las explotaciones agrarias, se
encuentra la articulación suprema de la economía, en relación directa con todos
los demás altos intereses del pueblo». (Ramiro Ledesma; Frente al marxismo,
6-VI-1931)
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«Este periodo de crecimiento. (...) Es la consecuencia de la paz social lograda
por el Movimiento Nacional, que se ha mantenido inconmovible pese a la
contumacia de un enemigo externo que no cesa en sus ataques, gracias a las
virtudes de un pueblo que se ha encontrado a sí mismo. (...) A una organización
sindical que, asociando a los tres elementos de la producción, empresarios,
técnicos y obreros, resuelve en su seno, al menos en primera instancia, los
conflictos laborales, sustituyendo la violencia por el diálogo». (Luis Carrero
Blanco; Discurso retransmitido en Televisión Española, 1 de abril de 1964)
Como apuntan algunos, pese a sus bandazos ideológicos, este fue uno de los vagos
principios del peronismo que nunca fueron alterados:
«Los militares, el ejército que cuida, los sindicatos, ejércitos que producen, y la
Iglesia, respetada durante los primeros años del gobierno como fuente de poder
moral, remplazaban de hecho al Parlamento como representantes de la
sociedad ante un Estado tutor. (...) La visión corporativista era uno de los pocos
rangos del pensamiento peronista que se mantendría inalterable para moldear
esa concepción del poder. Los azares de la carrera militar lo habían destinado
a Italia durante el apogeo de Mussolini, época en que los encantos del sistema
corporativista eran difíciles de resistir. En Turín, Perón había tomado cursos de
economía política fascista, que según él mismo admitiría mucho después,
forjaron su concepción del problema obrero». (Pablo Gerchunoff y Lucas
Llach; El ciclo de la ilusión y el desencanto: un siglo de políticas económicas
argentinas, 2003)
En ese intento de equidistancia entre los dos grandes bloques, los grupos
revolucionarios y progresistas y los grupos más tradicionales y conservadores, el
peronismo aparentaba no ser ni de «izquierdas» ni de «derechas», no ser ni
siquiera un partido, solo un «humilde servidor de la nación» que, precisamente,
permitiría «superar estas tristes divisiones partidistas o ideológicas», estos
cataclismos sociales tan característicos del país en su historia reciente:
¿A qué suena esta declaración? Al rancio falangismo. Ese que, con sus bonitas
promesas de «íntegra renovación nacional» y asegurar no ser «clasista»,
casualmente era financiado por banqueros y representado en el parlamento por
marqueses:
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izquierdas. Porque en el fondo, la derecha es la aspiración a mantener una
organización económica, aunque sea injusta, y la izquierda es, en el fondo, el
deseo de subvertir una organización económica, aunque al subvertiría se
arrastren muchas cosas buenas. (…) Sepan todos los que nos escuchan de buena
fe que estas consideraciones espirituales caben todas en nuestro movimiento».
(José Antonio Primo de Rivera; Discurso pronunciado en el Teatro de la
Comedia de Madrid, el día 29 de octubre de 1933)
«E.P.: Aseguran que Perón dijo alguna vez que Pueblo era el mejor diario
peronista que él había leído ¿Usted piensa lo mismo?
La retórica anticapitalista del fascismo nunca fue más allá de una promesa de
limitar los «excesos» y «abusos» de los grandes monopolios. Solo llegaban a
proclamar que se crearía una «economía nacional» que sería «armoniosa», pero
reconociendo que no se tenía la intención de eliminar la gran, mediana o pequeña
propiedad privada, ni dando mayores explicaciones de cuáles iban a ser las
formas mediante las que se limitaría el hambre voraz de los monopolios sin
eliminar los mecanismos que los hacían nacer, como la ley del valor:
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la economía frente al progreso técnico de los monopolios, como pudiera creerse.
Pues el fascismo supera a la vez esa defensa de las economías privadas más
modestas, con el descubrimiento de una categoría económica superior: la
economía nacional, que no es la suma de todas las economías privadas, ni
siquiera su resultante, sino, sencillamente, la economía entera organizada con
vistas a que la nación misma, el Estado nacional, realice y cumpla sus
fines». (Ramiro Ledesma; El fascismo, como hecho o fenómeno mundial,
noviembre de 1935)
Está claro que el discurso anticapitalista del fascismo no es sino un cuento, pues,
como hemos visto, el fascismo no ha limitado, sino desarrollado los monopolios:
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de la nación, del régimen político y «otras particularidades». Por ello con el
capitalismo monopolista no se trata ni se pacta. Tampoco se puede sustituir,
como acabamos de ver, con sistemas pasados para siempre a la historia. Sólo
se puede sustituir con un sistema socio-económico más elevado». (Joan
Comorera; La nación en una nueva etapa histórica, 15 de junio de 1944)
«El nazismo, como una forma de reformismo, junto con el keynesianismo y las
ideas reformistas de la regulación estatal del capitalismo, comparten la opinión
de que el Estado no tiene que poseer los medios de producción con el fin de
cumplir su misión. Uno siempre puede volver a la defensa de que Keynes no
parece abogar abiertamente la ideología fascista, y que él era un defensor de las
ideas liberales burguesas clásicas de la democracia burguesa. (...) Sin embargo,
si aceptáramos esto, estaríamos tomando el problema de una forma superficial
y no estaríamos afrontando las cuestiones fundamentales de la economía
política que relacionan el papel del Estado en la teoría económica del
reformismo en general, y del keynesianismo en particular. Lo cierto es que tanto
el keynesianismo como el nazismo conciben el Estado como un medio para
preservar el papel principal del capital monopolista respecto a la clase obrera
y las masas trabajadoras. También se puede volver al argumento y especular
con que el keynesianismo es una versión más artificiosa del reformismo en
comparación con el nazismo. (...) El keynesianismo y el reformismo moderno,
ya que se niegan a socavar la base económica del capital monopolista,
inevitablemente se convierten en instrumentos fundamentales para facilitar la
tendencia hacia el militarismo y la intervención extranjera». (Rafael
Martínez; El reformismo de Podemos y el renacimiento del keynesianismo,
2015)
«Hay que elegir»: este es el argumento con que siempre han tratado y tratan de
justificarse los oportunistas. De golpe no pueden lograrse nunca nada
importante. Hay que luchar por cosas pequeñas pero asequibles. ¿Y cómo saber
que algo es asequible? Por la aprobación de la mayoría de los partidos políticos
27
o de los políticos más «influyentes». Cuanto mayor sea el número de políticos
que se muestren de acuerdo con una mejora, por pequeña que sea, más fácil será
lograrla, más asequible será. No debemos ser utopistas, ni aspirar a cosas
grandes. Debemos ser políticos prácticos, saber plegarnos a la demanda de
cosas pequeñas, las cuales facilitarán la lucha por las cosas grandes. Las cosas
pequeñas representan la etapa más segura en la lucha por las cosas grandes.
Así argumentan todos los oportunistas, todos los reformistas, a diferencia de los
revolucionarios. (...) Debemos elegir entre el mal presente y la mínima
corrección de este mal, por lo cual está la inmensa mayoría de quienes se sienten
descontentos con el mal presente. Conseguido lo pequeño, facilitaremos la lucha
por obtener lo grande. (...) Es este –repetimos– el argumento fundamental, el
argumento típico de todos los oportunistas en el mundo entero. Ahora bien, ¿qué
conclusión se desprende inevitablemente de él? La conclusión de que no hace
falta un programa revolucionario, un partido revolucionario ni una táctica
revolucionaria. Lo que se necesita son reformas, y asunto concluido. (...) ¿En
qué reside el error fundamental de todos estos argumentos oportunistas? En que
suplantan en realidad la teoría socialista de la lucha de clases, única fuerza
motriz verdadera de la historia, por la teoría burguesa del progreso
«solidario», «social». Según la teoría del socialismo, es decir, del marxismo –
hoy no puede hablarse en serio de un socialismo no marxista–, la fuerza motriz
verdadera de la historia es la lucha revolucionaria de clases; las reformas son
un producto accesorio de esta lucha; accesorio, por cuanto expresan el resultado
de los intentos frustrados por atenuar esta lucha, por debilitarla, etc». (Vladimir
Ilich Uliánov, Lenin; Otra vez el ministerio de la Duma, 1906)
¿Por qué es importante para los marxistas combatir estas ideas? ¿Cuál sería el
destino de los comunistas si siguiesen estas consignas y se limitasen
estrictamente a ellas? ¿Cómo han de entenderse las llamadas reformas desde el
punto de vista de la lucha de clases?
28
con esta táctica podemos tornar inocuas las reformas desde arriba, reformas
que son siempre mezquinas, siempre hipócritas, que encierran siempre alguna
trampa burguesa o policial. Más aún. Sólo con esta táctica impulsamos
realmente la lucha por reformas importantes. Puede parecer paradójico, pero
esta aparente paradoja es una verdad confirmada por toda la historia de la
socialdemocracia internacional; la táctica de los reformistas es la menos apta
para lograr reformas reales. El medio más efectivo para alcanzarlas es la
táctica de la lucha revolucionaria de clases. En la práctica las reformas son
arrancadas siempre por la lucha revolucionaria de clase, por su independencia,
su fuerza de masas, su tenacidad. Las reformas son siempre falsas, ambiguas.
(...) Sólo son reales en consonancia con la intensidad de la lucha de clases. Al
fundir nuestras propias consignas con las consignas de la burguesía reformista,
debilitamos la causa de la revolución y también, como consecuencia de ello, la
causa de las reformas, ya que con ello debilitamos la independencia, la firmeza
y la energía de las clases revolucionarias». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Otra
vez el ministerio de la Duma, 1906)
29
los pies del tiesto. Esto demostraba hasta qué punto el pueblo argentino era
manipulable, pero también hasta qué punto estaba hambriento de reformas.
30
fuesen sumisos al cien por cien, precipitándose «innecesariamente» o creando
complots contra sus viejos aliados. Véase el caso de Noriega en Panamá, de
Milosevic en Yugoslavia o de Gadafi en Libia. Incluso, y ya que hemos hablado de
Eisenhower, recordemos cómo negó, en su último mandato, haber otorgado
apoyo económico al movimiento guerrillero liberal del 26 de julio cuando Fidel
Castro acudió a Washington, en 1959, para solicitar créditos, declarándose
proestadounidense, cristiano y anticomunista. EE.UU., al negar dicha ayuda,
entregaría al barbudo oportunista a los brazos de la URSS de Jruschov, iniciando
su fingida reconversión al «antiimperialismo» del «marxismo»; eso sí, una
adhesión al «marxismo» y al «antiimperialismo» de los postulados de Jruschov,
es decir, al revisionismo puro y duro, al socialimperialismo, y todo bajo la
presentación más cínica.
Como Perón reconocía, su objetivo económico y, por tanto, político no era otro
que desactivar las luchas del movimiento obrero que, en cierta medida, ya
empezaban a notar la influencia de los comunistas y otros grupos «subversivos»
del orden:
«Yo llamo a la reflexión a los señores para que piensen en manos de quien
estaban las masas obreras y cuál podía ser el porvenir de esas masas, que en un
crecido porcentaje estaban en manos de los comunistas. (...) Un objetivo
inmediato del gobierno ha de ser asegurar la tranquilidad social del país,
evitando por todos los medios un posible cataclismo de esta naturaleza [la
revolución], ya que si se produjera de nada valdrían las riquezas acumuladas,
los bienes poseídos, ni los campos, ni los ganados». (Juan Domingo Perón;
Discurso de la bolsa de comercio, 25 de agosto de 1944)
«Se ha dicho señores, que soy un enemigo de los capitales y si ustedes observan
lo que les acabo de decir, no encontrarán ningún defensor, diríamos, más
decidido que yo, porque sé que la defensa de los intereses de los hombres de
negocios, de los industriales, de los comerciantes, es la defensa del mismo
Estado. No se asusten de mi sindicalismo, nunca mejor que ahora estará seguro
el capitalismo, ya que también lo soy, porque tengo estancia y en ella operarios.
(...) Lo que quiero es organizar estatalmente a los trabajadores para que el
Estado los dirija y les marque rumbos, de esa manera se neutralizarán en su
seno las corrientes ideológicas y revolucionarias que pueden poner en peligro
nuestra sociedad capitalista de posguerra. Por eso creo que si yo fuera dueño de
una fábrica no me costaría ganarme el afecto de mis obreros con una obra social
realizada con inteligencia. Muchas veces se logra con el médico que va a casa de
31
un obrero que tiene un hijo enfermo; con un pequeño regalo en un día
particular; o el patrón que pasa y palmea amablemente a sus hombres y les
habla de cuando en cuando, así como lo hacemos nosotros con nuestros
soldados». (Juan Domingo Perón; Discurso de la bolsa de comercio, 25 de
agosto de 1944)
¡Burgueses del mundo, aprendan! ¡Es más fácil manejar a los obreros y hacer que
no dejen de producir otorgándoles ciertos derechos, que cometer el torpe error
de despreciarlos en público, siendo tozudos y desatendiendo sus reivindicaciones
económicas! Con esto, Perón venía a decir a la burguesía, que si actuaba con
astucia, y gracias a unas cuantas migajas, podría obtener la paz social, pues el
proletariado estaría contento, sumiso, por lo que apoyaría su política e
incrementaría la producción, incluso querría a los líderes burgueses. Obviamente
estos cálculos no eran del todo correctos, puesto que como veremos más adelante,
otorgar dichas concesiones depende del contexto político-económico nacional e
internacional, crea tiranteces entre el gobierno y las capas de la burguesía que
siempre buscan el máximo beneficio, y además media el trabajo de los
revolucionarios para desmontar la insuficiencia e hipocresía de dichas reformas.
Pero, por el momento, el peronismo contaba con una coyuntura internacional
favorable, un superávit económico tras su papel de proveedor durante la guerra
y, además, podía contar con la tranquilidad de ver que ni los comunistas,
anarquistas o socialistas tenían intención o poder como para alterar la paz social
seriamente.
«Le diremos a la CGT, hay que hacer tal cosa por tal gremio y ellos se
encargarán de hacerlo. Les garantizo que son disciplinados y tienen buena
voluntad de hacer las cosas. Eso sería seguro, la organización de las masas. (...)
Ya el Estado organizaría el reaseguro, que es la autoridad necesaria para que
cuando esté en su lugar, nadie pueda salirse de él, porque el organismo estatal
tiene el instrumento que, si es necesario por la fuerza, ponga las cosas en su
quicio y no permita que salgan de su curso». (Juan Domingo Perón; Discurso
de la bolsa de comercio, 25 de agosto de 1944)
Y así fue. Para tal fin, Perón lanzó, el 2 de octubre de 1945, el decreto 23.852/45
sobre asociaciones profesionales. Este decreto decía, entre otras cosas:
32
de actividades. (...) En el caso de existir sindicato con personería gremial, sólo
podrá concederse esa personalidad a otro sindicato de la misma actividad,
cuando el número de afiliados cotizantes de este último, durante un período
mínimo y continuado de seis meses, inmediatamente anteriores a la solicitud,
fuera superior al de los pertenecientes a la asociación que goce de personalidad
gremial». (Decreto 23.852/45)
33
conservadora en relación a los derechos de las mujeres». (Izquierda Diario;
Peronismo y feminismo en la historia: mitos y verdades, 4 de marzo de 2020)
Una de las claves para mantener el apoyo popular al peronismo fue la Fundación
Eva Perón. Fundada en 1948, ésta constituyó la base del asistencialismo en
Argentina –en el caso de Eva, bajo la falsa modestia tan típica del cristianismo,
en especial del jesuita–, siendo este uno de los puntos que unen al peronismo con
su populismo:
Repasemos las ideas principales que emanan de un texto que fue destinado a la
educación de los niños en Argentina.
«Inculcar la doctrina y querer a Perón. Pero pienso que esta Escuela Superior
no sólo habrá que enseñar lo que es el Justicialismo. Será necesario enseñar,
también, a sentirlo y a quererlo. (...) Cuando llegue el día de las luchas y tal vez
sea necesario morir, los mejores héroes no serán los que enfrenten a la muerte
diciendo: «La vida por el Justicialismo», sino los que griten: «¡La vida por
Perón!». (Eva Perón; Historia del peronismo, 1952)
«La intuición no es para mí otra cosa que la inteligencia del corazón; por eso es
también facultad y virtud de las mujeres, porque nosotras vivimos guiadas más
bien por el corazón que por la inteligencia. Los hombres viven de acuerdo con lo
que razonan; nosotras vivimos de acuerdo con lo que sentimos; el amor nos
35
domina el corazón, y todo lo vemos en la vida con los ojos del amor». (Eva
Perón; Historia del peronismo, 1952)
«Para poder lograr ver la obra ciclópea del general Perón hay que buscar la luz
en otros factores: en el pueblo y en el Líder». (Eva Perón; Historia del
peronismo, 1952)
«No vemos en ningún otro hombre, con la perfección con que las lleva a cabo
este hombre singular de los quilates del general Perón». (Eva Perón; Historia
del peronismo, 1952)
Este es uno de los puntos de encuentro del discurso peronista con el de los líderes
en Corea del Norte, el llamado «pensamiento Juche» –es decir, el revisionismo
nacionalista-religioso a la coreana–, el cual, para consolidar su horripilante
régimen, ha educado al pueblo sobre el que gobierna en un reaccionario
pensamiento idealista, patriarcal y místico que fomenta un enfermizo culto a la
personalidad. En sus propias palabras, para ser un buen militante [hijo], hay que
hacer caso al padre [Líder] y la madre [Partido], y para ser una buena esposa
[Partido], debe ser sumiso al padre [Líder]. Cualquiera diría que esto es toda una
guía del falangismo casposo de Pilar Primo de Rivera.
36
«mujer hecha a sí misma», e incluso convertida en icono de la «emancipación de
las mujeres argentinas» por algunas feministas:
«Patria mía: hija de esforzados varones. Patria mía: hija dilecta de mujeres de
excepción que armaron el brazo de los valientes y dieron generosamente sus
hijos, su trabajo y sus lágrimas». (Elsa G. R. Cozzani de Gillone; Mensaje de luz,
1954)
¿Han leído bien? ¡La mujer siempre del brazo del varón! Y si es con una estampita
del general Perón en la mesilla de noche y se le reza un rosario antes de irse a
acostarse, mejor que mejor. Parece que Evita era una buena cristiana, ya que
como decían los Padres de la Iglesia:
37
Compárense estas afirmaciones con la modestia de los líderes verdaderamente
comunistas que condenaron enérgicamente este tipo de adulaciones que llevaban
de una u otra forma a crear en la mente de la gente la teoría de la infalibilidad de
los líderes, así como la creencia de que el devenir del país no está en manos de las
masas, sino de estos «líderes y héroes»:
Entiéndase que esta equivocación del modelo soviético sembró un precedente que
costó muy caro. Facilitó que los oportunistas a nivel local promoviesen el mismo
culto a la personalidad, el cual les serviría para acometer a nivel interno todo tipo
de arbitrariedades en nombre del «líder». A nivel global esto dio armas a los
populismos y revisionismos de tipo nacionalista como el peronismo en Argentina,
el suhartismo en Indonesia, el maoísmo en China o el juche en Corea del Norte,
para reproducir tales defectos con la excusa de que era algo intrínseco a todos
los «gobiernos fuertes a lo largo de la historia», que «el pueblo no puede
movilizarse sin estas figuras paternales» o incluso que simplemente era lo que
habían aprendido observando a los partidos comunistas y sus dinámicas –
aunque realmente todos estos gobiernos contaban en su cultura de América y Asia
con sobradas experiencias y modelos de caudillismos y «señores de la guerra»–.
38
Reivindicar a las figuras del marxismo-leninismo no significa defenderlos
formalmente sin analizar, esto solo sirve al enemigo para tropezarnos siempre
con lo mismo y no avanzar. Defender el legado de una figura o una doctrina no
significa tragar con todos y cada uno de sus actos, hasta los evidentemente
erróneos, como hacen algunos. Al final siempre son estos elementos los primeros
que no entienden la esencia positiva que guardan las figuras revolucionarias y
renuncian a la esencia de la doctrina.
¿Por qué los marxista-leninistas nos negamos a ejercer la devoción hacia una
persona a base de fe?
39
cataclismo social que es probable, no imposible». (Juan Domingo Perón;
Discurso de la bolsa de comercio, 25 de agosto de 1944)
Así el golpe fascista de verano de 1936 llevó al país a una cruenta guerra civil que
duraría tres años. Debe anotarse que, en ella, los comunistas, en medida de lo
posible, se pusieron al frente de la guerra antifascista, impulsando algunas de las
famosas medidas que no se habían llevado a cabo en los años anteriores –como
la famosa reforma agraria y el apoyo económico estatal a la formación de
cooperativas voluntarias–, demostrándose que el camino timorato y reformista
que habían defendido los republicanos de izquierda y los socialdemócratas solo
había servido para dar tiempo a la reacción para reorganizarse, además de perder
la confianza los trabajadores. Véase la obra de José Díaz «Lecciones de la guerra
del pueblo español» (1940).
40
colaboradores de una obra común para la felicidad común, vale decir, la
doctrina esencialmente cristiana, sin la cual el mundo no encontró solución ni
la encontrará tampoco en el futuro». (Juan Domingo Perón; Discurso, 5 de
octubre de 1948)
41
armonioso sin choques sociales, un «Reino de Dios» en la tierra, ¡gracias a la obra
y voluntad del profeta Perón! He aquí un ejemplo de cómo un idealista trata de
borrar la realidad material a través de discursos moralistas y utópicos. Huelga
comentar que el peronismo no era el primer –ni el último– gobierno que no pudo
resolver las contradicciones socio-económicas por medio del bondadoso
cristianismo.
¿Pero por qué Perón y su proyecto eran tan hondamente cristianos? Desde luego,
por mucho que Perón y Evita se esforzasen en propalar lo contrario, el
cristianismo como ideología no tenía a la historia reciente de su parte, no se había
comportado como un movimiento «progresista»:
«Los principios sociales del cristianismo han tenido ya dieciocho siglos para
desenvolverse, y no necesitan que un consejero municipal prusiano venga ahora
a desarrollarlos. Los príncipes sociales del cristianismo justificaron la
esclavitud en la antigüedad, glorificaron en la Edad Media la servidumbre de la
gleba y se disponen, si es necesario, aunque frunciendo un poco el ceño, a
defender la opresión moderna del proletariado. Los principios sociales del
cristianismo predican la necesidad de que exista una clase dominante y una
clase dominada, contentándose con formular el piadoso deseo de que aquella
sea lo más benéfica posible. Los principios sociales del cristianismo dejan la
desaparición de todas las infamias para el cielo, justificando con esto la
perpetuación de esas mismas infamias sobre la tierra. Los principios sociales
del cristianismo ven en todas las maldades de los opresores contra los oprimidos
el justo castigo del pecado original y de los demás pecados del hombre o la
prueba a que el Señor quiere someter, según sus designios inescrutables, a la
humanidad. Los principios sociales del cristianismo predican la cobardía, el
desprecio de la propia persona, el envilecimiento, el servilismo, la humildad,
todas las virtudes del canalla; el proletariado, que no quiere que se lo trate como
canalla, necesita mucho más de su valentía, de su sentimiento de propia estima,
de su orgullo y de su independencia, que del pan que se lleva a la boca. Los
principios sociales del cristianismo hacen al hombre miedoso y trapacero, y el
proletariado es revolucionario». (Karl Marx; El comunismo del Rheinischer
Beobachter, 12 de septiembre de 1847)
¿Y qué hay de la siempre poderosa Iglesia? ¿Qué pintaba en toda esta historia?:
La propia crítica que Eva Perón hizo del marxismo versaba en que era
materialista, ateo:
«La doctrina de Marx es, por otra parte, contraria a los sentimientos del pueblo,
sentimientos profundamente humanos. Niega el sentimiento religioso y la
existencia de Dios. Podrá el clericalismo ser impopular, pero nada es más
popular que el sentimiento religioso y la idea de Dios. El marxismo es, además,
materialista y esto también lo hace impopular. El marxismo es
extraordinariamente materialista». (Eva Perón; Historia del peronismo, 1952)
43
universal». (...) En oposición al idealismo, el cual afirma que sólo nuestra
conciencia tiene una existencia real y que el mundo material, el ser, la
naturaleza, sólo existe en nuestra conciencia, en nuestras sensaciones, en
nuestras percepciones, en nuestros conceptos, el materialismo filosófico
marxista parte del criterio de que la materia, la naturaleza, el ser, es una
realidad objetiva, que existe fuera de nuestra conciencia e independientemente
de ella; de que la materia es lo primario, ya que constituye la fuente de la que se
derivan las sensaciones, las percepciones y la conciencia, y la conciencia lo
secundario, lo derivado, ya que es la imagen refleja de la materia, la imagen
refleja del ser; de que el pensamiento es un producto de la materia que ha
llegado a un alto grado de perfección en su desarrollo, y más concretamente, un
producto del cerebro, y éste el órgano del pensamiento, y de que, por tanto, no
cabe, a menos de caer en un craso error, separar el pensamiento de la materia.
(...) En oposición al idealismo, que discute la posibilidad de conocer el mundo y
las leyes por que se rige, que no cree en la veracidad de nuestros conocimientos,
que no reconoce la verdad objetiva y entiende que el mundo está lleno de «cosas
en sí», que jamás podrán ser conocidas por la ciencia, el materialismo filosófico
marxista parte del principio de que el mundo y las leyes por que se rige son
perfectamente cognoscibles, de que nuestros conocimientos acerca de las leyes
de la naturaleza, comprobados por la experiencia, por la práctica, son
conocimientos veraces, que tienen el valor de verdades objetivas, de que en el
mundo no hay cosas incognoscibles, sino simplemente aún no conocidas, pero
que la ciencia y la experiencia se encargarán de revelar y de dar a conocer».
(Iósif Vissariónovich Dzhugashvili; Stalin; Materialismo dialéctico y
materialismo histórico, 1938)
44
«Nos acusan a nosotros, los comunistas, ¡de no respetar en nuestra sociedad la
personalidad humana! Esta acusación es una grosera calumnia tendente a
encubrir la cruel opresión del proletariado y del pueblo trabajador por el
capital. La existencia de las clases antagónicas es la base de la opresión de la
personalidad humana y de las masas trabajadoras. Por el contrario, si es que
existe un sistema social que libera verdaderamente al hombre de sus angustias,
de sus tormentos, de los sentimientos mezquinos, de las viejas supervivencias
idealistas, éste es el sistema social socialista, que realiza la supresión de las
clases explotadoras y de la propiedad y que pone fin a la explotación del hombre
por el hombre. (...) El socialismo coloca a la persona humana en una posición
que le permite ver y sentir que no está aislada del resto del mundo, sino que es
miembro de una sociedad nueva, la cual tiene por objetivo el progreso del
individuo en el marco del desarrollo de la sociedad. En esta sociedad el hombre
pasa a ocupar el lugar que le corresponde, sobre la base de sus capacidades y el
trabajo que realiza, siendo libre de trabajar y gozar los frutos de su trabajo. Ni
el burgués, ni el capitalista, ni el revisionista pueden concebir la libertad del
individuo en nuestra sociedad, porque miden la personalidad con su medida de
la estandarización y de la manipulación de los hombres. Aceptando la
independencia del individuo con respecto a la sociedad, las clases explotadoras
tendían a asegurar privilegios para la gente de su clase, dotarla de saber, de
libertad y competencias para dominar y dirigir a los otros. Nuestro régimen ha
cortado las raíces del individualismo burgués y ha creado al individuo y a la
sociedad posibilidades ilimitadas de todos los derechos y de todas las libertades
constitucionales». (Enver Hoxha; La democracia proletaria es la verdadera
democracia, 1978)
Eva Perón relataba, por ejemplo, que el comunismo era impopular por querer
suprimir la propiedad privada sobre los medios de producción:
Nadie salvo una ignorante como «Evita» puede decir que la propiedad privada es
una categoría eterna en la economía del ser humano. En lo tocante a los
propósitos del comunismo, las mentiras de la primera dama son especialmente
risibles:
45
¡La propiedad bien adquirida, fruto del trabajo y del esfuerzo humano! ¿Os
referís acaso a la propiedad del humilde artesano, del pequeño labriego,
precedente histórico de la propiedad burguesa? No, ésa no necesitamos
destruirla; el desarrollo de la industria lo ha hecho ya y lo está haciendo a todas
horas.
El precio medio del trabajo asalariado es el mínimo del salario, es decir, la suma
de víveres necesaria para sostener al obrero como tal obrero. Todo lo que el
obrero asalariado adquiere con su trabajo es, pues, lo que estrictamente
necesita para seguir viviendo y trabajando. Nosotros no aspiramos en modo
alguno a destruir este régimen de apropiación personal de los productos de un
trabajo encaminado a crear medios de vida: régimen de apropiación que no
deja, como vemos, el menor margen de rendimiento líquido y, con él, la
posibilidad de ejercer influencia sobre los demás hombres. A lo que aspiramos
es a destruir el carácter oprobioso de este régimen de apropiación en que el
obrero sólo vive para multiplicar el capital, en que vive tan sólo en la medida en
que el interés de la clase dominante aconseja que viva.
46
En la sociedad burguesa es, pues, el pasado el que impera sobre el presente; en
la comunista, imperará el presente sobre el pasado. En la sociedad burguesa se
reserva al capital toda personalidad e iniciativa; el individuo trabajador carece
de iniciativa y personalidad.
Nos reprocháis, para decirlo de una vez, querer abolir vuestra propiedad. Pues
sí, a eso es a lo que aspiramos.
Con eso confesáis que para vosotros no hay más persona que el burgués, el
capitalista. Pues bien, la personalidad así concebida es la que nosotros
aspiramos a destruir.
«Esto es más comprensible, porque no podemos olvidar que tanto los socialistas
como los comunistas son internacionales y no les puede interesar lo que para los
47
argentinos y, sobre todo para los peronistas, es tan sagrado: la Patria». (Eva
Perón; Historia del peronismo, 1952)
Es más, ¿qué dicen los comunistas sobre la cuestión de la patria y las clases
explotadoras y parasitarias?
«¿Qué España representan ellos? Sobre este asunto, hay que hacer claridad. (...)
No es posible que continúen engañando a estas masas, utilizando la bandera del
patriotismo, los que prostituyen a nuestro país, los que condenan al hambre al
pueblo, los que someten al yugo de la opresión al noventa por ciento de la
población, los que dominan por el terror. ¿Patriotas ellos? ¡No! Las masas
populares, vosotros, obreros y antifascistas en general, sois los patriotas, los
que queréis a vuestro país libre de parásitos y opresores; pero los que os
explotan no, ni son españoles, ni son defensores de los intereses del país, ni
tienen derecho a vivir en la España de la cultura y del trabajo». (La España
revolucionaria; Discurso pronunciado en el Salón Guerrero, de Madrid, 9 de
febrero de 1936)
En primer lugar, estas intenciones se pudieron ver durante los años 20 con
algunos proyectos en época del presidente Hipólito Yrigoyen, «radical», quien
gobernó del 1916 al 1922. En 1922 se creó «Yacimientos Petrolíferos Fiscales»
(YPF), una empresa estatal que daría pie a una industria nacional petrolera, la
cual, en un principio había nacido íntimamente ligada al capital extranjero
−especialmente bajo la égida de la estadounidense Standard Oil−. ¿Cuál era el
objetivo según su protagonista y artífice?
49
En segundo lugar, en la década de los 30 tenemos como paradigma las medidas
implementadas por Manuel Fresco, gobernador de la provincia de Buenos Aires
entre 1936 y 1940, el cual fue un antiguo conservador que pronto se volvió un
ferviente simpatizante del fascismo europeo. Este se caracterizó por crear una
gran cantidad de obras públicas para frenar el desempleo y promover todo tipo
de eventos deportivos. A su vez, y no por casualidad, fueron muy famosas las
construcciones bonaerenses de corte religioso y bélico. Estas corrieron a cargo del
arquitecto Francisco Salamone, inspiradas, cómo no, en la corriente artística del
futurismo. Si hoy examinamos este «legado cultural» de Fresco observaremos
que este no dejó lugar a dudas sobre cuáles fueron sus influencias e intenciones:
«La exaltación del trabajo, del esfuerzo humano y sus virtudes, preocupación de
Fresco, se hacía evidente en las representaciones hechas en torno a la misma.
Así, el obrero en su puesto de trabajo deviene símbolo no sólo de la dinámica
expansiva de la acción estatal, sino también imagen de una sincronía «ideal» y
ejemplificadora de la relación Estado-Capital-Trabajo, vínculo que se pretendía
mostrar como armónico y alejado de conflictos. Por otro lado, las imágenes de
máquinas −en movimiento o no− parecen expresar la fuerza del progreso y el
afán modernizador de la gestión, elementos característicos del discurso del
gobernador». (Noelia Fernández; Cuatro años de gobierno, 1936- 1940.
Representaciones y difusión de la obra pública en la provincia de Buenos Aires,
2018)
En último lugar, en los años 40, tenemos como ejemplo el fallido «Plan de
Reactivación Económica», liderado por el Ministro de Hacienda, el socialista
independiente Federico Pinedo, de ahí que también fuera conocido popularmente
como el «Plan Pinedo». Este se fraguó en un momento en que el principal socio
comercial, Gran Bretaña, no podía abastecer al mercado argentino y causó la falta
de divisas para operar en los mercados internacionales. Este panorama desolador
fue considerado por los gobernantes como un buen momento para aumentar los
vínculos con los EE.UU. y alentar la industria nacional. Pinedo reconoció en una
ocasión que el modelo agroexportador de la Argentina debía ser superado,
aunque consideró que el gobierno aún no tenía tal capacidad:
«La vida económica del país gira alrededor de una gran rueda maestra que es
el comercio exportador. Nosotros no estamos en condiciones de reemplazar esa
rueda maestra por otra, pero estamos en condiciones de crear al lado de ese
mecanismo algunas ruedas menores que permitan cierta circulación de la
riqueza, cierta actividad económica, la suma de la cual mantenga el nivel de
vida de este pueblo a cierta altura». (La Prensa; Plan Pinedo de 1940, otra
reforma que fracasó por falta de apoyo político, 2017)
50
al pago de la deuda a causa de la Segunda Guerra Mundial. Finalmente, en el
congreso los radicales no aprobaron la ejecución del plan.
Esto ya demuestra que el peronismo solo tuvo que mirar a los antiguos gobiernos
nacionales o provinciales del radicalismo, el socialismo y el conservadurismo
para imitar o terminar los planes previstos. En realidad, comprender la política
económica peronista antes y después de la toma del poder es un ejercicio
interesante, especialmente para entender los actuales regímenes de América
Latina que rezuman populismo antiimperialista. Véase la obra: «Algunas
reflexiones sobre los discursos en la VII Cumbre de las Américas» (2015).
51
a acumular y concentrar los medios financieros necesarios y las reservas
materiales útiles para el desarrollo de las ramas de la economía que claman de
un porcentaje de capitales mayor, ramas que no pueden ser abastecidas por
capitalistas particulares. Ayuda a aumentar las inversiones, a intensificar la
explotación de la mano de obra y a obtener más beneficios. Esto también
aparece en el hecho de que el Estado efectúa inversiones en determinados
sectores, susceptibles de sostener y estimular el desarrollo del capital privado,
por ejemplo, en el ámbito energético, los productos químicos que sirven de
materias primas, de la metalurgia, los transportes, así como el dominio
bancario y el comercio exterior. De hecho, en todos los países donde existe el
sector del Estado vemos crecer las empresas y reforzarse el sector capitalista
privado que goza de derechos ilimitados.
Por otra parte, la élite local y los funcionarios de los partidos y del Estado se
enriquecen y se aseguran los recursos necesarios a costa del presupuesto y el
sector del Estado para crear diversas empresas. Ciertos autores occidentales,
tratando los problemas de las sociedades de los países excoloniales evocan así
la burguesía «burocrática», «administrativa» y de «Estado» que goza de una
situación privilegiada en sus relaciones con las masas trabajadoras, y realiza
así, gracias a su pertenencia al aparato del Estado, la acumulación privada de
capital necesaria para convertirse en una clase burguesa, y se distingue por sus
relaciones con el capital extranjero.
Con su demagogia sobre el sector del Estado, los revisionistas y los partidos
políticos burgueses locales tienen como objetivo disimular y ocultar la opresión
y la explotación de las masas trabajadoras, queriendo crear ilusiones sobre la
supuesta creación de una «nueva sociedad». (Llambro Filo; La «vía no
capitalista de desarrollo» y la «orientación socialista», «teorías», que sabotean
la revolución y abren las vías a la expansión neocolonialista, 1985)
52
XIX, grandes figuras como Napoleón lo pusieron en práctica. En Prusia, Otto von
Bismarck realizó grandes nacionalizaciones, creó un sistema de seguridad social,
estatalizó las vías ferroviarias, etc. Todo en un afán de industrializar Alemania,
incrementar la capacidad bélica y apaciguar el descontento obrero, mejorando el
«bienestar social», para poder ilegalizar a los socialistas. En el siglo XX, no solo
el peronismo, sino el gobierno laboralista de Inglaterra de los años 40, el gobierno
de Francia de Charles de Gaulle de los años 50-60 o el franquismo aplicaron
medidas intervencionistas para financiar los proyectos industriales, las obras
públicas, la industria armamentística, etc. Lo mismo cabe decir de los gobiernos
salidos del colonialismo, tal es el caso de la India, Egipto, Argelia o Indonesia,
entre otros tantos. El peronismo no había descubierto nada con el
llamado «intervencionismo» de los sectores estratégicos, porque este es una
máxima del capitalismo en cualquiera de sus etapas. Es más, es el clásico curso
de acción cuando la burguesía incipiente trata de formar su propio mercado,
reduciendo la injerencia externa de otra burguesía dominadora.
«En el último cuarto del siglo XIX, la economía argentina se había consagrado
a la producción agropecuaria destinada en su mayoría a los mercados externos,
las variaciones en los precios de productos rurales habían determinado en gran
medida la situación general del país. (...) Perón tuvo la suerte de asumir la
presidencia con los términos de intercambio más altos de todo el siglo. (...)
Dentro del esquema económico peronista, el campo tenía el importantísimo rol
de proveer de divisas necesarias para la importación de insumos y maquinarias
que la industria local aún no producía. Quizás esa fue la causa de la timidez de
los cambios en el régimen de tierras. (...) Muchos dirigentes dentro del partido
no se contentaban con el congelamiento de los arrendamientos, y proponían
una reforma agraria para acabar con la gran propiedad rural. Pero el gobierno
no quiso arriesgarse». (Pablo Gerchunoff y Lucas Llach; El ciclo de la ilusión y
el desencanto: un siglo de políticas económicas argentinas, 2003)
53
Con este tipo de estructura que tenía el campo de la Argentina era imposible
abastecer y ampliar la gran industria. Mientras tanto, en la URSS, Stalin ya había
criticado en obras como «En torno a las cuestiones de la política agraria de la
URSS» (1929) la «teoría del equilibrio», famosa entre la «oposición derechista»
liderada por Bujarin. En dicha obra Stalin preguntó: «¿Se puede impulsar con
ritmo acelerado nuestra industria socializada, teniendo una base agrícola como
la pequeña hacienda campesina, incapaz de la reproducción ampliada y que, por
si fuera poco, es la fuerza predominante de nuestra economía nacional? No, no
es posible». Por lo tanto, la solución al problema agrario debía venir mediante:
«ampliar las haciendas agrícolas, en hacer la agricultura apta para la
acumulación, para la reproducción ampliada, transformando de este modo la
base agrícola de la economía nacional». Téngase en cuenta que en la URSS existía
una industria socialista y un campo dominado todavía por pequeños propietarios
tras la revolución. Sin embargo, en países como Argentina ni siquiera existía un
monopolio estatal industrial, y las industrias estatales que encontrábamos se
regían por relaciones de producción capitalistas, es decir, un mero capitalismo de
Estado, en donde en ellas la ley del valor operaba libremente.
En consecuencia, repasemos la crítica del autor soviético frente a los autores que
sostuvieron teorías que pretendían que la industria sería capaz de abastecerse y
ampliarse con un campo de pequeños propietarios privados:
54
La otra teoría que Stalin fustigó con razón fue la «teoría de la espontaneidad».
Esta proponía que, aunque el campo estuviera en manos de campesinos, es decir,
de pequeños propietarios individuales, este campo gradualmente se iría
integrando solo, por inercia, en el socialismo. Sin embargo, Stalin negaba que tal
impulso fuese a suceder de forma automática y pacífica, sino que en todo caso
sería fruto de una enconada lucha voluntaria de los actores políticos.
Sin entender estas nociones básicas de economía, como efectivamente les ocurre
a todos los líderes nacionalistas, se acaba por llegar a posiciones desastrosas.
Estos intentos de reformar el sistema a base de idealismo y voluntarismo siempre
chocarán con un muro.
55
Dzhugashvili, Stalin; Los problemas económicos del socialismo en la Unión
Soviética, 1952)
El autor del texto omite cómo Perón también se inspiró en un modelo que, hoy
sabemos, tanto admiraba, como lo era el nacionalsindicalismo falangista. Sobra
decir que, lejos de lo que proponían los peronistas más ilusos, el peronismo oficial
nunca llegó a acercarse a este cooperativismo descentralizador pequeño burgués
del anarco-sindicalismo. Y, aunque hubiera sido así, existen varias experiencias
históricas de la llamada «autogestión» del anarco-sindicalismo que no invitan,
precisamente, a adoptarla como modelo:
56
Estimulando el particularismo y el localismo, desde el republicano al regional y
hasta el nivel de la comuna, el sistema autogestionario ha liquidado la unidad
de la clase obrera, ha colocado a los obreros en lucha los unos contra los otros,
alimentando, como individuos, el egoísmo y estimulando, como colectivo, la
competencia entre las empresas. Sobre esta base ha sido minada la alianza de
la clase obrera con el campesinado, quien asimismo está disgregado en
pequeñas haciendas privadas y es explotado por la nueva burguesía en el poder.
Todo esto ha dado lugar a la autarquía en la economía, la anarquía en la
producción, en la distribución de los beneficios y de las inversiones, en el
mercado y en los precios, y ha conducido a la inflación y a un gran desempleo».
(Enver Hoxha; Informe en el VIIIº Congreso del Partido del Trabajo de Albania,
1981)
Uno de los puntos estrella del peronismo iba a ser la planificación estatal para
evitar los desajustes del mercado capitalista. Con sus llamados «Planes
Quinquenales», emulando el nombre de los famosos planes económicos que
convirtieron a la Unión Soviética en una potencia económica, Perón proclamó
que su economía no conocería la crisis; pero, a la vez, como se ha visto, reconocía
que no se atenía a ningún patrón en el ideario económico. Digamos, por tanto,
que la economía peronista caminaba por inercia según los bandazos y caprichos
del caudillo y carecía de una base científica del estudio de la economía política.
57
otros partidos burgueses de la oposición antiperonista, como la Unión Cívica
Radical (UCR), también postulaban lineamientos de nacionalización en sus
programas –véase la llamada Declaración de Avellaneda, de 1945–. Por un
momento, la cobarde oligarquía argentina parecía envalentonarse frente a su amo
natural británico.
La división internacional del trabajo, viene de los ecos del economista burgués
David Ricardo y su obra «Principios de la economía política» de 1819, donde
popularizaba la noción del «crecimiento complementario», promulgando la idea
del liberalismo basada en que, si cada país se dedica a producir en una actividad
en la que tiene ventajas, por la razón que sea, se acabará por extinguir la
competencia, o esta será relativa, y todos ganarán al dedicarse a aquello para lo
que tienen facilidades naturales; creándose, de esta forma, una riqueza
internacional. Una teoría, tomada de Adam Smith, tan utópica como refutada por
la propia historia. Esta teoría económica condena a los países no industrializados
a ser países especializados en producción de materias primas o de la industria
ligera para surtir a los países imperialistas. Algo que, junto con la exportación de
capitales, lleva aparejado otro fenómeno muy conocido: el endeudamiento.
58
antiimperialistas que buscaban soluciones a su crisis económica interna. Quizá,
simplemente, lanzaban tal consigna como representantes burgueses de un país
capitalista en alza, que buscaba convertirse en potencia directora del dichoso
«nuevo orden económico» en su región o a nivel mundial. Pero este eslogan era
falso, ya que, como los marxistas saben, el único «nuevo orden económico»
posible que dará solución a los problemas intrínsecos del capitalismo es el
sistema económico socialista.
Así, la «providencia» que «Dios» había otorgado a Perón se fue al traste con la
crisis argentina de 1949-54. Esto demostraba que, como en tantos otros
regímenes burgueses, la economía peronista era tan frágil como una pompa de
jabón y estaba sometida a los designios de la anarquía de la producción, que
escapaban a la voluntad y deseos idealistas de Perón.
Todo esto pudo haber ido a mayores, pero para entonces los sindicatos estaban
fuertemente controlados por el peronismo como para que las protestas fueran lo
suficientemente efectivas. Pese a todo, anotar que, durante los años 40 y 50,
siguieron protagonizándose huelgas de importancia significativa,
demostrando que el peronismo no había controlado del todo el sindicalismo
59
como se pensaba. Véase la obra de Hugo Gambini: «Historia del Peronismo
Tomos I y II» (1999).
60
pesada, que con frecuencia es menos rentable y a veces no lo es en absoluto. Si
ello fuera así, no se comprendería por qué en nuestro país no se cierran las
empresas de la industria pesada que por el momento no son rentables y en las
que el trabajo de los obreros no da el «resultado debido» y no se abren nuevas
empresas de la industria ligera, indiscutiblemente rentables, en las que el
trabajo de los obreros podría dar «mayor resultado». Si eso fuera así, no se
comprendería por qué en nuestro país no se pasa a los obreros de las empresas
poco rentables, aunque muy necesarias para la economía nacional, a empresas
más rentables, como debería hacerse de acuerdo con la ley del valor, a la que se
atribuye el papel de regulador de las «proporciones» de la distribución del
trabajo entre las ramas de la producción. Es evidente que, de hacer caso a esos
camaradas, tendríamos que renunciar a la primacía de la producción de medios
de producción en favor de la producción de medios de consumo. ¿Y qué significa
renunciar a la primacía de la producción de medios de producción? Significa
suprimir la posibilidad de desarrollar ininterrumpidamente nuestra economía
nacional, pues es imposible desarrollarla ininterrumpidamente si no se da
preferencia a la producción de medios de producción. Esos camaradas olvidan
que la ley del valor sólo puede regular la producción bajo el capitalismo, cuando
existen la propiedad privada sobre los medios de producción, la concurrencia,
la anarquía de la producción y las crisis de superproducción. Olvidan que la
esfera de acción de la ley del valor está limitada en nuestro país por la existencia
de la propiedad social sobre los medios de producción, por la acción de la ley del
desarrollo armónico de la economía y, por consiguiente, también por nuestros
planes anuales y quinquenales, que son un reflejo aproximado de las exigencias
de esta última ley». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Los problemas
económicos del socialismo en la Unión Soviética, 1952)
61
Esta es la base de la planificación. Esto fue el Plan GOELRO y los planes
posteriores que se elaboraron sobre esta base.
Hemos invertido las leyes del desarrollo de la economía capitalista, las hemos
puesto sobre sus cabezas o, más precisamente, de pie. Hemos comenzado con el
desarrollo de la industria pesada y la construcción de máquinas. Sin una
planificación de la economía, nada funcionaría.
¿Cómo suceden las cosas en su sistema? Algunos Estados roban a otros, saquean
las colonias y extraen préstamos forzados. Lo contrario, ocurre con nosotros.
Lo básico de la planificación es que no nos hemos convertido en un apéndice del
sistema capitalista mundial.
62
por lo menos una industria nacionalizada, un sistema de crédito nacionalizado,
se precisa que la tierra esté nacionalizada, que exista una ligazón socialista con
el campo, que exista el poder de la clase obrera, etc. Cierto, ellos tienen también
algo parecido a planes. Pero los suyos son planes-pronósticos, planes conjetura,
que no son obligatorios para nadie y sobre cuya base no puede dirigirse la
economía del país». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Informe en el
XVº Congreso del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética, 1927)
63
resistencia de los países latinoamericanos frente a este avance del país del
norte se debió, en parte, a las renovadas expectativas que tenían de recibir
ayuda económica. Éstas, sin embargo, se vieron, una vez más, frustradas. El
apoyo que recibió Guatemala fue sumamente débil –fue la única en votar en
contra de la declaración propuesta por el gobierno de Washington, aunque
Argentina y México se abstuvieron en esa votación–. (...) Desde el punto de vista
diplomático, desde principios de 1953 y hasta la caída de Perón, se registró una
mejora en las relaciones argentino-estadounidenses. Según el Departamento
de Estado, era necesario implementar una política mucho más activa hacia
América Latina, para contrarrestar los movimientos nacionalistas que se
habían desarrollado, pero con un discurso que enfatizaba la necesidad de
combatir más fuertemente el comunismo. (...) Ni bien arribó a Caracas el
canciller [argentino] declaró: «Los precios bajos de las materias primas
implican y obligan a salarios reducidos, los cuales son incitaciones para la clase
trabajadora que la conducen muchas veces al borde de la miseria, y es ahí,
precisamente, cuando los pueblos abrazan ideas exóticas». (...) Argentina, al
igual que otros países latinoamericanos, volvió a poner el énfasis en la
necesidad de ayuda económica, por parte de Estados Unidos, para fomentar el
desarrollo de su atrasada economía. Se repetía, así, el tópico que había
planteado la delegación nacional en la Cuarta Reunión de Consulta de
Cancilleres, tres años atrás: la lucha contra el comunismo en América
requería un desarrollo de las condiciones económico-sociales, para lo cual la
ayuda económico-financiera». (Leandro Ariel Morgenfeld; Contemporánea:
historia y problemas del siglo XX, 2010)
«El 28 de junio Perón envió una extensa carta a Milton Eisenhower sugiriendo
que se realizara una reunión de consulta hemisférica sobre el problema del
comunismo, cualquiera fuera el resultado del conflicto en Guatemala y
ofreciendo Buenos Aires como sede de la misma. Perón expresaba su
preocupación por la infiltración comunista en América latina, particularmente
en países como Brasil, Chile, Uruguay, Ecuador, Colombia y México, y argüía
en favor de un enfoque hemisférico del problema, señalando que debían
coordinarse esfuerzos a través de reuniones secretas con funcionarios de cada
gobierno especialmente elegidos». (Carlos Rodríguez Mansilla; Perón y
Eisenhower, 19 de junio de 2003)
64
internacional, tampoco. El caso es que, pese a estas evidencias, muchos siguen
calificando ridículamente a Perón de «consecuente antiimperialista».
65
«La Argentina de hoy, como la de ayer, necesita y desea el ingreso de capitales
extranjeros que, en un pie de igualdad con respecto a los capitales nacionales,
se sumen a éstos para colaborar en su engrandecimiento». (Ramón Cereijo;
Discurso, 1950)
Nótese cómo se dice aquí «en pie de igualdad», dando a entender las
prerrogativas y concesiones que serán otorgadas al capital extranjero y que harán
fácilmente la competencia al producto interno. Precisamente esta política sería –
en medidas desorbitadamente descaradas– la razón que causaría la ruina de la
industria nacional Argentina entre las décadas de 1970 y 1980.
Para ello, Perón pidió un crédito en 1950 a Eximbank y estableció la nueva ley de
inversiones extranjeras en agosto de 1953, una medida fuertemente criticada por
todo el espectro político de la oposición. Se destapaba así que el
«antiimperialismo» peronista era especialísimo: daba vía libre a las
multinacionales en el país, impulsaba empresas mixtas que eran una síntesis
entre las empresas estatales argentinas y las privadas extranjeras, o subsidiaba
directamente a las empresas extranjeras para su establecimiento en el país:
66
estadounidenses, se radicaron en el país bajo el amparo de la nueva ley, entre
ellas las químicas Merck y Mosanto, y otras alemanas como Siemens y Bayer,
reingresaron luego de ser expropiadas durante la guerra. Entre las inversiones
autorizadas más importantes se encontraban las correspondientes a las
empresas productoras de tractores: las de las alemanas Hanomang, Deutz y
Fahr y especialmente la de FIAT. En 1954 la empresa italiana, que ya importaba
tractores desde 1951, ganó una licitación convocada por la IAME para, en
asociación con esa empresa estatal y con fuerte apoyo crediticio oficial,
comenzar la producción en Córdoba. (...) Otra inversión importante fue la de la
automotriz Mercedes Benz». (Marcelo Rougier, La economía del Peronismo:
Una perspectiva histórica, 2012)
El pragmatismo de Perón con todos los líderes de la época fue enorme. Llegó a
manifestar abiertamente a Mao Zedong que él también era maoísta, que deseaba
su «modelo de lucha contra el imperialismo» y su «socialismo
especial» adaptado a las condiciones nacionales:
Desde este difícil exilio, aprovecho la magnífica oportunidad que brinda el viaje
de los jóvenes dirigentes peronistas del MRP, gentilmente invitados por Uds,
para hacerle llegar junto con mi saludo más fraternal y amistoso, las
expresiones de nuestra admiración hacia Ud., su Gobierno y su Partido; que han
sabido llevar a la Nación China el logro de tantas e importantes victorias. (...)
El ejemplo de la China Popular, hoy base inconmovible de la Revolución
Mundial, permite a los hombres de las nuevas generaciones prepararse para la
larga lucha con más claridad. (...) La acción nefasta del Imperialismo, con la
complicidad de las clases traidoras, han impedido en 1955 que nosotros
cumpliéramos la etapa de la Revolución Democrática a fin de preparar a la
clase trabajadora para la plena y posterior realización de la Revolución
Socialista. (...) Nuestros objetivos son comunes, por eso me felicito de este
67
contacto de nuestros luchadores con esa gran realidad que son ustedes. En lo
fundamental somos coincidentes, y así lo he expresado muchas veces ante
nuestros compañeros, la clase trabajadora y peronista de Argentina. Quedan
los aspectos naturales y propios de nuestros países, que hacen a sus condiciones
socio-económicas, y que modifican en cierta forma la táctica de lucha». (Juan
Domingo Perón; Carta a Mao Zedong, Madrid, 15 de julio de 1965)
Uno entiende los resultados de las luchas populares de aquel entonces si conoce
que estos dos charlatanes eran la esperanza para muchos de los revolucionarios
del mundo que fueron presos de estos mitos nacionales e internacionales.
«Miro el mundo de hoy y es tal cual lo imaginé hace 25 años. (…) En las dos
terceras partes del mundo se ha colocado en esa tercera posición. (…) Ha
cubierto al mundo con un socialismo nacional que es la última palabra y que es
la posición del tercer mundo. (…) Después veo Medio Oriente, las repúblicas
socialistas, veo el África, veo el Asia. Todas las repúblicas socialistas, algunas
marxistas como la China de Mao, pero veo un marxismo distinto es un
socialismo nacional». (Juan Domingo Perón; Entrevista realizada en Madrid
por Octavio Getino y Fernando Solanas, 1971)
¡Qué bien supo captar el «Presidente Perón» las intenciones y actos del
«Presidente Mao»! Esto es muy sencillo, igual que entre marxistas nos
reconocemos y entendemos rápido, entre nacionalistas burgueses ocurre igual…
«En la actualidad, muchos son los países que componen el núcleo de los No
Alineados y esta misma Asamblea demuestra que el Tercer Mundo está en
68
acción positiva». (Juan Domingo Perón; Discurso en la IV Conferencia de Países
No Alineados, 7 de septiembre de 1973)
69
naciones latinas. Argentina, bajo Cámpora, probablemente intentará ser más
agresiva en América Latina, oponiéndose a Brasil y Estados Unidos en foros
internacionales y buscando un mayor papel en la actividad económica regional.
Esto no les sentará bien a los demás Estados: podrían aceptar la igualdad
argentina, pero nunca su hegemonía». (CIA; Memorándum: Peronismo en el
poder, Washington, 21 de junio de 1973)
«Querida vieja:
Esta vez mis temores se han cumplido, al parecer, y cayó tu odiado enemigo de
tantos años. (...) Te confieso con toda sinceridad que la caída de Perón me
amargó profundamente, no por él, por lo que significa para toda América, pues
mal que te pese y a pesar de la claudicación forzosa de los últimos tiempos,
Argentina era el paladín de todos los que pensamos que el enemigo está en el
norte. (...) El Partido Comunista, con el tiempo, será puesto fuera de
circulación». (Ernesto Che Guevara; Carta a su madre, 24 de septiembre de
1955)
70
El propio Perón no tenía ningún problema en identificarse con los líderes del
tercermundismo, incluso con aquellos que, de tanto en tanto, adoptaban un
discurso más radical o incluso una verborrea cercana al marxismo. Y se sentía
cómodo porque sabía perfectamente que sus poses «antiimperialista» no era
cierta, sino coyuntural, y que sus discursos variaban con una pasmosa frecuencia.
Por ello, Perón, ante los revisionistas cubanos, diría frente a las juventudes
peronistas:
«Estoy con Fidel Castro. (…) Ahora dicen que es comunista. (…) Fidel es tan
comunista como yo, más bien es justicialista». (Juan Domingo Perón; Discurso
ante las juventudes peronistas, 1968)
«Era un momento en que este tercer mundo, mundo de los países no alineados
o de los países en vías de desarrollo –tres definiciones, que expresan el mismo
contenido– parecía estar unido y lograr éxitos considerables. Este «mundo» se
adelantó entre los años 1972-1973. (...). La elevación del precio del petróleo fue
aclamada como la liberación de los países oprimidos por el imperialismo y la
demanda de la evaluación de las materias primas del tercer mundo se señaló
como un nuevo camino para la liberación nacional. El tercer mundo se puso de
moda. Allende en Chile, Perón en Argentina, Velasco en Perú, Fidel Castro en
Cuba, todos se consideraban como pertenecientes al tercer mundo. De hecho,
incluso Geisel se enamoró de esta tendencia.
Ahora, les guste a sus apologistas o no, el concepto del tercer mundo está en
crisis. La llamada independencia de la mayoría de estos países no fue más que
una ilusión pasajera. Los cambios han tenido lugar en casi todos ellos, lo que ha
puesto fin al supuesto antiimperialismo de sus gobiernos. Se han convertido aún
más en países dependiente del capital financiero internacional –incluyendo de
la Unión Soviética–. Según las cifras publicadas recientemente por la
Conferencia de Comercio y Desarrollo de la ONU, sobre la base de las cifras
71
dadas a conocer por el Banco Mundial, la deuda externa de estos países en 1974
fue de 80 mil millones de dólares, mientras que ahora han llegado a 240 mil
millones de dólares». (Partido Comunista de Brasil; Mantener en alto la
bandera invencible del marxismo-leninismo, 1977)
No por casualidad, más tarde, el propio Chávez, uno de los nuevos líderes
tercermundistas, diría en Argentina ante los que todavía alzan la bandera del
peronismo:
«Por eso, yo contesto a esta presencia popular con las mismas palabras del 45:
a la violencia le hemos de contestar con una violencia mayor. Con nuestra
tolerancia exagerada nos hemos ganado el derecho de reprimirlos
violentamente. Y desde ya, establecemos como una conducta permanente para
nuestro movimiento: aquel que en cualquier lugar intente alterar el orden en
contra de las autoridades constituidas, o en contra de la ley o de la Constitución,
puede ser muerto por cualquier argentino. Esta conducta que ha de seguir todo
peronista no solamente va dirigida contra los que ejecutan, sino también contra
los que conspiren o inciten. (...) La consigna para todo peronista, esté aislado o
dentro de una organización, es contestar a una acción violenta con otra más
violenta. Y cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de los de ellos». (Juan
Domingo Perón; Discurso, 31 de agosto de 1955)
El peronismo, desde sus inicios, había mostrado sin trampa ni cartón que no
deseaba nada que no fuese la sumisión a su proyecto. Sin embargo, el
espontaneísmo, empirismo y la formación basada directamente en gran parte de
autores pseudomarxistas fueron la tónica y consecuencia común de los grupos
que intentaban revolucionarizarse, como le ocurrió al peronismo de izquierda de
los años 60:
«El análisis que hace Luvecce deja la imagen de una actividad con un fuerte
carácter de formación teórica, dada principalmente por la influencia de Louis
Althusser y Marta Harnecker. (...) Si bien a partir de distintos testimonios se
advierte que la formación intelectual se nutrió de diversos autores y líneas de
pensamiento político –Marx, Lenin, Mao, Fanon, Luxemburgo, Potere Operaio,
Rossanda, Ho Chi Minh, Lúkacs, Pichón Riviere, Hernández Arregui y Cooke
entre otros–, «No había un manual. De orientación y de la búsqueda seguro (...)
pero no había lecturas oficiales de planteo teórico». En el PHPC se leyeron y
discutieron sobre todo documentos internos producidos por el grupo que lo
coordinó, muchos de los cuales se referían a la historia del peronismo. Este dato
resulta de interés a la hora de pensar cuál era la guía o desde qué concepciones
72
se elaboraba la propuesta para la nueva organización. Y he aquí el elemento
novedoso, desde el que buscaron diferenciarse del resto de las propuestas
políticas: «La fuente de la teoría está en la experiencia acumulada de los
trabajadores, y no en el saber científico». (Marcelo Raimundo; Izquierda
peronista, clase obrera y violencia armada: Una experiencia alternativa, 2004)
O sea, que los obreros argentinos debían «comprobar con su propia experiencia»,
una vez más, los «descubrimientos» de Marx y Lenin ya corroborados por la
historia. Según esta lógica, el proletariado podría ser el furgón de cola de la
burguesía y el reformismo serviría para abrir nuevos cauces de «progreso
nacional». Incluso aunque el movimiento obrero argentino ya lo hubiera
experimentado hace cinco o diez años en sus propias carnes con el radicalismo y
el propio peronismo. Esta gente proponía ir revisando segundo a segundo todo lo
ya confirmado por la ciencia... Una tomadura de pelo relativista. Estos
estafadores proclamaban esta treta para imponer cosas inaceptables, como que
un militar nacionalista, como Perón, fuese a conducir a la nación al combate
contra el imperialismo, a la «liberación nacional», al «socialismo» de tipo
marxista. Esta necesidad era considerada «una verdad aprendida por las propias
masas» en los primeros gobiernos del justicialismo pero, en realidad, solo
significaba la alineación de las mismas, su encantamiento por parte de un
demagogo, porque los hechos demostraban que Perón no estaba por un
socialismo revolucionario, marxista, y que la propia CIA se congraciaba de su giro
proestadounidense.
El colmo de la necedad del llamado «ala izquierda» del peronismo fueron los
montoneros, quienes tampoco tuvieron precisamente unos orígenes muy
revolucionarios:
«La visión de Perón era radicalmente distinta a lo que estos jóvenes esperaban.
Pues el líder tenía una historia y cosmovisión propia donde la «comunidad
organizada» y la «tercera posición» poco tenían que ver con el socialismo tal
como lo entendían los jóvenes radicalizados. En todo caso Perón, ya desde
principio de la década del 60, había desarrollado un juego pendular: por un
lado, designaba a un peronista socialcristiano moderado como Matera para
74
conectarse con las otras fuerzas políticas, y simultáneamente apostaba por la
candidatura de Framini o tenía como delegado a John William Cooke». (Martín
Leonadro Cabrera; De mayo a mayo (1969-1973). Surgimiento y proyección de
las guerrillas en la Argentina, 2012)
Así, tras estas palabras, el peronismo «de derecha», con sus milicias, acabó
expulsándolos de la concentración entre abucheos y balas, con un saldo final
aproximado de 13 muertos y 300 heridos. Los Montoneros, pese a la represión
que su líder desató contra ellos, seguían creyendo que Perón estaba secuestrado
o manipulado por las fuerzas de derecha del peronismo, como José López Rega,
alias «el brujo», apodado así, precisamente, por el supuesto influjo que ejercía
sobre Perón. ¡No hay más ciego que el que no quiere ver!
75
El regreso de Perón, al país y las elecciones de 1973, que el peronismo ganó con
el 60% de los votos, no sólo no resolvieron el conflicto ideológico, sino que, por
el contrario, lo hicieron estallar. Poco tiempo antes de morir, el 1 de mayo de-
1974 en la concentración del Día del Trabajador en la plaza de mayo, hablando
desde los balcones de la Casa Rosada, sede del Gobierno, Perón contestó a las
consignas que cantaban los montoneros llamándoles «jóvenes imberbes».
Cuando aún no había. concluido su discurso, miles de militantes abandonaron
el lugar.
Ese enfrentamiento público, incorporado a la historia como «el día que Perón
los echó de la plaza», llevó a la organización a un callejón sin salida., Aislados
del movimiento peronista, repudiados por el líder en nombre del cual
reivindicaban sus acciones, sin propuestas ni objetivos políticos claros, se
replegaron sobre sí mismos para continuar la lucha armada. El enemigo era
ahora «el entorno de Perón». Su secretario privado, José López Rega, armó
desde el poder a las bandas paramilitares autodenominadas Alianza
Anticomunista Argentina –Tres A–, que salieron a la caza de los subversivos
montoneros.
76
tremendos». (El País; Los montoneros, auge y caída del peronismo armado, 12
de agosto de 1984)
Este partido que se divide en tres debido a la polémica sobre las elecciones de
1973: la primera tendencia oficial decide darle un apoyo crítico al peronismo; la
segunda, que acaba en la escisión del ERP-22 de agosto, tiende a apoyar al
peronismo de izquierda; y la tercera, el PRT-ERP (Fracción Roja) crítico con el
peronismo y reacio a seguirle el juego en las elecciones.
77
gobierno y a la clase obrera y el pueblo en general a no dar tregua al enemigo».
(Respuesta del ERP al gobierno de Cámpora, 1973)
Este era un mensaje contradictorio que el ERP pagaría caro, pues sería barrido
como el resto de organizaciones guerrilleras tan pronto como quisieron
reaccionar ante el peronismo en el poder. Esto no debe sorprender, pues el PRT-
ERP era una organización llena de facciones y líneas ideológicas de todo tipo
desde sus inicios, algo relativamente normal por sus influencias trotskistas de las
cuales nunca se desprendieron –llegaron, incluso, a reivindicar a Trotski pese a
su salida de la IV Internacional–. Solo hay que ver que uno de sus mayores aliados
internacionales era el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) de Chile,
otro grupo ecléctico a medio camino entre el trotskismo y el tercermundismo más
santurrón, repleto de un absoluto folclore ultrarrevolucionario que tendría el
mismo final que todas estas bandas armadas.
Estos grupos siempre son vacilantes ante los movimientos populistas como el
peronismo, y acaban siendo presos de las ilusiones y errores de apreciación de
sus líderes, algo que, en no pocas ocasiones, les ha costado la fulminación de su
militancia en tiempo récord. Véase el capítulo: «Un repaso a la metodología de
las bandas terroristas y sus resultados» (2017).
Otra vana ilusión del PRT-ERP fue creer que podía atraer al peronismo de
izquierda renunciando a Perón:
78
antimarxistas. En dicha teoría Guevara no considera las condiciones objetivas
y subjetivas para la revolución en su justa medida, sino que presenta las
condiciones objetivas como algo a no tener en cuenta y que de hecho pueden ser
reemplazadas por el «foco» –un pequeño grupo de guerrilleros– que las crearía
a la fuerza. Piensa que cualquier pequeña crisis es igual a una situación
revolucionaria, y que una «chispa puede prender la pradera». No comprende la
concepción marxista-leninista de la concienciación de las masas –basada en que
las masas se convenzan a través de su experiencia práctica–, apostando en
cambio por acciones espectaculares sin conexión con las masas que estimulen a
las mismas para tomar conciencia política –como si la realidad existente ya
fuera poco combustible para la revolución–. Niega el rol del proletariado tanto
en el control de cualquier expresión militar –como la guerrilla–, como también
en la concienciación de las masas, creyendo que ésta solamente avanza a través
de acciones militares. Se adhiere a la teoría de que el «pequeño motor» –los
guerrilleros foquistas–, a través de estas acciones ponen en marcha al «motor
grande» –las masas trabajadoras– para que el engranaje de la revolución se
ponga a funcionar. Tiene una afinidad con la creencia anarquista de que la
«historia la hacen los héroes», negando el papel de las masas en la revolución,
relegándolos a la pasividad o en el mejor caso a un papel secundario, de ahí las
tantas guerrillas foquistas y su desconexión con las masas. Así mismo se nota
un desprecio por el aprovechamiento del trabajo legal de masas bajo la excusa
de que es inservible y de que la burguesía tiende al establecimiento del fascismo.
El foquismo peca de la unilateralidad sobre dónde se debe actuar militarmente,
buscando las zonas más favorables para la guerrilla que según ellos es la
montaña, la selva o el campo, pues según la concepción del foco solamente así
podrá evitarse el ser delatados por el pueblo con el que apenas se tienen lazos o
evitar que éste sufra represión a causa de la guerrilla –aunque ha habido casos
de guerrillas guevaristas urbanas–, esto significaba por lo general una notable
desconfianza en las masas y una nula presencia en la zonas neurálgicas de las
masas, traducido en que en la práctica la ciudad y el proletariado fueran
espectadores o en el mejor de los casos el furgón de cola de los acontecimientos
en la teórica pugna por el poder entre el gobierno reaccionario y estos
intelectuales guerrilleros. La incapacidad organizativa de estos intelectuales
derivaría también en casos en que creían que el terrorismo individual y
espectacular serviría de método excitante para las masas». (Equipo de Bitácora
(M-L); Terminológico, 2019)
Es lógico y normal que grupos que no tienen una unidad de pensamiento y acción
acaben así. El propio peronismo se acabó autodestruyendo por su alto nivel de
fraccionalismo interno derivado de su eclecticismo ideológico. Al PRT le ocurriría
lo mismo, pues sus bandos internos y disparidad de ideas sobre el peronismo
acabarían por debilitándolo hasta el punto de impedir en los momentos críticos
un enfrentamiento eficaz tras años de dubitaciones, y no hablemos ya de resistir
los embistes de la represión posterior al golpe de Estado de 1976, momento en el
que el PRT carecía de una estructura de seguridad sólida en una situación en la
79
que, de nuevo, se desataría una pugna política entre fracciones por cómo afrontar
la situación. Para ese momento, ya era totalmente incapaz de maniobrar, por lo
que no pudo soportar la presión externa y acabó produciéndose una desbandada
al exilio con el pretexto de reorganización y discutir el plan de lucha para
reintegrarse –aunque la mayoría de los exiliados no volvieron al país–. En
resumen, el PRT-ERP acabó aún más atomizado, disuelto en diferentes sectas,
siendo refundado muy posteriormente como una extrema caricatura de lo que
fue. Así, ahora apoya sin ton ni son lo que arbitrariamente le place a la dirigencia,
eso sí, alzando la imagen de Roberto Santucho y el Che como emblemas
inamovibles, a pesar de las infinitas contradicciones que enunciaban a su paso.
«Durante los últimos tres años, más de 2.000 argentinos han muerto como
resultado de la violencia política. El mayor número de estas muertes fueron
causadas por terroristas de izquierda y derecha. Los terroristas de izquierda en
particular hicieron de la policía, los oficiales del ejército y otros funcionarios del
gobierno uno de sus principales objetivos. Los terroristas de derecha, en cambio,
han dirigido su fuego contra estudiantes de izquierda, dirigentes sindicales,
congresistas y personas simpatizantes de las causas de izquierda en general.
Del lado del gobierno, hay evidencia que indica que, frente a la violencia
subversiva a gran escala, la policía y los oficiales del ejército han recurrido en
ocasiones a ejecuciones extralegales, detenciones y encarcelamientos durante
largos períodos y torturas a presuntos terroristas. (...) En cuanto a la libertad
de expresión, el gobierno federal ha cerrado en los últimos tres años casi una
veintena de publicaciones de extrema izquierda y derecha del espectro político».
80
(CIA; Aerograma A-32 de la Embajada en Argentina al Departamento de
Estado, Buenos Aires, 9 de marzo de 1976)
Sobre este tema incluso podríamos hablar de las sacudidas dirigidas hacia viejos
compañeros de política, como los intentos de asesinato hacia Cipriano Reyes en
1947, cuando se negó a disolver su organización sindical en el nuevo partido
peronista, siendo luego detenido en 1948 bajo la excusa de «conspirar para matar
a Perón». Con el advenimiento de Perón en Argentina en 1972, Cámpora, mano
derecha de Perón, renunciaría para que se celebrasen nuevas elecciones
presidenciales al año siguiente, donde el propio Perón sale elegido con un alto
porcentaje de votos –más del 62%–. Para aquel entonces parece decidido a tomar
medidas ante un país contra las cuerdas, en donde la coyuntura político-
económica es dificilísima para cualquier próximo gobierno y con su propio
movimiento cada vez más dividido en dos bandos:
81
Rucci. (...) Fue un acto doloroso y mostraba que Perón no dominaba todavía la
situación, mostrando a las claras que el oponente ya no tenía miramientos y
estaba dispuesto a llegar hasta el final. Perón, entonces, en una reunión secreta
con los dirigentes peronistas, en Los Olivos, da a entender a través de una
directiva que se acabaron los miramientos hacia estos actos y que había acabar
de una vez, incluso por la violencia, respondiendo a este tipo de acciones
violentas y terroristas. Esta decisión dio lugar a que se produjeran una serie de
acciones encubiertas». (Cambio 16; Entrevista a Jorge Videla, 2012)
«La mano ejecutora de este grupo que operaba bajo las órdenes y el
consentimiento de Perón era el ministro de Bienestar Social, José López Rega,
que organiza la Triple A. (...) Un hombre de confianza del presidente que se
dedica a ejecutar las órdenes que le da el viejo general y que no siempre se
atienen a la legalidad. De esta manera, se van dando los primeros pasos y pone
orden en el país, pero, sin embargo, el líder ya no es el de antes y tiene la salud
muy desgastada. Hasta el último aliento da todos sus esfuerzos por normalizar
y por trabajar en su proyecto, que desde luego no era el de los
jóvenes «idealistas», sino el de normalizar el país de una vez por todas tras los
excesos cometidos. (...) Así llegamos a finales de agosto de 1975, en que soy
nombrado Comandante en Jefe del ejército argentino, y en los primeros días del
mes de octubre, a principios, somos invitados los comandantes de los tres
ejércitos a una reunión de gobierno presidida por Italo Luder, que ejercía como
presidente por enfermedad de María Estela, en las que se nos pide nuestra
82
opinión y qué hacer frente a la desmesura que había tomado el curso del país
frente a estas acciones terroristas». (Cambio 16; Entrevista a Jorge Videla,
2012)
83
controlar, actuar simultáneamente en la búsqueda del enemigo para combatirlo
donde fuera hallado. Cabe destacar que el agresor actuaba en la clandestinidad,
dentro de una organización celular difícil de penetrar, que imponía una
paciente tarea de inteligencia para localizarlo. Debo rendir homenaje al coraje
cívico demostrado por el Doctor Luder en esa ocasión quien, sin hesitar,
seleccionó este curso de acción que era el más riesgoso en cuanto a la posibilidad
de que ocurrieran errores o excesos, pero que garantizaba la derrota del
terrorismo en no más de un año y medio de lucha. Es más, ante un pedido de
intervención por parte de uno de los ministros asistentes, el Doctor Luder
manifestó tener decidida su resolución y con ello cerró el debate». (Jorge
Videla; Declaración pública, 23 de diciembre de 2010)
También cabe mencionar que no solo la alta jefatura del ejército estaba al tanto
de estas prácticas, sino que el cuerpo eclesiástico del país tuvo un papel
fundamental para que estas «desapariciones» continuasen «con la bendición del
Altísimo». Así lo confirmó Adolfo Scilingo, destinado en la Escuela Superior de
Mecánica de la Armada (ESMA), quien pudo contabilizar entre 150 y 200 vuelos.
Este fue el primer oficial militar en reconocer públicamente el terrorismo de
Estado. Según su experiencia personal, los jefes del clero no solo dieron su
bendición a la «lucha contra la subversión» en abstracto, sino que se implicaron
directamente despejando dudas y remordimientos entre los militares que, cómo
él, llevaban a cabo estas ejecuciones, ¿de qué forma? Arguyendo que el país
atravesaba una «guerra santa» y que los «pecadores» no sufrían:
¿Cuál era el motivo real para adoptar este y no otro procedimiento? La razón era
bastante obvia: por un lado, intentar no dejar rastros burocráticos sobre el
destino de los detenidos; por otro lado, intentar que nunca se hallasen los cuerpos
que confirmasen el delito −cosa que tampoco se logró, ya que cada cierto tiempo
aparecían en las costas y desembocaduras de los ríos las bolsas con los
cadáveres−:
84
los subversivos en aviones que no llegaría a destino, lo que se había consultado
con las jerarquías eclesiásticas quienes habían dado su consentimiento dado que
se trataría de una muerte cristiana. A los afectados no se les iba a arrojar
conscientes sino que antes iba a ser anestesiados». (Sentencia de la Audiencia
Nacional (España), de 19 de abril de 2005, por el que se condena a Adolfo
Scilingo por delito de lesa humanidad, con causación de 30 muertes y
realización de detenciones ilegales y torturas, 1997)
El golpe, según su visión, se tenía que dar porque, en aquel momento, tras la
muerte de Perón en 1974 y en conocimiento de la enfermedad de su segunda
esposa y sucesora, Isabel, se estimaba que dicho gobierno había llegado a un
punto extremo de debilidad, siendo incapaz de contrarrestar los problemas
económicos, sociales y militares de la oposición más izquierdista, con grupos que
estaban adquiriendo una actividad antigubernamental muy contundente –
sabotajes, guerrilla y acciones de terrorismo individual–.
85
inspirada en la visión cristiana del hombre, en la cultura occidental. En la
defensa de sus intereses, nos vimos obligamos frente a esa agresión, a aceptar
el reto de la misma, que era una guerra». (Jorge Videla; Entrevista, 1980)
Esta era la misma visión y prioridad que tenía Perón antes de morir:
Se había llegado al punto en que, dentro del desorden y caos socio-político, las
asociaciones como el radicalismo oficial, también desesperadas, incitaron al
ejército a que pasase a dar un golpe para «poner orden», lo que demuestra que,
la burguesía, más allá de rivalidades y gustos con otras facciones de la misma,
siempre antepondrá el orden social y laboral para interés de su bolsillo:
86
le hizo saber este estado de cosas y destituye finalmente a López Rega, que lo
envía de embajador itinerante al exterior. Así se cumplía el deseo de muchos,
entre los que me encontraba, que no queríamos que este hombre siguiera al
frente de sus responsabilidades. (...) Luder, prácticamente, nos había dado una
licencia para matar, y se lo digo claramente. La realidad es que los decretos de
octubre de 1975 nos dan esa licencia para matar que ya he dicho y casi no
hubiera sido necesario dar el golpe de Estado. El golpe de Estado viene dado por
otras razones que ya explique antes, como el desgobierno y la anarquía a que
habíamos llegado. Podía desaparecer la nación argentina, estábamos en un
peligro real. (...) Llegamos así, ya en plena lucha contra el terrorismo, al mes de
marzo de 1976, en donde padecemos una situación alarmante desde el punto de
vista social, político y económico. Yo diría que en ineficacia la presidenta había
llegado al límite. Sumando a esto la ineficiencia general se había llegado a un
claro vacío de poder, una auténtica parálisis institucional, estábamos en un
claro riesgo de entrar en una anarquía inmediata. El máximo líder del
radicalismo, Ricardo Balbín, que era un hombre de bien, 42 días antes del
pronunciamiento militar del 24 de marzo, se me acercó a mí para preguntarme
si estábamos dispuestos a dar el golpe, ya que consideraba que la situación no
daba para más y el momento era de un deterioro total en todos los ámbitos de
la vida. «¿Van a dar el golpe o no?», me preguntaba Balbín, lo cual para un jefe
del ejército resultaba toda una invitación a llevar a cabo la acción que suponía
un quiebre en el orden institucional. Se trataba de una reunión privada y donde
se podía dar tal licencia; una vez utilice este argumento en un juicio y me valió
la dura crítica de algunos por haber incluido a Balbín como golpista. Los
radicales apoyaron el golpe, estaban con nosotros, como casi todo el país. Luego
algunos dirigentes radicales, como Alfonsín, lo han negado». (Cambio 16;
Entrevista a Jorge Videla, 2012)
Fue solo tras la toma de poder de los militares que Videla puso condiciones
políticas a su alianza con el peronismo, al cual pedía para compartir el poder
deshacerse de su demagogia y del seguidismo ciego hacia sus líderes. Cínicamente
pedía esto para adecuarse al «régimen democrático» de la junta militar. Véanse
las entrevistas y declaraciones de Videla entre 1976 y 1981. Como el lector puede
comprobar, tanto Videla como Perón se consideraban representantes del «orden
democrático» pese a que las disposiciones autoritarias de su pensamiento
dictaban exactamente lo contrario. Esta táctica fue copiada de Uriburu en su
ascenso durante los años 30 y la repitieron los presidentes de la «Década infame»
y el pucherazo. Al igual que en 1955, si el peronismo como movimiento político es
derrocado en 1976, no es porque los militares más reaccionarios discrepen en lo
fundamental de sus planteamientos políticos, sino porque consideraban que sus
jefes habían dejado al país desabordarse, que eran demasiado tibios, muy
personalistas y dados al populismo como para poner orden sin contemplaciones,
y la burguesía deseaba el fin de la agitación social a toda costa, cayese quien
cayese, pasando por delante de quien fuese, hasta de su viejo actual en 1976: el
87
peronismo. La nueva juntar militar contaba con el beneplácito de varios amigos,
unos antiguos y otros inesperados, por un lado, por razones obvias, el gobierno
estadounidense; por razones obvias, por el otro, los jefes revisionistas del Partido
Comunista de Argentina, pero centrémonos en los EE.UU.:
88
«El justicialismo y el falangismo son la misma cosa separados solo por el
espacio por eso me halagan sus palabras de falangista que, para nosotros,
suenan a camaradería». (Juan Domingo Perón; Carta a Rafael García Serrano,
21 de diciembre de 1963)
¿Era Perón fascista? Bueno, para empezar a desglosar la pregunta del millón
habría que responder antes a lo siguiente: ¿qué podemos considerar fascismo?
Para ello, el lector debe remitirse a otro artículo donde nos explayamos sobre el
tema. Véase el capítulo: «Aclaraciones sobre el fascismo desde un auténtico punto
de vista marxista-leninista» (2017).
«En Italia en 1922, como en Alemania diez años más tarde, es la convergencia
entre el fascismo y las élites tradicionales, de orientación liberal y
conservadora, lo que está en el origen de la revolución legal que permite la
llegada al poder de Mussolini y Hitler. (...) Los fascismos instauraron, por tanto,
regímenes nuevos, destruyendo el Estado de Derecho, el parlamentarismo y la
democracia liberal, pero, a excepción de la España franquista, tomaron el poder
por vías legales y nunca alteraron la estructura económica de la sociedad. (...)
A diferencia de las revoluciones comunistas que modificaron radicalmente las
formas de propiedad, los fascismos siempre integraron en su sistema de poder
a las antiguas élites económicas, administrativas y militares. Dicho de otra
manera, el nacimiento de los regímenes fascistas implica siempre un cierto
grado de «ósmosis» entre fascismo, autoritarismo y conservadurismo. Ningún
movimiento fascista llegó al poder sin el apoyo, aunque sólo fuese tardío y
90
resignado, por falta de soluciones alternativas, de las elites tradicionales. (…)
Mussolini acepta primero erigir su régimen a la sombra de la monarquía de
Víctor Manuel III y decide seguidamente lograr un compromiso con la Iglesia
católica. (...) Todo el nacionalismo y la extrema derecha franceses, desde el
conservadurismo maurrasiano hasta el fascismo, convergen, gracias a un
rechazo compartido del parlamentarismo, en el régimen de Vichy,
caracterizándolo como una mezcla de conservadurismo y de fascismo.
Representativo desde este punto de vista es el caso español, ignorado por
nuestros tres historiadores. En España, dos ejes coexisten en el seno del
franquismo: por un lado, el nacionalcatolicismo, la ideología conservadora de
las élites tradicionales, desde la gran propiedad territorial hasta la Iglesia; por
otro, un nacionalismo de orientación explícitamente fascista –secular,
modernista, imperialista, «revolucionario» y totalitario– encarnado por
Falange. (…) Si se piensa en la coexistencia de Mussolini y del liberal
conservador Giovanni Gentile en el fascismo italiano, de Joseph Goebbels y Carl
Schmitt en el nazismo o de los carlistas y falangistas en el primer franquismo.
Cuando se habla de revolución fascista, se deberían siempre poner grandes
comillas, si no corremos el riesgo de ser deslumbrados por el lenguaje y la
estética del propio fascismo, incapacitándonos para guardar la necesaria
distancia crítica. (…) Conflictos entre autoritarismo conservador y fascismo se
produjeron evidentemente en el curso de los años treinta y cuarenta, como lo
prueban la caída de Dollfus en Austria, en 1934, la eliminación de la Guardia de
Hierro rumana por el general Antonescu, en 1941, o la crisis entre el régimen
nazi y una gran parte de la elite militar prusiana revelada por el atentado
contra Hitler, en 1944. (…) Una «catolización» de Falange y de una
«desfascistización» del franquismo. (…) Estos conflictos no eclipsan los
momentos de coincidencia recordados más arriba». (Enzo Traverso;
Interpretar el fascismo. Notas sobre George L. Mosse, Zeev Sternhell y Emilio
Gentile, 2005)
91
«puramente fascista» del régimen sin que el gobierno cambiase demasiado su
esencia, como ocurrió con el franquismo.
En España, incluso tras la derrota del bloque del Eje y los intentos del franquismo
de cara al exterior de llevar a cabo una «renovación democrática» con proyectos
como el Fuero de los Españoles de 1945, lo cierto es que más allá de los intentos
de lavar la cara al régimen, el fascismo español, es decir, el llamado
«nacionalsindicalismo» de José Antonio Primo de Rivera, continuó siendo la
ideología fundamental adoptada por el régimen desde 1939 hasta 1975. Quien no
nos crea puede comparar la famosa Ley de Principios del Movimiento Nacional
de 1958, la cual era básicamente una adaptación de los 9 puntos de Falange
Española creados en 1933. Generalmente, quienes evitan exponer esto suelen ser
personajes filofranquistas que intentan embellecer a Franco separándolo de las
similitudes con las teorizaciones y prácticas de Primo de Rivera, Hitler o
Mussolini para intentar no crear antipatías hacia él. De ahí que se haya definido
el franquismo de mil maneras menos como es: un fascismo a la española. Véase
la obra: «El fascismo español, ¿una «tercera vía» entre capitalismo y
comunismo?» (2014).
92
trabajadores de la ciudad y del campo para luchar contra la amenaza de la
toma del poder por los fascistas, así como aprovechar las contradicciones
existentes en el campo de la propia burguesía. Sin embargo, no menos grave y
peligroso es el error de no apreciar suficientemente el significado que tienen
para la instauración de la dictadura fascista las medidas reaccionarias de la
burguesía que se intensifican actualmente en los países de democracia
burguesa, medidas que reprimen las libertades democráticas de los
trabajadores, restringen y falsean los derechos del parlamento y agravan las
medidas de represión contra el movimiento revolucionario.
En el caso argentino, Juan Domingo Perón empieza a ser una figura política de
renombre a partir de 1943, pero fue en 1945 cuando comenzó a configurar su
propio ideario reconocible y finalmente en 1946 cuando, para júbilo de unos y
horror de otros, lanzó su candidatura presidencial. Es decir, el peronismo se va
fraguando justo en una época en que los movimientos fascistas, a excepción de
España, están siendo derrotados en todo el mundo por las armas:
93
disimular también los vínculos fundacionales y las simpatías que había
manifestado hacia el fascismo europeo. Tampoco será extraño que, en otros
contextos políticos, con una política exterior más favorable y estable, Perón
vuelva a mostrar sus simpatías con el falangismo y otros movimientos de esta
índole.
En cualquier caso, veamos qué pensaban los falangistas españoles de los años 40
sobre el fenómeno del peronismo argentino:
Pero aquí hay que anotar algo fundamental. En verdad, el peronismo no tuvo
nunca un control político, económico y cultural total, ya que fracasó en tal intento,
pero sus intenciones eran clarividentes. En 1955, el líder del movimiento dijo lo
siguiente:
94
garrotes grandes. (…) Con un clavo en la punta, y dije bueno, muchachos, ¡hoy
ganamos la calle! (…) Con quinientos hombres recorrimos Florida y rompimos
todas las cabezas que encontramos y todas las vidrieras». (Eduardo Meilij;
Permiso para pensar, 1989)
En cualquier caso, pese al descrédito y el coste político que podría sufrir con estos
intentos de asimilación forzosa, el peronismo nunca se detuvo con la aspiración
a suprimir al resto de organizaciones políticas. De hecho, llegó al punto de
establecer al peronismo como doctrina oficial de todos los resortes del Estado
(sic):
Esto no era nuevo. Perón ya había aprendido tal política durante los años como
vicepresidente, como se pudo comprobar durante las famosas huelgas del año
1944:
95
«comunista» y «subversiva», disolviendo y clausurando los cincuenta Centros
de Estudiantes y las cinco Federaciones adheridas». (Pis Diez Nayla; La política
universitaria peronista y el movimiento estudiantil reformista: actores,
conflictos y visiones opuestas (1946-1955), 2013)
«Ningún argentino bien nacido puede dejar de querer, sin renegar de su nombre
de argentino, lo que nosotros seremos. (…) Por eso afirmamos que nuestra
doctrina es la de todos los argentinos y que por la coincidencia de todos sus
principios esenciales ha de consolidarse definitivamente la unidad nacional».
(Juan Domingo Perón; Discurso el 1 de mayo de 1950)
Ahora, una vez aclarado esto, está más que claro que las ideas y las medidas que
trató de instaurar el peronismo en sus diferentes períodos sí iban encaminadas
hacia la constitución de un poder absoluto de los resortes del Estado. Esto se
percibe claramente desde el primer gobierno –1946-52– con declaraciones y
96
reformas osadas, pero es una tendencia que se agudiza mucho más desde el
segundo gobierno –1952-55– y el tercer gobierno –1973-76– a causa de las crisis
económicas y el acoso de la oposición, optando cada vez más por una solución
draconiana, viendo en dicha salida autoritaria la única posibilidad para
mantenerse en el poder dado el punto de no retorno entre peronistas y
antiperonistas, teniendo que acelerar el proceso de progresiva fascistización. Este
se reflejaba en lo siguiente: concentración del poder en el ejecutivo
−especialmente en el líder−, la eliminación de la toda oposición comunista y
liberal, el ajuste de cuentas extraoficial con la oposición y las propias facciones
del peronismo más a la izquierda del oficialismo, el progresivo control de los
medios de comunicación y los cuerpos culturales del Estado, la absoluta sumisión
de los sindicatos y su primacía en el sistema al estilo corporativista, la creación
de organizaciones paramilitares, etcétera.
Pero, como decíamos, una cosa son las intenciones del peronismo y algunas de
sus medidas, y otra muy diferente la capacidad real del movimiento para
implementar tal proyecto, cosa que nunca se logró debido a la fuerte oposición
con la que siempre se encontró Perón. A su vez, esto no excluye el marcado
carácter filofascista de su cúpula y su directa responsabilidad en la abierta
dictadura militar y terrorista que se estaba preparando y que, finalmente, se
desataría en el país tras el golpe militar de 1976. Esto es algo innegable, dado que
el oficialismo del peronismo colaboró con los elementos militares más
reaccionarios para configurar dicho modelo.
97
el capitalismo» a base de una nueva «ética» cristiana-peronista. A lo sumo,
readaptó como pudo su discurso demagógico a una situación que le superaba y
en donde no cumplió gran parte de lo prometido a sus votantes y fanáticos.
Perón creyó tener controladas a dichas facciones tras ver al ejército apoyarle en
el intento de golpe de Estado en junio de 1955. Craso error. Tiempo después,
cuando la oposición empezó a agudizar su fuerza en la calle y el ejército no cesaba
de conspirar, no tomó medidas serias para armar a sus seguidores ni tampoco
tomó medidas en el ejército para depurarlo a fondo. ¿Por qué? Por temor a
provocar una reacción inmediata de los militares más reaccionarios. Si armaba a
las bases peronistas, era sabedor de que quizás no podría controlar a sus
diferentes ramas, en especial a los seguidores más «izquierdistas» y a sus
demandas. Nunca dio ese paso de jugarse el todo por el todo por pavor a que ese
gesto fuese a desatar una guerra civil irreversible contra la oposición, que le
hiciera acabar colgado en la Plaza de Mayo como Mussolini. Y por miedo a que,
incluso una vez ganada esa lucha, después deviniese otra guerra entre peronistas
de «izquierda» y «derecha» y, finalmente, la «izquierda» le derrocase. Perón
vivió toda su vida con el mismo temor que Mao: no poder controlar el peligroso
juego de facciones que había construido en su movimiento con el objetivo de
parapetarse en el poder.
98
de 1946-55, como en el peronismo de Perón-Isabel en 1973-76. La vacilación del
peronismo en los momentos críticos puede ser vista en los discursos
contradictorios de Perón. Un día pidiendo la renuncia a sus cargos en favor de la
«paz nacional», otro día azuzando a sus seguidores a perseguir a sus opositores
−recordemos la famosa frase: «¡Por uno de los nuestros caído caerán cinco de
ellos!»−, otro día tendiendo la mano a la oposición para formar un gobierno de
coalición «en aras de la convivencia nacional», en otra ocasión escribiendo al
ejército para pedirle ayuda contra la subversión de los guerrilleros, y así
cíclicamente. Visto desde la perspectiva del peronismo y su supervivencia, estos
alegatos desorientaban a sus seguidores y coartaban sus iniciativas para
contrarrestar posibles golpes militares, mientras la oposición veía estas
contradicciones como un signo de decadencia y debilidad, razón de más para
seguir presionando.
99
pese al derechismo y lealtad que se hubieran podido mostrar. Insistimos, ser
peronista no es ser fiel a una ideología muy concreta, sino a las opiniones
cambiantes de un líder populista.
En todo caso, y visto lo visto hasta aquí, consideramos una broma de mal gusto
que partidos maoístas como el PCE (r) en España y tantos otros, que tanta
monserga nos han dado con la «solidaridad contra la represión», salgan ahora a
apoyar a través de sus plataformas la figura y el ideario de un icono de la «guerra
sucia» y el terrorismo de Estado, que alaben el supuesto «antiimperialismo» de
la Argentina de Perón, el refugio y santuario de los nazis.
Una vez analizado lo que ha sido y es el peronismo, ¿significa que debemos pasar
a apoyar y reivindicar automáticamente la línea conductora del Partido
Comunista de Argentina (PCA) en cualquiera de sus etapas? En absoluto.
Precisamente este es un partido que hay que examinar y «coger con pinzas»
observando sus posicionamientos históricos, que en muchas cuestiones son más
100
que cuestionables. Por mucho que profesase su adhesión a la Internacional
Comunista (IC) y jurase fidelidad a los principios del marxismo-leninismo, la
línea del PCA siempre fue de dudosa certeza, algo que, en ocasiones, porque no
reconocerlo, también puede decirse de la IC. Esto es precisamente lo que nos
diferencia a nosotros de los trotskistas, maoístas o peronistas. Nosotros no
creemos que la autocrítica personal o la objeción hacia el líder predilecto sea
como tirar piedras a nuestro propio tejado, un pecado que suponga la directa
excomunión, sino que, muy por el contrario, es una obligación innegociable si de
verdad deseamos hacer algo medianamente productivo para la causa.
Uno puede hacerse una idea de la débil difusión de las ideas marxistas en
Argentina, cuando en 1896 durante la fundación del Partido Socialista Argentino
(PSA), su líder, Juan B. Justo, reconocía no tener un nivel ideológico apto, y
además se confesaba como más seguidor de las ideas positivistas que del
marxismo, al igual que su secretario, José Ingenieros, quien postuló no pocas
teorías racistas. El fundador del socialismo argentino era, pues, a lo sumo, un
progresista burgués:
101
creciente de la propiedad no agrícola –su contraejemplo eran las sociedades
anónimas y los trabajadores accionistas– como el colapso violento del
capitalismo y la revolución. (...) Para Justo, que propugnaba un partido
socialista interclasista, la lucha de clases era «un principio político proclamado
en todo el mundo civilizado» y también «un proceso histórico en gran parte
inconsciente», que sólo convenía si no degeneraba en «una cruenta guerra
social», y que en realidad apuntaba a una «armonía inteligente entre los
hombres». (...) Sus peculiares lecturas de Marx y su notablemente acertado
prejuicio antirrevolucionario llevaron a Justo a enfrentarse con los
comunistas en la Internacional, donde abogó por el libre comercio y otras
consignas liberales, como el antimilitarismo. (...) Fue un entusiasta de las
cooperativas, el «colectivismo posible» bajo el capitalismo; así como admiró
a los socialistas alemanes por su acción política, apreció aún más a los belgas
por la difusión de las cooperativas en ese país». (Carlos Rodríguez Braun;
Orígenes del socialismo liberal. El caso de Juan B. Justo, 2000)
Diríamos que fue el primer líder argentino que revisó abiertamente el marxismo,
pero para ser honestos Justo nunca llegó a estar cerca de ser marxista, y siendo
sinceros el marxismo como tal era una doctrina desconocida en la Argentina de
principios del siglo XX, una donde por el contrario sí penetraría con fuerza el
anarquismo, imperando en gran parte del movimiento obrero.
Tengamos en cuenta que, en primer lugar, Marx no contaba con las facilidades
existentes para realizar, editar y distribuir su obra, y en segundo lugar, en la época
de Justo las traducciones de Marx y Engels no eran tan fieles a los manuscritos
originales como hoy. También recordemos que en el siglo XX la mayoría de
militantes de los partidos de la II Internacional se habían formado durante las
últimas décadas en base a Kautsky, Bebel, Bernstein, Millerand, Jaurés, Guesde
y compañía, pero en cuanto a conocimiento real de la obra de los padres del
socialismo científico este era escaso, cuando no habían recibido adrede versiones
adulteradas:
«En los años 90, cuando los círculos marxistas comenzaron a organizarse, la
gente estudió principalmente el primer volumen del Capital, éste, aunque con
102
gran dificultad, se pudo obtener. En cuanto a otras obras de Marx, las cosas
estaban muy mal. La mayoría de los miembros del círculo ni siquiera habían
leído el Manifiesto del Partido Comunista. Por ejemplo, yo lo leí por primera vez
solo en 1898 en alemán, ya en el exilio». (Nadezhda Krúpskaya; Aprendamos a
trabajar con Lenin, 1932)
A día de hoy tenemos bastantes medios de fácil acceso para comprobar que las
ediciones que poseemos de los clásicos corresponden con los escritos originales
de los autores, y así evitarnos un disgusto. Dista decir que el militante medio de
principios del siglo XX no poseía esto, por lo que su formación se vio gravemente
manipulada.
Sea como sea, si dejamos a un lado los escritos matemáticos de Marx, existen
capítulos como «El proceso de acumulación del capital», «La jornada de trabajo»
o «Desarrollo de las contradicciones internas de la ley» de su obra a priori más
compleja «El Capital» (1867), que lejos de ser un mamotreto de párrafos
ininteligibles son totalmente accesibles incluso para alguien sin nociones
económicas, filosóficas o históricas. Uno también puede consultar obras como
«La doctrina económica de Karl Marx» (1886) de Karl Kautsky de su etapa
revolucionaria, la «Reseña del primer tomo de El Capital, de Karl Marx para el
Hebdomadario Democrático» (1868) de Friedrich Engels, o los capítulos «El
Valor» y «La Plusvalía» del «Karl Marx» (1914) de Lenin para bien, en el caso de
las dos últimas aprender cuales son las teorías fundamentales de la obra de
manera simple y resumida, o en el caso de la primera empezar a estudiar los
contenidos más complejos de la obra en profundidad de manera simplificada y
accesible. En todo caso, el valor de esa obra de Marx no solo se reduce al
contenido mismo sino a la forma tan amena y sencilla que tuvo a la hora de
condensar y explicar algo tan transcendente para comprender la historia reciente.
Por tanto, podemos entender las reticencias de Justo: en efecto, la obra de Marx
no siempre fue lo clara que pudo ser, sus «licencias hegelianas» en el lenguaje
como él mismo reconoció, pueden jugar una mala pasada a cualquier lector, pero
si Justo no llegó a especificar a qué partes de la obra de Marx se refiere y no
tenemos en cuenta todo lo anterior, no podemos discutir abiertamente esta
103
interesante cuestión que siempre sale a colación: la problemática entre una obra
producida por la «vanguardia teórica» del movimiento revolucionario y el nivel
de accesibilidad real para las masas.
«El PCA había hasta entonces realizado una penetración epidérmica entre la
clase obrera y contaba, en cambio, con una fuerte presencia de afiliados que
procedían de la clase media (59). A partir de 1925, se intentó, por medio de la
bolchevización dispuesta por la IC y aprobada por el PCA en su VIIº Congreso
del mes de diciembre, profundizar la inserción comunista en los lugares de
trabajo y lograr así una mayor incorporación en sus filas de sectores de la clase
obrera». (Víctor Augusto Piemonte; Lucha de facciones al interior del Partido
Comunista de la Argentina hacia fines de los años veinte: la «cuestión Penelón»
y el rol de la Tercera Internacional, 2015)
104
Paulino González Alberdi diría:
A finales de los años 20 y principios de los años 30 hubo varias divergencias con
los representantes de la IC, puesto que el partido argentino se caracterizó por un
exceso de optimismo, una falta de preparación y unos análisis irreales que lo
llevaron al aislacionismo y a sufrir fracasos muy sonados:
105
recalando más en el arrojo y compromiso de sus militantes que en la
organización y preparación de los conflictos». (Hernán Camarero; Las
estrategias en el lugar de trabajo del Partido Comunista en Argentina desde sus
orígenes hasta 1943: células, comités de fábricas y comisiones internas, 2014)
Solo a partir de mediados de los años 30 el PCA pudo subsanar esta falta de
influencia en los sindicatos, aunque esta se diera a cuentagotas.
106
Pero estos no fueron los únicos problemas, por aquel entonces Víctor Codovilla
adelantaba su desviación anarquista de jugar a calificar cualquier gobierno
reaccionario de turno como «fascista». Un vicio que practicó con ahínco tanto a
nivel regional:
«De este modo, comienzan a ser vistos como fascistas, actores políticos que no
se reivindican como tales, e incluso niegan serlo. Uno de sus primeros usos fue
hecho por el Partido Comunista para acusar al presidente Hipólito Yrigoyen de
orientarse «hacia la dictadura nacional fascista», justamente una semana antes
de caer por un golpe militar en 1930». (Pablo Pizzorro; En torno a los orígenes
del antiperonismo: la Unión Democrática frente a la instauración del aguinaldo
(1945-1946), 2018)
Del VIº Congreso de la IC de 1928 y sus documentos hay uno que destaca para el
tema que nos interesa, nos referimos al informe del suizo Jules Humbert-Droz –
más tarde expulsado por sus posiciones bujarinistas– en torno a la cuestión de
los países latinoamericanos, como también la posterior resolución emitida –tras
las pertinentes intervenciones de cada delegación–. Esta información hoy
disponible –y pocas veces consultada– es sumamente importante para entender
el posicionamiento del organismo sobre América Latina.
107
Colombia. Humbert-Droz señalaba que era falsa la teoría de que «el imperialismo
estadounidense apoyaba a las fuerzas liberales» mientras que «el imperialismo
británico representaba una fuerza conservadora que apoyaba a las fuerzas más
autoritarias». Lo cierto es que ambos países apoyaban una u otra tendencia
dependiendo del contexto. Asimismo, se comentaba que el problema social indio
seguía siendo un problema a tomar en cuenta en algunos países, mientras que el
«americanismo» como ideología era una idea abstracta y romántica de la cual se
aprovechaba el imperialismo estadounidense para mantener el statu quo.
A la burguesía de dichos países que había nacido bien ligada a los imperialistas
se la consideraba dentro del campo de la contrarrevolución. También se
subrayaba la inexistencia de una aguda lucha entre los capitalistas y los
propietarios de tierras, confundiéndose unos con otros, ya que ambos invertían
en los negocios del otro. Esto era un proceso similar al que ocurrió en España con
el sincretismo de la nobleza y la burguesía en el siglo XIX.
Pero, por encima de todo, la IC hacía énfasis en que la cuestión más importante
para los comunistas en estos países –tuvieran mayor o menor desarrollo de las
108
fuerzas productivas– era lograr poder consolidar la alianza del proletariado con
el campesinado sin tierras, así como el resto de la pequeña burguesía. Un bloque
donde el partido comunista debía guardarse el derecho a criticar la influencia
negativa de los políticos pequeño burgueses que podían desviar al movimiento
revolucionario.
Este, y no otro esquema, era el requisito para resolver rápidamente las tareas
pendientes de la revolución democrático-burguesa y convertirla en una
revolución socialista, matizándose que esta celeridad dependía de la correlación
de las fuerzas internas y de la ayuda externa del proletariado mundial. Delegados
de la IC, como el ecuatoriano Ricardo Paredes, subrayaron que era menester
realizar incluso una distinción más clara entre países con cierto desarrollo
industrial y concentración de capital, entre los que incluía Argentina, Uruguay,
Brasil, México y Ecuador del resto de países, ya que podían tener como tarea
inmediata la revolución socialista, aunque no parece que tal matización se tuviera
demasiado en cuenta, algo que posteriormente pondría las cosas muy fáciles a las
teorizaciones que seguían insistiendo en el «atraso de las fuerzas productivas».
En todo caso, en la resolución final sobre los países coloniales y semicoloniales el
foco se centró en dejar claro que, en base a todo lo anterior descrito, era muy
posible que si los comunistas llegaban al poder en los países latinoamericanos no
sería necesario pasar por una fase de desarrollo capitalista, sino que podrían
transitar al socialismo, aunque fuese de una forma más lenta que en algunos
países europeos más desarrollados. Incluso refiriéndose a países más atrasados,
la IC ya había adelantado:
«En los países todavía más atrasados –como en algunas partes de África–, en
los cuales no existen apenas o no existen en general obreros asariados, en que
la mayoría de la población vive en las condiciones de existencia de las hordas y
se han conservado todavía los vestigios de las formas primitivas –en que no
existe casi una burguesía nacional y el imperialismo extranjero desempeña el
papel de ocupante militar que ha arrebatado la tierra–, en esos países la lucha
por la emancipación nacional tiene una importancia central. La insurrección
nacional y su triunfo pueden en este caso desbrozar el camino que conduce al
desarrollo socialista, sin pasar en general por el estadio capitalista si, en efecto,
los países de la dictadura del proletariado conceden su poderosa ayuda».
(Internacional Comunista; Programa y estatutos de la IC aprobados en el VIº
Congreso celebrado en Moscú; 1928)
109
principales dirigentes a partir de mediados de los años 20, aunque no sin
dificultades. Ellos también sufrieron durante estos años críticas de otros
dirigentes de la IC sobre sus diversas actuaciones, lo que indica la complejidad
ideológica de estas disputas. Véase la obra de Victor L. Jeifets y Andrey A.
Schelchkov: «La internacional Comunista en América. En documentos del
archivo de Moscú» (2018).
«Rodolfo Puiggros se separó del partido oficial después de 1946 creyendo que
podrían asegurar mejor sus propios objetivos en cooperación con más que en
oposición a Perón. Al parecer, Perón está tratando de usar al grupo disidente
como cebo para que los opositores de izquierda, especialmente en el movimiento
obrero, se unan al peronismo. El grupo «disidente», a su vez, mantiene
relaciones consultivas con Perón, aunque el alcance exacto de su influencia no
se puede determinar con exactitud». (CIA; Desarrollos probables en Argentina,
Washington, 13 de junio de 1952)
«Vosotros sabéis que ambos grupos del Partido Comunista de los Estados
Unidos (PC de EE.UU.), compitiendo entre sí y persiguiéndose como caballos en
una carrera, están especulando febrilmente sobre las diferencias existentes y no
existentes dentro del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). ¿Por qué
hacen eso? ¿Lo exigen los intereses del PC de EE.UU.? No, claro que no. Lo hacen
para obtener alguna ventaja para su propia facción particular y para causar
daño a la otra facción. Foster y Bittleman no ven nada reprensible en declararse
«stalinistas» y demostrar así su lealtad al PCUS. Pero, mis queridos camaradas,
eso es una vergüenza. ¿No sabéis que no hay «stalinistas», que no debe haber
«estalinistas»? ¿Por qué la minoría actúa de esta manera indecorosa? Para
atrapar al grupo mayoritario, el grupo del camarada Lovestone, y demostrar
que el grupo Lovestone se opone al PCUS y, por tanto, al núcleo básico de la
Internacional Comunista (IC). Eso es, por supuesto, incorrecto. Es
irresponsable. (...) ¿Y cómo actúa el grupo Lovestone a este respecto? ¿Se
comporta de manera más correcta que el grupo minoritario? Lamentablemente
no. Desafortunadamente, su comportamiento es aún más vergonzoso que el del
grupo minoritario. (...) Pero, camaradas, la IC no es un mercado de valores. La
110
IC es el lugar santísimo de la clase obrera. (...) No puede haber lugar en nuestras
filas para las podridas intrigas diplomáticas. (...) Se debe poner fin a la
situación actual en el PC de EE.UU., en la que las cuestiones sobre el trabajo
positivo, las cuestiones de la lucha de la clase obrera contra los capitalistas, las
cuestiones de los salarios, las horas de trabajo, el trabajo en los sindicatos, la
lucha contra el reformismo, la lucha contra la desviación de derecha, cuando
todas estas cuestiones se mantienen en la sombra y son reemplazadas por
cuestiones insignificantes de la lucha de facciones entre el grupo Lovestone y el
grupo Foster». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Sobre el Partido
Comunista de los Estados Unidos, 1929)
Años después, la IC reflexionaría sobre los daños que este tipo de actitudes habían
causado, instando a una profunda autocrítica para salvar el prestigio y el trabajo
positivo de estos partidos:
111
a nuestros partidos y a nuestros militantes contra el trotskismo». (Informe de
«Pérez» [Juan César Vilar Aguilar] a la Internacional Comunista; Sobre la
cuestión de la IC en los Partidos latinoamericanos, Confidencial, 1938)
«Esta autocrítica no puede ser en forma alguna considerada como una cuestión
interna de nuestros partidos o simplemente de sus direcciones sino como una
cuestión amplia y públicamente debatida ante las masas. De acuerdo con las
decisiones del VIIº Congreso [de la IC de 1935]». (Informe de «Pérez» [Juan
César Vilar Aguilar] a la Internacional Comunista; Sobre la cuestión de la IC en
los Partidos latinoamericanos, Confidencial, 1938)
«En general, recibimos de ustedes una o dos cartas por año, en las que desde
una distancia muy grande se nos critican nuestros errores, a menudo muy
serios. Considero que ello no basta para prestarnos una ayuda, tanto más que
debemos reaccionar diariamente frente a todos los problemas. Los partidos y
los sindicatos saben de sus discusiones cuatro o cinco meses antes que lleguen
los documentos elaborados por ustedes, y aún antes que nosotros tengamos la
menor información sobre esos asuntos –y es todavía más grave que estas
informaciones extraoficiales y semioficiales llegan a menudo bastante
desfiguradas y sirven perfectamente para que los descontentos, los que luchan
contra la línea de la I.C., se aprovechen de ellas–». (Internacional Comunista;
112
Conclusiones de la discusión de la Internacional Comunista y los partidos
sudamericanos, 1938)
«De acuerdo con las decisiones del VIIº Congreso [de la IC de 1935], el trabajo
independiente y plenamente responsable de nuestro Partido y de sus direcciones
se ha reforzado. No será posible que esta independencia redunde en beneficio
del movimiento comunista y de la acción de masas, si no esclarecemos y
asumimos plenamente la responsabilidad de nuestros errores y nuestras fallas.
De otro lado, en las nuevas condiciones de trabajo que nos han sido planteadas,
es preciso adquirir la convicción profunda de que tal forma significa, no un
debilitamiento de nuestras relaciones con la IC, sino todo lo contrario, un
reforzamiento mucho más estrecho y más activo de esas relaciones». (Informe
de «Pérez» [Juan César Vilar Aguilar] a la Internacional Comunista; Sobre la
cuestión de la IC en los Partidos latinoamericanos, Confidencial, 1938)
113
fuerzas y nuestras fuerzas en el frente popular, y la subestimación de las
dificultades, así como los nuevos peligros». (Secretariado de la Internacional
Comunista, 24 de julio de 1936)
Esto volvería a repetirse casi una década después cuando el propio Partido
Comunista de España (PCE) reprodujo en su revista «Nuestra Bandera» –Nº12
de diciembre de 1944–, un documento recibido de Argentina que según los
dirigentes de esta revista –comandada por Santiago Carrillo– era una
«maravillosa pieza política». Esta era una carta abierta de Codovilla al pueblo
argentino escrita el mes anterior, en ella aseguraba que con la derrota de
Mussolini-Hitler el gobierno argentino favorable a las potencias fascistas estaba
a punto de caer, que era el momento de que se produjera un levantamiento
popular:
«El régimen sanguinario de Franco y Falange se tambalea bajo los golpes que
le asesta el movimiento de resistencia interior y exterior. (…) Las acciones
armadas y las preparatorias para el levantamiento general ya han empezado
en España y nadie ni nada podrán impedir que se desarrollen y alcancen un
éxito completo». (Víctor Codovilla; ¡Hay que derrocar a la camarilla del GOU!,
1944)
¡Este fue Codovilla! ¡Un ser ante todo optimista! ¿¡Pero cómo es posible que este
vendehúmos siguiese al frente de cualquier puesto de poder!? Pues seguramente
porque muchos como él propinaban las mismas patochadas, pero ya se sabe:
«Mal de muchos, consuelo de tontos».
114
aquí, ha hecho un informe muy sucinto, y me doy cuenta ahora, muy incompleto.
No ha dicho nada en particular de las críticas aquí formuladas. Mi opinión es
que tal método es inadmisible. O bien se adscribe efectivamente al PCE, como
militante de ese partido, y en ese caso puede llegar a ser su secretario general,
y ese sería el cambio de método. O bien es siempre el representante de la IC, y
en ese caso no puede desempeñar el cargo de secretario general y debe actuar
mediante la persuasión, sin reemplazar nunca a la dirección del partido (129)».
(Documento 9º. André Marty; Notas sobre el PCE, 11 de octubre de 1936)
Este tipo de críticas propiciaron que fuese relevado de sus servicios en España en
1937. El que Codovilla hubiese tenido un puesto tan importante en la sección
americana de la IC durante los años 20, y que luego lo tuviese en los asuntos
españoles durante los años 30, así como luego, una vez más en los asuntos
americanos, interviniendo en Chile y México en los años 40, pese a las quejas
mostradas por varios de sus compañeros, demostraba la relativa permisión del
oportunismo de muchas figuras «veteranas» de la IC. Sus intentos de autocrítica
y eliminación de los elementos dudosos no fueron muy eficaces, de otro modo,
Codovilla habría pasado a ser un nombre más, no «el hombre», de la IC en
América Latina.
Esto debe instarnos a quitarnos el velo de devoción e idealización hacia lo que fue
la IC, nos debe ayudar a ubicarla históricamente, sabiendo que no fue sino uno
de los primeros experimentos del movimiento revolucionario en materia de
organización internacional, con todos los fallos y equivocaciones típicas de
primerizos que esto acarreaba en sus representantes.
Aunque el VIIº Congreso de la IC de 1935 sirvió para limpiar varias de las políticas
absurdamente izquierdistas, los comunistas de aquel entonces temían que
empezase a proliferar lo contario, un cándido posibilismo:
115
todas estas concretas manifestaciones, teniendo en cuenta que el peligro del
oportunismo de derecha crecerá donde las tácticas del frente único sean
aplicadas. La lucha por el establecimiento del frente único, de la acción conjunta
de la clase obrera, alza como necesario que los obreros socialdemócratas se
convenzan a través de las lecciones objetivas de la correcta política de los
comunistas y la incorrecta política reformista, y que cada partido comunista
prosiga una lucha irreconciliable contra cualquier tendencia que rebaje las
diferencias de principio entre el comunismo y el reformismo, contra rebajar la
crítica de la socialdemocracia como ideología y práctica de colaboración de
clases con la burguesía, contra la ilusión de que es posible transitar al socialismo
pacíficamente, por métodos legales, contra cualquier realización basada en el
automatismo y la espontaneidad, en la organización de la liquidación del
fascismo o en la realización del frente único, contra cualquier menosprecio del
rol del partido y contra la vacilación en los momentos de decisiva acción».
(Internacional Comunista; Resolución final emitida por el VIIº Congreso de la
IC respecto al informe de Georgi Dimitrov, 20 de agosto de agosto de 1935)
Cabe anotar que si bien el VIIº Congreso de 1935 tuvo informes notorios y de
elevado nivel –como las intervenciones de Dimitrov, Gottwald o Pieck–, el nivel
teórico generalizado del evento fue menor que los anteriores. La cuestión de los
países coloniales y semicoloniales se resolvió con un vago informe de Wang Ming
116
donde apenas esbozó un par de directrices y frases manidas. Los países
latinoamericanos fueron totalmente ignorados. En su informe Wang Ming
celebraba que el PCA estuviese llevando esfuerzos para la acción conjunta con los
socialistas y radicales contra los uriburistas. Además, como sabemos, hasta su
disolución en 1943, ¡la IC no volvió a realizar ningún otro congreso mundial! Esto
era simplemente inexplicable, ya que las protestas y quejas sobre la falta de
comunicación o errores continuos dentro de las secciones eran el pan de cada día.
117
Popular en 1935: el inicio de un cambio estratégico y la relación con socialistas
y radicales, 2020)
La evaluación de la IC sobre la celebración del IXº Congreso del PCA en 1938 fue
descrita como sigue:
119
«Habiendo comprobado una serie de estos errores y defectos en la práctica de
nuestros partidos, hemos llegado, en el Secretariado del Comité Ejecutivo de la
IC, a la conclusión de que hay suficientes razones para discutir esta cuestión con
los representantes de los partidos. (…) Hoy día vemos que la mayor parte de los
Partidos Comunistas han seguido en este sentido la línea del menor esfuerzo. En
lugar de una política concreta del frente único, en la mayoría de los casos no se
hace sino una propaganda general del frente único. (...) Hay que partir de las
necesidades vitales de las masas, y segundo, del nivel de su capacidad de lucha
en la etapa actual del desarrollo. (...) Existen no pocos casos en que nuestros
camaradas evitan deliberadamente la crítica de los pasos reaccionarios de los
socialdemócratas de derecha, casos en que reaccionan débilmente o no
reaccionan del todo ante los actos de esos derechistas, o casos en que se limitan
a defenderse simplemente de los ataques más descarados de los
socialdemócratas reaccionarios. Durante los años pasados, muchos comunistas
substituían la crítica razonada de la socialdemocracia por una simple
estigmatización. Pero ahora suele suceder que la crítica seria, razonada, se
substituye por el silencio». (Otto Kuusinen; Informe sobre los defectos y errores
en la aplicación de la política de frente único establecida por el VIIº Congreso
Mundial de la Internacional Comunista; Presentado en la sesión celebrada por
el Presídium del C. E. de la I. C, juntamente con los representantes de los
Partidos Comunistas el, 20 de noviembre de 1935)
Pero esto no frenó el camino que llevaban muchos de ellos, ni era nada parecido
a lo que se avecinaba.
Demos un ejemplo rápido para mostrar hasta donde estaban llegando las cosas
en la IC. Lo cierto es que en el Partido Comunista de Perú (PCP) se daban
manifestaciones de un pesimismo liquidacionista muy preocupante. Si la
organización había tenido que luchar en sus inicios contra los prejuicios
premarxistas de Mariátegui y compañía para conformar un partido comunista,
ahora, la problemática versaba en torno a que dicho partido, pese a toda la
palabrería de años anteriores, no había llegado a la adopción de una fisonomía y
pensamiento bolchevique, un estilo de trabajo correcto con el que posibilitar
operar, popularizar la línea y crecer debidamente. Así pues, debido a su
incapacidad para penetrar en la población con un trabajo paciente y autónomo,
más la deserción de su líder Ravines al campo del anticomunismo, las voces que
reclamaban reintegrarse en el APRA iban in crescendo, un partido nacionalista-
socialdemócrata que incluso anteriormente se había llegado a atacar como
«socialfascista»:
120
empirismo de las polémicas inservibles, conducentes a conservar cada día más,
odios recalcitrantes, desvirtuando las realidades. (...) Como podemos ver se
cometen infinidad de errores; sin lugar a conseguir una rápida enmienda y un
sentido de táctica política; eso sí exigen forzosamente la propaganda extensiva
a favor de Ravines, dejando a un lado los problemas vivos que localizan los
apristas: esta consecuencia proviene de un puro fanatismo al no querer
reconocer, en los hechos, lo aplicable del Aprismo, los elementos que integran
determinadas sectas ravinistas, que en la realidad conducen ingenuamente a
los militantes nuestros, por falta de preparación ideológica y de un elevado nivel
de conceptos estalinistas, a presentarse abiertamente en una posición trotskista,
con caracteres complicados, procedentes a crecer en perjuicio de la fuerzas
populares del país, que en mayoría aplastante pertenece al Aprismo. (...) Las
condiciones de exigir un frente popular o alianza con el Apra, ha perdido su
efectividad prácticamente, por ser en estos momentos difíciles extemporáneas y
también por haber sido rechazada en pleno por el Apra y fuera de toda voluntad
popular. El viraje consiste en entrar en masa o individualmente al Apra».
(Carlos Contreras; Carta al PC de Chile del Perú, Lima 30 de diciembre de 1937)
121
revolucionarias». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Algunos rasgos de la
disgregación actual, 1908)
Pero hay un paradigma mucho mejor que ejemplifica todo esto, así que con el
permiso del lector nos vamos a detener a analizar rápidamente el caso del Partido
Comunista de Chile (PCCh), fundado en 1922, ya que es muy similar en algunos
puntos al argentino. Este inciso no es mera divagación, sino que nos ayudará a
entender posteriormente el contexto del PCA y del comunismo latinoamericano
de estas décadas.
122
escasamente desarrollado como el chileno superar de un plumazo la influencia
que tiene Recabarren sobre el movimiento obrero del país–. Por eso es malo
hacer demasiado a la ligera esa tarea». (Fritz Glaubauf; Discusión en el Buró
Sudamericano de la IC, marzo de 1934)
«En el PCCh están muy difundidas las ilusiones grovistas que aparecen bajo
distintas máscaras. En la discusión sobre la candidatura presidencial, una
buena parte de los miembros del Partido –sobre todo el Norte– propusieron
retirar la candidatura de Lafertte y sostener la de Grove». (Carta del Buró
Sudamericano al Secretariado Latinoamericano, 15 de noviembre, 1932)
123
«Aún antes de las elecciones de octubre del 38, los comunistas habían dejado
claro que no jugarían un papel dominante en ningún gobierno proveniente de
una victoria frentista, ni aceptaría cargos de gabinete y cuando Aguirre los
invitó a ser parte de su gobierno en diciembre de 1938, el Partido se negó. Las
razones que dio el PCCh en esa ocasión fueron que, debido a las circunstancias
de que la derecha estaba haciendo uso de todos los medios disponibles para
bloquear la implementación del programa de Frente, y que Aguirre Cerda
necesitaba de todo el apoyo y simpatía internacionales que pudiera obtener, la
participación comunista en su gobierno sería poco recomendable. El PCCh
añadió que no tenía deseos de exacerbar los miedos y ansiedades de las fuerzas
armadas que, en el pasado reciente, los había llevado a intervenir directamente
en política». (Andrew Barnard; El Partido Comunista de Chile, 1922-1947,
2018)
Pero ni siquiera este fue el problema… sino que las concesiones del PCCh hacia
los partidos burgueses y pequeño burgueses del «frente popular» fueron
inadmisibles. Es más, la inclinación derechista de estos partidos estaba dando
munición propagandística al trotskismo:
«El Frente Popular debe pulverizar las calumnias de los traidores nacionales y
proclamar a la faz del país, que él cuida la herencia de O’Higgins y los Carrera
y quiere enriquecerla, impulsando el desarrollo progresivo de Chile, haciéndolo
realmente libre y feliz. Debe establecer que no se propone expropiar a los
industriales –como interesadamente lo propagan los reaccionarios– sino lejos
124
de eso, quiere proteger las industrias y desarrollarlas contra los monopolios
imperialistas, debe explicar como él toma en sus manos la defensa y el
desarrollo próspero de la agricultura y la ganadería». (Luis Alberto Fierro; El
trotskismo contrarrevolucionario contra el frente popular chileno, 1936)
¿Qué tenían que ver los filósofos del materialismo mecánico del siglo XVIII con
un marxista del siglo XX? Pues poco o nada, porque ya existían filósofos
instruidos en el materialismo dialéctico que podían resolver mucho mejor cada
cuestión en comparación a los primeros –con sus evidentes limitaciones–.
¿Quién podría reivindicar a tales autores sin venir a cuento? ¡Pues un liberal
burgués! ¿Quién iba a soltar la perorata de Francia como «cuna de los derechos
humanos» burgueses? Un charlatán de primera. ¿Cuáles libertades, señor
Thorez? ¿La de la burguesía para expulsar a los comunistas del gobierno siendo
primera fuerza en las elecciones? ¿O quizás la de la Francia colonialista para
someter a otros pueblos, como el argelino o el vietnamita? Obviamente, el PCCh
recordaba en demasía al PCF, que tenía en Europa el espejo oportunista en el que
mirarse:
125
André Marty notificaba el aislamiento del PCCh respecto al resto de secciones, la
falta de información de la IC sobre sus actuaciones:
«El PCCh se encuentra en una situación anormal ante la I.C., desde el punto de
vista de las relaciones. El P.C. no tiene representación asignada ante el Comité
Ejecutivo. Hace más de un año, las direcciones postales fueron anuladas y desde
entonces, no existen ninguna clase de ligazones con el partido. Aquí no se recibe
ningún informe ni materiales del partido, ni desde aquí se envía nada al
partido». (André Marty; Proposición de Chile, Confidencial, 2 de abril de 1937)
«En el apéndice les mando un artículo del camarada Thorez: «Sobre el camino
para un partido único». (...) Debemos afirmar que la lucha por la dictadura del
proletariado, por la dominación de los soviets en Francia no sólo ha caído en la
agitación del partido, sino que el partido ha abandonado la consigna de la
dictadura del proletariado, por lo menos, durante la duración de sus acciones
conjuntas. Esto se hace evidente en la siguiente sección de la proclamación: «Los
comunistas, acusados de luchar por una dictadura, declaran que sus planes
para derrocar el poder de los feudales modernos de la burguesía y la industria,
126
sus planes para establecer un gobierno obrero y campesino en Francia tienen
como objetivo conducir a las grandes masas de los trabajadores a una
verdadera democracia, privar a los chupasangres capitalistas que se han
enriquecido con el empobrecimiento de los trabajadores, la posibilidad de su
explotación, y las 200 familias todopoderosas que poseen la mayor parte de la
riqueza de Francia». (...) Una vez más, señalo el peligro de que el PCF está
distorsionando tácticas de frente unido en una vulgar [coalición] política, y
sugiero que esta distorsión de las tácticas del frente unido se refute
urgentemente con detallada justificación». (Carta de Béla Kun a los miembros
del Secretariado Político del Comité Ejecutivo de la IC con una propuesta para
condenar las posiciones de Maurice Thorez. Moscú, 14 de noviembre de 1934)
¿Por qué decía esto el delegado húngaro? Kun, ciertamente pecaría una y otra vez
de un «infantilismo izquierdista», como el propio Lenin mostró en más de una
ocasión desde las tribunas de la IC. ¿Pero estaba exagerando en esta ocasión el
jefe húngaro? Ni por asomo:
A veces se escuchan en las filas de los socialdemócratas voces según las cuales
los comunistas, con su crítica abierta y franca respecto de la conducta de los
dirigentes de la II Internacional y de la Internacional de Ámsterdam, dificultan
la creación de un frente único. ¿Pero acaso puede lograr la creación de un frente
único si no se critica de la manera más decidida a quienes no escatiman sus
esfuerzos por obstaculizarlo? ¿Qué clase de dirigentes del movimiento obrero
seríamos, si no dijésemos abiertamente toda la verdad sobre una cuestión tan
importante para toda la clase obrera?
Quién pasa por alto u oculta los actos nocivos de los dirigentes reaccionarios en
las filas del movimiento obrero, no ayudan a la causa de la unidad de la clase
obrera. Quién renuncia –so pretexto de que ello redundaría en favor del frente
127
único proletario– a la lucha contra sus enemigos y a la crítica contra el
reformismo que subordina el movimiento obrero a los intereses de la burguesía,
presta un mal servicio a la clase obrera.
¿Por qué la línea del PCF era contraria al congreso de la IC y siguió ahondando
su línea política oportunista? Lejos de ser remplazada su dirección, el PCF
siempre fue oficialmente aplaudido por su política desde Moscú. Véase el VIIº
Congreso de la IC de 1935, en el que Dimitrov pone como paradigma a seguir en
la lucha contra el fascismo al PCF:
«Francia es, como se sabe, el país cuya clase obrera da a todo el proletariado
internacional un ejemplo de cómo hay que luchar contra el fascismo. El Partido
Comunista Francés puede servir de ejemplo a todas las secciones de la
Internacional Comunista de cómo se debe llevar a cabo la táctica del frente
único y los obreros socialistas pueden servir de ejemplo de lo que deben hacer
hoy los obreros socialdemócratas de los demás países capitalistas en lucha
contra el fascismo». (Georgi Dimitrov; La clase obrera contra el fascismo;
Informe en el VIIº Congreso de la Internacional Comunista, 2 de agosto de 1935)
128
Tómese como otra prueba el informe de Dmitri Manuilski sobre política
internacional en el congreso del PCUS de 1939, donde, tras criticar los defectos
de varios partidos como el italiano, alaba en cambio al PCF pese al fiasco que
acaba de sufrir derivando de él la disolución del frente popular:
En una reunión entre uno de los líderes chilenos y el líder de la IC, Dimitrov, se
aconsejó prestar atención a la selección de cuadros, y entender que el
parlamentarismo era una tribuna de propaganda, nada más:
129
Incluso si nos retrotraemos más en el tiempo, un todavía revolucionario Karl
Kautsky advertía a todos los marxistas:
«Así pues, la conquista del poder del estado por parte del proletariado no
implica únicamente la toma de los ministerios gubernamentales, los cuales, sin
más, van a administrar los instrumentos de gobierno —una iglesia de estado
establecida, la burocracia y los cuerpos de oficiales— a la manera «socialista».
Más bien significa la disolución de estas instituciones. En la medida en que el
proletariado no sea lo bastante fuerte como para abolir estas instituciones de
poder, la toma de determinados ministerios o de gobiernos enteros será en vano.
Un ministerio socialista puede, en el mejor de los casos, subsistir de manera
temporal. La fútil lucha contra esas instituciones de poder lo va a erosionar sin
que tenga la posibilidad de crear nada que perdure». (Karl Kautsky; República,
1905)
«En la novena sesión plenaria del CC, llevada a cabo a finales de septiembre y
principios de octubre de 1940, efectuó una autocrítica de su política de amplio
apoyo al gobierno, y por su fracaso al no conseguir la unidad de acción con sus
aliados, agregando a ello acusaciones de reformismo y oportunismo. El
gobierno, afirmó el PCCh, estaba dominado por elementos pro reaccionarios y
la única manera de avanzar era que los obreros y campesinos conquistaran la
dirección del movimiento popular, presionando por las transformaciones
fundamentales de la sociedad y la economía chilenas que el programa del Frente
Popular había prometido. En el futuro, declaró, la colectividad continuaría
apoyando al gobierno, pero solo en la medida en que siguiera persiguiendo
políticas antiimperialistas y antioligárquicas». (Andrew Barnard; El Partido
Comunista de Chile, 1922-1947, 2018)
En uno de los informes más críticos con el PCCh, Víctor Codovilla resumía de esta
forma las andanzas y equivocaciones del partido en la era del «frente popular»:
«El Frente Popular se había pensado como un medio para continuar e, incluso,
acelerar la lucha revolucionaria en Chile. Uno de sus objetivos principales era
la disminución, si es que no la liquidación, de la influencia de la «burguesía
nacional reformista» entre las masas. Tal como el CC lo expresó gráficamente
en febrero de 1936, «si la burguesía reformista nacional está dispuesta a dar un
paso con el proletariado, buscaremos la forma de que dé dos; si intenta
detenerse, pasaremos por encima suyo y de la masa a la que influencia». Sin
embargo, fue el PC el que terminó encontrándose en una posición muy similar
a la que había esperado colocar a la «burguesía reformista nacional» o, al
menos, a sectores de ella, representados por el PR. Fue el comunismo el que se
vio obligado a hacer las concesiones más significativas para crear y mantener
unida a la coalición. Finalmente, fue el «proletariado» –el PCCh y el PS– el que
fue utilizado para los planes políticos y las ambiciones de la «burguesía
132
reformista nacional», y no al revés». (Andrew Barnard; El Partido Comunista
de Chile, 1922-1947, 2018)
«El mantenimiento del frente popular. (...) Este no significa que la clase obrera
tenga que apoyar el frente popular del presente gobierno a cualquier precio. La
composición del gobierno puede variar, pero el frente popular debe permanecer
y crecer fortaleciéndose todo el tiempo. Si por alguna razón u otra el gobierno
existente no llega a ser capaz de ejecutar el programa del frente popular, si toma
la línea de claudicar ante el enemigo de casa y del exterior, si su política conduce
al descrédito del frente popular y por lo tanto debilita la resistencia a la ofensiva
fascista, entonces la clase obrera, mientras sigue fortalecimiento los lazos del
frente popular, se deberá esforzar por llevar a cabo la sustitución del presente
gobierno por otro, a un gobierno que lleve firmemente a cabo el programa del
frente popular, que sea capaz de hacer frente al peligro fascista,
salvaguardando las libertades democráticas del pueblo. (...) Y asegurando su
defensa contra la agresión fascista». (Georgi Dimitrov; El frente popular, 1936)
¿Por qué no se tuvieron en cuenta estas palabras? ¿Por qué los comunistas de
aquel entonces no se retiraron a tiempo de estas coaliciones del «frente popular»
si estaban viendo que las demandas firmadas en el programa conjunto no se
cumplían? Parece ser que se pensaba –y temía– que al retirarse de la alianza o
proponer otra formación de gobierno más izquierdista donde entrasen los
comunistas, quedarían aislados y sería la excusa perfecta para ser golpeados por
la reacción sin ayuda posible. Pero era mucho peor para sus intereses a largo
plazo seguir siendo cómplice de un fraude de gobierno que había estafado al
pueblo y roto su confianza. Lo que tendrían que haber hecho era volver a las
formulaciones humildes, mejorar su trabajo de propaganda, revisar su política de
alianzas, buscar estas uniones por la base y no tanto por los acuerdos formales
«desde arriba», dado que muchos de estos jefes socialdemócratas, anarquistas y
liberales no estaban –ni se les esperaba– para la unidad popular, antifascista y
menos aún anticapitalista. Finalmente, la IC tuvo que reaccionar. Oficialmente
no se reconoció directamente el fracaso o la distorsión que los partidos
133
comunistas sufrieron durante estos años en cuanto a la aplicación de la estrategia
del «frente popular», y aunque se aludiese a «razones producidas por el cambio
de la situación» con el estallido de la guerra, lo cierto es que la IC se vería obligada
a rectificar la línea, recomendando, de nuevo, solo los acuerdos desde abajo y una
denuncia sin piedad a los líderes socialistas, radicales y otros. Véase el artículo de
Dimitrov: «La guerra y la clase obrera de los países capitalistas» de 1939.
«En general, todos los partidos plantean la unidad a toda costa por la defensa
de las reivindicaciones obreras, campesinas, de la democracia y la
independencia nacional. A mi parecer, se hacen muchas confusiones con
respecto al rol de la burguesía nacional en la etapa de liberación nacional de
nuestra revolución. Habiendo tendencias grandes en dar a la burguesía un rol
más grande que lo que ella pueda tener, de hecho, se capitula mucho ante los
líderes obreros del nacional reformismo burgués. (…) En general, aquí se hace
sentir con más evidencia las capitulaciones de la mayoría de los partidos
comunistas ante el movimiento nacional reformista burgués, antiimperialista.
Esas capitulaciones han llegado inclusive, en ciertos partidos, como el de Brasil,
de Argentina, de Colombia, al punto de considerar a la burguesía nacional como
una fuerza motriz de la revolución nacional, y aun como fuerza dirigente. Por
eso, no es raro plantearse en algunos casos la necesidad de evitar e impedir
134
huelgas contra patrones nacionales, que luchan contra el imperialismo. En el
Partido de México hay un evidente seguidismo frente a Cárdenas. Y hay noticias
de que el Partido de Cuba ha sustentado la candidatura del coronel Batista a la
presidencia de la República, al lado de otros partidos liberales burgueses».
(Informe ¿de Fernando Lacerda?; Partidos comunistas latinoamericano y la
unidad, 1939)
Volvamos por fin al tema que nos ocupa: el PCA respecto al desafío peronista.
Desde finales de los años 30 e inicios de los 40, el PCA fue perdiendo su
independencia e iniciativa. Veía con buenos ojos el posibilismo reformista, por lo
que estableció todo tipo de alianzas sin principios con los partidos tradicionales
y, lejos de tratarse de pactos trabajados con la base, lo que primaron fueron los
pactos entre las cúpulas partidistas:
«La línea política del PCA en este período era la de impulsar la «Unidad
Nacional» antifascista sin exclusión de ninguna «fuerza democrática», en plena
consonancia con la política de la U.R.S.S. de aliarse con las naciones
democráticas capitalistas para derrotar al nazifascismo. Esta convivencia entre
capitalismo y socialismo era promovida teóricamente por el PCA –lo que llevó
a distintos sectores a acusar a la dirigencia del partido de «browderismo»– y,
en última instancia, también servía para justificar la integración de la «Unión
Democrática» al lado de partidos conservadores y sectores de la burguesía y de
la oligarquía terrateniente». (Andrés Gurbanov y J. Sebastián Rodríguez; Los
comunistas frente al peronismo: 1943-1955, 2016)
Pero ahí no acaba todo lo que fue esta línea política tan ruborizante. Ante el
fenómeno creciente del fascismo, en 1940 se declaró una línea de conciliación con
el mismo bajo la barata excusa de que si el pueblo era fascista, se debía estar con
el pueblo, incluso confiar en que él mismo sabría darse cuenta del error:
135
«Debemos comprender que las aspiraciones de las masas muchas veces se
encuentran por detrás de esa ideología fascista. Y, como ellas vienen del pueblo,
poco importa si su ideología es fascista o no. La rectificación política necesaria
puede ocurrir en el propio movimiento de masas». (Ernesto Giudicii;
Imperialismo y liberación nacional, 1940)
Sin miedo a exagerar, podemos asegurar que durante esta etapa el PCA se
acostumbró a un lenguaje totalmente lacayo de la burguesía. Con la aparición del
peronismo, el contraproyecto que preparó el PCA era, en palabras de Codovilla,
asegurar un «régimen democrático y progresista» «apoyándose en todos los
partidos y sectores sociales» y siempre, claro, «bajo el imperio de la
Constitución» que tenía el parlamento como máxima representación. Se pedía
una «reforma agraria profunda», se declaraban partidarios de la «intervención
progresiva del Estado tendiente a orientar la inversión de capitales», lo que daría
pie a una «reorganización de la estructura industrial», para «llevar la industria a
las regiones donde se producen materias primas». También declaraba que «no
nos oponemos a que venga capital extranjero a nuestro país». ¿Qué diferencia
había con el peronismo, el liberalismo o el socialdemocratismo? ¡Prácticamente
ninguna! Véase la obra de Víctor Codovilla: «Batir al nazi-peronismo para abrir
una era de libertad y progreso» (1945).
136
Hasta se llegó a promover un apoyo a la teoría del «desarrollo de las fuerzas
productivas», considerándose la vinculación estadounidense con los gobiernos
latinoamericanos como un gran progreso para el destino e independencia de los
pueblos de la zona (sic):
«Los comunistas prevén que sus objetivos políticos prácticos serán por un largo
tiempo y en todas las cuestiones fundamentales, idénticos a los objetivos de una
mayor masa de no comunistas, por tanto, nuestros actos políticos se fundirán
en movimientos de mayor envergadura. Es por esto que la existencia de un
partido político específico de los comunistas ya no sirve a un objetivo práctico,
sino que por el contrario, podría convertirse en un obstáculo para conseguir una
más amplia unidad. Por eso, los comunistas disolverán su propio partido
político y encontrarán una forma organizativa diferente y nueva, y un nuevo
nombre que se adapte mejor a las tareas del día y a la estructura política a
través de la cual deben llevarse a cabo dichas tareas. (...) Nuestros objetivos
políticos, que son idénticos a los de la mayoría de los estadounidenses,
trataremos de presentarlos a través de la estructura existente de los partidos de
nuestro país, que es, en su conjunto, el «sistema bipartito» específicamente
estadounidense. (...) La asociación política comunista es una organización de
los estadounidenses que no tiene carácter de partido y que, apoyándose en la
clase obrera, lleva adelante las tradiciones de Washington, Jefferson, Payne,
Jackson y Lincoln, en las condiciones diferentes de la sociedad industrial
moderna»; que esta asociación «defiende la Declaración de Independencia, la
Constitución de los Estados Unidos y la Carta de Derechos, así como las
realizaciones de la democracia estadounidense contra todos los enemigos de las
libertades populares. (...) Si es que podemos enfrentar la realidad sin vacilar y
hacer renacer en el sentido moderno de la palabra las grandes tradiciones de
Jefferson, Payne y Lincoln, entonces los Estados Unidos podrá presentarse
137
unido ante el mundo, asumiendo un papel de guía para salvar a la humanidad.
(...) Lo que claramente demanda la situación es que Estados Unidos tome la
iniciativa en proponer un programa común de desarrollo económico de los
países latinoamericanos. Esto debería planificarse ahora y ponerse en marcha
inmediatamente después de la guerra en una escala enorme en cierto grado
acorde con las grandes reservas de tierra, materias primas y mano de obra de
América Latina, y con la capacidad angloamericana de proporcionar capital y
crear mercados para grandes empresas y los productos de la industria». (Earl
Browder; Teherán: nuestro camino en la guerra y la paz, 1944)
¿Por qué se decidió cargar todas las culpas a Browder y no pedir cuentas al
veterano comunista argentino? ¿Favoritismos? ¿Quizás porque Covodilla tuvo el
«mérito» de no llegar a pedir la propia disolución del partido como el
estadounidense?
La teoría de las fuerzas productivas ha sido utilizada por todos los famosos
oportunistas del siglo XX, es herencia de la II Internacional; de toda la
socialdemocracia europea, incluyendo desde kautskistas, mencheviques hasta
pasar por los trotskistas. Bajo esta formulación se ha inoculado la idea de que los
países semifeudales con poco desarrollo del capitalismo y de un bajo nivel de
desarrollo de fuerzas productivas y con escaso números de proletarios, los
comunistas no pueden políticamente hegemonizar la revolución ni
económicamente transitar al socialismo, con lo que necesitarían un desarrollo del
capitalismo mayor para lograr ambos propósitos. Sobra decir que esta teoría era
opuesta a Marx, Lenin, Stalin y Hoxha quienes defendían que los proletarios,
aunque escasos, pueden atraerse en alianza al gran número de pequeño
burgueses en estos países y resolver las tareas anticoloniales, antifeudales y pasar
luego a la construcción el socialismo sin pasar por el capitalismo plenamente
desarrollado. Lo acientífico de dicha idea oportunista, y la lógica del pensamiento
marxista-leninista, fue corroborado con las revoluciones en Rusia, Albania y otros
países.
Pero había cosas iguales o peores en otros partidos latinoamericanos durante esta
luna de miel con el «browderismo» –que como observamos también se podría
haber llamado «codovillismo»–. ¿Quieren ejemplos palpables? Bien. Los
comunistas mexicanos habían acabado proclamando que no necesitaban nada
más que su preciosa constitución para lograr el progreso nacional:
138
desarrollo y luchamos porque vaya acompañado de la elevación del nivel de
vida general del pueblo mexicano». (Blas Manrique; Informe en el IXº Congreso
del Partido Comunista de México, 13 de mayo de 1944)
Y que los conflictos sociales y las huelgas eran negativas para el prosperar de la
nación:
«La táctica de lucha del Partido Comunista Mexicano se halla aplicada a las
condiciones de la unidad nacional; pugna por la solución de las diferencias
internas evitando choques o acciones que debiliten la unidad nacional. El
Partido Comunista Mexicano sostiene, como táctica para el movimiento
sindical, la necesidad de hallar solución a los conflictos obrero-patronales
mediante el avenimiento justo que reclama la actual situación, con el fin de no
acudir a la huelga que lesiona la producción y es aprovechada por las fuerzas
enemigas para debilitar la unidad nacional». (Partido Comunista de México;
La nueva organización del Partido Comunista de México, 1944)
No nos vamos a dignar a comentar esta aberración. ¿Alguien podía culpar a los
obreros mexicanos por desertar a las filas de alguna secta socializante antes que
prestarse a ser el tonto útil de la patronal bajo el nombre del «comunismo»?
Como en tantas otras cuestiones, la idea central del PCA siempre fue la de
presentar las diferencias entre comunistas y el resto de fuerzas como detalles
secundarios, algo que también se reflejaría en la cuestión religiosa. En la sintonía
de Thorez, Duclos, Togliatti, Longo, Ibárruri o Carrillo, en Argentina, Codovilla y
Álvarez consideraban que la religión no influía prácticamente en la mentalidad
de los obreros y sus posicionamientos políticos reaccionarios. Pensaban que,
entre católicos y comunistas «no existen incompatibilidades que les impida
marchar unidos», puesto que hay un «sentimiento humanitario en que se inspira
la religión cristiana». Véase la obra de Codovilla: «Los comunistas, los católicos
y la unión nacional» (1946).
Con este autoengaño, el PCA renunció a realizar una crítica científica y sosegada
de la corriente política en cuestión, la democracia cristiana, creyendo que esto le
garantizaba la unión con sus bases más progresistas e, incluso, su paso a las filas
del comunismo, un error que cometería a menudo con otras tendencias, como la
socialdemocracia o el peronismo. ¿Cómo lograrían convencer y hegemonizar a los
obreros democratacristianos, peronistas o socialdemócratas de la inutilidad de
sus doctrinas sin una crítica seria pero despiadada hacia su ideología y sus
líderes?
139
«En el nuevo contexto desplegado con la llegada de Perón al gobierno, Giudici
repetiría la fórmula, advirtiendo que la única manera de oponerse a los intentos
corporativistas del general en la presidencia y al mismo tiempo desplegar una
acción cultural atenta a la nueva realidad social que vivía el país, era
desarrollar un «nuevo concepto» de cultura, al que definía «orgánico e
integral», como producto del trabajo conjunto de las distintas ramas de la
actividad intelectual en una organización nacional de nuevo tipo. (...) La
aspiración de generar un organismo nacional de intelectuales que agrupara en
una única organización las diversas «ramas» de la cultura y el trabajo
intelectual, al estilo de la Unión Nacional de Intelectuales francesa, fue
largamente acariciada por los comunistas durante todo el período aquí
estudiado, siempre con escaso o nulo éxito». (Adriana Petra; Intelectuales y
política en el comunismo argentino: estructura de participación y demandas
partidarias (1945-50), 2012)
Este ambiente tan laxo y liberal infectó a los cuadros más importantes, el fracaso
de esta estrategia solo profundizó las dudas y la desorientación generalizada de
la militancia. No fueron pocos los que comenzaron, en el sentido opuesto, a
albergar nociones posibilistas en relación al peronismo y la idea de una
conjunción con él. ¡Si no puedes vencerle únete a él!
«Más allá de las disidencias a propósito del peronismo con la dirección del
Partido Comunista Argentino (PCA) que llevaron a su expulsión en 1946, una
interpretación articulada del fenómeno cristalizó en Puiggrós con el correr de
la década del 50. Ya en el prólogo de la segunda edición de Rosas el pequeño
(1954) caracterizaba el proceso en curso como una «revolución nacional
antiimperialista» y «emancipadora», cuya trascendencia hacía irrelevantes las
divergencias historiográficas con los «rosistas militantes» en la medida que
éstos se solidarizaran con este «renacer del pueblo argentino». (Sergio
Friedemann; El marxismo peronista de Rodolfo Puiggrós: una aproximación a
la izquierda nacional, 2014)
«De hecho, Nueva Era sostiene en marzo de 1951 que el proceso de fascistización
del Estado, que en 1946 sólo estaba en germen, se encuentra terminado».
(Andrés Gurbanov y J. Sebastián Rodríguez; Los comunistas frente al
peronismo: 1943-1955, 2016)
«Resumiendo hasta aquí, durante el período que va entre el XIº Congreso [1946]
y finales del año 1948 constatamos –a nivel discursivo– que el PCA se mantuvo
consecuente en una línea de oposición no sistemática al gobierno peronista,
alternando entre algunas posturas críticas y otras más cercanas al peronismo;
denuncia que existe una doble presión reaccionaria –interna y externa– para
141
que la Argentina «capitule ante el imperialismo yanqui» y «reprima a las
masas populares», pero no descarga la culpa contra el gobierno, sino que hasta
se dispone a apoyarlo si Perón decide contrarrestar dicha embestida
«reaccionaria». (Andrés Gurbanov y J. Sebastián Rodríguez; Los comunistas
frente al peronismo: 1943-1955, 2016)
«La situación actual de los partidos comunistas tiene sus deficiencias. Algunos
camaradas entendieron la disolución de la Internacional Comunista (IC) como
la eliminación de todos los vínculos y contactos entre los partidos comunistas
hermanos. Sin embargo, la experiencia ha demostrado que el aislamiento entre
los partidos comunistas es equivocado, nocivo y, de hecho, antinatural. El
movimiento comunista se desarrolla dentro de marcos nacionales, pero los
partidos de todos los países tienen tareas e intereses comunes. Tenemos ante
nosotros un curioso cuadro: los socialistas, que no se detuvieron ante nada para
demostrar que la IC dictaba directivas desde Moscú a los comunistas de todos
los países, han restaurado su Internacional; mientras que los comunistas
todavía se abstienen de reunirse unos con otros, y, menos aún, se consultan
142
entre sí sobre cuestiones de interés mutuo, por temor a las calumnias de sus
enemigos en relación con la «mano de Moscú». Los representantes de los más
diversos campos de actividad –científicos, cooperativistas, sindicalistas,
juventudes, estudiantes– consideran factible mantener contactos
internacionales, intercambiar experiencias y celebrar consultas sobre
cuestiones relativas a su trabajo, y organizar congresos y conferencias
internacionales; mientras que los comunistas, aún los que están unidos como
aliados, vacilan en establecer lazos de amistad entre ellos. No hay duda de que
si esta situación persiste puede tener graves consecuencias para el desarrollo
del trabajo de los partidos hermanos. La necesidad de consulta mutua y
coordinación voluntaria de la acción entre los partidos individuales se ha hecho
especialmente urgente en la actual coyuntura, en que la persistencia en el
aislamiento puede conducir a un debilitamiento del entendimiento mutuo y, a
veces, incluso a errores graves. La ausencia de enlaces, resulta en un mutuo
aislamiento que debilitan nuestras fuerzas». (Andréi Zhdánov; Sobre la
situación internacional; Informe en la Iº Conferencia de la Kominform, 22 de
septiembre de 1947)
143
En 1952 los comunistas argentinos se atrevían a afirmar sin sonrojo que:
La cuestión que se alza aquí es: ¿cómo debían estar las fuerzas del comunismo
internacional como para que estas palabras del PCA pasasen como normales
durante tanto tiempo o, incluso, fuesen alabadas? En un estado de confusión y
abatimiento evidente, eso sin duda. Los propios partidos europeos no tuvieron
problemas en publicar algunas de las declaraciones de Browder y Codovilla
durante estos años, como ya hemos visto con las ediciones del Partido Comunista
de España (PCE). Encontramos otro ejemplo en su revista, «Nuestra Bandera»,
que publicó en ediciones como el Nº7 y Nº10 de 1944 el discurso liberal del
browderismo sobre «el fin del fascismo» y la «nueva etapa de la humanidad», que
incluiría una estrecha colaboración entre comunistas y capitalistas para
«reconstruir el mundo en paz». No nos olvidemos tampoco que la propia línea de
la Kominform estuvo supeditada a la conservación de la paz, no a la difusión y
ayuda de la lucha de clases como tal a nivel mundial:
Desde las tribunas del XIXº Congreso del PCUS (1952), Malenkov parecía
conforme con declarar que este «movimiento interclasista» por la «paz» no
estaba dirigido ni siquiera por los comunistas, de que «no busque abolir el
capitalismo». Por su parte, la URSS ya no era «la cuna y apoyo de la revolución
mundial», sino que ahora tenía asignado como propósito principal
«autoprotegerse» y «asegurar la paz entre naciones»:
144
esfuerzos de los belicistas por pintar este movimiento democrático, pacífico y no
partidista como un movimiento de partido, como un movimiento comunista, son
en vano. (…) Este movimiento por la paz no se propone abolir el capitalismo,
porque no es un movimiento socialista, sino democrático de cientos de millones
de personas. Los partidarios de la paz presentan demandas y propuestas
diseñadas para facilitar el mantenimiento de la paz, la prevención de otra
guerra. (…) La actual relación de fuerzas entre el campo del imperialismo y la
guerra y el campo de la democracia y la paz hace que esta perspectiva sea
bastante real». (Gueorgui Malenkov; Informe principal en el XIXº Congreso del
Partido Comunista de la Unión Soviética, 1952)
El que gran parte de estas disputas mencionadas tuvieran que ser corregidas a
tiempo por intervención de Moscú o por una rectificación soviética respecto a su
antiguo parecer, evidenciaba el carácter pasivo y dependiente de los partidos
comunistas. Tampoco hay que olvidar que en la propia URSS se dieron
verdaderas luchas ideológicas en este sentido; así, por ejemplo, hubo una
exposición –aunque muy tardía– de las teorizaciones económicas heterodoxas de
Varga y Voznesenski, o en el campo de la historia se criticaron algunas ideas
extremadamente chovinistas como las mantenidas por Tarle y Yakovlev. Sin ir
más lejos, todas estas tardanzas en condenar lo que antes hubiera sido obvio, no
se pueden entender sin comprender en profundidad la evolución y en ocasiones
145
la posterior generación que hubo respecto a estos temas en suelo soviético. Véase
el capítulo: «El giro nacionalista en la evaluación soviética de las figuras
históricas» (2021).
146
«La sesión plenaria del CC del PCA del 16 y 17 de junio fue el momento para que
los delegados del PCA enviados al XX Congreso del PCUS, Rodolfo Ghioldi y
Víctor Larralde, hablaran de la necesidad de extraer conclusiones prácticas
para el trabajo cotidiano del PCA, pero no por ello desperdiciaron la ocasión de
manifestar su total acuerdo con el informe presentado por Codovilla.38 La
posición de este último se convirtió en la posición oficial de la dirección del PCA
tras ser dado a conocer en la sesión plenaria del CC y obtener allí su aprobación
por unanimidad. En esta recuperación de los principales tópicos a los que se
aludió en el XX Congreso del PCUS –entre los cuales la introducción de la
cuestión del culto a la personalidad fue deliberadamente demorada en su
exposición por Codovilla–, la urgencia de la coexistencia pacífica entre el bloque
socialista y el bloque capitalista aparecía como central. Un conflicto bélico entre
las dos mayores potencias mundiales no sólo era indeseable, sino que resultaba
totalmente evitable (39). La gran atracción ejercida por la Unión Soviética
en los países y regiones coloniales y dependientes cuyos movimientos de
liberación nacional y social buscaban derrotar la opresión imperialista,
constituía la garantía apropiada para la conformación de una zona de paz
encarnada por un mundo socialista en expansión (40). Este nuevo panorama
internacional suponía, según lo destacaba Codovilla, la posibilidad de que la
revolución socialista fuera la consecuencia –bajo determinadas condiciones
sociopolíticas en las cuales se registra una importante tradición democrática y
donde las masas trabajadoras toman parte activa en el juego electoral– de la
acción pacífica impulsada a través de medios parlamentarios (41)». (Víctor
Augusto Piemonte; El Informe Secreto al XX Congreso del Partido Comunista
de la Unión Soviética en la perspectiva oficial del Partido Comunista Argentino,
2013)
Frente al coloso peronista, el PCA nunca supo realizar un trabajo de masas para
desmontar su demagogia. El movimiento peronista siempre mantuvo una
influencia mucho mayor entre la clase obrera que los comunistas argentinos o
cualquier otra fuerza autodenominada revolucionaria, antiimperialista o de
izquierda. Ante este fenómeno, surgieron varias dudas sobre si plegarse al
peronismo, aliarse con él o combatirlo –de ahí las luchas internas y expulsiones
de los años 40 y 50– que evitaremos comentar por la ya de por sí larga extensión
de este documento.
Esta vacilación hacia el peronismo fue similar a la que ocurrió después con el
trotsko-guevarismo del PRT-ERP en los años 60-70. Desesperado, al PCA solo le
quedó utilizar un lenguaje radical contra el peronismo cuando este traicionaba
sus cándidas ilusiones, pero jamás movilizó a sus militantes para realizar un
trabajo concienzudo entre los trabajadores para desengañarse del justicialismo,
ni siquiera cuando en los años 60 la llamada «izquierda peronista» estaba
empezando a ser traicionada por su líder y existían conatos de un ímpetu
revolucionario e insubordinación entre sus bases.
147
Esto demuestra que el proletariado, hasta que no adquiera conciencia de la
necesidad de la independencia en lo ideológico y organizativo, será preso de
desilusiones, irá a la deriva en un mar de populismos y líderes farsantes que, de
tanto en tanto, aparecen en el devenir de la historia. Es tan necesario combatir a
estos cabecillas populistas de la «tercera vía» como a los jefes de las pretendidas
organizaciones «comunistas» que pretenden arrastrar a los trabajadores a ser el
furgón de cola de estos procesos timoratos en aras de la «unidad nacional», los
cuales, como bien sabemos por la historia, siempre acaban en fracaso, no logran
ni la emancipación social ni nacional. Ni que comentar de aquellos que solo
aspiran como jefes a tener un puesto que le garantice vivir bien viviendo del
cuento, como meros parásitos.
148
las masas nuestro programa de la revolución democrática, agraria y
antiimperialista, en la perspectiva del socialismo. Hoy ese camino pasa por
asegurar un período de transición cívico-militar, en base a un Convenio
Nacional Democrático, acordado entre el conjunto de las fuerzas políticas y
civiles y los sectores patrióticos y progresistas de las Fuerzas Armadas».
(Patricio Echegaray; El aporte juvenil al Convenio Nacional Democrático, 1981)
La razón del apoyo del PCA a la junta militar de 1976, entre otras cosas, vino
porque tanto el brezhnevismo de la URSS, que era el amo real de la política del
PCA de entonces – y al cual no osaron nunca desafiar fuera por seguidismo o por
miedo–, como el castrismo de Cuba –país de enormes simpatías e influencias
para él–, apoyaron al señor Videla, bien directa o indirectamente. Centrémonos
en las actuaciones de este último, siempre muy alabado por el PCA por su
presunta «solidaridad internacional».
En el año 1979 el centro elegido para la VIº Conferencia del Movimiento de los
Países no Alineados (MPNA) fue la Cuba de Castro. Que justamente el país
americano más prosoviético de la zona fuese elegido como organizador oficial de
un movimiento que se jactaba de su «neutralidad ante las potencias», era cuanto
menos una prueba palpable de su hipocresía. ¿Y qué concepto de «solidaridad
internacional» tenía La Habana? Comprar las simpatías de terceros con dinero o
establecer tratos sin principios para intentar neutralizar a sus potenciales
enemigos. Así lo relataba el ex diplomático cubano Juan Antonio Blanco:
149
acuerdo con la junta militar argentina para no denunciarnos en DDHH», 3 de
junio de 2017)
«Yo en esa etapa, y hasta el 84, estaba en Nueva York como director del
Departamento Político No Alineado, por lo tanto, tuve mucho que ver también
con esta cuestión. Estando en Nueva York llegó una instrucción del gobierno
cubano de que se había llegado a un acuerdo de caballeros con la junta militar
argentina para que no nos denunciáramos recíprocamente en la Comisión de
Naciones Unidas que trata los problemas humanitarios y de derechos humanos.
(…) Se produce esta entente entre Cuba, Moscú y la junta militar argentina y le
dan alrededor de 4 mil millones de dólares en créditos a La Habana que los
aprovecha para comprar de la industria argentina y de las corporaciones
norteamericanas todos esos automóviles y demás. (…) Hay cosas que eran
públicas, los créditos eran públicos, la no condena (en la ONU) era evidente. Por
ejemplo, en la Comisión de Derechos Humanos, yo me presentaba cuando se
trataba de Pinochet, de la situación en El Salvador, pero me abstenía cuando
era de la Argentina porque realmente me resultaba repugnante eso de tener que
quedarse callado». (Infobae; «En 1976 La Habana me dijo que había llegado a
un acuerdo con la junta militar argentina para no denunciarnos en DDHH», 3
de junio de 2017)
Durante la Guerra de las Malvinas (1982) Cuba no solo dio un gran soporte
diplomático a Argentina pintando su maniobra como una «valiente lucha
antimperialista», sino que, en algunas entrevistas, como la del 10 de abril de 1982,
el embajador cubano Emilio Aragonés Navarro dijo que «este gesto» de Cuba se
podía «convertir en hechos», pues «está la voluntad de hacer lo que haya que
hacer…enviarle un submarino y hundirle un barco…cualquier cosa». No hay que
olvidar que durante el tiempo que duró este conflicto varios países como la URSS,
Libia, Nicaragua y Brasil también aprovecharon la coyuntura para querer vender
armas al régimen argentino, entonces dirigido por Galtieri. ¿Se imaginan a un
«país antimperialista» vendiendo armas a la España de Franco solo porque
Madrid hubiera intentado distraer la atención de la miseria, el desempleo y las
protestas tratando de invadir Gibraltar? ¿Acaso eso eliminaría, por ejemplo, las
vinculaciones económicas, militares y diplomáticas del régimen franquista con
los EE.UU., y anteriormente con Alemania e Italia? Como se puede comprobar,
150
este «antiimperialismo» hace aguas por todos los lados, y en la arena
internacional supone no tener una línea coherente e identificable, salvo el sálvese
quien pueda.
¡¿Y no se ha demostrado esto como algo cierto para la Argentina de hoy?! ¿Hay
acaso alguien que lo dude? Estas mismas políticas que vienen a aplaudir el
liberalismo ideológico han sido las responsables de que los presuntos «partidos
marxista-leninistas» hayan posibilitado el florecimiento del trotskismo hasta
convertir a Argentina en su bastión de confianza en América Latina. ¿No ha
acabado el propio PCA tomado completamente por las ideas y formas
organizativas trotskistas?
151
Este grupo nunca pasó de ser una gota en el océano de partidos maoístas,
guevaristas y peronistas, con apenas transcendencia a nivel nacional y mucho
menos internacional. Pero sus postulados, en comparación con otros grupos
argentinos, sí eran de una clarividencia ideológica mayor.
El PCA (m-l) nació también como reacción al guevarismo de moda y sus fracasos:
«En lo que respecta al guerrillerismo, constituye, más que una actitud política
regida por una ideología, la exaltación empírica de una técnica de acción
postulada como apta para construir la vanguardia del proceso revolucionario.
Carente de una crítica teórica al revisionismo, el guerrillerismo se propone
llevar adelante su crítica práctica, que cubra el vacío histórico dejado a la
vanguardia de la revolución. Más que en la historia del marxismo-leninismo,
esta exaltación de un modo de acción al que se pretende subordinar el curso de
la lucha de clases, tiene su antecedente en actividades y teorías que precedieron
al triunfo del marxismo-leninismo como ideología del proletariado. (...) La
negación de los caminos incorrectos es un momento en la afirmación del camino
justo. La negación del guerrillerismo es un aspecto de la afirmación del
leninismo. Desenmascaramiento del carácter aventurero de la tesis que sostiene
la necesidad de iniciar el proceso revolucionario a partir de un destacamento
guerrillero, confirmará el carácter científico de la concepción del Partido
revolucionario surgido de la lucha de la clase obrera y conduciendo esta lucha
dialéctica relación». (Elías Seman; El Partido Marxista-Leninista y el
guerrillerismo, 1964)
En efecto, Elías Seman consideraba esta crítica necesaria a esta tendencia porque
también entre:
Esto era del todo correcto, aunque esta obra tiene críticas muy certeras hacia el
aventurerismo de los grupos guevaristas argentinos, el no hablar y refutar
directamente a su principal autor, Guevara, centrándose en sus compañeros y
discípulos, demostraba que, quiérase o no, había una cobardía a la hora de
enfrentar el mito y restablecer la verdad histórica:
«La ausencia en Seman a toda referencia al Che Guevara y a sus textos, que
para entonces ya se habían publicado profusamente, es por demás significativa,
e induce a pensar en que a falta de una identificación plena, tratará de evitar
152
una disputa política e ideológica con aquel». (Diego Cano; Estudio preliminar a
la orba: «El Partido Marxista-Leninista y el guerrillerismo» de Elías Seman,
2013)
Para el autor, esta tarea de exposición del «aventurerismo guerrillero» era algo
que no se podía delegar en los revisionistas de derecha, los reformistas, dado que:
«Por ejemplo, [en el Iº Congreso de 1969] se lee que la tarea era «preparar e
iniciar la guerra popular que se desarrollará desde el campo para rodear y
finalmente tomar las ciudades» (40)». (Brenda Rupar; El partido Vanguardia
Comunista: elementos para avanzar en una caracterización del maoísmo
argentino (1965-1971), 2017)
Expongamos algunos de los errores y evoluciones del partido, que intentó aplicar
la «nueva democracia» y la «GPP» a toda costa:
153
prácticamente lo asimilaba a una «semi-colonia» los fue llevando a teorizar una
«revolución nacional y social», en donde la burguesía nacional era parte «a
veces» o «por momentos del frente revolucionario.(...) Hacia 1968 iniciaron un
camino de crítica y revisión de dicha formulación, que acompasaba su creciente
inserción en el movimiento de masas y las luchas que se intensificaban día a día.
Así, caracterizaron desde entonces que Argentina era un país «neocolonial
dependiente del imperialismo yanqui» en donde «predominan» relaciones
capitalistas y «subsisten» relaciones precapitalistas. (...) Esa interpretación fue
virando hacia el Iº Congreso, en donde al calor de los sucesos se volvía a poner
el centro en el proletariado y más firmemente con el correr de la década de 1970
se produjo un abandono paulatino de la teoría de que la revolución tendría base
en el campo». (Brenda Rupar; El partido Vanguardia Comunista: elementos
para avanzar en una caracterización del maoísmo argentino (1965-1971), 2017)
En verdad, el recorrido del PCA (m-l) en algunos tramos es similar al del PCE (m-
l) en España o al PC (m-l) en Colombia, partidos que nacían con una alta carga y
dependencia del maoísmo, intentando exportar sus teorías tercermundistas a sus
respectivos países, pero que, finalmente, y a medida que evolucionaban, se veían
abocados a deshacerse o alterar sustancialmente parte de sus dogmas para ser
más eficaces –y ser fieles a la verdad–, incluso aunque no se declarasen todavía
como antimaoístas. No nos extenderemos de nuevo sobre estas cuestiones ya
abordadas en otros documentos.
Véase la obra: «Ensayo sobre el auge y caída del Partido Comunista de España
(marxista-leninista)» (2020).
154
La China de Mao y luego Deng se caracterizó en aquella década por una defensa
pública de los gobiernos de Nixon, Ford, Pinochet, Marcos, Mobutu o Franco.
Entiéndase lo ridículo que era que la supuesta «vanguardia del proletariado
argentino» se genuflexionase hacia una idea, la «teoría de los tres mundos», que
tanto en la teoría como en la práctica proponía la sumisión al imperialismo
yanqui en alianza con la burguesía nacional de cada respectivo país. Mantener en
Argentina esta teoría cuando eran los EE.UU. quienes instigaban a la junta militar
para perseguir la «amenaza marxista» era el colmo de lo ridículo, algo
incomprensible para las masas. En cambio, el PCA (m-l), en un ejercicio de
contorsionismo político sinigual, trataba de justificar esta línea desde una
posición «revolucionaria» de «crítica» a la dictadura militar de Videla. Pero hacer
ambas cosas simultáneamente era una empresa que no podía prosperar: no se
podía vender el «carácter revolucionario» del maoísmo y de su «necesidad», dado
que en el ámbito internacional China llevaba una política proestadounidense y
había traicionado las luchas los pueblos latinoamericanos. Era un suicidio
político. Pero los líderes del PCE (m-l) bien por ignorancia o como nosotros
creemos, por extremo oportunismo, no rectificaron.
Las desviaciones ideológicas en las que había incurrido el PCA (m-l) se hacen aún
más evidentes cuando continuamos leyendo aquel comunicado realizado de
forma conjunta con los maoístas estadounidenses:
El PCA (m-l) también sufriría una represión brutal tanto del peronismo en el
poder 1973-76, como de la dictadura militar de 1976-83, desapareciendo, al igual
que otros grupos que no aguantaron el embiste de la represión. El número de
bajas en unos años fue enorme, la dirección fue descabezada… para 1978 sus
155
principales líderes, Elías Serma, Roberto Cristina, Rubén Kriscautzky, entre
muchos otros, ya habían sido «desaparecidos» por la junta militar. Para 1983, los
restos del partido intentaron fusionarse con los Montoneros y el PRT-ERP en el
Partido de la Liberación, demostrando la poca solidez ideológica del resto de jefes
que quedaban con vida.
Esta es una de las razones por las que el movimiento obrero argentino se ha
mantenido seducido por el peronismo, el castro-guevarismo, el maoísmo y el
trotskismo. Esta, y no otra, es la razón por la que estas corrientes reaccionarias
siguen ocupando, en mayor o menor medida, una hegemonía casi indiscutible: no
existe una alternativa realmente marxista-leninista, sino un trotskismo, un
castrismo, un guevarismo, un maoísmo… camuflados todos ellos «como
marxismo-leninismo» cuando es menester.
La demencia de algunos de sus jefes fue tal que llegaron a aseverar que no solo
existía vida en otros planetas, sino que esta era más avanzada, proponiendo un
frente intergaláctico antiimperialista y anticapitalista:
157
Incluso las ramas críticas con el neoperonismo no dejan de reproducir que el
trotskismo es una variante del menchevismo clásico. Esta es la razón por la que,
en su enconado «humanismo revolucionario», siempre acaban trayéndonos las
«recetas mágicas» del liberalismo ya refutadas por la historia:
–En tercer lugar, que es «lucha» parece desconocer el hecho de que, bajo el yugo
de la oligarquía, con no importa qué formas de poder, esa clase opresora y
antinacional, puede controlar y amañar totalmente cualquier elección o
referéndum, teniendo en sus manos el aparato estatal». (Partido Comunista de
España (marxista-leninista); Esbozo de la historia el PCE (m-l), 1985)
No nos detendremos sobre esta cuestión porque este eslogan sobre la «Asamblea
Nacional Constituyente» ha venido siendo el eslogan preferido de las
agrupaciones reformista en el último siglo. Véase el capítulo: «La tendencia a
158
centrar los esfuerzos en la canonizada Asamblea Constituyente como reflejo del
legalismo burgués» (2020).
159
desorganizado, un club de eternas discusiones incapaz de emprender cualquier
tipo de acciones revolucionarias, mientras la democracia interna se transforma
en un medio para desintegrar y liquidar el partido. El partido de tipo leninista
fue descrito por Trotski en sus tiempos como un «régimen cuartelero», y las
normas leninistas como burocráticas y dictatoriales. (...) Objetivamente, el
trotskismo de nuestros días puede ser descrito como un organismo especial en
el servicio de la burguesía para la división del movimiento obrero». (Agim
Popa; El movimiento revolucionario actual y el trotskismo, 1972)
En la Argentina actual, tanto los herederos del PCA de Codovilla, como las mil
tendencias del trotskismo que anidan en él, actúan como el furgón de cola de la
burguesía nacional. Casi todos están agrupados hoy bajo la coalición el Frente de
Todos, obviamente capitaneada por el neoperonismo –ayer con el kirchnerismo
y hoy bajo el albertismo–. Todas estas organizaciones se dan el lujo de criticar la
debilidad de los marxista-leninistas o de los intelectuales vendidos a la derecha
más tradicional y conservadora. ¿De qué se pueden reír si ellos también son parte
del compadreo con la patronal, si ellos también son parte del problema? A lo
máximo que aspira hoy este neotrotskismo es a hegemonizar el movimiento
feminista, el cual, mejor dicho, es ya indistinto del neoperonismo –que, aunque
no es tan autoritario como el original, conserva su demagogia intacta–. El
trotskismo solo puede soñar con seguir vegetando en los medios de comunicación
del país, vivir del cuento en el parlamento y alcaldías como pata de apoyo del
régimen, justo como sus homólogos trotskistas y posmodernos del otro lado del
Atlántico: Unidas Podemos. Si para eso se tiene que aplaudir a los bonzos
sindicales y obligar a sus miembros a ir a talleres de «desconstrucción de la
masculinidad» en Buenos Aires para contentar al oficialismo, así se hará. ¡Qué
importa! Si hoy algunos están tan alineados o son tan necios que hasta lo harán
convencidos.
160
a toda la población? Entre toda esta fauna de la convocatoria destacaron, sin
duda, las feministas, las cuales aparecieron en escena para poner la nota alta del
evento. ¿De qué forma llevaron la batuta del acto? Desnudas, drogadas y bailando
a ritmo de electrónica como zombis. Cuan nos recuerda esto a la
«profesionalidad», «disciplina» y «seriedad» que se respira en movimientos
como Unidas Podemos, Bildu o la CUP. Y esto, el feminismo, ¡dicen que hoy es el
verdadero movimiento «revolucionario» del cual todos, sin excepción, debemos
aprender!
«Atilio Borón: Lo primero que pude echar mano fue a la «Historia de la rusa»
de dos tomos, y bueno, fue un descubrimiento fascinante. (...) En un marxismo
argentino y latinoamericano es tan urgentemente empezar a debatir los
grandes temas. (…) Es fundamental traer a Trotski al centro del debate. (…)
Examinar lo que es su legado hoy, que para mí es valiosísimo. (…)
Lamentablemente fue derrotado en esa batalla con Stalin, eso fue una tragedia
para el futuro del socialismo». (Contraimagen; Trotsky en nuestro tiempo,
2018)
161
¡Por supuesto! Para Trotski apoyar a Cárdenas era lícito, ya que le resguardaba
en el exilio mexicano para desarrollar sus tejemanejes sin problemas. Ahora,
«embarrarse» para apoyar el gobierno antifascista del Frente Popular de España,
acosado por las potencias fascistas y la reacción española que habían provocado
una guerra contrarrevolucionaria, era motivo de «traición». ¡Qué bella la
dialéctica erística trotskista!
«La Teoría de los Tres Mundos de Mao no sólo señala con nitidez la disputa
soviético-yanqui como el principal factor de guerra que ha de llevar al mundo,
más tarde o más temprano, a una confrontación bélica mundial. (...) El análisis
marxista de la situación del mundo actual con la consideración de los cambios
producidos después de la Segunda Guerra Mundial; del papel que juega el
movimiento revolucionario del Tercer Mundo como principal factor en la lucha
contra el imperialismo y por la revolución socialista». (El maoísmo en la
argentina. Conversaciones con Otto Vargas, 2017)
162
que se saldó con el control, tortura o desaparición de los revolucionarios de la
zona, fue dirigida bajo su supervisión:
«Sin embargo, en el marco del cuarto Juicio de Lesa Humanidad que se llevó a
cabo en Córdoba, el Fiscal federal Carlos Gonella recordó una vez la declaración
de una testigo, Patricia Trigueros, compañera de tres de las víctimas: en los
años 73 y 74, podía verse al difunto líder peronista con un brazalete de una
organización estudiantil de ultraderecha, realizando actividades en la
Universidad. El abogado de Derechos Humanos, Claudio Orosz, recordaba que
«a la primera manifestación que fui en mi vida, fue el 11 de septiembre de 1973,
para repudiar el golpe de Estado en Chile. Y José Manuel De la Sota estaba en
la puerta de la Facultad de Ciencias Exactas, con cadenas y representando a la
Juventud Peronista de López Rega. Y trataban con las cadenas de que la
manifestación no se realizara». Durante la dictadura, pasó seis meses en prisión
en los que, según sus propios dichos, fue torturado por el mismísimo Luciano
Benjamín Menéndez. Sin embargo, años después, ya en plena democracia, De
La Sota se mostró reacio a juzgar a los responsables del terrorismo de Estado y
hablando de la necesidad de «un baño de reconciliación». (La tinta; De La Sota,
señor de un feudo de sangre, 2018)
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Reclaman la alianza con un movimiento nacionalista dirigido históricamente por
un caudillo como Perón, el cual se identificaba con los principios del falangismo
español y que, por si fuera poco, se prodigó en reprimir al marxismo a sangre y
fuego en su país, ¡y ese es según ellos el vector para conseguir la deseada unión
revolucionaria! Pero la «unidad» del buenismo es tan poco monolítica como la
del peronismo, por eso encontramos de todo, gente que defiende una cosa y la
contraria.
Llegados a este punto de la lectura, hay algo que debe quedar más que claro por
mucho los revisionistas no lo entiendan: apoyar a Perón como referente es apoyar
el proyecto de un nacionalista burgués, filofascista, uno de los anticomunistas
más feroces que ha sufrido la clase obrera argentina en el siglo XX. Apoyar a sus
sucedáneos supone no tener memoria.
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