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1. La escuela de Mileto
cuanto hay, no para preguntarse cuál fue el origen mítico del mundo,
sino qué es en verdad la naturaleza. Entre la teogonia y Tales hay un
abismo : el que separa la filosofía de toda la mentalidad anterior.
Anaximandro.—Sucedió a Tales a mediados del siglo vi en la di¬
rección de la escuela de Mileto. De su vida apenas se sabe nada
cierto. Escribió una obra, que se ha perdido, conocida con el título
que posteriormente se dio a la mayoría de los escritos presocráticos:
Sobre la naturaleza (Tcspí cpúasoit;) Se le atribuyen, sin certeza, diver¬
sos inventos de tipo matemático y astronómico, y más verosímilmen¬
te, la confección de un mapa. A la pregunta por el principio de las
cosas responde diciendo que es el ápeiron, xó airsipov. Esta palabra
significa literalmente infinito, pero no en sentido matemático, sino
más bien en el de ilimitación o indeterminación. Y conviene enten¬
der esto como grandioso ilimitado en su magnificencia, que orovoca
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2. Los pitagóricos
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exacta, pero sí que vivió al menos noventa y dos años, y que era
posterior a Pitágoras y anterior a Heráclito. Por tanto, vivió en la
segunda mitad del siglo vi y primera del v. Se sabe también que
recorría la Hélade recitando poesías, en general suyas. La obra de
Jenófanes estaba escrita en verso ; son elegías de carácter poético y
moral, en las que se mezclan a veces atisbos de doctrina cosmológi¬
ca. Lo más importante de Jenófanes es, por una parte, la crítica que
hizo de la religión popular griega, y por otra, un cierto “panteísmo”
precursor de la doctrina de la unidad del ser en la escuela eleática.
Jenófanes sentía el orgullo de la sabiduría, y le parecía muy su¬
perior a la simple fuerza o a la destreza física. Consideraba inme¬
recida la admiración hacia los vencedores en los juegos, en las ca¬
rreras, etc. Encontraba inmorales y absurdos a los dioses de Homero
y Hesiodo, de los que sólo se pueden aprender, dice, robos, adulterios
y engaños. Al mismo tiempo rechaza el antropomorfismo de los dio¬
ses, diciendo que, así como los etíopes los hacen chatos y negros, los
leones o los bueyes los harían, si pudieran, en figura de león o de
buey. Frente a esto, Jenófanes habla de un único Dios. Copiamos los
cuatro fragmentos de sus sátiras referentes a esto (Diels, frag. 23-26) :
“Un solo dios, el mayor entre los dioses y los hombres, no semejan¬
te a los hombres ni por la forma ni por el pensamiento.—Ve entero,
piensa entero, oye entero.—Pero, sin trabajo, gobierna todo por la
fuerza de su espíritu.—Y habita siempre en el mismo lugar, sin mo¬
verse nada, ni le conviene desplazarse de un lado para otro.”
Estos fragmentos tienen un sentido bastante claro. Hay unidad
—divina— subrayada fuertemente. Y este dios uno es inmóvil y todo.
Por esto dijo Aristóteles que Jenófanes fue el primero que “uni-
zó”, es decir, que fue partidario del uno. Y por esta razón, prescin¬
diendo del oscuro problema de las influencias, es forzoso admitir a
Jenófanes como un precedente de la doctrina de los eleáticos.
Parménides.—Parménides es el filósofo más importante de todos
los presocráticos. Significa en la historia de la filosofía un momento
de capital importancia : la aparición de la metafísica. Con Parmé¬
nides, la filosofía adquiere su verdadera jerarquía y se constituye en
forma rigurosa. Hasta entonces, la especulación griega había sido
cosmológica, física, con un propósito y un método filosófico ; pero
es Parménides quien descubre el tema propio de la filosofía y el mé¬
todo con el cual se puede abordar. En sus manos la filosofía llega a
ser metafísica y ontología ; no va a versar ya simplemente sobre las
cosas, sino sobre las cosas en cuanto son, es decir, como entes. El
ente, el ¿o'v, óv, es el gran descubrimiento de Parménides. Hasta tal
20 Historia de la Filosofía
4. De Heráclito a Demócrito
Este problema del 6v, del ente, penetra todos los problemas con¬
cretos que se suscitan en la filosofía posterior a Parménides, y to¬
das las cuesiones vienen a resolverse en esta antinomia del ser y el
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A) Heráclito
“Los que velan tienen un mundo común, pero los que duermen se
vuelven cada uno a su mundo particular.”
Es evidente el sentido de estos textos. Vemos una nueva escisión
en dos mundos : el hombre vigilante, que sigue lo común, el noús,
es el que llega a “lo sabio”, que es uno y siempre. En cambio, hay
el mundo del sueño, que es el mundo particular de cada uno, en
suma, la opinión. Aquí es donde todo es cambio y devenir. La clave
de esta dualidad nos la daría tal vez una de las más expresivas frases
de Heráclito : cpúatc; xpúit-ceoGat cpiXsí, la naturaleza gusta de ocultarse.
El mundo oculta el sophónj que es lo que verdaderamente es, sepa¬
rado de todo. Es menester descubrirlo, desvelarlo, y eso es precisa¬
mente la dXyjOeta, la verdad. Cuando el hombre la descubre se en¬
cuentra con los predicados del ente de Parménides.
El hombre, como cosa del mundo, está sujeto al devenir, pero
posee ese algo común, especialmente si tiene el alma seca, y entonces
tiende al sophónj a lo divino. No es sophón —esto sería convertirse
en Dios—, sino sólo filósofo. El hombre se vuelve a encontrar, como
en Parménides, en el dilema anterior, en la antinomia de su ser pere¬
cedero (las opiniones de los mortales, el “todo fluye”) y su ser eterno
e inmortal (el dn y el noús, el sophón).
Vemos, pues, el sentido más general de la filosofía de Heráclito.
Es un intento de interpretar el movimiento, radicalizándolo, convir¬
tiéndolo todo en mutación continua, pero teniendo buen cuidado de
distinguirlo del aocpov separado de todo. El ser queda separado de
todo movimiento y de toda multiplicidad. Estamos en el ámbito de
la metafísica de Parménides.
B) Empédocles
C) Anaxágoras
D) Demócrito