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el tratamiento psicoanalítico

se edifica sobre la veracidad


y es peligroso abandonar (2) Médico y paciente se (3) El anudamiento de
ese fundamento. separarían, abandonando el relaciones amorosas
recién iniciado trabajo. ilegítimas, y no destinadas a
ser eternas (esta última es
imposible por moral civil y
(1) La unión legítima y dignidad médica}.
permanente de ambos.
Si la paciente se ha enamorado
del médico, tenemos tres
posibles desenlaces: Si optamos por la (2) la
La paciente, se plantea cura es resignada, porque
que debe renunciar a la paciente buscará a otro
todo tratamiento
médico y de nuevo se
psicoanalítico o
enamorará del segundo
consentir su
enamoramiento del médico y así
médico como un destino El amor de sucesivamente.
inevitable.
transferencia
La cura tiene que ser realizada en la
abstinencia, no me refiero a la
El médico por su privación corporal, pues ningún
lado, puede creer La paciente ha enfermo lo toleraría.
que el tratamiento resignado sus
efectivamente ha síntomas o los
llegado a su fin. desprecia y hasta
Uno debe guardarse de desviar la
se declara sana.
transferencia amorosa, de ahuyentarla o de
disgustar de ella a la paciente, mientras que
Hay un afán de la
uno se abstendrá de corresponderle.
paciente por asegurarse
de que es irresistible, de
quebrantar la autoridad
del médico rebajándolo
a la condición de amado Cabe señalar que el intento de mantener el amor de
y el atractivo de la transferencia sin satisfacerlo fracasará con una clase
satisfacción amorosa. No hay ningún derecho a negar el de mujeres, ante ellas tenemos dos opciones:
carácter de amor al enamoramiento mostrarles correspondencia de amor o cargar con
que se da en el tratamiento analítico. toda hostilidad de la mujer desairada. En ambos
(1) es provocado por la situación casos no se percibe la cura.
analítica; y
Desde la resistencia, la
declaración de amor es
un medio para poner a (2) es empujado hacia arriba por la
prueba la rigurosidad resistencia que gobierna a esta
del médico, quien si cae situación
recibiría una
reconvención (regaño).
La resistencia
acrecienta el
El analista jamás tiene el
enamoramiento a fin de (3) carece en alto grado del
derecho a aceptar la
justificar la acción eficaz miramiento por la realidad objetiva
ternura que se le ofrece
de la represión.
ni a responder a ella.

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la transferencia de amor

El manejo de la transferencia es muy importante dentro de la interpretación psicoanalítica, dentro de


ellas seleccionaré una: me refiero al caso en que una paciente declara que se ha enamorado del
médico que la analiza. Esta situación es seria, por lo que, su estudio ha sido una necesidad vital dentro
de una técnica psicoanalítica. Se produce una gran contradicción en relación a la discreción médica y
la bibliografía psicoanalítica, ya que esta última usa casos de la vida real, que va en contra del deber y
ética del analista. Si la paciente se ha enamorado del médico, tenemos tres posibles desenlaces:

(1) La unión legítima y permanente de ambos.

(2) Médico y paciente se separarían, abandonando el recién iniciado trabajo.

(3) El anudamiento de relaciones amorosas ilegítimas, y no destinadas a ser eternas {esta última es
imposible por moral civil y dignidad médica}.

Si optamos por la (2) la cura es resignada, porque la paciente buscará a otro médico y de nuevo se
enamorará del segundo médico y así sucesivamente. Para el médico significa un esclarecimiento
valioso y una buena prevención de una contratransferencia acaso aprontada en él. Tiene q discernir
que el enamoramiento ha sido impuesto por la situación analítica. La paciente, se plantea que debe
renunciar a todo tratamiento psicoanalítico o consentir su enamoramiento del médico como un
destino inevitable. Según he sabido, ciertos médicos preparan a sus pacientes mujeres para la
aparición de la transferencia amorosa. "que se enamoren del médico solo para que el análisis marche
adelante". A primera vista no parece que del enamoramiento en la transferencia pudiera nacer algo
auspicioso para la cura. La paciente ha perdido toda inteligencia del tratamiento y todo interés por él,
no quiere hablar, ni oír más que de su amor. Demanda que le sea correspondido; ha resignado sus
síntomas o los desprecia y hasta se declara sana. El médico por su lado, puede creer que el
tratamiento efectivamente ha llegado a su fin, luego sospechará: cuanto estorbe proseguir la cura
puede ser la exteriorización de una resistencia. Esto suele sobrevenir con toda regularidad en un punto
temporal en que fue preciso alentarla a admitir o recordar un fragmento muy penoso y fuertemente
reprimido de su biografía. Vale decir, el enamoramiento existía desde antes, pero ahora la resistencia
empieza a servirse de él para inhibir la prosecución de la cura, apartar del trabajo todo interés y sumir
al médico analista en un penoso desconcierto.

Hay un afán de la paciente por asegurarse de que es irresistible, de quebrantar la autoridad del
médico rebajándolo a la condición de amado y el atractivo de la satisfacción amorosa.

Desde la resistencia, la declaración de amor es un medio para poner a prueba la rigurosidad del
médico, quien si cae recibiría una reconvención (regaño). La resistencia acrecienta el enamoramiento a
fin de justificar la acción eficaz de la represión. Según Alfred Adler es lo esencial del proceso (el
psiquismo no se reduce a lo consciente). El analista jamás tiene el derecho a aceptar la ternura que se
le ofrece ni a responder a ella. Al contrario, debe defender ante la mujer el reclamo ético y la
necesidad de renuncia, conseguir que abandone su apetencia y prosiga el trabajo analítico (venciendo
la parte animal de su yo, el analista). Pero, exhortar a la paciente, tan pronto como ella ha confesado
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su transferencia de amor, a sofocar lo pulsional, a la renuncia y a la sublimación, no sería para mí un
obrar analítico. Es como haber llamado lo reprimido a la conciencia solo para reprimirlo de nuevo.
Como resultado la paciente sólo sentirá el desaire y no dejará de vengarse. Tampoco puedo aconsejar
un camino intermedio: que sería afirmar corresponder a los sentimientos tiernos y esquivando los
quehaceres corporales de esa ternura, hasta que pueda guiar la relación por sendas más calmas,
porque el tratamiento psicoanalítico se edifica sobre la veracidad y es peligroso abandonar ese
fundamento. Ya he dejado deducir que la técnica analítica impone al médico el mandamiento de
denegar a la paciente carente de amor la satisfacción apetecida. La cura tiene que ser realizada en la
abstinencia, no me refiero a la privación corporal, pues ningún enfermo lo toleraría. Hay que dejar
subsistir en el enfermo necesidad y añoranza como unas fuerzas pulsionantes del trabajo y la
alteración, y guardarse de apaciguarlas. Si el médico aprovechara corresponder al amor de la paciente
y sacia sus necesidades de ternura, la paciente alcanzaría su meta, pero nunca él la suya. Sería un gran
triunfo para la paciente y una total derrota para la cura. En la trayectoria de la relación de amor ella
sacaría a relucir todas las inhibiciones y reacciones patológicas de su vida amorosa sin que fuera
posible rectificarlas en algo, todo concluiría en arrepentimiento y en un refuerzo por seguir
reprimiendo. La relación pone término a la posibilidad de influir mediante el tratamiento analítico.
Consentir la apetencia amorosa de la paciente es entonces tan funesto para el análisis como sofocarla.
Uno debe guardarse de desviar la transferencia amorosa, de ahuyentarla o de disgustar de ella a la
paciente, mientras que uno se abstendrá de corresponderle. Se retiene la transferencia de amor como
una situación que debe ser reorientada hacía sus orígenes inconscientes y ayudará a llevar a la
consciencia lo más escondido de la vida amorosa de la enferma, para así gobernarlo. La paciente, cuya
represión de lo sexual no fue cancelada, sino empujada al trasfondo, se sentirá muy segura para traer
a la luz todas las condiciones de amor todas las fantasías sexuales, los caracteres de su condición de
enamorada, abriendo desde aquí el camino hacia los fundamentos infantiles de su amor. Cabe señalar
que el intento de mantener el amor de transferencia sin satisfacerlo fracasará con una clase de
mujeres, ante ellas tenemos dos opciones: mostrarles correspondencia de amor o cargar con toda
hostilidad de la mujer desairada. En ambos caso no se percibe la cura. Un enamoramiento real y
efectivo volvería dócil a la paciente y acrecentaría su buena voluntad para solucionar los problemas de
su caso, aunque sólo fuera porque el hombre amado se lo demanda y así podría completar la cura. En
vez de ello la paciente se muestra obstinada, terca e indócil. Produce entonces una resistencia en la
forma de manifestación de enamoramiento.

El trabajo cuya meta será descubrir la elección infantil de objeto y las fantasías que trae proyectadas.
La resistencia no ha creado el amor; lo encuentra ahí, se sirve de él y exagera sus exteriorizaciones.
Este enamoramiento consta de reediciones de rasgos infantiles, pero ese es el carácter esencial de
todo enamoramiento, pasa hasta en la vida normal. Su carácter compulsivo, que recuerda a lo
patológico, procede de su condicionamiento infantil. No hay ningún derecho a negar el carácter de
amor al enamoramiento que se da en el tratamiento analítico. (1) es provocado por la situación
analítica; (2) es empujado hacia arriba por la resistencia que gobierna a esta situación, y (3) carece en
alto grado del miramiento por la realidad objetiva, es menos prudente, menos cuidadoso de sus
consecuencias, mas ciego en la apreciación de la persona amada de lo que querríamos concederle a
un enamoramiento normal. Pero no olvidemos que estos rasgos que se desvían de la norma
constituyen lo esencial de un enamoramiento. El médico tendió el señuelo a ese enamoramiento. El
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tiene que saber que la enferma no estaba preparada para ningún otro mecanismo de curación. Ella
confiesa la fantasía-expectativa con que ingresó a la cura: si se portaba bien, al final sería
recompensada por la ternura del médico. El amor sexual es uno de los contenidos principales de la
vida, y la reunión de satisfacción anímica y corporal en el goce amoroso, uno de sus puntos más altos.
Por otra parte, es penoso para el varón hacer el papel del que rechaza y deniega mientras la mujer lo
corteja; y una noble dama que confiesa su pasión irradia un encantamiento incomparable a pesar de la
neurosis y la resistencia. Son las mociones de deseo más finas y de meta inhibida, de la mujer las que
conllevan el peligro de hacer olvidar la técnica y la misión médica a cambio de una hermosa vivencia.
Ella tiene que aprender de él a vencer el principio de placer, a renunciar a una satisfacción inmediata a
favor de otra más distante e incierta, pero intachable tanto en lo psicológico como en lo social. Debe
ser llevada a través de su desarrollo anímico y adquirir por aquel el plus de libertad anímica en virtud
del cual la actividad consciente se distingue de la inconsciente.

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