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Para el analista supone una indicación y una prevención contra una posible transferencia
recíproca, pronta a surgir en él.
Le demuestra que el enamoramiento del analizante depende exclusivamente de la situación
psicoanalítica y no puede ser atribuido en modo alguno a sus propios atractivos personales, por lo
cual no tiene el menor derecho a atribuirse esa “conquista”.
Para el paciente surge una alternativa o renuncia al tratamiento analítico o ha de aceptar, como
algo inevitable, un amor pasajero por el médico que lo trate.
La cura debe desarrollarse en la abstinencia, debemos dejar subsistir en los enfermos la
necesidad y el deseo como fuerzas que han de impulsarle hacia la labor analítica y hacia la
modificación de su estado. Mientras no queden vencidas sus represiones, su estado lo incapacita
para toda satisfacción real.
Debemos conservar la transferencia amorosa, pero la tratamos como algo irreal, como una
situación por la que se ha de atravesar en la cura que ha de ser referida a sus orígenes Inc. y que
ha de ayudarnos a llevar a la Cc del paciente los elementos más ocultos de su vida erótica,
sometiéndolos a su dominio Cc.
Este amor no se compone ni de un solo rasgo nuevo nacido de la situación actual, sino que se
compone en su totalidad de repeticiones y ecos de reacciones anteriores e incluso infantiles y nos
comprometemos a demostrárselo al paciente. La resistencia misma no crea este amor, sino que
lo encuentra y se sirve de él.
Este enamoramiento se compone de nuevas ediciones de rasgos antiguos y repite reacciones
infantiles, pero tal es el carácter esencial de todo enamoramiento. No hay ninguno que no repita
modelos infantiles.
El enamoramiento que surge en el tratamiento analítico: