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ESCUELA CÍNICA

1) Antístenes y los comienzos del cinismo.

En Apología de Sócrates Platón pone en boca de su maestro la profecía de que después


de su muerte los atenienses ya no tendrían que vérselas con él sino con todos sus
discípulos. De entre los socráticos menores (Jenofonte, Euclides, Antístenes, Aristipo y
Fedón) Antístenes fue la figura de mayor relevancia que vivió entre los siglos V y IV
a.c. Apenas conocemos de él unos cuantos fragmentos. Antístenes limitó al mínimo los
aspectos doctrinales y puso de relieve y radicalizó ciertas actitudes práctico-morales
socráticas: el autodominio y la autarquía. Así, el sabio no deberá vivir según las leyes de
la ciudad sino según la ley de la virtud. Su ética comporta un arduo trabajo: el sabio ha
de ser capaz de soportar fatigas, de combatir el placer y los impulsos, de renunciar a la
gloria y a la fama y de oponerse a las leyes de la ciudad.

Como vemos, Antístenes modificó el mensaje socrático en sentido antipolítico e


individualista. Fundó su escuela en el gimnasio de Cinosarges (perro ágil). Diógenes de
Sínope, el máximo exponente del cinismo era apodado “el perro”. El término cínico
proviene probablemente de la ubicación de la escuela; debemos tener en cuenta, a su
vez, que para los griegos el perro representaba el animal impúdico por excelencia. La
conducta exagerada de Diógenes hizo mella en la acepción del término cínico, que
acabó por designar al desvergonzado defensor de mentiras o acciones reprobables.

2) Diógenes y la radicalización del cinismo.1

La celebre frase de Diógenes busco al hombre resume el programa de dicho filósofo,


ya que éste supedita la felicidad humana a una práctica vital acorde con la auténtica
esencia y naturaleza humanas. Para Diógenes, la satisfacción de las exigencias de la
naturaleza humana suele estar “al alcance de la mano”. Así, las matemáticas, las
construcciones metafísicas, la astronomía o la física se vuelven inútiles para el cínico ya
que no satisfacen las necesidades elementales del hombre que para Diógenes radican en
la animalidad. De esta forma, el cinismo se convierte con Diógenes en un movimiento
anticultural.

La representación de Diógenes en un tonel se convirtió en un símbolo de lo poco que


el hombre necesita para vivir. Para el cínico su manera de vivir coincide con la libertad.
Cuanto más se eliminan las necesidades superfluas más libre se es. Los cínicos llevarán
la libertad hasta sus límites. En la libertad de palabra legaron al descaro y la arrogancia,
en la de acción, alcanzaron extremos licenciosos socavando los tabúes y costumbres
griegos en un intento de demostrar la no naturalidad de la forma de vida griega. Puesto
que la felicidad del hombre procede de su interior y no de fuera de él, los cínicos
profesaron la autarquía – bastarse a sí mismo- junto con la apatía y la indiferencia y así,
más que el dominio de los placeres perseguirán habituarse a su desprecio mediante el
ejercicio y la fatiga.

1
Las historias de la filosofía atribuyen tradicionalmente a Antístenes la fundación de la escuela cínica – tesis sostenida incluso por
algunos modernos como Zeller- . Sin embargo, aunque la serie Sócrates- Antístenes- Diógenes resulte inadmisible, o al menos
históricamente controvertida, ello no implica que no sea psicológicamente cierta (Ferrater-Mora). En cualquier caso, le
corresponderá a Diógenes de Sínope pasar a la historia como el máximo exponente de su escuela o movimiento. Diógenes fue
contemporáneo de Alejandro y la tradición nos dice que murió el mismo día que él, aunque no en Babilonia sino en Corinto.
Diógenes llevó hasta el límite las tesis de su maestro hasta el punto que fracturó la imagen clásica del hombre griego.
Unidad 10. ESTOICISMO

El sabio estoico considera posible alcanzar la felicidad, siempre que se viva de


acuerdo al “logos”, esto es, a la racionalidad plasmada en las leyes del destino que
gobierna la naturaleza. Vivir de acuerdo a la naturaleza es vivir de acuerdo a la razón,
pues lo natural es racional. El ideal estoico consiste pues en permanecer indiferente a
los únicos males, que son las pasiones humanas, y que son malas porque nos apartan
de la razón.

Así las cosas, el ideal ético estoico consiste en la “apatía” ; esta ausencia de
emociones y pasiones nos proporcionará la deseada imperturbabilidad de ánimo o
ataraxia y con ella los bienes deseados, la libertad, la paz de espíritu, la felicidad. El
sabio estoico que se libra de las pasiones es un hombre libre, aunque haya nacido
esclavo.

Puesto que la naturaleza está gobernada por principios racionales, hay buenas razones
para que todo sea como es. No podemos desear cambiarla y nuestra actitud ante la
muerte o cualquier tragedia personal debería ser de serena aceptación. La vida ideal
que aspira a la libertad y a la paz como bienes supremos, consistiría en la renuncia a
todos los deseos, a los plazeres positivos, físicos. El deseo es un enemigo del sosiego,
el sabio debe precaverse contra las sorpresas irracionales del sentimiento, de la
emoción, de la pasión.

O nada pueden los dioses o tienen poder. Si efectivamente no tienen poder, ¿por qué
suplicas? Y si lo tienen, ¿por qué no les pides precisamente que te concedan el no
temer nada de eso, ni desear nada de eso, ni afligirte por ninguna de esas cosas,
antes que pedirles que no sobrevenga o sobrevenga alguna de esas cosas?......
Empieza, pues, a suplicarles acerca de estas cosas, y verás. Éste les pide: «¿Cómo
conseguiré acostarme con aquélla?» Tú: «¿Cómo dejar de desear acostarme con
aquélla?» Otro: «¿Cómo me puedo librar de ese individuo?» Tú: «¿Cómo no desear
librarme de él?» Otro: «¿Cómo no perder mi hijito?» Tú: «¿Cómo no sentir miedo
de perderlo?» En suma, cambia tus súplicas en este sentido y observa los resultados.

Marco Aurelio (121-180 d.C). Meditaciones.


Ya que buscamos el placer solamente cuando su ausencia nos causa un sufrimiento.
Cuando no sufrimos no tenemos ya necesidad del placer.

Por ello decimos que el placer es el principio y el fin de la vida feliz. Lo hemos
reconocido como el primero de los bienes y conforme a nuestra naturaleza, él es el que
nos hace preferir o rechazar las cosas, y a él tendemos tomando la sensibilidad como
criterio del bien. Y puesto que el placer es el primer bien natural, se sigue de ello que no
buscamos cualquier placer, sino que en ciertos casos despreciamos muchos placeres
cuando tienen como consecuencia un dolor mayor. Por otra parte, hay muchos
sufrimientos que consideramos preferibles a los placeres, cuando nos producen un
placer mayor después de haberlos soportado durante largo tiempo. Por consiguiente,
todo placer, por su misma naturaleza, es un bien, pero todo placer no es deseable.
Igualmente todo dolor es un mal, pero no debemos huir necesariamente de todo dolor. Y
por tanto, todas las cosas deben ser apreciadas por una prudente consideración de las
ventajas y molestias que proporcionan. En efecto, en algunos casos tratamos el bien
como un mal, y en otros el mal como un bien.

A nuestro entender la autarquía es un gran bien. No es que debamos siempre


contentarnos con poco, sino que, cuando nos falta la abundancia, debemos poder
contentarnos con poco, estando persuadidos de que gozan más de la riqueza los que
tienen menos necesidad de ella, y que todo lo que es natural se obtiene fácilmente,
mientras que lo que no lo es se obtiene difícilmente. Los alimentos más sencillos
producen tanto placer como la mesa más suntuosa, cuando está ausente el sufrimiento
que causa la necesidad; y el pan y el agua proporcionan el más vivo placer cuando se
toman después de una larga privación. El habituarse a una vida sencilla y modesta es
pues un buen modo de cuidar la salud y además hace al hombre animoso para realizar
las tareas que debe desempeñar necesariamente en la vida. Le permite también gozar
mejor de una vida opulenta cuando la ocasión se presente, y lo fortalece contra los
reveses de la fortuna. Por consiguiente, cuando decimos que el placer es el soberano
bien, no hablamos de los placeres de los pervertidos, ni de los placeres sensuales, como
pretenden algunos ignorantes que nos atacan y desfiguran nuestro pensamiento.
Hablamos de la ausencia de sufrimiento para el cuerpo y de la ausencia de inquietud
para el alma. Porque no son ni las borracheras, ni los banquetes continuos, ni el goce de
los jóvenes o de las mujeres, ni los pescados y las carnes con que se colman las mesas
suntuosas, los que proporcionan una vida feliz, sino la razón, buscando sin cesar los
motivos legítimos de elección o de aversión, y apartando las opiniones que pueden
aportar al alma la mayor inquietud.

Epicuro. Carta a Meneceo.


El proceso PEACE

A continuación definimos el caso de Janet en términos del proceso PEACE.

Primero, el problema: Al enfrentarse al fracaso de su matrimonio, Janet tenía que


decidir si regresar a casa aquella noche e intentar hacer bien las cosas con su exigente
marido o irse a un hotel durante el fin de semana y pasar el tiempo reflexionando por
su cuenta.

Segundo, emociones: Janet sentía frustración, desesperación y rabia ante la


perspectiva de volver a casa. Sabía que no podía complacer realmente a Bob aunque
lo intentase con todas sus fuerzas y le resultaba difícil conciliar su éxito profesional
con su fracaso matrimonial. Además, Janet también sentía miedo y desesperación
ante la perspectiva de irse a un hotel. Esto podía indicar el principio del fin de su
segundo matrimonio; su primer matrimonio ya había fracasado por razones parecidas.
No quería que le marcase el estigma de ser incapaz de conservar un matrimonio.

Tercero, análisis: En su conversación conmigo, Janet explicó que sus padres, y en


particular su padre del que nunca había recibido ni aprobación ni reconocimiento, la
infravaloraban. En consecuencia, creía que no merecía el amor de su padre y de niña
suponía que esa falta de amor se debía a una tremenda deficiencia por su parte. Mi
colega Pierre Grimes llama pathologos a esta especie de falsa creencia sobre uno
mismo, creencia que infecta la capacidad de triunfar y, en su lugar, convierte el
propio fracaso en algo autosatisfactorio. El pathologos de Janet «no merezco el amor
de mi padre» se tradujo en sus sucesivos matrimonios en «no merezco el amor de mi
marido». Su pathologos la llevaba a casarse con el hombre equivocado y, lo que es
peor, a culparse a sí misma cuando el matrimonio fracasaba. Caía en la trampa que
ella misma había ideado. Las dos vertientes del dilema de Janet (volver a casa o irse a
un hotel) servían potencialmente para reforzar el pathologos: de cualquier modo no
recibiría el amor de su marido y, por tanto, se declararía indigna de él. El papel de
Sócrates, tal como se recoge en el diálogo de Platón Teeteto o sobre la ciencia, es el
de una comadrona filosófica. Todos estamos preñados de ideas y necesitamos una
comadrona para que nos ayude a darlas a luz. Pero la comadrona filosófica nos
ayuda, además, a diferenciar las ideas que nosotros hemos concebido de aquellas
otras (como el pathologos) que, disfrazadas de nuestras ideas, son en realidad unas
impostoras muy peligrosas.

Pero la mayor grandeza de mi arte es que puedo probar si la mente [...] está dando a
luz a una mera imagen, una impostura o un vástago real y auténtico.
PLATÓN

Cuarto, contemplación: Reconocer que sostienes falsas y destructoras creencias sobre


tí mismo es una cosa, y sustituirlas por creencias constructivas y verdaderas es otra
bien distinta. En general, no revocamos las convicciones hondamente arraigadas sólo
con conceptualizarlas de nuevo. Un pathologos se ve reforzado por la experiencia. El
único modo de revocarlo es acumular experiencia de otra calidad (guiado por
creencias constructivas sobre uno mismo) y sustituir el edificio de la autodestrucción,
ladrillo a ladrillo, por el de la autoafirmación. Esto se cumple literalmente día a día
(incluso hora a hora o minuto a minuto). El pathologos de Janet debía ser sustituido
por una creencia como: «Soy merecedora del amor de mi padre, pero él es incapaz de
amarme debido a sus problemas», lo cual la llevaría también a creer: «Soy
merecedora del amor de un marido, pero debo encontrar un marido que pueda
amarme.»

Al ejercitar esta nueva idea, Janet sería capaz de atraer a un marido que pudiera
amarla y la amara. Pero el primer paso es siempre el más difícil y requiere valor. El
pathologos se esconde como un viejo amigo y dejarlo atrás podría parecer una
descortesía. En realidad, es nuestro peor enemigo y debemos abandonarlo si
queremos llevar una vida plena.

Quinto, equilibrio: Ahora Janet comprendía no sólo que su impulso de irse a un hotel
era para protegerse a sí misma, sino también que tenía todo el derecho del mundo de
protegerse. Al estar algún tiempo sola, sin tener a nadie que le alimentara el ego en
exceso pero tampoco a nadie que se lo torturara, podría disfrutar del equilibrio de una
deliciosa soledad, necesaria para reconocer su propia valía, y en último término atraer
a quienes también la reconocieran.

Al final de nuestra sesión, Janet me dijo que le había dado mucho que pensar y que
ahora confiaba en su capacidad para tomar la decisión adecuada. Como mínimo,
sabía que ahora le sería posible detener ese «irremisible e infeliz camino hacia el
divorcio». Tal vez ahora incluso se encaminara felizmente hacia él. Aunque, desde
todos los aspectos, la mejor opción es un matrimonio duradero, en determinadas
ocasiones es preferible divorciarse por las razones correctas que seguir casado por las
razones equivocadas. Cuando uno empieza a descubrirse filosóficamente, la vida
puede cambiar.
LARRY

Larry también se debatía sobre el posible fin de su relación. Casado con Carol desde
hacía casi veinticinco años, tenía dos hijos ya mayores. Había sido fiel a su esposa
durante todos aquellos años y se enorgullecía del equipo que habían formado para
educar y criar a sus hijos. Ambos tenían carreras brillantes, aunque Carol trabajaba
desde casa y, durante muchos años, a media jomada para pasar más tiempo con sus
hijos. Larry respetaba a su esposa, pero ahora que sus polluelos habían abandonado el
nido, encontraba que ya no tenían demasiado en común.

Cuando Larry se acercó a Carol para hablar en serio sobre su compromiso, ella fue
muy clara: le dijo que no quería saber nada del tema y le sugirió que pagara a alguien
por escucharle. Uno de los motivos más importantes por los que se tiene una relación
sentimental es para participar en un continuo diálogo, de modo que la respuesta de
Carol demostraba que este elemento clave de su relación se había roto. Un hogar no
sólo es donde está la chimenea y donde te cobijas, sino también donde la gente se
interesa por lo que dices, se interesa por ti como ser humano, sin otras razones, y te
valora por lo que eres.

Larry nunca había ido al psiquiatra ni al psicólogo, e incluso le dolía la idea de


mantener una terapia prolongada. Entonces acudió a mí, tras proponérselo su esposa,
simplemente buscando a alguien con quien hablar mientras pensaba en si debía
dejarla. Definitivamente, no quería “hablar" sobre sus sentimientos y mucho menos
sobre su infancia o sus pautas de comportamiento. Como la mayoría de mis clientes,
buscaba a alguien que pudiera ayudarle a articular su visión del mundo (es decir, su
filosofía personal) y examinar sus elecciones para asegurarse de que las acciones que
emprendía eran acordes a sus creencias y valores. Esa tarea no siempre es tan sencilla
como parece.

Larry y Carol eran ambos personas fieles y con principios, y se percibían a sí mismos
moviéndose dentro de un marco ético responsable. No eran personas religiosas, pero
habían formulado sus propios preceptos morales y los cumplían. Ahora, mientras
Larry contemplaba la posibilidad de un final (el divorcio), que no tenía por qué estar
en consonancia con sus principios (el matrimonio es un compromiso de por vida), se
preguntaba a sí mismo si había llegado el momento de cambiar las reglas que tenía
por absolutas. Cuando obedecer a ciegas una regla empieza a infligirte dolor, tal vez
sea el momento de cambiarla.

Los votos matrimoniales suelen ser «hasta que la muerte nos separe», o sea,
vitalicios. Pero suponga que descubre, algún tiempo después de la luna de miel, que
se ha casado con un psicópata o un sádico que le ha engañado arteramente y que
puede hacerle daño de verdad o arruinar su vida. En ese peligroso caso, lo más
probable es que mantener los votos del matrimonio le hiciera más daño que
romperlos. Pensemos por un momento en un caso más trivial, cuando al discutir con
un hermano o un amigo íntimo uno espeta: «¡No pienso volver a hablarle nunca más
en la vida!» Al cabo de poco tiempo, echará de menos a esa persona, que también le
echará de menos a usted. Lo más seguro es que mantener la promesa de no volver a
hablarle le cause más dolor que romperla, así que le llama por teléfono.

El caso de Larry se encuentra entre esos dos extremos. Dos personas pueden
compartir un matrimonio de ensueño durante varios años, mientras aún crecen como
personas e intentan mantener sus promesas. Sin embargo, puede llegar el día en que
se les quede pequeño, en cuyo caso mantener el matrimonio sería más perjudicial que
disolverlo. Si es sólo un cónyuge el que se siente así, puede pasarlo realmente mal;
pero si ambos sienten lo mismo, que es lo más corriente, pueden conservar su amor y
abandonar su matrimonio. Creo que esto es lo que Larry y su esposa querían
conseguir.
Deber

Kant piensa que el deber moral debe cumplirse para uno mismo y que la moralidad
procede de la razón. Al igual que Kant, Larry era un moralista, por lo que las ideas de
Kant venían a Larry como anillo al dedo. Kant escribió sobre ciertos «deberes
perfectos» que tienen los humanos, y su lista de acciones que no hay que hacer nunca
(p. ej. mentir o matar) se parece a los Diez Mandamientos. También habla de los
«deberes imperfectos» que tenemos, uno de los cuales es mejorarnos a nosotros
mismos. A diferencia de los deberes perfectos, que son universales, los deberes
imperfectos son situacionales. Aplicados al caso de Larry, podría significar que,
aunque el matrimonio (una obligación mutua) es un compromiso formal que no debe
ser quebrantado, si ese sentimiento de obligación mutua ha cesado tal vez seguir
casados no beneficiaría a Larry ni a su esposa; así pues, se quebrantaría el «deber
imperfecto» por el cual ambos tenían que mejorarse a sí mismos.

Asegurarse la propia felicidad es un deber, al menos de una forma indirecta; el


descontento con la propia condición, bajo la presión de diversas ansiedades y en
medio de deseos insatisfechos, podría fácilmente convertirse en una gran tentación
para transgredir un deber. IMMANUEL KANT

Más Platón y menos Prozac. Lou Marinoff

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