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“TAN CERCA DE TI, Y MURIÉNDONOS DE SOLEDAD”

La comunicación, se refiere a un proceso íntimamente humano y se produce


en un contexto social de relaciones e interrelaciones, donde se cuenta con
el componente básico del lenguaje. Hablar de comunicación entre los
hombres es hablar de los hombres mismos, tal es nuestra naturaleza social
e interactiva. Curiosamente, gran parte de la comunicación se produce en
forma no-verbal, a pesar de que una característica distintiva de los seres
humanos sea precisamente el habla. Cuando hablamos de la comunicación,
se suele pensar automáticamente en la palabra, puesto que la expresión
verbal ha sido considerada, casi como el único “vehículo” significativo de
comunicación; sólo en décadas recientes se ha ahondado en lo que
constituye la comunicación no verbal y el análisis de sus correlaciones en el
lenguaje verbal.

Toda conducta humana es comunicación, es imposible no comunicarnos


porque no hay ausencia de conductas en las personas; cualquier tipo de
organización social, implica la comunicación en cualquiera de sus diversas
manifestaciones, después de todo, gran parte de la conducta del individuo
ocurre en un contexto social (familia, grupo, comunidad, empresa). La
comunicación implica un proceso de percepción del otro y de interrelación
que permite la opción de llegar a acuerdos y consensos para la convivencia.
No se trata meramente de enviar o recibir mensajes, sino también, de
asumir una actitud y una intencionalidad de conocimiento mutuo, de
retroalimentación.

“Los seres humanos no somos automáticamente, es decir no estamos programados


para la humanidad. La pantera nace pantera y no necesita de nadie para
convertirse en pantera; el melocotón llega a ser melocotón sin necesidad de pedirle
a nadie permiso para ser melocotón. Pero los seres humanos, nos hacemos
humanos los unos a los otros…Sólo un ser humano me puede convertir en un
humano a mí también. Sólo si trato a los demás como humano me humanizo yo
mismo”. (Fernando Savater.)

La asertividad como estrategia y estilo de comunicación, se convierte en


una habilidad que puede aprenderse como parte de un proceso amplio de
desarrollo emocional, vinculada con la alta autoestima. La asertividad
permite decir lo que uno piensa y actuar en consecuencia, haciendo lo que
se considera más apropiado para uno mismo, defendiendo los propios
derechos, intereses o necesidades sin agredir u ofender a nadie. “Cuando
atacamos a los demás, demostramos lo débiles que somos, o la ausencia e
incapacidad de nuestros argumentos”. La asertividad, es una “actitud
intermedia” entre dos extremos posibles: la pasividad o a la agresividad
frente a los demás. Una persona asertiva se evidencia: en la actitud
tolerante ante la diferencia, en la capacidad de aceptar los errores como
lecciones de vida, propone alternativas factibles de solución sin arrogancia
o ira, se encuentra segura de sí misma y asume con serenidad y criticidad
las posiciones intransigentes de los demás. Quien hace de la comunicación
asertiva un “hábito de vida”, en su lenguaje verbal y no verbal: favorece la
confianza en su capacidad expresiva, potencializa la autoimagen positiva,
genera bienestar emocional, promueve el respeto de los demás y
demuestra resultados eficaces en los servicios donde los procesos de
comunicación son ineludibles e indispensables.

He tenido la oportunidad a nivel personal y profesional, de evidenciar en


tantos ámbitos y escenarios humanos, entre ellos lamentablemente en los
servicios de salud; una actitud o hábito del mutismo, de la indiferencia, del
monólogo, de la omisión, de la negligencia, del desquite sutil a través de la
murmuración o la ironía. Y como todo hábito repetitivo se vuelve
costumbre, se adolece entonces de una “cultura cómplice y permisiva que
permeabiliza” el clima organizacional de tantas empresas o entidades
prestadoras del servicio de salud; donde tal vez se “mata al otro” al
negársele necesidades vitales para satisfacerse como humano: la palabra
oportuna que retroalimenta; el gesto que motiva y oxigena; el roce
epidérmico como terapia; la actitud humana que acompaña; la conducta
ética que respeta y contagia. Hace falta empatía, que es mirar la realidad
con los ojos del otro; si yo no comprendo “la mirada del paciente”, por más
experto que sea, no podré cuidar o sanar.

Hay una “metástasis” que esta invadiendo y dañando los procesos y


elementos que intervienen en la comunicación: (la percepción- los procesos
cerebrales y fisiológicos- los factores culturales- las situaciones); su
sintomatología es la mentira deliberada, los sesgos atencionales y
cognoscitivos, paradigmas o prejuicios que encasillan o rotulan,
interpretaciones subjetivas o amañadas para tranquilizar la conciencia, etc.
Es preponderante una “quimioterapia” o de lo contrario, caemos en la
contradicción, en falacia o los sofismas, en la paradoja de este siglo XXI:
“Autopistas más amplias, pero puntos de vista más estrechos. Más
conocimientos, pero menos discernimiento. Más medicina, pero menos
bienestar biopsicosocial. Hemos multiplicado nuestras posesiones, pero
relativizado nuestros principios y valores. Hemos aprendido cómo hacer
una vida, pero no a vivir. Hemos agregado años a la vida, pero no vida a
los años. Hemos partido el átomo, pero no nuestros prejuicios. Hemos
aprendido a acelerar procesos, pero no ha esperar. Hemos logrado mucho
en cantidad, pero poco en calidad. ¿No será tiempo de cambiar al menos
nosotros mismos y vivir lo que pensamos, en vez de pensar lo que
vivimos?”

Comunicarse no es simplemente hablar, pronunciar unas palabras o


sostener una conversación. Es mucho más que eso. Es despojarse de ese
orgullo solapado que hace creer que se es dueño de la verdad, de ese
cierto aire de superioridad intelectual que lleva a imponerle a los otros una
manera de pensar y de opinar, de ese sentimiento de “sabelotodo” que
lleva a despreciar las opiniones ajenas. Para poder entablar un verdadero y
fructífero diálogo hay que ser humildes. Hay que estar dispuestos a
reconocer que también los demás tienen su propia sabiduría y su propia
manera de aproximarse a la realidad e interpretarla. Pero no basta con ser
humildes; hay que estar atentos a la palabra del otro, hay que darle
importancia a sus argumentos, a sus ideas, criterios y opiniones. Nunca se
debe tomar posiciones radicales y defenderlas simplemente porque sí, o
porque no se puede ceder ni perder nada; esa posición es ridícula y acaba
con toda posibilidad de encuentro. No hay que hacer de la comunicación un
monólogo, una dictadura verbal, una imposición de ideas. El diálogo tiene
que ser un encuentro de tú a tú con los demás, en escenarios donde cabe la
diferencia, el debate crítico, la discusión argumentativa, la concertación de
ideas y las teorías que conlleven a una praxis transformadora. “Franqueza
no es decirlo todo, franqueza es decir la verdad y la verdad es humildad,
porque se dice con amor y con prudencia, sin hacer llorar a nadie.”

“Me pregunto cuál es la verdadera raíz del desprecio a la verdad. Creo que es el
desprecio a uno mismo. La verdad va del tal modo unida a la condición humana,
que el faltar deliberadamente a ella es lo más próximo al suicidio. El que miente a
sabiendas, está atentando contra sí mismo, se está hiriendo, mancillando,
profanando. Y, por supuesto, lo sabe. Por eso se puede advertir en el que miente-
intelectualmente, profesionalmente, o como sea- un inmenso descontento. Hay
una amargura, la más grave de todas, que no procede de lo que a uno le pasa, sino
de lo que se es.” (Julián Marías).

Tan cerca del otro y muriéndonos de soledad; porque nuestras palabras son
simples, nuestros gestos repetitivos, nuestras acciones monótonas.
Hablamos pero no llegamos; nos aproximamos pero no seducimos;
actuamos pero no atraemos. Nos estamos volviendo “comunes y
corrientes”; ya no hay fuerza, congruencia, apasionamiento en lo que
hacemos. Hemos dejado de ser extraordinarios porque nuestro trabajo o
servicio se volvió ordinario. Adolecemos, de un “virus oculto y silencioso”
que si no se detecta “mata el amor”: es la rutina y el miedo. No podemos
ser “pacientes terminales por patologías en la comunicación”; la afasia no
puede llegar a nuestros centros de atención a la salud.

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