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Si no actúas como piensas, vas a terminar pensando como actúas.

Blaise Pascal (1623-1662) Científico, filósofo y escritor francés.

LECTURA PARA LA PRUEBA SABER 11°


Imaginemos que nos encontramos en la siguiente situación: un vagón avanza desbocado por la vía del tren y
va a atropellar a cinco trabajadores ferroviarios. Tú te encuentras junto al cambio de agujas y ves que el
vagón sin conductor se acerca a toda velocidad. Si giras la aguja hacia la derecha puedes salvar en un
segundo la vida de los cinco trabajadores. El único inconveniente es que, si el vagón gira a la derecha,
atropellará a otro trabajador, pero solamente a uno. ¿Qué harías?

¡Alto! Antes de contestar debes plantearte una segunda pregunta. De nuevo nos las vemos con el vagón sin
conductor, que vuelve a acercarse a toda velocidad hacia los cinco trabajadores. Pero esta vez no te
encuentras en el cambio de agujas, sino en un puente que pasa sobre la vía. Buscas algo que poder lanzar a
la vía del tren para detener el vagón. A tu lado se encuentra un hombre gordo. La barandilla del puente no
es alta. Sólo tendrías que situarte detrás de ese hombre y empujarlo con fuerza. Su pesado cuerpo detendría
el vagón y de este modo se salvarían los cinco trabajadores. ¿Lo harías?

Marc Hauser, un psicólogo de la universidad de Harvard, de Boston, ha planteado estas dos preguntas a más
de 300.000 personas. Colgó su cuestionario en internet para que los internautas respondieran qué harían si
se encontrasen en las dos situaciones descritas. Hauser utilizó el mismo cuestionario en Estados Unidos y
China, e incluso planteó las preguntas a individuos de pueblos nómadas. Preguntó a niños y adultos, ateos y
creyentes, mujeres y hombres, trabajadores y universitarios. El sorprendentes resultado fue el siguiente: las
respuestas eran casi siempre las mismas, con independencia de la religión, edad, sexo, formación y país de
procedencia de los sujetos de prueba.

¿Cuáles fueron las respuestas?

Pregunta 1: casi todas las personas encuestadas girarían la aguja; sacrificarían una vida para salvar otras
cinco.

Pregunta 2: sólo una de cada seis personas empujaría al hombre del puente para salvar la vida de los cinco
trabajadores; la gran mayoría no lo hará.

¿No es un resultado curioso? Tanto si giro la aguja como si empujo al hombre, ¡el resultado es el mismo! Un
hombre muerte y de este modo otros cinco se salvan. Desde el punto de vista del balance de los muertos y
los supervivientes, no hay ninguna diferencia, y, sin embargo, parece que sí hay una. Es obvio que no es lo
mismo asumir la muerte de una persona que provocar personalmente esa muerte. Desde el punto de vista
psicológico, supone una diferencia considerable el hecho de que mi responsabilidad en la muerte de un ser
humano sea activa o pasiva. En el primer caso tengo la sensación de cometer un asesinato, aun cuando ello
sirva para salvar la vida de otras personas; en el segundo, se trata más bien del sentimiento de manipular el
destino. En nuestro sentimiento, la acción activa y la omisión pasiva están separadas por un abismo. Y no
deja de ser revelador que los códigos penales de casi todos los países distingan con mucha precisión entre
los delitos por acción y por omisión.

Desde el punto de vista moral, la acción activa es considerada algo distintos de, por ejemplo, dar una orden
o una instrucción. Los soldados que lanzaron las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki jamás lo acabaron de
digerir anímicamente; sus superiores jerárquicos, hasta el presidente Truman, que fue quien tomó la
decisión de lanzar las dos bombas atómicas, tuvieron menos problemas de conciencia. Distinguimos entre
los daños intencionados y los previstos, del mismo modo en que diferenciamos entre las acciones directas y
las indirectas, Y la mayoría de las persona considera que el daño causado de forma directa es más
reprobable que el que se ocasiona sin ningún contacto. Resulta más fácil apretar un botón para matar a
alguien que clavarle un cuchillo en el corazón. Cuanto más abstracta sea una acción brutal, tanto más fácil
parece cometerla.

M. Hauser, no obstante, todavía saca más conclusiones de su cuestionario. Que la mayoría de los seres
humanos, al enfrentarse a una misma situación, la enjuicien moralmente de un modo muy parecido y actúen
de igual forma ¿no es una prueba de que en cada uno de nosotros existe un sustrato moral general que
atraviesa las distintas culturas? ¿No disponemos todos del mismo reglamento? ¿No nos ceñimos todos en
cierto modo a los mismos principios como: “¡Sé justo!”, “¡No hagas daño a nadie!” o “¡Actúa de forma
pacífica!”? Hauser está convencido de que en el interior de cada uno de nosotros existen reglas morales.
Puesto que normalmente los seres humanos no somos conscientes de estas reglas, éstas no pueden
transmitirse por la educación, sino que deben estar programadas en nuestros genes y son interiorizadas
durante los primeros años de vida. Hauser supone que adquirimos el sentido moral de una forma parecida a
como adquirimos el lenguaje. Como Noam Chomsky ha demostrado, en el cerebro existe una gramática
universal a partir de la cual cada niño desarrolla su lengua materna en virtud de la influencia del medio. La
primera lengua no la aprendemos, sino que la adquirimos, del mismo modo en que crecen nuestros brazos.
Según Hauser, en lo que se refiere a la moral sucede algo parecido: existe una especie de gramática
profunda que nos ayuda a apropiarnos de forma estructurada de la moral de cada medio social. Según esta
teoría, cada ser humano nace con un sentido para el bien y el mal, con un “instinto moral”. No sólo
aprendemos las buenas costumbres y la decencia gracias a las enseñanzas de las religiones y los sistemas
jurídicos, de los padres y los maestros, sino que ya hemos nacido con un sentido para estas cosas. Este
sentido es el que nos permite determinar, sin que nos tengamos que romper la cabeza, si una acción es
buena o mala. Incluso un delincuente, en su fuero interno, casi siempre sabe muy bien lo que es
moralmente correcto e incorrecto.

¿Está Hauser en lo cierto? ¿Han encontrado los psicólogos con sus pruebas la clave de la moral instintiva, esa
moral que escapa a los filósofos con sus imperativos y leyes abstractas y a los neurólogos con sus escáneres
de resonancia magnética? Kant despreciaba los sentimientos, pues aspiraba a instaurar una moral que
funcionara sin ellos. Los sentimientos, razonaba el filósofos, no son una buena compañía para la razón, ya
que enturbian nuestro juicio moral, lejos de hacerlo posible. La teoría de los sentimientos morales de Hauser
afirma lo contrario. Las emociones, según éste, no son necesariamente instintos inferiores, sino que también
conducen a sentimientos nobles. Para estar del todo seguro de que en cada persona sana y normal existe
ese sentido moral, Hauser recurrió a la ayuda de Antonio Damasio con quien examinó a pacientes con
lesiones en la región v entro medial del lóbulo frontal, es decir, a personas que presentaban lesiones
parecidas a las de Phineas Gage. También a estas personas se les plantearon los dilemas del ejemplo del
vagón de tren descontrolado, y el resultado fue claro e inequívoco. Como la mayoría de las personas sanas,
los pacientes lesionados afirmaron que moverían la palanca para salvar a los cinco trabajadores, pero, a
diferencia de ellas, los sociópatas con el síntoma de Phineas Gage también se mostraron dispuestos, sin
ningún asomo de duda, a empujar al hombre gordo del puente. Mientras que las otras personas se sentían
reprimidas por un instinto moral intuitivo, estos pacientes, que al parecer carecían de sentimiento moral,
enjuiciaban la situación únicamente con la razón.

Si confiamos en esta prueba, hay que concluir que el sentido moral intuitivo se encuentra en el lóbulo
frontal humano. En este lóbulo, que está escondido en la región ventromedial, se hallaría la gramática
universal innata de la moral. No obstante, antes de suscribir este extremo, debemos plantear unas cuantas
objeciones importantes. En primer lugar, la primera pregunta de la prueba plantea una situación clara e
inequívoca, mientras que en la segunda pregunta no ocurre lo mismo. Imaginemos de nuevo que nos
hallamos en el puente junto al hombre gordo que debemos empujar para detener el vagón. Si el hombre nos
da la espalda, empujarlo nos parece relativamente fácil, pero si nos mira a la cara, nos resultará mucho más
difícil. ¿Eses hombre nos es antipático? Bien, entonces no nos costará empujarlo. ¿Es simpático y agradable,
nos muestra una sonrisa amable? En tal caso, seguramente no lo empujaremos. Aunque nada de eso
contradice la teoría de Hauser sobre el instinto moral, sin duda la vuelve más compleja, pues nuestros
sentimientos personales de simpatía y antipatía afectan a nuestra moral intuitiva.

Sobre el ejemplo del cambio de agujas puede decirse lo mismo. Cinco de cada seis encuestados afirmaron
que dejarían que un trabajador fuera atropellado para salvar a otros cinco. Hasta aquí, todo bien. Pero ¿qué
ocurriría si uno conoce al trabajador que debe sacrificar, si es un buen amigo suyo? ¿También moverá
entonces la palanca? ¿Qué ocurriría si en la otra vía no estuviera un trabajador, sino la madre de uno, su
hermano, hijo o hija? ¿Quién movería en tal caso la palanca? ¿Quién giraría la aguja si tuviera que elegir
entre cinco trabajadores adultos por un lado y un niño que estuviera jugando en el otro lado? En el otro
ejemplo, seguramente muchos estudiantes empujarían puente abajo a su odiado profesor de matemáticas
para salvar la vida de los trabajadores ferroviarios.

En el segundo caso todavía intervienen otros aspectos que no tienen nada que ver con los instintos. Y es
que, si empujo al hombre gordo, ¿quién me asegura que va a caer en la vía? Y, si efectivamente cae en la vía,
¿puedo estar seguro de que va a detener el tren? ¿Qué pasaría si no fuera así? En tal caso, no sólo morirían
los cinco trabajadores, sino que además yo habría cometido un asesinato. ¿Quién creería que lo hice con
buena intención? Todas estas preguntas son importantes para mi actuación; y no son el resultado de largas
meditaciones, sino que cruzan mi mente a la velocidad del rayo. Son algo así como reflejos sociales y
culturales que se han formado por la experiencia de la vida.

La disposición genética y el saber cultural no se pueden distinguir tan fácilmente, pues ambas, cosas
interactúan de forma inseparable. El hecho de que miembros de distintas culturas respondan igual a los
dilemas planteados por el experimento de Hauser no demuestra necesariamente que las ideas morales sean
congénitas. También podría ser que las ideas morales se hayan desarrollado de forma muy parecida en las
diversas culturas porque en todas partes hayan resultado ser buenas o, cuando menos, ventajosas. No sólo
no se puede determinar si las ideas morales son “innatas” o “adquiridas”, sino que no se puede diferenciar
claramente entre lo innato y lo adquirido. Por ejemplo, muchos niños y adolescentes que habían sido
educados en la época de Hitler, una vez convertidos en miembros de la SS no tuvieron ningún escrúpulo a la
hora de matar a otras personas, incluidas mujeres indefensas y niños pequeños. Al igual que sucede con el
aprendizaje del lenguaje, al nacer no poseemos los sentimientos morales de forma completa y acabada. No
venimos al mundo equipados con valores, sino sólo con un plan educativo que estipula qué informaciones
podemos recibir y con algunas condiciones previas que determinan cómo podremos organizar esas
informaciones.

La diversidad de las ideas morales muestra de cuán distintas maneras puede emplearse esta facultad moral.
El derecho de propiedad, la moral sexual, los preceptos religiosos y los modales han presentado y presentan
formas tan diversas que se hace difícil decir qué es típicamente “humano”. También en nuestra sociedad
coexisten muchos matices: la moral cotidiana, la moral de convicción, la moral de responsabilidad, la moral
de clase, la moral de contrato, la moral maximalista y minimalista, la moral inicial, la moral de control, la
moral masculina y femenina, la moral de empresa, la moral para directivos, para feministas y para teólogos.
Cada vez que la sociedad reconoce que tiene un nuevo problema, el próximo correo trae una nueva moral.
No obstante, todas las morales nuevas se basan en los mismos valores de siempre: apelan a la conciencia,
claman responsabilidad, exigen más igualdad, democracia y fraternidad entre hombres y mujeres.

Quien piensa de forma moral separa el mundo en dos ámbitos: el de lo que aprueba y el de lo que
desaprueba. Durante más de dos milenios los filósofos no han escatimado esfuerzos por encontrar pruebas
irrefutables que cimentaran definitivamente estos criterios de aprobación y desaprobación. El resultado de
este proceso da que pensar: por un lado, la influencia filosófica de siglos creó un sistema moral moderno
que se plasmó en el sistema jurídico burgués; por otro, esta construcción (al menos en Alemania) fue tan
frágil que durante el nacionalsocialismo se pudo suprimir de un plumazo sin provocar grandes protestas
morales. Según todas las apariencias, el progreso moral en una sociedad se produce, más que por la razón,
mediante la sensibilización de amplios sectores de la población respecto a ciertos problemas. El motor de los
progresos sociales es el afecto. O, tal como lo ha formulado el filósofo norteamericano R. Rorty: “El progreso
moral no [...] depende de que la gente se eleve por encima de los sentimientos y llegue a la razón. Asimismo
tampoco se basa en que la gente, en lugar de seguir remitiéndose a instancias provinciales viles y corruptas,
apele a un tribunal superior de justicia que dicte sentencia conforme a una ley moral ahistórica, desligada de
todo lugar y de toda frontera cultural”.

Podemos, entonces, extraer la siguiente conclusión: el hombre es un animal capacitado para obrar
moralmente. La facultad moral es innata, pero resulta difícil determinar en qué medida lo es. El cerebro de
los primates ofrece la posibilidad de ponerse en el lugar de los otros, como también ofrece recompensas
(neuroquímicas) para las “buenas” acciones. La conducta ética, compuesta de sentimientos y de reflexiones,
es un fenómeno de altruismo complejo. Aunque le pese a Kant, lo existe ninguna “ley moral” en el ser
humano que lo obligue a ser bueno. Si se ha llegado a formar la conducta moral, ha sido porque a menudo
ha demostrado ser ventajosa para el individuo y para el grupo. El grado en que cada individuo obre
moralmente depende en gran medida de la propia dignidad, y ésta a su vez depende de la educación que
cada cual haya recibido.

(Precht. R. DLos medios de comunicación son importantes agentes de socialización: los periódicos, la radio y
la televisión, las revistas ilustradas, los cómics, etc., transmiten imágenes, palabras o textos cuyos
contenidos suelen reforzar los valores dominantes en la sociedad sobre la edad, el sexo, el éxito, el dinero,
etc. Es cierto que entre los derechos humanos fundamentales está la libertad de expresión, pero como todas
las demás, tiene sus límites. Significa que toda censura es en principio indeseable, pero también lo es la
impunidad total de la palabra o de la imagen. Un discurso racista, o una imagen sexista, no son solamente
una incitación al racismo y al sexismo, sino que son en sí mismos actos racistas o sexistas, y por lo tanto
éticamente condenables. La libertad de expresión tiene, pues, límites éticos: el respeto de la dignidad de las
personas, de su intimidad (un nuevo derecho humano) y la búsqueda de la verdad.

Otro problema ético relacionado sobre todo con la televisión es el poder. Cada medio selecciona la
información y hace un resumen simplificado de la realidad diaria, ¿cómo? Amputando hechos, contando
medias verdades, exagerando unas noticias, interpretando las imágenes de forma parcial, o simplemente
dejando de informar sobre tal o cual hecho, Y la noticia que no es seleccionada, deja de existir para el gran
público. Un medio de comunicación tiene, pues, mucho poder (le llaman el Cuarto Poder) porque puede
desinformar más que informar. Una ética de los medios, que vele por el respeto del público y por la
veracidad de la información, ha producido ya en algunos países sus resultados: se han creado (en Francia y
en el Reino Unido) Comités Audiovisuales independientes del estado y de las empresas privadas que vigilan
los contenidos televisivos y emiten recomendaciones que deben cumplirse:

“Para la mayoría de la población, la comunicación es aquello que dicta lo que existe y lo que no existe; una
cosa pasa a existir o deja de existir según sea o no transmitida” (Fundación Óscar Romero.). ¿Quién soy
yo...y cuántos? Editorial Ariel. Barcelona. 2015)

De forma periódica se acusa a los medios de comunicación de manipular a la opinión pública. Manipular
significa “mover los hilos” detrás del telón, maneras ocultas de persuadir a otros sin que se den cuenta. En la
manipulación, el manipulado no es consciente de que lo es y actúa creyendo que lo hace por propia
iniciativa. ¿Por qué es condenable la manipulación? Intentar influir en el comportamiento de otro no es
malo en sí mismo: es el fin que persiguen padres y maestros. La diferencia es que el manipulador pretende
anular la voluntad del otro, y sobre todo ocultar su influencia. En este sentido, seleccionar tal noticia y no
otra, o emitir tal o cual imagen, son formas de influir en nuestra forma de ver las cosas y anular nuestra
capacidad crítica. Por ejemplo: un noticiario dice que nuestro país es un país rico y avanzado, pero “olvida”
informar que en España hay 8 millones de pobres.
La publicidad es el ejemplo más claro de influencia directa sobre el público con el único fin de que consuma
aquello que se anuncia, sea o no de calidad. Para ello se vale de imágenes estereotipadas de hombres y
mujeres que transmiten valores típicamente mercantiles: comodidad, ahorro de tiempo, agresividad,
competencia, consumo frenético, etc.

ACTIVIDADES:

1.Dí cuál es tu programa de televisión preferido y explica en qué consiste y por qué te gusta. Luego intenta
verlo desde una posición crítica.

2.¿Qué entiendes por “manipulación informativa”?

3.¿Crees que la publicidad condiciona tu forma de vestir, de comer, de relacionarte o de consumir? Razona
tu respuesta con algún ejemplo.

4.¿Puedes imaginar un mudo sin publicidad? ¿Cómo lo ves?

5. ¿Crees que limitar la libertad de expresión tiene el mismo peso y significado en una dictadura que en una
democracia? Argumenta tu respuesta.

6.¿Crees que hay alguna relación entre el discurso sexista y la inseguridad de las mujeres en casa y en la
calle?

7.Lee la cita de la Fundación Óscar Romero. Di si crees que es cierta y por qué.

8. Busca información en internet sobre la Fundación Óscar Romero.

La ética aplicada que plantea mayores interrogantes es la bioética. La bioética, palabra compuesta de bios-
vida en griego- y ética, nacía en América a principios de los años ochenta y se proponía reflexionar sobre los
retos que plantean hoy los avances de la biología y de la medicina en materia de procreación humana. La
bioética incorpora así una doble vertiente: una científica, interesada por la eficacia y el progreso de las
tecnologías, y otra ética, preocupada por la responsabilidad de los científicos y de la población hacia la
humanidad futura. Los principios éticos en que se basa la bioética son el respeto de la vida y el principio de
autodeterminación de la persona, dos principios éticos que apelan a una gestión responsable de la vida y de
la persona humana. Son derechos humanos, “de una tercera generación” que se abren camino lentamente.

Los principales campos de la bioética son:

*El control de la reproducción. Para combatir la esterilidad surgieron técnicas de procreación médicamente
asistida o procreación artificial (PA) que han cambiado el rostro del nacimiento: la inseminación artificial y la
procreación in vitro abren un campo de reflexión sobre los límites de la experimentación y de las prácticas
más habituales. Es el caso, por ejemplo, de las dos madres biológicas, una ovular y otra uterina (o madre de
alquiler): el óvulo de una mujer estéril se implanta en el útero “alquilado” de otra mujer fértil para que ésta
dé a luz el hijo deseado por la primera.

*El poder sobre el sistema nervioso. La expansión de la neurociencia, así como muchos proyectos
farmacológicos, plantean también problemas éticos importantes. La cirugía del cerebro, o psicocirugía, se
practica desde 1935 para corregir problemas psicológicos graves. Pero ¿pueden cambiar el cerebro, y con él
la personalidad? La ética debe controlar a quienes controlan esas técnicas. Si el genio genético se convirtiera
en un arma para descartar a los más débiles (eugenesia), la psicocirugía podría constituir un atentado contra
la persona humana.

*El control de la herencia. Los métodos que permiten modificar el material genético (vegetal, animal y
humano) nacieron en 1971 en California. Se trata de técnica capaces de transferir material genético de un
ser a una célula de otro ser. Al principio se utilizaron con fines terapéuticos, o para corregir problemas
graves. Como un trasplante más. Pero otra cosa muy distinta es la investigación dirigida a transformar la
totalidad del individuo, del animal o de la planta. Es el caso, por ejemplo, de los alimentos transgénicos
(alimentos u órganos animales y vegetales obtenidos mediante introducción de genes de otras especies) y
de la clonación, una técnica muy reciente practicada hasta ahora sólo en animales (el resultado más famoso
es la oveja Dolly) y que permite producir dos seres genéticamente idénticos, como fotocopias que pueden
reproducirse sin cesar.

Todas ellas son prácticas científicas que plantean preguntas como ¿y si se modificara el patrimonio
hereditario para condicionar toda la especie? ¿Y si fuera una forma de producir en serie una raza de
esclavos, o de superhombres? ¿Y si los alimentos que ingiramos en el futuro implicaran una peligro
irreversible para la salud? En el fondo está el miedo a la eugenesia, doctrina social y médica que busca
seleccionar y mejorar la especie- o la raza- y eliminar las “impuras” o deficientes. De triste memoria bajo el
nazismo y en la guerra de Bosnia, la eugenesia pretende esterilizar a ciertos grupos humanos considerados
indeseables.

“La biología ha pasado de ser una disciplina dedicada al estudio pasivo de la vida a poder alterar la vida a su
capricho. La principal pregunta es si existe alguna justificación médica para producir clones humanos” (José
María Mato, miembro del Comité internacional de Bioética de la Unesco.)

La pretensión de resolver todos los problemas éticos y humanos por medio de la ciencia o de la técnica se
llama cientifismo. Para el cientifismo, todo lo que no sean hechos, y coas que se puedan tocar, medir o pesar
no es válido. Pero reducir todo conocimiento válido al conocimiento científico oculta el núcleo ético y
humano de los problemas. Algunos de los principios y nuevos derechos que la ética propone en estos
campos son:

-El respeto de la persona (“prohibido tocar mi cuerpo sin mi permiso”);

-la responsabilidad de quienes actúan sobre el cuerpo humano, sobre todo en aquellos procesos que puedan
ser irreversibles;

-la justicia, para evitar que ricos y pobres se enfrenten al problema de forma desigual, puesto que la pobreza
lleva a muchas personas a vender sus órganos, su útero o su sangre, que sólo los ricos pueden pagar.

Estos y otros problemas han llevado a las Naciones Unidas y a la Unesco a promulgar en diciembre de 1998
la Declaración Universal sobre el Genoma Humano y los Derechos Humanos, que obliga a legislar sobre estas
materias dentro de unos límites éticos. Entre otras recomendaciones, la Declaración estipula que:

-El patrimonio genético de los seres humanos no puede estar sometido a criterios comerciales.

-Ninguna investigación en las esferas de la biología, la genética y la medicina podrá prevalecer sobre el
respeto de los derechos humanos, las libertades y la dignidad.

-Para aceptar o no una experimentación terapéutica se exigirá el consentimiento del paciente y se


controlará la manera cómo se obtiene y la calidad de la información dada a los enfermos que participen en
experimentos.

-Se deberán prohibir las prácticas contrarias a la dignidad humana, como la clonación con fines de
reproducción de seres humanos.

ACTIVIDADES:
1¿Crees que la clase médica tiene excesivo poder en materia de procreación humana? Argumenta tu
respuesta.

2. Con ayuda de un diccionario, explica qué es la eugenesia y por qué se la considera peligrosa.

3. En tu opinión, ¿cuál es la diferencia entre sexualidad y reproducción?

4. ¿Qué sabes de la fecundación in vitro y de la inseminación artificial?

5. Muchas personas creen que cuando, mediante pago, se utiliza a otra mujer (su útero) como un medio
para producir un hijo deseado, de hecho se está “comerciando” con la vida de ese hijo. ¿Podrías colocarte
en la situación de ambas madres y valorar moralmente la situación?

6.¿Crees que es exagerado afirmar que la compra de órganos, o de sangre, puede beneficiar más a los ricos?
Argumenta tu respuesta.

7. Imagina y elabora una ética aplicada para el profesorado y el alumnado del centro.

La ciudad de Dios, libro XIX, capítulo XII

La paz, aspiración suprema de los seres

Quienquiera que repare en la cosas humanas y en la naturaleza de las mismas, reconocerá conmigo que, así
como no hay nadie que no quiera gozar, así no hay nadie que no quiera tener paz. En efecto, los mismos
amantes de la guerra no desean más que vencer, y, por consiguiente, ansían llegar guerreando a una paz
gloriosa. Y ¿qué es la victoria más que la sujeción de los rebeldes? Logrado este efecto, llega la paz. La paz
es, pues, también el fin perseguido por quienes se afanan en poner a prueba su valor guerrero presentando
guerra para imperar y luchar. De donde se sigue que el verdadero fin de la guerra es la paz. El hombre, con
la guerra, busca la paz; pero nadie busca la guerra con la paz. Aun los que perturban la paz de intento, no
odian la paz, sino que ansían cambiarla a su capricho.

Su voluntad no es que haya paz, sino que la paz sea según su voluntad. Y si llegan a separarse de otros por
alguna sedición, no ejecutan su intento si no tienen con sus cómplices una especie de paz. Por eso los
bandoleros procuran estar en paz entre sí, para alterar con más violencia y seguridad la paz de los demás. Y
si hay algún salteador tan forzudo y enemigo de compañías que no se confíe y saltee y mate y se dé al pillaje
él solo, al menos tiene una especie de paz, sea cual fuere, con aquellos a quienes no puede matar y a
quienes quiere ocultar lo que hace. En su casa procura vivir en paz con su esposa, con los hijos, con los
domésticos, si los tiene, y se deleita en que sin chistar obedezcan a su voluntad. Y si no se le obedece, se
indigna, riñe y castiga, y si la necesidad lo exige, compone la paz familiar con crueldad. Él ve que la paz no
puede existir en la familia si los miembros no se someten a la cabeza, que es él en su casa. Y si una ciudad o
pueblo quisiera sometérsele como deseaba que le estuvieran sujetos los de su casa, no se escondiera ya
como ladrón en una caverna, sino que se engallaría a vista de todos, pero con la misma cupididad y malicia.
Todos desean, pues, tener paz con aquellos a quienes quieren gobernar a su antojo. Y cuando hacen la
guerra a otros hombres, quieren hacerlos suyos, si pueden, e imponerles luego las condiciones de su paz.

Todos, incluso los animales, aspiran a la paz

Ruinas de Hierapolis

Supongamos a uno descrito con las pinceladas de la fábula y de los poetas. Quizá por su invariable fiereza
prefirieron llamarle semihombre a hombre. Su reino sería la espantosa soledad de un antro desierto, y su
malicia tan enorme, que recibió el nombre griego xaxos (malo). Sin esposa con quien tener charlas
amorosas, ni hijos pequeñitos que alegraran sus días, ni mayores a quienes mandara. No gozaba de la
conversación de algún amigo, ni siquiera de Vulcano, su padre, más feliz al menos que este dios, porque él
no engendró otro monstruo semejante. Lejos de dar nada a nadie, robaba a los demás cuando y cuanto
podía y quería. Y, sin embargo, en su antro solitario, cuyo suelo, según el poeta, siempre estaba regado de
sangre, sólo anhelaba la paz, un reposo sin molestias ni turbación de violencia o miedo. Deseaba también
tener paz con su cuerpo, y cuanta más tenía, tanto mejor le iba. Mandaba a sus miembros, y éstos
obedecían. Y con el fin de pacificar cuanto antes su mortalidad, que se revelaba contra él por la indigencia y
el hambre, que se coligaban para disociar y desterrar el alma del cuerpo, robaba, mataba y devoraba. Y
aunque inhumano y fiero, miraba, con todo, inhumana y ferozmente por la paz de su vida y salud. Si quisiera
tener con los demás esa paz que buscaba tanto para sí en su caverna y en sí mismo, ni se llamara malo, ni
monstruo ni semihombre. Y si las extrañas formas de su cuerpo y el torbellino de llamas vomitado por su
boca apartó a los hombres de su compañía, era cruel no por deseo de hacer mal, sino por necesidad de vivir.
Mas éste no ha existido o, lo que es más creíble, no fue tal cual lo pinta el poeta, porque, si no alargara tanto
la mano en acusar a Caco, serían pocas las alabanzas de Hércules. Este hombre, o por mejor decir, este
semihombre, no existió, como tantas otras ficciones de los poetas. Porque aun las fieras más crueles -y éste
participó también de esa fiereza, se llamó semifiera- custodian la especie con cierta paz, cohabitando,
engendrando, pariendo y alimentando a sus hijos, a pesar de que con frecuencia son insociables y solívagas,
son no como las ovejas, los ciervos, las palomas, los estorninos y las abejas, sino como los leones, las
raposas, las águilas y las lechuzas. ¿Qué tigre hay que no ame blandamente a sus cachorros y, depuesta su
fiereza, no los acaricie? ¿Qué milano, por más solitario que vuele sobre la presa, no busca hembra, hace su
nido, empolla los huevos, alimenta sus polluelos y mantiene como puede la paz en su casa con su
compañera, como una especie de madre de familia? ¡Cuánto más es arrastrado el hombre por las leyes de
su naturaleza a formar sociedad con todos los hombres y a lograr la paz en cuanto esté de su parte! Los
malos combaten por la paz de los suyos, y quieren someter, si es posible, a todos, para que todos sirvan a
uno solo. ¿Por qué? Porque desean estar en paz con él, sea por miedo, sea por amor. Así, la soberbia imita
perversamente a Dios. Odia bajo él la igualdad con sus compañeros, pero desea imponer su señorío en lugar
de él. Odia la paz justa de Dios y ama su injusta paz propia. Es imposible que no ame la paz, sea cual fuere. Y
es que no hay vivir tan contrario a la naturaleza que borre los vestigios últimos de la misma.

La paz es indispensable incluso en aquello que no tiene orden

El que sabe anteponer lo recto a lo torcido, y lo ordenado a lo perverso, reconoce que la paz de los
pecadores, en comparación con la paz de los justos, no merece ni el nombre de paz. Lo que es perverso o
contra el orden, necesariamente ha de estar en paz en alguna, de alguna y con alguna parte de las cosas en
que es o de que consta. De lo contrario, dejaría de ser. Supongamos un hombre suspendido por los pies,
cabeza abajo. La situación del cuerpo y el orden de los miembros es perverso, porque está invertido el orden
exigido por la naturaleza, estando arriba lo que debe estar naturalmente abajo. Este desorden turba la paz
del cuerpo, y por eso es molesto. Pero el alma está en paz con su cuerpo y se afana por su salud, y por eso
hay quien siente el dolor. Y si, acosada por las dolencias, se separara, mientras subsista la trabazón de los
miembros, hay alguna paz entre ellos, y por eso aún hay alguien suspendido. El cuerpo terreno tiende a la
tierra, y al oponerse a eso su atadura, busca el orden de su paz y pide en cierto modo, con la voz de su peso,
el lugar de su reposo. Y, una vez exánime y sin sentido, no se aparta de su paz natural, sea conservándola,
sea tendiendo a ella. Si se le embalsama, de suerte que se impida la disolución del cadáver, todavía une sus
partes entre sí cierta paz, y hace que todo el cuerpo busque el lugar terreno y conveniente y, por
consiguiente, pacífico. Empero, si no es embalsamado y se le deja a su curso natural, se establece un
combate de vapores contrarios que ofenden nuestro sentido. Es el efecto de la putrefacción, hasta que se
acople a los elementos del mundo y retorne a su paz pieza a pieza y poco a poco. De estas transformaciones
no se sustrae nada a las leyes del supremo Creador y Ordenador, que gobierna la paz del universo. Porque,
aunque los animales pequeños nazcan del cadáver de animales mayores, cada corpúsculo de ellos, por ley
del Creador, sirve a sus pequeñas almas para su paz y conservación. Y aunque unos animales devoren los
cuerpos muertos de otros, siempre encuentran las mismas leyes difundidas por todos los seres para la
conservación de las especies, pacificando cada parte con su parte conveniente, sea cualquiera el lugar, la
unión o las transformaciones que hayan sufrido.

(San Agustín: La ciudad de Dios. B.A.C., Madrid)

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