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Estados Unidos (1945 – 1970)

Eisenhower se negó a seguir el ejemplo de Truman y a actuar enérgicamente como presidente para solucionar
el problema racial. El comité de derechos civiles creado por Truman, en su informe To secure these rights, de
1947, solicitaba la adopción de amplísimas medidas en la cuestión racial, atacaba el principio de segregación
y pedía el fin de la discriminación en la educación, la vivienda y el empleo; pedía, asimismo, que se dieran
los pasos necesarios para garantizar el derecho de voto de los negros. Pero la aprobación de la oportuna
legislación por el Congreso fue obstaculizada por la coalición de los demócratas sureños y los republicanos
conservadores. (…) se ejerció también una influencia negativa al crear una atmósfera tal que nadie se atrevía
a defender la igualdad de derechos por temor a ser tachado de «comunista». De aquí que, a la vista del peso
de estas fuerzas, fuera imposible iniciar acción alguna sin un fuerte respaldo presidencial, a lo que se resistía
Eisenhower. Al margen de su concepción de la naturaleza del ejecutivo, no estaba en absoluto convencido de
que las leyes pudieran modificar tas actitudes y los prejuicios de los hombres.
(...) contribuyeron a alimentar las esperanzas de la población negra las promesas hechas por Truman en sus
mensajes sobre los derechos civiles. Pero lo más importante fue el mantenimiento de un elevado nivel de
empleo y la prosperidad general, que permitieron a los negros conservar, si no incrementar, las ventajas
económicas logradas durante la guerra.
Sin embargo, el Tribunal Supremo proclamó en 1954 que la segregación en las escuelas públicas era
anticonstitucional. Una abrumadora mayoría de la población blanca del Sur reaccionó de forma fulminante y
abrumadora. Cien miembros de la Cámara de Representantes denunciaron la actitud del Tribunal Supremo
haciendo un llamamiento a la resistencia contra su decisión; el Ku-Klux-Klan reapareció y se establecieron
consejos de ciudadanos blancos (...) en defensa de la respetable clase media. En algunas ciudades de Texas,
Tennessee, Kentucky y Alabama las turbas se agolparon para impedir la entrada de niños negros en las
escuelas de los blancos y, en 1956, una multitud encolerizada de estudiantes y ciudadanos blancos impidió la
admisión de una mujer negra en la Universidad de Alabama, en Tuscaloosa.
Al mismo tiempo que los americanos blancos del Sur se disponían a hacer frente a cualquier intento de
modificar su status quo racial, los negros comenzaron también a luchar contra la discriminación y los
prejuicios. En cierto modo, una actitud era resultado de la otra: a medida que crecía la resistencia blanca
aumentaba la exasperación de los negros y su resolución de proseguir en su empeño, y, a su vez, la militancia
negra tropezaba con una creciente reacción blanca. Una nueva táctica, y a la larga no menos importante, hizo
su aparición en Montgomery (Alabama), en 1955: el boicot, a raíz de un incidente en que se vio envuelta una
mujer negra. Allí los negros, dirigidos por Martin Luther Kíng, organizaron un boicot a las líneas de
autobuses de la ciudad que, como en casi todas las ciudades del Sur, sólo admitían pasajeros negros en la
parte trasera (…) El ejemplo de Gandhi de la resistencia no violenta, con la que los negros habían amenazado
durante la segunda guerra mundial se hizo realidad y su éxito motivó la generalización del movimiento.
(…) La lentitud con que se progresaba no hizo más que aumentar la irritación y la impaciencia de los jóvenes
afroamericanos, habida cuenta, sobre todo, de que, entre 1957 y 1965, treinta y seis antiguas colonias
africanas habían recibido la independencia. El escritor negro James Baldwin resumía sus sentimientos con
estas palabras: «Al ritmo al que van las cosas, toda África será libre antes de que podamos tomarnos una
maldita taza de café» La explosión de protesta de los negros significó un cambio radical en la imagen que los
afroamericanos tenían de sí mismos y del lugar que ocupaban en América. En vez de esperar pasivamente la
reforma, ahora la exigían. Su actitud hizo de las relaciones raciales uno de los problemas más importantes de
la política interior, hasta el punto de que en las elecciones presidenciales de 1960 los derechos civiles se
habían convertido en una cuestión que ningún partido podía desconocer.
Aunque ambos partidos manifestaron su propósito de acabar con la discriminación y con los prejuicios, fue
el candidato demócrata, John F. Kennedy, quien se puso inequívocamente del lado de los negros. Cuando
Martin Luther King fue encarcelado en Atlanta (…) Kennedy testimonió a la señora King su simpatía y
preocupación, y su hermano Robert pidió al juez de Georgia la liberación del dirigente negro, que fue puesto
en libertad al día siguiente. Esta actitud granjeó a los Kennedy las simpatías de un considerable sector de la
población negra, cuyos votos desempeñaron un papel decisivo en la estrecha victoria de Kennedy. Los
afroamericanos, por su parte,confiaban en que el nuevo presidente tomaría las medidas que Eisenhower no
había sabido adoptar.
U.R.S.S – 1945-1970

A la muerte de Stalin, apareció una «nueva» política exterior soviética que pretendía reabrir el espacio
diplomático del que Moscú había disfrutado antes del comienzo de la Guerra Fría. En febrero de 1956,
durante el XX Congreso del Partido, los dirigentes soviéticos renunciaron a las expectativas de una guerra
inminente. La teoría estalinista que hablaba deque era inevitable la llegada de una época de guerras y
revoluciones dio paso a una nueva tesis: la de la coexistencia «pacífica» a largo plazo (hasta 1975) y la
rivalidad no militar entre los sistemas capitalista y comunista. Sin embargo, no se produjo la esperada
distensión en las relaciones entre el este y el oeste.
Y, de hecho, la Guerra Fría cobró de nuevo aliento. El sentimiento de temor y desconfianza siguió imperando
en los dos bloques antagónicos. En algunos libros de memorias soviéticos se dice que la ausencia de una
respuesta flexible y positiva de los occidentales a la nueva política exterior de la URSS supuso perder la
oportunidad de reducir las tensiones propias de la Guerra Fría. En efecto, el presidente Dwight D.
Eisenhower, el secretario de Estado John Foster Dulles y la mayoría de los observadores estadounidenses del
Kremlin no vieron en el cambio de actitud soviético y su nueva flexibilidad diplomática una oportunidad,
sino una amenaza. A los ideólogos políticos norteamericanos les preocupaba que la retórica de la
«coexistencia pacífica» pudiera desbaratar sus planes de construir un centro de poder en Europa, que, junto
con Gran Bretaña, se encargara de «contener» al bloque soviético.
(…) Un atento estudio del bando soviético revela, sin embargo, que éste tampoco estaba preparado para
entablar negociaciones y llegar a soluciones de compromiso. Los documentos a los que tenemos acceso
actualmente ponen de manifiesto que muchos dirigentes del Kremlin, pese al giro a favor de una coexistencia
pacífica, seguían inspirándose en elementos básicos del paradigma revolucionario-imperial y en la
continuidad de la política exterior impulsada por Stalin. Las nuevas autoridades del Kremlin anhelaban
reafirmar la posición de su país como líder revolucionario global y deseaban comenzar a construir alianzas
con otros líderes y grupos revolucionario-nacionalistas de Oriente Medio, el sur y el Sudeste Asiático, África
y Latinoamérica.

En Occidente la política de Jrushchov se dio en llamar «desestalinización», algo comprensible dado que
Jrushchov había dedicado un informe entero a la denuncia de Stalin. Pero Jrushchov en lugar de eso habló
sobre una campaña para eliminar el «culto a la persona». No era un término inapropiado aunque fuera tan
eufemístico (…) Tras la muerte de Stalin (…) El régimen soviético tenía graves dificultades no sólo con
Estados Unidos, sino también con algunos países de Europa del Este (…) El Presidium realizó concesiones
materiales al tiempo que reprimía sin contemplaciones la oposición abierta. Pero todos se dieron cuenta de
los peligros existentes en la situación internacional: se enfrentaban a inestabilidades y amenazas que era
menester solucionar con decisión. Aunque el Presidium caía cada vez más bajo la influencia personal de
Jrushchov, éste tenía que mostrarse comedido.
El 13 de febrero de 1956, un día antes de inaugurar el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión
Soviética, propuso al Presidium que se realizara un discurso sobre «el culto a la persona y sus
consecuencias», en lo que era un llamamiento en favor de la discusión de los horrores del período de Stalin.
(…) Los miembros del Presidium observaron el proceso con inquietud. Al haber sido colaboradores de
Stalin, tenían conocimiento de la represión masiva: todos —incluido Jruschov— tenían las manos
manchadas de sangre, y sólo podían esperar que Jruschov acertara en que era mejor plantear antes que
después el asunto de Stalin. Como estaba previsto, el 25 de febrero Jruschov habló en una sesión del
congreso cerrada al público: sólo los delegados del Partido Comunista de la Unión Soviética pudieron
escucharle, y no se permitió la entrada a los periodistas (…) El discurso, que duró cuatro horas, fue un punto
de inflexión en la vida política de la URSS.
Su tema central era Stalin. Jruschov informó al congreso sobre la petición que Lenin había hecho en 1923
para que se apartara a Stalin del cargo de secretario general, y el resto del discurso se dedicó a los abusos
perpetrados por Stalin en las tres décadas siguientes, con una especial atención a la represión del período
1937-1938. Jruschov subrayó que Stalin era un incompetente además que asesino, y el hecho de que no
hubiera previsto la invasión alemana de mediados de 1941 se puso como un ejemplo particularmente grave.
Con la intención de demostrar el carácter persistente del terror de Stalin, Jruschov describió las
deportaciones de pueblos durante la IIGM y la carnicería relativa a la purga realizada (…) Jruschov había
estado de acuerdo en exculpar al Presidium de aquel momento. Se suponía que Stalin había decidido todas
las cosas, y Jruschov sólo cayó unas pocas veces en la tentación de citar a otros miembros del Presidium (…)
(...)El principal propósito de Jruschov era derribar a Stalin del pedestal del afecto popular. Le calificó de
autócrata caprichoso, y como ejemplo de la megalomanía de Stalin recordó el siguiente comentario:
«¡Moveré el dedo meñique y Tito desaparecerá!». Además, Stalin había sido extremadamente desconfiado.
En una ocasión les preguntó a sus colaboradores: «¿Por qué tienen hoy una mirada tan furtiva?». El análisis
de Jruschov se centró más en la personalidad de Stalin que en su política (...) Sin decirlo, Jruschov tenía el
propósito demostrar al congreso que el ataque hacia Stalin no implicaría que se desmantelase el conjunto de
su sistema. Los arrestos y ejecuciones arbitrarios cesarían. Pero el estado comunista de partido único se
mantendría, las ideologías alternativas se eliminarían y la propiedad estatal de la economía seguiría intacta
(…) El futuro de la URSS descansaba en un regreso al pasado.
(…) Muchos ciudadanos quedaron atónitos ante lo que se reveló sobre los años treinta y cuarenta. Para ellos
no era noticia que se habían producido abusos de poder: casi todas las familias del país tenían al menos un
pariente que había caído víctima del Gulag. Pero no todo el mundo, en especial las generaciones que habían
nacido y se habían educado en tiempos de Stalin, sabía que Stalin era el instigador de los horrores descritos
por Jruschov...

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